Padres de la Iglesia

SAN JUAN CRISÓSTOMO

Catequesis 2

"A los que están a punto de ser iluminados, y por qué se habla de baño de regeneración y no de perdón de los pecados; y por qué es peligroso, no solamente jurar en falso, sino incluso jurar, aunque juremos rectamente".

A la espera del gran don del bautismo

1. ¡Cuán deseable y cuán amable es para nosotros el coro de los nuevos hermanos! Porque yo os llamo ya hermanos antes del alumbramiento, y antes del parto saludo ya mi parentesco con vosotros. Sé efectivamente, sé con toda claridad a qué honor tan grande y a qué magistratura vais a ser elevados. Ahora bien, a los que van a asumir una magistratura es costumbre que todos los honren incluso antes de ejercerla, por asegurarse de antemano para el futuro, mediante este homenaje, su benevolencia. Esto mismo hago yo también ahora, porque no vais a ser elevados a una magistratura sin más, sino al mismo reino, más aún, tampoco a un reino simplemente, sino al mismo reino de los cielos. Por esta razón os pido y os suplico que os acordéis de mí cuando lleguéis a ese reino, y lo que decía José al copero mayor: Acuérdate de mi cuando te vaya bien 2, esto mismo os digo yo a vosotros ahora: "Acordaos de mí cuando os vaya bien". No os pido, como aquél, la recompensa de unos sueños, porque yo no vine a interpretaros unos sueños, sino para exponeros detalladamente las cosas del cielo y ser portador de la buena noticia de aquellos bienes, tales que ni ojo vio, ni oído oyó, ni subieron a corazón de hombre, esto es, lo que Dios preparó para los que le aman 3. Cierto es que José decía al copero aquel: Al cabo de tres días, él te restablecerá en tu puesto de copero mayor 4. Yo no digo: "Al cabo de tres días, seréis promovidos al cargo de coperos del tirano", sino: "Al cabo de treinta días 5, no el Faraón, sino el rey de los cielos os restablecerá en la patria de arriba, en la Jerusalén libre, en la ciudad celeste". Y cierto es que aquél decía: Y darás la copa al Faraón en su mano 6, yo en cambio no digo: "Daréis la copa al rey en su mano, sino: El rey en persona os dará en vuestra mano la copa tremenda y llena de gran poder y más preciosa que toda 7 creatura". Los ya iniciados conocen la fuerza de esta copa, pero también vosotros la conoceréis dentro de poco. Acordaos, pues, cuando lleguéis a aquel reino, cuando recibáis la vestidura regia, cuando vistáis la púrpura tinta en la sangre del Señor, cuando os ciñáis la diadema que por todas partes irradia resplandores más intensos que los rayos del sol. Tal es, en efecto, la dote del esposo, sin duda mayor que nuestro merecimiento, pero digna de su bondad.

Peligro del que retrasa el bautismo hasta el final de su vida

Por esta razón, ya desde ahora y a causa de aquellas sagradas alcobas nupciales, yo os felicito, y no solamente os felicito, sino que también alabo vuestro buen sentido, porque no os habéis acercado a la iluminación como los más perezosos de los hombres, en las últimas boqueadas 9, sino que ya desde ahora, como siervos sensatos, preparados para obedecer con la mejor voluntad al Señor, habéis puesto el cuello de vuestra alma, con tanta mansedumbre como celo, bajo la gamella de Cristo, y recibisteis el yugo suave y tomasteis la carga ligera 10. Efectivamente, aunque la gracia es igual para vosotros que para los iniciados al final de sus vidas, sin embargo, ni el propósito ni la preparación de las cosas son lo mismo. Ellos, en efecto, la reciben en su lecho; vosotros, en el regazo de la Iglesia, la madre común de todos nosotros; ellos, quejándose y llorando; vosotros, alegres y gozosos; ellos, gimiendo; vosotros, dando gracias; ellos, en fin, amodorrados por mucha fiebre; vosotros en cambio, rebosantes de deleite espiritual. De ahí que todo esté aquí en consonancia con el don, mientras que allí todo es contrario al don: el llanto y el lamento de los que se inician es abundante; en derredor están los hijos llorando, la mujer arañándose la cara, los amigos entristecidos, los criados llenos de lágrimas y, en fin, toda la casa con aspecto de un día invernal y lóbrego. Y si logras destapar el corazón mismo del yacente, lo hallarás el más sombrío de todos. Efectivamente, igual que los vientos que, al lanzarse con gran ímpetu unos contra otros, dividen el mar en muchas partes, así también los pensamientos de los males entonces dominantes, al abatirse sobre el alma del enfermo, dividen su mente en múltiples preocupaciones: cuando mira a los hijos, piensa en su orfandad; cuando pone los ojos en la mujer, considera su viudez; cuando ve a los siervos, sopesa la desolación de la casa entera; cuando vuelve la atención sobre sí mismo, trae a la memoria su vida presente y, al verse a punto ya de separarse, lo envuelve una densa nube de postración. Tal es el alma del que va a ser iniciado. Luego, en medio mismo del tumulto y de la confusión, entra el sacerdote, más temible que la propia fiebre y más cruel que la muerte a los ojos de los parientes del enfermo, pues éstos consideran que la entrada del presbítero es mayor causa de desesperación que la voz misma del médico que da por perdida la vida del enfermo, y lo que es fundamento de la vida eterna ellos lo consideran señal de muerte. Pero todavía no he añadido el colofón de los males. Muchas veces, en efecto, el alma abandonó el cuerpo y se fue, mientras los parientes armaban gran barullo preparándose 11. Con todo, a muchos tampoco les aprovechó la presencia del alma. Efectivamente, cuando no reconoce a los parientes, ni oye la voz, ni puede responder las palabras aquellas mediante las cuales se establecerá el feliz pacto con el común Señor de todos nosotros, antes bien, cuando el que va a ser iluminado yace como un leño inútil o como una piedra, sin diferenciarse en nada de un cadáver, ¿cuál puede ser el provecho de la iniciación en tales condiciones de inestabilidad? El que está efectivamente a punto de llegarse a estos sagrados y tremendos misterios necesita velar y andar despierto, purificarse de toda preocupación mundana, llenarse de mucha templanza y de mucho celo, desterrar de la mente todo pensamiento ajeno a los misterios y dejar por todas partes limpia la casa, como si estuviera a punto de acoger al rey en persona. Tal es la preparación de vuestra mente, tales los pensamientos que debéis tener, tal el propósito del alma. Por consiguiente, la digna recompensa de esta óptima determinación espérala de Dios, que en las retribuciones vence a cuantos le obsequian con su obediencia. Ahora bien, puesto que es necesario que los consiervos contribuyan con lo que es suyo, también nosotros contribuiremos con lo que es nuestro, aunque, si ni siquiera esto es nuestro, que es también del Señor! Pues dice: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorias, como si no hubieras recibido? 12. Yo hubiera querido, lo primero de todo, deciros lo siguiente: por qué realmente nuestros padres, dejando correr todo el año, legislaron que éste era el momento oportuno para que los hijos de la Iglesia fueran iniciados en los misterios, y por qué razón, después de nuestra enseñanza, os descalzan y os desnudan y luego, descalzos y desnudos, cubiertos únicamente con la tuniquilla, os hacen pasar a las voces de los exorcistas. En realidad ellos no nos determinaron sin más y a ciegas esta forma de actuar y este tiempo, sino que ambas cosas tienen un sentido misterioso e inefable.

Los varios nombres del bautismo

También hubiera querido explicaros este sentido, pero veo que ahora el discurso nos empuja hacia otro punto más necesario. Necesario es, efectivamente, decir qué es en fin de cuentas el bautismo, por qué razón ha entrado en nuestra vida y qué bienes nos reserva. Pero, si queréis, dialoguemos primeramente sobre la denominación de esta misteriosa purificación. No tiene un nombre único, en efecto, sino muchos y variados. Esta purificación se llama baño de regeneración, pues dice: Nos salvó por el baño de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo 13. Se llama también iluminación, y esto mismo le llamó también Pablo: Traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sufristeis gran combate de aflicciones 14; y de nuevo: Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron el don celestial y recayeron, sean otra vez renovados para conversión 15. Se llama también bautismo: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos 16. Se llama sepultura: Porque fuisteis sepultados juntamente con Él -dice- por el bautismo, para muerte 17. Se llama circuncisión: En el cual también fuisteis circuncidados con una circuncisión no hecha con manos, en el despojamiento del cuerpo de los pecados de la carne 18. Se llama cruz: Porque nuestro viejo hombre fue crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho 19.

El bautismo como baño de regeneración

Se podría seguir enumerando otros muchos nombres, sin embargo, para no consumir todo el tiempo en las denominaciones del don, ¡ea!, volvamos a la primera denominación y, en cuanto hayamos explicado su significado, pondremos fin al discurso. Entre tanto, reasumamos nuestra enseñanza desde un poco más arriba. Existe el baño común a todos los hombres, el de los establecimientos de baños, que suele limpiar la suciedad del cuerpo. Pero está también el baño judío, más digno que aquél, pero muy inferior al de la gracia, pues éste limpia también la suciedad corporal, pero no sólo la corporal, sino también la que afecta a la conciencia débil. Efectivamente, hay muchas cosas que no son impuras por naturaleza, sino que se vuelven impuras por efecto de la debilidad de la conciencia. Y lo mismo que tratándose de niños, ni las máscaras ni las demás paparrasollas son de por sí espantosas, sino que a los niños les parecen espantosas por causa de su propia debilidad natural, así también tratándose de lo que os dije; por ejemplo, tocar cadáveres: por naturaleza no es algo impuro, pero, si le ocurre a una conciencia débil, entonces vuelve impuro al que los toca. Ahora bien, que no sea algo impuro por naturaleza, lo dejó bien claro el mismo legislador 20, Moisés, que llevó consigo intacto el cadáver de José y, sin embargo, permaneció puro. Por la misma razón Pablo, dialogando con nosotros acerca de esta impureza debida, no a la naturaleza, sino a la debilidad de la conciencia, decía también algo así: De suyo nada hay impuro, de no ser para quien piensa que algo es impuro 21. ¿Estás viendo cómo la impureza no se origina de la naturaleza de la cosa, sino de la debilidad del pensamiento? Y de nuevo: Todo es puro, ciertamente, pero malo es para el hombre comer con escándalo 22, ¿Ves cómo no es el comer, sino el comer con escándalo, la causa de la impureza? 3. Semejante mancha la limpiaba el baño judío. El baño de la gracia, en cambio, limpia, no ya ésta, sino la verdadera impureza, la que deposita la gran suciedad, no sólo en el cuerpo, sino sobre todo en el alma; en efecto, no purifica a los que han tocado los cadáveres, sino a los que han tocado las obras muertas. Aunque uno sea un afeminado, un fornicario o un idólatra; aunque haya cometido cualquier clase de mal y esté en posesión de toda maldad humana, en cuanto baja a la piscina de las aguas, sale del divino manantial más puro que los rayos del sol. Y para que no pienses que lo dicho es mera jactancia, escucha a Pablo cuando habla del poder de este baño: No os engañéis, que ni los idólatras, ni los fornicarios, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los invertidos, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los robadores heredarán el reino de Dios 23. "¿Y qué tiene esto que ver -dice- con lo dicho? ¡Pon de manifiesto lo que estamos buscando, a saber, si todo eso lo limpia la fuerza del baño bautismal!". Pues bien, escucha lo que sigue: Y esto mismo erais algunos: pero ya estáis lavados, pero ya estáis santificados, pero ya estáis justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios 24, Nosotros os prometíamos mostraros que los que se acercan al baño bautismal quedan limpios de toda fornicación 25, pero el discurso ha demostrado mucho más: no solamente limpios, sino también santos y justos, pues no dijo solamente: estáis lavados, sino también: estáis santificados y estáis justificados. ¿Qué puede haber de más extraordinario que esto, que sin trabajos, sin sudores y sin éxitos nazca la justicia? ¡Pues tal es la bondad del don divino, que sin sudores hace justos! Efectivamente, si una carta del emperador, por breve que sea el texto, no sólo deja libres a los responsables de innúmeras acusaciones, sino que también encumbra a la máxima dignidad a otros, ¡con cuánta mayor razón el Espíritu de Dios, que además lo puede todo, nos agraciará con una gran justicia y nos colmará de una gran confianza! Y lo mismo que una centella, al caer en medio del inmenso mar, inmediatamente se apaga y desaparece anegada por la masa de las aguas, así también toda maldad humana, cuando cae en la piscina de las divinas aguas, se anega y desaparece más rápida y más fácilmente que aquella centella. "¿Y por qué razón -dice- si el baño bautismal perdona todos nuestros pecados, no se le llama baño del perdón de los pecados, ni baño de la purificación, sino baño de la regeneración?". - Porque no nos perdona sin más los pecados, ni simplemente nos purifica de las faltas, sino que lo hace de tal manera, como si de nuevo fuésemos engendrados. Y efectivamente, de nuevo nos crea y nos forma, pero, no plasmándonos otra vez con barro, sino formándonos con otro elemento: la naturaleza de las aguas; y es que no se limita a fregar el vaso, sino que vuelve a refundirlo por entero. De hecho, los objetos que se friegan, por más cuidadosamente que se restriegue, siempre retienen huellas de la cualidad y guardan restos de la mancha; en cambio, los objetos que se meten en el horno de fundición y se renuevan por medio del fuego se desprenden de toda mancha y, cuando salen de la fragua, emiten el mismo resplandor que los totalmente nuevos. Por consiguiente, lo mismo que un hombre toma una estatua de oro, sucia por obra del tiempo, del humo, del polvo y del orín, y la funde, y luego nos la devuelve limpísima y esplendorosa, así también Dios: tomó nuestra naturaleza enrobinada por el orín del pecado, ennegrecida por el mucho humo de las faltas y perdida la belleza que de Él recibiera al principio, y otra vez la fundió: metiéndonos en el agua como en un horno de fundición, envía la gracia del Espíritu en vez del fuego, y luego nos saca de allí totalmente rehechos y renovados con gran resplandor, como para desafiar en adelante a los mismos rayos del sol; deshizo al hombre viejo, pero construyó otro nuevo, más esplendoroso que el primero. 4. Ya el profeta, aludiendo veladamente a esta nuestra destrucción y a esta misteriosa purificación, decía antiguamente: Como jarro de alfarero los desmenuzarás 26. Efectivamente, que la frase se refiere a los fieles, nos lo muestran claramente los versos anteriores: Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy; pídeme, y te daré las gentes por heredad tuya; y por posesión tuya, los confines de la tierra 27. ¿Ves cómo hizo mención de la Iglesia de los gentiles y cómo dijo que el reino de Cristo se extiende por todas partes? Y luego vuelve a decir: Los apacentarás con vara de hierro: no abrumadora, sino fuerte; como jarro de alfarero los desmenuzarás 28, Aquí tienes un modo más misterioso de entender el baño bautismal, porque no dijo simplemente "jarro de loza", sino "jarro de alfarero". Pero fijaos bien: los jarros de loza, una vez desmenuzados, no admitirían arreglo, por causa de la dureza que les dio una vez por todas el fuego; en cambio, los jarros de alfarero no son de tierra cocida, sino de arcilla, de ahí que, incluso si se quiebran, fácilmente puedan volver a su forma anterior 29 mediante la maestría del artesano. Así pues, cuando el Señor habla de una calamidad irremediable, no dice "jarro de alfarero", sino "jarro de loza". Por lo menos, cuando quería enseñar al profeta y a los judíos que habían entregado la ciudad a una calamidad irremediable, mandó coger un ánfora de tierra cocida y desmenuzarla delante de todo el pueblo, y decir: Asi perecerá también la ciudad, y será desmenuzada 30. En cambio, cuando quiere ofrecerles buenas esperanzas, conduce al profeta a una alfarería y allí, no le muestra un jarro de loza, sino que le muestra un jarro de arcilla que se le cae de las manos al alfarero, y razona diciendo: Si este alfarero ha recogido el jarro caído y de nuevo lo ha restaurado, ¿no podré yo mucho mejor enderezaros a vosotros que habéis caído? 31. Por consiguiente, a Dios le es posible no sólo restaurar a los que somos de arcilla por medio del baño de la regeneración, sino también, mediante una perfecta penitencia, devolver a su prístino estado a los que, a pesar de haber recibido la fuerza del Espíritu, han recaído.

La lucha de los catecúmenos contra el demonio

Pero no es ésta la ocasión de que escuchéis los discursos acerca de la penitencia, mejor dicho, ¡ojalá nunca tengáis ocasión de dar en la necesidad de esos remedios, al contrario, ojalá permanezcáis siempre firmes en la guarda integral de la belleza y del esplendor que ahora estáis a punto de recibir! Pues bien, para que podáis permanecer siempre así, ¡ea!, dialoguemos un poquito con vosotros acerca del plan de vida. Efectivamente, en esta palestra las caídas no son peligrosas para los atletas, ya que la lucha es contra gente de casa y todo ejercicio se realiza a expensas de los cuerpos de los entrenadores. Pero, cuando llega el momento de las competiciones, cuando se abre el estadio y el público está sentado arriba y el juez de competición aparece, a partir de ese instante es preciso: o bien acobardarse y caer, para retirarse llenos de vergüenza, o bien emplearse a fondo y alcanzar las coronas y los premios. Así ocurre también con vosotros: estos treinta días se asemejan a una palestra con sus ejercicios y entrenamientos. Aprendamos ya desde ahora a vencer a aquel malvado demonio, porque, después del bautismo, deberemos desnudarnos para entrar en liza contra él. Y contra él deberemos dirigir los golpes de nuestro puño, y contra él luchar. Por consiguiente, aprendamos ya desde ahora sus llaves, de dónde procede su maldad y por qué medios puede fácilmente perjudicarnos, para que, cuando lleguen las competiciones, no nos extrañemos ni nos alborotemos al ver la novedad de su agonística, sino que, habiendo aprendido todas sus estratagemas a la vez que nos ejercitamos nosotros mismos, emprendamos con toda confianza la lucha contra él.

El peligro de la lengua

Pues bien, él está acostumbrado a intentar dañarnos por todos los medios, pero sobre todo a través de la lengua y de la boca, porque no hay para él instrumento más apropiado para engañarnos y perdernos que una lengua intemperante y una boca sin puertas. De aquí nacen nuestras numerosas caídas, de aquí nuestros graves motivos de acusación. Y cuán fácil sea resbalar con la lengua, alguien lo declaró cuando decía: Muchos cayeron a filo de espada, mas no tantos como los caídos por obra de la lengua 32, y la gravedad de la caída la revelaba el mismo diciendo otra vez: Mejor es resbalar del pavimento que resbalar de la lengua 33; y lo que dice viene a ser esto mismo: "Mejor es caer y magullarse el cuerpo que proferir una palabra tal que pueda perder nuestra alma". Pero no solamente habla de caídas, sino que además nos exhorta a que andemos con gran cuidado para no ser derribados, cuando dice así: Haz a tu boca una puerta y cerrojos 34, no para que realmente preparemos puertas y cerrojos, sino para que, con gran seguridad, cerremos a la lengua el paso a las palabras inconvenientes. Y en otra parte, mostrando que junto con nuestro cuidado, y antes de nuestro cuidado, necesitamos del impulso de lo alto, para que podamos retener a esta fiera dentro, el profeta, con las manos levantadas hacia Dios, volvía a decir: La elevación de mis manos sea como sacrificio vespertino. Pon, Señor, una guardia a mi boca y una puerta de protección a mis labios 35. Y el mismo que había exhortado anteriormente vuelve a decir: ¿Quién pondrá una guardia a mi boca, y a mis labios sello de prudencia? 36, ¿Estás viendo cómo todos temen estas caídas, se lamentan, aconsejan y ruegan que su lengua disfrute de buena guardia? Y si tal es la ruina que nos acarrea este órgano, ¿por que -dice- lo puso Dios en nosotros ya desde el comienzo? Porque también tiene una gran utilidad y, si andamos con cuidado, únicamente nos trae utilidad y ningún perjuicio. Escucha, pues, lo que afirma el mismo que dijo lo de antes: En poder de la lengua están la vida y la muerte 37. Y Cristo viene a declarar lo mismo cuando dice: Por tus palabras serás condenado, y por tus palabras serás justificado 38, Efectivamente, la lengua está situada en el centro de uno y otro uso: el dueño eres tú. Lo mismo ocurre con la espada que yace en el medio: si la utilizas contra los enemigos, tendrás en ella un instrumento de salvación, pero, si asestas el golpe contra ti mismo, la causante de tu herida no será la naturaleza del hierro, sino tu propia trasgresión de la ley.
Pensemos lo mismo respecto de la lengua: es una espada que yace en medio, por tanto agúzala para acusarte de tus pecados, no asestes el golpe contra un hermano. Por esta razón Dios la circundó con doble muro: con la valla de los dientes y la cerca de los labios, para que no profiera con facilidad y atolondradamente las palabras inconvenientes. Refrénala dentro. ¿Que no lo soporta? Entonces dale una lección utilizando los dientes, como si entregaras su cuerpo a estos verdugos, y haz que la muerdan, porque mejor es que sea mordida por los dientes ahora, mientras peca, que entonces, cuando ande achicharrada buscando una gota de agua 39, no consiga el alivio. En todo esto, pues, y en mucho más, suele pecar, cuando insulta, blasfema, profiere palabras torpes, calumnia, jura y perjura.

Los peligros del juramento

5. Sin embargo, para no hundir vuestra mente en la confusión, si os digo hoy de golpe todo, os propongo entre tanto una sola ley: la que manda evitar los juramentos, y de antemano os digo y aviso esto: si no evitáis los juramentos - no digo solamente los perjurios, sino los mismos juramentos hechos por causa justa - , si no los evitáis, digo, no dialogaremos más con vosotros sobre otro tema. Efectivamente, sería absurdo que, mientras los maestros de las letras no dan a los niños una segunda noción hasta que ven la precedente bien fija en sus memorias, nosotros, por el contrario, a pesar de no haber podido inculcaros con exactitud las nociones precedentes, nos adelantaremos a imbuiros otras nuevas: esto no sería otra cosa que sacar agua en herrada agujereada. Por tanto, si no queréis que callemos, poned muchísimo cuidado en el asunto. Grave es, en efecto, este pecado, y muy grave. Y es muy grave, porque no parece ser grave, y por eso lo temo: porque nadie lo teme; y por eso es una enfermedad incurable: porque ni siquiera parece ser enfermedad, antes bien, como el simple platicar no es motivo de acusación, así tampoco esto parece ser motivo de acusación, al contrario, se tiene la osadía de cometer con la mayor confianza esta trasgresión de la ley. Y si alguien intenta una acusación, inmediatamente se siguen la risa y gran escarnio, pero no contra los acusados por causa de los juramentos, sino contra los que quieren remediar la enfermedad.
Por esta razón amplío yo mi discurso sobre este asunto, porque quiero arrancar una raíz profunda y acabar con un mal crónico: no digo los perjurios solamente, sino también los mismos juramentos hechos según ley. "¡Pero el tal -dice- es un hombre honrado, que ejerce el sacerdocio y que vive con mucha templanza y piedad!" ¡No me hables de este hombre honrado, templado, piadoso y que ejerce el sacerdocio! Pon, si quieres, que éste sea Pablo, o Pedro, o incluso un ángel bajado del cielo: ¡ni aun así presto atención al valor de las personas! Efectivamente, la ley sobre los juramentos yo no la leo como ley servil, sino como ley regia; ahora bien, cuando se leen documentos de un rey, enmudece toda dignidad de los siervos. Pues bien, si tú puedes decir que Cristo mandó jurar, o que Cristo no lo castiga cuando se hace, muéstralo y quedaré persuadido; pero, si pone tanto empeño en impedirlo y tanto se preocupa por este asunto que al que jura lo equipara al Maligno (Pues lo que pasa de esto - del si y del no, dice - , del diablo procede 40), ¿por qué me mientas al tal y al cual? De hecho Dios no te dará su voto basándose en la negligencia de tus consiervos, sino en el mandato de sus leyes: Él lo mandó, así que era necesario obedecer, y no presentar al tal como pretexto, ni mezclarse en males ajenos. Aunque el gran David cometió un grave pecado 41, ¿acaso por esa razón, dime, no va a ser para nosotros peligroso el pecar? Por lo mismo es necesario, pues, ponerse en guardia contra esa idea y emular solamente las buenas acciones de los santos, y si en alguna parte se dan negligencia y trasgresión de la ley, obligación es huir de ellas con suma diligencia. Efectivamente, el contenido de nuestro discurso no se refiere a nuestros consiervos, sino al Señor, y a Él daremos cuentas de todo lo vivido. Preparémonos, pues, para aquel tribunal, ya que, por infinitamente admirable y grande que sea el que viola esta ley, pagará cabalmente la pena debida por la transgresión, pues Dios no hace acepción de personas 42.

Cómo evitar los juramentos

¿Cómo, pues, y de qué manera es posible evitar este pecado? Porque, en verdad, no solamente es necesario mostrar que la acusación es grave, sino también aconsejar sobre cómo poder librarnos de ella. ¿Tienes mujer, criados, hijos, un amigo, un pariente, un vecino? Ordénales a todos ellos estar en guardia sobre esto. ¿Que la costumbre es cosa difícil, que cuesta arrancarla, que no es fácil guardarse de ella, y muchas veces nos empuja sin quererlo ni saberlo nosotros? Pues bien, cuanto más conoces la fuerza de la costumbre, tanto mayor empeño pon en ser liberado de la mala costumbre y en convertirte a la otra, a la más provechosa. Efectivamente, lo mismo que aquélla muchas veces fue capaz de hacerte caer, a pesar de tu diligencia, de tu cautela, de tu cuidado y preocupación, así también ahora, si te conviertes a la buena costumbre, la de no jurar, nunca podrás caer en el pecado de juramento, ni sin querer ni por negligencia, porque cosa grande es realmente la costumbre y tiene la fuerza de la naturaleza. Por consiguiente, para no andar penando continuamente, pasémonos a esta costumbre, y a cada uno de los que conviven y se relacionan contigo pídeles esta gracia: que te aconsejen y exhorten a evitar los juramentos, y si te sorprenden haciéndolos, que te acusen.
De hecho, la vigilancia ejercida por ellos sobre ti es también para ellos consejo y exhortación a obrar rectamente. En efecto, el que acusa a otro de juramento no caerá él mismo tan fácilmente en este abismo, pues abismo nada común es la frecuencia en el jurar, no sólo cuando se hace por cosas mínimas, sino también cuando se hace por las mayores.
Ahora bien, nosotros, lo mismo cuando compramos legumbres y regateamos por dos óbolos que cuando nos enfadamos con los criados y los amenazamos, en toda ocasión apelamos a Dios como testigo, y sin embargo, a un hombre libre y con un cargo de poca monta tú no te hubieras atrevido a llamarle a la plaza como testigo de tales cosas, y si acaso te atreves a hacerlo, se te castigará por tu insolencia: en cambio, ¡al rey de los cielos, al Señor de los ángeles, tú lo arrastras a dar testimonio cuando discutes sobre cosas venales, sobre dinero o sobre minucias! Y, ¿cómo esto va a ser tolerable? ¿Por qué medios, pues, podremos vernos libres de esta mala costumbre? Poniendo en derredor nuestro las guardias que dije, fijándonos a nosotros mismos un plazo para la enmienda e imponiéndonos una multa si, pasado el plazo, hubiéremos fracasado en el empeño. Ahora bien, ¿cuánto tiempo nos bastará para esto? Yo no creo que los muy sobrios, despiertos y que velan por su propia salvación necesiten más de diez días para quedar completamente libres de la mala costumbre de los juramentos. Pero si al cabo de esos diez días se nos viera seguir jurando, impongámonos a nosotros mismos una pena, incluso fijemos el castigo y la multa máximos por nuestra transgresión. ¿Cuál será, pues, la condena? Esto no os lo determino yo todavía, sino que os dejo a vosotros mismos el ser dueños de la sentencia. Administremos así nuestros asuntos, y no sólo los referidos a los juramentos, sino también los que atañen a los demás fallos: si nos fijamos a nosotros mismos un plazo, con gravísimas penas en el caso de reincidencia, partiremos puros hacia nuestro Señor, quedaremos libres del fuego infernal y con toda confianza nos mantendremos en pie delante del tribunal de Cristo. Ojalá podamos conseguirlo todos, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual se dé la gloria al Padre, junto con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Notas

1 La presente catequesis, editada por Montfancon como primera Catequesis (y reimpresa en Migne PG 49, 223 - 232, de donde la traduzco), y tenida también como tal por Papadopoulos, quien sin embargo, no la publicó, probablemente fue pronunciada el año 388, treinta días antes de la Pascua (cf. WENGER, Introd. pp. 26 - 27 y 64).
2 Gn 40, 14.
31Co 2, 9.
4 Gn 40, 13.
5 Por consiguiente, la instrucción se realizó un mes antes de Pascua, fecha del bautismo
6 Gn 40, 13.
7 hekateros = hekastos (cf. LIDDELL - SCOTT, Lexicon s.v.).
9 Nótese en ésta y en las siguientes expresiones que describen a un moribundo el vivo realismo y el magistral uso que el autor hace de la antítesis.
10 Cf. Mt 11, 30
11 Entiéndase para el acontecimiento de la iniciación bautismal
12 1Co 4, 7.
13 Tt 3, 5.
14 Hb 10, 32.
15 Cf. Hb 6, 4.
16 Ga 3, 27.
17 Cf. Rm 6, 4.
18 Col 2, 11.
19 Rm 6, 6.
20 Literalmente "que ordenó estas cosas"; el ejemplo debe de referirse a Ex 13, 19.
21 Cf. Rm 14, 14.
22 Rm 14, 20.
23 1Co 6, 9 - 10.
24 1Co 6, 11.
25 Quizá sea mejor leer, con un antiguo traductor latino, ponerías en vez de porneias: "limpios de toda maldad".
26 Sal 2, 9.
27 Sal 2, 7 - 8. 1
28 Sal 2, 9.
29 Sigo la lección de Migne: proteron, en vez del deuteron de Montfaucon.
30 Jr 19, 11.
31 Jr 18, 6.
32 Cf. Si 28, 18.
33 Si 20, 18.
34 Cf. Si 28, 25.
35 Cf. Sal 141, 2 - 3.
36 Si 22, 27.
37 Pr 18, 21.
38 Mt 12, 37.
39 Alusión probable al castigo del rico epulón, cf. Lc 16, 24.
40 Cf. Mt 5, 37.
41 Cf. 2S 11, 2 ss.
42 Hch 10, 34