Padres de la Iglesia

SAN JUAN CRISÓSTOMO

Catequesis 11

"Del mismo1. Que son para nosotros ocasión del mayor provecho las reliquias de los santos mártires, y que debemos despreciar todas las cosas terrenales y aferrarnos a las espirituales; del gran bien que son la oración y la limosna. Y también para los nuevos iluminados".

Los nuevos bautizados, junto a los sepulcros de los mártires

1. Abundante y variada mostró el Dios de bondad su providencia para con el género humano. No solamente realizó la creación entera y extendió el cielo y dilató el mar, encendió el sol e hizo lucir la luna, nos agració con la tierra para morada y nos ofreció todo lo que nace de la tierra para alimento y subsistencia de nuestros cuerpos, sino que también nos ha agraciado con las reliquias de los mártires. Después de tomar para Él sus almas - pues dice: Las almas de los justos están en la mano de Dios 2 - nos dejó por algún tiempo a nosotros sus cuerpos como consuelo y estímulo bastantes para que, situándonos junto a los sepulcros de estos santos, nos empeñemos en emularlos e imitarlos, y al verlos, nos acordemos de sus buenas obras y de las recompensas inherentes a ellas.
2. De aquí realmente se deriva, además, un gran provecho para nuestras almas, si somos sobrios. En efecto, ningún discurso puede instruirnos tanto ni conducirnos a la sabiduría y al desprecio de las cosas presentes como los padecimientos de los mártires, pues emiten una voz más penetrante que la de la trompeta, y por los hechos demuestran a todos la grandeza de la recompensa y el exceso de la retribución por los trabajos de acá. Lo que va del dicho al hecho, eso va de mis palabras a la enseñanza que dan estos santos.
3. Por consiguiente, querido, cuando vienes aquí y consideras en tu mente que todo este pueblo se apresura a congregarse con tanta diligencia para abrazarse a este polvo y cosechar de él la bendición, ¿cómo en adelante no te vas a exaltar mentalmente y no vas a apresurarte a demostrar el mismo celo que el mártir, para merecer tú también las mismas recompensas? Porque piensa: si por parte de sus compañeros de esclavitud, que somos nosotros, gozan aquí de tanta honra, ¿cuánta y cuál no será la confianza de que gozarán por parte del Señor en aquel tremendo día, cuando brillarán con más esplendor que los rayos del sol? Pues dice: Entonces los justos resplandecerán como el sol 3.
4. Así pues, ya que sabemos la grandeza de su confianza, refugiémonos siempre en ellos y aceptemos su ayuda. Efectivamente, si los hombres que tienen gran confianza con el emperador en la tierra pueden prestar muchos y grandes servicios a quienes recurren a ellos, con mucha mayor razón estos santos, que adquirieron su confianza con el rey de los cielos por medio de sus propios padecimientos, nos serán de la mayor utilidad, con tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte. Porque su ayuda podrá aprovecharnos sobre todo cuando no somos negligentes, sino que, al contrario, también nosotros nos esforzamos con asiduidad y con el cuidado de nuestra conducta por atraer sobre nosotros la bondad del Señor.

Los mártires como médicos espirituales del alma y del cuerpo

5. Por consiguiente, recurramos de continuo a ellos como a médicos espirituales. Por esta razón, efectivamente, el Señor tuvo la bondad de dejarnos a nosotros sus cuerpos: para que, llegándonos aquí y abrazándolos con la disposición del alma, recibamos de ellos la máxima curación de las enfermedades del alma y del cuerpo. Porque, si nos acercamos con fe, tanto si nuestro padecimiento es del alma como si es del cuerpo, nos retiraremos de aquí curados de ambos.
6. Ahora bien, en las enfermedades corporales, con frecuencia es menester emprender largos viajes para conseguir la mano del médico, desembolsar buen dinero e imaginar mil medios para poder convencerle de aplicarnos los recursos de su arte, y así encontrar nosotros algún alivio al padecimiento. Aquí en cambio, nada de esto necesitamos: ni largo viaje, ni fatigas, ni muchos rodeos, ni gasto de dinero; nos basta con traernos una fe sincera y derramar ardientes lágrimas con el alma alerta, para encontrar inmediatamente la curación del alma y obtener el remedio para el cuerpo.
7. ¿Ves el poder de estos médicos? ¿Ves su generosidad? ¿Ves su arte jamás vencida por las enfermedades? Ciertamente, en los padecimientos corporales, es frecuente que la gravedad de la enfermedad pueda con el arte del médico. En cambio, aquí es imposible sospechar siquiera algo semejante: al contrario, si nos acercamos con fe, inmediatamente obtenemos el provecho. Y no te sorprendas, querido, pues el Señor en su bondad, ya que los mártires sufrieron todo por Él y por confesarle a Él, y así, despojados de todo, se opusieron al pecado hasta derramar su sangre, queriendo por esto hacerles aparecer más luminosos y acrecentar mucho más su gloria, incluso en esta vida perecedera, por honrarles a ellos, otorga generosamente sus dones a los que se acercan con fe.
8. Y que no son palabras vanas cuanto acabo de decir, sino que la misma experiencia de los hechos lo atestigua, sé muy bien que también vosotros lo diréis y lo atestiguaréis. Efectivamente, ¿qué mujer con el marido lejos y la pesadumbre de la separación, si vino aquí y dirigió al Señor de todo su súplica por medio de los santos mártires, no apresuró la vuelta de su marido de tan larga ausencia? Y esta otra, a su vez, que al ver a su hijo asaltado por grave enfermedad vino aquí con las entrañas desgarradas y traspasadas, por así decirlo, y tras derramar ardientes lágrimas y estimular para que intercedieran por ella a estos santos, quiero decir, a estos campeones de Cristo, ¿no expulsó inmediatamente la enfermedad e hizo que el enfermo recobrara la salud?
9. Y muchos otros también, abrumados por las críticas circunstancias de sus negocios y viendo los insuperables peligros que les amenazaban, se llegaron aquí, y después de hacer fervorosa oración, evitaron la experiencia de todos aquellos peligros. Mas, ¿por qué hablo de enfermedades corporales y de críticas circunstancias de los negocios? Muchos también, tiranizados por el mismo diablo y asaltados por padecimientos del alma, se presentaron a estos médicos espirituales, hicieron memoria de sus propios pecados, desnudaron, por así decirlo, con la palabra sus llagas, y fue tanto el consuelo que de ahí sacaron que inmediatamente tuvieron la sensación de que su conciencia se volvía más ligera, y regresaron a sus casas con una gran certidumbre.
10. Efectivamente, el Señor nos ha agraciado con los sepulcros de los santos mártires como fuentes espirituales capaces de producir caudalosas corrientes de agua. Y como las fuentes de agua están francamente abiertas para todos cuantos quieran sacar agua de ellas, y el que quiere se va de allí con tanta agua cuanta puede caber en su vasija, de la misma manera también en estas fuentes espirituales es posible ver otro tanto. En efecto, también estas fuentes están a disposición de todos y no hay aquí distinción alguna de personas, al contrario, rico o pobre, esclavo o libre, hombre o mujer, cada uno recibirá de estas divinas corrientes de agua tanta mayor cantidad cuanto mayor es el deseo que se ha esforzado por traer.
11. Efectivamente, lo que allí son las vasijas para la cantidad de agua que se ha de recoger, eso mismo son aquí la mente, el fervor del deseo y la sobriedad con que nos acercamos. Porque quien se acerca de esta manera inmediatamente retira innumerables bienes, pues la gracia de Dios va invisiblemente aligerando la conciencia, proporciona una gran certidumbre y hace que en adelante se aleje de la tierra y cambie de fondeadero zarpando hacia el cielo. Porque, incluso para el hombre aprisionado en el cuerpo, es posible no tener nada en común con la tierra y, en cambio, imaginarse todo cuanto hay en los cielos y meditar en ello continuamente.

Exhortación a imitar a los mártires en no aspirar más que a los bienes del cielo

12. Por esta razón escribía también Pablo, dirigiéndose a hombres prisioneros en el cuerpo, en plena vorágine mundana y preocupados por sus mujeres e hijos: Poned la mira en las cosas de arriba 4. Luego, para que nos enteremos de lo que él quiere expresar con esta exhortación y qué significa eso de poner la mira en las cosas de arriba, añadió: Donde está Cristo sentado a la derecha de Dios 5. Lo que yo quiero -dice- es que vosotros penséis en los bienes que pueden trasladar allá vuestro pensamiento y os alejan de las cosas de la tierra, pues vuestra ciudadanía está en el cielo 6. "Por tanto -dice- , allí donde estáis empadronados, esforzaos por transferir también toda vuestra mente, y determinaos a obrar todo aquello que pueda haceros aparecer dignos de la ciudadanía de allá arriba".
13. Y para que no pensemos que nos manda algo imposible y por encima de nuestra naturaleza, vuelve a repetir la exhortación y dice: Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra 7. ¿Qué es lo que quiere enseñarnos? "No pongáis la mira -dice- en las cosas dignas de la tierra". ¿Y qué cosas son éstas dignas de la tierra? Las que nada tienen de permanente, las que antes de aparecer ya han volado, las que nada tienen de seguro y de inconmovible, las que se esfuman con la vida presente, las que antes de florecer ya se marchitan, las sujetas a corrupción 8. Porque tales son todas las cosas humanas, aunque las llames riqueza, poder, gloria, belleza corporal o éxito pleno en la vida.
14. Y por la misma razón también se sirvió de una expresión como ésta: No en las de la tierra, pues con las palabras "de la tierra" quiso poner de manifiesto su ínfimo valor. "No pongáis, pues, la mira -dice- en estas cosas, sino en las de arriba; en vez de en las cosas de la tierra, en vez de en estas cosas viles y fugaces, poned vuestra mira en las cosas de arriba -dice- , en las del cielo, en las inconmovibles, en las que tienen la misma duración que el siglo sin fin, en las que se ven con los ojos de la fe, en las que no conocen sucesión, en las que no tienen límite. Quiero que éstas sean las cosas que rumie constantemente vuestro pensamiento. Porque la preocupación por estas cosas aparta de la tierra y traslada al cielo".
15. Y por idéntica razón decía también Cristo: Donde está el tesoro del hombre, allí también está su corazón 9. Efectivamente, una vez que el alma concibe el pensamiento de aquellos bienes inefables, como si estuviera libre de las ataduras del cuerpo, se vuelve por así decirlo leve y vaporosa, y como cada día se imagina el goce de aquellos bienes, no puede concebir el pensamiento de las cosas de la tierra, antes bien, las va pasando de largo como si fueran un sueño o una sombra, siempre con el pensamiento fijo allí y creyendo ver aquellos bienes con los ojos de la fe, y cada día aspirando a su goce.
16. Escuchemos, pues, la exhortación de este bienaventurado y maravilloso maestro del universo, el perfecto educador, el labrador de nuestras almas, y pongamos nuestra mira justamente en lo que él mismo nos aconseja, porque así podremos también gustar los bienes presentes y alcanzar los venideros. En efecto, si buscamos preferentemente éstos, los otros los tendremos también, a su vez, por añadidura, pues dice: Buscad el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán 10. Por consiguiente, en nuestra búsqueda no demos preferencia justamente a lo que prometió darnos por añadidura, no sea que, al obrar contrariamente a la recomendación del Señor, nos quedemos sin lo uno y sin lo otro. ¿O acaso el Señor espera que nosotros se lo recordemos, y entonces nos otorgará sus dones? ¡Él sabe de qué tenemos necesidad, antes que se lo pidamos nosotros! Así pues, si ve que nosotros nos mostramos solícitos por aquellos bienes, Él nos favorecerá con el disfrute de éstos, y nos proporcionará con abundancia los mismos que prometió otorgar por vía de añadidura. Busquemos, pues, os lo suplico, preferentemente los bienes espirituales, y pongamos nuestra mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, para que así logremos éstas y gocemos de aquellas.
17. Como quiera que también estos santos mártires, pues pusieron su mira en las cosas de arriba, despreciaron las cosas de la tierra y buscaron aquellas, por eso mismo obtuvieron en abundancia las de la tierra y cada día gustan del honor de aquí: aunque ellos no lo necesitan, pues una vez por todas lo despreciaron, sin embargo, por causa de nuestro provecho, aceptan ese honor que les damos y que no necesitan, con el fin de que nosotros podamos cosechar de ellos su bendición.
18. Y para que aprendas cómo desprecian todas las cosas de la presente vida para poder conseguir aquellos bienes inmortales, piensa, querido, y medita: aunque veían con sus ojos corporales al tirano soplar el fuego, aguzar los dientes y mostrar una furia más temible que el león, y aunque le veían poner al fuego las sartenes y las calderas y hacer cuanto podía para vencer y aplastar su resolución, ellos, dejando todas las cosas de la tierra, con los ojos de la fe contemplaban al rey de los cielos y a la muchedumbre de los ángeles que le asistían, y se imaginaban aquellos inefables bienes.
19. Y una vez que trasladaron allá sus mentes, ya nunca las volvieron a nada visible, al contrario, aunque veían las manos de los verdugos que dilaceraban sus carnes, y aunque miraban este fuego sensible ya encendido y saltar las brasas, ellos se iban describiendo a sí mismos el fuego de la gehena, y de esta manera fortalecían su resolución y luego saltaban - por así decirlo - a los tormentos sin tener en cuenta el dolor presente que envolvía sus cuerpos, antes bien, con prisa de alcanzar el descanso que no se interrumpe. Y poniendo la mira en las cosas de arriba, según la exhortación de este bienaventurado Apóstol, vivían allí donde está Cristo sentado a la derecha de Dios 11. Y nada de cuanto veían les espantaba, al contrario, todo lo pasaban por alto, por considerarlo como un sueño y una sombra, y es que el deseo de los bienes futuros daba alas a su pensamiento.

El bautismo como muerte a las cosas terrenales

20. Por la misma razón, sin duda, este bienaventurado Apóstol, buen conocedor de la fuerza de tal consejo, decía: Poned la mira en las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios 12. Mira la inteligencia del maestro: ¡a qué altura elevó de repente a quienes le obedecieron! Efectivamente, pasando a través de todos: ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones, principados, potestades, todas las potencias invisibles, los querubines y los serafines 13, detuvo el pensamiento de los fieles junto al trono mismo del rey, y a los que caminan por la tierra, les persuadió con su familiar enseñanza a desprenderse de las ataduras del cuerpo, a emprender el vuelo con la mente y posarse junto al mismo Señor del universo.
21. Y para que quienes oyen esto no piensen otra vez que el consejo les sobrepasa, que los mandatos son imposibles de cumplir y que aceptar semejante pensamiento está por encima de las fuerzas humanas, después de decir: Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, añadió: Porque moristeis 14. ¡Qué alma tan inflamada y tan llena de fuerte deseo de Dios! Porque moristeis, dice, como si dijera: "¿Qué tenéis ya de común con la vida presente? ¿Por qué estáis embobados ante las cosas de la tierra? Moristeis, es decir, os volvisteis muertos al pecado: una vez por todas renunciasteis a la vida presente"
22. Luego, para que no se alboroten al oír: Moristeis, inmediatamente añadió: Y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios Col 3, 3 15. "Vuestra vida -dice- no aparece ahora, pues está escondida. Por consiguiente, no obréis como quienes están vivos en orden a las realidades de la vida presente, sino comportaos como quien murió y es cadáver". Porque, dime, ¿es posible que quien murió según esta vida siga operando entre las cosas presentes? ¡De ninguna manera! "Así, tampoco vosotros, dice. Puesto que por medio del bautismo moristeis una vez por todas al pecado y fuisteis cadáveres para él, es lógico que no tengáis nada en común con las pasiones de la carne, ni con las realidades de la tierra, pues dice: Nuestro viejo hombre fue crucificado y sepultado juntamente con él por el bautismo 16". No os procuréis, pues, nada de lo terreno, ni en las realidades presentes os comportéis como vivos, pues ahora vuestra vida está escondida y es invisible para los infieles, pero habrá un tiempo en que se hará patente. No es ahora vuestro tiempo: puesto que moristeis una vez por todas, no pongáis ya vuestra mira en las cosas de la tierra. Por lo demás, la grandeza de vuestra virtud se hará evidente sobre todo cuando, al cabo de vuestro combate contra los deseos de la carne, os comportéis respecto de todo lo de acá abajo como si estuvierais muertos a la vida.
23. Escuchen esto los que han sido recientemente considerados dignos del don del bautismo, y escuchemos también todos nosotros, los que tenemos parte desde hace tiempo en esta gracia, y aceptemos el consejo del maestro del universo, y consideremos cómo quiere él que sean los que una vez por todas se han hecho partícipes de los misterios inefables, cuán ajenos los quiere a la vida presente, no para que estén fuera de este mundo y emigren lejos, sino para que, aun viviendo en el medio, no se diferencien en nada de los que están lejos y, además, luzcan como antorchas y por medio de sus obras demuestren a los infieles que ellos se han trasladado a otra ciudad y nada tienen en común con la tierra y con las cosas de la tierra.

La oración y la limosna, indispensables para conservar el resplandor del bautismo.

24. Y lo mismo que ahora, gracias a este esplendoroso vestido, a todos parecéis magníficos, y el resplandor del vestido manifiesta la eminente pureza de vuestras almas, así también de ahora en adelante es justo que, tanto vosotros, los que acabáis de ser considerados dignos de este don, como todos los que ya habíamos gustado la misma generosidad, nos hagamos ver de todos mediante una conducta óptima y, lo mismo que antorchas, iluminemos a todos los que nos ven. Efectivamente, este vestido espiritual, con tal que nosotros queramos conservar su resplandor, a medida que avanza el tiempo, va despidiendo un destello más vivo y una irradiación más intensa de luz, algo que nunca puede ocurrir en los vestidos materiales. Porque a éstos ya podemos aplicarles cuidados sin cuento, que el tiempo los gasta, y desaparecen de puro viejos; si no se les toca, la polilla se encarga de ellos, y en todo caso, muchos son los accidentes que acaban también con estos vestidos materiales. En cambio, el indumento de la virtud, con sólo que nosotros aportemos nuestra propia contribución, nunca cogerá suciedad ni experimentará envejecimiento, al contrario, a medida que vaya corriendo el tiempo, él irá mostrando una belleza cada vez más lozana y esplendorosa, y un mayor destello de luz.
25. ¿Ves la virtud del vestido? ¿Ves cómo su resplandor no está sujeto al tiempo, ni se marchita por la vejez? ¿Viste belleza igual? Por consiguiente, os lo suplico, esforcémonos por guardar esta belleza en su lozanía, y enterémonos cuidadosamente de cuáles son las cosas que pueden conservar el esplendor de esta belleza. Así pues, ¿cuáles son éstas? Lo primero de todo, la oración asidua, la acción de gracias por los bienes ya recibidos y la invocación por la seguridad de los dones otorgados. Porque esto es nuestra salvación, esto la medicina de nuestras almas, esto el sanatorio de las pasiones que se engendran en nuestras almas. La oración es la muralla de los fieles; la oración, nuestra armadura invencible; la oración, el sacrificio expiatorio de nuestra alma; la oración, el rescate de nuestros pecados; la oración, la base de bienes sin fin: porque la oración no es otra cosa que un diálogo con Dios y una conversación con el Señor de todas las cosas 17. Así pues, ¿qué podría haber de más dichoso que el ser uno considerado digno de conversar ininterrumpidamente con el Señor?
26. Y para que aprendas qué bien tan grande es éste, considérame a los que andan enloquecidos por las cosas presentes y que vienen a ser poco menos que sombras. Éstos, cuando ven a uno que está continuamente conversando con el rey terrenal, ¡en qué concepto de grandeza lo tienen! Le proclaman dichoso y le honran como a personaje admirable y altísimo, digno de altísimo honor. Pues bien, si este hombre, que no dialoga más que con un congénere, con el que tiene en común la misma naturaleza y que sólo trata de asuntos terrenales y efímeros, a pesar de todo es considerado tan digno de admiración, ¿qué se podría decir del que fue considerado digno de conversar con Dios, y no sobre asuntos de la tierra, sino sobre la remisión de los pecados, sobre el perdón de las culpas, sobre la salvaguardia de los bienes ya otorgados, sobre los bienes que serán concedidos, sobre los bienes eternos? Este hombre podrá ser más dichoso que el mismo que ciñe diadema, con tal que por medio de la oración se gane el apoyo de lo alto.
27. Ella es, antes que nada, la que podrá salvaguardarnos constantemente el resplandor de este vestido espiritual, y con la oración, la limosna generosa, el principal de nuestros bienes y salvación de nuestras almas. Esta pareja de virtudes puede procurarnos los innumerables bienes de lo alto, apagar en nuestras almas la hoguera de nuestros pecados y proporcionarnos una firme confianza. Por servirse de esta pareja de virtudes, Cornelio hizo llegar sus súplicas al cielo, y por eso también escuchó del ángel: Tus oraciones y tus limosnas han subido en memoria a la presencia de Dios 18.

El ejemplo del centurión Cornelio

28. ¿Ves qué confianza tan grande se adquirió con ellas un hombre que pasó toda su vida bajo la túnica y el correaje? Escuchen los que están alistados en la milicia, y aprendan que nada es obstáculo para la virtud en quien quiere ser sobrio, al contrario, que es posible también a quien viste túnica y ciñe correaje, a quien tiene mujer, se cuida de los hijos y se preocupa de los esclavos, incluso a quien tiene confiado un cargo público, aplicarse de lleno al cultivo de la virtud. Aquí tienes, efectivamente, a este hombre admirable: vestía túnica, ceñía correaje y mandaba soldados, pues era centurión, y porque lo quiso y porque era sobrio y estaba en vela, ¡de cuánta solicitud de lo alto no se le consideró digno! 19. Y para que sepas con exactitud que la gracia de lo alto desciende sobre nosotros precisamente cuando nosotros hemos contribuido primero con nuestra propia aportación, escucha la historia misma. Efectivamente, puesto que él se había anticipado haciendo muchas y generosas limosnas y perseveraba fielmente en la oración asidua, a la hora nona -dice- mientras él estaba orando, un ángel se puso a su lado y dijo: Cornelio, tus oraciones y tus limosnas han subido en memoria a la presencia de Dios 20.
29. No pasemos alegremente por alto lo dicho, antes bien, consideremos con rigor la virtud de este hombre, y entonces nos enteraremos de la bondad del Señor, es decir, de cómo Él no desdeña a nadie, sino que, allí donde ve un alma que vive sobriamente, allí prodiga Él su gracia. Un soldado, que no había gozado de instrucción, que estaba enfrascado en las cosas de la vida y que cada día era solicitado y distraído en direcciones opuestas por mil asuntos, no consumía su vida en banquetes, borracheras y comilonas, sino en oraciones y limosnas, y tanta diligencia mostró de su parte, tan asiduo fue en las oraciones y tan abundantes limosnas repartió, que él mismo se mostró digno de semejante visión.
30. ¿Dónde están ahora los que ofrecen mesas suntuosamente abastecidas, hacen correr sin tasa el vino puro y pasan el día entero banqueteando, y que muchas veces prefieren no orar antes del festín, y después del festín no ofrecen la acción de gracias, sino que piensan que a ellos les está permitido hacer todo sin el menor reparo, sólo por el hecho de tener mando, de pertenecer al escalafón militar y de vestir túnica y ceñir correaje? ¡Qué miren la asiduidad de este Cornelio en la oración y su liberalidad en las limosnas: y que se escondan bajo la tierra!
31. Pero quizá, este maestro sea digno de crédito, no solamente para ellos, sino también para todos nosotros, incluso para los que han escogido la vida monástica y para los que están dedicados al ministerio eclesiástico. Porque, ¿quién de nosotros podrá jactarse alguna vez de haber mostrado asiduidad tan grande en la oración o de haber sido tan generoso en las limosnas, como para hacerse digno de una visión así? Por esto, os lo suplico, si antes no lo hicimos, por lo menos ahora imitemos todos a éste, los que estáis alistados en la milicia y los que llevamos vida civil y hemos sido considerados dignos de este don, y no seamos menos que quien, con su túnica y su correaje, tan gran virtud demostró. Por lo demás, podremos también conservar lozana la belleza de este vestido espiritual sólo cuando exhibamos con toda exactitud esta pareja de virtudes.
32. Pero a éstas, si queréis, añadiremos otras, capaces de contribuir también a la salvaguardia de la incorrupción de este vestido, a saber, la templanza y la consagración, pues dice el Apóstol: Perseguid la paz, y también la consagración, sin la cual nadie verá al Señor 21. Por consiguiente, busquemos también esa paz con todo rigor, escrutando cada hora nuestros pensamientos y no dejando que nuestra alma reciba mancha ni suciedad alguna proveniente de los malos pensamientos.
33. Por lo demás, si purificamos de esa manera nuestra mente y ponemos toda nuestra diligencia en cuidarla, venceremos también más fácilmente a las demás pasiones, y así en poco tiempo llegaremos a la cumbre misma de la virtud. Y después de reservar ya desde aquí para nosotros abundante viático espiritual, podremos también ser considerados dignos de aquellos inefables dones que Dios tiene guardados en depósito para los que le aman, bienes que ojalá todos nosotros alcancemos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Notas

1 Continuación de la anterior, esta Catequesis se tuvo probablemente el viernes de la semana de Pascua del año 390 (cf. nota I de la octava Catequesis).
2 Sb 3, 1.
3 Mt 13, 43.
4 Col 3, 1, pero con el verbo del 2
5 Col 3, 1
6 Cf. Flp 3, 20
7 Col 3, 2
8 Nótese la entonación retórica del período, compuesto de una pregunta y de seis breves definiciones donde destacan las anáforas y los homeoteleutas
9 Cf. Mt 6, 21.
10 Mt 6, 33.
11 Col 3, 1.
12 Cf. la misma expresión al final del c. 15.
13 Sobre la cita de las nueve órdenes angélicas, familiar a la patrística, y sus relaciones con el Pseudo - Dionisio, cf. WENGER. nota 1, pp. 238 - 239.
14 Col 3, 3.
15 Ibid.
16 Cf. Rm 6, 6.4
17 Nótese el uso de la anáfora para subrayar la importancia de la oración.
18 Hch 10, 4: el memorial ('azharâ) era la parte del sacrificio que el sacerdote ofrecía quemándola sobre el fuego para recuerdo, "en memoria" (Lv 2, 2 ss.).
19 Se ha conservado en la traducción lo más posible el orden de los términos, para mejor reflejar el vivo estilo de Juan Crisóstomo
20 Cf. Hch 10, 1 - 4.
21 Hb 12, 14