Dt

Dt 1, 1-Dt 12, 31. Exhortación de Moisés

La parte legislativa del Deuteronomio (Dt 12, 1-Dt 26, 19) está precedida de un largo prólogo (Dt 1, 1-Dt 12, 31), a base de dos discursos de Moisés, en los que se recuerdan las peripecias del desierto, castigos y bendiciones de Yahvé, como exhortación al cumplimiento de sus mandatos, que después se exponen. El estilo es parenético y artificial y los hechos narrados son sustancialmente los mismos del libro de los Números.

Dt 1, 1-5. Proemio

Estos primeros versículos del Deuteronomio de encuadramiento histórico del discurso exhortatorio de Moisés presentan no pocas dificultades, debidas, sin duda, a la intercalación de glosas extrañas a la primera redacción. Los v.16-3 parecen inserción erudita posterior, y sólo los v.12.4-5 deben constituir la introducción histórica primitiva: Estas son las palabras que dirigió Moisés a todo Israel al lado allá del Jordán después de haber sido derrotados Seón, rey de los amorreos, que habitaba en Hesebón, y Og, rey de Basan, que habitaba en Astarot y Edrai. Al lado de allá del Jordán, en tierra de Moab, púsose Moisés a inculcarles esta ley, y dijo... La expresión al lado de allá del Jordán prueba que el redactor de esta exhortación vive ya en Canaán.
Los nombres intercalados por el glosista nos son en parte ya conocidos. El marco histórico del discurso de Moisés según éste no concuerda con lo que se dice en el v.5 (tierra de Moab), ya que lo supone proferido en el Araba, o depresión esteparia que va desde el mar Muerto al mar Rojo (Suf), cerca de los montes de Seír (o de Edom) y a diez jornadas de camino de Cadesbarne. Por otra parte, esta situación geográfica no concuerda con lo que se dice en el v.4, donde se alude a las derrotas del rey de los amorreos en Transjordania.

Dt 1, 6-18. La Elección de los Jueces

La evocación de los recuerdos empieza con la estancia de los israelitas en Horeb-Sinaí. La expresión Yahvé, nuestro Dios, es característica del documento deuteronómico, cuya concepción teológico-teocrática de Israel está basada en la alianza del Sinaí. Es el propio Dios -Guía de Israel- el que da la orden de marcha hacia la tierra de promisión, cuyos límites se definen idealmente conforme a los deseos de los mesianistas de los tiempos de David, cuando las victorias habían creado un clima de grandeza, no siempre en conformidad con las realidades históricas. Así, se ordena a los hebreos caminar hacia el Araba (depresión esteparia al sur del mar Muerto), la montaña, o zona montañosa donde habitan los amorreos, en contraposición a los cananeos, que se supone habitar en la costa y junto al Jordán. Sefela (lit. "país bajo" o llano), o zona semillana de las últimas estribaciones montañosas de Judá hacia la costa. Negueb, al sur de Canaán, desde Hebrón hasta Cades. País de los cananeos: la parte costera superior de Canaán hasta Fenicia. Líbano (de la-ban, "ser blanco," por sus nieves o por sus rocas blanquecinas) es la cordillera de montañas de unos 150 kilómetros que se extiende de abajo arriba, desde Palestina a Siria. Aquí parece que designa toda esta región hasta llegar al Eufrates. Esta inmensa zona geográfica ha sido prometida a los patriarcas (v.8) según las interpretaciones idealistas de los mejores tiempos de la monarquía, cuando las victorias guerreras de David daban pie a la imaginación de los poetas áulicos para esperar un reino que llegara al Eufrates. Los profetas utilizarán estos datos para trazar los límites del futuro reino mesiánico.
Según Ex 18, 13-26, Moisés, por sugerencia de Jetró, su suegro, estableció jefes de tribus como jueces del pueblo en las causas menores. Aquí el deuteronomista presenta esta institución como original del propio Moisés, que se siente incapaz de despachar personalmente todos los asuntos. Moisés escogió gentes honestas y sabias para ejercer este delicado oficio, encareciendo el sentido de justicia, sin acepción de personas (oíd a los pequeños como a los grandes, v.17), porque en realidad de Dios es el juicio. Son representantes de Dios, y como tales deben actuar. Este criterio de equidad está muy conforme con el· espíritu del deuteronomista y con la predicación ética de los profetas.

Dt 1, 19-46. En Cadesbarne: la Exploración de Canaán

El deuteronomista coloca en labios de Moisés la narración de los principales acontecimientos ocurridos en Cadesbarne con ocasión de la exploración de Canaán. Sustancialmente, lo narrado aquí es lo que leemos en Nm 13, 1-Nm 14, 45. En el comentario a estos textos hemos hecho notar que hay dos fuentes. La primera hace llegar los exploradores hasta la entrada de Jamat, en el alto Canaán, mientras que la segunda concreta la exploración a la región inmediata a Hebrón.

Dt 2, 1-37. Incidencias en la Marcha

Dt 2, 1-25. Camino De Transjordania

Esta narración se enlaza cronológicamente con Dt 1, 40, y en ella se prescinde de la larga permanencia de Israel en Cades, que nos asegura Dt 1, 46. Algo semejante tenemos en Nm 14, 25ss, cuyo relato sigue el deuteronomista a pesar de que los relatos siguientes suceden en Cades hasta el Dt 21, 45, en que se comienza a contar la marcha camino del mar Rojo. Ambos datos son una prueba de los defectos de redacción de los Números, que luego pasan al Deuteronomio. Según la orden divina, se ponen en camino por el Araba, teniendo a la izquierda los montes de Seír, territorio de los edomitas. Llegados al mar Rojo, en Asiongaber se vuelven hacia el norte, dejando a su izquierda los montes orientales de Edom. Siguen luego por el oriente de Moab y el occidente de Amón, para venir a chocar con el reino amorreo de Seón. Los edomitas y los moabitas estaban emparentados con Israel (los primeros, descendientes de Esaú, hermano de Jacob, y los segundos, hijos de Lot, sobrino de Abrahán).
El texto no dice nada de la embajada enviada por Moisés para pedir paso a los edomitas2, pero supone la negativa de éstos al mandar flanquear su territorio. El discurso de Moisés es sintético, y no pretende reproducir todos los incidentes del itinerario por el desierto, sino lo principal, como introducción exhortatoria al cumplimiento de sus leyes.
Los v.10-12 y 20-23 son una glosa erudita etnográfica relativa a las poblaciones prehistóricas de Transjordania; los emitas son una raza ciclópea como los enaquitas, ambos derivación de los refaím, gigantes a los que se atribuían las construcciones megalíticas, tan abundantes en TransJordania. Los jorritas son una población no semítica que habitaba en grutas (jor, gruta) o trogloditas. Algunos los identifican con los jarritas de la Alta Mesopotamia. Los zum-zummim son también restos de la raza de gigantes presemítica. Los heveos o hiwwitas habitaban en el sur de Palestina, junto a Gaza, en cortijos o establecimientos rústicos. Parecen parientes de los jurritas; es decir, de las poblaciones mezcladas caucásicas y medio semíticas. Fueron expulsados por los caftorim, procedentes de Creta o de la zona mediterránea que rodea esta isla. Estos con los filisteos son restos de una población egeo-asiática que hacia el siglo XII antes de Cristo, empujada por la invasión de los dorios o indoeuropeos, se establecieron en la costa de Canaán después de ser derrotados por Ramsés III hacia el 1195. Se infiltraron por la costa al mismo tiempo que los hebreos entraban por el Jordán, llegando a ser los enemigos tradicionales durante los primeros siglos de la ocupación de la tierra prometida.

Dt 2, 24-37. Victoria sobre los Amorreos de Transjordania

Se repite sustancialmente lo narrado en Nm 21, 21-35 sobre la conquista del reino amorreo de Transjordania, si bien aquí, según el estilo parenético, se resalta más la acción directa de Dios, que es quien, en definitiva, otorgó la victoria. Yahvé ordena el avance, y los que antes eran gente asustadiza, que no se atrevió a hacer frente a los cananeos, porque sus ciudades tenían murallas que llegaban hasta el cielo, y los que se sentían achicados ante la estatura prócer de los habitantes de Canaán (considerándose ante ellos como langostas), ahora atacan con fiereza, y no hay murallas que se resistan a su embate, porque Yahvé infundió fuerza excepcional a su pueblo.
En la narración actual hay un detalle que desconocíamos: antes de atacar al rey de los amorreos le envió una embajada para pedir permiso de tránsito, en el mismo estilo que la enviada a Edom según Nm 20, 14-17. Moisés, para convencer al rey Seón, le cita la buena acogida que le han dado los edomitas y moabitas permitiéndole el paso pacífico (v.29), lo que está en contradicción con lo que se narra en Nm 20, 18-21 sobre la negativa de Edom a permitirles pasar. ¿Cómo conciliar ambos relatos? Las palabras de Moisés pueden ser un recurso oratorio para convencer al rey Seón, o bien se refiere al hecho de que los edomitas y moabitas no les hostigaron cuando pasaron flanqueando su frontera oriental. En Dt 23, 4-5 se echa en cara a los edomitas y moabitas el que no hayan ofrecido espontáneamente pan y agua a los hebreos al pasar por su tierra, pero no se dice que les hayan sido hostiles. Ahora Moisés quiere el mismo trato del rey amorreo.
Este rehúsa el permiso de tránsito innocuo, y el deuteronomista ve en ello la intervención divina, que endureció su corazón para entregarle en las manos de Israel (v.30). Como siempre, los hagiógrafos prescinden de las causas segundas y atribuyen a Dios directamente cosas que sólo fueron permitidas por Él. Todas las ciudades fueron tomadas. Aroer es el actual Jirbet-Arair, sobre el Amón, y la ciudad que está en el valle parece ser Ar, capital de Moab. Galaad, la región en torno al Yaboq.

Dt 3, 1-29. Los Israelitas en Transjordania

Dt 3, 1-11. Derrota de Og, Rey de Basan

Esta narración es paralela a la de Nm 21, 33-34. El reino de Basan se extendía del Yaboq hasta el Hermón, a lo largo del Jordán; es la Batanea de los tiempos evangélicos. Se llamaba también Argob al conjunto de ciudades de esta región (v.4). El deuteronomista escribe en Palestina, pues habla del lado de allá del Jordán (v.8) al referirse a Transjordania, y recapitula el conjunto de lo conquistado desde el Amón hasta el Hermán, cadena de montañas continuación del Antelíbano, cuya cúspide más alta tiene 2.800 metros. Llamado Siryon por los fenicios y Sanir por los amorreos, famoso en la literatura bíblica sapiencial.
En el ?. 11 encontramos una noticia curiosa: Og es uno de los representantes de la raza de los refaím o gigantes. Su lecho, de 4,50 metros de largo por 2 metros de ancho, se veía aún en tiempo del redactor deuteronomista en Rabat-Amón, la actual Aman.

Dt 3, 12-22. Distribución de lo Conquistado

Esta distribución de parte de Transjordania (entre el Amón y el Yaboq) a las tribus de Rubén, Gad y la mitad de Manasés aparece en Nm 32. Según el estilo del deuteronomista, aquí la iniciativa viene de Moisés y no de los beneficiarios, como parece fue en realidad. Como siempre, Moisés obra por instigación de Yahvé. Después se exhorta a Josué a proseguir la conquista de la tierra prometida, de la que es prenda la victoria conseguida contra los amorreos.

Dt 3, 23-29. Moisés, Privado de entrar en la Tierra de Promisión

Moisés había faltado, no sabemos cómo, y había sido condenado, igual que el pueblo, a no pisar la tierra de las promesas. Afligido por la sentencia, pide el gran profeta gracia a Yahvé para poder contemplar de cerca la tierra tan deseada. Pero Yahvé, inexorable, no accede y se irrita por tal insistencia, concediéndole sólo contemplar el país desde lejos, desde el monte Pasga, una de las cimas del Nebo. Josué será el encargado de introducir a Israel en la tierra de promisión. La justicia divina se muestra inexorable con aquél porque no le santificó o glorificó a los ojos del pueblo israelita en Meribá, aunque la conducta rebelde del pueblo daba pie para desconfiar de una nueva intervención milagrosa de Yahvé. Ellos fueron la causa de que Moisés, el gran amigo de Dios, después de tantos prodigios como había obrado y de las veces que había obtenido gracia para el pueblo, no la pudo hallar para sí mismo. El deuteronomista, al poner en labios de Moisés esta plegaria -de factura artificiosa-, quiere destacar los misteriosos designios de Yahvé en la historia de Israel, pues ni siquiera accede a la más íntima y personal plegaria del mayor de los profetas por mantener el plan, prefijado de antemano, de otorgar a Josué la dirección en la conquista de Canaán, empresa más propia de su temperamento vigoroso y belicista.

Dt 4, 1-49. Consideraciones Parenéticas

Dt 4, 1-24. Exhortación a la Observancia de la Ley

Después de enumerar los principales hechos del desierto a partir del Sinaí, en los que se mostró la especialísima providencia de Yahvé para con Israel, el profeta exhorta al cumplimiento de la ley divina, recordando la situación privilegiada de los hebreos al ser elegidos por Dios entre todos los pueblos, pudiendo sólo ellos acercarse a la divinidad en un grado de intimidad desconocido a los gentiles.
En tono no de legislador, sino de predicador -al estilo de los profetas y libros sapienciales-, Moisés es presentado exhortando al pueblo a guardar los preceptos divinos. Tres cosas se destacan en este sermón parenético: a) la presencia de Dios en medio de Israel y su prontitud a escucharle; es el gran privilegio de Israel (v.1-4); b) Israel recibió de Dios una ley santa como no la tiene ningún pueblo (v.5-14). En efecto, Israel, pueblo pequeño e insignificante en comparación con los que le rodeaban -de cultura superior material-, tiene un contenido religioso inasequible a los pueblos más cultos de la antigüedad. Su ley, perfeccionada por la revelación evangélica, ha venido a ser la norma religiosa del mundo civilizado. Por eso los judíos de la diáspora se gloriaban de tener una dogmática y moral religiosa superior a la de los propios helenos; c) se recuerda la teofanía del Sinaí, en la cual el pueblo oyó la voz de Dios, pero no vieron figura de las que estaban acostumbrados a ver en los templos egipcios para representar a los dioses con figuras zoomórficas. Yahvé es inmaterial, y, por tanto, no deben representarle bajo ninguna figura sensible (v.15-20). En las tribus antiguas árabes aisladas no se permitían representaciones sensibles de la divinidad La legislación mosaica, pues, tiene un precedente, que aprovecha para crear una noción alta y misteriosa del Dios de Israel. Se prohíbe también todo culto astral, tan extendido en Egipto y Oriente antiguo. Y por fin, para encarecer el cumplimiento de tales preceptos, Moisés declara el castigo que pesa sobre él al no poder entrar en la tierra de promisión por no haber sido totalmente fiel a los mandatos divinos.

Dt 4, 25-31. Conminaciones contra los Transgresores

El contenido de esta perícopa lo hemos de ver repetido en este libro, y más todavía en la predicación de los profetas. La inclinación de Israel al culto de los ídolos era algo incorregible en los tiempos anteriores al exilio babilónico a pesar de las continuas reprensiones de los profetas. Al fin vendría sobre él el castigo con que éstos tantas veces le amenazaban: la cautividad. Es justamente lo que aquí anuncia el propio Moisés. El deuteronomista refleja los tiempos de la predicación profética (s.VIII-VII a.C.) y presenta la doctrina de los profetas como esbozada por el primero de los profetas mayores. Conforme a la teología profética, el castigo del exilio es temporal, de forma que, si con corazón contrito los israelitas se vuelven a Yahvé y reconocen sus faltas, serán oídos, porque es, ante todo, un Dios misericordioso (?.31).

Dt 4, 32-40. Israel, Privilegiado entre todos los Pueblos

El profeta recuerda a Israel su liberación de Egipto, llevada a cabo por la omnipotencia de Yahvé. Jamás ha sucedido algo parecido en la historia de los pueblos desde la creación del hombre (v.32). Israel oyó en el Sinaí la voz de Dios, sin ser herido de muerte, después de haber sido testigo de los prodigios obrados en su beneficio al salir de Egipto. Todo esto prueba que Yahvé es Dios y que no hay otro Dios fuera de Él (v.35). En medio del trueno y del fuego comunicó su Ley al pueblo elegido rodeado de majestad; no como los oráculos paganos, proferidos bajo un árbol, una fuente o una piedra. Todas las circunstancias que rodean el nacimiento de Israel como nación escogida son sobrecogedoras y dignas del Dios majestuoso y omnipotente del Sinaí. Este Dios terrible y celoso es el mismo que ha hecho promesas de bendición a los patriarcas hebreos (v.37), y para ser fiel a ellas desplegó su poder en beneficio de Israel para sacarlo de Egipto, y lo desplegará para expulsar a los cananeos de su tierra, de forma que su pueblo pueda instalarse en ella. Por eso debe Israel reconocerle como Dios único y guardar sus leyes (v.40). Por su parte, Yahvé le asegurará una existencia feliz y duradera en la tierra de promisión en premio a la fidelidad a sus preceptos.

Dt 4, 41-43. Ciudades de Refugio al Oriente del Jordán

En Nm 35, 15 se dispone la designación de seis ciudades de refugio, tres en Transjordania y tres en Canaán, para refugio de los homicidas involuntarios. Ahora, una vez instaladas tres tribus al oriente del Jordán, se concretan las ciudades que han de ser de refugio, convenientemente distribuidas según el territorio de las tres tribus: Beser, para los rubenitas, localidad mencionada en la estela de Mesa, rey de Moab (s.IX a.C.), pero aún no localizada; Ramot, generalmente identificada con la actual Es-Salt, capital del Ahjlun; Golán, la actual Sainan el Djolan, al este de Tiberíades, dando nombre a la antigua Gaulanítide, que con la Traconítide, la Batanea y la Auranítide forman los distritos de Basan, territorio que después de la muerte de Herodes el Grande constituyó la tetrarquía de Filipos.
Esta perícopa interrumpe el discurso exhortatorio de Moisés y es una adición de un glosista, siendo su lugar propio el de Dt 19, 3-5. Sin duda que el redactor quiere defender la tradición mosaica de la designación de las tres ciudades de refugio en Transjordania, y así supone que el propio Moisés las determinó antes de morir.

Dt 4, 44-49. Nuevo Discurso de Moisés; Proemio

Esta perícopa puede ser considerada como una conclusión del discurso anterior o como una introducción al que sigue. La supuesta situación histórica del discurso de Moisés es la misma del sermón anterior, y por eso puede valer para los dos.
El marco geográfico es el mismo conocido en la introducción anterior. En el v.48, el TM dice Sy'on en vez de Siryon, como se desprende de la explícita identificación con el Hermán. En realidad, la grafía hebraica de la colina del templo de Jerusalén es diversa (Syon), y, por otra parte, su mención en. Transjordania está fuera de lugar. Los LXX leen S???, y la versión siríaca Siryon.

Dt 5, 1-33. Recapitulación de la Ley

Dt 5, 1-22. El Decálogo

En estilo enfático de predicador, el profeta exhorta a Israel a ser fiel a los compromisos del Sinaí-Horeb. Es un pueblo privilegiado, ya que esta alianza es superior a la de sus antepasados los patriarcas. Moisés supone que subsisten algunos que han sido testigos de las grandiosas escenas de la promulgación de la Ley (v.3). Aunque la mayor parte habían perecido, sin embargo quedaban muchos de la tribu de Leví, y otros que, por haber alcanzado los veinte años de edad cuando se hizo el censo, quedaban libres del decreto de muerte en el desierto. Moisés les recuerda que Yahvé les habló cara a cara en su teofanía majestuosa en medio del fuego (v.4). Y como intermediario estaba Moisés, que explicaba las leyes de Yahvé (v.5) por estar más cerca de El en la montaña sagrada. El hagiógrafo quiere, por un lado, destacar el hecho de que Yahvé es un Dios excepcional, que ha tenido comunicaciones con Israel, su pueblo, pero al mismo tiempo quiere salvar la trascendencia divina y el papel preponderante de Moisés en la promulgación del Decálogo, que es la "carta magna" de la organización teocrática del pueblo hebreo.
El Decálogo es substancialmente igual al relatado en Ex 20, salvo el precepto de la observancia del sábado y la prohibición de los malos deseos. Así, además de las razones de tipo religioso para observar el descanso sabático, se da una de tipo humanitario: dar descanso a los siervos (v.14). También se da más realce a la prohibición de los malos deseos hacia la mujer del prójimo, frente a la redacción de Ex 20, 17, en que la mujer aparece entre las cosas del prójimo y citada después de su casa. Esta versión del Decálogo según el deuteronomista representa un progreso de puntualización moral sobre la redacción de Ex 20, 1-26. Con todo, ambos textos parecen depender de un texto primitivo más conciso que el actual, en el que se exponían los preceptos sin explicaciones de los mismos. El hallazgo del papiro Nash confirma esta suposición. El contenido del Decálogo representa ya un sentido moral de la vida muy elevado, y la mayor parte de los preceptos (excepto la observancia del sábado y la prohibición de imágenes representativas de la divinidad) son comunes a otros códigos morales de la antigüedad.

Dt 5, 23-33. Moisés, Intermediario entre Yahvé y el Pueblo

El pueblo, sobrecogido por la teofanía majestuosa de Yahvé, acompañada de truenos y relámpagos, se maravilla de haber salido con vida de aquel espectáculo, pero no quiere que se repita el hecho, y ruega a Moisés que se comunique directamente con Yahvé en lugar de ellos, trayendo luego sus disposiciones. A Dios le agrada este temor reverencial hacia lo divino, y accede a comunicar sus leyes al profeta.

Dt 6, 1-25. El Amor de Dios y la Observancia de la Ley

Es de notar la insistencia del profeta en repetir las mismas ideas y el uso de los sinónimos. El fundamento de la religión de Israel está en el amor de Yahvé hacia los patriarcas y en la libre elección de su descendencia. En virtud de este amor sacó a Israel de Egipto con muchos prodigios y le condujo por el desierto hacia la tierra de promisión. Todo esto exige correspondencia por parte de Israel, observando sus preceptos. En esto se resume toda la Ley: Amarás a tu Dios, Yahvé, con todo tu corazón, toda tu alma y todas tus fuerzas (v.5), como condición para disfrutar de su protección en la tierra prometida. Todo israelita debía recitar la sema, u oración, que empezaba con el v.4.: Oye (sema'), Israel: Yahvé, nuestro Dios, es él solo Yahve. Es la afirmación categórica de un monoteísmo estricto: no hay más Dios que Yahvé. Por eso el israelita debe amarle sin reserva (con todo su corazón..., con todas sus fuerzas). No se trata sólo de un sentimiento de terror ante la fuerza numérica de Yahvé, sino una entrega amorosa de todo su ser en correspondencia al amor que ha mostrado por su pueblo. Es el reflejo de la doctrina profética sobre el amor mutuo entre Dios e Israel. Jesucristo declarará esta fórmula la fundamental de la nueva ley. Prueba de ese amor a Dios es el cumplimiento de sus mandamientos con toda fidelidad. Por eso debe tenerlos siempre presentes -en los viajes, en la casa, al levantarse- y ponerlos en el frontispicio de sus moradas y en sus manos como señal de pertenencia a Yahvé. En la época del judaísmo rabínico se tomaba al pie de la letra esta ordenación, y se ponía a la entrada de todas las casas en una cajita (mezuza) un trozo de pergamino con este texto del Dt 6, 4-9 y Dt 11, 13-21. Y aun llevaban en la frente y en las manos fragmentos de la Ley. El legislador hebreo insiste en esto porque conoce la volubilidad de su pueblo, y teme que cuando se instalen en Canaán se olviden de su Dios, que los ha llevado a tierra que mana leche y miel (v.12). Yahvé es un Dios celoso, que no permite competidores; por eso deben abstenerse del culto a los ídolos (v.14). Israel debe confiar en sus promesas y no tentarle como en Masa (?. 16), pero tiene que cumplir fielmente sus preceptos si ha de disfrutar de la tierra prometida. En el reconocimiento de los derechos divinos y el cumplimiento fiel a sus preceptos consistirá la justicia de los israelitas (v.25). De ese modo serán reconocidos justos y aceptables a los ojos divinos y dignos de su protección.

Dt 7, 1-26. Exhortaciones Religiosas

Dt 7, 1-5. Prohibición de Contaminarse con los Cananeos

El legislador está preocupado con la posible absorción de Israel por los cananeos, de cultura superior, y por eso prohíbe reiteradamente tener relaciones con todos los pueblos que habitan en Canaán. Los profetas predican constantemente a sus compatriotas, previniéndoles contra los peligros de los cultos cananeos. El pueblo israelita, acostumbrado y cansado de las exigencias adustas del Dios del Sinaí, se fue tras de los cultos orgiásticos y condescendientes de los cananeos. Por eso ahora el legislador quiere que se destruyan todos los lugares de culto de Canaán: sus altares, cipos o estelas (masebot) y aseras o bosques sagrados.
Israel, para preservarse de las influencias de los pueblos de Canaán, debe exterminarlos, condenándolos al anatema (v.2). En esto el legislador hebreo es tributario de las costumbres rudas e inhumanas de la época. Ante las exigencias religiosas, no dudaba en extirpar a las poblaciones vencidas.

Dt 7, 6-15. Israel, Pueblo Privilegiado y a Sanio"

Israel, en razón de su elección excepcional, es un pueblo santo, destinado a vivir en relaciones íntimas con Yahvé, el Santo por excelencia. Sus mandatos santifican a Israel, y, por tanto, no debe contaminarse con prácticas idolátricas e inmorales de otros pueblos.
La santidad implica, ante todo, un elemento negativo, la separación de todo lo profano, que aquí son los pueblos de Canaán, y un elemento positivo, el acercamiento a Dios cumpliendo sus mandamientos. En la heredad de Yahvé, escogida entre las naciones como porción selecta, Yahvé le ha elegido a pesar de ser el pueblo más pequeño del universo (v.8); por tanto, sin méritos intrínsecos por su parte. Yahvé tenía empeñado un juramento hecho a los antepasados de Israel, y ha querido cumplir su alianza liberándolo de la servidumbre egipcia y organizándolo como pueblo sacerdotal y nación santa. Como tal tiene que responder a una misión histórica excepcional, conforme a los designios divinos. Esto exige de parte de Israel una entrega sin reservas al cumplimiento de los mandatos divinos, ya que, si Yahvé es misericordioso por mil generaciones, es también justo y castiga implacablemente al que le aborrece, destruyéndole (v.10). Por su parte, Yahvé corresponderá bendiciendo y concederá la prosperidad y felicidad al que sea fiel a sus preceptos (v. 12-14).

Dt 7, 16-26. Exterminio de los Cananeos

Nueva promesa de auxilio contra los cananeos cuando llegue el momento de invadir su tierra. Por muy poderosos que sean, no lo serán más que los ejércitos del faraón, vencidos por el poder del brazo tendido de Yahvé (v.18). Yahvé renovará, si es preciso, los antiguos portentos, enviando plagas de tábanos contra los cananeos. Sin embargo, la conquista de Canaán no será rápida, ni convendrá exterminar a los cananeos en masa, pues entonces, al quedar deshabitado el país, lasaras salvajes se apoderarían de sus campos (v.22). En Dt 9, 3 se habla de una conquista rápida, debida a la intervención milagrosa de Dios. Por ello algunos autores sugieren que el v.22 es glosa, para hacer ver a los lectores que las dificultades en la ocupación de Canaán estaban previstas. Los reyes serán vencidos y exterminados. Sobre todo, lo que se recomienda es acabar con toda clase de imágenes de ídolos, prohibiendo aprovecharse de los metales preciosos de que están revestidas (v.26).

Dt 8, 1-20. Agradecimiento a Dios

Una vez más, el profeta, con no mucho orden lógico, pero con estilo oratorio muy ponderativo, exhorta al pueblo a poner por obra los mandamientos que les ha dado Yahvé para que vivan muchos años en la tierra que juró a sus padres. Durante cuarenta años les ha probado a fin de conocer los sentimientos de su corazón; sin embargo, los colmó de bienes durante la peregrinación por el tórrido desierto para que le conociesen y amasen. Ahora que va a introducirlos en la tierra excelente de Canaán, llena de todas las abundancias, Israel corre el peligro de olvidarse de los beneficios recibidos y atribuirse a su esfuerzo los bienes que en ella encontrará (v.17). Y, sobre todo, le previene contra el peligro de la idolatría, porque, si prevarica, yendo tras de dioses ajenos, encontrará su destrucción, como la encontraron los propios cananeos de manos de Yahvé (v.20).

Dt 9, 1-29. Protección Divina

Dt 9, 1-6. Yahvé Expulsará a los Cananeos

El deuteronomista recalca insistentemente la idea de que la posesión de Canaán se debe únicamente al favor divino. Israel no debe temer a los enemigos que ha de expulsar, aunque sean descendientes de Enaq, gigantes de estatura, y sus ciudades amuralladas (v.1), porque la omnipotencia divina los extirpa como fuego devorador (?.3), y los arrojará por sus iniquidades, de forma que Israel no será instalado en su tierra por su justicia o merecimientos, sino por pura benevolencia divina (v.4). Yahvé tiene empeñada su palabra con juramento, dada a los patriarcas, y ahora la va a cumplir. Israel en realidad es un pueblo de dura cerviz (v.5), que soporta de mala gana el yugo de Yahvé. Es contumaz y rebelde en sus caminos y sólo se doblega ante la fuerza e intervención divina.

Dt 9, 7-29. La Prevaricación de Israel

Siguiendo la idea de que Israel es un pueblo rebelde, de dura cerviz, el profeta recuerda las prevaricaciones de aquél en el Sinaí con motivo de la promulgación de los diez mandamientos. Los hechos aludidos están narrados en el Éxodo y en los Números, y están recordados libremente en estilo oratorio. En el momento más solemne de la historia de Israel, cuando se concluyó la alianza y se establecieron las bases religiosas y morales de la nueva teocracia, el pueblo elegido prevaricó construyéndose el becerro de oro (v.9). La violación del pacto era flagrante, ya que Yahvé había prohibido terminantemente toda representación animal de la divinidad; por eso está dispuesto a exterminarlo en su totalidad. La intervención de Moisés salvó a su pueblo. Rota la alianza, Moisés creyó inútiles los mandamientos grabados en piedra, y así rompió las dos tablas de la Ley. El profeta reacciona después, impetrando el perdón para el pueblo culpable y expiando con ayunos su pecado (?.16). Conseguido el perdón, Moisés destruyó el becerro de oro y arrojó sus cenizas a un torrente como cosa abominable que contaminaba el campamento.
Los v.22-24 parece ser inserción posterior; en ellos se recuerdan otras apostasías y prevaricaciones de Israel durante su peregrinación en el desierto.
Moisés apela a las promesas hechas a los patriarcas para que Yahvé no descargue su ira sobre el pueblo pecador (v.27) y al mismo tiempo recuerda el deshonor que para el nombre de Yahvé será cuando los paganos se enteren de que su Dios ha exterminado a su pueblo en el desierto, atribuyendo esto a su impotencia por dar cumplimiento de sus promesas de introducirlo en la tierra de Canaán.

Dt 10, 1-22. Nuevas Exhortaciones

Dt 10, 1-5. Las Tablas de la Ley

Los preceptos básicos de la teocracia hebraica deben aparecer a los ojos de los israelitas como redactados misteriosamente por el dedo de Yahvé, expresión antropomórfica que indica la parte que ha habido de inspiración divina en la redacción del Decálogo, obra, sin duda, del propio Moisés. Para rodearlo de mayor veneración, Moisés se aísla en la montaña de Yahvé mientras graba en piedra dichos preceptos. Moisés recibe orden de redactar dos nuevas tablas en piedra en sustitución de las rotas por él como protesta por la prevaricación del pueblo y colocarlas en un arca de madera, de forma que se conserven para memoria en Israel.

Dt 10, 6-7. Partida de los Israelitas

Este relato relativo al itinerario de los hebreos está fuera de lugar, pues interrumpe el discurso del orador. El estilo es de un historiador que inserta unos detalles históricos fuera del marco geográfico del Sinaí, donde tuvo lugar la alianza, la entrega de las tablas de la Ley y la elección de los levitas. Los lugares citados de las estaciones no concuerdan exactamente con los que conocemos por el libro de los Números. Moserá debe de ser el Moserot de Nm 33, 31. Allí murió Aarón, mientras que, según Nm 20, 22-30, murió en el monte Hor. Pero los lugares están próximos, y así los datos son aproximativos. Gadgad es el Hor-Gadgad de Nm 33, 32. Yotbatá aparece también en Nm 33, 32, aunque sin la puntualización de que era una región rica en aguas.

Dt 10, 8-9. Elección de los levitas

A la tribu de Leví le cabe el honor de custodiar y transportar el arca de la alianza. Ellos debían estar en presencia de Yahvé, es el servicio de los sacerdotes. Segunda función de ellos es bendecir al pueblo en nombre de Dios. Por estar reservada la tribu de Leví al servicio inmediato de Yahvé, no tuvo parte ni heredad en la distribución de Canaán, porque su heredad es el propio Yahvé. Vivirán de lo que pertenece a Yahvé en las funciones de culto. En Ex 32, 29 dice Moisés a los levitas: "Hoy os habéis consagrado a Yahvé haciéndole cada uno oblación del hijo o del hermano; por ello recibiréis hoy bendición," que parece ser el hecho de ser elegidos para llevar el arca de la alianza de Yahvé, para asistir en la presencia de Yahvé y para bendecir su nombre, como hasta hoy. A esto responde lo que se dice en Jos 3, 13 sobre la conducción del arca por los sacerdotes delante del pueblo para mostrarle el camino en el paso del Jordán. El arca fue llevada por los sacerdotes en torno a Jericó antes del asalto. Las vicisitudes del arca fueron azarosas. En tiempos de Helí fue capturada por los filisteos, después devuelta y guardada en casa de Abnadad, luego en la de Obededón, y por fin llevada por David a la tienda que le tenía preparada en Jerusalén. Al huir de Absalón la llevó consigo; después Salomón la colocó en el templo, y en éste debió de perecer en el incendio a manos de los caldeos. El arca era el símbolo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo, y las tablas de la Ley el documento escrito de la alianza.

Dt 10, 10-11. Moisés recibe orden de ponerse al frente de su pueblo

Conclusión de la intervención de Moisés: el perdón para el pueblo y la confirmación del caudillaje de Moisés. El pueblo estaba reconciliado con Dios, pero era preciso continuar el camino hacia la tierra prometida, según el juramento de Yahvé a los patriarcas. Yahvé confirma su decisión de llevarlos a Canaán a pesar de las infidelidades, pues la alianza ha sido restablecida con todas sus consecuencias por ambas partes. Esta es la tesis teológica que el deuteronomista quiere inculcar en este relato.

Dt 10, 12-22. Exhortación a la fidelidad a Yahvé

La conclusión de la precedente narración es siempre la misma: el predicador-profeta repite los mismos conceptos: el temor y amor de Dios, la guarda de sus mandamientos, sobre todo el relativo a evitar toda idolatría. Los antiguos solían juzgar del poder de los dioses por el de los pueblos que les rendían culto. El profeta no tiene grandes cosas que contar de Israel, pero pondera las obras de su Dios, que creó los cielos, la tierra y cuanto existe y está por encima de todo. A pesar de ser el Señor de todo lo creado, sólo ha tenido relaciones íntimas con los padres o antepasados de Israel (v.15). Su amor para con ellos y su descendencia exige, por parte de ésta, sumisión y amor. Deben consagrarse a Él como pueblo elegido: circuncidad vuestros corazones (v.16), es decir, purificarlos y hacerlos sensibles a los preceptos divinos. Un corazón incircunciso está cerrado a toda influencia de Dios. Aquí la circuncisión equivale a no endurecer la cerviz (v.106), resistiendo a los mandamientos divinos. Yahvé, Dios de dioses (en el sentido de superior a todos, sin que se admita la existencia real de éstos, sino según la acepción popular), es insobornable en la administración de la justicia: no hace acepción de personas... (v.17), y hace justicia a los oprimidos como el huérfano, la viuda y el extranjero. Es justamente el fondo de la predicación de los grandes profetas del siglo VIII, y que caracteriza también al Deuteronomio. Entre los israelitas del desierto había gentes extranjeras, como los calebitas, que habían sido asimiladas al pueblo de Dios. Este primer indicio de universalismo se abrirá paso en los tiempos de la literatura sapiencial, hasta culminar en las grandiosas perspectivas mesiánicas, con inclusión de los no hebreos como ciudadanos adheridos a la nueva teocracia.

Dt 11, 1-32. Amonestaciones

Dt 11, 1-21. La Bendición Divina, Condicionada a la Fidelidad a sus Mandatos

Una vez más, el profeta inculca a Israel el amor de Dios y el cumplimiento de sus mandamientos; una vez más, recuerda los prodigios de Egipto, el juicio punitivo sobre Datan y Abirón, sin mencionar a Coré; una vez más, se pondera la tierra de Canaán, que Dios le dará, sobre la que tiene puestos los ojos para enviar la lluvia oportuna. La fertilidad de esa tierra no es como la de Egipto, que depende del regadío hecho por mano humana, sino que depende de la lluvia temprana de otoño y la tardía de primavera para asegurar la granazón. Lo que quiere decir que depende de la abundancia de aguas que Dios envíe, lo que supone una amenaza para los israelitas que no sean fieles a Yahvé y una bendición, ya que no tendrá que emplear trabajo en regar el país como en Egipto. Los profetas amenazan constantemente a Israel con la sequía -el gran flagelo de las tierras calcinadas palestinenses- si no se convierten de sus pecados. Aquí se promete trigo, mosto y aceite -los tres productos característicos de Palestina- a los israelitas fieles a los mandatos divinos (v.14). También abundancia de pastos para los ganados. Pero todo esto implica el peligro de que Israel, al verse en la abundancia, se olvide de su Dios y atribuya estos bienes a los dioses cananeos. Por eso el profeta vuelve a insistir en el peligro de los cultos idolátricos. Si prevarican, Yahvé negará la lluvia al país, y al punto vendrá la ruina para todos. Y el profeta invita a que tengan siempre presentes los mandatos divinos y los enseñen a sus hijos (v.19).

Dt 11, 22-32. Sanciones de la Ley

En premio a su fidelidad, Yahvé los protegerá y echará a los enemigos para que se posesionen de su tierra. La tierra santa se extenderá desde el desierto o Negueb, al sur, hasta el Líbano, al norte. Al este será limitado por el río Jordán. El Eufrates es, sin duda, glosa, que refleja los sueños imperialistas de los idealistas de la monarquía israelita. Al occidente será limitada por el Mediterráneo. Es la tierra de Canaán.
Para terminar esta larga exhortación que precede a la exposición detallada de la Ley, el profeta pone ante los ojos de Israel la bendición y la maldición. La primera, si guardan los mandamientos del Señor; la segunda, si los olvidan. Y para inculcar más esta idea, ordena una ceremonia, sobre la que luego volverá con más amplitud, y que Josué debe cumplir después de pasado el Jordán. Para impresionar a los israelitas, debían pronunciarse en una asamblea solemne las bendiciones en el monte Garizim, y las bendiciones en el Ebal, que están frente a frente, bordeando la actual Naplusa, cerca de Samaría. En el c.27 se determinará el ceremonial y Josué deberá dar cumplimiento. El profeta coloca los dos montes cerca del encinar de Moré (v.30) que, según Gn 12, 6, está junto a Siquem. El hecho de que el Garizim sea el lugar de las bendiciones y el Ebal el de las maldiciones, parece responder a la orientación, según la cual el primero quedaba a la derecha (de buen augurio), y el segundo a la izquierda (de mal augurio).

Dt 12, 31. El Santuario Único

Los capítulos anteriores tienen el carácter de introducción exhortatoria para el cumplimiento de los preceptos que a continuación se determinan. Los Dt 12, 1-Dt 26, 19 constituyen el núcleo substancial del Deuteronomio y contienen la exposición de la Ley mosaica. El estilo es oratorio y muy diferente del legislativo que hemos visto en el código de la alianza. Se distinguen las siguientes grandes secciones: a) legislación de la vida religiosa (Dt 12, 1-Dt 16, 17); b) legislación relativa a las instituciones sociales: jueces, reyes, sacerdotes y profetas (Dt 16, 18; Dt 18, 22); c) derecho criminal, familiar y social (Dt 19, 1; Dt 25, 19); d) conclusión parenética (Dt 26, 1-19).
Esta unidad del santuario israelita es uno de los principios de la legislación deuteronómica y una de las dificultades que presenta este libro. La Ley empieza por ordenar la destrucción de los santuarios cananeos, cuyos elementos nos han dado a conocer las exploraciones arqueológicas modernas. Suelen estar estos santuarios en las alturas. De ahí el nombre de bamot (elevado = excelsum) que se les da, y se hallan bordeados de un muro de piedra o haram (sagrado), que separa el recinto sagrado del resto de la altura. En ellos hay un altar, cipos o estelas verticales de piedra (masebot) y aseras, serie de troncos, símbolos de bosques sagrados y de los dioses de la fertilidad. A veces esto se hallaba debajo de árboles o en bosques frondosos, que representan bien la potencia de las divinidades de la naturaleza. Todo esto es condenado por el legislador hebreo al anatema (v.3), todo debe ser destruido, porque tales santuarios profanaban la tierra de Yahvé y eran ocasión de escándalo para el pueblo.
En lugar de esta multiplicidad de lugares de culto, los israelitas tendrán uno solo en el lugar que elija Yahvé en una de las tribus de Israel. A él concurrirán los israelitas con sus holocaustos y sacrificios pacíficos, con sus diezmos y primicias, con sus votos y oblaciones voluntarias y con los primogénitos de los ganados (v.6). En ese lugar debía de estar el arca de la alianza, símbolo de la presencia sensible de Yahvé; por eso el tabernáculo, donde se encontraba el arca, se llamaba miskan, o lugar de habitación de Dios. Allí moraba su nombre, es decir, Dios mismo. Allí irán los israelitas a regocijarse en su Dios en las grandes solemnidades del año y en las fiestas familiares, en que se ofrecía determinados sacrificios, seguidos de banquetes sagrados. Los v. 8-12 parecen repetir los mismos conceptos de los v. 5-7, y por eso resultan redundantes y parecen pertenecer a un glosista posterior. Es muy verosímil que Moisés haya tenido el plan de establecer un santuario único como medio de unificar las tribus, manteniendo así su conciencia religiosa y nacional. En los tiempos que siguieron a la ocupación de Canaán, el arca de la alianza sirvió de aglutinante nacional y religioso.
Las inmolaciones ordinarias sin carácter religioso podían ser ejecutadas en cualquier parte del país, y, puesto que no tenían carácter estrictamente sagrado, podían participar de las víctimas aun gentes que no tuvieran pureza ritual, lo que es inconcebible en los sacrificios religiosos. Pueden ser comidas esas víctimas como la gacela y el ciervo, animales que no estaban permitidos en los sacrificios sagrados (v.15). Sólo se prohíbe tomar la sangre, que era el vehículo de la vida, la cual pertenece exclusivamente a Dios (v.16). Por otra parte, en ciertos cultos idolátricos, la sangre se utilizaba como medio de adivinación, y quizá aquí el legislador, al prohibir tomar la sangre, pensara en estas prácticas, que habían de ser evitadas. Los hebreos, pues, pueden sacrificar víctimas y consumirlas en reuniones familiares, a las que se invitará a los levitas que moran con ellos (v.18). La situación de los levitas era muy precaria, y en tiempo de los jueces, los que no estaban vinculados a algún santuario famoso, como el de Silo o de Dan, tenían que andar errantes por el territorio de las diversas tribus, viviendo de la caridad. El deuteronomista, que tiene un alto sentido de la justicia social y de la caridad, insistentemente pide generosidad para ellos.
Los v. 20-28 son la repetición de prescripciones precedentes y parecen ser una glosa redaccional posterior.
Esta ley sobre el santuario único es la culminación de un progreso evolutivo histórico en lo cultual. En los tiempos patriarcales, los sacrificios se solían hacer en lugares que tenían algún carácter sagrado, como Siquem, Betel, Hebrón, Bersabé, o porque habían sido santificados con alguna teofanía del Saday. En Ex 20, 24ss se permite levantar altares y ofrecer sacrificios en todo lugar en que se haya manifestado el nombre de Yahvé. Esta parece ser la norma en tiempo de los jueces. Así, los mejores representantes del yahvismo ofrecieron sacrificios en diversos lugares: Caígala, Hebrón, Belén, Gabaón, Rama. Aun después de levantado el templo, el pueblo continuaba sacrificando fuera de él, sin que reyes ejemplares se opusieran a ello. Sin embargo, había en Israel un santuario especialmente venerado de todos; era aquel en el que estaba el arca de la alianza, símbolo de la presencia sensible de Yahvé en su pueblo. Instalado primero en Silo en tiempo de Helí, fue trasladado a Nob, después a Gabaón. Al ser consagrado el templo de Jerusalén fue trasladada a él como preciosa reliquia de los tiempos mosaicos. Este único santuario nacional, morada única de Yahvé en medio de su pueblo, representaba la fe de Israel en el Dios único, a quien él rendía culto. Los demás santuarios, más bien eran tolerados por razón de satisfacer las necesidades religiosas del pueblo mientras se mantuviesen puros de contaminación idolátrica. Pero cuando esto, con el ejemplo de reyes y clase dirigente, empezó a prevalecer, entonces el legislador -época del profetismo-, apoyándose en el antiguo principio mosaico, declaró como único legítimo el santuario de Jerusalén, donde habitaba el nombre de Yahvé. Tal parece ser el desarrollo histórico de esta ley. Según el texto que nos representa al pueblo acampado en torno al rico tabernáculo fabricado en el Sinaí, todos los actos de culto se cumplen en el tabernáculo mismo, y las leyes culturales están dadas como si esta situación hubiera de perdurar. Y es aquí donde más al vivo se halla representada esta idea del único Dios, con un santuario único, un único altar y único sacerdocio, impregnado todo de la santidad de Yahvé.

Dt 12, 29-32. Contra los Caitos Idolátricos

Era opinión general de los antiguos que cada región tenía sus dioses y que éstos exigían ser honrados con ritos propios por parte de los moradores de su tierra. De aquí podía nacer entre los hebreos esta preocupación sobre las necesidades de honrar a los dioses de Canaán y de honrarlos con los ritos a ellos gratos, que eran los practicados por los cananeos. Sólo así podrían obtener su benevolencia. El legislador deuteronomista condena estas prácticas. Para Israel no existe más que un Dios, que es Yahvé, que le escogió entre todos los pueblos como su heredad, le sacó de Egipto, le dio leyes sapientísimas y le introdujo en la tierra que había jurado dar a los patriarcas. Los cultos de los cananeos son abominables y algunas de sus prácticas son criminales, como la de pasar por el fuego a los primogénitos. En Israel, los reyes Manasés y Acaz sacrificaron a sus hijos en honor de los dioses cananeos. El legislador deuteronomista insiste en estas abominaciones culturales de los cananeos para prevenir a los israelitas contra las veleidades idolátricas, que podían conducirlos a tales monstruosidades.

Dt 13, 1-19. Prevenciones Contra la Apostasía

Este capítulo viene a ser una declaración de Dt 12, 29-32. El que, dándoselas de profeta, indujese al pueblo a dar culto a dioses extraños, debe ser condenado a muerte. Aunque sus señales se cumplan, es un falsario, y como tal debe ser tratado. Otro caso análogo es cuando se trata de una persona de la familia o íntima en la amistad. Si alguno trata de inducir a la idolatría, debe ser denunciado y lapidado, siendo el denunciante el encargado de tirar la primera piedra (v.8). Si fuera una ciudad la inductora al pecado de idolatría, debe ser condenada al anatema o exterminio con todo lo que contiene. La idolatría es un crimen de lesa majestad divina y nacional, y, por tanto, quedan justificadas estas penas severísimas en la mentalidad teocrática del legislador hebreo. Pero de hecho, en la historia de Israel no se aplica esta pena a pesar de la propensión del pueblo y de los reyes y magnates hacia los cultos idolátricos. De hecho, en tiempos de Manasés (s.VII a.C.) la idolatría adquirió carta de naturaleza en las clases dirigentes de Jerusalén. Josías reaccionará contra esta perversión y procurará una reforma religiosa al estilo de la realizada un siglo antes por el rey Ezequías. Muchos autores ven en esta ley deuteronómica un eco de esta reforma religiosa que siguió al hallazgo del libro de la Ley (621 a.C.).

Dt 14, 1-29. Leyes Complementarias

Dt 14, 1-2. Condenación de ciertas supersticiones

Con ocasión de los funerales por los muertos y de las calamidades públicas estaban en boga muchas prácticas supersticiosas. Una de ellas era la de hacerse incisiones en la carne, practicada, sobre todo, por los sacerdotes de Baal. El ofrecimiento de la sangre a la divinidad tenía el sentido de ofrenda de la vida, cuyo vehículo es la sangre. Otra costumbre era la de cortarse los cabellos entre los ojos, encima de la frente. Tenía también sentido idolátrico. Todo esto se prohíbe al israelita, porque pertenece a un pueblo consagrado a Yahvé (v.2) por haber sido elegido por Dios entre todos los pueblos para ser un pueblo singular, perteneciente de modo especial y exclusivo a Él. Es el primogénito de Yahvé, es una "nación santa y un pueblo sacerdotal." Esto supone un grado de santidad que incluye separación de los otros pueblos y acercamiento a Yahvé. Por eso no puede contaminarse con prácticas en honor de los ídolos. Supuesta la alianza, esto reviste los caracteres de un adulterio o prostitución religiosa. La nación debe ser toda entera de Yahvé, sin compromisos con otras divinidades cananeas.

Dt 14, 3-21. Animales Puros e Impuros

En Lv 1, 1ss, el texto nos da a conocer la distinción entre animales puros e impuros, entre los que se podían comer y los que estaban prohibidos. La razón era la santidad del pueblo israelita, que debía abstenerse de tocar y comer cosa que no se considerase en consonancia con esa santidad. Aquí lo impuro es abominable y no lo comerá el pueblo, consagrado a Yahvé. Se ha de distinguir de los demás pueblos por la pureza de su vida. Sin duda que en la determinación de animales puros o impuros hemos de ver un eco de creencias y costumbres ancestrales que hoy se nos escapan. Pero el legislador hebreo, recogiendo estas estimaciones populares, les da un sentido religioso de pureza legal, conforme a lo que se dice en Lv 11, 14: "Vosotros seréis santos, dice Yahvé, porque yo soy santo, y vosotros no debéis contaminaros."
Se enumeran tres categorías de animales: a) los cuadrúpedos (5-8); b) los animales acuáticos (9-10); c) los animales alados (11-20). No se mencionan los reptiles como en Lv 11, 42. En general, la exposición de ellos es más ordenada y sintética que la de Lv 11, 1-47. Se da la lista completa de los animales puros y los impuros. La identificación de algunos animales es problemática. Como regla general, se exige para que sean puros, entre los cuadrúpedos, que tengan la pezuña hendida y sean rumiantes. Ambas condiciones se exigen en el mismo animal. La apreciación de estas características es según la estimación popular, y, por tanto, no conforme a las catalogaciones científicas actuales. Entre los animales acuáticos son permitidos los que tienen aletas y escamas, excluyéndose los otros, sin duda porque se parecen a los reptiles, como la anguila (v.9). Entre las aves no se establece una ley general, sino que se enumeran las que son puras y las impuras. Se prohíben todos los animales carnívoros que se alimentan de la carroña y los que habitan entre ruinas, supuesta morada de los demonios. Por eso el murciélago está incluido en la lista, por tener alas y por morar entre ruinas. Se prohíben también los insectos en general, quizá porque se arrastran sobre materias en descomposición.
Queda prohibido lo mortecino, es decir, el animal muerto de muerte natural. La razón parece ser porque no ha sido sangrado. Pero se permite venderlo o darlo a comer al extranjero, lo que no estaba permitido en la legislación levítica, sin duda porque se consideraba al extranjero como vinculado de algún modo a la comunidad teocrática de Israel.
Por fin se prohíbe cocer el cabrito en la leche de su madre (v.21). Esta ordenación, que aparece repetida en otros lugares de la legislación mosaica, puede explicarse por razón de piedad natural para con los animales, pues lo mismo que el legislador hebreo prohibía poner bozal al buey que ara, y más tarde, en los tiempos rabínicos, estaba prohibido matar el mismo día (con ocasión de la fiesta pascual) el cordero y su madre, así aquí se considera como demasiado cruel matar al cabrito y después prepararlo con la leche de su madre. Aparte de esta posible razón, hoy día los comentaristas creen ver aquí prohibida una práctica supersticiosa que tenía su origen en los cultos gentílicos. Según los textos de Ras Samra, uno de los ritos para congraciarse con la divinidad consistía en cocer un cabrito o cordero en leche. Supuesto esto, el legislador hebreo con su prohibición pretendía extirpar una costumbre pagana con reminiscencias idolátricas.

Dt 14, 22-29. La Ley del Diezmo

En Lv 27, 30ss y Nm 18, 20ss aparece esta ley del diezmo, la cual asignaba para sustentación de los levitas y sacerdotes la décima parte de los frutos del campo. Muy otra es la idea que aquí se nos da del diezmo. No se puede hablar de la décima parte, sino de una parte de las primicias del trigo, vino y aceite, así como de los primogénitos de las ovejas y vacas que han de ser consumidos en el santuario. Este acto era como un reconocimiento de que aquellos bienes eran debidos a Yahvé, y por ellos se le daba las gracias. Como en todos los actos de esta índole, debe ser invitado al festín el levita que mora en la ciudad del oferente, por no tener heredad propia en Israel. El diezmo no tiene aquí el carácter de tributo al sacerdocio, sino de ofrenda a Yahvé y de limosna al levita, al que se le equipara al necesitado, como el huérfano, la viuda y el extranjero. Esto prueba que la ley de los diezmos del código sacerdotal es el término de un proceso en la legislación. El diezmo empieza por ser una ofrenda libremente estimada y acaba por convertirse en tributo tasado por la ley.
Se establece un diezmo especial cada tres años en beneficio de los levitas, extranjeros, viudas y huérfanos (v.28-29). El diezmo anterior tenía lugar todos los años, y tenía el carácter de un festín para los oferentes en el santuario. Debemos tener en cuenta que la palabra diezmo se ha de tomar en sentido amplio, no como la décima parte estricta de los frutos.
En esta ley relativa al diezmo se echa de ver el progreso legislativo en Israel. Era el diezmo la unidad de medida usual en la antigüedad para determinar la tributación voluntaria o impuesta por la autoridad. Cuando Samuel trata de disuadir al pueblo, que pedía un rey como las otras naciones, les decía que el rey diezmaría sus eras y sus viñas en beneficio de sus eunucos y servidores. En la historia de los Macabeos se dice que los reyes sirios condonan a Jerusalén el diezmo que debía pagar como tributo. Es discutible si la palabra diezmo tiene siempre un valor aritmético estricto o simplemente como expresión de un tributo. En el dominio religioso, el diezmo aparece en los albores de la historia de Israel. Abraham, al volver victorioso de su campaña contra los reyes orientales, ofreció el diezmo de todo el botín al Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Altísimo. Son los opima expolia de los autores romanos, lo mejor del botín, que en la guerra de los madianitas se tasó en 1, 500 de la parte recibida por los combatientes y en 1, 50 de la que recibieron los que se quedaron en retaguardia. Jacob ofreció también el diezmo de lo que le otorgara Yahvé. Al volver, no sabemos que cumpliera este voto, sino que ofreció sacrificios a Dios, que le había ayudado.
En el código de la alianza no aparece la palabra diezmo. Lo que la Vg traduce por decimas et primicias, los LXX traducen por primicias de la era y del lagar. El Deuteronomio nos habla varias veces de los diezmos. Primeramente se ordena que se lleven al santuario único, elegido por Yahvé, los holocaustos, sacrificios pacíficos, diezmos y oblaciones. Sin embargo, los LXX nos ofrecen otros textos en que no se habla de diezmos, sino de primicias. Pero en Dt 14, 22ss ciertamente se habla de los diezmos, que comerán delante de Yahvé en el lugar por Él escogido. Este diezmo es el de la tierra, es decir, del trigo, del mosto y del aceite, más los primogénitos de los ganados. Pero no es un tributo ofrecido a los sacerdotes, sino una ofrenda de los fieles a Dios para comerlo en su presencia y en reconocimiento de los beneficios recibidos. En caso de que el oferente more lejos del santuario, puede vender los frutos y ganados, y con el producto comprar lo necesario para el banquete-ofrenda en el santuario. Estos banquetes son verdaderos ágapes, a los que deben ser invitados los necesitados o pobres de solemnidad, como los levitas, el huérfano, la viuda y el extranjero. Sin duda que aquí diezmo tiene el sentido general de primicias, pues no podemos pensar que en un banquete se gastaran los diezmos tomados en sentido estricto. En el c.26 se ordena que se pongan en un cesto las primicias de todos los frutos del suelo y presentarlos al sacerdote, dejándolos ante Yahvé. Esta es la ofrenda ordinaria en beneficio del sacerdote. Así, pues, el diezmo tributo aparece por primera vez en Lv 27, 30ss, donde se declara cosa santa, como consagrada a Yahvé, el diezmo de la tierra, tanto de las semillas de la tierra como de los frutos de los árboles. Las décimas del ganado mayor y menor, de todo cuanto pasa bajo el cayado, son de Yahvé. Pero en Nm 18, 21ss, donde se promulga la ley del diezmo, después de declarar los deberes de los levitas, escogidos por Yahvé, en vez de los primogénitos de Israel, para servir a Dios en su santuario, se añade: "Yo doy como heredad a los hijos de Leví todos los diezmos de Israel por el servicio que prestan... Por ley perpetua entre vuestros descendientes, no tendrán heredad en medio de los hijos de Israel, pues yo les doy por heredad los diezmos que los hijos de Israel han de entregar a Yahvé." En teoría, la heredad no era pequeña, pues siendo doce las tribus obligadas a pagarlo, los levitas venían a recibir doce décimas partes. Pero del total de ello debían entregar a los sacerdotes el diezmo. Así se determina en el pacto estipulado por Nehemías. La ley no se cumplió, y el servicio del templo quedó abandonado. Tobías, sin embargo, aparece cumpliendo puntualmente la ley. Pero esto eran excepciones honrosas, ya que la masa del pueblo se olvidaba de esta ley, como lo declara el profeta Malaquías.
Podemos, pues, señalar varias etapas en la legislación sobre los diezmos: a) primeramente era una ofrenda voluntaria de los bienes recibidos; b) en el Deuteronomio esta práctica se acentúa, haciendo hincapié en el espíritu de misericordia hacia los levitas, instituyendo un diezmo trienal en beneficio de éstos y de los necesitados; c) finalmente, el diezmo se convierte en un tributo teóricamente obligatorio, que se paga a Dios en beneficio de sus ministros; legislación levítica que parece reflejar la práctica post exílica.

Dt 15, 1-23. Leyes Varias

Dt 15, 1-6. El Año de la Remisión

En el Deuteronomio es constante la preocupación por los necesitados y desvalidos. Ya hemos visto cómo cada tres años debían dejarse para éstos ciertos diezmos. Ahora el legislador, en favor de los mismos, decreta un año de remisión de Yahvé, en cuanto que Dios impone una condonación o moratoria en favor de los no favorecidos por la fortuna.
En la legislación mosaica estaba establecido el año sabático, en el cual no se debía sembrar los campos, y, por consiguiente, no había recolección de frutos ni del campo ni de los árboles. El deuteronomista completa esta legislación imponiendo la remisión de deudas. La palabra hebrea empleada (semittah) significa abandono, y se aplica a la tierra abandonada o inculta durante el año sabático. ¿Qué sentido preciso tiene aquí? ¿Se trata de una total condonación de la deuda o simplemente de una moratoria de un año? Así lo quieren explicar no pocos comentaristas modernos, los cuales hacen hincapié en las dificultades de los deudores en ese año en que la tierra no producía nada. Tal como está formulada la ordenación, parece que se trata de una verdadera condonación de toda la deuda y no sólo los intereses, como algunos proponen, pues estaba prohibido prestar a interés a los compatriotas. Por otra parte, en el v.9 se amonesta a los israelitas a que no sean remisos en prestar cuando se acerca el año de remisión, lo que supone se trataba de una condonación. Y así lo entienden los LXX al traducir aes??. No obstante, nunca en el Antiguo Testamento se alude al cumplimiento de esta ley, que, como otras tantas, queda en el campo de lo teórico. La ordenación está conforme con los altos ideales de justicia y de caridad de la predicación profética, en la que se protesta contra las injustas diferencias sociales.
Respecto de los extranjeros no regía esta prescripción, porque resultaba demasiado onerosa, y, por otra parte, aquí extranjero ("nokrí") no es el ger, asimilado en derechos y deberes a los israelitas, sino el que permanecía al margen de la teocracia hebrea, el cual, por tanto, no estaba obligado a los derechos del año sabático (prescripción muy onerosa), y, en consecuencia, no tenía derecho a los privilegios de los israelitas relativos a la condonación de las deudas.
Los v. 4-6 parecen una adición tardía para exhortar al cumplimiento de la ley anterior, que era difícilmente aceptada por ser demasiado onerosa. En los v. 7 y 11se dice que habrá pobres en Israel, mientras que aquí se idealiza el futuro en función de las promesas divinas inherentes al cumplimiento de las leyes y se anuncia que no habrá pobres en Israel. Algunos autores creen que el sentido de la promesa exhortatoria es que, aunque los acreedores condonen las deudas, no por eso se convertirán en pobres, pues el cumplimiento de las leyes divinas trae la bendición de nuevos bienes. Si Israel es fiel a los mandamientos divinos, nunca tendrá necesidad de pedir prestado de nadie (v.6), sino que, al contrario, se convertirá en prestatario de muchos pueblos, dominando sobre ellos. Nos encontramos, pues, aquí con un anuncio mesiánico al estilo de los escritos proféticos. Los israelitas, como pueblo agrícola y pastoril, no tenían tradición comercial en gran escala como para hacerse prestamistas de los gentiles, como lo eran los fenicios, pero en la época de la cautividad surge una clase judía de banqueros que con el tiempo se habría de hacer proverbial como modelo de agudos prestamistas. De hecho, los judíos han tomado a la letra esta promesa de ser los prestamistas por excelencia de los goyim o gentiles, y esto por institución divina.

Dt 15, 7-11. El Préstamo a los Pobres

Otra vez nos encontramos con la contraposición entre una ley que trata de imponer una generosidad muy perfecta y la codicia humana, que se resiste a renunciar a sus intereses. La letra de la Ley ordena prestar liberalmente al hermano necesitado. En el libro de Nehemías se describe al vivo a qué extremo llevaba el préstamo usurario en Israel, el cual sólo servía para hundir más en la miseria a los necesitados. En el v.11 se dice que nunca dejara de haber pobres en la tierra, lo que se ha de entender no como una ley inexorable impuesta por Dios, de forma que sean como una institución aquéllos para que los ricos ejerzan su misericordia, sino que supone que, dadas las condiciones del egoísmo humano y las adversas contingencias de la vida, nunca faltarán necesitados con los que se ha de ejercer la caridad. Supuestos los indigentes, es necesario organizar la beneficencia. Aquí el legislador deuteronomista exhorta a la generosidad hacia los necesitados, prestándoles medios de vida aunque se acerque el año de remisión (v.6).

Dt 15, 12-18. Ley Sobre la Servidumbre

Eran varias las fuentes de la servidumbre, y aquí se nos ofrece la más triste. Un pobre hebreo, no teniendo medios de subsistencia, se entrega a un compatriota más acomodado que él para poder vivir, o tal vez para satisfacer una deuda que de otro modo no puede pagar. En este último caso, ¿cuál es el deber del acreedor, que lo recibe como siervo? Darle libertad al año séptimo, en que la deuda se da por cancelada con los servicios prestados durante seis años (v.18). Y al despedirlo no debe enviarlo con las manos vacías. Jeremías nos dice que los ricos se resistían a dar cumplimiento a esta ordenación. Si la causa de la servidumbre había sido no la deuda, sino la imposibilidad de hallar medios de vida, puede ocurrir que el siervo desee continuar en la servidumbre, y entonces la Ley determina lo que ha de hacer, que es marcarle en la oreja la señal de la servidumbre perpetua.
Según Ex 21, 1-6, al esclavo debía concedérsele la libertad después de seis años de servicio, y, según la legislación levítica, debía ser considerado más bien como mercenario o criado que como esclavo. Este trato de favor afecta sólo a los israelitas. En el año de jubileo se proclamaba la emancipación de los esclavos. Aquí el séptimo año no es el año sabático, sino el año que sigue a los seis de servidumbre en cada caso. En el código de Hammurabi se prescriben tres años de servidumbre para el caso en que el esclavo lo sea por no poder pagar sus deudas. El deuteronomista, llevado de sus sentimientos humanitarios, exige además que no se despache al esclavo sin nada, sino que el antiguo amo debe entregarle parte del ganado, de la era y del lagar (v.14) para que pueda reconstruir su vida como hombre libre. Es una exigencia de justicia, ya que con su trabajo ha contribuido a su enriquecimiento. A este motivo se añade otro de índole religiosa e histórica: el dueño debe acordarse de que también los israelitas fueron esclavos en Egipto y el Señor los libertó milagrosamente (v.15).
Caso de que el esclavo prefiera continuar como esclavo por no encontrar medios de vida o porque siente particular afecto a su dueño, que le trata humanitariamente y con generosidad, entonces debe ser marcado en la oreja con un punzón, como signo de pertenencia perpetua a su dueño. Es una costumbre bárbara muy en uso en los pueblos antiguos, y el legislador deuteronomista, como el de Ex 20, 6, la retiene, pagando así tributo a la rudeza de costumbres de la época.

Dt 15, 19-23. Los Primogénitos

Los primogénitos son de Yahvé, que los exige en reconocimiento de que es don suyo tanto la fecundidad de los vivientes como la fertilidad de la tierra. En Ex 13, 15 se declara consagrado a Yahvé cuanto abre el seno de la madre; en Nm 18, 15 se atribuyen éstos a los sacerdotes. Pero aquí se aplica la ley indicada en el c.12. Si el primogénito es sacrificable en honor de Yahvé, lo será en su santuario, y luego comido por el oferente y su familia en la presencia de Yahvé, como reconocimiento de que a su bondad es debido. Es la norma que se aplica a los diezmos en el Deuteronomio. Si no fuera sacrificable por tener algún defecto, se le comerá en la casa del dueño, como la gacela y el ciervo, y lo podrá comer el ritualmente puro o impuro. Esta comida no tiene carácter sagrado, como en el caso primero, a causa de la inmolación del animal en el santuario. Pero nótese que aquí sólo se habla del primogénito macho de la vaca o la oveja, como en Ex 22, 29. En cambio, en Ex 34, 19 se añade a estos dos animales el asno, que deberá ser desnucado. Y en Nm 18, 16ss, la Ley habla de cualquier animal, sea puro y sacrificable o sea impuro, que se debe rescatar, siendo el rescate en beneficio de los sacerdotes.
Según Ex 20, 29, la inmolación de los primogénitos debía hacerse ocho días después de su nacimiento; aquí, en cambio, se puede hacer durante todo el año. Como están dedicados a Dios, no se les puede emplear en labores ni esquilarles (v.19). Vemos, pues, en todas estas diferentes prescripciones que existen diversos estratos legislativos, pertenecientes a distintas épocas. Así, la ley deuteronómica no dice nada del rescate de los primogénitos humanos ni de los animales impuros.
La razón de ofrecer los primogénitos de los ganados y las primicias del campo radica en el instinto religioso del hombre, cuya razón le dice que debe hacer partícipe a la divinidad de los bienes que tan pródigamente le otorga. Sólo después de ofrecer las primicias se cree el hombre autorizado para comer sus frutos y la carne de sus ganados. La ofrenda de los primogénitos y de las primicias tiene, pues, el carácter de consagración de las cosechas o animales, que, en definitiva, pertenecen a Dios. En la legislación mosaica, aparte de estas razone5, se da otra histórica que obliga a la consagración de los primogénitos: el recuerdo de la muerte de los primogénitos de Egipto, siendo preservados los hebreos. Los levitas son los sustitutos de los primogénitos hebreos, que como tales pertenecen especialmente a Yahvé.

Dt 16, 1-22. Las Tres Fiestas Anuales

En Ex 23, 14-17 y Ex 34, 18; Ex 22, 1-Ex 24, 18 se prescribe la celebración de tres fiestas al año: la de los Ácimos, en el mes de Abib, durante siete días; la de las Primicias, o de las Semanas, cincuenta días más tarde, y la de los Tabernáculos, o recolección de los frutos, al final del año agrícola. Tres veces al año se presentará ante Yahvé todo varón, sin prescribir ofrenda concreta alguna. Sólo se manda que nadie se presente con las manos vacías. Estas fiestas tenían un carácter eminentemente agrícola. El texto dice que se han de presentar ante Yahvé. ¿En qué lugar? Sin duda que no en cualquier lugar, sino en aquellos en que hubiera memoria del Señor, es decir, en los lugares en que de algún modo se había manifestado la presencia de Yahvé. El deuteronomista alude también a estas tres fiestas anuales.

Dt 16, 1-8. La Pascua

La primera fiesta de la Pascua, o de los Ácimos, debe celebrarse en el mes de Abib ("espiga," llamado también Nisán = marzo-abril). La Pascua consistía en un sacrificio, que se había de comer con panes sin levadura. La víctima podía ser del ganado mayor o menor, según las facultades del oferente. El banquete sacrificial había de prepararse cociendo la carne, y ha de tener lugar en el santuario de Yahvé, en el lugar elegido por Dios para hacer habitar en él su nombre, es decir, para lugar de su morada. La abstención de pan fermentado se continúa por seis días, y en el último se celebra fiesta solemne, en la que no es lícito trabajar. En los demás días se permiten los trabajos necesarios para preparar la comida. No se indica la fecha precisa de la Pascua, pero el nombre del mes (Abib = espiga) indica que era el mes en que empezaba a madurar la mies. Por eso en Lv 23, 10ss se prescribe la presentación de un haz de espigas ante el Señor. Con ello queda inaugurado el comienzo oficial de la siega. La ofrenda de esas primicias consagraba la nueva cosecha. En el ritual levítico, el mes de Abíb es llamado el primer mes, porque con él empezaba el año religioso (por influencias mesopotámicas, el nombre fue cambiado en Nisán; en bab. nisanu), y el año civil comenzaba en otoño (septiembre-octubre: Tisrí). Al carácter agrícola de la fiesta de Pascua (presentación de las espigas) se unió el recuerdo histórico de la liberación de Egipto, que tuvo lugar en este mes de Abib-Nisán. Sin embargo, aquí no se determina el día del mes, que en los otros textos es el de la aparición de la nueva luna. Respecto de las víctimas, la legislación deuteronómica difiere de la del Éxodo en que aquélla permite cualquier res de ganado mayor o menor, mientras que la última exige que sea un cordero o cabrito. El legislador deuteronomista insiste, sobre todo, en el lugar del sacrificio, que debe ser el santuario de Yahvé, donde Yahvé ha hecho habitar su nombre (v.2). Es la gran preocupación de la legislación deuteronómica: centralizar los actos de culto en el único verdadero templo de Yahvé.
La exigencia del pan sin levadura responde también a costumbres ancestrales. El pan fermentado era considerado, en cierto modo, como en estado de descomposición, y por eso era impuro. A esta razón ambiental atávica se une la histórica de recordar a los israelitas la servidumbre de Egipto, por eso se llama pan de la aflicción (v.3), y la salida precipitada de la tierra de los faraones. Los israelitas tuvieron que salir tan precipitadamente de Egipto, que no pudieron esperar a que el pan fermentase. El pan ácimo se ofrece hoy día entre los beduinos al huésped que llega inesperadamente. En realidad, la fiesta de la Pascua y la de los Ácimos son distintas, pues la primera consistía en la manducación del cordero pascual el día 14 de Nisán (Abib), mientras que la segunda empezaba al día siguiente y duraba siete días. Pero como se prohibía comer pan fermentado con el cordero pascual, de ahí que se confundieran ambas fiestas, y así aparece en la legislación mosaica. El evangelista se hace eco de esta identificación: "la fiesta de los Ácimos, que se llama la Pascua." Para que no hubiera ocasión de comer pan fermentado, éste debía desaparecer de todo el territorio (v.4). Según Ex 12, 15-19, quien comiera pan fermentado debía ser arrancado de en medio de Israel. Otra exigencia importante es que no debía quedar nada de la víctima pascual para el día siguiente. Como había sido ofrecida en banquete sagrado a Yahvé, no debía profanarse en usos comunes. La víctima pascual debía ser consumida al atardecer, en la hora en que los israelitas salieron de Egipto (v.6). Según Ex 12, 9, la res sacrificada debía asarse; aquí, en cambio, se habla de cocerla. Quizá por el hecho de que en la legislación deuteronómica se permiten víctimas de ganado mayor se admite la cocción. Vemos, pues, cómo la legislación primitiva se va adaptando y cambiando según las circunstancias.
Una vez ofrecida la víctima y celebrado el banquete pascual, el oferente podía volver a sus tiendas. La expresión puede tomarse a la letra, de las tiendas en que acampaban durante los días de fiesta en Jerusalén, o puede ser un giro arcaico proveniente de la vida nomádica del desierto, y entonces la frase equivale a retornar a sus casas. En el día séptimo debía haber solemnidad o asamblea de Yahvé (v.8). En Lv 23, 7-8 se prescribe también esta reunión solemne el primer día.

Dt 16, 9-12. La Fiesta de Pentecostés

Esta solemnidad tenía lugar siete semanas después del sábado, que caía dentro de la fiesta de los Ácimos, aunque aquí la determinación es menos concreta, ya que el punto de cómputo es el principio de la recolección, cuando se metió la hoz en el trigo por primera vez (v.9). Por eso esta fiesta era llamada de la cosecha o de las primicias. Era como la clausura de las fiestas de la cosecha, y en tiempo del Nuevo Testamento es llamada Pentecostés, porque tenía lugar cincuenta días (siete semanas) después de la presentación de las espigas de cebada durante la semana de los Ácimos.
Según el deuteronomista, los fieles debían hacer en la fiesta ofrendas voluntarias, sin determinar su cantidad ni especie, pero exhortando a que sean conforme a las posibilidades de cada uno, según le haya bendecido Yahvé en sus cosechas. Con ellas deben organizar banquetes sagrados, a los que deben ser invitados los familiares, y necesitados como el levita, el huérfano y la viuda (v.1, 1). Esto es característico del Deuteronomio. Son banquetes de acción de gracias por la cosecha, por lo que la fiesta tiene un origen eminentemente agrícola. Como siempre, se añade una razón histórica: la liberación misericordiosa de la esclavitud egipcia. Los israelitas, al recordar las misericordias de Yahvé para con su pueblo, deben moverse también misericordiosamente hacia los necesitados.

Dt 16, 13-17. Fiesta de los Tabernáculos

La tercera fiesta debía celebrarse al final del año agrícola, el 15 del mes séptimo (Tisri), una vez recogidos los últimos frutos de la era y del lagar. También con esta ocasión el israelita debía presentar ofrendas voluntarias y celebrar un banquete sagrado, al que deben ser invitados los familiares (no se menciona la esposa), los esclavos y los necesitados, como el extranjero, el levita, el huérfano y la viuda. Debía mostrar así su gratitud a Yahvé siendo liberal con el prójimo. Como en las fiestas anteriores, las ofrendas y sacrificios debían tener lugar en el santuario elegido por Yahvé.
Esta fiesta de los Tabernáculos o tiendas es llamada en Ex 23, 16 fiesta de la recolección. En el Antiguo Testamento se la llama la fiesta por excelencia, en razón de la alegría desbordada que en ella se exhibía. Era de origen agrícola, y tiene por finalidad dar gracias a Dios por los frutos, mostrando para ello la máxima alegría (te regocijaras en esta fiesta). Para recordar los tiempos de la estancia en el desierto, la gente vivía por familias en tiendas o chozas en la campiña, como aún se acostumbra entre los judíos, que ponen sobre las terrazas sus casetas de ramas y viven en ellas, culminando la alegría general en el día octavo, llamado de la simjah ha-Torah (alegría de la Ley).
Los v.16-17 reproducen los de Ex 23, 17 y es como una conclusión de las ordenaciones anteriores. La peregrinación anual de estas tres fiestas era obligatoria para los varones, aunque se permitía también a las mujeres, pues se mencionan las siervas como partícipes del banquete sagrado.

Dt 16, 18-20. La Administración de la Justicia

En los tiempos primitivos, la administración de la justicia en Israel se fundaba en su misma organización política, que era patriarcal, como en la existente hoy día entre los nómadas. En Ex 18, 13ss vemos a Moisés agobiado por el pesado trabajo de resolver los pleitos del pueblo, el cual, dejando sus tribunales ordinarios, los jefes de la familia o de la tribu, acuden al enviado de Dios, como persona más autorizada. Por consejo de su suegro Jetro, Moisés cambia de conducta, y se reserva la actuación sólo en las causas mayores. Este régimen no desapareció en Israel al instalarse en Canaán, sino paulatinamente. En tiempos de la monarquía se dice que los reyes tenían la autoridad judicial. El rey Josafat nombró a los sacerdotes jueces por las ciudades fuertes de Judá, diciéndoles: "Mirad lo que hacéis, porque no juzgáis en lugar de hombres, sino en lugar de Yahvé, que está cerca de vosotros cuando sentenciáis." Los profetas hablan frecuentemente contra los abusos en la administración de la justicia, pues los encargados fácilmente se vendían y se dejaban sobornar. El deuteronomista, pues, piensa en la organización burocrática de la judicatura al exhortar al sentido de equidad.

Dt 16, 21-22. Reprobación De Actos Cultuales Idolátricos

El pueblo hebreo tenía inclinación a los cultos cananeos, y fácilmente asociaba al culto de Yahvé ritos de procedencia idolátrica. Aquí se prohíbe terminantemente plantar aseras o troncos de árboles, a modo de bosque sagrado, símbolo de la fecundidad, y cipos o estelas (masebot) de piedra, que constituían los elementos esenciales de los santuarios cananeos.

Dt 17, 1-20. Ordenaciones Varias

Prohibición de Víctimas defectuosas para el Sacrificio

Con frecuencia se insiste en la Ley sobre las condiciones de la víctima que ha de ser sacrificada a Yahvé. Ha de ser perfecta, sin defecto, ni coja, ni ciega, ni sarnosa. Lo contrario es un desprecio y un insulto a la divinidad, es abominación a Yahvé. El profeta Malaquías echa en cara a los sacerdotes de su tiempo (s. V a.C.) el que ofrezcan lo peor de sus ganados, y por eso Dios los desechará y se escogerá una "ofrenda pura desde el orto del sol al occidente." Sin duda que el deuteronomista insiste en esta prescripción levítica porque en su tiempo se cumplían mal estas exigencias, que suponen sacrificio por parte de los oferentes.

Dt 17, 2-5. Proscripción del Culto Idolátrico

En el c.13 se trató de este tema con gran detalle, y quizá esta perícopa pertenezca a esa sección, pues interrumpe la ley sobre la administración de la justicia. En los profetas de la época asiro-babilónica (s.VIII-VII a.C.) leemos varias veces la condenación del culto rendido al ejército de los cielos, es decir, a las divinidades astrales, que, por influencia de los imperios mesopotámicos, se habían introducido en Judá particularmente en tiempos del rey Manasés. El convicto de esta abominación debe ser lapidado a las puertas de la ciudad (v.5), sin duda porque se le consideraba indigno de morar dentro de la ciudad hebrea, y para escarmiento, en el lugar de más afluencia de gente. La lapidación como pena de muerte es característica del derecho penal hebreo. Por su forma se prestaba a una manifestación colectiva de repulsa hacia los crímenes de la víctima, siendo los testigos los que habían de tirar la primera piedra.

Dt 17, 6-7. Necesidad de dos Testigos en las Acusaciones

Como garantía se exigían dos o tres testigos para condenar a alguno como idólatra. La acusación era gravísima, y era preciso cerrar el paso a odios particulares. Y para mostrar a los testigos la responsabilidad en que incurren en sus acusaciones, se exige que sean los primeros en lanzar las piedras contra el acusado. Matar a un inocente era atraerse la maldición de Dios. En la literatura bíblica abundan las amenazas contra los falsos testigos. A pesar de esta ley severísima contra los que se entregaban a cultos idolátricos, los hebreos siguieron en su propensión a imitar los cultos gentílicos, como nos narran los profetas, y nunca se habla de la aplicación de la pena de muerte por idolatría. Los profetas amenazan más bien con el castigo de Dios: la guerra, la sequía, el hambre y la deportación. Todo lo cual indica que esta prescripción deuteronómica nunca fue llevada a la práctica, como otras leyes, que se quedaron en pura teoría.

Dt 17, 8-13. Los Jueces de Apelación

Es esta perícopa una continuación y complemento de Dt 16, 18-20. Según Ex 18, 1-35, Moisés, siguiendo el consejo de su suegro Jetro, se reservó para sí las causas más graves. En2Cro 19, 11 se cuenta que el rey Josafat, después de haber instituido jueces en las ciudades fuertes de Judá, creó en Jerusalén un doble tribunal de apelación: "Amasias, dice, os presidirá en toda causa tocante a Yahvé, y Zabadías, hijo de Ismael, príncipe de la casa de Judá, en las causas tocantes al rey." Así, pues, aquí tenemos dos tribunales: uno eclesiástico, presidido por un sacerdote, para todo lo referente al culto y a lo religioso, y otro civil, presidido por un laico, para entender en las causas civiles. A la luz de estos hechos de la época de la monarquía hemos de entender las disposiciones presentes de la ley deuteronómica, en la que también se habla de acudir en las causas difíciles al sacerdote o al juez entonces en funciones, en el lugar que haya escogido Yahvé, es decir, Jerusalén, la capital de la teocracia. Se trata, más que de un tribunal de apelación, de un tribunal técnico especializado en causas más difíciles. Las sentencias pronunciadas por este tribunal eran inapelables y quien se negara a aceptarlas se haría reo de pena capital.

Dt 17, 14-20. Institución de la Monarquía

Parece extraño que Moisés se atreva a legislar sobre la creación de una institución que en sus días nadie reclamaba y que había de tardar siglos en introducirse en Israel. En su tiempo, la organización del pueblo era patriarcal. El hombre que nacía en una familia vivía sujeto al jefe de la misma; ésta, con otras emparentadas, constituían una casa o bet, y varias casas constituían una tribu o sebet, que tenía también su jefe. El pueblo lo formaban las diversas tribus, unidas por los lazos de sangre y religión. En los varios textos del Pentateuco estos diversos jefes reciben el nombre de jefes de diez, de cien y de mil, y también de príncipes de las familias. Semejante organización se mantuvo durante la época de los jueces (s.XII-XI a.C.), los cuales mandaban sobre algunas tribus de Israel, circunstancialmente coligadas ante determinados peligros. Pero ante el empuje de los filisteos, mejor organizados, que querían adueñarse de la zona montañosa de Canaán, donde había aceite y vino, los israelitas se vieron obligados a crear una nueva organización más fuerte y centralista: la monarquía. Concebida por Samuel, fue iniciada por Saúl y perfeccionada con David, llegando al colmo de la centralización en tiempos del megalómano Salomón.
El autor de la ley deuteronómica, pues, parece que conoce ya las ventajas y desventajas de la institución real, y por eso pone ciertas condiciones de austeridad y autenticidad a ella. Primeramente exige que el rey sea israelita, para que vele por los intereses religiosos y civiles del pueblo elegido. Sobre todo había que evitar influencias extranjeras, que pudieran ser perniciosas al yahvismo tradicional. Exige también el deuteronomista que el nuevo rey no vuelva a Israel camino de Egipto (v.16). Durante la peregrinación por el desierto, varias veces los israelitas sintieron nostalgia de la abundancia del país de los faraones, y quisieron volverse; pero Moisés, en nombre de Dios, se opuso, porque sería desconfiar de la Providencia divina y renunciar a las promesas de la posesión de Canaán. La prohibición deuteronómica se sitúa en esta línea, pero además parece prohibir las relaciones estrechas comerciales y diplomáticas con Egipto. Los profetas echan en cara frecuentemente a los reyes de Judá la propensión que tienen a buscar apoyo en Egipto contra los enemigos asirios y babilónicos. Esta política de coalición fue de pésimas consecuencias para la vida religiosa de Israel, aparte de que era demasiado humana, ya que suponía desconfianza en la providencia de Yahvé sobre su pueblo. Por eso son frecuentes los oráculos contra Egipto, que solía engañar en su amplia diplomacia a los reyezuelos cananeos, utilizándolos como escudo contra las invasiones de los reyes mesopotámicos.
Además se inserta otra prohibición característica del Deuteronomio, y que encaja bien dentro del ideal de la predicación profética, supuestos los abusos cortesanos de Salomón, el rey más fastuoso de Israel. Este quería medirse en su boato exterior con las grandes cortes orientales, y por eso compró muchos caballos al faraón y organizó un escandaloso y nutrido harén con mujeres de toda procedencia, lo que al fin le atrajo la ruina. La prohibición de tener muchos caballos tiene por finalidad, en primer lugar, evitar un cortejo innecesario que sirviera para fomentar el orgullo desmesurado, y, por otra parte, evitar la ocasión de empresas bélicas innecesarias, contrarias al espíritu religioso de Israel. Por esta misma razón, el deuteronomista no quiere que el futuro rey acumule demasiadas riquezas.

Primitiva Estructura Político-Social de Israel

La organización nómada de Israel. Los patriarcas de Israel, que por el Génesis nos son conocidos, eran verdaderos jeques nómadas, los cuales ejercían plena autoridad sobre su pueblo, que era su tribu. La misma organización continuó en Israel, aunque modificándose poco a poco por la adopción de la vida agrícola y del régimen monárquico. Ahora bien, en las tierras que rodean la Palestina tenemos todavía hoy multitud de tribus nómadas que no han variado substancialmente el régimen de vida desde la época de los patriarcas. Como en Grecia la unidad política era la ciudad, la polis, así entre los nómadas es la qabilah, la tribu. Los orígenes de las tribus remontan, según la concepción de los árabes, a un solo progenitor, cuyo nombre llevan. Esto no quita que haya sobre los orígenes de las tribus leyendas muy variadas y hasta contradictorias; mas, por encima de todo, el árabe afirmará que la tribu vendrá de un solo antepasado, de aquel de quien recibió el nombre. La tribu se divide en asirás o hámulos, familias, y ahel, casas. Por sabido se calla que las tribus están sometidas a la misma ley que las ciudades. La guerra, que es continua entre ellas; el hambre y la peste, que no deja de visitarlas, acaban muchas veces con tribus, con familias o casas, y otros accidentes dan origen a tribus nuevas, sea por natural crecimiento de una agrupación menor, sea por la unión de agrupaciones diferentes. Sería extraño que en Israel no mediara lo mismo, aunque la Escritura no lo consigne. La tribu está bajo la autoridad suprema de un jeque, y asimismo al frente de la asiroh, de la ha-mulah y de la ahel hay una cabeza, si bien con autoridad menor y subordinada a la del jeque. La autoridad de éste es hereditaria en su familia. Esto no quiere decir que pase necesariamente de padre a hijo; porque los árabes aspiran ante todo a tener a su cabeza quien sepa cuidarlos en la paz y en la guerra, y, si el hijo mayor del jeque muerto no reúne las debidas condiciones, pondrán los ojos en un hermano suyo menor o en un tío. Y hasta se darán casos en que escojan por jeque a otro individuo extraño a la familia, que se distinga por su prudencia en la paz, por su valentía en la guerra y por su generosidad en todo lugar y tiempo. La autoridad del jeque es suprema sobre todo en la guerra. Pero la ejerce en forma paternal, procurando proteger la tribu y a todos sus individuos, fomentar la paz entre ellos y defenderlos de toda injuria. En muchos casos deberá contar con el consejo de los jeques inferiores.
Israel bajo Moisés. ¿Cuál era la organización de los hebreos en Egipto? Sin duda que, bajo la autoridad del faraón y de sus funcionarios, Israel vivía allí con cierta libertad y conservaba su antigua organización nomádica. El texto sagrado no dice nada; pero estamos seguros, por la historia subsiguiente, que no había renunciado a su organización tradicional para adoptar la egipcia. Cuando Moisés recibe de Dios la misión de librar a su pueblo y conducirlo a la tierra prometida, recibió una autoridad suprema, que podremos llamar dictatorial. Dictadura ejercida paternalmente y con la frecuente intervención de Dios.
En los comienzos del Éxodo se habla del pueblo como si formara una unidad. Y, sin duda, Israel era un pueblo, unido por los vínculos de la sangre y por la religión. Algún historiador de Israel nos habla de una federación de las tribus, sin carta alguna escrita, como es claro. Señal de esto será la mención que se hace de los ancianos. Esta palabra "anciano" (zaqen en hebreo) es la equivalente a la de jeque de tribu, o cabeza de las agrupaciones inferiores a la tribu. Son los representantes del pueblo, los príncipes de la asamblea. En las tribus árabes, el jeque es el juez de su tribu, pero su autoridad no es tal que los miembros de la tribu no puedan acudir a otros jueces árbitros reconocidos por todos como varones prudentes y conocedores de la complicada jurisprudencia del desierto. Según nos lo presenta el Éxodo, Moisés, por la autoridad de su misión divina y por el crédito de su persona, era el juez a quien acudía el pueblo con todos sus pleitos. Y el pobre caudillo se pasaba los días agobiado por el trabajo de oír la infinidad de prolijos alegatos, para luego dar el correspondiente fallo. Al visitarle su suegro le aconseja cambiar de conducta, y, obediente al consejo, "eligió entre todo el pueblo a hombres capaces, que puso sobre el pueblo como jefes de millar, de centena, de cincuenta y de decena. Ellos juzgaban al pueblo en todo tiempo y llevaban a Moisés los asuntos graves, resolviendo por sí todos los pequeños". Esto significa que Moisés encomendó a los jefes de las tribus y de las otras agrupaciones inferiores el entender en los negocios de los suyos, reservándose las causas más graves. De éstos eran, sin duda, aquellos setenta ancianos que con Aarón, Nadab y Abiú acompañaron a Moisés hasta la falda del monte al que Moisés subió para recibir los planes de la organización del culto. En aquella ocasión delegó el caudillo en Aarón y Hur su autoridad para los negocios graves que pudieran ocurrir.
En Nm 11, 16 se nos cuenta una nueva insubordinación del pueblo, y el caudillo siente desfallecer su ánimo ante esta actitud sediciosa, y una vez más pide a Dios que le quite una carga que sus hombros no pueden llevar. Dios responde a Moisés proveyéndole de un sostén a su ánimo abatido. "Elígeme -le dice- a setenta varones de los hijos de Israel, de los que tú sabes que son ancianos del pueblo y de sus principales, y tráelos a la puerta del tabernáculo, y que esperen allí contigo. Yo descenderé y hablaré contigo allí, y tomaré del espíritu que hay en ti y lo pondré sobre ellos para que te ayuden a llevar la carga del pueblo y no la lleves tú solo" (Dt 11, 16ss). Y así se cumplió. Los elegidos de Nm 11, 16ss han de ser ancianos, es decir, jeques, y además que gocen de prestigio. A éstos les comunicará el Señor su espíritu de inteligencia, consejo y fortaleza, como a Moisés, para que ayuden a éste a llevar el gobierno del pueblo. Creemos que estos setenta no son otros que los nombrados en el Éxodo. En Dt 29, 9 se enumeran así los elementos constitutivos del pueblo: "Los jefes de vuestras tribus, los jueces, los ancianos y los oficiales o escribas, los varones todos de Israel." La lista se alarga y no es fácil ajustaría a los datos precedentes.
En el texto los jeques de las tribus no son innominados. Siempre se los menciona por sus nombres propios, y así como Israel es "el ejército de Dios," así estos jeques vienen a ser los generales del cuerpo de ejército que forma su tribu. Pero Moisés es la suprema autoridad, que recibe las órdenes de Dios, y a su lado, como segundo, está Aarón nada más.
En suma, que es Moisés quien ejerce la autoridad suprema en Israel. Aunque, a la verdad, mejor pudiéramos decir que es Dios mismo el verdadero caudillo de su pueblo por medio de Moisés. Como auxiliares para juzgar al pueblo y para ayudarle en el gobierno están los jueces menores, o los setenta, llenos del espíritu de Dios. De ellos no sabemos qué autoridad pudieron ejercer, pero hemos de pensar que sería, poco más o menos, la que antes de Moisés gozaban. Tenemos, pues, aquí una monarquía teocrática, o, si se quiere, dictadura, templada con la aristocracia, y todo ello en beneficio del pueblo.
Finalmente, la principal amonestación al futuro rey se refiere a la necesidad de que se adapte a las exigencias de esta Ley, de la que debe tener una copia según el original que está en poder de los sacerdotes levíticos (v.18). Es el libro del que se habla en Dt 31, 9-26, confiado por Moisés a los levitas para que lo guarden cuidadosamente junto al arca de la alianza como testimonio contra el pueblo rebelde. El rey debe leer diariamente esta Ley para ser fiel a ella (v.19). El creador de la monarquía israelita, Samuel, expuso al pueblo los derechos de la realeza con sus deberes correspondientes, sin olvidar los peligros de la nueva institución. Las exigencias de la ley deuteronómica sobre la realeza están en la misma línea, si bien son más genéricas. La institución monárquica está aquí concebida como una organización que no tiene nada que ver con el despotismo oriental, ya que se ponen cortapisas al rey, que debe vivir conforme a las exigencias de un código jurídico, de forma que no se alce su corazón sobre el de sus hermanos (v.20). ¡Hermosa fórmula para establecer las bases de una institución autoritaria, pero al servicio de Dios y del pueblo!

Dt 18, 1-22. Organizaciones Religiosas

Dt 18, 1-8. Los Sacerdotes Levíticos

Esta perícopa nos plantea con más viveza el problema del origen del sacerdocio, del cual hemos hablado comentando Nm 18, 20. Ya hemos visto cómo la tribu de Leví no tuvo parte en la distribución de Canaán, y por eso se le asignan ciertos derechos sobre las oblaciones y sacrificios del culto. Aquí sólo se enumera la parte que les corresponde de los sacrificios de combustión (v.1). Nada se dice de los primogénitos, aunque se mencionan las primicias del mosto, aceite y el esquileo de las ovejas (v.4). Todo esto era suficiente para el sustento de los sacerdotes levíticos que moraban en el santuario nacional, pero no en los otros lugares. Por eso el Deuteronomio habla siempre de los levitas como clase necesitada, encomendada a la caridad de los fieles. Aquí se les invita a ir al santuario nacional, dejando otros lugares de culto en los "altos" (bamot), en los que no faltaban prácticas supersticiosas. Cuando Josías hizo efectiva la ley de la unidad del santuario, destruyendo los otros lugares de culto, hizo venir a Jerusalén de las ciudades de Judá a todos los sacerdotes desde Gueba hasta Bersabé, es decir, todo el territorio del reino de Judá. "Sin embargo, los sacerdotes de los altos (bamot) no subían al altar de Yahvé en Jerusalén, sino que comían los panes ácimos de sus hermanos." No se les consideraba dignos de ejercer plenamente las funciones sacerdotales. El profeta Ezequiel, en la descripción ideal que nos hace en los días de la futura restauración, dice que aquellos levitas que se apartaron de Yahvé cuando Israel se alejó de Dios, yéndose tras los ídolos, llevarán su iniquidad, "sirviendo en mi santuario de guardias de las puertas de las casas...; degollarán los holocaustos y las víctimas... y estarán ante él para servirle." Sólo los que fueron fieles a Yahvé ejercerán funciones sacerdotales. Es la división entre sacerdotes y levitas.
La denominación aquí de sacerdotes levíticos se ha de entender en el sentido de pertenecientes a la tribu de Leví, en contraposición a otros falsos sacerdotes que no eran de ésta. En el contexto parece que se distinguen los derechos de sacerdotes y levitas; los v.1-2 se refieren a los derechos de los pertenecientes a la tribu de Leví en general; los v. 3-5, en cambio, aluden a los derechos de los sacerdotes propiamente tales, y los v. 6-8, a los de los simples levitas que se acercan al santuario único para ejercer su ministerio. La expresión sacerdotes levíticos se encuentra también en Ne 10, 28-35, cuando estaban bien distinguidas las dos clases de sacerdotes y levitas. El deuteronomista, al hablar de los derechos de los pertenecientes a la tribu de Leví, distingue sacrificios y su heredad (v.1). Entre los primeros entran toda clase de sacrificios (holocaustos pacíficos, etc.) y oblaciones, y bajo el nombre de heredad se alude a las primicias del campo, que pertenecen a Yahvé, quien los otorga, a su vez, a los que le sirven en el santuario.
Después determina las partes concretas de la víctima que corresponden a los sacerdotes, que son el brazuelo, las mandíbulas y el cuajar (v.3), lo que no coincide exactamente con la legislación levítica. Algunos autores han propuesto que aquí el deuteronomista se refiere a las víctimas no ofrecidas en el santuario, sino sacrificadas en las casas de los dueños; otros, en cambio, creen que se trata de partes de verdaderos sacrificios sagrados y que la nueva legislación es una exigencia más en favor de la clase sacerdotal. El deuteronomista añade un nuevo ingreso a favor de los sacerdotes: las primicias del esquileo de las ovejas además de las del trigo, mosto y aceite, previsto en Nm 18, 12. Estas exigencias eran un reconocimiento de la elección de la clase sacerdotal para servir a Yahvé (v.5). Como este v.8 aparece casi igual en 10, 8, no pocos autores lo consideran como adición de un glosista que quiere destacar la elección divina de los hijos de Aarón.
En los v. 6-8 se habla del derecho del levita a ministrar en el santuario elegido por Yahvé. Algunos autores creen que son los sacerdotes en general, que, al ser destruidos los santuarios locales por la reforma de Josías (722 a.C.), tuvieron que refugiarse en Jerusalén, y en ese supuesto el legislador les permite los mismos derechos en el templo de Jerusalén que a los que eran sacerdotes habituales del mismo. Pero, según 2R 23, 8-9, a estos sacerdotes advenedizos, procedentes de los santuarios locales destruidos, no se les permitió "subir al altar de Yahvé," sino sólo "comer panes ácimos en medio de sus hermanos." Lo que sí es claro es que el deuteronomista no alude para nada a las 48 ciudades destinadas a residencia de los levitas. De esta asimilación de los levitas en derechos a los de Jerusalén quedan excluidos los "sacerdotes de los ídolos y los magos," es decir, los que han tomado parte en cultos idolátricos.

Dt 18, 9-22. Los Profetas

Siguiendo la enumeración de las instituciones que han de dirigir la vida religiosa y civil de Israel (monarquía, judicatura), el deuteronomista añade una nueva, que ha de tener gran importancia en determinadas épocas de la vida de Israel: el profetismo. Es uno de los grandes regalos que Dios hizo al pueblo elegido. Los antiguos eran sobremanera supersticiosos, y entre los cananeos pululaban magos, hechiceros y adivinos, que pretendían predecir el futuro. El legislador hebraico quiere evitar el contagio de estas costumbres gentílicas en su pueblo, y enumera las prácticas abominables e incompatibles con el espíritu de la religión: el sacrificio de niños a Moloc, la adivinación, la magia, los encantamientos y la consulta a los muertos (v.10-11). Todo ello es abominación para Yahvé. La práctica de quemar niños a Moloc iba unida a los augurios y adivinaciones, y bajo este aspecto la considera ahora el hagiógrafo. Parece se atribuía al sacrificio del hijo un poder mágico especial para adivinar el futuro. El autor sagrado sale al paso de toda práctica adivinatoria, pues sólo Yahvé puede comunicar el futuro a los hombres. Pero, conociendo el legislador hebreo el punto flaco de su pueblo, propenso a estas prácticas y ansioso de conocer el porvenir, le había dado la práctica del urim y el tummim para consultar a Dios por medio de suertes, de que se valieron Saúl y David por el ministerio de los sacerdotes. Pero de este método no se vuelve a hacer mención en todo el curso de la historia posterior. En vez de este procedimiento primitivo, David, cuando fue rey en Jerusalén, tuvo por consejero y profeta a Natán. Esta práctica se generaliza, y así es frecuente que los reyes consulten a los profetas. David consulta a Natán sobre la conveniencia de levantar un templo a Yahvé, Josafat busca un profeta para consultarle sobre la empresa guerrera contra Ramot de Galaad, Ezequías consulta a Isaías cuando recibió la intimación del representante de Senaquerib y Sedecías consulta a Jeremías sobre la suerte de Jerusalén, cercada por los babilonios. El deuteronomista se hace eco de la presencia de esta benemérita institución y busca sus orígenes en los tiempos mosaicos. La finalidad principal de ella según el legislador deuteronómico es sustituir a los adivinos y hechiceros, de forma que el pueblo fiel puede también conocer la voluntad de Dios en determinadas circunstancias y la conducta a seguir conforme a las exigencias del futuro.
La predicción del futuro estaba muy en boga entre los babilonios. El baru era el encargado de descubrirlo con prácticas mágicas y adivinatorias. Los filisteos tenían también sus adivinos. En Egipto, el dios Tot era el inventor de la magia y de la hechicería. También era corriente la consulta a los muertos o necromancía. Todas estas prácticas estuvieron de moda en la aristocracia judaica en tiempos del impío rey Manasés (s.VII a.C.). El deuteronomista reacciona contra ellas, presentando la institución profética como único medio de conocer el futuro revelado por el mismo Dios. Todas esas prácticas adivinatorias están impregnadas de idolatría, y, por tanto, son abominación a Yahvé. Por ello, los cananeos van a ser arrojados de su tierra, para ser suplantados por los israelitas (v.14). Israel, si ha de permanecer en esta tierra, tiene que evitarlas; de lo contrario, sufrirá la misma suerte.
La institución profética, pues, se ordena a encauzar y a sustituir la práctica de las consultas adivinatorias. Después de Moisés, Dios suscitará un profeta como él, al que se ha de acudir como intermediario entre Dios y el pueblo, como Moisés lo había sido en el monte Horeb (v.16). Los fulgores del Sinaí tenían aterrados a los israelitas, y éstos pidieron a Dios que no les hablara directamente, sino a través de Moisés, su profeta. En adelante, los israelitas tendrán también un profeta que les responda en nombre de Dios. El contexto, pues, sugiere que profeta se ha de entender en sentido colectivo, como institución permanente, ya que se trata de llenar un vacío en la sociedad israelita. Es, pues, una institución, como la monarquía y la judicatura, de las que se habló antes, las cuales constituyen el armazón de la sociedad israelita teocrática.
Estos profetas deben surgir del pueblo israelita, a diferencia de los adivinos, que solían ser de procedencia extranjera. Serán semejantes a Moisés, en el sentido de que serán intermediarios entre Yahvé y el pueblo. Recibirán comunicaciones y revelaciones divinas directamente, de suerte que puede transmitir las palabras de Yahvé al pueblo (v.18). En este sentido, se equiparan al propio Moisés. Por eso se les ha de escuchar como al propio Yahvé; de lo contrario, el pueblo será castigado como rebelde y contumaz (v.19). Por otra parte, se establece la muerte para el falso profeta que transmitiera palabras de parte de Dios sin haberlas recibido (v.20). Los falsos profetas pululaban en tiempos de la monarquía, explotando la credulidad del pueblo y halagando las pasiones políticas del mismo y de los reyes. Su calidad de profeta verdadero se ha de conocer por la altura y moralidad de sus oráculos y, sobre todo, por el cumplimiento de los mismos (v.22). Aquí profeta se toma, pues, en el sentido de vaticinador del futuro.
La tradición judaico-cristiana ha dado a este anuncio del futuro profeta prometido en el texto de Dt 18, 18 un sentido mesiánico. Jesucristo parece aludir a éste cuando dice a los judíos que Moisés escribió de Él. San Pedro aplica este texto a Jesús Profeta, y asimismo San Esteban. No pocos Santos Padres aplican en sentido personal el texto a Jesucristo. La generalidad de los comentaristas modernos entienden -por exigencias del contexto- la palabra profeta en sentido colectivo, es decir, de la institución profética paralela a la institución de la monarquía y de la judicatura, de las que se habla poco antes. No obstante, esto no excluye un sentido mesiánico y aun personal, en cuanto que Cristo es la culminación del profetismo ("summum analogatum"), y en este supuesto el texto puede aplicarse a Él en sentido literal pleno, salvándose así las alusiones de Cristo y de los apóstoles al mismo.

Dt 19, 1-21. Leyes Complementarias

Dt 19, 1-13. Ciudades de Refugio

Una vez más, el legislador habla de las ciudades de refugio, que serán tres en la tierra prometida o Canaán. Deben estar convenientemente distribuidas, y en buenas condiciones los caminos que a ellas se dirigen, para que el homicida involuntario pueda encontrar refugio en ellas, protegiéndose contra el vengador de la sangre, que le buscará implacablemente por exigencias de la reciprocidad. Se prevén otras tres ciudades de refugio si el territorio de Israel se ensancha hacia Transjordania. Substancialmente, la legislación y su aplicación es la misma que en los textos legislativos anteriores. El legislador no prohíbe el derecho de venganza expresamente, pero procura defender al inocente con estas ciudades de refugio. Naturalmente, el asesino no las puede utilizar, y caso de que se refugie en ellas, debe ser entregado al vengador de la sangre (v.12). Esta legislación deuteronómica parece ser anterior a la que hemos visto en el libro de los Números.

Dt 19, 14-21. Cambio de Lindes y Prueba Testifical

La propiedad se consideraba como algo sagrado, y por eso se prohibe cambiar los lindes fraudulentamente. Entre los babilonios, estos mojones se llamaban kudurru, y llevaban símbolos de deidades, con amenazas contra los que los cambiaran. Entre los romanos se veneraba al dios terminus, como custodio de la propiedad de los campos.
El precepto legal del v.15 es una repetición de Nm 35, 30 y Dt 17, 6. Un solo testigo no basta para fundamentar una sentencia. Las sanciones contra el falso acusador son también la sencilla aplicación de la ley del talión, establecida en Ex 21, 23. Se determina el modo de probar el delito de acusación falsa. Para ello se acudirá al tribunal supremo establecido, integrado por sacerdotes y jueces en funciones. A ellos toca investigar la malicia del acusador y fijar la pena al tenor del principio del talión. Los primeros artículos del código de Hammurabi tratan también de los falsos acusadores e imponen la ley del talión contra ellos, es decir, deben sufrir la pena que ellos querían imponer al acusado.

Dt 20, 1-20. Derecho de Guerra

Este capítulo interrumpe la ilación lógica entre el c.19 y el 21, en los que se trata de cuestiones relativas a homicidios y juicios; por eso estaría mejor colocado después Dt 21, 9, sirviendo de introducción a Dt 21, 10-14.
Israel, cuando se vea obligada a emprender empresas bélicas, no debe asustarse ante el poderío militar de sus enemigos. No sólo los ejércitos mesopotámicos y los de Egipto tenían caballería con carros, que era el pánico de la época, sino los mismos reyezuelos cananeos. Israel, frente a esta preparación militar, estaba en plan de inferioridad, pero tenía la protección de Yahvé, que combatiría por él. Los sacerdotes deben exhortar al pueblo al combate haciéndoles ver que con ellos está el brazo omnipotente de Yahvé (v.2). En un alarde de humanitarismo, quedan excluidos del combate los que hayan construido una nueva casa, hayan plantado una viña o se hayan desposado (v.5-7). Incluso los tímidos tienen libertad para volver a sus casas (v.8). Era un modo de invitarlos a hacer un gesto de valentía. Con todo, el legislador sabe que los de ánimo apocado pueden sembrar el pánico en el combate y ser causa de un desastre.
Cuanto a las normas de la guerra, el legislador distingue la guerra de conquista cananea y la guerra contra los pueblos del exterior. Los cananeos deben ser exterminados, entregados al "anatema" (jerem), para que no sean ocasión de prevaricación con sus cultos para los hebreos (v.18). Sin embargo, este exterminio no fue tan general, ya que de hecho los cananeos convivieron con los israelitas por mucho tiempo, y el mismo Dios no permite su extinción, para que la tierra no quede despoblada y se llene de fieras. Los hebreos se acomodaron en estas leyes de guerra a las costumbres bárbaras de la época. Con todo, en la Biblia aparecen muchas frases generales hechas que no se han de tomar al pie de la letra, y, por otra parte, el hagiógrafo quiere con ellas, sobre todo, dar a entender la aversión que el pueblo israelita ha de tener hacia las prácticas idolátricas de los cananeos. Respecto de los otros pueblos, las leyes de guerra son más humanas, aunque están muy lejos de las exigencias del derecho internacional actual y aun del derecho natural. Ante todo, se ha de ofrecer la paz cuando se quiere asaltar una ciudad. Si el enemigo se entrega, se le someterá a un tributo; en caso contrario, los hombres de guerra morirán al filo de la espada (v.13). Las mujeres, niños y ganados serán contados como botín. Se prohíbe también talar los árboles frutales, lo que no deja de ser una novedad, ya que los reyes asirios se glorían de devastar todos los campos, talando los árboles y sembrando la ruina por doquier. El legislador considera los árboles como algo útil y, por otra parte, inofensivo contra los invasores israelitas, y, en consecuencia, ordena que no se deben ensañar con ellos (v.20).

El Derecho de Guerra en Israel

Al crear Dios la primera pareja humana, los bendijo, diciendo: Creced, multiplicaos y henchid la tierra, sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre cuanto vive y se mueve sobre la tierra (Gn 1, 28). La misma bendición otorgó Dios a Noé y a su familia al salir del arca después del diluvio (9, 1ss). ¿Cómo llegó a realizarse esta bendición, que es, a la vez, un mandato divino? A medida que el hombre se iba multiplicando y se convertían las familias en tribus, se iban esparciendo por la tierra, que estaba despoblada. Pero, creciendo más y multiplicándose las tribus, convertidas en naciones, vendrían a encontrarse sobre el mismo territorio, acomodándose a vivir juntos en una región o entablando una lucha a muerte por la posesión exclusiva de la tierra. Cuando en una región determinada crece la población y encuentra difícil el vivir con los medios que le produce, vienen las emigraciones de los pueblos en busca de nuevo asiento; y, si dan con una región que por sus condiciones los atraiga, se lanzarán sobre ella apoyados en el derecho de su necesidad y el de su fuerza. Tal es la historia de las invasiones, origen a veces de guerras prolongadas. En el siglo primero antes de la era cristiana comenzaron las tribus germanas a pasar el Rin y lanzarse sobre el Occidente. Las victorias de Mario primero y luego las de César las contuvieron, pero luego volvieron a la carga. Mientras el Imperio estuvo fuerte logró contenerlos. Cuando perdió su fuerza, los germanos atravesaron el Rin y el Danubio e invadieron las provincias del Imperio, deseosos de asentarse en ellas, como lo verificaron. La Providencia divina, que gobierna el mundo, se vale de estos movimientos de los pueblos para regenerar los que se hallan agotados por sus vicios, haciendo así efectivo el mandato dado al principio al hombre de dominar la tierra.
La historia actual nos presenta el mismo problema en otra forma. Hay naciones especialmente prolíficas que no pueden hallar medios suficientes de vida dentro del territorio que ocupan. De ahí la necesidad de ampliar por la conquista su territorio o buscar en la emigración lo que no hallan en su patria. Esto se logra sin derramamiento de sangre, aquello produce guerras sangrientas.
Otra forma del mismo problema es la lucha social. Por causas históricas, una pequeña porción de la sociedad viene a hacerse dueña del territorio nacional, quedando el resto privado de su aprovechamiento. Al fin viene la lucha, que podrá revestir variadas formas, hasta que de algún modo se resuelva el conflicto, y los que no tenían nada alcancen, por un camino o por otro, medios de vida.
El Caso de Israel. Empujados por una ley histórica, los patriarcas hebreos invaden Canaán, todavía poco poblado, y logran vivir allí una vida nómada entre los pueblos sedentarios. La necesidad los lleva, como a tantos otros, a las fértiles orillas del Nilo, donde se multiplican, y, no pudiendo desarrollarse libremente, sienten la necesidad de abandonar la tierra en que por algún tiempo habían hallado su prosperidad. Al fin conquistan la libertad deseada y salen de Egipto. ¿Qué hacer, pues, ya que el desierto no les ofrece medios de vida, a ellos que estaban hechos a la vida fácil de las riberas del Nilo? La tierra de Canaán, habitada anteriormente por sus padres, se presentaba ante sus ojos ocupada por pueblos sin grande fuerza, porque carecían de unidad. Y tuvo lugar la invasión. Hay motivos para dudar de que el relato que la tradición bíblica nos ofrece sea completo, pero eso no importa mucho a nuestro propósito; el hecho de que Canaán fue invadida por los hebreos y que éstos, al cabo de algún tiempo, se adueñaron de ella, exceptuada la parte de la costa, ocupada por los filisteos, no ofrece duda. Tal sería el hecho considerado a la luz de las leyes históricas, que no son extrañas a la providencia de Dios.
El Género Literario Religioso. Pero la Biblia nos lo cuenta siguiendo otros principios: los principios religiosos. Conviene tener presente lo que en la historia narrada según estos principios hay de género literario. Esto sin perjuicio de la revelación divina, que muchos argumentos históricos nos obliga a admitir. En los documentos históricos de Egipto, Asiria y Babilonia, los reyes proceden en todas sus empresas según las disposiciones de sus dioses, los cuales, a su vez, ayudan para que sus oráculos se cumplan. El mismo Mesa, rey de Moab, en la guerra que hubo de sostener contra los israelitas, y de la cual cuenta en su estela que salió victorioso gracias a la ayuda de su dios nacional Camos, nos dice que obró también siguiendo los mandatos del dios. En la Biblia todo procede según los órdenes de Yahvé, el cual no sólo da al pueblo las leyes por que se ha de regir, sino que señala los sitios en que se ha de acampar y los días que en cada sitio debe permanecer. Israel no da un paso sin la orden expresa de Yahvé. Hay aquí algo de género literario, en que se expresa la especial providencia con que Dios regía la vida de su pueblo, a quien había señalado tan altos destinos cuales eran los de preparar la obra del Mesías. No es menor la asistencia de Jesucristo a su Iglesia, y, no obstante, la vida de ésta no está exenta de las leyes históricas, como tampoco lo están la vida de sus santos. Hoy todos confiesan que la antigua hagiografía, que hacía de la vida de éstos un continuo milagro, ni es histórica ni edificante siquiera.
En el Génesis, Dios promete a los patriarcas la posesión de la tierra de Canaán, la tierra de sus peregrinaciones (Gn 13, 14-38; Gn 16, 13ss). Luego envía a Moisés, para que, sacando a su pueblo de Egipto, le introduzca en la tierra prometida a los padres (Ex 3, 7ss; Ex 6, 1ss). En el Sinaí habla Dios así a Israel: "Yo mandaré un ángel ante ti para que te defienda en el camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto. Acátale y escucha su voz, no le resistas, porque no perdonará vuestras rebeliones y porque lleva mi nombre. Pero si le escuchas y haces cuanto él te diga, yo seré enemigo de tus enemigos y afligiré a los que te aflijan, pues mi ángel marchará delante de ti y te conducirá a la tierra de los amorreos, de los jeteos, de los fereceos, de los cananeos, de los jeveos y de los jebuseos, que yo exterminaré. No adores a sus dioses ni les sirvas, no imites sus costumbres y derriba y destruye sus cipos... Mi terror te precederá y perturbará a todos los pueblos a que llegues, y todos tus enemigos volverán ante ti las espaldas, y mandaré ante ti tábanos, que pondrán en fuga a jeveos, cananeos y jéteos delante de ti. No los arrojaré en un solo año, no quede la tierra desierta y se multipliquen contra ti las fieras. Poco a poco los haré desaparecer ante ti hasta que crezcas y poseas la tierra. Pondré en tu mano a los habitantes de esa tierra y los arrojarás de tu presencia. No pactarás con ellos ni con sus dioses, no sea que, habitando en tu tierra, te hagan pecar contra mí y sirvas a sus dioses, lo que sería tu ruina" (Ex 23, 20-33).
Si nos fijamos un poco en esta larga cita, echaremos de ver que lo primero en que Dios insiste es en la destrucción de la religión cananea, a fin de evitar el escándalo de su pueblo. Promete su eficaz ayuda para realizar la conquista, pero anunciando que ésta será lenta. La razón alegada es una prueba de que los hebreos no alcanzaran la enorme cifra de 600.000 hombres armados, pues con ésos y los demás viejos, mujeres y niños, la tierra de Canaán quedaría más que superpoblada.
Una orden paralela hasta en las palabras la leemos: "Yo arrojaré de ante ti al amorreo, al cananeo, al jeteo, al fereceo, al jeveo y al jebuseo. Guárdate de pactar con los habitantes de la tierra contra la cual vas, pues sería para vosotros la ruina. Derribad sus altares, sus cipos; destrozad sus "aseras" (Ex 34, 11-13). Son, en substancia, las mismas ideas del Deuteronomio.
Reglamentación De La Guerra. Todavía vuelve a insistir, al reglamentar el modo de hacer la guerra a las ciudades lejanas "que no sean de las ciudades de estas gentes. Porque en las ciudades de las gentes que Yahvé, tu Dios, te da por heredad, no dejarás con vida nada de cuanto respira; darás al anatema esos pueblos: a los jéteos, amorreos, cananeos, fereceos, jeveos y jebuseos, como Yahvé, tu Dios, te lo ha mandado, para que no aprendáis a imitar las abominaciones a que esas gentes se entregan para con sus dioses y no pequéis contra Yahvé, vuestro Dios" (Dt 20, 15-18).
De todos estos textos sacamos en conclusión la insistencia con que se manda destruir todos los santuarios cananeos, para que no sirvan de escándalo a Israel. Hay que borrar hasta la memoria de las abominaciones idolátricas de los habitantes de Canaán. La razón de esta disposición es clara y no implica ningún problema. En esto insiste también otro pasaje de Nm 33, 52: "Cuando hubiereis pasado el Jordán para entrar en la tierra de Canaán, arrojad de delante de vosotros a todos los habitantes de la tierra y destruid todas sus esculturas y todas sus imágenes fundidas, y devastad todos sus excelsos." Pero, además de la religión, se ordena "arrojar delante de sí a todos sus habitantes," igual que leemos en el Éxodo. Esto no es destruir la población, sino anular su influencia, en cuanto pueda constituir un peligro para la vida moral y religiosa de Israel. Aquí la palabra jerem (anatema), que a veces leemos en el Deuteronomio, no tiene el sentido propio, sino otro más genérico, pedido por el estilo oratorio del libro.
El Problema Moral. Con todo, esto implica un grave problema de orden moral: ¿Será posible que semejante legislación venga del cielo? Cuando en el c.18 del Génesis leemos en qué manera condesciende Yahvé con las súplicas de Abrahán en favor de los moradores de Sodoma, cuyos vicios clamaban a Dios pidiendo castigo (Gn 18, 20ss), no podemos menos de reconocer que tales palabras son una consoladora revelación de lo alto. También cuando leemos el precepto del amor del prójimo extendido a todos los moradores de Israel. Igual hemos de decir cuando oímos a Moisés declarar el sentido que encierra el nombre de Yahvé -misericordia hasta la milésima generación, y justicia sólo hasta la tercera-. Y cuando repetimos aquellas palabras del Salmo: "Porque su misericordia es eterna" (Sal 136, 1), sentimos ahí un preludio de aquellas otras de San Juan en que nos dice que Dios es Amor (1Jn 4, 8).
Ahora bien, Dios no se muda, porque es eterno. Y si en la Sagrada Escritura notamos alguna mudanza, esa mudanza tiene su causa en el hombre, que no es capaz de concebir las cosas divinas sino en función de su propio espíritu. La letra del texto sagrado parece querernos decir que Dios usa de estos rigores con los cananeos en castigo de sus crímenes. Pero éstos no clamaban al cielo con más fuerza que los cometidos después por su pueblo, y, para castigo de éstos, Dios, que dispone de los pueblos todos, levantaba bandera en los montes y convocaba a las naciones del aquilón (Is 5, 26). Mas hacía tal cosa actuando las leyes históricas y sirviéndose de las mismas ambiciones humanas. Por esto, a los que primero había empleado como instrumentos de su justicia, luego, por el mismo camino, los castigaba, a causa de la injusticia con que habían procedido (Is 13, 2-3). Es la Providencia divina, que gobierna el hombre respetando su libertad. Si otra cosa aparece en los libros históricos de la Sagrada Escritura, habremos de atribuirlo a aquel género literario que antes llamamos religioso, en que parece que el hombre no sabe moverse sino bajo la expresa orden de la divinidad. Gamos, el dios nacional de Moab, no era sino una creación del espíritu moabita, y de este mismo espíritu procedían las órdenes de Gamos, de que Mesa nos habla en su inscripción. No podemos decir otro tanto de Yahvé, el Dios que hizo el cielo y la tierra, que eligió a Israel y le destinó para preparar la grande obra de sus misericordias, la obra de su Verbo encarnado; pero todavía tendremos que admitir que, en la concepción del gobierno divino sobre Israel, entra por mucho la mentalidad del pueblo, muy parecida a la de Moab y de las naciones vecinas. En esto no hay que olvidar la ley del progreso, observada por Dios en la revelación divina, y con ella la efusión del Espíritu de Dios, que comunica a las almas para los días de su Hijo, de quien son estas palabras: Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés dar libelo de repudio (Mc 10, 5). Esta dureza impuso también al profeta de Dios otras muchas condescendencias. Y una de ellas era el modo de hacer la guerra.
La Conquista. Ya hemos visto atrás cómo consagran a Dios por anatema la ciudad, que de esto se llamará Jorma (Nm 21,3). Antes de entrar en Canaán, la tierra que tenían prometida, se apoderaron en la Transjordania de los reinos amorreos, que debió de parecerles muy buena presa. "Israel le derrotó (a Seón) al filo de la espada y se apoderó de su tierra, desde el Amón hasta Jaboc, hasta los amonitas, pues Jahsa era frontera de los amonitas. Conquistó Israel todas estas ciudades y habitó en las ciudades de los amorreos, en Hesebón y en todas las ciudades que de ella dependen... Envió Moisés a reconocer a Jazer, y se apoderaron de las ciudades que de ella dependían, expulsando de ellas a los amorreos, que en ellas habitaban, y, volviéndose, subieron camino de Basan, saliéndoles al encuentro Og, rey de Basan, con todo su pueblo, para dar la batalla en Edrai... Y le derrotaron a él y a toda su gente hasta no dejar ni uno, y se apoderaron de su tierra" (Nm 21, 25-35). Todo esto lo ejecutaron los hebreos de propia iniciativa, con el propósito de ocupar la tierra, sin el impedimento de sus antiguos poseedores. Y no inventaban normas nuevas de guerrear. Seguían las de su época.
Cuando luego entraron en Canaán, Jericó, la primera ciudad por ellos ocupada, fue entregada al anatema. Mirado este hecho desde el punto de vista de la religión antigua, venía a ser una hecatombe en obsequio de Yahvé, para merecer su ayuda en la conquista que empezaba. Considerado desde el punto militar, tenía por objeto sembrar el pánico entre los cananeos y facilitar su rendición o su conquista. En la segunda ciudad conquistada, Hai, parece haberse repartido el fruto de la victoria entre Yahvé y el pueblo, pues de ella dice Dios: "Trata a Hai y a su rey como trataste a Jericó y a su rey; pero el botín y el ganado tomadlo para vosotros" (Jos 8, 2).
La primera batalla contra los cananeos, que fue la de Gabaón, nos la describe el autor sagrado así: "Los cinco reyes huyeron y se refugiaron en la caverna de Maceda." Allí los encerró Josué para impedir que se le escapasen. El pueblo persiguió a los fugitivos "hasta exterminarlos", refugiándose en las ciudades fuertes los que pudieron escapar. Josué entonces mandó abrir la cueva y sacar a los cinco reyes: el de Jerusalén, el de Hebrón, el de Jerimot, el de Laquis y el de Eglón, y, llamando Josué a los jefes de Israel, les dijo: "Acercaos y poned el pie sobre su cuello." Lo hicieron así, y Josué añadió: "No temáis ni os acobardéis; sed firmes y valientes, pues así tratará Yahvé a todos vuestros enemigos." Después Josué hizo darles muerte "y los mandó colgar de cinco árboles, y allí estuvieron colgados hasta la tarde" (Jr 10, 16-26). Y, resumiendo toda la campaña del Mediodía, el texto nos dice: "Josué batió toda la tierra: la montaña, el mediodía, los llanos y las pendientes, con todos sus reyes, sin dejar escapar a nadie, y dando al anatema todo viviente, como lo había mandado Yahvé, Dios de Israel". La misma conducta observó el caudillo israelita en la campaña del Norte después de vencidos los cananeos junto al lago Merón (Jos 11, 12-15). Por fin, resumiendo la obra de Josué, dice el texto que "no hubo ciudad que hiciese paces con los hijos de Israel, fuera de los jeveos, que habitaban en Gabaón; todas las tomaron por la fuerza de las armas, porque era designio de Yahvé que estos pueblos endureciesen su corazón en hacer la guerra a Israel, para que Israel los diese al anatema, sin tener para ellos misericordia y los destruyera, como Yahvé se lo había mandado a Moisés" (Jos 11, 19-20). Sin embargo, la distribución de la tierra fue más bien una asignación de la parte que cada tribu debía conquistar. Esto nos dice el sentido de este resumen de la conquista llevada a cabo por Josué.
El c.1 de los Jueces traza un cuadro de la obra de cada una de las tribus para adueñarse de su heredad. La empresa fue acabada por David. Todo esto muestra cómo no podemos entender a la letra las expresiones tan universales de la Sagrada Escritura.
La Guerra Después de la Conquista. Pero no sólo en estas guerras de conquista. En el apéndice del libro se nos habla del castigo de Benjamín, y se dice que en la batalla última y decisiva cayeron de Benjamín 25.000 hombres, quedando sólo 600 en la peña de Rimón. Como si esto fuera poco, "los hijos de Israel se volvieron contra Benjamín y pasaron a filo de espada las ciudades, hombres y ganados y todo cuanto hallaron, e incendiaron cuantas ciudades encontraron" (Jc 20, 48). Después se reúnen en Betel y hacen una gran lamentación por la ruina de una tribu israelita. Cuando David se hallaba entre los filisteos, salía a hacer excursiones "contra los guesurianos, contra los fereceos y contra los amalecitas, pues todos éstos habitaban la región desde Telam por el sur hasta el Egipto." David asolaba sus tierras, sin dejar vivos hombre ni mujer, apoderándose de los ganados. "Esto hacía para que no le delatasen los supervivientes" (1S 27, 8-12). En comparación de esto, juzgaremos blanda la conducta del mismo David con los amonitas, a quienes condenó a trabajos forzados (2S 12, 31), y hasta la más dura guardada con los moabitas, "a los cuales batió, y, haciéndoles postrarse en tierra, los midió, echando sobre ellos las cuerdas, y a dos de las medidas las condenó a muerte, y a la otra la dejó con vida" (2S 8, 2). Tal modo de hacer la guerra nos parece ahora inhumano, pero era cosa corriente en la antigüedad.
Y leemos en 1R 20, 38 que los reyes de Israel tenían en Siria fama de misericordiosos.
En todas partes igual. Siglos más tarde, los griegos y romanos no habían suavizado los procedimientos guerreros. Representémonos dos pequeños ejércitos frente a frente. Cada uno lleva consigo las estatuas de sus dioses, el altar y las enseñas, que son emblemas sagrados; cada uno tiene sus oráculos, que le prometen éxito feliz; sus augures o adivinos, que le den seguridades de la victoria. En ambos ejércitos los soldados piensan como aquel griego de Eurípides: "Los dioses que combaten con nosotros son más fuertes que los que luchan por nuestros enemigos." Cada ejército pronuncia contra su contrario imprecaciones semejantes a ésta: "¡Oh dioses!, derramad el espanto, el terror y el mal entre nuestros enemigos. Que estos hombres y cuantos habitan en sus campos y en su ciudad sean privados de la luz del sol. Que su ciudad y sus campos, sus jefes y sus personas, os sean consagrados por el anatema."
Una guerra llevada a cabo según estos principios podía hacer desaparecer una ciudad, un pueblo. En virtud del derecho de guerra, Roma extendió la soledad en torno suyo y destruyó las numerosas ciudades de los volscos, latinos y samnitas. Cuando el vencedor no exterminaba a los vencidos, tenía el derecho de suprimir su ciudad, su religión, sus cultos. La fórmula de rendición solía ser ésta: "Yo entrego mi persona, mi ciudad, mi tierra, el agua que por ella corre, mis dioses-términos, mis templos con su mobiliario y cuanto pertenece a los dioses; todo lo entrego al pueblo romano."
Mucho de esto podemos verlo realizado en la conquista de Canaán por Israel. ¿Y podremos pensar que los que tales justicias ejecutaban se hacían más justos? ¿Que era el Dios que declaraba que todos los pueblos eran suyos quien imponía tales normas de exterminio? ¿No habrá lugar también aquí para decir: Por la ferocidad de vuestro corazón os permitió Dios obrar de esta manera?
La guerra con los pueblos no palestinos. El Deuteronomio suaviza un poco las leyes de la guerra cuando se trata de ciudades situadas fuera de la tierra prometida. El ejército va acompañado de los sacerdotes, que, en nombre de Dios, le hablan para alentarle, asegurándole que "Yahvé, vuestro Dios, marcha con vosotros para combatir contra vuestros enemigos." Luego los escribas publican un bando ordenando que se retiren los que hayan plantado una viña y no hayan gustado sus frutos, los recién casados y los cobardes, que puedan infundir desaliento en sus compañeros. Antes de atacar la ciudad le deben ofrecer la paz. Si la acepta, quedará sometido a tributo; si no la acepta, se la ataca hasta tomarla y pasar "a filo de espada a los hombres, perdonando a las mujeres, los niños y los ganados y cuanto haya en la ciudad. Todo su botín lo tomarás para ti, y podrás comer los despojos de tus enemigos que Yahvé, tu Dios, te da." Esto significa que, fuera de los muertos y los fugitivos, todo lo demás pasa al poder de Israel: las personas, como prisioneros o esclavos; los bienes, como botín. También esto es derecho antiguo, no bajado del cielo, sino creado por la ferocidad humana. Dios ama la paz y sus planes, tal como se nos dan a conocer en la Sagrada Escritura, son planes de paz. Por esto en el comienzo del Evangelio leemos: Los mansos poseerán la tierra. Cristo es el fin de la Ley, dice san Pablo; y los profetas habían dicho que el fin de la historia de Israel era el mesianismo. Dos aspectos de él se nos ofrecen en este artículo ligados a la conquista de Canaán y a las guerras de Israel.
Con la ocupación de Canaán, Dios había cumplido la promesa que desde el c.13 del Génesis venía repitiendo a los patriarcas y a sus hijos. Pero ese cumplimiento no era aún perfecto, según nos dicen los textos arriba citados, porque la conquista no fue desde el principio completa. Será David quien la acabará, y entonces el historiador sagrado podrá escribir que Judá e Israel habitaban la tierra sin temor alguno y que a la sombra de su parra y de su higuera gozaban de los frutos de la dulce paz (1R 4, 25). Esto sería para muchos el pleno cumplimiento de las antiguas promesas, pero no lo era para Dios.
La deportación de los pueblos a fin de extirpar en ellos las veleidades de sublevación era un principio político de los antiguos imperios semitas. Por eso en la Ley se amenaza a Israel con la deportación en castigo de su deslealtad a Yahvé. Y la deportación llegó para Israel el año 721, y para Judá, el 586. El primero fue trasladado por los asirios a la Asiria, y el segundo, por los caldeos a Caldea. Pero Dios, que en su justicia causaba las heridas, en su misericordia prometía sanarlas. Y los profetas, que con tan vivos colores nos pintan el inminente destierro del pueblo y la desolación de la tierra abandonada, luego prometen, con no menor entusiasmo, la vuelta a la patria y la plena restauración de ésta.
Amos, que es el más antiguo de los profetas escritores, nos describe la restauración de Israel después de la ruina: "Aquel día levantaré el tugurio caído de David, repararé sus brechas, alzaré sus ruinas y la reedificaré como en los días antiguos, para que conquisten los restos de Edom y los de todas las naciones sobre los cuales sea invocado mi nombre, dice Yahvé, que cumplirá todo esto. Vienen días, dice Yahvé, en que sin interrupción seguirá el que ara al que siega, el que vendimia al que siembra. Los montes destilarán mosto y correrá de todos los collados. Yo reconduciré a los cautivos de mi pueblo Israel, reedificarán sus ciudades devastadas y las habitarán; plantarán viñas y beberán su vino; harán huertas y comerán sus frutos. Los plantaré en su tierra y no serán ya más arrancados de la tierra que yo les he dado, dice Yahvé, tu Dios" (Am 9, 11-15). Así termina el libro de los oráculos de Amos.
Oseas, contemporáneo de Amos, que anunció también el destierro de Israel a Asiria, acaba sus oráculos en forma parecida.
El destierro de Judá fue predicho, sobre todo, por Jeremías y Ezequiel, que lo vieron con sus ojos y aun lo experimentaron, para que pudieran decir a los cautivos que, inducidos por falsos profetas, se habían burlado de ellos: "Ved si teníamos razón. Pues ahora creed en lo que os decimos." Y lo que les decían era que se volviesen a Dios, que el Señor volvería hacia ellos sus ojos de misericordia.
Oigamos a Jeremías: "Y tú, siervo mío Jacob, no temas; no tiembles, Israel, porque voy a libertarte de esta tierra lejana, y a tus hijos de la tierra de su cautividad. Jacob tornará y vivirá tranquilo y seguro, sin que nadie le perturbe. Porque yo estoy contigo para salvarte" (Jr 30, 10).
El profeta Ezequiel habla a los montes y valles de Israel, que habían soportado las burlas y escarnios de los vecinos, condenándolos como tierra que devora a sus habitantes.
"Así dice Yahvé: ¿Pues qué andan diciendo de ti, qué andan diciendo de ti: Eres una tierra que devoras a los hombres y matas a sus hijos? No devorarás ya más a los hombres, no matarás ya más a tus hijos y nunca más te haré oír los insultos de las gentes, ni tendrás que soportar los escarnios de los pueblos y no quedarán los tuyos privados de hijos, dice el Señor, Yahvé" (Ez 36, 7-15).
De esta suerte los profetas daban cuerpo a la idea grandiosa que el Señor hacía brillar en su mente sobre la restauración de Israel en los días gloriosos del Príncipe de la paz, los cuales veían ligados a la vuelta del cautiverio.
El reino de la paz. Las guerras sufridas por los hebreos, con todas las calamidades que llevaban consigo, hacían más deseada la paz, nuevo elemento para la descripción de la edad mesiánica.
Dios no tiene sino pensamientos de paz (Jr 29, 11; 1Co 1, 3). Esto nos significa lo que se cuenta al principio del Génesis: que, al crear Dios los animales y al hombre, sólo les asigna como alimento la verdura a los primeros, el grano y las frutas al segundo, en señal de cómo amaba la paz entre sus criaturas (Gn 1, 29). Luego se promete la paz al pueblo si observa la Ley. La guerra sólo vendrá sobre él en castigo de su infidelidad (Lv 26, 14ss; Dt 28, 19ss). No otro es el lenguaje de los profetas: "¡Ah!, si atendieras a mis leyes, tu paz sería como un río, y tu justicia como las olas del mar" (Is 48, 18).
La paz es el bien más deseable para el hombre, aunque de ordinario muestre tan poco aprecio de ella. Por esto no es de maravillar que los profetas nos presenten la edad mesiánica como una edad de paz, y al Rey-Mesías, como rey pacífico. Oseas es el primero en decirnos que en aquellos días Israel no se acordará de los baales y que Dios "hará un concierto en su favor con las bestias del campo, con las aves del cielo y con los reptiles de la tierra, y quebrará en la tierra el arco, la espada y la guerra, y hará que reposen seguros" (Os 2, 20). Isaías y Miqueas nos aseguran que muchedumbre de pueblos, "admirados de tanta paz que Dios dará a los pueblos" (Jr 3, 3-9) vendrán a Jerusalén en busca de Yahvé y de su palabra, y que Él "juzgará a las gentes y dictará sus leyes a numerosos pueblos, que de sus espadas harán rejas de arado, y de sus lanzas hoces. No alzarán la espada gente contra gente ni se ejercitarán para la guerra" (Is 2, 4; Mi 4, 3). Zacarías dice del Rey-Mesías que vendrá a Jerusalén "justo, salvador y humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna. Extirpará los carros de Efraín y los caballos en Jerusalén, y será roto el arco de guerra, y promulgará a las gentes la paz" (Za 9, 9ss).
En la época de Isaías, la Asiria y el Egipto eran las dos grandes potencias que aspiraban a dominar en Siria, y por esto se hacían la guerra. Pues dice Isaías que "en aquel día habrá camino de Egipto a Asiria y que el asirio irá a Egipto y el egipcio a Asiria; que los egipcios y asirios servirán a Yahvé. Aquel día Israel será tercero con el Egipto y la Asiria, como bendición en medio de la tierra, bendición de Yahvé Sebaot, que dice: "Bendito mi pueblo Egipto; Asiria, obra de mis manos, e Israel, mi heredad" (Is 19, 23-25). La guerra ha cesado; sólo reinará la paz.
Por eso, uno de los títulos que el mismo profeta da al Niño, sucesor de David, es el de "Príncipe de la paz, para dilatar el imperio y para una paz ilimitada" (Is 9, 6; Is 11, 6-11).
Ezequiel abunda en el mismo pensamiento al afirmar que el pacto de paz que con Israel establecerá será un pacto eterno y que pondrá en medio de ellos su morada por los siglos, que El será su Dios y ellos serán su pueblo, "y las gentes sabrán que es Yahvé quien los santificará cuando esté su santuario en medio de ellos por los siglos" (Ez 37, 26-28).
Pero esta paz no es una paz externa, impuesta y sostenida por la fuerza de las armas; "la paz será obra de la justicia, y el fruto de la justicia el reposo y la seguridad para siempre. Mi pueblo habitará en morada de paz, en habitación de seguridad, en asilo de reposo" (Is 32, 17ss; Is 54, 3).
Si ahora queremos entender el hondo sentido de todas estas promesas que el Espíritu Santo inspiraba a sus profetas, empecemos por recordar las palabras del divino Maestro que dicen: "No penséis que he venido a poner paz, sino espada. Porque he venido a separar al hombre de su padre y a la hija de su madre y a la nuera de su suegra y los enemigos del hombre serán los de su casa" (Mt 10, 34-36).
Esto significa que las luchas no cesarán en la tierra después que los ángeles cantaron "paz en la tierra a los hombres de buena voluntad." Las guerras continúan entre los pueblos cada vez más feroces y destructores. El Señor, en su inescrutable providencia, las tolera y las ordena, como todas las cosas, a la salud de los elegidos. La paz exterior parece que no ha venido a la tierra con Cristo.
Pero en cuanto a la paz interior, que no son capaces de perturbar todos los accidentes exteriores, dice Jesús: "Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5, 9). Es que Dios es Dios de paz (Rm 15, 33; Rm 16, 20), y el Hijo de Dios vino a este mundo para traernos la paz (Ef 2, 14ss). Por eso, al despedirse definitivamente de sus discípulos, les decía: "Mi paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da os la doy yo" (Jn 14, 27). La paz que Cristo dejó a los suyos es fruto de la doble caridad de Dios y del prójimo, y el que en esta caridad vive, no siente turbación; goza de aquella paz que supera todo conocimiento humano (Flp 4, 7), que los mundanos no alcanzan a entender, pero que los siervos de Dios gozan en lo íntimo de su corazón mientras llegue la paz eterna en el reino de los cielos, en que Dios se revelará verdadero Dios de paz.

Dt 21, 1-23. Ordenaciones Varias

Dt 21, 1-9. Expiación del Homicidio cuyo autor es desconocido

En el código de Hammurabi y en las actuales costumbres de los nómadas de Moab hay algo que tiene parecido con esta disposición, aunque en el fondo se distingue totalmente de ella. Desde Gn 4, 10 sabemos que la sangre derramada clama al cielo, pidiendo la sangre del homicida, con que ha de ser expiado el crimen. En caso de que éste exista de verdad, la muerte del criminal debe seguirse irremisiblemente. Con ella la justicia divina queda aplacada, y el pueblo purificado del crimen que en medio de él se cometió. Ahora bien, en el caso presente el crimen se da por cierto, y sus consecuencias religiosas también; pero el reo es ignorado, y la expiación no puede tener lugar. ¿Qué hacer? Pues la ciudad más cercana, en la que pudieran recaer primeramente las sospechas, debe hacer lo que en el derecho canónico antiguo se llamaba purgatio canónica. Para ello deben los ancianos -representantes calificados de ella- matar una novilla, lavarse las manos y protestar no haber tenido parte en aquel crimen. Con la sangre de la novilla queda expiado el crimen, y la nación purificada de él. La intervención de los sacerdotes, que algunos consideran como adición de un glosista, aseguraría ante la justicia el cumplimiento del rito. La elección del sitio para cumplir la ceremonia, el valle o torrente, parece obedecer al deseo de que la sangre sea llevada por el torrente, de forma que la tierra quede como purificada (v.4). Las condiciones de que la novilla que se ha de matar no haya trabajado ni haya sido sometida al yugo, indica el carácter religioso del acto, pues se la concibe como una víctima expiatoria por la sangre inocente derramada ante Dios, y por eso se requiere que sea selecta. El lugar donde se sacrifique debe ser también no cultivado, es decir, intacto, no profanado por el arado. Los ancianos deben lavar sus manos (seguramente en el arroyo) ante la víctima en señal de inocencia, y piden a Dios que acepte esta expiación por la sangre inocente derramada, en sustitución de la sangre del asesino. De este modo el pueblo israelita queda purificado ante Dios del crimen cometido.

Dt 21, 10-14. Las Mujeres Apresadas en la Guerra

La concesión que en esta perícopa se contiene respecto a la apropiación de mujeres cautivas parece una excepción a la ley tan reiterada de no tomar mujeres extranjeras como esposas. Ya hemos visto que -según las leyes de guerra de la época- las mujeres formaban parte del botín de guerra. En nuestro caso, la prisionera pasa de una nación a otra, muriendo a la que le dio el ser, por lo que deberá hacer duelo durante treinta días, despojándose de cuanto era signo de su antigua nacionalidad. Con esto comienza una vida nueva en la nación israelita. Caso de que el marido israelita la repudiara, la dejará libre, sin poder invocar sobre ella el derecho de guerra vendiéndola como esclava. Es esto una mitigación del derecho de guerra antiguo, conforme al espíritu humanitario del Deuteronomio.

Dt 21, 15-17. Derechos del Primogénito

Se trata en esta disposición de poner límite a la voluntad arbitraria del padre, cortando de raíz perturbaciones familiares. Se niega al padre el derecho de declarar primogénito al hijo de la esposa preferida en una sociedad en que estaba legalmente admitida la poligamia. La existencia del derecho de primogenitura aparece ya en la época patriarcal. El deuterononomista supone este derecho y trata de canalizarlo conforme a las exigencias de la equidad: aunque el primogénito sea hijo de la aborrecida, a él le pertenece la parte doble o los dos tantos en la distribución general entre todos los hijos. La legislación rabínica regulará esta materia dividiendo el patrimonio en tantas partes más una como hijos son, de forma que el primogénito se lleve dos partes. De hecho, en la práctica los padres procuraban eludir esta legislación haciendo donaciones especiales a los hijos preferidos. En el código de Hammurabi se permite al padre que mientras viva pueda hacer alguna donación en favor del hijo preferido; pero no existe propiamente el derecho de primogenitura, como tampoco existe entre los árabes.

Dt 21, 18-21. Castigo del Hijo Rebelde

La constitución patriarcal de la familia en Israel antiguo exigía que se conservase la autoridad de su jefe. Acaso en tiempos anteriores el padre gozaría de autoridad para hacer de juez en la causa de su hijo; aquí ha perdido ya ese derecho y debe acudir a los jueces de la ciudad, como el pater familias de la antigua Roma, lo que refleja una situación social más evolucionada. Por otra parte, se habla de los ancianos de la ciudad y de la puerta de la ciudad, todo lo cual nos lleva al ambiente social de la época de los jueces. La ley es severa, y se refiere a los casos de insubordinación permanente y contumaz del hijo que no quiere obedecer a sus padres. A esto se añade su vicio de embriagarse, todo lo cual prueba que es un caso desesperado, que plantea un problema familiar agudo y un escándalo ante la sociedad. Por eso debe ser juzgado por los ancianos de la ciudad y públicamente en el lugar de mayor concurrencia, la puerta de la ciudad (v.20). Todos los hombres de la ciudad deben lanzar sus piedras contra el hijo rebelde (v.21), extirpando así todo conato de rebeldía contra la autoridad paterna. En el derecho babilónico, el padre puede repudiar al hijo, pero después de declaración judicial, y la legislación romana daba al padre derecho de vida y muerte en la familia.

Dt 21, 22-23. El Cadáver del Ajusticiado

Entre todos los focos de impureza que la Ley reconoce, el cadáver es el primero, de forma que cuanto había en la casa o en la tienda donde moría alguno, quedaba, por lo mismo, impuro. En el caso del ajusticiado, la contaminación era mayor, pues era como un maldito de Yahvé (v.23). Por eso se prescribe aquí que se retire al punto su cadáver, lo que a la vez era un acto de humanidad y de respeto al muerto. Esta es la ley alegada por Nicodemo para obtener de Pilato el cuerpo exánime de Jesús.
Sin embargo, no parece que se cumpliera puntualmente esta ley, ya que en numerosos relatos bíblicos se habla de la exposición prolongada de los cadáveres para escarmiento del pueblo.

Dt 22, 1-29. Diversas Leyes

Dt 22, 1-4. Animales y Objetos Perdidos

Estas prescripciones, más que preceptos jurídicos, son preceptos morales, inspirados en los sentimientos de buena vecindad. En parte, ya se encuentran en Ex 23, 45, aunque en este pasaje se trata de animales del enemigo. El deuteronomista, en cambio, se refiere a los pertenecientes a los compatriotas o hermanos. Quiere inculcar, ante todo, el espíritu de solidaridad como base de la vida social.

Dt 22, 5-8. Preceptos Varios

La razón de estas leyes no es difícil de entender. La prohibición del uso indebido del vestido de hombre o mujer busca, ante todo, la honestidad y la decencia, y, sobre todo, evitar abusos inmorales. Sin duda que en esta prohibición hay también razones históricas: evitar que se den los abusos y supersticiones corrientes en las religiones gentílicas. Macrobio nos dice que en Chipre había una estatua de Venus "barbatam corpore, sed veste muliebri, cum sceptro ac statura virili," a la que ofrecían sacrificios hombres vestidos de mujeres y mujeres vestidas de hombres. Algunos autores suponen que estos ritos tenían lugar también en Canaán, pero no se han encontrado textos comprobantes de ello hasta ahora.
La prohibición de tomar del nido los huevos o polluelos con su madre, sin duda obedece a razones de utilidad, como las leyes que regulan el derecho de caza y pesca, es decir, evitar la extinción de la especie. Quizá haya también un motivo de piedad para con los animales, pues parece demasiado tomar a la madre y a sus polluelos o huevos, como estaba prohibido cocer el cabrito en la leche de su madre.
También la ordenación de poner pretil en el terrado es evitar desgracias, ya que los terrados son lugares de reunión. Sólo así el dueño quedará libre de la sospecha de homicidio: No eches sangre sobre tu casa si alguien se cayera de él (v.8).

Dt 22, 9-12. Mescolanzas Prohibidas

En Lv 19, 19 se prescribe que no se siembre en un campo dos clases de simientes diferentes. Aquí se prohíbe sembrar entre las cepas otra clase de simiente. De lo contrario, serán declaradas, lo sembrado y el producto de la viña, cosa santa (v.g), es decir, confiscado en beneficio del santuario. Sin duda que en el fondo de estas prohibiciones de mezclar cosas dispares hay razones de tipo atávico que hoy no podemos columbrar, y muchas veces el origen de estas prohibiciones radica en el deseo de evitar costumbres supersticiosas paganas.
La prohibición de uncir al buey y al asno quizá obedezca al sentido de equidad, que no ve bien uncir dos animales de fuerzas diferentes. Es corriente hoy día en Palestina uncir bueyes y asnos, y aun camellos.
Por razones atávicas se prohíbe tejer vestidos con lana y lino a la vez, que, al parecer, eran utilizados para usos mágicos.
La imposición de borlas a los vestidos tenía por razón, según Nm 15, 37-41, recordar a los israelitas sus obligaciones para con su Dios.

Dt 22, 13-29. Delitos Contra el Matrimonio

La legislación antigua sobre los delitos contra la honestidad era muy severa, y tal se mantiene aún entre los nómadas de Transjordania. El padre o el marido consideran estos delitos como ofensas contra su honor, y esas ofensas no se lavan más que con sangre. Esto mismo creó la costumbre de tomar prevenciones contra la falsa imputación de delito. Para hacerse cargo del caso, conviene primero advertir la vieja costumbre, que aún existe en algunos pueblos orientales, y que, sin duda, existía en Israel, de que el novio, una vez consumado el matrimonio, entregue a los padres el lienzo o sabana con las señales de la sangre procedente de la ruptura del himen de la doncella. Si algún día se levantase contra ésta una sospecha, podían los padres presentar aquella pieza en comprobación de la inocencia de su hija. En caso de que la acusación sea falsa, el acusador debe pagar cien siclos al padre de la esposa y después retenerla como tal (v.19); si la acusación es verdadera, se lapidará a la joven a la puerta de la casa de sus padres (v.21). Contra los adúlteros se decreta la pena de muerte (v.22). Aunque no se especifica la clase de muerte, se supone que es la lapidación. En el código de Hammurabi y en las leyes asirias se impone la muerte a los dos culpables, aunque se prevé el caso de que el marido ultrajado perdone a su esposa infiel, y entonces también su cómplice queda libre del castigo capital.
Suerte igual sufrirá la joven desposada que ha tenido comercio ilícito con otro hombre que el prometido. Los esponsales, que implicaban la promesa del matrimonio, y la entrega del mohar, o precio de la novia, eran equiparados al matrimonio, el cual sólo añadía la solemne conducción de la novia a la casa del novio. De aquí que la violación de la desposada se considere como un caso de adulterio. El legislador deuteronómico distingue para la joven el caso de que sea violada en la ciudad o en la campiña. En el primer caso es culpable, porque pudo haber pedido auxilio, pero en el segundo no tiene culpa, ya que no pudo encontrar amparo que la librara del invasor (v.25).
Si la joven violada no está desposada, entonces el que la violentó debe tomarla por esposa, sin derecho a repudiarla, y además con la obligación de entregar al padre de la joven la cantidad de cincuenta siclos a título de indemnización o mohar (v.28).
Se prohíbe la unión incestuosa del hijo con la esposa del padre, que puede no ser la madre de aquél, supuesta la poligamia. Entre los antiguos árabes, el heredero tenía derecho a quedarse con las esposas y concubinas de su padre, excepto su propia madre.

Dt 23, 1-26. Leyes Sociales

Dt 23, 1-2.8-9. Personas Excluidas de la Comunidad Israelita

La numeración del TM no coincide con la de los LXX y Vg, ya que el v.30 del c.22 de éstos figura como el primero del c.23 del TM.
En las tribus del desierto se permite cierta incorporación progresiva de elementos alógenos, que poco a poco son asimilados a la nueva tribu. Esta nacionalización la encontramos en Israel desde los tiempos del desierto. Según Ex 12, 48, se admite al extranjero a comer la Pascua con el pueblo hebreo; la familia madianita de Jetró es incorporada a la comunidad israelita, y también los calebitas, pertenecientes a los quíneos. Sin embargo, la incorporación a Israel tiene especiales exigencias, ya que se trata no sólo de nacionalizarse civilmente, sino aun religiosamente, con todos los derechos y deberes inherentes a una comunidad teocrática. La dignidad de esta sociedad preferida de Yahvé exigía que se excluyeran los que llevaban una infamia social, como los eunucos (v.1). Era una nota infamante, que los hacía indignos de la comunidad teocrática. Entre los paganos existía la costumbre de mutilarse, por razones religiosas, en ciertos cultos, como los de Cibeles, aparte de la costumbre bárbara de mutilar a los guardianes de los harenes. En las cortes de los reyes de Israel no faltan estos hombres mutilados, sin duda para imitar a las corrompidas cortes extranjeras. El profeta anuncia en los tiempos mesiánicos la rehabilitación de los eunucos, los cuales serán incorporados a la nueva sociedad teocrática.
Por razones similares de dignidad se excluyen de la comunidad israelita los mamzer, o espúreos, fruto de una unión fornicaria o incestuosa. Sólo después de diez generaciones quedarán lavados de esta infamia.
Los amonitas y moabitas, por no haber socorrido a los israelitas cuando pasaban por su tierra camino de Canaán, son también excluidos (v.4). Estas dos poblaciones tenían, según la Biblia, un origen incestuoso de Lot, sobrino de Abraham. Además, los moabitas contrataron los servicios de Balaán para maldecir a Israel. Por estas razones estos dos pueblos no serán asimilados a los israelitas ni a la décima generación.
En cambio, respecto de los edomitas y egipcios, el deuteronomista es más benigno, pues pueden ser admitidos a la comunidad israelita a la tercera generación (v. 8.9). En realidad, los edomitas se portaron mal con los hebreos, pues les negaron el paso innocuo. Las relaciones hostiles continuaron por mucho tiempo, pero en determinadas épocas estas relaciones mejoraron, y quizá un reflejo de ellas sea esta ordenanza benévola. Lo mismo hemos de decir respecto de las relaciones con los egipcios.

Dt 23, 9-15. La Pureza del Campamento

En toda la Sagrada Escritura del Antiguo Testamento se inculca la idea de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo. Particularmente en el Pentateuco se repite que Yahvé sale en campaña a la cabeza del ejército de Israel. Todo esto exige una limpieza extrema del campamento para que sea digno de él. Por eso se ordena que el que haya sufrido polución nocturna, salga del campamento hasta la tarde, en que reciba un baño ritual de purificación (v.11/12), y se impone la organización de la higiene y decencia del campamento (v. 12/13).

Dt 23, 15-17. Trato Humanitario al Esclavo Fugitivo

La ley deuteronómica se muestra extremadamente benévola con el esclavo fugitivo, ya que prohíbe entregarlo a su amo, que lo maltrataría. En el código de Hammurabi, la ley es totalmente contraria: pena de muerte al que acoja y oculte a un esclavo fugitivo. El legislador hebreo en realidad parece que se refiere a esclavos procedentes de otros países extranjeros, pues en el v.17 se dice: tenle en medio de tu tierra. Se trata, pues, de negar la extradición del esclavo.

Dt 23, 17-19. Prohibición de la Prostitución Sagrada

Era frecuente en Canaán la prostitución sagrada, es decir, en honor de determinadas divinidades, como Astarté, la Istar o Venus de Babilonia. Era el grado más bajo a que podía llegar el sentido religioso de un pueblo. Parece que en Israel no faltaron infiltraciones de tales prácticas licenciosas en los santuarios locales. Los profetas claman contra esta abominación. El salario de este comercio sexual debía ir íntegro a los santuarios, y aquí el deuteronomista prohíbe estrictamente que nada que proceda de eso sirva para cumplir un voto en el santuario de Yahvé (v. 18-19). El salario de un perro alude a los ingresos del prostituto (scortator), o persona del sexo masculino que se entregaba en los santuarios cananeos y fenicios a la llamada prostitución sagrada.

Dt 23, 19-21. Prohibición de la Usara

El préstamo con interés a un israelita estaba estrictamente prohibido por la legislación de Ex 23, 25 y Lv 25, 35-38. El deuteronomista -que se caracteriza por su espíritu humanitario- confirma esta antigua legislación mosaica, permitiendo el préstamo a interés a sólo el extranjero. De hecho, esta ley no parece que fue muy escrupulosamente guardada, ya que los profetas echan en cara a los ricos su insaciable avaricia y usura. En el código de Hammurabi se regula el préstamo a interés, que es muy subido (un 20 por 100 para la plata y un 33 por 100 para los cereales).

Dt 23, 21-24. Cumplimiento de los Votos

Era frecuente en Israel hacer votos a Yahvé: promesa de sacrificios, oblaciones, de abstención de determinadas cosas. En Nm 30, 2-17 se trata de la validez de los votos hechos por mujeres, más propensas, por su espíritu piadoso, a hacer votos a Dios. El deuteronomista considera como algo muy sagrado el voto y su cumplimiento, de forma que prolongar el cumplimiento es ya pecado ante Yahvé. La mayor parte de los votos se hacen en momentos de especial fervor religioso o en una necesidad angustiosa, pero es fácil olvidarse de lo prometido cuando las circunstancias hayan cambiado. El legislador hebreo, sin embargo, insiste en la obligatoriedad del voto.

Dt 23, 24-26. Concesiones Humanitarias

En favor del necesitado se permite tomar racimos o espigas para matar el hambre, pero no se autoriza para que se lleve repuesto de estos frutos. Esta costumbre es corriente en localidades donde la mayoría tienen viñas o trigales, pues no se considera un perjuicio grande, y, por otra parte, es señal de mutua benevolencia entre los vecinos. Usando de este permiso, los discípulos de Jesús tomarán espigas en sábado al pasar por un trigal. El reproche de los fariseos no es porque hayan juntado espigas, sino porque las tomaron en sábado.

Dt 24, 1-22. Leyes Diversas

Dt 24, 1-4. El Repudio de la Mujer

Esta práctica del repudio de la esposa era muy general en el antiguo Oriente. El deuteronomista procura aquí regular esta costumbre para evitar abusos. El derecho de repudiar se concede sólo al marido, conforme a las exigencias rudas del ambiente, que postergaba siempre los derechos de la mujer. En el siglo V antes de Cristo -según rezan los papiros de Elefantina- se otorgaba este derecho también a la mujer. Las causas del repudio en el Deuteronomio están muy vagamente expresadas y se prestan a muchos abusos. En efecto, se dice que, si el esposo notare en la mujer algo torpe (que es la traducción del ?s??µ?? p???µa de los LXX y el aliqua foeditas de la Vg), puede repudiarla. La palabra hebrea erwath parece que alude a algún defecto corporal infamante. En tiempos de Cristo, la escuela rabínica de Sammai lo interpretaba en el sentido de infidelidad conyugal, mientras que Hillel lo tomaba en sentido amplio, de forma que bastara que la mujer disgustara por cualquier cosa (por ejemplo, por haber dejado quemarse la comida), para poder repudiarla. Así, a Cristo le preguntan si es lícito repudiar a la mujer por cualquier causa, esperando que se decidiera por una de las dos escuelas, la laxista de Hillel o la rigorista de Sammai. Sin embargo, en el conjunto de la legislación mosaica parece que esa cosa torpe no es el adulterio, pues éste era penado con la lapidación. El contexto, pues, favorece la interpretación de que bastaba que no agradara ya la esposa al marido, para que la pudiera abandonar. Es una concesión a la dureza de corazón de los hebreos, según la expresión del Salvador.
Con todo, el legislador deuteronómico quiere evitar abusos, y así exige un libelo de repudio, o escrito que ha de ser entregado a la esposa como certificado de que se halla en libertad para unirse a otro como legítima esposa. Este documento, que la mayor parte de las veces requería la colaboración de un escriba o notario (porque eran muy pocos los que sabían leer), suponía, sin duda, que antes de redactarlo habría habido tiempo para calmar los ánimos y la reconciliación. Entre los nómadas de Transjordania, el marido debe pronunciar tres veces seguidas la fórmula talaqtuki (yo te he repudiado), y sólo tiene efecto después de tres días de espera. Es entonces cuando la repudiada tiene que volver a la casa paterna. Moisés impone una nueva cortapisa: el marido no puede volver a tomar la mujer repudiada, lo que le haría reflexionar más. En el código de Hammurabi se concede al marido derecho a repudiar a su esposa, si bien tiene que entregarle la dote (seriqtu).

Dt 24, 5. El Recién Casado está libre de ir a la Guerra

El deuteronomista es profundamente humanitario, y así inserta a continuación una serie de prescripciones benévolas en beneficio de determinadas personas de la sociedad que merecen especial consideración. Entre éstas están los recién casados. Para que pueda contentar a su mujer, queda exento de ir a la guerra durante el primer año de su matrimonio. Se trata, sobre todo, de favorecer a la mujer, y por eso se le exime al marido de toda ocupación pública que pueda distraerle del hogar, cuyos cimientos ha empezado a poner en beneficio de la futura prole. En Dt 20, 7 se deja libre al recién casado para que pueda disfrutar de la compañía de su nueva esposa.

Dt 24, 6. Prohibición de tomar en Prenda la Piedra de la Muela

El legislador considera de importancia vital para una familia la piedra de moler, con la que se preparaba el pan de cada día, y por eso prohíbe que el acreedor la tome en prenda, pues es atentar contra la vida de los deudores: es tomar la vida en prenda. Insiste en que se respete, sobre todo, la piedra de encima, porque era más portátil, y, por tanto, más fácil de llevar. La muela consistía en dos piedras, una mayor, inmóvil, y otra más pequeña y movible, que era accionada fatigosamente por la mujer.

Dt 24, 7. Prohibición del Tráfico de Esclavos Israelitas

Privar a uno de la libertad se considera como privarlo de la vida, y por eso se impone la pena capital al secuestrador de un compatriota. En el código de Hammurabi se castiga con la muerte al que rapte a un menor de edad.

Dt 24, 8-9. Sobre la Lepra

El deuteronomista llama la atención sobre la necesidad de guardar las leyes sobre la lepra, aludiendo, sin duda, a lo establecido en Lv 13, 1-Lv 14, 32. Y cita el caso de María, que, a pesar de ser hermana de Moisés, tuvo que estar aislada del campamento, conforme a las prescripciones propuestas.

Dt 24, 10-13. Préstamos a los Necesitados

Se prohíbe entrar en casa del deudor a tomar la prenda. Además de ser una indelicadeza es un allanamiento de morada. Por otra parte, así se permite al deudor escoger la prenda que le sea menos precisa en aquel momento. En el v.12 se supone que la prenda es un manto, que le es necesario al deudor para cubrirse durante el frío de la noche, y por eso se manda devolvérselo al caer el sol. El profeta Amos fustiga a los ricos inconsiderados, que no hacen caso de esta prescripción humanitaria elemental.

Dt 24, 14-15. Obligaciones para con los Jornaleros

El legislador quiere que el mercenario o jornalero que haya contratado su trabajo sea bien tratado y se le pague lo justo cada día, pues del salario depende su elemental subsistencia. El extranjero, o ger, es equiparado en esto al hermano, o compatriota israelita. El ger era un extranjero que había sido asimilado al pueblo hebreo, en contraposición al nokrí, que estaba de paso, y no había entrado a formar parte de la comunidad israelita en ninguna forma. El salario, probablemente, se pagaba en especie, y de ahí la orden de darlo cada día, pues era totalmente necesario.

Dt 24, 16. Determinación de la Responsabilidad

En la antigua organización patriarcal y tribal, la ley de la solidaridad tenía una importancia excepcional, fundada en las leyes de la consanguinidad y en las exigencias de una sociedad imperfectamente organizada. El individuo era más bien considerado como parte de un todo, miembro de una colectividad; por eso los pecados de uno redundaban en perjuicio de los otros, y viceversa, las buenas acciones de unos eran imputadas a los miembros de la comunidad. Sobre todo, los hijos se consideran como algo del padre, de forma que tienen que cargar con sus responsabilidades. Así se dice en Ex 20, 5 que Dios castiga los padres en los hijos hasta la tercera o cuarta generación y hace misericordia hasta la milésima. El deuteronomista aquí perfila mejor la responsabilidad, y, conforme a la predicación de los profetas, proclama que cada uno responderá de su pecado y que los hijos no serán castigados por los pecados de los padres, y viceversa. Los contemporáneos de Jeremías y de Ezequiel (s.VII-VI a.C.) se quejan de que los "padres comieron las agraces" y ellos "sufren la dentera." En el futuro no será así, sino que cada uno responderá de sus buenas o malas acciones. Es un gran progreso, pues se destacan los problemas individuales, con sus responsabilidades propias, y, en efecto, en la literatura sapiencial el interés del individuo prevalece sobre el de la colectividad, y así empieza a preocupar, sobre todo, el destino del hombre en ultratumba y la retribución en el más allá. Sin embargo, ya el rey Amasias procuró adaptarse a la ley de justicia formulada aquí, en el Deuteronomio, al no ensañarse con los hijos de los asesinos de su padre. La catástrofe del 587 hizo que entraran en colapso muchos sueños colectivos, y los israelitas se replegaron más sobre sí mismos, sobre sus problemas individuales. Con todo, el deuteronomista destaca ya antes del exilio la responsabilidad personal.

Dt 24, 17-18. Justicia para con los Desvalidos

El deuteronomista tiene especial preocupación por los desheredados e indefensos en la sociedad, como son el extranjero, el huérfano y la viuda. Para mover a los israelitas a ser benevolentes con ellos, les recuerda que también los israelitas se hallaron en la misma situación de inferioridad en Egipto.

Dt 24, 19-22. Consideración con los necesitados

Gran delicadeza de espíritu muestran estos preceptos, que miran por los pobres, proporcionándoles cómo hacer con fruto el espigueo del campo y el rebusco de la viña y del olivar. En Lv 19, 9 se ordena dejar los lindes del campo en beneficio de los necesitados.

Dt 25, 1-19. Ordenaciones Humanitarias

Dt 25, 1-3. Límite en los Castigos Corporales

Sólo aquí y en Dt 22, 18 se alude al castigo de los azotes. Es una pena intermedia entre la multa y la pena capital. En el código de Hammurabi se ordenan 60 azotes al que haya abofeteado a un hombre de condición social superior. Los egipcios imponían un número de bastonazos; lo mismo entre los griegos y romanos, aunque después se impuso la flagelación. En la legislación deuteronómica se impone también la flagelación, si bien limitando el número máximo de golpes a 40, por miedo a causar al delincuente la muerte o una enfermedad mortal. San Pablo nos dice que recibió 39 azotes, pues las prescripciones rabínicas habían determinado que se diera uno menos para no equivocarse en los límites máximos de la Ley, pero al mismo tiempo se exhorta a los verdugos a que descarguen fuertemente, aunque el infortunado muera en sus manos. Era el castigo más afrentoso.

Dt 25, 4. Prohibición de poner Bozal al Buey que Trilla

También el deuteronomista requiere consideración para con los animales, y así al animal que trabaja para el hombre lo menos que puede permitírsele es que pueda comer las espigas a su alcance. San Pablo aduce este texto para probar los derechos de los trabajadores del Evangelio. Como ya hemos notado, el deuteronomista es de sentimientos extremadamente delicados y tiene un gran sentido de la justicia deseando se manifieste hasta con los animales.

Dt 25, 5-10. Ley del Levirato

Esta ley era vigente en la época patriarcal, según se desprende del incidente de Judá e Itamar. Por Rt 4, 1 sabemos que esta ley regía no sólo entre hermanos, sino aun entre parientes. La ley deuteronómica pretende, ante todo, salvar la descendencia del difunto. Por una ficción jurídica, el primer hijo del hermano del difunto y su viuda era considerado como hijo de éste, y como tal heredero en la sociedad israelita. El relato de Rut 4, 1 es el mejor comentario a esta ley. Esta es la llamada ley del levirato (de levir = cuñado). En Lv 18, 16 y Lv 20, 21 se prohíbe el matrimonio entre cuñados, pero este caso parece una excepción, y se da sólo en determinadas condiciones: que los dos hermanos habiten uno junto al otro (v.5), lo que parece sugerir que tienen un mismo patrimonio familiar y que el hermano difunto no haya dejado descendencia. Se trata de resucitar su nombre en Israel y de conservar el patrimonio familiar. El texto no exige que el cuñado (yabam) esté soltero. Si éste no quiere tomar a la viuda de su hermano, ésta irá al tribunal de los ancianos de la ciudad y públicamente quitará la sandalia de su cuñado, escupiéndole en la cara por no haber querido suscitar familia a su hermano (no edifica la casa de su hermano, v.9). Según Rt 4, 7, quitar la sandalia era renunciar a un derecho, pues el acto de posesión de un lugar o cosa se realiza afirmando el pie sobre él. El rito prescrito en el Deuteronomio es infamante para el cuñado que no quiere casarse con la viuda de su hermano, pues se interpreta como falta de afecto al hermano difunto; de ahí que su casa será llamada casa del descalzado, del que no quiso edificar la casa de su hermano (v.10).
En las leyes asirias encontramos esta institución del levirato, en virtud de la cual la viuda de un hermano muerto sin hijos pasaba automáticamente a ser esposa del otro, aunque la finalidad era diversa de la del Deuteronomio: conservar el derecho a la mujer comprada por la dote del hermano. Esta misma legislación aparece en los documentos de Nuzu. En tiempos de Cristo estaba vigente la ley del levirato, y, en ese supuesto, los escribas preguntan a Cristo sobre el marido verdadero de una mujer que se casó con siete hermanos sucesivamente.

Dt 25, 11-12. Contra la Deshonestidad

El rigor de la pena indica la importancia que el legislador hebreo daba a las faltas contra el pudor. Es el único caso en que, fuera de la ley del tallón, se prescribe la pena de mutilación, que era muy frecuente en la legislación babilónica.

Dt 25, 13-16. La Equidad en las Pesas y Medidas

Los profetas reprenden frecuentemente la diversidad de pesas y medidas en las transacciones comerciales. En Lv 19, 35ss se recomiendan pesas y medidas justas. El no haber control oficial de pesas y medidas daba ocasión para que los comerciantes abusaran, procurándose unas medidas grandes para comprar y otras más pequeñas para vender. El legislador deuteronómico se contenta con amenazar con el juicio de Dios. El código de Hammurabi impone la pena capital por los fraudes en materia comercial.

Dt 25, 17-19. Extinción de los Amalecitas

El caso de los amalecitas condenados al anatema es digno de especial consideración. En Ex 17, 16 se proclama guerra perpetua contra Amalec por haber atacado a los israelitas al salir de Egipto. El deuteronomista se expresa en los mismos términos, y, según 1S 15, 15, Saúl es reprobado por no haber ejecutado esta sentencia con todo rigor. La verdad es que los amalecitas eran un pueblo nómada, que habitaba en lo más pobre de los desiertos que rodean Israel, y por ello tenía que vivir de la razzia sobre los pueblos sedentarios, más ricos que ellos, o sobre los caminantes de la estepa. Con un pueblo así no era posible la paz, como no lo es con los salteadores y ladrones. Sus frecuentes violencias acumulaban resentimientos y venganzas en los pueblos asaltados. La justicia exigía aplicarles las más rigurosas penas, que en el derecho antiguo era el anatema o extirpación total de la población. Tal fue la sentencia encomendada por Samuel a Saúl. Pero el anatema no era tan fácil de ejecutar al pie de la letra, porque los amalecitas, como nómadas y divididos en diversas agrupaciones móviles, eran difíciles de apresar. Así, a pesar de las matanzas bárbaras organizadas por Saúl, aparecen apoderándose de cuanto David tenía en Siceleg. Sobre todo, lo que el deuteronomista recuerda contra los amalecitas es su asalto contra los israelitas extenuados, que salían de Egipto sin aires guerreros. Esto era contrario a las leyes humanitarias del desierto, según las cuales se debe auxiliar al necesitado, hambriento y extraviado.

Dt 26, 1-19. Primicias y Diezmos

Tres son las partes de este capítulo: a) prescripción de entrega de las primicias de los productos de la tierra a los sacerdotes en reconocimiento a los favores otorgados por Yahvé al liberar a Israel de Egipto y darle una tierra que mana leche y miel (v.1-11); b) obligación de presentar los diezmos de los frutos cada tres años en beneficio de los menesterosos (v.12-15); c) conclusión parenética

Dt 26, 1-11. Las Primicias

En la legislación mosaica se habla reiteradamente de las primicias. El deuteronomista insiste en el carácter de reconocimiento por la protección de Yahvé al liberar a Israel de Egipto e instalarle en Canaán, como había prometido a los patriarcas. La designación de Abraham o Jacob como arameo es indicio de arcaísmo, ya que no es concebible que un autor de la época de la monarquía haya presentado a su glorioso antepasado como perteneciente al pueblo odiado de los arameos, enemigos de Israel. El fiel israelita deberá presentar en una cesta las primicias del producto del suelo (cereales sobre todo) al sacerdote en el lugar elegido por Yahvé, es decir, el santuario de Jerusalén. Al entregar la cesta, el fiel debe hacer un acto de fe y de reconocimiento a Yahvé. Y recuerda el origen no israelita de su antepasado Abraham-Jacob y su vida errante por Canaán y Egipto, contraponiendo su azarosa situación a la actual del israelita, asentado pacíficamente en la heredad de Yahvé. En Egipto, Dios multiplicó al pueblo elegido y por fin lo liberó de la opresión. Ahora es Yahvé el que dispensa la feracidad a la tierra que mana leche y miel (v.9). En comparación con las estepas del Sinaí, la tierra de Canaán era un oasis con variados frutos: trigo, aceite, vino, etc. Quizá el deuteronomista insiste en que el israelita reconozca a Yahvé como otorgador de los bienes del campo para hacer frente a la opinión popular de atribuir a los baales cananeos la feracidad de la tierra.
Esta ofrenda de primicias debía terminar con un banquete alegre de familia, al que debían ser invitados los necesitados: el levita y el extranjero o ger, es decir, el forastero asimilado a la sociedad israelita.

Dt 26, 12-15. Los Diezmos de los Frutos

Según Dt 14, 28-29, cada tres años el israelita debía entregar un diezmo en favor de los necesitados: levita, huérfano, viuda y extranjero, que residían en la localidad del oferente. Para que este donativo tenga un sentido expresamente religioso, se ordena una oración, que era a la vez una profesión de fidelidad a los mandatos de Yahvé (v.15). Algunos autores suponen que se trata aquí de la décima parte del diezmo trienal, pero el contexto parece indicar que se trata del diezmo completo. La expresión dirás ante Yahvé (?.13) parece indicar que el oferente debe trasladarse al santuario único, aunque en el v.12 se habla de que los necesitados deben comer ese diezmo en tus puertas, es decir, en la casa del oferente. El diezmo es considerado como algo santo o consagrado a Yahvé, y como tal es puesto aparte. El oferente confiesa que se halla libre de impurezas legales al presentar el diezmo: no tomó parte en banquetes fúnebres con ocasión del duelo (v.14), no tocó el diezmo mientras estaba impuro, ni ha dado nada a los muertos, probable alusión a la costumbre de presentar ofrendas a los difuntos en sus tumbas entre los cananeos. Así, pues, el piadoso israelita termina su oración pidiendo la bendición para el pueblo de Israel (v.15).

Dt 26, 16-19. Conclusión Parenética

Es la conclusión del largo discurso de los Dt 12, 1-Dt 25, 19, aunque algunos comentaristas prefieren considerar esta perícopa como introducción al discurso final (Dt 26, 16-30; Dt 20, 1ss). Es una síntesis oratoria de las obligaciones para con Yahvé, que ha elegido a Israel como pueblo santo (v.19), es decir, segregado de todos los pueblos, dándole la superioridad, fama y esplendor sobre todos. Es el pueblo confidente de Yahvé, que ha recibido sus leyes para seguir sus caminos, y como tal su predilecto.

Dt 27, 1-26. Exhortaciones

Dt 27, 1-10. Solemne Promulgación de la Ley en la Tierra de Promisión

En Dt 11, 29-30 se da la orden de que, cuando entren en la tierra prometida, los israelitas deben renovar espectacularmente la alianza sobre el Ebal y el Garizim (junto a Siquem), pronunciando bendiciones en el último monte y maldiciones sobre el primero. Aquí se determina más el cumplimiento de la orden. En Jos 8, 30-35 se dice que esta orden fue puntualmente cumplida por el sucesor de Moisés. Al entrar en la tierra prometida, los israelitas debían hacer una renovación solemne de la alianza. El legislador deuteronómico quiere imprimir en el corazón del pueblo la ley de Yahvé, a cuya observancia le obliga la alianza contraída en el Sinaí y el beneficio de la nueva patria tantas veces anhelada. Al entrar, pues, en ella, las tribus deben hacer un acto solemne de reconocimiento de los derechos del Yahvé. Los montes Garizim y Ebal se hallan en el corazón o centro de Canaán, la tierra prometida, y la ceremonia tiene el sentido simbólico de toma de posesión de la tierra que en adelante había de ser propiedad del pueblo de Dios. El primer acto del pueblo después de pasar el Jordán será erigir unas piedras toscas, revocadas de cal, en las que se habían de grabar los preceptos de la Ley. La expresión palabras de esta Ley (v.3) es comúnmente interpretada en sentido de alusión a los preceptos del Deuteronomio (c.5-26); pero como el acto es puramente simbólico y no se trata de conservar en las piedras el contenido de la legislación, es más verosímil suponer que la orden se refiere sólo a grabar los preceptos fundamentales deuteronómicos. El lugar es el monte Ebal. Después, para consagrar esta renovación de la alianza, se ordena erigir un altar de piedras sin desbastar (a las que no haya tocado el hierro, v.6), conforme a lo prescrito en Ex 20, 25. Sin duda que esta exigencia obedece a razones atávicas arcaicas que no es fácil concretar. Como para el rito de la circuncisión se exigía un cuchillo de sílex, conforme a la tradición de la edad de la piedra, así el altar de Yahvé debía estar formado de piedras toscas intactas. A las razones de arcaísmo se unirían otras de índole religiosa, conforme a la mentalidad de la época; es decir, evitar la profanación de las piedras esculpiéndolas o tallándolas. Quizá en esta prescripción esté latente la preocupación de evitar figuras talladas, prohibidas por la Ley. Desde el momento en que se permitiera pulimentar y tallar las piedras, era fácil que el artista esculpiera imágenes y representaciones alusivas al culto. Sobre el supuesto sitio del Ebal se han encontrado restos de un pequeño monumento compuesto de un semicírculo en torno a una mesa de piedras sin tallar.
Los v. 9-10 parecen fuera de contexto y encajarían mejor como ligazón entre el c.26 y el c.28. Pueden ser una introducción al c.28. La idea es la misma de Dt 28, 1; es decir, la necesidad de cumplir fielmente los mandatos de Dios, puesto que Israel se ha convertido en el pueblo santo elegido de Yahvé.

Dt 27, 11-26. Las Maldiciones contra los Transgresores de la Ley

Una vez erigido el altar, el pueblo, distribuido en tribus, se coloca, la mitad, en la falda del Garizim, y la otra mitad, en la del Ebal, los primeros para bendecir y los segundos para maldecir. Las tribus situadas en el sur, sobre el Garizim, que está hacia el sur, mientras que las tribus que ocuparán la parte superior de Canaán se colocan sobre el Ebal, que está más al norte. También las seis del Garizim (las bendiciones) corresponden a hijos de las esposas legítimas de Jacob, mientras que de las que se colocan en el Ebal, cuatro descienden de las esclavas de Jacob (Gad, Aser, Dan y Neftalí), a las que se añaden Rubén, primogénito, quien por haber profanado el lecho paterno es desheredado, y Zabulón, que es el más joven de Lía. Efraín y Manasés aparecen englobados en la de José; Leví forma en el conjunto de las tribus para completar el Número de doce. Las faldas de las dos montañas formaban como dos anfiteatros, y así podemos reconstruir la escena suponiendo que, no lejos, las dos mitades del pueblo se contestaban, pues desde la cima de ambos montes no podrían oírse mutuamente para responder. Los sacerdotes estarían en el centro del valle, junto al arca, y el pueblo a ambos lados. Supuesta la oquedad que forman las dos montañas, el eco tenía que ser grande, y la escena impresionante.
El texto registra las maldiciones para impresionar más sobre los castigos que esperaban a los desobedientes a la Ley. Son los levitas los que formulan las maldiciones, y el pueblo responde: ¡Amén! Las maldiciones son doce, como el Número de tribus, y se refieren a faltas ya enumeradas en la legislación mosaica. No se alude a los pecados contra el monoteísmo y la unidad de santuario. No sabemos cuál fue el principio de selección, pues no se enumeran las faltas más graves. En general, se trata de pecados secretos: faltas contra Dios (v.15), contra los padres (v.16), contra la justicia y la caridad (v. 17-19), pecados de lujuria (v.20-23), homicidio (v.24-25). La primera maldición alude al segundo mandamiento; la segunda se refiere al deshonor a los padres; la tercera se refiere al cambio de los lindes en las propiedades; la cuarta alude al que engaña al ciego guiándole por camino extraviado; la quinta defiende los derechos de los desamparados, como el extranjero, el huérfano y la viuda; la sexta va contra las uniones incestuosas con la mujer del padre; la séptima, contra la bestialidad; la octava, contra el incesto con la hermana; la novena, contra la unión incestuosa con la suegra; la décima, contra el que hiere al prójimo; la undécima, contra el homicida que recibe regalos para matar a su víctima; la duodécima es general, pues va contra los que no observan la Ley.
Los autores convienen en destacar el carácter artificial y heterogéneo del fragmento, en el que, sin duda, hay retoques conforme a las exigencias del uso litúrgico. El estilo redaccional es diferente al habitual del Deuteronomio, en el que Moisés aparece hablando en primera persona.

Dt 28, 1-69. Promesas de Bendiciones y Amenazas de Maldiciones

La introducción de este capítulo parece estar constituida por los v.9-10 del capítulo anterior, los cuales en el lugar que están interrumpen el relato. No es raro el procedimiento de insertar bendiciones y maldiciones en las secciones legislativas del Pentateuco; pero aquí esto se destaca más. Las amenazas son terribles, y muestran bien claro cómo la Ley del Antiguo Testamento era una ley de temor. Las bendiciones y maldiciones son de índole material, sin ninguna proyección en ultratumba. La esperanza de la retribución en el más allá -base de nuestra religión- fue desconocida en Israel hasta el siglo II antes de Cristo; de ahí que su moral es pragmatista y, considerada desde el punto de vista evangélico, no muy elevada. Las maldiciones son terroríficas e hiperbólicas, al estilo oriental, para impresionar más al pueblo, propenso a olvidarse de su Dios.

Dt 28, 1-14. Promesas de Bendiciones

Israel será elevado sobre todos los pueblos si sus miembros son fieles a los mandatos de Yahvé. La prosperidad será general: en las ciudades y en los campos, los rebaños se multiplicarán y, sobre todo, la descendencia del pueblo será numerosa. La fertilidad del campo y la fecundidad de los ganados se deben a la bendición de Yahvé y no a la de los baales cananeos. Yahvé dará también la victoria sobre el enemigo. El israelita prosperará en sus caminos (en su entrar y en su salir, v.6). Los enemigos que afluirán contra Israel en tropa compacta y amenazadora por un camino, tomarán precipitadamente la huida por siete caminos en plan de desbandada (v.7). Israel será el pueblo santo, es decir, el pueblo aparte que pertenece sólo a Yahvé como su heredad, y sobre él será invocado el nombre de Yahvé (v.10), y por eso todos los pueblos le temerán. Pero todo esto está condicionado a la fidelidad a los preceptos divinos. Israel mantendrá así la superioridad sobre todos los pueblos, que le temerán y admirarán.

Dt 28, 15-69. Amenazas de Maldiciones

El incumplimiento de los preceptos divinos traerá sobre Israel la maldición de Yahvé con todas sus consecuencias: esterilidad, sequía, mortandad, enfermedades incurables y la derrota a manos de los enemigos, de forma que el pueblo escogido se verá obligado a emprender la desbandada por siete caminos (v.25). Y, en lugar de ser objeto de admiración entre los pueblos, será vejado de todos los reinos de la tierra. Todos los bienes y seres más queridos pasarán a manos del enemigo (v.30-34). Y, sobre todo, Israel perderá su existencia como nación, siendo sus miembros dispersados en el exilio (v.36-37). Allí se verán obligados a adorar dioses de piedra y de madera.
Los v.47-68 parecen adición al discurso primitivo, y reflejan el estilo profético de los siglos VIII- VII antes de Cristo, cuando las invasiones asirias y babilónicas eran inminentes y muy probable la cautividad. La descripción del enemigo invasor que pone cerco a las ciudades de Israel puede aplicarse a los asirios y a los babilonios y encuentra su paralelo en los amenazadores anuncios proféticos. La amenaza del hambre sufrida en el terrible asedio tiene su paralelo en el asedio de Jerusalén por Senaquerib (701 a.C.), durante el cual las madres comieron a sus propios hijos. En las Lamentaciones se alude al mismo hecho terrible. La descripción de los v.54-57 es espeluznante y realista. El autor profético recarga las tintas para reflejar mejor la angustia y necesidad de los asediados. Los padres ocultarán sus hijos para poder comerlos solos sin competencia de sus allegados. Y, después del asedio, la dispersión y el aniquilamiento en masa del pueblo elegido, antes tan numeroso (v.62). Como antes Yahvé había colmado de beneficios a su pueblo, así ahora se gozara en castigarlos despiadadamente (v.63). La expresión es antropomórfica y refleja bien las exigencias inexorables de la justicia divina, que se ve obligada a enviar castigos al pueblo predilecto, objeto de tantas atenciones y beneficios en la historia. Los israelitas se creían a salvo de la destrucción y la ruina porque creían que Yahvé, por su interés, se vería obligado a proteger a su pueblo. Los profetas insisten en que Yahvé no necesita de nadie, y que las exigencias de la justicia divina están por encima de los intereses particulares de Israel. El lugar de la cautividad es Egipto (v.68), que era el país de los terribles recuerdos de la esclavitud. Los israelitas serán vendidos como esclavos y llevados en navíos por los traficantes de esclavos fenicios, que los llevarán a la tierra de los faraones. La situación de los israelitas en el país de la opresión será tan triste, que ni siquiera se los aceptará como esclavos (v.68). De este modo la nueva situación será peor que la antigua, ya que, al menos en los tiempos anteriores al éxodo, los israelitas eran afanosamente buscados para los oficios de esclavos. La descripción es hiperbólica, para impresionar más a los israelitas infieles a los preceptos divinos.
El v.69 del TM corresponde al v.1 del c.29 de los LXX y Vg; puede ser una conclusión de lo que antecede o una introducción al nuevo discurso de Moisés. El deuteronomista insiste en la necesidad de cumplir las ordenaciones del Sinaí (Horeb) y en las nuevas leyes promulgadas en Moab. Puede, pues, considerarse el versículo como conclusión general del conjunto legislativo y parenético del libro.

Dt 29, 1-28. Amonestaciones

Dt 29, 1-8. Recapitulación

Una vez más, recuerda el legislador deuteronomista los sucesos acaecidos desde la salida de Egipto, en los que se manifestó la providencia particularísima de Yahvé, para volver de nuevo al tema de las amenazas y promesas implicadas en la alianza que los israelitas han hecho con Yahvé. Pero los israelitas no han comprendido el alcance de esta intervención milagrosa de Dios. Yahvé no les ha dado un corazón que entienda (v.4/3); es decir, no han sido dignos de conocer el alcance de la especialísima providencia divina sobre ellos. Son de dura cerviz, y, como tales, incapaces de captar los designios superiores divinos. En el lenguaje bíblico se atribuye todo directamente a Dios, prescindiendo de las causas segundas, y así Yahvé es el que endurece el corazón del faraón. En nuestro caso, la cerrazón de inteligencia (corazón en el lenguaje bíblico) es atribuida directamente a Dios, cuando en realidad es debida a la mala disposición de los israelitas, que merecen les niegue Dios la inteligencia de los hechos conforme al módulo de sus salvadores designios.
La Providencia divina se ha manifestado particularmente en la vida azarosa del desierto. A pesar de todas las necesidades, no les ha faltado lo necesario para calzar y vestir (vuestros vestidos no se han envejecido) (v.5/4); ni la comida, a pesar de que han carecido del pan y del vino (v.6/5). Yahvé los ha proveído de lo necesario, enviándoles el maná y las codornices en los momentos críticos. La época del desierto es la infancia de Israel como nación, y Yahvé le ha cuidado como a un niño pequeño que aún no puede valerse; por eso vivía sólo de la providencia divina. Los profetas consideran esta época como la ideal, desde el punto de vista religioso, en la historia del pueblo elegido. El deuteronomista recuerda también las victorias de Israel sobre los reyes de Transjordania, debidas, sobre todo, a la asistencia de Yahvé.

Dt 29, 10-29. Amenazas contra los Infieles a la Ley

El legislador expresa enfáticamente que todos están obligados a la alianza con Dios: la clase directora de Israel, los "peregrinos" (ger), asimilados con los israelitas; las mujeres y aun los de clase social más ínfima (desde tu leñador hasta tu aguador) (v.11/10); y no sólo la generación presente, sino la futura. En virtud de esta alianza, los israelitas quedan vinculados a Yahvé como su Dios y ellos constituyen su pueblo (v. 12/11). Es el cumplimiento de la antigua promesa a los patriarcas. El deuteronomista pone en guardia a su pueblo contra las transgresiones que pudieran atraer sobre él un castigo como el de la esclavitud de Egipto. Siempre tiene delante la obsesión del peligro de la idolatría. Los profetas en sus oráculos amonestan al pueblo contra el peligro de las relaciones con los idólatras y sus cultos atractivos. El legislador aquí advierte que nadie debe llamarse a engaño creyendo que puede asistir a los cultos idolátricos y conservar el derecho a la protección y bendición divinas añejas a la alianza. En realidad, el que así obra, no hace sino sembrar veneno o ajenjo (v. 18/17); es decir, semilla de amargura, en cuanto que sufrirá sus funestas consecuencias. La traducción de modo que se una la sed a la gana de beber (v. 19/18) es muy problemática y las versiones difieren. El sentido general parece aludir al hecho de que el que obra insensatamente, creyendo poder disfrutar de las bendiciones de Yahvé y seguir su vida de prevaricación, se atrae el castigo divino inexorable, ya que es el colmo de la maldad, pues se juntan así la sed y la gana de beber. El castigo afectará a todo el país, quedando desolado como Sodoma y Gomorra, siendo el objeto de la irrisión de los extranjeros. (23/22-24/23). Las consideraciones que se hacen los extranjeros a la vista de la catástrofe, atribuida a la infidelidad de Israel a su Dios, están expresadas en los mismos términos que en Jr 22, 8-9.
La alusión al exilio como ya cumplido (los arrojó a otras tierras, como están hoy) (v.28/27), prueba que el capítulo está retocado por glosistas posteriores al destierro.
El contenido del v.29/28 es enigmático. Las cosas ocultas parecen aludir a los designios punitivos de Yahvé sobre Israel, y las reveladas pueden ser las amonestaciones dadas para librarse de los castigos futuros.

Dt 30, 1-20. Perspectivas Futuras

Dt 30, 1-10. Promesas de Redención y Restauración

Como en los oráculos proféticos, el deuteronomista abre la puerta a la esperanza si el pueblo dispersado se arrepiente de sus pecados y se vuelve a Yahvé. Dios hará volver a los cautivos aunque estuvieran en los extremos de los cielos. Volverán al país de las promesas, pero con un nuevo espíritu. Yahvé circuncidara su corazón (v.6), es decir, le purificará y consagrará, haciéndose sensible a las insinuaciones divinas. Jeremías habla de una nueva alianza escrita en los corazones de los que han de constituir la nueva teocracia nacida del resto purificado en el exilio. Yahvé volverá a proteger a su pueblo, enviando toda clase de bendiciones temporales sobre él y haciendo que las maldiciones que antes sobre él pesaban se vuelvan contra sus enemigos (v.7). Pero todo esto está condicionado a la fidelidad a sus preceptos (v.10).

Dt 30, 11-14. El Conocimiento de la Ley, al alcance de todos

El legislador insiste en que la Ley impuesta no está sobre las fuerzas de los componentes de su pueblo, y, por otra parte, el conocimiento de sus preceptos está al alcance de todos. La palabra de Dios está muy próxima al israelita, a su alcance, en su boca y en su mente. En Dt 6, 7 y Dt 11, 18-20 se ordena a los israelitas que inculquen la Ley a sus hijos y les hablen de ella en la casa y en los viajes. En los tiempos rabínicos, la Ley fue casi divinizada, considerando al mismo Dios sujeto a ella, por ser expresión de su voluntad inmutable.

Dt 30, 15-20. Recapitulación

Es la conclusión del discurso. El legislador ha presentado el camino que lleva a la vida y a la muerte. A Israel toca escoger: si es fiel a los preceptos divinos, será objeto de las bendiciones divinas; si se va tras los ídolos, caminará hacia la ruina (v.18). El legislador enfáticamente pone por testigos a los cielos y la tierra de que él ha cumplido con su cometido de poner ante Israel la vida y la muerte (v.19) para que libremente escoja y así se haga digno de reprobación o de bendición. Yahvé entrega la tierra prometida a Israel según juramento hecho a los patriarcas, pero sólo permanecerá en ella si es fiel a sus mandatos; en esto está su vida y perduración. Las exigencias de la justicia divina son indeclinables, y sus promesas están supeditadas a ella. Es de notar el sentido de la libertad que se otorga al pueblo elegido en esta alternativa. Dios quiere una adoración de seres libres, no de esclavos. Con estas palabras de invitación al cumplimiento de la Ley se terminan los discursos del legislador hebreo. Es la síntesis de su obra.

Dt 31, 1-30. Testamento de Moisés

Dt 31, 1-8. Últimas Disposiciones de Moisés: Elección de Josué

Moisés, sintiéndose próximo a su muerte e imposibilitado, por sus años y por los designios divinos, para entrar en la tierra prometida, confía a su fiel lugarteniente Josué la misión de conducir a su pueblo hacia la etapa final. Los ciento veinte años han de tomarse en Números redondos. La vida de Moisés aparece dividida en tres períodos de cuarenta años: cuarenta años de estancia en Egipto, cuarenta años de estancia en el desierto con Jetró hasta el éxodo y, finalmente, cuarenta años de peregrinación por el desierto como libertador de su pueblo. Esta distribución, pues, resulta artificial, como la de la vida de los patriarcas. El hagiógrafo idealiza la historia conforme a determinados esquemas preconcebidos para destacar más la protección de Yahvé hacia sus elegidos. El deuteronomista presenta al gran profeta y caudillo salvador de Israel al término de su carrera, cumpliendo puntualmente los designios divinos, nombrando sucesor fiel y digno y muriendo a la vista de la tierra de promisión. Aarón -primer sumo sacerdote- había terminado sus días solemnemente en el monte Hor después de entregar sus ornamentos pontificales a su sucesor Itamar, y Moisés cerrará sus ojos en el monte Nebo después de delegar sus poderes al intrépido Josué, héroe de la conquista de Canaán. Al nombrar a su sucesor, le anima a proseguir y a hacer frente a los enemigos de Canaán, que con la asistencia divina serán derrotados, como lo fueron los reyes de Transjordania, Seón y Og (v.4). Las antiguas promesas divinas a los patriarcas han de cumplirse puntualmente, porque Yahvé marchara delante del nuevo líder abriendo paso a los israelitas en la tierra de los cananeos. La historia del libro de Josué es como un comentario a estas promesas.

Dt 31, 9-13. Lectura Periódica de la Ley

En el Deuteronomio se habla siempre de discursos que Moisés dirigió a su pueblo. Aquí se trata de la redacción escrita de esos discursos que comprenden la Ley. Esta fue entregada a los sacerdotes, hijos de Leví, como depositarios oficiales de ella, representantes de la autoridad religiosa, a los cuales, a su vez, incumbía enseñarla al pueblo. Junto a ellos aparecen los ancianos, representantes de la autoridad civil. El legislador dispone que cada siete años (año de remisión, v.10) se lea esta Ley al pueblo en la fiesta de los Tabernáculos, cuando ya habían terminado las faenas agrícolas (septiembre-octubre). Era una especie de misión popular en la que se recordaban las obligaciones del pueblo para con Dios. La Ley objeto de la lectura pública debía de ser una selección de los discursos deuteronómicos. En 2R 23, 25 se habla de la lectura del libro de la Ley hallado en los cimientos del templo, y en Ne 8,1ss se vuelve a hablar de la lectura pública de la Ley. El israelita debe conformar su vida al módulo exacto de la Ley, que restaura el alma, es perfecta, sus ordenaciones son rectas y alegran los corazones.

Dt 31, 14-30. La Futura Apostasía de Israel

El deuteronomista se muestra obsesionado por la idea de la prevaricación idolátrica de Israel. Unas veces es el temor de que se deje llevar del culto idolátrico, otras es la certidumbre de su prevaricación. Yahvé revela a su profeta el futuro prevaricador de su pueblo, por lo que esconderá su rostro de él, es decir, se apartará, privándole de su protección.
La declaración de Yahvé es solemne, y por eso Moisés y Josué deben presentarse ante el tabernáculo de la reunión para recibir sus órdenes concretas para que las pongan por escrito. En Dt 3, 28 se alude a la orden de establecer a Josué como sucesor de Moisés. Según Nm 27, 15-23, Moisés impuso sus manos sobre su sucesor, delegándole su poder ante el sacerdote Eleazar. La declaración actual del deuteronomista puede considerarse como una confirmación del nombramiento anterior.
El cántico que Moisés debe poner por escrito debe ser como un testimonio profético de las prevaricaciones futuras de Israel, que se prostituirá (v.16) a dioses extranjeros. Yahvé es su verdadero esposo, pero el pueblo israelita espera encontrar en los ídolos cananeos la bendición para su tierra. Por ello será abandonado de Yahvé, que esconderá su faz, dejándole desamparado ante sus enemigos. La consecuencia serán los infortunios que tendrá que sufrir en medio de las gentes.
El v.30 es la introducción al cántico que el deuteronomista pone en boca de Moisés como vaticinio de las prevaricaciones futuras de Israel.

Dt 32, 1-52. El Cántico de Moisés

Esta composición rítmica nos canta la historia de las relaciones entre Yahvé e Israel y viene a resultar un alegato acusatorio contra el pueblo elegido, que no supo corresponder a las bondades de su Dios. Cantado por los ministros del santuario y por el pueblo, sería una invitación continua a la penitencia y al retorno hacia Yahvé.
Es un poema didáctico más que lírico. La tesis es la especialísima providencia de Yahvé con su pueblo al formarlo como nación y la infidelidad de Israel, merecedora de los mayores castigos. Se ha supuesto que tiene una distribución coral de estrofas: dos coros alternativamente las van cantando, intercalando otras comunes a ambos coros. Así, pues, hay una distribución de estrofas y antiestrofas. El conjunto parece obra de un salmista de la época sapiencial, que por ficción literaria o seudonimia lo atribuye a Moisés, forjador, de la teocracia hebrea.

Dt 32, 1-4. Introducción: Fidelidad de Yahvé

El poeta apostrofa a los cielos, poniéndolos como testigos mudos de las grandes verdades que va a proclamar. Es una introducción solemne y enfática para centrar la atención en torno a las alabanzas de Yahvé por sus obras portentosas. Sólo los cielos y la tierra son dignos de escuchar sus palabras de glorificación de Dios y de acusación contra Israel. Como la lluvia y el rocío son recibidos ansiosamente por la tierra sedienta, así sus palabras deben ser acogidas por sus oyentes (v.2). Como la lluvia y el rocío siembran de riqueza la tierra, dando óptimas cosechas y frutos, así las palabras del poeta sagrado han de producir óptimos frutos de salvación y de arrepentimiento. Su doctrina debe discurrir suavemente, a gotas, para empapar las almas de sus destinatarios.
Después de esta bella y ampulosa introducción, el poeta proclama el tema de su composición: celebrar el nombre de Yahvé (v.3), sus manifestaciones gloriosas en la historia de Israel. Y, llevado de su entusiasmo, invita a sus oyentes a proclamar la gloria de su Dios. El estilo es salmódico y épico a la vez. Los rasgos enérgicos y las insinuaciones delicadas se entrelazan en un conjunto poético lleno de armonía y de inspiración. Yahvé es la Roca, es decir, el castillo roquero, el refugio seguro de Israel en todas sus tribulaciones. Es inconmovible, porque está revestido de sus atributos intocables: perfección, justicia, fidelidad y rectitud. Sus obras, sobre todo las obras de Dios para con Israel, son la manifestación clara de estos atributos. Su perfección se revela en el mundo con sus maravillas, y su justicia y rectitud aparecen en el gobierno de la humanidad, y especialmente en la historia de Israel, y su fidelidad brilla en el cumplimiento de las- antiguas promesas para con su pueblo.

Dt 32, 5-6. Infidelidades de Israel

Pero ¡cuán lejos está Israel de responder a lo que le pide su Dios! Es siempre el pueblo sin sabiduría, necio, rebelde, de dura cerviz, que desconoce a su Dios, que no sabe apreciar los favores de que le colmó con solicitud paternal. La liberación de Egipto y la revelación de la Ley le constituyó como pueblo santo, aparte de todos los demás, como posesión o heredad suya. Frente a la rectitud, justicia y fidelidad de Yahvé está la perversidad, estulticia y rebeldía de Israel como nación. No supo responder a su vocación de nación santa y pueblo sacerdotal. Yahvé no es sólo su Dios, sino su Padre. El profeta Isaías echa en cara a Israel su estulticia, ya que las bestias conocen a su dueño, y, en cambio, Israel no reconoce a su Señor. En Is 63, 16 se resalta el carácter paternal de Yahvé: "Tú eres nuestro Padre; Abrahán no nos conoció, y nos desconoció Israel, pero tú, ¡oh Yahvé!, eres nuestro Padre, y Redentor nuestro es tu nombre desde la eternidad." Malaquías echa en cara a Israel su ingrata e insensata conducta: "El hijo honra a su padre, y el siervo teme a su señor. Pues si yo soy vuestro Padre, ¿dónde está la honra que me tenéis? Y si soy vuestro Señor, ¿dónde el temor que me mostráis?" La larga historia de Israel desde Egipto constituye el mejor comentario de estas palabras del deuteronomista.

Dt 32, 7-14. Las Larguezas de Yahvé para con su Pueblo

El poeta, inspirado, invita al pueblo a mirar hacia atrás, a los orígenes, antes que Israel existiera como nación, cuando Yahvé preparaba la formación de su pueblo. Los padres y los ancianos, testigos de la tradición, podrían decir a la generación presente lo que sabían ellos de los orígenes, cuando Dios distribuyó la tierra entre los descendientes de Noé, asignando a cada familia una región. Dios, el que había salvado a Noé del diluvio, constituyéndole en segundo padre de la humanidad, realizó esta nueva obra, mostrando en ella su corazón de padre para con la descendencia del patriarca, con quien había hecho su alianza. Como se dice en Ez 19, 5, todos los pueblos son de Dios, pues Él los creó, pero Israel es su escogida heredad, y para él escogió desde entonces la tierra que le destinaba, la tierra que desde tantos siglos antes había prometido a los patriarcas para dársela a sus descendientes. Esta predestinación es la primera muestra del amor paternal de Yahvé hacia Israel.
El hagiógrafo pasa en silencio la estancia de los israelitas en Egipto y su liberación milagrosa, presentándonos al pueblo en el desierto en medio de muchos peligros de fieras que le rodean y en total abandono. El Señor le rodea de su protección y le guarda como la niña de sus ojos, y a la manera del águila, que enseña a sus polluelos a volar, Yahvé toma a los israelitas sobre sus alas para introducirlos en la tierra prometida. Y en esta obra maravillosa y providencial no tomó parte ningún dios extraño, sino que todo fue obra de Yahvé, Padre de Israel. El salmista celebra estas bondades de Dios para con el pueblo elegido en los sal 78 y 105. Instalado en la tierra de Canaán, la "tierra que mana leche y miel," Israel se alimentó de sus frutos, vendimió las viñas que no había plantado, sembró los campos que no había roturado, habitó las casas que no había edificado, y se hartó de la carne de los toros y carneros, del pan de los campos, del vino (la sangre de la uva, v.14b) de sus viñas, de los frutos de la tierra. Ezequiel expresa la prosperidad de Israel luego de su entrada en Canaán en términos alegóricos: "Estabas adornada de oro y de plata, vestida de lino, y de seda recamado; comías flor de harina de trigo, miel y aceite; te hiciste cada vez más hermosa y llegaste a reinar. Extendíase entre las gentes la fama de tu hermosura, porque era acabada la hermosura que puse en ti, dice el Señor, Yahvé." El poeta deuteronómico idealiza también la tierra prometida, establecida sobre las alturas de la tierra (v.13a), la cordillera dorsal de la tierra de Canaán, en cuyas rocas las abejas hacen sus panales de miel, y en la misma tierra calcárea (durísimo sílice) hizo brotar Dios el olivo. Las praderas ubérrimas de Basan, en Transjordania, abundan en ganados, y en las pequeñas llanuras de Palestina nace la flor de trigo, y en sus montículos terraplenados la viña. La descripción refleja bien la flora palestinense, lo que implica que el poeta conoce bien el país.

Dt 32, 15-18. Ingratitud del Pueblo Israelita

Parece que la posesión de estos bienes debía de despertar sentimientos de gratitud en el ánimo de Israel y fundamentar la fidelidad a Yahvé. Pero, lejos de esto, se olvidó de Yahvé, el Yesurún, es decir, el recto, o Israel, que por vocación debía ser recto en sus caminos. En este supuesto es un término irónico. Algunos creen que es despectivo, relacionándolo con el hebreo sor (toro), lo que se adapta bien al contexto, en el que Israel aparece como un toro recalcitrante y rebelde por estar bien cebado (engordaste, te cebaste, te henchiste, (v.16), que no admite el yugo que se le impone. Israel ha abandonado a su Dios, su único Salvador, yéndose tras de dioses ajenos, a los que atribuye los bienes de que disfruta y ofreciéndoles sacrificios con prácticas abominables. Se han prostituido a los demonios o espíritus demoníacos (heb. sedim), alusión a las divinidades fenicias y cananeas adoptadas por los hebreos. En los Salmos se alude a estas prácticas, y Ezequiel refleja con toda crudeza la entrega de Israel al culto idolátrico: "Pero te envaneciste de tu hermosura, de tu nombradía, y te diste al vicio, ofreciendo tu desnudez a cuantos pasaban, entregándote a ellos... Tomaste las espléndidas joyas que yo te había dado, mi plata y mi oro, y te hiciste simulacros de hombres, fornicando con ellos... También el pan que yo te diera, la flor de harina de trigo, el aceite y la miel con que te mantenía, se la ofreciste en ofrenda de suave olor." Israel, pues, se ha olvidado de su Roca (Yahvé), su fortaleza, que le dio existencia como nación, y ahora queda expuesta a la cólera de su Dios, airado y celoso.

Dt 32, 19-25. Reacción Colérica de Yahvé contra Su Pueblo

A la vista de tal conducta, ¿qué hará Yahvé, el Dios de Israel, que le ha colmado de beneficios? Jeremías describe el estado de idolatría general en Judá: "Los hijos amontonan la leña, los padres la prenden fuego, y las mujeres amasan la harina para hacer tortas a la reina del cielo y libar a los dioses extraños, para darme pesadumbre." Aun después de la catástrofe, los judíos exilados en Egipto creían que todo había sucedido por no haber ofrecido bastantes sacrificios y libaciones a la reina de los cielos, la diosa Astarté. El poeta deuteronómico presenta a Yahvé irritado por tan insensata conducta y hastiado de sus hijos e hijas, los que le pertenecían por haberlos liberado de Egipto y organizado como nación. Por esto ocultará su rostro (v.20), es decir, los privará de su protección, negándoles los beneficios y bendiciones temporales. Lo que traerá las peores consecuencias: veré cual será su fin. Es el anuncio de la desaparición de Israel como pueblo en castigo de sus pecados, la cautividad. Puesto que Israel ha coqueteado con no-dioses, olvidándose del único Dios verdadero, Yahvé tomará como instrumento de su justicia a un no-pueblo, es decir, a un pueblo bárbaro, a una horda salvaje, gente insensata, que le tratará despiadadamente. El poeta no concreta el nombre de ese pueblo opresor. En el siglo VII invadieron Palestina las hordas escitas, y quizá se aluda aquí a ellos. San Pablo aplica el texto a la vocación de los gentiles, que ocuparán el lugar de los judíos.
La cólera divina actuará como fuego devastador, que afectará a todo el país y a todas las clases sociales. Las expresiones son hiperbólicas. La ira vengadora de Yahvé llegará hasta las profundidades de la región tenebrosa de los muertos, el seol, para perseguir al culpable. La tierra será desolada con sus frutos, y las saetas de Yahvé (las epidemias) sembrarán la mortandad por doquier (v.23). El hambre, las fiebres y hasta las mismas fieras hambrientas harán presa del pueblo despavorido, y, finalmente, el espectro de la guerra acabará con los supervivientes (?.26), sin distinción de edades ni clases sociales.

Dt 32, 26-33. Yahvé no Aniquilará totalmente a Israel

Un obstáculo se opuso a que Yahvé pusiera en ejecución todas las amenazas que incluían la total devastación del país: la conducta de los vencedores gentiles, instrumentos de su justicia, que habrían de creer arrogantemente que su victoria se debía únicamente a su fuerza y no al poder punitivo de Yahvé contra su pueblo. Cuando, en la peregrinación del desierto, el pueblo desconfiaba de Yahvé, mereciendo así el castigo de su exterminación, Moisés aplacaba a su Dios apelando a su nombre entre los gentiles; es decir, el exterminio de los israelitas argüiría impotencia en el propio Yahvé. Era como despertar el amor propio de Yahvé para que perdonara a su pueblo. Es lo que el poeta deuteronomista expresa aquí: ¿Qué pensarían los enemigos de Israel cuando se vieran vencedores de él. Sin duda que no atribuirían su victoria a la voluntad permisiva de Yahvé, que castigaba providencialmente a su pueblo (v.28). Por carecer del conocimiento de la providencia del verdadero Dios (v.26), no sabían interpretar rectamente la destrucción del pueblo protegido de Yahvé. Si fueran inteligentes y perspicaces, sabrían comprender los acontecimientos y atenderían a lo que les espera, es decir, que su triunfo era efímero y sólo duraría mientras Yahvé no cambiara sus designios punitivos sobre su pueblo por otros salvadores. Si hubieran considerado la desproporción de fuerzas en la lucha, habrían deducido que uno no puede perseguir a mil, ni dos poner en fuga a diez mil (?·30). Si los israelitas, a pesar de ser mucho más numerosos, han sido vencidos por un reducido número de atacantes, es porque su Roca (Yahvé, en otro tiempo castillo roquero y defensor de Israel) se los ha entregado. Los enemigos de Israel, si bien consideran las cosas, pueden ser jueces en la causa al considerar el poder de la roca de ellos (sus dioses) y la Roca omnipotente de Israel (?.31). En realidad, los enemigos de Israel no son mejores que éstos y no pueden dar más que frutos amargos, ya que su vid es de la vid de Sodoma, de los campos de Gomorra sus sarmientos (v.32); es decir, su raza lleva gérmenes de muerte como las ciudades malditas, y por eso él fruto de sus perversos designios es amargo y comparable a cien áspides (v.33). Por tanto, a pesar de que son instrumentos de la justicia divina, también ellos serán castigados por sus crímenes y prevaricaciones. Ha llegado la hora del castigo de Israel, pero no se hará esperar la de ellos, para que no se enorgullezcan de sus victorias sobre el pueblo de Dios. Estas consideraciones teológicas son muy frecuentes en los escritos proféticos. Los enemigos de Israel son meros instrumentos de la justicia de Yahvé, de tal forma que por sí solos no podrían conseguir sus victorias contra el pueblo elegido, ya que, malditos y viciados en su raíz, no pueden sino dar frutos amargos de maldición. El hagiógrafo, pues, quiere poner en claro que, si Israel es pecador y merece el castigo, sus enemigos no son menos, y les espera también la hora de la justicia divina.

Dt 32, 34-43. Castigo de los Enemigos de Israel

Yahvé se sirve de las naciones gentiles como ministros de su justicia, pero éstas no se creen tales, y obran llevadas de sus malos instintos. Por eso la justicia divina tiene que venir sobre ellos cuando les llegue el día. Yahvé tiene en sus archivos los motivos de su condenación, los cuales hará públicos el día de la venganza, que no está lejos (v.35). Con esto Yahvé dará satisfacción a Israel, pues no aparecería la justicia, que da a cada uno según sus obras, si, castigando a su pueblo por sus iniquidades, dejara sin castigo a las naciones gentiles, que, además de desconocer al Dios verdadero y adorar a los ídolos, cometían grandes atropellos contra Israel, no como quien cumple un ministerio de justicia, sino como quien satisface sus ansias de dominación y de botín. Como el pensamiento de servir a Dios no entraba en los planes de estos pueblos, es natural que Dios castigue sus atropellos contra la justicia. Israel está a punto de desaparecer totalmente (desapareció ya su fuerza, y que no hay ya ni esclavo ni libre, v.36) bajo la mano exterminadora de sus enemigos, y por eso va a intervenir.

Yahvé para Castigar a sus Opresores

Pero antes dirige una pregunta a Israel para que se haga cargo del origen de sus males: cuando llegó la hora del castigo, ¿donde están los dioses, la roca a que se acogían? (v.37). Yahvé quiere que saque lección de los terribles acontecimientos y reconozca la inutilidad y vanidad de los ídolos en que confiaba. De nada les han servido los numerosos sacrificios (las grasas de las víctimas..., el vino de las libaciones) ofrecidas a las divinidades de los gentiles (v.38). Sólo Yahvé dirige los acontecimientos de la historia y sólo Él da la vida y la muerte (v.39).
Para asegurar que la venganza divina llegará sobre los opresores de Israel, Yahvé jura por su eterna vida, levantando su mano al cielo, como hacen los hombres al poner al Dios del cielo por testigo. La expresión es antropomórfica y refleja vigorosamente la decidida actitud de Yahvé en favor de su pueblo. Como un guerrero implacable afila la espada de su justicia para sembrar la mortandad entre los enemigos de Israel. En su mano está el juicio, o decisión judicial sobre la suerte de éstos, que recibirán su merecido (v.41). Y el poeta termina su anuncio de la intervención justiciera de Yahvé sobre los enemigos de Israel invitando a las gentes o naciones no israelitas a que se regocijen por haber sido vengada la sangre de sus siervos (v.43). Este acto justiciero de Yahvé tiene el valor de una expiación de la tierra y de su pueblo; es decir, un acto purificativo por todas las abominaciones y excesos que en la tierra de Yahvé se han cometido. En los escritos proféticos es frecuente presentar la liberación de Israel de la cautividad babilónica como la gran revelación de Yahvé a los gentiles, a los que se invita a unirse con el pueblo elegido para participar de los bienes mesiánicos.

Dt 32, 44-47. Invitación al Cumplimiento de la Ley

Terminada la recitación del cántico que el deuteronomista pone en boca del propio Moisés, el gran legislador invita solemnemente al pueblo al cumplimiento puntual de las prescripciones de la Ley como medio de asegurar la prolongación de la vida sobre la tierra (v.47). Las bendiciones terrenales de Yahvé están supeditadas a la fidelidad a sus preceptos.

Dt 32, 48-52. Moisés Contempla la Tierra Prometida antes de morir

El cántico de Moisés, que anuncia la prevaricación de Israel y su duro castigo, a tenor de los vaticinios y amenazas consignados, viene a ser una confirmación de la sentencia del Apóstol de que las promesas de Dios son sin arrepentimiento. Sabe a quién las hace, y no le sorprende la infidelidad de su pueblo para que cambie de parecer. No por los méritos de Israel, sino por su misericordia, por amor a su nombre, hace esas promesas y no las cambia. Moisés sabía que Yahvé habría de cumplir sus promesas a pesar de las prevaricaciones reiteradas pasadas y futuras de Israel, y por indicación divina subió al monte Nebo para contemplar el panorama de la tierra de promisión. Desde su cima (el actual dyebel Neba, de 835 metros de altura) domina el valle del Jordán y gran parte de la tierra de Canaán. El libertador de Israel tuvo que contentarse con este espectáculo, sin poder pisar la tierra prometida en castigo de un misterioso pecado de desconfianza cometido en Cades. Como Aarón había dejado de existir misteriosamente sobre el monte Hor, aislado del pueblo, Moisés morirá en el monte Nebo a la vista de la tierra de las promesas. Así el esquema de la historia del gran profeta de Israel queda perfectamente enmarcado, dentro de los designios divinos, sobre el creador de la teocracia hebrea. El hagiógrafo, pues, destaca su misión providencial conforme a la panorámica teológica de su narración: el cometido de Moisés como libertador y conductor de su pueblo hacia la tierra de las promesas hechas a los patriarcas queda completamente cumplido, y así se cierra solemnemente el ciclo de su vida al final de la peregrinación por el desierto, para dejar el paso al que iba a ser el denodado conquistador de Canaán, Josué, el cual también cumplirá su ciclo histórico en conformidad con los designios divinos.

Dt 33, 1-29. Bendiciones de Moisés

El libro del Génesis se cierra con la conmovedora narración del testamento y muerte del patriarca Jacob, que predice el destino concreto de cada una de las tribus que habían de proceder de sus doce hijos. El Deuteronomio, al narrar la muerte del caudillo -libertador de Israel-, nos ofrece las bendiciones de él sobre las diversas tribus, que por espacio de cuarenta años habían estado vinculadas a su persona. Se considera como el padre espiritual de las mismas, y así el deuteronomista pone en boca de Moisés el vaticinio de la suerte futura de cada una de las tribus de Israel. Generalmente, los comentaristas suponen que la composición se debe a un autor de la época de los jueces o de los primeros años de la monarquía, el cual, por seudonimia y para dar más autoridad a sus palabras, pone estas bendiciones en boca del libertador de Israel, como el autor de los vaticinios sobre las diversas tribus de Gn 49 los atribuye al propio patriarca Jacob.

Dt 33, 1-5. Introducción

El hagiógrafo nos presenta a Yahvé a la cabeza de su pueblo, la nación santa, avanzando por el desierto, como en el canto de Débora, de Habacuc y del salmista. Viene acompañado de sus ángeles (miríadas de santos, v.2) en medio de los rayos del Sinaí (de su diestra salen saetas de fuego), mientras el pueblo está aterrado ante la fulgurante teofanía del Sinaí. El pueblo está a sus órdenes para emprender la marcha. Por haberle aceptado como pueblo suyo, los israelitas son santos, dispuestos a luchar a las órdenes de Yahvé. La perspectiva del cántico parece que se alarga hacia los incidentes de la marcha victoriosa hacia Canaán. Israel es la heredad de Yahvé porque le ha otorgado la Ley, síntesis de las relaciones amistosas de Dios con su pueblo. En virtud de ella, Israel se halla en una situación privilegiada frente a los otros pueblos. Por eso Yahvé ha sido escogido como Rey en la asamblea de las tribus de Israel (v.5). ? Israel se le designa con el título honorífico de Yesurún (el recto).

Dt 33, 6-7. Bendición de Rubén y Jada

Después del preámbulo ampuloso y solemne empiezan las bendiciones por Rubén, el primogénito de Jacob, o mejor, por la tribu que lleva su nombre. Parece que el profeta encuentra la tribu de Rubén muy empobrecida, pues pide que no se extinga. En tiempo de los jueces, la tribu de Rubén debía de estar en una situación muy precaria. Su situación en Transjordania no favoreció su desarrollo, pues al encontrarse aislada de las otras tribus, los moabitas se apoderaron de la mayor parte de sus ciudades. Por ello no ha tenido esta tribu significación en la historia de Israel.
En el vaticinio de Jacob se asigna a Judá un porvenir glorioso y una clara preeminencia sobre las otras tribus. Las palabras proferidas aquí por Moisés según el deuteronomista no son tan halagüeñas, pero substancialmente se reconoce su importancia entre las otras tribus. Supone el poeta que Judá está como separado de las demás tribus (tráele a su pueblo, v.7), quizá porque estaba demasiado absorta en la vasta heredad que le había tocado en suerte. Durante la época de los jueces, Judá no había logrado adueñarse del territorio asignado; por eso en el cántico de Débora no se hace mención de esta tribu. Aquí el deuteronomista supone que Judá está aislada en lucha con los cananeos. Para conseguir su objetivo necesitó la ayuda de Simeón. El poeta supone aquí que Yahvé la ayudó en su lucha con los cananeos.

Dt 33, 8-11. Bendición de Leví

A Leví desea el profeta las suertes, es decir, el urim y el tummim, con las que se consultaba a Yahvé. Era un oficio exclusivo de los sacerdotes. Favorito (lit. hombre de tu complacencia) parece aludir a Moisés, de la tribu de Leví, o a su hermano Aarón, sumo sacerdote. Fueron probados en Massá y en Meribá por Dios cuando permitió que los israelitas se rebelaran contra ellos.
La tribu de Leví, por ser fiel a su Dios, desconoce los lazos más sagrados de familia (v.9). Quizá aluda aquí el profeta al incidente del becerro de oro, cuando los levitas mataron sin compasión a los transgresores, algunos de ellos allegados suyos. Son los guardianes oficiales de la palabra y pacto de Yahvé (v.9b).
A continuación, el profeta enumera las dos funciones esenciales y características de la tribu de Leví: enseñanza de la Ley y determinación de los juicios de Yahvé, es decir, la aplicación de la Ley en las causas judiciales y el servicio en el altar ofreciendo el incienso o timiama y el holocausto (v.10b). En vista de la importancia de sus funciones específicas, el profeta pide la bendición para los miembros de esta tribu privilegiada, el castigo contra los que se oponen a sus privilegios sagrados. En Nm 16, 1 se narra la insurrección de Datan y Abirón contra los privilegios de los levitas alegando que todo el pueblo era santo, puesto que Dios vivía en medio de ellos. Sin duda que estas protestas se repitieron muchas veces en la historia de Israel, y aquí el profeta sale por los fueros de la clase sacerdotal.

Dt 33, 12. Bendición de Benjamín

El profeta anuncia a Benjamín el amor especial de Yahvé, pudiendo morar así seguro, como niño mimado, en las espaldas de su Dios. La palabra hebrea ketefayim, que traducimos por espaldas, puede tener un sentido metafórico de montes elevados, y en ese caso, la frase "descansará en sus montes" aludiría al territorio montuoso en el que habría de morar la tribu de Benjamín. Como dentro de esos montes de Efraím estaba la colina del templo de Jerusalén, muchos autores creen que el profeta aludiría aquí a la morada de Yahvé dentro de los confines de Benjamín.

Dt 33, 13-17. Bendición de José

La bendición sobre José afecta a las dos tribus salidas de él, Manasés y Efraím. El profeta alaba la fertilidad de las tierras en que se asentaron estas tribus, enriquecidas con las lluvias del cielo (de lo mejor del cielo arriba, v.13) y con las fuentes y arroyos que brotan de la tierra (de las aguas del abismo). En general, esta bendición está calcada sobre la de Jacob a la misma tribu. La fertilidad de sus campos se refleja en los mejores frutos, madurados con buen sol y preparados durante meses en los ciclos de la luna, que regula el curso de las estaciones. Los viejos montes y los antiguos collados (objeto de una especial creación -según la mentalidad popular hebrea- por ser las columnas de la tierra) aluden a la región montañosa de Efraím. Toda la feracidad de la tierra es un gracioso don del que se apareció en la zarza (v.16), designación poética de Dios, que se apareció a Moisés en la zarza ardiendo. A José se le llama príncipe de sus hermanos por la situación privilegiada de José en la corte del faraón como protector de sus hermanos, pero quizá hay aquí una posible alusión a la situación política privilegiada de Efraím como tribu principal del reino septentrional después del cisma de Jeroboán. La tribu de Efraím a veces es designada con el nombre de José. Históricamente se distinguió por su fuerza y orgullo entre las otras tribus, y por eso se la compara aquí a un toro primogénito, que ha heredado todo el primer vigor de la madre. El símil es idéntico al que se le aplica en la bendición de Jacob, aunque aquí el poeta lo refuerza comparándolo al toro salvaje o búfalo. El orgullo de Efraím despertó en él la envidia de Judá y atrajo la división del reino a la muerte de Salomón. Efraím, por estar en la zona central de Canaán, logró polarizar en torno suyo a las otras tribus ya en tiempo de los jueces, y mucho más después del cisma de Joroboán (s. X a.C.). De ahí lo apropiado de la bendición: Son sus cuernos los del búfalo, con que postra a las gentes (v.17a).

Dt 33, 18-19. Bendición de Zabulón e Isacar

Zabulón e Isacar, que se habían asentado cerca del mar, en el NO de Canaán, son celebradas por las riquezas que del mar sacaban. En la bendición de Jacob se citan juntas estas dos tribus y se alude a sus empresas comerciales marítimas. Zabulón, por estar junto a los comerciantes fenicios, se dedicó también al tráfico comercial con las naciones ("gózate, Zabulón, en tus negocios"); en cambio, Isacar está tranquila en sus tiendas, porque le tocó la llanura fértil de Esdrelón. El v.19 es obscuro. Según la lectura del TM, parece que se alude a una invitación a los pueblos a ofrecer sacrificios en un santuario de la región, quizá el monte Tabor. Los sacrificios son de justicia, en cuanto que son expresión del reconocimiento debido a Dios. En el texto de los LXX encontramos una lectura totalmente diferente: "exterminarán a los pueblos y seréis invocados." Lo que parece implicar un texto hebreo diferente.
De nuevo se alude a la vida opulenta comercial de Zabulón: chupan la abundancia de los mares, y los escondidos tesoros en la arena (v.16b). Traficaban con los comerciantes fenicios, que traían sus mercancías de allende los mares y se dedicaban especialmente al comercio de la púrpura, cuyo tinte sacaban de un pequeño molusco (tesoros de la arena), que dio el nombre a Fenicia (f?????).

Dt 33, 20-21. Bendición de Gad

Gad recibió su porción al oriente del Jordán en las primeras conquistas de Israel, cuando los israelitas hicieron justicia en los amorreos, que, lejos de darles paso libre hacia Canaán, salieron a su encuentro en son de guerra. Moisés, con el asentimiento de los príncipes del pueblo, concedió a Gad una rica heredad (las primicias de la tierra conquistada) en Transjordania a condición de que los gaditas pasaran el Jordán con los demás israelitas para conquistar la tierra de Canaán, en cuya empresa mostraron su ardor y arrojo al frente de otras tribus; por eso se dice de Gad que ejecutó la justicia de Yahvé (v.21b), y más tarde tuvo su parte en la ejecución de los fallos o decretos divinos de acuerdo con Israel, posible alusión a la explicación dada por las tribus transjordanas a las de Canaán para justificar la erección de un altar a Yahvé.

Dt 33, 22-23. Bendición de Dan y de Neftalí

La hazaña en que mostró Dan su valor no es otra que la conquista de Lais, a la que luego llamaron Dan, junto a la fuente más baja del Jordán. Esto es lo que, a juicio del deuteronomista, le merece el honor de compararlo con un león de Basan, región montañosa de gran frondosidad forestal, cuyos ganados y fieras eran famosas por su vigor y fuerza de ataque. En el vaticinio de Jacob se compara a Dan a una serpiente que traidoramente muerde al caballo y al caballero. La proximidad del nuevo territorio de Dan, al NE de Canaán, con la región transjordana de Basan parece justificar también el símil de león de Basan.
Neftalí habita en lo mejor de Galilea, al occidente del mar de Genesaret, abundante en pescado; de ahí la alusión a la mar y peces como posesión peculiar suya. Flavio Josefo describe esta región, colmada de favores y llena de la bendición de Yahvé (v.23), como un verdadero paraíso.

Dt 33, 24-25. Bendición de Aser

La tribu de Aser, a la que había tocado la zona costera, rica en olivos (en el aceite meterá sus pies), pero rodeada al norte por fenicios, al sur y oriente por cananeos, tenía que guardar bien sus poblados con cerrojos de hierro y bronce (v.25), como único medio de gozar de reposo y seguridad.

Dt 33, 26-29. Conclusión

Estos versículos de conclusión, en estilo salmódico, corresponden a la introducción poética y solemne del documento de las bendiciones, constituyendo como su marco teológico. Enfáticamente se proclama al Dios de Israel (Yesurún) como habitando en los cielos, dominando con su majestad a los enemigos de su pueblo, que expulsa implacablemente de su territorio. Es el refugio y el sostén de Jacob (v.27). Por ello Israel mora en seguridad, en lugar aparte, en la tierra rica en trigo y mosto por el roció que baja de los cielos. La expresión fuente de Jacob resulta extraña y enigmática, pero parece un giro poético que alude a la ascendencia ubérrima del patriarca Jacob, del que habían de provenir, como de abundante fuente, las miríadas de Israel. El poeta deuteronómico termina cantando la dicha de Israel, defendido por el escudo y la espada de su Dios.

Dt 34, 1-12. Muerte y Sepultura de Moisés

Este capítulo es la continuación de Dt 32, 48-52. Según la orden recibida, el profeta sube a la cima del Fasga, en el monte Nebo, desde la cual Yahvé le muestra los confines de la tierra prometida. Las regiones enumeradas no pueden alcanzarse todas con la vista desde la cima del Nebo, pues muchas están ocultas por la cordillera de montañas que atraviesa de norte a sur la tierra de Canaán, pero el deuteronomista aprovecha la ocasión para describir los confines geográficos de la tierra prometida. El autor sagrado idealiza la historia, y así nos presenta al propio Dios enterrando a Moisés en un lugar secreto, desconocido en los tiempos de la redacción del libro (v.6). Todo esto nos indica que no hemos de tomar al pie de la letra la escenificación de estos relatos, los cuales han de ser tomados e interpretados a la luz de sus enseñanzas teológicas; es decir, el hagiógrafo quiere resaltar, con sus descripciones coloristas, la especialísima providencia de Yahvé y la gran veneración que sentía por el profeta excepcional, creador de la teocracia hebrea: Moisés. Para resaltar ante las generaciones su particularísima amistad con Dios, convenía rodear su muerte de misterio y solemnidad, como había ocurrido con la del primer sumo sacerdote Aarón. Es una muerte digna (dentro del esquema teológico de la narración del deuteronomista) del mayor de los profetas de Israel.
La vida del profeta está dividida en tres períodos de cuarenta años: en la corte del faraón, en el desierto de Madián antes de la vocación como libertador de su pueblo y, finalmente, en la peregrinación camino de la tierra prometida. El panorama de su vida se enmarca, pues, dentro de unos designios especialísimos de Yahvé, desde su hallazgo en las aguas del Nilo hasta su muerte en el monte Nebo a la vista de la tierra prometida. En su trayectoria no ha hecho sino cumplir la voluntad de Yahvé (v.5). Su misma muerte no es por agotamiento de la senectud (a pesar de sus ciento veinte años), sino para dar cumplimiento a los designios divinos que falleciera a la vista de la tierra prometida sin poder poner el pie en ella. Por eso insiste el deuteronomista en que no se habían debilitado sus ojos ni se había mustiado su vigor (v.7). El esquema teológico de su vida es claro: su ciclo de caudillo de Israel había terminado, y el hagiógrafo nos presenta a su sucesor Josué como el continuador de su obra. Había heredado de Moisés el espíritu de sabiduría o de sagacidad prudencial para dirigir a su pueblo en la nueva etapa de la violenta conquista; pero, además, tenía un temperamento arrojado y bélico, más en consonancia con las exigencias militares de la nueva etapa de la ocupación de Canaán.
El elogio del deuteronomista, que puede servir de epitafio al sepulcro del profeta (no ha vuelto a surgir en Israel profeta semejante a Moisés, con quien cara a cara tratase Yahvé, v.10), encuentra su eco en el Eclesiástico: "Amado de Dios y de los hombres, cuya memoria vive en bendición, le hizo (Dios) en la gloria semejante a los santos (ángeles) y le engrandeció, haciéndole espanto de los enemigos. Con sus palabras hizo cesar los vanos prodigios (de los magos de Egipto) y le honró en presencia de los reyes (del faraón). Le dio preceptos para su pueblo y le otorgó contemplar su gloria (en el Sinaí). Por su fe y mansedumbre le escogió entre toda carne; le hizo oír su voz y le introdujo en la nube (teofanía del Sinaí). Cara a cara le dio sus preceptos, la Ley de vida y de sabiduría para enseñar a Jacob su alianza y sus juicios a Israel." La gran figura del libertador de Israel había quedado como el prototipo del amigo de Dios, y su muerte permanece casi envuelta en el misterio, como correspondía a su aureola de confidente de Yahvé. La frase del deuteronomista (nadie hasta hoy conoce su sepulcro, v.6) refleja una época tardía de composición de la narración, cuando Moisés había sido idealizado, después de siglos, en la épica religiosa popular.