Padres de la Iglesia
SAN JUAN CRISÓSTOMO
Catequesis 9
"Del mismo1: exhortación a abstenerse de la molicie y de la embriaguez, y a preferir a todo la moderación. También para los nuevos iluminados".
1. Aunque el ayuno haya pasado, queridos, quede sin embargo, la piedad. Aunque haya transcurrido ya el tiempo de la santa Cuaresma, con todo, no nos desprendamos de su recuerdo al menos. Pero que nadie, os lo suplico, lleve a mal esta exhortación. Porque no digo esto para obligaros a ayunar de nuevo, sino porque quiero que aflojéis un poco y que ahora particularmente deis pruebas más rigurosas del verdadero ayuno. Efectivamente, es posible ayunar incluso no ayunando. ¿Y cómo? Os lo diré: cuando tomamos alimentos, pero nos abstenemos de los pecados. Éste es, en efecto, el ayuno provechoso, y él es la razón de ser de la abstinencia de alimentos: para facilitarnos nuestra carrera hacia la virtud.
Por consiguiente, si queremos tener el conveniente cuidado del cuerpo y guardar el alma limpia de pecados, convenzámonos y obremos así.
2. Efectivamente, este modo de ayunar nos será bastante más fácil, porque, durante aquel ayuno - el de la abstención de alimentos, quiero decir - oía yo a muchos afirmar que soportaban penosamente el peso de no comer, disculparse con la debilidad del cuerpo, lamentarse de muchas otras maneras y aseverar que el no lavarse y el beber agua sola acababa con ellos. Pues bien, durante este otro ayuno es imposible pretextar nada semejante. Efectivamente, no sólo es posible gozar de todas esas cosas, sino también procurar al cuerpo el oportuno cuidado y tener por el alma la conveniente solicitud. Por de pronto, ahora no estoy exhortándote a que te abstengas un tiempo de alguna cosa de éstas. Aléjate únicamente del pecado, y da continuamente pruebas de esta abstinencia, y así podrás cumplir el verdadero ayuno en todo el tiempo de tu vida. Efectivamente, el goce moderado de las cosas antes enumeradas no se impide; en cambio, se prohíbe todo pecado. Ahora bien, éste no nace de otra parte que de la molicie, de la glotonería y de la mucha pereza. Por esta razón, os lo suplico, ya que esto lo sabemos cabalmente, no utilicemos injustas disculpas de nuestra desidia.
3. En efecto, lo que muchas veces dije, lo repetiré también ahora: igual que el uso mesurado del comer proporciona gran provecho, tanto a la salud del cuerpo como al estado del alma, así también la desmesura destruye al hombre por ambas partes, ya que la glotonería y la embriaguez debilitan el vigor corporal y arruinan la salud del alma. Así pues, evitemos la desmesura y no seamos negligentes en lo que atañe a nuestra propia salvación, antes bien, sabedores de que ella es raíz de todos los males, cortémosla sin contemplaciones. Efectivamente, como de una fuente, así todas las especies de pecados nacen de la molicie y de la embriaguez, y lo que es la materia combustible para el fuego, eso son la molicie y la embriaguez para la caída en los pecados; y como allí, cuanto más abunda la leña, mayor es la hoguera y más alta sube la llama, así también aquí, al entregarse uno a la molicie y a la embriaguez, hace que se acreciente la hoguera de los pecados.
4. Ciertamente sé que vosotros, inteligentes como sois, después de nuestra exhortación no os vais a permitir el sobrepasar los límites de lo necesario. Pero yo os exhorto ahora, y con razón, a que no os alejéis únicamente de esta embriaguez, sino también de la que se produce sin vino, ya que ésta es aún más grave. Y no os sorprendáis de lo que acabo de decir, porque es posible embriagarse sin vino. Y que sea posible embriagarse sin vino, escucha al profeta cuando dice: ¡Ay de los que os embriagáis, y no de vino! Is 29, 9 2. ¿Qué clase, pues, de embriaguez es ésta, sin vino? Es múltiple y variada. En efecto, producen embriaguez la ira, la vanagloria y el orgullo insensato; y cada una de las fatales pasiones nacidas en nosotros produce también en nosotros una especie de embriaguez y de hartura, y oscurece nuestra razón. Efectivamente, la embriaguez no es otra cosa que extravío de la inteligencia natural, alteración de los razonamientos y pérdida de la conciencia.
5. Por tanto, dime, ¿en qué son menos que los borrachos de vino los que se encolerizan y se emborrachan de furor y dan muestra de tanta inmoderación que se comportan igualmente contra todos, y ni miden las palabras ni saben distinguir las personas? Efectivamente, como los locos y frenéticos se arrojan ellos mismos a los precipicios sin darse cuenta de ello, así también los que se encolerizan y son asaltados por el furor. Y por esta razón un sabio, queriendo mostrar la perdición que es semejante embriaguez, dice: Porque el ímpetu de su pasión lo hará caer 3. ¿Ves cómo en breve sentencia nos hace comprender la demencia de esta pasión fatal?
6. Pero, a su vez, también la vanagloria y la necia soberbia son otras formas de embriaguez, y más graves aún que la misma embriaguez. Efectivamente, quien es presa de estas pasiones pierde, por así decirlo, el criterio incluso de los mismos órganos de los sentidos, y tampoco él está en mejor condición que los locos. Y efectivamente, destrozado cada día por estas pasiones, no se da cuenta de nada hasta que, hundido en el abismo mismo de la maldad, se ve envuelto en males incurables. Rehuyamos, pues, os lo suplico, tanto la embriaguez de vino como el oscurecimiento que nos viene de absurdas pasiones, y escuchemos al común maestro del universo, que nos dice: No os embriaguéis con vino, en el cual está la perdición 4.
7. ¿Ves cómo por medio de esta palabra nos ha puesto en claro que también es posible embriagarse de otras maneras? Porque, si no hubiera otras formas de embriaguez, ¿por qué razón cuando dijo: No os embriaguéis, añadió: con vino? Y mira, a través de lo que añade, su excelsa sabiduría y la exactitud de su enseñanza, pues, cuando hubo dicho: No os embriaguéis con vino, añadió: en el cual está la perdición, poco más o menos como mostrándonos que la inmoderación en él se nos convierte en causa de todos los males. En el cual -dice- está la perdición, esto es, por medio del cual perdemos la riqueza de la virtud.
8. Y para que sepas que esto es lo que nos da a entender, intentaremos esclarecéroslo partiendo de los términos mismos que emplea. Efectivamente, solemos llamar perdidos a aquellos jóvenes que vemos derrochar a lo loco y sin necesidad alguna la hacienda paterna, y que habiendo consumido en breve tiempo toda la riqueza paterna, quedan reducidos a miseria extrema. Así son también los que caen presa de la embriaguez del vino: no saben ya administrar como se debe la riqueza de la mente, sino que, como los jóvenes perdidos, así también ellos, anegados por la embriaguez, tanto si se trata de derrochar palabras como de hablar algo inconveniente y muy pernicioso, todo lo dicen y lo hacen sin escrúpulo, y peor que aquellos perdidos que dilapidaban la fortuna paterna, éstos se precipitan solos en la más extrema pobreza de la virtud, y muchas veces, sin darse de ello cuenta, revelan los secretos de su pensamiento y, después de haber dilapidado las riquezas de su pensamiento, se ven repentinamente desnudos y privados de todo escrúpulo y de toda conciencia. El peligro de la embriaguez.
9. En efecto, el que se embriaga no sabe administrar con discernimiento sus palabras, sino que, como casa abierta por todas partes y fácilmente atacable por cualquier insidioso, así está la mente del tal: abierta de par en par y destrozada por las funestas pasiones. Porque, al fin y al cabo, la embriaguez no es más que traición de los pensamientos, calamidad que hace reír y enfermedad de que se hace burla. La embriaguez es un demonio voluntariamente elegido; la embriaguez es oscurecimiento de los razonamientos; la embriaguez es atizador de las pasiones de la carne. Efectivamente, al que está atormentado por el demonio, muchas veces hasta lo compadecemos; en cambio, con el borracho nos indignamos y airamos, ¿por qué razón? Porque aquello es vejación del demonio, y esto, en cambio, es prueba de mucha despreocupación; aquello es insidia del demonio, mientras esto es insidia de los propios pensamientos.
10. Y para que aprendas que así es realmente, míramelo victima de los mismos males que el endemoniado, y aun peores. Efectivamente, como el endemoniado arroja espuma por la boca, se cae y muchas veces permanece inmóvil sobre el suelo, sin reconocer a los presentes, pero haciendo visajes con los ojos, así también el que se embriaga, después que el exceso de vino ingerido ha devastado su capacidad crítica de los pensamientos, lo mismo que aquél, no sólo arroja espuma por su boca y yace abandonado en peores condiciones que un cadáver, sino que también, muchas veces, arroja por su boca liquido podrido. Y desde ese momento se hace repulsivo para los amigos, insoportable para la mujer, ridículo para los hijos y despreciable para los esclavos, y en una palabra, a los ojos de todos cuantos le ven aparece como tema de indecencias y de risa.
11. ¿Ves cómo estos tales son más miserables que los endemoniados? ¿Y quieres aprender, además de todo eso, cuál es el principal de los males? Porque, después de tener dichas tantas cosas, todavía no he puesto el remate: el que se embriaga se hace extraño al reino de los cielos. Escucha lo que dice el bienaventurado Pablo: No os engañéis, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los invertidos, ni los borrachos, heredarán el reino de los cielos 5. Pero quizá alguien diga: "Entonces, ¿qué? ¿Los idólatras, los adúlteros y los borrachos quedan por igual fuera del Reino?" Querido, esto no quieras saberlo de mí, porque yo he leído la ley tal como es; por tanto, no andes dándole vueltas a eso, esto es, si el borracho paga la misma pena que los otros, sino mira bien esto otro: que también sufre la privación del Reino; ahora bien, una vez puesto fuera de él, ¿qué consuelo podrá ya tener?
12. Y digo esto ahora, no como acusación de los presentes, ¡Dios me libre! Estoy convencido, en efecto de que vosotros estáis limpios de esta pasión, por la gracia de Dios, y la mejor prueba de ello la encuentro en vuestra concurrencia aquí con tanto ardor, y en vuestra diligencia en escuchar esta instrucción espiritual, porque no es posible que esté deseoso de palabras divinas el que no es sobrio ni está vigilante. Os digo esto, sin embargo, porque a través de vosotros quiero también instruir a los demás, y porque quiero que vosotros os hagáis más firmes, de modo que nunca vengáis a ser presos de esta pasión.
13. Y es que los tales podría decirse que son más irracionales que los mismos irracionales. ¿Cómo? Yo os digo: los irracionales, cuando tienen sed, contienen el deseo en los límites de la necesidad, y nunca se permiten sobrepasar la necesidad; los hombres, en cambio, los racionales, no se aplican a calmar la sed, sino a ver de anegarse en vino y agravar así su propio naufragio. Efectivamente, lo mismo que un barco sobrecargado zozobra enseguida, así también el hombre que sobrepasa los límites de la necesidad e impone a su estómago una sobrecarga: rápidamente hunde su mente y envilece la nobleza de su alma.
14. Por eso, queridos, os conviene preocuparos seriamente de corregir al prójimo y arrebatarle a ese oleaje, para que obtengáis un salario mayor, no sólo por lo que toca a vosotros mismos, sino también por la salvación de los demás. Así decía también Pablo: Ninguno busque su propio bien, sino el del otro 6, y de nuevo: Edificaos mutuamente 7. Por consiguiente, no mires sólo que tú estás sano y libre de enfermedad, sino cuida también y preocúpate mucho de que también el que es miembro tuyo se vea libre del daño consiguiente y evite la enfermedad, porque miembros somos los unos de los otros, y si un miembro padece, menester es que todos los miembros a una se conduelan; y si un miembro es glorificado, todos los miembros a una deben congratularse 8.
15. No teníais tanta necesidad de exhortación y de consejo durante el tiempo de la santa Cuaresma como ahora. Entonces, efectivamente, la resolución de ayunar os volvía mesurados, aun sin quererlo. Ahora, en cambio, estoy asustado por el temor a vuestra seguridad y a la despreocupación que de ella se deriva, porque realmente ante nada se siente tan inútil la humana naturaleza como ante la dejadez. Por esta razón el Señor en su bondad, ya desde los mismos comienzos impuso al género humano como una especie de freno, al condenar al hombre al trabajo y al sufrimiento, prueba de su gran preocupación por nuestra salvación.
Los judíos y la dejadez
16. Continuamente, en efecto, necesitamos del freno para caminar en buen orden. De hecho, por ahí les vino a los judíos mismos el atraerse la ira de lo alto. Cuando efectivamente gozaron de gran relajación y estuvieron seguros, después de verse libres de la dura esclavitud de Egipto, lo propio era que intensificaran la acción de gracias, que se dieran con mayor celo a glorificar al Señor, y que fueran muy generosos con quien tan grandes beneficios les había conferido. Pero ellos hicieron lo contrario: su mucha dejadez los pervirtió. Y por esta razón la divina Escritura los acusa cuando dice: Comió Jacob y se hinchó; engordó y engrosó el amado, y coceó 9.
17. Efectivamente, después de tantas maravillas y de aquellos inimaginables milagros - la travesía del mar, el desastre de los egipcios y el nuevo y extraño alimento del maná - y aunque todavía les habitaba la memoria de los beneficios, tan pronto como se encontraron en medio de fuerte relajación, echaron en completo olvido aquello, se fabricaron un becerro y lo adoraron diciendo: Israel, estos son tus dioses, los que te sacaron de la tierra de Egipto 10. ¡Qué ingratitud! ¡Qué tremenda falta de sensibilidad! Porque tal fue siempre su costumbre: en cuanto se toman algún relajamiento, se dejan llevar al precipicio y se olvidan de su bienhechor, pero, en cuanto se sienten un poco apretados, entonces pliegan velas y se humillan. Por esto también el bienaventurado David, para ilustrar esto, decía: Si los mataba, entonces le buscaban 11.
18. Sólo que ésta es la costumbre de los servidores ingratos y de los insensibles judíos.
Nosotros, en cambio, os lo suplico, revolviendo continuamente en nuestras mentes los dones de Dios y recordando la magnitud y el número de sus beneficios, seamos generosamente agradecidos, reconozcamos en todo instante en Él la causa de nuestro bien, demostremos una conducta digna de sus beneficios y, en fin, cada día empeñemos nuestro esfuerzo en la salud de nuestra propia alma. Y muy particularmente vosotros, los que recientemente fuisteis considerados dignos de la iniciación en los misterios; los que os habéis quitado de encima la carga de los pecados; los que os habéis revestido la túnica esplendente. ¡Y qué digo la túnica esplendente! ¡Los que os habéis revestido de Cristo mismo y habéis recibido como morador en vosotros al Señor de todas las cosas! Vosotros, pues, dad pruebas de una conducta digna de ese huésped, para que os atraigáis mayor gracia de lo alto y os apliquéis ardientemente a ser imitadores del que primero fue perseguidor, pero después apóstol.
Pablo y Simón Mago
19. Éste, cuando fue bautizado e iluminado con la luz de la verdad, inmediatamente se hizo así de grande, pero aun se hizo mucho más grande según fue pasando el tiempo. Efectivamente, después que él hubo contribuido con cuanto de él dependía: el celo, el ardor, la decisión generosa, el fervoroso deseo y el desprecio de los presentes, en adelante iban fluyendo sobre él con gran abundancia los dones de la gracia de Dios. Y el que antes de esto había dado pruebas de un furor incontenible, que había corrido por todas partes, y por todos los medios había guerreado contra la causa de la piedad, en cuanto conoció el camino de la verdad, se puso a confundir a los ingratos judíos, y fue descolgado en un serón por una ventana 12 para que pudiera escapar a la crueldad de los furiosos judíos. ¿Viste el repentino cambio? ¿Ves cómo la gracia del Espíritu Santo transformó su alma, cómo cambió su voluntad y cómo, al igual que un fuego que se abate sobre los espinos, así también entró en él la gracia del Espíritu, consumió las espinas de sus pecados y le tornó más resistente que el diamante?
20. Imitadle a él vosotros también, os lo suplico, y no solamente podréis ser llamados "nuevos iluminados" para dos, tres, diez e incluso veinte días, sino que también mereceréis este apelativo después de transcurridos diez, veinte o treinta años y, por así decirlo, durante toda vuestra vida. Efectivamente, si por medio de la práctica de las buenas obras nos esforzamos por hacer más resplandeciente la luz que hay en nosotros, quiero decir, la gracia del Espíritu, de modo que nunca la dejemos extinguirse, gozaremos de ese nombre a lo largo de todo el tiempo. Porque, lo mismo que es posible que el que ayuna, vela y demuestra una conducta digna sea perpetuamente un "nuevo iluminado", así también, a su vez, es posible volverse indigno de este nombre con un solo día de negligencia.
21. Así el bienaventurado Pablo, puesto que por la gracia subsiguiente se atrajo un mayor apoyo de lo alto, permanecía constantemente en este resplandor y volvía más refulgente en él la luz de la virtud. En cambio, el Simón Mago aquel, después que, arrepentido, corrió hacia el don del bautismo y gozó de la gracia y de la generosidad del Señor, pero no contribuyó con una disposición digna, sino que demostró una gran negligencia, de repente se quedó privado de gracia tan grande, hasta el punto de recibir del primero de los apóstoles un consejo: curar por el arrepentimiento la enormidad de la falta; le dice, efectivamente: Arrepiéntete, pues, de esta maldad tuya, por si te es perdonado este pensamiento de tu corazón 13.
22. Pero no quiera Dios que alguien de los aquí reunidos se exponga alguna vez a algo parecido, al contrario, ojalá, a ejemplo del bienaventurado Pablo todos vosotros acrecentéis tanto vuestra virtud que merezcáis más abundante generosidad por parte del Señor. Efectivamente, querido, no son cosas de poca monta aquellas de las que se nos ha considerado dignos: la grandeza de lo que se nos ha dado sobrepasa toda humana inteligencia y vence a nuestro razonamiento. Considera, por favor, qué cargo tan importante se te ha confiado, efectivamente, y cuál es la dignidad que has recibido del rey del universo. Porque tú, el que antes eras esclavo, el cautivo, el fracasado, súbitamente has sido elevado a la categoría de hijo. Por consiguiente, no te descuides ni dejes que te arrebaten esta tu dignidad, ni que te priven de esta tu riqueza espiritual, porque, si tú no quieres, nadie podrá nunca arrebatarte los dones que Dios te ha dado.
23. Esto no es posible, sin embargo, en las cosas humanas. Efectivamente, cuando uno obtiene de un rey de la tierra una dignidad, el que le sea arrebatada no está en su propia decisión, sino que el mismo que proporciona el cargo es también dueño de retirarlo, y así, cuando él quiere, despoja de la dignidad al que la recibió, le reduce repentinamente a simple particular y le separa del mando. Totalmente contrario es lo que ocurre con nuestro Rey: la dignidad que por su bondad nos fue dada una vez por todas - quiero decir la adopción filial, la santificación y la gracia del Espíritu - , si nosotros no somos unos descuidados, a nadie de nosotros podrá nunca serle arrebatada. ¡Y qué digo arrebatar! ¡Cuando Él nos vea responder generosamente de lo que ya nos ha dado, añadirá todavía más y así con su generosidad aumentará una vez más los dones que de Él vienen!
Necesidad y posibilidad de continua conversión de los bautizados
24. Conscientes, pues, de que, después de la gracia de Dios, todo depende de nosotros y de nuestra diligencia, respondamos generosamente de lo que ya se nos ha dado, para hacernos dignos de dones aún mayores. Por eso os exhorto: vosotros, los que habéis sido recientemente considerados dignos del don divino, demostrad una gran circunspección, y conservad puro y sin mancha el vestido espiritual que se os ha entregado; nosotros, los que recibimos hace tiempo este don, demostremos un buen cambio de vida. Porque hay, sí, hay un regreso, si queremos, y es posible volver de nuevo a la antigua belleza y al prístino esplendor, con tal, únicamente, que nosotros contribuyamos con nuestra parte.
25. Efectivamente, en lo que atañe a la belleza corporal, es imposible que vuelva de nuevo a su mejor momento el semblante que, una vez por todas, se ha afeado, y que, por vejez, por enfermedad o por cualquier otra circunstancia corporal, ha perdido su antigua belleza. Es, en efecto, un accidente de la naturaleza, y por esta razón es imposible regresar al esplendor de la belleza primera. En cambio, respecto del alma, si nosotros queremos, sí que es posible, gracias a la inefable bondad de Dios, y así el alma que una vez se manchó y por la muchedumbre de los pecados se afeó y envileció, puede rápidamente regresar a su primera belleza, con tal que nosotros demostremos una intensa y rigurosa conversión.
26. Ahora bien, esto lo digo para mí mismo y para los que fueron dignos del bautismo ya antes. Vosotros, sin embargo, los nuevos soldados de Cristo, hacedme caso y empeñaos por todos los medios en conservar puro vuestro vestido. En efecto, mucho mejor es tener ahora el cuidado y la preocupación de su brillo, de modo que podáis permanecer continuamente en la pureza y no cojáis mancha alguna, que, por haberos descuidado, llorar después y golpearos el pecho para poder limpiaros la mancha sobrevenida. No paséis lo que pasamos nosotros 14, os lo suplico, antes bien, que la negligencia de los que os precedimos os sirva de escarmiento a vosotros.
27. Y como soldados espirituales, nobles y vigilantes, limpiaos cada día vuestras armas espirituales, para que el enemigo, al ver el fulgor de las armas, se aleje y no piense que puede acercarse. Efectivamente, cuando vea, no sólo que brillan las armas, sino también que vosotros estáis bien protegidos por todas partes y que el tesoro de vuestra mente está bien asegurado con todo rigor, como una casa, él se ocultará y se marchará, sabedor de que nada más logrará, aunque intente el asalto miles de veces. Porque puede ser desvergonzado y atrevido en alto grado y más cruel que una fiera, pero, cuando ve al completo vuestra armadura espiritual y la fuerza que el Espíritu os ha dado, percibe con mayor exactitud su propia debilidad, y se retira con gran vergüenza y con gran desprecio de sí mismo, porque sabe que intenta lo imposible.
28. Por consiguiente, os lo suplico, vivamos todos sobriamente: los que fuimos antes considerados dignos de este don, para que podamos regresar a la primera belleza y purificarnos de la mancha sobrevenida, y los que acabáis de gustar la generosidad del rey demostrad vigilancia y gran firmeza, de modo que podáis permanecer en continua pureza y no recibáis la más leve mancha o arruga 15 por insidia del diablo; al contrario, como si éste se presentase, se colocara cerca y disparase los dardos de la maldad, nosotros fortifiquémonos bien por todos los flancos y resistámosle con mucha diligencia y con gran preocupación por nuestra propia salvación, para que podamos evitar las insidias de aquél, y por nuestra fidelidad nos atraigamos el auxilio de lo alto, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, con el cual se dé al Padre, junto con el Espíritu Santo, la gloria, la fuerza, el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
1 Esta Catequesis probablemente se pronunció el martes de Pascua del año 390, al día siguiente de la anterior (cf. nota I de la Catequesis octava).
2 Cf. Is 29, 9
3 Si 1, 22 (Vulg. 28)
4 Ef 5, 18
5 1Co 6, 9 - 10.
6 1Co 10, 24.
7 1Ts 5, 1 1.
8 1Co 12, 25 - 26.
9 Dt 32, 15.
10 Cf. Ex 32, 4.
11 Sal 78, 34.
12 Cf. 2Co 11, 33; Hch 9, 22 - 25
13 Cf. Hch 8, 22.
14 Utiliza el plural de inclusión: él es uno más de los que recibieron el bautismo pero descuidaron la gracia.
15 Cf. Ef 5, 27