Padres de la Iglesia

SAN JUAN CRISÓSTOMO

Catequesis 4

"Del mismo: última Catequesis para los que van a ser iluminados" El bautismo como desposorio1
1. Hoy es el último día de la Catequesis, por eso yo, el último de todos, he llegado también al último día, pero al final llego con el anuncio de que el esposo vendrá dentro de dos días. ¡Pero levantaos, encended vuestras lámparas y recibid con luz esplendente al rey de los cielos! 2. Levantaos y velad, porque el esposo no llega a vosotros durante el día, sino a media noche. Y en efecto, ésta es la costumbre del cortejo nupcial: que las esposas sean entregadas a los esposos de anochecida. Pero no os hagáis sin más los sordos al escuchar la voz de que llega el esposo, porque es una voz realmente grande y está llena de bondad: no mandó que la naturaleza de los hombres fuese hacia Él, sino que Él personalmente se vino junto a nosotros, y es que, efectivamente, la ley de las nupcias es ésta: que el esposo venga a la esposa, aunque él sea riquísimo y ella en cambio pobre y despreciada. Sin embargo, nada tiene de extraño que esto se dé entre los hombres. Efectivamente, si en cuestión de mérito la diferencia puede ser mucha, la diferencia de naturaleza, en cambio, es nula: por rico que sea el esposo y por indigente y pobre que sea la esposa, ambos son, con todo, de la misma naturaleza. Pero, tratándose de Cristo y de la Iglesia, la maravilla está en que Él, a pesar de ser Dios y tener aquella dichosa y purísima substancia (¡y sabéis cuánto dista de los hombres!), se dignó bajar a nuestra naturaleza y, dejando su casa paterna, corrió hacia la esposa, no con un mero desplazamiento, sino por la economía de la encarnación. Conocedor, pues, de esto y maravillado del exceso de solicitud y de estima, el mismo bienaventurado Pablo a grandes voces decía: Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer: éste misterio es grande, mas yo lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia 3.

El vestido de la esposa

2. ¿Y qué tiene de admirable el que haya venido a la esposa, cuando ni siquiera se negó a dar su vida por ella? Y sin embargo, ningún esposo pone su vida por su esposa, y es que nadie, ningún enamorado, por loco que esté, se inflama tanto en el amor de su amada, como Dios se desvive por la salvación de nuestras almas: "Aunque tenga que ser escupido -dice- , ser apaleado y subir a la misma cruz, no me negaré a ser crucificado, con tal de acoger a la esposa". Ahora bien, todo esto lo sufrió y lo soportó sin que contara para nada la admiración de su belleza: en efecto, antes de esto 4, nada era más feo y repulsivo que ella. Escucha, pues, cómo describe Pablo su disformidad y su fealdad: Porque también nosotros éramos en otro tiempo necios, rebeldes, extraviados, esclavos de pasiones y placeres diversos, aborrecibles y odiándonos los unos a los otros 5. Unos a otros nos odiábamos (¡tal era la exageración de nuestra maldad!), pero Dios no nos odió a nosotros, que mutuamente nos odiábamos, al contrario, salvó a esos mismos que vivían en tanta fealdad y en tanta disformidad del alma. Cuando vino y encontró a la que iba a ser conducida como esposa desnuda y fea, la envolvió con un manto puro, cuyo resplandor y cuya gloria, ni palabra ni mente alguna podrá representar. ¡Qué estoy diciendo! ¡Él mismo es el manto con que nos cubrió: Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos! 6. David, que vio mucho antes este vestido con ojos proféticos, decía a voz en grito: Está la reina a tu derecha 7. Ser reina la pobre y rechazada, y ponerse de pie junto al rey, todo fue uno, y el profeta presenta a la Iglesia y a Cristo como un esposo con su esposa de pie en el sagrado pórtico: Con vestido recamado en oro envuelta, adornada con variedad 8. Mira, también te señaló el vestido. Luego, para que al oír "de oro" no vengas a dar en las cosas sensibles, de nuevo levanta él tu mente y la conduce hacia la contemplación de las cosas inteligibles, cuando añade lo siguiente: Toda la gloria de la hija del rey está dentro 9. ¿Quieres también ver su calzado? Tampoco éste está cosido con material sensible, ni se compone de cuero común, sino de Evangelio y de paz, pues dice: Y calzad vuestros pies con el aparejo del Evangelio y de la paz 10. ¿Quieres que te muestre también el semblante mismo de la esposa, fulgurante y de una belleza inconcebible, y la gran muchedumbre de ángeles y arcángeles que la rodean? Entonces agarrémonos de la mano de Pablo, el conductor por excelencia de la esposa, el cual podrá introducirnos hasta ella abriéndose paso entre la multitud. ¿Qué nos dice, pues, éste? Maridos, amad a vuestras mujeres como también Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el fin de santificarla purificándola en el baño del agua con su palabra 11. ¿Viste la pureza y esplendor de su cuerpo? ¿Viste su perfecta sazón, más refulgente que los mismos rayos del sol? Luego añade: Para que sea santa e irreprochable, sin mancha ni arruga, ni cosa semejante 12, ¿Viste la flor misma de la juventud, la cumbre misma de la edad? ¿Quieres aprender también su nombre? Fiel se llama, y santa, pues dice: Pablo, apóstol de Cristo Jesús, a los santos y fieles en Cristo Jesús que están en Éfeso 13.

El significado del nombre de fiel

3. Sin embargo, al oír el nombre de la esposa, me acordé de una antigua deuda, y es que os tenía prometido explicaros por qué nos llamamos fieles 14. ¿Por qué razón, pues, nos lo llamamos? A nosotros los fieles se nos han confiado cosas que los ojos de nuestro cuerpo no pueden ver: tan grandes y terribles son, y exceden a nuestra naturaleza. Efectivamente, ni un razonamiento humano podrá hallarlas y ni una palabra humana podrá explicarlas; sin embargo, la sola enseñanza de la fe sabe bien todo eso. Por lo mismo Dios nos hizo dos tipos de ojos: los de la carne y los de la fe. Cuando entres en la sagrada iniciación, los ojos de la carne verán el agua, en cambio los de la fe mirarán al espíritu; aquellos contemplarán el cuerpo inmerso, éstos, en cambio, al hombre viejo sepultado 15; aquellos, la carne lavada, éstos, el alma purificada; aquellos verán el cuerpo que sale de las aguas, y éstos al hombre nuevo 16 y radiante que sube de esta purificación. Y aquellos verán que el sacerdote impone desde arriba su mano derecha tocando la cabeza; éstos, en cambio, contemplarán al gran sumo sacerdote que desde los cielos extiende su invisible mano derecha y toca la cabeza: en realidad no es un hombre el que entonces bautiza, sino el Hijo unigénito de Dios en persona. Y lo que aconteció en la carne del Señor, esto mismo acontece también en la nuestra. Efectivamente, lo mismo que, en apariencia, Juan tenía aquélla agarrada por la cabeza, pero era el Dios Verbo quien realmente la bajaba a la corriente del Jordán y la bautizaba, y era la voz del Padre la que desde arriba decía: Éste es mi Hijo amado 17, así también obraba el Espíritu Santo con su venida. Y lo mismo acontece también en tu carne, pues el bautismo se hace en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y por esta razón Juan decía, al enseñarnos que no nos bautiza un hombre, sino Dios: Detrás de mi llega el que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su sandalia: Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego 18. Y también por la misma razón el sacerdote, al bautizar, no dice: "Yo bautizo a Fulano", sino: Fulano es bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, dando así a entender que no es él quien bautiza, sino el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, cuyos nombres se invocan. Y por idéntica razón también nuestra exposición de hoy se llama fe y no os permitimos pronunciar ninguna otra cosa antes de que digáis: "Creo". Esta palabra es un cimiento inconmovible sobre el que se asienta una edificación inaccesible a las sacudidas 19. Por eso Pablo dice también: Porque es necesario que quien se acerca a Dios crea que existe 20. Y también por esta razón tú, al acercarte a Dios, primero crees, y luego proclamas esta palabra, porque, si no es ésta, ninguna otra podrás decir, ni siquiera pensar. Y por dejar de lado aquella generación inefable y sin testigos, te presentaré a las claras esta generación de aquí abajo, de la que muchos fueron testigos, y por la prueba misma de los hechos te confirmaré la verdad de que, sin la fe, no es posible aceptar ni siquiera ésta. El que es infinito, el que todo lo abarca y domina, vino al útero de una virgen. ¿Cómo, dime, de qué manera? Demostrarlo no es posible, pero, si acudes a la fe, ella te satisfará del todo: las cosas que sobrepasan la debilidad de nuestro razonamiento, menester es, en efecto, confiarlas a la enseñanza de la fe. El modo de esta generación, ni el mismo Mateo que la escribió lo sabe. Dijo, efectivamente, que María se halló haber concebido del Espíritu Santo 21, pero, de qué modo, no lo enseño. Tampoco Gabriel lo sabe, pues también él se limitó a decir lo siguiente: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra 22, pero el cómo y de qué manera, ni él mismo lo sabe.
4. Con todo, el discurso sobre la fe lo dejaremos para el maestro, y en otro momento oportuno nos será también posible hablaros, cuando estén presentes muchos de los no iniciados; pero lo que ahora necesitáis escuchar vosotros solos y que no podemos decir si ellos están mezclados con vosotros, esto es necesario que os lo diga hoy 23.

Renuncia a Satanás y adhesión a Cristo

¿De qué se trata, pues? Mañana, viernes, y a la hora nona, será necesario exigiros que pronunciéis ciertas palabras y que establezcáis pactos con el Señor. Ahora bien, no os he recordado este día y esta hora sin más, sino porque es posible sacar de ello alguna enseñanza del misterio. Y en efecto, el viernes, a la hora nona, entró el bandido en el paraíso, y se deshizo la oscuridad que había durado desde la hora séptima hasta la nona 24, y tanto la luz sensible como la inteligible fue ofrecida entonces como sacrificio por el universo: entonces, efectivamente, dice Cristo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu 25. Entonces este sol sensible, cuando vio al sol de justicia resplandecer desde la cruz, apartó sus rayos. Por tanto, cuando tú también estés a punto de ser introducido en la hora nona, acuérdate también de la grandeza de los resultados y calcula estos dones en ti mismo y en adelante no estarás ya sobre la tierra, sino que te realzarás y con tu alma tocarás los mismos cielos. Naturalmente, es preciso que entonces todos vosotros en común, al ser introducidos (y en efecto, observa también esto: que todo se os da en común a todos vosotros para que ni el rico mire por encima del hombro al pobre, ni el pobre piense que tiene algo inferior al rico, pues en Cristo Jesús no hay varón, ni hembra, ni escita, ni bárbaro, ni judío, ni griego 26, ya que se ha eliminado toda desigualdad, no sólo de edad y de naturaleza, sino también de honor: un solo honor, un solo don, un solo vínculo de fraternidad entre vosotros: la misma gracia), es preciso, digo, que al ser introducidos, todos vosotros en común dobléis la rodilla y no permanezcáis derechos, y con las manos tendidas hacia el cielo, deis gracias a Dios por este don. Las sagradas leyes mandan estar de rodillas, de modo que incluso a través del gesto se pueda confesar la soberanía. Efectivamente, el doblar la rodilla es propio de los que confiesan su esclavitud; escucha, si no, lo que dice Pablo: Ante Él se doblará toda rodilla: de los seres del cielo, de la tierra y de bajo la tierra 27. Pues bien, los que inician en los misterios mandan que, al doblar las rodillas, se digan estas palabras: "¡Renuncio a ti, Satanás!"
5. Las lágrimas se me han saltado ahora mismo, y tengo confusa la mente y sollozo con amargura. ¿Por qué razón me he acordado de aquel sagrado día en que a mí se me juzgó digno de proferir esta venturosa frase, por la cual fui conducido a la terrible y santa iniciación de los misterios? ¿Por qué me acordé de la limpieza de entonces y de todos los pecados que desde aquel día hasta hoy fui acumulando? Pues bien, lo mismo que toda mujer que de la riqueza cae en la más extrema pobreza, cuando ve a otras jóvenes casarse, ser entregadas a maridos ricos, disfrutar de gran estima y acompañarse de servidumbre y ostentación, ella sufre dolor y gran aflicción, no porque envidie los bienes ajenos, sino porque en los éxitos de las demás percibe con más exactitud las propias calamidades, así también yo ahora estoy pasando por algo semejante. Sin embargo, para no ensombrecer todavía más mi discurso, si lo que hago es contaros mis propios males, ¡ea!, volvamos de nuevo a vosotros.
6. "¡Renuncio a ti, Satanás!" ¿Qué ha sucedido? ¿No es extraño y paradójico? Tú, el miedoso y tembleque, ¿te has sublevado contra el tirano? ¿Desprecias su crueldad? ¿De dónde te vino ese atrevimiento? "¡Tengo un arma poderosa!", dice - ¿Qué clase de arma? ¿Qué aliados? - Dime. "Me adhiero a ti, Cristo, dice. Por eso tengo osadía para sublevarme, porque tengo un poderoso refugio. Éste me dio superioridad sobre el diablo: a mí, que ante él temblaba de miedo. Y por esta razón renuncio, no sólo a él, sino también a toda su pompa. Ahora bien, pompa del diablo es toda forma de pecado: los espectáculos de iniquidad, los hipódromos, las reuniones que rebosan de risa y palabras torpes; pompa del diablo son los auspicios y vaticinios, los agüeros y los horóscopos, los presagios, los amuletos y los hechizos. La cruz tiene el poder de un admirable amuleto y del más grande hechizo; dichosa el alma que pronuncia el nombre de Jesucristo crucificado: invoca a éste, y toda enfermedad huirá y toda asechanza satánica te cederá el terreno. Acuérdate, pues, de estas palabras: ellas son los pactos hechos con el esposo. Efectivamente, lo mismo que en las bodas es necesario cumplimentar los documentos referentes a los regalos nupciales y a la dote, así también ocurre ahora antes de las nupcias. Te encontró desnuda, pobre y fea, y no pasó de largo: únicamente necesita de tu consentimiento. Así, pues, tú, en vez de la dote, ofrece estas palabras, que Cristo las tendrá por riqueza inmensa, con tal que tú las cumplas en todo: su riqueza es, efectivamente, la salvación de nuestras almas. Escucha cómo lo dice Pablo: Porque rico es para con todos los que le invocan 28.

La unción con la señal de la cruz

7. Después de estas palabras, después de la renuncia al diablo y después de la adhesión a Cristo, como convertidos ya en familiares suyos y que nada tienen ya de común con el diablo, manda él que inmediatamente sean marcados con el sello. Y te señala con la cruz sobre la frente. Efectivamente, puesto que lo propio es que la fiera aquella, al escuchar tus palabras, se enfurezca más todavía (¡tal es su desvergüenza!) y quiera saltar sobre tu misma cara, al grabar con el crisma en tu rostro la cruz, se calma todo su furor. En adelante no se atreverá ya a mirar de frente a un semblante así, al contrario, en cuanto vea los rayos que de allí emanan, se alejará con los ojos deslumbrados. Ahora bien, la cruz se marca usando el crisma, y este crisma es a la vez aceite y perfume: perfume para la esposa, aceite para el atleta. Y repito: no es un hombre, sino Dios mismo quien te unge valiéndose de la mano del sacerdote; que es así, escúchalo de Pablo, que dice: Y el que nos confirma con vosotros en Cristo, y el que nos ungió, es Dios 29. Ahora bien, en cuanto esta unción haya ungido todos tus miembros, podrás someter sin miedo alguno a la serpiente, y nada malo te pasará.

El bautismo

8. Pues bien, después de esta unción, sólo queda ya bajar a la piscina de las santas aguas. Entonces el sacerdote, despojándote del vestido, él mismo te introduce en la corriente.
¿Por qué desnudo? Te hace recordar tu primera desnudez, cuando estabas en el paraíso y no te avergonzabas, pues dice: Adán y Eva estaban desnudos, y no se avergonzaban 30, hasta que tomaron el manto del pecado, todo él impregnado de vergüenza. Tú, empero, no te avergüences ni siquiera entonces, pues la piscina es mucho mejor que el paraíso: no está allí la serpiente, sino que allí está Cristo que te inicia en los misterios llevándote a la regeneración por el agua y el Espíritu. Tampoco hay allí árboles deliciosos a la vista, pero allí están los carismas espirituales. No está allí el árbol de la ciencia del bien y del mal 31, ni la ley ni los mandamientos, pero sí la gracia y los dones: Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros, pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia 32.
9. Mas, ya que escuchasteis con tanto placer lo que os he dicho, voy a pediros a cambio una sola cosa, la misma que os pedí al principio. Cuando bajéis a la piscina de aquellas aguas, acordaos de mi indignidad 33. Esto mismo os pedí recientemente, cuando os recordé a José, que decía al copero mayor: Acuérdate de mi cuando te vaya bien 34. También yo os dije al principio: "Acordaos de mí cuando os vaya bien". Pero ahora no digo: "Acordaos de mí cuando os vaya bien", sino: "Acordaos de mí, puesto que os ha ido bien". También aquel decía: Acuérdate, porque yo no hice nada malo 35; yo en cambio digo: "Acordaos de mí, porque hice muchos y graves males". Todos vosotros ahora tenéis una gran confianza con el Rey: a vosotros os enviamos como comunes legados en favor de la naturaleza de los hombres. No le lleváis como ofrenda una corona de oro, sino una corona de fe: os recibirá con gran benevolencia. Pedid, pues, por la común madre de todos, para que sea inconmovible e inmune a las sacudidas; también por el sumo sacerdote, gracias a cuyas manos y voz alcanzáis estos bienes. Regatead mucho con Él en favor de los sacerdotes que comparten nuestra sede, y en favor de todo el género humano, de modo que nos perdone, no las deudas de riquezas, sino las de los pecados. Que sean comunes los éxitos: mucha es vuestra confianza con el Señor, y Él os acogerá con un beso.

El beso santo

10. Mas ya que hemos mencionado el beso, quiero también hablaros ahora sobre él. Siempre que estamos a punto de acercarnos a la sagrada mesa, se nos manda besarnos mutuamente y acogernos con el santo saludo. ¿Por qué razón? Puesto que estamos separados por los cuerpos, en aquella ocasión entrelazamos nuestras almas unas con otras mediante el beso, de modo que nuestra reunión sea tal cual lo era aquella de los apóstoles, cuando el corazón y el alma de los fieles eran uno solo 36. Así, efectivamente, es preciso que nos lleguemos a los sagrados misterios: estrechamente unidos los unos con los otros. Escucha lo que dice Cristo: Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, marcha, reconcíliate primero con tu hermano y entonces ven y ofrece tu presente 37. No dijo: "Primero ofrece", sino: "Reconcíliate primero, y entonces ofrece". Por esto mismo nosotros también, con el don delante, primero nos reconciliamos mutuamente, y entonces nos acercamos al sacrificio. Pero hay además otra razón misteriosa de este beso. El Espíritu Santo nos hizo templos de Cristo 38, y así, al besarnos mutuamente en la boca, besamos con ternura los umbrales del templo. Que nadie, pues, haga esto con perversa conciencia, con mente engañosa, porque el beso es santo, pues dice: Saludaos mutuamente con el santo beso 39. Con todo esto presente en la memoria, guardemos en todo momento la adhesión, la renuncia y la confianza con que ahora nos ha agraciado el Señor, y conservémosla sin mancha y pura, para que podamos salir con gran gloria al encuentro del Rey de los cielos y nos consideren dignos de ser arrebatados en la nube y aparecer merecedores del reino de los cielos. Que todos nosotros podamos alcanzarlo por la gracia y bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea dada la gloria por los siglos. Amén.

Notas

1 Publicada también por PAPADOPOULOS (op. cit. pp. 166 - 175), es la pronunciada el Jueves Santo del año 388 (cf. WENGER, Introd. pp. 30 y 34); como en la Catequesis precedente, el título es el atestiguado por el códice de la Biblioteca Sindodal de Moscú n. 129.
2 Probable alusión a la parábola de las diez vírgenes, Mt 25, 1 - 13.
3 Ef 5, 31 - 32.
4 Es decir, antes del desposorio.
5 Tt 3, 3.
6 Ga 3, 27.
7 Cf. Sal 45, 10
8 Ibid.
9 Cf. Sal 45, 14.
10 Ef 6, 15; es alusión clara a Is 52, 7.
11 Ef 5, 25 - 26.
12 Ef 5, 27.
13 Ef 1, 1.
14 Cf. supra, Catequesis 1.
15 Cf. Ef 4, 22; "inmerso" = bautizado.
16 Cf. Ef 4, 24
17 Mt 3, 17.
18 Cf. Jn 1, 27; Lc 3, 16.
19 Así traduzco asáleuton.
20 Hb 11, 6.
21 Mt 1, 18.
22 Lc 1, 35.
23 En tiempos de san Juan Crisóstomo todavía estaba vigente la clara distinción entre bautizados y catecúmenos; estos últimos no eran admitidos a la celebración del misterio eucarístico.
24 Cf. Lc 23, 43 - 44.
25 Lc 23, 46.
26 Cf. Col 3, 11.
27 Cf. Flp 2, 10
28 Rm 10, 12: la repetición de epi pántas probablemente se debe a un error de transcripción, pues la tradición manuscrita no la atestigua; por eso no la traducimos.
29 2Co 1, 21.
30 Gn 2, 25.
31 Cf. Gn 2, 9, que en la versión de los Setenta: xylon tou eidénai gnoston sigue literalmente la expresión he - brea; san Juan Crisóstomo ha omitido el infinitivo sustantivado.
32 Rm 6, 14.
33 Así traduzco eutéleia, título de humildad, corriente ya en esta época.
34 Gn 40, 14; cf. supra, Catequesis II, c. 1.
35 Cf. Gn 40, 15
36 Cf. Hch 4, 32.
37 Mt 5, 23 - 24
38 Cf. 1Co 3, 16; 1Co 6, 19.
39 1Co 16, 20