Antología de Textos

IRA

1. La ira es justa y santa cuando se guardan los derechos de otros, de modo especial la soberanía y la santidad de Dios. Así nos lo muestra con frecuencia la Sagrada Escritura. Es el caso de David (2S 12, 5), de Nehemías (Ne 5, 6), de Moisés (Ex 16, 20), de Elías (2R 13, 19), etc. En ocasiones, también vemos al Señor santamente airado frente a los fariseos y no prescinde de la violencia física para arrojar a los mercaderes del templo (Jn 2, 13-17).
Otra es la actitud del injustamente airado. La ira es un pecado capital del que se derivan otros muchos pecados, especialmente contra la caridad y la justicia. Este pecado tiene sus grado que van desde la impaciencia y el mal humor hasta el furor y el odio, pasando por la irritación y la violencia.
La Sagrada Escritura nos dice que la ira lleva a la injusticia (Pr 14, 17; 29, 22) y acarrea desgracia: mina la salud, impide la misericordia divina y atrae e] juicio de Dios (Pr 27, 4; Ex 28, 3-5; Ex 30, 24). El sabio es longánime; el iracundo, un necio (Pr 14, 29; 15, 18; 16, 32; 14, 17. 29).
El Señor nos previene del arbitrario enojo contra los hombres, pues ello equivale al homicidio (Mt 5, 22), y la ira conduce a dichos y hechos que no pueden ser justos delante de Dios.
San Pablo nos enseña que la ira produce un daño grave (Col 3, 8; Ef 4, 31); la caridad no se irrita (1Co 13, 5). El colérico atenta contra los derechos de Dios (Rm 12, 19), da lugar al diablo, porque el pecado acecha a las puertas del iracundo (Ef 4, 26 s). A la ira sigue el juicio de Dios (Col 3, 8; Ap 11, 18). Por eso, el cristiano no ha de irritarse ni provocar a otros a ira (Ef 6, 4). El que está cerca de Dios ha de dominar esta pasión (1Tm 2, 8; Tt 1, 7).

2. La ira está estrechamente relacionada con la soberbia.
Las dificultades son siempre para el soberbio un mal, porque ante ellas se siente postergado. La soberbia responde entonces mediante la ira, que surge cuando se pretende rechazar a un agresor injusto con procedimientos desproporcionados, o bien cuando se reacciona airadamente sin tener que rechazar a ningún agresor. Para que la reacción sea proporcionada debe ser justa por el objeto, moderada en cuanto al ejercicio y caritativa en la intención.
La ira, según S. Gregorio Magno (Moralia, 4), es un gran obstáculo para el adelantamiento espiritual porque hace perder la prudencia, la amabilidad, el espíritu de justicia y el recogimiento interior.

3. Para poner remedio a este pecado capital, origen de otros muchos, es necesario: reflexionar antes de obrar; despertar la afabilidad y la serenidad rechazando el fanatismo o cualquier forma de apasionamiento desordenado, sin dialogar con él; olvidar las injurias; rechazar sospechas, celotipias y, en general, toda forma de pesimismo y amargura; y, sobre todo, pedirlo en la oración. Cuando la ira haya desencadenado el odio se recomienda acudir a la mansedumbre, recordando el ejemplo de Jesucristo que llamó "amigo" a Judas y nos enseñó a pedir a Dios que nos perdone "así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Al luchar contra la ira aumenta la virtud de la paciencia, mediante la que afrontamos con fortaleza las dificultades.

Citas de la Sagrada Escritura

El que se venga será víctima de la venganza del Señor, que le pedirá exacta cuenta de sus pecados. Si 28, 1
¿Guarda el hombre rencor contra el hombre, e irá a pedir al Señor curación? ¿No tiene misericordia de su semejante, y va a suplicar por sus pecados? Siendo carne, guarda rencor. ¿Quién va a tener piedad de sus delitos? Acuérdate de tus postrimerías y no tengas odio. Si 28, 3 -6
Aléjate de contiendas y aminorarás los pecados. Porque el hombre iracundo enciende las contiendas. El hombre pecador siembra la turbación entre amigos y en medio de los que en paz están arroja la calumnia. Si 28, 10-11
A tenor del combustible se enciende y se alimenta el fuego, y según el poder del hombre así es su ira; según su riqueza crece su cólera, y se enciende según la violencia de la disputa. Pendencia súbita alumbra el fuego, y riña apresurada hace correr la sangre. Si soplas sobre brasas, las enciendes, y si escupes sobre ellas, las apagas; y ambas cosas proceden de tu boca. Si 28, 12-14
Toda amargura, ira y enojo y gritería [...] destiérrese de vosotros. Ef 4, 31
Sea todo hombre refrenado en la ira, porque la ira del hombre no se compadece con la justicia de Dios. St 1, 19-20
Si os enojáis no queráis pecar, no sea que se os ponga el sol estando airados. Ef 4, 26
El que aborrece a su hermano en tinieblas está y en tinieblas anda, porque las tinieblas le han cegado los ojos. 1Jn 2, 11
Quienquiera que tome ojeriza contra su hermano, merecerá que el juez le condene. Mt 5, 22
Si al tiempo de presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja allí mismo tu ofrenda [...] y ve primero a reconciliarte con tu hermano. Mt 5, 23-24
Si alguno dice: Yo amo a Dios, al paso que odia a su hermano, es un mentiroso. 1Jn 4, 20
Con doblez esconde su rencor, pero su malicia se descubrirá ante los demás. Pr 26, 26
Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda a oscuras sin saber a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus hojos. 1Jn 2, 11
No odies en tu corazón a tu hermano, pero repréndele para no cegarte tú por él con un pecado. Lv 19, 17

La ira y el odio

3062 La ira es un movimiento que impulsa a venganza de las injurias recibidas (Santo Tomás, Sobre los mandamientos, 1. c., p. 264).

3063 En comparación del odio, la ira no es más que una mota de paja, pero si la fomentas llegará a viga. Si la desarraigas y la arrojas no es nada (San Agustín, Sermón 211 de fraterna concordia).

3064 Hay que guardarse de que la ira pase al corazón, cosa que ocurre cuando se transforma en odio. La diferencia entre la ira y el odio reside en que la primera es repentina y el segundo es sostenido (Santo Tomás, Sobre los mandamientos, 1. e., p. 265).

Violencia y odio

3065 La violencia que está destruyendo el tejido social de la nación italiana no es casual: parte de un programa preciso, nace del espíritu del odio. Aquí está la matriz de la violencia; sólo aquí. Es necesario no dejarse engañar por otras motivaciones. He aquí por qué es muy necesario, por parte de los cristianos, saber discernir este espíritu, comprender su perversión intrínseca (cfr. 1Jn 3, 15), y no dejarse contaminar por él, para librarse con vigor de su espiral y no dejarse engañar por sus sugestiones. Sed, en cambio, apóstoles perspicaces y generosos del amor (Juan Pablo II, Aloc. 23-III-1980).

La ira deja sin luz el corazón

3066 Quien lleva en sus ojos la viga de la indignación, ¿podrá observar serenamente la paja del ojo de su hermano? (Casiano, Instituciones, 8, 5).

3067 Sea cual fuere la causa de esa efervescencia que radica en la cólera, la verdad es que ciega los ojos del corazón (Casiano, Instituciones, 8, 6).

3068 No olvidemos que cuando estamos irritados perdemos por completo la libertad de ponernos en oración y ofrecer nuestras plegarias al Señor (Casiano, Instituciones, 8, 22).

Consecuencias de la ira

3069 (La ira) normalmente provoca la injuria (Santo Tomás, Suma Teológica, 2-2, q. 72, a. 4).

3070 Tu mal carácter, tus exabruptos, tus modales poco amables, tus actitudes carentes de afabilidad, tu rigidez (¡tan poco cristiana!), son la causa de que te encuentres solo, en la soledad del egoísta, del amargado, del eterno descontento, del resentido, y son también la causa de que a tu alrededor, en vez de amor, haya indiferencia, frialdad, resentimiento y desconfianza.
Es necesario que con tu buen carácter, con tu comprensión y tu afabilidad, con la mansedumbre de Cristo amalgamada a tu vida, seas feliz y hagas felices a todos los que te rodean, a todos los que te encuentren en el camino de la vida. (S. Canals. Ascética meditada; pp. 72-73).

3071 Cuando somos zarandeados por la ira estamos faltos de lucidez en el juicio, de la imparcialidad en el discernimiento, de la justa medida indispensable para dirimir las diferencias (Casiano, Instituciones, 8, 1).

3072 En toda nuestra actuación hemos de practicar dos virtudes, la justicia y la misericordia. Pues bien, la ira cierra el camino a las dos (Santo Tomás, Sobre los mandamientos, 1.c., p. 266).

3073 A veces la tristeza no es más que una consecuencia de la ira (Casiano, Instituciones, 9, 4).

Existe una ira justa y virtuosa

3074 Quien se enfurece con causa no es culpable; porque si la ira no existiese, ni aprovecharía la doctrina ni los tribunales estarían constituidos, ni los crímenes se castigarían. Así, quien no se enfurece, cuando hay causa para ello, peca: la paciencia imprudente fomenta los vicios, aumenta la negligencia e invita a obrar el mal, no sólo a los malos sino también a los buenos (San Agustín, Sobre la Ciudad dé Dios, 105).

3075 Si uno se encoleriza cuando debe, en la medida que debe, por lo que debe encolerizarse, etc., es entonces la irá un acto de virtud (Santo Tomás, Sobre los mandamientos, 1. e., p. 263).

La virtud de la paciencia ....Ver n. 3967-4004

Remedios contra la ira

3076 Así como es excelente remedio contra la mentira desdecirse al instante que se advierte haberla dicho, también es remedio eficaz contra la ira repararla prontamente con su acto contrario, que es el de mansedumbre; que las llagas, como se suele decir, se curan con más facilidad cuando están recién hechas (San Francisco de Sales, Introd. a la vida devota, 3, 8).

3077 Calla siempre cuando sientas dentro de ti el bullir de la indignación.-Y esto, aunque estés justísimamente airado
- Porque, a pesar de tu discreción, en esos instantes siempre dices más de lo que quisieras (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 656).

3078 La indignación debe mantenerse en secreto [...]. Porque es de tal naturaleza que, diferida, languidece y muere; manifestada, se enciende más y más (Casiano, Colaciones, 16, 27).

3079 A tu paso debes dejar el buen aroma de Cristo –bonus odor Christi– : tu sonrisa habitual, tu calma serena, tu buen humor y tu alegría, tu caridad y tu comprensión. debes asemejarte a Jesús que pertransiit benefaciendo, que pasó haciendo el bien
Quienes no conocen la mansedumbre de Cristo dejan tras de sí una polvareda de descontento, una estela de animosidad y de dolorosas amarguras; una secuela de heridas sin cicatrizar; un coro de lamentos y una cantidad de corazones cerrados, por un tiempo más o menos largo, a la acción de la gracia y la confianza en la bondad de los hombres. (S. Canals, Ascética meditada, p. 73).

3080 Cómo el hombre encolerizado jamás tiene por injusto su enojo, alimenta su ira con muchos falsos juicios. de lo dicho se infiere que vale más aprender a no enfadarse que intentar enfadarse con moderación y prudencia; y por si por imperfección o flaqueza nos sorprende, la ira, más vale rechazarla al instante que entrar con ella en capitulaciones, pues, por poco lugar que se le dé, se apodera de la plaza y hace como la serpiente, que donde entra la cabeza fácilmente entra todo el cuerpo (San Francisco de Sales, Introd. a la vida devota, 3, 8).

3081 Pero conviene no forjarnos ilusiones. La paz de nuestro espíritu no depende del buen carácter y benevolencia de los demás. Ese carácter bueno y esa benignidad de nuestros prójimos no están sometidos en modo alguno a nuestro poder y a nuestro arbitrio. Esto sería absurdo. Sino que la tranquilidad de nuestro corazón depende de nosotros mismos. El evitar los efectos ridículos de la ira debe estar en nosotros y no supeditarlo a la manera de ser de los demás. El poder superar la cólera no ha de depender de la perfección ajena, sino de nuestra virtud (Casiano, Instituciones, 8, 17).

3082 Al despachar a sus hermanos de Egipto, el santo y famoso patriarca José, para que se restituyesen a la casa de su padre, sólo les hizo este encargo: "No os enojéis por el camino". Y pues esta miserable vida es camino de la bienaventurada, lo mismo te digo: no nos enojemos en el camino unos contra otros; caminemos con nuestros hermanos y compañeros con dulzura, paz y amor; y te lo digo con toda claridad y sin excepción alguna: no te enojes jamás, si es posible; por ningún pretexto des en tu corazón entrada al enojo (San Francisco de Sales, Introd. a la vida devota, 3, 8).

3083 Recuerdo que, cuando vivía yo en el desierto, disponía de una caña para escribir, que, a mi parecer, era o demasiado gruesa o demasiado fina; tenía también un cuchillo, cuyo filo, embotado sobremanera, apenas si podía cortar; un sílex cuya chispa no brotaba lo bastante prontamente para satisfacer mi afán de leer en seguida; y entonces sentía yo nacer en mí tales oleadas de indignación, que no podía menos de proferir maldiciones, ora contra estos objetos insensibles, ora contra el mismo Satanás.
Ello es una prueba fehaciente de que de poco sirve no tener a nadie con quien enojarnos, si no hemos alcanzado antes la paciencia. Nuestra ira se desencadenará incluso contra las cosas inanimadas, a falta de alguien que pueda sufrir el golpe (Casiano, Instituciones, 8, 17).