2S

2S 1, 1-10

Dos días hacía que David había regresado de sus incursiones contra los amalecitas (1S 30, 1-26). Al preguntar David al mensajero de dónde venía, respondió que había huido del campamento de Israel. Acto seguido, y a instancias de David, el fugitivo comenzó a referir algunos detalles de la batalla, ajustándose a los hechos algunas veces, dramatizando otras e inventando lo que, a su entender, realzaría su prestigio ante David. De su relación se deduce que los arqueros montaban caballos y carros de combate (1S 13, 5). Su relato confirma el texto hebraico de 1S 31, 3; según el cual temió Saúl caer vivo en manos del enemigo, decidiendo suicidarse.
Pero, todavía con vida, corrió a él el amalecita, que le asestó el golpe de gracia y arrebató la diadema de su cabeza y el brazalete antes de que se apoderaran de ellos los filisteos. Quizá no intervino el amalecita en el combate, siendo un vulgar salteador que aprovechó la oscuridad de la noche para saquear el campamento.
Si llevó a David las insignias reales de Saúl, fue para conseguir de él un premio de mucho más valor. Para explicar las diferencias entre la relación del amalecita y el texto de 1S 31, 1-10, admiten algunos que nuestro relato representa una tradición distinta de la del capítulo anterior.
Según Dhorme, en esta sección se ha querido hacer menos odiosa la muerte de Saúl, quitándole los caracteres de suicidio. Esta misma tradición, añade De Vaux, no es homogénea: según una forma, un soldado anuncia la muerte de Saúl y de Jonatán; David y su pueblo hicieron duelo (2S 1, 1-4; 2S 1, 11-12). Según otra, un joven amalecita se gloría de haber dado muerte a Saúl, llevando consigo las insignias reales en espera de una recompensa; David dio orden de que lo matasen (2S 1, 5-10; 2S 1, 13-16).

2S 1, 11-16

David y los que le rodeaban lloraron la muerte de Saúl y de sus hijos, ayunando hasta la tarde (2S 3, 35). No puede tolerar David que un meteco, un guer que habita en medio de Israel, haya osado alzar sus manos contra el ungido del Señor y contra el que era su legítimo soberano. Por el testimonio de su propia boca es condenado a muerte; de ahí que su sangre no clamará venganza contra David, por ser justa su muerte (1R 2, 32). Con la muerte del amalecita y las muestras de dolor por los caídos comprendió Israel que no tuvo David parte en la muerte de Saúl y de que honraba y respetaba su autoridad.

2S 1, 17-27

A las muestras externas rituales de duelo y al ejemplar castigo del mensajero amalecita se añaden las notas emocionantes de una elegía, considerada como la mejor de toda la literatura veterotestamentaria, en donde David pone de manifiesto su admiración sincera por Saúl y los lazos de amistad que le unían a Jonatán. La composición corresponde al género elegiaco, que en hebreo se llama qinah, canto fúnebre en honor de un muerto (Jr 7, 29; Jr 9, 9; Am 8, 10). Aunque el nombre de Yahvé no aparezca en toda la composición, sin embargo, el lector tiene el convencimiento de que todas las palabras salen de un alma profundamente religiosa.
A la elegía precede 2S 1, 18 considerado como una cruz para los intérpretes. La traducción del texto actual hebraico es la siguiente: "Y (ordenó) que se enseñara a los hijos de Judá, Arco. He aquí que está escrita en el libro de Jasar".
Muchas han sido las tentativas para interpretar rectamente el texto (Klostermann, Schulz, Dhorme, Smith). El verbo hebraico amar, decir, equivale aquí a ordenar (Ne 9, 15; 2S 2, 26). El término hebraico qeshet, arco, no figuraba en el texto original; del margen, donde lo escribió un amanuense, penetró dentro del texto. No se lee en el códice ? de los LXX. El libro de Jasar lo vimos citado en Jos 10, 13. Era una especie de antología de cantos nacionales y de carácter guerrero, muy divulgada entre el pueblo.
Empieza David diciendo que Israel llora la desaparición en los montes de Gelboé de dos personajes que constituían la flor y nata de la nación. En forma de estribillo, repite constantemente: "¿Cómo cayeron los héroes?" (2S 1, 25, 2S 1, 27; 1M 9, 21).
Acordándose de los cantos y danzas de las jóvenes israelitas por su victoria sobre Goliat (1S 18, 6-9), el pensamiento de David corre hacia las grandes ciudades de los filisteos y se imagina los transportes de alguna de las hijas de los incircuncisos vitoreando a los vencedores de Saúl y de Jonatán. Este pensamiento le conduce a apostrofar a los montes que recogieron la sangre de los héroes, deseando para ellos el castigo que merecen.
El texto hebraico añade: "ni campos de primicias". Otros leen: haré tarmuth, montañas pérfidas, malvadas (Smith); montañas de muerte (Ubach), etc. Estos montes presenciaron la manera como fue abatido allí el escudo de los héroes después de una vigorosa resistencia. ¿Por ventura no fue ungido Saúl con óleo, y, por consiguiente, no era sagrado? Puede la frase entenderse en el sentido material de que el escudo de Saúl no será en adelante engrasado, aludiendo a la costumbre de engrasar los escudos de cuero a fin de que no se agrietasen.

2S 2, 1-7

Con sus familiares y legionarios subió David a tierras de Judá, fijando su residencia en los pueblos en torno a Hebrón. Aquellas gentes le querían y le odiaban al mismo tiempo. Por una parte pudieron comprobar su magnanimidad para con Saúl y su moderación al frente de los legionarios.
Perteneciente a la tribu de Judá, gozaba de las simpatías de sus hermanos de sangre. Con los principales clanes de la región entró en contacto por medio de sus mujeres. Acabó por ganar a su causa a las gentes del país su campaña contra las tribus nómadas del sur, que amenazaban su seguridad (1S 27, 10-12; 1S 30, 26-31) y la galantería de enviar parte del botín cogido al enemigo a los ancianos de aquellos pueblos (1S 30, 26-31). Por otra parte, la presencia de un grupo de hombres, muchos de ellos con tipo y hechos de bandolero, no podía halagar a los pueblos, que debían proveer a su manutención, por no alcanzarles las requisas y expolios periódicos en las regiones enemigas de los alrededores. Pero la figura relevante de David servía de contrapeso.
Los ancianos de Judá fueron a Hebrón para ungirle rey de la casa de Judá. No quiere decir el texto que nada sabía David de su unción por parte de Samuel (1S 16, 1-13), pero esta unción y designación divinas debían ser rubricadas, como fue el caso de Saúl, por la voluntad popular. La unción de que se habla en nuestro texto es más bien modesta, alcanzando su reinado a la tribu de Judá, en contraposición a la de 2S 5, 3, en que los ancianos de Israel le ungirán por rey sobre las restantes. Al sur de Jerusalén pasaba la línea fronteriza septentrional de la tribu de Judá (Jos 15, 6-9). Desde el primer momento trata David de captarse el favor de todo Israel dando la impresión de que es el primero en lamentar la pérdida de Saúl.
Al conocer el gesto de los de Jabes Galaad, mandó allí unos mensajeros con el encargo de felicitarles por su acción prometiéndoles al mismo tiempo una gratificación. Aprovecha esta ocasión para notificarles que los hombres de Judá le han ungido por rey suyo, invitándoles, implícitamente, a alinearse a su lado. Pero los de Jabes, unidos con los benjaminitas por lazos de sangre (Jc 21, 12-14) y agradecidos a Saúl (1S 11, 1-11), no podían tan pronto situarse en la órbita del nuevo rey.

2S 2, 8-11

Era Abner general del ejército de Saúl (1S 14, 50; 1S 17, 55; 1S 20, 25), primo hermano del rey, por ser ambos hijos de Quis y de Ner respectivamente, que lo eran a su vez de Abiel. Era natural que Abner defendiera la causa de su casa y entronizara rápidamente al único hijo que quedaba de Saúl, llamado Isbaal, que significa "hombre de Baal". Para expresar su aversión a este dios cananeo, los escribas sustituyeron este nombre por boset, que significa "abominación, vergu¨enza". Se le llama Isbaal en 1Cro 8, 33. Quizá a causa de su poca edad o por enfermedad, no tomó parte Isbaal en los combates de Gelboé, en donde murieron su padre y sus hermanos.
Isbaal fue llevado a Majanaím, ciudad de Transjordania, unida estrechamente a la vida de Jacob (Gn 32, 2-23), y cuyo emplazamiento se discute. Allí fue proclamado Isbaal rey de Israel unos años después de la muerte de su padre, quizá como reacción al reinado de David sobre Judá, tratando de contrarrestar su prestigio, siempre en aumento. Bajo el dominio de Isbaal pasó el territorio de Galaad, el correspondiente a la tribu de Aser (Jc 1, 31), la llanura de Jezrael (1S 29, 1-11), el territorio de Efraím (1S 1, 11; 1S 9, 4) y la tribu de Benjamín, de la cual procedía Saúl (1S 9, 21).
Cabe desconfiar de las cifras tocantes a la edad de Isbaal y a los años de su reinado (2S 4, 5; 2S 5, 4-5); el primer número parece exagerado; el segundo, demasiado bajo. Pero debemos tener en cuenta lo dicho acerca del tiempo en que Abner entronizó a Isbaal, que fue, al parecer, unos años después de la muerte de Saúl. El autor pone de relieve la diferencia territorial entre ambos reinos.

2S 2, 12-32

Por vez primera, los dos reinos entraban en colisión; los jefes del estado mayor del ejército de Israel y de Judá eran, respectivamente, Abner y Joab. Era este último hijo de Sarvia, hermana de David (1Cro 2, 16; 1S 26, 6), generalísimo del ejército de David, con gran influencia en la corte, de la que no pocas veces fue víctima el propio rey.
Salió Abner de Majanaím y pasó el Jordán, acampando en el poblado de Gabaón, el actual El-Gib, a unos nueve kilómetros al norte de Jerusalén y en el límite meridional de la tribu de Benjamín. Quizá fue éste un intento de someter a la tribu de Judá, que permanecía fiel a David, o un despliegue y alarde de fuerzas para atemorizar a éste. A uno y otro lado de un estanque que había en Gabaón se situaron los dos ejércitos, prontos a batirse. Se convino en que combatieran doce jóvenes -o guerreros escogidos- de cada parte; la lucha fue salvaje, cayendo todos a una, atravesados de parte a parte por la espada del enemigo de enfrente.
En Gabaón hay un sitio que, en recuerdo de este hecho, se llama helqath assurim, campo de las piedras. Algunos proponen las lecciones helqath hassidim, campo de los centinelas; helqath hassarim, campo de los adversarios (Leimbach, Schulz) o helqath hassiddim, campo de los costados (Dhorme). Todos estos cambios se basan en simples conjeturas.
A la lucha de los jóvenes siguió el combate general -a no ser que el texto siguiente se refiera a un episodio distinto-, inclinándose la lucha de parte de David.
Los tres hijos de Sarvia estaban presentes. Azael, que era ligero de pies, persiguió a Abner. Temía éste que, al derribar a Azael, su hermano, Joab, se convirtiera en el goel de sangre, con derecho a matarle para vengar su muerte (2S 3, 27). Azael, en contra de la voluntad de Abner, cayó muerto en el suelo. Se desconoce el emplazamiento de la colina de Amma. Según Fernández (Problemas 107), más bien cabe hablar de desierto de Gaba en vez de desierto de Gabaón.
A las reflexiones de Abner sobre la conveniencia de continuar la lucha responde Joab tocando a retirada. El combate sólo podía conducir a ahondar más las diferencias entre uno y otro reino; o también: sucede que, al encontrarse un pueblo en el paroxismo de la desesperación, es capaz de reaccionar de manera desfavorable para el vencedor. Abner y sus hombres descendieron a la depresión jordánica, remontando el curso del río durante toda la noche; atravesaron el Jordán, siguiendo por la cuenca o desfiladero (bitrón) del Yaboc hasta llegar a Majanaím. Joab y los suyos regresaron a Hebrón, haciendo un alto en Belén para dar sepultura al cadáver de Azael.

2S 3, 1-5

La rivalidad entre los partidarios de David y de Isbaal iba en aumento; pero, mientras aquél se afianzaba más y más, la casa de Saúl se debilitaba por momentos. El poderío de David se manifestaba en primer lugar por la descendencia numerosa que le concedía Dios de su nutrido harén. En Hebrón nacieron hijos de las distintas mujeres que tenía. Su primogénito fue Amnón (2S 13, 1-22), hijo de Ajinoam (2S 2, 2); de Abigaíl tuvo a Kiliab, al que llaman Doluia las versiones de Aquila, Símmaco y Teodoción, y Daniel el autor de 1Cro 3, 1. Se menciona a Jetram en 1Cro 3, 3.

2S 3, 6-12

Isbaal se convirtió en juguete del generalísimo de su ejército, Tuvo éste la osadía de violar el harén reservado al rey, que se heredaba lo mismo que la corona real (2S 12, 8; 2S 16, 21). Pudo ser que Abner se acercara a Resfa (2S 21, 8ss) a casua de un movimiento pasional.
Pero cabe suponer que, habiendo sido esposa de Saúl y formando parte del harén real, entró Abner en relaciones con ella en vistas a desprestigiar al rey y suplantarle (1R 2, 13-22). Al llamarle Isbaal la atención, reaccionó Abner de manera violenta. A las palabras añade, con juramento (1S 3, 17; 1S 14, 47), que secundará la causa de David, llevándole al trono de Israel, desde Dan hasta Bersebá Jc 20, 1; 1S 3, 20), tal como le fue prometido (2S 5, 2; 1S 15, 28; 2S 25, 30).

2S 3, 13-21

David recibió satisfactoriamente las propuestas de reconciliación de parte de Abner; únicamente le exigió la devolución de Micol, la esposa que adquirió con cien prepucios de los filisteos (1S 18, 25). Teniéndola consigo podía presentarse ante las tribus de Israel como yerno de Saúl y continuador de su casa. Comprendió Isbaal el alcance de la petición que David le hacía, pero no le era posible romper abiertamente con Abner, sino más bien contemporizar con él y salvar de esta manera, si no el trono, al menos la vida. Micol fue arrebatada a Paltiel, quien sintió en el alma el alejamiento de su mujer, siguiéndola entre sollozos hasta Bajurim (Ras et-Tmim, al este del monte Olivete).
Abner habló a los ancianos de Israel en favor de David, mencionando un oráculo que no figura en la Biblia. Acaso cite Abner de memoria y ad sensum las promesas que Dios hizo a David a través de Samuel. La más difícil de ganar era la tribu de Benjamín, ligada a la casa de Saúl por los vínculos de sangre. La impresión fue buena, notando Abner en todos gran simpatía por David. Esta corriente favorable al nuevo rey habíase manifestado viviendo todavía Saúl (1S 18, 7; 1S 7, 16) y va en aumento a medida que ven el trono de Israel ocupado por un muñeco manejado a su antojo por el jefe del ejército. Además, cada vez se sentía más la necesidad de una unión nacional.

2S 3, 22-30

La conducta de Joab puso en peligro la unificación del reino. Conocía David la ojeriza de Joab contra Abner, por lo que le mandó en acto de servicio en el momento del encuentro de Abner y David en Hebrón. Al volver al poco tiempo y enterarse de lo que había ocurrido, mandó mensajeros detrás de Abner pretextando quizá que David quería comunicarle algo nuevo. De regreso a Hebrón, Joab le llevó aparte, hiriéndole en el bajo vientre, tal como había hecho Abner con su hermano Azael (2S 2, 23).
Con esta muerte había vengado Joab la sangre de Azael, que clamaba venganza; había quitado de en medio a un posible competidor y comprometido al mismo tiempo las tentativas de reconciliación entre Israel y Judá. Podían unos y otros sospechar que fue David el instigador del crimen, y perder de esta manera ante el público el concepto de rey magnánimo que se había granjeado con su conducta para con Saúl.
En adelante tiende David a poner de manifiesto su inocencia, haciendo recaer sobre Joab toda la responsabilidad. Para él y su descendencia desea la blenorragia (Lv 15, 2-14), la lepra (Lv 14, 2), hombres afeminados (texto hebraico: "hombres que manejen la rueca"), el hambre y la muerte violenta. Por lo que respecta a Joab, a maldición se cumplió, tal como refiere 1R 2, 31ss; 2S 2, 30 es considerado como una glosa que separa el 2S 3, 29 de 2S 3, 31, que le sigue lógicamente

2S 3, 31-39

Prescribió David un duelo nacional por el asesinato de Abner. A Joab le castigó obligándole a que rasgara también sus vestiduras, se cubriera de saco (Jr 6, 26; Jr 48, 37-38) y tomara parte en el cortejo fúnebre detrás del féretro de Abner. De esta manera expiaba externamente el crimen cometido en fuerza de las leyes del goel.
Sobre Abner compuso David una corta elegía. Se lamenta el rey de que Abner haya muerto como un hombre vulgar, como un cobarde, por traición, y no como guerrero que cae después de haber combatido gloriosamente. Al escuchar el pueblo este canto fúnebre (2S 1, 17-27) en honor de Abner, derramó lágrimas. David, a las muestras generales de dolor, añadió el ayuno de un día (2S 1, 12; 1S 31, 13). Lo lógico en estas circunstancias hubiera sido condenar a la misma suerte al que se había atrevido a alzar la mano contra Abner; pero reconoce David que necesita de los servicios de Joab en los momentos en que su reino está consolidándose. Si Abner era la eminencia gris de Israel, Joab lo era de Judá.

2S 4, 1-12

Con la muerte de Abner caía el más valioso puntal del reino de Israel, quedando consternados todos los que apoyaban a Isbaal. Era un momento delicado para el porvenir del reino, ¿Quién tomaría las riendas de la nación? Dos jefes de bandoleros originarios de Berot determinaron acabar con aquella situación, a sus ojos insostenible. Berot, que corresponde al actual el-Bire, a dieciséis kilómetros al norte de Jerusalén, pertenecía a la tetrápolis gabaonita y, por consiguiente, gozó en un tiempo de cierta autonomía (Jos 9, 17).
Más tarde, por presión de los benjaminitas, sus habitantes se vieron constreñidos a emigrar a Guitaím, lugar situado en los alrededores de Ramle (Ne11, 33), pasando luego Berot a depender de Benjamín (Jos 18, 21). Este asesinato, ¿se debe fundamentalmente a un acto de venganza de los berotitas contra los de Benjamín o acaso fue su único móvil la codicia y el interés? Ambos motivos pudieron existir juntos. Muerto el hijo de Saúl, no quedaba nadie que pudiera sucederle en el trono, ya que el hijo de Jonatán, Mefibaal (Meribaal según 1Cro 8, 34; 1Cro 9, 40), estaba rengo.
Recab y Baña aprovecharon la hora de la siesta para burlar la vigilancia de los centinelas y penetrar hasta la alcoba del rey, al que hirieron, cortándole la cabeza. Dice el texto masorético (2S 4, 6): "entraron allí, hasta llegar al centro de la casa, comiendo espigas, y le hirieron en el vientre"; los LXX: "He aquí que la portera de la casa, que limpiaba el grano, estaba amodorrada y dormía". Como se ve, el texto original ha sufrido variaciones.
Mucho había sentido David la muerte de Saúl y de Jonatán pero, al fin y al cabo, habían muerto como héroes en el frente de combate; pero sintió más todavía la de Isbaal, que murió por traición, con allanamiento de morada, durante el sueño, considerado como cosa sagrada. A estos asesinos correspondía un castigo mayor del que se infirió al amalecita que anunció la muerte de Saúl. Dio orden David de cortarles manos y pies, es decir, las manos que habían cortado la cabeza de Isbaal y

2S 5, 1-5

Todos los acontecimientos históricos convergían a allanar los caminos de acceso de David al trono de Israel. Abner había creado una atmósfera favorable, cuya labor facilitó la escasa personalidad de Isbaal. Desaparecido éste, nadie soñó en entronizar al hijo de Jonatán, inválido a consecuencia de una caída (2S 4, 4), ni existía un jefe capaz de reunir a todo Israel bajo su mando. Por lo mismo, una delegación, formada por elementos de todas las tribus de Israel (1Cro 12, 24-40), fue enviada a David para concertar con él un pacto, cuyo éxito fue sellado con el trascendental acto de ungir a David por rey sobre todo Israel. Dos unciones habían precedido: una oficial, religiosa, efectuada por Samuel obedeciendo a una orden de Dios (1S 16, 13); otra popular, por parte de los hombres de Judá (2S 2, 4). Los embajadores de Israel entran en tratos con David, diciéndole que no es un extraño, sino un israelita como ellos: "Hueso tuyo y carne tuya somos" (Gn 2, 23; Gn 29, 14; Jc 19, 2; 2S 19, 13-14), unidos a él por vínculos de consanguinidad nacional o de raza y por el afecto que le profesan.
No les es extraña su personalidad, que conocen desde hace mucho tiempo: "ayer como antes de ayer" (2S 3, 17; 1S 10, 11; 1S 10, 14; 1S 10, 21; etc.), desde los días de Saúl, en que él prácticamente llevaba los asuntos del reino y, sobre todo, los negocios relacionados con las armas. Los comisionados le eligen por rey, por ser esta la voluntad de Dios: "Yahvé te ha dicho: Apacienta a mi pueblo" y sé jefe de Israel.
Aquella unción íntima, un secreto, en casa de Isaí (1S 16, 13) se conoció poco a poco en Israel. Saúl tenía noticia de ella (1S 24, 21); Abigail no duda del hecho (1S 25, 30), como tampoco Abner (2S 3, 9). Los embajadores de Israel aludían a esta unción histórica y a las palabras del Dt 17, 15. Por el pacto convinieron en que Israel reconocería a David por rey, como lo habían hecho antes los de Judá, convirtiéndose, por lo mismo, en rey de Israel y de Judá.
Se creó una monarquía dualista, un reino unido, con sus inevitables dimes y diretes, hasta que vino la escisión definitiva después de la muerte de Salomón (1R 12, 1-25). Por anticipación afirma el texto que el reinado de David, en números redondos, fue de siete años en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén (1R 2, 11).
Hacia el año mil antes de Cristo, dos coronas ceñían la cabeza de David: la de Judá y la de Israel. ¿Entraba en el pacto la creación de una capital de los dos reinos más céntrica que la lejana Hebrón?

2S 5, 6-16

Cronológicamente, la toma de Jerusalén debe colocarse después de la victoria sobre los filisteos (2S 5, 17-25). Los embajadores de Israel habían regresado a su punto de partida con la conciencia haber logrado lo que estaba en el ánimo de todos: la unión nacional. Pero la compenetración entre un reino y otro y el intercambio y trasiego de personal se efectuaba lentamente. Por lo mismo, en contra de lo que escribe 1Cro 11, 4, no concurrió a este ataque todo Israel, sino la gente de David, o sea, el reducido ejército de los seiscientos hombres que no le abandonaban (1S 30, 15). Así, pues, con su gente subió David a Jerusalén "contra los jebuseos que habitaban la tierra".
Antiquísima es la ciudad de Jerusalén. Restos arqueológicos atestiguan su existencia en la Edad del Cobre (paso de la prehistoria a la historia) en el sector llamado Ofel, o sea, el espolón que se encuentra al sur de la explanada del templo, entre los valles del Tiropeón y del Cedrón, al oeste y este respectivamente, y limitando al sur con la conjunción de los valles Cedrón e Hinnón. En una carta de Tell el-Amarna (c.1400 antes de Cristo) la ciudad es llamada Urusalim, palabra que ha sido interpretada diversamente, pero que parece significar "fundación de Salem", nombre este último de una divinidad conocida en la primera mitad del segundo milenio.
Desde su más remota antigüedad hasta la conquista de Canaán, la ciudad no tuvo otro nombre que el de Urusalim. Fueron sus primeros pobladores miembros del clan amorreo de los jebusitas, que rendían culto al dios Salem, al que su sacerdote Melquisedec aplicó los calificativos de "altísimo", "dueño de cielos y tierra", que el patriarca Abraham pudo con toda verdad aplicar e identificar con su propio Dios.
Junto a sus muros pasaron los patriarcas con sus rebaños, pero la población se mantuvo siempre fiel a sus dioses. Al conquistarla David, hubo una corriente encaminada a sustituir el nombre pagano de la ciudad por la designación de "Ciudad de David". Sin embargo, el antiguo nombre subsistió, olvidándose su significado pagano.
Al penetrar los israelitas en la tierra prometida, dirigieron sus ataques contra Hai, desviándose hacia el norte y evitando el ataque a la fortaleza de los jebuseos. A pesar de la muerte de su jefe Adonisedec en manos de Josué (Jos 15, 8-63; Jc 19, 12), la ciudad continuó bajo el dominio de los jebuseos hasta los tiempos de David.
En los primeros momentos del reinado de David sobre Israel y Judá era del todo necesario quitar de en medio este baluarte amorreo y convertir la ciudad en capital del nuevo reino, tanto por su posición geográfica como por sus condiciones estratégicas. Valía la pena que David iniciara la nueva etapa de su reinado con tamaña empresa.
Un día vieron los jebuseos que un reducido ejército hebreo se estacionaba junto a los muros de la ciudad con propósitos hostiles. Sus habitantes cerraron herméticamente sus puertas, tan seguros se creían detrás de sus muros, que no cesaban de repetir: "Jamás entrará David aquí". La fortaleza era casi invencible. Y, sin embargo, David habíase presentado delante de ella con ánimo de capturarla; un fracaso le hubiera restado simpatía por parte sobre todo de Israel. Pero David la tomó.
Se llamaba Sión la parte más fortificada de la ciudad, que contenía la acrópolis con su templo y palacio real. La ciudad era relativamente pequeña, no excediendo su área amurallada de algo más de cuatro hectáreas. En 1Cro 11, 6 se dice: "David había dicho: El que primero hiera al jebuseo será jefe y príncipe".
El primero en subir fue Joab, hijo de Sarvia, y fue hecho jefe. El texto hebraico de 2S 5, 8 se ha conservado en mal estado. Su traducción más literal parece ser: "Pues había dicho David aquel día: Quien quiera vencer al jebuseo, que alcance, a través del canal, a los cojos y ciegos, los que odian la persona de David". La traducción de la última parte del versículo mencionado es dudosa; quizá la mejor sea: "A los rengos y ciegos David odia con toda su alma. Por esto se dice: Ciegos y cojos no entrarán en el templo" (De Vaux).
La arqueología ha venido en ayuda de la crítica textual para la recta interpretación de 2S 5, 8. La palabra sinnor del verso ha recibido múltiples interpretaciones. Sukenik, apoyándose en los LXX y en la palabra árabe sinnarat, cree que significaba originariamente tridente, aludiendo al arma con que debían atacar. Otros, siguiendo a Wellhausen, refieren el término sinnor a un miembro del cuerpo humano que tenga las funciones de canal, tales como cuello, etc. (Jouon, Fernández). La tercera opinión, la más corriente hoy día, ve en sinnor una parte de la población que debe ser objeto preferente de ataque. Sinnor tiene relación con conducciones de agua, canales (Sal 42, 8); en el neohebreo conserva el mismo sentido. Aquí la traduce por krounismo, el manantial. En efecto, en el fondo de la fuente Ain-Sitti-Mariam existe una abertura que sube hacia arriba a manera de chimenea excavada en el corazón mismo de la colina. Se hace remontar su construcción, con buenos fundamentos arqueológicos, al tiempo de los jebuseos. Su objeto era evidentemente el de poder sacar agua de la fuente sin necesidad de salir de la ciudad. Esta abertura fue descubierta por Ch. Warren en 1867.
No siendo posible abrir brecha en los muros de la ciudad, David, que tenía sin duda noticia de este túnel por haberlo descubierto en las exploraciones previas del terreno o por habérselo comunicado algún jebuseo, animó a los suyos a que, derribada la pared que interceptaba el paso de la fuente al túnel, treparan por el mismo durante la noche, en una hora en que nadie iba a por agua, y penetraran en la ciudad.
Joab fue el primero que se aventuró a esta empresa. ¿Hubo lucha en el recinto de la villa? ¿Se entregaron los jebuseos al ver su fortaleza invadida por el enemigo? ¿Qué suerte corrieron sus habitantes? Nada dice sobre estos particulares el texto sagrado; ya hemos hecho notar que sus relatos son sobrios, esquemáticos, con estilo telegráfico.
Pronto trasladó David su familia, ejército, funcionarios y muchos israelitas a la nueva capital, que modificó convenientemente durante el curso de su reinado, embelleciéndola por dentro, construyendo nuevas viviendas (1Cro 11, 8), reparando los destrozos de las murallas, tratando de ampliarla hacia el norte e iniciando la obra de terraplenar el foso que existía entre el muro septentrional de la fortaleza y la colina del monte Moría, obra que acabó Salomón (1R 9, 15-24).
La noticia sobre la embajada de Hiram recuerda la que tuvo lugar en tiempos de Salomón (1R 5, 15). Era costumbre esta ayuda mutua entre los reyes amigos al efectuarse un cambio de reino (1R 10, 1). Los fenicios mandaban también maderas a Egipto, de donde recibían obreros para trabajarlas. Tiro era una ciudad fenicia edificada sobre una roca que emergía en pleno mar Mediterráneo, a quinientos metros de la costa. Su misma posición la hacía inexpugnable, convirtiéndose en el puerto más importante del Mediterráneo oriental tanto desde el punto de vista militar como comercial.
Flavio Josefo dice que su rey Hiram, hijo de Abibal, reinó treinta y cuatro años (hacia 979-945), muriendo a los cincuenta y tres. Pero no parece que fuera Hiram el que mandó maderas y obreros para construir el palacio de David, ya que no es probable que ocupara él el trono en los primeros años del reinado de David sobre todo Israel. La dificultad se resuelve admitiendo que o no fue Hiram el que mandó tal ayuda, o, en caso afirmativo, que lo hizo años más tarde, a finales del reinado de David. Es probable que David contara en los comienzos con una casa sencilla, que más tarde amplió y adornó extraordinariamente su hijo Salomón.
Un soberano oriental debía contar con un nutrido harén y una descendencia numerosa; por lo mismo, tomó David otras mujeres y concubinas, práctica que toleraba la Ley (Dt 15, 17). Con ello pretendía David principalmente entrar en relación con las principales familias del reino y asegurarse la amistad de los monarcas extranjeros.
Dos categorías existían en el harén: las esposas de primer orden, que hacían su entrada en palacio con grandes fiestas y boato, y las concubinas, también esposas en sentido estricto, que entraban en el harén real sin aparato externo; sus hijos eran menos considerados. "De la época de Tell elAmarna -escribe De Vaux- sabemos que el rey de Biblos tenía al menos dos mujeres, y el de Alasia (Chipre) habla de "sus mujeres".
Sin embargo, en los siglos VIII-VII a. de C, los anales de Asiria atribuyen a los reyes de Ascalón, Sidón y Azoto sólo una mujer, acaso la reina titular, lo que no excluye otras esposas y concubinas. Mejor información se dispone tocante a los hititas, entre los cuales una esposa llevaba el título de reina, disponiendo el monarca de mujeres libres y concubinas. En Asiría, al lado de la "dama de palacio", existían otras, provenientes muchas veces de pueblos extranjeros. En Egipto tenía el Faraón una esposa que llevaba el título de "gran esposa real". Cinco personas llevaron este título sucesivamente durante el largo reinado de Ramsés II, pero sus ciento sesenta y dos hijos prueba que tuvo otras mujeres además de la reina y esposa oficial.
Según las cartas de Tell el-Amarna, el harén que más analogía tiene con el de los faraones es el de Salomón. La princesa mitanni casada con Amenofis III llevó consigo trescientas diecisiete muchachas jóvenes. El mismo rey encarga al de Guezer le envíe cuarenta "mujeres guapas", a cuarenta siclos de plata cada una. El Faraón recibe del rey del Mitanni el regalo de "treinta muchachas, veintiuna del rey de Jerusalén y veinte o treinta de un príncipe sirio".

2S 5, 17-25

Los exégetas son de parecer que este episodio debe seguir inmediatamente a la noticia sobre la unción de David por rey de Israel (2S 5, 3), como se desprende de 1Cro 14, 8. Al mismo hecho se refiere el pasaje de 2S 23, 13-17. Practicaban los filisteos la política del "divide y vencerás" con relación a Palestina.
Después del desastre de Gelboé quedaron ellos dueños del territorio palestinense, controlando prácticamente todas sus actividades. Pero el genio militar de Abner fue rechazándolos de un sitio y de otro hasta libertar los territorios del norte del yugo filisteo.
En el sur, éstos controlaban el territorio de Judá, en donde, según creyeron en un principio, reinaba un aliado suyo, a quien trataron de apoyar y aupar a fin de que estorbara la acción de sus rivales del norte y mantuviera a la nación dividida en dos bandos. Por lo mismo, llevaron muy a mal el que ciñera David la corona de los dos reinos, temiendo fundadamente que esta unidad nacional redundara en detrimento de sus intereses. Para cortar el mal de raíz, antes de que las relaciones entre los reinos de Judá y de Israel se estabilizaran, lanzaron su ejército sobre la región que servía de enlace a los dos mencionados reinos con el fin de impedir que la unión se hiciera efectiva.
David, que estaba todavía en Hebrón, tuvo noticia de la penetración de los filisteos en tierra de Israel y bajó a la fortaleza de Odulam (1S 22, 1: caverna; 1S 22, 4-5: fortaleza). El sitio escogido por los filisteos fue el valle de Refaím (Jos 15, 8; Jos 18, 16), entre Jerusalén y Belén, llamado hoy día llanura de Baqa, que se extiende al sur de Jerusalén, parte occidental de la misma hasta Lifta, al norte. Antes de atacarlos consulta David a Yahvé, que le promete la victoria. Desde su refugio de Odulam subió (verbo que no se hubiera empleado en el caso de estar David en Jerusalén: 2S 23, 1) a la colina de Baal Parasim. Tenemos un nombre compuesto con la palabra baal, dios cananeo, y parasim, divisiones, brechas, lugar de la división de aguas (2S 5, 20), unas en dirección al mar Muerto y otras hacia el Mediterráneo. Este lugar alto en la línea divisoria de las aguas, llamado Ras enNadir, al sur de Lifta, estaba dedicado al dios cananeo baal, dueño y autor, según sus seguidores, de los parasim, o divisiones de las aguas.
Con la ayuda de Dios, los filisteos fueron derrotados y dispersados, "como la división de las aguas". De ahí que en adelante perdió el lugar su carácter profano y adquirió uno religioso, cediendo baal su puesto al verdadero dueño y señor de los elementos, Yahvé. Para asegurarse la victoria, los filisteos habían traído consigo sus ídolos (dioses según los LXX y 1Cro 14, 12), que, según este último texto, fueron quemados.
El segundo encuentro se desarrolló entre el extremo noroeste de Refaím y el wadi el-Meise, al oeste de Jerusalén; torrente que va desde birket Mamillah hasta birket es-Sultan (Ubach). Los filisteos huyeron precipitadamente hacia Gabaón (no Gueba, como dice el texto masorético), para emprender desde allí la fuga hacia la costa mediterránea. Estas dos victorias aplastaron el poderío de los filisteos.

2S 6, 1-8

En la primera mitad de sus treinta años de reinado decidió David trasladar el arca de la alianza a la capital de la nación. No se puede precisar más concretamente el tiempo del traslado; sabemos que se encontraba en Jerusalén durante el sitio de Rabat Amon (2S 11, 11). Jerusalén había perdido su carácter pagano para convertirse en capital del reino unido. A la centralización política, administrativa y militar convenía añadir la religiosa. La idea era revolucionaria, opuesta en cierta manera al concepto tradicional de no rendir culto a Yahvé fuera de aquellos lugares en que El se había manifestado en tiempos de los patriarcas, Moisés y Josué; pero David encontró la manera de llevarla a cabo.
El proyecto de David de trasladar el arca no encontró el eco unánime que esperaba. Los jefes no pusieron dificultad alguna, pero los sacerdotes y levitas de Gabaón (1Cro 9, 35-17) no secundaron su invitación. Temían que, con esta centralización del culto, el santuario de Gabaón perdiera importancia y que el nuevo templo de Jerusalén oscureciese su lugar sagrado. En contra y a pesar de ellos, David llevó a término su proyecto.
Para dar realce a la ceremonia, impresionar a los recalcitrantes de Israel y atemorizar a los filisteos, reunió David a los selectos de Israel. Al decir el texto "volvió a reunir" (2S 6, 1), hace referencia a la reunión plenaria que tuvo lugar en Hebrón (2S 5, 1-3) con motivo de su proclamación por rey de Judá y de Israel.
Parece, sin embargo, que la cifra de treinta mil (setenta mil según los LXX) sea exagerada aun en el supuesto de que acudieran al llamamiento e invitación de David todo el pueblo, "desde el Sijor de Egipto hasta el camino de Jamat" (1Cro 13, 5). La tradición manuscrita respecto a los números se ha conservado muy mal.
Toda la muchedumbre se dirigió hacia Quiriat Jearim (1S 6, 21; 1S 7, 1), llamada en el texto Baalat Judá (Jos 15, 11), nombre antiguo de aquella ciudad, conocida también por Quiriat-Baal (Jos 15, 60; Jos 18, 14). Se añade el calificativo "de Judá" para distinguir la ciudad de otras homónimas (Jos 15, 11-29; Jos 19, 44). Esta diversidad de nombres prueba que la relación de nuestro autor se inspira en una tradición distinta de la de 1S 7, 1ss.
Sacaron el arca de casa de Aminadab (1S 7, 1ss), donde había permanecido muchos años, casi olvidada y bajo el control y supervisión de los filisteos. Dos son las características que se mencionan de las relaciones de Yahvé con el arca. El es Yahvé de los ejércitos el que da la victoria por medio del arca (1S 4, 3-4); Yahvé está sentado entre los querubines, cuyas alas le sirven de trono, que Yahvé ocupa de manera permanente, estando, por lo mismo, allí presente de manera particular (Ex 25, 18ss).
A falta de sacerdotes y levitas (Nm 4, 5-6), la custodia del arca fue confiada a dos laicos, Oza y Aijó. En contra de la prohibición de Nm 4, 15, Oza, con la mejor intención sin duda, tocó el arca con su mano, quedando fulminado en el acto.
Quiso con esto demostrar Yahvé a su pueblo que, si el arca es terrible para los enemigos (1S 6, 1-21) ? para los que se mofan de ella (1S 6, 19), no lo es menos para sus fieles servidores desde el momento en que no la tratan con el debido respeto. Ella es el trono de Dios; allí habita de una manera estable. Por lo mismo, tocarla equivale a que el hombre profano ponga las manos sobre el mismo Dios. Sin duda que los sacerdotes y levitas comentaron lo sucedido con satisfacción.

2S 6, 9-15

El incidente de Oza atemorizó a todos los presentes. David, que pensaba llevar el arca a su palacio, desistió de ello por temor a que le sucediese alguna desgracia; los acompañantes renunciaron también a alojarla en sus casas. Decidió entonces David colocarla en casa de un extranjero, de nombre Obededom, quizá originario de Edom, habitante en Gat (2S 1, 20). Pensó David que, en caso de sobrevenir algo desagradable por causa del arca, fuera un pagano la víctima y no un israelita.
Probablemente estaba Obededom al servicio de David. Dios bendijo profusamente su casa. Al enterarse David, revolvió de nuevo el proyecto de llevarla a Jerusalén. Esta segunda etapa se describe con muchos pormenores en 1Cro 15, 1 - 1Cro 16, 42.
Del mencionado texto y de lo que dice sumariamente nuestra perícopa, aparece que David llegó a un acuerdo con los sacerdotes, que decidieron colaborar en la ceremonia, poniéndose al servicio del arca y dando al cortejo un carácter más religioso. Comprendió David que la colaboración de los sacerdotes le era necesaria; su ausencia había provocado la vez anterior las iras de Yahvé por no observarse el ceremonial sagrado. Los mismos levitas no podían acercarse al arca sin peligro antes de que los sacerdotes no la tapasen (Nm 4, 5; Nm 4, 15). Con el fin de tenerlos propicios, renunció David a su ideal de un santuario único en Jerusalén, admitiendo con carácter oficial también el de Gabaón, concediendo igual o más categoría a Sadoc, sacerdote de Gabaón, que a Abiatar, de Jerusalén. Sea que los sacerdotes aceptasen estas condiciones o que David les obligase a hacerse cargo del arca, dos sacerdotes y sus levitas se encargaron de llevar el mueble sagrado.
El arca salió de casa de Obededom. Después de dar seis pasos y al comprobar David que esta vez no sucedía nada anormal, ofreció o hizo ofrecer un sacrificio. El texto debe entenderse en el sentido de que el sacrificio tuvo lugar después de los primeros seis pasos, no repitiéndose durante el trayecto, y menos después de cada seis pasos. Durante el trayecto se repetían las danzas sin cesar, que formaban parte del culto de Yahvé (Sal 149, 3; Sal 150, 4). Tenían en los tiempos primitivos un sentido religioso y en muchos cultos orientales eran actos rituales. David llevaba un vestido sacerdotal, por ejercer las funciones sacerdotales (1R 8, 22-54; 1S 2, 18).

2S 6, 16-23

Era Micol esposa de David (2S 3, 13-14). No participando de la piedad de su marido, no podía comprender que el entusiasmo de David por Yahvé le llevara a efectuar danzas frenéticas en compañía del pueblo. El arca fue colocada provisionalmente en la tienda que le había preparado David, por encontrarse la antigua en Gabaón (1Cro 16, 39), con la esperanza de edificarle un santuario. Todo el pueblo marchó a su casa. También David fuese a la suya, donde le esperaba la malhumorada Micol para reprocharle su conducta, poco digna, a su entender, de un monarca de Judá y de Israel.
Primitivamente el sacerdote se presentaba desnudo ante la divinidad de donde se deriva la ley sobre las cualidades corporales que debían reunir los llamados a ejercer las funciones sacerdotales (Lv 21, 16-23). Más tarde se les obligó a llevar calzones de lino para cubrir sus desnudeces (Ex 28, 42-43). Vestía David el paño de lino, que, al evolucionar en el calor de la danza, dejaba al descubierto, de forma intermitente partes menos honestas.

2S 7, 1-10

Habiendo narrado el autor el episodio del traslado del arca desde Quiriat Jearim a Jerusalén, añade una noticia muy distante cronológicamente de la anterior, pero unida por razón del tema. Lo que en esta sección se refiere tuvo lugar hacia los últimos años de David, cuando la paz interior se había consolidado y en las fronteras del reino imperaba la paz. Israel había dejado de ser un pueblo seminómada. El rey tenía su palacio; sólo el arca ocupaba un edificio provisional y endeble. Este estado precario del arca no podía prolongarse. De sus preocupaciones hizo confidente al profeta Natán.
Es la primera vez que se menciona este profeta, que tanta influencia ejerció sobre David y que decidió a favor de Salomón su sucesión en el trono (1R 1, 1ss). Fue consejero de David, de cuya compañía no se apartó nunca. Pero, aunque amigo del rey, defendía ante todo los derechos de Dios, no vacilando en reprocharle su adulterio con Betsabé (2S 12, 1ss). Tan pronto como David manifestó su preocupación a Natán, éste inmediatamente por su cuenta, obrando como hombre privado, los aprobó en conjunto y de manera provisional, difiriendo su confirmación definitiva hasta saber la voluntad divina.
Aquella misma noche tuvo Natán una revelación profética (1S 15, 10), en la que Dios le manifestaba que no sería David quien le levantara una casa, sino él se la edificaría a David. Como a Abraham (Gn 12, 2), le hará famoso en toda la tierra. No rechaza Dios definitivamente el proyecto de la construcción de un templo, pero no será David quien lo edifique, sino su sucesor (1R 8, 19)
A las razones apuntadas para no conceder a David este honor, los textos de 1Cro 22, 8 y 1Cro 28, 3 agregan la de haber derramado David mucha sangre en los combates.

2S 7, 11-16

A la generosidad del rey responde Dios con una generosidad divina eficaz, con promesas trascendentales para David. Yahvé hará que su pueblo no lleve en adelante vida seminómada, sino que lo afincará definitivamente en Palestina, donde echará raíces y vivirá en paz y prosperidad, no molestándole, como hicieron antes, los hijos de la iniquidad.
Dios promete a David la continuidad del reino entre sus descendientes. Porque acontecerá que, al cumplirse los años de su peregrinación (1Cro 17, 11) sobre la tierra y baje al sepulcro para descansar allí junto a sus padres (Gn 28, 8; Gn 47, 30; 1R 2, 10), suscitará Dios de él su posteridad (zera: simiente), que saldrá de sus entrañas (Gn 15, 4) y afirmará su reino. "El edificará la casa a mi nombre y yo, añade Dios, estableceré por siempre el trono de su reino".
Convienen algunos autores en que el texto de 2S 7, 13 desentona del contexto (De Vaux), dudando que sea original (Desno-Yers), o considerándolo como una adición redaccional (Wellhau-Sen) o un paréntesis (Driver). La antítesis que se observa en el discurso de Natán ("No serás tú quien me construirás un templo; seré yo quien te edificaré una casa"), es decir, una posteridad, se interrumpe por la intercalación del mencionado verso (Dhorme). Si el verso se omite, la profecía expresa una aprobación de las costumbres antiguas del desierto (2S 7, 6-7) y desafecto hacia el templo, idea que se encuentra en la adición de 1R 8, 27, en los profetas (Is 66, 1-2) y en el discurso de San Esteban (De Vaux).
A la posteridad de David profesará Dios el afecto que un padre siente para con su hijo. Pero así como un padre castiga a su hijo, de la misma manera castigará Dios a la simiente de David en caso de obrar el mal, a la manera como suelen castigar los hombres (Sal 89, 31-34).
Es decir, como interpretan algunos (Rehm), no dejará Dios impunes los pecados de los descendientes de David; pero, al castigarlos, no hará uso de todo su poder, sino que aplicará un castigo llevadero, análogo a los que emplean los hombres.
Sin embargo, cree Ubach que Yahvé anuncia un castigo más ejemplar, más severo, contra los descendientes de David que falten a sus deberes. Dios, en este caso, se reserva el derecho de tratarles como a hijos rebeldes, azotándoles no "con varas de hombres y con azotes de los hijos de los hombres", sino con el hierro de la escisión, destituyéndolos de su dignidad real y destruyendo para siempre el trono material de la dinastía davídica (1R 2, 4; Sal 132, 11).
La promesa de la perpetuidad de su trono está condicionada, pues, a que sus sucesores sigan los senderos de Yahvé y cumplan el pacto de la alianza. Pero esta explicación rigorista no se armoniza bien con 2S 7, 15.
Veremos que en los libros de los Reyes Dios castiga moderadamente a los reyes pecadores de Judá a causa de David, su padre. En 2S 7, 16 promete Dios a David que su casa y su trono durarán para siempre ante su rostro; pero no especifica cómo se realizará esta promesa. Muchos exegetas no creen que el texto de 2S 7, 13-15 se refiera al hijo determinado y concreto de David, Salomón, sino a toda su posteridad; en contra opina Desnoyers (Histoire II 200-201).
Esencialmente, la promesa se refiere a la continuidad de la dinastía davídica en el trono de Israel (2S 7, 12-16), como lo entiende el mismo David (2S 7, 19; 2S 7, 25; 2S 7, 27; 2S 7, 29). En este sentido lo interpretan Sal 89, 30-38 y Sal 132, 11-12.
La perspectiva profética, pues, rebasa la persona concreta de Salomón. Entre líneas cabe vislumbrar en el texto un descendiente de David en el que se realizarán todos los matices y pormenores contenidos en el oráculo.
De ahí que gran número de exégetas admitan el carácter mesiánico de la profecía, discrepando en señalar la manera como se refiere a la persona del Mesías. Unos explican el texto en sentido exclusivamente mesiánico; otros, en sentido literal, lo refieren a Salomón, y en sentido típico a Cristo.
En primer lugar cabe afirmar que el término zera = simiente, designa una colectividad y un individuo particular (2S 7, 13). No cabe duda que el oráculo constituye el primer anillo de la cadena de profecías que anuncian un Mesías hijo de David. A este texto alude Is 9, 6 al hablar del nacimiento de un niño "para dilatar el imperio y para asegurar una paz ilimitada sobre el trono de David y sobre su reino, para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y la justicia desde ahora para siempre jamás". Un eco del oráculo lo hallamos en las palabras del ángel a María (Lc 1, 32), y una referencia explícita en Hch 2, 30. El Mesías será hijo de David y su reino será eterno: he aquí el sentido pleno que late bajo el sentido obvio de las palabras.

2S 7, 17-29

Al escuchar David las palabras de Natán, se dirigió al lugar donde estaba el arca y, sentado, recitó una ferviente oración de acción de gracias y de alabanza. Los antiguos oraban de pie, de rodillas y también sentados. Escoge David esta última postura acaso por su avanzada edad y se muestra confuso por haberle Dios elevado a tan grande dignidad, siendo él, a su presencia, como un perro (ukalbeka, 9, 8; 1R 8, 13, De Vaux).

2S 8, 1-18

Estas pinceladas generales sobre la actividad bélica de David y el silencio casi absoluto sobre las relaciones diplomáticas con los pueblos vecinos hacen que tengamos muy poca información en torno a su reinado. Más que la historia de su reinado, tenemos la historia de la familia de David. De las luchas contra algunos enemigos habla esquemáticamente el presente capítulo.
Empleando el autor una mera fórmula de transición: "Después de esto" (2S 2, 1; 2S 10, 1), da noticia de la acción contra los filisteos. Decisivo fue el golpe que les infligió al principio de su reinado (2S 5, 22-25), apoderándose, según 1Cro 18, 1, de Gat y de sus dependencias.
Durante todo su reinado estuvo atento a cortar rápidamente todo intento de amenaza de las fronteras por parte de este enemigo peligroso. La segunda parte 2S 8, 1 puede traducirse de esta manera "tomó David de la mano de los filisteos las riendas del poder" (meteg ha ammah). Siguiendo a Schulz, Ubach traduce las palabras hebreas mencionadas por "el dominio de la costa". La dificultad textual no justifica el recurso de sustituir las mencionadas palabras por la lección paralela de 1Cro 18, 1: "Gat y las ciudades de su dependencia".
Como los filisteos, también los moabitas fueron en un tiempo aliados de David (1S 22, 3). Habitaban en Transjordania, al este del mar Muerto. No sabemos cuándo, cómo y por qué comenzaron las hostilidades entre David y sus antiguos aliados, de los cuales descendía David a través de Rut la moabita. En vez de condenar a los prisioneros moabitas a trabajos forzados, hizo que se tumbaran al suelo y, por medio de cuerdas, los sorteó; de cada tres, dos fueron condenados a muerte. No conociendo el número de prisioneros moabitas ni las razones que le movieron a tan cruel proceder, no podemos tildar a David de inhumano. Las guerras de nuestros tiempos y el trato a los prisioneros no son ciertamente modelo de humanitarismo.
Los arameos, cuyo origen debe buscarse en el desierto siro-arábigo, emigraron hacia el norte, estableciéndose en las fértiles regiones de Mesopotamia y presionando hasta llegar a las de Asiría. Desaparecido el imperio hitita y empujados los amorreos hacia el sur por los asirios, los arameos se establecieron en el inmenso territorio que se extiende desde el Éufrates al Mediterráneo, notándose preferentemente su presencia en el valle del Orontes, en la llanura de Celesiria, sobre el Antelíbano y el Hermón, en las colinas de Galilea, en la región de Damasco y en las llanuras que se extienden hasta el Yarmuc, al norte de Transjordania.
No obstante su número, no formaron los arameos un Estado unido, sino que aparecen fraccionados en tribus, en ciudades-estado, formando pequeños estados independientes. De ahí que en la Biblia se hable de arameos de Soba, de Damasco. Hadadezer, rey de Soba (1S 14, 47), en el Antelíbano, que gozaba de gran predicamento entre los arameos, pensó en reunir a los diversos clanes bajo su égida.
Algunos reyezuelos, como el de Damasco, aprobaron su idea; otros, el de Jamat por ejemplo, la desaprobaron. No podía ver David con buenos ojos la formación de un gran imperio arameo unificado al norte de Palestina; por lo cual declaró la guerra a Hadadezer antes que éste lograra la meta de sus aspiraciones de grandeza, atacándole en Jamat, de Soba, y derrotándole, a pesar de la ayuda de los arameos de Damasco. El botín fue inmenso. Se apoderó de muchos carros de combate, que destrozó y abandonó sobre el campo. De entre los muchos caballos sólo se llevó David un centenar, que destinó a los servicios ordinarios del arrastre y como sementales (2S 15, 1). En cambio, se apropió de los escudos de oro, que debían serle de utilidad para la ornamentación de su palacio y embellecimiento del santuario, cuya construcción creía inminente. En Tebaj y Berot, ciudades del Antelíbano; en la Beqa, rica región minera, se apoderó de gran cantidad de bronce, que, según 1Cro 18, 8, utilizó Salomón para construir el mar de bronce.
El rey de Jamat, Tou, alegróse de la derrota del ambicioso Hadadezer, y en agradecimiento obsequió a David con ricos metales, que fueron consagrados a Yahvé. El hijo de Tou llevaba el nombre de Hadurán, cuyo primer elemento es Hadad, dios de la tempestad, la divinidad nacional aramea.
A la guerra contra los arameos siguió la de los edomitas, al sur, que hacían razias, a lo largo del Negueb, contra los calebitas y quenitas, aliados de David. Combatirlos no era fácil a causa de lo accidentado del terreno y por el tórrido desierto que le servía de escondite, Las victorias que sus tropas cosechaban por todas partes veíanse empañadas por la honda preocupación por la campaña de Edom.
De estos sentimientos se tiene noticia por Sal 60, 8-11. Larga fue la lucha contra los edomitas; David bajó al sepulcro sin poderla ver acabada y asegurado el triunfo (1R 11, 14-22). El valle de la Sal se identifica con la depresión que se encuentra al sur del mar Muerto, hacia el golfo de Aqaba, que en la Biblia (Gn 14, 3; 2R 14, 7) es llamado también valle de la Sal.
Josafat era el mazkir, "el que recuerda", lo que puede entenderse o bien como mensajero o como cronista. Algunos autores (De Vaux) traducen la palabra por heraldo del rey, cuyo oficio propio sería preparar y dirigir las ceremonias del palacio real, reglamentar las audiencias, informar al rey de cuanto ocurría en el país, acompañarlo en sus viajes.
Sadoc y Abiatar ocuparon sus cargos durante toda la vida de David. El primero desciende de Aarón por la familia de Eleazar. Sadoc estaba al frente del santuario de Gabaón; Abiatar, al servicio del arca en Jerusalén. Este último, descendiente de Helí, fue sacerdote de David desde el principio (1S 22, 20-23; 1S 23, 6), siendo destituido por Salomón (1R 2, 26-27). Sadoc quedó solo como sumo sacerdote. El estado defectuoso del texto original crea una dificultad al señalar a Sadoc como hijo de Ajitub, cuando, según 1Cro 5, 29-34; 1Cro 6, 35-38, era descendiente de Aarón por Eleazar, que los críticos solucionan proponiendo diversas traducciones del texto. Los jefes de culto son clasificados entre los funcionarios reales.
Saraya era secretario, sofer, cargo semejante a ministro de Estado. Al cuidado y dirección de Banayas corrían los cereteos y feleteos, tribus filisteas establecidas al sur de Gaza antes de la gran invasión filistea. Los primeros eran de origen cretense; los segundos, filisteos; otras veces aparecen también juntos (2S 15, 18; 2S 20, 7; 1R 1, 38-44). Modernamente se relacionan los cereteos con Keret, héroe de un poema de Rash Shamrah, que capitaneó un ejército filisteo al sur de Palestina en el segundo milenio 2. Formaban parte de la guardia personal de David (2S 15, 18; 1R 1, 38-44) y vivían junto a la puerta del palacio (2S 11, 9).
Termina el capítulo con la noticia: "Los hijos de David eran sacerdotes", palabras que los exegetas no están acordes en interpretar. Cree Dhorme que la mención de los hijos de David se debe a la preocupación de presentarlos como herederos del sacerdocio ejercido por el rey en 2S 6, 13-19. En 1Cro 18, 17, los hijos de David "son los primeros al lado del rey".

2S 9, 1-13

Como medida política, favoreció David a toda la familia de Saúl. Al enterarse de que sobrevivía un hijo de Jonatán, le llamó a palacio, donde le trató como a hijo propio, cumpliendo de este modo la promesa que hizo a su gran amigo y confidente (1S 18, 3; 1S 20, 14).
Al servicio de Mefibaal estaba Siba, que había echado hondas raíces en casa de Saúl, en donde llegó a ocupar una posición importante. De él se hablará nuevamente en 2S 16, 14 y 2S 19, 18-30. El hijo de Jonatán, imposibilitado para andar (2S 4, 4), residía en casa de Maquir (2S 17, 27), en Lodabar, localidad que corresponde a Lidbir (Jos 13, 26), en Umm ed-Dahar, en Transjordania, a unos catorce kilómetros al sur del lago de Genesaret (Abel, Géographie II 304). Tenía Mefibaal un niño de corta edad, llamado Mica, por el que se continuará la posteridad de Jonatán (1Cro 8, 35).
Fue generoso David para con el pobre, entregándole todos los bienes de Saúl, considerándolo como príncipe de sangre real y sentándolo a su mesa como un hijo más. Al mismo tiempo, tenía David cerca a un personaje de sangre real, de la familia de Saúl, que las tribus del Norte, siempre recelosas del favor que se concedía a Judá, podrían utilizar como bandera para formar un reino aparte.

2S 10, 1-5

No sabernos cuándo tuvo lugar este hecho que desencadenó la guerra de Israel contra Amón. En 1S 11, 1-15 se refiere la victoria conseguida por Saúl sobre Najas, de Amón, al acudir en ayuda de los habitantes de Jabes-Galaad. Con este monarca, o su hijo, mantuvo David óptimas relaciones, habiendo recibido de él muestras de amistad. Al enterarse de su muerte quiso dar el pésame a su hijo Janón. Los de Amón tomaron a los enviados de David y los escarnecieron. A la ignominia de afeitarles parte de la barba añadieron la villanía de cortar sus vestidos "ut turpitudo et nuditas in conspectu omnium aulicorum et civium appareret, et circumcissio derideretur", Menochto).

2S 10, 6-12

Al reflexionar los amonitas sobre la afrenta que habían hecho a los embajadores de David o al enterarse de la gran indignación que su acto había provocado en Israel, comprendieron que David les declararía la guerra. No sintiéndose bastante fuertes para luchar solos, tomaron a sueldo, mediante la suma de mil talentos (ocho millones y medio de pesetas), a gentes de Bet-Rejob, de Soba, de Maaca y de Tob (1Cro 19, 6), encargando a las tropas mercenarias el defender la campiña en tanto que ellos protegerían la capital.
Como era de esperar, Joab se presentó pronto con su ejército frene a la capital, pero se percató en segunda de la situación estratégica del enemigo. Las tropas israelitas se dividieron en dos secciones, capitaneadas cada una de ellas por Joab y su hermano Abisai. Según 1Cro 19, 7, los arameos estaban apostados en Madaba, es decir, en un lugar entre Amón y Madaba, más cerca de la primera que de la última. Los israelitas luchaban "por las ciudades de Nuestro Dios", frase que De Vaux cambia por "por el arca de nuestro Dios". Pero todas las versiones reproducen la lección del texto masorético, atestiguada, además, por 1Cro 19, 13. "Las ciudades de nuestro Dios" se oponen a las de los hijos de Amón.

2S 10, 13-19

Al primer empuje de Joab huyeron los sirios, imitando su ejemplo los amonitas, que se encerraron en la capital. La retirada desordenada de los arameos estimuló su amor propio, que juraron vengarse. Pero sus jefes no se ponían de acuerdo. En fin, uno de ellos, Hadadezer, rey de Soba, logró una movilización general de todos los arameos de Transjordania, asignándoles como jefe supremo al generalísimo de su ejército, Sobac. Los efectivos con que se disponían a luchar eran imponentes: carros de combate, caballería, infantería. El lugar donde acamparon fue Jelam, acaso la ciudad de Alema (1M 5, 26), hoy Alma, en la llanura del Haurán. Las cifras de los muertos y del botín capturado parecen exageradas.

2S 11, 1-5

El libro de las Crónicas pasa por alto esta debilidad de David, mientras nuestro texto la refiere de manera llana y sincera, no silenciando tampoco el castigo por parte de Dios. Con el fin de animar a los combatientes y asegurar el éxito, determinó David que el arca de la alianza fuera con el ejército (2S 11, 11). En la primavera, la estación apta para la guerra (1R 20, 22), salió el ejército contra Raba para someterla o con las armas o por el hambre.
En esta ocasión se quedó David en casa. Aconteció un día que, levantándose de la siesta (2S 4, 5), salió a pasear a la terraza de su palacio, quizá para gozar del aire fresco que suele soplar en Jerusalén a media tarde. Desde lo alto dominaba el rey con su mirada las casas apiñadas alrededor del palacio, divisando en el portal de una de ellas a una mujer que estaba bañándose, quizá por haber contraído alguna impureza legal (Lv 15, 19).
Se interesó David por ella, preguntó por su nombre, resultando ser la esposa de un hitita con nombre Hurrita. Aunque de origen extranjero, la familia se había incardinado plenamente al pueblo de Israel. Eliam, padre de Betsabé, era uno de los treinta gibborim del ejército de David (2S 23, 34) e hijo de Ajitófel (2S 15, 34; 2S 17, 1). También Urías pertenecía al número de los valientes (2S 23, 39). Ante el pecado de adulterio de David cabe recordar las palabras de San Gregorio el Grande: La Escritura da a conocer las faltas de hombres como David y San Pedro a fin de que la caída de los grandes ponga en guardia a los pequeños; la misma Escritura habla del arrepentimiento y del perdón que alcanzaron de Dios, animando con esto al pecador a esperar la salvación. Cayó David; que nadie presuma de sí mismo. David se arrepintió; que nadie, después de haber pecado, desespere de conseguir el perdón (PL 76, 687).

2S 11, 6-27

Pensó David que el adulterio pasaría inadvertido; llamaría a Urías a Jerusalén, cohabitaría con su esposa, y todo el mundo celebraría el nacimiento de un hijo en el hogar de Urías y Betsabé. Siendo Urías de los principales del ejército, podía dar noticias al rey del curso de las operaciones e informarle de la conducta de Joab. Urías fue llamado a Jerusalén e informó al rey, quien le despidió mandándole a su casa. Nada sospechaba Urías de cuanto había sucedido entre el rey y su esposa; el crimen era reciente.
La conducta del noble Urías desconcertó a David, quien desde este momento maquinó su muerte. Entregó al mismo Urías la carta que decretaba su muerte, que puso, a su vez, en manos de Joab. Muy probablemente se trataba de un escrito sobre papiro encerrado dentro de un sobre. Como era de ritual, Betsabé lloró la muerte de su marido durante siete días (1S 31, 13), al término de los cuales entró a formar parte del harén de David, en donde ocupó un lugar preferente. Creía David que nadie se había enterado de su pecado. Urías no le podía reprochar su crimen porque había muerto; tampoco le alcanzaba la ley de la pena de muerte dictada contra los homicidas y adúlteros, por lo que se creía libre de la ignominia pública. Su concupiscencia habíase convertido en derecho. No compartimos el pensamiento de De Vaux, según el cual la intervención de Natán no figuraba en el relato primitivo, que de 2S 11, 27 pasaba a 2S 11, 15ss, alegando el mencionado autor que en el 2S 11, 22 parece ignorar David el castigo del niño. Ninguna razón existe para suponer, dice Dhorme, que 2S 11, 15 haya sido intercalado; el pecado exige su castigo.

2S 12, 1-4

Con una parábola encantadora hace comprender Natán a David la enormidad de su pecado. Había transcurrido casi un año (2S 11, 5-17) de la muerte de Urías y estaba David, por lo mismo, persuadido de que su falta había quedado oculta para siempre. No debe urgirse demasiado la exactitud escrupulosa de las palabras de Natán, sino más bien atender al significado de conjunto que quiere darles. Cuando los beduinos reciben una visita de algún personaje, matan un cordero en su honor; lo mismo hizo el rico de la parábola; pero, no queriendo tocar a sus ovejas ni a sus bueyes, tomó la ovejuela del pobre, arrebatándosela violentamente o por medio de amenazas.

2S 12, 5-6

Ordenaba la Ley que, si uno roba un buey o una oveja y la mata o la vende, restituirá cinco bueyes por buey y cuatro ovejas por oveja (Ex 21, 37). El texto griego lee "siete tantos" en vez de cuatro, con el fin de poner de relieve la reacción de David contra el proceder infame del rico.
El simple robo por interés se pagaba con la devolución de cuatro ovejas por una; pero el castigo del rico de la parábola debía ser mayor. El número siete era simbólico, significando que el castigo debía ser total, ejemplar (Gn 4, 15; Pr 6, 31). Al condenar con tanta vehemencia al culpable, David se sentenciaba a sí mismo.

2S 12, 7-12

A bocajarro le declara Natán que el hombre que David había condenado era él mismo; su proceder con Urías no se diferencia del rico con el pobre. Pasa luego Natán a enumerar los grandes beneficios que Dios ha hecho a David. Y, a pesar de todo, David le ha vuelto las espaldas, matando a Urías, cometiendo dos pecados que en la legislación mosaica eran castigados con la pena de muerte (Lv 20, 10; Lv 24, 17). Todo pecado merece su sanción, siendo cada pecador castigado en aquello en que ha delinquido. Por haber matado a Urías, no se apartará la espada de su casa durante toda su vida; a espada morirán sus tres hijos, Amnón, Absalón y Adonías v. (2S 12, 3.28-29; 2S 18, 14-15; 1R 2, 25).
Creen algunos (De Vaux) en la Posibilidad de que el recuerdo de la muerte de Urías y el anuncio del castigo correspondiente hayan sido añadidos al oráculo primitivo, que sólo tenía en cuenta el adulterio. Cabe decir lo mismo de 2S 12, 11-12, que aluden a la profanación del harén real por parte de Absalón (2S 16, 22).

2S 12, 13-15

David reconoció inmediatamente su pecado, sin buscar excusas ni paliativos: "He pecado contra Yahvé". Aquella confesión llana, sincera y espontánea le merecerá el perdón de su pecado por parte de Yahvé y la mitigación de la culpa. Así se lo comunicó Natán, diciendo que Dios ha perdonado (literalmente: ha hecho pasar, 2S 24, 10) su pecado; de ahí que, en contra de lo que él había sentenciado contra el rico avariento, Dios se muestra más misericordioso, librándole de la muerte. En cuanto a la pena, y en reparación del escándalo, el hijo adulterino "morirá de muerte" (mot yamut), es decir, morirá irremisiblemente.

2S 12, 16-25

Esperaba David que con la oración y el ayuno ablandaría el corazón de Dios y obtendría la gracia de la curación del niño, Oró, ayunó (2S 3, 35) pasando las noches sobre el desnudo suelo cubierto de saco (2S 21, 10; 1R 21, 27). Acaso por esta devoción devota y resignada obtuvo David que fecundara Dios la unión de David con Betsabé, dándole un nuevo hijo, al que se le llamó Salomón = Shelomoh, pacífico, por estar David en paz con Dios y con los enemigos fronterizos (1Cro 22, 9).
Por conducto de Natán hizo saber pues a David que amaba al niño, por lo cual se le puso el nombre de Jedidia = amado de Yahvé. Noticia enigmática, ya que nunca se le llamará por este nombre. Quizá haya aquí el recuerdo de un doble nombre dado al niño, uno al nacer (Jedidia) y otro con ocasión de la coronación por rey (Is 9, 5; 2R 14, 21; 2R 15, 1; 2R 23, 34; 2R 24, 17; De Vaux). Desde este momento deja adivinar el texto que este hijo sucederá a su padre en el trono, a pesar de existir otros con mayores títulos. Tenemos en este pasaje una confirmación clara de que Dios elige a los que quiere.

2S 12, 26-31

Larga fue la campaña contra los amonitas. Una vez en poder de Joab la ciudad baja, rendida por el hambre, dirigió Joab sus ataques contra la parte alta de la misma, que, por los cálculos de Joab y de sus generales, caería de un día a otro. Quiere Joab que sea para David la gloria de entrar en la fortaleza de los temibles amonitas, y llamara con su nombre a la ciudad.
Se apoderó David de la corona de Milcom, lección esta última atestiguada por los LXX, en vez de malkan, su rey, del texto masorético. No es creíble que el rey de los amonitas llevara sobre su cabeza una corona de tanto peso. En efecto, el talento real de Babilonia equivalía a unos sesenta kilogramos; el kikkar ordinario valía sesenta minas, o sea tres mil siclos (Ex 38, 24-25), correspondiendo a unos treinta y cinco kilogramos.
Era Milcom el dios principal de los amonitas (1R 11, 5-33; 2R 23, 13). No parece que David arrasase la ciudad; de hecho, en tiempos de Amos (Am 1, 14) estaban en pie sus murallas y era importante en los días de la invasión de Nabucodonosor (Jr 49, 23). Los habitantes de Raba fueron hechos prisioneros y condenados a trabajos forzados. A unos empleó en talar árboles y aserrar troncos; a los otros obligó a trabajar como menestrales, molineros y en las tejerías. Los antiguos interpretaban este texto en sentido muy distinto, creyendo que David les había condenado a morir en las sierras, a ser aplastados por carros con ruedas de hierro, descuartizados y quemados vivos en hornos de ladrillo.
Con la victoria sobre los amonitas reinó la paz en las fronteras durante toda su vida. Pero los enemigos no habían desaparecido totalmente, subsistiendo con sus reyes, príncipes y soldados. David sometió a los moabitas y amonitas, castigó la soberbia de los filisteos, debilitó la fuerza expansiva de los amalecitas e hizo tributarios a los arameos. Pero nunca pensó anexionar aquellos pueblos a su corona. De ahí que, en realidad, su reino no se extendía al norte hasta el Éufrates, sino hasta el introitus Hamat, en Lais, o Dan. Sin embargo, por su influencia y fama dominó a los pueblos vecinos, llegando en este sentido su influencia hasta las riberas del Éufrates.

2S 13, 1-14

Con este episodio empiezan las calamidades que el pecado de David acarreó en el palacio real. De parte de Dios, Natán las había profetizado y tenían que cumplirse. Absalón y Tamar eran hermanos uterinos, hijos de David y de su esposa Maaca, hija de Tolmai, rey de Guesur (2S 3, 3); Amnón era hijo de David y Ajinoam (2S 3, 2).
Tamar, como todas las hijas del rey antes de su casamiento, vivía en palacio, en un departamento aislado, inasequible a los hombres, excepto al padre. Amnón, que vivía en su propia casa, al igual que los otros hijos varones, había visto a Tamar, pero le era prácticamente imposible acercarse a ella, y, sin embargo, su amor por ella torturaba su corazón hasta enflaquecer.
El enfermo encamó, cumpliendo al pie de la letra el consejo de Jonadab (1S 16, 9; 1S 17, 13), su primo. Conforme al capricho del enfermo, Tamar cocinó lo que apetecía su hermano, fuese a la alcoba, dejando a la entrada de la misma lo que había preparado, y se salió inmediatamente. Pero la retuvo Amnón con ánimo de violarla.
Tamar apela a su amor de hermano y le hace ver que su unión con ella puede efectuarse de manera legal pidiéndola al rey, su padre, por esposa; seguramente no se lo negará. Algunos autores creen que Tamar habló estas palabras con el intento de ganar tiempo, hacer entrar en razón a su hermano y evitar el escándalo, no porque creyera posible su matrimonio con Amnón.
En el interior de las familias, los enlaces matrimoniales con los parientes inmediatos por la sangre o por la alianza están prohibidos, porque no se "une a la carne de su cuerpo" (Lv 18, 6), siendo considerada la afinidad como creadora de los mismos lazos que la consanguinidad (Lv 18, 17).
Estas prohibiciones se reducen, pues, a la prohibición del incesto. Algunos textos son primitivos, otros han sido añadidos después; están agrupados principalmente en Lev c.18. Hay impedimento de consanguinidad en línea directa entre padre e hija, madre e hijo (Lv 18, 7), padre y sobrina (Lv 18, 10); en línea colateral, entre hermano y hermana (Lv 18,9; Dt 27, 22). El matrimonio con una media hermana, aceptado en época patriarcal (Gn 20, 12) y aun en tiempos de David (2S 13, 13), está prohibido por las leyes del Levítico (Lv 18, 11; Lv 20, 17); el matrimonio entre el sobrino y su tía (Ex 6, 20; Nm 26, 59) lo prohíbe el Levítico (Lv 18, 12-13; Lv 20, 19).

2S 13, 15-22

El amor se tornó odio: summus amor, summum odium. Una vez satisfecha su pasión, Amnón arrojó a su hermana de su presencia, no pensando que con ello ponía de manifiesto delante de todo Israel una infamia que pudo quedar oculta, y que, dadas las circunstancias, pudo dar lugar a la creencia de que fue ella la que sedujo a Amnón. El paréntesis de 2S 13, 18 es una glosa redaccional destinada a hacer más odioso el trato que Amnón dio a Tamar. Llevaban las vírgenes una túnica con mangas anchas (keto-net passim, Gn 38, 3; Gn 23; Gn 32); otros entienden la frase en el sentido de una túnica multicolor. La escena llegó a su punto álgido cuando Tamar esparció ceniza sobre su cabeza en señal de duelo (Ez 27, 30), rasgó su amplia túnica, puso la mano sobre su cabeza (Jr 2, 37) en señal de confusión y vergüenza y se marchó gritando. El crimen de Amnón merecía la pena de muerte (Lv 20, 17), que David, su padre, no aplicó por tratarse del primogénito, a quien amaba preferentemente y a quien quizá destinaba para sucederle en el trono. Pero Absalón tomará por su cuenta la causa de su hermana.

2S 13, 23-29

A los dos años del incesto de Amnón llegó su castigo. Tenía Absalón, hermano de Tamar, una gran propiedad en Baljasor, hoy Gebel el-Asur, punto culminante de las montañas de Judá, a unos veintitrés kilómetros al norte de Jerusalén y cerca de Efraím. Como gran hacendado, además de tierras, poseía numerosos rebaños de ganado menor, ovejas y cabras. Todos los años, con ocasión del esquileo, se organizaban grandes fiestas (Gn 38, 12), en las que tomaban parte gran número de invitados. Quiso Absalón que asistiera el rey y todos sus hijos, haciendo hincapié en Amnón, por ser el primogénito y representar al padre.
El banquete fue espléndido, "como banquete de rey" (1S 25, 36). Pero algo trágico aleteaba en el ambiente que sólo conocían Absalón y algunos de sus criados. Cuando los invitados estaban bajo los efectos del vino (1S 25, 36), se abalanzaron los criados sobre Amnón y le mataron, huyendo en desordenada confusión todos los demás invitados.

2S 13, 30-39

Una noticia vaga y alarmante llegó a oídos del rey de parte de alguien que asistió a la fiesta y se adelantó para informarle de lo sucedido. El centinela de palacio, alertado por las noticias alarmantes que circulaban, divisó un gran tropel de gente que llegaba por el camino de Joronaím (o Bajurim, según los LXX), al flanco de la montaña. El v.34 está adulterado y es difícil saber cuál era la lección original. Absalón se refugió en casa de su abuelo materno, Talmai, rey de Guesur (2S 3, 3), donde permaneció tres años, llorándole todo este tiempo su padre.

2S 14, 1-17

El tiempo, que restaña muchas heridas, había hecho olvidar al rey la memoria de Amnón, preocupándole cada día más la suerte de su hijo Absalón, al que ahora, por edad, le correspondía el trono.
Era Tecua una aldea del desierto de Judá, a unos diecisiete kilómetros al sur de Jerusalén, célebre por haber sido la patria de Amos. Tal como le indicó Joab, la mujer tecuita se presentó ante el rey, a quien planteó el problema. Lo hace como como mujer viuda, madre de dos hijos, de los cuales uno pereció a manos de su hermano en una pelea. La parentela, o sea, el goel más próximo de la víctima, reclama, en nombre de la familia, la venganza de sangre (2S 3, 30; Nm 35, 19-21; Dt 19, 1-12), con lo que acabará con el único hijo que le queda, exterminando con ello al heredero, cuya misión es hacer revivir el nombre del padre. Si logra su intento, acabará "con el ascua que me ha quedado" (2S 21, 17), apagándose, por consiguiente, el fuego del hogar (scintilla, Vulg.; gahelet, hebr. = carbón encendido). David promete tomar el asunto por su cuenta.
Basándose en la solución propuesta, la mujer hace la aplicación al caso de Absalón. David está obligado a perdonarle. ¿Por qué empeñarse en tener alejado de palacio al hijo que debe propagar su nombre y sucederle en el trono? Si la parentela obraba mal al querer extinguir el nombre de una casa de Israel, ¿cuánto más culpable es el rey al no querer perdonar a su hijo, exponiendo con ello el porvenir de un pueblo?
Inútil pensar en resucitar a Amnón: "Dios no hace volver las almas" (2S 14, 14), ni se puede recoger el agua que se desparrama. ¿A qué vienen los resentimientos y los castigos despiadados, cuando la vida es tan corta? En tercer lugar debe imitar David la misericordia de Dios, que no mata al pecador, sino que busca ocasión de otorgarle el perdón.

2S 14, 18-33

David estuvo de acuerdo con el deseo de Joab de que Absalón regresara a Jerusalén, viendo en esta coyuntura la realización de un secreto anhelo que de tiempo anidaba en su corazón. No obstante, para salvar las apariencias e impedir las habladurías, externamente se mostró duro para con su hijo, autorizándole la estancia en Jerusalén, pero negándose a recibirle en audiencia. Los derechos de la justicia prevalecieron esta vez sobre los sentimientos del corazón.
Con la inserción de 2S 14, 25-27 se corta el hilo del relato, pero estos versículos tienen la finalidad de servir de preámbulo a cuanto se contará en los capítulos siguientes. El aspecto físico de Absalón era perfecto y armónico; pero, sobre todo, su cabellera no tenía rival. El texto masorético señala que su peso era de doscientos siclos en peso real, lo que equivaldría a dos kilogramos y medio. Quizá haya en el texto una hipérbole. Hummelauer soluciona la dificultad admitiendo que el texto habla del valor monetario del siclo y que tal era el precio con que se cotizaba la famosa cabellera. Desconocemos el nombre de los hijos de Absalón; la niña se llamaba Tamar = palmera; debieron de morir pronto (2S 18, 18).

2S 15, 1-15

A medida que el rey avanzaba en edad se multiplicaban se multiplicaban las dificultades en su casa. Existía cierta tirantez entre él y el pueblo, entre Joab y Betsabé, entre Absalón y su padre.
En primer lugar, las guerras que sostuvo David contra los enemigos exteriores, con las consiguientes pérdidas en hombres y estrecheces económicas, le enajenaron muchas simpatías. A ello cabe añadir la política de centralización en todos los órdenes, el aumento de las contribuciones, que empobrecían a la nación.
Por otra parte, el poderoso Joab nutría pocas simpatías por Betsabé, tratando por todos los medios de oponerse a sus pretensiones de entronizar a su hijo Salomón, ya que a la muerte de David debía sucederle en el trono su hijo Absalón. Dodiya, el segundo hijo (2S 3, 3), parece haber muerto joven. Así lo comprendió también Absalón, quien, una vez reconciliado con su padre, trató de ganarse el favor popular. Joven, apuesto y Juncal, atraía sobre sí las miradas del pueblo.
Amante del boato, introdujo en Jerusalén el uso de carros tirados por caballos y una guardia personal de cincuenta hombres que le precedía. Pero, además, era un hombre franco, llano, que no tenía inconveniente alguno en ponerse al habla con las gentes del pueblo, conversar con los desocupados junto a la puerta de la ciudad, interesarse por unos y por otros, atender a las necesidades de todos, facilitando a los provincianos el acceso al palacio real y resolviendo él mismo las dificultades.
Pronto entre el pueblo apareció Absalón como el príncipe ideal, en contraposición a la diplomacia palaciega, lenta burócrata, débil e indolente. Con los años menguaban las cualidades que en otros tiempos adornaban la persona de David. En pocos años había Absalón pulsado el sentimiento popular, creyendo que la situación estaba madura para intentar un golpe de Estado.
Después de haberse ganado a las tribus del Norte (2S 19, 42), quiso explorar el apoyo que podrían prestarle las del Sur, especialmente de los alrededores de Hebrón, cuna del reino, y de la cual había desertado David. Tomando como pretexto el cumplimiento de un voto hecho durante su exilio en Guesur, obtuvo de su padre la autorización para trasladarse allí. En Hebrón le conocían ya; había nacido allí (2S 3, 3); por él estaban dispuestos sus habitantes a cualquier cosa.
Al mismo tiempo que abandonaba Jerusalén para dirigirse a Hebrón, enviaba mensajeros a todas las tribus, alertándolas para cuando sonara el grito de la revolución. En su compañía marcharon unos doscientos hombres de buena posición, que aceptaron la invitación que se les hizo de asistir a la solemnidad religiosa organizada por Absalón (1S 9, 22). Al festín fue invitado particularmente el sabio Ajitófel, consejero de David, considerado como el oráculo de Dios. Abuelo paterno de Betsabé (2S 15, 23-34), aprovechó acaso esta ocasión para separarse de David y vengar la deshonra que infirió a Betsabé y la muerte de Urías el jeteo (Desnoyers). Ajitófel era de Guiló, que se identifica con el actual Jirbet Ojala, a once kilómetros al noroeste de Hebrón.
La revolución estaba en marcha. En Hebrón encontró el hijo de David el calor popular, que apoyaba incondicionalmente sus derechos al trono de David, su padre (1R 2, 15), contra las maquinaciones de la advenediza Betsabé (1R 1, 17). Los pregoneros, apostados en lugares estratégicos, dieron el toque convenido para el levantamiento general, yéndose todo el pueblo tras de Absalón.
Del norte y del sur llegaban aires de guerra; a David quedaban tan sólo dos posibilidades: o atrincherarse en la ciudad al amparo de sus murallas o huir. Esta fue la solución más lógica y viable, por no estar preparada la capital para resistir un cerco prolongado.

2S 15, 16-37

Pronto se organizó el éxodo. Toda la familia real, los criados, los funcionarios, tropas escogidas y muchos súbditos que defendían su causa le acompañaron camino del destierro. Sólo quedaron en palacio diez concubinas al cuidado de la casa (2S 16, 20-23).
Entre la comitiva marchaban los cereteos y los feleteos (2S 8, 18) y las gentes de Itaí. Era éste un jefe hitita que había huido de Gat con su familia y seiscientos hombres y se había puesto al servicio de David (1Cro 18, 1; 1S 8, 1). Desconocemos qué sentido quiso dar David a la recomendación hecha a Itaí de quedarse en Jerusalén "con el rey", título que se había arrogado Absalón.
Pero parece que David únicamente quería a su lado personas capaces de compartir su futuro incierto, por lo cual invita a Itaí y a los suyos a regresar a su país. También los sumos sacerdotes Sadoc y Abiatar habían sacado del tabernáculo el arca de la alianza para llevarla consigo adondequiera que fuera David. Cuando todos habían pasado el torrente Cedrón y los sacerdotes se disponían a seguir a los fugitivos, ordenó David que devolvieran el arca a su lugar; si las cosas marchaban bien, "volvería a ver el arca y el tabernáculo"; si la suerte le era adversa, se resignaba a la voluntad de Dios.
David subió llorando la ladera del monte de los Olivos, cubierta la cabeza y descalzos los pies. El monte se levanta al este del torrente Cedrón (Za 14, 4); su nombre proviene de los muchos olivos que en otro tiempo cubrían toda la vertiente occidental, quedando magníficos ejemplares centenarios en el actual huerto de Getsemaní. Los árabes llaman al monte et-Tur; su cima estaba a 816 metros sobre el nivel del Mediterráneo.
La escena de David que subía llorando la cuesta de la montaña recuerda las lágrimas que en este lugar derramó Jesucristo sobre la ciudad deicida (Lc 19, 41). Al llegar a la cima del monte le dieron la noticia amarga de que Ajitófel (2S 16, 23-55; 2S 17, 1ss) se había unido a la conjuración. Anota el texto que había sobre el monte un santuario cananeo, que más tarde fue consagrado a Yahvé; quizá el texto es refiere al de Nob (1S 21, 2).
Pero también tuvo David la satisfacción de comprobar la fidelidad de Jusay el arquita, perteneciente al clan de los arquianos, de que habla Jos 16, 2, que moraba cerca de Betel y de Atarot. Piensa David utilizar sus servicios para contrarrestar los consejos de Ajitófel (2S 16, 16; 2S 17, 5ss). David logró montar un espionaje eficiente en torno a Absalón.

2S 16, 1-4

Siba, que ocupaba un lugar preeminente en la casa de Mefibaal (2S 4, 4; 2S 9, 2ss), sale al encuentro de David y le ofrece panes, pasas, dátiles, frutos de verano (qais), como higos, frutas variadas, etc. Piensa Siba aprovechar esta circunstancia para congraciarse con el rey, no temiendo para ello calumniar a su amo (2S 19, 25-31), que, por estar cojo, no pudo acompañar a David en la huida. David dio crédito a las palabras de Siba, entregándole todos los bienes que habían pertenecido a la casa de Saúl (2S 9, 7),

2S 16, 5-23

Al descender la pendiente oriental del monte de los Olivos, al llegar a Ba (2S 3, 16), le salió al encuentro cierto Semeí, del clan de la familia de Saúl, profiriendo maldiciones y arrojando piedras contra David y sus servidores.
Era Semeí un "hombre de Belial" (1S 23, 25; 1S 30, 22), un perro muerto (2S 9, 8; 1S 24, 15). Por fin, David, cansado y rendido corporal y espiritualmente, llegó a Jericó, donde descansó él y cuantos le acompañaban. No determina más concretamente el texto masorético el lugar de este descanso, que probablemente fue el oasis de Jericó, como lo entendió el texto griego de Lagarde.
Por consejo de Ajitófel, Absalón violó públicamente el harén de su padre. Era ley en Oriente que un pretendiente al trono se apoderase del harén real (2S 3, 7; 2S 12, 11-12). Diez concubinas quedaron al cuidado de la casa (2S 15, 16), mientras las mujeres propiamente dichas siguieron al rey. Lo que David hizo ocultamente lo repite ahora Absalón a vista de todo el pueblo, cumpliéndose las palabras de Natán (2S 12, 11-12). Todavía no había empezado la obra de Jusay, encaminada a desvirtuar el consejo de Ajitófel.

2S 17, 1-16

El consejo de Ajitófel era más realista. Debía Absalón aprovechar el entusiasmo del pueblo para salir en persecución del viejo rey, que, cansado del viaje, se habría detenido en algún lugar. Muerto el rey, todo el pueblo quedará en paz, no habiendo nadie que disputara a Absalón el trono. El plan de Jusay, concebido más bien en provecho de David que de Absalón, consistía en no precipitar los acontecimientos. Prevaleció este consejo por haber confundido Dios las inteligencias de Absalón y de sus jefes.
Cerciorado de esto, habló Jusay a los sumos sacerdotes Sadoc y Abiatar (2S 15, 27-29) de lo que había sucedido, indicándoles la conveniencia de que mandaran aviso a David para que se pusiera a salvo. De momento había logrado Jusay hacer prevalecer su criterio; pero podía Absalón cambiar de parecer.

2S 17, 17-23

Los dos hijos de los sumos sacerdotes (2S 15, 27) estaban apostados junto a Ain Roguel, el manantial actual de Bir Ayub, al sudeste de Jerusalén, en la confluencia del torrente Cedrón con el Hinnón (1R 1, 7-9). Una criada los informó de lo dicho por Ajitófel y Jusay. Un joven que por allí merodeaba comunicó al rey haberlos visto huir precipitadamente en dirección a Jericó. Se dieron cuenta de esta traición, por lo cual se escondieron en Bajurim (2S 3, 16). 2S 15, 20 es interpretado diversamente. Según la Vulgata, respondió la mujer a los enviados de Absalón: "Pasaron a toda prisa después de haber bebido un poco de agua"; el texto masorético: "Han pasado ya el mikal de las aguas"; y los LXX "Han pasado un poco de agua". Dhorme cambia la palabra mikal en makil a la que da el sentido de estanque (Jr 2, 13).
Entretanto, Ajitófel, humillado por no haberse seguido su consejo, aparejó su asno, se marchó a su casa (2S 15, 12; 2S 23, 34), en donde se suicidó. Estaba convencido de que el único consejo recto era el suyo; de seguir el de Jusay, la derrota de Absalón sería inevitable, esperándole entonces la muerte como a traidor. Pocos son los casos de suicidio mencionados en el Antiguo Testamento; a excepción de éste, en todos los otros entra de por medio el honor militar o nacional (Jc 9, 54; 1S 31, 4-6; 1R 16, 18; 2M 14, 41-46)

2S 17, 24-29

Siguiendo el consejo de Jusay, David pasó el Jordán y llegó a Majanaim (2S 2, 8; 2S 12, 29), la antigua residencia de Isbaal, cuya localización exacta, como dejamos indicado en otras partes, no es posible señalar. Al cabo de un tiempo, que el texto no precisa, lo pasó también Absalón con su gente a la caza de David.
Al frente del ejército de Absalón iba Amasa (2S 19, 14), hijo del ismaelita (1Cro 2, 17) Jitra (mismo nombre que Jetró). Su madre, llamada Abigaíl o Abigal (1Cro 2, 16-17), era hija de Isaí (Najas, dice el texto masorético), hermana de Sarvia y de David.
Amasa es, pues, primo de Joab; ambos, primos de Absalón y sobrinos de David. En Majanaím fue David acogido calurosamente. Se presentaron al rey Sobi, hijo de Najas (2S 10, 12) y hermano de Janón, el que ultrajó a los embajadores de David; Maquir, de Lodabar (2S 9, 4-5), y Barzilai (2S 19, 33) de Roguelim, en el actual wadi Bersiniya, a ocho kilómetros al este de Irbid.

2S 18, 1-15

Las simpatías del pueblo por David se pusieron de manifiesto al enrolarse mucha gente en su ejército. Como solía hacerse, se dividió el ejército en tres cuerpos (Jc 7, 16; 2S 18, 2; 1S 13, 17), que se confiaron a tres expertos jefes. Quería David tomar parte en el combate; pero, ante las razones de la gente (expresión para designar a la tropa, 2S 17, 8-9), se quedó junto a la puerta esperando el éxito de los acontecimientos.
Los dos ejércitos se enfrentaron en un espeso bosque de Transjordania, a la altura de la tribu de Benjamín, no lejos, o acaso en el actual es-Salt, palabra derivada del latín saltus, bosque. Los soldados de Absalón que no cayeron en la refriega huyeron precipitadamente, buscando la salvación en la fragosidad de la selva, que entorpeció su huida y les puso al alcance de sus perseguidores.
También logró escapar Absalón montado en un mulo (2S 13, 29) pero las ramas de los árboles y la maleza de la selva entorpecieron la marcha del animal, de manera que se encontró frente a frente con los hombres de David. En el intento de acelerar la marcha, la cabeza de Absalón (no su cabellera, como se interpreta continuamente), quedó aprisionada entre dos ramas, en tanto que el mulo escapaba, quedando colgado entre el cielo y la tierra.
Uno de los soldados contó a Joab haber visto a Absalón suspendido de una rama, a lo que contestó Joab: "¿Por qué no le mataste, y hubieras ganado diez siclos de plata y un cinturón?" El oficial le expuso largamente las razones que le movieron a respetar a Absalón; a lo que contestó Joab: "No quiero perder el tiempo contigo" (De Vaux) y, tomando en sus manos tres bastones (shebatim), dardos (según los LXX) o lanzas (según la Vulgata), se los clavó en el corazón, o cerca, porque siguió viviendo.
Con este acto Joab viola el mandato del rey, pero ejerce un derecho de guerra reconocido en aquel tiempo. Priva además a Israel de un personaje indeseable, que, en caso de sobrevivir, hubiera quizá cambiado el curso de las cosas. Absalón era reo de muerte por haber asesinado a Amnón (2S 13, 28) y por haberse rebelado contra su padre (Dt 21, 18-21). Unos jóvenes guerreros que acompañaban a Joab (1S 14, 13) lo remataron.

2S 18, 16-18

Conforme a la costumbre, el cadáver de Absalón fue arrojado a una fosa abierta en el bosque, que cubrieron con un montón de piedras (Jos 7, 26; Jos 8, 29) en señal de menosprecio y para escarmiento de las generaciones futuras. En 2S 18, 18 se añade una noticia sobre el monumento que Absalón había hecho levantar en el valle del rey, junto al torrente Cedrón, llamado vad, la mano de Absalón.
Según Flavio Josefo (Antiq. 7, 10; 3), era un mausoleo de mármol blanco situado a menos de medio kilómetro de Jerusalén. Se discute acerca de su emplazamiento concreto, pero cabe conjeturar que se encontraba en el mismo sitio donde hoy se levanta el llamado sepulcro de Absalón, monumento de época helenística. Era costumbre que todos los judíos que pasaban junto a él le arrojasen piedras en señal de reprobación.

2S 18, 19-32

A Ajimaas le espoleaba el prurito de ser el primero en anunciar al rey lo que había sucedido. Joab se lo impidió, porque no era concebible que un hombre de categoría, como era un hijo del sumo sacerdote Sadoc (2S 15, 27-36; 2S 17, 17), fuera portador de funestas noticias; podía ir él en caso de anunciar solamente la victoria sobre el ejército de Absalón; pero, en las circunstancias actuales, esta buena nueva iba unida estrechamente a la de la muerte de Absalón.
Por lo mismo, Joab escoge a un cusita para mensajero. Una vez éste en camino, porfió Ajimaas una y otra vez hasta que arrancó de Joab la autorización de ir, pensando éste que no alcanzaría al cusita. En contra de lo previsto, Ajimaas llegó antes al lugar "entre las dos Puertas", es decir, la interior y la exterior (1S 4, 13-14), donde estaba sentado David. A las preguntas que le hizo el rey sobre la suerte de Absalón, encontró Ajimaas una fórmula ambigua, un subterfugio para no dar la noticia sobre su muerte, ganando tierno para que llegara el cusita, esclavo etíope, y se lo anunciara de manera clara.

2S 19, 1-9a

A las palabras del cusita se turbó David, que fue a ocultar su debilidad en la estancia superior de la fortaleza (Jc 3, 20-25; 1R 17, 18-23). Un día y otro lloró David al hijo que le buscaba para matarle. Todo el mundo se enteró del estado de ánimo del rey, asociándose al dolor de un padre por la pérdida del hijo. Se canceló el programa de festejos, marchándose cada uno a su casa, apesarados y contrariados a la vez. ¿Es que habían cometido un crimen venciendo a los insurrectos y matando a su cabecilla? ¿Quiénes son los amigos del rey, su hijo o los guerreros que le han salvado la vida y el trono? Como le hizo saber Joab, ¿no daba David la impresión de que amaba a los que le aborrecían y aborrecía a los que le amaban? La actitud extraña del rey podía acarrearle la defección de los que le habían permanecido fieles. Joab, amparándose en los lazos de la sangre que le unían a David y abusando también de su alto cargo, invitó al rey a que cambiara de proceder; que hablara al pueblo "con el corazón" (Gn 34, 3; Gn 50, 21; Rt 2, 13).

2S 19, 9b-16

La victoria de David había desconcertado y humillado a los que antes apoyaban la causa de su rival. Los días transcurrían sin que se levantaran voces exigiendo la vuelta de David a su trono. Los que le habían ahuyentado de él no se sentían con valor suficiente para borrar de golpe su pasado con la reposición del rey en su palacio. Los primeros en reaccionar fueron las tribus del Norte, las cuales, poco partidarias de David y débilmente comprometidas en la causa de Absalón, veían con más serenidad la situación política de la nación. Además, aunque el reinado de David tuvo sus puntos débiles, ¿no le debía también la nación grandes favores? Los de Judá, más fanáticos por la causa de Absalón, fueron más recalcitrantes. Se mantenían al margen, como queriendo desentenderse del rey y de la monarquía.
Ante tamaña actitud, tomó el rey la delantera poniendo en juego la autoridad de los dos sumos pontífices, Sadoc y Abiatar. A través de ellos dio a conocer sus disposiciones para con Judá: nada tendrían que temer de un rey que está ligado con ellos con los vínculos del parentesco. Además, para convencerles de su buena disposición, promete nombrar a Amasá, que fue jefe del ejército rebelde (2S 17, 24-25), generalísimo del ejército de la nación a perpetuidad.
De esta manera, al mismo tiempo que se atraía a los adversarios, se deshacía de Joab, general altivo y brutal, que de hecho se arrogaba un poder superior al del rey. Las proposiciones del monarca fueron acogidas con simpatía por Judá. De ahí que, al ponerse la comitiva en marcha hacia Jerusalén, salieron los de Judá a recibir al rey al límite septentrional de su territorio, en Guilgal (1S 10, 8; 1S 11, 14ss), junto a Jericó, para asistirle en el paso del Jordán y escoltarle hasta Jerusalén.

2S 19, 17-24

Al llegar David junto al Jordán, se encontró con los enemigos que antes le ultrajaron. Semeí (2S 16, 5-13) vino acompañado de unos hombres, benjaminitas todos ellos, para dar a entender a David que eran muchos los que compartían idénticos sentimientos hacia David, o para dar la sensación de fuerza, ganándose de esta manera la voluntad del rey o atemorizándole. También Sibá, con sus hijos y siervos, se adelantó a dar la bienvenida al rey, a fin de que, en premio de sus servicios, olvidara la calumnia levantada contra su amo Meribaal (2S 19, 25-31).
Con la expresión "casa de José" (2S 19, 21) se incluye la tribu de Benjamín; José y Benjamín eran hermanos, hijos de Jacob y de Raquel. De ahí que a veces se mencionan las tres tribus bajo la misma denominación (Nm 2, 18-24; Nm10, 22).
La pena merecida por haber injuriado al rey la expiará Semeí en tiempos de Salomón (1R 2, 8-9; 1R, 2 36-44).

2S 19, 25-31

Mefibaal quiso también salir al encuentro de David, presentándose delante de él sin haberse lavado los pies ni cortado las uñas (Dt 21, 12), con el bigote descuidado y los vestidos sucios en señal de duelo. Al preguntarle el rey por qué no le había acompañado, Explicó lo sucedido, quedando al descubierto la vil conducta de Siba, que con su calumnia, había obtenido del rey la propiedad de todos los bienes de su amo (2S 16, 3). Mefibaal asegura a David que dice toda la verdad, porque sería imposible mentir a "un ángel de Dios" (2S 14, 17-20). Se pone incondicionalmente en manos de su dueño y señor, que reacciona de manera inesperada, dictando una sentencia injusta contra Mefibaal, repartiendo sus tierras con Siba. Parece que David no sabe a qué atenerse en estos momentos, e ignora de parte de quién está la verdad. Sin embargo, no vaciló ante las palabras de Siba (2S 16, 3) y se niega ahora a dar crédito a las de un pobre tullido.

2S 19, 32-40

Quería el rey pagar a Barzilai sus inestimables servicios (2S 17, 27-29) llevándoselo a palacio y cuidando de él hasta su muerte. Barzilai lo agradece, pero prefiere regresar a su tierra y morir en su ciudad, para descansar junto al sepulcro de sus padres. Confiesa Barzilai que a su edad es como un niño, que no sabe distinguir entre lo bueno y lo malo, no tiene ya gusto para saborear las comidas de palacio ni humor para escuchar a los cantores y cantoras de palacio 2Cro 35, 25; Qo 2, 8; Is 5, 11-12; 2S 19, 36). En su lugar irá su hijo Quimam (1R 2, 7).

2S 19, 41-44

Aunque David ciñera la corona de Judá y de Israel, no había, sin embargo, desaparecido el antagonismo entre ambos reinos, que se manifestaba en la más insignificante circunstancia. En nuestro texto vemos cómo los de Israel reclaman los derechos que les atañen por haber sido ellos los primeros en apoyar la vuelta del rey a Jerusalén. Si es así, ¿por qué ahora los de Judá han acaparado al rey, secuestrándolo? ¿Es que hay preferencias por un reino en la monarquía de David? Los de Judá aducían el argumento de ser el rey originario de su tribu, a lo que replicaban los de Israel que el rey les pertenecía más a ellos por ser más numerosos, es decir, por ser diez tribus (literalmente: diez manos: Gn 47, 24; 2R 11, 7) contra dos (1R 12, 21), y por ser Rubén el primogénito de Jacob. El antagonismo entre los del sur y los del norte concluirá con la escisión completa poco después de la muerte de Salomón.

2S 20, 1-3

El altercado de que dimos cuenta al fin del capítulo anterior amenazó seriamente la unidad nacional. Bastó que alguien levantara la bandera de la rebelión para que las diez tribus del Norte, sintiéndose como arrinconadas y desplazadas, se desgajaran de la corona de David y se rigieran por un poder autónomo. La partícula sham, allí, del v.1 indica que entre los participantes en el altercado de Caígala (1S 10, 8; 1S 11, 14-15; 1S 13, 4-15) hallábase Seba, "hombre de Belial" (2S 16, 7; 1S 1, 16; 2S 2, 17), descendiente de Benjamín por parte de su segundo hijo, llamado Bajor (Gn 46, 21). El grito de independencia es idéntico al que más tarde sellará la separación definitiva (1R 12, 16). El toque de trompeta (2S 16, 22) reunió en torno Seba a los amotinados, que por la cuenca del Jordán arriba o por algún wadi se marcharon hacia el macizo central de Palestina, proclamando por donde quiera que nada tenían que ver con un rey que los de Judá habían robado (ganab, 2S 19, 42).
La comitiva real se puso en marcha hacia Jerusalén escoltada por los de Judá, que, por reacción por el alejamiento de los de Israel, se adhirieron fuertemente a David. No fue triunfal la entrada en Jerusalén; había huido David bajo el signo de la división y entraba de nuevo con un reino resquebrajado.

2S 20, 4-13

David se dio cuenta de la grave situación creada por el altercado de Gálgala y mandó a Amasa (2S 17, 25; 2S 19, 14) que en el espacio de tres días movilizara a Judá para impedir que Israel se independizara totalmente. Ante la tardanza de Amasa y preocupado David de que Seba "oscureciese sus ojos" (los LXX), o, lo que es lo mismo, que le creara un grave conflicto, encargó a Abisaí, de los hijos de Sarvia (2S 2, 18), hermano de Joab, que se pusiera al frente del ejército. No se sabe por qué fue tan lento Amasa en sus funciones; acaso no encontró en el pueblo ambiente propicio para emprender una nueva guerra, o porque continuaba bajo el odio hacia David, o Porque los guerreros preferían el liderazgo de Joab. Por otra parte David mantuvo su palabra de relegar a Joab a un segundo plano, Bersabé y a siete kilómetros al sudeste de ed-Dahariyeh. En opinión de Smith, debe leerse: Ira el jairita, hijo de David, en vez de sacerdote de David. Este oficio debe entenderse o bien en el sentido de que eran sustitutos de David en las funciones sacerdotales que competían al rey (2S 6, 13-20), o como confidente del rey y maestro del ceremonial (Vaccari).

2S 21, 1-24

Como conclusión del libro, el autor, o un redactor posterior inspirado, reunió en los cuatro capítulos últimos seis fragmentos, de los cuales dos tienen aspecto de relato (2S 21, 1-14; 2S 24, 1-7); otros dos se han conservado en forma poética (2S 22, 1-51; 2S 23, 1-7), y, finalmente, dos en estilo anecdótico (2S 21, 15-22; 2S 23, 9-39). Estos fragmentos interrumpen el hilo de la historia del capítulo anterior con el primero del libro de los Reyes.
La estructura de estos apéndices es artificial, Al capítulo veintiuno, sobre el sacrificio de Gabaón, corresponde el capítulo veinticuatro, que habla del sacrificio en la era de Orna. Ambos son de inspiración deuteronómica. Se desconoce la razón por la cual han sido agrupados al final del libro. Arrancados de su marco histórico, no es fácil determinar a qué época de la vida de David corresponden. Aunque no sean obra del mismo autor del libro y tengan el carácter de "suplemento", tienen, sin embargo, a Dios por autor.

2S 21, 1-14

El autor coloca este episodio en un tiempo indeterminado de la historia de David. Por las palabras de 2S 9, 1 cabe suponer que aconteció antes de lo dicho en el c.9. A consecuencia de una sequía pertinaz produjese un hambre de tres años (1R 17, 1ss.), que el pueblo atribuyó a un castigo de Dios. Este presentimiento confirmó la una respuesta de Yahvé. La respuesta de Yahvé, dice Rehm, no es propiamente una revelación sobrenatural. Ya el reconocimiento de la culpa puede interpretarse en el modo de hablar del libro como una respuesta de Yahvé (1S 24, 5-11; 2S 16, 10; 2S 17, 14). El oráculo sanciona el derecho semítico según el cual el derramamiento de sangre que no se expiaba manchaba el suelo de la heredad de Yahvé, provocando su cólera contra todo el pueblo (Nm 35, 33-34; Dt 21, 7-9). El crimen lo había cometido Saúl, no se sabe cuándo, al matar a los gabaonitas, oponiéndose con ello al juramento de Josué (Jos 9, 3ss), que, sorprendido por una artimaña que le prepararon, les perdonó la vida, pero obligándolos a trabajar al servicio de Israel.
Cree Calmet que el texto se refiere a la matanza de sacerdotes de Nob (1S 22, 18-19). David quiere reparar la falta cometida, y les sugiere qué quieren que haga por ellos. Responden que no les interesa el oro ni plata ni quieren que haya gran matanza en Israel. Lo que ellos exigen es el cumplimiento de la ley de sangre, derramándose la del culpable, o, en su defecto, la de sus hijos y parientes. Los gabaonitas se dan por satisfechos con la muerte de siete (Gn 4, 15) de los hijos de Saúl, que sacrificarán, en concepto de venganza de sangre, en un lugar público, a la faz de Yahvé, es decir, a la luz del sol (Nm 25, 4), sobre el monte conocido hoy con el nombre de Neby Semuil, a unos dos kilómetros al sur de Gabaón. Había allí un santuario de Yahvé muy célebre en tiempos de Salomón (1R 3, 4ss). Los designados para ser muertos fueron los dos hijos de Risfa (2S 3, 7), concubina de Saúl y amante de Abner, Armoni y Mefibaal.

2S 22, 32-51

Con la ayuda eficaz de Yahvé, Dios único, la Roca por excelencia (Dt 32, 4), que le ciñó de fuerza (Sal 18, 33), tuvo el salmista en el camino expedito para vencer. Veloz para acudir al combate, diestro en el manejo de las armas, en el lanzamiento de las flechas. En todo momento fue Yahvé su escudo protector, el que le fortalecía, sin vacilar jamás. Fue al combate, de donde volvió siempre victorioso; los enemigos, o bien caían bajo sus pies o volvían las espaldas, huyendo. Gritaban, vociferaban, pero no llegaba al cielo su voz. Victorioso el salmista, extiende su dominio sobre propios y extraños (2S 22, 44-46). Los que antes le odiaban buscan ahora su amistad. El 2S 22, 51 tiene carácter mesiánico; pudo añadirse al texto en tiempos más recientes.

2S 23, 1-7

El testamento de David figura en 1R 2, 1-9. El que aquí se le atribuye tiene índole profética. Su estilo, escribe Dhorme, recuerda el de las sentencias de Agur (Pr c. 30) y el de Lemuel (ibid. 2S 31, 1-9). Para De Vaux, las palabras que se ponen en boca de David representan la enseñanza religiosa que se desprende de su vida: prosperidad del justo, desgracia del malvado, según el estilo de Sal 1 y Pr 4, 10-19, con una introducción que imita los oráculos de Balaam (Nm 24, 3). Como a Jacob (Gn 49, 1-33), a Moisés (Dt 33, 1-29) y a Josué (Jos 24, 1-33), se atribuyen también a David unas "últimas palabras". Muchos autores católicos no consideran suficientes las razones que se invocan para dudar de su autenticidad, pero reconocen en el texto algunos retoques posteriores.
2S 23, 1 es el título del salmo. Reconoce (2S 23, 2) que habla por divina inspiración, por haber venido sobre él el espíritu de Yahvé (1S 16, 13). En calidad de vocero de Dios hace saber que un justo colocado en dignidad y temeroso de Dios "es como la luz de la mañana cuando se levanta el sol, que hace brillar la gota de agua prendida sobre las hojas verdes". Dios es el sol; David, la hierba cubierta con el rocío de la mañana, la tierra feraz que da su fruto por la acción de Dios y por la buena disposición de la criatura. Por ello seguirá inalterable el pacto sempiterno (2S 7, 16) sellado entre Dios y él. ¡Qué distinta, en cambio, será la suerte de los impíos! El poema está incompleto, habiendo desaparecido algunos versos.

2S 23, 8-39

Esta sección es continuación de 2S 21. En él se recogen unas Licias de carácter militar sobre los héroes que ayudaron a David a levantar y sostener erguido su trono sobre todo Israel. En el ejército de David cabe distinguir entre la tropa en servicio permanente, de la cual formaban parte los gibborim, los cereteos y feleteos, los gatitas, mercenarios, etc. Otros elementos eran enrolados en caso de movilización general.

2S 23, 8-12

Entre el pueblo se recordaban y comentaban algunas hazañas extraordinarias de héroes que habían militado en el ejército de David. Tres de ellos menciona el texto.
El primero, jefe de los tres Que (2S 10, 18; 2S 11, 8), como leen el griego de Lagarde y Vulgata (princeps ínter tres), se llamaba Isbaal (texto de los LXX tanto aquí como en 1Cro 11, 11; los masoretas transformaron su nombre en Isboset). Era natural de Bet-Kamón o de Hakamón. Quizá esta localidad debe buscarse en el actual Jirbet Kammune, a cincuenta kilómetros al norte de Jerusalén (Géographie II, 275). Su hazaña consistió en blandir su espada contra ochocientos hombres, que mató en un combate. Eleazar es el segundo héroe, hijo de Dodó, que hizo frente a los filisteos en Pas Damim (1S 17, 1). Los pormenores del combate se cuentan de manera ligeramente distinta en 1Cro 11, 12. Contra los filisteos luchó también heroicamente cierto Sama, de Jarod, en el actual Jirbet Kareidan, a seis kilómetros al sur de Jerusalén. Los filisteos habíanse concentrado en Lejí (Jc 15, 9).

2S 23, 13-39

Entre los treinta cita a los tres que deshicieron el plan de los filisteos de apoderarse de David para impedir que reinara sobre Israel. El jefe de los treinta era Abisaí (2S 16, 9; 2S 19, 22); de él se recuerda una proeza. Banayas, jefe de los cereteos y feleteos (2S 8, 18; 2S 20, 23), era de Cabsel, quizá el actual Jirbet Hora, a once kilómetros al norte de Bersabé.
A partir de 2S 23, 24 se da la lista de treinta y siete gibborim, suma que se obtiene adicionando a la lista de 2S 23, 24-38 los tres de 2S 23, 8-12 y los tres de que se habla en 2S 23, 18-20, contando, además, a Joab y Urías de 2S 23, 39. En el lugar paralelo de 1Cro 11, 26-47 se dan cuarenta y nueve nombres. El número de los gibborim no excedía los treinta; pero es posible que el autor cite el nombre de los que reemplazaban a los que morían.

2S 24, 1-9

Se ignora a qué época del reinado de David corresponde este suceso. A tenor de 2S 24, 1 es el mismo Dios el que impulsó a David a que llevara a término el censo de Israel, acción que desencadena la cólera divina y provoca el castigo de la peste. El autor de las Crónicas señala que David obró a impulsos de Satán, el adversario del pueblo judío.
Hacer un censo del pueblo era considerado como un atentado a las prerrogativas divinas, en cuyas manos está el poder de dar la vida y de quitarla, de cerrar y abrir el útero. Con el censo parece que se quiere poner un tope a la población, que, conforme a las promesas divinas, debía ser incalculable (Gn 13, 16; Gn 15, 5; Gn 22, 17; Gn 26, 4; Gn 28, 14). Otros creen que la malicia del acto estriba no en sí mismo, sino en los motivos de vanagloria que movieron a David a ponerlo en práctica. Los encargados del censo fueron los militares, quizá por desear conocer el rey el número de personas hábiles para la guerra o porque la situación interior requería la presencia de las armas en caso de que se boicoteara la acción del rey. A Joab le pareció aquella orden fuera de lugar, porque, a su entender, el censo equivalía a limitar el crecimiento de la población. Por lo mismo, pronuncia una bendición augurando que Yahvé "aumente el pueblo cien veces otro tanto como son" y que David pueda verlo. Ante la insistencia del monarca, Joab acató la orden. El censo tuvo lugar en un período muy avanzado de la vida de David.
El itinerario seguido fue el siguiente: pasado el Jordán, comenzaron por Aroer, hoy Jirbet Arair, que domina el torrente Arnón. Aroer estaba en el país de Amón (Jc 11, 33) y era el límite sur de las posesiones israelitas de Transjordania (Dt 2, 36). Se menciona a Gad por pertenecer la ciudad a dicha tribu. De Jazer continuaron hacia las tierras de Galaad, entre el Yaboc y el Yarmuc, de donde pasaron a "la tierra de jeteos", a Cades.
Algunos exegetas sospechan que los comisionados llegaron a Cades, junto el Orontes, a veintiséis kilómetros al sudoeste de Homs. Otros identifican la ciudad con Cades de Neftalí (Jos 12, 22) o de Galilea (Jos 20, 7). De Dan (2S 3, 10; 2S 17, 11) marcharon a Sidón (Jos 11, 8; Jos 19, 28; Jc 1, 31) Y a la fortaleza de Tiro (Jos 19, 29).
Visitaron allí las ciudades de los jeveos y cananeos (Jos 11, 3; Jc 3, 3), tomando nota de los hebreos que vivían en medio de la población pagana. Por la costa del Mediterráneo descendieron hacia el sur, pasando al Negueb de Judá (1S 27, 10) y Berseba, en la extremidad meridional del reino. De regreso a Jerusalén se compulsaron las notas de viaje y se confeccionó la estadística definitiva, que arrojó la cifra de ochocientos mil hombres de guerra en Israel y quinientos mil en Judá, cifra que, según 1Cro 27, 23, remonta a un millón cien mil y cuatrocientos setenta mil respectivamente. Estos números han sido alterados y aumentados considerablemente. De los datos consignados en el texto, y teniendo en cuenta que en el censo no se incluyen los levitas ni los benjaminitas (Nm 1, 49; 1Cro 21, 6), resultaría una población total de unos cuatro millones de personas.

2S 24, 10-14

El remordimiento se apoderó de David, latiéndole el corazón (1S 24, 6); se arrepiente y confiesa su pecado. El profeta Gad es el encargado de retransmitirle el oráculo divino, que da a escoger a David entre tres castigos de progresión descendente: tres años de hambre (2S 21, 1ss), tres meses de rebelión o tres días de peste. El texto masorético habla de siete años de hambre, cifra que corresponde a la de otros textos bíblicos (Gn 41, 27ss; 2R 8, 1). A David le pareció que el castigo de tres días de peste era el más benigno y el que dependía directamente de Dios, más misericordioso y clemente que los hombres.

2S 24, 15-17

Comenzó la peste al principio de verano, cayendo unas setenta mil víctimas, demostrando con ello a David que, si Yahvé había multiplicado el pueblo de Israel como las estrellas del cielo, podía en un momento segar su vida. Según el texto hebraico, la peste (deber) empezó por la mañana. Cuando el ángel exterminador (Ex 12, 23) tendía la mano sobre Jerusalén, le mandó Dios que la retirase. Fue el pecado de David el que provocó el castigo; pero su arrepentimiento impidió que tomara proporciones alarmantes, diezmando la capital. Otra tradición atribuye la salvación de Jerusalén al amor que tenía Dios por ella (2S 24, 16).

2S 24, 18-25

El ángel exterminador estaba junto a la era de Areuna (llamada Ornan en 1Cro 21, 18; Orna en los LXX), en donde su propietario estaba ocupado en la trilla del trigo (?.16). Los bueyes sin bozal (Dt 25, 4) arrastraban lentamente los trillos sobre las resecas gavillas, que quedaban trituradas por los guijarros incrustados en el rulo. Tan pronto como David le manifestó el deseo de comprar la tierra para levantar allí un altar, el jebuseo Areuna se la entregó generosamente, con bueyes, trillos y yugos. David quiso pagársela, conviniendo en cincuenta siclos de plata, o sea, unas ciento cincuenta pesetas.
Según 1Cro, pagó David seiscientos siclos de oro. En aquel altar se ofrecieron holocaustos y hostias pacíficas (2S 6, 17-18), lo que se aplacó la cólera divina. Este sitio recibirá una mayor consagración por la edificación del templo. No fue concedido a David levantar el grandioso templo de Jerusalén, pero fue el autor de la idea y el que compró los terrenos sobre los cuales debía construirse.
Con este apéndice se cierra el segundo libro de Samuel; pero la historia de David se continuará en los dos primeros capítulos del libro I de los Reyes.