Padres de la Iglesia

CIRILO DE JERUSALÉN
Procatequesis

Índice de las Catequesis

Catequesis XVI. El Espíritu Santo (I)

Pronunciada en Jerusalén sobre: «Y en el Espíritu Santo, Paráclito, que habló por los profetas». La lectura se toma de 1Co 12, 1-4: «En cuanto a los dones espirituales no quiero, hermanos, que estéis en la ignorancia...». Y, más adelante: «Hay diversidad de carismas, pero el espíritu es el mismo» (12, 4), etc. 1.

Introducción
1. Verdaderamente necesitamos de la gracia espiritual para hablar del Espíritu Santo, aunque nunca estaremos a la altura de la cuestión, pues es imposible. Intentaremos, sin embargo, exponer con naturalidad lo que sacamos de ello en la Sagrada Escritura. En los Evangelios se habla de un gran temor cuando Cristo dice abiertamente: «Al que diga una palabra contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro» (Mt 12, 32)2. Y hay que temer seriamente que alguien, al hablar por ignorancia o por una mala entendida piedad, se gane la condenación. Cristo, juez de vivos y muertos, anunció que un hombre tal no obtendrá el perdón. Y si alguien le ofende, ¿qué esperanza le queda?

Hablaremos de lo que sobre el Espíritu Santo se dice en la Escritura
2. Es necesario el don de la gracia de Jesucristo, tanto para que nosotros hablemos adecuadamente como para que vosotros oigáis con inteligencia. Pues la inteligencia penetrante no es necesaria sólo para los que hablan, sino también para los que oyen, de modo que no suceda que éstos oigan una cosa y torcidamente entiendan otra. Hablaremos, pues, nosotros del Espíritu Santo sólo lo que está escrito y, si algo no está escrito, que la curiosidad no nos ponga nerviosos. Es el mismo Espíritu Santo el que habló por las Escrituras: él dijo de sí mismo lo que quiso o lo que pudiéramos nosotros entender. Así pues, digamos las cosas que fueron dichas por él, pues con lo que él no dijo no nos atreveremos.

Presente ya desde antiguo, es igual en dignidad al Padre y al Hijo
3. Hay un solo Espíritu Santo Paráclito. Y del mismo modo que hay un solo Dios Padre, y no hay un segundo Padre, y sólo un Hijo unigénito, que no tiene ningún otro hermano, así existe un solo Espíritu Santo, y no existe otro Espíritu Santo que sea igual en honor a él3. Es, por tanto, el Espíritu Santo, la máxima potestad, realidad divina e inefable. Pues vive y es racional, santificador de todas las cosas que Dios ha hecho por Cristo. El ilumina las almas de los justos. El está también en los profetas y también está, en la nueva Alianza, en los Apóstoles. Odieseles a quienes tienen el atrevimiento de aislar la acción del Espíritu Santo. Pues hay un solo Dios Padre, Señor de la antigua y de la nueva Alianza. Y un solo Señor, Jesucristo, que profetizó en la antigua y ha venido en la nueva. Y un sólo Espíritu Santo que anunció por los profetas a Cristo y que, después que Cristo llegó, lo mostró4.

Ni se habla de tres dioses ni deben separarse Padre, Hijo y Espíritu Santo
4. Por tanto, nadie separe la antigua de la nueva Alianza: que nadie diga que uno es allí el Espíritu, mientras que aquí lo es otro diferente5, pues ofende así al mismo Espíritu Santo, a quien se tributa honor juntamente con el Padre y el Hijo y que queda, en el bautismo, incluido dentro de la Santa Trinidad. Pues el mismo Hijo unigénito de Dios dijo claramente a los apóstoles: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19)6. Nuestra esperanza está puesta en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No anunciamos tres dioses. Callen, pues, los marcionitas7, porque, juntamente con el Espíritu Santo, por medio de un único Hijo, predicamos un único Dios. La fe es indivisa y la piedad es inseparable8. Ni separamos la Santísima Trinidad, como hacen algunos, ni hacemos, como Sabelio, una confusión9. Sino que reconocemos piadosamente a un Padre único, que nos envió un Salvador, el Hijo, Reconocemos a un Hijo, único, que prometió que enviaría desde el Padre al Paráclito (cf. Jn 15, 26). Reconocemos al Espíritu Santo, que habló por los profetas y en Pentecostés descendió sobre los apóstoles en una especie de lenguas de fuego (Hch 2, 3), en Jerusalén, en la iglesia de los apóstoles, la de arriba10. Aquí tenemos toda clase de prerrogativas. Aquí Cristo y el Espíritu Santo descendieron de los cielos. Y era muy conveniente que, del mismo modo que las cosas que se refieren a Cristo y al lugar del Gólgota las decimos en el mismo Gólgota, así también hablásemos del Espíritu Santo en la iglesia de arriba. Pero puesto que el que allí descendió participa de la gloria del que aquí fue crucificado, por eso es en este lugar donde hablaremos del que allí bajó. El culto piadoso no admite separación.

Expondremos las herejías
5. El propósito es, pues, decir algunas cosas sobre el Espíritu Santo. No, desde luego, exponer detalladamente su persona11, pues es cosa imposible, sino señalar, acerca de él, diversas aberraciones de algunos para que no seamos, ignorándolas, arrastrados por ellas. También queremos delimitar los caminos del error para que avancemos por un camino real. Y si examinamos con cautela algo de lo que ha sido dicho por los herejes, caiga de nuevo sobre sus cabezas, pero permanezcamos inmunes, tanto nosotros los que hablamos como vosotros que escucháis.
6. Pues los más impíos herejes en todas las materias afilaron también su lengua en contra del Espíritu Santo atreviéndose a decir cosas infames, como escribió Ireneo en sus libros Contra las herejías12. Algunos no temieron decir que ellos mismos eran el Espíritu Santo. El primero de los cuales es Simón, al que los Hechos de los Apóstoles llaman «Mago». Una vez expulsado, no dudó en enseñar tales cosas13. Los llamados «gnósticos» son también impíos y han dicho otras cosas en contra del Espíritu, y asimismo han hablado perversamente los valentinianos14. Pero el criminal Manes se atrevió a decir de sí mismo que era el Paráclito enviado por Cristo. Según los profetas o el Nuevo Testamento, ha habido quienes se imaginaban que unos y otros eran el Espíritu Santo. Su error—o más bien su blasfemia—son muy grandes. A tales hombres, por tanto, ódialos y huye de los que blasfeman contra el Espíritu Santo, para los cuales no hay remisión. ¿Cómo te vas a unir a los que carecen de toda esperanza, tú que ahora has de ser bautizado también en el Espíritu Santo? Si al que se une a un ladrón y realiza correrías con él se le somete a suplicio, ¿qué esperanza habrá de tener quien se enfrenta al Espíritu Santo?

Contra los marcionitas y los gnósticos
7. Odiese también a los marcionistas, que separaron del Nuevo Testamento las palabras del Antiguo. El primero de ellos fue Marción15, hombre alejadísimo de Dios, que afirmó la existencia de tres dioses. Al ver insertados en el Nuevo Testamento los testimonios de los profetas acerca de Cristo, los suprimió para privar al Rey de estos testimonios16. Odiese a los que ya mencionados gnósticos, como a ellos les gusta llamarse, pero que están llenos de ignorancia17. Hicieron sobre el Espíritu Santo afirmaciones que yo no tendría ahora el atrevimiento de recordar.

Contra los montanistas
8. Odiese a los de la Frigia inferior y a Montano y sus dos profetisas, Maximila y Priscila 18. Pues Montano, fuera de sí y delirante —y no hubiera dicho lo que dijo si no hubiese estado loco—, se abrevió a proclamarse a sí mismo como el Espíritu Santo. Hombre muy abyecto, baste decir, por respeto a las mujeres que aquí están, que estaba cubierto de toda impureza y lascivia. Habiendo ocupado Pepusa, un lugar muy pequeño de Frigia al que dio el falso nombre de Jerusalén, degollaba a los hijos pequeños de algunas mujeres despedazándolos en banquetes criminales. Por este motivo hasta tiempos recientes, en que la persecución se ha ido calmando, estábamos nosotros bajo sospecha de estos crímenes. La razón es que los montanistas, aunque falsamente, eran llamados con nuestro mismo nombre de cristianos. Como digo, se atrevió a llamarse a sí mismo Espíritu Santo, a pesar de rebosar impiedad y crueldad y estar sujeto a una imperdonable condena.

Contra los maniqueos19
9. A éste hay que añadir, como anteriormente se dijo, al muy impío Manes, el cual acumuló los vicios de todas las herejías. Siendo él mismo el más profundo abismo de perdición y reuniendo en sí los delirios de todos los herejes juntos, elaboró y propagó el más reciente de los errores. Se abrevió a decir también que él era el Paráclito que Cristo había prometido que enviaría. Y puesto que el Salvador, prometiéndolo, decía a los apóstoles: «Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto» (Lc 24, 49). ¿Qué, pues? ¿Acaso, cuando ya habían muerto hacía doscientos años, estaban esperando a Manes los apóstoles para ser revestidos de poder? ¿Quién tendrá la osadía de decir que no se llenaron ya del Espíritu Santo? Pues está escrito: «Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo?» (Hch 8, 17). ¿Es que no sucedió esto antes de Manes, y muchos años antes de él, cuando el Espíritu Santo descendió el día de Pentecostés?
El poder del Espíritu no se compra por dinero.

De nuevo, el caso de Simón
10. ¿Por qué se condenó a Simón Mago? ¿No fue porque, acercándose a los apóstoles, les dijo: «Dadme a mí también este poder para que reciba el Espíritu Santo aquel a quien yo imponga las manos» (Hch 8, 19). Pues no dijo: «Dadme a mí también una participación en el Espíritu Santo», sino poder, de modo que pudiese vender a otros algo que no se puede comprar y que él mismo no había conseguido20. Ofreció dinero (8, 18) a unos hombres que tenían el propósito de no poseer nada21, a pesar de haber visto a quienes ofrecían las ganancias de las cosas vendidas poniéndolas a los pies de los apóstoles (cf. Hch 4, 34-35). Y no pensaba que quienes pisaban con sus pies las riquezas entregadas para alimentar a los pobres nunca pondrían un precio al poder del Espíritu Santo. ¿Y qué es lo que dijeron a Simón?: «Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero» (8, 20).—«Eres otro Judas, que esperaste vender la gracia del Espíritu». Si, por tanto, Simón, que quería conseguir el poder (del Espíritu) es entregado a la perdición, ¿de cuánta impiedad no será reo Manes, que se jactó de ser él mismo el Espíritu Santo? Odiemos a los hombres dignos de odio. A los que Dios deja a un lado, dejémoslos. Con toda confianza, digamos también nosotros acerca de los herejes: «¿No odio, Yahvé, a quienes te odian? ¿No me asquean los que se alzan contra ti?» (Sal 139, 21). Pues existe una enemistad laudable, según está escrito: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y ente tu linaje y su linaje» (Gn 2, 15). En realidad, la amistad con la serpiente produce la enemistad con Dios y la muerte.

La promesa del Espíritu de vida
11. Sea suficiente lo dicho acerca de estos expulsados. Pero ahora volvamos a la Sagrada Escritura, y bebamos agua de nuestras vasijas y de la fuente de nuestros pozos (cf. Pr 5, 15). Bebamos del agua viva «que brota para vida eterna» (Jn 4, 14). «Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (7, 39). Observa lo que dice: «El que crea en mí (no de un modo simplista y lánguido, sino), como dice la Escritura (con lo que te está remitiendo al Antiguo Testamento): «De su seno correrán ríos de agua viva» (7, 38)22. No se trata de ríos perceptibles por los sentidos y que irrigan, en un sentido simple y vulgar, la tierra que contiene espinas y leños, sino de los que infunden luz a las almas: «Sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna» (4, 14). Es otra clase de agua, que vive y que brota: brota sobre los que son dignos de ella.

El Espíritu reparte sus dones entre todos
¿Y por qué ha dado el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque todas las cosas constan de agua, ya que el agua es la que hace las plantas y los animales; porque desde los cielos desciende el agua de las tormentas. Siempre cae del mismo modo y de la misma forma, aunque son multiformes los efectos que produce: una única fuente riega todo el huerto. Y una única e idéntica tormenta desciende sobre toda la tierra, pero se vuelve blanca en el lirio, roja en la rosa, de color púrpura en las violetas y en los jacintos, y diversa y variada en los distintos géneros de cosas. De una forma existe en la palma y de otra en la vid, pero está toda ella en todas las cosas, pues (el agua) es siempre la misma y sin variación. Y, aunque se mude en tormenta, no cambia su forma de ser, sino que se acomoda a la forma de sus recipientes convirtiéndose en lo que es necesario para cada uno de ellos. Así el Espíritu Santo, siendo uno y de un modo único, y también indivisible, distribuye la gracia «a cada uno en particular según su voluntad» (cf. 1Co 12, 11). Y del mismo modo que un árbol seco produce brotes al recibir agua, así también el alma pecadora, cuando por la conversión ha sido agraciada por el don del Espíritu Santo, produce los racimos del Espíritu Santo. Y aunque él es uno y único, obra sin embargo, por voluntad de Dios y en nombre de Cristo, efectos múltiples: se sirve de la lengua de uno para la sabiduría e ilustra la mente de otro con el don de profecía; a éste le concede el poder de expulsar demonios y a aquel el don de interpretar la Sagrada Escritura; de alguno fortalece la temperancia23 y a otro le enseña lo referente a la misericordia24; a otros les enseña a ayunar o a soportar los ejercicios de la vida ascética; a otros, a despreciar las cosas del cuerpo, y hay a quien prepara para el martirio. El es diverso en cada uno, pero nunca es distinto de sí mismo. Como está escrito: «A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad» (1Co 12, 7-11)25

Diversos sentidos de la palabra «espíritu
13. Pero puesto que acerca del Espíritu Santo, con un nombre único y común, se han dicho muchas cosas diversas en la Sagrada Escritura y puede temerse que alguien las confunda por ignorancia por no saber a qué espíritu se refiere lo que allí está escrito, es preciso señalar ciertas características seguras del Espíritu al que la Escritura llama Santo. Pues así como Aarón es llamado «cristo»26 y también David, Saúl y otros son llamados «cristos», y sin embargo es único el verdadero Cristo, así también, una vez que se atribuye la denominación de «espíritu» a diversas realidades, es estupendo ver a quién se llama, por algún motivo peculiar, Espíritu Santo. Pues son muchas las cosas que se llaman «espíritu», pues un ángel es llamado «espíritu», se llama «espíritu» a nuestra alma y al viento que sopla se le llama «espíritu»27. También una gran virtud es llamada «espíritu» y es denominada «espíritu» una acción impura. Incluso el Demonio, el Adversario, es llamado «espíritu». Cuídate, pues, cuando oigas estas cosas, de que, por la semejanza de la denominación, no confundas una cosa con otra. Pues de nuestra alma dice la Escritura: «Su soplo exhala, a su barro retorna», y del alma dice a su vez: «Que modela el espíritu del hombre en su interior» (Za 12, 1)28. Y de los ángeles dice en los Salmos: «Que hace a sus ángeles espíritus y llama de fuego a sus servidores»29. Y del viento dice: «Tal el viento del Este que destroza los navíos de Tarsis» (Sal 48, 8). Y además: «Como el árbol es agitado por el viento en el bosque». Y: «Fuego y granizo, nieve y bruma, viento tempestuoso, ejecutor de su palabra» (Sal 148, 8). Y de la buena doctrina dice el Señor mismo: «Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida» (Jn 6, 63), es decir, son espirituales30. Pero el Espíritu Santo no es algo que se exhala hablando con la lengua, sino alguien vivo31, que nos concede hablar con sabiduría, siendo él mismo el que se expresa y habla.

El Espíritu Santo sugiere, habla y enseña
14. ¿Quieres darte cuenta de cómo crea palabras y habla? Felipe, por revelación de un ángel, bajó por el camino que llevaba hasta Gaza, cuando llegaba el eunuco. Y dijo el Espíritu a Felipe: «Acércate y ponte junto a ese carro» (Hch 8, 29). ¿Ves cómo el Espíritu habla al que le oye? Y Ezequiel dice así: «El espíritu de Yahvé irrumpió en mí y me dijo: "Di: Así dice Yahvé"» (Ez 11, 5). Por otra parte, «dijo el Espíritu Santo» a los apóstoles, que estaban en Antioquía: «Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado» (Hch 13, 2). Ves al Espíritu que está vivo, que segrega y que llama, y que envía con poder. Y Pablo dice: «Solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones» (20, 23). El es el que santifica a la Iglesia, su auxiliador y su maestro, el Espíritu Santo maestro, del que dijo el Salvador: «Os lo enseñará todo», y no dijo sólo «os lo enseñará», sino también «os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26). Pues no son unas las enseñanzas de Cristo y otras las del Espíritu Santo, sino claramente las mismas. De las cosas que habían de suceder dio Pablo testimonio con anterioridad, para que, mediante un conocimiento previo, el ánimo se sintiese más firme. Y estas cosas se os han dicho por aquella sentencia: «Las palabras que os he dicho son espíritu» (Jn 6, 63), de modo que no pienses que éste (el Espíritu) es sólo algo que nosotros decimos, sino doctrina sólida.

El diablo, espíritu del mal y de pecado
15. Con la palabra «espíritu» se denomina también al pecado, como ya dijimos, pero por otra razón contraria, o sea, según dicen: «con un espíritu de fornicación se extraviaron» (Os 4, 12 LXX). También se le llama espíritu, espíritu inmundo, al demonio, pero con ese adjetivo de «inmundo». Pues a cada espíritu se le da un añadido, que designa una característica propia. Si se dice «espíritu» al alma humana, se le añade «del hombre» (1Co 2, 11). Si se dice acerca del viento32, se habla de «viento de borrasca» (Sal 107, 25). Cuando designa al pecado, dice «espíritu de fornicación». Si se refiere al demonio, le llama «espíritu inmundo», para que sepamos de qué se habla particularmente en ese caso y no creas que se está hablando del Espíritu Santo. ¡Ni hablar! Pues este nombre de «espíritu» es nombre general y común, y lo que no tiene un cuerpo espeso y denso es llamado, de un modo genérico, espíritu. Pero puesto que los demonios no poseen tales son llamados «espíritus». Pero hay espíritus muy diversos. Pues el demonio impuro, cuando se introduce en el alma del hombre (y Dios libre de este mal a todas las almas tanto de los que están aquí como de los ausentes), llega como un lobo tragando sangre y dispuesto a devorar lanzándose contra la oveja. Es una llegada muy cruel, y muy grave para el que la sufre. La mente se oscurece con una densa niebla. Es un ataque injusto de alguien que invade una propiedad ajena, pues se esfuerza en abusar, haciendo violencia (Mc 9, 17-18), de un cuerpo ajeno sirviéndose de él como si fuese propio. Hace caer a quien se mantiene en pie, emparentado como está con aquel que cayó del cielo (cf. Lc 10, 18); enreda la lengua y retuerce los labios; en lugar de palabras, arroja espuma. El hombre se sume en tinieblas y, cuando el ojo está abierto, el alma no ve nada a través de él. Lleno de miseria, el hombre se convulsiona lleno de temor ante la muerte. Realmente los demonios son enemigos de los hombres y los maltratan suciamente y sin misericordia.

La fuerza y la iluminación otorgadas por el Espíritu Santo
16. No es tal el Espíritu Santo. ¡Lejos de vosotros este pensamiento! Pues, al contrario, aquí estamos en el terreno del bien y de la salvación. En primer lugar, su venida tiene lugar en la mansedumbre y con suavidad, y se le percibe con esa suavidad y con fragancia, pues su yugo es muy ligero. Avisan de su llegada los rayos brillantes de luz y de ciencia. Viene con los sentimientos de un auténtico protector. Viene a salvar, sanar, enseñar, advertir, fortalecer, consolar y a iluminar la mente: en primer lugar, la de aquel que le acoge y, después, sus obras y las de los demás. Y del mismo modo que quien estaba en tinieblas anteriormente, al mirar luego al sol, de repente recibe la luz en su ojo corporal y distingue lo que antes no veía con claridad, así es aquel que ha sido considerado digno del don del Espítitu Santo: se ilumina su ánimo y, colocándose más allá de lo humano, ve ahora lo que ignoraba. Postrado su cuerpo en tierra, su alma contempla los cielos como en un espejo. Como Isaías, ve «al Señor sentado en un trono excelso y elevado» (Is 6, 1). Contempla, como Ezequiel, al que «estaba sobre la cabeza de los querubines» (Ez 10, 1). Ve, como Daniel, a «miles de millares» y «miríadas de miríadas» (Dn 7, 10). Siendo como hombre poca cosa, ve el principio y el fin del mundo, y discierne el transcurso de los tiempos y la sucesión de los reyes. Y no es que esto lo haya aprendido, pero es un verdadero proveedor de luz. Un hombre puede ser encerrado entre paredes, pero la fuerza de su conocimiento se extiende ampliamente hasta contemplar incluso lo que otros hacen.

El poder que da el Espíritu de discernir lo oculto
17. Pedro no estaba presente cuando Ananías y Safira vendieron sus posesiones. Pero estaba presente por el Espíritu, y dijo: «¿Cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo?» (Hch 5, 3). No era acusador ni tampoco testigo. ¿De dónde había llegado a conocer el hecho? «¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto?» (Hch 5, 4). Un hombre iletrado, Pedro, supo por la gracia del Espíritu lo que ni siquiera los mismos sabios de los griegos habían llegado a conocer. Un ejemplo semejante tienes también en Eliseo. cuando había curado gratis la lepra de Naamán, Guejazí33 se cobró una paga, cobrándose el valor de un trabajo de otro, y colocó el dinero recibido de Naamán en un lugar oscuro (cf. 2R 5, 20 ss). Pero las tinieblas no son oscuras para los santos (cf. Sal 139, 12)34. Pues, después de vuelto, le pregunta Eliseo (así como Pedro: «Dime, ¿habéis vendido en tanto el campo?» (Hch 5, 8): «¿De dónde vienes, Guejazí?» (2R 5, 25). Y no lo decía porque no lo supiese, sino deplorándolo. Has venido de las tinieblas y te irás en tinieblas. Has vendido la curación de un leproso y la herencia de la lepra te acompañará (cf. 2R 5, 27). Yo he cumplido—dice el mandato de quien me dijo: «Gratis lo recibisteis; dadlo gratis» (Mt 10, 8). Pero tú has vendido la gracia; recibe el salario de tu venta. ¿Y qué le dice Eliseo?: «¿No iba contigo mi corazón...?» (2R 5, 26). Yo estaba limitado por mi propio cuerpo, pero el Espíritu que Dios me dio veía incluso las cosas lejanas y me mostraba con claridad las cosas que sucedían en otras partes. Ves de qué modo no sólo suprime la ignorancia, sino que incluso da conocimiento infuso, y ves cómo el Espíritu Santo ilumina las almas.

También a los profetas iluminaba el Espíritu Santo
18. Hace casi mil años que vivió Isaías. Contempló a Sión como una pobre tienda de campaña. Sin embargo, la ciudad todavía estaba en pie embellecida por gran cantidad de plazas públicas y revestida de su dignidad. Está dicho, no obstante: «Sión será un campo que se ara» (Mi 3, 12), preanunciando lo que se ha realizado en nuestros días. Observa la exactitud de la profecía, pues dice: «Ha quedado la hija de Sión como cobertizo en viña, como albergue en pepinar, como ciudad sitiada» (Is 1, 8). Y realmente está este lugar ahora lleno de pepinares. ¿Acaso no ves cómo el Espíritu Santo ilumina a los santos?35. Que la semejanza de la denominación no te arrastre a otras cosas. Mantén en cambio, lo que es exactamente la verdad.
El Espíritu, que sugiere la castidad y la pobreza voluntarias, protege al hombre y le da sus dones
19. Si en alguna ocasión, cuando estés descansando, te vienen pensamientos acerca de la castidad o la virginidad, es él quien te esta instruyendo. ¿No sucede con frecuencia que una joven, ya dispuesta para la consumación del matrimonio, no accede porque él36 le sugiere la virginidad? ¿Es que no ocurre con mucha frecuencia que un hombre conspicuo en la vida pública desprecia las riquezas y la dignidad instruido por el Espíritu Santo? ¿O que muchas veces un joven, viendo una figura grácil cierra los ojos para no ver y escapar de la deshonra? ¿Por qué crees que eso sucede? El Espíritu Santo ha instruido la mente del hombre, siendo tantos en el mundo los deseos de la avaricia, hay cristianos que siguen la pobreza voluntaria. ¿Por qué razón? Por el mandato interior del Espíritu Santo. Es una realidad preciosa el Espíritu santo y bueno. Debidamente somos bautizados en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Con su cuerpo lucha el hombre con muchos y fieros demonios37. Y a menudo es contenido y dominado por las palabras de súplica un demonio al que muchos no podían retener con cadenas de hierro. Un simple soplo del exorcista se convierte en fuego contra el enemigo invisible. Tenemos, por tanto, de parte de Dios un auxiliador y protector, gran maestro de la Iglesia y gran luchador en favor nuestro. No sintamos temor ante los demonios ni ante el diablo, pues es más grande el que lucha por nosotros: simplemente abrámosle las puertas, pues «va por todas partes buscando a los dignos» (cf. Sb 6, 16)38 y buscando a quién regalar con sus dones.

La fortaleza del Espíritu Santo en las dificultades
20. Pero se le llama Paráclito porque consuela, fortalece con sus exhortaciones y nos ayuda en nuestra debilidad39, «pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Rm 8, 26), es decir, ante Dios, como se ve por el asunto mismo. A menudo alguien, víctima de injurias por causa de Cristo, padece injustamente el desprecio. Amenazan el martirio y los tormentos por doquier: el fuego y la espada, las bestias y el precipicio. Pero el Espíritu Santo sugiere: «Espera en Yahvé» (Sal 27, 14), hombre. Es poca cosa lo que te sucede, pero es grande lo que se te dará. Tras padecer un tiempo breve, estarás eternamente en compañía de los ángeles. «Los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros» (Rm 8, 18). El Espíritu describe al hombre el reino de los cielos, le muestra el paraíso de las delicias, y los mártires, presentes a la vista de sus jueces pero ya en el paraíso en cuanto a su energía y su poder, pueden así despreciar la dureza de lo que ven.

El espíritu permite dar testimonio en favor de Jesús
21. ¿Quiéres saber cómo con la fuerza del Espíritu Santo dieron los mártires su testimonio? El Salvador dice a los discípulos: «Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir» (Lc 12, 1 1-12). Pues es imposible padecer el martirio por dar testimonio de Cristo si no se sufre con la fuerza del Espíritu Santo. Pues si «nadie puede decir "Jesús es Señor!" sino con el Espíritu Santo» ( 1Co 12, 3), ¿quién dará la vida par Jesús si no es en el Espíritu Santo?

Ilumina a todos los cristianos de cualquier condición y de cualquier pueblo
22. Grande, omnipotente en sus dones y admirable es el Espíritu Santo. Piensa cuántos estáis sentados aquí, cuántas almas somos. El Espíritu actúa de modo adecuado a cada uno. Está en medio de todos y ve la situación de cada uno. Ve también el pensamiento y la conciencia, y también lo que hablamos y a lo que damos vueltas en nuestra mente. Grande es esto que acabo de decir y, sin embargo, es todavía poco. Quisiera que consideraras, iluminando él tu mente, cuántos son los cristianos de toda esta parroquia y cuántos los de toda la provincia de Palestina. Amplía también tu mente desde esta provincia a todo el Imperio de los romanos y vuelve desde él tu mirada al mundo entero: los pueblos de los persas y las naciones de la India, los godos y los sauromatas, los galos y los hispanos, los moros, los africanos, los etíopes y otros de los que ni los nombres conocemos: son muchos, en efecto, los pueblos cuyos nombres no han llegado siquiera a nuestro conocimiento. Mira a los obispos de cualesquiera pueblos, a los presbíteros, los diáconos, los monjes, las vírgenes y los laicos, y observa quién es el que los rige, preside y les concede sus dones. Cómo, en todo el mundo, a uno le regala el pudor, a aquél la virginidad perpetua, a éste el afán de dar limosna, a otro el interés por la pobreza y a otro, en fin, la capacidad de poner en fuga a los espíritus enemigos. Y así como la luz, con un solo rayo, todo lo ilumina, así también el Espíritu ilumina a los que tienen ojos. Por tanto, si alguno se queja de que no se le da la gracia, no acuse al Espíritu, sino a su propia incredulidad.

Angeles, potestades y todas las criaturas necesitan del Espíritu
23. Ves el poder que ejerce en el mundo entero. Que no se quede tu mente a ras del suelo, sino asciende a lo alto: sube en tus pensamientos hasta el primer cielo y contempla los muchísimos miles de ángeles que allí están. Si puedes, sube con el pensamiento a mayor altura: contempla los arcángeles y contempla a los espíritus, mira las virtudes, los principados, las potestades, los tronos y las dominaciones40. Dios ha dado al Paráclito como prefecto, maestro y santificador de todos ellos. Necesitan de él Elías, Eliseo e Isaías entre los hombres. Y entre los ángeles, Miguel y Gabriel. Ninguna de las cosas creadas le iguala en honor. Pues todas las clases de ángeles y todos los ejércitos juntos carecen de paridad e igualdad con el Espíritu Santo. A todos ellos los cubre y oscurece la potestad sumamente buena del Paráclito. Si alguno de ellos es enviado a realizar un ministerio41, escruta incluso las profundidades de Dios, como dice el Apóstol: «El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios. En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios» ( 1Co 2, 10-11)

En unión con el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo reparte sus dones
24. El, en los profetas, anunció a Cristo; él actuó en los apóstoles; él, hasta el día de hoy, sella las almas en el bautismo. El Padre se da al Hijo, y el Hijo comunica de sí mismo al Espíritu Santo42. Es el mismo Jesús, no yo, quien lo dice: «Todo me ha sido entregado por mi Padre» (Mt 11, 27). Y del Espíritu Santo dice: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, ... El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros» (Jn 16, 13-14). El Padre, a través del Hijo y juntamente con el Espíritu, lo da todo. No son unos los dones del Padre, otros los del Hijo y otros los del Espíritu Santo. Pues una es la salvación, una la potestad y una la fe, único es Dios Padre, único es su Hijo y único es el Espíritu Santo Paráclito. Y bástenos saber estas cosas. No indagues afanosamente la naturaleza o la sustancia. Pues, si es algo que se hubiese escrito, lo diríamos. Pero no nos atrevamos con lo que no ha sido escrito. Para nuestra salvación nos basta saber que existen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Sobre los setenta ancianos que ayudaron a Moisés
25. Este Espíritu descendió, en tiempo de Moisés, sobre los setenta ancianos. (Pero que la amplitud del discurso, carísimos, no os cause tedio. El mismo del que hablamos nos dé fuerza a cada uno de nosotros, a los que hablamos y a los que oís.) Este Espíritu, como decía, descendió sobre aquellos setenta ancianos que estaban bajo Moisés. Pero esto te lo digo para probar que todo lo conoce y todo lo obra como quiere. Fueron seleccionados setenta ancianos. «Bajó Yahvé en la nube y le habló. Luego tomó algo del espíritu que había en él y se lo dio a los setenta ancianos» (Nm 11, 25). Y no fue dividiendo al Espíritu, sino que cada uno recibió algo de su gracia, distribuida según su capacidad y su potestad. Los presentes eran de hecho sesenta y ocho, y profetizaron, pero no estaban Eldad y Medad. Pero para que quedase claro que no era Moisés el que concedía nada, sino que era el Espíritu el que obraba, también profetizaron Eldad y Medad, que habían sido llamados, pero no habían acudido (cf. Nm 11, 26-30).

El mismo signo de la imposición de las manos para la antigua y la nueva Alianza
26. Se asombró de ello Josué, hijo de Nun, sucesor de Moisés, y acercándose a Moisés le dice: «¿Has oído que Eldad y Medad están profetizando?». Fueron llamados y no vinieron. «Mi señor Moisés, prohíbeselo» (11, 28). Pero él le dijo: No se lo puedo prohibir, pues es una gracia celestial. No se lo impediré, pues también yo tengo esa gracia. No creo que tú hayas dicho esto movido por la envidia. No te consumas de celo por mí porque ellos hayan profetizado mientras tú todavía no profetizas. Aguarda un tiempo: «¡Quién me diera que todo el pueblo de Yahvé profetizara porque Yahvé les diera su Espíritu!» (11, 29). Proféticamene añadió lo de «porque les diera su espíritu». Pues ciertamente tampoco lo ha dado ahora, y tú no lo tienes todavía. Entonces, ¿no lo tuvieron Abraham, Isaac, Jacob y José? ¿Es que acaso no lo tuvieron los que vivieron antes de él? Sin embargo, es muy claro aquello de «cuando Dios les diera su espíritu», que es como si dijera: a todos. Y, no obstante, el don de la gracia es ahora privado y restringido, mientras que entonces se había derramado y abundaba. En realidad, se quería decir lo que nos habría de suceder en Pentecostés, pues también él descendió entre nosotros. Pero también anteriormente había descendido sobre muchos. Pues está escrito: «Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos» (Dt 34, 9). Ves el mismo signo en todas partes, en la antigua y en la nueva Alianza. En tiempo de Moisés se concedía el espíritu por la imposición de manos. A ti, que serás bautizado, ha de venir la gracia. No te digo de qué modo ni te anticipo el momento43.

Presencia del Espíritu en personajes de la antigua Alianza
27. El vino también a todos los justos y profetas. Me refiero a Enós, Henoc, Noé y los demás, Abraham, Isaac y Jacob. Que también José tuvo el espíritu de Dios (cf. Gn 41, 38), es algo que ya había descubierto el mismo Faraón. Ya oíste acerca de Moisés y de las cosas admirables que hizo por el Espíritu. También lo tuvieron el fortísimo Job y todos los santos, aunque no mencionemos ahora los nombres de todos. El fue el que, en la construcción del Tabernáculo llenó de sabiduría a Besalel y a sus hábiles compañeros (Ex 31, 1-6).
28. En la fuerza de este Espíritu, según lo que tenemos en el libro de los Jueces, fue juez Otoniel (Juec 3, 10), se vio fortalecido Gedeón (6, 34) yJefté consiguió la victoria (11, 29). Débora, mujer, entabló batalla (4-5) y Sansón, cuando todavía obraba con justicia y no contristaba al Espíritu, realizó cosas superiores a las fuerzas humanas44. En los libros de los Reyes encontramos claramente, acerca de Samuel y David45, cómo profetizaban en el Espíritu Santo y eran jefes de profetas. Y a Samuel se le llamaba «vidente» (1S 9, 9.11). Pero David dice elocuentemente: «El espíritu de Yahvé habla por mí» (2S 23, 2). Y, en los Salmos: «No retires de mí tu santo espíritu» (Sal 51, 13). Y a su vez: «Tu espíritu que es bueno me guie por una tierra llana» (Sal 143, 10). Y, como tenemos en las Crónicas, con el Espíritu Santo fueron agraciados Azarías, bajo el rey Asá, y, bajo Josafat, Yajaziel (2Cro 15, 1; 20, 14). Y también Zacarías, que fue lapidado (2 Cró 24, 20-21; cf. Mt 23, 35 ss). Y Esdras dice: «Tu Espíritu bueno les diste para instruirles» (Ne 9, 20)46. Acerca de Elías, el que fue tomado, y de Eliseo, ambos portadores del Espíritu y realizadores de cosas admirables, es cosa clara -aunque ahora lo pasemos por alto- que estuvieron llenos del Espíritu Santo.

Y en otros profetas
29. Y si alguien recorre los libros tanto de los doce47 como de los demás profetas, encontrará muchísimos testimonios acerca del Espíritu Santo. Miqueas dice: «Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza por el espíritu de Yahvé» (Mi 3, 8). Y Joel: «Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne» (3, 1). Y Ageo dice: «... según la palabra que pacté con vosotros a vuestra salida de Egipto, y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu: no temáis» (2, 5). De modo semejante, Zacarías: «No obstante, acoged mis palabras y mis mandatos, que yo prescribo en mi Espíritu a mis siervos los profetas» (Za 1, 6 LXX). Y así, otras cosas.

En Isaías y Ezequiel
30. También Isaías, el predicador elocuentísimo: «Reposará sobre él el Espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé. Y le inspirará en el temor de Yahvé» (11, 2-3). Con ello quiere decir que él (el Espíritu) es uno e indivisible, pero son diversos los efectos que produce. Y también: «He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él (Is 42, 1). Y también aquello: «Derramaré mi espíritu sobre tu linaje (Is 44, 3). Y además: «Ahora el señor Yahvé me envía con su espíritu» (48, 16). O bien: «En cuanto a mí, esta es la alianza con ellos, dice Yahvé. Mi espíritu que ha venido sobre ti...» (Is 59, 21)48. Y, a su vez: «El espíritu del Señor Yahvé está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahvé...» (Is 61, 1)49. Y también, hablando en contra de los judíos: «Mas ellos se rebelaron y contristaron a su Espíritu Santo» (Is 63, 10) y: «¿Dónde está el que puso en él su Espíritu Santo?» (63, 11).
También tienes en Ezequiel—si no estás ya cansado de escuchar—lo que ya se ha recordado: «El espíritu de Yahvé irrumpió en mí y me dijo: "Di: Así dice Yahvé"» (Ez 11, 5). Pero el «irrumpió sobre mí» se ha de entender correctamente, como queriendo designar la caridad y la clemencia. De modo semejante a como Jacob, una vez que encontró a José, «se echó a su cuello» (Gn 46, 29) y como, en los evangelios, aquel padre amantísimo, al ver a su hijo de vuelta, «conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente» (Lc 15, 20). Y, también en Ezequiel: «El espíritu me elevó y me llevó a Caldea, donde los desterrados, en visión, en el espíritu de Dios» (Ez 11, 24). Y otras cosas ya las oíste antes, cuando hablamos del bautismo50: «Os rociaré con agua pura... y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo» (36, 25.26). Y, poco después: «La mano de Yahvé fue sobre mí y, por su espíritu, Yahvé me sacó» (37, 1).

En Daniel
31. El infundió la sabiduría en el alma de Daniel, de modo que un joven fuese juez de ancianos. La casta Susana había sido condenada como impúdica. Nadie la defendía. ¿Quién la habría arrebatado de la mano de los jefes? Era llevada a la muerte y ya estaba en manos de los verdugos (Dn 13, 41-45). Pero se presentó su auxiliador, el Paráclito, el Espíritu que santifica a toda criatura inteligente. «Manténte ahí», le dijo a Daniel. «Tú, que eres joven, arguye a los viejos manchados por la corrupción de pecados de jóvenes. Pues está escrito: «Suscitó el santo espíritu de un jovencito» (13, 45). Y, resumiendo brevemente, por la sentencia de Daniel se salvó aquella muchacha pura. Este caso lo hemos resumido, pues no hay tiempo de exponerlo todo. Incluso Nabucodonosor reconoció que en Daniel estaba el Espíritu Santo, pues se refirió a él como «Daniel..., en quien reside el espíritu de los dioses santos» (Dn 4, 6)51. Dijo una cosa verdadera y otra falsa. Que tenía el Espíritu Santo era verdad, pero no que era «jefe de los magos». Pues no era mago, sino conocedor de las cosas por el Espíritu. De hecho, antes (Dn 2, 31ss.) había explicado la visión de la imagen que había visto y que no entendía. «Explícame, dice, la visión, que yo, que la vi, no la entiendo». Ves ahí la potencia del Espíritu Santo, porque quienes vieron no entienden, y los que no vieron conocieron e interpretaron.

En la siguiente catequesis se hablará del Espíritu Santo en el Nuevo Testamento
32. Estaríamos inclinados a recoger muchos testimonios del Antiguo Testamento y a explicar con más claridad lo que atañe al Espíritu Santo. Pero queda poco tiempo y es aconsejable que no tengáis tanto que escuchar. Por lo cual, contentos con lo mencionado de la antigua Alianza, volveremos, si Dios lo permite, en la catequesis siguiente a lo que falta del Nuevo. El Dios de la paz, os regale a todos con los bienes espirituales y celestiales por medio de Nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíriritu (cf. Rm 15, 30). A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén52.

Notas

1. La presente catequesis y la siguiente, que se tuvieron durante la Semana Santa o alrededor de ella, son un excelente testimonio del progreso de la conciencia teológica de la Iglesia sobre el Espíritu Santo, al que en todo momento, aún distinguiéndolo claramente, se le equipara en dignidad con el Padre y el Hijo. La catequesis suministra amplia información sobre opiniones y corrientes heréticas en torno al Espíritu Santo, pero expone también positivamente la enseñanza de la Escritura sobre él. En este aspecto, la catequesis está dedicada más que nada al Antiguo Testamento, mientras que la XVII expone principalmente la doctrina neotestamentaria.
2. Se reproduce la cita de Mt 12, 32 tal como la trae el texto de Cirilo. Pero el texto completo del versículo es: «Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro». Al interpretar el versículo, no debe partirse de si es que acaso hay o no hay pecados que no pueden perdonarse, sino desde el problema de una posible cerrazón existencial del hombre. En este momento -y se expondrá a lo largo de esta catequesis y de la siguiente- se está partiendo de que el acceso del hombre a Jesucristo (y por él al Padre) no se hace con los ojos de la carne ni con la inteligencia sino en virtud de la acción del Espíritu, que en el plan de la salvación -independientemente de que el hombre sea o no sea consciente de ello- es el que hace mediante la gracia que el hombre acceda a Dios y a la salvación que él le ofrece. El que «blasfema contra el Espíritu» cerrándose así a la acción de Dios en él -que uno sea reflexivamente consciente o no de la obra de Dios en él es cuestión secundaria-, se cierra así el camino de la salvación hacia su existencia. Se trata de algo que debe tenerse en cuenta al menos como advertencia. El tema del «pecado contra el Espíritu Santo» lo ha expuesto con notable claridad la encíclica Dominum et vivificantem de Juan Pablo II, afirmando que «la "blasfemia" no consiste en el hecho de ofender con palabras al Espíritu Santo; consiste, por el contrario, en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la Cruz. Si el hombre rechaza aquel "convencer sobre el pecado", que proviene del Espíritu Santo y tiene un carácter salvífico, rechaza a la vez la "venida" del Paráclito: aquella "venida" que se ha realizado en el misterio pascual, en la unidad mediante la fuerza redentora de la Sangre de Cristo. La Sangre "que purifica las obras muertas de nuestra conciencia". »Sabemos que un fruto de esta purificación es la remisión de los pecados. Por tanto, el que rechaza el Espíritu y la Sangre permanece en las "obras muertas", o sea, en el pecado. Y la blasfemia contra el Espíritu Santo consiste precisamente en el rechazo radical de aceptar esta remisión, de la que el mismo Espíritu es el íntimo dispensador y que presupone la verdadera conversión obrada por él en la conciencia. Si Jesús afirma que la blasfemia contra el Espíritu Santo no puede ser perdonada ni en esta vida ni en la futura, es porque esta "no-remisión" está unida, como causa suya, a la "no penitencia", es decir, al rechazo radical del convertirse. Lo que significa el rechazo de acudir a las fuentes de la Redención, las cuales, sin embargo, quedan "siempre" abiertas en la economía de la salvación, en la que se realiza la misión del Espíritu Santo» (Dominum et vivificantem, núm. 46; se ha citado la edición castellana de PPC, Madrid, 1986 año de la aparición de la encíclica).
3. En un lenguaje algo amplio, es una confesión clara de la fe trinitaria. En cuanto al Padre y al Hijo, la frase recuerda 1Co 8, 6: «Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros». Las catequesis XVI y XVII pretenden hablar del Espíritu Santo de modo que en los oyentes quede equiparado, en su dignidad, al Padre y al Hijo. Se expresa así la madurez de la conciencia dogmática de la Iglesia.
4. Mt 3, 16 (Mc 1, 10; Lc 3, 22) muestran esta unión de Jesús con el Espíritu, del mismo modo que también aparece unido al Padre. Es a partir de ahí como Jesús comenzará su actividad pública.
5. Según parece, en algunos momentos históricos hablaron algunos, para el Antiguo y el Nuevo Testamento, de varios «Padres», varios «Cristos» y varios «Espiritus», aunque son cosas demasiado alejadas de nuestra mentalidad. Ver distintos testimonios acerca de los marcionitas, maniqueos, gnósticos, etc. en PG 33, 921-922, nota 3.
6. Estas palabras de Mt 28, 19 reflejan probablemente, escritas decenios después del Jesús terreno, una fórmula del bautismo expresamente trinitaria y que quizá no puede entenderse como locución literal de Jesús. Pero ello no es un inconveniente si se tiene en cuenta tanto 1) el valor de todos los textos de la Escritura, la cual tiene valor de Palabra divina sin que necesariamente tenga que levantar acta de exactitudes históricas, como 2) la rectitud del empleo de una fórmula trinitaria en la acción de bautizar.
7. Marción (ca. 85-ca. 160) había defendido una oposición total entre un Dios del Antiguo Testamento, rígido, legalista y justiciero, y el Dios del Nuevo Testamento, reflejado sólo en la teología de Pablo y en lo que de ésta se encuentra en Lucas. Marción era un talento organizador y su predicación ofrecía un riguroso sentido de la moralidad, caracteristicas ambas que, junto con su fuerte personalidad, le proporcionaron numerosos seguidores. Fue excomulgado, al llegarse a la convicción de la falta de relación de sus enseñanzas con la fe apostólica, en Roma el año 144.
8. La fe y la piedad que se dirigen al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, puesto que los tres no deben separarse, se dirigen a un Dios único.
9. Sabelio es el último y más importante defensor de lo que desde el s. xix se ha llamado «modalismo», según el cual no habría en el único Dios más que una hypóstasis, en realidad el Padre, y de la que el Hijo y el Espíritu Santo no serían más que otros modos de manifestarse.
10. El edificio se encontraba sobre el monte Sión y sería la más antigua de las iglesias cristianas de la ciudad de Jerusalén. Cirilo explica a continuación cómo se podía haber pensado en esa iglesia para hacer allí las catequesis sobre el Espíritu Santo, pero se ha mantenido la unidad de lugar.
11. Traducimos por «persona», clásica en la tradición occidental, la expresión «hipóstasis», característicamente griega, aunque ésta refleja más exactamente lo que se quiere decir y es la empleada por los documentos de los concilios ecuménicos que abordaron las cuestiones cristológicas y trinitarias.
12. Ireneo de Lyón, nacido posiblemente en Asia Menor alrededor del año 140 y muerto como obispo de Lyón hacia el año 202, es Padre de la Iglesia y el teólogo más importante del siglo II. Sus obras, la célebre Contra las herejías y la Demostración de la predicación apostólica, tienen un fuerte carácter polémico y apologético. Sin embargo, esto no obsta a que en Ireneo pueda observarse una espléndida síntesis de las verdades de la fe en cuanto a la doctrina trinitaria, cristología, antropología teológica, escatología y eclesiología.
13. Es algo exagerada la descripción que la catequesis hace de Simón. Sobre la historia y los problemas de este personaje, cf Hch 8, 9-24.
14. Las enseñanzas del gnóstico Valentín (s. ll) han sido muy estudiadas por Antonio Orbe. Dentro de la complejidad del tema puede orientar, entre otras obras de este último, su Introducción a la teología de los siglos II y lll, Salamanca 1988.
15. Vid. nota 7. La atribución a Marción de la afirmación de tres dioses puede resultar exagerada por la polémica, pero se refiere al Padre, al diablo (como principio del mal) y al Dios de los judíos. Naturalmente sólo el primero le interesa a Marción.
16. En su afán por desvincular el Nuevo Testamento del Antiguo, Marción procuró editar el primero sin las citas del segundo. Se pretende así conseguir que Cristo sea una novedad absoluta frente a la antigua Alianza.
17. Cf la obra de A. Orbe citada en nota 14.
18. De origen frigio, en el NO. de Asia Menor, Montano es el promotor, en el siglos II, de lo que se llamó montanismo, secta que valoraba en la Iglesia a los profetas por encima de los obispos. Además del mismo Montano, antiguo sacerdote de Cibeles convertido al cristianismo, se sintieron poseídas del mismo don profético que él sus dos seguidoras Maximila y Priscila. La secta también se caracterizaba por su moral muy austera. La hicieron desaparecer las duras leyes civiles que se dictaron contra ella a partir del s. v. Un célebre montanista fue Tertuliano, autor de importantes obras teológicas católicas antes de su paso a la secta.
19. Vid. anteriormente, núm. 6 y, más arriba, cat. IV, nota 34.
20. Vid. Procatequesis, núms. 2 y 4.
21. Del nombre de Simón Mago viene «simonía», que es el nombre que en la historia de la Iglesia se ha dado a los intentos de obtener poder eclesiástico mediante la oferta de dinero u otros beneficios.
22. «Como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva». La afirmación de que de él brotarán ríos de agua viva se puede aplicar al que crea enJesús, pero quizá sobre todo al mismo Jesús: es de su seno del que brotarán los ríos de agua viva, afirmación que se hace en referencia a la Escritura, es decir, al Antiguo Testamento. La Biblia de Jerusalén lo explica así: «Promesa que se ha de vincular a la liturgia de la fiesta de las Tiendas, que comprendía oraciones para pedir la lluvia, ritos conmemorativos del milagro del agua, Ex 17, 1-7; cf. 1Co 10, 4, y lecturas de profecías que anunciaban la fuente que debía regenerar a Sión, Za 14, 8; Ez 47, 1 s; cf. Jn 4, 1 ss.».
23. El don de la castidad
24. También puede entenderse aquí la limosna.
25. Cf. lo anteriormente dicho en cat. 14, nota 20.
26. En el original griego se entiende mucho mejor la explicación de Cirilo, pues a Aarón y los otros los califica de christós -que es la palabra griega para decir «ungido»-, de donde puede salir la posible confusión con el nombre de Cristo, el Salvador, el ungido por antonomasia.
27. Curiosamente, en hebreo (ruah) y en griego (pueuma) la misma palabra se emplea para indicar «viento» y «espíritu» (o «Espíritu»). En español, «espíritu» está en el mismo grupo que respirar, inspirar, expirar que tienen relación con la acción del aire. A este respecto son dignas de tenerse en cuenta las afirmaciones de Gn 2, 7, donde la acción de Dios al crear al hombre se completa con el hecho de que «insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente». Por otra parte, y de modo general -sobre ello habrá que volver-, en la Escritura se entiende con frecuencia la acción del espíritu como la de quien completa la obra creadora. Sobre ello, se volverá más adelante.
28. Za 12, 1 b describe a Dios como «el que despliega los cielos, funda la tierra y forma el espíritu del hombre en su interior». Cf. Is 42, 5.
29. El texto de los LXX favorece esta traducción, que también puede hacerse (siguiendo a la Biblia de Jerusalén) de este modo: «Tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas del fuego por ministros». La primera traducción responde más al ámbito cultural griego.
30. La misma explicación de Cirilo, «es decir, son espirituales», de las palabras de Jn 6, 63 hace ver que «las palabras que os he dicho son espíritu y son vida» puede entenderse en referencia al Espíritu Santo o quizá simplemente entendiendo que las palabras de Jesús son aliento vital para el que las acepta.
31 Cf. cat. 17, núms. 27, 28, etc.
32. Sobre la identidad de las palabras «viento» y «espíritu» en hebreo y griego, cf. la nota 27. El original griego habla aquí de «pneuma» de borrasca: espíritu, viento, soplo... De ahí el posible juego de palabras.
33. El criado de Eliseo.
34. El Sal 139 ensalza el hecho de que a Dios nada se le oculta del interior del hombre. Siempre han sido muy citados, por ejemplo, los vv. 7-8: «¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo, allí estás tú, si en el sheol me acuesto, allí me encuentras». El conocimiento de los hombres —en este caso del ocultamiento que hacen—- que se atribuye a Pedro y Eliseo en los casos del criado de este último y del engaño practicado por Ananías y Safira es como una gracia de estado que el Espíritu Santo concede a la mente profética de Pedro y Eliseo. En éstos se da una situación semejante a aquella en que puede encontrarse a veces un catequista en relación con su catecúmeno. En parte, se trata de casos de discernimiento de espiritus o de valoración, desde el punto de vista de la fe, de situaciones reales.
35. En este caso, a los profetas escritores.
36. Se refiere a que el Espíritu Santo le sugiere la virginidad. Lo que el párrafo menciona es el matrimonio rato que no llega a consumarse y por tanto, puede no ser definitivo. Se ha preferido una traducción menos literal, aunque la estimamos más comprensible. Al pie de la letra, sería: «¿Acaso muchas veces no sucede que una muchacha huye cuando ya está dispuesta para los tálamos nupciales...?».
37. Se piensa en la tarea que realiza el que practica un exorcismo.
38. Sb 6, 16 cuadra bien en el contexto de la acción interior del Espíritu Santo, si bien en el texto bíblico se refiere a la sabiduría: «Ella misma va por todas partes buscando a los que son dignos de ella; se les muestra benévola en los caminos y les sale al encuentro en todos sus pensamientos».
39. La semántica, el significado de «Paráclito» nos remite a «parákalein», llamar junto a, "ad-vocare'' Paráclito significa, pues, el «llamado junto a», como abogado (ad-vocatus) para que ayude, etc. Es el sentido de la misión del Espíritu Santo junto al que cree en Jesucristo.
40. Vid. más arriba, cat. 15, notas 13, 45, 46.
41. Cf. Hb 1, 14: «¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?».
42. Esa afirmación representa de algún modo la vida interna de Dios: el Padre engendra al Hijo (y el Hijo procede así del Padre). El espíritu procede del amor entre el Padre y el Hijo. La tradición teológica de la Iglesia de Occidente ha señalado, especialmente a partir del influjo de la teología carolingia, que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. De este modo se añadió al Credo de la Iglesia latina la célebre expresión Filioque («y del Hijo»). Este añadido, más que en una justificación teológica directa, tiene su origen en el interés por señalar, en contra de la concepción arriana, la igualdad del Padre y el Hijo en cuanto a su dignidad, y así, en este caso, se afirma que el Espíritu Santo proviene de ambos (los teólogos han llamado «procesiones» al hecho de que el Hijo procede del Padre, y el Espíritu Santo del Padre y del Hijo). La tradición oriental, por su parte, ha preferido expresarse diciendo que el Espíritu Santo proviene del Padre a través del Hijo. Esto, dejando de lado la polémica antiarriana -que ya no debería ser necesaria- es quizá incluso más exacto. Se expresa así más adecuadamente que el Hijo es mediador también del Espíritu Santo y, a la vez, que es el Espíritu Santo el que nos lleva a Jesucristo (cf. 1Co 12, 3) y, a través de él, al Padre. En último término es una concepción incluso más cristocéntrica y expresa asimismo con mayor claridad que el Padre está en el comienzo de todo. Cirilo de Jerusalén entra, como es lógico, dentro de la concepción teológica trinitaria oriental. Una aceptable exposición práctica de la relación entre Padre, Hijo y Espíritu Santo se da, tomando como base diversos datos bíblicos, en cat. XVII, núm. 19. Otros detalles en PG 33, 951, nota 1. Desde la historia de la teología, cf. sobre todo L. SCHEFFCZYK Formulación dogmática e historia del dogma trinitario, en Mysterium Salutis ll/I, Madrid, 1ª 1969, 228-231. Es interesante, por otra parte, recordar que, en la fiesta de Pentecostés del año 1981, Juan Pablo II, en la recitación del Credo en la Basílica de San Pedro, suprimió las palabras «y del Hijo» en un encuentro con obispos católicos y ortodoxos. Cf. las revistas de información religiosa del mes de junio de aquel año. CL además la Carta Apostólica de Juan Pablo II a los obispos con ocasión del 1600 aniversario del Concilio I de Constantinopla y del 1550 aniversario del Concilio de Efeso 25 de marzo 1981, publicada en castellano en «Ecclesia», núm. 2026, ll abril 1981, pp.8-11 (458-461).
43. Los sacramentos de la iniciación cristiana, con los que culminará la presente catequización, serán el objeto de las catequesis 19-23.
44. La historia de Sansón, en Juec 13-16.
45. En la denominación cristiana antigua, los libros I y 2Sam son denominados I y 2Re, mientras que nuestros I y 2Re son allí 3 y 4 Re.
46. También en la denominación antigua Neh es llamado 2 Esd.
47. Los llamados «profetas menores», desde Oseas a Malaquías.
48. Is 59, 21, tal como lo transcribe Cirilo. Pero el texto bíblico prolonga la frase: «... Mi espíritu que ha venido sobre ti y mis palabras que he puesto en tus labios no caerán de tu boca ni de la boca de tu descendencia ni de la boca de la descendencia de tu descendencia, dice Yahvé desde ahora y para siempre».
49. En Lc 4, 18-19 se aplico Jesús a si mismo el versículo completo 61, 1.
50. Vid. caí. 3, núm. 15.
51. En la manera de expresarse, Nabucodonosor habla como el pagano que todavía es. Nabucodonosor, dando además a Daniel el nombre de Beltsassar (Dn 4, 5), se dirige a él como «jefe de los magos».
52. Sobre un posible añadido a esta catequesis, según códices, puede verse PG 33, 963-966. Pero no hemos creído necesario reproducir aquí este texto.