1M

1M 1, 1-66

1M 1, 1-10

Con un rápido bosquejo histórico señala el autor las raíces de la situación política y religiosa de Palestina, contra la cual se levantó la dinastía asmonea. Este resumen histórico ocupa todo el capítulo primero. En el verano del año 336 fue asesinado Filipo, sucediéndole en el trono su hijo Alejandro, a la sazón de veinte años de edad. El año anterior (335) subió al trono su futuro rival, Darío III Codomano, por gracia del eunuco Bagoas. En el pecho del joven macedonio hervía el deseo de vengar las ofensas que había infligido a Grecia el imperio persa. Una vez afianzado en el trono y reforzadas las fronteras de Macedonia, cruzó los Dardanelos en la primavera del año 334, al frente de treinta mil soldados de infantería y cinco mil de caballería. Le seguía un reducido número de letrados, entre los cuales descuella Tolomeo, que recibió el encargo de tener al día la Crónica de los acontecimientos. Apenas desembarcó en Abidos, consiguió la gran victoria de Granico (mayo-junio del año 334), que le abrió las puertas de Asia. A medida que se internaba iban cayendo en su poder las ciudades costeras. En octubre del año 333, la victoria sobre Darío Codomano abre al helenismo las puertas de Oriente. Las bases de Adrados, Biblos y Sidón se le rinden; Tiro le cerró sus puertas. Después de seis meses de sitio cayó la ciudad en su poder (julio del año 332). En su marcha hacia el sur sitió a Gaza, que se le rindió a los dos meses. En noviembre del año 332 llega victorioso al valle del Nilo. En la primavera del 331 se encuentra nuevamente en Tiro, en donde organizó la provincia siro-palestinense.
Cuenta Flavio Josefo que, después de la conquista de Gaza, Alejandro visitó Jerusalén, en donde fue acogido con grandes honores por parte del pueblo y del sumo sacerdote Yaddu´a, ofreciendo sacrificios en el templo y concediendo grandes favores al pueblo judío. Se cree que esta noticia es una pura leyenda.
Ante los grandes triunfos de Alejandro enmudeció la tierra (Jc 3, 11-30; 2Cro 13, 23; Is 14, 7), por lo que su corazón se engrió y llenó de orgullo, hasta el límite de reclamar para sí honores divinos. En el oasis de Siwa, los sacerdotes legitimaron su advenimiento al trono de los faraones, declarándolo hijo de Dios. A estas locas pretensiones alude el autor del libro, ya que "nacimiento divino y dominación universal son dos pretensiones inseparables". El autor del libro juzga a Alejandro por la fama que de él se ha conservado entre el pueblo, sin pretender estudiar a fondo el alma y las gestas del famoso general macedonio.
La muerte le sorprendió antes de nombrar sucesores. Al preguntársele en vida cuál sería su sucesor, respondió: "El mejor". Es posible que en vida manifestara vagamente su pensamiento sobre quiénes debían sucederle a su muerte. El autor sagrado no quiere entrar en detalles. Cualquiera que fuese la última voluntad del conquistador, el texto sagrado tiene en cuenta preferentemente el hecho histórico de la división de mando entre los más conspicuos generales, faltando una sucesión dinástica directa (Dn 11, 4). Rábano Mauro explicaba el texto bíblico de la siguiente manera: "Dividió, a saber: dejó que su reino se dividiera". En el consejo de oficiales se sistematizó la sucesión de Alejandro. Por unos veinte años, el imperio único sobrevivió a los conatos de las fuerzas disolventes. Las intrigas empezaron entre los Diádocos, o sea, los sucesores, eliminándose uno a otro. Después de la victoria naval contra Tolomeo en Salamina de Chipre, año 306, Antígono se arrogó el título de rey, ejemplo que imitaron Tolomeo en Egipto, Lisímaco en Tracia, Seleuco en Babilonia, Gasandro en Macedonia. Prácticamente, Palestina sólo tuvo roces con los lágidas y los seléucidas, especialmente en el período comprendido entre el año 280 al 219 antes de Cristo. Durante todo este espacio de tiempo "se multiplicaron los males sobre la tierra". El peor de ellos para el autor sagrado fue la penetración en tromba de la cultura griega, en el amplio sentido de la palabra, en Palestina, con graves amenazas para el judaísmo tradicional.

1M 1, 11

Antíoco III el Grande (223-187 a.C.) fue derrotado en Magnesia el año 190. Entre las cláusulas del armisticio firmado en Apamea figuraba la de entregar veinte rehenes, a elección de los romanos, entre los que estaba su hijo menor, Antíoco. Los impuestos de guerra que Escipión el Africano impuso a Antíoco vaciaron las arcas reales de Siria. Para llenarlas, el rey asaltó de noche el templo de Bel, en Elimaida, pereciendo en manos de los defensores del santuario. La misma necesidad de dinero retuvo en todo tiempo la atención de su hijo Seleuco IV Filopator (187-175), reducido a la condición de agente de tasas. Enterado por Apolonio de Tarso de las riquezas existentes en el templo de Jerusalén, mandó a su ministro Heliodoro con la misión de que se apoderara de ellas (2M 3, 1-34). Poco después el rey murió en manos de Heliodoro. Un año antes (175 a.C.), su hijo Demetrio fue enviado a Roma en calidad de rehén, en lugar de Antíoco IV Epifanes.
"Este retoño de iniquidad," como le llama nuestro autor, tuvo noticia en Atenas de la muerte de su hermano Seleuco. Con la ayuda de Eumenio II de Pérgamo se apoderó del trono que dejó vacante su hermano. Para los judíos fue Antíoco un usurpador; "un hombre despreciable ocupará su puesto, sin estar revestido de la dignidad real. Pero sobrevendrá de improviso y se apoderará del reino por la intriga" (Dn 11, 21).
El advenimiento de Antíoco al trono tuvo lugar el año 137 de la era de los griegos, que corresponde al año 175 antes de Cristo.

1M 1, 12-16

Ya en tiempos de Antíoco III existía en Jerusalén un grupo partidario del helenismo (2M 3, 1-40). Muchos judíos sentían la necesidad de abandonar moldes antiguos para colocarse en el nivel cultural de los pueblos de la gentilidad. El aislamiento judío era considerado por los griegos como signo de barbarie. La libertad de costumbres, de expresión y organización encandilaban a la juventud judía. El ideal griego era tentador; desde el punto de vista humano era una locura renunciar a él. Para los helenizantes, el aislamiento impuesto por la Ley (Ex 34, 11-16; Dt 7, 1-11; Dt 12, 29-31) había acarreado infinitos males a la nación judaica (Jr 44, 16-19).
Los más exaltados pedían la abrogación de la Ley mosaica, la destrucción total de los rollos de la Torá y la facultad de poder comer las carnes que el judaísmo consideraba impuras. El hecho de que algunos acudan al rey de Siria para conseguir de él la autorización de seguir las costumbres paganas, se explica, o bien para escapar a las penas que la Ley dictaba contra los apóstatas (Lv 24, 14), o para pedir al rey abrogara el decreto de Antíoco III por el que se concedía a cada pueblo el derecho de seguir sus leyes y costumbres propias.
El jefe de esta expedición fue Jasón, al que concedió el rey la autorización para instalar un gimnasio y una mancebía en Jerusalén. Una vez en el poder, "se dio a introducir las costumbres griegas entre sus conciudadanos" (2M 4, 9-10). Los jóvenes judíos actuaban desnudos en el gimnasio griego, lo que dio pie a que se introdujera la costumbre de practicar una operación dolorosa, conocida por el nombre de epispasmós (1Co 7, 18), con el fin de borrar las señales de la circuncisión, considerada por los griegos como un atentado contra la dignidad personal e integridad corporal.

1M 1, 17-20

El año 172, el rey Tolomeo VI Fitometor cumplía catorce años de edad. Al morir su madre, Cleopatra, hermana de Seleuco IV y de Antíoco Epifanes, pasó el joven monarca a depender de dos tutores, que planearon la conquista de la Gelesiria, a saber, de los territorios de Fenicia y Palestina, que constituían el dote que Cleopatra debía aportar al casarse con Tolomeo V.
Enterado Antíoco de los planes de los tutores del rey por confidencias del embajador enviado a las fiestas de la entronización, hizo un despliegue de fuerzas en Palestina con el fin de impresionarles. Más tarde, aprovechando la coyuntura de que los romanos estaban empeñados en la guerra contra Perseo, rey de Macedonia, repelió la agresión de Egipto contra Palestina, penetrando con un numeroso ejército en las riberas del Nilo.
En esta campaña empleó Antíoco carros armados con hoces (2M 13, 2), que habían usado profusamente los aqueménides, por razón de su gran movilidad en las pistas de la costa mediterránea. El elefante era el animal preferido por los seléucidas, recibiendo Seleuco I el título de elefantarco. Puesto en fuga el ejército egipcio, Antíoco ocupó Pelusio, penetró hasta Menfis, hizo prisionero al joven monarca y se dirigió a Alejandría, cuyo sitio tuvo que abandonar. Con un inmenso botín regresó a Palestina (Dn 11, 25-28), donde llegó el año 169, 143 de la era de los seléucidas.

1M 1, 21-24

Sus motivos tenía Antíoco para dirigirse a Jerusalén antes de entrar en Siria. En efecto, durante su permanencia en Egipto circuló el rumor de que había muerto, lo que aprovechó Jasón, animador del partido filoegipcio y ex sumo sacerdote depuesto por el rey, para adueñarse de Jerusalén.
Menelao entregó a Antíoco una importante cantidad con el fin de que le nombrara sumo sacerdote. El rey, avaro y necesitado de dinero, satisfizo sus anhelos, lo que obligó a Jasón a huir de Jerusalén y refugiarse en la región de Ammán (2M 4, 23-26), en Transjordania.
Dispuesto a quitar de en medio a todos sus rivales, aprovechó Menelao los servicios del regente Andrónico para asesinar a Onías III, el sumo sacerdote legítimo, hermano de Jasón. En el golpe de mano que dio este último contra Jerusalén logró apoderarse de la ciudad, pero no pudo expugnar la ciudadela, al norte del templo, en donde se refugió Menelao. Al enterarse Jasón de que Antíoco se acercaba a la ciudad con su poderoso ejército, huyó de nuevo hacia su refugio de Transjordania, buscando asilo entre los nabateos, cuyo rey, Areta I, lo encarceló.
Antíoco entró triunfante en Jerusalén. Acompañado por Menelao, sumo sacerdote, penetró en el templo, señalando a su paso por el lugar sagrado los objetos preciosos que debían entrar en el bagaje real (2M 5, 11-18).
La idea de los derechos de la monarquía divina era tan arraigada, que el dios Epifanes se creía con el derecho de disponer de la riqueza de los templos de su imperio sin cometer un pecado de sacrilegio. Antíoco se proclamó dios después de la victoria sobre Tolomeo VI, añadiendo al nombre el título de Theós Epiphanés, dios manifiesto, es decir, el dios solar Hor, título que lleva Tolomeo V en el decreto de Roseta. Con el tiempo, el simple apelativo de Epiphanés pudo designar más bien un título honorífico, correspondiente a ilustre. También se le conoció por el sobrenombre de epímane, maniático.

1M 1, 25-29

El saqueo del templo exacerbó el ánimo de los fieles, que demostraron públicamente su disconformidad con el proceder de Antíoco y del sumo sacerdote Menelao. La guardia real debió castigar con la muerte la valentía de los manifestantes, derramando su sangre sobre el pavimento sagrado, ya contaminado por las plantas de un rey gentil (2M 5, 12-13). Tal parece ser el sentido de la frase epóiesen fonoktonían (Nm 35, 33; Sal 106, 38). Es una fantasía de Posidonio de Apamea la noticia de que Antíoco en su visita al templo vio a un hombre barbudo montado sobre un asno y con un libro en las manos. Este relato grotesco dio pie a que se propalara la fábula de que los judíos rendían culto a una cabeza de asno.
El pillaje del templo desencadenó un duelo general, que el autor describe empleando el estilo de la quinah, o lamentación.

1M 1, 30-34

A los dos años del saqueo del templo, a saber, en el año 145 de la era seléucida y 167 antes de Cristo, otro infortunio debía probar al sufrido pueblo judío. Soñaba Antíoco con anexionar Egipto a su imperio. Pero "esta última vez no sucederán las cosas como en la primera" (Dn 11, 29), porque una embajada capitaneada por Popilio Laenas entregó a Antíoco el ultimátum del senado romano por el que se le intimaba a que abandonara Egipto si no quería perder la amistad de Roma. Viendo la inutilidad de sus esfuerzos, respondió: "Haré lo que el senado disponga".
La noticia de la humillación real llegó a Palestina, llenando de gozo al partido pro-egipcio, que se forjaba la ilusión de pasar pronto a depender de Tolomeo. Pero fue Jerusalén el blanco de las iras del rey (Dn 11, 30). Un emisario real, llamado Apolonio (2M 5, 24), penetró en Judea el año 167 antes de Cristo al frente de veintidós mil soldados. Se dice que era el cobrador de tributos, o, según la interpretación de Abel, el misarca, por ser comandante de los misios.
Fingió Apolonio que venía en calidad de amigo, sin abrigar aviesas intenciones contra el pueblo judío. Un sábado reunió sus tropas en los alrededores de la ciudad bajo la mirada curiosa de un público ocioso por la ley del descanso sabático, fiado en las palabras de paz del misarca. Cuando el público era más numeroso y ante el desconcierto general, se lanzaron los soldados contra la muchedumbre, que, presa de pánico, se atropellaba desordenadamente, buscando la manera de huir de la soldadesca, que blandía sus espadas desenvainadas contra los despavoridos judíos. Día de gran duelo para la ciudad mártir.

1M 1, 35-37

Se cree que, en tiempos de los Macabeos, la expresión ciudad de David se empleaba para designar la población que se levantaba al este del templo (1M 2, 31; 1M 7, 32; 1M 14, 36; Ant. lud. 1M 12, 5, 4). Entre el Acra y el templo mediaba el valle de Tiropeón.
Desde el lugar alto del Acra se dominaba perfectamente la explanada del templo, de manera que los sirios podían hacer abortar o aplastar los intentos de rebelión de parte de los judíos. En esta fortaleza, rodeada de potentes muros, vivía una guarnición militar siria, sus familias y las de algunos judíos apóstatas. Para casos de emergencia, contenía depósitos de armas, víveres y objetos requisados a los particulares.

1M 1, 38-42

Los ciudadanos del Acra eran dueños de vidas y haciendas. Desde su posición elevada dominaban el templo, ridiculizaban las ceremonias religiosas y hacían extorsión a los peregrinos que acudían al lugar sagrado. Los mismos habitantes de la ciudad, fieles a las tradiciones patrias, huyeron de la misma para no ser el escarnio de sus connacionales apóstatas. El lugar que dejaban era ocupado inmediatamente por algún advenedizo de la gentilidad, de tal manera que, poco a poco, la Ciudad Santa se convirtió en morada de extraños. La vida religiosa se extinguió.

1M 1, 43-45

Dos tesis se debatían entre los judíos: la de los conservadores, que trataban de aislar a Israel del mundo que los rodeaba con el fin de impedir que elementos paganos entraran en el judaísmo tradicional; la de los helenizantes, que achacaban al aislamiento el germen de los males que aquejaban a Israel. Abrir las fronteras y permitir que nuevos aires rejuvenecieran una religión y una cultura exótica y retrógrada era la máxima aspiración de los sincretistas judíos. Antíoco, según nuestro texto, quiso terminar con los particularismos dentro de su reino; de ahí el decreto de unificación nacional. Los pueblos paganos no opusieron a ello dificultad alguna; pero Israel sí. Los apóstatas aceptaron satisfechos la imposición real, sacrificando a los ídolos.

1M 1, 46-52

La ley general se aplicó inexorablemente a los judíos. Un enviado especial de Antíoco llegó a Jerusalén y a todas las ciudades de Judea para notificar a todos el contenido de la orden real. Más que por iniciativa propia, Antíoco se decidió a dar este paso instigado por los judíos apóstatas (Dn 11, 30). Empezó Antíoco por abolir el decreto de su padre Antíoco III en favor de los judíos, por el cual, entre otros privilegios, se les concedía que "todos los que forman parte del pueblo tienen obligación de vivir conforme a las leyes de sus antepasados". El pretexto invocado por Epifanes era la reunificación del imperio, resquebrajado por gran variedad de costumbres y religiones.
En vez del altar legítimo, mandó el rey que se levantaran altares a los falsos dioses (Os 10,8; Nm 23, 1; Jr 7, 31), templos (teméne), con terrenos propios alrededor, y que se multiplicaran por los pueblos, campos y montañas las hornacinas con el correspondiente icono del dios en cuyo honor se erigían.
Era Antíoco ferviente devoto de Júpiter Olímpico. Pero acaso pretendió que debía ser él el dios que sustituyera a Yahvé. El año 166 acogía con satisfacción el grito enfervorizado de la muchedumbre que en Dafne le aclamaba como Theós Epiphánes Nikéforos. Es de suponer que el culto oficial del rey divinizado establecido por Antíoco III en cada satrapía fue reforzado por Epifanes. A los judíos estaba terminantemente prohibido comer y sacrificar animales impuros (Lv 11, 7; Dt 14, 8). Antíoco mandó que se sacrificaran cerdos y otros animales impuros, tales como perros, camellos, liebres, etc. Con su decreto había herido de muerte al judaísmo ortodoxo. No había lugar ni persona que gozara de pureza legal.

1M 1, 53-56

Los inspectores (episkopoi) cuidaron del cumplimiento del decreto en Jerusalén y ciudades de Palestina. La Ley mosaica no autorizaba la celebración de sacrificios fuera de Jerusalén. Las medidas tomadas por Antíoco lograron la adhesión de muchos vacilantes en la fe. Su ejemplo fue causa de grandes males. Los verdaderos israelitas se veían obligados a renunciar a la vida de sociedad y a esconderse en parajes solitarios y desérticos, esperando tiempos mejores.

1M 1, 57-60

Convertida Jerusalén en ciudad griega, su templo tenía que correr la misma suerte. Por su condición de Polis, el Acra debía incorporarse al santuario local, por ser el templo, a los ojos de los griegos, uno de los elementos principales de la nueva ciudad. De ahí que a principios de diciembre del año 167 empezó la transformación del templo, perdiendo su condición de santuario de Yahvé y convirtiéndose en templo idolátrico. Sobre el altar de los holocaustos fue levantada "la abominación de la desolación". Esta peregrina expresión procede de Daniel (Dn 9, 27; Dn 11, 31; Dn 12, 11), discutiéndose sobre el significado que le quiso dar el profeta.
Para Flavio Josefo, confirmado por el v.62 de nuestro texto y 1M 4, 43, la frase designa un altar profano de pequeñas dimensiones que se levantó sobre el grandioso altar judío. En 2M 6, 2 se alude acaso a una estatua en honor de Júpiter Olímpico. Sea cual fuese su naturaleza específica, se trata evidentemente de algo que desconcertaba a los judíos ortodoxos al ver convertido el templo de Yahvé en guarida de ídolos.
Esto era una abominación horrible, idea que expresa el texto original con las palabras hebraicas siqqus mesommem. Dioses paganos habían arrebatado a Yahvé la propiedad del altar donde antes se le ofrecían sacrificios. Era la primera vez que se cometía tan horrendo crimen. Antes, durante los reinados de Ajab y Manasés (2R 16, 10; 2R 21, 1; 2R 23, 11-12), Yahvé quedaba en su casa, dueño de la misma, lo que no sucedía ahora. El altar idolátrico empezó a construirse el 15 de Casleu, inaugurándose solemnemente el 25 del mismo mes, por coincidir con el natalicio del rey y las fiestas de Dionisios (2M 6, 7).
Toda Palestina se paganizó. Exponentes del nuevo cambio eran los altares que se levantaron en todas, las ciudades, las hornacinas en honor de Apolo, Mercurio, Diana, que en cantidad respetable invadieron los caminos, los campos, los manantiales, los bosques y montes. A las divinidades colocadas en los pórticos de las casas se les ofrecía incienso o se les demostraba devoción con otras manifestaciones externas. Con saña especial, los esbirros del rey quemaron los ejemplares de la Torah que pudieron atrapar, por contenerse allí la regla de fe y costumbres por la que se regía el pueblo judío.

1M 1, 61-64

Cada año, en el natalicio de Antíoco, se tenían grandes banquetes, en los que se servía la carne sacrificada a los ídolos. Los inspectores reales tenían la misión de recorrer las ciudades con el fin de arrestar a los que no asistían a los actos oficiales en honor del rey (2M 6, 7). Se perseguía la práctica de la circuncisión, matando a la madre que la autorizaba, a los familiares de la misma y al encargado de ejecutarla. Para que la muerte de las madres fuera más cruel, se les entregaban sus propios hijos, que morían conjuntamente, suspendidos del cuello de la que les había dado la vida.
El autor sagrado ha puesto de relieve la conducta de muchos judíos que se doblegaron a las órdenes del rey. Muchos otros huyeron al desierto para no contaminarse y poder observar la Ley, o lucharon valientemente con las armas al lado de los jefes asmoneos, y muchos prefirieron morir a quebrantar los preceptos graves que les imponía la ley mosaica. El autor sagrado reconoce que los males que afligieron a Israel fueron efecto de un castigo que infirió Dios a su pueblo por sus muchos pecados (2M 6, 17; 2M 6, 12; 2M 7, 8-33; 2M 8, 5).

1M 2, 1-5

La figura de Matatías entra en la historia en los días en que arreciaba la persecución de Antíoco, que llegó a su grado máximo al "edificar sobre el altar la abominación de la desolación" (1M 1, 57). Muchos oponían una resistencia pasiva (1M 1, 56), pero faltaba un jefe que aunara a los descontentos y formara una fuerza capaz de neutralizar las órdenes reales.
En la genealogía de Matatías se mencionan tres personajes: Juan, Simeón y Joarib. No se dice que Matatías fuera sacerdote. Al mencionar Flavio Josefo a Simeón, le da el apelativo de asmoneo. En otro lugar afirma que el padre de Matatías se llamaba Asmoneo. ¿Se trata de un nombre propio o de un sobrenombre de Simeón? La segunda hipótesis es la más probable. Se ignora cuál sea la significación del término asmoneo. Acaso procede de hasmannim (Sal 68, 32), o puede ser un apelativo geográfico de Hesmon, localidad de la tribu de Judá (Jos 15, 27).
La frase griega del texto apó Jerusalem, ¿indica lugar de origen de la familia o es un complemento de movimiento? En este segundo supuesto (Abel, Grand-Claudon, Penna) indicaría el texto que Matatías siguió el ejemplo de muchos israelitas, que, indignados por la situación religiosa de Jerusalén, huyeron a las ciudades de provincia menos influenciadas por el helenismo (1M 1, 40). Matatías se retiró a Modín, lugar que ocupa el pueblo actual de Medieh, o el Midya, a 12 kilómetros al este de Lidda y a 30 al noroeste de Jerusalén.

1M 2, 6-14

A Matatías se le partía el corazón al contemplar el avance de la impiedad y la inacción de los que podían y debían atajarlo. La lamentación contenida en los v.8-13 está en forma rimada, imitando las lamentaciones de Jeremías y repitiendo frases y conceptos que suponen un conocimiento perfecto del texto bíblico. El autor pone la lamentación en boca de Matatías, tratando de interpretar los sentimientos que le embargaban ante el panorama religioso y político de la nación. Jerusalén ha perdido su encanto (Lm 2, 1), como una flor ajada o una mujer libre que degenera en esclava. El templo ha sido vaciado, quedando los gentiles dueños del mismo. Si tal es la triste realidad, ¿vale la pena vivir? A estas palabras de dolor acompañó la acción de rasgar las vestiduras y vestirse de saco (Gn 37, 34; Nm 14, 6; Jos 7, 6; Jr 6, 26, etc.).

1M 2, 15-18

El plan de Antíoco tendía a la helenización de todos los rincones de Palestina. En su gira a través de las ciudades y pueblos, los emisarios del rey llegaron a Modín, con el fin de cumplir con la misión que se les había confiado. Comprobaron que el pueblo se retraía. Con lenguaje adulador invitaron a Matatías a dar ejemplo de lealtad al monarca sirio, prometiéndole su amistad y mucho dinero. No le amenazan con la muerte en caso de negarse a sacrificar.

1M 2, 19-22

Cualquier vacilación por parte de Matatías podía arrastrar a todo un pueblo a la idolatría. Por lo mismo, con voz potente rechazó las lisonjeras palabras de los enviados reales.

1M 2, 23-26

Uno de los presentes, halagado acaso por las promesas que los enviados del rey hacían a Matatías, se adelantó en presencia de todos y se disponía a quemar incienso en el altar. Una oleada de indignación se apoderó de la persona de Matatías. Dice el texto que se le estremecieron los riñones (kai etrómesan oi nefro).
Según la mentalidad semítica antigua, eran los riñones la sede de las pasiones (Sal 73, 21; Na 2, 10; Ez 29, 7). El texto original añade que "dejó subir una justa cólera" (Pr 15, 1), expresión semítica que se basa en la experiencia de sentir subir como una ola hasta manifestarse por la nariz con el soplo o resoplido.
La cólera de Matatías está conforme al derecho, por cuanto el Deuteronomio (Dt 13, 7-12; Dt 17, 2-7) prescribía que se matara a los idólatras y a los que inducían a otros a cometer tan horrendo crimen. Junto con el judío cayó muerto el enviado del rey (ton andra tou basiléos). Según Flavio Josefo, este último se llamaba Apelles, nombre que algunos autores creen que ha entrado en el texto por una confusión con Apolonio (1M 1, 29; 1M 3, 10). El autor sagrado aprueba explícitamente el gesto de Matatías, comparándolo con el de Finés (Nm 25, 7-8).

1M 2, 27-38

La actitud del pueblo ante la invitación de los enviados reales confirmó a Matatías en la impresión de que el pueblo judío se mantenía fiel a la religión de sus padres. Los que obedecían al rey eran llevados por el interés o por el miedo. Calculó él que al enarbolar la bandera de la rebelión serían muchos los que se aprestarían a defenderla. De ahí su proclama y su llamamiento a los que se sentían todavía solidarios con la supervivencia de su pueblo.
Anticipándose al maquis de hoy día, abandonaron Modín, situada al borde de la Sefela, y huyeron a las montañas centrales del país (hahar, Jos 10, 40; Jos 11, 16; Lc 1, 39), donde encontrarían grutas naturales para guarecerse, piedras para defenderse de sus perseguidores y acantilados para tener en jaque a las tropas enemigas en caso de que Antíoco mandara contra ellos su ejército.
Al lado de este puñado de valientes de Modín hubo otros que, animados por los mismos ideales, imitaron su ejemplo. Pero les faltó arranque para desprenderse "de cuanto tenían en la ciudad," huyendo al desierto para habitar allí con sus hijos, sus mujeres y sus ganados. Con el término genérico de midbar, eremos, se designaba el terreno comprendido entre el-Asm hasta el sur del mar Muerto, o, más concretamente, el llamado desierto de Tecua.
La guarnición siria de Jerusalén y provincias tuvo noticia del éxodo de judíos ortodoxos hacia el desierto, enviando contra ellos un destacamento de soldados. El encuentro con los fugitivos tuvo lugar en día de sábado. Las tropas de Antíoco escogieron adrede el sábado para presentar batalla, convencidos de que en dicho día no ofrecerían resistencia.
El año 320 antes de Cristo, Tolomeo había conquistado la ciudad de Jerusalén sin lucha en día de sábado. Los hasidim, dada su mentalidad rigorista, comprenden que no les es posible salir de su escondite sin profanar el descanso sabático, conforme al texto de Ex 16, 29. En el peser de Habacuc, hallado en Qumrán, se habla de que el sacerdote impío persiguió al maestro de justicia. "Durante la fiesta del descanso del día Hakkipurim se presentó a ellos para que tropezaran en el día del ayuno, que es para ellos un sábado de reposo". Mueren ellos mártires de sus peculiares concepciones acerca del sábado. No especifica el texto qué género de muerte les alcanzó. Flavio Josefo dice que perecieron asfixiados por el humo en el interior de sus antros, noticia esta respaldada por 2M 6, 11.

1M 2, 39-41

Según Flavio Josefo, fueron algunos de los supervivientes los que contaron a Matatías lo sucedido. Acaso discrepaban ellos de la manera de pensar de sus compañeros, y se salvaron gracias a su interpretación recta de la ley del descanso sabático. Matatías, en vista de lo sucedido, decretó que en adelante no será lícito iniciar la ofensiva en día de sábado o de fiesta, pero todos estarán obligados a defenderse en caso de ser atacados.

1M 2, 42-44

La chispa revolucionaria había prendido en todo Israel. Al grupo insignificante de Matatías, de sus hijos y familiares, se unieron los que huyeron al desierto y, últimamente, los asideos. ¿Quiénes eran éstos? El texto revela dos de sus características peculiares: adictos a la Ley y valientes guerreros.
Los asideos (griego asidaioi; hebreo hasidim), que existían antes de los Macabeos, aparecen en nuestro libro formando un grupo aparte, distinto del que inició la resistencia contra el helenismo, con Matatías por jefe, y más aún de aquellos que en un tiempo jugaron con los gentiles. No eran ni monjes ni guerreros en el sentido pleno de la palabra, pero tenían un poco de ambas cualidades.
Los asideos, no obstante su adhesión a los Macabeos, formaron un grupo distinto, hasta el punto de llamarse fariseos o separados por haberse opuesto a los asmoneos. No siempre compartían ellos el pensamiento de éstos, y en algunas ocasiones manifestaron puntos de enfoque opuestos (1M 7, 13). Existe hoy día una tendencia a considerar a los asideos como el tronco de donde surgió la comunidad de los sectarios del mar Muerto. Tres veces aparece su nombre en el libro de los Macabeos (1M 2, 42; 1M 7, 13; 2M 14, 6). Sin embargo, se cree que en la lucha contra el helenismo tuvieron ellos gran influencia.

1M 2, 45-48

El temor a las represalias había inducido a muchas familias al abandono de la práctica de la circuncisión. Por haber huido los helenizantes, buscando refugio entre los gentiles, las gentes de los pueblos que se mantenían fieles a su fe ayudaron a Matatías en la labor del saneamiento religioso de Israel. Con particular ahínco perseguían a los hijos de la arrogancia, o sea, a los emisarios reales que se vanagloriaban de haber acabado con el judaísmo. Matatías y los suyos arrancaron la Ley de manos de los gentiles y de los reyes, quebrantando el cuerno del impío (Sal 75, 5-6; Sal 89, 18-25; Sal 92, 11). Pero no pudo Matatías ver convertido en realidad el ideal de independencia de Israel de la legislación que les imponían los pueblos paganos.

1M 2, 49-68

Como otro Jacob, Matatías, ya viejo y agotado por sus campañas, reunió en torno a su lecho a sus hijos para dictarles su testamento. Empieza por recordarles la gravedad de los tiempos que corren. Estas circunstancias adversas no deben descorazonarles, antes bien deben servir de acicate para estimularles a la lucha hasta conseguir el triunfo definitivo, dando por ello la vida si fuere necesario. La historia demuestra que Dios no desampara nunca a los que le permanecen fieles. Ningún temor deben inspirarles las amenazas de Antíoco, que, al igual que los otros hombres, acabará por reducirse a polvo, estiércol y gusanos. Dios, en cambio, permanece eternamente y maneja en sus dedos los hilos de la historia. La lucha contra el hombre de pecado (andros amartolou, v.62) puede prolongarse más o menos, pero acabará con la victoria de los que combaten con fe las batallas del Señor.
El testamento de Matatías aparece en algunos puntos en forma estandarizada. El texto supone un conocimiento, al menos vago, de sucesos que se narran en el curso del libro, posteriores a la muerte de Matatías. En el v.62 se halla una alusión bastante clara a la enfermedad que acabó con Antíoco. De los hijos de Matatías sólo se mencionan el primero y el último. Puede admitirse que el autor sagrado ha vaciado en su texto algunas de las ideas y conceptos que le embargaban en el momento de escribirlo.

1M 2, 69-70

La muerte significa reunirse con los padres (Gn 25, 8; Gn 35, 29; Gn 49, 33). El año seléucida 146 corresponde al 166 antes de Cristo. Fue sepultado en Modín (cf. 1M 13, 27-30). Todo el pueblo fiel lamentó su pérdida, acaecida en el preciso momento en que Israel despertaba de su sueño y necesitaba de hombres de fe como Matatías. Afirma Flavio Josefo que Matatías estuvo un año al frente de los insurrectos. El impulso estaba dado; faltaba continuar la tarea, que sus hijos llevarían a cabo brillantemente.
1M 3, 1-9
Judas Macabeo sucede a su padre. Los guerreros que antes se habían puesto incondicionalmente a las órdenes de Matatías (1M 2, 28-45) apoyaron con alegría las empresas del nuevo jefe. El chispazo producido en Modín llevaba trazas de convertirse en una hoguera de entusiasmo que debía tener en jaque a los jefes del helenismo.
El autor sagrado teje un elogio del nuevo héroe del yahvismo. Por él la fama de Israel traspasó las fronteras, que su hermano Simón ensanchará (1M 14, 6). Su figura es como la de un gigante. Marcha a la cabeza de sus tropas. Es intrépido y arrojado como un león (Gn 49, 9; Nm 23, 24; Nm 24, 9; 2M 11, 11), como un cachorro de león ruge por la presa, pidiendo así a Dios su alimento (Sal 104, 21).
Como el león (Gn 49, 9), Judas y sus hombres habitan en las montañas, se guarecen en los antros de las peñas, acechan desde allí al enemigo y se lanzan de improviso sobre su víctima. Sus connacionales afiliados al helenismo eran la mira de sus pesquisas, entregando a la hoguera los culpables (1M 5, 5; 1M 5, 44; 2M 8, 33). Los enemigos se asombraban de la valentía del nuevo jefe y temblaban en su presencia. Combatió victoriosamente contra Antíoco Epifanes, Antíoco Eupator y Demetrio I. Sus victorias elevaron la moral del pueblo y eran celebradas con cánticos y odas en toda la nación.

1M 3, 10-12

Las gentes que se apiñaron en torno a Judas Macabeo crecían en número de día en día. Las autoridades de Jerusalén calcularon que para infligirles una derrota definitiva necesitaban refuerzos de fuera, buscándolos en Samaria. Apolonio (tes samar eías strategós) estaba al frente de las tropas apostadas en Samaria, distrito de la Celesiria. Apolonio vio en ello una ocasión propicia para descargar su saña contra los odiados judíos. Pero el Macabeo no estaba desprevenido; le atacó de improviso, dejando muchos muertos sobre el campo, entre los cuales figuraba el mismo Apolonio. ¿Dónde se produjo este encuentro? No lo declara el texto. Cabe suponer que el teatro de la lucha fue en un lugar entre Jerusalén y Samaria, al descampado.

1M 3, 3-17

La derrota de Apolonio tuvo repercusiones en el reino seléucida. Un general del cuerpo de ejército regular de Celesiria quiso borrar la ignominia del ejército sirio con una expedición de castigo y aprovechar la acción para cubrirse de gloria ante el soberano. A los soldados que reclutó en Siria se les juntaron algunos judíos apóstatas (1M 2, 44). Los impíos, como los llama el texto, más que en cubrirse de gloria, soñaban en la posibilidad de regresar a sus hogares, recobrar sus posesiones y vengarse de aquellos que les constreñían a expatriarse.
El camino que siguió el ejército de Serón fue probablemente el de la costa. Al llegar a la altura de Modín no vislumbró Serón trazas del enemigo. Con precaución, se internó hasta Bet-Jorón Bajo, donde acampó con su ejército. Más tarde continuó su avance hacia la subida de Bet-Jorón, con ánimo de proseguir su camino hacia el este. Pero Judas, apostado en la cima de la subida empinada y rocosa, le cortó el paso. Según los cálculos humanos, era tanta la desproporción numérica, que la derrota se mascaba. A ello se agregaba la circunstancia de estar extenuados por el hambre, provocada, o bien por un ayuno legal, o por la misma condición de guerreros errantes (Jc 8, 15; 2S 16, 2-14). La única ventaja del ejército de Judas, aparte de la invisible ayuda del cielo, era la situación estratégica.

1M 3, 18-22

La idea que desarrolló Jonatán para infundir ánimo a su escudero (1S 14, 6) sirve ahora a Judas para levantar la moral de los suyos. Dios luchará con Judas y su ejército. Tener miedo significa no tener fe.

1M 3, 23-26

Es célebre en la historia de Israel la subida de Bet-Jorón. Allí derrotó Josué a los amorreos (Jos 10, 10); por la misma escaparon los filisteos expulsados de Micmas (1S 14, 39). Una vez enardecidos los ánimos con las palabras de Judas, el diminuto ejército se lanzó contra el enemigo, que, imposibilitado de maniobrar por la estrechez del terreno, se replegó hacia la llanura, perseguido por Judas. Después de esta batalla comenzó a tomarse en serio la existencia de Judas y de su ejército.
No se trataba de vulgares bandas de rebeldes y de descontentos, sino de un ejército bien disciplinado. Sin embargo, es prematuro decir que la fama de Judas corría por las naciones. Estas escaramuzas y victorias sobre el ejército sirio levantaron la moral de los judíos ortodoxos; los débiles en la fe se reafirmaban en sus creencias; los apóstatas temían por su porvenir; las autoridades civiles y el ejército sirio perdían prestigio a los ojos de sus simpatizantes. El mismo rey se enteró de la hombrada de Serón, que terminó con un resonante descalabro militar.

1M 3, 27-31

A un jefe de distrito, Apolonio, siguió un general de provincia, Serón, y, finalmente, el mismo rey. En los días en que el monarca se enteró de que las cosas de Palestina marchaban mal, estaba planeando una expedición a Oriente con el fin de castigar al rey de los partos. No le era posible de momento dirigir la campaña de Palestina. Pero pensaba que la victoria sobre el rey Arsaces VI aseguraría la paz en Oriente y llenaría las arcas reales para hacer frente a los gastos militares. De momento, y para asegurarse la fidelidad de las tropas, les pagó el sueldo de un año, prometiendo ser más generoso de regreso de Persia.
Tácito afirma que el motivo que impidió a Antíoco helenizar todo el imperio fue la guerra contra los partos. Nada Tácito dice sobre el proyecto del rey de ir en busca de dinero, pero no lo excluye. Sabido es que los seléucidas andaban siempre escasos de él después de la derrota sufrida en Magnesia (190 a.C.). No cabe duda que el autor sagrado contempla el curso de la historia desde el punto de vista judío y centra los acontecimientos en el diminuto territorio de Palestina, hacia donde, según él, convergen las miradas de todo el mundo.

1M 3, 32-37

Era Lisias hombre ilustre (éndoxos) y pariente del rey (2M 11, 1; Jr 41, 1), sin que podamos precisar el grado de este parentesco. Acaso se trata más bien de un título honorífico que se concedía para premiar los méritos de algún personaje. A Lisias dejó Antíoco el cuidado de la parte occidental del reino, a saber, todo el territorio comprendido entre el Éufrates y Egipto, excepto Chipre. Le nombró además tutor de su hijo Antíoco Eupator, que contaba entonces nueve años de edad. Una parte del ejército fue puesta a disposición de Lisias, así como los elefantes, que de nada servirían al rey en su campaña por regiones montañosas. Las órdenes reales eran severísimas: liquidación total del judaísmo. Dadas las órdenes pertinentes al regente Lisias, el rey se marchó hacia las regiones altas, esto es, tomó la dirección nordeste. La fecha de partida fue el año 147 de la era seléucida, que corresponde al año 165 antes de Jesucristo. De esta expedición real se ocupará más tarde nuestro libro (1M 6, 1-16).

1M 3, 38-41

No podía Lisias abandonar la capital del imperio, por lo que encargó a Tolomeo, hijo de Dorimeno, organizara y dirigiera la campaña contra Palestina. Tolomeo, que en otro tiempo favoreció la causa de Menelao (2M 4, 45), era gobernador de Celesiria y Fenicia. De momento envió un ejército de cuarenta mil hombres y siete mil caballos a las órdenes de Nicanor, hijo de Patroclo (2M 8, 9), y de Gorgias, todos ellos amigos del rey. Entre estos personajes existía una graduación. Unos eran simples amigos del rey; otros, amigos predilectos y primeros amigos (1M 10, 16-20-60-65; 1M 11, 27).
Sólo Nicanor y Gorgias siguieron de cerca a las tropas. Los mercaderes acompañaron al ejército basados en las promesas hechas por Nicanor de cederles noventa esclavos judíos por un talento, es decir, a setenta francos oro cada uno. El tráfico de esclavos era corriente en el Próximo Oriente. En Am (Am 1, 6-9) se acusa a Gaza y a Tiro de haber entregado muchedumbres enteras de esclavos a Edom. El ejército expedicionario siguió en su avance la ruta de la costa mediterránea hasta llegar a la altura de Amuás (Emau´s), a treinta kilómetros al este de Jerusalén, punto estratégico situado en la Sefela, desde donde se podían dominar los accesos de Bet-Jorón y de Ayalón, el camino de Jerusalén y los territorios del sudeste.

1M 3, 42-45

Los Macabeos se percataron de la gravedad de la situación. Pero la suerte estaba echada; volver atrás era tanto como cavar la propia sepultura. Donde no llegaban sus fuerzas supliría Dios, apiadándose de los que luchaban por su pueblo escogido y por su casa, el templo.

1M 3, 46-54

No era posible acudir al templo, conculcado y desierto (v.45), por lo que se reunieron en Masfa, en el actual Tell en Nasbet, a trece kilómetros al norte de Jerusalén (Jc 20, 1; 1S 7, 5; 1S 10, 17; Os 5, 1). Durante un día entero se entregaron a la oración y a la penitencia. El v.48 es interpretado diversamente (Abel, Knabenbauer). Su sentido parece ser el siguiente: Tienen el libro abierto para leer en él. Dada la incertidumbre del momento, se necesitan las luces de lo alto para conocer lo que debe hacerse. A falta de profeta o de sacerdote que consulte al Señor por los urim y tummim, emplean el texto de la Escritura. Al abrir el libro les salió un pasaje en el que se hablaba de la ayuda divina. Por lo mismo, su contraseña será: "De Dios la ayuda" (2M 8, 23). Los campeones de la fe han buscado en el libro de la Ley lo que los gentiles interrogaban a sus dioses. San Agustín conocía esta práctica de inquirir la voluntad de Dios mediante la apertura al azar de las Sagradas Escrituras. San Francisco buscó en el Evangelio el género de vida que tenían que seguir él y sus frailes.
Masfa era la prolongación del templo de Jerusalén. Allí se montó una exposición de vestidos sacerdotales (Ex 28, 4-42) que sólo se llevaban en el templo; se trajeron primicias (Ex 23, 19) y los diezmos con el fin de mover a Dios a velar por su honor.
Los nazarenos, que se obligaban a no beber bebidas alcohólicas y a dejar su cabellera intacta hasta haber cumplido su voto, fueron llamados para someterse a los ritos y ceremonias que señalaban el fin del mismo (Nm 6, 13-19). Todo ello era una muestra de la fidelidad a la Ley. Dios se apiadará de su pueblo y hará de manera que en un tiempo no lejano se realice en el templo de Jerusalén lo que ahora se hace en Masfa. Los que están presentes no dudan de que será así. Por lo mismo tocan las trompetas, conforme a Nm 10, 9. Estos gritos y toques de trompeta eran a la vez grito de guerra e invocación a Yahvé antes del combate (Jos 6, 13; Jos 9, 12; Jos 16, 8).
1M 3, 55-60
Judas se apresta a la lucha, imponiendo una sólida organización a sus tropas. Los hermanos de Judas estaban al frente de los principales destacamentos (2M 8, 22). Conforme a la Ley (Dt 20, 5-8), mandó a sus casas a los que podían entorpecer el entusiasmo y arrojo de los combatientes. Seleccionados los combatientes, Judas les dirige las últimas recomendaciones: ceñirse bien la cintura para poder correr más y mejor (Ex 12, 11); pensar que es mejor morir combatiendo que vivir como esclavos de un pueblo gentil. Mucha confianza en Dios, que es, en último término, el que decide el éxito o fracaso de la batalla.

1M 4, 1-11

Los sirios tuvieron noticia de los desplazamientos del diminuto ejército judío. Gorgias marchó a su encuentro con la intención de sorprender a Judas en algún sitio y obligarle a presentar batalla. Hombres de la Ciudadela (literalmente: "los hijos de la ciudadela"), entre los cuales había judíos apóstatas, guiaron a Gorgias por el quebrado terreno. Supo Judas del itinerario del ejército de Gorgias y se desplazó a su vez, presentándosele la magnífica ocasión de atacar a los dos cuerpos de ejército por separado. Burlando la búsqueda de Gorgias, se dirigió muy de mañana al campamento de Amuás (Emau´s). Desde su escondite examinó Judas de cerca el campamento general de los sirios y estudió las posibilidades de asaltarlo.
La ocasión era propicia, porque parte del ejército andaba errante por la montaña en su busca. Además, el campamento se hallaba en período de consolidación, de manera que muchos soldados vivaqueaban fuera de él, en completo desorden y con una disciplina militar relajada.

1M 4, 12-18

Los soldados de Nicanor trataron de hacer frente a los asaltantes, pero en vano. Acaso sus generales descansaban, despreocupados, en sus tiendas. Los sirios se dieron a la fuga por la llanura, buscando asilo en Guezer; otros iban errantes por la llanura de Idumea (según una variante textual, "llanura de Judea"), entre Azoto y Jamnia, o se encerraron dentro de estas dos ciudades costeras.
Las gentes de Idumea aprovecharon la deportación de los judíos a Babilonia para abandonar las áridas tierras de Idumea y establecerse en esta zona fértil de la costa. Hubiera sido contraproducente detenerse en desalojar a los fugitivos de las ciudades en que se habían refugiado, porque Gorgias merodeaba por los montes vecinos. Hubiera sido también fatal para los judíos dejarse llevar de la codicia ante los despojos del campamento asirio, olvidando que un cuerpo de ejército, todavía intacto, podía caer de un momento a otro sobre ellos. Contra estos peligros les previene Judas.

1M 4, 19-25

Judas no se equivocaba: Gorgias hacía en aquellos momentos su aparición en los montes. La imponente humareda que salía del antiguo campamento situado en las inmediaciones de Amuás le indicaba claramente que algo anormal sucedía allí. Sus presentimientos fueron confirmados por la visión del ejército de Judas en pie de guerra. Gorgias no intentó presentar batalla, sino retirarse hacia la tierra de los filisteos, en busca del deshecho cuerpo de ejército al mando de Nicanor.

1M 4, 26-35

La derrota de Lisias tuvo lugar viviendo todavía Antíoco Epifanes (2M 11, 1-12). Tenía Lisias suficiente amor propio para organizar otra expedición de castigo contra Judas. El año de los seléucidas 148, el 164 antes de Jesucristo, reclutó un imponente ejército, capaz, según sus cálculos, de aplastar a los judíos. Judas Macabeo, una vez liquidado el ejército de Gorgias, quiso castigar la insolencia de los idumeos, que molestaban a los judíos ortodoxos y acogían a los que desertaban de su ejército (2M 10, 10ss).
Por motivos de seguridad pensó en aprovechar el descanso para arrebatar algunas plazas fuertes a los idumeos. Lisias corrió en ayuda de sus fieles aliados, y fijó su tienda en Betsur, plaza fuerte que dominaba el camino de Hebrón a Jerusalén, distante veintiocho kilómetros de esta última. En su oración hace notar Judas que la actual desproporción de fuerzas existía también entre Jonatás y los filisteos (1S 14, 1-23), entre David y Goliat (1S 17, 38-51); pero Dios entregó a los filisteos en poder de uno y otro. Dios y Judas derrotaron al regente Lisias, que, avergonzado, se retiró a Antioquía, queriendo zafar su derrota con el reclutamiento de nuevos mercenarios. Pero razones diplomáticas aconsejaban no azuzar al león de Judá, sino más bien amansarlo con medidas de libertad para el judaísmo.

1M 4, 36-40

Las fuerzas del regente Lisias habían evacuado Palestina; los idumeos habían sido humillados; los sirios de Jerusalén, sitiados en el Acra. Había llegado la ocasión propicia para purificar el templo y restablecer el culto legítimo. Los hermanos Macabeos subieron con el ejército a fin de tener a raya la guarnición de la ciudadela (1M 1, 35-36). La vista del templo arrancó lágrimas a sus ojos.

1M 4, 41-50

Con un piquete de soldados que vigilaban los movimientos de la guarnición del Acra, procedieron los sacerdotes a la purificación del templo. Se eligieron aquellos ministros sagrados que no tuvieran mancha alguna que les inhabilitara para ejercer su oficio pastoral (Lv 21, 17-21; Lv 22, 3). Las piedras del altar de Júpiter Olímpico (1M 1, 54-59) se arrumbaron a un lugar impuro, que acaso fueran las pendientes del Cedrón en donde se encontraba el cementerio, el Tofet (Jr 19, 13).
¿Qué destino debía darse a las piedras centenarias del altar de los holocaustos? (Ex 29, 25; Lv 4, 34). Por muchos años fueron inmoladas víctimas al Señor sobre las mismas; por su origen no cabe dudar de que eran santas. Pero las mismas fueron el soporte de un altar idolátrico; la sangre de los cerdos inmolados contaminó lo que era santo. Por el momento resolvieron demoler el altar, pero pusieron las piedras a buen recaudo hasta el advenimiento de un profeta que decidiera del destino de las mismas. Después de Zacarías y Malaquías no surgió ningún otro profeta (1M 9, 27; 1M 14, 41).
La decisión fue sabia, por cuanto no existiendo unanimidad de pareceres, convenía no exacerbar el espíritu de los que defendían una posición más rígida. El resultado de las deliberaciones se concretó en la construcción de un nuevo altar con piedras sin labrar, tal como prescribía la Ley (Ex 20, 25; Dt 27, 5-6). Puesto que en el recinto del templo tuvieron lugar orgías y bacanales, se procedió a purificar incluso el pavimento (2M 6, 4).

1M 4, 51-56

El día 25 del mes de Casleu del año 167 antes de Jesucristo sacrificaron los gentiles la primera víctima, probablemente un cerdo, sobre el altar asentado sobre el antiguo de los holocaustos; el mismo día del año 164 se ofreció el sacrificio prescrito por la Ley en el nuevo altar. Al rayar el alba, los sacerdotes ofrecieron un cordero de un año, recogiendo su sangre y rociando con ella el altar (Nm 28, 3). Por ser el primer sacrificio en el nuevo altar, la ceremonia revistió gran solemnidad, con acompañamiento de instrumentos músicos (1Cro 7, 4; 1Cro 16, 42). Las fiestas duraron ocho días (1R 8-66; 2Cro 7, 8), durante los cuales el público ofreció holocaustos y sacrificios pacíficos (Lv 7, 11-12.16). En señal de fiesta se adornó la parte frontal del templo con guirnaldas y coronas.

1M 4, 57-60

Señala bien el texto el origen de la fiesta de la hanukkah, que en griego se llama enkaimá (Lc 10, 22), dedicatio en latín. Los judíos modernos celebran la fiesta. Cada día, a partir del 25 de Casleu, se recita el Hallel (Sal 113, 1-Sal 118, 29) y se lee una parte del Pentateuco. El sábado se lee el capítulo del libro de los Números referente al candelabro de oro, y como haptarah el pasaje de Za (Za 2, 14 - Za 4, 8). La primera noche se enciende una luz, dos en la segunda, y así sucesivamente (Bévenqt, Abel).
Para impedir que la guarnición de la ciudadela o cualquiera otro pagano pisara el lugar santo, se construyeron muros y torres de protección alrededor del templo. La plaza fuerte de Betsur fue asimismo fortificada con el fin de prevenir cualquier sorpresa de parte de los idumeos.

1M 5, 1-3

Los idumeos fueron aliados del imperio seléucida. Establecidos al sur de Palestina, trataron siempre de ensanchar sus fronteras hacia el norte y por la parte de la costa del Mediterráneo. La recuperación religiosa y militar de Israel amenazaba constantemente sus ambiciones territoriales, por lo cual se aliaron con los sirios y otros enemigos de los judíos con el fin de permanecer en el territorio.
Enterados ahora de la derrota de Lisias y de la restauración del templo y de Jerusalén, temieron por su porvenir, descargando sus iras contra los indefensos judíos que habitaban en medio de ellos. Judas corrió en ayuda de sus connacionales y se apoderó de Acrabatana, al sudeste del mar Muerto. En la Vulgata este territorio es llamado ascensus scorpionis, o de Acrabim (Nm 34, 4; Jos 15, 3).

1M 5, 4-5

No existen datos suficientes para identificar el emplazamiento de Bayán. En Nu´m 32, 3, los LXX traducen Beón por Bayán, ciudad que corresponde al actual Jirbet es Sar, cabe al camino de Ammán a Araq el Emir, en Transjordania. Parece que se trata de un clan rubenita que habitaba al sur de Jericó (Abel) o en el valle del Jordán (Bévenot). Judas los aniquiló aplicándoles la ley del herem (Dt 20, 14; 1S 15, 3). Según 2M 10, 1-55, murieron quemados en sus torres.

1M 5, 6-8

Atravesó Judas el río Jordán (diepérasen) para ir al encuentro de los amonitas, que tenían por capital a Rabbath-Amón, la actual Ammán. En este territorio se refugiaron judíos apóstatas (2M 4, 26), pero habitaban también allí otros que seguían fieles a la Ley. El jefe del territorio se llamaba Timoteo, príncipe indígena con nombre griego. Tomó Judas la ciudad de Jazer, "con sus hijas," es decir, sus dependencias (Nm 21, 25; Jos 15, 45).

1M 5, 9-13

También los judíos de Galaad sufrieron represalias por parte de los habitantes del país, viéndose obligados a concentrarse en Diatema, localidad que no aparece en otros textos bíblicos ni profanos. Algunos (Vagcari, Bévenot) se inclinan por identificarla con Jaraca (2M 12, 17); otros, con el Hosn u otra localidad de Basan.
Por Galaad debe entenderse propiamente el territorio de Transjordania, al norte del Yarmuc. Timoteo parece ser el jefe de los amonitas (2M 12, 2). Aunque vejados por los habitantes del país, pudieron los judíos comunicarse con el exterior y escribir a Judas Macabeo exponiendo la situación apurada en que se hallaban. En peores condiciones vivían, al parecer, los judíos de Tobi. Se excluye que esta región deba identificarse con la de los Tobiadas en el Araq el Emir. Algunos creen que es la región contigua al lago de Genesaret. Segu´n Abel, esta región se hallaba en Tb (Jc 11, 3-5; 2M 10, 6-8), entre Bosra y Dera.

1M 5, 14-16

Las tres ciudades marítimas, Tolemaida, nombre que recibió Acco en el año 261 por Tolomeo II; Tiro y Sidón, hicieron causa común con los de Galilea para perder a los judíos. Tolemaida adquirió gran importancia después de la destrucción de Tiro.
En 219 pasó bajo el poder de los seléucidas, acuñando moneda propia en tiempo de Antíoco Epifanes. Tiro perdió su independencia en tiempos de Alejandro Magno (332 a.C.), pasando a depender de los seléucidas y consiguiendo más tarde (año n1) la independencia (1M 11, 59; 2M 4, 18-20), que confirmaron los romanos. La expresión "Galilea de los gentiles" es ya conocida por otros textos del Antiguo (Is 8, 23) y del Nuevo testamento (Mt 4, 15). Por ser un territorio fronterizo con naciones paganas, muchos gentiles fijaron allí su residencia.

1M 5, 17-20

Los Macabeos tienen que multiplicarse para acudir a las demandas de auxilio. Como representantes suyos en Jerusalén dejan a José, hijo de Zacarías, y a Azarías, con la prohibición de entablar combate con los gentiles hasta su regreso, lo que no cumplieron (v.55-64). Parece que Azarías ejercía la suprema autoridad civil, mientras que en el terreno militar compartía el mando con José.

1M 5, 21-23

No conocemos el lugar donde se desarrollaron los combates, en terreno montañoso o en las llanuras de Esdrelón y de el-Battof. En la lucha cayeron tres mil gentiles, huyendo los restantes a Tolemaida, perseguidos de cerca por Simón. Es curioso observar que el número de caídos corresponde al contingente de tropas mandadas por Simón. Siendo muy numeroso el número de los gentiles con relación a los yahvistas fieles a sus leyes, Simón tomó la decisión de llevarse consigo a los judíos de Galilea y de Arbata, y "los trajo con gran júbilo a Judea". Durante la guerra judía en el año 70, Arbata servía de refugio a los judíos que eran molestados en Cesárea.

1M 5, 24-37

Salió Judas al frente de sus tropas camino de Galaad. Al cabo de tres días de camino encontró a unos comerciantes nabateos procedentes de Siria y en viaje de regreso hacia su capital, Petra. El encuentro, según 2M 12, 10-12, caso de que se aluda al mismo hecho, no fue nada amistoso. Hechas las paces, Judas se informó de los lugares que habían recorrido. Cuentan que en las poblaciones de Bosora, Bosor, Alema, Casfor, Maqued y Carnaím había muchos prisioneros judíos, a los que tenían decidido matar en un mismo día. Todas estas "ciudades fuertes y grandes" se encuentran al pie y en las proximidades del macizo volcánico Gebel-ed-Druz.
Nada le dicen acerca de la situación de los judíos en Diatema, que fueron los primeros y únicos en dar la voz de alarma. Es posible que los judíos huyeran de Galaad, atrincherándose en Diatema. Terminada la entrevista, Judas y los suyos se dirigieron a Bosora (actual Busra, a unos kilómetros al sur de Damasco y al este de Dera).

1M 5, 28-36

Llegó Judas de improviso a Bosora, que, conforme a las leyes del herem (Nm 31, 7-12), destruyó totalmente. De noche marchó a la fortaleza de Diatema, al noroeste de Bosora, donde los judíos de la región se habían refugiado. La cuestión del emplazamiento de Bosora y Diatema es importante para poder conocer la distancia existente entre ambas localidades, que los soldados de Judas salvaron en una noche. Si Bosora estaba emplazada en el lugar conocido hoy por Bosra eski-Scham y Diatema en la localidad de Jaraca, existía entre las dos ciudades la distancia de unos veinte kilómetros, que Judas y su ejército pudieron salvar en una noche.
Llegó Tudas a Diatema en un momento decisivo. Mientras los gentiles se preparaban para el asalto, del interior de la fortaleza subía al cielo un gran griterío de los judíos, que oraban en voz alta, y sonido de trompetas (Jr 4, 5; Jr 6, 1). De los asaltantes cayeron ocho mil, tantos como el número de soldados de Judas.

1M 5, 37-44

Después de los combates mencionados, concedió Judas un relativo descanso a sus soldados, que se dedicaron a vivaquear por la región, ayudando quizá a los judíos de allí a reunirse en un lugar céntrico para emigrar a Jerusalén. Timoteo, entre tanto, aprovechó aquel descanso para reforzar su ejército con nuevos elementos.
Acampó frente a Rafón, junto a Nahr el-Ehreir, afluente septentrional del Yarmuc. No pensaba Timoteo que los judíos se atrevieran a vadear el profundo lecho del torrente, calculando que aquel obstáculo natural frenaría el ímpetu que solía poner Judas en sus ataques bélicos. Quizá tuvo éste noticia de la concepción estratégica de su adversario, por lo que dio órdenes severas a los escribas (grammateis) de que nadie quedara en el campo. Entre los oficiales del ejército había escribas encargados de pasar revista a las tropas, cuidar de los registros, transmitir órdenes y amonestar a los soldados, a la manera de los capellanes militares de hoy día. Así lo ordenaban antiguas leyes (Dt 20, 5-8; Jos 1, 10; Jos 3, 2).
El ejército de Timoteo huyó a la desbandada, buscando asilo en el santuario de Garnaím, a unos quince kilómetros al sudeste de er-Rafeh. El santuario recibía este nombre del culto que se tributaba allí a la diosa Atergates, Astarté, que se representaba con cuernos (qarnaim) de vaca. Ningún respeto sentían los judíos por este lugar idolátrico, por lo cual lo condenaron a sufrir la suerte del herem. Sobre este episodio habla largamente el autor de 2M 12, 20-26.

1M 5, 45-54

Desde Galaad, la caravana de judíos se dirigió hacia el Jordán, con el intento de cruzarlo a las alturas de Betsán. Pero antes de vadear el río toparon con la resistencia de Efrón (et-Taibe), que se negó a autorizarles el paso. No pudiendo vencer por las buenas la resistencia de los efronitas, Judas recurrió a las armas. Segu´n 2M 12, 28, en la lucha murieron veinticinco mil "de los que estaban dentro".
Atravesado el Jordán, llegaron a la ciudad de Betsán. Las sospechas que podía abrigar Judas sobre el comportamiento de los escitopolitanos para con los judíos fueron neutralizadas por la intervención de los judíos del país (2M 12, 30). De esta famosa ciudad hasta llegar a Jerusalén debían recorrer todavía unos cien kilómetros. No se dice que los galileos hostigaran a la numerosa caravana de repatriados, ni tenemos noticia de ningún incidente ocurrido a su paso a través de la Samaria. Judas protegía la retaguardia, mujeres, niños y ancianos, contra los posibles ataques de las tribus y clanes hostiles que bordeaban el camino. La llegada a Jerusalén, que coincidió con la fiesta de Pentecostés (2M 12, 31), fue apoteósica y emocionante.

1M 5, 55-64

Día tras día llegaban noticias a Jerusalén de las resonantes victorias de los tres hermanos en Galilea y Galaad. José y Azarías querían también hacerse célebres, y para ello decidieron mandar su tropa contra el general Gorgias, creyendo que les sería fácil vencerlo después del castigo que le infligió Judas (1M 4, 1). Pero era Gorgias un general muy experto en el arte de guerrear (2M 8, 9). Salió al encuentro de los soldados de José y de Azarías y los derroto con facilidad. Este revés aconteció no tanto por la calidad y número de los combatientes como por haberse arrogado ellos un privilegio que solamente estaba reservado a la familia de los Macabeos.

1M 5, 65-68

Los idumeos dominaban en Hebrón, desde donde hostigaban a la guarnición que Judas había establecido en Betsur con el fin de proteger la ciudad de Jerusalén. Ante las repetidas incursiones, marchó Judas contra Hebrón, que tomó, destruyendo sus fortificaciones.
De Hebrón marchó a Maresa (Jos 15, 44); la ciudad pertenecía al territorio de los idumeos (2M 12, 32-36). Para Judas era Maresa lugar de paso para atacar a los filisteos de Azoto. Unos sacerdotes, imitando el ejemplo de José y Azarías, "quisieron dar pruebas de su valentía," atacando a los habitantes del lugar, que repelieron la agresión, dejando en el campo de batalla el cadáver de algunos de ellos. Este hecho prueba una vez más que cualquiera que se arrogara el privilegio de salvar a Israel por medio de las armas, no perteneciendo a la familia de los Macabeos, sería vencido fatalmente.

1M 6, 1-4

Dijo el autor sagrado que partió Antíoco de Antioquía el año seléucida 147 y que, atravesando el Éufrates, se dirigió hacia las regiones altas (1M 3, 37). Antíoco conoció en su campaña éxitos y derrotas. Pero las guerras habían agotado todavía más las cajas de caudales. Había ido a Oriente en busca de dinero (1M 3, 31), y regresaba más pobre. Pensó entonces solucionar su problema económico con el asalto de un templo extraordinariamente rico de la provincia de Elimaida. Calculaba él que tendría más suerte que su padre al intentar el saqueo del templo de Bel. Por el texto griego aparece que se considera a Elimaida como ciudad, cuando en realidad se daba este nombre a una región montañosa del Elam. Pudo ser que el traductor interpretara mal la palabra medinah, provincia, dándole el sentido de ciudad. A partir de Ciro se empleaba la palabra Persia para designar no solamente la región de Elam, sino también la totalidad del imperio de los aqueménides, particularmente la región adyacente del golfo Pérsico.

1M 6, 5-7

Al revés sufrido en su intento de apoderarse de los tesoros de un templo de Elam se añade la noticia de una retahíla de fracasos de las tropas sirias en Palestina (1M 4, 21-61). Es probable que estas noticias las recibiera Antíoco a medida que se iban desarrollando los acontecimientos. Es significativo, para conocer el estilo narrativo del autor, escuchar de boca de un pagano la expresión de que Judas y los judíos habían destruido "la abominación levantada por él sobre el altar de Jerusalén".

1M 6, 8-13

¿Dónde alcanzó el correo a Antíoco Epifanes? Según 2M 9, 3, se hallaba el rey en Ecbatana. Es posible que un copista inadvertidamente escribiera este nombre en vez de Ispadana, en el territorio de Gabiene. Las noticias adversas que había recibido contribuyeron decididamente a quebrantar la salud y la moral del rey, tanto que, aterrado e intensamente conmovido, cayó en el lecho (2M 1, 5-6), para no levantarse más.
De la extraña enfermedad que aquejó a Antíoco escribe Polibio que el rey "se volvió loco, según dicen algunos, a causa de ciertas manifestaciones de la cólera divina". En 2M 9, 1ss se describe su repugnante enfermedad. Es evidente que la descripción de la misma hecha por Jasón de Cirene no es más que una inocente venganza del escritor. Con expresiones de colorido bíblico dice Antíoco en nuestro texto que "huye el sueño" de él (Gn 31, 40), que su corazón desfallece por la preocupación (1S 17, 32). Trata de paliar sus desventuras con el recuerdo de la popularidad de que gozaba entre los suyos a causa de la suavidad de sus métodos de gobierno. Pero encuentra una mancha en su pasado: los males que ha causado a Jerusalén y al templo.
Según Flavio Josefo, la causa de su muerte debe buscarse en el saqueo sacrílego del templo de Jerusalén. Es el mismo rey el que achaca a estos hechos sacrílegos el origen de tantas calamidades que le aquejan (v.13). El Dios de los judíos le ha castigado. ¿Por qué no culpa, en parte, de estos males a los dioses y diosas del templo de Elimaida, que intentó desvalijar? Porque, a los ojos del autor sagrado, los dioses paganos no existen en realidad; como el Salmista podría decir que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen (Sal 115, 5; Sal 135, 16).
A la enfermedad se añade el castigo de tener que morir en "tierra extraña". Tabe, donde murió, según testimonio de Polibio, formaba parte del imperio seléucida, en el extremo oriental del mismo. El autor sagrado escribe, no sin una gran dosis de ironía, que en las puertas de la muerte tuvo que confesar Antíoco su derrota vencido por el Dios cuyo templo saqueó. Si fue bueno para sus súbditos paganos, no pudo mostrarse más déspota para con los judíos, a quienes quiso arrebatar su fe.

1M 6, 14-17

La muerte se adueñaba del enfermo. Antes de expirar llamó a Filipo, encomendándole la tutela y educación de su hijo. Es posible que el monarca moribundo desconfiara de Lisias, a quien había hecho antes idéntico encargo (1M 3, 33), por las graves derrotas que habían sufrido sus tropas en Judea. Pronto Filipo perderá los derechos de tutela sobre el joven monarca.
La muerte sobrevino durante el verano del año 163 antes de Jesucristo, correspondiente al 149 de la era griega. La noticia de su muerte se esparció como reguero de pólvora, llegando a oídos de Lisias, quien, prescindiendo de la última voluntad del rey, y conforme a lo que le manifestó éste antes de emprender su campaña oriental (1M 3, 33), entronizó al hijo de Epifanes, Antíoco V Eupator (163-162).
Afirma Appiano que Antíoco Epifanes murió dejando un niño de nueve años, que los sirios llamaron Eupator a causa de la bondad y virtudes de su padre. Lisias, añade, fue el tutor del niño. Cree Bévenot que la noticia de Eusebio, según la cual contaba Eupator catorce años de edad cuando sucedió a su padre, es más conforme a la realidad. El mencionado autor se basa en que el joven monarca intervino personalmente en el ataque de Betsur y de Jerusalén (v.31). Con el reino, dice Flavio Josefo, heredó de su padre el odio contra el pueblo judío.

1M 6, 18-20

También la noticia de la muerte de Antíoco llegó a Jerusalén, queriendo Judas aprovechar aquel interregno para eliminar el principal obstáculo para el culto en el templo de Jerusalén. Debió también Judas calcular que el nombramiento de dos regentes traería división en el ejército, ocasión que podría aprovechar él para resolver el problema de la ciudadela que el difunto rey había establecido en el corazón del judaísmo (1M 1, 35-37). Empezó el cerco el año 150, o sea, el 162 antes de Jesucristo, utilizando Judas máquinas de guerra, al estilo de los grandes ejércitos.

1M 6, 21-27

Flavio Josefo añade el detalle de que los fugitivos escaparon de noche de la ciudad, marchándose al campo, donde encontraron algunos judíos apóstatas, con los cuales siguieron camino de Antioquía para informar al rey. Los encargados de informar al rey eran judíos apóstatas, que expusieron al rey que Judas y los suyos consolidaban sus posiciones de día en día. Si se les deja en paz, no habrá nadie, dentro de poco tiempo, que pueda dominarlos. En 2M 13, 3 se dice que entre los judíos que se entrevistaron con el rey estaba Menelao.

1M 6, 28-31

Seguramente que en la audiencia estaba presente Lisias (2M 13, 2). En nombre del rey, convocó éste un gran consejo de amigos del monarca fallecido y de oficiales del ejército para reclutar soldados. Es muy probable que haya una hipérbole en el número de los soldados de Lisias. El elefante se usaba corrientemente en el ejército sirio, pero se tendía a prescindir de él. Aun en el supuesto de que el número ingente de soldados fuera una realidad, no es de suponer que todos fueran enviados a Palestina. El itinerario del ejército fue el de siempre: por la costa mediterránea hasta la altura de Azoto o de Gaza, torciendo luego a izquierda, en dirección a Hebrón. Por mucho tiempo Betsur resistió al cerco e infligió graves pérdidas al enemigo, pero comprendió Judas que tal resistencia no podía prolongarse.

1M 6, 32-41

Era a la verdad un ejército extremadamente grande y poderoso. Judas tenía cercada la ciudadela de Jerusalén mientras los sirios atacaban Betsur. Al recibir noticias de que la guarnición judía de esta fortaleza se veía desbordada por el enemigo, levantó el cerco de la ciudadela y pensó en abrir otro frente para distraer las fuerzas enemigas en el lugar conocido hoy día por Tell-Zacaría. Un judío llamado Rodoco (2M 13, 21) reveló al rey los planes militares de Judas. A este nuevo frente de batalla corrió el grueso de las fuerzas de Lisias, con innumerable infantería, caballería y algunos elefantes. Con estos animales pensaban los sirios imponerse a los judíos. Con el fin de enardecerlos para la lucha, les ponían delante jugo de uvas, literalmente "sangre de uvas" (Gn 49, 11; Dt 32, 14) y de moras; junto a los mismos había un piquete de infantería y algunos caballos acostumbrados a la lucha. Los testimonios antiguos que cita Bochart prueban que el color blanco excita al elefante (Abel). La verdadera razón de colocar jugo de uvas ante los elefantes se nos escapa. Cada elefante llevaba una torre de madera, que ocupaban algunos guerreros especializados en el lanzamiento de flechas, además del cornac que conducía al animal.
Judas y sus soldados pudieron contemplar y admirar la disciplina militar y las armas con que estaba equipado el ejército que debía enfrentarse con ellos. No cabe duda que Lisias logró un éxito psicológico sobre la moral de las tropas de Judas Macabeo.

1M 6, 42-46

Judas no rehusó el combate. En el primer encuentro cayeron seiscientos soldados del ejército de Lisias; no dice el autor cuántos fueron los muertos de la parte de Judas. La presión del enemigo se hacía sentir cada vez más. Debía de ser crítica la situación al decidirse Eleazar a realizar una hazaña extraordinaria, que o bien podía desbaratar al ejército sirio o terminar con su vida. En contra de lo que él creía, el elefante en cuestión era el proigumeno, o sea el primer elefante, el que aventaja a los otros por su estampa y coraje. Muchos Santos Padres han examinado la moralidad del acto, preguntándose si su hazaña equivale a un suicidio indirecto. San Ambrosio exalta su valor, intrepidez y menosprecio de la muerte de este héroe, que quiso salvar a Israel dando muerte al opresor.

1M 6, 47-54

El elefante con la coraza regia había caído muerto, y, sin embargo, la presión del enemigo no cedía, más bien aumentaba de manera amenazadora. El autor sagrado tiende el velo del silencio sobre la honda impresión que causó en la tropa la muerte de Eleazar; pero, al decirnos que los soldados judíos emprendieron la fuga hacia Jerusalén, confiesa veladamente que Judas fue derrotado por el enemigo. Un destacamento de valientes continuaba resistiendo en Betsur, pero pronto debían también entregarse, acuciados por el hambre. Habíase llegado a la carencia de víveres por razón del año sabático y porque los judíos traídos de otras regiones habían consumido las reservas. La tierra, según la Ley mosaica (Ex 23, 10-11; Lv 25, 2-7; Nm 10, 32), debía descansar el año séptimo, durante el cual era permitido a los pobres apropiarse de cuanto producían espontáneamente los terrenos baldíos. El año 162 antes de Jesucristo, 150 de la era seléucida, era sabático. Desde septiembre-octubre del año anterior había cesado todo trabajo agrícola en los campos cultivados por judíos tradicionalistas. El rey perdonó la vida de los defensores de Betsur. Dejó allí un destacamento real, con gentes originarias de Siria, de Idumea y judíos apóstatas. Báquides la fortificó (1M 9, 52), cayendo más tarde en manos de Simón (1M 11, 65; 1M 14, 7-33).
Una vez conquistada la fortaleza de Betsur, atacó Lisias el recinto del templo, empleando para ello gran cantidad de máquinas de asalto. Los defensores del templo fabricaron armas para contrarrestar las de los enemigos. Pero la superioridad de éstos era aplastante. Además, desde la ciudadela controlaban los sirios el área del templo. Ante este panorama, los soldados de Judas huyeron al campo en busca de alimentos y para salvar sus vidas en las dificultades del desierto.

1M 6, 55-63

En un momento crítico intervino la Providencia en favor del pueblo judío. Filipo, que había sido nombrado regente del imperio y tutor de Antíoco V, reemplazando a Lisias, había llegado a Antioquía al frente de sus tropas. La noticia alarmó a Lisias, que temía por su posición dentro del imperio.
Entendió Lisias que la política iniciada por Antíoco Epifanes contra Israel no conducía a nada positivo, por lo que juzgó que debía volverse a la situación existente en tiempos de Antíoco III. Propuso al rey, a los generales y a la tropa estos sus puntos de vista, que fueron aprobados unánimemente. Porque, además del peligro de Filipo y de las dificultades militares, existía en Palestina el problema de la manutención del ejército, agravado por el descanso de los campos durante el año sabático.
Se hicieron proposiciones de paz con los judíos, que se aceptaron inmediatamente, por encontrarse también ellos en situación precaria. Los Macabeos reconocieron la soberanía seléucida sobre Palestina a cambio de autorizarles a regirse en conformidad a sus leyes religiosas, "como antes" (v.59). Judas conservará su condición de jefe, subordinado a la autoridad real de Antioquía (2M 11, 22-26). El rey marchó precipitadamente a la capital del reino, pero antes, como medida de prudencia, abatió el muro que cercaba el monte Sión para quitar a los judíos toda ocasión de atrincherarse de nuevo allí.
Los judíos interpretaron aquel acto como violación de la libertad de culto y profanación de un lugar santo, mientras que el jefe sirio lo juzgó como simple medida de seguridad. Antíoco V y su tutor, Lisias, se enfrentaron con las tropas de Filipo en Antioquía, prevaleciendo sobre él. Filipo pudo escapar a Egipto y ponerse bajo el amparo de Tolomeo VI Filometor (2M 9, 29). Supone Flavio Josefo que Antíoco Eupator se apoderó de Filipo, a quien encarceló y mandó matar poco después.

1M 7, 1-4

Seleuco IV Filopator (187-175) duró poco en el trono. En lugar de su hermano Antíoco IV Epifanes logró que quedara prisionero de los romanos su hijo Demetrio. Pasaron los años. Al enterarse en su cautiverio de la muerte de su tío Epifanes, Demetrio pidió al senado autorización para trasladarse a Siria y hacer valer sus derechos al trono de los seléucidas. El Senado romano, sin rechazar la petición, daba largas al asunto por interesar más a Roma mantener en el trono de Siria al regente Lisias y a un monarca menor de edad que a un hombre en la plenitud de sus facultades.
El enérgico Demetrio no cejó en sus pretensiones. Un día se presentó ante él su preceptor Diodoro con la noticia de que el pueblo de Siria odiaba a Lisias y a Antíoco Eupator. Viendo Demetrio la apatía del senado, cierto día, con el apoyo del historiador Polibio, escapó de Roma, embarcó en una nave cartaginesa y desembarcó en Trípolis, en Fenicia (2M 14, 1). Le acompañaban ocho amigos, cinco criados y tres jóvenes. El animoso Demetrio, que contaba a la sazón veintidós años de edad, puso el pie en tierras de Siria el año 151, muy probablemente durante el verano de 161 antes de Cristo, como se deduce del hecho de hacer parte de su viaje en una nave de Cartago que se dirigía a Tiro para entregar las primicias que debían ofrecerse a los dioses de esta ciudad. En el viaje de Trípolis a Antioquía (283 kilómetros) le comunicaron que la tropa, o más bien la oficialidad, se había apoderado de Eupator y de Lisias. Demetrio no quiso ni verlos, actitud ambigua con la que dejaba las manos libres a la oficialidad para que los ejecutaran, quedando de esta manera libre de la responsabilidad del asesinato de dos personalidades, oficialmente amigas de Roma. Esta muerte contribuyó sin duda a su reconocimiento como rey de Siria por los romanos.

1M 7, 5-7

Tan pronto como Demetrio quedó dueño del país, una comisión de judíos helenizantes, capitaneados por Alcimo, se presentó en Antioquía, culpando a Judas y a sus hermanos de dar muerte a los amigos del rey. Como consecuencia del pacto firmado entre Lisias y Judas, tuvieron los Macabeos libertad para ajustar sus cuentas con los judíos apóstatas, que eran perseguidos, vejados y constreñidos a abandonar las tierras de Palestina. Alcimo, nombre helenizado, del hebraico laqim (1Cro 8, 19), pertenecía a la estirpe sacerdotal (v.14), pero no era de la familia del sumo sacerdote Onías.

1M 7, 8-18

La acusación hizo mella, enviando Demetrio contra Judas al generalísimo de sus ejércitos, Báquides, sucesor del difunto Lisias, mientras él marchaba a Babilonia para atajar las pretensiones de Timarcos. Demetrio le derrotó, recibiendo, por lo mismo, de los babilonios el sobrenombre de Soter (salvador). Alcimo acompañaba al generalísimo sirio Báquides en su viaje a Palestina.
Propuesto acaso para el cargo de sumo sacerdote por Antíoco Eupator, busca ahora afanosamente la confirmación por parte del nuevo soberano, que le "instituyó sumo sacerdote" (v.5). Pero este nombramiento por real orden no tendría eficacia en la práctica mientras el templo y la ciudad de Jerusalén permanecieran en manos de los Macabeos y de sus amigos.
Báquides y Alcimo hacen proposiciones de paz a Judas, quien se percató de que el ofrecimiento no era sincero. Además, ¿por qué ofrecer proposiciones de paz al amparo de un ejército dispuesto a lanzarse sobre Jerusalén? No fue tan enérgica la actitud de los asideos. Los escribas cayeron en el lazo que Alcimo les tendía.
Quizá estaban ellos dolidos por la conducta de Judas, que confiaba más en la eficacia de las armas que en las lucubraciones interminables de los soferim. Los asideos vieron en Alcimo a un personaje perteneciente al linaje sacerdotal. Como hemos dicho, Alcimo pertenecía a la estirpe sacerdotal, pero no a la familia del sumo sacerdote Onías. Alcimo engañó a los asideos.
Parece que el v.16 debe entenderse en el sentido de que, una vez estipuladas las paces, Alcimo propuso a Báquides la idea de liquidar a aquellos asideos que se habían mostrado más reacios a sus ofrecimientos y que en tiempos pasados se distinguieron en la lucha contra los simpatizantes del helenismo.
Se citan en el v.17 unas frases de Sal 79, 2 según la versión de los LXX. Una opinión muy de moda entre los comentaristas (Calés, Castellino, Herkenne) data la composición del salmo de los años 587-586. Pudo el salmo recibir algunos retoques en tiempos de los Macabeos (Calés). El estilo empleado en los últimos versículos puede sugerir la idea de que son obra del traductor griego u otro autor distinto del que escribió el original hebraico.

1M 7, 19-25

En las cercanías de Bezeta (a seis kilómetros al norte de Betsur) había pozos y cisternas. Las represalias comenzaron tan pronto como la policía delató a los culpables. El texto puede interpretarse de dos maneras. Admitiendo la lección de Luciano (ap'autou, de él) se infiere que fueron arrojados a una cisterna algunos desertores de su ejército, probablemente judíos, que protestaron por el modo injusto de tratar Báquides a sus hermanos de raza.
Otra interpretación, sostenida por Abel, se apoya en la lección met'autou (con él) y traducen: "que se habían pasado a él". Según lo dicho, algunos de los que se incorporaron al partido de Báquides se habían ensañado antes contra los helenizantes, intentando ahora borrar su dudoso pasado alistándose al ejército sirio.
Báquides había sembrado el pánico en su alrededor. Las gentes vivían aparentemente tranquilas, por lo que juzgó innecesaria su presencia en Palestina, dejando a Alcimo el encargo de ultimar su misión. Estaba éste obsesionado por la idea de asegurar su pontificado, empleando para ello más bien métodos de captación. Pero la avalancha y presión de los helenistas y judíos renegados, que reclamaban un trato de favor, le hicieron impopular. Judas quiso terminar con las bandas de tránsfugas rencorosos y aprovechados, impidiéndoles circular por el territorio. Por falta de ejército no pudo Alcimo someter al Macabeo.

1M 7, 26-32

Demetrio dio crédito a las acusaciones de Alcimo y decidió acabar de una vez con los reaccionarios judíos. Confió esta tarea a Nicanor, general valiente e incondicional del monarca a toda prueba. Fue antes amigo de Antíoco Epifanes y general de su ejército (1M 3, 38-41). Al parecer tuvo Nicanor un altercado con Lisias, circunstancia que aprovechó para huir a Roma y ponerse a las órdenes de Demetrio, pretendiente al trono real de Siria. En Roma preparó la fuga de Demetrio. Antes del año 162 era elefantarco, (2M 14, 32), comandante de la sección de los elefantes. Nicanor llegó a Jerusalén con propósitos aparentemente pacíficos. En vez de apelar a las armas, sugirió la celebración de una entrevista entre él y Judas Macabeo. A consecuencia de los combates en Betzacaría y en Jerusalén (1M 6, 32-62), Judas se había retirado a tierras de Gofna (Gifne), a unos veintidós kilómetros al norte de Jerusalén. Nicanor envió a Judas tres diputados, llamados Posidonio, Teódotos y Matatías.
Las conversaciones tuvieron en un principio buenos resultados, firmándose un tratado de paz. Nicanor licenció a muchos soldados que le habían acompañado hasta Jerusalén, trabando amistad con Judas, cuya personalidad encontraba simpática. Pero Alcimo protestó de esta camaradería entre Nicanor y su enemigo Judas, acusando al general de obrar en contra de los intereses de la nación.
El rey se dejó impresionar por Alcimo, enviando a Nicanor la orden de entregar a Judas encadenado en Antioquía. Las intrigas de Alcimo y la orden real cogieron de sorpresa a Nicanor, que tomó medidas encaminadas a apoderarse de Judas. En un choque en el término de Cafarsalama (Deir Salam, a diez kilómetros al norte de Jerusalén) cayeron cinco mil soldados del ejército de Nicanor (segu´n Sinaítico, Vetus Lat. y Sir., los muertos fueron quinientos).

1M 7, 33-38

El amor propio de Nicanor sintió al vivo la derrota de sus tropas en Cafarsalama, descargando todo su furor sobre el templo y los sacerdotes que lo servían. Aunque el texto diga que Nicanor subió al templo, en realidad salió de la ciudadela en donde se hospedaba, y descendió hacia el monte Sión, situado en un nivel inferior, al otro lado del Tiropeón.
El uso del verbo subir para expresar la idea de encaminarse al templo remontaba a los tiempos en que la ciudad estaba edificada sobre el Ofel. Los sacerdotes impidieron disimuladamente que Nicanor entrara en el recinto sagrado, cumplimentándole en la misma puerta, desde la cual pudo comprobar la verdad del sacrificio por el rey.
Estos holocaustos por los soberanos reinantes estuvieron en uso durante el período persa, griego y romano. Los gastos que ocasionaban eran saldados por los mismos monarcas (Ba 1, 10-12; Esd 6, 8-10). Nicanor se burló de los sacerdotes y de los holocaustos. Desató su lengua en insultos contra los ministros del altar, atreviéndose, en el paroxismo de su furor, a escupirles en la cara, lo que, además de un ultraje, constituía una impureza legal. Una idea obsesionaba al general sirio: Judas. Si al regresar de su viaje no se lo entregan, arrasará el templo.

1M 7, 39-50

Desde Siria llegaba un nuevo contingente de tropas para reforzar el ejército de Nicanor. Con esta ayuda creyó él acabar con los reaccionarios judíos, apoderarse de Judas y entregar el templo a las llamas. Judas siguió de lejos los pasos de Nicanor cuando éste, al frente del nuevo ejército, avanzaba en dirección a Jerusalén. Judas da por descontado que Yahvé castigará la insolencia de Nicanor, y armado con esta confianza ciega, le presenta batalla. Colocó sus soldados en la colina de Adasa, para lanzarse sobre las tropas de Nicanor tan pronto penetraran por las pendientes que estrechan el camino en las cercanías de Jirbet Adasa.
Nicanor cayó muerto en la refriega. Cortaron su cabeza y la mano derecha (1S 17, 54; Jdt 13, 15; Jdt 14, 1), conforme a las costumbres militares de aquel tiempo. Más información sobre el particular en 2M 15, 30-33. La batalla se dio el 13 del mes Adar, el último del calendario hebraico, correspondiente a febrero-marzo. Todos los años en aquel día se celebraba la fiesta de Nicanor (Megillat Taanit), que subsistía aún en el siglo VIII después de Cristo. Pero, al coincidir con la fiesta de Purim (2M 15, 36), cayó en desuso.

1M 8, 1-8

La mano de los seléucidas pesaba cada día más sobre Israel. La lucha del helenismo contra el yahvismo arreciaba, agravada por la apostasía de muchos judíos, que buscaban en aquél la libertad de conciencia y de costumbres que no encontraban en la rígida religión ancestral de Israel.
El "resto de Israel" corría peligro de reducirse a su mínima expresión. Volviendo la vista a su alrededor, veía el horizonte cerrado; en medio de tanta soledad vislumbraron una vaga esperanza en un imperio famoso, de las tierras de los Kittim, que tenía la fama de proteger a los pueblos pequeños oprimidos por las grandes potencias.
En Palestina había llegado la noticia de que Roma había ayudado a Tolomeo Filometor, a Eumenes, rey de Pérgamo; a Timarco, gobernador de Babilonia. El senado reconoció a Demetrio como rey amigo, sólo en 160, mientras se "comportara como tal". De ello concluyeron los Macabeos que Roma veía con malos ojos la política sectaria de los seléucidas. Los romanos eran poderosos, invencibles, metódicos, prudentes, tenaces, simples en el porte externo, fieles a sus palabras y con los pueblos amigos, aliados incondicionales de las naciones que se acogían a su protección. A ello se añade que ninguno entre ellos lleva diadema ni viste púrpura, no teniendo, por lo mismo, ocasión de engreírse. En vez de confiar el gobierno a un dictador despótico, disponen de un senado que mira por el bien del pueblo y por su buen gobierno. La fama fácilmente hermoseaba y alteraba cuanto concernía a un pueblo conocido desde Palestina únicamente por el eco de sus estrepitosas victorias. Todo el elogio ditirámbico a favor de los romanos puede interpretarse como una sátira velada contra los griegos, cuya dominación y cultura combatían los Macabeos (Penna, Vaccari).
La idea de recabar la ayuda de los romanos se venía incubando desde tiempo. Que Judas se dirigiera al senado poco antes del advenimiento de Demetrio, puede inferirse de la carta de recomendación de Cayo Fanio, cónsul en 161 antes de Cristo, cuya finalidad era facilitar el paso de embajadores judíos a través del territorio de Cos de vuelta de su misión en Roma.
La fama de que gozaban los romanos iba respaldada por hechos concretos. Los romanos se cubrieron de gloria combatiendo contra tois galatais. Cartagineses y romanos se disputaron el dominio de España para apoderarse de sus minas. Los reyes de los confines de la tierra son acaso Aníbal, Asdrúbal, que a través de las columnas de Hércules, situadas al fin del mundo, llegaron a España.
Los romanos fueron también poderosos en Oriente. Filipo V fue derrotado por los romanos en Cinocéfale (197 a.C.); la misma suerte corrió Perseo en Pidna, el año 168, por obra de Emilio Paulo. Antíoco III sucumbió ante el talento militar de Escipión el Africano en la batalla de Magnesia (190), perdiendo su hegemonía en Oriente y siendo constreñido a pagar un fuerte tributo. Los historiadores paganos (Appiano, Tito Livio) no dicen que Antíoco cayera prisionero.
El autor sagrado refiere los rumores que circulaban en torno a la derrota de Antíoco, sin comprometer su propio juicio ni pretender examinar la verdad de los hechos a que se aludía. La India no perteneció nunca a los seléucidas, ni la Media fue cedida a los romanos. Para obviar esta dificultad, creen algunos que en el texto original se leían los nombres de Jonia y Nisia, en vez de los de India y Media, que por un error introdujo en el texto un copista. Es cierto que los romanos entregaron a Eumenes las regiones de esta parte del Taurus, o sea la Misia, Lidia, Frigia, Licaonia y parte de Cara y Licia.

1M 8, 9-13

Quisieron los griegos medir sus fuerzas con Roma, como hicieron antes con Persia; pero fueron vencidos. En un principio, los romanos se comportaron suavemente en la guerra contra la Liga Etolia, que se había aliado con Antíoco (190 a.C.).
Más tarde se mostraron duros con ellos en la guerra, que acabó con la destrucción de Corinto por el cónsul Lucio Mummio y la anexión de Grecia a Roma, formando la provincia romana de Acaya. Como puede observarse, el autor sagrado incluye en el cuadro trazado acontecimientos posteriores a los rumores que llegaron a oídos de Judas. Lo mismo hace al aludir a las islas de Chipre y Creta (v. 11). Con los aliados son los romanos buenos amigos. La situación apurada en que se encontraban los judíos ortodoxos les impedía ver el interés egoísta y el tacto diplomático que imperaba en las relaciones de Roma con los pueblos aliados.

1M 8, 14-16

En Palestina había llegado la noticia de que el senado se componía de trescientos veinte miembros, en vez de trescientos, como consta de los autores latinos. Tampoco el senado, en contra de lo que decía el vulgo y el autor sagrado recoge, se reunía todos los días, pues lo hacía en casos de necesidad y en las calendas e idus de cada mes. Asimismo era equivocada la noticia de que cada año se encomendara el mando a un individuo. Segu´n Vaccari, se alude aquí a la institución del consulado anual. Se sabe que los cónsules romanos eran siempre dos; pero a las expediciones a tierras lejanas iba solamente uno. Es también posible que la idea de un cónsul naciera en Palestina por haberse entrevistado los embajadores judíos en Roma con uno solo de los cónsules.

1M 8, 17-21

El primer mensajero fue Eupolemo (2M 4, 11), con nombre helenizado, pero fiel a los principios del yahvismo. Se cree que es el autor de una historia de los reyes de Judá, de que hablan Eusebio, Clemente de Alejandría y San Jerónimo. En ella, aunque respetuoso con el texto sagrado, tiene una concepción helenista de la historia. La familia de Acco se vio obligada, después del exilio, a probar sus títulos genealógicos para poder ejercer el sacerdocio (Esd 2, 61; Ne 7, 63). El otro enviado se llamaba Jasón, forma helenizada de la palabra hebraica Josué, o Jesús. Era hijo de Eleazar, que murió mártir a los noventa años en defensa de la Ley (2M 6, 18ss). El viaje fue largo y, muy probablemente, por mar. Dos cosas pedía Judas a los romanos: trabar amistad con ellos y obtener ayuda contra el enemigo seléucida.

1M 8, 22-32

Era costumbre que tales tratados internacionales se grabaran en bronce; una copia se depositaba en el Capitolio y la otra se mandaba al Estado con el cual se hacía alianza. Falta en el texto recogido en el libro sagrado el preámbulo de este documento, que se omitió adrede para evitar la transcripción de nombres paganos, tales como Capitolio, Júpiter, etc.
El documento fue redactado en latín, con traducción griega, traducido al hebreo por el autor del libro y vertido más tarde al griego, tal como se ha conservado hoy. En confirmación de la autenticidad del documento se aduce el hecho de que está redactado en el mismo estilo que los otros contratos firmados entre los romanos y los griegos, señalándose, en concreto, el aequum foedus encontrado en la isla de Stampolia (antigua Astupalea), del año 105 antes de Cristo. La analogía entre este contrato y el que figura en nuestro texto es palpable. El documento impone a las dos partes firmantes obligaciones iguales (aequum foedus).
Los v.31-32 no forman parte del documento; más bien contienen la narración hecha por los embajadores de las consecuencias inmediatas del tratado firmado. Un toque de alarma a Demetrio por parte de los romanos equivalía a un aviso serio.

1M 9, 1-6

Este capítulo enlaza con lo dicho en 1M 7, 50. El tratado entre los romanos y Judas no impide que Demetrio mande de nuevo un poderoso ejército contra Judea. Báquides y Alcimo vuelven a Palestina con el ala derecha del ejército, esto es, con las tropas más aguerridas, que solían estar a las órdenes inmediatas del rey.
Desde el norte de Siria tomó la dirección de Galilea, acampando cerca de Arbela, el actual Jirbet Irbit, a la altura de Magdala y no lejos del lago de Genesaret. Masalot, del hebreo mesilloth, escaleras, no es nombre de lugar. Por el texto se deduce que Báquides marchó a Jerusalén, o porque creía encontrar allí a Judas o para entronizar a Alcimo en sus funciones sacerdotales en el templo. Al enterarse de que Judas acampaba a unos kilómetros al norte, fue en busca suya. Las tropas cansadas de Judas temblaron a la vista del numeroso ejército enemigo.

1M 9, 7-10

No sabemos las causas que concurrieron al relajamiento total de la moral combativa de las tropas de Judas. La superioridad numérica del enemigo fue más bien un pretexto para rehuir el combate. Unos se marcharon, otros quedaron al lado de Judas, pero con una moral muy resquebrajada. Judas midió justamente lo trágico de la situación, temiendo que su fin se acercaba. Sólo Dios, con un milagro, podía salvarle. Del pesimismo que invadía a los combatientes, y que influía extraordinariamente en sus ánimos, se hace eco el mismo autor sagrado.

1M 9, 11-16

Fue el ejército sirio quien tomó la iniciativa. No se dice que Judas invocara a Dios al principio de la batalla; apela al honor para no rehuir el combate, pero parece no acordarse de Dios. Acaso no quiso el autor sagrado comprometer la causa divina en una lucha que más parecía un suicidio voluntario que un combate entre dos ejércitos.

1M 9, 17-22

La lucha se agravó, y de una y otra parte cayeron muchos. Entre ellos cayó también Judas. Los supervivientes de su ejército huyeron a la desbandada. Las gentes de Judas mutilaron el cadáver de Nicanor (1M 7, 47). Era de temer que la misma suerte corriera el de Judas; pero sus hermanos lograron de Báquides, no sabemos a qué precio, la autorización de llevarse el cadáver de su hermano y sepultarlo en Modín.

1M 9, 23-27

La muerte de Judas sumió a Israel en una situación muy precaria. Los que le habían seguido se encerraron en sus casas o buscaron asilo en tierras inhóspitas para no sufrir el oprobio de su derrota ni escuchar los improperios que les echaban en cara los helenizantes.
Los judíos apóstatas arreciaron en su persecución, aprovechando la coyuntura para vengarse y tomar represalias. El hambre agravó la situación de los fieles escondidos en sus casas o en los desiertos. El excesivo rigor por parte de Báquides y los excesos de los apóstatas despertaron a los judíos del sopor en que yacían y les confirmaron en la necesidad de agruparse bajo un mando y luchar por las reivindicaciones nacionales.

1M 9, 28-34

Jonatán era conocido por su valor y su fidelidad a la memoria de su padre. Al comunicarle los conjurados que habían pensado en elegirle por jefe (arjon) y caudillo (egou´menos), no rehusó la oferta. Con ello se oponía al acuerdo concluido con el general sirio, por lo que tuvo que huir a uña de caballo al desierto de Tecoa.
Era el desierto el único lugar no controlado por las tropas de Báquides y en donde podían fácilmente ocultarse los que vivían al margen de la ley. Ocias había hecho una gran obra en el desierto de Tecoa al construir torres y excavar muchas cisternas (2Cro 26, 10) para los pastores y sus rebaños. La de Asfar se hallaba en el lugar que ocupan las ruinas de Bir-ez-Zaferán, a cinco kilómetros al sur de Tecoa. No nos explicamos por qué Báquides, al oír que Jonatán se retiró al desierto de Tecoa, se marchó a Transjordania. Acaso nos hallamos frente a una glosa muy antigua, ya existente en el texto hebraico, y que pasó a la versión griega.

1M 9, 35-42

Cada uno que se juntaba a Jonatán y acudía a su escondite del desierto ponía a buen recaudo todo cuanto poseía. Pensó Jonatán confiar la custodia de estos bienes a los nabateos (1M 5, 25), de vida seminómada, que habitaban al sudeste del mar Muerto. Juan, hermano suyo, fue el designado para llevar el bagaje a la tierra de los nabateos y de asegurar a las mujeres e hijos de los combatientes una morada segura. Juan y su comitiva atravesaron el Jordán, llegando al país de los moabitas.
En el camino les salieron al encuentro los hijos de Jambri, instalados en Madaba (Nm 21, 30; 1Cro 19, 7), a treinta y cinco kilómetros al sur de Ammán, asaltando la caravana y matando al jefe que la conducía. Jonatán quiso vengar la afrenta, y aprovechó la ocasión de una suntuosa boda.

1M 9, 43-49

Llegó a Báquides la noticia del desplazamiento de Jonatán al otro lado del río Jordán y quiso cortarle la retirada. Aprovechó un sábado, por conocer la costumbre judía de no pasar a la ofensiva en día de fiesta (1M 2, 41). Báquides vadeó el río y se camufló en los matorrales que crecen junto al mismo, en la ribera izquierda, esperando el regreso de Jonatán. Jonatán se vio aprisionado entre el ejército sirio y el Jordán, siendo la situación desesperada.
"No es como ayer y anteayer" (Gn 31, 2; Jos 4, 18; 1S 5, 2; 2R 13, 5), queriendo decir: Jamás nos hemos encontrado en situación tan comprometida; no hay escape. Jonatán recomienda la oración, pero atacó al mismo tiempo a Báquides, haciéndole retroceder. Del ejército de Báquides cayeron unos mil hombres, cifra que Flavio Josefo hace remontar a dos mil. Duro debió de ser el golpe recibido por Báquides, el cual no se atrevió a vadear el Jordán y perseguir a Jonatán y a su ejército.

1M 9, 50-53

Se alargaba desmesuradamente la estancia de Báquides fuera de Antioquía. No valía la pena seguir la vida nómada de unos pocos guerrilleros descontentos con el gobierno de la nación. Bastaba levantar sólidas fortalezas en los puntos neurálgicos del país. Jericó ocupaba un lugar clave que controlaba las rutas de Jerusalén a la Transjordania; Amuás o Emau´s era como un centinela al pie de la Sefela, que guardaba los accesos a Judea y a Jerusalén. Bet-Jorón dominaba la región de Modín y los accesos a las montañas de Efraím. Betel (Beitin) defendía la capital por el septentrión. A dieciséis kilómetros al norte de Betel se encuentra Tamnata (Jirbet Tibna), en el camino que une Gofna y Birzeit con la región de Modín. Faratón y Tefón no han sido plenamente identificadas.

1M 9, 54-57

Había en el templo un muro de separación entre el atrio de los judíos y el de los gentiles (1R 7, 12), obra de los profetas, particularmente de Ageo y Zacarías. Que Alcimo pretendiera reemplazarlo por otro de estilo helenístico o que maquinara quitar toda la barrera entre judíos y paganos, no es fácil determinarlo. En tiempo de Herodes, la división entre un atrio y otro era señalada por el soreg, o balaustrada, cuya altura llegaba hasta el pecho.

1M 9, 58-66

Los apóstatas judíos se dieron cuenta de que los años de paz eran aprovechados por Jonatán y los suyos para emprender una nueva ofensiva. La oficialidad siria que custodiaba las fortalezas levantadas por Báquides no veía mayor peligro en las actividades de los hermanos Macabeos, acantonados en Modín y pueblos de los alrededores. Los intrigantes judíos acudieron entonces al crédulo Báquides, quien, creyendo que su campaña sería un paseo triunfal, se dirigió a Judea. Sus esperanzas de apoderarse por sorpresa de los Macabeos fracasaron.

1M 9, 67-73

El sistema de los dos frentes desconcertó a Báquides. Mientras Jonatán hostigaba las tropas en torno a Betbasí, Simón aprovechó la coyuntura para hacer una salida e irrumpir sobre los asaltantes. Según Flavio Josefo, el ataque de Jonatán fue de noche. Al verse Báquides cercado por sus adversarios y atacado de frente y por la espalda, cayó víctima del desánimo, no acertando a idear una maniobra que le pusiera al abrigo del enemigo. A falta de otras víctimas más codiciadas, culpó a los impíos judíos de su fracaso, descargando contra ellos el peso de su ira.
Humillado, resolvió regresar a su tierra, pensando que, si los judíos helenizantes tenían cuentas pendientes con Jonatán, las resolvieran ellos mismos. En este estado de ánimo aceptó sin dificultad la firma de un armisticio que le sugirió Jonatán, que se retiró a Majmas, a unos quince kilómetros al norte de Jerusalén, alejado de las guarniciones griegas de la capital y con libertad de movimientos. El autor del libro atribuye a Jonatán las prerrogativas que tenían los antiguos jueces de Israel (Jc 3, 10; Jc 4, 4; 1R 3, 9; 2R 15, 15).
El autor sagrado no manifiesta acaso toda la verdad sobre los motivos que indujeron a los judíos de Palestina a acusar a Jonatán. Lo más probable es que éste aprovechara todas las circunstancias para humillar a estos apóstatas y dar muerte a los que se enorgullecían de sus ideales helenistas, apoderándose de sus bienes.

1M 10, 1-6

La política interna de los seléucidas contribuiría en adelante a afianzar en el poder a Jonatán. No estaba el pueblo contento con el carácter misántropo y despótico del rey; tampoco los romanos veían con agrado los éxitos militares de Demetrio. En su victorioso trono debía experimentar la sacudida de la rebelión desencadenada por Alejandro Bala.
Este, que por su parecido físico se hacía pasar por hijo de Antíoco -el autor sagrado no quiere dirimir la cuestión de su origen-, fue el instrumento de que se sirvieron los romanos y los soberanos enemigos Tolomeo VI, Attalo II de Pérgamo y Mitrídates V de Capadocia, para derrocar a Demetrio.
Alejandro era natural de Esmirna, "desconocido y de estirpe incierta y hombre de ascendencia humilde". Por su temperamento aventurero, el rey Attalo II le revistió de las insignias reales y lo envió a Cilicia, para que fuera allí una amenaza constante para Demetrio. En este tiempo, Heráclides, antiguo ministro de Hacienda de Epifanes, queriendo vengar la muerte de su hermano Timarco por parte de Demetrio, logró, durante el invierno del 153-152 antes de Cristo, que el senado romano reconociera las pretensiones de Alejandro Bala sobre el trono de Siria. El aventurero Bala llegó a las costas de Siria protegido por la flota egipcia, desembarcando en Tolemaida y adueñándose de ella por sorpresa. Corría el año 160 de la era seléucida, 152 antes de Cristo.
Tolemaida era una plaza importante que dominaba toda Palestina, y era la base principal del sistema defensivo de la Fenicia. Podía, además, recibir la ciudad ayuda militar de Egipto, cuyo rey, Tolomeo VI, veía con buenos ojos el amotinamiento de Alejandro. Demetrio reaccionó como guerrero y como diplomático. En una carta a Jonatán trata de atraérselo a su causa con promesas zalameras, convencido de la necesidad que tenía ahora de un aliado al sur del imperio.

1M 10, 7-14

Jonatán sacó provecho de las cartas reales, que leyó en Jerusalén en presencia de amigos y de enemigos. Tan pronto como recibió las epístolas de Demetrio, abandonó Majmas y se apoderó de Jerusalén, que convirtió en baluarte de la resistencia judía. Los sirios de la ciudadela escucharon aterrados el contenido del mensaje real.
A los enemigos de Jonatán sólo les quedaba una salida: huir. Y así lo hicieron. Quedaron en Betsur algunos de ellos, confiados en los recios muros de la fortaleza y en un cambio de rumbo de la situación política. Las obras de fortificación se emprendieron rápidamente en Jerusalén. Convenía trabajar a destajo, por cuanto Jonatán había ido más allá de las atribuciones que le concedía Demetrio.

1M 10, 15-21

Alejandro no quiso quedarse corto; a las promesas acompañó las obras. En una carta le hace saber que le concede la dignidad de sumo sacerdote, reconociéndolo con ello jefe supremo religioso del judaísmo. Desde la muerte de Alcimo, este cargo estaba vacante. ¿Podía un monarca sirio conceder tal dignidad? Algunos sumos sacerdotes lo fueron por nombramiento de los seléucidas (Jasón, Menelao, Alcimo), precedente que Alejandro quiso ahora explotar.
Además, Alejandro le nombró rey aliado suyo. Quizá la mención de las insignias reales (v.20) sea una glosa. El 15 del mes séptimo se celebraba la fiesta de los Tabernáculos (Lv 23, 33-43) Dt 16, 13), en la cual inauguró Jonatán su dignidad de sumo sacerdote.
De esta manera llegó un miembro de la familia macabea a la más alta dignidad de la nación. Sólo le faltaba que ésta fuera hereditaria en la familia y que los sirios reconocieran al sumo sacerdote como jefe, lo que se consiguió bajo Simón (1M 14, 41).

1M 10, 22-45

A oídos de Demetrio llegaron las propuestas que Alejandro Bala hizo a Jonatán, y, en un alarde de generosidad, quiso superarlas. Por aquello de que "nunca segundas partes fueron buenas," comprendió Jonatán que no eran sinceros los sentimientos de Demetrio, sino dictados por las necesidades del momento.
La sal que se sacaba del mar Muerto era propiedad del Estado sirio. El tributo de las coronas de oro tiene su origen en la costumbre entre los griegos y romanos de enviar cada provincia una corona de oro al general que ganara una batalla. Más tarde, cada año se enviaba lo equivalente en dinero (aurum coronarium). Debían los judíos pagar al rey el tercio de las cosechas y la mitad de la de los árboles frutales. A todo ello renuncia ahora Demetrio con tal de que los judíos pacten con él. La exención se extiende a Judea, Samaria. Los tres distritos de que habla el v.30 eran Aferema, Lida y Ramata (1M 11, 34).
Demetrio promete la inmunidad de franquicia en las fiestas judías, tales como Pascua, Pentecostés, fiesta de los Tabernáculos, días en que cada israelita adulto tenía la obligación de ir al templo (Ex 23, 14-17). Serán también conceptuados como festivos los tres días que se calculaban como necesarios para el viaje de ida y vuelta.
Para subvencionar los gastos del templo les entregará Demetrio la ciudad de Tolemaida y distrito, con sus derechos aduaneros, además de una suma de quince mil siclos de plata, o sea unas trescientas mil pesetas (1940). Reconoce el rey el derecho de asilo en el templo, en sentido más amplio del que entendía la Ley (Ex 21, 13-14; Nm 35, 9-28). En un exceso de liberalidad sospechosa, llega incluso a conceder al pueblo judío el derecho de reedificar los muros de Jerusalén, las fortificaciones de su recinto y las murallas deterioradas de las ciudades fuertes de Judea con el dinero del rey.

1M 10, 46-47

Se había excedido Demetrio en su liberalidad para que los judíos le prestaran fe. Jonatán no cayó en la trampa, adhiriéndose por el momento a la causa de Alejandro, a quien nada tenían que objetar los judíos. Además, la estrella de Demetrio empezaba a palidecer al perder la amistad de los romanos y la estima del pueblo.

1M 10, 48-50

Lacónico es el relato del encuentro de los dos ejércitos. Parece que el de Alejandro contaba con el apoyo de Jonatán. No se especifica el lugar del encuentro. En el primer encuentro tuvo que huir el ejército de Alejandro perseguido de cerca por Demetrio. En un segundo combate, que duró un día entero, Alejandro prevaleció sobre su enemigo, que quedó en el campo de batalla. ¿Cuánto tiempo transcurrió entre el primero y el segundo encuentro? Bévenot calcula un año.

1M 10, 51-56

Tolomeo VI Filometor ocupaba el trono de Egipto. A él acude Alejandro en calidad de rey aliado para pedirle la mano de su hija Cleopatra. Con este matrimonio pretendía Alejandro borrar la mancha de su oscuro origen, emparentándose con familias reales. Por su parte, Tolomeo veía con buenos ojos esta decisión de Alejandro, por creer que de esta manera le serían reconocidos sus derechos sobre la provincia de Celesiria y regiones adyacentes. Tolomeo señaló a Tolemaida como lugar de entrevista para ultimar los preparativos de boda.

1M 10, 57-60

A Tolemaida habían llegado las naves de Tolomeo en apoyo de las pretensiones del aventurero Bala. Al llegar el rey a esta ciudad le pareció encontrarse en su propia casa, calculando que muy pronto volvería ella a formar parte integrante de Egipto. Se celebró la boda con gran boato, "como de reyes," con una semana de duración. No podía faltar en la misma el rey amigo Jonatán, que le ayudó en la lucha contra Demetrio.

1M 10, 61-66

Creían los apóstatas judíos encontrar en Alejandro el mismo favor que sus partidarios hallaron en la corte de Demetrio. Pero las cosas habían cambiado mucho. ¿Cómo podía Alejandro volver la espalda a un amigo y compañero de armas?
Que en Palestina no gozara Jonatán del favor de todos, no interesaba grandemente al monarca sirio; a él le bastaba saber que Jonatán rechazó las ofertas de Demetrio y se adhirió a su causa. Antes de partir Jonatán para Jerusalén recibió de Alejandro los títulos de estratega y meridarca. Por el primero le constituía generalísimo de las tropas de Judea; por el segundo le nombraba gobernador supremo de Judea, dependiendo, por descontado, del rey de Siria. En la persona de Jonatán se unían el poder religioso, militar y civil.

1M 10, 67-73

Alejandro llevó una vida licenciosa y orgiástica, despreocupado de las cosas del reino, atrayéndose sobre sí la aversión de todos. La política de su favorito Ammonio de perseguir y matar a todos los amigos de Demetrio, principalmente sus familiares, indujo al hijo mayor de Demetrio a derrocar al intruso y restablecer en el trono a los seléucidas.
Amparado por veteranos generales, Demetrio II Nicator partió de Cnido, capital de Caria, y marchóse a Creta con ánimo de reclutar tropas mercenarias para oponerse al usurpador Alejandro. Logrado su intento, puso al frente de las mismas al fiel Lestene, desembarcando en las costas de Cilicia, probablemente en Seleucia, enarbolando la bandera de la rebelión.
A Tolemaida, donde residía de ordinario Alejandro, llegó la noticia del levantamiento de Demetrio II y de su desembarco en Cilicia. Sin perder tiempo, Alejandro corrió a Antioquía, confiada al gobierno de Jerace y Diodoro, para defender la capital de las tropas del invasor. Mientras el nuevo pretendiente combatía a Alejandro en la parte septentrional del imperio, Apolonio marchó contra su aliado del sur, Jonatán. Con esta maniobra, al mismo tiempo que imponía silencio al general judío, cortaba el paso a Tolomeo, rey de Egipto, en caso de que intentara acudir en ayuda de su yerno.

1M 10, 74-85

Jonatán acepta el desafío y quiere probar que también en la llanura su ejército es superior. Indignado por las bravatas de Apolonio, salió de Jerusalén al frente de su ejército y marchó contra Jope. La ciudad filistea se resistió al principio, pero tuvo que rendirse a Jonatán y a su hermano Simón. En Jamnia, situada a veinte kilómetros al sur, se encontraba Apolonio. Al tener éste noticia de la toma de Jope por parte de Jonatán, en vez de atacarle fingió huir hacia el sur, en dirección a Azoto, a quince kilómetros de Jamnia, con el intento de atraer al Macabeo hacia la llanura, donde la caballería podía maniobrar a su gusto.
Pero el astuto Apolonio había dejado emboscados mil caballos para que se abalanzaran contra el ejército judío, de camino para Azoto, en busca del enemigo. El lugar donde se agazapó la caballería de Apolonio fue acaso el valle Qatra o el Nahr Skreir, al norte de Azoto. No cayó Jonatán en la trampa, que descubrió a tiempo. Se entabló la lucha, logrando Jonatán dar largas a la batalla con el fin de cansar a la caballería.
Por su parte, Simón pudo contra la infantería de Apolonio, que se refugió en Azoto, en el recinto del templo dedicado a Dagón, confiado en que Jonatán respetaría este lugar sagrado. Era Dagón el dios de los filisteos, al que representaban con el cuerpo de pez y cabeza de hombre. ¿Cómo podía detenerse Jonatán ante un lugar sacrílego, donde en otros tiempos fue profanada el arca de la alianza? (1S 5, 2). Sin vacilar un momento, arrimó leña a los muros y dio el templo a las llamas, abrasando a los que en él se habían refugiado. La mortandad fue espantosa.

1M 10, 86

Ascalón recibió entusiásticamente al vencedor de Jope y Azoto. Alejandro premió el valor y fidelidad de su aliado regalándole una hebilla de oro para su manto de púrpura. Le nombró "pariente del rey" y añadió a su jurisdicción la ciudad filistea de Acarón, entre Jamnia y Gezer. De esta manera calculaba Alejandro que su frontera meridional estaba en buenas manos, en el caso de que su suegro Tolomeo intentara un ataque, que no se hizo esperar.

1M 11, 1-8

Tolomeo había protegido a Alejandro Bala en su logrado intento de ocupar el trono de Siria. A él entregó su hija Cleopatra, estableciéndose entre ambos monarcas una corriente de simpatía y amistad. En esta coyuntura en que Alejandro veía amenazado su trono por el norte y sur, se alegra de que su padre político se dirija a Antioquía, por contribuir esta visita a elevar su prestigio ante los pueblos vecinos.
No sospechaba Alejandro que su suegro abrigara turbios designios; por lo mismo, dio orden de que le salieran al encuentro y le recibieran con gran boato. El taimado Tolomeo aprovechó las facilidades que le daba su yerno para minar su poder y apoderarse de su reino. En cada ciudad que visitaba dejaba una guarnición. En Azoto escuchó sin pestañear el relato de los destrozos causados a la ciudad por Jonatán, sin pronunciarse en pro o en contra.
En secreto concebía Tolomeo el proyecto de tener en Jonatán a un vasallo incondicional. Obedeciendo acaso a órdenes de Alejandro, y para granjearse la confianza de Tolomeo, Jonatán acompañó al rey egipcio hasta el río Eleutero, al norte de Trípolis y a trescientos kilómetros de Jope. El astuto Jonatán pudo conjeturar que no todo era oro de ley en el proceder de Tolomeo, por lo que se despidió de él en la frontera de Siria superior y regresó a Jerusalén. Aires de tempestad se cernían sobre el trono de Alejandro y no quiso Jonatán inmiscuirse en cuestiones de familia.

1M 11, 9-13

Al llegar a Seleucia, puerto de Antioquía, Tolomeo se quitó el antifaz. Desde allí se puso en comunicación con Demetrio II (1M 10, 67), que todavía no había llegado a Antioquía, ofreciéndole como esposa su hija Cleopatra Tea. Esta, que hasta entonces fue mujer de Alejandro Bala, se había fugado de Antioquía para salir al encuentro de su padre en Seleucia. Como pretexto para retirar su confianza a Alejandro Tolomeo alega el designio de éste de asesinarle.
Cuenta Flavio Josefo que, durante su marcha triunfal por las ciudades de la costa, al llegar a Tolemaida fue objeto de un atentado por parte de Ammonio, favorito de Alejandro. Al negarse éste a entregar al culpable, se encendió la ira de su suegro Tolomeo.
Mientras Tolomeo se apoderaba de Antioquía y pactaba con Demetrio II, Alejandro estaba ocupado en sofocar un levantamiento en los montes de Cilicia. Los dos ministros suyos, Hierace y Diodato, no pudiendo hacer frente al ejército de Tolomeo, le abrieron las puertas de la ciudad y le franquearon el acceso al trono de Siria. Gustoso hubiera ceñido Tolomeo la corona de Siria; pero, ante el temor de Roma, se contentó con anexionar a Egipto Celesiria y Fenicia, entregando a Demetrio los otros territorios del imperio sirio.

1M 11, 14-19

Nuestro autor no disimula las simpatías que siente por Alejandro, por el hecho de haber nombrado a Jonatán sumo sacerdote. Por lo mismo, calla el hecho de que Alejandro tuvo que abandonar Antioquía precipitadamente, perseguido por las tropas de su suegro, buscando refugio en Arabia, en una de las regiones colindantes con el desierto, en las cercanías de Alepo, la Beqa o Palmira, donde fue asesinado por Zabdiel. Pero Tolomeo debía seguirle en el camino hacia la sepultura; a consecuencia de una herida recibida en la batalla del río Onoporos, al tercer día de haber llegado la cabeza de Alejandro a Antioquía, dejaba de existir. Demetrio II tomó el sobrenombre de Nicanor por haber ganado la batalla de Onoporos.

1M 11, 20-28

Jonatán estaba al margen de las luchas por el trono de Siria. Amparándose en las promesas que le hizo Demetrio I (1M 10, 32), Jonatán cercó la ciudadela de Jerusalén con ánimo de acabar con ella. Durante el asedio llegaron noticias de la muerte de su aliado Alejandro y de la subida al trono de Demetrio II.
Los judíos apóstatas quisieron sacar provecho de la situación acusando a Jonatán. Demetrio, alarmado, se desplazó a Tolemaida y llamó a cuentas al jefe judío, ordenándole, entre tanto, levantara el cerco de la ciudadela. Jonatán, rodeado de un grupo de ancianos y sacerdotes, marchó a Tolemaida. Su nobleza y los presentes que hizo al rey en señal de vasallaje cambiaron el corazón del monarca. A ambos sería más provechosa una política de acercamiento que el fragor de las guerras.

1M 11, 29-37

Para dar curso oficial a los tratados de paz concertados entre Demetrio y Jonatán escribió aquél una carta a Lástenes, el general de Creta que le había ayudado en la conquista de Siria, y que gozaba ahora de su máxima confianza. Es posible que la carta fuera entregada a Jonatán durante su permanencia en Tolemaida y que la llevara consigo a Jerusalén para darla a conocer al pueblo.
Demetrio se muestra generoso con los judíos, pero comparando esta carta con el decreto de Demetrio (1M 10, 28-45), se observa la omisión del calificativo de ciudad sagrada que se otorgaba a Jerusalén y la de otros privilegios. Hay necesariamente una gran diferencia entre las concesiones arrancadas en circunstancias críticas y las que se otorgan por un rey que domina la situación y que regula sus liberalidades conforme a la medida de su política.

1M 11, 38-40

El erario real estaba en crisis. Para remediar la situación económica disolvió Demetrio su ejército, exceptuando las fuerzas provenientes de las islas de las gentes (Gn 10, 5-32; So 2, 11). Esta medida le indispuso con los soldados que le habían apoyado con tanto entusiasmo. A ello se juntó la conducta de Lástenes, "hombre sin religión y sin conciencia, que obligó a su señor a realizar los actos más indignos". Trifón, nacido en Casiana, distrito de Apamea, general que fue de Alejandro, al darse cuenta del descontento que cundía entre los soldados que habían sido licenciados, fue a entrevistarse con el árabe Emalcue, apremiándole para que le entregara a Antíoco, el hijo de Alejandro (1M 11, 54). De la situación tambaleante de Siria se dio perfecta cuenta Jonatán, quien trató de sacar el mejor partido de ella.

1M 11, 41-51

La ciudadela de Jerusalén era una espina clavada en el corazón del judaísmo. Jonatán, especulando sobre el estado de descomposición del ejército sirio, pide a Demetrio que retire la guarnición del Acra y de todas las fortalezas de la línea Báquides (1M 9, 50-51). Tres mil soldados judíos de exportación llegaron a Antioquía en un momento crucial. La suerte, en un principio, fue adversa a los judíos, que combatían en calidad de "tropas extranjeras" al lado de las fuerzas adictas al monarca. Soldados indígenas y extranjeros lograron romper el cinturón de la masa que se atropellaba para asaltar el palacio real. Los soldados pasaron a la ofensiva, matando hasta cien mil hombres, cifra que acaso el mismo autor conceptuaba como aproximada o como medio hiperbólico para expresar la idea de que hubo una carnicería espantosa. Los soldados judíos regresaron victoriosos a Jerusalén, cargados de botín y aureolados con la fama de haber conseguido una relevante victoria.

1M 11, 52-53

El valor y arrojo de los soldados judíos salvaron a Demetrio. La matanza de Antioquía causó sensación universal. Por un tiempo "la tierra calló ante él". Pero la victoria no había llenado sus arcas exhaustas, lo que le movió a exigir de los judíos el pago de todos los tributos y diezmos como hasta entonces. Para obligar a Jonatán mandó algunos generales al frente de numeroso ejército (1M 11, 63-74).

1M 11, 54-56

No se había granjeado Demetrio la simpatía del pueblo. Trifón lo sabía, y por ello insistió y obtuvo del árabe Emalcue (1M 11, 40) la custodia del pequeño Antíoco VI Dionisios, a quien proclamó rey, ciñéndole la corona. Los que habían sido licenciados del ejército de Demetrio apoyaron a Trifón. Creyó Demetrio que se trataba de un vulgar bandolero y salió a su encuentro con pocas fuerzas. Al primer ataque, el rey tuvo que huir precipitadamente, refugiándose en Seleucia, mientras Trifón entronizaba al joven monarca de seis años en el palacio real de Antioquía.

1M 11, 57-59

El joven rey escribe lacónicamente a Jonatán, diciéndole que le confirmaba en el cargo de sumo sacerdote y le constituía sobre las cuatro ciudades y le aseguraba la amistad real. Llama la atención el número cuatro, cuando anteriormente se ha hablado de tres, que pasaron al dominio de Jonatán (1M 10, 30-38; 1M 11, 28). Probablemente la cuarta ciudad era Acarón (1M 10, 89). No se olvidó de honrar a Simón, nombrándole general de la región comprendida entre el actual Kas en-Naqura, al norte, hasta el llamado torrente de Egipto, o wadi el-Aris, en el sur.

1M 11, 60-62

Jonatán abraza la causa del joven monarca y se desplaza por toda la provincia de Abarnahara (1M 7, 8) en busca de soldados mercenarios, preferentemente aquellos que habían pertenecido al ejército de Demetrio.

1M 11, 63-74

En tierras de Damasco se enteró Jonatán de la infiltración de generales de Demetrio en Cades de Neftalí (Jos 19, 37; Jos 20, 7), en la Alta Galilea. Acaso Demetrio envió por mar su tropa escogida de legionarios cretenses. Posiblemente, la presencia de estas tropas tenía la misión de advertir a Jonatán cuan peligroso era su papel de propagandista del joven monarca Antíoco VI. Jonatán no se arredró por este despliegue de fuerzas y marchó contra el enemigo. Entre tanto, el autor sagrado señala una acción esporádica de Simón contra la fortaleza de Betsur, que cayó en su poder.
Jonatán cayó en la trampa que le había tendido el enemigo al ocultar parte de su ejército en uno de los valles que descienden de la montaña. Jonatán no contaba con ellos; de ahí que el primer choque le fuera adverso. Confortado con la oración, vuelve a presentar batalla, que gana.

1M 12, 1-4

En Siria se sucedían los reyes, y la paz o agitación en Palestina dependía de la mentalidad de cada uno. Judas había solicitado en otra ocasión la amistad de los romanos (1M 8, 17-55); Jonatán intenta ahora nuevamente llamar su atención para que se acuerden de Palestina. A este fin mandó dos embajadores, Numenio y Antípatro (v.16), a Roma para concertar y renovar la amistad. Su éxito no fue mayor que el de los primeros mensajeros.

1M 12, 5-18

Ninguna dificultad opusieron los romanos a un posible contacto diplomático entre Judea y Esparta. Al deshacer Roma la liga de Acaya (146 a.C.) convirtió a Grecia en provincia romana, dándole el nombre de Acaya. El rey Ario había escrito antes cartas a Onías, en las que decía que los judíos eran hermanos de los espartanos. Ario II murió, a los ocho años de edad, en el año 257 antes de Cristo. De ahí que la mayoría de los exegetas suponen que el autor de la carta fue Ario I (301-265), y el destinatario, el sumo pontífice Onías I, hijo de Jadu´a, que ejerció su cargo en 323 antes de Cristo. Su contenido se reproduce más adelante (v. 19-23).
Jonatán responde ahora a una carta escrita hacía siglo y medio. Pero, aunque los judíos no respondieran a la carta que les habían mandado los espartanos, sin embargo, nunca les olvidaron en sus oraciones (Ba 1, 11). Celebra Jonatán la prosperidad de Esparta. No puede decirse lo mismo de los judíos, que han sido oprimidos durante años por los reyes vecinos.

1M 12, 19-23

Yacía esta carta en los archivos de la nación o del templo. Supone la carta que entre ambos pueblos hubo en un tiempo relaciones económicas y comerciales. La amistad debe continuar, idea que se expresa con frases típicamente orientales (1R 20, 4; 1R 22, 4; 2R 3, 7).
La crítica se ha ocupado extensamente del intercambio de cartas entre Jonatán y los espartanos. Un resumen de la cuestión en Penna, 146-149; Abel, 231-233. ¿Son auténticas estas cartas? Momigliano, entre otros, lo niega. Sus argumentos no resuelven la cuestión. En cuanto al contenido de los mensajes, el autor sagrado no garantiza la verdad de las opiniones que se expresan en los mismos. El hecho de haber dejado sin contestación la carta del rey Ario en la que el monarca contaba su hallazgo, demuestra que los judíos acogieron la noticia con escepticismo o con ironía. Por su parte, el autor sagrado deja a los autores de la carta la responsabilidad sobre el carácter legendario o histórico del parentesco que, según Ario, existía entre ambos pueblos.

1M 12, 24-32

La noticia de los contactos diplomáticos de Jonatán con los romanos y espartanos puede desaparecer del texto sagrado sin que el contexto sufra menoscabo. De ahí que el v.24 se conecta con los hechos que se refieren al final del c. 11. En la batalla de Azor logró Jonatán poner en fuga a las tropas de Demetrio. Pero no cejó éste en su idea de humillar a los judíos. No debe extrañar que Jonatán se aventurase a detener al enemigo en la planicie entre Baalbeck y Hamat, a orillas del río Orontes, por cuanto se le había confiado la custodia de los territorios "del lado de acá del río" (1M 11, 60).
Fracasados los planes de Demetrio de un asalto por sorpresa, sus oficiales renunciaron al combate y se retiraron. Pero Jonatán podía atacar la retaguardia; por este temor idearon la estratagema de encender fuegos para despistarle. A la mañana siguiente Jonatán comprobó que el enemigo había huido; quiso salir en su persecución; pero, en las seis o siete horas de que dispuso el ejército sirio para retirarse, se alejó lo suficiente para no poder darle alcance, internándose en los dominios de Demetrio II, más allá del río Eleutero. Es posible que Jonatán atacara a los árabes zabadeos por ser aliados de los generales de Demetrio o para vengar la muerte de Alejandro Bala por parte de Zabdiel (1M 11, 17).

1M 12, 33-38

Jonatán confiaba en la pericia y energía de Simón, su hermano, hasta permitirle el lujo de alejarse por mucho tiempo y a vanos kilómetros de Jerusalén. Mientras estaba en tierras de Siria, tuvo que acudir Simón a las ciudades de Ascalón y Jope y aplastar el complot tramado para entregarlas a los soldados de Demetrio.
Hechas las paces, humillado el enemigo, comprendió Jonatán la necesidad de levantar fortalezas en Judea. De los proyectos pasó a la obra. Mientras en Jerusalén se levantaba el muro del sector oriental, entre el Ofel y el torrente Cedrón, un trozo del mismo se derrumbó. A este lienzo de muro le pusieron el mote de Cafenata, del aramaico kaflata, de kefelata, la doble, por haberse levantado dos veces. Esta parece ser la interpretación más obvia de la palabra misteriosa Cafenata. Simón llevó a cabo el mismo plan de obras en la Sefela, en donde edificó la fortaleza de Adida, entre Lida y Ono (Esd 2, 33; Ne 7, 37; Ne 11, 34).

1M 12, 39-47

El ambicioso Trifón quiso a todo trance escalar el trono de Siria. La personalidad relevante de Jonatán le era un estorbo serio para realizar sus sueños de grandeza. Maquinó entonces la manera de quitarlo de en medio. De Siria bajó a Galilea y acampó en Betsán (1M 5, 52). A la noticia de la llegada de Trifón, Jonatán salió a su encuentro llevando un numeroso ejército, que redujo a petición de Trifón. Jonatán cayó en la trampa, halagado, además, por la promesa de Trifón de entregarle Tolemaida y otras plazas fuertes de Galilea.

1M 12, 48-53

Tolemaida era ambicionada por los judíos a causa de su posición y como puerto de mar. Demetrio se lo había prometido antes (1M 10, 39), por lo que Jonatán veía ahora realizados los sueños de sus connacionales. Entró en la ciudad, y las puertas se cerraron a sus espaldas. Tropas apostadas estratégicamente cayeron sobre el valiente caudillo judío y le prendieron. Sus soldados, embotellados en un lugar donde no era posible moverse, fueron asesinados. A la noticia de la desaparición de Jonatán levantaron cabeza los enemigos, que pensaban acabar con Israel. Pero quedaba todavía un caudillo de la madera de los Macabeos: Simón.
1M 13, 1-9
Simón era un guerrero. Mientras Judas luchaba en Gaulan, Simón conducía las tropas de Galilea a Jerusalén (1M 5, 20-23); en Mádaba vengaba la muerte de su hermano Juan (1M 9, 67-67); ayudó a su hermano Jonatán en Azoto (1M 10, 74-83); expugnó la fortaleza de Betsur (1M 11, 65-66), etc. Simón salió de Adida (1M 12, 38) y marchó a Jerusalén para levantar la moral del pueblo.
Arenga a la multitud, empezando por hacer resaltar la entrega total de su familia a la causa del pueblo judío. Faltando ellos, muertos unos y encarcelados otros, se resigna a seguir la tradición familiar. La muchedumbre prorrumpe en gritos de aprobación, declarándolo caudillo (egou´menos) suyo en lugar de Jonatán. De la dignidad de sumo pontífice no se dice una palabra.

1M 13, 10-13

Las amenazas de Trifón se cumplieron. Jope, junto al mar, era una plaza fuerte estratégica contra la amenaza de Trifón desde Tolemaida. Allá fue un tal Jonatás, hijo de Absalón. Se cree que era hermano de Matatías, hijo de Absalón, de que se habla en 11, 70. Jope no sentía ninguna simpatía por los Macabeos (2M 12, 3-7). Jonatán se había apoderado de la ciudad, estableciendo allí la guarnición judía (1M 12, 13) y algunos comerciantes. Desde este momento, Jope perteneció a Israel hasta los días de Pompeyo (63 a.C.). Esta hazaña se recuerda en el elogio de Simón (14, 5) y en el elenco de sus glorias.

1M 13, 14-19

Es repelente la figura de este general sirio, dominado por la ambición y esclavo de la mentira y del engaño. Todos los medios le parecen lícitos con tal de conseguir sus tenebrosos fines. Con su ejército descendía por la costa mediterránea. Pero tuvo noticia de que los judíos le esperaban, bien pertrechados, con Simón como caudillo. Fue entonces cuando recurrió a la burda estratagema de pedirle enviara trescientos talentos y dos de sus hijos, con la promesa de libertar a su hermano. Simón, por temor a lo que dirán, accedió, pero Jonatán no fue puesto en libertad.

1M 13, 20-24

Trifón había ganado una batalla diplomática e intentó coronarla con otra bélica. Al frente de sus tropas bordeaba la costa del Mediterráneo con el intento de torcer a la izquierda y enfilar alguno de los caminos que por los wadis conducen a Jerusalén. Pero la presencia de Simón en Adida le infundió temor, tratando entonces de alcanzar la capital haciendo un gran rodeo por tierras de Idumea, llegando hasta Adora, la actual Dura, situada a ocho kilómetros al sudoeste de Hebrón. De sus movimientos tuvo noticia Simón, que le acechaba sin cesar, en busca de un momento propicio para atacarle.
De la ciudadela de Jerusalén pudieron evadirse algunos, que fueron a contar a Trifón la urgente necesidad que tenían de víveres. Como medio de burlar la vigilancia, y con el fin de hacer frente a las borrascas del invierno, le aconsejaron que subiera a Jerusalén por el camino del desierto, pasando por Tecoa y Belén. Una nevada abundante borró toda huella del camino e imposibilitó la ayuda de urgencia a los de la ciudadela. No son frecuentes en Jerusalén estas tempestades de nieve, que cogieron a todos de improviso.
Temiendo quedar bloqueado en tierra extraña, Trifón encaminó sus tropas a la orilla occidental del mar Muerto, hacia las riberas del Jordán, continuando su marcha hacia Galaad (1M 5, 25-55). Bascama, que se encontraba en la región septentrional de Transjordania, al noroeste del lago de Genesaret, fue el lugar donde Trifón, cansado de arrastrar a Jonatán en calidad de prisionero, le dio muerte. Aunque no lo dice el texto, es probable que sus dos hijos siguieran el mismo destino.

1M 13, 25-30

Simón fue en busca de los despojos de su hermano, que enterró en Modín. Hubo el consabido duelo nacional. Simón pensó entonces en levantar un mausoleo para honrar la memoria de la familia, inspirándose en la arquitectura griega. Sobre una mole de piedras labradas se colocaron siete pirámides, dedicadas a su padre, a su madre y a sus cuatro hermanos, reservándose una para sí. Para que el monumento pudiera ser visto del mar, tenía que estar emplazado sobre una colina, quizá en Scheik elGarbawi, en las afueras de Modín. Sobre los restos de este mausoleo se levantó más tarde un edificio bizantino.

1M 13, 31-32

Después de haberse apoderado alevosamente de Jonatán, Trifón se ensaña contra el joven Antíoco VI Dionisios. Sube al trono de Antioquía con el título de autocrator, para significar que escalaba aquel puesto por sus méritos y no por derecho de sucesión. Se arrogó también el título de rey de Asia, cuando en realidad era muy insignificante la parte del reino que tenía bajo su mando. Los historiadores paganos hablan del regicidio de Trifón, aunque discrepan en los detalles de cómo se llevó a efecto.

1M 13, 33-40

Simón comprendió la farsa de los soberanos seléucidas; prescindió de ellos, entregándose a la consolidación de todas las fortalezas de Judea. La traición del partido de Alejandro (1M 10, 46-47) caló hondamente en su ánimo. Escribió a Demetrio manifestándole que la conducta de rapiña de Trifón le había desilusionado y que, por consiguiente, estaba dispuesto a pasarse a su bando en caso de que eximiera al país, exhausto por las guerras, de los tributos. La propuesta de Simón fue recibida por Demetrio como agua de mayo. Con un aliado en Palestina, la presión de Trifón disminuiría y le acercaría a Antioquía. Concede Demetrio en su carta el título de sumo sacerdote a Simón, al que llama amigo de reyes. Le dice que ha recibido la corona de oro (1M 10, 11.35) y la palma (2M 14, 4).

1M 13, 41-48

En las monedas que acuñó se da Simón el nombre de egoumenos. Se posesiona de manera oficial los dos cargos de sumo sacerdote y etnarca, que ostenta simultáneamente.
En el corazón de Palestina quedaban todavía dos espinas que urgía arrancar aprovechando las buenas disposiciones de Demetrio: la ciudad de Gazer y la ciudadela de Jerusalén. Contra la primera marchó Simón con el propósito firme de conquistarla.
Decisiva fue la acción de la gran torre móvil, de madera, llamada en griego elepoli, inventada por Demetrio Poliorcetes (336-283 a.C.), revestida de recios y puntiagudos clavos de hierro. Constaba de diversos planos; los soldados del plano superior saltaron sobre los muros y penetraron inesperadamente en la ciudad.
Inmediatamente empezó Simón a fortificar la ciudad, construyendo allí una morada para él. En las excavaciones practicadas en el lugar por Mcalister se han encontrado restos de construcciones macabeicas y un testimonio del odio que un prisionero sentía por el Macabeo, y que dejó grabado sobre una piedra (Abel).

1M 13, 49-53

A los sirios del Acra llegó también su hora. Trifón no pudo ayudarles; su situación se hizo cada día más precaria. Muchos perecieron de hambre. Reducidos a optar por el dilema perecer o pactar, siguieron el ejemplo de los de Gazer, acudiendo a Simón en demanda de paz, que se les concedió. El templo fue también objeto de sus desvelos; fortificó sus muros y estableció la residencia en la Barís, a la que sucederá la torre Antonia en tiempos de Heredes.

1M 14, 1-3

El autor sagrado menciona solamente uno de los motivos que tuvo Demetrio para ir a tierras de Oriente. La razón principal estaba en que los partos amenazaban seriamente la integridad del imperio en el límite oriental.
Mitrídates I (171-138 a.C.), fundador del reino de los partos, había entrado triunfalmente en Seleucia, junto al Tigris, capital de la provincia de Babilonia, en los primeros días de julio de 141 antes de Cristo.
Ante la crueldad de los partos, griegos, macedonios e indígenas, pidieron ayuda a Demetrio. Corrió éste a su demanda, y, con la ayuda de persas, elamitas y de gente de Babilonia, creyó haberlos sometido.
Al año siguiente quiso Demetrio penetrar en la meseta persa, donde ganó muchos combates; pero cayó prisionero con ocasión de negociar la paz con Mitrídates. Fue después internado en Hircania. Mitrídates le rodeó de atenciones, prometiéndole restablecerle en el trono, y le asignó como esposa a su hija Radoguna. Arsaces era un nombre común a los reyes partos y significa rey.

1M 14, 4-15

Aunque su autor recurra a veces a hipérboles, sin embargo, todo el mundo reconocía que los tiempos actuales, en comparación de otros anteriores, marcaban una era de paz y de prosperidad. Simón dio a Israel un puerto de mar con la anexión definitiva de Jope (1M 13, 11); extendió las fronteras del reino (1M 12, 38); se adueñó de Gazer (1M 13, 43-47), de Betsur (1M 11, 65-66) y del Acra (1M 13, 49-51). La seguridad en las fronteras favoreció el desarrollo de la agricultura (2M 12, 1), cultivando la tierra que manaba leche y miel (Lv 26, 4; Dt 8, 8; 1S 8, 14). Los ancianos tomaban el sol o el fresco, según las estaciones, en las plazas publicas (Za 8, 4), comentando favorablemente los acontecimientos.

1M 14, 16-24

El autor sagrado, gran entusiasta de su héroe, emplea una frase vaga y estereotipada para señalar el pesar que romanos y espartanos sintieron por la muerte de Jonatán. No siendo las relaciones con estos pueblos de estrecha amistad, no dieron ellos demasiada importancia a la noticia triste que llegó de Palestina. Del texto se desprende que fueron los romanos los que se adelantaron a renovar una alianza que hasta entonces había repercutido muy poco en la vida práctica de Palestina.

1M 14, 25-45

En la placa se hace memoria de Matatías, hijo de Joarib (1M 2, 1); se mencionan las gestas de Jonatán (1M 9, 73; 1M 10, 21; 1M 11, 27), desaparecido hacía muy poco, que a su calidad de jefe (1M 9, 28-31) juntó la dignidad de sumo pontífice (1M 10, 20). Las gestas de Judas no se mencionan expresamente. La figura máxima del documento es Simón. Fortificó las ciudades de Judea (1M 13, 33; 1M 14, 5-7); ganó para la nación las ciudades de Jope y Azoto. Demetrio le confirió la dignidad de sumo sacerdote, que el pueblo confirmó para él y su descendencia, condicionada, sin embargo, a la aparición de un profeta que emita sobre el particular el veredicto definitivo. Simón rubricará todos los documentos con su nombre (1M 13, 42). El monarca seléucida le había concedido el uso del vestido de púrpura con hebilla de oro para sujetarlo. Toda esta perícopa está concebida por una mentalidad enteramente adicta a la causa de Simón y empeñada en probar la legitimidad de los títulos religiosos, civiles y militares que ostenta.

1M 14, 46-49

Todas las dignidades que se le confieren las ejercía ya Simón, pero le faltaba la consagración de estos derechos para él y para sus descendientes por parte de toda la asamblea de Israel. Simón aceptó gustoso los tres cargos (1M 13, 42; 1M 14, 41-52; 1M 15, 1-2). En el texto griego se le llama etnarca, porque, aunque ejerza los poderes de un rey, es, sin embargo, vasallo del rey de Siria.

1M 15, 1-9

La situación política de Siria favorecía la casi total independencia de Israel. Vimos que Demetrio II fue hecho prisionero por Arsaces (1M 14, 3). La noticia llegó a oídos de su hermano menor e hijo de Demetrio I, Antíoco, que se encontraba en la isla de Rodas. Inmediatamente concibió éste la idea de conservar a su hermano en el trono y sucederle, en caso de que lo primero no fuera posible. Reunió mucha tropa, escribió aquí y allá en busca de aliados para derrocar al intruso Trifón.
Desembarcó Antíoco en Asia Menor, siendo proclamado rey en Sides, lo que le valió el sobrenombre de Sidetes. En sus monedas se complace él en llamarse Evergetes, bienhechor, en tanto que Flavio Josefo le conoce por el título de Ensebes, piadoso.
Con el fin de juntar otros títulos para ocupar el trono de Siria, aceptó la mano de su cuñada Cleopatra, refugiada en Seleucia, que había sido, sucesivamente, esposa de Alejandro Bala y de Demetrio II, todavía en vida cuando se celebró la boda ! Como vimos, Demetrio II en el destierro tomó por esposa a Radoguna.
Entre los posibles aliados de sus planes contaba Antíoco en primer lugar con el pueblo judío, que tanto odio profesaba a su rival Trifón. En la carta que hemos reproducido se le reconocen a Simón los títulos de sumo sacerdote y de etnarca y el poder acuñar moneda propia, a lo que se había anticipado Simón. Las pocas monedas conservadas llevan la inscripción Ligullath Sion, la redención de Sión, con figuras de palmeras entre dos cestas.

1M 15, 10-14

Cleopatra Tea llamó a Antíoco Sidetes para que desembarcara en Seleucia y la pusiera al abrigo de las amenazas de Trifón. El desembarco tuvo lugar el año 174 (138 a.C.). A esta noticia siguió la deserción de muchos soldados de Trifón, que se pasaron al ejército de Antíoco. La guerra entre los dos rivales se enconó.
Perseguido por Antíoco, Trifón rehuía el combate marchando hacia sur del imperio. Pero aquí le esperaba Simón con su ejército, dispuesto a interceptarle el paso. Cercado entre dos fuegos, se refugió en Dora del Mar (Jos 11, 1), a nueve kilómetros al norte de Cesárea y a igual distancia del promontorio del Carmelo, al norte. Por tierra y por mar, la ciudad quedó cercada. ¿Cuál fue su suerte? El autor deja la respuesta para después.

1M 15, 15-21

Una carta de recomendación de Roma era un buen antídoto contra la tentación que podía asaltar a Antíoco de mover su ejercito contra Simón una vez derrotado Trifón. El firmante del mensaje es Lucio, que se ha identificado con Lucio Furio Filón, Lucio Cecilio Metello y Lucio Calpurnio Pisón.
Por los datos cronológicos contenidos en 1M 14, 1; 1M 14, 24; 1M 14, 27; 1M 15, 10, parece que debe identificarse con el tercero, Lucio Calpurnio Pisón (Abel, Bébenot, Knabenbauer, Vaccari), que fue cónsul con Popilio Lenas el año 615 de la fundación de Roma, correspondiente al 173 de la era seléucida.
Del contenido de la carta, muy favorable a los judíos, se deduce que Simón había pedido a los romanos el derecho de poder reclamar a los malhechores refugiados en el extranjero. Los romanos acceden a la petición, pero no señalan concretamente las medidas que debían tomarse para que se cumpliera la orden. Un derecho análogo otorgaron los romanos a Herodes.

1M 15, 22-24

Entre los destinatarios figura Demetrio II, del cual ignoraban todavía los romanos su encarcelamiento en Persia. A´talo II, de Pérgamo (159-138), hijo de Eumenio, era prácticamente un vasallo de Roma. Ariarates V, rey de Capadocia (162-131), conocido también con el nombre de Mitrídates V Filopator, fue educado en Roma y seguía en buenas relaciones con los romanos 4. Arsaces era rey de los partos (1M 14, 2). Las islas del Egeo, Délos, Cos, Samos, Rodas, Chipre y Creta se encontraban más o menos bajo control romano. Se mencionan las ciudades costeras del Asia Menor en la Caria: Mindo, Halicarnaso y Gnido. En la costa sur del Asia Menor se hallaba la Licia, con la ciudad de Fasélida; la Panfilia, con Side; Siro fenicia y la villa de Arados. Cirene está en la costa septentrional de A´frica. En su enumeración no se sigue el orden geográfico.

1M 15, 25-27

Vuelve el autor a ocuparse del cerco de Dora. En el hebraico se leía la expresión en te dentera, que se ha traducido en griego por "en el segundo día" (Vaccari), o por segunda vez, como si Antíoco hubiera abandonado el cerco y lo reanudara. Abel supone que la expresión "Dora la Nueva" se refiere a un suburbio de la ciudad.

1M 15, 28-31

Atenobio es enviado a Simón para exigirle cuentas. Los judíos, que habían celebrado solemnemente su independencia, se ven forzados a reconocer que Israel era todavía un país sometido a Siria, con gran autonomía en los momentos en que su amistad favorecía los intereses de Siria.

1M 15, 32-41

Atenobio no estaba familiarizado con los suntuosos palacios de los reyes y con los muebles y vajillas que en ellos se usan. No esperaba Antíoco la respuesta arrogante y autoritativa de Simón. Su deseo hubiera sido ir él en persona a Jerusalén al frente de un ejército y dar el golpe definitivo, pero estaba empeñado en perseguir a Trifón, que había huido de Dora por mar y se había refugiado en Ortosiada, al norte de Trípoli. Alcanzado por el rey Antíoco, se le invitó a que se suicidara. Cendebeo fue nombrado generalísimo (epistrategós) de las tropas de la costa, con lo cual pasaba a depender de él el propio Simón, que en otro tiempo fue jefe del mismo sector (1M 11, 59).

1M 16, 1-3

Juan, el segundo hijo de Simón, que había sido nombrado generalísimo de las fuerzas judías, con residencia en Gaza (1M 13, 14), se percató de la gravedad de la situación, por lo que decidió comunicar a su padre "lo que Cendebeo estaba haciendo". Simón se considera viejo; tiene todavía fuerzas para ejercer sus funciones de líder y sumo sacerdote, pero no se cree capacitado para estar al mando activo del ejército.

1M 16, 4-10

Padre e hijo reclutaron rápidamente un ejército considerable, donde por primera vez aparece la caballería. El nuevo ejército pernoctó en Modín, junto al panteón familiar de los Macabeos. Una vez electrizado el espíritu al contacto con los despojos mortales de Matatías y de sus hijos, el ejército israelita marchó en dirección a la llanura para trabar contacto con el enemigo.

1M 16, 11-17

Dos años de paz siguieron a la batalla de Cedrón. Simón, libre de los cuidados de la guerra, recorría la nación en vistas a remediar las deficiencias de la administración y para mejorar el nivel de vida de sus súbditos. Pero no tomó las medidas de seguridad que reclamaban sus dignidades de jefe religioso y político de Israel.
De esta imprevisión abusó un cierto Tolomeo, hijo de Abubos, acaso idumeo de origen, para apoderarse de él y de los hijos que le acompañaban, asesinándolos en un banquete. Era Tolomeo un hombre rico, casado con la hija de Simón. Ejercía el cargo de gobernador del campo de Jericó. Había edificado Tolomeo una fortaleza llamada Doc, verdadero nido de ladrones, al noroeste de Jericó y sobre el monte Qarantal, a una altura de 492 metros sobre el mar Muerto. Desde allí dominaba la amplia llanura de Jericó, confiada a sus desvelos. El mes undécimo (Sabat, enero-febrero) del año 177 (135 a.C.) visitó Simón el territorio de Jericó.
Flavio Josefo dice que únicamente cayó Simón, siendo encarcelados sus dos hijos, a los que Tolomeo mató después. Según algunos (Cross), Simón es "el hombre de la mentira" de que habla el peser de Habacuc.

1M 16, 18-24

La ambición indujo a Tolomeo a enviar una embajada a Antíoco comunicándole el caos y esperando de él ser nombrado gobernador de toda Judea. Pero quedaba Juan, el hijo de Simón. Mientras éste sitiaba la fortaleza de Doc, colocó Tolomeo sobre la muralla a la madre de Juan, amenazando arrojarla contra el suelo. Esta visión, dice Flavio Josefo, suavizó la acción de Juan, que alargó el cerco hasta el próximo año sabático, el 133 antes de Cristo, circunstancia que aprovechó Tolomeo para huir a Filadelfia, matando a la infeliz mujer antes de ausentarse.
Juan, llamado Hircano por haber combatido a los hircanios, reinó treinta y un años, desde 135 hasta 104. Los anales de su reinado se han perdido. Hubo en su tiempo muchas acciones de guerra. En el primer año de su reinado le sitió Antíoco Sidetes en Jerusalén; concluyó con él un tratado de paz, desventajosa para los judíos. Con la muerte de Sidetes, al año quinto del reinado de Juan, el reino seléucida tocó a su fin como potencia mundial, logrando Palestina su independencia de Siria y con ella el ideal por el que lucharon los Macabeos durante todos los días de su vida.