...Siendo yo niño, conviví con Policarpo en el Asia Menor... Conservo una memoria de las cosas de aquella época mejor que de las de ahora, porque lo que aprendemos de niños crece con la misma vida y se hace una cosa con ella. Podría decir incluso el lugar donde el bienaventurado Policarpo se solía sentar para conversar, sus idas y venidas, el carácter de su vida, sus rasgos físicos y sus discursos al pueblo. Él contaba cómo había convivido con Juan y con los que habían visto al Señor. Decía que se acordaba muy bien de sus palabras, y explicaba lo que había oído de ellos acerca del Señor, sus milagros y sus enseñanzas. Habiendo recibido todas estas cosas de los que habían sido testigos oculares del Verbo de la Vida, Policarpo lo explicaba todo en consonancia con las Escrituras. Por mi parte, por la misericordia que el Señor me hizo, escuchaba ya entonces con diligencia todas estas cosas, procurando tomar nota de ello, no sobre el papel, sino en mi corazón. Y siempre, por la gracia de Dios, he procurado conservarlo vivo con toda fidelidad... Lo que él pensaba está bien claro en las cartas que él escribió a las Iglesias de su vecindad para robustecerlas o, también a algunos de los hermanos, exhortándolos o consolándolos... 1.
Policarpo no sólo recibió la enseñanza de los apóstoles y conversó con muchos que habían visto a nuestro Señor, sino que fue establecido como obispo de Esmirna en Asia por los mismos apóstoles. Yo le conocí en mi infancia, ya que vivió mucho tiempo y dejó esta vida siendo ya muy anciano con un gloriosísimo martirio. Enseñó siempre lo que había aprendido de los apóstoles, que es lo que enseña la Iglesia y la única verdad. De ello son testigos todas las Iglesias de Asia, y los que hasta el presente han sido sucesores de Policarpo... Éste, en un viaje a Roma, en tiempos de Aniceto, convirtió a muchos herejes... a la Iglesia de Dios, proclamando que había recibido de los apóstoles la única verdad, idéntica con la que es transmitida en la tradición de la Iglesia. Y hay quienes le oyeron decir que Juan, el discípulo del Señor, una vez que fue al baño en Efeso vio allí dentro al hereje Cerinto; y al punto salió del lugar sin bañarse, diciendo que temía que se hundiesen los baños, estando allí Cerinto, el enemigo de la verdad. El mismo Policarpo se encentro una vez con Marción, y éste le dijo: "¿No me conoces?" Pero aquél le contestó: "Te conozco como a primogénito de Satanás..." 2.
...Ceñidos vuestros lomos, servid a Dios con temor y en verdad, dejando toda vana palabrería y los errores del vulgo, teniendo fe en aquel que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y le dio gloria y el trono de su diestra. A él le fueron sometidas todas las cosas celestes y terrestres; a él rinde culto todo ser vivo; él ha de venir como juez de vivos y muertos, y Dios tomará venganza de su sangre a aquellos que no creen en él.
Principio de todos los males es el amor al dinero. Sabiendo, pues, que así como no trajimos nada a este mundo, tampoco podemos llevarnos nada de él, armémonos con las armas de la justicia, y aprendamos a caminar en el mandamiento del Señor. Adoctrinad a vuestras mujeres en la fe que les ha sido dada, en la caridad, y en la castidad: que amen con toda verdad a sus propios maridos, y en cuanto a los demás, que tengan caridad con todos por igual en total continencia; y que eduquen a sus hijos en la disciplina del temor de Dios. En cuanto a las viudas, que muestren prudencia con su fidelidad al Señor, que oren incesantemente por todos, y se mantengan alejadas de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, avaricia de dinero o de cualquier otro vicio. Que tengan conciencia de que son altar de Dios, y de que él lo escudriña todo, sin que se le oculte nada de nuestras palabras o pensamientos o de los secretos de nuestro corazón... Los diáconos sean irreprochables delante de su justicia, pues son ministros de Dios y de Cristo, no de los hombres. No sean calumniadores ni dobles de lengua; no busquen el dinero, y sean continentes en todo, misericordiosos, diligentes, caminando conforme a la verdad del Señor, que se hizo ministro de todos... Que los jóvenes sean irreprensibles en todo, cultivando ante todo la castidad y refrenando todo vicio, porque es bueno arrancarse de todas las concupiscencias que andan por el mundo... También los presbíteros han de ser misericordiosos, compasivos para con todos, procurando enderezar a los extraviados, visitar a todos los enfermos, sin olvidarse de la viuda o del huérfano o del pobre; atendiendo siempre al bien delante de Dios y de los hombres, ajenos a toda ira, acepción de personas y juicios injustos, alejados de todo amor al dinero, no creyendo en seguida cualquier acusación, ni precipitados en el juzgar, sabiendo que todos tenemos deuda de pecado... 3.
(Epístola a los Filipenses, 4 - 10).
Principio de todos los males es el amor al dinero. Ahora bien, sabiendo como sabemos que, al modo que nada trajimos con nosotros al mundo, nada tampoco hemos de llevarnos, armémonos con las armas de la justicia y amaestrémonos los unos a los otros, ante todo a caminar en el mandamiento del Señor. Tratad luego de adoctrinar a vuestras mujeres en la fe que les ha sido dada, así como en la caridad y en la castidad: que muestren su cariño con toda verdad a sus propios maridos y, en cuanto a los demás, ámenlos a todos por igual en toda continencia; que eduquen a sus hijos en la disciplina del temor de Dios.
Respecto a las viudas, que sean prudentes en lo que atañe a la fe del Señor, que oren incesantemente por todos, apartadas muy lejos de toda calumnia, maledicencia, falso testimonio, amor al dinero y de todo mal. Que sepan cómo son altar de Dios, y cómo Dios escudriña todo y nada se le oculta de nuestros pensamientos y propósitos ni de secreto alguno de nuestro corazón.
Como sepamos, pues, que de Dios nadie se burla, deber nuestro es caminar de manera digna de su mandamiento y de su gloria. Los diáconos, igualmente, sean irreprochables delante de su justicia, como ministros que son de Dios y de Cristo y no de los hombres: no calumniadores, ni de lengua doble, sino desinteresados, continentes en todo, misericordiosos, diligentes, caminando conforme a la verdad del Señor, que se hizo ministro y servidor de todos. Si en este mundo le agradamos, recibiremos en pago el venidero, según Él nos prometió resucitarnos de entre los muertos y que, si llevamos una conducta digna de Él, reinaremos también con Él. Caso, eso sí, de que tengamos fe.
Igualmente, que los jóvenes sean irreprensibles; que cuiden, sobre todo, la castidad y se alejen de cualquier mal. Es cosa buena, en efecto, apartarse de las concupiscencias que dominan en el mundo, porque toda concupiscencia milita contra el espíritu, y ni los fornicarios, ni los afjeminados ni los deshonestos contra naturaleza han de heredar el reino de Dios, como tampoco los que obran fuera de ley. Es preciso apartarse de todas estas cosas, viviendo sometidos a los presbíteros y diáconos, como a Dios y a Cristo.
Que las vírgenes caminen en intachable y pura conciencia.
Mas también los presbíteros han de tener entrañas de misericordia, compasivos con todos, tratando de traer a buen camino lo extraviado, visitando a los enfermos; no descuidándose de atender a la viuda, al huérfano y al pobre; atendiendo siempre al bien, tanto delante de Dios como de los hombres, muy ajenos de toda ira, de toda acepción de personas y juicio injusto, lejos de todo amor al dinero, no creyendo demasiado aprisa la acusación contra nadie, no severos en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores del pecado. Ahora bien, si al Señor le rogamos que nos perdone, también nosotros debemos perdonar; porque estamos delante de los ojos del que es Señor y Dios, y todos hemos de presentarnos ante el tribunal de Cristo, donde cada uno tendrá que dar cuenta de sí mismo. Sirvámosle, pues, con temor y con toda reverencia, como Él mismo nos lo mandó, y también los Apóstoles que nos predicaron el Evangelio, y los profetas que, de antemano, pregonaron la venida de Nuestro Señor. Seamos celosos del bien y apartémonos de los escándalos, de falsos hermanos y de aquellos que hipócritamente llevan el nombre del Señor para extraviar a los hombres vacuos.
Porque todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en carne, es un Anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz, procede del diablo; y el que torciere las sentencias del Señor en interés de sus propias concupiscencias, ese tal es primogénito de Satanás.
Por lo tanto, dando de mano a la vanidad del vulgo y a las falsas enseñanzas, volvámonos a la palabra que nos fue transmitida desde el principio, viviendo sobriamente para entregarnos a nuestras oraciones, siendo constantes en los ayunos, suplicando con ruegos al Dios omnipotente que no nos lleve a la tentación, como dijo el Señor: Porque el espíritu está pronto, pero la carne es flaca.
Mantengámonos, pues, incesantemente adheridos a nuestra esperanza y prenda de nuestra justicia, que es Jesucristo, el cual levantó sobre la cruz nuestros pecados en su propio cuerpo: Él, que jamás cometió pecado, y en cuya boca no fue hallado engaño, sino que, para que vivamos en Él, lo soportó todo por nosotros.
Seamos, pues, imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémosle. Porque ése fue el dechado que Él nos dejó en su propia persona y eso es lo que nosotros hemos creído.
Os exhorto, pues, a todos a que obedezcáis a la palabra de la justicia y ejecutéis toda paciencia, aquella, por cierto, que visteis con vuestros propios ojos, no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre vosotros mismos, y hasta en el mismo Pablo y los demás Apóstoles. Imitadlos, digo, bien persuadidos de que todos éstos no corrieron en vano, sino en fe y justicia, y que están ahora en el lugar que les es debido junto al Señor, con quien juntamente padecieron. Porque no amaron el tiempo presente, sino a Aquél que murió por nosotros y que, por nosotros también, resucitó por virtud de Dios.
Así, pues, permaneced en estas virtudes y seguid el ejemplo del Señor, firmes e inmóviles en la fe, amadores de la fraternidad, dándoos mutuamente pruebas de afecto, unidos en la verdad, adelantándoos los unos a los otros en la mansedumbre del Señor, no menospreciando a nadie. Si tenéis posibilidad de hacer bien, no lo difiráis, pues la limosna libra de la muerte. Estad sujetos los unos a los otros, manteniendo una conducta irreprochable entre los gentiles, para que recibáis alabanza por causa de vuestras buenas obras y el nombre del Señor no sea blasfemado por culpa vuestra. Mas ¡ay de aquél por cuya culpa se blasfema el nombre del Señor! Enseñad, pues, a todos la templanza, en la que también vosotros vivís.
(Carta de la Iglesia de Esmirna a la Iglesia de Filomelium, 1, 7 - 11, 13 - 16).
Os escribimos, hermanos, la presente carta sobre los sucesos de los mártires, y señaladamente sobre el bienaventurado Policarpo, quien, como el que estampa un sello, hizo cesar con su martirio la persecución. Podemos decir que todos los acontecimientos que le precedieron no tuvieron otro fin que mostrarnos nuevamente el propio martirio del Señor, tal como nos relata el Evangelio. Policarpo, en efecto, esperó a ser entregado, como lo hizo también el Señor, a fin de que también nosotros le imitemos, no mirando sólo nuestro propio interés, sino también el de nuestros prójimos (Flp 2, 4). Porque es obra de verdadera y sólida caridad no buscar sólo la propia salvación, sino también la de todos los hermanos (...).
Sabiendo que habían llegado sus perseguidores, bajó y se puso a conversar con ellos. Se quedaron maravillados al ver la edad avanzada y su enorme serenidad, y no se explicaban todo aquel aparato y afán para prender a un anciano como él. Al momento, Policarpo dio órdenes de que se les sirviera de comer y de beber cuanto apetecieran, y les rogó, por su parte, que le concedieran una hora para orar tranquilamente. Se lo permitieron y, puesto en pie, se puso a orar tan lleno de gracia de Dios, que por espacio de dos horas no le fue posible callar. Todos los que le oían estaban maravillados, y muchos sentían remordimientos de haber venido a prender a un anciano tan santo.
Una vez terminada su oración, después de haber hecho en ella memoria de cuantos en su vida habían tenido trato con él, lo montaron sobre un pollino y así le condujeron a la ciudad, día que era de gran sábado. Por el camino se encontraron al jefe de policía Herodes, y a su padre Nicetas, que lo hicieron montar en su carro y sentándose a su lado, trataban de persuadirle, diciendo: "¿Pero qué inconveniente hay en decir: César es el Señor, y sacrificar y cumplir los demás ritos y con ello salvar la vida?".
Policarpo, al principio, no les contestó nada; pero como volvieron a preguntar de nuevo, les dijo finalmente: "No tengo intención de hacer lo que me aconsejáis". Ellos, al ver su fracaso de intentar convencerle por las buenas, comenzaron a proferir palabras injuriosas y le hicieron bajar tan precipitadamente del carro, que se hirió en la espinilla. Sin embargo, sin hacer el menor caso, como si nada hubiera pasado, comenzó a caminar a pie animosamente, conducido al estadio, en el que reinaba tan gran tumulto que era imposible entender a alguien.
En el mismo momento que Policarpo entraba en el estadio, una voz sobrevino del cielo y le dijo: "ten buen ánimo, Policarpo, y pórtate varonilmente". Nadie vio al que dijo esto; pero la voz la oyeron los que de los nuestros se hallaban presentes. Seguidamente, mientras lo conducían hacia el tribunal, se levantó un gran tumulto al correrse la voz de que habían prendido a Policarpo.
Al llegar a presencia del procónsul, le preguntó si él era Policarpo. Respondiendo afirmativamente el mártir, el procónsul trataba de persuadirle para que renegase de la fe, diciéndole: "Ten consideración a tu avanzada edad", y otras cosas por el estilo, según tienen por costumbre, como: "Jura por el genio del César; muda de modo de pensar; grita: ¡Mueran los ateos!".
A estas palabras, Policarpo, mirando con grave rostro a toda la muchedumbre de paganos que llenaban el estadio, tendiendo hacia ellos la mano, dando un suspiro y alzando sus ojos al cielo, dijo:
- Sí, ¡mueran los ateos!.
- Jura y te pongo en libertad. Maldice de Cristo.
Entonces Policarpo dijo:
- Ochenta y seis años hace que le sirvo y ningún daño he recibido de Él; ¿cómo puedo maldecir de mi Rey, que me ha salvado?.
Nuevamente insistió el procónsul, diciendo:
- Jura por el genio del César.
Respondió Policarpo:
- Si tienes por punto de honor hacerme jurar por el genio, como tú dices, del César, y finges ignorar quién soy yo, óyelo con toda claridad: yo soy cristiano. Y si tienes interés en saber en qué consiste el cristianismo, dame un día de tregua y escúchame.
Respondió el procónsul:
- Convence al pueblo.
Y Policarpo dijo:
- A ti te considero digno de escuchar mi explicación, pues nosotros profesamos una doctrina que nos manda tributar el honor debido a los magistrados y autoridades, que están establecidas por Dios, mientras ello no vaya en detrimento de nuestra conciencia; mas a ese populacho no le considero digno de oír mi defensa.
Dijo el procónsul:
- Tengo fieras a las que te voy a arrojar, si no cambias de parecer.
Respondió Policarpo:
- Puedes traerlas, pues un cambio de sentir de lo bueno a lo malo, nosotros no podemos admitirlo. Lo razonable es cambiar de lo malo a lo justo.
Volvió a insistirle:
- Te haré consumir por el fuego, ya que menosprecias las fieras, como no mudes de opinión.
Y Policarpo dijo:
- Me amenazas con un fuego que arde por un momento y al poco rato se apaga. Bien se ve que desconoces el fuego del juicio venidero y del eterno suplicio que está reservado a los impíos. Pero, en fin, ¿a qué tardas? Trae lo que quieras (...).
Enseguida fueron colocados en torno a él todos los instrumentos preparados para la pira y como se acercaban también con la intención de clavarle en un poste, dijo:
- Dejadme tal como estoy, pues el que me da fuerza para soportar el fuego, me la dará también, sin necesidad de asegurarme con vuestros clavos, para permanecer inmóvil en la hoguera.
Así pues, no le clavaron, sino que se contentaron con atarle. Él entonces, con las manos atrás y atado como un cordero egregio, escogido de entre un gran rebaño preparado para el holocausto acepto a Dios, levantando sus ojos al cielo dijo:
- Señor Dios omnipotente, Padre de tu amado y bendecido siervo Jesucristo, por quien hemos recibido el conocimiento de Ti, Dios de los ángeles y de las potestades, de toda la creación y de toda la casta de los justos, que viven en presencia tuya:
Yo te bendigo, porque me tuviste por digno de esta hora, a fin de tomar parte, contado entre tus mártires, en el cáliz de Cristo para resurrección de eterna vida, en alma y cuerpo, en la incorrupción del Espíritu Santo.
¡Sea yo con ellos recibido hoy en tu presencia, en sacrificio pingüe y aceptable, conforme de antemano me lo preparaste y me lo revelaste y ahora lo has cumplido, Tú, el infalible y verdadero Dios!.
Por lo tanto, yo te alabo por todas las cosas, te bendigo y te glorifico, por mediación del eterno y celeste Sumo Sacerdote, Jesucristo, tu siervo amado, por el cual sea gloria a Ti con el Espíritu Santo, ahora y en los siglos por venir. Amén.
Apenas concluida su súplica, los ministros de la pira prendieron fuego a la leña. Y levantándose una gran llamarada, vimos una gran prodigio aquellos a quienes fue dado verlo; aquellos que hemos sobrevivido para poder contar a los demás lo sucedido. El fuego, formando una especie de bóveda, rodeó por todos lados el cuerpo del mártir como una muralla, y estaba en medio de la llama no como carne que se abrasa, sino como pan que se cuece o como el oro y la plata que se acendra al horno. Percibíamos un perfume tan intenso como si se levantase una nube de incienso o de cualquier otro aroma precioso.
Viendo los impíos que el cuerpo de Policarpo no podía ser consumido por el fuego, dieron orden al confector para que le diese el golpe de gracia, hundiéndole un puñal en el pecho. Se cumplió la orden y brotó de la herida tal cantidad de sangre que apagó el fuego de la pira, y el gentío quedó pasmado de que hubiera tal diferencia entre la muerte de los infieles y la de los escogidos.
Al número de estos elegidos pertenece Policarpo, varón admirable, maestro en nuestros tiempos, con espíritu de apóstol y profeta; obispo, en fin, de la Iglesia católica de Esmirna. Toda palabra que salió de su boca, o ha tenido ya cumplimiento o lo tendrá con certeza.
Policarpo y los presbíteros que están con él, a la Iglesia de Dios que habita como extranjera en Filipos: que la misericordia y la paz les sean dadas en plenitud por Dios todopoderoso y Jesucristo nuestro Salvador1.
Me alegré mucho con ustedes, en nuestro Señor Jesucristo, cuando recibieron a las imágenes de la verdadera caridad, y acompañaron, como debían hacerlo, a aquellos que estaban encadenados por ataduras dignas de los santos, que son las diademas de quienes han sido verdaderamente elegidos por Dios nuestro Señor2.
Y me alegré de que la raíz vigorosa de su fe, de la que se habla desde tiempos antiguos, permanece hasta ahora y da frutos en nuestro Señor Jesucristo, que aceptó por nuestros pecados llegar hasta la muerte; y Dios lo resucitó librándolo de los sufrimientos del infierno 3.
Sin verlo, ustedes creen en él, con un gozo inefable y glorioso (1P 1, 8) al cual muchos desean llegar, y ustedes saben que han sido salvados por gracia, no por sus obras, sino por la voluntad de Dios por Jesucristo (Ef 2, 5.8 - 9).
Por tanto, cíñanse sus cinturas y sirvan a Dios en el temor y la verdad (1P 1, 13; ver Sal 2, 11) dejando a un lado las palabras falsas y el error de la multitud, creyendo en Aquel que ha resucitado a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y le ha dado la gloria (1P 1, 21), y un trono a su derecha 4.
A él le está todo sometido, en el cielo y sobre la tierra (ver Flp 2, 10; Flp 3, 21); a él le obedece todo lo que respira, él vendrá a juzgar a vivos y muertos (Hch 10, 42), y Dios pedirá cuenta de su sangre a quienes no aceptan creer en él. Aquel que lo ha resucitado de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros (2Co 4, 14), si hacemos su voluntad y caminamos en sus mandamientos, y si amamos lo que él amó, absteniéndonos de toda injusticia, arrogancia, amor al dinero, murmuración, falso testimonio, no devolviendo mal por mal, injuria por injuria (1P 3, 9), golpe por golpe, maldición por maldición, acordándonos de lo que nos ha enseñado el Señor, que dice: "No juzguen, para no ser juzgados; perdonen y se les perdonará; hagan misericordia para recibir misericordia; la medida con que midan se usará también con ustedes, y bienaventurados los pobres y los que son perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de Dios 5.
No es por mí mismo, hermanos, que les escribo esto sobre la justicia, sino porque ustedes primero me invitaron. Porque ni yo, ni otro como yo, podemos acercarnos a la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, que estando entre ustedes, hablándoles cara a cara a los hombres de entonces (sobre el asunto de la predicación de Pablo en Filipos, ver Hch 16, 12 - 40), enseñó con exactitud y con fuerza la palabra de verdad, y luego de su partida les escribió una carta; si la estudian atentamente podrán crecer en la fe que les ha sido dada; ella es la madre de todos nosotros, seguida de la esperanza y precedida del amor por Dios, por Cristo y por el prójimo. El que permanece en estas virtudes ha cumplido los mandamientos de la justicia; pues el que tiene la caridad está lejos de todo pecado 6.
Que todos lleven una vida digna de la fe que profesan.
El principio de todos los males es el amor al dinero 7. Sabiendo, por tanto, que nada hemos traído al mundo y que no nos podremos llevar nada (1Tm 6, 7), revistámonos con las armas de la justicia (ver 2Co 6, 7), y aprendamos primero nosotros mismos a caminar en los mandamientos del Señor.
Después, enseñen a sus mujeres a caminar en la fe que les ha sido dada, en la caridad, en la pureza, a amar a sus maridos con toda fidelidad, a amar a todos los otros igualmente con toda castidad y a educar a sus hijos en el conocimiento del temor de Dios 8.
Que las viudas sean sabias en la fe del Señor, que intercedan sin cesar por todos, que estén lejos de toda calumnia, murmuración, falso testimonio, amor al dinero y de todo mal; sabiendo que son el altar de Dios, que Él examinará todo y que nada se le oculta de nuestros pensamientos, de nuestros sentimientos, de los secretos de nuestro corazón (ver 1Co 14, 25) 9.
Sabiendo que de Dios nadie se burla (Ga 6, 7), debemos caminar de una forma digna de sus mandamientos y de su gloria.
Igualmente que los diáconos sean irreprochables delante de su justicia, como servidores de Dios y de Cristo, y no de los hombres: ni calumnia, ni doblez, ni amor al dinero; sino castos en todas las cosas, misericordiosos, solícitos, caminando según la verdad del Señor que se ha hecho el servidor de todos 10. Si le somos agradables en el tiempo presente, Él nos dará a cambio el tiempo venidero, puesto que nos ha prometido resucitarnos de entre los muertos y que, si nuestra conducta es digna de Él, también reinaremos con Él (2Tm 2, 12), si al menos tenemos fe.
Del mismo modo, que los jóvenes sean irreprochables en todo, velando ante todo por la pureza, refrenando todo mal que esté en ellos. Porque es bueno cortar los deseos de este mundo, pues todos los deseos combaten contra el espíritu (ver 1P 2, 11), y ni los fornicadores, ni los afeminados, ni los sodomitas tendrán parte en el reino de Dios (ver 1Co 6, 9 - 10), ni aquellos que hacen el mal. Por eso deben abstenerse de todo esto y estar sometidos a los presbíteros y a los diáconos como a Dios y a Cristo 11.
Las vírgenes deben caminar con una conciencia irreprensible y pura.
También los presbíteros deben ser misericordiosos, compasivos con todos; que devuelvan al recto camino a los descarriados, que visiten a todos los enfermos, sin olvidar a la viuda, al huérfano, al pobre, sino pensando siempre en hacer el bien delante de Dios y de los hombres 12. Que se abstengan de toda cólera, acepción de personas, juicio injusto; que estén alejados del amor al dinero, que no piensen mal rápidamente de alguien, que no sean duros en sus juicios, sabiendo que todos somos deudores del pecado.
Si pedimos al Señor que nos perdone, también nosotros debemos perdonar, pues estamos ante los ojos de nuestro Señor y Dios, y todos deberemos comparecer ante el tribunal de Cristo, y cada uno deberá dar cuenta de sí mismo (ver Rm 14, 10 - 12).
Por tanto, sirvámosle con temor y mucha circunspección, conforme él nos lo ha mandado, al igual que los apóstoles que nos han predicado el Evangelio y los profetas que nos anunciaron la venida de nuestro Señor. Seamos celosos para lo bueno, evitemos los escándalos, los falsos hermanos y los que llevan con hipocresía el nombre del Señor, haciendo errar a los cabezas huecas [kenoys anthrópoys, literalmente: hombres vacíos].
Advertencia contra el docetismo.
Todo, en efecto, el que no confiesa que Jesucristo vino en la carne es un anticristo, y el que no acepta el testimonio de la cruz es del diablo, y el que tergiversa las palabras del Señor según sus propios deseos y niega la resurrección y el juicio, ése es el primogénito de Satanás 13.
Por eso, abandonemos los vanos discursos de las multitudes y las falsas doctrinas, y volvamos a la enseñanza que nos ha sido transmitida desde el principio. Permaneciendo sobrios para la oración (ver 1P 4, 7), constantes en los ayunos, suplicando en nuestras oraciones a Dios, que lo ve todo, que no nos introduzca en la tentación (Mt 6, 13), pues el Señor ha dicho: El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil (Mt 26, 41).
Perseveremos constantemente en nuestra esperanza 14 y en las primicias de nuestra justicia, que es Jesucristo, que llevó al madero nuestros pecados en su propio cuerpo (ver 1P 2, 24), él, que no había cometido pecado, en quien no se había encontrado falsedad en su boca (1P 2, 22). Pero por nosotros, para que nosotros viviéramos en él, lo soportó todo.
Seamos, pues, los imitadores de su paciencia, y si sufrimos por su nombre, glorifiquémoslo. Porque éste es el ejemplo que él nos ha dado en sí mismo, y esto es lo que nosotros hemos creído (ver 1P 4, 16; 2, 21).
Los exhorto a todos a obedecer a la palabra de justicia, y a perseverar con toda paciencia, la que han visto con sus ojos no sólo en los bienaventurados Ignacio, Zósimo y Rufo, sino también en otros de entre ustedes, en Pablo mismo y en los demás apóstoles. Convencidos de que todos éstos no han corrido en vano (Ga 2, 2; Flp 2, 16), sino en la fe y la justicia, y que están en el lugar que les corresponde junto al Señor con los que han sufrido. Ellos no amaron este siglo presente (ver 2Tm 4, 10), sino a aquel que murió por nosotros y que Dios resucitó por nosotros.
Caridad fraterna (A partir de este capítulo no tenemos el texto griego de la carta, sino una antigua versión latina).
Permanezcan, por tanto, en estos (sentimientos) e imiten el ejemplo del Señor, firmes e inconmovibles en la fe, amando a los hermanos, amándose unos a otros, unidos en la verdad, teniéndose paciencia unos a otros con la mansedumbre del Señor, no despreciando a nadie. 15.
Cuando puedan hacer el bien, no lo posterguen, pues la limosna libera de la muerte (Tb 12, 9). Todos ustedes estén sometidos los unos a los otros, teniendo una conducta irreprensible entre los paganos, para que por sus buenas obras (también) reciban la alabanza y el Señor no sea blasfemado por causa de ustedes (ver 1P 2, 12). Pero pobre de aquel por quien sea blasfemado el nombre del Señor (ver Is 52, 5). Enseñen, pues, a todos la sobriedad en la que viven ustedes mismos. 16.
Estoy muy apenado por Valente, que fue presbítero por algún tiempo entre ustedes, (al ver) que ignora hasta tal punto el cargo que se le había dado. Por tanto, les advierto que se abstengan de la avaricia y que sean castos y veraces. Absténganse de todo mal. Quien no se puede gobernar a sí mismo en esto, ¿cómo puede enseñarlo a los otros? Si alguno no se abstiene de la avaricia, se dejará manchar por la idolatría y será contado entre los paganos que ignoran el juicio del Señor (ver Jr 5, 4). ¿O acaso ignoramos que los santos juzgarán al mundo, como lo enseña Pablo? (ver 1Co 6, 2).
Yo no oí ni vi nada semejante en ustedes, entre quienes trabajó el bienaventurado Pablo, ustedes que están al comienzo de su epístola18. De ustedes, en efecto, él se gloría delante de todas las iglesias (ver 2Ts 1, 4), las únicas que entonces conocían a Dios, puesto que nosotros todavía no lo conocíamos 19.
Así, pues, hermanos, estoy muy triste por él y por su esposa, a ellos les conceda el Señor la penitencia verdadera (ver 2Tm 2, 25). Ustedes sean sobrios, también en esto, y no los consideren como a enemigos (ver 2Ts 3, 15), sino que vuelvan a llamarlos como a miembros sufrientes y extraviados. Haciendo esto se construyen a sí mismos 20.
Confío en que están bien ejercitados en las santas Escrituras, y que nada ignoran. Yo, por mi parte, no tengo este don. Ahora (les digo), como está dicho en las Escrituras: Enójense y no pequen, y que el sol no se ponga sobre su ira (Sal 4, 5; Ef 4, 26). Feliz quien se acuerda. Creo que sucede así con ustedes.
Que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, y él mismo, el pontífice eterno, el Hijo de Dios, Jesucristo (ver Hb 6, 20; 7, 13), los edifiquen en la fe y en la verdad, en toda mansedumbre, sin cólera, en paciencia y en magnanimidad, en tolerancia y en castidad. Y les den parte en la herencia de sus santos21, y a nosotros con ustedes, y a todos los que están bajo el cielo, que creen en nuestro Señor Jesucristo y en su Padre, que lo resucitó de entre los muertos.
Oren por todos los santos. Oren también por los reyes, por las autoridades y los príncipes, por los que los persiguen y los odian, y por los enemigos de la cruz (ver Mt 5, 44; 1Tm 2, 2; Jn 15, 16; 1Tm 4, 15; St 1, 4; Col 2, 10; Flp 3, 18.); de modo que su fruto sea manifiesto para todos, y ustedes sean perfectos en él.
Un trozo de la primera carta a los Filipenses (Del capítulo 13 se conserva el texto griego merced a Eusebio de Cesárea, HE 3, 36, 14 - 15. P. N. Harrison, Polycarp's two Epistles to the Philippians, Cambridge, 1936, separó todo este capítulo 13, considerándolo una esquela de Policarpo respondiendo a una carta de los Filipenses. El resto de la actual epístola [caps. 1 - 12.14] sería una carta de consejo y exhortación escrita más tarde [según Harrison mucho más tarde]. Tendríamos, por tanto, dos epístolas de Policarpo, las cuales habrían sido reunidas en una sola ya antes de Eusebio de Cesárea. En la actualidad los especialistas aceptan la hipótesis de Harrison, pero señalan que la segunda carta [la "larga"] debe colocarse en una fecha muy próxima a la primera [la "breve"]).
Ustedes e Ignacio me han escrito, para que si alguien va a Siria también lleve la carta de ustedes. Lo haré, si encuentro una ocasión favorable, sea yo mismo, sea aquel que enviaré para que nos represente. (Ignacio de Antioquía le había pedido a Policarpo que enviase un mensajero a Antioquía, a fin de llevarles a los cristianos sus felicitaciones y animándolos [ver Ep. a Policarpo 7, 2; 8, 1]. La comunidad de Filipos, según parece, les había escrito a los Antioquenos con idéntica finalidad. Policarpo responde con esta primera carta.).
Conforme me lo pidieron, les mandamos las cartas de Ignacio, las que él nos envió y todas las demás que tenemos entre nosotros. Ellas van unidas a la presente carta, y ustedes podrán obtener gran provecho; porque ellas contienen fe, paciencia y toda edificación relacionada con nuestro Señor. Hágannos saber lo que sepan con certeza del mismo Ignacio y de sus compañeros. ("Les mandamos las cartas de Ignacio." Esta frase parece indicar que, con mucha probabilidad, muy pronto se formó un corpus de las cartas de Ignacio. Policarpo no tenía dificultad en reunir todas las epístolas de Ignacio a las iglesias de Asia. Esto permite conjeturar que no formaba parte del corpus la carta a los Romanos, que ha sido transmitida de forma independiente. - Desde "Hágannos saber..." el texto sólo se conserva en latín. "Ignacio y sus compañeros" es la traducción de "qui cum eo sunt").
Despedida (A partir de este capítulo se retoma el texto, en su versión latina, de la segunda carta. Crescente no es el secretario de Policarpo, sino el portador de la carta [ver Ignacio de Antioquía, Rm 10, 1; Filad. 11, 2; Esmir. 12, 1]).
Les escribo esto por Crescente, a quien recientemente les recomendé y ahora (de nuevo) les recomiendo. Se ha conducido entre nosotros de forma irreprochable; y creo que lo hará entre ustedes de la misma manera. También les recomiendo su hermana, cuando ella llegue entre ustedes. Sean perfectos en el Señor Jesucristo, y en su gracia con todos los suyos. Amén. (También se podría traducir, esta última frase, por "Compórtense bien en el Señor Jesucristo" [Incolumes estote in domino Iesu Christo]).