En diálogo con el Señor

Contexto e historia
Fuentes y material previo
Contenido
Texto: Tiempo de reparar
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Contexto e historia

“Tiempo de reparar” es el primero de una trilogía de textos que aparecieron en las revistas durante el primer semestre de 1972 1. Tienen en común que fueron elaborados tomando párrafos de tertulias y meditaciones de san Josemaría de esos meses. También su tema es parecido: contienen exhortaciones espirituales para reforzar la respuesta fiel a Dios de los miembros del Opus Dei, en un momento de crisis del mundo católico. Es una llamada a la responsabilidad y a la lucha por la santidad.
Este texto fue revisado y corregido por el Autor para que apareciera en Crónica y Noticias de febrero de 1972. La fecha que lleva es, por tanto, la de su aparición en esas revistas. Los textos litúrgicos que comenta corresponden al primer Domingo de Cuaresma, que ese año caía el 20 de febrero, pero sabemos que ese día no hubo meditación: parece simplemente que acudió a ellos para preparar el texto definitivo.

Fuentes y material previo

EdcS, 147-161-, Cro1972, 101-114; Not1972, 99-111. No se conserva ninguna versión previa. El contenido procede de dos meditaciones a los que vivían en el centro del Consejo General: del 6 de enero de 1972 (AGP, serie A.4, m720206) y, sobre todo, del 18 de febrero de ese mismo año (AGP, serie A.4, m720218); hay también frases tomadas de una tertulia, con las mismas personas, del 5 de enero de 1972 (AGP, serie A.4, t720105).

Contenido

El texto tiene dos partes: la primera está dedicada a la lucha ascética y la segunda a la reparación, como indica el título. El telón de fondo de las palabras de san Josemaría es el conjunto de dificultades que estaba afectando a diversos sectores de la Iglesia, hasta justificar que se hablara de una verdadera crisis 2.
Su dolor era grande ante lo que llamaba «acciones delictuosas que se cometen contra su Santo Nombre, contra sus Sacramentos, contra su doctrina» 3. Quería poner en guardia a los miembros del Opus Dei acerca de los errores doctrinales y disciplinares que se estaban difundiendo. La desorientación que caracterizó a ese periodo le creaba una gran preocupación, al mismo tiempo que le llevaba a rezar y a desagraviar a Dios. Invitaba a sus hijas e hijos a ser más fieles, para compensar los abandonos y las rebeliones. Sus expresiones, al hablar de estos temas, son vigorosas y francas, llenas de celo por la Iglesia, a la que amaba profundamente 4. El historiador McLeod considera que esta crisis tuvo consecuencias globales y afectó a todas las confesiones cristianas –no sólo a la Iglesia católica– representando una ruptura tan profunda en el plano religioso occidental como la que trajo consigo la reforma protestante 5. ¿Qué manifestaciones tuvo? Denis Pelletier las resume así para el caso de Francia: un declinar acelerado de las vocaciones sacerdotales (también, habría que añadir, de las vocaciones al estado religioso) y de la práctica religiosa; la politización extremista de una parte del catolicismo; la crisis de la Acción Católica; la disidencia integrista; la crisis de obediencia al Magisterio, en especial con relación a las cuestiones del aborto, la contracepción, la emancipación femenina y en general, la liberalización de las costumbres 6.
Los límites cronológicos tampoco parecen claros, aunque el periodo álgido se suele colocar entre los años que van de la clausura del Concilio (1965) a la muerte de Pablo VI (1978). Bien podría tratarse, como sugiere Pelletier, de un momento de aceleración de un proceso mucho más largo, el de una progresiva secularización 7.
El fenómeno, tal como lo ve san Josemaría en los presentes textos, se podría resumir en tres aspectos: la llamada “contestación” de quienes se oponían al Magisterio de la Iglesia y que tergiversaban las enseñanzas del Concilio Vaticano II; los abusos en materia litúrgica; el abandono de su vocación por parte de religiosos y religiosas y las secularizaciones de sacerdotes, unido al fenómeno que Pablo VI llamaba de “auto demolición” 8 de la Iglesia por parte de algunos. La actitud del fundador, como se lee en estas páginas, fue de desagravio y reparación, y al mismo tiempo de prudencia, con medidas y consejos que evitaran el contagio.
En su opinión, el problema estaba afectando a los más altos niveles. «La situación es grave, hijas e hijos míos. (...) El mal –no ceso de advertiros– viene de dentro y de muy arriba» 9. Y en otro texto leemos: «Los mayores enemigos están dentro y arriba: no os dejéis engañar» 10. Esas expresiones parecen conectadas con su queja por las culpables omisiones de algunos pastores: «Pasarán las personas, cambiarán los tiempos, y dejarán de decirse blasfemias y herejías. Ahora se propalan sin ningún inconveniente, porque no hay pastores que señalen dónde está el lobo» 11.
En otros lugares parece referirse más bien a los teólogos o a personas dotadas de autoridad en el campo doctrinal: «Las grandes luminarias, que debían irradiar luz, difunden tinieblas; los que tendrían que ser sal, para impedir la corrupción del mundo, se encuentran insípidos y, en ocasiones, públicamente podridos» 12.
Ante esa delicada situación, el fundador del Opus Dei buscaba preservar la unidad del Cuerpo místico de Cristo, al mismo tiempo que animaba a poner los medios para limitar los males y daños que se estaban produciendo, por la acción equivocada de algunos pastores: «Yo no puedo aconsejar que desobedezcan, pero sí la resistencia pasiva de no colaborar con los que destrozan, de ponerles dificultades, de defenderse personalmente. Y mejor aún esa resistencia activa de cuidar la vida interior, fuente del desagravio» 13.
San Josemaría se sentía movido a pedir perdón al Señor en primer lugar por sí mismo -«por nuestra flojedad personal» 14, dice-, ya que se sabía pecador y necesitado de la misericordia de Dios. Denunciará con fuerza los abusos que conoce en esos años, pero no se sentía un “justo” que señala con el dedo a los “pecadores”. Al contrario, pensaba que esa situación debía llevar a un mayor esfuerzo personal por amar a Dios con obras, por reforzar, en definitiva, la Comunión de los santos que sostiene a todos los cristianos.
Este es el sentido de la conversión que predica. El «compromiso de amor» 15 que comporta la vocación al Opus Dei llama a una responsabilidad más plena en esos momentos: a luchar por ser santos, sonriendo, sin esperar aplausos o parabienes, procurando aumentar la intimidad con Cristo y la identificación con su sacrificio en la Cruz. «Nuestro quehacer sobrenatural es amar de verdad a Dios» 16, dice. Pide lealtad, fidelidad, a esa obligación amorosa: no traicionar al Señor, cuando tantos le dan la espalda. Anima a dejarse ayudar, cuando la fidelidad cuesta, acudiendo a los medios espirituales que la Obra proporciona.
«Pidamos a Dios que se corte esta sangría en su Iglesia» 17, dice, aludiendo probablemente a la ola de secularizaciones de sacerdotes y de abandonos de la vocación religiosa que estaba afectando a algunos países 18.
En relación a la vida religiosa, los datos del Annuario Pontificio sobre algunas órdenes y congregaciones masculinas en el periodo 1963-1986, muestran una disminución de miembros que oscila entre el 19% y 29% 19. Esta bajada se notó especialmente en los novicios, que menguaron drásticamente 20, como había ocurrido con los seminaristas del clero diocesano 21. Ante este panorama, san Josemaría invitaba a sus oyentes a emprender «el camino del desagravio, de poner amor allí donde se ha producido un vacío, por la falta de fidelidad de otros cristianos» 22.
En la segunda parte del texto, san Josemaría habla propiamente de la oración de desagravio. Insiste en que hay que poner amor donde ha habido infidelidad y por eso anima a rezar más, tratando con intimidad a Dios, sin sensiblerías, pero con una piedad afectuosa. Su oración pide fortaleza al Señor en esos momentos en los que la amargura y el pesimismo pueden insinuarse en el alma. Y también ruega a Dios que enseñe a ser «duros con nosotros mismos, y comprensivos con los demás» 23, sembrando a manos llenas la buena doctrina.

Tiempo de reparar

1a Hijas e hijos míos, este Padre vuestro quiere de nuevo abriros su corazón: tenemos que seguir rezando, con confianza, que es la primera condición de la oración buena, seguros de que el Señor nos escucha. Mirad que Dios mismo nos dice ahora, en el comienzo de esta Cuaresma: «.Invocaba me, et ego exaudiam eum: eripiam eum, et glorificabo eum» 24. Me invocaréis y yo os escucharé; os libraré y os glorificaré.

1b Pero hemos de rezar con afán de reparación. Hay mucho que expiar, fuera y dentro de la Iglesia de Dios. Buscad unas palabras, haceos una jaculatoria personal, y repetidla muchas veces al día, pidiendo perdón al Señor: primero por nuestra flojedad personal y, después, por tantas acciones delictuosas que se cometen contra su Santo Nombre, contra sus Sacramentos, contra su doctrina. «Escucha, Dios nuestro, la oración de tu siervo, oye sus plegarias, y por amor de ti, Señor, haz brillar tu faz sobre tu santuario devastado. Oye, Dios, y escucha. Abre tus ojos y mira nuestras ruinas, mira la ciudad sobre la que se invoca tu nombre, pues no te suplicamos por nuestras justicias, sino por tus grandes misericordias» 25.

2a Pedid perdón, hijos, por esta confusión, por estas torpezas que se facilitan dentro de la Iglesia y desde arriba, corrompiendo a las almas casi desde la infancia. Si no es así, si no vamos por este camino de penitencia y de reparación, no lograremos nada.

2b ¿Que somos pocos para tanta multitud? ¿Que estamos llenos de miserias y de debilidades? ¿Que humanamente no podemos nada? Meditad conmigo aquellas palabras de San Pablo: «Dios ha escogido a los necios según el mundo, para confundir a los sabios; y Dios ha escogido a los flacos del mundo, para confundir a los fuertes; y a las cosas viles y despreciables del mundo, y a aquellas que eran nada, para destruir las que parece que son grandes, para que ningún mortal se dé importancia» 26.

2c A pesar de nuestras miserias y de nuestros errores, el Señor nos ha elegido para ser instrumentos suyos, en estos momentos tan difíciles de la historia de la Iglesia. Hijos, no podemos escudarnos en la pequeñez personal, no debemos enterrar el talento recibido 27, no podemos desentendemos de las ofensas que se hacen a Dios y del mal que se ocasiona a las almas. «Así que vosotros, avisados ya, estad alerta, no sea que seducidos por los insensatos, vengáis a perder vuestra firmeza» 28.

2d Cada uno en su estado, y todos con la misma vocación, hemos respondido afirmativamente a la llamada divina, para servir a Dios y a la Iglesia, y para salvar almas. De modo que tenemos más deber y más derecho que otros para estar alerta; tenemos más responsabilidad para vivir con fortaleza; y tenemos también más gracia.

2e ¿Habéis visto qué actuales son las palabras de la epístola del primer domingo de Cuaresma?: «Os exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios. Pues El mismo dice: al tiempo oportuno te oí, y en el día de la salvación te di auxilio. Llegado es ahora el tiempo favorable, llegado es ahora el día de la salvación. Nosotros no demos a nadie motivo alguno de escándalo, para que no sea vituperado nuestro ministerio: antes bien, portémonos en todas las cosas como deben portarse los ministros de Dios» 29.

3a En la Obra todos tenemos un compromiso de amor, aceptado libremente, con Dios Señor nuestro. Un compromiso que se fortalece con la gracia personal, propia del estado de cada uno, y con esa otra gracia específica que el Señor da a las almas que llama a su Opus Dei. ¡Cómo me sabe a miel y panal aquella divina declaración amorosa: «–Ego redemi te, et vocavi te nomine tuo, meus es tu!» 30, Yo te he redimido, y te he llamado por tu nombre, ¡tú eres mío! No nos pertenecemos, hijos; somos suyos, del Señor, porque nos ha dado la gana responder: «Ecce ego, quia vocasti me!» 31; aquí estoy, porque me has llamado.

3b Un compromiso de amor, que es también un vínculo de justicia. No me gusta hablar sólo de justicia, cuando hablo de Dios: en su presencia acudo a su misericordia, a su compasión, como acudo a vuestra piedad de hijos para que recéis por mí, ya que sabéis que mi oración no os falta en ningún momento del día ni de la noche.

3c Pero ese compromiso de amor, ¿qué materia tiene?, ¿a qué nos obliga? A luchar, hijas e hijos míos. A luchar, con el fin de poner en práctica los medios ascéticos que la Obra nos propone para ser santos; a luchar, para cumplir nuestras Normas y costumbres; a esforzarnos por adquirir y defender la buena doctrina, y mejorar la propia conducta; a procurar vivir de oración, de sacrificio y de trabajo, y –si es posible– sonriendo: porque yo entiendo, hijos, que a veces no es fácil sonreír.

3d Padre, me diréis, ¿hemos de luchar para dar ejemplo? Sí, hijos, pero sin buscar aplausos en la tierra. No vaciléis si encontráis burlas, calumnias, odios, desprecios. Hemos de batallar –de nuevo habla la liturgia del día– «en medio de honras y de deshonras, de infamia y de buena fama: juzgados como impostores, siendo veraces; por desconocidos, cuando todos nos conocen; casi moribundos, teniendo buena salud; como castigados, sin sentir humillación; como tristes, estando siempre alegres; como menesterosos, mientras que enriquecemos a muchos; como que nada tenemos y todo lo poseemos» 32.

3e No esperéis parabienes, ni palabras de aliento, en vuestra pelea cristiana. Hemos de tener la conciencia bien clara: ¿sabemos que nuestra lucha interior es necesaria para servir a Dios, a la Iglesia y a las almas?, ¿estamos convencidos de que el Señor se quiere servir –en estos momentos de tremenda deslealtad– del pequeño esfuerzo nuestro por ser fieles, para llenar de fe, de esperanza y de amor a miles de almas? Pues, a luchar, hijas e hijos míos, cara a Dios y siempre contentos, sin pensar en alabanzas humanas.

3f Señor, teniendo trato contigo te traicionamos, pero volvemos a Ti. Sin ese trato, ¿qué sería de nosotros?, ¿cómo podríamos buscar tu intimidad?, ¿cómo seríamos capaces de sacrificarnos contigo en la Cruz, enclavándonos por amor tuyo, para servir a las criaturas?

3g «Dios mío, dejarte a ti es ir a la muerte; seguirte a ti es amar; verte es poseerte. Dame, Señor, una fe sólida, una esperanza abundante, una continua caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios, tú nos avisas que vigilemos. Dios, con tu gracia evitamos el mal y hacemos el bien. Dios, tú nos fortificas para que no sucumbamos ante las adversidades; Dios, a quien se debe nuestra obediencia y buen gobierno» 33.

4a A luchar, hijos, a luchar. No hagáis como ésos que dicen que la Confirmación no nos hace milites Christi. Quizá es que no quieren combatir, y así son lo que son: unos derrotados, unos vencidos, hombres sin fe, almas caídas, como Satanás. No han seguido el consejo del Apóstol: «Soporta el trabajo y la fatiga como buen soldado de Jesucristo» 34.

4b Como soldados de Cristo, hay que pelear las batallas de Dios. In hoc pulcherrimo caritatis bello! No hay más remedio que tomarse con empeño esta hermosísima guerra de amor, si de verdad queremos conseguir la paz interior, y la serenidad de Dios para la Iglesia y para las almas.

4c Quiero recordaros que «no es nuestra pelea contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes y potestades, contra los adalides de estas tinieblas del mundo, contra los espíritus malignos... Por tanto, tomad las armas todas de Dios, para poder resistir en el día aciago y sosteneros apercibidos en todo» 35.

4d En la tierra no podemos tener nunca esa tranquilidad de los comodones, que se abandonan, porque piensan que el porvenir es seguro. El porvenir de todos nosotros es incierto, en el sentido de que podemos ser traidores a Nuestro Señor, a la vocación y a la fe. Hemos de hacer el propósito de pelear siempre. El último día del año que pasó, escribí una ficha: éste es nuestro destino en la tierra: luchar, por Amor, hasta el último instante. Deo gratias!

4e Yo procuraré batallar hasta el postrer momento de mi vida; y vosotros, lo mismo. Pelea interior, pero también por fuera, oponiéndome como sea a la destrucción de la Iglesia, a la perdición de las almas. «En la guerra y en el campo de batalla, el soldado que sólo mira cómo salvarse por medio de la fuga, se pierde a sí mismo y a los demás. El valiente, en cambio, que lucha por salvar a los demás, se salva también a sí mismo».

4f «Puesto que nuestra religión es una guerra, y la más dura de todas las guerras, y embestida y batalla, formemos la línea de combate tal y como nuestro rey nos ha mandado, dispuestos siempre a derramar nuestra sangre, mirando por la salvación de todos, alentando a los que están firmes y levantando a los caídos. Ciertamente, muchos de nuestros amigos yacen en el suelo, acribillados de heridas y chorreando sangre, y nadie hay que cuide de ellos: nadie, ni del pueblo, ni de entre los sacerdotes, ni de otro grupo alguno; no tienen protector, ni amigo, ni hermano» 36.

4g Si alguno de mis hijos se abandona y deja de guerrear, o vuelve la espalda, que sepa que nos hace traición a todos: a Jesucristo, a la Iglesia, a sus hermanos en la Obra, a todas las almas. Ninguno es una pieza aislada; somos todos miembros de un mismo Cuerpo Místico, que es la Iglesia Santa 37, y –por compromiso de amor– miembros también de la Obra de Dios. Por eso, si alguien no combatiera, causaría un grave daño a sus hermanos, a su santidad y a su trabajo apostólico, y sería un obstáculo para superar estos momentos de prueba.

5a Hijas e hijos míos, todos tenemos altibajos en el alma. Hay momentos en los que el Señor nos quita el entusiasmo humano: notamos cansancio, parece como si el pesimismo quisiera adormecer el alma, y sentimos algo que intenta cegarnos y sólo nos deja ver las sombras del cuadro. Entonces es la hora de hablar con sinceridad y dejarse llevar de la mano, como un niño.

5b Para eso está la charla confidencial, fraterna, periódica. Para eso está la Confesión que, como tenéis buen espíritu, hacéis siempre que podéis con un sacerdote de la Obra. Si procuráis reaccionar así, enseguida volverán las luces al cuadro, y comprenderemos que aquellas sombras eran providenciales, porque, si no existieran, faltaría relieve al retablo de nuestra vida. «El que habita al amparo del Altísimo y mora a la sombra del Todopoderoso, diga a Dios: Tú eres mi refugio y mi ciudadela, mi Dios, en quien confío. Pues El le librará de la red del cazador y de la peste exterminadora; le cubrirá con sus plumas, y le hará hallar refugio bajo sus alas, y su fidelidad le será escudo y adarga» 38.

5c Pido a Jesús, por la intercesión de su Madre Bendita, y de nuestro Padre y Señor San José –a quien tanto quiero–, que me entendáis. Siempre, pero mucho más en estos momentos, sería una traición dejar de estar vigilantes, abrir la mano, consentir la más pequeña infidelidad. Cuando hay tanta gente desleal, estamos más obligados a ser fieles a nuestros compromisos de amor. No os importe si os parece que habéis perdido otros motivos, que antes os ayudaban a ir adelante, y ahora sólo os queda éste: la lealtad con Dios.

5d ¡Lealtad! ¡Fidelidad! ¡Hombría de bien! En lo grande y en lo pequeño, en lo poco y en lo mucho. Querer luchar, aunque a veces parezca que no podemos querer. Si viene el momento de la debilidad, abrid el alma de par en par, y dejaos llevar suavemente: hoy subo dos escalones, mañana cuatro... Al día siguiente, quizá ninguno, porque nos hemos quedado sin fuerzas. Pero queremos querer. Tenemos, al menos, deseos de tener deseos. Hijos, eso es ya combatir.

5e Al que no estuviera decidido a ser constante con sus compromisos, a mantenerse íntegro en la fe e intachable en la conducta, yo le aconsejaría que desista de hacer el hipócrita, que se marche, y que nos deje a los demás tranquilos en nuestro camino. Hay un refrán en mi tierra que dice así: o herrar; o quitar el banco. O desempeñar el oficio propio de los cristianos, o suprimir el banco donde no se trabaja.

5f Nuestro quehacer sobrenatural es amar de verdad a Dios, que para eso nos ha dado un corazón y nos lo ha pedido entero. No podemos ser unos fingidos: yo sé que ninguno de mis hijos lo será. Insisto, sin embargo, en que si no meditáis lo que os digo, si no procuráis manteneros atentos, perderéis el tiempo y haréis mucho daño a la Iglesia y a la Obra. El Señor, hijas e hijos de mi alma, está a la espera de nuestra correspondencia, contando con que somos frágiles y nos encontramos inclinados a todas las miserias. Por eso, Él nos ayuda siempre: «Porque se adhirió a mí, yo le libertaré; yo le defenderé, porque ha reconocido mi nombre» 39, dice el salmo.

6a ¿Qué haréis cuando veáis –porque eso se nota– que un hermano vuestro afloja, y no lucha? ¡Pues acogerle, ayudarle! Si os dais cuenta de que le cuesta rezar el rosario, ¿por qué no invitarle a rezar con vosotros? Si se le hace más difícil la puntualidad: oye, que faltan cinco minutos para la oración o para la tertulia. ¿Para qué está la corrección fraterna? ¿Para qué está la charla personal, que hay en Casa? Tanto si la rehúyen como si la prolongan excesivamente, cuidado.

6b ¿Y la Confesión? No la dejéis nunca, en los días que os corresponda y siempre que os haga falta, hijas e hijos míos. Tenéis libertad de confesaros con quien queráis, pero sería una locura que os pusierais en otras manos, que quizá se avergüenzan de estar ungidas. ¡No os podéis fiar!

6c Todos estos medios espirituales, facilitados por el cariño que nos tenemos, están para ayudarnos a recomenzar, para que volvamos de nuevo a buscar el refugio de la presencia de Dios, con la piedad, con las pequeñas mortificaciones, con la preocupación por los demás. Esto es lo que nos hace fuertes, serenos y vencedores.

6d Ahora más que nunca debemos estar unidos en la oración y en el cuidado, para contener y purificar estas aguas turbias que se desbordan sobre la Iglesia de Dios. «Possumus!» 40. Podemos vencer esta batalla, aunque las dificultades sean grandes. Dios cuenta con nosotros. «Esto es lo que debe transportaros de gozo, aunque ahora por un poco de tiempo conviene que seamos afligidos con varias tentaciones; para que nuestra fe probada de esta manera y mucho más acendrada que el oro –que se acrisola con el fuego– se halle digna de alabanza, de gloria y de honor, en la venida manifiesta de Jesucristo» 41.

6e La situación es grave, hijas e hijos míos. Todo el frente de guerra está amenazado; que no se rompa por uno de nosotros. El mal –no ceso de advertiros– viene de dentro y de muy arriba. Hay una auténtica podredumbre y, a veces, parece como si el Cuerpo Místico de Cristo fuera un cadáver en descomposición, que hiede. ¡Cuánta ofensa a Dios! Nosotros, que somos tan frágiles y aun más frágiles que los demás, pero que –ya lo he dicho– tenemos un compromiso de Amor, hemos de dar ahora a nuestra existencia un sentido de reparación. Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona nobis pacem!

6f Hijos, vosotros tenéis un corazón grande y joven, un corazón ardiente, ¿no sentís la necesidad de desagraviar? Llevad el alma por ese camino: el camino de la alabanza a Dios, viendo cada uno cómo debe ser firmemente tenaz; y el camino del desagravio, de poner amor allí donde se ha producido un vacío, por la falta de fidelidad de otros cristianos.

7a De profundis... «De lo profundo te invoco, ¡oh Yavé! Oye, Señor, mi voz; estén atentos tus oídos al clamor de mi súplica. Si miras, Señor, los pecados, ¿quién podrá subsistir?» 42. Pidamos a Dios que se corte esta sangría en su Iglesia, que las aguas vuelvan a su cauce. Decidle que no tenga en cuenta las locuras de los hombres, y que muestre su indulgencia y su poder.

7b No nos puede vencer la tristeza. Somos optimistas, también porque el espíritu del Opus Dei es de optimismo. Pero no estamos en Babia: estamos en la realidad, y la realidad es amarga.

7c Todas esas traiciones a la Persona, a la doctrina y a los Sacramentos de Cristo, y también a su Madre Purísima... parecen una venganza: la venganza de un ánimo miserable, contra el amor de Dios, contra su amor generoso, contra esa entrega de Jesucristo: de ese Dios que se anonadó, haciéndose hombre; que se dejó coser con hierros al madero, aun cuando no necesitaba de clavos, porque le bastaba –para estar fijo y pendiente de la Cruz– el amor que nos tenía; y que se ha quedado entre nosotros en el Sacramento del Altar.

7d Claridad con oscuridad, así le hemos pagado. Generosidad con egoísmos, así le hemos pagado. Amor con frialdad y desprecio, así le hemos pagado. Hijas e hijos míos, que no os dé vergüenza conocer nuestra constante miseria. Pero pidamos perdón: «Perdona, Señor, a tu pueblo, y no abandones tu heredad al oprobio, entregándola al dominio de las naciones» 43.

7e Cada día caigo más en la cuenta de estas realidades, y cada día estoy buscando más la intimidad de Dios, en la reparación y en el desagravio. Pongámosle delante el número de almas que se pierden, y que no se deberían perder si no las hubiesen puesto en la ocasión; de almas que han abandonado la fe, porque hoy se puede hacer propaganda impune de toda clase de falsedades y herejías; de almas que han sido escandalizadas, por tanta apostasía y por tanta maldad; de almas que se han visto privadas de la ayuda de los Sacramentos y de la buena doctrina.

7f En las visitas que recibo, son muchos los que se quejan, los que sienten la tragedia, y la imposibilidad de poner medios humanos para remediar el mal. A todos les digo: reza, reza, reza, y haz penitencia. Yo no puedo aconsejar que desobedezcan, pero sí la resistencia pasiva de no colaborar con los que destrozan, de ponerles dificultades, de defenderse personalmente. Y mejor aún esa resistencia activa de cuidar la vida interior, fuente del desagravio, del clamor.

7g Tú, Señor, has dicho que clamemos: «Clama, ne cesses44. En todo el mundo estamos cumpliendo tus deseos, pidiéndote perdón, porque en medio de nuestras miserias Tú nos has dado la fe y el amor. «A ti alzo mis ojos, a ti que habitas en los cielos. Como están atentos los ojos del siervo a las manos de su señor, como los ojos de la esclava a la mano de su dueña, así se alzan nuestros ojos a Yavé, nuestro Dios, para que se compadezca de nosotros» 45.

7h Por la intercesión de Santa María y del Santo Patriarca, San José, pedid al Señor que nos aumente el espíritu de reparación; que tengamos dolor de nuestros pecados, que sepamos recurrir al Sacramento de la Penitencia. Hijos, escuchad a vuestro Padre: no hay mejor acto de arrepentimiento y de desagravio que una buena confesión. Allí recibimos la fortaleza que necesitamos para luchar, a pesar de nuestros pobres pies de barro. «.Non est opus valentibus medicus, sed male habentibus» 46, que el médico no es para los que están sanos, sino para los que están enfermos.

8a Señor, te sientes contento cuando acudimos a Ti con nuestra lepra, con nuestra flaqueza, con nuestro dolor y nuestro arrepentimiento; cuando te mostramos nuestras llagas para que nos cures, para que hagas desaparecer la fealdad de nuestra vida. ¡Bendito seas!

8b Haz que todos mis hijos entiendan que tenemos obligación de desagraviarte, aun cuando estemos hechos de lodo seco, y nos rompamos alguna vez, y sea necesario que los demás nos sostengan. Ayúdanos a ser fieles a nuestros compromisos de amor, porque eres Tú la fortaleza que necesita nuestra flojera, sobre todo cuando se vive en medio de la crueldad de los enemigos en batalla.

8c Yo hago el propósito de recorrer de nuevo, en viaje de penitencia, en acción de gracias, cinco santuarios marianos, cuando Tú te dignes poner –comenzar a poner– remedio. Ya sé que lo primero que Tú quieres es que acudamos a tu Madre -«Ecce Mater tua!» 47- y Madre nuestra. Acudiré con espíritu de amor y de agradecimiento y de reparación, sin espectáculo.

8d Haz que seamos duros con nosotros mismos, y comprensivos con los demás. Haz que no nos cansemos de sembrar la buena doctrina en el corazón de las almas, «opportune et importune» 48, a toda hora, con nuestro pensamiento, que nos lleva a ponernos en tu presencia; con nuestros deseos ardientes, con nuestra palabra tempestiva, con nuestra vida de hijos tuyos.

8e Haz que metamos en las conciencias de todos la posibilidad espléndida, maravillosa, de vivir tratándote, sin sensiblerías. Lo que Tú nos das, ¿lo busco yo con alegría? ¡Señor, bendito seas! Si no quieres, no nos des ese consuelo, pero no podemos pensar que es cosa mala desearlo. Es cosa buena, como cuando apetecemos el sabor de una fruta, de un alimento. Hijos, poner ese aliciente es parte del modo de obrar de Dios.

8f Haz que no nos falten las divinas consolaciones, y que cuando Tú quieras que estemos sin ellas, comprendamos que nos tratas como a adultos, que no nos das la leche que se da al recién nacido, o la papilla que alimenta a la criatura que tiene apenas los primeros dientes. Concédenos la serenidad de entender que nos proporcionas el sustento sólido, de los que ya pueden por su cuenta manejarse. Pero te suplico que te dignes concedernos una dedada de miel, porque el momento es tan penoso para todos.

8g Te pido por la mediación de Santa María, poniendo por abogado a mi Padre y Señor San José, invocando a los Ángeles y a los Santos todos, a las almas que están en tu gloria y gozan de la visión beatífica, que intercedan por nosotros, para que tú nos mandes los dones del Espíritu Santo.

8h Te ruego también que nos demos cuenta de que eres Tú el que vienes en el Sacramento del Altar y que, cuando desaparecen las especies, Tú, Dios mío, no te vas: ¡te quedas! Comienza en nosotros la acción del Paráclito, y nunca una Persona está sola: están las Tres, el Dios Único. Este cuerpo y esta alma nuestra, esta pobre criatura, este pobre hombre que soy yo, que sepa siempre que es como un Sagrario en el que se asienta la Trinidad Beatísima.

8i Hijas e hijos míos, decid conmigo: creo en Dios Padre, creo en Dios Hijo, creo en Dios Espíritu Santo, creo en la Santísima Trinidad. Y con la ayuda de mi Madre, Santa María, lucharé para tener tanto amor que llegue a ser, en este desierto, un gran oasis donde Dios se pueda recrear. «Cor contritum et humiliatum, Deus, non despides!» 49. No desoye el Señor a los corazones penitentes y humildes.

Comentarios

2a «Pedid perdón, hijos, por esta confusión»: sobre el significado de estas palabras, ver la introducción a esta meditación. Ante esa difícil situación, algunas de cuyas consecuencias se pueden valorar después de los años transcurridos, el consejo de san Josemaría será responder con una mayor fidelidad a la Iglesia y al Magisterio, renovar el propio afán de santidad, reduplicar la oración y el espíritu de reparación a Dios, y ofrecer una delicada resistencia pasiva cuando sea necesario, para evitar males mayores.

3a 7Cfr. Is 43, 1.]7Is 43, 1. EdcS, 149.
«gracia personal, propia del estado de cada uno»: se refiere a las gracias de estado, que -como explica el Catecismo de la Iglesia Católica- «acompañan el ejercicio de las responsabilidades de la vida cristiana y de los ministerios en el seno de la Iglesia» (n. 2004).

3f «te traicionamos»: san Josemaría habla en esta meditación de las infidelidades a Dios en esos momentos de crisis. Pero de nuevo, lejos de limitarse a acusar a otros, mira antes a su propia vida, a sus deficiencias y debilidades. Esto le lleva a la contrición y al propósito de querer luchar por Amor, contra el pecado y las miserias personales, para que ese esfuerzo beneficie también a los demás miembros del Cuerpo Místico de Cristo, por medio de la Comunión de los santos. Y al mismo tiempo, convoca a sus oyentes a una acción apostólica más decidida para llevar la salvación a cuantas más personas se pueda.

4b «In hoc pulcherrimo...»-. «en esta bellísima guerra de amor». No ha sido posible encontrar el origen de esta frase latina. Un escritor y místico español, el jesuita Juan Eusebio Nieremberg (1595-1658), habla de “hoc charitatis bellum” para referirse al amor por los enemigos (Ex variis selectisque concinnatus Opusculis, París, 1659, líber II cap. 9). Podría haber inspirado a san Josemaría, quien poseía varios libros de ese autor en su biblioteca de trabajo (cfr. Cfr. Jesús GIL SÁENZ, op. cit., p. 390). También puede haber sido compuesta por el mismo fundador del Opus Dei. El tema de la “guerra de Amor”, de la “guerra de paz”, o de “luchar por Amor”, como vemos en esta meditación y en otros escritos, es frecuente (ver por ejemplo 20,5b, Camino, 433; Es Cristo que pasa, 8, 74-81, 184; Amigos de Dios, 196; Surco, 158; Forja, 83, 445).

5b «hacéis siempre que podéis con un sacerdote de la Obra»-, la labor de acompañamiento espiritual, según el espíritu y los modos específicos del Opus Dei, se realiza en parte a través de los consejos que se dan por medio de la Confesión, por lo que resulta coherente acudir a sacerdotes con ese espíritu, aunque, como es obvio, haya libertad para confesarse con quien se desee (ver nota a 18.6b). Sobre la “charla” ver nota a 2.4f.

5f «nos lo ha pedido entero»; se refiere a aquellos miembros del Opus Dei que tienen el compromiso del celibato, que eran los que en ese momento le escuchaban, pero la enseñanza es universal, pues Dios pide ser amado con totalidad, en cualquier estado, por encima de todas las criaturas (cfr. Dt 6, 4-5).

6b «sería una locura»: ver nota 18.5b. Además de un criterio de coherencia espiritual, quería evitar consejos desorientadores, en unos años de crisis de identidad para muchos sacerdotes.

6d 17Mt 20, 22. add.
Hemos añadido la referencia bíblica en nota a esta palabra latina, porque está tomada de la respuesta de los apóstoles Santiago y Juan a Jesús en Mt 20, 22. A san Josemaría le gustaba emplearla para mostrar la fe en la ayuda de Dios.

6e «parece como si el Cuerpo Místico de Cristo fuera un cadáver»: sobre esta expresión, que muestra el profundo dolor y preocupación que le producía la situación de crisis de la Iglesia, las desviaciones doctrinales y morales entre tantos cristianos –sin excluir a miembros de la jerarquía– y la falta de acierto o de fortaleza de algunos para corregirlos, ver la introducción a esta meditación.
«Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona nobis pacem!»: es una adaptación de una jaculatoria corazonista tradicional, que san Josemaría empleó especialmente desde 1952, con ocasión de graves dificultades para el Opus Dei, que le llevaron a consagrar el Opus Dei al Sagrado Corazón. Ver Luis CANO, “Consagraciones del Opus Dei”, en DSJEB, pp. 259-263.

7a «que se corte esta sangría»: se refiere probablemente a la ola de secularizaciones y abandonos del estado clerical y religioso que se manifestó de manera más aguda en esos años. Sobre ese fenómeno, ver la introducción a esta meditación.

7b «no estamos en Babia!»-, expresión coloquial que significa vivir «sin enterarse de lo que ocurre alrededor» (DRAE, 23.a ed., 2014). Babia es una comarca de la provincia de León, en España. Aunque hay varias explicaciones sobre el origen de ese dicho, es probable que haga referencia a la residencia veraniega que poseían los monarcas de ese reino en la zona de Babia, a donde se retiraban para descansar y aislarse de los problemas de la corte.

7g «Tú, Señor, has dicho que clamemos: clama, ne cesses!»: se está refiriendo a una locución interior que recibió el 6 de agosto de 1970. El beato Álvaro del Portillo recordaba: «Aunque estaba agradecido a Dios por haber ahorrado al Opus Dei tantas tribulaciones, le acuciaba el pensamiento de la tristísima situación que atravesaba la Iglesia. El 6 de agosto de 1970, el Señor hizo resonar en su mente con gran ímpetu las palabras de Isaías: Clama, ne cesses! (Is 58, 1), y comprendió que Dios le pedía no sólo multiplicar su oración y su penitencia, sino también hacer llegar lo más lejos posible, a través de una predicación enérgica e insistente, la exhortación a la más rigurosa lealtad a la Iglesia», Álvaro DEL PORTILLO, Entrevista, p. 219. El testimonio de Mons. Javier Echevarría añade algunos detalles: «Nos hallábamos en Premeno, cerca del lago Maggiore, en Italia. Como todos los días, le ayudé a Misa. Al terminar –se hallaba presente también Mons. Álvaro del Portillo–, nos contó que esa mañana, mientras insistía con su petición tozuda, llena de fe, escuchó esas palabras de consuelo y confirmación», Javier ECHEVARRÍA RODRÍGUEZ, Memoria del beato Josemaría Escrivá, Madrid, Rialp, 2002, p. 184.

8c «Yo hago el propósito»...: san Josemaría lo cumplió ese mismo año, visitando, entre otros lugares, Lourdes y Fátima. En esos años de oración y reparación por la Iglesia recorrió numerosos santuarios, entre los que cabe destacar el de Guadalupe, durante su viaje a México, en 1970. Hasta el momento de su muerte continuó esas peregrinaciones marianas por Europa y también por América, en sus viajes de catequesis de 1974 y 1975 (ver AVPIII, pp. 583-588, 646-660, 694-735; Peter BERGLAR, Opus Dei. Vida y obra del Fundador Josemaría Escrivá, Madrid, Rialp, 2002, p. 289).

8d Cfr. 2Tm 4, 2-24 2Tm 4, 2. EdcS, 160.

Notas

A la introducción
1 Las otras dos son: “El talento de hablar”, en abril, y “El licor de la Sabiduría”, en el mes de junio de ese mismo año, que figuran a continuación de esta (nn. 19 y 20).
2 Cfr. Hugh MCLEOD, The religious crisis ofthe 1960s, Oxford (UK), New York, Oxford University Press, 2007; Callum G. BROWN, “What was the religious crisis of the 1960s?”, Journal of Religious History 34 (2007), pp. 468-479. Sobre algunos aspectos de esa crisis, en la Iglesia y en la vida de san Josemaría, ver Julián HERRANZ, Nei dintomi di Gerico, Milano, Ares, 2005, pp. 127-179;-dVP III, pp. 491-517, 591-660, 680-688.
3 8.1b.
4 Algunos testimonios sobre ese amor y sobre su visión eclesiológica se encuentran en sus obras, como Camino (especialmente los 517-527, comentados por Pedro Rodríguez en su edición crítico-histórica); y los 1-23 de Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer (ver Conversaciones, ed. crít.-hist., pp. 107-120); en sus homilías como “El fin sobrenatural de la Iglesia” y “Lealtad a la Iglesia” (recogidas en el volumen Amar a la Iglesia, Madrid, Palabra, 1986) y en las que se contienen en Es Cristo que pasa (comentadas por Antonio Aranda en su edición crítico-histórica, ver por ejemplo 34, 53, 102, 127-133, 139). Otros testimonios sobre su amor a la Iglesia en Álvaro DEL PORTILLO, Una vida para Dios: reflexiones en tomo a la figura de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer. Discursos, homilías y otros escritos, Madrid, Rialp, 1992, pp. 69-87 y 205-210; Javier Medina Bayo, Álvaro del Portillo. Un hombre fiel, Madrid, Rialp, 2012, pp. 413-423; Álvaro DEL PORTILLO, Entrevista, pp. 11-25; Javier ECHEVARRIA Rodríguez, Memoria del beato Josemaría Escrivá, Madrid, Rialp, 2002, 302-304, 340- 347; Javier Echevarría RODRÍGUEZ, Por Cristo, con Él y en Él: escritos sobre san Josemaría, Madrid, Palabra, 2007; y de diversos eclesiásticos que le trataron, recogidos en Aa.Vv., Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, un hombre de Dios: testimonios sobre el fundador del Opus Dei, Madrid, Palabra, 1994, especialmente pp. 46-50, 75-76, 108-109, 130-132, 178-179, 198- 200; Cormac BURKE, “Una dimensión de su vida: el amor a la Iglesia y al Papa”, ScrTh 13 (1981), pp. 691-701; Pedro Lombardía Díaz, “Amor a la Iglesia”, en Álvaro DEL Portillo (ed.), Homenaje a Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer, Pamplona, Eunsa, 1986, pp. 79-132; Luis CANO, “San Josemaría ante el Vaticano. Encuentros y trabajos durante el primer viaje a Roma: del 23 de junio al 31 de agosto de 1946”, SetD 6 (2012), pp. 165-209.
Un aproximación teológica a la enseñanza de san Josemaría sobre la Iglesia en Gonzalo ARANDA PÉREZ - José Ramón VILLAR SALDAÑA, “El amor a la Iglesia y al Papa en Camino”, en José MORALES MARÍN (ed.), Estudios sobre Camino: colección de estudios, Madrid, Rialp, 1988, pp. 213-237; Fernando OCÁRlZ BRAÑA, “L’Universalita della Chiesa negli insegna- menti del Beato Josemaría Escrivá”, AnTh 16 (2002), pp. 37-54; Antonio MlRALLES, “Aspetti dell’ecclesiologia soggiacente alia predicazione del beato Josemaría Escrivá”, en Paul O’CALLAGHAN (ed.), GVQ (V/1), 2004, pp. 177-198; Ernst BURKHART - Javier LÓPEZ DÍAZ, Vida cotidiana y santidad (I), pp. 457- 515; José Ramón VILLAR, “Iglesia”, en DSJEB, pp. 618-626.
5 Cfr. Hugh MCLEOD, The religious crisis of the 1960s, Oxford (UK), New York, Oxford University Press, 2007, p. 1.
6 Cfr. Denis PELLETIER, La crise catholique: religión, société, politique en France, 1965-1978, París, Payot, 2002, p. 8.
7 Cfr. ibid., p. 10.
8 «La Iglesia atraviesa hoy un momento de inquietud. Algunos se ejercitan en la autocrítica, diría incluso en la auto demolición. Es como un trastorno interior, agudo y complejo, que nadie se podía esperar después del Concilio. Se pensaba a una floración, a una expansión serena de los conceptos meditados en la gran reunión conciliar. (...) La Iglesia es golpeada incluso por quienes forman parte de ella», PABLO VI, Discurso a los miembros del Pontificio Seminario Lombardo, 7-XII-1968, en Insegnamenti di Paolo VI, vol. VI (1968), p. 1188 (la traducción es nuestra).
9 18.6e.
10 16.5b-5c.
11 16.5b-5c.
12 21.4a.
13 18.7f.
14 18.1b.
15 18.3a.
16 18.5f.
17 18.7a.
18 Algunos datos pueden ayudar a comprender las dimensiones del fenómeno. En Estados Unidos, por ejemplo, se contaban 8.325 seminaristas en 1965, mientras que en 1990 había sólo 3.658; en el mismo periodo, el número de religiosas se había reducido de 179.954 a 102.504, mientras que de 34.978 religiosos (sacerdotes o no) en 1966, quedaban 24.731 en 1990. La disminución en número total de sacerdotes seculares no es tan llamativa (de 35.925 en 1960 se pasó a 34.114 en 1990) pero sí el de ordenaciones anuales, que bajó de 994 a 595 en el mismo periodo. En estos datos hay que tener en cuenta el crecimiento de la población católica, que pasó de 46,3 a 55,7 millones en los Estados Unidos (según otras estimaciones, pasó de 48,5 a 62,4 millones), lo que disminuyó aún más el número relativo de sacerdotes por habitante. Cfr. Center for Applied Research in the Apostolate (CARA), Frequently requested Church Statistics, http://cara.georgetown.edu/caraservices/requestedchurchstats.phpl [consultado el 16-11-2015]. Otros datos en Roger FlNKE - Rodney STARK, The churching of America, 1776-1990: winners and losers in our religious economy, New Brunswick (NJ), Rutgers University Press, 1992, p. 259.
19 En ese periodo, los Benedictinos confederados pasaron de 12.131 miembros a 9.413 (un 22,4% menos); la Orden Dominicana pasó de contar con 9.991 miembros a 7.092 (una disminución del 29%); los franciscanos (Fratri Minori) pasaron de 26.961 a 20.295 (una pérdida del 24,7%); los Capuchinos descendieron de 15.849 a 11.890 (una bajada del 24,9%); los salesianos perdieron un 19,7% de miembros, al pasar de 21.355 a 17.146; los jesuitas, los más numerosos, perdieron más de 9.000 miembros en ese periodo, pasando de 35.438 a 26.761 (-24,4%). Otros datos en J. William HARMLESS SJ, “Jesuits as Priests: Crisis and Charism”, en Priesthood Today and the Jesuit Vocation, Studies in the Spirituality of Jesuits 19/3, May 1987, The Seminar on Jesuit Spirituality, St Louis, p. 16.
20 Un jesuita francés, refiriéndose al periodo alrededor de 1968, testimonia que entre los jóvenes que habían profesado en esos años con él, la ola de defecciones se convirtió en una verdadera “hemorragia” después de ese año, alcanzando entre el 70% y el 80%: cfr. Jean-Louis SCHLEGEL, “La révolution dans l’Église”, en Esprit 2008/5, (Mai), pp. 58-59.
21 Ver, para el caso de Francia y de otros países europeos, los datos aportados por Pelletier: Denis PELLETIER, La crise catholique, op. cit., pp. 49-58.
22 18.6f.
23 18.8d.
Al texto
24 Dom. Iin Quadrag., ant. ad lntr. (Sal 90, 15).
25 Dn 9, 17-18
26 1Co 1, 27-29.
27 Cfr. Lc 19, 20.
28 2P 3, 17.
29 Dom. I in Quadrag., Ep. (2Co 6, 1-4).
30 Cfr. Is 43, 1
31 1S 3, 6.
32 Dom. I in Quadrag., Ep. (2Co 6, 8-10).
33 San Agustín, Soliloquia 1, 1, 3.
34 2Tm 2, 3.
35 Ef 6, 12-13.
36 San Juan Crisóstomo, In Mt hom. 59, 5.
37 Cfr. 1Co 12, 26-27.
38 Dom. In Quadrag., Tract. (Sal 90, 1-4).
39 Dom. I in Quadrag, Tract. (Sal 90, 14).
40 Mt 20, 22.
41 1P I, 6-7.
42 Sal 129, 1-3.
43 Feria IV Cinerum, Ep. (Jl 2, 17).
44 Is 58, 1.
45 Sal 122, 1-2
46 Mt 9, 12.
47 Cfr Jn 19, 27.
48 Cfr. 2Tm 4, 2.
49 Sal 50, 19.