Padres de la Iglesia

ORÍGENES
Homilías sobre el Éxodo

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Homilía XII
El rostro de Moisés resplandeciente de gloria y el velo que ponía sobre su cara.

1. Se nos ha leído un pasaje del Éxodo que puede estimularnos o desanimarnos al intentar comprenderlo. Estimula a los espíritus estudiosos y libres; a los perezosos y llenos de sí mismos los desanima. Está escrito: Vieron Aarón y todos los hijos de Israel a Moisés, y su rostro y el color de su rostro habían sido glorificados y temieron acercarse a él 1. Y poco después: Ponía Moisés sobre su rostro un velo. Al entrar en la presencia del Señor, para hablar con Él se quitaba el velo 2
Tratando este pasaje, el Apóstol, con la magnífica inteligencia que le caracteriza en los demás, de la cual declara: Nosotros tenemos la inteligencia de Cristo 3, dice: Si el ministerio de la muerte inciso en letras sobre piedra fue glorioso, de tal modo que los hijos de Israel no podían mirar frente a frente a Moisés a causa de la gloria de su rostro, que era pasajera, ¿cuánto más glorioso será el ministerio del espíritu? 4 Y poco después dice de nuevo: Y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro para que los hijos de Israel no mirasen el aspecto de su rostro. En efecto, su inteligencia se embotó; hasta el día de hoy, cuando leen a Moisés, un velo está puesto sobre su corazón 5.
¿Quién no admirará la grandeza de estos misterios? ¿Quién no temerá ser calificado de corazón embotado? La cara de Moisés fue glorificada, pero no podían los hijos de Israel fijar la mirada en su rostro, el pueblo de la sinagoga no podía fijar la mirada. Si alguno puede llevar una conducta y una vida superiores al resto de la plebe, éste puede contemplar la gloria de su rostro. También ahora, como dice el Apóstol, está puesto un velo en la lectura del Antiguo Testamento 6 y habla ahora Moisés con el rostro glorificado, pero nosotros no podemos contemplar la gloria que está en su rostro. No podemos porque todavía somos pueblo y no tenemos más interés ni más mérito que el resto de la plebe. En verdad, cuando el santo Apóstol dice: Este velo permanece en la lectura del Antiguo Testamento 7, semejante sentencia nos quitaría toda esperanza de comprenderlo si no hubiese añadido: Pero cuando uno se convierta al Señor, el velo será removido 8. La causa de que el velo sea removido se dice que es nuestra conversión al Señor. De ahí debemos deducir que, mientras no comprendamos cuando leemos las Escrituras divinas, mientras lo escrito permanezca para nosotros oscuro y cerrado, todavía no nos hemos convertido al Señor. Porque si estuviésemos convertidos al Señor, sin duda el velo sería removido.
Veamos en qué consiste el hecho mismo de convertirse al Señor. Para poder saber con más evidencia qué cosa sea un convertido, debemos decir antes qué es un no-convertido. El que, cuando se leen las palabras de la Ley, se ocupa de fábulas profanas, es un no-convertido. El que, cuando se lee a Moisés 9, se preocupa de los negocios del mundo, del dinero, de la solicitud del lucro es un no-convertido. El que está agobiado por la preocupación de las posesiones y atormentado por el deseo de riquezas, el que se afana por la gloria del siglo y los honores del mundo es un no-convertido. Más aún el que parece ajeno a estas cosas y asiste a la proclamación de las palabras de la Ley, con el rostro y los ojos atentos, pero divaga en su corazón y sus pensamientos, es también un no-convertido.
¿Qué es, pues, convertirse? Si volvemos la espalda a todo eso, y nos aplicamos a la Palabra de Dios con interés, con las obras, con el alma, con solicitud, si meditamos en su Ley día y noche 10, si dejadas todas las cosas, nos dedicamos a Dios y nos ejercitamos en sus testimonios 11, esto es haberse convertido al Señor. Si tú quieres que tu hijo conozca las letras que llamas liberales, que conozca la gramática y el arte de la retórica, ¿acaso no lo dejarás libre y desentendido de todo; acaso no harás que se entregue con interés sólo a esto, habiendo dejado lo demás? ¿No harás que no le falte de nada, pedagogos, maestros, libros, gastos, hasta que haya cumplido perfectamente el estudio propuesto? ¿Quién de nosotros se convierte así al estudio de la Ley divina, quién de nosotros se aplica de esta manera? ¿Quién intenta conocer las letras divinas con tanto interés y esfuerzo como pone para las letras humanas? ¿Y por qué nos lamentamos si ignoramos lo que no hemos aprendido? Algunos de vosotros, apenas han oído la lectura se marchan: no se hacen ninguna pregunta uno a otro sobre lo que se ha leído, ninguna conversación, ningún recuerdo del mandato con el que te amonesta la Ley divina: Pregunta a tus padres y te lo dirán, a tus ancianos y te lo anunciarán 12,
Otros ni siquiera esperan pacientemente hasta que se han proclamado las lecturas en la Iglesia. Otros ni siquiera saben si se han leído, sino que en los rincones más escondidos de la casa del Señor se ocupan de charlas mundanas. De ellos me atrevo a decir que, cuando se lee a Moisés, no sólo hay un velo sobre su corazón 13, sino una pared y un muro. En efecto, si el que está presente, escucha, está atento, piensa y examina las cosas que oye, pregunta por lo que no ha podido entender y aprende, puede llegar a la libertad del conocimiento sólo con esfuerzo, ¿cómo se puede decir que tiene un velo superpuesto en el corazón el que esconde sus oídos para no oír y vuelve la espalda al lector, si ni siquiera llega a él el velo de la letra, es decir, el sonido de la voz, que oculta el sentido? Por tanto, es clara la figura de cómo se vuelve gloriosa la cara de Moisés; las cosas que dice tienen gloria, pero están cubiertas y ocultas, y toda su gloria está en el interior 14.
3. Considera también qué significado tiene que en la Ley se nos diga que el rostro de Moisés fue glorificado, aunque oculto con un velo; pero su mano, puesta en el seno, se volvió leprosa como la nieve 15. Me parece que aquí se designa en plenitud la imagen de toda la Ley: en su rostro se simboliza la palabra de la Ley, en la mano las obras. Porque por las obras de la Ley ninguno podía ser justificado 16, ni podía la Ley llevar a ninguno a la perfección 17, por eso la mano de Moisés se vuelve leprosa y se esconde en el pecho como incapaz de producir una sola obra perfecta; sin embargo, su cara fue glorificada, aunque oculta por un velo, porque su palabra tiene la gloria del conocimiento, aunque oculta. Por eso dice el profeta: Si no escucháis en secreto, vuestra alma llorará 18, y dice David: Me has manifestado lo incierto y lo oculto de tu sabiduría 19.
Así pues, en la Ley, Moisés sólo tiene glorificada la cara, pero sus manos no tienen gloria, sino más bien vergüenza; del mismo modo que sus pies. Por ello, se le manda descalzarse 20, porque no había gloria en sus pies; ahora bien, esto ocurrió para iluminar un misterio; la última parte del hombre son los pies. Se mostraba así que en los últimos tiempos Moisés se descalzará, para que otro reciba la esposa y ella sea llamada la casa del descalzado, hasta el día de hoy 21. En la Ley Moisés no tiene nada glorioso, sino sólo la cara; sin embargo, en los Evangelios es glorificado todo entero. Escucha lo que dice en los Evangelios: Jesús subió a una alta montaña, llevando consigo a Pedro, Santiago y Juan y allí se transfiguró delante de ellos; y aparecieron—dice— Moisés y Elías en la gloria, hablando con Él 22. Aquí no se dice que su rostro estaba glorificado, sino que todo él apareció en la gloria hablando con Jesús; y allí se le cumplió la promesa que recibió en el monte Sinaí, cuando se le dijo: Me verás por detrás 23. Le vio por detrás. En efecto, vio lo que había de ocurrir en los días posteriores y últimos y se regocijó. Así como Abraham deseó ver el día del Señor, lo vio y se regocijó 24, así también Moisés deseó ver el día del Señor, lo vio y se regocijó; y necesariamente se regocijó, porque ya no sólo descendió del monte glorificado en el rostro, sino que subió al monte completamente glorificado. Se regocijó sin duda Moisés porque ahora prestaba fe a sus palabras y estaba presente aquel de quien él había dicho: El Señor Dios os suscitará un profeta de entre vuestros hermanos: como a mi, lo escucharéis en todo 25.
Y para que no cupiese duda, escuchó la voz del Padre: Este es mi Hijo amado, en el que me he complacido escuchadlo 26. Antes Moisés dijo: Lo escucharéis 27; ahora dice el Padre: Este es mi Hijo, escuchadlo 28 y muestra ya presente a aquel de quien habla. Me parece que se regocijó Moisés también por esta otra cosa: porque de algún modo es él mismo quien se quita el velo, una vez convertido al Señor 29, ya que con toda evidencia se cumplen las cosas que él predijo, o bien porque llega el tiempo en el que, por el Espíritu, se revelan las cosas que estaban ocultas.
4. Hay que reconsiderar el pensamiento del santo Apóstol y es preciso examinar lo que había querido decir, cuando dijo: Si uno se convierte al Señor, será removido el velo 30, añadiendo: El Señor es Espíritu 31, por lo que parece explicar qué es el Señor. ¿Quién ignora que el Señor es Espíritu? ¿Acaso trataba en este pasaje de la naturaleza o sustancia del Señor para decir que el Señor es Espíritu? Estemos atentos para que no sólo cuando se lee a Moisés, sino también cuando se lee a Pablo, no haya un velo puesto sobre nuestro corazón 32.
Es claro que si somos negligentes para escuchar; si no ponemos interés para aprender y comprender, no sólo la Escritura de la Ley y los profetas, sino también la de los apóstoles y la de los Evangelios, está cubierta para nosotros con un gran velo. Yo temo que por exceso de negligencia y nuestra estupidez de corazón, los libros divinos estén para nosotros no sólo velados, sino incluso sellados, de modo que: si se pone en la mano de un hombre que no conoce las letras un libro para que lo lea, diga que no sabe leer; si se pone en la mano de un hombre que conoce las letras, diga que está sellado 33.
Donde se muestra que no sólo debemos aplicarnos con interés para aprender las Sagradas letras, sino incluso suplicar al Señor y conjurarlo día y noche 34, para que venga el Cordero de la tribu de Judá 35 y El mismo, tornando el libro sellado 36, se digne abrirlo. Él es, en efecto, el que, abriendo las Escrituras, encendió los corazones de los discípulos de tal modo que dijeron: ¿Acaso no ardía nuestro corazón dentro de nosotros, cuando nos explicaba las Escrituras? 37 Que Él mismo se digna también ahora explicarnos qué es lo que ha inspirado a su Apóstol para que diga: Pero el Señor es Espíritu; donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad 38.
En cuanto a mi, por lo poco que puedo entender a causa de la debilidad de mi inteligencia, creo que, tal como ya hemos dicho en otras ocasiones, con relación a los oyentes, el Verbo de Dios, es llamado unas veces camino, otras verdad, vida, resurrección 39, otras veces es llamado también carne 40 y en otras ocasiones espíritu 41. Aunque asumió verdaderamente de la Virgen la sustancia de la carne, en la que padeció en la cruz y en la que dio principio a la resurrección, no obstante el Apóstol dice en un pasaje: Aunque hayamos conocido a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos 42. También ahora su palabra estimula a los oyentes a una inteligencia más sutil y espiritual y quiere que no entiendan la Ley de manera carnal, por eso dice que quien quiere que sea removido el velo de su corazón, se convierta al Señor 43, no al Señor-carne, pues es cierto que el Verbo se hizo carne 44, sino al Señor-Espíritu. Efectivamente, si uno se convierte al Señor-Espíritu, pasará de lo carnal a lo espiritual, y de la esclavitud a la libertad; de hecho, donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad 45. Y para que resulte aún más evidente lo que se nos dice, examinemos otros pensamientos del Apóstol. A los que él había considerado incapaces dice: No he intentado entre vosotros saber otra cosa, sino a Jesucristo y éste crucificado 46; a éstos no les dice que el Señor es Espíritu 47 ni les dice que Cristo es la Sabiduría de Dios 48, ya que no podían reconocer a Cristo como Sabiduría, sino en cuanto había sido crucificado. Otros, a los que decía: Hablamos entre los perfectos de la Sabiduría, no una sabiduría de este mundo, ni de los príncipes de este mundo que serán destruidos, sino que hablamos de la Sabiduría de Dios escondida en el misterio 49, éstos no tenían necesidad de recibir la Palabra de Dios en cuanto hecha carne 50, sino en cuanto Sabiduría escondida en el misterio 51.
Así, en este pasaje, a los que son llamados a pasar de la inteligencia carnal a la inteligencia espiritual les dice: El Señor es Espíritu; donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad 52 y para mostrar que él ya ha llegado a la libertad del conocimiento, y que ha salido de la esclavitud del velo, añade: Todos nosotros que, sin velo en el rostro, reflejamos la gloria del Señor 53. Si también nosotros suplicamos al Señor que se digne quitarnos el velo de nuestro corazón, podemos obtener la inteligencia espiritual, aunque sólo si nos convertimos al Señor y buscamos la libertad del conocimiento. ¿Cómo podemos encontrar la libertad nosotros que servimos al mundo, que servimos al dinero, que somos esclavos de los deseos de la carne? A mí mismo me corrijo; a mí mismo me juzgo; acuso mis propias culpas; los que escuchan vean lo que deben pensar de sí mismos.
Yo digo que mientras soy esclavo de estas cosas, mientras me tengan atado tales negocios y preocupaciones, no me he convertido al Señor ni he conseguido la libertad. Soy esclavo de los negocios y preocupaciones que me tienen atado; sé que está escrito que cada uno es esclavo del aquel que lo ha vencido 54. Aunque no me venza el amor del dinero, aunque no me ate el cuidado de las posesiones y de las riquezas, no obstante, estoy deseoso de alabanza y busco la gloria humana, dependo de las caras y de las palabras de los hombres, de qué piensa aquél de mi, de qué estima me concede, de no disgustarlo, de si le agrado... mientras busco estas cosas, soy su esclavo.
Yo querría actuar por lo menos de tal modo que pudiese ser libre, que pudiese ser absuelto del yugo de esta vergonzosa esclavitud y llegar a la libertad según la advertencia del Apóstol que dice: Estéis llamados a la libertad, no os hagáis esclavos de los hombres 55. ¿Quién me dará esta manumisión? ¿Quién me librará de esta vergonzosa esclavitud, sino el que dijo: Si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres? 56. Sé que el siervo no puede recibir el don de la libertad si no sirve fielmente, si no ama al Señor. Por tanto, sirvamos fielmente y amemos con todo el corazón, con toda el alma y con toda nuestra fuerza al Señor Dios nuestro 57, para que merezcamos recibir el don de la libertad por Cristo Jesús, su Hijo, nuestro Señor; a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén 58.

Notas

1 Ex 34, 30 (LXX)
2 Ex 34, 33-34
3 1Co 2, 16
4 2Co 3, 7-8
5 2Co 3, 13-15
6 2Co 3, 14
7 2Co 3, 14
8 2Co 3, 16
9 Cf. 2Co 3, 15
10 Cf. Sal 1, 2
11 Cf. Sal 119, 23.48
12 Dt 32, 7
13 Cf. 2Co 3, 15
14 Cf. Sal 45, 14
15 Cf. Ex 4, 6
16 Cf. Rm 3, 20
17 Cf. Hb 7, 19
18 Cf. Jr 13, 17
19 Sal 51, 8
20 Cf. Ex 3, 5
21 Cf. Dt 25, 10; cf. 2Co 3, 15
22 Cf. Mt 17, 1 ss
23 Ex 33, 23
24 Jn 8, 56
25 Cf. Dt 18, 15-16
26 Mt 17, 5
27 Cf. Dt 18, 15
28 Mt 17, 5
29 Cf. 2Co 3, 16
30 2Co 3, 16
31 2Co 3, 17
32 Cf. 2Co 3, 15
33 Is 29, 12 11
34 Cf. Jos 1, 8
35 Cf. Ap 5, 5
36 Cf. Jr 32, 11
37 Lc 24, 32
38 2Co 3, 17
39 Cf. Jn 14, 6; 11, 25
40 Cf. Jn 1, 14
41 Cf. 2Co 3, 17
42 2Co 5, 16
43 Cf. 2Co 3, 16
44 Jn 1, 14
45 2Co 3, 17
46 1Co 2, 2
47 Cf. 2Co 3, 17
48 Cf. 1Co 1, 21.24
49 1Co 2, 6-7
50 Cf. Jn 1, 14
51 Cf. 1Co 2, 7
52 2Co 3, 17
53 2Co 3, 18
54 Cf. 2P 2, 19
55 Cf. Ga 5, 13; 1Co 7, 23
56 Jn 8, 36
57 Cf. Mc 12, 30
58 Cf. 1P 4, 11