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2R 1, 1-2R 18, 37. Historia Sincrónica de los Reyes

2R 1, 1-8. Enfermedad de Ocozías

De Ocozías se ocupó brevemente el libro I de los Reyes (1R 22, 52-54), enjuiciándolo desde el punto de vista religioso. Por un lado conservaba el culto a Yahvé; por otro entregóse a la idolatría, rindiendo culto a Baal. En castigo de su conducta permitió Dios que se rebelara el rey de Moab, Mesa, negándose a pagar los tributos que le había impuesto Omri (1R 16, 28) y buscando la independencia total (2R 3, 4-5). Fue también efecto de su conducta idolátrica la caída que sufrió en su palacio, y que le acarreó la muerte.
En todo trance difícil iban los hebreos a consultar a Yahvé. El impío Ocozías consultó al dios de Acarón (Jos 13, 3; Jc 1, 18; 1S 5, 10). El nombre del dios es una forma de Baal (1S 7, 4).
Por orden de Dios, comunicó Elías a los enviados del rey que su monarca moriría de aquella caída. Ante aquella noticia regresaron precipitadamente a palacio. A los enviados les había llamado la atención la manera de vestir de aquel hombre, al que llaman baal sear -maestro del pelo-, por llevar vestidos de piel. La capa de Elías flotaba al aire, no estando atada a la cintura por un cinturón de cuero (Mt 3, 4; Mc 1, 6). Debajo de la misma llevaba un vestido de piel, que sujetaba alrededor de la cintura para marchar mejor (1R 18, 46). Este vestido, característico en un principio del profeta Elías, fue adoptado posteriormente por otros profetas.

2R 1, 9-16. En busca de Elías

No sabemos sobre qué montaña se encontraba Elías, pero es de suponer que estaba sobre un altozano de los alrededores de Samaría. El jefe que estaba al mando de los cincuenta hombres (Is 3, 3) llama a Elías "hombre de Dios" (1R 17, 17-24). La expresión "hombre de Dios" debía de ser entre los soldados, gente descreída, una expresión despectiva. El profeta, tomando pie de la misma, demuestra que de verdad es varón de Dios, pues Yahvé obra por él prodigios terribles. La historia que aquí se narra es análoga a la de 1R 13, 24; 2R 7, 2-27, destinadas ambas narraciones a inculcar el respeto que se debe a los representantes de Dios. En lenguaje bíblico, el rayo es llamado "fuego del cielo" (Nm 11, 1; Nm 16, 35; 1R 18, 38).

2R 1, 17-18. Muerte de Ocozías

Al no tener hijos, Ocozías dejó a su hermano Joram (852-841) como sucesor suyo. El reino de Israel hundíase cada vez más en la idolatría. En las Ostrakas de Samaría aparece muchas veces el nombre de Yahvé y se citan personajes con nombres teóforos, lo que demuestra que todavía existían allí personas adictas a la religión de sus padres. Pero el hecho de llevar un nombre compuesto con la palabra Yahvé no indica necesariamente un yahvismo auténtico, ya que el mismo Ajab lo impuso a su hija Atalía y a sus dos hijos (Mediebelle).

2R 2, 1-25. Elías, Arrebatado al Cielo

Esta narración es considerada como perteneciente al ciclo de Elíseo, con la finalidad de probar que éste era su legítimo sucesor, o como parte integrante de la historia de Elías, admitiendo que se formó a su muerte. El ciclo de Elíseo se caracteriza por referir algunos episodios aislados de la vida privada de Elíseo sin datos cronológicos ni detalles sobre lugares y personas. Pudo esta perícopa haber sido redactada durante la primera mitad del siglo VIII a.C. (De Vaux).

2R 2, 1-8. De Caígala a Jericó

Discípulo y maestro salieron de Caígala y, a través de Betel y desierto de Judá, marcharon en dirección a Jericó. Se encontraba Caígala sobre una colina escarpada, a doce kilómetros al norte de Betel, en el lugar conocido hoy por Gilgilia. Desde este lugar a Jericó se calcula una distancia de veintisiete kilómetros. El relato da a entender que el momento era solemne, patético y sublime, cargado de misterio. Todos los círculos proféticos barruntaban que algo muy importante se avecinaba, pero ignoraban cuándo, cómo y de qué se trataba. Elías forcejea para deshacerse de la compañía de su discípulo, significándole implícitamente que su presencia le era embarazosa. La primera vez pide le permita marchar a Betel, adonde Dios le manda. Elías no le revelaba el término del viaje; solamente le habla de las diversas etapas. Al llegar a Betel, "los hijos de los profetas" comunicaron a Elíseo el rumor que circulaba acerca de la desaparición próxima de Elías. Bajo la denominación de "hijos de los profetas" se puede entender, o bien los profetas en cuanto formaban parte de una cofradía o colectividad, o de discípulos que se formaban bajo la dirección de un maestro para llegar a ser profeta (1S 10, 5-12; 1S 19, 20-24; 1R 20, 35). Debía de ser Betel sede de muchos celadores fervorosos de la casa de Yahvé, sobre los que veremos a Elíseo ejercer mucha influencia.

2R 2, 9-10. Paso del Jordán

Las aguas del Jordán interceptaron el paso de los dos misteriosos viajeros; pero Elías, con naturalidad, se despojó de su manto, doblóle y golpeó con él las aguas, que se partieron para dejarles paso libre. El manto es símbolo de la personalidad. A la muerte de Elías pasará en posesión de Elíseo, que realizará con él el mismo milagro que su maestro. Las aguas se dividieron como en tiempos de Moisés hicieron las del mar Rojo (Ex 14, 21) y las del Jordán en los días de Josué (Jos 3, 13). Llegados a la otra orilla, manifestó Elías a Elíseo que había llegado el momento de separarse; pero, en prueba de afección y estima, quiere dejarle un recuerdo, invitándole a que pida lo que quiera. A lo que respondió Elíseo: "Que venga sobre mí una doble parte de tu espíritu" (literalmente: "una parte de dos"). La frase de explica rectamente en caso de relacionarla con Dt 21, 17, en donde se dice que los bienes que deja el padre de familia se dividen en tres partes, recibiendo el primogénito "dos partes del todo." La iconografía cristiana ha representado este doble espíritu por el águila a dos cabezas, que es el emblema de Elíseo. Elías responde que no está en su mano concederle lo que pide; pero no se lo niega.

2R 2, 11-14. Rapto de Elías

Mientras hablaban, un carro de fuego y dos caballos también de fuego se interpusieron entre los dos, y Elías subió al cielo en un torbellino. Caballos y carro de fuego aparecen en la visión de Elíseo (2R 6, 17). Según Ez 1, 15, el fuego, el torbellino y el carro son elementos de la majestad de Yahvé, que apareció para llevarse consigo a Elías. Este rapto de Elías se recuerda en 1M 2, 58; Si 48, 9. Elíseo pudo seguir con la vista lo que a los ojos humanos profanos no era dado ver (2R 6, 17). Una vez desapareció Elías de su vista, en señal de duelo rasgó Elíseo sus vestiduras (1S 4, 12; 2S 1, 2); o también podemos entender la acción en el sentido de que Elíseo vestirá en adelante el manto de Elías. El lugar donde se produjo este acontecimiento se coloca en una colina al este del Jordán, junto al wadi kharrar.
Por los detalles que da el texto, comparados con los que aparecen en otros lugares bíblicos (Si 48, 9; 1M 2, 58), se deduce que Elías fue arrebatado violentamente en alas de un torbellino; el carro y los caballos sirvieron únicamente para separar a los dos profetas. Elíseo fue el único que contempló la desaparición misteriosa de su maestro.
Podemos buscar, dice Steinmann, los orígenes psicológicos de esta visión de Elíseo, como se hace con la de Amos o de Isaías. A los ojos de los profetas como de sus contemporáneos, Yahvé, maestro del universo, habita en los cielos. Tiene a su disposición ejércitos concebidos a imagen de los de la tierra, con caballos de fuego y carros de guerra. Es posible que el hombre encuentre a Yahvé sobre la tierra, sobre el Horeb, como fue el caso de Moisés y del mismo Elías, o en Betel, donde lo encontró Amos (2R 9, 1), o en el templo de Jerusalén, como Isaías. Pero, en este caso extremo, Yahvé convoca cerca de sí, en pleno cielo, a un profeta, con el que se quiere comunicar directamente. En este sentido, el rapto de Elías es como la teofanía de Horeb. Es una visita, un rendezvous del profeta a la corte celestial, en cuyas deliberaciones asistió en visión Miqueas (1R 22, 19-22). Con palabras modernas, diríamos hoy que Elías, en presencia de su discípulo Elíseo, tuvo un transporte extático.
Sin embargo, es preciso admitir un milagro, al menos quoad modum, en la desaparición de Elías. ¿Adonde fue trasladado? Esta cuestión se relaciona con la de su muerte. Del texto que examinamos no podemos deducir si Elías murió o no; el testimonio dudoso de Si 48, 11 de que Elías vive todavía se basa en una reconstrucción hipotética de un texto mutilado. Elíseo prohíbe a los hijos de los profetas que lo busquen (v. 16-17); pero no se pronuncia abiertamente en pro o en contra de su muerte. Aunque el texto sagrado, escribe Garofalo, da la impresión de que Elías no murió, no se puede, sin embargo, concluir que lo afirme. De todos modos no puede apelarse al hecho de que, si Elías hubiese muerto, no habría su cuerpo recibido sepultura, lo que era considerado por los hebreos como castigo grave y una desgracia. También la sepultura de Moisés está envuelta en un misterio (Dt 34, 6). La tradición cristiana, con la hebraica -no siendo posible determinar en qué medida aquélla depende de ésta-, habla de que Elías no murió, pero no consta que el mencionado hecho esté en conexión explícita con la fe en tanto que la Iglesia no se pronuncie sobre este punto.
Se habla de la vuelta de Elías antes del "día del Señor" en Ml 3, 23-24. En tiempos de Cristo se esperaba la vuelta de Elías (Mt 11, 14; Mt 16, 14; Mc 6, 15; Mc 8, 28; Mc 9, 11; Lc 9, 9-19; Jn 1, 21). Cristo definió la cuestión diciendo que "Elías ha venido ya" (Mc 9, 13). Es Elías el que revive en la persona del Bautista para preparar los caminos del Mesías; es Elías el que aparece también en el momento del tránsito de la Antigua a la Nueva Alianza, como si quisiera retransmitir a las nuevas generaciones la antorcha de la profecía, eterna como el Espíritu de Dios.

2R 2, 15-25. Búsqueda inútil

De regreso tomó Elíseo el manto de Elías, golpeó con él las aguas del Jordán, que se abrieron, pasando al otro lado. Con este milagro demostraba Dios que el poder taumatúrgico de Elías lo había heredado Elíseo. Los cincuenta profetas que habían seguido sus pasos (v.7) le reconocieron inmediatamente por maestro suyo, postrándose en tierra en señal de acatamiento a sus órdenes. Dado que Elías aparecía y desaparecía como un meteoro, los discípulos de los profetas propusieron a Elíseo organizar una búsqueda a fondo, a lo que se opuso éste. ¿Dónde estaba Elías? No creían ellos que su desaparición fuese definitiva, ni tampoco Elíseo les dio una respuesta categórica sobre su paradero; su destino era un misterio. Los hijos de los profetas no soñaban siquiera en la posibilidad de que Elías hubiese sido arrebatado al cielo.
Con otro milagro prueba Elíseo que es el heredero del espíritu de Elías. Las aguas de Jericó eran malas tanto para beber como para el regadío. Pide un plato nuevo con un poco de sal. Para que la sal conserve su virtud de purificar, debe colocarse en una escudilla que no haya servido para ningún uso profano.
Un tercer hecho extraordinario atestigua la virtud que poseía Elíseo. Al llegar a Betel fue recibido entusiásticamente por la corporación de los profetas, pero su presencia despertó la hostilidad de los partidarios del becerro de oro, que instigaron a un nutrido grupo de niños a que se mofaran del profeta, gritándole: "¡Sube, calvo!" (ale, quereah), aludiendo quizá al cerquillo o tonsura que denotaba su carácter profético (1R 20, 41). Pero es posible que Elíseo fuera calvo del todo (Lv 13, 40-41). Dos osos destrozaron a cuarenta y dos de aquellos insolentes burlones. Se pretende disminuir el estrago diciendo que los osos limitáronse a sembrar el pánico entre la muchachada, que huyó a la desbandada. Como anota Dhorme, ni Elías ni Elíseo son modelos de mansedumbre. Su conducta contrasta con la que recomienda Jesús: "Dejad que los niños se acerquen a mí" (Mt 19, 14; Mc 10, 14; Lc 18, 16). Elíseo fijó su residencia en el monte Carmelo, desde donde encaminábase con frecuencia a Samaría.

2R 3, 1-8. Joram, en pie de guerra

Vimos que a Ocozías (853-852) sucedió en el trono su hermano Joram (852-841). En Judá reinaba su homónimo Joram (848-841), hijo de Josafat (870-848). Con el advenimiento de Joram suavizóse la tensión religiosa imperante en Israel, contribuyendo a ello la acción de Elíseo. Joram demolió los cipos de los baales que había construido su padre por indicación de su mujer Jezabel (1R 16, 29-33)· Sin embargo, por conveniencias políticas, dejó en pie los antiguas santuarios religiosos erigidos por Jeroboam, rivales del templo de Jerusalén (1R 12, 29).
En tiempos de Omri extendió Israel sus dominios sobre Moab, en una de cuyas ciudades, Madaba, fue colocada una guarnición para urgir el cumplimiento del fuerte tributo impuesto. Al morir Ajab, hubo una tentativa por parte de Mesa de sacudir el yugo irsaelita (2R 1, 1). Durante el reinado de Joram probó fortuna nuevamente. Joram salió de Samaría y pasó revista a Israel; mandó después un mensaje al rey de Judá, llamado también Joram, pidiéndole su colaboración en la campaña contra Moab ( 2R 22, 4). En los v.11; 12; 14 se dice que Josafat era rey de Judá; en un principio, el texto no lo citaba por su nombre; pero más tarde, en atención a la piedad de Josafat y a la analogía de esta acción con la de 1R 22, 1ss, un escriba introdujo el nombre de Josafat en vez del de Joram. Por aquel entonces, Edom dependía de Judá (2S 8, 14). Esta circunstancia favoreció los planes de Joram de atacar a Moab por el sur a través de las fronteras septentrionales de Edom.

2R 3, 9-14. En busca de un profeta

Los tres reyes emprendieron la marcha por los arenales al sur del mar Muerto, avanzando hacia el nordeste. Era primavera; no contaron los inexpertos monarcas con el agua, tan importante en el desierto para proveer a todo un ejército. Los dos reyes, de Israel y de Judá, conocían la existencia de Elíseo, que comenzó por ser el servidor de Elías, siendo una de sus misiones derramar el agua en las manos del profeta para purificárselas (Mt 15, 2; Mc 7, 3; Lc 11, 38). Elíseo demuestra gran indiferencia por el rey de Israel, recordándole los profetas de Baal al servicio de su padre (1R 18, 19; 1R 19, 1). Pero, en atención al rey de Judá, plegóse al ruego que le hicieron.

2R 3, 15-20. Elíseo profetiza

Tenemos en la Biblia otros ejemplos sobre el uso de instrumentos músicos para despertar la inspiración profética (1S 10, 5ss; 1S 16, 23; 1S 18, 10; 1S 19, 20). Al son del arpa, el espíritu de Yahvé púsose sobre Elíseo, o, como dice el texto, "fue sobre Elíseo la mano de Yahvé" (1R 18, 46), profiriendo en este estado dos oráculos. Promete a los reyes de Israel y de Judá que tendrán agua en abundancia, que llegará sin viento ni lluvia. A veces furiosas tormentas se desencadenan en la meseta transjordánica, tomando las aguas un curso impetuoso en dirección al Ghor o al mar Muerto. Por esta causa vieron los reyes en la madrugada que las aguas bajaban por el camino de Edom. Las grandes zanjas que debían abrir cortarían el curso de las mismas, poniéndolas al servicio de hombres y anídales. La segunda promesa se refiere a la victoria sobre Moab,

2R 3, 21-27. Derrota y huida de Moab

Moab dispúsose al ataque. A los primeros rayos del sol, y a consecuencia de las tormentas producidas en un punto muy distante hacia el norte, tenían las aguas color de sangre, lo que interpretaron en el sentido de que los reyes aliados habían combatido uno contra otro. Confiados en esta creencia y no contando con una resistencia armada, avanzaron los moabitas alegres y confiados hacia el campo enemigo. Pronto cayeron en la cuenta de que se habían equivocado. Los vencedores devastaron toda la región, talando árboles, cegando pozos y sembrando de piedras los campos de cultivo. Pusieron cerco a la capital Quir Jareset, hoy Kerak (Is 16, 1-11; Jr 48, 31-36), durante el cual Mesa, su rey, en el paroxismo de la desesperación, tomó a su hijo mayor y, a la vista de todos, sobre la muralla, lo sacrificó. Según Lv 18, 21; Lv 20, 2, el culto de Moloc comportaba tales sacrificios. Atribuía Mesa la derrota de su ejército a la ira del dios Kamos, al que quiso aplacar con la oblación de su hijo. Filón de Byblos escribe que en las grandes calamidades solían los antiguos sacrificar a la divinidad al hijo más querido en aras de la salvación de todos.
El capítulo termina con unas palabras enigmáticas, que se prestan a variadas interpretaciones. Para algunos exegetas, los israelitas se indignaron al ver el sacrificio del hijo de Mesa y, horrorizados de lo que veían sus ojos, abandonaron la ciudad y se fueron. Creen otros en una indignación de Kamos contra los israelitas, los cuales, heridos por la peste o rechazados por una salida inesperada de los sitiados, viéronse constreñidos a levantar el cerco y escapar. Finalmente, pudo Yahvé indignarse contra los israelitas por algún pecado cometido. La opinión más en boga hoy ve en la frase una derrota de los israelitas y la victoria de Moab, en cuya memoria el rey Mesa erigió su famoso obelisco. Lo cierto es que, después de este hecho de armas, los moabitas recuperaron su independencia, ejemplo que imitó también Edom.
El Monolito de Mesa
La situación política de Moab nos es conocida principalmente, por la famosa inscripción del rey Mesa encontrada en Dibón, al noroeste del mar Muerto, el año 1868. Mide 1, 13 por 0,70 metros; consta de treinta y cuatro líneas, de las cuales las últimas se han conservado en mal estado. Probablemente el monolito remonta al año 842 antes de Cristo, siendo por consiguiente, contemporáneo del rey Mesa, por cuyo mandato se llevó a cabo la famosa inscripción, que reproducimos en castellano:
De la inscripción de Mesa se deduce que el rey de Moab la escribió en un momento eufórico por su victoria sobre Israel. Gomo puede observarse, los reveses y las victorias se atribuyen al dios nacional Kamos. Como en Israel, las ciudades enemigas eran entregadas al anatema de destrucción.

2R 4, 1-44. Poder taumatúrgico de Elíseo

En esta sección ha recogido el autor sagrado algunas anécdotas relacionadas con Elíseo para confirmar que recibió de Elías el don de hacer milagros, al que incluso superó. Con estos hechos extraordinarios sirvió a la causa del yahvismo, confirmando con hechos extraordinarios sus enseñanzas religiosas. Repetidas veces se inmiscuyó en la vida política de Israel, tratando de oponerse al avance de la idolatría. Como Elías, su apostolado fue oral. Toda la narración tiene sabor popular y folklórico; los hechos narrados formaban parte de una colección más amplia.

2R 4, 1-7. El aceite de la viuda

Una viuda de un profeta acudió a Elíseo para que le solucionara un asunto grave. El profeta, temeroso de Dios, murió, dejando a la viuda algunas deudas. No teniendo ésta con qué pagar, el acreedor, parándose en la ley (Lv 25, 39-41; Am 2, 6; Am 8, 6; Mt 18, 25), reclamaba sus hijos a fin de que redimieran con el trabajo su deuda. Entre los hebreos, esta servidumbre no debía ser considerada como régimen de esclavitud, no pudiéndose prolongar más allá del año del jubileo. La mujer disponía únicamente de un poco de aceite con el que se perfumaba (Rt 3, 3). La abundancia de aceite simbolizaba una vida desahogada (Dt 33, 24). El milagro recuerda el que obró Elías en otro tiempo (1R 17, 8-16).

2R 4, 8-37. La mujer de Sunarn

También este episodio es análogo al que se refiere de Elías en 1R 17, 17-24. Es curioso observar que el milagro de Elías, tal como se narra en el texto citado, aparece fuera de lugar. Mientras en 1R 17, 7-16 se habla de una viuda pobre, en el v.17 es llamada "dueña de la casa," lo que se armoniza con la frase de "mujer distinguida" de que habla el texto de Elíseo (v.8). Entre la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta y el de la sunamita existen otros puntos de contacto. Entre ambas narraciones existe, al menos, dependencia literaria. Al desplazarse Elíseo desde el Carmelo hacia su pueblo natal de Abel Mejola (1R 4, 12) pasaba por Sunam. A la insinuación del criado promete Elíseo a la mujer sunamita un niño para el año. La sunamita acogió las palabras del profeta con escepticismo (Gn 18, 10-14; Gn 18, 11-15). Al año cumplióse la promesa; el niño creció y fuese un día al campo en tiempo de la siega, sufriendo una insolación (Jdt 8, 2), a consecuencia de la cual murió. La sunamita pensaba que, si Elíseo tuvo poder para darle un niño, ¿no lo tendría para devolvérselo vivo después de muerto? No comunicó a su marido la muerte del hijo, pidiéndole, en cambio, un criado y una asna para salir al encuentro del hombre de Dios. Quiso el marido disuadirla alegando que no eran las neomenias, tiempo en que tenían lugar asambleas religiosas (1S 20, 5; 1S 18, 24). Su encuentro con Elíseo fue dramático. El profeta promete su intervención y manda a su criado por delante, con la prohibición de saludar a nadie (Lc 10, 4). Deseaba Elíseo que su criado llegase pronto a su casa y pusiera encima del cadáver su bastón para tomarlo bajo su custodia y propiedad e impedir de esta manera las tentativas de enterrarlo antes de que él llegara. A su tiempo vino Elíseo, quien, entrando en casa, subió a la habitación superior y, encerrándose en ella, "oró a Yahvé" (v.33), porque sabía que sólo Dios podía obrar el milagro. Después realizó la misma ceremonia que Elías en parecida circunstancia (1R 17, 19-21), tratando de comunicar su espíritu vital al niño. Poco a poco hace la vida su aparición, manifestándose externamente con el estornudo, ya que por los orificios de las narices pasa la vida (Gn 2, 7; Gn 7, 22; Lm 4, 20; Is 2, 22). La mujer tomó a su hijo vivo en sus brazos y salió.

2R 4, 38-41. "La muerte está en la olla"

Elíseo regresó a Caígala, al norte de Betel (2R 2, 1), donde sucedió un percance desagradable a los hijos de los profetas. Salió uno de ellos al campo a tomar hierbas y juntó cierta cantidad de coloquíntidas. Produce la coloquíntida unos calabacines del tamaño de naranjas, pero muy amargos y empleados en farmacia como purgante poderoso. Crece la planta en la costa mediterránea y en la cuenca del Jordán, dato este último que induce a algunos exegetas a situar este episodio en Caígala de Jericó, cerca del Jordán (1S 7, 16). Pero las gentes de Jericó debían conocer perfectamente las propiedades de la planta, que los de Caígala ignoraban. A los primeros bocados experimentaron los efectos de la coloquíntida, por lo que, alarmados, imploraron la intercesión de Elíseo. De este suceso se desprende que los hijos de los profetas vivían en comunidad.

2R 4, 42-44. Multiplicación de los panes

Un hombre de Baalsalisa (1S 9, 4), en el actual Kefr Tih, a veinticinco kilómetros al norte de Lidda, entre Siquem y Jafa, supo que Elíseo se encontraba en Caígala y le llevó "el pan de las primicias," amasado con grano nuevo (Lv 23, 17-20). Pero Elíseo, rehusó comerlo, indicando al buen hombre que lo repartiera entre el centenar de profetas. Ante su admiración, vio cómo ellos comieron, se saciaron y que sobró todavía.

2R 5, 1-14. Curación de Naamán

El momento histórico de este episodio nos es desconocido. Se sospecha, sin embargo, que aconteció en los últimos años de Ben Hadad II, el rey que se enfrentó con Salmanasar III en Qarqar (853). La finalidad de la intervención de Elíseo en este asunto es la de probar la superioridad de Yahvé, cuya acción no está limitada a los estrechos límites de Palestina. Naamán tuvo conocimiento de Elíseo a través de una sirvienta de su mujer. El rey tomó cartas en el asunto y prometióle enviar al de Israel letras de recomendación. Este detalle prueba que entre ambos monarcas existían relaciones Amistosas. Naamán, pagano, compara a Elíseo a los profetas de Ajab, que profetizaban a sueldo; de ahí la suma de dinero que llevó consigo. Naamán púsose en contacto con Elíseo. Aunque no se tratara de un período alanzado de la enfermedad, no obstante, por estar considerada la lepra como enfermedad impura (Lv 13, 45-46), no es admitido a la presencia de Elíseo. Creía Naamán que Elíseo lo podía todo; pero el profeta le quiere demostrar que únicamente Dios tiene poder de obrar milagros. Habituado el general a los exorcismos de los profetas de Baal, esperaba que Elíseo pusiera manos a la obra de manera espectacular. Sin embargo, el profeta le manifestó que el único medio de curación era bañarse en las aguas del Jordán durante siete veces consecutivas. El siete es un número simbólico y sagrado; en Lv 4, 6-17 hablase de siete aspersiones con la sangre de las víctimas. Los ritos de purificación asirio-babilónicos incluían frecuentemente siete aspersiones o inmersiones en aguas del Éufrates. El río Abana corresponde al Barada, que riega Damasco y su huerta, y al que los griegos llaman Chrysorrhoas. El Parpar o Farfar es el actual Nahr el-Awady. Por insinuación de sus criados, el general depuso su actitud altiva y desdeñosa; humillóse, tuvo fe en la palabra del profeta y quedó limpio de la lepra.

2R 5, 15-19a . Conversión de Naamán

Naamán quiere compensar a todo trance a Elíseo por el favor alcanzado, a lo que se niega rotundamente el profeta. Este ejemplo de desprendimiento y el milagro obrado en su cuerpo movieron a Naamán a reconocer a Yahvé como único y supremo Dios. Según la concepción de los antiguos, cada dios ejercía su dominio e influencia dentro de su propio territorio (1S 26, 19; 1R 20, 23; 2R 17, 26). Por lo mismo, y a consecuencia de haber reconocido a Yahvé como Dios, pide una carga de tierra de Israel para esparcirla sobre su huerta de Damasco, que, por una ficción jurídica, convirtióse desde entonces en tierra de Yahvé. Pero un caso de conciencia asalta a Naamán. Por su condición está obligado a asistir a los cultos oficiales que se rinden al dios Rimón o Ramán (1R 15, 18); de no hacerlo perdería su rango y acaso la vida. El profeta le autoriza una participación puramente externa a los mismos. Su respuesta no se consigna en el libro, pero de sus palabras: "Vete en paz," se deduce que no ve inconveniente alguno en la participación externa y protocolaria a los ritos paganos.

2R 5, 19b-27. Avaricia y castigo de Guejazi

El siervo de Elíseo no aprobó la conducta desinteresada de su amo, por lo que corrió detrás de Naamán, reclamándole en nombre de Elíseo una cantidad relativamente módica y dos vestidos. Creía Guejazi que Elíseo no se enteraría de su proceder, pero nada puede exultarse a los ojos de los profetas. No tanto por la mentira y la avaricia cuanto por el escándalo y abuso de su nombre y autoridad le castigó Elíseo severamente, enviándole la lepra. No obstante, este nuevo estado no le impedirá en adelante mantener relaciones con su amo (2R 8, 4); puede ser que la enfermedad de Guejazi se pareciera externamente a la lepra, sin serlo en realidad.

2R 6, 1-7. El hacha flotante

Había en Caígala muchos profetas -un centenar (2R 4, 43)-, y el espacio en que habitaban resultaba insuficiente. Por lo mismo, la mayoría propuso trasladarse a orillas del Jordán, donde había abundancia de árboles, lugar muy a propósito para levantar sus cabañas. Llegados a las orillas del río, empezaron a talar árboles. Al golpear uno de ellos con el hacha, se le cayó el hierro al agua, quedando con el mango en la mano. A los gritos del leñador acudió Elíseo, que, cerciorado del accidente, cortó una rama y la introdujo en el agua, logrando sacar a flote el hierro. A este episodio anota San Jerónimo que estos profetas de las orillas del Jordán fueron los precursores de los monjes y anacoretas cristianos. Aunque algunos de los hijos de los profetas contrajeran matrimonio (2R 5, 1), la mayoría vivían célibes. Llevaban los profetas una vida pobre y fatigosa; sus vestidos estaban tejidos con pieles; comían en común (2R 4, 38.42), oraban juntos (1S 10, 10; 1S 19, 19-24) y obedecían a un superior (2R 9, 1-10).

2R 6, 8-23. Fracasan los planes de los arameos

No es posible determinar en qué momento histórico se desarrollaron los hechos que se refieren en el texto. Puede ser que remonten a los reinados de Joás (798-783), rey de Israel, y de Ben Hadad III (797-773), hijo de Jazael (2R 13, 3.19-24), rey de Siria. En guerra con Joás fue vencido Ben Hadad tres veces (c.790), perdiendo todas las ciudades que Jazael había arrebatado a Joacaz (814-798). El rey de Siria puso asechanzas al de Israel, planeando incursiones contra esta o aquella ciudad. Pero todas las veces fracasaron, porque, al presentarse los sirios, estaban ya al acecho las tropas de Israel, prontas para rechazar el ataque. En un principio creyó Ben Hadad que existían traidores en su ejército, pero pronto le enteraron de que en Israel había un profeta que comunicaba al rey lo que Ben Hadad hablaba en la intimidad de su alcoba (Ex 7, 28; 2S 4, 7). Quiso entonces el rey de Siria apoderarse de Elíseo, que habitaba en Dotan, o Dotáin, a unos dieciséis kilómetros al norte de Siquem (Gn 37, 17; Jdt 4, 6; Jdt 7, 18). A este fin mandó tropa con carros y caballos para que cercaran la ciudad de Dotan. Invocado el auxilio divino, logró Elíseo quitar a la tropa enemiga el sentido de la orientación y del discernimiento, dejándose llevar incautamente a Samaría. El rey de Israel quería matar a los que no había hecho prisioneros con su valor, a lo que se opuso Elíseo alegando que los soldados enemigos eran botín suyo y no del rey.

2R 6, 24-30. Sitio de Samaría

Quizá el hecho tuvo lugar en el reinado de Ben Hadad III· El sitio a Samaría duró mucho tiempo, a consecuencia de lo cual escasearon los alimentos, hasta el punto de desencadenarse un hambre espantosa. Era tal la escasez, que una "cabeza de asno" se cotizaba a ochenta siclos de plata, y un cuarto de cab, o sea, medio litro de palomina (harey yonim), a cinco siclos de plata, equivalente a unas quince pesetas. Algunos cambian las palabras rosh hamor = cabeza de asno, por estas otras: homer tirosh = un jomer de mosto. Pero cuenta Plutarco en la Vita Artaxersis, que en la guerra contra los cadusianos fue tanta la escasez de víveres, que la cabeza de asno se vendía a sesenta dracmas. Al 'decir el texto "cabeza de asno," es verosímil que tome la parte por el todo, refiriéndose a todo el animal, cuyas carnes en tiempos normales eran arrojadas en los muladares. Más barato resultaba el cuarto de un cab de palomina. Según Is 36, 12, Rabsaces amenazó a Jerusalén con un asedio tal que los sitiados fueran constreñidos a "comerse sus excrementos y beberse sus orines." Muchos exegetas, por creer poco probable la lectura actual del texto masorético, cambian las palabras harey yonim en estas otras: harsonim = ajos silvestres, o sea, bulbos de una liliácea (ornithogalum umbellatum), muy común en Palestina 2. Según Dhorme, harey yonim es una denominación conservada también en árabe para designar una especie de guisante. El hambre llevó a la antropofagia materna, tan prohibida por la Ley (Lv 26, 29; Dt 28, 43-55; Ez 5, 10). Alusiones a las madres que cocinan y comen las carnes de sus hijos se hallan en Lm 2, 20; Lm 4, 10. El rey vestía de saco debajo del vestido exterior (1R 21, 27).

2R 6, 31-33. Amenazas del rey a Elíseo

El monarca culpa a Elíseo del desastre, ya que, a una simple intervención suya, podía desbaratar al ejército sirio. No era imposible esto al profeta, que solamente esperaba un acto de arrepentimiento de parte del rey. El hambre que se atribuye a los efectos de un prolongado cerco de Samaría se debe, según 2R 7, 2, a una tenaz sequía. No puede determinarse el lugar donde residía Elíseo, ni saber a dónde fue a encontrarle el rey. El cerco de Samaría se relaciona con ios acontecimientos de que se hablará en el capítulo 13.

2R 7, 1-20. Se levanta el cerco de Samaría

Reconoció el rey que el mal venía del cielo. Ahora bien, si Dios no remedia la situación, "¿tendré yo todavía que esperar más de Yahvé?" (2R 6, 33). Elíseo, al ver logrado su intento, profetiza gran abundancia para la mañana siguiente. Algo más de trece litros (Gn 18, 6; 1S 25, 18; 1R 18, 32) de flor de harina se adquirirán por un siclo de plata, y dos seas, es decir, veintiséis litros de harina de cebada, valdrán un siclo. El mercado tenía lugar junto a las puertas de la ciudad. El oficial que acompañaba al rey burlóse de las palabras del profeta, diciéndole que su oráculo se cumpliría "cuando Yahvé abra ventanas en los cielos", refiriéndose a las ventanas o compuertas de los cielos por donde cae el agua sobre la tierra en forma de lluvia (Gn 7, 11; Gn 8, 2; Is 24, 18; Ml 3, 10). O acaso el incrédulo escudero (shalish) quiso decir que sucedería esto cuando de las ventanas del cielo lloviera trigo, como en otro tiempo maná. Según la profecía de Elíseo, al día siguiente murió el oficial burlón pisoteado por el pueblo (2R 7, 17-19).
Cuatro leprosos fueron los primeros en comprobar que los sirios habían abandonado el cerco. Obligados por su enfermedad a permanecer alejados de la sociedad (Lv 13, 28-46; Nm 5, 1-4), se refugiaron a la puerta de Samaría, confiando en la caridad de los transeúntes. Como las puertas permanecieran cerradas por razón del cerco y nadie transitara por ellas, llegaron los leprosos a una penuria extrema. En un trance desesperado, tramaron un proyecto audaz. Era inútil entrar en la ciudad hambrienta en busca de alimentos; quedarse en su lugar equivalía a condenarse a muerte. Quizá entre los sirios hallarían algo. Si la hazaña les salía bien, seguirían viviendo; si los matan, mala suerte. ¡Cuál no fue su sorpresa al no encontrar nadie en el campamento I ¿Qué había pasado?.
Un rumor cundió entre el ejército de que los reyes de los hititas Y de Musri, con otros aliados, amenazaban lanzarse sobre Damasco. El rey y los suyos, temiendo la acción conjunta de los invasores y la Persecución por parte de los israelitas, huyeron precipitadamente aprovechando la oscuridad de la noche. Los cuatro leprosos penetraron en una tienda, donde comieron y bebieron hasta saciarse; Después entregáronse a la rapiña. De pronto les asaltó el temor de que les castigaría el rey en caso de no informarle de la situación. A este fin decidieron presentarse ante los muros de la ciudad, llamar a los centinelas y contarles lo que pasaba. Los centinelas informaron al rey, quien, levantándose de noche, puso a sus servidores en estado de alerta a fin de que su pueblo no cayera en alguna trampa ideada por los sirios. Un oficial propuso que se enviara una patrulla que inspeccionara los alrededores de la ciudad. Aparejáronse dos carros con otros tantos caballos cada uno (1S 21, 3; Is 19, 18) y salieron a explorar el terreno en dirección hacia el nordeste, llegando al río Jordán en las proximidades de Betsán. Tras un reconocimiento de unos sesenta kilómetros de terreno regresaron los exploradores a la ciudad para anunciarles la buena nueva (v.9). Tan pronto la supo el pueblo, salió en tromba hacia el campamento sirio en busca de alimentos y otro botín. El oficial incrédulo, que por orden del rey custodiaba las puertas, fue desbordado, arrastrado y pisoteado por la avalancha del pueblo hambriento, cumpliéndose la profecía de Elíseo.

2R 8, 1-6. Otra vez la sunamita en escena

De esta "mujer distinguida" de Sunam se habló en 2R 4, 8-37. Pero, con el fin de cubrir el espacio de los siete años de hambre que predice el profeta (2R 8, 1), ha insertado el autor entre 2R 4, 37 y el presente capítulo los que hemos estudiado anteriormente, que empiezan con el hambre y terminan con la escasez de Samaría (De Vaux). En agradecimiento por su hospitalidad recomienda Elíseo a la mujer de Sunam emigre al país de los filisteos en la costa mediterránea, en donde, por la feracidad del suelo, no serán tan alarmantes los efectos del hambre. El número siete tiene valor simbólico, significando aquí que el hambre duraría largo tiempo. Guejazi, aunque leproso (2R 5, 27), sigue en compañía de Elíseo. En ausencia de la sunamita, los vecinos habíanse apoderado de sus bienes. Parece que en estos años de hambre murió su marido, ya viejo (2R 4, 14); al menos no se habla más de él. La mujer se presentó delante del rey en una coyuntura providencial. No sabemos si el rey se movió por benevolencia o justicia al determinar que se devolvieran a la mujer todos los bienes "desde el día en que dejó la tierra hasta hoy."
¿Quién es este rey que tanto interés manifiesta por los milagros de Elíseo? ¿Había éste muerto al regresar la sunamita a su tierra? Difícil es contestar a tales preguntas.

2R 8, 7-15. Elíseo en Damasco

De los tiempos de Ben Hadad III nos conduce el autor a los primeros años del ministerio de Elíseo, reinando en Siria Ben Hadad II, y en vísperas de que le sucediera su favorito y asesino Jazael (1R 19, 15-17). Quizá marchó Elíseo a Damasco para cumplir la orden que se le había dado de ir allá y ungir a Jazael por rey de Damasco (1R 19, 15). Enteróse Ben Hadad de su llegada y le mandó a Jazael para que le preguntara por la marcha y éxito de su enfermedad. Jazael salió al encuentro del profeta con gran cantidad de camellos -el número cuarenta es una cifra redonda que denota abundancia- cargados de dones. No debía tener Ben Hadad mucha confianza en las profecías de los nabis de Baal, por lo que pide que se consulte a Elíseo, por saber que le habla Yahvé (2R 3, 11; 2R 22, 7). No dice el texto si aceptó o no Elíseo los presentes que le hacía el rey, pero es lógico que, como en otra ocasión (2R 5, 16), los rehusara.
Jazael habló a Elíseo en nombre del rey, que, por sentimientos de veneración, se declara hijo (2R 6, 21) sumiso del profeta. A su pregunta responde Elíseo que la enfermedad del rey no es de muerte y Que, por tanto, de no existir otra circunstancia que amenazara su vida, curaría de esta enfermedad. Elíseo asegura que el rey curará de la dolencia que le aqueja; pero, atendiendo a su inminente asesinato por parte de Jazael, añade: "pero Yahvé me ha revelado que morirás." De estas palabras no cabe deducir que el profeta insinuara a Jazael la conveniencia de asesinar al rey, sino más bien que Dios había dado a conocer a Elíseo los planes que Jazael había concebido para liquidar a su amo. El profeta no le incita al asesinato; únicamente no se opone a los designios que Dios tenía sobre Jazael, al que escogía como instrumento para azotar al pueblo de Israel en castigo de sus pecados. Que Jazael tuviera de antemano ultimados sus planes sobre el monarca, lo demuestra el hecho de enrojecer al fijar Elíseo en estado extático sus ojos sobre su rostro. Elíseo no solamente estaba enterado de los planes del asesinato de Ben Hadad, sino que conocía los males que la actuación de Jazael acarrearía a Israel. También pudo Elíseo evitar estos males, o dar al menos al ambicioso general una grave reprimenda; pero se limita a anunciarle que todos los actos de su vida los tiene Dios anotados en sus registros. Jazael expresa su dependencia y pequenez frente a un profeta de Yahvé (1S 24, 15; 2S 9, 8; 2S 16, 9), diciendo: "¿No es tu siervo un perro, para que mi señor se haya acordado de su siervo?" frase que se halla asimismo en una de las cartas de Laquis.
Al día siguiente expiraba Ben Hadad. El texto sagrado ha tendido un velo misterioso sobre las circunstancias de su muerte, quizá para quitar toda sospecha de que Elíseo cooperó a ella. Se omite el sujeto de la frase, no sabiendo a punto fijo si se trata de un suicidio o de un asesinato por parte de Jazael. El término hebraico makber se traduce comúnmente por manta, colcha de cama. Teniendo presente el contexto anterior, no hay duda de que Jazael ahogó a Ben Hadad en su lecho. Empapando en agua la colcha, la aplicó al rostro del rey hasta que murió asfixiado. Creen otros que empleó Jazael el mosquitero (Jdt 10, 21) para perpetrar su crimen. En la inscripción de Salmanasar III se dice sobre la descendencia de Ben Hadad: "Hadadidri murió; Hazailu, hijo de nadie, tomó posesión del trono" (Pritchard, 280). Hadadidri o Hadadézer de los documentos asirios es el rey Ben Hadad de la Biblia. Jazael es llamado "hijo de nadie" por no ser de ascendencia real.

2R 8, 16-24. Reino de Joram en Judá

En Judá reinó un monarca, Joram (848-841), homónimo del colega y contemporáneo suyo Joram (852-841), rey de Israel (2R 1, 17; 2R 3, 1ss). Por influencia de su esposa Atalía introdujo en Judá el culto de los baales (2Cro 21, 11). Por este pecado merecía Judá ser destruido, pero le perdonó Dios a causa de la promesa hecha a David de darle una lámpara perpetuamente (1R 11, 36; 1R 15, 4), no extinguiendo su dinastía.
En su tiempo se independizó Edom, que fue vasallo de Josafat (1R 22, 48; 2R 3, 9). Desde los tiempos de Adad fue Edom una pesadilla para Judá (1R 11, 17). Sobre la manera como recuperó Edom su independencia no es fácil opinar, por conservarse el texto en mal estado. El texto hebraico, traducido literalmente, dice: "Y pasó Joram a Seír (saira), y todos los carros con él. Aconteció que se levantó él de noche y batió a Edom, que le rodeaba, y a los jefes de los carros, y huyó el pueblo a sus tiendas." Ante este texto cabe preguntar: ¿Quién es el vencido y cuál el vencedor? El autor sagrado trata de paliar una derrota de tan enormes consecuencias para Judá. Entre líneas cabe leer que los hechos sucedieron de la siguiente manera: Joram, al frente de un ejército de a pie, caballería y carros de combate, marchó contra Edom para castigar los movimientos de independencia. Llegó a Seír -que algunos identifican con Soar, en la extremidad sur del mar Muerto-, donde fue cercado por carros de combate, logrando, sin embargo, abrirse una brecha y huir. Pero el pueblo, al verse asaltado por el enemigo, huyó a la desbandada hacia Judá (a sus tiendas; 1S 4, 10; 2S 18, 17; 2S 19, 9). La pérdida de Edom repercutió desfavorablemente en el prestigio comercial de Judá, por cuanto se le cortaba el camino que conducía a las minas de cobre y de hierro y al puerto de Asiongaber. Con la pérdida de Edom envalentonóse la confederación arábigo-filistea (2Cro 21, 16-17), que penetró hasta Jerusalén. Dentro de este fermento revolucionario cabe señalar la revolución de Libna (Tell es-Safi), en la Sefela (Jos 10, 29-39; Jos 12, 15). Según 2Cro 21, 18-20, el pueblo denegó a Joram el honor de una sepultura solemne, siendo enterrado en la ciudad de David, fuera de la necrópolis real.

2R 8, 25-29. Ocozías, rey de Judá

Desde el punto de vista religioso influyó en él su madre Atalía (2Cro 22, 3). Su ascensión al trono efectuóse en un momento de efervescencia política. Hacía un par de años que en Siria moría asesinado por su favorito Jazael el enérgico rey Ben Hadad II (2R 8, 15). Al enterarse Joram (852-841) aprovechó la ocasión para apoderarse de Ramot Galaad (1R 4, 13; 1R 22, 3; 2R 9, 14), lo que dio origen a la guerra entre Joram y Jazael. El rey de Israel pidió auxilio a su sobrino Ocozías (841), que no se lo negó. En un encuentro bajo los muros de Ramot fue herido el rey de Israel (1R 18, 45-46; 1R 21, 1ss). Su fiel aliado y pariente, Ocozías, que se hallaba todavía en Jerusalén, bajó a visitar al rey herido.

2R 9, 1-10. Un profeta unge a Jehú por rey

El encargo hecho a Elías (1R 19, 16) lo cumple por orden de Elíseo uno de los hijos de los profetas. No se sabe el punto de partida, pero el mensajero recibe la orden de ir a Ramot Galaad y ungir por rey de Israel al general Jehú, que, en ausencia del rey, herido en Jezrael, estaba al frente de las tropas. El viaje de ida y vuelta tenía que ser rápido, lo que se indica con la frase "cíñete los lomos" (2R 4, 29) y la advertencia de que, una vez cumplida su misión, huyera sin detenerse (?.8, 10).
En Israel reinaba el descontento. En el interior, el excesivo lujo de palacio reclamaba constantemente el aumento de les impuestos. La conducta religiosa de la corte le restaba la simpatía y colaboración de muchos que odiaban la importación del culto de Baal de Fenicia (1R 19, 18). A Elíseo poca simpatía le inspiraba Joram (2R 3, 13) En el exterior había perdido el rey la guerra con los moabitas (2R 3, 27); habíase indispuesto con Jazael en unos momentos en que pesaba sobre ambos la amenaza de Asiría. Joram era un rey marioneta, movido por su madre Jezabel.
El profeta llegó a Ramot, llamó aparte a Jehú, a quien ungió por rey, excediéndose acaso el joven profeta en el hablar, al recitar la amenaza que pronunció Elías contra Ajab (1R 21, 21-23). A Jezabel se la hace responsable de la muerte de los profetas de Yahvé (1R 18, 4; 1R 19, 10). Pero es posible que se le atribuyan más cosas de las que dijo. Según el P. De Vaux, el autor del libro añadió los oráculos contra Ajab, Jeroboam (1R 14, 10-11) y Basa (1R 16, 3-4). En el relato primitivo no figuraba nada de esto; el joven profeta, obediente a las disposiciones impartidas por su maestro, ungió a Jehú por rey y marchó sin proferir palabra alguna.

2R 9, 11-37. Rebelión de Jehú

El profeta atrajo la atención de la oficialidad tanto por su condición de profeta extático como por su atuendo externo y sus modales rústicos, andar alocado y quizá por la tonsura que llevaba (Jr 29, 26; Os 9, 7). Sin embargo, todos demuestran su ansia por conocer el porqué de la llegada de aquel loco. Al enterarse, todos reconocieron a Jehú por rey. Tomaron inmediatamente sus mantos, que extendieron ante Jehú (Mt 21, 8). Una vez declarado rey, trató Jehú (841-814) de deshacerse cuanto antes del impopular Joram. Prohibió que nadie se adelantara a anunciarle lo sucedido. Acompañado de un grupo de soldados y de su ayudante Bidcar (v.25), montó en su carro y se dirigió a Jezrael, donde hallábanse los reyes de Israel y de Judá. Desde lejos apercibió su llegada el centinela. A los dos reyes no les pareció de buen augurio la llegada intempestiva del general del ejército, por lo que decidieron enganchar sus carros y salir le al encuentro, alcanzándolo en la heredad de Nabot de Jezrael. Joram creía ver en todo ello un revés militar en Ramot Galaad, no una rebelión. El choque entre los reyes y Jehú fue violento. Sin apearse del carro disparó Jehú una flecha contra Joram, atravesándole el corazón. Su cadáver fue arrojado en el campo de Nabot, la inocente víctima de Ajab (1R 21, 1-29). Ocozías pudo huir por el camino de Bet Hagan, en las cercanías de Engannim, el actual Djenin (Jos 19, 21; 2R 9, 27), pero le persiguió Jehú, hiriéndole al llegar a la subida de Gur, cerca de Jibleam (Jos 17, 11; Jc 1, 27), hoy tell Belameh, al mediodía de Djenin, arrastrándose hasta Megiddo (tell él-Musellim), donde murió exangüe. Numerosos príncipes y altos funcionarios de Judá fueron asesinados en Bed Equed, llanura de Beit Qad, cerca de Djenin (2R 10, 12-14). La misma suerte corrió la familia real.
Al entrar Jehú en Jezrael divisó a la impía Jezabel apoyada en el alféizar de una ventana de palacio. Jezabel alude al reinado efímero de Zimbri (siete días), asesino de Ela (1R 16, 15-18). Murió Jezabel en un charco de sangre, pisoteada por los caballos de la comitiva de Jehú. Dice el texto que Jehú "la pisoteó con sus pies." A su cadáver no se dio sepultura. De ahí las palabras de Jehú de que "el cadáver de Jezabel será como estiércol sobre el campo de Jezrael." Según Jeremías (Jr 8, 2; Jr 9, 21; Jr 6, 4; Jr 25, 33), el cadáver sin recibir sepultura es como un estercolero esparcido por el campo. Tuvo el rey compasión de la reina y mandó que la enterrasen, porque, al fin, era hija de rey. Al ir a cumplimentar la orden de Jehú, los comisionados no encontraron más que el cráneo, pies y las palmas de las manos, lo que hizo exclamar a Jehú que el oráculo de Elías habíase cumplido en todos sus pormenores: privación de sepultura, devorado su cadáver por los perros, abandonado sobre el campo y tan desfigurado que nadie podrá decir: Esta es Jezabel (1R 21, 23).

2R 10, 1-14. Matanzas de Jehú

Los hijos de Ajab y de Joram vivían en Samaría. En cifras redondas, se dice que eran setenta (Gn 46, 27; Jc 8, 30; Jc 9, 2; Jc 12, 14). Dado que los reyes disponían de un nutrido harén, era también numeroso el número de hijos. Era costumbre en Oriente exterminar a todos los que tenían algún derecho al trono, con el fin de no tener rival alguno que hiciera peligrar al nuevo monarca (Jc 9, 5; 1R 15, 29; 1R 16, 11). La carta de Jehú es lo suficientemente expresiva para que los destinatarios sepan a qué atenerse. La situación de hecho es que Jehú ha matado al rey y de que ocupa ahora él el trono. Reunidos en consejo el mayordomo de la casa real, el gobernador de la ciudad, los ancianos y tutores, decidieron aceptar los dos hechos consumados. Entonces les exigió Jehú la entrega de las cabezas de los hijos y nietos de Ajab. Cumplida la orden, llevaron a Jezrael las cabezas de los muertos, que fueron apiladas en dos montones, junto a las puertas de la ciudad. En algunas representaciones asirías se ven montones análogos de cabezas de enemigos colocadas en la puerta durante la noche. Por la mañana acudió Jehú a aquel lugar con el fin de tapar la boca a los amigos de comentar desfavorablemente los sucesos de la actualidad. En su alocución quiere probar que la dinastía de Ajab ha desaparecido para siempre y de que tal era la voluntad de Yahvé, de quien Jehú es mero instrumento (1R 21, 19-24). Da garantía al pueblo de que la sangre derramada no caerá sobre la ciudad, porque no reclamará venganza (Gn 9, 6; Ex 21, 12; Dt 21, 1-9). El, con cinismo, únicamente se hace responsable de la muerte de Joram; el pueblo es inocente; del asesinato de los hijos del rey no sabe él nada. ¿Quién los ha matado?
También a los familiares del rey de Judá llegó el castigo. Iba Jehú de Jezrael a Samaría para tomar posesión de la capital, cuando, al llegar a Bet Equed, quizá Bed Qad, cerca de Djenin (2R 9, 27), encontró a una numerosa parentela de Ocozías (2Cro 22, 8) que se dirigía a Jezrael para saludar a la familia real de Israel. Es muy probable que esta noticia esté fuera de lugar, ya que, habiendo rebasado ellos la ciudad de Samaría, podían en el camino haberse enterado de los acontecimientos. Por razón de este parentesco se deshace también Jehú de los posibles pretendientes al trono de Israel de parte de Ocozías.

2R 10, 15-17. Encuentro con Jonadab

Jonadab pertenece a la secta de los recabitas (1Cro 2, 55); fundador de la misma, según Jeremías (Jr 35, 6). Yahvistas fervientes, veían con malos ojos la vida sedentaria de los hebreos, viviendo en ciudades, cultivando campos y construyendo edificios. Según el texto de Jeremías (Jr 35, 1-11), a los recabitas les estaba totalmente prohibido beber vino, construir casas, sembrar los campos, plantar y poseer viñas. Durante toda su vida debían vivir en tiendas, "con tal de vivir muchos años en la tierra en la que eran peregrinos," Al llegar Nabucodonosor a Palestina, los recabitas refugiáronse en Jerusalén. La presencia de Jonadab en el carro de Jehú era buen cebo para atraerse la colaboración de los adictos al culto de Yahvé.

2R 10, 18-28. Degollina de falsos profetas

Aparte del trato de favor con que distinguió a Jonadab, Jehú no había dejado traslucir claramente cuál sería su conducta religiosa. Por lo mismo pudo valerse de una estratagema para acabar con los profetas del dios fenicio, cuyo culto oficial introdujo Ajab por instigación de Jezabel (1R 16, 31; 1R 18, 26; 1R 19, 18; 1R 22, 54). El lugar de reunión fue el templo que Ajab había hecho levantar a Baal (1R 16, 32). Según Lagrange, la costumbre de cambiar de vestido para tomar parte en el culto es muy antigua (Gn 35, 2), hallándose atestiguada entre los fenicios y árabes paganos. La causa de este cambio de vestido debe buscarse quizá en la creencia de que el vestido del que está en el lugar santo es sagrado y no puede utilizarse para la vida común o profana. Es problemático que Jonadab, ferviente yahvista, entrara en el templo pagano; quizá un escriba introdujo en el texto este detalle. ¿Ofreció Jehú el holocausto? El texto puede entenderse en el sentido de que él tomó parte únicamente en la preparación del holocausto. Llegado el momento del ofrecimiento de las víctimas, confió la tarea de su sacrificio a los sacerdotes de Baal, en tanto que él salía del santuario por una puerta lateral. Terminada la matanza, los oficiales destruyeron los masseboth (1R 14, 23), rompieron las estatuas de Baal y demolieron su templo, cuyo lugar fue dedicado en adelante a vertedero.

2R 10, 29-36. Castigo de Jehú

A pesar de su campaña contra el culto de los baales, no destruyó los becerros de oro que puso Jeroboam en Betel y Dan (1R 12, 28-32). En premio de su celo religioso ocupará su descendencia el trono de Israel hasta la cuarta generación. Su dinastía duró desde 841 hasta 743 antes de Cristo. ¿Aprobó Dios las matanzas de Jehú? Para juzgar su conducta deben tenerse presentes los siguientes puntos: 1) La imperfección moral en la antigua economía. Jehú comportóse como solían hacerlo los soberanos de aquel tiempo. Dios, que previo la conducta de Jehú, sirvióse de la misma, dejando que las causas segundas siguieran su camino, para castigar los pecados de Ajab. 2) Jehú se excedió en su cometido, derramando más sangre de la que convenía.
Mayor castigo le esperaba a Jehú desde el exterior. Enterado Jazael de la situación interna de Israel, atacó de improviso su territorio, apoderándose de toda TransJordania, cumpliéndose con ello lo dicho por Elíseo (2R 8, 12). Con el fin de oponerse a la obra de Jazael, buscó Jehú la protección de Salmanasar III, al que envió un tributo para ganarlo a su causa. En el prisma de Salmanasar aparece Jehú postrado ante el rey asirio. Di cese allí que el rey asirio recibía tributo de Tiro y Sidón y de "Ya-ú-a, hijo de Hu-um-rí" (Pritchard, 281), esto es, de Jehú, de la casa de Omri (1R 16, 27). Pero era un enemigo demasiado potente Jazael para que Salmanasar le redujera a silencio. En efecto, según el prisma de Salmanasar, Jazael, "hijo de nadie," ocupó el reino, y reunió un gran ejército para luchar contra el rey asirio. "Yo -dice Salmanasar en su prisma- luché contra él, tomé sus ciudades fortificadas; él, para salvar su vida, huyó. Le perseguí hasta Damasco, capital del reino." El año 842Salmanasar trabó batalla con Jazael en el monte Senir (Sa-ni-ru)t en el Antilíbano, en la que el rey de Damasco perdió mil ciento veintiún carros y cuatrocientos setenta caballos. Encerrado en Damasco, defendióse con éxito, en tanto que Salmanasar recorría y devastaba el territorio hasta el Haurán (Pritchard, 280).
Sin embargo, tanto esta vez como en otra más tarde tuvo Sal-ttianasar que retirarse sin haber doblegado al enérgico y hábil Jazael. Para colmo de sus males, el rey asirio vióse constreñido hacia el año 839 a huir precipitadamente a su tierra, en donde su hijo Assur-danin-apal habíase revelado contra él; murió cercado en Kalah. Jehú encontrábase de nuevo solo ante el temible Jazael. Como dice el texto, apoderóse éste de las tierras del oriente del Jordán.

2R 11, 1-19. Atalía, reina de Judá

Con la muerte de su hijo Ocozías, Atalía, la reina madre, pudo satisfacer sus ansias de mando. De la familia de Ajab no dudó ella en matar a todos los miembros de la familia real, incluidos sus hijos, para ocupar tranquilamente el trono. Su reino duró los años 841-835. Faltó poco para que aniquilara a toda la descendencia davídica, diezmada ya anteriormente (2Cro 21, 17; 2R 10, 12-14). Pero Josaba, que, según 2Cro 22, 11, era la mujer del sumo sacerdote Joyada, ocultó a Joás, hijo de Ocozías, en la cámara dormitorio. Esta noticia supone que junto al templo existían habitaciones para los sacerdotes. El año séptimo decidió el sumo sacerdote sacar al niño de su escondite y proclamarlo rey en lugar de Atalía. A este fin preparó una amplia conjura. Según 2Cro 23, 2, el sumo pontífice contó con el apoyo de los levitas y del pueblo procedente de provincias; según nuestro texto, la acción fue apoyada principalmente por tropas mercenarias y laicos. Aun en nuestro mismo texto cabe vislumbrar dos relatos combinados. Según v.1-12; 8b-20, la entronización de Joás fue obra del sumo sacerdote, apoyado por la guardia real; en los v. 13-18a se sugiere, en cambio, que un movimiento popular derrocó a Atalía. Los cereteos, o carios, eran tropas mercenarias procedentes de Caria, pueblo del Asia Menor. El día fijado para dar el golpe era un sábado, día en que el cambio de guardia no hacía sospechar ningún complot militar (1Cro 9, 25).
Formada la tropa en el atrio, de cara al altar de los holocaustos, el sacerdote Joyada sacó al niño, púsole la diadema y los brazaletes (2S 1, 10) y le ungió por rey. En el texto hebraico, versiones y lugar paralelo de 2Cro 23, 11, en vez de brazaletes (hase adoth), se lee ha eduth = testimonio, ley. Pero este uso de entregar al nuevo rey el rollo de la Ley no es atestiguado por ningún otro texto. Por esto mismo, muchos autores católicos (Landersdorfer, De Vaux, Vaccari, Garofalo) cambian el texto, leyendo brazaletes allí donde el texto masorético dice testimonio, ley.
Terminada la ceremonia, todos los asistentes prorrumpieron en aclamaciones al nuevo monarca. Atalía acudió al lugar del tumulto; al penetrar en el templo pudo ver a Joás colocado sobre un estrado (ammud) para que el pueblo le pudiera contemplar (2R 23, 3; 2Cro 23, 13). El sumo sacerdote dio orden a la guardia de que mataran a la reina fuera del templo para no contaminarlo. De regreso a palacio, al llegar a la puerta de los caballos, al sudeste del templo (Jr 31, 40; Ne 3, 28), cayó asesinada.
El rey de Israel debía ser un monarca teocrático. En los comienzos del reinado del joven monarca se renovó la alianza entre Yahvé, el rey y el pueblo del Señor (Ex 19, 5-6). Para renovar este pacto era totalmente imprescindible destruir el templo de Baal existente en Jerusalén, como hizo Jehú con el de Samaría (2R 10, 26-27); hacer desaparecer su altar y estatuas. Matan, el sacerdote de Baal al servicio del santuario, fue asesinado ante el altar de su dios.
En el v.20 se deja también traslucir la idea de que el nuevo rey fue entronizado con el apoyo de las gentes de provincia, mientras que los de la capital mostrábanse partidarios de Atalía. Había ésta imitado el ejemplo de Jezabel, introduciendo en el reino de Judá el culto de Baal; pero no estaba dispuesto el pueblo de Judá a recibir en dosis masivas esta irrupción de los cultos de los baales y astartés.

2R 12, 1-17. Joás y el templo

El nuevo rey subió al trono de Judá a la sombra del templo y del sacerdocio; era, pues, justo que se interesara por el santuario nacional. Joás reinó aproximadamente los años 835-796. Desde el punto de vista religioso, su reinado no merece ningún reproche grave; únicamente se le achaca no haber suprimido los lugares de culto de los altos. Su conducta religiosa fue buena, por estar asesorado por el sumo pontífice Joyada.
El templo de Jerusalén necesitaba reparaciones urgentes, mayormente después de los siete años de total abandono por parte de Atalía (2Cro 24, 7). La administración de las obras confióse en un principio a los sacerdotes; pero pasaron veintitrés años, y las obras no se habían empezado todavía, por lo cual el rey les quitó la administración. Junto al altar de los holocaustos, en el atrio interior, se puso una arquilla o cepo en el que se echaba todo el dinero que se daba para las obras. Los que administraban las obras eran laicos muy honrados, de manera que ni siquiera se les exigía cuentas, lo que indirectamente condena la mala administración en un tiempo en manos de los sacerdotes (v.7). El dinero por el delito y por el pecado (Lv 4, 2-24; Lv 5, 2; Lv 13, 15-19) se entregaba a los sacerdotes para su mantenimiento.

2R 12, 18-20. Joás y Jazael

Jazael, rey de Damasco, libre ya de Asiría, amenazó constantemente a Palestina. Dueño prácticamente de todo el reino del Norte (2R 13, 3-7)" atrevióse a profundizar hasta Gat (1S 21, 11; 1R 2, 39-40), en la región de los filisteos. Es muy probable que la campaña contra Gat tuviese lugar en tiempos de Ben Hadad III.

2R 12, 21-22. Muerte de Joás

En 2Cro 24, 18-23 se hace una exposición severa de la conducta religiosa de Joás después de la muerte de Joyada. En castigo e haber matado a Zacarías, hijo de Joyada, sufrió Joás la invasión e Jazael. Sus servidores conspiraron contra él, matándole en la casa de Millo, o sea, del terraplén (1R 9, 15-24; 1R 11, 27). Parece tratarse de una confabulación de altas personalidades del reino.

2R 13, 1-9. Joacaz, rey de Israel

Reinó unos diecisiete años en Israel (814-798). Malos vientos soplaban para Israel. Retenido el rey de Asiría en su territorio por intrigas internas, tuvo Jazael las manos sueltas para oprimir a Israel, al que sólo autorizó el uso de diez carros de combate -Ajab condujo dos mil a la batalla de Qarqar (853)-, cincuenta caballeros y diez mil soldados. La política de Jazael inspirábase en el odio hacia Israel por no haberse unido éste a la liga contra el rey de Asiría. La misma línea política siguió su sucesor Ben Hadad III (c.797-773).
¿Quién es el libertador que se anuncia en el v.57 Algunos creen que fue Jeroboam II (2R 14, 27), en tanto que otros ven en él al monarca asirio Adadnirari. Al emanciparse de la tutela de su madre Semíramis, Adadnirari (810-782) continuó la política de penetración hacia occidente, queriendo vengarse de aquellas regiones que o bien se desuncieron del carro asirio o se negaron a continuar pagando el tributo convenido. De esta política en favor o en contra de Asiría en tierras de Siria y Palestina tenemos diversos documentos. Adadnirari cebóse con el reino de Damasco por considerarlo cabeza de la liga antiasiria y por ser el más fuerte de todos. Todo su reino fue saqueado y cercada la capital. El rey de Damasco, que Adadnirari llama con el nombre genérico de Mari, era Ben Hadad III, el cual escapó con vida pagando al de Asiría un tributo de guerra equivalente a treinta y dos millones de dólares, además de entregar telas, tejidos de algodón, camas y sillas con incrustaciones de marfil, etc. Parte de este botín ha sido hallado en Arslán Tas, la antigua Hadatu. En una placa de marfil se lee: "A nuestro amo Jazael." Asiría quitó de en medio al temible reino de Damasco, pero Israel (Hu-um-ri) no pudo substraerse a la influencia de Asiría, a la que enviaba tributos. "Desde el Eufrates hasta el mar Grande, donde se pone el sol, he sometido al país en Hatti y el de Amurru en su totalidad, el de Tiro, el de Sidón, el de Omri (Hu-um-ri), el de Edom y el de la Filistea. Les impuse un fuerte tributo." Tal es el texto de una inscripción perteneciente a Adadnirari III grabado en una losa encontrada en Kalak. De lo dicho aparece que los asirios libertaron parcialmente a Israel del dominio de Damasco.

2R 13, 10-25. Muerte de Elíseo

Al principio del reinado de Joás (798-783), rey de Israel, hacíase sentir todavía la presión de Damasco. Pero, animado el rey por Elíseo, combatió a los arameos, venciéndolos tres veces y recuperando las ciudades perdidas durante el reinado de Jazael. Los oráculos de Elíseo (v. 14-25) se refieren a estas luchas entre Joás y Ben Hadad III. A la provocación por parte de Amasias, rey de Judá (796-781), respondió Joás batiéndolo en Bet Shemes, subiendo a Jerusalén, desmantelándola y saqueando los tesoros del templo y del palacio real.
Elíseo cayó enfermo de gravedad; murió y fue enterrado en su pueblo de Abel Mejola (teli Abu Šifri), al sur de Betsán.
Con Elíseo desaparecía un gran profeta que había actuado intensamente en la vida nacional. Yahvista fervoroso, se opuso tenazmente al culto de los baales, increpando a los reyes por su conducta religiosa. El mismo Ajab, cautivo en las mallas de su mujer, cruel y fanática, rompió sus vestiduras, se vistió de saco y ayunó cuando le anunció Elíseo el castigo por el asesinato de Nabot (1R 21, 27). Fue Elíseo un valladar ante la invasión de los profetas de Baal, procedentes de Fenicia, a quienes Elías desenmascaró sobre el Carmelo (1R 18, 26-29). Demostró hasta la saciedad que Yahvé es el único Dios que habla a los profetas. Los profetas falsos daban sus oráculos a sueldo, mientras que Elíseo se comporta desinteresadamente (2R 5, 16).

2R 14, 1-22. Amasias, rey de Juda

De los primeros actos de su remado (796-781) fue la muerte de los asesinos de su padre, Joás (2R 12, 21-22); pero, dado que las circunstancias de política interior aconsejaban el apaciguamiento, no hizo morir a los hijos de los asesinos. El autor señala que este proceder se inspiraba en Dt 24, 16, en cuyo texto se dice que la responsabilidad es individual, doctrina que Ezequiel reafirmará (Ez 18, 2-23). Según la codificación antigua, la familia era solidaria de las faltas de su jefe (Jos 7, 24; 1S 21, 5).
A consecuencia de la desastrosa expedición de Joram y de Josafat contra los moabitas (2R 3, 9-27), emancipáronse los edomitas, cerrando el paso a Judá hacia Asiongaber. Contando con un buen ejército y algunos mercenarios de Efraím, Amasias invadió Edom. Tras de una victoria conseguida en el valle de la Sal (wadi el-Milh), al este de Bersabé, conquistó Sela, la Roca, lugar que se hizo famoso más tarde con el nombre de Petra, capital del reino de los nabateos, entre el golfo de Aqaba y el mar Muerto, a la que impuso el nombre de Yoctel (Jos 15, 38), imitando la antigua costumbre de dar otro nombre a la ciudad conquistada. Vencido en Bet Shemes (1R 4, 9) y prisionero de Joás, Amasias contempló cómo el vencedor penetraba en su capital, abría una brecha en las murallas desde el centro de la muralla septentrional hasta el ángulo noroeste (Ne 8, 16; Jr 31, 38). La brecha fue aproximadamente de doscientos metros. Los v. 15-16 deben colocarse después de 2R 13, 25. El desastre nacional, seguido de la humillación de ver a un rey de Israel en el recinto de Jerusalén, dueño y señor de Judá, crearon una atmósfera enrarecida en torno a la persona de Amasias, hasta que un movimiento popular le obligó a huir a Laquis (Tell el-Du-weir), donde, alcanzado por la gente armada, fue asesinado.

2R 14, 23-29. Jeroboam, rey de Israel

Pocas líneas dedica el texto sagrado a Jeroboam II (783-743), a pesar de conceptuarse como el más grande de los reyes de Israel. Para enjuiciar su reinado deben tenerse en consideración las profecías de Amos y de Oseas, así como los resultados de las excavaciones practicadas en Samaría y Megiddo. Vimos (2R 13, 4) que algunos ven en Jeroboam II al libertador prometido a Joacaz (De Vaux). Puede atribuírsele este calificativo, por cuanto "recobró el territorio de Israel desde la entrada de Hamat hasta el mar del Araba," es decir, desde el punto indeterminado al sur de Hama, en Siria, hasta el mar Muerto (1R 8, 65; Jos 3, 16; 1R 12, 3). Según Amos (1R 6, 13), reconquistó Transjordania "hasta el torrente del Araba," quizá el wadi el-Hesa, al sur del mar Muerto. Esta grande prosperidad se debe en gran parte a que el rey de Damasco, Ben Hadad, había sido derrotado por Joás (1R 13, 25) y oprimido por Adadnirari III con un enorme tributo de guerra. Se atribuye el bienestar del reino al cumplimiento de un oráculo dado por un profeta llamado Joñas, distinto del homónimo del que se conserva un libro, hijo de Amita y oriundo de Gat Jefer, al noroeste del Tabor (Jos 19, 13).

2R 15, 1-7. Azarías, rey de Judá

Amasias, padre de Azarías (781-740), fue víctima de un levantamiento popular. El monarca es llamado constantemente Ozías por el autor de 2Cro 26, 1-23, que le dedica una noticia extensa. En 2R 14, 22 di cese que Azarías reedificó Elat después de la victoria de su padre sobre Edom, iniciando un período comercial próspero. Fomentó la agricultura y ganadería, excavando cisternas y levantando torres de protección en el Negueb y Sefela y plantando muchas viñas. Por una parte existía mucho lujo, y por otra, la miseria más espantosa (Is 2, 7; Is 3, 1-21). Según 2Cro 26, 1ss, Azarías organizó el ejército, aumentando el número de combatientes y jefes, dotándoles de nuevo armamento. Mejoró el sistema defensivo de Jerusalén levantando torres altas, según planos de un ingeniero, rematadas por un dispositivo para lanzar flechas y gruesas piedras. En política externa, además de la puesta en marcha del puerto de Elat, aseguró los accesos al mismo luchando contra árabes y moabi-tas. En guerra contra los filisteos destruyó a Gat, Jabne y Azoto. La fama del rey "extendióse hasta las fronteras de Egipto, pues llegó a ser muy poderoso" (2Cro 26, 8).
Religiosamente anduvo por el recto camino en los primeros años de su reinado; mas, ensoberbecido por sus éxitos y triunfos, se arrogó privilegios que eran peculiares de los sacerdotes. En castigo, dice el autor del libro de las Crónicas, Yahvé le hirió de lepra, por lo que, conforme a la costumbre, fue separado de la sociedad, no autorizándosele la entrada en el templo. A pesar de su condición de rey, vivió en su "casa de libertad," dice el texto masorético, queriendo con esta expresión aludir al régimen de libertad en que vivían los leprosos, desconectados y separados de la sociedad. En nombre de su padre, Jotam se hace cargo de las funciones correspondientes al rey.

2R 15, 8-16. Zacarías y Selum, reyes de Israel

Se presiente el fin del reino del Norte, en donde domina la anarquía. Zacarías (743) estuvo en el poder seis meses, muriendo asesinado en manos de Selum, ignorando el porqué. Acaso se deba a que Selum era hijo de Jabes, en Galaad, en donde había muchos partidarios de los árameos, cuyo rey era Rezón. Zacarías fue asesinado en Jebleam, donde cayó en otro tiempo Ocozías en manos de Jehú (2R 9, 27). Con su muerte se acaba la dinastía de Jehú, a quien habíase prometido que duraría hasta la cuarta generación.
Sucedióle Selum (743), que reinó un mes en Samaría. Menajem, que posiblemente capitaneaba la corriente favorable a Asiría, le quitó de en medio. Castigó Menajem a todos los partidarios de Selum, en especial a los habitantes de Tapuaj, ciudad de los confines de Efraím y de Manases (Jos 12, 17; Jos 16, 8; Jos 17, 7-8), correspondiente al actual Sheikh Abu Zarad, a quince kilómetros al sur de Naplusa.

2R 15, 17-24. Menajemf rey de Israel

Los imperios vecinos influían decisivamente en la política interna de Israel. Durante el reinado de Menajem (743-738) vuelve a aparecer la figura siniestra de Asiría, que parecía haberse diluía" después de la acción de Adadnirari III. Con el advenimiento de Teglatfalasar III (745-727), la mano de Asiría se hará sentir duramente en toda la costa mediterránea. Después de su entrada triunfal en Babilonia el año 729, Teglatfalasar tomó el nombre de Pul, ful o Pulu, nombre que aparece en el canon de Tolomeo bajo la forma de poros. Menajem derrocó a Selum, partidario de los árameos, y abrazó la causa de Asiría, apresurándose a prestar acto de vasallaje a Teglatfalasar. Ofreció Menajem ricos presentes al rey asirio, consistentes en mil talentos de plata, que equivalen a unas treinta y cinco toneladas. Para recaudarlos impuso un tributo a los guibborim hail del reino, es decir, a los que disponían de gran fortuna (Rt 2, 1), que, según los cálculos, eran unos sesenta mil. Entregado el tributo a Teglatfalasar, "el rey de Asiría se volvió, y por entonces no se quedó en la tierra" (v.20).
En los anales de Teglatfalasar se narran las campañas del monarca en el norte de Siria, su manera brutal de tratar a los vencidos y las deportaciones en masa. El rey Razín (Rasunnu), de Damasco (2R 15, 37); Menajem (Me-ni-hi-im-me), de Samaría (Sa-me-ri-na-a-a); Hiram (Hírum), de Tiro; Sibiti-bili, de Byblos; Inil, de Hamat, etc., le enviaron tributos para congraciarse con él (Ritchard, 283). Creyendo el rey asirio que había subyugado definitivamente a los reyes del oeste, pasó de nuevo el Eufrates y fuese a combatir a los medos y Urartu. Durante estas campañas en el este, los países siro-palestinenses comprendieron la necesidad de coligarse para hacer frente a las pretensiones territoriales de Asiría. El reino de Damasco llevó la iniciativa en estas negociaciones, ya que "Damasco es la cabeza de los países de Aram, y la cabeza de Damasco Rasín" (Is 7, 8). A esta coalición se invitó a entrar a los reyes de Judá y de Israel. Pero este último era filoasirio. El pueblo odiaba a Menajem. En el seno de Israel existía el partido filoegipcio, que se oponía a la política de aquél (Os c.4; Os 5, 13; Os 7, 8-17; Os 8, 9-10; Os 12, 2). Su hijo Pecajya (738-737) fue víctima del partido simpatizante con Egipto.

2R 15, 25-31. Pecaj, en el trono de Israel

Pecaj (737-732) sucedió al difunto Pecajya, a quien asesinó en colaboración con Argob y Arie y de cincuenta hombres de los de Galaad. Pecaj representaba la corriente política favorable a Egipto. Dice el profeta Oseas que en aquel tiempo "Efraím era como paloma tonta, sin juicio; acuden al Egipto, llaman a la Asiría" (2R 7, 11). La primera de las consecuencias de la federación antiasiria fue la guerra entre Ajaz, rey de Judá, y Pecaj, de Israel, dando origen a la llamada guerra siro-efraimita del año 734.
Una vez Pecaj en el trono, estableció una alianza con Aram. Judá no se había pronunciado; Jotam, su rey, se hacía el sordo, por lo que Israel y Damasco tramaron la idea de suprimirlo poniendo en su lugar a otro que fuera partidario de la coalición antiasiria. En esto murió Jotam, sucediéndole su hijo Ajaz (736-716). Ante el nuevo monarca presentábase un panorama plagado de interrogantes. Eran muchos los estados adheridos a la liga: Damasco, Israel, Tiro, Sidón, Gaza, la Filistea, Edom, la reina de los árabes. Los edomitas, deseosos de sacudirse el yugo de Judá, ocuparon Elat (2Cro 28, 17); los amonitas negáronse a pagar el tributo que les impuso Jotam (2Cro 27, 5); los filisteos ocuparon y destruyeron Bet Shemes, Ayalón, Guederot, Soco y las ciudades vecinas. A estos males se añadió la invasión del territorio por la liga siro-efraimita. Viéndose Ajaz en tal apuro, escribió urgentemente a Teglatfalasar, diciéndole: "Tu siervo soy y tu hijo. Sube y líbrame de las manos del rey de Siria y de las del rey de Israel, que se alzan contra mí" (2R 16, 7). No fue sordo el monarca asirio a la llamada del rey aliado. Con el fin de sujetar a Egipto en sus fronteras, el ejército de Teglatfalasar ocupó toda la costa mediterránea al sur del Carmelo, obligando al rey de Gaza, Hanno, a huir a Egipto. Al enterarse de este suceso los reyes de Siria y de Israel, que sitiaban la ciudad de Jerusalén, levantaron el cerco y marcharon precipitadamente a sus respectivas capitales de Damasco y Samaría. Teglatfalasar mandó al momento el ejército contra el rey de Israel, al que, de paso para el sur, había usurpado la ciudad fronteriza de Abel Bet Maaca (1R 15, 20), al oeste de Dan. Pero quiso el rey asirio atacar en primer lugar, o contemporáneamente, al principal instigador de la liga antiasiria: Damasco. Rasín defendióse valientemente, pero sucumbió ante las fuerzas atacantes el año 732, siendo ajusticiado. Las tropas asirías devastaron el territorio sirio; centenares de ciudades y aldeas fueron incendiadas y arrasadas, y la población deportada a Elarn. Desde aquel tiempo, Siria convirtióse en una provincia de Asiría.
Después de esta acción, o contemporáneamente, los soldados asirios invadieron el territorio de Israel, que no opuso mayor resistencia. De la corona de Pecaj fueron arrebatados los territorios de Galilea y TransJordania. Se apoderó Teglatfalasar de Iyyón y Abel Bet Maaca (1R 15, 20), de Janoaj (quizá Yanuk, a diez kilómetros al este de Tiro), de Quedes, o sea, de Cades de Neftalí (Jos 12, 22; Jos 20, 7), de Hasor (1R 9, 15). Las tribus de Neftalí y de TransJordania fueron deportadas a Asiría (1Cro 5, 26; Is 8, 21-9-6). Del reino de Israel quedó solamente el tronco; a saber, el macizo central en torno a Samaría. La derrota creó el malestar interno; cierto Oseas conspiró contra Pecaj, hijo de Romelía, dándole muerte. Era el partido filoasirio el que se impuso esta vez, eligiendo a Oseas, cuya elección confirmó Teglatfalasar, según se desprende de sus palabras: "Del país de Omri (Bit Humria). transporté todos sus habitantes, y sus posesiones las entregué a Asiría. Ellos derrocaron a su rey Pecaj (Pa-qa-ha) y puse en su lugar a Oseas (A-ú-si) en el trono. Recibí de ellos diez talentos de oro, mil (7) talentos de plata como tributo, que me llevé a Asiría".

2R 15, 32-38. Jotam, en el trono de Judá

Pocos años estuvo Jotam en el trono (740-736). Durante muchos años estuvo asociado al trono con su padre, que, como se dijo, era leproso (2R 15, 1). En su administración siguió su línea; favoreció la agricultura; edificó la puerta superior de la casa de Yahvé, es decir, la puerta alta de Benjamín (Jr 22, 2). Restauró los muros del Ofel, construyó ciudades en las montañas de Judá, torres y fortalezas en los bosques para proteger la ganadería. Luchó contra los amonitas y los venció, pagándole un crecido tributo (2Cro 27, 1-5). Jotam no reaccionó ante la presión que le hacía desde el norte la liga siro-efraimita; cuando los reyes de Israel y de Damasco pensaban en sustituirlo por otro, le sorprendió la muerte.

2R 16, 1-20. Ajaz, rey de Judá

Subió al trono en momentos difíciles, reinando desde 736-716. Hemos visto (2R 15, 23-31) que, ante la negativa de uncirse al carro de los enemigos de Asiría, invadieron su territorio los reyes de Israel y de Damasco. Rasín habíale atacado por el sur; el puerto de Elat fue entregado a los edomitas. Pecaj descendió desde el norte contra Jerusalén; en el oeste los filisteos apoderábanse de algunas de sus ciudades. Prisionero en Jerusalén, creía que había llegado la agonía de su reino. Rasín y Pecaj habían designado a Tobeel para sucedería.
Ante el cariz de los acontecimientos "tembló su corazón" (de Ajaz) y el corazón del pueblo como tiemblan los árboles del monte a impulsos del viento" (Is 7, 2). Isaías, por encargo de Yahvé, confortóle, invitándole a confiar en Yahvé, prometiéndole cualquier milagro si fuera necesario (Is 7, 3-20); pero Ajaz confiaba más en el poderío de Teglatfalasar que en la ayuda de su Dios.
La conducta de Ajaz, desde el punto de vista religioso, fue pésima. Su sincretismo religioso culminó con el sacrificio de su hijo (hijos se dice en 2Cro 28, 3). Estos ritos, condenados por la Biblia (Dt 12, 31; Dt 18, 10-12) por ser propios de los paganos, penetraron en Israel (2R 23, 10; Jr 7, 31; Jr 19, 5; Ez 16, 21). No dice el texto a qué divinidad sacrificó Ajaz su hijo, pero tales holocaustos hacíanse a Moloc.
En el v.9 se dice que los israelitas fueron llevados cautivos a Quir, lugar de donde son originarios los árameos (Am 1, 5; Am 9, 7; Is 22, 6). El altar de Damasco estaba dedicado al dios Rimmón (2R 5, 18). Instalado otro igual en Jerusalén por Urías, subió el rey en él para ofrecer sacrificios (2 Gn 28, 22-23), consagrando el altar. ¿Tenía el rey derecho a ello? Tanto el gesto de Jeroboam I (1R 12, 23) como el de Ajaz son imitaciones serviles de costumbres extranjeras que el yahvismo aborrecía.
El altar que estaba ante Yahvé era de bronce y fue instalado por Salomón (1R 8, 64; 1R 9, 25). Según 2Cro 28, 24, "Ajaz reunió los utensilios de la casa de Dios y los hizo pedazos; cerró las puertas de la casa de Yahvé." El pórtico del sábado, o sea, el estrado y la entrada del rey (1Cro 9, 17; Ez 46, 12), eran señales de soberanía, cuya supresión exigía Teglatfalasar de su rey vasallo (De Vaux). Ajaz, como hemos visto, entregóse al culto de los falsos dioses, autorizando el politeísmo. De ello se lamentó repetidamente Isaías (2, 18-20; Ez 30, 22), recriminando las asheras y los cipos del sol (Is 17, 8; Is 27, 9) y el culto en los bosques y huertas (Is 1, 29).

2R 17, 1-23. Caída de Samaría y deportación

Oseas subió al trono de Israel (732-724) con la aprobación de Teglatfalasar, del que se separó por influencias de los partidarios de Egipto, con cuyo rey entró en negociaciones a través de Hannón, rey de Gaza. Nuestro texto dice que Oseas "mandó embajadores a So, rey de Egipto." Por aquel entonces ejercía su autoridad sobre el Delta Tafneth, de la XXIV dinastía, teniendo como generalísimo a Šibu, Šibe, como se le llama en los anales de Sargón. Era Sibe un turtan, es decir, un alto oficial militar y administrativo, que ocupaba el segundo lugar en el reino (Pritchard, 285). Fácilmente estos jefes del ejército arrogábanse el título de reyes, aunque estaban sometidos a la autoridad suprema del Faraón. En la primera visita que hizo Salmanasar V (727-722) a Israel no encontró nada grave contra el imperio asirio. Todo el imperio habíalo reconocido por rey; Babilonia hizo lo mismo, dándole el nombre de Ululaia. Israel le entregó el tributo anual que le debía (Is 5, 22-29).
En esta ocasión era Egipto el que pretendía apoderarse de Israel. Oseas se prestó al juego. Supo Salmanasar las veleidades del rey de Israel y las razones por las cuales negóse a enviar el tributo anual a Asiría. Salmanasar no esperó a que el complot llegase a madurar; mandó encarcelar al rey, mientras él y su ejército poníase en marcha para castigarle. Desde este momento desaparece Oseas de la faz de la historia; no sabemos en qué circunstancias fue preso ni cuándo murió. Pero no por esto el partido antiasirio doblóse ante Salmanasar. Confiando en que Tiro resistiría al cerco y esperando en la ayuda de Egipto, los enemigos de Asiría encerráronse en Samaría dispuestos a defenderse del rey Salmanasar. El año 724 empezó el cerco. Ni Tiro logró romper el sitio, ni Egipto mandó soldado alguno en ayuda de Samaría.
Entre tanto, apoyado por los sacerdotes, subió al trono el generalísimo del ejército, Sargón. Samaría seguía resistiendo al cerco asirio; pero su caída era inminente, convirtiéndose en una realidad a principios de otoño del año 722. De ahí que, mientras Sargón se vanagloria de haber expugnado la ciudad, el texto bíblico atribuye a Salmanasar la toma de la misma (2R 18, 9-10).
Sargón II aplicó a Samaría el sistema bélico de la deportación 2. En un principio se deportó al personal directivo y a los notables del reino, sacerdotes, militares, grandes terratenientes; más tarde siguieron otras deportaciones. La masa fue conducida a las regiones septentrionales del imperio asirio, Jabor, y Harán, en la provincia asiría de Guzana, Gozan (v.6); otros fueron mandados a la Media. Los habitantes fueron reemplazados por gentiles (v.24; Pritchard, 284).
Entre tanto, aprovechando la rebelión de Merodacbaladán contra Asiría (721), se formó de nuevo una liga antiasiria, a la que se unieron los israelitas que quedaron en el país, bajo la dirección de Ilubit, rey de Hamat. Sargón los atacó, consiguiendo sobre ellos una victoria aplastante, que describe en sus anales.
El texto sagrado señala que fueron varias las causas que contribuyeron a este desastre nacional. La principal de todas debe buscarse en el cisma religioso de Israel y en el culto al becerro de oro (1R 12, 26-33). Otra de las causas fue el sincretismo religioso y la erección de santuarios locales (v.7, 16). Se hace notar que esta moral se concibe desde el punto de vista deuteronómico y de los profetas (Dhorme, De Vaux).

2R 17, 24-41. Origen de los samaritanos

Según la costumbre asiría, otras gentes fueron enviadas para ocupar el lugar dejado vacío por la deportación de muchos israelitas. Debido a que el país quedó medio despoblado, multiplicáronse las fieras, que invadieron ciudades y poblados (1S 17, 34-37; 2S 23, 20). Las gentes supersticiosas lo achacaron a la falta de culto debido al Dios de la tierra (1S 26, 19; 2R 5, 17), que, enojado, los castigaba. Enterado de ello Sargón, mandó que un sacerdote de entre los deportados se trasladase a Samaría y les enseñara a servir al Dios de la tierra, restableciendo el culto a Yahvé. La deportación de gentes de Babilonia a Israel tuvo lugar una vez restablecido el orden en Babilonia después de la revuelta de Merodacbaladán II, que reinó en Babilonia aproximadamente los años 722-711.
El sacerdote enviado por el rey era probablemente de ascendencia aaronítida. Su acción religiosa debió consistir en mantener puros los ideales del yahvismo en los israelitas de condición humilde que quedaron en el país. Las gentes advenedizas no se desprendieron de sus dioses, cuyas estatuas colocaron en los lugares edificados anteriormente (1R 12, 31; 1R 13, 32). Los de Babilonia veneraron a Sucot (Sikkut, Am 5, 26), nombre babilónico del dios Saturno (Sakkut); los de Cuta, a Nergal, dios de los infiernos; los de Hamat, a Asima, quizá la paredra del dios fenicio Ashmún o del dios babilónico Ishum. Tenía este último probablemente un santuario en Betel, ya que los colonos de la Elefantina veneraban al dios Ashim-Betel. Los dioses Nibján y Tartac son desconocidos. Los de Sefarvaím practicaban sacrificios humanos en honor de su dios Adarmelec. Quizá sea éste el dios Adad-Milki. Cabe a estos cultos se concedió un lugar a Yahvé, Dios de la tierra (numen loa). Por su parte, los israelitas radicados en el país dejáronse arrastrar por el culto de los falsos dioses, sin abandonar totalmente el de Yahvé. El autor sagrado acaba el capítulo con un juicio muy severo de los samaritanos. Pero, como demuestra la historia posterior, parte de ellos contribuyeron a la reconstrucción del templo de Jerusalén (2Cro 34, 9). En la fiesta de la Pascua del año 621 celebrada en Jerusalén asistieron samaritanos (2Cro 35, 18), extendiéndose a su territorio la reforma de Josías (2R 23, 15-19). El antagonismo entre judíos y samaritanos subsistirá todavía en tiempos de Cristo (Jon 4, 9; Lc 10, 30-37).

2R 18, 1-2R 25, 30. Reyes de Juda hasta el Cautiverio de Babilonia

2R 18, 1-12. Exequias sube al trono

Un hijo de Ajaz, Ezequías (716-687), subió al trono de Judá en los días en que el reino del Norte había dejado de existir (Is 28, 1). Con el advenimiento de Ezequías vuelve Judá a revivir los hermosos tiempos de David. Hizo desaparecer los altos, rompió los cipos, derribó las asheras. Entre los objetos de culto figura el Nehushtan, palabra compuesta de nahas, serpiente, y nehosheth, bronce, o sea, la serpiente de bronce, que, según se decía, era la misma que había Moisés levantado en el desierto como profilaxis contra las mordeduras de las serpientes (Nm 21, 8-9). Su conducta religiosa fue ejemplar a pesar de haber tratado con demasiada suavidad a los enviados de Merodacbaladán (2R 20, 17-19). Adoctrinado por los profetas Isaías y Miqueas, comprendió que para salvar a Judá era necesario deshacerse poco a poco de sus compromisos con Asiría, encerrarse en la espiritualidad propia en torno a Yahvé. Entregarse en manos de Asina o de Egipto significaba renunciar a las leyes supremas sobre las que descansaba la monarquía hebraica. La caída del reino del Norte era un aviso serio. Dios estuvo con Ezequías.

2R 18, 13-16. Invasión de Senaquerib

La presencia de Asur en Samaría inspiraba recelo en Judá. Ezequías, mediante la reforma interna, fue sacudiendo el yugo de la dependencia sin romper directamente con Asiría. En tiempos de Senaquerib (705-681), hijo de Sargón, se produjo un primer choque serio contra Asiría. Merodacbaladán fue arrojado de Babilonia por Sargón el año 709, refugiándose en lugares pantanosos del golfo Pérsico. Muerto el monarca asirio, Merodacbaladán salió de su refugio y posesionóse nuevamente de Babilonia. Pero en esta ocasión buscó el apoyo de otros pueblos, presentándose sus embajadores en Jerusalén (2R 20, 12-19). Judá, gracias a los años de paz, era un reino fuerte. De los contactos con Merodacbaladán y de su política antiasiria tuvo noticias Senaquerib, quien, una vez eliminado Merodacbaladán y otros enemigos de oriente, en 701 dirigióse contra los reinos de occidente.
En Palestina, el sentimiento antiasirio habíase manifestado con la rebelión de Acarón contra Padi, que fue entregado a Ezequías. A pesar de los consejos de Isaías (Is 28, 7-22; Is 29, 1- Is 31, 9), Ezequías habíase pasado a la causa egipcia. Senaquerib apoderóse de la costa, entrando en lucha con Egipto en un lugar entre Timna y Acarón. Victorioso en el encuentro, dirigió sus tropas contra el reino de Ezequías, apoderándose de cuarenta y seis ciudades y capturando miles de prisioneros. Estando Senaquerib en Laquis, Ezequías le mandó recado pidiéndole perdón y prometiendo pagar un elevado tributo. Este texto bíblico concuerda en lo esencial con el texto de la campaña descrita en el llamado cilindro de Taylor.

2R 18, 17-37. Sitio de Jerusalén

La campaña de Senaquerib contra Palestina y Jerusalén es narrada en estos capítulos (2R 18, 13; 2R 19, 37), en 2Cro 32, 1-21 y, con sensibles diferencias, en Isaías, v.36-37. Del cerco de Jerusalén, narrado extensamente en nuestro texto, nada se dice en los anales de Senaquerib, contentándose con la indicación de que había encerrado a Ezequías en Jerusalén "como a un pájaro en su jaula." No dice el cilindro que Senaquerib se apoderara de la ciudad.
De todo el relato bíblico (2R 18, 17; 2R 19, 37) nada aparece en los documentos cuneiformes. ¿Corresponde a la misma campaña de que se habló en 2R 18, 13-16, acaecida en 701, o a otra posterior? Divídense los autores.
Dice el texto bíblico que Senaquerib residía en Laquis, población que no se cita en el cilindro de Taylor. Sin embargo, en unos bajorrelieves conservados en el Museo Británico se representa el cerco y conquista de Laquis por parte de Senaquerib con una inscripción en la que se dice que el monarca "rey del mundo, rey de Asiría, se sienta sobre su trono, mientras el botín de Laquis (Laki su) pasaba ante él" (Pritchard, 288). Al oír Ezequías que el rey asirio sitiaba aquella ciudad, apresuróse a fortificar Jerusalén (2Cro 32, 1-8), en tanto que enviaba a Senaquerib una embajada en que se reconocía su siervo y vasallo. A la embajada de Ezequías contesta Senaquerib enviando a la capital de Judá tres personajes escoltados por un piquete de soldados. Uno es llamado el tartanu, o sea, el general jefe del ejército; el segundo enviado era el rabsharis, el jefe de los eunucos, y el tercero el rabshaque, el copero real. En Is 20, 1 es llamado tartanu "el segundo después del rey," o sea, el generalísimo del ejército; del gran copero hablan Is 36, 2 y Ez 48, 20. De los tres altos funcionarios enviados, únicamente habla el copero real.
Al llegar a Jerusalén hicieron alto en el acueducto del estanque superior, en el camino del campo del Batanero. Quedaron fuera de la ciudad, que se encontraba sitiada o amenazada por inminente cerco por parte de Senaquerib. El copero llevó la voz cantante en un discurso insolente, durante el cual nunca llama rey a Ezequías. Habla en nombre del gran rey, sharru rabu, de Asiría. Egipto era la panacea de todos los coligados contra Asiría; Isaías (c.30-31) anatemiza a los partidarios de la alianza con Egipto. La reforma religiosa referente a la unidad de santuario (Dt 12, 11-14) llevada a cabo por Ezequías (v.4) es interpretada por los asirios en el sentido peyorativo de haber querido limitar el poder de Yahvé a la capital, substrayéndole las ciudades de provincia. Eliaquín rogó al copero que hablara en arameo, lengua que los jefes entendían. El arameo, que más tarde se impondrá en casi todo el Próximo Oriente como lengua hablada, era solamente conocida por los intelectuales; el pueblo hablaba el hebreo. Los asirios se servían del acádico, pero conocían el arameo. A grandes voces, el mensajero de Senaquerib habló al pueblo en hebreo (Ne 13, 24), invitándole a rebelarse contra su rey, haciéndoles ver que nadie les puede librar de manos de los asirios. Al terminar el copero su discurso, esperó la reacción del pueblo, que, conforme a la consigna que se le dio, guardó silencio absoluto. Los oficiales fueron a informar al rey.

2R 19, 1-7. En basca de Isaías

Enterado Ezequías de lo sucedido, marchó al templo de Yahvé. No lejos del mismo vivía Isaías, el cual, habiendo empezado su ministerio bajo Ocias (Is 6, 1), lo continuó bajo Jotam y Ajaz, encontrándose ahora al final de su carrera. Entre los miembros de la comisión encargada de ir al encuentro de Isaías figuraban los sacerdotes más ancianos. Existía un proverbio que decía: "Los niños llegan a la abertura del seno, pero la madre no tiene fuerza suficiente para alumbrarlos" (Sal 48, 7; Is 13, 8; Mi 4, 9), queriendo significar que la situación era trágica. La comisión ruega a Isaías pida a Dios que salve al resto fiel a sus leyes (Is 7, 3; Is 10, 20-21; 2R 21, 14). El profeta confortó al rey, animándole a resistir a los asirios. Dios castigará a Senaquerib, sugestionándolo de tal manera que, al dársele una noticia, huirá a su tierra v.36-37).

2R 19, 8-19. Segando embajada y oración de Ezequías

La delegación asiría abandonó Jerusalén y fuese a informar a Senaquerib, el cual, una vez conquistada Laquis, habíase trasladado a Libna (2R 8, 22), al noroeste de aquélla. A este desplazamiento hacia el norte había contribuido quizá la noticia de que Taraca (Tirhaqah, Taharqa, Tarku) avanzaba al frente de un gran ejército egipcio. Este generalísimo del ejército egipcio debía reinar más tarde (690-664) en el trono de Egipto, de la XXV dinastía. Su dinastía era etiópica, de donde le viene el apelativo de "rey de Etiopía," que por anticipación le da el autor sagrado. Aunque el texto bíblico no lo diga explícitamente, parece que el ejército egipcio fue rechazado por Senaquerib. Amo de nuevo de la situación, envió éste otra embajada a Ezequías, intimándole a que deponga su actitud antiasiria y se someta a las condiciones de armisticio que él le impondrá. Mejor le será entregarse que resistir, evitando que Jerusalén sea entregada al anatema, como se ha hecho con los otros pueblos conquistados (Dt 2, 34; Dt 3, 6; Jos 6, 17). De la misma manera que no pudieron resistirle los dioses de Gozan (2R 17, 6; 2R 18, 11), de Harán (Gn 11, 31), de Resef (el actual Rusafeh, entre Palmira y el Eufrates), de los hijos de Edén (Am 1, 5), tampoco lo conseguirá Yahvé.
Ezequías leyó la carta que le mandaba el rey asirio; subió luego al templo y la extendió ante Yahvé, desenrollándola (Ez 2, 9). A esta acción siguió una oración fervorosa al Dios de Israel. Senaquerib estaba equivocado al reducir el dominio de Yahvé a los estrechos límites de Judá (2R 18, 32-35).

2R 19, 20-34. Profecía de Isaías

Esta profecía se encuentra en Is 37, 21-37. En ella se condena el orgullo de Senaquerib (v.21-28); se ofrece a Ezequías una señal de la humillación de Senaquerib (v.29-31), y, finalmente, anuncia el profeta de manera clara que el asirio no entrará en Jerusalén (v.32-34). Un comentario completo de esta profecía lo encontrará el lector en el tomo consagrado a la literatura profética.

2R 19, 35-37. Derrota y huida de Senaquerib

Hemos hablado de la amenaza egipcia contra Senaquerib. En una noche produjese un acontecimiento que diezmó al ejército asirio. Habla el texto de la acción de un ángel exterminador (2S 24, 15-16; Ex 12, 23), que dio muerte a ciento ochenta y cinco mil soldados de Senaquerib. Esta cifra tan elevada no se encuentra en 2Cro 32, 21, por lo que puede creerse que se trata de una hipérbole. La derrota tuvo lugar cerca de la frontera de Egipto, en Pelusio, coincidiendo quizá con lo que dice Heródoto, quien, a su vez, afirma haberlo oído a los egipcios y sacerdotes. Cuando Senaquerib (Sanacharibos), rey de los árabes y de los egipcios, condujo su ejército a Egipto, el sacerdote Sheton, que entró en el templo de Efaistos (dios de Ptah, de Memfis) para quejarse de sus males, recibió en sueños el mensaje divino que le ordenaba marchara confiadamente contra el enemigo porque el dios le dará aliados. Habiendo llegado a Pelusio con escasas tropas, aconteció que, "durante la noche, una manada de ratones cayó sobre el campamento asirio, devorando las aljabas, los arcos, correas de los escudos, de suerte que al día siguiente los enemigos encontráronse sin armas, pereciendo la mayoría en su huida." Este hecho, añade Heródoto, se recuerda en una escultura del templo de Efaistos, que tiene en la mano un ratón, con la inscripción: "Quien me tenga sea religioso." En esta relación se vislumbran armonías con el texto masorético. Difieren ambos textos en la interpretación del hecho, pues, mientras la Biblia relaciona la derrota con la intervención directa del ángel de Dios, en el relato egipcio se atribuye la hecatombe a los ratones, portadores de una epidemia (1S 5, 9-12; 1S 6, 11-18). Hay en la narración de Heródoto un eco de la epidemia desencadenada en el campamento asirio. A los primeros síntomas de la misma, el rey asirio levantó el campamento y marchó, ante el temor de perder su ejército en tierra extranjera.
Senaquerib asoció al trono a su hijo Asarhaddón, que le dio su esposa Nadía. Llevaron a mal este trato de favor sus demás hijos, por lo cual dos de ellos, Adramelec (Arad-Belit) y Sarasar, conspiraron contra su padre, matándole el año 681 antes de Cristo. Asaradón (Esd 4, 2-3) reinó en su lugar los años 681-669.

2R 20, 1-19. Enfermedad de Exequias

Con una indicación cronológica vaga introduce el autor sagrado el relato de la enfermedad y curación de Ezequías, que, con algunas variantes, aparece en Is 38, 1-8. Dos noticias (v.6 y 12) dan a entender que la escena se desarrolló antes de la invasión de Senaquerib. El rey curará en el plazo de tres días, sobreviviendo otros quince años. Por indicación del profeta Isaías le aplican sobre la úlcera una cataplasma. Entre los orientales se empleaban los emplastes de higo para curar úlceras e inflamaciones. Como puede observar el lector, el v.7 está desplazado de su contexto, debiendo colocarse después del v.11. No siendo instantánea la curación, pide Ezequías una confirmación de la promesa que se le hace. Accede Isaías a dársela, preguntando al rey lo que prefería, o que avanzara diez grados la sombra o que retrocediera otros tantos. Había en el palacio un reloj solar, llamado cuadrante de Ajaz por haberlo colocado allí él. Para Isaías era indiferente hacer avanzar o retroceder la sombra que señalaba las horas. Al rey, en cambio, le parecía más fácil que, a medida que avanza el día, lo haga también la sombra; lo difícil para él era hacerla retroceder. Por el contexto no aparece del todo claro si se trata de un cuadrante solar o de una escalera que construyó Ajaz. Los maaloth pueden significar, o bien los peldaños o gradas de una escalera, o los grados marcados sobre un cuadrante. Anota Garofalo que el milagro no debe entenderse en el sentido de que las leyes físicas se suspendieran con una inversión del movimiento de rotación de la tierra, sino en el sentido de una refracción de los rayos solares.
Hemos mencionado más arriba la visita de los enviados de Merodacbaladán a Ezequías en tiempos de su enfermedad. Merodacbaladán pretendía ocupar el trono de Babilonia, en donde reinó los años 721-710, y el 703, en que fue vencido definitivamente por Senaquerib. Esta embajada pudo tener lugar en esta segunda etapa de su reinado. No podía Ezequías sospechar que cien años más tarde el rey de Babilonia conduciría a Judá al cautiverio y se apoderaría de todos los tesoros del palacio real y del templo (2R 25, 1-21). Reconoce Ezequías que la sentencia divina era buena, alegrándose una vez más de la misericordia de Dios para con él al diferir el castigo hasta muchos años después de su muerte. Maravillosa profecía, tanto por haberse pronunciado con muchos años de anticipación como por haber predicho el hundimiento de un imperio que dominaba en todo el Próximo Oriente.

2R 20, 20-21. El acueducto de Exequias

Pensó Ezequías en construir un canal que llevara las aguas de Ain-Sitti-Mariam a través de la colina del Ofel hasta la piscina de Siloé (2Cro 32, 30; Ez 43, 17). La obra se hizo famosa en la antigüedad; la ciudad de Jerusalén disponía de agua en su recinto en caso de cerco. El canal fue descubierto en 1838 por Robinson. Más tarde, en 1880, un alumno de la Escuela Industrial comunicó al arquitecto C. Schick el hallazgo de una inscripción en la pared oriental de la galería. Consta de seis líneas, en las que los mineros celebran en lengua hebrea y caracteres paleohebraicos el momento en que las aguas de la fuente fluyeron a través del canal hasta la piscina de Siloé.
En tiempos de Ezequías se incrementaron los conatos de cultura, recogiéndose los proverbios de Salomón (Pr 25, 1). En Is 38, 10-20 se reproduce un himno que parece haber compuesto el mismo rey. También favoreció la música en el templo (2Cro 29, 30). En vida suya ejerció parte de su ministerio el profeta Isaías, que fue para él un válido consejero.

2R 21, 1-18. Manases, rey de Judo

Manases (687-642) sucedió a su padre Ezequías. Mientras el texto bíblico afirma del padre que no hubo otro semejante a él por su piedad y celo religioso (2R 18, 5), de Manases podría decir que superó a todos por su maldad (Jr 15, 4), si exceptuamos al impío Ajaz (v.3). En 2Cro 33, 11-17 se refieren su conversión y buenas obras después de su cautiverio, de todo lo cual nada dice el libro de los Reyes.
Desconocemos los factores que contribuyeron al desviamiento religioso de Manases. Entregóse al culto pagano (2R 16, 3), reparó los altos que había derribado su padre (2R 18,4), levantó altares a Baal y una ashera, como hizo Ajab (1R 16, 32-33), adorando a los astros (2R 17, 16; Dt 4, 10; Dt 17, 3). Adoró al Shamas (Ez 8, 16), a la diosa Sin (luna; Jr 8, 2) y a la reina de los cielos, Ishtar (Jr 7, 18; Jr 44, 17). A estas divinidades construyó altares en el templo de Yahvé; a las divinidades astrales honró con altares en los atrios del templo (1R 7, 8); favoreció a los adivinos y hechiceros y entregóse a la superstición, leyendo el porvenir en el curso de las nubes (Lv 26; Dt 18, 10-14) o por artes de encantamiento. Sacrificó a Moloc su hijo (2R 16, 3; 2R 23, 10). Puso en el templo la estatua de la diosa cananea Ashera, paredra de Baal (2R 23, 4-7; 1R 18, 19). Quizá la reforma de Ezequías, llevada a rajatabla, había soliviantado al pueblo, ya acostumbrado a un régimen de tolerancia religiosa. La reacción de Manases puede obedecer a este descontento, y más probablemente al influjo de Asiría, cuyo favor quiso ganarse el rey de Judá rindiendo culto a los astros.
El pueblo de Judá, desorientado por Manases, practicó un sincretismo religioso que tendrá graves repercusiones en el porvenir. Los profetas, en general, sin especificar su nombre, son los voceros de Yahvé encargados de anunciar a Judá su castigo. Ni los amorreos, considerados como los primeros habitantes de Palestina (1R 21, 26), se portaron tan mal como Manases. Por lo mismo, como a Samaría, también a Judá le espera el exilio. Este anuncio es duro y hace reteñir los oídos (1S 3, 11; Jr 19, 3), pero es justo. La cuerda y la plomada juegan su papel en la construcción de una casa (Is 34, 11; Am 7, 7); el mismo cuidado que se pone en levantar un edificio se tendrá para que la demolición de Jerusalén sea total. Judá es el resto de la heredad de Yahvé, que, al igual que el reino del Norte, será arrojado fuera de su presencia.
Fue, además, Manases un rey cruel, que derramó mucha sangre inocente. Quizá sus víctimas procedían preferentemente de los círculos sacerdotales y profetices, por haberse opuesto ellos a la idolatría y profanación del templo. Según una tradición judía (Talmud, Sanhedrian, 103, 2), Isaías murió asesinado por orden de Manases, quien mandó que el cuerpo del profeta fuera aserrado en trozos (Hb 11, 37). Al morir fue sepultado en el jardín de Uza, o de Ocias. Después de Ezequías, ningún otro rey fue sepultado en la necrópolis real, acaso por estar el cementerio completo. En 2Cro 33, 11ss se refiere que los jefes del ejército asirio apresaron a Manases, que, cargado de grillos y cadenas, fue llevado a Babilonia. Las fuentes asirías no recuerdan este hecho, que pudo producirse en tiempos de la rebelión del rey de Babilonia Shamas-sumukin (c.648), que capitaneaba una liga antiasiria que abarcaba desde Elam hasta Etiopía. Quizá en su tiempo se produjo la ruptura definitiva entre Asiría y Egipto.
La muerte de Senaquerib, acompañada de la noticia de la guerra civil en Asiría, hizo concebir grandes esperanzas a los pueblos oprimidos. Pero Asaradón (Asarhaddon; 681-669) cortó pronto la oposición, empleando métodos brutales. En su viaje hacia occidente destruyó la ciudad de Sidón, construyendo otro pueblo con cananeos deportados.
El año 671, Asaradón atravesó Siria, puso sitio a Tiro y, por la costa mediterránea, se dirigió hacia Egipto al encuentro del ejército de Taraca (2R 19, 9), al que venció. Impuso a Egipto un tributo anual. De regreso llevóse cautivos a la mujer del faraón, sus hijos e hijas, que hizo trasladar a Nínive junto con un botín considerable. La caña quebrada de Egipto (Is 36, 6) había capitulado ante el monarca asirio. De vuelta de Egipto atravesó Palestina y Siria, dejando esculpido su retrato en las márgenes de Nahr el-Kelb, y dos estelas, una en Zengirli y otra en Tell Ahmar. Pudo Manases caer prisionero de Asaradón durante su viaje de regreso, uniéndosele a la caravana de cautivos egipcios.

2R 21, 19-26. Amon, en el trono

A diferencia de su padre, pocos años reinó Amón sobre Judá (642-640). En el aspecto religioso siguió el proceder de su padre. Sus mismos servidores conspiraron contra él, matándole. El partido yahvista, constituido en su mayor parte por gente de provincias, castigó a los asesinos, colocando en el trono a Josías, hijo de Amón. Como su padre, fue sepultado en el mausoleo que estaba en el jardín de Uza.

2R 22, 1-7. Advenimiento de Josías

La política religiosa de Judá da un gran viraje con el nuevo monarca, que reinó durante los años 640-609. Su madre llamábase Jedida, querida, hija de Adaya, de Boscat, localidad de la Sefela, cerca de Laquis (Jos 15, 39). Puede ser que ella influyese decididamente en la formación religiosa del nuevo monarca. El mejor elogio que podía hacerse de él en este sentido era compararlo al rey David, caminando por el sendero recto, sin declinar ni a la derecha ni a la izquierda (Dt 5, 32; Dt 17, 11; Jos 23, 6). El año 622 inició la restauración del templo de Jerusalén, ya purificado con anterioridad de todos los objetos de culto pagano introducidos por Manases y Amón (2Cro 34, 3). A Safan le confió la administración del dinero recaudado para las obras. En 2Cro 34, 8, Safan se ve asistido por el gobernador de la ciudad y por el cronista o archivero.

2R 22, 8-13. Hallazgo del libro de la Ley

En una de las veces en que Safan y Helcías convinieron en el templo para retirar las limosnas del cepillo, el sumo sacerdote comunicó al secretario real una noticia de gran trascendencia: "He encontrado en el templo el libro de la Ley." ¿En qué lugar lo encontró? ¿En qué circunstancia? ¿Qué se entiende por "libro de la Ley"? ¿Cuál era su contenido? ¿Encontróse todo el Pentateuco o el código de la alianza (Lv 17, 1-Lv 26, 46), todo el Deuteronomio o parte del mismo? El laconismo del relato bíblico da pie a la formulación de todas estas preguntas, para concluir que parte de las mismas no admiten respuesta satisfactoria y definitiva.
No fueron los obreros (Naville), sino el sumo sacerdote el que, revolviendo quizá en un cuarto o departamento donde habíanse arrinconado diversos objetos de culto, topó con el rollo de la Ley.
En cuanto a la naturaleza del rollo encontrado discrepan los autores. Unos pocos lo entienden de todo el Pentateuco (?ea). La doble lectura del rollo en un solo día sugiere que se trataba de un trozo literario reducido. Unos (Fríes) lo limitan al c.34 del Deuteronomio; otros (Van Hoonacker) al código de santidad (Lv 17, 1-Lv 26, 34). Los más sostienen que Helcías encontró el Deuteronomio, todo (Ricciotti, Vaccari, Landersdorfer) o la parte legislativa del mismo (De Vaux, Dhorme, Clamer). Esta última parece ser la sentencia más probable, ya que en 2R 23, 2-21 y 2Cro 34, 30 se habla del libro de la alianza (Ex 24, 7). Este hallazgo sirvió de base para que emprendiera el rey su reforma famosa, en la que predominan las prescripciones contenidas en el Deuteronomio c. 12-26.
Las características de la reforma de Josías corresponden al contenido del Deuteronomio: i) Monoteísmo absoluto, con anulación de los cultos de la gentilidad, especialmente astrales (Dt 4, 19; Dt 17, 3; 2R 23, 4-5). 2) Extirpación de la prostitución sagrada (Dt 23, 18-19; 2R 23, 7). 3) Condenación de la magia (Dt 18, 9-14; 2R 23, 24). 4) Unidad de santuario (Dt 12, 5; Dt 11, 21; 2R 23, 8-27). 5) Como aconseja Dt 13, 3-4; t 19-91; Dt 30, 6-10-20, Josías renueva la alianza y la observancia de la Ley "con todo su corazón y toda su alma" (2R 23, 3; Mediebelle).

2R 22, 14-20. El oráculo de Jolda

Eran raras en Israel las mujeres dotadas del carisma profético. María, hermana de Moisés, y Débora son llamadas profetisas en sentido amplio (Ex 15, 20; Jc 4, 4). Se da también el nombre de profetisa a la mujer de un profeta (Is 8, 3), pero en nuestro texto se trata de una vidente en sentido estricto. Llama la atención que se consulte a esta mujer y no a Jeremías y Sofonías, que habían empezado su ministerio antes de la reforma de Josías. Acaso fue por temor a que tales profetas confirmaran las amenazas que se hallan en sus respectivos libros, o porque Jolda habitaba cerca o gozaba de mucha popularidad. Su marido llamábase Salum, hijo de Tecua, hijo de Jarjam, sastre de la corte y posiblemente del templo. A las palabras de los enviados responde la profetisa diciendo que los males de que habla el libro vendrán sobre Jerusalén y sus habitantes en castigo de su pecado de idolatría. Josías bajará en paz al sepulcro de sus padres, no viendo sus ojos los castigos que mandará Dios contra su pueblo.

2R 23, 1-3. Josías renueva la alianza

Con el fin de conjurar la amenaza que pesaba sobre su pueblo, reunió Josías junto a sí a todos los ancianos de Judá y de Jerusalén (1S 30, 26; 2S 19, 12). Juntó después a todos los habitantes de la capital y a muchos de provincias, a los que leyó el libro de la alianza (Dt 5, 3; Dt 28, 69). Nuestro texto menciona a los profetas, de que no se habla en el lugar paralelo de 2Cro 34, 30, que cita a los levitas. Durante la lectura estaba el rey de pie junto a una columna, de las dos que se levantaban delante del templo (2R 11, 14; 1R 7, 15-22). Una vez terminada la lectura del libro, renovó la alianza (karat haberith, Ex 24, 8) en nombre propio y de todo el pueblo.

2R 23, 4-14. Medidas de reforma en Jerusalén

La obra de la purificación del templo fue confiada al sumo sacerdote Helcías, al que le seguía en dignidad, y a los custodios de las puertas (2R 12, 10; 2R 22, 4; 2R 25, 18). Fueron sacados del templo todos los enseres que habían servido para el culto de los ídolos, quemándolos en el torrente Cedrón y llevando a Betel sus cenizas. Ignoramos el porqué de esta última medida; el santuario de Betel será también destruido. Expulsó a los ministros (kemarim, Os 10, 5; So 1, 4) de los ídolos y a los que rendían culto a las divinidades astrales (Dt 17, 3). Las mazzaloth, habitaciones (del babilonio mazzalat), son la morada de los dioses, designando especialmente los signos del Zodíaco. La Ashera, que representaba a la diosa Astarté (Dt 16, 21), fue reducida a cenizas, que se arrojaron en la fosa común (Jr 26, 23) del cementerio de "los hijos del pueblo,"
Las habitaciones que ocupaban los mancebos que se prostituían (Dt 23, 18-19; 1R 14, 24; quedeshim) fueron derribadas.
Siendo la unidad del santuario una ley fundamental deuteronómica (c.12), obligóse a todos los sacerdotes (kohanim) de Yahvé que estaban al servicio de los santuarios edificados 1R 15, 22) y de Bersabé (1R 19, 3) señala el autor los límites norte y sur de Judá. Entre los santuarios demolidos figura el de las puertas (Shearim), que algunos exegetas cambian en "santuario de los machos cabríos" (se irim), llamado así por estar la divinidad representada bajo la forma de estos animales (Lv 17, 7; 2Cro 11, 15). No sabemos quién era el Josué de que habla el texto ni dónde se levantaba este santuario. Pudo levantarse junto a una de las puertas del oriente y parte meridional de la ciudad donde ejercían su poder los sátiros (Is 13, 21; Is 34, 14). En contra de Dt 18, 6-8, a los sacerdotes de los lugares altos, sus colegas de Jerusalén no les autorizaron el ejercicio de sus funciones sacerdotales en el templo, permitiéndoles solamente comer los panes ácimos en la fiesta de Pascua (Ex 12, 15; Dt 16, 3-4). Parece que se les permitió comer de la carne de los sacrificios reservada a los sacerdotes (Lv 6, 9; Lv 10, 12). El quemadero (Tofet), en el valle de Hinnón, donde se sacrificaban los niños (Jr 7, 31-32; Jr 19, 6-11; 2R 16, 3; 2R 21, 6), fue profanado. El dios al que se sacrificaban es llamado Moloc (Lv 18, 21) en todas las versiones, mientras que en el texto masorético recibe las vocales de boshet, ignominia. Entre los cananeos y fenicios era llamado Milk. El valle de Hinnón corre al este y sur de Jerusalén, juntándose con el Cedrón cerca de la fuente de En-Roguel. Es Hinnón el prototipo de la Gehenna. Acabó también Josías con el culto solar, aludiendo a los carros y caballos del sol, que se utilizaban en las fiestas y procesiones en honor del dios Sol. Los reyes de Judá guardaban en establos especiales estos caballos y carros, de los que cuidaba Natánmelec. Para estos cultos astrales había levantado Ajaz altares sobre las terrazas (2R 19, 13). Los santuarios en honor de los falsos dioses levantados por Salomón en torno a Jerusalén (1R 11, 5-7.33) fueron derribados. Todas las estatuas y asheras fueron quemadas, esparciendo huesos humanos por encima del lugar que ocuparon, con lo cual se profanaba de manera definitiva aquellos lugares (Nm 19, 11ss). El elenco de ídolos, santuarios, altares y objetos de culto dan una idea de la situación religiosa a que había descendido el reino de Judá. La acción de Ezequías fue parcial (2R 18, 4).

2R 23, 15-20. Desaparecen los santuarios provinciales

El santuario de Betel (1R 12, 32-33) desapareció, siendo reducido a cenizas. Esta incursión a Betel prueba que era débil la influencia asiría sobre la parte meridional del reino de Israel. De regreso vio Josías unos sepulcros; mandó sacar de ellos huesos humanos, que quemó sobre el altar, profanándolo (1R 12, 33 - 1R 13, 32)-Respetó, en cambio, los huesos de los dos profetas de que habla el texto mencionado,

2R 23, 21-23. Celebración de la pascua

Con grandes fiestas y regocijos celebróse la pascua (2Cro 35, 1-17). Todo Judá tomó parte en la fiesta de Jerusalén, lo que no había acontecido desde tiempos antiquísimos (Jos 5, 10). Hasta entonces celebrábase la pascua en la intimidad de las familias, conforme a Ex 12, 7; pero en esta ocasión se cumple el texto de Dt 16, 5-6, según el cual "sólo en el lugar que Yahvé, tu Dios, elija sacrificarás la pascua."

2R 23, 24-28. Elogios a Josías

Acabó Josías con los evocadores de espíritus y adivinos que protegía Manases (2R 21, 6), y que la Ley reprueba (Dt 18, 11). Los terafim, o dioses lares (Gn 31, 19; Gn 34, 1-Gn 35, 29), los ídolos y las abominaciones fueron extirpados de todo el territorio de Judá.

2R 23, 29-30. Muerte de Josías

En julio del año 612, Nínive fue conquistada por asalto; sus habitantes, pasados a filo de espada, y "la ciudad, reducida a un montón de ruinas," como dice la crónica de Gadd. Su último rey, As-suruballit (611-609), reinó en Harrán, esperando la ayuda de su aliado, Egipto. El año 610, Umman-Manda, al mando de escitas y babilonios, barrió esta sombra de poderío. El ejército egipcio, acaudillado por Necao II (609-594), llega con retraso en ayuda del rey asirio, tratando de recuperar Harrán. La tardanza en llegar debióse a que a su paso por Palestina salióle al encuentro Josías con la intención de cerrarle el paso, presentándole batalla. Ignoramos el porqué Josías se opuso al ejército egipcio, cuando anteriormente autorizó el de Psamético. Necao marchaba hacia el Eufrates para enfrentarse contra Nabopolasar, rey de Babilonia. Quizá por esto le salió al paso Josías, tratando de congraciarse con el nuevo imperio triunfante de Babilonia. Atravesando Josías todo el territorio de Samaría aprovechando la debilidad y decadencia de Asiría, llegó a Megiddo, en donde esperó a Necao, al que atacó. Al poco de empezar el combate, Josías cayó herido por una flecha disparada por arqueros egipcios. Necao II siguió su marcha hacia el Eufrates, en cuyas orillas se desarrolló la famosa batalla de Karkemish. La muerte de Josías apagó en labios de Judá los cantos de alegría por la caída de Nínive (Na 1, 2-3, 13).

2R 23, 31-37. Joacaz y Joaquín, reyes de Judá

El pueblo lloró la muerte ignominiosa de su rey (Jr 22, 10) en manos de Necao. El mismo Jeremías dedicó una endecha a la derrota de los egipcios en Karkemish (Jr 46, 1-28). De estos lamentos quedan vestigios en la literatura apocalíptica, que habla del día "de Armageddón." A la muerte de Josías subió al trono su segundo hijo, Joacaz (609), llamado también Salum (Jr 22, 11). De regreso Necao II del Eufrates detúvose en Ribla, en tierras de Hamat, por considerar a Siria y Palestina como herencia recibida de Asiría. Joacaz fue llamado por Necao II a Ribla, desde donde, después de cargarlo de cadenas, fue enviado prisionero a Egipto, donde murió al poco tiempo. Al país impuso un tributo de cien talentos de plata y uno de oro (2R 15, 19-20; 2R 18, 14-15; 1R 9, 14). Fue tan corto su reinado, que Jeremías ni siquiera lo menciona (Jr 1, 1). La muerte violenta de Josías desencadenó una reacción antiyahvista por no haber salvado Yahvé al piadoso monarca y autor de la reforma que lleva su nombre. ¿Para qué confiar en Yahvé, argumentaba el pueblo, si abandona incluso a sus mejores servidores? El movimiento fue capitaneado por el rey y el elemento oficial.
En lugar de Joacaz nombró Necao II a Eliaquim, al que, en señal de sujeción al monarca egipcio, le cambió el nombre en Joaquim (609-593). No es fácil determinar el porqué impuso Necao al rey de Judá un nombre en cuya composición entra el de Yahvé. ¿Fue acaso para congraciarse con el partido yahvista? Entre ambos monarcas existieron relaciones amistosas. Joaquim pagó la contribución que impuso Necao, para lo cual gravó al país, principalmente a los campesinos (Jr 22, 13-19), con muchos impuestos. Por su parte, Necao correspondió a la lealtad de su vasallo dándole pruebas de buena voluntad; a una indicación de Joaquim entregó Necio II al profeta Uría, que se había refugiado en Egipto (Jr 26, 22).
La conducta religiosa de Joaquim es enjuiciada severamente por el autor sagrado, pudiéndose contar en el número de los últimos reyes de Judá que prepararon la hecatombe final (2R 24, 3-9).

2R 24, 1-7. Campaña de Nabucodonosor

Necao II habíase establecido en el norte de Siria, en Ribla, convirtiendo a Karkemish, en la orilla occidental del Eufrates, en baluarte de sus posesiones avanzadas en Asia. A la llegada de las tropas de Nabucodonosor huyó el ejército egipcio hacia el sur, en tanto que oponía una leve resistencia, cubriendo su retirada con ligeras escaramuzas. Las tropas babilónicas atravesaron victoriosas Siria y Palestina. Nabucodonosor llegó a las fronteras de Egipto, dispuesto a entrar en él, cuando recibió la noticia de la muerte de su padre (605 a.C.). Acompañado por soldados escogidos, y a través del desierto, marchó precipitadamente a Babilonia para ceñir la corona del imperio. Su rápido paso por tierras de Siria y Palestina, camino de Egipto, no le había permitido ajustar las cuentas con sus soberanos. De ahí que, especulando ellos con el regreso del rey a Babilonia e interpretando su retirada como señal de debilidad, mostráronse remisos en pagar los tributos que se les impusieron. Por otra parte, en Judá iba engrosando cada día el partido de los que eran favorables a reanudar las conversaciones con Egipto con el fin de crear una coalición antibabilónica. Contra este movimiento pronuncióse repetidamente el profeta Jeremías, recomendando humilde sumisión al rey de Babilonia, por ser ésta la voluntad de Yahvé (Jr 25, 1-13; Jr 27, 1-22; Jr 29, 10). Esta actitud antiegipcia acarreó al profeta la enemistad del partido filoegipcio, que trató incluso de eliminarlo (Jr 26, 1-24). De estas intrigas y tratativas con Egipto tuvo noticia Nabucodonosor, el cual visitó de nuevo Palestina, probablemente el año 602, para imponer su dominio efectivo. En castigo de sus intrigas y contactos con Egipto, Nabucodonosor dirigióse a Jerusalén, en donde entró sin encontrar resistencia. El rey Joaquim fue cargado de cadenas, recobrando su libertad solamente al comprometerse con promesa formal a cumplir todas las obligaciones de vasallaje que le imponía el rey de Babilonia. Muchos nobles del país, entre los cuales contábase Daniel, fueron deportados a Babilonia en calidad de rehenes.
El rey Joaquim, alentado por el partido filoegipcio, no cumplió las condiciones que se le habían impuesto. De ello tuvo noticia Nabucodonosor, quien, para castigarle, mandó contra él las tropas mercenarias acampadas en Siria y las bandas guerreras de los pueblos de los alrededores, aliados de Babilonia. Su acción fue catastrófica: aldeas enteras fueron arrasadas y saqueadas, asolada la campiña y reducido el país a una situación lamentable (Jr 12, 7-17; v.48-49). Permitió Dios que así sucediera para castigar el pecado de su pueblo, tal como habían predicho los profetas (2R 17, 23; 2R 21, 10). Todos los territorios de Siria y Palestina que habían pertenecido a Egipto, "desde el torrente de Egipto hasta el Éufrates," pasaron a depender del rey de Babilonia. Joaquim murió en circunstancias misteriosas, que, a juzgar por sus consecuencias, fueron trágicas. De él profetizó Jeremías: "Sepultura de asno será la tuya, agarrado y tirado lejos de las puertas de Jerusalén" (2R 22, 19); "su cadáver será arrojado al calor del día y al frío de la noche" (Jr 36, 30).

2R 24, 8-17. Deportación a Babilonia

Del rey Joaquín (598) dice el texto que "hizo el mal a los ojos de Yahvé, enteramente como lo había hecho su padre." Semejante proceder iba a desencadenar las iras de Dios contra su pueblo infiel. La conducta de Joaquim, siempre recalcitrante en cumplir las cláusulas que le impuso el rey de Babilonia, exasperaron a éste, que se presentó en Palestina con un gran ejército. Pero el culpable había muerto y ocupaba su puesto Joaquín, llamado también Jeconías (Jr 28, 4) y Yekonyahu (Jr 24, 1). Su nombre figura en las cartas de Laquis. El nuevo monarca era débil, tanto que incluso Jeremías habla despectivamente de él (Jr 22, 24-30). Al poco tiempo de subir al trono, las tropas de Nabucodonosor sitiaron la ciudad de Jerusalén. A los tres meses de cerco abrió el rey las puertas de la ciudad y se entregó al monarca babilónico. Este entró en el templo, que saqueó. Llevó presos al rey, a toda la casa real, a los notables (sarim), a los obreros especializados, artesanos, no dejando en el país más que la gente pobre de bienes y de espíritu. Tocaba a su fin el año 598. Al llegar a Babilonia, Joaquín, su familia y nobles fueron encerrados en un castillo. A la muerte de Nabucodonosor fue admitido Joaquín en la corte como comensal del rey (2R 25, 27).

2R 24, 18-20. Sedécias, rey de Judá

Llamábase el rey Matanías, pero el monarca babilónico le impuso el nombre de Sedéelas (2R 23, 34). Reinó desde 598 hasta 587. Era hermano de Joacaz y tío de Joaquín. Toda esta perícopa (2R 4, 18-2R 25, 21) se encuentra en Jr 52, 1-27. No era Sedéelas de malos sentimientos, pero fue débil y de pocos alcances. Quizá le faltaron buenos consejeros; únicamente de noche podía entrevistarse con Jeremías, que siente compasión por él. Ezequiel describe de manera tétrica las condiciones políticas y religiosas de este tiempo. Los sacerdotes violaban la ley, los profetas vaticinaban cosas vanas, los príncipes "son leones rapaces," igual que los ministros del rey (Ez 22, 23-31). La idolatría habíase adueñado de Jerusalén; se adoraba al dios del cielo (Ez 8,3), al sol (2R 8, 16), a los animales (2R 8, 10). Las mujeres lloraban al dios Tammuz (2R 8, 14). Los verdaderos profetas eran objeto de mofa (2R 12, 21), mientras triunfaban los falsos. En el pueblo existían diversas tendencias políticas, que torpedeaban toda unidad de acción. En tales circunstancias, la prudencia aconsejaba que el reino de Judá se amoldara al régimen de vida que le imponía Babilonia y no intentara rebelarse contra su dueño. La experiencia demostraba que Egipto no tenía poder suficiente para enfrentarse con Babilonia. Por lo mismo, querer sacudir el yugo en estas condiciones equivalía a un suicidio colectivo.

2R 25, 1-7. Sitio de Jerusalén

Nabucodonosor quiso acabar con las veleidades de Judá cortando definitivamente sus contactos con Egipto. Al aparecer el rey Psamético en Palestina el año 590, algunos judíos enroláronse en su ejército. Los falsos profetas anunciaban el ocaso de Babilonia y el encumbramiento de Egipto (Jr 27, 29); Sedecías, a pesar de haber jurado fidelidad a Nabucodonosor, dejóse arrastrar por la corriente filoegipcia. Ofra, el sucesor de Psamético, inició las hostilidades. Pero Nabucodonosor le salió al encuentro en Ribla, dividiendo su ejército en dos cuerpos: uno en dirección a Tiro, y otro, que capitaneaba el mismo monarca, apuntando hacia Judá (Ez 21, 24-55). A su paso, las ciudades de Judá cayeron en su poder, menos Laquis, Azeca y Jerusalén (Jr 34, 7). En las cartas de Laquis, de que hemos hablado, se reflejan los estertores de estas ciudades, resto del que fue reino de Judá. A principios del año 588, las tropas de Nabucodonosor presentáronse ante Jerusalén, estrechándola con el cerco. Sedecías llamó en su auxilio al ejército egipcio. No se hizo sordo Ofra a estos gritos de socorro, mandando su ejército a Palestina y comenzando por invadir la Sefela (Jr 21, 1ss; Ez 30, 20). Temiendo Nabucodonosor ser apresado entre dos fuegos, levantó el cerco de Jerusalén para cortar el avance egipcio. Aquel contratiempo del rey de Babilonia envalentonó a los del partido filoegipcio, de Jerusalén, que encarcelaron a Jeremías, culpándole de traidor y derrotista (Jr 37, 1-21). Sedecías fue a consultarle secretamente el futuro de la ciudad, a lo que respondió el profeta: "Volverán los caldeos a combatir esta ciudad, Y la tomarán y la incendiarán" (Jr 37, 7). En efecto, los egipcios huyeron ante las tropas de Nabucodonosor (Ez 30, 20-55), que volvieron a reunirse en torno a Jerusalén. El hambre comenzó a hacer su aparición en la ciudad. ? los dieciocho meses de sitio abrióse una brecha en el muro septentrional, por donde los soldados de Babilonia penetraron en el interior. Sedéelas huyó de noche por la puerta que había en el muro del sudeste del Ofel, tomando el camino de Araba hacia el valle del Jordán (Jr 52, 7; Jr 39, 2-4; Dt 1, 1-7). Los soldados sitiadores alcanzaron a los fugitivos en las estepas de Jericó (Jos 4, 13). A Sedecías condujéronle cautivo a Ribla (2R 23, 33), en donde, después de haber presenciado el asesinato de sus hijos, el mismo Nabucodonosor, en castigo de sus traiciones, le arrancó los ojos (Jr 39, 6-7; Jr 52, 10-11). Después, cargado de cadenas de bronce, mandó Nabucodonosor que fuera llevado a Babilonia a fin de que muriera en un rincón de alguna cárcel de la capital. Era el mes de agosto del año 587.

2R 25, 8-17. Saqueo de Jerusalén

Nebuzardán fue el encargado de saquear metódicamente la ciudad. Emoezó por prender fuego al templo y principales edificios. Los soldados abrieron diversas brechas en las murallas de la ciudad, que en gran parte permanecieron en pie (Ne 6, 15). Todos los habitantes, exceptuando a algunos agricultores y viñadores, fueron llevados cautivos a Babilonia. Todo lo que quedó en pie en el templo después del incendio fue destruido y demolido; las columnas de bronce (Jr 27, 19; 1R 1, 7.15-22), las basas (1R 7, 27-39) y el mar de bronce (1R 7, 23-26) corrieron esta suerte. Todos los utensilios de valor fueron requisados y llevados a Babilonia. De los objetos de oro y plata se hizo cargo Nebuzardán (Jr 52, 15-24).

2R 25, 18-21. Castigo de los culpables

Judá fue llevado cautivo lejos de su tierra. En Palestina quedaba solamente "un resto" (Jr 40, 11), un reducido número (Jr 42, 2). Judá parecía un desierto (Jr 44, 22; Ez 33, 28); por todas partes veíanse ruinas (Jr 45, 4). Dios había castigado con la humillación del destierro la infidelidad de su pueblo.

2R 25, 22-26. Godolías, prefecto

Al frente de los pocos que habían quedado en Judá puso Nabucodonosor a Godolías por prefecto. Este nombre figura en un sello encontrado en Tell el-Duweir, como perteneciente al maestro de palacio en tiempos de Sedecías, cargo que pudo ejercer Godolías 1. Era éste un hombre bueno, prudente, amigo de Jeremías, generoso, que acogía a todos amablemente, dándoles saludables consejos. Estableció su residencia en Misfa (v.24), con Jeremías por consejero (Jr 39, 11-15; Jr 40, 1-6). Cierto Ismael, de estirpe real, sobornado por los amonitas, asesinó al prefecto y a todos los caldeos que estaban con él. Jeremías relata largamente este lamentable episodio (Jr 40, 14 - Jr 41, 16). Por temor a represalias, el pueblo emigró a Egipto (Jr 42, 17-18), arrastrando por la fuerza al profeta Jeremías (Jr 42, 1-43). De esta manera desaparecía de Palestina aun el resto que había dejado Nabucodonosor.

2R 25, 27-30. Joaquín, fuera de la prisión

Estos versos se encuentran en Jr 52, 31-34. Quiso Nabucodonosor vengar la muerte de Godolías enviando a Palestina un contingente militar que devastara el país y deportara a los que allí quedasen (Jr 52, 30). Para reemplazarlos no se mandaron colonos de Babilonia; el país permaneció mucho tiempo abandonado, desierto, penetrando poco a poco en él los pueblos circunvecinos de los amonitas, árabes y edomitas. Los judíos fieles volvían sus ojos hacia la ciudad de Jerusalén, adonde acudían, según sus posibilidades, para orar y ofrecer sacrificios (Jr 41, 4-5).
Pero el pueblo de Judá comía el pan del exilio, llorando su desgracia junto a los sauces de los ríos de Babilonia, acordándose de Sión (Sal 137, 1-5). Dios los había arrojado de su heredad, de su presencia, a causa de sus muchos pecados. El exilio será una buena ocasión para que Israel reflexione sobre las causas de su desgracia y expíe su pecado con una sincera penitencia. Para el pueblo de Judá era también el exilio una pena medicinal. En Babilonia, Joaquín dejaba atrás los barrotes de la prisión y era admitido por Evil Merodac (561-559) en su mesa durante todo el tiempo de su vida. Los honores reales que se reconocen en él anuncian la gloria y la restauración judía (Jr 52, 32-33). Dios no olvidaba a su pueblo, mostrándose fiel a su mucha misericordia aun en los momentos que le azotaba.