Antología de Textos

ENVIDIA

1. Jesús reasumió la exigencia del Levítico respecto al prójimo (Lv 19, 18), y la elevó a una altura hasta entonces insospechada: este mandamiento es semejante al amor a Dios (Mt 22, 39). Además hizo de él un precepto universal: al mismo enemigo se le debe socorrer eficazmente, a semejanza del Padre celestial que hace salir e] sol para los buenos y para los malos. La caridad exige el ayudar mutuamente, perseverar en el amor fraterno, estar llenos de afecto los unos para con los otros (Ga 6, 2; Rm 12, 10; Hb 13, 1). Este precepto encierra todos los demás que conciernen al prójimo (Rm 13, 9). El amor fraterno es un verdadero servicio que debemos prestar continuamente a los demás (Ga 5, 13) y constituye el vínculo de la perfección (Col 3, 14).
San Juan nos dice que es un mandamiento nuevo, el mandamiento de Cristo, puesto que es el distintivo de sus discípulos (Jn 13, 34-35). Viviendo la caridad nos asemejamos a Dios, que es amor (1Jn 4, 8-16). Debemos amar con hechos, no con palabras (1Jn 3, 18), ir hasta el sacrificio de nuestros bienes y aun de la propia vida, si es necesario (Jn 3, 17), ya que Cristo nos dio ejemplo (Jn 15, 13). Es, además, el signo sensible de nuestro amor a Dios, porque el que no ama a su hermano al que ve, no puede amar a Dios, al que no ve (1Jn 4, 20). Este amor es, por otra parte, signo de vida: sin amor se permanece en la muerte (1Jn 3, 14).

2. San Pablo nos indica en la Carta a los Corintios algunas cualidades esenciales de la caridad (1Co 13, 4 s): La caridad es longánime, es benigna; no es envidiosa...
La caridad no es envidiosa. La envidia consiste en una tristeza ante el bien del prójimo, considerado como mal propio, o en cuanto se piensa que disminuye la propia excelencia, felicidad, bienestar o prestigio (cfr. Suma Teológica, 2-2, q. 36, a. 1). La caridad se alegra del bien de los demás, la envidia se entristece.
Es un pecado capital contra la caridad, origen de otros muchos contra esta virtud. El más grave es el odio; se comienza envidiando bienes ajenos y, si no se le pone freno, se acaba odiando. Se opone directamente a uno de los frutos de la caridad, que es la alegría noble ante el bien de los demás. Con frecuencia corrompe la amistad. Es quizá uno de los motivos más frecuentes por los que rompen entre sí buenos amigos. Santo Tomás llama a la envidia madre del odio (2-2, q. 34, a. 6). Mientras el amor une y origina una serie de actitudes virtuosas hacia los demás, como la benevolencia, la ayuda, la comprensión, la amistad, etc., el odio es un rompimiento de la unidad con el prójimo, y origina a su vez otros pecados contra la caridad: la maledicencia del prójimo, el deseo de su muerte o de cualquier otro mal. Generalmente nace (como la cólera) de ofensas y perjuicios, reales o imaginarios, sufridos; de igual modo, el amor procede con frecuencia de la gratitud por los favores recibidos.
El propio Santo Tomás señala a la envidia otras cuatro hijas: la murmuración, la detracción, el gozo en lo adverso y la aflicción en lo próspero (ibídem).
También la envidia da lugar con frecuencia al resentimiento: el envidioso trata de compensar el menosprecio que se imagina le causan los éxitos ajenos, denigrando y rebajando los méritos del envidiado ante los ojos propios o ajenos. Para ello le atribuye debilidades, faltas e incluso pecados. Si descubre algún pecado real tenderá a propagarlo, aumentándolo. Si no puede negar la evidente superioridad del envidiado, tratará de empequeñecerlo y quitarle méritos e importancia.
Quienes desean un honor desordenado, ansiosos de consideración y alabanzas, y los pusilánimes, son los que con más frecuencia caen en este vicio y pecado (2-2, q. 36, a. 1 ad 3).
La envidia nace generalmente de la soberbia (Ibíd., a. 4 ad 1) y suele darse entre personas de la misma condición social, intelectual, etc.; pocas veces entre los de condición muy desigual (ibid., a. 1 ad2 y ad3).

3. La envidia hace verdaderos estragos entre los hombres. Es como el cáncer silencioso que corroe la convivencia y la paz. Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad (St 3, 16). Se exterioriza en el disgusto por el éxito ajeno: Irritó- se mucho Saúl, y le disgustó el suceso, pues decía: "Dan miríadas a David y a mí millares: solo le falta ser rey". Y desde aquel día en adelante miraba Saúl a David con ojos de envidia (1S 18, 8-9). Es madre y fuente de odio, como el que profesaron a José sus hermanos (cfr. Gn 37, 4). Lleva incluso al crimen más cobarde, como el de Caín.
Por envidia decían los fariseos de Juan el Bautista que tenía un demonio, y de Jesús que era comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores. Por envidia se mata a Jesús, pues Pilato sabía que le habían entregado por envidia (Mt 27, 18). Y por envidia se rechaza el anuncio de los Apóstoles: Los judíos, al ver a la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con blasfemias a cuanto Pablo decía (Hch 13, 45).

4. Para luchar contra este vicio (que se esconde a la hora del examen superficial) hemos de pedir al Señor y ejercitarnos en obras de caridad con esas mismas personas, apreciando los verdaderos valores. El Señor recompensa esta actitud ante los demás. Sentir envidia es también un síntoma de la necesidad de ejercitarnos en el desprendimiento de los bienes y luchar más, con la gracia, para crecer en humildad, en no querer ostentar ni lucir.
También puede ayudar la consideración de que, al envidiar, los primeros (y, con frecuencia. únicos) perjudicados somos nosotros. El corazón se empobrece, pierde cierta capacidad de amar, por algo que no vale la pena.

Citas de la Sagrada Escritura

Porque sois todavía carnales. Sí, pues hay entre vosotros envidia y discordia. ¿No prueba esto que sois carnales y vivís a lo humano? 1Co 3, 3
Mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen. Sb 2, 24
Es malo el de ojos envidiosos, el que vuelve el rostro y desprecia a las personas. Si 14, 8
No comas con el envidioso ni codicies sus manjares. Pr 23, 6
No te goces en la caída de tu enemigo, no se alegre tu corazón al verle resbalar. No lo vea Dios y le desagrade. Pr 24, 17
despojaos, pues, de toda maldad y de todo engaño, de hipocresía, envidias y maledicencias. 1P 2, 1
No seamos codiciosos de la gloria vana, provocándonos y envidiándonos unos a otros. Ga 5, 26
No iré con el que de envidia se consume, porque la envidia no tiene nada que ver con la sabiduría. Sb 6, 23
El que insulta al pobre insulta a su Hacedor, y el que se goza del mal ajeno no quedará impune. Pr 17, 5
Porque donde hay envidias y rencillas, allí hay desorden y toda clase de vilezas. St 3, 16
Corazón apacible es vida del cuerpo, y la envidia es la caries de los huesos. Pr 14, 30
Si alguno enseña de otra manera [...], es un soberbio que nada sabe, sino que más bien enloquece sobre cuestiones y disputa de palabras; de donde se originan envidias, contiendas, blasfemias [...]. 1Tm 6, 3-4
Bien manifiestas son las obras de la carne, las cuales son adulterio, fornicación, deshonestidad, lujuria, culto de ídolos, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, enojos, riñas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, embriagueces, glotonerías y cosas semejantes [...]: los que tales cosas hacen no alcanzarán el reino de Dios. Ga 5, 19-21
También nosotros éramos en algún tiempo insensatos, incrédulos, extraviados, esclavos de infinitas pasiones y deleites, llenos de malignidad y de envidia, aborrecibles y aborreciéndonos los unos a los otros. Tt 3, 3
Como no quisieron reconocer a Dios, Dios los entregó a un réprobo sentido [...], quedando atestados de toda suerte de iniquidad [...]; llenos de envidia, homicidas, pendencieros, fraudulentos [...]. Los cuales no echaron de ver que los que hacen tales cosas son dignos de muerte; y no solo los que las hacen, sino también los que aprueban a los que las hacen. Rm 1, 28-32
Pilato sabia que le habían entregado a Jesús por envidia: Mt 27, 18
Al insensato le mata el enojo, y al necio la cólera. Jb 5, 2
Corazón apacible es vida del cuerpo, y la envidia es la caries de los huesos. Pr 14, 30
Esos sueños (los de José) y las cosas que él contaba fueron causa de que (sus hermanos) le tuviesen más envidia y más odio. Gn 37, 8
Todo trabajo y todo cuanto de bueno se hace mueve la envidia del hombre contra su prójimo. Qo 4, 4

Tristeza ante el bien del prójimo

1955 Es la envidia un pesar, un resentimiento de la felicidad y prosperidad del prójimo. de aquí que nunca falte al envidioso ni tristeza, ni molestia. ¿Está fértil el campo del prójimo? ¿Su casa abunda en comodidades de vida? ¿No le faltan ni los esparcimientos del alma? Pues todas estas cosas son alimento de la enfermedad y aumento de dolor para el envidioso. de aquí que éste no se diferencia del hombre desarmado, que por todos es herido (San Basilio, Hom. sobre la envidia).

1956 Cuanto más se engrandece el prójimo por la sumisión de la humildad o por la paciencia o por la munificencia, más herido se siente el envidioso con los aguijones de la pasión. Lo que él quisiera es la ruina de su hermano, su muerte, nada más (Casiano, Colaciones, 17, 17).

1957 Los pecados capitales están unidos por tan estrecho parentesco, que uno se origina de otro. El descendiente principal de la soberbia es la vanagloria, que, al corromper el alma de la que se ha apoderado, engendra enseguida la envidia; porque, deseando la gloria de un vano hombre, se entristece porque otro la puede alcanzar (San Gregorio Magno, Moralia, 31, 45).

1958 De la envidia nace el odio (Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 34, a. 6).

1959 La envidia es el más feroz descendiente del odio. Pues los beneficios vuelven dóciles y mansos a aquellos a quienes, por otra parte, hemos ofendido; pero los beneficios que se otorgan y dan al envidioso y maligno, le irritan más aún (San Basilio, Hom. sobre la envidia).

1960 de la envidia nacen el odio, la murmuración, la detracción, la alegría en la adversidad del prójimo y la aflicción en la prosperidad (San Gregorio Magno, Moralia, 31, 45).

1961 La envidia se opone a la misericordia y a la caridad (Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 36, a. 3).

1962 Huyamos, pues, hermanos, de esta terrible enfermedad, que nos impulsa a hacer guerra a Dios, que es la madre del homicidio, la ruina y trastorno de la naturaleza, el olvido de los vínculos de familia y la molestia más absurda. Si nada grave te ha acontecido, ¿por qué te afliges? ¿Por qué haces la guerra al que disfruta de algunos bienes y no amenaza a los tuyos? (San Basilio, Hom. sobre la envidia).

1963 ¿No ves cuán grande es el pecado de hipocresía? Pues ésta es fruto de la envidia. Porque la envidia es la que principalmente produce en los hombres la doblez, puesto que, sintiendo odio en su interior, manifiestan cierto exterior que revela un tinte o especie de caridad; como los escollos ocultos en el mar que, encubiertos bajo muy poca agua, causan a los incautos un mal imprevisto (San Basilio, Hom. sobre la envidia).

1964 La polilla que roe poco a poco los vestidos es la envidia, que destruye el celo, el fruto bueno, y rompe el lazo de la unidad (Santo Tomás, en Catena Aurea, vol. VI, p. 98).

La envidia, "enfermedad grave de la amistad"

1965 El envidioso sacia su alma atormentada con la pena por la felicidad ajena (San Gregorio Magno, Moralia, 5, 46).

1966 Así nos lo dice Salomón: "El hombre es envidiado por su propio compañero" (Si 4, 4). Y así sucede en verdad. El escita no envidia al egipcio, sino cada uno al de su misma nación; y entre los habitantes de una misma nación no existe envidia entre los que no se conocen, sino entre los muy familiares; y entre éstos, a los primeros que se envidia es a los vecinos y a los que ejercen el mismo arte o profesión, o con quienes se está unido por algún parentesco; y aun entre estos últimos, a los de la misma edad, a los consanguíneos y a los hermanos. Y, en suma, así como el tizón es una epidemia propia del trigo, así también la envidia es la plaga de la amistad (San Basilio, Hom. sobre la envidia, ).

Fealdad y malicia de la envidia

1967 No obstante, quiero que lo sepáis, la enfermedad de la envidia es de más difícil curación que los otros vicios (Casiano, Colaciones, 18, 17).

1968 Así como los buitres, que pasan volando por muchos prados y lugares amenos y olorosos sin que hagan aprecio de su belleza, son arrastrados por el olor de cosas hediondas; así como las moscas, que no haciendo caso de las partes sanas van a buscar las úlceras; así también los envidiosos no miran ni se fijan en el esplendor de la vida, ni en la grandeza de las obras buenas, sino en lo podrido y corrompido; y si notan alguna falta de alguno (como sucede en la mayor parte de las cosas humanas) la divulgan, y quieren que los hombres sean conocidos por sus faltas (San Basilio, Hom. sobre la envidia).

1969 Quien se abandona a la envidia demuestra su pequeñez (Casiano, Instituciones, 5, 22).

Es difícil de curar

1970 Puede ocultarse el veneno de la envidia, pero es difícil hacerlo desaparecer (San Beda, en Catena Aurea, vol. VI, p. 388).

1971 Los perros se hacen dóciles con el alimento que se les da, y los leones, cuando se los cura, se hacen tratables: pero los envidiosos se hacen más insufribles y más ofensivos con los obsequios y beneficios (San Basilio, Hom. sobre la envidia).

1972 El envidioso ni halla médico para su enfermedad ni puede encontrar medicina alguna que le libre de este mal, por más que las Santas Escrituras estén llenas de semejantes remedios. El único alivio que espera es el ver caer a alguno de aquellos a quienes envidia (San Basilio Hom. sobre la envidia).

El envidioso se hace daño sobre todo a sí mismo

1973 Así como el dardo arrojado con gran fuerza, cuando choca en una parte dura y resistente se vuelve contra el que le arrojó, así también los movimientos de la envidia, sin que perjudiquen al envidiado, se convierten en heridas para el envidioso. Porque, ¿quién por angustiarse y afligirse disminuyó los bienes del prójimo? Antes bien, el que se entristece por el bien de los demás, a si mismo es a quien asesina (San Basilio, Hom. sobre la envidia).

1974 No nace en el corazón del hombre vicio más pernicioso que el de la envidia, la cual, sin dañar a los extraños, es ante todo un mal, y mal interior para el que la tiene. Porque así como el orín roe y destruye al hierro, así también la envidia roe y consume al alma a quien infesta. Y así como dicen que las víboras nacen desgarrando el vientre materno, así también la envidia suele devorar el alma que la fomenta (San Basilio, Hom. sobre la envidia).

1975 Los envidiosos llevan retratado en su cara el mal de que adolecen. Sus ojos son áridos y sombríos, los párpados caídos, contraídas las cejas, el ánimo inquieto por torvo afecto y faltos de un juicio recto para apreciar la verdad (San Basilio, Hom. sobre la envidia).