Padres de la Iglesia

ORÍGENES
Homilías sobre el Éxodo

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Homilía IV
Las diez plagas que azotaron a Egipto

1. La historia que se nos ha leído es famosísima y por su importancia es conocida en todo el mundo; en ella se recuerda que Egipto, con su Rey el Faraón, fue castigado con grandes plagas de signos y prodigios, para que devolviese la libertad al pueblo hebreo que, nacido de padres libres, había sido reducido violentamente 1 a la esclavitud. Pero los acontecimientos están narrados de tal manera que si examinas diligentemente cada uno, encontrarás muchos más a los que aplicar la inteligencia que otros sobre los que poder pasar rápidamente.
Y puesto que es largo proponer ordenadamente cada palabra de la Escritura, haremos un resumen del contenido de toda la historia.
Como primer signo, arrojó Aarón su vara, que se convirtió en una serpiente 2 y, convocados los magos y los hechiceros de los egipcios, convirtieron del mismo modo sus varas en serpientes. Pero la serpiente que provenía de la vara de Aarón, se comió a las serpientes de los egipcios. Esto, aunque habría debido provocar estupor en el Faraón y disponerlo a creer, obtuvo el efecto contrario. Dice efectivamente la Escritura que se endureció el corazón del Faraón y no los escuchó 3. Aquí, ciertamente, dice que se endureció el corazón del Faraón; pero también en la primera plaga, cuando el agua se convierte en sangre, está escrito lo mismo 4 y en la segunda cuando pululan las ranas; asimismo en la tercera cuando sobrevienen los mosquitos 5; también en la cuarta cuando salen los tábanos 6 y en la quinta, cuando la mano del Señor cayó sobre los ganados 7 de los egipcios, se usan términos iguales o semejantes.
Sin embargo, en la sexta, cuando Moisés tomó las pavesas del horno y las arrojó hacia el cielo, y se formaron úlceras y pústulas sobre los hombres y sobre las bestias de modo que los magos ya no podían resistir ante Moisés 8, no se dice que se endureció el corazón del Faraón, sino que se añade algo más terrible; está escrito, en efecto: el Señor endureció el corazón del Faraón, y no los escuchó como el Señor había establecido 9.
De nuevo, en la séptima, cuando el granizo y el rayo devastan todo Egipto, fue endurecido el corazón del Faraón 10 pero no por el Señor. En la octava, cuando se hace venir a las langostas, se dice que el Señor endureció el corazón del Faraón 11. Así también en la novena, cuando se palpaban las tinieblas en toda la tierra de Egipto 12, se escribe que el Señor endureció el corazón del Faraón 13.
Finalmente cuando, muertos los primogénitos de los egipcios, el pueblo hebreo partió, después de muchas cosas se dice: Y endureció el Señor el corazón del Faraón rey de Egipto y sus siervos y persiguió a los hijos de Israel 14. Pero cuando Moisés fue enviado de la tierra de Madián a Egipto y se le mandó hacer todos los prodigios, que puso el Señor en su mano 15 se añade: Harás estas cosas en presencia del Faraón. Yo endureceré su corazón y no dejará marchar al pueblo 16. Ésta es la primera vez que dice el Señor: Yo endurezco el corazón del Faraón 17. Pero, en segundo lugar, cuando fueron contados los príncipes de Israel, poco después se añade de parte del Señor: Yo endurezco el corazón del Faraón y multiplico mis señales 18.
2. Si creemos que estas Escrituras son divinas y escritas por el Espíritu Santo, no creo que pensemos algo tan indigno del Espíritu divino como para afirmar que, en una obra tan importante, se debe al azar esta variación, y que tan pronto se dice que Dios ha endurecido el corazón del Faraón, como se dice que ha sido endurecido, no por Dios, sino por propia voluntad.
Ciertamente, me confieso el menos idóneo y el menos capaz para sondear los secretos de la divina Sabiduría en semejantes variaciones. Sin embargo, veo que el apóstol Pablo, porque habitaba en él el Espíritu Santo, se atrevía a decir con confianza: Pero a nosotros nos lo ha revelado Dios por medio de su Espíritu. En efecto, el Espíritu escruta todo, incluso lo más profundo de Dios 19. Lo veo, digo, como si comprendiese en qué difieren: el corazón del Faraón se endureció y el Señor endureció el corazón del Faraón, y por eso dice en otro lugar: ¿Acaso despreciáis los tesoros de su bondad, paciencia y longanimidad, ignorando que la paciencia de Dios te conduce a la penitencia? Por la dureza de tu corazón y tu corazón impenitente, atesoras para ti mismo la ira en el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios 20; con lo que sin duda culpa al que por propia voluntad se endurece. En otro pasaje, sin embargo, parece proponer una pregunta al respecto: Tiene misericordia de quien quiere, y endurece a quien quiere. Me dirás entonces: ¿por qué se queja? ¿Quién resistirá a su voluntad? 21. Se añade también: ¡Oh, hombre!, ¿quién eres tú para replicar a Dios? 22.
Por ello pienso que sobre el tema del hombre cuyo corazón ha sido endurecido por Dios el apóstol responde, no tanto resolviendo la cuestión, como apelando a su autoridad apostólica, no juzgando conveniente -a causa de la incapacidad de sus oyentes- entregar los secretos de la solución al papel y a la tinta 23., Así como en otro lugar él mismo dice refiriéndose a algunas palabras que ha oído, que no está permitido hablar de ellas a los hombres 24. De ahí que, para lo que sigue, al que se sumerge curioso en las cuestiones más secretas no tanto por interés en el estudio cuanto por deseo de saber, le aterrorizará la severidad de este admirable doctor: ¡Oh hombre! ¿tú quién eres para replicar a Dios? ¿Acaso dice la arcilla al que la ha plasmado: por qué me has hecho así? 25, etc. A nosotros, pues, bástenos sólo haber notado y observado esto, y haber mostrado a los oyentes cuánto hay inmerso en la Ley divina en profundos misterios, por los que debemos decir en la oración: Desde lo hondo a ti grito, Señor 26.
3. Pero no parece menos digna de consideración esa observación según la cual se dice que algunos castigos fueron infligidos por Aarón, otros por Moisés y otros por el mismo Señor.
Pues en la primera plaga, cuando convirtió las aguas en sangre 27, se dice que Aarón elevó su vara y golpeó el agua. También en la segunda, cuando golpeó las aguas y sacó las ranas 28, y en la tercera, cuando extendió con su mano la vara y golpeó el polvo de la tierra, y salieron de él los mosquitos 29. En estos tres castigos la intervención fue de Aarón.
Sin embargo, en el cuarto de castigo se dice que el Señor hizo llegar los tábanos y que llenasen las casas del Faraón 30. En el quinto, cuando murieron los ganados de los egipcios, se dice que también el Señor hizo esta palabra 31. En el sexto, Moisés esparció pavesas del horno, y se formaron úlceras y pústulas ardientes en hombres y ganados 32. En el séptimo, Moisés elevó su mano al cielo y vinieron truenos y granizo y el rayo recorrió la tierra 33. En el octavo, también, el mismo Moisés extendió su mano al cielo, y el Señor hizo venir durante todo el día y toda la noche un viento 34 que trajo las langostas. En el noveno, también el mismo Moisés extendió su mano al cielo, y vinieron las tinieblas y la oscuridad sobre toda la tierra de Egipto 35.
Pero en el décimo, el fin y cumplimiento de toda la obra es realizado por el Señor. En efecto, así está escrito: Alrededor de la media noche, el Señor hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito del Faraón, que se sentaba en el trono, hasta el primogénito de la esclava, que se encontraba en la cárcel, y a todo primogénito del ganado 36.
4. En estos hechos hemos observado aún otra diferencia: que en la primera plaga, cuando el agua se convierte en sangre, todavía no es dicho a Moisés que entre en casa del Faraón, sino que le dice: Ve a su encuentro en la orilla del río, cuando baje el agua 37. En la segunda plaga, después de que la primera fue firme y fielmente infligida por ellos, se le dice: Entra en casa del Faraón y habiendo entrado dice: Esto dice el Señor 38, ...
Ya en la tercera, cuando irrumpen los mosquitos, los magos, que antes se habían opuesto, ceden confesando que el dedo de Dios está aquí 39. Asimismo, en la cuarta, se manda a Moisés velar y que se levante contra el Faraón cuando baje al río, mientras las casas de los egipcios se llenan de tábanos 40. Igualmente en la quinta, cuando son destruidos los ganados de los egipcios, se ordena a Moisés entrar en casa del Faraón 41. En la sexta, se menosprecia al Faraón y no se dice que entraran Moisés o Aarón a casa del Faraón, puesto que se produjeron úlceras y pústulas ardientes también sobre los magos de Egipto y no podían resistir a Moisés 42. En la séptima, se le ordena velar muy de mañana y presentarse contra el Faraón 43 mientras se producen truenos, granizo y rayos. En la octava se le manda entrar 44 al tiempo que, fuera, llegan las langostas. En la novena, de nuevo se menosprecia al Faraón y se manda a Moisés extender sus manos al cielo para que haya tinieblas, densas tinieblas, en toda la tierra de Egipto 45, y ciertamente él no entra, pero es llamado por el Faraón. Igualmente en la décima, cuando son exterminados los primogénitos y se le obliga a salir de Egipto con prisa 46.
Hay todavía muchas otras observaciones, en cada una de las cuales se muestran signos de la divina Sabiduría.
Encontrarás, en primer lugar, que no se doblega el Faraón ni cede a los castigos divinos cuando las aguas son convertidas en sangre 47. En un segundo momento, parece suavizarse un poco: Llamó a Moisés y Aarón y les dijo: rogad por mí al Señor, para que aleje las ranas de mí y de mi pueblo, y dejaré partir al pueblo 48. En un tercer momento, los magos ceden y dicen al Faraón: El dedo de Dios está aquí 49. A la cuarta, castigado por los tábanos, dice: Id, sacrificad a vuestro Dios, pero no vayáis muy lejos. Rogad por mí al Señor 50.
En la quinta, cuando es herido por la muerte del ganado, no sólo no cede, sino que se endurece más 51. Del mismo modo se comporta en el sexto castigo, respecto a la plaga de las úlceras 52. Pero en la séptima, cuando es devastado por el granizo y los rayos: mandó llamar, dice, el Faraón a Moisés y Aarón y les dijo: He pecado también ahora; el Señor es justo, pero yo y mi pueblo somos impíos. Rogad por mí al Señor 53. En la octava, cuando es azotado por la langosta, dice: Se apresuró el Faraón y llamó a Moisés diciendo: He pecado ante el Señor vuestro Dios y contra vosotros. Haceos cargo de mi pecado también ahora y rogad por mí al Señor vuestro Dios 54. En la novena, cuando se extendieron las tinieblas, llamó el Faraón a Moisés y Aarón, diciendo: Id, servid al Señor vuestro Dios 55. Pero ya en la décima, cuando son muertos los primogénitos de los hombres y los ganados, dice: Llamó el Faraón a Moisés y Aarón de noche y les dijo: levantaos y salid de mi pueblo, vosotros y los hijos de Israel; id, servid al Señor vuestro Dios como decís; tomando vuestras ovejas y bueyes, partid como habéis dicho. Pero bendecidme. Y lo egipcios obligaban al pueblo a salir lo más rápidamente posible de la tierra de Egipto. En efecto, decían: todos nosotros moriremos 56.
5. ¿Quién es el hombre a quien Dios llenará de aquel espíritu con que llenó a Moisés y Aarón, cuando hicieron estos signos y prodigios, para que, iluminado por el mismo espíritu pueda interpretar las obras realizadas por ellos? En efecto, no creo que puedan ser explicadas las divergencias y diferencias de estos inmensos acontecimientos, si no las explica el mismo espíritu por quien fueron realizados, porque dice el apóstol Pablo: El espíritu de los profetas está sometido a los profetas 57. Por tanto, no se dice que los dichos de los profetas estén sometidos-para explicarlos-a cualquiera, sino a los profetas. Pero puesto que el mismo santo Apóstol (cuando dice: Aspirad a los bienes mejores, pero sobre todo a la profecía) 58, nos manda hacernos imitadores de esta gracia, es decir, del don profético, como si -al menos en parte- estuviese a nuestro alcance, intentemos también nosotros obtener la aspiración a estos bienes y, en tanto esté en nosotros, realizarla, pero esperando del Señor la plenitud del don. Por esto dice el Señor por medio del profeta: Abre tu boca y la llenaré 59: y por esto dice otra Escritura: golpea el ojo, y correrán las lágrimas; golpea el corazón, y surgirá la inteligencia 60.
Por tanto no nos entreguemos al silencio por desesperación, ya que eso ciertamente no edifica la Iglesia de Dios; volvamos brevemente a lo que podamos y tanto cuanto podamos.
6. Por lo que puedo entender, creo que el Moisés que viene a Egipto trayendo su vara con la que castiga y azota a Egipto con las diez plagas, este Moisés es la Ley de Dios, que ha sido dada para corregir y enmendar este mundo con las diez plagas, es decir, con los diez mandamientos que se contienen en el Decálogo.
La vara, por medio de la cual se hicieron todas estas cosas, por la que Egipto es sometido y el Faraón vencido, es la cruz de Cristo, por la que este mundo es vencido, y es derrotado con sus principados y potestades 61 el príncipe de este mundo 62. Por lo que se refiere a esta vara que, arrojada a tierra, se convierte en dragón o serpiente y devora las serpientes de los magos egipcios, que habrán hecho lo mismo 63, la palabra evangélica -cuando dice: Sed astutos como serpientes 64, y en otro lugar: La serpiente era el más astuto de todos los animales y bestias que había en el paraíso- 65 indica que la serpiente significa aquí la sabiduría o la prudencia.
Así pues, la cruz de Cristo, cuya predicación parecía necedad 66, y que está contenida en Moisés, esto es, en la ley, como dice el Señor: De mí escribió él 67, esta cruz, digo, de la que escribió Moisés, después de haber sido arrojada a la tierra, es decir, después de que vino para ser creída y confesada por los hombres, fue convertida en sabiduría, y en una sabiduría tan grande que devoró toda la de los egipcios, esto es, la de este mundo. Considera, en efecto, cómo ha hecho Dios necia la sabiduría de este mundo, después de haber manifestado a Cristo, que fue crucificado, y es poder de Dios y sabiduría de Dios 68 y cómo desde entonces este mundo ha sido conquistado por aquel que dijo: Prenderé a los sabios en su astucia 69.
En cuanto a las aguas del río que se convirtieron en sangre, es fácil de adaptar. En primer lugar, porque este río al que habían entregado con una muerte cruel a los hijos de los hebreos, debía devolver una copa de sangre a los autores del crimen y porque debían gustar, al beber la sangre del abismo contaminado, que ellos habían manchado con un crimen parricida.
Entonces, después, para que no falte nada de las reglas de la alegoría, las aguas se convierten en sangre 70, y se da a beber a Egipto su propia sangre. Las aguas de Egipto son las doctrinas erróneas y engañosas de los filósofos; a éstas, puesto que engañaron a los pequeños de espíritu y a los niños en inteligencia cuando la cruz de Cristo muestra la luz de la verdad a este mundo, se les exige el castigo de su crimen y la expiación de la sangre. En efecto, así dice el mismo Señor: Toda la sangre que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, le será reclamada a esta generación 71.
Pienso que en la segunda plaga, en la que salieron las ranas 72, están indicados en figura los cantos de los poetas que, con un ritmo vacío y ampuloso, como los sonidos y cantos de las ranas, trajeron a este mundo fábulas engañosas. Para nada es útil este animal, sino para hacer oír su voz con gritos inmoderados e inoportunos.
Después de esto llegaron los mosquitos 73. Este animal revolotea por los aires suspendido por sus alas. Pero es tan sutil y tan menudo que escapa al alcance de los ojos que no tienen una vista muy aguda; sin embargo, puesto sobre el cuerpo, lo pica con su acerado aguijón, de modo que si no se le puede ver volar, si se le siente cuando pica. Creo que este animal puede ser justamente comparado con el arte de la dialéctica, que taladra las almas con los aguijones menudos y sutiles de las palabras, y las rodea con tanta astucia que el que es engañado, no ve ni entiende por dónde le han engañado.
En cuarto lugar, compararé a los tábanos 74 con la secta de los cínicos, los cuales, entre otras inicuas falsedades, predican el placer y las pasiones como el sumo bien. Así pues, puesto que el mundo ha sido engañado con cada una de estas maneras, la Palabra y la Ley de Dios lo denuncian con correcciones de tal naturaleza, que por la naturaleza de las penas reconozca la naturaleza del propio error.
En quinto lugar, que Egipto sea azotado con la muerte de animales y ganados 75, denuncia la insensatez y la necedad de los mortales que, como animales irracionales, impusieron el culto y el nombre de Dios a figuras, no sólo de hombres, sino también de animales, impresas en madera y piedras 76, venerando a Júpiter Ammon en el carnero, a Anubis en el perro, dando culto a Apis en el toro, y a los otros que Egipto admira como portentos de los dioses, para que encuentren suplicios dignos de lástima en aquellas cosas a las que, según creían, se debía prestar un culto divino.
Después de esto, vinieron las úlceras y las pústulas ardientes en la sexta plaga 77. Me parece a mi que en las úlceras se denuncia la maldad engañosa e infecta; en las pústulas la soberbia hinchada y orgullosa; en los ardores la locura de la ira y del furor. Hasta aquí los castigos al mundo son establecidos por las figuras de sus errores.
7. Después de estos castigos, vinieron de lo alto voces, de trueno, sin duda, granizo y rayos discurriendo entre el granizo 78. Mira la medida de la divina corrección: no castiga con el silencio, sino que da voces y hace venir una doctrina del cielo, por la cual pueda reconocer su culpa el que ha sido castigado. Da también granizo, para que sean devastados los todavía tiernos brotes de los vicios. Manda también rayos, sabiendo que hay espinas y abrojos 79 que deben ser devorados por aquel fuego del cual dice el Señor: He venido a traer fuego a la tierra 80; en efecto, por él son consumidos los aguijones del placer y de las pasiones.
En octavo lugar, se hace mención de la langosta 81. Pienso que en este tipo de plaga se rechaza la inconstancia del género humano, siempre en disidencia consigo mismo. En efecto, aunque la langosta no tiene rey, como dice la Escritura, forma un ejército ordenado en una línea de batalla 82; pero los hombres, aunque han sido creados racionales por Dios, ni han podido gobernarse a si mismos ordenadamente ni soportar con paciencia el gobierno de Dios su Rey.
La novena plaga son las tinieblas 83, bien para acusarlos de la ceguedad de su espíritu, bien para que entiendan que las razones de la dispensación y de la providencia divina son muy oscuras. En efecto, Dios hizo de las tinieblas su refugio 84, las cuales, a los que tenían el deseo audaz y temerario de sondearlas y que pasaban de una afirmación a otra, los precipitaron en las tinieblas palpables 85 y espesas de sus errores. Por último, viene la muerte de los primogénitos 86, en la que hay probablemente algo que supera nuestra inteligencia, algo cometido por los egipcios contra la Iglesia de los primogénitos inscrita en los cielos 87.
Por eso el ángel exterminador es enviado con tal oficio: debe perdonar sólo a aquellos que tengan las dos jambas de sus puertas selladas con la sangre del cordero 88. Entretanto son exterminados los primogénitos de los egipcios: bien los que llamamos principados y potestades y rectores de este mundo de tinieblas 89, a los que Cristo con su llegada ha expuesto al desprecio, esto es, los ha hecho cautivos y los ha derrotado en el leño de la cruz 90; o bien los autores e inventores de las falsas religiones que ha habido en este mundo, a las cuales junto con sus autores ha extinguido y destruido la verdad de Cristo.
Esto por lo que se refiere al sentido místico.
8. Y ahora, si hemos de tratar también del sentido moral, diremos que cualquier alma en este mundo, si vive en los errores y en la ignorancia de la verdad, está puesta en Egipto. Cuando comienza a aproximársele la Ley de Dios, para ella las aguas se convierten en sangre, esto es, la vida muelle y lujuriosa de la juventud se convierte en la sangre del Antiguo o del Nuevo Testamento. A continuación, arranca de ella la estéril y vacía locuacidad, y la queja contra la providencia de Dios, similar al lamento de las ranas. Purifica también sus malos pensamientos, y rechaza los aguijones de la carne, similares a las picaduras de los mosquitos. Rechaza también los mordiscos de las pasiones similares a los aguijones de los tábanos, y destruye en sí misma la necedad y la inteligencia similares a las de los animales, por las cuales el hombre cuando está en la opulencia no comprende, pero es comparado a los necios animales y se hace semejante a ellos 91. Desvela también las úlceras de sus pecados y extingue en ella el tumor de su arrogancia y el ardor de su cólera. Después de esto usa también las voces de los hijos del trueno 92, esto es, las doctrinas evangélicas y apostólicas. Pero aún más, aplica el castigo del granizo para reprimir la lujuria y los placeres. Al mismo tiempo, usa el fuego de la penitencia, para decir ella misma: ¿Acaso no ardía nuestro corazón dentro de nosotros? 93. Y no se deja arrastrar por los ejemplos de las langostas, las cuales muerden y devoran todos sus movimientos inquietos y agitados, para aprender ella misma del Apóstol que enseña: Que todas sus cosas se hagan con orden 94.
Cuando haya sido suficientemente castigada por sus costumbres y cuando haya sido obligada a corregirse para una vida mejor, cuando haya experimentado al autor de los castigos y ya comience a confesar que el dedo de Dios está aquí 95 y haya recibido un poco de conocimiento, entonces, sobre todo, verá las tinieblas de sus obras, reconocerá la oscuridad de sus errores. Cuando haya llegado a este punto, entonces merecerá que sean destruidos en ella los primogénitos de Egipto.
Creo que en esto puede comprenderse algo: en toda alma, cuando llega a una cierta edad, una como cierta ley natural comienza a ejercer sus derechos; produce, sin duda, según el deseo de la carne sus primeros movimientos los cuales son excitados por una fuerza que estimula la concupiscencia o la ira.
Por esto el profeta dice sólo de Cristo-y como algo singular y no compartido por los otros hombres-: Cuajada y miel comerá; antes de decir o hacer el mal, elegirá el bien, puesto que, antes de que el niño conozca el bien o el mal 96 resistirá al mal para elegir lo que es bueno.
Otro profeta, como hablando de sí mismo dice: No te acuerdes de los delitos de mi juventud, ni de mi ignorancia 97.
Puesto que estos primeros movimientos según la carne precipitan al pecado, con razón, en este sentido moral, pueden significar los primogénitos de los egipcios, los cuales son destruidos en la medida en que la conversión dirige el curso de la enmienda del resto de la vida. Así en el alma que la Ley divina, una vez la ha sacado de sus errores, castiga y corrige, hay que entender que son destruidos los primogénitos de los egipcios, a no ser que después de todo permanezca en la infidelidad y no quiera unirse al pueblo israelita para salir del abismo y escapar sano y salvo, sino que permanezca en la iniquidad y descienda como plomo en las aguas caudalosas 98. En efecto, la iniquidad, según la visión del profeta Zacarías, se sienta sobre una masa de plomo 99 y por eso se dice del que permanece en la iniquidad que está sumergido en el abismo como plomo.
Ciertamente, como habíamos observado antes, algunos prodigios son realizados por Aarón, otros por Moisés y otros por el mismo Señor. Esto lo podemos entender de modo que reconozcamos que en algunos casos debemos ser purificados por los sacrificios de los sacerdotes y por las oraciones de los pontífices, lo que designa la persona de Aarón; en otros casos debemos ser corregidos por el conocimiento de la Ley divina, lo que simboliza el oficio de Moisés; pero en otros casos, sin duda que más difíciles, necesitamos del poder del mismo Señor.
9. Ahora bien, no pensemos que es una observación inútil decir que, en primer lugar, Moisés no entra en casa del Faraón, sino que le sale al encuentro mientras desciende a las aguas, pero que después entra a su casa y que después de esto no sólo entra sino que llega con invitación. Pienso que aquí puede ser comprendido lo siguiente: bien haya en nosotros un combate contra el Faraón a propósito de la Palabra de Dios y de la afirmación de la religión, o bien intentemos librar de su poder a las almas sometidas por él y debamos luchar en la discusión, no debemos entrar inmediatamente a los puntos más extremos de las cuestiones, sino que debemos salir al encuentro del adversario, y encontrarlo junto a sus aguas; sus aguas son los autores de los filósofos paganos.
Así pues, allí debemos ir, en primer lugar, al encuentro de los que quieren discutir para refutarlos y mostrarles que están en el error. Después de esto ya debemos entrar al corazón mismo de la batalla. Dice en efecto el Señor: Si antes no se le ha atado bien, no se puede entrar en su casa y robarle sus bienes 100.
Por tanto, primero debemos atar al fuerte y constreñirlo con los lazos de las cuestiones, y así introducirnos para robarle sus bienes y liberar las almas de las que se había apoderado con engaño fraudulento. Si hacemos esto más veces y resistimos contra él -resistiremos, como dice el Apóstol: Estad en pie, ceñidos vuestros lomos en la verdad 101 y de nuevo: Manteneos firmes en el Señor, y comportaos virilmente- 102, cuando nos mantengamos así, en pie, contra él, aquel artista antiguo y astuto se fingirá vencido y cederá, a ver si por casualidad, de este modo nos encuentra más negligentes en el combate. Fingirá incluso la penitencia y nos rogará que nos apartemos de él, aunque no lejos 103. Quiere que seamos vecinos, al menos en parte, quiere que nos marchemos no lejos de sus fronteras. Pero nosotros, a no ser que nos marchemos lejos de él y que crucemos el mar y digamos: Como dista el oriente del ocaso, ha alejado de nosotros nuestras iniquidades 104, no podemos ser salvos. Por ello supliquemos a la misericordia del Señor, que nos saque de la tierra de Egipto, del poder de las tinieblas y que sumerja al Faraón con su ejército como plomo en las aguas caudalosas 105.
Nosotros, liberados, con gozo y alegría cantemos un himno al Señor, pues se ha cubierto de gloria 106, porque a Él se deben honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén 107.

Notas

1 Cf. Ex 1, 13
2 Cf. Ex 7, 10 ss
3 Ex 7, 13
4 Cf. Ex 7, 22
5 Cf. Ex 8, 15: 8, 19
6 Cf. Ex 8, 27
7 Cf. Ex 9, 3-7
8 Cf. Ex 9, 10-11
9 Ex 9, 12
10 Cf. Ex 9, 35
11 Cf. Ex 10, 20
12 Cf. Ex 10, 21-22
13 Cf. Ex 10, 27
14 Ex 14, 8
15 Cf. Ex 4, 21
16 Ex 4, 21
17 Ex 7, 3
18 Ex 7, 3
19 1Co 2, 10
20 Rm 2, 4-5
21 Rm 9, 18-19
22 Rm 9, 20
23 Cf. 2Jn 1, 12
24 Cf. 2Co 12, 4
25 Rm 9, 20
26 Sal 130, 1
27 Cf. Ex 7, 20
28 Cf. Ex 8, 6
29 Cf. Ex 8, 17
30 Cf. Ex 8, 24
31 Cf. Ex 9, 6
32 Cf. Ex 9, 10
33 Cf. Ex 9, 23
34 Cf. Ex 10, 13
35 Cf. Ex 10, 22
36 Ex 12, 29
37 Cf. Ex 7, 15
38 Ex 8, 1
39 Ex 8, 19
40 Cf. Ex 8, 20 ss
41 Cf. Ex 9, 1
42 Cf. Ex 9, 10-11
43 Cf. Ex 9, 13
44 Cf. Ex 10, 1
45 Cf. Ex 10, 21
46 Cf. Ex 11, 1 ss
47 Cf. Ex 7, 22
48 Cf. Ex 8, 8
49 Ex 8, 19
50 Ex 8, 25.28
51 Cf. Ex 9, 7
52 Cf. Ex 9, 12
53 Ex 9, 27-28
54 Ex 10, 16-17
55 Ex 10, 24
56 Ex 12, 31-33
57 1Co 14, 32
58 Cf. 1Co 12, 31; 1Co 14, 1
59 Sal 81, 11
60 Cf. Si 22, 19
61 Cf Col 2, 15
62 Cf. Jn 16, 11
63 Cf. Ex 7, 12
64 Mt 10, 16
65 Gn 3, 1
66 Cf. 1Co 1, 18
67 Jn 5, 46
68 Cf. 1Co 1, 20.23 ss
69 Cf. 1Co 3, 19, Jb 5, 13
70 Cf. Ex 7, 20
71 Cf. Mt 23, 35.36
72 Cf. Ex 8, 6
73 Cf. Ex 8, 17
74 Cf. Ex 8, 24
75 Cf. Ex 9, 6
76 Cf. Sb 13, 1 ss.; 13 ss.; Sb 14, 7 ss
77 Cf. Ex 9, 10
78 Cf. Ex 9, 23
79 Cf. Gn 3, 18
80 Cf. Lc 12, 49
81 Cf. Ex 10, 13
82 Cf. Pr 30, 27
83 Cf. Ex 10, 22
84 Sal 18, 12
85 Cf. Ex 10, 21
86 Cf. Ex 12, 29
87 Cf. Hb 12, 23
88 Cf. Ex 12, 7.13.23
89 Cf. Col 2, 15; Ef 6, 12
90 Cf. Col 2, 15
91 Sal 49, 21
92 Cf. Mc 3, 17
93 Lc 24, 32
94 Cf. 1Co 14, 40
95 Cf. Ex 7, 19
96 Is 7, 15 ss
97 Sal 25, 7
98 Cf. Ex 15, 10
99 Cf. Za 5, 6-8
100 Cf. Mt 12, 29
101 Ef 6, 14
102 Flp 4, 1; 1Co 16, 13
103 Cf. Ex 8, 28
104 Sal 103, 12
105 Cf Ex 15, 10
106 Cf. Ex 15, 1
107 Cf. Rm 16, 27