CXI COMISIÓN PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

 Constructores de la paz

Madrid, 20 de febrero de 1986

 INTRODUCCIÓN

 1. La paz, gravemente amenazada

1. La paz es un valor universal, objeto de las esperanzas de todos los pueblos. Ahora que la humanidad cuenta con posibilidades incalculables de bienestar y cultura cuando se percibe ya como alcanzable la convivencia de todos los pueblos en una auténtica sociedad universal, crece en todas partes la necesidad y el deseo de la paz. La paz aparece hoy como exigencia y condición indispensable no sólo para el progreso, sino incluso para la pervivencia de la humanidad sobre la tierra.

Es doloroso reconocer que la paz del mundo está gravemente amenazada. En muchos países se viven ahora mismo los horrores de la guerra. Los conflictos y las tensiones que atraviesan y dividen nuestro mundo hacen que la humanidad entera viva con el miedo de una guerra nuclear generalizada de consecuencias previsiblemente mortales para todos los hombres.

2. Las naciones europeas, y nosotros con ellas, estamos dentro de estas tensiones y vivimos amenazados por la guerra. Por una parte somos responsables de este mundo de conflictos y amenazas y, por otra, somos también posibles víctimas.

En nuestra misma Patria aparecen amenazas contra la paz. El terrorismo se ha instalado fuertemente entre nosotros. La violencia sigue seduciendo a algunos como medio para solucionar los problemas sociales o políticos. Los conflictos más hondos de nuestra sociedad, como la justicia social, el paro, la tensión entre la unidad del Estado y el reconocimiento de los derechos de las diferentes nacionalidades y regiones, la intolerancia de orden ideológico, político o religioso son, al menos, otras tantas dificultades para construir una paz sólida que elimine para siempre el riesgo de nuevos enfrentamientos internos.

2. Nuestra intervención pastoral

3. La Iglesia, como continuadora de la obra de Cristo y dispensadora de su gracia redentora, considera como misión propia "la reconciliación de todos los individuos y de todos los pueblos en la unidad, la fraternidad y la paz"1. Por ello, los Obispos españoles, siguiendo el ejemplo y la recomendación del Papa Juan Pablo II en este Año Internacional de la Paz, queremos invitar a todos los católicos españoles, y a todos los ciudadanos, a examinar con nosotros los problemas de la paz a la luz del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y de las enseñanzas de la Iglesia.

Al intervenir sobre estos asuntos de interés general lo hacemos como Obispos de la Iglesia Católica, testigos de la fe y maestros de la moral cristiana. No es nuestro deseo entrar en el terreno de las cuestiones técnicas o de las materias opinables implicadas en el complejo tejido de las relaciones nacionales o internacionales. Somos conscientes de lo que el Concilio Vaticano II llamó la legítima autonomía de lo temporal 2y queremos respetarla plenamente.

4. Estamos convencidos de que la revelación y la gracia de Dios ofrecen importantes ayudas a iluminar el problema de la paz y movernos a construirla con honestidad y fortaleza. Si bien las actividades temporales, científicas, económicas, políticas o militares, tienen sus leyes y razones propias, todas ellas, en cuanto actividades humanas, deben responder a unos fines y a unas actitudes que correspondan al verdadero bien del hombre. En este terreno de los fines y de las actitudes es donde la fe cristiana y los criterios morales que de ella se derivan aportan estímulos y luces peculiares para enjuiciar la situación presente, rectificar lo que aparezca torcido y desarrollar vigorosamente los verdaderos fundamentos de la paz.

5. Nos sentimos unidos en esta preocupación pastoral con el Concilio Vaticano II, con los romanos Pontífices y los demás Episcopados, cuyo magisterio ha iluminado repetidamente con sus enseñanzas a la Iglesia y al mundo contemporáneo. Más especialmente, por más recientes, queremos recordar el mensaje del Papa Juan Pablo II sobre la paz el día de Año Nuevo del presente 1986, así como la Relación final del Sínodo de Obispos recientemente celebrado. Continuamos también la línea de actuación y pensamiento de nuestra Conferencia Episcopal en años anteriores 3 y, finalmente, queremos evocar y reconocer, como fuente de la que han bebido muchos especialistas de dentro y fuera de la Iglesia, a la Escuela Española de Derecho Internacional, que en pleno siglo XVI, cuando el descubrimiento de un mundo nuevo planteaba problemas inéditos al derecho y a la paz entre los pueblos, supo encontrar, en la fe cristiana, unos principios que todavía mantienen en gran parte su vigencia.

6. En el desarrollo de esta exposición comenzamos por presentar los rasgos predominantes de la situación actual (capítulo I); exponemos, después, una síntesis de la doctrina bíblica y católica sobre la paz (capítulo II); a la luz de esta doctrina y de acuerdo con el más reciente magisterio de la Iglesia analizaremos desde el punto de vista moral las más graves cuestiones que se plantean en nuestro mundo acerca de la paz, la guerra y la defensa (capítulo III); posteriormente examinaremos los problemas específicos de la paz en la sociedad española, manteniéndonos siempre en la perspectiva de la fe y de la moral cristiana (capítulo IV); nos ha parecido oportuno dedicar una atención especial a las cuestiones que se nos plantean en este campo en cuanto integrantes de Europa (capítulo V); nuestra instrucción termina enumerando las aportaciones más importantes que como católicos podemos y debemos hacer a la construcción de la paz en España, en Europa y en el mundo (capítulo VI).

7. De esta manera queremos contribuir a que la Iglesia y los católicos españoles, con una conciencia clarificada y con actitudes verdaderamente evangélicas y cristianas, seamos capaces de ocupar el lugar que nos corresponde a la construcción de la paz, junto con nuestros hermanos en la fe de la Iglesia universal y los hombres de buena voluntad del mundo entero.

Esperamos que esta instrucción será recibida como un servicio pastoral a la comunidad cristiana y a todos aquellos conciudadanos que con verdadero espíritu de paz buscan los caminos de una sociedad nueva, más justa, más solidaria y fraterna, una sociedad pacífica que responda a la vez a las necesidades de los hombres y a los verdaderos designios de Dios.

I. LA PAZ, CLAMOR Y EXIGENCIA DE NUESTRO TIEMPO

1. Situación conflictiva del mundo

8. Quien examine con ojos limpios y espíritu desinteresado el panorama general de las relaciones internacionales tendrá que reconocer la existencia de situaciones anormales y alarmantes.

Situaciones alarmantes en el mundo.

1.1. División en bloques contrapuestos

9. La sociedad mundial está dividida por la hegemonía de dos ideologías difícilmente conciliables que dan lugar a sistemas enfrentados como dos bloques cerrados y opuestos que "dividen y contraponen entre sí a los pueblos"4. El dinamismo de estos bloques está determinado por el antagonismo de las dos superpotencias que presiden cada uno de ellos. Cada uno de estos bloques mira al otro con desconfianza, ve en él una amenaza para su prosperidad y hasta un rival en su voluntad de expansión y hegemonía. Las posiciones se endurecen y el afán por mantener las propias ventajas tiende a ser la razón primordial de las actitudes y de las acciones. Se sigue de ello una política de competencia y rivalidad que mata la necesaria confianza entre los pueblos, favorece la existencia de tensiones entre el Este y el Oeste y provoca la carrera de armamentos.

1.2. Carrera de armamentos y guerras localizadas

10. La permanente tensión entre los dos bloques provoca el recurso a la fabricación y posesión de armas cada vez más perfeccionadas y de mayor poder de destrucción. Este objetivo destructor tiende a independizarse de cualquier otra consideración y lleva a planteamientos verdaderamente irracionales y crueles: un arma es tanto mejor cuanto más poder destructor tenga y más capaz sea de amedrentar al posible adversario.

11. Las grandes potencias ponen a prueba sus fuerzas en guerras localizadas en las que, sin necesidad de enfrentarse directamente, dirimen sus diferencias tratando de ampliar o conservar su hegemonía en territorios de terceros países. De esta manera se acrecienta la producción de nuevas armas y la venta de las ya superadas a otros países que se endeudan cada vez más hundiéndose en el subdesarrollo y en la miseria. Con razón el Papa Juan Pablo II ha denunciado la "ideologización de conflictos locales por parte de otras potencias que buscan ventajas en una determinada región abusando de los pueblos pobres e indefensos"5.

1.3. Creciente fosa entre Norte y Sur

12. La rivalidad que divide y enfrenta a los países desarrollados entre sí les mueve a centrarse en sus propios objetivos de desarrollo y armamento, desentendiéndose de las necesidades primarias de los pueblos menos desarrollados. Más aún las enormes exigencias del armamentismo inducen a los países más fuertes a aprovecharse de las riquezas existentes en los países pobres sin compensarles adecuadamente ni colaborar seriamente en su desarrollo. De esta manera se hace cada vez más profundo "el abismo social y económico que separa a los ricos de los pobres"6.

13. Los pueblos del hemisferio Norte aumentan progresivamente las distancias con los países pobres del hemisferio Sur. El desarrollo insolidario de los primeros mantiene a los más pobres en el subdesarrollo mediante "manipulaciones inteligentes al servicio de ideologías y sistemas políticos que tienen como objetivo último la dominación"7. Así, mientras las tres cuartas partes de los recursos mundiales son consumidas por las naciones más adelantadas, que sólo representan una cuarta parte de la población, centenares de millones de personas pasan hambre; y mientras las grandes potencias del mundo acaparan los recursos de la humanidad para defender sus privilegiadas posiciones, los países mas pobres se ven privados de lo más indispensable para sobrevivir.

1.4. Peligro de una catástrofe nuclear

14. En esta situación la paz no tiene garantías suficientes. El acumulamiento de armas que algunos consideran como el mejor modo de evitar la guerra, no es capaz de construir la paz ni de eliminar las raíces profundas de los conflictos. En cualquier momento las tensiones y las rivalidades pueden ser tan graves que hagan estallar el conflicto sin que sea posible controlar sus dimensiones ni mitigar su inmenso poder destructor.

15. Aun antes de llegar a este momento crítico, la paz está ya herida en sus fundamentos por la injusticia existente, las múltiples agresiones localizadas y la estrategia de subversión y terrorismo extendida por diferentes puntos del mundo. La guerra no es más que la explosión brutal de la injusticia y de las ideologías expansionistas y dominadoras.

2. Precaria paz en Europa

16. Al examinar nuestras responsabilidades en relación con la paz no podemos dejar de tener en cuenta la situación de Europa de la que los españoles formamos parte. Al hablar de Europa no pensamos sólo en la Comunidad Europea, sino en Europa entera, desde el Atlántico a los Urales. Estamos y queremos estar unidos a esta Europa dividida y amenazada que busca ansiosamente la seguridad y la paz al saberse la primera víctima en el caso de que se rompiera el difícil y frágil equilibrio existente entre los bloques.

2.1. Una guerra todavía no cerrada

17. A pesar de los importantes logros alcanzados durante los últimos años en las relaciones entre los pueblos europeos, no se ha llegado todavía a un tratado de paz que cancele del todo la segunda guerra mundial concluida militarmente hace ya más de cuarenta años. Desde entonces pueblos enteros se ven privados de su autonomía cultural y política; las libertades de expresión, de conciencia y de libre circulación no están reconocidas en gran parte de Europa; diversas naciones se ven divididas por fronteras artificiales que se mantienen por la fuerza y el temor de las armas. La incompatibilidad entre los bloques y las áreas de influencia dividen violentamente a Europa en zonas incomunicadas que se miran con desconfianza y están sometidas a las exigencias de la rivalidad entre las superpotencias y a los vaivenes de sus relaciones.

2.2. Una búsqueda larga y laboriosa

18. Los países europeos sienten la necesidad de superar esta situación o de mitigar, al menos, sus consecuencias más irritantes y dolorosas. Cuando el mundo entero se siente llamado a vivir como una única familia, resulta menos tolerable la división y el enfrentamiento dentro de la familia europea, en la que no es posible el mutuo enriquecimiento al faltar la libertad de comunicación; las mismas familias se ven obligadas a vivir divididas y los problemas comunes no pueden ser abordados en sus dimensiones naturales porque no es posible la colaboración directa entre los trabajadores, los empresarios, los intelectuales, los políticos y los gobernantes.

El Acta de Helsinki, así como la Conferencia de Seguridad y Cooperación de Europa (1975) son expresión de un anhelo común. A pesar de los escasos frutos obtenidos en la práctica, continuó el diálogo en las sesiones de Belgrado, Madrid y Estocolmo. El proceso, iniciado hace diez años, será revisado, una vez más, en Viena. Ojalá estos esfuerzos logren pasos efectivos en el reconocimiento de la libertad y de la justicia, fundamentos indispensables de la paz verdadera.

3. Dificultades para la paz en la sociedad española

19. Si bien en relación con la paz exterior nuestra situación es muy similar a la del resto de los países de Europa Occidental, nos encontramos, sin embargo, en unas circunstancias peculiares en relación con la paz interna de nuestra sociedad.

Entre nosotros la injusticia, las tensiones, las ideologías intolerantes, la presencia misma de la violencia, tienen caracteres singulares y específicos. Enumeramos únicamente los que constituyen las mayores dificultades para construir sólidamente una convivencia pacífica y estable: la injusticia social que mantiene en la pobreza a varios millones de españoles; el paro que en vez de disminuir alcanza cifras intolerables; las ideologías totalitarias y agresivas sostenidas por grupos minoritarios; la dificultad de armonizar los derechos e intereses de las diversas nacionalidades y autonomías con las justas exigencias del bien común; la pérdida de ideales y valores éticos socialmente compartidos, la persistencia del terrorismo inhumano y cruel.

Sin caer en actitudes catastrofistas, es innegable que los españoles debemos enfrentarnos con estos problemas de manera seria y enérgica para llegar a una convivencia verdaderamente reconciliada, enriquecida con el bien de la paz, que nos permita superar definitivamente los enfrentamientos de nuestra historia y contribuir a la paz mundial con arreglo a nuestras posibilidades históricas, culturales y religiosas.

4. Actitudes sociales de fondo

4.1. Crisis de verdad y de sentido

20. La amenaza de una guerra nuclear, las injustas diferencias entre los pueblos del mundo, la precaria paz de Europa y los conflictos de la sociedad española obedecen en el fondo a actitudes de prepotencia y de dominio que impiden la implantación de un orden verdaderamente justo y solidario entre los hombres.

Acostumbrados a vivir en un clima de injusticia y de violencia, las grandes palabras como paz, justicia, solidaridad, quedan adulteradas y vacías de sentido. Perdidos en una sociedad donde se infringen habitualmente los criterios morales del respeto a la vida y de la convivencia, los hombres y las naciones sufren una crisis de verdad, de confianza y de sentido.

4.2. Resignación y desencanto

21. Esta situación provoca en muchos la sensación de que no hay posibilidad de rectificar la situación actual, caminando hacia una sociedad nueva, más justa y solidaria, en la que las relaciones entre los pueblos estén dirigidas por un sentimiento de solidaridad universal en vez de inspirarse en la rivalidad y la competencia.

La progresiva concentración de poderes hace cada vez más difícil la participación responsable de los ciudadanos en las grandes decisiones sociales y políticas. Por eso no tiene nada de extraño que muchos hombres y mujeres se dejen llevar por el desencanto y lleguen a la conclusión de que la situación actual del mundo, dividido en bloques y atravesado por tensiones y conflictos es algo inevitable. Especialmente los jóvenes de uno y otro sexo se ven angustiados por un futuro cargado de dificultades y amenazas ante el cual no saben qué pueden o qué deben hacer. Este estado de ánimo provoca en unos reacciones agresivas y a otros les lleva a actitudes pasivas fácilmente aprovechadas por grupos minoritarios que aspiran a manipular y dominar la vida de los pueblos. "Todo esto puede y debe ser cambiado"8.

4.3. Hacia una "mentalidad totalmente nueva"

22. La paz no es un ideal utópico que pueda ser dejado al entusiasmo de ciertos grupos soñadores. La paz universal se ha convertido en una condición indispensable para la subsistencia de la humanidad, en un punto de partida necesario para poder superar los graves problemas del hambre y de la pobreza en el mundo y avanzar en el establecimiento de una vida libre, pacífica y digna para todos los hombres de la tierra.

23. Nosotros queremos afirmar solemnemente que la paz es necesaria, que la paz es posible, que es obligatorio para todos hacer cuanto dependa de nosotros para que sea pronto una realidad. Hay que resaltar que está ganando terreno la conciencia de que la reconciliación, la justicia y la paz entre los individuos y entre las naciones no son simplemente una llamada dirigida a unos cuantos idealistas, sino una verdadera condición para la supervivencia de la misma vida 9.

24. Esta conciencia está suscitando el nacimiento de grupos y movimientos que buscan nuevos caminos para construir la paz. Se extiende la convicción de que vivimos un "tiempo de adviento, de espera"10, y se despierta el sentimiento de que se abre una nueva época de la historia humana cuyo rumbo está aún en nuestras manos.

25. Los cristianos no podemos asistir con indiferencia a estos acontecimientos. En el Evangelio y en la vida de la Iglesia encontramos "nobles razones, más aún, motivos de inspiración para realizar cualquier esfuerzo que pueda dar paz verdadera al mundo de hoy"11.

El Concilio Vaticano II nos invitó hace ya más de veinte años a examinar los problemas de la guerra con "mentalidad totalmente nueva"12. A partir de la iluminación que nos viene de la revelación de Dios, de la tradición de la Iglesia y de las insistentes enseñanzas de los últimos Papas, debemos examinar las graves amenazas que se alzan hoy contra la paz del mundo, asumir con simpatía y discernimiento las aspiraciones de paz que surgen en los diversos grupos humanos, denunciar las raíces de la violencia e impulsar todo aquello que acelere el establecimiento de la paz universal entre los hombres y las naciones de la tierra.

II. VISIÓN CRISTIANA DE LA PAZ

1. A la luz de la Palabra de Dios

26. Jesucristo es la Palabra definitiva de Dios sobre la salvación del hombre. Por ser el Hijo mediador y plenitud de toda revelación, ilumina y da sentido a todo lo válido del Antiguo Testamento, llevándolo a su plenitud insuperable y absoluta. Esa Palabra se hace hoy presente entre nosotros gracias al Espíritu, "por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia y, por ella, en el mundo entero; va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo"13. Por ello centramos ahora nuestra atención en esa Palabra fijada para siempre en la Sagrada Escritura, transmitida, anunciada e interpretada por el Magisterio de la Iglesia.

2. Cristo, nuestra paz

27. Con estas palabras de San Pablo (Ef 2, 14) formulamos la confesión de nuestra fe y enunciamos la perspectiva propia de los cristianos en la construcción de la paz entre los hombres. Con su vida, su muerte y su resurrección, Jesucristo trajo a los hombres la paz de Dios, y fue constituido fuente de paz y reconciliación para todos los tiempos y para todos los pueblos. La predicación del Evangelio sigue renovando y estimulando a la Iglesia e invitando a todos los hombres a que se dejen penetrar por su Espíritu vivificante. Al propio tiempo, el mismo Espíritu sigue actuando más allá de las fronteras visibles de la Iglesia en el secreto de las conciencias de todos los hombres de buena voluntad 14.

2.1. El ejemplo de la predicación de Jesús

28. En su forma de vivir y en su predicación, Jesús de Nazaret expresa una convicción fundamental: que Dios es Padre, amor gratuito y generoso que quiere que todos los hombres lleguen a ser sus hijos y vivan como hermanos, en paz y amor; que se inicia ya un "año de gracia"15, en el que llegará la paz y la liberación para todos los que acogiendo su palabra, alejen de su corazón el egoísmo y la violencia.

29. Jesús centró su predicación en anunciar el Reino de Dios inaugurado en Él mismo. Este Reino se realizará plenamente en el mundo nuevo de la Resurrección mas allá de las fronteras de la muerte. La adhesión de los hombres por la fe y la conversión a este anuncio de Jesús, abre la posibilidad y la obligación de realizar ya en este mundo de manera anticipada los rasgos esenciales de este Reino de reconciliación y de paz que son: misericordia, justicia, amor, verdad, liberación y libertad para los oprimidos hasta que el Señor vuelva. El Reino es como un banquete al que todos los hombres son invitados para sentarse juntos y participar en su misma mesa 16. Con este espíritu, Jesús forma una pequeña comunidad cuya ley era el amor en el servicio; infundió confianza a los pobres, enfermos y pecadores; quiso librar a los poderosos y ricos de sus falsas seguridades; anunció un mundo reconciliado en el que todos los hombres vivan como hijos de Dios y hermanos entre sí.

2.2. Por la sangre de su cruz

30. Cuando Jesús tuvo que enfrentarse con la muerte a manos de los hombres, renunció a cualquier respuesta violenta, acepto la voluntad misteriosa de Dios en amor y obediencia, se entregó mansamente como cordero llevado al matadero y murió perdonando a quienes lo mataban y ofreciéndose a sí mismo como precio de la redención de todos los hombres. Quienes creemos en Él como Hijo de Dios y salvador de los hombres, no podemos olvidar que el Evangelio cuando nos propone expresamente el seguimiento de Jesús destaca estos rasgos: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón"17.

31. Dios mismo estaba misteriosamente presente en la muerte de su Hijo ofreciendo su vida por nosotros para reconciliar a todos los hombres con Él 18. Al reconciliarnos con Dios, Jesús trajo la paz al mundo por la sangre de su cruz 19 y derribó el muro de enemistad que separaba a los pueblos 20.

32. Resucitado de entre los muertos por el poder de Dios, Jesucristo fue constituido Señor, primicia de un mundo nuevo al que todos somos llamados. Con la fuerza de esta vocación y de esta esperanza, creyendo en Él y aceptando en nosotros la acción de su gracia, podemos y debemos transformar este mundo a imagen y semejanza del mundo futuro estableciendo ya desde ahora, aunque sea parcialmente, el Reino de Dios, presidido por Jesucristo resucitado, Señor de la historia y animado por el Espíritu Santo, fuente de amor, de fraternidad, de paz entre los hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación 21.

2.3. El Evangelio de la paz

33. Este anuncio resume el mensaje de Jesús en relación con la paz: Dios ha intervenido en el mundo para suscitar el amor y la fraternidad entre todos los hombres, concediéndonos el don de la paz y pidiéndonos nuestra colaboración mientras llega la plenitud de la salvación.

34. La paz es don de Dios. Quienes reciben en su corazón la buena noticia del Reino adquieren una nueva visión del mundo y de la vida; experimentan el perdón y el amor de Dios que les hace a su vez capaces de perdonar y amar a los hombres como ellos mismos son amados y perdonados. Jesús exhorta a sus discípulos a amar a sus enemigos, a ser buenos con todos más allá de los límites de las exigencias y los derechos: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; perdonad y seréis perdonados; porque con la medida con que midáis seréis medidos"22. Por todo ello los pacíficos son llamados "hijos de Dios" y Jesús los proclama bienaventurados: "Bienaventurados los que buscan la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios"23.

35. La paz es fruto del amor. Esta tarea de pacificación, como el amor cristiano que la inspira, va siempre más allá de las leyes escritas y de las observancias legales: "Si alguno te obliga a andar una milla, vete dos con él"24. Prohibe devolver mal por mal y manda, en cambio, hacer el bien incluso a los que hacen el mal y a los enemigos 25; no se toleran odios, desprecios, venganzas ni represalias contra nadie. Expresiones como "a quien te abofetee en una mejilla, ofrécele también la otra" o "al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto"26, manifiestan, dentro de su estilo hiperbólico, una mentalidad nueva que crea en el hombre un corazón pacifico y pacificador.

36. La paz responsabilidad de los hombres. La paz, como todo don de Dios al hombre, debe contar con nuestra disponibilidad y colaboración. La conversión al Reino de Dios incluye necesariamente nuestro compromiso en favor de la paz. Este compromiso tiene unos contenidos y unas exigencias morales que podemos llamar "su verdad": justicia, amor, verdad, misericordia, especialmente con los pobres y los oprimidos. Los pacíficos del Evangelio son los que, además de haber comprendido el designio de Dios, tratan de plasmarlo en el tejido de la historia: "No todo aquel que me diga Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial"27.

Para construir la paz es necesario amar a Dios y a los hombres, inseparables entre sí: Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano; "luego vuelve a presentar tu ofrenda"28. De aquí que la "verdad de la paz" tenga sus exigencias y compromisos en favor del hombre. La calidad cristiana de este compromiso se manifiesta especialmente en la preferencia por los desvalidos y humillados, en quienes Jesús mismo se hace presente y nos juzga 29.

3. Jesucristo, esperanza de los pueblos

3.1. "Shalom", paz

37. El hombre ha sido creado por Dios para vivir en comunión con Él, con los demás hombres y con todas las creaturas 30. El Hijo de Dios vino a este mundo, enviado por el Padre, con la fuerza del Espíritu Santo para realizar estos designios formando un pueblo "de su propiedad" que fuera una verdadera comunidad universal, fundada en el reconocimiento de su paternidad y su soberanía con un estilo de vida basado en la justicia, el amor y la misericordia 31.

El conjunto de estos bienes se expresa en el saludo bíblico "Shalom" con el que se desea la paz como síntesis de todos los bienes necesarios y posibles.

Esta paz significa bienestar, prosperidad material y espiritual, sosiego y felicidad, bendición de Dios y estima de los hombres de buena voluntad 32.

3.2. La paz obra de la justicia

38. Aunque la paz sea un don que Dios concede a su pueblo 33 , la construcción de la paz es también tarea de los hombres; para ello es preciso vivir con sentimientos de reconciliación, con espíritu de justicia y con actitudes de solidaridad y misericordia hacia los más débiles y necesitados de la sociedad. Cuando no hay justicia, "se dice paz, paz, pero no hay paz"34 cada uno crea sus propios ídolos para mantener sus falsas seguridades, oponiéndose así al verdadero Dios que quiere la justicia y la misericordia entre los hombres. Negando los derechos del hombre, se niegan también los derechos de Dios 35. Por eso, el mismo Creador pide cuentas a Caín, el primer fratricida que rompió la paz: "¿Dónde está tu hermano?"36.

3.3. En la esperanza de la paz definitiva

39. A pesar de las desviaciones y pecados de los hombres, los profetas anuncian que Dios llegará a reinar sobre toda la tierra y establecerá la paz en los últimos tiempos. Convertirá a las naciones poderosas que forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas; no levantará la espada nación contra nación ni se ejercitarán más en la guerra 37."Yhavé proclamará la paz a las naciones"38; llegará al fin el mundo paradisíaco de la reconciliación y la paz 39.

El Nuevo Testamento mantiene y confirma esta esperanza. Al final de los tiempos habrá nuevos cielos y nueva tierra, una nueva ciudad bajada del cielo, esto es, promovida por el amor y la gracia de Dios, morada de Dios con los hombres, sin muerte ni llanto, sin gritos ni fatigas 40.

3.4. La paz, objetivo posible

40. Los profetas anunciaron que esta reconciliación definitiva sería obra del Mesías, Príncipe de la paz 41, y los cristianos confesamos a Jesucristo como el Mesías que ha traído la paz del Reino de Dios. Sin embargo seguimos todavía viviendo bajo el azote de la guerra aguardando la llegada de un mundo plenamente reconciliado.

Sabemos que la paz entre los hombres entra dentro de los bienes del Reino que son posibles en este mundo. La guerra, las divisiones, los conflictos no son inevitables. Tenemos dentro de nosotros, por la gracia de Dios, la capacidad de superar las divisiones y construir un mundo de paz 42. No es la fuerza fatalista del destino sino nuestros propios pecados, pecados de egoísmo, ambición, intolerancia y venganza, lo que impide el establecimiento de la paz. Por eso la Iglesia reclama la responsabilidad moral de los dirigentes políticos y la conversión de los hombres a una vida justa y solidaria como raíz de los cambios y del esfuerzo necesarios para construir la paz.

Ni el optimismo irresponsable ni la resignación fatalista son actitudes cristianas. La paz no llegara sola ni es fácil conseguirla. Pero está en nuestras manos. Las promesas y los dones de Dios nos permiten creer en la paz, amarla y esperarla como algo posible a pesar de nuestra debilidad de nuestros pecados.

4. La palabra de la Iglesia

4.1. Misión de la Iglesia y de los cristianos

41. Entre la reconciliación ya realizada en Jesucristo y la plenitud de los tiempos se sitúa el tiempo de la Iglesia. La Iglesia es en Cristo "como sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano"43. Ella que es una y universal en la variedad de los pueblos y de las culturas, puede fomentar los vínculos entre las naciones.

Desde el primer momento, la Iglesia naciente comenzó llevando a los diversos pueblos la conciencia de su unidad y el espíritu de reconciliación. La búsqueda y la defensa de la paz ha operado siempre en la conciencia de la Iglesia como una de sus obligaciones más graves en el mundo. Ni siquiera en las épocas más oscuras de la historia dejó de manifestarse de algún modo esta conciencia. En los tiempos más cercanos la doctrina y las enseñanzas del Magisterio han denunciado repetidamente los males de la guerra y han urgido las exigencias de la paz.

4.2. Ejemplo de las primeras comunidades de la Iglesia

42. Convencidos de que la promesa de salvación es también "para los que están lejos"44, los primeros cristianos vencieron toda tentación de sectarismo y de discriminación entre hombres y pueblos. Pronto la comunidad de Jesús abrió sus puertas a los gentiles, pues "Dios no hace distinción de personas"45. Con el mismo espíritu de universalidad, las iglesias que fueron naciendo en el mundo helenístico derribaron los muros de raza, de sexo y de condición social que impedían la fraternidad entre todos los hombres 46.

Lo mismo que el Maestro, también los primeros cristianos entraron en conflicto con "los dominadores de este mundo tenebroso"47 sufrieron la persecución y el martirio. Con su paciencia y mansedumbre, manifestaron el espíritu de reconciliación; vivieron y murieron perseverantes "en la caridad primera"48 anunciando el evangelio de la paz.

4.3. Una exigencia constante en la historia del cristianismo

43. No es fácil encarnar el evangelio del amor y de la paz en una sociedad marcada por la rivalidad y la violencia. Ello puede explicar hasta cierto punto las diferencias y desviaciones de muchos cristianos contra esta vocación de unidad y de paz. Porque, aunque los acontecimientos del pasado hayan de ser interpretados y juzgados dentro de su contexto histórico, es obligatorio reconocer que los miembros de la comunidad cristiana no hemos sido siempre instrumento ni signo de paz: guerras de religión entre cristianos y contra otras religiones, alianzas con los poderes de este mundo, silencio ante la violencia y los agresores; todo ello son deficiencias y pecados que desfiguran la vida de la Iglesia "necesitada de purificación constante"49.

44. A pesar de todo, el servicio a la paz ha estado siempre vigente en la conciencia de la Iglesia, obligándola a resistirse a aceptar la guerra como medio normal de comportamiento entre los hombres. Es significativo y digno de admiración la resistencia de los primeros cristianos de Roma a participar en las acciones violentas de su sociedad a pesar del reconocimiento de la autoridad civil como representante de Dios e instrumento del bien común y de la convivencia 50.

Cuando la expansión del cristianismo hace que aumente el número de los cristianos que participan en la milicia, a los soldados cristianos se les recuerdan las exigencias del amor fraterno 51.

45. Más tarde, cuando la sociedad entera pretende regirse por los criterios de la fe cristiana, son los mismos cristianos quienes tienen que buscar la difícil armonía entre las exigencias del amor al prójimo y el mantenimiento del orden o de la defensa contra los enemigos 52.

4.4. La regulación moral de la guerra

46. Esta preocupación llevará a los doctores y pastores de la Iglesia y especialmente a San Agustín a formular los preceptos morales que deben observarse cuando las circunstancias imponen la aceptación de la guerra: la paz es el conjunto de todos los bienes y debe ser siempre deseada y protegida, mientras que la guerra es un mal devastador que debe evitarse y rechazarse. Cuando la autoridad no puede defender de otra manera la paz del pueblo, la réplica armada a los adversarios debe vulnerar lo menos posible las exigencias del amor y del perdón a los enemigos. La intención de esta doctrina no fue nunca la justificación de la guerra, sino la de defensa de las exigencias de la justicia y del amor a los enemigos aún en la circunstancia anómala de tener que usar la violencia.

47. Con la misma intención Sto. Tomás de Aquino y otros teólogos, entre los que descuellan los españoles del siglo XVI, condenaron los males de la guerra y perfeccionaron la doctrina moral de la Iglesia sobre la guerra misma tratando de evitarla en lo posible o por lo menos disminuir y mitigar sus males 53. Para que el desarrollo de una guerra sea compatible con la moral cristiana debe existir una causa justa, han de estar agotados los procedimientos pacíficos de restablecer el orden, debe estar declarada y dirigida por una autoridad competente y soberana en la imposibilidad de recurrir a otra instancia superior. Los males infligidos al agresor deben ser proporcionales y restringidos, para no violar los principios de la justicia que se intentan cumplir ni destruir los bienes que se intentan proteger. Es preciso reconocer con tristeza que estas exigencias morales se han ido relajando y hoy existen concepciones de la "guerra justa" que tienen poco que ver con la visión cristiana de la paz y de la guerra.

5. El magisterio actual de la Iglesia

48. Ante las graves amenazas que se ciernen sobre el mundo contemporáneo, la Iglesia ha actuado y desarrollado con insistencia sus consideraciones morales sobre los problemas de la paz y de la guerra. El Concilio Vaticano II recoge y actualiza la doctrina tradicional de la Iglesia y las enseñanzas de los Sumos Pontífices: es preciso construir la paz y abandonar la guerra para siempre 54.

5.1. La paz obra del amor y de la justicia

49. La paz, aspiración de todos los hombres y los pueblos, es un don de Dios, que por "la Cruz elevada sobre el mundo, lo abraza simbólicamente y tiene el poder de reconciliar Norte y Sur, Este y Oeste"55 . Paz no quiere decir sólo "ausencia de guerra, no se reduce al solo equilibrio de fuerzas contrarias, ni nace de un dominio despótico, sino que con razón y propiedad se define como la obra de la justicia 56.

No hay verdadera paz si no hay justicia: "la paz construida y mantenida sobre la injusticia social y el conflicto ideológico nunca podrá convertirse en una paz verdadera para el mundo"57.

50. La justicia se expresa principalmente en el respeto a la dignidad de las personas y los pueblos y en la ayuda eficaz a su desarrollo 58. La paz, continuamente amenazada por el pecado, ha de fraguarse en el corazón del hombre: "ante todo, son los corazones y las actitudes de las personas los que tienen que cambiar, y esto exige una renovación, una conversión de los individuos"59.

51. Además, la paz tiene sus propios caminos que son inexorables: el respeto al "derecho natural de gentes"60, la edificación de un nuevo orden internacional, el respeto a los acuerdos adoptados, la renuncia al egoísmo nacionalista y a las ambiciones de dominio, el cambio de mentalidad de los pueblos hacia sus presuntos adversarios y el diálogo como camino de solución de los conflictos 61.

52. En una situación como la que vivimos es muy difícil que se den las condiciones mínimas para poder hablar de una guerra justa. La capacidad de destrucción delas armas modernas, nucleares, científicas y aun convencionales, escapa a las posibilidades de control y proporción. Por ello hay que tender a la eliminación absoluta de la guerra y a la destrucción de armas tan mortíferas como las armas nucleares, biológicas y químicas. Esto no será posible sin un cambio de las conciencias que les lleve a rechazar la guerra y extirpar las injusticias que la alimentan; es preciso llegar al "desarme de las mismas conciencias"62.

6. Una mentalidad evangélica

53. La situación amenazadora del mundo exige un cambio si se quiere sobrevivir. Esta es la opinión generalizada entre muchos de nuestros contemporáneos, y el mismo Concilio Vaticano II expresó su preocupación y dio su voz de alerta.

Los cristianos tenemos ya en el Evangelio las orientaciones fundamentales para superar esta situación, juzgando con un corazón nuevo la nueva coyuntura histórica. La paz que hemos de construir tiene su fuente en el amor sólo desde ahí podemos emprender "el camino de la solidaridad, del diálogo y de la fraternidad universal"63. Este amor alcanza también a los enemigos; no caben represalias ni venganzas.

La construcción de la paz es responsabilidad de todos. Con esta mentalidad evangélica, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia y el testimonio de los mejores cristianos, queremos examinar ahora los problemas que se plantean hoy en relación con la paz y con la guerra, deseosos de ayudar a los cristianos y a los hombres de buena voluntad a aclarar sus conciencias sobre estas complejas cuestiones y promover el desarrollo de la paz en la medida de sus fuerzas.

III. JUICIO CRISTIANO

SOBRE LAS GRANDES CUESTIONES DE PAZ

54. Queremos proyectar esta mirada evangélica sobre algunas cuestiones más urgentes de nuestro tiempo en torno a la paz, no para ofrecer soluciones concretas que pertenecen al terreno de la política mundial o nacional, sino para que las soluciones no sucumban al pragmatismo del puro "realismo político" sin horizontes éticos. Es cierto que los grandes ideales quedan siempre más allá de las actuaciones prácticas, pero si éstas no brotan motivadas por las preocupaciones éticas ni tratan de acercarse a los ideales tampoco serán válidas para construir la verdadera paz.

1. La guerra es un mal condenable

55. Para el pensamiento cristiano la guerra es un mal que no responde a la naturaleza del hombre como ser racional y sociable; un atropello contra los derechos humanos y contra los derechos de Dios; una violencia incompatible con la mansedumbre de Jesucristo y el Evangelio de reconciliación. Dadas las espantosas consecuencias que hoy pueden provocar un conflicto bélico, la guerra ha llegado a ser un mal intolerable: "en nuestra época, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado"64.

56. Una guerra con armas nucleares, bacteriológicas o químicas no puede ser justificada bajo ningún concepto ni en ninguna situación. La rapidez de intervención de las partes en conflicto y la capacidad de destrucción ilimitada hacen intolerables unos efectos que supondrían un crimen contra la humanidad, por lo que esa guerra debe ser condenada sin paliativos 65.

Es igualmente injustificable cualquier guerra de agresión, sean cuales sean los medios de destrucción empleados; serán siempre rechazables por la intencionalidad que originó el enfrentamiento y por la finalidad que se persigue, y ello aún independientemente del peligro real que entraña además la posible generalización del conflicto. Por otra parte, está disminuyendo la diferencia entre armamento nuclear y convencional. Es evidente que "debemos hacer un esfuerzo para preparar con todas nuestras fuerzas los tiempos en que, con el consentimiento de las naciones, pueda ser proscrita totalmente toda clase de guerra"66.

2. Derecho a la legitima defensa

57. La autodeterminación, la libertad y la integridad son bienes de los pueblos y de las naciones que pueden y deben ser deben ser defendidos en el caso de que existan amenazas o agresiones injustas. En la doctrina católica la autoridad y el Estado tienen la misión primordial de defender los derechos personales y colectivos contra cualquier clase de agresión injusta que pueda presentarse.

Ya desde ahora hay que decir que esta "mejor manera posible" ha de tener en cuenta no solo la eficacia y la contundencia sino también los aspectos morales, el respeto a la dignidad humana del adversario y sobre todo los derechos de la población inocente.

58. En ausencia de una autoridad internacional capaz de asegurar el orden internacional, está claro que un Estado soberano puede y debe organizar adecuadamente la defensa de su población y de su territorio. No es suficiente una concepción de la paz como mera ausencia de guerra ni puede apoyarse la defensa en una mentalidad armamentista. Una política de promoción positiva de la paz tiene que fundarse en primer lugar en el respeto a los derechos de todos y al desarrollo de unas relaciones internacionales justas y solidarias.

59. Hoy, por desgracia, existen todavía amenazas contra la paz y la libertad de los pueblos. Estas amenazas provienen de las ideologías que justifican la negación de los derechos humanos concretos en favor de inciertas utopías futuras, de la búsqueda de un bienestar cada vez mayor como meta absoluta sin atender a las necesidades de los demás, de la rivalidad y expansionismo de las grandes potencias, del empleo de métodos subversivos y violentos para reivindicar pretendidos derechos o vengar agresiones padecidas.

Es necesario todavía reclamar "el respeto de la independencia, de la libertad y de la legítima seguridad" de los pueblos 67. Por ello no se puede negar a los gobiernos el derecho a tomar aquellas medidas necesarias para la defensa y seguridad de sus pueblos 68.

3. Exigencias éticas de la legítima defensa

60. El derecho a la defensa legítima justifica evidentemente la producción y posesión de los medios necesarios para ejercerla. Pero desde el punto de vista moral surgen aquí graves preguntas: ¿Es lícito cualquier modo de organizar y llevar a cabo la propia defensa? ¿Es igualmente lícita la posesión y uso de cualquier clase de armas? La doctrina tradicional de la Iglesia, aplicada a las nuevas circunstancias, tiene también aquí su aplicación.

61. El principio general para iluminar estas cuestiones es el siguiente: La defensa tiene que estar ordenada y subordinada al bien común de la sociedad cuyos bienes se pretenden defender; tiene que encaminarse a la evitación de la guerra, nunca a fomentarla o a provocarla; por último, la defensa tiene que ser proporcionada a los peligros reales de agresión. Tales criterios excluyen la validez de la carrera ilimitada de armamentos.

Por otra parte la defensa no puede descansar únicamente en la fuerza disuasoria de las armas. El primer esfuerzo de la defensa ha de consistir en el reconocimiento de los derechos de todos los hombres y pueblos, así como en el desarrollo de relaciones internacionales inspiradas en el respeto, la confianza y la solidaridad.

62. La legitimidad moral de la defensa no justifica, por tanto, la producción ilimitada de armas dando lugar al desarrollo de una industria armamentística que poco a poco va convirtiéndose en eje principal del desarrollo de la investigación, la industria y el comercio. Cuando esto ocurre, la defensa, en vez de ser un medio imprescindible para situaciones especiales, se convierte en el eje de un sistema económico que necesita ampliarse constantemente y justificarse sin cesar con la existencia de tensiones y conflictos. En esta situación, la fabricación y el comercio de armas, en vez de ser un instrumento de defensa, se convierte en un aliciente para la guerra, en una verdadera amenaza contra la paz y hasta puede llegar a ser una injusticia respecto a los más pobres.

63. Llegados a este punto no se puede dejar de hablar de los problemas que plantean las armas llamadas científicas, es decir, armas nucleares, biológicas y químicas. A efectos del juicio moral, la particularidad de estas armas es, ante todo, su gran poder mortífero y destructor. Desde un punto de vista cristiano y moral nos parece obligado afirmar que no es moralmente aceptable ni la fabricación, ni el almacenamiento ni el uso de esta clase de armas. Su gran poder destructor hace imposible admitir la moralidad de tal clase de armamentos. Un juicio semejante habría que hacer de ciertas armas convencionales con creciente capacidad de destrucción masiva e indiscriminada.

Nunca deberían haber aparecido en una humanidad civilizada estos instrumentos de destrucción generalizada e incontrolada. Una conciencia moral no puede aceptar la existencia y el desarrollo de tales armas como un modo normal de ejercer el legítimo derecho a la propia defensa. La Iglesia, como intérprete de la conciencia moral que nace del Evangelio y de la misma con ciencia moral de la humanidad, no ajena a las inspiraciones del Espíritu de Dios, no puede dejar de mantener vivo el imperativo moral de la prohibición y destrucción generalizada y controlada de tal clase de armamentos.

4. El problema moral de la disuasión

64. Para iluminar moralmente la situación actual no es suficiente decir que estas armas no debían haber existido nunca. Nos encontramos en una situación en la que de hecho las naciones más poderosas del mundo, divididas en bloques antagónicos, se amenazan mutuamente con grandes arsenales de armas nucleares y científicas capaces de destruir totalmente la vida humana sobre la tierra. El juicio moral sobre esta situación es complejo y requiere importantes matizaciones.

65. La estrategia de disuasión, tal como existe actualmente, no parece compatible con una conciencia moral que tenga en cuenta todos los aspectos afectados. Y esto por las razones siguientes: la estrategia de disuasión, llevada de su propio dinamismo interno, obliga a un crecimiento ilimitado en cantidad y calidad de las armas científicas aumentando ciegamente su poder destructor; esta carrera ilimitada de armamentos condiciona cada vez más el desarrollo, industrial y económico de los países afectados; el gran costo de estos armamentos obliga a consumir desmesuradamente los recursos limitados de que dispone la humanidad e impide a los países mas desarrollados mantener unas relaciones de verdadera colaboración y solidaridad con los países pobres y subdesarrollados. Mientras en unos países se llega a construir artefactos costosísimos de vida efímera que tienen que ser sustituidos en poco tiempo, en otros lugares de la tierra los hombres no pueden conseguir los niveles mínimos de subsistencia y de dignidad.

66. Para completar el análisis habría que añadir otra consideración: la industria armamentística exigida por la estrategia de la disuasión exige el complemento de la venta de armamentos a terceros países, generalmente pobres, con las consecuencias de endeudamiento y empobrecimiento de los países compradores y la multiplicación o agravamiento de los conflictos armados entre países pobres cuyos habitantes carecen con frecuencia de los bienes elementales de alimentación, sanidad y cultura. Cualquier persona con buen sentido moral y una información suficiente se siente obligada a rechazar esta situación global como incompatible con una moral de respeto a la vida humana y de solidaridad entre los pueblos.

"Crece desmesuradamente -y el ejemplo produce escalofríos de temor- la dotación de armamentos de todo tipo, en todas y cada una de las naciones; tenemos la justificada sospecha de que el comercio de armas alcanza con frecuencia niveles de primacía en los mercados internacionales, con este obsesionante sofisma: la defensa, aun proyectada como sencillamente hipotética y potencial, exige una carrera creciente de armamentos que sólo con su contrapuesto equilibrio puede asegurar la paz"69.

67. Es preciso entrar en una consideración moral de la situación planteada entre las naciones de ambos bloques. Existe la división del mundo en bloques; existe la desconfianza, el temor y la amenaza entre ambos bloques; existe la necesidad de defender la libertad de los pueblos que se sienten amenazados ¿Qué se puede decir desde una conciencia moral para superar razonablemente esta situación que parece un callejón sin salida?

68. En el año 1982 Juan Pablo II se expresaba en estos términos: "En las circunstancias presentes, una disuasión basada en el equilibrio, no ciertamente como un fin en sí misma, sino como una etapa en el camino de un desarme progresivo, quizá podría ser juzgada todavía como moralmente aceptable 70.

69. A la vez, siguiendo las enseñanzas del Concilio y citando palabras de Pablo VI, el Sto. Padre expresaba sus reservas de orden moral frente a la estrategia de la disuasión: no es suficiente garantía para la paz ni camino seguro para mantenerla y fortalecerla; la estrategia de disuasión implica la necesidad de ser superior al adversario adquiriendo niveles cada vez más altos de capacidad destructora con lo que resulta inevitable la carrera de armamentos con todos los males y riesgos que lleva consigo.

70. Los pueblos tienen derecho a defenderse cuando se sienten amenazados; los gobiernos tienen obligación de asegurar esta defensa; el desarme unilateral podría convertirse en un aliciente para el posible agresor convirtiéndose así en una facilidad para la guerra en vez de ser una condición para la paz.

71. El punto esencial consiste en no apoyar el mantenimiento de la paz o la evitación de la guerra de manera exclusiva o primordial en el temor impuesto por la amenaza de las armas. Es preciso poner en el primer plano de los esfuerzos para evitar la guerra y mantener la paz las negociaciones y relaciones internacionales junto con el reconocimiento universal de los derechos humanos tanto de las personas concretas como de los pueblos.

El orden moral exige que los gobiernos se comprometan a establecer conversaciones y negociaciones para crear el suficiente clima de confianza que permita, en primer lugar, paralizar cuanto antes la producción de nuevas armas científicas y evitar su dispersión o extensión de manera absoluta. Es preciso que la colaboración y la confianza, expresadas en hechos concretos, hagan retroceder progresivamente los recelos y las amenazas. Posteriormente hay que avanzar en la disminución de estas armas de manera bilateral, gradual y controlada hasta llegar a su completa destrucción y prohibición.

72. Para que este proceso sea posible es necesario también que se avance en el reconocimiento efectivo de los derechos humanos de los hombres y de los pueblos. Las diversas ideologías y los diferentes sistemas podrían coexistir pacíficamente con tal de que se afirmasen en un contexto de libertad, de respeto al derecho de autodeterminación y autogobierno de los pueblos, al derecho a la libertad de expresión, a la libertad religiosa, a la libertad de circulación, comunicación y asentamiento. El reconocimiento generalizado de los derechos humanos dentro y fuera de las propias fronteras y el establecimiento de una política de confianza y de solidaridad entre todos los pueblos de la tierra es el camino para eliminar los bloques antagónicos existentes. De esta manera se hará innecesaria la carrera de armamentos y resultará posible romper la lógica diabólica del armamentismo.

73. Es necesario añadir que una política de paz debe inspirarse hoy en una solidaridad internacional y planetaria. Estos objetivos de solidaridad tendrían que ser el auténtico objetivo de la investigación y del avance industrial, así como de las relaciones y pactos de colaboración entre los pueblos Esta es la condición para que los avances técnicos y políticos de la humanidad resulten acordes con los planes de Dios y puedan dar lugar a un verdadero progreso material y moral, cuantitativo y cualitativo, de la humanidad.

74. Finalmente, este proceso pacífico de la humanidad no será prácticamente posible sin la existencia de una autoridad universal, verdaderamente representativa y democrática, capaz de garantizar la vigencia de los pactos establecidos, los legítimos derechos de los pueblos y la solución justa y pacífica de los conflictos locales que puedan aparecer.

75. "A quienes piensan que los bloques son algo inevitable, nosotros les respondemos que es posible e incluso necesario crear nuevos tipos de sociedad y de relaciones internacionales que aseguren la justicia y la paz sobre fundamentos estables y universales". "Este es el camino que la humanidad tiene que emprender si quiere entrar en una era de paz universal y de desarrollo integral"71.

IV. NUESTROS PROBLEMAS INTERNOS Y LA PAZ

76. Es conveniente que los españoles desarrollemos nuestro conocimiento de los problemas mundiales de la paz, aprendamos a enjuiciarlos con un buen sentido moral y hagamos cuanto dependa de nosotros personal y colectivamente para apoyar y desarrollar iniciativas de distensión y de paz. Pero a la vez hemos de tratar de analizar sinceramente y superar de manera seria y responsable las dificultades especificas que se dan entre nosotros para la construcción de una paz estable dentro de nuestras propias fronteras. Estamos convencidos de que la hora presente es una hora propicia para superar las raíces internas de la violencia y orientar nuestra convivencia por caminos de paz y de progreso. Con el deseo de colaborar a este empeño común ofrecemos las sugerencias que siguen, inspiradas en la moral del Evangelio y congruentes con la misión pacificadora de la Iglesia.

1. Dificultades internas para la paz y la convivencia

77. La experiencia demuestra que la convivencia y la paz encuentran entre nosotros graves dificultades. En el momento presente resulta excesivamente simplista hablar de la existencia de dos Españas como si nuestra sociedad estuviera dividida en dos bloques irreconciliables. La realidad es bastante más compleja y no admite una catalogación tan rígida y simplificadora. En la sociedad española -más o menos como en las demás sociedades- se dan actualmente diferencias étnicas, culturales, ideológicas, religiosas, políticas, económicas, sociales y generacionales que se cruzan y entremezclan en múltiples sentidos. Solamente la radicalización y la intolerancia, la ofuscación de la razón por la pasión podrían llevarnos a divisiones de la sociedad en bloques incompatibles. Sin embargo, como la misma historia demuestra, no hay nada, por malo que sea, que no se pueda repetir. Es imprescindible un esfuerzo de comprensión y de progreso social en actitudes de convivencia y solidaridad. La variedad y el pluralismo social, resultado de un reconocimiento de la libertad en la vida social y política, no tienen por qué convertirse en rivalidad si progresamos socialmente en las actitudes morales requeridas por la paz.

78. En este mismo año celebramos el cincuenta aniversario de la guerra civil. El recuerdo de aquella trágica experiencia pesa todavía, quizá excesivamente, sobre la vida social y política de nuestra Patria. La misión pacificadora de la Iglesia nos mueve a decir una palabra de paz con ocasión de este aniversario. Tanto mas, cuanto que las motivaciones religiosas estuvieron desgraciadamente presentes por ambas partes en la división y enfrentamiento de los españoles.

79. No sería bueno que la guerra civil se convirtiera en un asunto del que no se pueda hablar con libertad y objetividad. Los españoles necesitamos saber con serenidad lo que verdaderamente ocurrió en aquellos años de amargo recuerdo. Los estudiosos de la historia y de la sociedad tienen que ayudarnos a conocer la verdad entera acerca de los precedentes, las causas, los contenidos y las consecuencias de aquel enfrentamiento. Este conocimiento de la realidad es condición indispensable para que podamos superar la de verdad.

Por ello hay que desautorizar los intentos de desfigurar aquellos hechos, omitiendo o aumentando cualquiera de sus elementos, en favor de una posición determinada o la desautorización de personas, ideologías o instituciones. En ningún caso se debe utilizar una imagen desfigurada de lo ocurrido como argumento en favor o en contra de nadie en la actual situación española. Tal procedimiento podría avivar los rescoldos de la división todavía no apagados del todo y perpetuar en las generaciones jóvenes actitudes de intolerancia de consecuencias insospechables. Saber perdonar y saber olvidar son, además de una obligación cristiana, condición indispensable para un futuro de reconciliación y de paz.

80. Aunque la Iglesia no pretende estar libre de todo error, quienes reprochan a la Iglesia el haberse alineado con una de las partes contendientes deben tener en cuenta la dureza de la persecución religiosa desatada en España desde 1931. Nada de esto, ni por una parte ni por otra, se debe repetir. Que el perdón y la magnanimidad sean el clima general de los nuevos tiempos. Recojamos todos la herencia de quienes murieron por su fe perdonando a quienes los mataban y de cuantos ofrecieron sus vidas por un futuro de paz y de justicia para todos los españoles.

81. Por fortuna las circunstancias han cambiado profundamente. Vamos comprendiendo que las diferencias políticas, ideológicas o religiosas no deben ser causa de enfrentamientos, de incompatibilidades o discriminaciones entre los españoles. Es imprescindible evitar todo aquello que nos pudiera hacer retroceder en el camino y volver a las exclusiones o enfrentamientos ya superados. Es necesario, en cambio, avanzar positivamente en el reconocimiento efectivo de los deberes y derechos fundamentales de todos.

82. En este esfuerzo de conciliación y convivencia, los católicos tenemos una gran responsabilidad. El gran peso sociológico de la Iglesia católica en España hace que las actitudes de la Iglesia y de los católicos en relación con los problemas sociales adquieran necesariamente una gran importancia moral y política. El Concilio Vaticano II, las enseñanzas de los obispos españoles y las exhortaciones de Juan Pablo II en su reciente visita apostólica a España nos animan a vivir personal y eclesialmente nuestra fe de manera coherente en todos los ámbitos de la vida humana sin ocultar nuestras creencias y sin ofender la libertad ni los derechos de nadie, dando de lado a posibles actitudes de dominación o intolerancia, siendo más bien defensores de la libertad de todos y de una sociedad fundada en el respeto, el diálogo, la colaboración y la convivencia 72.

2. Exigencias éticas de la paz y la convivencia

83. La variedad y el pluralismo mas que ser razones para el enfrentamiento y la discordia están llamados a ser una verdadera riqueza social si desarrollamos entre nosotros los valores morales de la paz y de la convivencia.

Las personas, las asociaciones y las instituciones debemos comprometernos al reconocimiento de la libertad y la identidad de los demás. Nadie en la vida política debe descalificar a los demás tratando de presentarse como representante único de la legitimidad democrática, de la libertad o de la justicia.

Debemos evitar los procesos de radicalización que conceden valor absoluto a las propias ideas o los propios intereses y conducen poco a poco a la negación de las razones o derechos de los demás hasta llegar a la justificación irracional de los enfrentamientos y la mutua destrucción.

84. Resulta legítimo aplicar a nuestra situación social las recientes palabras de Juan Pablo II a propósito de la paz internacional: "El diálogo puede abrir muchas puertas cerradas... El diálogo es un medio con el que las personas se manifiestan mutuamente y descubren las esperanzas de bien y las aspiraciones de paz que con demasiada frecuencia están ocultas en sus corazones. El verdadero diálogo va más allá de las ideologías y las personas se encuentran unas con otras en la realidad de su humano vivir. El diálogo rompe los prejuicios y las barreras artificiales. El diálogo lleva a los seres humanos a un contacto mutuo como miembros de la familia humana con todas las riquezas de su diversidad cultural e histórica. La conversión del corazón impulsa a las personas a promover la fraternidad universal. El diálogo ayuda a conseguir este objetivo"73.

3. Sanar las raíces socioeconómicas de los conflictos

85. En la historia de nuestros conflictos internos las situaciones de injusticia social y económica han tenido una importancia innegable. La pobreza y la falta de oportunidades sociales, culturales o económicas, injustamente sufridas, empujan al odio y a la venganza, impiden la comunicación y la solidaridad a la vez que predisponen a quien las padece a aceptar la validez de ideologías o consignas violentas y demagógicas.

86. Subsisten lamentablemente entre nosotros bolsas de pobreza y de incultura de origen étnico, cultural o geográfico que exigen enérgicas medidas sociales y políticas inspiradas en la solidaridad y el respeto efectivo de los derechos de las personas y de los grupos humanos que viven de hecho o de derecho en la marginación. Quienes tienen mas han de saber renunciar a algo en favor de los que tienen menos. Una adecuada política fiscal, unida a una justa y austera utilización del dinero público, y un movimiento de inversiones privadas y públicas de inspiración social son instrumentos privilegiados para conseguir estos objetivos. Los católicos estamos obligados a impulsar y favorecer positivamente aquellas medidas que respondan a esta inspiración de solidaridad y justicia social.

87. En estos momentos la lucha contra el paro debe concentrar los esfuerzos de las instituciones políticas y sociales. Para nadie es lícito rehuir este esfuerzo ni rechazar los riesgos o sacrificios que esta empresa lleva consigo. Sería un error considerar el paro como una fatalidad contra la cual no hay otra solución que la resignación pasiva o la actitud insolidaria del sálvese quien pueda. El trabajo es un derecho y una necesidad del hombre para el despliegue de su personalidad y su inserción en la sociedad con libertad y dignidad. No es aceptable una sociedad en la que el trabajo sea patrimonio de unos pocos y amplios sectores de la sociedad tengan que resignarse a vivir sin alicientes ni dignidad a expensas de los demás aunque sea por procedimientos socializados. La revolución tecnológica obliga a redistribuir el bien del trabajo de formas nuevas caminando poco a poco hacia nuevos modelos de ordenamiento social que hagan posible compaginar los adelantos técnicos con el respeto integral y universal de los derechos humanos 74.

4. Un orden político justo y solidario

88. España es una comunidad de pueblos con diferencias de origen histórico, cultural y étnico. Esta pluralidad representa una riqueza real de nuestra sociedad, pero exige también un esfuerzo expreso para lograr la armonización de los legítimos derechos de todos en un proyecto común de convivencia. Es necesario estimular el conocimiento y el respeto entre todos, fomentar la solidaridad hasta superar y si fuera necesario, reparar los agravios y las injusticias del pasado.

El Magisterio eclesial contemporáneo ofrece a este propósito algunas consideraciones de orden ético y moral de singular importancia. No será inútil recordarlas ofreciéndolas a la consideración de las personas interesadas y responsables en estos problemas.

89. Existen posturas extremas y antagónicas que llevadas al extremo harían insoluble este problema. Por un lado hay quienes acentúan de tal modo la unidad y homogeneidad del ordenamiento político que no dan lugar a las garantías necesarias para que cada pueblo pueda asegurar su propia identidad en el otro extremo hay también quienes propugnan de tal modo la defensa y el desarrollo de las propias notas específicas y diferenciadas que llegan a desconocer o desvalorizar los vínculos sociales y culturales que se han ido fraguando a lo largo de la historia.

90. El verdadero Estado de derecho debe armonizar el obligado respeto y garantía de la identidad histórica y cultural de los pueblos integrantes con el respeto a los vínculos de comunicación e interdependencia constituidos conjuntamente a lo largo de una convivencia plurisecular. Las actividades o ideologías que absolutizan las ventajas o inconvenientes de una opción determinada sin una visión realista, global y serena de la situación, son fuentes de fanatismo que hacen imposible la convivencia estable, justa y pacífica. Hay que buscar "formas políticas bien articuladas, equilibradas, que sepan respetar los particularismos culturales, étnicos, religiosos y, en general, los derechos de las minorías"75.

91. Las diferencias y peculiaridades de orden cultural y lingüístico, no nos deben hacer olvidar las graves diferencias de orden económico y social que se den también entre las diferentes regiones y nacionalidades de España. El proyecto político de nuestra convivencia y las decisiones políticas concretas deben ir corrigiendo las raíces estructurales, culturales y humanas de semejante situación. Los hombres tienen derecho a contar con los medios ordinarios de su promoción y de su vida sin verse obligados a abandonar su propia familia y su propia tierra. Poder emigrar para mejorar, es un derecho; tener que emigrar para vivir, es una injusticia. La emigración, aun dentro de los límites territoriales del mismo estado, es causa de profundos desarraigos históricos y culturales. El derecho del emigrante a su propia identidad ha de ir unido con el respeto debido a la cultura y a las instituciones de los pueblos a los que se emigra. La afirmación de los propios derechos debe conjugarse con las sensibilidad para percibir los derechos de los demás. Únicamente el diálogo, el respeto, la comprensión y la flexibilidad permitirán resolver adecuadamente estos delicados y complejos problemas que se presentan de hecho en nuestra convivencia.

92. Es claro que únicamente en virtud de los principios morales no se pueden configurar ni imponer fórmulas o proyectos políticos concretos. Tampoco llega más allá la competencia de una institución religiosa y moral como es la Iglesia. No obstante, la inspiración cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia en el campo de la convivencia social y política, permiten presentar unas cuantas sugerencias más que consideramos de utilidad.

93. Desde el punto de vista moral, mirando incluso el buen resultado social y político, es necesario anteponer a cualquier otro interés el objetivo de la paz y del bien común; cada grupo debe pensar no solo en su propio interés sino también en el bien y en las razones de los demás; ningún sistema, ninguna ideología debe absolutizarse por encima del respeto efectivo a las personas y a los grupos; el diálogo leal y constructivo tiene que imponerse siempre sobre las descalificaciones y los enfrentamientos; los pactos y las normas legítimamente elaboradas y promulgadas tienen un verdadero valor moral y deben ser respetados por todos y utilizados como instrumentos de colaboración y convivencia.

94. Tanto la doctrina social de la Iglesia como el buen sentido y el amor a la paz podrían ayudarnos en la búsqueda conjunta y en la reconciliación entre aquellos que luchan por preservarla unidad y la soberanía del Estado con los que luchan por la identidad cultural y hasta la soberanía política de algunos pueblos que integran el Estado. La articulación política de ambos objetivos de la manera más justa y razonable para el bien común es tarea específica de las instituciones políticas y de los propios pueblos afectados. Semejante esfuerzo de clarificación constituiría una contribución indispensable para la consolidación de la paz.

5. Superar la lacra moral y social del terrorismo

95. Con demasiada frecuencia los golpes del terrorismo quebrantan el orden de la justicia y de la paz con asesinatos, secuestros y extorsiones. Con su lógica de muerte, el terrorismo manifiesta hasta dónde se puede llegar cuando la inspiración ética queda relegada o sometida por ideologías radicalizadas y absolutizadas. No conviene olvidar que el terrorismo brota o prospera a veces como resultado de injusticias pasadas o por posibles abusos de la autoridad en las obligadas actuaciones en defensa del bien común, de la necesaria seguridad y del legítimo orden público.

96. El terrorismo es intrínsecamente perverso porque dispone arbitrariamente de la vida de las personas, atropella los derechos de la población y tiende a imponer violentamente sus ideas y proyectos mediante el amedrentamiento, el sometimiento del adversario y en definitiva la privación de la libertad social. Las víctimas del terrorismo no son únicamente quienes sufren físicamente en si mismos o en sus familiares los golpes de la extorsión y de la violencia; la sociedad entera es agredida en su libertad, su derecho a la seguridad y a la paz. La colaboración con las instituciones o personas que propugnan el terrorismo y la participación en las mismas acciones terroristas, no pueden escapar al juicio moral y reprobatorio de que son merecedores sus principales agentes o promotores

97. Tampoco tienen legitimación alguna los grupos que por su iniciativa pretenden responder a la violencia con la violencia. "La justa represión de la violencia armada corresponde únicamente a los poderes públicos legítimos"76. Debemos recordar a todos que "la violencia no es modo de construcción: ofende a Dios, a quien la sufre y a quien la practica"77.

98. La sociedad, y el Estado en su nombre, tienen el derecho y el deber de defenderse de la violencia del terrorismo. Nos parecen dignos de consideración y de agradecimiento quienes tienen a su cargo la defensa de la sociedad siendo ellos mismos los primeros amenazados por la violencia terrorista.

La lucha contra el terrorismo, legítima y justa en si misma, debe evitar cualquier abuso de la fuerza más allá de lo estrictamente necesario y el ejercicio del derecho a la legitima defensa. En todo caso ha de quedar absolutamente excluida la práctica de la tortura o de tratos vejatorios. Abogamos por una legislación antiterrorista que ofrezca garantías suficientes para el respeto a la dignidad y los derechos de los detenidos. La represión institucional y legal de la violencia no puede aceptar ni promover una espiral de violencia que destruiría a la sociedad en sus mismos cimientos. En todo caso ha de quedar absolutamente excluida la práctica de la tortura o de tratos vejatorios. En este sentido abogamos por una legislación antiterrorista que ofrezca garantías suficientes para el respeto a la dignidad y los derechos de los detenidos.

V. EXIGENCIAS ÉTICAS

DE NUESTRA DEFENSA EN EL MARCO DE EUROPA

99. Los españoles formamos parte de Europa por nuestra historia y nuestra cultura. La reciente incorporación a las Comunidades Europeas ha fortalecido nuestras relaciones con Europa y aumentado nuestras obligaciones de solidaridad con los países europeos. A partir de esta condición europea, los españoles tienen (o han tenido) que decidir las características más generales de su organización defensiva. También aquí, dejando aparte las decisiones o preferencias políticas que no son incumbencia directa de la Iglesia, queremos ofrecer algunas consideraciones de naturaleza moral y ética que puedan ayudar a los católicos y a quienes quieran escuchar nuestra voz a formarse un juicio moralmente recto sobre estas complicadas cuestiones en las que todos tenemos alguna responsabilidad.

1. Contribución de Europa a la paz

100. Las circunstancias históricas de Europa hacen que las naciones europeas sientan fuertemente el deseo y la necesidad dela paz.

Todas las naciones europeas tienen en su historia y en sus mismos orígenes la savia de la tradición cristiana. De algunas de ellas han nacido doctrinas y experiencias políticas que han fomentado en el mundo entero el reconocimiento de los derechos humanos y de la democracia. Aunque también es cierto que de Europa han nacido ideologías totalitarias y expansionistas que provocaron guerras y revoluciones sangrientas.

La misma experiencia de las numerosas guerras que se han desarrollado en su territorio y muy especialmente las consecuencias terribles de la ultima guerra mundial han desarrollado paradójicamente entre los europeos un vivo anhelo de paz y la repulsa de la guerra. No se puede desconocer que Europa, la Europa real e histórica, sigue dividida por la fuerza, que en muchos países europeos no están reconocidos los derechos humanos, que las naciones europeas sufrieron los estragos de la guerra hasta la destrucción.

La integración y la solidaridad con Europa no puede ser únicamente una cuestión de mercados y de prestaciones económicas. Construir la paz de Europa y con Europa ha de ser un objetivo importante para nosotros. Ello supone apoyar decididamente las instituciones e iniciativas que trabajan en favor del reconocimiento de los derechos humanos, de la colaboración y la comunicación entre todos los pueblos de Europa, desde el Atlántico a los Urales.

101. Sería de desear que utilizáramos nuestra participación en las instituciones europeas para hacer presente las necesidades y las justas expectativas de los países subdesarrollados de una manera especial los países hispanoamericanos, agobiados por la pobreza, el endeudamiento exterior y las tensiones políticas, deben encontrar en nosotros un aliado leal y desinteresado.

2. Organizar nuestra defensa en una perspectiva de paz

102. En el momento de colaborar directamente en la construcción de esa paz que tanto anhelan y desean los pueblos europeos, tenemos que plantearnos dos graves decisiones: nuestra actitud ante la carrera de armamentos y la forma de organizar nuestra defensa. Respetando el campo de responsabilidad de los gobernantes y políticos, queremos manifestar nuestra preocupación en este campo y ofrecer algunas orientaciones inspiradas en el Evangelio para colaborar desde nuestro punto de vista de cristianos y de pastores de la comunidad a la formación de la opinión publica sobre tan importantes decisiones.

Si queremos compartir el futuro con los demás pueblos de Europa se plantea la cuestión de si es ético o no integrarse en las alianzas militares de las que forman parte la mayoría de los países europeos y occidentales. En función de lo que llevamos dicho hemos de afirmar, lo que el criterio determinante para una tal decisión ha de ser la búsqueda leal y sincera de la paz nacional e internacional en estrecha colaboración con todos los esfuerzos y proyectos encaminados a construir la paz; que es una cuestión de índole directamente política la forma concreta de servir mejor a estos objetivos; que, por consiguiente, no se puede imponer ninguna de las soluciones posibles por razones estrictamente religiosas o morales; que cualquiera que sea la solución adoptada por las instituciones competentes nuestra organización defensiva debe estar decididamente ordenada a la supresión de la guerra y al servicio positivo de la paz nacional e internacional.

103. Organizar la defensa para el servicio de la paz requiere abstenerse de entrar en la lógica del armamentismo. De aquí que nos preocupe el fuerte incremento de los presupuestos militares durante los últimos años y el aumento espectacular de las ventas de armas a terceros países. Nos preguntamos hasta qué punto la fabricación y la venta de armas no están siendo promovidas como eje central de nuestro desarrollo industrial y económico. Sin rechazar los gastos necesarios para una justa y proporcionada organización de la defensa, no podemos menos de alertar contra el riesgo de un armamentismo que acabaría alterando profundamente la moralidad de nuestra vida social y el carácter pacífico de nuestras relaciones internacionales 78.

104. Para ser compatible con una verdadera inspiración ética, la organización de la defensa tiene que ser proporcional a los recursos disponibles de manera que en situaciones normales no se sustraigan los recursos necesarios para la promoción económica y cultural de los más necesitados y de la sociedad entera. Dentro o fuera de la OTAN, es preciso promover decididamente todo aquello que nos acerque a la desaparición de los bloques, al desarme bilateral y total, la instauración de un nuevo orden internacional capaz de garantizar sólidamente la paz en el respeto a la libertad y los derechos de todos los pueblos de la tierra. Las naciones ricas, entre las cuales debemos contarnos a pesar de nuestras carencias y dificultades, no podemos organizar nuestra propia vida política y económica sin un espíritu de solidaridad con los pueblos más pobres de la tierra. En una época de conciencia planetaria como la nuestra, no puede haber política ni estrategia verdaderamente ética y humana si no se inspira en un sentimiento universal de solidaridad y responsabilidad.

VI. OBLIGACIONES Y COMPROMISOS EN FAVOR DE LA PAZ

105. La paz no es simplemente la ausencia de la guerra o de la violencia. Más aún, la violencia surge de una manera o de otra si no existe el empeño generalizado de construir la paz positivamente como fruto de un tejido de relaciones justas y solidarias que vayan desde el nivel de las simples relaciones interpersonales hasta las mas complicadas construcciones jurídicas y políticas de orden nacional e internacional.

En los países democráticos las actitudes personales mayoritarias y la opinión pública influyen de manera importante en las decisiones de los políticos y de los gobernantes. Por eso es tan importante que las actitudes y criterios de los ciudadanos y la misma opinión pública se inspiren en sentimientos de respeto, de justicia y de fraternidad, una fraternidad abierta a todos los hombres, pueblos y naciones de la tierra.

1. Especiales compromisos de la Iglesia y de los cristianos

106. La promoción de la paz es para nosotros no sólo una preocupación ética y ciudadana, sino también una responsabilidad pastoral y cristiana. La paz, don de Dios y obra de los hombres tiene que ser de manera singular solicitud y responsabilidad de los discípulos de Jesucristo, Príncipe de la Paz. Antes de terminar esta instrucción queremos reseñar las que nos parecen más urgentes tareas de la Iglesia y de los cristianos en servicio de la paz.

107. La misión especifica de la Iglesia es la reconciliación de todos los hombres y de todos los pueblos, entendida en toda su plenitud: reconciliación completa y definitiva entre Dios y los hombres y de los hombres entre sí. Ser cristiano obliga a comprometerse en esa misión: Es urgente que todos los que nos decimos seguidores de Jesucristo mantengamos lúcidamente nuestra vocación y perseveremos en practicarla. Como obispos, queremos ser los primeros en comprometernos totalmente en la construcción de la paz y de la reconciliación, y pedimos también este empeño a todos los miembros de la Iglesia.

108. Reconocemos humildemente que también en nuestras iglesias aparecen muchas veces la injusticia, el egoísmo, las divisiones y los enfrentamientos y que, como consecuencia, estamos también necesitados de reconciliación. Miembros de una Iglesia caminante, siempre necesitada de purificación, invitamos a los demás cristianos a que nos acompañen en un renovado esfuerzo de conversión a la justicia, al amor y a la generosidad, a fin de que la paz del Señor se albergue en nuestros corazones y en nuestras comunidades. Solo siendo ejemplos vivientes de reconciliación y de paz en la justicia y en el amor, nuestra llamada a la reconciliación y a la paz será inteligible y significativa para los hombres y las naciones, y solamente así nuestras Iglesias serán "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todas el género humano"79.

109.Las divisiones entre los cristianos enturbian y debilitan la fuerza de nuestro testimonio en favor de la unidad y de la paz. La llamada de Dios a la paz nos obliga a intensificar los esfuerzos de comprensión y acercamiento entre los cristianos divididos y las diferentes Iglesias cristianas. La oración en común y la participación en obras comunes fortalecerá el valor de nuestros esfuerzos en favor de la justicia y de la paz.

110. Nuestra primera recomendación concreta se dirige a los sacerdotes, religiosos y responsables de comunidades, grupos o movimientos. El estudio, la predicación y la difusión de la doctrina moral cristiana, sobre estos asuntos de la vida social e internacional debe ser una preocupación creciente para todos nosotros. En los Seminarios y Centros de formación se debe conceder un lugar importante a la doctrina social de la Iglesia sobre la paz y las relaciones internacionales.

111. Hemos de recordar a las parroquias y comunidades cristianas su vocación a ser constructores de la paz, orientando y animando a la participación de los laicos en el tejido sociopolítico de nuestra sociedad, en un compromiso vivido desde la peculiaridad de nuestra fe. La Iglesia se define, entre otras imágenes, como instrumento de la unión íntima del hombre con Dios y de los hombres entre si; su catolicidad le permite ser una y plural, local y universal, creando cauces de comunicación y vínculos de unión entre los pueblos y comunidades humanas. Para secundar esta misión de la Iglesia no hemos de confundirla con la propia cultura o la determinada opción política, pero sí actualizar en todas las circunstancias esa misión y esa vocación de unidad y de paz, que "no esta ligada a ninguna forma particular de civilización humana ni a sistema político alguno, económico o social"80.

112. Queremos destacar aquí la especial responsabilidad de los padres y educadores. Si queremos que la sociedad del mañana sea más justa y más pacífica que la actual, nuestra generación debe empeñarse en un decidido y sistemático esfuerzo por educar a los niños y los adolescentes en las ideas, los sentimientos, las propuestas y las experiencias de la paz. Será necesario, por tanto, que los padres de familia y cuantos trabajan en instituciones educativas comprendan y asuman generosamente el hermoso y difícil papel de ser verdaderos "educadores para la paz".

113. Pedimos a los padres y educadores que sepan ofrecer a sus hijos y a sus alumnos una visión íntegra de la fe en Dios y de la caridad fraterna, con sus mutuas y esenciales vinculaciones, ayudándoles a descubrir y practicar sus valores dentro de sus propias circunstancias: el diálogo, la paciencia, la verdad, la justicia, el perdón, el respeto, el amor, la solidaridad, la colaboración, el trabajo y la fiesta. Todo ello será, sin duda, anticipo, siembra y promesa de unas generaciones pacíficas y pacificadoras.

114. A los que trabajan en obras y movimientos juveniles les exhortamos a presentar ante los jóvenes el gran objetivo cristiano de la paz de manera realista y atrayente, iniciándoles en el conocimiento de las organizaciones católicas que trabajan por la paz y animándoles a participar personalmente en iniciativas concretas como congresos, marchas, prestaciones voluntarias de cooperación, etc.

115. La educación de la fe es hoy tarea prioritaria en nuestras comunidades cristianas. De la misma entraña de la fe brotan las exigencias de reconciliación y de fraternidad universal. Por ello, la paz debe ocupar un lugar importante en nuestra catequesis, en la que niños, jóvenes y adultos descubran el verdadero significado y las grandes exigencias de la paz.

116. La paz grande del mundo se apoya en los pequeños gestos de paz que cada uno podemos construir a la medida de nuestras fuerzas y nuestras responsabilidades, en la familia, en el grupo, en el trabajo, en la profesión, en el pueblo o en la ciudad, en lo cultural y en lo económico, en las relaciones interpersonales y en la política.

2. Grupos de especial responsabilidad social

117. Especial responsabilidad en el servicio a la paz tienen todos aquellos que dirigen de una u otra manera la vida de las naciones. Pedimos, en primer lugar, a nuestros políticos que en sus actuaciones y proyectos busquen sinceramente la paz y antepongan este objetivo a cualquier otro objetivo personal, partidista, ideológico, económico o político.

118. Los científicos son agentes cualificados en la construcción de la paz. El cambio cualitativo de la guerra moderna es fruto de la tecnología. La investigación y el trabajo científico tienen "el deber de solidaridad humana internacional"; su finalidad es "la generación de la vida, la dignidad de la vida, especialmente de la vida del pobre"81. Una investigación científica polarizada por el interés de la guerra, fácilmente queda prostituida en su auténtica finalidad y pierde su debida orientación ética, aunque los científicos que trabajan en ella no sean moralmente los únicos ni los principales responsables.

119.Queremos hacer una mención especial de aquellos que han adoptado como profesión personal la profesión militar. Quienes ejercen el servicio armado pueden considerarse instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos, pues desempeñando bien esta función contribuyen realmente a la consolidación de la paz"82. Los cristianos que prestan un servicio armado en la construcción y defensa de la paz, deberán vivir también la vocación evangélica que se inspira en el amor, fructifica en perdón y busca positivamente la paz. Para que los militares cristianos perseveren firmes en esa vocación evangélica, la Iglesia les presta su asistencia pastoral mediante sacerdotes especializados a quienes dedicamos desde aquí una palabra de reconocimiento y aliento.

120. Esperamos de los intelectuales que ofrezcan a la sociedad valores éticos y nuevos horizontes que estimulen a salir del egoísmo insolidario y fomenten un mundo mas fraterno, más pacífico, más creativo, más sobrio y laborioso, más festivo y humano; de quienes dirigen y colaboran en los medios de comunicación social, que ejerzan su papel de mediadores entre el hombre y su mundo en un respeto absoluto a la verdad y a los valores morales del respeto y de la convivencia. De unos y de otros, que con sus conocimientos y sus medios traten de promover la responsabilidad, el mutuo respeto, el dialogo y la convivencia pacífica entre todos los ciudadanos.

121.Queremos dirigirnos también a los hombres y mujeres del mundo del trabajo, de los sindicatos y de las asociaciones profesionales y empresariales. Dentro de este vasto campo y en las relaciones mutuas que conlleva, se juega en gran parte la afirmación o la negación de la justicia. Será sólida garantía de la paz individual, social e internacional el que dentro de las relaciones laborales y económicas se observe siempre el sentido de la justicia en sus diversos aspectos, como la dignidad y el respeto a las personas, la justa distribución de los beneficios, la igualdad de oportunidades, la no discriminación por motivo alguno, el reconocimiento del trabajo, las cualidades y esfuerzos personales, el interés por el bien común, etc.

3. No violencia y objeción de conciencia

122. La objeción de conciencia debe también inspirarse en el deseo de colaborar activamente en la construcción de una sociedad pacífica, sin rehuir el esfuerzo y los sacrificios necesarios para contribuir positivamente al desarrollo del bien común y el servicio de los más necesitados.

A aquellos que por razones morales se sientan movimos a adoptar actitudes positivas de no violencia activa o a presentar objeción de conciencia al servicio militar, les exhortamos a purificar sus motivaciones de toda manipulación política, ideológica y desleal que pudiera enturbiar la dignidad moral y el valor constructivo de tales actitudes. Semejante recomendación no carece de fundamento, pues con frecuencia tales decisiones, nacidas de sentimientos nobles y humanitarios, se ven solicitadas por ideologías o instituciones políticas que actúan en favor de sus propios objetivos no siempre coherentes con un servicio sincero a la construcción de la paz en la verdad , la justicia y la libertad.

123.El Concilio Vaticano II alaba la conducta "a aquellos que, renunciando a la violencia en la exigencia de sus derechos, recurren a los medios de defensa que, por otra parte, están al alcance incluso de los más débiles, con tal que esto sea posible sin lesión de los derechos y obligaciones de otros o de la sociedad"83.La estrategia de la acción no violenta es conforme a la moral evangélica, que pide actuar con un corazón reconciliado para liberar al adversario de su propia violencia. El Concilio ha reconocido estos valores cristianos evocando la conducta de Jesús de Nazaret, quien "por medio de la Cruz ha dado muerte al odio en su propia carne"84.

124.Es deseable que una legislación cuidadosa y adecuada regule de manera satisfactoria esta manera específica de entender y practicar el servicio a la sociedad y a la convivencia armonizando el derecho de los objetores y las comunes exigencias del servicio a la sociedad y al bien común.

125.El reconocimiento de estas formas no violentas de servir a la sociedad y a la paz no debe llevar a condenaciones maximalistas de la legítima defensa armada ni de aquellos que profesan el servicio de las armas en favor de la paz y de la justa defensa de los conciudadanos pacíficos e inocentes.

4. Celebrar, pedir y difundir la paz

126. La fe y la comunión con Jesucristo comunica ya a los cristianos el don de la paz, la paz profunda y completa que es paz con Dios, consigo mismo, con los hermanos y con la creación entera. Esta paz de Dios no es sólo la paz del corazón es también la paz de unos con otros, la paz con los que están cerca y con los que están lejos, un inicio real de la gran paz mesiánica con la que Dios quiere bendecir a todos sus hijos para siempre.

127.La celebración de los sacramentos son momentos especialmente intensos de esta posesión y experiencia de la paz. El sacramento de la reconciliación nos devuelve la paz con Dios y con los hermanos y nos libera del pecado que es la raíz de todas las divisiones y conflictos. Celebrar sinceramente el sacramento de la conversión y de la reconciliación contribuye de manera importante a poner los fundamentos profundos de la paz.

128.En la Eucaristía los cristianos celebramos la muerte y resurrección de Jesucristo y participamos en estos misterios de salvación por los que de una vez para siempre nos fue concedida la paz con Dios y el espíritu de amor y fraternidad. En la celebración eucarística Jesucristo hace presente su obra de reconciliación y de paz en medio de nosotros, en las oraciones expresamos ante la presencia de Dios nuestras deficiencias y anhelos, nos damos unos a otros el abrazo de paz y nos alimentamos con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo hecho pan de reconciliación y fraternidad.

129. Entre la celebración eucarística y la plenitud final del Reino de Dios vive la Iglesia y vivimos nosotros como puentes entre un mundo que camina hacia su plenitud y un Reino de Dios ya dado e iniciado por Cristo y por la lglesia en este mundo.

La Iglesia se hace signo y fermento de paz cuando cristianos de distintas razas y lenguas, de distintos países y estados, de diversos bloques y continentes celebran y viven juntos el misterio de la salvación y de la paz.

130. Por esto mismo recomendamos la participación de los fieles en todas aquellas iniciativas que favorezcan el conocimiento y la colaboración con cristianos y ciudadanos de otros países como son los congresos, las peregrinaciones, los intercambios, toda clase de gestos de apoyo y comunicación. De manera especial estas iniciativas son recomendables y necesarias con aquellos hermanos nuestros que viven privados de libertad religiosa y política.

131.La participación intensa en la vida de la Iglesia, en las celebraciones litúrgicas, en la oración personal, en el esfuerzo continuado de penitencia y reconciliación nos llevará a experimentar con gozo dentro de nosotros el gran don mesiánico de la paz . De esta manera nos sentiremos impulsados a anunciar el evangelio de la paz y construir en torno nuestro la paz pequeña de cada día y la paz grande de la sociedad y de las naciones. Lo que Dios nos da debe ser ofrecido y transmitido a todos los hombres.

132. Hay mil formas posibles de construir la paz. Todos podemos y debemos participar en aquellas que estén a nuestro alcance: formarse e informarse sobre los problemas de la convivencia nacional e internacional; participar en asociaciones y movimientos que trabajan por la paz; fomentar el conocimiento y el intercambio entre los pueblos de España, entre las naciones de Europa y del mundo entero; apoyar las iniciativas sociales o políticas en favor de la justicia, de la libertad y de la paz en España, en Europa y en el mundo; ofrecer nuestro tiempo y nuestro dinero para obras de ayuda a los países subdesarrollados; participar personalmente en obras de promoción mediante la prestación de servicios voluntarios dentro o fuera de España; luchar pacíficamente contra todas las causas de la desconfianza, de la división y de los enfrentamientos entre los hombres y las familias, los pueblos y las naciones. Todo en el nombre del Dios de la paz y con la fuerza de su amor.

CONCLUSIÓN

133. Hemos comenzado esta carta confesando nuestra fe cristiana y la firme esperanza de que algún día llegará la reconciliación universal entre los pueblos.

Somos conscientes de que la paz es don de Dios y al mismo tiempo tarea nuestra, Por el Señor sabemos que la experiencia de Dios y el compromiso con los hombres son inseparables para un cristiano. Desde esa convicción hemos reflexionado sobre la paz en el mundo y en nuestro propio país, con el deseo de que nuestra carta pueda ser "buena noticia" para creyentes y no creyentes, para todos los sedientos de paz y de justicia que hoy lamentan tantas injusticias, violencias, tensiones y conflictos que parecen hacer imposible la verdadera paz.

134. Al intervenir en ejercicio de nuestro ministerio pastoral en estos asuntos tan cercanos a la vida real, no queremos interferirnos en los asuntos que Dios ha dejado a la libertad de los hombres, sino acercar la luz de la revelación divina y el espíritu del Evangelio a la solución practica de problemas tan fundamentales que tanto importan para el bien de nuestros conciudadanos y la colaboración de todos al gran objetivo de la paz internacional.

135. Hacemos una llamada especialmente intensa y calurosa a los jóvenes españoles que buscan con frecuencia ideales nobles en los que volcar la energía y las ilusiones propias de su edad.

136. Al ofreceros estas reflexiones y sugerencias invocamos la asistencia de la Virgen María, Madre de la Paz y de la Esperanza, con cuyo ejemplo e intercesión lograremos ser fieles discípulos de Jesucristo y miembros activos de una Iglesia renovada, constructora del Reino de Dios en el mundo y servidora de la paz y de la fraternidad entre los hombres.

137.Os escribimos llenos de esperanza: la vida acabará imponiéndose a la muerte; la alegría al dolor; la libertad a la opresión, y el amor al odio. Algún día desaparecerá la guerra y la violencia. Algún día reinará del todo y para siempre la paz. Si lo afirmamos así es porque tenemos la promesa de Dios y la realización en Jesucristo, Príncipe de la Paz 85.

Plenamente confiados en esta promesa, terminamos recordando las palabras de la Escritura Santa: "Mas la Sabiduría de arriba es primeramente pura; luego, pacífica, indulgente, dócil, llena de misericordia y de buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Y el fruto de la justicia se siembra en la paz para aquellos que obran la paz"86. "Alegraos, enmendaos, animaos; tened un mismo sentir y vivid en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros"87. "El que se hace testigo de estas cosas dice: Si, voy a llegar enseguida. Amen. Ven, Señor Jesús. La gracia del Señor Jesús con todos"88.

NOTAS:

1 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 6.

2 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 36 y 41. (En adelante Constitución Pastoral).

3 Cf. Carta pastoral colectiva del Episcopado Español del 17 de abril 1975: La reconciliación en la Iglesia y en la sociedad; Comunicado de la XXIII Asamblea Plenaria del 19 de diciembre 1975: La Iglesia ante el momento actual: petición de libertad para detenidos políticos; Comunicado final de la LIII Comisión Permanente del 22 de mayo 1975: Reconciliación, repudio de la violencia, Iglesia-sociedad civil; Nota de la LIV Comisión Permanente sobre la violencia, 18 de septiembre 1975; LXXXVI Comisión Permanente del 12 de mayo 1981: Ante el terrorismo y la crisis del país; XCVII Comisión Permanente del 13 de mayo 1983: Quiebra de valores morales; Declaración de la Comisión Episcopal de Pastoral Social (24-XII-1983): Paz, armamentos y hambre del mundo; Declaración de la Comisión Episcopal de Pastoral Social (29-IX-1984): Crisis económica y responsabilidad moral.

4 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 2.

5 Cf. Ibidem.

6 Ibídem.

7 Ibídem.

8 Ibídem, 4.

9 Cf. Ibídem.

10 JUAN PABLO II, Encíclica Redemptor Hominis, 1.

11 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 6.

12 Constitución pastoral, 80.

13 Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, 8.

14 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II. Constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, 16.

15 Lc 4, 19.

16 Cf. Mt 22, 1-4.

17 Mt 11, 29.

18 Cf. 2Co 5, 18 y 19.

19 Cf. Constitución pastoral, 78.

20 Cf. Ef 2, 14.

21 Cf. Hch 5, 9-l .

22 Cf. Lc 6, 36-38.

23 Mt 5, 9.

24 Mt 5, 41.

25 Cf. Mt 5, 44.

26 Mt 5, 40.

27 Mt 7, 21.

28 Mt 5, 23.

29 Cf. Mt 25, 31-45.

30 Este es el significado teológico del relato bíblico del paraíso (Cf. Gen 2).

31 Cf. Ex 19, 5-6; Dt 15, 1-8; Lev 25, 1-55.

32 Cf. La paz es bienestar: Jb 9, 4; 1R 9, 25; felicidad Sal 38, 4; 2S 18, 32; confianza mutua: Num 25, 12; Salud: Gn 26, 29; 2S 18, 29; plenitud de bienes: Sal 37, 11; Lv 26, 1-13.

33 Cf. Aspecto destacado en los libros sapienciales: Sal 4, 9;Sal 34, 15Sal 35, 27; Sal 85, 9; Pr 3, 2-7.

34 Cf. Jer 6, 14. La paz exige práctica de la justicia, de la verdad y de la misericordia: Is 32, 16-18; Ox 2, 20-29.

35 Cf. Is 11, 1-10; Jer 22, 16.

36 Gn 4, 9.

37 Cf. Is 2, 4; Mi 4, 3.

38 Cf. Za 9, 10.

39 Cf. Is 11 y 12.

40 Cf. Ap 21, 1-4.

41 Cf. Is 9, 6-7.

42 Cf. 2Co 13, 11.

43 Constitución Pastoral, 42.

44 Hch 2, 39.

45 Cf. Hch 10, 34.

46 Cf. Ga 3, 28.

47 Ef 6, 12.

48 Ap 2, 4.

49 Cf. CONCILIO VATICANO II. Constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, 8.

50 Rm 13, 1-7.

51 Sobre este punto es muy válida la información de la CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA en su exhortación, La justicia construye la paz, cap. 3.1.

52 Cf. Concilio de Arlés (314), en la exhortación citada, 3.1. en nota anterior.

53 Cf. SAN AGUSTÍN. De Civitate Dei. LXIX c. 7; SANTO TOMÁS, I-II 40; FRANCISCO DE VITORIA, De indis sive de iure belli hispanorum in barbaros: Rellectio posterior: Obras editadas por T. URBANO (Madrid, 1960), 811-858.

54 Cf. JUAN XXIII, Paz en la tierra, 109. Según JUAN PABLO II, debemos fomentar "una conciencia universal de los peligros terribles de la guerra": Cf. Mensaje a la sesión especial de la ONU, 1982, 7.

55 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 6.

56 Cf. Constitución pastoral, 78.

57 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 3.

58 Cf. Constitución pastoral, 78.

59 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 3.

60 Constitución pastoral, 79.

61 Cf. Constitución pastoral, 82 y 83.

62 Cf. JUAN XXIII, Paz en la tierra, 113.

63 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 4.

64 JUAN XXIII, Paz en la tierra, 127.

65 Cf. Constitución pastoral, 80.

66 Cf. Ibídem 82.

67 Cf. JUAN PABLO II, Mensaje a la II Asamblea Extraordinaria de la ONU (7-6-1982), 5.

68 Constitución pastoral, 79.

69 PABLO VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la paz de 1976.

70 JUAN PABLO II, Mensaje a la II Asamblea Extraordinaria de la ONU (7-6-1982), 2.

71 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 3.

72 Cf. JUAN PABLO II, Discurso en al Aeropuerto de Barajas, 31-X-1982, 5.

73 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1986, 4.

74 Cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Exhortación colectiva sobre el paro. XXV Asamblea Plenaria del 27 de noviembre de 1971. Declaración de la Comisión Episcopal de Pastoral Social: Crisis económica y responsabilidad moral (26-IX-1984).

75 JUAN PABLO II, Discurso al cuerpo diplomático, 14-I-1984, 3.

76 Documento colectivo de los Obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria: Erradicar la violencia debilitando sus causas, 13-VII-1985.

77 JUAN PABLO II, Homilía en Loyola, 6-XI-1982, 6.

78 Nos hacemos eco de la denuncia hecha por Mons. Díaz Merchán, Arzobispo de Oviedo, en el diario "YA" del 28 de diciembre de 1984.

79 Constitución dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, 1.

80 Constitución pastoral, 42.

81 JUAN PABLO II, Discurso a los miembros de la Trilateral, 18-IV-1983, 1.

82 Constitución pastoral, 79.

83 Ibídem, 78.

84 Ibídem.

85 Cf. Constitución pastoral, 78.

86 St 3, 17-18.

87 2Co 13, 11.

88 Ap 22, 20-21.