Col

Col 1, 1-2. Saludo epistolar

Es el saludo usual que Pablo emplea al principio de sus cartas. Casi idéntico al de la carta a los Efesios (Ef 1, 1-2), a cuyo comentario remitimos, así como a los lugares de referencia allí indicados.
De Timoteo, nombrado también en el saludo de otras varias de las cartas (cf. 2Co 1, 1; Flp 1, 1; 1Ts 1, 1 y 2Ts 1, 1; Flm 1, 1), cabe decir que fue uno de los más íntimos colaboradores de Pablo, al que acompañaba casi constantemente. Su primer contacto con el Apóstol es narrado en Hch 16, 1-3.

Col 1, 3-14. Acción de gracias y oración por los colosenses

Al saludo sigue la acción de gracias a Dios por los favores concedidos a los colosenses (Col 1, 3-8). Estos favores los concreta San Pablo sobre todo en las tres virtudes teologales que, como en otros muchos lugares (cf. 1Co 13, 13; Ef 1, 15-18; 1Ts 1, 3; 1Ts 5, 8), también aquí enumera juntas (Col 1, 4-5). Es de notar el hincapié que hace en la "esperanza," a la que considera subordinadas en cierto sentido la fe y la caridad (Col 1, 5). Y es que San Pablo no concibe una fe y una caridad que estén separadas del deseo del cielo y de poseer a Dios, que es lo que aviva en nosotros aquellas virtudes (cf. Rm 8, 18-24; Ef 6, 6-9; 1Tm 6, 19). Después de esa enumeración de las tres virtudes teologales, que contempla gozoso en los colosenses, les recuerda, igual que suele hacer en otras cartas (cf. 1Co 1, 4-7; Ga 3, 1-2; 1Ts 1, 4-7), cómo fue la fundación de su iglesia (Col 1, 6-8). De "Epafras" ya hablamos en la introducción a esta carta; si le llama "consiervo" (Col 1, 7; cf. Flm 23), parece ser en razón de la asistencia que le estaba prestando con una especie de cárcel voluntaria. También le da ese mismo título a Tíquico (Col 4, 7). La expresión "como en todo el mundo" (Col 1,6), aunque tiene su parte de hipérbole (cf. Hch 2, 5), indica bien a las claras que para San Pablo el mensaje de Cristo es esencialmente católico, no privilegio para un pueblo o una raza, y la predicación en Colosas no era sino una pequeña migaja de ese amplio movimiento mundial.
También la expresión "caridad en el Espíritu" (Col 1, 8) rezuma catolicidad, aludiendo a la nueva conciencia comunitaria de solidaridad, que el Espíritu Santo produce en la Iglesia, donde uno está para el otro, y una comunidad para otra, y todos para el Señor.
Nótese también (Col 1, 5-7) su modo de hablar del Evangelio como fuerza y poder misteriosos que están transformando el mundo (cf. Rm 1, 16). Y es que en el Evangelio el mismo Cristo está presente y se ofrece a los hombres como portador de la salvación.
En Col 1, 9-14 cambia un poco el tono de la acción de gracias, convirtiéndose en oración de súplica. Quizás podamos ya entrever aquí los serios temores del Apóstol ante el peligro de una desviación doctrinal en los colosenses. Ardientemente pide a Dios que les dé un conocimiento profundo, que se traduzca en obras, de la "voluntad de Dios" sobre ellos. La expresión "conocimiento profundo" (?tt????s?ß), que vuelve a repetir varias veces en la carta (cf. Col 2, 2; Col 3, 10), parece tener la intención de hacer resaltar el contraste con el "conocimiento" (???s??) del universo y sus movimientos de que tanto se ufanaban los doctores de Colosas. El aut?ntico y real "conocimiento" era éste que Pablo predicaba. Al hablar (v.9) de "sabiduría e inteligencia espiritual" (s?f?a ?a? s???se? p?e?µat???), se refiere a los dones de sabidur?a e inteligencia, que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los cristianos (cf. 1Co 12, 8; Ef 1, 8) para que sepan juzgar de las cosas rectamente, en función de nuestro fin sobrenatural, cosa que es privilegio de los discípulos de Cristo y falta a los sabios de este mundo (cf. 1Co 2, 14-15; Flp 1, 9; 2Tm 2, 7). Cierto que los colosenses, como en general los cristianos, se encontrarán en su vida con tentaciones y pruebas duras, pero nada de eso debe ser capaz de hacerles perder su "paciencia" y quitarles su "alegría" (Col 1, 11), dando continuamente gracias a Dios Padre por haberles llamado a participar de la "herencia de los santos" (Col 1, 12). El término "santos" era corriente para designar a los cristianos (cf. Hch 9, 13), y probablemente ése es también ahora su sentido (cf. Col 1, 26), aunque algunos autores creen ver aquí más bien una referencia a los ángeles, a quienes se asocian los elegidos (cf Dn 4, 10; Za 14, 5; Mt 13, 43; Ap 12, 5; Ef 2, 19). Esta "herencia" es la salud mesiánica, cuya consumación definitiva tiene lugar en la gloria, que es reino de la luz (cf. Ef 1, 11-14; Ef 5, 7-12; Hch 26, 18). Pablo, al llegar aquí, cambia el pronombre de segunda persona en el de primera, colocándose también él ("nos libró., tenemos la redención") entre aquellos a quienes Dios ha sacado del poder de las tinieblas y trasladado al reino de la luz, que es el reino del "Hijo de su amor", que nos ha redimido de nuestra condición de esclavos (Col 1, 13-14; cf. Rm 3, 24-25). Este dualismo tinieblas-luz, tan frecuente en el lenguaje de San Pablo y de San Juan, lo encontramos también muy usado en la literatura de Qumrán, de la que no hay inconveniente en admitir cierta dependencia literaria.

Col 1, 15-23. Dignidad Supereminente de Crist?

Col 1, 15-20. La persona de Cristo

Comienza aquí la parte doctrinal de la carta, que continuará hasta el final de Col. San Pablo, a vista del peligro en la fe que amenazaba a los colosenses, de que le informó Epafras, trata de instruirles al respecto. Y primeramente, en la presente narración, les habla de la persona misma de Cristo. Es uno de los pasajes cristológicos más completos de todo el epistolario paulino, síntesis admirable de las prerrogativas de Cristo: en relación a Dios, a la creación, a la Iglesia. Es de notar la claridad con que aparece en este pasaje la unidad de persona en Cristo, al que San Pablo atribuye actividad trascendente en la creación y manifestaciones históricas en la redención. Ese ser concreto, que aparece como sujeto gramaticalmente de todo el pasaje, es la persona única del Hijo de Dios, hecho hombre.
Por lo que respecta a la relación hacia Dios, San Pablo designa a Cristo como "la imagen (e????) de Dios invisible" (Col 1, 15). Ya en una carta anterior le había aplicado esa misma expresión (cf. 2Co 4, 4). También del hombre dice que es "imagen" de Dios, sea en el orden natural (cf. 1Co 11, 7), sea en el sobrenatural (cf. Col 3, 10); pero, evidentemente, Cristo lo es de manera mucho más perfecta. Solamente Cristo, en virtud de la generación eterna del Padre, es la imagen sustancial y perfecta, que reproduce y refleja adecuadamente las infinitas perfecciones de Dios invisible, haciéndolas visibles a través de su humanidad (cf. 1Tm 6, 16; Hb 1, 3; Jn 1, 18). Este concepto de "imagen," del que frecuentemente se vale Pablo (cf. Rm 8, 29; 1Co 15, 49; 2Co 3, 18), es de gran importancia para profundizar en su pensamiento teológico.
Por lo que respecta a la relación de Cristo con el mundo creado, San Pablo hace varias afirmaciones capitales: "primogénito (p??t?t????) de toda criatura., en El (e? a?t?) fueron creadas todas las cosas de cielo y tierra, visibles e invisibles, todo creado por El y para El (5is a?t?? ?a? e?? a?t??). es antes que todo (p?? p??t??) y todo subsiste (s???st??e?) en El" (Col 1, 15-17). Aunque no todas las expresiones del Apsstol son fáciles de interpretar, y del significado concreto de algunas cabe discusión, la idea general es clara: Cristo está por encima de toda la creación, en cuyo origen ha influido y a la que sigue dando consistencia. Cuando el Apóstol habla de "primogénito de toda criatura" (Col 1, 15), creen algunos que se está aludiendo a la preexistencia de Cristo, dando al término "primogénito" su valor etimológico de anteriormente engendrado; otros, por el contrario, tomando el término "primogénito" en sentido más bien histórico y jurídico, creen que se alude a su preeminencia respecto de todas las criaturas, cual la tiene el primogénito respecto de sus hermanos. Lo más probable es que haya que juntar ambos aspectos. Sabemos, en efecto, que entre los judíos el "primogénito" tenía la primacía de dignidad como consecuencia de su primacía o prioridad en el tiempo. Lo mismo diría San Pablo de Cristo: prioridad temporal respecto de todas las criaturas y, consiguientemente, primacía o mayorazgo respecto de todas ellas. Lo que ciertamente debe excluirse es que Cristo, por el hecho de ser considerado como "primogénito de toda criatura," deba ser incluido entre las criaturas. Absolutamente hablando, la expresión podría ser entendida de ese modo, al igual que cuando se le llama "primogénito de entre los muertos" (Col 1, 18); pero esa interpretación queda excluida por las afirmaciones que siguen, cuando se dice de Cristo que "todo fue creado en El, por El y para El," y que es "antes que todo, y todo subsiste en El" (Col 1, 16-17). La especificación "cosas del cielo y de la tierra, visibles e invisibles, tronos," etc. (Col 1, 16; cf. Ef 1, 21), tratando de recalcar que nada queda fuera del influjo de Cristo, da todavía más fuerza al argumento. Todas esas expresiones demuestran claramente que Cristo está en un rango único, fuera de la serie de criaturas.
Sigue ahora, en (Col 1, 18-20), la descripción de la persona de Cristo en su condición de Redentor. Ambas ideas, creación y redención, están íntimamente ligadas para San Pablo: si Cristo fue quien en un principio creó todas las cosas, es también El quien luego las va a pacificar y armonizar, una vez disgregadas por el pecado. La afirmación de que es "cabeza del cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 18), riquísima de contenido, ya queda explicada en otros lugares (cf. Rm 12, 4-5; 1Co 12, 12-27), y particularmente en la introducción a la carta a los Efesios. De parecido significado, aunque bajo otra imagen, es la afirmación de que es "principio, primogénito de entre muertos" (a???, p??t?t???? e? t??? ?e????). Parece que estos dos incisos: "principio" y "primog?nito de entre los muertos," no constituyen dos afirmaciones independientes, sino que aluden a una misma cosa, diciendo de Cristo que es el primero, el que inició la marcha gloriosa hacia la resurrección; no sólo en orden de tiempo, sino también por su influjo en los demás resucitados (cf. Rm 4, 25; 1Co 15, 20-23). Y todas esas prerrogativas: "para que tenga la primacía en todas las cosas" (Col 1, 18), es decir, tanto en el orden de la creación material como en el de la renovación espiritual.
Razón última de esta preeminencia de Cristo ha sido la voluntad del Padre, que quiso que "en El habitase toda la plenitud (p?? t? p????µa) y por El reconciliar. todas las cosas, as? las de la tierra como las del cielo" (Col 1, 19-20). ¿A qué alude San Pablo con la palabra "plenitud"? Bastantes autores, siguiendo a Santo Tomás, interpretan el término "plenitud" como alusivo a la suma de gracias y perfecciones que competen a Cristo, en cuanto cabeza de la Iglesia, "de cuya suma o plenitud, como dice San Juan, participamos todos" (cf. Jn 1, 16). Otros, pensando en que, poco después, el mismo San Pablo habla de "plenitud de la divinidad" (cf. Col 2, 9), opinan que el mismo sentido debe darse aquí al término "plenitud," sin que esto excluya, claro está, la consiguiente plenitud de gracias y perfecciones de que habla Santo Tomás. Creemos que también aquí, conforme a las explicaciones ya dadas al comentar Ef 1, 23 y Ef 3, 19, el término "plenitud" (p????µa) tiene un sentido t?cnico especial. San Pablo aludiría al cosmos o mundo universo, que considera lleno de Dios (cf. Is 6, 3; Jr 23, 24; Sal 139, 8; Sb 1, 7; 1Co 10, 26) y que, muy en consonancia con el uso de la época, no tiene inconveniente en designar con el término pléroma. A la cabeza de este cosmos o pléroma de Dios, y no sólo a la cabeza de la raza humana, ha sido colocado Cristo, "recapitulando en sí todas las cosas, las de los cielos y las de la tierra" (cf. Ef 1, 10). Precisamente porque en El "habita," es decir, le está como incorporado todo el cosmos o pléroma de Dios, es por lo que puede realizar ese influjo pacificador universal a que se alude en (Col 1, 20). Dicha "pacificación" no arguye la salud individual de todos, sino la salud colectiva del mundo, con su retorno al orden y a la paz, y sólo será perfecta al fin de los tiempos, cuando, vencidos todos los enemigos, el Hijo entregue el reino a Dios Padre para que "sea Dios todo en todas las cosas" (cf. 1Co 15, 24-28; Rm 8, 19-23; 2Ts 1, 8-9). San Pablo tiene interés en hacer resaltar que nada en el cosmos queda excluido de ese influjo pacificador de Cristo; de ahí que no se contente con decir "todas las cosas," sino que especifique: "así las de la tierra como las del cielo" (Col 1, 20), la misma expresión que había empleado al hablar de la creación (v.16). De qué modo la redención de Cristo afecte también al mundo angélico, San Pablo nunca lo explica; ni es fácil concretar en qué pueda consistir esa pacificación "en los cielos." Probablemente San Pablo lo que pretende es extender la perspectiva, dado que todo el cosmos, incluso el mundo angélico, debe entrar a formar parte en este concierto armónico y universal que trajo consigo la muerte de Cristo. Algo parecido a lo que dice del mundo inanimado (cf. Rm 8, 19-22). Apoyado en estos textos de Pablo, escribió San Ignacio de Antioquía: "Que nadie se lleve a engaño: aun las potestades celestes y la gloria de los ángeles y los príncipes, visibles e invisibles, si no creen en la sangre de Cristo, están también sujetos a juicio.

Col 1, 21-23. La obra redentora de Cristo y los colosenses

Hablando de la persona de Cristo, dijo San Pablo que "por la sangre de la cruz" había reconciliado y pacificado todas las cosas (Col 1, 20; cf. Rm 3, 24-25); ahora (Col 1, 21-23) hace una aplicación particular al caso de los colosenses.
Les recuerda su condición anterior de "extraños y enemigos" de Dios (Col 1, 21; cf. Ef 2, 11-12; Ef 4, 17-19), cambiada ahora por la de "santos e inmaculados e irreprensibles delante de Él" (Col 1, 22). Esta terminología, para describir el estado de perfección moral en que la obra redentora de Cristo coloca al hombre, está inspirada en las cualidades requeridas para las víctimas en los sacrificios (cf. Lv 22, 17-25). Dice el Apóstol que Dios ha operado esa reconciliación mediante la muerte que Cristo padeció "en su cuerpo de carne" (e? t? s?µat? t?? sa???ß a?t??), es decir, en su cuerpo pasible y mortal, donde virtualmente estaba incluido todo el género humano (Col 1, 22; cf. Rm 8, 3; 2Co 5, 21; Ga 3, 13-14; Ef 2, 14). Mas para que ese nuevo estado, añade, sea un hecho en cada uno de los colosenses es necesario de parte suya que permanezcan firmemente cimentados en la fe, sin apartarse de la esperanza que promete el Evangelio, tal como lo oyeron de Epafras, y del que él ha sido constituido ministro (Col 1, 23; cf. v.4-8; 1Co 9, 16-18).

Col 1, 24-29. Participación de Pablo en la obra de Cristo

La mención que el Apóstol hizo del Evangelio y de la misión a él confiada al respecto (cf. Col 1, 23) le lleva a hablar del cumplimiento de esa su misión. A ella consagra su vida, en libertad o en prisión, y con ese fin lucha y se fatiga sin desmayo.
Comienza por decir que los sufrimientos en la difusión del Evangelio no sólo no le abaten, sino que le son fuente de alegría, pues contribuyen al crecimiento de la Iglesia, cuerpo de Cristo (Col 1, 24; cf. v.18). Se ha discutido mucho sobre el sentido de la frase "suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo" (??ta?ap???? ta ?ste??µata t?? ????e?? t?? ???st?? e? t? sa??? µ??). ¿Es que los padecimientos de Cristo no eran ellos solos suficientes para salvar a los hombres? Evidentemente, sí. Sabemos, en efecto, que la pasión y muerte de Cristo fue de valor infinito, capaz para redimir del pecado no sólo a los seres humanos del mundo actual, sino a todos los de todos los mundos posibles. ¿Qué es, pues, lo que quiere decir el Apóstol? Hay bastantes autores, siguiendo a Santo Tomás, que explican la frase de esta manera: la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, debe ser en todo conforme a su cabeza, ni participará de su gloria sino participando de sus padecimientos (cf. Rm 8, 17.29); ahora bien, Jesucristo, la cabeza, ya padeció lo que le correspondía y estaba en los designios del Padre (cf. Jn 17, 4; Jn 19, 30), pero falta por padecer lo que corresponde a los miembros para conformarse a la cabeza, debiendo cada uno tomar su parte, hasta que se colme la medida establecida por el Padre. No es, pues, que falte algo a los sufrimientos personales de Cristo, que fueron de valor infinito y cuales debían ser, sino que donde falta, y Pablo trata de completar por lo que a él toca, es en los padecimientos previstos por Dios para el Cristo místico.
Otros autores, sin embargo, sin negar la verdad de lo anteriormente afirmado, creen que no hay base alguna para interpretar en ese sentido la frase del Apóstol, al menos si lo que se pretende es dar su sentido literal. Lo que vendría a decir San Pablo, según estos autores, es lo siguiente: Jesucristo, para establecer su Iglesia, hubo de padecer y sufrir no sólo en su pasión y muerte, que es lo que constituye propiamente el acto redentor, sino también con infinidad de tribulaciones a lo largo de su vida, en orden a dar a conocer su doctrina o mensaje de salud; pues bien, bajo este aspecto, la obra de Cristo quedó muy incompleta, y aquellos trabajos han de ser continuados y como completados por los de los predicadores evangélicos, si es que la salud conseguida por el acto redentor de Cristo ha de llegar de hecho a todos los seres humanos. Muy bien, pues, puede decirse que los trabajos de Cristo en orden a la conversión del mundo quedaron incompletos, y son los predicadores evangélicos quienes los han de continuar, padeciendo cárceles y persecuciones, como está sucediendo a Pablo, supliendo de ese modo lo que hubiera de padecer Cristo si estuviese presente. Ni ello es mengua alguna para Cristo, cual si hubiese dejado las cosas sin terminar, pues, como dirá luego el mismo San Pablo, es de Cristo de quien los predicadores reciben fuerza y energía para realizar sus trabajos (cf. Col 1, 29). Y si para Cristo no es mengua, para nosotros los hombres es un honor, al poder participar de ese modo, unidos a Cristo, en la gran obra de la redención del mundo. Nos parece que es ésta la mejor explicación.
Lo que San Pablo dice después (Col 1, 25-29) es ya más fácil de entender. Afirma primeramente su condición de servidor de la Iglesia, habiendo recibido de Dios la misión de predicar, sobre todo, a los gentiles, entre los cuales se encuentran los colosenses (Col 1, 25; cf. Rm 15, 15-16; Ga 1, 15-16). Esa predicación lleva consigo el anuncio del "misterio," por largo tiempo escondido y ahora "manifestado a sus santos" (v.26), es decir, a los cristianos (cf. Col 1, 2; Rm 1, 7; Hch 9, 13). De suyo el término "santos" podría también referirse a los ángeles (cf. Col 2, 19), que sólo ahora, ante la realidad, Dios habría permitido conocer su plan eterno de salud. Para San Pablo "el misterio" equivale a plan divino de bendición en Cristo, con extensión a todos los seres humanos, superada la distinción entre judíos y gentiles (cf. Rm 16, 25-26; Ef 1, 9-10; Ef 3, 3-9). Aquí propiamente no describe en qué consista, pero claramente lo deja entender en las expresiones "Cristo en vosotros" (Col 1, 27), "amonestando a todos los hombres. a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo" (Col 1, 28). Difícil encontrar fórmula más condensada de lo que es el "misterio" que esas palabras "Cristo en vosotros," dichas a los colosenses, procedentes del gentilismo. Antes de su conversión, los colosenses eran, al igual que los demás gentiles, gentes sin esperanza, sin Cristo, sin Dios en el mundo (cf. Ef 2, 12); ahora, unidos a Cristo y formando con El un cuerpo único (cf. Ef 2, 16; Ef 3, 6), caminan confiados hacia "la gloria" celestial, donde les espera Cristo (cf. 1Co 15, 23). Dice el Apóstol que trata de instruirles "en toda sabiduría," a fin de presentarlos "perfectos en Cristo" (Col 1, 28). Sobre el concepto de "sabiduría" y de "perfectos," ya hablamos al comentar 1Co 2, 6. La expresión "presentarlos perfectos en Cristo" (Col 1, 28) tiene cierto sabor jurídico, aludiendo a su presentación ante el juez divino, sin que tenga que avergonzarse de ellos ante el Señor (cf. 1Co 4, 5; Si 2, 16; Si 4, 1; 1Ts 2, 19).

Col 2, 1-15. Preocupación de Pablo por la fe de los colosenses

En íntima conexión con lo que acaba de escribir sobre su misión para predicar el "misterio" de Cristo, Pablo habla ahora de su inquietud por la fe de los colosenses y laodicenses, bien instruidos por Epafras, pero que se hallan en peligro de ser seducidos por las doctrinas "falaces y vanas" (Col 2, 8) de falsos maestros.
Les da cuenta primeramente del vivo interés que tiene por ellos y de cómo lucha y se esfuerza, a fin de que sean confortados sus corazones y, estrechamente unidos por la caridad, alcancen plena inteligencia del misterio de Cristo, fuera del cual no hay más que ignorancia y oscuridad intelectual (Col 2, 1-3). De esta preocupación que sentía por la suerte de las diversas comunidades cristianas ya habló con términos ardientes en 2Co 11, 28-29; aquí concreta esa preocupación en colosenses y laodicenses, quienes no le conocían personalmente (Col 2, 1; cf. Col 1, 7), pero no por eso sentía por ellos menos preocupación que por las iglesias fundadas directamente por él. Extraña un poco la expresión "misterio de Dios" (Col 2, 2), en lugar de la fórmula más corriente "misterio de Cristo" o simplemente "misterio" (cf. Col 1, 26; Ef 1, 9; Ef 3, 4). Pero Pablo no está obligado a usar siempre la misma fórmula. Por lo demás, al decir "misterio de Dios, que es Cristo," la cosa queda suficientemente clara. Ese "en el cual" (e? f) de (Col 2, 3) puede referirse bien a "Cristo," que es el sustantivo más inmediato, bien a "misterio," como parece más probable, aludiendo a los tesoros de sabiduría y ciencia esgrimidos por Dios Padre en la concepción y realización del misterio de Cristo (cf. Rm 11, 33). En realidad, la idea apenas cambia, pues la esencia del "misterio" está condensada en Cristo (cf. Col 1, 27), que es "sabiduría" de Dios (cf. 1Co 1, 24.30) y fuente de "inagotables riquezas" para nosotros (cf. Ef 3, 8). Lo que San Pablo quiere hacer resaltar es que fuera de Cristo, centro y eje del plan divino de salud, no es necesario ir a buscar nada, pues ahí se hallan contenidos todos los tesoros de sabiduría y de ciencia con que orientar debidamente nuestra vida religiosa y moral.
Hecha esta introducción, alude ya directamente a los adversarios, cuyas doctrinas califica de "argumentos capciosos" (Col 2, 4). Alaba el "buen concierto" y "firmeza en la fe" de los colosenses, "arraigados" y "fundados" en Cristo, a manera de árboles o de edificios, dos metáforas muy usadas por San Pablo (Col 2, 5-7; cf. 1Co 3, 9-11; Ef 2, 20-22; Ef 3, 17), para prevenirles luego de las "filosofías falaces y vanas, fundadas en tradiciones humanas, en los elementos del mundo y no en Cristo," con que tratan de engañarles (Col 2, 8). Es probable que ese término "filosofía," que parece estar insinuando alto conocimiento y sabiduría, fuera el empleado corrientemente por los judaizantes de Colosas para designar sus doctrinas, con lo que más fácilmente creían poder influir sobre la buena fe de los colosenses. San Pablo califica esas doctrinas de "tradiciones humanas" (pa??d?s?? t?? a????p??) y "elementos del mundo" (st???e?a t?? ??sµ??). No es dif?cil entender lo de "tradiciones humanas," es decir, sin el respaldo de la luz de la revelación por parte de Dios; pero ¿qué quiere significar el Apóstol con la expresión "elementos del mundo"? Se ha discutido mucho sobre esto. La misma expresión vuelve a usar luego en (Col 2, 20), y ya antes en Ga 4, 3. Como ya explicamos en la introducción a la carta, lo más probable es que se aluda a las potencias o espíritus angélicos, a los que tanta importancia atribuían los judaizantes de Golosas, considerándolos como animadores y rectores de las fuerzas cósmicas y en especial de los astros, cuyo curso regulaba los tiempos sagrados de los judíos, con sus fiestas anuales y neomenias y sábados. San Pablo no especifica qué admita y qué no admita él de todo eso. Ciertamente admite la existencia y actividad, buena y mala, de los espíritus celestes (cf. Col 1, 16; Col 2, 15; Ga 3, 19; Ef 1, 21; Ef 2, 2; Ef 3, 10; Ef 6, 12), y eso le basta para poder llevar la lucha al terreno de sus adversarios, diciéndoles que una doctrina fundada en eso y no en Cristo es una "filosofía falaz y vana"; pues conduce a negar la posición predominante y única de Cristo, como cabeza de todos los seres creados y redimidos.
Es en Cristo, y solamente en Cristo, donde "habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (pa? t? p????µa t?ß 3e?t?t?ß s?µat???ß), y de El estan "llenos" (pep????µ????) los colosenses, y El es "la cabeza" (? ?efa??) de toda potencia angélica (v.q-10). Con estas tres afirmaciones trata San Pablo de deshacer la "filosofía falaz" de los judaizantes de Colosas. Primeramente, respecto de Cristo: en El "habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente." Ha sido corriente interpretar esta frase, como si el Apóstol estuviese refiriéndose a que en Cristo se hallan la totalidad de perfecciones y atributos propios de la naturaleza divina, y se hallan "corporalmente," es decir, de manera real y entitiva, como interpretan unos, o habitando en un cuerpo, como interpretan otros. Sin embargo, más bien creemos que también aquí, como en Col 1, 19, el término "plenitud" (p????µa) alude al cosmos o mundo universo lleno de Dios, que está "recapitulado" en Cristo (cf. Ef 1, 10), donde habita como en un cuerpo. San Pablo trataría de hacer resaltar que todo el cosmos, sin excluir las potencias angélicas, está colocado en Cristo, a fin de reducirlo a la unidad y a la armonía. De esta primera afirmación serían ya consecuencia las dos siguientes: puesto que los cristianos, por su incorporación a Cristo, están "llenos" de Él, participando de la plenitud de la vida divina de su Señor (cf. Ef 2, 13-22; Ef 3, 19), y Cristo es "la cabeza" o jefe nato de todas las potencias angélicas, síguese que no necesitan ir a buscar nada en ellas. La salvación del mundo proviene solamente de Cristo; otorgar a los "elementos del mundo" una misión salvadora, es menoscabar gravemente la posición única de Cristo.
A continuación, afirmada ya la primacía de Cristo y nuestra incorporación a Él, el Apóstol describe con más detalle cómo se ha realizado esa incorporación (Col 2, 11-15). Dice primeramente, pensando quizás en que los judaizantes de Colosas exigían la circuncisión, que los cristianos no necesitamos el rito de la circuncisión material, pues tenemos otra más perfecta: "eliminación del cuerpo carnal, circuncisión de Cristo" (Col 2, 11). Cuál sea esta circuncisión de Cristo lo explica en (Col 2, 12), con evidente alusión al rito del bautismo. Es en el bautismo donde resucitamos a nueva vida, despojándonos no de un pequeño trozo de piel, como en la circuncisión mosaica, sino del "cuerpo carnal" o "cuerpo del pecado" u "hombre viejo," que de todas estas maneras llama San Pablo al hombre viciado por el pecado y esclavo de la concupiscencia (cf. Col 3, 9; Rm 6, 3-11; Ef 4, 22). Luego, en (Col 2, 13-15), sigue insistiendo en la misma idea de cómo se efectuó nuestra incorporación a Cristo; pero lo hace en forma más dramática. Dice que la condonación de nuestros delitos y resurrección a nueva vida (Col 2, 13), la hizo Dios "borrando el acta (?e???-??af??) que nos era contraria y clavándola en la cruz" (Col 2, 14). Evidentemente, es una alusión a la pasión y muerte de Cristo, causa de nuestra salud (cf. Rm 3, 24-25). Pero ¿de qué "acta" se trata? Hay autores que suponen aquí la misma metáfora que cuando se habla del "libro de la vida" (cf. Flp 4, 3), y se aludiría a esa especie de acta o registro en que se supondrían anotadas nuestras deudas con Dios y que habría sido clavado, y anulado, en la cruz de Jesús, al igual que lo eran las culpas de un ajusticiado, anotadas en el letrero de su cruz (cf. Jn 19, 19-22). Sin embargo, lo más probable, conforme interpreta la mayoría de los autores, es que se aluda a la Ley mosaica, documento escrito contrario a nosotros, pues al prohibir el pecado sin dar fuerzas para evitarlo lo hacía abundar más, manteniéndonos en esclavitud y llevándonos a la muerte (cf. Rm 5, 20; Rm 7, 5-13; 2Co 3, 5; Ga 5, 1). Esta sentencia de muerte que pesaba sobre nosotros, quedó anulada con la muerte de Cristo, a quien Dios hizo "pecado" y "maldito" y "sujeto a la Ley," para de ese modo destruir en su persona el documento que nos condenaba (cf. 2Co 5, 21; Ga 3, 13; Ga 4, 4). San Pablo, hablando en forma dramática, contempla a Dios clavando en la cruz victoriosa el documento, como indicando que queda abrogado, junto con todas sus exigencias. Y continuando en la misma forma dramática, aunque cambiando de imagen, contempla asimismo a las potencias angélicas o poderes supraterrenos, de que tanto hablaban los judaizantes de Colosas, como formando parte, en concepto de capitanes enemigos derrotados, del cortejo triunfal de Dios con la cruz como trofeo principal (Col 2, 15). Se ha discutido si San Pablo, bajo los términos "principados" y "potestades," está aludiendo sólo a los ángeles malos o también a los buenos, los cuales, por haber sido mediadores de la Ley mosaica y considerados como guardianes de su régimen de prescripciones (cf. Ga 3, 19), eran venerados con culto supersticioso por muchos, y ahora, abolida la Ley, perdían la razón de ser de su culto. Más bien creemos que alude sólo a los ángeles o espíritus malos, como en Ef 6, 12, pues es difícil concebir que de los ángeles buenos diga que Dios los "despoja, saca a la vergüenza, triunfa de ellos."

Col 2, 16-23. El falso ascetismo que quieren imponerles

Es consecuencia de lo anterior. Los colosenses, que deben su salvación a Cristo (cf. Col 2, 9-15), no tienen por qué someterse a observancias religiosas y prácticas ascéticas, que están separadas de Cristo y consiguientemente no tienen valor alguno.
Estas observaciones prácticas ascéticas las concreta San Pablo en tres puntos: observancia de determinadas fiestas, abstención de ciertos alimentos y culto a los ángeles (Col 2, 16.18.21). Tales parece que eran las principales prácticas que trataban de exigir a los colosenses los agitadores judaizantes cuyas doctrinas ataca San Pablo. Respecto de fiestas y de alimentos, cosas bastante detalladas en la Ley mosaica (cf. Lv 10, 9; Lv 11, 1-47; Nm 6, 3; Nm 28, 1-26; Os 2, 13) y que ocasionaron no pocas dificultades en la iglesia primitiva (cf, Hch 10, 14-15; Hch 15, 19-21), San Pablo dice (Col 2, 17) que todo eso era "sombra de lo futuro, cuyo cuerpo es Cristo" (s??? t?? µe????t??, t? de s?µa t?? ???st??). La comparacisn entre "sombra" y "cuerpo" no puede ser más expresiva. La Ley mosaica, con todas sus prescripciones, no era más que una "sombra" que estaba señalando la presencia de un "cuerpo," que contenía la razón de su existencia; o, dicho de otra manera, era simplemente para preparar el nuevo orden de cosas que iba a establecer Cristo, sin que tuviera otra solidez que la que recibía de Cristo, que era la realidad, perdiendo esa razón de ser una vez venido éste (cf. Hb 9, 9 - Hb 10, 1-9). Por lo que respecta al culto a los ángeles, cosa en que parece insistían mucho los agitadores de Colosas, San Pablo dice a los fieles que no les engañen "con afectada humildad., haciendo alarde de visiones, hinchándose sin fundamento de su inteligencia carnal" (Col 2, 18). Son tres expresiones bastante enigmáticas con que el Apóstol refleja el proceder de esos agitadores. Parece ser, en efecto, que ese culto a los ángeles lo fundaban en que los seres humanos somos demasiado poca cosa para acercarnos directamente a Dios, y necesitamos de seres intermedios; ello parecía ser humildad, pero en realidad no era sino fruto de una inteligencia carnal, que andaba buscando tales explicaciones y alardeaba de ilusorias visiones. Se creían elevados a sublime sabiduría, pero se hallaban en un crasísimo error, pues no se preocupaban de Cristo, el único Mediador y Cabeza, del cual todo el cuerpo recibe vida, cohesión y crecimiento (Col 2, 19; cf. Col 1, 18; Ef 4, 15-16). Notemos las expresiones "coyunturas y ligamentos," que indican que Pablo, al dar a Cristo el título de "cabeza," está en terreno fisiológico y piensa en categorías orgánicas.
En (Col 2, 20-23) insiste el Apóstol en las mismas ideas, recordando a los colosenses que, si han muerto con Cristo a los elementos del mundo en el bautismo (Col 2, 20; cf. Col 2, 8-15), no tienen por qué sujetarse a esas restricciones que ahora tratan de imponerles. Las expresiones "no tomes, no gustes, no toques" (Col 2, 21), como suponiendo que en tales contactos había peligro de contaminaciones o influjos supra-terrenos, parece que están recogidas, no sin cierta ironía, del lenguaje de los judaizantes. Los (Col 2, 22-23), en cambio, serían una reflexión del Apóstol apostillando esos preceptos y diciendo que son preceptos humanos sobre cosas creadas por Dios para el ser humano y ser consumidas con el uso (Col 2, 21; cf. Rm 14, 17; 1Co 6, 13); no tienen valor alguno, y aunque implican cierta especie de sabiduría, sólo sirven para complacer en su vanagloria al hombre carnal (Col 2, 22; cf. v.18). Con todas esas prescripciones, mezcla de elementos judíos y paganos, el mensaje cristiano era despojado de sus características y de su fuerza.

Col 3, 1-Col 4, 6. Consecuencias Morales

Col 3, 1-17. La unión con Cristo, principio de vida nueva

Comienza la parte moral de la carta, en que el Apóstol hace aplicación de la doctrina expuesta a la vida cotidiana. En la presente perícopa recuerda a los colosenses su nuevo estado de resucitados con Cristo, que les exige vivir para el cielo (Col 3, 1-4), despojándose cada día más del hombre viejo y revistiéndose del nuevo (Col 3, 5-17).
San Pablo parte del principio (Col 3, 1-4) de que el cristiano, muerto y resucitado místicamente con Cristo en el bautismo (cf. Col 2, 12; Ef 2, 6), ha roto sus vínculos con el mundo y con sus doctrinas religiosas, habiendo entrado en una vida nueva, la vida de la gracia, vida que posee ya realmente, pero que no se manifestará de modo pleno hasta después de la parusía, cuando todos los miembros del cuerpo de Cristo seamos asociados públicamente a su triunfo glorioso. Este nuevo estado pide que nuestros pensamientos no estén puestos en las "cosas de la tierra," sino en "las del cielo," como corredores que piensan únicamente en la meta, a la que dirigen todos sus pensamientos. Es este pensamiento del cielo el que debe constituir la regla de nuestra conducta, subordinando todo al progreso de esa nueva vida, cuya plena manifestación esperamos (cf. Rm 8, 14-25).
De esta idea central surgen en la mente del Apóstol una serie de consejos prácticos, que va especificando a continuación, lo mismo por lo que se refiere a huida de vicios (Col 3, 5-9) que a práctica de virtudes (Col 3, 12-17). De los vicios hace como dos grupos o series: una que mira sobre todo a los pecados de la carne (v.s; cf. Ef 5, 3-5) y otra que mira más bien a pecados contra el amor del prójimo (Col 3, 8-9; cf. Ef 4, 25-31). Todos ellos en que los colosenses anduvieron en otro tiempo (Col 3, 7; cf. 1Co 6, 9-11; Ef 2, 1-3) y por los que viene la cólera de Dios sobre el mundo (Col 3, 6; cf. Rm 1, 18-32), deben estar ausentes del cristiano, que ha de "mortificar" (?e???sate) sus miembros terrenos, es decir, darles muerte en su actividad pecaminosa (Col 3, 5). Es lo mismo que se dice luego con otra expresión: "despojarse del hombre viejo con todas sus obras" (v.g; cf. Ef 4, 22). En su lugar ha de "revestirse del hombre nuevo," "renovándose" continuamente, conforme a "la imagen de su Creador" (Col 3, 10); expresiones éstas cargadas de significado, que ya hemos explicado en otros lugares (cf. 2Co 4, 16; Ef 4, 24). Ese "perfecto conocimiento" hacia el que debemos tender (e?? ?tt????s??), es el conocimiento del misterio cristiano (cf. Col 1, 9), y no es conocimiento meramente abstracto, sino un conocimiento que afecta al hombre íntegramente, inteligencia y corazón, y prácticamente equivale a nuestra completa asimilación a Cristo, luz y amor, conformándonos lo más posible a su imagen (cf. Rm 8, 29). En ese estado de hombre nuevo o regenerado no hay "griego ni judío., siervo o libre," diferencias que desaparecen todas ante la sublime realidad de Cristo, que a todos nos junta en un solo cuerpo, al que da vida y cohesión (Col 3, 11; cf. 1Co 1, 30; Ga 3, 28). No hay ya por qué mirar con desdén a los hombres de otros pueblos o de otra condición social, pues Cristo nos diviniza a todos por igual, operando en nosotros la renovación de la imagen divina, destruida por el pecado del primer hombre.
En cuanto a las virtudes de que ha de estar revestido el hombre nuevo, San Pablo enumera varias (Col 3, 12-13), pero insiste de modo especial en la caridad (Col 3, 14), a la que llama "vínculo de la perfección" (s??desµ?? t?ß te?e??t?t?ß). La expresión no es del todo clara. Algunos autores creen que el Apóstol está refiriéndose a los fieles, que forman "un solo cuerpo," el cuerpo místico de Cristo, y es la caridad la que los une estrechamente entre sí, de modo que "reine la paz" en sus corazones (cf. Col 3, 15). Sin embargo, más bien parece, conforme interpretan la mayoría de los autores, que San Pablo está refiriéndose a las virtudes y gracias que integran la vida cristiana, para darles la debida perfección, ya que sin la caridad nada valdrían en orden a la vida eterna, según expresamente lo enseña en 1Co 13, 1-13. La teología expresa esta sentencia del Apóstol diciendo que la caridad es la forma de todas las virtudes.
San Pablo, finalmente, hace dos ruegos: que "la palabra de Cristo," o lo que es lo mismo, el mensaje del Evangelio con todas sus enseñanzas y riquísimo contenido, habite abundantemente en los corazones de los colosenses, de modo que puedan instruirse y amonestarse mutuamente con toda sabiduría (Col 3, 16; cf. 1Co 14, 26; Ef 5, 19); y que todo cuanto hagan, lo hagan "en el nombre del Señor," es decir, como personas en dependencia de Jesucristo, con el cual forman un solo cuerpo y de cuya vida viven (Col 3, 17; cf. Col 2, 13; 1Co 10, 31). Al hablar de "salmos y cánticos espirituales" (Col 3, 16), Pablo piensa sin duda en las asambleas litúrgicas de la comunidad, de donde debemos sacar fuerza y entusiasmo para sobreponernos luego a las dificultades de la vida cotidiana (cf. Ap 19, 6-7).

Col 3, 18-25. Deberes familiares: marido y mujer, padres e hijos amos y siervos

San Pablo, en términos casi idénticos a como lo hace en Ef 5, 22-6, 9, aunque más brevemente, aborda el tema de los deberes particulares y recíprocos entre marido y mujer (Col 3, 18-19), padres e hijos (Col 3, 20-21), amos y siervos (Col 3, 22-41), dándonos un bello cuadro de cómo concebía él la vida de una familia cristiana: sociedad basada en el amor, el respeto y la obediencia, y todo ello con base "en el Señor."
Por lo que se refiere a los esposos (Col 3, 18-19) son preceptos sencillos de la moral común, recomendando a las mujeres que obedezcan a sus maridos, y a los maridos que amen a sus mujeres y no sean duros con ellas. El Apóstol da por supuesto que en la familia hay una autoridad, y que esa autoridad es el marido (cf. 1Co 11, 3). La fórmula "como conviene en el Señor" (Col 3, 19), da sentido cristiano a estos preceptos, elevándolos al plano de lo sobrenatural, que es como el cristiano debe realizar siempre sus acciones (cf. Col 3, 17).
Por lo que se refiere a padres e hijos (Col 3, 20-21), pide a los hijos obediencia, y a los padres, que no traspasen los límites del rigor paterno con severidades excesivas, que harían daño a una recta educación. Aunque dice a los hijos que obedezcan "en todo" (Col 3, 20), se supone que ha de ser "en el Señor" y, consiguientemente, que no se trata de cosas contra los derechos de Dios.
Tocante a amos y siervos (Col 3, 22-41), el Apóstol acepta en la práctica las condiciones sociales del tiempo, pero les infunde un nuevo espíritu, que irá preparando gradualmente el cambio de costumbres e instituciones. Pide, si a los siervos que obedezcan en todo a sus amos, pero que lo hacen "por temor del Señor, como obedeciendo al Señor y no a los hombres, teniendo en cuenta que del Señor recibirán por recompensa la herencia" (Col 3, 22-23). Esta última expresión había de sonar a algo inaudito en el mundo de entonces, cuando el esclavo no tenía derecho a nada, ni siquiera a un mísero salario, pudiendo el amo disponer de él a su antojo. Para el cristianismo, en cambio, es hijo del mismo Padre que está en los cielos y tiene derecho a la "herencia" lo mismo que el hombre libre (cf. Col 3, 11; Ga 3, 28-29). Y aún añade más el Apóstol. Dice que el que hace injuria, sea esclavo o libre, para el caso es lo mismo, recibirá el correspondiente castigo, pues en Dios "no hay acepción de personas" (Col 3, 25). Ello le da pie para decir a los amos que no sólo traten a los siervos con "justicia," cosa que en el derecho antiguo era quedarse muy corto, sino también con "equidad," dándoles un trato realmente humano, de modo que hagan soportable su condición (Col 4, 1).

Col 4, 1-6. Espíritu apostólico

Comenzamos haciendo notar que (Col 4, 1) forma parte de la última perícopa del capítulo anterior, del que, por tanto, no debía haber sido separado. En el comentario ya lo tuvimos así en cuenta.
El Apóstol vuelve luego a los consejos de carácter general y, pensando que está ya al final de la carta, da estas dos últimas recomendaciones a los colosenses: que perseveren constantes en la oración (Col 4, 2-4), y que se conduzcan con sabia discreción en sus relaciones con los no cristianos (Col 4, 5-6). De esta constancia en la oración, que debe mantener nuestra alma en orientación habitual hacia Dios, habla con frecuencia San Pablo (cf. Rm 12, 12; Ef 6, 18; 1Ts 5, 17; 1Tm 5, 5). Aquí pide a los colosenses que rueguen de modo particular por él, a fin de que Dios le "abra puerta" a su predicación, es decir, abra campo a su apostolado (Col 4, 3; cf. 1Co 16, 9; 2Co 2, 12), de modo que pueda anunciar el "misterio de Cristo" o plan divino de salud (cf. Col 1, 26) en la forma que "conviene" que lo haga (Col 4, 4), es a saber, con aquella osadía y libertad que debe hacerlo un apóstol (cf. Ef 6, 19-20). Propiamente, pues, no pide que rueguen para que el Señor le libre de la prisión, sino para que pueda ejercer el apostolado de manera conveniente y eficaz, lo cual de suyo puede también realizarse estando en prisión (cf. Flp 1, 12-20).
Referente al trato con los no cristianos, a quienes denomina "los de fuera" (cf. 1Co 5, 12; 1Ts 4, 12), pide (v.ß) que "se porten discretamente" (e? s?f?a pe??pate?te) con ellos "rescatando el tiempo" (t?? ?a???? e?a???a??µe???). Luego, en (Col 4, 6), se explica mas y habla de que su conversación con ellos sea siempre "agradable" (e? ????t?), "salpicada de sal" (a??t? ??t?µ????), de modo que "sepan csmo les conviene responder a cada uno," es decir, la medida de "gracia" y de "sal" que deben aplicar en cada caso. La idea general que en estos dos versículos pretende inculcar San Pablo es manifiesta: la causa del Evangelio, aunque incumbe de modo particular a los apóstoles o predicadores evangélicos, a todos los cristianos afecta de alguna manera y nadie puede desinteresarse de ella. Pero las dificultades empiezan, si tratamos de concretar más. ¿Trátase de una recomendación de carácter negativo o de carácter positivo? Es decir, ¿les pide simplemente que no pongan obstáculos a la difusión del Evangelio con su comportamiento adusto e improcedente, o les pide que colaboren en forma positiva a esa difusión del Evangelio? En este último caso, tendríamos aquí una clara recomendación al apostolado seglar. De hecho, así interpretan muchos autores estos versículos, insistiendo particularmente en las expresiones "rescatando el tiempo," que parece ser equivalente de aprovechar las ocasiones para atraer a la fe a los de fuera, y "salpicada de sal," que es de creer se refiera, en conformidad con el mandato de Jesucristo (cf. Mt 5, 13; Mc 9, 50), al sabor religioso y moral de que ha de estar penetrada la conversación de los cristianos con los no cristianos. Sin embargo, otros autores no ven aquí tal recomendación positiva al apostolado directo. La expresión "rescatando el tiempo," igual que en Ef 5, 16, aludiría a que no debemos desperdiciar ningún momento de esta breve vida para ir conquistando nuestra salud; y en cuanto a que la conversación debe estar "salpicada de sal," no significaría sino que debe ser una conversación con gracia y donaire, de modo que no repela al interlocutor. Por nuestra parte, dado el contexto, nos inclinamos a la primera interpretación.

Col 4, 7-18. Epilogo

Col 4, 7-9. Noticias personales

San Pablo ha llegado al final de su carta y, antes de los acostumbrados saludos y despedida, quiere decirles algo de "sus cosas" (Col 4, 7).
En realidad, es muy poco lo que les cuenta. Prácticamente se limita a decirles que ya les informará Tíquico (Col 4, 7-8), que sin duda es el portador de la carta, el mismo que lleva también la de los efesios (cf. Ef 6, 21-22), y del que ya hablamos al comentar ese pasaje. Pero Tíquico no va solo. Le acompaña Onésimo, un esclavo fugitivo que Pablo había convertido al cristianismo en su prisión y que envía a su amo de Colosas, Filemón (v.g; cf. Flm 1, 10).

Col 4, 10-17. Saludos

Comienza con los saludos de parte de los compañeros que se hallaban entonces con él (Col 4, 10-14), Y luego los de parte suya personal (Col 4, 15-17).
De los seis personajes que envían saludos (Aristarco, Marcos, Jesús el Justo, Epafras, Lucas y Demás), los tres primeros eran "de la circuncisión" (Col 4, 11), es decir, de procedencia judía; ello deja entender, aunque nada se diga al respecto, que los otros tres no lo eran. Aristarco nos es ya conocido por el libro de los Hechos (cf. Hch 19, 29; Hch 20, 4; Hch 27, 2). También nos es conocido Marcos (cf. Hch 12, 12; Hch 13, 13), el autor del segundo Evangelio, del que aquí San Pablo nos da el interesante dato de que era "primo hermano" de Bernabé, cosa que explica el interés especial que Bernabé sentía por él (cf. Hch 15, 37-40). Aunque por algún tiempo estuviese separado de Pablo, pronto se reconcilió con él, figurando entre sus "colaboradores" (Flm 1, 24), y diciendo de él que le era "muy útil para el ministerio" (2Tm 4, 11). En cambio, de "Jesús llamado Justo" (Col 4, 11) no tenemos dato alguno, sino esta simple mención que aquí hace de él el Apóstol; tener dos nombres, uno de origen judío y otro de origen latino, era entonces bastante frecuente (cf. Hch 12, 12; Hch 13, 9). Por lo que toca a Epafras, del que hace cálidos elogios (Col 4, 12-13), el Apóstol ya había hablado en Col 1, 7. De Lucas, el autor del tercer Evangelio y del libro de los Hechos, nos da el interesante dato de que era "médico" (Col 4, 14). En cuanto a Demás, en estas fechas "colaborador" de Pablo (Col 4, 14; cf. Flm v.24), sabemos que más tarde le abandonó "por amor de este siglo" (cf. 2Tm 4, 10).
Después de los saludos de sus colaboradores, Pablo no omite sus propios saludos a la iglesia de Colosas y comunidades vecinas a ella (Col 4, 15-17). Hace mención especial de "Ninfas," de quien no tenemos dato alguno, y ni siquiera sabemos si es hombre (Nym-phas) o mujer (Nympha); sólo sabemos que en su casa se reunían los fieles para los actos de culto (Col 4, 15; cf. Rm 16, 5; 1Co 16, 19; Flm 1, 2). Es interesante la noticia que nos da sobre la lectura de la carta, que los colosenses, una vez leída, deben hacer que la lean también los de Laodicea; y, a su vez, leer ellos la que recibirán de los de Laodicea (Col 4, 16). ¿Cuál es esta carta proveniente de Laodicea? Sabemos que en la antigüedad circuló una carta atribuida a San Pablo con el título ad Laodicenses; su texto todavía se conserva, pero ciertamente es apócrifa, como ya en su tiempo afirmaba San Jerónimo. Hay autores que creen que se trata de una carta escrita efectivamente a los fieles de Laodicea por San Pablo, y que se habría perdido, igual que sucedió con otras (cf. 1Co 5, 9; 2Co 2, 4); sin embargo, lo más probable es que se trate de la carta a los efesios, de carácter circular, que pasaría antes por Laodicea, y proveniente de allí la recibirían los de Colosas. El nombre de Arquipo, mencionado en (Col 4, 17), aparece también en Flm 1, 2, y probablemente se trata de un hijo de Filemón. No es claro cuál es ese "ministerio" (d?a????a) de que estaba encargado Arquipo. Parece que debía ser algo más que el de simple "diácono" (cf. Hch 3, 1-6). Suponen muchos que fuese Arquipo el encargado de la comunidad de Colosas en ausencia de Epafras; pero hemos de confesar que no tenemos datos que nos permitan formar un juicio seguro.

Col 4, 18. Bendición final

Hasta aquí Pablo había dictado su carta, como de costumbre (cf. Rm 16, 22). Ahora va a poner algo de su puño y letra, que era como la garantía de la autenticidad de la carta, igual que hacemos nosotros con la firma a mano, al final de una carta escrita a máquina (cf. 1Co 16, 21; Ga 6, 11; 2Ts 3, 17).
La frase "acordaos de mis cadenas," condensando ante los colosenses sus sentimientos de ese momento, no puede estar mejor escogida. Vale por toda una larga exhortación. Luego, la acostumbrada despedida o bendición final, augurando a los destinatarios la "gracia" (?????), t?rmino en que resume cuantos favores y beneficios concede Dios a las almas en su amistad (cf. Rm 1, 7).