2Co
2Co 1, 1-11, Introducción
2Co 1, 1-2. Saludo epistolar
Es el saludo corriente en las cartas de San Pablo, cuyas expresiones más características ya examinamos al comentar Rm y 1Co.
El nombre de Timoteo, unido al de Pablo, era bien conocido en Corinto. Era uno de los más íntimos colaboradores del Apóstol, y le había acompañado en la evangelización de la ciudad (2Co 1, 19; Hch 18, 5). No hacía aún mucho había visitado Corinto (1Co 4, 17; 1Co 16, 10); pero se ve que ahora se encontraba en Macedonia, que es desde donde San Pablo escribe la carta.
La carta va dirigida no sólo a la iglesia de Corinto, sino también a los fieles de "toda la Acaya", es decir, a los grupos cristianos que, con centro en Corinto, la capital, se habían ido formando en toda la provincia. Indirectamente al menos, todos esos grupos eran también fundación de Pablo.
2Co 1, 3-11. Acción de gracias
San Pablo, antes de entrar en materia, antepone la acostumbrada acción de gracias a Dios. El motivo, más que los beneficios concedidos a los destinatarios, que es el habitual de otras cartas (Rm 1, 8; 1Co 1, 4; Flp 1, 3; Col 1, 3; 1Ts 1, 2), son aquí los consuelos con que Dios le favorece en medio de tantas tribulaciones, para que él a su vez pueda consolar a los corintios (v.3-7). A su mente acude sobre todo la idea de una gravísima "tribulación" reciente, de la que le libró el Señor y confía que le seguirá librando, para lo que pide la ayuda de las oraciones de los corintios (v.8-11).
La fórmula "bendito sea el Dios". (v.3; Ef 1, 3), distinta de la que el Apóstol suele emplear en otras cartas (Rm 1, 8; 1Co 1, 4), es muy corriente en el Antiguo Testamento (Gn 9, 26; Gn 24, 27; 1S 25, 39; 1R 1, 48). Ni debe extrañarnos la expresión "Dios, de Jesucristo" (v.3), pues el mismo Salvador llamó al Padre con ese nombre (Jn 20, 17; 1Co 8, 6). Es en Dios Padre, primera persona de la Santísima Trinidad, donde el Apóstol coloca el origen o raíz de toda consolación, la cual debemos a su misericordia: "Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo" (v.3).
Cuando el Apóstol habla de que Dios "nos consuela" (v.4), ese pronombre "nos", aunque es plural, está refiriéndose, en este contexto, directamente a él, Pablo, cuyos padecimientos y cuyos consuelos quiere hacer resaltar. Claro que sus afirmaciones (v.4-7) valdrían igual respecto de los padecimientos y consuelos de los otros predicadores evangélicos. La idea que aquí quiere inculcar, en sustancia, es la misma que había expresado ya en 1Co 3, 22, es, a saber, que todo cuanto sucede a los apóstoles o en torno a ellos, de triste o de alegre, está ordenado al bien de los fieles. A esas tribulaciones, soportadas por motivos de apostolado (2Co 4, 8-18), llama San Pablo "padecimientos de Cristo" (v.5), bien porque se sufren a imitación de Cristo, bien porque son como continuación de los que Cristo, nuestra cabeza, comenzó a sufrir en el desempeño de su función redentora (Ga 6, 17; Flp 3, 10; Col 1, 24). El cristiano entra por el bautismo en las dos fases de la vida de Cristo, vida de sufrimiento y vida de gloria, como luego dirá el mismo San Pablo (2Co 4, 10; Rm 6, 3-11). Los apóstoles son como intermediarios, a través de los cuales Dios ha determinado "consolar y salvar" a los fieles (v.6). San Pablo no explica en qué forma se realiza ese influjo "consolatorio" del Apóstol en los fieles; pero se ve claro, atendido el conjunto del pasaje, que, aparte el influjo externo con el ejemplo y con la predicación, en el fondo del pensamiento paulino late la doctrina de la comunión de los santos, que es la que hace posible el intercambio de bienes entre uno y otros. De ahí que pida a los corintios que le ayuden con sus oraciones (v.11); mientras que él, a su vez, hace llegar a ellos la fuerza divina para soportar con constancia "los mismos trabajos que él padece" (v.6). No creemos que haya aquí alusión a pruebas particulares de la comunidad de Corinto, sino simplemente a las generales inherentes a la vida cristiana (1Co 15, 19; 1Ts 3, 3; 2Tm 3, 12; Hch 14, 22; Jn 15, 20). San Pablo manifiesta su firme esperanza en los corintios, sabiendo que, al igual que participan de sus trabajos, participarán también de sus consuelos (v.7). Son las dos fases de la vida del cristiano, ambas esenciales, que fueron también de la de Cristo: vida de sufrimiento y vida de gloria. Sin unirnos a Cristo paciente, no podremos unirnos a Cristo glorioso (Rm 6, 3-11).
A continuación, el Apóstol alude a una gravísima "tribulación" que le sobrevino en Asia, tan grave que daba ya por cierta su muerte; cosa, dice, que Dios permitió para que no confiase en mí mismo, sino en Él, cuyo poder es capaz incluso de resucitar de la muerte (v.8-9). No sabemos cuál fuera esa "tribulación" tan grave de la que el Apóstol manifiesta a los corintios que Dios le libró y confía que le seguirá librando en adelante, cooperando ellos con sus oraciones (v.10-11). La opinión más corriente entre los expositores es la de que se trata de las graves persecuciones que hubo de sufrir en Éfeso y que culminaron en el alboroto promovido por el platero Demetrio (Hch 19, 23-31). Sin embargo, otros autores, como el P. Alio, creen que el Apóstol alude a algún recrudecimiento de la enfermedad crónica a que se referirá luego en 2Co 12, 7-9, y que, probablemente, es la misma de que habla en Ga 4, 13-14. Las palabras del Apóstol, cuando dice que confía en que Dios "le seguirá librando de tan mortal peligro" (v.10), parecen favorecer esta última interpretación; con todo, pueden también entenderse de los peligros inherentes, en general, al ministerio apostólico. Creemos que no es posible, por falta de datos, responder taxativamente a esta cuestión.
Es muy digna de notarse la importancia que San Pablo concede a la oración de unos por otros, que solicita de los corintios: las oraciones de muchos, al ser escuchadas, aunque sean sólo a favor de uno, terminan en abundancia de acciones de gracias (v.11).
2Co 1, 12-2Co 7, 16. Apología de Pablo y de su Apostolado
2Co 1, 12-14. No hay doblez en lo que enseña
Después del saludo y acción de gracias (2Co 1, 1-11), San Pablo entra en materia. La primera parte de su carta (2Co 1, 12-2Co 7, 16) estará dedicada a justificar su conducta respecto de la iglesia de Corinto, deshaciendo las calumnias que contra él habían propalado sus adversarios.
En la presente narración (2Co 1, 12-14), que sirve como de pórtico a su defensa, asegura a los corintios la absoluta lealtad con que siempre ha procedido, sin disimulo ni doblez de ninguna clase, lo mismo en su actuación (v.12) que cuando escribe (v.13). Los autores antiguos solían interpretar ese "escribimos" (???f?µe?) del v.13, como alusivo a la presente carta; sin embargo, parece claro, dado el contexto, que San Pablo está refiriéndose a cartas anteriores a la presente, que algunos debían comentar desfavorablemente cual si contuviesen no sé qué ideas recónditas o insinuaciones entre líneas. Añade el Apóstol que esa su lealtad era ya reconocida por los corintios "en parte" (?st? µ?????), confiando en que lo fuese "hasta el fin" (??? t?????) en el futuro (v.13-14). No está claro qué quiera significar con las expresiones "en parte" y "hasta el fin", que ciertamente parecen estar en contraposición. Lo más probable es que se refiera, no a que entre los corintios han reconocido su recto modo de proceder solamente algunos, no todos, sino a que ese conocimiento que tienen de él, del que le ha informado Tito (2Co 7, 7), todavía no es total, y conviene que lo lleven hasta el fin, como espera que sucederá pronto (2Co 6, 11-13).
La alusión a la parusía o "día del Señor" (v.14) es corriente en las cartas del Apóstol (1Co 1, 7-8; Rm 13, 11-14). Es entonces cuando todo quedará al descubierto, y los corintios podrán gloriarse de Pablo como de su genuino maestro y predicador, y Pablo a su vez podrá gloriarse de los corintios.
2Co 1, 15-24. Por qué no ha ido a Corinto.
Alude aquí el Apóstol a un proyectado viaje a Corinto que luego no realizó, siendo ello causa de que algunos le acusaran de hombre inconstante y falto de palabra, un juguete del sí y del no. El Apóstol trata de defenderse, y da la razón de por qué no realizó ese viaje.
El viaje proyectado (v. 15-16) presenta un itinerario distinto del de 1Co 16, 5-6, donde se preveía la visita primero a Macedonia y luego a Corinto, mientras que aquí se prevé primero la visita a Corinto y luego a Macedonia, volviendo de allí a Corinto, para, finalmente, dirigirse a Judea. ¿Cuándo había prometido el Apóstol a los corintios hacer ese viaje? Tenemos que movernos entre conjeturas. Lo más probable es que fuera a raíz de la rápida visita que les hizo entre la primera y la segunda carta, como ya explicamos poco ha en la introducción a esta segunda. El Apóstol habla de "segunda gracia" (v.15), pues con ese nuevo viaje repetía la prueba de estima y afecto hacia los corintios, con la consiguiente efusión de gracias divinas que sus visitas apostólicas llevaban consigo.
El que prometiera esa visita y luego no la realizara, no es, dice el Apóstol, porque obrara a la ligera o se dejara llevar de "sentimientos humanos", mirando a la propia comodidad (v.17). Y con una especie de juramento, invocando la fidelidad de Dios, protesta de haber siempre obrado con constancia y lealtad (?. 18); cosa, añade, que es simple consecuencia de que predicamos a Cristo, y Cristo no ha sido "sí y no", sino que en El todo es "sí" (v. 19-20). Esas "promesas divinas" de que habla el Apóstol (v.20), son las promesas mesiánicas, que se han cumplido en Cristo y deben hacer felices a los hombres (2Co 7, 1; Rm 9, 4; Rm 15, 8; Ga 3, 16; Hb 6, 12); gracias a Él, estamos seguros de haberse ya cumplido y pronunciamos el litúrgico "amén" (=asi es) al final de las oraciones públicas (1Co 14, 16), adhiriéndonos a ellas firmemente por la fe, para gloria de Dios. El "Silvano" aludido en el v.19 es el "Silas" de los Hechos, que había acompañado al Apóstol en la evangelización de Corinto (Hch 18, 5).
Todavía no se contenta San Pablo con lo dicho. Recalcando la misma idea de constancia y lealtad, afirma que es Dios mismo quien "a él y a los corintios los mantiene firmes en Cristo" (v.21). ¿Cómo y cuándo les ha concedido Dios esa firmeza en la fe? El Apóstol responde con tres imágenes, hoy familiares en el vocabulario cristiano: "nos ha ungido; sellado; dado las arras del Espíritu" (v.22). Parece claro que alude aquí el Apóstol, no precisamente a la vocación al apostolado, como fue opinión común entre los expositores antiguos, sino más bien al sacramento del bautismo, y probablemente también al de la confirmación, dos sacramentos íntimamente relacionados (Hch 2, 38; Hch 8, 17-18). Lo de "ungidos" sería un eco del nombre mismo de "Cristo", palabra griega que equivale a Ungido (Hch 4, 26-27), y significaría la unción espiritual que recibimos en el bautismo mediante la gracia, quedando incorporados a Cristo y constituidos hijos de Dios y herederos del cielo (Rm 6, 4; Rm 8, 17). Por esa nuestra incorporación a Cristo quedamos como "sellados", es decir, marcados con el distintivo de que somos propiedad de otro y ya no nos pertenecemos (1Co 1, 13; 1Co 3, 23). En cuanto a "las arras del Espíritu" que Dios pone en nuestros corazones, podría ser también una alusión al bautismo, donde ciertamente se nos concede el Espíritu; pero juzgamos más probable que haya una alusión a la confirmación (1Co 12, 13), que incluso quizás late ya antes en la palabra "sellados" (Ef 1, 13-14). El término "arras" (???aß??) indica que la presencia del Espíritu en los cristianos es como un anticipo o primera entrega de la vida bienaventurada futura.
Por fin, San Pablo da la razón de por qué abandonó su proyectada visita a los corintios. Dice, y lo afirma con juramento, que fue "por miramiento" a ellos (v.23); o, como declara más poco después, para no tener que volver "en tristeza" (2Co 2, 1). Alude aquí el Apóstol a su rápida y todavía reciente visita, llena de tan amargos recuerdos. Por misericordia hacia ellos no quiso hacer otra igual, pues se habría visto obligado a tener que tomar severas medidas. Y que sepan que "no pretende dominar sobre su fe", imponiéndola por la fuerza, como tratan de hacer algunos pseudoapóstoles (2Co 11, 20), sino sólo y únicamente ayudarles a conseguir esa alegría que es consecuencia de la fe, en la que ellos se mantienen firmes (v.24; Rm 15, 13; Ga 5, 22; Flp 1, 25).
2Co 2, 1-11. La carta a en lágrimas
Pasaje éste lleno de ternura y amor. San Pablo dice a los corintios que, en vez de la visita personal, que hubiera tenido que resultar penosa, les escribió una carta en la que trató de arreglar las cosas desde lejos, pues juzgaba que así sería menos violenta la situación para ambas partes.
Son emocionantes esas expresiones: "Si yo os contristo, ¿quién va a ser el que a mí me alegre?" (v.2). ¡No podría tener alegría si ve tristes a sus queridos corintios! Por eso no quiso hacerles la visita prometida (v.1), como así se lo dijo ya "por escrito" en carta anterior (v.3). Esa carta se la escribió "en medio de una gran tribulación y con muchas lágrimas", pero no para que "se entristecieran", sino llevado únicamente del gran amor que les tiene (v.4). Aquí no dice más el Apóstol; sin embargo, por lo que dice más tarde, junto a frases de afecto, debieron también brotar de su pluma frases bastante duras (2Co 7, 8-12).
El motivo de esa situación reflejada en la carta, al menos el inmediato y directo, fueron los graves acontecimientos que habían tenido lugar en su anterior visita a Corinto y que culminaron en una injuria pública a su persona. Es difícil poder interpretar de otra manera los v.5-11. Hay aquí un ofendido, que es Pablo (v.5.10; 2Co 7, 12), y un ofensor, que es "castigado" por la comunidad (v.6) y para el que Pablo pide perdón, a fin de que no se sienta oprimido por la excesiva tristeza y sea víctima de los ardides de Satanás (v.7-11). Cierto que esa ofensa es presentada también como ofensa a la comunidad (v.5), pero todo da la impresión de que eso es sólo de manera indirecta y que el lenguaje de Pablo está motivado por un delicado sentimiento de humildad, tratando de dar a entender que no le preocupa tanto su ofensa personal cuanto las repercusiones que esa ofensa tuvo en la comunidad. Es debido también a esa delicadeza el que anteponga al suyo el perdón que debe dar la comunidad (v.7-8), aunque dando luego a entender con bastante claridad que es una ofensa que necesita su perdón personal (v.10). Determinar más cuál fuera la naturaleza de la ofensa y quién el ofensor no es posible. Probablemente el Apóstol se expresó intencionadamente de modo tan genérico, para no suscitar demasiado al vivo, con detalles innecesarios, la imagen vergonzosa de lo ocurrido. Los corintios entendían de sobra sus palabras, aunque para nosotros hoy resulten oscuras.
Tal es, en líneas generales, la interpretación que juzgamos más probable de este pasaje. Suponer que San Pablo esté aludiendo a su carta primera a los Corintios y al caso del incestuoso, conforme fue opinión corriente entre los expositores antiguos y siguen todavía hoy defendiendo algunos, nos parece muy difícil de sostener. Remitimos a lo dicho en la introducción. Añadimos ahora únicamente la explicación de algunas frases particulares. Con la expresión: "no me contristó a mí, sino en cierto modo (ap? µ?????), para no exagerar (??a µ? ?t?ßa??), a todos vosotros" (v.5), quiere decir el Apóstol que la comunidad deploró la acción, pero no fue toda la comunidad, pues hubo algunos que no compartieron esos sentimientos de repulsa; por eso pone "en cierto modo", pues sin esa restricción habría exageración en lo que dice. Es la misma idea que expresa luego, al afirmar que la corrección fue impuesta al culpable por los males (v.6). Cuando habla de que perdona al culpable "en la presencia de Cristo" (v.10), trata de dar elevación a su acción personal, dando a entender que Cristo, de quien deriva el poder de perdonar, mira complacido ese rasgo de perdón. Finalmente, con la expresión "para no ser víctima de los ardides de Satanás" (v.11), alude el Apóstol a las funestas consecuencias que puede tener la falta de perdón al culpable; pues Satanás, que se aprovecha de todo para hacer el mal (1P 5, 8), tratará de inducir a éste a sentimientos de desesperación y venganza, dando ocasión a los enemigos de Pablo para atacarle de dureza y sembrar divisiones y discordias entre los fieles.
2Co 2, 12-17. Inquietud por tener noticias de los corintios
Poco después de haber escrito la carta "en lágrimas", San Pablo hubo de salir precipitadamente de Efeso, debido al tumulto promovido contra él por el platero Demetrio (Hch 20, 1). El portador de la carta había sido Tito, uno de los más fieles colaboradores del Apóstol (2Co 8, 23; Ga 2, 1; Tt 1, 4), y habían quedado en encontrarse en Tróade, ciudad de Misia (Hch 16, 8), por donde San Pablo pensaba pasar, camino de Macedonia y Grecia. Mas, llegado a Tróade, no encontró allí todavía a Tito, y fue tal su ansiedad por tener noticias de los corintios, que salió enseguida para Macedonia (v.12-13), donde podría encontrarse con él más pronto, pues, al parecer, ése era el camino que Tito debía seguir de vuelta de la misión de Corinto. Y Pablo lo sabía.
Efectivamente, en Macedonia encontrará a Tito, que le da noticias bastante consoladoras de los corintios (2Co 7, 5-7). Mas el estilo de Pablo es único. Antes de narrar ese encuentro, se entretiene en una serie de consideraciones sobre el ministerio apostólico (2Co 2, 14 - 2Co 7, 4), que, ante las buenas noticias de Tito, surgen espontáneamente de su corazón, como grito de reconocimiento a Dios, que se digna valerse de los Apóstoles para difundir el Evangelio. Es pensando en el caso de los corintios por lo que exclama: "doy gracias a Dios, que nos hace triunfar en Cristo" (v.14); y eso le sirve de punto de partida para todas las consideraciones que vienen después, antes de narrar concretamente el encuentro con Tito.
Este corte brusco de la narración del viaje, que luego se continúa en 2Co 7, 5-6, hace que algunos críticos consideren esta sección de 2Co 2, 14 - 2Co 7, 4 como una carta independiente introducida aquí por error. Otros suponen que los v.12-13 de este c.2 no están en su lugar, sino que primitivamente estaban antes de 2Co 7, 5. Creemos que no son necesarias tales hipótesis, y la psicología de Pablo no se opone a estos cambios y cortes.
La expresión "nos hace triunfar en Cristo" (ß??aµße???t? ?µaß e? t? ???st?) no alude, directamente al menos, a los triunfos del Apóstol, sino al triunfo de Dios, a quien San Pablo imagina recorriendo el mundo como triunfador, a imagen de los generales victoriosos a su entrada en Roma, llevando en su cortejo a los apóstoles (Col 2, 15), que van difundiendo por todas partes, cual suave "aroma" que sube de la tierra al cielo, el conocimiento de Cristo; conocimiento que para unos es causa de vida y de salud eterna, y para otros, por su incredulidad, causa de muerte y de condenación (v.16; 1Co 1, 18; Lc 2, 34). La metáfora del "aroma" o "buen olor" de Cristo está basada en el incienso que se quemaba como perfume a lo largo de la vía de los triunfadores, y que sabemos también era normal en las ceremonias religiosas del templo judío.
La pregunta final: "Y para esto, ¿quién es suficiente?" (v.16), surge en el ánimo del Apóstol como por reacción. Él tiene plena conciencia de que ningún hombre se basta a sí mismo para esa misión de evangelizar; así lo dirá luego claramente (2Co 3, 5). Pero sabe que hay otros que no piensan así; y su temperamento le lleva a encararse con ellos antes de dar la prueba directa, acusándoles de "traficar" (?ap??e???te?) con la palabra de Dios, que presentan adulterada y no limpia y genuina, como deben hacer los verdaderos apóstoles y hace él (v.17; 2Co 4, 2).
2Co 3, 13. Las cartas comendaticias de Pablo
Sabe el Apóstol que sus adversarios de Corinto, apoyándose quizás en algunas frases de sus escritos (1Co 4, 18-21; 1Co 9, 1; 1Co 14, 18; 1Co 15, 10), le acusaban de arrogancia y ambición (2Co 7, 2; 2Co 10, 10; 2Co 11, 22-23). Todo para ganarse admiradores. La alabanza que, comparándose con ellos, acababa de hacer de sí mismo (2Co 2, 17), podía dar pie a nuevas críticas; por eso sale enseguida al paso, con dos preguntas que están cargadas de ironía (v.1). Son ellos, sus adversarios, los que necesitaron cartas de recomendación. Aquí no les dice más. Volverá a ocuparse de ellos en los c. 10-13. Estas cartas informativas o de recomendación eran corrientes en la diáspora judía (Hch 28, 21), y también entre los cristianos (Hch 18, 27; Rm 16, 1-2).
San Pablo, con una metáfora atrevida, llama a los corintios su "carta" de recomendación (v.2). Quiere decir que su labor en Corinto era como una carta abierta, que todos podían leer, y que estaba indicando a todo el mundo qué clase de apóstol era él. Ya en otra parte había dicho que los cristianos de Corinto eran el "sello de su apostolado" (1Co 9, 2). Esta carta la llevaba "escrita en su corazón", según era el amor y afecto con que siempre los estaba recordando (2Co 7, 3). Claro que, más que carta suya, eran "carta de Cristo" (v.3), del que él era simple instrumento (1Co 3, 5); y había sido escrita, no con tinta, sino con la virtud interna y vivificadora del Espíritu Santo, que es algo mucho más permanente que la tinta. La imagen "tablas de piedra" y "corazones de carne" está tomada del Antiguo Testamento (Ex 24, 12; Ex 31, 18; Jr 31, 33; Ez 36, 26), y con ella insinúa ya San Pablo la diferencia entre la Antigua y la Nueva Alianza, de que va a hablar a continuación.
2Co 3, 4-18. Ministerio de la "letra" y ministerio del "espíritu"
La idea fundamental de esta perícopa es hacer ver que los predicadores del Evangelio son ministros de una revelación o economía muy superior a la de Moisés. Como punto de partida, San Pablo toma el pensamiento desarrollado en 2Co 2, 14-16, y dice que una tal "confianza", es a saber, la de poder considerarse como "buen olor de Cristo" y con capacidad para esa misión, le viene únicamente de la gracia de Dios por los méritos de Jesucristo (v.4). Y lo explica más en los v.5-6: de nosotros mismos no somos capaces de "poner en cuenta" (????sas ?a) cosa alguna, toda nuestra "suficiencia" (??a??t??) nos viene de Dios, que es quien "nos capacitó" (?????se? ?µaß) como ministros de la Nueva Alianza.
A fin de poner de manifiesto la grandeza de esa Nueva Alianza, y, consiguientemente, la de sus ministros o servidores, San Pablo toma como punto de referencia la Antigua, que Dios había establecido con Israel en el Sinaí (v.6-1, 1). De la Antigua dice que era Alianza de "la letra que mata; ministerio de muerte escrito con letra sobre piedras; ministerio de condenación"; de la Nueva, por el contrario, que es Alianza del "espíritu que da vida; Ministerio del espíritu; Ministerio de la justicia". Con todas estas expresiones, para nuestra mentalidad literaria bastante extrañas, trata el Apóstol de definir la naturaleza de ambas economías, la mosaica y la cristiana. Son expresiones cargadas de sentido y cuya inteligencia sería muy difícil, de no tener otros escritos del Apóstol que nos las aclaren. Sin duda que eran conceptos corrientes en su predicación, razón por la que fácilmente podrían ser entendidos por los destinatarios de las cartas, aunque a nosotros nos resulten oscuros. Es sobre todo en la carta a los Romanos (c.6-8), donde estas ideas han sido expuestas con más detalle. Conforme a lo que allí dice el Apóstol, lo de "letra que mata" y "ministerio de muerte y condenación", aplicado a la Ley mosaica, no significa que la Ley no fuera en sí santa y buena, sino que la Ley, en cuanto tal, no sirvió sino para aumentar pecados, pues señalaba desde fuera cuál era la voluntad de Dios, pero no daba fuerza interior para cumplirlo (Rm 7, 7-24). Cierto que también hubo justos en el Antiguo Testamento, pero fueron tales, no merced a la Ley, sino merced a la gracia sobrenatural proveniente de los méritos previstos de Cristo, que, de suyo, era algo extrínseco a la Ley. Muy de otra condición es la Ley evangélica. En la economía del Evangelio, sin necesidad de ayuda proveniente de principios extraños, podemos conseguir la "justicia" (Rm 1, 17; Rm 3, 26), merced a los méritos de Jesucristo y al influjo vivificador del Espíritu que opera sobre nuestras almas, iluminando la mente, corroborando la voluntad y transformando las disposiciones del corazón (Rm 5, 5; Rm 8, 1-17). Supuesta esta superioridad de la nueva economía sobre la antigua, el Apóstol arguye de la siguiente manera: si el ministerio de los servidores de la antigua economía fue "glorioso", ¿cuánto más lo será el de los servidores de la nueva, entre los cuales está él? Para probar lo primero se fija en el caso de Moisés, cuya irradiación esplendorosa de gloria, al bajar de comunicar con Yahvé, no podían soportar los hijos de Israel (v.7; Ex 34, 29-30). En el hecho de que fuera transitorio aquel resplandor del rostro de Moisés, San Pablo ve como un símbolo del carácter transitorio del régimen del Sinaí, destinado a desaparecer para dar lugar al Evangelio eterno de Cristo (?.7.1.1). ? dice que, en realidad, esa "gloria" pasajera de la antigua economía apenas merece llamarse gloria, si se compara con la del Nuevo Testamento (v.10). Algo así como la luz de una lámpara, muy brillante durante la noche, pero que, comparada con la luz del sol, ni siquiera merece llamarse luz,
En los v.12-18, con razonamientos muy del gusto rabínico, San Pablo hace numerosas aplicaciones del hecho de cubrirse Moisés la cara con el velo después de hablar con Dios (Ex 34, 29-35). Presenta ese velo como destinado, no tanto para ocultar una claridad que no podían soportar los israelitas, cuanto para impedir que se diesen cuenta de que el resplandor de su rostro iba desapareciendo a medida que pasaba el tiempo desde su última conversación con Dios (v.13). Evidentemente, San Pablo está pensando en el carácter transitorio de la Ley mosaica: ese resplandor del rostro de Moisés que los israelitas creen permanente, pero que desaparece bajo el velo, representa la gloria de la Ley, la cual es transitoria, aunque los judíos no se den cuenta. Y es que también ellos tienen un velo tendido sobre sus corazones cuando leen el Antiguo Testamento, cuyo carácter transitorio, que desemboca en Cristo, no comprenden (v.14-15; Rm 13, 8-10). Cuando "se vuelvan" al Señor, aceptando el Evangelio, ya como individuos, ya como nación (Rm 11, 1-27), será removido ese velo, al igual que lo removía Moisés cuando volvía a hablar con Dios (v.16; Ex 34, 34). Eso, en cuanto a los judíos. Por lo que toca a los cristianos con conciencia de pertenecer a la economía imperecedera del Evangelio, no necesitamos, como necesitaba Moisés, tapar nada, sino que procedemos con absoluta "franqueza" de lenguaje y de acción (v.12); y, a cara descubierta siempre, reflejando a manera de espejos la gloria del Señor, nos vamos asemejando más y más cada día a la imagen reflejada, conforme va operando en nosotros el Espíritu (v.18). ¡Gran dignidad la del cristiano! Nada de velos ni de ocultaciones. Sin velo, como Moisés al hablar con Dios, estamos reflejando en nuestras almas el resplandor o gloria de Cristo, el cual a su vez es imagen de Dios (2Co 4, 4; Col 1, 15). Y este reflejo de la gloria de Cristo en nosotros es permanente, no transitorio, como era el de Moisés, haciéndonos cada día más conformes a su imagen (Rm 8, 29; 1Co 15, 49; Flp 3, 21), a través de la fe y de la caridad, movidas por el Espíritu.
En cuanto a la frase: "El Señor es espíritu, y donde está el espíritu del Señor, está la libertad" (v.17), hay gran variedad de interpretaciones entre los autores. Desde luego, el texto no es claro. Lo más probable es que el término "Señor" se refiera a Jesucristo, como es lo ordinario en San Pablo (1Co 8, 6), del que se dice que es "espíritu", en el mismo sentido en que este término está contrapuesto a "letra" en el v.6. Es decir, Jesucristo es el sentido espiritual y profundo que late bajo la letra del Antiguo Testamento, verdadero espíritu vivificador de la antigua economía, en contraposición a la letra inerte que mata; y donde está el espíritu del Señor está la "libertad", esa libertad de que gozan los hijos de Dios independizados de la esclavitud del pecado y de la Ley (Rm 8, 1-17; Ga 4, 21-31) y que el Apóstol poseía a plenitud (v.1a). En su anterior carta a los Corintios, San Pablo había dicho ya de Jesucristo que era "espíritu vivificante" (1Co 15, 45). Todo esto no quiere decir que in obliquo no quede también aludido el Espíritu Santo. Jesucristo y el Espíritu Santo, que ciertamente son dos personas distintas, no tienen intereses contrapuestos en la santificación de las almas, sino perfectamente compenetrados. Podemos muy bien decir, desde el punto de vista espiritual, que vivimos por el Hijo y vivimos por el Espíritu; o, más exactamente, que vivimos del Espíritu enviado por el Hijo. Cristo resucitado es para los cristianos el origen y fuente del Espíritu (1Co 15, 45), de ahí que, en cierto sentido, es la misma cosa recibir a Cristo y recibir el Espíritu. Todo esto resulta más claro si atendemos a que Pablo, como en general la Escritura, mira más al aspecto funcional que al ontológico o metafísico. El Espíritu viene a ser como la presencia actuante del Señor.
2Co 4, 1-6. Pablo, heraldo de la verdad
Sigue San Pablo en la misma línea temática de los versículos anteriores, pero en estilo ya más polémico. No es él como sus adversarios, que adulteran la palabra de Dios y usan de tapujos indignos, sino que, habiendo recibido toda su "suficiencia" de Dios (2Co 3, 5-6), predica siempre con sinceridad y franqueza (v.1-2; 2Co 3, 12). Si no todos aceptan su predicación, es debido a sus malas disposiciones, provocadas y atizadas por el demonio o "dios de este mundo", que trata de restar almas a Cristo, impidiéndoles que conozcan el Evangelio, en el que resplandece Jesucristo, imagen de Dios (v.3-4; 2Co 2, 11; Ef 2, 2; Jn 12, 31). La afirmación de que Jesucristo es "imagen de Dios" la encontramos también en Col 1, 15 y Hb 1, 3; y prácticamente a ella equivale la expresión que viene luego: "gloria de Dios en el rostro de Cristo" (v.6). La gloria de Dios, que era inaccesible (Jn 1, 18), reverberando en el rostro de Cristo, como antes transitoriamente en el de Moisés (2Co 3, 7), se hizo accesible; y nosotros podemos ver en Cristo, en su persona y acciones, como encarnadas las perfecciones divinas. Como Dios es imagen adecuada; como hombre, es imagen visible; y estas dos propiedades, adecuación y visibilidad, hacen que Jesucristo sea la única imagen perfecta de Dios.
Todavía insiste San Pablo, con ese "pues" del v.5, en que la culpa de que algunos no acepten el Evangelio no está de la parte del predicador. Ellos no tratan de predicarse a sí mismos para ganar aplausos, sino que predican únicamente a Cristo, que es el auténtico "Señor" (1Co 8, 6), considerándose como simples "siervos de los fieles por amor de Jesús" (v.5). En sustancia, es la misma idea expresada ya en 1Co 3, 22. Ha sido Dios, aquel mismo Dios que al principio del mundo hizo brillar la luz de entre las tinieblas (Gn 1, 3), quien ha iluminado también sus corazones para que prediquen a Jesucristo, reflejo de la gloria del Padre (v.6). No parece caber duda que San Pablo, aunque habla en plural y lo que dice se aplica a todos los apóstoles, está pensando sobre todo en su caso, cuando el Señor, con un milagro no menor al de la creación de la luz, le iluminó a él en el camino de Damasco (Ga 1, 15-16).
2Co 4, 7-18. Vasos de barro en las manos de Dios
En toda esta perícopa, San Pablo, refiriéndose particularmente a los apóstoles o ministros del Evangelio, no hace sino desarrollar una paradoja: la de que no somos nada de parte nuestra, pero podemos mucho con la ayuda de Dios. Precisamente, siendo nosotros tan poca cosa, es como resalta más la grandeza y poder divinos en la difusión del Evangelio.
La tesis fundamental está ya claramente enunciada en el v.7. La expresión "vasos de barro" parece ser literariamente una reminiscencia de Gn 2, 7, aunque en este contexto no se refiera exclusivamente al cuerpo, sino al hombre todo entero, con capacidades tan limitadas y sujeto a mil miserias y debilidades. El "tesoro" de que los apóstoles son portadores es el ministerio mismo apostólico, dignidad sublime que Dios les ha confiado. A continuación (v.8-9), San Pablo, con gran riqueza de estilo y valiéndose de imágenes que recuerdan las luchas de los atletas, traza un breve cuadro de lo que es la vida de un apóstol: de una parte (la nuestra), debilidades y temblores; de otra (la gracia), fortaleza y triunfos.
Esos dos aspectos los resume en el v.10 diciendo que los apóstoles llevan siempre en el cuerpo la "mortificación" (?????s??) de Jesús, para que también la "vida" de Jesús se manifieste en su cuerpo. Hay aquí un pensamiento sumamente interesante que vamos a intentar aclarar. Trata San Pablo de dar a entender que la vida de un apóstol o ministro del Evangelio debe ser una reproducción de la vida de Cristo. Pues bien, la vida de Cristo tiene dos aspectos completamente distintos: Cristo paciente, que sufre y muere para redimir a los hombres, y Cristo glorioso, que vive vida pujante e indefectible, fruto de aquella redención dolorosa. Es lo que debe aparecer también en los apóstoles: de una parte, continuas tribulaciones, que se funden con las de Cristo y forman con ellas cierta unidad (2Co 1, 5; Col 1, 24), y de otra, manifestación de vida pujante interior con que pueden resistir a tantas tribulaciones, y que, a su tiempo, aparecerá con todo su esplendor en el cielo, junto a Cristo resucitado. La misma idea se repite en el v.11; y prácticamente también en el v.12, aunque aquí el aspecto glorioso o de "vida" se pone explícitamente sólo en los fieles, que se aprovechan de la obra redentora de los sufrimientos de Cristo, con los que van asociados los de los apóstoles. Sin embargo, no cabe duda que el primero que participa de esa vida es el mismo apóstol que la propaga (v.16).
En los v.13-18 se declara más esa vida, atendiendo a su fase final de desarrollo, que es la vida de gloria en el cielo, y cuya esperanza sostiene a los apóstoles en sus tribulaciones. San Pablo comienza citando Sal 116, 10, para, decirnos que el mismo espíritu de fe y confianza en Dios que tenía el salmista tiene también él, sabiendo que Dios "le resucitará" a su debido tiempo y podrá "estar con sus fieles" en el cielo (v.13-14; Rm 8, 11). Esta última expresión está rebosando cariño, y debía servir de estímulo a los corintios, pensando también ellos en la suerte gloriosa que les esperaba. Les vuelve a repetir (v.15; v.5) que los apóstoles están para los fieles, aunque, como fin último, buscan la gloria de Dios: habiendo más fieles, habrá más que den gracias (2Co 1, 11). Insiste todavía en recordar (v.16-18) que la esperanza del premio futuro, de mucho más peso que las momentáneas tribulaciones presentes, da ánimo a los apóstoles para "no desmayar", sabiendo que, aunque el "hombre exterior" se vaya deshaciendo con las fatigas, el "hombre interior" va creciendo progresivamente en la vida de gracia, que desembocará en la vida de gloria, llevando consigo incluso la glorificación del cuerpo (v.16-18; Rm 8, 11; 1Co 15, 22-28). De la noción de hombre "exterior" e "interior" ya hablamos en la introducción a esta carta.
2Co 5, 1-10. Firme esperanza de los ministros del Evangelio
Continúa San Pablo ( "pues" del v.1) desarrollando la idea expresada ya en los últimos versículos del capítulo anterior, es a saber, nuestra firme y consoladora esperanza de una vida gloriosa en el cielo, meta feliz de ese "hombre interior" que se va renovando de día en día, mientras el "hombre exterior" acaba desmoronándose del todo con la muerte. Es uno de los pasajes más hermosos de San Pablo, y en él se inspira el prefacio de la misa de difuntos: "para tus fieles, Señor, la vida se cambia, no se pierde, y al desmoronarse la casa de su cuerpo en el destierro de este mundo, entran en posesión de una mansión eterna en el cielo".
Efectivamente, la primera imagen usada por San Pablo es la de una "casa" o "tienda". El "vaso de barro" y el "hombre exterior", de que habló antes (2Co 4, 7.16), se convierte ahora en una "tienda" o casa de poca consistencia, destinada a ser destruida después de algún tiempo, para dejar lugar a otra "casa" mucho más sólida y duradera (v.1). Alude Pablo a este nuestro cuerpo actual, frágil y caduco, del que luego dirá que es como una carga o peso: "gemimos oprimidos" (v.4). La imagen, que también encontramos en 1P 1, 13-14, está tomada de lo que sucede entre los hombres, particularmente entre los beduinos del desierto, que hoy plantan su tienda en un lugar y mañana la levantan hacia otra parte; por eso dice Pablo, continuando con la imagen, que, aunque se deshaga esa "tienda" terrena, tenemos otra "casa" (????d?µ?-????a: desaparece el término "tienda", quizá por su carácter de transitoriedad) en los cielos, que no está hecha "por mano de hombres" (no se debe a la generación humana), sino que "viene de Dios" y es "eterna". Evidentemente, Pablo está aludiendo al "cuerpo glorioso", de que trató ampliamente en 1Co 15, 35-53. Ni hay razón para suponer, conforme hacen algunos críticos (Holtzmann, Reitzenstein), que está refiriéndose a un "cuerpo" semimaterial intermedio, de que espera ser revestido hasta que llegue la parusía. De hecho, ese tiempo intermedio entre la muerte de cada uno y la parusía lo caracteriza Pablo diciendo que estaremos "desnudos" (v.3-4), lo que equivale a decir que careceremos de "cuerpo". Cierto que pone "tenemos" (v.1), en presente, pero eso puede explicarse porque ese "cuerpo" lo tenemos ya en derecho y en esperanza cierta, tanto más que la humanidad gloriosa de Cristo resucitado, como primicias de la nueva creación, abarca virtualmente (Ef 2, 6) el cuerpo glorioso de todos los cristianos.
Sin abandonar la imagen "tienda terrena-casa celeste", Pablo la presenta con un matiz nuevo: el del "vestido" (v.2-4). Dice, en efecto, que desea ser "sobrevestido", es decir, adquirir un cuerpo glorioso, sin ser "desvestido" del cuerpo mortal. No explica en qué sentido un "cuerpo glorioso" pueda sobrevestir a quien tiene un "cuerpo mortal", pero es evidente que queda incluida esa transformación a que se alude en 1Co 15, 35-53, y que podemos ver insinuada también aquí cuando dice: "para que nuestra mortalidad sea absorbida por la vida" (v.4). Lo que principalmente queremos hacer resaltar es ese deseo de Pablo de no pasar por la muerte, "sobrevistiendo" el cuerpo glorioso sin antes haber sido "desnudado" del cuerpo mortal. ¿A qué se debe este deseo? Algunos autores, como Cerfaux, dicen que Pablo aquí "piensa como judío, temiendo pasar por un estadio de existencia en el que, abandonado por su cuerpo mortal, no se hubiera revestido todavía de su cuerpo resucitado"; sin embargo, juzgamos más probable que se trata simplemente de ese deseo de vida indefectible y de repugnancia a la muerte que todos experimentamos. A todos nos gustaría que, sin tener que separarnos de este cuerpo que ahora tenemos, fuese despojado de sus miserias y revestido de las dotes del cuerpo glorioso. En el v.5 afirma que Dios mismo es quien "nos ha hecho así", poniendo en nosotros ese deseo de vida indefectible, es a saber, no querer ser "desnudados", sino "sobrevestidos", dándonos ya ahora como "arras" o anticipo su Espíritu (2Co 1, 22; Rm 8, 11.23).
A continuación (v.6-8) recoge Pablo nuevamente la alternativa desarrollada en los v.3-4, es a saber, morir antes de la parusía o conservarse en vida hasta la parusía y ser "transformado" sin pasar por la muerte; pero ahora nos encontramos con un cambio completo de perspectiva. Ya no preocupa a Pablo el quedar "desnudo"; antes al contrario, sin hacer alusión alguna a la parusía, dice que prefiere morir a seguir viviendo en la tierra. ¿Cuál es la razón de esa preferencia? Pablo es muy claro al respecto: mientras "estemos domiciliados en el cuerpo" (e?d?µ???te? e? t? s?µat?), "estamos lejos" (e?d?µ??µe? ap?.) del Señor (v.6), dado que caminamos "por la fe" y no "por la visión" (1Co 13, 12; Rm 8, 24); de ahí que prefiera (v.8) "marchar del cuerpo" (??d?µ?sa? e? t?? s?µat??) y "estar domiciliado junto al Señor" (??d?µ?sa? p??? t?? ??????).
El cambio de perspectiva respecto de los v.2-4 es total. Allí la perspectiva era de profundas raíces veterotestamentarías, pero ahora Pablo se mueve en un plano específicamente cristiano, centrando su mirada en Jesucristo, que nos está esperando en el cielo, nuestra verdadera patria, de la que actualmente, mientras moramos en este cuerpo, estamos ausentes, teniendo que caminar "en fe y no en visión". Ni hay contradicción con lo dicho en los v.1-5; pues nada se opone a que Pablo siga pensando que ha de ser precisamente revestidos de un cuerpo glorioso como adquiriremos la felicidad completa "junto al Señor".
La relación de continuidad que el Apóstol establece entre partir del cuerpo y estar presentes al Señor (v.8), claramente deja entender que la reunión del cristiano con Cristo tendrá lugar en seguida después de la muerte individual. Serían vanos esos deseos de morir, si una vez dejado el cuerpo, no se le concediese al justo la visión beatífica, teniendo que esperar hasta el final de los tiempos en la resurrección general. Es la misma doctrina que encontramos también en otros lugares del Nuevo Testamento (Lc 16, 22-23; Lc 16, 23).
En los v.9-10 continúa Pablo en la misma idea, añadiendo un rasgo muy propio suyo, que revela la grandeza de su alma; es a saber, que, no obstante su preferencia por la muerte para "estar junto al Señor", se somete gustoso a la voluntad divina ("presentes o ausentes", v.9), sin otra ambición que la de esforzarse por ser "grato al Señor", sabiendo que habremos de darle cuenta de todas las acciones realizadas mientras vivimos en esta carne mortal (v.9-10; Hch 10, 42). Parece claro, en conformidad con el v.8, que Pablo se refiere no sólo al juicio universal al final de los tiempos (2Ts 1, 6-10), sino que incluye también el juicio particular de cada uno después de la muerte.
2Co 5, 11-21. La caridad de Cristo, resorte del apostolado
Nadie podrá leer sin emoción estas líneas del Apóstol, que rebosan amor a Jesucristo, a cuya obra de salud aluden constantemente. La idea del juicio divino, últimamente mencionada, liga esta sección con la precedente.
Pablo, que sabe ha de dar cuenta ante el tribunal de Jesucristo de todas sus acciones (v.10), quiere dejar bien claro cuáles son los móviles de su apostolado. No quiere tapujos ni ocultaciones. La sinceridad de su proceder es manifiesta a Dios, pero quiere que lo sea también a los hombres (v.1.1). Y no va a hablar de esto porque de nuevo quiera alabarse (2Co 3, 1), sino simplemente para que sus fieles puedan gloriarse en él y sepan cómo responder a los que le calumnian, llenos, sí, de exterioridades y palabrada, pero faltos de realidades auténticas interiores (v.12). El Apóstol no concreta más. Es posible que esos falsos apóstoles, adversarios de Pablo, hicieran ostentación de su origen judío y de su trato con los Doce (2Co 10, 7; 2Co 11, 18). Lo que sí parece claro es que a Pablo Ie acusaban de "exaltado" y de "loco". Así hará también más tarde Festo en Cesárea (Hch 26, 24). Pablo recoge la acusación y dice que si hace el "loco", mostrando un celo apostólico que muchos toman por locura, sepan que lo hace por Dios; pero sepan, añade un poco humorísticamente, que sabe también hacer el "cuerdo", como está haciendo ahora con ellos, al tenerles que dar tantas explicaciones (?.13).
Después de estos preliminares, señala concretamente cuál es el móvil de su apostolado: "la caridad de Cristo" (v.14). He ahí lo que no le deja descansar, lo que le impele a una completa entrega a la obra apostólica, lo que es causa de sus "locuras" y de sus "corduras". Ese "amor de Cristo" (a??p? t?? ???st??), como se deduce de las expresiones que vienen a continuación, es sobre todo el amor de Cristo a nosotros; es claro, sin embargo, que ese amor está exigiendo la correspondencia, es decir, el amor de nosotros a Cristo, y en la mente de Pablo no se conciben separados. La afirmación de que "la muerte de Cristo es muerte de todos" (v.14), que sustancialmente vuelve a repetir en el v.15 y en el v.21, constituye el verdadero eje de la doctrina de la redención: un solo hombre, Cristo, ha muerto y resucitado por todos, en calidad de representante de la humanidad. Hay una doble corriente entre nosotros y Cristo: corriente de pecado, que va de nosotros a Él, y corriente de justicia, que viene de Él a nosotros. No se trata simplemente de que ha muerto y resucitado en beneficio nuestro; eso es verdad, pero no va hasta el fondo del problema. La clave de la solución ha de buscarse en el principio de solidaridad, como explicamos con más detalle al comentar otros textos paulinos parecidos a éstos (Rm 8, 3-4; Ga 3, 13-14). La muerte y resurrección de Cristo fue un hecho histórico que tuvo lugar hace ya muchos años; aunque, tratándose de cada hombre en particular, la muerte y resurrección no tiene lugar sino en el bautismo, que es el momento en que, de hecho, se incorpora a Cristo muerto y resucitado (Rm 6, 3-11).
Como consecuencia de esta incorporación y de esta nueva vida a la que nace, el cristiano a nadie debe conocer "según la carne" (v.16), siendo en realidad como una "criatura nueva" (v.17; Ga 6, 15; Ef 4, 24; Ga 3, 9-10). La expresión "conocer según la carne, no se refiere a una contemplación material, sino a un juicio o apreciación carnal y equivale prácticamente a conocer según las apariencias exteriores, guiados por consideraciones puramente humanas. Es el conocimiento que Pablo confiesa haber tenido de Cristo (v.16), en consonancia con los criterios de la corriente farisea en que estaba educado (Ga 1, 13-14; 1Tm 1, 13). Evidentemente, no se refiere a que hubiera conocido a Cristo personalmente; pues, en ese caso, ¿qué significaría lo de que "ahora ya no le conoce así"? Esta expresión no parece significar otra cosa sino que ahora, a partir de su conversión, le conoce desde el punto de vista de la fe, cual corresponde a una "criatura nueva", renovada por la acción de la gracia, única que está capacitada para juzgar de las cosas de Dios (1Co 2, 14-15).
Los ?. 18-21 constituyen como la conclusión de cuanto ha venido diciendo, pero aplicándolo directamente al ministerio apostólico del cual una vez más hace la apología. Hace notar que la iniciativa en el procedimiento de "reconciliación" parte de Dios, la obra la lleva a cabo Jesucristo, y los apóstoles son los encargados de darla a conocer al mundo. ¡Gran dignidad la de los apóstoles, y, consiguientemente, la de los predicadores, que continúan su misión! Somos "embajadores de Cristo" (v.20), dice muy alto San Pablo. Las expresiones tan fuertes y cargadas de sentido con que en el v.21 caracteriza la obra redentora de Cristo, ya quedaron explicadas al comentar el v.14.
2Co 6, 1-10. Azares apostólicos de Pablo
Aletea aquí el espíritu del sermón de la montaña, tomando carne en San Pablo. Junto a un impresionante recuento de tribulaciones y debilidades, otro no menos impresionante de alegrías y actos de fortaleza. Es la conocida paradoja del cristianismo. Desde el punto de vista literario, es un pasaje de subido tono lírico y uno de los más hermosos que salieron de la pluma del Apóstol. Nada hay, sin embargo, que huela a rebuscado o artificial; todo fluye espontáneo.
La perícopa está estrechamente ligada a los últimos versículos del capítulo anterior, donde el Apóstol se refirió a la obra de "reconciliación" de Dios con los hombres, para cuya difusión en el mundo fueron ellos, los apóstoles, nombrados "embajadores". Por eso, en su condición de tal, debe "cooperar" con Dios en la obra de salud, exhortando a los hombres a que "no reciban en vano" la gracia de Dios (v.1; 1Co 3, 9). Parece que el Apóstol se refiere sobre todo a la gracia de la conversión a la fe, a la que los corintios deben cooperar, a fin de que produzca en ellos los frutos de renovación y santificación que está destinada a producir. Para más urgir su exhortación, les dice que no hay tiempo que perder, pues estamos "en el tiempo propicio, en el día de la salud" (v.2). La cita es de Is 49, 8, y el profeta alude a los tiempos mesiánicos. Para San Pablo, ese "tiempo propicio" y "día de salud" es el tiempo intermedio entre la primera venida de Cristo (Rm 3, 21-26; Ga 4, 4-5) y la segunda (1Co 1, 8; Flp 1, 10), tiempo destinado al arrepentimiento y conversión (Rm 13, 11-14; Hch 3, 18-21). Que ese tiempo sea corto o largo, San Pablo lo ignora (2Co 5, 3; 1Ts 5, 1-3; Mt 24, 36), aunque en ocasiones manifiesta sus deseos de que sea corto (2Co 5, 2; 1Co 16, 22).
Hecha esa exhortación general (v.1-2), pasa a hablar de su conducta personal en el ejercicio del ministerio, que es el modo como ha tratado de llevar a la práctica la "cooperación" con Dios que le exige su condición de apóstol (v.3-10). Ante todo, su empeño en "no dar motivo alguno de escándalo", a fin de no desacreditar la labor apostólica con perjuicio de las almas (v.3). Y, en verdad, ¡cuánto daño se puede hacer si la conducta no responde a la doctrina que se predica! Luego mostrarse siempre cual corresponde a los "ministros de Dios", sin rehuir las penalidades (v.4-5), aprovechando los dones de Dios (v.6-7), sin perder el dominio de la voluntad por el juicio erróneo de los demás (v.8-10). ¡Magnífico ideal para todo hombre apostólico! Entre las penalidades (v.4-5), muchas provienen de sucesos fortuitos o de la malicia humana, pero otras (ayunos) se las impone voluntariamente el Apóstol. Al hablar de las virtudes y dones de Dios, San Pablo pone, como si fuera uno más, "en Espíritu Santo" (v.6). Parece que es una alusión a los carismas, cuyo dador es el Espíritu (1Co 12, 11), y que San Pablo ciertamente poseía. Las "armas de justicia" (v.7) son las virtudes propias de la lucha cristiana, en orden a promover (ofensivas) y defender (defensivas) la justicia, que San Pablo gusta de comparar a la armadura de un guerrero (2Co 10, 4; Ef 6, 11-17; 1Ts 5, 8). Por lo que respecta a los v.8-10, constituyen una serie de antítesis, con las que el tono lírico del pasaje llega a su punto culminante. Nada ha logrado quebrar el ánimo del Apóstol. Ha seguido impertérrito su camino, sin dejarse afectar por los mueras o por los hosannas, sabiendo que no seremos más ni menos de lo que nuestras obras digan.
2Co 6, 11-18. Vibrante llamada a la reconciliación y a la enmienda
Pablo no sabe ya qué otra cosa añadir para ganarse de nuevo la confianza de los corintios. Les ha contado con absoluta franqueza cuál ha sido su proceder para con ellos, siempre limpio y desinteresado, sin reparar en dificultades ni fatigas. Les sigue amando extraordinariamente. ¿Qué más puede hacer?
Los v.11-13 responden a esa situación psicológica. Pide el Apóstol reciprocidad: amistad por amistad. Los corintios no están "al estrecho" y mal tolerados en su corazón "ensanchado"; pues que ellos hagan lo mismo con él, "ensanchando" también su corazón y dándole allí cabida a él. La expresión "ensanchar" el corazón viene a equivaler prácticamente a amar con intensidad, conforme a la manera de hablar corriente de que el amor intenso dilata el corazón.
No es fácil explicar la ilación que tengan con todo esto los v. 14-18, que siguen, en los que el Apóstol exhorta a los corintios a que estén en guardia contra las infiltraciones del paganismo. Como ya hicimos notar en la introducción a esta carta, no faltan autores que creen que estos versículos no están aquí en su lugar y que la continuación de la carta habría que buscarla en 2Co 7, 2. Se aduce en confirmación el hecho de que en estos seis versículos hay varios hapax legomena en relación con el resto de las cartas paulinas, y el hecho no menos sorprendente de que Pablo mande evitar el contacto con los gentiles, siendo así que en la primera carta les había dicho lo contrario (1Co 5, 9-10; 1Co 10, 27). Sin embargo, dado que se hallan en todos los códices y versiones, creemos que no hay motivo para sacarlos de aquí. Cierto que parecen romper el contexto, pero tengamos en cuenta que estos saltos de pensamiento no son infrecuentes en San Pablo, quien a veces interrumpe el hilo regular para exponer conceptos complementarios que acuden a su mente, reanudando luego el hilo cuando ha expresado esos conceptos. Por lo demás, es posible que el Apóstol, pensando en las causas profundas del porqué de la "estrechez" de corazón de los corintios hacia él, las encontrase en la excesiva familiaridad de trato con los infieles. En los v. 14-18 iría, pues, al fondo del problema. Tampoco las otras razones alegadas son decisivas, búsquese una u otra explicación. Desde luego, este pasaje muestra una gran afinidad con la literatura de Qumrán, recalcando la lucha entre la luz y la oscuridad; pero eso no es obstáculo para que sea de Pablo.
Lo que en estos versículos dice a los corintios es que huyan de contactos peligrosos con los paganos. Ya en otras partes había aludido a este tema, que constituyó un problema delicado en el cristianismo primitivo, pues ciertos contactos eran inevitables (1Co 5, 9-13; 1Co 10, 27). Lo difícil era saber mantenerse en el punto justo. La expresión "yunta desigual" (v.14) está sugerida probablemente por el precepto de la Ley mosaica, prohibiendo uncir bajo el mismo yugo animales de diversa especie (Dt 22, 10; Lv 19, 19). Con cinco certeras preguntas, recalcando las diferencias fundamentales entre cristianismo y paganismo, San Pablo pone en guardia a los corintios contra esa "yunta desigual" entre fieles e infieles. El yugo ata a dos para una obra común, y ¿qué puede haber de común entre justicia e iniquidad, luz y tinieblas, Cristo y Belial, creyentes e incrédulos, templos de Dios e ídolos? La cita de Escritura de los v.16-18 está formada bastante libremente a base de diversos textos del Antiguo Testamento, principalmente Lv 26, 11-12 e Is 52, 11. La finalidad de San Pablo es mostrar que la unión de los fieles con Dios implica apartarse de las religiones falsas.
2Co 7, 1-16. Alegría por las buenas noticias que le dio Tito
Los v.1-4, aunque los hemos puesto aquí para no entremezclar capítulos, pertenecen más bien a la perícopa precedente, a la que van ligados por la partícula "pues" (oüv). San Pablo dice a los corintios (v.1) que no hagan inútiles las anteriores "promesas" divinas (2Co 6, 16-18) con su adaptación al modo de vivir pagano, sino que vivan puros de cuerpo y alma, llevando hasta el final la obra de santificación comenzada en el bautismo (Rm 6, 12-13; 1Co 7, 34; 1Ts 5, 23). Luego, continuando en la idea de 2Co 6, 11-13, de nuevo pide que correspondan a su amor (v.2-4). Probablemente al insistir hasta tres veces de que a nadie ha hecho daño (v.2), está aludiendo a las calumnias de sus adversarios de Corinto, que distingue muy bien del común de los fieles, a los que lleva muy "dentro del corazón" y en los que tiene plena "confianza" (v.3-4).
A partir del v.5 comienza San Pablo a describir la alegría que le produjo el encuentro con Tito en Macedonia por las buenas noticias que le traía de los corintios. Se reanuda, pues, la narración interrumpida en 2Co 2, 13. Alude primeramente a su estado de angustia e intranquilidad antes de encontrar a Tito (v.5). Aunque no indica concretamente los motivos de esa angustia, pensemos que había tenido que salir precipitadamente de Éfeso ante el motín promovido contra él por los plateros (Hch 20, 1); que de Jerusalén y de Galacia le llegaban noticias de hostilidad contra su obra (Rm 15, 31; Ga 1, 7); que a Corinto había tenido que escribir una carta "en lágrimas", dada la situación de aquella iglesia (2Co 2, 4). Eran motivos más que suficientes, aparte de los generales inherentes siempre a toda labor apostólica. Las noticias que acerca de los corintios le dio Tito, le consolaron sobre manera (v.6-16).
La epístola a que alude el Apóstol (v.8) evidentemente es la carta "en lágrimas", de que ya hablamos al comentar 2Co 2, 1-11. Esa carta produjo un magnífico efecto en los corintios, según lo que aquí se nos indica. Se contristaron "según Dios" (v.10), es decir, con una tristeza saludable, motivada por el reconocimiento de no haber obrado como debían. Es lo contrario de la tristeza "según el mundo" (v. 10), nacida de motivos humanos y ambiciones personales contrariadas; ésta, más que al arrepentimiento, lleva al desánimo y a la desesperación. San Pablo recuerda a los corintios (v.12) que si les escribió en esa forma, no fue para vengarse del ofensor o para reparar el honor personal del ofendido, sino para que tuviesen ocasión de mostrar su obediencia y afecto hacia él en presencia de Dios, que mira complacido que haya buena inteligencia entre apóstol y fieles. Es una manera delicada de indicarles que tenía confianza en ellos y como tratando de quitar importancia al pecado ya pasado. Y aun les añade (v.13-16) que también con Tito había hablado favorablemente de ellos, alegrándose ahora de haber quedado en bien, pues los hechos le han dado la razón. La alabanza es general. Esto no excluye, claro está, que aún le quedaran enemigos en Corinto (2Co 10, 2; 2Co 11, 5; 2Co 12, 11).
2Co 8, 1-2Co 9, 15. La Colecta en Favor de los Fieles de Jerusalén
2Co 8, 1-15. Llamada a la generosidad de los corintios
Comienza San Pablo a tocar un tema nuevo, el de la colecta a favor de los fieles de Jerusalén, que recomienda vivamente a los corintios. Le dedica dos íntegros capítulos (8-9), lo que es señal de la gran importancia que le concedía. Esta colecta no la organizó sólo en Corinto, sino también en las otras iglesias por él fundadas (Rm 15, 25-26; 1Co 16, 1; Ga 2, 10). Trataba con ello, sin duda, de acudir en ayuda de auténticas necesidades materiales; pero, tanto y más que eso, pretendía presentar una prueba visible de que las iglesias fundadas por él no eran algo aparte, disgregadas de la Iglesia madre, como propalaban sus adversarios judaizantes. Había, y quería que siguiera habiendo, perfecta unión fraterna entre todas. Por eso teme, ante las calumnias lanzadas contra él, que en Jerusalén no le quieran recibir la colecta (Rm 15, 30-31).
Por lo que respecta a la iglesia de Corinto, la idea de la colecta no era cosa que les propusiese ahora Pablo por primera vez. Ya les había hablado de ese asunto en su carta anterior (1Co 16, 1-4). Más aún; antes incluso de esa carta, como entonces comentamos, los corintios pensaban ya en la colecta. Aquí San Pablo concretará (v.10; 2Co 9, 2): "desde el año pasado" (ap? p???s?). Sin embargo, debido sin duda a la crisis interna que había padecido la comunidad, las cosas se debían de haber enfriado bastante. Ahora, resuelta esa crisis y restablecida la mutua confianza, San Pablo insiste de nuevo en lo de la colecta; y no de pasada, como en la primera carta, sino largamente, aduciendo hermosas consideraciones de carácter doctrinal sobre la caridad cristiana. Un verdadero "sermón de caridad". Es de notar la extraordinaria delicadeza con que toca el tema, sin pronunciar la palabra dinero, y ni siquiera la de colecta o limosna, sustituidas por bendición, obra de caridad, servicio en favor de los santos, gracia de Dios.
La primera razón aducida por San Pablo para mover a los corintios a ser generosos es la del ejemplo de los cristianos de Macedonia (v.1-8). Sabe sacar provecho, elevando las cosas al plano sobrenatural, del espíritu de emulación entre las dos provincias: los de Macedonia, a pesar de las graves tribulaciones con que han sido probados y de su extremada pobreza, han dado por encima de sus posibilidades, ¿qué cabe, pues, esperar de vosotros, los de Acaya, que en todo sobresalís? No concreta el Apóstol cuáles fueron esas tribulaciones especiales de los cristianos de Macedonia ni si la "extremada pobreza" (v.2) tenía algo que ver con su conversión al cristianismo. Es probable que sí y que su conversión fuera causa de persecuciones e incluso a veces de pérdida de bienes (Hch 17, 5-9; 1Ts 1, 6-7; 1Ts 2, 14). Lo de "entregarse a sí mismos" (v.5) parece aludir a que no sólo se desprendían de sus bienes, sino que ponían sus mismas personas al servicio de Cristo, ayudando a Pablo en el negocio de la colecta. Tanto entusiasmo y generosidad, concluye el Apóstol (v.6), le movió a enviar a Tito a Corinto (v.16-17), en la seguridad de que allí mostrarían aún más entusiasmo; y enviaba precisamente a Tito, que era el que había comenzado ya a trabajar entre ellos en una misión anterior (2Co 7, 6-7). La "fe", "palabra" y "ciencia", en que el Apóstol dice que abundaban los corintios, son esos dones carismáticos a que ha aludido ya en otras ocasiones (1Co 1, 5; 1Co 12, 8-9).
Otro motivo que debe mover a los corintios a ser generosos es el ejemplo de Cristo, que, siendo rico, se hizo pobre, a fin de enriquecernos a nosotros (v.9; Flp 2, 6-8). Si, pues, Él se privó de tantas cosas en beneficio nuestro, ¿no es justo que también nosotros nos privemos de alguna en beneficio de nuestros hermanos? Y San Pablo remacha el razonamiento haciendo hincapié en la buena voluntad de los corintios, quienes espontáneamente habían comenzado ya la colecta el año anterior (v.10-15). Les advierte que no importa la cantidad, sino la buena voluntad, de modo que dé cada uno según sus posibilidades (v.12; Mc 12, 41-44). La frase "para que asimismo su abundancia alivie vuestra penuria" (v.14), se presta a dos interpretaciones: que pueden volverse las tornas y ser los corintios los que necesiten de los de Jerusalén, o que la abundancia espiritual de los fieles de Jerusalén alivie la penuria, también espiritual, de los de Corinto. La interpretación tradicional es esta última, que es la que creemos más fundada; se trata, dice hermosamente Ricciotti, de "una osmosis entre materia y espíritu en el gran cuadro de la comunión de los santos". Como remate, San Pablo cita (v.15) el texto de Ex 16, 18, tratando de darnos a entender que la misma igualdad que el milagro producía en el maná, recogiesen mucho o recogiesen poco, debe producir en los cristianos la candad.
2Co 8, 16-24. Recomendación de Tito y sus dos compañeros
Para llevar a cabo la obra de la colecta en Corinto, San Pablo, que determina permanecer todavía algún tiempo en Macedonia, les envía por delante a Tito con otros dos compañeros. Es casi seguro que fue Tito mismo quien llevó a Corinto la presente carta. El "partió (????ße?) a vosotros" del v.17, aunque está en tiempo pasado, parece que es un aoristo epistolar, con referencia no al momento en que se escribe la carta, sino al momento en que la recibe el destinatario (Ga 6, 11; Flm 1, 19).
El Apóstol hace primeramente el elogio de Tito, cuyo celo y buenos deseos hacia los corintios hace resaltar (v. 16-17). Luego hace el elogio de otro "hermano" que va con él, del que dice que se ha distinguido "en la predicación del Evangelio" y que ha sido "elegido por las iglesias" para compañero suyo en la recogida de la colecta (v. 18-19). No da su nombre, aunque a buen seguro que es alguno de los indicados en Hch 20, 4-6, sus acompañantes en el viaje a Jerusalén. Es posible que se trate de Lucas, que entonces estaría en Filipos (Hch 16, 12.40; Hch 20, 5), desde donde se escribía la carta. Con esa ocasión, advierte de su cuidado en prevenir cualquier sospecha en cuestión de dinero (v.20), pues, aunque su conciencia está tranquila "delante de Dios", se preocupa también de su reputación "ante los hombres" (v.21; Mt 5, 16).
Hace, por fin, el elogio del tercer enviado, del que tampoco da el nombre (v.22). Quizás se trate de Apolo (1Co 6, 12), o de Aristarco (Hch 19, 29; Hch 20, 4). Pero son meras conjeturas. Termina haciendo conjuntamente el elogio de los tres enviados (v.23) y rogando a los corintios que sean generosos en la colecta, con lo que le dejarán a él en bien, que siempre ha hablado favorablemente de los corintios (v.24).
2Co 9, 1-5. Nueva llamada a la generosidad
En este c.9 se repiten en gran parte ideas expuestas ya en el c.8. Esta es la razón por la que bastantes autores modernos suponen que este capítulo no es continuación del anterior, sino que proviene de otro escrito de San Pablo y fue introducido aquí posteriormente. Tanto más que en 2Co 9, 1 parece hablarse de la colecta como de tema aún no tocado. Creemos, sin embargo, que ambos capítulos guardan entre sí relación y nada impide que puedan ser considerados como pertenecientes a una misma carta, tal como nos los presentan ya desde el principio todos los códices y versiones.
En efecto, San Pablo conocía bien a los corintios, y, no obstante las repetidas alabanzas que de ellos hace, vemos que busca y rebusca motivos para urgirles a que sean diligentes en hacer la colecta. ¡Se ve que no las tenía todas consigo! Nada tiene, pues, de extraño que insista una y otra vez en el tema, completando y urgiendo más lo ya dicho anteriormente. Ni es cierto que 2Co 9, 1 suponga una entrada en materia, y no sea más bien un modo hábil de continuar insistiendo en el tema. Ese "pues" (yáp) del v.1 parece claro que está enlazando ambos capítulos. Su exhortación a que fueran generosos y demostraran así lo fundado de las alabanzas que él/hacía de ellos (2Co 8, 24) quiso remacharla con una nueva alabanza: es superfluo que yo me detenga a haceros recomendaciones sobre esto a vosotros, que ya desde el año pasado andáis con la colecta, y tanto, que vuestro celo ha estimulado a los de Macedonia (v.1-2); sin embargo, os envío los delegados para que todo esté pronto a mi llegada, no sea que ahora que van a ir conmigo algunos cristianos de Macedonia os encuentren desprevenidos, con vergüenza para mí, que tanto os he alabado delante de ellos, y para vosotros (v.3-5). ¡Es admirable cómo sabe aprovechar todos los recursos San Pablo! Antes (2Co 8, 1-5) elogió a los macedonios, ahora (2Co 9, 2) elogia a los corintios; pero el fin es el mismo: que los corintios, a quienes dirige la carta, se muestren generosos.
2Co 9, 6-15. La limosna, fuente de bendiciones
Hermosa conclusión del "sermón de caridad". San Pablo, valiéndose de la imagen de la siembra y la cosecha, hace resaltar la maravillosa fecundidad de la limosna. Prácticamente no es sino un comentario, con aplicación al caso concreto de la limosna, de aquellas palabras de Jesucristo: "dad y se os dará" (Lc 6, 38).
El Apóstol expone dos ideas fundamentales: que la limosna, hecha de buen ánimo y con alegría, no sólo no disminuye, sino que, acrecienta los bienes (v.6-10), y que, además, es ocasión de acción de gracias a Dios y estrechamiento de vínculos entre los cristianos (v.11-15). Respecto de la primera idea, no parece caber duda que el Apóstol apunta directamente a los bienes materiales, de menor importancia, sin duda, que los espirituales, pero que Dios concederá abundantemente a los que den limosna, de modo que teniendo siempre lo bastante para sí, puedan repartir también con los demás (v.8, 10). En apoyo de que las obras de caridad serán siempre bendecidas por Dios, aquí y en el más allá, cita el Apóstol (v.9) una frase del Sal 112, 9.
Respecto de la segunda idea, el Apóstol comienza diciendo que la limosna, llevada a Jerusalén por mediación suya, no sólo remediará necesidades materiales, sino que producirá "copiosa acción de gracias a Dios" (v. 11-12). Esa acción de gracias a Dios por parte de los fieles de Jerusalén tendrá como motivo, no sólo el verse ayudados materialmente por los corintios, sino su "obediencia al Evangelio de Cristo", es decir, el que también los corintios hayan abrazado la fe y entrado en el camino de la salud (v.15). Es este el fruto de la colecta que San Pablo ansia más: que los fieles de la iglesia-madre de Jerusalén se alegren y den gracias a Dios porque también los gentiles hayan abrazado la fe. En efecto, no era fácil acabar con la aversión de los judíos hacia los gentiles, incluso después de su conversión al cristianismo (Ga 2, 12; Hch 11, 3). La colecta podía contribuir a romper ese muro. ¡Qué alegría si, a causa de la colecta, los fieles de Jerusalén ruegan por los de Corinto y se alegran de la "sobreabundante gracia" que Dios les ha concedido (v.14), llamándoles a la fe! Sería para San Pablo la consecución de su gran objetivo (1Co 12, 23; Ga 3, 28; Col 3, 11). Como si ya fuese un hecho, exclama gozoso: "Gracias sean dadas a Dios por su inefable don" (v.15), es decir, por esa plena unificación de todos los cristianos, sea cualquiera su procedencia. Ello significa que el Espíritu está ejerciendo su poderoso influjo en Corinto y en Jerusalén.
2Co 10, 1-2Co 10, 13. Pablo y sus Adversarios
2Co 10, 1-11. Hará valer su autoridad
Desde este momento el tono de la carta, hasta ahora afectuoso, y conciliador, cambia bastante. Sin embargo, como ya indicamos en la Introducción, no creemos que esto sea motivo para suponer que se trata de fragmentos pertenecientes a otra carta, introducidos posteriormente aquí. De hecho, también en los capítulos anteriores hay atisbos polémicos (2Co 1, 12; 2Co 2, 17; 2Co 3, 1; 2Co 4, 2; 2Co 5, 12; 2Co 7, 2; 2Co 8, 20), aunque Pablo parece que trata de reprimirse en seguida, como si quisiera dejar esa cuestión para ocuparse luego aparte de ella con más detenimiento. Es lo que hace en estos cuatro últimos capítulos.
Sabemos muy poco de esos adversarios del Apóstol contra los que aquí se enfrenta enérgica y decididamente. Parece ser que eran judíos de origen (2Co 11, 22), y que de fuera habían llegado a Corinto con cartas de recomendación (2Co 3, 1). Algunos autores los relacionan con los agitadores judaizantes que por esas mismas fechas turbaban las comunidades cristianas de Galacia (Ga 1, 7; Ga 3, 1; Ga 4, 17; Ga 5, 12); pero no hay razones para suponer positivo contacto entre ellos. Lo cierto es que trataban de desacreditar a Pablo, sembrando la desconfianza en torno a él, acusándole de ser un intruso en el apostolado y de proceder poco limpiamente, persona mediocre, muy fuerte desde lejos en las cartas, pero muy poca cosa en la realidad cuando se hacía presente (v.2.10). Pablo, con todo el fuego de su ardiente temperamento, se encara abiertamente con ellos, usando incluso de la ironía y el sarcasmo (2Co 10, 12; 2Co 11, 14), a fin de hacerles perder crédito ante los fieles. Son quizás estas páginas, entre todos los escritos del Apóstol, los que más al vivo nos descubren la parte íntima de sus afanes apostólicos. También aquí podríamos aplicar el oh felix culpa! de la liturgia. Propiamente San Pablo no se dirige a la comunidad de los fieles, quienes, como se deduce de los capítulos anteriores, estaban ya reconciliados con él (2Co 2, 9; 2Co 7, 15), sino al grupo de agitadores venidos de fuera y a los pocos adeptos que tenían todavía dominados con sus intrigas. Respecto al común de los fieles, basta con que se enteren; a los agitadores intrusos hay que descubrirlos, aunque ninguna esperanza hay de que se conviertan; al grupo de adeptos, todavía engañados, hay que volverles al buen camino. Son tres categorías de personas y de mentalidades que debemos distinguir bien al leer estas páginas del Apóstol, si no queremos perdernos en un laberinto de cuestiones.
La manera de comenzar, poniendo por delante expresamente su nombre (v.1), da la impresión de que San Pablo quiere acentuar la nota personal de cuánto va a decir. Su primera afirmación, recogiendo irónicamente la acusación de sus adversarios (v.10), es que no le obliguen, una vez que vaya a Corinto, a tener que obrar duramente "contra algunos que nos tienen como si procediésemos según la carne" (v.1-2). Parece que ese "algunos" se refiere al grupo de adeptos con que todavía contaban sus encarnizados adversarios, los obreros engañosos disfrazados de "apóstoles de Cristo" (2Co 11, 13); en cuanto a la expresión "proceder según la carne", es claro que equivale a dejarse guiar en su conducta apostólica por motivos e intereses humanos. San Pablo lo niega rotundamente, precisando que "vive en la carne", como cualquier hombre de aquí abajo, pero "no milita según la carne" (?.8). ?, siguiendo en la misma idea, con expresiones tomadas del lenguaje militar, añade que las armas con que milita, tratando de destruir cuanto se opone a la doctrina auténtica del Evangelio, no son carnales, sino espirituales, que reciben eficacia del mismo Dios (v.4-6; 2Co 6, 7). No es del todo claro a quiénes aluda en el v.6. Parece que distingue entre los intrusos agitadores rebeldes, que será necesario castigar, y el pequeño grupo de corintios todavía engañados, de quienes espera la sumisión. Será, una vez obtenida ésta, cuando él se encuentre más libre para proceder con todo rigor contra los rebeldes intrusos y acabar con ese foco de insubordinación.
Viene luego (v.7-8) una llamada a la reflexión y al buen sentido: los hechos hablan a favor de Pablo. Con mucha más razón que sus adversarios, que tanto se glorían de que son "de Cristo", se puede gloriar él, que tiene "autoridad" recibida de Cristo (Ga 1, 15-16), y sin miedo a tener que "avergonzarse" de que alguno se lo desmienta, como sucedería a los que tanto se ensalzan denigrándole a él. La frase "para edificación y no para destrucción" (v.8) alude a sus poderes apostólicos para edificar los templos de Dios, que son las iglesias cristianas, y no para llevarlas a la ruina (1Co 3, 9.17), como están haciendo precisamente esos que tanto se glorían de que son "de Cristo".
Termina el Apóstol advirtiendo a los corintios que también cuando esté presente y no sólo en las cartas, sabrá usar con energía de sus poderes apostólicos, si es necesario (v.9-11). La alusión que a su "presencia corporal" y a su "palabra" hacen despectivamente sus adversarios (v.10), parece referirse a la postura mantenida en sus dos visitas a Corinto, adonde llegó en "debilidad" y "tristeza", sin usar de los artificios de la sabiduría humana (1Co 2, 1-5; 2Co 2, 1). No parece que de ahí pueda deducirse nada respecto a la presencia física de Pablo, si de alta o baja estatura, de constitución fuerte o endeble, de aspecto adusto o atrayente.
2Co 10, 12-18. No ha usurpado campos de nadie
El presente pasaje tiene un estilo bastante alambicado, y no siempre resulta fácil precisar el sentido exacto de cada frase. En sustancia, la idea es ésta: Pablo no se ha salido nunca del campo de trabajo que Dios le ha señalado; ese campo incluye Corinto y también otras regiones más lejanas, a las que confía poder ir, una vez que se haya consolidado la fe entre los corintios.
Comienza ironizando cáusticamente a los adversarios, con los que él "no osa" compararse, los cuales, en cuestión de méritos, se ponen a sí mismos por medida, y, en realidad, lo que hacen es el ridículo (v.12). A continuación expone positivamente cuál ha sido su conducta (v. 13-16): nunca se ha salido del propio campo, metiéndose en el ajeno, como han hecho sus adversarios, que tratan de aparecer como beneméritos de la comunidad de Corinto, vistiéndose con los trabajos y méritos que son de otro. Corinto pertenece a su campo, y la fundación de aquella iglesia es obra suya. Cuando la fe de los corintios se consolide, espera poder ir a evangelizar a otros que están "más allá", aunque sin invadir campos ajenos (v.16; Rm 15, 20-24).
Termina diciendo (v. 17-18), aparte ya toda ironía, que "el que se gloríe, se gloríe en el Señor" (v.17; 1Co 1, 31), y que de poco vale que nos alabemos a nosotros mismos si no tenemos la aprobación de Dios, que es el que ha de hacer fecundos nuestros trabajos (v.18; 1Co 3, 5-8).
2Co 11, 1-15. Excusas Por Tener Que Alabarse
Contra lo que él mismo había criticado en sus adversarios (2Co 10, 12.18), Pablo se ve obligado a alabarse a sí mismo. Por eso, una y otra vez pide disculpa (v.1; v.16; 2Co 12, 1.11). No puede, sin embargo, dejar sin contestación las calumnias con que trataban de desprestigiar su persona y su obra, pues sería en perjuicio de sus fieles. Es precisamente el amor apasionado que les tiene, cuando los ve en peligro, lo que le mueve a hacer estas manifestaciones íntimas, que, de lo contrario, a buen seguro nunca hubiera hecho.
Comienza manifestando su intenso amor a los corintios, por cuya fidelidad siente "celos", que son los "celos" de Dios, pues como en otro tiempo la serpiente engañó a Eva (Gn 3, 1-6), también ahora hay peligro de que ellos, la iglesia de Corinto, a la que él, haciendo de intermediario, quiere "presentar a Jesucristo como casta virgen", se dejen seducir por esos falsos predicadores que tan pacientemente "soportan" (v.2-4). Se vale aquí San Pablo de una imagen muy frecuente en el Antiguo Testamento para designar las relaciones entre Dios y su pueblo, del que se considera como esposo celoso, que no admite competidores (Ex 20, 5; Is 62, 5; Jr 3, 6-10; Ez 16, 8-29). Esta imagen es usada también en el Nuevo Testamento (Mt 9, 15; Ef 5, 25-32; Ap 21, 9; Ap 22, 17). San Pablo le presenta como el intermediario entre el esposo y la esposa, participando de los mismos "celos" del esposo, vigilando cuidadosamente frente a los competidores rivales para que la esposa, que en este caso es la iglesia de Corinto, no sea seducida. Ese "para presentaros" (v.2) creemos que alude a la consumación de las bodas en la etapa escatológica (Ap 19, 7-9), a cuyo momento el Apóstol quiere que la esposa llegue con la frescura virginal, sin adulteraciones de ninguna clase (1Co 1, 8; Flp 1, 10; 1Ts 5, 23).
Hecha esta manifestación de celo, que es lo que dirige su conducta, sigue un ataque a sus adversarios, esos "preclaros apóstoles" que los corintios tan pacientemente "soportan" (v.5-15). No sin ironía, dice que "cree que en nada es inferior a ellos" (v.5), pues su predicación, aunque carezca de artificios retóricos, está llena de ciencia de las cosas divinas (v.6). De este tema ya había tratado ampliamente en 1Co 1, 17 - 1Co 3, 4. Y si eso no le hace inferior, ¿será acaso inferior (v.7) por el hecho de que ha predicado el Evangelio gratuitamente en Corinto? Parece que sus adversarios incluso de esto se valían para calumniarle. Quizás haciendo notar que con el trabajo manual se rebajaba; y, además, al no exigir el sustento de sus evangelizados, como hacían los Doce (1Co 9, 4-6), dejaba claramente entrever que no se consideraba con derecho a tal servicio y, consiguientemente, que no tenía verdadera misión de apóstol. San Pablo rechaza la calumnia poniendo las cosas en su punto. Efectivamente, no ha querido exigir de los corintios el sustento que, sin embargo, recibió de los de Macedonia, incluso cuando estaba predicando en Corinto (v.8-9; Flp 4, 15-16; 1Ts 3, 6-8; Hch 18, 3-5). Ni sólo eso, sino que a toda costa quiere seguir en el futuro haciendo lo mismo (v.10). Pero añade: bien sabe Dios que eso no es por falta de amor a los corintios; es sencillamente para no dar ocasión a sus enemigos, allí en Corinto tan encarnizados, de que puedan ponerse en el mismo plano que él, pues está seguro de que en ese terreno nunca intentarán competir (v. 11-12). A continuación (v.13-15), los desenmascara abiertamente, lanzando contra ellos frases de terrible dureza: obreros engañosos, ministros de Satanás, que se disfrazan de apóstoles de Cristo, cuyo fin será el que corresponde a sus obras.
2Co 11, 16-33. Sigue gloriándose de su obra apostólica
Ya anteriormente Pablo había hecho recuento a los corintios en dos ocasiones de sus trabajos y penalidades (1Co 4, 8-12; 1Co 6, 3-10). Ahora vuelve a lo mismo, y con una lista todavía más impresionante. Trata de comparar, pues las circunstancias le obligan, sus propios servicios a Cristo y al Evangelio con los de los falsos apóstoles, que seguían todavía ejerciendo nefasto influjo sobre algunos fieles de Corinto.
Primeramente pide de nuevo perdón por tener que gloriarse (v.16). Lo va a hacer como en locura, no "según el Señor", que nos prohibió alabarnos (Mt 6, 1-6; Lc 17, 10); pero, puesto que sus enemigos se glorían "según la carne" y hacen impresión en los corintios (1Co 12, 11), se ve también él obligado a combatirlos en el mismo terreno, haciendo resaltar sus cualidades humanas y sus méritos. Claro que, añade con mordaz ironía, a ellos gustosamente los soportáis, pues despiadadamente os explotan y esclavizan, mientras que yo, para vergüenza mía lo digo, soy en eso inferior a ellos, ya que siempre me he mostrado "débil" con vosotros (v.19-21a).
Luego, dejada toda ironía, afirma abiertamente que no teme la comparación (v.21b); cosa que hace acto continuo, mostrando que, por lo que toca a la ascendencia hebrea, es igual a ellos (v.22), y por lo que toca al apostolado, es muy superior (v.23-33). Las expresiones hebreo, israelita, descendiente de Abraham (v.22), prácticamente vienen a significar lo mismo. Quizás, si es que no pretende simplemente presentar la comparación con más énfasis, los términos aludan respectivamente a origen judío, religión santa de Israel, herederos de las promesas mesiánicas. La lista de sufrimientos por Cristo en el ejercicio de su ministerio apostólico (v.23-33) es impresionante. San Pablo habla primero de sufrimientos físicos (v.23-27), de muchos de los cuales no nos queda más noticia que la que aquí nos da él; luego habla de sufrimientos morales, preocupado por la suerte de tantas comunidades cristianas como había fundado (v.28) y también por la de cada uno de los individuos (v.29).
Resumiendo: después de haber enumerado sus sufrimientos, dice que, "si es menester gloriarse", es así, en sus "flaquezas", como se gloriará él (v.30; v. 17-18), pues ellas son la mejor prueba de que tiene el apoyo de Cristo (2Co 12, 9). En confirmación de que es verdad cuanto dice, pone a Dios por testigo (v.31). Los v.32-33, aludiendo a su huida de Damasco, parecen aquí un añadido fuera de lugar. Quizás Pablo, cerrada la lista de "flaquezas", se acordó de improviso de este episodio, uno de los primeros en su vida de apóstol, y, sin más, lo introdujo aquí, como apéndice a la lista de "flaquezas". Del episodio en sí ya hablamos al comentar Hch 9, 23-25.
2Co 12, 1-10 Las revelaciones divinas de Pablo
Continúa San Pablo haciendo el recuento de sus glorias. Aquí, sin embargo, más que en sus fatigas y penalidades, se fija en las revelaciones con que Dios le ha favorecido.
Aunque habla de "visiones y revelaciones", en plural (v.1), concretando no describe sino una (v.2-4). Que tuvo muchas, nos consta por otros lugares (Hch 9, 3-9; Hch 16, 9; Hch 18, 9; Hch 22, 18; Hch 27, 23; 1Co 9, 1; 1Co 15, 8; Ga 1, 12; Ga 2, 2), y al menos algunas de ellas, como la de Damasco, eran perfectamente conocidas de los fieles. Aquí, sin embargo, se fija en una, a la que da una importancia especial y que describe como quien está haciendo la confidencia de un hecho desconocido. No da su nombre, sino que usa la perífrasis "sé de un hombre en Cristo" (= un cristiano, v.2), pero es claro que está refiriéndose a sí mismo (v.7). La visión había tenido lugar hacía "catorce años" (v.2). Si, pues, la carta está escrita a fines del año 57, hemos de colocarla hacia los años 43-44, en los principios de sus tareas apostólicas. Del tiempo se acuerda perfectamente; el modo, en cambio, lo ignora. No sabe si fue "en el cuerpo" o "fuera del cuerpo", es decir, si solamente fue su alma la que fue arrebatada "hasta el tercer cielo" o fue conjuntamente con el cuerpo. La expresión "el tercer cielo" (v.2), para designar el lugar donde mora Dios, está tomada del lenguaje que le era familiar, en conformidad con la ciencia astronómica de entonces, distinguiendo el cielo atmosférico, el de los astros y el superior o empíreo. Se corresponde con la otra expresión "paraíso" (v.3), que es de sabor más judío (Gn 2, 8), y ya fue empleada por Jesucristo para designar el lugar donde van las almas de los justos después de la muerte (Lc 23, 43). Allí, en ese "paraíso" o "tercer cielo", San Pablo oyó "palabras inefables que el hombre no puede decir" (v.4). Se considera impotente para expresar lo que allí contempló. Todo hace suponer que el Apóstol llegó hasta el máximo que puede alcanzar una persona en la vida, acercándose a la directa contemplación de Dios.
Después de estas manifestaciones, San Pablo da como un paso atrás, temiendo que alguno le considere más de lo que es, y dice que, aunque pudiera gloriarse de la alteza de esas revelaciones que Dios le ha concedido, él prefiere gloriarse de sus "flaquezas", que es cosa más suya (v.5-6). Con esta ocasión hace (v.7) una declaración importante: la de que, para que no se engriese con esas revelaciones, Dios le dio "una espina en la carne, un emisario de Satanás, que le abofetee" (s????? t? sa???, ???e??ß sata??, ??a µe ???af???). Mucho se ha discutido sobre el sentido de estas expresiones. Creemos, con la mayoría de los autores modernos (Cornely, Fillión, Prat, Alio, Spicq), que el Apóstol alude a alguna enfermedad corporal que le hacía sufrir fuertemente, sea en sentido físico, sea también en sentido moral, en cuanto parecía un obstáculo a su labor misionera. Lo más probable es que esta enfermedad, sobre cuya naturaleza es aventurado afirmar nada concreto, sea la misma que la aludida en Ga 4, 13-14. Nada tiene de extraño que la llame "emisario de Satanás", pues era corriente entre los judíos atribuir las enfermedades al demonio (Lv 13, 16; Jb 2, 6); y, además, siempre es verdad que el demonio se aprovecha de todos los tantos (2Co 2, 11) para hacernos daño y llevarnos al pesimismo.
San Pablo rogó "tres veces" al Señor, como Jesús en Getsemaní (Mt 26, 44), que le quitara esa enfermedad (v.8); pero, como Jesús, también él hubo de aceptar la prueba, confortado con la respuesta del mismo Jesús: "Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder" (v.9). Respuesta sublime, que constituye un magnífico resumen de la doctrina que Pablo ha venido inculcando en toda la carta. No es extraño, pues, que, apoyado en ella, vuelva a hacer lista de sus "debilidades" para gloriarse en ellas (v.10).
2Co 12, 11-21. Por qué ha hecho su apología
El Apóstol se queja de la pasividad de los corintios, que no han sabido defenderle frente a las calumnias de los adversarios. Por eso ha tenido que hacer "el loco", defendiéndose y alabándose él (v.11). Y tenían motivos para conocerle, pues había vivido entre ellos "en mucha paciencia, en señales, y prodigios y milagros" (v.1a). Estos tres últimos términos prácticamente son equivalentes, y aluden a los milagros realizados por Pablo en Corinto; cosa, sin embargo, de que Lucas, al describirnos la estancia del Apóstol en aquella ciudad (Hch 18, 1-18), guarda silencio. Aparece, pues, claro que las narraciones de Lucas en los Hechos no siempre son completas.
La única cosa en que podéis quejaros de mí, añade irónicamente el Apóstol, es que no os fui "gravoso" (?.13), recibiendo de vosotros el sustento, como recibí de algunas otras iglesias (2Co 11, 9) y, en general, exigían los demás apóstoles a las suyas (1Co 9, 4-6). Y aún recalca la ironía: "perdonadme este agravio". Luego, dejada toda ironía, dice que, al ir ahora a Corinto "por tercera vez" (2Co 13, 1), piensa seguir con el mismo proceder, y que está dispuesto a "gastarse y desgastarse" por el bien de sus almas, aunque ellos cada vez le amen menos (v.14-15). Revela aquí San Pablo todo el amor de su corazón.
A continuación (v.16-18) responde a una calumnia que parece propalaban contra él sus adversarios: la de que engañaba astutamente a los corintios, diciendo que no les exigía nada, y enviando luego a sus colaboradores o delegados para recibir donativos, de los que él se aprovechaba. Pablo no responde directamente, sino que apela a la experiencia misma de los corintios. "¿Es que Tito os explotó? ¿No seguimos siempre ambos los mismos pasos?" La alusión a la conducta de Tito parece referirse al tiempo de su estancia entre los corintios, cuando fue portador de la carta "en lágrimas" (2Co 7, 6-7), no al de la visita para la colecta que ahora, en la presente carta, les notificaba (2Co 8, 17). Eso no obsta para que el primer inciso: "animé a Tito a ir y envié con él al hermano" (v.18a), pueda referirse a la visita de la colecta, siendo aoristos epistolares, como en 2Co 8, 17.
Últimamente (v. 19-21), San Pablo deshace un reparo. Que no crean, como sin duda vienen pensando algunos desde que comenzaron a leer la carta, que trata de justificarse ante ellos, cual si fuera él el acusado y ellos los jueces. No; si ha hecho su apología, es simplemente porque la cree necesaria para "edificación" de los corintios, es decir, para su bien espiritual, de modo que no se dejen seducir por los que tratan de apartarles del recto camino (v.1g). Quiere evitar sentirse "humillado al llegar a Corinto, por la conducta indigna de los que más bien debieran serle motivo de orgullo (2Co 1, 14; 2Co 3, 2; 2Co 7, 4; 2Co 8, 24; 2Co 9, 2), viéndose obligado a castigar (v.20-21).
2Co 13, 1-10. Exhortaciones varias en relación con su próxima visita
No obstante la dificultad de interpretación de algunas expresiones, la idea fundamental de la narración es transparente: Pablo avisa a los corintios de que está dispuesto a ejercer enérgicamente su autoridad de apóstol castigando a los rebeldes, pero quiere y suplica que no le obliguen a ello.
Es la "tercera vez" que va a ir a Corinto (v.1a; 2Co 2, 1-11). Valiéndose de una sentencia de la Ley (Dt 19, 15), que también había recordado Jesucristo (Mt 18, 16; Jn 8, 17), les anuncia que piensa juzgar a los culpables con todas las formalidades legales, recogidos testimonios de la culpa y pronunciando luego la sentencia (v.1b). Hay algunos autores que, apoyados en el v.2, relacionan el texto del Deuteronomio, no con los testigos, sino con las tres visitas del propio Pablo, que constituirían otros tantos testimonios para poder proceder contra los culpables. En realidad, la idea apenas cambia; pues lo que quiere decir el Apóstol es que no procederá a la ligera, sino después de la suficiente información y llevando las cosas con todo rigor.
En los v.3-4, conforme a la idea para él tan querida de que el cristiano, y mucho más el apóstol, debe reproducir en sí mismo las vicisitudes de Cristo paciente y glorioso (2Co 1, 5-7; Rm 6, 3-11; Rm 8, 17; Col 2, 12), dice que, así como Cristo se mostró débil en su pasión y muerte, pero se mostró potente en su resurrección y gloria, así también él, que ha venido mostrándose débil (2Co 1, 23), podrá usar del fuerte poder de Cristo, no sólo para obrar milagros y señales extraordinarias, como ya tiene demostrado (cf, 2Co 12, 12), sino para castigar duramente a los rebeldes. Esa será la prueba que "buscan experimentar" (v.3). Parece que con esta expresión alude San Pablo a insinuaciones maliciosas sembradas por sus adversarios, poniendo en duda su autoridad de apóstol y pidiendo una prueba de que Cristo hablaba verdaderamente en él. San Pablo responde que, si se ve obligado, aportará esa prueba, obrando con energía en nombre de Cristo.
En relación con esa prueba han de entenderse los términos "examinaos; probaos; reprobados". de los v.5-7. Dice el Apóstol que, en vez de andar pidiéndole a él pruebas, lo mejor sería que ellos mismos se pusiesen a prueba, para ver si Jesucristo está verdaderamente en ellos y son auténticos cristianos; si no lo encuentran, es señal de que están "reprobados" o, como hoy diríamos, descalificados, pues no han resistido la prueba (v.5). Por lo que a mí toca, añade el Apóstol, confío que con ese examen os daríais cuenta de que no estoy "reprobado", es decir, descalificado, sino que soy verdadero apóstol (v.6). Y todavía añade: prefiero que os portéis bien, aunque yo tenga que aparecer "reprobado", es decir, sin poder usar la prueba de mi autoridad de apóstol, castigando a los culpables (v.7); pues ciertamente yo no la podría usar, ya que "nada podemos contra la verdad", o lo que es lo mismo, no tenernos poder para castigar sin motivo, simplemente para mostrar nuestra autoridad (v.8). En los v.9-10 repite prácticamente la misma idea de los v.7-8, mostrando sus deseos de que no tenga que ejercer su autoridad, pues ello es señal de que los corintios están "fuertes" en la vida cristiana; y lo que él quiere es que sus hijos sean "perfectos", reformando lo defectuoso y caminando siempre hacia Dios. Su persona no cuenta; es el bien de sus hijos lo que le preocupa.
A este breve epílogo con que San Pablo termina su carta, bien pudiéramos poner por título el conocido adagio latino: Post nubila phoebusl Sin duda quiso dejar a los corintios un gusto de suavidad, después de tantas cosas fuertes y amargas como les ha dicho: que se muestren siempre alegres, que tiendan a la perfección, que tengan un mismo sentir, sin divisiones ni rivalidades, y Dios estará con ellos (v.11). La expresión "ósculo santo" (v.12), símbolo de la fraternidad cristiana, ya la explicamos al comentar 1Co 16, 20. Los "santos", de quienes manda saludos, son los cristianos de Macedonia, desde donde escribía la carta (2Co 9, 2-4).
En el augurio final (v.13) tenemos un testimonio explícito del dogma de la Trinidad. Probablemente no hay ningún otro pasaje en las cartas paulinas donde, con la concisión y brevedad con que aquí se hace, se exprese tan claramente ese dogma. San Pablo coloca en una misma línea a Jesucristo y al Espíritu Santo con Dios Padre, contribuyendo los tres por igual, cada uno en su esfera de apropiación, a la obra común de nuestra salud. Si pone en primer lugar a Jesucristo, es debido probablemente a que lo primero que acudió a su pensamiento fue la fórmula que le era familiar: "Que la gracia de Jesucristo sea con todos vosotros" (Rm 16, 20; 1Co 16, 23; Ga 6, 18), pero que aquí desarrolló más, mencionando también al Padre y al Espíritu Santo. No obstante que coloque a los tres en la misma línea, no hay el menor indicio, ni aquí ni en los otros escritos de Pablo, de que esté pensando en tres dioses juntos, al estilo de las religiones paganas. Su concepción es la de un Dios, que crea y redime el mundo por Cristo en el Espíritu.