1a Nos sentimos removidos, hijos de mi alma, cada vez que escuchamos en el fondo de nuestro corazón aquel grito de San Pablo: «hæc est voluntas Dei, sanctificatio vestra» 25. Desde hace cuarenta años no hago más que predicar lo mismo. Me lo digo a mí, y os lo repito también a vosotros y a todos los hombres: ésta es la voluntad de Dios, que seamos santos.
1b No tengo otra receta. Para pacificar a las almas, para remover la tierra, para buscar en el mundo y a través de las cosas del mundo a Dios Señor Nuestro, no sé de otra receta que la santidad personal. Por eso siempre digo que tengo un solo puchero.
2a «Invocabitis me..., et ego exaudiam vos» 26, me invocaréis y Yo os escucharé. Y le invocamos hablándole, dirigiéndonos a Él en la oración. Por eso os he de decir también con el Apóstol: «Conversatio autem nostra in calis est» 27, que nuestra conversación está en los cielos. Nada nos puede separar de la caridad de Dios, del Amor, del trato constante con el Señor. Hemos comenzado con oraciones vocales, que muchos –probablemente todos, como yo– hemos aprendido de la boca de nuestras madres: cosas dulces y encendidas a la Madre de Dios, que es Madre nuestra. También yo, por las mañanas y por las tardes, no una vez, sino muchas, repito: ¡oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos. Y, en prueba de mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón... ¿Qué es esto sino contemplación verdadera, una manifestación de amor? ¿Qué se dicen las gentes cuando se quieren?; ¿qué se dan, qué se entregan? Se sacrifican por la persona que aman. Y nosotros nos hemos dado a Dios con el cuerpo y con el alma: en una palabra, todo mi ser.
2b ¿Habíais pensado alguna vez cómo se nos enseña en la Obra a amar las cosas del Cielo? Primero una oración, y luego otra, y otra..., hasta que casi no se puede hablar con la lengua, porque las palabras resultan pobres...: y se habla con el alma. Nos sentimos entonces como cautivos, como prisioneros; y así, mientras hacemos con la mayor perfección posible, dentro de nuestras equivocaciones y limitaciones, las cosas que son de nuestro oficio, ¡el alma ansía escaparse! ¡Se va! Vuela hacia Dios, como el hierro atraído por la fuerza del imán.
2c «Et reducam captivitatem vestram de cunctis locis» 28; os libraré de la cautividad, estéis donde estéis. Dejamos de ser esclavos, con la oración. Nos sentimos y somos libres, volando en un epitalamio de alma encariñada, en una canción de amor, hacia ¡la unión con Dios!
Un nuevo modo de existir en la tierra, un modo divino, sobrenatural, maravilloso. Por eso –recordando a tantos escritores españoles del quinientos– me gusta decir: ¡que vivo, porque no vivo; que es Cristo quien vive en mí! 29. Y siento la necesidad de trabajar en la tierra muchos años, porque Jesús tiene pocos amigos aquí abajo. Desead vivir, hijos míos; debemos vivir mucho tiempo, pero de esta manera, en libertad: «In libertatem gloria, filiorum Dei» 30, «qua libértate Christus nos liberavit» 31; con la libertad de los hijos de Dios, que Jesucristo nos ha alcanzado muriendo sobre el madero de la Cruz.
3a ¿Y cómo hacemos nuestra esa vida? Siguiendo el camino que nos enseña la Virgen Santísima, nuestra Madre: una senda muy amplia, pero que, necesariamente, pasa a través de Jesús.
3b A todas las madres de la tierra les ilusiona sentirse queridas por sus hijos, pero todas nos han enseñado a decir antes papá que mamá. Tengo una experiencia reciente: en Pamplona, en una de aquellas reuniones con tantos centenares de personas, cogí en brazos a uno de los niños que me entregaban para que los bendijera, y lo levanté por encima de mi cabeza. Llevaba un chupete en la boca y, al sentirse elevado, lo soltó complacido y se le escapó un grito: ¡papá! Por lo visto, su padre hacía lo mismo que hice yo con él.
3c Así nosotros, hijos míos, para llegar a Dios hemos de tomar el camino justo, que es la Humanidad Santísima de Cristo. Por eso he regalado desde el principio tantos libros de la Pasión del Señor: porque es cauce perfecto para nuestra vida contemplativa. Y por eso está también dentro de nuestro espíritu –y la procuramos alcanzar cada día– la contemplación del Santo Rosario, en todos los misterios: para que se meta en nuestra cabeza y en nuestra imaginación, con el gozo, el dolor y la gloria de Santa María, la vida ¡pasmosa! del Señor, en sus treinta años de oscuridad..., en sus tres años de vida pública..., en su Pasión afrentosa y en su gloriosa Resurrección.
3d También cuando nosotros nos damos a Dios de veras, cuando nos dedicamos al Señor, a veces Él permite que vengan el dolor, la soledad, las contradicciones, las calumnias, las difamaciones, las burlas, por dentro y por fuera: porque quiere conformarnos a su imagen y semejanza, y hace quizá que nos llamen locos y nos tengan por necios.
3e Entonces, al admirar la Humanidad Santísima de Jesús, vamos descubriendo una a una sus Llagas; y en esos momentos de purgación pasiva, dolorosos, fuertes, de lágrimas ¡dulces y amargas! que procuramos esconder, nos sentimos inclinados a meternos dentro de cada una de aquellas Llagas, para purificarnos, para gozarnos con esa Sangre redentora, para fortalecernos. Vamos allí como las palomas que, al decir de la Escritura 32, se esconden en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad.
3f Cuando la carne quiere recobrar sus fueros perdidos o la soberbia, que es peor, se encabrita, ¡a las Llagas de Cristo! Ve como más te conmueva, hijo, como más te conmueva; mete en las Llagas del Señor todo ese amor humano... y ese amor divino. Que esto es buscar la unión, sentirse hermano de Cristo, consanguíneo suyo, hijo de la misma Madre, porque es Ella la que nos ha llevado hasta Jesús.
4a Más tarde, el alma necesita tratar a cada una de las Personas divinas. Es un descubrimiento, como los que hace un niño pequeño en la vida terrena, el que realiza el alma en la vida sobrenatural. Y comienza a hablar con el Padre y con el Hijo y con el Espíritu Santo; y a sentir la actividad del Paráclito vivificador, que se nos da sin merecerla: ¡los dones y las virtudes sobrenaturales! Y llegamos sin darnos cuenta, de algún modo, a la unión.
4b Hemos ido «quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum» 33, de igual modo que el ciervo ansia las fuentes de las aguas: con sed, rota la boca, con sequedad. Queremos beber en ese manantial de agua viva. Y, sin hacer rarezas, a lo largo del día, con la formación que en la Obra se recibe –que se basa en descomplicar el alma humana–, se ha llegado a ese abundante y claro venero de frescas linfas que saltan hasta la vida eterna 34. Entonces ya no se habla, porque la lengua no sabe expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se habla, ¡se mira! Y el alma rompe a cantar, porque se siente y se sabe mirada amorosamente por Dios, a todas horas.
4c No sabéis qué consuelo he tenido cuando, después de repetir durante años y años que para un alma contemplativa hasta el dormir es oración, me encontré un texto de San Jerónimo que dice lo mismo.
4d Es con la dedicación completa –dentro de nuestras imperfecciones, por la humillación de nuestros fracasos internos, que nos llevan a volver todos los días a Dios– como se vuelve al camino maestro cuando hay obstáculos. Os lo he dicho muchas veces: siempre estoy haciendo el papel del hijo pródigo. Es ése el momento de la contrición, del amor, de la fusión de la criatura, que es nada..., con su Dios y su Amor, que lo es todo.
4e Hijos míos, no os hablo de cosas extraordinarias. Son, tienen que ser, fenómenos ordinarios de nuestra alma. Por allí debéis llevar a vuestros hermanos: hasta esa locura de amor que enseña a saber sufrir y a saber vivir, porque Dios nos concede el don de Sabiduría. ¡Qué serenidad, qué paz entonces!
4f ¿Ascética? ¿Mística? No lo sabría decir. Pero, sea lo que fuere, ascética o mística, ¿qué más da?: es un don de Dios. Si tú procuras meditar, llega un momento en el que el Señor no te niega los dones: el Espíritu Santo te los concede. Fe, hijos míos, y obras de fe. Porque eso ya es contemplación y es unión. Y ésta es la vida de mis hijos en medio de los afanes del mundo, aunque ni siquiera se den cuenta. Una clase de oración y de vida que no nos aparta de las cosas de la tierra, que en medio de ellas nos conduce a Dios. Y al llevar las cosas terrenas a Dios, la criatura diviniza el mundo. ¡He hablado tantas veces del mito del rey Midas...! En oro convertimos todo lo que tocamos, a pesar de nuestros errores personales.
5a «Benedixisti –se lee en la Sagrada Escritura–, Domine, terram tuam; avertisti captivitatem Iacob» 35; Señor, has bendecido tu tierra, has destruido la cautividad de Jacob. Repito que ya no nos sentimos esclavos, sino libres: todo nos lleva a Dios. Y, en ese caminar por la senda del Opus Dei, vamos seguros, porque tenemos la dirección que hace imposible que nos equivoquemos: la confesión y la charla confidencial con vuestro hermano, si son sinceras, si no se da cabida al demonio mudo. En nuestro andar espiritual tenemos, en cada momento, algo parecido a esas señales que se ven en las carreteras, para orientar a los viajeros. No es posible –repito–, de ninguna manera, que un socio o una asociada del Opus Dei –si es fiel a nuestro espíritu– se extravíe en las vueltas y revueltas de su vida interior.
5b Así el alma se enciende con las luces alcanzadas del Cantar: «Surgam et circuibo civitatem» 36 me alzaré y rodearé la ciudad... Y no sólo la ciudad: «Per vicos et plateas quaram quem diligit anima mea» 37. Buscaré al que ama mi alma por las calles y las plazas... Correré de una parte a otra del mundo –por todas las naciones, por todos los pueblos, por senderos y trochas– para buscar la paz de mi alma. Y la encuentro en las cosas que vienen de fuera, que no me son estorbo; que son, al contrario, vereda y escalón para acercarme más y más, y más y más unirme a Dios.
5c Y cuando llega la época –que tiene que llegar, con mayor o menor fuerza– de los contrastes, de la lucha, de la tribulación, de la purgación pasiva, nos pone el salmista en la boca y en la vida aquellas palabras: «Cum ipso ero in tribulatione» 38, con El estoy en el tiempo de la adversidad. ¿Qué vale, Jesús, ante tu Cruz la mía; ante tus Llagas mis rasguños? ¿Qué vale, ante tu Amor inmenso, puro e infinito, esta pobrecita cruz que has puesto Tú en mi alma? Y los corazones vuestros, y el mío, se llenan de un celo santo: « Ut nuntietis ei quia amore langueo» 39, para que le digáis que muero de amor. Es una enfermedad noble, divina: ¡somos los aristócratas del Amor en el mundo!, puedo decir con la expresión de un viejo amigo mío.
5d No vivimos nosotros, sino que es Cristo quien en nosotros vive 40. Hay una sed de Dios, un deseo de buscar sus lágrimas, sus palabras, su sonrisa, su rostro... No encuentro mejor modo de decirlo que volviendo a emplear las frases del salmo: «Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquarum» 41, como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh Dios mío!
5e Paz. Sentirse metidos en Dios, endiosados. Refugiarse en el Costado de Cristo. Saber que cada uno, con ansias, espera el amor de Dios: del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Y el celo apostólico se enciende, aumenta cada día, porque el bien es difusivo. Queremos sembrar en el mundo entero la alegría y la paz, regar todas las almas con las aguas redentoras que brotan del Costado abierto de Cristo, hacer todas las cosas por Amor. Entonces no hay tristezas, ni penas, ni dolores: desaparecen en cuanto se acepta de veras la voluntad de Dios, en cuanto se cumplen con gusto sus deseos, como hacen los hijos fieles, aunque los nervios se rompan y el suplicio parezca insoportable.
6a Hijos míos, os repito que no estoy hablando de un camino extraordinario. Lo más extraordinario, para nosotros, es la vida ordinaria. Esta es la contemplación, a la que debemos llegar todos los socios del Opus Dei: sin ningún fenómeno místico externo, a no ser que el Señor se empeñe en hacer una excepción.
6b Por eso no dejamos nuestras devociones habituales, que nos amarran bien a esta barca del Señor en la que estamos metidos, que es el Opus Dei. Y tratamos de no perder nunca la amistad con los Santos Ángeles Custodios: los sacerdotes, también con su Arcángel ministerial. Es muy probable la opinión de que los sacerdotes tienen un ángel especialmente encargado de atenderles. Pero hace muchos, muchísimos años, leí que cada sacerdote tiene un Arcángel ministerial, y me conmoví. Me he hecho una especie de aleluya como jaculatoria, y se la repito al mío, por la mañana y por la noche. A veces he pensado que no puedo tener esta fe porque sí, porque lo haya escrito un Padre de la Iglesia cuyo nombre ni siquiera recuerdo. Entonces considero la bondad de mi Padre Dios y estoy seguro de que, rezando a mi Arcángel ministerial, aunque no lo tuviera, el Señor me lo concederá, para que mi oración y mi devoción tengan fundamento.
6c Todos necesitamos mucha compañía, hijos: compañía del Cielo y de la tierra. ¡Sed devotos de los Ángeles y de los Arcángeles y de los Santos, de nuestros Santos Patronos e Intercesores! Es muy humana la amistad, pero también es muy divina; como la vida nuestra, que es humana y divina. ¿Os acordáis de lo que dice el Señor?: «Iam non dicam vos servos..., vos autem dixi amicos» 42; ya no os llamo siervos, sino amigos. Hay que tener amistad con los amigos de Dios, que moran ya en el Cielo, y con las criaturas que están en la tierra, muchas veces apartadas del Señor.
7a Así quiso Dios que naciera nuestra Obra, hijos de mi alma. Así germinó el espíritu del Opus Dei: considerando la poquedad vuestra y mía, y la grandeza suya; pensando que nosotros no somos nada, y El lo es todo; que nosotros no podemos nada, y El lo puede todo; que nosotros no sabemos nada, y El es la Sabiduría; que nosotros somos flojos, y Él es la fortaleza: « Quia Tu es, Deus, fortitudo mea/» 43.
7b En alguna ocasión será conveniente que meditéis con calma aquellas palabras divinas, que llenan el alma de temor y le dejan sabores de panal y de miel: «Redemi te, et vocavi te nomine tuo: meus es tu» 44; te he redimido, y te he llamado por tu nombre: ¡eres mío! No robemos a Dios lo que es suyo. Un Dios que nos ha amado hasta el punto de dar la vida por nosotros, y que «elegit nos in Ipso ante mundi constitutionem, ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius» 45: que nos ha elegido desde toda la eternidad, antes de la creación del mundo, para que siempre estemos en su presencia; y continuamente nos brinda ocasiones de santidad y de entrega.
7c Por si aún quedase alguna duda, tenemos aquellas otras palabras suyas: «Non vos me elegistis –no me habéis elegido vosotros–, sed ego elegí vos, et posui vos, ut eatis –sino que os he elegido yo, para que vayáis lejos, por el mundo–, et fructum afferatis -y deis fruto: ¡si lo estáis ya dando!-, et fructus vester maneat» 46, y permanecerá abundante el fruto de vuestro trabajo de almas contemplativas. Luego ¡fe, hijos míos!, ¡fe sobrenatural!
7d Ayer me conmovía oyendo hablar de un catecúmeno japonés que enseñaba el catecismo a otros, que aún no conocían a Cristo. Y me avergonzaba. Necesitamos más fe, ¡más fe!: y con la fe la contemplación, más actividad apostólica. Mirad lo que se lee hoy en el Breviario: «Adversarias elevandus sit contra omne quoddicitur Deus et colitur; ita ut audeat stare in templo Dei, et ostendere quod ipse sit Deus» 47; se alzará el adversario contra todo lo que se dice Dios y es adorado, hasta atreverse a estar en el templo de Dios y mostrarse a sí mismo como si fuera Dios. ¡Desde dentro, quieren destrozar la fe del pueblo! ¡Desde dentro, intentan oponerse a Dios!
7e Terminaré diciendo con San Pablo a los Colosenses: «Non cessamus pro vobis orantes...; no cesamos de orar por vosotros y de pedir a Dios que alcancéis pleno conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia espiritual» 48. Contemplativos, con los dones del Espíritu Santo, «ut ambuletis digne Deo per omnia placentes...; a fin de que sigáis una conducta digna de Dios, agradándole en todo, produciendo frutos en toda especie de obras buenas y adelantando en la ciencia de Dios, corroborados en toda suerte de fortaleza por el poder de su gracia, para tener siempre una perfecta paciencia y longanimidad acompañada de alegría; dando gracias a Dios Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la suerte de los santos iluminándonos con su luz; que nos ha arrebatado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo muy amado» 49.
7f Que la Madre de Dios y Madre nuestra nos proteja, con el fin de que cada uno de vosotros, y cada uno de vuestros hermanos y de vuestras hermanas, ¡la Obra entera!, pueda servir a la Iglesia en la plenitud de la fe, con los dones del Espíritu Santo y con la vida contemplativa. Cada uno en su estado, y en el cumplimiento de los deberes que le son propios; cada uno en su oficio y profesión, y en el cumplimiento de los deberes de su oficio y profesión, sirva gozosamente a la Esposa de Cristo, en el lugar donde el Señor le ha colocado, sabiendo percatarse de las mañas de los que intentan engañar a las almas con teorías falsas, muchas veces difíciles de descubrir y otras veces fáciles de desenmascarar. Son gentes que a sí mismos se llaman teólogos, pero que no lo son: no tienen más que la técnica de hablar de Dios, y no le confiesan ni con la boca, ni con el corazón, ni con la vida.
1a 1Cfr. 1Ts 4, 3. ] 1Ts 4, 3. Cro1972, 724 EdcS77.
1b «tengo un solo puchero»: del mismo modo que en una familia hay, de ordinario, un solo tipo de comida para todos, en el Opus Dei hay una misma doctrina y un idéntico espíritu para cada uno de sus miembros. La comparación le sirve para recordar que la santidad que se pide es la misma para los solteros, casados, sacerdotes, jóvenes o mayores... Cada cual debe aplicar esos principios generales a sus circunstancias particulares.
2a 2Ant. ad Intr. (Jr 29, 12). ] 1Jr 29 12. Cro1972, 724 EdcS78 || 3Cfr. Flp 3, 20. ]3Flp 3, 20. Cro1972, 725 EdcS, 78.
«¡oh Señora mía, oh Madre mía!»: esta oración, que aprendió en el hogar paterno, es la versión española de la original O Domina mea, o Mater mea, compuesta por el P. Nicola Zucchi S. J. (1586-1670); ver Camino, ed. crít.-hist., com. al 553.
«¿qué se dan, qué se entregan?»-, en la grabación, las palabras del Autor son aseverativas, no interrogativas, es decir, a la pregunta «¿Qué se dicen las gentes cuando se quieren?», responde: «Que se dan, que se entregan». Pero al revisar el texto, san Josemaría lo dejó con el sentido que tiene hoy.
2c Cfr. Jr 29, 14. Cro1972, 726 EdcS, 79.
«¡la unión con Dios!»: después de esta frase, en la predicación original, el Autor introdujo una digresión que eliminó en el texto escrito. En la transcripción m671126-A está recogida algo confusamente, pero en la grabación se entiende con claridad. El Autor se refiere a dos grandes santas por las que sentía devoción y admiración: santa Teresa de Jesús y santa Catalina de Siena. De la primera, dice: «Yo, que tengo una gran veneración, un gran amor, una devoción grande a Teresa de Jesús, no estoy conforme con ella en bastantes cosas. Y me alegro mucho de que la hayan hecho Doctora. Un poquito he podido influir yo indirectamente, porque yo apreté para Santa Catalina, repetidas veces, con el Romano Pontífice, por escrito, de palabra. Santa Catalina, ¡esa gran murmuradora! ¡qué maravillosa mujer era! ¡y qué murmuradora! Divinamente murmuradora, qué lengua más suelta... ¡Y el amor! Era que detectaba los brillos divinos, que se encierran en los detalles cotidianos. Digo que no estoy conforme con Teresa porque dice que “muero porque no muero”. Pero no lo dice ella en su tiempo. Hay montones de letrillas, dedicadas al amor humano, en las que los escritores de aquella época dicen lo mismo: “que muero porque no muero”, “que muero porque no muero”». Sobre su veneración hacia santa Catalina de Siena, ver Johannes Grohe, “Santa Caterina da Siena e San Josemaría”, SetD 8 (2014), pp. 125-145. Las dos santas fueron nombradas doctoras de la Iglesia en 1970 por Pablo VI, en días distintos: el 27 de septiembre, santa Teresa y el 3 de octubre, santa Catalina.
A continuación del párrafo anterior, añade: «Y hay un antepasado mío que escribió aquello que sabéis tan bien, que da ocasión a Álvaro a gastarme bromas: “ven muerte tan escondida que no te sienta venir, por que el placer de morir no me torne a dar la vida”. No estoy conforme, no; no, no tengo yo ese espíritu. Yo digo: ¡que vivo porque no vivo, que es Cristo quien vive en mí!». El antepasado al que se refiere es el Comendador Escrivá, autor de la canción Ven muerte tan escondida –que san Josemaría cita aquí libremente– incluida en el Cancionero General de Hernando del Castillo (1511). Esta copla gozó de mucha popularidad y fue comentada e imitada muchas veces (Cervantes la incluye en El Quijote, y otros autores como Calderón de la Barca, Lope de Vega o Gracián la citan o comentan). La identificación del Comendador Escrivá es discutida (ver Ivan Parisi, “La verdadera identidad del Comendador Escrivá, poeta valenciano de la primera mitad del siglo XVI”, Estudis Romanics [Institut dEstudis Catalans] 31 (2009), pp. 141-162). Ver Jaume Aurell Cardona, “Apuntes sobre el linaje de los Escrivá: desde los orígenes medievales hasta el asentamiento en Balaguer (siglos X-XIX)”, Cuadernos del CEDEJ 6 (2002), pp. 13-35.
3b «Tengo una experiencia reciente»...-, incisos como este son característicos de la predicación de san Josemaría: una anécdota o un ejemplo gráfico que hacen sonreír a sus oyentes, quitando solemnidad a unas afirmaciones muy profundas que acaba de hacer. Es una muestra también de su forma de entender el trato con Dios, donde lo sublime no está reñido con lo más humano y simpático, y hablar de la vida contemplativa no desentona con mencionar la reacción divertida de un niño. También esto le sirve para hablar con Dios.
3d «cuando nos dedicamos al Señor»-, después de estas palabras, se lee en la transcripción m671126-A y en la grabación, un inciso que –a nuestro juicio– aporta un dato histórico interesante: «Yo antes decía: cuando nos consagramos, pero... han cambiado el sentido de la palabra. Han querido darle un sentido canónico que no tenía. No me interesa». Durante años, para expresar la plena decisión de vida cristiana que implica la pertenencia al Opus Dei, el compromiso radical de llevar adelante una misión divina, empleó a veces la palabra consagración, dándole un sentido genérico. A lo largo de los siglos, hablar de “consagración” no implicaba necesariamente referirse al estado religioso. Significaba el compromiso de hacer algo por Dios y de pertenecerle: baste pensar en la popularidad que tuvieron las consagraciones al Sagrado Corazón, al Corazón inmaculado de María, a san José... y otras semejantes. En esa misma línea, el Concilio Vaticano II ha recordado que todos los cristianos están “consagrados” por el Bautismo (cfr. Lumen gentium, 10). Aun así, san Josemaría terminó por abandonar esa terminología, cuando percibió que podía dar lugar a equívocos, y que se podía confundir la vida en el Opus Dei con la “vida consagrada”, que es como pasó a denominarse la pluralidad de formas del estado religioso. Su decisión se sitúa en el contexto de la defensa del carisma laical de la Obra y del itinerario jurídico del Opus Dei. Ver nota a 16.2f.
3e «vamos descubriendo una a una sus Llagas»: sobre la devoción a las Llagas de Cristo, ver introducción a esta meditación.
3f «mete en las Llagas del Señor»-, en la grabación dice «métete en la Llaga del costado. Es amor humano y es amor divino. Es buscar la unión...». Un poco más adelante (9.5e) vuelve a retomar esta idea: «Refugiarse en el Costado de Cristo».
4c «encontré un texto de San Jerónimo»: en la Epístola XXII, ad Eustochium, 37 [PL22, 421], san Jerónimo afirma que para los santos hasta el sueño es oración. Ver también San JERÓNIMO, Tratado sobre los Salmos, Comentario al Salmo I (CCL 78, 3-6). Sobre este tipo de oración ver 1,5b y 10,2c.
4f «¿Ascética? ¿Mística?»: en este punto, la grabación permite entender una digresión de san Josemaría, que quedó reducida a lo esencial en este párrafo, y que contiene algunos datos interesantes para conocer mejor su opinión en este punto. Dice así: «Y alguno se preguntará: Padre, ¿ascética?, ¿mística?, ¿grados?, ¿vías?, ¿caminos? Y yo te digo a ti, que me preguntas eso: hijo mío, esto no es teoría, basada en las pocas almas que han descrito su propio caso. Casos que han servido -¡pocos, poquísimos! a lo largo de la historia de la Iglesia-, casos que han servido a teólogos más o menos serios, muchos de ellos fuertes, recios, para escribir, para catalogar, más que para escribir, diría para describir, ¡sea lo que sea: ascética, mística, oración adquirida u oración infusa, qué más me da a mí! Si tú procuras meditar, llega un momento en que Dios no te niega los dones, el Espíritu Santo te los da. Dejemos a los teóricos».
«Mito del rey Midas»: el legendario rey de Frigia, al que le fue concedido el don de convertir en oro todo lo que tocase, del que habla Ovidio en Metamorfosis, XI, 100- 150. A san Josemaría le servía para explicar lo que sucede cuando el cristiano sobrenaturaliza sus quehaceres ordinarios y su trabajo, ofreciéndolos a Dios: adquieren entonces un valor divino, se hacen más preciosos que el oro, porque abren las puertas de la eternidad bienaventurada. Ver la misma analogía en Amigos de Dios (n. 221): «¡Podéis transformar en divino todo lo humano, como el rey Midas convertía en oro todo lo que tocaba!», y Forja, 742.
5a 11Ant. ad Intr. (Sal 84, 2). ] 11Sal 84, 2. Cro1972, 729 EdcS, 83 || socio o una asociada Cro1972, 730] miembro EdcS, 83.
«demonio mudo»: referencia al diablo expulsado por Jesús, que impedía hablar (cfr. Mt 9, 32-33 y Mc 9, 24). Para san Josemaría significa una falta de sinceridad consigo mismo, en el examen de conciencia (ver Camino, 236), en la confesión o en la dirección espiritual. Ver también 15.5f y 19.5a.
5c Cruz la mía Crol972, 750] cruz la mía EdcS.84.
«¿Qué vale, ante tu Amor inmenso»...: la grabación permite apreciar que san Josemaría desarrolló esta frase de una forma ligeramente diferente, también sugestiva, jugando con la metáfora del fuego y la luz, en vez de referirse a la cruz, de la que estaba hablando: «Ante tu Amor inmenso, como una hoguera infinita, esta pobrecica luz que has puesto Tú en mi alma. Pero si yo, junto a mi luz, a la hoguera, ¡soy hoguera! Y los corazones, los vuestros y el mío, se llenan de un celo santo, nuntiate Deo!».
«aristócratas del Amor en el mundo»: la expresión proviene de un verso de fray Justo Pérez de Urbel, monje benedictino de Silos y buen amigo de san Josemaría. Se encuentra en la poesía titulada El ciprés del claustro (publicada en el diario ABC [28-X- 1923], p. 9). El verso dice así, refiriéndose a los monjes de aquel monasterio: «Y un día dedujiste ciprés meditabundo / que eran los aristócratas de amor en el mundo». San Josemaría no tuvo inconveniente en tomar prestada esta expresión de su amigo, para aplicarla a todo cristiano y a los miembros del Opus Dei en particular, cuya vida debe estar plenamente orientada hacia el Amor de Dios, aunque no sean monjes. Otros poetas han dedicado sus versos al mismo árbol: es famoso el soneto de Gerardo Diego titulado El ciprés de Silos, escrito el 4 de julio de 1924.
5e «el bien es difusivo»: es una cita implícita de santo TOMÁS DE AQUINO (STh, I-II, q. 2, a. 3).
6a todos los socios Cro1972, 731] todos los miembros EdcS, 85.
6b «Arcángel ministerial»: no ha sido posible encontrar la referencia que menciona san Josemaría. Varios Padres de la Iglesia han hablado ampliamente de los ángeles como custodios de los hombres y de las naciones: Orígenes, el Pseudodionisio areopagita, Tertuliano, san Hilario, san Basilio, etc. En general, admiten la existencia de un ángel que preside cada Iglesia y de ahí algunos autores, como san Francisco de Sales, sostienen que los obispos son ayudados por dos ángeles (cfr. Carta a M. Antoine de Revol, en CEuvres, ed. complete, Annecy, 1902, vol. 12, pp. 192-193). Otros consideran que personas de especial relieve (gobernantes, etc.) tienen asignado un segundo ángel custodio por su función (cfr. Francisco SUAREZ, De Angelis, I, VI, cap. 17, 24). En esa línea se mueve el texto de san Josemaría.
7d «dicitur Deus et colitur ... sit Deus»-. a continuación, la grabación es más explícita:
«¿Qué está pasando en la Iglesia ahora? ita ut audeat store in templo Dei! Sí, señor: ¡son sacerdotes, religiosos muchos de ellos, obispos!, vamos a decirlo claro. He hablado con el Santo Padre de esto. Y él me invitó a rezar con él, reconociendo que era el momento durísimo, también en una buena parte de la Jerarquía. Ita ut audeat stare in templo Dei et ostendere quod ipse sit Deus. Desde dentro quieren destrozar la fe del pueblo. Desde dentro quieren oponerse a Dios».
«Desde dentro»: comienzan las referencias de san Josemaría a la situación de desorientación doctrinal y de crisis en algunos sectores de la Iglesia, que tanto dolor le causaban: ver introducción a esta meditación y a la 18.
7e 2Ep. (Col 1,9). ] 24Col 1, 9. Cro1972, 75A EdcS, 87 || 25Col 1, 10-13). ] 25Col 1, 10-13. Cro1972, 754 EdcS, 88.
7f Madre nuestra] Madre nuestra, Cro1972, 734 EdcS, 88. Suprimimos la coma aplicando la corrección que introdujo el Autor en el párrafo paralelo de la homilía “Hacia la santidad” (cfr. Amigos de Dios, 316).
«a sí mismos se llaman teólogos»: sobre el fenómeno de la “contestación” teológica al Magisterio en esos años, ver introducción a esta meditación.