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Ba 1, 1-22. Colecta por el Templo de Jerusalén. Confesión
Ba 1, 1-4. Título y lectura del libro
En la presentación de Baruc se nos da la misma genealogía que hemos encontrado en Jr 32, 12, con la adición de Sedecías, Asadlas y Helcías. No se da a Baruc el título de profeta, como tampoco en el libro de Jeremías. La lectura de este escrito de Baruc tuvo lugar en el año quinto, día séptimo del mes quinto (v.2). Pero no da el punto de partida para computar esta fecha. Muchos creen que ese año quinto es a partir de la toma de Jerusalén en 586, de modo que la lectura habría tenido lugar en el año 581-580 a.C. Es lo más probable. Entonces la frase al tiempo en que los caldeos tomaron Jerusalén (v.2) habría que entenderla en el sentido de después que los caldeos tomaron Jerusalén (Cf. 2R 24, 8; Jr 22, 24-30). El libro es leído a los deportados de Babilonia, entre los que está el rey Jeconías, hijo de Joaquim, que después de tres meses de reinado fue llevado cautivo en la primera deportación del 598, sucediéndole en el trono su tío Sedecías. Conocemos hoy día, por las inscripciones cuneiformes, el trato que se le daba en la corte de Nabucodonosor. Fue puesto en libertad vigilada por el sucesor de Nabucodonosor, Evil-Marduk.
Ba 1, 5-14. Colecta por el templo
La reacción de los oyentes ante la lectura de los discursos de Baruc fue un completo éxito desde el punto de vista religioso: un sentimiento de compunción y de expiación fue la característica de aquella reunión de desterrados de Babilonia, que se concretó en una colecta pecuniaria en favor del templo de Jerusalén. No conocemos al sacerdote Joaquim, pero debe de ser el que circunstancialmente estaba al frente del templo de Jerusalén. El texto no dice que fuera sumo sacerdote. Según 1Cro 6, 15, el sumo sacerdote estaba en el exilio. En Jdt 15, 8 aparece un sumo sacerdote Joaquim, sin especificar más su genealogía. La frase cuando tomó los utensilios del templo, parece tener por sujeto a Baruc, que debió de transportar algunos de los vasos sagrados robados por las tropas de Nabucodonosor (Cf. 2R 24, 13; 2R 25, 13-16). El mes de Sivan corresponde a nuestro mayo-junio. Los deportados debieron de entregar a Baruc también una carta en la que explicaban el destino que debían dar a la colecta.
Podemos suponer que los judíos que quedaron en Jerusalén después de su destrucción tratarían de reorganizar el culto en un altar provisional sobre las ruinas del antiguo templo, que permanecía como lugar sagrado para todos. Así, en la carta se habla de holocaustos y ofrendas en el altar del Señor (v.10). La petición de oraciones por Nabucodonosor, rey de Babilonia (v.11) parece responder a la recomendación de Jr 29, 7 en su carta a los exilados: "Laborad por el bien de la ciudad a que os he desterrado y rogad por ella a Yahvé, pues su bien será vuestro bien". Los exilados, después de la prueba, reconocían a Yahvé como causante principal de la catástrofe, y Nabucodonosor su instrumento. Todo ha sucedido por sus pecados. Y ahora lo mejor era mantener buenas relaciones con la autoridad suprema babilónica si habían de aspirar algún día a conseguir la plena rehabilitación nacional.
No es fácil explicar la asociación de Baltasar a Nabucodonosor como hijo. No sabemos qué Nabucodonosor haya tenido un hijo llamado Baltasar, y, por otra parte, el Baltasar que conocemos como último rey de Babilonia no es hijo de Nabucodonosor, sino de Nabónides. En el libro de Daniel (Cf. Dn 5, 2; Dn 5, 18) se dice también que era hijo de Nabucodonosor. No faltan autores que supongan que la mención aquí de Baltasar hijo de Nabucodonosor sea una adición posterior, basada en el libro de Daniel. Los exilados reconocen, por otra parte, sus pecados, y suplican a los de Jerusalén que oren por ellos en el templo de Yahvé (v.13). Y piden que lean este libro, es decir, Ba 1, 15-Ba 3, 8, como confesión pública de los pecados de ellos. No se especifica la fiesta en que debe leerse, pero quizá sea la de los Tabernáculos, en septiembre-octubre, que era la fiesta por excelencia (Cf. 1R 8, 2; 1R 12, 32). Los días oportunos parecen ser los días de asamblea o congregación del pueblo.
Ba 1, 15-22. Confesión de los pecados
Las semejanzas entre esta oración y la de Daniel (Cf. Dn 9, 11-17) son sorprendentes. Parece que hay dependencia casi literal entre ambas. Y también tiene muchas afinidades con Dn 9, 4-9. El esquema de la oración es trivial y sin originalidad alguna. Se afirma la justicia de Dios, manifestada en el castigo enviado sobre ellos, merecido por sus muchos pecados. Toda la sociedad judía es responsable ante Dios por la catástrofe, ya que todos pecaron: reyes, príncipes, sacerdotes, profetas y varones en general. El pecado principal consiste en la desobediencia al Señor, haciendo caso omiso de las amenazas intimadas por medio de Moisés en Dt 28, 15-18 (Cf. Lv 26, 14-39; Jr 11, 2ss).
Ba 2, 1-35. Enumeración de las calamidades sufridas
El hagiógrafo enumera algunas de las mayores calamidades que les han sobrevenido, entre las que destacan las escenas de antropofagia habidas en el asedio de Jerusalén (?.3), según había sido predicho (Cf. Lv 26, 29; Dt 28, 53; Jr 19, 9; Lm 4, 1).
Otro castigo máximo ha sido la sujeción a pueblos extranjeros, siendo así el escarnio y el baldón ante todos los pueblos. Como pueblo elegido por Dios, tenían un puesto privilegiado entre las demás naciones, pero han sido abatidos en vez de ensalzados (v.5).
Reconociendo sus transgresiones, piden a Dios que les cambie su suerte, ya que está comprometido el mismo honor de Yahvé (v.15). La liberación de la cautividad debe ser un timbre de gloria para Yahvé entre los pueblos. En otro tiempo, el maravilloso éxodo de Egipto fue la prueba de su omnipotencia ante la nación perseguidora, Egipto. Los ojos de los exilados miran confiados en Yahvé, que habita en su casa santa, la morada celeste (Cf. Sal 33, 13-14; Sal 80, 15; 1R 8, 30) desde donde contempla el desarrollo de todos los hechos de la historia. Por otra parte, Yahvé debe considerar, por su propio interés, que, si desaparece su pueblo, nadie se preocupará de darle gloria, ya que los muertos que están en el hades no proclaman la gloria y la justicia del Señor (v.17). El hades aquí es la traducción griega del seol hebreo, morada lúgubre de los muertos, donde éstos no llevan una subsistencia completa, sino debilitada y como en sombra (Cf. Sal 104, 29; Sal 146, 4; Sal 6, 6; Sal 88, 11; Sal 115, 17). El hagiógrafo, pues, aún no tiene la luz sobre la retribución en el más allá y sobre la vida en Dios, como aparece en la época de los Macabeos (Cf. 2M 6, 18; Sb 5, 16ss)
Ba 2, 19-26. Las amenazas de Yahvé, cumplidas
El hagiógrafo es consciente de la falta de méritos de sus antepasados para hacer fuerza ante Dios en orden a liberarlos de la cautividad (v.19). Todo lo que ha sucedido ha estado anunciado por los profetas, y cita un pasaje de Jr 27, 11-13. La cita es libre. Jeremías había aconsejado la sumisión a Babilonia como mal menor (v.21). La resistencia no traería más que la devastación y la ruina (Cf. Jr 36, 7; Ez 7, 8; Ez 14, 10; Ez 20, 8; Jr 27, 6-11.12-15). La alusión a los huesos profanados de los reyes, sacándolos de sus sepulcros, no la encontramos confirmada en ningún texto de la Biblia, pero esta práctica era bastante corriente entre los asiro-babilónicos. Jeremías, al anunciar esto, lo hace irónicamente, ya que los huesos de los reyes puestos a la intemperie podrán así continuar su adoración a los astros como en vida. La destrucción ha sido total, y, entre todo lo perdido, lo que obsesiona a los israelitas es la desaparición del templo de Yahvé en la Ciudad Santa (v.26). Pero todo ha sido por la maldad de la casa de Israel y de la casa de Judá.
Ba 2, 27-35. Benevolencia de Yahvé para con su pueblo
El hagiógrafo canta las misericordias que Yahvé ha tenido con Israel a través de la historia. Precisamente por esta especial benevolencia divina con el pueblo elegido se ha salvado éste de su destrucción total (Cf. Lm 3, 22; Jr 4, 27; Jr 5, 10). Por amor a Israel, Yahvé había anunciado de antemano el castigo futuro si no amoldaba su conducta a los preceptos divinos (Cf. Lv 26, 14-39; Dt 28, 62). Pero también había anunciado su rehabilitación como pueblo, caso de ser reducido a un pequeño número (Cf. Lv 26, 40-45; Dt 30, 1-10). Y, sobre todo, vendrá un tiempo en que Israel, restaurado, vivirá vinculado con un nuevo corazón a Yahvé como centro de su vida social y nacional (Cf. Jr 32, 39; Ez 11, 19; Ex 36, 26). Es la era mesiánica, en que se restablecerá una nueva alianza eterna (Cf. Jr 31, 31ss; Jr 32, 40) para que Israel sea siempre el pueblo de Yahvé.
Ba 3, 1-38. Nueva oración y confesión de los pecados
En una súplica encendida se resumen todos los motivos que pueden ganar el favor divino, contraponiendo la bondad divina y los pecados del pueblo israelita. Se contrapone la suerte de Dios, habitando eternamente en su trono de gloria, y el triste destino de los hombres, que se mueren para no volver (v.3). Algunos entienden este verso en sentido interrogativo: "Tú estás sentado eternamente, y ¿nosotros estaremos perdidos para siempre?" ¿Cómo va a permitir, en su omnipotencia y bondad, que su pueblo se pierda para siempre? Los desterrados, sin esperanzas, se consideran como muertos en presencia de su Dios: Oye la oración de los muertos de Israel y de los hijos que pecaron contra ti (v.4). Se sienten solidarios de los pecados de sus antepasados, y, en consecuencia, aceptan el castigo que ha venido sobre ellos; pero saben que Dios es omnipotente y puede, en su misericordia, borrar los pecados de todos. Por otra parte, está en juego el mismo prestigio divino entre las naciones: acuérdate más bien, en esta hora, de tu diestra y de tu nombre (v.5), Yahvé debe mostrar con su brazo omnipotente que es verdadero el nombre adquirido por sus prodigios en favor de su pueblo entre las naciones. Es una invitación a renovar las gestas pasadas en favor de Israel; por tanto, no debe acordarse de las iniquidades de sus padres. En la balanza divina debe pesar más su omnipotencia y el celo de su nombre entre las naciones que la justicia vengadora que busca el castigo de las ofensas hechas contra Dios. Reconocen sus pecados, y por eso han emprendido un retorno a su Dios: hemos alejado de nuestro corazón toda la iniquidad de nuestros padres (?.7). Y terminan recordando la situación oprobiosa en el destierro, como supremo grito de auxilio.
Ba 3, 9-14. La transgresión de la Ley, fuente de calamidades
En esta sección encontramos un elogio de la Ley, fuente de sabiduría en la vida y de paz para con Dios. El fragmento es típico de la literatura sapiencial. Se destaca la trascendencia divina y las excelencias de la Ley, se invita a Israel a abrazar los preceptos de vida (v.9), es decir, que conducen a la vida, y, en este sentido, prudencia es sinónimo de sabiduría práctica, el arte de conducirse en la vida conforme a los mandamientos divinos en orden a conseguir la protección de Dios. Precisamente por haber abandonado esos preceptos de vida, plasmados en la Ley, Israel ha tenido que probar las amarguras del destierro (v.10), y allí, en tierra de enemigos, se ha hecho impuro como el que ha tocado un cadáver, se ha contaminado con los muertos. Los gentiles son como muertos ante Yahvé; e Israel, conviviendo con ellos, se ha alejado de su Dios. Por otra parte, Israel mismo ha perdido su vida como nación y lleva una vida lánguida como los que descienden al hades (v.11). El pueblo elegido en el destierro lleva una vida lánguida como las sombras del Seol. Y todo ello por haber abandonado la fuente de la sabiduría (v.12). Si hubiese seguido los preceptos de vida, caminando por la senda de Dios (v.13), su premio sería la paz perpetua. La experiencia pasada, amarga, debe darle a conocer dónde se halla la prudencia., la inteligencia, que llevan a la longevidad, como consecuencia de la protección divina.
Ba 3, 15-31. La sabiduría, fuera del alcance del hombre
Supuesta la necesidad de la sabiduría como clave de felicidad, la dificultad está en encontrarla, en rastrear sus senderos, en cuya tarea han fracasado los más audaces y dotados: los príncipes de la tierra, con todos sus recursos, no pudieron dar con ella (v.16). Tampoco han logrado dar con ella los poderosos en artimañas, como los domadores de las fieras (v.16). La alusión parece ser a los príncipes, que en sus ocios pueden entretenerse en ejercicios cinegéticos tanto con las fieras como con las aves del cielo (v.4). Son los mismos que amontonan la plata y el oro (v.17). Tampoco los plateros, que con operaciones secretas impenetrables, hábiles en las fundiciones de metales, han logrado rastrear las huellas de la verdadera sabiduría (v.18). A pesar de sus magníficas habilidades artísticas, son ignorantes en lo principal, es decir, en buscar la clave de la verdadera felicidad en la vida. Todos han pasado, yendo a morar al hades, región subterránea de los muertos (v.19).
Nuevas generaciones se han sucedido, han empezado las mismas labores que sus antepasados, pero tampoco dieron con el verdadero camino de la ciencia (v.20). Ni siquiera en los lugares famosos, por ser asientos de la sabiduría tradicional, como Canaán y Teman, se han dado huellas de la verdadera sabiduría. Aquí Canaán debe de referirse a Fenicia en general, famosa por sus comerciantes y su alfabeto (Cf. Ez 28, 4-5; Za 9, 2). En los textos ugaríticos de Ras Shamra (Siria) aparece un sabio famoso llamado Danel. Teman era una ciudad entre Edom y Arabia, generalmente identificada con esh-Shaubak (Cf. Coment. a Jr 49, 7). Los habitantes de ella pasaban por ser sabios (Cf. Ab 1, 8; Is 29, 14; Jr 49, 7). En el libro de Job, el interlocutor más sutil es Elifaz de Teman. Los hijos de Agar, o agarenos, son los ismaelitas; eran famosos comerciantes (Cf. Gn 37, 25; Gn 25, 2), como los de Madián, traficantes sobre todo de especias aromáticas, en contacto con mercaderes del Indico. Tampoco estos mercaderes, ávidos de novedades, encontraron la verdadera sabiduría. Ni los fabulistas, o creadores de proverbios, expresión de la sabiduría popular, dieron con la senda de la sabiduría.
Después de enumerar a todos éstos como ignorantes, a pesar de sus conocimientos, el hagiógrafo, en tono solemne, recuerda a Israel que la casa de Dios, o universo, es inmensa, como creada por el Señor de los mundos; pero tampoco concedió a este universo la sabiduría ni a sus generaciones antiguas. No sólo no encontraron la sabiduría los de Canaán, Teman, Agar y Madián, sino que en todo el orbe inmenso no ha habido nadie que encontrara la sabiduría.
Ni siquiera los famosos gigantes (Cf. Gn 6, 4; Sb 14, 6; Si 16, 8) la poseyeron. Según la tradición popular, en la antigüedad existieron hombres de desmesurada estatura, que dejaron sus huellas en los monumentos megalíticos. Se les atribuían maravillas como seres dotados de fuerzas superiores y diestros en la guerra (v.26). Pero tampoco a éstos eligió Dios, concediéndoles el secreto de la sabiduría (v.27). Al contrario, en su necedad, perecieron al creer que todo lo podían con su descomunal fuerza (v.28). Es que la sabiduría es inasequible a los hombres. Tiene que venir directamente por revelación divina, pues ¿quién subió al cielo y se apoderó de ella y la hizo descender de las nubes? (v.29). La fraseología está calcada en Dt 30, 11-13, pero con sentido contrario. Aquí se destaca la trascendencia de la sabiduría por encima de toda búsqueda humana, ya sea en los cielos, ya en viajes por el mar (v.30). Sus senderos son desconocidos, y sólo Dios puede dar la pista de ellos, y la dio a conocer a Israel, como dice a continuación.
Ba 3, 32-38. La sabiduría procede de Dios
Sólo Dios, trascendente, omnisciente y omnipotente, tiene el verdadero conocimiento de la sabiduría y, por tanto, sólo Él puede comunicarla (Cf. Jb 28, 23). Toda la creación está a su servicio, como Creador de ella, y la luz y los astros están a sus órdenes (v.35); y, llevado de su misericordia, ha tenido relaciones amistosas con su siervo Jacob, comunicándole los secretos de su sabiduría y dándole la Ley, que es la verdadera sabiduría, los preceptos de vida. Israel, como pueblo, ha sido privilegiado, ya que se le ha dado un plan de vida superior al de los otros pueblos. En el conocimiento y cumplimiento de la Ley, dada por Dios, está la verdadera felicidad y sabiduría. Dios ha entrado en relaciones particulares con su pueblo, y su sabiduría, plasmada en la Ley, se hizo ver en la tierra y conversó con los hombres (v.38). Aquí la Sabiduría-Ley aparece personificada en relaciones habituales con la humanidad, como en Si 24, 12-16. Los Padres griegos y latinos vieron en esta frase una alusión a la encarnación del Verbo, ya desde los tiempos de Atenágoras; pero parece mejor con el contexto suponer que nos hallamos ante una simple personificación poética de la Sabiduría. Algunos autores incluso han insinuado que sería una glosa cristiana, con alusión a la encarnación, siguiendo el prólogo del evangelio de San Juan.
Ba 4, 1-37. Elogio de la Ley. Rehabilitación de Israel
Ba 4, 1-4. Exhortación al cumplimiento de la Ley
El autor concreta explícitamente en qué consiste la sabiduría, que no es otra cosa que el cumplimiento de los mandamientos de Dios. El seguirla asegura una vida bajo la protección del Señor, mientras que los que se separen de ella caerán en la muerte (v.1). La perspectiva no es de ultratumba. No se alude a la idea de retribución al más allá, sino a la doctrina pragmática del Deuteronomio, según la cual Dios bendice con larga vida y bienes materiales a los que cumplen su Ley. Por eso se exhorta a Jacob a abrazar la Ley, caminando a su luz (v.2). La Ley dada por Dios es como una luz que ilumina el camino de Israel. Por otra parte, la Ley constituía la máxima gloria del pueblo elegido (v.3), por la precedencia que le daba sobre los otros pueblos y por lo que suponía de ventaja en la dirección de la vida (Cf. Ex 3, 15; Jb 18, 17; Pr 10, 7). Por consiguiente, debe ser celoso de su posesión y no debe comunicarla a una nación extraña. Parece aludir a la posibilidad de que, si no es digna de tal privilegio, Dios se la puede quitar y transferirla a otra nación no judía. Y el hagiógrafo canta exultante: Somos bienaventurados porque conocemos lo que a Dios place (v.4). Israel se halla en una situación privilegiada al conocer expresamente la voluntad de Dios, y, por tanto, amoldándose a ella, sabe que camina seguro, disfrutando de las bendiciones divinas prometidas.
Ba 4, 5-9. El pueblo, castigado por sus pecados
El profeta anima a los exilados, a los que, a pesar de estar postrados, les llama pueblo mío y monumento de Israel, es decir, que recuerdan aún a Israel como pueblo glorioso y con gestas pasadas dignas del gran antepasado Jacob-Israel. Les ha llegado la hora de la tragedia al ser vendidos a las naciones como esclavos; pero esto no ha sido para ruina o total destrucción. La causa de la catástrofe está en las rebeldías continuas contra Yahvé, sobre todo la idolatría sacrificando a los demonios, (?.7) o divinidades paganas. Así se olvidaron del que los engendró, escogiéndolos como pueblo "santo y raza sacerdotal", y, olvidándose del Dios eterno, atrajeron sobre ellos las calamidades que causaron la tristeza sobre Jerusalén, que los crió. Las frases tienen un acento de ternura, similares a Is 40, 1. Dios es como una nodriza que alimenta a su pueblo a través de la historia (Cf. Dt 1, 31; Dt 32, 10; Is 63, 10), y Jerusalén es como una madre de sus habitantes (Cf. Is 51, 18). En su dolor materno es presentada manifestando su duelo sobre la suerte de sus hijos: Oíd, naciones vecinas, Dios ha echado sobre mí un gran duelo (v.9). La mano de Yahvé ha pesado sobre ella con insistencia trágica, y no puede menos de llorar por sus hijos, cuidados con tanto esmero.
Ba 4, 10-16. Lamentaciones de Jerusalén
Habla Jerusalén, personificada en una dama que ha tenido hijos con alegría, pero que los ha visto partir al cautiverio con llanto y duelo. Pide a las naciones vecinas que no sientan una satisfacción maligna por su inmensa desgracia, apelando a los sentimientos naturales de la maternidad (v.12). Ahora es una pobre madre que ha quedado sin hijos, y, por tanto, digna de compasión. Reconoce la culpabilidad de ellos, por la que Dios envió el castigo (v.15). De nuevo les suplica comprensión y compasión para su trágica situación: acordaos del cautiverio de mis hijos. (v.14). Todo ha venido por designio del Eterno. En el v.16, con reminiscencias de otros pasajes bíblicos (Cf. Dt 28, 49; Jr 5, 15ss), describe a la nación enemiga que fue el instrumento de la ira divina. Parece un versículo redaccional, pues, aparte de ser muy similar a otros de la Biblia, tiene un aire bastante convencional (Cf. Is 28, 11; Is 33, 19; Jr 5, 15; Ez 3, 5-6; Dn 8, 23; Lm 5, 12-13). La nación invasora no ha tenido los elementales sentimientos de piedad, ya que ha dejado a Jerusalén desolada sin hijas.
Ba 4, 17-29. Jerusalén conforta a sus hijos exilados
Jerusalén es presentada como una madre que ve partir a sus hijos al exilio con pena por no poder prestarles alguna ayuda. Son días de luto para ella, despojada de las túnicas de la paz y vestida de saco (v.20). Su vida será una continua plegaria al Eterno por la suerte de sus desterrados, con la esperanza de ver su redención (v.21) del cautiverio. Tiene confianza en que un día, con alegría y gozo eterno, los volverá a ver. Mientras tanto, deben soportar con paciencia la prueba enviada por Dios, pues llegará el momento en que Dios castigará al perseguidor (v.25).
Ba 4, 30-37. Mensaje de consuelo
El profeta, exultante, anima a Jerusalén a sentirse alegre ante la nueva· perspectiva de inmediata liberación. Sión ha recibido un nombre directamente de Yahvé, que a su vez está vinculado al nombre de ella, por ser el lugar de su morada: El que te dio su nombre (?.30) (Cf. Is 43, 1; Is 45, 4; Dn 1, 7). Jerusalén pertenece de un modo especial a Dios, por ser el escabel de sus pies, y su nombre va siempre unido al de la Ciudad Santa, Por eso, esto es una prenda de su liberación: te consolara. Ha llegado la hora de la nación enemiga que la ha maltratado y ha llevado cautivos a sus hijos. Yahvé enviará sobre ella el fuego, símbolo de destrucción, como en Sodoma y Gomorra (Cf. Jr 50, 40). Pero no debemos tomar la frase al pie de la letra, como si Babilonia hubiera de ser realmente destruida por el fuego. Como otras veces hemos hecho notar, el profeta trabaja con moldes de expresión estereotipados, y entre ellos está el de la destrucción de las ciudades por el fuego (v.35). Babilonia se convertirá en lugar de ruinas, habitación de demonios, o sátiros, que, según la mentalidad popular, moraban en regiones deshabitadas y en ruinas (Cf. Is 13, 21-22; Jr 51, 37).
El profeta anuncia ya la llegada del cortejo triunfal de repatriados: Mira que llegan tus hijos desde el oriente y el occidente (v.37). El texto es muy similar a los conocidos pasajes del libro de Isaías (Cf. Is 49, 18; Is 60, 4). Y el que guía la caravana de retorno es el Santo, designación isaiana aplicada a Yahvé, Dios de Israel, cuya característica es la trascendencia, intangibilidad, segregación, incontaminación, pues santidad en el A.T. es esa atmósfera especial que rodea a Dios para aislarlo de las criaturas y purificar todo lo que en torno quiere acercarse a Él.
Ba 5, 1-9. Invitación a Jerusalén a Alegrarse por la llegada de Sus Hijos
Ha pasado la hora del duelo y de la tristeza, y por ello Jerusalén debe adornarse con sus mejores ornamentos de la gloria. Es la hora de la glorificación de sus hijos, de su retorno triunfal. Es la misma perspectiva de Is 52, 1. Jerusalén en adelante va a ser como una reina majestuosa, aureolada por la gloria de Dios. Debe revestirse del manto de justicia como consecuencia de la liberación de sus hijos, a los que se ha hecho justicia (Cf. Is 61, 10). Gloria del eterno es sinónimo de justicia. Jerusalén, como majestuosa reina entre los pueblos, debe ponerse la mitra o aureola consiguiente a ese estado de gloria o justicia concedida por el Eterno. Su gloria será objeto de admiración de parte de todos los pueblos (v.3), y se le dará un nombre nuevo: Paz de justicia y gloria de piedad (v.4). En ella habitará permanentemente la paz como fruto de la equidad o de la justicia, y, al mismo tiempo, la piedad o temor de Dios, lo que constituye el mayor cúmulo de gloria. Los profetas, en su idealización de los tiempos mesiánicos, inventaron nombres para designar a Jerusalén en su plena manifestación gloriosa. En Is 1, 26 se la llama ciudad de justicia, ciudad fiel. La justicia es la característica de la nueva teocracia mesiánica; por eso el Mesías se ceñirá con el "cinturón de la justicia" (Cf. Is 9, 7-8). Y esa justicia de los tiempos mesiánicos es fruto del conocimiento de Dios, que suscribirá una nueva alianza escrita en los corazones.
El v.5 es casi una repetición de Ba 5, 4-7. Se invita a Jerusalén a salir gozosa a recibir sus hijos, que vienen de todas partes (Cf. Is 51, 17; Is 49, 22; Is 60, 4.9; Is 66, 20; Is 52, 12; Is 58, 8.), y se idealizan los detalles del cortejo triunfal de retorno: antes fueron a pie camino del exilio, ahora vienen con honor, como en trono real. En Is 66, 20 se dice que vuelven en "carros, dromedarios, literas". Todos los medios honorables de transporte están a servicio de ellos. Vuelven como reyes, en un baldaquino o trono real. La expresión es gráfica para designar el honor que rodeará a los repatriados en su marcha hacia la patria.
Para facilitar más el paso de la comitiva, la misma geografía se transformará, ya que Dios abrirá una amplia avenida, allanando los montes y collados eternos (?.7) (Cf. Is 42, 16-17; Ex 13, 21), y la ruta real estará bordeada de árboles, que darán sombra a la caravana (v.8). En medio del desierto surgirán bosques para refrescar la marcha de los exilados que vuelven a la patria, como en otro tiempo la columna de humo o de fuego acompañó a los israelitas por la estepa del Sinaí (Cf. Ex 13, 21-22), y los árboles olorosos perfumarán el ambiente. Nos hallamos en el mundo de las metáforas. En realidad, sabemos cuán penoso fue el retorno de los repatriados bajo la égida de Zorobabel; pero, en la perspectiva poética, el retorno del exilio aparece aureolado por una especialísima protección divina, y, por otra parte, en su mente se superponen dos planos, uno el del retorno del exilio y otro el de la entrada de los israelitas en la era mesiánica, de la que aquél era el principio. Y todo lo que se relaciona con los tiempos mesiánicos lleva el sello de lo maravilloso.
Ba 6, 1-72. Epístola de Jeremías Sobre los ídolos
Autenticidad y contenido
Se ha destacado el carácter de esta epístola, similar a la glosa del Targum a Jr 10, 11. Por la forma literaria, el texto se parece a la epístola escrita a los cautivos por Jeremías, recogida en Jr 29, 15. Se trata de prevenir a los exilados contra la posibilidad de ser deslumbrados por el esplendor del culto de los ídolos babilónicos. No es verosímil que Jeremías haya sido el autor de esta epístola, pues en ella se refleja un conocimiento muy perfecto de la idolatría babilónica. Por otra parte, el estilo no es apasionado ni elegíaco como el de Jeremías; no se concibe fácilmente que el compilador de los escritos de Jeremías no la haya insertado entre ellos. Muchos autores creen que ha sido escrita originariamente en griego, pero no faltan lexicólogos que hacen hincapié en multitud de hebraísmos que en ella aparecen. Así podemos suponer que la epístola es obra de un escritor anónimo del siglo VI que vivía en el exilio, escrita para prevenir a sus compatriotas contra las seducciones de la idolatría caldea, exuberante en manifestaciones cultuales externas. En cuanto a la canonicidad siguió las vicisitudes que hemos visto para el libro de Baruc.
Ba 6, 1-6. Introducción
El profeta, en primer lugar, da por sentado que la cautividad es un castigo por los pecados de Israel. Por ello, los israelitas se verán obligados a permanecer en Babilonia siete generaciones (v.2). La expresión es genérica para indicar un largo lapso de tiempo. En otros textos de la Biblia se habla de "mil generaciones" (Cf. Dt 7, 9). Por consiguiente, no hay contradicción entre este texto y Jr 29, 10 (Cf. Jr 22, 1), donde se habla de setenta años como término máximo de la cautividad babilónica. Después de dar a entender que el exilio será largo, el profeta previene a los exilados contra su posible deslumbramiento ante las ampulosas manifestaciones religiosas de los babilonios, los cuales se gloriaban de sus ídolos, hechos de material riquísimo. Sobre todo las procesiones de principios de año, con el desfile de todos los ídolos, era una manifestación religiosa imponente, que podía impresionar a las mentalidades provincianas de los israelitas.
La frase del v.6, mi ángel está con vosotros, está calcada en las narraciones del Éxodo (Cf. Ex 23, 20-23), donde muchas veces el Ángel de Yahvé designa al mismo Yahvé en cuanto manifestado a los hombres.
La expresión Ángel en los textos del Pentateuco puede ser adición posterior, debido a manipulaciones teológicas posteriores para destacar la trascendencia divina. Aquí en la Epístola de Jeremías puede designar, pues, al mismo Yahvé en cuanto está vigilando la conducta de los exilados, protegiéndoles de un lado, pero también dispuesto a pedir cuenta de ella (Cf. Jr 11, 21).
Ba 6, 7-14. Impotencia de los ídolos
La descripción de los ídolos no puede ser más sarcástica. El tema es corriente en la Biblia (.Cf. Is 40, 19ss; Jr 2, 27ss). Los profetas estaban poseídos de la idea monoteística como base de toda su teología. Yahvé para ellos era el único Dios, a pesar de haber sido derrotado su pueblo por enemigos, que no fueron sino instrumentos de la cólera del Dios de Israel. Los ídolos, en cambio, son algo vano, e impotentes para defenderse a sí mismos. La acusación de que los sacerdotes robaban las riquezas de sus ídolos aparece de nuevo en Dn 14, 12. La alusión a la prostitución sagrada (las meretrices que moran bajo el techo, v.10) está muy en consonancia con las costumbres religiosas de los babilonios. En los templos no faltaba la hieródula consagrada a los devotos de su dios, que con sus atractivos sensuales favorecía la concurrencia de parroquianos. La sátira es sangrienta y despiadada: los ídolos, vestidos por sus devotos, carcomidos por la polilla, tienen que ser limpiados, y, a pesar de llevar un cetro o arma en su mano, no pueden defenderse contra los ladrones. En efecto, el dios de la tempestad, Hadad, tenía en sus manos un "hacha".
Ba 6, 15-22. Inutilidad de los ídolos
Sigue el autor desplegando irónicamente una incisiva apologética popular para socavar toda posibilidad de culto a los ídolos. Su inanidad se muestra en mil aspectos: se cierran en sus templos como a prisioneros para que no los roben, no ven a la luz de las lámparas que les encienden, y son pasto de animales tan diminutos como la polilla, y en ellos anidan las lechuzas y demás aves. Todo ello es signo de impotencia.
Ba 6, 23-28. Los ídolos no pueden valerse a sí mismos
La argumentación del profeta es muy lógica. Si los ídolos muestran una total impotencia, de modo que no pueden valerse a sí mismos, ni para defenderse ni para trasladarse de un lugar a otro, los exilados israelitas no deben temerlos ni honrarlos. Para la mentalidad israelita, acostumbrada a la sencillez y grandiosidad de Yahvé, que habitaba en los cielos y sólo simbólicamente en el templo de Jerusalén, esa profusión de ídolos e imágenes sagradas era una abominación. Pero siempre quedaba la propensión de las gentes sencillas a dejarse deslumbrar por lo aparente y externo, como había ocurrido con los cultos cananeos. El profeta quiere mostrar que los cultos babilónicos son un sucio negocio: los sacerdotes toman parte de las ofrendas para ellos, y, por otra parte, las mujeres en estado de impureza se atrevían a acercarse a los ídolos y a participar en los banquetes sagrados, lo que estaba estrictamente prohibido en la legislación hebrea (Cf. Lv 12, 4; Lv 15, 19).
Ba 6, 29-39. Culto irracional de los ídolos
Sigue la diatriba sarcástica contra los ídolos. Un indicio de lo indigno en los cultos idolátricos es que en ellos intervienen mujeres, cosa que para los israelitas parecía algo absurdo. En el culto babilónico, particularmente en el culto a Istar, tenían gran importancia las llamadas "sacerdotisas". Por otra parte, los sacerdotes se entregan en el templo a escenas de duelo, cosa también incomprensible para la mentalidad israelita, ya que a los sacerdotes en Israel se les prohibía hacer manifestaciones de duelo (Cf. Lv 21, 5). Aparte de las anomalías en el culto, los ídolos no pueden influir en la vida de los hombres. Así, se les contrapone a Yahvé: no pueden corresponder a las buenas o malas acciones (v.32), mientras que el Dios de Israel es bueno y justo, premiando a los buenos y castigando a los malos (Cf. 1S 2, 7); da riquezas (Cf. 1S 2, 7) y exige el cumplimiento de los votos (Cf. Dt 23, 21); da luz a los ciegos (Cf. Sal 145, 8); ayuda en la necesidad (Cf. 1S 2, 6; Is 25, 4), prestando particular auxilio a los huérfanos y a las viudas (Cf. Dt 10, 18; Sal 145, 9; Is 1, 17). Nada de esto pueden hacer los ídolos babilónicos, sacados con tanta pompa en procesión por las calles de Babilonia. No deben, pues, los israelitas mostrar ninguna inclinación ante semejantes simulacros, impotentes para todo, semejantes a piedras sacadas del monte (?.38).
Ba 6, 40-43. Prácticas licenciosas en el culto idolátrico
El profeta echa en cara la falsedad de los sacerdotes, a los que llama caldeos. Saben por experiencia que sus ídolos no pueden ayudar a nadie en sus necesidades, y menos hacer milagros, pero siguen explotando la buena fe de las gentes sencillas (Cf. Is 44, 18-20; Jr 10, 8-14; Sb 13, 1; Sb 15, 14). Bel es Marduk, el principal dios nacional de Babilonia. Después el hagiógrafo describe alguna de las prácticas licenciosas en honor de los ídolos babilónicos. Herodoto nos habla de la prostitución sagrada, corriente en los cultos mesopotámicos, y sus noticias han sido confirmadas por las nuevas investigaciones arqueológicas (Cf. Dt 23, 18; Os 4, 14). Incluso Herodoto menciona esos cordones que ceñían a las mujeres, que por lo menos una vez en la vida debían entregarse a los extranjeros en los templos de Istar (Afrodita). En el texto bíblico que comentamos se dice que estas meretrices sagradas quemaban salvado (v.42), quizá como rito sagrado afrodisíaco, para excitar el erotismo en sus parroquianos.
Ba 6, 44-56a. Los ídolos, obra de manos de los hombres
De nuevo se insiste sobre la inanidad de los ídolos, que son obra de hombres, y es absurdo que, muriendo éstos, puedan sobrevivir sus obras. Es más o menos una repetición de los conceptos ya expresados. El artista le da la forma que quiere sin consultar al ídolo (Cf. Is 44, 14-17; Jr 18, 4; Sb 13, 10). Por otra parte, en tiempos de persecución deben los sacerdotes ocultarlos para que no sean robados. Total, que no pueden ser divinidades objetos que son impotentes.
Ba 6, 56b-64. Impotencia de los ídolos
La argumentación se continúa en los mismos términos. Los supuestos dioses, al mostrar su impotencia, son de menos valor que las puertas que guardan las casas y que los utensilios que pueden emplearse en algo provechoso. Y, desde luego, son inferiores a las fuerzas de la naturaleza, sobre todo a los astros, cuya utilidad y obediencia al Creador es proverbial para los hebreos (Cf. Sal 19, 2ss; Sal 104, 1-24; Jr 33, 20; Gn 1, 14-18). Los astros no son dioses, sino elementos sometidos a la voluntad de Dios.
Ba 6, 65-72. Los ídolos son despreciables
El colmo de la impotencia de los ídolos es que no pueden defenderse, ni siquiera huir como las fieras, que pueden retirarse a sus madrigueras (v.67). Son un mero espantajo, que en realidad no guarda el melonar, sino el miedo que le tengan.
La argumentación se cierra con una frase de tipo gnómico en la que se exalta al justo, que por no servir a los ídolos se ve libre de todo reproche. La finalidad de la Epístola era prevenir a los exilados contra toda propensión a la idolatría como consecuencia de las manifestaciones ostentosas de los cultos religiosos babilónicos, que en definitiva son totalmente vacíos y sin sentido.