Padres de la Iglesia
ORÍGENES
Homilías sobre el Éxodo
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Homilía XI
La sed del pueblo en Rafidim, la guerra de los amalecitas v la visita de Jetró
1. Puesto que todo el que quiere vivir piadosamente en Cristo padece persecución 1, y es atacado por los enemigos, al correr el camino de esta vida debe estar siempre armado y permanecer siempre en el campamento. Por eso se dice también del pueblo de Dios: Partió toda la asamblea de los hijos de Israel del desierto de Sin, según sus campamentos, por la Palabra del Señor 2. Hay, por tanto, una sola asamblea del Señor, pero está dividida en cuatro campamentos. Se describen, en efecto, cuatro campamentos plantados alrededor del tabernáculo del Señor, tal como se dice en los Números 3.
Por tanto, tú, si siempre vigilas y siempre estás armado y si sabes que militas en los campamentos del Señor, observa aquel mandamiento: nadie que milita al servicio de Dios se mezcle con los negocios de este mundo, para poder agradar a aquel que lo ha enrolado 4, porque, si militas de tal modo que te mantienes libre de los negocios de este mundo y haces siempre guardia en los campamentos del Señor, también se dirá de ti que por la Palabra del Señor sales del desierto de Sin y llegas a Rafidim 5; "Sin" significa "tentación", "Rafidim" significa "salud del juicio". Quien triunfa en la tentación, quien ha sido fortalecido en la prueba gracias a la tentación, éste llega a la salud del Juicio; en efecto, en el día del juicio será sano, y la salud estará con aquel que en la tentación no fue herido, como está escrito en el Apocalipsis: Al que venza, yo le daré del árbol de la vida que está en el paraíso de mi Dios 6 Llega a la salud del juicio el que prepara bien sus palabras en el juicio 7.
2. ¿Qué es lo que sigue? El pueblo tuvo sed de agua y murmuraban contra Moisés 8 Quizá parezca superfluo decir que el pueblo tuvo sed de agua; habría bastado decir que tuvo sed; ¿qué necesidad habla de añadir tuvo sed de agua? Sin embargo, no es superflua la añadidura, en efecto hay diversos tipos de sed y cada uno tiene su propia sed.
Los que son bienaventurados, según la Palabra del Señor, tienen sed de justicia 9; igualmente otros dicen: mi alma tiene sed de ti, Dios 10. Los que son pecadores padecen no sed de agua ni hambre de pan, sino sed de oír la Palabra de Dios 11. Por eso aquí se añade que el pueblo, que habría debido tener sed de Dios y sed de justicia, tuvo sed de agua 12. Pero puesto que Dios es verdaderamente el educador de los niños y el maestro de los necios 13, corrige las culpas y repara los errores, dice a Moisés que tome su vara y golpeando la piedra saque agua para ellos 14. Quiere que ellos beban de la piedra 15, quiere que progresen y lleguen al interior de los misterios. Murmuraron contra Moisés 16, y por eso manda Dios que les muestre la piedra de la cual beberán. Si hay alguno que leyendo a Moisés murmura contra él, y le disgusta la Ley escrita según la letra, porque en muchos pasajes no parece tener coherencia lógica, le muestra Moisés la piedra, que es Cristo 17 y le conduce a la misma, para que pueda beber de ella y así saciar su sed.
Esta piedra no manará agua si no es golpeada; sin embargo, golpeada produce fuentes. En efecto, golpeado Cristo y puesto en la cruz, produce las fuentes del Nuevo Testamento; y por eso dice de Él: Golpearé al pastor y se dispersarán las ovejas 18. Era por tanto necesario que El fuese golpeado; en efecto, si Él no hubiese sido golpeado, y si no hubiese brotado de su costado agua y sangre 19, todos nosotros padeceríamos sed de la Palabra de Dios 20.
Esto es lo que también ha interpretado el Apóstol diciendo: Todos ellos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual. Bebían de una piedra espiritual que les seguía; la piedra era Cristo 21. Considera lo que Dios dice en este pasaje a Moisés: Pasa por delante del pueblo, y lleva contigo a los ancianos, esto es, a los presbíteros del pueblo 22. No es sólo Moisés quien conduce al pueblo hacia el agua de la piedra, sino también con él los ancianos del pueblo. No es sola la Ley la que anuncia a Cristo, sino también los profetas, los patriarcas y todos los ancianos.
3. Después de esto se describe la guerra con los amalecitas y se dice que el pueblo luchó y venció 23. Antes de comer el pan del cielo 24 y de beber el agua de la piedra 25, no se dice que el pueblo luchase, sino que se le dice: El Señor luchará por vosotros, y vosotros guardaréis silencio 26.
Por tanto hay un tiempo en que el Señor lucha por nosotros y no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas 27, ni nos deja ir al encuentro del fuerte 28 con fuerzas desiguales. En efecto, Job soportó todo aquel famosísimo combate de la tentación cuando ya era perfecto 29. Y tú, cuando comiences a comer el maná, el pan celestial de la Palabra de Dios, y a beber el agua de la piedra, y cuando llegues al interior de la doctrina espiritual, entonces espera la lucha y prepárate para la guerra. Veamos qué es lo que ordena Moisés ante la inminencia de la guerra: Dijo a Jesús 30 Elígete algunos hombres y sal mañana a combatir contra Amalec 31. Hasta este momento no se ha hecho nunca mención del Santo nombre de Jesús; aquí por primera vez resplandece el fulgor de este nombre, aquí por primera vez llama Moisés a Jesús y le dice: Elígete unos hombres 32. Moisés llama a Jesús, la Ley invoca a Cristo, para que se elija de entre el pueblo unos hombres fuertes. No habrá podido Moisés elegirlos, sólo Jesús es quien puede elegir unos hombres fuertes, Él que dijo: No me habéis elegido vosotros a mi, sino que yo os he elegido a vosotros 33. Él es el jefe de los elegidos, el primero de los hombres fuertes, El es quien combate con Amalec. El es, en efecto, el que entra en la casa del hombre fuerte, lo ata y se lleva sus bienes 34.
4. Mientras tanto, veamos cómo prosigue la narración de esta historia: Subió Moisés a la cima de la colina 35. Todavía no ha subido a la cima del monte, sino a la cima de la colina. Le estaba reservado subir a la cima del monte, cuando subiera Jesús y con Él Moisés y Elías y allí fuese transfigurado en gloria 36. Ahora, puesto que todavía no ha sido glorificado por la transfiguración de Jesús, no sube a la cima del monte, sino a la cima de la colina 37.
Y ocurrió que cuando Moisés elevaba sus manos, Israel vencía 38. Moisés eleva las manos, no las extiende. Pero Jesús que, exaltado en la cruz, había de estrechar con sus brazos todo el orbe de la tierra 39, dice: He tendido mis manos a un pueblo incrédulo y rebelde 40. Moisés, pues, eleva su manos y, cuando las eleva, Amalec era vencido. Elevar las manos quiere decir elevar a Dios las obras y las acciones, y no tener ante sí obras bajas y que se arrastren por el suelo, sino agradables a Dios y elevadas al cielo. Eleva las manos el que acumula un tesoro en el cielo; ya que donde está su tesoro 41, allí están su ojo y sus manos. Eleva las manos también aquel que dice: El elevar de mis manos como un sacrificio vespertino 42. Por tanto, si nuestras obras son elevadas y no están en la tierra, Amalec es vencido. También el Apóstol manda levantar unas manos santas sin ira ni discusión 43, y a algunos les decía: Levantad las manos que caen y las rodillas vacilantes y recorred caminos rectos con vuestros pies 44.
Si el pueblo guarda la Ley, Moisés eleva las manos y el enemigo es vencido; pero si no guarda la Ley, prevalece Amalec. Y puesto que nuestra lucha es contra principados y potestades y contra los jefes de este mundo de tinieblas 45, si quieres vencer, si quieres ganar, eleva tus manos y tus obras, y que tu vida no esté en la tierra, sino, como dice el Apóstol: Caminando por la tierra, tenemos una ciudad en el cielo 46 Así podrás vencer a Amalec, de modo que se diga también en ti: Con mano secreta, el Señor combaste contra Amalec 47.
Eleva tú también las manos a Dios, observa el mandato del Apóstol: Orad sin interrupción 48, y entonces se cumplirá lo que está escrito: como el buey arranca en los campos la hierba verde, así arrancará este pueblo al pueblo que está sobre la tierra 49. Con ello, tal como hemos recibido de los antiguos, parece indicarse que el pueblo de Dios no luchaba tanto con la mano y las armas como con la voz y la lengua, es decir, prosternaba a sus enemigos dirigiendo su oración a Dios.
Así también tú, si quieres vencer a los enemigos, eleva tus obras, clama a Dios, como dice el Apóstol: Sed asiduos en la oración y vigilantes en ella 50. Ésta es la lucha del cristiano que vence al enemigo. Creo que con esto Moisés tipifica a los dos pueblos y muestra que uno es el pueblo de los gentiles, que eleva las manos de Moisés y las levanta, esto es, que levanta bien alto cuanto ha escrito Moisés, establece en el cielo su inteligencia y por eso vence; otro es el pueblo que, puesto que no levanta las manos a Moisés ni las saca de la tierra, considera que no hay en él nada elevado ni sutil, es vencido y abatido por los adversarios.
5. A continuación llega Moisés al monte de Dios y allí le sale al encuentro Jetró, su suegro 51. Pero le sale al encuentro fuera de los campamentos, y en lugar de conducirlo al monte de Dios, lo conduce a su tienda 52. En efecto, no podía un sacerdote de Madián subir al monte de Dios, del mismo modo que no habían podido descender a Egipto ni él ni la mujer de Moisés; pero ahora viene a él con sus hijos. Sólo puede descender a Egipto y luchar con los egipcios aquel que sea un atleta probado y del tipo que dice el Apóstol: El que combate en la lucha, se priva de todo; ellos, para recibir una corona corruptible; nosotros, incorruptible. Así es como yo corro, no como a la ventura; así es como lucho, no dando golpes al aire 53.
Así, Moisés que era un atleta grande y fuerte, desciende a Egipto, desciende al combate y al ejercicio de las virtudes. También Abraham desciende a Egipto, porque también él era un atleta grande y fuerte 54. ¿Qué diré de Jacob, que es atleta por su mismo nombre? En efecto, significa "luchador" y "el que derriba" 55. Por eso cuando Jacob descendió con setenta y cinco almas 56 a Egipto, llegó a ser como la multitud de las estrellas del cielo 57.
No todos los que descienden a Egipto luchan y combaten como para llegar a ser una multitud y ser multiplicados como las estrellas del cielo. Con otros, en su descenso a Egipto, ocurre al contrario. Yo sé que Jeroboam, huyendo de Salomón, descendió a Egipto; sin embargo, no sólo no creció hasta ser una multitud, sino que dividió y corrompió al pueblo de Dios, porque descendiendo a Egipto recibió del rey Sosak a la hermana de su mujer Tecimena 58.
Entretanto Jetró fue donde Moisés, llevando consigo a su hija, la esposa de Moisés, y a sus hijos. Y llegaron Aarón y todos los ancianos de Israel para comer el pan con el suegro de Moisés bajo la mirada de Dios 59. No todos comen el pan bajo la mirada de Dios, sino los que son presbíteros, los que son ancianos, perfectos y probados en méritos, éstos son los que comen el pan bajo la mirada de Dios 60; los que observan lo que dice el Apóstol: Ya comáis, ya bebéis, hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios 61. Todo lo que hacen los santos, lo hacen bajo la mirada de Dios; el pecador huye de la mirada de Dios. Efectivamente está escrito que Adán, después de haber pecado huyó de la mirada de Dios y cuando se le preguntó respondió: Oí tu voz y me escondí porque estaba desnudo 62. Asimismo Caín, después de haber sido condenado por Dios a causa del fratricidio, se alejó del rostro de Dios y habitó en la tierra de Nain 63. Se aleja, pues, del rostro de Dios quien es indigno de la mirada de Dios. Pero los santos comen y beben bajo la mirada de Dios y todo lo que hacen, lo hacen bajo la mirada de Dios.
Yendo más al fondo de este pasaje, veo que quienes reciben un conocimiento de Dios más completo y están más perfectamente imbuidos en las doctrinas divinas, éstos, si hacen el mal, lo hacen ante Dios y lo hacen bajo su mirada como aquel que dijo: Contra ti solo pequé, hice el mal ante ti 64. ¿Qué ventaja tiene el que hace el mal ante Dios? Que inmediatamente se arrepiente y dice: He pecado 65. Pero el que se aleja de la mirada de Dios no sabe convertirse ni purgar su pecado por la penitencia. Ésta es la diferencia entre hacer el mal ante Dios y alejarse, al pecar, de la mirada de Dios.
6. Por lo que veo, Jetró no va inútilmente donde Moisés ni en vano come el pan con los ancianos del pueblo bajo la mirada del Señor. Da a Moisés un consejo bastante loable y útil: que elija unos hombres y los constituya en jefes del pueblo, hombres que den culto a Dios, fuertes y que odien la soberbia 66.
Tales conviene que sean los jefes del pueblo, que no sólo no sean soberbios, sino que incluso odien la soberbia, esto es, que no solamente carezcan de vicios, sino que odien los vicios de los demás; no digo que odien a los hombres, sino los vicios. Y dice: Los establecerás como tribunos, centuriones, jefes de cincuentenas y de decenas, y juzgarán al pueblo en todo momento. Pero los asuntos más graves, los presentarán ante ti 67.
Que escuchen los jefes del pueblo y los ancianos de la plebe: deben juzgar al pueblo en todo momento, sentarse en el tribunal siempre y sin interrupción, dirimir las querellas, reconciliar a los disidentes, reconducir a la paz a los que viven en la discordia. Que cada uno aprenda su oficio con la ayuda de las santas Escrituras. Moisés, dice, para ocuparse de los asuntos de Dios 68, y para explicar al pueblo la Palabra de Dios; los otros jefes, que llaman tribunos-los llaman así porque presiden una tribu-y los demás tribunos, centuriones o jefes de cincuentena presiden los juicios de menor importancia, dirimiendo cada uno las causas que le correspondan.
Creo, asimismo, que esta misma figura no sólo ha sido dada a la Iglesia para el siglo presente, sino que también ha de conservarse para el siglo futuro. Escucha por ejemplo al Señor que dice en el Evangelio: Cuando se siente el Hijo del Hombre sobre el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel 69. Ves, por tanto, que no sólo juzga el Señor a quien el Padre ha dado todo juicio 70, sino que establece otros jefes que juzguen al pueblo en las causas de menor importancia, pero que los casos de mayor gravedad se los presenten a Él 71. Por eso decía el Señor que uno sería reo en el consejo, que otro sería reo de juicio y que algún otro sería reo de la gehenna del fuego 72. Se dice también que rendiremos cuenta incluso de una palabra ociosa 73, pero no se dice que rendiremos cuentas a Dios como se dice del perjurio: Cumplirás al Señor tus juramentos 74. Más aún, la reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y los condenará 75: éste es otro tipo de juicio. El que tenga oídos para oír, que oiga 76. Todas estas cosas son tipo y sombra de las cosas celestiales e imágenes de las futuras 77; y como leemos el texto que dice que el ojo no se sacia de ver, ni el oído de oír 78, tampoco nosotros podemos saciarnos de ver y considerar la Escritura: con cuántos pasajes nos edifica, de cuántas maneras nos instruye.
En efecto, cuando observo que Moisés, profeta lleno de Dios, a quien Dios hablaba cara a cara 79, acepta un consejo de Jetró, sacerdote de Madián, una gran admiración me lleva hasta el estupor. En efecto, dice la Escritura: Oyó Moisés la voz de su suegro e hizo todo lo que le dijo 80. No dice: "Dios habla conmigo y con una palabra celestial se me dice qué es lo que debo hacer, ¿cómo recibiré consejo de un hombre, de un pagano, extraño al pueblo de Dios?", sino que oye su voz y hace todo lo que él dice, y no escucha a quien lo dice, sino lo que dice. También nosotros, si alguna vez por casualidad encontramos algo sabiamente dicho por los paganos, no debemos despreciar las palabras junto con el nombre de su autor, ni conviene, por el hecho de poseer la Ley dada por Dios, hincharnos de soberbia y despreciar las palabras de los prudentes, sino como dice el Apóstol: Probándolo todo, retened lo bueno 81.
Hoy, ¿quién de los que presiden los pueblos, no digo ya si ha recibido de Dios alguna revelación, sino sólo si tiene algún mérito en el conocimiento de la Ley, se digna recibir un consejo de un sacerdote inferior, por no decir de un laico o incluso de un pagano? Pero Moisés que era hombre manso más que todos los demás 82, acepta el consejo de un inferior, para proporcionar a los jefes de los pueblos un modelo de humildad y para indicar la imagen del misterio futuro. Sabía que había de llegar el tiempo en que los paganos darían un buen consejo a Moisés, ofreciendo una inteligencia buena y espiritual de la Ley de Dios; y sabía que la Ley los escucharía y que haría todo lo que ellos dijeran. No puede cumplir la Ley lo que dicen los judíos, porque la Ley está encerrada en la carne 83, esto es, en la letra, y no puede hacer nada según la letra: La Ley no ha llevado nada a la perfección 84.
Según este consejo que aportamos a la Ley, todas las cosas pueden verificarse espiritualmente, pueden ofrecerse sacrificios espiritualmente, los mismos que ahora no pueden siquiera ser ofrecidos carnalmente; incluso puede ser observada espiritualmente la ley de la lepra, que no puede ser observada literalmente 85. Así, según nuestra manera de entender, según nuestra manera de sentir y dar consejos, la Ley lo cumple todo; pero según la letra, no todo sino sólo unas pocas cosas.
7. Después de esto, habiendo partido Jetró y habiendo llegado Moisés de Rafidim al desierto del Sinaí y después de haber descendido allí el Señor hasta Moisés en la columna de nube 86 para que el pueblo creyera en Él y oyese sus palabras, dijo el Señor a Moisés: Desciende, da testimonio al pueblo y purifícalos hoy y mañana; que laven sus vestidos y estén preparados para el tercer día 87.
Si hay alguno que viene para escuchar la Palabra de Dios, oiga lo que manda Dios: debe venir santificado para escuchar la Palabra, debe lavar sus vestidos. Si traes vestidos sucios, tú también oirás: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin tener vestido de boda? 88 Nadie puede oír la Palabra de Dios, si no es antes santificado, esto es, si no es santo en el cuerpo y en el espíritu 89, si no ha lavado sus vestidos. En efecto, poco después ha de entrar a la cena nupcial, ha de comer la carne del Cordero, ha de beber la copa de la salvación. Que nadie entre a esta cena con vestidos sucios. Esto mismo es lo que manda la Sabiduría en otro lugar diciendo: En todo tiempo estén limpios tus vestidos 90. Tus vestidos han sido lavados ya una vez, cuando viniste a la gracia del bautismo, fuiste purificado en el cuerpo, fuiste purificado de toda mancha de la carne y del espíritu. Lo que Dios ha purificado, no lo hagas tú impuro 91.
Considera ahora otro tipo de santificación: No te acerques a mujer hoy ni mañana, para que escuches la Palabra de Dios al tercer día 92. Esto es lo que dice el Apóstol: Bueno es para el hombre no tocar mujer 93, salvo como remedio para aquellos que por su debilidad necesitan el remedio del matrimonio. Escuchemos el consejo del Apóstol: El tiempo es corto, queda que los que tienen mujer, vivan como los que no tienen; los que compran, como si no poseyeran, y los que usan de este mundo, como si no usasen de él. Pasa la figura de este mundo 94, pasa el reino temporal, para que venga el perpetuo y eterno, como se nos manda decir en la oración: Venga tu Reino 95, en Cristo Señor nuestro; a Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén 96
Notas
1 Cf. 2Tm 3, 12
2 Ex 17, 1
3 Cf. Nm 2, 1
4 2Tm 2, 4
5 Cf. Ex 17, 1
6 Ap 2, 7
7 Cf. Sal 112, 5
8 Cf. Ex 17, 3
9 Cf. Mt 5, 6
10 Cf. Sal 63, 2
11 Am 8, 11
12 Cf. Ex 17, 3
13 Cf. Rm 2, 20
14 Cf. Ex 17, 5-6
15 Cf. 1Co 10, 4
16 Cf. Ex 17, 3 ss
17 Cf. 1Co 10, 4
18 Cf. Za 13, 7
19 Cf. Jn 19, 34
20 Cf. Am 8, 11
21 1Co 10, 3-4
22 Cf. Ex 17, 5
23 Cf. Ex 17, 8 ss
24 Cf. Ex 16, 4
25 Cf. Ex 17, 6
26 Ex 14, 14
27 Cf. 1Co 10, 13
28 Cf. Mt 12, 29
29 Cf. Jb 1, 1
30 El texto bíblico, evidentemente, habla de Josué, nombre que tiene la misma raíz que Jesús. Orígenes juega con esta circunstancia
31 Ex 17, 9
32 Ex 17, 9
33 Jn 15, 16
34 Cf. Mt 12, 29
35 Cf. Ex 17, 10
36 Cf. Lc 9, 28 ss
37 Cf. Ex 17, 10
38 Ex 17, 11
39 Cf. Jn 12, 32
40 Is 65, 2; Rm 10, 21
41 Cf. Mt 6, 20.21
42 Sal 141, 2
43 Cf. 1Tm 2, 8
44 Hb 12, 12-13
45 Cf. Ef 6, 12
46 Cf Flp 3, 19~20
47 Ex 17, 16
48 1Ts 5, 17
49 Cf. Nm 22, 4
50 Col 4, 2
51 Cf. Ex 18, 1
52 Cf. Ex 18, 7
53 1Co 9, 25-26
54 Cf. Gn 12, 10
55 Cf Gn 25, 25
56 Cf. Gn 46, 27
57 Cf. Hb 11, 12
58 Cf 1R 11, 40, 12
59 Cf. Ex 18, 5.12
60 Cf. Ex 18, 12
61 1Co 10, 31
62 Cf. Gn 3, 8-10
63 Gn 4, 16
64 Sal 51, 6
65 2S 12, 13
66 Cf. Ex 18, 21
67 Cf. Ex 18, 21-22
68 Cf. Ex 18, 19
69 Mt 19, 28
70 Cf. Jn 5, 22
71 Cf. Gn 18, 22
72 Mt 5, 22
73 Cf. Mt 12, 36
74 Cf. Mt 5, 33; (Lv 19, 12: Nm 30, 3: Dt 23, 21)
75 Cf. Mt 12, 42
76 Mt 13, 43
77 Cf. Col 2, 17; Hb 8, 5; 10, 1
78 Cf. Qo 1 , 8
79 Cf. Ex 33, 11
80 Ex 18, 24
81 1Ts 5, 21
82 Nm 12, 3
83 Cf. Rm 8, 3
84 Hb 7, 19
85 Cf. Lv 13-14
86 Cf. Ex 19, 2 ss
87 Ex 19, 10-11
88 Mt 22, 12
89 Cf. 1Co 7, 34
90 Qo 9, 8
91 Cf. Hch 10, 15; 11, 9
92 Cf. Ex 19, 15
93 1Co 7, 1
94 Cf. 1Co 7, 29-31
95 Mt 6, 10
96 Cf. 1P 4, 11