Padres de la Iglesia
ORÍGENES
Comentario al Cantar de los Cantares
LIBRO SEGUNDO (1)
Soy morena y hermosa, hijos de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las pieles de Salomón (en otros ejemplares leemos: Soy negra1 y hermosa) (1, 5).
Una vez más se introduce aquí hablando al personaje de la esposa: hablando, sin embargo, no a las doncellas que suelen correr con ella, sino a las hijas de Jerusalén, a las cuales, como si ellas hubieran criticado su fealdad, parece responder diciendo: Sí, soy morena (o negra) de color, hijas de Jerusalén, pero hermosa, si uno mira el diseño interno de los miembros. Efectivamente, dice, también las tiendas de Cedar -un gran pueblo-son negras, y el mismo nombre del pueblo, Cedar, se interpreta como negrura u obscuridad. Pero también las pieles de Salomón son negras y, sin embargo, no por eso le pareció indecorosa la negrura de sus pieles a un rey tan grande en toda su gloria. Por tanto, hijas de Jerusalén, no me reprochéis el color, pues al cuerpo no le falta la hermosura, ya la natural, ya la buscada en el ejercicio. Este es el contenido del drama, según el sentido literal y la forma del relato en cuestión. Pero volvamos al orden de interpretación mística. Esta esposa que habla representa a la Iglesia congregada de entre los gentiles2. Las hijas de Jerusalén, en cambio, a las cuales va dirigida la plática, son las almas que, gracias a la elección de los padres, se dicen queridísimas, cierto, pero son enemigas por causa del Evangelio3: son las hijas de la ciudad terrenal de Jerusalén4. Estas, cuando ven a la Iglesia de los gentiles que, no obstante carecer de nobleza, pues no puede atribuirse la nobleza de Abrahán, de Isaac y de Jacob, sin embargo olvida a su pueblo y la casa de su padre5 y llega hasta Cristo, la desprecian y la ennegrecen de ultrajes por la carencia de nobleza en su linaje. Entonces la esposa, al darse cuenta de que esto es lo que le echan en cara las hijas del pueblo anterior y que la llaman negra por considerarla como si no tuviera la claridad de la instrucción de los padres, en respuesta a todo ello, dice: Negra soy, en efecto, hijas de Jerusalén, puesto que no desciendo del linaje de varones ilustres ni recibí la iluminación de la ley de Moisés, pero tengo conmigo mi propia belleza. Efectivamente, en mi está aquella primera creación que en mi se hizo a imagen de Dios6, y ahora, al acercarme al Verbo de Dios, he recibido mi belleza. Realmente podéis compararme cuanto queráis, por la oscuridad de mi color, con las tiendas de Cedar y las pieles de Salomón: también Cedar desciende de Ismael7, pues de él nació como segundo hijo, y el tal Ismael tuvo parte en la bendición divina8. Y también me comparáis a las pieles de Salomón, que no son otras que las pieles de la tienda de Dios9 ¡Me extraña, pues, que vosotras, hijas de Jerusalén, queráis echarme en cara mi color obscuro! ¿Cómo no recordáis lo que está escrito en la ley, a saber, lo que padeció María por criticar a Moisés cuando éste tomó por esposa a una etíope negra?10 ¿Cómo ignoráis que la apariencia de aquella imagen tiene ahora en mi su plena realidad? Yo soy aquella etíope, soy negra, ciertamente, por la condición plebeya de mi linaje, pero hermosa por la penitencia y por la fe, pues en mi he acogido al Hijo de Dios, he recibido al Verbo hecho carne11. Me llegué al que es imagen de Dios, primogénito de toda criatura12 y, además, resplandor de su gloria e impronta de su esencia13: y me volví hermosa. ¿Por qué, pues, zahieres a la que se convierte del pecado? ¿No lo prohíbe la ley14? ¿Y cómo te glorias en la ley, tú que estás violando esa ley15? Sin embargo, puesto que estamos en estos pasajes en que la Iglesia que procede de los gentiles dice que es negra y hermosa, aunque parezca largo y trabajoso recoger de las divinas escrituras en qué lugares y de qué manera se anticipa la figura de este misterio, con todo me parece que no debemos omitirlos del todo y sí recordarlos con la mayor brevedad posible16.
Así pues, en primer lugar, en el libro de los Números hay escrito sobre la etíope lo siguiente: Y hablaron María y Aarón, y criticaron a Moisés por causa de la mujer etíope que había tomado por esposa, y dijeron: ¿Acaso el Señor no ha hablado más que a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros?17. Y de nuevo, también en el libro tercero de los Reyes, está escrito de la reina de Saba que vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón18: La reina de Saba oyó el nombre de Salomón y el nombre del Señor, y vino a probarle con enigmas. Y llegó a Jerusalén con gran comitiva, con camellos cargados de aromas y de oro en gran abundancia y piedras preciosas. Se presentó a Salomón y le dijo todo cuanto tenían en su corazón. Y Salomón le declaró todas sus palabras, y no hay palabra que el rey omitiera y dejase sin explicarle. Y vio la reina de Saba toda la prudencia de Salomón y la casa que se había edificado y los manjares de Salomón y el asiento de sus sirvientes, la fila de sus ministros, y sus vestidos, sus coperos y los holocaustos que ofrendaba en la casa del Señor, y se quedó pasmada, y dijo al rey Salomón: ¡Verdad es cuanto en mi tierra oí decir de tus palabras y de tu prudencia! Mas yo no creí a los que me hablaban, hasta que he venido y mis ojos han visto: ¡Y hallo que ni la mitad me habían contado! Efectivamente, has acumulado bienes muy por encima de lo que había oído en mi tierra. ¡Dichosas tus mujeres, dichosos estos servidores, que siempre están en tu presencia y escuchan tu sabiduría! ¡Bendito sea el Señor tu Dios, que te dio el trono de Israel! Porque el Señor amó a Israel y quiso que durara para siempre, te puso a ti como rey sobre ellos para que administres el derecho con justicia y los juzgues. Y dio a Salomón 120 talentos de oro y gran cantidad de aromas y piedras preciosas: nunca vinieron aromas de tal calidad ni en tal cantidad como las que dio la reina de Saba al rey Salomón19.
Ahora bien, hemos querido referir esta historia con algo más de amplitud e insertarla en esta nuestra exposición, porque sabemos que se adecúa tan bien a la persona de la Iglesia que vino a Cristo de entre los gentiles, que el mismo Señor en los Evangelios hizo mención de dicha reina diciendo que ella había venido de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón20. Dice, sin embargo, que era reina del Mediodía, porque Etiopía se encuentra en la parte del Mediodía, y que venia de los confines de la tierra, porque Etiopía está situada casi en lo último. Por otra parte, hallamos que de esta misma reina hace también mención Josefo en su Historia21, y añade también que, después de regresar ella de junto a Salomón, el rey Cambises admiró su sabiduría, que sin duda había recibido de Salomón, y le dio el nombre de Meroe. Pero refiere que no sólo fue reina de Etiopía sino también de Egipto. Mas añadiremos aún lo que en el Salmo LXVII se contiene y acerca de esta misma figura. Se dice allí: Dispersa a los pueblos que quieren la guerra: y vendrán embajadores de Egipto; Etiopía tenderá apresurada sus manos a Dios. Reinos de la tierra, cantad a Dios, salmodiad para el Señor22. En cuarto lugar y todavía sobre la misma figura, está escrito en el profeta Sofonías: Por tanto, espérame, dice el Señor, el día en que vuelva a levantarme como testigo, porque he determinado reunir a las gentes, juntar a los reyes, para derramar sobre ellos todo el furor de mi enojo, pues en el fuego de mi celo será consumida toda la tierra. Porque entonces volveré pura a los pueblos la lengua en su generación, para que todos invoquen el nombre del Señor y le sirvan bajo un solo yugo. De allende los ríos de Etiopía acogeré a los que están dispersos, y ellos me traerán ofrenda. Aquel día, Saba, no será ya avergonzada por ninguna de tus maquinaciones con las cuales obraste impíamente contra mí23. Mas también en Jeremías está escrito que algunos príncipes del pueblo de Israel tomaron a Jeremías y lo hicieron arrojar en el aljibe de Malquías, hijo del rey, aljibe que estaba en el patio de la cárcel. Le descolgaron con sogas; y en el aljibe no había agua, sino cieno, y Jeremías estaba en el cieno. Pero oyendo Ebedmélec, un eunuco etíope que estaba en la casa del rey, que habían arrojado a Jeremías en el aljibe, habló al rey, diciendo: Mi señor el rey, mal obraron estos hombres en todo lo que han hecho al profeta Jeremías, porque lo han hecho arrojar en el aljibe para que allí muera de hambre, pues no hay más pan en la ciudad. Entonces mandó el rey al mismo Ebed-Mélec el etíope, diciéndole: Toma treinta hambres de aquí y sácalo del aljibe para que no muera allí. ¿Y para qué continuar? Ebed-Mélec el etíope fue quien sacó a Jeremías del aljibe24. Y algo más adelante: Y le fue dirigida la palabra del Señor a Jeremías, diciendo: Vete y habla a Ebed-Mélec el etíope y dile: Así dice el Señor Dios de Israel: Mira que yo traigo mis palabras sobre esta ciudad para mal, y no para bien. Pero aquel día yo te salvaré y no te entregaré en manos de aquellos cuyos encuentros evitas temeroso. Porque ciertamente te salvaré y no caerás a espada, sino que tu vida quedará a salvo, porque confiaste en mi, dice el Señor25. Estos son los pasajes de las santas Escrituras que, al menos por el momento, se me han ocurrido y con los cuales me parece que se puede confirmar el significado místico del propuesto versículo del Cantar de los Cantares: Soy morena (o negra) y hermosa, hijas de Jerusalén, como las tiendas de Cedar, como las pieles de Salomón26.
Por esta razón hallamos en los Números que Moisés tomó por mujer a una etíope, morena o negra, y ella es la causa de que María y Aarón le critiquen y digan indignados: ¿Acaso el Señor no ha hablado más que a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros?27. Si atentamente lo consideras, hallarás que en esta queja ni siquiera el sentido literal guarda consecuencia lógica28. Efectivamente, ¿qué tendrá que ver con el asunto el que, indignados a causa de la etíope, digan: ¿Acaso habló sólo a Moisés el Señor? ¿No nos ha hablado también a nosotros? Evidentemente, si la causa era aquella, debieran haber dicho: No debiste, Moisés, tomar como esposa a una etíope y de la raza de Cam, sino de tu linaje y de la casa de Leví. Pero de esto nada hablan, sino que dicen: ¿Acaso Dios no habló más que a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros? Por lo cual, tengo para mí que lo ocurrido más bien se entiende según el sentido espiritual, y debemos ver que Moisés, esto es, la ley espirituale29, ha pasado ya a las nupcias y unión con la Iglesia congregada de entre los gentiles, y que María, que es figura de la sinagoga abandonada, y Aarón, que representa al sacerdocio carnal, al ver que se les había quitado su reino y que se había entregado a otro pueblo que lo haría fructificar, dice: ¿Acaso Dios no habló más que a Moisés? ¿No nos ha hablado también a nosotros? Así mismo, el propio Moisés, de quien tantas y tan magnificas obras de fe y de paciencia se cuentan, nunca fue tan colmado por Dios de alabanzas como ahora, al tomar como esposa a la etíope.
Ahora se dice de él: Era Moisés un hombre muy bondadoso, más que todos los hombres de la tierra30 y ahora es cuando dice de él el Señor: Si hubiere entre vosotros un profeta, yo le hablaré en visiones o en sueños, y no como a mi siervo Moisés, que es de toda confianza en mi casa: Boca a boca hablaré con él, y a las claras, no con enigmas, pues vio la gloria del Señor: Entonces, ¿por qué no temisteis hablar mal de mi siervo Moisés?31. Todo esto mereció Moisés oír de parte del Señor por causa de su matrimonio con la mujer etíope. Pero, sobre este tema ya hicimos amplia exposición en el comentario al libro de los Números, donde puede buscar el que crea que vale la pena conocerlo. Por ahora baste probar con estos textos que la esposa negra y hermosa es la misma que la etíope que Moisés, esto es, la ley espiritual -que sin duda alguna es Cristo, el Verbo de Dios32- unió a sí en matrimonio, a pesar de las murmuraciones y críticas de las hijas de Jerusalén, es decir, del pueblo judío con sus sacerdotes. Veamos ahora, por otra parte, aquel pasaje del tercer libro de los Reyes que hemos citado en relación con la reina de Saba, etíope también ella, de la que el Señor en los Evangelios da testimonio diciendo: La reina del Mediodía se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón; y -añade- aquí hay más que Salomón33, con lo cual enseñaba que la verdad es más que las figuras de la verdad. Vino, pues, también ésta, es decir, según lo que simboliza, la Iglesia de los gentiles, para oír la sabiduría del verdadero Salomón y verdadero pacífico, nuestro Señor Jesucristo34. Vino también ésta con la intención primera de probarlo mediante enigmas y preguntas35 que antes le parecían insolubles; y él le resuelve lo que para ella y para los doctores gentiles, a saber, los filósofos, siempre había permanecido incierto o dudoso: sobre el conocimiento del Verbo de Dios, sobre las criaturas del mundo, sobre la inmortalidad del alma y sobre el juicio futuro. Vino, en fin, a Jerusalén, es decir, a la visión de la paz36, con gran comitiva y mucha riqueza; no vino, ciertamente, con un sólo pueblo, como antes la sinagoga con sólo los hebreos, sino con pueblos de todo el mundo y trayendo también regalos dignos de Cristo, la suavidad de los perfumes, es decir, de las buenas obras, que suben hasta Dios por su suave olor. Pero vino también repleta de oro, indudablemente de los pensamientos y de las disciplinas racionales, que había ido recogiendo de la instrucción escolástica común antes ya de tener la fe. Trajo además piedras preciosas, que podemos interpretar como adorno de las costumbres. Con este boato, pues, se presenta a Cristo, el rey pacífico, y le abre su corazón, a saber, con la confesión y el arrepentimiento de sus pecados anteriores, y le dijo todo cuanto tenía en su corazón37, por lo cual también Cristo, que es nuestra paz38, le declaró todas sus palabras, y no hay palabra que el rey omitiera y dejase sin explicarle39. Luego, al acercarse ya el tiempo de la Pasión, le dice a ella, esto es, a sus discípulos escogidos: Ya no os llamaré siervos, sino amigos, porque el siervo ignora lo que hace su amo. Yo en cambio os he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre40. Así se cumple lo que había dicho: Que no hubo palabra que el Señor pacifico no declarara a la reina de Saba, esto es, a la Iglesia congregada de entre los gentiles. Efectivamente, si miras la condición de la Iglesia, su administración y su organización, te darás cuenta de qué modo la reina admiró toda la prudencia de Salomón41. Y a la vez indaga por qué no dijo "toda la sabiduría", sino toda la prudencia de Salomón: Sin duda, porque los doctos quieren que "prudencia" se entienda de los asuntos humanos y "sabiduría", de los divinos. Por eso quizá también la Iglesia admira la prudencia de Cristo ahora, en este intermedio, mientras está en la tierra y convive entre los hombres; pero, cuando llegue lo perfecto42 y sea trasladada de la tierra al cielo, entonces verá toda su sabiduría, cuando contemple cada cosa, no ya en imagen o por enigmas, sino cara a cara43. Pero la reina vio la casa que se había edificado44: Indudablemente, los misterios de su encarnación, pues ésta es la casa que para sí edificó la sabiduría45. Vio también los manjares de Salomón46: Pienso que aquellos de que se decía: Mi comida es hacer la voluntad del que me envió, para llevar a cabo su obra47. Vio el asiento de sus sirvientes48: Indica, creo, el orden eclesiástico, el que ocupa los asientos del episcopado y del presbiterio. Y vio las filas de sus ministros49: A mi entender, menciona el orden de los diáconos, que asisten al divino servicio. Pero vio también sus vestidos50: Los mismos, creo, con que reviste a aquellos de quienes se dice: Porque todos cuantos estáis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestidos51. Y también sus coperos52: Pienso que se indican los doctores, que escancian para los pueblos la palabra de Dios y su doctrina, como vino que alegra el corazón de los oyentes53. Vio, en fin, sus holocaustos54: indudablemente, las celebraciones de las oraciones y de las súplicas. Así pues, en cuanto vio todo esto en la casa del rey pacifico, es decir, de Cristo, esta negra y hermosa se quedó pasmada, y le dijo: ¡Verdad es cuanto en mi tierra oí decir de tus palabras y de tu prudencia!55. Efectivamente, vine aquí por causa de tu palabra, y he conocido que es la verdadera Palabra. Porque todas las palabras que se me decían y que oía cuando estaba en mi tierra, a saber, las que decían los doctores del mundo y los filósofos, no eran verdaderas. Únicamente es verdadera esta palabra que hay en ti.
Pero quizás haga al caso preguntar cómo es que la reina dice al rey que no había creído cuanto se le decía de él56, siendo así que, de no haber creído, no hubiera venido a Cristo. A ver, pues, si podemos resolver esta objeción, como sigue. Mas yo no creí -dice- a los que me hablaban57: Evidentemente, no dirigí mi fe a los que me hablaron de ti, sino a ti, es decir, no creí a los hombres, sino a ti, Dios58; también es verdad que oí gracias a ellos, pero vine a ti y te creí a ti, en cuya casa mis ojos han visto muchas más cosas que las que me anunciaran ellos. Efectivamente, de hecho, cuando esta mujer negra y hermosa llegue a la Jerusalén celeste y entre en la visión de paz59, verá muchas más cosas y mucho más magnificas que las que ahora se le anuncian. Y es que ahora ve como en un espejo, mediante enigmas, pero entonces verá cara a cara, cuando alcance lo que ni ojo vio ni oído oyó ni subió al corazón del hombre60. Y entonces verá que lo que oyó mientras estuvo en esta tierra no era ni la mitad61. Por consiguiente, son dichosas las mujeres de Salomón: Indudablemente, las almas que se hacen participes del Verbo de Dios y de su paz; dichosos sus servidores, que siempre están en su presencia62: no los que a veces están y a veces no están en su presencia, sino los que siempre y sin cesar63 están en presencia del Verbo de Dios: éstos son los verdaderamente dichosos. Tal era aquella María que, sentada a los pies de Jesús, le escuchaba, y de la que el mismo Señor dio testimonio diciendo a Marta: María escogió la mejor parte, que no le será quitada64. Todavía dice esta negra y hermosa: Bendito sea el Señor, que quiso darte el trono de Israel65: evidentemente, porque el Señor amó a Israel y quiso que durara para siempre, te puso a ti por rey sobre él. ¿A quién? Al pacifico, indudablemente. En efecto, Cristo es nuestra paz, que de ambos hizo uno y derribó la pared intermedia de separación66. Y después de todo esto, dice, la reina de Saba dio 120 talentos de oro al rey Salomón67; este número de 120 fue consagrado a la vida de aquellos hombres de los tiempos de Noé, a los cuales se concedió este espacio de tiempo para invitarlos a hacer en él penitencia68. El mismo número de años alcanzó la vida de Moisés69. Por consiguiente, la Iglesia, no sólo ofrece a Cristo en el peso y en la figura del oro la multitud de sus sentimientos y pensamientos, sino que, mediante este número que abarca los años de vida de Moisés, indica también que sus sentimientos están consagrados a la ley de Dios. Ofrece también las delicadezas de los perfumes70, como nunca habían llegado ni en calidad ni en cantidad: entiende en esto las oraciones, o bien las obras de misericordia, pues, realmente, nunca la Iglesia había orado tan perfectamente como ahora, cuando se llega a Cristo, ni había obrado con tanta piedad como desde que aprendió a practicar su justicia, no a la vista de los hombres, sino delante de Dios, que ve en lo oculto y recompensa a la vista de todos71. Pero sería demasiado andar buscando en otros pasajes todo cuanto pudiera ser aducido en testimonio de lo dicho. Baste con esto que hemos tomado del libro tercero de los Reyes. Veamos ahora algo acerca de lo que citamos del Salmo LXVII, donde se dice: Etiopía tenderá apresurada sus manos72. Pues, si miras atentamente cómo la salvación de los gentiles deriva del pecado de Israel y cómo la caída de éste abrió a las naciones el camino de entrada73, advertirás de qué manera la mano de Etiopía, es decir, del pueblo de los gentiles, se tiende apresurada y precede ante Dios a quienes habían sido los primeros destinatarios de las palabras de Dios, y con ello se cumplió aquello de: Etiopía tenderá apresurada sus manos; y esta negra se torna hermosa, por más que las hijas de Jerusalén no lo quieran y por más que la envidien y la calumnien. Pero creo que también debemos entender en el mismo sentido el testimonio profético que ya adujimos, donde Dios acoge incluso a los que vienen de lugares que están allende los ríos de Etiopía y traen ofrendas a Dios74. Efectivamente, mi opinión es que se dice que está allende los ríos de Etiopía el que está ennegrecido por la enormidad y sobreabundancia de sus pecados y así, impregnado del negro tinte de su maldad, se ha vuelto negro y tenebroso. Y sin embargo, ni siquiera a éstos rechaza Dios: Dios no rechaza a nadie de cuantos le ofrecen sacrificios de espíritu contrito y de corazón humillado75, es decir, de cuantos se convierten a él por la confesión y la penitencia. Por eso nuestro pacifico Señor dice: Al que viene a mi, yo no lo echo fuera76. Ahora bien, el que los habitantes de allende los ríos de los etíopes vengan, ellos también, al Señor y traigan ofrendas, puede interpretarse también como dicho de aquellos que, después de haber entrado la totalidad de los gentiles -que se compara a los ríos de Etiopía-, vendrán también ellos, y así todo Israel se salvará77; y en cuanto a lo de estar allende los ríos de los etíopes, entiéndase como que están más allá y después de estos espacios en que fluye y rebosa la salvación de los gentiles. Y así parece cumplirse aquello que dice: Aquel día -Israel entero-no serás ya avergonzado por ninguna de tus maquinaciones con las cuales obraste impiamente contra mí78. Nos queda por explicar aquel testimonio que tomamos de Jeremías, en el que Ebed-Mélec -un eunuco, etiope también- al oír que los príncipes del pueblo habían arrojado a Jeremías en un aljibe, lo saca de allí79. Y creo no parecer incongruente si digo que al que los príncipes de Israel habían condenado y arrojado en el aljibe de la muerte, este forastero, hombre de obscuro y bastardo linaje, es decir, el pueblo de los gentiles, lo saca del aljibe de la muerte, a saber, creyendo su resurrección de entre los muertos, y así, con su fe, llama y saca fuera de la tumba al mismo que aquellos habían entregado a la muerte80. Pero se dice que este etíope era también eunuco: creo que la razón es que se había castrado por causa del reino de Dios81, o bien porque en si mismo no tenía semilla de maldad. Es, además, siervo del rey, porque el siervo prudente se enseñorea de los amos necios82; por lo demás, Edeb-Mélec significa siervo de reyes. En vista de eso, el Señor abandona al pueblo de Israel por sus pecados, dirige sus palabras al etíope, y a él envía al profeta y le dice: Mira que traigo mis palabras sobre esta ciudad para mal, y no para bien; pero aquel día yo te salvaré y no te entregaré en manos de los hombres, porque ciertamente te salvaré83. La razón de salvarle es ésta: haber sacado al profeta del aljibe, es decir, porque parece haberlo sacado del aljibe gracias a su fe, por la que creyó que Cristo había resucitado de entre los muertos. Tiene, pues, esta morena (o negra) y hermosa muchos testimonios que le permiten obrar con libertad y decir con confianza a las hijas de Jerusalén: Soy morena (o negra) como las tiendas de Cedar, pero soy hermosa como las pieles de Salomón84. Sobre las pieles de Salomón concretamente, no recuerdo haber hallado nada escrito. Sin embargo, opino que puede hacer referencia a su gloria, de la que dice el Salvador: Ni aún Salomón con toda su gloria se vistió como uno de estos85. En cambio, el nombre mismo de pieles lo hallamos repetido frecuentemente en relación con la tienda del testimonio, como cuando dice: Y harás pieles de pelo de cabra para cubierta sobre la tienda; once pieles harás. El largo de una piel será de treinta codos; su anchura, de cuatro codos. Una misma medida tendrán las once pieles juntas, y las otras seis, juntas también, y doblarás la sexta piel delante de la tienda. Y harás cincuenta lazos por el orillo de una piel y cincuenta lazos por el orillo de la otra piel, de modo que gracias a ellos puedan ser unidas una con otra; harás además cincuenta broches de bronce, con ellos unirás las pieles y resultará un todo único. Y doblarás el sobrante de las pieles: la mitad de una piel, por la fachada de la tienda; con la otra mitad sobrante cubrirás la parte trasera de la tienda; y un codo por aquí y otro codo por allá de lo que sobra en la longitud de las pieles, la tienda quedará cubierta por un lado y por otro86. Pienso, pues, que de estas pieles se hace mención en el Cantar de los Cantares, donde se dice que son de Salomón, el cual se interpreta como figura de Cristo, el pacífico. De él es efectivamente la tienda y cuanto a la tienda pertenece, sobre todo si consideramos aquella tienda que es llamada verdadera tienda que Dios asentó, y no el hombre87, y el pasaje que dice: Porque no entró Jesús en el santuario hecho de mano humana, figura del verdadero88. Por consiguiente, si la esposa compara su belleza con las pieles de Salomón, indudablemente está indicando la gloria y la belleza de las pieles que cubren aquella tienda que Dios asentó, y no el hombre. Y si comparó su negror, que las hijas de Jerusalén parecían echarle en cara, con las pieles de Salomón, estas pieles deben entenderse referidas a la tienda que es figura de la llamada verdadera tienda, puesto que dichas pieles, aunque eran negras, como tejidas con pelos de cabra89, sin embargo tenían su utilidad para la tienda divina y la adornaban. Por otra parte, en cuanto al hecho de que parece hablar un solo personaje y sin embargo, se compara con muchos en la negrura, bien con las tiendas de Cedar, bien con las pieles de Salomón, debe entenderse del siguiente modo: parece, efectivamente, una sola persona, pero son innumerables las iglesias que están dispersas por el orbe de la tierra e innumerables las asambleas y muchedumbres de pueblos: de la misma manera que el reino de los cielos se dice no ser más que uno, pero se mencionan muchas mansiones en la casa del Padre90. Sin embargo, también puede decirse de cada alma que después de muchísimos pecados se convierte y hace penitencia: es negra, ciertamente, por sus pecados, pero hermosa por su penitencia y por los frutos de la penitencia. En fin, de esta misma que ahora dice: Soy negra y hermosa, porque no persiste hasta el fin en la negrura, de esta misma dirán luego las hijas de Jerusalén: ¿Quién es ésta que sube toda blanca, recostada sobre su amado?91.
No os fijéis en que soy morena, es que el sol me ha descuidado92 (1, 6).
Si parece que hemos estado acertados en la interpretación que más arriba construimos acerca de la mujer etiope que Moisés tomó por esposa, y de la reina de Saba de Etiopía, que vino para escuchar la sabiduría de Salomón, es de razón que ahora esta mujer que es morena (o negra) y hermosa trate de justificarse de su negror o morenez y de exponer las causas a los que se lo reprochan, afirmando que no es tal por naturaleza ni por haberla hecho así el Creador, sino por causas accidentales.
Es que el sol -dice- me ha descuidado93. Con esta expresión manifiesta que no está hablando de la negrura del cuerpo, ya que, en todo caso, el sol suele poner moreno y ennegrecer cuando da con sus rayos, no cuando descuida. Así al menos dicen que ocurre en toda la nación de los etíopes, en quienes es natural cierta negrura heredada a través del semen carnal, debido a que en aquellos parajes el sol abrasa con rayos más penetrantes, y una vez quemados y ennegrecidos los cuerpos, así persisten por transmisión sucesiva de un defecto innato. La negrura del alma, en cambio, es de un orden opuesto: no la produce la acción de los rayos del sol, sino su descuido, ni se adquiere por nacimiento, sino por negligencia, y por eso, como se asume con la desidia, así también se rechaza y se elimina con la diligencia. Así por ejemplo, como dijimos arriba, esta misma que ahora se dice que es negra y hermosa, al final de este Cantar se menciona que sube, toda blanca ya, recostándose sobre su amado94. Por tanto, se hizo negra porque bajó; ahora bien en cuanto haya comenzado a subir95 y a recostarse sobre el amado y adherirse a él, sin separarse de él lo más mínimo, irá emblanqueciendo hasta ser totalmente blanca, y entonces, eliminada toda negrura, fulgurará envuelta por el resplandor de la verdadera luz. Por eso ahora dice a las hijas de Jerusalén, justificándose de su negror: No penséis, hijas de Jerusalén, que es natural esta negrura que veis en mi rostro, mas sabed que me la ha causado el descuido del sol. Del sol de justicia96, evidentemente: por no haberme encontrado bien derecha, en pie, tampoco él dirigió derechos a mi los rayos de su luz. Y es que yo soy el pueblo de los gentiles, que antes no había mirado hacia el sol de justicia ni me había mantenido derecho delante del Señor97, y por eso tampoco él puso en mí su mirada, sino que me descuidó, ni se paró junto a mi, sino que hizo caso omiso de mí. Por lo demás, que esto es así, también tú, que te llamas Israel, lo has experimentado ya en la realidad y puedes también reconocerlo y decirlo. Efectivamente, de la misma manera que en un tiempo, mientras yo no creía, tú fuiste aceptado y alcanzaste misericordia, y el sol de justicia puso en ti su mirada, en tanto que a mí, por desobediente e incrédulo, me descuidó y me rechazó, así también ahora, al haberte hecho tú incrédulo y desobediente, yo espero que el sol de justicia fije en mi su mirada y me otorgue su misericordia. En cuanto al hecho de ser ambos objeto de ese descuido del sol: antes, yo, por mi desobediencia, desdeñado; tú, bien considerado; ahora en cambio, tú, no sólo afectado por el descuido del sol, sino también por cierta ceguera, aunque parcial: te traerá un magnifico testigo, conocedor del secreto celestial, Pablo, que dice así: Porque, como también vosotros (habla de los gentiles, indudablemente) en otro tiempo no creísteis en Dios, más ahora habéis alcanzado misericordia por la incredulidad de éstos, para que también ellos obtengan misericordia98. Y en otro pasaje dice también: La ceguera parcial sobrevino a Israel, hasta que haya entrado la totalidad de los gentiles99. Pues de aquí proviene este negror que criticas en mi, de que el sol me descuidó por causa de mi incredulidad y desobediencia. Pero, cuando esté derecho ante él y nada torcido haya en mí, y no desvíe a la derecha ni a la izquierda100, sino que habré trazado para mis pies caminos rectos101 hacia el sol de justicia, caminando intachable en todos sus mandamientos102, entonces también él pondrá su mirada directamente en mi y no habrá ya desviación ni causa alguna de descuido, y entonces se me devolverán mi luz y mi resplandor, tanto que esta negrura que ahora me echáis en cara, será eliminada en mí, para que merezca también llamarme luz del mundo103. Así pues, es verdad que este sol visible ennegrece y quema los cuerpos en que cae a plomo, mientras conserva en su blancura y no quema, sino que alumbra, a los cuerpos que están apartados de su vertical. Por el contrario, el sol espiritual, que es el sol de justicia, en cuyas alas se dice que está la salud104, ilumina y envuelve con todo fulgor a los que encuentra de corazón recto y en la vertical de su resplandor; en cambio, a los que caminan en línea oblicua respecto de él105 no puede por menos de, no tanto ya iluminarlos también oblicuamente, cuanto incluso descuidarlos: ellos tienen la culpa, por su propia inconstancia e inestabilidad. Efectivamente, ¿cómo pueden los que son aviesos acoger lo que es recto? Es como si aplicas a un palo torcido una regla bien derecha: la regla pondrá de manifiesto la irregularidad del palo, pero en modo alguno la regla será la causa de ese defecto del palo.
En vista de ello, es necesario apresurarse hacia los caminos rectos y mantenerse firmes en las sendas de las virtudes, no sea que el sol de justicia, que sobreviene en línea recta, si nos encuentra en posición oblicua y desviados, nos descuide y resultemos ennegrecidos, ya que abriremos paso a la obscuridad y a la negrura en la misma medida en que seamos incapaces de recibir su luz. La razón es que éste es el mismo sol que es la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene a este mundo, y que estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por él106. Efectivamente, el mundo no fue hecho por esta luz visible, puesto que también ella es parte del mundo, sino por esta otra verdadera luz, la que decimos que nos descuidará si caminamos aviesamente. Sin duda, como nosotros caminemos aviesamente hacia él, también él caminará aviesamente contra nosotros, según está escrito en las maldiciones del Levítico: Y si procedéis conmigo aviesamente y no queréis obedecerme, os añadiré siete plagas; y poco después: Y si no os enmendáis, sino que procedéis aviesamente conmigo, también yo procederé aviesamente con vosotros (o como leemos en otros ejemplares: Si procedéis conmigo oblicuamente, yo también procederé oblicuamente con vosotros); y algo después, hacia el final, vuelve a decir: Y porque se portaron oblicuamente delante de mí, también yo me portaré con ellos oblicuamente en mi furor107. Hemos citado esto para probar en qué sentido se dice que el sol descuida, esto es, manda sus rayos oblicuamente, y ha quedado bien claro que dice descuidar y proceder oblicuamente con aquellos que proceden oblicuamente con él. Pero no pasemos por alto lo que advierte el pasaje que nos ocupa, a saber, que el sol parece tener un doble poder: uno, el de iluminar, y otro, el de quemar. Ahora bien, según sean las cosas o los materiales que se le someten, bien ilumina algo con su luz, bien lo ennegrece y endurece con su calor. Posiblemente, pues, esta sea la razón por la que se dice que Dios endureció el corazón del Faraón108, en el sentido de que la materia de su corazón era tal que arrostraba la presencia del sol de justicia, no por la parte que ilumina, sino por la que abrasa y endurece, sin duda alguna debido a que él era quien amargaba la vida de los hebreos con duros trabajos, consumiéndolos entre barro y adobes109; así su corazón, de acuerdo con sus pensamientos, era ciertamente barro y limo110. Y de la misma manera que este sol visible aprieta y endurece el barro, así también el sol de justicia, con los mismos rayos con que iluminaba al pueblo de Israel, endurecía el corazón del Faraón, en el que moraban pensamientos barrosos, acordes con la calidad misma de sus sentimientos. Que esto sea así y que el siervo de Diosi111, inspirado por el Espíritu Santo, no escribió una simple historia, como pudiera parecer a los hombres, lo demostrará también por el hecho de que, al referir que los hijos de Israel gemían, no dice que gimieran por causa del barro, de los adobes o de la paja, sino por causa de sus trabajos. Y cuando sigue: Y su clamor subió hasta Dios, tampoco dice que por causa del barro, de los adobes o de la paja, sino, otra vez: por causa de sus trabajos; por eso también añade: Oyó el Señor sus gemídos112: y es que no oye el gemido de los que no claman al Señor desde sus obras 113. Aunque parezca que hemos hecho una digresión al exponer esto, sin embargo, la oportunidad de los pasajes nos aconsejaba no omitirlo en manera alguna, sobre todo por la semejanza que tiene con lo que dice ésta que afirma está ennegrecida porque el sol la ha descuidado, lo cual ocurre, como hemos demostrado, allí donde precede el pecado como causa; y también que alguien se ennegrece y se quema con el sol allí donde subsiste la materia del pecado, en tanto que, donde no hay pecado se dice del sol que ni quema ni ennegrece, conforme a lo que sobre el justo se afirma en el Salmo: De día el sol no te quemará, ni la luna de noche114. Estás, pues, viendo que el sol no quema a los santos, porque en ellos no hay causa alguna de pecado. De hecho, como dijimos, el sol tiene doble poder: ilumina a los justos, si, pero no ilumina, sino quema, a los pecadores, porque éstos, al obrar mal, odian la luz115.
En fin, ésta es la razón de llamarse nuestro Dios fuego que consume116, y desde luego, luz, y en él no hay tinieblas117. Indudablemente se hace luz para los justos y fuego para los pecadores, con el fin de consumir en ellos todo cuanto halle de corruptible y frágil en sus almas 118. Por lo demás, tú mismo comprobarás en abundancia, si lo examinas, que en muchos lugares de la Escritura, tanto sol como fuego, se dice no del visible de acá, sino del invisible y espiritual
Los hijos de mi madre pelearon en mi; me pusieron de guarda en las viñas; mi propia viña no guardé (1, 6).
La misma que es morena por causa de sus pecados anteriores, pero hermosa por su fe y conversión, la misma todavía dice también eso, afirmando que los hijos de su madre pelearon, no contra ella, sino en ella, y que después de esta pelea que en ella tuvieron, la colocaron como guarda de las viñas, no de una sola viña sino de muchas. Pero añade que, aparte de las viñas para las que la instituyeron guarda los hijos de su madre, ella misma tenía otra viña propia, que no había guardado. Este es el asunto del drama que nos ocupa.
Pero indaguemos ahora quién es la madre que esta esposa cita como suya, y también quiénes esos hijos suyos que pelearon en la esposa y que enviaron a ésta a guardar las viñas al concluir el combate, como si ella no hubiera podido guardarlas sin antes haber peleado ellos. Sin embargo, después de hacerse cargo de la guarda de las otras viñas, no quiso o no pudo guardar la propia. Pablo, escribiendo a los Gálatas, dice: Decidme, los que queréis estar debajo de la ley, ¿no habéis oído la ley? Porque escrito está que Abrahán tuvo dos hijos: uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de la esclava nació según la carne; en cambio el de la libre, por la promesa. Son cosas éstas, dichas en alegoría. Efectivamente, estas mujeres representan los dos testamentos: uno, ciertamente, el del monte Sinaí, que engendra para la esclavitud, que es Agar; porque el Sinaí es un monte de Arabia y corresponde a la Jerusalén actual, que es esclava junto con sus hijos. En cambio la Jerusalén de arriba es libre, y es la madre de todos nosatros119. Pablo, pues, dice que esta Jerusalén celeste es madre suya y de todos nosotros los creyentes. Precisamente en versículos posteriores añade concluyendo: De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre, en la libertad con que Cristo nos hizo libres120. Con toda evidencia, pues, declara Pablo que todo el que por la fe consigue de Cristo la libertad es hijo de la libre, y dice que ésta es la Jerusalén de arriba, que es libre y madre de todos nosotros. Por consiguiente, se entiende que de esta madre es hija también esta misma esposa, junto con los que pelearon en ella y la constituyeron en guarda de las viñas. Por donde se ve que estos que tenían tanto poder como para entablar combate en ella y ordenarle guardar las viñas, no eran personas cualesquiera, de condición humilde o despreciable. Por consiguiente, como hijos de la madre de la esposa, esto es, los hijos de la Jerusalén celeste, podemos entender los apóstoles de Cristo, que antes combatieron en esta Iglesia que se congrega de entre los gentiles. Ahora bien, combatieron para vencer en ella los sentimientos de infidelidad y desobediencia que antes tuvo y toda altanería que se subleva contra la ciencia de Cristo, según dice Pablo: Destruyendo sofismas y toda altanería que se subleva contra la ciencia de Cristo121.Combatieron, pues, no contra ella, sino en ella, esto es, en sus sentimientos y en su corazón, para destruir y expulsar toda infidelidad, todo pecado y todas las doctrinas que, mientras anduvo entre los gentiles, se le habían imbuido mediante las falsas afirmaciones de los sofistas. Por eso los apóstoles libraron una gran guerra, hasta derruir todos los torreones de la mentira y los muros de la perversa doctrina, aniquilar las argucias de la iniquidad y vencer a los demonios que operaban y atizaban todo esto en su corazón.
Entonces, después de ahuyentar de ella todos los sentimientos de la antigua infidelidad, no la dejaron ociosa, sino que, para evitar que a través del ocio de nuevo se deslizaran reptando y volvieran los antiguos vicios que habían expulsado, le dieron un trabajo que desempeñar, y le encargaron la guarda de las viñas. Por viñas entendemos todos y cada uno de los libros de la ley y de los profetas, pues cada uno de ellos era como un campo feraz122 que el Señor ha bendecido123. Estos campos, pues, son los que aquellos esforzados varones le consignaron después de la victoria, para conservarlos y custodiarlos: evidentemente, según dijimos, no la dejan ociosa. Pero es que podemos así mismo entender por viñas los escritos de los evangelistas y las cartas de los mismos apóstoles, pues ellos lo entregaron para su custodia a esta Iglesia reunida entre los gentiles, por la cual habían también combatido.
En cuanto a lo que dice: que no había guardado su propia viña, a buen seguro podemos interpretar ésta como aquella ciencia en que cada cual se ejercita antes de tener la fe y que ella dejó y abandonó sin dudar, cuando creyó en Cristo y por Cristo consideró pérdidas lo que antes le parecían ganancias124. Lo mismo que Pablo, quien se gloría de que las observancias de la ley y toda la gloria de la educación judía fueron para él como estiércol, de modo que fuese hallado en Cristo, no con su justicia, que viene de la ley, sino con la justicia que viene de Dios125. Lo mismo, pues, que Pablo, el cual, tras recibir la fe de Cristo, no guardó su viña, es decir la observancia de la tradición judía, y quizá no la guardó por esta razón: aunque había sido plantada por Dios como cepa verdadera, se había tornado en sarmientos de cepa borde126, y era ya su cepa de la vid de Sodoma, y sus pámpanos de Gomorra; y sus racimos, amargos, y veneno de víboras su vino y ponzoña mortal de áspides127. Así también entre los gentiles había muchas doctrinas de este género, pero dice que, después de aquellos combates librados por los doctores en pro de la fe y del conocimiento de Cristo, están vencidas, y yo creo que debe considerarse delito el que alguien guarde viñas de esa calaña y cultive algún campo sembrado de enseñanzas venenosas y nocivas. Y no te asombres si alguna vez parece haber estado sujeta a estas culpas la que se congrega .de la dispersión de las naciones y se prepara ya como esposa para Cristo. Recuerda cómo la primera mujer fue seducida e incurrió en transgresión128, y de ella se dice que sólo se salvará engendrando hijos, es decir, a los que permanecerán en la fe y en el amor, con santidad129. Pues bien, el apóstol Pablo, refiriéndose a lo que se escribe de Adán y Eva, afirma: Gran misterio es éste, referido a Cristo y a la Iglesia130, pues Cristo la amó de tal manera que se entregó por ella, cuando ella era todavía impía, como el mismo Pablo dice: Porque, cuando todavía éramos impíos, Cristo, a su tiempo, murió por nosotros; y de nuevo: Porque, cuando nosotros éramos todavía pecadores, Cristo murió por nosotros131. Por consiguiente, no hay que extrañarse si de ésta que, seducida, había incurrido en trasgresión y que a lo largo del tiempo había sido impía y pecadora, se dice que durante ese tiempo en que era impía todavía había cultivado una viña de tal índole que debería abandonarla y en modo alguno conservarla.
Ahora bien, si se quiere proseguir y explicar el tercer tipo de interpretación, apliquemos todo esto a cada alma que, convertida a Dios y llegada a la fe, sufre indudablemente combates de pensamientos y luchas de los demonios, que se esfuerzan por tornarla a los atractivos de la vida anterior y al error de la infidelidad. Mas, para que esto no suceda ni los demonios tengan de nuevo tanto poder contra ella, la divina Providencia cuidó de dar a cada pequeño y a los que, por ser todavía niños y lactantes en Cristo, no pueden librar por si mismos los combates contra las astucias del diablo y de los demonios132, ángeles protectores y defensores, que Dios instituyó como tutores y curadores133 de los que, por estar aún en edad débil, no pueden, según dijimos, combatir por sí mismos134. Y para que estos ángeles puedan realizar su cometido con mayor confianza, se les concede estar viendo siempre el rostro del Padre que está en los cielos135: yo creo que éstos son los niños que Cristo manda que vayan a él y que nadie se lo impida136 y los que dice que están siempre viendo el rostro del Padre. Y no te parezca un contrasentido el que los llame hijos de su madre esta alma que tiende hacia Dios. Efectivamente, si la madre de las almas es la Jerusalén celeste y los ángeles se denominan también celestes, en nada parecerá discordante el que dicha alma llame hijos de su propia madre a los que, como ella, son también celestes. Pero sobre todo parecerá lógico y conveniente que, quienes tienen un único Padre, Dios137, tengan también una única madre: Jerusalén. En cuanto a lo que dice: Mi propia viña no guardé138, con ello parece indicar que no guardó honorablemente aquellas normas, costumbres y propósitos en que se ejercitaba cuando vivía según el hombre viejo139. Pero desde que empezó a pelear, con la ayuda de los ángeles, venció y puso totalmente en fuga, lejos de sí, al hombre viejo con sus obras140, y entonces ellos la constituyeron en guarda de sus viñas, es decir, de los pensamientos y de las doctrinas divinas, de las cuales pueda beber el vino que alegra su corazón141.
Hazme saber tú, a quién ama mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía, para que no ande yo como tocada con velo de novia tras los rebaños de tus compañeros (1, 7).
Quien dice esto, es todavía la esposa, pero al esposo y no ya a las hijas de Jerusalén. Por consiguiente, desde lo del comienzo: Que me bese, hasta la última frase: tras los rebaños de tus compañeros, todo lo que se dice son palabras de la esposa. Pero el pensamiento está, en primer lugar, dirigido a Dios; en segundo, al esposo, y en tercero, a las doncellas. Ocupando entre éstas y el esposo el punto medio y como haciendo las veces del corifeo, según el género dramático, la esposa ha dirigido sus palabras, ora a aquellas, ora al esposo, respondiendo también a las hijas de Jerusalén. Ahora, pues, estas últimas palabras las dirige al esposo preguntándole dónde apacienta el ganado a mediodía y dónde sestea, pues teme que, al andar buscándole, pueda ir a parar a los lugares en que tienen sesteando sus rebaños los amigos del esposo. Ahora bien, por estas palabras se pone de manifiesto que este esposo es también pastor. Más arriba habíamos aprendido que también era rey, porque indudablemente rige a hombres; es pastor, porque apacienta ovejas; es esposo, porque tiene una esposa para que reine con él, según lo que está escrito: Está la reina a tu derecha, con vestido dorado142. Este es el contenido del drama mismo en su sentido, digamos, literal.
Pero indaguemos ahora su significado interior y, si es menester anticipar en algo lo que se tratará después, a fin de esclarecer cuál es el sentimiento de estos compañeros, recordemos aquel pasaje en que se escribe que las reinas son sesenta, pero entre todas, una sola es la paloma, única la perfecta y única la partícipe del reino. Las demás, inferiores ya, son las que se designan como ochenta concubinas; y aún después de la serie de concubinas, están puestas las doncellas, que son innumerables143. Ahora bien, todas éstas son las diferencias propias de aquellos que, creyendo en Cristo, se unen a él con diferente disposición. Así por ejemplo, digamos que la Iglesia entera es, en figura, el cuerpo de Cristo; lo dice el Apóstol144 y declara que en este cuerpo los miembros son diferentes: unos son los ojos, otros las manos y otros los pies, y que cada cual se ajusta como miembro de este cuerpo en razón de los méritos de sus actos y de su celo145. Debemos, pues, entender también nuestro pasaje según esta imagen y pensar que en este drama nupcial unas almas, que se unen al esposo con un afecto más generoso y noble, tienen junto a él la dignidad y el afecto de reinas; que otras, cuya estima es sin duda inferior, tanto en sus progresos como en sus virtudes, ocupan el lugar de las concubinas; y que otras, el de las doncellas, que parecen estar puestas fuera del palacio, aunque no fuera de la ciudad regia; pero que las últimas y a la zaga de todas las que hemos mencionado están las que son llamadas ovejas146. Sólo que, si miramos con más atención, quizás todavía hallemos otras almas inferiores a todas ellas, las últimas de todas, a saber, las que hacen número en los rebaños de los compañeros del esposo. Porque se dice que también ellos tienen rebaños, en los cuales no quiere la esposa ir a dar, y por eso pide al esposo que le diga dónde apacienta él su rebaño, dónde sestea a mediodía, para que no ande yo -dice- como tocada con velo de novia tras los rebaños de tus compañeros147. Se discute si estos compañeros, de los cuales se dice que tienen algunos rebaños, obran así porque trabajan para el esposo y actúan bajo sus órdenes como rabadán de los pastores (puesto que se llaman compañeros suyos), o bien porque tiene algo propio y aparte y que no se aviene con la voluntad del esposo: de hecho la esposa rehuye y teme ir a dar en los rebaños de los compañeros al andar buscando a su esposo. Y en cuanto a lo que dijo: para que no ande yo, no con velo de novia, sino como tocada con velo de novia148, indaga si es que con ello está insinuando que hay alguna o algunas de las compañeras que, como esposas, lleven ellas también vestido nupcial y vayan veladas y, como dice el Apóstol, con el velo y el poder en la cabeza149. Y para que la explicación de este discurso resulte más clara, sigamos una vez más lo que se va diciendo al hilo del plan del drama. La esposa solicita encarecidamente de su esposo que le indique el lugar de su retiro y descanso, ya que, impaciente de amor, ansía escuchar al esposo también a mediodía, sobre todo en ese momento en que la luz es más clara y el brillo del día perfecto y puro, para estar a su lado mientras apacienta las ovejas o las hace refrescarse. Y con empeño quiere saber el camino que ha de seguir hasta él, no sea que, de no estar bien instruida en los vericuetos de este camino, venga a dar en los rebaños de los compañeros y entonces parezca asemejarse a alguna de aquellas que se llegan con velo de novia a los compañeros y no se cuidan de su pudor ni se guardan de andar correteando ni de hacerse ver de la multitud. Pero yo, dice, que no quiero que me vea nadie más que tú solo, deseo saber por qué camino llegaré a ti para que quede en secreto, nadie se interponga y ningún testigo extraño e inoportuno salga a mi encuentro. Y acaso busque los lugares en que el esposo apacienta sus ovejas y le manifieste su reserva de no querer toparse con los rebaños de los compañeros, movida por este propósito: hacer que el esposo aleje sus ovejas de sus compañeros y las apaciente aparte, con el fin de, no sólo que los demás no vean a la esposa, sino también que ésta pueda disfrutar más en secreto de los ocultos e inefables misterios del esposo. Veamos, pues, ahora, cada punto en particular.
En primer lugar, mira, efectivamente, a ver si podemos decir que por esposo debe entenderse el Señor, cuya parte fue Jacob y cuya heredad fue Israel150, y por sus compañeros, aquellos ángeles de cuyo número dice: Cuando el Altísimo dividía las gentes y dispersaba a los hijos de Adán, estableció los términos de los pueblos según el número de los ángeles de Dios151: y quizá los rebaños de los compañeros del esposo son todos estos pueblos que, como ovejas, han sido puestos bajo el pastoreo de los ángeles; en cambio, el rebaño del esposo, aquellos de quienes se dice en el Evangelio: Mis ovejas oyen mi voz152. Mira, efectivamente, y observa con atención, por qué se dice: Mis ovejas, como si hubiera otras ovejas que no son suyas, lo que justamente él mismo dice en otro lugar: Porque vosotros no sois de mis ovejas153. Todo ello se verá que hasta en sus pormenores se ajusta adecuadamente a este oculto misterio. Estando así las cosas, tuvo razón la esposa en querer que el rebaño de cada compañero se interpretara como esposa de ese compañero, y la describe tocada con velo de novia. Más como quiera que ella tenía la certeza de estar por encima de todas las otras, no quiere parecer semejante a ninguna de ellas, como quien sabe que debe sobrepujar a aquellas esposas de los compañeros a las que define como tocadas con velo de novia, tanto, cuanto su esposo sobresale de sus compañeros. Sin embargo, se verá que tuvo además otros motivos para sus averiguaciones, ya que sabe que tarea del buen pastor es esforzarse por buscar los mejores pastos para sus ovejas y encontrar para descanso del calor de mediodía las más verdes y umbrías florestas. Esto, en verdad, los compañeros del esposo no saben hacerlo ni manifiestan tanto arte o tanto empeño en escoger los pastos, y por esto dice ella: Hazme saber dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodia154, pues ansía ese momento en que la claridad se difunde más abundante sobre el mundo y en que el día es más pleno y la luz más pura y rutilante. Entonces, dice, hazme saber, tú a quien ama mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde sesteas a mediodía, para que no ande yo como tocada con velo de novia tras los rebaños de tus compañeros155.
Ahora la esposa ha llamado al esposo con una denominación nueva. Efectivamente, porque sabía que él es el hijo del amor, más aún, que es el amor que procede de Dios156, como denominación le dice esto: a quien ama mi alma y con todo, no dijo: a quien amo, sino: a quien ama mi alma, pues sabía que al esposo no se le debe amar con cualquier amor, sino con toda el alma, con todas las fuerzas, con todo el corazón157. ¿Dónde apacientas el rebaño -dice-, dónde sesteas a mediodía? Tengo para mí que de este lugar que ahora la esposa desea aprender y oír del mismo esposo, el profeta dice, puesto él también bajo el mismo pastor: El Señor es mi rey (o como leemos en otros ejemplares: El Señor es mi pastor) y nada me faltará158. Y como sabía que los otros pastores, por culpa de su desidia o de su torpeza, careaban sus rebaños en lugares demasiado áridos, dijo del mejor de los pastores, el Señor: En verdes praderas, allí me hizo recostar; hacia fuentes tranquilas me condujo159; con esto puso de manifiesto que este pastor provee a sus ovejas de aguas, no sólo abundantes, sino también saludables y puras, en todo reparadoras. Ahora bien, como quiera que de esta situación en que, como oveja, vivía bajo un pastor, se cambia a las realidades intelectuales y más elevadas y en ellas hizo progresos; y como esto lo consiguió por la conversión, añade: Convirtió mi alma; me condujo por sendas de justicia, por amor de su nombre160. A partir de aquí, sin duda, puesto que había progresado hasta el punto de caminar por las sendas de la justicia y, por otra parte, la justicia tiene frente a sí como oponente a la injusticia y, por tanto, necesariamente el que camina por la senda de la justicia tendrá que combatir a los contrarios, confiando en la fe y en la esperanza, dice sobre ello: Pues, aunque ande en medio de la sombra de la muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo161. Luego, como dando gracias al que le inculcara las disciplinas del pastoreo, dice: Tu vara y tu cayado, por los que aparezco instruido en el oficio de pastor, ellos me consolaron162. Más, desde este punto, cuando el profeta se ve trasladado de los pastos pastoriles a los manjares intelectuales y a los místicos secretos, añade: Preparaste ante mí una mesa, frente a los que me atribulan; ungiste mi cabeza con aceite, y tu copa embriagadora ¡qué excelente!, y tu misericordia me acompañará todos los días de mi vida, para que habite en la casa del Señor a lo largo de los días163. Por eso aquella primera instrucción, esto es, la pastoril, se dio al comienzo, para que, puesto en verdes praderas, fuera conducido a las fuentes tranquilas. En cambio, lo que sigue se ocupa de los progresos hacia la perfección. Mas ya que hemos utilizado el tema de los pastos y del verdor, parece oportuno confirmar también lo que hemos dicho desde los Evangelios. También aquí he hallado que este buen pastor habla de los pastos de las ovejas, cuando, al confesarse pastor, recuerda que también es puerta, y dice: Yo soy la puerta; el que por mí entre, se salvará; y entrará y saldrá y hallará pastos164. También a éste pregunta ahora la esposa, para oír y aprender de él a qué pastos conduce las ovejas y en qué espesuras conjura los calores del mediodía; y mediodía llama a aquellos secretos del corazón con los que el alma consigue del Verbo de Dios una luz más clara de conocimiento: es, efectivamente, el momento en que el sol alcanza la más alta cima de su carrera. Por esa razón, si alguna vez el sol de justicia165, Cristo, revela a su Iglesia los altos y difíciles secretos de sus virtudes, parecerá que le hace conocer los amenos pastos y los cubiles de mediodía, ya que, cuando todavía está en el inicio de su aprendizaje y recibe de él, por decirlo así, los rudimentos de la ciencia, entonces el profeta dice: Y la ayudará al clarear el alba166. Por eso ahora, puesto que busca ya y desea realidades más perfectas y elevadas, pide la luz meridiana de la ciencia. Con esto pienso que se relaciona lo que se refiere también de Abrahán: Después de muchas instrucciones, mediante las cuales Dios, apareciéndosele, le fue educando y enseñando sobre asuntos particulares, se le apareció Dios junto a la encina de Mambré, estando él sentado a la entrada de su tienda a mediodía. Y alzó los ojos y miró, y he aquí que tres hombres estaban parados cerca de él167. Pues, si creemos que esto fue escrito por la acción del Espíritu Santo, pienso que no sin razón plugo al divino Espíritu que se consignara en las páginas de la Escritura incluso el tiempo y la hora de la visión: el registro de esta hora y de este tiempo tiene que añadir algo al conocimiento de los hijos de Abrahán, quienes, lo mismo que han de realizar las obras de Abrahán168, han de esperar también tener estas visitas. Efectivamente, el que puede decir: La noche está avanzada y el día se acerca. Como en pleno día, procedamos con decoro, no en comilonas y borracheras, no en lujurias y desenfreno, no en pendencias y envidias169, cuando haya sobrepasado todo esto parecerá que, habiendo dejado atrás ese tiempo en que la noche está avanzada y el día se acerca, se apresura, no hacia el comienzo del día, sino hacia el mediodía, de manera que también él llega a la gracia de Abrahán. En efecto, si la luz de la mente y la pureza del corazón que en él hay son claras y refulgentes, dará la impresión de tener en sí mismo el mediodía; y por causa de esa pureza del corazón, como puesto al mediodía, sentado junto a la encina de Mambré, cuyo significado se relaciona con visión170, verá a Dios. Por eso se sienta junto a la visión al mediodía aquel que invita a ver a Dios.
De ahí, en fin, que se diga, no que está sentado dentro de la tienda, sino fuera, a la entrada de la tienda, pues fuera y aparte del cuerpo se halla la mente del que está lejos de los pensamientos corporales y lejos de los deseos carnales, y por eso Dios le visita, porque está fuera de todo eso. Al mismo misterio pertenece también el hecho de que José, al acoger a sus hermanos en Egipto, los hace comer con él a mediodía, y ellos le rinden homenaje con sus presentes a mediodia171. Por último, creo que ésta es la razón de que ningún evangelista quisiera escribir que lo que hicieron los judíos contra el Salvador ocurrió al mediodía: aunque en todo caso la hora sexta no da a entender otra cosa que la hora del mediodía, no obstante, ninguno nombró al mediodía: Mateo dice así: Desde la hora sexta, las tinieblas cayeron sobre la tierra hasta la hora nona172; Lucas, por su parte: Era ya casi la hora sexta y las tinieblas cayeron sobre la tierra hasta la hora nona, por eclipsarse el sol173; en cuanto a Marcos: Llegada la hora sexta, las tinieblas cayeron sobre la tierra hasta la hora nona174. De aquí se colige que, ni en la visita de Abrahán ni en el banquete de los patriarcas en casa de José necesitaba este momento ser designado por el nombre del número sexto, sino al contrario, por el de mediodía. Efectivamente, la esposa, que ya se simbolizaba en estos personajes, quería saber dónde apacentaba su rebaño el esposo y dónde tenía el sesteadero, y por eso nombra el mediodía. En cambio, los evangelistas, en los hechos que narraban, necesitaban, no la hora del mediodía, sino el número de la hora sexta, porque su intención era narrar el sacrificio de la víctima que se ofreció en el día de Pascua por la redención del hombre, el cual fue formado por Dios el día sexto, después que la tierra hubo producido seres vivientes según su género: cuadrúpedos, reptiles y animales de la tierra175. Por consiguiente, en el pasaje que nos ocupa, la esposa desea ser iluminada con la luz plena de la ciencia, para evitar que andando errante a causa de su ignorancia, venga a asemejarse a aquellas escuelas de los doctores, que trabajan, no por la sabiduría de Dios, sino por la de los filósofos y príncipes de este mundo. Es, efectivamente, lo que también el Apóstol parece decir en aquel pasaje en que afirma: Hablamos de la sabiduría de Dios misteriosa, escondida, que ninguno de los príncipes de este mundo ha conocido176. Y esto mismo da a entender nuevamente cuando dice: Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado177. Por esta razón la esposa de Cristo busca los rediles de mediodía y pide a Dios la plenitud de la ciencia, para no ser ni parecida a una de esas escuelas de filósofos, que se llaman veladas178 porque, en ellas la plenitud de la verdad está encubierta y velada. En cambio, la esposa de Cristo dice: Mas nosotros miramos a cara descubierta, como en un espejo, la gloria de Dios179.
Notas
1 Aquí, como otras veces luego, Rufino recoge cualquier variante que leía en los ejemplares latinos del Cantar, de que disponía.
2 Hch 21, 25
3 Tm 11, 28. Por eso las hijas de Jerusalén son símbolo del pueblo hebreo en cuanto hostil a Cristo y a la Iglesia.
4 Ga 4, 25
5 Sal 45, 11
6 Sobre la primera creación (Gn 1, 27) y sobre la segunda (Gn 2, 7), cf. n. 13 del Prólogo.
7 Gn 25, 13
8 Gn 16, 11 ss.
9 Ex 25, 2; 26, 7
10 Nm 12, 1 ss.
11 Jn 1, 14
12: Col 1, 15
13 Hb 1, 3
14 Si 8, 5
15 Rm 2, 3
16 Tenemos aquí un ejemplo característico de cómo interpreta Orígenes un pasaje escriturístico confrontándolo con otro que, por cualquier particularidad, lo está reclamando: aquí el punto de contacto lo da la negrura de los varios protagonistas -masculinos y femeninos- de que se habla: son símbolo de la Iglesia cristiana de origen gentil, cuya negrura es justamente símbolo del pecado en que vivía antes de su conversión.
17 Nm 12, 1 ss.
18 Mt 12, 42
19 1R 10, 1-10
20 Mt 12, 42
21 Flavio Josefo, Ant. Jud., VIII 165 ss.
22 Sal 68, 31 ss.
23 So 3, 8 ss.
24 Jr 38, 6 ss. (LXX 45, 6 ss.)
25 Jr 39, 15 ss (LXX 45.15 ss.)
26 Ct 1, 5
27 Nm 12, 2
28 Sobre este procedimiento, característico de la exégesis origeniana, cf. la Introducción.
29 Esto es, la ley judía interpretada espiritualmente, y no literalmente, como hacían los judíos; en sentido espiritual, la ley se identifica con Cristo.
30 Nm 12, 3
31 Nm 12, 6 ss.
32 Cf. supra, n 28
33 Mt 12, 42
34 Acerca del procedimiento de basar la interpretación espiritual sobre la etimología de un nombre hebreo, cf. n. 116 del Prólogo. Aquí juega Orígenes con el nombre de Salomón= hombre pacifico.
35 1R 10, 2
36 Aquí juega con la etimología de Jerusalén = visión de paz.
37 1R 10, 2
38 Ef 2, 14
39 1R 10, 3
40 Jn 15, 15
41 1R 10, 4
42 1Co 13, 10
43 1Co 13, 12
44 1R 10, 4
45 Pr 9, 1
46 1R 10, 5
47 Jn 4, 34
48 1R 10, 5
49 Ibid.
50 Ibid.
51 Ga 3, 27
52 1R 10, 5
53 Sal 104, 15
54 1R 10, 5
55 1R 10, 6
56 1R 10, 7
57 1R 10, 7
58 Esta explicación de Orígenes está basada en el doble sentido del griego pisteuo, transferido también al latino credo: 1) prestar fe a alguien; 2) creer en Dios. La reina de Saba habla prestado fe a quienes la informaban sobre Salomón, pero no creyó en los hombres, sino en Dios.
59 Hb 12, 22; cf. supra, no. 33 y 35.
60 1Co 13, 12; 2, 9
61 1R 10, 7
62 1R 10, 8
63 1Ts 5, 17
64 Lc 10, 42
65 1R 10, 9
66 Ef 2, 14
67 1R 10, 10
68 Gn 6, 3
69 Dt 34, 7
70 1R 10, 10
71 Cf. Mt 6, 1-18
72 Sal 68, 32
73 Rm 11, 11 ss.
74 So 3, 8
75 Sal 51, 19
76 Jn 6, 37
77 Rm 11, 25 ss. Recuérdese la afirmación paulina de que Israel se convertirá a Cristo antes del final de los tiempos.
78 So 3, 11
79 Jr 38, 6 ss. (LXX 45, 6 ss.)
80 Jeremías en el aljibe simboliza a Cristo muerto.
81 Mt 19, 12
82 Pr 17, 2
83 Jr 39, 16 ss. (LXX 46, 16 ss.)
84 Ct 1, 5
85 Mt 6, 29
86 Ex 26, 7 ss.
87 Hb 8, 2
88 Hb 9, 24
89 Ex 35, 23
90 Jn 14, 2
91 Ct 8, 5
92 El texto hebreo dice solamente: es que el sol me ha bronceado. Pero la versión de los LXX utiliza el verbo parablépein (lat. neglegere) que, efectivamente, significa descuidar. En su comentario, Orígenes pone de relieve el contrasentido que resulta de la interpretación literal: el sol broncea cuando alumbra, no cuando descuida; y sobre este contrasentido literal monta él su interpretación espiritual.
93 Ct 1, 6
94 Ct 8, 5
95 La bajada es símbolo del pecado, y la subida, símbolo de la redención.
96 Ml 3, 20. Esta expresión de Malaquías se aplicó ya desde el comienzo a Cristo y quedó como uno de los apelativos cristológicos más utilizados.
97 Lc 21, 36
98 Rm 11, 30 ss.
99 Rm 11, 25
100 Nm 20, 17; Pr 4, 26
101 Is 40, 3
102 Lc 1, 6
103 Mt 5, 14
104 Ml 3, 20
105 Lv 26, 21
106 Jn 1, 9 s.
107 Lv 26, 21.23.24.40.41.
108 Ex 9, 12; 10, 27; 11, 10.
109 Ex 1, 14
110 El pasaje del Éxodo en que se dice que Dios había endurecido el corazón del Faraón lo habían hecho suyo los gnósticos para apoyar su doctrina según la cual hay hombres espirituales y hombres materiales por naturaleza, independientemente de sus méritos. En el libro III Sobre los principios (cc. 10 es.), Orígenes examina el mismo pasaje para entenderlo de manera que quede a salvo el libre albedrío, y por eso interpreta el endurecimiento del Faraón como consecuencia de sus pecados. A ésta su interpretación se refiere aquí implícitamente. Por otra parte, los trabajos de los hebreos en barro y adobes representan para Orígenes las actividades terrenales, las pasiones carnales, la ignorancia y los errores de este mundo; cf. Hom. in Ex. I 15.
111 Moisés.
112 Ex 2, 23 s.; cf. 5, 7 ss.
113 Orígenes parece jugar aquí con un doble sentido de la palabra erga: en sentido literal, la hace designar los trabajos de los hebreos en Egipto; en sentido espiritual, las obras buenas, que hacen eficaz a la oración.
114 Sal 121, 6
115 Jn 3, 19-20
116 Dt 4, 24
117 1Jn 1, 5
118 Téngase presente que, para Orígenes, el fuego que espera a los pecadores, además del valor punitivo, tiene sobre todo un valor pedagógico, es decir, sirve para purificarlos de sus pecados, de modo que puedan, aunque tarde, alcanzar el perdón. Para Orígenes. ningún castigo infligido al alma después de esta vida es eterno, porque, al final, todas las creaturas racionales serán reintegradas en el estado inicial de perfección (apocatástasis).
119 Ga 4, 21-26
120 Ga 4, 31; 5, 1.
121 2Co 10, 4 s.
122 Por eso debía ser labrado=interpretado según la interpretación espiritual.
123 Gn 27, 27
124 Flp 3, 7. Sobre la alternante postura de Orígenes frente a la filosofía griega, véase n. 77 del libro 1. Aquí vuelve Orígenes repetidamente sobre la filosofía griega, y casi siempre en sentido negativo, con expresión del error.
125 Flp 3, 8 s.
126 Jr 2, 21
127 Dt 32, 32 ss.
128 1Tm 2.14
129 1Tm 2, 15
130 Ef 5, 32
131 Rm 5, 6.8.
132 1Co 3, 1 s.; Ef 6, 11; Mt 21, 16
133 Ga 4, 2
134 Orígenes conoce la doctrina sobre el ángel custodio, de origen judío: la entiende sobre todo en el sentido de
que los simples de la Iglesia necesitan esta ayuda suplementaria y propedéutica a la vez. El cristiano que progresa y se adhiere a Cristo no tiene ya necesidad de tal ayuda.
135 Mt 18, 10
136 Mt 19, 14
137 1Co 8, 6
138 Ct 1, 6
139 Col 3, 9
140 Col 3, 9
141 Sal 104, 15
142 Sal 45, 10
143 Ct 6, 8 ss.
144 1Co 12, 27
145 1Co 12, 12 ss.
146 Mc 6, 34
147 Ct 1, 7
148 Ct 1, 7
149 1Co 11, 10. La conexión que Orígenes establece entre Ct 1, 7 y 1Co 11, 10 está basada en el hecho de que la mujer vestida de novia lleva el velo sobre la cabeza, pero el punto de arranque es el hebreo: "como mujer velada", en vez de "errabunda o vagabunda" de los LXX.
150 Dt 32, 9
151 Dt 32, 8.-Sobre este pasaje y algún otro del A.T. basa Orígenes su doctrina de los ángeles de las naciones, según la cual, se habría designado un ángel para cada nación, excepto para Israel, puesto directamente bajo el mando de Dios. El juicio que Orígenes da de tales ángeles no siempre es coherente: unas veces los considera malos; otras, no propiamente malos, pero sí incapaces de asegurar la salvación de los pueblos a su cargo.
152 Jn 10, 27
153 Jn 10, 26
154 Ct 1, 7
155 Ct 1, 7
156 1Jn 4, 7
157 Lc 10, 27; Dt 6, 5
158 Sal 23, 1
159 Sal 23, 2
160 Sal 23, 3
161 Sal 23, 4
162 Sal 23, 4
163 Sal 23, 5 s.
164 Jn 10, 9; cf. 10, 7-11
165 Ml 3, 20
166 Sal 46, 6
167 Gn 18, 1 s.
168 Jn 8, 39
169 Rm 13, 12 s.
170 cf. supra n 33.
171 Gn 43, 16.25 s.
172 Mt 27, 45
173 Lc 23, 44 s.
174 Mc 15, 33
175 Gn 1, 24.27; 2, 1.-La conexión entre el sexto día en que fue creado el hombre y la hora sexta en que el hombre fue redimido por la muerte de Cristo subraya el concepto de redención como segunda creación, habitualmente realzado por la concepción según la cual el mundo habría sido creado en una época del año correspondiente al tiempo pascual. En todo este contexto, Orígenes destaca el concepto de mediodía como significativo de la iluminación del alma, mientras que en el sentido meramente cronológico se utiliza la expresión de hora sexta, que corresponde justamente a la mitad del día.
176 1Co 2, 6 s.
177 1Co 2, 12
178 cf supra, n 127
179 2Co 3, 18