Padres de la Iglesia

CIRILO DE JERUSALÉN
Procatequesis

Índice de las Catequesis

Catequesis IV. Los diez dogmas

Pronunciada en Jerusalén, trata de los «diez dogmas». Se parte de Col 2, 8: Mirad nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo1 .
Finalidad: la catequesis sobre los dogmas es necesaria para evitar la desorientación
1. El vicio imita a la virtud y la cizaña pretende pasar por trigo, porque en el aspecto es ciertamente semejante al trigo, pero los entendidos la distinguen por el gusto. También el diablo se transforma en ángel de luz (2Co 11, 14), no para volver a donde estuvo (pues su corazón es inflexible como un yunque, sin posibilidad de un nuevo arrepentimiento), sino para envolver en la niebla de la ceguera y en el pestilente estado de la incredulidad a quienes llevan una vida semejante a la de los ángeles. Muchos van como lobos vestidos de oveja, pero con uñas y dientes de otra clase: vestidos de piel suave, disfrazándose con tal aspecto ante los sencillos, arrojan por sus dientes el mortal veneno de la impiedad. Por eso nos es necesaria la gracia para observar con mirada vigilante y aguda, no sea que, comiendo cizaña en lugar de trigo, caigamos en el vicio por ignorancia o que, creyendo que es oveja quien es lobo, nos convirtamos en su presa. Como también podría ser que, tomándolo por un ángel bienhechor, cuando es en realidad el diablo artífice de la ruina, seamos devorados por él. Pues «está rondando como león rugiente, buscando a quien devorar», como dice la Escritura ( 1P 5, 8). Por esto hace la Iglesia sus advertencias; por esto se imparte esta enseñanza; por este motivo se establecen estas lecturas.

Además de las buenas obras, se requieren creencias correctas
2. Pues la piedad consta de dos cosas, los sagrados dogmas y las buenas obras: ni es agradable a Dios la doctrina sin buenas acciones, ni Dios acepta las obras separadas de las creencias religiosas. ¿Qué utilidad tiene el recto sentir acerca de Dios si se fornica deshonestamente? Y, a la inversa, ¿de qué sirve obrar con pudor—lo que en sí es correcto si luego se blasfema impíamente? Por consiguiente, es de gran valor el conocimiento que se pueda tener de los dogmas. Para ello es necesario tener una mente vigilante, como quiera que hay quienes obtienen su botín por medio de la filosofía y vanas falacias (Col 2, 8). Los gentiles seducen a diversas realidades mediante un hablar suave, pues «miel destilan los labios de la meretriz» (Pr 5, 3). Y quienes provienen de la circuncisión engañan a quienes se les acercan con falsas interpretaciones de la sagrada Escritura (cf. Tt 1, 10-11), comentándola desde su infancia hasta su vejez y envejeciendo en la ignorancia de la realidad (cf. 2Tm 3, 7). Los herejes, por su parte, engañan a los humildes mediante la blandura de su lenguaje y la suavidad en el decir (cf. Rm 16, 18), entrelazando con el dulce nombre de Cristo los dardos envenenados de los decretos impíos. De todos ellos a la vez dice el Señor: «Mirad que nadie os lleve a engaño» (Mt 24, 4). Por ello se entrega la doctrina de la fe y se hacen exposiciones de la misma2.

Se procederá ordenadamente
3. Pero antes de transmitiros aquello que pertenece a la fe, creo que haré bien enunciando en un breve compendio los temas fundamentales de las verdades necesarias, no sea que por las muchas cosas que hay que decir o por la misma duración de toda la santa Cuaresma pierdan la memoria del conjunto quienes entre vosotros tengan una mente más sencilla. Enumerando ahora por capítulos, no olvidaremos lo que después se ha de tratar más ampliamente. Llévenlo con paciencia los que tienen hábitos mentales más perfectos y unos sentidos más ejercitados en la distinción entre el bien y el mal, pues oirán un exordio muy simple y una introducción suave, para que a la vez obtengan provecho aquellos que necesitan de la catequesis y quienes ya tienen ciencia se alegren de recuperar en su memoria lo que ya sabían.

ACERCA DE DIOS (dogma I)
4. A modo de fundamento, establézcase firmemente en vuestra alma la verdad acerca de Dios3. A saber, un Dios que es solamente uno, no engendrado4 por otro, y sin nadie que vaya a sucederle, que no tuvo principio ni tendrá nunca fin, y que es él mismo bueno y justo. Si alguna vez oyes a un hereje que diga que hay algún otro que sea bueno o justo5, dándote cuenta al punto de la herejía, reconoce el dardo envenenado. Algunos se atrevieron, mediante un discurso malévolo, a dividir al Dios único: y unos dijeron que el autor y dueño del alma es otro que el de los cuerpos, enseñándolo necia e impíamente. Pues, ¿cómo es posible que un único hombre sea siervo de dos señores si dice el Señor en el Evangelio: «Nadie puede servir a dos señores» (Mt 6, 24)? Por consiguiente, sólo hay un Dios, autor a la vez de las almas y los cuerpos. Uno es el creador del cielo y de la tierra, hacedor de los ángeles y de los arcángeles, artífice de las múltiples realidades, Padre desde la eternidad de su único Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, por quien hizo todo (cf. Jn 1, 3) lo visible y lo invisible (Col 1, 16).
5. El Padre de Nuestro Señor Jesucristo no está circunscrito a un lugar ni es menor que el cielo, pero los cielos son obra de sus dedos (cf. Sal 8, 4) y toda la tierra se contiene en su puños. Está a la vez en el interior y fuera de todas las cosas. Y no creas que el sol le supera a él en luminosidad o es siquiera igual. Pues quien hizo el sol debe ser sin comparación mucho mayor y luminoso. Tiene conocimiento previo de las cosas futuras y es más potente que todas ellas, todo lo sabe y todo lo hace según su voluntad: no está sujeto a la sucesión de las cosas ni a lo que marcan los astros, al azar o a la necesidad del hado. Es perfecto en todas las cosas y posee por igual toda clase de virtud. Ni disminuye ni se agranda, sino que se mantiene siempre igual y del mismo modo. Ha preparado castigo a los pecadores y la corona a los justos6.
6. Ahora bien, puesto que muchos se han apartado de modos diversos del único Dios: algunos hicieron Dios al sol para permanecer sin Dios durante la noche; otros a la luna para no tener Dios durante el día; otros hicieron Dios a otras partes del mundo; algunos a las artes y otros a los alimentos o a sus pasiones. Unos enfermaron por el amor de las mujeres, otros consagraron a Venus una imagen solemnemente colocada y, bajo esta apariencia visible, prestaron adoración a los vicios y afectos de su alma. Hubo quienes, atónitos ante el fulgor del oro, juzgaron que éste y otros materiales eran dioses7. Pero si alguno graba bien en su interior la doctrina de que Dios es el principio único y cree en él de corazón, impedirá el atropello y el ímpetu de los vicios de la idolatría y del error de los herejes8. Por tanto, pon por la fe este primer dogma9 en tu alma.

ACERCA DE CRISTO (dogma II)
7. Cree también en el solo y único Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, Dios engendrado de Dios, engendrado como vida de la vida, como luz de luz, semejante en todo al Padre10, que no comenzó a existir en el tiempo, sino que fue engendrado desde la eternidad antes de todos los siglos y antes de todo lo que se pueda pensar. El es la sabiduría, el poder de Dios y la justicia en persona11, y está sentado a la derecha del Padre antes de todos los siglos. Pues no fue coronado por Dios, como algunos pensaron después de su pasión ni se sentó a su derecha como premio a su paciencia. En realidad tiene la dignidad regia desde el comienzo de su existencia (aunque ha sido engendrado desde toda la eternidad): siendo Dios, su sabiduría y su potestad, se sienta junto al Padre, como ya se ha dicho; reina juntamente con el Padre y lo gobierna todo con él. Nada absolutamente le falta de la dignidad divina12 y tiene un conocimiento perfecto de aquel por quien ha sido engendrado como él es a su vez conocido por quien le engendró (cf. Jn 10, 15). Para decirlo en resumen, recuérdese lo escrito en los Evangelios: «Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo» (Mt 11, 27).
8. Pero no separes al Hijo del Padre ni creas, al relacionarlos, en una «filio-paternidad» como mezcla de uno y otro. Cree, en cambio, en que es el Hijo unigénito de Dios, Dios-Palabra antes de todos los siglos13. Pero no es palabra que, una vez pronunciada, se perdió en el aire ni semejante a las palabras que carecen de consistencia sólida y propia: es la Palabra-Hijo, creador de quienes se sirven de la palabra y de la razón; es la Palabra que escucha al Padre y habla él mismo. Si Dios lo permite, hablaremos de estas cosas en su momentos, pues no nos olvidamos de nuestro plan, que es ahora enumerar sólo los temas de una necesaria introducción a la fe.

LA CONCEPCION VIRGINAL (dogma III)
9. Cree también que el unigénito Hijo de Dios descendió del cielo a la tierra por causa de nuestros pecados, asumiendo nuestra humanidad, sujeta a las mismas debilidades a las que nosotros estamos sometidos; que nació de una santa Virgen, y por obra del Espíritu Santo14. Esta humanidad la asumió, no según una apariencia o mediante algún tipo de ficción, sino de modo verdadero. Ni a través de una virgen, como arrastrado a lo largo de un canal, sino habiéndose encarnado verdaderamente desde ella (y verdaderamente alimentado de ella con leche), comiendo y bebiendo además verdaderamente como nosotros. Porque si la asunción de la naturaleza humana fue un fantasma (y un engaño visual), también la salvación habría sido un engaño. (Doble era Cristo: hombre en lo que podía verse, y Dios en lo que quedaba oculto)15. En cuanto hombre, comía verdaderamente como nosotros, pues experimentaba estados corporales semejantes a los nuestros; pero, en cuanto Dios, alimentaba con cinco panes a cinco mil hombres (Mt 14, 17-21). En cuanto hombre, murió verdaderamente, pero en cuanto Dios llamó a la vida a un muerto ya de cuatro días (Jn 11, 39-44). Como Dios, caminó también tranquilamente sobre las aguas.

ACERCA DE LA CRUZ (dogma IV)
10. Fue verdaderamente crucificado por nuestros pecados16. Pero si quieres negarlo, te convencerá este conocido lugar, este dichoso Gólgota en el que estamos congregados por causa del que fue clavado en la cruz: todo el orbe está lleno de los pedazos en que ha sido cortado el leño de la cruz. Pero no fue crucificado por sus pecados, sino para que fuésemos liberados de los nuestros propios. Fue entonces despreciado por los hombres, golpeado como hombre con bofetadas (Mt 26, 27). pero la creación lo reconoció como Dios, pues, al ver el sol a Dios sujeto a la ignominia, se ocultó temeroso no pudiendo soportar el espectáculo (Lc 23, 45).

La sepultura
11. Se le colocó, como hombre, en un monumento en la roca (Mt 27, 60), pero las piedras, al temblar, se resquebrajaron (Mt 27, 51). Descendió al sheol, para rescatar allí a los justos17. ¿Querías acaso, te pregunto, que los vivos gozasen de la gracia de Dios sin ser muchos de ellos santos? ¿Que no consiguiesen la libertad quienes estaban prisioneros largo tiempo desde Adán? El profeta Isaías anunció con voz excelsa muchas cosas acerca de él. ¿No querías, pues, que el rey los liberase descendiendo con su anuncio? Allí estaban David, Samuel y todos los profetas. E incluso el mismo Juan, que decía por sus enviados: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11, 3). ¿No desearías que, descendiendo, liberase a esos hombres?

LA RESURRECCIÓN (dogma V)
12. Pero quien había descendido a los infiernos18, subió de nuevo. Y Jesús, que había sido sepultado, resucitó verdaderamente al tercer día. Si alguna vez te sientes vejado por los judíos, replícales recordándoles que Jonás salió de la ballena al cabo de tres días (Jon 2, 1, 11; Mt 12, 40). Y si también un muerto recobró la vida al contacto con los huesos de Eliseo (2Re 13, 21), ¿no habrá de ser resucitado19 con mucha más facilidad el creador de los hombres? Por tanto, realmente resucitó y, vuelto a la vida, se dejó ver de nuevo por los discípulos, y los doce discípulos fueron testigos de la resurrección (Hch 2, 32; 3, 15; cf. 1Co 15, 5), los cuales dieron testimonio de la resurrección no sólo con sus palabras, sino llegando hasta los suplicios y la muerte con la esperanza de una verdadera resurrección. Ciertamente «por declaración de dos o tres testigos será firme una causa», según la Escritura (Dt 19, 15; cf. Mt 18, 16). Y siendo doce los que testifican acerca de la resurrección de Cristo, ¿sigues todavía sin creer en ella?

La Ascensión20
13. Una vez que Jesús terminó el curso de sus sufrimientos y liberó a los hombres de sus pecados, ascendió en una nube (Hch 1, 9) recogido de nuevo en los cielos; los ángeles estaban junto al que ascendía y los apóstoles contemplaban. Pero si alguien desconfía de lo que decimos, crea en virtud y por el poder de las cosas que ahora se ven. Pues cuando los reyes mueren, pierden con la vida su poder, pero Cristo crucificado es adorado por todo el orbe21. Anunciamos a un crucificado y tiemblan los demonios. Muchos han sido en las diversas épocas clavados a una cruz. Pero ¿acaso hizo huir al demonio la invocación de algún otro crucificado que no fuese él?
14. Por consiguiente, no nos avergoncemos de la cruz de Cristo y, si ves a alguien que la esconda, haz tú con ella la señal en tu frente para que los demonios, viendo el signo regio, huyan lejos aterrados22. Haz este signo al comer y al beber, cuando te sientes, te acuestes y te levantes, al hablar y cuando estés andando; en una palabra, en toda circunstancia. Pues aquel que aquí fue crucificado, está ahora arriba en los cielos23. Pues si, después de crucificado y sepultado, se hubiese quedado en el sepulcro, tal vez habría que ruborizarse; pero el que fue clavado en el Gólgota a la cruz, desde la tumba mirando al Oriente en el monte de los Olivos (Za 14, 4) ascendió en el monte al cielo (Lc 24, 50-51; Hch 1, 12: «Desde el monte llamado de los Olivos»). Descendiendo de la tierra a los infiernos24 y vuelto de allí hasta nosotros, retornó desde nosotros de nuevo al cielo, aclamándole el Padre y diciendo: «Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies» (Sal 110, 1).

EL JUICIO VENIDERO (dogma VI)
15. Este Jesucristo que ascendió vendrá de nuevo del cielo, no de la tierra. He dicho «no de la tierra», pues de la tierra sí han de venir en este tiempo muchos anticristos (cf. 1Jn 2, 18). De hecho, como veis, muchos han comenzado a decir25: «Yo soy el Cristo» (Mt 24, 5), después de lo cual ha de venir la «abominación de la desolación» (Mt 24, 15 par.; cf. Dn 9, 27; 11, 31; 12, 11), usurpando para sí en falso el nombre de Cristo. Pero tú—hazme el favor— no esperes que el verdadero Cristo, Hijo unigénito de Dios, tenga que venir de la tierra, sino de los cielos, y habrá de ser visto por todos con el máximo fulgor y el máximo resplandor, rodeado de una escolta de ángeles, para juzgar a vivos y muertos. Así obtendrá el reino celeste, sempiterno y carente de todo fin. Ten certeza de todo esto y sé cauto cuando muchos digan que se acerca el final del reino de Cristo.

EL espíritu SANTO (dogma VII)
16. Cree también en el Espíritu Santo y piensa de él lo que has aceptado del Padre y del Hijo, y no según los que enseñan cosas erróneas sobre él26. Aprende por tanto que este Espíritu Santo es uno y, además, indiviso y omnipotente. Al realizar muchas cosas, no obstante, no se divide. Conoce los misterios, todo lo escruta, hasta las profundidades de Dios; descendió sobre el Señor Jesucristo en forma de paloma (cf. Lc 3, 22), había estado actuante en la ley y los profetas, pero también ahora sella tu alma con ocasión del bautismo27: de su santidad necesita ahora toda la naturaleza racional y, si alguien se atreviere a blasfemar contra él, no se le perdonará ni en este mundo ni en el venidero (Mc 3, 29 par.). Juntamente con el Padre y el Hijo posee el honor y la gloria de la divinidad; también de él necesitan los tronos y las dominaciones, los principados y las potestades28. Pues sólo hay un Dios, Padre de Cristo; y hay un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios; y un solo Espíritu Santo, que todo lo santifica y lo deifica, y que habló en la Ley y los Profetas, en la antigua y en la nueva Alianza.
17. Ten siempre esta señal en tu mente, pues a ella se le está anunciando todo esto de modo sumario; pero si Dios lo permite, todo lo explicaremos más ampliamente, según nuestras fuerzas, demostrándolo según las Escrituras. Pues, acerca de los divinos y santos misterios de la fe, no debe transmitirse nada sin las Sagradas Escrituras, ni deben aducirse de modo temerario cosas simplemente probables y apoyadas en argumentos construidos con palabras artificiosas. Y no creas, pues, que voy a proceder de este modo, sino probando por las Escrituras lo que te anuncio. Pues esta fe, a la cual debemos nuestra salvación, no recibe su fuerza de los comentarios y las disputas, sino de la demostración por medio de la Sagrada Escritura.

SOBRE EL ALMA (dogma VIII)
18. Tras el conocimiento de esta venerable, gloriosa y santísima fe, debes conocerte también a ti mismo: ¿Quién eres tú?29. Como hombre, tú has sido hecho compuesto de alma y cuerpo y, según se ha dicho poco antes30, el mismo Dios es autor de tu alma y de tu cuerpo. Debes saber también que tienes un alma libre que es obra maestra de Dios, hecha a imagen de su creador: inmortal por causa de Dios que le confiere la inmortalidad; un ser vivo dotado de razón y libre de la corrupción por causa de quien le otorgó todo ello; con capacidad de hacer lo que desee. Pues tú no pecas por la posición de los astros cuando naciste31 ni te ves enredado en la fornicación de modo fatal, ni tampoco, según deliran algunos, te fuerza la conjunción de los astros a caer en la lascivia contra tu voluntad. ¿Por qué, al no querer reconocer tus propios males, atribuyes tu culpa a los astros inocentes? Y no me hables, después de todo esto, de los astrólogos, pues dice de ellos la Escritura: «Que vengan ahora y que te salven los que hacen la carta del cielo», para añadir poco más abajo: «Helos ahí como briznas de paja, que serán consumidos por el fuego; no podrán escapar de los brazos de las llamas» (Is 47, 13, 14). 19. Pero aprende también esto: antes de que el alma viniese a este mundo, no cometió pecado. Pero habiendo venido inocentes, pecamos ahora voluntariamente32. No pienses que estoy interpretando mal aquello de: «Pero si hago lo que no quiero...» (Rm 7, 16), sino recuerda aquello otro: «Si vosotros queréis, si sois dóciles, comeréis los bienes de la tierra; si no queréis y os rebeláis, seréis devorados por la espada» (Is 1, 19-20) y, por otra parte: «Como ofrecisteis vuestros miembros al servicio de la impureza y de la iniquidad para la iniquidad, así ahora entregad vuestros miembros al servicio de la justicia para la santidad» (Ro». 6, 19). Acuérdate también de lo que dice la Escritura: «Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios...» (Rm 1, 28) y «lo que de Dios se puede conocer, está en ellos manifiesto» (Rm 1, 19) y, por otra parte, «han cerrado sus ojos» (Mt 13, 15, citando Is 6, 9-10). Acuérdate de Dios cuando increpa y dice: «Yo te había plantado de la cepa selecta, toda entera de simiente legítima. Pues, ¿cómo te has mudado en sarmiento de vid bastarda?» Jr 2, 21).
20. El alma es inmortal. Y son semejantes todas las almas: tanto de los hombres como de las mujeres. Sólo son diferentes los miembros de los cuerpos. No existe una clase de almas pecadoras por naturaleza y otras que actúen debidamente, pues todas actúan según su voluntad y el albedrío de cada una, mientras no hay diversidad en la sustancia de las almas y es semejante en todas ellas.
En fin, me doy cuenta de que he dicho muchas cosas y que se nos está pasando el tiempo. Pero, ¿qué deberá anteponerse a la salvación? ¿No serás capaz de esforzarte un poco para obtener fuerzas frente a los herejes? ¿Y no quieres conocer los desvíos del camino para no caer, por imprudencia, en el precipicio? Quienes estas cosas te enseñan, no piensan obtener la más mínima ganancia con que tú las aprendas. Y tú, que eres el que las aprendes, ¿no deberás acoger de buen grado la multitud de cosas que se dicen?
21. El alma es libre y dueña de sí misma. El diablo puede ciertamente sugerir, pero no puede forzarla a actuar privándola de la voluntad. Cuando viene a ti el pensamiento de la fornicación, si quieres, lo admites, pero no si lo rechazas. Pues si tuvieras necesariamente que fornicar, ¿por qué motivo habría preparado Dios la gehenna? Si por naturaleza hace lo recto, y no libremente, ¿con qué fin habría dispuesto Dios premios inefables? Mansa es la oveja, pero nunca ha sido coronada por su mansedumbre, puesto que esa mansedumbre no le viene por determinación de su voluntad, sino por su modo de ser.

SOBRE EL CUERPO (dogma IX)
22. Ya has oído, querido, bastantes cosas acerca del alma; si puedes, escucha ahora también acerca del cuerpo. Y no pienses lo que algunos dicen de que el cuerpo no lo ha hecho Dios, y creen que el alma habita en él como en un recipiente que le es ajeno, inclinándose por tal motivo a la práctica de la fornicación33. ¿Qué es lo que ellos recriminan al cuerpo admirable? ¿Qué es lo que le falta de decencia y armonía? ¿Qué es lo que carece de estética en su estructura? ¿No deberán caer en la cuenta tanto de la espléndida configuración de los ojos como de la posición oblicua de los oídos, para poder oír sin dificultad, o del olfato capaz de distinguir olores o también los aromas suaves, o en la doble capacidad de la lengua para gustar de las cosas y para poder hablar, sin olvidar la capacidad pulmonar para respirar el aire sin cesar? ¿Quién dio al corazón su movimiento continuo? ¿Quién anudó los nervios a los huesos de modo tan sabio? ¿Quién asignó una parte del alimento a la reparación de las fuerzas de la naturaleza, destinando otra a la defecación, haciendo cubrir pudorosamente las partes menos nobles? ¿Quién es el que hizo que la débil naturaleza humana pudiese perpetuarse mediante una sencilla unión?
23. Y no me digas que el cuerpo es causa del pecado34. Pues si el cuerpo es la causa del pecado, ¿por qué no pecan los muertos? Coloca una espada a la derecha de un hombre que haya muerto hace poco, no matará a nadie. Ya pueden desfilar, ante un joven recientemente muerto toda clase de hermosuras; no experimentará ninguna lascivia. ¿Por qué? Porque el cuerpo no peca por sí mismo; es el alma quien peca por medio del cuerpo. El cuerpo es como el instrumento del alma, como si fuese vestido y su abrigo: se hace inmundo si es ella la que lo mueve a la fornicación; pero si se une a un alma santa, se convierte en templo del Espíritu Santo. Y no lo digo esto yo, sino el apóstol Pablo: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros?» (1Co 6, 19). Respeta, por tanto, tu cuerpo como templo del Espíritu Santo. No manches tu carne con la fornicación; no ensucies este vestido tuyo hermosísimo. Pero si lo ensuciaste, lávalo ahora por la penitencia: hazlo mientras todavía hay tiempo.
24. En lo referente a la castidad, ponga atención sobre todo el orden de los monjes y de las vírgenes35, que viven en el mundo una vida semejante a la de los ángeles, pero escuche también todo el pueblo de la Iglesia. Grande es, hermanos, la corona que os está preparada y, para que no cambiéis tan gran dignidad por un placer mezquino, oíd al Apóstol cuando dice: «Que no haya ningún fornicario o impío como Esaú, que por una comida vendió su primogenitura» (Hb 12, 16). Y, escrito en los libros evangélicos tu nombre a causa del propósito de pureza, cuida de que después no se tenga que borrar a causa de la torpeza cometida.
25. Tampoco debes, si cumples perfectamente el deber de la castidad, engreírte frente a los que, unidos en matrimonio, siguen un inferior estado de vida. Como dice el Apóstol, «tened todos en gran honor el matrimonio, y el lecho conyugal sea inmaculado» (Hb 13, 4). Además, tú que vives íntegramente la castidad, ¿acaso no has nacido de padres casados? No porque poseas oro, desprecies la plata, sino que posean esperanza plena también los que viven legítimamente en matrimonio, puesto que no viven licenciosamente su unión en la pasión y el desenfreno, sino de acuerdo con lo que debe ser, concediéndose a veces tiempos para dedicarse a la oración (cf. 1Co 7, 5); estos tales ofrecen sus cuerpos puros, juntamente con su vestimenta, en las asambleas de la Iglesia, pues contrajeron nupcias no por disfrutar de las pasiones, sino por la procreación de los hijos.
26. No hay que reprobar, defendiendo un matrimonio único, a quienes se deciden por segundas nupcias. Pues aunque la continencia es cosa hermosa y admirable tampoco hay que ignorar la debilidad de la carne, lo que se puede remediar con un segundo matrimonio. El Apóstol dice, en efecto: (A los débiles y a las viudas) «bien les está quedarse como yo. Pero si no pueden contenerse, que se casen; mejor es casarse que abrasarse» (1Co 7, 8-9). Y deséchese todo lo demás, la fornicación, el adulterio y toda clase de lascivia; pero consérvese el cuerpo puro para el Señor, para que también el Señor respete el cuerpo. Nútrasele (al cuerpo) con alimentos para vivir y dénsele los cuidados adecuados, pero no para que se entregue a los placeres.

Sobre los alimentos
27. Estas deben ser vuestras normas sobre los alimentos; de hecho hay muchos que tienen problemas con esa cuestión. Pues unos se manejan sin problemas con lo sacrificado a los ídolos, otros se abstienen, por razones de práctica de la vida ascética, de algunas de las cosas ofrecidas y condenan a quienes las comen36, y así se mancha de modos diversos el alma de algunos con respecto a los alimentos (1Co 8, 7), al ignorar las causas válidas para comer o abstenerse. Ayunamos de vino y nos abstenemos de carnes, no porque por motivos religiosos los aborrezcamos, sino en la expectativa de la gratuidad, de modo que, despreciando lo sensible, gocemos del banquete espiritual y verdadero. De modo también que, sembrando ahora en lágrimas, recojamos la cosecha de la alegría en el mundo venidero (cf. Sal 126, 5-6). No despreciéis, por tanto, a los que comen, pues toman alimento por la debilidad de sus cuerpos; tampoco reprendas a los que toman un poco de vino por su estómago y sus frecuentes enfermedades37, ni los condenes como pecadores; tampoco odies las carnes, pues algunos tales había conocido el Apóstol cuando decía que «prohíben el matrimonio y el uso de alimentos que Dios creó para que fueran comidos con acción de gracias por los creyentes» (1Tm 4, 3). Por consiguiente, si tú te abstienes de estas cosas, no lo hagas como si fuese abominable, pues si así fuese no obtendrías la gracia; más bien déjalas, aun siendo buenas, por lo más auténtico que se te propone, que es mucho mejor.
28. Evita totalmente comer lo que fue ofrecido a los ídolos, pues no se trata de que lo diga yo actualmente, sino que de tales alimentos se preocuparon los mismos Apóstoles y, en aquella época, incluso Santiago, obispo de esta Iglesia; pues los apóstoles y presbíteros escribieron una epístola a todos los gentiles con la finalidad de que se abstuviesen primera y principalmente de lo inmolado, pero también de la sangre y de lo ahogado (Hch 15, 20-29)38. Pues muchos hombres de fiera índole que viven como perros lamen la sangre como bestias salvajes y se hinchan de animales ahogados. Pero tú, que eres siervo de Cristo, observa esto cuando comas para hacerlo piadosa y religiosamente. Con esto basta acerca de los alimentos.

Sobre el vestido
29. Lleva un vestido sencillo, y no como ornato sino para cubrirte lo necesario; no para deleitarte con molicie, sino para calentarte en invierno y cubrir pudorosamente tu cuerpo; pero no caigas en la complicación innecesaria del vestido, con el pretexto de que te has de cubrir, o en cualquier otra necedad.

SOBRE LA RESURRECCIÓN (dogma X)
30. De este cuerpo usa, por favor, moderadamente; sábete que habrás de ser resucitado de entre los muertos para ser juzgado precisamente con ese cuerpo39. Pero si te viniere cualquier pensamiento de desconfianza, como si ello no pudiese suceder, juzga por otras cosas tuyas que tampoco parecen reales. Pues tú mismo, dime, piensa dónde estabas hace cien años o más. Y, si partiste de ser una realidad tan pequeña y vil, ¿cómo es que has llegado a tal desarrollo con tal armonía de tu figura externa? El que hizo que existiera lo que no existía anteriormente, ¿acaso no podrá resucitar a lo que ya fue y murió? El que cada año, en favor nuestro, levante el trigo que, sembrado, perece y se pudre, ¿tendrá dificultad en resucitarnos a nosotros mismos por quienes él mismo resucitó? Ves cómo los árboles se mantienen ahora durante tantos meses sin fruto y sin hojas; pero todos ellos, pasado el invierno, recobran la vida tras haber estado como muertos. ¿No seremos nosotros, mucho más y mucho más fácilmente, llamados de nuevo a la vida? La vara de Moisés se transformó, por voluntad de Dios, en algo muy diferente de ella misma, en una serpiente. ¿No podrá, pues, el hombre caído en la muerte ser restituido a sí mismo?
31. No hagas caso de los que dicen que no resucita este cuerpo, pues resucitará. Testigo de ello es Isaías cuando dice: «Resucitarán los muertos, y se levantarán los que están en los sepulcros» (Is 26, 19)40 y, según Daniel: «Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno» (Dn 12, 2).
Por lo demás, la resurrección es para todos los hombres, pero no será para todos igual. Pues todos recibiremos cuerpos eternos, pero no todos iguales. Los justos lo recibirán para unirse eternamente al coro de los ángeles, y los pecadores para sufrir eternamente las penas por sus pecados.

El bautismo
32. Por todo lo cual, el Señor, por su bondad para con los hombres, les concedió a éstos la conversión del bautismo, para que, arrojando la mayor parte del peso de los pecados, e incluso todo el lastre (cf. Hb 12, 1), por la obtención del sello por medio del Espíritu Santo lleguemos a ser herederos de la vida eterna. Pero, puesto que ya antes hablamos suficientemente acerca del bautismo, pasemos ahora a los temas de instrucción que quedan.

LAS SAGRADAS ESCRITURAS (dogma XI)
33. Todo esto nos lo enseñan las Escrituras de la antigua y de la nueva Alianza, inspiradas por Dios. Uno mismo es el Dios de ambas alianzas, que en la antigua preanunció que Cristo se manifestaría en la nueva y que nos condujo por la Ley y los Profetas como pedagogo hasta Cristo. «Antes de que llegara la fe, estábamos encerrados bajo la vigilancia de la Ley» (Ga 3, 23), y «la Ley ha sido nuestro pedagogo hasta Cristo. Pero si alguna vez oyes a alguno de los herejes denigrando a la Ley o los profetas, replícale con aquella palabra saludable que dice: «No vino Jesús a abolir la Ley, sino a cumplirla»41. Aprende también de la Iglesia con afán cuáles son los libros del Antiguo Testamento y cuáles del Nuevo, y hazme el favor de no leer ninguno de los apócrifos42, Pues si no estás al tanto de lo que todo el mundo conoce y confiesa, ¿por qué pierdes lastimosamente el tiempo con cuestiones dudosas y controvertidas? Lee las Sagradas Escrituras, o sea, estos veintidós libros del Antiguo Testamento que tradujeron los setenta y dos intérpretes43.
34. Después que murió Alejandro, rey de los Macedonios, dividido su reino en cuatro principados, Babilonia, Macedonia, Asia y Egipto, uno de los que reinaron en Egipto, Ptolomeo Filadelto, príncipe estudiosísimo de las letras, hacía acopio de libros de cualesquiera lugares. Oyó hablar a su bibliotecario Demetrio Falereo sobre las Escrituras de la Ley y los Profetas. Pensaba rectamente que por la fuerza no se obtienen los libros, sino que uno se gana a sus poseedores más bien por los regalos y la amistad. Sabiendo que, al forzar violentamente, lo que se da contra la voluntad propia queda frecuentemente corrompido por el engaño, mientras que lo que se enseña de modo espontáneo se regala con toda sinceridad, envió al entonces sumo sacerdote Eleazar numerosos presentes para adornar el templo de Jerusalén, haciendo venir a él a seis hombres por cada una de las doce tribus de Israel. Después, con la finalidad de comprobar si los libros estabano o no inspirados por Dios, buscando que los intérpretes enviados no se pusiesen de acuerdo entre sí, los hizo colocar a cada uno de ellos en estancias propias en donde está el Faro de Alejandría44, ordenando a cada uno traducir toda la Escritura. Terminaron el trabajo en el lapso de setenta y dos días, y el rey reunió todas las versiones, elaboradas en lugares separados y sin contacto entre los autores, comprobando que coincidían completamente no sólo en cuanto al sentido, sino en los términos mismos. La obra, pues, no era una creación verbal ni artificio de humanos sofismas, sino una versión de las Sagradas Escrituras, dictadas por el Espíritu Santo y con la inspiración de ese mismo Espíritu.
35. Lee, pues, los veintidós libros, pero no quieras saber nada de los apócrifos. Medita y estudia sólo aquellos, que son los que en la Iglesia leemos con confianza cierta; mucho más prudentes y piadosos que tú eran los Apóstoles, así como los antiguos obispos de la Iglesia que nos los transmitieron; por tanto, tú, que eres hijo de la Iglesia, no conculques sus leyes. Medita en serio los veintidós libros del Antiguo Testamento, cuyos nombres esfuérzate en grabártelos de memoria tal como te los diré ahora. Los cinco primeros son los libros de la Ley, de Moisés: Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio. Después, cl libro de Josué y el de los Jueces, el séptimo y que se considera conjuntamente con Rut. De los restantes libros históricos, el primero y segundo de los Reinos se consideran uno entre los hebreos, y lo mismo sucede con el tercero y el cuarto45. De modo semejante sucede entre ellos con el primero y el segundo de los Paralipómenos, a los que consideran un único libro; también los dos libros de Esdras46 son contados como uno. El de Ester es el libro duodécimo. Estos son los históricos. Cinco están escritos en verso: Job, el libro de los Salmos, Proverbios, Eclesiastés y el Cantar de los cantares, que es el libro diecisiete. Siguen cinco proféticos: un libro de los Doce profetas47 y la Epístola48, más los libros de Ezequiel y Daniel, el vigésimo segundo del Antiguo Testamento.
36. Los Evangelios del Nuevo Testamento son sólo cuatro, pues los demás son apócrifos y perjudiciales. También los maniqueos escribieron un «Evangelio según Tomás» que, revestido del buen olor de la denominación de «Evangelio», corrompió las almas de la gente más sencilla. Acepta también los Hechos de los doce Apóstoles y, además, las siete epístolas católicas de Santiago, Pedro, Juan y Judas. Por fin, lo que sirve a todos de señal y es obra última de los discípulos: las catorce epístolas de Pablo. Todo lo demás déjese fuera, en un segundo plano. Todo aquello que no se lee en las Iglesias, tampoco lo leas privadamente, como ya oíste49. Pero de todo esto ya es suficiente.
37. Huye de toda maquinación diabólica y no creas al dragón caído, que por propia voluntad mudó en otra su naturaleza buena; es capaz de persuadir a quienes consientan en ello, pero no puede quitar a nadie su libertad. Tampoco hagas caso de las predicciones de los astrólogos ni a quienes observan las aves, como asimismo tampoco escuches a cualquiera ni a las imaginativas adivinaciones de los griegos. A los filtros mágicos, los encantamientos y las perniciosas evocaciones de los muertos ni siquiera les prestes oído. Apártate de toda clase de intemperancia, y no te des a la gula ni ames la voluptuosidad. Manténte por encima de toda avaricia y usura. No asistas a los espectáculos de los gentiles. No utilices nunca amuletos en caso de enfermedad. No frecuentes ninguna taberna puerca o sórdida. Tampoco practiques la religiosidad samaritana o judía, pues para algo superior te liberó Jesucristo. Manténte alejado de toda observancia del Sábado y no consideres puros o limpios a alimentos que de por sí son indiferentes. pero sobre todo odiarás todas las reuniones de los herejes infractores; pon todos los medios para favorecer tu alma con los ayunos, las limosnas y las lecturas de los oráculos divinos para que, por la temperancia y la guarda de los sagrados dogmas, goces, por el tiempo que te quede de vivir en la carne, de la única salvación, la cual se otorga por el bautismo. Y así, adscrito por Dios Padre al ejército celestial, merezcas también la corona del cielo: en Jesucristo nuestro Señor, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Notas

1. El título de la catequesis expresa perfectamente su contenido, pues se trata de exponer nuclearmente diez «contenidos» de la fe, que pueden enunciarse así: Dios, Cristo, nacimiento virginal, la cruz, la resurrección, la segunda venida de Cristo, el Espíritu Santo, el alma, el cuerpo, la resurrección del hombre, las sagradas Escrituras. En esta enumeración, el tema de la Escritura sería el undécimo de los expuestos. Si se cuenta de este modo, estamos ante once, y no ante diez dogmas. Por eso algunos códices hablan de catequesis «de los once dogmas». La exposición de cada uno de los dogmas puede con frecuencia a su vez, de acuerdo con el contenido, subdividirse de modo diverso. Pero esto son cuestiones secundarias. Más importante es señalar la importancia que se da al «dogma» en estas catequesis de Jerusalén, elaboradas veinte años después del concilio de Nicea. Representan un importante testimonio del edificio dogmático que se desprende de aquel primer concilio ecuménico. Por ello y porque el conjunto de estas catequesis siempre respeta la estructura dogmática cronológicamente previa a ellas, pero posterior al Nuevo Testamento, las catequesis de Cirilo son no sólo un testimonio catequético importante, sino un reflejo de la fe dogmática y objetiva (lo que los teólogos han llamado fides quae) de la Iglesia de su época. Más observaciones concretas se harán en las notas que se añaden. Como observaciones generales son importantes las que se contienen en PG 33, 449-454.
2. El original griego habla de la «enseñanza (didaskalia) de la fe» en lo cual se hace «exégesis». En último término, ésta y las siguientes catequesis se apoyan, en cuanto a sus contenidos, en el «Símbolo», el Credo en el que se agrupan las afirmaciones de la fe «objetiva».
3. Como «verdad» acerca de Dios se ha traducido aquí la palabra griega «dogma».
4. O «ingénito», sin origen en momento determinado alguno.
5. Quizá es útil recordar aquí Mt 23, 8-10.
6. Vid, las poéticas expresiones de Is 40, 12.
7. Por la descripción detallada y drástica del pecado, este pasaje recuerda la que Pablo hace en Rm 1, 18-32.
8. Toda esta insistencia en que Dios es el único recuerda el credo bíblico contenido en el «Escucha, Israel» de Dt 6, 4-9.
9. Se continúa utilizando la terminología adoptada al principio del punto 2.
10. «Semejante en todo», homoíon katá pánta. El término "homoíon'' se encontró en el núcleo de la condena del arrianismo por el concilio de Nicea, no demasiados años antes de ser pronunciadas las presentes catequesis La precisión del credo niceno al respecto consiste en señalar que Jesucristo es de la misma naturaleza, «consustancial» (homoousion v no homoioousion con el Padre). Cirilo no parece hacerse aquí eco exacto -sin ponerla tampoco en duda- de la fórmula de Nicea. Sin embargo, que la doctrina de Cirilo es acorde con la enseñanza del concilio lo prueba el resto del punto 7.
11. En la persona de Jesús están porque son subsistentes en la unicidad de su persona la sabiduría, el poder, e incluso la justicia de Dios. Como «justicia» emplea Cirilo el conocido término paulino de dikaiosyne.
12. Es fórmula claramente antiarriana.
13. Cf. catequesis 11, n. 10.
14. En la catequesis 11.
15. Las palabras que se acaban de transcribir en el último paréntesis no se encuentran en todos los códices.
16. La insistencia en la realidad de la crucifixión está presente por todas partes en las catequesis de Cirilo. Esta insistencia es aún más comprensible en la ciudad en la que habían tenido lugar los acontecimientos de la Pasión.
17. El oyente de las catequesis está aquí ante la afirmación de lo que el credo y la dogmática llamarán el «descenso a los infiernos». En la afirmación del descenso a los infiernos debe distinguirse entre la expresión, como modo de hablar, de la materialidad de un «descenso» a las regiones inferiores de la tierra (con lo que se utiliza como imagen la del sheol judío) y lo que se quiere realmente expresar: la liberación de Cristo es eficaz para los hombres de cualquier época. Ello se expresa mediante la afirmación de que todos estuvieron «esperando» físicamente. Pero el tema, pues, es la universalidad de la redención. En el Nuevo Testamento se expresa bellamente todo esto en 1P 3, 18 ss.
18. Téngase en cuenta que infierno viene de «inferior». En todo esto no se trata de una afirmación sobre el estado de condenación, sino sobre la universalidad del valor de la muerte de Cristo. Ver lo dicho en la nota 17.
19. La afirmación, en sentido pasivo, de resucitar no indica que Jesús no fuese agente activo de su propia resurrección, sino que ésta se produce en unión con el Padre. Por eso es exacta la afirmación de Hch 3, 15 de que «Dios le resucitó (a Jesús) de entre los muertos». Se trata de una confirmación más de la unión de Jesús con el Abba, el Padre. Para una profundización de la unión de Jesús y el Padre, cf. los estudios publicados por J. Jeremías, especialmente Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca 1981.
20. El texto original y la versión latina del mismo emplean la palabra «Asunción», pero el contenido se refiere a lo que en la Iglesia de Occidente se llama «Ascensión», término que se utiliza por tanto en la presente traducción.
21. Cf. cat. 13, núms. 3, 36, 39.
22. Cat. 13, núm. 16.
23. Cat. 13, núm. 4.
24. Vid. más arriba, nota 17.
25. Probablemente es una alusión al hecho de que, hasta la época de Cirilo de Jerusalén, la historia de las herejías ha tenido ya tiempo de escribir en el cristianismo algunas de sus páginas.
26. Con lo cual Cirilo afirma la identidad de naturaleza del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo.
27. El momento del bautismo es presentado por el texto original como un kairós, es decir, como una oportunidad salvífica. Por otra parte, el empleo del verbo «sellar» (de nuevo, sfragidsein) remite a lo que anteriormente se señaló varias veces sobre la teología del «carácter», referido tanto al bautismo como al don del Espíritu y a la confirmación. Cf. Procatoquesis, nota 36.
28. Al aplicar al Espíritu Santo todo lo que se dice del Hijo, se le atribuye lógicamente también a aquél lo que se dice sobre el triunfo y la supremacía de Cristo en Col 1, 16 y Ef 1, 2. También en esto se observa que, si bien Cirilo de Jerusalén no es, propiamente hablando, creativo en teología trinitaria, es al menos un buen testigo de la misma.
29. El tema ya se mencionó en la catequesis 3, núm. 4.
30. Ibid.
31. En este, como en otros momentos, las catequesis se manifiestan contra la astrología y la creencia en los horóscopos.
32. Vid. cat. 6, núms. 27, 28.
33. El autor quiere defender, con razón, la dignidad del cuerpo, procurando evitar que una justa valoración del alma, lo más específico y característico del hombre creado, redunde en detrimento de la realidad somática del hombre. La enseñanza posterior de la unidad sustancial de alma y cuerpo explicará todo esto con mayor claridad, además del mejor conocimiento que hoy día se tiene de la antropología neotestamentaria con sus conceptos de soma, psyché, etc., especialmente en las cartas de Pablo. Sobre todo esto puede consultarse con provecho el estudio de F.P. FIORENZA y J.-B. METZ, El hombre como unidad de cuerpo y alma, Mysterium Salutis II/2, Madrid 1970, 661-715. El interés del presente párrafo de la catequesis está centrado especialmente en defender que, puesto que el cuerpo es una realidad del hombre con dignidad plena, «no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo» (1Co 6, 13).
34. Probable alusión al maniqueísmo que, entendiendo mal la relación entre alma y cuerpo, colocó en éste, entendiéndolo peyorativamente como materia innoble, la causa o la ocasión exclusiva del pecado.
35. La institución de los «continentes», de los monjes y de las vírgenes es ya muy apreciada en la Iglesia de mucho tiempo antes de estas catequesis. Es posible que entre los oyentes se encontrasen quienes ya practicaran una vida monástica o viviesen en la virginidad. Debe tenerse en cuenta que la expresión «monje» en la Iglesia antigua se aplica con frecuencia a quienes viven en la continencia, pero no necesariamente haciendo vida común con otros de su mismo estado, sino en sus domicilios en las ciudades (mónachos, de monos: solo).
36. Explicando el problema (Rm 14, 1-15, 13; I Cor 8; 10, 14-33), Pablo, aun teniendo el criterio de que no importa comer carne previamente sacrificada a los ídolos, quiere que se respeten por todos las opiniones de cada uno. Cf. p. ej., Rm 14, 3: «El que come, no desprecie al que no come; y el que no come, tampoco juzgue al que come».
37. La frase está tomada del caso en realidad diferente de 1Tm 5, 23.
38. Cirilo parece considerar la importancia que para su época tienen todavía las prescripciones de la asamblea de Jerusalén. Ésta (Hch 15, 5-35) se reunió para resolver si la adopción de la circuncisión y de la Ley judías eran un paso previo a la entrada de los gentiles en la Iglesia. Pero, en el fondo, el tema que se ventilaba era si era justa la predicación paulina (el «evangelio de Pablo»), según el cual la justificación del pecador no se conseguía por las obras (y, en ellas, las obras de la Ley), sino por la fe. El tema, capital en Pablo, se aborda con sumo detalle especialmente en sus cartas a Gál y Rom. El papel moderador de Pedro fue decisivo en la asamblea (Hch 15, 7-12) a favor de que el hombre se justifica gratuitamente en Cristo. Sin negar esto, pero a causa de Santiago, cultural y religiosamente muy próximo a las observancias judías, se adoptó una solución de cierto compromiso, «no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza» (Hch 15, 28-29). Aparte de la cuestión de «la impureza», que con toda probabilidad se refiere a la fornicación y cuyo rechazo moral es normal, es lógico que las otras prescripciones cayeran muy pronto en desuso, especialmente en las Iglesias de Occidente, en las que muy poco después de los años centrales de la predicación de Pablo ya no se haría cuestión de que la ley judía había caducado en todos sus aspectos litúrgicos y jurídicos. Pero no parece extraño que en la Iglesia de Jerusalén, por una cierta memoria histórica que la catequesis de Cirilo parece reflejar, todavía se mantuviese cierto respeto a aquel circunstancial decreto jerosolimitano. Podría decirse, por otra parte, que en las presentes catequesis no está, todo lo presente que podría, el influjo de la antropología teológica paulina. Para algunos detalles sobre este pasaje de las catequesis, cf. PG 33, 491-492, nota 1.
39. Vid. cat. 18, núm. 9.
40. Se respeta la versión de Cirilo, aunque otras versiones de la Biblia darían una traducción incluso más expresiva.
41. La frase, en labios de Jesús, es: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas» (Mt 5, 17).
42. Libros bíblicos no auténticos, aunque la expresión se aplica especialmente a los llamados «evangelios apócrifos». Se trata de libros no aceptados en el canon bíblico.
43. Los «setenta y dos» intérpretes son comúnmente conocidos en números redondos, como «Los Setenta». Los datos, sobre ellos y su trabajo, son en gran parte legendarios en la forma como se explican en el párrafo 34 de la catequesis. No se puede precisar el número de traductores y se debe admitir que seguramente en la época en que se hizo la traducción en el reinado de Tolomeo II, rey de Egipto entre el 285 y el 247 a. C., ya existían al menos versiones griegas parciales del AT. Por lo demás, la versión de los LXX fue muy apreciada por los mismos autores del NT, que se sirven de ella con frecuencia. Fue utilísima en el judaísmo de la diáspora y, ya en el Cristianismo, ejerció un enorme influjo en la Patrística. A esta versión se refiere aquí en gran parte la catequesis de Cirilo. También hay que decir que el número de libros del AT depende de cómo éstos se cuenten. En nuestro cómputo son alrededor de cuarenta y cinco.
44. El célebre faro se construyó en la época de Tolomeo II.
45. En la clasificación griega y en la cristiana antigua, adaptada también por la versión de San Jerónimo, los libros de Samuel y de los Reyes reciben el nombre de «Libros de los Reinos».
46. Aquí, Esdras y Nehemías.
47. Los doce profetas menores.
48. La «Carta de Jeremías» se encuentra en Bar 6.
49. Libros bíblicos son los que «se leen» en las comunidades cristianas, es decir, la norma o el «canon» que se utiliza para saber que un libro forma parte de la Escritura es el hecho de que su utilización litúrgica y en la predicación es fructuosa y alimenta la fe. Este consenso de la Iglesia universal se fue formando propiamente durante siglos y no puede decirse que estuviese ya completamente cerrado en la época de Cirilo de Jerusalén. De ahí que no se mencionen libros del Antiguo o del Nuevo Testamento que sólo más tarde entrarían a formar parte definitivamente del canon bíblico. Los libros que se integraron en un segundo momento en el número de los canónicos reciben el nombre de «deuterocanónicos». Pero, en cualquier caso, sin descender a pormenores, toda esta valoración de los libros bíblicos debe entenderse desde la asistencia del Espíritu a la Iglesia.