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2M 1, 1-2M 2, 19. Introducción

2M 1, 1-9. Fraternidad Judía

Los judíos de Jerusalén se consideran hermanos de los de Egipto, a los que desean la paz (salom), conforme a la costumbre judía. Después de la toma de Jerusalén por Nabucodonosor (587 a.C.), muchos judíos emigraron a Egipto, estableciéndose principalmente en Alejandría. Unos papiros aramaicos han puesto al descubierto una colonia militar judía en la isla de Elefantina, a diez kilómetros al norte de la primera catarata del Nilo y a más de mil del Mediterráneo. Estos papiros han revelado que tenían los judíos allí residentes no solamente una sinagoga, sino un templo, en que se ofrecían sacrificios. Destruido el año 411 antes de Cristo, acudieron al sumo pontífice de Jerusalén para restaurarlo, creyendo ellos que era legítima su erección.
Hacia el año 170 antes de Cristo, el hijo de Onías III se refugió en Egipto y construyó en Leontópolis, a treinta kilómetros al nordeste de El Cairo, un templo, tomando por modelo el de Jerusalén. Los círculos sacerdotales de la capital teocrática veían con malos ojos aquel lugar de culto servido por un sacerdote de ascendencia levítica, por oponerse a la ley de la unidad de santuario (Dt 12, 5-12). De ahí la correspondencia epistolar de los ambientes sacerdotales de Palestina con los judíos de Egipto a fin de convencerles de la necesidad de cesar con las actividades de culto fuera del templo de Jerusalén.
La expresión en to nomo (en la Ley) se emplea, según Ruperto de Deutz, para expresar veladamente que los judíos de Egipto, que se jactaban de observar la Ley, no se ajustaban a las prescripciones de la misma tocante a la unidad del santuario. Su culpa es más grave en los momentos actuales, en que el templo de Jerusalén ha sido purificado de toda impureza. La desgracia visitó a los judíos de Egipto en tiempos de Tolomeo Evergetes II Fiscón (145-116); pero es posible que la persecución fuera un castigo de Dios por haber transgredido ellos la ley de la unidad del templo 3. Los judíos de Palestina han vivido también momentos muy difíciles. Esta situación anormal fue creada, más que por los reyes de Siria, por la conducta de Jasón, hermano de Onías, que se pasó al partido de Antíoco y compró la dignidad de sumo sacerdote (2M 4, 7-13).
Como colofón, se invita a los judíos de Egipto a asociarse a sus hermanos de Palestina en la fiesta de acción de gracias para celebrar la terminación de los males que les aquejaban. Llámase esta fiesta de los Tabernáculos o de las Encenias, del mes de Casleu. No habla de esta fiesta nuestro texto, sino de la que instituyó Judas Macabeo (1M 4, 59), y que, por celebrarse a la manera de la antigua solemnidad de los Tabernáculos, recibía también el nombre de fiesta de las Encenias, del mes de Casleu. La carta lleva la fecha del 188, o sea 124 antes de Cristo. Es muy probable que esta indicación cronológica fue desplazada a este lugar con el fin de poner de relieve la fiesta del mes de Casleu. La carta se interrumpe por la inserción de una segunda que da noticia de la muerte de Antíoco.

2M 1, 10-17. Rumores acerca de la muerte de Antíoco

Envían la carta el pueblo judío, el senado o gerousia (2M 4, 44; 2M 11, 27; 1M 12, 6) y Judas Macabeo. Entre los destinatarios se hace especial mención de Aristóbulo, preceptor del rey Tolomeo Filometor (181-145). Era Aristóbulo un filósofo peripatético que escribió y dedicó al rey un comentario alegórico al Pentateuco, en el cual intentó probar que la Ley mosaica, rectamente entendida, encerraba todo cuanto han podido enseñar los filósofos griegos. La noticia que les comunican es extraordinaria: la muerte del más acérrimo enemigo del judaísmo. Su muerte acaeció en Persia, dentro del templo dedicado a la diosa Nanea, en donde había entrado por indicación de los sacerdotes del santuario.
El relato de su muerte difiere de los otros dos textos en que se relata el mismo hecho (2M 9, 1-29; 1M 6, 1-14). Los remitentes de la carta se hacen eco de los rumores que les han llegado sobre la muerte de Antíoco, rumores que el autor del libro recoge a su vez sin responder de su objetividad real. La fantasía popular atribuyó a la muerte de Antíoco circunstancias que son propias de la de su padre Antíoco III al intentar el asalto del templo de Bel en Elimaida. Ninguna importancia concedía el autor sagrado a la leyenda contenida en el texto de la carta. Todo su interés estriba en relacionar la muerte de Antíoco con la purificación del templo de Jerusalén. En cuanto a los detalles de la narración, los refiere tal como los encontró en el mencionado documento. Habiendo indicado la fuente de sus informaciones, no era necesario que asumiera la responsabilidad de su contenido.
El santuario estaba dedicado a Nanea, la antigua Nana babilónica, diosa de la naturaleza y de la fecundidad, que los griegos identifican con Artemis de Éfeso. Los sacerdotes del templo propusieron a Antíoco su matrimonio con la diosa, con lo que recibiría, a título de dote, los tesoros depositados en el templo. Granio Liciniano cuenta un hecho análogo del mismo Antíoco; Séneca habla de un posible matrimonio entre Antonio y Minerva. El asesinato salvaje de Antíoco era el que mejor convenía a un impío de su talla. Por esto, "bendito sea Dios, que así ha castigado a los impíos."

2M 1, 18-36. El fuego sagrado

De la historia del fuego sagrado no disponemos de otras fuentes de información, por lo que tampoco podemos juzgar de su veracidad. Knabenbauer y Gillet dudan de la historicidad de la fiesta del fuego de Nehemías. Se refiere en la carta una tradición popular que aclara lo del Lv 6, 5 (12) acerca del fuego perpetuo en el altar de los holocaustos. Este carácter popular de la narración se confirma por el hecho de que no se habla del fuego en la misma fiesta de la purificación (1M 4, 54-59) ni se alude a él en 2M 2, 16. Si añadimos que el texto griego es defectuoso, puede inferirse que toda esta historia del fuego es sospechosa; aún más, atendiendo a la misma narración, "non immerito in dubium vocari potest" (Knabenbauer). Otros consideran el relato como un midrash. Sea lo que fuere, no por ello queda menoscabada la inerrancia bíblica. El autor reproduce el texto de una carta de la que no tenemos indicio alguno de que fuera inspirada. El compilador la transcribe por juzgar que es muy apta para recomendar la fiesta de la purificación, no porque crea en la historicidad de los detalles que en ella se refieren. Este documento es, pues, inspirado por razón consignationis, non ratione materiae.
Lo que se dice acerca de la labor de Nehemías corresponde a la exaltación de su personalidad por parte del pueblo, atribuyéndole obras y proyectos que no le pertenecen. Se habla en el v.23 de un hombre llamado Jonatán, que difícilmente puede identificarse con algún determinado homónimo del libro de Nehemías (Ne 12, 14-18; Esd 8, 6; Esd 10, 15). La oración de que hablan los v.24-29 es el único ejemplo conocido de una plegaria sacrificial.
Al derramar el agua espesa sobrante sobre grandes piedras, se encendió una llama de la luz del altar, que la consumió. El rey de Persia, cuyo nombre no se menciona, fue testigo de tan gran prodigio, por lo que hizo cercar el sitio y declaró sagrado el lugar. El líquido misterioso es llamado neftar, que algunos relacionan con el verbo hebraico kafar, purificar. Según Abel, el término neftar es una contracción de una palabra compuesta de nephtaatar; nephta, que significa nafta, y atar, fuego. Nehemías encontró en este juego de palabras un vocablo apropiado para designar el líquido espeso, o nafta, del cual salió el fuego. Es evidente que el texto habla de la nafta, de un aceite proveniente de Persia.
Este relato, escribe Vigouroux, modelo característico de la hagada judía, contiene mucha fantasía y datos peregrinos. Nadie se extrañará de ello si tiene en cuenta que las informaciones proceden de una fuente apócrifa en que el papel de Nehemías es diferente del que le atribuyen los libros canónicos. El autor sagrado copia simplemente documentos; comprueba su existencia, sin garantizar la exactitud de las opiniones que allí se expresan.

2M 2, 1-8. Jeremías esconde el arca

Los autores de la carta refieren algunas noticias que hallaron en antiguos documentos, de cuya naturaleza sólo se puede afirmar que no formaban parte de los libros canónicos. Peregrina es la noticia sobre el arca de la alianza, emplazada en la parte más santa del santuario (1R 6, 19). ¿Qué suerte corrieron estos objetos sagrados en la destrucción del templo por Nabucodonosor? Ninguna noticia se ha conservado sobre ello en los libros canónicos, para los cuales ninguna importancia tendría el arca en los días de la restauración mesiánica. Según el documento apócrifo citado en la carta, Jeremías la escondió en una gruta del monte Nebo (Djebel Neba, al nordeste del mar Muerto), borrando cuidadosamente todo indicio que pudiera traicionar el secreto. Tanto el arca como el tabernáculo y el altar de los perfumes no aparecerán hasta que vuelva Dios a congregar al pueblo de Israel en los últimos tiempos.

2M 2, 9-12. Recuerdos de Salomón

El prodigio del fuego se realizó también en tiempos de Moisés (Lv 9, 22-24), repitiéndose al ofrecer Salomón el sacrificio de la dedicación del templo (1R 8, 62; 2Cro 7, 1). Las palabras que se atribuyen a Moisés no se hallan en ningún texto canónico, pero parece que se refieren al incidente narrado en Lv 10, 16-20. Pero no dice el texto mencionado que el fuego comiera al macho cabrío. Siete días duraron las fiestas de la dedicación del templo por Salomón (1R 8, 65; 2Cro 7, 8-10). El día octavo, también festivo, celebróse la gran asamblea (Lv 23, 36-39).

2M 2, 13-15. La biblioteca de Nehemías y Judas

El libro de las memorias de Nehemías nos es desconocido. Acaso sea el que sirvió de base para la composición del libro canónico que lleva su nombre. Nehemías, en época de restauración nacional completa, se preocupa de recoger los libros sagrados. Es el primer testimonio sobre la formación del canon de libros sagrados del Antiguo Testamento. El verbo griego episynagein da a entender que existía una colección anterior autorizadísima, a la cual se añadieron otros. A este supuesto se llega atendiendo al significado del verbo: "reunir añadiendo una cosa a una cantidad determinada." Existía en tiempos de Nehemías la primera colección formada por los cinco libros del Pentateuco. A ésta se añadieron los libros de los reyes, que para los LXX son los dos de Samuel y los de los Reyes. En el canon judío, los libros de los reyes y de los profetas forman la segunda colección. De la tercera se mencionan "los de David," con los que se alude a los salmos, que se coleccionaban bajo el nombre de este monarca, por considerarse el salmista por excelencia. Las cartas de los reyes sobre las ofrendas designan la colección de epístolas emanadas de la corte persiana, en las que se autorizaba a los judíos la restauración del templo. Estos libros ocupaban un lugar de honor y eran considerados como sagrados (2M 8, 23; 1M 12, 9). Contra ellos se ensañó el impío Antíoco Epifanes (1M 1, 56). Los judíos de Palestina están dispuestos a enviar a los de Egipto los libros sagrados de que tuvieran ellos necesidad, frase que puede interpretarse en el sentido de que en Palestina se reconocía la canonicidad de algún que otro libro de la tercera colección, de que no tenían todavía conocimiento los de Egipto.

2M 2, 16-19. Invitación final

Vuelve la carta a recomendar a los judíos de Egipto la celebración de la dedicación del templo. La situación político-religiosa reflejada en la conclusión de esta carta parece bastante optimista. La carta termina de manera abrupta. Es posible que la fecha que aparece en 2M 1, 9 se hallara originariamente al fin de la misma.

Prefacio del autor

2M 2, 20-26. La obra de Jasan

Escribió Jasón la historia de las luchas de Judas Macabeo contra los reyes Antíoco Epifanes, Antíoco Eupator y Demetrio I Soter.
De la personalidad del autor nada se sabe; algunos i lo identifican con el legado mandado a Roma por Judas Macabeo (1M 8, 17) Lleva el sobrenombre de Girene, por ser acaso originario de esta localidad africana. Del anonimato le ha sacado el autor de nuestro libro. El autor sagrado trata de compendiar en un solo volumen lo que Jasón dijo en cinco. Con ello se propone tres fines: 1) proporcionar solaz al alma; 2) ayudar la memoria del lector; 3) ser útil a todos. La historia de Jasón era muy densa, larga y, al parecer, farragosa.

2M 2, 27-30. La obra del autor sagrado

Por amor a los lectores se ha impuesto el autor un trabajo de síntesis, que le ha costado sudores y desvelos. Su labor puede compararse a la del que prepara un festín para satisfacer a los otros, mientras él se echa encima una pesada carga. El autor y el epitomador tienen cada uno su trabajo peculiar. A Jasón corresponde la tarea de examinar los hechos con acribía (diakriboun); al que compendia toca cumplir también con su cometido. Para ilustrar su pensamiento emplea una comparación sacada del arquitecto y del decorador. La explicación no es inútil, ya que manifiesta claramente que las características de la obra, su estructura, su composición literaria, lo que se juzga que se requiere para que uno pueda llamarse autor de un libro, pertenece a Jasón. Parece que el autor del libro deja a Jasón la responsabilidad de los detalles, mientras reclama para sí la gloria de haber interpretado fielmente su pensamiento y de haber condensado su obra voluminosa en un solo tomo. El autor sagrado aprueba las líneas generales de Jasón, pero no puede responder de los detalles. El no es historiador, y, por lo mismo, no se arroga "el oficio de narrar detalladamente las cosas."

2M 2, 31-33. El autor y el compilador

En el texto original aparece clara la idea del hombre que entra en una propiedad de otro (embateuein), por la que se pasea a su gusto examinando todo hasta el último detalle, llegando al límite de la indiscreción. Esto es lo que hace el que escribe o narra una historia. Al compilador compete, en cambio, resumir la narración de manera que reproduzca en pocas palabras el pensamiento del autor. Con una expresión humorística pone término a su prólogo para no incurrir en el anacronismo de extenderse antes de entrar en materia, para ser breve luego en ésta.

2M 3, 1-2M 10, 8. Diversos Hechos Hasta la Purificación del Templo

2M 3, 1-6. Duelo entre Ornas y Simón

De Onías III hace un gran elogio el autor de Ez 5, 1. Fue sobrino de Onías II, contemporáneo de Tolomeo IV Filopator y Antíoco IV Epifanes. Yahvista hasta los tuétanos (2M 15, 12), se opuso a las tentativas de saqueo del templo por parte de Heliodoro, ministro de Hacienda de Seleuco IV. Su piedad y odio al pecado le hicieron acreedor a la veneración de todos. Los mismos reyes, Tolomeo II Filadelfo, Tolomeo III Evergetes y el mismo Antíoco III el Grande, honraban el santuario. Cuando este último anexionó la Judea a su reino, después de la batalla de Panión (199 a.C.), quiso superar la magnificencia de los Tolomeos con el intento velado de ganar para la causa seléucida a los sacerdotes de Jerusalén.
La política de captación había calado hondo en los círculos sacerdotales de Jerusalén. Cierto Simón, de la tribu de Benjamín (Bilga, leen De Bruyne Y Abel), encargado de la administración (prostasía) del templo e inspector del mercado público (agoraríamos), entró en conflicto con Onías, sin que podamos saber las causas. Despechado al no poder vencer la resistencia de éste, marchó al encuentro de Apolonio, general (strategós) de la Celesiria y de Fenicia, denunciando las enormes riquezas guardadas en el templo, de las que el rey podía apoderarse, porque "no se destinaban al sostenimiento de los sacrificios." Los particulares depositaban en el templo sus ahorros (Ne 13, 5). Decisivo era el paso dado por Simón en la historia de las relaciones entre el judaísmo y el helenismo. En momentos en que la economía real vivía momentos cruciales eran sumamente peligrosas semejantes denuncias hechas por un judío con personalidad religiosa relevante.

2M 3, 7-14. Diálogo entre Onías y Heliodoro

Dio orden el rey de apoderarse de unas riquezas que tanto beneficiarían a la economía seléucida. Nada menos que el primer ministro, Heliodoro, recibió el encargo de ejecutar los propósitos del rey. Había en el templo una respetable suma perteneciente a la noble familia de los Tobiadas. Vivía Hircano (184-175) en la fortaleza de Araq-el-Emir, y era descendiente del famoso Tobías Amonita, contemporáneo de Nehemías (Ne 2, 19; Ne 6, 6; Ne 13, 4). Partidario de los Lagidas, tuvo que abandonar Jerusalén al apoderarse de ella los seléucidas. La declaración de Onías acerca de los tesoros de Hircano depositados en el templo debió despertar aún más los deseos de Heliodoro de apoderarse de un dinero propiedad de un enemigo de los seléucidas. Según Onías, la cantidad de dinero depositado en el templo subía a la respetable suma equivalente a 2.390.000 dólares.

2M 3, 15-22. Un pueblo en oración

Ningún poder humano era capaz de torcer la voluntad de Heliodoro; sólo Dios podía estorbar sus planes. Sacerdotes y pueblo se entregaban a ruidosas y espectaculares manifestaciones de duelo. Invocan al Dios "que había dado la ley sobre los depósitos" (Ex 22, 7) para que velara por la incolumidad de los mismos.

2M 3, 23-30. Heliodoro fuera de combate

No fue sordo Dios al clamor de su pueblo. Por su parte, Heliodoro pasó a realizar su cometido. Entró en el templo, y, cuando sus manos sacrílegas se disponían a saquearlo, el "Señor de los espíritus" -título que el libro de Henoc emplea repetidamente- demostró que era "Rey de absoluto poder" al enviar contra Heliodoro y su séquito un jinete que le derribó al suelo, donde fue acoceado por las patas traseras del caballo. El esplendor y agilidad de los ángeles vengadores contrasta con la figura ridícula de un ministro seléucida inválido, ciego, acardenalado y mudo por el alboroto.

2M 3, 31-34. Onías le salva la vida

Más que magullamiento general, los jóvenes y las patas traseras del caballo del brioso jinete causaron a Heliodoro heridas precursoras de su muerte. La situación era comprometida en caso de que Heliodoro perdiera allí la vida, porque el rey seléucida culparía a los judíos de asesinato de su ministro. El sumo sacerdote ofreció un sacrificio por la salud de Heliodoro, que se encontraba en los últimos momentos. Todo el libro segundo de los Macabeos está sembrado de hechos milagrosos. Otras de sus peculiaridades es la confesión del poder, magnificencia y dominio supremo de Dios por parte de los gentiles.

2M 3, 35-40. Heliodoro regresa a Antioquía

El que vino a Jerusalén como enemigo de Dios vuelve a sus tierras pregonando sus maravillas y poder. No debió el monarca quedar convencido del testimonio de su ministro, al que llamó para que le señalara cuál, a su juicio, sería el más indicado para renovar el intento. A lo que contestó Heliodoro con buena dosis de ironía: Al que el rey quiera castigar, que bien apaleado regresará, si es que salva la vida.

2M 4, 1-6. Rivalidad entre Onías y Simón

Fundados eran los temores de Onías de que en Antioquía se le acusara de haber intentado asesinar a Heliodoro (2M 3, 32). El calumniador no fue el interesado, sino el malvado Simón. Capitaneaba éste el grupo de los helenizantes, haciéndose cada día más tirante la enemistad entre conservadores e innovadores. Por otra parte, sabía Onías que el general de Celesiria y de Fenicia, Apolonio de Tarso (2M 4, 4-23), hijo de Menesteo, apoyaba al partido helenizante. La tensión iba en aumento, sin que en el horizonte se vislumbrara un destello de esperanza para la causa del judaismo ortodoxo. Una decisión suprema se le ocurrió a Onías: entrevistarse con el rey y exponerle la situación. Se engañaba, porque al monarca interesaban agitadores que conmovieran la roca del judaismo tradicional, haciéndola más flexible a las ideas helenistas.

2M 4, 7-17. Jasón, sumo sacerdote

A Onías ganó la partida su hermano Jasón (forma helenizada de Josúa, Jesús), que litigaba delante del nuevo monarca con argumentos más contundentes y prácticos que los esgrimidos por él. Los reyes seléucidas ambicionaban el dinero y se vendían fácilmente al mejor postor. Pagaba Palestina al monarca sirio trescientos talentos, cantidad que Jasón prometió elevar a trescientos sesenta. Lo que pedía era muy del agrado del rey: instalar un gimnasio en Jerusalén para el perfeccionamiento de los atletas, una mancebía (1M 1, 14) para jóvenes de dieciocho a veinte años y la ciudadanía antioquena para los de Jerusalén. Los ejercicios gimnásticos se realizaban ordinariamente por jóvenes completamente desnudos. La juventud judía helenizante sentía gran complejo ante las señales externas de la circuncisión, que trataron de disimular con una dolorosa operación (1M 1, 15). La acrópolis, a que se refiere el texto, designa la fortaleza ya existente en tiempos de Nehemías (Ne 2, 8; Ne 7, 2) al norte del recinto del templo, que llevaba el nombre de Baris o Birah. En su lugar se levantó en tiempos de Herodes la fortaleza Antonia. No debe confundirse con el Acra, de que tanto hablan los libros de los Macabeos. Era el petaso un sombrero de anchas alas utilizado en los ejercicios atléticos a campo libre para resguardar la cabeza del sol o del agua. Era emblema de Mercurio, "el efebo perfecto, estilizado por los ejercicios del cuerpo, delgado y con musculatura fuerte, el dios agonfos, apto para las luchas y concursos". Los jóvenes atletas podían pavonearse por calles y plazas y alardear de progresistas arropados con clámides de variados colores, el petaso sobre la cabeza, calzado cerrado, a la manera como lucen sus atuendos deportivos los atletas de nuestros días. Esta moda no dejaba de impresionar vivamente a todo joven israelita.
Por su proximidad con el templo, el gimnasio era una tentación continua para los sacerdotes jóvenes y progresistas, quienes podían fácilmente trasladarse de un lugar sagrado a otro profano. De todos estos males tenía la culpa el malvado Jasón. Fue él el capitoste que introdujo el helenismo y su culto en el recinto sagrado del templo; el que exaltó la fantasía de los sacerdotes, que entre sacrificio y sacrificio pasaban al gimnasio y competían con la juventud allí reunida en el lanzamiento del disco. De ahí que la disciplina sacerdotal se relajara y que se diera más importancia a las cosas del gimnasio que a su dignidad sacerdotal, que heredaron de sus antepasados. Acontecía en mayor escala lo que sucede hoy en ciertos ambientes sacerdotales jóvenes, en los que reina un entusiasmo desmesurado por el deporte, con detrimento del recogimiento religioso que exige su dignidad.

2M 4, 18-20. Los juegos de Tiro

En Tiro se celebraban los juegos quinquenales (penteteris, penteateris) a imitación de los juegos olímpicos, de las Panatenas de Atenas y de los juegos píticos de Delfos. A ellos envió Jasón delegados judíos, portadores de una pequeña ofrenda para el dios Hércules, o sea el dios fenicio Melqart. Es probable que en esta fiesta se conmemorara el cumplimiento del voto de Alejandro después de la toma de Tiro. Ario (2M 2, 24, 6) representa al rey ofreciendo un sacrificio solemne a Hércules en presencia de las tropas. Si bien era insignificante la cantidad aportada por Jasón, tenía, no obstante, la significación de una communicatio in sacris con los paganos. Así lo entendieron los portadores de las dracmas, que pidieron se invirtieran en mejoras del puerto, o quizá a que con aquel dinero se engalanara una de las naves surtas en el mismo.

2M 4, 21-22. Antíoco Epifanes en Jerusalén

Apolonio fue enviado a Egipto, como legado real, a las fiestas de la entronización de Tolomeo VI Filometor (1M 7, 16ss). El embajador supo que los tutores del nuevo rey trataban de reivindicar la Celesiria, que les pertenecía, por haber sido entregada en dote a Cleopatra por su padre Antíoco III. Antíoco quiso demostrar que velaba por la integridad del imperio.

2M 4, 23-29. Menelao suplanta a Jasón

De Menelao sabemos que era hermano de Simón (2M 3, 4). Flavio Josefo dice que era hermano de Onías y Jasón, lo que no parece probable. Menelao no era de familia sacerdotal. En las entrevistas con los dignatarios de la corte debió de criticar la administración de Jasón y echarle en cara la adopción de métodos demasiado blandos para conseguir la rápida helenización de Palestina. A ello se juntó la sugerencia de que Palestina podía y debía tributar a las arcas reales trescientos talentos más de lo que ofrecía Jasón. Con las credenciales del rey y escoltado por un regimiento de chipriotas, Menelao presentóse a Jasón, exigiendo cuanto antes el cumplimiento de las órdenes reales. Jasón huyó a la región de los amonitas, poniéndose bajo la protección del Tobiada Hircano (2M 3, 11), partidario de los Tolomeos. Menelao no quiso o no pudo cumplir los compromisos contraídos con el rey, por lo que fue destituido juntamente con Sóstrates.

2M 4, 30-34. Muerte de Onías

Una rebelión de los de Tarso y de los malotas obligó al rey a alejarse de Antioquía en los días en que debían llegar los dos dignatarios depuestos, Menelao y Sóstrates. Providencial fue para Menelao esta coyuntura, que aprovechó para ganar el favor de Andrónico. La voz de Onías debió de calar hondo en la conciencia de Andrónico y Menelao, porque también para ellos la enajenación de objetos sagrados era considerada como un acto idolátrico. Para acallar sus remordimientos determinaron quitarlo de en medio. Onías, que sospechó lo que se estaba tramando en torno suyo, refugióse en Dafne. En un paraje hermosísimo, vecino a Antioquía, con árboles y mucha vegetación, existía un templo al dios Apolo, con privilegio de asilo. Con engaño logró Andrónico alejar al venerable sacerdote de aquel lugar, lo que aprovechó para asesinarle.

2M 4, 35-38. Ejecución de Andrónico

Griegos y judíos lloraron la muerte de un varón que había conquistado su corazón por su religiosidad, discreción y modestia. Los primeros veían en su asesinato la violación del derecho de asilo; los segundos, la muerte ignominiosa de un distinguido personaje de su raza. El se enfureció contra su ministro por haberse arrogado atribuciones que no le pertenecían y porque había quitado de en medio una valiosísima pieza en su juego de ajedrez con relación al cargo de sumo sacerdote. El autor dice que Antíoco derramó lágrimas y lloró la muerte de Onías. Es posible que estas muestras de pesar fueran una ficción y un pretexto para eliminar a un funcionario que le resultaba molesto, en primer lugar por haber violado a su antojo el derecho de asilo y por ser Andrónico un testimonio viviente del asesinato por orden de Antíoco de un hijo de Seleuco.

2M 4, 39-42. Muerte de Lisímaco

Menelao, el instigador de la muerte de Onías, en apariencia quedó impune. Sus compromisos con el rey le obligaron a escribir a Lisímaco, diciéndole que reuniera dinero y objetos preciosos, dondequiera se hallasen, y los enviara a su nombre a Antioquía, Lisímaco fue obediente, pero fue tan despiadada la expoliación y llevada a cabo con tanta desfachatez, que el pueblo se amotinó. Lisímaco encontró la muerte junto al gazofilacio del templo.

2M 4, 43-50. Menelao triunfante

Esta vez es el sanedrín que se reúne y envía a tres varones a Tiro para que planteen al rey el caso de Menelao. No culpa el pueblo a Lisímaco, al cual consideran como simple mandatario, sino a Menelao, el inductor del crimen. Parecía que la causa de éste estaba irremisiblemente perdida, pero le salvó su sagacidad y astucia. Especulando otra vez con el dinero, se lo prometió abundante a Tolomeo (1M 3, 38; 2M 8, 8) en caso de interceder por él ante el rey. Los escitas tenían la fama de ser el pueblo más bárbaro. Todo corazón, por gentil y pagano que sea, se conmueve ante la opresión de un inocente.

2M 5, 1-4. Funestos presagios

De una campaña de Antíoco contra Egipto se habla en 1M 1, 16-20. Discuten los autores (Abel, Bévenot, Knabenbauer, etc.) si en nuestro texto se alude a una segunda o a la fase ulterior de una misma expedición. ¿Qué pensar de los fenómenos naturales o sobrenaturales visibles sobre el cielo de Palestina por el espacio de cuarenta días? ¿Se trata de una ilusión colectiva? ¿Hubo o no milagro? Debemos tener en cuenta, antes de juzgar de la naturaleza de estas apariciones, que el número cuarenta es considerado por los semitas como sagrado y simbólico; que en la terminología empleada se vislumbra el vocabulario empleado por Polibio; que la narración presenta claras analogías con relatos similares de historiadores paganos. Knabenbauer enumera una serie de prodigios de esta índole. Todos los hemos visto, o nuestra fantasía los ha forjado, en momentos muy críticos y trascendentales para España. Se trata, a nuestro parecer, de fenómenos naturales, de disposiciones caprichosas de nubes en el firmamento que toman la forma que más conviene al ánimo del espectador. El autor sagrado cita lo que Jasón de Cirene describe con tanta facundia de estilo.

2M 5, 5-10. Jasan, en Jerusalén

Con un millar de beduinos reclutados en TransJordania subió Jasón contra Jerusalén, que capituló ante él, obligando a Menelao a encerrarse en la fortaleza de Baris. Jasón se excedió en su acción, matando a muchos y robando bienes a mansalva, por lo que se atrajo el odio de los judíos ortodoxos. Los helenizantes preferían el caudillaje de Menelao. Desilusionado, y con el temor de encontrarse con la tropa de Antíoco, regresó a su escondrijo de Transjordania.
Como el de todos los enemigos del judaismo, el fin de Jasón fue desastroso. Morir en tierra extraña, sin que nadie le llore ni quien le depare una sepultura digna, lejos del panteón familiar, era para los antiguos una grave desdicha. Para un sumo sacerdote era el colmo de la degradación e ignominia. Tal fue la suerte del impío Jasón. Al vanagloriarse Jasón de la hecatombe de sus connacionales, comenta el autor: "No tuvo en cuenta que una feliz jornada contra sus ciudadanos es el mayor infortunio."

2M 5, 11-16. Antíoco, en Jerusalén

No habiendo salido a su gusto las operaciones de Egipto, descargó Antíoco todo su furor contra la indefensa ciudad de Jerusalén. De regreso a Siria, torció hacia la ciudad santa para ahogar la insurrección que, según fuentes seléucidas, se había fraguado allí. Al asesinato en masa siguió la expoliación del templo, en donde entró con desfachatez acompañado del sumo sacerdote Menelao. El número de muertos es excesivo, y puede explicarse por el carácter simbólico del número, por una hipérbole o por corrupción del texto.

2M 5, 17-20. Castigo de Dios

El autor sagrado sale al paso de una objeción que se le podría hacer: ¿Por qué Dios, que castigó tan severamente a Heliodoro (2M 3, 14-4), permanece impasible en el momento presente? Ciertamente, Dios no interviene ahora, porque ha escogido a Antíoco como instrumento para castigar los pecados de su pueblo. También en tiempos de Heliodoro existían pecadores, pero no era tan grande la irreligión como ahora. Entonces un sumo sacerdote legítimo y digno prestaba sus servicios en el templo; ahora es intruso el que ejerce las sagradas funciones, y gran parte del pueblo le sigue fielmente. El castigo es bien merecido. Falsamente creían los judíos que el templo era inviolable (Jr 7, 1-15). El templo no es en sí mismo un fin, sino un medio para conseguir un fin superior. Si por sus pecados el pueblo se hace indigno de él, puede Dios privarle del santuario, que sigue los destinos del pueblo judío. Dios se ha apiadado de su pueblo, y el templo ha sido restaurado con gran alegría (2M 7, 33; 2M 8, 29).

2M 5, 21-23. Antíoco regresa a Siria

Después de una reflexión teológica, cuenta el autor que Antíoco marchó a Siria con un botín valorado en casi dos millones de pesetas. Para que no se repitiera otro intento de rebelión, dejó en Jerusalén una guarnición mandada por el frigio epistates, o gobernador, Filipo (2M 6, 11; 2M 8, 8). Como tropa de refuerzo estacionó otra guarnición en Garizim, al mando de Andrónico, distinto del que se habló en 2M 4, 38. Peor que todos ellos era Menelao.

2M 5, 24-27. Acción de Apolonio

Sin enlazar los datos cronológicos acumula el autor hechos sobre las calamidades que sobrevinieron a Jerusalén. La profecía de Daniel 2M 11, 30-33 estaba a punto de cumplirse. Pero también dejaba entrever el profeta (2M 11, 34) la salvación, que vendría con Judas Macabeo (1M 2, 4), que se escondió en lugares desérticos para no contaminarse con las impurezas de las ciudades. Mientras en éstas se comían carnes inmoladas a los ídolos, él y otros se alimentaban de hierbas (2M 10, 6).

2M 6, 1-11. Persecución religiosa y cultos paganos

De Antíoco había emanado un decreto (1M 4, 43-64) obligando a todos a regirse por las leyes y cultura griegas. Para que la orden se cumpliera, puso en ciudades estratégicas observadores (epískopoi) encargados de denunciar a los recalcitrantes. En nuestro texto se dice que el rey mandó a un geronta athenaion. Quiso Antíoco que fuera un ateniense el que infundiera a los jerosolimitanos el helenismo más puro. El Dios de los judíos debía ceder su puesto a Júpiter, bajo el doble título de Olimpo y Hospitalario. En adelante, en Jerusalén, el antiguo nombre de Yahvé será suplantado por el de Zeus Olímpico. Los samaritanos, que habían levantado sobre el Garizim un templo rival al de Jerusalén, solicitaron de Antíoco concediera a su templo el título de Júpiter Hospitalario. En el texto griego se da a Júpiter de Garizim el sobrenombre de enios, o bien porque su misión consistía en velar por los extranjeros o por aludir al origen extranjero de los samaritanos (2R 17, 24).
El venerable ateniense cumplió su misión a las mil maravillas. En el templo de Jerusalén se repetían escenas que recordaban los cultos sexuales cananeos (2R 23, 7). Se introducía en el recinto sagrado toda suerte de inmundicias: carnes impuras, bebidas, vestidos sin lavar, vajilla contaminada, etc. Sobre el altar sacrificáronse cerdos, según testimonio de Diodoro. Los sábados no se observaban (1M 1, 45-51). Cada mes los judíos eran constreñidos a celebrar el natalicio del rey, participar en los sacrificios que se inmolaban con este motivo y comer sus carnes. De esta conmemoración mensual, que algunos (Ürimm, Wilrich) habían puesto en duda, se han encontrado pruebas fehacientes de su celebración en Egipto, Comagene y Pérgamo desde el siglo III a.C. hasta los tiempos de Adriano.
Era Dionisio el más popular de los dioses. En su honor se organizaba una procesión, a la que asistían sacerdotes, magistrados, efebos, etc. Las canéforas, que llevaban en sus cestas toda suerte de primicias y víctimas, figuraban en el cortejo. La efigie del dios iba en sitio de honor rodeada de sátiros y bacantes. En muchos sitios era considerado como delito mantenerse sobrio en estas fiestas. Plutarco relaciona esta fiesta con la de los Tabernáculos. Los judíos helenistas de Palestina introdujeron en ésta costumbres licenciosas importadas del helenismo.

2M 6, 12-17. Ruego del autor

Tantos males abatidos sobre Israel podían despertar la idea de que Dios habíase desentendido de su pueblo, abandonándolo a su propia suerte. Al contrario, dice el autor, Dios, al que ama, castiga (2M 7, 33). A los judíos les castiga por sus pecados, con lo cual demuestra interés por ellos y un deseo ardiente de que se conviertan y vivan.

2M 6, 18-31. Martirio de Eleazar

Era Eleazar un anciano de noventa años, al que forzaron para que comiese carne de cerdo (Lv 11, 7) o simulara comerla. Al negarse a lo uno y a lo otro, lo sometieron al suplicio del tímpano, consistente en una rueda o cruz a la que se sujetaba al ajusticiado, quebrándosele los huesos (Hb 11, 35). No pudiendo Eleazar acercar sus manos a la boca por tenerlas sujetas con hierros a la cruz, escupía la carne porcina que le introducían en la boca. El autor sagrado no describe su muerte, que Jasón contaba acaso largamente, pero recoge los últimos momentos del mártir, por constituir un testimonio de su fe en Dios y de respeto hacia la ley de sus padres. Judíos y cristianos han admirado y exaltado el valor de Eleazar. El libro IV de los Macabeos, capítulos 5-7, cuenta ampliamente su vida y muerte. San Juan Crisóstomo le llama "protomártir del Antiguo Testamento" (In sanctos Machabaeos hom.3: PG 50,627); San Gregorio y San Ambrosio afirman que fue el maestro de los siete hermanos Macabeos.

2M 7, 1-42. Martirio de los siete hermanos con su madre

No solamente los ancianos, sino también los jóvenes supieron morir en defensa de la Ley. Esto es lo que trata de demostrar el hagiógrafo al describir brevemente lo que el autor del IV de los Macabeos ha tratado en dieciséis capítulos. El autor sagrado ha compuesto este capítulo more rethorum facundo sermone, y no con la finalidad de someter a la criba de la crítica los detalles que en él se mencionan. Difícil es precisar qué partes son propias del que resume y cuáles son las que proceden de Jasón o de otros documentos. El que sean siete los mártires ha contribuido a que los críticos pongan en tela de juicio este detalle numérico. San Cipriano relaciona este número con el de los siete espíritus, siete ángeles que están ante el trono de Dios, siete brazos del candelabro, siete candelabros del Apocalipsis, las siete columnas de Salomón, las siete mujeres en Isaías, las siete iglesias, etc. En 2M 14, 7 se dice: "¡Oh santo número de los siete hermanos tan unidos entre sí! Porque de la misma manera que los días de la creación del mundo forman un círculo piadoso, de la misma manera lo hacen en torno al número siete los jóvenes que han vencido el temor a los suplicios." No se sabe cuándo los hermanos Macabeos fueron martirizados; no puede solucionar la cuestión el hecho de que se hable del rey. Todos los autores convienen en considerar el relato como obra maestra. Desde el principio al fin crecen de intensidad los tonos de la conmoción; aumenta la tensión por razón de las circunstancias, de las palabras de los mártires, de las amenazas del tirano. La antigüedad cristiana celebró la fiesta de su martirio, que, según una antigua tradición, tuvo lugar en Antioquía. Llámanse Macabeos por hablar de ellos el libro que lleva este nombre.

2M 7, 1-6. Muere el primero de los hermanos

No es probable que en su martirio interviniese el rey personalmente; su presencia es más bien moral. Para rebajar la moral del joven y quebrantar su entereza se le azotó con zurriagos y nervios de toro (Hch 22, 24). Se le somete al tormento utilizado entre los escitas, consistente en arrancar el cuero cabelludo a los condenados a muerte. En boca de los hermanos y de la madre aparecen palabras del Dt 32, 36, dándoseles un sentido más profundo del que tienen en el original.

2M 7, 7-19. Martirio de otros cinco

Al segundo empiezan por arrancarle el cuero cabelludo para obligarle a apostatar. En su lengua materna -que acaso sea el arameo-, dio un ¡No! rotundo a los que tal infamia le proponían. Como el primero, habla antes de exhalar su espíritu y manifiesta su fe de que Dios resucitará para la vida eterna a los que mueren por El. Este sentimiento de la resurrección, comenta San Agustín, aparece tan diáfano en la respuesta de estos santos mártires, que puede decirse que eran cristianos por su fe y por su constancia. El tercero maravilló a todos por su intrepidez. El cuarto manifiesta su fe en la resurrección "a una vida eterna," favor que no se concederá al rey. Más explícito se muestra el quinto al preconizar que el Dios de los judíos atormentará a Antíoco y a su descendencia. Parece que alude a una muerte ignominiosa del rey y de sus descendientes, lo que se cumplió con el tiempo. Antíoco murió de muerte miserable; su hijo Eupator fue asesinado (1M 7, 4); a Alejandro Bala, presunto hijo del monarca Epifanes, le fue cortada la cabeza por un árabe (1M 11, 17). El sexto hermano confiesa que los pecados de los judíos han desencadenado esta persecución, que tiene el carácter de prueba temporal momentánea (2M 6, 12-17); pero no escapará por ello Antíoco al castigo que Dios reserva al que eligió como instrumento de su justicia.

2M 7, 20-23. Una madre intrépida

Nótese el lenguaje escogido y las profundas ideas que expresa la madre de los Macabeos, impropios de su sexo y de su cultura.

2M 7, 24-29. La madre adoctrina a su pequeño

No entendía Antíoco lo que la madre profería en lengua aramea, pero sospechó que se burlaba de él. Sin embargo, no se airó contra ella, por considerar que de todo es capaz una madre a la que de golpe le arrebaten siete hijos. Trató de ganar al pequeño con promesas cuyo alcance no podía comprender el niño. Ni siquiera estaba capacitado para entender la lengua griega. En arameo adoctrinó la madre a su hijo acerca del origen de todo cuanto existe. No quiere decir el texto que amamantara a su hijo durante tres años, sino significar que durante este tiempo es extraordinario el sacrificio de una madre para sus hijos. Habla ella a su pequeño un lenguaje elevado, recordándole que Dios no creó los seres de algo existente, sino ex ouk onton, de lo que no existía, concepto que expresamos diciendo que Dios creó todo de la nada, ex nihilo sui et sabiecti. Acaba su exhortación con el pensamiento de que, si Dios crea todas las cosas de la nada, ex nihilo, tiene también poder para crear de nuevo, por así decir, al hombre para una vida eterna.

2M 7, 30-42. Mueren madre e hijo

El último Macabeo recapitula los conceptos teológicos que sus hermanos manifestaron individualmente al morir. Al rey le amenaza para el futuro con un juicio severo por parte de Dios, en tanto que a los mártires les espera una vida eterna. En el v.36 extiende su pensamiento fuera de la familia y llama nuestros hermanos a todos los judíos que sufren persecución por la justicia. Acaba el muchacho su profunda disertación teológica con una nueva idea relativa al valor expiatorio del sufrimiento en favor del prójimo.
La Iglesia conservó la memoria de los siete mártires Macabeos y de su madre. Sus reliquias se veneraban en tiempos de San Jerónimo en Antioquía, en donde contempló su sepulcro Antonino de Placencia. Más tarde, parte de sus reliquias se depositaron en la iglesia de San Pedro ad Vincula, en Roma, y otra fue transportada a Colonia, probablemente en tiempos de Barbarroja.

2M 8, 1-7. Judas en acción

En 2M 5, 27 dijo el autor que su héroe, con otros nueve, se retiró al desierto, no para permanecer ocioso, sino para organizar una resistencia capaz de enfrentarse con los enemigos del judaismo. La aparición de Judas y sus primeros éxitos es una muestra de que Dios ha cambiado su cólera en misericordia, gracias a la vida de perfecto israelita que llevaba Judas en el desierto y por el celo puesto en salvar a Israel del paganismo.

2M 8, 8-11. Planes de Nicanor

En este texto desfilan ante el lector personajes que ya le son familiares: Filipo, frigio de origen (2M 5, 22; 2M 6, 11), encargado de heleni-zar a Judea; Tolomeo, hijo de Dorimene (2M 4, 45), con el sobrenombre de Macrón (2M 10, 12), partidario en un tiempo de Tolomeo VI Filometor, que le nombró gobernador de Chipre, ocupando igual cargo en Celesiria y Fenicia al abrazar la causa de Antíoco Epifanes (2M 10, 11-12; 1M 3, 38). De Nicanor se habla en 1M 3, 38, así como de Gorgias. El papel preponderante que juega Gorgias en la batalla de Emaús, según el texto de 1M, se atribuye en el nuestro al cortesano Nicanor, por razón de que al autor del epítome le interesa poner de relieve la acción de Dios contra este enemigo de Israel y preparar de este modo al lector para que juzgue de la importancia que tiene para Israel el "Día de Nicanor" (2M 15, 36). Con el fin de armonizar nuestro texto con 1M 3, 38, algunos lo interpretan en el sentido de que Tolomeo comunicó a Lisias, primer ministro, los éxitos de Judas. Lisias puso el asunto en manos de Tolomeo, quien llevó consigo a Nicanor y a Gorgias. Diversas veces hemos aludido a la inmensa carga económica que pesaba sobre los seléucidas.

2M 8, 12-21. Jadas arenga a sus tropas

La cobardía de algunos seguidores de Judas pone de relieve el valor y la fe inquebrantable de éste. En confirmación de sus palabras adujo Judas ejemplos de la ayuda dispensada por Dios a sus antepasados. Cita el caso concreto de Senaquerib (2R 19, 35; 1M 7, 41) y el más reciente de la batalla que tuvo lugar en Babilonia contra los gálatas. Se cree que el texto alude a la acción de Antíoco III contra los mercenarios galos al servicio de Malón, sátrapa que se rebeló en la Media el año 221 antes de Cristo, o a la de Antíoco Soter (281-261), que, según Appiano, mereció el título que lleva por haber salvado el Asia Menor de la incursión de los gálatas. Muchos de los soldados del rey seléucida eran de origen judío. La desproporción entre ambos ejércitos y la victoria de los seis mil soldados de Judas sobre los ciento veinte mil sirios demuestra la intervención decidida de Dios en la lucha.

2M 8, 22-26. Victoria sobre Nicanor

El texto cita a José entre los hermanos de Judas, lo que parece contradecir al texto de 1M 2, 3-5. El mencionado José puede identificarse con el personaje de que se habla en 1M 5, 18.56; o más bien, considerar su presencia en el texto como un error de los copistas, que escribieron José en vez de Juan. Una vez enumerados los hermanos de Judas, independientemente de ellos, se cita a Eleazar. Este nombre aparece en todos los manuscritos griegos, en tanto que los latinos llevan unánimemente el de Esdras. Es muy probable que este Eleazar no sea el hermano de Judas, sino un sacerdote encargado de leer algunos versículos del texto sagrado. En este libro, abierto al azar, debía encontrarse el santo y seña del ejército de Judas, que por disposición divina fueron las palabras "Auxilio de Dios," de las dos raíces de las cuales se compone el nombre de Eleazar. La costumbre de adoptar el ejército una palabra como consigna se conserva todavía hoy. De su uso en la antigüedad dan fe Jenofonte (Anab. 1, 8:17: Zeus soter kai nike) y Vegecio (2M 3, 5: Nobiscum Deus). La operación vióse coronada por el éxito; el ejército de Nicanor sufrió cuantiosas pérdidas, mayores de las que señala 1M 4, 15. El dinero, pronto para comprar a los judíos como esclavos, cayó en poder de Judas.

2M 8, 27-29. Santificación del sábado

Al término de la jornada y antes del sábado se recogieron las armas (1M 4, 23) y los despojos. En el texto paralelo citado no se habla de la inminencia del día de sábado. Una vez santificado el día sabático, los soldados se repartieron el botín. Un glosador de alma delicada y fina pudo introducir en el texto la mención de las viudas y huérfanos.

2M 8, 30-32. Derrota de Báquides y de Timoteo

Nos hallamos ante un fragmento desplazado de su contexto histórico. En vez de señalar la primera campaña de Lisias (1M 4, 27-35), de que nuestro autor hablará en el capítulo n, refiere el fin de las hostilidades entre Judas, Timoteo y Báquides. Ni siquiera se indica el lugar donde se enfrentaron los dos ejércitos, que por 1M 4, 1-22 sabemos que fue junto a Emaús. La acción de que se habla aquí tuvo lugar después de la purificación del templo y antes del regreso triunfal de Judas, vencedor en Galaad (1M 5, 28-55). Como hemos anotado repetidamente, falta en nuestro libro la ordenación cronológica de los hechos. En el v.32 se lee el término filarca, que equivale a jefe de tribu o de clan. En Atenas se daba este título al comandante de un cuerpo de caballería.

2M 8, 33-36. Huida de Nicanor

Difícil es determinar el sentido que el autor sagrado quiso dar al ?·33; Por existir gran anarquía entre los códices. Tras un paréntesis, el texto se ocupa nuevamente de Nicanor y de sus planes diabólicos, encaminados a reunir el dinero que debía pagarse a los romanos por la venta de los judíos como esclavos. Pero recibió su castigo. Como Heliodoro, tuvo que regresar a su punto de partida, Antioquía, humillado por aquellos a quienes quería vender como esclavos, viéndose también constreñido a convertirse en vocero del Dios de los judíos.

2M 9, 1-29. Muerte de Antíoco Epifanes

A la serie de muertes violentas y trágicas de los enemigos de Dios no podía faltar la del más impío de los emperadores seléucidas. Al autor sagrado no le impresionan las campañas gloriosas de Antíoco por tierras de Oriente; al contrario, le molestan, y hace lo posible para ocultarlas a los lectores, que deben formarse de él una idea sombría, conforme a la que se granjeó el monarca por la persecución del pueblo judío y de su Dios. A él, como a todo perseguidor del judaísmo, alcanzó de lleno la cólera divina, que dispuso providencialmente que el profanador del templo de Jerusalén encontrara la muerte en un asalto frustrado contra un santuario. En 1M 6, 1-16; 2M 1, 10-17 se refiere la muerte de Antíoco; a aquellos relatos sigue ahora un tercero. Si otras versiones del hecho hubieran existido, seguramente que nuestro autor las habría recogido en su libro. En todas las versiones de la muerte de Antíoco se hace hincapié en que fue una muerte lenta, dolorosa, misérrima, acaecida en momentos en que estaba empeñado en recaudar fondos para la economía del imperio. En los detalles, la diferencia entre las diversas tradiciones son grandes. La inenarrancia del autor sagrado queda a salvo por circunscribirse a transcribir en su libro las distintas versiones que circulaban acerca de la muerte de Antíoco.

2M 9, 1-4. Antíoco regresa de Persia

Hasta el presente, Antíoco había servido de instrumento de que se valió Dios para castigar los pecados de su pueblo, pero ha llegado el momento de someterse al juicio divino. No pudo Antíoco arrebatar los tesoros del templo de Nanea (2M 1, 13), por oponérsele airadamente los sacerdotes y el pueblo. De Elimaida (1M 6, 1) quiso marchar directamente a Babilonia (1M 6, 4), pero la idea de impresionar a los partos con un despliegue de fuerzas le obligó a dirigirse a Ecbatana, capital de la Media. Montó en cólera al recibir noticias de las derrotas de Nicanor y Timoteo, jurando vengarse de los judíos hasta convertir a Jerusalén en un cementerio del judaísmo.

2M 9, 5-10. Antíoco herido de muerte

Avanzaba Antíoco en su carroza real profiriendo amenazas y blasfemias contra los judíos. Dios no dejó impune semejante altanería y le hirió con una llaga incurable e invisible, que es la enfermedad propia del orgulloso, según Jeremías (Jr 15, 18; Jr 30, 12-15). Al mal incurable se añadió una caída, con el consiguiente magullamiento. El que se arrogaba honores divinos y pretendía igualar el poder de Dios dominando las olas del mar (Is 51, 15; Jb 38, 11) y poner en balanza las alturas de los montes (Is 40, 12), se ve humillado y tendido, impotente, sobre una litera, manando gusanos de su cuerpo. No se excede Dios en el castigo contra Antíoco; su inmensa soberbia exigía un castigo ejemplar y humillante. Se ha querido investigar la naturaleza de esta enfermedad, diciendo unos que fue la helmenthiasis; pero las tentativas fracasan ante el estilo retórico del autor, que se esfuerza por encontrar en la enfermedad de Antíoco aquellos síntomas externos que en la apreciación de los hombres son más nauseabundos y repelentes. Puede darse muy bien que la enfermedad en sí fuese más benigna en la realidad que en el texto.

2M 9, 11-17. Palabras de dolor y arrepentimiento

Reflexiona Antíoco, reconoce su culpa, alaba al Dios de Israel, que no le escucha por haber llenado la copa de sus infidelidades. Vemos en las páginas viejotestamentarias que nunca Dios vuelve su espalda al pecador que, arrepentido, se reconcilia con El; pero aquí el Dios de Israel se muestra inflexible para con el enemigo número uno de su heredad. En su lecho de muerte le asalta el recuerdo de todos los males que ha perpetrado contra Jerusalén y su templo y promete repararlos con ventajas; pero es tarde; la hora de la justicia divina, del juicio divino, ha sonado ya. Llega Antíoco al extremo de prometer que, si sana, se hará judío, con todas las consecuencias que esta decisión traía consigo, obligándose a la observancia de la Torah y a circuncidar la carne de su prepucio. Las buenas disposiciones que le animan superan a las que le atribuye Daniel (2M 4, 31-34).

2M 9, 18-25. Carta a los judíos

Comprendió el rey que sus días estaban contados y que urgía asegurar el trono a su hijo Antíoco Eupator contra las pretensiones de Demetrio. A este fin escribe una carta circular en forma de súplica dirigida a los judíos en general, como si éstos tuvieran en sus manos las riendas del imperio. Se duda de la autenticidad de la carta por creerse que no encaja con el texto anterior; por la afirmativa se pronuncian historiadores de la talla de Meyer y Moffat. La carta está redactada en estilo griego, con fraseología abundante. Junto al título de rey, Antíoco se llama también strategós, cargo equivalente al de pretor en Roma. De documentos antiguos se desprende que Antíoco Eupator fue asociado al reino a partir del año 173 antes de Cristo hasta el 178. El autor no reproduce la carta que Antíoco mandó a su hijo, acaso por no tenerla a mano. En la carta debió el monarca señalar los regentes del nuevo monarca, menor de edad, que fueron Lisias y Filipo (1M 6, 14-17).

2M 9, 26-29. Muere Antíoco

El tono digno y moderado de las palabras que cierran la carta de Antíoco contrastan con los duros epítetos de "homicida y blasfemo" con que el texto acompaña a Antíoco hasta el sepulcro. A pesar de dar prisa al conductor de la carroza real, no llegó vivo a Antioquía, muriendo en Tabe, en los alrededores de Ispahán, en los confines de Persia. Murió Antíoco dentro de los límites de su imperio, pero fuera de su palacio. El lugar del deceso, según Estrabón, es un terreno montañoso y a propósito para guarida de ladrones. Filipo se encargó de transportar su cadáver a Antioquía (1M 6, 13) por haber sido nombrado tutor de su hijo y honrado con el título de "amigo" del rey. Al llegar a la capital tuvo noticia de que Lisias defendía sus derechos de tutor y regente que le había confiado Antíoco (1M 3, 32). Quiso Filipo que prevaleciera la última voluntad del rey; pero, derrotado por Lisias (1M 6, 55-63), huyó a Egipto, refugio de todos los enemigos de los seléucidas.

2M 10, 1-8. Purificación del templo

El autor vuelve a enhebrar el hilo de la historia (2M 8, 33-36), que interrumpió con el relato de la muerte de Antíoco. Lo que aquí se dice corresponde a la narración de 1M 4, 36-59, con la diferencia de que, mientras en este último lugar se dice que el culto fue interrumpido por espacio de tres años, en nuestro texto se habla de dos. Pero no cabe buscar en el libro II de los Macabeos una cronología con exactitud matemática. El autor de nuestro texto conocía el relato existente sobre este argumento (1M 4, 36-59; 2M 1, 8-19), por lo que pasa por alto muchos detalles y menciona otros. Así, por ejemplo, da mucha importancia al fuego (2M 1, 18; 2M 2, 1) sagrado, que sacaron de pedernales (Lv 10, 1; Nm 3, 4). Para solemnizar la fiesta se adoptó el ceremonial vigente en la fiesta de los Tabernáculos, con ocho días de duración. Con satisfacción comprueba el autor sagrado que el templo, que Heliodoro intentó profanar (2M 3, 7-10), que Antíoco Epifanes saqueó (2M 5, 15-21) y dedicó a Júpiter Olímpico (2M 6, 2), adquiere su carácter primitivo. La fiesta de la purificación y dedicación del templo representa para el autor el triunfo del judaísmo sobre el paganismo.

2M 10, 9-2M 15, 40. Combates de Judas Macabro hasta el "Dia de Nicanor"

2M 10, 9-13. Intrigas en Antioquía

Con satisfacción recuerda todavía el autor la muerte del impío. Su intención es narrar a continuación algunos hechos sucedidos durante el reinado de Antíoco Eupator, "compendiando las calamitosas guerras." Filipo debió ceder a Lisias el puesto de preceptor del rey (1M 6, 55; 2M 9, 29). Tolomeo Macrón buscaba en los judíos un punto de apoyo y de comprensión que no hallaba entre sus rivales de Antioquía, que no veían con buenos ojos que un obrero de la hora de nona ocupara el importante cargo de gobernador de Celesiria y de Fenicia. Macrón sirvió antes a Tolomeo VI Filometor, a quien traicionó, entregando a Epifanes la isla de Chipre, de la que era gobernador. Muerto su nuevo amo, quedó su conducta al descubierto, teniendo que soportar el calificativo de traidor con que le motejaban sus correligionarios de la corte. Desesperado, se suicidó, dejando con ello manos libres a los enemigos de los judíos.

2M 10, 14-17. Judas contra los idumeos

En Palestina se encontraba el general Gorgias (1M 3, 38; 2M 8, 9) al frente de tropas mercenarias encargadas de hostigar a los judíos. Por el sur presionaban los idumeos, aliados de los seléucidas, que acogían a los tránsfugas judíos, disponían de fortalezas en la Idumea del Norte o Acrabatana y en la Idumea del Sur. Con evidente exageración, señala el autor que el número de idumeos caídos fue de unos veinte mil.

2M 10, 18-23. Venalidad de unos judíos

Mientras la Vulgata dice que algunos (quídam) se atrincheraron en dos fortalezas, el texto griego señala el número de nueve mil, cifra hiperbólica. Simón es hermano de Judas (1M 2, 3); de José se habla en 1M 5, 18-56; Zaqueo puede identificarse con Zacarías, padre de José (1M 5, 18). Por setenta mil dracmas, algunos soldados nacionalistas facilitaron la huida de algunos idumeos sitiados en las fortalezas (v.18). Contra dos traidores se decretó un consejo de guerra; la empresa acabó felizmente, matando a más de veinte mil entre las dos fortalezas. Este número indica una vez más la concepción que el autor tiene de la historia. En efecto, ¿cómo pudieron caer veinte mil hombres entre ambas torres, cuando en ellas habíanse refugiado solamente nueve mil?

2M 10, 24-38. Derrota y muerte de Timoteo

En todo este relato debe distinguirse entre las circunstancias históricas y la libertad que admite la historia patética, con finalidades didáctico-religiosas. De Timoteo se habla en 2M 8, 30-32. Algunos lo identifican con el personaje homónimo de 1M 5, 6ss, a lo que se opone la situación geográfica de ambos relatos. En esta perícopa, Jasón de Cirene y su compilador demuestran que la ayuda divina no faltó, manifestándose de manera visible y aparatosa (2M 3, 25; 2M 5, 3). Cinco ángeles, visibles al enemigo e invisibles a los judíos, aparecieron en el aire protegiendo a Judas y disparando flechas contra los enemigos. ¿Qué valor objetivo concede el autor sagrado a esta aparición? Encontró él el relato en la obra de Jasón y la transcribió; ya hemos dicho en la introducción que estas apariciones maravillosas formaban parte de la historia patética aun entre los historiadores griegos y latinos. Es posible que fueran los enemigos los inventores de esta visión con el fin de justificar su derrota. De su presencia no se enteraron los judíos. Timoteo huyó a Gazer, donde mandaba su hermano Quereas.

2M 11, 1-12. Derrota de Lisias

El episodio es paralelo al que se narra en 1M 4, 26-35. Lógicamente, la perícopa debía seguir a 2M 8, 29 y 2M 8, 35, pero Jasón tuvo sus razones al colocarla en este contexto. Lisias era tutor (epítropos) del rey, amigo suyo de infancia y regente del reino (1M 3, 32). Con un ejército imponente -veinte mil soldados más de los que se mencionan en 1M 4, 28- Lisias se dirige a Betsur. En el texto se fija la distancia en 925 metros, o sea, cinco estadios. El texto se encuentra en mal estado, siendo muy difícil determinar cuál es la lección primitiva. El códice A lleva la palabra schoinos, medida de longitud. Según Plinio, un schoinos correspondía a treinta estadios 1, con lo que se obtiene la distancia aproximada entre Jerusalén y Betsur. Otros códices hablan de cinco estadios, quinientos y diez mil. Para resolver la dificultad ha propuesto Grimm identificar Betsur con Beit-Sahur, en el Cedrón, o con la aldea de et-Tur, en el monte de los Olivos.
Tuvo noticias Judas del ataque de Lisias contra Betsur y recurrió súbitamente a la oración, con palabras que recuerdan Ex 23, 30. Escuchó Dios su voz, y he aquí que se presentó a su vista un jinete vestido de blanco, armado de armadura de oro y vibrando la lanza.
Este ángel bueno (2M 15, 23; Tb 5, 22) era enviado por Dios para proteger a su pueblo. Presentóse vestido de blanco (Mt 28, 3; Mc 16, 5; Jn 20, 12; Hch 1, 10, etc.), estando todavía Judas en Jerusalén, circunstancia que parece contradecir a 1M (Lc.), en que se dice que Judas acampaba junto a Betsur. Según nuestro texto, el ángel acompañó a Judas desde Jerusalén a Betsur.

2M 11, 13-38. Negociaciones de paz

Según 1M 4, 35, Lisias regresó a Antioquía avergonzado, reclutando mercenarios para acrecentar su ejército y volver contra Judas Macabeo. Esto no impide que, viendo las cosas con más claridad o por haber variado las circunstancias políticas, cambiara de opinión y tratara de negociar con el enemigo. Hace notar el autor que Lisias "no carecía de discreción" (v.13). Dióse cuenta de que nadie podía enfrentarse con el Dios todopoderoso de los judíos. Las propuestas hechas por Lisias fueron aceptadas por Judas, por considerarlas de interés público. Cuatro cartas contienen negociaciones de paz. El orden que ocupan en el texto no es el que exigen la lógica y la cronología.
Lisias escribe al pueblo judío anunciando que Juan y Abesalón (1M 2, 2; 1M 11, 70; 1M 13, 11) le entregaron una comunicación en la que pedían una respuesta sobre puntos concretos. La carta lleva la fecha del año 148 de la era seléucida (164 a.C.). El nombre del mes Júpiter corintio es desconocido en la literatura griega. La Vulgata lee Dióscoros, sexto mes del calendario cretense (febrero-marzo). Las leyes de la crítica textual no autorizan tal cambio, pero parece exigirlo la correspondencia cronológica.
Antíoco escribe a Lisias diciéndole que está dispuesto a entrar en tratos de paz con los judíos. En el v.23 supone el rey que su padre Epifanes fue trasladado de este mundo al Olimpo, para regocijarse en la compañía de los otros dioses. Los autores (Abel, Bévenot, Bickermann, Grandclaudon) juzgan que a esta carta le corresponde ocupar el último lugar.
A los judíos dirige Antíoco una carta en respuesta a una petición de Menelao. Por la misma concede un salvoconducto a los judíos que, en el intervalo de quince días, a contar del 15 del mes Xántico hasta el 30 del mismo, deseen marchar a Palestina. Menelao es el sumo sacerdote, varias veces nombrado con anterioridad (2M 4, 27-34.50). Los destinatarios de la carta son las autoridades de los judíos (gerousía). La carta está fechada el 15 de abril del año 164 antes de Cristo, 148 de los seléucidas, y sigue en orden a las de Lisias y de los romanos. Firma la misma Antíoco Epifanes, o es expedida en su nombre.
También escriben los romanos "al pueblo de los judíos." A esta carta corresponde ocupar el segundo lugar en la serie de las cuatro, por confirmar concesiones que Lisias había hecho a los judíos. Firman la carta Quinto Memmio, la única vez que asoma al escenario de la historia, y Tito Manlio (o Manilio, Manió), que Niese identifica con Manió Sergio, enviado a Oriente por el Senado en 165-164. Los romanos no pueden decidir en las cuestiones que se han sometido al examen del rey antes que no dé éste su parecer. Dicen que van a Antioquía, pero no especifican si proceden de Egipto o iban a Roma, vía Antioquía, Grecia, o inversamente. La carta está fechada el 15 del mes Xántico del año 148. La dificultad proveniente de adoptar los romanos el calendario seléucida queda resuelta al suponer que Jasón unificó la cronología de los documentos.

2M 12, 1-9. Acción contra Jope y Jamnia

No tardan en reanudarse las luchas de Judas contra Siria. En 1M 5, 1-2 se achaca el comienzo de las mismas a la envidia de las naciones por la prosperidad de Judas. En nuestro texto se hace responsable de ello a los gobernadores de las aparquías de Celesiria, que azuzan a la población. El de mayor graduación era Timoteo, que, si no es idéntico al homónimo de 2M 10, 37, cabe al menos identificarlo con el Timoteo de 1M 5, 6-11. De Apolonio Genneo no se tienen otras noticias, como tampoco de Jerónimo y Demofón.
Nicanor hallábase al frente de un destacamento de mercenarios chipriotas y es distinto del Nicanor protagonista de luchas contra Judea (1M 3, 38), hijo de Patroclo (2M 8, 9). La aversión de los helenistas hacia los judíos se manifestó en un episodio lamentable que costó la vida a doscientas personas. Este crimen es una impiedad. ¿Por qué este paseo en barca? ¿Montaron en ella por puro placer o para asistir a algún espectáculo náutico? En el programa de los festejos, uno de los números aprobados por las autoridades incluía un paseo por mar (2M 10, 8). El naufragio se achacó a la .mala voluntad de los helenistas. Siendo judíos la mayoría de los náufragos, corrió la voz de que se trataba de un plan previamente calculado, A los judíos se les invitó a montar en navíos preparados para ellos. Al llegar mar adentro, la barca zozobró, hundiéndose con la tripulación. Judas vengó rápidamente la afrenta. La ciudad fue tomada definitivamente por Simón (1M 13, 11; 2M 14, 5). También Jamnia fue devastada. Con la hipérbole utilizada quiere decir el autor que las llamaradas eran visibles desde muy lejos, no pudiendo, sin embargo, divisarse desde Jerusalén, distante del lugar unos cuarenta y cinco kilómetros.

2M 12, 10-31. Judas en Galaad

La narración, salvo algunas particularidades, es paralela a 1M 5, 24-53. El texto puede inducir a error cuando dice que "a nueve estadios de allí" se enfrentó con un grupo de árabes, ya que fácilmente podría tomarse la ciudad de Jamnia como punto de referencia. El contexto siguiente induce a creer que el autor ha juntado bruscamente dos episodios, con lo que se desfiguran las perspectivas geográficas e históricas. Judas había pasado el Jordán y, al frente de su ejército, marchaba por la alta planicie de TransJordania. Caspín, que Abel identifica con la actual Kisfín, al norte de TransJordania, pagó cara su resistencia a Judas. De la horrible carnicería da idea la imagen utilizada por Jasón de que apareció lleno de sangre un estanque que medía doscientos setenta metros de largo l. Se discute sobre el significado de Jaraca. Unos la consideran como nombre propio de lugar, y la identifican con la actual Kerak, a veinte kilómetros al noroeste de Bosra, en la Batanea. Otros ven en ella un nombre común griego con el significado de trinchera, campo atrincherado, identificándolo con Diatema (1M 5, 8-9). Los judíos de allí llamábanse tubienses por residir en el país de Tubi (1M 5, 13).
Al tener noticia de que Judas llegaba al frente de sus soldados, mandó Timoteo encerrar en Camión o Carnáin (1M 5, 43) a las mujeres y niños, creyendo que por encontrarse allí el santuario de Astarté, lugar sagrado para los gentiles, respetaría Judas el lugar. Pero nada significaba la estatua de Astarté para los judíos, acérrimos monoteístas. Judas se apoderó de Camión, dando muerte a gran número de hombres. Dice el texto que marchó contra el Atargateo, o sea, contra el templo dedicado a la diosa Syria, llamada Atargates o Deketo. Pero en nuestro texto se alude más bien al templo de la diosa Astarté, lugar de asilo, que dio su nombre a la población conocida por Astarot Carnáin (Gn 14, 5), o Astarot (Dt 1, 4; Jos 8, 10).

2M 12, 32-37. Derrota de Gorgias

Gorgias mandaba el ejército del sur de Palestina, en tierra de Idumea, tomando esta palabra en sentido amplio (1M 4, 15), aliada de los seléucidas. Dositeo no es el mismo personaje de que se habló en el v.19. El jinete tracio salvó la vida a Gorgias. Los tracios tenían fama de ser buenos jinetes. Maresa o Marisa se encuentra en las inmediaciones de Bet Gibrin (Jos 15, 44). Es la primera vez y la última que se menciona el nombre de Esdras, Esdrín o Esdrías, comandante del ejército de Judas. La intervención oportuna de Judas atenuó las consecuencias de la derrota, que nuestro autor deja entrever oscuramente para que el lector no forme un juicio desfavorable de los soldados campeones del yahvismo.

2M 12, 38-46. Sufragios por los muertos

El sábado veníase encima y no era prudente ponerse al alcance del ejército de Gorgias para retirar los cadáveres. Judas retrasó su ejército unos quince kilómetros, refugiándose en el lugar del antiguo Odulam. Los muertos quedaron sobre el campo de batalla a causa de la proximidad del sábado y para que los soldados no quedasen contaminados al contacto con los cadáveres. Pasada la fiesta, dióse sepultura a los muertos, acto que, según la Vulgata, realizaron Judas y los suyos. La noticia de que cada uno de los soldados fue llevado al sepulcro de familia tiene un significado más bien ideal que real. Al levantar el cuerpo de los caídos en la batalla, comprendió Judas el porqué de la derrota sufrida: los muertos habíanse contaminado con el pecado de apropiarse el oro y plata que recubría las estatuas de los ídolos (Dt 7, 25) y de llevar escondidas bajo la túnica ofrendas robadas al templo de Jamnia. Por su pecado los ha castigado Dios. Judas alaba al Señor por haberle dado a conocer las causas del desastre bélico y por haber demostrado a todos que nada se oculta a sus ojos. En la oración pidieron a Dios que el pecado no fuera imputado a los muertos como crimen irremisible. Creían los judíos que los muertos podían alcanzar en el otro mundo el perdón de algunos pecados, mayormente si los vivientes se interesaban por su salvación y hacían por ellos acciones satisfactorias (calmet). Los hechos amonestaban a los presentes a que no imitaran la conducta de sus compañeros, muertos en castigo de su pecado. Por el pecado colectivo se ofrecía un becerro, sobre el cual imponían las manos los ancianos de la asamblea. Su ceremonial se describe largamente en Lv 4, 2-Lv 5, 13. Al final del v.43 hace el epitomador una reflexión sobre el proceder de Judas, con lo cual manifiesta su fe en la resurrección de los muertos. Si Judas no esperaba que los soldados muertos resucitaran algún día, era vano y superfluo orar por ellos. Los v.45-46, en el original griego, dicen: "Así, siendo un pensamiento santo y bueno considerar que un magnífico galardón está reservado a los que mueren piadosamente, hizo el sacrificio expiatorio por los difuntos para que fuesen libres del pecado." Las variantes de la Vulgata tienden a poner de relieve el valor dogmático del texto. Las palabras "pensamiento santo y bueno" son palpablemente una glosa redaccional. La Vulgata las conserva y las une con el contexto siguiente, como si fuese la conclusión lógica de todo el episodio. Sancta ergo et salutaris est cogitatio pro defunctis exorare, ut a peccatis solvantur.
Tres enseñanzas de gran alcance se desprenden del texto anterior: a) No solamente cree Judas en la supervivencia de las almas, sino también en la resurrección de los muertos, b) A los que mueren con sentimientos de religiosa piedad les está reservada una magnífica recompensa en premio de su conducta religiosa y moral durante el curso de su vida, c) Está convencido Judas de que un sacrificio ofrecido en sufragio de los difuntos puede lograr que los pecados que cometieron les sean totalmente perdonados. Los soldados combatieron animosamente por su Dios y por su patria, pero tuvieron la debilidad de encandilarse por objetos impuros. Con terminología actual, cabe decir que Judas no veía en ello un pecado mortal, sino más bien una falta propia de niños irreflexivos. El robo de los objetos no era indicio de un acto de culto con los ídolos. Ellos, acogiéndose al derecho de guerra, se dejaron arrastrar por la avaricia, cometiendo con ello un pecado que no trasciende de las esferas de un pecado venial. Esta impureza, en la mente de Judas, podía ser causa de que los difuntos no llegaran a la consecución del magnífico galardón a que tenían derecho por no haber sido totalmente perdonado su pecado. Los que están en vida, en estado todavía de merecer, pueden, con sus sufragios, lograr que este leve obstáculo sea removido. Por el carácter del relato puede conjeturarse que el autor sagrado polemiza contra los negadores de la creencia en la resurrección de que habló en 2M 7, 9. En este texto encontramos esbozada la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio y la práctica de los sufragios por los difuntos, ut a peccatis solvantur.

2M 13, 1-8. Muerte de Menelao

La campaña de Lisias tuvo lugar el año 149-150 de la era seléucida, correspondiente al año 163-162 antes de Cristo (1M 6, 20). De los cargos honoríficos de Lisias ha hablado el autor en otro lugar (2M 11, 1). Por temor a que Filipo tratara de hacer prevalecer sus derechos de tutor y se amparase del rey (2M 9, 29), llevó consigo Lisias al joven monarca Antíoco Eupator. El texto receptus dice que "cada uno mandaba un ejército griego de ciento diez mil hombres," cifra totalmente inaceptable, que contradice a la de 1M 6, 30, y que se opone a la misma mentalidad de Jasón, tan amante de hinchar los números. Ni griegos ni romanos usaron carros armados de hoces. Se trata de una costumbre oriental que se extendió por Persia y Egipto l. Poca utilidad tenían tales ingenios bélicos en un terreno tan quebrado como Palestina. Desde que Judas reconstruyó el templo de Jerusalén, Menelao residía en Antioquía, aunque nominalmente continuara en su oficio de sumo sacerdote y jefe de la nación judaica. También para este malvado sonó la hora que "el Rey de reyes" fijó en sus inescrutables designios para castigarle. Lisias acusóle al rey, quien mandó fuera ajusticiado en Berea, al estilo del lugar. A un malvado de esta calaña correspondía también una muerte dolorosa. En Berea se estilaba un género de suplicio digno de él. Se obligaba al condenado a muerte a subir a una torre de veinticinco metros, llena de cenizas ardientes y coronada por una máquina giratoria, sobre la cual montaba el reo. A un movimiento de la misma caía éste fatalmente sobre las brasas, hundiéndose su cuerpo a medida que se agitaba y retorcía por el dolor, hasta que sobrevenía la muerte. Los persas aplicaban el suplicio de la ceniza. El cuerpo de Menelao fue reducido a ceniza, negándosele los honores de la sepultura. La ceniza que le ahogó trae a la memoria la ceniza del altar y el fuego sagrado que él había profanado, aplicándosele la ley del talión (2M 4, 26; 2M 5, 8-10; 2M 9, 6-28).

2M 13, 9-17. Batalla de Modín

A más peligro, más fervor y oraciones más largas y continuadas. Judas no esperó al enemigo en Jerusalén; prefirió salirle al encuentro en las cercanías de Modín. Ofrecía este lugar dos grandes ventajas: la primera se refería a la naturaleza del terreno, montañoso y quebrado, propio para inutilizar los carros y elefantes del enemigo.
En segundo lugar, por haberse producido en Modín el primer chispazo de la guerra de independencia. El lugar influiría favorablemente sobre los ánimos de los combatientes.

2M 13, 18-22. Sitio de Betsur

Ve el epitomador que su libro se alarga y trata, por consiguiente, de recortar el estilo ampuloso que empleó en capítulos anteriores. Los hechos que narra corresponden a los que refiere 1M 6, 48-63. De Modín fue Lisias hacia el territorio de sus aliados los idumeos, sitiando a Betsur, con ánimo de avanzar hacia Jerusalén una vez conquistada aquella fortaleza. Rodoco, aunque el texto no lo diga expresamente, fue muerto en castigo de su traición (2M 10, 22).

2M 13, 23-26. Tratado de paz

Mientras Eupator y el regente Lisias estrechaban el cerco de Betsur, se enteraron de la sublevación de Filipo en Antioquía (1M 6, 63). Lisias, que veía en peligro su posición privilegiada, marchó precipitadamente a Antioquía, lo que le indujo a pactar con los judíos (1M 6, 55-63). Nuestro autor añade que el rey ofreció sacrificios, honró el templo y entregó dones; pero pasa por alto la noticia de la destrucción de los muros del monte Sión (1M 6, 62). El general Egemónidas nos es desconocido.

2M 14, 1-11. Alcimo indispone a los judíos con Demetrio

Demetrio escapó de Roma y, a bordo de una nave cartaginesa, desembarcó en las costas de Siria, en Trípoli, el año 161 antes de Cristo, 151 de la era seléucida (1M 7, 1).
Alcimo era de estirpe sacerdotal, pero no de la familia de Onías. Por favor de Eupator y Lisias, Alcimo sucedió a Menelao en el cargo de sumo sacerdote. Los asideos "fueron los primeros entre los hijos de Israel que pidieron la paz" (1M 7, 13) y reconocieron a Alcimo por legítimo sumo sacerdote.

2M 14, 12-14. Nicanor se dirige a Judea

Para distinguir a este Nicanor del homónimo de que habló en 2M 12, 2, el autor le caracteriza por el cargo que tuvo en un tiempo de comandante del grupo de elefantes. Pero los romanos abolieron el empleo de estos animales en las guerras ya antes del advenir miento de Demetrio.

2M 14, 15-17. Revés de Simón en Desáu

Confortados con la oración, los soldados de Judas presentaron batalla junto a Desáu. Este lugar nos es desconocido; quizá en el texto primitivo leíase Adasa (1M 7, 40), que se encuentra a unos tres kilómetros de Cafarsalama (1M 7, 31).

2M 14, 18-25. Amistad entre Judas y Nicanor

Tres mensajeros envió Nicanor a Jerusalén con proposiciones de paz. Difícil es identificar a los tres enviados. Según 1M 7, 27-31, estas negociaciones tuvieron lugar antes del combate de Cafarsalama, lo que mueve a Grimm, Bévenot, Knabenbauer, a distinguir dos combates, el de Desáu y el de Cafarsalama. En esta hipótesis, el curso de los acontecimientos sería el siguiente: 1) batalla de Desáu; 2) negociaciones de paz; 3) derrota de Nicanor en Cafarsalama; 4) amenazas contra los sacerdotes del templo; 5) derrota y muerte de Nicanor. El v.21 es dudoso críticamente, pero la idea sustancial es que ambos jefes se entrevistaron en pleno campo, sentados en sillas lujosas, semejantes a la sella castrensis de los pretores romanos. Aunque la amistad de Nicanor fuera sincera, sin embargo controlaba de cerca todo movimiento sospechoso del caudillo Judas. Por indicación de Nicanor, Judas tomó estado, fundó un hogar y gozó de la vida. El verbo koinonein significa tomar parte en la existencia común de los mortales en vez de guerrear en campaña, vivir sin hogar ni lugar fijo y matar. La guerra es algo antinatural, por oponerse al instinto de la procreación y a la armonía que debe existir entre los ciudadanos.

2M 14, 26-29. Intrigas de Alcimo

Alcimo veía con malos ojos la camaradería existente entre Nicanor y Judas. De seguir por aquellos derroteros, sus reivindicaciones quedarían en letra muerta. Por lo mismo acusó a Nicanor de haber nombrado a Judas diadoco, con lo cual le confería el derecho de ocupar su puesto al morir.

2M 14, 30-36. Raptara de relaciones

El episodio que en esta perícopa se refiere concuerda fundamentalmente con lo dicho en 1M 7, 33-55

2M 14, 37-46. Suicidio de Radas

Desairado Nicanor por su fracaso en la captura de Judas, encontró una víctima expiatoria en la personalidad relevante de Racías, miembro de los ancianos de Jerusalén. El autor describe con admiración el arrojo de este procer judío, que prefirió darse muerte a caer en manos de gente impía. Quizá Jasón de Cirene contara lo acaecido con riqueza de detalles; pero nuestro autor se apodera de aquel relato y lo resume de modo realista, encaminado a poner de relieve los valores con que contaba el nacionalismo judío. Racías obró de buena fe, y estaba convencido de que su acción, como la de Eleazar (2M 6, 18ss), contribuiría a impresionar favorablemente a sus correligionarios judíos y a servir de ejemplo de entereza a todos. El autor sagrado siente simpatía por Racías y no para mientes en el detalle de juzgar de la moralidad de este héroe nacional. Nos sucede actualmente a nosotros, que admiramos las gestas de un héroe popular, Juan de Serrallonga, por ejemplo; pero, puestos en el trance de emitir nuestro juicio sobre la moralidad de sus actos, refrenamos nuestros sentimientos y distinguimos fríamente entre los medios y el fin, entre lo que se ajusta a la ley suprema de la moralidad y lo que se opone a ella. Desde antiguo esta vivencia ha sido objeto de vivas discusiones, y hubo heresiarcas (los donatistas) que invocaban el caso de Racías para justificar la moralidad del suicidio. San Agustín ha expresado su parecer sobre el caso Racías, diciendo: Factum narratum est, non laudatum; et iudicandum potius quam imitandum. Heroico fue el acto de Racías, pero no bueno; no todo lo grande es bueno, decía San Agustín. Antiguos comentaristas someten el texto a un examen moral riguroso, tales Cornelio a Lapide y Calmet.
Racías se mantuvo siempre adicto a las leyes judías, no declinando jamás a la derecha ni a la izquierda. Hubo otros que, aunque momentáneamente, hicieron concesiones al helenismo; él, en cambio, combatió de hecho y de palabra contra cualquier contacto o comercio con los gentiles. Cuanto más relevante era su personalidad, más impresión causaría su captura por las tropas de Nicanor. Quinientos soldados fueron a prenderle, rodearon su amplio palacio, quizá a las afueras de Jerusalén, prendiendo fuego a las puertas. Familiares y servidores se encontraban en la casa de Racías, quienes, asfixiados por el humo de las puertas ardiendo, se refugiaron en la torre situada en un ángulo del edificio. Habiendo los soldados penetrado en el edificio y llegado a la torre, comprendió Racías que no había escape posible. En aquel momento, ciego por el odio hacia el enemigo y obcecado por la idea del honor, atentó contra su vida echándose sobre su espada (1S 31, 4). Con la precipitación falló el primer intento, por lo cual, viéndose ya acorralado y al alcance de los incircuncisos, corrió hacia el muro y se arrojó sobre la tropa que rodeaba su casa. Los soldados esquivaron el golpe, y el cuerpo del infeliz dio contra el suelo. Todavía con vida, se levantó y, por entre la masa de los soldados, corrió hacia una roca que sobresalía, e irguiéndose sobre ella, se arrancó las entrañas con la mano y las arrojó sobre la tropa siria, cayendo luego exánime después de invocar al "Señor de la vida y del espíritu que de nuevo se las devolviera."
El autor subraya la fe de Racías en la resurrección de la carne, devolviéndole Dios la integridad de su cuerpo. Este episodio encaja perfectamente dentro del libro. Por su carácter tiene estrecha relación con el martirio de los siete hermanos Macabeos (c.7). Compárase 2M 14, 37 con 2M 6, 18-23. Aquí, como en el capítulo 7, aparece la fe de los mártires en la resurrección.

2M 15, 1-5. Designios de Nicanor

Con la muerte de Racías quedaba Nicanor todavía en deuda con el rey, que le reclamaba "enviase cuanto antes al Macabeo" (2M 14, 27). En el ejército tenía Nicanor elementos judíos, apóstatas unos y ortodoxos otros, aunque de tendencia liberal, que por solidaridad de raza protestaron contra su designio de echarse encima de Judas y sus gentes en día de sábado y aniquilarlos. Ignoraba Nicanor que, a consecuencia de un revés (1M 2, 32-38), se determinó que podían defenderse los judíos en caso de ser atacados, pero no tomar la iniciativa del combate (1M 2, 41). La protesta de los judíos enrolados en el ejército de Nicanor demuestra que conservan su fe, al mismo tiempo que declaran que la ley del sábado es universal, que obliga a todos los hombres indistintamente, por haber sido promulgada a raíz de la creación del mundo (Gn 2, 4). Nicanor no niega que exista Dios, pero duda de que El haya ordenado el descanso sabático. Sin saber el porqué, sus proyectos no se realizaron.

2M 15, 6-11. Jadas catequiza a los suyos

De nuevo opone el autor dos realidades: la de Nicanor, obcecado por su "insensato orgullo," y la de Judas, que condiciona su éxito en la lucha a la ayuda "del Dios de las batallas." Nicanor piensa levantar con Judas y los suyos un monumental trofeo, no en el sentido de erigir un monumento apilando sus cadáveres o amontonando las armas que tenían, sino en el de creer que la victoria sobre ellos levantaría extraordinariamente su prestigio ante el rey y la nación.

2M 15, 12-16. Un sueño misterioso

Judas contó un sueño-visión digno de fe (axiópistos). La visión fue la siguiente: apareció el sumo sacerdote Onías (2M 4, 33) en actitud de tender las manos y orando por toda la comunidad de los judíos. Su bondad y altruismo le caracterizaron ya en vida (2M 3, 31; 2M 4, 2). Pronto otro venerable anciano entró en escena; al hacer Onías su presentación, declaró que era Jeremías, profeta de Dios (2M 2, 1-8). De este texto aparece claramente la fe de nuestro autor en la intercesión de los santos a favor de los mortales.

2M 15, 17-24. Preparativos para el combate

La noticia de la visión de Onías y de Jeremías electrizó a los soldados, que decidieron lanzarse a la ofensiva, conscientes de que de su valor dependía la suerte de sus tres grandes amores: la ciudad, la religión, el templo. En el lugar paralelo de 1M 7, 43-50 no se habla de los elefantes. Jasón los introdujo en su texto para obtener un cuadro más impresionante de un general que en otros tiempos fue elefantarco. En la oración que precedió al combate alude Judas al ángel exterminador que diezmó el ejército de Senaquerib (2R 19, 35; 1M 7, 41). Pide que mande Dios a su ángel bueno, como hizo en la expedición de Lisias (2M 11, 6-8).

2M 15, 25-37. Derrota y muerte de Nicanor

¡Qué actitud tan dispar toman los dos ejércitos al iniciar el combate! El de los gentiles avanza al son de las trompetas y de cantos guerreros; el de Judas, con las armas en la mano, el amor de Dios en el corazón y la oración a flor de labios. La victoria de Judas fue aplastante; muchos soldados enemigos cayeron al filo de la espada. Nicanor quedó entre los muertos. Mandó Judas que le cortaran el brazo hasta el hombro, la lengua y la cabeza, que, como trofeos, debían llevar a Jerusalén. De la decapitación de cadáveres se habla en la Biblia (Jc 7, 25; 1S 17, 54; 1S 31, 9) Jdt 12, 8; Jdt 14, 1). Los de la ciudadela contemplaron con pavor la cabeza de su jefe. Su lengua, fue picada y reducida a trozos diminutos y arrojada para ser pasto de las aves del cielo. El brazo de Nicanor se colocó en un lugar cercano al templo, visible desde su recinto. Probablemente fue puesto sobre un palo levantado ex profeso o adosado a los muros de la ciudadela.
El 13 del mes de Adar fue declarado fiesta nacional (1M 7, 45-50). En el Talmud (Taanit 2, 12) se alude a esta fiesta. Era la víspera de la fiesta de Purim. En atención a esta solemnidad se prohibió que el día 13, como normalmente corresponde a una vigilia de fiesta grande, se ayunara y hubiera manifestaciones de duelo. El día 13 de Adar debía computarse como festivo, día de alegría, por haber desaparecido en él el enemigo de la causa judía. En la historia, este día fue conocido por el "Día de Nicanor," que cayó en desuso con el andar de los tiempos. No parece que sobreviviera al siglo VIII.

2M 15, 38-40. Epílogo

El autor sagrado cierra su epítome con una resonante derrota de Nicanor y un triunfo glorioso de su héroe, Judas Macabeo. Este pierde su vida algo más tarde en lucha con Báquides (1M 9, 1-22), pero no quiere el autor empañar ni empequeñecer la figura de Judas con la narración de hechos que le sean adversos. La ciudad de Jerusalén no recuperó su total independencia; siguió perteneciendo al reino seléucida. Como señal externa de sujeción a Siria estaba el Acra, ciudadela, en el corazón de la capital del judaísmo. Más tarde, en 135, Antíoco Sidetes se apoderó de Jerusalén y destruyó sus murallas. Pero el templo, que en todo el libro absorbe la atención del autor, se mantuvo en manos de los judíos, no repitiéndose el sacrilegio de Epifanes de construir un altar a los dioses paganos. Después de la muerte de Nicanor no se registraron otras destrucciones parecidas a las que se llevaron a cabo en tiempos de Antíoco Epifanes, ni hubo desmantelamiento del monte Sión, como en el reinado de Eupator, ni ulteriores tentativas de helenización. El autor ha logrado el fin que se propuso al escribir su libro, que era el de preconizar dos fiestas relativas al templo: la de la Dedicación, precedida del castigo de Epifanes, y la del Día de Nicanor, en conmemoración de la derrota ignominiosa de éste (Abel).
El epílogo termina con una comparación. No es grato beber vino puro o agua sola; pero es agradable y gustoso el vino mezclado con agua (vinum temperaturu). Aplicando esto último a su libro, aparece que no fue designio del autor exponer fríamente los hechos, encuadrarlos escrupulosamente en su marco cronológico e investigar todo lo referente a ellos hasta en sus mínimos detalles. Este método no hubiera sido del agrado del lector. Pero, si se sacrifica la sobriedad de la historia a un estilo retórico pomposo y patético, se logra una mezcla semejante al vinum temperaturu. Con ello no quiere decir que en su libro existen mezclados el error y la mentira, sino que su relato histórico está encaminado a servir de edificación a los lectores; que está escrito con estilo poético y elegante a fin de que resulte agradable a los oídos de cuantos lo oigan leer (akoas). Grandclaudon termina la exégesis de este epílogo escribiendo: "Dejamos, pues, a Jasón el fondo histórico y reconozcamos en el epitomador inspirado la fidelidad a su fuente de información y al arte de presentarla."