2403 Las fiestas se han hecho para promover la alegría espiritual, y esa alegría la produce la oración; por lo cual en día festivo se han de multiplicar las plegarias (Santo Tomás, Sobre los mandamientos, 1. c., 245).
2404 "Quaerite Dominum". Nunca podemos dejar de buscarlo: sin embargo, hay periodos que exigen hacerlo con más intensidad, porque en ellos el Señor está especialmente cercano, y por lo tanto es más fácil hallarlo y encontrarse con El. Esta cercanía constituye la respuesta del Señor a la invocación de la Iglesia, que se expresa continuamente mediante la liturgia. Más aún, es precisamente la liturgia la que actualiza la cercanía del Señor (Juan Pablo Ii, Hom. 20-111-1980).
2405 En las fiestas de Nuestra Señora no escatimemos las muestras de cariño; levantemos con más frecuencia el corazón pidiéndole lo que necesitemos, agradeciéndole su solicitud maternal y constante, encomendándole las personas que estimamos. (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 291).
2405b La celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia. "El domingo, en el que se celebra el misterio pascual, por tradición apostólica, ha de observarse en toda la Iglesia como fiesta primordial de precepto" (CIC can. 1246, 1).
"Igualmente deben observarse los días de Navidad, Epifanía, Ascensión, Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Santa María Madre de Dios, Inmaculada Concepción y Asunción, San José, Santos Apóstoles Pedro y Pablo y, finalmente, todos los Santos" (CIC can. 1246, 1) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2177).
2405c Esta práctica de la asamblea cristiana se remonta a los comienzos de la edad apostólica (cfr. Hch 2, 42-46; 1Co 11, 17). La carta a los Hebreos dice: "No abandonéis vuestra asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animaos mutuamente" (Hb 10, 25).
"La tradición conserva el recuerdo de una exhortación siempre actual: "Venir temprano a la iglesia, acercarse al Señor y confesar sus pecados, arrepentirse en la oración. [...] Asistir a la sagrada y divina liturgia, acabar su oración y no marcharse antes de la despedida. [...] Lo hemos dicho con frecuencia: este día os es dado para la oración y el descanso. Es el día que ha hecho el Señor. En él exultamos y nos gozamos"" (Autor anónimo, serm. dom.) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2178).
2405d Santificar los domingos y los días de fiesta exige un esfuerzo común. Cada cristiano debe evitar imponer sin necesidad a otro lo que le impediría guardar el día del Señor. Cuando las costumbres (deportes, restaurantes, etc.) y los compromisos sociales (servicios públicos, etc.) requieren de algunos un trabajo dominical, cada uno tiene la responsabilidad de dedicar un tiempo suficiente al descanso. Los fieles cuidarán con moderación y caridad evitar los excesos y las violencias engendrados a veces por espectáculos multitudinarios. A pesar de las presiones económicas, los poderes públicos deben asegurar a los ciudadanos un tiempo destinado al descanso y al culto divino. Los patronos tienen una obligación análoga con respecto a sus empleados (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2187).
2405e En el respeto de la libertad religiosa y del bien común de todos, los cristianos deben esforzarse por obtener el reconocimiento de los domingos y días de fiesta de la Iglesia como días festivos legales. Deben dar a todos un ejemplo público de oración, de respeto y de alegría, y defender sus tradiciones como una contribución preciosa a la vida espiritual de la sociedad humana. Si la legislación del país u otras razones obligan a trabajar el domingo, este día debe ser al menos vivido como el día de nuestra liberación que nos hace participar en esta "reunión de fiesta", en esta "asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos" (Hb 12, 22-23) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2188).
2406 Nos reunimos precisamente el día del sol, porque éste es el primer día de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia, y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos (San Justino, Apología 1.ª, 67).
2407 El domingo ha de volver a ser el día del Señor, de la adoración y de la glorificación de Dios, del santo Sacrificio, de la oración, del descanso, del recogimiento, del alegre encontrarse en la intimidad de la familia (Pio XII, Aloc. 7-IX-1947).
2407b Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con las que convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero rostro. Las mismas bellezas de la naturaleza -deterioradas muchas veces por una lógica de dominio que se vuelve contra el hombre- pueden ser descubiertas y gustadas profundamente. Día de paz del hombre con Dios, consigo mismo y con sus semejantes, el domingo es también un momento en el que el hombre es invitado a dar una mirada regenerada sobre las maravillas de la naturaleza, dejándose arrastrar en la armonía maravillosa y misteriosa que, como dice San Ambrosio, por una "ley inviolable de concordia y de amor", une los diversos elementos del cosmos en un "vínculo de unión y de paz" (Hex, 2, 1, 1) (JUAN PABLO II, Carta Apost. Dies Domini, 31-V-1998, n. 67).
2407c Es natural que los cristianos procuren que, incluso en las circunstancias especiales de nuestro tiempo, la legislación civil tenga en cuenta su deber de santificar el domingo. De todos modos, es un deber de conciencia la organización del descanso dominical de modo que les sea posible participar en la Eucaristía, absteniéndose de trabajos y asuntos incompatibles con la santificación del día del Señor, con su típica alegría y con el necesario descanso del espíritu y de] cuerpo (JUAN PABLO II, Carta Apost. Dies Domini, 31-V-1998, n. 67).
2408 La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días [...]. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los "hizo renacer con viva esperanza por la resurrección de Cristo de entre los muertos" (1P 1, 3) (Conc. Vat. II, Sacrosanctum concilium, 106).
2409 El domingo tiene una importancia muy grande en la vida cristiana, sobre todo en estos tiempos en los que los hombres, por varias razones, viven distraídos de las cosas celestiales [...]. Por tanto, la santificación del día del domingo, o lo que es lo mismo, la celebración de la Pascua semanal, hace que los dones celestiales entonces recibidos influyan con misteriosa fecundidad en la vida privada y pública (Pablo Vi, Carta al Cardenal Colombo, 4-VIII-1977).
2410 Ya que sois miembros de Cristo, no os queráis separar de la Iglesia faltando a la reunión; teniendo a Cristo Cabeza presente y en comunicación con vosotros, de acuerdo con su promesa, no os tengáis en poco a vosotros mismos ni queráis separar al Salvador de sus miembros, ni dividir ni espaciar su Cuerpo, ni preferir las necesidades de vuestra vida a la Palabra de Dios; por el contrario, el domingo dejadlo todo y acudid a la Iglesia (Didascalia Apostolorum, 2, 59, 2).
2411 Hay diversos advientos. Se repiten cada año, y todos se orientan hacia una dirección única. Todos nos preparan a la misma realidad. Hoy, en la segunda lectura litúrgica, escuchamos lo que escribe el Apóstol Santiago: "Hermanos, tened paciencia, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca". Y añade inmediatamente después: "Mirad que el juez está ya a la puerta" (5, 7-9) (Juan PABLO II, Hom. 14-XLL-1980).
2412 Precisamente este reflejo deben tener tales advientos en nuestros corazones. deben parecerse a la espera de la recolección. El labrador aguarda el fruto de la tierra durante todo el año o durante algunos meses. En cambio, la mies de la vida humana se espera durante toda la vida. La mies de la tierra se recoge cuando está madura, para utilizarla en satisfacer las necesidades del hombre. La mies de la vida humana espera el momento en el que aparecerá en toda la verdad ante Dios y ante Cristo, que es juez de nuestras almas
La venida de Cristo, la venida de Cristo en Belén anuncia también este juicio. ¡Ella dice al hombre por qué le es dado madurar en todos estos advientos, de los que se compone su vida en la tierra, y cómo debe madurar él! (Juan Pablo II, Hom. 14-XII-1980).
2412b Jesús nació en la humildad de un establo, de una familia pobre (cfr. Lc 2, 6-7); unos sencillos pastores son los primeros testigos del acontecimiento. En esta pobreza se manifiesta la gloria del cielo (cfr. Lc 2, 8-20). La Iglesia no se cansa de cantar la gloria de esta noche:
"Hoy la Virgen da a luz al Trascendente. Y la tierra ofrece una cueva al Inaccesible. Los ángeles y los pastores le alaban.
Los magos caminan con la estrella:
Porque ha nacido por nosotros,
Niño pequeñito
el Dios de antes de los siglos"
(San Romano Melodo, Kontakion, 10)
(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 525).
2412c "Hacerse niño" con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cfr. Mt 18, 3-4); para eso es necesario abajarse (cfr. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario "nacer de lo alto" (Jn 3, 7), "nacer de Dios" (cfr. Jn 1, 13) para "hacerse hijos de Dios" (cfr. Jn 1, 12). El misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando Cristo "toma forma" en nosotros (cfr. Ga 4, 19).
Navidad es el misterio de este "admirable intercambio":
O admirabile commercium! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad (LH, antífona de la octava de Navidad) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 526).
2413 debemos celebrar el nacimiento del Señor con una alegría cálida y sobrenatural. Cada uno lo hará con el fervor que conviene: se acordará de qué cuerpo es miembro y a qué cabeza está unido; se guardará de ser una pieza mal adaptada que no encaje en el edificio sagrado (San León Magno, Sermón 3.º de Navidad, 4-5).
2414 La Iglesia desea vivamente hacernos comprender que, así como Cristo vino una vez al mundo en la carne, de la misma manera está dispuesto a volver en cualquier momento, para habitar espiritualmente en nuestra alma con la abundancia de sus gracias si nosotros, por nuestra parte, quitamos todo obstáculo
Por eso, durante este tiempo, la Iglesia, como madre amantísima y celosísima de nuestra salvación, nos enseña, a través de himnos, cánticos y otras palabras del Espíritu Santo y de diversos ritos, a recibir convenientemente y con un corazón agradecido este beneficio tan grande, a enriquecernos con su fruto y a preparar nuestra alma para la venida de nuestro Señor Jesucristo con tanta solicitud como si hubiera él de venir nuevamente al mundo. No de otra manera nos lo enseñaron con sus palabras y ejemplos los patriarcas del Antiguo Testamento, para que en ello los imitáramos (San Carlos Borromeo, Cartas pastorales, 1. c., vol. 2, 916-917).
2415 Ahora, por tanto, nuestra paz no es prometida, sino enviada; no es diferida, sino concedida; no es profetizada, sino realizada: el Padre ha enviado a la tierra algo así como un saco lleno de misericordia; un saco, diría, que se romperá en la pasión, para que se derrame el precio de nuestro rescate que contiene; un saco que, si bien es pequeño, está ya totalmente lleno. En efecto, un niño se nos ha dado, pero en este niño habita toda la plenitud de la divinidad. (S. Bernardo, Sermón 1 de Epifanía, 1-2).
2416 Natividad es la gran fiesta de las familias. Jesús, al venir a la tierra para salvar a la sociedad humana y para de nuevo conducirla a sus altos destinos, se hizo presente con María su Madre, con José, su padre putativo que está allí como la sombra del Padre eterno. La gran restauración del mundo entero comenzó allí, en Belén; la familia no podrá lograr más influencia que volviendo a los nuevos tiempos d Belén (Juan XXIII, Aloc., 25-XII-1959).
2417 La fiesta de la Natividad renueva para nosotros los comienzos sagrados de la vida de Jesús, nacido de la Virgen María; y, al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, se nos invita a celebrar también nuestro propio nacimiento como cristianos (San León Magno, Sermón 6, sobre la Natividad, 2-3).
2418 ¿Qué cosa mejor podríamos encontrar entre los dones di-t vinos, para honrar la fiesta de hoy, que aquella paz que anunciaron los ángeles en el nacimiento del Señor?
En efecto, esta paz es la que engendra hijos de Dios, la que alimenta el amor, la que es madre de la unidad. Ella es descanso para los santos y tabernáculo donde moran los invitados al reino eterno. El fruto propio de esta paz es que se unan a Dios aquellos que el Señor ha segregado del mundo (San León Magno, Sermón 6, sobre la Natividad, 2-3).
2419 Un niño nos ha nacido y un hijo nos ha sido dado; la insignia de su principado han puesto sobre su hombro, y será llamado el Admirable, el Consejero, Dios, el Fuerte, el Padre del siglo. Pero, ¿dónde está el nombre que está sobre todo nombre, el nombre de Jesús, al cual se dobla toda rodilla? Tal vez en todos estos nombres hallarás sólo éste: Jesús; pero en algún modo exprimido y derramado. Sin duda él mismo es de quien la Esposa dice en el cántico del amor: "Aceite derramado es tu nombre" (San Bernardo, Sermón sobre la Circuncisión del Señor, 2, 4).
2420 ¿A un moribundo sumamente apegado a la vida puede acaso dársele más dichosa nueva que decirle que un médico hábil va a sacarle de las puertas de la muerte? Pues infinitamente más dichosa es la que el ángel anuncia hoy a todos los hombres en la persona de los pastores (Santo Cura de Ars, Sermón sobre el misterio).
2421 Nuestro Salvador ha nacido hoy; alegrémonos. No puede haber, en efecto, lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa
Que nadie se considere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos; nuestro Señor, en efecto, vencedor del pecado y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha venido para salvarnos a todos. Alégrese, pues, el justo, porque Se acerca a la recompensa; regocíjese el pecador, porque se le brinda el perdón; anímese el pagano, porque es llamado a la vida (San León Magno, Sermón 1 sobre la Natividad, 1-3).
2422 Nace Cristo. Esto sucedió una vez, la noche de Belén, pero en la liturgia se repite cada año, en cierto modo se " actúa " cada año. Y asimismo cada año aparece rico de los mismos contenidos divinos y humanos; éstos hasta tal grado sobreabundan, que el hombre no es capaz de abarcarlos todos con una sola mirada; y es difícil encontrar palabras para expresarlos todos juntos. Incluso nos parece demasiado breve el período litúrgico de Navidad, para detenernos ante este acontecimiento que más presenta las características de mysterium fascinosum, que de mysterium tremendum. demasiado breve para " gozar " en plenitud de la venida de Cristo, el nacimiento de Dios en la naturaleza humana. demasiado breve para desenmarañar cada uno de los hilos de este acontecimiento y de este misterio (Juan Pablo II, Audiencia general, 3-1-1979).
2423 ¿Quién tendrá un corazón tan bajo y tan ingrato como para no gozar y saltar de alegría por lo que sucede? Es una fiesta común de toda la creación [...]. Nosotros también proclamamos nuestra alegría; a nuestra fiesta le damos el nombre de teofanía. Festejemos la salvación del mundo, el día en que nace la humanidad. Hoy ha quedado eliminada la condenación de Adán (San Basilio, Hom. para el Nacímiento de Cristo, 2, 6).
2424 Precisamente se les había ocultado (la estrella) antes para que, al hallarse sin guía, no tuvieran otro remedio que preguntar a los judíos, y quedara así manifiesto a todos el nacimiento de Cristo (San Juan Crisóstomo, Hom. sobre S. Mateo, 7).
2424b La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná (cfr. LH Antífona del Magnificat de las segundas vísperas de Epifanía), la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos "magos" venidos de Oriente (Mt 2,1). En estos "magos", representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para "rendir homenaje al rey de los judíos" (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (cfr. Nm 24, 17; Ap 22, 16), al que será el rey de las naciones (cfr. Nm 24, 17-19). Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos (cfr. Jn 4, 22) y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento (cfr. Mt 2, 4-6). La Epifanía manifiesta que "la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas" (S. León Magno, serm. 23) y adquiere la israelitica dignitas (la dignidad israelítica) (MR, Vigilia pascual 26: oración después de la tercera lectura) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 528).
2425 Como los Reyes Magos, hemos descubierto una estrella, luz y rumbo, en el cielo del alma
"Hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle". Es nuestra misma experiencia. También nosotros advertimos que, poco a poco, en el alma se encendía un nuevo resplandor: el deseo de ser plenamente cristianos; si me permitís la expresión, la ansiedad de tomarnos a Dios en serio (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 32).
2426 Hoy los Magos revuelven en su mente con profundo estupor lo que allí han visto; el cielo en la tierra, la tierra en el cielo, el hombre en Dios, Dios en el hombre, y a aquel a quien no puede contener el universo encerrado en un pequeño cuerpecillo. Y, al verlo, lo aceptan sin discusión, como lo demuestran sus dones simbólicos: el incienso, con el que profesan su divinidad; el oro, expresión de la fe en su realeza; la mirra, como signo de su condición mortal. Así los gentiles, que eran los últimos, llegan a ser los primeros, ya que la fe de los Magos inaugura la creencia de toda la gentilidad (San Pedro Crisólogo, Sermón 160).
2427 La Epifanía es, pues, la gran fiesta de la fe. Participan en esta fiesta tanto quienes han llegado ya a la fe como los que se encuentran en el camino para alcanzarla. Participan, agradeciendo el don de la fe, al igual que los Magos, llenos de gratitud, se arrodillaron ante el Niño. En esta fiesta participa la Iglesia, que cada año se hace más consciente de la amplitud de su misión (Juan Pablo II, Hom. 6-1-1979).
2428 Tiempo de penitencia, pues. Pero, como hemos visto, no es una tarea negativa. La Cuaresma ha de vivirse con el espíritu de filiación, 4ue Cristo nos ha comunicado y que late en nuestra alma (Cfr. Ga 4, 6). El Señor nos llama para que nos acerquemos a El deseando ser como El: "sed imitadores de Dios, como hijos suyos muy queridos" (Ef 5, 1), colaborando humildemente, pero fervorosamente, en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que ha desordenado el hombre pecador, de llevar a su fin lo que se descamina, de restablecer la divina concordia de todo lo creado (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 65).
2429 Si bien todo tiempo es bueno para ejercitarse en la virtud de la caridad, estos días cuaresmales nos invitan a ello de un modo más apremiante; si deseamos llegar a la Pascua santificados en el alma y en el cuerpo, debemos poner un interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en si a todas las otras y cubre la multitud de los pecados (San León Magno, Sermón 10, sobre la Cuaresma, 3-5).
2430 Contra ellas (las fuerzas del mal en nosotros) se necesita la lucha permanente a que nos invita de modo particular el tiempo de Cuaresma, y tiene por finalidad el retorno sincero al Padre celestial, infinitamente bueno y misericordioso
Este retorno, fruto de un acto de amor, será tanto más expresivo y grato a El cuanto más acompañado vaya del sacrificio de algo necesario y, sobre todo, de las cosas superfluas. A vuestra iniciativa se ofrece una gama vastísima de acciones, que van desde el cumplimiento asiduo y generoso de vuestro deber diario, a la aceptación humilde y gozosa de los contratiempos molestos que puedan presentarse a lo largo del día y a la renuncia de algo que sea muy agradable a fin de poder socorrer a quien está necesitado; pero sobre todo es agradabilísima al Señor la caridad del buen ejemplo, exigido por el hecho de que pertenecemos a una familia de fe cuyos miembros son interdependientes y cada uno está necesitado de la ayuda y apoyo de todos los otros. El buen ejemplo no sólo actúa fuera, sino que va a lo hondo y construye en el otro el bien más precioso y efectivo, que es el de la coherencia con la propia vocación cristiana. (Juan Pablo II, Aloc. 20-II-1980).
2431 La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese la práctica penitencial de acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y de los diversos países y condiciones de los fieles [...]
Sin embargo, téngase como sagrado el ayuno pascual; ha de celebrarse en todas partes el viernes de la pasión y muerte del Señor y aun extenderse, según las circunstancias, al sábado santo, para que de este modo se llegue al gozo del domingo de Resurrección con elevación y apertura de espíritu (Conc. Vat. II, Sacrosanctum concilium, 110).
2433 Cuando pecó el primer hombre, nuestra naturaleza quedó debilitada y corrompida, y el hombre se tomó más propenso al pecado. Pero Cristo atenuó esta debilidad y propensión, si bien no la eliminó por completo; con la Pasión de Cristo quedó fortalecido el hombre y debilitado el pecado, que ya no lo domina de la misma manera, sino que el hombre puede esforzarse y librarse de los pecados ayudado por la gracia de Dios, que recibe en los sacramentos, cuya eficacia procede de la Pasión de Cristo (Santo Tomás, Sobre el Credo, 4, l.c.).
2434 La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es origen de nuestra esperanza en la gloria y nos enseña a sufrir (San Agustín, Sermón Güelferbitano, 3).
2435 La plenitud de la fe es la cruz del Señor, su muerte y su resurrección [...]. La cruz también puede servir de escándalo a los escogidos; pero no hay testimonio más grande de la divina persona, porque nada parece más superior a la naturaleza humana como haberse ofrecido El solo por todo el mundo (San Ambrosio, en Catena Aurea, vol. V, p. 339).
2436 ¡Qué diferentes voces eran: "quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en el nombre del Señor, hossana en las alturas!" ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días decir: "no tenemos más rey que al César!" ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos (San Bernardo, Sermón sobre el Domingo de Ramos, 2, 4).
2437 Manantial inagotable de vida es la Pasión de Jesús. Unas veces renovamos el gozoso impulso que llevó al Señor a Jerusalén. Otras, el dolor de la agonía que concluyó en el Calvario... O la gloria de su triunfo sobre la muerte y el pecado. Pero, ¡siempre!, el amor –gozoso, doloroso, glorioso– del Corazón de Jesucristo (J. Escrivá de Balaguer, Vía Crucis, p. 122).
2438 Como dice San Agustín, la Pasión de Cristo es suficiente para modelar por completo nuestra vida (Santo Tomás, Sobre el Credo, 4, l.c., p. 65).
2439 "Y Pedro le seguía a lo lejos". Le seguía a lo lejos, pero se acercaba a su negación, y acaso no le hubiera negado si hubiese estado cerca de Jesús (San Ambrosio, en Catena Aurea, vol. VI, p. 473).
2440 Inmolemos cada día nuestra persona y toda nuestra actividad, imitemos la pasión de Cristo con nuestros propios padecimientos, honremos su sangre con nuestra propia sangre, subamos con denuedo a la cruz
Si quieres imitar a Simón de Cirene, toma la cruz y sigue al Señor (Sam Gregorio Nacianceno, Disertac. 45, 23-24).
2441 "Y habiendo encendido fuego en medio del atrio, y sentándose ellos alrededor, estaba también Pedro en medio de ellos". Se acercó San Pedro a calentarse, porque una vez preso el Señor el calor del afecto de Pedro se enfrió (San Ambrosio, en Catena Aurea, vol. VI, p. 473).
2442 Le habían sido entregadas las llaves del reino de los cielos. Le había sido confiada una innumerable multitud de pueblos, que estaba metida en el pecado. San Pedro estaba muy fuerte, como lo indica la oreja cortada del criado del príncipe de los sacerdotes. Este hombre, tan endurecido y tan severo, si hubiese obtenido el don de no pecar, ¿cómo hubiera podido perdonar a los pueblos? Pero la Providencia divina permitió que cayese él primero, para que fuese condescendiente con los demás, recordando su propia caída (San Agustín, en Catena Aurea, vol. VI, p. 474).
2443 El Señor fue flagelado y nadie le ayudó; fue afeado con salivas, y nadie le amparó; fue coronado de espinas, y nadie le protegió; fue crucificado, y nadie le desclavó; dama diciendo Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, y nadie le socorre (San Agustín, Coment. sobre el Salmo 21).
2444 Y así como El no olvidó ninguna muestra de mansedumbre, así ellos no perdonaban ningún insulto, ninguna impiedad, sino que con obras y palabras desahogaban su furor [...]. Escupían y maltrataban aquel rostro reverenciado por las olas del mar y venerado por el sol que, cuando más tarde le vio en la Cruz, escondió respetuoso sus rayos; le herían en la cabeza desfogando ampliamente su cólera y causándole llagas infamantes; le maltrataban a puñadas y le abofeteaban en la divina faz, a la que también se atrevían a escupir. Al mismo tiempo le decían con feroz sarcasmo: Adivínanos, Cristo, ¿quién te ha herido? (San Juan Crisóstomo, Hom. sobre S. Mateo, 85).
2445 "¿Podéis beber el cáliz [...]?"; el Señor sabia que podrían imitar su pasión, y sin embargo les pregunta; para que todos oigamos que nadie puede reinar con Cristo si no ha imitado su pasión; porque las cosas de mucho valor no se consiguen más que a un precio muy alto (San Juan Crisóstomo, Horn. sobre S. Mateo, 35).
2446 Por el nombre de Resurrección no debe entenderse únicamente que Cristo resucitó de entre los muertos [...], sino que resucitó por su virtud y poder propio, lo cual fue exclusivo y singular en El [...]; lo confirmó el mismo Señor con el divino testimonio de su boca: "porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Ninguno me la quita sino que yo la doy por mí mismo, y tengo poder para darla y tengo poder para tomarla de nuevo" (Jn 10, 17-18) [...]. Asimismo, dijo a los judíos, para confirmar la verdad de su doctrina: "destruid este templo y en tres días lo levantaré... pero El hablaba del templo de su cuerpo" (Jn 2, 19-21) [...]. Y si bien leemos alguna vez en las Escrituras que Cristo Nuestro Señor fue resucitado por el Padre (cfr. Hch 2, 24; Rm 8, 11), esto se le ha de aplicar en cuanto hombre; así como, por otra parte, se refieren a El mismo en cuanto Dios, aquellos textos en que se dice que resucitó por su propia virtud (Catecismo Romano, 1, 6, 8).
2446b Por ello, la Pascua no es simplemente una fiesta entre otras: es la "Fiesta de las fiestas", "Solemnidad de las solemnidades", como la Eucaristía es el Sacramento de los sacramentos (el gran sacramento). San Atanasio la llama "el gran domingo" (Ep. fest. 329), así como la Semana Santa es llamada en Oriente "la gran semana". El Misterio de la Resurrección, en el cual Cristo ha aplastado a la muerte, penetra en nuestro viejo tiempo con su poderosa energía, hasta que todo le esté sometido (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1169).
2447 No es grande cosa creer que Cristo muriese; porque esto también lo creen los paganos y judíos y todos los inicuos: todos creen que murió. La fe de los cristianos es la Resurrección de Cristo; esto es lo que tenemos por cosa grande: el creer que resucitó (San Agustin, Coment. sobre el Salmo 120).
2448 "Cristo vive". Esta es la gran verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado, ha triunfado dé la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia. "No temáis, con esta invocación saludó un ángel a las mujeres que iban al sepulcro; no temáis. Vosotras venís a buscar a Jesús Nazareno, que fue crucificado: ya resucité, no está aquí (Mc 16, 6). Haec est dies quam fecit Dominus exsultemus et laetemur in ea"; éste es el día que hizo el Señor, regocijémonos (Sal 118, 24).
El tiempo pascual es tiempo de alegría, de una alegría que no se limita a esa época del año litúrgico, sino que se asienta en todo momento en el corazón del cristiano. Porque Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó, que existió en un tiempo y que se fue, dejándonos un recuerdo y un ejemplo maravillosos
2449 La razón de que los discípulos tardaran en creer en la Resurrección del Señor, no fue tanto por su flaqueza como por nuestra futura firmeza en la fe; pues la misma Resurrección demostrada con muchos argumentos a los que dudaban, ¿qué otra cosa significa sino que nuestra fe se fortalece por su duda? (San Gregorio Magno, Hom. 16 sobre los Evang.).
2450 después de la tristeza del sábado resplandece un día feliz, el primero entre todos, iluminado con la primera de las luces, ya que en él se realiza el triunfo de Cristo resucitado (San Jerónimo, Coment. Evang. S. Marcos, 16).
2451 Yo, por mi parte, sé muy bien y en ello pongo mi fe que, después de la Resurrección, el Señor permaneció en su carne. Y así, cuando se presentó a Pedro y a sus compañeros, les dijo: "Tocadme, palparme y comprended que no soy un espíritu incorpóreo". Y al punto le tocaron y creyeron, quedando persuadidos de su carne y de su espíritu [...]. Es más, después de su Resurrección comió y bebió con ellos, como hombre de carne que era, si bien espiritualmente estaba hecho una cosa con su Padre (San Ignacio DE Antioquía, Carta a los de Esmirna, 3, 1-3).
2452 "Y dicho esto, les mostró las manos y los pies". En los que vieron claramente los vestigios de los clavos; y, según San Juan, también les enseñó el costado que había sido abierto con la lanza, para que, viendo las cicatrices de las heridas, pudiesen curar las heridas de sus dudas
Y no quiso curar estas señales: en primer lugar, para confirmar en sus discípulos la fe de la resurrección; en segundo lugar para poder presentarlas a su Padre cuando intercediese por nosotros, manifestándole la clase de muerte que por nosotros habla sufrido; en tercer lugar, para demostrar siempre a los redimidos con su muerte el gran amor que con ellos empleó, presentándoles las señales de su pasión; finalmente, para probar el día del juicio la justicia con que serán condenados los impíos (San Beda, en Catena Aurea, vol. VI, p. 548).
2453 "Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras y se las dio". Para demostrarles la veracidad de su resurrección, no sólo quiso que le tocasen sus discípulos, sino que se dignó comer con ellos, para que viesen que había resucitado de una manera real, y no de un modo imaginario. Comió para manifestar que podía, y no por necesidad: la tierra sedienta absorbe el agua de un modo distinto a como la absorbe el sol ardiente; la primera por necesidad, el segundo, por potencia (San Beda, en Catena Aurea, vol. VI, p. 550).
2454 Con razón los Romanos Pontífices han llamado a María Corredentora: "de tal modo, juntamente con su Hijo paciente y muriente, padeció y casi murió; y de tal modo, por la salvación de los hombres, abdicó de los derechos maternos sobre su Hijo, y le inmoló, en cuanto de Ella dependía, para aplacar la justicia de Dios, que puede con razón decirse que Ella redimió al género humano juntamente con Cristo". (Benedicto XV). Así entendemos mejor aquel momento de la Pasión de Nuestro Señor, que nunca nos cansaremos de meditar: stabat autem iuxtá crucem Jesu mater eius (Jn 19, 25), estaba junto a la cruz de Jesús su Madre (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 287).
2455 Cristo ha muerto por ti.-Tú... ¿qué debes hacer por Cristo? (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 299).
2456 Pascua del Señor, Pascua; lo digo por tercera vez en honor de la Trinidad: Pascua. Es, para nosotros, la fiesta de las fiestas, la solemnidad de las solemnidades, que es superior a todas las demás, no sólo a las fiestas humanas j terrenales, sino también a las fiestas del mismo Cristo que se celebran en su honor, igual que el sol supera a las estrellas (San Gregorio Nacianceno, Oración 45, 2).
2457 "Y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor". No habiendo encontrado el cuerpo de Jesús, porque habla resucitado, eran agitadas por diversas ideas; y como amaban tanto al Señor y se hallaban tan apenadas por su desaparición, merecieron la presencia de un ángel (San Cirilo, en Catena Aurea, vol. VI, p. 524).
2458 "Y les dijo: Paz a vosotros; soy yo, no temáis". Avergüéncenos el prescindir del saludo de la paz, que el Señor nos dejó cuando iba a salir del mundo. La paz es un nombre y una cosa sabrosa que sabemos proviene de Dios, según dice el Apóstol a los filipenses: "la paz de Dios"; y que es de Dios lo muestra también cuando dice a los efesios: "El es nuestra paz". La paz es un bien recomendado a todos, pero observado por pocos. ¿Cuál es la causa de ello? Quizás el deseo de dominio, o de ambición, o de envidia, o de aborrecimiento del prójimo, o de alguna otra cosa, que vemos en quienes desconocen al Señor. La paz procede de Dios, que es quien todo lo une [...]. La transmite a los ángeles [...] y se extiende también a todas las criaturas que verdaderamente la desean (San Gregorio Nacianceno, en Catena Aurea, vol. VI, p. 545).
2458b "Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, "no [...] penetró en un Santuario hecho por mano de hombre [...], sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9, 24). En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. "De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor" (Hb 7, 25). Como "Sumo Sacerdote de los bienes futuros" (Hb 9, 11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cfr. Ap 4, 6-11) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 662).
2459 Se aprovecharon tanto los Apóstoles de la Ascensión del Señor que todo lo que antes les causaba miedo, después se convirtió en gozo. desde aquel momento elevaron toda la contemplación de su alma a la divinidad sentada a la diestra del Padre, y ya no les era obstáculo la vista de su cuerpo para que la inteligencia, iluminada por la fe, creyera que Cristo, ni descendiendo se había apartado del Padre, ni con su Ascensión se había apartado de sus discípulos (San León Magno, Sermón 74).
2460 En cuanto Nuestro Señor subió a los Cielos, su Santa Iglesia desafió al mundo y, confortada con su Ascensión, predicó abiertamente lo que creía a ocultas (San Gregorio Magno, Hom. 29 sobre los Evang.).
2461 No era conveniente que Cristo permaneciese en la tierra después de la Resurrección, sino que convenía que subiese al Cielo (Santo Tomás, S.Th. III, q. 57, a. 1).
2462 La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo. En otras palabras: la vida en la tierra, que amamos, no es lo definitivo; "pues no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura" (Hb 13, 14), ciudad inmutable (...).
Cristo nos espera. "Vivimos ya como ciudadanos del cielo" (Flp 3, 20), siendo plenamente ciudadanos de la tierra, enmedio de dificultades, de injusticias, de incomprensiones, pero también en medio de la alegría y de la serenidad que da el saberse hijo amado de Dios (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 126).
2463 El Señor prometió que nos enviaría aquel Abogado que nos haría capaces de Dios. Pues del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan si antes no es humedecido, así también nosotros, que somos muchos, no podíamos convertirnos en una sola cosa en Cristo Jesús sin esta agua que baja del cielo. Y, así como la tierra árida no da fruto si no recibe el agua, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiéramos dado el fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de lo alto (San Iireneo, Trat. contra las herejías, 3).
2464 El Espíritu Santo se apareció bajo la forma de paloma y de fuego; porque a todos los que llena, los hace sencillos y los anima a obrar; los hace sencillos con la pureza, y los anima con la emulación; pues a Dios no puede serle grata la sencillez sin celo, ni el celo sin sencillez (San Gregorio Magno, Hom. 30 sobre los Evang.).
2465 Vemos la transformación que obra el Espíritu en aquellos en cuyo corazón habita. Fácilmente los hace pasar del gusto de las cosas terrenas a la sola esperanza de las celestiales, y del temor y la pusilanimidad a una decidida y generosa fortaleza de alma. Vemos claramente que así sucedió en los discípulos, los cuales, una vez fortalecidos por el Espíritu, no se dejaron intimidar por sus perseguidores, sino que permanecieron tenazmente unidos al amor de Cristo (San Cirilo de Alejandría, Coment. Evang. S. Juan, 10).
2466 Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar, la mente del que lo recibe y, después, por las obras de éste, la mente de los demás
Y, del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba (San Cirilo de Jerusalen, Catequesis 16, sobre el Espíritu Santo 1, 11-12, 16).
2467 Ved, pues, cómo San Pedro, que antes tenía miedo de hablar de Jesús, ahora se goza ya en los castigos; y el que antes de la venida del Espíritu Santo temió ante la voz de una mujer, después de la venida desafía las iras de las príncipes (San Gregorio Magno, Hom. 30 sobre los Evang.).