Padres de la Iglesia

ORÍGENES
Homilías sobre el Éxodo

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Homilía VIII
El inicio del Decálogo

1. De todo aquel que aprende a despreciar el siglo presente, que es figuradamente llamado Egipto 1, y, para hablar como las Escrituras, ha sido transportado por el Verbo de Dios y ya no se le encuentra 2, porque tiende y corre hacia el siglo futuro, de este alma dice Dios: Yo soy el Señor tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto 3.
Estas palabras no se dirigen solamente a los que partieron de Egipto, sino más bien a ti que ahora las oyes; si también partes de Egipto, y ya no sirves más a los egipcios, Dios te dice: Yo soy el Señor tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud 4. Considera atentamente si los afanes del mundo y las obras de la carne no son la casa de la esclavitud, y, al contrario, el abandono de las cosas del mundo y la vida según Dios, la casa de la libertad, como dice el Señor en los Evangelios: Si permanecéis en mi Palabra, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres 5.
Por tanto, Egipto es la casa de la esclavitud, pero Judá y Jerusalén son la casa de la libertad. Escucha al Apóstol cuando habla de estas cosas con la sabiduría que le fue dada para su ministerio 6: La Jerusalén de arriba es libre y es la madre de todos nosotros 7. Así pues, al igual que Egipto es para los hijos de Israel la casa de la esclavitud en comparación con Judá y Jerusalén que es para ellos la casa de la libertad; del mismo modo, en comparación con la Jerusalén celestial, que, por así decir, es la madre de la libertad, todo este mundo, y todo lo que está en este mundo, es la casa de la esclavitud. Y puesto que la esclavitud vino a este mundo como castigo por el pecado del paraíso de la libertad, por lo mismo, la primera palabra del Decálogo, esto es, la primera palabra de los mandamientos de Dios, habla de la libertad: Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud 8.
Mientras estabas en Egipto no podías oír esta voz, aunque se te hubiese mandado celebrar la Pascua, aunque tuvieses ceñidos los lomos y puestas las sandalias en los pies 9, aunque tuvieses la vara en la mano y comieses los ázimos mezclados con hierbas amargas 10. ¿Y por qué digo que mientras estabas en Egipto no podías escuchar estas cosas? Tampoco, habiendo ya salido de allí, pudiste oírlas en la primera etapa, ni en la segunda, ni en la tercera, ni siquiera cuando cruzaste el mar Rojo 11; aunque hubieses llegado a Mará y la amargura se te hubiera convertido en dulzura, aunque hubieses llegado a Elim a las doce fuentes de agua y las setenta palmeras 12, aunque hubieses abandonado Rafidim y hubieses cruzado las restantes etapas 13, todavía no eras juzgado capaz de estas palabras, sólo después de haber llegado al monte Sinaí 14.
Por tanto, si antes no has cumplido muchos trabajos, si no has superado muchas pruebas y tentaciones, no merecerás recibir los preceptos de la libertad y escuchar del Señor: Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud 15. Pero esto no es todavía un mandamiento, sino una palabra que muestra al autor de los mandamientos. Veamos ahora el inicio de los diez mandamientos de la Ley y si no nos ocupamos de todos, expliquemos al menos el principio, según nos conceda el Señor.
2. El primer mandamiento es: No habrá para ti otros dioses fuera de mi 16. Después de esto sigue: No te harás ídolos ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el cielo ni de nada de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas bajo la tierra; no las adorarás ni les darás culto. Yo soy el Señor, tu Dios, Dios celoso, que castigo los pecados de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación para aquellos que me odian, y tengo misericordia por millares con los que aman y guardan mis mandamientos 17.
Algunos piensan que todo esto constituye un solo mandamiento. Pero si se piensa así, entonces no se completa el número de diez mandamientos y ¿dónde estaría entonces la verdad del Decálogo? Pero si se separa tal como hemos hecho en la proclamación anterior, entonces resulta íntegro el número de diez mandamientos. Así pues, el primer mandamiento es: No habrá para ti otros dioses fuera de mí 18, y el segundo: No te harás ídolos ni imagen alguna 19, etcétera.
Comencemos pues por el primer mandamiento. Yo, para hablar, necesito el auxilio del mismo Dios que manda estas cosas, y vosotros necesitáis de oídos más purificados para escuchar. Si, pues, alguno de vosotros tiene oídos para oír 20, oiga cómo ha sido dicho: No habrá para ti otros dioses fuera de mí 21. Si hubiese dicho: «no hay otros dioses fuera de mi» la palabra parecería más absoluta. Pero al decir: No habrá para ti otros dioses fuera de mí 22, no niega que existan, sino que prohíbe que existan para aquellos a quienes se dirigen estos preceptos. Creo que de aquí ha sacado el apóstol Pablo lo que escribe a los corintios diciendo: Aunque haya algunos que se dicen dioses, en el cielo o en la tierra 23. Y añade: Hay muchos dioses y muchos señores, pero para nosotros, un solo Dios Padre, por el cual son todas las cosas y nosotros en Él, y un solo Señor Jesucristo, por el cual son todas las cosas y nosotros por Él 24.
En muchos otros lugares de la Escritura encontramos que se nombran otros dioses, como en éste: Porque el Señor es altísimo, terrible, Rey grande sobre todos los dioses 25, y El Dios de los dioses, el Señor, ha hablado 26 y: juzga en medio de los dioses 27 A propósito de los señores, el mismo Apóstol dice: Tronos, dominaciones, potestades, todo ha sido creado por Él y en Él 28. Las dominaciones no son otra cosa que una multitudinaria clase de señores. En ello, según me parece, el apóstol Pablo ha aclarado mejor el sentido de la Ley. En efecto, esto es lo que dice: Aunque haya muchos señores que dominan los otros pueblos, y muchos dioses que son adorados por otros, para nosotros hay un solo Dios y un solo Señor.
Si escucháis con atención y paciencia, la misma Escritura nos podrá enseñar qué es lo que significa «muchos dioses» o «muchos señores». Dice el mismo Moisés en el cántico del Deuteronomio: Cuando el Altísimo dividió los pueblos y dispersó a los hijos de Adán, fijó los límites de las naciones según el número de los ángeles de Dios. La porción del Señor fue Jacob, su pueblo, y el lote de su heredad Israel 29 Así nos consta que los ángeles, a los cuales el Altísimo ha encomendado gobernar los pueblos, son llamados dioses o señores; dioses en cuanto dados por Dios, y señores en cuanto que han recibido la potestad del Señor. Ésta es la causa de que el Señor dijera a los ángeles que no habían respetado su principado: Yo he dicho: sois dioses, y todos hijos del Altísimo. Pero moriréis como los hombres y, como uno de los príncipes, caeréis 30, a imitación del diablo, que se ha vuelto príncipe de todos para su ruina 31. De donde nos consta que lo que los hizo execrables fue su prevaricación, no su naturaleza.
Para ti, pues, ¡oh pueblo de Israel!, que eres la porción de Dios, que has llegado a ser el lote de su heredad 32, no habrá otros dioses fuera de mí 33, porque verdaderamente Dios es el único Dios y verdaderamente el Señor es el único Señor. A los otros que han sido creados por Él, ha dado este nombre no por naturaleza, sino por gracia. En verdad, no pienses que estas cosas se dicen sólo a Israel según la carne 34, pues se dirigen con mucho más motivo a ti, que has llegado a ser Israel en el espíritu al ver a Dios, y que has sido circuncidado en el corazón, no en la carne. Pues si por la carne somos gentiles, en el Espíritu somos Israel 35, por aquel que dice: Pídemelo y te daré en herencia las naciones, y en posesión los confines de la tierra 36, y por aquel que dice de nuevo: Padre, todo lo tuyo es mío y todo lo mío es tuyo, y he sido glorificado en éstos 37; si actúas de forma que seas digno de ser la porción de Dios, y de ser contado como el lote de su heredad 38, que te sirvan de ejemplo aquellos que fueron llamados a ser la porción de Dios, y que merecieron por sus pecados ser dispersados entre todos los pueblos 39. Y los que antes habían sido sacados de la casa de la esclavitud 40, ahora nuevamente—porque el que peca, es esclavo del pecado—41, sirven no sólo a los egipcios, sino a todos los pueblos. Por eso se te dice a ti, que saliste de Egipto por Jesucristo, y has sido sacado de la casa de la esclavitud 42: No habrá para ti otros dioses fuera de mí 43.
3. Veamos a continuación qué contiene el segundo mandamiento: No te harás ídolos ni imagen alguna de nada de lo que hay arriba en el cielo ni de nada de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas bajo la tierra 44. Hay bastante diferencia entre los ídolos y los dioses, como el mismo Apóstol nos enseña. Pues de los dioses dice: Hay muchos dioses y muchos señores 45; pero de los ídolos dice: Un ídolo no es nada en el mundo 46. Por eso me parece que no leyó de pasada lo que la Ley dice. Él ve en efecto diferencia entre los dioses y los ídolos, y también diferencia entre los ídolos y las imágenes; pues si de los ídolos dice que no son nada, no dice también de las imágenes que son nada.
En este pasaje dice: No te harás ídolos ni imagen alguna 47. Una cosa es hacer un ídolo, otra distinta hacer una imagen. Y si el Señor se digna iluminarnos en lo que hay que decir, creo que esto es lo que debemos entender: Por ejemplo, si uno da a un bloque de oro, de plata, de madera o de piedra, la forma de un cuadrúpedo cualquiera, de una serpiente, o de un ave, y la erige para adorarla, se hace, no un ídolo, sino una imagen; o bien, si hace para este fin una pintura, hay que decir también que se ha hecho una imagen. Hace un ídolo el que representa lo que no existe, como dice el Apóstol: Un ídolo no es nada 48. ¿Qué es lo que no existe? La imagen que no ve el ojo, pero que compone la conciencia. Por ejemplo, si uno representa sobre miembros humanos una cabeza de perro o de ternero, o incluso, compone dos caras en un rostro humano, o bien añade a un torso humano los miembros traseros de un caballo o de un pez. El que hace estas cosas y otras similares, no hace una imagen, sino un ídolo. En efecto, hace lo que ni existe ni guarda ninguna similitud con nada.
Sabiendo esto el Apóstol, por eso decía: El ídolo no es nada en el mundo 49; de hecho no se asume figura alguna de las cosas existentes, sino lo que se imagina en si mismo el espirito ocioso y curioso. Sin embargo, hay una imagen cuando se representa algo de lo que existe en el cielo, en la tierra o en las aguas 50, como hemos dicho antes. No obstante, es claro que no se puede hablar de imágenes de lo que está en la tierra o en el mar, en el mismo sentido que de lo celestial; a menos que alguno diga que se puede pensar esto del sol, la luna y las estrellas, ya que sus imágenes suelen ser representadas por el paganismo. Pero puesto que Moisés estaba instruido en toda la sabiduría de los egipcios 51, deseaba prohibir incluso lo que entre ellos permanecía oculto y secreto; como, por ejemplo, el que nosotros invocásemos también sus nombres, Hécate y las otras formas de demonios que el Apóstol llama espíritus malvados del cielo 52.
Sin duda habla de ellos el profeta cuando dice: Se ha emborrachado mi espada en el cielo 53. Invocar a los demonios con estas formas y figuras es la costumbre de los que se preocupan de estas cosas, o bien para rechazar el mal, o bien para atraerlo; pero la Palabra de Dios, que abraza todas las cosas, rechaza y maldice estas prácticas, y prohíbe hacer, no sólo ídolos, sino imágenes de todo lo que hay sobre la tierra, en las aguas o en el cielo 54.
4. Prosigue diciendo: No las adorarás ni les darás culto 55. Una cosa es dar culto, otra adorar. Uno puede a veces adorar contra su voluntad, como algunos que, cuando ven a los reyes entregados a estas devociones, por adularlos, fingen adorar también ellos a los ídolos, aunque en su corazón tengan la certeza de que el ídolo no es nada; dar culto es abandonarse a ellos con todo afecto y devoción. La Palabra divina prohíbe ambas cosas: no debes dar culto con devoción ni tampoco adorar en apariencia. Sepamos incluso que cuando decides guardar lo que manda el precepto, y repudiar a los dioses y señores y no tener a nadie como dios o como señor, excepto al único Dios y Señor, eso significa declarar a todos los demás una guerra sin cuartel. Así, cuando venimos a la gracia del bautismo, renunciando a los otros dioses y señores, confesamos un solo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero, al confesar esto, a no ser que amemos al Señor Dios nuestro con todo el corazón y con todo el alma y nos adhiramos a Él con toda nuestra fuerza 56, no quedamos convertidos en la porción del Señor 57, sino que quedamos colocados como en una especie de frontera, y sufrimos las ofensas de aquellos de los que huimos, sin encontrar propicio al Señor en quien nos refugiamos, al que no amamos con un corazón total e integro 58. Por eso llora sobre nosotros el profeta, ya que nos ve fluctuar en la inconstancia, y dice: ¡Ay de los espíritus dobles! 59, y también: ¿Hasta cuándo cojearéis con vuestras rodillas? 60 También el apóstol Santiago dice: El hombre con espíritu doble es inconstante en todos sus caminos 61. Somos nosotros, los que no seguimos a nuestro Señor con una fe integra y perfecta y nos volvemos a los otros dioses, los que somos puestos como en medio de una frontera y somos maltratados por ellos como fugitivos al mismo tiempo y no somos defendidos por nuestro Señor porque somos inestables e indecisos. ¿Acaso no es esto lo que los profetas se representan espiritualmente acerca de los amantes de Jerusalén, cuando dicen: Tus mismos amantes se han vuelto tus enemigos? 62.
Así pues, comprende que han sido muchos los amantes de tu alma, que se han complacido de su belleza, y con los cuales se ha prostituido. De los cuales decía: Iré detrás de mis amantes, que me dan mi vino y mi aceite 63, Pero llega ya aquel momento en que dirá: Volveré a mi primer marido, porque entonces me iba mejor que ahora 64. Tú has vuelto, por tanto, a tu primer marido y has ofendido sin duda a tus amantes, con los que habías cometido adulterio. Así pues, ahora, a no ser que permanezcas con tu marido con una fe total, te unas a él con un amor total, al menor descuido le resultarán sospechosos cada uno de tus movimientos y miradas por los múltiples crímenes que has cometido. Desde ahora no consiente ver en ti nada lascivo, nada disoluto y pródigo. Por poco que desvíes los ojos de tu marido, inmediata y necesariamente recordarás los anteriores 65. Para que puedas destruir el pasado y pueda tenerse confianza en ti, no sólo no has de hacer nada vergonzoso, sino ni siquiera pensarlo.
Mira lo que está escrito: Cuando el espíritu inmundo ha salido del hombre, recorre áridos lugares, busca el reposo y no lo encuentra. Y entonces dice: Volveré a mi casa de donde salí. Y si al volver la encuentra vacía, limpia y adornada, se va y trae consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando en aquella casa, se establece allí. Y los últimos días sean peores que los primeros 66. Si prestamos atención a estas cosas, ¿cómo podemos dar lugar siquiera a una mínima negligencia? El espirito inmundo ha habitado en nosotros antes de creer, antes de haber venido a Cristo, cuando, como dije antes, nuestra alma fornicaba lejos de Dios y estaba con sus amantes los demonios. Pero después de haber dicho: Volveré a mi primer marido 67 y de haber venido a Cristo que la creó a su imagen 68 desde el principio, es necesario que el espirito adúltero deje el lugar cuando ve al legitimo marido. Hemos sido acogidos por Cristo, ha sido purificada nuestra casa de sus pecados pasados, y ha sido adornada 69 con los sacramentos de los fieles, que conocen los que han sido iniciados. Pero esta casa no merece tener a Cristo como huésped inmediatamente, a no ser que su vida y su conversación sean santas, puras, incontaminadas, para merecer ser el templo de Dios 70. Porque no debe ser simplemente la casa, sino el templo en que Dios habite.
Si, pues, es negligente con la gracia recibida y se implica en los afanes del mundo, inmediatamente aquel espíritu inmundo vuelve y reivindica para sí la casa vacía. Y para que no se le pueda expulsar de nuevo, trae consigo siete espíritus peores, y los últimos días son peores que los primeros 71, puesto que el que un alma que se ha prostituido no vuelva a su primer marido es más tolerable que, si de regreso, después de su confesión, se hace de nuevo infiel a su marido. No hay ninguna alianza, como dice el Apóstol, entre el templo de Dios y los ídolos, ninguna conformidad entre Cristo y Belial 72. Si somos de Dios, debemos ser de tal calidad que se realice lo que Dios dice de nosotros: habitaré en ellos y marcharé entre ellos, y ellos serán mi pueblo 73, y como dice el profeta en otro lugar: Salid de en medio de ellos y poneos aparte, dice el Señor, los que lleváis los vasos del Señor. Salid y no toquéis nada impuro, y yo os recibiré y seré para vosotros un padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso 74. Por eso dice: No habrá para ti otros dioses fuera de mí ni te harás ídolos ni imágenes de lo que hay en el cielo, en la tierra y en las aguas; no las adorarás ni les darás culto 75.
5. Yo soy el Señor, Dios tuyo, Dios celoso 76. Considera la benignidad de Dios, cómo, para enseñarnos y hacernos perfectos, no rechaza la debilidad de las pasiones humanas. ¿Quién, al oír Dios celoso no se admirará al momento y creerá que se trata de un vicio de la fragilidad humana? Dios hace y sufre todo por nosotros y para que podamos ser enseñados, habla de pasiones que nos son conocidas y familiares. Veamos, pues, qué quiere decir: Soy un Dios celoso 77. Pero para poder contemplar más fácilmente las cosas divinas, instruyámonos por ejemplos humanos, como hemos hecho anteriormente.
Toda mujer, o bien está sometida al marido y sujeta a sus leyes, o bien es una meretriz y usa de la libertad para pecar. El que se acerca a una meretriz, sabe que se acerca a una mujer que se ha prostituido y se ofrece a los deseos de todos; y por eso no puede indignarse, si ve con ella otros amantes. Al contrario, el que usa legítimamente del matrimonio, no tolera que su mujer use del poder de pecar, sino que se inflama de celo para conservar la castidad del matrimonio, para poder llegar a ser, gracias a ella, un padre legitimo. Comprendamos por este ejemplo a toda alma. Por un lado, puede haberse prostituido a los demonios y tener muchos amantes, de modo que tan pronto entra en ella el espíritu de la fornicación como, al salir éste, entra el espíritu de avaricia, después de éste, viene el espíritu de soberbia, después el de la ira, la envidia, después el de la vanagloria y con ellos muchos otros. Todos ellos fornican con el alma infiel, de modo que uno no tiene envidia del otro ni tienen celos unos de otros.
¿Digo que uno no excluye al otro? Aún más se invitan mutuamente y se convocan voluntariamente, como ya hemos dicho poco antes con lo que está escrito en el Evangelio acerca de aquel espíritu, que salió del hombre, y a la vuelta, trajo consigo siete espíritus peores que él, para habitar conjuntamente en una sola alma 78. Así, pues, el alma que se prostituye a los demonios no padece ninguna celotipia de sus amantes. Pero si está unida al legitimo marido—a aquel hombre con el que Pablo une en matrimonio y asocia las almas—, como él mismo declara: He decidido presentaros a un único esposo, Cristo, como una casta virgen 79, y del que en los Evangelios está escrito: cierto rey hizo nupcias para su hijo 80; entonces cuando el alma se ha entregado a las nupcias con este hombre y ha establecido con él un matrimonio legítimo, aunque haya sido pecadora, aunque se haya prostituido, no obstante, desde el momento en que se ha entregado a este hombre, él no tolera que ella vuelva a pecar. No puede soportar que el alma que él ha desposado vuelva a divertirse con los adúlteros. Se despiertan sobre ella sus celos, defiende la castidad de su esposa.
Y se llama Dios celoso 81 porque no tolera que el alma que se ha entregado a Él se mezcle de nuevo con los demonios. Además, si ve que ella viola las leyes del matrimonio y que busca ocasiones de pecar, entonces, como está escrito, le da un libelo de repudio y la despide diciendo: ¿Dónde está el libelo de repudio de vuestra madre, a la que yo despedí? 82 Y añade todavía: He aquí que por vuestros pecados habéis sido vendidos, y por vuestras iniquidades he despedido a vuestra madre 83. El que así habla es celoso y dice esto movido por los celos; Él no quiere que, después de haberle conocido, después de la iluminación de la Palabra divina, después de la gracia del bautismo, después de la confesión de la fe, y de un matrimonio confirmado con tantos y tan grandes misterios, el alma vuelva a pecar; no soporta que el alma cuyo esposo o marido es, juegue con los demonios, se entregue a los espíritus inmundos, se revuelque con los vicios e inmundicias; y si por casualidad ocurre esto alguna vez, al menos quiere que se convierta, que vuelva y haga penitencia.
Es ésta, en efecto, una nueva forma de su bondad, la de acoger, incluso después del adulterio, al alma que vuelve y se arrepiente de todo corazón; como él mismo dice por el profeta: ¿Acaso una mujer que ha abandonado a su marido y ha dormido con otro hombre puede volver a su marido? ¿Acaso no está contaminada? Eres tú la que ha fornicado con muchos pastores y volverás a mi 84. En otro lugar dice también: Y después de haber tú fornicado con todos ellos, dije: vuelve a mí; pero ni siquiera así ha vuelto ella, dice el Señor 85. Así pues, si este Dios celoso te busca y desea que tu alma se una a El, si te preserva del pecado, si te amonesta, si te castiga, si se indigna y se irrita contigo, si te da muestras de celos, reconoce que hay para ti esperanza de salvación. Pero si, castigado, no te arrepientes; si, advertido, no te enmiendas; si, azotado, le desprecias, ten en cuenta que, si llegas a tal grado de pecado, sus celos se apartarán de ti y se te dirá lo que se dijo a Jerusalén por el profeta Ezequiel: Por eso mis celos se apartarán de ti, y ya no me irritaré más contra ti 86.
Contempla la misericordia y la piedad del buen Dios. Cuando quiere tener misericordia, declara que se indigna y se irrita como dice por Jeremías: Por el dolor y por el látigo serás castigada, Jerusalén, para que mi alma no se aleje de ti 87 Si comprendes esto, la voz de Dios tiene misericordia cuando se irrita, cuando tiene celos, cuando aplica dolores y azotes. Él flagela a todo hijo que acoge 88
¿Quieres oír la terrible voz de Dios indignado? Escucha lo que dice por el profeta: después de haber enumerado los múltiples crímenes cometidos por el pueblo, añade también esto: Y por eso no visitaré a vuestras hijas cuando se prostituyan, ni a vuestras doncellas cuando cometan adulterio 89. Es terrible, es el colmo, cuando ya no somos amonestados por nuestros pecados, cuando ya no se nos corrige por nuestras faltas. En efecto, cuando sobrepasamos la medida en el pecado, el Dios celoso aleja de nosotros sus celos, como dije antes: Mis celos se apartarán de ti y ya no me irritaré más contra ti 90. Esto por lo que se refiere a la palabra: Dios celoso 91.
6. Veamos ahora lo que sigue, en qué sentido se dice que son castigados los pecados de los padres en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación 92, A propósito de esta palabra los herejes suelen sugerir nos que no es palabra de un Dios bueno, decir que uno es castigado por los pecados de otro. Pero según su misma teoría, que afirma que el Dios de la Ley que manda estas cosas, aunque no sea bueno, sin embargo, es justo, no pueden ni siquiera probar cómo puede estar de acuerdo con su sentido de la justicia, que uno sea castigado por el pecado de otro. Nos resta, pues, pedir que el Señor nos haga ver en qué sentido estos preceptos convienen a un Dios justo y bueno. Hemos dicho ya a menudo que las Escrituras divinas no hablan al hombre exterior, sino, en su mayoría, al hombre interior. Ahora bien, nuestro hombre interior, o tiene por padre a Dios, si vive según Dios 93 y hace las obras de Dios, o al diablo, si vive en los pecados y cumple las órdenes de aquel, como evidentemente muestra el Salvador en los Evangelios al decir: Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no permanece en la verdad 94.
Si, pues, se dice que la semilla de Dios está en nosotros, cuando, guardando la Palabra de Dios, no pecamos, como dice Juan: El que es de Dios no peca, porque la semilla de Dios permanece en él 95, así también cuando somos persuadidos por el diablo para pecar, recibimos su semilla. Aún más, cuando hacemos las obras que él nos ha insinuado, entonces ya nos ha engendrado; nacemos hijos suyos por el pecado. Pero, puesto que, al pecar casi nunca ocurre que pequemos sin ayuda, buscamos siempre o bien servidores o bien cómplices del pecado: por ejemplo, si alguno medita un adulterio, no puede cometerlo solo, sino que es necesario que haya una compañera adúltera, cómplice del pecado; y aunque no sean muchos, es necesario que haya alguno o alguna que sean ayuda o cómplice del pecado; todos ellos, como engendrados uno por el otro según el orden en que se persuaden, sacan de su padre, el diablo, la descendencia de una generación culpable.
Para venir a la Escritura: El Señor de la majestad 96 Jesucristo, nuestro Salvador, ha sido crucificado. El autor de este sacrilegio y el padre de este crimen es, sin duda, el diablo. Así está escrito: Entonces el diablo entró en el corazón de Judas Iscariote, para entregarlo 97. Por tanto, el padre del pecado es el diablo. En este crimen engendra un primer hijo, Judas, pero Judas solo no podía perpetrarlo. ¿Qué es lo que está escrito? Marchó Judas a los escribas, los fariseos y sacerdotes y les dijo: ¿Qué me daréis y yo os lo entregaré? 98 Nacen, pues, de Judas una tercera y una cuarta generación de pecado. Y este mismo orden lo podrás reconocer en cada uno de los pecados. Ahora, veamos, según esta descendencia de la que hemos hablado, cómo Dios castiga los pecados de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación 99, y no castiga a los mismos padres; en efecto, nada se dice sobre los padres. Por tanto, el diablo, que ha superado ya toda medida de pecado, como dice el profeta: como un vestido manchado de sangre que no será limpiado 100, él mismo no será puro en este siglo, ni es amonestado por su pecado, ni es castigado; todo le está reservado para el porvenir.
De aquí que, sabiendo él que ya ha sido establecido para él el tiempo de las penas, decía al Salvador: ¿Por qué has venido antes de tiempo a atormentarnos? 101. Pues mientras dure este mundo, el diablo, padre de todos los que pecan, no paga por sus pecados; son castigados en sus hijos, esto es, en aquellos que él ha engendrado por el pecado. En efecto, los hombres que viven en la carne son amonestados por el Señor, son castigados, azotados. No quiere el Señor la muerte del pecador, sino que se convierta y viva 102. Y por eso el Señor benigno y misericordioso 103 castiga el pecado de los padres en los hijos, porque, puesto que los padres, esto es, el diablo y sus ángeles 104, y los otros príncipes de este mundo y dominadores de estas tinieblas 105—también ellos son padres del pecado, como el diablo—, puesto que, digo, estos padres son indignos de ser amonestados en el presente siglo, aunque en el futuro recibirán su merecido, sus hijos, esto es, los que han sido persuadidos para pecar y han sido igualmente admitidos al consorcio y a la sociedad del pecado, éstos reciben el precio de sus actos, para que lleguen más purificados al siglo futuro, y no sean compañeros del diablo en la pena. Porque Dios es misericordioso y quiere que todos los hombres se salven 106, por eso dice: Visitaré con una vara de hierro sus crímenes y con azotes sus pecados. Pero no retiraré de ellos mi misericordia 107.
Así, el señor visita las almas, busca las que este pésimo padre ha engendrado para el pecado, y dice a cada una: Escucha, hija, mira, inclina tu oído y olvida tu pueblo y la casa paterna 108. Te visita después del pecado y te amonesta, te visita con el látigo y la vara por el pecado, que el diablo tu padre te ha sugerido, para castigarlo en el seno, esto es, mientras estés en el cuerpo. Y así se cumple la palabra según la cual son castigados los pecados de los padres en el seno de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación 109. Dios es, efectivamente, celoso 110: no quiere que el alma que Él se ha desposado en fidelidad 111 permanezca en la contaminación del pecado; lo que quiere es que sea rápidamente purificada, quiere alejar velozmente de ella todas sus inmundicias, si por casualidad se han introducido en ella.
Pero si el alma permanece en sus pecados y dice: no escucharemos la voz del Señor sino que haremos nuestra voluntad y haremos un fuego a la Reina del cielo 112, como acusa el profeta: entonces también ella es conservada para aquella sentencia de la Sabiduría que dice: Porque yo llamaba y no escuchabais, sino que os reíais de mis palabras; así, pues, a mi vez, me reiré de vuestra perdición 113, o para aquella otra que se refiere a ella en el Evangelio al decir al Señor: Apartaos de mi al fuego eterno, que Dios ha preparado para el diablo y sus ángeles 114. Mi deseo es que, mientras estoy en este mundo, el Señor visite mis pecados y que me restablezca aquí, para que allí diga de mi Abraham lo que dijo del pobre Lázaro al rico: Acuérdate, hijo, de que recibiste bienes en tu vida y Lázaro a su vez males. Él ahora descansa aquí y tú estás en los tormentos 115.
Por eso, cuando somos corregidos, cuando somos castigados por el Señor, no debemos ser ingratos; comprendamos que somos amonestados en el siglo presente para conseguir el reposo futuro, como dice el Apóstol: Cuando somos castigado por el Señor, somos corregidos para no condenarnos con este mundo 116. Por eso también el beato Job voluntariamente aceptaba todos los suplicios y decía: Si hemos recibido los bienes del Señor, ¿no deberemos tolerar también los males? 117 El Señor lo dio, el Señor lo quitó, ha ocurrido como al Señor le ha placido. Bendito sea el nombre del Señora 118.
Pero hace misericordia por millares a los que le aman 119. Los que le aman, no necesitan amonestación, ni pecan, como dice el Señor: El que me ama, guardará mis mandamientos 120. Y por eso el amor perfecto arroja fuera el temor 121. Por esta razón para los que le aman sólo se establece la misericordia; bienaventurados los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos 122 en Cristo Jesús; a Él sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén 123.

Notas

1 Cf. Ap 11, 8
2 Cf. Gn 5, 24
3 Ex 20, 2
4 Ex 20, 2
5 Jn 8, 31-32
6 Cf. 2P 3, 15
7 Ga 4, 26
8 Ex 20, 2
9 Cf. Ex 12, 3 ss. 11
10 Cf. Ex 12, 11.8
11 Cf. Ex 14, 22 ss
12 Cf Ex 14, 23 ss. 27
13 Cf. Ex 17, 1; Ex 19, 2
14 Cf. Ex 19, 1
15 Ex 20, 2
16 Ex 20, 3
17 Ex 20, 4-6
18 Ex 20, 3
19 Ex 20, 4
20 Cf. Mt 11, 15
21 Ex 20, 3
22 Ex 20, 3
23 1Co 8, 5
24 1Co 8, 5-6
25 Cf. Sal 47, 3
26 Sal 50, 1
27 Sal 82, 1
28 Col 1, 1 6
29 Dt 32, 8-9
30 Sal 82, 6-7
31 Cf., al contrario, Lc 2, 34
32 Cf. Dt 32, 9
33 Cf. Dt 32, 9
34 Cf. 1Co 10, 28
35 Cf. Rm 2, 28-2-9; Ga 6, 16; Flp 3, 3
36 Sal 2, 8
37 Jn 17, 10
38 Cf. Dt 32, 9
39 Dt 4, 27
40, Cf. Ex 20, 2
41 Jn 8, 34
42 Cf. Ex 20, 2
43 Ex 20, 3
44 Ex 20, 4
45 1Co 8, 5
46 1Co 8, 4
47 Ex 20, 4
48 1Co 8, 4
49 1Co 8, 4
50 Cf. Ex 20, 4
51 Hch 7, 22
52 Ef 6, 12
53 Is 34, 5
54 Cf. Ex 20, 4
55 Ex 20, 5
56 Cf. Mc 12, 30; (Dt 6, 5)
57 Cf. Dt 32, 9
58 Cf. Mc 12, 30
59 Si 2, 12
60 1R 18, 21
61 St 1, 8
62 Cf. Lm 1, 2
63 Cf. Os 2, 5
64 Os 2, 7
65 Cf. Qo 1, 11
66 Mt 12, 43-45; Lc 11, 24-26
67 Os 2, 7
68 Cf. Gn 1, 27; St 1, 18
69 Cf. Lc 11, 25
70 Cf. 2Co 6, 16
71 Cf. Lc 11, 26
72 Cf. 2Co 6, 15-16
73 2Co 6, 16
74 Cf. 2Co 6, 17-18; Is 52, 11
75 Ex 20, 3-5
76 Ex 20, 5
77 Cf. Ex 20, 5
78 Cf. Lc 11, 24-26
79 2Co 11, 2
80 Cf. Mt 22, 2
81 Cf Ex 20, 5
82 Is 50, 1
83 Is 50, 1
84 Jr 3, 1
85 Cf. Jr 3, 6.7
86 Ez 16, 42
87 Cf. Jr 6, 7-8
88 Hb 12, 6
89 Os 4, 14
90 Ez 16, 42
91 Ex 20, 5
92 Cf. Ex 20, 5
93 Cf. 1P 4, 6
94 Jn 8, 4
95 1Jn 3, 9
96 Cf. Sal 29, 3
97 Cf. Lc 22, 3, Jn 13, 2
98 Cf. Mt 26, 14-15; Mc 14, 10-11; Lc 22, 4-5; Jn 18, 3
99 Cf. Ex 20, 5
100, Cf. Is 14, 19
101 Cf. Mt 8, 29
102 Cf. Ez 33, 11
103 Cf. Sal 103, 8
104 Cf. Mt 25, 41
105 Cf. Ef 6, 12
106 Cf. 1Tm 2, 4
107 Cf. Sal 89, 32-33; Sal 2, 9
108 Sal 45, 11
109 Cf. Ex 20, 5; Jr 32, 18
110 Cf. Ex 20, 5
111 Cf. Os 2, 22
112 Cf. Jr 7, 18
113 Cf. Pr 1, 24-26
114 Mt 25, 41
115 Lc 16, 25
116 1Co 11, 32
117 Jb 2, 10
118 Jb 1, 21
119 Cf. Ex 20, 6
120 Cf. Jn 14, 21
121 1Jn 4, 18
122 Cf. Mt 5, 7
123 Cf. 1P 4, 11