Prefacio de San Jerónimo
Por afilada y centelleante que sea una espada, terminará por cubrirse de herrumbre y perder el esplendor de su belleza si permanece durante mucho tiempo en la vaina. Es por esto que, cuando me encontraba afligido por la muerte de la santa y venerable Paula (en esto no obraba yo en contraposición con el precepto del Apóstol, antes bien, aspiraba ardientemente que fuera consolado el gran número de aquellos a quienes su muerte había privado de sostén), acepté recibir los libros que me enviaba el hombre de Dios, el sacerdote Silvano. El mismo los había recibido de Alejandría con el fin de dármelos para traducir. Ya que, según me dijo, en los monasterios de la Tebaida y en el monasterio de Métanoia (este es el monasterio de Canope, cuyo nombre ha sido felizmente reemplazado por un término que significa "conversión"), viven muchos latinos que ignoran el copto y el griego, lenguas en las que han sido escritas las Reglas de Pacomio, Teodoro y Orsisio. Estos hombres son los que pusieron los cimientos de los "Coenobia" en la Tebaida y en Egipto, según la orden de Dios y de un ángel enviado por El con este designio.
Después de haber guardado un largo silencio durante el cual tascaba mi dolor, fui urgido a ponerme a trabajar por el sacerdote Leoncio y otros hermanos enviados a mí para eso. Así, después de hacer venir a un secretario, dicté en nuestra lengua las reglas que habían sido traducidas del copto al griego. Hice esto por obedecer no diré a las súplicas sino a las órdenes de estos grandes hombres, como también para romper mi prolongado silencio bajo auspicios favorables; como decían ellos: yo volvía a mis antiguos trabajos y también procuraba una satisfacción al alma de esta santa mujer que no había cesado de arder en el amor por la vida monástica y de meditar sobre la tierra lo que debía contemplar en el cielo; además, la venerable virgen de Cristo, su hija Eustoquia, tendría de dónde suministrar reglas de conducta a sus hermanas, y nuestros hermanos seguirían los ejemplos de los monjes egipcios, quiero decir de Tabennesis.
Estos monjes tienen en cada monasterio padres, ecónomos, hebdomadarios, oficiales subalternos y jefes de familia, que son los prepósitos. Cada casa reúne alrededor de cuarenta hermanos que deben obedecer a su prepósito. Según el número de hermanos, un monasterio cuenta con treinta o cuarenta casas que están unidas en tribus o grupos de tres o cuatro. Los que viven en estos grupos van juntos al trabajo y se suceden por rotación en el servicio semanal.
El que entró primero al monasterio, ocupa también el primer lugar al sentarse, caminar, salmodiar, comer y recibir la comunión en la iglesia. No es la edad de los hermanos la que se tiene en cuenta sino la fecha de su profesión.
En sus celdas no tienen más que una estera y los objetos siguientes: dos túnicas (especie de vestido egipcio sin mangas) y una tercera ya usada que usan para dormir o trabajar, un manto de lino, una piel de cabra a la que llaman melota, dos cogullas, un pequeño cinto de lino, calzado y un bastón como compañero de viaje.
Los enfermos son restablecidos gracias a cuidados admirables y comidas copiosas. Los que se hallan en buena salud se benefician de una abstinencia más severa; ayunan dos veces por semana, los miércoles y viernes, salvo durante el tiempo que va de Pascua a Pentecostés. Los demás días, los que lo desean comen después de la hora sexta y a la tarde se vuelve a poner la mesa a causa de los que trabajan, de los ancianos, de los niños y del intensísimo calor. Algunos comen poco la segunda vez, otros se contentan con una sola comida: el almuerzo o la cena. Algunos toman sólo un poco de pan y salen del refectorio. Todos comen al mismo tiempo. Cuando alguno no quiere ir a la mesa, recibe en su celda solamente pan, agua y sal, todos los días o día por medio según lo desee.
Los hermanos que practican un mismo arte son congregados en una casa bajo la autoridad de un prepósito. Por ejemplo: los que tejen el lino son reunidos en un grupo, los que hacen las esteras constituyen una sola familia. Lo mismo pasa con los sastres, los que fabrican las carretas, los obreros, los zapateros; estos grupos están gobernados cada uno por su prepósito, y cada semana dan cuenta de sus trabajos al padre del monasterio.
Los padres de todos los monasterios tienen un solo jefe que habita en el monasterio de Pbow.En pascua, todos, excepto aquellos cuya presencia es indispensable en sus monasterios, se reúnen en torno a él, de modo que casi cincuenta mil hombres celebran juntos la fiesta de la Pasión del Señor.
En el mes de Mesorí, es decir, en agosto, a ejemplo de la remisión del año jubilar (Lv 25) hay días en que a todos les son perdonados los pecados y en los que se reconcilian los que han tenido cualquier altercado. Luego se designan los jefes, los ecónomos, los prepósitos, los oficiales subalternos de los diferentes monasterios según sus necesidades.
Los de la Tebaida dicen todavía que Pacomio, Cornelio y Syro (este último vive aún y según cuentan tiene más de 110 años), aprendieron de boca de un ángel un lenguaje misterioso que les permite escribirse y comunicarse con la ayuda de un alfabeto espiritual, insinuando bajo ciertos signos y símbolos, sentidos escondidos. Hemos traducido a nuestra lengua estas cartas, que también han sido leídas entre los monjes coptos y griegos, y cuando encontramos esos mismos signos (del alfabeto místico) los hemos copiado.
Hemos imitado la simplicidad de la lengua copta movidos por el cuidado de dar una interpretación fiel, no fuera que una traducción pedante hiciera concebir una idea falsa de esos hombres apostólicos, completamente impregnados de la gracia del Espíritu. En cuanto a las otras cosas que están contenidas en sus tratados, no he querido exponerlas para que aquellos a los que deleite el amor de la santa "Koinonía" las aprendan en sus autores y beban en la fuente misma en lugar de hacerlo en los arroyos que de ella nacen.
Prescripciones de nuestro Padre Pacomio. Hombre de Dios que Fundó la Vida Cenobítica en sus orígenes por Orden de Dios.
Aquí comienzan los preceptos.
El que viene por primera vez a la sinaxis de los santos, será introducido por el portero como se acostumbra, el cual lo acompañará desde la puerta del monasterio y lo hará tomar asiento en la asamblea de los hermanos; no le será permitido cambiar de lugar, ni modificar su rango; esperará que el oikiakos, es decir: el prepósito de la casa, lo instale en el puesto que le conviene ocupar.
Se sentará con todo decoro y modestia, poniendo debajo suyo la parte inferior de su piel de cabra que se ata sobre el hombro, y cerrando cuidadosamente su vestido, es decir la túnica de lino sin mangas, de manera que tenga las rodillas cubiertas.
Cuando se oiga la voz de la trompeta que llama a la sinaxis, en el mismo momento saldrán de la celda, meditando un pasaje de las Escrituras hasta llegar a la puerta del lugar de la sinaxis.
Cuando vayan a la iglesia para tomar el lugar en el que deben estar sentados o de pie, tendrán cuidado de no aplastar los juncos remojados y preparados para el tejido de las cuerdas, no sea que la negligencia de uno ocasione algún daño, aunque fuera mínimo, al monasterio.
A la noche, cuando se haga oír la señal, no te demores junto al fuego que se enciende habitualmente para calentar el cuerpo y defenderse del frío.
No permanezcas sentado sin hacer nada durante la sinaxis, por el contrario: prepara con mano vigilante los juncos que servirán para trenzar las cuerdas de las esteras. Sin embargo, evita que llegue al agotamiento el que tiene un cuerpo débil, a ese tal se le otorgará el permiso de interrumpir de tiempo en tiempo su tarea.
Cuando aquel que ocupa el primer lugar haya golpeado las manos, recitando de memoria algún pasaje de las Escrituras, para dar la señal del fin de la oración, ninguno tardará en levantarse, por el contrario: todos se levantarán al mismo tiempo.
Nadie observe a otro hermano que estuviere trenzando una cuerda o rezando; que sus ojos estén atentamente puestos sobre su propio trabajo.
He aquí los preceptos de vida que los ancianos nos han transmitido. Si ocurre que durante la salmodia, las oraciones o las lecturas, alguno habla o se ríe, desatará al instante su faja e irá a ponerse delante del altar con la cabeza inclinada y los brazos caídos. Después que el padre del monasterio lo haya reprendido allí, repetirá esta misma penitencia en el refectorio, cuando estén reunidos todos los hermanos.
Cuando durante el día haya resonado la trompeta para la sinaxis, el que llegase después de la primera oración será corregido por el superior con una reprimenda y permanecerá de pie en el refectorio.
Pero, durante la noche, ya que (a esas horas) se concede más a la debilidad del cuerpo, el que llegase después de las tres primeras oraciones, será corregido de la misma manera en la iglesia y en el refectorio.
Cuando los hermanos estén orando durante la sinaxis, nadie saldrá sin orden de los ancianos, o sin haber pedido y obtenido el permiso de salir para las necesidades naturales.
Nadie distribuirá los juncos que sirven para trenzar las cuerdas, a no ser el que está de servicio durante la semana. Si estuviera impedido de hacerlo por causa de un trabajo justificado, se esperará las órdenes del superior.
Para el servicio de la semana en cada casa, no se escogerá a los que tienen los primeros lugares y recitan pasajes de la Escritura en la asamblea de todos los hermanos. Se elegirá por orden a los hermanos que están sentados y se ponen de pie, los que fueren capaces de repetir de memoria lo que se les haya encomendado.
Si un hebdomadario se olvida o vacila al recitar algo, recibirá la corrección que merecen la negligencia y el olvido.
Ningún hebdomadario estará ausente el domingo, y cuando se hace la oblación, porque debe ocupar el lugar del cantor para responder al que salmodia. Esto concierne al menos a los que pertenecen a la casa que está de servicio de gran semana. Porque hay en cada casa un servicio de pequeña semana asegurado por un número menor de hermanos. Si este número debiera aumentarse, el jefe de la casa de gran semana llamará a otros hermanos del mismo grupo al que pertenece su casa. Pero sin orden suya nadie que pertenezca a otra casa del mismo grupo salmodiará. Y le está absolutamente vedado a un hermano de una casa el participar en el servicio de otra casa, a menos que pertenezca al mismo grupo, o tribu, que la suya. Se llama tribu al grupo de tres o cuatro casas (este número varía) según el número de hermanos y la importancia del monasterio, lo que podríamos llamar familias o clanes de una misma nación.
Ninguno recibirá el permiso de salmodiar los domingos o durante la sinaxis en que debe ofrecerse la oblación, excepto el jefe de la casa y los ancianos del monasterio a quienes por alguna causa les competa esta función.
Si un anciano se equivoca cuando salmodia, es decir: cuando lee el salterio, se someterá al punto, delante del altar, al rito de la penitencia y de la reprimenda.
El que sin permiso del superior abandonara la sinaxis u ofreciera la oblación, será reprendido al instante.
Por la mañana, en cada casa, después de concluida la oración, no volverán los hermanos inmediatamente a sus celdas. Primero tendrán un coloquio sobre lo que les fue expuesto por los prepósitos en las conferencias y luego retornarán a sus habitaciones.
Los que gobiernan las casas darán tres conferencias por semana; en estas conferencias los hermanos al sentarse o pararse, ocuparán sus respectivos lugares, según el orden de las casas y de los individuos.
Si alguno que está sentado se duerme en el transcurso de la conferencia del prepósito de la casa o del padre del monasterio, se le obligará a levantarse inmediatamente y permanecerá de pie hasta que haya recibido la orden de volver a tomar asiento.
Cuando haya sonado la señal de reunirse para escuchar los preceptos de los ancianos, nadie permanecerá (donde se hallaba) y no atizarán más el fuego, hasta el fin de la conferencia. El que omitiera uno de estos preceptos será sometido a la corrección ya mencionada.
El que está de servicio durante la semana no podrá dar a nadie las cuerdas o cualquier otro objeto sin que medie la orden del padre del monasterio. Sin ella ni siquiera podrá dar la señal de reunirse para la sinaxis del mediodía o la de las seis oraciones de la tarde.
Después de la oración de la mañana, el oficial de semana a quien se le ha confiado el trabajo, preguntará al padre del monasterio sobre todas las cosas que juzgue necesario y sobre el momento en que los hermanos deberán ir a trabajar a los campos; y, según la orden que haya recibido, recorrerá cada casa y enseñará a cada uno lo que debe hacer.
Si alguien pide un libro para leer, lo recibirá. Pero a fin de semana lo devolverá a su lugar por causa de los hermanos que se suceden en el servicio.
Si trenzan esteras, el hebdomadario preguntará a la tarde a los jefes de cada casa cuál es la cantidad de juncos necesarios en su casa; según la respuesta remojará la cantidad de juncos necesaria, para distribuirlos a la mañana siguiente a cada uno por su orden. Si en el transcurso de la mañana se da cuenta que van a necesitar más, los remojará y los llevará a cada casa, hasta que suene la señal de la comida.
El jefe de la casa que termina la semana y el que lo releva, como también el padre del monasterio, tendrán cuidado de fijarse en lo que se haya omitido o descuidado del trabajo. También harán sacudir las esteras que se extienden de ordinario sobre el piso de la iglesia y contarán las cuerdas que cada semana se trencen. Escribirán el resultado sobre tablillas que conservarán hasta el momento de la reunión anual, en el curso de la cual hay rendición de cuentas y donde se da la absolución general de las faltas.
Al volver de la sinaxis, los hermanos, que van saliendo de a uno, para ir a sus celdas o al refectorio, meditarán cualquier pasaje de las Escrituras y nadie tendrá la cabeza cubierta cuando medite.
Y cuando hayan llegado al refectorio, se sentarán por orden en los lugares que les han sido fijados y se cubrirán la cabeza.
Cuando un anciano te mande cambiarte de mesa, no le resistirás en lo más mínimo. No tendrás la osadía de servirte antes que tu jefe de casa. No observarás a los que comen.
Cada uno de los prepósitos enseñará a los miembros de su casa cómo deben tomar sus alimentos, con disciplina y modestia. Si alguno habla o se ríe durante las comidas, hará penitencia y será reprendido al instante en su mismo lugar. Se pondrá de pie y permanecerá parado hasta que se levante alguno de los otros hermanos que están comiendo.
Si alguien llegara tarde a la mesa, fuera del caso en que una orden del superior hubiera motivado tal retraso, hará la misma penitencia o volverá a su casa sin probar bocado.
Si en la mesa se tiene necesidad de alguna cosa, nadie tendrá el atrevimiento de hablar; antes bien, mediante un sonido hará señal a los que sirven.
Si te levantas de la mesa, no hablarás al regresar, hasta que hayas vuelto a tu lugar.
Los que sirven no comerán ninguna otra cosa que lo que haya sido preparado para todos los hermanos en general y no se permitirá que se aderecen platos diferentes.
El que toca para llamar a los hermanos al refectorio, meditará mientras lo hace.
Aquel que, a las puertas del refectorio, distribuye el postre a los hermanos que salen de la mesa, meditará cualquier pasaje de la Escritura mientras cumple su oficio.
El que recibe el postre que se da, no lo pondrá en su cogulla sino en su piel (de cabra) y no lo comerá antes de haber llegado a su casa. El que distribuye el postre a los hermanos recibirá su porción de manos de su prepósito, lo que harán también los otros servidores, quienes lo recibirán de otro sin nada arrogarse por propia voluntad. Lo que hayan recibido deberá bastarle para tres días. Si al cabo de estos tres días les sobrara algún alimento, lo llevarán de vuelta al jefe de la casa que lo reintegrará a la despensa, donde quedará hasta que, mezclado con otros, sea distribuido a todos los hermanos.
Nadie dará a uno más que a otro.
Si se trata de los débiles, el prepósito irá a ver a los servidores de los enfermos y recibirá de ellos lo que les sea necesario.
Si el enfermo es uno de los servidores de mesa, no tendrá permiso para entrar en la cocina o en la despensa con el fin de retirar cualquier cosa. Serán los otros servidores los que le darán lo que vean que necesita. No le estará permitido el cocinar para sí lo que desee, sino que los prepósitos recibirán de los otros sirvientes lo que ellos juzguen que le es necesario.
Nadie entrará a la enfermería sin estar enfermo. El que cayere enfermo será conducido por el prepósito de su casa a la enfermería. Si necesita un manto o una túnica u otras cosas como vestidos o comida, será el prepósito quien las recibirá de manos de los servidores y las dará de inmediato al enfermo.
Un enfermo no podrá entrar en el lugar de los que comen, ni consumir lo que desee, sin haber sido conducido allí para comer por el servidor encargado de este oficio. No le estará permitido llevar a su celda nada de lo que haya recibido en la enfermería, ni siquiera una fruta.
Los que cocinan servirán cada uno por turno a los que están a la mesa.
Ninguno recibirá vino o caldo fuera de la enfermería.
Si alguno de los que son enviados de viaje cae enfermo en el camino o sobre un barco y tiene necesidad o desea tomar caldo de pescado u otras cosas que se comen habitualmente en el monasterio, no comerá con los otros hermanos sino aparte, y los que sirven le darán con abundancia, para que ese hermano enfermo no sea contristado en nada.
Nadie osará visitar a un enfermo sin permiso del superior. Ni aún alguno de sus parientes o de sus hermanos podrá servirlo sin orden del prepósito.
Si alguno transgrede o descuida alguna de estas prescripciones, será corregido con la reprimenda habitual.
Si alguno se presenta a la puerta del monasterio con la voluntad de renunciar al mundo y ser contado entre los hermanos, no tendrá la libertad de entrar. Se comenzará por informar al padre del monasterio. El candidato permanecerá algunos días en el exterior, delante de la puerta. Se le enseñará el Padrenuestro y los salmos que pueda aprender. El suministrará cuidadosamente las pruebas de lo que motiva su voluntad (de ingresar). No sea que haya cometido alguna mala acción y que, turbado por el miedo, haya huido sin demora hacia el monasterio; o que sea esclavo de alguien. Esto permitirá discernir si será capaz de renunciar a sus parientes y menospreciar las riquezas. Si da satisfacción a todas estas exigencias, se le enseñará entonces todas las otras disciplinas del monasterio, lo que deberá cumplir y aquello que deberá aceptar, ya sea en la sinaxis que reúne a todos los hermanos, en la casa o dónde fuera enviado o en el refectorio. Así instruido y consumado en toda obra buena, podrá estar con los hermanos. Entonces será despojado de sus vestidos del siglo y revestido con el hábito de los monjes. Después será confiado al portero que, en el momento de la oración, lo llevará a la presencia de todos los hermanos y lo hará tomar asiento en el lugar que se le haya asignado. Los vestidos que trajo consigo serán recibidos por los encargados de este oficio, guardados en la ropería y a disposición del padre del monasterio.
Nadie que viva en el monasterio podrá recibir a alguien en el refectorio; pero le enviará al portero de la hospedería para que sea recibido por los que están encargados de ese oficio.
Cuando lleguen personas a la puerta del monasterio, si se trata de clérigos o de monjes, serán recibidos con muestras del más grande honor. Se les lavará los pies, según el precepto evangélico (Jn 13) y se los conducirá a la hospedería donde se les suministrará todo lo que conviene al uso de monjes. Si, en el momento de la oración o de la sinaxis, desearan participar en la reunión de los hermanos, si pertenecen a la misma fe, el portero o el servidor de la hospedería lo advertirá al padre del monasterio; seguidamente podrán ser conducidos a la oración.
Si son seglares, enfermos o personas más frágiles (1P 3, 17), nos referimos a las mujeres, los que se presentan a la puerta, se los recibirá en lugares diferentes, según su sexo y las directivas del prepósito. Sobre todo las mujeres serán tratadas con mayor respeto, atención y temor de Dios. Se les dará alojamiento totalmente separado de los hombres, a fin de no suscitar malos propósitos. Y aún si llegaran por la tarde, estaría mal el despedirlas. En este caso se las recibirá en el alojamiento separado y cerrado de que hemos hablado, con toda la disciplina y todas las precauciones requeridas para que la multitud de los hermanos se puedan ocupar libremente en sus trabajos y no se dé motivo para que nadie sea denigrado.
Si alguno se presenta a la puerta del monasterio, pidiendo ver a su hermano o a un pariente, el portero avisará al padre del monasterio, éste llamará al jefe de la casa y le preguntará si el hermano pertenece a ella, y, con su permiso, el hermano recibirá para esta circunstancia un compañero seguro y lo enviará a ver a su hermano o pariente. Si por casualidad éste le ha llevado algunos alimentos de los que está permitido comer en el monasterio, no podrá recibirlos directamente sino que llamará al portero que recibirá el regalo. Si se trata de cosas para comer con pan, no se darán a aquel a quien son ofrecidas, sino que serán para la enfermería. Pero si se tratara de golosinas o frutas, se las dará el portero para que pueda comerlas y el resto lo llevará a la enfermería. El portero no podrá comer nada de lo que se ha recibido. Retribuirá al donante con coles, panes o un poco de legumbres.
Aquel a quien hayan regalado los alimentos de que hemos hablado, los que son traídos por parientes o allegados y que se comen con pan, será llevado por su prepósito a la enfermería y allí comerá de ellos una sola vez. Lo que quede estará a disposición del servidor de los enfermos, pero no para sus necesidades personales.
Cuando avisen que está enfermo uno de los parientes o allegados de los hermanos que allí viven, el portero avisará primero al padre del monasterio. Este llamará al prepósito de la casa a que pertenece el hermano, lo interrogará, y juntos pensarán en un hombre de confianza y observancia a toda prueba y lo enviarán con el hermano a visitar al enfermo. (Para el viaje) llevarán la cantidad de víveres que haya dispuesto el jefe de la casa. Si la necesidad los obliga a permanecer más tiempo (de lo previsto) fuera del monasterio y a comer con sus padres y parientes, no consentirán en ello, antes bien, irán a una iglesia o monasterio de la misma fe. Si los parientes o conocidos les preparan u ofrecen alimentos, no los aceptarán o comerán a menos que sean los mismos que se comen habitualmente en el monasterio. No probarán salmuera, ni vino, ni otra cosa fuera de las que están habituados a comer en el monasterio. Cuando hayan aceptado alguna cosa de sus parientes, comerán sólo lo suficiente para el viaje, el resto lo darán a su jefe de casa que lo llevará a la enfermería.
Si muere el padre o el hermano de alguno, este no podrá asistir a las exequias a menos que el padre del monasterio se lo permita.
Nadie será enviado solo para tratar un asunto fuera del monasterio, sino que se le dará un compañero.
Y al regresar al monasterio, si encuentran delante de la puerta a alguno que pide ver a alguien del monasterio conocido suyo, no se permitirán ir en su busca, comunicárselo o llamarlo. Y no podrán contar nada en el monasterio de lo que hayan hecho o visto en el exterior.
Cuando se dé la señal de salir a trabajar, el jefe de la casa marchará delante de los hermanos y ninguno se quedará en el monasterio sin que el padre del monasterio se lo haya prescripto. Los que salen para el trabajo no preguntarán a dónde van.
Cuando se reúnan todas las casas, el jefe de la primera marchará delante de todos y los demás según el orden de las casas y de los individuos. No hablarán, sino que cada uno meditará luego algún pasaje de la Escritura. Si ocurre que alguien, al encontrarse con los hermanos desea hablar a uno, se adelantará el portero del monasterio que está encargado de ese oficio y le responderá. De él se servirán como intermediario. Si no estuviera allí el portero, el jefe de la casa o algún otro que haya recibido orden para ello, responderá a los que se encuentren con los hermanos.
Durante el trabajo los hermanos no proferirán ninguna palabra mundana; meditarán en las cosas santas o, al menos, guardarán silencio.
Que nadie tome consigo su manto de lino para ir al trabajo, a menos que el superior se lo haya permitido. En principio, nadie vestirá su manto cuando anda por el monasterio después de la sinaxis.
Nadie se sentará durante el trabajo sin orden del superior.
Si los que guían a los hermanos por el camino tienen necesidad de enviar a alguien para un negocio cualquiera, no lo podrán hacer sin orden del prepósito. Y si el mismo que conduce a los hermanos se ve constreñido a ir a algún sitio, confiará sus obligaciones al que, según el orden viene después de él.
Si los hermanos enviados a trabajar en el exterior del monasterio deben comer fuera de él, un semanero los acompañará para darles los alimentos que no necesitan cocción y para distribuirles el agua, como se hace en el monasterio.
Nadie podrá levantarse para sacar y beber agua.
Al volver al monasterio (de sus trabajos) lo harán en el orden que les corresponde a cada uno por su rango. Y al retornar a sus casas, los hermanos devolverán los útiles, y su calzado al segundo después del jefe de la casa. Por la tarde éste los llevará a una celda separada donde los guardará.
Al terminar la semana, todos los útiles serán llevados y ordenados en una sola casa para que los que toman su turno de semana sepan lo que suministrarán a cada casa.
Ningún monje lavará las túnicas y todo lo que compone su ajuar en otro día que no sea el domingo, excepto los marinos y los panaderos.
No se irá a lavar la ropa si no ha sido dada la orden para todos; seguirán a su prepósito; el lavado se realizará en silencio y ordenadamente.
Al lavar la ropa, nadie remangará sus vestidos más de lo permitido. Terminado el lavado todos regresarán al mismo tiempo. Si alguno está ausente o en el monasterio, dará aviso a su prepósito que enviará con él a otro hermano; una vez que haya lavado sus vestidos, volverá a su casa.
Los hermanos recogerán las túnicas a la tarde cuando ya estén secas, y las darán al segundo (es decir, al que sigue en orden al prepósito), quien las remitirá a la ropería. Pero si no están secas, se las tenderá al sol al día siguiente hasta que lo estén. No se las dejará expuestas al rayo del sol más tarde de la tercera hora. Después de haberlas recogido se las ablandará ligeramente. No serán guardadas por los hermanos en sus celdas, las entregarán para que estén ordenadas en la ropería hasta el sábado.
Nadie tomará legumbres del jardín; las recibirán de manos del jardinero.
Nadie recogerá por propia iniciativa las hojas de palmera que sirven para trenzar las cestas; salvo el encargado de las palmeras.
Que nadie coma uvas o espigas que no estén todavía maduras, esto por el cuidado de conservar el buen orden en todas las cosas. Y en general, que nadie coma en privado lo que encuentra en los campos o en los huertos, antes de que los productos sean presentados a todos los hermanos juntos.
El que cocina no comerá antes que los hermanos.
El que tiene a su cuidado las palmeras, no comerá de sus frutos antes que los hayan gustado los hermanos.
Los que hayan recibido la orden de cosechar los frutos de las palmeras, recibirán, cada uno de su prepósito, en el lugar mismo del trabajo, algunos frutos para comer, y cuando hayan vuelto al monasterio, recibirán su parte como los demás.
Si encuentran frutos caídos de los árboles no tendrán el descaro de comerlos, y los que encuentren en el camino los colocarán al pie de los árboles. El que distribuye los frutos a los trabajadores no podrá comer de ellos. Los llevará al ecónomo que le dará su parte en el momento de la distribución a los demás hermanos.
Nadie almacenará comida en su celda, salvo lo que haya recibido del ecónomo.
Con respecto a los panecillos que los jefes de casa reciben para darlos a los que no quieren comer en el refectorio común con los hermanos, porque se entregan a una abstinencia más austera, cuidarán los prepósitos de dárselos sin hacer acepción de personas, ni aún con los que parten de viaje. No los colocarán en un lugar común porque entonces cada uno podría servirse cuanto quisiere. Los darán a cada hermano en su celda, respetando el orden y la periodicidad con que quieren comer. Con estos panes, los hermanos no comerán otra cosa que sal.
Los alimentos se cocinarán solamente en el monasterio y en la cocina. Si los hermanos salen al exterior, es decir, si van a trabajar en los campos, recibirán legumbres sazonadas con sal y vinagre. En verano estas legumbres serán preparadas en cantidad abundante para que sea suficiente (alimento) en los prolongados trabajos.
Nadie tendrá en su casa o en su celda otra cosa que lo que prescribe en general la regla del monasterio. Por lo tanto, los hermanos no tendrán ni túnica de lana, ni manto, ni una piel más suave –la del cordero que todavía no haya sido esquilado–, ni dinero, ni almohadas de pluma para la cabeza, ni otros efectos. No tendrán sino lo que el padre del monasterio distribuye a los jefes de casa, es decir, dos túnicas, más otra gastada por el uso, un manto suficientemente amplio como para envolver el cuello y la espalda, una piel de cabra que se prenda al costado, calzado, dos cogullas, y un bastón. Todo lo que encuentren además de esto lo suprimirán sin protestar.
Nadie tendrá a su uso particular una pincita para quitar de sus pies las espinas que se clave al caminar. Ella está reservada a los jefes de casa y a sus segundos; se la enganchará en la ventana sobre la que se colocan los libros.
Si alguno pasa de una casa a otra, no podrá llevar consigo sino lo que más arriba dijimos.
Nadie podrá ir a los campos, circular por el monasterio o pasearse fuera de su recinto sin haber pedido y obtenido el permiso del jefe de la casa.
Es necesario cuidar que nadie lleve y traiga cuentos de una casa a otra, o de un monasterio a otro, o del monasterio a los campos, o de los campos al monasterio.
Si un hermano está de viaje, por tierra o por barco, o trabaja en el exterior, no contará en el monasterio lo que haya visto hacer fuera de él.
Dormirán siempre sobre la banqueta recibida para el caso, ya sea en la celda, sobre las terrazas (donde se reposa de noche para evitar los grandes calores), o en los campos.
Cuando se hayan instalado para dormir no hablarán con nadie. Si después de estar acostados se despiertan durante la noche y tienen sed, si es día de ayuno no se permitirá beber.
Fuera de la estera no se extenderá absolutamente nada sobre la banqueta.
Está prohibido entrar en la celda del vecino sin haber golpeado primero a la puerta.
No irán a comer sin haber sido convocados por la señal general. No se circulará por el monasterio antes de que se haya dado la señal.
Que nadie camine por el monasterio para ir a la sinaxis o al refectorio, sin su cogulla y su piel de cabra.
No se podrá ir a la tarde a untarse y suavizarse las manos después del trabajo sin la compañía de un hermano. Nadie ungirá su cuerpo enteramente, salvo en caso de enfermedad; ni se bañará o lavará completamente con agua sin estar manifiestamente enfermo.
Nadie podrá bañar o ungir a un hermano sin haber recibido orden para ello.
Que nadie hable a su hermano en la oscuridad.
Que nadie duerma con otro hermano sobre la misma estera.
Que nadie retenga la mano de otro.
Cuando los hermanos estén de pie, caminando, o sentados, habrá siempre entre ellos la distancia de un codo.
Nadie se permitirá sacar una espina del pie a otro, excepto el jefe de la casa, su segundo, o aquel que haya recibido tal orden.
Nadie se cortará el cabello sin orden del superior.
No estará permitido intercambiarse las cosas que recibieron del prepósito. Que no se acepte algo mejor a cambio de algo menos bueno. E inversamente, que no se dé algo mejor a cambio de algo menos bueno. En lo que concierne a los vestidos y los hábitos, no se procurarán nada que sea más nuevo que lo que poseen los otros hermanos, por motivo de elegancia.
Todas las pieles serán ajustadas y se prenderán en la espalda. Todas las cogullas de los hermanos llevarán la marca del monasterio y la de su casa.
Que nadie deje su libro abierto al ir a la iglesia o al refectorio.
Los libros que a la tarde se vuelven a colocar bajo la ventana, es decir, en el hueco del muro, estarán bajo la responsabilidad del segundo, que los contará y guardará según la costumbre.
Nadie irá a la sinaxis o al refectorio calzado o cubierto con su manto de lino, ya sea en el monasterio o en los campos.
El que dejare su ropa expuesta al sol más allá de la hora sexta en que los hermanos son llamados al refectorio, será reprendido por su negligencia. Y si alguno quebranta por desprecio una de las reglas mencionadas, será corregido con un castigo proporcional.
Nadie se permitirá ungir su calzado u ocuparse de cualquier objeto, a no ser el jefe de la casa y el que haya recibido la carga de esta tarea.
Si un hermano se ha hecho daño o se ha herido, pero no tiene necesidad de guardar cama, si camina con dificultad y necesita algo –una prenda, un manto, u otra cosa que le pueda ser útil–, su jefe de casa irá a los encargados de la ropería y tomará lo necesario.
Cuando el hermano se haya curado devolverá sin demora lo recibido.
Nadie recibirá nada de otro hermano sin orden del prepósito.
Nadie dormirá en una celda cerrada con llave, ni tendrá una celda en la que pueda encerrarse con cerrojo, a menos que el padre del monasterio haya dado ese permiso a un hermano en razón de su edad o de sus enfermedades.
Que nadie vaya a la granja sin haber sido enviado, salvo los pastores, los boyeros o los cultivadores.
Que dos hermanos no monten juntos a un asno en pelo, ni se sienten sobre el pértigo de un carro.
Si alguien monta un asno sin estar enfermo, se apeará de él delante de la puerta del monasterio, luego marchará delante de su asno teniendo las riendas en la mano.
Sólo los prepósitos irán a los diferentes talleres para recibir allí lo que les es necesario. No podrán ir después de la hora sexta, en que los hermanos son llamados al refectorio, a menos que haya necesidad urgente; en este caso, se enviará un semanero al padre del monasterio para advertírselo y darle a conocer lo que urge.
En general, sin orden del superior, nadie se permitirá entrar en la celda de otro hermano.
Nadie reciba nada en préstamo, ni aun de su hermano según la carne.
Que nadie coma cosa alguna dentro de su celda, ni siquiera una fruta habitual u otros alimentos del mismo género, sin el permiso de su prepósito.
Si el jefe de una casa está de viaje, otro prepósito, perteneciente a la misma nación y a la misma tribu, llevará la carga del que se va. Usará de sus poderes y se ocupará de todo con solicitud. En cuanto a la catequesis de los dos días de ayuno, dará una en su casa, y la otra en la casa de aquel a quien reemplaza.
Hablemos ahora de los panaderos. Cuando viertan el agua en la harina y cuando amasen la pasta, nadie hablará a su vecino. Por la mañana, cuando transporten los panes sobre las planchas al horno y a los fogones, guardarán el mismo silencio y cantarán salmos o pasajes de la Escritura hasta que hayan acabado su trabajo. Si tienen necesidad de alguna cosa, no hablarán, sino que harán una señal a los que pueden suministrarles aquello de que tienen necesidad.
Cuando se dé a los hermanos la señal de amasar la pasta, nadie permanecerá en el lugar donde se cocinan los panes. Fuera de aquellos que bastan para la cocción y que han recibido orden de hacerla, nadie permanecerá en el lugar donde se hornea.
En lo que concierne a los barcos, la norma a seguir es la misma.
Sin orden del padre del monasterio nadie soltará una embarcación de la orilla, ni tan sólo un botecito. Que nadie duerma en la sentina ni en cualquier otro lugar dentro de la barca; los hermanos reposarán sobre el puente. Y nadie tolerará que los seglares duerman con los hermanos en la embarcación.
No navegarán con ellos las mujeres, a menos que el padre del monasterio lo haya permitido.
Nadie se permitirá encender fuego en su casa sin que puedan hacerlo todos.
Tanto el que llegare tarde, después de la primera de las seis oraciones de la tarde, como el que hubiere cuchicheado con su vecino o reído a escondidas, hará penitencia según la forma establecida, durante el resto de las oraciones.
Cuando los hermanos estén sentados en sus casas, no les estará permitido decir palabras mundanas. Y si el prepósito enseña alguna palabra de la Escritura, la repetirán entre ellos cada uno a su turno, y se aprovecharán de lo que cada uno haya aprendido y retenido de memoria.
Cuando estén aprendiendo cualquier cosa de memoria, nadie trabajar, ni sacará agua, ni trenzará cuerdas, hasta que el prepósito haya dado orden para ello.
Nadie tomará por sí mismo los juncos puestos a remojar por los trabajadores, si el servidor de semana no se los da.
El que rompiera un vaso de arcilla o hubiera remojado tres veces los juncos, hará penitencia durante las seis oraciones de la tarde.
Después de las seis oraciones, cuando todos se separan para ir a dormir, nadie podrá salir de su celda, salvo en caso de necesidad.
Cuando un hermano se haya dormido en el Señor, la comunidad de los hermanos lo acompañará. Nadie permanecerá en el monasterio sin orden del superior. Nadie salmodiará si no se lo han mandado. Nadie agregará otro salmo al que acabó de recitar, sin el consentimiento del superior.
En caso de duelo, no se salmodiará de a dos; no se llevará el manto de lino.
Que nunca se abstenga un hermano de responder al que salmodia, sino que todos los hermanos estarán concordes en una misma postura y en una sola voz.
El que se encuentre enfermo durante un entierro, será sostenido por un servidor.
En general, a cualquier lado que los hermanos sean enviados, irán con ellos uno de los servidores de semana para asistir a los enfermos, en el caso de que el mal los sorprenda de viaje o en los campos.
Que nadie marche delante del prepósito y del conductor de los hermanos.
Que nadie se aparte de su fila. Si alguno pierde alguna cosa será castigado públicamente delante del altar; si lo que perdió formaba parte de su ajuar, estará tres semanas sin recibir lo que extravió, pero a la cuarta semana, después de haber hecho penitencia, recibirá un efecto semejante al que perdió.
El que encuentre cualquier objeto, lo suspenderá durante tres días delante del lugar donde los hermanos celebran la sinaxis, para que el que lo reconozca como de su uso pueda tomarlo.
Los jefes de las casas bastarán para reprender y exhortar sobre las materias que hemos indicado y establecido. Pero si se encontraren delante de una falta que no hubiéramos previsto, la referirán al padre del monasterio.
El padre del monasterio es el único que podrá juzgar del asunto; y será su decisión la que regirá todos los casos nuevos. (Traducción conjetural.).
Todo castigo se cumplirá así: los que sufran una corrección estarán sin cinto y permanecerán de pie durante la gran sinaxis y en el refectorio.
El que haya abandonado la comunidad de los hermanos y luego haya regresado, no volverá a su lugar, después de haber hecho penitencia, sin orden del superior.
Lo mismo establecemos para el jefe de la casa y el ecónomo: si una noche salen a dormir fuera, lejos de los hermanos, pero se arrepienten y vuelven a la asamblea de ellos, no les estará permitido ni entrar en sus casas, ni ocupar sus lugares sin que medie orden del superior.
Que los hermanos sean seriamente constreñidos a repasar entre ellos todas las enseñanzas que hayan escuchado en la reunión común, sobre todo en los días de ayuno en que sus prepósitos dan la catequesis.
Al recién llegado al monasterio se le enseñará primeramente lo que debe observar; luego, cuando después de esta primera instrucción haya aceptado todo, se le indicará que aprenda veinte salmos, o dos epístolas del Apóstol, o una parte de otro libro de la Escritura.
Si es analfabeto, irá, a la primera, a la tercera y a la sexta hora, a encontrarse con aquel que puede enseñarle y que fue designado para ello. Se mantendrá de pie delante de él y aprenderá con la más grande atención y gratitud. Seguidamente se le escribirá las letras y las sílabas, los verbos y los sustantivos, y se le forzará a leer aunque rehúse hacerlo.
En general, nadie en el monasterio quedará sin aprender a leer y sin retener en su memoria algo de las Escrituras, como mínimo el Nuevo Testamento y el Salterio.
Que nadie encuentre pretextos para no ir a la sinaxis, a la salmodia o a la oración.
No dejarán pasar el tiempo de la oración y de la salmodia cuando, por cualquier asunto, se hallen navegando o en el monasterio, en los campos o de camino.
Hablemos finalmente del monasterio de vírgenes.
Que nadie vaya a visitarlas, a menos que tenga allí a su madre, a una hermana, a una hija, parientes o primas o a la madre de sus hijos.
Si es necesario que aquellos que no han renunciado al mundo ni ingresado al monasterio vean a las vírgenes, necesidad ésta causada por la muerte del padre (a cuya herencia ellas tienen derecho), o bien por otro motivo incontestable, se enviará con los visitantes a un hombre de edad y de virtud probada. Juntos las verán y regresarán.
Por tanto, que nadie vaya a ver a las vírgenes, excepto aquellos de que hemos hablado más arriba. Y cuando vayan a visitarlas, lo harán saber primeramente al padre del monasterio, éste los enviará a los ancianos que han recibido el ministerio de las vírgenes. Los ancianos irán con ellos a visitar a las vírgenes que tienen necesidad de ver, con toda la disciplina que exige el temor de Dios. Cuando las vean no hablarán de cosas seculares.
Cualquiera que quebrante una de estas disposiciones, hará penitencia pública sin demora alguna, en razón de su negligencia y menosprecio, para poder entrar en posesión del reino de los cielos.
Fin de la primera parte.
Prescripciones e Instituciones de nuestro Padre Pacomio, Hombre de Dios, que Funda desde sus orígenes la Santa Comunidad de Vida, según el Mandato de Dios.
Cómo se debe celebrar la sinaxis y reunir a los hermanos para escuchar la palabra de Dios, según los preceptos de los ancianos y la doctrina de las Sagradas Escrituras.
Los hermanos deben ser liberados de los errores de sus almas y glorificar a Dios en la luz de los vivientes (Sal 55). Es necesario que sepan cómo deben vivir en la casa de Dios, sin caídas ni escándalos. No debe embriagarlos ninguna pasión, por el contrario, han de permanecer en las normas de la verdad, fieles a las tradiciones de los apóstoles y de los profetas. Observen las reglas de las solemnidades, tomando por modelo de la casa de Dios la sociedad de los apóstoles y de los profetas, celebrando los ayunos y las oraciones habituales. En efecto, los que desempeñan bien el servicio siguen la regla de la Escrituras.
He aquí el servicio que deben prestar los ministros de la Iglesia.
Congreguen a los hermanos a la hora de la oración, y hagan todo lo que las reglas prevén. De este modo, no darán ninguna ocasión de recriminación y no permitirán a nadie que se comporte de manera contraria al ceremonial.
Si se les pide un libro, lo darán.
Si, a la tarde, alguno llega de afuera y no se presenta para recibir el trabajo que deberá hacer al día siguiente, que se lo asignen por la mañana.
Cuando se termine la tarea asignada se advertirá al superior y seguidamente se hará lo que determine.
Cuide el ecónomo de que no se pierda ningún objeto en el monasterio, en ninguno de los oficios que ejercen los hermanos. Si se pierde o se destruye algo por negligencia, el padre del monasterio reprenderá al responsable de ese servicio, quien a su vez, reprenderá a aquel que perdió el objeto en cuestión, pero esto solamente por voluntad y determinación del superior, porque sin su orden, nadie tendrá la potestad de reprender a un hermano.
Si se encuentra un vestido expuesto al sol durante tres días, el que tiene a su uso esa prenda será reprendido, hará penitencia pública en la sinaxis y permanecerá de pie en el refectorio.
(...) Si alguien pierde una piel de cabra, o calzado, o un cinto, u otro efecto, será reprendido.
Si alguno tomó un objeto que no está a su uso, se lo pondrán sobre la espalda, hará penitencia públicamente en la sinaxis y permanecerá de pie en el refectorio.
Si se encuentra a alguno que está haciendo cualquier cosa con murmuración o se opone a la orden del superior, será reprendido según la medida de su pecado.
Si se constata que un hermano miente u odia a alguien, o se comprueba que es desobediente, que se entrega a las chanzas más de lo conveniente, que es perezoso, que tiene palabras duras o el hábito de murmurar de sus hermanos o de los extraños –cosas todas absolutamente contrarias a la regla de las Escrituras y a la disciplina monástica–, el padre del monasterio lo juzgará y castigará según la gravedad y la índole del pecado que ha cometido.
Cuando se haya perdido un objeto en el camino, en los campos o en el monasterio, el jefe de la casa será responsable de la falta y sometido a reprimenda si durante tres días no lo advirtió al padre del monasterio. Hará pública penitencia según la forma establecida.
Si un hermano huye y su prepósito no avisa al padre del monasterio sino después de tres horas, se considerará al prepósito como culpable de su pérdida, a menos que lo encuentre. Este será el castigo que sufrirá el que haya perdido a uno de los hermanos de su casa: durante tres días hará penitencia públicamente. Pero si previno al padre del monasterio en cuanto se fugó el hermano, no será responsable de ello.
Si un prepósito, habiendo constatado una falta en su casa, no amonestó al culpable y no se lo advirtió al padre del monasterio, será sometido él mismo a la reprimenda prevista.
Por la tarde, en cada casa se rezarán las seis oraciones y los seis salmos, según el rito de la gran sinaxis que todos los hermanos celebran en común.
Los prepósitos darán dos conferencias cada semana.
Que nadie en la casa haga cosa alguna sin orden del prepósito.
Si todos los hermanos de una misma casa constatan que su prepósito es muy negligente, que reprende a los hermanos con dureza, excediendo la medida observada en el monasterio, lo dirán al padre del monasterio que lo reprenderá.
En principio, el prepósito no hará sino lo que el padre del monasterio ha ordenado, sobre todo en el dominio de las innovaciones, porque, para los asuntos habituales, se atendrá a las reglas del monasterio.
Que el prepósito no se embriague (Ef 5, 18).
Que no se siente en los lugares más humildes, cerca de donde se ponen los útiles del monasterio.
Que no rompa los vínculos que Dios creó en el cielo para que sean respetados sobre la tierra.
Que no esté lúgubre en la fiesta del Señor que salva.
Que domine su carne según la norma de los santos (Rm 8, 13).
Que no se lo encuentre en los asientos más honorables, como es habitual entre los gentiles (Lc 14, 8).
Que su fe sea sin doblez.
Que no siga los pensamientos de su corazón sino la ley de Dios.
Que no se oponga a las autoridades superiores con espíritu orgulloso (Rm 13, 2).
No se encolerice ni se impaciente con los que son más débiles.
Que no traspase los límites (Dt 27, 17).
Que no alimente en su espíritu pensamientos dolosos.
Que no descuide el pecado de su alma.
Que no se deje vencer por la lujuria de la carne (Ga 5, 19).
Que no camine en la desidia.
Que no se apresure a pronunciar palabras ociosas (Mt 12, 36).
Que no ponga lazos a los pies del ciego (Lv 19, 14).
Que no enseñe a su alma la voluptuosidad.
Que no se deje disipar por la risa de los tontos o por las chanzas.
Que no deje que se adueñen de su corazón los que profieren palabras lisonjeras y almibaradas.
Que no se deje ganar por regalos (Ex 23, 8).
Que no se deje seducir por la palabra de los niños.
Que no se aflija en la prueba (2Co 4, 8).
Que no tema la muerte, sino a Dios (Mt 10, 28).
Que el temor de un peligro inminente no le haga pecar.
Que no abandone la verdadera luz por un poco de comida.
Que no sea vacilante ni indeciso en sus acciones.
Que no sea versátil en su lenguaje; que sus decisiones sean firmes y fundadas; que sea justo, circunspecto, que juzgue según la verdad sin buscar su gloria, que se muestre delante de Dios y de los hombres tal como es, alejado de todo fraude.
Que no ignore la conducta de los santos y no sea como ciego ante la ciencia de ellos.
Que a nadie dañe por orgullo.
Que no se deje arrastrar por la concupiscencia de los ojos.
Que no lo domine el ardor de los vicios.
Que nunca siga de largo ante la verdad.
Que odie la injusticia.
Que no haga acepción de personas en sus juicios, por causa de los regalos que le pudieren dar.
Que no condene por orgullo a un inocente.
Que no se divierta con los niños.
Que no abandone la verdad bajo el imperio del temor.
Que no coma el pan que haya obtenido por engaño.
Que no codicie la tierra ajena.
Que no ejerza presión sobre un alma para despojar a otras.
Que no mire por encima del hombro al que tiene necesidad de misericordia.
Que no dé falso testimonio, seducido por la ganancia (Ex 20, 16).
Que no mienta por orgullo.
Que no sostenga nada que sea contrario a la verdad por exaltación de su corazón.
Que no abandone la justicia por cansancio, que no pierda su alma por respeto humano.
Que no fije su atención en los manjares de una mesa suntuosa (Si 40, 29).
Que no desee hermosos vestidos.
Que no descuide el consultar a los ancianos para poder discernir siempre sus pensamientos.
Que no se embriague con vino, que junte la humildad con la verdad.
Que cuando juzgue siga los preceptos de los ancianos y la ley de Dios, predicada en el mundo entero.
Si el jefe de casa viola uno de estos preceptos, se usará con él la medida que él usó (Mt 7, 2) y será retribuido según sus obras, porque cometió adulterio con el leño y con la piedra (Jn 3, 9), porque el fulgor del oro y el brillo de la plata lo hicieron abandonar su deber de administrar justicia, y el deseo de una ganancia temporal lo hizo caer en la trampa de los impíos.
Que a tal hombre le alcance el castigo de Helí y de su descendencia (1S 4, 8), la maldición que Doeg (Sal 51) imploró contra David; que lleve el signo con el que fue marcado Caín (Gn 4, 15), que tenga por sepultura lo que es digna de un asno, como dice Jeremías (Jr 22, 19), que por perdición merezca la de los pecadores a los que, abriéndose, tragó la tierra; que se quiebre como cántaro en la fuente de aguas (Qo 12, 6), que sea golpeado como las arenas de la costa batidas por la olas salobres, que se parta como el cetro dominador del que habla Isaías (Is 14, 5) y que quede ciego, obligado a tantear las paredes con la mano (Is 59, 10).
Que todas estas calamidades le sobrevengan si no observa la verdad en sus juicios y obra con iniquidad en todo aquello que constituye la carga que recibió.
Fin de la segunda parte.
Prescripciones y Sentencias también de nuestro Padre Pacomio
La plenitud de la ley es la caridad; para nosotros que sabemos en qué tiempos vivimos, es la hora de arrancarnos del sueño; la salud está mucho más cerca de nosotros que cuando comenzamos a creer. La noche está avanzada, el día, próximo, despojémonos de las obras de las tinieblas (Rm 13, 10-20) que son las discusiones, las murmuraciones, los odios y la soberbia que infla el corazón (Ga 5, 20).
Si un hermano, rápido para difamar y decir lo que no es verdad es sorprendido en flagrante delito, se lo advertirá dos veces. Si rehúsa con menosprecio escuchar las observaciones, será separado de la comunidad de los hermanos durante siete días y no tendrá más comida que pan y agua hasta que se comprometa formalmente a abandonar su vicio y lo pruebe (por su conducta), entonces se lo perdonará.
Si un hermano colérico y violento se enoja a menudo sin motivo y por cosas sin importancia alguna, será reprendido seis veces. A la séptima se le mandará levantarse del lugar en que se sienta y se lo instalará entre los últimos. Así aprenderá a purificarse de este desorden del alma. Cuando pueda presentar tres testigos seguros que prometan en su nombre que no volverá a hacer nada parecido, recobrará su puesto. Pero si persevera en el vicio, que permanezca entre los últimos. Entonces habrá perdido su rango anterior.
Aquel que desee imputar algo falso a otro para oprimir a un inocente, recibirá tres advertencias, después será considerado culpable de pecado, ya esté entre los más encumbrados o entre los más humildes.
El que tenga el detestable vicio de engañar a sus hermanos con la palabra y de pervertir a las almas simples, será advertido tres veces; si da pruebas de menosprecio, obstinándose y perseverando en la dureza de su corazón, se lo pondrá aparte fuera del monasterio y se lo vapuleará con varas delante de la puerta. Después se le llevará por comida, tan sólo pan y agua, hasta que se purifique de sus manchas.
Si un hermano tiene el hábito de murmurar o de lamentarse, con el pretexto de que está agobiado bajo el peso de una pesada carga, se le mostrará hasta cinco veces que murmura sin razón y se le hará ver claramente la realidad. Si después de esto desobedece, y si se trata de un adulto, se lo considerará enfermo y se lo instalará en la enfermería, allí comerá como un desocupado hasta que vuelva a la realidad.
Pero si sus lamentos son justificados y ha sido oprimido con maldad por un superior, éste, que lo ha inducido a pecar, será sometido al mismo castigo.
Si alguno es desobediente, porfiado, contradictor o mentiroso, si es un adulto, será advertido diez veces que se deshaga de sus vicios. Si no quiere escuchar, será reprendido según las reglas del monasterio. Pero si cae en sus pecados por la falta de otro y si esto es debidamente comprobado, el culpable será el que fue causa del pecado de su hermano.
Si un hermano está aficionado a reír o a jugar libremente con los niños; si mantiene amistad con los más jóvenes, será advertido tres veces que debe romper esos lazos y recordar el decoro y el temor de Dios. Si no abandona tal comportamiento, se lo corregirá como merece, con el más severo castigo.
Los que menosprecian los preceptos de los ancianos y las reglas del monasterio (que han sido establecidas por orden de Dios), y los que hacen poco caso de los avisos de los ancianos, serán castigados según la forma establecida hasta que se corrijan.
Si el que juzga respecto de todos los pecados, abandona la verdad con perversidad de espíritu o por negligencia, veinte, diez o aún cinco hombres santos y temerosos de Dios, acreditados por el testimonio de todos los hermanos, se sentarán para juzgarlo y lo degradarán; le asignarán el último lugar hasta que se enmiende.
El que inquieta el corazón de los hermanos y tiene palabra pronta para sembrar discordias y querellas, será advertido diez veces, si no se enmienda será castigado según la regla del monasterio hasta que se corrija.
Si un superior o un prepósito, viendo a uno de sus hermanos en la prueba, rehúsa buscar la causa y lo menosprecia, los jueces susodichos pondrán en claro el asunto entre el hermano y el prepósito. Si descubren que el hermano ha sido oprimido por la negligencia o la soberbia del prepósito y que éste toma sus decisiones no según la verdad sino según las personas, lo degradarán de su rango por no haber tenido en cuenta la verdad sino las personas y por haberse hecho esclavo de la vileza de su corazón antes que del juicio de Dios.
Si alguien prometió guardar las reglas del monasterio, comenzó a practicarlas y después las abandonó para volver enseguida a ellas, arrepentido, pretextando que la debilidad de su cuerpo le impidió cumplir lo que había prometido, se lo colocará entre los hermanos enfermos, hasta que cumpla lo que prometió, después de haber hecho penitencia.
Si, en la casa, los niños se entregan a los juegos y a la ociosidad sin que los castigos puedan corregirlos, el prepósito mismo deberá amonestarlos y castigarlos durante treinta días. Si constata que perseveran en sus malas disposiciones y descubre en ellos algún pecado pero no previene al padre del monasterio, él mismo, en su lugar, será sometido a un castigo proporcional al pecado que descubrió.
El que juzga injustamente será castigado por los otros a causa de su injusticia.
Si uno, dos o tres hermanos han sido escandalizados por alguna cosa y dejan su casa pero vuelven después en seguida, se indagará qué los ha escandalizado y cuando se haya descubierto al culpable se lo corregirá según las reglas del monasterio.
El que se hace cómplice de los que pecan y defiende a un hermano que ha cometido cualquier falta, será maldecido por Dios y por los hombres y castigado con una corrección severísima. Si se ha dejado sorprender por ignorancia sin pensar que obraba de veras de ese modo, será perdonado.
En principio, todos los que pecan por ignorancia obtendrán fácilmente el perdón, pero el que peca con conocimiento de causa será sometido a un castigo proporcional a su acción.
Fin de la tercera parte.
Prescripciones y Leyes de nuestro Padre Pacomio concernientes a las seis Oraciones de la tarde y a la Sinaxis de seis Oraciones que se celebra en cada casa.
El jefe de la casa y su segundo deberán tejer veinticinco brazadas de hojas de palmera para que todos los demás ajusten sus trabajos sobre sus ejemplos. Si ellos están ausentes en ese momento, el que los reemplace se aplicará a cumplir esta medida de trabajo.
Que los hermanos vayan a la sinaxis después de haber sido convocados; antes de la señal, nadie saldrá de su celda. Si alguno trasgrede estas prescripciones recibirá la reprimenda habitual.
Que no se fuerce a los hermanos a trabajar más; que una tarea justamente medida estimule a todos en el trabajo; y la paz y la concordia reine entre ellos; que se sometan de buen grado a los superiores ya estén sentados, caminando o de pie en sus lugares y, juntos, rivalicen en la humildad.
En presencia de cualquier pecado los padres de los monasterios podrán y deberán reprenderlo y fijar la corrección que merezca.
El jefe de la casa y su segundo solamente tendrán el derecho de obligar a los hermanos a someterse a la penitencia (por los pecados particulares), en la sinaxis de la casa, y en la gran sinaxis, es decir la que celebran todos los hermanos.
Si un prepósito ha partido de viaje, su segundo ocupará su lugar para recibir las penitencias de los hermanos como para todo lo que es necesario en la casa.
Si en ausencia del prepósito y de su segundo alguno va a otra casa, a lo de un hermano de otra casa, para pedir que se le preste un libro o cualquier otro objeto, y si tal cosa se prueba, será reprendido según la regla del monasterio.
El que quiera vivir sin tacha y sin menosprecio en la casa que se le ha asignado, deberá observar delante de Dios todo lo prescrito.
Cuando el jefe de la casa esté ocupado, el segundo proveerá a todo lo que es necesario en el monasterio y en los campos.
La alegría suprema es celebrar las seis oraciones de la tarde sobre el modelo de la gran sinaxis que reúne a todos los hermanos al mismo tiempo; se la celebra con tanta facilidad que los hermanos no encuentran en ello nada penoso ni experimentan ningún disgusto.
Si alguno ha soportado el calor y llega del exterior en el momento en que los otros hermanos celebran las oraciones, no será obligado a asistir si su estado no se lo permite.
Cuando los jefes de casa instruyan a los hermanos sobre la manera de llevar la santa vida (en la comunidad), nadie se abstendrá de asistir sin tener una razón muy grave.
Los ancianos que son mandados al exterior con los hermanos tendrán, durante el tiempo que pasen fuera, los poderes de los prepósitos y determinarán todas las cosas por propia iniciativa. Darán la catequesis a los hermanos todos los días fijados, y si sucede que nace alguna rivalidad entre ellos, les competirá a los ancianos escuchar y juzgar sobre el asunto; reprenderán al culpable de la falta y al recibir sus órdenes los hermanos se darán al punto la paz, de todo corazón.
Si uno de los hermanos experimenta rencor contra su jefe de casa, o el mismo prepósito tiene alguna queja contra un hermano, aquellos hermanos de observancia y fe sólidas deberán escucharlos y juzgar sobre sus asuntos; si el padre del monasterio está ausente y si ha salido por poco tiempo, lo esperarán, pero si ven que su ausencia se prolonga por más tiempo, entonces oirán al prepósito y al hermano, por temor de que una larga espera del fallo sea causa de un más profundo rencor. Que el prepósito y el hermano, como quienes los escuchan, obren en todo según el temor de Dios y no den ocasión a la discordia.
A propósito de los vestidos. Si alguno tiene más ropa de lo que la regla autoriza, la remitirá al que la guarda en la ropería sin esperar la advertencia del superior y no podrá entrar para pedirla porque esas prendas estarán a disposición del prepósito y de su segundo.
Fin de la cuarta y última parte.
Catequesis pronunciada por nuestro muy venerable santo padre Pacomio, el santo archimandrita con motivo de un hermano que guardaba rencor contra otro; en tiempos del abad Ebonh, que había llevado a aquel hermano a Tabennesi. (Pacomio) le dirigió estas palabras en presencia de otros padres ancianos, para su gran alegría. En la paz de Dios! Desciendan sobre nosotros sus santas bendiciones y las de todos los santos! Que todos podamos ser salvados! Amén!.
Hijo mío, escucha y sé sabio (Pr 23, 19), recibe la verdadera doctrina hay, en efecto, dos caminos.
Sé obediente a Dios como Abraham, que dejó su tierra, marchó al exilio y vivió bajo una carpa con Isaac en la tierra prometida, como en tierra extranjera; obedeció, se humilló a sí mismo, recibió una heredad, incluso fue puesto a prueba con respecto a Isaac, fue valiente en la prueba y ofreció a Isaac en sacrificio a Dios. Por eso Dios lo llamó: "Mi amigo" (St 2, 23).
Recibe aquel ejemplo de bondad de Isaac, cuando escuchó a su padre, y le estuvo sometido hasta el sacrificio, como cordero inocente.
Recibe asimismo el ejemplo de la humildad de Jacob, su obediencia, su perseverancia, hasta convertirse en luz que ve al Padre del universo; fue llamado Israel.
Recibe aquel ejemplo de la sabiduría de José y su sumisión. Lucha en la castidad y en el servicio hasta reinar.
Hijo mío, imita la vida de los santos y practica sus virtudes. Despierta, no seas negligente, incita a tus conciudadanos, de los cuales te has constituido el garante (Pr 6, 3), levántate de entre los muertos; y Cristo te iluminará (Ef 5, 14), y la gracia se infundirá dentro de ti.
La paciencia, en efecto, te revela todas las gracias. Los santos fueron pacientes y consiguieron las promesas. El orgullo de los santos es la paciencia. Sé paciente para ser contado en las filas de los santos, confiando que recibirás una corona incorruptible.
¿Un mal pensamiento? Sopórtalo con paciencia, hasta que Dios te dé la calma. ¿El ayuno? Persevera con firmeza. ¿La oración? Sin descanso, en tu habitación entre tú y Dios. Un solo corazón con tu hermano; la virginidad en todos los miembros, virginidad en tus pensamientos, pureza de cuerpo y pureza de corazón; la cabeza inclinada y el corazón humilde, bondad en el momento de la cólera.
Si un pensamiento te oprime, no te desalientes sopórtalo con valor diciendo: Todos me rodearon, pero yo en el nombre del Señor los rechacé (Sal 118, 11). De improviso te llega el auxilio de Dios, los alejas de ti, Dios te protege y la gloria divina camina contigo, porque el coraje camina con el que es humilde y tú serás saciado como lo desea tu alma (Is 58, 11). Los caminos de Dios son la humildad de corazón y la bondad. Pues está escrito: ¿A quién cuidaré sino al humilde y al pacífico? (Is 66, 2). Si caminas por las sendas del Señor, él te custodiar, te dará fuerza, te colmará de ciencia y de sabiduría, pensara en ti en todo tiempo, te liberará del diablo y en tu muerte te dará la gracia en su paz.
Hijo mío, te ruego: vigila, sé sobrio, para conocer a aquellos que tienden trampas contra ti. El espíritu de la maldad y el de incredulidad suelen caminar juntos; el espíritu de la mentira y del fraude caminan juntos; el espíritu de la avaricia, el de la codicia y el del perjurio, aquel de la deshonestidad y el de la envidia caminan juntos; el espíritu de la vanagloria y el de la glotonería caminan juntos; el espíritu de la fornicación y el de la impureza caminan juntos; el espíritu de la enemistad y el de la tristeza caminan juntos. Desgraciada la pobre alma en la que habiten (estos vicios) y la dominen! A esa alma, la apartan de Dios, porque ella está en su poder, va de aquí para allí hasta que cae en el abismo del infierno.
Hijo mío, obedéceme, no seas negligente, no concedas el sueño a tus ojos, ni reposo a tus párpados, para que puedas escapar de las trampas como una gacela (Pr 6, 4-5). Hijo mío, muchas veces, desde mi juventud, cuando estaba en el desierto, todos los espíritus me han molestado, me afligían a tal punto que mi corazón se deprimía, al extremo de pensar que no podía resistir las amenazas del dragón. Me atormentaba de todas las formas. Si yo progresaba, excitaba contra mí a (sus espíritus) que me hacían la guerra; si me retiraba, me afligía con su insolencia; muchas veces mi corazón se turbó, iba de un lado a otro y no encontraba quietud. Si, en cambio, huía cerca de Dios derramando lágrimas con humildad, con ayunos y noches de vigilias, entonces el adversario y todos sus espíritus quedaban impotentes frente a mí, el ardor divino venía a mí y de repente reconocía el auxilio de Dios, porque en su clemencia da a conocer a los hijos de los hombres su fuerza y su bondad.
Hijo mío, no condenes a ningún hombre, si ves que alguno es alabado, no digas: "Este ya ha recibido su recompensa". Cuídate de este pensamiento pues es muy malvado. Dios no ama a quien se alaba a sí mismo y odia a su hermano. Pues quien se dice a sí mismo: "yo soy", cuando no es nadie, se engaña a sí mismo (Ga 6, 3). ¿Quién podrá ayudarlo si es orgulloso, si se presenta del mismo modo en que se presenta Dios diciendo: Nadie es como yo (Ex 9, 14)? Oirá en seguida su propio reproche: Descenderás a los infiernos, serás arrojado con los muertos, debajo tuyo estará la podredumbre, te cubrirán los gusanos (Is 14, 11.15.19). En cuanto al hombre que ha adquirido la humildad, se juzga solo a sí mismo, diciendo: "Mis pecados sobrepasan los de los demás", no juzga a nadie, no condena a nadie. ¿Quién eres tú para juzgar a un siervo que no es tuyo?. Al que esta caído, en efecto, su Señor tiene el poder de hacerlo levantar (Rm 14, 4). Vigila sobre ti mismo, hijo mío, no condenes a ningún hombre, gusta de todas las virtudes y custódialas.
Si eres extranjero, permanece aparte, no busques refugio cerca de alguien y no te mezcles en sus asuntos. Si eres pobre, no te desanimes por ninguna cosa, para que no te sea dirigido el reproche: La pobreza es mala en la boca del impío (Si 13, 24-30) ni debas oír que se te dice: Si padecen hambre se entristecerán y maldecirán al jefe y a los ancianos (Is 8, 21). Cuida para que no se te haga la guerra porque te falta cualquier cosa respecto de las necesidades del cuerpo, con motivo de la comida. No te desanimes, sé paciente. Ciertamente Dios obra en lo secreto. Piensa en Habacuc en Judea y Daniel en Caldea. La distancia que los separaba era de cuarenta y cinco estadios; y además Daniel, entregado como alimento a las fieras, estaba en lo hondo de la fosa, y con todo (el profeta) le proveyó la comida. Piensa en Elías en el desierto y en la viuda de Sarepta; ésta estaba oprimida por el flagelo de la carestía y el tormento del hambre, y en tal indigencia no fue pusilánime, sino que luchó, venció y obtuvo lo que Dios le había prometido; su casa disfrutó de abundancia en tiempo de carestía. No es ciertamente prodigalidad dar pan en tiempo de abundancia y no es pobreza estar desalentado en la indigencia. Está escrito, en efecto, sobre los santos: Estaban necesitados, atribulados y afligidos (Hb 11, 37), pero se gloriaban en sus tribulaciones. Si eres perseverante en la lucha según las Escrituras, no sufrirás ninguna esclavitud, como está escrito: Que nadie los engañe en cuestión de comida y de bebida o respecto de las fiestas, novilunios o sábados. Estas cosas son las sombras de aquellas futuras (Col 2, 16-17).
Medita en todo momento las palabras de Dios, persevera en la fatiga, da gracia en todas las cosas, huye de las alabanzas de los hombres, ama a quien te corrige en el temor de Dios. Que todos te sean de provecho, para que tú seas de provecho a todos. Persevera en tu obra y en palabras de bondad. No des un paso adelante y otro atrás, a fin de que Dios no deje de amarte. La corona, en efecto, será para quien haya perseverado. Obedece siempre más a Dios, y él te salvar.
Cuando te encuentres en medio de tus hermanos no provoques las bromas. Sadrac, Mesac y Abed-Negó rechazaron las diversiones de Nabucodonosor; por eso éste no pudo convencerlos con las melodías de sus instrumentos, ni engañarlos con las comidas de su mesa. Y así ellos sofocaron aquella llama que se elevaba a una altura de cuarenta y nueve codos; no fueron disolutos con quien era disoluto, sino que fueron rectos con quien era recto, es decir con Dios. Por eso Dios los constituyó señores de sus enemigos. También Daniel, por su parte, no obedeció al malvado pensamiento de los Caldeos, por esto se convirtió en un gran elegido y fue hallado vigilante y sabio, y cerró las fauces de los leones salvajes (Hb 11, 33).
Ahora hijo mío, si pones a Dios como tu esperanza, él será tu auxilio en la hora de la angustia; Quien se acerca a Dios debe creer que él existe y que recompensa a aquellos que lo buscan (Hb 11, 6). Estas palabras han sido escritas para nosotros, para que creamos en Dios, para que jóvenes y ancianos, luchemos con ayunos, oraciones y otras obras religiosas. Ni siquiera la saliva que se seca en tu boca durante el ayuno, la olvidará Dios, sino que encontrarás todo esto en la hora de la angustia. Sólo humíllate en todo, contrólate en el hablar, incluso si has comprendido todas las cosas; no te acostumbres a insultar, sino soporta con alegría toda prueba. Si conocieras el honor que resulta de las pruebas no rezarías para ser librado, porque es bueno para ti orar, llorar, suspirar, hasta ser salvado, antes que relajar tu corazón y caer prisionero. ¿Oh hombre, qué haces en Babilonia? Has envejecido en tierra extranjera (Ba 3, 10), porque no te has sometido a la prueba y no obras con rectitud delante de Dios. Por esto, hermano, no relajes tu corazón.
Tal vez, eres un poco negligente, pero tus enemigos no acostumbran a dormir, ni son negligentes en tenderte trampas noche y día. Por eso no busques cosas grandes para no ser humillado y alegrar así a tus enemigos. Busca la humildad, porque quien se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado (Mt 23, 12; Lc 18, 14). Y si no estás en condiciones de bastarte a ti mismo, únete a otro que trabaje según el evangelio de Cristo y avanzarás con él. Escucha o bien sométete a quien escucha; sé fuerte, para ser llamado Elías, o bien obedece a quienes son fuertes, a fin de ser llamado Eliseo, quien por haber obedecido a Elías recibió doble parte de su espíritu.
Si quieres vivir en medio de los hombres, imita a Abraham, Lot, Moisés y Samuel. Si deseas vivir en el desierto, he aquí todos los profetas que te han precedido. Imita a aquellos que vagaron por el desierto, por los valles y las cavernas de la tierra (Hb 11, 38.37), pobres, atribulados y afligidos. Está escrito también: La sombra de quien está sediento y el Espíritu de los hombres que han soportado la violencia te bendecirán (Is 25, 4). Además, el ladrón sobre la cruz profirió una palabra, el Señor perdonó sus pecados y lo recibió en el paraíso. Entonces, qué gran honor recibirás si eres paciente en la prueba, o ante el espíritu de fornicación, o ante el espíritu de orgullo, o bien frente a cualquier otra pasión! Tú luchas contra las pasiones diabólicas, no para seguirlas, y Jesús te dará lo que te ha prometido. Cuídate de la negligencia, porque ella es la madre de todos los vicios.
Hijo mío, huye de la concupiscencia, porque entenebrece la mente y no permite conocer el misterio de Dios; te hace extraño al lenguaje del espíritu; te impide llevar la cruz de Cristo, y no deja que tu corazón esté sobrio para alabar a Dios. Cuídate de los apetitos del vientre, que te hacen ajeno a los bienes del paraíso. Cuídate de la impureza, ella provoca la ira de Dios y de sus ángeles.
Hijo mío, vuélvete hacia Dios y ámalo; huye del enemigo, y ódialo; así las bendiciones de Dios descenderán sobre ti, y podrás heredar la bendición de Judá, hijo de Jacob. Está escrito, en efecto: Judá, tus hermanos te bendecirán, tus manos estarán sobre la espalda de tus enemigos, y los hijos de tu padre te servirán (Gn 49, 8). Cuídate del orgullo, porque es el principio de todo mal. El comienzo del orgullo es alejarse de Dios y lo que le sigue es el endurecimiento del corazón. Si te cuidas de esto, tu lugar de reposo será la Jerusalén celestial. Si el Señor te ama y te da gloria, cuídate de exaltar tu corazón; antes bien, persevera en la humildad y habitarás en la gloria que Dios te ha dado. Vigila sobre ti, porque: Dichoso quien sea encontrado velando; será constituido sobre los bienes de su Señor (Mt 24, 46-47), y entrará lleno de alegría en el Reino. Los amigos del esposo lo amarán, porque lo encontraron cuidando la viña.
Hijo mío, sé misericordioso en todas las cosas, porque está escrito: Esfuérzate por presentarte ante Dios como un hombre probado, un trabajador irreprensible (2Tm 2, 15). Vuélvete hacia Dios como el que siembra y cosecha, y almacenarás en tu granero los bienes de Dios. No ores ostensiblemente como aquellos hipócritas, sino renuncia a tus deseos, obra para Dios obrando así por tu propia salvación. Si te aguijonea una pasión: amor por el dinero, envidia, odio y otras pasiones, vela sobre ti, ten un corazón de león, un corazón valiente, combate las pasiones, destrúyelas como a Sijón, Hog y todos los reyes de los Amorreos. El Hijo amado, el Unigénito, el rey Jesús, combate por ti para que puedas heredar las ciudades enemigas. Rechaza todo orgullo lejos de ti y sé valiente. Mira: cuando Jesús, el hijo de Navé, fue valeroso, Dios le entregó en sus manos a sus enemigos. Si eres pusilánime, te haces extraño a la ley de Dios; la pusilanimidad te colma de pretextos para ceder a la pereza, a la incredulidad y a la negligencia, hasta que perezcas. Ten un corazón de león, grita también tú: ¿Quién nos separará del amor de Dios? (Rm 8, 35), y dí: Aunque mi hombre exterior se desmorone, el interior se renueva día a día (2Co 4, 16).
Si habitas en el desierto, lucha con oraciones, ayunos y mortificaciones. Si vives en medio de los hombres: Sé prudente como las serpientes y sencillo como las palomas (Mt 10, 16). Si alguien te maldice, sopórtalo de buen ánimo, espera en Dios que realizará lo que es bueno para ti. Tú no maldigas a la imagen de Dios, pues Dios te ha dicho: A quien me glorifique, yo lo glorificaré, a quien me maldiga yo lo maldeciré (1S 2, 30). Y si te alaban, no te alegres, porque está escrito: Pobres de ustedes si todos los hombres los alaban (Lc 6, 26). También está dicho: Dichosos ustedes cuando los insulten, los persigan, y rechacen su nombre como maldito (Lc 6, 22). Del mismo modo nuestros padres Bernabé y Pablo, después de ser alabados, rasgaron sus vestiduras y se entristecieron, porque aborrecían la gloria de los hombres. También Pedro y Juan, después de haber sufrido ultrajes en el Sanedrín, salieron llenos de alegría porque habían merecido ser ultrajados por el santo nombre del Señor. Tenían su esperanza en la gloria de los cielos.
Pero tú, hijo mío, huye de los comodidades de este mundo, para estar en la alegría del mundo futuro; no seas negligente dejando pasar día tras día, no sea que te vengan a buscar antes de que tú lo adviertas y conozcas la angustia; y los servidores del ángel de la muerte te rodeen, te rapten cruelmente y te lleven a sus moradas de tinieblas, llenas de terror y angustia. No te aflijas cuando seas ultrajado por los hombres, sino aflígete y suspira cuando peques –este es el verdadero ultraje– y cuando seas doblegado por tus pecados.
Te ruego insistentemente odiar la vanagloria. La vanagloria es el arma del diablo. De este modo fue engañada Eva. (El diablo) le dijo: Coman del fruto del árbol, se abrirán sus ojos y serán como dioses (Gn 3, 5). Ella escuchó pensando que era verdad, buscó tener la gloria de la divinidad y le fue quitada incluso aquella gloria humana. Lo mismo tú, si sigues la vanagloria, ella te hará ajeno a la gloria divina. Pero para Eva no había nada escrito a fin de advertirla sobre esta guerra, antes que el diablo la tentase; para esto vino el Verbo de Dios y tomó carne de la Virgen María: para liberar a la estirpe de Eva. Tú, en cambio, respecto a esta guerra, te has instruido en las santas Escrituras, por los santos que te han precedido. Por eso, hermano mío, no digas: "No había oído hablar, no me habían informado ni ayer ni antes de ayer". Pues está escrito, en efecto: El clamor de su voz se ha difundido por toda la tierra, y sus palabras han llegado hasta los confines del mundo (Sal 19, 15; Rm 10, 18). Ahora, pues, si eres alabado, refrena tu corazón y da gloria Dios. Y si, en cambio, te insultan, da gloria a Dios y agradécele de ser digno de la suerte de su Hijo y de sus santos. Si han llamado "impostor" a tu Señor, "locos" a los profetas, y "tontos" a otros, cuanto más nosotros, (que somos) tierra y ceniza, no debemos entristecernos cuando somos calumniados. Este es el camino para que tengas vida. Si, en cambio, es tu negligencia la que te precipita, entonces llora y gime. En efecto: Aquellos que se criaban entre púrpura, ahora están cubiertos de basura (Lm 4, 5), porque han descuidado la ley de Dios y han seguido sus caprichos. Ahora, hijo mío, llora delante de Dios en todo tiempo, porque esta escrito: Dichoso el que has elegido y has tomado contigo! (Sal 65, 5). Has puesto en su corazón tus pensamientos en el valle del llanto, lugar que tú has preparado (Sal 84, 6-7).
Adquiere la inocencia, sé como esas ovejas inocentes, que si se les quita la lana no dicen ni una palabra. No vayas de un lugar a otro diciendo: "Aquí o allá encontraré a Dios". Dios ha dicho: Yo lleno el cielo, Yo lleno la tierra (Jr 23, 24). Y de nuevo: Si pasaras a través del agua, Yo estoy contigo (Is 43, 2). Y: Los ríos no te sumergirán (Is 43, 2). Debes saber, hijo mío, que Dios vive dentro de ti, para que permanezcas en su ley y en sus mandamientos. El ladrón estaba en la cruz y entró en el paraíso. Judas, en cambio, era uno de los apóstoles y traicionó a su Señor. Rajab yacía en la prostitución y fue contada entre los santos; Eva, en cambio, en el paraíso fue engañada. Job sobre la basura fue comparado a su Señor, Adán en el paraíso se desvió del precepto. Los ángeles estaban en el cielo y fueron precipitados al abismo; Elías y Henoc fueron conducidos al reino de los cielos. En todo lugar, por tanto, busquen a Dios, busquen en todo tiempo su fuerza (1Cro 16, 11; Sal 105, 4). Búsquenlo como Abraham que obedeció a Dios, ofreció en sacrificio a su hijo y por esto fue llamado "mi amigo". Búsquenlo como José, que luchó contra la impureza hasta reinar sobre sus enemigos. Búsquenlo como Moisés, que siguió a su Señor; él lo constituyó legislador y le hizo conocer su imagen. Lo buscó Daniel y (Dios) le dio a conocer grandes misterios y lo salvó de las fauces de los leones. Lo buscaron los tres santos y lo encontraron en el horno ardiente. Job se refugió en él, y él le curó sus heridas. Lo buscó Susana, y (Dios) la salvó de las manos de los impíos. Lo buscó Judit, y lo encontró en la carpa de Holofernes. Todos estos lo buscaron, y él los salvó, y también salvó a los otros.
iEn cuanto a ti, hijo mío, ¿hasta cuándo serás negligente? ¿cual es el límite de tu negligencia? Este año es como el año pasado y hoy es como ayer. Mientras seas negligente, no habrá ningún progreso para ti. Sé sobrio, eleva tu corazón. Deberás comparecer delante del tribunal de Dios y rendir cuentas de lo que has hecho en lo secreto y de lo que has hecho públicamente. Si vas a un lugar donde se combate la guerra, la guerra de Dios, y si el Espíritu de Dios te exhorta: "No te duermas en este lugar, porque hay insidias", y el diablo por su parte te susurra: "Cualquier cosa que te suceda, es la primera vez, o si has visto esto o aquello, no te aflijas"; no escuches sus astutos discursos. No sea que el Espíritu de Dios se retire de ti y te desanimes, que pierdas la fuerza como Sansón, que los extranjeros te aten con cadenas y te lleven a la rueda de moler; es decir, al rechinar de dientes y te conviertas para ellos en un objeto de irrisión, es decir que se burlen de ti y que ya no conozcas más el camino hacía tu ciudad, porque te han sacado los ojos por haberle abierto tu corazón a Dalila, es decir al diablo que te ha capturado con el engaño, porque no has escuchado los consejos del Espíritu. Has visto también lo que le sucedió a un hombre valiente como David; felizmente en seguida se arrepintió respecto de la mujer de Urías. Está escrito asimismo: Han visto mi herida, teman (Jb 6, 21).
He aquí que has aprendido que Dios no les ha ahorrado (pruebas) a los santos. Vigila, entonces, sabes las promesas que has hecho, huye de la arrogancia, arranca de ti mismo al diablo para que él no te arranque los ojos de tu inteligencia y te deje ciego, de modo que no conozcas más el camino de la ciudad, el lugar donde vives. Reconoce de nuevo la ciudad de Cristo, dale gloria porque ha muerto por ti.
¿Por qué cuándo un hermano te hiere con una palabra, te enojas, te comportas como una fiera? ¿Acaso no recuerdas que Cristo murió por ti? Y cuando tu enemigo, esto es el diablo, te susurra alguna cosa, inclinas tu oído hacia él para que te derrame su maldad, le abres tu corazón y absorbes el veneno que te ha dado. Desdichado! Éste es el momento de transformarte en una fiera o ser como el fuego, para quemar toda su maldad! Debiste tener náuseas y vomitar la maloliente iniquidad; que el veneno no penetre dentro de ti y perezcas! Oh hombre, no has soportado una pequeña palabra dicha por tu hermano. Pero cuando el enemigo busca devorar tu alma, ¿entonces, qué has hecho? ¿Con él sí tuviste paciencia?.
No, querido mío, no se deberá lamentar tu situación, puesto que en vez de un ornamento de oro sobre la cabeza, se te rapará la cabeza a causa de tus obras (Is 3, 24). Vigila más bien sobre ti, soporta alegremente a quien te desprecia, sé misericordioso con tu hermano, no temas los sufrimientos del cuerpo.
Hijo mío, presta atención a las palabras del sabio Pablo cuando dice: Me esperan cadenas y tribulaciones en Jerusalén, pero no justifico mi alma con ninguna palabra sobre el modo de acabar mi carrera (Hch 20, 23-24); y: Estoy dispuesto a morir en Jerusalén por el nombre de mi Señor Jesucristo (Hch 21, 13). Ni el sufrimiento, en efecto, ni la prueba, impedirán a los santos alcanzar al Señor. Ten confianza! Sé valiente! Acaba con la cobardía diabólica! Corre más bien en pos del coraje de los santos. Hijo mío, ¿por qué huyes de Adonai, el Señor Sabaoth y recaes en la esclavitud de los Caldeos? ¿Por qué das de comer a tu corazón en compañía de los demonios?.
Hijo mío, cuídate de la fornicación, no corrompas los miembros de Cristo. No obedezcas a los demonios. No hagas de los miembros de Cristo, miembros de una prostituta (1Co 6, 15). Piensa en la angustia del castigo, pon delante de ti el juicio de Dios, huye toda concupiscencia, despójate del hombre viejo y de sus obras y revístete del hombre nuevo (Col 3, 9). Piensa en la angustia (que experimentarás) en el momento de salir de este cuerpo.
Hijo mío, refúgiate a los pies de Dios! Es él quien te ha creado y por ti ha padecido estos sufrimientos. Ha dicho, en efecto: Ofrecí mi espalda a los latigazos y mis mejillas a los golpes, no retiré mi cara a la ignominia de los salivazos (Is 50, 6). Oh hombre, ¿de qué te sirve hacer el camino hacia Egipto para beber el agua de Geón, que está contaminada? (Jr 2, 18). ¿En qué te benefician estos pensamientos turbulentos, hasta el extremo de sufrir tales penas? Conviértete, más bien, y llora sobre tus pecados. Está escrito, en efecto: Si hacen una oferta por sus pecados, sus almas tendrán una descendencia que vivirá por mucho tiempo (Is 53, 10).
Oh hombre, has visto que la transgresión es una cosa mala, y cuánto sufrimiento y angustia engendra el pecado. Pronto, huye, oh hombre, del pecado, piensa en seguida en la muerte. Está escrito: El hombre sensato trata duramente al pecado (Pr 29, 8), y: El rostro de los ascetas resplandecerá como el sol (Mt 13, 43; Dn 12, 3). Acuérdate también de Moisés: Prefirió sufrir con el pueblo de Dios, antes que gozar de las delicias momentáneas del pecado (Hb 11, 25). Si amas el sufrimiento de los santos, ellos serán tus amigos e intercesores ante Dios y el te concederá todas tus justas peticiones, pues has llevado tu cruz y has seguido a tu Señor.
No busques un puesto de honor entre los hombres, para que Dios te proteja contra las tempestades que tú no conoces y te establezca en su ciudad, la Jerusalén celestial. Examina todo y quédate con lo que bueno (1Ts 5, 21). No seas altanero frente a la imagen de Dios. Vigila sobre tu juventud, para velar sobre tu ancianidad. Que no debas experimentar vergüenza o reproches en el valle de Josafat, allí donde todas las criaturas de Dios te verán y te increparán diciendo: "Siempre habíamos pensado que eras una oveja y aquí, en cambio, hemos constatado que eres un lobo! Vete ahora al abismo del infierno, arrójate en el seno de la tierra" (Is 14, 15). Qué gran vergüenza! En el mundo eras alabado como un elegido, pero cuando llegaste al valle de Josafat, al lugar del juicio, te han visto desnudo, y todos contemplan tus pecados y tu inmundicia expuestos ante Dios y los hombres. Pobre de ti en aquella hora! ¿Hacia dónde volverás tu rostro? ¿Abrirás acaso tu boca? ¿Qué dirás? Tus pecados están impresos sobre tu alma negra como un cilicio. ¿Qué harás entonces? ¿Llorarás? Tus lágrimas no serán recibidas. ¿Suplicarás? Tus súplicas no serán recibidas, porque no tienen piedad aquellos a los cuales te has entregado. Pobre de ti en aquella hora, cuando oigas la voz severa y terrible: Los pecadores, vayan al infierno (Sal 9, 18), y también: Apártense de mi malditos, al fuego eterno que ha sido preparado por el diablo y sus ángeles (Mt 25, 41). Y también: A los que cometieron transgresiones yo los he detestado (Sal 101, 3). Borraré de la ciudad del Señor a todos aquellos que obran el mal (Sal 101, 8).
Hijo mío, usa de este mundo con circunspección, avanza considerándote nada, sigue al Señor en todas las cosas para estar seguro en el valle de Josafat. Que el mundo te mire como a uno de aquellos que han sido despreciados; a fin de que en el día del juicio, en cambio, tu seas hallado revestido de gloria! Y no confíes a nadie tu corazón en lo que atañe al descanso de tu alma, sino confía todos tus anhelos al rey el te sustentará (Sal 55, 23). Mira a Elías, confió en el Señor en el torrente Querit y fue alimentado por un cuervo.
Cuídate atentamente de la fornicación. Ésta ha herido y hecho caer a muchos. No te hagas amigo de un joven. No corras detrás de las mujeres. Huye de la complacencia del cuerpo, porque las amistades inflaman como llamas. No corras tras ninguna carne, porque si la piedra cae sobre el hierro, la llama se inflama y consume todas las sustancias. Refúgiate siempre en el Señor, siéntate a su sombra, porque quien vive bajo la protección del Altísimo, habitará a la sombra del Dios del cielo (Sal 91, 1), y no vacilará nunca (Sal 125, 1). Acuérdate del Señor y que suba a tu corazón el pensamiento de la Jerusalén celestial; estarás bajo la bendición del cielo y la gloria de Dios te custodiará.
Vigila con toda solicitud tu cuerpo y tu corazón. Busca la paz y la pureza (Hb 12, 14), que están unidas entre sí, y verás a Dios. No tengas disputas con nadie, porque quien está en alguna pelea con su hermano, es enemigo de Dios y quien está en paz con su hermano, está en paz con Dios. ¿No has aprendido ahora que nada es más grande que la paz que conduce al amor mutuo? Incluso si estás libre de todo pecado, pero eres enemigo de tu hermano, te haces extraño a Dios; está escrito, en efecto: Busquen la paz y la pureza (Hb 12, 14), porque están unidas entre sí. Está escrito asimismo: Aunque tuviese toda la fe como para mover montañas, si no tengo la caridad del corazón, de nada me serviría (1Co 13, 2-3). La caridad edifica (1Co 8, 1). ¿Qué cosa podría ser purificada de la impureza? (Si 34, 4). Si sientes en tu corazón odio o enemistad, ¿dónde está tu pureza? El Señor dice por Jeremías: Dirige a su prójimo palabras de paz, pero hay enemistad en su corazón, habla amablemente a su prójimo pero hay enemistad en su corazón, o alimenta pensamientos de enemistad. ¿Contra esto no deberé encolerizarme? dice el Señor. ¿O de un pagano como éste mi alma no deberá vengarse? (Jr 9, 5-9). Es como si dijese: "El que es enemigo de su hermano, ése es un pagano, porque los paganos caminan en las tinieblas, sin conocer la luz. Así, quien odia a su hermano camina en las tinieblas y no conoce a Dios. El odio y la enemistad, en efecto, han cegado sus ojos y no ve la imagen de Dios.
El Señor nos ha mandado amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen y hacer el bien a los que nos persiguen. En qué peligro nos encontramos entonces, si nos odiamos unos a otros, (si odiamos) a nuestros miembros –hermanos– unidos a nosotros, los hijos de Dios, renuevos de la verdadera vid, ovejas del rebaño espiritual reunidas por el verdadero pastor, el Unigénito de Dios, que se ofreció en sacrificio por nosotros! Por esta obra grandiosa el Verbo viviente ha padecido esos sufrimientos. ¿Y tú, oh hombre, la odias por envidia y vanagloria, por avaricia o por arrogancia? Así, el enemigo te ha descarriado para hacerte extraño a Dios. ¿Qué defensa presentarás delante de Cristo? Él te dirá: "Odiando a tu hermano me odias a mí". Irás, pues, al castigo eterno, porque has alimentado la enemistad hacia tu hermano; en cambio, tu hermano entrará en la vida eterna, porque se ha humillado delante de ti por causa de Jesús.
Busquemos entonces los remedios para este mal antes de morir. Queridísimos, dirijámosnos al evangelio de la verdadera ley de Dios, el Cristo, y le oiremos decir: No condenen para no ser condenados, perdonen y serán perdonados (Lc 6, 37). Si no perdonas, tampoco serás perdonado. Si estás en peleas con tu hermano, prepárate para el castigo por tus culpas, tus transgresiones, tus fornicaciones realizadas ocultamente, tus mentiras, tus palabras obscenas, tus malos pensamientos, tu avaricia, tus malas acciones de las que rendirás cuenta al tribunal de Cristo, cuando todas las criaturas de Dios te contemplarán y todos los ángeles del entero ejército angélico estarán presentes con sus espadas desenvainadas, obligándote a justificarte y a confesar tus pecados; y tus vestidos estarán todos manchados y tu boca permanecerá cerrada; estarás aterrado sin tener nada que decir! Desventurado, ¿de cuántas cosas deberás rendir cuentas? Impurezas innumerables, que son como un cáncer para tu alma, deseos de los ojos, malos pensamientos que entristecen al Espíritu y afligen el alma, palabras inconvenientes, lengua fanfarrona que mancha todo el cuerpo, bromas, malas diversiones, maledicencias, celos, odios, burlas, ofensas contra la imagen de Dios, condenas, deseos del vientre que te han excluido de los bienes del paraíso, pasiones, blasfemias que es vergonzoso mencionar, malos pensamientos contra la imagen de Dios, cólera, disputas, obscenidades, arrogancia de los ojos, deseos perversos, falta de respeto, vanidades. Sobre todo esto serás interrogado, porque has pleiteado con tu hermano y no has resuelto el pleito, como hubieras debido, en el amor de Dios. ¿Nunca has oído decir que la caridad cubre una multitud de pecados (1P 4, 8)? Y Su Padre que esta en los cielos hará con ustedes lo mismo si no se perdonan mutuamente en sus corazones (Mt 18, 35). Su Padre que está en los cielos no les perdonará sus pecados.
He aquí, queridos míos, que ustedes saben que nos hemos revestido de Cristo, bueno y amigo de los hombres. No nos despojemos de Cristo a causa de nuestras malas obras. Hemos prometido la pureza a Dios, hemos prometido la vida monástica, cumplamos las obras que son: ayuno, oración incesante, la pureza de cuerpo y la pureza de corazón. Si hemos prometido a Dios la pureza, no nos ocurra que seamos sorprendidos en la fornicación, la cual asume formas variadas. Se ha dicho, en efecto: Se han prostituido de múltiples formas (Ez 16, 25). Hermanos míos, que no nos sorprendan en obras de este género, qué no nos encuentren inferiores a todos los hombres!.
Nos hemos prometido a nosotros mismos ser discípulos de Cristo; mortifiquémonos, porque la mortificación maltrata a la impureza. Esta es la hora de la lucha. No nos retiremos, por el temor de devenir esclavos del pecado. Hemos sido constituidos luz del mundo; que nadie se escandalice por causa nuestra. Revistámonos de silencio, pues muchos, en efecto, le deben su salvación.
Velen sobre ustedes mismos, hermanos! No seamos exigentes entre nosotros, por temor a que lo sean con nosotros en la hora del castigo. A nosotros, vírgenes, monjes, anacoretas, ciertamente se nos dirá: "Dame lo mío con los intereses. Nos increparán y nos dirán: "¿Dónde está el vestido de bodas? ¿Dónde está la luz de las lámparas? Si eres mi hijo, ¿donde esta mi gloria? Si eres mi siervo, ¿dónde mi temor? (Ml 1, 6). Si me has odiado en este mundo, ahora apártate de mi porque no te conozco (Mt 7, 23). Si has odiado a tu hermano, te has hecho extraño a mi reino. Si has estado en peleas con tu hermano y no lo has perdonado, te atarán las manos detrás de la espalda, te atarán los pies y te arrojarán a las tinieblas exteriores, donde habrá llantos y rechinar de dientes (Mt 22, 13). Si has golpeado a tu hermano, serás entregado a los ángeles sin piedad y serás fustigado con el flagelo de las llamas eternamente. No has tenido respeto por mi imagen, me has insultado, me has despreciado y deshonrado, por eso yo no tendré respeto por ti en la aflicción de tu angustia. No has hecho las paces con tu hermano en este mundo, yo no estaré contigo en el día del gran juicio. Has insultado al pobre. Es a mí a quien has insultado. Has golpeado al desgraciado. Así te has hecho cómplice de quien me ha golpeado en mi humillación sobre la cruz.
¿Acaso te he dejado faltar alguna cosa desde mi salida del mundo? ¿No te hice el don de mi cuerpo y de mi sangre como alimento de vida?. No padecí la muerte por tu causa, a fin de salvarte? ¿No te manifesté el misterio celestial, para hacer de ti mi hermano y mi amigo? No te he dado el poder de pisar serpientes y escorpiones y todo poder sobre el enemigo (Lc 10, 19)? ¿No te he dado múltiples remedios de vida con los cuales puedes salvarte: mis portentos, mis signos, mis milagros, con los cuales me revestí en el mundo como con una armadura de guerra? Te los he dado para que te ciñas y derrotes a Goliat, es decir el diablo. ¿Qué cosa te falta ahora, por qué te me has convertido en un extraño? Sólo tu negligencia te precipita en el abismo infernal!".
Hijo mío, estas cosas y otras peores nos dirán si somos negligentes y no obedecemos (el mandamiento) de perdonarnos mutuamente. Vigilemos sobre nosotros mismos y cuales son las potestades de Dios, que vendrán en nuestro auxilio en el día de la muerte; aquellas que nos guiaron en medio de la dura y terrible guerra, aquellas que harán resurgir nuestras almas de entre los muertos.
Se nos han dado, ante todo, la fe y la ciencia para expulsar de nosotros mismos la incredulidad, se nos han dado, después, la sabiduría y la prudencia para discernir los pensamientos del diablo, huirles y detestarlos. Se nos ha predicado el ayuno, la oración, la templanza, que otorgan la calma al cuerpo y la quietud a las pasiones. Se nos han dado la pureza y la vigilancia, gracias a las cuales Dios habitará en nosotros. Se nos han dado la paciencia y la mansedumbre. Si custodiamos todas esto, heredaremos la gloria de Dios.
Se nos han dado la caridad y la paz, poderosas en la lucha; el enemigo, en efecto, no se puede acercar al lugar donde se encuentran éstas. Respecto a la alegría, se nos ha ordenado combatir con ella la tristeza. Se nos han dado la generosidad y la disposición para el servicio. Nos han dado la santa oración y la perseverancia que colman de luz el alma. Se nos han dado la modestia y la simplicidad, que desarman la maldad. Ha sido escrito para nosotros que debemos abstenernos de juzgar, para vencer la mentira, perverso vicio que está en el hombre, porque si no juzgamos no seremos juzgados en el día del juicio. Se nos ha dado la paciencia para afrontar el sufrimiento y las injusticias, para que no nos oprima el desaliento.
Nuestros padres han transcurrido sus vidas en el hambre, en la sed y en innumerables mortificaciones, hasta conquistar la pureza; sobre todo han huido del hábito del vino, que nos colma de todos los males. Las turbaciones, los tumultos y los desórdenes en nuestros miembros son causados por el abuso del vino. Esta es una pasión llena de pecados, es la esterilidad y la podredumbre de los frutos. La insaciable voluptuosidad entenebrece el entendimiento, hace impúdica la conciencia y rompe el freno de la lengua. Hay alegría plena cuando no se entristece al Espíritu Santo y no está atontada la voluntad. El sacerdote y el profeta, está escrito, fueron atontados por el vino (Is 28, 7). El vino es licencioso, insolente la ebriedad. Quien se abandona a él no estará limpio de pecado (Pr 20, 1). Cosa buena es el vino, si se bebe con moderación. Si vuelves tus ojos a las copas y a los cálices, caminarás desnudo como un necio (Pr 23, 31). El que se haya preparado para hacerse discípulo de Jesús, que se abstenga del vino y de la ebriedad.
Nuestros padres, conociendo cuántos males provienen del vino, se abstuvieron. Bebían poquísimo, en caso de enfermedad. Y si le fue concedido un poco a Timoteo, ese gran trabajador, eso sucedió porque su cuerpo estaba lleno de enfermedades. Pero a quien hierve de vicios en la flor de la juventud, en quien se acumulan las impurezas de las pasiones, ¿qué le diré? Tengo miedo de decirle que no beba (vino) por temor de que alguno, despreciando la propia salvación, murmure contra mí. En nuestros días, en efecto, para muchos este lenguaje es duro. Además, queridos míos, es bueno vigilar y es útil mortificarse, porque quien se mortifica pondrá en un lugar seguro su nave, en el buen y santo puerto de la salvación, y saciará de los bienes del cielo.
Pero lo que es todavía más grande que todo esto: nos ha sido dada la humildad; ella vela sobre todas las otras virtudes, tal es la gran y santa fuerza de la cual se revistió Dios cuando vino al mundo. La humildad es el baluarte de las virtudes, el tesoro de las obras, la armadura de la salvación, el remedio para toda herida. Después de haber fabricado las telas finas, los ornamentos preciosos y todos los adornos para el tabernáculo, se lo revistió con una tela da cilicio. La humildad es cosa mínima delante de los hombres, pero preciosa y estimada delante de Dios. Si la adquirimos pisaremos todo el poder del enemigo (Lc 10, 19). Está escrito, en efecto: ¿A quién miraré, sino al humilde y al manso? (Is 66, 2).
No concedamos reposo a nuestro corazón en este tiempo de carestía, porque si se ha multiplicado la jactancia y la vanagloria, se ha multiplicado la avidez, reina la fornicación por causa de la saciedad de la carne, ha prevalecido el orgullo. Los jóvenes no obedecen más a los ancianos, los ancianos no se preocupan más por los jóvenes, cada uno camina según los deseos de su corazón. Éste es el tiempo de gritar con el profeta: Ay de mí, oh alma mía! El hombre que teme a Dios ha desaparecido de la tierra y el que es recto entre los hombres no vive más según el Cristo; cada uno oprime a su prójimo (Mi 7, 1-2).
Queridísimos míos, luchen porque el tiempo está cerca y los días se han acortado. Ya no hay un padre que enseñe a sus hijos, no hay un hijo que obedezca a su padre, han desaparecido las vírgenes rectas; los santos padres han muerto doquiera. Han desaparecido madres y viudas. Hemos llegado a ser como huérfanos; se pisa a los humildes y se golpea la cabeza de los pobres. Por esto, todavía un poco y vendrá la ira de Dios, y estaremos en la aflicción sin que haya nadie para consolarnos. Todo esto nos ha sucedido porque no hemos querido mortificarnos.
Queridos míos, luchemos para recibir la corona que ha sido preparada. El trono está listo, la puerta del reino está abierta; al vencedor le daré el maná escondido. Si luchamos y vencemos las pasiones, reinaremos para siempre, pero si somos vencidos tendremos remordimientos y lloraremos con lágrimas amargas. Combatámonos a nosotros mismos mientras esté a nuestro alcance la penitencia. Revistámonos con la mortificación y así nos renovaremos en la pureza. Amemos a los hombres y seremos amigos de Jesús, amigo de los hombres.
Si hemos prometido a Dios la vida monástica, "hagamos las obras de la vida monástica que son: ayuno, pureza, silencio, humildad, ocultamiento", caridad, virginidad, pero no sólo del cuerpo, sino aquella virginidad que es (escudo) contra todo pecado. En el evangelio, en efecto, algunas vírgenes fueron rechazadas a causa de su pereza; aquellas, en cambio, que vigilaban valerosamente entraron en la sala de bodas. Qué cada uno de nosotros pueda entrar en ese lugar para siempre!.
El amor al dinero: por su causa somos combatidos. Si quieres amasar riquezas, que son la carnada para el anzuelo del pescador, sobre todo mediante la avaricia o con el comercio, o bien con la violencia o con el engaño, o con un trabajo excesivo, al extremo de no tener tiempo para servir a Dios, o por cualquier otro medio; si has deseado amasar oro y plata, recuerda aquello que se dice en el evangelio: Insensato! Esta noche te será quitada la vida y aquello que has amontonado ¿para quien será? (Lc 12, 20). Y también: Amontona tesoros, sin saber para quién los amontona (Sal 39, 7).
Lucha, querido mío, combate contra las pasiones y di: "Haré como Abrahám, levantaré mis manos hacia el Dios Altísimo, que ha creado el cielo y la tierra (para atestiguar) que no tomaré nada de lo que es tuyo, ni un hijo, ni la correa de una sandalia (Gn 14, 22-23)"; son bienes esenciales para un humilde extranjero. Y (di también) El Señor ama al prosélito, para proveerlo de pan y vestido (Dt 10, 18). Igualmente a propósito de la pereza, por causa de la cual se nos combate: Acumula riquezas en vistas a la limosna y para los necesitados (Si 18, 25). Recuerda que está escrito: Serán maldecidos tus graneros y todo lo que ellos contengan (Dt 28, 17). A propósito del oro y de la plata, Santiago ha dicho: Su herrumbre se levantará en testimonio contra ustedes; la herrumbre devorará su carne como el fuego (St 5, 3), y: Es superior el hombre justo que no tiene ídolos (Ba 6, 72) y ve la su ignominia. Purifícate de la maldición, antes que el Señor te llame. Has puesto tu esperanza en Dios, porque está escrito: Que sus corazones sean puros y perfectos delante de Dios (1R 8, 61).
Querido mío, te saludo en el Señor. En verdad has puesto en Dios tu auxilio, él te ama, has caminado con todo el corazón según los mandamientos de Dios. Qué Dios te bendiga, que tus fuentes se vuelvan ríos y tus ríos un mar! Verdaderamente eres carro y auriga de la templanza. La lámpara de Dios arde delante de ti, que reflejas la luz secreta del Espíritu y dispones tus palabras con juicio. Que Dios te conceda la gracia de fuerza atlética de los santos, que no se encuentren ídolos en tu ciudad. Que puedas poner tu pie sobre el cuello del príncipe de las tinieblas, ver al generalísimo del ejército del Señor a tu derecha, sumergir al faraón y sus ejércitos y hacer atravesar a tu pueblo el mar salado, es decir ésta vida. Así sea!.
Te ruego aún no dar reposo a tu corazón! Esta es la alegría de los demonios: hacer que el hombre conceda reposo a su corazón y arrastrarlo a la red antes que lo advierta. No seas negligente en aprender el temor del Señor, crece como las jóvenes plantas y agradarás a Dios, como un joven búfalo que levanta en alto sus cuernos y sus pezuñas. Sé un hombre fuerte en obras y palabras; no reces como los hipócritas, para que tu suerte no sea como la de ellos. No pierdas ni siquiera un día de tu existencia, conoce qué cosa le das a Dios cada día. Vive solo, como un general prudente. Discierne tu pensamiento, sea que vivas en la soledad, sea en medio de otros. Cada día, en suma, júzgate a ti mismo. Es mejor, en efecto, vivir en medio de un millar de hombres con toda humildad, que solo, en una guarida de hiena, con orgullo. De Lot, que vivía en medio de Sodoma se atestigua que era un excelente hombre de fe. Hemos escuchado, en cambio, respecto a Caín, con el cual no había sobre la tierra sino tres seres humanos, que fue un malvado.
Ahora se te propone la lucha. Examina lo que te ocurre cada día, para saber si estás en el número de los nuestros o en el de aquellos que nos combaten. Solamente a ti los demonios acostumbran a presentarse por tu derecha, a los demás hombres se les aparecen por la izquierda. También yo, en verdad, fui asaltado por la derecha; me llevaron al diablo atado como un asno salvaje, pero el Señor me socorrió; yo no confié en ellos y no les entregué mi corazón. Muchas veces fui tentado por insidias diabólicas a mi derecha, y (el diablo) se puso a caminar delante mío. Se atrevió incluso a tentar al Señor, pero éste lo hizo desaparecer junto con sus engaños.
Hijo mío, revístete de humildad, toma como consejeros tuyos a Cristo y a su Padre bueno; sé amigo de un hombre de Dios, que tenga la ley de Dios en su corazón, sé como un pobre que lleva su cruz y ama las lágrimas. Permanece de duelo también tú, con un sudario en la cabeza. Que tu celda sea para ti una tumba, hasta que Dios te resucite y te dé la corona de la victoria.
Si alguna vez llegas a litigar con un hermano que te ha hecho sufrir con una palabra suya, o si tu corazón hiere a un hermano diciéndole: "No mereces esto", o bien si el enemigo te insinúa contra alguien: "No merece esas alabanzas", si recibes la sugestión o el pensamiento del diablo; si crece la hostilidad de tu pensamiento; si estas en disputa con tu hermano, sabiendo que no hay bálsamo en Galaad, ni médico en la vecindad (Jr 8, 22), refúgiate en seguida en la soledad con la conciencia en Dios, llora a solas con Cristo y el espíritu de Jesús le hablará a tu entendimiento y te convencerá de la plenitud del mandamiento. ¿Por qué debes luchar solo, igual que una fiera salvaje, como si este veneno estuviese dentro de ti?.
Piensa que tú también has caído a menudo. ¿No has escuchado decir a Cristo: Perdona a tu hermano setenta veces siete (Mt 18, 22)? ¿No has derramado lágrimas muchas veces suplicando: Perdóname mis innumerables pecados (Sal 25, 18)? Si tú exiges lo poco que tu hermano te debe, en seguida el Espíritu de Dios pone delante tuyo el juicio y el temor de los castigos. Recuerda que los santos fueron considerados dignos de ser ultrajados. Recuerda que Cristo fue abofeteado, insultado y crucificado por tu causa; y él colmará inmediatamente tu corazón con la misericordia y el temor; entonces te postrarás en tierra llorando, y diciendo: "Perdóname, Señor, porque he hecho sufrir a tu imagen". Inmediatamente te levantarás con el consuelo del arrepentimiento y te arrojarás a los pies de tu hermano con el corazón abierto, con el rostro radiante, la sonrisa sobre los labios, irradiando paz y, sonriendo, le pedirás a tu hermano: "Perdóname, hermano mío, por haberte hecho sufrir". Que abunden tus lágrimas; después de las lágrimas viene una gran alegría. Que la paz exulte entre ustedes dos y el Espíritu de Dios, por su parte, se gozará y exclamará: Dichosos los pacíficos por que serán llamados hijos de Dios (Mt 5, 9). Cuando el enemigo oye el sonido de esta voz, queda confundido, Dios es glorificado y sobre ti desciende una gran bendición.
Hermano mío, éste es el tiempo de hacernos la guerra a nosotros mismos; tú sabes que por todas partes se levantan las tinieblas. Las Iglesias están llenas de litigantes y excitados, las comunidades monásticas se han vuelto ambiciosas, reina el orgullo. No hay ninguno que se ponga a servir al prójimo: en cambio, todos oprimen a su prójimo (Mi 7, 2). Estamos inmersos en el dolor. No hay más profeta ni sabio. No hay ninguno que pueda convencer a otro, porque abunda la dureza de corazón. Quienes comprenden permanecen en silencio pues los tiempos son malos. Cada uno es Señor de sí mismo, se desprecia lo que no se debería despreciar.
Ahora, hermano mío, vive en paz con tu hermano. Y reza también por mí, porque no puedo hacer nada, sino que estoy atribulado por mis deseos. Tú vigila sobre ti en todas las cosas, esfuérzate, cumple tu obra de predicador. Permanece firme en la prueba, lleva a término el combate de la vida monástica con humildad, mansedumbre y temblor ante las palabras que escucharás. Custodia la virginidad, evita los excesos y esas abominables palabras poco oportunas; no te alejes de los escritos de los santos, sino que sé firme en la fe de Cristo Jesús nuestro Señor. A él sea la gloria, a su Padre bueno y al Espíritu Santo! Así sea! Bendícenos.