Padres de la Iglesia

CIRILO DE JERUSALÉN
Procatequesis

Índice de las Catequesis

Catequesis Vl. El señorío del Dios único

Pronunciada en Jerusalén, «sobre la monarquía de Dios» (o el señorío del Dios único), basándose en el «Creo en un solo Dios», pero tratando también «acerca de las herejías». La lectura es de Is 45, 16, 17 (LXX): «Renovaos conmigo, ¡oh islas! Israel será salvado por Yahvé con salvación perpetua. No quedaréis abochornados ni afrentados nunca jamás».

Glorificación conjunta de Padre, Hijo y Espíritu Santo
1. Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo (2Co 1, 3). Bendito también su Hijo Unigénito (Rm 9, 5). Cada vez que se piensa en «Dios», se piensa en el «Padre», para celebrar de modo indiviso la glorificación del Padre y del Hijo juntamente con el Espíritu Santo. Pues no tiene una gloria el Padre y otra el Hijo, sino una única e idéntica (y juntamente con el Espíritu Santo). Y es que realmente se trata del Hijo unigénito del Padre de modo que, cuando es glorificado el Padre, comunica también al Hijo, juntamente con él, la gloria. Pues si la gloria del Hijo brota del honor del Padre1, a su vez, al ser glorificado el Hijo, se honra con el máximo honor al Padre de tanta bondad.

Alabanza al Dios único
2. Pero si la mente entiende las cosas muy rápidamente, la lengua procede laboriosamente con las palabras y con el enunciado de proposiciones intermedias. También el ojo abarca de un golpe un numeroso coro de astros, pero cuando alguien quiere explicar cuál es el lucero de la mañana, cuál el de la tarde o cuál cada uno de ellos, necesita de muchas palabras. Del mismo modo abarca el pensamiento, en un velocísimo instante, la tierra, el mar y todos los confines del mundo; pero lo que se expresa en un instante no se expresa más que con palabras muy amplias. Y todo esto que acabamos de exponer es un gran ejemplo, aunque todavía pobre y débil. Pues de Dios no decimos lo que se debe, sino lo que cada uno conoce, aunque es lo que la naturaleza humana percibe y cuanto puede soportar nuestra debilidad. Pues no decimos qué es Dios, sino que inocentemente confesamos que nos falta un detallado conocimiento acerca de él; pues en lo que respecta a Dios es gran ciencia confesar la ignorancias. Por tanto, «Cantad conmigo al Señor, cantemos juntos a su nombre» (Sal 34, 4), todos juntos, pues no basta que cante uno solo. Incluso, aunque nos reunamos todos a la vez, tampoco basta para lo que hemos de hacer. Y no me refiero sólo a los que estáis aquí, pues incluso, aunque estuviesen juntos todos los miembros de la Iglesia universal presente y futura, no serían, sin embargo, suficientes para alabar al Pastor de acuerdo con su dignidad2

Alabanza a Dios desde la pequeñez del hombre
3. Grande y honorable era Abraham, pero grande para los hombres. Y cuando se acercó a Dios, dijo ingenuamente confesando la verdad: «Soy tierra y ceniza» (Gn 18, 27)3 Y no dijo «tierra», callándose a continuación, para que no pareciese que se estaba refiriendo a algo grande, sino que añadió «y ceniza» para dar a entender algo con poca solidez y fácil de disolver. ¿Hay acaso algo más débil y endeble que la ceniza? Compara, por ejemplo, la ceniza con una casa, y la casa con una ciudad, la ciudad con una provincia, la provincia con el territorio de los romanos y el territorio de los romanos con el mundo entero y, por último, toda la tierra, con todos sus detalles, con el cielo que la envuelve en su regazo: en proporción al cielo, la tierra es como el centro de una rueda comparada con toda la extensión de ésta. Tal es la comparación entre la tierra y el cielo. Pero, además, el cielo que observamos es el primero, que tiene menos importancia que el segundo, y éste menos que el tercero. Estos son los que la Escritura denominó como cielos4, pero ello no quiere decir que ése sea su número exacto. Pero aunque con tu inteligencia percibieses todos los cielos, ni siquiera ellos bastarían para alabar a Dios como él es, y tampoco aunque resonasen con mayor fuerza que el trueno. Pero si toda la grandeza de los cielos no es capaz de celebrar a Dios cuanto éste se merece, ¿podrán acaso «la tierra y la ceniza», lo más pequeño y exiguo de todas las cosas, entonar a Dios un himno digno de él o hablar con dignidad del Dios que «está sentado sobre el orbe terrestre, cuyos habitantes son como saltamontes» (Is 40, 22)?
4. Quien intente hablar de lo referente a Dios, exponga en primer lugar los límites de la tierra. Habitas la tierra, pero desconoces los límites de esta tierra que es tu domicilio: ¿cómo podrás entender a su autor debidamente en tu interior? Ves las estrellas, pero no a su autor. Enumera primeramente aquellas que puedes ver y entonces conocerás al invisible, al que «cuenta el número de las estrellas, y llama a cada una por su nombre» (Sal 147, 4). El agua recientemente caída en unas fuertes lluvias nos puso perdidos; cuenta ahora las gotas caídas en esta ciudad. Pero no digo ya en esta ciudad: cuenta, si puedes, las que cayeron en tu tejado durante una hora. No, no puedes: reconoce tu impotencia. De ahí aprenderás el poder de Dios: «El atrae5 las gotas de agua» (Jb 36, 27), las que se derraman en todo el orbe y no sólo en este sino en todo tiempo. Obra de Dios es el sol, realmente algo grande, pero mínimo si se le compara con todo el cielo. Pues mira en primer lugar hacia el sol y busca después, con más curiosidad, al Señor. «No busques lo que es más profundo ni investigues lo que es más fuerte que tú: limítate a conocer lo que se te ha mandado» (Qo 3, 22 LXX).

El Hijo y el Espíritu Santo conocen al Padre y lo revelan
6. Alguno dirá: ¿Acaso no está escrito: «Los ángeles (de los niños) ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos» (cf. Mt 18, 10). Pero los ángeles ven a Dios, no como él es, sino en cuanto pueden captarlo6 Pues el mismo Jesús es quien dice: «No que nadie haya visto al Padre, excepto el que ha venido de Dios; éste ve al Padre» (Jn 6, 46). Lo ven los ángeles en cuanto son capaces y, en cuanto pueden, los arcángeles7 y, de un modo más excelente que los primeros, también los tronos y las dominaciones, a quienes son aquellos inferiores en dignidad. En realidad, sólo el Espíritu Santo puede, juntamente con el Hijo, ver a Dios como es. Pues «él lo escruta todo y lo conoce todo, hasta las profundidades de Dios» (1Co 2, 10); de manera que es cierto que incluso el Hijo unigénito, en cuanto conviene, también conoció al Padre a una con el Espíritu Santo, pues dice: «tampoco al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27). Ve él a Dios, como es debido, y lo revela, con el Espíritu Santo y por el Espíritu Santo, a cada uno según su capacidad. Por otra parte, de la divina eternidad participa también, juntamente con el Espíritu Santo, el Hijo, el cual «desde toda la eternidad» (2Tm 1, 9) fue engendrado sin esfuerzo y conoció al Padre, conociendo el engendrador al engendrado. Pero, en cuanto a los ángeles, siendo limitado su conocimiento —pues como dijimos, es el Unigénito el que según su capacidad les revela (a Dios) juntamente con y por medio del Espíritu Santo, que ningún hombre se avergüence de confesar su ignorancia. Ahora estoy yo hablando y cualquier otro lo hará en su momento, pero no podemos expresar con palabras cómo sucede todo esto: ¿cómo podría yo explicar a aquel que nos dio el poder hablar? Tengo yo un alma, pero no puedo aclarar sus características. A quien me concedió el alma, ¿cómo podré yo explicarlo?

Sólo hay Dios único, eterno e infinito. Propiedades de Dios
7. Para nuestra piedad nos basta una sola cosa, saber que tenemos a Dios: el Dios único, el Dios que existe desde la eternidad, sin variación alguna en sí mismo, ingénito, más fuerte que ningún otro y a quien nadie expulsa de su reino. Se le designa con múltiples nombres, todo lo puede y permanece invariable en su sustancia. Y no porque se le llame bueno, justo, omnipotente, «Dios de los ejércitos»8, es por ello variable y diverso, sino que, siendo uno y el mismo, realiza innumerables operaciones divinas. Y no tiene más de alguna parte y menos de otra, sino que en todas las cosas es semejante a sí mismo. No es grande sólo en la bondad, pero inferior en la sabiduría, sino que es semejante en sabiduría y bondad. Tampoco es que en parte vea y en parte esté privado de visión, sino que todo lo ve, todo lo oye y todo lo entiende. No es que, como nosotros, comprenda en parte las cosas y en parte las ignore: este modo de hablar es blasfemo e indigno de la personalidad divina. Conoce previamente lo que existe, es santo y ejerce su poder sobre todo; es mejor, mayor y más sabio que todas las cosas. No se le puede señalar principio ni forma ni figura. Pues «no habéis oído nunca su voz, ni habéis visto nunca su rostro», dice la Escritura (Jn 5, 37). Por lo cual también Moisés dice a los israelitas: «Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no visteis figura alguna» (Dt 4, 15)9 Pues si la mente no puede imaginar algo que se le parezca10, ¿podrá acaso penetrar en lo propio de su persona?

Errores acerca de Dios
8. Muchos se imaginaron muchas cosas, pero todos erraron. Algunos pensaron que el fuego es Dios (cf. Sb 13, 2), otros que Dios es como un hombre alado por aquello que está escrito: «Escóndeme a la sombra de tus alas» (Sal 17, 8)11 Se han olvidado de nuestro Señor Jesucristo unigénito que, refiriéndose a sí mismo, clama de modo idéntico a Jerusalén: «¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo sus alas, y no has querido!» (Mt 23, 37). Pues al indicar con el nombre de las alas el poder de alguien que protege, éstos, en un malentendido y cayendo en los hábitos humanos, valoraron al modo humano al que es inescrutable. Otros no dudaron en señalarle siete ojos, por aquello que está escrito: «Los siete ojos del Señor, mirando sobre toda la tierra» (Za 4, 10, LXX); pero si los siete ojos le estuviesen puestos alrededor de manera diferente, Dios vería las cosas en parte, pero no totalmente. Pero decir esto de él sería blasfemo e insultante. Pues se ha de creer que Dios es perfecto en todo, según aquella palabra del Salvador: «Vuestro padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48): perfecto en el ver, perfecto en su poder, perfecto en su grandeza, perfecto en su conocimiento previo, perfecto en la bondad, perfecto en la justicia, perfecto en la benignidad: no limitado a un lugar, sino autor de los lugares; existente en todos los lugares, pero no circunscrito a ninguno. «Los cielos son mi trono» -y el que destaca es aquel que está sentado- «y la tierra el estrado de mis pies» (Is 66, 1; cf. Hch 7, 49). Su poder llega, sin embargo, hasta las regiones inferiores de la tierra.

La grandeza de Dios, fuente y origen por medio de Cristo de toda la realidad
9. El es el único que está presente en todas partes, viendo todo, comprendiendo todo, construyéndolo todo por medio de Cristo. Pues «todo se hizo por él, y sin él nada se hizo de cuanto existe» (Jn 1, 3; cf. Col 1, 15 ss). El es la fuente máxima e indeficiente de todo bien, río de beneficios, luz eterna que brilla sin cesar, fuerza insuperable destinada a nuestras debilidades, de quien ni siquiera podemos oír su nombre. Dice Job: «¿Pretendes alcanzar las honduras de Dios, llegar hasta la perfección del Omnipotente?» (Jb 11, 7). Si ni sus obras grandes y pequeñas pueden abarcarse, ¿podrá acaso abarcarse al que todo lo hizo? «Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó lo que Dios ha preparado para los que le aman» (Is 64, 3, citado según 1Co 2, 9). Si lo que Dios ha preparado supera la capacidad de nuestros pensamientos, ¿podremos acaso abarcar en nuestro ánimo a quien lo preparó? «¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e irrastreables sus caminos!», dice el Apóstol (Rm 11, 33). Y si sus juicios y sus caminos no pueden comprenderse, ¿por ventura se le comprenderá a él mismo?

Diversos tipos de idolatría
10. Siendo Dios, por consiguiente, tan grande, e incluso más todavía12; siendo, pues, tan inmenso el Dios bueno y grande, no se arredra el hombre al decir a una piedra esculpida por él: «Tú eres mi dios» (Is 44, 17)13 ¡Gran ceguera, que desde tanta majestad cayó en tan gran indignidad y vileza!» Arbol que Dios hizo, crecido con las lluvias y que luego, quemado por el fuego, se convierte en ceniza; y a esto, digo, le llaman dios, mientras se desprecia al Dios verdadero. Ha florecido la perversidad de la idolatría. Incluso el gato, el perro y el lobo han sido adorados como si fuesen Dios; y también el león, devorador de los hombres, ha sido adorado en lugar del Dios que tanto los ama. También han sido adorados la serpiente y el dragón, émulos de aquel que nos arrojó del paraíso, mientras el que creó el paraíso ha sido despreciado. Incluso—vergüenza da decirlo, pero lo diré—algunos han adorado a la cebolla. El vino ha sido dado para alegrar el corazón del hombre (cf. Sal 104, 15). Pues bien, en lugar de Dios se adora a Baco14 El trigo lo hizo Dios diciendo: «Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra» (Gn 1, 11 )15, con la intención de que el pan fortaleciese el corazón del hombre. ¿Por qué, pues, se ha adorado a Ceres? También el fuego se enciende hasta hoy mediante el choque de dos piedras. ¿Por qué, pues, se considera a Vulcano creador del fuego?

Idolatría, politeísmo y errores sobre Dios
11. ¿Y de dónde viene el error de los griegos de admitir una pluralidad de dioses? Dios es incorpóreo. ¿De dónde, pues, se imputan estupros y adulterios a los que ellos llaman dioses?16 No menciono las transmutaciones de Júpiter en un cisne; y me ruborizo al referirme a las transformaciones en oro, pues los ungidos son indignos de Dios. Por convicto de adulterio se ha tenido al dios de los griegos, pero, si lo es, no se le llame Dios. Cuentan también, de aquellos a quienes llaman sus dioses, sus muertes, sus descalabros y sus fulminaciones. ¿Ves en qué ha ido a parar tanta majestad? ¿No fue real el motivo por el que descendió del cielo el Hijo de Dios para sanar tanta herida? ¿Fue acaso en vano la venida del Hijo para conocer al Padre? Sabes qué es lo que movió al Hijo único para descender desde la diestra del Padre. Se despreciaba al Padre y hubo que enmendar el error por medio del Hijo. Pues fue conveniente que él, por quien todo fue hecho, ofreciese todas las cosas al Señor de todo. Había que curar la herida. ¿Y qué podía ser más grave que esta enfermedad por la que se daba culto a una piedra como si fuese Dios?17

Dios nos libre del error
35. Pero Dios nos guarde de semejante error. Y os pague por vuestra enemistad con el dragón, para que, como ellos están al acecho de vuestro talón, también vosotros aplastéis su cabeza (cf. Gn 3, 15). Acordaos de lo que se os dice. ¿Qué acuerdo puede haber de nuestras cosas con las suyas? ¿Cómo pueden compararse luz y tinieblas, o la seriedad y la santidad de la Iglesia con las execrables instituciones de los maniqueos? Aquí hay orden, disciplina, seriedad, castidad. Aquí es malo incluso mirar a una mujer para satisfacer la pasión. Aquí el matrimonio es algo muy santo; hay aceptación de la continencia (quiero decir la viudedad) y la dignidad de la virginidad compite con los ángeles; aquí se reciben los alimentos con acción de gracias; aquí existe un ánimo agradecido hacia el autor de todas las cosas. Aquí se adora al Padre de Cristo: se enseñan la reverencia y el temor a quien envía la lluvia. Al Dios que truena y brilla le tributaremos gloria y honor.

La Iglesia os mantendrá en la verdad
36. Estás agregado a las ovejas: huye de los lobos; no te apartes de la Iglesia. Odia también a quienes pusieron en duda todo esto y no te fíes incautamente de ellos si no es tras un larguísimo tiempo de penitencia18 Se te ha transmitido la verdad del señorío del Dios único. Distingue las explicaciones como se pueden distinguir las hierbas. «Sé un buen administrador19, quedándote con lo bueno y absteniéndote de todo género de mal» (cf. 1Ts 5, 21-22). Y si alguna vez has caído en todo esto, odia el error una vez reconocido. Pues te será un camino de salvación si expulsas el vómito: si lo aborreces en tu interior, si te apartas de estas cosas no sólo con los labios sino con el corazón; si adoras al Padre de Cristo, Dios de la Ley y los Profetas; si reconoces que es bueno y justo el Dios uno e idéntico. El cual os conserva a todos estables en la fe, protegiéndoos de toda caída y de toda ofensa: en nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Notas

1 Probable préstamo de Pr 17, 6
2 Los términos en que se expresa aquí Cirilo no son excesivamente precisos, pero se mueve en el ámbito de lo que a veces se califica como «teología negativa», a la vista de que de Dios sabemos más lo que no es que lo que es. En cualquier caso, la afirmación fundamental quiere ser ahora esta: puesto que de Dios es infinitamente más lo que no sabemos que lo que podemos expresar, es bueno para el hombre confesar sus limites en el conocimiento de Dios, es decir, las mismas limitaciones del oficio teológico.
3 En el texto original griego, «tierra», más bien que polvo, que sería tal vez mejor versión bíblica. Pero «tierra» es más adecuado para la continuación del discurso de Cirilo.
4 El apóstol Pablo, refiriéndose a sus experiencias personales, relata en 2Co 12, 2: «Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años... fue arrebatado hasta el tercer cielos. La Biblia de Jerusalén apostilla: «Es decir, hasta lo más alto de los cielos». De modo general, Pablo y Cirilo en nuestro texto, utilizan la cosmología antigua, en general geocéntrica, para la descripción de lo que les interesa. En la presente catequesis se utilizan estas divagaciones simplemente para explicar la pequeñez del ser humano (cf. Sal 8, 4-5), para lo que el punto de partida fue la expresión de Abraham en Gn 18, 27.
5 En el texto de Cirilo, «numera» o «cuenta» en vez de «atrae» lo que se adapta mejor a lo que se expone.
6 Al lector le podrían surgir aquí ciertas dudas de si Cirilo admite con seguridad, o en qué medida, lo que la fe de la Iglesia fue afirmando después con absoluta certeza acerca de la visión intuitiva de Dios (es decir, «como él es», sin intermediarios ni imágenes). Pero esta duda interpretativa no impide la comprensión general del presente párrafo 6.
7 Por supuesto, visión intuitiva o directa de Dios no significa que ninguna criatura, tampoco los ángeles, captan todo lo que Dios es.
8 «Dios de los ejércitos»: se traduce así aquí la expresión «Sabaoth», transcrita del hebreo por Cirilo en el mismo texto griego, como en la liturgia latina se conservó, hasta la reforma litúrgica del Vat. II, la expresión «Dominus Deus Sabaoth» («Señor Dios de los ejércitos»), pero que tiene su origen en la visión de Isaías en su vocación (Is 6, 3).
9 Dt 4, 15-16 señala: «Tened mucho cuidado de vosotros mismos: puesto que no visteis figura alguna el día en que Yahvé os habló en el Horeb de en medio del fuego, no vayáis a pervertiros y os hagáis alguna escultura de cualquier representación que sea: figura masculina o femenina». La prohibición pretende evitar la divinización de las obras humanas a modo de ídolos. En la catequesis de Cirilo aparece en el contexto de que Dios es infinitamente mayor que cualquier representación que pueda hacerse de él.
10 Cf cat. 9, núm. 1.
11 Mientras que la identificación de Dios con el fuego es una representación pagana (piénsese, por ejemplo, en la imagen de Vulcano), la súplica de Sal 17, 8 no es más que la expresión poética de una súplica de protección a Dios.
12 Aquí, entre paréntesis, como en nota, apostilla Cirilo: «Pues no sería capaz de hablar cuanto exige la dignidad del asunto ni aun cuando transformara en lengua toda mi persona; e incluso ni aunque se reunieran todos los ángeles hablarían de acuerdo con esa dignidad».
13 Cf. toda la sátira contra la idolatría (Is 44, 9-20) en el precioso marco de la elección y bendición de Israel por el Dios único, creador y señor de la historia (todo Is 44 en el «Libro de la consolación de Israel» o «Deuteroisaís»).
14 Mitológico Dios del vino y de la embriaguez.
15 Aunque se prefiere, como de ordinario, la versión de la Biblia de Jerusalén, la que da Cirilo, por contener términos más próximos a los cereales y a la hierba, se adapta mejor a lo que quiere decir en general y a la mención de Ceres, diosa mitológica de las mieses.
16 La concepción frecuentemente antropomórfica de los dioses paganos lleva a menudo la consecuencia de que se les atribuyen acciones y pasiones que sólo son pensables en una concepción prácticamente materialista de la divinidad.
17 Entre los párrafos 12 y 33 de la catequesis, Cirilo expone bajo la denominación genérica de «herejías» toda una serie de concepciones aberrantes de la naturaleza del único Dios. Se centra, tal vez con excesiva prolijidad, en la descripción de las desviaciones religiosas del maniqueísmo, especialmente en la concepción dualista que éste tiene de la divinidad. El detalle de la exposición de Cirilo es perfectamente explicable en una sociedad en la que el maniqueísmo había tenido y tenía una gran influencia, pero puede resultar más difícilmente comprensible para el Iector actual. A modo de ejemplo, se transcriben aquí, en la nota, el párrafo 12, parte del 13 y el 34. Pero en el cuerpo del texto se pasa directamente a los párrafos 35 y 36, con los que la catequesis concluye.
«SOBRE LAS HEREJIAS
» 12. Pero no sólo entre los gentiles logra el diablo estas victorias, sino que también muchos de los que engañosamente son llamados cristianos, mal llamados así con la fragancia del nombre de Cristo, se han atrevido a enajenar impíamente a Dios de sus criaturas (18). Me refiero a los herejes, de infausto nombre y hombres alejadísimos de Dios que, simulando amar a Cristo, en realidad le siguen sólo odiándolo. Pues quien profiere insultos contra el Padre de Cristo, es enemigo de Cristo. Se atrevieron a atribuirle dos divinidades, una buena y otra mala. ¡Qué gran ceguera! Pues si se trata de divinidad, es sin duda buena y, si no es buena, ¿por qué se le llama divinidad? Pues de Dios lo propio es la bondad. Una de las dos divinidades sobra, pues lo propio de Dios es la benignidad, la beneficencia, la omnipotencia. Si le llaman Dios, junto a la denominación añadan también lo que es propio de él y su modo de obrar; pero si le despojan de su modo de actuar, no le den entonces una calificación sin sentido.
» 13. No han temido los herejes hablar de dos dioses, fuentes respectivamente del bien y del mal, y ambos no engendrados (19). Pero si ambos son no engendrados, ambos son iguales e igualmente potentes: ¿Cómo, pues, puede la luz suprimir las tinieblas? ¿Son acaso alguna vez las dos cosas juntas, o por separado? Pero no pueden serlo a la vez. Pero, «¿qué unión hay entre la luz y las tinieblas?», dice el Apóstol. Y si están a mucha distancia entre sí, cada uno ocupa su lugar; pero si viven en lugares separados, es evidente que nosotros nos movemos en el territorio del Dios único. A ese único es al que nosotros adoramos. Puede, pues, concluirse, aunque les obedeciésemos, que sólo a un Dios hay que adorar. Pero veamos directamente en ellos qué dicen por ventura del Dios bueno. ¿Es poderoso o no lo es? Si lo es, ¿de dónde ha surgido el mal contra su voluntad? ¿Y cómo, si él no quiere, se introduce el mal? Pues si, sabiéndolo, no puede impedirlo, le acusan de impotencia; y si puede y no lo impide, lo acusan de traición. Pero mira su insensatez: algunas veces llaman malo a Dios como si nada tuviese en común con lo bueno al crear el mundo...
»34. Esto lo denuncia la Iglesia y lo enseña, alcanzando incluso hasta el fango, para que tú no te enlodes con él: muestra las heridas para que tú no te lastimes. Debe bastarte con esto: guárdate de experimentarlo. Cuando Dios truena, todos temblamos, pero estos rompen con gritos blasfemos. Y si Dios lanza rayos, todos nos echamos al suelo. Pero ellos lanzan improperios contra el cielo. Jesús dice de su Padre que «hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5, 45). Ellos, en cambio, afirman que las tormentas se originan de las pasiones amatorias, atreviéndose a decir que hay en el cielo una virgen bella con un joven hermoso...
18 Se expresa así una desconfianza grande en la conversión de quienes han sido maniqueos, que con frecuencia envolvieron su conversión en una notable falta de sinceridad, en declaraciones ambiguas e incluso la mentira y el perjurio.
19 La primera parte de la cita acomodada de 1Ts 5, 21-22 no está en el Nuevo Testamento, y desde luego no en la cita que se haga de Pablo. Sin embargo, la invitación a ser un buen administrador, muy utilizada por los Padres citándola como expresión neotestamentaria, podría ser muy bien un texto apócrifo e incluso haber figurado en códices originales que no se hayan conservado. En todo caso, el texto de 1Ts es aquí utilizado para advertir del grave peligro que pudo suponer el maniqueísmo en tensos períodos de la Iglesia antigua.