Padres de la Iglesia

AGUSTÍN


Regla

1. Ante todas las cosas, queridísimos Hermanos, amemos a Dios y después al prójimo, porque estos son los mandamientos principales que nos han sido dados.
2. He aquí lo que mandamos que observéis quienes vivís en comunidad

CAPITULO 1
FIN Y FUNDAMENTO DE LA VIDA COMÚN

3. En primer término ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios.
4. Y no poseáis nada propio, sino que todo lo tengáis en común, y que el Superior distribuya a cada uno de vosotros el alimento y vestido, no igualmente a todos, porque no todos sois de la misma complexión, sino a cada uno según lo necesitare; conforme a lo que leéis en los Hechos de los Apóstoles: "Tenían todas las cosas en común y se repartía a cada uno según lo necesitaba".
5. Los que tenían algo en el siglo, cuando entraron en la casa religiosa, pónganlo de buen grado a disposición de la Comunidad.
6. Y los que nada tenían no busquen en la casa religiosa lo que fuera de ella no pudieron poseer. Sin embargo, concédase a su debilidad cuanto fuere menester, aunque su pobreza, cuando estaban en el siglo, no les permitiera disponer ni aun de lo necesario. Mas no por eso se consideren felices por haber encontrado el alimento y vestido que no pudieron tener cuando estaban fuera.
7. Ni se engrían por verse asociados a quienes fuera no se atrevían ni a acercarse; más bien eleven su corazón y no busquen las vanidades terrenas, no sea que comiencen a ser las Comunidades útiles para los ricos y no para los pobres, si sucede que en ellas los ricos se hacen humildes y los pobres altivos.
8. Y quienes eran considerados algo en el mundo no osen menospreciar a sus Hermanos que vinieron a la santa sociedad siendo pobres. Más bien, deben gloriarse más de la comunidad de los Hermanos pobres que de la condición de sus padres ricos. Ni se vanaglorien por haber traído algunos bienes a la vida común, ni se ensoberbezcan más de sus riquezas por haberlas compartido con la Comunidad que si las disfrutaran en el siglo. Pues sucede que otros vicios incitan a ejecutar malas acciones, la soberbia, sin embargo, se insinúa en las buenas obras para que perezcan. ¿Y qué aprovecha distribuir las riquezas a los pobres y hacerse pobre, si el alma se hace más soberbia despreciando las riquezas que lo fuera poseyéndolas?

9. Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a Dios, de quien habéis sido hechos templos

CAPITULO 2
DE LA ORACIÓN

10. Perseverad en las oraciones fijadas para horas y tiempos de cada día.
11. En el oratorio nadie haga sino aquello para lo que ha sido destinado, de donde le viene el nombre; para que si acaso hubiera algunos que, teniendo tiempo, quisieran orar fuera de las horas establecidas, no se lo impida quien pensara hacer allí otra cosa.
12. Cuando oráis a Dios con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que profiere la voz.
13. Y no deseéis cantar sino aquello que está mandado que se cante; pero lo que no está escrito para ser cantado, que no se cante.

CAPITULO 3
DE LA FRUGALIDAD Y MORTIFICACIÓN

14. Someted vuestra carne con ayunos y abstinencias en el comer y en el beber, según la medida en que os lo permita la salud. Pero cuando alguno no pueda ayunar, no por eso tome alimentos fuera de la hora de las comidas, a no ser que se encuentre enfermo.
15. Desde que os sentáis a la mesa hasta que os levantéis, escuchad sin ruido ni discusiones lo que según costumbre se os leyere, para que no sea sola la boca la que recibe el alimento, sino que el todo sienta también hambre de la palabra de Dios.
16. Si los débiles por su anterior régimen de vivir son tratados de manera diferente en la comida, no debe molestar a los otros, ni parecer injusto a los que otras costumbres hicieron más fuertes. Y éstos no consideren a aquéllos más felices, porque reciben lo que a ellos no se les da, sino más bien deben alegrarse, porque pueden soportar lo que aquéllos no pueden

17. Y si a quienes vinieron a la casa religiosa de una vida más delicada se les diese algún alimento, vestido, colchón o cobertor, que no se les da a otros más fuertes y por tanto más felices, deben pensar quienes no lo reciben cuánto descendieron aquéllos de su vida anterior en el siglo hasta ésta, aunque no hayan podido llegar a la frugalidad de los que tienen una constitución más vigorosa. Ni deben querer todo lo que ven que reciben de más unos pocos, no como honra, sino como tolerancia, no vaya a ocurrir la detestable perversidad de que en la casa religiosa, donde en cuanto pueden se hacen mortificados los ricos, se conviertan en delicados los pobres.
18. Empero, así como los enfermos necesitan comer menos para que no se agraven, así también después de la enfermedad deben ser cuidados de tal modo que se restablezcan pronto, aun cuando hubiesen venido del siglo de una humilde pobreza; como si la enfermedad reciente les otorgase lo mismo que a los ricos su antiguo modo de vivir. Pero, una vez reparadas las fuerzas, vuelvan a su feliz norma de vida, tanto más adecuada a los siervos de Dios cuanto menos necesitan. Y que el placer no los retenga, estando ya sanos, allí donde la necesidad los puso, cuando estaban enfermos. Así, pues, créanse más ricos quienes son más fuertes en soportar la frugalidad; porque es mejor necesitar menos que tener mucho

CAPITULO 4
DE LA GUARDA DE LA CASTIDAD Y DE LA CORRECCION FRATERNA

19. Que no sea llamativo vuestro porte, ni procuréis agradar con los vestidos, sino con la conducta.
20. Cuando salgáis de casa, id juntos, cuando lleguéis adonde os dirigís, permaneced juntos
21. Al andar, al estar parados y en todos vuestros movimientos, no hagáis nada que moleste a quienes os ven, sino lo que sea conforme con vuestra consagración.
22. Aunque vuestros ojos se encuentren con alguna mujer, no los fijéis en ninguna. Porque no se os prohíbe ver a las mujeres cuando salís de casa lo que es pecado es desearlas o querer ser deseados de ellas. Pues no sólo con el tacto y el afecto, sino también con la mirada se provoca y nos provoca el deseo de las mujeres. No digáis que tenéis el alma pura si son impuros vuestros ojos, pues la mirada impura es indicio de un corazón impuro. Y cuando, aun sin decirse nada, los corazones denuncian su impureza con miradas mutuas y, cediendo al deseo de la carne, se deleitan con ardor recíproco, la castidad desaparece de las costumbres, aunque los cuerpos queden libres de la violación impura.
23. Asimismo, no debe suponer el que fija la vista en una mujer y se deleita en ser mirado por ella que no es visto por nadie, cuando hace esto; es ciertamente visto y por quienes no piensa él que le ven. Pero aun dado que quede oculto y no sea visto por nadie, ¿qué hará de Aquél que le observa desde arriba y a quien nada se le puede ocultar? ¿O se puede creer que no ve, porque lo hace con tanta mayor paciencia cuanta más grande es su sabiduría? Tema, pues, el varón consagrado desagradar a Aquél, para que no quiera agradar pecaminosamente a una mujer. Y para que no desee mirar con malicia a una mujer, piense que el Señor todo lo ve. Pues por esto se nos recomienda el temor, según está escrito: "Abominable es ante el Señor el que fija la mirada"
24. Por lo tanto, cuando estéis en la Iglesia y en cualquier otro lugar donde haya mujeres, guardad mutuamente vuestra pureza; pues Dios, que habita en vosotros, os guardará también de este modo por medio de vosotros mismos.
25. Y si observáis en alguno de vuestros Hermanos este descaro en el mirar de que os he hablado, advertídselo al punto para que lo que se inició no progrese, sino que se corrija cuanto antes.
26. Pero si de nuevo, después de esta advertencia o cualquier otro día le viéreis caer en lo mismo, el que le sorprenda delátele al momento como a una persona herida que necesita curación; sin embargo, antes de delatarle, expóngaselo a otro o también a un tercero, para que con la palabra de dos o tres pueda ser convencido y sancionado con la severidad conveniente. No penséis que procedéis con mala voluntad cuando indicáis esto. Antes bien, pensad que no seréis inocentes si, por callaros, permitís que perezcan vuestros Hermanos, a quienes podríais corregir indicándolo a tiempo. Porque si tu Hermano tuviese una herida en el cuerpo que quisiera ocultar por miedo a la cura, ¿no sería cruel el silenciarlo y caritativo el manifestarlo? Pues, ¿con cuánta mayor razón debes delatarle para que no se corrompa más su corazón?
27. Pero, en caso de negarlo, antes de exponérselo a los que han de tratar de convencerle, debe ser denunciado al Superior, pensando que, corrigiéndole en secreto, puede evitarse que llegue a conocimiento de otros. Empero, si lo negase, tráigase a los otros ante el que disimula, para que delante de todos pueda no ya ser arguido por un solo testigo, sino ser convencido por dos o tres. Una vez convicto, debe cumplir el correctivo que juzgare oportuno el Superior Local o el Superior Mayor, a quien pertenece dirimir la causa. Si rehusare cumplirlo, aun cuando él no se vaya de por sí, sea eliminado de vuestra sociedad. No se hace esto por espíritu de crueldad, sino de misericordia, no sea que con su nocivo contagio pueda perder a muchos otros.
28. Y lo que he dicho en lo referente a la mirada obsérvese con diligencia y fidelidad en averiguar, prohibir, indicar, convencer y castigar los demás pecados, procediendo siempre con amor a los hombres y odio para con los vicios.
29. Ahora bien, si alguno hubiere progresado tanto en el mal, que llegara a recibir cartas o algún regalo de una mujer, si espontáneamente lo confiesa, perdónesele y órese por él; pero si fuese sorprendido y convencido de su falta, sea castigado con una mayor severidad, según el juicio del Superior Mayor o del Superior Local

CAPITULO 5
DEL USO DE LAS COSAS NECESARIAS Y DE SU DILlGENTE CUIDADO

30. Tened vuestros vestidos en un lugar común bajo el cuidado de uno o de dos o de cuantos fueren necesarios para sacudirlos, a fin de que no se apolillen. Y así como os alimentáis de una sola despensa, así debéis vestiros de una misma ropería.
31. Y, a ser posible, no seáis vosotros los que decidís qué vestidos son los adecuados para usar en cada tiempo, ni si cada uno de vosotros recibe el mismo que había usado o el ya usado por otro, con tal de que no se niegue a cada uno lo que necesite.
32. Pero si de ahí surgiesen entre vosotros disputas y murmuraciones, quejándose alguno de haber recibido algo peor de lo que había dejado, y se sintiese menospreciado por no recibir un vestido semejante al de otro Hermano, juzgad de ahí cuánto os falta en el santo vestido del corazón, cuando así contendéis por el hábito del cuerpo.
33. Mas si se tolera por vuestra flaqueza recibir lo mismo que dejasteis, tened, no obstante, lo que usáis, en un lugar común bajo la custodia de los encargados.
34. No se niegue tampoco el baño del cuerpo, cuando la necesidad lo aconseje; pero hágase sin murmuración, siguiendo el dictamen del médico, de tal modo que, aunque el enfermo no quiera, se haga por mandato del Superior lo que conviene para la salud. Pero si no conviene, no se atienda a la mera satisfacción, porque a veces, aunque perjudique, se cree que es provechoso lo que agrada.
35. Por último, si algún siervo de Dios se queja de algún dolor latente en el cuerpo, creásele sin dudar; empero, si no hubiese certeza de si para curar su dolencia conviene lo que le agrada, entonces consúltese al médico.
36. No vayan a los baños o a cualquier otro lugar adonde hubiere necesidad de ir menos de dos o tres. Y al que necesite ir a alguna parte, no vaya con quienes él quiere, sino con quienes manda el Superior.
37. Del cuidado de los enfermos, de los convalecientes o de quienes, aun sin tener frebre, padecen algún achaque, encárguese a un Hermano para que pida de la despensa lo que cada cual necesite.
38. Los encargados de la despensa, de los vestidos o de los libros sirvan a sus Hermanos sin murmuración.
39. Pídanse cada día los libros a la hora determinada y, si alguien los pidiere fuera de la hora señalada, no se le concedan.
40. Los vestidos y el calzado, cuando quien los pide es porque los necesita, no difieran en dárselos quienes los guardan bajo su custodia

CAPITULO 6
DE LA PRONTA DEMANDA DEL PERDÓN Y DEL GENEROSO OLVIDO DE LAS OFENSAS

41. No haya disputas entre vosotros, o, de haberlas, terminadlas cuanto antes para que el enojo no se convierta en odio y de una paja se haga una viga, convirtiéndose el alma en homicida: pues así leéis: "El que odia a su hermano es homicida".
42. Cualquiera que ofenda a otro con injuria, con ultraje o echándole en cara alguna falta, procure remediar cuanto antes el mal que ocasionó y el ofendido perdónele sin discusión. Pero si mutuamente se hubieran ofendido, mutuamente deben también perdonarse la deuda, por vuestras oraciones, que cuanto más frecuentes son, con tanta mayor sinceridad debéis hacerlas. Con todo, mejor es el que, aun dejándose llevar con frecuencia de la ira, se apresura sin embargo a pedir perdón al que reconoce haber injuriado, que otro que tarda en enojarse, pero se aviene con más dificultad a pedir perdón. El que, en cambio, nunca quiere pedir perdón o no lo pide de corazón, en vano está en la casa religiosa, aunque no sea expulsado de alli. Por lo tanto, absteneos de proferir palabras duras con exceso y, si alguna vez se os deslizaren, no os avergoncéis de aplicar el remedio salido de la misma boca que produjo la herida.
43. Pero cuando la necesidad de la disciplina os obliga a emplear palabras duras al cohibir a los menores, si notáis que en ellas os habéis excedido en el modo, no se os exige que pidáis perdón a los ofendidos, no sea que por guardar una excesiva humildad para con quienes deben estaros obedientes, se debilite la autoridad del que gobierna. En cambio, se ha de pedir perdón al Señor de todos, que conoce con cuánta benevolencia amáis incluso a quienes quizá habéis corregido más allá de lo justo. El amor entre vosotros no debe ser carnal, sino espiritual

CAPITULO 7
CRITERIOS DE GOBIERNO Y OBEDIENCIA

44. Obedézcase al Superior Local como a un padre, guardándole el debido respeto para que Dios no sea ofendido en él, y obedézcase aún más al Superior Mayor, que tiene el cuidado de todos vosotros.
45. Corresponde principalmente al Superior Local hacer que se observen todas estas cosas y, si alguna no lo fuere, no se transija por negligencia, sino que se cuide enmendar y corregir. Será su deber remitir al Superior Mayor, que tiene entre vosotros más autoridad, lo que exceda de su cometido o de su capacidad.
46. Ahora bien, el que os preside, que no se sienta feliz por mandar con autoridad, sino por servir con caridad. Ante vosotros, que os proceda por honor; pero ante Dios, que esté postrado a vuestros pies por temor. Muéstrese ante todos como ejemplo de buenas obras, corrija a los inquietos, consuele a los tímidos, reciba a los débiles, sea paciente con todos, Observe la disciplina con agrado e infunda respeto. Y aunque ambas cosas sean necesarias, busque más ser amado por vosotros que temido, pensando siempre que ha de dar cuenta a Dios por vosotros.
47. De ahí que, sobre todo obedeciendo mejor, no sólo os compadezcáis de vosotros mismos, sino también de él; porque cuanto más elevado se halla entre vosotros, tanto mayor peligro corre de caer

CAPITULO VIII
DE LA ORSERVANCIA DE LA REGLA

48. Que el Señor os conceda observar todo esto movidos por la caridad, como enamorados de la belleza espiritual, e inflamados por el buen olor de Cristo que emana de vuestro buen trato; no como siervos bajo la ley, sino como personas libres bajo la gracia.
49. Y para que podáis miraros en este librito como en un espejo y no descuidéis nada por olvido, léase una vez a la semana. Y si encontráis que cumplís lo que está escrito, dad gracias a Dios, dador de todos los bienes. Pero si alguno de vosotros ve que algo le falta, arrepiéntase de lo pasado, prevéngase para lo futuro, orando para que se le perdone la deuda y no caiga en la tentación

La búsqueda de Dios

(Confesiones, 10, 6)

Señor, te amo con conciencia cierta, no dudosa. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Pero también el cielo, y la tierra, y todo lo que en ellos se contiene, me dicen por todas partes que te ame. No cesan de decírselo a todos, de modo que son inexcusables (cfr. Rm 1, 20) (...)
¿Y qué es lo que amo, cuando te amo? No la belleza del cuerpo ni la hermosura del tiempo; no la blancura de la luz, que es tan amable a los ojos terrenos; no las dulces melodías de toda clase de música, ni la fragancia de las flores, de los ungüentos y de los aromas; no la dulzura del maná y de la miel; no los miembros gratos a los abrazos de la carne. Nada de esto amo, cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto abrazo, cuando amo a mi Dios, que es luz, voz, fragancia, alimento y abrazo de mi hombre interior allá donde resplandece ante mi alma lo que no cabe en un lugar, donde resuena lo que no se lleva el tiempo, donde se percibe el aroma de lo que no viene con el aliento, donde se saborea lo que no se consume comiendo donde se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo, cuando amo a mi Dios
Pero, ¿qué es entonces Dios? Pregunté a la tierra, y me respondió: "No soy yo"; y todas las cosas que hay en ella me contestaron lo mismo. Pregunté al mar, y a los abismos, y a los reptiles de alma viva, y me respondieron: "No somos tu Dios; búscale sobre nosotros". Interrogué a los aires que respiramos, y el aire todo, con sus moradores, me dijo: "Se engaña Anaximenes: yo no soy tu Dios". Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas, que me respondieron: "Tampoco somos nosotros tu Dios". Dije entonces a todas las realidades que están fuera de mí: ¡Decidme algo de mi Dios, ya que vosotras no lo sois; decidme algo de Él! Y todas exclamaron con gran voz: "Él nos ha hecho". Mi pregunta era mi mirada, y su respuesta su aspecto sensible
Entonces me dirigí a mí mismo, y me dije: "¿Tú quién eres"; y me respondí: "Un hombre". En mí hay un cuerpo y un alma; la una es interior, el otro exterior. ¿Por cuál de éstos debía buscar a mi Dios, si ya le había buscado por los cuerpos, desde la tierra al cielo, a los que pude dirigir mis miradas? Mejor, sin duda, es el elemento interior, porque a él-como a presidente y juez-transmiten sus noticias todos los mensajeros corporales, las respuestas del cielo, de la tierra y de todo lo que en ellos se contiene, cuando dicen "No somos Dios" y "Él nos ha hecho". El hombre interior es quien conoce estas cosas por ministerio del hombre exterior. Yo, interior, conozco estas cosas; yo, yo alma, conozco por medio de los sentidos corporales (...)
Pero ¿no se muestra esta hermosura a cuantos tienen completo el sentido? ¿Por qué, pues, no habla lo mismo a todos? En efecto, los animales pequeños y grandes la ven, pero no pueden interrogarla porque no tienen razón que juzgue sobre lo que le anuncian los sentidos. Los hombres, en cambio, pueden hacerlo, porque son capaces de percibir, por las cosas visibles, las cosas invisibles de Dios (cfr. Rm 1, 20); pero se hacen esclavos de ellas por el amor y, una vez esclavos, ya no son capaces de juzgar. Las cosas creadas no responden a los que simplemente interrogan, sino a los que juzgan; no cambian de voz, es decir, de aspecto, si uno ve solamente y otro, además de ver, interroga, de modo que aparezca a uno de una manera y a otro de otro; sino que, mostrándose a los dos, es muda para uno y en cambio habla al otro. O mejor dicho, habla a todos, pero entienden sólo los que confrontan su voz, recibida de fuera, con la verdad interior

El encuentro con Dios

(Confesiones, VIl, 10.18 - 19; X 27)

Invitado a volver dentro de mí mismo, entré en mi interior guiado por Ti; lo pude hacer porque Tú me ayudaste. Entré y vi con los ojos de mi alma (...), por encima de mi mente, una luz inconmutable. No esta luz vulgar y visible a toda carne, ni otra del mismo tipo, aunque más intensa, que brillase más y llenase todo más claramente con su grandeza. No era así aquella luz, sino una muy distinta de todas éstas. No estaba sobre mi alma como está el aceite sobre el agua o el cielo sobre la tierra; sino que se hallaba sobre mí por haberme hecho, y yo estaba debajo por ser criatura suya. Quien conoce la verdad, conoce esta luz; y quien la conoce, conoce la eternidad. La caridad es quien la conoce
¡Oh eterna Verdad, y verdadera Caridad, y amada Eternidad! Tú eres mi Dios. Por Ti suspiro noche y día. Cuando por primera vez te conocí, Tú me tomaste para que viese que existía lo que había de ver, y que aún no estaba en condiciones de ver. Reverberaste ante la debilidad de mi mirada dirigiendo tus rayos con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor. Y advertí que me hallaba lejos de Ti, en la región de la desemejanza, como si oyera tu voz de lo alto: "Soy manjar de grandes: crece y me comerás. No me mudarás en ti como alimento de tu carne, sino que tú te mudarás en mí" (...)
Buscaba yo el modo de adquirir la fortaleza que me hiciese idóneo para gozarte, pero no la encontraba, hasta que me abracé al Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos (1Tm 1, 5), que clama y dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6), y alimento mezclado con carne, pues yo era tan débil que no lo podía tomar. Y así, el Verbo se hizo carne (Jn 1, 14), a fin de que tu Sabiduría, por la que creaste todas las cosas, nos amamantara como a niños pequeños
Pero yo, que no era humilde, no pensaba que ese Jesús humilde fuese Dios. No sabía de qué cosa podía ser maestra su debilidad. Tu Verbo, Verdad eterna, trascendiendo las partes superiores de la creación, levanta hacia sí a las que le están ya sometidas; y, al mismo tiempo, en las partes inferiores se edificó una casa humilde, hecha de nuestro barro, para abatir mejor a los que había de someter y atraerlos a Sí, curándoles su hinchazón y fomentando en ellos el amor, no fuera a ser que, fiados de sí, marchasen aún más lejos (...)
Sin embargo, yo juzgaba entonces de otra manera. Pensaba en mi Señor Jesucristo como en un hombre de extraordinaria sabiduría, a quien nadie puede igualar (...), pero qué misterio encerraban esas palabras: el Verbo se hizo carne, ni sospecharlo podía (...)
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y, sin embargo, Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre las cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti esas cosas que, si no estuvieran en Ti, no existirían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, e hiciste huir mi ceguera. Exhalaste tu perfume, y respiré, y suspiro por Ti; gusté de Ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz

Elogio de la caridad

(Sermón 350, 2 - 3)

El amor por el que amamos a Dios y al prójimo, resume en sí toda la grandeza y profundidad de los demás preceptos divinos. He aquí lo que nos enseña el único Maestro celestial: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los profetas (Mt 22, 37 - 40). Por consiguiente, si te falta tiempo para estudiar página por página todas las de la Escritura, o para quitar todos los velos que cubren sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, practica la caridad, que lo comprende todo. Así poseerás lo que has aprendido y lo que no has alcanzado a descifrar. En efecto, si tienes la caridad, sabes ya un principio que en sí contiene aquello que quizá no entiendes. En los pasajes de la Escritura abiertos a tu inteligencia la caridad se manifiesta, y en los ocultos la caridad se esconde. Si pones en práctica esta virtud en tus costumbres, posees todos los divinos oráculos, los entiendas o no
Por tanto, hermanos, perseguid la caridad, dulce y saludable vínculo de los corazones; sin ella, el más rico es pobre, y con ella el pobre es rico. La caridad es la que nos da paciencia en las aflicciones, moderación en la prosperidad, valor en las adversidades, alegría en las obras buenas; ella nos ofrece un asilo seguro en las tentaciones, da generosamente hospitalidad a los desvalidos, alegra el corazón cuando encuentra verdaderos hermanos y presta paciencia para sufrir a los traidores
Ofreció la caridad agradables sacrificios en la persona de Abel; dio a Noé un refugio seguro durante el diluvio; fue la fiel compañera de Abraham en todos sus viajes; inspiró a Moisés suave dulzura en medio de las injurias y gran mansedumbre a David en sus tribulaciones. Amortiguó las llamas devoradoras de los tres jóvenes hebreos en el horno y dio valor a los Macabeos en las torturas del fuego
La caridad fue casta en el matrimonio de Susana, casta con Ana en su viudez y casta con María en su virginidad. Fue causa de santa libertad en Pablo para corregir y de humildad en Pedro para obedecer; humana en los cristianos para arrepentirse de sus culpas, divina en Cristo para perdonárselas. Pero ¿qué elogio puedo hacer yo de la caridad, después de haberlo hecho el mismo Señor, enseñándonos por boca de su Apóstol que es la más excelente de todas las virtudes? Mostrándonos un camino de sublime perfección, dice: aunque yo hablara las lenguas de los hombres y los de ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de profecía y supiera todos los misterios y toda la ciencia; y aunque tuviera tal fe que trasladara los montes, si no tengo caridad, nada soy. Y aunque distribuyera todos mis bienes entre los pobres, y aunque entregara mi cuerpo para ser quemado, si no tengo caridad, de nada me aprovecha. La caridad es paciente; es benigna; la caridad no es envidiosa, no obra precipitadamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca su interés, no se irrita, no piensa mal, no se goza con el mal, se alegra con la verdad. Todo lo tolera, todo lo cree, todo lo espera, lo soporta todo. La caridad nunca fenece (1Co 13, 1 - 8)
¡Cuántos tesoros encierra la caridad! Es el alma de la Escritura, la virtud de las profecías, la salvación de los misterios, el fundamento de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los moribundos. ¿Se puede imaginar mayor magnanimidad que la de morir por los impíos, o mayor generosidad que la de amar a los enemigos?
La caridad es la única que no se entristece por la felicidad ajena, porque no es envidiosa. Es la única que no se ensoberbece en la prosperidad, porque no es vanidosa. Es la única que no sufre el remordimiento de la mala conciencia, porque no obra irreflexivamente. La caridad permanece tranquila en los insultos; en medio del odio hace el bien; en la cólera tiene calma; en los artificios de los enemigos es inocente y sencilla, gime en las injusticias y se expansiona con la verdad
Imagina, si puedes, una cosa con más fortaleza que la caridad, no para vengar injurias, sino más bien para restañarlas. Imagina una cosa más fiel, no por vanidad, sino por motivos sobrenaturales, que miran a la vida eterna. Porque todo lo que sufre en la vida presente es porque cree con firmeza en lo que está revelado de la vida futura: si tolera los males, es porque espera los bienes que Dios promete en el cielo; por eso la caridad no se acaba nunca
Busca, pues, la caridad, y meditando santamente en ella, procura producir frutos de santidad. Y todo cuanto encuentres de más excelente en ella y que yo no haya notado, que se manifieste en tus costumbres

Invocación al Señor

(Soliloquios, libro I, cap. 1)

Te invoco, Dios Verdad, principio, origen y fuente de la verdad de todas las cosas verdaderas. Dios Sabiduría, autor y fuente de la sabiduría de todos los que saben. Dios verdadero y suma Vida, en quien, de quien y por quien viven todas las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios Bienaventuranza, en quien y por quien son bienaventurados todos los que son bienaventurados. Dios Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todas las cosas buenas y hermosas. Dios Luz espiritual, que bañas de claridad todo lo que brilla a la inteligencia. Dios, cuyo reino es todo el mundo inaccesible a los sentidos. Dios, que gobiernas los imperios con leyes que se derivan a los reinos de la tierra
Separarse de Ti es caer; volverse a Ti, levantarse; permanecer en Ti es hallarse firme. Alejarse de Ti es morir, volver a Ti es revivir, morar en Ti es vivir. Nadie te pierde sino engañado, nadie te busca sino avisado, nadie te halla sino purificado. Dejarte a Ti es ir a la muerte, seguirte es amar, verte es poseerte. Para Ti nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad
Te invoco, oh Dios, por quien vencemos al enemigo, por cuyo favor no hemos perecido totalmente. Tú nos avisas que vigilemos, Dios, con cuya luz discernimos los bienes de los males, y con cuya gracia evitamos el mal y hacemos el bien. Tú nos fortificas para que no sucumbamos en las adversidades
Dios, a quien se debe nuestra obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro y que es nuestro lo que alguna vez creímos ajeno. Dios, por quien superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas pequeñas no nos envilecen y nuestra porción superior no está sujeta a la inferior. Dios, por quien la muerte será absorbida en la victoria. Dios, que nos conviertes. Dios, que nos desnudas de lo que no es y nos vistes de lo que es. Dios, que nos haces dignos de ser oídos, que nos defiendes y nos guías a la verdad. Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estupidez ajena. Dios, que nos vuelves al camino, que nos traes a la puerta y haces que sea abierta a todos los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la Vida, que nos das la sed de beber lo que verdaderamente nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Dios, por quien no nos arrastran los incrédulos, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de Ti, por quien no somos esclavos de los flacos y serviles elementos. Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda
Todo cuanto he dicho eres tú, mi Dios único; ven en mi socorro, una, eterna y verdadera sustancia, donde no hay ninguna discordancia, ni confusión, ni cambio, ni indigencia, ni muerte, sino suma concordia, suma evidencia, soberano reposo, total plenitud y suma vida; donde nada falta ni sobra; donde el que engendra y el que es engendrado son una sola cosa (...). Tú creaste al hombre a tu imagen y semejanza, como lo reconoce todo el que a sí mismo se conoce. Óyeme, escúchame, atiéndeme, Dios mío, Señor mío, Rey mío, Padre mío, principio y Creador mío, esperanza mía, herencia mía, mi honor, mi casa, mi patria, mi salud, mi luz, mi vida. Escúchame, escúchame, escúchame según tu costumbre, de tan pocos conocida
Ahora te amo a Ti solo, a Ti solo sigo y busco, a Ti solo estoy dispuesto a servir, porque tú solo justamente señoreas; quiero estar bajo tu jurisdicción. Manda lo que quieras, pero sana mis oídos para oír tu voz, cura y abre mis ojos para ver tus signos; destierra de mí toda ignorancia para que te reconozca. Dime adónde he de dirigir la mirada para verte, y espero hacer todo lo que me mandes
Recibe a tu fugitivo, Señor, clementísimo Padre; basta ya con lo que he sufrido; basta con mis servicios a tu enemigo, hoy puesto bajo tus pies; basta ya de ser juguete de las apariencias falaces. Recíbeme como siervo tuyo; vengo huyendo de tus contrarios, que me retuvieron sin pertenecerles, porque vivía lejos de Ti. Ahora comprendo la necesidad de volver a Ti: ábreme la puerta porque estoy llamando, enséñame el camino para llegar a Ti. Sólo tengo voluntad; sé que lo caduco y transitorio debe despreciarse para llegar a lo seguro y eterno. Esto hago, Padre, porque sólo esto sé, pero aún no conozco el camino que lleva hasta Ti. Enséñamelo tú, muéstramelo tú, dame tú la fuerza para el viaje. Si con la fe llegan a Ti los que te buscan, no me niegues la fe; si con la virtud, dame la virtud; si con la ciencia, concédeme la ciencia. Aumenta en mí la fe, acrecienta la esperanza, amplía la caridad. ¡Qué admirable y singular es tu bondad!
A Ti se elevan mis suspiros, y vuelvo a pedirte alas para subir a Ti. Si me abandonas, la muerte se cierne sobre mí; pero tú no abandonas, porque eres el Sumo Bien y nadie te buscó del modo debido sin que te encontrara. Y debidamente te buscó quien recibió de Ti el don de buscarte como se debe. Que te busque, Padre mío, sin caer en ningún error; que al buscarte a Ti, no me salga al encuentro otro en tu lugar. Ya que mi único deseo es poseerte, ponte a mi alcance, Padre mío; y si ves en mi algún apetito superfluo, límpiame para que pueda verte
Con respecto a la salud corporal, mientras no me conste que es útil para mí o para mis amigos, a quienes amo, todo lo dejo en tus manos, Padre sapientísimo y óptimo, y rogaré por esta necesidad según oportunamente me indicares. Ahora sólo imploro tu clemencia para que me conviertas plenamente a Ti y destierres todas las repugnancias que a ello se opongan. Y mientras lleve la carga de este cuerpo, haz que sea puro, magnánimo, justo y prudente, perfecto amante y conocedor de tu sabiduría, y digno de la habitación y habitante de tu beatísimo reino. Amén, amén

Las virtudes morales

(Las costumbres de la Iglesia Católica, cap. 15, 19, 22, 24, 25)

Como la virtud es el camino que conduce a la verdadera felicidad, su definición no es otra que un perfecto amor a Dios. Su cuádruple división no expresa más que varios afectos de un mismo amor, y por eso no dudo en definir estas cuatro virtudes-que ojalá estén tan arraigadas en los corazones como sus nombres en las bocas de todos-como distintas funciones del amor. La templanza es el amor que totalmente se entrega al objeto amado; la fortaleza es el amor que todo lo soporta por el objeto de sus amores; la justicia es el amor únicamente esclavo de su amado y que ejerce, por lo tanto, señorío conforme a la razón; finalmente, la prudencia es el amor que con sagacidad y sabiduría elige los medios de defensa contra toda clase de obstáculos
Este amor, hemos dicho, no es amor de un objeto cualquiera, sino amor de Dios; es decir, del Sumo Bien, Suma Sabiduría y Suma Paz. Por esta razón, precisando algo más las definiciones, se puede decir que la templanza es el amor que se conserva íntegro e incorruptible para Dios; la fortaleza es el amor que todo lo sufre sin pena, con la vista fija en Dios; la justicia es el amor que no sirve más que a Dios, y por esto ejerce señorío, conforme a la razón, sobre todo lo inferior al hombre; la prudencia, en fin, es el amor que sabe discernir lo que es útil para ir a Dios de lo que puede alejarle de Él
(...) Pongamos primero la atención en la templanza, cuyas promesas son la pureza e incorruptibilidad del amor, que nos une a Dios. Su función es reprimir y pacificar las pasiones que ansían lo que nos desvía de las leyes de Dios y de su bondad, o lo que es lo mismo, de la bienaventuranza. Aquí, en efecto, tiene su asiento la Verdad, cuya contemplación, goce e íntima unión nos hace dichosos; por el contrario, los que de ella se apartan se ven cogidos en las redes de los mayores errores y aflicciones. La codicia, dice el Apóstol, es la raíz de todos los males, y quienes la siguen naufragan en la fe y se hallan envueltos en grandes aflicciones (1Tm 6, 10). Este pecado del alma está figurado en el Antiguo Testamento de una manera bastante clara, para quienes quieran entender, en la prevaricación del primer hombre en el paraíso (...)
Nos amonesta Pablo (cfr. Col 3, 9) que nos despojemos del hombre viejo y nos vistamos del nuevo, y quiere que se entienda por hombre viejo a Adán prevaricador, y por el nuevo, al Hijo de Dios, que para librarnos de él se revistió de la naturaleza humana en la encarnación. Dice también el Apóstol el primer hombre es terrestre, formado de la tierra; el segundo es celestial, descendido del cielo. Como el primero es terrestre, así son sus hijos; y como el segundo es celestial, celestiales también sus hijos, como llevamos la imagen del hombre terrestre, llevemos también la imagen del celestial (1Co 15, 47); esto es despojarse del hombre viejo y revestirse del nuevo. Ésta es la función de la templanza: despojarnos del hombre viejo y renovarnos en Dios, es decir, despreciar todos los placeres del cuerpo y las alabanzas humanas, y referir todo su amor a las cosas invisibles y divinas (...)
Poco tengo que decir sobre la fortaleza. Este amor de que hablamos, que debe inflamarse en Dios con el ardor de la santidad, se denomina templanza en cuanto no desea los bienes de este mundo, y fortaleza en cuanto nos despega de ellos. Pero de todo lo que se posee en esta vida, es el cuerpo lo que más fuertemente encadena al hombre, según las justísimas leyes de Dios, a causa del antiguo pecado (...). Este vínculo teme toda clase de sacudidas y molestias, de trabajos y dolores; sobre todo, su rotura y muerte. Por eso aflige especialmente al alma el temor de la muerte. El alma se pega al cuerpo por la fuerza de la costumbre, sin comprender a veces que-si se sirve el bien y con sabiduría-merecerá un día, sin molestia alguna, por voluntad y ley divinas, gozar de su resurrección y transformación gloriosas. En cambio, si comprendiendo esto arde enteramente en amor de Dios, en este caso no sólo no temerá la muerte, sino que llegará incluso a desearla
Ahora bien, resta el combate contra el dolor. Sin embargo, no hay nada tan duro o fuerte que no sea vencido por el fuego del amor. Por eso, cuando el alma se entrega a su Dios, vuela libre y generosa sobre todos los tormentos con las alas hermosísimas y purísimas que le sostienen en su vuelo apresurado al abrazo castísimo de Dios. ¿Consentirá Dios que en los que aman el oro, la gloria, los placeres de los sentidos, tenga más fuerza el amor que en los que le aman a Él, cuando aquello no es ni siquiera amor, sino pasión y codicia desenfrenada? Sin embargo, si esta pasión nos muestra la fuerza del ímpetu de un alma que-sin cansancio y a través de los mayores peligros-tiende al objeto de su amor, es también una prueba que nos enseña cuál debe ser nuestra disposición para soportarlo todo antes que abandonar a Dios, cuando tanto se sacrifican otros para desviarse de Él (...)
¿Qué diré de la justicia que tiene por objeto a Dios? Lo que afirma Nuestro Señor: no podéis servir a dos señores (Mt 6, 24); y la reprensión del Apóstol a quienes sirven más bien a las criaturas que al Creador (cfr. Rm 1, 25), ¿no es lo mismo que lo dicho con mucha antelación en el Viejo Testamento: a tu Señor Dios adorarás y a Él sólo servirás? (Dt 6, 13). ¿Qué necesidad hay de citar más, cuando todo está lleno de semejantes preceptos? Esta es la regla de vida que la justicia prescribe al alma enamorada: que sirva de buena gana y gustosamente al Dios de sus amores, que es Sumo Bien, Suma Sabiduría y Suma Paz; y que gobierne todas las demás cosas, unas como sujetas a sí, y otras como previendo que algún día lo estarán. Esta regla de vida la confirma, como decimos, el testimonio de los dos Testamentos
Poco será también lo que diga de la prudencia, a la que compete el descubrimiento de lo que se ha de apetecer y lo que se ha de evitar. Sin esta virtud no se puede hacer bien nada de lo que anteriormente hemos dicho. Es propio de ella una diligentísima vigilancia para no ser seducidos, ni de improviso ni poco a poco. Por eso el Señor nos repite muchas veces: estad siempre en vela y caminad mientras dura la luz, para que no os sorprendan las tinieblas (Jn 12, 35); y lo mismo San Pablo: ¿no sabéis que ten poco de levadura basta para corromper toda la masa? (1Co 5, 6). Contra esta negligencia y sueño del espíritu, que apenas se da cuenta de la infiltración sucesiva del veneno de la serpiente, son clarísimas estas palabras del profeta, que se leen en el Antiguo Testamento: el que desprecia las cosas pequeñas caerá poco a poco (Si 19, 1) ¡Voy muy deprisa, no puedo detenerme en amplias explicaciones sobre esta máxima sapientísima; pero, si fuera éste mi propósito, mostraría la grandeza y profundidad de estos misterios, que son la burla de hombres tan necios como sacrílegos, que no caen poco a poco, sino que con toda rapidez se precipitan en el abismo más profundo
¿A qué dar más extensión a esta cuestión sobre las costumbres? Siendo Dios el Sumo Bien del hombre-y esto no se puede negar-, se sigue que la vida santa, que es una dirección del afecto al Sumo Bien, consistirá en amarle con todo el corazón, con toda el alma y con todo el espíritu. Así se preserva el amor de la corrupción y de la impureza, que es lo propio de la templanza; le hace invencible frente a todas las adversidades, que es lo propio de la fortaleza; le lleva a renunciar a todo otro vasallaje, que es lo propio de la justicia; y, finalmente, le hace estar siempre en guardia para discernir las cosas y no dejarse engañar por la mentira y el dolo, que es lo propio de la prudencia. Esta es la única perfección humana que consigue gozar de la pureza de la verdad, y la que ensalzan y aconsejan uno y otro Testamento

Cómo pedir a Dios

(Sermón 80, 2, 7 - 8)

Pedid, y se os dará (Mt 7, 7 - 8). Y para que no te imagines que había recomendado la oración como de pasada, añadió: buscad y hallaréis. Y para que ni siquiera pienses que lo dijo por decir, concluyó: llamad, y se os abrirá. Dios quiere que para recibir se pida, y para hallar se busque, y se llame para entrar. Pero si ya el Padre sabe de qué tenemos necesidad, ¿por qué pedimos?, ¿por qué buscamos?, ¿para qué llamamos? ¿Por qué, pidiendo y buscando y llamando, nos fatigamos en hacerle saber lo que ya conoce antes que nosotros? (...). Pues tú pide, busca y llama también para comprender esto. Si la puerta está cerrada, no es como para decirte que le dejes en paz, sino para estimularte
Hermanos mios, debemos exhortaros a la oración, y a nosotros junto con vosotros. Ante los muchos males de estos tiempos, nuestra única esperanza reside en llamar por la oración, en creer y tener fijo en el corazón que tu Padre te rehúsa sólo lo que no te conviene. Tú conoces tus deseos; pero lo que verdaderamente te conviene, sólo Él lo sabe. Imagínate que ahora estás enfermo y en las manos de un médico; pues verdaderamente esto es lo que sucede, ya que toda nuestra vida es enfermedad sobre enfermedad, y una larga existencia no es sino una enfermedad larga. Figúrate, pues, enfermo y sometido a un médico. Te ha venido el deseo de pedirle que te deje tomar vino, y vino nuevo. No se te prohíbe, porque a lo mejor no te perjudica; incluso puede hacerte bien. No temas: pídelo sin miedo y sin tardanza; pero no te enfades si te lo rehusa, ni te aflijas. Si esta confianza muestras en el hombre que cuida de tu cuerpo, ¿no has de tenerla mayor en Dios, Médico, Creador y Reparador de tu cuerpo y de tu alma? (...)
Hay dos suertes de beneficios: los temporales y los eternos. Los temporales son la salud, la hacienda, el honor, los amigos, la casa, los hijos, la mujer y las demás cosas de esta vida en la que andamos como viajeros. Considerémonos, pues, en un mesón donde somos caminantes que han de proseguir más allá, y no dueños. Los beneficios eternos son, en primer lugar, la vida eterna, la incorruptibilidad del cuerpo y del alma, la compañía de los ángeles, la ciudad del cielo, la corona inmarcesible, un Padre y una Patria; aquél, sin muerte, y ésta, sin enemigo. Hemos de ansiar estos bienes con vehemencia y pedirlos con perseverancia, menos con largos discursos y más con anhelos sinceros. Siempre ora el deseo, aunque la lengua calle. Siempre oras si deseas siempre. ¿Cuándo languidece la oración? Cuando se enfría el deseo
Pidamos con toda avidez, por tanto, aquellos beneficios sempiternos; busquemos aquellos bienes con interés sumo; pidámoslos sin vacilaciones. Son dones siempre provechosos, que nunca perjudican, mientras que los corporales a veces aprovechan y a veces dañan. A muchos hizo bien la pobreza y causó mal la riqueza; a muchos les aprovechó la vida privada y les hizo daño el encumbramiento de los honores. También algunos sacaron provecho del dinero y de los altos puestos: quienes los usaron bien; pero quienes los utilizaron mal, salieron con daño por no habérselos quitado
En resumen, hermanos: pidamos los bienes temporales discretamente, y tengamos la seguridad-si los recibimos-de que proceden de quien sabe que nos convienen. ¿Pediste y no recibiste? Fíate del Padre; si te conviniera, te lo habría dado. Juzga por ti mismo. Tú eres delante de Dios, por tu inexperiencia de las cosas divinas, como tu hijo ante ti con su inexperiencia de las cosas humanas. Ahí tienes a ese hijo llorando el día entero para que le des un cuchillo o una espada. Te niegas a dárselo y no haces caso de su llanto, para no tener que llorarle muerto. Ahora gime, se enfada y da golpes para que le subas a tu caballo; pero tú no lo haces porque, no sabiendo conducirlo, le tirará o le matará. Si le rehúsas ese poco, es para reservárselo todo; le niegas ahora sus insignificantes demandas peligrosas, para que vaya creciendo y posea sin peligro toda la fortuna
Os decimos, pues, hermanos: orad cuanto podáis. Abundan los males, y Dios ha permitido que así sea. ¡Ojalá no hubiera tantos malos, y no abundarían los males! ¡Tiempos malos? tiempos difíciles!, dicen los hombres. Vivamos bien. y los tiempos serán buenos. Los tiempos somos nosotros: cuales somos nosotros, tales son los tiempos. ¿Qué hacer, pues? Quizá no podemos convertir a todos los hombres; procuren vivir bien, por lo menos, los pocos que me están oyendo, y ese reducido número de los buenos soporte la multitud de los malos. Estos buenos son como el grano: ahora se encuentran en la era, mezclados con la paja; mas en el hórreo no habrá esta mezcla. Toleren lo que no quieren, para llegar a donde quieren. ¿Por qué afligirnos y censurar lo que Dios ha permitido?
Abundan los males en el mundo para preservarnos del amor al mundo. Los hombres grandes, los santos y los verdaderos fieles, menospreciaron el mundo en todo su esplendor; y nosotros, ahora, ¿no somos capaces de menospreciarle con todas sus malandanzas? Malo es el mundo; pero, malo y todo, se le ama como si fuera bueno. Pero ¿qué mundo malo es éste? Porque no es malo el cielo, ni la tierra, ni las aguas, ni lo que hay en ellos: peces, aves, árboles... Estas cosas son buenas. Al mundo le hacen malo los hombres malos. Pero ya que no es posible que no haya hombres malos mientras vivimos en la tierra, elevemos a Dios nuestros gemidos y llevemos con paciencia los males para arribar a los bienes. No censuremos al Padre de familia, que es tan bueno. Él nos lleva sobre sí, no le llevamos nosotros a Él. Él sabe cómo gobernar su obra. Por lo que a ti se refiere, haz lo que te manda y aguarda el cumplimiento de sus promesas

Cuando Cristo pasa

(Sermón 88, 12 - 13, 17)

Cuando salían de Jericó le seguía una gran multitud. Y he aquí que dos ciegos sentados a la vera del camino, al oír que pasaba Jesús se pusieron a gritar: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros! La multitud les regañaba para que se callaran, pero ellos gritaban más fuerte diciendo: ¡Señor, Hijo de David, ten compasión de nosotros! Jesús se paró los llamó y les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Le respondieron: Señor que se abran nuestros ojos. Jesús, compadecido, les tocó los ojos y al instante comenzaron a ver, y le siguieron (Mt 20, 29 - 34)
¿Qué es, hermanos, gritar a Cristo, sino adecuarse a la gracia del Señor con las buenas obras? Digo esto, hermanos, porque no sea que levantemos mucho la voz, mientras enmudecen nuestras costumbres. ¿Quién es el que gritaba a Cristo, para que expulsase su ceguera interior al pasar Él, es decir, al dispensarnos los sacramentos temporales, con los que se nos invita a adquirir los eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Quien desprecia el mundo, llama a Cristo. Quien desdeña los placeres del siglo, clama a Cristo. Quien dice, no con la lengua, sino con la vida, el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo (Ga 6, 14), ése es el que grita a Cristo
Llama a Cristo quien reparte y da a los pobres, para que su justicia permanezca por los siglos de los siglos (cfr. Sal 102, 9). Quien escucha y no se hace el sordo-vended vuestras bienes y dad limosna; haceos bolsas que no envejecen, un tesoro que no se agota en el Cielo (Lc 12, 33)- como si oyese el sonido de los pasos de Cristo que pasa, al igual que el ciego, clame por estas cosas, es decir, hágalas realidad. Su voz esté en sus hechos. Comience a despreciar el mundo, a distribuir sus posesiones al necesitado, a tener en nada lo que los hombres aman. Deteste las injurias, no apetezca la venganza, ponga la mejilla al que le hiere, ore por los enemigos; si alguien le quitare lo suyo, no lo exija; si, al contrario, hubiera quitado algo a alguien, devuélvale el cuádruplo
Una vez que haya comenzado a obrar así, todos sus parientes, afines y amigos se alborotarán. Quienes aman el mundo se le pondrán en contra: "¿Qué haces, loco? ¡No te excedas!: ¿acaso los demás no son cristianos? Eso es idiotez, locura". Cosas como ésta grita la turba para que los ciegos no clamen. La turba reprendía a los que clamaban, pero no tapaba sus clamores
Comprendan cómo han de obrar quienes desean ser sanados. También ahora pasa Jesús: los que se hallan a la vera del camino, griten. Tales son los que le honran con los labios, pero su corazón está alejado de Dios (cfr. Is 29, 13). A la vera del camino están aquellos de corazón contrito a quienes dio órdenes el Señor. En efecto, siempre que se nos leen las obras transitorias del Señor, se nos muestra a Jesús que pasa. Porque hasta el fin de los siglos no faltarán ciegos sentados a la vera del camino. Es necesario que levanten su voz.
La muchedumbre que acompañaba al Señor reprendía el clamor de los que buscaban la salud. Hermanos, ¿os dais cuenta de lo que digo? No sé de que modo decirlo, pero tampoco cómo callar. Esto es lo que digo, y abiertamente. Temo a Jesús que pasa y se queda, y no puedo callarlo: los cristianos malos y tibios obstaculizan a los buenos cristianos, a los verdaderamente llenos de celo y deseosos de cumplir los mandamientos de Dios, escritos en el Evangelio. La misma turba que está con el Señor, calla a los que claman; es decir, obstaculiza a los que obran el bien, no sea que con su perseverancia sean curados.
Clamen ellos, no se cansen ni se dejen arrastrar por la autoridad de la masa; no imiten siquiera a los que, cristianos desde antiguo, viven mal y sienten envidia de las buenas obras. No digan: "¡Vivamos como la gran multitud!". ¿Y por qué no como ordena el Evangelio? ¿Por qué quieres vivir conforme a la reprensión de la turba que impide gritar, y no según las huellas de Cristo que pasa? Te insultarán, te vituperarán, te llamarán para que vuelvas atrás. Tú clama hasta que tu grito llegue a oídos de Jesús. Pues quienes perseveraren en obrar lo que ordenó Cristo, sin hacer caso de la muchedumbre que lo prohíbe, y no se ensoberbecieren por el hecho de que parecen seguir a Cristo-esto es, por llamarse cristianos-, sino que tuvieren más amor a la luz que Cristo les ha de restituir que temor al estrépito de los que les prohíben; éstos en modo alguno se verán separados: Cristo se detendrá y los sanará (...)
En pocas palabras, para terminar este sermón, hermanos, en aquello que tanto nos toca y nos angustia, ved que es la muchedumbre la que reprende a los ciegos que gritan. Todos los que estáis en medio de la turba y queréis ser sanados, no os asustéis. Muchos son cristianos de nombre e impíos por las obras: que no os aparten de hacer el bien. Gritad en medio de la muchedumbre que os reprende, os llama para que volváis atrás, os insulta y vive perversamente.
Mirad que los malos cristianos no sólo oprimen a los buenos con las palabras, sino también con las malas obras. Un buen cristiano no quiere asistir a los espectáculos: por el mismo hecho de frenar su concupiscencia para no acudir al teatro, ya grita en pos de Cristo, ya clama que le sane: "Otros van -dirá-, pero serán paganos, o judíos". Si los cristianos no fueran a los teatros, habría tan poca gente, que los demás se retirarían llenos de vergüenza. Pero los cristianos corren también hacia allá, llevando su santo nombre a lo que es su perdición. Clama, pues, negándote a ir, reprimiendo en tu corazón la concupiscencia temporal, y manténte en ese clamor fuerte y perseverante ante los oídos del Salvador, para que se detenga y te cure. Clama aun en medio de la muchedumbre, no pierdas la confianza en los oídos del Señor. Aquellos ciegos no gritaron desde el lado en el que no estaba la muchedumbre, para ser oídos desde allí, sin el estorbo de quienes les prohibían. Clamaron en medio de la turba y, no obstante, el Señor les escuchó. Hacedlo así vosotros también, en medio de los pecadores y lujuriosos, en medio de los amantes de las vanidades mundanas. Clamad ahí para que os sane el Señor. No gritéis desde otra parte, no vayáis a los herejes para clamar desde allí. Considerad, hermanos, que en medio de aquella muchedumbre que impedía gritar, allí mismo fueron sanados los que clamaban

Lo extraordinario de lo ordinario

(Comentario Evangelio de San Juan, Jn 8, 1)

El milagro con el que Nuestro Señor Jesucristo convirtió el agua en vino no es una maravilla a los ojos de quienes saben que fue obrado por Dios. En efecto, el que durante las bodas produjo el vino en las seis ánforas que mandó llenar de agua, es el mismo que todos los años hace algo semejante en las vides. Lo que los servidores echaron en las hidrias, fue transformado en vino por obra de Dios, lo mismo que también por obra de El se cambia en vino lo que cae de las nubes. Si no nos maravillamos de esto, es porque sucede todos los años y por la frecuencia ha dejado de ser admirable
Sin embargo, esto merecería mayor consideración de lo que sucede dentro de las ánforas con agua. ¿Quién puede, en efecto, considerar las obras del Señor, con las que rige y gobierna el mundo entero, sin pasmarse de asombro ni quedar como aplastado ante tantos prodigios? La potencia de un grano de semilla cualquiera es tan grande que casi hace estremecer de espanto a quien lo considera con cuidado. Pero como los hombres, ocupados en otras cosas, han dejado de prestar atención a las obras de Dios, por las que sin cesar deberían glorificar al Creador, Dios se reservó hacer prodigios inusitados para inducir a los hombres, que están como amodorrados, a adorarlo a través de estas maravillas
Resucita a un muerto, y los hombres se llenan de admiración, nacen miles de personas todos los días, y ninguno se extraña. Sin embargo, si se examina bien, mayor milagro es el comenzar a ser quien no era, que el retornar a la vida quien ya había sido. Y es el mismo Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, quien mediante su Verbo hace estas maravillas, y el que las ha hecho, las gobierna. Los primeros milagros los ha obrado por medio de su Verbo, que está en Él y es Dios mismo; los segundos, por medio de su mismo Verbo encarnado y hecho hombre por nosotros. Del mismo modo que admiramos las cosas realizadas por medio de Jesús hombre, admiremos las obradas por medio de Jesús Dios. Por medio de Él, fueron creados el cielo y la tierra, el mar y toda la hermosura del cielo, la opulencia de la tierra y la fecundidad de los mares. Todo lo que se extiende delante de nuestra vista, fue creado por medio de Jesús Dios. Al contemplar estas cosas, si en nosotros reside su Espíritu, nos alegrarán de tal forma que alabaremos al Artífice, y no harán que lo olvidemos, distraídos por sus obras, ni que volvamos la espalda al que las creó

Vivir la pureza en todos los estados

(Sermón 132)

Según hemos oído, al leerse el Santo Evangelio, Nuestro Señor Jesucristo nos exhorta a comer su carne y a beber su sangre (cfr. Jn 6, 56 ss), ofreciéndonos por ello la vida eterna. No todos los que oísteis estas palabras las habréis comprendido. Los que ya habéis sido bautizados, y sois fieles, conocéis su significado. Los que todavía sois catecúmenos, y os llamáis auditores, habéis escuchado la lectura quizá sin entenderla. A unos y otros se dirige nuestro sermón. Los que ya comen la carne del Señor y beben su sangre, mediten lo que comen y beben, no sea que-como dice el Apóstol - - coman y beban su propia condenación (cfr. 1Co 11, 29). Los que todavía no comen ni beben, apresúrense a venir a este banquete, al cual han sido invitados (...)
Si deben ser exhortados los catecúmenos, hermanos míos, para que no se demoren en venir a la gracia de la regeneración, ¡cuánto más cuidado hemos de poner en edificar a los fieles para que les aproveche lo que comen, y no coman y beban su propio juicio cuando se acercan al banquete eucarístico! Para que no les suceda eso, lleven una vida recta. Sed predicadores no con sermones, sino con vuestras buenas costumbres, a fin de que, los que aun no han sido bautizados, se apresuren de tal manera a seguiros que no perezcan imitándoos.
Los que estáis casados, guardad la fe conyugal a vuestras mujeres, y dadles lo que de ellas exigís. Exiges de tu mujer que sea casta; pues tú tienes obligación de darle ejemplo, no palabras. Mira bien cómo te comportas, pues eres la cabeza y estás obligado a caminar por donde ella pueda ir sin peligro de perderse. Más aún: tienes obligación de recorrer la senda por donde quieres que ande ella. Exiges fortaleza al sexo menos fuerte, y los dos tenéis la concupiscencia de la carne: pues el que se considera más fuerte, sea el primero en vencer
Sin embargo, es muy de lamentar que muchos maridos sean superados por sus mujeres. Guardan ellas la castidad que ellos se niegan a mantener, pensando que la virilidad reside precisamente en no guardarla como si fuera más fuerte el sexo que más fácilmente es dominado por el enemigo. ¡Es preciso luchar, combatir, pelear! El varón es más fuerte que la mujer, es la cabeza de ella (cfr. Ef 5, 23). Lucha y vence ella, ¿y sucumbes tú ante el enemigo? ¿Queda el cuerpo de pie, y rueda la cabeza por el suelo?
Los que todavía sois solteros, y os acercáis a la mesa del Señor, y coméis la carne de Cristo y bebéis su sangre, si habéis de casaros, reservaos para las que han de ser vuestras esposas. Tal como queréis que vengan ellas a vosotros, así os deben encontrar. ¿Qué joven hay que no desee casarse con una mujer casta? Si es virgen la que has de recibir en matrimonio, ¿no deseas encontrarla totalmente intacta? Si así la quieres, sé tú como la quieres. ¿Buscas una mujer pura? No seas tú impuro
¿Te es acaso imposible la pureza que reclamas en ella? Si fuera imposible para ti, también lo sería para ella. Pero, si ella puede ser pura, con su pureza te enseña lo que tienes obligación de ser. Ella puede porque la guía Dios. Además, más gloriosa sería la virtud en ti que en ella. ¿Sabes por qué? Porque ella está bajo la vigilancia de sus padres y la misma vergüenza de su sexo la contiene; porque teme las leyes que tú atropellas. Luego si tú hicieras lo que ella hace, serías más digno de alabanza, porque sería prueba clara de que temes a Dios. Ella tiene muchas cosas que temer además de Dios; pero tú sólo temes a Dios.
El que tú temes es mayor que todos y es preciso que se le tema en público y en privado. Sales de tu casa, y te ve; entras, y te ve también. No importa que tengas la casa iluminada o que la tengas a oscuras: te ve. Es lo mismo que entres en tu dormitorio o en el interior de tu propio corazón, porque no podrás sustraerte a sus miradas. Teme, por tanto, al que te ve siempre; témele y sé casto, al menos por eso. Pero si deseas pecar, busca -si puedes-un sitio donde Dios no te vea, y entonces haz lo que quieras.
En cuanto a los que habéis decidido guardaros totalmente para Dios, castigad vuestro cuerpo con más rigor y no soltéis el freno a la concupiscencia ni siquiera en las cosas que os están permitidas. No basta con que os abstengáis de relaciones ilícitas, sino que incluso habéis de renunciar a las miradas lícitas. Tanto si sois hombres como si sois mujeres, acordaos siempre de llevar sobre la tierra una vida semejante a la de los ángeles. Los ángeles no se casan ni son dados en matrimonio, y así seremos todos después de la resurrección (cfr. Mt 22, 30). ¿Cuánto mejores sois vosotros, que comenzáis a ser antes de la muerte aquello que serán los hombres después de resucitar?
Sed fieles en el estado de vida que tengáis, para recibir a su tiempo la recompensa que Dios tiene reservada a cada uno. La resurrección de los muertos ha sido comparada a las estrellas del cielo. Las estrellas-dice el Apóstol-brillan de distinta manera unas que otras. Así sucederá en la resurrección de los muertos (1Co 15, 41). Una será la luz de la virginidad, otra la de la castidad conyugal, otra la de la santa viudez. Lucirán de distintos modos, pero todas estarán allí. No será idéntico el resplandor, pero será común la gloria eterna
Meditad seriamente;amente en vuestra condición, guardad vuestros deberes de estado con fidelidad, y acercaos confiadamente a la carne y a la sangre del Señor. El que no sea como tiene obligación de ser, que no se acerque. ¡Ojalá sirvan mis palabras para excitaros al arrepentimiento! Alégrense los que saben guardar para su cónyuge lo que de su cónyuge exigen; alégrense los que saben guardar castidad perfecta, si así lo han prometido a Dios. Sin embargo, otros se contristan cuando me oyen decir: que no se acerquen a recibir el pan del cielo los que se niegan a ser castos. Yo no quisiera tener que decir esto, pero ¿qué voy a hacer? ¿he de callar la verdad por temor a los hombres? Porque esos siervos no teman a su Señor, ¿no habré de temerle yo tampoco? Pues está escrito: tenías obligación de dar y sabías que yo era exigente (cfr. Mt 25, 26)
Ya he dado, Señor y Dios mio; he entregado tu dinero en presencia tuya y de tus ángeles y de todo el pueblo, pues temo tu santo juicio. He dado lo que me mandaste dar; exige tú lo que tienes derecho a recibir. Aunque yo me calle, has de hacer lo que conviene a tu justicia. Mas permite que te diga: he distribuido tus riquezas; ahora te suplico que conviertas los corazones y perdones a los pecadores. Haz que sean castos los que han sido impúdicos, para que en compañía de ellos pueda yo alegrarme delante de Ti, cuando vengas a juzgar.
¿Os agrada esto, hermanos míos? Pues que sea ésta vuestra voluntad. Todos los que no vivís limpiamente, enmendaos ahora, mientras aún estáis sobre la tierra. Yo puedo deciros lo que Dios me manda comunicaros; pero a los impuros que perseveren en su maldad, no podré librarlos del juicio y de la condenación de Dios.

El servicio episcopal

(Sermón 340 A, 1 - 9)

El que preside a un pueblo debe tener presente, ante todo, que es siervo de muchos. Y eso no ha de tomarlo como una deshonra; no ha de tomar como una deshonra, repito, el ser siervo de muchos, porque ni siquiera el Señor de los señores desdeñó el servirnos a nosotros. De la hez de la carne se les había infiltrado a los discípulos de Cristo, nuestros Apóstoles, un cierto deseo de grandeza, y el humo de la vanidad había comenzado a llegar ya a sus ojos. Pues, según leemos en el Evangelio, surgió entre ellos una disputa sobre quién sería el mayor (Lc 22, 24). Pero el Señor, médico que se hallaba presente, atajó aquel tumor. Cuando vio el mal que había dado origen a aquella disputa, poniendo delante algunos niños, dijo a los Apóstoles: quien no se haga como este niño no entrará en el reino de los cielos (Mt 18, 3). En la persona del niño les recomendó la humildad. Pero no quiso que los suyos tuviesen mente de niño, diciendo el Apóstol en otro lugar: no os hagáis como niños en la forma de pensar. Y añadió: pero sed niños en la malicia, para ser perfectos en el juicio (1Co 14, 20) (...). Dirigiéndose el Señor a los Apóstoles y confirmándolos en la santa humildad, tras haberles propuesto el ejemplo del niño, les dijo: quien de vosotros quiera ser el mayor, sea vuestro servidor (Mt 20, 26) (...)
Por tanto, para decirlo en breves palabras, somos vuestros siervos, siervos vuestros, pero, a la vez, siervos como vosotros; somos siervos vuestros, pero todos tenemos un único Señor; somos siervos vuestros, pero en Jesús, como dice el Apóstol: nosotros, en cambio, somos siervos vuestros por Jesús (2Co 4, 5). Somos siervos vuestros por Él, que nos hace también libres; dice a los que creen en Él: si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres (Jn 8, 36). ¿Dudaré, pues, en hacerme siervo por Aquél que, si no me libera, permaneceré en una esclavitud sin redención? Se nos ha puesto al frente de vosotros y somos vuestros siervos; presidimos, pero sólo si somos útiles. Veamos, por tanto, en qué es siervo el obispo que preside. En lo mismo en que lo fue el Señor. Cuando dijo a sus Apóstoles: quien de vosotros quiera ser el mayor, sea vuestro servidor (Mt 20, 26), para que la soberbia humana no se sintiese molesta por ese nombre servil, inmediatamente los consoló, poniéndose a sí mismo como ejemplo en el cumplimiento de aquello a lo que los había exhortado (...)
¿Qué significan, pues, sus palabras: igual que el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir? (Mt 20, 28). Escucha lo que sigue: no vino, dijo, a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos (Ibid.). He aquí cómo sirvió el Señor, he aquí cómo nos mandó que fuéramos siervos. Dio su vida en rescate por muchos: nos redimió. ¿Quién de nosotros es capaz de redimir a otro? Con su sangre y con su muerte hemos sido redimidos; con su humildad hemos sido levantados, caídos como estábamos; pero también nosotros debemos aportar nuestro granito de arena en favor de sus miembros, puesto que nos hemos convertido en miembros suyos: Él es la cabeza, nosotros el cuerpo (...)
Ciertamente es bueno para nosotros el ser buenos obispos que presidan como deben y no sólo de nombre; esto es bueno para nosotros. A quienes son así se les promete una gran recompensa. Mas, si no somos así, sino -lo que Dios no quiera-malos; si buscáramos nuestro honor por nosotros mismos, si descuidáramos los preceptos de Dios sin tener en cuenta vuestra salvación, nos esperan tormentos tanto mayores como mayores son los premios prometidos. Lejos de nosotros esto; orad por nosotros. Cuanto más elevado es el lugar en que estamos, tanto mayor el peligro en que nos encontramos (...)
Así, pues, que el Señor me conceda, con la ayuda de vuestras oraciones, ser y perseverar, siendo hasta el final lo que queréis que sea todos los que me queréis bien y lo que quiere que sea quien me llamó y mandó; ayúdeme Él a cumplir lo que me mandó. Pero sea como sea el obispo, vuestra esperanza no ha de apoyarse en él. Dejo de lado mi persona; os hablo como obispo: quiero que seáis para mí causa de alegría, no de hinchazón. A nadie absolutamente que encuentre poniendo la esperanza en mí puedo felicitarle; necesita corrección, no confirmación; ha de cambiar, no quedarse donde está. Si no puedo advertirselo, me causa dolor; en cambio, si puedo hacerlo, ya no
Ahora os hablo en nombre de Cristo a vosotros, pueblo de Dios; os hablo en nombre de la Iglesia de Dios, os hablo yo, un siervo cualquiera de Dios: vuestra esperanza no esté en nosotros, no esté en los hombres. Si somos buenos, somos siervos; si somos malos, somos siervos; pero, si somos buenos, somos servidores fieles, servidores de verdad. Fijaos en lo que os servimos: si tenéis hambre y no queréis ser ingratos, observad de qué despensa se sacan los manjares. No te preocupe el plato en que se te ponga lo que tú estás ávido de comer. En la gran casa del padre de familia hay no sólo vajilla de oro y plata, sino también de barro (2Tm 2, 20). Hay vasos de plata, de oro y de barro. Tú mira sólo si tiene pan y de quién es el pan y quién lo da a quien lo sirve. Mirad a Aquél de quien estoy hablando, el Dador de este pan que se os sirve. Él mismo es el pan: Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo (Jn 6, 51). Así, pues, os servimos a Cristo en su lugar: os servimos a El, pero bajo sus órdenes; para que Él llegue hasta vosotros, sea Él mismo el juez de nuestro servicio.

La fe de Maria

(Sermón 72 A, 3, 7 - 8)

Mientras hablaba a las turbas, su madre y sus hermanos estaban fuera, queriendo hablar con Él. Alguien se lo indicó, diciendo: mira, tu Madre y tus hermanos están fuera, quieren hablar contigo. Y Él dijo: ¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo la mano sobre sus discípulos, repuso: éstos son mi madre y mis hermanos. Todo aquel que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mt 12, 46 - 50)
¿Por qué Cristo desdeñó piadosamente a su Madre? No se trataba de una madre cualquiera, sino de una Madre virgen. María, en efecto, recibió el don de la fecundidad sin menoscabo de su integridad: fue virgen al concebir, en el parto y perpetuamente. Sin embargo, el Señor relegó a una Madre tan excelente para que el afecto materno no le impidiera realizar la obra comenzada
¿Qué hacía Cristo? Evangelizaba a las gentes, destruía al hombre viejo y edificaba uno nuevo, libertaba a las almas, desencadenaba a los presos, iluminaba las inteligencias oscurecidas, realizaba toda clase de obras buenas. Todo su ser se abrasaba en tan santa empresa. Y en ese momento le anunciaron el afecto de la carne. Ya oísteis lo que respondió, ¿para qué voy a repetirlo? Estén atentas las madres, para que con su cariño no dificulten las obras buenas de sus hijos. Y si pretenden impedirlas o ponen obstáculos para retrasar lo que no pueden anular, sean despreciadas por sus hijos. Más aún, me atrevo a decir que sean desdeñadas, desdeñadas por piedad. Si la Virgen María fue tratada así, ¿por qué ha de enojarse la mujer -casada o viuda-, cuando su hijo, dispuesto a obrar el bien, la desprecie? Me dirás: entonces, ¿comparas a mi hijo con Cristo? Y te respondo: No, no lo comparo con Cristo, ni a ti con María. Cristo no condenó el afecto materno, pero mostró con su ejemplo sublime que se debe postergar a la propia madre para realizar la obra de Dios (...)
¿Acaso la Virgen María - elegida para que de Ella nos naciera la salvación y creada por Cristo antes de que Cristo fuese en Ella creado - , no cumplía la voluntad del Padre? Sin duda la cumplió, y perfectamente. Santa María, que por la fe creyó y concibió, tuvo en más ser discípula de Cristo que Madre de Cristo. Recibió mayores dichas como discípula que como Madre
María era ya bienaventurada antes de dar a luz, porque llevaba en su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo. Al ver al Señor que caminaba entre la multitud y hacía milagros, una mujer exclamó: ¡bienaventurado el vientre que te llevó! (Lc 11, 27). Pero el Señor, para que no buscáramos la felicidad en la carne, ¿qué responde?: bienaventurados, más bien, los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc 11, 28). Luego María es bienaventurada porque oyó la palabra de Dios y la guardó: conservó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Cristo es Verdad, Cristo es Carne. Cristo Verdad estaba en el alma de María, Cristo Carne se encerraba en su seno; pero lo que se encuentra en el alma es mejor que lo que se concibe en el vientre
María es Santísima y Bienaventurada. Sin embargo, la Iglesia es más perfecta que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de la Iglesia, un miembro santo, excelente, supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero. El Señor es la Cabeza, y el Cristo total es Cabeza y cuerpo. ¿Qué diré entonces? Nuestra Cabeza es divina: tenemos a Dios como Cabeza
Vosotros, carísimos, también sois miembros de Cristo, sois cuerpo de Cristo. Ved cómo sois lo que Él dijo: he aquí mi madre y mis hermanos (Mt 12, 49). ¿Cómo seréis madre de Cristo? El Señor mismo nos responde: todo el que escucha y hace la Voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, mi hermana y mi madre (Mt 12, 50). Mirad, entiendo lo de hermano y lo de hermana, porque única es la herencia; y descubro en estas palabras la misericordia de Cristo: siendo el Unigénito, quiso que fuéramos herederos del Padre, coherederos con Él. Su herencia es tal, que no puede disminuir aunque participe de ella una muchedumbre. Entiendo, pues, que somos hermanos de Cristo, y que las mujeres santas y fieles son hermanas suyas. Pero ¿cómo podemos interpretar que también somos madres de Cristo? ¿Me atreveré a decir que lo somos? Sí, me atrevo a decirlo. Si antes afirmé que sois hermanos de Cristo, ¿cómo no voy a afirmar ahora que sois su madre?, ¿acaso podría negar las palabras de Cristo?
Sabemos que la Iglesia es Esposa de Cristo, y también, aunque sea más difícil de entender, que es su Madre. La Virgen María se adelantó como tipo de la Iglesia. ¿Por qué -os pregunto- es María Madre de Cristo, sino porque dio a luz a los miembros de Cristo? Y a vosotros, miembros de Cristo, ¿quién os ha dado a luz? Oigo la voz de vuestro corazón: La Madre Iglesia! Semejante a María, esta Madre santa y honrada, al mismo tiempo da a luz y es virgen
Vosotros mismos sois prueba de lo primero: habéis nacido de Ella, al igual que Cristo, de quien sois miembros. De su virginidad no me faltarán testimonios divinos. Adelántate al pueblo, bienaventurado Pablo, y sírveme de testigo. Alza la voz para decir lo que quiero afirmar: os he desposado con un varón, presentándoos como virgen casta ante Cristo; pero temo que así como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así también pierdan vuestras mentes la castidad que está en Cristo Jesús (2Co 11, 2 - 3). Conservad, pues, la virginidad en vuestras almas, que es la integridad de la fe católica. Allí donde Eva fue corrompida por la palabra de la serpiente, allí debe ser virgen la Iglesia con la gracia del Omnipotente
Por lo tanto, los miembros de Cristo den a luz en la mente, como María alumbró a Cristo en su seno, permaneciendo virgen. De ese modo seréis madres de Cristo. Ese parentesco no os debe extrañar ni repugnar: fuisteis hijos, sed también madres. Al ser bautizados, nacisteis como miembros de Cristo, fuisteis hijos de la Madre. Traed ahora al lavatorio del Bautismo a los que podáis; y así como fuisteis hijos por vuestro nacimiento, podréis ser madres de Cristo conduciendo a los que van a renacer

Plegaria a la Santísima Trinidad

(Sobre la Trinidad, XV; 28)

Señor y Dios mío, en Ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No diría la Verdad: id, bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28, 19), si no fueras Trinidad. Y no mandarías a tus siervos ser bautizados, mi Dios y Señor, en el nombre de quien no es Dios y Señor. Y si Tú, Señor, no fueras al mismo tiempo Trinidad y un solo Dios y Señor, no diría la palabra divina: escucha, Israel; el Señor, tu Dios, es un Dios único (Dt 6, 4). Y si Tú mismo fueras Dios Padre y fueras también Hijo, tu palabra Jesucristo, y el Espíritu Santo fuera vuestro Don, no leeríamos en las Escrituras canónicas: envió Dios a su Hijo (Ga 4, 13); y Tú, ¡oh Unigénito!, no dirías del Espíritu Santo: que el Padre enviará en mi nombre (Jn 14, 26); y: que Yo os enviaré de parte del Padre (Jn 15, 26)
Fija la mirada de mi atención en esta regla de fe, te he buscado según mis fuerzas y en la medida que Tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y disputé y me afané mucho. Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte; haz que ansíe siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste que te encontrara y me has dado esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad: sana ésta, conserva aquélla. Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia, si me abres, recibe al que entra; si me cierras, abre al que llama. Haz que me acuerde de Ti, que te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta mi reforma completa
Sé que está escrito: en las muchas palabras no estás exento de pecado (Pr 10, 19). ¡Ojalá sólo abriera mis labios para predicar tu palabra y cantar tus alabanzas! Evitaría así el pecado y adquiriría abundancia de méritos aun en la muchedumbre de mis palabras. Aquel varón a quien Tú amaste no ha aconsejado el pecado a su verdadero hijo en la fe, cuando le escribe: predica la palabra, insiste con ocasión y sin ella (2Tm 4, 2). ¿Acaso se podrá decir que no habló mucho el que oportuna e importunamente anunció, Señor, tu palabra? No, no era mucho, pues todo era necesario. Líbrame, Dios mío, de la muchedumbre de palabras que padezco dentro de mi alma, miserable en tu presencia, pero que se refugia en tu misericordia
Cuando callan mis labios, que mis pensamientos no guarden silencio. Si sólo pensara en las cosas que son de tu agrado, no te rogaría que me librases de la abundancia de mis palabras. Pero muchos son mis pensamientos; Tú los conoces. Son pensamientos humanos, pues vanos son. Otórgame no consentir en ellos, sino haz que pueda rechazarlos cuando siento su caricia. No permitas nunca que me detenga adormecido en sus halagos. Jamás ejerzan sobre mí su poderío ni pesen en mis acciones. Con tu ayuda protectora, sea mi juicio seguro y mi conciencia esté al abrigo de su influjo
Hablando el Sabio de Ti en su libro, hoy conocido con el nombre de Eclesiástico, dice: muchas cosas diríamos sin acabar nunca; sea la conclusión de nuestro discurso: Él lo es todo (Si 43, 29)
Cuando lleguemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos sin entenderlas, y Tú permanecerás todo en todos. Entonces modularemos un cántico eterno, alabándote a un tiempo unidos todos en Ti

Dios, felicidad del hombre

Presentarnos un florilegio del pensamiento agustiniano sobre el tema de Dios como felicidad del hombre

A) El objeto de la felicidad: sus condiciones
"Todos deseamos vivir felices. No hay nadie en el género humano que no esté conforme con este pensamiento, aun antes de haber yo acabado su expresión. Ahora bien, según mi modo de ver, no puede llamarse feliz el que no tiene lo que ama, sea lo que fuere; ni el que tiene lo que ama, si es pernicioso; ni el que no ama lo que tiene, aun cuando sea lo mejor. Porque el que desea lo que no puede conseguir, vive en un tormento. El que consigue lo que no es deseable, se engaña. Y el que no desea lo que debe desearse' está enfermo. Cualquiera de estos tres supuestos hace que nos sintamos desgraciados, y la desgracia y la felicidad no pueden coexistir en un mismo hombre. Por lo tanto, ninguno de estos seres es feliz. Quédanos otra cuarta solución, y es, a mi parecer, que la vida es feliz cuando se posee y se arna lo que es mejor para el hombre. ¿En qué está el disfrutar una cosa sino en tener a mano lo que se ama? No hay nadie que sea feliz si no disfruta aquello que es lo mejor, y todo el que lo disfruta es feliz; por lo tanto, si queremos vivir felices, debemos poseer lo que es mejor para nosotros" (De mor. Eccl. cath. 1, 3, 4: BAC. Obras t. 4 p.264; PL 32, 13124)

B) La felicidad está en la perfección del alma
a) LO MEJOR PARA EL HOMBRE
"Síguese de lo dicho que debemos buscar lo mejor para el hombre. Esto, desde luego, no puede ser cosa alguna que sea peor que él, porque lo que sea peor que él lo envilecería... ¿Será quizás otro hombre como él? Pudiera serlo, si no hubiese nada superior al hombre y susceptible de ser gozado por éste. Pero, si encontramos algo más excelente que pueda ser objeto del amor del hombre, no habrá duda de que debe el hombre esforzarse en conseguirlo para ser feliz. Pues si la felicidad consiste en conseguir aquel bien que no tiene ni puede tener superior, a saber, el bien optimo, ¿cómo podremos decir que lo es la persona que no ha alcanzado su bien supremo? ¿Y cómo puede haber alcanzado el bien supremo si hay algo mejor a lo que pueda llegar?"

b) LA FELICIDAD DEL HOMBRE ES LA FELICIDAD DEL ALMA
"Además, este bien debe ser de tal condición que no se pueda perder contra nuestra voluntad, porque nadie puede confiar en un bien si teme que se lo quiten aun queriendo conservarlo y abrazarse a él. El que no está seguro en el bien de que goza, no puede ser feliz mientras vive con ese temor" (ibid. 3, 5). Debemos, pues, buscar qué es lo que hay mejor para el hombre. Ahora bien, el hombre es un compuesto de alma y cuerpo, y, desde luego, la perfección del hombre no puede residir en este último (ibid. 4, 6). La razón es fácil: el alma es muy superior a todos los elementos del cuerpo, luego el sumo bien del mismo cuerpo no puede ser ni su placer, ni su belleza, ni su agilidad. Todo ello depende del alma, hasta su misma vida. Por tanto, si encontrásemos algo superior al alma y que la perfeccionara, eso sería el bien hasta del mismo cuerpo. Suponed que un auriga alimente, cuide y guie a sus caballos siguiendo mis consejos, ¿no soy yo el bien de esos caballos? Luego lo que perfeccione al alma será la felicidad del hombre (ibid. 5, 7 - 8)

C) La felicidad es Dios
Nadie duda que la virtud es la perfección del alma. Ahora bien, esta virtud, o es el alma misma, o es algo fuera de ella. Decir que la virtud es el alma misma equivale a un absurdo, porque el alma imperfecta, sin virtud, encontraría su perfección en poseerse a si misma, esto es, en poseer una cosa imperfecta. Luego la virtud es algo que está fuera del alma, y si no queréis darle este nombre porque lo reserváis para los hábitos y cualidades de la misma alma, entonces me referiré a aquello que hace que la virtud sea posible (ibid. 6, 9). "Esto que confiere al alma que la busca, la virtud y la sabiduría, o es un hombre sabio o es Dios". El hombre no lo es, porque falla aquella condición de la inamisibilidad; "queda, pues, sólo Dios. El seguirlo está bien; el conseguirlo, no sólo bien, sino que es vivir feliz". Evidentemente me dirijo a aquellos que creen en Dios (ibid. 6, 10). Bien claro nos lo dice la Sagrada Escritura: Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma (Mt 22, 23). ¿Quieres más? Sí quisiera, si fuera posible. ¿Qué te dice Pablo? Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman... Si Dios está por nosotros, quién contra nosotros?... ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? La desnudez? (Rm 8, 28~35). En Dios tenemos el compendio de todos los bienes. Dios es nuestro sumo bien. Ni debemos quedarnos más bajo ni buscar más arriba. Lo primero sería peligroso; lo segundo, imposible (lbid.)

D) Deseo innato de la felicidad
La sabiduría, el conocer y poseer la verdad, es la felicidad para San Agustín. La opinión de los hombres es muy diferente acerca de dónde se encuentra la verdadera sabiduría; unos la colocan en el arte militar, otros en sus negocios, etc. "Si, pues, consta que todos queremos ser bienaventurados, igualmente consta que todos queremos ser sabios, porque nadie que no sea sabio es bienaventurado, y nadie es bienaventurado sin la posesión del bien sumo, que consiste en el conocimiento y posesión de aquella verdad que llamamos sabiduría. Y así como, antes de ser felices, tenemos impresa en nuestra mente la noción de felicidad, puesto que en su virtud sabemos y decimos con toda confianza, y sin duda alguna, que queremos ser dichosos, así también, antes de ser sabios, tenemos en nuestra mente la noción de la sabiduría, en virtud de la cual, cada uno de nosotros, si se le pregunta si quiere ser sabio, responde sin sombra de duda que sí, que lo quiere" (De lib. arbit. 9, 25 - 26: BAC Obras de San Agustín t.3 p 351 - 353; PL 32, 1254)

E) La felicidad consiste en conocer y poseer a Dios
San Agustín dedica el capítulo 12 del libro Sobre el libre albedrío a demostrar la existencia de una verdad fuera de nuestra inteligencia y superior a ella. Basa su prueba en el hecho de que diversas inteligencias ven una misma verdad, y, por otra parte, esas inteligencias son tornadizas, y la verdad, inmutable. Por lo tanto, existe una verdad superior a nuestra razón. Esa verdad debe de ser nuestro sumo bien

a) VARIOS GÉNEROS DE FELICIDAD INSATISFACTORIOS
'Te prometí demostrarte... que había algo que era mucho más sublime que nuestro espíritu y que nuestra razón. Aquí lo tienes: es la misma verdad. Abrázala, si puedes; goza de ella, y alégrate en el Señor y te concederá las peticiones de tu corazón (Sal 38, 4). Porque ¿qué más pides tú que ser dichoso? ¿Y quién más dichoso que el que goza de la inconcusa, incommnutable y excelentísima verdad?"... "Los hombres dicen que son felices cuando tienen entre sus brazos los cuerpos hermosos, ardientemente deseados, ya de las cónyuges, ya de las meretrices, ¿y dudamos nosotros llegar a ser felices abrazándonos con la verdad? Se tienen los hombres por felices cuando, secas las fauces por el ardor de la sed, llegan a una fuente abundante y salubre, o cuando, hambrientos, encuentran una comida o cena bien condimentada, ¿y negaremos nosotros que somos felices cuando la verdad sacia nuestra sed y nuestra hambre?"... "Con frecuencia oímos decir a muchos que son dichosos porque se acuestan entre rosas y otras flores, o también porque recrean su olfato con los perfumes más aromáticos; pero ¿qué cosa hay más aromática y agradable que la inspiración de la verdad? ¿Y dudamos proclamar que somos bienaventurados cuando ella nos inspira?"... "Muchos hacen consistir la bienaventuranza de la vida en el canto de la voz humana y en el sonido de la lira y de la flauta, y cuando estas cosas les faltan se consideran miserables y cuando las tienen saltan de alegría; y nosotros, sintiendo en nuestras almas suavemente y sin el menor ruido el sublime, armonioso y elocuente silencio de la verdad, si así puede decirse, ¿buscaremos otra vida rnás dichosa y no gozaremos de la tan cierta y presente a nuestras almas?". . . "Cuando los hombres encuentran sus delicias en contemplar el brillo del oro y de la plata, el de las piedras preciosas y de los demás colores, o en la contemplación del esplendor y encanto de la misma luz que ilumina nuestros carnales ojos, ora proceda ella del fuego de la tierra, ora de las estrellas, o de la luna, o del sol, y de este placer no les aparta ni la necesidad ni molestias de ningún género, y les parece que son dichosos, y por gozar de ellas quisieran vivir si empre, ¿temeremos nosotros hacer consistir la vida bienaventurada en la contemplación del esplendor de la verdad?"

b) LA VERDAD, SUPREMA FELICIDAD
"Todo lo contrario, y puesto que en la verdad se conoce y se posee el bien sumo, y la verdad es la sabiduría, fijemos en ella nuestra mente y apoderémonos así del bien sumo y gocemos de él, pues bienaventurado el que goza del sumo bien..." "Esta, la verdad, es la que contiene en sí todos los bienes que son verdaderos, y de los que los hombres inteligentes, según la capacidad de su penetración, eligen para su dicha uno o varios. Pero así como entre los hombres hay quienes a la luz del sol eligen los objetos, que contemplan con agrado, y en contemplarlos ponen todos sus encantos y quienes, teniendo una vista más vigorosa, más sana y potentisima, a nada miran con más placer que al sol, que ilumina también las demás cosas, en cuya contemplación se recrean los ojos más débiles, así también, cuando una poderosa inteligencia descubre y ve con certeza la multitud de cosas que hay inconmutablemente verdaderas, se orienta hacia la misma verdad, que todo lo ilumina, y, adhiriéndose a ella, parece como que se olvida de todas las demás cosas, y, gozando de ella, goza a la vez de todas las demás, porque cuanto hay de agradable en todas las cosas verdaderas lo es precisamente en virtud de la misma verdad"

c) LIBERTAD, FELICIDAD Y VERDAD SUPREMAS
"En esto consiste también nuestra libertad, en someternos a esta verdad suprema; y esta libertad es nuestro mismo Dios, que nos libra de la muerte, es decir, del estado de pecado. La misma verdad hecha hombre y hablando con los hombres, dijo a los que creían en ella: Si fuereis fieles en guardar mi palabras seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn 8, 31 - 32). De ninguna cosa goza el alma con libertad sino de la que goza con seguridad" (cf. De lib. arbit. 13, 35 - 37: BAC, t. 3 p.369 - 73; PL 32, 1260)

d ) DIOS, SUPREMO BIEN DEL HOMBRE
En resumen, "el que busca el modo de conseguir la vida feliz, en realidad no busca otra cosa que la determinación de ese fin bueno en orden a alcanzar un conocimiento cierto e inconcuso de ese sumo bien del hombre, el cual no puede consistir sino en el cuerpo, o en el alma, o en Dios; o en dos de estas cosas o en todas ellas. Una vez que hayas descartado la hipótesis de que el supremo bien del hombre puede consistir en el cuerpo, no queda más que el alma y Dios. Y si consigues advertir que al alma le ocurre lo mismo que al cuerpo, ya no queda más que Dios, en el cual consiste el supremo bien del hombre. No porque las demás cosas sean malas, sino porque bien supremo es aquel al que todo lo demás se refiere. Somos felices cuando disfrutamos de aquello por lo cual se desean los otros bienes, aquello que se anhela por si mismo y no por conseguir otra cosa. Por lo tanto, el fin se halla cuando no queda ya nada por correr no hay referencia ulterior alguna. Allí se encuentra el descanso del deseo, la seguridad de la fruición, el goce tranquilísimo de la buena voluntad" (cf. Epist. 118, 313: BAC, Obras t. 8 p.854; PL 33, 4381

F) Inclinación sobrenatural a Dios

El deseo sobrenatural y la necesidad que tenemos de Dios nos muestra que Dios es nuestro fin. San Agustín se imagina aquella escena del Génesis en que el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, como símbolo del Espíritu Santo, moviéndose sobre el abismo de nuestras almas e impulsándolas hacia arriba
"¿Qué diré de ese peso de los deseos que nos empuja hacia el abismo negro, y del modo como nos levanta el Espíritu Santo, que se mueve sobre las aguas? ¿Cómo explicaré que nos hundimos y que flotamos? ¿Qué semejanza encontraré? Son nuestros afectos, son nuestros amores, son las inmundicias del espíritu humano, que se escurre hacia abajo con el amor de los cuidados y es tu santidad la que nos sube con el amor de la seguridad, para que elevemos nuestro corazón a ti y alcancemos aquel descanso supereminente después que nuestra alma haya atravesado estas aguas que no tienen consistencia (Sal 124, 5)" (cf. Confesiones 13, 7, 8; BAC Obras de San Agustín t.2 p.904 - 910; PL 32.847). "Resbalan los ángeles, resbala el alma del hombre, y todas las criaturas espirituales caerían en el abismo profundo y tenebroso si tú no hubieses dicho desde un principio Hágase la luz (Gen. 1.3), Y la luz se hubiera hecho... Y esta misma miserable inquietud de las almas que resbalan y que nos muestra sus tinieblas, una vez desnudas del vestido de tu luz, nos enseña suficientemente la grandeza de la criatura racional que no puede conseguir el descanso feliz con nada que sea menos que tú y, por lo tanto, nunca en sí misma. Tú, Dios mio, iluminarás nuestras tinieblas (Sal 18, 29)... pues de ti nacen nuestros vestidos, y nuestras tinieblas serán como mediodía (Sal 139, 12). Entreguéme a ti, Dios mío, vuelve a mí; yo te amo, y si te amo poco, te amaré más. No puedo medir y saber cuánto amor tuyo me falta para llegar a la suficiencia y que mi vida alcance tus abrazos y no se separe de ti hasta que pueda esconderme en tu rostro (Sal 31, 21). Sólo sé una cosa, que me va mal fuera de ti, y no sólo fuera de ti, sino hasta en mí mismo, y toda riqueza que no sea mi Dios es pobreza para mí" (ibid. 13, 8, 9)

G) La felicidad exige la eternidad
"Tarde te he amado, ¡oh Hermosura tan antigua y tan nueva!; tarde te he amado, y te tenía dentro, y yo andaba fuera y te buscaba allí y me desparramaba por las cosas hermosas que tú hiciste. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Me sujetaba lejos de ti todo aquello que, si no hubiese estado en ti, hubiera perdido el ser. Y tú me llamaste y tu gritaste y rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste y desvaneciste mi ceguedad; despediste tu fragancia y pude guiar mi espíritu, y ahora te anhelo. Gusté de ti y tengo hambre y sed. Me tocaste, y me ha colmado tu paz" (cf. Confesiones 10, 27, 38: BAC, t.2 p.751, PL 32, 795). "Cuando me uno a ti totalmente, no sufro dolores ni trabajos; mi vida se llena toda de ti, pero, como quiera que tu levantas a los que llenas y ahora no estoy lleno, me soy una carga para mí mismo. Batallan las alegrías mías, que merecen llorarse, con las penas que debían alegrar, y yo no sé distinguir hacia qué parte se inclina la victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Compadécete de mí! Pelean mis tristezas malas con las alegrías buenas, y no sé en qué parte está la victoria. ¡Ay de mí, Señor! ¡Compadécete de mí! ¡Ay de mí! No escondo mis heridas. Tú eres el médico, y yo el enfermo; tú el misericordioso, y yo el mísero. ¿No es acaso una tentación la vida humana en esta tierra? (Jb 7, 1). ¿Hay quien desee sus molestias y dificultades? Tú mismo me mandas que las soporte, pero no que las ame. Nadie ama lo que soporta, aunque ame el tolerarlo. Si bien se alegran de su paciencia, preferirían que no existiera lo que la ocasiona. En medio de la adversidad deseo la prosperidad; en la prosperidad temo la adversidad. Y en medio de todo ello, ¿como no va a ser tentación la vida humana? ¡Ay, una y mil veces, de las prosperidades del siglo, del temor de la adversidad y de la corrupción de la alegría! (ibid. 10, 28, 39)

H) La gloria, esperanza de los hijos adoptivos
a) Haznos ver, ¡oh Yavé!, tus piedades y danos tu ayuda salvadora (Sal 85, 8). Danos tu misericordia, que no es otra cosa sino Cristo, el pan que bajó del cielo. Nos dio a Cristo, pero a Cristo hombre, y el que nos lo dio hombre, nos lo ha de dar también como Dios. A los hombres les dio un hombre, porque no podían verle de otra manera. A Cristo Dios ningún hombre puede verle. Se hizo hombre para los hombres; se reserva en cuanto Dios para los dioses. ¿Estoy hablando quizá soberbiamente? Lo sería si El mismo no hubiese dicho: Sois dioses, sois hijos del Altísimo (Sal 82, 6, y Jn 10, 34). La adopción divina nos renueva, nos trueca en hijos de Dios. Por ahora lo somos, pero sólo por la fe y en la esperanza, no en la realidad... Ahora creemos lo que no vemos; pero, permaneciendo firmes en creer lo que no se ve, conseguiremos ver lo que creemos. Por eso Juan en su Epístola nos dice: Ahora somos hijos de Dios, aunque no se ha manifestado lo que hemos de ser (1Jn 3, 2). ¿Cómo no saltaria de gozo un pobre peregrino, desconocedor de su familia, hambriento y lleno de calamidades, si de repente se le dijera: Eres hijo de un senador, tu padre nada en riquezas y te llama? ¿Cuál no sería su alegría si estas promesas no fueran falsas? Pues ahí tenéis que un Apostol de Cristo, que no miente, se os acerca y dice: ¿Por que desesperáis, por qué os afligís y os quebrantáis de pena, por qué os empeñáis en vivir en la miseria de estos placeres siguiendo vuestras concupiscencias? Tenéis un Padre, tenéis una patria, tenéis un patrimonio. ¿Quien es el Padre?. Somos hijos de Dios. ¿Por qué, pues, no vamos a nuestro Padre? Porque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. ¿Y qué seremos? Seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (ibid.)

b) HERMOSURA DE DIOS
Pero quizás veamos al Padre y no a Cristo. "Oye a Cristo: El que me ve a mí, ve a mi Padre (Jn 14, 9). Cuando se ve al Dios único, se ve a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo... Meditad, hermanos, aquella hermosura. Todas estas cosas que veis y que amáis, las hizo El y si son hermosas, ¿qué no será El mismo? Si son grandes, ¿cuán grande será El? Sírvanos todo esto que amamos para encendernos en deseos mayores de El y, despreciándolas, amarle... ¡Oh Señor!, danos a tu Cristo, conozcamos a tu Cristo, veamos a tu Cristo, no como lo vieron los judíos que lo crucificaron, sino como lo ven los ángeles, que lo ven y gozan" (cf. Enarrat. in Sal 85, 10: PL 36, 1073)

I) Tranquilidad eterna del cielo

a ) "¿Qué recibirán los buenos?...
Os he dicho que estaremos a salvo, viviremos incólumes, gozaremos la vida sin pena, sin hambre. sin sed, sin defecto alguno, con los ojos limpios para la luz. Todo eso os he dicho y, sin embargo, me he callado lo principal. Veremos a Dios, y ésta es tan gran cosa, que en su comparación todo lo anterior es nada... A Dios no puede versele ahora tal y como es; sin embargo, le veremos, por eso se dice que el ojo no vio ni el oído oyó, pero lo verán los buenos, lo verán los piadosos, lo verán los misericordiosos" (Serm. 128, 11PL 38, 711)

b) FELICIDAD ETERNA
"¿Y qué, hermanos? Si os preguntase si queréis ser felices, si queréis vivir sanos, todos me contestaríais que desde luego. Pero una salud y una vida cuyo fin se teme, no es vida. Eso no es vivir siempre, sino temer continuamente Y temer continuamente es ser atormentado sin interrupción y si vuestro tormento es sempiterno, ¿dónde está la vida eterna? Estamos muy seguros de que una vida, para ser feliz, necesita ser eterna; de lo contrario, no sería feliz ni aun siquiera vida, porque, si no es eterna, si no se colma con una saciedad perpetua, no merece el nombre ni de felicidad ni de vida... Cuando lleguemos a aquella vida prometida al que guarde los mandamientos, habré de decir que es eterna? ¿Habré de decir que es feliz? Me basta con decir que es vida porque es vida, es eterna y es feliz. Y cuando la alcancemos podemos estar seguros de que no ha de fenecer. Pues si, una vez llegados a ella, estuviéramos inciertos sobre su futuro temeríamos, y donde hay temor hay tormento, no del cuerpo sino de lo que es más grave, del corazón, y donde hay tormento, ¿cómo podrá haber felicidad? Luego bien seguro es que aquella vida es eterna y no se acabará porque viviremos en aquel reino del que se ha dicho que no tiene fin (Lc 1, 33)" (Serm. 307, 7: PL 38, 1403)

C) SACIEDAD INSACIABLE
"Saciedad insaciable, sin cansancio; siempre hambrientos y siempre saciados. Oye dos sentencias de la Escritura: Los que me comen tendrán más hambre de mi, y los que me beben quedarán sedientos (Si 24, 21). Y para que no pienses que allí puede haber necesidad o hambre, oye al Señor: Quien bebe de esa agua, volverá a tener sed (Jn 4, 1. Pero me preguntas: ¿cuándo será esto? Cuando quiera que sea, tú espera al Señor, ten paciencia, obra virilmente y ensánchese tu corazón: falta menos de lo que ha pasado" (Serm. 170.9 : PL 38, 932)

J) Exhortación final
San Agustín comenta las palabras del Apóstol: Alegraos siempre en el Señor (Flp 4, 4 - 6). El Apóstol nos manda alegrarnos, pero no en el siglo, sino en el Señor. Hay dos gozos diferentes: uno es el gozo de este siglo y otro el gozo de Dios. Hay dos gozos de Dios: uno en esta vida y otro en el cielo. Pero ¿como no me podré alegrar con el gozo de este siglo, si vivo en él? Levantándome sobre este mundo y pensando en Cristo. Cristo está cerca

a) DIOS Y EL HOMBRE
"¿Puede haber dos cosas más lejanas y remotas que Dios y los hombres, el inmortal y los mortales, el justo y los pecadores?... Muy lejos estaba de nosotros, mortales y pecadores, el que era inmortal y justo, pero descendió hasta la tierra para estar muy cercano el que vivía lejos. ¿Y qué hizo? EI tenía dos bienes, y nosotros dos males. El, dos bienes: la justicia y la inmortalidad; nosotros, dos males: la iniquidad y la muerte. Si hubiese asumido nuestros dos males, hubiese sido como uno de nosotros y hubiera necesitado también un liberador. ¿Qué hace, pues, para ser próximo a nosotros? Próximo quiere decir no igual a nosotros. sino cercano. Considera dos cosas: es justo y es inmortal. En nuestros dos males, uno es la culpa y el otro la pena. La culpa consiste en ser malos; la pena, en ser mortales. El, para hacerse próximo a nosotros tomó nuestra pena, pero no nuestra culpa, y si tomó ésta fue para borrarla, no para obrarla... Permaneciendo justo, recibió la mortalidad, y asumiendo la pena, pero no la culpa, borró la culpa y la pena"

b) LA ALEGRÍA DEL SIGLO Y EL GOZO DE DIOS
"¿Cuál es el gozo de este siglo? Gozarse en el mal, en la torpeza, en la fealdad, en la deformidad; en todo esto se goza el siglo... Te lo diré brevísimamente: La alegría del siglo es la maldad impune". Viven los hombres en medio de sus delitos, y si no les sobreviene un castigo, se consideran felices. "He aquí la alegría del siglo, pero Dios no piensa como el hombre; sus pensamientos son muy distintos". "Somos hijos. ¿Cómo lo sabemos? Porque murió por nosotros el Unigénito, para no seguir siendo uno solo. No quiso ser uno solo el que murió solo. El Hijo único de Dios engendró otros muchos hijos de Dios... ¿Dudaréis que va a repartir sus bienes el que no se creyó indigno de recibir nuestros males? Luego, hermanos, gozaos en el Señor y no en este siglo, esto es, gozaos en la verdad y no en la iniquidad; gozaos en la esperanza de la eternidad y no en la flor de la vanidad. Por lo tanto, dondequiera que os encontréis, sabed que el Señor está próximo (Flp 4, 5)"

Textos breves

A) Ayuno y tentación

Seleccionamos algunos pensamientos de San Agustín acerca de las tentaciones, tomados de diversas obras del Santo

a) Cristo, defensa en la tentación
1. Lección de la Victoria de Cristo
¿Por qué clama el Señor diciendo: Desde el cabo de la tierra clamo a ti cuando se angustia mi corazón?' (Po. 60 3) Cristo habla en nombre de toda su Iglesia, que, repartida por todo el mundo, vive en medio de gran gloria y de grandes tentaciones. Peregrinos somos y, por lo tanto, sufrimos en el camino; luchadores que no son coronados hasta después de la victoria. Por eso, Cristo se angustia en nombre nuestro y pide que no le abandonemos, porque quiso prefigurarnos en su cuerpo a nosotros, que somos cuerpo suyo, y por ello murió para resucitar después. Uno de los momentos en que tomó nuestra persona fue cuando quiso ser tentado en el desierto. '"Cristo era tentado por el diablo y en Cristo eras tentado tú, porque Cristo tomó tu carne y te dio su salvación, tomó tu mortalidad y te dio su vida, tomó de ti las injurias y te dio los honores, y toma ahora tu tentación para darte la victoria. Si fuimos tentados en El, vencimos también al diablo en El. ¿Te fijas en que Cristo es tentado y, sin embargo, no consideras su triunfo? Mírate a ti tentado en El y conócete a ti vencedor en El. Pudo impedir al demonio que se le acercara, pero, de no ser tentado, no te hubiese dado la lección de la victoria

2. El secreto de la victoria
"No te entrañe, pues, si en medio de la tentación clama desde las confines de la tierra. Pero ¿por qué no es vencido, In petra exaltasti me: Me pondrás en una roca inaccesible... pues tú eres mi refugio, la torre fuerte frente al enemigo (ibid. 3 ). No es vencido, porque está fundado sobre piedra. Sobre piedra está edificada también la Iglesia (Mt 16, 18), piedra que resiste los embates del viento y de las aguas, como Cristo resiste al demonio. Clamemos, pues, que nuestra voz también se oirá, porque estamos edificados sobre piedra

3. Cristo, esperanza nuestra
Deduxisti me... Habite yo para siempre en tu tabernáculo; me acogeré al amparo de tus alas (ibid. 5). Si no fuera El nuestra esperanza, no nos hubiera guiado; nos guía Él mismo como camino y nos lleva hacia El como a la patria. ¿Por qué? Porque es nuestra esperanza. Y ¿cómo es nuestra esperanza? Lo acabáis de oír. Porque fue tentado, padeció, murió y resucitó. Y cuando leemos todas estas cosas pensamos y decimos: No nos perderá Dios, ya que su Hijo fue tentado, muerto y resucitado por nosotros. No nos despreciará Dios a nosotros, por quien no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos. Si, pues, Cristo se ha hecho nuestra esperanza, debemos ver en El nuestro trabajo y nuestro premio: el trabajo en su pasión y el premio en su resurrección. Tenemos, por tanto, dos vidas: una la de ahora y otra la que esperamos. Aquélla nos es conocida, ésta no; soportad, pues, la que padecéis y alcanzaréis la que aún no tenemos. ¿Cómo se soporta? No siendo vencidos por el tentador. Cristo con sus trabajos, sus tentaciones, su pasión y su muerte, te señala la vida en que te desenvuelves; con su resurrección te enseñará la vida adonde irás"

4. Cristo, torre de refugio
Torre fuerte frente al enemigo (ibid. 4). Me rodean angustias por todas partes, clama la Iglesia. Los paganos se amotinan y me envidian, porque han sido vencidos. Los herejes se disfrazan con el nombre de cristianos. Dentro de mí mismo, la cizaña oprime al trigo. Por todas partes surgen tentaciones. Pero no me abandona el que es la piedra en que me apoyo, y aunque el diablo me ponga continuamente asechanzas, El es la torre en que me refugio. "Cristo es la torre, El es el castillo contra el enemigo, porque es la piedra sobre que fue edificada la Iglesia. ¿Temes ser herido por el diablo? Refúgiate en la torre, que nunca llegarán allí los dardos de Satanás. Allí estarás defendido y seguro. Mas ¿cómo puedes refugiarte en la torre? Corporalmente no; no te canses buscándola de ese modo, no vayas a desfallecer en la tentación. La torre la tienes delante de ti. Recuerda a Cristo y entra dentro de ella. Y ¿cómo lo recordarás para entrar en la torre? Pues pensando, cuando tengas que padecer algo, que El padeció primero, y meditando que padeció para morir y después resucitar. Piensa después que a ti te espera el mismo fin y ya te encuentras dentro de la torre... Desde allí lanza tus flechas para herir al enemigo y vencerle. ¿Qué flechas? La palabra de Dios, tu fe, tu esperanza y tus buenas obras. Mira que no te digo que estés en la torre holgazaneando, y que eso te baste para que los dardos del enemigo no te alcancen. ¡Trabaja allí también! ¡No paren tus manos! Tus obras buenas son espadas que derriban al adversario" (cf. Enarrat. in Sal 61, 3 - 5: PL 36, 274)

b)
Vemos al Señor, antes de su muerte, tentado por el demonio y ayunando rigurosamente durante cuarenta días Le vemos otros cuarenta días, glorioso, comiendo y bebiendo con sus apóstoles. He aquí dos épocas que representan nuestra vida. Vida de tentación y de penitencia la primera, que si se parece a la de Cristo, nos llevará a la segunda vida, la vida gloriosa para comer con El en su misma mesa del cielo El ayuno es propio de la tribulación, del combate, porque los que se preparan para la lucha, de todo se abstienen (1Co 9, 25). Nuestro alimento abundante es la esperanza de la paz, que gozaremos perfecta cuando nuestro cuerpo cuya redención esperamos, se revista de inmortalidad. Pero ahora, alegres en la esperanza, padecemos en la tribulación (Rm 12, 12)" (Serm 263, 4: BAC, Obras 7, p.452; PL 38, 1211)

c)
Cristo, en el desierto, no quiere convertir las piedras en pan; en cambio, en Caná cambia el agua en vino. "Su poder era el mismo, pero entonces le tentó Satanás, y Cristo no quiso hacer el milagro... Tuvo hambre por propia dignación, parque ello era propio de la humildad. Tuvo hambre de pan, como cansancio en el camino, como vimos después a la salud herida y a la vida muerta... Si contestó al tentador, fue para enseñarnos a contestarle, porque el jefe pelea para que los soldados aprendan... Sin embargo, no hizo lo que el tentador pedía para despreciar sus deseos, pues este tentador no se vence si no se le desprecia". En Caná, Cristo hace milagros, en el desierto padece hambre. "Ahí teníais a Cristo repartiendo bienes, conoced ahora a Cristo necesitado. Aquí es pobre, allí era rico; porque es pobre, habla y nos dice: Tuve hambre y sed, estuve desnudo, fui peregrino, me hallé en la cárcel... Es rico y pobre a la vez: rico como Dios, y como hombre, mísero". "¿Y tú? ¿Eres rico o pobre? Muchos me contestan: Pobre, y dicen la verdad. Pero yo conozco a ricos que tienen algo y, sin embargo, padecen necesidad'. Tienen, sí, mucho oro y mucha plata, pero, ¡ay!, ojalá se dieran cuenta de que son pobres... Por mucho que tengas tú, que eres rico, eres mendigo de Dios. Ven conmigo a la oración y te lo demostraré. Allí estás pidiendo ¿Cómo? ¿No eres pobre y pides? Es más, pides pan, ¿o acaso no rezas y dices: El pan nuestro de cada día dánosle hoy? (Mt 5, 11). Si pides el pan diario, ¿qué eres? ¿Pobre o rico? Pues entonces escucha a Cristo, que te dice: Dame a mí de lo mismo que yo te di ¿Qué es lo que trajiste cuando llegaste al mundo? Tú, criatura, te encontraste todo lo que yo creé. Nada trajiste, nada te llevarás de aquí. ¿Por qué, pues, no das de lo que es mío? Tú estás lleno de todo, y el pobre no tiene nada. Atended a vuestros principios. Los dos nacisteis desnudos. Sí, tú también naciste desnudo, pero te has encontrado muchas cosas, ¿o es que acaso trajiste algo? Te pido de lo mío; da y te devolveré. Yo he sido tu acreedor, conviérteme en deudor" (Serm 123, 2.4 y 5: BAC, Obras 10, p.628 ss; PL 38, 685)

d) CRISTO, MODELO
1. De humildad San Agustín, comentando los versículos 10 y 11 del salmo 90: No te llegará la plaga ni se acercará el mal a tu tienda, pues te cometerá a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos, dice que esta tienda es la santa humanidad. ¿Cómo puede padecer en ella después de tantas bendiciones? Habéis oído recitar el salmo, pero también habéis oído el evangelio, y él os podrá dar la respuesta. ¿Para qué fue bautizado? Para darnos ejemplo. Previendo que pudiera existir algún soberbio que, creyéndose mejor que los ya bautizados, menospreciase recibir este sacramento, ahí tienes, para darle ejemplo, a Cristo bautizándose. Y el siervo no ha de ser de mejor condición que su amo

2. En las tentaciones Después del bautismo ayunó y fue tentado. "Pudo no padecer hambre, pero entonces ¿cómo hubiera sido tentado? Y si El no hubiese vencido al tentador, ¿dónde ibas tú a aprender a luchar con el diablo?" Contemplemos la primera tentación. Cristo pudo convertir las piedras en pan ¿No fueron sus manos fuentes de pan el día de la multiplicación? ¿No nos lo da a diario, sin que apreciemos esta cotidiana maravilla, precisamente por su uso de cada día? ¿No podía haber hecho incluso de las piedras hijos de Abrahán? (Mt 3, 9). "¿Por qué, pues, no lo hizo? Para que aprendieras a contestar al tentador, y si alguna vez en medio de tus apuros le vieses acercarse y sugerirte. Si eres cristiano, si perteneces a Cristo, ¿por qué te abandona? ¿No debe acudir en tu ayuda?, tú sepas contestarle: ¡También el médico saja y parece que maltrata, pero no hace daño!" Podría creerse que se olvidaba de San Pablo, pero no le abandonaba, cuando, no queriendo curarle sus padecimientos, le garantizaba la asistencia de la gracia suficiente (2Co 12, 7 - 9)

3. Fortaleza en la tentación "También podríamos decirle al médico cuando nos receta un sinapismo: Me resulta muy molesto. ¡Quítemelo' Y el medico responde: No; hace falta más; de lo contrario no te curarás. El médico no accede al gusto del enfermo, porque atiende a su salud... Por lo tanto, hermanos, sed fuertes y si en medio de los contratiempos oís la voz que os dice ¿Por qué no te envía Dios un cuervo como a Elías?, o se os aduce aquello de jamás vi abandonado al justo, ni a su prole mendigar el pan (Sal 37, 25), contestadle al diablo: Cierto que dice eso la Escritura, pero yo tengo un pan que tú desconoces. ¿Qué pan? Escucha al Señor (Mt 4, 4): No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. ¿Pan la palabra de Dios? ¡Sí! Yo soy el pan que bajó del cielo (Jn 6, 41). Ya has oído la lección de cómo debes responder a Satanás". "Pues ¿y si te tentase diciendo: Ya que eres cristiano, debes obrar los prodigios que otros han hecho? Desear tal cosa sería tentar a Dios, y muchos se han arrepentido por ello, como Simón el Mago". "Le gustó el poder de los milagros y no le agradó la humildad del que los hacía. Por eso el Señor, dirigiéndose a un discípulo que quiso seguirle maravillado por sus milagros y por el poder de obrarlos, viéndole soberbio y muy ajeno a buscar la senda de la humildad, le dijo que las raposas tenían cuevas y las aves del cielo nidos, pero que él carecía de una piedra para reclinar su cabeza (Mt 8, 20). Del mismo modo, los hijos del Zebedeo pidieron los primeros puestos (Mt 20, 21). "Ambicionaban el poder y no sabían que se consigue por la humildad y la pasión... ¿Cómo, pues, pensáis en la grandeza de mi reino, sin imitar mi humildad?" No tentemos, pues, a Dios queriendo milagros (cf. Enarrat. in Sal 91, 6 y 7: PL 36, 1165)

B) El demonio
San Agustín trata incidentalmente, en diversas ocasiones, del demonio, de su naturaleza y de su modo de tentar. Presentamos a continuación dos o tres aspectos de este misterio de la persona del demonio analizados por el Santo con su profundidad acostumbrada. Este tema aparece desarrollado principalmente en De civitate Dei, contra los gentiles adoradores de los demonios, y en su Líber contra manichaeos, quienes afirmaban la malicia substantiva de Satanás
a) Antes de que comencemos a tratar de la creación del hombre, quisiera decir algo de los ángeles "y su sociedad con los hombres, para que veáis que no existen cuatro ciudades, dos de ángeles y dos humanas, sino únicamente dos, a saber, la que está constituida por los hombres y ángeles buenos y la que esta formada por los hombres y ángeles malos" (De civ. Dei 12, 1, 1: PL 41, 347 - 355)

1. Naturaleza buena, pero voluntad mala
Los ángeles buenos y malos no se diferencian porque estén dotados de diversas naturalezas, sino por su propia voluntad, "porque los unos quisieron permanecer constantemente en el que es el bien común a todos, a saber, Dios en su eternidad, verdad y caridad; y los otros, deleitándose en su propio poderío, como si ellos fuesen su propio bien, se apartaron del superior, común y beatífico, para buscar el propio, y apreciando la fastuosidad de su excelencia en lugar de la excelsa eternidad, la astucia de la vanidad en vez de la verdad certísima, los deseos de cada uno y no la caridad individual, tornáronse engañadores, soberbios y envidiosos. Su felicidad consistía en unirse a Dios. Por lo tanto, habremos de entender que su desgracia estribaba en no permanecer en esta unión. Así, pues, si preguntáis por qué los unos son felices, se os contestará con razón: Porque están unidos a Dios. Y cuando preguntéis por qué aquellos otros son desgraciados, se os responderá con razón también: Porque no están unidos a Dios, puesto que no hay otro bien con el que las criaturas racionales e intelectuales puedan ser felices sino Dios". No todas las criaturas pueden ser felices, por ejemplo, las piedras ni los leños; "pero la que puede serlo no lo será nunca por sí misma, ya que fue creada de la nada, sino por Aquel que la creó; si lo consigue, es feliz; si la pierde, desgraciada. En cambio, Aquel que tiene la felicidad en sí mismo y no en otro, nunca podrá ser desgraciado, porque no puede separarse de si mismo" (ibid. 2)

2. Perfección de la naturaleza angélica del demonio
"Decíamos que bien inconmutable no lo es sino el único, verdadero y bienaventurado Dios, y todo cuanto El hizo es, sin duda, un bien, porque procede de El, pero mudable, pues no salió de El, sino de la nada. Las criaturas no son ciertamente bienes sumos, puesto que Dios lo es mayor. Sin embargo, lo son muy grandes, aunque mudables, y pueden alcanzar la felicidad adhiriéndose al Bien inconmutable el cual de tal modo es el suyo, que sin El necesariamente son desgraciadas". No creáis que son de mejor condición que nosotros las criaturas que no pueden conocer la desgracia porque tampoco diremos que los miembros del cuerpo son más felices que el ojo por el hecho de que no pueden quedarse ciegos. Es más noble la naturaleza que puede padecer y alcanzar la felicidad que la que no puede padecer ni ser feliz. "Siendo esto así, aquellas naturalezas creadas en una excelencia tal que, aunque mudables, pueden conseguir la felicidad uniéndose al bien inconmutable, y que sólo siendo felices llenan una indigencia que nada logra colmar sino Dios, esas naturalezas, si no se unen a El, son viciosas. Todo vicio daña a la naturaleza, y por ello es contra naturam. Por lo tanto, el que no se une a Dios y el que vive unido no se diferencian por su naturaleza, sino por el vicio del primero". El vicio es malo; la naturaleza, buena. El ojo es hermoso; la ceguera, triste. "Este mismo defecto de los ángeles malos, que al no permanecer unidos a Dios les perjudica, como perjudica a la naturaleza todo vicio, nos demuestra manifiestamente que Dios les dio una naturaleza tan perfecta, que les daña el no estar con E1" (ibid. 3)

3. Naturaleza y malicia
"La Sagrada Escritura los llama enemigos de Dios, porque se oponen a El, no por su naturaleza, sino por sus vicios, aun cuando ciertamente no dañan a Dios, sino que ellos se dañan a sí mismos... y no precisamente por otra razón, sino por la que corrompió el bien de su naturaleza. No es esta naturaleza la enemiga de Dios; lo es su maldad, porque lo malo se halla en oposición a lo bueno. Y ¿quién negará que Dios es el sumo bien? Por lo tanto, el vicio es contrario a Dios como la maldad a la bondad". "No hay ningún mal que pueda perjudicar a Dios, sino sólo a las naturalezas mudables y corruptibles, cuyo mismo vicio es testimonio de su bondad, porque, si no fuesen buenas, el vicio no podría dañarlas. ¿Qué otra cosa hace el mal cuando les perjudica, sino robarles la integridad, la belleza, la salud, el poder y todo lo que suele disminuir y borrar en las naturalezas buenas?" "El vicio no puede darse en el sumo bien, pero tampoco puede existir más que en el bien. El solo bien puede existir; el solo mal, nunca, porque hasta las mismas naturalezas que por defecto de su mala voluntad se han visto viciadas, en cuanto viciadas son malas; en cuanto naturalezas, buenas" (ibid. c.3: 350 - 351)

4. El secreto de la felicidad angélica
"Así, pues, la causa verdadera de la felicidad de los ángeles consiste en que están unidos al ser por excelencia. Y si buscáis la causa de la desgracia de los ángeles malos, encontraréis que consiste en que se han separado del que es sumo bien, volviéndose hacia sí mismos, que no son tales. Y ¿cómo se llama este vicio, sino soberbia? El pecado es el principio de la soberbia (Qo 10, 15). No quisieron refugiarse dentro de su fortaleza (Sal 59, 10), Y los que hubieran sido grandes uniéndose al que es sumo, al preferirse a sí mismos, llegaron a ser casi nada. Este es el principal defecto, la máxima necesidad y el vicio mayor de su naturaleza, que fue creada no para ser suma, pero sí para gozar de la felicidad de que disfruta el que lo es. Por haberse apartado de El, no sólo no gozarán de ninguna felicidad, sino, lo que es peor, se volverán desgraciados"

5. La mala voluntad carece de causa eficiente
"La mala voluntad es la causa del mal, y ella a su vez no tiene causa... porque no hay una primera voluntad mala que crease malas voluntades". "No es que exista un ser inferior que haya creado las voluntades malas; es que la voluntad creada apeteció perversa y desordenadamente los seres inferiores". Dos voluntades contemplan una misma hermosura corporal; la una se sostiene pura, la otra peca, ¿quién tiene la culpa? "¿Qué ha ocurrido allí? Que la una ha querido faltar a la virtud de la castidad, y la otra no" (ibid. c.6: 353 - 354). "Nadie busque la causa eficiente de una mala voluntad, porque no encontrará causa eficiente, sino deficiente... Separarse del que lo es todo para inclinarse a lo que es menos, es el comienzo de la mala voluntad. Y querer encontrar la causa de estas defecciones, que en realidad no son eficientes, sino deficientes, es lo mismo que pretender ver las tinieblas u oír el silencio... Nadie me exija que sepa lo que yo sé que ignoro... y todo aquello que no consiste en una realidad, sino en su privación, no puede decirse ni entenderse, como no sea sabiendo que no se sabe" (ibid. c.7: 355 - 356)

b) CIENCIA DEL DEMONIO
1. Ciencia sin caridad
El nombre de demonio daimones según los clásicos (Platón en el Cratylo y Lactancio en sus Institut. 1.2), se deriva de ciencia o sabiduría. El demonio en realidad era sabio, pero la ciencia hincha y la caridad edifica (1Co 8, 1), lo cual quiere decir que la ciencia no aprovecha si no va unida a la caridad. "Los demonios tienen ciencia, pero sin caridad, y por ello están tan hinchados y soberbios que desean se les tributen, y, en cuando pueden, trabajan por conseguirlo, los honores divinos y el servicio de la religión, que no ignoran deben concederse sólo a Dios. No comprenden bien los hombres, hinchados también de una soberbia inmunda y parecidos en su falsa ciencia a los demonios, cuánto aprovecha la humildad de Dios, que apareció en forma de siervo, contra aquella soberbia de Satanás, que se había aprovechado del género humano por haberlo éste merecido" (De civ, Dei 9, 20: PL, 41, 273 ) "Los demonios lo sabían muy bien, y por eso cuando veían al Señor revestido de nuestra carne, decían: ¿Qué te importa a ti de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos antes de tiempo? (Mt 1, 24; Mt 8, 29). Con sus palabras demostraban su ciencia y su falta de caridad. Temían el castigo que les amenazaba y no amaban su justicia

2. Su conocimiento limitado de Cristo "(Cristo) se les dio a conocer en la medida que El quiso, y tanto quiso cuanto convino. Pero se dio a conocer no sólo a los ángeles santos, que disfrutan de una eternidad participada, en cuanto que el Verbo de Dios está con ellos, sino a aquellos de cuya tiránica potestad vino a liberar a los predestinados para su reino y gloria veraz y verazmente sempiterna". "Se dio a conocer a los demonios no por la fe, que limpia los corazones, que es vida eterna, luz inconmutable que ilumina a los buenos, sino por ciertos efectos temporales de su poder y señales ocultísimas de su presencia que podían ser percibidas por los sentidos de aquellos espíritus malignos". En alguna ocasión juzgó oportuno suprimir esta luz y ocultarles la verdad, y por eso tentaron al Señor para conocer si era Hijo de Dios o no (ibid. c.21: 273 - 274)

3. Ciencia angélica
"Esta ciencia de lo corporal y terrenal que hincha a los demonios es despreciada por los ángeles buenos, y no porque ellos ignoren todas estas cosas, sino porque tienen en tal estima a la caridad de Dios, que les santifica, y por la cual arden en santo amor hacia lo bello, no sólo incorpóreo, sino inconmutable e inefable, que desprecian todo lo que está debajo de ella y que no es Dios, incluso a sus mismas personas, para gozar totalmente, por ser buenos, del bien por el que ellos lo son". "Conocen certísimamente todo lo temporal y mudable, porque ven en el Verbo de Dios, por el cual se hizo el mundo, todas las causas... Los demonios no contemplan en la Sabiduría de Dios las causas eternas y en cierto modo cardinales de los tiempos, sino que adivinan las cosas con su experiencia, mucho mayor que la de los hombres, guiándose por ciertas señales ocultas para nosotros. En ocasiones se permiten incluso anunciar el futuro, pero muchas veces se equivocan por completo". Una cosa es conjeturar lo temporal basándose en lo mudable, y otra "prever los cambios de los siglos, apoyados en las leyes eternas e inconmutables de Dios, que viven en su sabiduría y en la voluntad divina, certísimas y potentísimas sobre todo" (ibid. c.22: 274)

C) EL DEMONIO, ESPÍRITU DE LAS TINIEBLAS
Dios es luz y era El no hay tiniebla alguna (1Jn 1, 5). "¿Qué es la luz sino la caridad? ¿Quién podrá explicar estas palabras de otro modo?... Oye al apóstol Juan, que acabamos de citar y que a continuación dice: Dios es caridad (ibid. 4, 8). Por lo mismo que Dios es luz, Dios es caridad, y, por lo tanto, la caridad es la luz que se difunde en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado... El que aborrece a su hermano está en tinieblas (1Jn 2, 11). Esas son las tinieblas en que el demonio y sus ángeles cayeron por soberbia... Ellos y el diablo se separaron de la luz y del calor, y, queriendo subir con soberbia y envidia, están ahora envueltos en dureza de hielo" (Ep. 140, 22: PL 33, 561).

3. Debemos tratar de vivir su enseñanza respecto del "Maestro interior" y comprender mejor lo que fue su inmenso aporte ofrecido a la Iglesia: el descubrimiento de la interioridad. Es decir, el descubrimiento de que todo el mundo de la revelación evangélica tiene su lugar privilegiado en el corazón del hombre, y de que el corazón del hombre está en relación con el corazón de todos los hombres, con el cuerpo de la Iglesia. San Agustín es maestro de interioridad y de eclesialidad. (·MARTINI - 3.Pág. 19)
.....................................................................

4. Lc 8, 21:Con sorprendente agudeza concluye San Agustín en una homilía: "Os ruego, hermanos míos, paréis mientes, sobre todo, en lo dicho por el Señor, extendiendo su mano hacia los discípulos: éstos son mi Madre y mis hermanos; y al que hiciere la voluntad de mi Padre que me ha enviado, ése es mi padre, y mi hermano y mi hermana. ¿Por ventura, no hizo la voluntad del Padre la Virgen María, que dio fe y por la fe concibió y fue escogida para que, por su medio, naciera entre los hombres nuestra salud, y fue creada por Cristo antes de nacer Cristo de ella? Hizo por todo extremo la voluntad del Padre la Santa Virgen María, y mayor merecimiento de María es haber sido discípula de Cristo que Madre de Cristo; mayor ventura es haber sido discípula de Cristo que Madre de Cristo. María es bienaventurada porque antes de pedirle llevó en su seno al Maestro. Mira si no es verdad lo que digo. Pasando el Señor seguido de las turbas y haciendo milagros, una mujer exclama: "Bienaventurado el vientre que te llevó" (Lc 11, 27); y el Señor, para que la ventura no se pusiera en la carne, responde: Bienaventurados más bien los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica. María es bienaventurada porque oyó la palabra de Dios y la puso en práctica, porque más guardó la verdad en la mente que la carne en el vientre. Verdad es Cristo, carne es Cristo. Verdad en la mente de María. Carne en el vientre de María, y vale más lo que se lleva en la mente que lo que se lleva en el vientre". Sermón 25.Obras de S. Agustín, VII. BAC, Madrid 1950
.....................................................................

5. Cántico Nuevo Sermón 34, 1 - 3. 5 - 6: CCL 41, 424 - 426. Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se nos ha exhortado a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. Cantar es expresión de alegría y, si nos jijamos más detenidamente, cantar es expresión de amor. De modo que quien ha aprendido a amar la vida nueva sabe cantar el cántico nuevo. De modo que el cántico nuevo nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo: todo pertenece al mismo y único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo, porque pertenece al Testamento nuevo Todo hombre ama; nadie hay que no ame; pero hay que preguntar qué es lo que ama. No se nos invita a no amar, sino a que elijamos lo que hemos de amar. ¿Pero, ¿cómo vamos a elegir si no somos primero elegidos, y cómo vamos a amar si no nos aman primero? Oíd al apóstol Juan: Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Trata de averiguar de dónde le viene al hombre poder amar a Dios, y no encuentra otra razón sino porque Dios le amó primero. Se entregó a sí mismo para que le amáramos y con ello nos dio la posibilidad y el motivo de amarle. Escuchad al apóstol Pablo que nos habla con toda claridad de la raíz de nuestro amor: El amor de Dios - dice - ha sido derramado en nuestros corazones. Y, ¿de quién proviene este amor? ¿De nosotros tal vez? Ciertamente no proviene de nosotros. Pues, ¿de quién? Del Espíritu Santo que se nos ha dado. Por tanto, teniendo una gran confianza, amemos a Dios en virtud del mismo don que Dios nos ha dado. Oíd a Juan que dice más claramente aún: Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. No basta con decir: El amor es de Dios. ¿Quién de vosotros sería capaz de decir: Dios es amor? Y lo dijo quien sabía lo que se traía entre manos. Dios se nos ofrece como objeto total y nos dice: "Amadme, y me poseeréis, porque no os será posible amarme si antes no me poseéis." ¡Oh, hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la Iglesia universal, semilla santa del reino eterno, los regenerados y nacidos en Cristo! Oídme: Cantad por mí al Señor un cántico nuevo. "Ya estamos cantando", decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os oigo. Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta. Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué es lo que vais a cantar de aquel a quien amáis? Porque sin duda queréis cantar en honor de aquel a quien amáis preguntáis qué alabanzas vais a cantar de él. Ya lo habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo cantor. ¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente.
.................................

6. Jn 13, 23 Jn 19, 26 Jn 20, 2 Jn 21, 7 - 20
Pedro es mejor, Juan más feliz De los Tratados sobre el Evangelio de Juan (In Io. Ev. Tract. 124, 4)
Y entre estos dos apóstoles, Pedro y Juan, ¿quién no se mueve a preguntar por qué el Señor amó más a Juan, habiendo sido más amado por Pedro? Pues en todos los lugares en que san Juan se menciona sin expresar su nombre, para darse a entender dice que le amaba Jesús, como si él solo fuera amado, para distinguirle por esta señal de los otros, a quienes sin duda amaba, ¿qué quiere decir con esto sino que era el más amado? [...] Sin embargo, si nos proponemos indagar cuál de los dos era mejor, el que amaba más o el que amaba menos a Cristo, ¿quién dudará en contestar que el que más amaba? Y si preguntamos cuál de los dos era mejor, el que es más o el que es menos amado por Cristo, no dudaremos afirmar que el que más amado por Cristo. En la primera de las comparaciones propuestas, Pedro es antepuesto a Juan; mas en la segunda Juan aventaja a Pedro. Por eso propongo una tercera: ¿cuál de los dos es el mejor, el que ama menos a Cristo que su condiscípulo, pero es más amado de Cristo, o el que ama más a Cristo, pero es menos amado por Cristo? Aquí se detiene la respuesta y crece la dificultad. Por mi parte, con facilidad daría esta respuesta: que es mejor el que más ama a Cristo, y más feliz el que es más amado por Cristo [Quantum autem ipse sapio, meliorem qui plus diligit Christum, feliciorem vero quem plus diligit Christus, facile responderem]