Catena Áurea
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← Lc 8, 40-48 →
Y aconteció que, habiendo vuelto Jesús, le recibió la muchedumbre, pues todos le estaban esperando. Y vino un hombre, llamado Jairo, que era príncipe de la sinagoga; y postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa, porque tenía una hija única, como de doce años, y ésta se estaba muriendo. Y mientras que El iba, apretaban las gentes. Y una mujer padecía flujo de sangre doce años hacía, y había gastado cuanto tenía en médicos, y de ninguno pudo ser curada. Acercóse a El por detrás, y le tocó la orla de su vestido; y al punto cesó el flujo de su sangre. Y dijo Jesús: "¿Quién me ha tocado?" Y negándolo todos, dijo Pedro, y los que con él estaban: "Maestro, las gentes te aprietan y oprimen, y dices: ¿Quién me ha tocado?" Y dijo Jesús: "Alguno me ha tocado: porque yo he conocido que ha salido virtud de mí". Cuando la mujer se vio así descubierta, vino temblando, y se postró a sus pies; y declaró delante de todo el pueblo la causa por qué le había tocado, y cómo había sido luego sanada. Y El le dijo: "Hija tu fe te ha sanado: vete en paz". (vv. 40-48)
San Agustín, de cons Evang. 2, 28
Después de referido aquel milagro entre los gerasenos, pasa el evangelista a referir el de la hija del príncipe de la sinagoga; diciendo: "Y aconteció, que habiendo vuelto Jesús le recibieron las gentes, pues todos le estaban esperando".
Teofilacto
Tanto por su predicación como por sus milagros.
San Agustín ut sup
Respecto a lo que añadió: "Y vino un hombre llamado Jairo", no se ha de entender que esto sucedió en seguida, sino que primero se verificó el convite de los publicanos, como refiere San Mateo; a lo cual unió esto, para que no pueda entenderse otro hecho después.
Tito Bostrense
Se ha puesto el nombre, por causa de los judíos -que conocieron entonces lo que sucedió- para que el nombre conserve siempre el recuerdo de aquel suceso. Se acercó al Salvador, no un enfermo cualquiera, sino un príncipe de la sinagoga, para que se pudiesen cerrar mejor las bocas de los judíos. De aquí prosigue: "Que era príncipe de la sinagoga". Se aproximó a Jesús por necesidad. Alguna vez nos obliga el dolor a hacer las cosas que convienen, según aquello del: "Cierra sus mandíbulas con el bocado y con el freno a aquellos que no se acercan a ti" ( Sal 31, 9).
Teofilacto
Por lo que, urgido por la necesidad, cayó a sus pies. Por esto sigue: "Y postrándose a los pies de Jesús". Más regular era que, sin ser obligado por la necesidad, hubiese caído a sus pies, y reconocido que era Dios.
Crisóstomo
Pero considera su ignorancia y le pide a Cristo que venga a su casa; porque sigue: "Le rogaba que entrase en su casa", esto es, ignoraba que pudiese curar estando ausente, porque, si lo hubiese sabido, habría dicho como el centurión: Di una palabra, y se curará mi hija ( Mt 8, 8).
Griego
Se indica la causa de su venida, cuando se añade: "Porque tenía una hija única", que era la esperanza de la casa, la sucesión de su raza; "y tenía como doce años", esto es, en la flor de su edad; "y ésta se moría", esto es, en vez del casamiento se le presentaba la tumba.
Crisóstomo
Había venido el Salvador, no para juzgar al mundo, sino para salvarle, por lo que no mira la dignidad de la persona que pide y prosigue tranquilamente su obra, sabiendo que acontecería algo más grande que lo que se le pedía. En efecto, se le llamaba para curar a un enfermo; pero conoció que resucitaría a la que ya estaba muerta, y que sembraría en la tierra, la firme esperanza de la resurrección.
San Ambrosio
Antes de resucitar a la muerta, curó a la hemorroisa para inspirar la fe en el príncipe de la sinagoga. Y por esto se celebra la resurrección temporal en la pasión del Señor, para que se entienda perpetua. "Y medió que cuando iba era apretado por la turba".
San Cirilo
Lo que era una gran prueba de que había vestido verdadera carne, humillando toda soberbia, porque no le seguían de lejos, sino que le rodeaban.
Griego
Cierta mujer afectada por una enfermedad grave, en la que le habían consumido los médicos toda su fortuna, no halló otra esperanza en tan grande desaliento, que postrarse ante el Señor. Acerca de la cual dice: "Y una mujer que padecía flujo de sangre", etc.
Tito Bostrense
Es muy digna de alabanza esta mujer que, careciendo de fuerzas corporales por el continuo flujo de sangre, y en presencia de una concurrencia tan numerosa -fortificada por su amor y su fe- pedía a todos que le dejasen paso; y escondiéndose a la espalda del Salvador, le tocó la orla de su vestido.
San Cirilo
No les estaba permitido a los inmundos tocar a alguno de los santos, ni acercarse a un varón santo.
Crisóstomo
La enfermedad de esta clase era considerada como inmunda ante la ley. Por otra parte, ella no había formado todavía juicio cabal del Señor, porque no hubiera pensado esconderse; sin embargo, se acercó, confiando en que sería curada.
Teofilacto
Asimismo, cuando alguno acerca su vista a una antorcha encendida, o arroja espinas al fuego, al instante se produce el efecto; así, el que viene con fe a Aquél que le puede curar, al punto consigue la curación. Por esto sigue: "Y al punto cesó el flujo de su sangre".
Crisóstomo
Los vestidos solos del Señor no salvaron a la mujer, sino la intención de su fe, pues los soldados también los sortearon entre sí.
Teofilacto
Creyó, y fue salva; y como convenía, primero tocó a Jesucristo intelectualmente, y después corporalmente.
Griego
El Señor oyó las reflexiones interiores de aquella mujer, y callando, curó a la que callaba, permitiendo espontáneamente el robo de la salud; pero después publica el milagro. Por esto sigue: "Y dijo Jesús: ¿Quién me ha tocado?"
San Cirilo
No se le ocultó al Señor que había hecho un milagro; pero El, que todo lo sabe -como si no lo supiese- preguntó.
Griego
Ignorando los discípulos lo que preguntaba y creyendo que hablaba de un simple contacto, responden a la cuestión del Señor. Sigue, pues: "Y negando todos, dijo San Pedro y los que con él estaban: Maestro, las gentes te oprimen, y tú dices: ¿Quién me ha tocado?", etc. Por eso el Señor distingue el tacto con su respuesta. Prosigue, pues: "Y díjoles Jesús: Alguno me ha tocado". Así como también había dicho en otra ocasión: "El que tiene orejas de oír, oiga"; pues aunque todos tengan las orejas del cuerpo, no oye verdaderamente el que oye sin inteligencia; así como tampoco toca verdaderamente el que toca sin fe.
San Cirilo
Publica en seguida lo que ha sucedido, cuando añade: "Porque yo he conocido que una virtud ha salido de mí". Responde de una manera material, conforme con la manera de entender de sus oyentes. Aquí se nos da a conocer que Jesús es verdadero Dios, tanto por sus milagros, cuanto por sus enseñanzas. Supera a nuestra naturaleza (y también a la de los ángeles), eso de poder dejar salir una virtud de sí mismo, como de su propia naturaleza. Esto únicamente es propio de la naturaleza divina. Ninguna criatura tiene poder de curar ni de hacer milagros semejantes, si no se le concede esta gracia por Dios. Si no quiso que quedase oculta aquella manifestación del poder divino, a diferencia de las muchas veces que mandó callar sus milagros, no fue por ambición de gloria, sino porque miraba a la utilidad de aquellos que son llamados por la fe a la gracia.
Crisóstomo in Mat. hom. 32
Primero calmó el temor de la mujer, para que no le remordiese la conciencia, como si hubiese robado la gracia; después le reprende de haber creído que se podía ocultar; y luego publica su fe delante de todos, para que otros la imiten. Así, cuando muestra que conoce todas las cosas, manifiesta un milagro no menor que el del estancamiento de la sangre.
San Cirilo
Además, invitaba al príncipe de la sinagoga a que creyese sin vacilar que arrancaría a su hija de los brazos de la muerte.
Crisóstomo ut sup
El Señor no había descubierto en seguida a esta mujer, a fin de que, demostrado que todo le era posible, ella publicase lo que había ocurrido, y así no se pudiese dudar del milagro. Por ello sigue: "Cuando la mujer se vio así descubierta, vino temblando", etc.
Orígenes
La misma curación que aquella mujer alcanzó con el contacto, la confirmó por medio de la palabra el Salvador. Por esto sigue: "Y El le dijo: Hija, tu fe te ha sanado: vete en paz"; esto es, queda buena de tu enfermedad. Sana primero su alma con la fe, y después del cuerpo.
Tito Bostrense
La llama hija, sanada ya a causa de su fe, porque la fe nos muestra la gracia de adopción.
Eusebio, Hist. Eccl., lib. 7, cap. 14
Dícese que esta mujer elevó un monumento insigne al beneficio que había recibido del Salvador, en Paneade (o Cesarea de Filipo, de donde era natural). Había a la entrada de su casa, sobre una alta base, una estatua de bronce, representando una mujer arrodillada, con las manos juntas y en actitud de súplica. Del lado opuesto se levantaba otra estatua del mismo metal, representando a un hombre vestido de una túnica, y extendiendo la mano hacia aquella mujer. A sus pies, sobre la base misma, nació una planta exótica, que llegaba hasta el borde del manto de metal, y que se decía era una medicina para todas las enfermedades. Decían que esta estatua, que destruyó Maximino, representaba a Cristo.
San Ambrosio
Místicamente, Cristo había dejado la sinagoga entre los gerasenos, y a Aquél, a quien los suyos no conocieron, nosotros, que somos extraños, lo recibimos.
Beda
O al fin de los tiempos, el Señor ha de volver a los judíos y le recibirán con gusto por la confesión de la fe.
San Ambrosio
¿Quién pensamos que podrá ser el príncipe de la sinagoga, sino la ley, en consideración a la cual el Señor no dejó enteramente la sinagoga?
Beda
O por príncipe de la sinagoga se entiende a Moisés. Por esto se llama Jairo (esto es, que ilumina o iluminado), porque el que está encargado de darnos palabras de vida, por ese hecho ilumina a los demás y es iluminado por el Espíritu Santo. El príncipe de la sinagoga se postró a los pies de Jesús, porque el legislador, con toda la familia de los patriarcas, conoció que Jesucristo -que había de aparecer vestido de carne mortal- sería muy superior a ellos. Si Dios es la cabeza de Jesucristo, los pies deben representar su encarnación, por la cual tocó la tierra de nuestra mortalidad. Le rogó también que entrase en su casa. Porque deseaba ver su advenimiento. La hija de él era la sinagoga, única que estaba constituida en forma legal; la cual moría a los doce años de edad (esto es, cuando se aproximaba el tiempo de la pubertad), porque, educada noblemente por los profetas, después que había llegado a la edad de la inteligencia en que debía engendrar para Dios frutos espirituales, fue de repente invadida de la enfermedad de los errores y omitió entrar en el camino de la vida espiritual y si Jesucristo no hubiese venido en su socorro, hubiera muerto. Cuando el Señor marchaba a curar a la joven, era oprimido por la multitud, porque dando saludables consejos a la nación judaica, fue oprimido por la interpretación material que daban a sus enseñanzas.
San Ambrosio
Mientras el divino Verbo se dirigía a curar la hija del príncipe de la sinagoga, para salvar a los hijos de Israel, la Iglesia santa, formada de los gentiles -que perecía por la enfermedad de sus crímenes vergonzosos- obtiene por su fe la curación que estaba preparada para otros.
Beda
El flujo de sangre debe entenderse de dos maneras, esto es, o de la prostitución de la idolatría, o de aquellos que se entregaban a los placeres de la carne y de la sangre.
San Ambrosio
¿Por qué esta hija del príncipe moría a los doce años y esta mujer padecía de flujo de sangre ya doce años, sino para que se entienda que todo el tiempo que la sinagoga estuvo en vigor padecía la Iglesia?
Beda
La sinagoga empezó a nacer entre los patriarcas, casi al mismo tiempo que la idolatría manchó al pueblo gentil.
San Ambrosio
Así como aquella mujer había gastado toda su fortuna en los médicos, así el pueblo gentil había perdido todos los dones de la naturaleza.
Beda
Por estos médicos deben entenderse los falsos teólogos, los filósofos y los doctores de las leyes temporales, que, disertando mucho sobre las virtudes y los vicios, prometían dar a los hombres enseñanzas útiles a la vida. O se deben entender los mismos espíritus inmundos, los cuales, como aconsejando a los hombres, se hacen adorar en lugar de Dios; y cuanto más había gastado la gentilidad de sus fuerzas naturales para oírles, tanto menos pudo curarse de la mancha de su iniquidad.
San Ambrosio
Oyendo que el pueblo judío estaba enfermo, empezó a esperar el medio de su salvación. Conoció que había llegado el tiempo en que el Médico bajaría del cielo, se levantó para salirle al encuentro, confiada por la fe, y tímida por el pudor. Es propio del pudor y de la fe reconocer la enfermedad, no desesperar del perdón. Pudorosa, tocó la orla; fiel, se acercó; religiosa, creyó; sabia, conoció que estaba curada; así la parte del pueblo santo de los gentiles, que creyó en Dios, se ruborizó del pecado para salir de él, abrazó la fe para creer, mostró su piedad para orar, vistió la sabiduría para sentir en sí mismo su curación, tomó confianza para confesar que había sustraído lo ajeno. Jesucristo es tocado por detrás, porque está escrito: "Andarás en pos de Dios tu Señor" ( Dt 13, 4).
Beda
Y El mismo dice: "Si alguno me sirve, que me siga" ( Jn 12, 26). O porque el que no ve al Señor presente en su carne, si practica los sacramentos de su misericordia temporal, empieza a seguir sus huellas por la fe.
San Gregorio Moralium 3, 14 super Jb 2, 9
Oprimiendo las muchedumbres al Redentor, una sola mujer le tocó; porque en la Iglesia, todos los que son carnales, aunque le opriman, están lejos de El, y aquéllos que lo tocan, se le unen verdaderamente por la humildad. La muchedumbre, pues, lo oprime y no lo toca, porque es inconstante en cuanto a su presencia y ausente en cuanto a su vida.
Beda
O una mujer fiel toca al Señor, porque el que es afligido por el desorden de diversas herejías, sólo es buscado fielmente por el corazón de la Iglesia católica.
San Ambrosio
No creen los que oprimen, creen los que tocan. Con la fe se toca a Cristo, con la fe se le ve. Finalmente, para demostrar la fe de quien le toca, dice: "Yo he conocido que ha salido virtud de mí", lo cual es indicio evidente de que la divinidad no está limitada dentro de la posibilidad de la condición humana, ni dentro del claustro del cuerpo, sino que la virtud eterna desborda más allá de los límites de nuestra medianía. No se libra el pueblo gentil por auxilio humano, sino que es un don de Dios la reunión de las naciones, quienes con una fe, aun imperfecta, inclinan la misericordia eterna. Porque si consideramos cuál es nuestra fe y cuánta es la grandeza del Hijo de Dios, veremos por esta comparación que no tocamos sino la orla, y que no podemos alcanzar a la parte más alta de su vestido. Si queremos curarnos, toquemos la orla de Jesucristo por medio de la fe. Nadie lo toca sin que El lo sepa. Bienaventurado el que toca la menor parte del Verbo; pues ¿quién puede abarcarle todo?