SALMOS

La obra recibe el título de Libro de los Salmos a partir de la versión griega, que en cuarenta y dos ocasiones traduce por «salmo» el término hebreo mizmor con el que son presentadas cincuenta y siete de las ciento cincuenta composiciones poéticas de carácter religioso que incluye el libro. El término indica que se cantan acompañadas de un instrumento musical, la lira o el arpa. En hebreo el libro lleva como título Tehillim, que significa propiamente oraciones de alabanza.

1. CONTENIDO Y ESTRUCTURA DEL LIBRO

La mayor parte de las composiciones poéticas contenidas en el libro de los Salmos son oraciones dirigidas a Dios, pero también se encuentran proclamaciones de las obras del Señor, descripciones de la situación sufriente del hombre, imprecaciones contra los enemigos, loas dirigidas al rey o a la ciudad de Jerusalén, y exhortaciones para llevar una vida feliz. Con frecuencia los temas se entremezclan en una misma composición, que recoge de este modo sentimientos diversos, siempre en referencia al actuar divino en la creación, en la historia y en la vida del hombre.

La obra presenta una división en cinco partes, llamadas también «libros», cuya separación viene marcada por unas alabanzas solemnes, o doxologías, al final de ciertos salmos. Estas partes son: Sal 3-41; Sal 42-72; Sal 73-89; Sal 90-106; y Sal 107-150. Tal división refleja una cierta semejanza con la de la Ley, que es transmitida igualmente en cinco volúmenes, el Pentateuco. Se significa así que los salmos son la respuesta del hombre, inspirada por Dios, ante las obras del Señor narradas en aquellos libros y ante la Ley contenida en ellos.

«Las múltiples expresiones de oración de los Salmos se encarnan a la vez en la liturgia del templo y en el corazón del hombre. Tanto si se trata de un himno como de una oración de desamparo o de acción de gracias, de súplica individual o comunitaria, de canto real o de peregrinación o de meditación sapiencial, los salmos son el espejo de las maravillas de Dios en la historia de su pueblo y en las situaciones humanas vividas por el salmista. Un salmo puede reflejar un acontecimiento pasado, pero es de una sobriedad tal que se puede rezar verdaderamente por los hombres de toda condición y de todo tiempo» 1.

2. LOS TEXTOS HEBREO Y GRIEGO

En la Biblia hebrea el libro de los Salmos es el primero de la colección de los «Escritos», sin duda porque es el más importante y el que sirvió de base para formar esa colección. En cambio, en la mayor parte de los códices griegos y latinos, que reflejan la tradición cristiana, viene insertado después del libro de Job, probablemente por seguir cierto orden cronológico, ya que Job es considerado uno de los antiguos patriarcas, y los salmos obra del rey David.

También difiere la numeración de los poemas en el texto hebreo y en las versiones griega y latina. En éstas aparecen unidos Sal 9-10 como una sola composición, por lo que a partir de Sal 11 estas versiones presentan la numeración con una unidad más baja. Vuelven a unir Sal 114-115, y su numeración queda en ese momento dos unidades por debajo de la del texto hebreo. Pero enseguida dividen en dos Sal 116 recuperando la numeración con una unidad más baja, hasta Sal 147, que vuelven a dividirlo en dos, de forma que a partir de ahí se unifica la numeración. Por lo tanto, la numeración más alta corresponde siempre al texto hebreo. En las traducciones modernas de la Biblia y en la Neovulgata se sigue la numeración del texto hebreo, poniendo entre paréntesis la de las antiguas versiones. En la liturgia de la Iglesia, en cambio, se sigue la del texto griego y la de la Vulgata. Además de tal anomalía, estas versiones presentan muchas veces correcciones del texto que lo hacen más inteligible, pues el hebreo con frecuencia es muy oscuro, impreciso y de difícil comprensión. En la traducción hemos seguido la numeración hebrea y, siempre que ha sido posible, el texto hebreo. Cuando éste resulta incomprensible hemos acudido al texto griego.

Muchos de los salmos traen, tanto en el texto hebreo como en el griego, una presentación, a modo de título, indicando el carácter del poema, el autor, la circunstancia en que fue compuesto, el instrumento musical o la melodía con los que se cantaba, e incluso, a veces, la fiesta litúrgica en la que se utilizaba. El autor que aparece citado con más frecuencia es David (setenta y tres veces en el texto hebreo). Otros autores mencionados son los hijos de Coré (Sal 42-49), Asaf (Sal 73-79), Salomón (Sal 72), Moisés (Sal 90) y otros de menor relieve 2. Las circunstancias mencionadas se relacionan generalmente con episodios de la vida del rey David. Los poemas vienen calificados de «salmos» o himnos (mizmor), cantos (sir), enseñanzas (maskil, lelammed), oraciones (tefillah, miktam), lamentos (shiggaion), o con algún otro término de difícil interpretación.

Sin embargo, no siempre hay coincidencia entre los títulos que aparecen en el texto hebreo y en las versiones griega y latina, como tampoco la hay en general entre la situación propuesta en ese mismo título y la reflejada en el contenido del salmo. Ello indica que los títulos han sido introducidos con posterioridad a la composición del poema y que propiamente son un indicio de cómo los salmos fueron agrupados y transmitidos en colecciones parciales, antes de ser recopilados en un solo libro dividido en cinco partes. Esos títulos denotan asimismo un interés por parte de los transmisores en señalar el origen y las características literarias, musicales o litúrgicas de la composición.

3. ORIGEN Y AUTORÍA DE LOS SALMOS

Por ser David el personaje al que más composiciones se le atribuyen, y gozar en la tradición de Israel de fama de buen músico y poeta 3, en la tradición judía y cristiana 4 fue considerado genéricamente autor del libro. Es más, al libro se le denomina también Salmos de David, sobre todo para distinguirlo de otra obra parecida, aunque mucho más breve y no inspirada, que circulaba entre los judíos en tiempos de Jesucristo con el nombre de Salmos de Salomón. Es probable que el mismo rey David, o Salomón, compusiesen alguna pieza poética que ahora forma parte de algún salmo; pero en el estado en que los salmos han llegado hasta nosotros es imposible determinarlo. Por otra parte, las composiciones, que originariamente se transmitirían de forma oral, pudieron ir tomando de manera progresiva la forma que ahora presentan por escrito.

Lo más que se puede deducir del texto de algunas composiciones sálmicas es si refleja un ambiente anterior al destierro de Babilonia (siglo VI a.C.), época en la que existía la institución monárquica, o más bien delata un periodo posterior. En cualquier caso, el momento de la composición de un salmo, o saber quién lo compusiera realmente, no es lo más importante, ya que los salmos son piezas poéticas inspiradas por Dios que, al ser releídas una y otra vez, se actualizan al momento en el que vuelven a hacerse oración de quienes las recitan. Se convierten en plegaria que «recuerda los acontecimientos salvadores del pasado y se extiende hasta la consumación de la historia; hace memoria de las promesas de Dios ya realizadas y espera al Mesías que les dará cumplimiento definitivo» 5. Así pues, muchos salmos, que hablaban del rey o cantaban su gloria cuando la monarquía estaba vigente en Israel, más tarde, cuando ya no hubo reyes, siguieron recitándose y su contenido fue proyectado al rey ideal, al Mesías, objeto de esperanza.

El tiempo de composición de los salmos va desde la época de la monarquía hasta el siglo II a.C., cuando tendría lugar la recopilación final.

4. GÉNEROS LITERARIOS

En la crítica literaria moderna la atención de los estudiosos ha recaído especialmente en el estudio de las formas de expresión que se repiten en distintos salmos y en los sentimientos reflejados en ellas. Así se determina el género literario al que pertenece cada pieza y se intenta descubrir las circunstancias de la vida en que surge y se desarrolla. De ahí que se suelan agrupar los salmos según su género. Aunque no haya total coincidencia entre los exegetas en la determinación detallada de cuántos son esos géneros, ni menos aún en el trasfondo vital en el que surgen y se desarrollan, sí pueden distinguirse diversos tipos de salmos, que ayudan a comprender mejor tanto el arte como el contenido de la composición.

No obstante, hay que tener en cuenta que con frecuencia en un mismo salmo se entremezclan distintos géneros, pues la inspiración poética no puede encasillarse en moldes rígidos. En la secuencia en la que aparecen en el libro rara vez están unidos los salmos pertenecientes a un determinado género; se trata más bien de una secuencia que, como veremos más adelante, responde a otros motivos.

Las diversas formas de composición sirven para expresar y desarrollar las actitudes fundamentales del hombre ante Dios en las distintas circunstancias de la vida: la petición de ayuda y el reconocimiento de la grandeza divina. Éstas adquieren distintas modalidades según los motivos que las hacen brotar y las circunstancias en las que se expresan.

Salmos de súplica

La petición de ayuda se realiza mediante la súplica ante la amenaza de una desgracia o en la desgracia misma, que a veces es presentada a Dios a modo de lamentación, aunque siempre acompañada de expresiones de esperanza. La súplica puede ser individual o comunitaria, según sea elevada por una persona particular, un «yo», o por la comunidad, «nosotros». No siempre aparece claramente la identidad de ese «yo», pues ocurre con frecuencia que el que suplica es alguien que habla en nombre del pueblo, quizá el rey o el sacerdote, o que una oración individual es utilizada comunitariamente; no obstante, en principio se ha de mantener el carácter personal de esas súplicas.

En la súplica individual la desgracia que amenaza es generalmente la muerte, bien como consecuencia de una enfermedad que se padece 6, o como resultado del acoso de los enemigos 7, aunque, con frecuencia, ambos motivos quedan entrelazados. De ahí que en dicha súplica sea frecuente pedir perdón por el pecado, que se consideraba causante de la enfermedad 8, y presentar la propia inocencia frente a las acusaciones de los enemigos 9, contra los que se lanzan fuertes imprecaciones10. En algunos casos se desarrolla especialmente el motivo de la confianza puesta en Dios11. Aunque muchas veces estos elementos están cargados de oratoria y se presentan con fórmulas ya acuñadas, los salmos de súplica individual responden a situaciones reales de desgracia personal. Su contexto originario bien pudiera estar en la búsqueda de la ayuda divina por parte de quien acudía al Templo. Allí recitaría esas oraciones ante un sacerdote, esperando un oráculo favorable o la declaración de inocencia frente a sus acusadores. La identidad de los «enemigos», tan frecuentemente mencionados, no es precisa; en principio se trataría de adversarios reales, bien de gentes prepotentes que no reparaban en abusos contra el débil, bien de testigos falsos en conflictos judiciales; pero muchas veces este tipo de salmo refleja un lenguaje ya hecho, utilizable por quien se siente en situación límite.

Las súplicas comunitarias tienen su origen en desgracias sufridas por el pueblo, como guerras, invasiones de pueblos extranjeros, pestes, sequías, etc.12 Iban acompañadas de gestos penitenciales como el ayuno y el vestirse de saco y ceniza13, reconociendo el pecado del pueblo14 y expresando su confianza en el Señor15. Al parecer, eran recitadas por el sacerdote alternando quizá con toda la asamblea. Aunque no podamos saber cómo se desarrollaba su recitación, sí encontramos un elemento peculiar en estas súplicas en los estribillos que se repiten a lo largo de algunos salmos16.

Salmos de acción de gracias

Junto a la súplica, y en correspondencia a ella, está la acción de gracias a Dios por el beneficio recibido. Esta actitud no se diferencia esencialmente de la de alabanza, pues siempre se trata del reconocimiento de la bondad y grandeza del Señor. Sin embargo, la acción de gracias se suele identificar como un género literario propio, en cuanto que ciertas composiciones otorgan un espacio al recuerdo del auxilio recibido cuando se estaba en situación angustiosa, y a veces narran con bastante detenimiento cómo se realizó la salvación.

La acción de gracias individual tenía su contexto propio en el Templo, adonde acudía el receptor del beneficio divino para ofrecer un sacrificio de acción de gracias. Es posible que en el mismo acto cultual se pronunciaran frases dirigidas directamente a Dios, a quien se ofrecía el sacrificio, y otras en tercera persona, referidas al mismo Dios, para testimoniar ante los presentes las acciones divinas17.

La acción de gracias comunitaria o nacional, que algunos estudiosos catalogan más bien como salmo de alabanza, tiene la peculiaridad de recordar acciones de Dios salvadoras para todo el pueblo18. Su composición podría haber ido unida a solemnes celebraciones cultuales; pero no es posible precisar su vinculación a días especiales de acción de gracias pública.

Himnos o salmos de alabanza

Las composiciones en las que se proclaman la grandeza y bondad divinas y se alaba al Señor son llamadas himnos. A Dios se le puede alabar por muchos motivos: por su poder y sus grandes obras manifestadas en la naturaleza y en la historia, o por el auxilio concedido en una circunstancia concreta, como una victoria frente a los enemigos o la lluvia en tiempo de sequía. Como ya se ha indicado, no es fácil distinguir entre el himno de alabanza y la acción de gracias. Además, también se alaba a Dios cuando se cantan loas a la ciudad donde Él reside, Sión; o a quien Él ha establecido en ella, el rey; o cuando se contempla el gran don otorgado a su pueblo, la Ley. Entre los himnos cabe distinguir:

Himnos al Dios creador y salvador, que cantan la grandeza de Dios manifestada en la creación, en su providencia y en la historia de Israel19. El contexto originario de estos salmos pudo ser diverso: fiestas con motivo de las estaciones y acciones de gracias tras la cosecha20, o fiestas en las que se rememoraban los acontecimientos salvíficos21, o una victoria sobre los enemigos22. Con el tiempo estas composiciones han podido despegarse de su contexto originario y ser actualizadas en otras circunstancias.

Himnos a la realeza de Dios, llamados también «salmos de entronización», en los que se proclama que Dios reina sobre todo el universo y sobre todos los pueblos23. Estas composiciones pudieron surgir también con motivo de alguna fiesta, quizá con ocasión del recuerdo del traslado del Arca, trono de Dios, al Templo. También aparece Dios como rey en algunas composiciones que, aunque no sigan propiamente la estructura de los himnos, le presentan como juez que acusa a su pueblo24. En ellas aparece en primer lugar una teofanía, seguida de una disputa judicial y la conclusión. Su contexto más propio sería el Templo y quizá las liturgias penitenciales. Suelen denominarse «salmos acusatorios».

Himnos al rey, en cuanto que es el instrumento por el que Dios gobierna y auxilia a su pueblo25. Estos salmos son propiamente cinco y su origen hay que situarlo en las ceremonias de la coronación del rey, con la lectura de oráculos que legitimaban su reinado, o en acontecimientos extraordinarios como las bodas reales. Junto a éstos suelen considerarse también como salmos reales otros en los que aparece la persona del rey, el «ungido», o se alude a la promesa dinástica. Éstos pertenecen a diversos géneros como la súplica y la acción de gracias; en ellos a veces habla el mismo rey26, otras veces, se habla de él27. Todos estos salmos han sido catalogados como «salmos mesiánicos». La opinión de que muchos otros salmos de carácter individual hubiesen surgido igualmente en la corte para ser recitados por el rey, y más tarde hubiesen pasado al uso popular, ha sido abandonada. Más bien parece que se dio el proceso inverso.

Himnos a Sión (Jerusalén), o «cánticos de Sión», en los que se canta a la Ciudad Santa porque Dios habita en ella y la protege28. Su contexto originario podría ser alguna fiesta o las peregrinaciones a Jerusalén. Tienen relación temática con los Cantos de las subidas29, y con los Himnos procesionales, cuya estructura formal se basa en un diálogo entre quienes llegan al Templo en procesión y los guardianes del Santuario30.

Salmos sapienciales

También se alaba al Señor cuando se ensalza su Ley. Aunque no tienen los elementos formales propios de los himnos, algunas composiciones pueden considerarse cercanas a éstos en cuanto que proclaman la excelencia de la Ley divina31 y los beneficios que reporta al hombre el seguirla32. Son también llamados Salmos didácticos, que reflejan la enseñanza33 y el arte de componer34 de un sabio.

Aunque conviene tener presente en la medida de lo posible el género literario de cada composición para apreciar mejor su forma y contenido, de hecho, cada salmo tiene su propia originalidad, pues refleja el arte personal de su compositor y una situación personal ante Dios con toda su complejidad de sentimientos. De ahí que cada poema ha de ser leído como algo singular, en cuanto que en él el hombre se sitúa ante Dios en determinadas circunstancias que se deducen del mismo texto. Con todo, «hay unos rasgos constantes en los Salmos: la simplicidad y la espontaneidad de la oración, el deseo de Dios mismo a través de su creación, y con todo lo que hay de bueno en ella, la situación incómoda del creyente que, en su amor preferente por el Señor, se enfrenta con una multitud de enemigos y de tentaciones; y que, en la espera de lo que hará el Dios fiel, mantiene la certeza del amor de Dios, y la entrega a la voluntad divina. La oración de los salmos está siempre orientada a la alabanza; por lo cual, corresponde bien al conjunto de los salmos el título de “Las Alabanzas". Reunidos los Salmos en función del culto de la Asamblea, son invitación a la oración y respuesta a la misma: “Hallelu-Ya!" (Aleluya), “¡Alabad al Señor!"»35.

5. FORMACIÓN DEL LIBRO DE LOS SALMOS

El libro de los Salmos deja entrever que se ha formado uniendo colecciones parciales que ya existían con anterioridad. Indicios claros de ese proceso son, además de la asignación a diversos autores o a las circunstancias señaladas en los títulos, el que algún poema o parte de él se encuentre repetido36, y el que en Sal 42-83 se emplee sistemáticamente el nombre de Elohim para designar a Dios, mientras que en el resto de los salmos se le designe normalmente como Yhwh (Señor). Las colecciones parciales que se pueden detectar a través de esos y otros indicios no coinciden del todo con las cinco partes que presenta ahora el libro y que quedan diferenciadas por la inclusión de doxologías. Parece evidente, por tanto, que esta división fue realizada al final, quizá cuando ya se habían recopilado los poemas que integran el libro o al añadir los últimos a la colección. Sin embargo, puede ayudar a comprender mejor el libro y la secuencia en él de los distintos salmos señalar aquellas colecciones previas y la manera en que pudieron ir siendo agrupadas, aunque a veces no sea posible determinarlo con exactitud.

La colección «yahwista»

Sal 3-41 constituyen claramente una primera colección, tanto por ser atribuidos a David, como por el uso del nombre divino Yhwh y por una cierta lógica interna que puede descubrirse entre ellos, como veremos en los comentarios. Son en su mayor parte súplicas individuales llenas de confianza en el Señor, para ser recitadas en diversas circunstancias, sobre todo de aflicción, privadamente o en el Templo. El grupo también contiene himnos de alabanza a Dios creador y dueño de la naturaleza, así como oraciones por el rey.

La colección «elohista»

A partir de Sal 42 comienza a usarse sistemáticamente el nombre de Elohim para designar a Dios, y con esta característica encontramos: un grupo de salmos atribuido a los «hijos de Coré» (Sal 42-49), familia de cantores del Templo relacionada con los levitas37; otra colección davídica (Sal 51-72); y un grupo de «salmos de Asaf» (Sal 73-83). Se piensa que el conjunto es fruto de una revisión de estos materiales en la que se sustituyó el nombre divino de Yhwh por el de Elohim.

Otras colecciones añadidas

A partir de Sal 90 se aprecian algunas otras colecciones, más bien breves, que pudieron haber sido añadidas a la recopilación ya existente y que van completando la obra. Aparece bien perfilado el grupo de Sal 93-100, que recoge cantos a la realeza de Dios, y –aunque no con tanta nitidez– el grupo de Sal 101-110, que está enmarcado por dos salmos reales y tiene como centro la proclamación del poder de Dios en la creación y en la historia. También Sal 113-118, introducidos todos ellos –excepto Sal 115– con el término «Aleluya», forman un grupo singular, el Gran Hallel, que sirvió para la alabanza divina en las grandes fiestas. Sal 90-92 y Sal 111-112 podrían haber tenido la función de introducir estas colecciones parciales, y Sal 119, dedicado todo él a la Palabra de Dios, podría haber servido de colofón.

Inserción de otros salmos de alabanza

Otros grupos o conjuntos de salmos bien definidos los forman los «cantos de las subidas» (Sal 120-134) y un nuevo grupo de «salmos de David» (Sal 138-145), así como los salmos aleluyáticos finales con los que se cierra el libro (Sal 146-150). Con la presencia de estos últimos grupos en la recopilación final, el libro de los Salmos adquiere el carácter de libro para la alabanza divina, tanto a nivel individual como comunitario, sin perder las connotaciones anteriores.

En los salmos finales (Sal 146-150), salmos de alabanza hacia los que se orienta actualmente todo el libro, vuelven a resonar invitaciones dirigidas a los reyes de la tierra y a las naciones, haciéndose eco de los salmos introductorios (Sal 1-2)38. De esta forma el libro de los Salmos queda configurado como el libro de la alabanza al Señor.

Como ya se ha indicado, no es posible determinar si la división en cinco partes se llevó a cabo al completarse la colección o posteriormente. En cualquier caso, esa división no tiene en cuenta el conjunto «elohista», que queda dividido al comenzar la Parte III con los «salmos de Asaf» (Sal 73). Tampoco tiene en cuenta la unidad formada por Sal 101-110, sino que, como hemos visto, hace terminar la Parte IV en Sal 106.

Al mismo tiempo que se detectan colecciones parciales en el interior del libro, o la división de éste en cinco partes, se percibe también la continuidad y la lógica que guarda la secuencia de un salmo tras otro. Esa continuidad se mantiene incluso en la secuencia de salmos pertenecientes a distintas colecciones, y de ahí la dificultad a veces de precisar sus límites. Al lector del libro se le ofrecen los poemas en un orden determinado, que contribuye a captar el sentido de cada salmo e ir avanzando en la oración. Tal es de hecho, y no por géneros literarios ni por colecciones previas, el orden con el que los salmos son recibidos como Palabra de Dios. A esta secuencia atenderemos de manera especial en los comentarios, señalando en primer lugar las conexiones de cada salmo con el precedente, de forma que la lectura continuada del libro contribuya a progresar en la oración hecha al hilo de los salmos.

6. MENSAJE RELIGIOSO Y TEOLOGÍA DE LOS SALMOS

El libro de los Salmos es fundamentalmente un libro de oración y de alabanza a Dios, en el que en cada poema, de una forma u otra, se habla a Dios o se habla de Él. Cada salmo, además, es una composición completa en sí misma, que expresa quién y cómo es Dios para el orante, cómo éste se comprende a sí mismo y al mundo que le rodea ante Dios, y cuál es su relación con Él. Por otra parte los salmos recogen el sentir religioso del pueblo elegido desde la época de la monarquía hasta la última etapa del Antiguo Testamento, y lo hacen siempre en armonía con la Ley y los Profetas, pues de otra manera no hubiesen pasado a formar parte del canon.

Peculiaridad de los Salmos en el conjunto de la Revelación

Mediante los salmos Dios habla a su pueblo, no sólo en los oráculos recogidos en algunos de ellos o en la invitación a seguir su Ley presente en otros, sino también en cuanto que los salmos son la oración inspirada que Dios pone en la boca y en el corazón de quienes los componen y los recitan. «El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre. En los demás libros del Antiguo Testamento “las palabras proclaman las obras" (de Dios por los hombres) “y explican su misterio" (C. Vat. II, Dei verbum, 2). En el Salterio, las palabras del salmista expresan, cantándolas para Dios, sus obras de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En Él, los salmos no cesan de enseñarnos a orar»39. Comenta San Ambrosio: «La historia instruye, la ley enseña, la profecía anuncia, la reprensión corrige, la enseñanza moral aconseja; pero el libro de los Salmos es como un compendio de todo ello y una medicina espiritual para todos»40.

En los salmos queda reflejada toda la Revelación de Dios al antiguo Israel y la respuesta de éste a Dios. En su conjunto el libro ofrece las constantes de esa Revelación, al tiempo que en cada uno de los salmos resuenan modalidades propias de cada momento de salvación y de cada situación humana. La dimensión religiosa de los salmos sólo puede percibirse, por tanto, en la lectura y meditación detenida de cada poema. Pero hay aspectos que de una manera u otra están presentes en todo el conjunto y que intentaremos sintetizar a continuación. El que en los salmos estos aspectos hayan sido hechos oración contribuye a situarlos en la perspectiva que les es más propia, el diálogo entre Dios y el hombre, pues la Revelación de Dios tiene como fin «invitar a los hombres a la comunicación con Él y recibirlos en su compañía»41.

Aunque la historia de la formación del libro puede delatar sucesivos acentos religiosos a medida que se fue configurando la colección (relación del individuo con Dios, aspectos cultual y sapiencial, dimensión litúrgica), el libro, tal como ha sido recibido, constituye una unidad en la que quedan reflejadas, mejor que en ningún otro libro del Antiguo Testamento, la fe y la espiritualidad de Israel. Una fe que se fue fraguando a lo largo de la historia y al hilo de la meditación de las intervenciones divinas; y una espiritualidad que surgió de la vivencia de esa fe en las más diversas circunstancias por las que atravesó el hombre y el pueblo. De ahí que el libro de los Salmos sea el lugar por excelencia dentro del Antiguo Testamento para conocer la manera de actuar de Dios y para percibir quién es Él y qué es el hombre ante Él.

Soberanía universal del Dios de Israel

En los salmos se contempla a Dios a través de las acciones que manifiestan su ser. Esas acciones se despliegan en la creación, en la historia y, de forma más inmediata, en la vida personal y social del hombre. El punto decisivo en esa contemplación es que el único y verdadero Dios es el Señor, Yhwh, que ha revelado su «Nombre» a Israel. El «Nombre», término que recurre unas cien veces en los salmos, significa el Dios que se ha dado a conocer a su pueblo y al orante. Otras denominaciones –Dios, Señor de los ejércitos, Altísimo, Omnipotente, etc.–, siempre convergen en el «Nombre», es decir, sirven para resaltar aspectos del Dios de Israel42.

En los salmos se contempla en primer plano la absoluta soberanía de Dios sobre todo lo creado, animado o inanimado, porque todo es obra de sus manos y Él lo mantiene en la existencia y lo cuida43. Dios está por encima del universo visible; es trascendente a todo. La representación de Dios habitando en los cielos44, o expresiones como «Señor de los ejércitos»45 o «soberano de todos los dioses»46, formadas sin duda a partir de concepciones religiosas más primitivas, sirven para poner de relieve la trascendencia y señorío absolutos del Dios de Israel. La soberanía de Dios abarca, por tanto, los cielos con todos sus elementos47, todas las naciones y reinos de la tierra, que subsisten porque Él quiere48, y a todo hombre y todo ser vivo, a los que Él cuida con su providencia49 y a los que muestra su grandeza y su gloria mediante el ritmo de los astros50 y la fecundidad de la tierra51.

La actuación de Dios con su pueblo

La absoluta soberanía de Dios a la que se acaba de hacer referencia se ha manifestado en la historia de Israel. Dios lo eligió como su pueblo, lo formó y lo mantiene como tal a pesar de las vicisitudes por las que ha atravesado y, sobre todo, a pesar de que el pueblo no ha sido fiel a la Alianza52. En el actuar de Dios con su pueblo se manifiesta no sólo su poder, sino también su misericordia, pues es un Dios que perdona una y otra vez53. La misma existencia de Israel manifiesta a todas las naciones el poder y la bondad del Señor54.

El cuidado de Dios por su pueblo se ha manifestado guiándolo55, dándole su Ley56 y, sobre todo, estableciendo a David, su siervo, como rey y haciéndole la promesa de un linaje perpetuo57. El rey puede llamar a Dios «Padre mío»58. A través del rey, y de las victorias que Dios le otorga sobre los pueblos, éstos pueden conocer el poder y la salvación que despliega el Dios de Israel59. También mediante el rey, y la justicia y el derecho con los que gobierna, brilla la bondad –justicia– del Señor60.

La elección de la dinastía davídica por parte del Señor va acompañada de la elección de Sión como ciudad del gran rey, y como lugar en el que está el Santuario donde el Señor se ha hecho presente, pues Él, al mismo tiempo que habita en los cielos, ha querido poner su morada en el Templo, sobre los querubines del Arca61. No importa que en los salmos se encuentren ecos de la Jerusalén predavídica y del culto que allí, o en otras partes de Canaán, se ofreciera al Dios de la naturaleza62. Con la elección de la ciudad como sede del rey y con la llegada del Arca al Templo allí construido, Jerusalén se ha convertido en Ciudad Santa. El Templo es el lugar de refugio y de súplica, de acción de gracias y de alabanza, para quien confía en el Señor y para todo el pueblo, e incluso para todos los pueblos de la tierra63.

El Dios personal

El Dios soberano es, al mismo tiempo y especialmente, el Dios personal. Él ha dado la vida a cada hombre en el seno materno, y puede arrebatarla cuando quiera; Él dispone su duración64. También Él da el éxito o el fracaso a las acciones humanas. Por eso se apela a Él en la enfermedad y en las situaciones de angustia a causa de la persecución de los enemigos. Él es justo (saddiq) con todos, y a cada uno da su merecido, si bien cuando el hombre reconoce su pecado y acude a Él, Éste le perdona y le salva65. Así muestra su justicia: salvando al humilde y castigando al soberbio. Siempre actúa de este modo, pues es fiel a Sí mismo, y esta fidelidad (emet), en cuanto que actúa conforme a lo que Él es, lo llena todo y es eterna66. También es «compasivo y misericordioso» (rahum wehanum)67, lleno de una bondad que se manifiesta en su constante disposición al perdón. Además, en todo su actuar muestra fidelidad a su Palabra y esta fidelidad (hesed) –que también procede del cielo68, llena la tierra69 y no tiene fin70– puede verse en la historia de Israel y en la promesa hecha a David71. Por lealtad a su Palabra y a su ser, Dios protege y perdona siempre y en todas partes, e incluso hace que el hombre le busque y cumpla sus mandatos72.

Y sin embargo, no hay oposición entre el actuar divino con misericordia y lealtad y la manifestación de su ira. Ésta se ordena a que se manifiesten aquéllas, bien mediante el arrepentimiento de quienes sufren el castigo por sus pecados, bien mediante la salvación de quienes acuden a Él con confianza de perdón, o convencidos de su inocencia cuando sufren la persecución de sus enemigos.

La absoluta soberanía de Dios no queda mermada por el hecho de que las naciones no la reconozcan de momento73, pues son invitadas a hacerlo y llegará el día en que la reconocerán74. Tampoco queda oscurecida por el hecho de que la vida de todos los hombres, incluso los justos, acabe en la muerte, pues, aunque en los salmos no aparezca expresamente la esperanza en una recompensa divina más allá de este mundo75, la muerte no es entendida como límite ni al poder de Dios ni a su misericordia hacia el hombre. La muerte es el designio divino sobre todo ser vivo, algo connatural al hombre cuando ha cumplido sus días. Por encima del valor de la vida está la misericordia divina: «Tu misericordia vale más que la vida»76.

El hombre en el mundo

El hombre es definido en los salmos por su relación con Dios y su capacidad de elección entre vivir en la presencia divina o al margen de Dios. Ante todo el hombre es criatura que, desde el vientre materno hasta la muerte, es sostenido por Dios y está bajo su mirada77. Posee una dignidad superior a los demás seres de la tierra, porque le ha sido otorgada por el Creador78. Esa dignidad consiste en el dominio del mundo y en la capacidad de admirar las obras del Creador y de alabarle. De ella participan todos los hombres, hijos de Adán79. Pero al mismo tiempo el hombre es un ser efímero, cuyos días están contados80. Además es pecador ante Dios, por lo que le llegan la enfermedad y las tribulaciones, de las que espera salir recurriendo al Señor y pidiendo su perdón y su auxilio81.

En los salmos, el hombre creyente, fiel a la Ley de Dios, se sabe miembro del pueblo elegido y partícipe de su historia. Se apoya en las intervenciones salvíficas de Dios en el pasado –en la formación del pueblo y en su permanencia a través de las generaciones–, para fundamentar su conocimiento de Dios y la forma de dirigirse a Él82. Las experiencias personales de la salvación divina, que son testimoniadas constantemente en los salmos, se unen al recuerdo de la forma de actuar de Dios en el pasado y se ven como parte de un único proyecto divino. El hombre que ora en los salmos no se comprende sin tener en cuenta la tradición del pueblo y su experiencia de Dios.

Aunque entre los orantes en los salmos se reflejan distintas clases de personas –el rey, el levita, el fiel sin más–, a todos es común el sentimiento de dependencia de Dios por haber recibido de Él su condición social y religiosa, y la fuerza para mantenerse fiel en ella83. Esta condición es aceptada con gozo, y desde ella y desde las experiencias personales de la salvación divina se da testimonio de la grandeza y la bondad del Señor. El testimonio ante los demás, e incluso retóricamente ante las naciones, es un aspecto esencial de la relación con Dios y de la relación con el pueblo al que el orante pertenece, como lo son la petición de auxilio y la acción de gracias.

La unión con Dios

En los salmos quedan reflejadas las distintas situaciones de la vida humana: la enfermedad, el abatimiento, el acoso por parte de los enemigos y el rechazo de los amigos, la alegría y el agradecimiento tras la curación o tras la victoria, los momentos de paz interior, el gozo de las celebraciones festivas, etc. Pero todas esas situaciones son trascendidas al convertirse en motivo de oración ante el Señor. Desde todas ellas se anhela la unión con Dios y el gozar de su presencia, que muchas veces se refleja en el encuentro con Él en el Templo84. En los salmos no aparece que tras la muerte se dé una unión con Dios o un premio o un castigo85; pero sí queda claro que la realización plena de la vida del hombre está en su relación permanente con Dios, en su acogida amorosa: «Glorificaré tu Nombre por siempre»86. La Revelación contenida en otros libros de la Biblia, y sobre todo en el Nuevo Testamento con la resurrección de Cristo, harán más explícita esa esperanza y mostrarán su cumplimiento.

Para lograr la unión con Dios el hombre posee un medio que es al mismo tiempo don de Dios: la Ley. El hombre es capaz de conocerla y de secundarla en su vida, y ello le convierte en sabio y temeroso del Señor87. El cumplimiento de la Ley divina reporta ya el éxito y la felicidad en esta vida; en eso está la verdadera sabiduría. A lo largo de los salmos se encuentran constantemente exhortaciones que suponen la decisión libre del hombre de orientar su conducta según la Ley de Dios y señalan las consecuencias de hacerlo o de dejarlo de hacer. El tipo de hombre que se aleja de la Ley divina, y que no tiene en cuenta a Dios o piensa que Dios no ve lo que pasa en este mundo ni actúa en él, es calificado de «impío» o «soberbio»88. En tal actitud se ve la raíz de una conducta traicionera hacia los semejantes, injusta y opresora del débil, y persecutoria hacia quien se manifiesta deseoso de cumplir la Ley. Los «enemigos», tan mencionados en los salmos, lo son fundamentalmente en cuanto que se olvidan de Dios y se ríen de sus leyes. Están implicados en el mal y sirven a un poder adverso a Dios, Belial89. Su futuro es claro: también Dios se olvidará de ellos y, en consecuencia, les sobrevendrán toda clase de desgracias. Las imprecaciones contra los enemigos recogidas en los salmos, a veces muy duras, reflejan el celo por Dios y por su Ley, más allá del conflicto real que describen. Representan la actitud del salmista ante el mal.

7. EL LIBRO DE LOS SALMOS EN EL NUEVO TESTAMENTO

El libro de los Salmos es el más citado por los hagiógrafos del Nuevo Testamento, sin duda porque lo conocían bien y porque veían en él profecías que se habían cumplido en Jesucristo. El uso de los salmos en el Nuevo Testamento orienta la lectura del libro por parte del cristiano y de la Iglesia.

Los Salmos, usados por Jesús y los Apóstoles

Según los evangelios Jesús apeló a algunos salmos en momentos especiales de su vida: a Sal 8, 3 para justificar las alabanzas que le tributaron los niños al entrar en Jerusalén90; a Sal 22, 2 y Sal 31, 6 para dirigirse a Dios desde la cruz91; a Sal 35, 19 para explicar el odio que le tuvieron las autoridades judías92; a Sal 48, 3 y Sal 82, 6 para ratificar sus enseñanzas93; a Sal 110, 1 para mostrar el carácter trascendente del Mesías, superior a David94; a Sal 118, 22-23.26 como clave para comprender su muerte95. En todas estas ocasiones Jesús pone los salmos en relación con su Persona y con su enseñanza. También los rezó junto con sus discípulos en la Última Cena96 y se refirió expresamente a ellos, lo mismo que a la Ley y los Profetas, afirmando que hablaban de Él97. De esta forma les daba un significado nuevo, trascendiendo el sentido que ya tenían pero en continuidad con él.

Después de los acontecimientos pascuales y siguiendo la orientación dada por Jesús, los Apóstoles entendieron que los salmos se habían cumplido en la vida terrena del Maestro y en la implantación de la Iglesia. Afirman que la forma de enseñar de Jesús mediante parábolas estaba predicha en Sal 78, 298, y que los sufrimientos de su pasión estaban anunciados en Sal 2, 1-299; Sal 34, 21100; Sal 22, 19101; Sal 69, 22102, y la gloria de su resurrección en Sal 16, 8-11103; Sal 110, 1104. San Pablo recoge expresiones de distintos salmos para exponer la situación de la humanidad pecadora y necesitada de la redención de Cristo (Sal 5, 10; Sal 10, 7; Sal 14, 1-Sal 3; Sal 36, 2; Sal 140, 4)105. En la Carta a los Hebreos se muestra la superioridad de Cristo sobre los ángeles aplicándole a Él directamente las afirmaciones de Sal 2, 7; Sal 8, 5-7; Sal 45, 7-8; Sal 102, 26-28; Sal 104, 4; Sal 110, 1106; su sacerdocio eterno se ve predicho en Sal 2, 7; Sal 110, 4107; y el carácter definitivo de dicho sacerdocio, afirmado en Sal 40, 7-9108. Asimismo en esta carta se considera que la esperanza cristiana de llegar a la patria celestial ya estaba contemplada en Sal 95, 7-11109. Finalmente, señalemos también que los cánticos que en el Evangelio de San Lucas celebran el nacimiento de Jesús, el Benedictus y el Magnificat, están tejidos con frases de los salmos aplicadas al momento gozoso del advenimiento de la salvación110.

Nuevo horizonte de significación

El uso que se hace de los salmos en el Nuevo Testamento abre unas dimensiones de significado que desbordan el sentido que cada salmo tiene en el interior del Antiguo Testamento, y da a la misma literalidad de la composición una significación nueva, su sentido pleno. La absoluta soberanía de Dios, su reinado, y su bondad, así como las actitudes humanas fundamentales reflejadas en los salmos –petición, alabanza, acción de gracias, meditación sapiencial, etc.–, volvemos a encontrarlas en el Nuevo Testamento desde la contemplación de una nueva manifestación de Dios y de su salvación. Jesús, en efecto, anuncia el Reino de Dios, y cuando se dirige a Dios como su Padre, alabándole o suplicándole, lleva a su culminación los sentimientos del hombre ante Él. Y así lo enseña a hacer en la oración del Padrenuestro en la que convergen los sentimientos y actitudes de los salmos, trasladados a un orden nuevo de relación del hombre con Dios y con los demás que se caracteriza por la filiación divina y el perdón de las ofensas. Escribe San Agustín: «Quien dice, por ejemplo: Como mostraste tu santidad a las naciones, muéstranos así tu gloria y saca veraces a tus profetas, ¿qué otra cosa dice sino: Santificado sea tu nombre? Quien dice: Dios de los ejércitos, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve, ¿qué otra cosa dice sino: Venga a nosotros tu reino? Quien dice: Asegura mis pasos con tu promesa, que ninguna maldad me domine, ¿qué otra cosa dice sino: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo? Quien dice: No me des riqueza ni pobreza, ¿qué otra cosa dice sino: El pan nuestro de cada día dánosle hoy? Quien dice: Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes, o bien, Señor, si soy culpable, si hay crímenes en mis manos, si he causado daño a mi amigo, ¿qué otra cosa dice sino: Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores? Quien dice: Líbrame de mi enemigo, Dios mío, ¿qué otra cosa dice sino: Líbranos del mal?

»Y, si vas discurriendo por todas las plegarias de la Santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en la oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas»111.

En los escritos apostólicos, quizá recogiendo himnos de las primeras comunidades, se canta con un estilo similar al de los salmos la obra redentora de Cristo, su exaltación, la predicación del Evangelio a todas las naciones y la realidad de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios integrado por judíos y gentiles112.

Salmos con especial relieve mesiánico

Dos instituciones de Israel cobran especial relieve en los salmos: el rey, como instrumento de la salvación otorgada por Dios, y el Templo, como lugar de la presencia divina. Ambas anuncian a Cristo, aunque de forma distinta, y culminan en Él.

En los salmos del rey (Sal 2; 21; Sal 45; Sal 72 y Sal 110) queda abierta y por cumplir la promesa de Dios sobre su Ungido, el descendiente de David. En el Nuevo Testamento se comprenderá que tales promesas se han cumplido en Jesucristo, y a Él se aplicarán en sentido estricto expresiones que en los salmos sólo tenían sentido metafórico. De ahí que a esos salmos se les haya llamado «salmos mesiánicos», aunque en realidad todos pueden referirse a Cristo de una forma u otra113.

Para los hombres del Antiguo Testamento el máximo encuentro con Dios se producía en el Templo de Jerusalén, y los salmos dejan constancia de la añoranza del lugar santo y del gozo de permanecer en él. En el Nuevo Testamento se proclama que Dios se hace presente en la humanidad de Cristo, nuevo Templo114; en Él se ofrece a todos los hombres la posibilidad de un encuentro filial con el Dios Creador y redentor. El cristiano aspira no a permanecer en el Templo, sino a vivir en Cristo.

8. LOS SALMOS EN LA VIDA DE LA IGLESIA

Siguiendo la orientación dada por Jesús y los hagiógrafos del Nuevo Testamento, la Iglesia ha utilizado los salmos más que ningún otro libro del Antiguo Testamento, tanto en su oración litúrgica como en la enseñanza impartida, siempre desde la perspectiva de la plena Revelación en Cristo.

En la oración litúrgica

Ya desde el siglo II d.C. hay testimonios del uso de los salmos en la liturgia cristiana. Servían para proclamar el mesianismo de Jesús, así como para la alabanza y la petición. También eran utilizados como oración en el momento de la muerte. Más tarde, por el uso que de ellos hicieron los monjes, llegaron a ser la base para el rezo del oficio divino, en el que se integra el salterio completo –salvo algunos salmos con expresiones muy duras– y se distribuye en diferentes horas del día. En la Liturgia de las Horas de tradición latina se introdujo antes de cada salmo un título que resumiera su sentido y se señaló una sentencia del Nuevo Testamento o de los Padres que invitara a rezarlo en sentido cristológico115.

Asimismo los salmos sirven de respuesta comunitaria a la lectura del Antiguo Testamento en la Santa Misa.

A la luz de estos usos litúrgicos se ve que «los Salmos, usados por Cristo en su oración y que en Él encuentran su cumplimiento, continúan siendo esenciales en la oración de su Iglesia (cfr IGLH 100-109)»116.

En la enseñanza de los Santos Padres y en los escritores posteriores

Los comentarios de los Santos Padres a los salmos son muy numerosos, desarrollando su aplicación a Jesucristo y a la vida cristiana. Entienden que los salmos hablan de Cristo siempre que en ellos aparece de una forma u otra el rey mesías, o interpretan tipológicamente situaciones expresadas en los salmos como vividas por Jesucristo. Otras veces escuchan en los salmos al mismo Cristo, entendiendo que quien habla en ellos es el Espíritu Santo que se sirve de distintos «autores» para representar a Cristo.

Los Santos Padres desarrollan asimismo la aplicación de los salmos a la vida cristiana, poniendo de relieve el camino espiritual y ético que van marcando al hombre. Son de destacar los Comentarios homiléticos de San Juan Crisóstomo a unos sesenta salmos, con una orientación predominantemente ascética y moral, y los de San Agustín, también en forma de homilías, con una orientación más doctrinal y eclesial. Las cuestiones gramaticales e históricas ocuparon a autores como San Jerónimo y Teodoro de Mopsuestia. En la época bizantina proliferaron las Catenae, o explicaciones hechas mediante la unión de pasajes de los comentaristas anteriores tomados como «autoridades».

De la Edad Media sobresalen los comentarios de Santo Tomás de Aquino sobre cincuenta y un salmos, y los de San Buenaventura y San Alberto Magno, todos ellos realizando una lectura espiritual de los salmos desde el Nuevo Testamento.

Entre los judíos, que partían del texto hebreo, se ha fijado más la atención en cuestiones filológicas e históricas, aunque también predomina el sentido de edificación espiritual. En el renacimiento se comienza a prestar atención al texto hebreo también entre los cristianos, sin que por ello falten comentarios como el de Belarmino, que exponen con profundidad la dimensión espiritual.

Actualmente, y sin perder de vista las adquisiciones anteriores, el estudio se orienta a comprender cada uno de ellos en el contexto en el que se ha transmitido, ya sea atendiendo al marco de la vida litúrgica y religiosa de Israel, ya sea prestando atención al contexto literario dentro del libro en su conjunto, y en el más amplio de la Sagrada Escritura.


* * *

En nuestro comentario expondremos en primer lugar el significado que cada salmo adquiere en el lugar en que se encuentra y en relación con los demás, sobre todo con el precedente o los siguientes. De este modo, se podrá situar el salmo en su contexto literario próximo y realizar una lectura continuada viendo la forma en que progresa la oración a lo largo del libro. Después ofrecemos la estructura del poema, resaltando los elementos formales o de contenido con los que está compuesto, y viendo, de esta manera, el género literario predominante en la composición y su significado fundamental. A continuación, para guiar la lectura cristiana del salmo, damos alguna orientación acerca de su cumplimiento en la economía cristiana. Después pasamos a explicar algunas expresiones más destacadas o difíciles, las implicaciones religiosas contenidas en ellas y la forma en que se han actualizado en el Nuevo Testamento. Ofrecemos también algún ejemplo de la eficacia que el salmo o parte de él ha tenido en la espiritualidad de los santos o en la enseñanza de la Iglesia. En definitiva el deseo que anima este comentario es que el creyente esté «dispuesto siempre en su corazón a responder conforme a la voluntad del Espíritu, que inspiró al salmista y sigue asistiendo también a todo el que con piedad esté dispuesto a recibir su gracia»117. Por eso, el rezo y la meditación de los salmos «debe realizarse con alegría de espíritu y dulzura amorosa, tal como conviene a la poesía y al canto sagrado y, sobre todo, a la libertad de los hijos de Dios»118.

Como resumen del significado de los salmos para el cristiano, vale la pena reproducir estas palabras de San Ambrosio: «¿Qué cosa hay más agradable que los salmos? Como dice bellamente el mismo salmista: Alabad al Señor, que los salmos son buenos; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. Y con razón: los salmos, en efecto, son la bendición del pueblo, la alabanza de Dios, el elogio de los fieles, el aplauso de todos, el lenguaje universal, la voz de la Iglesia, la profesión armoniosa de nuestra fe, la expresión de nuestra entrega total, el gozo de nuestra libertad, el clamor de nuestra alegría desbordante. Ellos calman nuestra ira, rechazan nuestras preocupaciones, nos consuelan en nuestras tristezas. De noche son un arma, de día una enseñanza; en el peligro son nuestra defensa, en las festividades nuestra alegría; ellos expresan la tranquilidad de nuestro espíritu, son prenda de paz y de concordia, son como la cítara que aúna en un solo canto las voces más diversas y dispares. Con los salmos celebramos el nacimiento del día, y con los salmos cantamos a su ocaso. (…) En los salmos rivalizan la belleza y la doctrina; son a la vez un canto que deleita y un texto que instruye. Cualquier sentimiento encuentra su eco en el libro de los Salmos. (…) En ellos voy meditando el don de la revelación, el anuncio profético de la resurrección, los bienes prometidos; en ellos aprendo a evitar el pecado y a sentir arrepentimiento y vergüenza de los delitos cometidos.

¿Qué otra cosa es el Salterio sino el instrumento espiritual con que el hombre inspirado hace resonar en la tierra la dulzura de las melodías celestiales, como quien pulsa la lira del Espíritu Santo? Unido a este Espíritu, el salmista hace subir a lo alto, de diversas maneras, el canto de la alabanza divina, con liras e instrumentos de cuerda, esto es, con los despojos muertos de otras diversas voces; porque nos enseña que primero debemos morir al pecado y luego, no antes, poner de manifiesto en este cuerpo las obras de las diversas virtudes, con las cuales pueda llegar hasta el Señor el obsequio de nuestra devoción»119.

1 Catecismo de la Iglesia Católica, 2588.
2 cfr Sal 88-89.
3 cfr 1S 16, 18-23; 2S 1, 17-27;2S 3, 33-34; Si 47, 9-12.
4 cfr Mt 22, 43-45; Mc 12, 35-37; Lc 20, 41-44; Hch 2, 25-35;Hch 4, 25-26; etc.
5 Catecismo de la Iglesia Católica, 2586.
6 cfr Sal 6; 22; Sal 28; Sal 38; Sal 39; Sal 41; Sal 88; Sal 102.
7 cfr Sal 3; Sal 13; Sal 25; Sal 51; Sal 61; Sal 63; Sal 69; Sal 70; Sal 71; Sal 108; Sal 109; Sal 120; Sal 130; Sal 141.
8 cfr Sal 6; Sal 32; Sal 38; Sal 51; Sal 102; Sal 103.
9 cfr Sal 5; 7; Sal 17; 26; Sal 31; Sal 35; Sal 36; Sal 42-43;Sal 54; Sal 55; Sal 56; Sal 57; Sal 59; Sal 64; Sal 86; Sal 140; Sal 142; Sal 143.
10 cfr Sal 5; Sal 10; Sal 18; Sal 31; Sal 35; Sal 52; Sal 54; Sal 58; Sal 59; Sal 69; Sal 79; Sal 83; Sal 104; Sal 109; Sal 125; Sal 137;Sal 139; Sal 140.
11 cfr Sal 4; Sal 11; Sal 16; Sal 23; Sal 27; Sal 62; Sal 121; Sal 123; Sal 131.
12 cfr Sal 12; Sal 44; Sal 60; Sal 74; Sal 79; Sal 80; Sal 83; Sal 85; Sal 89; Sal 90; Sal 106; Sal 126; Sal 137.
13 cfr Jc 20, 26-28; Is 58, 3-5; Jr 14, 2; Ne 9, 1; etc.
14 cfr Sal 106, 6.
15 cfr Sal 115; Sal 125; Sal 129.
16 cfr Sal 107; Sal 136.
17 cfr Sal 9-10; Sal 30; Sal 32; Sal 34; Sal 40; Sal 92; Sal 116; Sal 138.
18 cfr Sal 65; Sal 66; Sal 67; Sal 75; Sal 105; Sal 106; Sal 107; Sal 118; Sal 124; Sal 129; Sal 134.
19 cfr Sal 8; Sal 19; Sal 29; Sal 33; Sal 100; Sal 103; Sal 104; Sal 105; Sal 111; Sal 113; Sal 114; Sal 117; Sal 135; Sal 136; Sal 145; Sal 146; Sal 147; Sal 148; Sal 149; Sal 150.
20 cfr Sal 65; Sal 67.
21 cfr Sal 78; Sal 105.
22 cfr Sal 68.
23 cfr Sal 47; Sal 93; Sal 94; Sal 96; Sal 97; Sal 98; Sal 99.
24 cfr Sal 14; Sal 50; Sal 52; Sal 53; Sal 81; Sal 82.
25 cfr Sal 2; 2 Sal 1; Sal 45; Sal 72; Sal 110.
26 cfr Sal 18; Sal 89; Sal 132; Sal 144.
27 cfr Sal 20; Sal 101.
28 cfr Sal 46; Sal 48; Sal 76; Sal 87.
29 cfr Sal 84; Sal 95; Sal 120-134.
30 cfr Sal 15; Sal 24; 4 Sal 6; Sal 68; Sal 132.
31 cfr Sal 19, 8-15.
32 cfr Sal 1; Sal 34; Sal 112; Sal 119.
33 cfr Sal 37; Sal 49; Sal 78; Sal 127; Sal 128; etc.
34 cfr Sal 9-10; Sal 25; Sal 34; Sal 37; Sal 111; Sal 112; Sal 119; Sal 145.
35 Catecismo de la Iglesia Católica, 2589.
36 Sal 14 en Sal 53; Sal 40, 14-18 en Sal 70; Sal 57, 8-12 y Sal 60, 7-14 en Sal 108.
37 cfr 1Cro 9, 31; 2Cro 20, 19.
38 cfr Sal 1, 5 en Sal 149, 9; Sal 2, 1 en Sal 149, 7; Sal 2, 8 en Sal 149, 8; Sal 2, 10 en Sal 148, 11.
39 Catecismo de la Iglesia Católica, 2587.
40 S. Ambrosio, Enarrationes in XII Psalmos 1, 7.
41 Conc. Vaticano II, Dei verbum, 2.
42 cfr Sal 7, 14; Sal 8, 2.10; Sal 9, 3; etc.
43 cfr Sal 24, 1- Sal 2; 33, 6-9; Sal 65, 7-8; Sal 74, 12-15; Sal 87, 7-15; Sal 104, 2-9.
44 cfr Sal 2, 4; Sal 11, 4; Sal 14, 2; Sal 29, 10; Sal 33, 13-14; Sal 102, 20; Sal 113, 5; Sal 148, 4.
45 cfr Sal 103, 21; Sal 148, 2.
46 cfr Sal 95, 3.
47 cfr Sal 8, 3; Sal 19, 6; Sal 68, 8; Sal 89, 12; etc.
48 cfr Sal 78, 55; Sal 82, 8; Sal 86, 9; etc.
49 cfr Sal 33, 13-15; Sal 36, 6-10; etc.
50 cfr Sal 19, 4-6; Sal 74, 16.
51 cfr Sal 33, 18-19; Sal 65, 9-10; Sal 67, 7; etc.
52 cfr Sal 33, 12; Sal 50, 7; Sal 53, 6; Sal 105; Sal 106.
53 cfr Sal 65, 3-4; Sal 103, 7-12; etc.
54 cfr Sal 2, 10-12; Sal 86, 9.
55 cfr Sal 28, 9; Sal 80, 2.
56 cfr Sal 87, 5; Sal 119, 72; Sal 148, 6.
57 cfr Sal 18, 51; Sal 89, 37.
58 cfr Sal 2, 7; Sal 89, 27.
59 cfr Sal 2, 10-12.
60 cfr Sal 20, 10; Sal 101.
61 cfr Sal 46, 5; Sal 80, 2; Sal 99, 1.
62 cfr Sal 110.
63 cfr Sal 5, 8; Sal 27, 4; 8 Sal 6, 9; etc.
64 cfr Sal 39, 5.
65 cfr Sal 112, 4; Sal 116, 5.
66 cfr Sal 136.
67 cfr Sal 86, 15; Sal 103, 8; Sal 145, 8.
68 cfr Sal 57, 4; Sal 89, 3.
69 cfr Sal 33, 5; Sal 119, 64.
70 cfr Sal 100, 5; Sal 106, 1; Sal 107, 1; Sal 118, 1; Sal 136; Sal 138, 8.
71 cfr Sal 89, 50; Sal 98, 3; Sal 106, 7.45.
72 cfr Sal 69, 14.17; Sal 119, 149.
73 cfr Sal 79, 6.
74 cfr Sal 68, 32; Sal 67, 2; Sal 102, 22.
75 cfr Sal 6, 6; Sal 88, 11.
76 Sal 63, 4.
77 cfr Sal 139, 13-16.
78 cfr Sal 8, 6-7.
79 cfr Sal 11, 4.
80 cfr Sal 39, 6-7.
81 cfr Sal 51.
82 cfr Sal 22, 5-6.
83 cfr Sal 16, 5-6.
84 cfr Sal 24, 6; Sal 42, 2; Sal 122.
85 Sal 85, 12; cfr Sal 44, 9; Sal 48, 15.
86 Sal 145, 2.
87 cfr Sal 1; Sal 119.
88 cfr Sal 14.
89 cfr Sal 18, 5.
90 cfr Mt 21, 16.
91 cfr Mt 27, 46; Lc 23, 46.
92 cfr Jn 15, 25.
93 cfr Mt 5, 35; Jn 10, 34.
94 cfr Mt 22, 41-45.
95 cfr Mt 21, 42; Mt 23, 39.
96 cfr Mt 26, 30.
97 cfr Lc 24, 44.
98 cfr Mt 13, 35.
99 cfr Hch 4, 25-28.
100 cfr Jn 19, 36.
101 cfr Jn 19, 23.
102 cfr Jn 19, 28-29.
103 cfr Hch 2, 24-32.
104 cfr Hch 2, 34-36.
105 cfr Rm 2, 9-18.
106 cfr Hb 1, 5-13.
107 cfr Hb 5, 5-10.
108 cfr Hb 10, 1-10.
109 cfr Hb 3, 7-19.
110 cfr Lc 1, 46-55.67-79.
111 S. Agustín, Epistolae 130.
112 cfr Flp 2, 6-11; Rm 1, 2-5; Ef 1, 3-14; Col 1, 15-20.
113 cfr Lc 24, 44.
114 cfr Jn 2, 17-22.
115 Estos títulos, propios de la Liturgia de las Horas, son distintos de los que ya en el texto hebreo tienen muchos salmos a modo de presentación (cfr arriba, «2. Los textos hebreo y griego») y que en nuestra traducción se indican con letra cursiva. Son también diferentes de los que en nuestra edición hemos señalado con letra negrita y que resumen la idea principal del salmo conforme al comentario realizado.
116 Catecismo de la Iglesia Católica, 2586.
117 Ordenación general de la Liturgia de las Horas, n. 104.
118 Ibidem.
119 S. Ambrosio, Enarrationes in XII Psalmos 1, 9-11.