Sal
Sal 1, 1-6. Las dos sendas: la del justo y la del impío
Este salmo no tiene ninguna indicación cronológica ni título que lo vincule a un compositor determinado, y por ello es uno de los llamados por la tradición judía "huérfanos." Obra de un autor anónimo, parece que ha sido insertado en fecha tardía como introducción doctrinal lírica a todo el Salterio, pues en él se resume la idea, tantas veces inculcada en la literatura sapiencial, de la contraposición del camino del justo -proyección hacia Dios- y el del impío, que aspira a gobernarse según las exigencias de sus intereses materiales. Dios bendice la senda del hombre recto que se dirige por su Ley, mientras que castiga al que se aparta de ella: "Yahvé no dejará hambrear al justo, pero dejará insaciados los apetitos del malvado", "la memoria del justo será bendecida, pero el nombre del impío será maldito." Conforme a la moral pragmatista del A.T., la justicia divina se ejerce en la tierra: el justo prosperará, mientras que el pecador será privado de la protección divina, y, por tanto, le espera un triste destino.
Esta composición salmódica expresa, pues, un principio general, sin referirse a la situación particular de una persona concreta, como ocurre en otros salmos. Por eso no es posible determinar las circunstancias históricas y cronológicas de su composición. En el códice C de los Hechos de los Apóstoles, el salmo 2 es citado como si fuera el primero del Salterio: "como está escrito en el salmo primero"; lo que da a entender que existían colecciones del Salterio sin este salmo del actual Salterio canónico. Como el tema del salmo es general, bien pudo ser insertado posteriormente como introducción doctrinal a todo el Salterio.
Parece obra de un "sabio" que medita la Ley y encarece su cumplimiento. Su estilo didáctico, pues, parece reflejar la mentalidad de los libros sapienciales de los siglos III-II a. C. La "sabiduría" consiste en el recto modo de conducirse en la vida, a la sombra de la divina Providencia. "El temor de Dios es el principio de la sabiduría"; por ello, el que quiera ser feliz debe amoldarse a las exigencias de la Ley divina, pues separarse de ella no trae sino la desgracia, la esterilidad y la desaprobación del Omnipotente. En el mundo existen dos generaciones, la de los justos y la de los impíos, que hacen burla de su Ley. El "sabio" pondera las ventajas del que escoge el camino de la virtud, y destaca el fin desgraciado del que, abandonando la Ley divina, se conduce conforme a sus caprichos y pasiones.
El salmo se divide en dos partes, una positiva, en la que se ponderan las excelencias del camino de la virtud (Sal 1, 1-3), y otra negativa, en la que se destacan las desgracias del que se aparta de la Ley divina (Sal 1, 4-5), terminando con una recapitulación y confirmación de la contraposición anterior (Sal 1, 6).
El estilo es prosaico con gran libertad de ritmo; por tanto, desde el punto de vista literario no es de lo más selecto, pues priva la consideración didáctica "sapiencial" sobre la estructura lírica. La versificación, en general, se establece con tres o cuatro acentos sobre tres estrofas.
Sal 1, 1-3. La senda del justo
La conducta del justo es descrita primero negativamente, en cuanto que se abstiene de tomar parte entre los impíos, pecadores y mofadores de la Ley. Los tres términos expresan enfáticamente los grados de oposición sistemática a Dios. Los impíos son los ateos, que no quieren reconocer la autoridad suprema de Dios. Los pecadores son los que no se preocupan de la observancia de sus leyes; y los mofadores son los "esprits forts," que consideran debilidad el dejarse llevar de sentimientos religiosos. Frente a todos ellos se levanta como una muralla inconmovible la conducta del varón justo, al que por ello se le saluda como bienaventurado, porque se halla seguro en su proceder. Frente a las ironías de los mofadores, que creen que el único modo de triunfar en la vida es aprovecharse sin escrúpulos de las buenas ocasiones -prescindiendo de las exigencias de la Ley divina-, el salmista recalca que la verdadera felicidad está en la conciencia tranquila y en la seguridad de la protección divina, pues con ella le vendrán toda clase de bendiciones, terminando por triunfar en la vida.
Es de notar la gradación y evolución del pensamiento en el empleo de los términos: no anda, no se detiene, no se sienta: "El justo es el hombre que no se deja influenciar por los consejos y máximas de los impíos, que no adopta el género de vida de los pecadores, y, con mayor razón, no toma parte en los ataques de los mofadores contra la religión y la moral".
En realidad, si el justo toma esta actitud lejos de los pecadores, es porque tiene bien enraizada la Ley de Yahvé en su corazón. Es el centro de su vida espiritual y moral, y por eso en ella encuentra su complacencia, y de día y de noche es el objeto de su meditación (Sal 1, 2). Aquí Ley de Yahvé significa el conjunto de prescripciones por las que las regula la vida religiosa del justo. Conforme a las prescripciones del Deuteronomio, el buen israelita debe tener presente en su vida los preceptos del Señor: "cuando viajes, cuando te acuestes, cuando te levantes, habla siempre de ellos. Átalos a tus manos..., póntelos en la frente, entre tus ojos; escríbelos en los postes de tu casa y en tus puertas..." La Ley era la expresión de la voluntad de Yahvé, y, por eso, el fiel israelita debía meditar constantemente sobre sus prescripciones para descubrir sus insinuaciones más mínimas. Esta preocupación nomística caracteriza la literatura sapiencial posterior.
El premio a su solicitud por amoldar la conducta a la Ley son las bendiciones de todo orden, que harán prosperar al justo como árbol plantado a la vera del arroyo. En el A.T. se compara muchas veces al hombre con los árboles e incluso con un jardín bien regado. El salmista aquí juega con el mismo símil. Como el árbol plantado junto a las corrientes de las aguas se desarrolla vigoroso y pronto -en contraposición al plantado en tierra esteparia-, así el justo, que confía y vive conforme a la Ley divina, es protegido y prospera por la bendición de Dios. Afincado en el camino de la virtud, da frutos ubérrimos a su tiempo, y su lozanía permanece largo tiempo sin marchitarse. En el Sal 91, 13 se dice que el "justo florecerá como la palma y se multiplicará como el cedro del Líbano." La Ley de Yahvé da vigor espiritual y lozanía también en el orden material, pues colma de bendiciones a sus predilectos, que son los que van por su senda. En cambio, los impíos se marchitarán como paja llevada por el viento.
Sal 1, 4-6. La senda del pecador
La contraposición con la suerte de los justos es clara, pues los impíos llevarán una vida lánguida y sin sentido, empujados como paja arrebatada por el viento. El salmista aquí juega con otro símil: los justos son como el trigo que permanece en la era, mientras que los impíos, sin consistencia, son aventados como tamo de la era. En la literatura bíblica es corriente la comparación de los enemigos de Israel y de los pecadores con la paja arrebatada por el viento de la justicia divina.
La inconsistencia de los impíos se demostrará particularmente en el momento de presentarse ante el juicio discriminador de Dios (Sal 1, 5). La mente del salmista parece que se traslada a los tiempos mesiánicos, precedidos del juicio solemne de Dios. Los pecadores no podrán salvar la gran prueba de este juicio y, por tanto, no prevalecerán ni tendrán acceso después a la congregación de los santos, es decir, no participarán de la nueva ciudadanía de la teocracia mesiánica, a la que tendrán acceso sólo los que han vivido conforme a la Ley de Dios. El juicio discriminatorio es el "día de Yahvé," del que tantas veces hablan los profetas, es decir, el día de la manifestación justiciera de Dios para purificar la sociedad israelita, de la que se salvará solo un "resto", del que a su vez surgirá la nueva teocracia esplendente de los justos.
En definitiva, el juicio discriminatorio depende de la voluntad de Dios, que conoce, es decir, aprueba y se preocupa del camino de los justos, mientras que desconoce o desaprueba la senda de los impíos, que necesariamente tendrán un fin desastroso. Dios termina por castigar al pecador y premiar al de recto proceder; sobre todo, los justos tendrán acceso al reino mesiánico, mientras que los impíos no podrán aguantar el juicio discriminador que le precederá. Esta perspectiva es netamente "sapiencial" y refleja la mentalidad de los últimos siglos del judaísmo anterior a Cristo. "El autor depende, en su manera de exponer el problema moral, de los 'sabios" que han escrito una parte del libro de los Proverbios; su doctrina de la retribución, con la mención del juicio y de la comunidad de los justos, es la de los profetas...; en fin, el color de legalismo que añade hace de su obra, tan corta, una especie de confluente al que se juntan tres corrientes que en esta época dominaban el pensamiento judío. Formado, por una parte, de fórmulas prestadas, el estilo no tiene nada de original y brillante... Pero esta composición un poco artificial tiene el mérito de resumir de manera clara y firme las grandes lecciones religiosas y morales que se deducen de los Salmos en general, y bajo este título era digno de constituir el prólogo de una de las colecciones, si no de la totalidad del Salterio".
Los Santos Padres han destacado el valor doctrinal del salmo, pues se encarece la justicia divina, que premia al justo y castiga al pecador. Si bien la perspectiva del salmista no se orienta hacia la retribución en ultratumba, sin embargo, conformándose con la concepción corriente en Israel, está seguro de que la justicia divina se manifestará en esta vida, sobre todo en los tiempos mesiánicos, a los que no tendrían acceso los impíos, pecadores y mofadores de la Ley divina. En el Oficio divino, este salmo abre el primer nocturno del oficio dominical, invitando al sacerdote a meditar y ser fiel a la Ley del Señor, ya dentro de la perspectiva trascendente evangélica. Los Salmos representan un estadio de revelación superado por el mensaje evangélico, pero pueden recibir un sentido superior conforme a la nueva perspectiva, y así servir de alimento espiritual a las almas.
Sal 2, 1-12. El Ungido de Yahvé
Tampoco este salmo tiene indicaciones cronológicas ni personales, y, sin embargo, es uno de los más importantes y vigorosos de todo el Salterio, porque en él encontramos la primera mención de un Mesías personal (la única vez en todo el A.T. en que al Príncipe de los tiempos mesiánicos se da el título de Mashiaj: "Ungido": ??????s), lugarteniente de Yahvé con dominio pleno sobre todos los pueblos y príncipes de la tierra. La persona del salmista desaparece por completo para dejar hablar en estilo profético-oracular al Vicario de Yahvé en la tierra. San Pedro -conformándose con la opinión judaica corriente de su tiempo- atribuye la composición del salmo al propio David, y conforme a este supuesto arguye para probar el carácter mesiánico del mismo. Críticos modernos convienen en que esta composición es anterior al exilio, cuando Sión era el centro de la teocracia en todo su esplendor. Se señalan, no obstante, algunos arameísmos que empañan la pureza de la lengua de los tiempos davídicos y salomónicos. Como, por otra parte, el salmo tiene algunas expresiones de índole apocalíptica, no pocos autores procuran retrotraer la composición del mismo hasta los tiempos de los Macabeos.
El estilo de esta composición salmódica es dramático y vigoroso, con una distribución en cuatro estrofas de siete esticos, con tres acentos cada una. El género literario es el profético-oracular. El salmista comienza ex abrupto presentando una insurrección general de todos los, pueblos contra el Ungido de Yahvé (Sal 2, 1-3). Esto resulta ridículo, porque Dios, "que está en los cielos," se ríe de ellos y da el decreto de la entronización solemne de su Mesías (Sal 2, 4-6), el cual, por ello mismo, adquiere una especial filiación respecto del propio Dios. Bajo este título se le da el dominio absoluto del universo (Sal 2, 7-9). En consecuencia, se invita a los reyes de la tierra que vuelvan a la cordura y se plieguen a la autoridad de su representante en la tierra (Sal 2, 10-12); de lo contrario, tendrán que sufrir los rigores de su justicia implacable. El lenguaje es enérgico y entrecortado, para impresionar al lector, que realmente queda como sobrecogido ante la majestad de Dios y de su Ungido.
Sal 2, 1-3. La confabulación de los reyes de la tierra contra el Ungido de Yahvé.
En tono dramático, el salmista presenta a los poderes de la tierra confabulados para oponerse a los designios mesiánicos del propio Dios, el cual ha determinado poner un representante suyo en la tierra. Esta insurrección es totalmente insensata, ya que no podrán contender contra la omnipotencia del que ha decretado establecer a su Ungido en la tierra. De ahí que el salmista pregunte asombrado: ¿Por qué se amotinan las gentes? (Sal 2, 1). En realidad, las gentes no saben con quién van a contender, y por eso su actitud es insensata y suicida. Los profetas conciben la historia como el despliegue de dos ejércitos en lucha, el del bien y el del mal, el de los intereses de Yahvé -representado en su pueblo elegido- y el de los pueblos gentiles, que se oponen al triunfo de aquél en los tiempos mesiánicos. Los imperios se suceden, y en realidad son meros instrumentos de la justicia divina para preparar el advenimiento de los tiempos futuros, en los que triunfarán la justicia y la equidad bajo la égida de un Príncipe al que se le llama "Admirable Consejero, Dios fuerte, Príncipe de paz". En la perspectiva de Isaías, este Príncipe ideal -dotado de cualidades excepcionales por recibir la fuerza carismática de Dios en su múltiple manifestación de "espíritu de inteligencia, de ciencia, de sabiduría, de consejo, de fortaleza y de temor"- se sobrepondrá a los invasores asirios, que son los que en aquellos tiempos (s. VIII a.C.) comprometían los destinos histórico-mesiánicos de Israel. Daniel hablará de una sucesión de imperios -babilónico, medo-persa, griego y seléucida- que se oponen a la implantación del "reino de los santos". El salmista abarca en su perspectiva las insurrecciones periódicas que todos los reinos de la tierra organizan contra el establecimiento de los designios mesiánicos de Dios sobre su pueblo, y particularmente su mente se dirige al momento solemne en que se decide la inauguración de los tiempos mesiánicos.
Por primera vez en la Biblia encontramos el término Mashiaj ("ungido"), del que se derivará el vocablo Mesías, aplicado al lugarteniente de Yahvé en los tiempos mesiánicos. No es raro el término aplicado a los reyes, a los sacerdotes, es decir, a los personajes que, para ejercer una función especial, eran "ungidos" con el óleo del Señor. Incluso se aplica en sentido metafórico a algún rey extranjero, como Ciro, el cual cumple una misión especial de la Providencia divina en beneficio de su pueblo. Fundándose en este texto, la literatura apócrifa judaica, a partir de los "Salmos de Salomón" (s.II a.C.), reservó este título de Mashiaj al esperado representante de Yahvé en los tiempos de su manifestación mesiánica. En el ánimo de todos los israelitas estaba la creencia de que el Mesías recibiría una especial "unción" o consagración solemne de parte de Dios, y de ahí que el término mashiaj quedara reservado a Él en un sentido especial mesiánico y aun escatológico. Así, el nombre común de mashiaj se convirtió en nombre propio aplicado a su persona. Es el Ungido, el Cristo del Señor. Conforme a esta acepción específica, el ángel anunció a los pastores de Belén que había nacido el Cristo Señor.
Los pueblos y príncipes de la tierra conspiran contra la denominación del que va a ser declarado enfáticamente Ungido e Hijo de Yahvé, como representante suyo, con plenos poderes delegados. Sienten ya sobre ellos su yugo, sus coyundas y ataduras, que quieren sacudir para seguir libres en sus planes de gobierno al margen de la Ley divina, que ha de imponer el Ungido de Yahvé (Sal 2, 3). El salmista, para expresar esta conspiración universal, pudo inspirarse en los esfuerzos que los estados vasallos de Israel realizaron en los tiempos gloriosos de la dinastía davídica para lograr su plena libertad política; pero su panorama ahora es más amplio, y concierne a los tiempos del dominio universal del Mesías en los tiempos futuros anhelados.
Sal 2, 4-6. Esterilidad de los esfuerzos de los insurrectos contra el Ungido
El salmista presenta a Yahvé morando en las alturas de los cielos y riéndose de los vanos y alocados planes de los que se confabulan contra su Ungido. En realidad, no tardarán en comprender sus despropósitos cuando hable manifestando su ira y siembre la consternación con su furor (Sal 2, 5). Yahvé es el Señor de los ejércitos, y, como tal, mueve los hilos secretos de la historia. Los reyes de la tierra son meros instrumentos de sus designios históricos sobre Israel, como pueblo elegido, y después sobre toda la humanidad, que había de ser "bendecida" en la "descendencia" de Abraham. Yahvé es el trascendente, el "santo," y desde los cielos contempla majestuoso los azares de la vida de los hombres y de los pueblos. Como Señor de los tiempos, en su perspectiva de eternidad, aguarda paciente e impasible el momento de sus manifestaciones justicieras, que pongan las cosas en su debido lugar, dando a cada hombre y a cada pueblo lo suyo: "Asiéntase Yahvé en su trono, firme por toda la eternidad. Establemente fundó su trono para juzgar, para regir justamente el orbe de la tierra, para gobernar con equidad". Haciendo uso de su poder omnímodo para establecer la justicia en la tierra, establece su rey sobre Sión, el monte santo. Allí está su santuario, donde tiene su especial residencia en la tierra, además de la propia en los "cielos de los cielos". Cerca del santuario está la morada del rey, su representante. El Ungido surgirá de la dinastía davídica, según promesa hecha por Dios a Natán, y se sentará en el monte santo, llamado así porque está santificado por la presencia del que es por excelencia Santo. En Sión tiene Yahvé su trono, y su colina sagrada será como un faro esplendente al elevarse sobre todos los montes para que todos los pueblos se dirijan y orienten hacia ella para ser instruidos en su Ley. Ahora Yahvé proclama que va a establecer a su Ungido-Mesías como Rey sobre la colina santa para inaugurar la nueva teocracia mesiánica. Para que se enteren todos los pueblos confabulados contra Él, Yahvé va a pronunciar un decreto solemne, sellado por su boca, por el que se declara su especial vinculación con el Ungido.
Sal 2, 7-9. El Mesías, Hijo de Yahvé y Señor del universo
El salmista pone en boca del Mesías la promulgación del decreto de Yahvé por el que es constituido no sólo Rey sobre su monte santo, sino Hijo suyo de un modo particular. La expresión Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy, puede entenderse en sentido metafórico, en cuanto que el Ungido, el día de su entronización como lugarteniente de Yahvé, adquiere una filiación moral particular respecto del mismo Dios. En el A.T., la frase "hijo de Dios" se aplicaba al pueblo israelita, al que se le llamaba "primogénito" de Yahvé; a los reyes de la dinastía davídica y al propio David. Los mismos ángeles son llamados "hijos de Dios". En estos textos, la filiación equivale a vinculaciún especial con Dios por estar más cerca de El en el sentido afectivo. Por tanto, en el salmo que comentamos, la frase Tú eres mi Hijo puede tener este sentido de filiación moral conforme a la mentalidad común teológica de la revelación viejotestamentaria. Si se toma en este sentido amplio, la frase siguiente, Yo te he engendrado hoy, tendrá el mismo sentido de filiación metafórica moral. El Ungido, al ser declarado representante de Yahvé por el decreto divino, adquiere públicamente como una nueva naturaleza, en cuanto que desde ese momento es el Vicario de Dios y, como tal, goza de su especialísima protección. En la concepción teocrática oriental, el rey era especialmente "hijo de Dios." Aquí, pues, el salmista parece conformarse con esta mentalidad teocrática, y así concibe al Mesías como especialmente vinculado al Dios a quien representa.
No obstante, no pocos autores creen que en la expresión del salmo hay una insinuación de una verdadera filiación divina del Mesías en sentido natural. Así dice el P. Lagrange: "El Mesías será Hijo de Dios en un sentido natural". Pero, de hecho, en la tradición judaica nunca se da esta interpretación de filiación en el sentido de que el Mesías participara de la naturaleza divina de Yahvé. Por eso, más bien parece que aquí nos encontramos con una filiación moral del Mesías, pues éste es engendrado justamente el día de su entronización como Ungido de Yahvé. Se hace Hijo de Yahvé al ser declarado Rey y sucesor de la dinastía davídica, adoptada por Yahvé. Se trata, pues, de una filiación adoptiva del Mesías el día de su entronización real.
La perspectiva mesiánica del salmista se declara en el anuncio de que Yahvé da las gentes por heredad al Ungido, y en toda su extensión, pues abarca los confines de la tierra (Sal 2, 8). Si el Mesías es el representante único de Yahvé, se sigue que todos los pueblos le serán sometidos como patrimonio propio. No sabemos el alcance de los conocimientos geográficos del salmista, que pone en boca de Dios la expresión confines de la tierra; pero, aunque esta frase se aplica no pocas veces en la Biblia a los límites ideales del reino de Israel, sin embargo, en la tradición de las profecías mesiánicas la palabra gentes tiene un sentido amplísimo, conforme a la promesa hecha a Abraham de que en su descendencia serían "bendecidas todas las gentes". Así, pues, podemos sospechar que la panorámica del salmista es amplísima y abarca todas las naciones que se confabulan contra el Ungido, es decir, todos los pueblos que, fuera del alcance de la elección de Israel, se afanan por impedir la manifestación de los tiempos mesiánicos.
Como Vicario de Yahvé, el Mesías será el Señor de las naciones y las someterá y gobernará con fortaleza, con cetro de hierro, pues se obstinan en mantener su actitud de rebeldía. Isaías presenta al Príncipe ideal "hiriendo al tirano con los decretos de su boca y matando con su soplo al impío". Las expresiones rudas y vigorosas han de interpretarse conforme al módulo literario de la hipérbole oriental, salpicada siempre de afirmaciones radicales y extremosas. Esta imagen del Mesías autocrático y violento contrasta con la del "Príncipe de paz" del libro de Isaías, y sobre todo con la descripción del "Siervo de Yahvé," que triunfa por el sufrimiento y la muerte. Son facetas diversas bajo las cuales se presenta al futuro Mesías, que tendrá el don de fortaleza, pero también el espíritu de justicia y de equidad. El salmista aquí -en medio de la confabulación violenta de las naciones y reyes gentiles- presenta al Ungido de Yahvé tratando duramente a los que no se sometan a su dominio ni quieran reconocer sus derechos de lugarteniente único de Yahvé.
El cumplimiento del vaticinio fue conforme al módulo de la última etapa de la revelación en el A.T., es decir, según la estampa del "Siervo" doliente, que es llevado al matadero como "cordero" sin protestar. Así, Jesús ante Pilato declara que su reino no es de este mundo. Pero San Pablo desentraña el sentido profundo de su humillación hasta la muerte, pues por ella "Dios le ensalzó y le dio un nombre sobre todo nombre, para que ante El doblen la rodilla los cielos, la tierra y los infiernos, y toda lengua confiese que Jesús es el Señor para gloria del Dios Padre". Al despedirse de los Apóstoles, Jesús confiesa que es el Señor del universo: "Me fue dado todo poder en el cielo y en la tierra". San Pablo ve en la resurrección de Jesús el cumplimiento de la frase del salmo: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy". La humanidad glorificada de Jesús es el cumplimiento en su sentido pleno del oráculo del salmo.
Sal 2, 10-12. Invitación a la sumisión al Ungido
Esta invitación a la cordura la hace el salmista, el cual amonesta a los insurgentes, ya que es inútil mantenerse frente al que tiene poderes delegados del Omnipotente, Rey de las naciones y Juez de los pueblos. Yahvé tiene arrebatos de ira cuando son conculcados sus derechos (Sal 2, 12), y, por tanto, es peligroso incurrir en la ruina que pueda acarrear a los obstinados en la rebelión.
El salmista termina declarando que la verdadera felicidad está en entregarse confiadamente a la Providencia divina y a sus misteriosos designios sobre la tierra.
Sentido mesiánico del salmo.
El P. Lagrange declara que esta composición es el "salmo mesiánico" por excelencia y el primer documento hebreo que contiene el término técnico de Mesías, aunque unido a Yahvé bajo la forma de "su Ungido". El "ungido" era el sumo sacerdote y el rey de Israel. Ahora se aplica el término al que iba a ser Sacerdote-Rey en la nueva teocracia, aunque no se afirme explícitamente esta doble dimensión -sacral y cívica- del futuro Mesías, como se hará en el salmo no, que por su sentido mesiánico es paralelo a éste. "Con todo, la tradición judía ha considerado el salmo 2 como eminentemente mesiánico, como lo declara el rabí Rashi: "Nuestros doctores han entendido este salmo del Rey-Mesías, pero en sentido literal, y para responder a los herejes (cristianos) es preferible interpretarlo del propio David".
Los Apóstoles utilizaron el salmo en sentido mesiánico en sus argumentaciones apologéticas, aplicándolo a Cristo resucitado y triunfador. Los Santos Padres aducen con frecuencia el pasaje de la filiación divina del Mesías en las disputas arrianas.
Por el contexto interno de la composición se ve que el salmista tiene una perspectiva mesiánica, pues habla del dominio del Ungido sobre todas las gentes hasta los confines de la tierra. La composición forma parte de la colección literaria llamada salmos regios, porque giran en torno al reino mesiánico, o especialmente sobre el Rey-Mesías. En el vaticinio de Jacob se anuncia que un descendiente de la tribu de Judá empuñará el cetro, dominando sobre las gentes. A David se promete la perpetuidad de su dinastía. Amos concibe los tiempos mesiánicos como una resurrección de la casa caída de David; en el mismo sentido, a favor de la dinastía davídica se expresa Oseas. Isaías presenta al "Emmanuel" naciendo de una virgen, adornado de cualidades excepcionales y procediendo de la casa de Jesé, padre de David. Miqueas vaticina que el "Dominador en Israel" nacerá en Belén, patria chica de David. Jeremías habla de un nuevo "Pastor" vinculado al propio David; en el Sal 132, 11 se alude a la promesa hecha a David de que habrá un retoño suyo sobre el trono de Judá. En este ambiente de expectación mesiánico-davídica debemos interpretar estos salmos regios. Los salmistas -haciéndose eco de esta convicción tradicional- muchas veces en el rey de su tiempo ven el eslabón de la cadena que desembocará en el Rey por excelencia, el Mesías, y en ese sentido, glorifican a la monarquía israelita y a los reyes históricos en función de su proyección hacia el futuro, en que se colmarán las ansias de felicidad y prosperidad del pueblo elegido, tantas veces probado por la adversidad. Otras veces, llevados de la inspiración divina, su mente se proyecta directamente sobre el personaje futuro ideal, síntesis de todas las ilusiones de todo buen israelita. Es el caso del salmo 2, en el que se destaca el poder omnímodo del Ungido de Yahvé.
Sal 3, 1-9. Seguridad del justo en la persecución
Según el título, este salmo fue compuesto por el propio David cuando huía de su hijo Absalón. Al sublevarse éste contra su padre, el rey se vio obligado a abandonar Jerusalén, encaminándose hacia Jericó, acompañado de su familia y de su guardia personal. Ya hemos indicado que estos títulos en. los que se atribuyen salmos a David no siempre responden a la verdad histórica; pero, con todo, sabiendo que el gran rey compuso muchas piezas salmódicas, bien puede ser ésta una de ellas, pues el lenguaje y el estilo poético no excluyen una composición preexílica. La mención del "monte santo" (Sal 3, 5) es un poco extraña, cuando aún no se había construido el templo en que habitaba Yahvé; pero ya en tiempos de David el arca de la alianza había sido trasladada a la colina de Sión, y su presencia bastaba para justificar la denominación de "monte santo" dada al lugar en que se guardaba. Así, pues, no hay razones fuertes para negar la paternidad davídica del salmo. Por otra parte, la tragedia de su huida precipitada ante los insurrectos, capitaneados por su hijo, justifica la alusión a los "millares del pueblo que en derredor se vuelven" contra él (Sal 3, 7).
El salmo se divide en cuatro estrofas: a) situación apurada del salmista (Sal 3, 2-3); b) Yahvé, defensor del justo atribulado (Sal 3, 4-5); c) reafirmación de la confianza en Dios (Sal 3, 6-7); d) súplica de salvación (Sal 3, 8-9). Cada estrofa tiene dos dísticos. En el texto encontramos tres selah, que parecen indicar alternancia de coros recitadores. La composición es una efusión lírico-dramática de los tristes sentimientos que embargan al salmista en una situación comprometida. Toda la oración está dominada por un sentimiento firme de confianza, porque tiene experiencia de la protección divina en vivencias difíciles anteriores.
Sal 3, 1-3. Situación angustiada del justo perseguido
Encontramos aquí la palabra salmo (heb. mizmor), que es una pieza lírico-religiosa que ha de ser recitada acompañada de instrumentos músicos. El título es posterior a David, y debe de ser obra del compilador, que tiene en cuenta su uso litúrgico en el templo. El salmista se siente consternado ante la multitud de sus enemigos, que se alzan despiadados contra él. Si la composición refleja la situación que obligó a emprender la huida a David, se comprende bien la exclamación del rey, pues ciertamente fueron muchos los que se sumaron al hijo rebelde contra su legítimo poder. Sus adversarios le consideran vencido y desamparado de Dios, el único que podía salvarle (Sal 3, 3). En 2S 16, 8ss se narran las maldiciones que uno de los seguidores de Absalón lanzó contra David, al que considera usurpador y sanguinario respecto de la casa de Saúl. La magnanimidad del rey quedó entonces manifiesta, pues no quiso que se impidieran estos desahogos de su enemigo. Esta situación pudo sugerir después al rey la composición del salmo, aunque, como hemos indicado, el salmista puede aludir a muchas otras situaciones en que se siente perseguido.
Sal 3, 4-5. Yahvé defensor del justo perseguido
El salmista, en medio de la tribulación, se dirige a su Dios, que tantas veces le protegió contra sus enemigos, como si fuera su escudo invulnerable. En realidad, Yahvé es la gloria de su fiel perseguido, pues le ha levantado de peores situaciones, haciéndole erguir la cabeza cuando sus enemigos le daban por vencido Yahvé le hará salir ahora airoso de la difícil situación actual. En los momentos de peligro clamaba, y el Señor le respondía desde su morada, el monte santo, la colina bendita de Sión, donde estaba su tabernáculo. La expresión monte santo es muy usual después del exilio babilónico, pero se la empleaba también antes.
Sal 3, 6-7. Reafirmación de la confianza en Dios
Confiado en Yahvé como su escudo y defensor de sus intereses y de su honor, duerme tranquilo, como lo hizo en otros momentos apurados. Al fin podrá de nuevo despertar incólume a pesar de la hostilidad general. Es tal la confianza que tiene en su Dios, que puede entregarse al sueño reparador como si no existieran peligros grandes en su derredor. El salmista, pues, confiado en Yahvé, se entrega a sus actos de la vida ordinaria, acostándose y durmiendo sin sobresaltos ni angustias. Aunque sus enemigos son millares y acampan contra él como ejército invasor, sin embargo, confía en su Dios. Si el salmista alude a la situación angustiada de David, se comprende bien esta frase, pues eran millares los que seguían a su hijo rebelde, Absalón. No obstante, en los salmos son frecuentes estas expresiones hiperbólicas en las que se habla de millares de enemigos que hostigan al justo perseguido.
Sal 3, 8-9. Súplica de salvación
El salmista termina implorando auxilio a Yahvé para que, como en otro tiempo hirió a sus enemigos, vuelva ahora a salir por sus intereses, liberándole de los que hostilmente le rodean. Las expresiones son fuertes y rudas: en otro tiempo Yahvé quebrantó las quijadas de sus adversarios y los dientes de los impíos, hiriéndoles de frente. Los enemigos son comparados aquí a fieras que con la boca abierta, dispuestas a devorar la presa, le asedian. Quizá el salmista, al pedir que Dios hiera en el rostro a sus enemigos, aluda al deseo de que cesen sus palabras insidiosas y calumnias que lanzan contra él. La seguridad del justo perseguido es plena, pues sabe que de Yahvé es la victoria, como lo ha demostrado en lances semejantes. El salmista termina su composición pidiendo la bendición divina sobre el pueblo humilde, tantas veces perseguido y hollado (Sal 3, 9). SI es realmente David el autor del salmo, el generoso rey se siente aquí identificado con los intereses de su pueblo, el cual, engañado por la facción rebelde, se ha ido de momento contra él, pero volverá de nuevo a asociarse a su legítimo soberano. En todo caso, los salmistas son los mejores intérpretes de las ansiedades y angustias del pueblo atribulado, y por eso, al desahogar su espíritu, asocian sus problemas íntimos con los del pueblo humilde, olvidado y postergado en sus intereses por las clases oligárquicas. Aquí, pues, el salmista une su tragedia íntima a la cotidiana de su pueblo, siempre en peligro de ser devorado por los desaprensivos de la clase dirigente, que son como fieras insaciables en su deseo de acumular riquezas.
En esta composición encontramos, dividiendo las estrofas, la palabra selah, que suele interpretarse como una indicación musical, y puede señalar un interludio musical, un cambio de tono en la ejecución del canto, una modulación especial en forma de antífona, o un cambio de coro en la recitación. Todas estas hipótesis se ofrecen para explicar el misterioso vocablo que aparece muchas veces en el Salterio.
Sal 4, 1-9. Oración del justo perseguido
Como el anterior, este salmo es un canto de confianza en Yahvé, pero el peligro parece pasado; por eso no encontramos aquí demanda de auxilio contra enemigos que le asedian y ponen en peligro su vida. Según el título de la composición, también este salmo es de David. Los autores que sostienen que el anterior fue compuesto con motivo de la rebelión de Absalón, creen que esta composición es continuación de aquélla, y así reflejaría la situación espiritual del rey cuando se disponía a volver a Jerusalén después de la trágica muerte de su hijo Absalón, en el momento de la rebelión de Sebá el benjaminita, el cual invitó a los seguidores de Absalón a someterse al rey David: "¡Israel, a tus tiendas! ¡Cada uno a su casa!" Su grito insurreccional atrajo a sí a la mayor parte de las tribus del norte, quedando con David sólo la de Judá l.
Algunos autores han supuesto que este salmo forma unidad literaria con el anterior, pero no es fácil hacer un solo poema de ambas composiciones, pues tienen diverso ritmo y aun difieren por el contenido ideológico, ya que reflejan situaciones psicológicas diversas. Algunas reminiscencias deuteronómicas hacen suponer a no pocos autores que el salmo es posterior a Jeremías (s.VII). Podemos distinguir tres partes en esta composición poética: a) preludio: súplica a Yahvé (v.2); b) amonestación a los magnates olvidados de Dios (3-6); c) confianza en Yahvé (7-9). La métrica y estrofas son irregulares, variando la distribución de dísticos en cada estrofa.
Sal 4, 1-2. Preludio: súplica a Yahvé
La indicación del versículo 1 refleja ya una organización del canto litúrgico en la que no faltan el maestro de coro y los instrumentos de cuerda para acompañar las composiciones salmódicas. Sabemos que David organizó ya turnos de cantores e instrumentistas para solemnizar el culto de Yahvé en su tabernáculo. Sus composiciones lírico-religiosas servían, pues, de tema central en las manifestaciones religiosas litúrgicas. Es el rey salmista por excelencia, y por eso, la tradición judaica le atribuye muchas composiciones salmódicas, de las cuales, sin duda, algunas son del gran rey organizador del "culto en Jerusalén.
El salmista alude aquí a la intervención divina en su favor en un momento difícil de su vida, sin concretar más. Yahvé es el que en tales lances angustiosos le da holgura de ánimo, pues hace valer su justicia y derechos ante sus enemigos. Consciente de tener a Dios a su lado, ahora el salmista le pide le sea una vez más propicio y responda a sus súplicas y ansiedades.
Sal 4, 3-6. Amonestación a los magnates olvidados de Dios
El salmista se encara con sus enemigos, que pretenden empañar su gloria (Yahvé), con virtiéndola en ignominia al oponerse a sus designios sobre él. Si es David el autor y alude a las circunstancias de los nuevos rebeldes, que se oponían a su soberanía, se concibe bien esta llamada del rey a los magnates o hidalgos. Si, al contrario, es un sabio -representante de la religión tradicional-, la invitación a los magnates o dirigentes de la sociedad parece aludir al deseo de que no se dejen guiar por los falsos caminos de los ídolos, cambiando a favor de ellos, que son la ignominia, lo que pertenece a Yahvé, que es la gloria de Israel, el único que los puede ayudar y proporcionar los bienes de la tierra que tanto ansían. Esta segunda interpretación parece más en consonancia con la queja siguiente de que aman la vanidad y buscan la mentira, es decir, los engañosos ídolos, que no pueden auxiliarles.
El salmista insiste en que Yahvé está con el que le es fiel y no va tras los ídolos, y, en consecuencia, le escucha siempre que le invoca (Sal 4, 4). La verdadera seguridad la da la protección divina, que está siempre al servicio del que le es grato. Al contrario, es temible para el que se aparte de sus caminos. Por eso el salmista recuerda a los dirigentes del pueblo la responsabilidad que tienen en sus acciones desconsideradas: Temblad y no pequéis (Sal 4, 5). El temor de Dios es sano para dirigir la vida en paz y tranquilidad. Por eso deben los magnates reconsiderar su conducta: meditad en vuestros corazones; sobre todo, de noche es el tiempo de reflexionar en silencio sobre los secretos caminos de Dios y sobre la vida humana desconectada de su servicio. Llega la hora de rectificar y de sacrificar sacrificios de justicia, es decir, ofrecer los sacrificios exigidos por la Ley con toda escrupulosidad ritual, con espíritu de piedad y de justicia hacia Dios, Señor de todo. Entonces pueden confiar en Yahvé (Sal 4, 6), pues se hallan en relaciones de amistad con Él.
Los que mantienen la paternidad davídica del salmo explican estas invitaciones como hechas por el rey huido a los que trataban de continuar la rebeldía contra él. Los hidalgos en este caso serían los jefes militares que acaudillaban la rebelión y se iban tras del cabecilla Sebá, que quería dividir las fuerzas, separando parte del pueblo de la obediencia del rey de Jerusalén. El rey, siempre magnánimo, invita a la reconsideración fría del problema, haciendo ver que la actitud de ellos va contra los intereses de Yahvé. Y entonces ellos siguen la vanidad y la mentira. Fríamente, en el silencio de la noche, deben pensar en las consecuencias de su conducta insensata, pues Yahvé está siempre con el rey, que le es grato, como lo ha demostrado amparándole y dándole la victoria tantas veces. Sólo en esta actitud de aceptar los designios divinos sobre su rey pueden acercarse a ofrecer a Dios sacrificios de justicia, es decir, conforme al espíritu de la Ley tradicional de Israel.
Sal 4, 7-9. Confianza en Yahvé
Un sentimiento de escepticismo embarga a los que se deciden a seguir los caminos de Dios, pues no esperan poder gozar de la felicidad: ¿Quién nos hará ver la dicha? (Sal 4, 7). El salmista responde a esta manifestación escéptica con una súplica para que Yahvé muestre su ayuda protectora: Alza sobre nosotros la lumbre de tu rostro (Sal 4, 7b). La faz radiante de Dios simboliza los sentimientos de benevolencia para con el hombre. Un rostro alegre refleja simpatía y benevolencia. Aquí, pues, la manifestación radiante de la lumbre del rostro de Yahvé es el preludio de sus favores hacia los que le son fieles. Al contrario, el ocultamiento de la faz divina equivale a una maldición. En la bendición sacerdotal de Nm 6, 24-26 se dice: "Que Yahvé te bendiga y te guarde; que haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue su gracia; que vuelva a ti su rostro y te dé la paz." Aquí, pues, la manifestación benévola del rostro de Yahvé equivale a traer como consecuencia la manifestación de su gracia y el otorgamiento de la paz. Son términos paralelos en el texto. El salmista se mueve dentro de la misma mentalidad, relacionando los bienes materiales con la manifestación radiante de Dios.
Esta manifestación radiante de la faz divina trae al corazón del fiel confiado a su providencia más alegría y felicidad que la que se tienen en los tiempos de abundancia del trigo y del mosto (Sal 4, 8). Por eso, en cuanto se acuesta se entrega a un sueño reparador, pues descansa confiadamente en Dios, que vela por él (Sal 4, 9). El salmista no abriga sentimientos de rencor para los que se apartan de Dios, los magnates, que eligen la ignominia (ídolos) en vez de la gloria (Yahvé), sino que, al contrario, trata de atraerlos al buen camino, presentándoles la tranquilidad y paz del que confiadamente se entrega a Dios después de haber caminado por sus sendas y haber ofrecido sacrificios de justicia.
Sal 5, 1-13. Oración matinal del justo contra los impíos
El título lo atribuye también a David. La mención del "santuario" (v.8) puede aplicarse al tabernáculo erigido por David en la colina de Sión antes de la erección del suntuoso templo de Salomón. En el título del salmo no se dan las circunstancias históricas de la vida del rey poeta en que hubiera sido compuesto, como en Sal 4. El salmo 5 es una composición surgida en un estado de ánimo dominado por el problema del choque en la sociedad de la conducta del justo y la del impío. Posteriormente ha sido adaptado al servicio litúrgico del templo, como lo prueba la indicación musical del título. El salmista vive a la sombra de la "casa de Yahvé," el templo o tabernáculo, sin que esto implique necesariamente que sea de la clase sacerdotal. Como no se alude a desvaríos idolátricos de los impíos, no pocos críticos suponen que el salmo es postexílico, de la época persa, cuando había cierta lucha en torno a las prerrogativas cultuales del templo de Jerusalén.
La forma poética es muy cuidada, aunque hay algunas alteraciones técnicas en el texto. El poema incluye cinco estrofas iguales, compuestas cada una de dos dísticos y un trístico. Los dísticos tienen la técnica de la qinah o elegía.
El pensamiento se desarrolla normalmente, sin grandes interrupciones lógicas. La composición tiene la forma de plegaria férvida y ardiente, entremezclada de quejas contra los impíos. Yahvé tiene que salir contra ellos, porque odia el mal. El salmista se considera mejor que sus enemigos, pero no confía tanto en sus méritos cuanto en la justicia y en la misericordia divinas. Yahvé salvará de las emboscadas de los enemigos al que le es fiel, y el justo se sentirá dichoso protegido por la providencia benévola de su Dios.
Podemos distinguir cinco secciones conforme a la distribución estrófica: a) preludio: invocación ardiente a Yahvé con ocasión del sacrificio matutino (Sal 5, 1-4); b) confianza en Yahvé, que odia el mal (Sal 5, 5-7); c) el salmista, huésped de Yahvé (Sal 5, 8-9); d) perfidia de sus adversarios (Sal 5, 10-11); e) felicidad del justo (Sal 5, 12-13).
Sal 5, 1-4. Preludio: invocación ardiente matinal
La indicación musical, a la flauta, es problemática. Los LXX traducen: "para la heredera" (nejiloth). La Vg: "pro ea quae haeredi-tatem consequitur"; es decir, la sinagoga o la nación israelita, heredera de las promesas divinas. Los Santos Padres aplican este título a la Iglesia, heredera de la sinagoga judía.
El salmista declara que todos los días desde la mañana -sin duda a la hora del sacrificio matinal- inicia sus oraciones y súplicas confiadas a Yahvé, que es su Rey y su Dios. El estilo es vigoroso y entrecortado. Es un grito del salmista a su Dios en un momento en que no es comprendida su virtud. Yahvé es el Rey de Israel y del universo, pero particularmente de las almas justas que viven conforme a su Ley. Los fieles israelitas acudían de mañana a expresar sus deseos y angustias cotidianas a su Dios en su morada del templo, particularmente en los momentos comprometidos de su existencia, pues Yahvé es la única esperanza del que confía en Él. El salmista tiene experiencia de la protección divina, que responde a sus súplicas matinales. Llevado de esta confianza, vuelve de mañana a su santuario a desahogar sus suspiros y a formular sus súplicas.
Sal 5, 5-7. Confianza en Yahvé, que odia el mal
El salmista tiene confianza en ser oído, pues sabe que Dios no ampara a los impíos. Dios es justo y santo, y, como tal, no puede complacerse en la iniquidad. Por tanto, no puede agradarse en el impío ni recibir como huésped honrado al perverso, que camina fuera de las sendas de la Ley divina. Los impíos no pueden ser huéspedes de Yahvé en su santuario, ni deben tomar parte en los banquetes sagrados, aspirando a ser oídos en sus súplicas. Quizá el salmista aluda aquí a la pugna que había dentro del templo por la distribución de los diversos servicios divinos. No faltaban los ambiciosos, que, llevados de las pingües ganancias del templo, procuraban apropiarse indebidamente funciones que pertenecían a otros que eran más dignos por su conducta. El salmista llama a estas gentes desaprensivas insensatos, obradores de iniquidad, mentirosos, fraudulentos y sanguinarios. Todos ellos son impíos, en los que Dios no puede agradarse, pues sistemáticamente abomina la iniquidad en sus diversas manifestaciones. Para conseguir sus beneficios, los impíos no dudan en derramar sangre inocente, falseando la ley para crearse derechos que no tienen. Pero estos tales no pueden prosperar ante los ojos de Yahvé (Sal 5, 6), que gobierna con equidad y justicia; por eso terminará por entregarlos a la perdición.
Sal 5, 8-9. El justo, huésped de Yahvé
Enfáticamente, el salmista contrapone su confianza en la piedad de su Dios, que le fuerza a entrar en su morada para prosternarse ante Él, lleno de temor por su majestad y las exigencias de su justicia. Los impíos no podían ser huéspedes de Yahvé en su santo templo, porque sus obras inicuas los apartaban de su Dios, puro y santo. Con todo, reconoce el salmista que, si puede entrar confiadamente en la casa de Yahvé, no es fiado en sus méritos, sino en la muchedumbre de su piedad o misericordia, siempre generosa para con los que le son fieles. Confiado en esta benevolencia especial de Yahvé para con los suyos, el salmista entra en su morada, no sólo para participar del espectáculo de las manifestaciones litúrgicas, sino para llevar una vida de íntima unión afectiva con El en la oración. La mención del ingreso en el templo no prueba necesariamente que el salmista sea de la clase sacerdotal, pues todos los israelitas tenían acceso a la santa morada. La preocupación del salmista es librarse de sus enemigos, que le ponen obstáculos en su vida. No concreta en qué consiste esta oposición de sus adversarios, pero debe de ser de índole espiritual, pues no se alude a persecuciones violentas, con peligro de perder la vida, como en otros salmos. Quizá la oposición viniera de la clase sacerdotal, que monopolizaba la vida litúrgica del templo. Con confianza total, el salmista pide a Dios que allane sus caminos, es decir, que le libre de los obstáculos que se oponen en su vida íntima religiosa en el santuario a la sombra de Dios. El norte de la vida del salmista es la justicia de Dios, es decir, sus preceptos luminosos, que se amoldan a las exigencias justas de la divinidad para con el ser humano, y particularmente con el israelita, que tiene especiales deberes de gratitud para con Yahvé, que los ha elegido entre los pueblos.
Sal 5, 10-11. La perfidia de los enemigos del salmista
Los enemigos del salmista atacan con calumnias y mentiras; su garganta (su hablar) es como un sepulcro abierto, que exhala hedor de muerte. Jeremías dice de los babilonios invasores que su "aljaba es como un sepulcro abierto", en cuanto que siembra la muerte por doquier. El salmista contrapone los halagos de las lenguas de sus adversarios al efecto de muerte que producen con sus palabras calumniosas. Por eso pide a Dios que les condene haciendo fracasar sus maquinaciones contra él (Sal 5, 11). En realidad, sus enemigos son los adversarios del propio Dios, pues se rebelan contra Él y sus preceptos. El salmista encarna aquí al israelita fiel, perseguido precisamente por su fidelidad a la Ley de su Dios. Sus intereses, pues, son los de Yahvé, y en ese sentido pide que los condene o castigue, haciendo fracasar sus maliciosos planes contra él.
Sal 5, 12-13. Yahvé, protector de los justos
El triunfo de la justicia divina, manifestada en el castigo de los pecadores, será objeto de alegría por parte de los que confían en Dios y ajustan su vida a sus máximas. Yahvé, en realidad, es como un escudo protector de sus predilectos; los justos viven vinculados a Él por el cumplimiento de la Ley. Estos aman su nombre, es decir, reconocen su soberanía, y ajustan su conducta a sus exigencias. El nombre en lenguaje bíblico equivale a la persona representada por el nombre. Aquí, pues, amar el nombre de Yahvé es amarle en lo que es, con todo lo que implica de subordinación hacia Él. El nombre de Yahvé es el compendio de su ser y atributos que lo identifican. Y se revela en lo que es cuando se muestra fiel a sus promesas; entonces los justos le reconocen como tal, pues es la prenda de su salvación y su escudo protector.
Sal 6, 1-11. Deprecación de un justo enfermo
Esta súplica refleja las angustias de un justo postrado en el lecho del dolor, al que le afectan no sólo la enfermedad, sino los sufrimientos morales a causa de la hostilidad de unos enemigos anónimos que atenían contra su fama y vida espiritual. El título atribuye la paternidad literaria de la composición al propio David, como en otros anteriores. No sabemos que el rey haya estado próximo a la muerte en alguna circunstancia de su vida como consecuencia de una penosa enfermedad. Por otra parte, los lexicólogos descubren algunos términos que reflejan un hebreo posterior al exilio, y, sobre todo, ven cierta dependencia de la fraseología del salmista respecto de Jr 10, 24. Y por ello suponen que es de época posterior a este profeta. Con todo, por el contenido de estos breves fragmentos líricos no es fácil determinar la época de composición. La tradición judía, siguiendo la indicación del título, ha considerado el salmo como obra de David; pero ya hemos indicado que esta atribución de las composiciones salmódicas al gran rey no prueba siempre la paternidad literaria davídica, ya que David había quedado como el salmista por excelencia, como Salomón era el "sabio" por antonomasia; y a ellos se atribuyen composiciones literarias por el procedimiento de la seudonímia, como lo prueba el libro de la Sabiduría, escrito en griego y atribuido al "sabio" por excelencia, Salomón. David era el "poeta" mayor de la historia de Israel, y por eso no tiene nada de particular que se le atribuyan composiciones poéticas posteriores al mismo, como ocurre en algunos salmos.
En este salmo se contrapone de modo brusco la situación humilde y angustiada del justo que sufre una penosa enfermedad y que por ello es objeto de burla de sus enemigos, los impíos, los cuales le consideran abandonado de Dios, como pensaban los amigos de Job, y el grito de triunfo una vez que el salmista se ha sentido curado y protegido de su Dios. En las primeras estrofas, el tono es elegiaco, aunque no el ritmo. Pueden distinguirse cuatro estrofas, formadas cada una de un trístico y un dístico. Por el contenido podemos dividir la pieza en cuatro partes: a) imploración de la misericordia divina (Sal 6, 2-3); b) súplica de ayuda (Sal 6, 4-6); c) el enfermo a punto de expirar (Sal 6, 7-8); d) grito de victoria (Sal 6, 9-11).
Sal 6, 1-3. Imploración de la misericordia divina
La indicación musical que hemos traducido Sobre la octava (en heb, sheminith), siguiendo a los LXX y Vg, es generalmente interpretada en el sentido de octava alta o baja en el canto. Algunos autores más bien creen que se alude a un instrumento de ocho cuerdas para acompañar el cántico, aunque quizá la palabra hebrea sea la primera de un cantar conocido de los lectores, a cuyo son se había de ajustar la recitación del salmo.
El salmista, afligido por alguna grave enfermedad, siente el peso de la justicia divina. Acostumbrados a asociar las enfermedades con pecados ocultos, suplica a Dios que le perdone, pues sólo supuesta la reconciliación podrá recuperar la salud y la amistad divina. El enfermo pide a Dios que no le trate conforme a las exigencias de su justicia e indignación, sino conforme a su piedad, siempre pronta a perdonar (Sal 6, 3).
Si ha de castigarlo, pide que no sea con ira, sino con equidad y mesura, de forma que la justicia quede atemperada por la piedad.
Sal 6, 4-6. Súplica de ayuda
El afligido salmista tiene conciencia de la misericordia y omnipotencia de Dios y tiene también experiencia de la protección divina. Por eso, en un momento de arranque, cuando su alma está conturbada y afligida por la enfermedad, apela a los intereses divinos. ¿Qué ganará Yahvé con darle la muerte? Los muertos no se acuerdan de Él, pues en la región tenebrosa del Seol -donde subsisten en estado de sombra y semi personalidad los seres humanos- nadie puede alabarle (Sal 6, 6). Está como rota la comunicación de Yahvé con la región subterránea donde moraban los difuntos en una situación de languidez y de tedio total. El salmista no tiene luces sobre la retribución en ultratumba, y por eso su perspectiva de felicidad se termina con la presente vida. Según la mentalidad popular de los antiguos hebreos, los hombres al morir iban a habitar una región subterránea similar al hades de los griegos y al arallu de los babilonios. Los moradores de aquellas sombras, lejos de participar de las alegrías de la vida, llevaban una existencia triste, como en ectoplasma, sin consistencia ni vigor 2. Esta perspectiva es particularmente triste para el salmista, que gusta de participar de la presencia espiritual de su Dios, particularmente en la vida litúrgica del templo. Ahora, ante la proximidad de la muerte, hace una llamada a los propios intereses divinos. Si Yahvé quiere que le alabe, le tiene cuenta mantenerlo en esta vida, pues en la muerte nadie se acuerda de Él, y en el Seol no hay posibilidad de alabarle (Sal 6, 6).
Sal 6, 7-8. El salmista, a punto de expirar
Para conseguir la misericordia de Yahvé, el salmista se vuelve hacia su triste situación. Se siente agotado en su lecho de dolor, no sólo por sus debilidades físicas, sino por la hostilidad de sus adversarios (Sal 6, 8). No concreta en qué consiste esta oposición, pero quizá aluda a calumnias injuriosas o a la satisfacción que ellos sienten ante los dolores del que se creía justo a buen recaudo de la Providencia divina. Los compañeros de Job le echan en cara sus supuestos pecados ocultos porque sufre "tocado" de la mano de Dios. Los enemigos del salmista sin duda que le echaban en cara su falsa piedad al verle postrado en el lecho de dolor. ¡Tantas veces había predicado la confianza en la justicia divina, que retribuye a cada uno según sus obras! Y ahora él se encontraba impotente a pesar de su supuesta inocencia y rectitud moral. Su enfermedad era una prueba de que sus esperanzas eran vanas. Ante estas verosímiles actitudes de sus enemigos, al salmista no le queda sino llorar en silencio amargamente en su lecho (Sal 6, 7), en espera de que Yahvé salga a su favor y muestre que sabe salvar a los que en El confían. Sus dolores han sido tan agudos, que sus ojos se debilitaron y envejecieron prematuramente.
Sal 6, 9-11. Grifo de victoria
Después del desahogo anterior, el salmista tiene certeza de que Yahvé le ha oído en su clamor, y lanza un súbito grito de victoria sobre sus enemigos, que se alegraban de verle imposibilitado en el lecho de muerte. La reacción es violenta: Apartaos de mí todos los obradores de la maldad (Sal 6, 9). Su causa es la de Yahvé, y ahora ha mostrado de nuevo que no se olvida de los que le son fieles y a Él se confían. Los adversarios del salmista serán por ello confundidos y avergonzados, pues la intervención de Yahvé en favor de él ha probado la legitimidad de sus esperanzas de salvación y de justa rehabilitación.
Sal 7, 1-18. Deprecación del justo calumniado
Según el título, este salmo fue compuesto por David con ocasión de unas palabras calumniosas de un tal Cus, para nosotros desconocido. La vida del gran rey fue muy azarosa durante su juventud antes de ser reconocido como soberano en Hebrón y después cuando trasladó la capital a Jerusalén. Por consiguiente, en su vida debieron de tener lugar muchos lances semejantes al supuesto por esta composición salmódica. Algunos autores suponen que Cus es uno de los cortesanos de Saúl que conspiraban contra el joven David porque iba teniendo más aceptación en el pueblo. Otros más bien creen que la situación del salmo se adapta a la vida azarosa de David, huyendo por el desierto de Judá cerca de Engadí, cuando se enfrentó a Saúl y le declaró que no eran verdaderas las calumnias que le atribuían los seguidores de aquél. En todo caso, estos títulos históricos de los salmos suelen ser postizos, obra de compiladores tardíos, que han tratado de vincular ciertas composiciones a la vida del rey poeta. Así, pues, no podemos considerarlos como base histórica segura para reconstruir el momento y ocasión de la composición del salmo. Por otra parte, los versículos 15-18 son de carácter sapiencial, lo que parece indicar que el salmo es heterogéneo, compuesto de fragmentos de diversas épocas. Los versículos 7-9 son de índole escatológica y desconectan la ilación lógica de los versículos 6 y 9. Así, pues, podemos suponer que un compilador de época tardía (s. III-II a. C.) yuxtapuso diversos fragmentos de distintos autores anónimos, amparados en la redacción final bajo el nombre del salmista por antonomasia, David.
Esta pieza carece de ritmo regular y de distribución homogénea de estrofas, debido, sin duda, a su composición heterogénea. El salmo empieza con una súplica contra sus perseguidores y se continúa por una confesión enérgica de inocencia, apelando al juicio de Yahvé sobre todos los pueblos. Después el salmista pide a Dios que le haga justicia frente a la maldad de sus adversarios, pues está seguro del cumplimiento de la justicia divina.
Sal 7, 1-3. Súplica de auxilio a Yahvé
En el título se caracteriza esta pieza como endecha, traduciendo así la misteriosa palabra hebrea shiggayon, de sentido incierto. Los LXX y Vg traducen simplemente psalmus. Pero el tono del salmo es de tipo elegiaco, y entonces, relacionando la palabra hebrea con el asirio shegu, que significa "lamentación," tenemos como traducción probable endecha. El personaje Cus que aquí se cita nos es" desconocido. Se le ha relacionado con Cusai de 2S 15, 32, e incluso se le ha considerado como un esclavo originario de Cus (Etiopía); pero estas conjeturas son meras posibilidades, sin base alguna segura.
El salmista pide a Dios socorro contra un adversario que le hostiga como un león hambriento, deseoso de caer sobre la presa. Su alma o vida está en peligro, y en tal circunstancia, el único salvador es el propio Yahvé. David, perseguido por las huestes de Saúl, puede bien encarnar la situación de este justo perseguido; no obstante, en los salmos encontramos muchas veces dramatizada la situación de un justo al que le cercan los enemigos, que por su hostilidad descarada son comparados a fieras que acechan la presa codiciada. La vida del justo está siempre en terreno hostil, ya que son más los que viven fuera de la ley divina que los que se conforman a ella; y la hostilidad de los pecadores contra los buenos es un hecho universal en la historia de la humanidad. El fiel israelita, en particular, tenía que soportar las ironías y desprecios de los que vivían olvidados de su Dios.
Sal 7, 4-6. Testificación de inocencia
David, huyendo por el desierto, declara a Saúl que es inocente de las falsas imputaciones que le atribuyen. "¿Qué crimen he hecho yo y de qué mal mi mano es culpable?". Y, en prueba de que no atenta contra su vida, le devuelve su lanza, que le arrebató en un momento en que le pudo matar. El salmista declara que no ha cometido injusticia alguna, y, por tanto, que no le remuerde la conciencia. Nunca causó daño al que estaba en paz con él, es decir, al que gozaba de su amistad; y ni siquiera con sus enemigos se permitió ninguna acción fuera de la ley (Sal 7, 5). En caso contrario, pide a Dios que el enemigo le persiga y humille, pisoteando su honor o gloria y arrojándole al polvo (Sal 7, 6). ¡Tan seguro se siente de su conducta irreprochable!
Sal 7, 7-8. Apelación al solemne juicio de Dios
Los versículos 7 al 12 tienen distinto ritmo, y por eso no pocos autores los consideran como incrustación adicional posterior. El estilo es brusco, y el pensamiento, más denso que en la sección anterior. También aquí se trata de un inocente que, injustamente acusado por sus adversarios, apela al juicio del Omnipotente, rodeado de todos los pueblos. No apela a la intervención normal de la Providencia divina, sino al juicio solemne escatológico y universal, que pondrá fin al pecado en la tierra. En el orden nuevo no habrá lugar para la maldad, y el justo será plenamente recompensado y reconocida su virtud, tanto tiempo vilipendiada. El salmista, pues, se proyecta hacia esta perspectiva gloriosa y apela al juicio solemne en que Yahvé, rodeado del consejo de las naciones, establezca su trono judicial en lo alto, es decir, en la cima de los cielos. Todos los pueblos y tribus formarán alrededor del Juez soberano para ser testigos de su veredicto definitivo en el juicio que ha decretado.
Sal 7, 9-10. Imploración de justicia
Puesto que Yahvé es el supremo Juez de los pueblos, el salmista le pide confiado que salga en favor de su causa, avalada por su justicia y su inocencia. Ya es hora de que desaparezca la malicia del impío que domina la sociedad, para que se impongan los derechos del justo, tantas veces incomprendido. En realidad, Yahvé es el único que puede dar un veredicto equitativo, ya que conoce las complejidades del corazón del hombre, pues con su mirada penetrante escudriña los pensamientos de los corazones y los deseos de los riñones. Según la mentalidad hebraica, el corazón era la sede de los pensamientos y afectos, mientras que el riñón lo era de los afectos y emociones. Dios no juzga, como el hombre, por las apariencias, sino que llega a las intimidades de la conciencia humana, y, por tanto, puede medir el grado de inocencia que hay en la conducta ultrajada del salmista y el grado de culpabilidad en el proceder del impío. La perspectiva del salmista perseguido es muy amplia, pues piensa en el juicio discriminador que ha de preceder a la inauguración del reino de Dios, y, por tanto, a la plena manifestación de su justicia, a la que los impíos no tendrán acceso. Los justos del A.T. suspiraban por el nuevo orden de cosas, pues, en su perspectiva -fuera de la panorámica de la retribución en ultratumba- Dios tenía que hacer justicia al de recto corazón aquí en la tierra. La experiencia probaba que en el estado actual prevalecía la malicia del impío (Sal 7, 10); pero ya era hora de que ésta se acabe para ser suplantada por la influencia del justo confirmado en su virtud por Yahvé, que le hace justicia.
Sal 7, 11-14. Confianza en Dios, justo juez
En medio de los peligros, el justo se siente seguro al amparo de su escudo, que es el Dios omnipotente, siempre al servicio de los rectos de corazón. Todos los días se ejerce en realidad su justicia, pues constantemente se manifiesta su ira sobre los culpables (Sal 7, 12). Esas frases parecen de un "sabio" que quiere calmar las ansias del advenimiento del juicio definitivo sobre los pecadores en sentido escatológico. El "sabio" responde a estas ansias del salmista angustiado, que debe considerar el curso normal de la Providencia, que castiga diariamente a los que no van por sus sendas, y así presenta a Dios como un guerrero implacable que lanza sus mortíferas saetas contra los impíos (Sal 7, 14). No es necesario acudir al juicio solemne final de Dios, pues cada día ejerce su justicia. Esta es la enseñanza de este fragmento "sapiencial," incrustado en el salmo en respuesta a las impaciencias del justo atribulado, que suspira por la desaparición total del mal y la inauguración del reinado de justicia.
Sal 7, 15-18. El pecador será víctima de su maldad
Siguen las sentencias del "sabio" para probar que la justicia divina se ejerce cada día de modo misterioso, pero seguro. Así el que máquina y concibe maldad para otros, será preso de la iniquidad, y el fruto de su obra será un fraude, una decepción, porque sufrirá el efecto pernicioso que maquinaba para otros (Sal 7, 1ss). Las frases que aquí se emplean son de tipo gnómico o proverbial y similares a otras que encontramos en la literatura "sapiencial", lo que prueba el carácter adicional de estos versos. El pecador es como el cazador que cae en la fosa que cavó para su presunta presa (Sal 7, 16). Sus maquinaciones son como una piedra lanzada al aire, que termina por caer sobre la cabeza del que la tiró (Sal 7, 17).
El versículo 18 es una terminación netamente salmódica y resume la argumentación anterior: Si Yahvé es justo y da a cada uno según sus obras, el salmista atribulado debe confiarse a Él y alabarle por su justicia, cantando sus glorias en honor del nombre del Señor.
Sal 8, 1-10. Himno al Creador
El salmista contempla las maravillas de la creación: el cielo estrellado, el reflejo plateado de la luna, los animales al servicio del hombre, y las bocas de los tiernos infantes, que, pendientes de los pechos de sus madres, proclaman la grandeza y providencia del Creador. Es como un comentario poético a la obra de la creación narrada en el Génesis. El ser humano es el representante de Dios en la obra de la creación. Todo ha sido creado al servicio del hombre, y éste al servicio de Dios, por estar hecho a "imagen y semejanza suya". El salmista, lejos de reconocer como divinidades a los astros y a la misteriosa transmisión de la vida, lo presenta todo como obra del único Dios del universo, que gobierna todas las cosas con "número, peso y medida".
El poeta, extasiado ante tanta grandeza cósmica, se admira de que el Creador omnipotente se preocupe de un ser tan insignificante como el ser humano. Sin embargo, éste es el rey de la creación por llevar el sello de lo divino en su alma.
El título atribuye esta composición también a David. Sin embargo, no pocos críticos, por razones estilísticas (empleo de la frase "nuestro Señor...", consideran el salmo de la época persa. La división estrófica es cuatripartita, teniendo cada estrofa dos dísticos.
Sal 8, 1-3. La grandeza de Yahvé en toda la tierra
La Vg, siguiendo a los LXX, traduce: "In finem pro torculari-bus." En ese supuesto, este salmo se debía recitar al son de una conocida canción que se cantaba cuando se pisaban los racimos o aceitunas en el-lagar, o que empezaba con la palabra haggittoth, que significa "lagares" de vino o de aceite. Si se lee hagghittith, entonces puede aludirse a una canción de la ciudad filistea Geth o a un instrumento músico procedente de la misma.
El himno se abre con una antífona, cantada sin duda por un coro general en los oficios litúrgicos: los cielos y la tierra proclaman la grandeza de su ser personal. Esta antífona introductoria parece ser adición redaccional litúrgica, pues aquí parece que habla la comunidad ("Señor nuestro"), mientras que en las estrofas siguientes es un individuo el que habla. Por otra parte, la estructuración estrófica del poema se organiza prescindiendo de esta antífona inicial (v.2a).
Esta gloria y magnificencia de Dios reflejada en los cielos y la tierra es tan manifiesta que hasta los mismos niños y aun los que maman se dan cuenta de ello, dando con ello un argumento o prueba de su existencia a los adversarios, que, confundidos ante este clamor universal, quedan reducidos al silencio. La expresión del salmista es hiperbólica, pero bien significativa para dar a entender la esplendorosa magnificencia de la obra de la creación, que a su vez es reflejo de la grandeza del Creador: hasta los niños de pecho se dan cuenta de ello. Fina ironía contra los "esprits forts" y autosuficientes de su tiempo, que cerraban los ojos a tanta grandeza. Jesús, al entrar triunfante en Jerusalén, recuerda este texto para confundir a los escribas y fariseos, que -obcecados por el orgullo y sus intereses personales- no sabían reconocer al Mesías, mientras lo proclamaban tal los niños de la calle.
Sal 8, 4-5. Grandeza del firmamento y pequeñez del hombre
El poeta se extasía ante la grandeza de los cielos en una noche estrellada. La luna y las estrellas, lejos de ser divinidades, son unas simples lámparas puestas por Dios al servicio del hombre "para separar el día de la noche y servir de señales a estaciones, días y años..." Son un reflejo del poder y sabiduría divinos, puesto que las ha establecido con una finalidad concreta, que no han de traspasar. La belleza de una noche estrellada es el reflejo de la gloria y grandeza de Dios, que se asienta sobre los astros en los "cielos de los cielos", desde donde contempla a los hombres, pequeños como "langostas". Y, sin embargo, el Dios omnipotente, que dirige el curso de los astros como "Dios de los ejércitos" siderales, se acuerda del hombre, que es todo debilidad e inconsistencia n. En Jb 7, 17-18 se recoge el mismo pensamiento, si bien se da una argumentación irónica: "¿Qué es el hombre para que en tanto le tengas y pongas en él tu atención, para que le visites cada día y a cada momento le pruebes?" Esto indica que esta consideración de la Providencia divina sobre el hombre era uno de los temas de los círculos sapienciales, de los que se hace eco aquí el salmista.
Sal 8, 6-7. Grandeza del hombre frente al universo
A pesar de su pequeñez, Dios le ha asociado a su dominio sobre las criaturas, haciéndole poco menor que Dios. En Gn 1, 26, el hagiógrafo pone en boca de Dios la siguiente afirmación: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se mueven sobre ella." Dios, pues, creó al hombre como vicario suyo y representante por encima de todos los seres creados. En esto se funda su imagen y semejanza con el Creador, según la interpretación de los Padres griegos, aunque este poderío y semejanza con lo divino hay que buscarlo en su naturaleza racional, dotada de las facultades de dominio por excelencia, la inteligencia y la voluntad. Esta es la corona de honor y de gloria por la que se acerca a lo divino: hecho poco menor que Dios. La frase es hiperbólica, y en la mentalidad monoteística escrita del A.T. encuentra su sentido aproximativo dentro de una expresión entusiasta de un poeta. Como lugarteniente del mismo Dios en la creación, tiene el señorío sobre todo lo creado, pues todo ha sido puesto debajo de sus pies. Esto indica la grandeza espiritual del hombre frente a todo, a pesar de su insignificancia corporal.
Sal 8, 8-18. El reino animal bajo el dominio del hombre
Es una explicitación de la declaración anterior, pues se concreta en qué consiste el señorío o corona de gloria del hombre: su dominio sobre el reino animal que está a su servicio. Es la reiteración de la proclama solemne de Gn 1, 28: "Creced y multiplicaos y henchid la tierra, sometedla, y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra".
Ante el despliegue grandioso de la Providencia divina sobre el hombre, rey de la creación, el salmista repite la antífona o estribillo con que se inició la composición: grande es el nombre de Dios en toda la tierra (v.10). La frase tiene el aire de adición o adaptación al servicio litúrgico, y parece reflejar la respuesta del coro o pueblo, que con esta proclamación solemne se unía al canto del salmista, desbordante de lirismo y religiosidad.
Sal 9, 1-21. Dios, juez supremo
La numeración de los salmos es a partir de éste diferente en el texto hebreo y en la versión de los LXX y Vg, pues mientras que éstas suponen una sola composición, el TM, seguido por la Peshitta y Targum, lo dividen en dos (21 versos en el primer salmo y 18 en el segundo). En realidad, en el TM no hay título alguno que preceda al salmo 10, como era de esperar (pues todos los salmos del 3 al 33 llevan algún título introductorio). Y, por otra parte, las dos composiciones tienen una estructuración alfabética seguida, aunque no falten excepciones en algunos versos. Sin embargo, no pocos autores insisten en la diferencia de tono y aun de tema de las dos composiciones salmódicas. En la primera parte prevalece el canto triunfal y de acción de gracias, mientras que en la segunda abundan las quejas por la impunidad de los impíos, y, en vez de un himno de acción de gracias, nos encontramos con una oración para conseguir la salvación del oprimido.
Con todo, los críticos generalmente reconocen la unidad de autor de ambos fragmentos por exigencias de estilo y de ideología. Según el título, David es el autor. Los comentaristas que mantienen la autenticidad davídica ven en esta composición un canto de acción de gracias por haber expulsado a los filisteos del norte del país, y una queja por los desórdenes que se siguieron al principio de su reinado. Sin embargo, no pocos autores prefieren retrasar la composición de este salmo hasta la época persa, lo que parecen avalar las indicaciones de un juicio escatológico.
La distribución estrófica acróstica del salmo 9 es bastante regular, aunque falte la estrofa daleth y otras estén intercambiadas y aun repetidas.
Sal 9, 1-3. Alabanza a Yahvé
La Vg, siguiendo a los LXX, traduce el título: "In finem pro occultis". En el TM, la palabra misteriosa Mutlaben significa literalmente "morir para el hijo." San Jerónimo traduce: "pro morte filii." No sabemos a qué se refiere, pero puede ser una alusión a alguna melodía conocida a la que debía ajustarse la composición salmódica al ser cantada.
Con acento lírico, el salmista anuncia que va a cantar los maravillosos portentos de Dios, con lo que su himno de acción de gracias tendrá un aire de alabanza al Dios Altísimo, pues sus proezas son un reflejo de la protección que tiene sobre los humildes, como los salmistas, que se ven acosados de enemigos impíos. Su confianza está en el Altísimo, o Dios trascendente e inaccesible, que, como tal, domina la historia de los hombres.
Sal 9, 4-5. Victoria sobre los enemigos
El salmista alaba y ensalza a Yahvé porque ha salido en su favor contra los que injustamente le atacaban, haciéndoles retroceder y aun caer ante su presencia. En el supuesto de que sea David el que habla, sus enemigos serían los filisteos, que habían atacado su reino, pero que al fin habían tenido que retroceder a su tierra después de haber sido vergonzosamente derrotados por las huestes de Yahvé, que defendían su territorio5. No obstante, no está claro que aquí los enemigos del salmista sean pueblos gentiles, sino que pueden ser los impíos, que le hostigan constantemente y procuran hacerle daño con calumnias y atropellos de toda índole. En los salmos constantemente se refleja la lucha sorda de justos y pecadores en la sociedad, lucha que se presenta dramatizada con fuertes trazos literarios. En realidad, Yahvé es el Juez justo, que siempre defiende los derechos de los que le son fieles. Su manifestación airada ha bastado para poner a sus enemigos en fuga.
Sal 9, 6-7. Victoria sobre los gentiles y los impíos
En términos ponderativos se destaca la victoria de Yahvé sobre las gentes o pueblos gentiles y sobre los impíos. En la perspectiva del salmista, los enemigos tradicionales de Yahvé son las naciones gentiles, que conspiran contra su pueblo elegido, y los impíos, que trabajan sordamente en la sociedad contra los que quieren vivir conforme a la ley divina. La fraseología es vigorosa y se refiere a la historia de esta lucha a través de los siglos, de los enemigos de Yahvé contra Israel y de los malvados contra los justos y piadosos. En la historia del pueblo israelita se ha puesto de manifiesto la protección de Dios, que en muchas ocasiones críticas ha desbaratado las conjuras de las gentes contra Israel: los egipcios, los cananeos, los amonitas, moabitas y babilonios han sentido la mano justiciera de Yahvé, que con energía ha defendido los intereses de su pueblo: son perpetuas ruinas (v.7). Por otra parte, la mano punitiva de Dios se manifiesta cada día contra los impíos que conspiran contra los buenos.
Sal 9, 8-9. Yahvé, juez universal
La perspectiva se alarga: Yahvé se halla no sólo sobre los destinos de Israel, sino que dirige y gobierna todos los pueblos del orbe. Todos los acontecimientos de la historia están sometidos a su dictamen, que siempre resulta conforme a justicia y equidad. Los profetas, desde el siglo VIII a.C., hablaban de un "día de Yahvé," el día de la manifestación justiciera de Dios sobre los impíos y sobre las naciones paganas. El salmista, después de hablar de la manifestación justiciera de Yahvé en la historia de Israel, proyecta su mente hacia los tiempos futuros en que Yahvé solemnemente hará la discriminación con vistas a la manifestación mesiánica. Todos los pueblos tendrán que comparecer ante su tribunal, que dará el veredicto de justicia y equidad. Las injusticias presentes de los pueblos impíos tendrán un día su retribución adecuada, y los justos, que viven conforme a la Ley, serán reconocidos públicamente por su Dios.
Sal 9, 10-11. Yahvé, refugio de los oprimidos
Supuesto este juicio definitivo de Yahvé sobre todo el mundo, el justo puede sentirse tranquilo, pues sabe que Yahvé será un refugio cuando se sienta oprimido. En los momentos de opresión y angustia resplandecerá siempre la esperanza de ser defendidos por el Juez supremo, que siempre acoge y no abandona a los que conocen su nombre, es decir, le reconocen como Dios y le siguen en sus preceptos, y por eso le buscan con ilusión para conocer mejor sus caminos de salvación.
Sal 9, 12-13. Alabanza a Yahvé, redentor de los afligidos
Ese Dios juez y vengador mora en Sión, y, por tanto, el salmista invita a anunciar a los pueblos las proezas salvadoras de Yahvé. Los oprimidos tienen siempre a un vengador de la sangre injustamente derramada. Por eso, los clamores de los oprimidos están siempre pidiendo la intervención justiciera del que gobierna con equidad y justicia el universo. Esto debe dar confianza a los que le temen y siguen sus caminos, y también hacer temblar a los que se atreven a oprimir violentamente al prójimo.
Sal 9, 14-15. El salmista, salvado de un peligro de muerte
El salmista da un tono personal a su alabanza a Yahvé, porque le ha salvado de un peligro de muerte, pudiendo así continuar cantando las alabanzas en las puertas de la hija de Sión, es decir, en la propia Jerusalén, personificada en una doncella delicada y amada. Esta expresión, hija de Sión, para designar a la ciudad santa, es muy corriente en la literatura profética, pero en el Salterio sólo aparece en este lugar. El salmista contrapone las puertas de la hija de Sión, llenas de alegría y optimismo, a las tenebrosas puertas de la muerte, o dintel del sepulcro, frase usual en la literatura profética y sapiencial. La muerte es asemejada a una ciudad amurallada con sus puertas, que se abren para recibir al ser humano, pero después no vuelven a devolver su presa, porque detrás está el Seol, insaciable en su sed de vidas humanas. En esa región tenebrosa no se podía alabar a Yahvé; por eso los salmistas frecuentemente piden a Dios les permita vivir para continuar sus alabanzas entre los vivos, sobre todo en las reuniones litúrgicas del templo de Jerusalén.
Sal 9, 16-17. Los impíos y gentiles, presos de sus propios ardides
De nuevo la perspectiva general se abre ante los ojos del salmista. La historia de Israel es la historia de las derrotas de las gentes que conspiraron contra su vida nacional. En realidad, los pueblos que le atacaron cayeron en la hoya que excavaron: los imperios egipcio, asirio, babilónico, y aun los pueblos modestos, como los moabitas y amonitas, han sido víctimas de sus atrevidos ataques contra el pueblo elegido. En su ceguera no han sabido considerarse como instrumentos de la justicia divina para castigar y purificar a Israel de sus pecados, y se han extralimitado en su misión punitiva; por eso Yahvé, "vengador de sangres," sale de nuevo por los fueros de la justicia ultrajada, haciéndolos desaparecer víctimas de la red que ellos tendieron. Les ha ocurrido lo que a los cazadores, que han caído en la hoya y red que habían preparado para las fieras. Es un símil corriente en el Salterio. Los impíos, como las gentes, fueron víctima de sus perversas maquinaciones: la obra de sus manos.
La palabra hebrea higayon suele interpretarse como una indicación musical para dar entrada a los instrumentos o para hacer una pausa. Un sentido similar se suele dar a la palabra selah que está a continuación.
Sal 9, 18-19. Los impíos van a la región de los muertos
En contraposición a la suerte del salmista, que ha sido salvado de las puertas de la muerte, los impíos y las gentes están destinados a una muerte prematura, al Seol, región tenebrosa y subterránea en la que los difuntos llevaban una vida lánguida de "sombras" (refaim). Hasta el libro de la Sabiduría no encontramos en el A.T. la esperanza de retribución en ultratumba: la vida en Dios de los justos y el penar eterno para los impíos. No obstante, en los salmos encontramos ansias de supervivencia en el más allá e intuiciones vagas de felicidad en unión con Dios: que no ha de ser fallida la esperanza de los pobres. Dios siempre tiene presente al indigente que humildemente implora su auxilio.
Sal 9, 20-21. Plegaria a Yahvé para que haga justicia sobre los orgullosos
De nuevo ante la mente excitada del salmista, ansioso de justicia, se dirige hacia el día del juicio de Yahvé sobre las gentes que no reconocen su señorío y derechos. El día del juicio de Yahvé seré el día de la rehabilitación de los justos; entonces reconocerán las gentes que son hombres débiles y mortales. La palabra empleada en hebreo ('enosh) dice relación a la debilidad y flaqueza del ser humano, en contraposición de la fortaleza y grandeza de Dios. Con esta súplica de justicia se cierra la parte primera del salmo en los LXX y en la Vg, lo que constituye el salmo 9 en el texto hebreo.
Sal 10, 1-18 (Vg 9). La conducta perversa de los impíos
Este salmo 10, según la numeración masorética, empieza sin indicación circunstancial ni literaria alguna, lo que no deja de ser raro en medio de los otros salmos, que van precedidos de indicaciones musicales y aun eruditas sobre el autor de los mismos. Lo que parece ser un indicio de continuación del salmo 9, con el que forma unidad literaria, como se refleja en la numeración del texto griego alejandrino. El salmista se queja de la impunidad con que obran los pecadores frente a los justos, a los que no toca sino sufrir injusticias y atropellos.
Sal 10, 1-2. Súplica a Yahvé para que castigue a los opresores
El salmista se queja de que Dios se mantenga como simple espectador en la lejanía, cuando hay tantas opresiones de parte de los impíos, que no hacen sino envolver con intrigas a los que quieren seguir los caminos del Señor. Parece como si escondiera su rostro para no ver la angustia de los suyos. El rostro de Yahvé se manifiesta cuando protege abiertamente a los suyos, pero se oculta cuando deja actuar a los impíos en perjuicio de los celadores de su Ley.
Sal 10, 3-4. Autosuficiencia del impío y avaro
El impío se cree libre de las intervenciones justicieras de Yahvé, pues no atiende a lo que aquí pasa, como si no existiera. Por eso se siente fuerte en sus ambiciosas empresas, creyéndose suficiente y seguro contra todo evento. Sólo le interesa prosperar en los negocios, aun conculcando los mandamientos de Dios y pasando por encima de los derechos del prójimo. Los juicios divinos para ellos no cuentan.
Sal 10, 5-6. Insolencia de los perversos
El salmista constata que los caminos del impío prosperan demasiado, y esto les hace considerarse seguros, sin pensar en los juicios de Dios, que son demasiado altos para él, pues en su insensibilidad moral y religiosa, movido siempre por intereses materiales, no sabe valorar las decisiones de Dios, que para él considera todavía lejanas. Todo el que quiera oponerse a sus caminos es rechazado altivamente, y con toda insolencia proclama que su situación próspera no cambiará: ¡No me moveré de generación en generación! Se cree seguro por mucho tiempo contra toda ruina. El salmista puntualiza que su situación próspera le hace maldecir a Dios, en vez de reconocer sus beneficios. Se considera libre del mal y, por tanto, cree no necesitar de la protección divina.
Sal 10, 7-8. Insidias de los impíos contra los inocentes
Los malvados no maquinan sino fraudes y engaños, sembrando la violencia, llegando hasta el bandidaje y al asesinato, esperando la víctima en los lugares más recónditos y apropiados junto a los poblados. Los salmistas frecuentemente aluden a estos asesinatos por causa de lucro. El bandidaje era frecuente en determinados momentos de anarquía política. Amos echa en cara a la clase alta de Samaría sus exacciones y aun sus atropellos cruentos contra los pobres indefensos.
Sal 10, 9-10. Las malas artes de los perversos
Continuando la idea anterior, presenta al malhechor como un león oculto en la espesura, dispuesto a caer sobre el miserable que, incauto, se acerca a ella. La descripción es viva, y refleja bien la situación de bandidaje que imperaba cuando el salmista redactaba esta composición.
Sal 10, 11-13. Insolencia del opresor
La conducta del malvado es un insulto constante a Dios, pues hace caso omiso de su presencia en la vida. Cree que ha escondido su rostro, desentendiéndose de sus exigencias de justicia y de la protección hacia el desamparado. Del hecho de que el impío puede impunemente atropellar a los débiles deduce que se hallan fuera de la divina Providencia. Esta actitud insolente está clamando por la intervención justiciera del Omnipotente. Por eso el salmista acude ansioso a Dios para que salga en favor de los desvalidos y atropellados en sus legítimos derechos. Para moverle a actuar presenta, de un lado, la situación injusta en que se hallan los pobres, y por otro resalta el desprecio que ello importa para el mismo Dios. Está comprometida la misma providencia de Yahvé, y por ello debe salir por sus fueros frente a las insolencias de los impíos.
Sal 10, 14-15. Yahvé protector de los desvalidos
El salmista acude a la providencia protectora de Yahvé, el cual tiene siempre ante sus ojos las penas y trabajos de los oprimidos para darles su paga merecida. Aunque la perspectiva del salmista no trascienda hacia la retribución en ultratumba, sin embargo, sabe que Dios es justo, y, como tal, tiene que salir valedor de los que injustamente son oprimidos. Al débil no le queda otro auxilio Y refugio que la mano protectora de Yahvé. Los profetas y los sabios de Israel constantemente exaltan la solicitud de Dios sobre los más desamparados de la sociedad, como los huérfanos, la viuda y el extranjero. Por eso el salmista pide a su Dios que rompa la fuerza y poder de los impíos y malvados, pues sólo Él puede hacerlo. Y termina añorando una situación mejor en que prevalecía la virtud en la sociedad: Buscarás su impiedad y no la encontrarás. Esto es lo deseable para el futuro después de la intervención justiciera de Yahvé.
Sal 10, 16-17. Yahvé, rey de justicia
La súplica termina con un canto de alabanza al que es Rey y Soberano de todo por los siglos. De nuevo el poeta se dirige al momento cumbre del juicio definitivo sobre las gentes. Yahvé oye los gritos angustiosos de los necesitados y los escucha, dando ánimos y fortaleciendo su corazón, para hacer justicia a los desamparados, de forma que no vuelva el insolente a sembrar terror entre ellos. La garantía de que esto se llevará a cabo es el pasado de Israel, en el que Yahvé ha borrado a las gentes de su tierra, es decir, ha extirpado a los cananeos. Igualmente serán exterminados los opresores de la sociedad, los que sembraban terror entre los desvalidos.
Sal 11, 1-7 (Vg 10): La confianza en Dios
En esta magnífica oda se canta la fe ciega en el Dios providente. El salmista, invitado a emprender la fuga por consejo de algunos amigos, que miraban la situación sólo desde el punto de vista humano, responde que tiene toda su confianza en el poder del que habita en lo alto, desde donde contempla las acciones de los seres humanos. Por eso hará justicia a los rectos de corazón, mientras que perderá a los impíos, que viven fuera de su ley santa.
Según el título, el salmo es atribuido al propio David. En este supuesto, los antiguos autores creen que las circunstancias históricas de la composición se adaptan a la vida errante de David, perseguido por el rey Saúl. El joven David se resistió primero a abandonar la tierra de Yahvé, pero al fin tuvo que confinarse a territorio filisteo, después de haber buscado refugio para su familia en tierras de Moab, la patria de su abuela Rut. En estas circunstancias azarosas bien pudieron sus amigos aconsejarle que abandonara el territorio sometido a Saúl, y que él primero reaccionara negándose a ello, porque no quería alejarse de la tierra bendecida de su Dios.
Desde el punto de vista literario, este salmo es un diálogo dramatizado entre los amigos del salmista, pusilánimes y alarmados ante los peligros inminentes, y el salmista, confiado en la providencia de Yahvé. La división estrófica no es clara, y por eso los críticos no coinciden en la distribución de las diversas partes de la composición. Suponiendo que el versículo 7 es una adición posterior para el uso litúrgico, podemos distinguir dos secciones: a) invitación de los amigos a huir (Sal 11, 1-3); b) respuesta del salmista, confiado en la protección divina (Sal 11, 4-6). La métrica es libre, pues no hay regularidad en la distribución de los acentos.
Sal 11, 1-3. Invitación a la huida
Los amigos invitan al salmista a emprender la huida hacia las regiones montañosas, como pájaro amedrentado por los cazadores. En la espesura del bosque encontrará su refugio. David, huyendo de Saúl, se refugió en las montañas; y los Macabeos también se acogieron a la geografía montañosa cuando empezó la persecución seléucida. Los enemigos del salmista son gentes sin remordimientos y traidores y están espiando la ocasión de caer sobre él. Como cazadores expertos enderezan el arco y ajustan las saetas, para dar certeramente en el blanco en la indefensa víctima que es el justo perseguido. Buscan las ocasiones propicias en la oscuridad de la noche, para cogerle desprevenido. La vida, pues, del salmista está en gran peligro, y por eso es aconsejable la huida a lugares apartados, como los montes. Cuando se han conculcado los fundamentos de la moral y se hace caso omiso de los valores religiosos, no hay nada que esperar de la sociedad, porque siempre los más desaprensivos están al acecho para caer sobre el de recto corazón. Contra ellos parece que nada puede hacer el justo, como el salmista. La argumentación es clara desde el punto de vista puramente humano, si se prescinde de la existencia de un Juez superior que da a cada uno según sus obras. La vida es lucha entre el bien y el mal, y no es aceptable como programa huir cuando hay peligro para los buenos. Esta es la idea que va a desarrollar el salmista ante sus pusilánimes amigos, demasiado alarmados ante la situación comprometida presente.
Sal 11, 4-7. Yahvé, Juez supremo sobre los hombres
Frente a todas las medidas de prudencia humana está la fe en un Ser superior, que está por encima de todos los hombres, pues tiene en los cielos su trono (versículo 3). Desde allí contempla la marcha de los acontecimientos entre los hombres. Su palacio es santo, porque se halla lejos de toda contaminación terrenal. El salmista destaca esta trascendencia y superioridad de Dios sobre los hombres para dar a entender a sus interlocutores lo pequeños que son sus enemigos al lado de EL Sus maquinaciones no se ocultan al que desde la atalaya celeste contempla a los hombres. Yahvé está allí entronizado no sólo como Rey de la creación, sino como Juez de la historia humana; por eso sus parpados escudriñan a los hijos de los hombres. Pero prueba al justo y al impío, para aquilatar el grado de virtud y de malicia en cada uno de ellos. Precisamente en la persecución y adversidad se mide el grado de virtud en los hombres. En el libro de Job, Dios prueba con la enfermedad y el infortunio al varón recto por excelencia; su desgracia dará la medida de su virtud. Por eso Yahvé permite que el justo sea perseguido por los que son instrumento de este juicio discriminativo en la sociedad. Pero su providencia se mueve a impulsos de las exigencias de la justicia y la equidad, y, por tanto, no abandonará al justo que sufre ni dejará de castigar al que injustamente ataca al virtuoso. Por exigencias de su justicia odia la violencia (Sal 11, 5).
Y el salmista, recordando la catástrofe de Sodoma y Gomorra, declara que al fin habrá un juicio discriminador, pues Dios enviará un terrible castigo sobre los impíos. En la perspectiva de los profetas y salmistas está siempre la esperanza del futuro juicio que ha de preceder a la manifestación mesiánica para poner las cosas en su punto. La descripción está calcada en la desaparición de las dos ciudades malditas del mar Muerto; por tanto, no ha de tomarse al pie de la letra. Los profetas hablan también del juicio de Dios en términos cósmicos escalofriantes, conforme al módulo de una literatura apocalíptica en la que la imaginación tiene gran importancia. A los impíos les tocará, por parte o porción de su cáliz, la destrucción. En los escritos proféticos se habla del cáliz de la ira divina, que deben beber los pueblos opresores. El símil está basado en la costumbre de hacer pasar el jefe de familia un cáliz para que los convidados beban todos de él. El salmista, pues, juega con esta comparación, y dice que la parte del cáliz que les corresponde es la desaparición total, como en otro tiempo Sodoma y Gomorra, en un torbellino de fuego y azufre.
Después de esta declaración de tipo escatológico-apocalíptico cambia el tono del salmo. El verso tiene todas las apariencias de ser una adición de tipo sapiencial, incrustada en el uso litúrgico para contraponer a la suerte trágica del impío la plácida del que vive conforme a la ley de Dios: Dios ama lo justo, y por eso, algún día, los rectos contemplarán su faz. En la literatura bíblica viejotestamentaria, la frase ver la faz de Dios equivale a servirle, a asistir a su culto en el santuario o a participar de su benevolencia y protección. Este parece ser el sentido del contexto, sin que la expresión del salmo aluda a una retribución en ultratumba, es decir, a una visión facial de Dios, como se enseña en la revelación neotestamentaria.
Sal 12, 1-9 (Vg 11): Deprecación contra los impíos
Este salmo es una lamentación colectiva, seguida de una súplica de intervención divina. Yahvé anuncia por un oráculo su intervención liberadora. El salmista termina expresando su confianza en la palabra y omnipotencia divinas. Los autores no están concordes al determinar si el salmista habla en nombre propio o de la comunidad de fieles que vivían asediados en medio de una sociedad corrompida por el engaño, la insolencia y la hipocresía.
También el título introductorio lo atribuye a David, y en ese caso, se supone que el poeta regio reflejaría la situación religiosa precaria en la corte de Saúl, en la que no faltaban hombres sin escrúpulo que poco a poco iban pervirtiendo la mente del rey, incitándole contra el joven David. En realidad estas quejas del salmista contra una sociedad corrompida encuentran su paralelo en las predicaciones de los grandes profetas, como Oseas, Amos, Isaías y Miqueas. Por razones lexicográficas, no pocos autores suponen que esta composición salmódica es posterior al exilio, de los tiempos de la literatura sapiencial. Literariamente, el salmo parece que se divide en cinco pequeñas estrofas: las dos primeras y la última, de dos esticos, mientras que la tercera y la cuarta son de un trístico cada una.
Sal 12, 1-3. Queja contra la corrupción general
No hay fidelidad ni sinceridad en las relaciones sociales y humanas. Con palabras dolosas y dobles, cada uno procura engañar a su prójimo. El salmista piensa en los dirigentes de la sociedad, que en su autosuficiencia procuran organizar la vida sobre relaciones falsas (Sal 12, 4-6). Es la misma acusación que los grandes profetas preexílicos lanzaban contra sus contemporáneos. El salmista, llevado del pesimismo, llega a decir que ya no hay piadosos ni fieles, es decir, gentes que sigan escrupulosamente la Ley de Dios. Son afirmaciones hiperbólicas para encarecer la situación corrompida reinante; pero por ello no han de tomarse al pie de la letra. En la historia de Israel siempre ha habido un grupo selecto que ha transmitido la antorcha de la esperanza religiosa y mesiánica a través de los siglos. Primero los profetas y después los "sabios," gentes que vivían de la mejor tradición yahvista de Israel.
Sal 12, 4-5. Súplica a Yahvé para que haga justicia
El salmista pide intervenga Dios contra los que utilizan la lengua como medio de dominio sobre los demás. Con sus calumnias y engaños procuran imponerse a los débiles y desamparados. Y cínicamente proclaman el éxito de su palabrería fraudulenta: Con nuestra lengua dominaremos (Sal 12, 5). En su insolencia, creen que están desligados de toda vinculación a un poder superior: ¿quién es nuestro amo?
Sal 12, 6. Yahvé se alza en defensa de los oprimidos
A la súplica anhelante del salmista responde Yahvé anunciando solemnemente un oráculo. Sus palabras son también una reacción contra los que insolentemente proclaman que no están sujetos a un poder superior, sino que con los artilugios de sus labios pueden triunfar en la sociedad. La declaración del oráculo salvador aparece en Is 33, 10, donde se anuncia una intervención no sólo contra los enemigos de Israel, sino contra los pecadores de Sión. El salmista puede inspirarse en este texto para formular el oráculo de salvación, como ocurre otras veces en que se alude a las promesas mesiánicas. Yahvé es el protector de los oprimidos, y no puede ser indiferente a los gemidos de los menesterosos; por eso les promete la salvación tanto tiempo anhelada por ellos.
Sal 12, 7. Indefectibilidad de las promesas divinas
El salmista quiere sembrar confianza en los lectores respecto de las promesas divinas; son limpias de todo error y mentira, en contraposición a las falsas de los hijos de los hombres antes mencionados (Sal 12, 2-4). Son como plata que ha sido acrisolada siete veces, número que indica multiplicidad indefinida. Por tanto, los oráculos de Yahvé son dignos de todo crédito. La formulación de estos pensamientos tiene un carácter gnómico sapiencial, pero se adapta bien al contexto, y por eso no hay por qué dudar de su autenticidad.
Sal 12, 8-9. Esperanza de salvación
Para terminar, el poeta pone toda su confianza en Dios omnipotente, pues es el único contra esta generación de insolentes que se pasean con displicencia y altanería, despreciando a los temerosos de Dios. Son una generación de impíos, que no saben alzar sus ojos hacia valores espirituales. Con este pensamiento se cierra el ciclo del salmo, justamente con la misma idea con que se inició.
Sal 13, 1-6 (Vg 12): Suplica de auxilio del justo atribulado
La característica de este salmo es el tono deprecante confiado y doloroso de un justo en trance de muerte a causa de la prepotencia de sus enemigos. Está impaciente por recibir el esperado auxilio divino, y, con el alma angustiada, lanza un grito de auxilio a Dios, que parece haberle olvidado. No quiere que sus enemigos se burlen de él; pero tiene la seguridad de que Dios le ha de ayudar, confundiendo a sus enemigos.
En el título se le adjudica a David; y, en ese supuesto, algunos autores creen encontrar las circunstancias apropiadas que motivaron su composición en la azarosa vida de fugitivo en medio de sobresaltos ante las asechanzas de los seguidores de Saúl. Por el contexto interno no se puede concretar la época de su composición, ya que las plegarias de auxilio en momentos de graves peligros son corrientes en las composiciones del Salterio anteriores y posteriores al destierro. La división estrófica es regular.
Sal 13, 1-3. Queja del justo que se considera abandonado
El ansia de espera por la ayuda divina queda reflejada en este dramático ¿hasta cuándo? que se repite cuatro veces. La ausencia tan larga de la presencia divina resulta lacerante para el alma angustiada, rodeada de enemigos que insolentemente amenazan con prevalecer sobre él. En estas frases entrecortadas hay un dejo de amargura, de reproche y de impaciencia. Parece que Dios le ha olvidado y ha ocultado su rostro de él, dejándole expuesto a los ataques injustos de sus enemigos. Esta ausencia de Dios crea en él preocupaciones y pesares que angustian su corazón. Sus enemigos, al verle desamparado de su Dios, creen prevalecer sobre él. Y todo esto es causa de profundo pesar en el alma atribulada del salmista.
Sal 13, 4-6. Súplica de auxilio
El salmista habla de sus sufrimientos ante un peligro de muerte. Por eso suplica a Yahvé que le responda y le libere de la situación. Se siente desfallecer ante el peligro, y pide a Dios que le otorgue seguir viviendo: Alumbra mis ojos, no me duerma en la muerte. En el lenguaje bíblico, "alumbrar los ojos" equivale a dar la vida4. Su muerte sería el triunfo de sus enemigos, que no ocultarían su regocijo por su desaparición. Sería confirmarles en la opinión de que Dios le ha abandonado. Sus ojos están como mortecinos por tanto llorar. Sólo la presencia de Yahvé puede alumbrarlos, dándoles vigor. Pero, como siempre, en medio de sus depresiones morales, siente una profunda confianza en la piedad de Dios, que no le ha de abandonar. Presiente que le ha de salvar, y ya su corazón se alegra ante el auxilio salvador presentido. Ilusionado con la ayuda divina, promete cantar y dar gracias al que le colma de bienes. Los salmistas son gentes de fe absoluta en Dios y representan lo más selecto de la piedad del A.T. En medio de las mayores tragedias saben que hay un Dios justo, protector de los desvalidos y piadosos.
Sal 14, 1-7 (Vg 13): Corrupción general de la sociedad
Este salmo es idéntico al 53, y ambos tienen el texto muy oscuro y corrompido, en tal forma que no nos sirve una recensión para esclarecer la otra. Quizá ambas dependan de una fuente común que los escribas no han entendido bien y la han transmitido defectuosamente. Para tener un sentido probable de algunos versos, como Sal 14, 4-6, es preciso acudir a reconstrucciones hipotéticas más o menos verosímiles. De ahí que las versiones modernas no coincidan en los detalles.
El salmista se hace eco de una corrupción religiosa y moral que domina descaradamente la sociedad de su tiempo (Sal 14, 1-3), y apostrofa a los sacerdotes, a los que considera como principales responsables de esta luctuosa situación (versículo 4), lanzando contra ellos una terrible amenaza (Sal 14, 5-6); y termina con una súplica a Yahvé para que se restablezca el buen sentido religioso y moral en la sociedad (versículo 7). La estructura literaria de la composición se asemeja a la del salmo n: dos estrofas iguales de tres versículos cada una, con una conclusión. Sustancialmente es un poema sapiencial que se cierra con una aspiración mesiánica. Según el título, la composición es del rey David. Pero, por no mencionarse la idolatría -vicio capital antes del exilio en Israel-, no pocos autores modernos creen que es de época posterior al destierro babilónico. El salmista arremete contra la clase sacerdotal, que tenía especial fuerza después del exilio; pero ya en los tiempos de los profetas de la monarquía los sacerdotes eran desenmascarados por extraviar al pueblo de los caminos tradicionales del yahvismo.
El necio es el materialista, que cree encontrar la felicidad en las cosas de la vida, y por eso cree poder organizar su vida sin depender de Dios, y así piensa torpemente en su interior: No hay Dios. No cree en la existencia de un Dios remunerador de los actos virtuosos y vengador de las malas acciones. La frase hebrea "decir en su corazón" equivale a "pensar". El salmista, pues, trata de reflejar los pensamientos íntimos del despreocupado en lo religioso, que no sabe mirar más arriba de lo material. Así, pues, el necio es el opuesto al sabio, que regula su vida conforme al gran axioma: "El principio de la sabiduría es el temor de Dios". Entre los semitas no se daba el ateo teórico, pero sí el práctico: no tiene en cuenta la acción de la Providencia en la vida de los hombres. Los intereses materiales ahogan el pensamiento de un Dios juez y providente. En consecuencia, el necio -al hacer caso omiso de la intervención de Dios en la vida- prescinde de todo principio moral, buscando sólo lo que reporta más utilidad.
Sal 14, 2-3. Yahvé busca hombres virtuosos
Pero, a pesar del olvido del necio, la realidad es que Dios contempla desde la altura de los cielos la marcha de la historia y la vida de los hombres y presta atención a lo que hacen, inclinándose para mirar con atención, esperando encontrar alguno que busque a Dios. Es un antropomorfismo que refleja bien la solicitud divina por indagar los actos virtuosos de los hombres. Frente al necio, que vive apartado de Él, inquiere al "sabio" que busque a Dios, es decir, que organice su vida conforme a los preceptos de la ley divina. Pero el resultado de esta indagación divina es negativo: todos se han descarriado..., no hay quien haga el bien (versículo 3).
Sal 14, 4-6. Yahvé, vengador de los justos
El salmista arremete contra los representantes de la clase sacerdotal, que no hacen justicia al pueblo, protegiéndole y guiándole, sino que más bien lo devoran, como comen el pan del santuario que acompañaba a las ofrendas, y en estas circunstancias, aunque hagan sus oraciones, en realidad no invocan a Yahvé, es decir, no le pueden ser aceptas sus oraciones. Los profetas frecuentemente atacan a los sacerdotes porque se limitan a actos de culto, sin que sus oraciones vayan acompañadas de buenas acciones. Incluso se atreven a acercarse al templo con las manos manchadas en crímenes y exacciones. Pero llegará la hora del castigo, porque Yahvé está con la generación justa (versículo 5) y aprueba su conducta; en consecuencia, sale siempre en su defensa. Guando llegue la hora del juicio divino, los obradores de iniquidad, que oprimen al pueblo, temblaran con gran temor. Yahvé estará al lado del desvalido contra las maquinaciones de los opresores.
Sal 14, 7. Ansias de salvación
Este verso parece adición redaccional, ya que antes el salmista presentaba a Yahvé viviendo en los cielos y desde allí escudriñando las acciones humanas. Aquí, en cambio, se le presenta como morando en Sión, desde donde ha de salir la salvación para Israel. El salmista piensa en el retorno de la cautividad del pueblo de Yahvé, que será la causa de la alegría general en Israel. No obstante, la expresión hebrea shab shabut (lit. "retornar la vuelta"; Vg "averterit captivitatem.") puede tener el sentido general de volver las cosas al estado que antes tenían, sin aludir al retorno de la cautividad; y, en ese caso, el salmista suspiraría, no por el retorno de Israel del cautiverio, sino por la normalización religiosa de la vida social, que antes tanto recriminó. En ese supuesto, el versículo 7 es la conclusión normal del salmo, aunque métricamente parece superfluo.
Sal 15, 1-5 (Vg 14): El huésped de Yahvé
En esta bellísima composición encontramos el código moral del fiel que aspira a vivir en intimidad con Dios en el santuario de Jerusalén. No se insiste en las purezas rituales levíticas, sino en las morales del corazón; "es como el ceremonial de corte exigido al que se propone entrar en intimidad con Yahvé." Sólo el ser humano íntegro, justo y fiel puede tener acceso a la corte del Dios de Israel. La composición se cifra con una promesa de bendición. La exposición del tema es similar a Sal 24, 3-6 y a Is 33, 14-16. Por otra parte, el y se reproduce fielmente el precepto de Lv 25, 37 (ley de santidad) y se parece a Dt 27, 25. Por estas dependencias, no pocos autores suponen que el salmo es posterior al exilio. Según el título del mismo, sin embargo, se atribuye la composición al propio David, como los anteriores de esta primera colección del Salterio. Los autores que mantienen la paternidad davídica del salmo creen que el salmista lo compuso con motivo del traslado del arca a la colina de Sión, la "montaña santa."
La composición tiene un aire sapiencial, y quizá se cantaba con ocasión de las peregrinaciones al santuario de Jerusalén. Rítmicamente parece dividida en dos estrofas, precedidas de un preludio y seguidas de un epifonema.
Sal 15, 1-3. Condiciones para ser huésped de Yahvé en el templo
La distribución tiene un aire de composición dramática. Primero, en el preludio (versículo 1), una voz plantea un interrogante: ¿Quién puede ser huésped de Yahvé en su santuario? Dios es santo, y, por tanto, para acercarse a Él es necesario cumplir determinadas condiciones que no le hagan indigno de la presencia del Altísimo. En Lv 11, 44 se dice al pueblo de Israel: "Sed santos como yo soy santo." Nada contaminado puede entrar en relación con Yahvé, que vive en una atmósfera de santidad y pureza. Para acercarse a Él es preciso "santificarse" con ritos especiales de purificación y, sobre todo, tener ciertas cualidades morales excepcionales. El salmista aquí no tiene preocupaciones de índole ritual y sólo exige la preparación moral para acercarse a Dios. La morada en el templo de Yahvé ha sido considerada siempre como una garantía de seguridad y de felicidad íntima espiritual. El salmista no restringe su perspectiva a los sacerdotes y levitas -funcionarios oficiales del recinto sagrado-, sino que se refiere a todo el que se acerca a la casa de Dios. Para poder acercarse dignamente y ser huésped del santuario se debe llevar una vida en conformidad con las prescripciones divinas, obrando con justicia y rectitud, lo que implica sinceridad en las relaciones con el prójimo, ausencia de engaño y abstención de todo lo que pueda causar daño o injuria al prójimo. Se enumeran diez condiciones para la integridad de la vida moral en su manifestación de palabra y obra.
Sal 15, 4-5. Exigencias de fidelidad
Para ser digno de Dios es necesario tener una valoración religiosa de los hombres; es decir, no se debe uno dejar llevar de las apariencias, honrando a los que triunfan en la sociedad a pesar de ser réprobos ante Dios. Los honores deben reservarse a los temerosos de Yahvé, los que conforman su vida a sus mandatos, sabiendo sacrificar muchas veces sus intereses materiales por seguir la ley de Dios. Los tiempos del salmista eran difíciles, y prevalecían los que hacían caso omiso de los preceptos divinos. Lo más fácil era adular a los poderosos que se habían creado una posición social por su carencia de escrúpulos morales. Estos, en realidad, son para el salmista réprobos ante Dios, y por eso deben ser menospreciados por el que pretenda ser huésped de Yahvé: Al contrario, los temerosos de Dios eran comúnmente despreciados, porque por sus escrúpulos religiosos y morales no habían logrado ascender en la escala social; sin embargo, ellos son los predilectos a los ojos divinos, y por eso deben ser honrados por el que aspira a ser amigo de Dios y entrar en su casa.
La integridad de vida exige también fidelidad a los juramentos prestados, aunque su cumplimiento sea en perjuicio propio (versículo 4). La usura es también algo de lo que debe estar alejado el amigo de Dios. En hebreo, el préstamo a interés es llamado "mordedura," expresión gráfica del perjuicio que causa al que se ve obligado a recibir dinero a crédito. La usura estaba prohibida en la Ley cuando se hacía entre israelitas6, pero estaba permitida con los extranjeros. Aquí el salmista no distingue, pero en su perspectiva parece que se refiere a las relaciones con los connacionales. En realidad, a pesar de la Ley, la usura era una plaga en la sociedad hebrea, como nos lo dicen los profetas.
El salmista también prohíbe la venalidad en la administración de la justicia. Era corriente que los jueces dictaminaran por cohecho, en contra de los intereses de los más débiles económicamente. Vemos, pues, cómo al salmista no le preocupan los problemas de pureza ritual, sino los valores ético-religiosos, lo que está en consonancia con la predicación profética. El ideal que propone es muy alto, pero el premio por parte de Yahvé no se hará esperar: al que tal hace, nadie jamás le hará vacilar (versículo 5). Tal es el epifonema con que se concluye esta bella composición salmódica. Probablemente es una adición de tipo litúrgico, cuando se adaptó el salmo al culto del templo. El que es fiel a Dios cumpliendo sus preceptos, será inconmovible, porque está anclado en lo eterno, que es el mismo Dios.
Sal 16, 1-11 (Vg 15): Ansias de intimidad con Yahvé
Esta composición es una expansión confidencial del alma que encuentra su felicidad en vivir en compañía de Dios, porque Él es la fuente única de todo bien. De aquí se sigue la simpatía por todos los que son fieles a su Dios y la aversión hacia los que se entregan a prácticas idolátricas. Los ídolos, lejos de otorgar la felicidad a los seguidores, son ocasión de grandes perversiones morales, de prácticas crueles e inhumanas, llegando hasta el derramamiento de sangre humana en sus libaciones. Al contrario, el que sigue a Yahvé ha encontrado su porción selecta. El salmista, consciente de este privilegio, tiene, de día y de noche, presente en su mente a su Dios y ansia y espera perpetuar esta intimidad espiritual de vida con su Dios aun por encima de la muerte.
Como los salmos anteriores, también éste es atribuido en el título a David. San Pedro recoge esta tradición y arguye en ese supuesto para probar el sentido mesiánico del salmo. En realidad, el apóstol entonces no trataba de dilucidar exegéticamente el problema de la autenticidad crítica del salmo, sino de probar su relación con Cristo, y basa su argumento tomando como base la opinión común recibida. El P. Lagrange dice a este propósito: "No tiene importancia para la argumentación de Pedro que el autor del salmo sea David u otro. Si David ha muerto, con mucha más razón cualquier otro debe sufrir las consecuencias de la muerte, a no ser su Hijo, más grande que él". Se mantiene la autenticidad davídica del salmo, basándose en esta cita de San Pedro. Con todo, por razones de crítica interna, no pocos autores, aun del campo católico, como Podechard, creen que el salmo es posterior al exilio babilónico, pues cree encontrar dependencias literarias del profeta Jeremías.
Desde el punto de vista literario es un canto lírico de gran contenido teológico. La distribución rítmica es bastante regular, a base de cuatro estrofas, abundando los paralelismos sinónimos.
Sal 16, 1-4. Adhesión del salmista a Yahvé
La indicación introductoria de miktam aparece también en los salmos 56-60, que constituyen una colección atribuida también a David. Su desplazamiento resulta, pues, anómalo, quizá por el parecido conceptual que este salmo tiene con el siguiente. Parece ser una indicación musical de sentido incierto. La Vg, siguiendo a los LXX, traduce por "tituli inscriptio." Aquila, Símaco y San Jerónimo traducen por "el humilde, sincero e irreprochable," aplicándolo, como epíteto, a David. Los autores modernos más bien creen que es o una indicación musical o literaria, como si fuera una composición epigramática de sentido esotérico.
Sustancialmente, la idea central del poema es la de la confianza ciega en Dios. El salmista se acoge a la protección divina como única fuente de felicidad. Por eso lo proclama como Señor único, pues sólo en El encuentra su dicha (versículo 2). Llevado de esta su vinculación a Dios, sólo le interesan los que están en buenas relaciones con El, como los santos; en éstos tiene su complacencia, y son en realidad, a su estimación, los verdaderos príncipes preclaros (versículo 3). Los autores que suponen que el salmo es de David, creen que el poeta regio expresa su fidelidad a Yahvé y a los suyos en el momento de ser expulsado a tierra de los filisteos. Esta expatriación forzosa habría de ser una invitación a la apostasía, ya que, en la mentalidad de los antiguos, cada región tenía sus dioses: "eius religio cuius et natío." David, al contrario, al salir del territorio de Yahvé, entonaría un himno de adhesión incondicional a Yahvé y a sus seguidores, los santos, llamados tales porque adoran al Santo por excelencia y habitan en la tierra "santificada" por su presencia en el tabernáculo. Para el salmista, los nobles o príncipes no son los que ocupan altos cargos sociales ni los que tienen bienes de fortuna conforme a la estimación popular, sino los que se amoldan a la vocación de Israel, que debe ser una "nación santa"; por eso, sus componentes -cumplidores de la ley de Dios- son considerados como santos. Esta interpretación es recta en el supuesto de la versión que hemos adoptado en el texto.
Pero no son pocos autores los que creen que las palabras santos y príncipes tienen aquí un sentido despectivo e irónico, cuanto que se aludiría a los apelativos que dan los idólatras a sus ídolos, los dioses cananeos. El salmista, en todo caso, declara que no quiere participar en los cultos idolátricos, en los que no faltan las libaciones de sangre (versículo 4), aludiendo quizá a los sacrificios de seres humanos a los ídolos. Esta alusión a los sacrificios humanos parece avalar la antigüedad de la composición, ya que después del exilio no se daban estos sacrificios humanos en el culto idolátrico en Palestina. Pero quizá la expresión libaciones de sangre se refiera a la efusión normal de sangre animal en los sacrificios. En todo caso, el salmista no quiere tomar parte en los actos de culto a los ídolos, porque los que lo hacen multiplican sus dolores, ya que no les pueden ayudar en sus necesidades. Por eso no quiere ni nombrarlos: no pondré sus nombres en mis labios.
Sal 16, 5-8. Yahvé es la porción selecta del justo
El salmista no quiere tomar parte en los cultos idolátricos, porque no tiene más que un Dios, Yahvé, que es la parte de su heredad y su cáliz (versículo 5). La metáfora alude a la distribución de la tierra de Canaán entre las doce tribus. A la de Leví no se le dio extensión territorial, porque su parte o hijuela fue el propio Yahvé. Debía estar dedicada exclusivamente al culto, por pertenecer de un modo especial a Dios, y por eso las otras tribus debían atender al sostén material de sus miembros. Yahvé es, pues, la porción y heredad especial de los levitas y sacerdotes; pero también lo era de Israel, de las almas piadosas. Y el mismo Israel es la heredad de Yahvé. El símil expresa bien la vinculación mutua de Yahvé e Israel.
Una segunda metáfora confirma la idea de que Yahvé es el cáliz del salmista; alusión a la costumbre de dar el padre de familias a beber el cáliz común a sus hijos y huéspedes. Algunos autores creen que se alude a la costumbre de echar suertes en un cáliz o copa. En todo caso, se expresa la alegría del salmista, que se siente privilegiado al poder tener como heredad suya al propio Yahvé, el cual garantiza su lote, es decir, su íntimo bienestar y felicidad. Realmente ha sido afortunado en la distribución, pues las cuerdas cayeron para él en parajes amenos (versículo 6). Ahora el símil está calcado en la costumbre de medir con cuerdas las diversas partes para determinar la hijuela de cada miembro de la familia.
Él ha sido afortunado, pues su parcela cayó en la parte más feraz del terreno.
Agradecido, el salmista quiere bendecir a Yahvé, que le aconseja y le hace ver que su verdadero bien está en el propio Yahvé, que le ha cabido en suerte; su conciencia (sus ríñones) le amonestan de noche, cuando medita secretamente en el lecho sobre la elección divina sobre él. En la literatura bíblica del A.T., los riñones son considerados como la sede de los afectos íntimos; aquí, pues, equivalen a la voz de la conciencia. En las horas tranquilas de la noche es cuando el salmista oye la voz de Dios reflejada en su conciencia.
Consecuencia de esta meditación profunda y secreta sobre su suerte privilegiada es su entrega sin reservas a Yahvé, al que tiene siempre ante su mente; y precisamente en esta su vinculación constante a su Dios está su seguridad inconmovible: no me moveré (versículo 8). Yahvé está siempre a su diestra, protegiéndole contra todo peligro.
Sal 16, 9-11. El sendero de la vida
Este sentimiento de seguridad bajo la protección de Yahvé hace que el justo se entregue a transportes de alegría que penetran todo su ser: el corazón, la lengua y la carne. Esta triplicidad de términos resalta enfáticamente la gran alegría que embarga al salmista al sentirse bajo la protección divina. Con El descansa seguro, porque podrá hacer frente a todos los peligros. Movido de esta confianza, el salmista espera que su Dios no le dejará ir al Seol, o región subterránea donde están los difuntos, llevando una vida lánguida como de "sombras," sin dolores físicos, pero tampoco con alegrías y satisfacciones positivas. Es una concepción similar al "arallu" babilónico y al "hades"' de los griegos, del cual decía Aquiles a Ulises que era preferible ser pastor entre los hombres que rey entre los muertos. El salmista espera que su Dios protector le libre del peligro de muerte, de ver la fosa. Esta expresión equivale a morir, ser relegado al sepulcro. Así, fosa y Seol son dos términos paralelos para designar la muerte.
El salmista expresa su esperanza de librarse de la muerte por intervención divina, que le enseñará el sendero de la vida (versículo 11); es decir, le permitirá vivir en plenitud junto a Él, gozando de la hartura de alegría y de las delicias a su diestra. Los salmistas encuentran su felicidad en vivir en intimidad litúrgica con Yahvé en su templo. Él es el dispensador de toda felicidad, y sólo en vida es posible tener relaciones con Dios, ya que en el Seol no se le puede alabar, aunque la región tenebrosa está sometida a su dominio. En sus ansias de felicidad, el salmista aspira a convivir para siempre con su Dios; quizá en estas frases haya un presentimiento de otra vida en ultratumba en unión con Yahvé, como se declara en el libro de la Sabiduría. En Pr 12, 28, el "sendero de la vida" es el sendero de la justicia, y, como tal, se contrapone a los caminos que conducen al Seol y a la muerte. Creemos que, en la perspectiva del salmo, la antítesis "no está entre esta vida y la otra, sino entre la vida con Dios o sin Dios".
Carácter mesiánico del salmo
Desde la época apostólica se ha dado al salmo un sentido marcadamente mesiánico, fundándose en la aplicación que hace San Pedro en su alocución el día de Pentecostés. Efectivamente, el apóstol toma pie de la afirmación del salmista según la versión de los LXX ("no permitirás que tu santo vea la corrupción") y ve en ella un anuncio de la resurrección de Jesucristo. Esta esperanza no se cumplió en David, porque murió y no resucitó; luego se cumplió en Jesús. San Pablo utiliza también el texto para probar la resurrección de Cristo. Entre los Padres esta interpretación fue común. Así, cuando Teodoro de Mopsuestia propuso que el que hablaba en el salmo no era David, sino el pueblo israelita, y, por tanto, que se anunciaba la resurrección del pueblo, el concilio Constantinopolitano II le condenó expresamente. Se mantiene el sentido mesiánico del salmo y su alusión a la resurrección. No determina si ese sentido mesiánico y esa relación del salmo con la resurrección de Cristo se ha de tomar en sentido literal o típico.
La dificultad para aplicar los textos del salmo a Cristo en sentido literal individual radica en ciertas expresiones de los versículos 1 al 7 del mismo salmo, que ciertamente no se pueden poner en labios de Cristo, pues se alude por parte del salmista al miedo de caer en la idolatría y apartarse de Yahvé. Por eso parece más razonable considerar el salmo como mesiánico en sentido típico. San Pedro ve en las expresiones del salmista un trasfondo de aplicación a la resurrección de Cristo, y su argumentación es concluyente para aquel auditorio que aceptaba la versión griega, en la que se habla de la liberación de la corrupción. San Pablo utilizará muchas veces argumentaciones de la versión alejandrina para probar su doctrina aun en textos que difieren grandemente del original hebreo. En la mentalidad biblista judaica era preciso colorear todas las ideas de expresiones bíblicas viejotestamentarias, y para ello se utiliza el texto sagrado en el modo más diverso, acudiendo a sus diversos sentidos, literal, típico y acomodaticio. En sus argumentaciones apologético-paneréticas no se trataba de aquilatar exegéticamente el sentido de cada texto, sino de utilizarlo según requerían las circunstancias prácticas y la calidad del auditorio. Así, San Pedro, hablando bajo impulsos del Espíritu Santo, establece también una relación entre las palabras del salmista y la realidad de la resurrección de Cristo.
Sal 17, 1-15 (Vg 16): Confianza del justo en el juicio de Dios
Este salmo es muy similar en algunos aspectos al anterior; en ambos se declara que la máxima felicidad consiste en vivir en comunidad espiritual con Dios. Pensamientos también similares los encontramos en los salmos 7 y 11. Sin embargo, en el salmo 17 encontramos más nerviosismo y ansiedad ante la inminencia de peligro. Es la plegaria confiada de un justo que no tiene conciencia de haber ofendido a su Dios, y que, sin embargo, es acosado por la calumnia u hostilidad de gentes impías. Consciente de su inocencia, pide protección a Dios para que le libre de sus injustos agresores. Confiado en la justicia divina, espera y pide el castigo para sus enemigos, mientras que él espera contemplar la faz de Dios, saciándose con los placeres íntimos espirituales que se derivan de su amistad bienhechora.
El título del salmo lo atribuye a David, y, en ese supuesto, los autores antiguos creían que su composición tuvo lugar en los tiempos en que andaba huyendo de Saúl y sus seguidores, que le tendían emboscadas para quitarle la vida. Los peligros de muerte eran muchos, y la fe cálida de David le hacía expresar dramáticamente sus ansiedades y su confianza en el Dios que le había elegido para rey de Israel . Sin embargo, no pocos autores modernos, por razones de estilo, creen que el salmo es de la época persa.
Literariamente es una plegaria, en la que no faltan símiles originales y vigorosos para expresar la ferocidad de sus enemigos y su confianza en Dios, que le ha de "guardar como la pupila de "sus ojos" o como una avecilla tímida "a la sombra de sus alas." Rítmicamente es poco regular; sin embargo, se pueden distinguir seis estrofas de tres dísticos, excepto la última, que tiene dos dísticos y un trístico.
Sal 17, 1-2. Súplica a Yahvé por la justicia
El calificativo de plegaria es reservado en el Salterio a este salmo y a otros cuatro. En realidad, la mayor parte de las composiciones salmódicas tienen el aire de oración, pero en éstas resalta particularmente su carácter deprecativo.
Yahvé es ante todo un Dios de justicia, que da a cada uno lo que es suyo, y por ello tiene que estar siempre atento al clamor de las almas justas, que en Él tienen su único defensor. El salmista, antes de exponer sus ansiedades, declara que rechaza toda hipocresía en su conducta. Sus labios no son dolosos, y, por tanto, las palabras que va a pronunciar son sinceras. Viviendo en un ambiente de falsedad y de calumnia, quiere que su causa judicial resplandezca ante los demás, y para ello pide, suplicante, que su juicio o sentencia favorable provenga del mismo Dios, de forma que su rectitud de vida quede públicamente vindicada, como corresponde al proceder de Yahvé, cuyos ojos ven siempre lo recto. Consecuente con su aprobación de lo que es recto, debe desplegar su poder para que la causa justa del salmista triunfe ante la estimación de los que le injurian y persiguen. La protección divina será la mejor prenda y confirmación de la conducta del salmista.
Sal 17, 3-4. Declaración de inocencia
Prueba de la sinceridad de sus palabras es que, a pesar de haber probado como en crisol su corazón, sondeando sus íntimos pensamientos, no ha encontrado en él nada reprochable. En el silencio de la noche, en los momentos de reflexión profunda, la conciencia del salmista se ha sentido libre de mácula ante su Dios. Su boca no ha dicho nada pecaminoso, y en su conducta con los demás ha procurado atenerse a la ley de Dios (la palabra de tus labios), evitando toda extorsión y violencia con el prójimo. El "camino del violento" se opone al "sendero de la vida," pues lleva a la muerte. En la vida errante de David, perseguido por Saúl, hay muchos rasgos en los que aquél mostró su magnanimidad, respondiendo a la violencia con la mansedumbre, perdonando en alguna ocasión la vida a su perseguidor cuando le tenía en sus manos. Si el salmo es obra de él, refleja bien esta nobleza y sentimiento religioso del que no quería matar al "ungido de Yahvé." En todo caso, los salmistas reflejan en sus composiciones la situación espiritual de los justos perseguidos que se mantienen fieles a los preceptos del Señor, sin utilizar medios violentos de revancha.
Sal 17, 5-6. Súplica de protección
Aunque no tiene conciencia de haber pecado, pide a su Dios que le confirme en el buen camino para que no titubeen sus pies. Las incitaciones al mal son muchas, y el salmista necesita del auxilio divino para mantenerse incólume en medio de tanta corrupción y hostilidad. Lejos de dejarse llevar de la presunción por haber triunfado hasta ahora, siente la necesidad de la respuesta divina.
Sal 17, 7-9. Súplica de salvación
Consciente de la omnipotencia divina, el salmista pide manifieste su piedad salvadora para con él, ya que siempre es el protector de los que a Él se acogen contra las incursiones de los adversarios. El justo debe ser preservado como la niña o pupila de los ojos, lo más caro y delicado del cuerpo humano, y como una avecilla tierna y tímida, bajo la sombra de las alas protectoras de Yahvé. Los ataques de los enemigos se hacen cada vez más insistentes, y por eso la ayuda divina es de urgente necesidad. El salmista se presenta rodeado de enemigos que furiosos tratan de atentar contra su vida.
Sal 17, 10-12. Sistemática hostilidad contra el justo
La descripción de los enemigos del salmista es vigorosa y dramática: tienen un corazón duro (lit. "cubierto de grasa"), insensible a los sufrimientos del prójimo, y jactanciosamente se creen superiores a todos. En sus puntos de vista no hay consideración alguna con la ley de Dios, que está sobre ellos. Por eso, su corazón es duro, está como recubierto de grasa, insensible para valorar todo lo espiritual. En el lenguaje bíblico, el corazón es el asiento de la inteligencia y de los afectos. Los enemigos del salmista son obtusos de inteligencia y duros de corazón, carentes de toda sensibilidad espiritual. La prosperidad les ha cegado la mente; por eso no saben comprender la conducta del justo, que se conforma a la ley de Dios. Le acechan y atacan porque su conducta es una perenne acusación contra sus excesos, y por eso quieren hacerle desaparecer. Le atacan como leones, que ávidamente caen sobre su presa, o como leoncillos que acechan en su madriguera. El símil es corriente en los salmos, y expresa la ferocidad de los enemigos del justo.
Sal 17, 13-15. Ansias de liberación
En medio de tanta hostilidad, el salmista clama a su Dios para que se manifieste su poder y eche a tierra a los que consideran que el mundo con sus riquezas es lote exclusivo de ellos. Llevado de sus ansias de rehabilitación, el justo perseguido pide a Dios que el tesoro de los castigos divinos, que Yahvé tiene reservados para el día de la desdicha, caigan sobre los impíos, sobre sus hijos y descendientes, llenando de maldición su vientre, ya que no piensan más que en atesorar riquezas para satisfacer sus concupiscencias carnales. Una interpretación más atenuada es la que supone que el salmista no tiene interés en verse colmado de bienes materiales, como los impíos; este lote lo deja para ellos, pues él prefiere los bienes espirituales, la vida íntima con Dios. Lo que le interesa es contemplar la cara de Yahvé, saciándose, al despertar, con su imagen o compañía (versículo 12); es decir, tomar parte en los actos litúrgicos del templo al despuntar el día. El salmista quiere gozar de la amistad divina y participar de todas las bendiciones que de ella se derivan. Ver la faz de Dios y saciarse con su imagen o presencia equivale a "aparecer delante de El en el santuario." Moisés tuvo el privilegio único de "contemplar la faz de Yahvé," hablando con Él cara a cara; el salmista, en cambio, tiene que contentarse con asistir a las funciones litúrgicas del templo, donde encuentra su felicidad. Al despertar cada mañana, el salmista no tiene, pues, otra ilusión que reanudar su vida afectiva espiritual en el templo, estableciendo una comunicación íntima con Yahvé, que allí tiene su residencia sobre la tierra. No se alude, pues, aquí a una vida de unión con Dios después de la muerte; el salmista en los versículos 5-6 espera verse libre de los peligros de muerte en que se halla por la hostilidad de sus enemigos; por tanto, está fuera de su perspectiva la esperanza de un despertar en el sentido de resucitar, como se dice en Is 26, 19 y Dn 12, 2.
El salmista vive absorto con el pensamiento de la compañía de su Dios, y quizá tuviera algún presentimiento de que esta comunión de vida con Dios se continuaría después de la muerte, pero no hay afirmaciones claras sobre ello en el salmo para poder concluir que el salmista tenía ya una perspectiva de ultratumba como la del autor del libro de la Sabiduría. La frase contemplar la faz de Yahvé y saciarse con su imagen puede explicarse sin acudir a perspectivas de ultratumba. Por otra parte, en las versiones antiguas no se alude al concepto de "resurrección" en este pasaje. Así, los LXX traducen: "seré satisfecho cuando aparezca tu gloria"; la versión siríaca: "cuando tu fidelidad aparezca"; Teodoción: "cuando aparezca tu mano diestra." Vemos, pues, que en estas otras versiones contemplar la faz de Dios equivale a gozar de su protección bienhechora.
La perspectiva del salmista, pues, parece que se limita a esta vida: "la contraposición en su mente no es entre este mundo y el otro, la vida presente y la vida futura, sino entre la falsa vida y la verdadera vida, entre la carne y el espíritu, entre el hombre natural, con sus concupiscencias sensuales, y el hombre espiritual, con sus deseos hacia Dios... El salmista está absorto con el pensamiento de la felicidad que proporciona la compañía con Dios".
Sal 18, 1-51 (Vg 17): Canto ttriunfal de liberación
Este himno de acción de gracias, puesto en boca de David, tiene el aire de una antología salmódica. Podemos dividirlo en tres partes principales, en las que no faltan incrustaciones más o menos artificiales de pensamientos que se repiten a través de todo el Salterio: a) Después de una breve introducción, el salmista describe la situación apurada en que se hallaba por efecto del ataque de sus enemigos. Una intervención milagrosa de Dios -descrita con los tonos estereotipados de las teofanías bíblicas, en medio de conturbaciones cósmicas- le salva del peligro, entregando en sus manos a sus enemigos (2-31). b) Yahvé le protege, porque siempre ha sido fiel a sus preceptos (21-31). c) Descripción del triunfo sobre los enemigos con la ayuda de Dios, al que da gracias (32-51).
Según el título, el salmo fue compuesto por el propio David cuando se vio libre de todos los enemigos, sobre todo de Saúl, que sañudamente le persiguió por el desierto de Judá. Esta misma pieza poética la encontramos en 2S 22, 2, donde se pone también en boca del Profeta Rey como himno de acción de gracias a Yahvé por los beneficios que le dispensó en su azarosa vida. Como rompe la ilación de 2S 21, 15-22 y 2S 23, 839, comúnmente creen los autores que es una incrustación artificial y postiza para cerrar la vida del glorioso rey con un himno, como se cerró la de Moisés con el himno de Dt 32, 1-52. Así, pues, parece que el salmo 18 ha sido adaptado al texto de 2S 22, 2, después de haber tenido existencia literaria por separado.
Los críticos modernos distinguen diversos elementos y estratos literarios en la composición del salmo, que ciertamente tiene el aire de himno antológico, compuesto en general a base de tópicos literarios del Salterio. Pero esto no quita la gran belleza de conjunto y la gran elevación espiritual de la composición. Sobre todo, la descripción de la teofanía (8-16) tiene un aire dramático de epopeya, en la que abundan los crudos antropomorfismos conforme a la mejor tradición bíblica; se nota el eco de la teofanía del Sinaí, con sus explosiones huracanadas y la evocación de convulsiones atmosféricas, corno aparecen en el salmo 29. Desde el punto de vista rítmico se pueden distinguir ocho estrofas. No pocos autores creen que el salmo actual resulta de la yuxtaposión de dos composiciones poéticas diversas: la primera, del 2 al 28, y la segunda, lo restante.
Por razones de estilo y por las dependencias ideológicas que parece tiene el salmo respecto de la tradición deuteronómica, se supone que este ha sido compuesto después del siglo VIII. Un poeta de corte pondría en boca del rey un himno triunfal de acción de gracias similar al cántico de Moisés de Dt 32.
Sal 18, 1-4. Exordio deprecativo
En el título se llama a David siervo de Yahvé, denominación que en el A.T. se da a los personajes especialmente vinculados a Dios, como Abraham, Moisés, Josué, Job.
El salmista expresa su confianza total en Dios, que es su refugio y fortaleza en las adversidades. Los símiles están tomados de la estrategia militar. Si el compositor es el propio David, como se afirma en el título, se entienden bien estos símiles en un poeta-guerrero que pasó gran parte de su vida luchando a la intemperie, aprovechando las irregularidades del terreno contra las incursiones de sus enemigos, más organizados, como eran las huestes de Saúl; roca, ciudadela, escudo... son nombres que encuentran su explicación en el trasfondo geográfico de la atormentada geografía del desierto de Judá. Estos símiles son corrientes en la literatura salmódica. Yahvé es su fuerza salvadora o "cuerno de salvación," expresión que encontramos en Sal 28, 7-8. El cuerno es símbolo de poder. Las primitivas divinidades mesopotámicas llevan una tiara formada a base de "cuernos" enroscados hacia arriba, tomados del uroc o toro salvaje primitivo, símbolo de la fortaleza física incontrolada.
Consciente del poder omnímodo de Yahvé, el salmista le alaba e invoca, pues sabe que en él está la salvación contra sus enemigos. Esta confianza está basada en la experiencia, como lo demuestra la descripción siguiente.
Sal 18, 5-7. Yahvé, protector del justo en los momentos de peligro
El salmista, con todo dramatismo, acumulando imágenes tradicionales en la literatura poética bíblica, describe el peligro de muerte en que se halló en otras circunstancias, del que le salvó siempre la mano omnipotente de Yahvé. Los peligros son poéticamente descritos como olas y torrentes que amenazan con inundarle y arrastrarle a la muerte. Son los torrentes de belial, o de la destrucción. En el lenguaje bíblico, belial significa principio de destrucción y de maldad moral. Por eso, la Vg, siguiendo a los LXX, traduce "iniquitatis". En el contexto aparece en paralelismo sinónimo con la muerte; por tanto, se ha de tomar en el primer sentido: las oías de la muerte y los torrentes desbordados de belial amenazan con anegar la vida del salmista. La misma idea se continúa con las metáforas siguientes: las ataduras del Seol y las redes de la muerte conspiran contra su vida. Aquí el Seol y la muerte son comparados a cazadores que tienden sus redes y lazos o ligaduras para hacer caer la presa, que es la vida del salmista. Según la concepción mesopotámica, la región subterránea del "arallu" (sinónima del Seol hebreo), morada de los muertos, tenía sus emisarios, que eran las pestes y enfermedades, para coger en redes a los vivos, poblando así dicha región sometida a Nergal. Aquí parece que el salmista juega con una concepción similar, si bien desprovista de implicaciones politeístas.
El salmista, angustiado ante el mortal peligro, invocó a Yahvé, quien le oyó desde su palacio, es decir, desde su casa en los cielos. En los salmos encontramos constantemente este contrabalanceo del peligro y la salvación obrada por Yahvé.
Sal 18, 8-10. La teofanía de Yahvé
Es común en el A.T. describir las teofanías de Yahvé al modo de la famosa del Sinaí, en que Yahvé se manifestó en medio de fuego, relámpagos, humo y truenos, a las que se asocian convulsiones cósmicas, como terremotos y conmociones atmosféricas. Aquí el salmista, pues, trabaja con todos estos elementos poéticos tradicionales y presenta a Yahvé manifestándose para salvarle, de un modo airado y majestuoso, como en los momentos críticos de la nación israelita. Naturalmente, en toda esta descripción hay que ver una gran parte de hipérbole y despliegue de las cualidades poéticas del autor, que quiere impresionar a sus lectores acumulando símiles y frases estereotipadas de la literatura poética hebrea. Así, habla de un terremoto en el que se conmovieron hasta los fundamentos de los montes, símbolo de la máxima estabilidad. Según la concepción hebrea, la bóveda celeste descansaba sobre las cimas de los montes, que a su vez se asentaban sobre pilares inconmovibles sobre el mismo abismo. Toda la conmoción de la tierra se debe a la manifestación airada de Yahvé, que viene a hacer justicia a su siervo ultrajado. Para expresar la ira divina, presenta a Yahvé antropomórficamente, respirando aceleradamente y echando humo por sus narices y fuego por su boca (versículo 9). Este símil está calcado de la respiración entrecortada y humeante de los animales furiosos. Job nos presenta al cocodrilo resoplando, haciendo "hervir el abismo como olla y espumar como vasija de ungüentos, dejando en pos de sí blanco su camino, cual si fuese una cana cabellera". La ira de Dios se manifestaba tradicionalmente bajo el símil del fuego, que lo consume todo. Aquí el salmista hace salir de su boca carbones encendidos, los rayos y relámpagos, que llevan la consternación por doquier, son los mensajeros de su venganza. Yahvé, rodeado de huracanadas y negras nubes, que sirven como de pavimento a sus pies, desciende majestuosamente para juzgar a los hombres: Abajó los cielos, negra nube tenía bajo sus pies (versículo 10). La oscuridad de la nube oculta su radiante majestad para no deslumbrar a los seres humanos.
Sal 18, 11-16. Yahvé en medio de la tempestad
El salmista, conforme a la tradición literaria poética, presenta a Yahvé volando sobre los querubes o seres celestiales, que aquí aparecen en paralelismo con las alas de los vientos. Los querubes cubrían con sus alas el arca de la alianza, símbolo de la presencia de Yahvé en el tabernáculo del desierto. En Gn 3, 24, los querubes son los guardianes del paraíso; en las visiones proféticas son como los asistentes de Dios. En Ez 1, 1, los querubes tienen una cuádruple forma: de hombre, de león, de toro y de águila, abarcando el reino animal y el humano. Estos querubes están calcados de las kariku, o genios tutelares que guardaban los palacios babilónicos. En el salmo, como en Ez 1, 1, los querubes son como el trono movible de Dios, que se traslada sobre las alas de los vientos. Los símiles son puramente poéticos y reflejan bien la extrema movilidad de Dios en su providencia. Yahvé avanza cubierto de tinieblas como de un velo protector que le sirve de tienda. Las comparaciones son bellísimas y plásticas para realzar el misterio de la presencia divina: la calígine acuosa y las densas nubes velan su majestad radiante (versículo 12) hasta el momento de su manifestación airada, que se traduce en granizo y centellas de fuego. Es la descripción de una tormenta, que poco a poco se va preparando, cargándose de negras nubes, para deshacerse en relámpagos, rayos y truenos. Ningún fenómeno atmosférico se prestaba mejor para simbolizar la manifestación airada y majestuosa del Dios de justicia. El granizo fue una de las plagas de Egipto y contribuyó a la derrota de los cananeos en tiempos de Josué. En el salmo va acompañado de rayos y truenos, que son la voz del Altísimo (versículo 14). A Yahvé se le llama aquí Altísimo para resaltar su majestad; pero este nombre divino es raro en el Salterio.
Por efecto de la tormenta vino la inundación con arroyos de aguas y se descubrieron los fundamentos del orbe (versículo 16), hipérbole que refleja bien la conmoción causada por la manifestación airada de Yahvé. Al removerse las aguas, aparecieron las bases de las montañas, que son los fundamentos del orbe, pues le dan estabilidad. El huracán desencadenado ha cambiado todo, poniendo al descubierto los cimientos de las montañas, que se tambalean por efecto del furor divino.
Descrita la manifestación airada de Yahvé en medio de una conmovedora tempestad, el salmista deja el tono heroico y dramático de la teofanía, para hablar de su prodigiosa liberación de las insidias de sus enemigos. Se presenta como anegado por muchedumbre de aguas; tal es el cúmulo de adversidades que han caído sobre él 38. Pero Yahvé extendió desde el cielo su mano y le levantó de lo profundo de sus angustias. A pesar de que Yahvé habita en lo alto, en los cielos, sin embargo, vela por la suerte de sus fieles perseguidos y temporalmente sumergidos en la adversidad. La intervención divina le liberó de los enemigos que ferozmente le asaltaban, saliendo él de la estrechez angustiosa a lugar holgado, es decir, a la libertad y seguridad. Y todo ello porque encontró en él su complacencia (versículo 20).
Sal 18, 21-24. La liberación es el premio a la virtud del justo
Después de afirmar que Yahvé le ha salvado, el salmista declara por qué ha mostrado tanta benevolencia con él. En realidad, Dios no abandona a los que viven según su ley, y el salmista no tiene conciencia de haberse separado de sus estatutos. Las afirmaciones del salmista reflejan sentencias de estilo sapiencial. La justicia o rectitud del justo consiste en guardar los caminos de Yahvé, sus juicios y estatutos, lo que implicaba apartarse de la iniquidad para vivir íntegro en el temor de Dios.
Sal 18, 25-28. Yahvé corresponde a la conducta de sus fieles
Existe una justa reciprocidad entre las acciones del ser humano y las de Dios para con él. El salmista cree que la salvación que le otorgó obedece a su conducta de justicia o rectitud, pues siente sus manos limpias ante Dios. Aunque no especifica, en esta frase se incluye su conducta recta con el prójimo y con Dios. Yahvé será piadoso y benevolente con el piadoso, sincero con el sincero, pero sagaz con el de caminos tortuosos, frustrando sus planes inicuos y castigando su maldad. Dios está siempre dispuesto a prestar auxilio al humilde, que reconoce su dependencia de Dios y se ajusta a sus caminos, mientras que humilla al soberbio, de los altaneros. El orgullo es una de las siete cosas abominables para Dios, según declara el "sabio". Los profetas hablan en el mismo sentido.
Sal 18, 29-35. Yahvé es la fortaleza del salmista
Yahvé era para el salmista como una lámpara luminosa que le señalaba el camino de la esperanza en las tinieblas de la opresión y de la angustia en que se hallaba. La metáfora parece estar tomada de la costumbre de tener siempre una lámpara encendida en la tienda del beduino. Aquí la lámpara es símbolo de luz y de bienestar. La presencia de Yahvé en su alma es la fuente de todos sus íntimos bienes espirituales. El salmista se siente seguro con la compañía de Yahvé, y con Él se atreve a hacer frente a un tropel o escuadrón de enemigos que están dispuestos a asaltarle. Si el autor del salmo es David, se explican bien estos símiles guerreros; él ha logrado escalar y traspasar los muros de la fortaleza de Sión: con mi Dios traspaso la muralla (versículo 30). Esta fortaleza superada por el salmista puede ser una metáfora para expresar en términos bélicos el cúmulo de dificultades y adversidades que tiene que vencer frente a sus enemigos, que le hostigan incesantemente por doquier. La fuerza del justo está en Dios, que no puede faltar a sus promesas de ayuda, pues su conducta o camino es irreprochable, y sus palabras, fieles, acrisoladas, de forma que no hay en ellas ninguna doblez.
La seguridad del salmista radica en que Yahvé es el Dios único (versículo 32) y, como tal, es la única roca segura; como tal, le ha dado vigor para vencer todos los obstáculos en su marcha en la vida, para que no se torciese, siendo así su camino irreprochable. Su buena conducta se debe, pues, principalmente a Yahvé, que le ha dirigido e iluminado como una lámpara en su vida, dándole fuerza y vigor para hacer frente a sus enemigos. En la lucha le ha dado la agilidad del ciervo, y le ha colocado en situación de privilegio para la lucha al afirmarlo sobre las alturas. El salmista juega con las metáforas de la guerra para declarar la lucha espiritual que ha tenido que mantener por ser fiel a sus principios de fidelidad a Yahvé. En una guerra, la ocupación de los altozanos que dominan el campo de batalla son ya una garantía de victoria. El salmista sigue con el símil de la guerra, y declara que es Yahvé quien le ha aleccionado en el camino de la virtud, en la lucha por mantener su integridad moral y espiritual: adiestro mis manos para la batalla. Si es David el autor del salmo, estas palabras tienen un sentido histórico real, ya que toda su vida fue un despliegue guerrero, primero para llegar a ser rey y después para defenderse de los enemigos exteriores e interiores. No pocos autores modernos creen que el salmista canta las victorias guerreras de un rey posterior al propio David. El estilo de la última parte del salmo es heroico, obra quizá de un poeta áulico que exaltaría las proezas de su rey.
Sal 18, 36-40. Victoria sobre los enemigos
En los momentos de la lucha, Yahvé ha sido su defensor y le ha dado fuerzas para acelerar sus pasos en persecución de los enemigos. Los términos con que se describe la victoria sobre los enemigos son duros y en consonancia con la rudeza de costumbres de los tiempos del A.T. El salmista se halla todavía lejos de la sensibilidad moral exigida por la revelación evangélica.
Sal 18, 41-46. Sometimiento total de los enemigos
La descripción de la victoria sobre los enemigos y su sometimiento general tiene su mejor explicación en David victorioso sobre todos sus enemigos, reinando pacíficamente sobre su pueblo después de haber vencido sediciones internas y haber sometido a los enemigos exteriores: filisteos, amonitas y moabitas. Por eso puede decir que fue constituido en cabeza de las gentes (versículo 44). No pocos extranjeros, al conocer las victorias de David, ofrecían su alianza. Sus enemigos vencidos palidecían (versículo 46), entregándose incondicionalmente a la generosidad del vencedor: salían temblorosos de sus fuertes.
Sal 18, 47-51. Acción de gracias.
La exposición de las victorias se cierra con un himno de acción de gracias al que se las otorgó de modo tan munificente. Yahvé es, en realidad, su Roca y fortaleza, y confiando en Él ha logrado la plena victoria sobre sus enemigos. David logró vengarse de sus enemigos y ser reconocido como rey. Esta venganza es atribuida a Dios, que le dio la victoria. La perspectiva es en consonancia con la sensibilidad espiritual ruda del A.T. Con todo, se nota la confianza total en Yahvé y la gratitud hacia Él. En su mentalidad netamente religiosa, el salmista atribuye las victorias exclusivamente a Yahvé. Por eso le alabará entre las gentes (versículo 50). La sumisión de los pueblos extranjeros sirve para que éstos conozcan las proezas del único y verdadero Dios. Las victorias de Yahvé proclaman su poder. San Pablo trae estas palabras para probar que la admisión de los gentiles al mensaje de salvación estaba anunciada en el A.T. El rey de Israel es su ungido (meshijó). Esta expresión se aplicaba a los sacerdotes y reyes que habían recibido la unción de Yahvé. En el salmo 2 se aplica al Ungido por excelencia o Mesías, que iba a ser el lugarteniente de Yahvé y la culminación de la dinastía davídica.
Sal 19, 1-15 (Vg 18): La gloría de Dios, manifestada en el cosmos
En este salmo encontramos, en realidad, dos composiciones poéticas totalmente diversas, que sin duda tuvieron distinto origen. El contenido, la forma poética y el ritmo son diversos en ambas secciones. Los versículos 2-7 constituyen un himno al Creador, cuya grandeza se manifiesta en los misterios del cosmos. Todo es armonía y sucesión sincronizada en la marcha de la creación, porque todo obedece a una inteligencia superior. Esta parte del salmo se caracteriza por el lirismo más subido y arrebatador. La segunda sección tiene el aire de un poema didáctico, que se divide en dos partes: a) excelencias de la ley divina, que es fuente de felicidad para el que la observa (8-11); b) parte deprecativa: súplica de perdón por las infracciones, petición para no caer en la apostasía y, finalmente, súplica de que su oración sea escuchada.
El compilador de ambos poemas parece que ha querido poner en paralelo la armonía y belleza del cosmos, obra del Creador, y la de las prescripciones de la Ley, que se deben al mismo Dios, que formó el universo. En la primera parte se emplea el nombre divino de Él, mientras que en la segunda se usa el específico de Yahvé. El primero dice relación con el universo creado, mientras que el segundo dice relación con la elección de Israel, al que fue destinada la Ley. Así, pues, la segunda parte parece una adición de un autor de la escuela "sapiencial" que quiso establecer un paralelo entre la maravillosa obra de la creación del mundo y su "segunda creación," la Ley mosaica, expresión de su voluntad y, a la vez, módulo y troquel del alma religiosa israelita. La Ley es un reflejo de la sabiduría y santidad divinas y el espejo en que debe mirarse el alma israelita para reconocer su defectibilidad y dependencia de Dios.
Según el título, el salmo tiene por autor al propio David, como los anteriores. Ya hemos adelantado que el estilo y perspectiva poética y doctrinal de las dos secciones reflejan autor diverso. La primera parte, más lírica, puede reflejar el temperamento poético del Rey Profeta; pero la segunda delata a un autor "sapiencial" enamorado de la Toráh después de los tiempos de Esdras. Los críticos descubren, incluso en la primera parte, arameísmos tardíos de la época postexílica.
Sal 19, 1-5. El himno de los cielos a la gloria de Dios
Los cielos límpidos de Oriente son de una belleza incomparable; por eso, mejor que en ninguna otra parte, se destacan las miríadas de luminarias que proclaman la grandeza, la omnipotencia y la sabiduría de Dios, que las gobierna. El salmista se extasía ante esta maravilla única de la creación, y declara que los cielos entonan un himno mudo y silencioso al Creador, pero no por ello menos elocuente. La gloria de Dios se refleja en esta obra grandiosa. Se manifestó en la presencia luminosa que dirigió al pueblo israelita por el desierto. Es la revelación de sí mismo. En la literatura rabínica, esta presencia o morada de Dios se llamó shekinah. El salmista considera aquí la gloria de Dios como la manifestación radiante de su poder y sabiduría en la creación. La creación en el fondo es una revelación de Dios. El firmamento, o bóveda maciza celeste, según la concepción de los antiguos hebreos, era la muestra palmaria de la magnificencia divina, al aparecer tachonada de estrellas y astros luminosos.
Y este clamor mudo de la creación no se interrumpe. El día y la noche, lejos de anularse mutuamente en la proclamación de la gloria de Dios, se completan, ya que se suceden como dos centinelas de turno que se transmiten el mensaje o consigna: la gloria de Dios. A la luz del día se manifiestan los portentos del reino natural y animal: los valles de verde esmeralda, las cumbres nevadas de las montañas, las ocres mesetas de cereales, las rocas calcáreas, los mares; todo es un despliegue deslumbrante de las posibilidades de Dios en la creación. Así, pues, el día y la noche son como dos coros que alternativamente proclaman la grandeza de Dios. Estas afirmaciones del salmista tienen particular relieve en unos tiempos en que los pueblos gentiles -egipcios, mesopotámicos, fenicios- adoraban los astros como seres divinos. En su perspectiva son obras de Dios que tienen una finalidad en orden al ser humano. El lenguaje mudo de los cielos y del firmamento no es perceptible por los sentidos, pero no por eso es menos elocuente. San Pablo dirá que el Dios invisible puede ser rastreado a través de sus obras visibles. Toda la tierra pregona la grandeza y gloria de Dios (versículo 5).
Sal 19, 5b-7. La trayectoria del sol
Llevado de su inspiración poética, concibe al sol como un príncipe que habita suntuosamente en su palacio o tienda y que sale de mañana de refresco de su tálamo, como el esposo, a emprender su diaria tarea. El sol tiene ante sí un gran cometido: recorrer la inmensidad que se extiende desde los confines de los cielos a los más recónditos extremos de la tierra, de forma que nada quede oculto a su acción benéfica de dar calor y vida a los seres. He aquí cómo se expresa un himno asirio: "¡Oh Shamash! (dios solar), cuando tú sales de la gran montaña..., cuando tú sales del fundamento del cielo, donde se reúnen el cielo y la tierra...". El salmista juega con dos símiles: el del radiante esposo que sale, lleno de alegría y optimismo, ataviado con sus mejores prendas; rebosante de belleza y juventud, el esposo es símbolo de la felicidad y del optimismo. Pero, como el camino que ha de recorrer es inmenso, entonces el salmista lo presenta como un héroe vigoroso y animoso que se lanza a su carrera como un joven atleta. Como el guerrero valiente, afronta con vigor y resolución la lucha con sus enemigos, que en el caso del sol son las tinieblas, que tiene que disipar, y el frío, que trae la muerte a la naturaleza. Luz y calor son los dos grandes beneficios del astro rey, que sale radiante de su magnífico palacio para diariamente luchar con los enemigos de la vida en la naturaleza. En otro himno asirio-babilónico encontramos una concepción parecida: "(Shamash) se muestra cada día en el horizonte con un vigor y una juventud nuevas. Dios de la luz, tiene que luchar contra las tinieblas de la noche. Dios del calor, debe vencer el frío del invierno. También es el valiente entre los valientes, el qurudu, es decir, el guerrero y el héroe". El poeta israelita pudo utilizar estos símiles, e incluso conocer algún himno al sol, adaptándolo a su concepción monoteísta.
Panegírico de la Ley
El tono del salmo cambia totalmente; desaparece el arrebato lírico grandioso y le sucede un gotear cansino de epítetos aplicados a la Ley, conforme a la tradición de las escuelas "sapienciales" que florecieron después del exilio. Este carácter esencialmente didáctico, totalmente diverso del lírico anterior, revela una nueva mano redaccional. No sabemos por qué este nuevo salmo fue yuxtapuesto al anterior. Quizá se deba al deseo de poner en paralelo la magnificencia de la Ley, que en la estimación rabínica era la "nueva creación" de Dios al servicio de su pueblo. El nombre de Él (Señor de la creación, del orbe) es sustituido por Yahvé, el nombre que en la tradición israelita refleja la vinculación al pueblo de las promesas.
Sal 19, 8-10. La Ley es sin mácula, verídica y recta
Los pensamientos se desarrollan por paralelismos conceptuales, de forma que el pensamiento se va completando en cada estico. La Ley ha de tomarse aquí en sentido amplio, no sólo en su parte preceptiva, sino aun exhortativa, con sus promesas y amenazas. La felicidad del hombre está en conformarse con la voluntad de Dios y ésta se manifiesta en la Toráh, que es perfecta, de forma que el que camine según sus preceptos no se desvía del camino recto y da satisfacción plena al hombre: restaura el alma, confortando al hombre y dándole vigor, como el agua al sediento. Se la llama testimonio de Yahvé, en cuanto que refleja la voluntad divina; es fiel, porque nunca deja decepcionado al que se amolda a ella. Con sus prescripciones hace sabio al simple. Todo hombre puede dirigirse por el camino de la virtud o del vicio: el que escoge la primera senda es el sabio, mientras que el que sigue los senderos que se apartan de Yahvé es el simple o necio. El principio de la sabiduría está en el temor de Dios, y éste se refleja en el cumplimiento de la Ley, expresión de la voluntad divina.
La Ley se concreta en los preceptos, y, éstos son rectos, porque se amoldan al querer divino; con ellos se alegra el corazón, pues se siente la satisfacción moral de vivir en consonancia con el Dios omnipotente y dispensador de toda gracia. Esta alegría del corazón se refleja en la luminosidad radiante del rostro: esclarecen los ojos. "La Ley es luz", y da luz y vida. Esa luminosidad procede de que sus preceptos son limpios y transparentes, y, como tales, no empañan la tranquilidad de conciencia. El temor de Yahvé -reconocimiento de la Ley divina- es puro, libre de toda contaminación; permanece para siempre, pues responde a las exigencias del Dios inmutable. Los juicios o decisiones de Yahvé son justos y verdaderos porque responden a los postulados de justicia que implica la divinidad, y, como tales, no engañan.
Sal 19, 11-12. Valor de los juicios divinos
Los juicios de Dios -en cuanto sirven para dirigir al hombre en la vida- son de más valor que el mejor oro. La comparación es un tópico en la literatura sapiencial. Por el fruto que producen resultan más sabrosos y dulces que la miel, que sale directamente de los mismos panales sin haber sufrido adulteración. El salmista sabe reconocer su valor, y procura sacar provecho al dejarse iluminar por ellos.
Sal 19, 13-15. Súplica de perdón por las faltas involuntarias
Penetrado de la perfección de la Ley divina, se siente culpable de muchos deslices o infracciones. Particularmente le preocupan las inadvertencias ocultas. Tiene miedo de no corresponder al gran tesoro que para él es la Ley de Yahvé. Las faltas que se hacen por error se contraponen a las realizadas deliberadamente "con mano alzada". El salmista quiere expiar todas las posibles transgresiones para no empañar la amistad que con Yahvé tiene por el cumplimiento fiel de la Ley, que es la revelación de Dios. La Ley mosaica había determinado concretas expiaciones para librarse de la secuela de las faltas cometidas por error o inadvertencia. El salmista desea también verse libre de los movimientos de soberbia o presunción (versículo 14). Tiene conciencia de su debilidad, y teme rebelarse contra los caminos de Dios. Con la ayuda divina espera verse libre del gran pecado, es decir, de la apostasía o la rebelión espiritual contra su Dios.
Con estos sentimientos de humildad y compunción, el salmista espera que sus palabras sean gratas a Dios, y lo mismo sus consideraciones o meditación del corazón. Yahvé es el único apoyo para su alma, ansiosa de vivir en comunidad con El a través de la Ley. Yahvé es su Roca, en la que se siente segura, y es su Redentor, el vengador oficial de las ofensas.
Sal 20, 1-10 (Vg 19): Oración por el rey que va a la guerra
Este salmo constituye, con el siguiente, una unidad literaria, pues ambos fueron compuestos con ocasión de una expedición guerrera del rey de Jerusalén contra enemigos extranjeros. En este salmo, "el tono es deprecativo, mientras que el siguiente tiene el aire de acción de gracias por la victoria. Probablemente ambas piezas son del mismo autor. El salmo 20 presenta al rey ofreciendo un sacrificio público en el templo antes de marchar al lugar de la batalla para impetrar su auxilio en el duro trance, como era costumbre en Israel cuando el rey salía a campaña! Mientras el rey ofrece el sacrificio, una voz salida de en medio de la multitud le augura éxitos con la ayuda de Yahvé (2-5); la multitud responde pidiendo protección y victoria para el rey (versículo 6); y éste, o un sacerdote, declara que ha sido aceptado el sacrificio, y que, por tanto, la victoria será segura (6-8); la multitud se asocia a estas declaraciones y vuelve a impetrar el auxilio divino (versículo 10).
Según el título, el salmo es del propio David; y, en ese supuesto, las circunstancias de su composición habría que buscarlas cuando salió en expediciones militares contra los amonitas y sirios. Ciertamente, la composición es anterior al destierro babilónico, pues gira en torno a la persona del rey, que se apresta a la guerra. Cualquiera que haya sido su origen, es muy probable que el salmo se haya recitado en las funciones litúrgicas, siempre que un rey de Israel salía en campaña.
Rítmicamente el salmo es muy regular, distinguiéndose dos estrofas, la primera con paralelismos sinónimos, mientras que la segunda se caracteriza por los paralelismos sintéticos.
Sal 20, 1-6. Súplica de victoria a Yahvé
Los críticos señalan la pureza de dicción del salmo, en la que no se dan frases arcaicas. Por eso, aunque suponen que es de los tiempos de la monarquía, se resisten a atribuirlo a David, aunque la pieza primitiva pudo ser retocada. El salmista pone en boca de la asamblea, reunida en el santuario o templo con motivo de un sacrificio del rey que se dispone a salir en campaña, la manifestación de los mejores augurios para la empresa difícil, no exenta de peligro, que se avecina, el día de la angustia, es decir, del choque armado con los ejércitos enemigos. Garantía de la protección divina será el nombre del Dios de Jacob (versículo 2). La expresión Dios de Jacob es sinónima muchas veces de "Dios de Israel," pero aquí parece que el salmista alude a la especialísima protección que Dios tuvo sobre el patriarca hebreo cuando su destierro a Aram y, sobre todo, en el lance apurado del encuentro con su hermano airado Esaú. El propio Jacob, cuando volvía enriquecido de Siria, proclamó en Betel: "Vamos a alzar allí un altar al Dios que me oyó en el tiempo de la angustia". El salmista piensa ahora en el poder del antiguo Dios de los patriarcas, que ahora tiene su residencia en el santuario o templo de Jerusalén (versículo 3). Desde allí ha de salir ahora el auxilio y el sostén para el guerrero. Cuando está el rey ofreciendo su holocausto y oblaciones para impetrar la protección, es el momento de pedir que le sea grato el sacrificio, de forma que se acuerde de él cuando llegue el momento de dispensar su protección. Las oblaciones eran ofrendas a base de harina, aceite e incienso, mientras que los holocaustos, como su nombre indica (??µ? ?a??, "quemar totalmente"), eran sacrificios cruentos en los que se quemaba toda la víctima; por ello eran los más aceptos a Dios: "ofrenda encendida de suave olor a Yahvé". El sacerdote solía quemar sobre el altar parte de la ofrenda de harina; era el memorial o recuerdo en honor de Yahvé. En todo caso, el salmista desea que Yahvé encuentre suculento ("de suave olor") el sacrificio; expresión primitivista para desear que le sea grato y aceptable.
Supuesta esta aceptación benévola, la asamblea desea para su rey el cumplimiento de sus designios de victoria (versículo 5). Segura del triunfo, la multitud sueña ya con enarbolar la bandera de la victoria cuando vuelva de su expedición militar (versículo 6). El rey era el instrumento de Yahvé, como lugarteniente suyo en la sociedad teocrática de Israel; por eso su victoria era la del propio Yahvé.
Sal 20, 7-10. Confianza en la victoria con la ayuda de Yahvé
A los deseos de la multitud, que implora victoria para el rey, una voz oracular anuncia, en nombre de Dios, que la victoria está concedida por Yahvé a su ungido o rey. Como ungido o consagrado por Dios, tiene un particular título a ser oído en los momentos críticos de su vida. Yahvé habita en los cielos, calificados de santos, en cuanto que están "santificados" con su presencia. Todo en derredor de Dios respira santidad. La morada propia del Dios de Israel son los cielos, pero en Jerusalén tiene su morada especial en la tierra, como Señor de su pueblo, especialmente vinculado a Él. Los gentiles confían en sus carros y en sus caballos, como los egipcios y los asirios; en cambio, la seguridad de Israel está en el nombre de Yahvé, que tantas veces los salvó milagrosamente, primero del poder del faraón y después del ejército de Senaquerib. Estos hechos quedaron en la épica religiosa popular de Israel como modelo de la protección de Yahvé sobre su pueblo en los trances más difíciles de su historia. El salmista ahora recuerda que es Yahvé el sostén de Israel, a pesar de que carezca de medios materiales militares como los gentiles. Basado en la protección dispensada por Dios a su pueblo, se atreve ahora a anunciar la derrota de los enemigos: vacilaron y cayeron (v.8), mientras que ellos se mantendrán firmes resistiendo a todo ataque. El salmo termina con una invocación en demanda de auxilio para el rey (versículo 10).
Sal 21, 1-14 (Vg 20): Canto de acción de gracias por haber protegido al rey
Este salmo es lógica continuación del anterior. El tono deprecativo es sustituido por el de acción de gracias por el auxilio prestado al rey. Ahora aparece el rey en el templo ofreciendo sacrificios a Dios por la victoria conseguida.
Podemos distinguir dos partes en la composición salmódica: a) en la primera se felicita al rey por la victoria conseguida contra los enemigos del pueblo de Yahvé (2-8); b) en la segunda (9-14) se auguran nuevos triunfos sobre los enemigos en las futuras expediciones militares. En la mentalidad teocrática de Israel, el rey representaba a Dios, y por eso los poetas áulicos recargaban sus epítetos entusiastas en favor del que sintetizaba las esperanzas nacionales. Las victorias de Israel eran las victorias de Yahvé. En torno a esta idea surgió una literatura cortesana, de la que encontramos muchos ejemplos en el Salterio. El salmista escenifica en nuestro salmo las explosiones de júbilo y la esperanza de la asamblea israelita, reunida con motivo de una fiesta en torno a su rey.
Por el estilo parece que el salmo es obra de los poetas áulicos o de los cantores del templo. Las expresiones del mismo pueden adaptarse a una asamblea religiosa con motivo de un sacrificio del rey o de una fiesta de coronación real. Las fórmulas son bastante generales y pueden adaptarse a distintas circunstancias y reyes. Como la dicción es muy correcta, exenta de arcaísmos, los críticos consideran el salmo obra de un poeta de los siglos VIII-VII; ciertamente es anterior al exilio, aunque no falta algún crítico extremista que rebaje la época de composición a los tiempos de los asmoneos en el siglo u; pero la ausencia de arameísmos y helenismos parece excluir fecha tan tardía.
Sal 21, 1-8. Acción de gracias por las victorias obtenidas
En el salmo anterior se pedía protección para el rey que salía en campaña; ahora, al volver victorioso, se dan gracias a Dios por el triunfo. La petición de sus labios era, sin duda, la súplica de victoria expresada en el salmo anterior, pero incluye también sus deseos de verse coronado y agasajado de su pueblo y colmado de días. Las expresiones son hiperbólicas y enfáticas, y así, para indicar una larga duración de su reinado, el poeta habla de días que se prolongan para siempre. Los poetas de corte siempre se han distinguido por la tendencia a halagar al rey. Aquí el salmista considera al soberano como representante de los intereses de Yahvé, y por eso desea que continúe en su trono, que es símbolo de la protección que Dios otorga a su pueblo. En las promesas de la Ley mosaica se anunciaba larga vida para los que fueran fieles a Dios. Aquí el salmista se hace eco de ellas, y espera que el rey -fiel a la Ley- tenga una larga vida, colmada de bendiciones. La vida del rey se desarrollará alegre ante la faz de Yahvé, es decir, en íntima comunión espiritual de afectos, lo que para el salmista constituye la mayor felicidad en esta vida. La amistad con Dios trae protección y bendiciones de toda índole. Gracias al favor del Altísimo, el soberano continuará seguro e inconmovible en su trono para bien de él y de su pueblo.
Sal 21, 9-14. Deseos de victoria total sobre los enemigos
La victoria obtenida es una prenda de otras que traerán la exterminación definitiva de los enemigos. Las expresiones del salmista se vuelven duras y escalofriantes, conforme a la ruda mentalidad del A.T. En realidad, para él los enemigos del rey son los enemigos de la causa de Dios. Llevado de su arrebato patriótico y de su celo por la gloria de Yahvé, el poeta desea el exterminio total de los enemigos que constantemente conspiran contra los intereses del pueblo de Dios. Las frases son radicales y han de ser entendidas teniendo en cuenta el arranque oratorio del poeta y la mentalidad extremista de los orientales. El propio rey David se mostró a veces muy cruel con los vencidos. Así, después de la victoria sobre los amonitas, se dice que "a los habitantes los sacó de la ciudad, los puso a las sierras, a los trillos herrados, a las hachas y a los molinos y a los hornos de ladrillos". Quizá la frase del salmista los pondrás en horno de fuego aluda a esta bárbara costumbre de echar a los vencidos a hornos ardiendo.
El día de la faz de Yahvé es el día de su manifestación airada contra los enemigos de Israel. Era el día del triunfo del propio Yahvé; por eso el salmista le pide que se manifieste y ensalce, mostrando su fortaleza. Las victorias de los israelitas eran un motivo de admiración hacia su Dios de parte de las poblaciones gentiles; por eso, otorgar el triunfo al pueblo de Israel era ensalzarse a sí mismo, mostrando su poder y justicia. Sus proezas o victorias sobre los enemigos de Israel serán así ocasión de ser celebradas por el pueblo elegido, que verá en Él su escudo y protección. Por este aire de triunfo general sobre los enemigos, la tradición rabínica ha querido ver aquí a la persona del Mesías vencedor de todos los enemigos de Israel. En la tradición cristiana, algunos Padres le han dado este sentido; pero el contexto no favorece la interpretación mesiánica, ya que las frases del salmista pueden explicarse como explosión entusiasta en favor del rey en un momento solemne de su vida, como el día de la coronación o al volver triunfante de una campaña militar.
Sal 22, 1-32 (Vg 21): El Justo doliente y perseguido
Esta bellísima pieza poética se divide en dos partes atendiendo a su contenido ideológico: a) Elegía de un justo que se siente abandonado de su Dios y se queja de su abandono, que considera inmerecido. Rodeado de enemigos, está a punto de morir; por ello implora auxilio a su Dios, que parece ha ocultado su rostro a sus sufrimientos (2-22). b) Himno eucarístico: lograda la liberación del peligro en que se hallaba, el salmista da gracias a Dios y promete proclamar su salvación solemnemente en la asamblea del pueblo.
El título del salmo lo adscribe a David, como los precedentes; pero los críticos sorprenden no pocos arameísmos y locuciones tardías, no anteriores a los escritos de Jeremías. En los escritos del N.T., este salmo es citado muchas veces, pero nunca es atribuido a David en los autores neotestamentarios. Los autores que sostienen la autenticidad davídica del salmo, creen que fue compuesto cuando el Profeta Rey andaba, perseguido por Saúl, rodeado de enemigos, o en ocasión de la rebelión de su hijo Absalón, el momento más amargo de la vida de David.
Rítmicamente, la primera parte del salmo (2-22) se divide en dos secciones, con cuatro estrofas en total. En la primera sección se destacan los dolores morales y espirituales del alma, que se siente abandonada de Dios; en la segunda se alude, sobre todo, a los dolores físicos y a los tormentos corporales. Las expresiones de dolor son gráficas y muy radicales, en las que no falta la hipérbole oriental. Hay juegos de paralelismos, antitéticos, sintéticos y sinónimos, unidos probablemente a una estructura coral en función de las exigencias litúrgicas. En la segunda parte del salmo (acción de gracias) podemos distinguir también dos secciones: a) glorificación de Yahvé en Israel; b) extensión universal del reino de Dios. El estilo es vigoroso en toda la composición, lleno de trágica sinceridad en la primera parte y de transparencia espiritual en la segunda. Algunos críticos modernos han conjeturado que son dos salmos diferentes que han sido yuxtapuestos posteriormente por exigencias del servicio litúrgico.
Sal 22, 1-6. El salmista, abandonado de Dios
En el título musical parece que se alude a una canción conocida, a cuya melodía debía ajustarse el canto del salmo: en hebreo 'ayyeleth hashajar, "la cierva de la aurora."
El salmista empieza ex abrupto lanzando un grito de queja: ¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Es la voz del justo, que en momentos de depresión moral se siente como separado de su Dios, al que tanto ama. Lejos de ser un grito de desesperación, es un arranque de queja y de confianza hacia su Dios, en quien había puesto toda su confianza; es una manifestación espontánea hacia el amigo y familiar que creía siempre había de tener a su lado. Se siente abandonado y lejos de su Dios; por eso, las palabras de su gemido resultan casi sin eco en la lejanía en que se halla Dios, en otro tiempo su protector.
Estas palabras angustiadas del salmista doliente fueron pronunciadas por Jesús agonizante en la cruz. Mt y Me nos consignan incluso el texto semítico de la frase, si bien el primero en hebreo, Eli', mientras que Me en arameo, Elohí. Pero en ambos evangelistas el verbo es arameo (sabajthani, y no 'azabthani del TM). Seguramente que Cristo al morir recitaba este salmo, porque se adaptaba a su situación doliente y reflejaba su soledad psicológica frente al Padre para apurar el cáliz hasta la muerte. Teniendo en cuenta que recitaba el salmo, desaparece el problema teológico del supuesto abandono de Jesús por parte del Padre.
Día y noche clama el justo doliente a Dios, y no recibe respuesta favorable; a pesar de ello, le reconoce como Santo, el Santo de Israel. Para los hebreos, lo que caracterizaba a Yahvé era ante todo la santidad, en el sentido de incontaminación, separación y trascendencia. Dios está por encima de todas las cosas, pero en la historia ha establecido lazos de amistad con las almas justas. Su santidad exige correspondencia y fidelidad a las promesas de protección a los que se guían por su Ley. El salmista, abandonado y solitario en su dolor, huérfano de la presencia de su Dios, apela a su carácter de Santo, para que se acuerde de sus vinculaciones con los justos. Además, Yahvé mora en el templo de Jerusalén entre las alabanzas de Israel (versículo 4); es el lugar de culto oficial, único en toda la tierra; por tanto, las preces allí dirigidas a Él tienen una exigencia especial para ser oídas. En el caso presente, la oración del salmista atribulado debe ser atendida con prontitud. Para reforzar su petición, el salmista recuerda a su Dios que los antepasados, sus padres, en momentos de aflicción confiaron y esperaron la ayuda de Dios, y no fueron defraudados, sino que fueron milagrosamente liberados. Lejos de ser confundidos y avergonzados ante sus enemigos, vieron sus preces y fe confirmadas por la ayuda omnipotente de Yahvé.
Sal 22, 7-11. Despreciado de los hombres
En contraste con los patriarcas, que no fueron defraudados en sus esperanzas de socorro de parte de Dios, el salmista es la abyección de todos. Despreciado como vil gusano y sin defensa, es la irrisión y el oprobio de los hombres y el desecho del pueblo (versículo 7). Las expresiones encuentran su paralelo en los "cánticos del Siervo de Yahvé" del libro de Isaías, donde éste es presentado como "menospreciado y abominado de las gentes"; "desfigurado su rostro, no parecía ser de hombre"; "despreciado, desecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos..., menospreciado, estimado en nada". Gráficamente describe el salmista los movimientos de burla y desprecio: mueven las cabezas, abren los labios..., justamente lo que hacían los enemigos de Cristo a los pies de la cruz. Los gestos son de desprecio y de horror.
Ante esta actitud despectiva, el salmista renueva su confianza en Dios, que providencialmente ha tenido cuidado de él desde el seno materno. Todo el pasado fue para él una prueba de la predilección de Yahvé por él. Desde el nacimiento ha sido entregado al cuidado de Yahvé. Según la costumbre oriental, el padre recibía sobre sus rodillas al recién nacido para reconocerle como suyo. El salmista parece que juega con esta costumbre y declara que ha sido entregado a la mano acogedora y providencial de su Dios. Enfáticamente, el salmista recalca a los que se burlen de él que, en efecto, Yahvé es su Dios desde el vientre de su madre.
Sal 22, 12-19. Perseguido de los enemigos
De nuevo el salmista se queja de que Yahvé, su protector, que le ha protegido desde el seno materno, se mantenga alejado ahora que se halla sin auxilio en medio de sus enemigos. Con todo realismo describe a sus enemigos como toros y novillos de Basan, la región del norte de TransJordania, famosa por sus praderías, bosques y ganados. Los novillos de Basan, pues, eran los más robustos y agresivos; por eso se prestan a la comparación con los enemigos del salmista, que ferozmente le atacan y abren sus bocas como leones rugientes (versículo 14), ansiosos de caer sobre la presa.
Al lado de las persecuciones están los dolores físicos del salmista; quizá esté postrado en el lecho del dolor a causa de una enfermedad o encarcelado; pero sus palabras reflejan un estado de agotamiento físico total, aunque las frases gráficas que emplea pueden entenderse en sentido metafórico, para indicar su estado de postración moral. Oprimido por su estado de ansiedad espiritual, se siente agotado, como en estado delicuescente: me derramo como agua (versículo 15), se dislocan mis huesos, su corazón se derrite como cera en su interior; sediento, tiene la lengua pegada al paladar, consumido por la fiebre; se considera ya entregado al polvo de la muerte, enterrado con los difuntos. De nuevo alude a la hostilidad y mal trato que le dan sus perseguidores, lo que parece que las frases alusivas a su agotamiento físico tienen, sobre todo, un sentido moral: le rodean como perros hambrientos, deseosos de saciar su hambre; esos malvados forajidos le han maltratado, dejándole con las manos y los pies traspasados. Convertido en un esqueleto viviente, puede la víctima contar todos sus huesos (versículo 18). Satisfechos de haberle maltratado, esa turba de malvados se complacen maliciosamente al ver tendida e indefensa, a su víctima: me miran y contemplan (versículo 18), y, para mayor escarnio, ante sus ojos mortecinos se han repartido sus vestiduras y echan suertes sobre su túnica. Los evangelistas consideraran estas palabras del salmista y las aplicarán al caso de la crucifixión de Jesús, en la que literalmente se han cumplido.
Sal 22, 20-22. Súplica de salvación
Rodeado de sus feroces enemigos y a punto de expirar, el salmista pide de nuevo a Yahvé que no le abandone permaneciendo lejos; es su única fuerza y auxilio, y, por tanto, es la hora de salir por sus intereses. De nuevo acude a metáforas atrevidas y gráficas: su alma está a merced de la espada, y su vida, única y amada, se halla entre las garras de los perros (versículo 21). Su pobre vida se halla en las fauces del león y entre los cuernos de los toros salvajes, que furiosamente le atacan.
Sal 22, 23-27. Acción de gracias por la liberación
La perspectiva cambia totalmente. El salmista ha sido liberado de la situación angustiosa en que se hallaba, y se encuentra ahora presente en la asamblea solemne del pueblo con ocasión de algún juicio público. Profundamente agradecido a sus beneficios, el judío liberado quiere hacer partícipes de sus sentimientos a sus hermanos ? correligionarios, los israelitas, que usufructúan las mismas promesas religiosas. El nombre de Yahvé, es decir, sus proezas, deben ser conocidas públicamente de la asamblea de los fieles, Llevado de su entusiasmo, invita a todos los que teman a Dios, es decir, a la descendencia de Jacob, la progenie de Israel (versículo 24): los herederos de las promesas divinas. Como tales, deben participar de la alegría del que milagrosamente ha sido liberado de un peligro mortal. Yahvé no se ha desentendido del desgraciado, sino que benévolamente le escuchó, y, lejos de ocultar su rostro, le prestó auxilio salvador. El salmista proclama su alabanza en la asamblea y se dispone a cumplir los votos hechos en tiempos de angustia. Y después invita a los pobres a participar del banquete de acción de gracias que se seguía a base de las partes de las víctimas no quemadas en el altar; éstas debían ser comidas el mismo día del sacrificio o en la mañana siguiente. En el Deuteronomio se exhorta al oferente a que invitara a los pobres y levitas a tomar parte en el convite sacrificial, para que se sacien y alaben a Yahvé. El oferente se siente feliz entre sus invitados y les exhorta a regocijarse en el Señor: ¡Viva vuestro corazón siempre! (versículo 27). Los Santos Padres han aplicado las palabras de este salmo de acción de gracias al banquete eucarístico del N.T.
Sal 22, 28-32. Conversión de las naciones
La perspectiva del salmista se alarga; no sólo la progenie de Jacob conocerá su liberación y se gozará en Yahvé, sino las familias de todas las gentes (versículo 28). No pocos críticos suponen que esta sección es adición posterior al salmo, debida a exigencias litúrgicas. La conversión de las gentes y el reino universal de Yahvé es el tema de no pocos salmos postexílicos. Con todo, se puede establecer un crescendo en el salmo, manteniendo su unidad literaria sustancial: primero el salmista habla de sus problemas personales, después ve la proyección nacional hacia Israel, y, finalmente, la perspectiva se extiende hacia todas las naciones y a las generaciones del futuro. Pero hemos de notar que, a diferencia de lo que se dice en los poemas del "Siervo de Yahvé" del libro de Isaías, en el salmo no se establece relación entre los sufrimientos del justo perseguido y el reinado de Dios en el mundo; éste no es fruto de los dolores de aquél. El contexto más bien insinúa que la milagrosa liberación del justo de sus sufrimientos y persecuciones es ocasión de que la gloria de Dios se manifieste primero a Israel y después a los gentiles, si es que el último fragmento (28-32) pertenece a este salmo desde su redacción primera.
Según las antiguas promesas en la descendencia de Abraham, serían bendecidas todas las familias de las gentes; el salmista se sitúa en esta amplísima perspectiva. Todos los pueblos reconocerán la soberanía de Yahvé en todas las naciones. También los gentiles tendrán acceso al convite espiritual, como los pobres en el templo de Jerusalén invitados por el salmista: comerán y se prosternarán todos los grandes de la tierra (versículo 30). Los grandes de la tierra, al reconocer la soberanía de Yahvé, depondrán su autosuficiencia y orgullo y no tendrán inconveniente en tomar parte con los humildes en el banquete eucarístico organizado por el salmista para celebrar su portentosa liberación. Los que descienden al polvo, es decir, los mortales en general, o quizá mejor los que, asociados por la necesidad, se hallan al pie del sepulcro, como antes el salmista, se sumarán alegres a este convite con los poderosos en comunidad con los israelitas que temen a Dios.
Finalmente, el propio salmista se asocia a la glorificación de Dios con su descendencia. En muchos salmos se habla de anunciar la gloria y fidelidad a Yahvé de las generaciones futuras. Los israelitas tenían un gran sentido de solidaridad comunitaria, en cuanto que esperaban un día en su descendencia asistir a los tiempos mesiánicos. Todos vivían ilusionados con la gran manifestación de Yahvé en los tiempos anhelados. Su vida espiritual giraba en torno a las esperanzas mesiánicas. Sobre todo, los piadosos vivían obsesionados con una época en que Dios fuera realmente el centro de los corazones. Aquí el salmista se alegra al pensar que su posteridad servirá a su Dios, como su alma vivirá para Él.
Sentido mesiánico del salmo
Los evangelistas citan textos del salmo como cumplidos en la pasión de Jesús. Los Santos Padres lo aplican comúnmente a Cristo Mesías. En el concilio Constantinopolitano II se condenó la proposición de Teodoro de Mopsuestia, que negaba la aplicación de este salmo a Jesús. El osado exegeta antioqueno decía que en el salmo se trataba únicamente de los sufrimientos del propio David. En la tradición judía nunca se da al salmo sentido mesiánico, pues no podían los judíos concebir a un Mesías doliente. Así suponían que el sujeto al que se aplicaban las frases del salmo eran David, Isaías o Ester.
Los autores católicos no convienen al determinar el sentido mesiánico del salmo, pues mientras unos sostienen que se trata literalmente de Cristo, de forma que el salmista no hablara en nombre propio de sus sufrimientos, sino directamente profetizaría los de Cristo muriendo en la cruz, otros suponen que literal y directamente el salmo se refiere a la experiencia personal dolor osa del salmista, aunque este justo doliente es tipo de los sufrimientos de Cristo; y sus frases pueden aplicarse, en sentido espiritual, a Cristo sufriendo en la cruz. Los que admiten un sentido literal mesiánico urgen el hecho de que lo que se dice en los versículos 15-19 se cumplió literalmente en la pasión de Cristo: tormento de la sed, persecución de los enemigos, perforación de las manos y de los pies, división por suertes de los vestidos. Por otra parte, no sabemos de ningún personaje histórico del A.T. en el que se hayan dado estas circunstancias. Además, la relación que se establece entre la liberación del salmista doliente y la vuelta de las gentes a Yahvé no encuentra explicación sino en la persona del Mesías.
Por consiguiente, el salmista, iluminado por el Espíritu Santo, profetizó la realidad de la pasión del Mesías doliente, aplicándole una serie de detalles que tuvieron cumplimiento histórico en la muerte de Cristo en la cruz. Los patrocinadores del sentido típico (el salmista hablaría de sus sufrimientos personales, pero en ellos era el tipo del Mesías sufriente) insisten en que hay determinados versos del salmo que no se pueden aplicar directamente a Cristo: en el versículo 21 pide que se le libre de la muerte; en el versículo 3 declara que día y noche ha clamado para que se le liberara de los dolores, lo que no es aplicable a Cristo. Las frases de los versículos 15-19 en sí no tienen ninguna proyección mesiánica, aunque tuvieron aplicación literal al caso de Jesús muriendo en la cruz; la semejanza de situaciones justifica la similitud de las expresiones.
Tampoco parece que puedan ponerse en boca de Cristo expirando en la cruz, con el perdón en los labios para sus enemigos, las duras frases del salmista en las que describe a los enemigos como "toros salvajes," "leones," etc. (versículos 13-14). Por otra parte, las expresiones "han taladrado mis manos y mis pies," etc., pueden explicarse como locuciones hiperbólicas de índole metafórica para expresar el gran dolor físico que soportaba el salmista. Finalmente, el salmista, en medio de los tormentos, espera que Dios le libre de ellos, mientras que Jesús, lejos de esperar verse libre de la cruz, la acepta con plena conciencia de su misión de Redentor. La frase alusiva al reparto de los vestidos por suertes se explica fácilmente teniendo en cuenta que era costumbre en la antigüedad expoliar al asesinado de sus vestiduras si eran de valor. En este supuesto, el salmista hablaría de sus sufrimientos, pero sería tipo de los sufrimientos del Mesías, en cuanto que, por disposición profética del Espíritu Santo, sus palabras tendrían un especial cumplimiento en la muerte del Justo por excelencia, que es Jesús-Mesías. Este mesianismo típico parece que es el que mejor se adapta a las exigencias del contexto y es suficiente para mantenerse dentro de la línea interpretativa de la tradición evangélica y cristiana.
Algunos críticos prefieren ver en el salmo un sentido colectivo; es decir, el salmista reflejaría los sufrimientos de la colectividad israelita en el exilio babilónico. Pero en el salmo encontramos demasiados rasgos de tipo personal para darle un sentido colectivo.
Sal 23, 1-6 (Vg 22): Dios, pastor del justo
En este bello poema idílico, el salmista juega con dos símiles alegóricos: a) el buen pastor (1-4); b) el padre de familias, que hace gala de espléndida y generosa hospitalidad. Bajo estos símiles, el salmista expresa la confianza ciega del justo en la providencia solícita de su Dios. Nada le puede turbar. El tono es marcadamente personal; por tanto, no se presta a una interpretación colectiva, como quiere el Targum, como si se tratara de la solicitud de Yahvé por la comunidad israelita.
Como en los salmos anteriores de esta primera colección del Salterio, se atribuye esta magnífica pieza poética al propio David. Realmente, ninguno mejor que David sabía lo que era la vida del pastor y su solicitud por las ovejas, pues era su profesión en los tiempos de su niñez. Sin embargo, como en el v.6 se alude a la "casa de Yahvé," el templo de Jerusalén, parece que la composición es posterior a Salomón, constructor del santuario. Por ello, no pocos críticos creen que el salmo fue compuesto en la época persa.
Métricamente podemos distinguir dos estrofas formadas a base de dísticos de tipo elegiaco. Desde el punto de vista doctrinal, el salmo es una lección de confianza tranquila en Dios, solícito Pastor y Padre de familias, que protege al huésped de todo peligro y le provee abundantemente de todo.
Sal 23, 1-4. Yahvé buen pastor
Bellísimamente, el salmista compara su Dios al pastor solícito, que se preocupa de sus ovejas. Como tal, busca los mejores pastos para su rebaño y las frescas aguas. En tierras semiesteparias como las de Palestina, los pequeños oasis y praderías son codiciosamente buscados por los pastores. En los salmos es frecuente la afirmación de que Yahvé es el Pastor de Israel, su pueblo. Ya Jacob hablaba del "Dios que le pastoreaba"; en la literatura profética es frecuente este símil aplicado a Yahvé. A David se le había llamado "pastor", pero este título estaba especialmente reservado al futuro Mesías. Jesucristo se lo apropiará en la bellísima parábola del Buen Pastor.
El salmista, a la sombra del Pastor solícito, siente que nada le falta. En el Deuteronomio se le prometía a Israel que nada le faltaría, como nada le había faltado hasta ahora. El profeta Jeremías utiliza la alegoría del pastor para reflejar la solicitud del futuro Mesías sobre Israel: "Todavía habrá en estos lugares desiertos... majadas donde los pastores apriscarán sus rebaños..., todavía pasará el ganado bajo la mano del que lo cuenta, palabra de Yahvé". Yahvé es para el salmista el pastor que le hace ir hacia los lugares frescos y jugosos, llevándole por las rectas sendas para que allí se recree su alma, como descansan las ovejas en el oasis después de haber caminado bajo los ardores del sol del desierto. También en la vida el justo tiene que atravesar zonas áridas, en las que priva el vicio y el desprecio sistemático a la virtud heroica de aquél. Sólo con la ayuda de Yahvé encuentra la satisfacción íntima, las frescas aguas de la vida litúrgica en el templo y los verdes pastos de sus promesas consoladoras.
El nombre de Yahvé es garantía de triunfo y de protección en la vida contra todas las adversidades (versículo 3). Yahvé se manifiesta en sus obras, y su nombre glorioso es reflejo de sus logros. Es tal la confianza que tiene en Él, que, aunque tenga que andar por parajes peligrosos, valles profundos en los que moran las fieras, se siente seguro bajo la protección de tal Pastor. El salmista juega con el símil de pastor que tiene que atravesar zonas peligrosas antes de llegar a los oasis seguros. En la vida, los valles tenebrosos son la oposición sistemática de parte de los impíos a la conducta del fiel yahvista, que no quiere separarse de la Ley de su Dios. La clava y el cayado del pastor son suficiente garantía para sentirse seguro ante los peligros. El pastor va delante del rebaño, abriendo camino, con su clava preparada contra cualquiera fiera que quiera asaltarlo, y con el cayado señalando el camino a las indefensas ovejas.
Sal 23, 5-6. Yahvé hospitalario
Un nuevo símil para expresar la providencia solícita de Yahvé para con el salmista. Antes era el buen Pastor que le defendía contra los peligros y le llevaba a ubérrimos pastizales, ahora es el bondadoso padre de familia o el jeque que recibe amorosamente al justo en su tienda, prodigándole todas las atenciones que son de ley en la tradicional hospitalidad oriental. Frente a los enemigos del salmista, para dar una sensación más de favor, Yahvé dispone una mesa bien abastecida a su huésped honrado, y, conforme al rito de las grandes casas señoriales, le derrama el óleo sobre su cabeza (versículo 5); en los banquetes orientales no puede faltar la unción perfumada. El anfitrión, además, ofrece personalmente la copa rebosante de bebida al huésped: mi cáliz rebosa. Todo es generosidad y señorío en la casa de Yahvé, que honra delicadamente al salmista. Su cáliz, es decir, la amistad íntima del salmista con su Dios, rebosa sin medida ante la envidia y despecho de sus enemigos, que son testigos de las larguezas del Señor del justo. Al lado de su Dios se siente seguro, porque experimenta diariamente su bondad y benevolencia. Como es ley en los salmos, el justo encuentra su máxima felicidad en vivir en la casa de Yahvé (versículo 6), participando de sus solemnidades litúrgicas, en las que se manifiesta diariamente la "faz del Señor." Quizá el salmista sea de la clase levítica o sacerdotal, y entonces la casa de Yahvé tiene para él un sentido especial, ya que es el huésped cualificado de la misma por prescripción oficial de la Ley.
Sal 24, 1-10 (Vg 23): Canto procesional
Podemos distinguir en esta composición poética tres partes: a) himno al Creador (1-2); b) condiciones que ha de tener el que pretenda acercarse al monte santo de Sión (3-6); c) himno procesional en forma dialogada, en el que se celebra la entrada triunfal de Yahvé en su templo (7-10). Los críticos no concuerdan al estudiar la unidad literaria del salmo, pues no son pocos los que creen que se trata de tres composiciones salmódicas diferentes, unidas después por exigencias del servicio litúrgico en el templo.
Según la indicación del título, el salmo es del propio David; y en ese supuesto habría sido compuesto con motivo del traslado del arca de Cariatiarim al monte de Sión. De hecho los versículos 7-10 tienen un aire de arcaísmo que bien puede llevarnos a los tiempos de David.
Sal 24, 1-2. Yahvé Creador y Soberano del universo
El salmista proclama el señorío de Yahvé sobre todo el orbe, y basa sus derechos legítimos en su calidad de Creador de todo. Conforme a la mentalidad de los antiguos hebreos, la tierra está asentada sobre los mares. Del hecho de que el agua proceda de fuentes y pozos subterráneos deducía la sabiduría popular que la parte sólida descansaba sobre otra líquida. Esto es una maravilla, pues Dios hace descansar la tierra inmóvil sobre algo tan móvil y poco resistente como el agua. En ello se manifiesta también la omnipotencia del Creador. Al ser humano no le toca, pues, sino reconocer la soberanía del que ha hecho la tierra y cuanto la llena (versículo 1). En las religiones paganas, las diversas obras eran atribuidas a distintas divinidades; el salmista proclama la soberanía total de Yahvé sobre todas las manifestaciones de la naturaleza y sobre todos los seres vivientes del orbe: cuantos la habitan. No cabe afirmación monoteística más clara. Todo depende de Él en su ser y en su manifestación vital.
Sal 24, 3-6. Condiciones morales para acercarse a Yahvé en el templo
Después de declarar enfáticamente la soberanía absoluta de Yahvé sobre todo, implícitamente se deduce la obligación de reconocerla por parte del hombre. Los versículos 1-2 anteriores tienen el carácter de una oda triunfal fragmentaria que ha sido unida a una composición de tipo didáctico sapiencial, constituida por los versículos 3-6, como introducción un tanto artificial. El acento es similar al del salmo 15. La santidad del templo de Yahvé exige una pureza moral en consonancia con la santidad de Yahvé, que en él habita. Sólo podrá subir al templo de Jerusalén, y mucho más mantenerse digno ante su Dios, el que cumpla un ideal de perfección moral mínimo que le haga acepto a los ojos de Yahvé. Los habitantes de Bet-Semes se sentían sobrecogidos ante la presencia del arca de Yahvé, que se hallaba en su territorio, y decían: "¿Quién puede estar firme delante de Yahvé, este Dios santo?". La santidad es una fuerza secreta aislante y peligrosa, que mata al que se acerque indebidamente a Yahvé; por eso el sumo sacerdote debía llevar unas campanillas en sus vestidos, que avisaran su presencia para que no se acercaran a él, pues había peligro de muerte al "santificarlos". Yahvé habita en su santo lugar, que es el monte de Sión, "santificado" con la presencia del Omnipotente.
Y el salmista recita en estilo sapiencial las condiciones que debe tener el que pretenda acercarse al santuario nacional. Es el enunciado del ideal moral de su tiempo dentro de los círculos "sapienciales." Lo primero que se exige es tener limpias las manos, libres de toda acción violenta y atropello, y el corazón puro, es decir, exento de turbias intenciones. Además, debe estar exento de toda veleidad idolátrica, sin haber alzado su alma a las cosas vanas, e.d., los ídolos, permaneciendo siempre fiel a Yahvé. Dentro de esta línea de pureza moral está el abstenerse de juramentos dolosos contra el prójimo.
El que se acerque a Yahvé con estas mínimas condiciones morales conseguirá la bendición y justicia o salvación de su Dios. Yahvé se manifiesta al justo como el "Dios de su salvación" o Salvador; y esta "salvación" es el premio y reconocimiento de su recto obrar. Los fieles israelitas que se acerquen en estas condiciones morales, constituyen la raza o generación de los que verdaderamente le buscan afanosamente y aspiran a ver su cara, o manifestación radiante y benevolente,-en las solemnidades del templo. Los salmistas tienen la obsesión litúrgica, pues en el templo encuentran la felicidad de su alma al entrar en relaciones íntimas afectivas con su Dios; allí realmente contemplan su faz.
Sal 24, 7-10. Entrada triunfal de Yahvé en el templo
El tono del salmo cambia inesperadamente. El salmista asiste a una procesión -quizá con el arca de la alianza- y, entusiasmado ante la manifestación de religiosidad y sobrecogido por la majestad del Dios que no cabe en los cielos, según declara el propio Salomón en su oración el día de la inauguración del templo, pide enfáticamente a las puertas del santuario que ensanchen sus dinteles para que pueda entrar el Rey de la gloria, el Rey glorioso por excelencia. Es la única vez en que se da ese título a Yahvé en el A.T. Son los portales eternos porque son renombrados por su antigüedad o están destinados a un porvenir prolongado. A la invitación enfática, con acentos de prosopopeya, del salmista, que reclama más altura para que entre el Rey de la gloria, contestan las mismas puertas del templo: ¿Quién es ese Rey de la gloria? Y la respuesta es retadora: Es Yahvé... el Héroe en el combate (versículo 8). Estas son las credenciales del que entra triunfalmente en el templo. Como tal viene a que públicamente se le reconozca su soberanía. La expresión recuerda ¡a del cántico de Moisés: "Yahvé es un hombre guerrero", y como tal "reinará por siempre". En la literatura bíblica, Yahvé aparece muchas veces como el Dios de los ejércitos, que en los momentos decisivos de las batallas con los enemigos de Israel salva a su pueblo. El título de Dios héroe no es raro en los escritos bíblicos, aunque menos corriente que la fórmula estereotipada Dios de los ejércitos, expresión que primeramente designaba a Dios como Señor de las constelaciones siderales, que se mueven armónicamente como un ejército, y después se aplicó a Dios como Señor del ejército de la creación; finalmente, se le dio el sentido guerrero de Dios de los ejércitos de Israel, su protector y generalísimo. En la estructura del salmo, la expresión Dios de los ejércitos representa como el climax de la gradación conceptual ascendente. Es la primera vez que aparece esta denominación en el Salterio. El salmista recalca la grandeza del Soberano que entra simbólicamente en el templo; y por eso considera pequeñas las puertas antiguas o eternas y las invita a ensanchar sus dinteles, pues son incapaces de acoger al Rey de la gloria, al Héroe del combate, al Dios de los ejércitos, títulos todos sobrecogedores que reflejan la grandeza del Dios de Israel.
Sal 25, 1-22 (Vg 24): Confianza del justo en el Señor
Este salmo tiene una estructura especial, ya que se presenta como una colección de jaculatorias, de consideraciones morales y de súplicas en forma sentenciosa, unidas entre sí por el artificio de la distribución alfabética. Se puede dividir en tres partes la composición heterogénea: a) súplica de protección y guía (1-7); b) reflexiones sobre Dios y sus relaciones con los que le temen (8-14); c) nueva súplica de liberación de una situación angustiada (15-21).
Literariamente, el salmo se caracteriza, más que por los arrebatos líricos y recursos poéticos, por la profunda fe que preside el alma del salmista. Abundan los paralelismos sintéticos y no faltan los antitéticos y sinónimos. La sucesión ideológica muchas veces no es muy clara, pues la unión de los dísticos obedece más bien a las exigencias de la distribución acróstica.
Según el título, el salmo es de David; pero el estilo refleja más bien la época sapiencial posterior al exilio babilónico.
Sal 25, 1-7. Súplica de protección y de perdón
El salmista se dirige a Dios pidiéndole protección para no ser burlado de sus enemigos. La causa del justo es la causa de Yahvé; por eso, si los impíos prevalecen sobre aquél, en el fondo es una victoria contra Yahvé, ya que, en la mentalidad de los pecadores, Dios es impotente para hacer salir airoso a su protegido. En la tradición israelita está demostrado que el que confía y espera en Yahvé no queda defraudado en sus esperanzas, y, por tanto, no es avergonzado o confundido ante sus enemigos. Al contrario, serán confundidos y puestos en evidencia los que abandonan a Yahvé, faltando a Infidelidad a El debida (versículo 3). El salmista habla conforme a la mentalidad de su época. Para él -penetrado del sentimiento de la justicia divina- existe una ecuación entre la virtud y la felicidad, el pecado y la desgracia. Es la tesis de los amigos de Job, que es discutida por el protagonista del libro de Job y por el autor del Eclesiastés. Los justos del A.T., sin perspectiva sobre la retribución en ultratumba, tienen fe ciega en la justicia de Dios, que se ha de manifestar en esta vida, de forma que su virtud sea reconocida, y la maldad de los pecadores, castigada.
Obsesionado con la idea de ser fiel a su Dios, le pide encarecidamente que le enseñe sus caminos, sus mandamientos, para no desviarse de ellos y asegurar así la protección divina. Moisés había pedido a Yahvé que le mostrara su camino para acomodarse a sus exigencias. El salmista, sin duda que por caminos y sendas de Yahvé entiende no sólo los preceptos escritos de la Ley, sino los secretos de su providencia respecto de su vida personal para responder mejor a sus insinuaciones.
El módulo de la vida práctica del salmista lo constituyen las exigencias de la verdad de Yahvé, vinculadas a las promesas de protección al que se conforma a sus leyes. No se trata sólo de la verdad especulativa sobre la realidad divina, sino de sus relaciones a las almas justas tal como se habían manifestado en la historia de Israel, el pueblo elegido. Yahvé siempre se ha manifestado como Salvador de las almas justas angustiadas. La verdad, pues, de Yahvé va vinculada a su fidelidad a las promesas. Por eso el salmista pide a su Dios que se acuerde de sus misericordias, que desde tiempos antiguos se han manifestado sobre los justos en Israel. Yahvé es inmutable a través de los siglos, y, por tanto, las misericordias antiguas o eternas pueden ponerse ahora a favor del salmista atribulado. El amor de Yahvé de los tiempos antiguos no se ha agotado, y es ahora cuando debe manifestarlo para que los enemigos del justo lo reconozcan. Llevado de este espíritu de confianza y de la fe en la misericordia tradicional de Yahvé, el salmista se atreve a pedir perdón por los pecados de su mocedad, sus fragilidades y transgresiones, cometidas en los años de irreflexión y de fogosidad juvenil; como tales, son más excusables. Lejos de aplicarle la medida de su justicia punitiva respecto de sus lejanas transgresiones, pide que le aplique la medida de su bondad y benevolencia (versículo 7). En la Sagrada Escritura constantemente se realza la misericordia divina, que prevalece sobre la justicia, pues Yahvé castiga hasta la cuarta generación y premia hasta la milésima.
Sal 25, 8-14. Yahvé es bueno y bienhechor para con los que le temen
Sigue la exposición sentenciosa de las buenas cualidades de Yahvé en sus relaciones con los que son fieles a sus preceptos. Su bondad llega hasta orientar a loa extraviados hacia el buen camino de su Ley. Sus preferencias están por los humildes y los pobres, guiándolos por el camino de la justicia o de la rectitud moral. La palabra pobres, en la literatura sapiencial y rabínica posterior, equivale a "piadosos" o fieles a la Ley de Dios, que se caracterizan por su espíritu de humildad y pequeñez ante Dios. Las maneras de obrar de Yahvé, para con ellos, están dirigidas por las exigencias de su benevolencia y verdad o fidelidad a sus promesas. Pero estas relaciones amorosas están condicionadas a la fidelidad a su alianza y sus mandamientos. Su alianza fue sancionada primero con la circuncisión, impuesta a Abraham y su descendencia y después renovada solemnemente y concretada en el Sinaí. Signo externo de ella era el arca con las tablas de la Ley. Por eso junta aquí la alianza y los mandamientos de Yahvé, que son la base de sus relaciones con los fieles.
De nuevo el salmista se acuerda de sus pecados, y confía en que por el nombre de Dios, es decir, a causa de las cualidades de la bondad y fidelidad inherentes al nombre glorioso de Yahvé, sean perdonadas sus ofensas (versículo 11). Consciente de su culpabilidad, declara que la felicidad consiste en temer a Dios, pues entonces Él le mostrará el camino conveniente que ha de elegir en las encrucijadas de la vida para adaptarse a los misteriosos designios de su providencia. El "temor del Señor" es el "camino de la sabiduría". Al amparo de la Providencia encontrará el justo su bienestar, y, dejando numerosa descendencia, heredara la tierra, conforme a las promesas hechas a Abraham y a Israel. Como siempre, la perspectiva del salmista no trasciende a la retribución en ultratumba. Sólo en esta vida podrá el fiel encontrar su recompensa, bien personalmente, disfrutando de los bienes temporales otorgados por Yahvé, o en su descendencia. Los temerosos de Yahvé son, en realidad, los iniciados en los secretos divinos, pues al amoldarse a sus preceptos descubren los caminos secretos de la Providencia en la vida de los hombres y en la historia de Israel. A ellos da a conocer su alianza, es decir, su contenido íntimo en lo que implica de bendiciones y protección en esta vida.
Sal 25, 15-22. Súplica de liberación
Después de las afirmaciones sentenciosas didácticas de tipo sapiencial, el salmista urge su situación personal de peligro. Yahvé no sólo perdona, sino que salva a los justos de los momentos de peligro. Sus enemigos le han tendido redes para hacerle caer en la apostasía, amenazando su vida; y sólo Yahvé le puede librar de ellos. El salmista tiene siempre los ojos expectantes y pendientes de las reacciones favorables de Yahvé: vuélvete a mi (versículo 16). Cuando Yahvé abandona a alguno, aparta su rostro de él; en cambio, cuando quiere protegerle lo vuelve amorosamente hacia él. El salmista se siente solo y afligido, y en su triste soledad aspira a sentir la presencia amistosa de su Dios, con lo que se ensanchara su angustiado corazón. Yahvé, para auxiliarle, no debe pensar tanto en sus pecados cuanto en su estado de miseria y postración; sus enemigos son muchos y le odian encarnizadamente. Después de haber descrito su precaria situación, el salmista perseguido acude a un último argumento para mover la omnipotencia divina. Está comprometido en ello el honor divino, ya que, si prevalecen sus enemigos, éstos deducirán la impotencia de su protector, y entonces el salmista se verá confundido de haberse acogido a Yahvé (versículo 20). El salmista es consciente de que la mejor defensa para él es estar en buenas relaciones con su Dios, y por eso cree que, para su seguridad, los mejores guardianes son la integridad moral y la rectitud de vida, con lo que se asegurará el auxilio protector divino. Sabe que Dios, justo, no abandona a los suyos, y en razón de su conducta fiel a su Ley y por exigencias del honor divino será liberado del peligro.
La petición del versículo 22 en favor de Israel como colectividad es una adición litúrgica, pues, aparte de estar después de la última letra del alefato, su contenido ideológico de índole colectiva no se acopla al personalismo del salmo. Los organizadores del culto, al emplear el salmo, creyeron hacer alusión a las tribulaciones de Israel, del que sólo podía redimirle el propio Yahvé, como en el caso del salmista.
Sal 26, 1-12 (Vg 25): Oración confiada del justo
El salmista, en un momento grave de su vida -sea por hostilidad de los enemigos o por efecto de una enfermedad-, pide a Dios que le salve del peligro. Seguro de su inocencia, ruega a Yahvé que examine escrupulosamente su conducta para comprobar su fidelidad total a la Ley divina (1-3). Nunca ha querido tomar parte con los impíos (4-5), y, por otra parte, ha participado activamente en las solemnidades litúrgicas (6-8). Por todo ello espera verse libre de una muerte prematura, lo que en su mentalidad sólo puede tener lugar como castigo por los pecados (9-10). Finalmente, hace promesa de continuar su adhesión a la ley divina, con lo que está seguro de ser atendido en su oración.
Conforme a la indicación del título, el salmo es de David; algunos autores suponen que habría sido compuesto con motivo de alguna epidemia o calamidad pública. Como el salmista no atribuye a los impíos veleidades idolátricas, parece que vive en tiempos posteriores al exilio. Por otra parte, sus sentencias y afirmaciones tienen una marcada relación con la doctrina de los profetas; todo ello parece insinuar un origen post-davídico.
Sal 26, 1-2. Conciencia de fidelidad a Yahvé
El salmista está seguro de no morir, porque tiene conciencia de ser inocente ante su Dios, y, por otra parte, siempre ha confiado en la justicia divina. Su integridad en el obrar y su confianza ciega en Yahvé son la mejor garantía contra todos los peligros. Pero quiere que se le haga justicia y reconozca su virtud, lo que implicaba necesariamente la protección divina. Ansia que la justicia divina se manifieste abiertamente en favor del justo y contra el impío, para que quede clara la vindicación de los caminos de Dios. Consciente de su inocencia, invita a su Dios a que le examine atentamente en lo más íntimo de su ser. Enfáticamente pide que le examine, le pruebe y le acrisole. Estas afirmaciones, que pudieran reflejar jactancia y orgullo, expresan, sobre todo, su íntima convicción de inocencia. En el salmo anterior pedía perdón por sus faltas de la mocedad; aquí no se alude para nada a este sentimiento de penitencia. Los riñones y el corazón son en la mentalidad del salmista el asiento de la inteligencia y de los afectos: el mundo del espíritu y el de las pasiones. El salmista invita a Yahvé a que explore cuidadosamente todo este complicado mundo para ver si hay algo pecaminoso.
Sal 26, 3-5. Apartamiento de los impíos
Deseoso de probar su inocencia, declara que su vida siempre ha discurrido conforme a los postulados de la benevolencia y la verdad o fidelidad divinas. En realidad sabe que Dios se conduce por imperativos de su benevolencia para con los justos, y por eso se atreve a invitarle a hacer un examen de su conducta. Ante todo evita, la compañía de los perversos, hipócritas y desleales. La sociedad se divide en grupos buenos o malos, y el salmista declara que procura separarse de los que viven fuera de la ley divina.
Sal 26, 6-8. Celo por la casa de Dios
Después de declarar negativamente su buena conducta al separarse de los que viven fuera de la Ley de Dios, afirma su fidelidad asidua al culto de Yahvé en el templo. Lava las manos en la inocencia, no sólo manteniéndolas ritualmente puras, sino también en sentido moral, practicando el bien con el prójimo. Además tiene la fidelidad al culto, dando vueltas procesionales en torno al altar y tomando parte en el canto litúrgico. Según la Mishna, los siete días de las fiestas de los Tabernáculos se hacía un giro procesional en torno al altar; quizá el salmista alude a este rito. Probablemente el salmista era de la clase levítica, que tenía un particular acceso al altar; como tal, tiene una especial predilección por la casa de Yahvé, en la que reside su gloria o manifestación gloriosa.
Sal 26, 9-12. Súplica de salvación
Según la mentalidad viejotestamentaria, los malvados son presa de una muerte prematura; por eso aquí el salmista pide encarecidamente a Yahvé que no le iguale en la suerte con los pecadores, dignos de un fin trágico. Estos son asesinos que tienen las manos manchadas en sangre, y, además, se dan al soborno para hacer valer sus pretendidos derechos, pervirtiendo la justicia. Frente a esta conducta criminal, el salmista resalta su integridad moral, permaneciendo fiel a los preceptos divinos. Sin embargo, se siente en un peligro de muerte, y pide a Dios que le rescate y sea propicio, respondiendo a sus oraciones. En el contexto no se insinúa aquí que sea objeto de persecución de los enemigos, como en otros salmos.
Después de la súplica de salvación, el salmista declara abiertamente que se siente seguro, pues sus pies están en tierra firme, la de las plomeas divinas a los justos, Seguro de la justicia divina, da por descontada su salvación del peligro en que se halla, y promete, como en otros casos similares de los salmos, dar gracias a Yahvé en la asamblea pública del pueblo cuando se halle reunido con motivo de alguna festividad litúrgica.
Sal 27, 1-14 (Vg 26): Confianza del justo en medio del peligro
Esta composición salmódica tiene dos partes bien definidas: a) confianza y alegría del justo por haber triunfado de los enemigos (1-6); b) súplica a Yahvé para que tenga piedad de él por sentirse abandonado y calumniado (7-14). La situación psicológica del salmista, pues, en ambas partes es diversa; por eso el problema que se plantea desde el punto de vista crítico es si nos hallamos ante dos salmos yuxtapuestos por razones prácticas litúrgicas o ante un salmo con dos partes totalmente diversas. La opinión más probable es la primera.
Según el título, el salmo es de David; pero el arameísmo del versículo 4 parece reflejar una época de composición postexílica. Las alusiones de participación en el culto litúrgico revelan un autor de la clase levítica, cuya vida se desarrolla en torno al santuario.
Sal 27, 1-3. Yahvé, protector contra los enemigos
El Dios del salmista ilumina su vida en los momentos de ansiedad y de peligro y le salva de las situaciones comprometidas. Contra los ataques de los enemigos, Yahvé es el baluarte que defiende su vida. Por tanto, no tiene que temer a nadie. Ante la omnipotencia de Yahvé se quiebran todos los poderes terrenos. Sus asaltantes son como fieras que se lanzan sobre él para devorar sus carnes, pero en el momento del ataque caen vacilantes, sin poder consumar sus siniestros designios. Ni un ejército entero que acampara contra él podría prevalecer. Al menos el corazón del salmista permanecerá tranquilo, esperando la intervención divina salvadora.
Sal 27, 4-6. Ansias de vivir con Yahvé en el templo
Yahvé es el centro de toda la vida y de las aspiraciones del salmista; con El no teme a un escuadrón de enemigos que se le opongan; pero, además, su seguridad encuentra su complemento en la vida litúrgica del santuario, contemplar el encanto de Yahvé, es decir, habitar en su templo; su deseo supremo es ser huésped permanente de su Dios en su santuario, que es la morada que el Señor de los cielos tiene en la tierra para convivir con sus fieles, preocupándose de sus problemas e inquietudes. Allí está el encanto de Yahvé, es decir, la disposición benevolente de Dios hacia los que saben gustar de su compañía espiritual. Sobre todo, allí encontrará el salmista su plena seguridad el día de la desventura; allí se sentirá a buen recaudo, como el arca del testamento en el tabernáculo o pabellón del desierto. Al lado de Yahvé se sentirá lejos de sus enemigos, dominándolos como desde una elevada roca y manteniendo erguida su cabeza sobre ellos. Es el triunfo material y moral sobre ellos, conseguido gracias a la protección de Yahvé, que mora en el templo, inaccesible al malvado.
Llevado del agradecimiento a su protector y salvador, el salmista ofrecerá en el templo sacrificios de júbilo o de alabanza a Yahvé. La expresión puede significar sacrificios cruentos en acción de gracias o simples manifestaciones de alabanza con ocasión de los sacrificios que se ofrecían en el templo; esta última acepción parece ser insinuada por lo que dice a continuación: cantando y salmodiando a Yahvé (versículo 6).
Sal 27, 7-10. Súplica de auxilio
El tono del salmo cambia bruscamente, y el acento de seguridad y de paz es sustituido por otro en el que predomina la ansiosa inseguridad y la súplica de salvación de un peligro concreto. Esto arguye una nueva composición salmódica escrita en diferentes circunstancias históricas. El salmista, en una situación de abandono general, se dirige a su Dios, siguiendo los impulsos ciegos y certeros de su corazón, que le dicen: busca su faz, es decir, la manifestación benevolente del que tiene todo poder. A esta invitación ciega del corazón lacerado responde el salmista con decisión: tu rostro buscaré (versículo 8). Por eso pide ansiosamente a Yahvé que responda a esta búsqueda de su faz o protección: no me escondas tu rostro. En el lenguaje bíblico sapiencial, "buscar la faz de Yahvé" equivale a suspirar por su protección, y, al contrario, "ocultar su faz" equivale a negar el auxilio pedido. Esta idea es explicitada en la declaración siguiente del salmista: no rechaces con ira a tu siervo (versículo 9), y tres veces repite lo mismo. Yahvé ha sido para él siempre su Salvador, y, por tanto, no le puede abandonar en este momento de peligro. Tiene tal fe y confianza en su ayuda, que la considera más segura que la solicitud que por él habrían de manifestar sus padres. Probablemente, la frase aunque me abandonaran mi padre y mi madre... era un proverbio utilizado aquí para mostrar que la vinculación de Yahvé con los justos es más fuerte que la basada en las mismas leyes del instinto paternal y maternal.
Sal 27, 11-14. Confianza en la protección divina
El salmista, después de manifestar su total confianza en su Dios Salvador, pide ansiosamente conocer sus caminos, que son la recta senda que lleva a su protección. Los enemigos son muchos y le acechan constantemente; y por ello necesita que se le señale su ruta clara para no desviarse de los preceptos divinos, lo que le atraería la aversión divina, y, por tanto, la desgracia ante sus enemigos, que espían sus debilidades y defecciones. Consciente del peligro, pide que su camino sea por lugares llanos y abiertos, no por encrucijadas llenas de salteadores, pues sus adversarios conspiran y se confabulan contra él con falsos testigos (versículo 12) y respiran inocencia contra él. Están ansiosos de hacerle desaparecer. Pero está seguro de su causa justa y de la protección divina, y por eso espera contemplar la bondad de Yahvé, es decir, recibir el auxilio benevolente de su Protector, y esto le fuerza para continuar viviendo. En sus perspectivas no hay esperanza de retribución en el más allá, sino que aspira a recibir de su Dios el premio a su virtud en la tierra de los vivientes, en la vida actual, en oposición a la de los muertos de la región subterránea del Seol .
El versículo 14 es una exhortación a la confianza en Yahvé y parece una adición para el uso litúrgico, para animar a los que sufren a tener confianza en Dios, como la tuvo el propio salmista.
Sal 28, 1-9 (Vg 27): Súplica a Yahvé para que manifieste su justicia
El salmo es parecido al anterior, por el aire de confianza y súplica anhelante que en él impera. Tiene conciencia, de su inocencia, y por eso no quiere que se le reserve la suerte que corresponde a los impíos, es decir, la muerte prematura. Estos son gentes desaprensivas, que no reconocen las obras de Dios y, por tanto, merecen el más duro castigo. Seguro de que su justicia se manifiesta en esta vida, bendice a Dios, porque le ha de sacar de la situación angustiada en que se halla. Profundamente vinculado a los intereses de su pueblo y de su rey, pide a Dios que los proteja y bendiga.
Como los salmos anteriores, éste es atribuido al propio David; pero la mención del templo en el versículo 2 parece indicar que su composición es posterior a la erección de éste por Salomón. El estilo y léxico avalan su arcaísmo, y, por ello, los críticos modernos no tienen inconveniente en considerarlo de la época anterior al exilio, lo que está avalado por la alusión al "ungido" de Yahvé, el rey, símbolo de la nación elegida de Dios.
Sal 28, 1-2. Súplica de auxilio a Yahvé
Estos dos versos tienen el aire de una introducción suplicante para destacar la urgencia de la intervención divina en favor del salmista en un momento angustioso de su vida. Yahvé ha sido siempre la roca inaccesible en la que siempre ha encontrado salvación contra los enemigos; pero ahora la situación es muy grave, y, si se desentiende de él, sucumbirá, yendo a parar a la fosa o sepulcro. La palabra hebrea puede designar también la región subterránea de los muertos, el Seol. Quizá el salmista se halla en peligro de muerte por una enfermedad o por hostilidad de sus enemigos. En su impotencia no le queda sino dirigir sus súplicas a Dios y elevar sus manos hacia el templo o recinto sagrado de Yahvé, donde se hallaba presente de un modo especial para remediar y auxiliar a sus devotos. Este gesto de elevar las manos para orar es característico de las religiones antiguas, tanto en Israel como en Egipto y Asiría. Simboliza, el ansia ascensional del alma hacia Dios, que habita en lo alto. Entre los israelitas, el templo era punto de convergencia de la vida religiosa, y aun cuando estaban fuera de él, procuraban orar en dirección al lugar en que se asentaba; así lo hacían los exilados de Babilonia; y, dentro del templo, los orantes miraban hacia el santo de los santos, que era la parte más sagrada del conjunto de construcciones del templo salomónico. El salmista, pues, piensa en este recinto sagrado, objeto de sus ilusiones litúrgicas. Allí estaba el arca, símbolo de la presencia sensible de Yahvé en su pueblo.
Sal 28, 3-5. Reproches contra los impíos
El salmista, que tiene conciencia de su fidelidad a su Dios, no quiere sufrir la suerte de los impíos, es decir, morir con muerte prematura, que en la mentalidad del A.T. era el castigo propio de los que se apartaban de la ley divina. Dios da aquí a cada uno conforme a sus obras -no hay esperanza de retribución en ultratumba-, y por eso los justos ansían vivir largos días en amistad con su Dios. Probablemente el salmista se hallaba en peligro de muerte por efecto de una enfermedad o una epidemia -aunque no la menciona- y pide a su Dios que, conforme a sus obras, no le deje bajar al sepulcro. Esto es lo que merecen los obradores de iniquidad. Son gentes hipócritas, pues mientras exteriormente dan el saludo de paz (aún hoy día entre los judíos y árabes el saludo es el deseo de la paz), en su corazón maquinan maldad contra el prójimo. Por ello, el salmista, en un arranque de sentimiento de justicia, pide a Dios que les dé su merecido. Todavía estamos muy lejos de la perspectiva evangélica del perdón y del amor al prójimo, incluso con los enemigos. La moral del A.T. es muy baja en comparación con la de la plena revelación del Evangelio. Por eso no debemos sorprendernos de estos desahogos vindicativos de espíritus rectos que no tenían todavía la panorámica de la retribución en ultratumba. Los salmistas quieren, en consecuencia, que la justicia divina se manifieste en esta vida, para que todos vean que Dios protege y premia la virtud, mientras que castiga inexorablemente el pecado. En realidad, los impíos son ateos prácticos, pues no atienden a las obras de Yahvé (versículo 5), es decir, no reconocen la intervención de la Providencia en el mundo, y, por tanto, niegan que premie la virtud y castigue el pecado. Las obras de Yahvé (providencia y retribución en esta vida, con la protección al virtuoso) están en oposición a las obras de las manos de los malvados, que actúan con falsía en sus relaciones con el prójimo (versículo 4). Pero su proceder impío no puede prosperar, pues Yahvé los derribará y no permitirá que vuelvan a reedificar su vida sobre su mala conducta. Es una confesión de fe en la justicia divina en este mundo.
Sal 28, 6-9. Acción de gracias
Un nuevo estado psicológico del salmista: después de solicitar auxilio para no verse envuelto en la suerte de los impíos, destinados al sepulcro, reacciona confiado en su fe en la justicia divina, y tiene conciencia de haber sido escuchado en su súplica de auxilio. En los salmos no es raro este cambio brusco psicológico de súplica anhelante a la acción de gracias por el beneficio obtenido. Los salmistas dramatizan como poetas las situaciones, y así, describiendo una pasada angustia y liberación, la presentan como actual para lograr un mayor efecto literario. Así, aquí primero refleja sus momentos de angustia, y a continuación su liberación gracias a la intervención divina. Una vez más Yahvé le ha escuchado, y por ello se siente espiritual y físicamente rejuvenecido en su corazón, que salta de gozo (versículo 7). Yahvé es su protector, y por ello prorrumpe en cantos de alabanza.
Inesperadamente desaparece el problema personal del salmista, y se presenta a Yahvé como el defensor de su pueblo y salvador de su ungido, el rey (versículo 8). Todo esto parece adición posterior para el servicio litúrgico en el templo. El director de coro ha creído necesario hacer una aplicación a la salvación de Israel. La protección dispensada al salmista en un momento angustiado de su vida es prenda de la protección que Yahvé dispensará siempre a su pueblo, que es su heredad, y el símbolo de los intereses del pueblo israelita es el ungido de Yahvé, su rey. En realidad, Yahvé se halla vinculado de un modo particular con su heredad, pues es su Pastor, y, como tal, lo levantará en brazos juntamente con su ungido, como lo hace el pastor con las ovejas débiles en las marchas agotadoras por la estepa. Israel es como un niño delicado que Yahvé lleva en sus brazos. El salmista, pues, parece jugar con este doble símil, y pide a Dios que levante en sus brazos a Israel y a su rey.
Sal 29, 1-11 (Vg 28): Manifestación majestuosa de Yahvé en la tempestad
El salmista entona un himno a la majestad y poder de Dios, que se manifiesta en el desencadenamiento de una horrísona tempestad en medio de truenos y relámpagos. Las expresiones son bellísimas y extremadamente vigorosas. Primeramente invita a los ángeles a dar gloria a Dios; después empieza a describir la tempestad que se forma en occidente sobre el Mediterráneo y se dirige hacia el Líbano, donde descarga sobre los orgullosos cedros. Sobre su cima, como sobre la del Hermón, suenan los truenos majestuosos (la voz de Yahvé) y brillan los relámpagos o llamas de fuego. Desde los macizos del Líbano y el Antilíbano, la tormenta toma dos direcciones, una hacia TransJordania, y otra, por la cordillera de montañas de Palestina, desciende hasta la zona esteparia de Cades. La borrasca arranca de cuajo encinas y las retuerce, mostrando así el poder de Yahvé. Mientras en la tierra cruje el rayo y retumban los truenos, allá arriba en los cielos está majestuoso en su trono como Rey eterno, objeto de las alabanzas de los seres angélicos.
La descripción es maravillosa y está lograda con gran simplicidad de medios. Para impresionar más, el poeta no aparece en escena, y con voz anónima invita a los ángeles a entonar un himno de alabanza a Yahvé. Por su parte, el poeta se hace eco de su gloria, manifestada en la tormenta; las frases se repiten; siete veces se habla de la voz de Yahvé, que es el trueno; "en toda la pieza reina una monotonía solemne, que forma armonía imitativa con el ruido incesante de la tempestad," que ruge sobre las grandes aguas, estalla con poder; la voz de Yahvé parece sacudir las montañas, rompe los cedros; el huracán sacude el desierto, y hace abortar a los animales y despoja a los bosques. Y después de este desencadenamiento, que parece trastornar los fenómenos más poderosos de la naturaleza, Yahvé aparece de repente sentado majestuosamente en su trono y ejerciendo, tranquilo, su eterna realeza, mientras que alrededor todo grita: Gloria! El salmo comienza con un "gloria in excelsis" y termina con un "pax in térra".
Métricamente se distinguen cinco estrofas; los paralelismos sinónimos abundan. El estilo arcaico del poema, las concepciones de Yahvé habitando en los cielos y manifestándose en la tempestad, nos llevan a una época antigua de composición; y no hay dificultades serias que oponer a la autenticidad davídica que se declara en el título del salmo. El rey poeta, en sus tiempos de vida de pastor, sin duda que fue testigo de estas tormentas terroríficas que de vez en cuando se desatan sobre el campo.
Sal 29, 1-2. "Gloria in excelsis Deo"
Los israelitas, fieles a su tradición, tenían una visión esencialmente religiosa de la naturaleza en sus diversas manifestaciones; en todo veían la mano justiciera o misericordiosa del Dios supremo, que habitaba en los "cielos de los cielos" rodeado de su coro de seres angélicos, pero que intervenía misteriosamente en todo el orbe creado. Aquí el salmista, antes de cantar un himno de alabanza a la manifestación majestuosa de Yahvé, que se despliega en medio de la tempestad, invita a los hijos de Dios, o ángeles, que le hacen su escolta de honor en el cielo, a darle gloria y poder, es decir, reconocer su omnipotencia gloriosa en el sagrado recinto de los cielos, pues de cantar su manifestación arrebatadora en el mundo visible se encarga él en esta composición salmódica que va a iniciar. En la visión inaugural del profeta Isaías, los serafines, que hacen la escolta de honor del Santo por excelencia, proclaman que "la tierra está llena de su gloria". La esencia de la divinidad está sintetizada en su nombre, Yahvé ("el que es"), con toda la indeterminación y misterio que implica.
El salmista presenta a los seres angélicos en un acto litúrgico de adoración, con sus sacros ornamentos (versículo 2), como se hacía en el templo de Jerusalén; es una escenificación dramatizada que traslada al recinto celestial las escenas litúrgicas del templo jerosolimitano. El autor del Apocalipsis hará otro tanto para expresar la glorificación del Cordero. Los salmistas son gentes en su mayor parte de la tribu levítica, dedicada al culto sagrado, y tienen una mentalidad cultual que se refleja constantemente en sus expresiones. Para ellos, la mayor felicidad es tomar parte en los actos litúrgicos del santuario de Yahvé; por ello presentan a los ángeles desplegando su acción litúrgica en honor de Yahvé en los cielos, su templo verdadero, ya que el de Jerusalén no era sino un pálido reflejo del celestial.
Sal 29, 3-9. Manifestación de Yahvé en la tempestad
El Dios majestuoso que se asienta en los cielos rodeado de su escolta angélica hace su aparición solemne sobre la tierra cuando desencadena una tempestad. La voz de Yahvé es el trueno que retumba en los cielos sobre las nubes caliginosas o aguas de abajo, de que se habla en el relato de la creación. Dios separó las aguas de arriba de las de abajo por medio del firmamento. Las primeras constituyen las reservas para los días de la inundación, como en el diluvio, cuando se abrieron las cataratas del cielo, y las segundas son las que periódicamente envían la lluvia. El hagiógrafo, al no saber que la lluvia viene por la condensación del agua acumulada por la evaporación, se acomoda al modo de pensar de la época. Del mismo modo, por ignorar que el trueno es una descarga eléctrica, lo presenta como la voz tonante del Omnipotente. Los griegos lo atribuían también al padre de los dioses, Júpiter. El dios Adad Rammam de los sirios era el que presidía la tempestad y tenía en sus manos los rayos fulgurantes. Estas divinidades temibles en la tempestad son las que dan, por otra parte, la lluvia fecundante de los campos; por eso sus devotos procuraban aplacarlos con ritos y, al mismo tiempo, les suplicaban su protección. En la tradición bíblica, a Yahvé se le presentaba manifestándose en el fragor de la tormenta, entre rayos y truenos, en el Sinaí. Por ello, en la literatura salmódica, el trueno es la voz de Yahvé, los rayos son sus flechas; los vientos, sus mensajeros, y las nubes, su carro, en el que se traslada de un lugar a otro.
Conforme a esta mentalidad bíblica, el salmista presenta aquí a Yahvé planeando sobre las aguas o nubes cargadas de agua, tronando majestuosamente, con lo que se manifiesta como Dios de la gloria. No hay cosa más impresionante y sobrecogedora que el trueno; para los antiguos, que tenían una idea majestuosa y terrible del Dios lejano e intransigente del Sinaí, el trueno era el mejor reflejo de la voz de Dios. Las escenas del Sinaí en las que aparece Yahvé hablando a Moisés en medio de truenos y relámpagos, quedaron estereotipadas en la literatura bíblica y sirven constantemente para describir las nuevas teofanías de Yahvé en la historia. Yahvé se manifiesta ahora sobre la inmensidad de las aguas, que pueden ser el mar Mediterráneo, el "mar grande" de la literatura hebrea o las aguas superiores sobre las que habita Yahvé.
La tempestad parece que se prepara en el Mediterráneo y va ja descargar sobre los bosques del Líbano y del Hermón. El salmista refleja el destrozo que causa la tormenta, que tiene los caracteres de un ciclón devastador: se rompen los cedros -los árboles más gigantescos del Líbano-, mientras que los mismos montes parecen conmoverse en sus cimientos: el Líbano salta ligero como un ternero, y el Sarión -nombre que los fenicios daban al Hermón, que formaba parte de la cadena de montañas del Antilíbano, paralelo a las del Líbano- se agita como una cría de búfalo o toro salvaje. La imaginación oriental del poeta exagera sistemáticamente para destacar la impresión horrísona de la voz de Yahvé, que hace temblar y conmoverse hasta las mismas montañas majestuosas que cerraban por el norte el horizonte de Palestina. Los montes del Líbano y del Hermón tenían un particular sentido sagrado entre los fenicios, pues eran la encarnación de las divinidades que presidían los juramentos; pero, en la perspectiva del salmista, todo esto no cuenta nada. Sólo quiere destacar que, a pesar de su masa imponente y sus cimientos profundos, se conmueven como ternerillos ante la voz huracanada de Yahvé. Con los truenos fulguran los rayos o llamas de fuego (versículo 7). Y el eco de la voz de Yahvé no se circunscribe en su efecto terrorífico a la parte septentrional de Palestina -Líbano y Hermón-, sino que resuena en la parte meridional, en el desierto de Cades, lugar famoso en la historia de Israel por haber sido el lugar en que estuvieron los hebreos durante la mayor parte de la estancia en el desierto. El turbión desencadenado por Yahvé siembra la ruina y la desolación, retorciendo las encinas y despojando las selvas (versículo 6); los árboles se desgajan por efecto del tifón huracanado, reflejado en la voz de Yahvé.
Sal 29, 9c-11. Gloria a Yahvé y paz a su pueblo
El salmista vuelve a su punto de partida: Yahvé, aunque se manifestó terrorífico con su voz en la tempestad, sigue impasible en su templo celestial; allí los hijos de Dios, o seres angélicos, continúan el himno que proclama la gloria de su Dios. Yahvé se sienta majestuoso por encima de las aguas diluviales, o aguas superiores que están sobre el firmamento, y que Dios suelta de vez en cuando en lluvias torrenciales, como en el caso del diluvio universal. Sobre ellas Yahvé se instala como Rey eterno y Juez supremo, que de tiempo en tiempo envía las aguas diluviales para mostrar su poder judicial y soberano sobre todo.
El versículo 11 parece una adición para el uso litúrgico. Después de cantar el poder y majestad de Yahvé, manifestada en la tempestad, el salmista, que organiza el culto del templo, recuerda a la asamblea que esa omnipotencia divina protege a Israel, al que bendice y otorga fortaleza en los momentos particularmente decisivos de su vida nacional. Aunque Yahvé aparezca en la tempestad como Dios del terror devastador, sin embargo, en sus relaciones con su pueblo es el Dios de la paz y de la benevolencia. "Esta palabra final, con la paz, es como el arco iris que cierra el salmo. El principio del salmo nos muestra los cielos abiertos y el trono de Dios en medio de los cantos angélicos de alabanza, mientras que su conclusión nos muestra a su pueblo victorioso sobre la tierra, bendecido con la paz en medio de la manifestación de su ira. Gloria in excelsis es el principio, y pax in terris la conclusión".
Sal 30, 1-13 (Vg 29): Acción de gracias después de una enfermedad grave
Este salmo es un himno eucarístico de un justo que, después de hallarse postrado en el lecho del dolor, fue liberado, gracias a la intervención divina, de la muerte segura. Después de invitar a los piadosos a gozarse con él por el favor conseguido, ensalzando la bondad de Yahvé, relata cómo, a causa de un acto de presunción, apartó su rostro de él, privándole de su protección y dejándolo en un estado de postración física y de peligro de muerte. Angustiado, clamó a Él, quien le salvó de aquella situación comprometida. Por ello, su duelo se cambió en alegría, pues se veía ya a las puertas del sepulcro. Agradecido, cantará eternamente las alabanzas de su Dios.
El valor literario de esta composición es grande dentro de su simplicidad; aunque sus pensamientos no sean muy originales, pues aparecen en otros salmos, sin embargo, la expresión es sobria y vigorosa: "Abunda en figuras poéticas expresivas, ya vigorosas, ya llenas de frescor. El alma del salmista remonta la ruta del Seol; recupera la vida en medio de los cadáveres que se lleva a la tumba... A la tarde, el llanto viene como un huésped a pasar la noche. Pero, desde la aurora, los gritos de alegría resuenan. Al canto del duelo sucede el ruido alegre de la danza; al lúgubre cilicio, un cinturón de fiesta...". La distribución estrófica es regular, y el texto ha llegado a nosotros bastante correcto.
Según el título, este canto fue compuesto para la consagración de la casa de Yahvé, y se atribuye a David. Como canto (shir), se ejecutaba con acompañamiento de instrumentos músicos. Los que mantienen la paternidad davídica suponen que fue compuesto con motivo de la inauguración de su palacio en Sión, de la dedicación del lugar del futuro templo, después de la plaga que asoló el país; en ese caso, las alusiones al peligro de muerte se referirían no sólo a la suerte personal del salmista, sino a la de todo el pueblo. En general, los críticos modernos, por razones de estilo y léxico, se inclinan por una época tardía de composición no anterior al exilio. Hay mucha analogía, por su contenido, con el salmo 6, que parece de composición reciente. Generalmente se considera la alusión a la consagración de la casa o templo como adición litúrgica para adaptarlo a la fiesta de la janukkáh, o "dedicación," instituida por Judas Macabeo en 165 a.C., cuando purificó el templo, profanado por los sirios bajo Antíoco IV Epífanes. Algunos autores prefieren ver aquí una alusión a la dedicación del segundo templo en tiempos de Esdras.
Sal 30, 1-4. Acción de gracias por la salud otorgada
El salmista prorrumpe en un himno de acción de gracias al sentirse libre de un peligro inminente de muerte. Con ello se habrían alegrado sus enemigos, pues hubieran deducido de su desaparición que Yahvé no era ya su protector. El salmista se siente tan próximo a la muerte, que supone, por licencia poética, que ha visitado ya su alma la región tenebrosa del Seol, donde están las sombras de los muertos. Por ello ahora se siente como resucitado de entre los que bajan a la fosa o sepulcro. Se daba ya por difunto, pero la intervención divina le devolvió la vida.
Sal 30, 5-8. Invitación a los piadosos a celebrar su curación
Radiante de alegría por la recuperación de la salud, el salmista invita a los piadosos, que saben apreciar los secretos caminos de la Providencia en la vida de los justos, a entonar un himno en acción de gracias en honor del santo recuerdo de Yahvé, es decir, sus proezas y favores extraordinarios. En ellas se manifiesta su "nombre" o gloria; por eso en los salmos la expresión "celebrad su santo recuerdo" equivale a "alabar su nombre sagrado"; el nombre de Yahvé, su acción gloriosa, ha dejado un santo recuerdo en la historia en favor de Israel y de sus fieles. Su "nombre" sintetiza su naturaleza y sus acciones gloriosas. Y el salmista concreta en qué consiste el santo recuerdo o la huella del Dios santísimo en la vida: su providencia se guía por las exigencias de sus justicias y de su misericordia; pero en su proceder prevalece siempre la benevolencia, pues mientras su cólera dura un instante para castigar justamente las transgresiones, su benevolencia tiene un efecto permanente durante toda la vida (versículo 6). La protección de Yahvé hacia los justos es permanente, y sólo es interrumpida momentáneamente por alguna falta cometida. Las pruebas a que son sometidos los justos son transitorias, mientras que la amistad benevolente de Yahvé permanece por toda la vida. Para probar su afirmación, el salmista trae a colación un proverbio: Alberga la tarde llantos, mas a la mañana está la exultación (versículo 6b). El duelo y los llantos son como un huésped inoportuno, al que se le da hospedaje a regañadientes, pero después al día siguiente se convierte en motivo de exultación. En realidad, el llanto para el justo es un peregrino que a lo sumo pasa una noche con él; pero al día siguiente cambia la situación, y con la luz del día renace la alegría y bienestar.
El salmista confiesa haber tenido un pecado de presunción, pues viviendo en una situación de prosperidad, creyó que esta situación había de continuar indefinidamente: no seré jamás conmovido (versículo 7). Esta afirmación parece hacer caso omiso de los caminos secretos de la Providencia y se aproxima a la postura de los ateos prácticos y autosuficientes, que creen poder gobernar su vida con sus propios recursos. Por ello, Dios ha querido probarlo, y si antes, en su benevolencia, le aseguraba honor y fortaleza, ahora ha querido desampararlo escondiendo su rostro, es decir, le ha privado de su protección y auxilio, y entonces el salmista, reducido a sus propias fuerzas, quedó conturbado.
Sal 30, 9-13. Súplica de salvación
Postrado y abandonado a sus fuerzas, el salmista clama ansioso a Yahvé para que tenga piedad de él. Y su argumentación en favor de su liberación de la muerte está en consonancia con la mentalidad viejotestamentaria, cuando aún no había luces sobre la vida en ultratumba al lado de Dios. En realidad, la muerte del salmista no reporta ningún provecho o ganancia a Dios, pues, convertido en polvo, no podrá alabarle ni cantar su fidelidad con los justos. Según la mentalidad del A.T., Dios premiaba en esta vida los actos de virtud, y el primer don era una larga vida hasta ver los hijos de los hijos en la tercera o cuarta generación. Quitar la vida a uno, entregándole a una muerte prematura, era un castigo reservado a los impíos; equivalía a matarle, derramar su sangre (versículo 10). La muerte significaba, en realidad, para los justos del A.T., la interrupción de una vida de amistad con Dios; por eso, al morir, no se podía continuar las alabanzas de Yahvé. Por ello, el salmista ansiosamente pide a su Dios que le escuche y le salve de la situación de peligro en que se haya de descender a la fosa o sepulcro.
Conforme a la dramatización literaria habitual en el estilo salmódico, el justo se presenta ya con la salud recuperada, cambiando su lamentación en júbilo (versículo 10). Ha pasado la hora del duelo, porque el mismo Yahvé le ha desatado el saco, o signo externo de penitencia y dolor, y le ha ceñido del vestido alegre de la exultación, del atuendo de los días de fiesta y de triunfo. Por ello, el salmista entona un himno de alabanza a la gloria de Yahvé, que ha de perdurar por siempre. La expresión por la eternidad es enfática e hiperbólica, para recalcar su decisión de alabar constantemente al Dios Salvador.
Sal 31, 1-25 (Vg 30): Plegaria de un justo angustiado
Tres partes comprende este salmo: a) cántico de confianza en Yahvé (2-9); b) descripción en tono elegiaco de la situación angustiada del justo (10-19); c) acción de gracias por haber conseguido la salvación ansiada. Los críticos no concuerdan al determinar si estas tres partes integran una composición salmódica única o bien si ésta está constituida por la yuxtaposición de tres fragmentos diversos, agrupados por razones prácticas del culto litúrgico. La primera y tercera parte contienen frases que se encuentran en otros salmos, y tienen por ello un carácter antológico de mosaico literario, como el cántico de Jonás. La segunda parte tiene muchos conceptos similares a los expresados en el libro de Jeremías; de ahí el problema de la mutua dependencia: ¿quién es anterior? La generalidad de los críticos; supone que e! salmista depende conceptualmente del profeta de Anatot; por ello se considera el salmo como posterior al destierro babilónico. No faltan autores que suponen que la segunda parte del salmo (10-19) es del propio Jeremías, que lo habría insertado a las otras dos, que serían de origen davídico.
Desde el punto de vista de la unidad literaria del salmo es difícil mantener que la segunda parte (2-9) sea del mismo autor; más bien las otras dos se ensamblan con regularidad lógica. Así, el versículo 20 puede seguir normalmente al versículo 9: plegaria confiada y acción de gracias. Los versículos 10-19 parecen inserción artificial posterior. Desde el punto de vista de la inspiración poética, el salmo, en su conjunto, aunque no es muy original por las ideas expuestas, es de gran piedad religiosa.
Sal 31, 1-6. Confianza en Yahvé
El salmista dirige una oración confiada a Yahvé apoyándose en los atributos de la misericordia y justicia divinas. Para él, Yahvé es su protector; y multiplica las metáforas -corrientes en muchos salmos- para expresar la seguridad que le otorga la amistad con su Dios. Invoca a la justicia divina, lo que implica en él una conciencia de propia inocencia; no quiere ser confundido o avergonzado ante sus adversarios al ser desatendido en su súplica. Los justos basaban su conducta en la idea de que Dios premia en esta vida la virtud; por tanto, si Yahvé le abandona en este instante de angustia, daría la razón a sus enemigos, que creen que Dios no se preocupa de los que siguen sus mandatos. No quiere, pues, el salmista ser descalificado en su camino de la virtud ante sus adversarios. Por eso pide a Yahvé que por amor de su nombre, es decir, por su fama de justicia y rectitud, reflejada en su nombre, le guie en estos momentos difíciles de su vida. Yahvé es su roca inexpugnable, en la que encuentra su salvación como en ciudadela segura. Sus enemigos son como cazadores que tienen su red para tomarlo; pero Yahvé le saca de esta situación de peligro. Seguro de la protección divina, el salmista encomienda a Yahvé su espíritu, como si fuera un tesoro precioso; aquí se alude al deseo de conservar la vida, que se manifiesta en el espíritu o hálito vital (rúaj), Nuestro Señor en la cruz pronunció estas palabras, dándoles un sentido de entrega de su vida al Padre, una vez cumplida su trayectoria terrestre. El salmista tiene experiencia de la protección que Yahvé le ha dispensado en circunstancias análogas, en las que le rescató del peligro, mostrando así su carácter de Dios fiel a sus promesas de auxilio a los justos que confían en Él.
Sal 31, 7-9. Yahvé, Salvador del justo
El salmista, en conformidad con la voluntad divina, no admite el culto a los vanos ídolos, que, como tales, son algo sin consistencia, en contraposición a Yahvé, el Dios viviente; por ello sólo confía en Yahvé, que es el único que puede auxiliarle en los momentos de angustia y de peligro. Seguro de la protección divina, el salmista prevé su futura alegría por ser testigo de la piedad de su Dios, que ha visto su aflicción, salvándole del peligro, pues no lo entregó al poder de sus enemigos. De la aflicción y situación comprometida -a causa de la hostilidad de sus enemigos- ha pasado, por el auxilio divino, a la libertad plena de movimientos y a la seguridad total: afirmaste mis pies en la anchura (versículo 6). Su situación desahogada después de la liberación del peligro le parece una gracia inestimable de su Dios.
Sal 31, 10-14. Situación angustiada del salmista
La perspectiva alegre de liberación y de acción de gracias se cambia aquí en sentimiento de abatimiento y de aflicción. La situación es totalmente diferente; por eso podemos suponer que nos encontramos con un nuevo fragmento que ha sido incrustado en este salmo por exigencias del culto en el templo. Por el tono se parece esta composición al salmo 6 y a las lamentaciones de Jeremías o de Job. El salmista se consume en el dolor; sus ojos languidecen, y su salud física se desvanece; hasta sus huesos sienten la consunción por tanto dolor. Al lado de sus debilidades físicas -agotamiento por la enfermedad- están los sufrimientos morales: in-comprendido de todos, es la befa y el oprobio de sus enemigos y opresores, y hasta sus vecinos y conocidos huyen de él como si fuera un objeto maldito, que inspira terror y espanto. Los enemigos le insultan como un maldito de Dios, y sus convecinos le consideran como algo contagioso, del que hay que separarse. Es el caso del justo Job, aislado de la sociedad, consumiéndose en el dolor, incomprendido de sus amigos, que le consideran maldito de Dios. Tan aislado está de la sociedad, que es como un muerto, al que, por no verle, se le olvida en la estimación de los corazones (versículo 13). Es como una vasija de desecho, que por inútil se la arroja, sin parar ya mientes en ella.
El versículo 14 parece calcado en los escritos de Jeremías: "Oigo maldiciones, y por todas partes me amenazan: ¡Delatadle!"; y la frase "espanto por doquier" aparece reiteradamente en sus oráculos cuando alude a la oposición violenta de sus enemigos contra él. El salmista utiliza estas mismas frases para expresar su situación de abandono por efecto de la hostilidad y desprecio de sus enemigos. No contentos con aislarle, tramaban arrebatarme la vida, frase que encuentra su paralelo en Jr 11, 19: "Habían tramado una conjura contra mí:... le raeremos de la tierra de los vivos." El salmista, consciente de estas confabulaciones (el murmurar de muchos...), se dirige a Yahvé en espera de auxilio.
Sal 31, 15-19. Confianza en Dios del justo perseguido
Despreciado y hostigado de todos, al salmista no le queda, sino confiar en Yahvé, que ahora más que nunca es su Dios. Es en los momentos difíciles cuando se debe probar la fidelidad a Yahvé. A pesar de que está como abandonado de su Dios, el justo reacciona con su fe, sabiendo que, al fin, su Dios le ha de hacer Justina frente a sus enemigos. En realidad, la Providencia divina es misteriosa, y en sus manos están los destinos de los hombres, y sobre todo del que les es fiel. Las vicisitudes de la vida están bajo su control directo, y por eso el justo, que vive de la fe, debe esperar ser rehabilitado por el que es Dios de justicia. El salmista, confiado en los designios salvadores de su Dios, le pide que le Ubre de sus enemigos, que impudentemente le hostilizan y persiguen (versículo 16). Ansiosamente le pide que haga resplandecer su faz sobre él, es decir, mostrar su rostro radiante y protector al que ahora está abandonado y perseguido. Cuando Yahvé abandona a alguno, "oculta su faz de él," mientras que, cuando le dispensa ayuda y protección, le muestra su rostro benevolente; es un modo antropomórfico de hablar. Esta manifestación de su rostro sobre su siervo debe tener la contrapartida de confundir a sus enemigos; éstos esperaban que el salmista quedara confundido y avergonzado al quedar huérfano de la asistencia divina, como él esperaba; pero el justo atribulado está seguro de que será asistido en su necesidad, y además desea y pide que sean confundidos y avergonzados ante la sociedad los impíos, ateos prácticos, que se atreven impudentemente a burlarse de los planes de la Providencia divina. En su deseo de ver el cumplimiento de la justicia divina, el salmista desea que desaparezcan y, mudos y cabizbajos, bajen a la región tenebrosa del Seol, morada de los muertos. Sus labios son mentirosos y reflejan un espíritu despectivo y altanero, manifestado en insolencias contra el justo.
Sal 31, 20-25. Acción de gracias por la liberación
La última parte del salmo es un himno de acción de gracias por haber salido de una situación angustiosa. En la vida del salmista se ha revelado especialmente la bondad de Yahvé, que siempre está a disposición de los que le temen. Esa bondad divina es como un tesoro cuidadosamente guardado para ponerlo al servicio de los fieles en el tiempo oportuno; y Yahvé lo muestra en favor de ellos delante de los hijos de los hombres, para hacer brillar su providencia y la virtud de los suyos. Bajo el amparo del rostro de Yahvé se hallan seguros, pues están como bajo una tienda protectora, al abrigo de las calumnias de las lenguas pendencieras. El salmista ha comprobado personalmente la protección divina, pues gracias a su piedad y benevolencia se halla seguro como en ciudad fortificada, inaccesible a las maquinaciones de sus enemigos.
Pero confiesa que en un momento se sintió como abatido y abandonado en medio de la aflicción: he sido arrojado de ante tus ojos (versículo 23). Por unos momentos, impresionado por el dolor, creyó estar fuera de la providencia protectora de Yahvé, fuera de su órbita bienhechora. Pero a su súplica respondió Yahvé librándolo. Por ello hace una invitación a los piadosos, o fieles a la Ley divina, a confiar en Yahvé, pues los guarda con amoroso cuidado, mientras que paga sobreabundantemente las demasías de los soberbios y altaneros, que creen poder trazar su vida sin dependencia de Dios y oprimen a los fieles. La exhortación termina invitando a los que esperan en Yahvé a mantenerse firmes en el camino de la virtud, pues nunca serán desamparados a la hora de la aflicción, como prueba la experiencia del propio salmista.
Sal 32, 1-11 (Vg 31): La confesión de los pecados
Esta composición lírico-didáctica gira en torno a la felicidad del pecador que ha logrado la amistad con Dios por la confesión y reconocimiento de sus pecados. Castigado por Dios a causa de una falta grave, el salmista declara que, al decidirse a confesarlo ante El, se sintió liberado bajo la protección de su Dios. El hombre no debe dejarse llevar de la insensatez y estulticia, como las bestias, en el camino de la vida, porque la justicia divina castiga inexorablemente al impío. Al contrario, su misericordia será la corona del que se dirige por sus caminos de sabiduría. El salmo, pues, es además de una acción de gracias por el perdón otorgado, una lección de sabiduría.
Según el título, el salmo es de David; los autores que mantienen la paternidad davídica de la composición creen que fue redactado después del pecado de adulterio cometido con Betsabé y del asesinato de Urías. El Profeta Rey tardó en reconocer su pecado; pero, gracias a la intervención del profeta Natán, midió el alcance de su tropelía. Se mantiene la autenticidad davídica del salmo por ser citado por los autores inspirados como de David. No obstante, no pocos críticos, por razones de estilo sapiencial y por algunos arameísmos, conjeturan que el salmo no es anterior al exilio. En la liturgia de la Iglesia, este salmo es el segundo de los llamados "penitenciales."
En el título del salmo encontramos la palabra misteriosa hebrea maskil, que generalmente se traduce por "didáctico"; en ese sentido es una instrucción de tipo "sapiencial," lo que se amolda bien al contenido de la composición, que también tiene sus arrebatos líricos.
Sal 32, 1-2. Introducción sapiencial
El Salterio se abre deseando albricias al hombre recto que camina por el camino de Yahvé, sin tomar parte en las asambleas de los pecadores4; este salmo llama dichoso al pecador que ha logrado recuperar la amistad divina por el perdón de sus pecados. Puesto que "no hay hombre que no peque", este segundo movimiento de penitencia en el corazón humano es totalmente necesario para rehabilitarse en los senderos de la vida. El salmista llama dichosos a los que han logrado que sus pecados fueran borrados por Dios. Las palabras empleadas para indicar las faltas no son sinónimas, sino que tienen un matiz concreto: transgresión alude a la rebelión o ruptura con Dios; el pecado significa extravío, o mejor, no dar en el blanco debido; iniquidad indica una depravación moral. La condonación de las faltas está expresada también con términos que indican "descargar," "cubrir" -para no herir los ojos de Dios- y "cancelar" una deuda. Todos estos términos, paralelos a los que expresan faltas, se repiten para resaltar la virtud perdonadera de Dios. San Pablo citará estos versos para probar que la remisión de los pecados, la justificación, es un don gratuito de Dios, fruto de su misericordia y no de la Ley mosaica.
Sal 32, 3-5. Confesión y perdón
El sufrimiento y la enfermedad han servido para abrir los ojos al salmista y concentrarse, reconociendo así sus debilidades y transgresiones. Según la mentalidad del A.T., las enfermedades eran consecuencia de pecados perpetrados más o menos conscientemente. Tocado por la mano de Yahvé, que pesaba sobre él -sin duda enviándole una grave enfermedad-, empezó a pensar en los posibles pecados que hubieran acarreado tal desventura. Al principio se sentía reacio a reconocer sus faltas pasadas, y así, mientras callaba, la enfermedad seguía avanzando, y sus huesos se consumían mientras él gemía día y noche (versículo 3); pero, al no sentir arrepentimiento por sus pecados, estos gemidos no le servían de nada. Debilitado constantemente, su vigor juvenil de primavera se fue convirtiendo en sequedad de estío al consumirse por la fiebre.
Pasada esta primera situación recalcitrante -cerrada con el signo musical seláh, que probablemente indica cambio de coro o de instrumentación en el canto litúrgico-, el salmista piensa profundamente sobre su situación, y decide confesar y reconocer sus pecados, que pudieran ser causa de su enfermedad. Reconocido y confesado su pecado con sinceridad, al punto siente que se le ha perdonado, lo que representa el principio de su rehabilitación física y espiritual: "Vox nondum est in ore, et vulnus sanatur". Dios acoge siempre al corazón contrito y arrepentido.
Sal 32, 6-7. Yahvé refugio del justo angustiado
La lección del salmista tendrá repercusión en los piadosos, pues de él aprenderán a confesar a tiempo su pecado, reconociendo sus infidelidades y culpabilidad; de este modo se verán libres del desbordamiento de muchas aguas que amenazan anegarles, es decir, del peligro de muerte, bajo cualquier forma que se presente. Este símil es corriente en la literatura sapiencial para reflejar la situación apurada en determinados momentos graves de la vida; el que confiese sus pecados se verá a salvo de la inundación de muchas aguas, pues, apegado a Yahvé, se hallará como en roca inaccesible. Los piadosos sabrán así invocar a Yahvé en el tiempo propicio de su manifestación benevolente y perdonadora. El salmista se apropia estas consideraciones y proclama a Yahvé como refugio suyo en los momentos de angustia, pues cambia las situaciones de peligro en momentos de triunfo, en los que no faltan los cantos de liberación o de gozo por la salvación conseguida gracias a su protección.
Sal 32, 8-10. El camino de la sabiduría
Los versículos 8-9 parecen ser los consejos de un sabio a su discípulo, que han sido insertados en el salmo, y en ellos se trata de hacer ver que el camino de la impiedad lleva a la desazón, mientras que la fidelidad a Yahvé le trae los beneficios de su piedad (versículo 10). El que se empeñe en seguir sus caminos alejado de Dios, será como las bestias, sin entendimiento, a las que hay que embridar con el freno para sujetar su ímpetu. Dios se encargará de domarlos por el sufrimiento y la desgracia, para que, arrepentidos, se acerquen a Él (versículo 9). El impío tendrá que seguir la senda del dolor, mientras que el que confía en Yahvé se verá cercado, no del castigo y sufrimiento -medios que utiliza Dios para volverlos al buen camino, tirándoles del freno y de la brida, como a los animales-, sino de la benevolencia y piedad divinas (versículo 10).
El salmo se cierra con una invitación para que todos los rectos de corazón se alegren con la liberación del justo de su situación angustiada. Este versículo 11 tiene un aire de interpelación litúrgica en la asamblea de los fieles en el templo, para que éstos se percaten de los caminos secretos de la Providencia, que por la confesión de los pecados otorga el perdón y devuelve a los pecadores la amistad divina.
Sal 33, 1-22 (Vg 32): Yahvé, creador del universo y protector de los fieles
Este poema es un himno a la omnipotencia y justicia de Yahvé. Se canta el señorío de Dios sobre el universo como Creador y su fidelidad hacia su pueblo elegido, Israel, y a los que le son fieles. En este sentido, la composición es como una justificación de la exhortación a alegrarse en Yahvé con que se cerraba el salmo anterior; y con estas palabras de exhortación se inicia esta misma composición salmódica; pero el estilo de la composición es diverso, ya que el anterior era una instrucción basada en la experiencia personal de un salmista liberado de la situación angustiosa en que se hallaba, mientras que aquí nos encontramos con un himno compuesto con motivo de alguna victoria nacional sobre los enemigos de Israel.
La estructura del salmo es simétrica, y notable por la lógica distribución de las ideas. El estilo es majestuoso y solemne: la invitación introductoria a alabar a Yahvé (1-3) corresponde a la conclusión, en que se hace profesión de confianza en El (20-22). En el cuerpo del salmo se enumeran los motivos por los que Yahvé es digno de especial alabanza y confianza: por sus atributos morales (4-5), por su omnipotencia creadora (6-9), por su providencia (10-11), por la elección de Israel (12-15), del que es Protector (16-19).
La distribución estrófica es bastante regular; los 22 versículos del salmo corresponden a las 22 letras del alefato hebreo, pero no es propiamente acróstico, pues cada verso no comienza con una letra del alefato, como hemos visto en otras composiciones salmódicas. Ideológicamente, este salmo es un poema sapiencial, si bien en forma de himno litúrgico a Dios Creador, Providente y Salvador. El estilo es límpido y elevado, si bien los pensamientos no son muy originales, pues se repiten constantemente en la literatura sapiencial.
En contra de lo que es ley en la colección salmódica que vamos estudiando, este salmo es "huérfano," es decir, no tiene título introductorio alguno. Los LXX lo atribuyen a David. Razones estilísticas parecen no favorecer la paternidad davídica. Teodoro de Mopsuestia supone que fue redactado por Ezequías con motivo de la liberación milagrosa de Jerusalén de los ejércitos de Senaquerib. Los críticos modernos encuentran expresiones similares a las del libro de Isaías, y, como abundan las sentencias de tipo sapiencial, suponen que el salmo no es anterior al exilio.
Sal 33, 1-5. Invitación a alabar al Dios justo
Los justos son los más obligados a alabar a Yahvé, pues son el objeto predilecto de su providencia en la historia; el salmista quiere que acompañen sus cánticos con toda clase de instrumentos: cítara, arpa y lira. Y con ellos deben entonar un nuevo canto de acción de gracias por los beneficios nuevos que cada uno recibe en su vida del Omnipotente. Yahvé es fiel a su palabra, y todas sus acciones llevan el sello de la verdad y de la fidelidad a sus promesas de protección a los justos y cumplidores de su Ley. Toda su providencia está gobernada por las exigencias de la justicia y del derecho, que es la aplicación de aquélla en cada acto. Toda la tierra rebosa de la bondad y piedad de Yahvé.
Sal 33, 6-9. La palabra creadora de Dios
El salmista se remonta al primer momento de la creación para declarar la omnipotencia divina. Los cielos inmensos son el efecto de su palabra creadora, y todo su ejército, o maravillosas constelaciones ordenadas de los astros, son obra del aliento de su boca. La expresión es enérgica. La omnipotencia divina no tiene límites, y por ello las obras más portentosas de la creación son realizadas por Dios con la facilidad con que se expresan por la palabra. Los pueblos paganos consideraban los astros como divinidades poderosas; aquí el salmista declara que son obra del único Dios y que dependen en su existencia del aliento de su boca. No se puede formular el monoteísmo estricto en palabras más vigorosas. El salmo aquí depende del relato del Génesis, donde enfáticamente se dice: "Dijo, y fue hecho." En las cosmogonías de la antigüedad, las divinidades tienen que luchar con las fuerzas cósmicas -de las que ellas mismas proceden- para plasmar las maravillas del orbe. El Elohim de la Biblia es un ser excepcional que existe antes, fuera y sobre todas las cosas, y, como tal, no está sujeto a nada y obra conforme a su omnímoda voluntad, que a su vez está sujeta a su inteligencia ordenadora, que crea todas las cosas con una finalidad concreta: "y vio que la luz era buena". Esta concepción trascendente de Dios es la base de todas las creencias del pueblo hebreo. Por ellas, la religión de Israel se halla a una distancia casi infinita de las concepciones religiosas de los otros pueblos de la antigüedad.
Siguiendo el relato del Génesis, el salmista proclama que Dios reúne las inmensas aguas del mar en un recipiente con la facilidad con que se llena un odre; y las inmensas aguas de los abismos las distribuye en estanques o diversos mares y océanos. El inmenso lecho del océano es para la omnipotencia divina como un modesto odre que llena a su antojo n. Los grandes depósitos del abismo -sobre los que descansa la tierra- son para Él como estanques. Todo esto predica el poder inmenso del Creador; por ello se invita a la misma tierra y a sus habitantes a temerle y reverenciarle. ¿Quién puede ponerse frente a Él? Con un solo fiat formó todas las cosas: Dijo Él, y fue hecho; mandó, y así fue. Las cosas fueron surgiendo obedientes a la voz de Dios.
Sal 33, 10-15. La providencia divina sobre los hombres
El poder de Yahvé no se extiende sólo a la creación de las cosas, sino que controla la marcha de la historia humana. En sus designios secretos sobre la humanidad, observa los actos de los hombres para juzgarlos conforme a las exigencias de su justicia y bondad. Los pueblos pueden maquinar y agitarse, pero por encima de sus cálculos están los planes divinos; por eso muchas veces frustra el consejo de las gentes, o naciones paganas, y sale al paso de las maquinaciones de los pueblos. La perspectiva del salmista se extiende a la lucha sorda entre el bien y el mal en la historia. Toda la trama bíblica gira en torno a un drama, que es la pugna entre los que representan los intereses de Dios y tratan de plasmar sus designios en la historia y los que se oponen a esa marcha religiosa de la historia. En esa realización de los designios divinos en la historia ocupa un lugar predilecto el pueblo israelita, que es el vehículo de transmisión de la esperanza de salvación a través de los tiempos hasta los tiempos mesiánicos. El salmista se sitúa en esta perspectiva de elección de su pueblo y presenta a las gentes maquinando contra los intereses de Yahvé, que son los de Israel como colectividad. Frente a sus designios perversos está el consejo de Dios, que permanece para siempre; es decir, sus designios misteriosos sobre la historia humana, que se plasman de generación en generación (Sal 33, 11). Sus designios son firmes como la obra de la creación.
Por eso Israel es venturoso, por ser el pueblo de Yahvé, que lo eligió como su heredad. Ningún pueblo tiene a sus dioses tan cerca de él como lo tiene Israel. Es el instrumento de los designios divinos entre los pueblos, como "reino sacerdotal y nación santa". Es el "primogénito" entre los pueblos, y, como tal, el confidente de los secretos designios de Dios en la historia. Su Dios es el Soberano del universo, y desde los cielos contempla a todos los hijos de los hombres (Sal 33, 13). Desde su alta atalaya celestial asiste al desarrollo de la historia humana. A su omnipotencia se junta su omnisciencia, pues El conoce lo más recóndito del espíritu humano, pues ha plasmado todos los corazones, que en la mentalidad semítica y hebraica son el asiento de los movimientos afectivos, pasionales y aun intelectivos. Dios ha dado al ser humano la vida del espíritu y la de los afectos, y, por tanto, no puede desentenderse de él. El profeta Zacarías sintetiza así la obra de Dios: "Tiende los cielos, funda la tierra y forma el aliento del hombre dentro de él". Si Yahvé asiste al desarrollo de las maquinaciones de las naciones como colectividades, también está atento a las interioridades de los individuos en orden a establecer las exigencias de su justicia retributiva.
Sal 33, 16-22. Yahvé, único salvador
Supuesta la providencia especialísima de Yahvé, es inútil hacer puros cálculos de fuerzas materiales para conseguir la victoria sobre los enemigos. En tiempos pasados, el poder militar del faraón nada pudo contra el pueblo hebreo, confiado a Dios; en tiempos de la monarquía israelita, los reyes procuraron formar un ejército poderoso con ánimos defensivos y ofensivos. Los profetas se oponían a todo este aparato militar, porque veían en ello una desconfianza en Yahvé, el único que podía salvar a Israel. El salmista se sitúa en la misma línea: de nada sirven los caballos al guerrero si no tiene el auxilio de Yahvé: "éstos en sus carros, aquéllos en sus caballos; pero nosotros en el nombre de Yahvé, nuestro Dios, somos fuertes". Es lo que declarará Judas Macabeo: "No está en la muchedumbre del ejército la victoria en la guerra: del cielo viene la fuerza". La mirada benevolente de Yahvé se dirige a los que le temen y aceptan sus caminos y se confían a su piedad (Sal 33, 18). La omnipotencia divina está al servicio del justo, objeto de sus complacencias; por eso, en las horas del infortunio y de la miseria, los libra de la muerte violenta y del hambre.
Los versículos 20-21 sacan la conclusión de la doctrina expuesta: si Yahvé es el único que da la salvación y la victoria, el alma del justo debe confiarse a Él como único auxilio y escudo protector.
Esta seguridad de estar bajo la protección de Yahvé crea en el alma un íntimo regocijo, pues su nombre, lleno de misterio, es también prenda de salvación. El salmo se termina con el deseo de ser objeto benévolo de la piedad divina. El salmista se asocia a los intereses de su pueblo, necesitado de la protección del Omnipotente.
Sal 34, 1-23 (Vg 33): Yahvé, protector de los justos
Esta composición es similar al salmo 25, y, como éste, es acróstica, de forma que cada verso empieza con una letra del alefato. El contenido ideológico es heterogéneo, pues está formado a base de un mosaico de sentencias que podemos agrupar en dos secciones: a) acción de gracias por haber salido de un peligro (2-11); b) en forma sentenciosa didáctica se declara la protección de Yahvé sobre los justos (12-22). Como en el salmo 25, en la distribución alfabética falta el verso correspondiente a la letra wau, y se repite, en cambio, la pe. Ambos salmos tienen muchas afinidades estilísticas con el libro de los Proverbios. La parte primera (2-11) es más lírica, mientras que la segunda es sapiencial (12-23). La distribución métrica es bastante regular. Las exigencias de la alfabetización son un obstáculo a los vuelos líricos, pues el poeta está sujeto a un módulo artificial, que le impide libertad imaginativa.
En el título se atribuye esta composición al propio David, y se cita la circunstancia histórica que dio ocasión a su redacción: al huir del rey de Gat fingiéndose loco. Ya sabemos que estos títulos de tipo histórico tienen los visos de ser adiciones redaccionales debidas a los escribas, que han querido buscar las circunstancias históricas de la composición de determinados salmos en la vida de David, tomando las indicaciones de los libros de Samuel. Hoy los críticos están acordes en suponer que el salmo es de la época sapiencial, es decir, posterior al exilio. Las exigencias de estilo y de léxico exigen esta conclusión.
Sal 34, 1-11. Exhortación a Reconocer la Protección Divina
El salmista inicia un himno de alabanza a Yahvé para que los que le escuchan se asocien a Él. Los humildes serán los primeros que se asociarán a su alabanza, porque serán los primeros en reconocer la mano protectora de Yahvé en sus vidas de sufrimiento. Humildes aquí no significa tanto los que practican la virtud de la humildad cuanto los "piadosos" o seguidores incondicionales de Yahvé por sus preceptos, y, como tales, muestran espíritu de obediencia y docilidad; son los yahvistas fervorosos, que por lo general eran de las clases sociales modestas. Estos serían los que mejor entenderían los favores otorgados al salmista. Por ello les invita a magnificar a Yahvé, reconociendo su grandeza y celebrando su soberanía sobre todo. Tiene una experiencia personal de su protección, que le libró de sus terrores (Sal 34, 5). Dios es la fuente de la luz y de la vida; de Él procede la vida espiritual y la física, y, por tanto, la felicidad; por ello, el salmista invita a que los humildes, que saben valorar las íntimas alegrías de la amistad divina, se dirijan hacia Él, pues serán iluminados, en cuanto que sus rostros volverán radiantes de alegría y de optimismo ante la vida, porque saben que tienen a Dios a su lado (Sal 34, 6). Nunca serán confundidos o avergonzados de haber confiado en Yahvé, pues en la hora difícil les tenderá la mano. El salmista habla por propia experiencia, pues Yahvé le salvó de todas sus angustias (Sal 34, 7). En realidad, el pobre afligido, temeroso de Dios, no se halla solo y desamparado, pues en torno suyo acampa el ángel de Yahvé para protegerle y salvarle.
Consciente de esta seguridad que proporciona la amistad divina, porque pone a disposición de los suyos sus ejércitos angélicos, el salmista invita a gustar de la bondad divina, que se manifiesta a los que le temen. Por ello proclama bienaventurado al que se acoge a su protección (Sal 34, 8). Los que se precian de ser santos o consagrados a Dios en su vida de entrega a la Ley, deben temer a Yahvé, ya que El retribuye con largueza, sin que nada les falte, a los que le temen. La denominación de santo se aplica en el A.T. a Israel como nación, y a los ciudadanos de la comunidad teocrática en los vaticinios de Daniel. Aquí el salmista piensa que los israelitas, por pertenecer a una nación santa -como pueblo y heredad de Dios- deben ser santos, en el sentido de incontaminados con los impuros, que viven moralmente apartados de Yahvé. En realidad, la fidelidad a los mandatos divinos es compensada por la largueza divina; al contrario, los ricos, que forman su fortuna sin preocuparse de la Ley divina, al final pasarán hambre. El salmista piensa siempre en la manifestación retributiva de la justicia divina en esta vida, pues no tiene luces sobre la vida del justo en el más allá.
Sal 34, 12-23. Invitación a seguir el camino de la virtud
Este fragmento tiene un carácter marcadamente sapiencial y es muy similar al del libro de los Proverbios. Los "sabios," o rabís, suelen utilizar el título de hijo para designar al discípulo aventajado; para ellos, el temor de Dios es la base de toda buena orientación en la vida y el núcleo doctrinal de la enseñanza sapiencial. Así, el salmista-sabio invita a sus oyentes a que se plieguen a sus enseñanzas, centradas en torno al temor de Yahvé, que es el quicio de la vida moral, pues incluye el sometimiento a sus misteriosos designios en la vida, plasmados en los mandatos de la Ley. El que desee ver días felices y gozar de la vida en sentido verdadero, debe organizar su existencia conforme a las exigencias de la voluntad divina, ya que así se asegura la protección del Omnipotente, que puede otorgar larga y dichosa vida. Siempre el salmista se mueve en la perspectiva de la retribución terrena. Sobre todo para ser grato a Dios hay que evitar el mal, y en primer lugar debe abstenerse el hombre de sembrar calumnias y engaños (Sal 34, 14). Es un tema muy socorrido en la literatura gnómica sapiencial. El que sigue el camino del bien, consigue la paz consigo mismo, con el prójimo y con Dios. El salmista invita a llegar a este estado de felicidad en la vida: busca y persigue la paz.
La felicidad proviene realmente de la práctica del bien, porque entonces se logra vivir bajo la protección omnipotente divina, pues los ojos de Yahvé están sobre los justos; en cambio, su faz está contra los que obran el mal. Aquí faz es sinónimo de manifestación airada y justiciera. Así, en Ex 14, 24 se dice: "Miró Yahvé desde la nube de fuego al ejército egipcio y lo conturbó." La simple mirada del Señor basta para aniquilar a los malvados, borrando de la tierra su memoria, es decir, su nombre y el de sus descendientes, que pudieran recordarlo ante la sociedad. La justicia divina sorprende a los impíos, enviándoles una muerte prematura, mientras que a la generación de los justos la perpetúa a través de la historia, colmándola de bendiciones. Yahvé no se desentiende de la situación angustiosa de los que le son fieles; por eso, cuando los justos claman por su ayuda, les atiende, librándoles de sus aflicciones. Ellos siempre se hallan en disposición de contritos de corazón, arrepentidos de sus faltas y afligidos por los sufrimientos íntimos, pues aspiran a la íntima amistad con su Dios.
Yahvé está siempre próximo a los de espíritu abatido, ya sea por la compunción o por la angustiosa necesidad. En esos momentos, Yahvé se manifiesta como único Salvador. En realidad, la vida del justo está amasada de calamidades, pues es víctima de los que sin conciencia organizan su vida en la sociedad; pero esos sufrimientos tienen un límite, pues al fin Yahvé siempre los salva. En su providencia tiene cuenta de todos los huesos del justo, para que ninguno sea roto. Aquí parece que alude a las torturas morales, simbolizadas en la rotura de huesos; pero la frase tiene también aplicación a los casos en que el justo se halla postrado en el lecho del dolor. En realidad, las calamidades que sufre el justo son pasajeras, pues al fin siempre lo salva Yahvé, mientras que el impío -por estar abandonado de Dios y ser blanco de su faz airada y justiciera- sufrirá el castigo de su malicia, que le matará, pues, tarde o temprano, la mano punitiva de Dios le alcanzará; con ello, los que aborrecen al justo terminarán por expiar su pésima conducta.
El versículo 23 está fuera de la serie alfabética; por eso puede considerarse como adición litúrgica; y, como en el caso del Sal 25, 22, empieza por Pe. Los judíos no querían que los textos litúrgicos terminaran con amenazas, y por eso, el compilador litúrgico añade este pensamiento esperanzador: los justos siempre serán redimidos por la mano poderosa de Yahvé cuando se hallan en situaciones difíciles y comprometidas, y no tendrán que expiar -como los impíos- con castigos divinos.
Sal 35, 1-28 (Vg 34): Plegaria del justo contra los perseguidores
Este salmo es un mosaico de expresiones que ya hemos encontrado en otras composiciones de esta colección atribuida a David. En el fondo es una súplica individual de un justo que se siente enfermo, perseguido y acusado por sus adversarios. Puede dividirse bien esta composición en dos partes, terminando cada una de ellas con una promesa de acción de gracias: a) súplica de castigo sobre los enemigos perseguidores (1-10); b) maquinaciones injustas de los adversarios del salmista (11-28). Esta segunda parte puede dividirse en dos fragmentos: las acusaciones de los enemigos del salmista son injustas (11-18); deseos de que se manifieste la justicia divina sobre ellos (19-28). En la primera parte se insiste sobre la injusticia del odio que le tienen; en la segunda, en la ingratitud de sus adversarios, y en la tercera, sobre la crueldad y alegría maligna de los que se gozan de sus males. En este sentido se puede hablar de cierta unidad de tema, que se desarrolla gradualmente.
La métrica no es fácil de establecer, y el estilo es oscuro y monótono, aunque no carente de expresión vigorosa. Según el título, es de David; y en este supuesto se buscan las circunstancias de la persecución sañuda de Saúl o de su hijo Absalón como sugeridoras de este poema salmódico. Los críticos modernos ven en este salmo dependencias literarias de Isaías y Jeremías, y por ello creen que es de la época sapiencial postexílica.
Sal 35, 1-10. Invocación contra los perseguidores injustos
En estilo vigoroso y metafórico, el salmista, acosado por sus adversarios, pide a Yahvé que se levante en su ayuda como invencible guerrero y campeón de la justicia, reivindicando los derechos de los afligidos. Su causa se decide en el campo de batalla y en la sala de juicio, Es necesario que resplandezca la razón del injustamente perseguido; y para ello, si es preciso, Yahvé debe intervenir violentamente con sus adversarios. Las metáforas son bellas y atrevidas, conforme a la mejor tradición de la literatura poética bíblica. Yahvé es presentado como un hombre de guerra que sale en defensa de los suyos; es el mejor modo de decir a su alma que Él es su salvación.
Después de pedir el auxilio divino, el salmista se desahoga, conforme al módulo vindicativo de la literatura punitiva del A.T., contra sus enemigos, a los que desea ver confundidos, presa de la justicia divina; incluso desea la intervención justiciera del ángel de Yahvé. En Sal 34, 8 se decía que el ángel de Yahvé acampa en torno a los justos para defenderlos contra sus adversarios; aquí el salmista desea que no sólo le defienda, sino que ataque y acose a sus enemigos, lanzándolos lejos como paja al viento, llevada sin consistencia en todas las direcciones. Su camino sea lleno de tinieblas, para que a causa de sus obstáculos se les convierta en verdadero resbaladero (Sal 35, 6), cayendo a cada paso bajo el peso del infortunio. En Jr 2, 12 encontramos expresiones semejantes: "sus caminos se les van a volver en resbaladeros en medio de tinieblas. Serán empujados por él y caerán, pues voy a hacer sobrevenir sobre ellos males el año de la cuenta, dice el Señor." La dependencia literaria de este fragmento es clara por parte del salmista. A nosotros nos resultan duras estas expresiones, porque vivimos en un estadio de revelación muy superior, cual es el de la moral evangélica, basada en el perdón de las injurias y en el amor al enemigo; pero hemos de tener en cuenta que el nivel moral y espiritual de lo más selecto del A.T. está muy lejos del ideal evangélico, y, por tanto, sus reacciones morales son más primarias. Por otra parte, no debemos perder de vista que las frases son radicales y extremosas, conforme al módulo literario de los autores orientales; y, además, el salmista ve en su causa la del propio Dios de justicia; por ello desea que en su caso se manifieste la justicia divina contra los enemigos del orden moral.
Los impíos se han portado dolosamente con el salmista, pues, como cazadores expertos, se han dedicado a tender la red para que caiga en ella como en traidora fosa. También aquí encontramos dependencia del estilo de Jeremías: "Me cavan una hoya..., me han cavado una trampa donde cogerme y tendieron a mis pies lazos ocultos" . Sin embargo, este símil no es raro en el Salterio. El salmista pide a Dios que sus enemigos caigan en las trampas que le tienden en pago a sus malignas maquinaciones. Quizá el salmista en estos desahogos representa no sólo su situación personal, sino la colectividad de los justos perseguidos en la sociedad israelita.
El castigo de los enemigos perseguidores será ocasión de alegría en el justo perseguido, porque en su salvación verá la manifestación de la justicia divina, en la que tanto tiempo confió frente a las burlas de sus adversarios. Sus mismos huesos -es decir, todo su cuerpo- participarán de esta íntima alegría, pues en su salvación se manifestará la omnipotencia de Yahvé, que no tiene par cuando se trata de hacer justicia y librar al desvalido y afligido frente a su despojador. Quizá en la palabra huesos haya una alusión a un estado de postración física del salmista como consecuencia de su enfermedad, pero puede ser una metáfora para recalcar la gran alegría que recibirá al ser liberado.
Sal 35, 11-18. Los perseguidores del salmista son crueles e ingratos
En esta segunda parte parece que se insinúa que los adversarios del salmista han lanzado contra él falsos testimonios, comprometiendo su fama y su situación social. Le achacan acciones de las que él no tiene conciencia. Son gentes violentas, que no tienen consideración con las exigencias de la justicia; por ello no tienen inconveniente en atropellar violentamente al justo. Los que suponen que el salmo es de David, creen que aquí se alude a las maquinaciones de sus enemigos en la corte de Saúl, que le acusaban de conspirar contra el rey. En realidad, la afirmación del salmista puede aplicarse a cualquier situación de un inocente injustamente acusado. Esta conducta maligna tiene la agravante de su ingratitud, pues pagaron al salmista mal por bien (Sal 35, 12). Y a continuación explica su conducta anterior con sus actuales enemigos: cuando estaban enfermos, oró fervorosamente por ellos a Dios, sin ahorrar ayunos y demostraciones externas de penitencia, como el vestirse de saco. En su exceso de compasión se mostraba con vestidos de luto, como si fuera un familiar querido. A esta conducta generosa y desinteresada han respondido ellos alegrándose de su vacilación o infortunio en la vida, ya sea una enfermedad o una desgracia; y, además, se confabulaban conspirando contra él, considerándole como un desamparado y maldito de Dios. Como a tal le calumnian y atacan, rechinando los dientes contra él, como la fiera que se apresta a lanzarse sobre la presa. Así acosado, el salmista se considera rodeado de leones rugientes, ávidos de caer sobre su única, es decir, su vida, que constituye su único bien. Por ello pide ansiosamente a Dios que le libre de sus enemigos, prometiendo expresar solemnemente sus gracias en la gran asamblea del pueblo, reunido sin duda en el templo.
Sal 35, 19-28. Súplica ardiente para que se reconozca su inocencia
El salmista pide ser librado de las manos de los que fraudulentamente se confabulan contra él, inventando falsos testimonios; maliciosamente guiñan el ojo en signo de inteligencia contra el afligido justo, mostrando su satisfacción al verle abandonado y postrado. Inquietos y ambiciosos, conspiran contra los mansos de la tierra, que pacíficamente se entregan a su vida, respetando los derechos de los demás. Satisfechos de ver arruinado al piadoso, abren la boca en signo de desprecio, y se sienten dichosos al ver cumplido lo que tanto deseaban: Lo vieron nuestros ojos (Sal 35, 21). El salmista, ante esta cínica actitud, clama a su Dios para que se decida a intervenir: ¿No lo ves? Es el único Salvador, y, por tanto, ansiosamente le pide que no permanezca más como simple y mudo espectador ante tanta injusticia: ¡No calles...! ¡No te alejes de mí! Consciente de su inocencia, le pide que salga a favor de su derecho y le juzgue conforme a su justicia; sabe que Dios da a cada uno lo suyo, y, por tanto, en su caso tiene que hacer brillar sus derechos y su inocencia ultrajada.
Sus enemigos son como fieras, que quieren hacerle desaparecer devorándolo o borrando todas las huellas de su existencia. En Lm 2, 16 encontramos una frase similar: "Todos tus enemigos abren la boca contra ti, silban y dentellean contra ti, y dicen: Lo hemos devorado, es el día que esperábamos, ya llegó, ya lo vimos". El salmista -víctima de esta encarnizada hostilidad- pide a Yahvé que se haga justicia sobre sus opresores, que se gozan de su mal; en su arrogancia, pretenden monopolizar el derecho frente al justo, que ahora por su estado de postración se halla como alejado de su Dios. En realidad, sus cálculos no pueden prosperar, porque por encima de ellos está el Dios de justicia, y llegará la hora en que serán confundidos y avergonzados al ver que en definitiva es Yahvé quien dice la última palabra en favor de sus fieles. Frente a esta legión de malvados se levantan los que aman la justicia, y, como tales, saben apreciar la situación de inocencia del salmista; éstos se llenarán de gozo al ver que Yahvé proporciona la paz a su siervo. La liberación del salmista será, en realidad, la manifestación de la justicia de Yahvé (Sal 35, 28), y, por ello, aquél entonará un himno de alabanza perpetua a su Dios. Es la acción de gracias que cierra la mayor parte de las composiciones salmódicas que giran en torno a las aflicciones de los justos.
Sal 36, 1-13 (Vg 35): La impiedad del malvado y la bondad de Dios
Este salmo puede dividirse en dos partes: a) descripción de la maldad del impío, que no maquina sino obras de iniquidad (2-5); b) bondad de Dios hacia el ser humano (6-10). Contrapuestas estas dos conductas -la del pecador y la de Dios-, el salmista termina pidiendo protección a Dios para los justos y afirmando el fin luctuoso de los impíos (11-13).
La primera parte es de tipo sapiencial, y no pocos críticos modernos suponen que originariamente fue un poema diferente del resto del actual salmo. Incluso se ha destacado el carácter antológico de toda la composición, hecha a base de la mera yuxtaposición de fragmentos originariamente diversos. La primera parte es más didáctica, mientras que la segunda es más bien lírica. Las metáforas abundan, y el estilo es fresco y vigoroso: los montes, el abismo, los pájaros que guardan a sus polluelos bajo las alas, el convite en la casa del padre..., todas estas imágenes sirven para expresar la bondad y providencia divina. En la segunda parte predomina el paralelismo sinónimo.
Según el título, el salmo es también de David, como es ley en toda la primera colección del Salterio; pero las dependencias literarias de los escritos de Jeremías y de otros escritos de índole sapiencial sugieren que esta composición mixta salmódica lírico-sapiencial es de época posterior al exilio.
Sal 36, 1-5. La maldad de los impíos
La malicia parece consustancial al impío; y ello deriva de su ateísmo práctico, pues no reconoce el temor de Dios como norte de su vida ni teme los juicios divinos. En el texto hebreo se emplea la palabra pajad, que designa el "terror" que debe inspirar la justicia divina al pecador. El impío se traza su vida sin plantearse el problema de que está sometido a la justicia punitiva del Omnipotente. La malicia está, pues, apegada a lo íntimo de su corazón, como una segunda naturaleza, en tal forma que sus reacciones instintivas tienen para él la fuerza de un oráculo. La palabra hebrea empleada, ne'um, podría traducirse por "susurro" íntimo. En la Biblia suele emplearse para la transmisión de las comunicaciones oraculares de Dios a los profetas, aunque algunas veces aparece teniendo por sujeto al ser humano.
El impío encuentra razones especiosas y se lisonjea demasiado a sí mismo, condescendiendo con sus concupiscencias, para poder reconocer en él algo pecaminoso y, en consecuencia, detestarlo (Sal 36, 2). Piensa: "Peccavi, et quid accidit mihi triste". No ve la conexión de sus acciones desarregladas con la justicia punitiva divina. En consecuencia, sus palabras son fraudulentas, sin temor a hacer dañó al prójimo, y emprende el camino de la necedad; no es inteligente ni cuerdo, pues no conoce la consecuencia grave de sus propios actos y verdaderos intereses y no se da cuenta de que el pecado, a la larga, acarrea la desgracia. Obcecado en su malicia, aun en la tranquilidad de su lecho maquina la iniquidad. Durante las horas de quietud, su espíritu no piensa sino en planear acciones inicuas para el día siguiente. Las horas de quietud nocturna, en vez de ser horas de recapacitación, de arrepentimiento por las transgresiones diurnas, son para el impío ocasión para calcular mejor sus iniquidades para el día siguiente. Tiene la conciencia encallecida y sólo piensa en el mal.
Sal 36, 6-10. Providencia divina sobre los justos
Esta pieza poética tiene el aire de un himno a la bondad divina, reflejada en la providencia cotidiana sobre hombres y animales. El salmista no encuentra términos para encomiar la magnitud de esa piedad divina, que se extiende indefinidamente hasta lo más alto de los cielos; por ello resulta inconmensurable. La metáfora es corriente en la literatura sapiencial. Su justicia es comparable, por su magnitud, a las montañas de Dios; expresión bíblica que indica las más altas montañas. Según la mitología babilónica, los dioses tenían sus reuniones en las cimas de las montañas más elevadas. Quizá de esta concepción popular haya surgido la expresión montañas de Dios. Los montes son símbolo de la firmeza y estabilidad por su mayestática presencia inconmovible. Son obras de Dios y reflejan sus atributos de inmutabilidad y grandeza. Los juicios de Dios, sus misteriosos designios sobre los hombres, son tan insondables como el inmenso abismo (Sal 36, 7). El abismo aquí es el tehom, o depósito de aguas subterráneas sobre las que se asienta la tierra; es el paralelo del tiamat de la literatura babilónica.
La providencia divina se extiende a todos: a los hombres y a las bestias, pues todos son criaturas suyas; a todos socorre, proveyéndoles de los medios de vida. Particularmente los hijos de los hombres encuentran en El su protección, como los pajarillos bajo las alas de la madre. Este símil es corriente en la literatura salmódica. En los monumentos de arte egipcio se representa al faraón bajo las alas protectoras de alguna divinidad, como Horus, en forma de gavilán. La panorámica de la Providencia divina se extiende a todos los hombres, y por eso se llaman aquí hijos de los hombres, y se evita el nombre de Yahvé -símbolo de las relaciones del Dios nacional con Israel, su pueblo- y, en su lugar, conforme a esta perspectiva universalista, se emplea el nombre genérico de Dios, que es soberano y protector de todos los pueblos.
Particularmente los israelitas participan de la generosidad de su Dios; para ellos es un generoso anfitrión que los invita a los banquetes de su templo, saciándolos con la abundancia de su casa, expresión que primeramente designa los convites sagrados que se tenían con motivo de determinados sacrificios -como los pacíficos y de acción de gracias-, en los que participaban los oferentes y sus invitados. Todos éstos son como invitados a la mesa de Yahvé. Pero el salmista piensa, sobre todo, en los bienes espirituales que proporciona la amistad divina y la participación en los oficios litúrgicos. Dios se convierte en ese caso en torrente de delicias del que participan sus fieles predilectos. El profeta Ezequiel habla de un río que saldrá del templo en los tiempos mesiánicos para regar la tierra desértica de la zona del mar Muerto. El salmista, sin embargo, parece que juega con la tradición de los ríos del paraíso. En Sal 16, 11 se expresa el deseo de vivir en el santuario junto a Yahvé, donde se encuentra el alimento espiritual: "Tú me enseñarás el camino de la vida, la hartura de tus bienes junto a ti, las eternas delicias junto a tu diestra." La amistad con Dios es fuente de felicidad y de hartura espiritual, porque es el torrente de delicias, que en el contexto del salmo es paralelo a la abundancia o grosura de tu casa: el fiel yahvista no sólo se deleita en la "grosura" de las víctimas sacrificadas en honor de su Dios, sino que encuentra otro banquete espiritual más reflectivo, pues en Yahvé está la fuente de la vida (v. 10), que es el "camino de la vida" de Sal 16, 11. Los israelitas, carentes de luces sobre la retribución en el más allá, esperaban que su vida se prolongara muchos años, bendecida por Yahvé. Aquí el salmista declara que la fuente de una vida colmada de bienes está sólo en su Dios; por eso, el mejor modo de asegurar una larga y dichosa vida es permanecer fiel a Él. Sin embargo, la palabra vida en boca del salmista tiene también un sentido más espiritual, aunque no trascienda a ultratumba. Yahvé es fuente de vida física, pero también es fuente de la verdadera vida, basada en la comunión espiritual con El; por eso aquí parece sinónima de luz: en tu luz vemos la luz, expresión que equivale a vivir. La luz de Yahvé es la manifestación radiante de su rostro, con lo que ello implica de Benevolencia y bendición hacia sus fieles. El salmista, pues, al contemplar la luz radiante del rostro benévolo y condescendiente de su Dios, siente revivir su ser, recibiendo nueva luz espiritual. En Pr 16, 15 se dice: "En la alegría del rostro del rey está la vida, y su favor es como nube preñada de lluvia primaveral." El sabio piensa aquí en la mirada benevolente del rey que otorga favores a sus subditos. En Sal 4, 7 se suplica protección y ayuda a Yahvé: "Alza sobre nosotros, ¡oh Yahvé! tu serena faz"; lo que se explícita mejor en Sal 31, 17: "Haz resplandecer tu faz sobre tu siervo y sálvame en tu misericordia"; en Sal 44, 14: "No les dio su brazo la victoria; fue tu diestra, tu brazo, la luz de tu rostro, porque te complaciste en ellos."
La manifestación radiante de la faz de Yahvé implica complacencia y misericordia para con sus fieles servidores: "Apiádase Dios de nosotros, haga resplandecer su faz sobre nosotros." "¡Oh Dios! haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos". Los textos se pueden multiplicar para demostrar que, en el lenguaje poético de los salmos, ver la faz de Yahvé y ser objeto del resplandor de su faz equivalen a participar de su protección y beneficios en todos los órdenes. La frase, pues, del salmista en tu luz vemos o veremos la luz, como traduce la Vg, no indica la esperanza de una vida bienaventurada con Dios en ultratumba, sino simplemente la esperanza de participar de la protección y bendición divinas en el orden material y espiritual en esta vida, pues, en la mentalidad viejotestamentaria, la amistad con Dios otorgaba vida larga y satisfacción íntima en el orden espiritual, ya que el fiel era como el confidente de su Dios, en cuya amistad encontraba la plena realización de su personalidad.
Sal 36, 11-13. La justicia divina castigará a los impíos
El salmista, consciente de su calidad de amigo de su Dios, le pide que muestre su misericordia para con los que le conocen, es decir, los que reconocen su autoridad aceptando sus preceptos. En correspondencia a esta conducta de sumisión a su voluntad, pide el salmista que la justicia divina -fiel a sus promesas de protección a los justos- se manifieste sobre los rectos de corazón, que no claudican a pesar de que muchas veces en la vida tienen que sufrir reveses de toda índole. La piedad de Yahvé, pues, se da la mano con la justicia, ya que, de un lado, ésta debe hacer honor a sus exigencias -basadas en las promesas divinas-, y del otro, Dios siempre se halla por encima de toda exigencia del ser humano, pues éste le debe todo lo que tiene.
Pero el salmista sabe que, en la vida, muchas veces al justo le toca la peor parte; por ello suplica que no le pise el pie del soberbio, que cree poder imponer su voluntad en contra de toda norma superior divina. Los impíos se desentienden de Dios y conculcan los derechos de los que le son fieles; parece que el salmista se halla en una difícil situación e implora auxilio a su Protector divino como única salvación posible. Teme ser desplazado de la vida social por los insolentes y desaprensivos, y se aferra a su roca de salvación. Pero, confiado en las promesas divinas, reacciona, declarando que los obradores de iniquidad caerán postrados, sin poder levantarse. Tan cierto está de su castigo, que lo da ya por hecho, empleando el perfecto profetice: han caído..., están postrados (Sal 36, 13). Su caída es definitiva, pues los juicios de Dios no tienen réplica posible, ya que dice la última palabra: el justo triunfa por su auxilio y ve a sus enemigos derrotados, sin posibilidad de volver a levantarse.
Sal 37, 1-40 (Vg 36): Los caminos de la providencia sobre los hombres
Este salmo es acróstico y versa sobre los secretos caminos de la Providencia en la vida de los hombres. Los justos despreciados no comprenden por qué prosperan los impíos en esta vida, mientras que ellos se consumen en la incomprensión y el ostracismo en la sociedad. Es el mismo problema planteado por el libro de Job. La solución está en los secretos designios divinos sobre la humanidad, pues aunque de momento parece que los impíos prosperan, en realidad, los justos serán los que al fin saldrán victoriosos y reconocidos en su virtud. El salmista no desarrolla lógicamente el pensamiento, sino que se limita a hacer afirmaciones sobre la aparente prosperidad de los impíos y sobre el futuro dichoso del justo que se confía en Dios. El estilo se asemeja en parte a las reflexiones del libro de los Proverbios, y la distribución alfabética de las veintidós estrofas -conforme al número del alefato hebreo- fuerza y ata el encadenamiento lógico del salmista, el cual se limita a yuxtaponer sentencias más o menos conexas entre sí, pero lógicas dentro del tema general del salmo: los justos al fin prosperarán, mientras que los impíos serán desenraizados de la tierra.
Tertuliano califica a esta composición salmódica de "Providentiae speculum," y San Isidoro, "potio contra murmur." En realidad, la perspectiva del salmista no se extiende a la retribución en ultratumba, que es la idea clave para descifrar el misterio de la Providencia divina respecto de los hombres; para el cristiano, la verdadera vida está en el más allá, y ésta, con sus sufrimientos y contrariedades, es la escuela para conseguir aquélla. Pero estas ideas no aparecen en el A.T. hasta el siglo (...) en el libro de la Sabiduría; de ahí que, tanto en el Salterio como en el libro de Job, la solución al problema de los sufrimientos del justo se limita a declarar que los caminos de la Providencia son misteriosos y, por tanto, que el hombre debe someterse humildemente a ellos. La solución es: confianza en Dios y esperar el tiempo de su manifestación justiciera con los impíos y de retribución al justo en esta vida. Naturalmente, estos principios se basan en el sentido de solidaridad que existía en el A.T. La justicia de Dios, si no se manifestaba en vida del justo, se manifestaría algún día en su descendencia; y esto era ya una satisfacción y un consuelo para el justo atribulado. Al fin, el veredicto de la historia y de la Providencia a través de los tiempos estaría a su favor. El hombre vive en su posteridad, que le representará en la sociedad cuando él desaparezca.
Desde el punto de vista literario, este salmo tiene mucho de parecido con el libro de los Proverbios; es medio lírico y medio didáctico dentro del estilo de la literatura sapiencial. La distribución estrófica según las distintas letras del alefato hebreo es normal, pero la característica literaria es la de un poema sapiencial. El salmista es como el "sabio" lleno de experiencia, que da consejos a los que se sienten inquietos por el triunfo de los impíos en la vida. Las sentencias no suelen tener orden riguroso lógico, sino que están sometidas a las exigencias de la alfabetización de la primera palabra de cada estrofa. Muchas veces las sentencias se juntan por asociación de ideas, y no pocas veces se repiten con frases algo diferentes. Abundan los paralelismos sinónimos y no faltan los antitéticos, contraponiendo la suerte del malvado y la del justo.
Como es ley en esta primera colección del Salterio, el salmo es atribuido a David, pero el estilo sapiencial exige una época posterior al exilio; no hay en él frases que lleven el sello arcaizante de los tiempos davídicos.
Sal 37, 1-6. El justo no debe impacientarse por el éxito temporal del impío
La prosperidad de los impíos plantea un problema a ciertos yahvistas, que no ven la manifestación de la justicia divina, castigando a los pecadores y premiando a los justos, según se prometía en la Ley. El salmista quiere salir al paso de esta perplejidad de espíritu, haciendo consideraciones sobre la vasta panorámica de la providencia de Yahvé en la historia de los hombres. El hombre ni ve ni entiende más que lo que le es inmediato, mientras que Dios dispone las cosas conforme a un módulo de valoración más amplio en el tiempo. En realidad, los que hacen el mal tendrán una prosperidad efímera, ya que a la hora de la cuenta se mustiaran como el heno, que ahora aparece lozano y verde. La hierba verde es símbolo en la literatura salmódica de lo perecedero. No se debe dejar llevar de las apariencias el justo, pues el brillo y prosperidad de los impíos es pasajero; al contrario, debe esperar pacientemente la hora de la justicia divina, que dirá su última palabra. Por eso se invita al justo a habitar la tierra y disfrutar de ella en seguridad; la tierra es la de Canaán, que pertenece a Yahvé y a su "heredad," Israel. El justo debe usufructuar sus productos en seguridad, es decir, con la certeza de que Yahvé un día saldrá por sus derechos conculcados. Sobre todo debe centrar su vida en torno a Yahvé, haciendo de él sus delicias, pues así conseguirá lo que desea (Sal 37, 4).
Supuesto que sólo en Yahvé se encuentra la verdadera felicidad, debe el justo confiar en El sus caminos, es decir, sus destinos en la vida, todas las ansiedades e inquietudes en las encrucijadas de la vida, pues llegará el momento en que Yahvé obrara, saliendo en su favor en los momentos comprometidos; al fin brillará su justicia como la luz; aunque de momento aparezca oculta en la oscuridad, llegará un momento en que la noche se convertirá en mediodía y su derecho será plenamente reconocido por todos.
Sal 37, 7-11. Dios hará justicia sobre los impíos
No debe el justo enjuiciar demasiado pronto la situación, sino confiarse a Yahvé, aquietándose y esperando el momento de su intervención justiciera para poner las cosas en su punto. No debe impacientarse y dejarse llevar del enojo, que sólo conduce al mal, pues corre el riesgo de interpretar indebidamente los caminos secretos de la Providencia. A la hora de la verdad -cuando intervenga la justicia Adivina-, los malvados serán exterminados de muerte violenta o prematura, mientras que los que esperan en Yahvé, los afligidos, poseerán la tierra. Como en el pasado los gentiles fueron arrojados de la tierra de Canaán para dejar lugar a los israelitas, así llegará la hora en que desaparecerán los malvados e insolentes, para dejar solos a los afligidos, a los predilectos de Yahvé. El pensamiento del salmista juega con la esperanza de los tiempos mesiánicos, en los que desaparecerá todo vestigio de pecado. Nadie disputará entonces los derechos de los fieles yahvistas, por tanto tiempo postergados. Entonces podrán gozar de una inmensa paz, ya que, por más que se busque a los impíos, ya no estarán (Sal 37, 11).
Jesús nos da un nuevo sentido espiritual, del texto del salmo, según la versión de los LXX: "Los mansos poseerán la tierra"; en la perspectiva evangélica no se trata ya de gozar materialmente de una paz paradisíaca en los tiempos mesiánicos, siendo los justos colmados de bienes materiales de la tierra, sino de la íntima satisfacción de los que siguen el mensaje de Jesús, los cuales, en expresión del Apóstol, pueden decir que "nihil habentes et omnia possidentes"; el que tiene la paz interior, tiene la verdadera paz consigo mismo y con los demás; es un rey en la sociedad, pues no se deja llevar del vaivén de inquietudes pasajeras: posee la tierra en "un reino que no es de este mundo". El salmista está lejos de esta perspectiva exclusivamente espiritualista, y por eso -por carecer de luces sobre la retribución en el más allá- espera que la felicidad de los justos, libres de la compañía inquietante de los malvados, se dará en esta vida.
Sal 37, 12-17. Las maquinaciones de los impíos contra los justos serán vanas
En la sociedad actual existe una continua maquinación de los malvados contra el justo, que sigue la Ley de Dios. La hostilidad es permanente y le acosa como una fiera que rechina sus dientes para lanzarse sobre él. En realidad, el impío no piensa que llegará su día, es decir, el de la manifestación de la justicia divina sobre su pésima conducta; pero Yahvé, que sabe el destino que le espera, se ríe de sus maquinaciones. La Providencia divina tiene señaladas sus intervenciones en la historia, y todo llegará inexorablemente conforme a su plan prefijado de antemano. Los malvados atacan abiertamente al justo como enemigos que desenvainan la espada y entesan el arco; la hostilidad contra los pobres y devotos de Yahvé es constante y muchas veces violenta; el camino de rectitud de estos fieles yahvistas es una constante recriminación y acusación contra su pésima conducta. Pero, a la hora del castigo divino, su espada penetrará en su corazón, es decir, sus maquinaciones se volverán contra ellos, y todas sus hostilidades o arcos serán quebrantados.
En realidad, al justo le basta con poco para hacer frente a la opulencia de los impíos, porque tiene consigo a Dios, que dirá la última palabra. Es lo que se expresa en Tb 12, 8: "Un poco con rectitud es mejor que mucho con iniquidad." Los impíos, por muchos que sean, serán quebrantados, y de nada les valdrán sus bracos, pues Yahvé está con los justos, sosteniéndolos contra todos los ataques.
Sal 37, 18-22. Yahvé vela por la suerte de los justos
Yahvé conoce y aprueba la vida de los que le son fieles e intachables: en su omnisciencia sabe que sus días están dedicados a su servicio; por eso, su posesión o "heredad" en Israel continuará para siempre en su persona o en sus descendientes, mientras que la posteridad del malvado perecerá. Cuando lleguen los tiempos de calamidad, los justos no serán abandonados ni confundidos en sus esperanzas ante la estimación de la opinión social, sino que en los días de hambre y escasez serán saciados. Es lo que se dice en Jb 5, 20: "En tiempo de hambre te salvará de la muerte; en tiempo de guerra, de los golpes de la espada." En cambio, la suerte de los impíos, ahora próspera, será muy otra, pues en la hora de la prueba perecerán, y su esplendor aparente se marchitará como la lozanía de los prados o se desvanecerá como el humo, que se pierde en la atmósfera.
La situación del justo será tan próspera, que le sobrará para dar prestado al impío, que le falta lo necesario (Sal 37, 21). Es la concreción de la promesa hecha a Israel: "Porque Yahvé, tu Dios, te bendecirá... y prestarás a muchos pueblos, y no tendrás que tomar prestado de nadie; dominarás a muchas naciones, y ellas no te dominarán a ti". Al contrario, si es infiel a los mandatos de Yahvé, se anuncia la miseria: "el extranjero te prestará, pero tú no le prestarás; el vendrá a ser cabeza, y tú cola". En el nuevo orden de cosas entrevisto por el salmista, el justo abundará en riquezas, con lo que podrá prestar al impío, de forma que éste le esté sometido. Es el cambio total de la situación actual, en que predomina el malvado en la sociedad. En el nuevo orden de cosas, los benditos de Yahvé heredarán la tierra (Sal 37, 22), mientras que sus malditos serán exterminados de muerte violenta o con muerte prematura.
Sal 37, 23-28. La protección de Yahvé sobre los justos
La vida del justo está bajo la especial providencia de Yahvé, que afirma y sostiene sus pasos de forma que no desfallezca ni resbale; y si cayere, al punto le ofrece su mano para levantarlo. No se trata de las caídas morales, o pecados, sino de los infortunios que pueden sobrevenir al justo, en cuyo camino o conducta Dios tiene sus complacencias. Las pruebas siempre serán para él pasajeras, pues tiene a su lado la mano del Omnipotente para levantarle de la situación de postración en que se halle. La experiencia de la larga vida del salmista le dice que nunca vio al justo desamparado ni a su prole mendigando el pan. Sus necesidades han sido pasajeras y no tales que les faltase lo necesario. Aun les sobra para prestar a los impíos, como se declara en el versículo 21; su posteridad con ello es bendecida por Yahvé y por los que serán testigos de su protección providencial.
El salmista, testigo por tantos años de la protección divina sobre el que camina por las sendas de la virtud, invita a su discípulo a apartarse del mal, que le atraería el alejamiento de su benevolencia; al contrario, el camino de la virtud y del bien es prenda segura de aprobación divina, con lo que esto incluye de bendiciones de todo género; mientras se mantenga en el camino de la fidelidad a Yahvé, el ser humano puede habitar por siempre en la tierra de Yahvé, la tierra de las promesas divinas, pues Yahvé ama todo lo equitativo que esté conforme al juicio o mandato de la Ley, y, por otra parte, nunca desampara a los que le son fieles, los piadosos, que procuran amoldarse hasta en los más mínimos detalles a su voluntad, expresada en los preceptos de la Ley.
Sal 37, 29-33. Los justos poseerán la tierra
En contraposición a la suerte de los impíos, los justos serán los verdaderos herederos de la tierra, y en ella se establecerán por siempre, sin miedo a perder su heredad. El justo, por estar dentro de los caminos de Dios, siempre está meditando sabiduría, pues el "principio de la sabiduría es el temor de Dios". Conformarse con sus caminos secretos, expresados en la Ley y en los designios secretos de su providencia, es la verdadera sabiduría, pues entonces el hombre encuentra su centro en la vida. Como el justo se halla dentro de la órbita de la verdad, su boca proclama el derecho, es decir, la recta vinculación a Dios y al prójimo a través de determinados deberes fundamentales. El centro de su corazón es la Ley divina, y por eso en su vida nunca se muestra vacilante. Sabe cuál es su norte, y se amolda cuidadosamente a sus exigencias. No vacilar en el lenguaje del Salterio es no caer en la desgracia. Con la protección divina, el justo camina seguro en la vida.
A pesar de que el malvado está constantemente espiando y conspirando contra el justo para hacerle caer en la desgracia y aun para darle muerte, no prevalecerá, pues Yahvé no lo entregará a sus manos ni permitirá que sea condenado cuando se plantee causa judicial contra él. El salmista aquí parece aludir a determinadas acusaciones calumniosas lanzadas contra el justo que pudieran acarrearle la muerte decretada por un tribunal. Pero Yahvé hará brillar la justicia en favor de su fiel servidor.
Sal 37, 34-40. Los malvados desaparecerán sin esperanza
De nuevo el salmista toma un tono de maestro que da consejos a su (discípulo, conforme a la tradición "sapiencial": la guarda de sus caminos o mandamientos conduce a la posesión de la tierra libre del dominio de los impíos; llegará el momento en que verá la vindicación pública de sus derechos y el castigo inexorable de los malvados 38. El salmista, para confirmar su sentencia anterior, acude a su experiencia personal: muchas veces ha sido testigo de la prosperidad de los impíos, que se han extendido prepotentes como cedro frondoso del Líbano, insolentes en su magnificencia y esplendor; pero al poco tiempo toda su opulencia se había disipado: he pasado, y ya no era (Sal 37, 36).
La integridad de costumbres, la fidelidad a la Ley divina, el reconocimiento del derecho que de ella se deriva para con Dios y el prójimo, es el mejor modo de asegurar un porvenir o posteridad en el futuro. Pues Yahvé bendice y protege al hombre pacífico, en buenas relaciones con todos en la sociedad. En cambio, el futuro reservado a los impíos no puede ser más desolador, pues serán exterminados, y con ellos su posteridad.
Porque, en definitiva, de Yahvé viene la salvación para los justos que se hallan en la ansiedad y la angustia.
Sal 38, 1-23 (Vg 37): Oración de un Pecador Arrepentido
El salmista, apesadumbrado por sus pecados, angustiado profundamente por dolores morales, incomprendido de sus amigos, que se alejan de él, pide a Yahvé ayuda. No se concreta en qué consiste el castigo que pesa sobre él como consecuencia de sus pecados; el contexto parece sugerir la lepra, pues sus enemigos se apartan de él. Por su contenido, el salmo se parece bastante a los salmos 6 y 39. El mejor paralelo del salmo es, en realidad, el poema didáctico del libro de Job, aunque las expresiones moderadas del salmista contrastan con las explosiones radicales del varón de Hus, injustamente castigado -a su parecer- por la mano de Dios.
En la liturgia, este salmo forma parte de la serie de los siete penitenciales. Por su forma literaria externa se le puede considerar como "alefatizado," aunque no acróstico; es decir, sus estrofas se distribuyen conforme al número de las letras del alefato. Podemos distinguir dos partes por su contenido: a) descripción de los sufrimientos provenientes directamente del mismo Dios (1-11); b) los provenientes de los hombres, amigos o enemigos (12-23). Abundan las frases estereotipadas tomadas de otras obras literarias o de fórmulas usuales de lamentaciones en los duelos.
En el título se atribuye la composición al propio David, que ciertamente manifestó públicamente su arrepentimiento por sus pecados. Con todo, los críticos modernos, aunque encuentran frases de sabor arcaico, creen que es posterior a la era davídica, ya que abundan las dependencias literarias de otros escritos viejotestamentarios.
Sal 38, 1-11. El salmista, víctima de la justicia de Dios
El salmista, consciente de su culpabilidad, pide a Yahvé que no le castigue con furor, sino con moderación, aliviando sus sufrimientos físicos y morales. La invocación inicial (no me reprendas en tu furor...) es idéntica a la de Sal 6, 1. Quiere que Dios se manifieste más como Padre que como Juez airado. En realidad, los sufrimientos ya han dejado mella en su cuerpo, pues han penetrado en él como saetas (Sal 38, 3). Las enfermedades y juicios punitivos de Dios son como saetas punzantes que ponen al vivo la naturaleza del paciente. Es la mano justiciera de Yahvé, que descarga para castigar los pecados de los hombres. El salmista siente su cuerpo macerado y purulento de heridas en todas sus partes. Conforme a la mentalidad del A.T., ve en sus enfermedades y achaques el castigo por sus pecados; el orden moral y el físico están íntimamente unidos en su mente. Este es consecuencia de aquél; de este modo se daba razón teológica de la existencia del mal. El autor del libro de Job se plantea este problema, y rechaza esta opinión tradicional como injusta, pues muchas veces gentes totalmente inocentes sufren en su cuerpo y en su alma. El salmista, pues, participa de la tesis tradicional entre la ecuación del sufrimiento y el pecado; sus iniquidades pasan sobre su cabeza como un diluvio que todo lo anega y como una carga que le aplasta.
Después describe su enfermedad con detalles que indican una enfermedad de la piel; quizá se trata del terrible azote de la lepra que hacía estragos en Oriente en la antigüedad. Humildemente reconoce que esta enfermedad le ha venido por su locura o culpabilidad moral, ya que el pecado es en el fondo una locura, pues es salirse de los caminos protectores de la Providencia. Como consecuencia de su debilidad física, se halla como encorvado y abatido, triste y macilento como el que cumple un rito de luto (Sal 38, 7). A sus desgarramientos en la piel se junta la fiebre general que invade su cuerpo: mis lomos están llenos de ardores. Es como un fuego interior que consume y devora al enfermo. En su desfallecimiento, sus gemidos son desgarradores, como rugidos de león, que salen de un corazón que, desesperado, lucha por existir.
En realidad, Dios no ignora esta situación, y conoce bien sus deseos de salvación y sus ansias de supervivencia, manifestadas en sus gemidos lacerantes; se halla a punto de expirar porque le falla el corazón, que palpita dando los últimos estertores, mientras que le abandona el vigor físico y se nublan los ojos, lánguidos por el sufrimiento.
Sal 38, 12-21. El abandono de los amigos y la persecución de los enemigos
Los amigos del salmista desventurado se apartan de él, porque le consideran como maldito de Dios, quizá huyendo de su enfermedad, la lepra, que se consideraba como el grave castigo que enviaba Dios al hombre. Sus mismos allegados no se atreven a acercarse. Por otra parte, los enemigos declarados maquinan contra su vida, y, reunidos en conciliábulos, dicen contra él desventuras o calumnias. Se le considera culpable y quieren quitarle la vida; prueba de su culpabilidad es la enfermedad humillante que le devora. Pero el salmista, consciente de su inocencia, calla y deja correr el tiempo para que Dios hable en su favor, curándole y confundiendo a sus enemigos. Por ello se hace sistemáticamente el sordo y el mudo ante los insultos y juicios desfavorables que sobre él emiten. Es inútil hablarles, y por eso encomienda su causa a Yahvé, en quien confía, esperando que al fin responda debidamente a tantas injurias e injusticias.
Los enemigos se alegran de los sufrimientos del salmista, viendo en ellos el castigo divino por sus pecados. Este desamparo de Dios les causa una satisfacción maligna, y el salmista pide a su Dios que intervenga salvándole, para que no canten victoria sobre él (Sal 38, 16). Por otra parte, está a punto de sucumbir bajo el peso del dolor, y, en consecuencia, urge la intervención divina; de lo contrario, su ruina será definitiva. Humildemente y compungido, confiesa que sus sufrimientos provienen de sus pecados; por ello confiesa su culpabilidad, esperando ser rehabilitado en su salud quebrantada. El pensamiento de sus pecados le tiene apesadumbrado sobremanera. En su mentalidad viejotestamentaria, escruta su pasado para ver las causas de su enfermedad, y por todas partes ve caídas y transgresiones.
Ante sus ojos mortecinos y a punto de expirar aparecen sus enemigos, fuertes y poderosos, haciéndole frente y olvidando los beneficios que les ha otorgado en otro tiempo. En su maldad devuelven mal por bien. Contrasta el vigor de sus adversarios y su debilidad, a pesar de que aquéllos son más pecadores que él.
Como en otros salmos en que se describe la angustia del justo lacerado, también éste se cierra con una súplica de salvación, pues únicamente Yahvé puede salvar al salmista enfermo y hostigado por los enemigos, que se alegran de su situación penosa y casi desesperada. Las composiciones salmódicas se distinguen por esta nota de confianza ciega en el Todopoderoso. Los salmistas son gentes piadosas, yahvistas íntegros, que procuran vivir vinculados a su Dios en medio de una sociedad corrompida y olvidada de sus deberes religiosos. Son los continuadores de los profetas, que mantenían la antorcha de la fe en medio de una sociedad semipaganizada.
Sal 39, 1-14 (Vg 38): Deprecación del justo atribulado
Esta composición tiene el aire de una elegía bellísima y original. La ilación lógica de las ideas no es fácil captarla muchas veces, porque el texto ha llegado a nosotros en un estado desordenado. Se pueden distinguir dos partes netas en el salmo: a) exposición apasionada de un justo afligido que busca el consuelo en la bondad de un Dios justo y condescendiente (Sal 39, 2-7); b) súplica ardiente a Dios para que le dé reposo y felicidad en esta vida. Según la mentalidad del A.T., la enfermedad era un castigo por el pecado, y la muerte representaba la interrupción de la amistad con Dios. Por el contenido ideológico y aun por las expresiones empleadas, el salmo tiene mucho de parecido con el anterior y con el salmo 62. En ambos se destaca la esperanza en Dios y la vanidad de la vida. No faltan paralelos con el libro de Job.
Desde el punto de vista literario, este salmo es de gran valor. Ewald afirmaba de él que era "incontestablemente la más bella de todas las elegías del Salterio." Se refleja en él la melancolía profunda y la sinceridad y lealtad del alma angustiada. El estilo es vigoroso y fresco, con gran riqueza de coloridos y matices. La distribución estrófica es difícil, ya que el texto ha sido muy retocado.
También en el título se atribuye a David, pero las analogías con otros escritos sapienciales, como el libro de Job y aun el Eclesiástico, hacen pensar que su redacción es postexílica.
Sal 39, 1-4. Deseos de sufrir en silencio las contrariedades
El problema del salmo es el de la retribución moral. El salmista se halla en una situación de agotamiento a causa de los sufrimientos físicos y no ve el término de esta enfermedad; angustiado, está a punto de desahogar su queja contra el trato que le da su Dios, pero teme que, al criticar los caminos de la Providencia, dé pie a sus enemigos, los impíos, a burlarse de sus creencias de que Yahvé se ocupa del gobierno del mundo y, sobre todo, de los fieles a su religión. Por ello decide callar, al menos mientras estuviera presente el malvado. Teme pecar contra la Providencia al contrastar su situación deplorable con la prosperidad de los impíos. Frente a él está la prosperidad del impío, lo que resulta escandaloso para sus creencias sobre la retribución moral; pero, con todo, cree que lo más prudente es callar: quedé silencioso (Sal 39, 3).
Pero, después de mucho ahogar sus palabras meditando sobre los caminos de la Providencia, su dolor se ha sobreexcitado, pues le falta el desahogo de sus palabras. Su silencio, lejos de darle la paz, le punzaba, pues con su pensamiento se entregaba a la meditación sobre la prosperidad de los pecadores y la miseria de los justos, y entonces ardía su corazón. La descripción es muy psicológica. Sus cavilaciones no le permitían callar, y por eso, al fin su lengua prorrumpe en súplicas ardientes a su Dios para que abrevie su situación casi desesperada. Su silencio agriaba su vida; se había abstenido de todo: de decir bien o mal; pero este mutismo absoluto no aliviaba su situación interior, y, por otra parte, parecía como si Dios le tuviera olvidado, sin valorar este mutismo calculado. Por eso se encendía el fuego en su interior.
Sal 39, 5-7. La efímera vida del hombre
La brevedad y fragilidad de la vida es un tema corriente en la literatura salmódica y sapiencial 8. El salmista debe de ser ya de edad provecta, y, por tanto, sabe que le queda poco para ver la justicia de Dios. Sus días son un palmo, medida que correspondía a cuatro dedos, unos siete centímetros. Todo esto es una insignificancia ante la duración eterna de Dios. La vida del hombre es como un soplo o una sombra pasajera, y, además, sus afanes no tienen sentido, pues no sabe el hombre para quién amontona y deja sus ahorros; los usufructuarán gentes que no conoce: "Mi fortuna, ¿quién la verá? ¿Va a bajar detrás de mí al sepulcro?". El Eclesiástés es más explícito: "Aborrecí todo cuanto había hecho bajo el sol, porque todo tendré que dejarlo a quien venga después de mí. ¿Y quién sabe si ése será sabio o necio? Y, con todo, dispondrá de todo mi trabajo, de lo que me costó estudio y fatiga debajo del sol... y desesperé en mi corazón de todo el trabajo que he hecho debajo del sol, porque quien trabajó con conocimiento, con pericia y buen suceso, tiene después que dejárselo todo a quien nada hizo en ello... Pues ¿qué le queda al ser humano de todo su afanarse y fatigarse con que debajo del sol se afanó?". El salmista recalca también la vanidad del trabajo humano, ya que la vida es una sombra que pasa, y por ello el ser humano no puede disfrutar de sus trabajos, ni sabe quién los usufructuará.
Sal 39, 8-12. Oración para obtener la misericordia
Supuesta la brevedad y futilidad de la vida humana, no queda más esperanza que el propio Yahvé. Sólo Él le puede librar de los males. Es lo único seguro y estable a lo que se puede acoger el hombre. Consciente de su culpabilidad moral, pide primero que le perdone sus iniquidades, que son causa de que hagan burla de él los insensatos o ateos prácticos, que ven en su desgracia una prueba de que Dios no está con Él, a pesar de gloriarse de ser su amigo. No comprende el salmista que Yahvé dé la razón a sus adversarios, que lo son de Dios, los cuales de su situación angustiada deducen que no tiene providencia sobre los suyos. Sabe que sufre por sus pecados, pero pide se le perdonen y muestre su misericordia salvándole de la angustiosa situación.
Confiado en la misericordia divina, el salmista se calla y no vuelve a repetir su súplica, pues al fin Yahvé ha de obrar y sacarle de sus angustias. Su silencio es un acto de sumisión a Dios, pues reconoce que la enfermedad que sufre viene fundamentalmente de sus pecados. Espera en silencio la intervención divina. No quiere discutir con su Dios sus derechos y se confía a su intervención. Pero, apesadumbrado por el dolor, vuelve a rogar que se aparte de él el azote divino, la enfermedad que le consume (Sal 39, 11). Está a punto de morir, víctima del rigor de la mano de su Dios. No pretende criticar los caminos de la Providencia, pues sabe que en el fondo de estos reveses hay un castigo por alguna iniquidad pasada. Con las pruebas y castigos corrige al hombre y le hace volver al buen camino. Su intervención punitiva consume, como la polilla, lo que constituye motivo de orgullo para el hombre, su fuerza física, su vigor y sus mejores cualidades humanas, porque, en realidad, la vida del hombre es un soplo, y en su fragilidad es un juguete del Omnipotente.
De nuevo insiste en su plegaria de salvación; su situación precaria no permite esperar más, pues se acerca el trágico desenlace de su vida, con lo que cantarán victoria sus adversarios, que niegan la Providencia divina en la vida de los seres humanos. Confiesa que, como todo israelita, es un extranjero ante Yahvé y un advenedizo en la posesión de la tierra de Canaán, que pertenecía, en realidad, únicamente a Dios. Sus mismos antepasados -sus padres- tampoco tenían especial derecho a vivir permanentemente y en propiedad sobre la tierra de Yahvé. Pero, aunque sea un extranjero, un peregrino, un huésped, tiene derecho a cierta hospitalidad pasajera, y por eso insiste en que le prolongue la vida, librándole del peligro inminente de muerte. En consecuencia, le pide que al menos le trate como huésped en su tierra, con capacidad de gozar de su generosa hospitalidad, de su amistad. San Pedro aplica el texto a los cristianos, que deben considerarse como peregrinos en este mundo. El salmista termina su composición rogando a Dios que aparte de él su mirada justiciera y no le imponga el castigo que merece por sus muchas faltas. Así podrá tener un respiro en la vida, gozando de ella antes de desaparecer para siempre de la escena de este mundo. La falta de perspectiva de una vida con Dios en ultratumba hace a los salmistas suspirar por la prolongación de ésta para gozar de la amistad divina.
Sal 40, 1-18 (Vg 41): Acción de gracias por el auxilio recibido
Este salmo es doble: a) acción de gracias individual (Sal 40, 2-12); b) súplica de auxilio (Sal 40, 14-18). Esta segunda parte es igual al salmo 70. El versículo 13 parece ser la soldadura artificial de ambas secciones, introducida por el redactor o compilador de la composición actual. La primera parte, de acción de gracias, supone la liberación de un peligro de muerte gracias a la intervención providencial de Dios (Sal 40, 2-5), y, en consecuencia, el salmista entona un himno eucarístico, invitando a los oyentes a adherirse a Yahvé, que protege a sus fieles, y recordando los favores que otorga a los suyos (Sal 40, 4-6). Más que ofrecer sacrificios de acción de gracias, Yahvé prefiere que se publiquen sus bendiciones y se acate su voluntad (Sal 40, 7-11).
Los críticos suelen destacar la superioridad y originalidad literaria de las expresiones de la primera parte, mientras insisten en que la segunda parte está tejida a base de frases e ideas corrientes tomadas de otros salmos. La unión de ambas secciones, caracterizadas, respectivamente, según expresión de Delitzsch, por el tono del Magníficat y De profundis, debe tener su origen en las exigencias litúrgicas. Abundan los paralelismos sintéticos y no faltan los sinónimos.
La fecha de composición no es fácilmente determinable. Como es ley en esta primera serie del Salterio, el título atribuye el salmo al propio David, y en ese supuesto se buscan las circunstancias de la vida del Profeta Rey, que pudieran dar pie a esta composición salmódica; y así se barajan los días azarosos en que era perseguido por Saúl por el desierto de Judá, y los otros no menos angustiosos de la rebelión de Absalón. No obstante, los críticos modernos, por razones estilísticas, prefieren rebajar la composición del salmo a tiempos postexílicos.
Sal 40, 1-3. La liberación de un peligro de muerte
El salmista alude a una situación de peligro para su vida, sin determinar si se trata de una enfermedad grave o un accidente mortal. Por otra parte, no alude, como en otros salmos, a amenazas de muerte de parte de sus enemigos. Yahvé acudió a su súplica cuando se hallaba al borde del abismo. Se consideraba ya en el sepulcro u horrible hoya, que describe como charca fangosa o cisterna en la que se echaba a los prisioneros. La situación parecía desesperada, pero intervino la mano protectora de Yahvé, y al punto su vida se cambió, y del peligro pasó a la máxima seguridad, pues Yahvé afirmó sus pies sobre roca, afianzando sus pasos. El símil es corriente en la literatura salmódica, y refleja bien la situación del náufrago que, después de nadar, encuentra la salvadora e inconmovible roca, o el perseguido por los enemigos que al fin llega a una prominencia rocosa, desde donde los domina como desde ciudadela inaccesible. El salmista se siente seguro, y sus pies no vacilan en el suelo fangoso, sino que sus pasos se afianzan, caminando por superficie firme como las rocas.
Sal 40, 4-6. Himno de acción de gracias
La liberación súbita del peligro de muerte por obra de Yahvé hace que se vea forzado a entonar un cántico de alabanza en su honor. En su entusiasmo quiere que se asocien a su desahogo lírico los que le rodean, los cuales se han de ver sobrecogidos de temor reverencial ante el que obra tales prodigios; y también los invita a confiar en Él. El salmista tiene siempre un sentido comunitario de solidaridad de los que pertenecen al pueblo de Yahvé, y anhela el reconocimiento por parte de todos de sus beneficios a favor de uno de ellos, en este caso el propio salmista. Por eso habla en plural: nuestro Dios. El caso suyo es uno de tantos en que se refleja la particular providencia que Yahvé tiene de los que a Él se confían. Por eso considera bienaventurado al que tiene confianza ciega en Dios, apartándose de lo que dicen los apóstatas o ateos prácticos, que no admiten la providencia divina en la vida de los hombres y, en su soberbia, se permiten afirmar mentirosamente que sólo su poder basta para gobernarse en la vida.
El salmista -frente a esta actitud de autosuficiencia y de orgullo- declara que muchas veces ha sido testigo de las maravillas y prodigios que reflejan los designios salvadores y benevolentes de Yahvé hacia los suyos. Son tantas que no es posible anunciarlas todas.
Sal 40, 7-11. Yahvé se agrada más en la obediencia que en los sacrificios
Al expresar la acción de gracias, normalmente el fiel israelita ofrecía sacrificios específicos en reconocimiento al favor recibido de Yahvé. El sacrificio característico de acción de gracias se componía de un sacrificio "pacífico y una oblación". El salmista en este caso los considera innecesarios, pues cree que Dios exige ante todo obediencia y conformidad a su Ley. Bajo este aspecto no hace sino hacerse eco de la predicación de los grandes profetas: "Cuando saqué de Egipto a vuestros padres, no fue de holocaustos y de sacrificios de lo que les hablé ni lo que les mandé, sino que les ordené: oíd mi voz y seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo...". Es el comentario a la famosa frase de Samuel: "¿No quiere mejor Yahvé la obediencia a los mandatos que no los holocaustos y las víctimas? Mejor es la obediencia que las víctimas". Los sacrificios y ofrendas materiales poco valen si no van acompañadas de la entrega íntima del corazón del oferente a los preceptos, que sería la expresión de la voluntad divina. Es lo que enfáticamente declara el profeta Oseas: "Prefiero la misericordia al sacrificio, y el conocimiento de Dios al holocausto". El salmista acepta esta doctrina y declara que Yahvé le ha sugerido lo mejor, dándole oído abierto, es decir, docilidad a sus preceptos -expresión de su voluntad-, lo que prefiere a los holocaustos y sacrificios expiatorios, que pueden ofrecerse sin compunción de corazón y sin ánimo de seguir su Ley.
Conforme a esta exigencia de Yahvé, el salmista se ofrece para secundar sus indicaciones: ¡Heme aquí que vengo! (Sal 40, 8). Con toda generosidad se ofrece, como en otro tiempo al pequeño Samuel, para seguir sus preceptos tal como está escrito en el rollo del libro de la Ley; está totalmente a su disposición para hacer su complacencia. San Pablo aplica estas palabras a Cristo, Sacerdote y Mediador por los seres humanos, citándolas según la versión de los LXX: "Por lo cual, entrando en este mundo, dice: No quisiste sacrificios y oblaciones, pero me has preparado un cuerpo (el TM del salmo: "me has perforado los oídos"). Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. Entonces yo dije: Heme aquí que vengo -en el volumen del libro está escrito de mi (TM: "me está prescrito")- para hacer, ¡oh Dios! tu voluntad". Es uno de tantos textos acomodaticios traídos en la argumentación de la Epístola a los Hebreos según la versión de los LXX. La fuerza argumentativa es válida para los lectores que admitían la versión de los LXX como auténtica.
El salmista declara su plena adhesión a la voluntad divina al decir que lleva la Ley escrita en lo más profundo de sus entrañas. Es el cumplimiento del mandamiento deuteronómico: "Llevarás muy dentro de tu corazón todos estos mandamientos que yo hoy te doy". Jeremías habla de una nueva alianza escrita en los corazones. El salmista no sólo se acomoda a los preceptos divinos, sino que proclama públicamente en la asamblea solemne la justicia y fidelidad de Yahvé a sus promesas, mostrada en su milagrosa salvación del peligro de muerte. Con ello ha probado que no abandona a los suyos. En su acción de gracias tiene más importancia el reconocimiento de los favores recibidos de Yahvé que los sacrificios y ofrendas suntuosos de los que otros hacían ostentación. En su vida se ha manifestado su justicia, piedad y fidelidad, atributos todos al servicio de su providencia excepcional para con los que le son fieles.
Sal 40, 12-18. Súplica de salvación
En esta segunda parte del salmo se refleja la ansiedad del justo en peligro; por ello, las exigencias del contexto hacen suponer que nos hallamos ante otra situación diferente a la anterior, en la que se destacaba la acción de gracias por la liberación de un peligro de muerte. El salmista ahora pide auxilio en su difícil situación, y recuerda que siempre ha estado bajo el amparo de la misericordia, piedad y fidelidad de su Dios, que nunca abandona a los que le son fieles. Consciente y seguro de la protección divina en los momentos críticos, apela a El ahora en que se echan sobre él muchos males, que después concreta en la hostilidad sistemática de los que buscan quitarle la vida. En la sección anterior del salmo, el peligro del que había sido rescatado era una enfermedad mortal que le puso a la vera del sepulcro. Ahora, en cambio, le hostigan sus adversarios. También reconoce ahora humildemente que esta nueva situación de peligro es merecida, pues es consecuencia de sus iniquidades, que, como pesada carga, se le echan encima y le apesadumbran (Sal 40, 13). Agobiado por su culpabilidad, no se atreve a levantar la vista. Sus transgresiones son más numerosas que los cabellos de su cabeza, y esto le agobia en tal manera que hasta le falla el corazón. Consciente de la justicia divina, no le queda sino encomendarse a su misericordia. Y, lleno de optimismo por la confianza que tiene en la piedad de su Dios, se atreve animoso a implorar su liberación y ayuda.
Su liberación milagrosa servirá para confundir y avergonzar a los que tramen contra su vida. Se solazan maliciosamente en la situación angustiosa en que se halla el salmista, e impudentemente le grita: ¡Ea, ea! Es una expresión burlona y sarcástica, porque le consideran abandonado de Dios, en el que confiaba. Al contrario, la liberación del justo angustiado será ocasión de alegría general entre los que buscan a Dios, porque en ello han visto desplegado su omnímodo poder, del que procede toda salvación. En la liberación del justo perseguido, los fieles a Yahvé ven en ello una confirmación de su providencia sobre los que siguen su Ley, y, al mismo tiempo, la manifestación de su poder contra los pecadores.
El salmista termina haciendo un acto de confianza ciega en su Señor, y está seguro de que, aunque ahora se siente pobre y menesteroso, no está fuera de la órbita de la solícita providencia divina, pues en realidad Yahvé es su Libertador. Seguro de ello, suplica que no tarde en manifestar su poder salvador en su favor.
Sal 41, 1-14 (Vg 40): Oración de un enfermo grave
El salmista refleja la situación angustiada de un enfermo postrado en el lecho del dolor con peligro inminente de muerte. Sus adversarios le visitan, pero interiormente están deseosos de que se acelere el fatal desenlace. En esta situación de incomprensión y abandono, al doliente no le queda sino encomendarse a su Dios, implorando la salvación. Las expresiones del salmista pueden entenderse como reflejando una experiencia actual o como ya pasada, pero recordada después por el mismo.
La exposición va precedida de un prólogo de tipo "sapiencial" sobre la felicidad y las recompensas de los que se preocupan de los desgraciados y necesitados. Es la introducción, que abarca la primera estrofa (1-4). Los versículos 5-10 constituyen otras dos estrofas (5-7 y 8-10), en las que se reflejan las intrigas y malicia de los adversarios que conspiran contra el salmista. Finalmente, la estrofa final (11-14) es una súplica de salvación a Yahvé, que se cierra con una doxología.
Predomina el paralelismo sintético. En cuanto a la época de composición, los autores no están de acuerdo, pues mientras unos no tienen inconveniente en atribuirlo a David, como se dice en el título de la colección, otros, en cambio, rebajan la fecha a los tiempos de la literatura sapiencial.
Sal 41, 1-4. Yahvé premia la piedad para con los indigentes
El salmista inicia su composición declarando que el que se interesa por los indigentes será premiado cuando le llegue la hora de la desventura. En la literatura profética y sapiencial del A.T., el tema del pobre es muy frecuente. Yahvé se preocupa especialmente de los desvalidos, como el huérfano, el extranjero y la viuda; quiere que los que le sean fieles muestren su espíritu de comprensión hacia los que han sido lanzados por la resaca de la vida. Para todo mortal hay días sombríos de dolor y tristeza, y, en esos momentos de abatimiento y abandono, el que haya sido compasivo con los demás sentirá la mano protectora de Yahvé, que le confortará y reanimará cuando se halle postrado en el lecho del dolor. Volverá a disfrutar de las nobles alegrías de la vida en la tierra, sin temor a caer en manos de los que animosamente le hostigan. Por falta de perspectiva de retribución en ultratumba, el salmista, confiado en la justicia divina, proclama que Yahvé premiará al misericordioso y compasivo con su protección, que no le ha de faltar en los momentos más difíciles de su vida.
Sal 41, 5-10. La hostilidad de los enemigos
Después de la introducción sapiencial, en la que se destaca la dicha venturosa reservada al que se ocupa de las desgracias, el salmista pasa a narrar su tragedia personal. Inicia su exposición con una súplica de piedad, reconociendo su culpabilidad, pues, según la mentalidad viejotestamentaria, atribuye su triste situación a sus pecados. Se siente culpable ante Dios, aunque inocente a los ojos de los hombres. Todo hombre es pecador y, consciente o inconscientemente, es culpable ante Dios. Por eso, en la enfermedad descubren los justos posibles faltas que hayan traído como consecuencia el infortunio. Yahvé es un Dios justo, y, por tanto, si envía el mal contra los suyos, es porque éstos no son del todo inocentes. Todo lo que sucede en el orden material y moral viene de Dios. Como es ley en los autores semitas, éstos -poseídos de un concepto religioso de la vida- atribuyen todo directamente a Dios, prescindiendo de lo que en filosofía se llaman causas segundas o agentes creados, que son los causantes directos de las realidades de este mundo y de los hechos de la historia. El salmista, pues, consciente de su culpabilidad, pide a su Dios que le aparte el mal que le ha enviado, sanando su alma o vida y devolviéndole la salud quebrantada.
A su enfermedad se junta una tragedia moral, pues sus enemigos se alegran de su mal y conspiran maliciosamente contra él. Por el hecho de estar enfermo, ellos suponen que está abandonado de su Dios, en el que tanto confiaba; y, por supuesto, se le considera culpable. Se sienten impacientes porque se retarda el fatal desenlace, deseando que se extinga su nombre o posteridad. Incluso se toman la libertad de ir a visitarle, como era usual en la sociedad israelita. En realidad, lo que quieren es comprobar con sus ojos que la vida del enfermo se extingue, y aunque al enfermo hablan mentirosamente, fingiendo interesarse por su salud (Sal 41, 7), por dentro rezuman maldad, pues se alegran de la grave situación del salmista. Saliendo Afuera, comentan satisfechos el estado desesperado de salud del que tanto odian: el enfermo es presa de un mal infernal, literalmente una "peste de Belial"; su enfermedad es incurable: se acostó para no volver a levantarse (Sal 41, 6). Aun los que se presentaban como amigos, teniendo paz con él, y se sentaban a su mesa, ahora se muestran ingratos, hostigándole: alzan contra mí el calcañal. Jesús en la última cena aplica estas palabras a la traición de Judas, que literalmente había tomado parte en la mesa con Él.
Sal 41, 11-14. Súplica de curación
Siempre confiado en el poder y favor de Yahvé, implora su auxilio para que se manifieste en su favor y le salve de tan crítica situación, pues ansia, además de recuperar su salud, dar el pago merecido a sus enemigos, que esperan su muerte. La desaparición prematura del salmista hubiera dado la razón a sus adversarios, que le consideran abandonado de Yahvé. Su curación será la prueba clara de que están equivocados y de que aún disfruta de la amistad divina. Se trata de una rehabilitación moral más que de una acción vindicativa física contra los que hostilmente se acercan a él y se complacen en su enfermedad. Si se salva del peligro de muerte" sus enemigos recibirán una gran humillación moral. Al contrario, si es arrebatado por la muerte prematura, ellos consideran esto como una victoria sobre él y una confirmación concreta de que Yahvé no protege a los que presumen de fidelidad a Él. Siempre encontramos en los salmos reflejada la pugna entre los justos y los malvados en la sociedad. El salmista, al no esperar un premio a su virtud y fidelidad en la otra vida, declara que la prueba concreta de que su Dios se complace en él es la liberación de la muerte, con lo que no prevalecerán sobre él sus enemigos, que esperan la extinción de su vida y posteridad. A pesar de su crítica situación actual, redobla su confianza en Yahvé, que le ha de sacar incólume del peligro mortal, permaneciendo él y su posteridad en presencia de Él. Es la esperanza de ser rehabilitado en su salud y la seguridad de continuar él y su descendencia -por siempre- bajo la protección bienhechora de su Dios. La recuperación de su salud será la prueba tangible de que ha recuperado también plenamente la amistad divina, quebrantada por sus pecados, que han sido causa de sus infortunios físicos.
El versículo 14 es una doxología litúrgica que cierra el primer libro o colección del Salterio, la parte atribuida por la tradición al Profeta Rey. Los dirigentes de las asambleas litúrgicas responderían a los deseos de salvación del salmista asociándolo a los destinos del propio pueblo Israel, vinculado en sus destinos históricos, pasados y futuros, a Yahvé como propio Dios nacional. Y el pueblo responde aprobando los deseos del dirigente del coro: Amén, Amén, expresión hebrea que los LXX y la Vg traducen por "fíat, fíat," pero propiamente indican el asentimiento a lo antes declarado.
Sal 42, 1-Sal 43, 5 (Vg 41-42): La nostalgia de la vida litúrgica en el templo
Comúnmente, los autores suponen que estas dos composiciones salmódicas constituyeron primitivamente un solo salmo, que fue disociado por razones prácticas de distribución del canto litúrgico. El tema, el estilo, el ritmo y el epodo repetido a intervalos regulares, juntamente con la ausencia de título en el encabezamiento del salmo 43, avalan esta presunción. El autor parece ser un levita exilado forzosamente y que habita en TransJordania, cerca del Hermón, y que siente nostalgia de las manifestaciones litúrgicas del templo de Jerusalén.
Puede dividirse el salmo (doble) en tres partes: a) anhelo ardiente de asistir y tomar parte en las solemnidades litúrgicas (2-6); b) queja por su triste situación en el desierto (7-12); c) súplica de liberación para poder volver a Jerusalén y allí tomar parte en los actos litúrgicos del templo (Sal 43, 1-5). Esta deprecación es el complemento lógico de los sentimientos expresados en el salmo 42. No obstante, la división de la composición lírica en dos salmos es muy antigua, pues aparece en la mayoría de los manuscritos del TM y en todas las antiguas versiones, incluida la de los LXX. Por falta de título en el salmo 43 en algunos manuscritos hebreos, han sido unidos. La ausencia de título en este último salmo prueba que la división en dos salmos es posterior a la formación de la colección elohística, que comprende los salmos 42-72. Como en el título se adscribe la composición a la colección de los hijos de Coré, que era de la familia levítica, el autor parece ser un sacerdote habituado a las manifestaciones litúrgicas del templo jerosolimitano.
Este salmo tiene muchas analogías con el 84. Algunas expresiones coinciden con las del libro de Joel y aun con la oración de Jonás. Por ello no convienen los autores al determinar la época de composición del salmo. Así, algunos lo ponen en los tiempos anteriores al destierro, mientras que no pocos lo consideran de época postexílica. Las expresiones son netamente de la época del buen hebreo clásico, y, por tanto, la lengua no se opone a un origen anterior al destierro.
La forma métrica está constituida a base de dísticos elegiacos, agrupados de dos en dos para formar pequeñas cuartetas, las cuales, a su vez, están reunidas en tres estrofas separadas por un estribillo. Hay algunas irregularidades en el ritmo, sin duda debidas a la mala conservación del texto. Generalmente los críticos consideran esta composición salmódica como una de las mejores del Salterio y ha sido calificada de "perla poética del Antiguo Testamento." El pensamiento es profundo; las imágenes, originales y brillantes, dentro de una "gran sencillez y limpidez de composición y dicción".
Con este salmo se abre el segundo libro del Salterio (42-72), en el que prevalece el nombre Elohim para designar a Dios, frente al libro primero, en el que era más usual el nombre de Yahvé. Por eso la nueva colección se llama elohística. Es obra de un compilador que ha recogido y seleccionado salmos de tres fuentes diversas: a) levítica o de los hijos de Coré; b) davídica, es decir, salmos que llevan en el título el nombre de David; c) asáfica: de la familia de Asaf. Los cinco primeros salmos de este segundo libro pertenecen a la colección de los hijos de Coré, nieto de Leví, que se rebeló contra Moisés y murió trágicamente engullido por la tierra. Descendientes de Coré aparecen en la vida de David, y eran los encargados de guardar las puertas del templo, oficio que volvieron a tener después del retorno del exilio babilónico. En general, los salmos de la colección coreíta se caracterizan por su devoción al templo y sus solemnidades litúrgicas y a la Ciudad Santa, en la que moraba Yahvé. El estilo suele ser expresivo y patético, con un profundo sentido nacional.
Sal 42, 1-6. Deseo ardiente de participar en las solemnidades litúrgicas
Con una bellísima comparación expresa el salmista sus ardientes anhelos de vivir a la sombra de su Dios. Su alma es como la cierva sedienta -poco habituada al calor- en busca de aguas refrescantes.
En Jl 1, 20 se habla también de las bestias sedientas en busca de aguas en tiempos de pertinaces sequías. En Sal 63, 2 encontramos la misma idea: "Sedienta de ti (Dios) está mi alma; mi carne te desea como tierra árida, sedienta, sin aguas." El profeta Amos habla también de un hambre espiritual en los tiempos mesiánicos: los mancebos y las doncellas andarán macilentos en busca de la palabra de Dios. El salmista, en su sensibilidad extrema religiosa, cultivada cuidadosamente al pie del santuario de Jerusalén, siente una sed abrasadora de la presencia litúrgica de Yahvé al encontrarse en tierra extraña. Es la "fuente de la vida", y en ella encuentra sus delicias. Yahvé es el Dios vivo -en contraposición a los ídolos inertes, que no pueden dar vida-, y por eso sólo a su sombra es posible vivir una vida digna humana; pero esa vida espiritual sólo es posible en el recinto del templo jerosolimitano; por eso suspira por ver la cara de Dios en él, asistiendo a las manifestaciones litúrgicas, en las que el propio Dios se comunicaba de un modo particular a sus fieles devotos.
Triste y apesadumbrado, el salmista medita en su condición de expatriado, fuera del centro litúrgico, único lugar donde se podía entrar en relaciones íntimas con su Dios; en su soledad y desventura derrama lágrimas sin cesar, de forma que puede decir que constituyen su pan y alimento cotidiano. Es justamente la expresión del poeta latino: "Cura dolorque animi lacrimaeque alimenta fuere". Su dolor se acrecienta con las preguntas irónicas que le dicen los impíos al verle en su situación de expatriado: ¿Dónde está tu Dios? (versículo 4). Su actual estado parece probar a los ateos prácticos y paganos que su Dios le tiene abandonado. Estos sarcasmos de los que no comprenden su situación avivan su nostalgia de las manifestaciones litúrgicas en el templo de Jerusalén. Su alma se expansiona y derrite de pena al recordar el pasado dichoso cuando él dirigía la entrada de las peregrinaciones y las procesiones jubilosas en torno al santuario de su Dios; un cortejo solemne avanzaba en medio de los gritos de júbilo de los peregrinos, yendo él en medio caminando hacia la casa de Dios.
Contra el pesimismo y la nostalgia deprimente reacciona el salmista: ¿Por qué te abates, alma mía? ¿Por qué te turbas contra mí? (versículo 6). Todavía hay lugar a la esperanza de volver a tomar parte en las manifestaciones religiosas de Jerusalén, pues Dios no le abandonará definitivamente, porque es la salvación de su faz, es decir, de su persona.
Sal 42, 7-12. La amargura del desterrado
De nuevo el salmista se deja vencer por la nostalgia de la patria y del templo jerosolimitano; se siente abatido en su calidad de desterrado en TransJordania o en los parajes del norte palestiniano junto a las fuentes del Jordán, cerca de la actual Banias (la Cesárea de Filipo de los evangelios), donde el río nace de las estribaciones del Hermán (versículo 7). El monte Misar debe de ser el nombre de alguna colina de esta cadena de montañas del Antilíbano, de la que formaba parte el propio Hermón. Cerca de Banias hay una localidad con el nombre de Seora, que puede relacionarse con el Misar del salmo. El salmista parece situarse idealmente sobre las cimas del monte más alto para desde allí dirigir su mirada nostálgica hacia Jerusalén, donde estaba el santuario de Yahvé, meta ideal de sus aspiraciones religiosas.
Apesadumbrado con negros pensamientos de pesimismo, el poeta se presenta como anegado por un turbión o diluvio en el que los remolinos, las ondas y las olas se suceden ininterrumpidamente, sin dejarle levantar la cabeza. Los infortunios se suceden. Quizás el símil esté tomado de los torrentes que en la época del deshielo bajan impetuosos del Hermón . "En esta región, en la época de las lluvias y en el deshielo de las nieves, los arroyos y torrentes se precipitan en las gargantas profundas de los roquedales de basalto negro, en cascadas imponentes y ruidosas, de forma que parecen llamarse unas a otras. Su rumor temible y melancólico recuerda al poeta las calamidades terribles que se abaten sobre él".
Sin embargo, el salmista reacciona de nuevo, porque sabe que Yahvé no olvida a los suyos y constantemente les dispensa su gracia; por ello, de noche le dedica cánticos de alabanza (versículo 9). Sabe que puede liberarle de la situación presente, y por ello le dirige su oración, al Dios que es el centro de su vida. Dios es, en realidad, su Roca o refugio inconmovible y seguro, desde el que se halla fuera del alcance de sus enemigos. No obstante, parece que por el momento se ha olvidado de él. Su situación es la del que lleva luto y continente triste de duelo, a causa de la hostilidad de sus enemigos. No concreta más la animosidad de éstos; pero, dada su situación de exilado forzoso, sin duda que alude a los que le obligaron a salir del territorio bendito de Yahvé, aunque, por lo que dice a continuación, el salmista piensa también en los que actualmente le rodean y se burlan de su situación, pues le juzgan abandonado de su Dios (versículo 11). Sus sufrimientos morales han tenido repercusión en su estado físico, y así se siente con los huesos quebrantados, efecto del agotamiento y desgaste moral. Los huesos, en el lenguaje poético hebreo, designan muchas veces el organismo físico en general, porque es la armazón del cuerpo humano. Así se dice en Lm 3, 4: "Ha hecho envejecer mi carne y mi piel; ha quebrantado mis huesos".
No obstante, el salmista vuelve de nuevo a expresar su esperanza de rehabilitación corporal y moral, pues cree que podrá de nuevo alabar y presentarse ante Yahvé, que es la salvación de su rostro, es decir, su Salvador, que le da la alegría de la reanudación de su vida de amistad con Él.
Sal 43, 1-5. Súplica de auxilio y de repatriación
Ahora concreta más el salmista su condición de perseguido. Por ello encomienda su causa judicial al único que le puede ayudar y defender, su Dios. Pide que le juzgue, porque sabe que en ese caso quedará vindicada su inocencia ante la sociedad, que no le comprende y acusa. Sus enemigos son gentes sin piedad, pues le han exilado de su tierra, alejándole del santuario de Yahvé, en el que encontraba sus íntimas alegrías. Con toda perfidia le han expulsado los malvados. El salmista no explica por qué han tomado esta injusta actitud con él; pero es de suponer que sea víctima de gentes materialistas e irreligiosas, que no soportaban la presencia del que procuraba vivir vinculado a Yahvé.
Quizá se deba a intrigas de elementos de la familia levítica, que por intereses creados le han alejado de la casa de Yahvé por considerar importuna su presencia en ella, pues con su vida religiosa era una acusación permanente contra su modo de vivir al margen de la ley divina.
Ante esta actitud de hostilidad e incomprensión, el salmista acude a su Dios, que siempre ha sido su refugio, pero que ahora le rechaza incomprensiblemente. Al carecer del valor redentivo y expiativo del dolor con vistas a la retribución en ultratumba, el justo del A.T. no comprende los caminos secretos de la Providencia divina. La vida del salmista resulta así una existencia de luto triste, siempre acosado por la opresión del enemigo. En el caso actual pide ante todo que se clarifique su causa judicial, y por eso ruega a su Dios que dé luz y verdad sobre su conducta calumniada. La luz y verdad, cuando provienen de Yahvé, suponen aprobación y complacencia, y, por tanto, son garantía de salvación y de liberación en las situaciones comprometidas. Es justamente lo que desea el salmista exilado: volver a su antigua situación de huésped de Yahvé en su templo, acercándose a su altar, al monte santo, al tabernáculo sagrado. La expresión plural tabernáculos, aplicada al templo, tiene aquí el sentido amplificativo o intensivo para recalcar la dignidad del santuario de Yahvé, en el que no faltaban diversos atrios y compartimientos sagrados, santificados por la presencia divina 3. El salmista ansia ardientemente volver al templo jerosolimitano, asentado en el monte santificado por la presencia de Yahvé, para allí darle gracias y alabarle con acompañamiento de cítara. Ante esta perspectiva reacciona contra la depresión moral: ¿Por qué te abates, alma mía? (versículo 5). Por delante aún queda la esperanza de volver a alabar y contemplar el rostro salvador de Yahvé, es decir, de gozar de su benevolencia en la intimidad litúrgica del santuario.
Sal 44, 1-27 (Vg 43): Lamentación y suplica por la nación ultrajada
En esta composición salmódica podemos distinguir tres partes netas: a) himno en el que se cantan las gestas históricas de Yahvé en favor de su pueblo y afirmación de confiar en El en los momentos críticos de guerra (2-9); b) lamentación colectiva por la situación deprimente de la nación, que atraviesa una crisis como consecuencia de una derrota militar (10-17); c) súplica de protección y ayuda sobre la nación (18-27). La distribución conceptual es análoga a la del salmo 89. En Ne 9, 6-37 encontramos un desarrollo de ideas similar, y en la oración de Josafat.
Literalmente el salmo tiene la forma de un discurso, en el que se recuerdan los motivos históricos que hay para forzar su intervención en la situación crítica actual de la nación. En realidad, su portentosa protección de otro tiempo parece contrastar con el actual abandono en que tiene a su pueblo, presa de sus enemigos, como "ovejas destinadas al matadero" (versículo 23). Por otra parte, esta actitud de Dios es extraña, ya que ahora el pueblo está más adherido a su Dios que nunca. Rítmicamente pueden distinguirse seis estrofas, dos en cada parte del salmo.
Respecto de la fecha de composición no concuerdan los autores, aunque está muy generalizada la opinión de que este salmo refleja la situación de opresión en tiempo de los Macabeos. Ya San Juan Crisóstomo se atrevía a decir, siguiendo la opinión de la escuela antioquena: "El profeta profiere el salmo, pero lo dice no en su propio nombre, sino en nombre de los Macabeos, describiendo y prediciendo lo que había de ocurrir en ese tiempo." Bossuet sigue esta opinión, que supone que la composición es anterior a la guerra de los Macabeos, pero que predice proféticamente esta terrible lucha por los fueros religiosos del pueblo elegido. Los mantenedores actuales de la fecha de composición en tiempos de los Macabeos insisten en que en el salmo se alude a las intervenciones armadas de Israel (versículos 10-11), lo que supone que tenía ejército regular, inexistente desde los tiempos de la catástrofe del 586, en que Jerusalén fue tomada por las tropas de Nabucodonosor. La persecución por motivos religiosos, a que se alude en el versículo 23, encuentra su mejor explicación en los atropellos perpetrados por los secuaces de Antíoco IV Epífanes contra el pueblo judío, que era fiel a sus tradiciones. Por otra parte, en la heroica lucha sostenida por el ejército dirigido por Judas Macabeo no faltaron duras derrotas de los judíos, y a ellas puede aludir el salmista al decir "nos has hecho huir ante el enemigo..., nos has dispersado entre las gentes" (versículo 12).
No obstante, los patrocinadores de una fecha más antigua del salmo urgen que no son concebibles las afirmaciones de fidelidad a Dios de los versículos 18 al 23 en un tiempo en que gran parte de la nación había secundado las consignas de helenización preconizadas por los reyes seléucidas, con abandono de las tradiciones patrias, aun en gentes de gran representación social y religiosa. Además, la lengua de la composición no tiene el sello de la época decadente del siglo II. Finalmente, en tiempo de los Macabeos, la depresión moral de la nación había sido superada por un espíritu de lucha y de cruzada en tensión heroica como jamás se había visto en la historia de Israel. Por ello, no pocos autores prefieren datar el salmo en los tiempos de la monarquía israelita, en ocasión de derrotas nacionales, ya sea por efecto de incursiones de los pueblos vecinos, como edomitas, sirios o moabitas, o en tiempos de las incursiones de los ejércitos asirios.
Sal 44, 1-4. Las antiguas gestas de Dios en favor de Israel
El poeta, recogiendo el sentir del pueblo, se hace eco de las antiguas proezas de Yahvé en favor de Israel cuando entró en tierra de Canaán, e insiste en la voz común de la tradición recibida de los padres para autorizarse en sus explosiones líricas y justificar su queja ante el propio Dios. La tradición enseñaba que Dios había desposeído a los cananeos para plantar en su lugar a los israelitas. No alude el salmista a los grandes esfuerzos militares que tuvieron que desplegar las huestes de Josué para conquistar la tierra de Canaán; en su concepción teológica de la historia, todo fue obra del brazo de Yahvé. En efecto, con su propia mano plantó a Israel en Canaán; el símil de plantar es corrientemente empleado en la Biblia para designar el establecimiento del pueblo hebreo en la tierra de promisión, y explica bien metafóricamente la solicitud de Dios, que plantó cuidadosamente a su pueblo, como árbol delicado, en la tierra "que manaba leche y miel", pues para la mentalidad semibeduina de los israelitas del desierto constituía como un feraz vergel. Israel, pues, es comparado a un árbol cuidadosamente regado, que termina por echar ramas frondosas, haciendo sombra a las otras poblaciones cananeas que aún quedaban en la tierra después de la ocupación. En su labor preliminar a la plantación de Israel, su Dios arrojó a los cananeos, causándoles la aflicción y la ruina (versículo 3).
La victoria sobre las poblaciones de Canaán fue exclusivamente debida a la diestra vengadora de Dios, que fue para los israelitas como la luz de su rostro, es decir, su manifestación radiante y benevolente a favor de él, según se declara a Aarón por boca de Moisés: "Que Yahvé te bendiga y te guarde; que haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue su gracia; que vuelva a ti su rostro y te dé la paz". Esta manifestación benevolente del rostro o providencia divina se mostró en la complacencia o elección gratuita de que fue objeto Israel por parte de su Dios. Es lo que declara el deuteronomista: "Porque amó a tus padres, eligió después de ellos a su descendencia; y con su asistencia, con su gran poder, te sacó de Egipto, arrojó de ante ti a pueblos más numerosos y más fuertes que tú, para darte entrada en esa tierra y dártela en heredad, como hoy lo ves".
Sal 44, 5-9. Dios da la victoria sobre los enemigos
Después de aludir a las gestas de Dios en el pasado en favor de Israel, el salmista hace, en nombre del pueblo elegido, una confesión de su fidelidad a Él. La protección dispensada por Dios sobre Israel en el pasado es una garantía de que no lo va a abandonar ahora, sino que también en los momentos críticos dará la victoria a su pueblo, pues es, en realidad, el Rey que siempre ha dado el triunfo a Jacob. El salmista habla en nombre de la nación, y por eso llama a Dios mi Rey; y el título es una alusión a la misión que debe tomar, pues uno de los oficios del rey es defender a su pueblo. Como soberano de su pueblo, no tiene más que dar la orden de combate para ser al punto obedecido. Con su auxilio, la derrota de los enemigos será segura (versículo 6). El nombre del Dios de Israel es la garantía de la victoria, porque resume su esencia y poder, manifestado tantas veces en favor de su pueblo. Su nombre glorioso es como un lábaro de victoria y la única prenda de salvación, pues el arco y la espada de Israel son insuficientes para vencer a los enemigos si Yahvé no los auxilia. El salmista unas veces habla en singular (no confío...) y otras en plural (batiremos...), representando los intereses de la colectividad israelita. Judas Macabeo declara el mismo pensamiento: "No está en la muchedumbre del ejército la victoria en la guerra: del cielo viene la fuerza". La historia demuestra que es Dios el que salva a su pueblo de los opresores, confundiendo -al derrotarlos- a sus enemigos. Por eso, en caso de victoria, el salmista declara en nombre de su pueblo que se gloriará, no en las propias fuerzas, sino en el nombre y protección de Yahvé, que los ha salvado; por ello entonarán un canto de alabanza por siempre.
Sal 44, 10-13. Israel, abandonado de Dios
El pasado glorioso de protección divina sobre Israel contrasta con la triste situación presente, pues el pueblo elegido se siente solo, como abandonado de su Dios, y cubierto de ignominia, como consecuencia de sus derrotas. En otros tiempos, Yahvé salía -simbolizado en el arca de la alianza- con los combatientes al campo de batalla como signo de protección; pero ahora ya no sale con sus ejércitos. La guerra tenía en la antigüedad como un carácter sagrado, porque Yahvé acompañaba a su pueblo; pero ahora se desentiende de él, dejándolo expuesto al peligro frente al enemigo. A causa de este abandono de Yahvé, el ejército de Israel ha vuelto la espalda, emprendiendo la huida en el combate, y, como consecuencia de la derrota, los enemigos tradicionales de Israel -edomitas, moabitas, sirios- se han lanzado al pillaje más despiadado. Los ciudadanos israelitas han quedado en la situación de ovejas destinadas al matadero, expuestos a la venganza sangrienta de los vencedores y al destierro. Yahvé ha vendido de balde a su pueblo, con lo que no ha hecho un buen negocio, pues ha perdido al pueblo que le reconocía como Dios. La queja es amarga y atrevida, pero expresa bien la situación de desamparo en que se halla el pueblo elegido como consecuencia de una invasión o de una derrota militar.
Sal 44, 14-17. Israel, escarnecido por los gentiles
Los israelitas, que tenían conciencia de ser el pueblo de Dios, sentían una especial susceptibilidad ante las mofas de sus enemigos, que en sus derrotas verían comprobado que no eran un pueblo privilegiado, como suponían, sino que, como los demás pueblos, tenían que sujetarse a las alternativas violentas de la historia. Particularmente, los amonitas, moabitas y edomitas, que muchas veces habían sido vencidos por los hebreos, siendo sometidos a su dominio, sentían una especial satisfacción por la derrota del para ellos insolente pueblo hebreo. El salmista se queja ahora de que el pueblo de Yahvé se haya convertido en fábula o locución proverbial entre los pueblos gentiles. Es lo que profetiza el deuteronomista a Israel si no es fiel a la Ley de Dios: "y serás objeto de pasmo, de fábula y de burla en todos los pueblos a que Yahvé te llevará". Israel quedará como modelo proverbial del pueblo abandonado de su Dios, y será objeto de frases irónicas acompañadas de meneos de cabeza. Mover la cabeza podía tener el sentido de compasión y de sarcasmo despectivo: "cuando pasen por ella (la tierra asolada de Judá), se asombrarán (los gentiles) y moverán la cabeza".
El salmista no puede apartar el pensamiento de vergüenza e ignominia que insistentemente se presenta ante él y que cubre su rostro como si fuera un vestido que oculta toda otra realidad de la vida, pues sus oídos perciben constantemente gritos de insulto y blasfemia o de burla contra la impotencia del supuesto Dios protector de Israel. En su sensibilidad religiosa, estas burlas contra su Dios laceran su alma y le avergüenzan ante la sociedad, porque no sabe qué responder al enemigo ávido de venganza. No comprende el abandono de Dios a su pueblo, comprometiendo así su buen renombre entre las gentes.
Sal 44, 18-22. Fidelidad de Israel a su Dios
Esta actitud de olvido de parte del Dios de Israel es un misterio, pues el pueblo elegido ha permanecido fiel a la alianza con El pactada. Los profetas suelen insistir en las transgresiones de Israel para justificar las manifestaciones punitivas de Yahvé; particularmente la propensión a la idolatría desencadenaba la ira divina. El salmista aquí parece reflejar una situación en que la idolatría no tiene adeptos en el pueblo hebreo, lo que nos lleva a los tiempos posteriores al destierro. Antes del exilio, el pueblo israelita, en su mayoría, prevaricaba en los lugares de culto cananeos; al volver de Babilonia, gracias a la labor formativa de Ezequiel y su escuela, representada por Esdras, el pueblo judío perdió su vicio inveterado. A esta situación de fidelidad a Dios parece aludir el salmista, lo que insinúa que el salmo es de la época postexílica, como la mayor parte de las composiciones del Salterio.
Dios había hecho una alianza primero con Abraham, prometiendo su bendición a su posteridad, la cual fue concretada y confirmada en el Sinaí. El símbolo de la primera era la circuncisión, y el de la segunda, el arca de la alianza; las estipulaciones se concretaron en el Decálogo, y la bendición y auxilio divino estaban condicionados a la fidelidad a dichos preceptos. El salmista afirma que el pueblo de su tiempo permanece fiel a esta alianza (versículo 18), y concreta la idea diciendo que su corazón no se ha apartado de Dios ni sus pasos se salieron de su camino o Ley. Las frases tienen una clara dependencia deuteronómica. A pesar de esta fidelidad, Dios los ha abandonado, aplastando al pueblo y entregándolo a un campo de chacales, expresión proverbial para indicar ruina y desolación: la nación ha quedado convertida en un desierto asolado, donde sólo habitan los chacales. Los autores que suponen que el salmo refleja los calamitosos tiempos de la persecución seléucida, creen que aquí el salmista alude a la carnicería de los judíos que huyeron al desierto en tiempo de Antíoco. De hecho en el salmo se alude a una mortandad, pues dice que el pueblo fue cubierto de sombras de muerte, lo que refleja un luto general como consecuencia de una derrota militar. No obstante, no es fácil determinar a qué hecho alude, pues la historia que va desde la reconstrucción de la nación bajo Nehemías hasta los Macabeos nos es mal conocida, y, por tanto, no es difícil que en ese tiempo haya habido incursiones militares de los pueblos vecinos enemigos de los judíos.
Hubiera sido inútil querer ocultar una conducta pecaminosa al margen de la ley divina, pues Dios conoce los secretos del corazón. Todas las veleidades idolátricas hubieran estado presentes al que todo lo sabe. El salmista declara que su afirmación de fidelidad a Dios es cierta, pues hubiera sido ridículo ocultar las malas acciones, como el tender las palmas a dioses extraños (versículo 21), que era el gesto de adoración común en muchos pueblos de la antigüedad, y entre ellos el pueblo hebreo. No pocos autores consideran esta reflexión de los versículos 21-22 como adición posterior, pues desentona del estilo incisivo del resto del salmo. Parece un paréntesis del glosista, que tenía interés en destacar la omnisciencia divina.
Sal 44, 23-27. Súplica de liberación
El salmista no sólo declara que la nación es inocente, sino que el propio Dios es causa de la degollina que sufren; es decir, por serle rieles, son objeto de sañuda persecución, siendo tratados como orejas destinadas al sacrificio. Esta situación tiene particular explicación en tiempo de la persecución seléucida contra los judíos en el siglo u, aunque puede aludir a otras situaciones críticas similares. Este versículo es citado por San Pablo en Rm 8, 36 para animar a los neófitos a afrontar incluso el peligro de muerte por causa de Cristo. Los justos de todos los tiempos -del A.T. y N.T.- han tenido que sufrir por mantener su ideal religioso en una sociedad paganizada; por ello, el texto del salmo se adapta bien a la nueva situación de los cristianos, que no "deben conformarse con el ideal de este siglo".
Después de declarar la inocencia de los perseguidos, el salmista pide ardientemente a su Dios que despierte de esta somnolencia en que parece estar respecto del pueblo que particularmente es su "propiedad". La frase del salmo es atrevida: ¿Por qué estas dormido? En otros salmos se pide a Yahvé que despierte y se levante en favor de su pueblo, pero sólo aquí se usa de un tan crudo antropomorfismo. Los autores bíblicos -como orientales- suelen tener preferencia por las expresiones antropomórficas y concretas, a pesar de tener un alto concepto de la trascendencia divina. En Sal 121, 4 se dice de Dios: "no dormirá tu custodio, Yahvé es tu protector..." Pero ahora el salmista siente la orfandad de su Dios en un momento en que el pueblo es injustamente conculcado por sus enemigos y opresores, y no comprende la ausencia divina. Parece como si Dios hubiera escondido su rostro a Israel, privándole de la protección que le prometió tantas veces y desentendiéndose de sus agudos problemas. El pueblo oprimido se halla en una actitud de duelo permanente, postrado en el polvo y con el cuerpo a tierra. Estas son expresiones estereotipadas para designar el estado de postración moral en que se halla la nación judía. Por eso, en un arranque final, el salmista vuelve a pedir a Dios que se levante, redimiéndolos por su piedad. Dejando a un lado las exigencias de justicia -conforme a las antiguas promesas-, ahora apela sólo a la bondad y misericordia divinas.
Sal 45, 1-18 (Vg 44): Canto nupcial
Esta composición epitalámica celebra las bodas de un rey de la dinastía de David con una princesa extranjera. El poema consta de dos partes: a) dedicada al novio, en la que se exaltan sus cualidades físicas y se le invita a gobernar con justicia y verdad, defendiendo a su pueblo en la batalla contra los enemigos (2-9); b) dedicada a la novia, en la que se exalta su hermosura y atuendo nupcial, destacándose en medio de un cortejo de vírgenes (10-16). Esto constituye el nervio de la composición, que se cierra con una conclusión (17-18) en la que se desea próspera y bendita progenie a los nuevos esposos. Quizá esta distribución estrófica se adapta al antiguo rito de bodas en Oriente. Primero el novio va a casa de la novia; ésta sale a su encuentro acompañada de un cortejo nupcial de amigas y doncellas. Ambos cortejos retornan a la casa del futuro esposo. La ceremonia se terminaba con la introducción de ambos novios en la cámara nupcial.
Los autores difieren al determinar la fecha de composición del salmo, pues mientras unos suponen que se celebran las bodas de Salomón con la hija del faraón, otros creen que se alude a un rey de la época helenística, como Ptolomeo Filadelfo. Entre estas dos fechas se barajan otros nombres posibles anteriores al destierro babilónico o de la época persa. Los lexicólogos hacen notar que el vocabulario está lleno de términos árameos y neohebraicos; de lo que se deduce que la composición es de la época persa.
La tradición judeocristiana ha dado a esta composición un sentido mesiánico.
Sal 45, 1-2. Título y preludio lírico
El encabezamiento del título trae como novedad, sobre los salmos anteriores, la determinación musical que hemos traducido por a los lirios, que es la versión del shoshanim del TM. Sin duda es una canción popular que empezaba con estas palabras, y a la que debía adaptarse la melodía del salmo. Además, se dice que es epitalámico: canto de amor, lo que ciertamente caracteriza esta magnífica pieza poética.
El preludio es bellísimo y refleja bien el estado psíquico de entusiasmo del poeta, que se dispone a cantar las bellezas de los futuros esposos, considerándolos en su dimensión regia, es decir, destinados a dirigir al pueblo de Israel. El canto nupcial tiene en el fondo un marcado sello comunitario nacional, ya que a los dos esposos se les considera vinculados a los destinos del pueblo elegido. El corazón del salmista en este momento -siempre considerando los acontecimientos con una visión profético-nacionales- ahora como una fuente de la que sale agua a borbotones. Son tantas las cosas bellas que se le ocurren, que quiere que su pluma discurra con toda rapidez, como la de veloz escriba, para no perder nada de ellas. Elihú, el amigo de Job, se expresa en términos parecidos: "Me siento lleno de cosas que decir...; mi interior está como vino encerrado, como odre nuevo pronto a estallar". El salmista no necesita recapacitar, pues se siente pletórico de improvisación, llevado de su entusiasmo por los regios consortes. La dignidad del tema que va a cantar le inspira de modo desbordante, y su pluma va a correr como la del diestro escriba, habituado a tomar por escrito las palabras de otro.
Sal 45, 3-6. Las cualidades excelentes del nuevo esposo
La loa se inicia ensalzando las cualidades físicas del augusto novio. El salmista, entusiasmado al ver en el rey la encarnación de la gloriosa monarquía davídica, que habría de culminar en la aparición del futuro Rey Mesías, no encuentra palabras para ponderar su belleza. Esto explica que le destaque más que a la propia novia, a la que por ley habían de reservarse los epítetos de máxima belleza. Los hagiógrafos tienen propensión a alabar las cualidades atractivas del jefe, con lo que ganaba prestancia, aun física, sobre sus subordinados. En sus labios resalta la gracia o la sonrisa atrayente. Es lo que dice el sabio: "el que tiene graciosos labios, el rey será su amigo". Para el salmista, la apostura y belleza singular de su héroe es una prueba manifiesta de que Dios le bendijo para siempre. En su visión teológica de la historia, el poeta piensa en la bendición que Yahvé otorgó a la dinastía davídica, a la que pertenecía el esposo-rey.
En su idealización poética, el salmista le contempla ya ceñido de la espada y con sus insignias reales cabalgando en defensa de la verdad y de la justicia, como representante de Dios en la sociedad. La vista del cortejo nupcial evoca en el salmista al guerrero que sale apuesto en su caballo al combate para luchar por la causa justa de su pueblo. Como representante de una sociedad teocrática,, el rey tiene que batirse por la verdad y la justicia, conforme a las exigencias morales del Dios de Israel. El lugarteniente de Dios debe salir por los fueros de la justicia en favor de los humildes y defenderlos según la verdad de sus derechos en la sociedad. Y cuando se trate de defender a la nación contra los enemigos exteriores, su diestra o fortaleza y coraje deben enseñarle a realizar portentosas hazañas. Por la mente del poeta pasan las distintas facetas de la misión del rey (gobernar con justicia y verdad, defender al pueblo contra los enemigos), y todo esto aflora a su pluma de veloz escriba en el momento solemne de iniciarse el cortejo nupcial que acompañaba al joven rey camino de la casa donde estaba la futura reina. En un derroche de entusiasmo le contempla desbaratando a los enemigos, que caen fulminados por sus agudas saetas; su sola presencia basta para que pierdan ánimo todos sus enemigos (versículo 6).
Sal 45, 7-10. La justicia y la equidad son el verdadero adorno del rey
Después de haber expresado las alabanzas sobre la apostura y arrogancia del rey, el salmista se permite insinuar unos consejos de índole moral que sirvan de norma a su reinado. No sólo debe ser valiente y salir al frente del ejército frente a los enemigos, sino que en el gobierno interior debe tener en cuenta que su cetro debe ser símbolo del gobierno equitativo, y en ese supuesto está garantizada su subsistencia o permanencia a través de los siglos, porque tendrá el favor divino. En la expresión del salmista hay una alusión a la promesa hecha a David sobre la permanencia de su dinastía a través de los siglos. El nuevo rey, como representante de Yahvé, debe ejercer su poder con equidad y rectitud.
Dios le ha ungido como rey precisamente porque ama la justicia y aborrece la iniquidad. El óleo de la alegría es una frase proverbial para indicar la exultación y placer que acompañan ahora al rey en el momento de tomar esposa. En todas las ocasiones festivas se perfumaba con aceite oloroso a los invitados. El salmista alude a esta práctica y quiere dar a entender que al rey le ha cabido una mayor alegría en este momento que a sus compañeros, los otros reyes anteriores, o quizá los componentes de su séquito nupcial. Las más exquisitas especias, como la mirra, el aloe y la casia, perfumes selectísimos de la India y de Arabia, se mezclan con el óleo que unge al rey. Los vestidos del nuevo esposo exhalan los más exquisitos perfumes, y el salmista los resalta como parte importante del deslumbrante festejo nupcial.
Después de describir con las más cálidas expresiones el cortejo en el que avanza el novio real, el poeta repara en la llegada del cortejo de la novia, que sale de su casa a su encuentro acompañada de ricas doncellas: Hijas de reyes vienen a tu encuentro; quizá son hijas de reyes vecinos que vienen a la boda real, o hijas del harén real paterno, y, por tanto, medio hermanas del nuevo esposo. Todas ellas forman el cortejo nupcial de la novia, que sale de su palacio de marfil, o adornado con incrustaciones de marfil, como el de Omrí de Samaría. Los instrumentos de cuerda solemnizan la marcha nupcial. Entre todas las doncellas se destaca la reina con vestidos recamados de oro de Ofir (versículo 10), que era el más selecto y buscado según la tradición bíblica. No coinciden los autores en la localización de Ofir, pero se supone que está en Arabia o la India.
Sal 45, 11-16. Saludos y cumplimientos a la nueva esposa
Al unirse los dos cortejos frente al palacio real -culminación de la ceremonia nupcial-, el poeta se permite dar unos consejos insinuantes a la que iba a ser reina de Israel. Con toda delicadeza pide le preste atención, pues es importante lo que le va a comunicar. Sabe que, como extranjera, tiene nostalgia de su pueblo y de la casa de su padre (versículo 10); para combatir este recuerdo, debe persuadirse que el rey está totalmente prendado de su hermosura, y debe corresponder a este amor. Por tanto, debe adaptarse plenamente a la nueva situación, olvidando sus antiguas costumbres, y corresponder de lleno a su calidad de reina del pueblo. Ante todo, debe reconocer a su esposo como su señor, siendo sumisa a él, como hombre público, pues es el rey del pueblo. Quizá el salmista, en estas insinuaciones, llenas de delicadeza, y en tono amonestativo, al estilo de los "sabios", quiere indicar que debe sobre todo olvidar sus costumbres idolátricas, adaptándose a la nueva situación de un pueblo monoteísta. Sin duda que al salmista le preocupaban, sobre todo, los valores religiosos, y, por tanto, al ver entrar en el palacio real a una princesa extranjera, pensaba en los peligros de infiltración idolátrica que se cernían sobre la alta sociedad israelita, dominada por la presencia de una reina gentil, como ocurrió en los tiempos de Salomón. Con todo, expresamente no se alude a este problema, pero parece implícito en su recomendación de olvidarse de su pueblo natal.
Para hacer olvidar la nostalgia de la nueva reina, el poeta le recuerda que en su nuevo estado recibirá el homenaje generoso de la hija de Tiro, es decir, la ciudad de Tiro, el gran emporio comercial de Oriente. Quizá la nueva reina fuera de la casa real tiria, y entonces se comprende esta mención; pero probablemente aquí Tiro es símbolo de la opulencia de las naciones gentílicas, que se apresurarán a llevar dones a la nueva reina. En esto hay una cierta alusión mesiánica, coincidiendo con los vaticinios de los profetas, que anuncian para el futuro mesiánico la afluencia de dones de todos los pueblos gentílicos -de los que Tiro, como emporio comercial, sería el símbolo- a Jerusalén (la reina), como centro de las naciones. Los salmistas y hagiógrafos siempre ven los acontecimientos de la vida israelita con una dimensión mesiánica, en función de su panorámica teológica de la historia. En nuestro caso, el mesianismo sería sólo en sentido típico, pues el canto es epitalámico y se dirige a los nuevos esposos reales, que a su vez representan los destinos de Israel en un momento determinado de la historia, que no es sino un eslabón hacia los tiempos venturosos mesiánicos. Así, el salmista declara a la reina que los poderosos y magnates -ricos del pueblo- buscarán su favor, reconociendo su superioridad como consorte del rey. El poeta procura insinuar un futuro agradable y placentero a la nueva reina, para que olvide su casa y su pueblo y se consagre a su nuevo pueblo de adopción.
Después describe el suntuoso cortejo que avanza hacia el palacio real, donde es entregada a su nuevo esposo. Revestida de brocados y pedrería, se destaca en medio de su cortejo de vírgenes y doncellas, las cuales, entre músicas y algazara, entran en el palacio del rey. Es el momento culminante de la ceremonia, pues es entonces cuando la reina pertenece al rey.
Sal 45, 17-18. El futuro glorioso de la descendencia del rey
Una vez que el cortejo nupcial hizo entrada solemne en el palacio, el poeta hace un último "envío dedicatorio," deseando una próspera descendencia a los nuevos consortes. La gloriosa prosapia representada en los antepasados -padres- será superada por la nueva generación de hijos, que serán constituidos en príncipes en toda la tierra; serán sus hijos los gobernadores de las diversas partes de la tierra a él sometida como a rey . Quizá en la expresión toda la tierra haya una insinuación mesiánica, aludiendo a las profecías en que se proclama que todos los pueblos estarán sometidos a Judá: "no faltará de Judá el cetro, ni de entre sus pies el báculo, hasta que venga aquel cuyo es, y a él darán obediencia las gentes". La panorámica del salmista juega constantemente con la vinculación de la dinastía real a los tiempos ideales mesiánicos, meta ansiada de todo fiel israelita, que vivía de las grandes promesas hechas por Dios a la dinastía davídica. Por eso, el nombre del rey se perpetuará en su descendencia por generaciones, y los pueblos, a través de las edades, le alabarán.
Sentido Mesiánico del Salmo
La tradición judía ha dado al salmo un sentido mesiánico, al menos en el Targum; y el autor de la Epístola a los Hebreos aplica los versículos 7-8 a Cristo (Tu trono subsistirá por los siglos de los siglos...), probando con ellos la superioridad de Él sobre los ángeles. Los Santos Padres, basándose en esta cita, mantienen el sentido mesiánico del salmo. Los exegetas católicos, en consecuencia, mantienen el mesianismo del mismo, si bien no convienen en el modo de concretar este carácter mesiánico; y así, mientras unos ven en él una dramatización epitalámica de los amores de Dios e Israel, tipo del amor de Cristo a la Iglesia, otros admiten sólo un sentido mesiánico típico o espiritual. No es posible mantener un mesianismo literal, ya que se habla de la esposa y de los hijos del nuevo rey, lo que no es aplicable a Cristo-Mesías. Por eso creemos que el carácter mesiánico del salmo se ha de medir por la proyección general mesiánica de la perspectiva de los salmistas. Para ellos, cada rey era un anillo nuevo de la cadena que llevaba hacia la culminación de la dinastía davídica en la persona del Mesías. Por eso, con motivo de una entronización o una boda real, idealizan la situación, considerando al nuevo rey como tipo ascensional hacia la gran figura anhelada del Mesías. La historia de Israel, para ellos, tiene un sentido eminentemente teológico, y por eso, en las diversas vicisitudes de su pueblo, ven la mano de Dios, que prepara el advenimiento de la futura sociedad teocrática mesiánica, hacia la que converge inexorablemente la historia del pueblo elegido por imperativo de las antiguas promesas divinas, que arranca desde la época patriarcal.
Sal 46, 1-12 (Vg 45): Dios, protector de su pueblo
Los salmos 46, 47 y 48 tienen una relación íntima por su contenido ideológico. En el 46 se destaca, sobre todo, la presencia de Yahvé en medio de su pueblo, juntamente con el sentimiento de seguridad a su sombra protectora. Fundamentalmente es un canto de triunfo y de confianza en Yahvé por haber liberado a su pueblo de poderosos enemigos. Se divide en tres estrofas, separadas por un estribillo que se repite regularmente (versículo 4b, 8 y 12). En la primera (2-4) se canta la fe absoluta en Dios; en la segunda (5-8) se destaca la solicitud de Dios, que ha manifestado su poder liberando a su pueblo de un enemigo implacable; en la tercera (9-12) se invita a reconocer las gestas de Yahvé en favor de su pueblo.
Literariamente, esta composición se destaca por su vigor expresivo y por la abundancia de metáforas. Kittel la define como "Cantar de los Cantares de la fe." Por encima de todas las conmociones cósmicas está el inconmovible Dios de Israel.
Los antiguos autores suponían que este himno, de confianza absoluta en la omnipotencia divina, fue compuesto después de la liberación de Jerusalén del ejército de Senaqueríb en 701. Incluso no pocos creen que es el mismo Isaías el autor de esta magnífica pieza literaria, pues no faltan concomitancias conceptuales con los escritos del gran profeta de Judá. Los críticos modernos, en cambio, ven en esta composición salmódica no pocas expresiones escatológicas de índole cósmica: temblor de la tierra y del mar, ataque de las naciones paganas contra Jerusalén, victoria de Yahvé, establecimiento de la paz en el mundo y entronización final de Yahvé como soberano del universo. Todos estos rasgos escatológicos hacen pensar que el salmo es de época posterior al exilio, cuando estaban de moda los escritos escatológico-apocalípticos. Pero muchas de estas transformaciones cósmicas, acompañando a las teofanías de Yahvé, aparecen ya en textos primitivos de la Biblia. No implican, pues, necesariamente expectación escatológica. Por tanto, no hay razón para rebajar la fecha de composición a los tiempos de la literatura escatológica. El contexto del salmo puede reflejar la situación de alivio en Israel después de un peligro de una invasión enemiga, provocada por los asirios, los babilonios, los moabitas, los amonitas, los sirios o los escitas.
Sal 46, 1-4. La presencia de Dios, garantía de victoria
En el título encontramos la indicación musical 'Al-'álamoth, que literalmente significa "doncellas." De esto se ha deducido que la indicación musical aludía al canto de voces blancas; conforme a ello, traducimos para voces altas. Los LXX, sin duda leyendo 'al-'alumóth, traducen: "sobre las cosas ocultas." Así la Vg: "pro arcanis." Símaco: "sobre las cosas eternas." Aquila y San Jerónimo: "pro iuventutibus." Probablemente es una alusión a una canción popular que empezaba con "a las doncellas," conforme a la cual había de amoldarse el ritmo del canto.
El salmista empieza cantando la seguridad que le da la protección de Dios, que en cualquier momento es asequible, particularmente en las tribulaciones. La experiencia de la ayuda divina es una garantía de que en todo momento los ha de salvar. Aunque ocurra un cataclismo y tiemble la tierra y se conmuevan los montes en el seno del mar -terremotos y maremotos-, el Dios de los ejércitos estaría siempre con los suyos.
Sal 46, 5-8. Yahvé habita en Sión y la protege
El poder omnímodo de Dios llega hasta domar las fuerzas del mar alborotado, haciendo salir de él un río que, lejos de traer la desolación y la ruina, trae la bendición, alegrando la ciudad de Dios. Los autores que suponen que el salmo es de Isaías, creen que aquí río alude al canal de Ezequías. En Is 8, 6 se habla de "las aguas de Siloé, que descienden mansamente" -símbolo del gobierno paternal y suave de Dios, que habita en el templo, teniendo bajo su sombra protectora a la ciudad de Sión, en contraposición al río impetuoso de Asiría, que todo lo anega, sembrando la desolación-, y en Is 33, 21 se dice que Yahvé es para los israelitas "río y anchos canales" que protege y rodea a su ciudad santa. Podemos considerar la frase del salmo Un río con sus brazos alegra la ciudad de Dios como una explicación del texto isaiano, si bien insistiendo, más que en la idea de protección, en la de fuente de fertilidad y alegría. La ciudad de Dios es Jerusalén, santificada con la presencia divina, lo que es una garantía de permanencia. Allí mora el Altísimo, expresión poética arcaizante para designar al Dios de Israel; por eso, aunque se conmueva toda la naturaleza, no será movida. La derrota del ejército de Senaquerib era una prueba de la especial protección divina sobre ella. La liberación milagrosa es como la aurora o clarear de la mañana, que sucede a la noche tenebrosa de la opresión y el peligro. También en la frase del salmista encontramos como un eco de Is 17, 12-14: "Ruido de muchedumbres innumerables, como el estruendo del mar; tumulto de naciones, como el estrépito de aguas copiosísimas. Los amenaza él, y huyen lejos, ahuyentados como el tamo de los limpiadores, arrebatado del viento, como el polvo arrebatado por el huracanado torbellino. A la hora de la tarde será el espanto, y a la mañana habrán desaparecido." El salmista juega con el doble símil del ataque de los ejércitos de las naciones, que hostigan al pueblo elegido, y la conmoción de la naturaleza. Todo parece trastrocarse: se turban las naciones, vacilan los reinos...; pero interviene Dios, y todo se calma, como, cuando se conmueven las fuerzas cósmicas, da su voz, su trueno, y se derrite la tierra por sus rayos fulgurantes y abrasadores. El pueblo israelita puede estar tranquilo en medio de esta conmoción de pueblos y de la naturaleza, porque Yahvé de los ejércitos -alusión a su señorío sobre las constelaciones celestes, que se mueven a su mando con precisión militar; a su dominio sobre todas las cosas y, sobre todo, a su intervención en favor de Israel en la historia contra sus enemigos- está con él. Es el título característico de la literatura profética, especialmente en los escritos de Isaías. El redactor del salmo mantiene la expresión estereotipada a pesar de estar dentro de la colección "elohística" del Salterio. Yahvé es el Dios de Jacob, expresión que alude primero a la protección prestada al patriarca en su vida azarosa huyendo de su hermano Saúl, y después a su descendencia, a Israel como nación. Esta expresión aparece también en Isaías y algunos salmos. Su vinculación a la descendencia del patriarca es una garantía de protección incondicional en los momentos críticos de su historia: es su ciudadela.
Sal 46, 9-12. Yahvé es Dios de paz
Después de presentar a Yahvé dominando las fuerzas cósmicas y las grandes conmociones históricas en beneficio de su pueblo, el poeta hace una invitación a reflexionar sobre las proezas y gestas de Yahvé, obra de su omnipotencia. La invitación se dirige a todos, pero especialmente a las naciones gentílicas, que deben recibir una lección de los hechos ocurridos (versículo 11). La intervención divina acabará por imponer la paz universal, haciendo cesar la guerra hasta los confines de la tierra. La perspectiva del salmista, como la de los profetas en general, se ensancha y proyecta hacia los tiempos mesiánicos, idealizando el futuro conforme a las ansias de paz que hay en el corazón del hombre. En Is 2,4 se habla de una época venturosa futura en la que "de espadas se harán rejas de arado, y de las lanzas, hoces. No alzarán la espada gente contra gente, ni se ejercitarán para la guerra." El salmista se sitúa en la misma panorámica deslumbradora: Él (Yahvé) rompe el arco, troncha la lanza y hace arder los escudos en el fuego (versículo 10b). Es el mismo pensamiento de Is 9,4: "Y han sido echados al fuego y devorados por las llamas los zapatos jactanciosos del guerrero y el manto manchado en sangre." Es la obra del Emmanuel ("Dios con nosotros"). Justamente en el salmo se repite el estribillo de que Yahvé de los ejércitos hará la liberación porque está con nosotros. La dependencia del salmo de los escritos isaianos es tan estrecha, que bien podemos ver en ello una relación con los grandes vaticinios liberadores del profeta. La perspectiva de la paz mesiánica futura era la estrella polar de los angustiados corazones israelitas, tantas veces probados por los sobresaltos bélicos. Así, el salmista, después de aludir a una portentosa liberación de Jerusalén de una invasión de pueblos enemigos, anuncia a sus contemporáneos que esto será el símbolo de otra liberación más amplia y definitiva, cuando desaparezcan todos los instrumentos de guerra. Zacarías se hace eco de esta ansia universal de paz: "Extirpará los carros de guerra de Efraím, y los caballos en Jerusalén, y será roto el arco de guerra, y promulgará a las gentes la paz..."
Finalmente, el salmista pone en boca de Yahvé una amonestación a las naciones para que entren en cordura y reconozcan su señorío como Dios, y, en consecuencia, desistan de atacar a su pueblo, pues, de lo contrario, tendrán que vérselas con su omnipotencia: Cesad y reconoced que yo soy Dios... Tiene señorío sobre las gentes y naciones, y, por tanto, no se pueden librar de su manifestación punitiva, ya que El domina toda la tierra (versículo 11). Es una amonestación similar a la de Sal 2, 10: "Ahora, pues, ¡oh reyes! obrad prudentemente; dejaos persuadir, rectores todos de la tierra. Servid a Yahvé con temor, rendidle homenaje con temblor. No se aire y caigáis en la ruina, pues se inflama de pronto su ira."
El estribillo final repite la confianza en la protección de Dios, que es el Señor de los ejércitos, y, al mismo tiempo, Dios de Jacob, vinculado a su descendencia por un pacto.
Sal 47, 1-10 (Vg 46): Invitación a las gentes a reconocer la soberanía de Yahvé
Esta composición tiene el aire de un himno de alabanza a Yahvé, que muestra su majestad y poder indomable sobre todos los pueblos y su protección sobre Israel. No pocos autores consideran este salmo como continuación conceptual del anterior, y por ello compuesto en la misma ocasión de una liberación milagrosa del pueblo elegido, que estuvo a punto de ser anegado por una conmoción de pueblos coligados contra él. Se invita a todas las naciones de la tierra a participar en este homenaje solemne al que triunfa sobre todos los pueblos. El poeta escenifica enfáticamente el triunfo de Yahvé, que, después de bajar a la tierra a pelear por su pueblo, sube a su morada celeste entre las aclamaciones de los pueblos del orbe, brillando así su gloria y majestad. Desde allí gobernará sobre todos los pueblos, cuyos príncipes serán sus vasallos. Esta predicción de la sumisión de todos los reyes de la tierra a Yahvé tiene el sello de las profecías mesiánicas. Los salmistas -como en general los profetas- vivían de la esperanza en el establecimiento de la futura teocracia mesiánica, y por eso su imaginación se dirige constantemente a esta panorámica maravillosa caracterizada por el triunfo total de Yahvé y el reconocimiento de su soberanía por todos los pueblos.
El salmo se divide en dos estrofas paralelas. Los críticos modernos insisten en el carácter escatológico del mismo, y por ello suponen que es de época reciente. No obstante, la alusión a la entronización de Yahvé como Soberano de todas las naciones gentílicas se puede concebir como una idealización de un poeta con sentido profético, que ya en los tiempos gloriosos de la monarquía, cuando Israel dominaba sobre otros pueblos, como moabitas, sirios, amonitas y filisteos, se columbraba una etapa futura de triunfo universal, conforme a las promesas hechas a los patriarcas sobre la bendición de todas las gentes en la estirpe de Abraham. Los hagiógrafos tienen un sentido profético de la historia, y su mente se dirige siempre a la culminación de la etapa en que se cumplirán estas promesas.
Sal 47, 1-6. Yahvé someterá las naciones a Israel
Se invita a todas las naciones a asociarse al triunfo espectacular de Yahvé como Soberano de todos los pueblos. Es el gran rey no sólo de Israel, sino de todas las gentes. En los textos cuneiformes asirios, el soberano se da el título arrogante de "gran rey." Aquí el salmista aplica este título a Yahvé, único Señor de los hombres todos. Para destacar su carácter superior y trascendente se le llama el Altísimo, traducción no segura del Elyon, nombre que en Gn 14, 18 se da al dios de Melquisedec, reconocido como tal por el propio Abraham, que le ofrece los diezmos. En la literatura poética arcaizante no es raro este nombre para designar al Dios de Israel. Aquí se le da, además, el epíteto de terrible, pues tiene a disposición la omnipotencia, y nadie puede hacerle frente. La divinidad es concebida como una fuerza temible, que puede dar la muerte al que indignamente se acerque a ella o trate de empañar sus derechos. La misma "santidad" es concebida como una fuerza aislante de lo divino, que lo protege contra toda contaminación indigna. Aquí el salmista da a Yahvé el epíteto de terrible para hacer reflexionar a las naciones que puedan oponerse al reconocimiento de su soberanía.
Si bien Yahvé es el Señor de todos los pueblos -y, en consecuencia, todas las naciones y gentes deben reconocer su soberanía-, está particularmente vinculado en los destinos históricos a Israel, que ha elegido como heredad (versículo 5), su porción selecta entre los pueblos; por eso a él los someterá, poniéndolos a su servicio (versículo 4). Es la concepción nacionalista que encontramos en muchos vaticinios proféticos. Los hagiógrafos del A.T., al no tener luces sobre la retribución en el más allá, esperan una era de prosperidad material para la sociedad israelita, tantas veces conculcada y afligida por la invasión de los ejércitos extranjeros. Cuando veían a éstos pasar y dominar su país, surgía, por contraste, la idealización de los tiempos futuros, en que Israel habría de ser la nación soberana sobre todos los pueblos, por ser la heredad particular del Señor del universo. Es el orgullo de Jacob o el "primogénito" de Yahvé.
La tierra de Canaán fue entregada por decreto divino a Israel, y constituye por eso el orgullo de los descendientes de Jacob. Jeremías pone en boca de Yahvé estas palabras: "¿Cómo voy a contarte entre mis hijos y darte una tierra escogida, una magnífica heredad, preciosa entre las preciosas de todas las gentes?". Israel, como colectividad nacional, nace en las estepas del Sinaí, y, en comparación con las regiones desérticas de esta península, Canaán resultaba para las mentalidades semibeduinas hebreas como una "tierra que mana leche y miel". Este país de feracidad excepcional -que en realidad no podía compararse a la de los pueblos mesopotámicos, fenicios y egipcios- fue cantado por los poetas de Israel como la tierra más deliciosa del orbe; es el orgullo o magnificencia de Jacob. La elección de Israel por Dios se debe al amor que le tuvo, no a los méritos de aquél: Jacob, a quien amo.
Yahvé ha tomado posesión de su tierra santa y de su pueblo, como lo hizo al manifestarse sensiblemente el día de la inauguración del templo salomónico; ha descendido a auxiliar a su pueblo en momentos críticos, y ahora se eleva a su morada celeste entre aclamaciones y al son de las trompetas (versículo 7). Durante los primeros tiempos de la monarquía y antes en el desierto, el arca era el símbolo de la presencia de Yahvé en su pueblo; en torno a ella, la multitud mostraba su devoción al Dios de Israel; cuando procesional -mente subía las gradas del templo, se simbolizaba su entrada triunfal también en la morada celeste, el "cielo de los cielos," en la cúspide del firmamento, desde donde contemplaba a los hombres y gobernaba los pueblos. El salmista parece ahora aludir a esta entronización solemne de Yahvé, que asciende, glorificado por las aclamaciones populares, a sus mansión empírea.
Sal 47, 7-10. Yahvé, Rey del universo
El salmista se dirige a Israel y a los príncipes de las naciones que (se han sumado a esta aclamación jubilosa del Dios de Israel, que se eleva majestuoso a tomar posesión de su trono celestial como soberano único del orbe y de los pueblos. El reinado de Yahvé no se limita a Israel, sino que se extiende a las gentes o naciones paganas, y el poeta quiere que éstas reconozcan su soberanía. Desde antiguo, su reinado fue reconocido por Israel; pero llega la hora de que se le aclame como Rey de todos los pueblos, cuando se siente en su santo trono celestial para juzgar a todos los seres humanos. Su morada en el templo de Jerusalén es un símbolo de la otra celestial. Idealizando la situación, el salmista presenta ya a los príncipes de los pueblos reunidos en torno al pueblo elegido, el pueblo del Dios de Abraham. Es el cumplimiento de la promesa hecha al gran patriarca de que en él serían bendecidas todas las gentes. En los vaticinios mesiánicos no faltan alusiones a esta adhesión de las naciones a la religión de Israel, formando sus ciudadanos una categoría subordinada a la de los propios israelitas, que serán ciudadanos por derecho propio en la nueva teocracia. Se les admite al culto, pero no constituyen propiamente el "pueblo de Dios," título reservado a Israel, "primogénito" de Yahvé. El título Dios de Abraham recuerda las promesas hechas al gran patriarca sobre la gloria de su descendencia, multiplicada como las arenas del mar. Los príncipes y grandes le pertenecen y le están sometidos, y bajo este aspecto también están sometidos al pueblo que es su heredad particular entre todas las naciones.
Sal 48, 1-15 (Vg 47): Himno a la gloria de Jerusalén
Este salmo parece la contrapartida del 46: "en éste, la presencia de Dios en medio de Sión es la garantía de su seguridad, mientras que en el salmo 47 la seguridad de Sión es el resultado de esta presencia". Es una composición dirigida a los peregrinos que vienen a Jerusalén, a los que se invita a considerar la magnificencia de la ciudad y de su templo, y se les recuerda la milagrosa liberación de la ciudad santa de un ataque enemigo. Aunque por su contenido este salmo tiene mucho de parecido con el 46, sin embargo, el tono es más suave: "el salmo 46 parece compuesto para guerreros y avanza con4un movimiento poderoso y majestuoso; el salmo 47, en cambio, destinado a peregrinos, es de un tono más dulce, aunque no desprovisto de fuerza y vivacidad, y tiene el ritmo de una elegía".
Podemos dividir la composición en dos partes netas, con dos estrofas cada una: a) alabanza de Yahvé y de Sión (2-4) y descripción de la liberación de Sión por Yahvé (5-8); b) acción de gracias en el templo (10-12) e invitación a visitar detenidamente la ciudad santa (13-15). El versículo 9 parece un estribillo de unión.
Después de Teodoreto se ha propuesto como fecha de composición del salmo la inmediata a la liberación de Jerusalén del ataque del ejército de Senaquerib en 701 a.C. Esta portentosa derrota del ejército asirio dejó eco en la literatura y tradición popular bíblica, y bien pudo dar lugar a composiciones salmódicas como la presente. Por otra parte, las concomitancias literarias que el salmo tiene con los escritos isaianos de esta época avalan esta suposición. No hay indicios seguros de alusiones escatológicas, como pretenden algunos autores, que suponen que el salmo es del siglo II antes de Cristo.
Sal 48, 1-4. Sión, ciudad del gran Rey
Como es habitual en otros himnos, el salmista empieza ex abrupto, sin introducción, destacando la alabanza de Yahvé y de su morada, el templo jerosolimitano. Por sus proezas en favor de la ciudad santa, Yahvé es digno de alabanza en grado sumo. Jerusalén es la ciudad de nuestro Dios, porque en ella tiene su residencia oficial en la tierra, y está particularmente unido a sus destinos históricos. Su monte santo, la colina de Sión, es la alegría de toda la tierra. Sobre las ruinas humeantes de la ciudad después de la catástrofe del 586 dirán burlonamente los transeúntes: "¿Es ésta la ciudad que decía del todo hermosa, la delicia de toda la tierra?". El profeta anuncia la restauración de la ciudad santa en estos términos: "De abandonada que eras..., yo te haré eterno prodigio, delicia de los siglos". En la perspectiva de los hagiógrafos -que vivían de las gloriosas promesas mesiánicas-, Jerusalén era el centro de toda la tierra, de forma que todos los pueblos habrían de acudir a ella para adoctrinarse en la Ley y encontrar la paz y concordia.
Es más, como morada permanente de la divinidad, Sión se halla en los confines del aquilón, sobrepasando a las montañas sagradas, en las que, según las mitologías orientales, moraban los dioses. En Ras Shamra se ha encontrado un "baal Safon" (señor del aquilón). En Is 14, 13 se dice de la arrogancia del rey de Babilonia: "Tú, que decías: Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono, me instalaré en el monte santo, en las profundidades del aquilón." Es el monte Nisir, donde -según la mitología meso-potámica- tenían su morada los dioses, como los númenes helénicos en el Olimpo. El profeta se acomoda a estas concepciones populares, dando un nuevo sentido. El salmista también juega con estas concepciones folklóricas ambientales, y coloca al monte santo, Sión, morada de Yahvé, en los confines del aquilón. El profeta Ezequiel contempla el nuevo templo de Jerusalén sobre un. "monte altísimo"; es la idealización de la modesta colina de Sión, que en el futuro "será establecida por cabeza de montes y será ensalzada sobre los collados, y correrán a él todas las gentes...". Allí está la ciudad del gran Rey, el centro de la teocracia hebraica. El título de gran Rey -corriente en los documentos cuneiformes aplicado a los reyes de Asiría- aparece en los salmos también aplicado a Yahvé. Aquí se le presenta habitando en sus alcázares -el templo-, desde donde dispensa su protección a la ciudadela de Jerusalén (versículo 4).
Sal 48, 5-9. Victoria de Yahvé sobre los enemigos de Sión
El salmista se hace eco de una coalición de reyes que avanzan hostilmente contra Jerusalén, la capital de la teocracia, donde mora Yahvé. Sabemos que en 734, en tiempos de Acaz, los reyes coligados de Damasco y Samaría pusieron cerco a la ciudad santa. Es la ocasión en que Isaías profirió el famoso vaticinio del "Emmanuel," símbolo de liberación y de castigo a la vez. En 701, el ejército de Senaquerib puso de nuevo sitio a Jerusalén, en tiempo de Ezequías; y el rey de Asiría, Senaquerib, se gloría de que sus capitanes subordinados tienen categoría regia: "Mis lugartenientes, ¿no son reyes?". Quizá en el salmo la palabra reyes se ha de tomar en este sentido amplio, en el supuesto de que fuera redactado con ocasión de este asedio de los asirios. Estos, lejos de apoderarse de la ciudad santa, al verla quedaron espantados, y se retiraron descorazonados. No concreta el poeta la razón de esta fuga vergonzosa; pero atribuye la derrota de los asediantes a una milagrosa intervención divina. El poeta dramatiza la situación militar desesperada: vieron..., espantados..., se dieron a la fuga. Es justamente lo contrario del "veni, vidi, vici" de César.
El temblor y espanto de los fugitivos es comparado a los dolores de la mujer en parto, símil muy usual en la Biblia para designar los dolores más agudos. La intervención divina ha tenido el efecto del huracanado viento solano, que destroza hasta las naves de Tarsis, los navios de mayor tonelaje de la época, por ser las que tenían un recorrido más largo, hasta los extremos de Occidente, hasta la Tartesos" de los griegos, en la desembocadura del Guadalquivir.
Esta derrota de los enemigos del pueblo de Dios estaba predicha; y así, los testigos oculares confiesan: como lo habíamos oído, así lo hemos visto (versículo 9). En la tradición popular israelita flotaban las gestas de Yahvé en beneficio de su pueblo desde los tiempos del éxodo. Estos prodigios de salvación del pueblo israelita los han vuelto a ver los contemporáneos del salmista. La experiencia ha confirmado la tradición sobre la protección divina sobre Israel. Esto funda las mejores esperanzas sobre la permanencia y subsistencia de la ciudad santa por siempre, ya que Yahvé la protegerá y defenderá contra todos los enemigos. Esta confianza ciega en la permanencia de Jerusalén frente a todo embate se convirtió en una razón talismánica para no aceptar como posible la entrada de las tropas de Nabucodonosor en ella. Contra esta falsa presunción tuvo que luchar denodadamente Ezequiel en el exilio.
Sal 48, 10-12. Acción de gracias por la victoria
A la vista de tales portentos, los fieles reconocen la piedad de Dios y meditan en ella, dando gracias en el templo y considerando el sentido verdadero de estos acontecimientos, en los que se ve la protección divina. El nombre del Dios de Israel, es decir, sus prodigios en favor de su pueblo, llenan de alabanzas los confines de la tierra. La imaginación profético-mesiánica del salmista se lanza en seguida hacia los tiempos en que todos los pueblos reconozcan los designios y caminos de la omnipotencia divina, puesta a disposición de los destinos históricos de Israel como nación elegida entre todas para manifestarse a las gentes. La diestra de Dios obra siempre conforme a justicia, y, por tanto, el auxilio milagrosamente prestado prueba la justicia de los intereses de Israel en la historia. En consecuencia, debe alegrarse el monte de Sión, y a esta alegría deben sumarse las hijas de Judá, es decir, las ciudades menores de Judá, que habían también sufrido de la incursión del enemigo. La victoria de la capital es el triunfo de ellas contra el invasor. Con ello se han manifestado los juicios de Dios, que vela siempre por la causa de la justicia.
Sal 48, 13-15. Invitación a visitar minuciosamente la ciudad
El salmista cierra su composición invitando a los peregrinos a admirar personalmente las maravillosas construcciones de la ciudad santa, para que cuenten sus maravillas a las nuevas generaciones. Deben comprobar que está intacta, sin sufrir del asedio gracias a la intervención salvadora de Yahvé. Las maravillosas construcciones tienen para ellos un mensaje religioso. Quizá la invitación no sea dirigida a los peregrinos, sino a los habitantes de Jerusalén, para que salgan de sus escondrijos y estrecheces del asedio para inspeccionar sin miedo las distintas construcciones sobresalientes de la ciudad y vean que no han sufrido nada. Deben narrarlo a las nuevas generaciones, para que se percaten de la fortaleza y fidelidad del Dios de Israel, que guía a su pueblo a través de todas las vicisitudes históricas.
Sal 49, 1-21 (Vg 48): El enigma de la providencia
En este salmo didáctico-sapiencial se plantea el gran problema de la retribución en esta vida: ¿Por qué prosperan los impíos, mientras los justos llevan vida dura y miserable? Este problema es el tema central del libro de Job y de algunos otros salmos, como el 39, 73, 90 Y 139. La solución está en los caminos misteriosos de la Providencia, que son inescrutables al humano entendimiento. Al hombre, por tanto, no le queda sino acatar estos misteriosos designios divinos y procurar, con todo, amoldarse a las exigencias de su Ley.
El autor del salmo es un moralista de la escuela de los "sabios," que insiste en el hecho de que las riquezas no acompañan al impío a la otra vida. Por otra parte, tiene seguridad de que el justo triunfará sobre el impío y que Dios le premiará su virtud (versículo 15) librándole del Seol, o morada de los muertos (versículo 16). El estilo sentencioso con que se expone el tema tiene muchas afinidades con el del libro de los Proverbios. El salmo puede dividirse en dos partes, cada una de ellas con dos estrofas, precedidas de un preludio (1-5). Las dos secciones del salmo (versículo 6-12 y 14-20) se cierran con un estribillo (versículo 13 y 21) que predica la caducidad de las riquezas humanas. El estilo sapiencial y sus analogías de expresión con el salmo 73 hacen pensar que el salmo 49 es de composición tardía, no anterior al siglo III a.C.
Sal 49, 1-5. Preludio: invitación a prestar atención
Con todo énfasis, el poeta pide atención a sus oyentes, pues va a dilucidar un problema difícil y a aportar luz a un misterio. Sus palabras se dirigen a los pueblos todos, porque va a tratar de un interrogante que angustia a todas las conciencias: el problema de la justa retribución y compensación en esta vida por las buenas o malas obras realizadas. Por ello, el tema de su discurso es de interés general para todos los moradores del Universo. La literatura "sapiencial" se caracteriza por abordar problemas humanos en toda su universalidad; así, en el libro de Job se plantea con crudeza el problema de la ecuación entre la virtud y la prosperidad en esta vida, y en el libro del Eclesiastés se aborda la realidad de la variedad de las cosas y quehaceres humanos, analizando las inquietudes del hombre sin restricción de fronteras ni razas. El salmista se sitúa en la misma perspectiva universalista: trata del misterio de la Providencia en la vida de los seres humanos como tales, prescindiendo de su pertenencia o vinculación a Israel.
Los críticos resaltan la analogía literaria de este preludio y la introducción al libro de los Proverbios 3 y el exordio del discurso de Elihú en el libro de Job. En Mi 1, 2 encontramos también una introducción enfática y solemne similar a la del salmo: "¡Escuchad, pueblos todos!". El salmista especifica su auditorio (plebeyos y nobles, ricos y pobres...), para insinuar el matiz de su discurso. En el contexto del salmo, rico viene a ser sinónimo de impío, y pobre equivalente a justo. La experiencia dice que los impíos se enriquecen, mientras los justos llevan vida pobre y despreciable. Ahora el salmista quiere probar con sus sentencias sabias y sus palabras sensatas que, en el fondo, la felicidad está al lado del justo, aunque ahora le toque sufrir, pues a la hora de la verdad tendrá la rehabilitación plena, mientras que el impío tendrá que dejar sus riquezas después de la muerte sin compensación alguna. Con todo, su exposición tendrá mucho de enigma. El salmista va a exponer, pues, de modo proverbial y enigmático su solución al problema (versículo 5), inteligible sólo al que tenga perspicacia mental.
Sal 49, 6-13. La prosperidad de los impíos es sólo transitoria
El salmista sale al paso de los justos que vacilan en sus caminos al contemplar la prosperidad de los malvados y la propia miseria. En realidad, los fieles a la Ley divina están constantemente hostilizados por los que viven fuera de toda ley, los cuales van pisando los talones del justo, poniéndole añagazas y haciendo ostentación de su opulencia y riquezas, para hacerle ver que el único modo de medrar en la vida es no tener escrúpulos religiosos y morales (versículo 7). Pero, en realidad, su presunción se basa en un supuesto falso, ya que sus riquezas bastarán para rescatarle de la muerte, pues Dios es el único dueño de la vida y de la muerte y no permite que se rescate por dinero su vida; las mayores riquezas no son suficientes para servir de rescate de la vida de un hombre. Según la legislación mosaica, en determinados casos se podía redimir y rescatar la vida con dinero. Pero nadie puede creer que ha de continuar viviendo indefinidamente, pues el precio del rescate de su vida es tan caro, que no hay dinero suficiente para librar de la muerte. La experiencia muestra que todos, sabios o necios, mueren. Al sabio de nada le sirven sus conocimientos para librarse de la muerte; al final, su suerte es como la del necio o ignorante, pues tiene que dejar a otros sus haciendas y contentarse con sus tumbas como moradas permanentes. Aunque anteriormente hubieran dado sus nombres a las tierras que poseían, ahora tendrán que contentarse con dar nombre a un sepulcro, a unos pies de tierra. Esta es la gran realidad de la muerte, que evapora todas las falsas ilusiones de la vida. Es inútil que el hombre espere perdurar en su esplendor y triunfo, pues al fin desaparece como las bestias, que perecen (versículo 13).
Sal 49, 14-21. Contraposición de la suerte final de los impíos y de los justos
Los autosuficientes, que creen que no deben confiar sino en sus riquezas, olvidándose de Dios, tendrán un fin desastroso, pues serán visitados por la mano justiciera de Dios, que les enviará la muerte; ésta los gobernará y pastoreará su rebaño en la región tenebrosa del Seol, la morada de los muertos. Esta personificación de la muerte es irónica: los impíos, que no han querido someterse al gobierno paternal de la Providencia divina, serán tratados como rebaño destinado al matadero y pastoreado por la muerte. En una noche desaparecen, y a la mañana su figura se desvanece. Los justos, en cambio, despiertan triunfantes sobre los opresores caídos (versículo 14): "ha pasado la noche de la opresión para venir la mañana de la liberación"; es el alborear (mañana) del día justiciero de Yahvé del que habla el profeta: "He aquí que viene el día ardiente como horno, y serán entonces los soberbios y los obradores de iniquidad la paja, y el día que viene la prenderá fuego... Mas para vosotros, los que teméis mi nombre, se alzará un sol de justicia que traerá en sus alas la salud..., y pisotearéis a los malvados, que serán como polvo bajo la planta de vuestros pies...".
El salmista supone que, en el día de la manifestación justiciera de Yahvé sobre los pecadores, los justos los dominarán; es la misma idea del vaticinio profetice, expresada con menos radicalismo. Ante la perspectiva del profeta y del salmista, el "día de Yahvé" es el día de la manifestación de su justicia antes de la inauguración mesiánica. En Sal 1, 5 se dice que "no prevalecerán los impíos en el juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos, porque conoce Yahvé el camino de los justos, pero la senda de los pecadores acaba mal." En efecto, el camino de los que insensatamente confían en sí mismos (versículo 14) llevará a la perdición en la hora de la verdad, que es la de la intervención justiciera de Yahvé. Entonces los impíos serán como un rebaño destinado al sacrificio, a la muerte, que será su "pastor".
En cambio, la situación del justo será muy diversa en la hora de la prueba definitiva, ya que Dios le rescatará del Seol, es decir, le liberará de la muerte afrentosa que espera a los impíos; en el momento crítico de la manifestación justiciera, Dios le tomará a sí (versículo 16). En cambio, los pecadores son presa, del Seol, donde su figura se desvanece, pues es la región de las "sombras," en la que los difuntos llevan una vida lánguida como en ectoplasma, sin el vigor físico que caracteriza a la corporal de la tierra. Al contrario, los justos serán objeto de una particular providencia divina, pues serán preservados de la muerte que amenaza a aquéllos. La perspectiva es escatológica, y parece aludir al juicio divino antes de la manifestación mesiánica y la implantación de la nueva teocracia, a la que sólo tendrán acceso los justos. Según la mentalidad del A.T., Dios envía a los pecadores una muerte prematura, mientras que a los que le son fieles les otorga una vida larga. Según el salmista, las riquezas de los impíos no tendrán valor para rescatar su vida a la hora de la muerte, mientras que las obras buenas y la fidelidad del justo contribuirán a que Dios rescate su alma o vida (versículo 16) de la muerte. En los salmos son corrientes las frases alusivas al rescate de la vida del justo de una muerte inminente. En el momento crítico, Dios le tomará para que no vaya a engrosar el rebaño de los impíos, que están destinados a la muerte. En Gn 5,24 se dice de Henoc que Dios "le tomó," librándole de la muerte corporal. Quizá en las ansias de supervivencia del salmista haya una remota esperanza de ser preservado de la muerte de modo milagroso, pero en el contexto no hay indicios claros para esta suposición.
En el contexto no encontramos la expresión clara de la esperanza de supervivencia en la otra vida en intimidad con Dios, como se supone en el libro de la Sabiduría; ni menos la esperanza de resurrección; pero en las palabras del salmista hay unos deseos incoercibles de permanecer viviendo a la sombra protectora de Yahvé, y, en este sentido, sus afirmaciones llevan el germen de la futura doctrina sobre la retribución en ultratumba, lo que es más verosímil suponiendo que el salmo sea de la época tardía sapiencial, cuando los problemas individuales privaban sobre los de la colectividad, conforme a la nueva vía abierta por Ezequiel sobre la responsabilidad personal. No obstante, si el salmista hubiera afirmado abiertamente la vida dichosa del justo después de la muerte, habría dado una solución más clara al problema de la desigualdad del impío y del justo en esta vida. Aquí parece que la compañía y las buenas relaciones con Dios son la mejor garantía para el justo contra la muerte, al tener menos probabilidades de ser arrebatado en muerte prematura como el impío.
Consecuencia de esta doctrina es que no se debe tener envidia del que prospera en esta vida, pues sus riquezas no le servirán para después de la muerte, y más bien aceleraran el fin del que las posee si no vive según la ley divina (versículo 18). Es lo que declara el sabio en Qo 5, 13: "Piérdanse las riquezas...; como desnudo salió del seno de su madre, desnudo se tornará..., y nada podrá tomar de sus fatigas para llevárselo consigo...". El vate latino refleja este mismo pensamiento: "Haud ullas portabis opes Acherontis acl undas: Nudus ad inferna, stulte, vehere, rate". Durante su vida se halagaba a sí mismo, creyendo que había triunfado en ella al poder satisfacer sus caprichos y considerándose al abrigo del infortunio; pero llegará la hora de dejarlo todo, para ir a la morada de sus padres, la región tenebrosa del Seol. Según la mentalidad viejotestamentaria, los difuntos se reunían por familias en la región de las sombras, imitando así de algún modo la vida anterior en la tierra; pero el Seol es una región de "sombras" y en ella no se ve la luz (versículo 20). El que ha entrado en esta región oscura no podrá volver de nuevo a la vida luminosa de la tierra. El salmista termina repitiendo el estribillo de que el esplendor del ser humano es transitorio, y al fin muere como las bestias (versículo 21).
Sal 50, 1-23 (Vg 49): El culto aceptable a Dios
Esta composición salmódica es, por su contenido, muy afín al de la predicación profética: se rechaza el formalismo externo del culto cuando va desprovisto de un espíritu de compunción y de fidelidad a la Ley, con sus preceptos relativos a los derechos de Dios y del prójimo. El salmo se divide en tres partes: a) preludio: el poeta describe una teofanía de Yahvé, que se manifiesta en su majestad aterradora para destacar más la urgencia de cumplir lo que va a comunicar (1-6); b) el culto formalista externo no tiene valor si no va acompañado de sentimientos religiosos internos, respetando los derechos de Dios (7-15); c) deben guardarse, ante todo, los preceptos de justicia y caridad con el prójimo (16-23).
El estilo es el de los oráculos profetices, haciendo hablar al propio Dios. La introducción recuerda la teofanía del Sinaí, que quedaron como modelo literario estereotipado para describir las terroríficas apariciones del Dios de Israel. Se apostrofa a los cielos y a la tierra, se interroga, amenaza, todo lo cual está dentro del estilo característico de los profetas. Es, pues, este salmo una composición didáctico-profética. "El salmo anterior, 49, era un eco del "sabio," mientras que éste lo es de los profetas; conforme al método característico "sapiencial," el autor se dirige a "todos los pueblos"; aquí, según el característico método profético, se dirige al "pueblo de Yahvé". La doctrina versa sobre los deberes hacia Dios y hacia el prójimo, conforme a la distribución general del Decálogo. Ya a Samuel se había dicho que Dios prefiere la "bondad a los sacrificios, y la obediencia a los holocaustos". La doctrina del salmo se relaciona con lo expuesto en Is 1, 11ss y Mi 6, 6ss. Esta verdad aparece después en la literatura sapiencial. El valor de los sacrificios es inferior a los deberes morales, y, sobre todo, aquéllos no tienen valor sin el cumplimiento de éstos.
En el título el salmo se atribuye a Asa, que era músico de David. Como hay cierta dependencia literaria respecto de los grandes profetas, hemos de suponer que es posterior al rey-poeta; así, puede ser eco de la predicación profética del siglo VIII al VI a.C. No pocos críticos prefieren rebajar la época de composición a los tiempos posteriores al destierro babilónico en razón de algunos supuestos arameísmos.
Sal 50, 1-6. Introducción: teofanía de Yahvé, que viene a juzgar a Israel
En esta teofanía de Yahvé se le presenta viniendo del centro de la teocracia, Sión, y mostrándose en su majestad fulgurante como en el Sinaí. Es presentado a los lectores de modo sobrecogedor para conseguir un efecto psicológico de temblor: la misma tierra es invitada a comparecer ante el Juez soberano, Yahvé, Dios de dioses. Los nombres de la divinidad se acumulan para impresionar más a los destinatarios: Yahvé es, bajo este nombre, el Dios vinculado a los destinos de Israel como colectividad nacional; con su nombre de Elohim, que traducimos por el genérico de Dios, dice relación a toda la obra de la creación y a toda la humanidad. El mismo Dios de la alianza -Yahvé- es el Creador y Soberano de la historia humana. Como tal, está por encima de todos los supuestos dioses de las gentes. Para el salmista, el Dios nacional Yahvé es la realidad suprema de las cosas, que ahora se le manifiesta para juzgar al pueblo elegido por sus infidelidades. Su morada oficial en la tierra es Sión, a la que se califica como ahechada de hermosura, es la "delicia de toda la tierra" de Sal 48, 3. En 1M 2, 12, el templo es llamado "nuestra beldad y nuestra gloria." Yahvé habita en el templo, sobre los querubines, y de esa morada oficial sale ahora, revestido de majestad y fulgor, a juzgar a su pueblo prevaricador. Y convoca a toda la tierra en toda su latitud -desde el levante al poniente- para que sea testigo de este juicio que va a hacer sobre el pueblo elegido.
La manifestación de Dios no es en silencio, sino ruidosa en extremo, pues lleva por escolta el fuego abrasador y la furiosa tempestad, sembrando el terror por doquier y barriendo con sus rayos a todos los que se opongan a su paso. El profeta Habacuc describe así la teofanía de Yahvé: "Su majestad cubre los cielos, y la tierra se llena de su gloria. Su resplandor es como la luz: de sus manos salen rayos, con que vela su poder. Delante de él va la mortandad, y a su zaga el azote. Si se detiene, hace temblar la tierra, y si mira, conmueve las naciones. Los montes eternos se resquebrajan, se abajan los eternos collados, sus antiguos caminos". Pero el salmista no hace venir a Yahvé del Sinaí, como es ley en esta literatura de teofanías, sino del propio templo de Jerusalén, para mostrar que, si bien mora en medio de ellos y los gobierna plácidamente, "como mansamente descienden las aguas de Siloé", cuando llega el momento de la justicia, sale de su templo a castigar a los transgresores.
Por exigencias de su naturaleza tiene que vivir en una atmósfera de "santidad," y por ser el "Santo de Israel" no puede tolerar habitar en medio de un ambiente de infidelidad religiosa. Los cielos y la tierra deben ser testigos de su intervención judicial, pues toda la creación debe apercibirse de las exigencias de su justicia ultrajada; y, en concreto, los cielos y la tierra han sido testigos de las defecciones de Israel a través de la historia. El poeta, en un arranque oratorio, invita a la naturaleza muda a asistir al juicio contra el pueblo pecador. En el cántico de Moisés se toma a los cielos y a la tierra como testigos de las acusaciones que el profeta va a lanzar. Isaías invita también a los cielos y a la tierra a escuchar las palabras de Yahvé, ya que su pueblo no quiere escuchar 1S. El salmista da a los cielos y a la tierra categoría de jueces, pues cita a los acusados ante ellos y les pide que den sentencia conforme a las exigencias de Dios (versículo 6).
Como a jueces, pide a los cielos y a la tierra que hagan comparecer a los piadosos que sellaron con un sacrificio la alianza (versículo 5), es decir, a los israelitas, que, como tales, están teóricamente vinculados a Dios y son objeto de su especial providencia y protección. Desde los tiempos del Sinaí, Israel quedó obligado a su Dios, y sus deberes quedaron sancionados por el sacrificio de la alianza. Esta práctica se repitió a través de las nuevas generaciones: los sacrificios del templo eran como una reiteración implícita de la alianza y de sus obligaciones. En el "Libro de la alianza" se sancionó la práctica ritual de los sacrificios como expresión de reconocimiento de la soberanía del Dios de Israel. Yahvé aquí, en el salmo, recuerda este rito para hacer ver la obligación que tienen los israelitas de cumplir sus preceptos, que formaban parte esencial de la alianza sellada con el sacrificio.
El poeta pone de nuevo por testigos a los cielos para que den su veredicto (promulguen su justicia...) sobre la conducta infiel de los que se habían comprometido con una alianza solemne sellada con sacrificios. Los cielos son la morada por excelencia de la divinidad, y, por tanto, aparecen asociados al Dios que juzga, el único que en realidad puede dar un veredicto de justicia (versículo 6).
Sal 50, 7-15. Los sacrificios externos solos no son aceptos a Dios
Como en los oráculos proféticos, Yahvé pide aquí atención a sus palabras, enunciando su contenido general. Dios es aquí el acusador y el juez, como en el exordio anterior los cielos y la tierra eran a la vez testigos y jueces. En los esquemas literarios son posibles estas aparentes anomalías jurídicas, porque los autores juegan con diversos planes de enfoque del tema, y según el matiz de cada uno dramatizan el desarrollo de las ideas. Así, enfáticamente, Yahvé se presenta como el Dios nacional de Israel, con lo que insinúa sus derechos a ser atendido, no sólo como Creador, sino como plasmador en la historia de la conciencia nacional israelita dentro de una organización teocrática solemnemente sancionada con una alianza. Yahvé habla aquí a Israel como colectividad histórica, como pueblo elegido con una misión concreta. Por eso testimonia contra su conducta; Yahvé es, pues, a la vez testigo, acusador, fiscal y juez.
Su requisitoria empieza con la declaración de que no se queja por la falta de sacrificios ofrecidos, que diariamente están ante El (versículo 8). En la legislación se imponían ciertos sacrificios como homenaje a Yahvé, pero en el supuesto de que estos actos de culto externo incluyeran la obediencia a sus mandatos. Ahora los israelitas cumplen sólo la primera parte: la ofrenda de sacrificios. Por ello no les reprende bajo este aspecto, sino por la falta de religión interior y de moral. Mañana y tarde se ofrecían sacrificios en el templo, y esta práctica subsistió hasta la destrucción del recinto sagrado y aun después de su reconstrucción.
Pero este cumplimiento de la Ley en lo referente a los sacrificios es lo menos importante en la apreciación divina, ya que Yahvé no tiene necesidad de nada, pues de Él son todas las bestias y animales del campo. Los sacrificios, unos eran públicos y otros de devoción privada. En los holocaustos se quemaba toda la víctima en el altar, y por ello eran los más perfectos. Al lado de éstos estaban los pacíficos y los expiatorios por el delito y por el pecado. Los israelitas, por su cuenta, hacían sacrificios de diversa índole según las circunstancias lo reclamaran. Aquí Yahvé supone que los israelitas cumplen normalmente con sus obligaciones sacrificiales particulares, aparte de los sacrificios públicos -el cotidiano por la mañana y por la tarde, y otros en los novilunios y fiestas de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos-, que ofrecía oficialmente la clase sacerdotal en nombre de la nación. El salmista no concreta el tipo de sacrificios a que alude, pero no interesa para resaltar la idea general de que Dios no se queja del incumplimiento de la obligación de ofrecer sacrificios (versículo 8).
Los versículo 9 al 13 insisten sobre el hecho de que Dios no necesita víctimas sacrificiales, pues suyos son todos los vivientes que pueden servir para el altar. No se quiere condenar los sacrificios culturales del templo -en el versículo 5 se afirma el valor de la alianza santificada por los sacrificios, y en los versículos 14 y 23 se recomiendan los sacrificios eucarísticos-, sino destacar que son algo accesorio en comparación a las exigencias del código religioso y moral del Decálogo. La sustancia de la alianza del pueblo con Yahvé radica en el cumplimiento de las cláusulas de la misma en sus líneas esenciales ético-religiosas. Los israelitas creían que Yahvé estaba irritado con ellos porque no le ofrecían suficientes sacrificios que tuvieran la virtud de aplacarle, pero Dios sale al paso de esta conjetura, diciendo que no está irritado con ellos por falta de sacrificios, pues no los reprende sino por la falta de la entrega íntima y sincera del corazón.
Los espíritus simplistas creían que Yahvé tenía necesidad de las víctimas, como si tuviera hambre, como los seres humanos. Si así fuera, le bastaría echar mano de los animales de la selva, que le pertenecen (versículo 12). Según los pueblos gentiles, sus divinidades tenían necesidad de alimentos materiales. El salmista reacciona contra esta concepción burda, que parece tenía eco en el pueblo, contagiado por los otros cultos idolátricos: los sacrificios no son alimento de Yahvé (versículo 13), sino un mero reconocimiento externo de su soberanía, pero en el supuesto de que la conducta moral vaya en consonancia con esta manifestación exterior de acatamiento a la soberanía divina. En ese supuesto, se invita a los israelitas a ofrecer sacrificios de alabanza o de acción de gracias, cumpliendo puntualmente los votos hechos al Altísimo (versículo 14). Esto supone en la perspectiva del salmista un reflejo de mayor interioridad del alma. En todo caso, aun sin sacrificios, Yahvé está dispuesto a ayudar a los suyos cuando le invocan en los momentos de angustia; después de ser liberado de esa situación, debe glorificar a Yahvé, reconociendo sus beneficios. La panorámica del salmista es muy espiritualista, y, sin rechazar los sacrificios cruentos, no les otorga un valor talismánico para aplacar a Dios; al contrario, cree que hay otras manifestaciones religiosas más íntimas y aceptas al Altísimo.
Sal 50, 16-23. Contra la hipocresía religiosa
En esta sección segunda, el salmista considera las relaciones con el prójimo, como en la anterior se hablaba de las relaciones del israelita con Dios. El que hace caso omiso de los mandamientos de Dios no tiene derecho a hacer gala de ellos, repitiéndolos con hipocresía ante los demás (versículo 16). Ellos son las palabras de Dios, y la síntesis de su alianza. El salmista tiene en su mente a los que se dedican a estudiar la Ley divina, pero que hacen caso omiso sistemáticamente de ella; es el eterno divorcio del dogma y la moral en la vida práctica de una sociedad que padece inflación religiosa, como en la teocrática de Israel. El credo religioso impone una disciplina y modo de obrar en consonancia con los principios teóricos aceptados. En la sección anterior se reprobaba el formulismo litúrgico externo, vaciado de vida interior; ahora se declara la inconsecuencia del que hipócritamente hace gala de su religión y hace tabla rasa de los mandamientos divinos, y se enumeran las transgresiones contra los preceptos de la segunda tabla del Decálogo, relativos a los deberes con el prójimo: robo, adulterio, difamación... Ni se respetan las relaciones de sangre, pues se difama al hermano. ¡A tal estado de degeneración ha llegado la sociedad! Todo esto está clamando por la intervención justiciera de Yahvé, que no puede callarse (versículo 21). Dios no es un juez venal, que se deja comprar por dádivas -los sacrificios-, para cerrar los ojos a todos los desórdenes morales de los que hipócritamente invocan sus palabras. Ante todo están las exigencias de su justicia insobornable, y por eso tiene que corregir, declarando ante los ojos de los malvados su falsa conciencia. En consecuencia, si viven olvidados de Dios, su intervención punitiva terminará por destrozarlos, sin posibilidad de salvación. Aquí Dios es comparado a una fiera salvaje, que ataca a la presa y la desgarra despiadadamente. El salmista termina por declarar las dos condiciones necesarias para conseguir la salvación de parte de Dios: ofrecer sacrificios de alabanza o de acción de gracias (los sacrificios "pacíficos," que iban seguidos de un convite de comunión con la divinidad), y seguir el camino trazado por sus preceptos relativos a los deberes para con el prójimo (versículo 22).
Sal 51, 1-21 (Vg 50): Confesión de los pecados
El Miserere es el salmo de penitencia por excelencia en la liturgia, porque en él se destacan el sentimiento de compunción sincera y la súplica ardiente de rehabilitación ante el Dios ofendido. Consciente de su inclinación inveterada al mal, el salmista pide fuerzas a Dios para seguir por sus caminos. El desarrollo de la composición sigue, más que las reglas de la lógica, las del sentimiento y de los afectos del corazón, por lo que no se puede hacer una división conceptual marcada en la composición salmódica. El estilo es sencillo y límpido; apenas hay metáforas, y todo lleva el sello de lo natural.
Según el título, el salmo fue compuesto por el propio David en ocasión en que el profeta Natán le recriminó por el adulterio con Betsabé, con el consiguiente asesinato de Urías. Según el relato bíblico, David, al oír las amenazas del profeta por sus pecados, reaccionó compungido: "He pecado contra Yahvé". El Miserere sería, pues, como la expresión literaria de su espíritu compungido y arrepentido ante su Dios. Sin embargo, los modernos exegetas admiten difícilmente la paternidad davídica del salmo por razones de crítica interna: en los versículos 20-21 se alude a la reconstrucción de los muros de Jerusalén, lo que nos lleva a los tiempos calamitosos de Nehemías, en que afanosamente se trabajaba en la rehabilitación del culto sobre las ruinas del antiguo templo. Por otra parte, existe una relación conceptual estrecha del salmo con fragmentos del libro de Isaías en sus estratos literarios más recientes (Deutero y Tritoisaías). Además, la elevación de sentimientos del salmo parece desbordar la situación psicológico-religiosa de David al reconocer su pecado contra Dios y su homicidio: "El sentimiento religioso es más elevado, y la penitencia del salmista es de otra cualidad que la descrita en 2S 12, 1ss, por sincera que sea...".
Desde los tiempos de Teodoro de Mopsuestia no han faltado autores que interpretan el salmo en sentido colectivo, es decir, como si fuera expresión del alma nacional arrepentida, y no el desahogo personal de un individuo; en ese supuesto, en el salmo encontraríamos los sentimientos de la nación israelita en el exilio, reconociendo sus pecados, que le causaron su ruina. No obstante, la composición tiene demasiados sellos personalistas para colectivizarla, y por eso parece más conforme al contexto suponer que es obra de un justo arrepentido, consciente de sus pecados personales, que impedía la amistad con su Dios.
Sal 51, 1-4. Invocación: súplica de misericordia
El salmista, obsesionado con su conciencia de culpabilidad ante Dios, acude a su bondad como único medio de tranquilizar su espíritu, pues sólo el Dios ofendido puede rehabilitarle en su antigua amistad con Él. Sus transgresiones están escritas en el libro en que Dios lleva el registro de las acciones de los hombres; por eso, el primer deseo del salmista es que su iniquidad sea borrada de tal libro. Para ello no cuenta más que con la benignidad y piedad del mismo Dios, pues no tiene títulos para exigir su perdón. Toda su vida aparece ante sus ojos como nublada por la gran mácula de su pecado, que no específica, pero que debe de ser el sentido de culpabilidad moral como consecuencia de muchas transgresiones en la vida. A pesar de sus pecados, tiene conciencia de la gran misericordia de su Dios. Moisés define a Yahvé como "Dios misericordioso y clemente, tardo a la ira, rico en misericordia y fiel, que mantiene su gracia por mil generaciones y perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, pero no los deja impunes...". La justicia y la misericordia son los dos atributos divinos que resplandecen en la historia de Israel, pero los hagiógrafos insisten en que la misericordia prevalece sobre la justicia: "Yahvé es un Dios celoso, que castiga en los hijos las iniquidades de los padres hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y hago misericordia hasta mil generaciones de los que me aman y guardan mis mandamientos". Conforme a esta doctrina, el salmista apela a la misericordia divina, a pesar de sentirse doblegado por el peso de la culpabilidad. En Ex 34, 7 se especifican las diversas defecciones de la Ley divina: maldad (awon), transgresión (pesha') y pecado (jatta), que implican, respectivamente, la idea de defección o rebelión contra Dios, la de perversión del derecho y conducta depravada, y el error, o alejamiento del camino que lleva a la meta debida. El salmista, en su composición, juega con todos estos términos de sentido más o menos sinónimo, en cuanto que son todos una lesión de los derechos divinos.
El pecado debe ser borrado, pues es una deuda en el libro de la Vida que tiene Dios; pero, además, es una mancha en la conciencia, y por eso el salmista pide que se le limpie de toda iniquidad. El leproso, al ser curado, estaba sujeto a un proceso de purificación ritual hasta que quedara confirmada la curación; el salmista quiere también que Dios le someta a un lavado general para sentirse de nuevo en relaciones de amistad con Él.
Sal 51, 5-7. Reconocimiento del pecado
El primer efecto de la conciencia de culpabilidad y el primer requisito para conseguir la rehabilitación ante Dios, es el reconocimiento de los pecados, que han causado tan triste estado de separación del fiel respecto de su Dios. Dotado de especial sensibilidad religiosa, el salmista encuentra su situación espiritual anormal, porque delante de él está siempre el pecado como una constante y terrible acusación. El remordimiento de conciencia le consume, y no puede apartar el pensamiento de su culpabilidad ante su Dios, al que tantos beneficios le debe. Es lo que dice el profeta en nombre del pueblo pecador: "gruñimos como osos, gemimos como palomas... Son ante ti muy numerosos nuestros pecados, y nuestros crímenes dan testimonio contra nosotros. Presentes nos están nuestros crímenes, y conocemos nuestras iniquidades...". La conciencia de pecado es el primer paso hacia la penitencia: los pecados son conocidos del Dios ofendido, pero debe reconocerlos el pecador para implorar el perdón. Es la reacción del salmista atribulado: en la tragedia del pecado, ante todo, hay una ofensa contra Dios: contra ti solo he pecado (versículo 6). No alude para nada a un pecado u ofensa contra el prójimo; no siente remordimiento de haber herido los derechos del prójimo -lo que no se compagina con la suposición de que el salmo haya sido compuesto como reacción de compunción y de penitencia por el adulterio y el homicidio contra el esposo de Betsabé-, sino de haber hecho el mal ante los ojos de Dios (versículo 6), apartándose de su Ley.
El reconocimiento del pecado trae como consecuencia la justificación de la sentencia divina para que brille su irreprochable juicio. En el supuesto de que el salmo fuera de David, estas palabras aludirían a la sentencia de castigo que le anunció el profeta Natán en nombre de su Dios: su hijo concebido de Betsabé moriría inexorablemente. El poeta real querría en ese caso justificar ante la opinión la sentencia divina. Los que no admiten que el salmo sea de David creen que el salmista alude a una situación crítica en que éste se halla por efecto de una transgresión, quizá una enfermedad. Humildemente reconocería aquí la causa de su infortunio, para que Dios fuera reconocido justo en su sentencia punitiva. Los caminos de la Providencia son siempre justos, aunque misteriosos; y en el caso del salmista debe quedar claro que es culpable, para que brille esa justicia de Dios y su conducta irreprochable con los seres humanos.
Esta culpabilidad tiene en el salmista profundas raíces, ya que desde su concepción se siente inclinado a la maldad, y al nacer parece ya como envuelto en pecado (versículo 7). Para entender el pensamiento del salmista debemos tener en cuenta la mentalidad semítica y bíblica, que considera las relaciones sexuales como fuente de impureza ritual; y, por tanto, el fruto de las mismas aparece como ya contaminado desde su concepción. El origen de esta creencia habrá que buscarlo en fondos atávicos tribales, que dejaron su sello en no pocos artículos de la legislación levítica; pero, con todo, es un hecho que lo relacionado con lo sexual aparece en una atmósfera de contaminación e impureza ritual. No se condenan las relaciones conyugales legítimas, pero éstas tienen siempre un sello de flaqueza humana, sin duda en relación con el desahogo de la libido del hombre, que lleva fácilmente al desarreglo moral. El salmista se mueve dentro de esta órbita conceptual, y no alude para nada al hecho de un pecado de un antepasado que se transmita por generación, como es el caso del pecado original.
San Pablo será el primero en proponer esta doctrina, relacionándola con la transgresión de los primeros padres. "Las expresiones (del salmista) orientan primero hacia las impurezas relacionadas inevitablemente con la generación; nada prueba que el autor haya ido más lejos en la búsqueda de sus causas. Expresa una primera aprehensión global, en la que el dolor de sentirse lejos de Dios predomina con mucho sobre el análisis abstracto de la situación. Se podría relacionar con Jb 14, 4: "¿Quién sacará lo puro de lo impuro?". Con esta mentalidad pesimista del salmista coinciden otros textos bíblicos: "tu nombre es prevaricador desde el seno", "los malvados están pervertidos desde el seno (materno); los mentirosos están extraviados desde las entrañas". En Jn 3, 6 encontramos un eco de esta idea de contaminación: "lo que es nacido de la carne es carne," con lo que esto implica de inclinación al pecado, y que, por tanto, necesita ser regenerado por el agua y el Espíritu.
En el A.T. se destaca la tendencia innata al mal del hombre. El mismo Yahvé envía el diluvio porque la "maldad del hombre era grande sobre la tierra, y todo designio de los pensamientos de su corazón no era más que mal en todo tiempo". Consecuencia de esta tendencia innata al mal es la multiplicación de los pecados sobre la tierra, lo que justificaba el diluvio exterminador. En Gn 4, 6 se presenta al pecado como una fiera que está al acecho para caer sobre Caín. Después del diluvio, Yahvé renuncia a enviar otro castigo similar, porque "el deseo del corazón del ser humano es malo desde su infancia". En la literatura sapiencial abundan los textos sobre la propensión innata del hombre al mal: "¿Qué hay más brillante que el sol? Sin embargo, se eclipsa. Así es malo el deseo de la carne y del espíritu". Todos estos textos sirven para ilustrar el pensamiento del salmista sobre su culpabilidad innata, pues tiene conciencia de ser pecador desde su concepción. Aunque él no apunte a la razón teológica de esta triste situación pecaminosa del ser humano, sin embargo, sus expresiones son como un anticipo inconsciente de una verdad que desentrañará por primera vez San Pablo. Pero no debemos trasladar concepciones neotestamentarias al estadio de revelación más limitado de la época del salmista.
Sal 51, 8-11. Ansias de purificación espiritual
Consciente de su culpabilidad, siente la necesidad de una purificación profunda, ya que las miradas divinas llegan hasta lo más íntimo del ser humano, y el salmista pide luces para conocer más las reconditeces de su ser pecaminoso. Sabe que desde el nacimiento es propenso al mal, como todos los hombres, y por eso siente la necesidad de una purificación de su ser a fondo a manos del propio Dios. Dios ama la verdad y la fidelidad en su sentido más puro y profundo, y ésta sólo se descubre por la sabiduría o modo de obrar en la vida conforme a las exigencias divinas. La sabiduría se basa en el temor de Dios, lo que implica guardar su Ley y apartarse del mal. Este proceder conforme a los caminos divinos debe reflejarse no sólo en las apariencias, sino en lo íntimo; es decir, debe basarse en la convicción y entrega del corazón a Dios. El salmista pide humildemente a Dios que le instruya en las profundidades de esta sabiduría, que implica la fidelidad total a los preceptos divinos. Frente a la inclinación al mal anteriormente confesada, Dios "exige la virtud en los más profundos repliegues del alma, en las inclinaciones y disposiciones del corazón".
Llevado de esta sinceridad, pide a Dios que le purifique y lave, para tener una conciencia más blanca que la nieve. La intervención purificadera de Yahvé es semejante al rito de aspersión por el hisopo en las purificaciones legales, como la del curado de la lepra. La expresión del salmista es figurada, pues alude al lavado y aspersión espiritual de su alma por la mano purificadora de Dios para quedar más blanco que la nieve. Isaías dice a propósito de los pecados inveterados de Judá invitando a la penitencia: "Venid y entendámonos, dice Yahvé: aunque vuestros pecados fuesen como la grana, quedarían blancos como la nieve. Aunque fuesen rojos como la púrpura, vendrían a ser como la lana blanca".
Después de confesar su culpabilidad, el salmista pide la curación de una misteriosa enfermedad que le aflige, y que ha servido para meditar sobre las transgresiones de su vida. Todo ha sido efecto del pecado, pero desea el restablecimiento para escuchar de nuevo la voz del gozo y de la alegría (versículo 10); es decir, aspira a asistir a las manifestaciones religiosas en intimidad con Dios.
Sus huesos han quedado molidos y triturados por la enfermedad, pero después de recuperar la salud volverán a sentir la íntima satisfacción del restablecimiento: saltaran de gozo como cervatillos en libertad. Pero, para conseguir la curación, Dios debe olvidar sus pecados, apartando de ellos su rostro, pues el salmista está seguro de que la enfermedad tiene por causa última su infidelidad a Dios, sus múltiples transgresiones de todo género, que ahora, probado por la adversidad, ha descubierto en el lecho del dolor. Es preciso que Yahvé borre sus iniquidades y haga cuenta nueva para poder recuperar su amistad, y con ello su salud, efecto de su sombra protectora.
Sal 51, 12-15. Súplica de renovación espiritual
Consciente de su debilidad inveterada, pide a Dios le otorgue un corazón puro y un espíritu recto o firme, para emprender una vida en consonancia con sus máximas, de forma que no vuelva a pecar y a merecer el castigo que ahora sufre. Antes había dicho que tenía una propensión al pecado desde su concepción en el seno materno (versículo 7); por ello pide que se obre en su interior como una nueva creación, una renovación total en su corazón y espíritu, asiento de su actividad espiritual. No sólo quiere no volver a las faltas pasadas, sino que ansía como una regeneración de todo su ser por obra del mismo Dios; sólo así se sentirá seguro de no volver a perder su amistad. Jeremías augura para los tiempos mesiánicos un cambio interior de los israelitas: "y les daré un corazón capaz de conocerme..., pues se convertirán a mí de todo corazón". En la nueva alianza, la ley estará escrita en el corazón. Ezequiel es más explícito: "y les daré otro corazón, y pondré en ellos un espíritu nuevo...". El espiritualismo del salmista enlaza, pues, con las mejores tradiciones proféticas, y quizá dependa de sus escritos.
La suerte espiritual y material del salmista está pendiente de la benevolencia divina; por ello pide encarecidamente que no le arroje de su presencia, echándole al olvido. Dios es el dispensador de todo bien; por eso ruega que no se retire de él el espíritu, santo de Dios, expresión que aparece sólo en Is 63, 8-14, donde está en paralelo con el "ángel de su presencia" (versículo 9), o manifestación sensible de Yahvé como guía de Israel por el desierto. El salmista, pues, parece que en el santo espíritu de Dios ve la concreción de su presencia sensible en su alma para iluminarle por los caminos de la salvación (versículo 13). En Sal 143, 10 se menciona el "espíritu bueno de Yhavé," que es sinónimo de las buenas inspiraciones de Dios en la vida del justo.
La presencia del santo espíritu de Dios le devolverá la salvación o liberación de la postración física actual; después pide que le dé, junto con la salud, un espíritu generoso para seguir las insinuaciones del espíritu santo de Dios. Los versículos 12-15 responden a la estrofa de los versículos 9-11. En ésta se pedía la purificación, la curación y la alegría juntamente con el olvido de los pecados; en aquélla se cala más hondo, pues se pide una renovación interior y gozar de la amistad permanente de Dios.
Supuesta su curación, promete el salmista publicar las maravillas que Dios ha obrado con él, enseñando a los transgresores sus caminos para que se conviertan a Dios (versículo 15). La experiencia del salmista será ocasión de que muchos abandonen el pecado y entren por los caminos de la Ley divina. Después de una curación se ofrecía un sacrificio de acción de gracias para publicar el beneficio recibido. Con ello, los oyentes quedaban aleccionados en las vías de la Providencia. El pensamiento del salmista es semejante al expresado en Sal 22, 26-28. La liberación del justo atribulado es la ocasión de que se reconozca la protección divina sobre los suyos, y así se conviertan a Él los pecadores.
Sal 51, 16-19. El sacrificio grato a Dios es un corazón contrito
En una última súplica pide a Dios que le Ubre de la sangre o de la muerte, ya que es un Dios de salvación, o Salvador. Con ello su lengua podrá predicar la justicia o manifestación punitiva de Yahvé por los pecados. En la muerte nadie puede alabar a Dios, y, por tanto, sólo permaneciendo en vida puede predicar la piedad que tiene con los suyos. Si Dios la abre los labios, otorgándole la curación, podrá su boca cantar tus alabanzas. El salmista es como un leproso que ha sido declarado limpio y que puede ya tomar parte en las alabanzas públicas en las asambleas.
Dios, más que sacrificios cruentos, busca la contrición del corazón; ni siquiera los sacrificios más perfectos, como el holocausto -en el que se quemaba toda la víctima en el altar-, pueden igualarse al espíritu contrito y al corazón humillado. El salmista se sitúa en el plan ético-espiritual, que es lo que realmente interesa a la divinidad, como hemos visto en el salmo anterior. Los sacrificios valen en la medida en que reflejan un espíritu de entrega a Dios. No es que el salmista rechace teóricamente los sacrificios, sino que su valor lo pospone al del culto interior del corazón; el sacrificio de obediencia. Es la misma perspectiva de los antiguos profetas: "más vale obediencia que sacrificios".
Sal 51, 20-21. Oración por la reconstrucción de Jerusalén
Estos dos versos, en los que se habla de la reconstrucción de los muros de Jerusalén, parecen indicar que el salmo es posterior a la destrucción de la ciudad por los ejércitos de Nabucodonosor en el 586 a.C. No pocos críticos modernos sostienen, sin embargo, que ambos versos son una adición posterior; un compilador posterior los habría añadido para quitar el efecto que podían dejar las afirmaciones de los versículos 18-19, en los que se subestima el valor de los sacrificios cruentos, incluso los holocaustos. La ciudad había sido profanada por la invasión pagana; pero, una vez que se reconstruyeran sus muros y templo, los sacrificios volverían a ser aceptos a Yahvé como legales o legítimos (versículo 21). Pero de hecho sabemos que antes de la reconstrucción del templo se ofrecían sacrificios en el altar de los holocaustos. El autor más bien parece un desterrado en Babilonia que ansía volver a la ciudad santa para reanudar el culto solemne y legítimo en el templo reconstruido; incluso volverán a ofrecerse los sacrificios más costosos, como los de los becerros, lo que era más agradable a Dios, porque suponían más sacrificio. El salmista, pues, suspira en el exilio por la reconstrucción de la ciudad santa para que en ella se reanude el culto solemne y legítimo a Yahvé, ya que en tierra extraña, y fuera de Jerusalén, no era lícito ofrecer sacrificios a Yahvé, aunque hubo algunas desviaciones cismáticas sobre esto entre las colonias judías de Egipto, sobre todo en la isla de Elefantina.
Sal 52, 1-11 (Vg 51): Dios castiga al malvado
Este salmo refleja la situación psicológica de un miembro de la clase sacerdotal que es perseguido y calumniado por alguno de su misma casta levítica. Es una expresión de confianza en la justicia retributiva divina. El tono no es didáctico ni tampoco elegiaco, sino de desahogo confidencial. Es una enérgica denuncia contra gentes poderosas que han sido la causa de la ruina de gentes inocentes. El salmista habla en representación de los oprimidos, alegrándose de la caída del opresor por efecto de la intervención divina. El tono de la denuncia es vigoroso y autoritario 1, y parece dirigido contra alguno que ocupa un puesto relevante en la sociedad. Es una verdadera invectiva al estilo de la de Isaías contra el cortesano Sibna. Como poema maskil, lleva el sello sapiencial, contraponiéndose la suerte del justo y el malvado, como en el salmo primero. El estilo es vigoroso y vivido, abundando las metáforas más variadas.
Podemos dividir el salmo en tres estrofas, cada una de cuatro versos; en el hebreo encontramos dos veces la palabra selah, que parece ser indicación musical, sugiriendo quizá alternancia de coros. El paralelismo suele ser antitético.
Según el título, el salmo es davídico, y se da como ocasión de la composición la denuncia pérfida del idumeo Doeg contra David. Como ocurre en general con los títulos de los salmos, éste resulta postizo, y parece tener su origen en la glosa de algún erudito que ha querido relacionar las composiciones del Salterio con determinados hechos de la vida de David, tomando las indicaciones de los libros históricos del A.T. Así, creemos, siguiendo a no pocos críticos, que "el caso de Doeg fue tomado como ocasión para escribir un maskil, una instrucción general, contra los crímenes de una lengua perversa". Desde el punto de vista literario hay concomitancias con algunos escritos profetices. Parece que el autor es un levita que reacciona contra las intrigas y calumnias de un alto funcionario del templo. Como el salmista supone la existencia del templo (versículo 10) y como no hay arameísmos en las expresiones, no hay inconveniente en admitir un origen preexílico del salmo.
Sal 52, 1-6. Las maquinaciones del perverso
El malvado se siente eufórico triunfando en la vida con sus ardides injustos y falaces. Lejos de sentir remordimiento, se ufana de sus tropelías con la mayor insolencia; y esto exaspera las conciencias de los fieles a la Ley divina. Su vida es una continua maquinación, pues es un verdadero dechado de malicia. El salmista le llama irónicamente héroe de iniquidad (versículo 3). Isaías proclama irónicamente: "¡Ay de los que son valientes para beber vino y fuertes para mezclar licores!". La valentía de los malvados se muestra en el atrevimiento para levantar calumnias y falsedades contra el prójimo; su lengua es como navaja afilada, que penetra y dilacera la fama de la víctima. En los salmos, frecuentemente las insidias y falsedades son comparadas a espadas y dardos, que hieren de muerte a la víctima inocente. Es tal la malicia de los calumniadores, que ya han perdido toda conciencia moral, prefiriendo el mal al bien; y esto de modo sistemático, como conducta normal. Es lo que se dice en Mi 3, 2: "aborrecen el bien y el mal; desuellan, arrancan la carne de sobre los huesos, y luego de haberse comido la carne de mi pueblo (calumniar), y de haberle arrancado la piel, y haberle roto los huesos, y haberle descuartizado como carne para la olla.". La perversión moral lleva al impío a sentir gusto en hacer mal contra las mismas inclinaciones naturales que tienden al bien.
Sal 52, 7-9. Los justos serán testigos del castigo de los impíos
La vida desarreglada e insolente del malvado no puede quedar impune, pues llegará el momento de la intervención divina, punitiva para restablecer las exigencias de la justicia. Existe una retribución en este mundo, según la perspectiva del salmista, y por eso los triunfos del pecador son efímeros y provisionales; a la hora de la verdad desaparecerán: será arrancado de la tienda, o morada terrestre, desapareciendo como planta desarraigada de la tierra de los vivos. Los justos entonces se sentirán sobrecogidos de temblor reverencial al ver la intervención justiciera e inexorable de su Dios; pero esto les llenará de alegría y satisfacción al ver que sus puntos de vista religiosos quedan confirmados: la Providencia divina tiene siempre la última palabra en la vida. El que pretenda organizar su vida prescindiendo de Dios, al fin caerá como edificio edificado sobre arena: no ha puesto a Dios por fortaleza suya (versículo 6). Las riquezas les han cegado, pues han creído que bastaban ellas para seguir firmes en la vida, y así se han hecho firmes en su maldad: sus falsas convicciones les han confirmado en la maldad. El castigo de los impíos ha sido una prueba de la retribución en esta vida. Por eso los justos, al ver al malvado castigado, sienten fortalecer su fe, pues la prosperidad de los impíos les desconcertaba; la intervención punitiva de Dios ha sido en el fondo una vindicación de su justicia ante la sociedad, y esto llena de gozo a los justos, pues en el fondo es el triunfo de la causa de Dios.
Sal 52, 10-11. La suerte dichosa del justo
En contraposición a la suerte oprobiosa del malvado, el justo -simbolizado en el salmista- prosperará siempre en vigor juvenil como el olivo verde, morando en la casa de Dios, el templo de Jerusalén. En estas palabras se revela la condición levítica del salmista. Toda su ilusión es la de vivir a la sombra del santuario, desarrollándose con pujanza, como el verde olivo, en íntima comunidad espiritual con Yahvé. Su suerte será muy diversa de la del impío, que será desenraizado, como árbol maldito, de la presencia divina. El piadoso, en cambio, esperara en el nombre de su Dios, que es garantía y prenda de protección y salvación. El salmista termina prometiendo un canto de acción de gracias en las asambleas religiosas públicas, en presencia de tus piadosos. La vida del justo está siempre en íntima relación con las manifestaciones litúrgicas del templo, y por eso el templo suele ser siempre el eco de sus sucesos y problemas personales. Las angustias y vicisitudes de los salmistas suelen ser la encarnación y el símbolo de los problemas de la clase piadosa de la sociedad judía; la indiferencia religiosa y la positiva hostilidad de los malvados se ceba en los que permanecen -como minoría selecta- fieles a los postulados de la Ley divina.
Sal 53, 1-7 (Vg 52): Perversión general en la sociedad israelita
Este salmo es una nueva recensión del salmo 14, con ligeras diferencias; sistemáticamente se sustituye el nombre divino Yahvé por el de Elohím, sin duda debido a preocupaciones teológicas tardías que tendían a rodear de misterio el sagrado tetragrammaton revelado en el Sinaí.
Sobre el sentido y las dificultades del texto véase el salmo 14. En el versículo 6 encontramos una diferencia con el correspondiente de dicho salmo, cuyo texto está bastante alterado. La lectura de Sal 53, 6 parece aludir al castigo divino infligido por Dios al que asedia al justo o a la ciudad santa. El mayor castigo para los antiguos era quedar insepultos, expuestos a las fieras y a las aves rapaces. Algunos autores creen que es una alusión al asedio de Jerusalén por los ejércitos de Senaquerib; pero nada en el contexto avala esta alusión histórica. El salmo es de tipo "sapiencial," y en él se habla del castigo divino sobre los que viven olvidados de la Ley del Señor, ateos prácticos que se burlan de los que son fieles a Dios. Estos van a ser dispersados y avergonzados ante la intervención divina punitiva.
Sal 54, 1-9 (Vg 53): Oración contra los enemigos insolentes
Esta composición poética es esencialmente una lamentación individual en el sentido clásico de otras análogas del Salterio. Puede dividirse en dos partes: a) súplica de ayuda contra unos despiadados enemigos que le atacan insolentemente, poniendo en peligro su vida (1-5); b) afirmación de fe y confianza en Yahvé, que le ha de defender y vindicar sus derechos, con promesa de ofrecer sacrificios de acción de gracias (6-9). Ambas partes están separadas por la palabra Seláh, de probable significación musical.
Según el título, este salmo fue compuesto por el propio David en ocasión de la traición de los moradores de Zif, que le denunciaron a Saúl, que sañudamente le perseguía. Como otros títulos del Salterio, hay que atribuir estas indicaciones cronológicas a preocupaciones eruditas de algún glosista posterior que buscaba ambientar ante sus lectores la composición de los salmos. Por el contenido no podemos determinar la época de la composición, que bien puede ser anterior al exilio.
Sal 54, 1-5. Súplica de ayuda contra los enemigos
El nombre de Dios es la garantía de salvación para los justos atribulados, porque simboliza al mismo Dios en sus atributos de justicia y fidelidad para con los suyos. Según la mentalidad israelita, el propio Dios estaba ligado con unas promesas de auxilio a los que cumplían sus mandamientos, y por eso la invocación de su nombre era ya un anticipo de victoria. El nombre, pues, de Dios era como el signo externo que sintetizaba su misteriosa naturaleza. Conforme a las preocupaciones teológicas de esta colección del Salterio, el salmista evita transcribir el nombre de Yahvé, que es el que en realidad refleja las promesas de protección del Sinaí. El salmista, consciente de la realidad de las promesas divinas, pide que abra ponga a disposición su poder para hacer brillar su justicia, pues se siente injustamente perseguido.
Los enemigos perseguidores del justo atribulado son calificados como soberbios y violentos, sin escrúpulos religiosos, ya que no ponen a Dios ante ellos. Ateos prácticos, prescinden de la realidad de la Providencia divina, que dirige el curso de los acontecimientos y las vidas de los hombres, dando a cada uno lo merecido por sus actos virtuosos o pecaminosos. Los piadosos y justos en la sociedad son siempre una minoría y tienen que sufrir de la insolencia de los indiferentes e irreligiosos. El salmista simboliza en su persona esta clase de fieles a la Ley, perseguidos por los impíos.
Sal 54, 6-9. Profesión de fe y confianza en Dios
Como es ley en estos salmos deprecatorios, el poeta pasa de la súplica angustiosa y ardiente al estado de confianza en la salvación, pues Dios está siempre para ayudar a los suyos y no los abandona en los momentos críticos. El salmista declara enfáticamente que Dios es el sostén de su vida, lo que da plena seguridad de salir de la situación de opresión actual. Llevado de este sentimiento de confianza, se atreve a pedir a su Dios que despliegue su poder enviando el mal contra sus adversarios, es decir, que intervenga castigando su insolencia y presunción. Y en un arranque de su espíritu atribulado, pide el exterminio para los que le procuran el mal (versículo 7), apelando a la fidelidad de su Dios para moverle a este castigo devastador contra los enemigos. Yahvé había prometido exterminar a los enemigos de Israel, si le eran fieles, introduciéndolos en la tierra de Canaán. El salmista -simbolizando a la clase perseguida- apela a la justicia divina y a sus promesas de castigo de los impíos para que intervenga ahora contra los que le oprimen. Su frase extermínalos choca con nuestra sensibilidad evangélica, pero debe tomarse como desahogo oratorio para expresar la opresión en que se halla. Por otra parte, no hemos de perder de vista que los hagiógrafos y justos del A.T. estaban muy lejos de la panorámica de caridad del Evangelio. Las costumbres entonces eran mucho más rudas, y conforme al ambiente cultural-religioso de la época expresan sus ideas. La causa de ellos era la del propio Dios, y al pedir justicia a favor suyo, intentaban hacer brillar los atributos de la Providencia divina en la sociedad olvidada de Yahvé.
Como en otros salmos, el poeta termina prometiendo sacrificios de acción de gracias por la milagrosa liberación (versículo 8). En la asamblea pública religiosa alabará a Yahvé, porque se ha mostrado bueno con él al librarle de toda angustia y concederle poder contemplar a sus enemigos vencidos y humillados. La vindicación de los derechos del justo atribulado es la manifestación de la justicia divina, que castiga inexorablemente al impío que persiste en su pecado. Es una prueba de la manifestación providencialista en favor de los suyos.
Sal 55, 1-24 (Vg 54): Suplica del justo perseguido
Este salmo, paralelo al 41, refleja las angustias de un alma atribulada en extremo, al ser objeto de traición de gentes que antes consideraba amigas. El salmista parece ser un miembro de la clase levítica, víctima de los manejos innobles de representantes de la misma sociedad levítica, los cuales pugnaban por el ejercicio de determinadas funciones más honrosas del templo. Los sentimientos más encontrados aparecen en esta composición salmódica: tristeza, indignación, fe, esperanza, mezcladas con súplicas ardientes. "El autor es un alma tierna, poética, impresionable. No tiene nada de combativo. Es un Jeremías destinado a sufrir en medio de un mundo en el que la intriga y la injusticia aseguran el éxito". El salmo es a la vez una plegaria y una lamentación. A pesar de la imperfecta e incorrecta conservación del texto original, podemos "descubrir una composición cuidada y verdaderamente artística... Hay muchas estrofas de gran efecto: la del vuelo de la paloma recuerda el encanto poético y melancólico de ciertos salmos de los hijos de Coré; el apostrofe emocionante al amigo convertido en traidor, la exclamación súbita sobre su hipocresía, la descripción punzante del triste estado de la ciudad, son pequeñas obras maestras... Y en todo hay que destacar la rapidez y los bruscos sobresaltos de movimiento lírico, los impresionantes contrastes que de ello resultan, la sinceridad de sentimientos y el estilo".
El salmo se divide en dos partes con cuatro estrofas cada una:
a) el salmista, objeto de persecución de sus enemigos (1-15);
b) desahogo pasional contra los malvados; confianza en la justicia divina (16-24).
El título atribuye esta composición al propio rey David, pero nacía sugiere en el salmo que su autor tenga atribuciones reales. Los que mantienen la autenticidad davídica suponen que la ocasión que dio lugar a esta composición fue la traición de Aquitofel; pero nada en el contexto lo avala. No faltan quienes supongan que el autor es el profeta Jeremías, traicionado por Pasjur; las semejanzas de lenguaje dan más probabilidades a esta opinión. Los críticos modernos -en razón de los numerosos arameísmos del salmo- se inclinan por una composición postexílica, aunque admiten la posibilidad de una pieza preexílica que haya sido retocada después en los tiempos que siguieron al retorno a la patria.
Sal 55, 1-3. Invocación: súplica a Yahvé
Conforme al módulo de otros salmos, el poeta inicia su composición invocando a Dios para que preste atención a las angustias que va a describir. Es la hora de mostrar su protección hacia el desvalido, y, por tanto, ruega que no esconda su rostro, desentendiéndose de su plegaria, llena de ansiedad. Su situación es penosa, pues se siente abatido y lleno de tristeza ante los ataques injustos de sus adversarios y amigos, como después declarará.
Sal 55, 4-6. El justo perseguido
Los enemigos del salmista le aturden con sus insultos, calumnias y amenazas, y le oprimen injustamente. Ellos son la causa de que el infortunio caiga sobre el justo como una pesada piedra. En sus ataques persisten despiadadamente, persiguiéndole con furor y saña; y el salmista refleja poéticamente su situación angustiosa en medio de tanto terror. Las expresiones son fuertes y encuentran su paralelo en otras similares del libro de Job, Isaías y Ezequiel. Insistentemente se repiten los términos de temblor, terror, espanto, para reflejar el ánimo sobrecogido del justo atribulado. En Is 21, 3-4 encontramos expresiones similares al describir la invasión de Babilonia: "Mis entrañas se han llenado de angustia y soy presa de dolores como de parturienta. Aturdido, ya no oigo; espantado, ya no veo. Pasmóse mi corazón, el terror me invadió, la plácida noche me llena de espanto." El paciente Job desahoga poéticamente su íntima tragedia: "se han clavado en mí las saetas del Omnipotente, y me ha dado a beber su veneno, y los terrores de Dios combaten contra mí".
Sal 55, 7-9. Ansias de liberación
Hastiado de tanta hostilidad, el poeta desea salir, volando con la rapidez de la paloma, hacia el desierto, para allí encontrarse a sus anchas, libre de todas las apreturas sociales y maquinaciones siniestras. El profeta Jeremías, cansado de sufrir incomprendido, ansia también aislarse en el desierto en un "albergue de viandantes." "Ojalá tuviera en el desierto un albergue de caminantes, y dejaría a mi pueblo y me iría lejos de ellos, pues todos son adúlteros, gavilla de ladrones; tensan su lengua como un arco... Amontonan iniquidad sobre iniquidad y a mí me desprecian... Guárdese cada uno de su amigo y nadie confíe en su hermano, pues todos los hermanos engañan siempre, todos los amigos calumnian...". Esta atmósfera de doblez e incomprensión en la sociedad es lo que atosiga al salmista. Solo en el desierto, aislado de todos, encontraría reposo su alma angustiada. El símil de paloma puede aludir a la timidez e inocencia del justo perseguido en una sociedad corrompida, en la que las diversas facciones y partidismos -viento tempestuoso y tempestad- parecen ahogar toda tranquilidad y paz.
Sal 55, 10-12. La ciudad dominada por la insidia y el fraude
La situación moral de la ciudad no puede ser más caótica, ya que campea la violencia y la discordia. Es como una pequeña Babel, donde impera el engaño y la iniquidad. Quizá aludiendo al texto de Gn 11, 9, pide a su Dios que intervenga confundiendo sus lenguas, para que no puedan entenderse para el mal. Las reuniones no tienen otra finalidad que maquinar el mal. Se entienden demasiado bien para conspirar contra el justo: la violencia y la discordia son como dos centinelas que giran en torno a las murallas; pero, en vez de sembrar paz y seguridad, como era de esperar de los centinelas nocturnos de guardia, trabajan para que en medio de la ciudad triunfen la iniquidad y la maldad (versículo 11). En las plazas -lugares de transacciones comerciales y de concentraciones populares- reinan la mentira y el fraude. En la ciudad santa, en la que debía imperar la Ley divina, no hay más que vicios y extorsiones.
Sal 55, 13-15. Conducta traidora del amigo
Lo más doloroso para el salmista es que entre los intrigantes contra su persona hay gentes de su intimidad, algunos colegas con los que había convivido en el templo, intimando con ellos en secretas confidencias (versículo 15); sin duda que alude a compañeros levitas familiarizados con las funciones cultuales, que injustamente habían calumniado y postergado al salmista. La traición de un amigo siempre es más dolorosa que la persecución del enemigo, pues en los duros lances de la vida siempre se cuenta con la fidelidad de los íntimos. Ante el enemigo declarado cabe tomar medidas de defensa, ocultándose de sus insidias (versículo 13); pero la puñalada del amigo traidor coge desprevenida a la víctima, y, por tanto, el choque psicológico es más real, pues no estaba preparada para este trance. Es el caso del salmista traicionado. También en esto encontramos un eco de los oráculos jeremianos: "guárdese cada uno de su amigo, y nadie confíe en su hermano, pues todos los hermanos engañan siempre, todos los amigos calumnian". El salmista recuerda con nostalgia los momentos de intimidad en que con sus colegas avanzaba procesionalmente entre la turba o manifestación popular festiva hacia la casa de Dios. Esta comunidad de vida litúrgica debía garantizar contra toda ruptura de relaciones de amistad, pues a los valores humanos de intimidad antigua se juntan las exigencias religiosas de la casa de Dios.
Sal 55, 16-20. Castigo de los impíos y salvación del justo
Ante esta conducta hostil, el salmista reacciona apelando a los justos juicios divinos, que indefectiblemente se han de cumplir, porque Dios no ha de permitir el triunfo de la maldad. Al fin les sorprenderá la muerte prematura, que es el castigo normal anunciado contra los infieles a la Ley divina. Como Coré y sus cómplices, descenderán pronto al Seol, o morada subterránea de los muertos, para allí llevar una vida lánguida sin esperanza. La muerte prematura será el castigo merecido a sus múltiples impiedades. Su malicia los domina totalmente, y dentro de ellos y en su morada no hay sino maldad. Contrapuesta a esta triste suerte está la del salmista, que por efecto de su invocación a Dios se salvará (versículo 14). Siempre ha confiado en su providencia, y ahora está seguro de que le ha de liberar de la opresión y hostilidad de sus enemigos. La desaparición de éstos de la vida será la hora de la salvación del justo atribulado. Las horas oficiales de oración son la tarde, la mañana y el mediodía. El día litúrgico comenzaba por la tarde, y de ahí que se mencione la tarde en primer lugar. Los tres tiempos de oración significaban prácticamente que el salmista atribulado estaba continuamente en actitud de súplica angustiosa a su Dios. Seguro de la eficacia de su plegaria, declara que Dios rescatará su alma, o vida, frente a la hostilidad de los que le acosan, a pesar de que son muchos los que le cercan.
Al fin los humillará, porque como Juez universal está sentado desde la eternidad, asistiendo al desarrollo de los acontecimientos para dar el veredicto conforme a las exigencias de su justicia. El salmista insiste en la majestad del Dios inmutable, que está sentado en su tribunal celeste, inaccesible a las pequeñeces humanas e insobornable en sus decisiones. Durante siglos -desde la eternidad- Oíos permite temporalmente el triunfo del impío en la vida, pero al fin enviará inexorablemente su castigo, porque no se enmiendan ni le temen, viviendo como ateos prácticos, sin pensar que por encima de sus cálculos está la mano del Eterno.
Sal 55, 21-23. La muerte prematura de los malvados
El salmista describe ahora al amigo traidor con frases expresivas y metáforas sangrantes. Todo en él rezuma doblez e hipocresía calculada: tiende la mano afectuosamente a los que son sus amigos: los que con él están en paz (versículo 21). Entre todos los enemigos, el salmista "piensa, sobre todo, en el que le traicionó, y no encuentra palabras para calificar su baja acción. Mientras tiende la mano viola su pacto, es decir, las obligaciones sagradas de la amistad. En sus palabras es meloso e insinuante, pero en su corazón trama la guerra contra el amigo (versículo 22); aunque son untuosas como el aceite, sin embargo, en realidad son afiladas y crueles como espadas desenvainadas, que penetran hasta el corazón.
Ante la realidad de la Providencia divina, el salmista recomienda la confianza en Yahvé, que es el dueño de nuestro destino y, por ello, sostendrá al que a Él se confía, dándole fuerzas para sobrellevar sus contrariedades, y, al fin, la victoria, pues no permitirá que el justo vacile, siendo descalificado definitivamente ante la sociedad. En cambio, los impíos serán lanzados al sepulcro, víctimas de una muerte prematura. El salmista confía en Yahvé, esperando verse libre de esta triste suerte de los sanguinarios y dolosos. Está seguro de que la providencia protectora de Yahvé dirá la última palabra en favor de sus fieles probados en la tribulación.
Muchos Santos Padres han dado un sentido mesiánico a este salmo del justo perseguido, viendo su cumplimiento en Cristo. En realidad, nada en el salmo insinúa un carácter mesiánico, pero muchos rasgos del salmista atribulado y perseguido pueden aplicarse en sentido típico a Cristo.
Sal 56, 1-14 (Vg 55): Firme confianza en Dios
También este poema tiene el aire de lamentación de un justo perseguido que pone toda su confianza en la protección divina. Bajo este aspecto, este salmo tiene gran similitud con el que sigue, ya que en ambos la confianza en Dios es la nota dominante. A pesar de los peligros graves inminentes, la fe en la liberación permanece en el ánimo del salmista.
Podemos dividir esta composición poética en tres partes: a) lamentación y confianza en Dios (1-5); b) lamentación y plegaria (6-9); c) actitud confiada y promesa de acción de gracias (10-14). Cada parte tiene dos estrofas. El estilo es vigoroso, aunque se repiten muchas frases estereotipadas, predominando el paralelismo sintético.
El título asigna este poema también a David y da como circunstancia histórica su huida a la tierra de los filisteos, en tierra de Gat. En ese supuesto, el poeta, futuro rey de Jerusalén, se dirigiría desde la tierra extranjera a su Dios, lamentándose de la persecución injusta de que es objeto y pidiendo la victoria y la liberación. Sin embargo, aunque por la lengua y el estilo puede sostenerse que es anterior al exilio, no pocos críticos modernos creen que es abiertamente postexílico. Como otros salmos, éste está compuesto después de la liberación de un peligro, y por ficción literaria poética se describe como presente la angustia pasada. Todo esto no es más que un pretexto para cantar la providencia divina en la asamblea litúrgica de los fieles. La experiencia personal del salmista es que Yahvé no abandona a los suyos, y, por eso, en una ceremonia de acción de gracias, lo declara para edificación de los fieles también postergados por su fidelidad a la Ley de Yahvé.
Sal 56, 1-5. Lamentación y confianza en Yahvé
Como en otros salmos, el poeta inicia su exposición apelando al poder de Dios para que le libre de la hostilidad de los muchos que le persiguen. Algunos autores pretenden que este poema se ha de entender en sentido colectivo, como si el salmista expresara los sentimientos de Israel como nación cercada de enemigos; pero todo el contexto del salmo insinúa que es un problema personal, y todas las alusiones a combates se han de tomar en sentido metafórico. La hostilidad contra el justo es sistemática y constante, como la de fieras que están al acecho 6; pero, con todo, la confianza en Dios se aumenta en los momentos de peligro, porque está seguro el salmista perseguido que llegará a celebrar el cumplimiento de la promesa de liberación. Dios no puede desamparar a los suyos en los momentos críticos, y, en ese supuesto, no hay hombre que pueda oponerse al justo (versículo 5). Sus maquinaciones humanas están condenadas al fracaso, porque no cuentan con la ayuda del Omnipotente, que está a disposición del justo. El ser humano es sólo "carne" frágil y perecedera y no puede competir con el que es eterno y omnipotente.
Sal 56, 6-9. Lamentación y plegaria
En torno al salmista hay una conjura organizada. Calumniadores sistemáticos, interpretan mal o abominan de sus palabras. Morosamente describe el salmista las tentativas hostiles de sus adversarios, aunque no concreta la causa de esta animadversión sistemática e injusta. Están al acecho como cazadores dispuestos a caer sobre la presa; incluso buscan ocasión para quitarle la vida a traición. En un arranque vindicativo, el justo asediado pide a Dios que los castigue según merecen: pésalos en la medida de su iniquidad (versículo 8). Yahvé es el Juez supremo y está sobre todos los pueblos, a los que abate según sus altos e inescrutables designios, que exigen también la manifestación de su cólera. Parece como si el salmista atribulado apelara al juicio general sobre todos los pueblos y pecadores, conforme a la expectación general de los últimos tiempos del A.T. La justicia de Dios había de manifestarse solemnemente antes de la inauguración mesiánica, y las almas justas perseguidas suspiraban por este día de vindicación de la virtud de los fieles yahvistas. Conforme a esta perspectiva, el salmista une su causa a la de los justos perseguidos y apela al Dios del juicio sobre los pueblos y pecadores para que adelante la manifestación de su justicia y castigue a los impíos que le persiguen.
El salmista perseguido lleva una vida errante, y esta situación angustiosa es bien conocida del propio Dios. Por eso pide que sus lágrimas no sean echadas en olvido, sino guardadas cuidadosamente en la redoma en que Dios guarda lo más precioso. El salmista juega con la creencia de que Dios lleva el registro de los actos humanos en el Libro de la Vida, y, conforme a ello, supone metafóricamente que tiene también un recipiente para recoger las lágrimas de los justos perseguidos, para acordarse de ellos y hacerles justicia. San Bernardo dirá bellísimamente, dentro ya de la perspectiva evangélica: "Lacrimae paenitentium vinum angelorum." Del mismo modo, las lágrimas de los justos perseguidos del A.T. son guardadas cuidadosamente, porque ellas claman a Dios por la justicia y muestran la fidelidad de los suyos; por eso son cuidadosamente guardadas, de modo que no se pierdan.
Sal 56, 10-14. Confianza en Dios y promesa de acción de gracias
Después de implorar la intervención justiciera de Dios sobre los impíos, el salmista expresa su seguridad en la afrentosa derrota de ellos. Ello será una confirmación de que tiene a Dios a su favor (versículo 10). Entonces llegará el momento de la acción de gracias por el cumplimiento de su promesa, o "palabra" solemnemente empeñada, de ayudar a los que le son fieles. Cumplirá sus ofrendas votivas y sacrificios de alabanza o de acción de gracias: durante sus horas de opresión ha hecho votos a su Dios, y ahora llega el momento de cumplirlos. Yahvé le ha otorgado el mayor de los dones, pues le ha librado de la muerte, de forma que pueda continuar en la presencia de Dios, disfrutando de la luz de los vivientes, en contraposición a la región tenebrosa del Seol, adonde hubiera ido si hubiera muerto. Aunque los muertos estaban sujetos al dominio de Yahvé, sin embargo, no había comunicación afectiva entre ellos y su Dios, y sólo entre los vivos se podía alabar a Dios. Por eso habla el salmista de andar en la presencia de Dios, es decir, participar de las intimidades de la vida litúrgica en el templo, donde Yahvé se manifiesta de un modo particular a sus fieles. El mejor comentario -dentro de la nueva perspectiva evangélica- son las palabras de Jesús: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida".
Sal 57, 1-12 (Vg 56): Oración confiada del justo
Este poema es muy semejante al anterior por el argumento y la disposición general de sus partes. En él expansiona sus sentimientos un alma atribulada e incomprendida que, además, es hostigada por feroces enemigos, que se abalanzan como fieras ansiosas de su vida." Como el salmo anterior, éste también refleja la profunda confianza del justo perseguido, el cual está seguro de que Dios no le ha de abandonar en el peligro en que se halla. El acento tiene un matiz de triunfo que no encontramos en la composición poética anterior. También aquí aparecen sistemáticamente repetidas determinadas palabras, sin duda para recalcar más las ideas, aun a costa de la monotonía. El poema contiene dos estrofas, predominando el ritmo del paralelismo sintético.
Los versículos 8-12 (acción de gracias) coinciden con los versículo 2-8 del salmo 108, lo que parece sugerir que este segundo fragmento del salmo tuvo existencia independiente antes de ser juntado a la primera parte (2-7). Con todo, es difícil determinar la época de composición del salmo actual. Según el título, el poema se debe al propio David, perseguido y oculto en la gruta de Adullam. Los críticos modernos suponen un origen más tardío de la composición.
Sal 57, 1-6. Súplica confiada a Dios
Como en el salmo anterior, el poeta pide la ayuda de Dios en los críticos momentos de angustia en que se halla. La súplica tiene un aire marcado de confianza. Siempre ha estado al abrigo de las alas protectoras de Yahvé, que, como sombra bienhechora, le libra de las inclemencias de la vida. El salmista concibe aquí a su Dios como un ave que maternalmente esconde a sus polluelos bajo sus alas. Cuando sobreviene algún peligro, éstos acuden a su refugio seguro. Este símil es muy corriente en la literatura bíblica. El salmista, pues, mientras pasa la desgracia, acude al refugio seguro, que es su Dios providente y fiel a sus promesas de protección al que se le confía.
Su poder está garantizado, porque es el Altísimo, que habita en la cúspide de los cielos y desde allí gobierna el mundo y controla los acontecimientos de las vidas de los hombres. Desde su atalaya domina la panorámica de la historia, y nada se oculta a sus ojos, que escudriñan lo más secreto de los corazones. Particularmente está atento a las vicisitudes de los que son sus íntimos, sus fieles cumplidores de la Ley; a éstos les favorece, y, a pesar de hallarse en la cúspide de la morada celestial - sobre la bóveda celeste, la región empírea de los griegos-, está atento a las necesidades de los suyos. Por eso, en el momento oportuno mandará su ayuda para salvar al justo atribulado (versículo 4.) y confundir y avergonzar a los enemigos que le acosan. Los emisarios del Dios providente serán su gracia y verdad, que constituyen la garantía de la fidelidad de Dios a las promesas de ayudar al que le sea fiel.
Con toda viveza describe a sus enemigos, que le acechan como leones ávidos de la presa. Sus dientes son como mortales saetas; sus calumnias c insolencias hieren y penetran en el corazón del angustiado justo perseguido. En medio de tanta hostilidad que le circunda, sus ojos se levantan al Dios que habita en lo más alto de los cielos y desde allí contempla el ataque de sus enemigos; en sus ansias de salvación y de justicia, pide a Dios que se manifieste en su plena majestad y muestre esplendorosamente su gloria, castigando tanta insolencia. La manifestación de su justicia redundará en su propia gloria, pues todos serán testigos de su poder y protección a la virtud.
Sal 57, 10-12. Liberación: acción de gracias
Conforme al esquema estereotipado de estos salmos deprecatorios, después de solicitar la ayuda del Omnipotente, el poeta describe la realización de sus esperanzas. Son composiciones hechas "post factum," y por eso el cambio de situaciones se sucede artificialmente como en un film cinematográfico. La actualización dramática de las escenas pasadas sirve de ocasión para destacar ante las asambleas litúrgicas del pueblo la protección divina sobre sus fieles amigos. En efecto, el salmista destacó cómo se manifestó la justicia divina, haciendo caer a sus enemigos en las redes que le habían tendido y en la fosa que le habían cavado. Antes había declarado que le espiaban y estaban al acecho, y ahora, siguiendo el símil de los cazadores, que preparan emboscadas a la presa, proclama la derrota definitiva de los que han sido burlados en sus planes por la intervención de Dios. El corazón del salmista se esponja ante la derrota de sus adversarios, y se dispone a entonar salmos de acción de gracias a su Salvador. Poéticamente invita a su alma -gloria mía- a entonar cantos de júbilo al son del salterio y de la citara (versículo 9). Poéticamente declara que está dispuesto a despertar a la misma aurora con sus instrumentos musicales. De ordinario, la aurora es la que despierta al poeta para que entone cánticos en honor de Yahvé; aquí es el poeta el que se adelanta a la aurora, porque no puede retener el júbilo que le embarga. El poeta romano llamaba al gallo despertador de la aurora: "Vigilales... evocat auro-ram"; el salmista ahora es el despertador del nuevo día que se anuncia de triunfo por haber sido salvado del peligro. Job habla de los "parpadeos de la aurora"; esta personificación del albor del día es corriente en la literatura poética bíblica.
La perspectiva del salmista se ensancha, pues no sólo quiere cantar los portentos de su Dios Salvador en medio de su pueblo, sino que aspira a darlos a conocer a los pueblos y naciones gentílicas (versículo 10). Aunque en estas frases no hay alusiones claras mesiánicas, sin embargo, su entusiasmo lírico se desborda y empalma con otras tradiciones universalistas de la literatura profética y sapiencial. En realidad, la concepción monoteísta estricta llevaba lógicamente al universalismo, ya que el Dios de Israel es el Señor de toda la creación y de todos los pueblos; aquí el salmista declara que su benignidad sobrepasa a los cielos, y su fidelidad a las nubes. No sólo llenan la tierra, sino que traspasan el horizonte cósmico del hombre. Esta amplitud de la grandeza divina exige un canto que desborde también todos los ámbitos nacionales. Conforme a esta perspectiva, el salmista repite de nuevo el estribillo, pidiendo que se manifieste en lo alto de los cielos, haciendo esplender su gloria en toda la tierra. En el versículo 6 era una súplica para manifestar su justicia punitiva sobre sus enemigos que le cercan; ahora, en cambio, la panorámica se ensancha, pues pide que la gloria o manifestación gloriosa y rutilante de Yahvé llene toda la tierra, después de haber manifestado su justicia vengadora sobre los impíos.
Sal 58, 1-12 (Vg 57): Imprecación contra los jueces injustos
El poeta, en tono fulminante profético, se encara con los jueces inicuos, que con sus decisiones arbitrarias siembran el malestar y la injusticia en la sociedad. En el fondo, el problema que se plantea el salmista es el de la retribución: ¿por qué en la tierra dominan y triunfan los prevaricadores? El estilo es enérgico y la diatriba es furibunda. Empieza con un apostrofe sangrante y sarcástico (2-3), para describir, después su perversa conducta (4-6), lanzando rudas imprecaciones (7-10), para terminar cantando la alegría que sentirá el justo cuando vea la manifestación justiciera de su Dios y sea reconocida su virtud (10-12),
El estilo es vigoroso y atrevido, con un marcado sello profetice: denuncia abierta de los abusos de la clase dirigente y anuncio de su caída. Destaca en esta composición salmódica, por el vigor y brillo del estilo, la originalidad y lo pintores de sus imágenes, la libertad y, a la vez, la regularidad clásica de su desarrollo: apostrofe indignado a los malos jueces; reflexión sobre la profundidad de su perversidad congénita e incurable; plegaria para que no puedan dañar; predicción profética de su próximo aniquilamiento; cálculo de los resultados que se han de esperar de este castigo bien merecido".
El título atribuye a David la paternidad de este salmo, como es ley en gran número de salmos; pero es difícil suponer en boca de David esta diatriba contra los jueces injustos, pudiendo él tomar las medidas pertinentes para corregir los abusos como responsable de la vida político-judicial de la nación. Por otra parte, los abusos que aquí se denuncian coinciden con los fustigados por la predicación de los grandes profetas: Amos, Oseas, Isaías y Jeremías; incluso parece que hay concomitancias literarias con textos del Deutero-Isaías; todo lo cual aboga por una composición postdavídica del poema. Algunos autores creen sorprender alusiones de índole escatológica. Se trataría, no de las injusticias de los jueces de Israel, sino de la pugna entre el bien y el mal en el mundo, y así nos encontraríamos con un diálogo teológico dramatizado en el que intervienen el sentido providencialista de la historia y los obstáculos que se oponen a la implantación del reinado de justicia y equidad en la sociedad humana. En ese supuesto, los elohim o "dioses," que comúnmente se identifican con los jueces de la sociedad israelita, serían más bien los espíritus perversos demoníacos, que se oponen al triunfo de la virtud en la sociedad. En ese caso, el salmo 58 sería paralelo al 82, donde se plantea el problema de la permisión de la injusticia en la vida social. Si, efectivamente, los elohim de ambos salmos (en Sal 82, 1 forman el cortejo de Dios) son fuerzas superiores que se oponen a la implantación de la justicia en el mundo, nos encontraríamos aquí con una dramatización de fuerzas al estilo de la escenificación propuesta por el autor del libro de Daniel, donde aparecen los representantes de los intereses de Persia y Grecia oponiéndose a la implantación del "reino de los santos" (Israel) en la historia. Si admitimos esta interpretación del salmo, no cabe duda que en él hay implicaciones de índole escatológica, y su composición habría que retrasarla a los últimos siglos del judaismo del A.T.
Sal 58, 1-6. Los jueces prevaricadores
El salmista inicia su reprimenda exabrupto, apostrofando a gentes aviesas y malignas, como en Sal 52,3. Generalmente, los autores modernos interpretan la palabra hebrea 'elim o elohim por jueces, como se les llama en otros lugares de la Biblia. Los jueces, como representantes de Dios, reciben este nombre de elohim, común en las lenguas cananeas para designar los seres divinos. Sin embargo, no faltan autores que en el salmo dan a la palabra el sentido de ser supranatural, equivalente de algún modo a "ángel". Al menos, la palabra elohim tiene no pocas veces este sentido de colaborador de Dios en el gobierno del mundo. En este supuesto, el salmista se encararía con una especie de seres suprahumanos que, en lugar de colaborar con Dios en la implantación de la justicia en la sociedad, no hacen sino estorbar su acción providente y benéfica. El contexto, sin embargo, parece favorecer la primera interpretación; es decir, el salmista apostrofa a los jueces -representantes de Dios en la administración de la justicia- por haber pervertido el derecho sistemáticamente, haciendo caso omiso de la ley divina. En realidad, el término puede aplicarse en general a los representantes de Dios en la sociedad: reyes, jueces, gobernadores, responsables de la dirección de la vida social, que debe asentarse sobre las bases de la justicia.
Los jueces inicuos, lejos de obrar con rectitud, fomentan la iniquidad, pues no castigan a los malvados, que triunfan con sus ardides sin escrúpulos morales y religiosos. Como consecuencia de esta falta, de administración de la justicia, en la tierra domina la violencia (versículo 5). Miqueas apostrofa así a los injustos directores de la sociedad: "¡Ay de los que en sus lechos maquinan la iniquidad, que se preparan a ejecutar en amaneciendo, porque tienen en sus manos el poder!". En realidad, esta maldad es innata en los jueces inicuos, pues se han desviado desde el seno (versículo 4). Son malos por constitución, como las serpientes son venenosas por naturaleza. Su malicia no parece, pues, desenraizable, pues les es congénita. Como el áspid cierra sus oídos al canto de los encantadores, así ellos no hacen caso de las amonestaciones de los que les hablan en nombre de Dios, como son los profetas.
Sal 58, 7-12. Imprecaciones contra los impíos y rehabilitación del justo
Ante tanta perversión, ya congénita y sin remedio, el poeta -llevado del celo por el reinado de la justicia en la sociedad- pide a Dios que intervenga e inutilice las artimañas de los malvados. Los compara a leoncillos que están ávidos de la presa (los justos indefensos), y, siguiendo la metáfora, pide que se les rompan los dientes y quijadas, para que sean inofensivos. Por su insidia, antes los comparó a la serpiente; ahora, por su ferocidad, los asemeja a fieras salvajes. Con nuevas metáforas expresa el deseo de que desaparezcan los malvados de la sociedad: como agua que se va filtrada o por evaporación, o como torrente que dura sólo bajo el efecto de una súbita tormenta de agua y se pierde pronto por los despeñaderos, quedando seco de nuevo el lecho o "wady"; como musgo, que se marchita pisado por el caminante; como caracol, que se deslíe caminando, pues, según la estimación popular, parece que se deshace en baba al caminar, perdiendo energías constantemente a medida que avanza; como aborto, que muere antes de ver el sol. La última metáfora es más difícil de explicar, pues el texto original es oscuro; pero, suponiendo la traducción que hemos adoptado y tomando la frase como un proverbio popular, parece que el sentido es el siguiente: el beduino reúne hojarasca y zarzas como combustible para cocer la comida en la olla; pero, cuando las ramas están empezando a calentar la caldera, viene una ráfaga de aire en turbión y lo lleva todo por delante, sin que pueda aprovecharse nada de lo preparado. Así, el salmista desea que el turbión de la ira divina lleve a los jueces impíos antes de que pongan en práctica sus aviesos designios.
El castigo y la desaparición de los malvados directores de la sociedad representará el triunfo y la liberación del justo atribulado y arrinconado: se alegrara el justo, porque ello significa también la manifestación de la justicia divina ultrajada. La mortandad será tal, que el justo podrá bañar sus pies en la sangre del impío (versículo 11). La frase es estremecedora, y ha de entenderse dentro del género literario hiperbólico oriental, tan usado en la Biblia. La causa del salmista es la de Dios; pero, en su mentalidad viejotestamentaria, su sensibilidad humana no ha llegado a las alturas del mensaje evangélico, que gira en torno al perdón de los enemigos. El justo atribulado del A.T. tiene ansias de revancha, mientras que el justo del N.T., cuanto más sufre, más perdona al que le hace sufrir. Es una nueva perspectiva abierta por la frase de Cristo en la cruz: "Perdónalos, porque no saben lo que hacen". El protomártir del cristianismo, el diácono Esteban, cierra sus ojos a la vida con esta frase sublime en sus labios: "Señor, no les tengas en cuenta este pecado". Pero esto es explicable sólo a la luz cegadora de la revelación evangélica. No debemos, por tanto, exigir esta elevación de miras en un estadio de revelación muy inferior, como era el del A.T. La rudeza de costumbres de la época y la falta de una esperanza de retribución en ultratumba hacían que los justos del A.T. compartieran puntos de mira que hoy -después de la revelación evangélica- no podemos admitir. Pero tampoco es justo juzgar la moralidad del A.T. conforme a la mayor sensibilidad religiosa del N.T. El castigo de los malvados será la prueba de que existe una retribución y un premio para el justo en esta vida. Todos reconocerán que en efecto existe una Providencia en la vida que hace justicia sobre la tierra (versículo 12). Esta confianza en la manifestación de la justicia divina en la vida aparece constantemente en el Salterio. Carentes de luces sobre el más allá, los justos del A.T. esperaban la retribución a su virtud en esta vida, bien en sus personas o en sus descendientes.
Sal 59, 1-18 (Vg 58): Suplica de auxilio de un justo perseguido
También este poema tiene el aire de una lamentación individual a causa de peligros que sobre el salmista se ciernen. Se divide en dos partes que terminan con un estribillo. Cada una tiene dos estrofas, separadas por un selah. Literariamente es una mezcla de plegaria confiada a Dios y de enérgica imprecación contra los enemigos". El estilo es vigoroso y original, aunque algunas veces las frases resultan oscuras por la mala conservación del texto. El salmista no tiene conciencia de haber ofendido a sus enemigos; éstos le atacan injustamente movidos de su malicia y deslealtad e insolencia. Son gentes que no tienen temor de Dios, y así calumnian al que procura vivir según la ley divina. Pero su hostilidad quedará sin efecto, porque por encima de ellos está el Omnipotente, que es el refugio seguro del atribulado justo. La confianza, pues, del salmista es plena, exige justicia, y sabe que se le hará. También aquí la perspectiva es viejotestamentaria, y por ello la postura del justo doliente y perseguido está por debajo de las exigencias del mensaje evangélico.
También este salmo es atribuido a David en la indicación preliminar actual; y se da como circunstancia histórica de su composición el envío de gentes por Saúl para vigilarle. Como en otras indicaciones cronológicas, ésta ha de atribuirse al glosista erudito, que ha procurado relacionar gran parte del Salterio con la vida azarosa del gran rey, que había sido también gran poeta. Nada en el salmo nos obliga a mantener una época tardía de composición, pero tampoco nada insinúa que pueda relacionarse con la vida de David.
Sal 59, 1-6. Súplica de auxilio
El tono con que el salmista inicia su súplica y lamentación da a entender que se halla en grave peligro de perder la vida en manos de sus enemigos. Yahvé es el único refugio contra tales adversarios, que son descritos como sanguinarios y fraudulentos. Muchas veces han tramado asechanzas y conjuras contra él, pero ahora parece que se preparan para un ataque definitivo y abierto. Por otra parte, esta hostilidad no tiene justificación, pues el salmista perseguido no tiene conciencia de haberles herido en sus derechos. Consciente de su inocencia y de la justicia de su causa, urge a Dios para que-salga a su encuentro a ser testigo de la opresión injusta de que es objeto: ¡Despierta..., mira! (versículo 5b). Yahvé de los ejércitos es el Juez supremo y, además, Dios de Israel. El salmista ensancha la perspectiva, y pide no sólo el castigo de los impíos que le persiguen, sino la intervención justiciera sobre los que comprometen los destinos históricos de Israel corno nación. Este tránsito de lo personal a los problemas colectivos no es raro en determinados salmos, bien sea porque el salmista sienta su vida vinculada a una sociedad con proyección universal, o bien porque algún glosista o compilador haya interpretado sus problemas personales en sentido colectivo nacional. Los salmos han sido muy retocados según las exigencias litúrgicas, y los redactores posteriores se han permitido muchas veces adaptar un salmo de índole personal a los problemas análogos angustiosos de toda la nación.
Sal 59, 7-10. La hostilidad de los malvados
El salmista compara a sus enemigos a perros hambrientos que andan merodeando todas las tardes por los alrededores de la ciudad en busca de los desperdicios; la hostilidad es permanente, y día tras día vuelven a la carga en busca de la víctima inocente. En su insolencia borbotan palabras insultantes a boca llena. Sus labios son como tajantes espadas, e impudentemente se permiten decir que Dios no les oye y tiene abandonado a su fiel servidor: ¿Quién oye?. Es la exclamación del necio: "¿Dónde está tu Dios?". Pero el justo se siente seguro, porque Yahvé está por encima de ellos, inaccesible a sus ataques; desde la altura de los cielos se ríe de ellos. De nuevo el salmista asocia a sus enemigos personales a las gentes que hostigan a Israel. La perspectiva personal y la nacional se junta y aun mezcla; porque el justo perseguido es el tipo del pueblo elegido -Israel-, incomprendido y hostigado por los pueblos gentiles. Su suerte va unida en su mente a la de la sociedad israelita en su parte más selecta, la de los yahvistas, fieles a la Ley. Con toda confianza recurre a Dios como único refugio. Su alma profundamente religiosa no encuentra otra salvación segura que la sombra protectora de Yahvé.
Sal 59, 11-14. Imprecaciones contra los perversos
Conforme a la dramatización literaria corriente en estos salmos deprecatorios, el poeta pasa de la súplica a la expresión de confianza en el cumplimiento de sus deseos. Está seguro de que Yahvé le prestará ayuda, de forma que su merced y benevolencia le irán abriendo camino, como precursoras del triunfo: me precederá. El justo hostigado tendrá la satisfacción de ver a sus enemigos abatidos. No quiere que sean destruidos súbitamente, sino lentamente, para que el pueblo tome lección de la intervención justiciera de Yahvé: No los mates, para que mi pueblo no olvide... (versículo 11). Para lección permanente de su pueblo -propenso al olvido-, desea que anden vagabundos impulsados por el poder de Dios, para caer después abatidos y humillados. Por sus múltiples pecados son acreedores a esta triste suerte. Ahora, en pago a su arrogancia y a causa de sus insolencias y mentiras, serán presos en sus propias redes de pecado: la justicia divina les dará el merecido.
Así, con todo énfasis, el poeta urge a Dios para que lleve a cabo la obra de exterminio de los pecadores: ¡acábalos...! Su castigo será la ocasión de que los demás sepan que hay un Dios en Jacob o pueblo israelita, cuyo dominio se extiende hasta los confines de la tierra (versículo 14). Es justamente lo que dice David a Goliat: "Hoy sabrá toda la tierra que Israel tiene un Dios". La frase toda la tierra tiene en la Biblia un sentido hiperbólico para indicar muchos pueblos y tierras. Los israelitas tenían conciencia de su elección como pueblo, y sabían que Yahvé era el Dios del universo, aunque estaba especialmente vinculado a Israel por un pacto; por eso en los salmos y escritos profetices abundan estas proyecciones de los hechos ocurridos en Israel hacia toda la tierra. Israel es el quicio de la historia universal, y lo que en este pueblo sucede tiene repercusión en los demás según la perspectiva teológica de los escritores del A.T. Así, pues, el salmista ve en el castigo de los impíos una lección no sólo para los israelitas, sino para todas las gentes.
Sal 59, 15-18. El triunfo de la causa del justo
El versículo 15 es una repetición del versículo. Por artificio literario, el poeta repite la actitud hostil de sus adversarios, que le andan rondando como perros hambrientos en torno a la ciudad todas las tardes, para contrastarla con su triunfo y liberación, expresada en su acción de gracias a Dios, su Salvador. Los enemigos del salmista le buscan ansiosamente como los canes hambrientos, que andan errantes de un lado para otro buscando saciar su necesidad, y si no lo logran, aúllan y refunfuñan protestando. La descripción es realista y sangrante. El salmista termina cantando su liberación, prometiendo alabar a Dios cada mañana a la hora, de la oración.
Sal 60, 1-14 (Vg 59): Petición de victorias después de una derrota
Este poema tiene el aire de una oración litúrgica después de una fuerte derrota de los ejércitos de Israel. El salmista se queja de la prueba a que se ha sometido al pueblo de Dios, pidiendo que se remedien las consecuencias de esta trágica calamidad nacional (3-7); a pesar de las promesas de victoria (8-10), los acontecimientos no parecen corresponder a estas optimistas promesas (11-12), y termina declarando la plena confianza en Dios (13-14). No pocos autores creen que el oráculo de los versículo 8-10 sobre las victorias es inserción posterior a las súplicas de victoria que encontramos en los versículos 3-7 y 11-14; por el contenido, este salmo es paralelo al 44, aunque de tono menos sombrío. El estilo es conciso y apretado, no exento de belleza literaria.
Como es ley en esta colección, se atribuye también este salmo a David, y se da la ocasión de su victoria sobre los arameos y edomitas. Esta suposición se compagina mal con el contenido del salmo, que habla de una derrota y no de una victoria. Para salvar esta incongruencia, algunos autores conservadores suponen que, mientras David dirigía la guerra en la parte septentrional contra los arameos, los edomitas atacaron por el sur, y de momento derrotaron a los israelitas, los cuales, gracias a la intervención de Joab, enviado para hacer frente a este peligro, habría logrado una victoria. El salmo habría sido compuesto justamente cuando David recibió la noticia de la derrota de su ejército antes de enviar a Joab. Los autores modernos, sin embargo, suponen que el salmo es de época posterior a David, aunque no parece que deba ponerse después del exilio. El oráculo de los versículo 8-10 parece ser anterior a las lamentaciones de los versículos 2-7 y 11-14. El salmista o compilador lo habría insertado al conjunto deprecativo para dar más ánimos y esperanzas basadas en las promesas divinas.
Sal 60, 1-7. Terrible derrota del pueblo elegido
Como en otros fragmentos deprecativos, alternan las quejas y las súplicas. El salmista atribuye la derrota de la nación a la manifestación airada de Yahvé. Los hagiógrafos tienen un sentido profundo de la teología de la historia, de tal forma que lo que sucede es siempre en función de la intervención justiciera o misericordiosa de Dios. Así, ahora, después de ser rechazado y destrozado el pueblo israelita por la ira de Yahvé, se le pide con urgencia y confianza que lo vuelva a rehacer: ¡Restitúyenos! (versículo 3). Todo es obra de Dios: la destrucción y la reconstrucción de la nación. Es inútil que los seres humanos intenten por sus solas fuerzas oponerse a los planes destructores o reconstructores del que dirige los hilos de la historia universal, y particularmente de la del pueblo elegido, su "porción" selecta, su "heredad". Tomando la metáfora del terremoto, el salmista declara cómo la tierra de Israel ha sido sacudida y quebrada bajo la manifestación airada de Yahvé. Israel ha quedado como una casa removida en los cimientos y con grandes resquebrajaduras; sólo la intervención benévola de Dios puede restañar sus quiebras (versículo 4). En la literatura salmódica y profética, la metáfora del terremoto es símbolo del juicio divino, que conmueve la sociedad y las naciones hasta los cimientos. La suerte que les cupo es amarga: han tenido que beber del cáliz embriagador de la ira divina, que los hace vacilar y caer: el vino del vértigo (versículo 5). Los juicios punitivos de Dios son presentados con frecuencia bajo el símil de una copa de vino embriagador, que hace perder el sentido y caer. Así, en Is 51, 17 dice Yahvé a su pueblo: "Despierta, levántate, Jerusalén, tú que has bebido de la mano de Yahvé el cáliz de su ira; tú que has apurado hasta las heces el cáliz que aturde..." El salmista proclama que, a causa de este cáliz de vértigo, o embriagador, el pueblo escogido ha tenido que sufrir cosas duras, calamitosas, difíciles de llevar. La derrota ha sido tal, que la única salvación está en la señal de huida dada por Dios para que se recojan ante el arco (versículo 6). Ante esta negra perspectiva, el salmista recurre a Dios como última instancia: sálvanos con tu diestra, puesto que los israelitas son sus dilectos. Si el castigo ha venido de Dios, sólo Él puede restablecerlos. Con toda intención, el poeta llama a los ciudadanos de Israel los dilectos de Dios, como una apelación implícita a las exigencias de sus promesas antiguas. El amor de Dios por Israel -mostrado desde su elección como pueblo en el desierto- es la única esperanza para contrarrestar las exigencias de justicia y furor.
Sal 60, 8-10. Promesa oracular de victoria
El oráculo se pone en boca de Yahvé, si bien habla en nombre de su pueblo. La expresión hablar por su santidad equivale a declarar una promesa con juramento, pues la santidad es el atributo específico de la divinidad según la mentalidad del A.T. Dios es el Santo, es decir, el incontaminado, el inaccesible, el trascendente. La santidad se concibe como una especie de atmósfera aislante que santifica o depura todo lo que toca. Cuando Dios habla apelando a su santidad, sugiere que pone en juego lo más específico e íntimo de su esencia, y, por tanto, sus palabras tienen el carácter de un juramento y de una promesa. La santidad de Dios incluye su naturaleza en su aspecto moral, y, por tanto, lo anunciado por su santidad lleva el sello de lo intocable y permanente. La expresión "jurar por su santidad" es sinónima no pocas veces de "jurar por El mismo".
El contenido de esta promesa, solemnemente declarada y garantizada por la santidad divina, es la seguridad de la victoria sobre los pueblos vecinos a Israel: Moab, Edom y Filistea. El vencedor es Yahvé, que conquistó Canaán y sus aledaños para su pueblo elegido, Israel. Las palabras, aunque puestas en boca de Dios, en realidad pueden aplicarse a la nación israelita como colectividad. El poeta dramatiza la victoria y, con claros antropomorfismos, presenta a Dios como un guerrero que ocupa y somete a las naciones enemigas de Israel. Ante la victoria segura, exulta y se dispone a repartir la región de Siquem, es decir, la franja de terreno situada en Cisjordania. El valle de Sucot es la región conquistada en Transjordania. Quizá estas dos localidades se nombran porque aparecen en la historia del gran patriarca Jacob. Así Dios cumple la promesa de dar a su descendencia el territorio donde había acampado en su azarosa vida. Galaad y Manases son los territorios del norte de TransJordania. Estas zonas territoriales, pues, pertenecen al pueblo de Yahvé; pero el centro de ellas lo constituyen Efraím, que es el yelmo de su cabeza, porque la tribu de Efraím se distinguió siempre por su espíritu belicista y aguerrido, y Judá su cetro, o territorio donde radicaba la capital con su templo, morada de su majestad en la tierra. Por ello tenía la supremacía jurídica y gubernativa sobre el resto de las tribus. Es un eco del vaticinio de Jacob: "No faltará de Judá el cetro ni de entre sus pies el báculo hasta que venga aquel cuyo es, y a él darán obediencia los pueblos..."
Aquí se declara la pertenencia de los territorios de estas diversas tribus a Yahvé como porción especial de Él; pero, además, serán sometidos como estados vasallos Moab, Edom y Filistea. Los términos en que se expresa esta idea son despectivos y humillantes, en contraposición a la declaración de pertenencia de los territorios anteriores que integraban la "heredad" de Yahvé. Moab es la bada en la que se lava sus pies, Edom es el esclavo a quien se confía llevar el calzado, y Filistea oirá los cantos de triunfo del Vencedor, sin poder oponerse a su victoria. Esta es la panorámica de triunfo que el salmista pone en boca de Yahvé para dar ánimos a los decaídos israelitas por las derrotas actuales. Esta perspectiva de victoria coincide con los oráculos proféticos.
Sal 60, 11-14. Ansias de victoria sobre los edomitas
Terminado el paréntesis oracular -sin duda intercalado posteriormente al salmo deprecativo, aunque originariamente sea de composición anterior-, el salmista, sopesando el ambiente de postración y derrota de su pueblo, clama a su Dios para que los ayude a reconquistar el territorio edomita y dar el merecido al arrogante Edom, actualmente vencedor. En el versículo 6 hablaba de la huida como único medio de salvación; ahora espera el poder de Yahvé para reconstruir el poder militar de la nación. Nadie puede darles la victoria sino el propio Dios. El salmista ansia llegar con su ejército a la ciudad fortificada, sin duda Petra o Sela, capital de Edom. Se consideraba inexpugnable porque estaba construida en una superficie irregular rocosa, inaccesible al invasor. En realidad, las guerras de Israel son las guerras de Dios, al que está vinculado por una alianza, y aunque ahora parece que los ha rechazado y no sale con sus ejércitos al campo de batalla, sin embargo, es el único que puede prestar auxilio (versículo 12). El abandono de Yahvé tiene que ser sólo momentáneo, pues al fin tendrá que salir por los fueros de su pueblo. Esta es la confianza del salmista -síntesis de las aspiraciones de su pueblo derrotado-; por eso habla en primera persona: "¿Quién me conducirá...?"
Todo auxilio humano no tiene valor alguno en estas circunstancias, y sólo con la ayuda divina será posible obrar las proezas de reconstruirse y aun de entrar en territorio del ahora vencedor. Yahvé es el guerrero de Israel y terminará por aplastar a sus enemigos. Esta confianza en la victoria con la ayuda de Dios es la característica de todos los salmos deprecatorios.
Sal 61, 1-9 (Vg 60): Oración de un exilado
Este poema refleja el estado de ánimo de un fiel yahvista que habita fuera de la tierra de Yahvé, y que aspira a volver a la ciudad santa para permanecer al amparo de su Dios, a la sombra de su tabernáculo. Aunque tiene conciencia de haber sido atendido en sus deseos por Dios, sin embargo, suspira por el cumplimiento del más ansiado de todos: el retorno a la ciudad santa. Todo esto revela a un levita que no encuentra su sitio fuera de la tierra santificada por la presencia de Yahvé. En su exilio parece que está hostigado por enemigos, y, en su mentalidad teocrática, pide a su Dios que proteja a su rey, estrechamente ligado a la suerte de su pueblo elegido. La oración del salmista es confiada y filial, pero lleva el sello de la melancolía del desterrado. Los atributos de Dios, su experiencia del pasado y las promesas divinas sobre los destinos de Israel, le dan fe y confianza para mantener ilusiones sobre su porvenir y el de su pueblo. Sólo en la tierra de Yahvé es posible la comunicación íntima espiritual, y de ahí sus ansias incoercibles de volver a la ciudad santificada por la presencia permanente de su Dios.
Parece que este salmo está formado de dos fragmentos distintos: a) súplica de repatriación del exilado (2-5); b) conseguido el retorno a la patria, el salmista ruega por la suerte del rey y promete entonar himnos de acción de gracias por las mercedes recibidas (6-9). La primera parte se cierra con el signo musical selah. Estas dos plegarias tienen cada una, una estrofa. El estilo es de mucho colorido y de gran sencillez. Abundan los paralelismos sinónimos.
También este salmo es atribuido a David en el título, aunque sin dar la circunstancia histórica de su composición. Los que mantienen la autenticidad davídica de la composición suponen que fue redactado cuando se hallaba fuera de Jerusalén a causa de la rebelión de Absalón. Los críticos modernos, en general, suponen que es de la época de la monarquía, y, por tanto, anterior al exilio babilónico. Razones lexicográficas parecen avalar este origen preexílico.
Sal 61, 1-5. Ansias de retorno a la tierra de Yahvé
El salmista se siente lejos del santuario de su Dios, y desde el cabo de la tierra -lugar extremo de la tierra santa o en territorio extranjero- lanza un grito deprecatorio hacia Él. Para el piadoso yahvista, Jerusalén es el centro de la tierra como morada de Yahvé, Señor del universo. Lejos de la ciudad santa y de su templo, el salmista se siente como exilado, fuera de la mirada protectora de su Dios, que es el centro de su corazón. Como levita, siente nostalgia de la vida litúrgica del templo y ansia volver a pisar los sagrados dinteles del santuario. Allí está la roca o promontorio de Sión en que se asienta la casa de Dios. El yahvista exilado, o lejos del templo, cree que a la sombra de éste encontrará su reposo (versículo 3b). En los salmos es frecuente llamar a Dios la Roca de salvación, en cuanto que a su amparo el fiel es inaccesible a los ataques de sus enemigos. Con un nuevo símil, el poeta destaca el carácter protector de Yahvé: es la torre fortificada desde la que se puede hacer frente al enemigo. El salmista tiene experiencia personal de esta protección divina, y por eso acude a su Dios como único y seguro refugio. Por ello ansia ser su huésped permanente en su tabernáculo o templo, pues allí, al amparo de sus alas, se sentirá seguro como el polluelo bajo las alas de su madre.
Sal 61, 6-9. Súplica por el rey y promesa de acción de gracias
La situación psicológica del salmista cambia totalmente: el momento de angustia ha pasado y ahora puede disfrutar de la heredad o tierra prometida en la que viven todos los que temen su nombre. Aunque no pocos autores supongan que éste sea un nuevo fragmento salmódico adaptado, por razones litúrgicas, a la sección anterior, sin embargo, este cambio de perspectiva del salmista puede explicarse suponiendo -como ocurre en otros salmos- que ha compuesto el poema después que ha pasado el peligro, aunque, para dar viveza a las ideas, dramatiza la situación y la describe como presente. Este es un artificio literario muy común en el Salterio y en los escritos profetices, y explica las brusquedades y cambios de pensamiento, que reflejan distinta situación ambiental.
El salmista alude al cumplimiento de sus deseos o plegarias acompañadas de votos, y, lleno de euforia y optimismo, se considera ya plenamente restablecido en la sociedad israelita presidida por el rey, representante de Yahvé. Por eso, sus mejores deseos se dirigen para el que encarna los intereses de su Dios en la sociedad teocrática. Por ello, le desea larga vida, incluso que se prolongue sobre la normal de los hombres: de generación en generación. La frase es hiperbólica, conforme a la usual estereotipada de las salutaciones solemnes: "¡Que el rey viva por siempre!". La mayor bendición que Yahvé podía otorgar a una persona era una larga vida, esto era una señal de especial benevolencia para el que llegaba a una edad avanzada. Tratándose del rey, su vida aparece vinculada a los destinos de su pueblo, y, por tanto, la permanencia del monarca representa una fuente de felicidad para la sociedad israelita.
Algunos Santos Padres han visto en este verso una alusión a la permanencia eterna del Mesías, pero nada en el contexto favorece esta interpretación. Únicamente que en la perspectiva teológica de los hagiógrafos los reyes eran el eslabón de la cadena dinástica que culminaba en la aparición del Mesías. Y bajo este aspecto, se puede hablar de un sentido típico mesiánico. Los salmistas, a través de las figuras históricas de los reyes contemporáneos, se trasladaban mentalmente a la futura teocracia mesiánica, presidida por el gran Rey Mesías.
Conforme al estilo áulico ditirámbico, el poeta expresa los mejores deseos para su monarca, que ha de sentarse a la presencia de Dios, es decir, gozará de su favor y protección; y en su trono será escoltado por la benevolencia y la fidelidad, los dos atributos que garantizarán la permanencia del rey, pues Yahvé ha de ser fiel a sus promesas de protección a los representantes de la dinastía davídica, y por eso dispensará su benevolencia y gracia hacia el eslabón que encarna la cadena real que lleva al Mesías. Así, la benevolencia y la fidelidad divinas serán como los ángeles custodios del vástago real, objeto de las bendiciones del salmista.
Como es ley en estos salmos deprecatorios, el poeta termina prometiendo alabar a su Dios por los beneficios recibidos, cantando públicamente en honor de su nombre y cumpliendo sus votos en las manifestaciones litúrgicas del templo. Sus ansias de desterrado se han cumplido, y ahora, a la sombra del santuario, se asocia a la vida litúrgica, pidiendo por su rey y manifestando su agradecimiento al Dios que le otorgó lo pedido en sus oraciones votivas.
Sal 62, 1-13 (Vg 61): Solo en Dios hay que esperar
Como en el salmo 4, se expresa aquí la más ciega confianza en el Dios único, verdadero valedor para el salmista, incomprendido y hostilizado por doquier. El título lo atribuye a David, y, en ese supuesto, las circunstancias de la rebelión de Absalón o de Sebál darían pie para esta bella composición poética, en la que se exhorta al pueblo a poner su confianza, no en las riquezas ni en los medios terrenos, sino sólo en Dios, fuente de justicia y de poder. En medio de las intrigas y asechanzas, sólo queda la esperanza de la protección de Yahvé. No pocos autores ven en este salmo un marcado sello de acción de gracias, con no pocas concomitancias con los salmos de tipo sapiencial.
Podemos dividirlo en tres partes: a) confianza en Dios frente a las asechanzas e hipocresías de los enemigos (2-5); b) exhortación a confiar en Dios y no en los seres humanos (6-10); c) el poder está únicamente en Dios, y no en las riquezas (11-13). A pesar de las persecuciones, el alma del salmista se siente segura, porque sabe que tiene la protección divina. Con toda valentía echa en cara a sus enemigos sus hipocresías y conjuras, que no han de tener efecto, porque sobre ellos está la omnipotencia de Yahvé, que le defiende.
Las dos primeras estrofas están precedidas de un refrán que repite la misma idea (2-3 y 6-7): el alma del salmista se siente segura en Yahvé, que es su "ciudadela" y su "roca," inaccesible a los enemigos. Una vez declarada la seguridad de su alma y su quietud de espíritu, invita a los demás a refugiarse confiadamente en el que todo lo puede. La primera estrofa se cierra con un selah. En el versículo 6 vuelve a aparecer este signo, que podía cerrar la nueva estrofa; pero el versículo 10 parece un complemento lógico del anterior. El estilo es rico en metáforas vigorosas, que dan colorido a la composición.
Desde el punto de vista estilístico no hay objeciones serias contra su supuesto origen davídico, aunque no pocos críticos modernos retrasen su composición a la época sapiencial.
Sal 62, 1-5. Confianza en Dios
Antes de protestar por las añagazas de sus enemigos, el salmista declara que su confianza plena está en su Dios, y en Él encuentra reposo, ya que tiene la experiencia de haberle liberado de situaciones más comprometidas. Adherido a Yahvé, se siente como en una roca o ciudadela inaccesible, desde la que puede desafiar todos los injustos ataques de sus adversarios; por eso no vacilará un momento, pues tiene el pie en lugar seguro.
Se siente perseguido, y este ataque es sistemático y reiterado, ya que se unen contra él como hombres que juntos fuerzan una pared inclinada en la que se ha abierto ya brecha (versículo 4). No concreta el género de hostilidad de que es objeto, pero el contexto insinúa que se trata de asechanzas malévolas y traidoras, quizá porque les da en rostro su virtud. En su proceder doble, salvan las apariencias bendiciéndole con la boca, pero odiándole y maldiciéndole en su corazón (versículo 5). Hipócritas redomados, creen engañarle con su aduladora conducta cuando están tramando su ruina.
Sal 62, 6-10. Exhortación a confiar en Dios y no en los hombres
De nuevo se declara la total confianza en el que le otorga protección segura. Llevado de su experiencia al amparo de Dios, invita el poeta al pueblo a mostrarse también confiado contra toda adversidad. Parece que aquí el salmista habla al pueblo, reunido en asamblea, para que exprese sus sentimientos de gratitud al Señor en una generosa efusión de sus corazones, pues siempre encontrarán defensa y asilo en la mano poderosa de Yahvé (versículo 9).
Nadie puede competir en poder con Yahvé: tanto los de la clase baja como los de la clase alta de la sociedad son como un soplo, y, puestos en una balanza, no pueden contrapesar con sus promesas y mentiras, sino que suben y desaparecen como un soplo (versículo 10) por no tener fuerza y sustancia que les dé lastre frente a Dios. Sus asechanzas, pues, y sus cavilaciones no deben amedrentar al que confía en Dios.
Sal 62, 11-13. No se debe confiar en las riquezas, sino sólo en Dios
Los fuertes procuran aumentar sus riquezas recurriendo a la violencia y a la opresión del débil. La opulencia conseguida con injusticias es inconsistente, ya que no tiene la bendición divina, y, por tanto, está expuesta a las mayores decepciones El corazón del ser humano debe estar por encima de todas las riquezas, ya que encuentra su único centro en Dios. Sólo Él puede aquietar sus profundas ansias espirituales. El salmista ha oído la voz de Dios en la conciencia, que le dice que el poder proviene únicamente del Omnipotente, quien, por otra parte, retribuye a cada uno según sus obras (versículo 13). El camino de la rectitud es el único que lleva a la felicidad, pues el ser humano virtuoso camina bajo la protección y bendición de Dios.
Sal 63, 1-12 (Vg 62): La sed de Dios
El salmista, perseguido y alejado del centro teocrático de la nación, siente nostalgia de la compañía de Dios, que moraba en el templo de Jerusalén. El recuerdo del santuario punzaba el alma del levita exilado, que no podía participar de las solemnidades litúrgicas. Las expresiones efusivas se repiten y reflejan la profundidad de un alma religiosa que encuentra su única felicidad en la comunicación afectiva con Yahvé dentro de su casa, el templo de Jerusalén. Sus enemigos, que le forzaron a un destierro doloroso, recibirán su castigo de manos del propio Yahvé, que vela por la vida e intereses de sus fieles.
El estilo es sentimental, sin mayor orden lógico, ya que fluye de la efusión afectiva del corazón más que de las consideraciones de la mente: el poeta ansia vivir "a la sombra de las alas" de su Dios, seguro de que con su protección le dará el triunfo de su causa. La distribución estrófica es regular, aunque el ritmo métrico es bastante libre. Abundan los paralelismos sinónimo y sintético. Las expresiones de la primera parte, que se dirigen directamente a Dios, llevan el sello insinuante de un alma delicada; en cambio, cuando habla de sus enemigos aparecen las formulaciones enérgicas, conforme a la mentalidad viejotestamentaria, que sabe menos del perdón que del espíritu de revancha.
El título atribuye el salmo a David, quien lo habría compuesto cuando andaba fugitivo por el "desierto de Judá," sin duda con ocasión de la rebelión de su hijo Absalón, aunque ya antes de ser rey de Jerusalén había sido perseguido por las huestes de Saúl por las zonas esteparias del sudeste de Palestina. El versículo 11 alude al rey, lo que supone que el salmo está compuesto en tiempos de la monarquía. Esto nos hace suponer que esta bella composición es anterior al exilio babilónico.
Podemos dividirla en tres estrofas: a) ansias de vivir con Dios (2-5); b) propósitos de alabanza continua al Señor (6-8); c) castigo de los enemigos y glorificación del rey (9-12).
Sal 63, 1-5. Ansias de vivir en comunicación con Dios
Dios es el centro del alma del salmista, que busca desde la aurora la presencia del que constituye las delicias de su alma y aun de su cuerpo, que languidece fuera de la órbita sagrada del templo en que mora Yahvé. Se siente como árbol plantado en tierra desierta y árida, que está ansioso del riego del agua. La presencia de Dios vivifica el alma, y el salmista se considera alejado del santuario de Yahvé, donde en otro tiempo contemplaba la fuerza esplendorosa de su Dios, manifestada en las solemnidades litúrgicas, que reflejaban su gloria (versículo 3). Su vida no tiene sentido sino a la sombra de la piedad del Omnipotente; por ello, en su exilio forzado promete alabarle, alzando las manos en señal de acatamiento y acción de gracias. Toda su vida será una bendición continuada del que le dispensa su auxilio y alegría íntima.
Sal 63, 6-8. Propósitos de alabanza continua
La mente del poeta se traslada al momento en que podrá entonar himnos de alabanza en el templo, donde su alma se saciará plenamente, como los que asisten a los convites sagrados se sacian de medula y grosura. El pensamiento de la presencia de su Dios le persigue también durante la noche, pues medita en sus misericordias, y tiene la experiencia de su protección; y el pensamiento de sentirse seguro, como el pajarito bajo la sombra de las alas de Yahvé, le hace exultar.
Sal 63, 9-12. Castigo de los enemigos y glorificación del rey
De nuevo una confesión de adhesión incondicional a Dios, pues sabe que en los momentos críticos le sostiene su diestra (versículo 9). Yahvé ha sido su apoyo en todo momento, y no le ha de faltar en este momento en que es hostilizado por sus enemigos. En realidad, éstos recibirán su merecido -la muerte-, yendo a las profundidades de la tierra, es decir, al Seol, o región subterránea tenebrosa de los difuntos. Y sus cuerpos serán pasto de las fieras salvajes (versículo 11).
Al ser restablecido en su vida social y muertos sus enemigos, el rey y los fieles a Yahvé -que juran por El- alabarán a Dios, pues ha premiado la virtud y cerrado la boca de los mentirosos.
Sal 64, 1-11 (Vg 63): Castigo de los calumniadores
El salmista, asediado por una turba de malvados que le ponen asechanzas para quitarle la vida y la fama en la sociedad, recurre a Dios para que despliegue su poder en su favor, como en otras ocasiones, y, en un arranque psicológico, lanza duras imprecaciones contra los que injustamente le persiguen.
Podemos dividir esta composición en tres partes: a) oración a Dios para que le libre de sus obstinados enemigos (2-5); b) insidias de sus detractores (6-7); c) el castigo inexorable de Dios, lo que supondrá la rehabilitación del justo perseguido (8-9). Como en otros salmos, aquí el poeta es el símbolo de todos los hombres virtuosos, que son incomprendidos y vilipendiados por seguir el camino de la justicia y del temor de Dios.
Aunque el salmo es una plegaria, no falta en él un cierto carácter sapiencial, pues de su caso particular el salmista se ha elevado a la doctrina general del juicio de Dios sobre los pecadores. La división estrófica no es regular. Alternan los paralelismos sinónimos y los sintéticos, conforme a los conocidos esquemas de la literatura sapiencial. El estilo es vigoroso, no exento de originalidad. El versículo 11 cierra la composición con un marcado sello eucarístico, lo que implica la seguridad del triunfo de la virtud. Conforme al esquema doctrinal de otros salmos, el poeta declara que los impíos parecen triunfar momentáneamente; pero la última palabra está reservada a la justicia divina, que estará al lado del perseguido y fiel a su voluntad.
Según el título, también esta composición sería de origen davídico, aunque no se dan las circunstancias históricas de su composición. Los críticos modernos más bien se inclinan por su origen postexílico, aunque esta conclusión está lejos de ser avalada por argumentos concretos estilísticos definitivos. La lucha en la sociedad de los impíos contra los piadosos se da ya en los tiempos de los profetas anteriores al destierro babilónico, y se continúa en la época sapiencial. Por consiguiente, las alusiones del salmo no nos llevan necesariamente a los tiempos en que surgían las facciones de los "piadosos," o jasidim de los tiempos macabeicos.
Sal 64, 1-5. Súplica a Dios para ser liberado de los detractores injustos
El salmista -símbolo de los justos perseguidos- clama a su Dios como único refugio contra las insidias de un terrible enemigo que organiza conciliábulos contra él para poner en peligro su vida. Sus asechanzas son mortíferas, como espada desenvainada o como flechas envenenadas. Su lengua y sus palabras están al servicio de la calumnia más desvergonzada, comprometiendo así la reputación del justo en la sociedad. Sus insidias son más peligrosas por ser tramadas en secreto y por proceder de gentes que no tienen temor de Dios, y, en consecuencia, no existen para ellos escrúpulos morales.
Sal 64, 6-7. Insidiosos conciliábulos contra el justo
Los enemigos del salmista se consideran a salvo de toda responsabilidad social, porque sus tramas son ocultas y pasan inadvertidas a los contemporáneos; con todo cinismo ponen lazos al justo para que caiga desprevenido en ellos. Pero no piensan que para Dios no hay nada oculto, ya que conoce el interior del ser humano y escruta lo más profundo del corazón humano.
Sal 64, 8-10. El castigo inexorable de Dios sobre los pecadores
No se puede conculcar la justicia divina impunemente, pues Yahvé vigila por los derechos de los suyos, y, por eso, de improviso, cuando menos lo piense, lanzará su saeta de invencible guerrero sobre los que se confabulan contra los fieles a su ley. Cuando las asechanzas ocultas parecían dar su fruto, interviene la justicia divina, haciéndoles caer en los lazos que habían tendido contra los suyos; es decir, las calumnias tramadas por su lengua desvergonzada caerán sobre ellos, y quedarán desacreditadas públicamente: los que los vean moverán la cabeza irónicamente, pues serán testigos de la intervención punitiva de Yahvé. El paralelismo literario del salmo es manifiesto: frente a las saetas de los confabulados surge la saeta mortífera de la justicia vengadora divina. Todos comprenderán entonces la obra de Dios, es decir, su modo de actuar en favor de los que le son fieles y en contra de los que cínicamente hostilizan el camino de la virtud. Es el momento de la rehabilitación del justo, que se regocijará triunfante, pues Dios no le ha abandonado, en el momento crítico, quedando así patente la justicia de la Providencia divina, que al fin dice la última palabra. Por ello, al final se felicitarán los rectos de corazón, pues, como esperaban, Dios termina por hacerles justicia, protegiéndolos contra los que se obstinan en vivir al margen de la ley divina.
Sal 65, 1-14 (Vg 64): Himno de acción de gracias a Dios por su munificencia
Este cántico eucarístico parece fue compuesto en ocasión de cesar una persistente y asoladora sequía. Al menos la segunda parte alude a los beneficios de una abundante y desbordadora cosecha. La primera, en cambio, se limita a ponderar la munificencia divina, manifestada en las diversas obras de la creación y en la elección del pueblo de Israel. La benevolencia de Yahvé se muestra en ser propicio a los que le invocan, en aceptar los sacrificios que le ofrecen, en perdonar los pecados del que arrepentido se acerca a Él y en atraer a sus predilectos al templo para colmarlos de beneficios. Como Señor y regulador supremo de todos los fenómenos de la naturaleza y de los acontecimientos de la historia, se le debe especial acatamiento y veneración. Todas las riquezas de los campos son fruto de su bendición; las cosechas, los abundantes pastos, la multiplicación de los ganados, pregonan su munificencia, al par que su especial providencia sobre su pueblo necesitado. Todo esto parece suponer que el presente himno fue compuesto para ser recitado en una solemnidad en que se daba gracias a Dios por las abundantes cosechas.
Por su contenido ideológico, podemos dividir esta composición poética en tres partes: a) acción de gracias por la remisión de los pecados de los que se acercan al templo a reconocer su soberanía (2-5); b) alabanza de Dios como Soberano de la naturaleza y de la historia (6-9); c) acción de gracias por la fertilidad de los campos (10-14).
Este salmo es una mezcla de himno y de plegaria eucarística. Se distinguen bien tres estrofas, conforme a la triple división que acabamos de exponer. Las dos primeras tienen un ritmo regular y perfecto, a base de dísticos; la tercera, en cambio, es más libre, alternando dísticos y trísticos. El estilo es brillante, con marcado ritmo musical, a base de no pocas asonancias, y con un gran sentido intuitivo de las bellezas de la naturaleza. Bajo este aspecto, el himno es grandioso y lleno de resonancias poéticas de primer orden.
Según el título, también este salmo es de David; pero los autores modernos se inclinan por una fecha de composición más tardía, pues se supone la existencia del templo salomónico. No pocos críticos suponen que esta composición salmódica tiene un doble origen: la segunda parte, más antigua, habría sido yuxtapuesta, por razones litúrgicas, a un himno de alabanza a Dios, que por su sello universalista nos llevaría a los tiempos posteriores al exilio.
Sal 65, 1-5. Alabanza al Dios que escucha a los suyos en el templo
En vez de invitar a la alabanza directamente, el poeta declara que Dios es digno de ser glorificado, y como a Señor se le debe el cumplimiento de los votos sobre la colina de Sión, donde se halla su morada habitual en medio de su pueblo elegido; en su santuario está siempre presto a escuchar las plegarias de los que confiadamente se acercan a Él. Sobre todo, Yahvé espera a los suyos en su casa para remitirles sus pecados. Conscientes de su culpabilidad, los devotos se acercan al templo a cumplir votos y sacrificios expiatorios, seguros de que les ha de escuchar y perdonar; es la primera condición para entrar en relaciones normales con el que es la misma santidad. El salmista envidia al sacerdote o levita, que tiene el privilegio de vivir cerca de su Dios en sus atrios sagrados. Son los predilectos de Yahvé, su "porción" selecta. No obstante, todo buen israelita que se acercaba a la casa de su Dios se sentía saciado de la presencia divina, fuente de todos los beneficios que le habría de acordar.
El templo está todo penetrado de la santidad de Yahvé, de esa fuerza misteriosa que rodea a la divinidad, y que la separa de todo lo común y profano. La visita al templo era para el israelita la prueba palpable de su pertenencia al pueblo elegido de Dios, que moraba en medio de ellos, y la participación en las solemnes fiestas con sus banquetes sagrados -los bienes de tu casa- simbolizaba la comunión con la divinidad, a la que se ofrecían realmente los sacrificios.
Sal 65, 6-9. Yahvé, soberano de la naturaleza y de la historia
Yahvé, como Dios Salvador de su pueblo, responde a sus plegarias con portentos; su poder se extiende hasta los confines de la tierra. La historia de Israel es la historia del despliegue de la Providencia divina en su favor en los momentos críticos de su vida nacional. Todas las gentes oyeron sus prodigios en favor de su pueblo. La perspectiva del salmista parece se extiende a la diáspora del pueblo judío, disperso por los cuatro ángulos del orbe; todos han sentido la mano providente de su Dios, y, en este sentido, Yahvé es la esperanza de todos los confines de la tierra, es decir, de todos los que ansiosamente se confían a Él, incluso en las islas lejanas del Mediterráneo (versículo 6).
Su poder se manifiesta en la consolidación de los montes, que en la poesía hebrea son símbolo de la estabilidad y de la permanencia; las mismas fuerzas caóticas del mar están sometidas a su beneplácito, y las naciones y pueblos le están sujetos en sus manifestaciones históricas. Para el salmista, que considera todas las cosas desde el ángulo religioso, no tienen importancia lo que nosotros llamamos "causas segundas," pues Dios dirige y gobierna directamente toda la naturaleza y el corazón del hombre. Todos los acontecimientos y manifestaciones de la naturaleza y la vida de los pueblos son expresión de su voluntad -positiva o permisiva, según nuestra nomenclatura exacta teológica-, y en ese sentido declaran la omnipotencia divina.
Los prodigios de la naturaleza -tormentas y demás fenómenos atmosféricos- causan un temor reverencial en todos los habitantes del orbe hacia el que todo lo puede; y la misma aparición de cada día -con las ininterrumpidas salidas de la mañana y de la tarde- llena de gozo a los que han de disfrutar de los beneficios consecuentes a la aparición de la luz. Esta es el símbolo del orden y de la alegría, pues, al aparecer ella, desaparecen los malhechores, que se amparan en las tinieblas para sus tropelías.
Sal 65, 10-14. Himno a la munificencia divina manifestada en la fertilidad de los campos
En esta segunda parte del salmo se canta la munificencia divina, que da la fecundidad a la tierra, regándola con copiosas aguas. La visita de Dios a la tierra va acompañada de toda clase de bendiciones materiales: con sus lluvias abundantes ha preparado la tierra para que produzca ubérrima mies. Morosamente se describe el efecto bienhechor de la lluvia: los surcos regados, que son después cuidadosamente allanados por el arado, sembrando de bendición sus gérmenes, de los que brotará la abundante cosecha. El poeta piensa, sin duda, en la lluvia otoñal, que se requiere para una buena sementera, que, al fin, es coronada con una buena cosecha debida a la abundancia de lluvias. Hasta los pastizales del desierto se vuelven ubérrimos, destilando frescor y humedad; los collados se cubren de un verde alegre y prometedor (versículo 13); y, en consecuencia, los rebaños pululan por sus laderas, mientras los valles se cubren de mieses. El año agrícola ha sido completo para los cereales y los pastos; por eso los labradores y ganaderos lanzan gritos de júbilo y las canciones alegres se oyen por doquier.
Sal 66, 1-20 (Vg 65): Gracias por una liberación milagrosa
Este salmo se divide netamente en tres partes: a) himno de alabanza a Yahvé (1-7); b) acción de gracias colectiva (8-12); c) acción de gracias individual (13-20). En las dos primeras partes se destaca el aire colectivo de la composición: el poeta invita a todos los pueblos a alegrarse por los antiguos portentos realizados por Yahvé en favor de su pueblo -paso del mar Rojo y paso del Jordán, que habían quedado en la épica popular de Israel como símbolo del poder de Dios desplegado en favor del pueblo elegido- y por haberles recientemente otorgado la liberación de un poderoso enemigo. La nación se hallaba en una situación crítica, con amenaza de su existencia como pueblo.
En la tercera parte, en cambio, habla un individuo con sus problemas personales. Por ello, no pocos críticos suponen que esta sección es un segundo salmo que ha sido yuxtapuesto al primero, de índole colectiva. Los que mantienen la unidad primitiva de todo el salmo suponen que en esta última parte habla el jefe del pueblo, lo que explicaría bien los abundantes sacrificios de "bueyes y machos cabríos," conforme a las prescripciones mosaicas.
¿En qué circunstancia histórica fue redactado este salmo? En el título no se atribuye a David, y el contenido supone que el pueblo ha sido liberado de una gran catástrofe nacional. No pocos autores suponen, por ello, que fue redactado con ocasión de la liberación de Jerusalén de las tropas de Senaquerib en el 701 a.C.; y, en ese supuesto, el jefe que ofrece en nombre del pueblo sacrificios a Dios sería el propio rey Ezequías. En la oración de este rey pidiendo la liberación se expresa el deseo de que "todos los reinos de la tierra reconozcan que Yahvé es el único Señor". El universalismo del salmo reflejaría así la predicación de Isaías en unos tiempos en que el reino de Judá tenía relaciones con todos los pueblos del Antiguo Oriente. Sin embargo, muchos autores prefieren retrasar la época de composición del salmo a los tiempos postexílicos, empalmando su contenido universalista con la panorámica de la segunda parte de Isaías.
Literalmente "se puede distinguir en el poema, primero, un preludio o invitatorio, separado del resto por un seláh (¿indicación de alternancia de coro?); después dos partes simétricas, subdivididas cada una en dos estrofas, separadas una de otra por un selah". Abundan los paralelismos sinónimos y sintéticos.
Sal 66, 1-4. Preludio: invitación a alabar a Dios
Como en otras composiciones salmódicas, el poeta invita a toda la tierra a asociarse en la alabanza del Dios poderoso, que obra prodigios sin cuento. Sus obras reflejan su inmenso poder, ante el que tienen que plegarse sus enemigos, es decir, los que se oponen al pueblo de Dios en sus designios providenciales históricos. La omnipotencia divina ha domeñado y sometido a los que se oponían a sus designios sobre su pueblo; si ellos quieren subsistir, tienen que humillarse y reconocer su superioridad, lisonjeándole para atraer su benevolencia. La expresión es antropomórfica y está tomada de la costumbre de adular los pueblos vencidos al vencedor. En realidad, toda la tierra ha sido testigo de los prodigios obrados por Yahvé, y, por tanto, también ella -por sus habitantes- debe sumarse a la glorificación de su nombre, es decir, de la manifestación de su gloria entre todas las gentes, ya que su nombre es el símbolo del poder supremo de la divinidad. Yahvé está vinculado por un pacto al pueblo de Israel, y el nombre de Yahvé -con sus manifestaciones portentosas- constituye el timbre de gloria del pueblo elegido.
Sal 66, 5-7. Los prodigios de Yahvé
Muchas son las gestas de Dios en favor de los hombres -aquí el pueblo elegido-, pero en la épica popular de la historia de Israel destacaban los portentos del paso del mar Rojo y del Jordán. El poeta recuerda ambos portentos como prenda de aún mayores o similares actos de protección hacia su pueblo, como es en el caso presente, que declarará a continuación. En realidad, Yahvé es siempre el misino, pues domina por la eternidad, y, en consecuencia, siempre está dispuesto a desplegar su poder contra las gentes que, atacando al pueblo elegido, se oponen a sus designios históricos (versículo 7). Con su omnisciencia observa las reacciones de las gentes, conculcando a los rebeldes que se levantan contra Él o su pueblo. Todos los acontecimientos de la historia están sometidos a la marcha impuesta por el Omnipotente, conforme a su inescrutable sabiduría.
Sal 66, 8-12. La liberación del pueblo de Yahvé
Después de cantar las glorias pasadas de Yahvé en beneficio de Israel, el poeta invita de nuevo a todos los pueblos a asociarse a las alabanzas del Señor, que acaba de obrar otro inaudito portento al salvar al pueblo elegido de una situación crítica que no determina, pero que puede ser la liberación de Jerusalén del ejército de Senaquerib, o cualquier otro momento de confabulación de los enemigos de Judá contra el pueblo de Dios. Estando a punto de desaparecer como nación, el pueblo elegido ha conservado su existencia como colectividad gracias a la intervención milagrosa de Yahvé (versículo 6). La prueba ha sido dura, pues Dios los ha acrisolado como a plata para purificarlos (versículo 10). Los profetas explican los desastres de Israel como un medio que utiliza Dios para castigar sus infidelidades y hacerle ver que sólo en Él encuentra su felicidad. El salmista se sitúa, en la misma perspectiva teológica y atribuye a Dios el desastre nacional. Ha sido una pesada carga, pues los ha entregado a los enemigos, los cuales los han pisoteado y humillado hasta el extremo. El poeta utiliza el símil del ejército invasor que con sus caballos pasa por encima de los vencidos (versículo 12). El pueblo elegido ha sido sometido a las pruebas extremas, teniendo que pasar por el fuego y el agua, expresión proverbial para significar las penalidades máximas. Las pruebas del exilio babilónico explicarían bien estas alusiones del salmista. La liberación en tiempo de Giro sería entonces el refrigerio ansiado de los deportados.
Sal 66, 13-15. Sacrificios de acción de gracias
El tono colectivo desaparece, para ser reemplazado por la oración individual. Si es que no es un nuevo fragmento de otro salmo, tenemos que suponer aquí que un jefe toma la palabra en una solemne asamblea para ofrecer sus sacrificios como representante de la comunidad, aunque las palabras lleven el sello personal. Después de la liberación es necesario cumplir los votos proferidos en momentos de angustia (versículo 14). Las víctimas que ofrecen son las propias de un príncipe o jefe de la colectividad: carneros y machos cabríos, que se ofrecían en acción de gracias o sacrificios pacíficos.
Sal 66, 16-20. Dios escucha la súplica de los que a Él se dirigen
La experiencia de haber sido salvado por Yahvé le fuerza a declarar su gratitud hacia Él, para que los conciudadanos se acojan a Él en los momentos de angustia. Públicamente, en la asamblea solemne, quiere relatar el beneficio recibido para que sirva de esperanza y estímulo a los que se hallen en similar situación. El versículo 18 parece sugerir que el que habla se refiere a una situación personal y no a la colectividad de un pueblo, ya que no tiene conciencia de culpabilidad moral, lo que no es concebible aplicado al pueblo prevaricador israelita de todos los tiempos. Dios le escuchó porque vio la sinceridad de su corazón; en ello se manifestó una vez más su piedad para con sus fieles.
Sal 67, 1-8 (Vg 66): Conozcan a Dios todos los pueblos
Este salmo -de tres estrofas con estribillo intercalado- parece un comentario poético a la bendición sacerdotal de Nm 6, 24-27: "Que Yahvé te bendiga y te guarde; que haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue su gracia; que vuelva a ti su rostro y te dé la paz." Parece que fue compuesto como acción de gracias con motivo de la cosecha. Quizá se cantara en el templo con motivo de las tres grandes fiestas anuales -Pascua, Pentecostés y Tabernáculos-, en las que se daba gracias por las primicias de las cosechas y por la terminación de la recolección de los frutos.
El salmista sabe elevarse de las bendiciones temporales otorgadas a Israel a la bendición universal sobre todas las gentes, como fue predicho a Abraham: todos los pueblos deben alegrarse y felicitarse por el gobierno justo de Dios sobre todo el universo. Estas alabanzas que ahora dirige a Yahvé el pueblo escogido, deben repetirse por gentes de todas las naciones; la perspectiva es universal y mesiánica.
Por el contenido de ideas netamente universalistas, la mayor parte de los comentaristas modernos suponen que esta composición poético-litúrgica es de los tiempos posteriores al exilio.
Sal 67, 1-4. Israel, misionero de la salvación entre los pueblos
El salmista inicia su poema comentando la bendición sacerdotal de Nm 6, 24-25, dando una proyección universalista. La benevolencia divina se manifiesta en el resplandor de la faz de Yahvé sobre los suyos; se dice de Dios que "aparta su faz" cuando priva a alguno de su protección; y, al contrario, cuando dispensa a alguno su ayuda y protección se dice que su faz brilla sobre él. El salmista aquí considera al pueblo elegido como vehículo para dar a conocer los caminos o modos de proceder de Dios para con los pueblos. La protección dispensada a Israel será como una lámpara que atraerá la atención de todas las gentes hacia Dios. La glorificación del pueblo elegido será una prueba de que Dios protege a los que le son fieles, y en ese sentido es un reclamo para dar a conocer sus caminos.
El versículo 4 es un estribillo que señala la división de las estrofas, sin duda cantando con alternancia de coros; y en él se invita a los pueblos a alabar a Yahvé, La perspectiva del salmista es netamente universalista; como en las profecías mesiánicas de Isaías, se considera a Israel el centro de todos los pueblos: la protección de Dios y elevación religiosa y moral de su Ley será una invitación a las gentes para acercarse al pueblo que ha sido objeto de las predilecciones divinas.
Sal 67, 5-6. El reconocimiento del gobierno equitativo de Dios
Todas las gentes deben sentirse felices y exultantes, porque es el propio Dios quien lleva las riendas del gobierno en el mundo, y, en consecuencia, sus decisiones tienen que llevar el sello de la equidad y de la justicia. Ello debe dar seguridad a sus fieles que se conforman a las exigencias de su Ley. Esto que se manifiesta en la historia de Israel, debe ser reconocido por todas las naciones, vinculadas al pueblo elegido en virtud de la bendición de Dios a Abraham sobre todas las gentes. Por eso se invita a todos los pueblos a unirse en alabanza del Dios omnipotente y justo, que gobierna el mundo conforme a sus designios salvadores.
Sal 67, 7-8. Acción de gracias por la cosecha
La benevolencia divina se ha manifestado concretamente en la abundancia de los frutos de la tierra. El salmista, agradecido por los beneficios recibidos, vuelve a implorar la bendición divina para su pueblo. Todos los habitantes de la tierra, desde sus más remotos confines, deben reconocer reverencialmente este poder superior de Dios, que gobierna el mundo con equidad (versículo 8).
Sal 68, 1-36 (Vg 67): Canto Triunfal: las gestas de Yahvé
Este salmo tiene un marcado sello de himno de alabanza y de acción de gracias de índole colectiva y nacional, y parece haber sido compuesto con motivo de la liberación de una situación crítica del pueblo, oprimido por una potencia extranjera. El pensamiento fluctúa entre lo épico y lo lírico, y, así, tan pronto se presenta a Yahvé como Guerrero libertador, como Señor de la naturaleza que protege a su pueblo a través de la historia. El Dios de Israel habita en el santuario y desde allí dispensa su protección a los desvalidos. Los pensamientos se suceden de modo heterogéneo, sin que falten las perspectivas mesiánicas al anunciar la venida de las naciones extranjeras ante Yahvé. Parece que restarnos en presencia de un himno con ocasión de la liberación de deportados o prisioneros; se celebra a grandes rasgos la historia del pasado de Yahvé en relación con la vida de Israel, y se apela a su historia futura, su triunfo sobre las naciones hostiles y aun su glorificación por los reinos de la tierra en general.
Desde el punto de vista de interpretación, este salmo es quizá el más oscuro y heterogéneo del Salterio: desconexión del pensamiento de no pocos versículos, alusiones d. hechos desconocidos, expresiones oscuras sumamente originales y peregrinas. Por eso no es fácil captar el sentido literal inmediato de no pocas secciones, y las hipótesis interpretativas se multiplican con cada autor. ? Dios se le designa con los nombres de EIohim, El, Yahvé, Yah, Adoiiai, Shadday, lo que acentúa la complejidad del origen literario de esta composición salmódica. Algún autor lo ha definido como "un salmo al estilo de Débora, moviéndose sobre la más alta cima del sentimiento y de la presentación lírica. La dicción es atrevida y tan idiomática, que no se encuentran menos de trece palabras no usadas fuera de aquí".
No obstante, podemos seguir el sentido general. Parece ser un canto procesional -en estilo de oda triunfal- en torno al santuario de Jerusalén. Por eso se ensalza a Yahvé, que ha preferido el monte de Sión para habitar en él a otras montañas más elevadas, como las de Basan. Desde el punto de vista rítmico literario, podernos distinguir dos partes -una relativa al pasado y otra referente al presente y al futuro-, incluyendo cuatro estrofas.
Aunque en el título se asigne este salmo a David, sin embargo, son pocos los autores que mantienen la paternidad davídica del mismo. Se supone la existencia del templo. Por ciertas afinidades conceptuales con la segunda parte del libro de Isaías, no pocos críticos modernos infieren que esta composición es postexílica, de los tiempos de la opresión seléucida, y así creen que fue compuesta con motivo de la repatriación de los judíos de Egipto en tiempos de Ptolomeo Filadelfo (285-274 a.C.), y3 aun otros rebajan la época de composición a los tiempos macabaicos: se aludiría a la liberación de los judíos llevados en cautividad a Galaad en tiempo de Judas Macabeo (año 164 a.C.). Una tercera posición es la de los que suponen que el salmo es de origen davídico, pero que fue aumentando progresivamente por exigencias del culto litúrgico, con nuevas adiciones poéticas más o menos en consonancia con el esquema primitivo general del salmo.
Sal 68, 1-3. Preludio: La manifestación victoriosa de Yahvé
Al iniciarse la solemne procesión, el poeta declara el poder absoluto dé Dios sobre sus enemigos, que son los del pueblo de Israel. En realidad, este pensamiento está calcado sobre las palabras que repetía Moisés al ponerse en marcha el arca de la alianza por el desierto: "Levántate, Yahvé; dispérsense tus enemigos y huyan ante ti los que te aborrecen". Las palabras del salmista pueden entenderse en sentido optativo, como traducen no pocos comentaristas. La historia de Israel es la historia de los triunfos de Yahvé sobre sus enemigos. Estos no han podido resistir ante el empuje del Omnipotente. Con metáforas muy realistas expresa el poeta la débil resistencia que oponen a Yahvé: se desvanecen como humo y se derriten como cera al fuego.
Sal 68, 4-7. La protección de Dios sobre los desvalidos
El poder omnímodo de Yahvé debe ser causa de confianza y alegría para los justos que le son fieles. Nada deben temer, y, al contrario, todo lo pueden esperar del que les dispensa su protección con amplia generosidad. Son los amigos de Dios, y, en consecuencia, deben alegrarse por los triunfos de la justicia divina, manifestada en el castigo sobre los que viven fuera de la Ley. Yahvé se ha manifestado a través de la historia acompañando a su pueblo por las estepas del Sinaí; por eso, el poeta invita a los temerosos de Dios a preparar el camino del que avanza majestuoso en cortejo triunfal, cabalgando por el desierto (versículo 5). En Is 40, 3 se invita a abrir una gran avenida por el desierto para que pase el cortejo solemne de Yahvé con sus exilados de Babilonia, que vuelven alegres a su patria, Aquí el salmista habla en sentido metafórico e invita a los fieles a Yahvé a vivir conforme a su Ley, preparando así el nuevo advenimiento espiritual del Omnipotente al santuario de Jerusalén. Y con todo énfasis declara el nombre de su Dios: Yahvé, el tetragrammaton misterioso que había sido revelado a Moisés en las estepas del Sinaí, y que resumía la protección que en los días del éxodo había dispensado a su pueblo; las gestas de Yahvé en el pasado son una garantía y una prenda de su nueva intervención en favor de los que le son fieles en medio de una sociedad hostil y materializada.
Pero Yahvé no sólo es el Dios de las grandes gestas en favor de su pueblo, sino el Padre amoroso que se preocupa de los desvalidos: los huérfanos y las viudas (versículo 6). Prueba de su solicitud por los humildes y desamparados es su presencia habitual en su santo tabernáculo de Jerusalén, desde donde atiende a las súplicas de sus fieles necesitados. Yahvé es la única protección para los desamparados, a los que otorga casa, a la par que da la libertad a los cautivos. Su solicitud abarca a todos los menesterosos; sólo los que le son rebeldes quedan a la intemperie, desamparados de toda protección (versículo 7). Esta providencia especial que Yahvé tiene de los individuos necesitados la tiene también de Israel como colectividad; en los grandes momentos críticos, la omnipotencia divina ha estado al servicio de los intereses del pueblo elegido, liberándolos de Egipto, estableciéndolos en Canaán y, finalmente, libertándoles de la cautividad babilónica.
Sal 68, 8-11. Las gestas de Yahvé en la estepa del Sinaí
El poeta pasa revista a la historia accidentada de Israel y alude a las teofanías del Sinaí y a la entrada en Canaán con palabras tomadas del canto de Débora: "Cuando tú, ¡oh Yahvé! salías de Seir, cuando subías desde los campos de Edom, tembló ante ti la tierra; destilaron los cielos, y las nubes se deshicieron en agua; derritiéronse los montes a la presencia de Yahvé, a la presencia del Dios de Israel". La presencia sensible de Yahvé en medio de su pueblo durante las etapas duras del Sinaí fue la razón de su triunfo; y sus teofanías, acompañadas de conmociones atmosféricas, testificaban al pueblo su superior grandeza sobre los supuestos dioses de los otros pueblos. Y no sólo le conducía por tierras inhóspitas, sino que le proporcionaba el maná -y las codornices la lluvia generosa- que habían de alimentar a su heredad. Y su providencia se extendió hasta asentar a Israel -su familia- en Canaán, donde los israelitas menesterosos encontraron los bienes prometidos por su Dios (versículo 11).
Sal 68, 12-15. La conquista gloriosa de Canaán
El salmista alude ahora a determinados hechos gloriosos de armas que nos son desconocidos. Sus expresiones parece que están calcadas sobre las victorias antiguas de Débora y Barac en tiempo de los jueces. Al dar Yahvé la voz de mando, al punto vienen los mensajeros con las buenas nuevas de la victoria: los reyes huyen desordenadamente, y el botín es tan abundante que hasta la mujer casera toma parte en la recogida del botín. El poeta se encara ahora con los israelitas cobardes que no han querido tomar parte en la batalla -como en otro tiempo las tribus de Rubén, Gad, Dan y Aser no quisieron luchar con Débora y Barac-, y les dice irónicamente: mientras reposáis en los oviles (como bestias indolentes y sin ilusiones de gloria), los mejores representantes de Israel -la paloma, designación cariñosa que aparece en Sal 75, 19- se han vuelto cargados de botín: sus alas se han cubierto de plata, y sus plumas, de oro brillante (versículo 14) . La valentía de los aguerridos israelitas fue premiada con la intervención del Omnipotente, que dispersó a los reyes, haciendo caer copiosa nieve sobre el Selmón, nombre que se da a un monte cerca de Siquem, aunque quizá sea una cima de la cordillera del Haurán. Tal vez el poeta aluda a la victoria sobre Og, rey de Basan, en la TransJordania septentrional.
Sal 68, 16-19. La colina de Sión, elegida por Yahvé
A pesar de que en Basan estaban las cumbres más elevadas, Yahvé no las escogió como morada permanente suya, sino que fijó los ojos en la modesta colina de Sión. El monte Hermón, cubierto de nieves, es la cima más alta de los montes de Basan, y domina todo el panorama de Palestina y TransJordania. Su majestad parece en consonancia con las exigencias de la majestad divina, y, sin embargo, Yahvé no puso los ojos en él para establecer su tabernáculo. Por su elevación excepcional se le llama monte de Dios. El salmista, con gran belleza poética, presenta a las cimas de Basan envidiosas de la situación privilegiada de la modesta colina de Sión, donde mora Dios (versículo 17). Pero la elección de Yahvé es irrevocable: allí habitará por siempre.
Yahvé ha entrado triunfalmente como un guerrero en el monte de Sión, escoltado de un ejército de millares. Su marcha desde el Sinaí no ha podido ser más triunfal; los vencidos son sin número, pues sometió a los recalcitrantes y rebeldes -cananeos y jebuseos- que se oponían al establecimiento de Yahvé en la colina de Sión (versículo 19)
Sal 68, 20-24. Yahvé, vengador de los enemigos de Israel
Pero la protección de Dios sobre su pueblo no pertenece sólo al pasado, sino que se muestra con viveza en la actualidad, pues en todo momento es el Dios de salvación de los que le son fieles. En realidad, sólo Él tiene poder sobre la muerte, y por eso, en los momentos de máximo peligro, sabe encontrar las salidas de la muerte, la liberación.
Nadie se puede oponer a Yahvé, que, como un guerrero indómito, es capaz de abatir a los enemigos más fuertes (versículo 22). Aunque éstos se refugiaran en lo más tupido de los montes de Basan o en las profundidades del mar, Yahvé los haría reaparecer para que su pueblo pudiera lavar sus pies en la sangre. La expresión es feroz, conforme a la mentalidad vengativa del A.T., cuando aún no habían aparecido las claridades de amor del mensaje de Cristo. El estadio de revelación del A.T. es sumamente imperfecto, y por eso algunas expresiones radicales de los hagiógrafos chocan con nuestra sensibilidad cristiana superior; pero debemos medirlas a la luz del genio extremista oriental, propenso a la hipérbole y a la frase descarnada, y teniendo en cuenta el estadio imperfecto de la revelación. Para los hagiógrafos, los enemigos de Israel son los enemigos de Dios, y por eso, llevados del celo de la justicia divina, ansían no pocas veces que ésta descargue despiadadamente sobre los que se oponen a los designios de Yahvé sobre su pueblo.
Sal 68, 25-28. La descripción de la solemne procesión
El salmista ahora se entusiasma ante la marcha solemne de la procesión en honor del Dios que les ha dado la victoria en tantas ocasiones: cantores, músicos y coro de vírgenes contribuyen al esplendor de la manifestación religiosa. Todas las principales tribus tienen su representación: desde la más pequeña -Benjamín- hasta la más numerosa y cargada de gloria -Judá-, sin que falten las más septentrionales, como la de Zabulón y la de Neftalí. Las dos primeras representan las meridionales, mientras que las otras dos las septentrionales; quizá sean mencionadas por su heroico comportamiento, relatado en el cántico de Débora, del que depende en gran parte este salmo.
Sal 68, 29-32. Súplica por el advenimiento de los tiempos mesiánicos
El glorioso pasado debe ser confirmado en el presente y en el futuro, ya que el poder de Dios siempre es el mismo. En la mente de todos los fieles israelitas está la esperanza de los tiempos mesiánicos; por eso le pide que acelere el cumplimiento de las antiguas promesas. Su presencia en el templo es una garantía de que no abandonará a su pueblo. El salmista pide en nombre del pueblo que Yahvé haga frente a los enemigos de Israel, espantando a la fiera del cañaveral -el hipopótamo, símbolo de Egipto, opresor del pueblo elegido- y a los toros o príncipes que se oponen con sus auxiliares -novillos- al cumplimiento de las antiguas promesas sobre Israel (versículo 31). Según éstas, todos los príncipes extranjeros deben ser vasallos del pueblo elegido, y, por eso, el poeta desea que se presenten, en señal de acatamiento, con ofertas cuantiosas de barras de plata, y que desaparezcan todos los que mueven la guerra, comprometiendo la existencia del pueblo de Israel. Llevado del entusiasmo de los vaticinios mesiánicos, el salmista anuncia la llegada de los príncipes de Egipto y de Etiopía, que se presentan como vasallos al Dios de Jerusalén.
Sal 68, 33-36. Invitación a todos los pueblos a rendir homenaje a Dios
El salmo procesional se termina con una invitación a todos los reinos a asociarse al reconocimiento del único Dios, que habita en Jerusalén, en medio de su pueblo, pero que a la vez es el mismo que cabalga sobre los cielos eternos y en las tormentas hace oír su potente voz. Con todo, su providencia se extiende a toda la historia de Israel, mostrando su majestad y poder sobre los enemigos. Es terrible en sus manifestaciones punitivas, pero, al mismo tiempo, es el sostén y poder de su pueblo en los momentos difíciles y críticos de la historia.
Sal 69, 1-37 (Vg 68). Suplica del justo perseguido
Podemos distinguir tres partes en esta composición, caracterizada por el tono de lamentación individual: a) súplica de liberación en una situación de peligro creada por la hostilidad de gentes impías que conspiran contra su piedad (2-13); b) confianza en la misericordia divina e imprecaciones contra los enemigos (14-29); c) promesa de acción de gracias por la liberación y restablecimiento de Jerusalén.
El salmista perseguido confiesa su culpabilidad y hace penitencia, esperando ser oído de Dios y rehabilitado en sus plenos derechos; tiene celo extremo por todo lo concerniente a la casa de Dios y se consume por la indiferencia de los pecadores respecto de los derechos divinos.
La distribución métrica del salmo no es regular, al menos en las dos primeras partes. "El poema es notable más bien por la profundidad y fuerza de la emoción que por la perfección exterior de la forma. Recuerda bastante el estilo de Jeremías".
Según el título, también esta composición es de origen davídico. Como San Pablo lo cita como de David. Como existen afinidades estilísticas entre este salmo y los oráculos de Jeremías, no pocos autores creen que el gran profeta de Anatot es el autor del mismo. Como se alude a la reconstrucción del templo (versículo 10), la generalidad de críticos modernos se inclinan por un origen postexílico del salmo.
Los evangelistas citan este salmo con ocasión de la expulsión de los vendedores del templo y al expirar Jesús en la cruz. Con todo, no podemos decir que sea mesiánico en sentido directo, ya que no se comprenden las imprecaciones en labios de Cristo; pero, como justo doliente e injustamente perseguido, el salmista es tipo del Mesías doliente y celoso de la casa de Dios.
Sal 69, 1-6. Situación angustiosa del justo perseguido
Es corriente en la literatura salmódica presentar la muerte como una inundación de aguas que se lleva a los vivientes, porque se concebía la región de los muertos -el Seol- debajo de la tierra y aun debajo del fondo de los mares; en este supuesto, las olas son los proveedores naturales de la región de las sombras. El salmista se considera, pues, a las puertas de la muerte, porque las aguas han entrado hasta el alma, hasta lo más profundo de su ser. Se siente como ahogado por la inundación de calamidades que sobre él han caído. Con otra metáfora expresa su inseguridad: se halla como el que en terreno cenagoso no puede hacer pie y es arrastrado por la corriente (versículo 3).
Es tan angustiosa su situación, que no le queda sino clamar al Omnipotente, que es el único que le puede salvar; sus ojos están cansados de mirar en espera de su Dios. Su garganta está abrasada de tanto gritar. El paciente se siente rodeado de enemigos numerosos que le exigen cuenta de lo que no ha cometido: tiene que pagar lo que no ha robado; la expresión es proverbial, para indicar las exigencias extremas de los que injustamente le imputan faltas no cometidas. Sólo Dios conoce sus deficiencias -estulticia- y sus pecados, el grado de su culpabilidad. Reconoce humildemente sus transgresiones, pero no son sus enemigos los llamados a pedirle cuentas, sino solamente Dios.
Sal 69, 7-13. El paciente, escarnecido por los impíos
El salmista perseguido sabe que su causa está íntimamente ligada a la de los justos en general; éstos serán confundidos y avergonzados ante la sociedad si Dios desampara al paciente en esta hora crítica. En sus cálculos de piedad pesa mucho la seguridad de que Dios los protege en los momentos graves de la vida, porque Dios premia en definitiva a la virtud, mientras castiga indefectiblemente el mal. Ahora bien, si en el caso actual el justo paciente sucumbe, la tesis de los piadosos y fieles a Dios queda desmentida, y con ello quedan defraudados en sus esperanzas. Será un triunfo de los escépticos y una decepción de los justos. Se pone en juego, pues, el honor de Yahvé en esta prueba del paciente injustamente perseguido.
En realidad, la causa del salmista perseguido es la de Dios, pues por El sufre las afrentas, ya que le hostilizan para ridiculizar su piedad y su fidelidad a su Ley (versículo 8). Sus más íntimos familiares han tomado parte contra él, considerándole como extraño, y precisamente la hostilidad surge por su celo extremado por la casa de Dios, su santuario en Jerusalén. Esto parece sugerir que el salmista es un levita postergado por los de su misma clase, los cuales, más escépticos y positivistas, consideran excesivo el celo de su colega y familiar, quizá porque les echaba en cara los abusos mercantilistas que tenían lugar con motivo de los sacrificios. El evangelista aplica el texto a Jesús cuando expulsó a los mercaderes. El versículo 10 es citado por San Pablo para destacar los ultrajes inmerecidos sufridos por Cristo. El paciente del salmo es el tipo del Mesías, celoso de las cosas de Dios.
Los actos de piedad del justo son también acremente ironizados por los espíritus materialistas de la sociedad (versículo 11). Se ha convertido en objeto de burla, en proverbio o fábula de los que impúdicamente se entregan a las bebidas (versículo 13). La espiritualidad del salmista no es apreciada por los que se dejan llevar de la sensualidad y de la vida fácil. En las puertas -lugar de reunión de ociosos-, los mofadores se permiten cuchichear y hacer burla de la piedad estéril del justo que espera en Dios. Sus apreciaciones son sangrantes y atenían contra la dignidad del piadoso yahvista, que tiene la esperanza puesta en Dios.
Sal 69, 14-20. Súplica de auxilio
Ante tanta animosidad de sus enemigos confabulados, al paciente justo no le queda sino acudir suplicante a Yahvé, que vela por sus intereses. Ahora es el momento oportuno de manifestar su poder conforme a sus promesas. Dios no puede faltar a la verdad de su salvación, es decir, a la realidad salvadora de su presencia en favor de los que le son fieles, porque es "abundante en longanimidad y verdad". Consciente de la fidelidad divina a los suyos, pide el salmista le salve de la angustiosa situación actual, jugando con las mismas metáforas que hemos visto al principio del poema (versículo 16). La misericordia y la piedad son las características del proceder divino con los justos atribulados; por tanto, en el momento de peligro no puede esconder su rostro, abandonándolos, porque sería contradecir a sus promesas de protección. Con toda confianza, pues, le pide el justo atribulado que redima su alma, es decir, que salve su vida en peligro (versículo 19). Nadie como el propio Dios conoce la situación de oprobio en que se encuentra en medio de sus opresores.
Sal 69, 21-29. Imprecaciones contra los enemigos
La situación del paciente es desesperada, ya que no encuentra consuelo alguno entre sus familiares. Estos, en vez de curar su llaga espiritual, han aumentado su dolor, como al enfermo que, en vez de darle medicinas, le han propinado veneno, o como al sediento que, en vez de agua, le han ofrecido vinagre. Este versículo 22 es citado por los evangelistas a propósito de la bebida ofrecida por los soldados romanos a Jesús en la cruz. El salmista paciente es el tipo de Cristo doliente en el Calvario; no obstante, no se deduce de estas analogías de palabras y de situaciones un mesianismo directo en el salmo, ya que las imprecaciones que siguen son ininteligibles en boca de Jesús, que perdonó a sus enemigos.
Indignado por el trato que recibe, el salmista desea los mayores males para los que injustamente le tratan: que su mesa, lejos de proporcionarles alegría y placer, les sea ocasión de caer en manos de los enemigos (versículo 23). Las imprecaciones son rudas y explicables sólo en la mentalidad primaria de las gentes del A.T. Aún no había sido proclamada la doctrina del perdón de los enemigos, y por eso la moralidad de los espíritus del A.T. estaba muy lejos del ideal de fraternidad del Evangelio. Los enemigos del salmista tienen doble culpabilidad, porque, viéndole herido por Dios -postrado en el lecho del dolor-, lejos de compadecerse, han acumulado calamidades sobre él (versículo 27). Esta es una nueva iniquidad, que debe ser tenida en cuenta con las anteriores para que no tengan acceso a la justicia divina, es decir, a sus designios salvadores, puesto que justicia en el A.T. no pocas veces es sinónimo de "salvación". Dios tiene escritos los destinos de cada uno y tiene inscritos en el libro de la vida a los que están destinados a sobrevivir, es decir, a los justos, objeto de su beneplácito. Todos los otros están destinados a la muerte: es el deseo del justo atribulado en momentos de desahogo psicológico y llevado de una noción de justicia muy a lo humano (versículo 29). El ideal evangélico tendrá muchos reparos que oponer a estos desahogos desconsolados, pero no exijamos la perfección evangélica a almas que vivían todavía bajo otro estadio de revelación más imperfecto.
Sal 69, 30-37. Promesa de acción de gracias
El salmista afligido se dirige de nuevo a Dios para que le sostenga, con la certeza de que conseguirá la salvación. Por ello, promete entonar cánticos de acción de gracias públicamente, para que todos sean testigos de la merced conseguida y puedan regocijarse con ellos los justos, pues una vez más se demostrará que Dios no abandona a los que le son fieles. Todas las súplicas de los salmos suelen terminarse por una acción de gracias. Los salmistas suelen componer estas piezas deprecatorias después que ha pasado el peligro, y por eso junta las súplicas ardientes con las acciones de gracias. Las alabanzas del alma agradecida son más gratas a Dios que los sacrificios de pingües toros con cuernos y uñas (versículo 32). El salmista, pobre, no podía ofrecer sacrificios tan costosos de reses ya bien cebadas y desarrolladas. Si, además, era levita, su imposibilidad era radical. Pero Dios mira al corazón, y quiere ante todo un corazón compungido y agradecido, y por eso no desdeña la voz de los indigentes (versículo 34), y mucho menos a sus cautivos, que sufren por él en manos de sus enemigos. Aquí parece que se alude a la cautividad babilónica o a otra de los tiempos de los seléucidas.
Como es ley en muchos salmos deprecatorios, el poeta proyecta su caso particular hacia los problemas generales de angustia de la nación; y así, después de invitar a entonar himnos al Señor de la creación, anuncia que Dios restablecerá las ciudades destruidas de Judá para que puedan habitar en ellas los que aman su nombre (versículo 37). Estas alusiones a la reedificación de las ciudades nos hace pensar en los tiempos calamitosos que siguieron a la cautividad o a los de los tiempos de las guerras de los Macabeos. Los que mantienen la autenticidad davídica suponen que estos versos son adiciones posteriores alusivas a la nueva situación postexílica.
Sal 70, 1-6 (Vg 69). Ardiente petición de socorro
Este salmo es idéntico, con ligeras variantes, al Sal 40, 14-18. Se ha cambiado el nombre de Yahvé en Elohim, conforme al criterio de la colección "elohística" del Salterio. Para el sentido general del salmo véase la introducción al Sal 40, 14-18.
El salmista se siente angustiado y pide a Dios le preste ayuda para confundir a los que se alegran de su mal y para que se alegren los justos que le buscan, pues con su liberación verán cumplidas las promesas de protección a los que son fieles a Dios. Es el tema general de los salmos deprecatorios.
Sal 71, 1-24 (Vg 70): Oración de un justo perseguido
Este salmo no tiene encabezamiento alguno en el texto hebreo, aunque sí en el griego de los LXX. El tema es el conocido deprecatorio del justo que sufre persecución injusta de parte de los impíos. El paciente aparece ya como un hombre entrado en años que ha procurado ser fiel a Dios en todo y que espera no le abandone en los tristes días de la ancianidad. Como en las plegarias anteriores, también ésta va seguida de una promesa de acción de gracias. Hay bastantes reminiscencias de otros fragmentos salmodíeos.
El poema se" divide en dos partes iguales: a) plegaria ardiente del perseguido pidiendo a Dios no le abandone (1-13); b) promesa de acción de gracias y de alabanza (14-24). Ambas partes se terminan con el deseo de que sean confundidos los enemigos. El ritmo métrico no es uniforme, con abundantes paralelismos conceptuales de toda índole: sinónimos, sintéticos y antitéticos. El estilo es sencillo y sobrio.
El autor parece ser un cantor del templo, conocedor de la colección salmódica. Los críticos modernos se inclinan por una época tardía de composición.
Sal 71, 1 -6. Súplica de salvación
Los tres primeros versos están tomados de Sal 31, 2-4: el fiel perseguido apela a la justicia divina para que acuda en su ayuda. Yahvé es el refugio inexpugnable del salmista, que tiene experiencia de la protección divina. La fidelidad de Dios a sus promesas será la garantía de su salud. La experiencia de otras situaciones le ha confirmado en la esperanza que ha puesto en El desde su juventud. La solicitud divina se extiende hasta los primeros días de su existencia. Esto es una garantía de que continuará dispensándole su ayuda hasta su ancianidad, que ya ve próxima.
Sal 71, 7-13. Los enemigos se confabulan contra el justo
El salmista perseguido ha sido objeto de asombro por los sufrimientos a que ha sido sometido; parece como si fuera un castigado por la ira divina. Aparece ante la estimación popular como un maldito de Dios. Con todo, el justo paciente sabe que no ha perdido la amistad divina y que en todo tiempo ha sido su asilo. Por ello quiere alabarle en todo momento. Pero ese apoyo que le ha proporcionado en tantas ocasiones, debe continuar precisamente en los días tristes de la vejez, en que se debilitan las fuerzas y el espíritu se entrega a la nostalgia y al pensamiento triste de la muerte. Sus enemigos conspiran contra él y le consideran como abandonado de Dios (versículo 11). En esta situación no le queda sino la intervención favorable de Dios para mostrar que no le ha abandonado (versículo 12). Será entonces la ocasión de que los enemigos sean confundidos y avergonzados en sus viles planes de hostilidad contra él.
Sal 71, 14-19. Promesas de acción de gracias
El justo tiene constantemente su esperanza en Yahvé, y por eso está siempre dispuesto a alabarle sin cesar. Toda su historia está salpicada de beneficios divinos, y en la situación actual tiene la seguridad de que no le ha de abandonar. Como es de ley en los salmos deprecatorios, el poeta promete proclamar la nueva gracia salvadora, su justicia (manifestación en favor del inocente y castigo de los pecadores que le hostigan), que para él tiene caracteres de verdadera salvación. Las intervenciones salvadoras de Dios en su favor son sin número, y por eso tiene que manifestar incesantemente su gratitud. Entre las proezas del Señor están, sobre todo, las manifestaciones de su justicia salvadora.
Desde su juventud tiene el salmista experiencia de las intervenciones divinas en su favor, y por eso siempre ha pregonado sus gestas admirables (versículo 17). Pero ansia que esta conducta benevolente de Dios para con él continúe en los tiempos tristes de la vejez y de la canicie, para dar a conocer los prodigios de Yahvé a la generación presente y a la futura. Nadie puede medirse en fortaleza y justicia con el Dios de Israel.
Sal 71, 20-24. La alegría de la liberación
De nuevo el poeta refleja su situación de angustia presente sintiéndose cercano a la muerte -los abismos de la tierra: la región tenebrosa del Seol, que se encuentra debajo de las aguas del mar-; pero tiene confianza en que Dios le hará remontar este peligro como tantos otros pasados. Se siente ya en las profundidades de la región de los muertos y desea subir a la luz de los vivientes (versículo 20). Con ello brillará su magnificencia al ser rehabilitado en la sociedad, pues sus enemigos le creían abandonado de su Dios. Entonces entonará himnos de reconocimiento y de alabanza al Santo de Israel, denominación frecuente en Isaías, que destaca, de un lado, la trascendencia de Yahvé, y de otro, su vinculación histórica por una alianza con Israel. El poeta se siente aquí solidario con la comunidad de justos del pueblo elegido: su suerte tiene repercusión en su vida, ya que, si es liberado, quedará probada la esperanza que ellos tienen en el Dios de la justicia.
Sal 72, 1-20 (Vg 71): Los días venturosos del Mesías
La ocasión de composición de este bello poema parece ser la entronización de algún rey. El poeta desea al nuevo soberano los mejores augurios, y en sus expresiones se reflejan las esperanzas mesiánicas del pueblo israelita, que veía en los reyes de la dinastía los eslabones que llevaban al gran Rey de los tiempos ansiados del futuro ideal y glorioso. Por eso, en la perspectiva del salmista se mezcla la realidad presente y la del futuro mesiánico. Las frases son por ello hiperbólicas, y las situaciones se idealizan. En este sentido, el salmo es sólo indirectamente mesiánico, en cuanto que el poeta ve en el nuevo rey entronizado el eslabón que lleva hacia la culminación de la dinastía davídíca en la persona del Mesías.
Podemos distinguir cuatro partes en este salmo: a) deseo para el rey de una justicia perfecta y una paz indefectible (1-4); b) descripción del reino eterno y universal mesiánico (5-11); c) especial solicitud con los humildes y menesterosos (12-15); d) fertilidad edénica y gloria del rey (16-17). Finalmente, se añade la doxología a la colección de salmos davídicos (18-19).
Literariamente, el poema es una mezcla de plegaria y de manifestaciones oraculares sobre el futuro mesiánico, y así, los verbos oscilan entre el optativo y el futuro. El estilo es vivido, salpicado de metáforas frescas y expresivas; pero el ritmo es poco regular.
El título lo atribuye a Salomón. Como hay concomitancias con diversos textos bíblicos de diferentes épocas, los autores más bien retrasan la composición del poema, aunque en general no hay dificultad en admitir un núcleo primitivo anterior al exilio, cuando la monarquía israelita sintetizaba las esperanzas de grandeza del pueblo elegido.
Sal 72, 1-4. La justicia perfecta y la paz indefectible
Al desfilar el cortejo de la entronización de un nuevo rey, el poeta -llevado de los íntimos sentimientos que embargan a las almas justas- desea en nombre del pueblo lo más ansiado del corazón humano: justicia y paz. El rey, como representante de Dios, es el encargado de dar a cada uno lo que le pertenece, juzgando con equidad y protegiendo contra los opresores a los menesterosos y desvalidos de la sociedad. El salmista, pues, pide a Dios que otorgue al joven soberano el sentido de la equidad. Consecuencia de la justicia es la paz: el orden que surge del equilibrio de derechos y deberes entre los ciudadanos; el poeta ansia que esta paz y esta justicia broten como floración espontánea y abundante en las laderas de las colinas de Judá. Los hagiógrafos -con gran sentido poético de la naturaleza- suelen asociar las manifestaciones de ésta a la vida social de su pueblo. En los tiempos mesiánicos, todo se transformará en beneficio de los ciudadanos de la nueva teocracia. El salmista ansia que la paz y la justicia surjan espontáneamente como un producto natural del suelo. Las expresiones son poéticas, pero incluyen un sentido profundo moral, ya que expresan las ansias de equidad y de tranquilidad del pueblo, que serán características de los tiempos mesiánicos. En Is 11, 3-9 se dice del Mesías: "No juzgará por vista de ojos ni argüirá por oídas de oídos, sino que juzgará en justicia al pobre y en equidad a los humildes de la tierra. Y herirá al tirano con los decretos de su boca, y con su aliento matará al impío. La justicia será el cinturón de sus lomos, y la fidelidad el ceñidor de su cintura." El salmista, pues, se hace eco de estas esperanzas de justicia, tan arraigadas en el corazón del hombre y en las ansias de rehabilitación del pueblo oprimido. Sus versos son así una invitación al nuevo rey a reflexionar sobre sus deberes primordiales como juez del pueblo y representante de Yahvé. En su actuar debe acercarse al ideal de los tiempos mesiánicos.
Sal 72, 5-11. La idealización del reino mesiánico
El entusiasmo del poema le hace desear al nuevo soberano largos días de vida, tantos como el sol y la luna. Las expresiones son hiperbólicas y encajan dentro del estilo áulico poético de las conmemoraciones solemnes de la vida del rey. Pero la mente del salmista -que tiene una visión teológica de la historia de su pueblo y ve en el actual nuevo rey un paso hacia el Rey ideal de los tiempos mesiánicos- se proyecta hacia la etapa definitiva del pueblo elegido, y su imaginación oriental se dispara incontrolada para describir idealmente la futura época tanto tiempo anhelada por los yahvistas, que vivían de las promesas divinas: abundantes lluvias, paz edénica duradera, conforme a los vaticinios de los profetas; su dominio se extenderá de mar a mar (desde el mar Muerto al Mediterráneo) y desde el río (el Eufrates) hasta los confines de la tierra. La perspectiva se amplía, y la mente del salmista se proyecta sobre el universalismo de los tiempos del Mesías. Los pueblos paganos -bestias del desierto- le rendirán pleitesía, y los que se obstinen en hacerle oposición tendrán que morder el polvo. Los reyes de la lejana Tarsis -en la desembocadura del Guadalquivir: Tartessos de los griegos- y los de las islas o ciudades costeras del Mediterráneo, juntamente con los soberanos árabes de Sheba y Soba, vendrán a entregar sus tributos. Es justamente lo que se anuncia en los vaticinios gloriosos de la segunda parte del libro de Isaías: el reconocimiento universal de la preeminencia mesiánica del pueblo judío, simbolizado en su Rey ideal, el Mesías.
Sal 72, 12-15. Especial solicitud por los menesterosos
Llevado del sentido de la equidad, el Rey ideal sabrá salir por los derechos de los desvalidos; no será altanero, a pesar de sentirse honrado por todos los reyes de la tierra, sino que, al contrario, estará al servicio de los más necesitados de la sociedad. Su brazo estará siempre dispuesto a salvar las almas o las vidas de los necesitados (versículo 13), librándolos de los opresores y exactores. Los déspotas orientales favorecen a los ricos que les adulan y ofrecen presentes; en cambio, el Rey futuro de Israel se preocupará justamente de los que no pueden ofrecerle nada. No permitirá que se les oprima, y menos que se les quite la vida, porque será preciosa su sangre, ante sus ojos, y no permitirá que se derrame impunemente. Con esta su conducta magnánima y generosa, el Rey se granjeará la estimación de los humildes, los cuales oraran por él incesantemente y le bendecirán.
Sal 72, 16-17. Fertilidad edénica y gloriosa del rey
Los vaticinios profetices hablan de abundancia de cosechas en los tiempos mesiánicos. El salmista recoge esta tradición y, con bella hipérbole, presenta los trigos altos como árboles del Líbano, dominando las colinas y valles, mientras la población se multiplicará en las ciudades como la hierba de la tierra.
Todos se sentirán felices en la nueva situación y bendecirán al que atrae la excepcional protección de Dios sobre el pueblo; y en él se bendecirán todas las familias de la tierra, según la antigua promesa hecha a Abraham. Nadie se sentirá ajeno a la felicidad de los tiempos mesiánicos.
Esta es la doxología acostumbrada, que cierra cuatro libros o colecciones del Salterio, y por eso se considera añadida al salmo. Con ella se cierra el segundo libro o colección de salmos, davídicos en su mayor parte.
Yahvé es el Dios único, que, como tal, hace portentos y maravillas en favor de su pueblo y de los que le son fieles. Su nombre glorioso es el reflejo de su majestad y es prenda de salvación para el que en Él se confía. Toda la tierra debe dejarse penetrar e invadir de su gloria o manifestación esplendente de su poder y magnificencia. A estas aclamaciones del coro respondía el pueblo; Amén. Amén, que incluyen la idea de asentimiento y entrega.
El compilador añade: Aquí acaban las preces de David, sin duda para distinguirlas de los salmos que siguen, adscritos a la familia de Asaf. En los libros cuarto y quinto vuelven a aparecer salmos davídeos.
La tradición judeo-cristiana ha entendido este salmo en sentido mesiánico. Así se declara en el Targum. Los Santos Padres comúnmente ven en este rey cantado en el salmo al Mesías. Los autores católicos, sin embargo, no convienen en determinar si ha de entenderse su mensaje mesiánico en sentido directo literal o indirecto típico. Por nuestra parte, creemos que el salmista, con ocasión de la entronización de un nuevo rey, ha proyectado sus esperanzas mesiánicas, conforme a la tradición de los vaticinios proféticos, viendo en él la continuación de la dinastía davídica, que habría de culminar en la aparición del Mesías, el Rey por excelencia, a quien únicamente se pueden aplicar las expresiones universalistas del poema.
La mayor parte de esta nueva colección de salmos lleva el nombre de Asaf, que era uno de los músicos levitas de los tiempos de David. En general, se caracterizan por ser poco personales, pues se interesan, sobre todo, por lo común de la nación. Además, tienen un marcado sello profético, con lo que implica esto de vida interior no formalista: Dios es el Juez que gobierna la historia de los pueblos. Se destaca el esquema teológico de la historia de Israel, sin aludir mucho a la legislación sinaítica. Yahvé es el Pastor de Israel. Como tal, le condujo a través de la estepa y le guía después como nación organizada. Suspira por la unión de todas las tribus* para constituir de nuevo el único rebano de Yahvé.
Sal 73, 1-28 (Vg 72): El enigma de la felicidad de los malvados
En este salmo se plantea el gran escándalo para las almas justas del A.T.: ¿Por qué prosperan los impíos en esta vida? ¿Cómo es que Dios no les da el merecido según sus obras? El salmista aborda el problema y lo resuelve a las luces del A.T., cuando aún no había esperanza de retribución en ultratumba: el triunfo de los impíos es efímero, pues cuando más eufóricos están les llega leí hora del castigo fulminante divino. El poema, de tipo sapiencial, se divide en cinco secciones netas: a) prosperidad de los malvados (1-5); b) sus malas acciones son un escándalo para los justos (6-11); c) los sufrimientos del justo (12-17); d) la suerte desgraciada definitiva de los perversos (18-22); e) la suerte del justo: unión con Dios (23-28).
El problema planteado en este salmo es semejante al del libro de Job y al de los salmos 38 y 49. El salmista muestra su inquietud por la anomalía de la prosperidad de los impíos; es una piedra de escándalo que está a punto de hacer debilitar su fe. Por razones estilísticas, los críticos comúnmente suponen que este poema sapiencial es de época tardía: su lenguaje es poco clásico y abundan los arameísmos.
Sal 73, 1-5. La escandalosa prosperidad de los malvados
Antes de iniciar la descripción de la prosperidad del pecador, el salmista da la clave final de solución al problema, declarando que Dios es bueno para el que le es fiel, que será la tesis de todo el salmo. A pesar de las apariencias que va a exponer, Dios es bondadoso con los justos. Sólo exige pureza de corazón y rectitud íntima para otorgar su favor al hombre.
Con tocia sinceridad, el poeta declara que ha estado a punto de perder su fe en la Providencia al ser testigo de la prosperidad de los malvados, pues ha llegado hasta tener envidia de su situación prevalente en la sociedad. Su paz y bienestar contrastan con la inquietud del justo. Gozan de buena salud y parecen libres de las tribulaciones que afectan al común de los hombres (versículo 5).
Sal 73, 6-11. Desvergonzada insolencia de los impíos
Consecuencia de esa prosperidad desbordante es la insolencia y orgullo que los caracteriza ante la sociedad. Se creen con derecho, en su prepotencia, para violentar y oprimir a los demás6. Con una bella metáfora, el poeta describe la soberbia de los impíos, que se destaca en ellos como un collar brillante o como un vestido llamativo. En su mirada altiva y saltona se reflejan las demasías y antojos injustos de su corazón (versículo 7). Lejos de ocultar sus perversos pensamientos, los declaran con altanería para herir a los demás. Con toda insolencia se atreven a hablar contra Dios -ponen su boca en el cielo- y contra los hombres en la tierra. Como consecuencia, la masa del pueblo los sigue y acepta sus juicios superficiales y blasfemos (versículo 10). La prosperidad de los malvados atrae a las gentes irreflexivas, y aceptan sus modos de obrar prescindiendo de la Ley divina. Para ellos, Dios no se preocupa de las cosas que aquí pasan, y, en consecuencia, no tiene providencia de los seres humanos (versículo 11). Es inútil, pues, seguir el camino de la virtud, ya que en esta vida triunfan los oportunistas sin escrúpulos de conciencia.
Sal 73, 12-17. La inquietud del salmista
El gran escándalo: a pesar de ser impíos, prosperan y viven tranquilos, acumulando riquezas sin cuento. Esta realidad le turbó al principio, pues cree que su vida de virtud no sólo no le reporta ventaja alguna, sino que le trae calamidades cada mañana. El ser fiel a Dios y a su Ley supone gran sacrificio, pues es exponerse a la pobreza y a la incomprensión. Aparentemente, la piedad no le ha traído sino incomprensiones sin cuento. Esta es la realidad de cada día.
Pero la reacción del salmista es mucho más profunda: si se dejara llevar de las apariencias, aceptando sus juicios superficiales -apartándose de Dios-, sería traidor a los de su comunidad de yahvistas fervorosos. El pueblo israelita, vinculado a Yahvé por un pacto solemne, es llamado "hijo de Dios". El salmista se siente íntimamente relacionado con los destinos de la familia de Dios, y por eso, reflexionando más sobre el problema, creyó llegar a la solución verdadera del enigma penetrando en el misterio de Dios: la clave del problema, está en la consideración de las postrimerías del pecador, el fin siniestro que le espera (versículo 17). Su prosperidad es momentánea, pues a la hora de la verdad se encontrará con la justicia divina.
Sal 73, 18-22. La inestable prosperidad de los impíos
La prosperidad de los malvados, en realidad, es un resbaladero, un camino engañoso que los lleva a la ruina total, a la muerte afrentosa. Es la vía más expedita para la ruina, aunque aparentemente parece lo contrario. Cuando están más desprevenidos, les sobreviene la muerte, y entonces toda su prosperidad les resulta como un sueño, del que no queda más que la apariencia: un fantasma sin consistencia.
Esta es la gran realidad que se impone después de la madura reflexión. Por eso, los sentimientos de envidia que el salmista tenía por la prosperidad de los malvados resultaba fruto de la irreflexión. Las impaciencias e inquietudes antes sentidas eran fruto de un espíritu poco inteligente, pues reaccionaba como un bruto animal (versículo 22).
Sal 73, 23-28. Confesión de fidelidad a Dios
Frente a toda veleidad posible por la prosperidad momentánea del pecador, el salmista declara mantenerse fiel siempre a su Dios. Esta fidelidad probada al Señor tendrá por resultado que al fin será acogido en gloria es decir, se reconocerá su virtud y se la premiará, siendo así "glorificado" ante la comunidad social. No encontramos aquí declarada la esperanza de la glorificación en la otra vida como nosotros la entendemos en la perspectiva cristiana; ésta es, en realidad, la clave para resolver el enigma de los sufrimientos del justo en esta vida, pero no la encontramos hasta el libro de la Sabiduría. Si el salmista hubiera llegado a estas claridades, de seguro que hubiera sido más explícito en el planteamiento del problema sobre la inestabilidad de la prosperidad de los pecadores. El pensamiento central del salmo versa sobre el hecho de que esta prosperidad es momentánea, pues Dios se la quitará cuando menos lo piensen. No va más lejos la perspectiva del hagiógrafo. La palabra gloria tiene aquí, como en otros lugares, el sentido de "honor", y no el de glorificación espiritual después de la muerte en el sentido de la teología cristiana.
El salmista declara su adhesión inquebrantable al que está en los cielos, y fuera de Él no encuentra nada digno de su amor, porque Dios es el centro de su corazón. Fuera de Él no hay seguridad; por eso los impíos perecerán inexorablemente. Bajo su protección espera el salmista vivir tranquilamente para poder anunciar las obras maravillosas de Dios a sus contemporáneos.
Sal 74, 1-23 (Vg 73): La desolación del templo destruido
Esta lamentación colectiva responde a la tragedia del pueblo escogido: la ciudad en ruinas y el templo de Dios profanado. El poeta evoca las glorias del pasado; parece como si Yahvé hubiera abandonado a su grey; incluso ya no se oye la voz reconfortante de los profetas, que comunicaban los oráculos de parte de Dios, que es el Creador de todo y ha elegido a Israel como pueblo suyo; pero ahora parece que se ha olvidado de las antiguas promesas. ¿Valía la pena haberlo rescatado de Egipto para ahora dejarle abandonado, sin culto ni vida religiosa? ¿Es que no tiene el poder mostrado en otras ocasiones en favor de Israel? Por otra parte, las maravillas de la creación pregonan su omnímodo poder para hacer los mayores portentos no sólo en la naturaleza, sino también en la historia de los pueblos y de los hombres.
El poema se divide netamente en cuatro estrofas, aunque la distribución rítmica es desigual.
Respecto de la fecha de composición del salmo, los críticos no convienen en sus opiniones, ya que, mientras unos autores creen que fue redactado después de la destrucción de Jerusalén por el ejército de Nabucodonosor en el 586 a.C., otros, en cambio, creen que la situación refleja más bien la persecución de los tiempos macabeos, aludiéndose a la profanación del templo por los emisarios de Antíoco IV Epífanes (en el 168 a.C.). Una tercera opinión de compromiso supone que, sustancialmente, el salmo es de la época de la cautividad babilónica, pero que fue retocado con adiciones posteriores. Así se explican las alusiones a la existencia de las sinagogas y la afirmación de que ya no hay profetas, cosa difícilmente inteligible en los tiempos de Jeremías y Ezequiel.
Sal 74, 1-8. La profanación del santuario de Yahvé
La actitud de Yahvé es desconcertante para las almas justas: ¿Los ha abandonado definitivamente? ¿No son los israelitas las ovejas de su redil? ¿Puede un pastor abandonar totalmente a su rebaño? Estos son los interrogantes que el salmista -eco de la parte más religiosa de la sociedad judía- se plantea ante la destrucción y profanación de lo más sagrado: el templo de Yahvé. Si Israel es el rebaño de Dios, tiene derecho a ser guardado y protegido4. Por otra parte, Yahvé lo ha comprado para ser su porción y heredad, y ha establecido su morada en Sión. No puede, pues, abandonarla y permitir que sus enemigos la profanen impunemente. De modo patético describe las ruinas humeantes de la ciudad y del santuario e invita al Señor para que las visite y tome las decisiones pertinentes (versículo 3). Las enseñas militares del ejército pagano han sido colocadas en el templo (versículo 4). Quizá se aluda aquí a la erección de las divinidades paganas por los emisarios de Antíoco IV Epífanes. El ejército invasor talaba y destrozaba todo como leñadores en el bosque; todo fue pasto del fuego, quedando así profanada la morada que se honraba con el nombre de Yahvé (versículo 7). Y no sólo se ensañaron con el templo de Jerusalén, sino que también destruyeron las sinagogas o lugares de asamblea religiosa del país.
Sal 74, 9-17. ¿Israel abandonado de Dios?
La situación se torna angustiosa, porque no hay indicios de que Dios les muestre su solícita protección, como en otro tiempo en los momentos críticos. No hay señales prodigiosas que muestren el interés divino por su causa. Para colmo, faltan los profetas, que pudieron comunicar hasta cuándo se extiende esta situación desesperada n. Esto tiene mejor explicación en los tiempos macabeos, cuando había desaparecido la institución profética; pero ya el autor de las Lamentaciones clamaba sobre las ruinas humeantes de Jerusalén después de la invasión babilónica: "Los profetas no reciben visión de Yahvé".
El salmista se encara con Dios, y, apelando a sus intereses divinos, le declara que ahora domina el opresor, que blasfema de su nombre. Por su propia dignidad y honor debe, pues, salvar esta situación crítica (versículo 10). El no intervenir a favor de su pueblo puede interpretarse como impotencia por su parte, y entonces sus enemigos blasfemarán insolentemente contra Él. El salmista, en cambio, está seguro de que Dios es omnipotente ahora, como lo fue en la antigüedad, cuando mostró su poder contra los enemigos de Israel. ¿Por qué ahora retrae su mano y no interviene castigando a los que le insultan y pisotean a su pueblo? Su diestra, en otro tiempo extendida contra los egipcios, parece ahora paralizada y oculta en el seno.
Sin embargo, Yahvé es el rey de su pueblo y en todo momento obra salvaciones y portentos para liberar a los suyos. A pesar de su actual inactividad, sigue siendo el soberano único de Israel. Su omnipotencia se mostró en otro tiempo en el paso del mar Rojo, dividiendo las aguas y aplastando la cabeza del Leviatán -el poder faraónico-, descuartizándolo y entregándolo a las fieras del desierto (versículo 14). El poeta juega en estas metáforas con dos tradiciones antiguas: una folklórica, relativa a la leyenda de la lucha de Dios con los monstruos marinos y con el abismo primitivo para imponer el orden en el cosmos recién creado, y otra épica popular: la liberación milagrosa de Egipto con la victoria sobre el faraón y su ejército, simbolizado en el Leviatán, monstruo marino que aparece en los escritos bíblicos simbolizando a Egipto y también en los textos de Ras Shamra. El poder de Yahvé se mostró al matar al monstruo marino sacándolo a tierra, para que fuera pasto de las fieras salvajes. El poder de Dios se manifestó también en la formación de las fuentes y torrentes, así como en la desecación de los ríos. Nada resiste a su fuerza: domina los elementos líquidos, alimentando misteriosamente a las fuentes de donde nacen los ríos; pero también muestra su poder secando a éstos, como lo hizo en el Jordán para que pasaran los israelitas a pie enjuto. Con la misma facilidad había hecho salir agua de la roca en el desierto.
La omnipotencia divina se extiende hasta determinar la distinción del día de la noche, haciendo aparecer el sol o la luna según su beneplácito. Las leyes que rigen la naturaleza son expresión de la voluntad divina. Con su omnipotencia señaló los límites de la tierra frente al mar tumultuoso y la distinción de las estaciones del año (versículo 17).
Sal 74, 18-23. Súplica angustiada de auxilio contra el insolente enemigo
Una vez declarada la omnipotencia divina, manifestada en las leyes de la naturaleza y en los prodigios de la historia en favor de Israel, el poeta vuelve a suplicar a Yahvé que intervenga para acallar las voces blasfemas de sus enemigos, que se creen vencedores y fuera del alcance de su omnipotencia. Él pueblo elegido ahora es como una tímida tortolilla que es perseguida por todos y cuya alma o vida está en peligro (versículo 19). Por otra parte está la antigua alianza con los patriarcas y con el pueblo en el Sinaí, que reclama las promesas de protección solemnemente selladas por Dios. La corrupción y la violencia dominan la tierra; nadie puede salir por el pobre y menesteroso sino el propio Yahvé.
Está en juego la causa de Dios, ya que, si no sale en favor de los suyos, los impíos quedarán como triunfadores burlándose de la supuesta protección divina prometida a los que son fieles a su Ley (versículo 22). El insensato -el impío y descreído- ultraja impunemente a Dios y a los suyos; la hostilidad de sus enemigos aumenta constantemente, y, por tanto, urge la inmediata intervención de la justicia divina en favor de los suyos.
Sal 75, 1-11 (Vg 74): Dios, juez y árbitro supremo
Frente a la insolencia de los malvados, que creen tener vía libre para obrar tropelías, se alza el oráculo de Yahvé, que anuncia su intervención justiciera sobre ellos. Este salmo incluye: a) oráculo de Yahvé (3-5); b) comentario del salmista a las palabras divinas, insistiendo en el carácter de Dios como Juez (6-9); d) expresiones de acción de gracias (versículo 2 y 10-11).
Dios gobierna el mundo con sentido de equidad; por tanto, los justos no deben desanimarse cuando ven la prosperidad del impío; y los malvados, al contrario, no deben insolentarse al verse momentáneamente con las manos libres para sus extorsiones y demasías, porque Yahvé, al fin, tendrá la palabra y dará a cada uno según sus obras, castigando al impío y premiando al que le es fiel. La historia del mundo y del hombre está en las manos firmes del Todopoderoso, y, por tanto, su justicia terminará por imponerse. La perspectiva del salmista se proyecta sobre el juicio general de Dios en la historia, sin que del contexto se deduzcan concreciones claras alusivas a un juicio escatológico.
Literariamente, la composición es mixta: el prólogo y el epílogo son un himno de acción de gracias; después sigue una comunicación oracular de tipo profético, y, finalmente, un comentario sapiencial. El estilo es dramático y entrecortado. Parece que hay yuxtaposición de fragmentos de diversos poemas. Del contexto no se puede deducir la época de composición. El fragmento oracular tiene relación con textos proféticos, mientras que el sapiencial parece reflejar una época más tardía.
Sal 75, 1-6. El juicio severo de Dios
El versículo 2 enmarca litúrgicamente el oráculo que va a seguir, invitando el coro del templo a dar gracias a Dios por sus beneficios, entre los que está el juicio divino sobre los malvados. Después se hace oír una voz -la del propio Yahvé- en que se declara su intención de intervenir punitivamente en el tiempo oportuno. Los impíos hacen cálculos despreocupados pensando que Dios no ha de intervenir por defender sus derechos; pero se engañan, ya que todo se desarrolla conforme a un esquema de su voluntad: todo tiene un límite y un término fijado de antemano, pues Yahvé tiene determinada su hora, y cuando llegue intervendrá inexorablemente. En el orden de la naturaleza, Dios ha establecido el orden en el caos, y, aunque la tierra vacilara y amenazara derrumbarse, la intervención de su mano reafirmaría sus columnas. En el orden moral pasa otro tanto; aunque ahora parece que todo es caos y desorden, porque los impíos dominan y prosperan en la sociedad, sin embargo, la intervención súbita de Yahvé pondrá las cosas en su sitio (versículo 4). En consecuencia, los fieles a su Ley deben esperar confiados a que se les haga justicia.
Por eso, enfáticamente se declara a los autosuficientes y orgullosos que depongan toda actitud de arrogancia, pues les llegará la hora del castigo y de la humillación. Son unos insensatos, ya que no reflexionan sobre lo que les espera, entregándose al goce superficial de la vida; y en su ceguera se atreven a levantar la cabeza, "el cuerno", blasfemando de Dios y de los caminos de su providencia. Su insolencia es un desafío al poder divino.
Sal 75, 7-9. El Cáliz de la Cólera Divina
Cuando llegue la hora fatídica, los impíos no podrán esperar auxilio de ninguno de los cuatro puntos cardinales, porque nadie podrá oponerse al Omnipotente; y sólo Dios es quien juzga. A Él, pues, únicamente le compete dar la sentencia y ejecutarla. Este juicio es punitivo: es la copa de la ira divina que los impíos habrán de beber hasta embriagarse. Por eso el vino va cargado de mixturas aromáticas que favorezcan la pérdida del juicio: "Quos vult perderé Júpiter, dementat." Es, en sustancia, el pensamiento del hagiógrafo. Los impíos caerán bajo los golpes de la cólera divina como dementes y ebrios, que no podrán defenderse. Es la hora de su castigo inexorable.
Sal 75, 10-11. Promesa de acción de gracias
El castigo de los malvados señala el triunfo de los justos, tanto tiempo postergado; por eso, el salmista entona cánticos de agradecimiento al Dios que ha puesto las cosas en su punto, rehabilitando la virtud y castigando el vicio. Y el poeta -encarnando a Israel- se siente fuerte para, en nombre de Dios, humillar la fuerza de los impíos, manifestándose así el poder de los justos. Los que han sido fieles a su Dios recuperarán su fuerza y prestigio moral a expensas de los detractores, justamente vencidos por el poder divino. Este versículo puede entenderse también en boca de Dios, que reitera su declaración anterior de vencer y humillar a los pecadores.
Sal 76, 1-13 (Vg 75): Canto triunfal después de la victoria
Este poema refleja la euforia nacional y épica después de una singular victoria reportada sobre un poderoso enemigo. El contexto no da pie suficiente para la identificación de éste. En el título de los LXX se alude a los asirios; y, en ese caso, la ocasión apropiada sería la victoria sobre el ejército de Senaquerib, que en el 701 tuvo que abandonar el cerco de Jerusalén l. Sin embargo, los críticos modernos, por razones estilísticas, prefieren retrasar la época de composición a una época más reciente.
El estilo literario es el de oda triunfal. El lenguaje es vivido y pintoresco: se canta la majestad de Yahvé, que habita en Jerusalén, y su excelso poder para quebrantar a los enemigos. Se divide en cuatro estrofas: a) Yahvé se manifiesta en toda su majestad en Sión (2-4); b) manifestación de su poder venciendo a los enemigos de Judá (5-7); d) nadie puede resistir a su poder (8-10); e) reconocimiento de su poder (11-13).
Sal 76, 1-4. Yahvé se manifiesta en Jerusalén
Dios muestra su poder y majestad, sobre todo, en Judá, su "heredad," poniendo al servicio de su pueblo toda su omnipotencia. Nadie, pues, puede atentar contra el baluarte de Yahvé, que es Israel, ni empañar su nombre, que sintetiza la protección que a través de las edades ha dispensado al pueblo elegido. El poeta considera estrechamente vinculados los reinos de Judá e Israel, como formando una misma entidad nacional y religiosa en los planes de su Dios. Separadas incidentalmente después de la muerte de Salomón, están destinados a unirse y constituir el pueblo de Yahvé en su integridad. Estas ansias de unión se reflejan en los tiempos profetices, y el salmista se hace eco de ellas. En Salem -abreviación de Jerusalén- tiene su morada permanente, porque allí está su tabernáculo, su templo. Desde su morada defiende a su pueblo contra todos los ataques. Frente a su poder nada son los rayos fulgurantes de las saetas, ni la espada, ni todo lo que sirve de instrumento bélico. Con toda facilidad los rompe y desmenuza.
Sal 76, 5-7. Victoria sobre los enemigos
El salmista se refiere aquí a una victoria resonante sobre los enemigos de Judá. El recuerdo de la derrota del ejército de Senaquerib quedó en la épica popular como ejemplo de la brillante intervención divina en favor de su pueblo: el ángel exterminador había matado 185.000 asirios. Estos se vieron sorprendidos, sin poder echar mano de sus armas para defenderse: durmieron y no despertaron. El poeta, utilizando este glorioso recuerdo de la historia de Israel, canta la victoria del Dios de Jacob sobre los enemigos de su pueblo. La intervención divina paralizó los carros y los caballos, y el pueblo escogido salvó una vez más su destino histórico gracias a la protección de Yahvé.
Sal 76, 8-13. Es inútil resistir al poder divino
Nadie puede oponerse a la decisión divina. Dios es el supremo Juez, que habita en los cielos, y no hay apelación posible por encima de Él. Por otra parte, su cólera desatada siembra el terror por doquier, y hasta la tierra se estremece y enmudece a su voz. El poeta juega con las manifestaciones de Dios en las tormentas, que dejan oír su voz, el trueno. La sentencia divina no es una decisión jurídica teórica, sino que al punto se cumple para salvar a los injustamente oprimidos. La reciente victoria contra los opresores de Israel es una simple manifestación de estas intervenciones justicieras de Dios en la historia. El Dios de justicia no puede olvidar a los oprimidos, en el sentido colectivo -nación israelita- o individual; los justos vilipendiados en la sociedad.
La rebelión de los hombres contra Dios redunda, al final, en su gloria, pues es la ocasión de manifestar su poder soberano y de ceñir la corona gloriosa de los salvados de la cólera, los rescatados de Sión, libertados por su intervención justiciera (versículo 11). Estos constituirán como una guirnalda de honor para su salvador.
El salmista exhorta después a ofrecer votos al Dios terrible y poderoso a todos los israelitas y aun pueblos circunvecinos. Instintivamente -dado su esquema mesiánico de la historia- los hagiógrafos se proyectan hacia los tiempos futuros; y en su perspectiva mesiánica conciben a los príncipes de todos los pueblos afluyendo con dones a rendir homenaje al Dios de Israel (versículo 13). Impresionados los reyes de la tierra por la derrota sufrida, se les invita a reconocer la soberanía del Omnipotente y terrible, pues es inútil querer resistir a su voluntad.
Sal 77, 1-21 (Vg 76): Las antiguas proezas de Yahvé en favor de su pueblo
Este salmo tiene un marcado sello elegiaco, ya que el poeta contrapone las antiguas maravillas obradas por Yahvé en favor de Israel y el abandono actual. Aunque aparentemente es una lamentación individual, en el fondo es colectiva, pues gira en torno a los destinos de la nación como tal. El salmista se siente abatido por el abandono prolongado en que Yahvé tiene actualmente a su pueblo; pero, recordando las solicitudes pasadas, tiene esperanza de que esta situación actual habrá de tener próximo fin. La fidelidad de Dios a sus promesas exige su intervención favorable.
Literariamente varía el estilo en la primera parte (2-16) y en la segunda (17-21), pues mientras que en aquélla prevalece la monotonía del apesadumbrado con la tragedia de su pueblo, en la otra el lirismo se va destacando, y las descripciones se hacen más vigorosas y brillantes. Los críticos suponen que el poeta trata de imitar el estilo grandioso del cántico de Habacuc.
Comúnmente se sostiene que el salmo fue compuesto en tiempos de la cautividad babilónica, cuando la terrible prueba de Israel se prolongaba sin esperanzas inmediatas de liberación. Parece que los versículos 17-21 formaron parte de un himno anterior utilizado por el salmista o el compilador para redondear con un estilo brillante la lamentación deprimente anterior. El uso litúrgico de estos salmos explica muchas de las yuxtaposiciones de fragmentos literarios diversos que encontrarnos en no pocas composiciones del Salterio.
Sal 77, 1-10. ¿Ha abandonado Yahvé a su pueblo?
El salmista, angustiado, acude a Yahvé para que le dé esperanzas, sobre la triste situación de su pueblo. Durante día y noche se consume en la oración, alzando las manos, en espera de un alivio para su sufrimiento moral. En su meditación compara las hazañas de Yahvé en los días antiguos en favor de Israel con el abandono en que actualmente se halla su pueblo. ¿Es que esta situación ha de durar siempre? La historia de Israel se basaba en las promesas divinas de un futuro mesiánico, pero ahora parece que no se acuerda de ellas. En el pasado, Yahvé siempre mostró piedad y clemencia hacia su pueblo; pero ahora parece que sólo obra conforme a las exigencias de su justicia: ¿cerró airado su misericordia? El destierro babilónico fue la ocasión de un examen de conciencia a fondo de las almas selectas. El salmista es una de ellas, y, con toda sinceridad, se pregunta por el cambio de conducta de Yahvé respecto de Israel. ¿Se habrá cerrado el ciclo de su misericordia, para entrar en el de su justicia? ¿Renegará de su pueblo?
Sal 77, 11-16. Las antiguas proezas de Yahvé
La gran realidad es que ha cambiado el modo de actuar del Dios de Israel; parece como si la diestra poderosa del Altísimo hubiera dejado de proteger a su pueblo como en otro tiempo. El espíritu del salmista se recrea en la consideración de las antiguas maravillas obradas por Yahvé en favor de Israel. Reconoce que Dios es inaccesible y trascendente, y, por tanto, sus caminos o modos de proceder son ininteligibles al hombre: son santos, es decir, no tienen nada que ver con nuestras apreciaciones humanas (versículo 14). Ningún pueblo puede presentar un Dios tan poderoso y grande como Yahvé. Lo ha mostrado bien al rescatar a Israel, liberándolo de la esclavitud egipcia. Pero estos portentos parecen pertenecer al pasado, ya que ahora Dios no se digna dispensar su protección incondicional, como en otro tiempo.
Sal 77, 17-21. Las teofanías del éxodo
Este nuevo fragmento -que por muchos críticos es considerado como proveniente de un himno anterior- parece quiere imitar el estilo vigoroso y deslumbrador de Habacuc. El poeta describe el paso del mar Rojo: las aguas se apartaron turbadas al ver pasar a Yahvé por medio de ellas6. En el Sinaí, la presencia de Dios fue acompañada de terroríficas manifestaciones atmosféricas: truenos, rayos y relámpagos. La mente del poeta tan pronto alude a los hechos portentosos del desierto sinaítico y del mar Rojo como a la obra de la creación, en la que Dios fue sembrando el orden en medio de las conmociones caóticas. Es frecuente en los salmos trabajar con estos dos planos: Yahvé Creador del universo y Señor de su pueblo, particularmente en los tiempos de su formación como colectividad nacional: es la victoria de Dios sobre los elementos de la naturaleza y sobre los enemigos de su pueblo. Majestuosamente pasó por el mar Rojo, sin que quedaran sus huellas reconocibles; pero para su pueblo fue como un Pastor solícito, que condujo a su grey utilizando como intermediarios a Moisés y a Aarón. La historia de los primeros días de Israel es la historia de la providencia paternal divina, que se preocupaba de proveer a todas sus necesidades colectivas.
Sal 78, 1-72 (Vg 77): La historia de los padres, enseñanzas para los hijos
Este salmo es un poema sapiencial de tipo didáctico, sin grandes pretensiones líricas. La historia maravillosa de Israel es una gran lección para las generaciones presentes: los portentos obrados por Yahvé en favor de su pueblo, de un lado, y el espíritu recalcitrante y rebelde del pueblo israelita, del otro, deben hacer pensar a las nuevas generaciones para no incurrir en las manifestaciones punitivas del Omnipotente. La historia del éxodo, el establecimiento de Israel en Canaán y después la historia de las tribus deben aleccionar al pueblo para vivir en conformidad con la Ley divina. Entre todas las tribus se distinguió por su rebeldía la belicosa Efraím. El salmista declara que Dios ha abandonado el santuario de Silo para trasladarlo a Jerusalén en beneficio de la tribu de Judá, a la que pertenecía el admirable rey David. En realidad, fue un castigo de Efraím por sus infidelidades. Estas son las lecciones de este poema sapiencial que resume la historia de Israel.
No concuerdan los autores al determinar la fecha de composición del salmo, y así, mientras unos lo ponen en tiempos de David! y otros bajo Salomón, la mayor parte de los críticos suponen que es de época posterior al exilio. Sin embargo, no hay ningún indicio claro para rebajar tanto la fecha de composición. Quizá, dado el espíritu deuteronomístico que se refleja en el salmo, la época más apropiada para su composición sea la de Josías, a fines del siglo VII a. C.
Sal 78, 1-8. Introducción: el pasado, lección para el presente
El poeta quiere emplear el lenguaje sentencioso de los libros sapienciales para atraer la atención y fijar mejor sus ideas. Con todo énfasis llama la atención de su pueblo, al que quiere dar una lección de historia religiosa y de bien vivir. Moisés había ordenado que los padres transmitieran a los hijos las maravillas de que habían sido testigos en la azarosa vida del desierto. Conocía la propensión al olvido y la indocilidad de su pueblo, y por eso invita a hacer memoria sobre el pasado. El salmista quiere, según este espíritu mosaico, descifrar a las generaciones de su tiempo los arcanos del pasado, los misterios de las gestas de Yahvé en favor de su pueblo, que, lejos de corresponder con fidelidad, se mostró siempre contumaz y rebelde. En realidad, el poeta-sabio no hace sino hacerse eco de la tradición: lo que hemos oído (versículo 5).
Israel es un pueblo excepcional que gira en torno a una ley establecida por el propio Dios (versículo 5): el deber de transmitir a las generaciones venideras los grandes hechos de la historia de Israel. La nación hebrea gira sobre el quicio de unas revelaciones históricas de Dios, y, por tanto, no puede volver las espaldas al pasado si quiere permanecer como pueblo elegido entre todas las naciones. Sin embargo, la historia prueba que Israel ha sido infiel a su Dios, y las generaciones pasadas han sido de corazón contumaz y versátil. El salmista quiere, por ello, adoctrinar a la presente para que no vuelva a reincidir en los yerros del pasado.
Sal 78, 9-16. La apostasía de los efraimitas infieles a Yahvé
Los antepasados de Israel han sido versátiles; como los arqueros de Efraím, volvieron la espalda en el momento del combate. No sabemos a qué hecho alude el salmista, aunque quizá piense en la falta de decisión de los efraimitas en la expulsión de los cananeos, conviviendo con ellos, quedando así en plan de inferioridad respecto de la tribu de Judá, que expulsó a los habitantes de la región a ella asignada. En el salmo hay una preocupación por anteponer la tribu de Judá -de la que era oriundo David- a la de Efraím, que con su espíritu belicoso había logrado prevalecer sobre las tribus del norte. Por eso pone a los efraimitas como ejemplo de desobediencia a Dios, por lo que no se hicieron dignos de conservar el arca en el santuario de Silo. Por eso dice de ellos que fueron infieles a la alianza de Dios, viviendo al margen de su Ley (versículo 10) y olvidando las gestas de Yahvé en Egipto y en el desierto. El campo de Tanis o de Soan, según el TM (la actual San, al NE. del Delta), aparece en los documentos egipcios; era la residencia del faraón del éxodo.
El poeta describe después el paso del mar Rojo conforme a la narración tradicional13; Yahvé los siguió acompañando en forma de nube y de fuego, proporcionándoles milagrosamente agua de la roca.
Sal 78, 17-31. El maná y las codornices
Sigue el salmista contando los incidentes de la estancia en el desierto, con los consiguientes portentos divinos y las rebeldías de Israel. A pesar del agua milagrosa, volvieron los israelitas a dudar de la omnipotencia divina18, tentándole descaradamente.
El versículo 21 parece traspuesto y alude al castigo de Dios narrado en Nm 11, 1-3. El relato sobre el mana y las codornices se inspira en Ex 16, 4 y Nm 11, 15ss. Se llama a aquél trigo del cielo porque procede de lo alto, y pan de los fuertes o de los "ángeles" (según los LXX) porque por su procedencia se suponía poéticamente que era el alimento de los seres angélicos. La carne de las codornices -traídas por viento solano del sudeste de Arabia- sació su voracidad, pero fue ocasión del castigo divino, por no haber reconocido la intervención divina y haberse entregado a la glotonería. El salmista recuerda estas terribles correcciones de Yahvé para que el pueblo se percate de que no debe tentar a Dios, olvidándose de sus beneficios y dudando de su omnipotencia.
Sal 78, 32-39. La Inconstancia de los Israelitas en el Desierto
Por haber sido rebeldes a Yahvé a pesar de los prodigios obrados por Yahvé, los israelitas fueron condenados a morir en el desierto hasta que surgiera una nueva generación. Sólo cuando Dios los castigaba le reconocían como Soberano, pero después se alejaban de Él. Sobre todo no había sinceridad en su conducta, ya que, mientras le halagaban y reconocían su soberanía con la boca, su corazón estaba lejos de ello. Si se salvaron algunos, fue debido a la pura misericordia divina, que refrenó su ira; por otra parte, tuvo Yahvé en cuenta la debilidad innata del ser humano que es por temperamento carnal. La fragilidad humana es un atenuante para el hagiógrafo cuando se trata de enjuiciar la conducta contumaz de las generaciones del desierto.
Sal 78, 40-55. Ingratitud y rebelión obstinada: las plagas de Egipto y entrada en Canaán
El salmista repite que la generación del desierto no fue digna de los portentos de que fue testigo, porque se mostró constantemente con espíritu recalcitrante e incrédulo; todo lo cual contristaba a Dios en la soledad del desierto (versículo 40). Con toda intención, el poeta da a Yahvé el título de Santo de Israel, expresión corriente en Isaías, que se encuentra en algunos salmos, y que destaca, de un lado, el carácter trascendente e incontaminado de Yahvé, y del otro, su vinculación histórica al pueblo de las promesas. Pero esa su misma santidad -que implica separación e incontaminación- exigía el castigo severo de los transgresores. Los israelitas del desierto pronto se olvidaron de la prodigiosa liberación de la opresión faraónica obrada por la mano poderosa de Yahvé (versículo 42) y de los prodigios obrados en Egipto para convencer al faraón de que dejara salir a los hebreos.
Después el salmista enumera alguna de las plagas, si bien no según el orden del relato del Éxodo. La primera es la de la conversión del -agua en sangre, después la de los tábanos, la de las ranas, la de la langosta, la del granizo, si bien el poeta, que vive en Canaán, describe sus efectos sobre los productos característicos de esta región, como la viña y los sicómoros (versículo 47). La última plaga mencionada es la de las fiebres de los ganados.
Fueron tantas las calamidades enviadas contra los opresores egipcios, que el salmista presenta a Yahvé enviando un tropel de malignos espíritus sobre ellos. Según la mentalidad popular antigua, las enfermedades y desgracias eran enviadas por espíritus malignos, aunque aquí bien pueden ser simples personificaciones poéticas de los mismos flagelos (versículo 49). En el libro de Job se presenta a Satán enviando personalmente las calamidades sobre el varón de Hus, y en Ex 12, 23 se habla del ángel "exterminador." La décima plaga y la más terrible es la de la muerte de los primogénitos. Cam es una designación poética de Egipto. El salmista contrapone la terrible suerte de los castigados egipcios y la de los israelitas salidos bajo la protección de Yahvé, Pastor de su rebaño. Los poetas idealizan el pasado conforme a la tradición épica nacional, y, en vez de describir a los israelitas como fugitivos amedrentados, escapando del ejército del faraón, los presenta caminando tranquilamente bajo el cayado pastoril de Yahvé, que los conducía a mejores pastos. Así, los llevó hasta la frontera santa, la tierra de Canaán, la tierra prometida, donde estaba el monte Sión, conquistado por la diestra de Yahvé (versículo 54). Es el eco del cántico de Moisés: "Tú los introdujiste y los plantaste en el monte de tu heredad, ¡oh Yahvé! en el santuario que fundaron tus manos". Para asentarlos en la tierra de Canaán, Yahvé expulsó antes a sus habitantes, repartiendo la heredad en lotes, como se dice en Jos 23, 4.
Sal 78, 56-64. Las infidelidades de los efraimitas
Los israelitas establecidos ya en la tierra de promisión no se comportaron mejor que la generación del desierto. Durante la época de los jueces, Israel se dejó contaminar con los cultos cananeos, olvidándose de Dios y de sus mandatos (versículo 56). Los santuarios en los lugares altos o bamot tenían poco del yahvismo tradicional. El deuteronomista reprocha estos mismos pecados a Israel en los tiempos de la monarquía. Aquí el salmista se refiere a las prevaricaciones de los israelitas de las tribus septentrionales, entre las que destacaba la de Efraím. Silo estaba enclavado en el territorio de esta belicosa tribu y era el santuario en que estaba el arca de la alianza, y, por ende, era lugar de peregrinación de las otras tribus. En la guerra contra los filisteos fue capturada el arca, lo que se consideró como la mayor catástrofe para los hebreos. El salmista atribuye esta desgracia nacional a la protervia de los efraimitas, que fueron como arco engañoso, que hace que la flecha se vuelva contra el que la dispara (versículo 57). Yahvé permitió que su fuerza y magnificencia -el arca- fuera entregada a los filisteos (versículo 61). En ella se manifestaba sensiblemente a su pueblo. Desengañado de su pueblo, lo entregó a la espada, permitiendo que su heredad -Israel- fuera conculcada. La guerra devoró a la flor de la juventud, y las ceremonias de duelo y las nupciales quedaron desterradas por mucho tiempo de su pueblo (versículo 63). El versículo 64 parece aludir a la suerte de los hijos de Helí, sumo sacerdote, que murieron trágicamente, sin recibir honores funerarios de sus esposas.
Sal 78, 65-72. La elección de Sión como centro religioso de Israel
Cuando la situación de Israel había llegado a un punto crítico y angustioso, interviene Yahvé para salvarlo, como en otro tiempo, de la esclavitud egipcia. Dios estaba como dormido, despreocupado de la suerte de su pueblo por sus infidelidades, pero sus promesas son eternas; y por eso, cuando llegó el momento en que se comprometía la existencia de Israel, salió en su defensa, derrotando a los enemigos y cubriéndolos de ignominia sin par. Yahvé salió de su pasividad como el valiente o gigante que está adormilado por el vino, el cual reacciona violentamente al despertar. El símil es atrevido y no exento de vigoroso frescor arcaizante.
Aunque Yahvé salvó a su pueblo, quitó la hegemonía de Efraím sobre las otras tribus, pasándola a la de Judá. Aquélla -como directora- era la principal responsable de la catástrofe nacional, y con sus desvaríos idolátricos se había atraído la aversión divina (versículo 67). En adelante, el centro religioso no será Silo, sino la colina de Sión, lugar predilecto de Yahvé por establecer en ella su morada: el templo. El poeta idealiza la situación del santuario de Yahvé, que presenta tocando a los cielos y firmemente establecido y cimentado en la tierra, de forma que no se conmoverá. Permanecerá, pues, como subsistirán los cielos y la tierra por los siglos de los siglos. Por otra parte, Yahvé está vinculado con una promesa a la familia davídica: de ella salió el gran pastor de Israel, David, objeto de las predilecciones divinas, elegido inesperadamente cuando guardaba los ganados de su padre. Esto prueba el carácter gratuito de la elección, la omnipotencia divina, que escoge lo más humilde para las misiones más elevadas, como la de apacentar a Jacob como "heredad" suya. David fue el rey ideal, por haberse conformado a las directrices divinas en su gobierno, haciendo uso de su prudencia y de la rectitud de corazón (versículo 72).
Sal 79, 1-13 (Vg 78): Restauración de la nación devastada
También este salmo es una lamentación colectiva por la triste situación de la nación, presa de los enemigos, que se han ensañado con lo mejor de sus habitantes. Llevados de la visión religiosa de las vicisitudes de su época, los salmistas ven en la tragedia nacional el castigo merecido por las prevaricaciones reiteradas del pueblo elegido. Yahvé es un Dios celoso de sus derechos, y por eso se ha dejado llevar de la explosión de su cólera para castigar a los que se han apartado de Él. Con todo, Israel es el patrimonio de Yahvé, y el templo su morada habitual en la tierra. Por ello, no puede olvidar a su pueblo definitivamente.
El salmo se divide en dos partes netas: a) queja por la triste situación de la nación depredada y abandonada (1-7); b) plegaria a Dios para que dé término a este estado de cosas (8-13). Yahvé debe atender no a las exigencias de su justicia por las múltiples prevaricaciones de Israel, sino a la riqueza inagotable de su misericordia. Por otra parte, las naciones gentílicas son peores que Israel, y, por tanto, no tienen derecho a conculcar los derechos del pueblo elegido. El honor del nombre divino exige la pronta rehabilitación de Israel, ya que, de lo contrario, los enemigos de Yahvé sacarán en consecuencia que es inútil acudir a Él en demanda de auxilio. Urge la intervención divina para mostrar que no se puede derramar la sangre de sus servidores y fieles.
El ritmo métrico predominante es el de la qinah, o lamentación elegiaca. La división estrófica es irregular, predominando el paralelismo sintético. El estilo es agitado y lleno de emoción entrecortada.
Hay grandes analogías literarias entre este salmo y el 74 por otra parte, abundan las reminiscencias de otros salmos y de los escritos profetices. Teniendo en cuenta esto, los críticos modernos distinguen diversos estratos literarios, y suponen que un núcleo primero fue escrito con motivo de la destrucción de Jerusalén por los babilonios en el 586 a.C., pero que fue amplificado después con motivo de otras invasiones, como las de los seléucidas en el siglo II a.C. 4 Esto explicaría las concomitancias literarias con otras composiciones del Salterio.
Sal 79, 1-7. Queja elegiaca sobre la situación de la nación
El salmista se sitúa, como Jeremías, frente a las ruinas de Jerusalén y declara la luctuosa situación: los gentiles han entrado en la heredad de Yahvé y han profanado impudentemente su santuario, el lugar más sagrado de la tierra.
La ciudad ha quedado convertida en ruinas, y los piadosos han sido pasados a la espada, y sus cadáveres abandonados a las aves de rapiña y a los chacales de la estepa. Por su parte, los pueblos vecinos -edomitas, moabitas- se han alegrado de la destrucción de la que había sido su soberana. Con toda impudicicia escarnecen a los vencidos, abandonados de su Dios.
Ante esta situación de angustia y de escarnio nacional, el salmista pide a Yahvé que intervenga y deponga su ira. Si los israelitas son merecedores del actual castigo, mucho más lo son las gentes que no le conocen ni invocan su nombre. En realidad, Jacob -el pueblo de Dios- ha sido devorado por los invasores, y esto redunda en deshonor del propio Yahvé, pues se compromete su omnipotencia en la apreciación de los gentiles.
Sal 79, 8-13. Súplica angustiosa de auxilio
Consciente de la culpabilidad de su pueblo, el salmista reconoce las iniquidades atávicas de sus conciudadanos; pero Yahvé no debe guiarse por las exigencias de su justicia, sino por las de su insondable misericordia, pues el abatimiento de la nación ha llegado al extremo. El castigo ha sido tan duro, que está en peligro de perderse la conciencia nacional y religiosa. Por otra parte, está en juego la gloria del nombre de Yahvé, ya que los paganos dirán irónicamente: ¿Dónde está tu Dios?. Según la mentalidad de los antiguos, la victoria de un pueblo suponía la victoria de sus dioses sobre los del vencido. En este caso, si Yahvé no muestra su poder rehabilitando a Israel y castigando a sus enemigos, éstos creerán que sus propias divinidades son superiores al Yahvé de los hebreos, del que tantos portentos se contaban en los tiempos de antaño.
Llevado de un sentimiento ciego de revancha, el salmista pide justicia contra los que derramaron la sangre de sus compatriotas (versículo 10). Muchos de ellos aún gimen cautivos y están condenados a muerte; y sólo la omnipotencia divina puede salvarlos: es hora de manifestar la grandeza de su brazo como en los tiempos gloriosos del éxodo. Los que han ultrajado a Israel y a su Dios deben recibir el séptuplo de lo que hicieron; es la venganza digna de sus tropelías. Todavía estamos lejos del perdón de Cristo hasta "setenta veces siete". ¡Sólo un Dios muriendo en la cruz pudo enseñar a los hombres a perdonar a los enemigos! El ideal moral del salmista estaba todavía muy lejos de las alturas del cristianismo, y por eso la reacción humana instintiva se trasluce en sus palabras airadas. La súplica angustiosa termina con la promesa de alabanza por la esperada liberación. Yahvé no puede olvidar a Israel, porque es su grey, que El mismo apacienta en pingües pastizales. En consecuencia, no puede estar condenado al ostracismo y a la postración indefinida.
Sal 80, 1-20 (Vg 79): Oración por el pueblo perseguido
Las tribus del norte -Efraím, Benjamín y Manases- fueron llevadas en cautividad por los asirios al ser conquistada Samaría en el 721. Esta desaparición de las tribus septentrionales dejó gran impresión en los ánimos del reino de Judá, que por otra parte estaba amenazado del mismo peligro, pues el ejército de Sargón amenazaba con devastar también el reino de Ezequías. El salmista piensa en la triste suerte de sus hermanos llevados en cautividad y en la desaparición de las tribus que descendían también del glorioso patriarca Jacob.
Dios habita en el cielo, pero desde allí contempla y dirige las cosas de la tierra. Supuesta esta su providencia, el salmista pide ansiosamente que se preocupe de Israel -su "viña"-, que ha sido devastada y desolada. Como Dios de los ejércitos, con un simple acto de benevolencia puede salvar la actual situación de postración del pueblo elegido. Aunque Israel ha pecado, sin embargo, los portentos obrados en el éxodo y después en la conquista de Canaán dan ánimos al poeta para suplicar la intervención del Omnipotente y resolver la nueva crítica situación.
El poema contiene cinco estrofas: a) súplica para el restablecimiento de las tribus del norte (1-4); b) Israel, vilipendiado por los enemigos de Dios (5-8); c) la viña de Yahvé, trasplantada de Egipto a Canaán (9-12); d) la viña devastada (13-16); e) súplica de protección sobre Israel (17-20).
Por las alusiones del salmo podemos colegir que ha sido redactado cuando los asirios habían invadido el territorio septentrional de Israel y estaba a punto de caer Samaría o ya había sucumbido en manos de los ejércitos de Salmanasar V (727-722). Sin embargo, no pocos críticos creen que el salmo fue compuesto después de la desaparición del reino de Judá en el 586 a.C. El título de los LXX -"acerca del Asirio"- avala la primera opinión, que parece más en consonancia con las exigencias del contexto.
Sal 80, 1-4. Súplica por el restablecimiento de las tribus septentrionales
El poeta apela a las dos condiciones de Yahvé para que salga en favor de Israel: su calidad de Pastor solícito, que se preocupa de José -reino del norte- como de su propio rebaño, y su categoría de Dios, que majestuosamente tiene su trono entre los querubines. Como tal, debe mostrarse esplendoroso, haciendo uso de su poder en beneficio de Efraím, Benjamín y Manases, las tres tribus que están a punto de desaparecer por efecto de la invasión asiría (versículo 3). Benjamín era hermano uterino de José, cuyos hijos eran Efraím y Manases; quizá por ello aparezca asociado a estas dos tribus, aunque Benjamín estuviera en la frontera con Judá y más vinculada históricamente a ésta que a las del norte. De ella había salido el primer rey Saúl. Sin embargo, parte de la tribu de Benjamín estuvo unida al reino cismático del norte. El salmista pide ansioso a Yahvé que salve estas tribus, y con ellas a todo Israel: restáuranos. Debe manifestarse benevolente -haz esplender tu rostro-, otorgando su protección decisiva en estos trágicos momentos nacionales.
Sal 80, 5-8. Israel, vilipendiado por las naciones vecinas
Apelando al poder omnímodo del Dios de los ejércitos -Señor de las constelaciones celestes, del cosmos, y valedor de los intereses de Israel en las batallas-, el salmista pide angustiadamente que cese su enojo contra su pueblo y acceda a su oración confiada. La situación de la nación es tan triste, que puede decirse que se alimenta de pan de lágrimas. Al perder la independencia, sin autoridad representativa, sus enemigos levantan contienda contra ellos, exigiendo nuevos límites fronterizos; los edomitas y moabitas ocupan territorios israelitas y levantan querellas contra ellos, y, lo que es peor, se burlan del pueblo elegido, humillado y abandonado de su Dios.
Sal 80, 9-12. Israel es la viña trasplantada de Egipto a Canaán
Con toda delicadeza, y recurriendo a resortes psicológicos, el salmista recuerda la extrema solicitud que Yahvé ha mostrado, a través de la historia, a favor de Israel, sacándolo de Egipto y trasplantándolo a la tierra de Canaán después de haber arrojado a sus habitantes. El símil de la viña es corriente en la literatura bíblica, y se comprende bien en un país como Palestina, en la que abundan las viñas. Egipto no es país del vino, pero el salmista, que vive en Canaán, presenta a Israel como una viña naciendo en Egipto para después ser injertado en Canaán. Con toda solicitud Yahvé la cuidó, rodeándola de una albarrada. El resultado fue que se desarrolló con pujanza, extendiéndose por los montes, y, con hipérbole oriental, compara sus sarmientos a los cedros más robustos del Líbano. En Armenia -lugar primitivo del cultivo de la viña-, las ramas de la vid son enroscadas a los árboles, y aun en Palestina a las higueras. La nación israelita -simbolizada en la viña- se extendió hasta el mar y hasta el río Éufrates, los límites ideales de los escritos profetices.
Sal 80, 13-16. La viña abandonada y devastada
Dios abandonó a su viña y la dejó indefensa, cayendo su albarrada y quedando abierta a todos los viandantes y expuesta a los jabalíes y bestias del campo. El salmista vuelve a pulsar los resortes psicológicos: ¿para qué haber empleado tanto trabajo y solicitud en plantarla y cercarla, si al fin la deja abandonada? Dios habita en los cielos, pero desde allí contempla la historia de los hombres y de los pueblos. Israel ha sido formado por Yahvé y se ha engrandecido gracias a su protección; por tanto, tiene derecho ahora a que ponga sus ojos en la viña que tan amorosamente plantó su diestra.
Como es ley en estos salmos, el poeta pide justicia contra los devastadores de la viña de Israel, suplicando protección sobre la nación: el varón de tu diestra. Parece que juega con el nombre de Benjamín ("hijo de la derecha"), y quizá aluda a Saúl, primer rey de Israel. Estar "a la diestra" significa participar del poder de Dios. La expresión hijo del hombre que para ti corroboraste puede aplicarse a Israel como colectividad, al que en Ex 4, 22-23 se le llama "mi hijo, mi primogénito". No parece que se aluda directamente al Mesías como persona, sino a Israel con sus destinos históricos, que está lanzado hacia los tiempos mesiánicos.
El salmista termina haciendo promesas de fidelidad y reconociendo que es Yahvé quien les da la vida; por tanto, sólo por Él podrá Israel recuperar su vida plena nacional. El estribillo final que cierra cada estrofa, sintetiza las ansias de salvación del poeta, que se hace eco de las angustias de su pueblo.
Sal 81, 1-17 (Vg 80): Exhortación a celebrar dignamente la pascua
Este salmo consta de dos partes claramente distintas: a) himno-invitación a celebrar una de las fiestas anuales; b) oráculo profetice (6-17) en el que Dios recrimina a su pueblo. Algunos autores suponen que se trata de dos salmos yuxtapuestos! pero bien pudo el salmista tomar pie de una fiesta anual para lanzar un oráculo de estilo profético. Tomando ocasión de la reunión de las gentes en una de las solemnidades del año -¿Pascua, Pentecostés o novilunios?-, el poeta recuerda la ley fundamental de la Toráh (9-11), les recrimina su infidelidad (12-13) y los invita a cambiar su conducta para poder vencer a los enemigos y prosperar en la vida nacional (14-17). A pesar de la elección divina, Israel se ha mostrado rebelde a las cláusulas de la ley. Por eso, Dios le ha castigado y abandonado, y es preciso volver a Él para poder disfrutar de su amistad y benevolencia.
El salmo 81 se adapta, en sus dos partes, a la doble fase de las fiestas de Tishri o Etanim (septiembre-octubre). Estas empezaban por las alegrías del día del año y se terminaban habitando en tiendas; pero en el intervalo se insertaban las tristezas de la expiación y del recuerdo de las infidelidades a la Ley. De ahí el tono lírico y gozoso del pequeño himno ole los seis versículos primeros; después, el acento severo y amenazador del discurso profético y didáctico, que forma la continuación y llega hasta el fin del poema.
Ningún indicio claro del salmo nos da la época de su composición. Generalmente se supone que es de los últimos tiempos de la monarquía, poco antes del exilio, porque se alude a la propensión a la idolatría y se supone el culto en el templo. Sin embargo, esto puede explicarse también en la época persa y aun helenística.
Sal 81, 1-6. Himno litúrgico
Con ocasión de una clamorosa fiesta -probablemente la de los Tabernáculos-, el poeta invita a tomar parte en las celebraciones litúrgicas con acompañamiento de toda clase de instrumentos. Sin duda que estas invitaciones van dirigidas a los levitas encargados de la orquestación del templo. A los sacerdotes les exhorta a hacer sonar la trompeta para convocar a la fiesta. Generalmente los autores creen que el salmista alude a la fiesta de los Tabernáculos, que era la fiesta por excelencia, y se celebraba el día 15 del séptimo mes. Se caracterizaba por la explosión de alegría popular. Sin embargo, no pocos autores se inclinan por la fiesta de la Pascua, que se celebraba el 15 del primer mes, Nisán. El texto del salmo no hace referencia alguna a la recolección de los frutos, que era característica de la fiesta de los Tabernáculos, ni a la estancia en el desierto -de la que era un recuerdo-, sino a la salida de Egipto (versículos 6, 11), cuyo hecho rememoraba la Pascua.
Después, el salmista declara que la celebración de esta fiesta es una ley en Israel, la cual, a su vez, era un testimonio de la solicitud de Dios por José -aquí en paralelo con Jacob-Israel-, es decir, para con las tribus del pueblo elegido.
Sal 81, 6-17. Amonestación oracular de Yahvé
El versículo 11c parece que debe seguir a 6c: "Oí un lenguaje que no conocía: ensancha tu boca y yo la llenaré". Es el anuncio de un oráculo de parte de Dios en estilo profetice. El salmista adopta el lenguaje de los profetas para invitar al pueblo a volver a su Dios si quiere participar de sus bendiciones y protección. Yahvé recuerda los antiguos beneficios otorgados a Israel: le ha liberado de la penosa carga de la servidumbre de Egipto; los hebreos tenían que llevar sobre sus espaldas los cestos de arcilla para las construcciones. Luego se recuerdan las teofanías de Yahvé respondiendo a las peticiones del pueblo y a sus necesidades, como en el caso de las aguas de Meribá, convertidas de salobres en potables.
Después el salmista anuncia el precepto fundamental de la religión hebraica: No hay más Dios que Yahvé; en consecuencia, queda prohibido el culto a las divinidades de otros pueblos, a las que los israelitas eran tan aficionados. Los profetas tienen que luchar contra esta propensión atávica hacia el politeísmo. El salmista parece, pues, reflejar la preocupación de los tiempos anteriores al exilio, ya que este pecado de la idolatría desapareció casi totalmente después de la repatriación. En el salmo se reitera que el pueblo ha desobedecido al precepto fundamental, siguiendo sus inclinaciones y gustos religiosos. Dios le ha dejado ir tras sus caminos para que probara el fruto amargo de sus desvaríos.
Pero siempre la misericordia divina se sobrepone a la justicia en sus relaciones con Israel, y por eso se invita al pueblo escogido a volver por los caminos del que puede ofrecerle la rehabilitación y la prosperidad, humillando a sus enemigos y opresores, que terminarán por adularle y prestarle homenaje de vasallaje y reconocimiento. El tiempo de la opresión habrá pasado para siempre (versículo 16). Y en contrapartida les dará la más ubérrima prosperidad. Las metáforas flor de trigo y miel de la roca expresan bien esa felicidad edénica que los profetas reservan para los tiempos mesiánicos en la plenitud de la historia de Israel. El salmista se sitúa en la misma línea ideológica que los profetas y procura despertar las esperanzas de grandeza que se basan en las antiguas promesas de Yahvé.
Sal 82, 1-8 (Vg 81): Declaración divina contra los jueces inicuos
De modo dramático presenta el poeta a Dios presidiendo un consejo de jueces subsidiarios, delegados suyos en la administración de la justicia en la tierra. El Juez divino les echa en cara su venalidad y acepción de personas y les invita a preocuparse de los desvalidos y necesitados, tan preteridos en la sociedad. Los profetas protestan constantemente contra la corrupción administrativa de las clases directoras de Israel, y particularmente contra los jueces inicuos, que no se atienen a las exigencias del derecho y de la equidad social! Como representantes de Dios, su traición a la justicia es, en el fondo, una traición al mismo Dios. El salmista -testigo de la mala administración de justicia de su tiempo- pone en boca del Juez supremo la denuncia de los abusos de los jueces contemporáneos, recordándoles que, si bien son sus representantes, y en este sentido son "dioses," sin embargo, son mortales y sujetos a su justicia punitiva en caso de infidelidad.
El salmo es paralelo al 58 y tiene muchas analogías con los oráculos proféticos, particularmente con Is 3, 13-15. Así, el poeta dramatiza el pensamiento estableciendo un diálogo entre Dios y los jueces inicuos: se les acusa y condena. Algunos autores creen que Dios se dirige aquí, no a los jueces prevaricadores de Israel, sino a los de las naciones paganas o a sus jefes políticos, e incluso no faltan quienes suponen que su oráculo se dirige a las divinidades de otros pueblos o a los ángeles tutelares de los diversos pueblos. La tesis más comúnmente aceptada es la que supone que Dios habla a los jueces injustos, principalmente a los de Israel. En todo caso, en el salmo se pone de manifiesto que Elohim es el Dios único, que está sobre todos los jueces de la tierra, que reciben su potestad judiciaria de Él; en este sentido se les llama "dioses." En calidad de delegados de Dios, no pueden tener acepción de personas, y, sobre todo, deben preocuparse de los problemas de los pobres y desvalidos de la sociedad. Supuesta la corrupción administrativa de estos jueces, el salmista termina pidiendo a Dios que juzgue personalmente la tierra. En esta expresión hay una alusión subconsciente a los tiempos mesiánicos, en los que se implantará un reinado de justicia y de equidad. La existencia de injusticias hace suspirar al poeta por una nueva época en que los ciudadanos estarán bajo la égida inmediata del Juez supremo.
Por el contenido del salmo no es posible determinar la época de composición del mismo. Las opiniones de los críticos se escalonan desde los tiempos davídicos hasta la de los Macabeos, pasando por la profética preexílica y la persa.
Sal 82, 1-4. Invitación a juzgar con equidad
Según la concepción bíblica, Yahvé está rodeado de seres angélicos -"hijos de Dios"-, que forman su corte de honor y su consejo de gobierno sobre el mundo. Aquí el contexto parece suponer que son jueces humanos, ya que en el versículo 2 se les echa en cara el ser parciales, olvidando los derechos de los desvalidos. Por eso, la expresión dioses se ha de tomar en el sentido de participantes de poderes divinos. Dios les encarga que, como tales, hagan justicia, respetando los derechos de los más olvidados de la sociedad.
Sal 82, 5-8. Dios juzgará castigando a los prevaricadores
El mismo Dios se hace la reflexión de que, a pesar de la invitación que les acaba de hacer, los jueces o autoridades se muestran obtusos, pues se dejan llevar sólo de las inmediatas ganancias, sin pensar que hay un Juez supremo, que los ha de castigar. Su conducta es la del ciego, que no ve la luz; y, como consecuencia de sus desvarios morales, hasta la misma tierra se siente conmovida y trastornada. En Sal 96, 10 se dice que Dios gobierna los pueblos con justicia, y por ello el mundo no se tambalea. El poeta asocia con facilidad el orden físico -expresión de la voluntad y sabiduría divinas- al orden moral, que se mueve también sobre el quicio de las determinaciones divinas. En Sal 75, 3-4 se dice que Yahvé, al juzgar con justicia, reafirma las columnas de la tierra; y en Is 24, 1-23 se dice que, por efecto del desorden moral de los hombres, la tierra se conmueve. San Pablo dirá que las criaturas están en estado violento, como en dolores de parto, esperando la rehabilitación de los hijos de Dios. Al servir para el pecado, están fuera de la órbita divina y esperan volver a encontrar su centro sirviendo al hombre, regenerado por la gracia de Cristo.
Solemnemente se contrapone la dignidad de representantes de Dios: sois dioses e hijos del Altísimo (versículo 6); pero eso no los exime de la suerte común de todos los hombres: moriréis como hombres. Su suerte no ha de ser diferente de la de los príncipes famosos históricos, que también han bajado a la tumba Jesús cita este texto del salmo para justificar su título de "hijo de Dios"; aunque la argumentación de Jesús aparentemente no concluye, porque su filiación divina es natural y no moral metafórica, como es el caso de los jueces del salmo, sin embargo, ante la estimación del auditorio judío resultaba un argumento eficaz, difícil de rebatir.
El salmista, finalmente, en vista de que los jueces humanos son impotentes para imponer la justicia a causa de su perversión, pide a Dios que intervenga judicialmente en la tierra para imponer sus exigencias de justicia sobre todas las gentes (versículo 8). La perspectiva es mesiánico-escatológica: el juicio definitivo sobre las naciones forma parte de las promesas mesiánicas. El salmista, consciente de la incapacidad moral de los jueces de Israel para imponer la equidad, pide a Yahvé que intervenga personalmente en la dirección judicial de Israel y del mundo. No se alude a la persona del Mesías, representante de Yahvé, como en Sal 2, 8; pero el trasfondo mesiánico general del anhelo del salmista no es difícil de descubrir.
Sal 83, 1-19 (Vg 82): Deprecación contra los enemigos de Israel
Esta composición salmódica tiene el aire de una súplica colectiva en un momento en que Israel es hostigado por una coalición de pueblos enemigos vecinos: Edom, Moab, Amón y Amalee. El salmista expresa primero el gran peligro en que se halla Israel como nación ante tales enemigos (2-9), contra los que pide la intervención asoladora divina, como en otro tiempo contra Madián. Las imprecaciones son rudas, conforme a la mentalidad del A.T., y han de entenderse dentro del estadio imperfecto de revelación que caracteriza estos tiempos anteriores al cristianismo.
El salmista declara que Yahvé es el Dios de Israel; por tanto, atacarle es ir contra los derechos divinos. La historia prueba que Yahvé estuvo con Israel en los momentos difíciles, como en los tiempos de Débora. Esta persuasión debe ser compartida también en las circunstancias actuales, en que el pueblo de Dios está sometido a una presión hostil de parte de numerosos enemigos confabulados. Yahvé es también el Señor del universo y dominador de las fuerzas de la naturaleza. No se puede atacar a su santa morada sin incurrir en su cólera. Aunque momentáneamente parece que Yahvé tiene abandonado a su pueblo, en realidad lo está probando, y terminará por ponerse a su lado para salvarlo.
Los autores no se muestran unánimes al determinar la fecha de composición del salmo; y, así, mientras unos suponen que fue compuesto con motivo de la coalición de edomitas, moabitas y amonitas contra Judá en tiempos de Josafat (873-849), otros más bien piensan que el salmista alude a los hechos ocurridos en tiempo de los Macabeos. No faltan quienes supongan, por el contrario, que se alude a la hostigación sistemática contra los judíos en tiempos de Nehemías, Todo esto prueba que por el contenido del salmo no se puede determinar la época precisa de su composición, máxime teniendo en cuenta que estos salmos han sido retocados y amplificados en el correr de los tiempos.
Sal 83, 1-9. Confabulación de enemigos contra Israel
El Dios de Israel parece desinteresarse de los problemas de su pueblo, pues en un momento de común hostilidad contra él de parte de los pueblos vecinos no muestra su poder, protegiéndole y castigando a sus enemigos. El salmista invita suplicante a su Dios que salga de este desconcertante mutismo, porque la situación es crítica en grado sumo, ya que los enemigos amenazan insolentemente -yerguen la cabeza- caer sobre Israel. En realidad, éstos son los que aborrecen a Dios, ya que Israel le pertenece por derecho propio como su "heredad" peculiar entre las naciones. Teóricamente, los israelitas son sus protegidos, pues ha prometido ayudarles; llega, pues, la hora del cumplimiento de tales promesas.
El salmista dramatiza la confabulación de los enemigos de Israel: quieren borrarlo del concierto de las naciones para que no quede ni el recuerdo de su nombre. Durante siglos, Yahvé había sido su protector y había realizado portentos en su favor; pero ahora parece que lo tiene olvidado, y, en consecuencia, es el momento de atacar masivamente para hacerlo desaparecer como nación. Después el salmista enumera los pueblos que se confabulan contra el pueblo de Dios: Edom: los nómadas (tiendas de Edom) al sudeste de Palestina, entre el mar Muerto y el golfo de Akaba. Los ismaelitas, al noroeste de Arabia. Los agarenos: tribus arabo-arameas, al este de Moab. Moab: al este del mar Muerto. Geballa: "Gabalene" de Plinio, en la parte septentrional de Edom, cerca de Petra. Amón ocupaba el territorio al norte de Moab hasta el río Yaboc. Amalee es el enemigo más antiguo de Israel, que se opuso a su paso por el desierto al salir de Egipto, y habitaba en el Negueb o sur de Palestina.
Los filisteos se extendían por la costa de Canaán, donde se habían establecido en el siglo XI a. C; no eran semitas, sino más bien de procedencia indoeuropea. Los habitantes de Tiro: los fenicios, que en Am 1, 6-9 aparecen aliados con los filisteos y Edom contra Judá. Amón: al norte de Moab. Asur: generalmente en la Biblia designa el imperio asirio, pero después se confunde con el nombre de sirio y aun con el de babilónico o mesopotámico en general. Pero en Gn 25, 3 se habla de los Asurin, tribus nómadas al oeste de la península sinaítica. El salmista pudo recoger de la tradición bíblica todos estos nombres para juntarlos más o menos artificialmente y dar así la impresión de que todos los pueblos conspiran en este momento contra el pueblo de Yahvé, lo que exige la inmediata intervención divina si Israel se ha de salvar como colectividad nacional. Los hijos de Lot son los moabitas y amonitas.
Sal 83, 10-19. Imprecaciones contra los enemigos de Israel
Las antiguas victorias de las tribus israelitas fueron obra de Yahvé; entre ellas destacan las conseguidas en los tiempos de los jueces: la de Barac, vencedor de Sisara, y la de los hijos de Israel vencedores de Yabín. El salmista toma pie de estos recuerdos épicos para pedir a Dios que repita sus resonantes victorias. Isaías alude a la victoria de Gedeón sobre los madianitas, amalecitas y árabes como gesta memorable de Yahvé. El torrente Cisón fue el lugar de la derrota de Sisara, cerca del monte Carmelo. Endor es una localidad al sur del Tabor, donde acampó Barac antes de atacar a Sisara. La derrota de los madianitas tuvo lugar en En-Ha-rod. Los cadáveres de los enemigos, al no recibir sepultura, sirvieron para estiércol de la tierra; es la mayor humillación que se podía inferir al enemigo. Los generales vencidos se llamaban Oreb y Zeb. Zebaj y Salmand son los jefes madianitas vencidos por Gedeón.
El salmista, basado en la gloriosa historia de Israel, pide a Yahvé que castigue con dureza a los que ahora se coaligan contra su pueblo para apoderarse de las moradas de Dios (versículo 12), el territorio donde habita Yahvé, Dios de Israel. Con metáforas fuertes, el poeta desea que la ira divina haga presa sobre sus enemigos, como la llama en el bosque, y para que huyan despavoridos como hoja arrastrada por el torbellino, aterrados por el huracán de su cólera. Los símiles se multiplican para recalcar las ansias de revancha sobre los que injustamente se confabulan contra Israel. Sólo así serán confundidos y reconocerán el poder del nombre del Dios de Israel, sometiéndose al Altísimo, que gobierna toda la tierra.
Sal 84, 1-13 (Vg 83): Presencia de Dios en el templo
El yahvista fervoroso tenía toda su ilusión en vivir a la sombra del templo, participando de la familiaridad con su Dios en la asistencia a las funciones litúrgicas. Este salmo es similar a los salmos 42 y 43. En éstos se refleja la nostalgia del levita que no puede asistir a la vida de culto del templo; en este salmo 84 se dan gracias a Dios y se entona un himno de alabanza por haberle otorgado el inmenso beneficio de poder tener acceso al santuario. Es la voz agradecida del peregrino que puede acercarse a la morada de Yahvé y vivir en intimidad espiritual con su Dios.
El salmo es lírico y no didáctico, y canta a Yahvé corno Dios viviente, Señor de las jerarquías angélicas. Soberano de los ejércitos astrales, Israel es el pueblo escogido por este Dios omnipotente, y tiene su morada en el templo de Sión. El peregrino que llega a él se siente feliz, pues más vale un día en la casa del Señor que mil fuera de su recinto sagrado. Con toda ingenuidad muestra envidia de los sacerdotes y levitas, que pueden vivir permanentemente en los atrios del Señor. Consciente de su vinculación a la nación privilegiada, el salmista ruega por el ungido de Yahvé, el rey, que es el eslabón que conduce al Ungido por excelencia: el Mesías. Así, la oración del salmista es colectiva, pues se asocia a los intereses generales de la nación.
Por las alusiones al templo y al rey hemos de suponer que el salmo es anterior al exilio. Los reyes Ezequías y Josías, profundamente piadosos, habían fomentado las peregrinaciones al templo con motivo de la Pascua. Quizá el salmista refleje aquí una de estas circunstancias históricas de los tiempos gloriosos de la monarquía israelita.
Sal 84, 1-5. La dicha del que habita en los atrios del Señor
El salmista ansia vivir junto a las moradas de Yahvé, el templo de Jerusalén. Todo su ser -alma, corazón y carne- se estremece ante la perspectiva de poner los pies en los atrios del recinto sagrado, santificados por la presencia del Altísimo. Bajo este aspecto, el poeta siente envidia de los pajarillos, que pueden anidar cerca de los altares del tabernáculo de Yahvé, el Dios viviente, que como tal infunde vida espiritual -fe y esperanza- al que se acerca a Él. Por eso considera bienaventurados a los que habitualmente pueden tener su morada en su casa y alabarle incesantemente, viviendo en una atmósfera de santidad.
Sal 84, 6-8. El peregrino de Yahvé
Ahora el salmista piensa en el peregrino que avanza penosamente hacia el santuario bendito. A pesar de su duro caminar, el poeta siente envidia de él, pues se acerca a la morada de Dios, y este pensamiento endulza su camino. Aunque tenga que pasar por lugares áridos donde nacen las balsameras, el pensamiento de que se acerca a Jerusalén convertirá el lugar en delicioso, como si fuera un oasis en el que no falta la fuente y el verde césped surgido a merced de las ansiadas primeras lluvias otoñales. El pensamiento de ver al Dios de los dioses -asistir a las manifestaciones del culto de Yahvé- en el templo de Sión le hace caminar más animoso.
Los versículos 9-10 intercalan una oración por el ungido de Dios, el rey. El salmista piensa en el representante de Yahvé y se siente vinculado espiritualmente a él, porque, en su concepción teocrática, el rey representa los intereses de su pueblo y la garantía de continuidad hacia los tiempos mesiánicos. Yahvé es el escudo protector de su pueblo, y, en calidad de tal, debe tener especial solicitud por su ungido. Su protección no se limita a defender, sino que es fuente de vida y energía como el sol, pues de El proviene la gracia -manifestación benevolente hacia, sus fieles- y la gloria: el honor y la prosperidad. El salmista termina declarando dichoso al que se entrega incondicionalmente a su Dios.
El versículo 11 está desplazado y tiene su lugar propio después del versículo 3, donde se habla de la felicidad del que mora en los atrios del Señor. El permanecer un día en la casa de Yahvé compensa las penalidades de la dura peregrinación; y es preferible estar en el umbral del templo, expuesto a las inclemencias del tiempo, a morar confortablemente en las tiendas del impío.
Sal 85, 1-14 (Vg 84): Oración por la salvación del pueblo
La repatriación de los exilados de Babilonia no fue tan gloriosa como habían anunciado los profetas. ? pesar de que las penalidades de la cautividad eran ya sólo un recuerdo, la reconstrucción de la vida nacional y religiosa en la tierra de Yahvé fue penosa y lenta, debido a la penuria de medios y a la hostilidad de las poblaciones vecinas. El salmista parece reflejar esta situación de desánimo de los repatriados, y, como los profetas Ageo y Zacarías, trata de infundir ánimos, pidiendo a Dios que complete la obra de liberación, olvidando el pasado pecaminoso de Israel y ofreciendo un futuro más esperanzador.
El salmo se divide en tres partes, que responden a tres momentos psicológicos: a) reconocimiento de la liberación pasada (2-4); b) súplica de plena restauración (5-8); c) oráculo profetice sobre un futuro esperanzador lleno de felicidad (9-14): la plena rehabilitación de los tiempos mesiánicos. La restauración que siguió al exilio fue sólo el preludio de otra futura que colmará las ansias de paz y de felicidad de los afligidos israelitas.
No pocos críticos ven en esta triple distribución una alternancia de coros y solistas, conforme a las exigencias del culto litúrgico. Lo que sí es claro es la necesidad de distinguir los diversos momentos psicológicos del poeta, que se adaptan a las tres partes del salmo: pasado, presente y futuro. En este supuesto desaparece la confusión y aun contraposición de ideas en el mismo plano conceptual.
La alusión a la larga prueba de postración del pueblo israelita supone que el salmista vive después del exilio babilónico, cuando aún no se habían salvado los primeros grandes obstáculos para la reconstrucción nacional. El estilo de la lengua es clásico. No hay motivos para retrasar su composición hasta los tiempos macabaicos.
Sal 85, 1-4. La liberación pasada
El salmista reconoce los beneficios de Yahvé antes de formular nuevas súplicas. Por su poder han vuelto los cautivos israelitas, haciendo caso omiso de los pecados de su pueblo. Israel hubiera merecido un castigo más severo por sus infidelidades, pero la misericordia y magnanimidad divinas se han sobrepuesto a las exigencias de la estricta justicia.
Sal 85, 5-8. Súplica de plena restauración
Después de reconocer la benevolencia divina en el pasado, el poeta avanza en el pensamiento y se fija en la situación presente, tan deplorable. La obra de Yahvé ha quedado a medias, porque Israel aún no ha alcanzado la plena restauración, y, por tanto, es preciso que continúe ayudándole, deponiendo su enojo y resentimiento contra él. Es preciso que devuelva la vida a la nación, conforme a las antiguas profecías mesiánicas. Sólo así el pueblo de Yahvé podrá gozarse plenamente en su Dios. La plenitud de la vida nacional será la mejor prueba de la manifestación de la piedad de Yahvé para con su pueblo. En un arranque de confianza, el salmista clama por la ayuda salvadora del Omnipotente, Señor de Israel.
Sal 85, 9-14. El glorioso futuro mesiánico
En estilo profético-oracular, el salmista anuncia que Dios va a dar una palabra de esperanza en contestación a su ansiada súplica. Después de tantos sinsabores, Dios les va a hablar de paz, pero sólo participarán de esta promesa los que se vuelvan a Él de corazón. La hora de la ira y del resentimiento ha pasado para traer la salvación a los que le temen. La gloria de Yahvé -su manifestación esplendente en el templo- se va a manifestar en la tierra. Hasta ahora Yahvé mantenía una actitud de reserva y mutismo respecto de su pueblo; pero ahora va a colmarlo de favores. Como consecuencia de su intervención divina se van a encontrar (la formulación está en perfecto profético) la piedad y la fidelidad: la fidelidad de los hombres va a corresponder a la piedad de Yahvé; y como consecuencia de su justicia salvadora se implantará la paz y la reconciliación definitiva. Llega la hora en que la fidelidad brotará en la sociedad como un fruto espontáneo de la tierra, correspondiendo a la justicia -salvación- de Dios, que está en los cielos. No sólo con el orden moral se dará una transformación total, sino que también en el material la tierra se mostrará feraz, dando sus frutos en correspondencia a la benevolencia de Yahvé, que otorga el bien y la bendición. El salmista se sitúa en las perspectivas de los vaticinios proféticos mesiánicos. Con una vigorosa personificación presenta a Yahvé habitando en medio de su pueblo, llevando como acompañantes a la justicia y a la paz; son su guardia de honor. Con esta perspectiva esperanzadora cierra el salmista su composición, llena de emotivos sentimientos y de resonancias mesiánicas.
Sal 86, 1-17 (Vg 85): Petición de auxilio divino
Esta composición salmódica puede caracterizarse como una lamentación individual de un perseguido que confía su desesperada causa a Yahvé. Sus desahogos llevan el sello de la sencillez y de la humildad más subidas. Sus frases están salpicadas de reminiscencias de otros salmos. La composición se divide en tres partes netas: a) súplica confiada a Yahvé (1-7); b) acción de gracias (8-13); c) nueva súplica, pidiendo la liberación de los enemigos que injustamente le atacan (14-17).
La anomalía de esta distribución ha hecho pensar a muchos críticos que en este salmo encontramos al menos dos fragmentos de origen diverso que han sido yuxtapuestos. Debido a las numerosas referencias a otros salmos y a otras partes de las Escrituras, los comentaristas comúnmente suponen que el salmo es de composición tardía, ciertamente posterior al exilio. No obstante, el título lo atribuye a David, lo que resulta anómalo en esta colección "elohístiea". El estilo es sobrio, sin apenas metáforas.
Sal 86, 1-7. Súplica confiada a Dios
Con frases estereotipadas en el Salterio, el autor expresa sus ideas y deprecaciones. Todo el salmo es un mosaico de frases que conocemos por otras composiciones, pero que expresan bien el estado de adicción y de confiada súplica del devoto de Yahvé. Este se siente con derecho a procurarse la protección del que es el centro de su vida espiritual. Su misma vida de piedad es una causa suficiente para atraer su atención. Angustiado por las contradicciones, el salmista se siente profundamente abatido, y pide que se levanten sus ánimos. Yahvé es indulgente y está más pronto a perdonar que a castigar; por eso tiene completa confianza en que ha de ser escuchado.
Sal 86, 8-13. Promesa de acción de gracias
Agradecido por haber sido salvado de un peligro de muerte (versículo 13), el salmista entona un himno de alabanza a Yahvé, que no tiene igual entre los dioses de los otros pueblos. La frase tiene su antecedente bíblico en textos arcaicos, y no prueba que el salmista admita la existencia real de otros dioses, pues en el versículo 10 declara paladinamente que sólo Yahvé es Dios. Siguiendo con su propensión a utilizar frases hechas bíblicas, el poeta expresa su admiración por Yahvé, ante el que no pueden contender los supuestos dioses de otras naciones. Llevado de su entusiasmo por la grandeza de su Dios, invita a todas las gentes a reconocer su soberanía, ya que todos son obra suya. Por otra parte, su trascendencia es absoluta, y sólo Yahvé merece los honores de la divinidad (versículo 10).
Supuesta esta grandeza única de Yahvé, el salmista le pide que le muestre sus caminos -su voluntad- para no separarse en nada de Él, de forma que su corazón permanezca centrado en torno a Él y le siga con toda fidelidad (versículo 11). En su experiencia personal ha sentido la mano del Todopoderoso, y por eso promete una alabanza constante al que ha liberado a su alma -su vida- de las tenebrosidades de la región de los muertos, el seol o averno (versículo 13).
Sal 86, 14-17. Nueva súplica de liberación
Esta sección parece más adaptada al contexto de la sección primera (1-7), pues en ella se determinan las causas de la gran angustia que embarga el alma del salmista: gentes soberbias y sin escrúpulos religiosos atentan contra su vida. Pero, con todo, el piadoso sabe que tiene a su lado a Yahvé, pues es siempre compasivo y está dispuesto a perdonar sus posibles faltas que hayan causado la actual hostilidad contra él. Por ello, con toda confianza suplica a Dios que le salve de la crítica situación en que se halla: es su esclavo, entregado a su servicio, como el nacido de la esclava de la casa. Por ello puede estar seguro de su fidelidad. Confiado en su magnanimidad, le pide un signo en que muestre su bondad en su favor, quedando así avergonzados y confundidos los que injustamente conspiran contra él. La asistencia extraordinaria de Yahvé sería una prueba de que el salmista perseguido tenía el beneplácito y la aprobación divinas.
Sal 87, 1-7 (Vg 86): La gloria de la Jerusalén mesiánica
Esta composición tiene el aire de un himno procesional, en el que intervienen las voces de los peregrinos que se sienten dichosos al pisar el suelo sagrado de la ciudad santificada por la presencia de Yahvé y centro de la comunidad teocrática israelita. Iluminados por los antiguos vaticinios mesiánicos, la ciudad aparece a sus ojos como centro de la nueva teocracia futura mesiánica, a la que tendrán acceso gentes nacidas en Mesopotamia, Egipto, Filistea y Etiopía. Las expresiones tienen un aire profético, y se distinguen por el estilo vigoroso, lleno de lirismo arrebatador. "Es terso, abrupto, enigmático, semejante a un oráculo profético..." Sión es presentada como la metrópoli del reino universal de Yahvé, al que los miembros de todas las naciones tienen acceso como ciudadanos de la teocracia gloriosa: la ciudadanía de Sión es conferida a todos como si hubieran sido nacidos en la ciudad santa. La perspectiva, pues, del salmista empalma con las grandes profecías universalistas mesiánicas.
Los eternos rivales de Israel reconocerán la soberanía de Yahvé y se sentirán dichosos de formar parte de la nueva teocracia, con Sión por capital. Jerusalén se convierte así en la ciudad de Dios y madre de los pueblos: la orgullosa Egipto, la antigua Babilonia, Tiro, la reina del comercio, y hasta la lejana Etiopía se sentirán llamadas a formar parte del nuevo orden de cosas. Este universalismo empalma con las más brillantes profecías mesiánicas. Aunque no pocos críticos modernos traten de minimizar este horizonte universalista, proponiendo que el salmista piensa sólo en los judíos de la diáspora, sin embargo, la mención de Etiopía y de Tiro parecen más bien suponer que el pensamiento del hagiógrafo se dirige a los gentiles de estas regiones, en otro tiempo hostiles al pueblo de Dios.
En los vaticinios de la última parte del libro de Isaías se alude a esta vinculación de todos los pueblos a Sión como madre de todas las naciones; es la perspectiva del salmo, cuya composición habrá de ponerse en la época persa, justamente en los tiempos en que fueron redactados los vaticinios del Trito-Isaías. El universalismo se va abriendo paso frente al particularismo judaico, como se reflejará en la literatura sapiencial didáctica de los últimos tiempos del judaísmo.
Sal 87, 1-7. Sión, ciudad de Dios y madre de los pueblos
Jerusalén tiene un título único de honor: ha sido fundada por el propio Dios sobre los montes santos, las colinas de Sión y Moría, sobre las que se asentaba la primitiva ciudad. Para el salmista, la vida de la ciudad santa comienza con el establecimiento de Yahvé en la colina de Sión. Jerusalén, en realidad, es una ciudad muy antigua, que en las cartas de Tell Amarna (s.XV a.C.) se la llama "Urusalimu." Al ser tomada a los jebuseos por David, se le cambió el nombre en "ciudad de David". Después de la edificación del templo de Salomón, se convirtió en centro religioso excepcional para todos los israelitas. Más tarde, en el 621 a.C., Josías lo declaró santuario único nacional.
El salmista desahoga líricamente sus sentimientos de devoción para con la ciudad santa por excelencia, y contempla las puertas de Sión rebosantes de peregrinos procedentes de todas partes. Es en ellas en las que Yahvé tiene sus complacencias por encima de todas las moradas o localidades de Jacob-Israel.
Es la ciudad de Dios, que tiene los destinos más gloriosos, conforme a lo que se dice en Sal 48, 3: "El monte de Sión, delicia de toda la tierra, se yergue bello al lado del aquilón de la ciudad del gran rey." El salmista piensa en las profecías mesiánicas que hablan del esplendor de la futura Jerusalén, y por eso dice con énfasis: Muy gloriosas cosas se han dicho de ti, pues es la ciudad de Dios. Siguiendo el estilo oracular profético, habla Dios, declarando la universalidad de las gentes que acuden a la ciudad santa. De todas partes le conocen y admiten su soberanía: de Egipto, designado con el nombre de Rahab -monstruo marino que personificaba a la nación del Nilo-; de Babilonia, de Fenicia (Filistea y Tiro) y de Etiopía se acercarán a Sión para rendir homenaje a Yahvé como único Dios. Es el eco de los vaticinios mesiánicos universalistas de los profetas. Yahvé los reconoce solemnemente como nacidos en Sión: Estos allí nacieron (versículo 4c). Por este decreto adquieren todos los derechos y privilegios de los oriundos de Jerusalén: son ciudadanos de Sión.
El salmista, haciéndose eco de las palabras divinas antes formuladas, comenta el gran honor que han recibido todos: Este y el otro han nacido en ella. Esta nueva ciudadanía es obra del propio Dios, y por ello indestructible, como la misma ciudad: es el Altísimo el que la sostiene (versículo 5). Para que nadie pueda disputar los derechos a los nuevos ciudadanos, Yahvé los inscribirá en el registro de los pueblos: Este nació allí (versículo 6). Con un bello antropomorfismo, el poeta presenta a Dios haciendo cuidadosamente el censo de los pueblos y declarando públicamente el cambio de ciudadanía de los prosélitos que se acercan a Sión para recibir los derechos de los nacidos en ella. Uno detrás de otro, escribe: Este nació allí.
Los nuevos ciudadanos responden a esta iniciativa de Dios con un canto de alabanza: En ti están mis fuentes todas (versículo 7). La expresión es enigmática, y hay que relacionarla con las "fuentes de salvación" de Is 12, 3. Yahvé, y por Él la ciudad santa, es la fuente de alegría y de felicidad de los que se acercan a Él y le reconocen como Soberano. La expresión de los nuevos ciudadanos tiene eco en los peregrinos de todos los tiempos, que se suman a las manifestaciones profesionales y cantan la gloria de Jerusalén, morada de Yahvé.
Sal 88, 1-19 (Vg 87): Oración de un afligido en peligro de muerte
El salmista es un fiel piadoso atacado de una grave enfermedad desde su juventud, y por ello aislado de la vida social y aun de sus allegados y amigos íntimos. En tono deprecatorio y con no poca resignación expone el doliente su triste situación, apelando a un milagro de la omnipotencia divina que le libre de la muerte segura. Tiene conciencia de que la enfermedad le ha sido enviada por Dios; sin embargo, no hay quejas contra este modo de proceder de la Providencia. Para mover a Yahvé a que le libre de la muerte, recuerda que en la región tenebrosa de los muertos no podrá continuar alabándole.
Se ha dicho de este salmo que es el "más triste de todo el Salterio. Es un grito patético del que sufre sin alivio. En otros salmos la luz penetra a través de las nubes al fin; aquí la bruma es más oscura al final. Es sintomático que la última palabra es oscuridad". No protesta como Job, alegando su inocencia; pero tampoco tiene conciencia de pecado; únicamente expone su situación, sin averiguar las causas morales de su enfermedad. Llevado de su ardiente fe, pide una curación milagrosa, pues sus esperanzas de ultratumba son sombrías: los difuntos están abandonados en la región del Seol, de la que no es posible salir y en la que no hay comunicación afectiva con Dios, que constituye su centro espiritual.
Podemos dividir la composición en tres partes: a) el doliente está al borde del sepulcro, abandonado de sus amigos (2-8); b) ¿No hará Yahvé un milagro para salvarlo? (9-13); c) ¿Por qué Dios le rechaza? (14-19). Algunos autores han sugerido que el doliente es el tipo de Israel sufriendo en el exilio, y, por tanto, que sus quejas tienen un carácter nacional colectivo; sin embargo, nada insinúa de modo concreto que el salmo tenga este sentido colectivo; generalmente se le interpreta como una lamentación individual al estilo de otros salmos. No hay reacciones fuertes, como en el libro de Job; ni deseos de venganza, ni expresiones desesperadas. Es difícil determinar la época de su composición. Como hay alguna palabra aramea, los críticos en general se inclinan por un origen postexílico.
Sal 88, 1-8. Al borde del sepulcro, abandonado de todos
Utilizando frases estereotipadas del Salterio, el poeta declara su situación angustiosa. Día y noche suspira por la ayuda divina. Víctima de una grave enfermedad -¿lepra, parálisis?-, el salmista se siente al borde del sepulcro. Como su mal es incurable, nadie hace nada por remediarlo, contándolo ya entre los que bajan a la fosa. Destinado a una muerte prematura, se considera como los traspasados por la espada, que ya en el seol están como fuera del alcance de su providencia. En aquella región tenebrosa de sombras abismales, el difunto siente la orfandad de Dios. El salmista paciente se siente ya cerca de esta triste situación, porque Yahvé ha derramado sobre él todos sus furores, que le anegan como olas devastadoras.
Sal 88, 9-13. ¿No puede Yahvé hacer un milagro y salvarle?
Como Job, el paciente se siente abandonado de sus allegados; le consideran maldito de Dios, y bajo este aspecto les resulta abominable. Si la enfermedad que sufría era la lepra, se comprende bien este clima de separación, impuesto por exigencias higiénicas. Se siente como un prisionero sin salida, agarrotado por la enfermedad, mientras que languidecen sus ojos, agotados por el sufrimiento. Por otra parte, el pensamiento de ultratumba le aterra, ya que en el seol no puede alabar a su Dios. Conforme a la mentalidad de la época, piensa que Dios no se preocupa de los que moran en la región de los muertos, y, por tanto, no es concebible un prodigio en favor de ellos. Por eso ansia que Dios le cure milagrosamente antes de cerrar los ojos a la vida, ya que no es concebible que Yahvé le vuelva a resucitar una vez que ha entrado en la región tenebrosa. Allí las sombras -en hebreo refaim: espíritus débiles, sin consistencia, como en ectoplasma- no pueden proclamar las alabanzas de Dios. Aquélla es la tierra del olvido por excelencia, y no se conciben relaciones amorosas recíprocas de Yahvé y las sombras.
Sal 88, 14-19. ¿Por qué Dios le rechaza?
Sumido en la mayor soledad, no le queda al paciente otra cosa que clamar a su Dios implorando auxilio. No tiene conciencia de culpabilidad y se pregunta por qué le ha entregado a tal situación, ocultando su rostro y abandonándole. Toda su vida, desde sus tiernos años, ha sufrido incesantemente, víctima de los terrores mortales enviados por Yahvé. Parece como si Dios le cercara con sus furores y desahogos coléricos (versículo 17). Dada la mentalidad religiosa de los antiguos hebreos, todo ocurre porque Dios lo quiere, pues en su filosofía de la vida no tienen importancia las causas segundas. No distinguen entre voluntad positiva y permisiva divina, y todo lo engloban, atribuyéndolo directamente a Dios. El salmista se siente así como un náufrago a punto de ahogarse en medio de las aguas u olas amenazadoras de Yahvé (versículo 18). Sus consideraciones se cierran con un pensamiento sombrío: se siente solo y no tiene otros consoladores y parientes que las tinieblas: ¡se siente abandonado de sus amigos, de sus familiares y de Dios! Job había declarado: "Diré a la podredumbre: ¡Tú eres mi padre! y a los gusanos: ¡Mi madre y mis hermanos!"; pero al final recupera la salud y es rehabilitado en la sociedad. En cambio, el salmista cierra ex abrupto su composición sin luces de esperanza, lo que es único en las deprecaciones del Salterio. Por eso son muchos los autores que suponen que falta algún fragmento alusivo al auxilio divino librándole de la muerte, como es ley en otras composiciones salmódicas similares.
Sal 89, 1-53 (Vg 88): Quejas por la humillación del rey
Podíamos distinguir cinco secciones en este salmo, de contenido bastante heterogéneo: a) exposición sumaria de la promesa de protección a la dinastía davídica (1-5); b) himno de alabanza a la omnipotencia y fidelidad divinas (6-19); c) comentario poético a la promesa divina sobre la dinastía de David (20-38); d) quejas por la actual humillación de la dinastía davídica (39-46); e) plegaria por el restablecimiento pleno de Israel como nación (47-52).
El poeta se plantea el problema de la compatibilidad de las antiguas promesas divinas sobre la perennidad de la dinastía davídica y la realidad cruel de su actual postergación humillante como consecuencia de una guerra devastadora, que muy bien puede ser la invasión de los babilonios que terminó con la destrucción de la ciudad en el 586 a. C. El salmista parece que vive en el exilio o forma parte de los repatriados que asisten a la lenta restauración de la nación.
La sección de los versículos 2-19 quizá sea un himno anterior de los tiempos gloriosos de la dinastía, utilizado por el poeta para contraponerlo a la triste situación actual. El estilo brillante de la primera parte (2-19) contrasta con el oscuro y deslavazado del resto del salmo. Con todo, se adapta a la marcha general del pensamiento: "majestad y esplendor en el himno; elegancia y claridad en el oráculo; en la elegía, a la vez vehemencia y audacia familiar, melancolía y languidez..."
Sal 89, 1-5. Preludio: la promesa divina a David
Antes de abordar el tema de la promesa divina hecha a David y su descendencia, el poeta declara solemnemente que las relaciones de Yahvé con su pueblo y sus fieles se desarrollan siempre conforme a las exigencias de su piedad y fidelidad: Dios es tardo a la ira y pronto a la misericordia, castigo hasta la cuarta generación, pero perdona, hasta la milésima. Este modo de proceder de Yahvé da ánimos al salmista para abordar el problema de las relaciones históricas de su Dios con Israel, su pueblo. La piedad y la fidelidad son dos atributos de Yahvé que permanecen por siempre, y, por tanto, son indefectibles y aplicables a todas las situaciones. Yahvé es el mismo de los tiempos antiguos, cuando protegía a su pueblo; por consiguiente, no puede abandonarlo cuando éste se halle en situaciones críticas. La fidelidad de Yahvé a sus promesas tiene sus cimientos en los cielos, que son inconmovibles; por eso, sus promesas llevan el sello de la estabilidad inalterable. Y entre ellas sobresale la declarada a David.
Los versículos 4-5, redactados en estilo oracular profético, son un paréntesis en este himno, que se continúa en el versículo 6. La formulación divina está calcada en el relato de 2S 7, 5-8.26, aunque no es cita directa, ya que en el libro de Samuel no se menciona la alianza y el juramento. El poeta, pues, dramatiza el relato histórico sobre la promesa hecha a David, a través de Natán, sobre la perennidad de su dinastía: "Suscitaré a tu linaje después de ti... y afirmaré tu reino... Yo estableceré su trono por siempre". Yahvé ha empeñado, pues, su palabra de garantizar la permanencia de la dinastía davídica, y esto llena de esperanza al salmista, porque sabe que las palabras de su Dios son inconmovibles. Los destinos, pues, del pueblo israelita están en buenas manos, y asegura la permanencia de la dinastía davídica.
Sal 89, 6-19. Himno a Yahvé, Creador del universo y Rey de Israel
La grandeza de Dios es declarada en todas las maravillas de la naturaleza, y su fidelidad reconocida por el consejo de los santos, los seres angélicos que forman su corte de honor y su consejo en el gobierno del mundo. Nadie puede medirse con El entre los que habitan sobre las nubes -los ángeles-, a los que enfáticamente se denomina hijos de Dios, es decir, estrechamente vinculados a Él. La presencia de Dios en la corte celestial infunde temor y reverencia, porque no tiene igual entre los espíritus celestiales que constituyen el consejo de los santos. Características suyas son el poder y la fidelidad a sus promesas. Estas son indefectibles, pues se basan en la omnipotencia divina.
Y el poder divino se manifiesta en el dominio de las fuerzas de la naturaleza y en la dirección de la historia de la humanidad, imponiendo su voluntad a los pueblos más soberbios. La fuerza del Creador se hizo patente en la domesticación del mar, sujetando sus olas y poniendo orden en el caos primitivo con la victoria total sobre Rahab, el monstruo marino, símbolo de las fuerzas caóticas del océano. Rahab simboliza también a Egipto, y sin duda que el salmista alude al poder de Dios, manifestado no sólo en la obra de la creación, sino en la derrota de los egipcios en el mar Rojo al liberar a los israelitas de la esclavitud faraónica: hollaste a Rahab... y dispersaste a tus enemigos (versículo 11).
El mundo pertenece a Dios por ser Creador: los cielos, la tierra y todo lo que constituye su ornato: lo que lo llena. La naturaleza misma parece reconocer esta soberanía indiscutible de Dios. El poeta presenta a los dos montes Tabor y Hermán dando saltos de júbilo para celebrar la gloria del nombre de Dios. Son los dos montes que más se destacan en la Palestina septentrional: el primero sobresale en la llanura de Esdrelón, y el segundo, en Siria, siempre con nieves perpetuas, cerraba el horizonte de la tierra santa de Yahvé.
Pero este poder de Yahvé no es ciego, sino que se rige por los atributos de su justicia y fidelidad, juntamente con la piedad, que van delante de Él como heraldos de su majestad (versículo 1). Por eso, el salmista declara dichoso al pueblo que puede andar a la luz de su faz, siendo objeto de su benevolencia y protección y reconociéndole con aclamaciones desbordantes. La manifestación del poder de Yahvé es fuente de alegría y de satisfacción, porque todos se sentirán orgullosos de las manifestaciones de su justicia. Gracias a su protección pueden los israelitas sentirse orgullosos, y en ese sentido Yahvé es el esplendor de la fuerza de su pueblo (versículo 18). Esta vinculación a Yahvé se da principalmente en el representante de la nación, el rey, el escudo o defensor del pueblo. Como representante de Dios, el rey pertenece de un modo especial al Santo de Israel, es decir, al Ser trascendente, aunque vinculado por un pacto histórico al pueblo elegido.
Sal 89, 20-38. La alianza indisoluble de Yahvé con la dinastía davídica
El poeta, basándose en los relatos bíblicos sobre la elección de David y en la promesa hecha a su dinastía, pone en boca de Yahvé la decisión de protegerle contra todos los enemigos. El piadoso a quien se dirigen las palabras divinas puede ser el profeta Natán, que recibió la revelación divina sobre la permanencia del trono davídico, o el propio David, objeto de la promesa. En todo caso, éste es el elegido del pueblo por intermedio del profeta Samuel, que lo ungió como rey en nombre de Dios, Por eso se le llama siervo de Dios y ungido. Como consecuencia de esta elección divina está la protección constante que experimentará toda su vida frente a los ataques de los enemigos. En virtud del auxilio divino llegará a dominar desde el mar (el Mediterráneo) hasta los ríos (Éufrates, el río por excelencia): los límites de la tierra santa según las antiguas promesas.
En lenguaje poético expresa el salmista lo que se dice en 2S 7, 14a: "Yo le seré a él Padre, y él me será mi hijo. Si obrare el mal, yo le castigaré con varas de hombres y con azotes de hijos de hombres; pero no apartaré de él mi misericordia... Permanente será tu casa para siempre ante mi rostro, y tu trono estable por la eternidad." El salmo expresa estos mismos pensamientos con circunlocuciones bellísimas, que destacan las relaciones paternales de Yahvé con la dinastía davídica. David se convierte así en el primogénito de Yahvé, y, en consecuencia, se halla exaltado sobre todos los reyes de la tierra. La alianza hecha a su persona se continuará en su posteridad, que mantendrá la realeza por siempre, mientras duren los cielos (versículo 30).
Es tal la alianza que ha hecho Yahvé con David, que no abandonará a su posteridad aunque sean infieles a la Ley y a los preceptos del Señor sus descendientes: los castigará por sus transgresiones, pero la promesa de proteger a la dinastía permanecerá (versículo 35). Yahvé ha empeñado su palabra y no puede retractarla, ni engañar a David con una promesa vana: su descendencia permanecerá por siempre, y su trono subsistirá mientras dure el sol y la luna (versículo 36). Esta será testigo del cumplimiento de las palabras del Señor.
Sal 89, 39-46. Quejas por la actual humillación de la dinastía davídica
Frente a las espléndidas promesas de protección solemnemente juradas por Yahvé respecto de la dinastía davídica, está la cruel realidad presente, pues el ungido de Yahvé -el rey- ha sido vilipendiado, quedando así quebrada la alianza que antes había hecho con su pueblo. Las expresiones son audaces, pero no insultantes; es el reflejo de la tragedia de un alma piadosa que tiene fe en la palabra divina, pero que no ve su cumplimiento en la realidad. Para el salmista, la actual postración de la realeza se debe únicamente a Dios, que ha permitido la victoria de los enemigos; por eso dice con toda crudeza: has profanado su diadema. En su perspectiva teológica no tienen relieve lo que nosotros llamamos causas segundas: para él la voluntad permisiva y positiva de Dios tienen el mismo valor práctico. Los enemigos, inducidos por él, han destruido la ciudad, y así la ciudad santa es el oprobio de sus vecinos, que irónicamente comentan el abandono de la misma por su Dios. Probablemente alude el salmista a los edomitas, samaritanos, moabitas y árabes, que se aprovechaban de la derrota de Judá para obtener lucros indebidos. Todo ello es obra de Yahvé, que ha robustecido a sus enemigos, negando, en cambio, el auxilio al pueblo elegido en el momento de la batalla y embotando el filo de su espada (versículo 44). La queja no puede ser más sangrienta. ¿Dónde está, pues, la antigua, promesa de protección incondicionada? El antiguo brillo del cetro de David se ha enmohecido, y su trono glorioso echado a tierra. Y, sobre todo, el fin trágico del rey ha colmado la amargura de los fieles yahvistas: destronado en plena juventud y llevado en cautividad, cubierto de oprobio (versículo 46). El salmista parece aludir a la triste suerte de Jeconías, llevado en cautividad en el 598, o a Sedéelas, último rey de Judá, hecho prisionero por las tropas de Nabucodonosor en el 586 a. C., cuando huía hacia Jericó.
Sal 89, 47-53. Súplica de auxilio y de liberación
En tono suplicante, el salmista interpela a su Dios, pues no comprende su conducta para con su pueblo: ¿por qué permanece enojado, sin acordarse de las antiguas promesas? Para mover a piedad a Yahvé, recuerda la brevedad de la vida y el triste destino del hombre en ultratumba, en la región tenebrosa del seol. Teniendo en cuenta esta triste situación del hombre, debe Yahvé acelerar el restablecimiento de la nación, para que sus ciudadanos la vean y puedan disfrutar de una paz agradable en los pocos años que les quedan de vida.
Con espíritu de compunción y humildad, el salmista recurre a Yahvé, pues está en juego la suerte de sus siervos, cubiertos ahora de oprobio; por otra parte, los enemigos del pueblo elegido son los enemigos de Dios. El rey es el ungido de Yahvé, que es afrentado inconsideradamente. Todo esto debe mover al Dios de Israel a manifestar su poder en favor de los suyos.
El versículo 53 cierra con la consabida doxología el libro tercero del Salterio, y es adición del compilador general de los salmos.
Sal 90, 1-17 (Vg 89): Meditación sobre la vida humana
Comúnmente se admite la existencia de dos poemas, originalmente diversos, en este salmo: a) contraposición de la eternidad de Dios y brevedad de la vida humana; b) relaciones de Dios e Israel: plegaria pidiendo la rehabilitación de la nación, postrada en la aflicción.
En estilo bellísimo y pintoresco, con abundancia de metáforas, el salmista canta en la primera parte la grandeza de Dios, Señor del universo, anterior a la formación de los montes, para quien mil años son como un día. Frente a esta grandeza divina está la pequeñez e indigencia del hombre, hecho de la tierra, sin consistencia, y cubierto de pecados, que excitan la ira divina. Por sus faltas, la vida humana transcurre triste y en constante turbación. "Es un canto emotivo, de elevación casi único. A la seriedad del pensamiento sobre la pequeñez de la vida humana corresponde la solemnidad y tonalidad grave de expresión. Pero, aunque esté bajo el golpe del dolor y de una punzante melancolía, el poeta no se deja arrastrar por ella fuera de Dios ni de la confianza en Él... Su manera es demasiado viril para entregarse a estériles lamentaciones...".
Según el título, este salmo es de Moisés, al que se le llama "varón de Dios," como en Dt 33, 1. Entre los antiguos Padres ya se discutió la verosimilitud del título, y aunque la mayoría de ellos lo atribuyen a Moisés, San Agustín cree que es de David, puesto en labios de Moisés por ficción literaria, Los críticos modernos piensan que el salmo es de composición múltiple, y en el fragmento de los versículos 8-12 descubren un marcado sello sapiencial con no poco parecido con Jb 4, 17-21. El último fragmento (13-17) es considerado generalmente como posterior al exilio, mientras que el primer poema tiene un marcado sello arcaizante, que nos lleva a los tiempos primeros de la monarquía.
Sal 90, 1-6. La eternidad de Dios y la pequeñez del hombre
El versículo 1 parece adición redaccional del compilador, que ha pretendido unir el contenido del primer poema (2-12) con el segundo (13-17), en que se trata de Israel bajo la protección divina.
Dios es anterior a la misma constitución de los montes, que en la literatura bíblica son símbolo de la máxima estabilidad y antigüedad. A esta eternidad aplastante de la divinidad, el poeta opone la realidad de la vida humana, efímera, y ello por decreto del mismo Dios (versículo 3). Por imperativo superior, el hombre tiene que volver al polvo, lo que es un eco del castigo divino impuesto a la primera pareja humana después del pecado. El salmista no alude a la tragedia del pecado original, pero supone que la muerte ha sido impuesta al hombre por la voluntad del Creador.
La eternidad de Dios se mide por milenios, que para Él cuentan como un día, o aún menos, como una vigilia de la noche: un tercio de la misma. La vida del hombre, en cambio, es pasajera, como un sueño mañanero, o como musgo, que brota por la mañana y por la tarde se seca. Las metáforas son bellas y reflejan bien el carácter efímero de la vida humana, que no es más que una ilusión.
Sal 90, 7-12. La cólera divina y los pecados del hombre
La brevedad de la vida es un misterio, y el salmista encuentra la razón de ello en los pecados del hombre, que excitan la ira divina. Las iniquidades del hombre están siempre desafiando a la justicia divina, y aun los pecados más secretos resaltan ante su faz. Por eso, la vida del hombre no sobrepasa los ochenta años, y aun éstos están llenos de amarguras y penalidades, en las que se siente la vaciedad y el disgusto. Por otra parte, los hombres no miden el alcance de la cólera divina, y así se entregan alegremente al pecado, sin pensar que en ello les va la vida. El salmista suplica, en este supuesto, que Dios le dé a entender la brevedad de la vida para saber vivir con la conciencia de su limitación, y, en consecuencia, organizándola conforme a las exigencias del temor de Dios, que es el principio de la sabiduría.
Sal 90, 13-17. Ansias de rehabilitación nacional
En la sección anterior, el salmista trataba de las relaciones de Dios con el ser humano en su proyección humana, sin restricción alguna; en cambio, ahora la perspectiva se estrecha y se consideran las relaciones de Yahvé con sus siervos, los pertenecientes al pueblo elegido. El tono es más confiado: desaparece el Dios lejano, sumido en la eternidad, para aparecer el Yahvé providente que se preocupa de los problemas de su pueblo. El salmista se hace eco de una tragedia nacional: los que forman el pueblo de Dios han sido humillados y afligidos. Y, en un arranque de impaciencia, el poeta exclama: ¿Hasta cuándo? No concibe que su Dios permanezca mucho tiempo apartado de su pueblo, y con tono confiado le dice: Vuélvete. Siente el vacío de su presencia, y por eso pide que muy pronto, desde la mañana, haga sentir su gracia, es decir, su comunicación benevolente y protectora, sembrando así la alegría y la confianza en sus siervos, que están desolados. No comprende el alejamiento sistemático del que es su Protector desde los tiempos antiguos.
Los años de humillación y de postración nacional exigen ahora una compensación proporcionada de alegría en la intimidad con Yahvé (versículo 15). No concreta las circunstancias de la desgracia nacional, pero bien puede ser el exilio babilónico o la penosa situación que siguió a la repatriación. Llevado de su fe ciega en Dios, le pide que manifieste su obra, es decir, su intervención milagrosa en favor de ellos, brillando así su magnificencia como Dios omnipotente y Señor de la historia'. La oración termina con el deseo de que la suavidad o benevolencia de Yahvé bendiga y confirme el trabajo cotidiano de los que luchan por salir de una difícil situación económica como consecuencia de una postración nacional.
Sal 91, 1-16 (Vg 90): A la sombra del Todopoderoso
Este poema tiene un marcado carácter didáctico y canta la protección que dispensa Dios al que se confía a su providencia. Se divide en dos partes netas: a) seguridades conferidas al que se confía a Dios (1-13): habla el salmista dirigiendo la palabra al fiel; b) confirmación de las declaraciones anteriores por un oráculo divino (14-16): habla directamente Dios. La primera parte se caracteriza por el estilo brillante con atrevidas metáforas: el salmista enumera las ventajas de confiarse al Altísimo. Las expresiones son muchas veces hiperbólicas, y, por tanto, no se han de tomar al pie de la letra, como si el fiel tuviera un procedimiento talismánico de evitar las calamidades de la vida. La confianza en Dios no evitará al justo morir de la peste, la guerra y el hambre, ni estará al abrigo necesariamente de las desgracias de la vida. Pero el salmista quiere recalcar que la Providencia divina vela paternalmente por el fiel que a ella se confía, y, en consecuencia, le salvará de muchas situaciones de peligro.
El lenguaje del salmo tiene muchas analogías con Dt 32, 1-52 y con otras composiciones sapienciales 1. La doctrina del poema se resume en la frase de San Pablo: Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El fiel se encuentra a la sombra de la protección divina como el huésped en casa bien abastecida y segura. Se halla como el pajarillo bajo las alas de la madre, como el soldado apostado en inexpugnable fortaleza. El Omnipotente pone a disposición de sus fieles a los ángeles para que les guíen y protejan. Dios no abandona a los suyos. En la perspectiva del salmista no está la retribución en ultratumba, y por eso urge la necesidad de que la protección divina se extienda en esta vida al fiel. En la perspectiva cristiana, esta vida está condicionada a las exigencias de la eterna, y, por tanto, Dios puede permitir que sus fieles sufran aquí toda clase de calamidades, con tal de preservarlos incólumes para el más allá. La panorámica neotestamentaria difiere grandemente de la del A.T., aun en los espíritus más selectos desde el punto de vista religioso, como son los salmistas.
No es posible determinar la época de composición del salmo. Las concomitancias literarias que tiene con el Deuteronomio hace pensar que sea posterior a este libro (redactado probablemente en el siglo VIII a.C.). El poema parece traslucir una situación de paz sin grandes contorsiones político-sociales, y, por tanto, bien puede atribuirse a los mejores tiempos de la monarquía israelita.
Sal 91, 1-13. Las ventajas de confiarse a Dios
Algunos autores suponen que el salmo comenzaba con la frase consabida: "Bienaventurado el que habita...," como en otras piezas del Salterio. Sin embargo, hace sentido tal como está ahora el principio del salmo. El poeta invita al fiel que se halla bajo la protección del Altísimo a que estreche más sus relaciones afectivas con Él, reconociéndole como único sostén de su vida. Los vocablos Altísimo (en heb. Elyon) y Todopoderoso (en heb. Shadday) son arcaizantes y muy del gusto de los poetas aún recientes; por eso, de suyo no prueban arcaísmo de la composición. La metáfora de la sombra aplicada a Dios es corriente en la Biblia, lo mismo que la de la ciudadela. Son símiles muy expresivos para reflejar la confianza que inspira la protección divina.
Después el salmista enumera los diversos peligros que pueden sobrevenir al hombre; y en primer lugar la hostilidad de los que buscan su ruina. Estos son comparados a cazadores que colocan la red para capturarlo como a ingenuo pajarillo. La peste exterminadora vuelve a aparecer en el versículo 6 como uno de los grandes peligros que acechan al hombre. Si se lee según los LXX, "de la palabra nociva," se aludiría a las calumnias de los enemigos que conspiran contra el justo, y haría perfecto paralelismo con el estilo anterior, exactamente como se dice en Sal 38, 18: "Tiéndenme lazos los que buscan mi vida..., todo el día están maquinando engaños".
Con una nueva metáfora, el salmista enseña que el que se confía a Yahvé está en la situación del pajarillo bajo las alas de la madre. La fidelidad de Yahvé a sus promesas de protección será siempre como un escudo protector contra toda eventualidad. Y especifica a continuación los posibles peligros imprevistos: los espantos nocturnos, provenientes, o bien de un ataque enemigo por sorpresa en las altas horas de la noche, o las pesadillas perniciosas durante el sueño. Las saetas que vuelan de día pueden ser las flechas del enemigo que ataca en pleno día, o, metafóricamente, los rayos solares, que en pleno día fomentan la transmisión de las epidemias, las cuales pueden ser enviadas por el mismo Dios. El salmista, quizá, inspirándose en el relato sobre la mortandad de los asirios durante la noche cuando asediaban Jerusalén, habla de los estragos nocturnos y diurnos de las epidemias.
El poeta parece trabajar sobre el "Cántico de Moisés," donde se anuncian los terribles castigos a los incumplidores de la Ley: "Amontonaré sobre ellos males y males, lanzaré contra ellos todas mis saetas, los consumirá el hambre, los devorará la fiebre y la nauseabunda pestilencia. Mandaré contra ellos los dientes de las fieras y el veneno de los reptiles, que se arrastran por el polvo; a los que fuera estén los matará la espada, y a los de dentro el espanto". Vemos que, en este fragmento lírico, las saetas (hambre, fiebre y pestilencia), el espanto y el peligro de fieras y de animales venenosos son castigos enviados por Dios. Son justamente los términos que utiliza el salmista para describir los diversos peligros que amenazan al hombre, contra los que es buen conjuro el confiarse a Yahvé. Las plagas y pestilencias son personificadas poéticamente en ángeles exterminadores mandatarios de Yahvé.
Para insistir más en el grado de seguridad conferida al fiel, el poeta presenta a éste en medio de la batalla, en la que cruje el venablo y caen las saetas por doquier, haciendo miles de víctimas, pero sin alcanzarle a él (versículo 7). Por otra parte, el justo tendrá la satisfacción de ver a sus enemigos, los impíos, cayendo bajo los golpes mortíferos de Dios, conforme a la teoría de la retribución en esta vida comúnmente aceptada en el A.T. El salmista insiste en que, contando con la protección divina, el fiel yahvista está libre de calamidades y plagas (versículo 10). La Providencia divina llega hasta poner a sus ángeles como custodios de los suyos para que no les alcance ningún mal. La expresión del poeta es bellísima: los ángeles levantarán en sus manos a los fieles para que al andar no tropiecen y caigan. Es más, el que está bajo la protección divina podrá caminar pisando animales venenosos sin ser mordido. La expresión ha de entenderse en sentido hiperbólico, para encarecer el cuidado excepcional que Yahvé tiene de los suyos.
Sal 91, 14-16. Oráculo divino confirmatorio
Sin indicación alguna se introduce un oráculo divino para confirmar las declaraciones anteriores del salmista: Yahvé se siente obligado a libertar y proteger al que en todas las circunstancias permanece adherido a Él, reconociéndole como Dios: conoce mi nombre, expresión que equivale a hacer profesión de yahvismo. Por eso le invoca en la tribulación, seguro de que su Dios no le dejará abandonado. Yahvé promete escucharle y liberarle, rehabilitándole socialmente y glorificándole ante los que han sido testigos del auxilio divino prestado. Finalmente, otorgará al fiel el mayor bien anhelado en el A.T.: una vida prolongada y feliz, cumpliendo así las antiguas promesas a los que fueran fieles a la Ley. La perspectiva es netamente viejotestamentaria, y no encontramos en el salmo atisbos mesiánicos. El ideal es la áurea mediocridad que caracteriza no pocos escritos sapienciales del A.T.
Sal 92, 1-16 (Vg 91): Alabanza de la providencia divina
En estilo altamente lírico, el poeta canta las glorias de Yahvé, su proceder providencialista, premiando a los buenos y castigando a los impíos. Este tema de la retribución moral es abordado aquí, pero no en estilo sapiencial, como en otras composiciones salmódicas. El salmista exulta gozoso por el recto gobierno divino en la historia. Los impíos no perciben que su prosperidad es efímera y que, al fin, recibirán el merecido. Los justos se alegrarán al ver la manifestación esplendente de la justicia divina. El salmista habla en nombre de la comunidad de fieles yahvistas, que viven de las promesas de su Dios, y por eso alaba al justo, que prosperará como árbol frondoso a la sombra del Omnipotente.
Desde el punto de vista literario, el salmo es una mezcla de himno de alabanza y de acción de gracias, con concesiones al estilo didáctico. El paralelismo sinónimo es frecuente con un ritmo bastante regular. El estilo es vigoroso, lleno de frescura y concisión.
Respecto de la fecha de composición del salmo, nada se puede afirmar con seguridad, pues, de un lado, la lengua es clásica y, por otra parte, hay ciertas concomitancias literarias con fragmentos bíblicos de la época sapiencial.
Sal 92, 1-7. Yahvé es digno de ser alabado
Conforme al módulo literario de los himnos, el poeta declara la conveniencia de publicar las grandezas de su Dios. El nombre de Yahvé resume la historia de protección del Altísimo hacia el pueblo de Israel y para con sus fieles. Por eso, a las horas del sacrificio de la mañana y de la tarde, es necesario publicar la piedad y fidelidad de Yahvé, que son los dos atributos que le caracterizan en relación con el pueblo elegido. Por pura misericordia lo ha escogido entre los pueblos, y, en virtud de la fidelidad a las promesas dadas en la alianza sinaítica, se revela constantemente como protector del mismo. El salmista ha sentido personalmente la mano bienhechora de su Dios, y por eso se ha alegrado con sus hechos y portentos. Meditando en sus misteriosas acciones providenciales, el fiel yahvista comprende la magnificencia de las obras divinas y de sus misteriosos pensamientos, que guían el hilo de la historia de cada alma y de los pueblos (versículo 6). Pero no es dado a todos conocer los misterios de la Providencia, pues la arrogancia se cierra a los altos pensamientos. El ser humano que no tiene sensibilidad moral y espiritual no puede comprender la mano de Dios en la vida humana (versículo 7).
Sal 92, 8-16. La desastrosa suerte de los impíos y la dicha de los rectos
Entre las cosas que no entiende el estulto es que la prosperidad de los impíos es efímera; florecen como la hierba, pero al fin se secan. Por encima de ellos está Yahvé, excelso por la eternidad; por tanto, inmutable en sus designios de justicia y equidad. Sus enemigos tendrán un triste fin, mientras que el justo verá exaltado su poder -su cuerno como el del búfalo-, y Dios le ungirá misteriosamente con la alegría del triunfo: la hora de ver a sus enemigos perecer recibiendo su merecido.
La suerte del fiel yahvista es envidiable, pues florecerá como la palmera y como el vigoroso cedro del Líbano, árboles ambos centenarios, mientras que la vida de los impíos es efímera y se seca como hierba que nace en la mañana. El salmo termina con una frase calcada en Dt 32, 4: "Él es la Roca. Sus obras son perfectas, "no hay en Él iniquidad."
Sal 93, 1-5 (Vg 92): Yahvé, rey de la creación
Es éste un himno grandioso en el que se canta la magnificencia de Dios como Soberano del universo. A pesar de ser sumamente breve, impresiona su lenguaje, lleno de la más altísima teodicea. Los salmistas han sabido captar el mensaje divino de la creación, que es un reflejo de la grandeza de Yahvé. Por esta soberanía superior deben ser acatados sus testimonios y mandamientos. Pero, además, Yahvé tiene su morada en Israel, y ésta es fuente de santidad para los que a ella se acercan.
No convienen los autores al determinar la fecha de composición de este magnífico himno, y así, mientras unos lo adjudican a la época de Salomón, otros lo retrasan hasta el tiempo de los Macabeos. Se citan supuestas dependencias de la fraseología del Deutero-Isaías, pero el salmo es tan breve, que no se pueden probar estas concomitancias literarias.
"El estilo, rápido y sonoro, con su armonía imitativa y sus repeticiones jadeantes, su pasaje precipitado de la tercera a la segunda persona, sus figuras brillantes y atrevidas, hacen del minúsculo poema una deliciosa pequeña obra maestra".
En la obra de la creación se manifestó el poder de Yahvé, al poner orden en el caos primitivo y al sujetar las fuerzas indómitas de los mares. Una de las maravillas de la obra divina es haber cimentado el orbe en una masa acuosa movible sin que el orbe se conmueva. Según las ideas cosmológicas hebraicas, la tierra descansaba en unos pilares sobre el abismo de aguas saladas. La obra de Dios es, pues, un prodigio de equilibrio, digno de su sabiduría y omnipotencia. Como Soberano del universo, tiene Yahvé su trono firme descansando en la bóveda celeste, sobre las cimas de las montañas. Y esta permanencia del trono divino es desde la eternidad: antes que se organizara el cosmos.
Asentado en su trono celeste, Yahvé domina las fuerzas del mar, cuyos oleajes y ríos no llegan hasta Él. El ruido ensordecedor de sus olas, lejos de empañar su magnificencia, es un himno a su poder superior.
El versículo 5 parece una adición litúrgica: la perspectiva conceptual cambia, pues el poeta habla ahora de las vinculaciones de Yahvé con su pueblo a través de su santuario de Jerusalén. Sus leyes son, en realidad, testimonios verídicos de su voluntad; sus promesas son, por ello, indefectibles; y su presencia en la casa de santidad -el templo jerosolimitano- es una prenda de fidelidad a sus promesas de protección a su pueblo y a los que sigan sus mandatos, y esto, no momentáneamente, sino por el transcurso de los días, presentes y futuros: por siempre.
Sal 94, 1-23 (Vg 93): Invocación a Dios como juez
Como en otros salmos, en éste se plantea el problema de la retribución moral, aunque concretando el problema a las relaciones de Yahvé con los israelitas. El salmista se hace eco de una situación lastimosa de Israel oprimido, sin determinar si ello obedece a una invasión extranjera o a la conducta desaprensiva de jueces y gobernadores inicuos de la nación. En un arranque de sentimiento de justicia, el poeta pide la intervención divina para castigar tanta insolencia y soberbia insoportables. Esta idea domina la primera parte del salmo (1- 11). En la segunda, en cambio, en nombre de Israel y en nombre propio, fomenta los sentimientos de confianza y de fe en Yahvé como protector de los justos y castigador de los inicuos (12-23). El salmista tiene experiencias propias sobre esta conducta retributiva de Dios, y basa, sobre todo, sus convicciones en la fe en la justicia divina indefectible. Como es ley en estas composiciones sapienciales, el salmista termina lanzando imprecaciones contra los impíos.
Desde el punto de vista literario, se mezclan el tono deprecativo, imprecativo y aun didáctico sapiencial, sobre todo en la segunda parte. El estilo es variado y vigoroso, sin amaneramientos convencionales.
Según el título de la versión griega, esta composición es obra de David, y así lo supone algún autor antiguo; pero los críticos modernos niegan comúnmente esta paternidad davídica; y, corno en la mayor parte de los salmos, clan lechas muy divergentes sobre su composición: época de Manases (s.VII a.C.), época persa, época de los Macabeos. Las concomitancias conceptuales con algunos libros sapienciales, como Job y Proverbios, hacen pensar que el salmo fue redactado en época posterior al destierro babilónico.
Sal 94, 1-11. Apelación a Yahvé contra los opresores
En tono enfático, no exento de nerviosismo e inquietud, el poeta se dirige directamente a Yahvé, al que define como Dios de las venganzas, expresión que equivale a Dios justiciero. A El compete castigar al impío y manifestar su justicia en favor de sus fieles. Para la sensibilidad religiosa del salmista, la moral ha sido ultrajada en extremo, y es precisa la intervención punitiva del Juez de la tierra. Los malvados se enorgullecen insolentemente de sus crímenes y atropellos, y esta situación está clamando por la intervención justiciera del Omnipotente. El tono de protervia y arrogancia de los que impunemente pasan por encima de todas las exigencias de la equidad exaspera al alma del justo atribulado e incomprendido. La maldad domina por doquier; el pueblo israelita, la heredad de Yahvé, es atropellado inconsideradamente; y las víctimas son precisamente las de las clases desheredadas: viudas, peregrinos y huérfanos, la trilogía habitual en las recriminaciones proféticas. Esto clama por la venganza divina inmediata.
Por otra parte, la insolencia va unida al cinismo y ateísmo práctico más descarado, pues con toda impudencia declaran los malvados que Yahvé no se preocupa de lo que pasa en la sociedad, pues no entiende (versículo 7). Del hecho de que no intervenga castigándolos, deducen la consecuencia de que está ausente de la vida humana. Para ellos, pues, resulta pueril la postura de los yahvistas fieles, que se sacrifican por mantener su integridad moral y espiritual. El salmista, ante tanta estolidez, hace una llamada a la cordura (versículo 8), ya que Dios contempla todo desde arriba, y su intervención justiciera será inexorable cuando llegue el momento oportuno señalado por su providencia.
En estilo sapiencial discursivo, el poeta recuerda que por necesidad tiene Yahvé que estar presente a las cosas de los hombres; si Él ha formado los órganos visuales y auditivos, no va a estar privado de ellos. Y, por otra parte, el que impone reglas de vida a los hombres, instruyéndoles en sus caminos, no va a desinteresarse de su cumplimiento (versículo 10). El argumento es parecido al de Abraham en el coloquio con Dios sobre el destino de Sodoma: "El juez de la tierra toda, ¿no va a hacer justicia?". De modo similar, si Yahvé ha impuesto unas normas de vida, necesariamente ha de reprender a los incumplidores de ellas, pues contrarían a su expresa voluntad. Por otra parte, a Dios no se le escapa la vaciedad de los pensamientos humanos (versículo 11), y, por tanto, puede calibrar el grado de culpabilidad de cada uno.
Sal 94, 12-23. Yahvé instruye y sostiene a los justos en las pruebas
El salmista se consuela y consuela a los yahvistas declarando que son los predilectos de Yahvé, al ser educados conforme a sus preceptos salvadores. Sólo viviendo conforme a la ley divina puede el hombre encontrar la tranquilidad en los días aciagos, pues sabe que a su lado está Dios con su omnipotencia salvadora. Al contrario, la prosperidad del impío es aparente, pues sin darse cuenta se le está cavando la fosa (versículo 13). El símil es el de los cazadores que preparan la fosa y la cubren para que en ella caiga la presa. La seguridad del justo se basa en las promesas de Yahvé, que nunca abandonará a su pueblo ni a sus fieles. Israel es su heredad, y, en consecuencia, no puede desinteresarse de sus destinos históricos. Por eso, aunque ahora la administración de la justicia esté en manos de jueces corrompidos, llegará el momento en que volverá la justicia al juicio, es decir, la equidad volverá a presidir los tribunales judiciales para bien del pueblo sufrido. Entonces llegará la hora de los rectos de corazón, que la seguirán ilusionados (versículo 15).
Hablando en nombre propio, el salmista expone su situación personal, reconociendo la intervención divina en su favor. Frente a los malvados está Yahvé (versículo 16). En situaciones críticas ha sentido su providencia salvadora, pues sin su intervención, ahora estaría en la morada del silencio, la región tenebrosa de los muertos. Cuando sentía sus pies resbalar, el apoyo divino le sostenía, y la asistencia divina era el único consuelo en sus horas amargas.
Dios no puede aliarse con los que conspiran contra su ley, conspiran contra el inocente, derramando su sangre. En cambio, está siempre con el justo para salvarlo; y al final terminará por hacer justicia sobre los impíos, lo que para los fieles yahvistas es una satisfacción, ya que se ven rehabilitados en el reconocimiento de su virtud y de sus esperanzas en Yahvé Salvador.
Sal 95, 1-11 (Vg 94): Exhortación a la alabanza y obediencia de Yahvé
Este salmo se divide en dos partes netas: a) himno de alabanza a Yahvé, Creador del mundo y protector de Israel (1-7c); b) oráculo divino sobre la incredulidad e indocilidad de los israelitas (7d-11). El salmista invita a no imitar a la generación perversa del desierto. Bajo este aspecto, esta composición tiene semejanzas con Sal 81. En la primera parte se destaca el carácter litúrgico procesional del himno, que ha sido compuesto para alguna festividad religiosa solemne. En el transcurso de la procesión, un levita invita a no ser rebeldes como los antepasados, que excitaron la ira de Yahvé en el desierto.
En la versión de los LXX, también este salmo es adjudicado a David, y así es aceptado por el autor de la Epístola a los Hebreos, que no hacía sino acomodarse a lo que decía el título del texto griego que manejaba. Pero el estilo del lenguaje no es arcaico. Generalmente, los críticos se inclinan por una fecha de composición postexílica en razón de la dependencia literaria de la segunda parte de Isaías (Is, 44, 1-28). Las nuevas generaciones que volvían del exilio estaban defraudadas con los modestos comienzos de la restauración, muy diversos de las idealizaciones proféticas de Isaías. El salmista parece responder a este estado de descontento y depresión nacional.
Sal 95, 1-7c. Himno de Alabanza al Creador
Como es de ley en los himnos, el poeta invita a sus compatriotas a asociarse a sus alabanzas en honor del que constituye la salvación del pueblo. La historia de Israel es la historia de las manifestaciones protectoras de Yahvé. El salmista aprovecha la ocasión de una asamblea solemne para invitar al pueblo a tomar parte en esta manifestación gozosa de reconocimiento a Yahvé. En primer lugar, es digno de toda alabanza por ser el Creador, que a su vez está por encima de todos los dioses o seres angélicos, que constituyen su corte de honor. Todo le pertenece desde las profundidades de la tierra a las cimas de los montes, el mar y la tierra seca. Todo es obra de sus manos. El ser humano no puede explorar las profundidades de la tierra ni las del mar, sólo el supremo Hacedor puede llegar hasta sus escondites.
Pero este Dios universal, Señor de la naturaleza, es también Dios de Israel, en cuanto que está vinculado a él por una alianza histórica: es su pueblo, que apacienta como Pastor. Es el símil más apropiado para reflejar las relaciones históricas de Yahvé con el pueblo hebreo.
Sal 95, 7b-11. Invitación a la docilidad espiritual
El salmista, dramatizando el canto procesional, invita a oír la voz de Dios y a mostrarse más dóciles que la generación del desierto. Una voz oracular quiere prevenirlos contra la exigencia de tentar a Dios pidiendo manifestaciones portentosas, como hicieron los antepasados en las estepas sinaíticas. Estos, a pesar de haber sido testigos de los prodigios al salir de Egipto, exigieron un milagro en Meribá y en Masa. Ambos nombres son simbólicos: el primero significa "querella," porque en Rafidim se "querelló" Israel a Yahvé porque no les daba agua. Y allí hizo un milagro, proporcionándoles agua de la roca. El mismo milagro volvió a repetirse en la zona de Cades. Masa significa "tentación," porque los israelitas "tentaron" a Yahvé reclamando un milagro: me probaron a pesar de haber visto mis obras de salvación de la esclavitud faraónica. Esta actitud de desconfianza y rebeldía persistió durante los cuarenta años de estancia en el desierto. El resultado fue que Yahvé se disgustó de esta generación y decidió que no entrara en la tierra de Canaán: el reposo.
Por su corazón extraviado no supieron captar el valor de los caminos y preceptos de su Dios. Fueron por ello excluidos de la tierra de promisión, el reposo conferido por Yahvé a los hijos de Israel. El salmista recuerda esta trágica historia para que sus contemporáneos se guardaran de tentar a Yahvé como la generación del desierto, para no ser reprobados como estos desdichados antepasados. La invitación es puesta en boca de Dios para hacer más impresión en el auditorio.
Sal 96, 1-13 (Vg 95): Alabanza al Señor, único Dios y rey del universo
Este salmo se divide netamente en tres secciones: a) invitación a Israel para que le alabe en el santuario como Dios único (1-6); b) invitación a las naciones a asociarse a estas alabanzas, porque ha creado el mundo y gobierna los pueblos con equidad (7-10); c) invitación a la naturaleza a regocijarse ante Yahvé, que rige el mundo con justicia (11-13). Este himno de alabanza forma parte del cántico que se inserta en 1Cro16, 23-33, y que, según el relato, fue compuesto para David con motivo del traslado del arca a Jerusalén. No obstante, los críticos modernos consideran este cántico como una pieza postiza insertada por un compilador posterior, por tanto, no se debe deducir de él el origen davídico de nuestro salmo.
El universalismo que se respira en este salmo parece un eco de los vaticinios de la segunda parte del libro de Isaías (Is 40-66). El establecimiento del reinado universal de justicia sobre todos los pueblos domina el pensamiento del salmista como el del profeta isaiano. Abundan las reminiscencias de otros salmos que se sitúan en la misma panorámica. El estilo es florido y lleno de lirismos. Desde el punto de vista doctrinal, encontramos un verdadero esquema de teodicea: afirmación de su monoteísmo y enumeración de sus atributos.
Los LXX adjudican también este salmo a David: "Cántico de David cuando se edificó la casa después de la cautividad," lo que históricamente no es imaginable. Algunos autores tratan de arreglar esta aparente contradicción diciendo que es de David, pero que fue cantado en la inauguración del templo segundo de Zorobabel. Pero el poema no tiene nada de arcaico, ni en el fondo ideológico ni en la forma literaria. Como, por otra parte, no son pocas las concomitancias literarias y conceptuales con la segunda parte del libro de Isaías, los comentaristas modernos suponen comúnmente que el salmo es postexílico, aunque no posterior al siglo ni, ya que aparece en el fragmento de los Paralipómenos.
Sal 96, 1-6. Invitación a los israelitas a alabar a Yahvé
Las nuevas gracias que Yahvé otorga constantemente a su pueblo, y, en general, a las criaturas, requieren que se le entone un cántico nuevo: expresiones frescas de alabanza y de acción de gracias. El salmista se dirige primeramente a los israelitas, según se deduce de la mención del santuario en el versículo; pero asocia inmediatamente a toda la tierra a las alabanzas que va a proferir. Yahvé tiene una dimensión universal, pues aunque esté vinculado especialmente a Israel, sigue siendo el Soberano de todo el orbe creado. Los fieles deben recordar cada día la salvación obrada por Yahvé en favor de su pueblo y de todos los que a Él se acogen. Las perspectivas nacionalista y universalista se entrelazan en la mente del poeta, que considera el santuario de Jerusalén como morada de Yahvé en la tierra, punto de atracción de las miradas de todos los pueblos. La historia de Israel es la historia de la manifestación salvadora de Yahvé: primero al sacarlo de la esclavitud faraónica, y después liberándolo de la cautividad babilónica.
Todos los pueblos deben conocer las maravillas en favor de su pueblo, pues redundan en su gloria. Como ser trascendente destaca sobre todos los supuestos dioses de los otros pueblos, los cuales son, en realidad, vanos ídolos sin vida. Con sus gestas ha demostrado que sólo Él es el Dios viviente, capaz de proteger a su pueblo, mientras que las divinidades de los otros pueblos son impotentes para salvarlos. Yahvé tiene un título único de poder: hizo los cielos, lo más excelso de la creación. El mundo es su obra, y, por tanto, sólo Él puede intervenir en la historia de la humanidad. Como Rey soberano del universo, lleva de escolta de honor a su majestad y magnificencia, juntamente con su fortaleza y esplendor (versículo 6). Estos atributos se manifiestan en su santuario, los cielos -morada permanente de Yahvé como ser trascendente- y el templo de Jerusalén, lugar santificado con su presencia como "Santo de Israel," es decir, vinculado a los destinos históricos del pueblo elegido, el cual, por otra parte, es instrumento suyo para dar a conocer su salvación a los otros pueblos. Por eso se invita a narrar sus proezas entre las gentes.
Sal 96, 7-10. Invitación a las naciones a asociarse a las alabanzas a Yahvé
Supuesta su divinidad y su carácter de Creador, todos los pueblos están obligados a darle gloria y reconocer su poderío. Por ello deben acudir con sus ofrendas a los atrios del templo de Jerusalén, donde tiene· su morada terrestre. La invitación supone la perspectiva universalista que encontramos ya en Is 2, 2-4: todos los pueblos confluyen hacia Sión para ser adoctrinados en la ley de Yahvé. Aquí, conforme a las perspectivas de la segunda parte del libro de Isaías, se les invita a traer sus ofrendas de reconocimiento. Todos deben acercarse con ornamentos santos o vestidos de ceremonia para participar en su culto, como lo hacen los sacerdotes. Todos deben acatar la realeza de Yahvé, que reina sobre todos los pueblos y gobierna con sentido de equidad y de justicia. Como el orbe, cimentado por Yahvé, no se conmueve, así todo encuentra su sitio cuando es Yahvé el que dirige las riendas de la vida social.
Sal 96, 11-13. Invitación a la naturaleza a alabar a Yahvé
Toda la naturaleza debe participar en esta alegría sonora en honor del Creador: la tierra, el mar, el campo y los arboles de la selva. Estas apelaciones a la naturaleza para asociarse a la gloria de los repatriados en la nueva teocracia son características de la segunda parte del libro de Isaías. Toda la creación debe entonar un himno de alabanza, que sea como el eco del himno de los seres humanos, que se asocian al culto de Yahvé en Jerusalén en un preludio de la inauguración de los tiempos mesiánicos: ante la presencia de Yahvé, que viene a juzgar la tierra. El horizonte es netamente escatológico: se acerca el gobierno de Yahvé sobre toda la sociedad humana. Con Él viene el reinado de la justicia y de la equidad. Es el cumplimiento de los antiguos vaticinios mesiánicos.
Sal 97, 1-12 (Vg 96): La manifestación gloriosa de Yahvé
Este salmo empalma, por el contenido, con el precedente, y en él se destaca la perspectiva escatológica: Yahvé vendrá a imponer un reinado de justicia y de equidad. El poeta, en estilo dramático y entrecortado, presenta ya a Yahvé a punto de ejercer sus funciones judiciarias para dar un veredicto equitativo y justo.
Podemos distinguir bien dos secciones en el salino: a) profecía de índole escatológica (1-7): se acerca el fin del estado actual de cosas para nacer un nuevo mundo, inaugurado por Yahvé, que va a establecer su reino en toda su plenitud, en el que se destacarán los valores de justicia y fidelidad; b) invitación a la general alegría por tan importante acontecimiento. Como en el salmo anterior, encontramos aquí predicado el monoteísmo más estricto, juntamente con el anuncio de un nuevo estado de cosas que se asemeja al anunciado en los vaticinios mesiánicos. La naturaleza, con sus grandiosas manifestaciones, le rinde homenaje; los mismos dioses de los otros pueblos se postran ante él. Esto señala el triunfo de los fieles, que ven así cumplidos sus más íntimos anhelos.
El valor literario de esta composición es juzgado así por un comentarista: "El autor de este salmo no era un poeta muy original, pero era un maestro himnógrafo. Apenas tiene una frase en el salmo que no haya sido tomada de prestado; pero del lenguaje de los salmistas y de los profetas anteriores ha compuesto un precioso mosaico que es digno de las circunstancias..." Particularmente parece depender de la segunda parte de Isaías y de otras composiciones salmódicas.
En la versión alejandrina se atribuye también este salmo a David, pero las analogías literarias con los fragmentos deutero-isaianos y con otras composiciones del Salterio nos obligan a retrasar la composición del mismo a los tiempos que siguieron a la cautividad babilónica.
Sal 97, 1-7. La majestuosa teofanía de Yahvé-Rey
Ante el nuevo orden moral, basado en el equilibrio y la equidad, debe la naturaleza tomar parte en el regocijo general; toda la tierra va a participar de las consecuencias benéficas del reinado de Yahvé, y por eso debe saludar alborozada la aparición del Rey de justicia. Hasta las lejanas islas -países costeros del Mediterráneo- deben sentirse dichosas de la aparición del Soberano de la tierra.
Conforme al módulo tradicional, el poeta describe la aparición de Yahvé envuelto en nube y calígine para velar su majestad, pero precedido del fuego, que es el símbolo de la atmósfera aislante de santidad que rodea al Dios de Israel. El fuego purifica y aísla; por ello simboliza bien la zona de separación entre el Creador y la criatura, entre el Dios santo y la criatura contaminada. El salmista presenta al fuego abrasando a los adversarios de su Dios. Nadie puede oponerse a su acción justiciera. Como Rey omnipotente, va sembrando el terror por doquier, fulgurando los rayos que con su resplandor alumbran la tierra, que se estremece a su paso. La teofanía está calcada en la tradicional del Sinaí: Yahvé hablando desde la cima del monte en medio de relámpagos y truenos para impresionar al pueblo, reunido al pie de la montaña sagrada. A su paso se derriten los montes, que constituyen la parte más sólida de la tierra. El salmista parece inspirarse en el cántico de Habacuc: "Llega Dios de Teman... Su majestad cubre los cielos, y la tierra se llena de su gloria. Su resplandor es como la luz; de sus manos salen rayos. Delante de Él va la mortandad, y a su zaga el azote. Si se detiene, hace temblar la tierra, y si mira, conmueve las naciones. Los montes eternos se resquebrajan, se abajan los eternos collados...".
Pero esta manifestación majestuosa de Yahvé no es preludio de cosas siniestras, sino la alborada de una época de justicia; por ello los cielos la anuncian alborozados, mientras que, abajo, los pueblos asisten a la manifestación esplendente de su gloria (versículo 6). El triunfo de Yahvé señala, por otra parte, el fin de la idolatría. Es la hora de la decepción de los que se arrodillaban ante los ídolos. Y el poeta presenta a los simulacros de los gentiles postrados en signo de acatamiento ante el Dios de Israel (versículo 7).
Sal 97, 8-12. El regocijo de los santos por la manifestación de la justicia divina
El poeta canta en esta segunda parte la impresión agradable sentida por los que han sido fieles a Yahvé al asistir a la manifestación de su justicia retributiva. Sión, testigo de tantas injusticias y atropellos, se estremeció de alegría al anunciarse el cumplimiento de los juicios de Yahvé. Con la capital se alegraron las ciudades filiales: las hijas de Judá. Yahvé es el Altísimo -título del dios de Melquisedec y de Baal en Ras Shamra- sobre toda la tierra. Las divinidades de los otros pueblos pretendían gobernar sobre el territorio de su nación; pero Yahvé domina la panorámica del universo, por ser el Creador. Está por encima de todos los dioses, lo que no implica reconocimiento de la existencia de éstos, sino simplemente es una declaración de que los supuestos dioses de los otros pueblos no pueden medir su fuerza y dominio con el Dios de Israel. En el versículo 6 se les llama despectivamente simulacros o elilim (ídolos en el sentido de "vacíos," sin vida).
Supuesta la grandeza del Dios de Israel, el salmista invita a los fieles yahvistas a no seguir las sendas del mal y del pecado. Yahvé tiene especial providencia de las almas o vidas de los piadosos, que a Él se confían. En los momentos de peligro los salva de las artimañas de los impíos. Ha llegado la luz o felicidad para el justo; con ella se colma la alegría de los rectos de corazón, porque se manifiesta Yahvé protegiendo a los suyos y castigando a los malvados. El poema termina con una exhortación a los justos para que se alegren por el triunfo de su Dios, alabando su nombre. Literalmente: "su santo recuerdo." El nombre divino expresa la esencia de la divinidad, y bajo este aspecto es como un eco o recuerdo de su presencia entre los hombres.
Sal 98, 1-9 (Vg 97): Canto de alabanza a Dios después de la liberación
En este brevísimo salmo encontramos dos fragmentos salmodíeos de distinta procedencia: a) acción de gracias por una liberación (1-3); b) anuncio del reino escatológico de Yahvé, siguiendo la perspectiva de los dos salmos anteriores (4-9). La versificación es diferente en ambas secciones, y el contenido ideológico también diverso. La primera parte parece hacerse eco de la liberación de la cautividad babilónica, que es el nuevo gran portento de Yahvé en favor de su pueblo, como el paso del mar Rojo lo había sido en la antigüedad al formarse la nación israelita. Todos los pueblos han sido testigos de las últimas maravillas del Dios de Israel. Esto indica que Yahvé sigue siendo el Dios poderoso de los primeros tiempos y ha mostrado la fidelidad a sus promesas salvadoras sobre su pueblo.
En la segunda parte se invita a toda la tierra a exultar porque se acerca el advenimiento de Yahvé como Juez para inaugurar un reinado de justicia y equidad, como se declaraba en los salmos anteriores. Será una intervención deslumbrante que ofuscará a los prodigios del pasado.
También en este salmo son muchas las citas implícitas de textos de la segunda parte del libro de Isaías y de otras composiciones del Salterio. Todo esto hace pensar que ha sido compuesto, yuxtaponiendo dos fragmentos diversos que al principio tenían vida independiente, por un autor que vive después del exilio.
Sal 98, 1-3. Acción de gracias por una liberación
Las proezas nuevas de Yahvé exigen entonar un nuevo cántico que refresque el eco de los antiguos portentos. De nuevo se ha manifestado victoriosamente su diestra invencible y su santo brazo o poder sagrado. Característica de la divinidad es la trascendencia, que para los hebreos se reflejaba en la idea de santidad, que incluía incontaminación y separación. Por eso, la expresión santo brazo equivale aquí a omnipotencia desbordante, fuera de toda comparación con lo humano. La nueva salvación obrada por Yahvé ha servido para manifestar la justicia divina ante las gentes (versículo 2). El verso está calcado en Is 52, 10: "Yahvé ha descubierto su santo brazo a los ojos de todas las gentes, y todas las extremidades de la tierra verán la salvación de nuestro Dios." En el versículo 3 se resume Sal 106, 44-46. Esta victoria salvadora de Yahvé ha tenido lugar porque Yahvé se ha acordado de los compromisos con su pueblo, manteniendo así su fidelidad como en otras memorables ocasiones. Todos los pueblos son testigos de esta manifestación salvadora del Dios de Israel.
Sal 98, 4-9. El advenimiento de Yahvé como Jaez
Con frases estereotipadas, el salmista invita a todos los habitantes del orbe a mostrarse exultantes por el advenimiento próximo del Juez de la tierra. No se alude para nada a la liberación de Israel. La perspectiva es más amplia. A este júbilo de los habitantes de la tierra debe responder la exultación de la naturaleza inanimada: el mar, los ríos y los montes. Yahvé va a inaugurar los tiempos mesiánicos, gobernando con justicia y equidad. Esto es algo nuevo en la historia, y por eso la misma naturaleza inanimada debe asociarse al triunfo moral que va a dominar la sociedad en el nuevo orden de cosas.
Sal 99, 1-9 (Vg 98): Gloria del Señor en su santo monte
Este salmo se divide en dos partes netas, separadas por un estribillo: a) grandeza de Yahvé, que mora en Sión (1-5); b) la santidad del Dios de Israel (6-9). También aquí encontramos la idea de un reinado de Yahvé. El anuncio de su advenimiento debe hacer temblar a todos los que se acerquen a Él, pues ante todo es el Santo y trascendente, incompatible con el pecado. Esto exige que el que quiera vivir bajo su égida debe también "santificarse" purificando sus costumbres y viviendo conforme a las normas de equidad y justicia que presidirán el nuevo orden de cosas.
Desde el punto de vista literario podemos caracterizar este salmo como un himno de alabanza, con exhortaciones a la observancia de la ley. Las expresiones son altamente líricas. Su composición data probablemente de los tiempos postexílicos. Por su contenido encuadra dentro de los salmos sobre el "reino de Dios."
Sal 99, 1-5. Yahvé, Rey soberano, amigo de la rectitud
En los salmos anteriores, la idea del reinado de Dios evocaba la consiguiente exultación, ya que iba a inaugurar el triunfo de la equidad y de la justicia. Pero ahora el salmista insiste en la trascendencia y majestad divina de Yahvé, que se asienta entre los querubines. La fórmula es estereotipada en la literatura bíblica para ponderar la grandeza de Yahvé. Desde allí domina todo el panorama del universo y preside la historia humana.
Supuesta la soberanía de Yahvé sobre el Universo, el salmista indica que, a pesar de su residencia permanente en los cielos, también habita en Sión; y en la colina sagrada se muestra grande y excelso con sus portentos a favor de su pueblo. Desde ella preside también a todos los pueblos, ya que a través de Israel lanza un mensaje de salvación a todas las gentes. Yahvé es ante todo el Santo, con todo lo que implica este adjetivo de trascendencia e incontaminación. Como tal, ama la justicia y la establece en Jacob, su pueblo elegido. El salmista piensa en la historia de Israel y en su Ley, centro de su vida teocrática. Bajo este aspecto, el pueblo hebreo es un faro luminoso, ante las naciones.
Sal 99, 6-9. Yahvé escachó y protegió a sus fieles siervos
El salmista destaca en esta segunda parte las relaciones especiales de Yahvé con los dirigentes de la clase sacerdotal, no insistiendo sobre su calidad de oferentes de sacrificios, sino en su oficio de mediadores: invocaban y les respondía. Yahvé les hablaba desde la nube que velaba su majestad; a Samuel le hablaba desde el arca de la alianza, sobre la que planeaba la gloria de Dios. Moisés no fue sacerdote en sentido estricto, pero en nombre de Dios consagró a Aarón y a sus hijos, aspersionó al pueblo con la sangre de las víctimas al hacerse la alianza sinaítica e intercedió por el pueblo en el monte sagrado. Aarón fue el verdadero sacerdote, y, como tal, intercedió por su pueblo pecador. Samuel fue famoso por la eficacia de su oración. En Jr 15, 1, Dios cita a Moisés y a Samuel como modelos de intercesión.
El salmista, pues, se hace eco de esta tradición y la recuerda para aleccionamiento de sus contemporáneos. Ellos recibieron los testimonios de Yahvé, plasmados en la Ley, que debían cuidadosamente guardar. No obstante, el salmista recuerda también las faltas de esos amigos de Dios, por las que les castigó severamente. Parece aludir a la falta de confianza expresada por Moisés y Aarón a propósito de las aguas milagrosas. Por ella fueron privados de entrar en la tierra de promisión. De Samuel no se narra en la Biblia ninguna falta por la que haya sido castigado ni reprendido.
El salmo se termina con una exhortación a prestar homenaje a Yahvé, pero en su santo monte de Sión. A pesar de ser el Creador y tener su morada habitual entre los querubines en el cielo, Yahvé tiene sus preferencias por Israel, y por eso se muestra propicio especialmente en el santuario de Jerusalén. Allí está el sacerdocio legítimo, sucesor de Aarón, y allí radicaba la capital de la monarquía presidida por la dinastía davídica, que había sido consagrada por el propio Samuel.
Sal 100, 1-5 (Vg 99): Invitación a la acción de gracias al Señor
Este himno tiene un marcado carácter litúrgico, y es considerado como una especie de doxología al conjunto de los "salmos del reino" (Salmos 93, 96 y 100), que acabamos de estudiar. Se destaca por su aire netamente lírico y alegre. Debió de ser escrito para una procesión, de modo que fuera cantado alternativamente por los coros cuando se llegaba al templo. En sus frases se mezcla el himno de alabanza y de acción de gracias. La panorámica universalista está en consonancia con Is 53, 6-7: "Y a los extranjeros allegados a Yahvé para servirle y amar su nombre... que sean fieles a mi pacto; yo los llevaré al monte de mi santidad y yo los recrearé en mi casa de oración... Porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos."
Supuesta esta perspectiva universalista, podemos creer que este salmo ha sido compuesto, como los anteriores "salmos del reino," después del exilio, cuando esta doctrina del "reino de Dios" adquirió particular importancia en los medios piadosos israelitas.
Sal 100, 1-5. La fidelidad de Yahvé
Quizá este salmo se cantaba cuando se entraba en el santuario para ofrecer el sacrificio de acción de gracias, y en ese caso tiene perfecta explicación el título. El salmista invita a toda la tierra a asociarse a esta manifestación de alabanza. Yahvé es el Creador del hombre, y, en consecuencia, se le debe no sólo homenaje, sino servidumbre. Pero, además, Yahvé es el plasmador de la nación israelita como colectividad nacional. Por eso, los israelitas son su pueblo y su grey. Con la conciencia de constituir el pueblo elegido, los hijos de Israel deben entrar por las puertas del templo de Jerusalén dando gracias por los beneficios que han recibido a través de la historia. Yahvé no ha cambiado en su modo de ser, mostrando su protección ahora como en otros tiempos, pues es bueno, y su piedad benevolente hacia los suyos permanece por siempre. Es fiel a sus promesas, porque está vinculado a Israel con una alianza histórica, pues sus obras son sin arrepentimiento.
Sal 101, 1-8 (Vg 100): Normas de vida de un príncipe ideal
Este salmo ha sido saludado como el "espejo del príncipe y de los magistrados." En él se traza el programa de un gobierno equitativo y honesto, refrenando los desmanes de los impíos y promoviendo el bien a base de seleccionar buenos y fieles consejeros, evitando el fraude y ejerciendo la justicia de modo severo contra los obradores de iniquidad. En el salmo podemos distinguir dos partes: a) normas de conducta en la vida privada (1-4); b) en las relaciones de la vida pública (5-8).
El título atribuye el salmo a David, y en ese supuesto se insinúa la circunstancia del traslado del arca de la alianza a Jerusalén con ocasión de su composición; pero nada en el salmo garantiza esta suposición. Los críticos modernos prefieren una fecha de composición más tardía, sin que exista unanimidad de apreciaciones al concretarla, y, así, las opiniones se escalonan desde los tiempos de Ezequías hasta los Macabeos.
Sal 101, 1-4. Normas de conducta en la vida privada
Las características de la conducta divina son la piedad hacia los que le son fieles y la justicia para con los rebeldes a su ley. El salmista inicia su poema declarando estos atributos divinos, para después amoldarse a sus exigencias en la vida moral. Algunos autores han querido suponer que este primer verso es una adición litúrgica, pero puede entenderse como preludio general del salmo, conforme al estilo de otras composiciones del Salterio.
En su conducta privada quiere seguir el camino de la integridad moral, ansiando poder convivir en comunidad afectiva con Yahvé: ¿cuándo vendrás a mí? En su vida no prestará atención a nada vil o indigno de su calidad de fiel yahvista; por eso no puede aprobar el proceder de los apóstatas o ateos prácticos, que viven al margen de su ley y desprecian a Dios. En su deseo de mantenerse íntegro, vivirá alejado del malvado con un corazón recto y sumiso a los preceptos divinos.
Sal 101, 5-8. Conducta en su vida pública
Como gobernante, excluirá de su confianza a los calumniadores, orgullosos y fraudulentos, procurando rodearse sólo de los hombres probos o fieles de la tierra. Sólo los rectos tendrán acceso a él en el gobierno en calidad de ministros. Con energía procurará cada día hacer desaparecer de la sociedad a los impíos, que inficionan el ambiente con sus perversidades. En la ciudad de Yahvé -Jerusalén- no pueden habitar los inicuos, pues es la capital de la teocracia, donde mora el propio Dios de Israel.
Sal 102, 1-29 (Vg 101): Suplica de restauración de Sión
Este poema se divide en tres partes: a) oración de penitencia de un afligido que está en peligro de muerte y que es objeto de hostilidad por parte de gentes impías (1-13); b) súplica de liberación de la cautividad y de restauración de Sión (14-23); c) continuación de la súplica del afligido pidiendo que no le deje morir a la mitad de sus días (24-29). De este contenido se deduce que la segunda sección ha sido insertada, dando un sentido colectivo a una oración que primeramente tenía una proyección puramente individual. El estilo de la sección individual y el de la colectiva son diferentes: el primero es melancólico y cansino, mientras que el segundo es elocuente y vivo. La parte relativa a la restauración de la nación refleja el estado de ánimo del que está todavía en el destierro y ansia la rehabilitación total de su nación. Esta parte del salmo, pues, está compuesta en los días aciagos del cautiverio babilónico. La primera y última sección parecen ser anteriores, aunque no se puede determinar con exactitud la fecha de su composición.
Sal 102, 1-13. Queja confiada de un afligido
El título del versículo 1 es único en su género en el Salterio. Es adición del compilador para facilitar su recitación entre los piadosos.
El poeta inicia su oración con frases estereotipadas en el género salmódico para atraerse la atención divina. Consciente de su debilidad, pide al Todopoderoso que preste oído a su situación angustiosa, pues es el único que puede liberarle de ella. Con bellas metáforas describe su vida triste, cuyos días se desvanecen como humo; consumido por la fiebre, sus huesos están como tostados al horno.
El centro de su vida -el corazón- va perdiendo fuerza y marchitándose como hierba. En su dolor se olvida de comer, y a fuerza de gritar se consume su vigor, pegándose sus huesos a la piel (versículo 6). Apartado de la vida social, se considera como un pelicano, que mora en zonas esteparias y desérticas, y al búho, que habita entre ruinas. Desvelado, pasa las noches gimiendo, como pájaro nocturno sobre el tejado. Su desolación aumenta al ser blanco de las burlas de sus enemigos, que le consideran abandonado de su Dios, en el que tanto confiaba 5. Su comida se condimenta con lágrimas y ceniza, símbolo del duelo.
Pero esta triste situación tiene por causa al mismo Dios, que se ha dejado llevar de su ira, que le ha cogido y lanzado lejos como un huracán (versículo 11). Su vida se desliza así triste, y se inclina como sombra al atardecer y pronta a desaparecer cuando el sol se sumerge en el horizonte. Con un nuevo símil, se presenta como hierba marchitada y seca, que no sirve más que para el fuego. Pero, a pesar de esta postración y agotamiento, tiene conciencia de que el Todopoderoso sigue rigiendo el curso de la historia desde su trono celeste, y, por tanto, su huella y memoria permanecerá por siempre. El salmista, en medio de su postración, sabe que la omnipotencia divina puede salvarle, y, por eso, el pensamiento de su Dios le reanima, pues sabe que no le puede abandonar.
Sal 102, 14-23. Súplica de liberación de la cautividad
El versículo 13 puede considerarse como adición redaccional para empalmar la plegaria individual anterior con la súplica colectiva por la nación que sigue.
La perícopa de los versículos 14-23 refleja otra situación del salmista, pues éste aparece preocupado, no de sus problemas angustiosos personales -peligro de vida y objeto de la persecución de sus enemigos- sino de la triste suerte reservada a la comunidad israelita que está en la cautividad, mientras la ciudad santa de Yahvé, Sión, está en ruinas.
Consciente de la omnipotencia divina y de la fidelidad de Yahvé a sus promesas, el salmista acude a su Dios para que se alce como supremo Juez a hacer justicia a su pueblo humillado. Ha llegado el tiempo propicio para dar cumplimiento a las promesas hechas a su pueblo a través de sus profetas. Y, por otra parte, el plazo del exilio se ha cumplido, conforme a los antiguos vaticinios. Otra razón de índole sentimental que debe mover a Dios a intervenir en favor de Israel es que sus siervos -los judíos- sienten veneración por las piedras de la ciudad santa, donde en otro tiempo moraba Yahvé, y se acuerdan compasivamente de sus ruinas, que ansiosamente desean restaurar (versículo 15). Por otra parte, la restauración de Jerusalén señalará el momento de la conversión de los pueblos gentiles. La manifestación poderosa de Yahvé en favor de su pueblo les abrirá los ojos, y le reconocerán entonces como Dios único. Es éste un pensamiento que aparece reiteradamente en la segunda parte del libro de Isaías.
La reedificación de Sión señalará una nueva era en la vida de Israel y de las naciones. Esta restauración de la ciudad santa será la manifestación de la gloria o poder de su Dios, que ha aceptado la plegaria de los despojados, o israelitas humillados y desterrados de su tierra. Este nuevo portento será recordado a las generaciones futuras y dará lugar a la formación o creación de un nuevo pueblo (el texto hebreo dice literalmente: "y un pueblo creado alabará...") que estará vinculado permanentemente a su Dios, al que sin cesar alabara. Es la perspectiva de "los cielos nuevos y la tierra nueva" de que se habla en Is 65, 17. El nuevo orden de cosas traerá una transformación de la naturaleza y de los corazones. La perspectiva, en el fondo, es mesiánica, ya que el salmista alude a la conversión de los pueblos paganos, que acudirán en masa a Jerusalén, conforme a los antiguos vaticinios. La restauración de Sión -precedida de la liberación de los cautivos- señalará la hora de la atracción de los gentiles para ser incorporados a la nueva teocracia.
Sal 102, 24-29. Nueva plegaria del afligido
El salmista vuelve a su situación personal -lo que indica que el fragmento anterior es una incrustación redaccional- y se queja a su Dios de que su vida se acorte, cuando aún podía esperar largos días. Confiado en el poder taumatúrgico de su Dios, suplica que le permita continuar normalmente su vida. Esta, en comparación con la existencia de los cielos y de la tierra, resulta ridícula; pero la permanencia de éstos frente a la eternidad de Dios resulta también efímera. Yahvé, en su omnipotencia, cambia los cielos y la tierra con la facilidad con que se muda un vestido. Los cielos y la tierra se gastan como una prenda de vestir; en cambio, Dios permanece para siempre: es siempre el mismo. Los años no dejan huella en su existencia.
El versículo 29 parece desplazado, y encuentra su lugar apropiado después del versículo 21, donde se habla de la restauración de Jerusalén, con la consecuente repatriación de los cautivos. En la ciudad santa encontrarán los siervos de Yahvé su morada propia y permanente, y su descendencia gozará de la protección divina, sin miedo a ser expulsados de su sagrado recinto.
Sal 103, 1-22 (Vg 102): Alabanza de la misericordia divina
En este bellísimo salmo se canta la benevolencia de Yahvé, que se muestra indulgente y comprensivo con el pecador. Las exigencias de su misericordia se sobreponen a las de su justicia, y el corazón arrepentido encuentra siempre el perdón de parte del Dios que conoce la fragilidad de la naturaleza humana. No es un Juez acusador, sino un Padre benévolo con sus hijos.
Fundamentalmente es un himno de acción de gracias y de alabanza; por su elevación de ideas y por su elegancia literaria, este salmo es considerado como una de las obras maestras del Salterio. El espíritu del salmista se refleja en toda su transparencia, muy cerca ya de las perspectivas cristianas: el Dios paternal y providente se sobrepone al Dios justiciero del Sinaí.
También se atribuye esta composición a David. No obstante, los comentaristas modernos insisten en los arameísmos y en las posibles reminiscencias de otros textos bíblicos posteriores a los tiempos davídicos. Por estas razones se supone que la redacción de este bellísimo salmo es de los tiempos postexílicos.
Sal 103, 1-10. Yahvé, misericordioso y clemente
Consciente de los múltiples favores que debe al Señor, el salmista invita a toda su personalidad -espiritual y corporal- a reconocerlos y a bendecir su benevolencia, que se muestra en el perdón de las faltas y en la curación de sus dolencias físicas. En los momentos de perder la vida es también El quien la rescata de las fauces amenazadoras de la fosa o sepulcro. El poeta juega con la metáfora de la fiera que ataca y está a punto de engullir la presa. El salmista tiene experiencia de haber sido milagrosamente liberado de la muerte inminente, y por eso lo declara abiertamente en reconocimiento de protección salvadora. Pero su benevolencia no se limita a salvarlo del peligro, sino que después le colma de bienes conforme a sus deseos; bajo este aspecto puede decir que su juventud se renueva constantemente como la del águila, que cambia de plumaje cada año (versículo 5). Quizá haya una alusión a la leyenda antigua del águila, que, volando hacia el sol, cae después en el mar para salir renovada de sus aguas, o a la fábula del ave fénix, que renace de sus cenizas.
Yahvé, en su proceder con los hombres y los pueblos, se amolda a las exigencias de su justicia y equidad, y por eso despliega su protección sobre los oprimidos. Su misericordia se manifestó especialmente en la azarosa historia de Israel cuando se formaba como colectividad teocrática. Llevado de su amor al pueblo elegido, mostró los caminos de su Ley a Moisés, y exhibió su poder en no pocas proezas deslumbradoras para protegerlo y auxiliarlo en momentos críticos. En todas sus actuaciones se mostró tardo a la ira, perdonando las transgresiones del pueblo rebelde y de dura cerviz y mostrándose siempre benevolente (versículo 8). No es un fiscal que está siempre acusando y procurando litigios con los seres humanos, y menos con los fieles de su pueblo; y si se irrita contra él, depone pronto su cólera, sin guardar rencor alguno permanente. En realidad, Dios castiga siempre menos de lo que los seres humanos merecen por sus pecados.
Sal 103, 11-18. La compasión paternal de Dios
La protección divina sobre los fieles a la Ley se manifiesta de modo inconmensurable, parecida a la distancia de los cielos a la tierra; pero esta actitud divina se muestra también en la facilidad de perdonar las culpas de sus protegidos. Es la conducta del padre para con sus hijos. En realidad, nadie mejor que Dios conoce la fragilidad humana, pues sabe que el hombre ha sido formado del polvo. Justamente por ello, su vida es efímera como la de la hierba y la flor, que se agostan con los primeros vientos solanos. En contraste con el carácter transitorio y fugaz de la vida humana está la piedad divina, que se extiende a los que le temen durante generaciones, y su justicia protege a los suyos de padres a hijos (versículo 17). Pero esto está condicionado a la observancia de su alianza, concretada en los mandamientos.
El salmista ha ido escalonando sus ideas: primero se invita a sí mismo a reconocer la benevolencia divina, después invita a sus compatriotas, recordando los beneficios de Yahvé en su historia, y, finalmente, se dirige a los seres angélicos, a los astros y a todas las criaturas para que se asocien a la alabanza del Creador. El poema, pues, ha ido ensanchando su panorama, siempre "in crescendo," para terminar a toda orquesta con una gran "finale," digna de la maravillosa composición. Dios mora en los cielos, y junto a su trono están los ángeles; por eso les invita en primer lugar a reconocer los atributos divinos, pues ellos -poderosos y a sus órdenes inmediatas- han sido los privilegiados entre todos los seres de la creación. Son por ello los más obligados a reconocer la grandeza del Creador. A su homenaje deben asociarse las milicias del cielo, la constelación de astros que ciegamente se mueven como un ejército cumpliendo la voluntad divina. Finalmente, todas las obras de Dios, que como tales llevan el sello del Creador, deben bendecirle, pues en ellas se ha mostrado su magnanimidad y riqueza infinitas. El cántico de los niños en el horno de Babilonia desarrolla esta idea del salmista, pasando revista a todas las obras de la creación.
Sal 104, 1-35 (Vg 103): La gloria de Dios en la creación
Este maravilloso poema, de profunda sensibilidad lírica y religiosa, es, en realidad, un himno a Dios, creador y conservador del universo y de todo lo que en él hay: la naturaleza muda, el reino vegetal, el animal y el nombre, es decir, todas las maravillas y esplendores de la creación, en su diversa y rica manifestación. Es una lección maravillosa de alta teodicea, en la que se descubre la profunda teología de los seres bajo la providencia divina. Es un comentario poético del primer capítulo del Génesis: el mundo inanimado al servicio del mundo viviente, éste al servicio del ser humano, y éste, rey de la creación, al servicio de Dios. En su maravillosa obra se transparenta su grandeza deslumbradora, su magnificencia, su bondad y su poder. Todo es maravilloso -las fuerzas de la naturaleza y los seres vivientes-, porque todo es reflejo de la sabiduría divina. Después de haber creado el universo dio la vida, y ésta se renueva incesantemente por su soplo conservador. Todo lleva el sello de una finalidad concreta, lo que supone orden, belleza, bondad y armonía. Es la confirmación del "vidit quod esset borium" del relato de la creación. Sólo el pecado -rebeldía contra Dios- introduce el desorden en el cosmos; por eso el salmista termina su magnífico himno deseando que desaparezcan los pecadores e impíos, que con sus acciones torpes desentonan en la gran orquesta de la creación.
En la literatura egipcia encontramos el "Himno a Aton," dios solar venerado especialmente por el rey Amenofis IV Ejnaton (s.XIV a.C.), en el que se expresan algunas ideas similares: "Cuando te ocultas (el disco solar), la tierra está en tinieblas como la muerte... El león abandona su guarida... La tierra se ilumina cuando tú apareces en el horizonte... Los hombres se despiertan..., la tierra entera se dedica a sus trabajos...". Pero las semejanzas son tangenciales y fortuitas, ya que el espectáculo de la naturaleza, que parece dormirse de noche y despertarse con los rayos solares, es un fenómeno al alcance de todos los poetas de todos los pueblos y generaciones. No se puede, pues, afirmar dependencia literaria del salmo hebreo respecto del fragmento egipcio. El poema del Salterio es un simple comentario poético del relato bíblico de la creación: lo que el autor sacerdotal dice escuetamente sobre la aparición progresiva de las obras de la creación, el salmista lo embellece con maravillosos recursos líricos. Para él, la creación es la revelación de la incomparable majestad de Dios; su omnipotencia se refleja en la manifestación de las fuerzas de la naturaleza: los mares son confinados a sus límites; la lluvia fertiliza la tierra; la luna y el sol señalan las estaciones; los animales viven de la fertilidad de la tierra. En todo se refleja la mano poderosa y providente del Creador.
Como este salmo empieza y termina con las mismas palabras de invitación a bendecir al Señor, no pocos autores creen que es obra del mismo autor del 103, que acabamos de estudiar. No obstante, el enfoque es diverso, pues en el anterior el salmista se fijaba, sobre todo, en el poder liberador de Dios en la historia respecto de sus fieles y del pueblo israelita, mientras que en el 104 se canta el poder y providencia de Dios en la obra de la creación en general y sus relaciones con el hombre como rey de la creación, sin aludir a la elección del pueblo hebreo. Es un enamorado de la naturaleza que sabe leer lo invisible divino a través de lo visible creado.
Sal 104, 1-9. El poder de Dios, manifestado en la creación
El poeta se extasía ante la grandeza del Creador; las maravillas de la naturaleza pregonan su majestad y sabiduría. Inaccesible a la mirada humana, aparece envuelto en un halo luminoso: la luz es el manto de su majestad imperial. En efecto, la primera obra de la creación es la luz, y es también la primera condición de vida, la fuente de la alegría y el símbolo de la pureza. Por eso el poeta concibe al Eterno en atuendo de majestad, revestido de luz y esplendor. San Pablo dirá de Dios que "habita en una luz inaccesible"; y San Juan: "Dios es luz y en Él no hay tiniebla alguna".
El salmista va concretando las obras de la creación -siguiendo el relato bíblico- y empieza por los cielos, que concibe como una tienda extendida sobre la tierra. Con su palabra extiende los inmensos cielos con la misma facilidad con que el nómada extiende su tienda; pero sobre ella y encima de las aguas superiores están las moradas de Yahvé, en el cielo empíreo. Según la concepción cosmogónica hebraica, sobre la masa sólida del firmamento se extendía el depósito de aguas que Dios reserva para los momentos diluviales. El poeta concibe a Dios morando en la cúspide del cielo, conforme a lo expresado por Am 9, 6: "El edificó en los cielos su morada y la fundó sobre la bóveda de la tierra".
Siguiendo su maravillosa inspiración poética, el salmista presenta a Yahvé avanzando majestuoso como un rey en su carro -las nubes- tirado por la cuadriga de las alas del viento, siendo sus mensajeros precursores los mismos vientos, y sus ministros, o guardia de corps, los rayos o llamas de fuego (versículo 4). Dios se manifiesta en la tempestad en medio de truenos y rayos, que son un reflejo de su majestad aterradora.
Conforme a la narración del Génesis, el salmista habla ahora de la consolidación de la tierra y de la separación de las aguas. La tierra era concebida como un edificio que descansa en unas columnas que se sumergen en lo profundo del abismo. Y la gran maravilla de la omnipotencia divina consiste en que, a pesar de hacerla reposar sobre la masa líquida, no vacila ni se conmueve. En su estado primitivo aparecía cubierta por el océano abismal, como si fuera su vestido, siendo sumergidos hasta las cimas de los montes. Pero a una orden de Yahvé, manifestada en un trueno, las aguas se disiparon, huyendo hacia los lugares que de antemano les había señalado (versículo 8). Es la obra del tercer día de la creación: la separación de las aguas y la aparición de la tierra seca. En ese momento se obró la conformación actual de la masa terrestre: se alzaron los montes y se abajaron los valles. Las grandes conmociones cósmicas de los primeros períodos geológicos dieron por resultado la irregularidad del relieve de la corteza terrestre. El salmista lo atribuye todo directamente a las órdenes divinas, conforme a su esquema religioso de la naturaleza. Yahvé con su omnipotencia señaló los límites al mar, para que no anegara a la tierra, haciendo así posible en ella la vida.
Sal 104, 10-18. Dios provee de medios de vida a los vivientes
A pesar de haber confinado las aguas a un lugar, Yahvé ha provisto a las necesidades de la vegetación y de los vivientes con manantiales en los valles. La descripción es bellísima: los onagros o asnos salvajes, moradores de la estepa, van ansiosos a apagar su sed; los pájaros pueblan los escasos árboles que nacen junto a los lugares húmedos. Y a donde no llegan los manantiales provee Yahvé con la lluvia del cielo: riega los montes. En Dt 11, 11 se describe a Palestina como "un país de montañas y valles que recibe agua de la lluvia del cielo." De esa relativa humedad proviene la parca feracidad de la tierra. Con su trabajo, el hombre saca fruto para su manutención: trigo, vino y aceite, los productos característicos de Palestina, país mediterráneo. El salmista se complace en destacar la finalidad ornamental del aceite perfumado, que hace lucir los rostros, y la alegría que produce el vino en los corazones. En el apólogo de Jotán contesta la vid a los otros árboles que querían nombrarla reina: "¿Voy yo a renunciar a mi mosto, alegría de Dios y de los seres humanos, para ir a mecerme entre los árboles?".
Hasta los árboles más corpulentos -los árboles de Yahvé-, como los cedros del Líbano, reciben el riego atmosférico enviado por Dios, que los plantó; los árboles que nacen espontáneamente en el monte son considerados como plantados por Dios, en contraposición a los frutales y demás plantas que son plantados por la mano del ser humano. En ellos y en los cipreses anidan las grandes aves, como las cigüeñas, como en los altos montes vive la gamuza, y en los riscos inaccesibles el damán, especie de conejo salvaje.
Sal 104, 19-26. Variedad y sabiduría en las obras de la creación
La sucesión de días y de noches es una de las maravillas de la naturaleza; en realidad, obedecen a las órdenes divinas, que ha puesto la luna para determinar los tiempos, meses y estaciones del año, según se dice en Gn 1, 14. Por instinto comunicado por Dios, el sol sabe cuándo debe retirarse, pues conoce su ocaso, y debe dejar paso a las tinieblas nocturnas, también enviadas por Dios. Es el tiempo en que campean libremente, amparadas en la oscuridad, las fieras del bosque. También ellas fueron creadas por Dios, y tienen derecho a su sustento.
La salida del sol señala la hora de la aparición del hombre para ir a sus labores (versículo 23). Todo está maravillosamente ordenado por el Creador (versículo 24). Hasta el tenebroso y caótico océano abismal está bajo las órdenes del Omnipotente. En él pululan los grandes cetáceos, y los pequeños peces, todos obra de Yahvé, pero entre ellos sobresale la maravilla del Leviatán, monstruo marino que Dios domeña y utiliza como juguete en sus momentos de ocio. El antropomorfismo es audaz y refleja bien el alto concepto que del poder de Dios tenía el salmista.
Sal 104, 27-35. El espíritu de Yahvé, conservador y renovador del universo
Para todos los animales, Dios es el despensero general, y, por eso, todos están pendientes de su generosidad para poder satisfacer su apetito. Si les da el alimento, lo toman con avidez, mientras que, cuando escasea -escondes tu rostro-, al punto se quedan macilentos. El mismo hálito vital depende de Yahvé. Si lo retira, se convierten en polvo] pero, si vuelve a otorgar el hálito vital, surgen de nuevo otros que se recrían, renovándose así, en ciclo constante, la superficie de la tierra con sus moradores (versículo 30).
El salmista concluye su maravilloso poema con un canto de alabanza al Dios que obra tales maravillas; sus criaturas son para su gloria, y por eso desea que el mismo Dios se goce en sus obras como en el momento de la creación, cuando veía que todas eran "buenas". De nuevo insiste en la majestad de Dios, que con su mirada hace temblar la tierra, y, al tocar con la punta de los pies los montes, éstos se derriten y humean (versículo 32). Las expresiones son semejantes a las de Am 9, 5, y parecen calcarse en la descripción de la teofanía del Sinaí.
El salmo se cierra con el deseo de que desaparezcan los pecadores de la tierra, porque son los únicos que desentonan en la gran sinfonía de la creación (versículo 35).
Sal 105, 1-45 (Vg 104): Fidelidad de Dios a la alianza
En este salmo se trata de cantar la fidelidad de Dios al pacto contraído con Abraham relativo a la posesión de la tierra de Canaán por su descendencia. El poeta señala las diversas vicisitudes del pueblo hebreo desde los tiempos patriarcales hasta la instalación en la tierra prometida, pasando por la dura esclavitud de Egipto y su maravillosa liberación bajo la égida de Moisés. Pero la posesión de la tierra de Ganaán no constituye más que las primicias de otro dominio más amplio sobre los pueblos por parte de la progenie de Abraham. Esta historia privilegiada exige por parte de los israelitas una fidelidad extrema a los preceptos de su Dios. El salmista no relata los castigos que a través de los siglos sufrió la comunidad hebrea, como aparece en otras composiciones del Salterio, sino que se limita a destacar la benevolencia y protección divina hacia el pueblo elegido. Así, pues, este salmo es fundamentalmente de acción de gracias y de instrucción para los israelitas. El salmo siguiente, en cambio, es de penitencia. Es como el reverso de éste, pues en él se describen las rebeldías contra Yahvé del pueblo a través de la historia, las infidelidades a su vocación excepcional. En el salmo 105 prevalece un acento didáctico-admonitorio, juntamente con un tono eucarístico.
Los 15 primeros versos aparecen en 1Cro 16, 8-22, donde se habla de la organización del culto por David bajo la dirección de Asaf. Como salmo 96, también éste parece una inserción en dicho capítulo relativo al traslado del arca a Jerusalén. Generalmente se sostiene entre los comentaristas la fecha de composición postexílica para el salmo 106. Podemos dividirlo en cuatro secciones: a) invitación a los descendientes de Abraham a alabar a Yahvé por su fidelidad a la alianza (1-12); b) protección sobre los patriarcas, particularmente sobre Jacob en Egipto al encumbrar a José (13-24); c) castigo de los egipcios por oprimir a los israelitas: las plagas (25-36); d) protección de los israelitas en el desierto e instalación en Canaán (37-45).
Sal 105, 1-11. Invitación a alabar a Yahvé por su fidelidad
Los LXX colocan el aleluya del salmo anterior al principio de éste, exactamente como en el salmo 106. De este modo, ambos salmos empezarían y terminarían por la palabra aleluya, que significa "alabad a Yahvé." El versículo 1 está tomado de Is 12, 4 y refleja el estado eufórico del poeta, que quiere recordar los portentos de Yahvé en favor de su pueblo. Insistentemente invita a sus compatriotas a alegrarse en el Señor y a vivir vinculados a Él, pues forman la porción selecta entre todos los pueblos. Las sentencias de su boca son los decretos punitivos que ha decidido contra los enemigos de Israel a través de la historia. Esta conducta no es sino la confirmación de la alianza que había hecho con el gran antepasado Abraham, en la que iba implicada una promesa de protección y bendición a través de las generaciones (versículo 8). Pero, además, en el pacto con Abraham le prometió dar a sus descendientes la tierra de Canaán. Esta promesa fue confirmada a Isaac y a Jacob al ir y volver de Padán Aram.
Sal 105, 12-24. Protección a los patriarcas
El salmista recalca cómo el pequeño clan de los abrahamidas se fue multiplicando en una vida trashumante de nación en nación, siempre en calidad de extranjeros y despreciados de las poblaciones sedentarias por donde atravesaban. Con todo, no permitió Dios que los oprimieran, castigando incluso a los reyes que se atrevieron a usurpar la esposa de Abraham. Ellos eran sus ungidos -consagrados a Él con un pacto solemne- y sus profetas, pues eran sus íntimos, a los que comunicaba sus secretos. Abraham es llamado por ello profeta por el mismo Dios en el sueño de Abimelec.
Después el salmista recuerda la historia de José en Egipto y las circunstancias que movieron a los hijos de Jacob para establecerse en la tierra de los faraones. La narración sigue, en todo, el relato bíblico conocido: José providencialmente vendido, encarcelado y encumbrado en Egipto para ser después protector de su familia.
Sal 105, 25-36. Las plagas de Egipto
Conforme a la mentalidad semita, atribuye el salmista directamente a Dios la persecución de los hebreos, pues cambió su corazón para que odiaran a su pueblo. Los hagiógrafos prescinden de lo que nosotros llamamos causas segundas, y, sin distinguir entre voluntad permisiva y positiva, atribuyen todo a Dios, pues sin su beneplácito nada tiene lugar en este mundo. Después narra el salmista la historia de las intervenciones milagrosas de Moisés y de Aarón en favor de su pueblo y lo relativo a las plagas de Egipto según el relato del Éxodo. La plaga de las tinieblas ocupa en el relato del Éxodo el noveno lugar, mientras que aquí se pone la primera. No se mencionan la quinta (enfermedad sobre los animales) y la sexta (pústulas eruptivas sobre animales y hombres). También se invierte el orden de la tercera y la cuarta. El poeta, pues, con cierta libertad, va describiendo los portentos, sin sujetarse literalmente a la narración del Éxodo, pero insistiendo en su carácter punitivo sobre los enemigos del pueblo elegido.
Sal 105, 37-45. Protección de los israelitas en el desierto e instalación en Canaán
Sigue la narración de los portentos del Éxodo, también conforme al relato bíblico conocido: la salida de los israelitas cargados con riquezas de los egipcios. Ya en marcha por la inhóspita estepa, Yahvé los siguió protegiendo, acompañándolos en forma de nube de día, y de fuego por la noche. Los milagros se sucedieron constantemente: las codornices, el maná, el agua de la piedra; y todo ello lo hizo Yahvé para cumplir la promesa que había hecho a Abraham. Por fin, los asentó en la tierra de Ganaán que les tenía destinada. Pero todo esto estaba condicionado al cumplimiento de sus preceptos. Sólo en el supuesto de que fueran fieles a sus leyes les enviaría bendiciones y los protegería.
Sal 106, 1-48 (Vg 105): Confesión de las rebeldías de Israel
Este salmo es el reverso del anterior y tiene los visos de proceder de la misma pluma: en el anterior se cantaban los favores de Yahvé para con Israel a través de su historia; aquí se narran las rebeldías reiteradas y las infidelidades del pueblo elegido hacia su Dios: a la fidelidad de Yahvé a sus promesas hechas a los patriarcas correspondió el pueblo con ingratitudes y rebeldías, que le acarrearon los pertinentes castigos divinos a través de los siglos. Pueblo de dura cerviz, no supo plegarse a las exigencias religiosas y morales de su Dios, celoso y adusto, y reiteradamente se inclinó hacia los cultos paganos, que encontraba más condescendientes con su sensualidad. Sin embargo, Dios está siempre pronto a perdonar, supuesto el arrepentimiento y el cambio de conducta. La intercesión de Moisés fue de gran valor para la reconciliación de Yahvé con su pueblo en la dura etapa del desierto.
En el texto hebreo, este salmo comienza y termina por el aleluya; es, pues, el primero de los salmos "aleluyáticos". Literariamente se caracteriza por el tono de "confesión," mientras que el anterior tenía un aire de himno de alabanza. La confusión está incluida entre dos secciones líricas, el preludio (1-5) y la conclusión (47-48), que comprende una plegaria y una doxología para cerrar el cuarto libro del Salterio.
Algunos de los versos del salmo aparecen en 1Cro 16, 1-43, y, por otra parte, algunos versos alucien a hechos del destierro y aun posteriores. Por ello, comúnmente se sostiene entre los exegetas su origen postexílico.
Sal 106, 1-5. Preludio: invitación a alabar a Yahvé
Con una forma litúrgica estereotipada, comienza el salmista su composición cantando la piedad de Yahvé para con su pueblo, como va a demostrar en el transcurso del salmo. En el anterior se destacaba su "fidelidad" a las promesas; aquí, su misericordia y espíritu de indulgencia ante los desvaríos de su pueblo. Y, al considerar las gestas de Yahvé en la historia de Israel, se siente impotente para relatarlas dignamente. Sólo los que se acomodan a sus leyes, observando el derecho y la justicia, son dignos de participar de sus beneficios.
El salmista se siente vinculado a los destinos de su pueblo, y por eso intercala una súplica personal, pidiendo el divino auxilio para ser digno de la benevolencia divina y testigo de la dicha de sus elegidos, rescatados de la cautividad (versículo 48), como miembros de una nación restaurada en sus plenos derechos históricos.
Sal 106, 6-33. Las prevaricaciones de Israel en el desierto
Con palabras de la oración de Salomón el día de la dedicación del templo, expresa el poeta el profundo arrepentimiento que le embarga, y habla en nombre de la nación. A continuación enumera las rebeldías de Israel en los primeros años de su existencia como nación. Olvidados de los portentos obrados en Egipto, los israelitas empezaron a murmurar contra su Dios por haberlos llevado a un lugar sin salida, con peligro de ser muertos por los soldados del faraón; al punto se desplegó la omnipotencia divina, y el mar Rojo se abrió en dos mitades, pudiendo pasar el pueblo a pie enjuto y quedando sumergido el ejército perseguidor. Entonces reconocieron el poder de Yahvé, y le alabaron; pero pronto se olvidaron, sin pensar en los designios divinos sobre ellos en el desierto -darles una conciencia religiosa nueva vinculada a Yahvé como Dios único-, y pronto empezaron a murmurar por falta de agua y de comida; y tentaron a su Dios dudando de su poder taumatúrgico; les sació, pero esto significó para ellos la muerte, pues por su glotonería excesiva Dios les envió una plaga.
Los levitas Datan y Abirón tuvieron celos de los privilegios de Moisés y de Aarón, y se sublevaron contra él; pero Dios abrió la tierra, que se los tragó con sus secuaces. Al sumo sacerdote Aarón se le llama santo de Yahvé por estar especialmente consagrado a su servicio. Los insurrectos se alzaron contra las prerrogativas de éste, alegando que toda la comunidad israelita era santa, por ser elegida de Dios entre todos los pueblos.
Otro pecado gravísimo -el mayor de todos- fue la adoración del becerro de oro junto al monte Horeb. Es el nombre que en el Deuteronomio se da al Sinaí. Con toda ironía el salmista dice que los israelitas cambiaron a Yahvé -su gloria- por un buey que come hierba. En Jr 2, 11 se dice: "Mi pueblo ha cambiado su gloria por lo que nada vale." A pesar de los portentos de que habían sido testigos, se olvidaron pronto de Yahvé, que les resultaba una divinidad muy poco condescendiente con sus debilidades. Gracias a la intercesión de Moisés se libraron de la exterminación total. La expresión se puso en la brecha ante él juega con el símil del que se pone a apuntalar un muro en el que se ha abierto una brecha por la que entran los enemigos asediadores de la ciudad. Aquí el atacante con ánimos de exterminio es Yahvé. Moisés le salió al paso para conjurar el peligro que se cernía sobre su pueblo.
Una nueva falta de los israelitas fue la desconfianza y cobardía de los espías enviados por Josué, los cuales despreciaron una tierra deleitosa, la de Canaán. Según la expresión de los propios exploradores, que traían sus mejores frutos - "racimos de uvas que traían dos en un palo, granadas e higos"-, la tierra de los cananeos "manaba leche y miel"; pero, acobardados ante la corpulencia de sus habitantes, aconsejaron no atacar el territorio. La reacción del pueblo fue la de protestar contra Dios por haberlos puesto en aquella coyuntura: murmuraron en sus tiendas (versículo 55). Es la conducta habitual de la generación del desierto. Por ello Dios alzó su mano en señal de juramento contra ellos, y los condenó a morir en el desierto: "Por mi vida, dice Yahvé, que lo que a mis oídos habéis susurrado, eso haré con vosotros: en este desierto yacerán vuestros cuerpos. De todos vosotros..., ninguno entrará en la tierra que con juramento os prometí por habitación... Vuestros hijos errarán por el desierto cuarenta años, llevando sobre sí vuestras rebeldías, hasta que vuestros cuerpos se consuman en el desierto".
El versículo 27 está tomado de Ez 20, 23, y alude a las amenazas de Lv 26, 33 y Dt 28, 64, donde se anuncia la dispersión de los israelitas entre las gentes, caso de que sean infieles a su Dios.
La serie de transgresiones se continuó: en Baal-fegor tomaron parte en el culto de los moabitas. La expresión comieron los sacrificios de los muertos puede significar que participaron en banquetes en honor de los muertos o, simplemente, en los cultos de las divinidades moabitas, que son consideradas por el hagiógrafo como muertos, sin vida, en contraposición a Yahvé, que es el Dios viviente por excelencia. Dios envió en castigo una peste, y Fines traspasó a la espada a los culpables. Este acto le fue computado en justicia, y Dios, por ello, le confirmó en el sumo sacerdocio por siempre. El incidente de Meribá tuvo lugar antes del hecho últimamente narrado, y se le pone al final como remate de todas las infidelidades, pues en su desconfianza envolvieron hasta al propio Moisés, que parece dudó de la omnipotencia y misericordia divina. Meriba significa "contienda," y se puso este nombre al lugar donde Moisés realizó el milagro del agua sacada de la roca, porque allí "contendieron" o se quejaron los israelitas contra Yahvé. Moisés fue castigado a no entrar en Canaán por la desconfianza mostrada en aquella ocasión. Las palabras del caudillo hebreo en aquella ocasión fueron: "¡Oíd, rebeldes! ¿Podremos nosotros hacer brotar agua de esta roca?". Yahvé respondió con el milagro, pero al mismo tiempo, por haber dudado Moisés, le dijo a éste: "Porque no habéis creído en mí, santificándome a los ojos de los hijos de Israel, no introduciréis vosotros a este pueblo en la tierra que yo les he dado". Por eso dice el salmista: habló temerariamente con sus labios (versículo 33).
Sal 106, 34-46. Transgresiones en Canaán
El espíritu de desobediencia siguió en los israelitas después que se instalaron en la tierra prometida. En primer lugar, no exterminaron a los cananeos, como les había ordenado. La comunicación con ellos era peligrosa, pues por tener los hebreos una cultura inferior corrían el riesgo de ser absorbidos por la población cananea. En efecto, los israelitas al punto se dejaron seducir por sus cultos sensuales, estableciendo relaciones matrimoniales. Los cultos idolátricos fueron para ellos un lazo, en cuanto que los alejaba del culto a Yahvé. Sus desvaríos llegaron hasta imitar a los cananeos en los sacrificios humanos a Moloc, ofreciendo sus propios hijos, lo que constituía la mayor abominación para la sensibilidad religiosa del yahvismo. Por eso la tierra de Canaán quedó contaminada con estas aberraciones en honor de los demonios, o espíritus malignos que movían a los adoradores cananeos.
Los israelitas, al adoptar los cultos cananeos, renegaron de Dios, y en este sentido se prostituyeron, faltando a la fidelidad debida a su Dios. Las relaciones históricas entre Yahvé y su pueblo son frecuentemente representadas con el símil del matrimonio, y así la infidelidad es considerada como un adulterio. Por ello, Dios abandonó a lo que consideraba su heredad, y dejó que cayeran en manos de las gentes (versículo 41). El salmista parece aludir aquí a los calamitosos tiempos de los jueces, en que los hebreos fueron atacados por los madianitas y filisteos. Temporalmente humillados y vejados, fueron reiteradamente salvados por las intervenciones milagrosas de Yahvé. Nunca los abandonó totalmente, porque se acordó de la alianza que con su pueblo había hecho, primero con Abraham, el gran antecesor, y después en el Sinaí, con Moisés. Esta fue la razón de que los salvara del cautiverio (versículo 46). El salmista parece aludir a los días tristes del exilio babilónico.
Sal 106, 47-48. Súplica final y doxología
Terminada su confesión nacional, que inició en el versículo 6, el salmista pide el auxilio divino para que el pueblo elegido sea de nuevo reunido en la tierra santa, donde en el templo de Jerusalén podrán todos celebrar dignamente su nombre. Supone, pues, esta súplica final que Israel está disperso entre las naciones. Esto nos lleva a los tiempos de la cautividad babilónica o a los posteriores de la diáspora.
El versículo 48 es una adición del compilador para cerrar el libro cuarto del Salterio, como lo había hecho con los otros tres anteriores. Por otra parte, la adición del aleluya final indica que formaba parte de la adaptación litúrgica del salmo, lo que se comprende bien con la cláusula coral: diga todo el pueblo: ¡Amén!
Sal 107, 1-43 (Vg 106): Benignidad de la providencia divina
Este salmo se compone de dos cánticos diversos: a) Himno eucarístico en el que se canta la providencia de Dios sobre los hombres que se hallan en circunstancias adversas: extraviados en el desierto (4-9), cautivos (10-16), enfermos (17-22) y navegantes (23-32). Todo ello va precedido de una invitación a alabar a Yahvé (1-3). b) Es un himno de alabanza al poder y providencia divinas (33-43) En esta segunda parte desaparecen los estribillos y se describe la vida en Palestina con reflexiones sobre las diversas vicisitudes. Yahvé transforma un país rico en estéril en castigo de los impíos, y, al contrario, cambia la esterilidad en feracidad en beneficio de los menesterosos (33-38). Defiende a los oprimidos y castiga a los opresores (39-42). Todo ello es una prueba de la providencia bondadosa de Dios (versículo 43).
El estilo de la segunda es de tipo sapiencial. Esto indica que nos hallamos ante dos fragmentos de origen diverso que han sido reunidos por el compilador por razones convencionales litúrgicas: "se concibe que se haya querido añadir posteriormente a un cántico de circunstancias un suplemento con una doctrina de valor permanente y universal".
Aunque no es posible concretar la fecha de composición de ambos fragmentos, las alusiones en el versículo 3 a la dispersión de los judíos y las dependencias de la segunda sección respecto de la segunda parte de Isaías y del libro de Job nos hacen pensar que han sido redactados después del exilio. Por su contenido, este salmo parece formar trilogía con los dos anteriores: "El salmo 105 celebra la bondad de Dios al elegir a Israel y liberarlo de Egipto; el salmo 106 es una confesión de la obstinada rebelión de Israel contra Dios; el salmo 107 es una invitación a dar gracias por su restauración después del exilio. Se refieren, pues, a los tres períodos sucesivos de la historia nacional".
Sal 107, 1-3. Preludio: invitación a alabar a Yahvé
El salmo empieza, como el 106, con la regular doxología estereotipada. Aquí se pone en boca de los rescatados o liberados de la cautividad, de los redimidos de Yahvé, los cuales deben reconocer la maravillosa liberación del estado de postración en que se hallaban en el exilio. Conforme a las antiguas profecías, han sido reunidos de los cuatro puntos cardinales; y esto debe dar pie para una solemne acción de gracias. A continuación el poeta describe la liberación de los israelitas cautivos que se hallaban en una situación penosa bajo cuatro alegorías diferentes: la del viajero perdido en el desierto, la del cautivo retenido en la prisión oscura, la del enfermo que está próximo a la muerte y la del náufrago que está a merced de las olas. Estas cuatro situaciones reflejan bien el estado de ansiedad de los exilados judíos fuera de su hogar patrio.
Sal 107, 4-9. Providencia sobre los extraviados en el desierto
El primer ejemplo de la protección divina es la salvación de los caminantes que en el desierto han perdido su ruta y no dan con el camino que lleva a las ciudades habitadas. Hambrientos y sedientos, invocan a Dios, y, por fin, logran llegar al sitio deseado habitado por los seres humanos. Es un motivo de especial agradecimiento al Todopoderoso, que ha satisfecho las necesidades de los hambrientos.
Sal 107, 10-16. Solicitud divina por los cautivos
El segundo caso desesperado es el del prisionero encerrado en sombrías mazmorras sin esperanza de liberación, sumido en la mayor miseria de toda índole, física y moral. En realidad, para el salmista esto estaba bien merecido por haber abandonado los preceptos divinos. Sin duda que piensa en las infidelidades de sus compatriotas, merecedores, con sus transgresiones, de la cautividad. Pero Dios no desampara al que le pide auxilio arrepentido de sus pecados. Así, en el caso presente oyó la súplica de los encarcelados y los salva de su penosa situación. Por ello deben dar las más encendidas gracias a Yahvé, que tiene tal providencia sobre los seres humanos. A su omnipotencia ceden las puertas de bronce y los cerrojos de hierro.
Sal 107, 17-22. Liberación del enfermo desesperado
Otra situación comprometida es la del enfermo grave, próximo a la muerte. Conforme a la antigua mentalidad hebrea, el salmista atribuye la enfermedad a los pecados del enfermo, y en este caso presenta al enfermo en una situación desesperada, próximo a la muerte. La intervención divina le salva de ella: mandó su palabra; el poeta personifica la orden divina como si fuera un ángel enviado por Yahvé. En la literatura rabínica posterior, esta personificación se urgirá más con las nociones de Memra y Dibbura, que se interpone entre Dios y los hombres para salvar la trascendencia divina.
Sal 107, 23-32. La salvación de los náufragos
Un cuarto ejemplo de la bondad de Dios es la intervención en la salvación de los náufragos. La vida del mar es azarosa y siempre en peligro. El salmista menciona a los que se van a lejanas tierras por razones comerciales. Los fenicios eran los grandes mercaderes y marineros de la antigüedad. En sus largos viajes eran testigos de las maravillosas intervenciones de Dios en favor de los hijos de los seres humanos, pues cuando por orden suya se encrespan las olas, azotadas por el huracán, y cuando la pericia de los marineros no puede hacer riada, está la intervención divina respondiendo a sus angustiadas oraciones. Al punto el huracán se trueca en céfiro, que hinche las velas y lleva la nave al puerto ansiado. Es el comentario al refrán marinero: "El que no sepa orar, que se ponga a navegar."
El versículo 32 señala el final del salmo en su primera redacción: todos deben reconocer públicamente las maravillas y favores que Yahvé hace en favor de los seres humanos.
Sal 107, 33-43. Epílogo: la justicia divina
En esta sección, el estilo es totalmente diferente, y aun el tema, pues aunque en ambos se trate de la providencia divina sobre los necesitados, en esta segunda parte las consideraciones son más generales, de tipo sapiencial. Desaparecen los estribillos que se repetían en cada estrofa anterior, y se relata la solicitud de Yahvé, no sobre las diversas clases de hombres necesitados, sino, en general, sobre los países y pueblos.
La omnipotencia divina se muestra en la conversión de lo árido en fértil, y lo feraz en salobre y mísero, como ocurrió en el caso de la desaparición de Sodoma y Gomorra. Según la conducta de los habitantes de cada país, Dios los bendice o maldice. Es el cumplimiento de las amenazas de Lv 26, 20 contra los que le son infieles a su Ley. Con la misma facilidad con que reduce a la miseria a los malvados, levanta a los desvalidos para hacerlos prosperar en sus haciendas (versículo 37). Abate a los poderosos y príncipes, haciéndoles perder todo lo que tienen y obligándoles a andar errantes; pero ensalza al pobre.
Todo esto alegra a los rectos de corazón, pues ven confirmadas sus esperanzas sobre la justicia retributiva divina, castigando a los soberbios y protegiendo a los humildes. Ante la manifestación de la Providencia divina, los malvados tienen que callar, pues han sido confundidos en sus puntos de vista al margen de la ley divina. El salmista termina diciendo que la verdadera sabiduría consiste en discernir los caminos secretos de la Providencia y en saber apreciar sus gracias y favores.
Sal 108, 1-14 (Vg 107): Petición de auxilio divino
Este salmo es una combinación de dos fragmentos diversos tomados de los salmos (Sal 57, 8-12 y Sal 60, 7-14). La primera parte es de acción de gracias, y la segunda es una súplica de victoria sobre los enemigos vecinos de Israel: Siquem, Filistea, Galaad, Edom. No sabemos en qué tiempo fueron unidos estos dos fragmentos tan dispares. Quizá, con motivo de los ataques de los edomitas en los tiempos postexílieos, los directores del culto litúrgico decidieron juntar estas dos piezas, pidiendo auxilio contra ellos y utilizando el fragmento del salmo 60, 4-14. Ambos salmos se atribuyen a David como autor. Esta yuxtaposición fortuita de dos salmos diferentes nos da luces sobre la suerte accidentada de las composiciones del Salterio antes de entrar en el canon judaico de modo definitivo.
Véase el comentario al salmo en los respectivos fragmentos de los salmos (Sal 57, 8-12 y Sal 60, 7-14).
Sal 109, 1-31 (Vg 108): Oración imprecativa contra los impíos
El salmista se presenta como perseguido por un enemigo que tiene un cargo público. Después de pedir el auxilio divino para que le saque de la apurada situación en que se halla (1-5), se desahoga en imprecaciones contra él y su familia (6-20); solicitando de nuevo la protección divina (21-29), termina con una promesa de acción de gracias (30-31). El argumento es similar al de los Salmos 35, 55, 69 y 70, aunque las imprecaciones son más vehementes y cargadas de tremenda acritud. Para nuestra sensibilidad cristiana resultan intolerables, pero han de entenderse a la luz de la inferior sensibilidad moral de las gentes del A.T. El ideal del amor fraterno y del perdón a los enemigos, predicado en los Evangelios, es característico de una etapa de revelación que supera y corrige las perspectivas del A.T.
El título atribuye la composición a David, pero nada en el salmo insinúa que el salmista sea de posición alta con autoridad, sino, al contrario, más bien da la impresión de pertenecer a la clase de los humildes y despreciados, cuyos derechos son sistemáticamente preteridos. Parece que hay dependencias literarias del libro de Job, lo que nos lleva a una época tardía de composición, ciertamente después del exilio. Discuten los autores sobre el sentido del salmo; así, para unos el salmista es símbolo de la clase oprimida y piadosa; en cambio, para otros el salmo aludiría a la situación de Israel, perseguido y oprimido por otros pueblos; pero nada en la composición sugiere este sentido colectivo. Hay muchas analogías conceptuales de este salmo con el 25 y el 69.
Sal 109, 1-5. Súplica del auxilio divino
El salmista, asediado por múltiples enemigos, acude al único que puede aliviarle de la situación, y así, con toda confianza, le dice que no permanezca mudo ante tantos atropellos, sino que intervenga con sus juicios punitivos para defender su causa, que es la de la justicia. Dios es el objeto permanente de su alabanza, y, por tanto, no le puede ahora desamparar. Es el blanco de las calumnias y engaños que amenazan su reputación social. En su conciencia nada le reprocha, pues siempre ha procurado hacerles bien, y en pago le devuelven una hostilidad sañuda y sistemática.
Sal 109, 6-20. Imprecaciones contra los agresores
Llevado de un arranque de despecho por tan injustas persecuciones, el poeta desea los mayores males a sus enemigos. Las imprecaciones son extremosas y han de medirse conforme al módulo de la hipérbole oriental: que sus enemigos sean llevados al tribunal y allí encuentren un duro acusador, de modo que sean hallados culpables (versículo 7); que el fin de su vida sea prematura, y que les sucedan pronto en su empleo o cargo de autoridad, desde el que persigue a los desvalidos; que sea víctima de un usurero despiadado (versículo 11), y pierda así toda se hacienda. Las imprecaciones se siguen de modo impresionante, llegando a desear que Dios no les perdone los pecados (versículo 15). La razón de esto estriba en sus injusticias y atropellos sobre los desvalidos; por ellos se atrajo la maldición divina, y ya es hora de que reciba su merecido. Deliberadamente buscó su perdición, y ahora debe sobrevenir la recompensa a sus obras (versículo 20). Nuestra sensibilidad cristiana se rebela contra estos desahogos extremosos y apasionados del poeta hebreo, pero no debemos perder de vista que ante sus ojos no existía aún la esperanza de la retribución en ultratumba, y, por otra parte, las luces evangélicas de la caridad fraterna estaban todavía muy lejos de los espíritus más selectos del A.T.
Sal 109, 21-29. Nueva súplica del auxilio divino
En contraposición a la suerte que les espera a los impíos y opresores, el salmista espera para él la protección divina, pues está seguro de su benevolencia, ya que Yahvé tiene predilección por los oprimidos y míseros: se siente desfallecer como sombra que se alarga hasta que se oculta el sol en el horizonte. Oprimido por el dolor y el sufrimiento moral, se siente desfallecer, sin apetito (versículo 24). Todos mueven la cabeza con gesto despectivo e irónico, como considerándole maldito de Dios. Su esperanza está ahora en el auxilio divino: es la hora de manifestar su predilección por él, mostrando que su mano está a su favor y que es Yahvé el que ha obrado su salvación. En ese caso las maldiciones de sus enemigos quedan compensadas con las bendiciones de Dios, y, a pesar de su altanería e insolencia, serán confundidos y avergonzados cuando les llegue el castigo divino. Será entonces la hora del triunfo de su siervo, que se alegrará al verse rehabilitado y vindicada la justicia divina.
Sal 109, 30-31. Promesa de acción de gracias
Como es ley en estos salmos deprecativos, el poeta termina su composición prometiendo una solemne acción de gracias, porque con su experiencia ha comprobado que Yahvé no abandona al desvalido cuando se halla ante los tribunales que buscan perder su alma o vida. Dios es su abogado en los momentos difíciles y le salva de los que conspiran contra su vida. El impío, en cambio, se encontrará desamparado ante los tribunales y atacado por un implacable acusador, y así será inexorablemente declarado culpable.
Sal 110, 1-7 (Vg 109): El Mesías, rey y sacerdote
Este breve salmo es quizá el más importante de todo el Salterio; al menos en ninguno se concreta tan bien la personalidad del Mesías. En el salmo 2 se habla del Mesías como lugarteniente de Yahvé; aquí se le presenta además como Sacerdote, reuniendo así las dos potestades: la civil y la religiosa, que tradicionalmente estaban disociadas, pues el rey debía proceder de la tribu de Judá, mientras que el sumo sacerdote debía provenir de la de Leví. En los tiempos mesiánicos, ambas dignidades se juntarán en una persona, representante de Yahvé. San Agustín caracteriza así el presente salmo: "brevis numero verborum, magnus pondere sententiarum."
El salmista habla en estilo oracular profético, como si hubiese recibido una revelación particular sobre la persona del Mesías, al que llama su "Señor." El lugarteniente de Dios domeñará a sus enemigos, estableciendo su centro de gobierno en Sión. Al mismo tiempo se le conferirá la potestad sacerdotal "al modo de Melquisedec," y con la ayuda de Yahvé mantendrá su dominio sobre las gentes. Parece que el salmo incluye dos oráculos profetices: uno relativo al Mesías vencedor, y otro al Mesías como sacerdote y juez universal. El estilo es conciso, enérgico, lleno de majestad y no exento de brevedad misteriosa. Los símiles guerreros son vigorosos e impresionantes, pero han de entenderse teniendo en cuenta la hipérbole oriental y la propensión al radicalismo de expresión.
Según el título, también este salmo es de David. Jesucristo hizo uso de él en la argumentación contra los fariseos, y da por supuesto que es de David, aunque no trata de dilucidar el problema crítico del origen davídico del salmo, sino que, haciéndose eco de la tradición y de la opinión corriente de entonces, teje su argumento a base de considerar al Mesías como superior al propio David, pues le llama "Señor," lo que implica que le reconoce una cualidad superior. Se sostiene la paternidad davídica del salmo en fuerza de la argumentación de Jesús y por las citas del N.T.
Los críticos no convienen al asignar la fecha de composición, pues mientras unos rebajan la fecha hasta el tiempo de los Macabeos, otros mantienen su paternidad davídica, o, al menos, su origen antiguo en los tiempos mejores de la monarquía israelita, antes del destierro babilónico5. Los patrocinadores de la primera opinión creen ver el nombre de Simeón Macabeo en un supuesto acróstico formado a base de las iniciales de algunos versos del salmo. Como éste tuvo las dos potestades -real y religiosa en calidad de sumo sacerdote-, se explicarían bien los oráculos del salmo; pero hoy día se rechaza ese supuesto acróstico. Por otra parte, el carácter guerrero del Mesías puede explicarse bien en los tiempos de David, y es más inteligible antes de los vaticinios isaianos sobre el Príncipe de la paz.
Sal 110, 1-3. El Mesías, lugarteniente de Yahvé
El salmista habla con la autoridad de un profeta que es consciente de haber recibido un mensaje directamente de Dios; por eso emplea la palabra característica del oráculo profetice, ne'urn, que alude a una comunicación divina en el lenguaje profetice. En el Salterio sólo aparece en Sal 36, 2. Aquí alude a la comunicación misteriosa (como un "susurro," traducción aproximada del término ne'um) recibida de Dios. El contenido de este oráculo se refiere al establecimiento del Señor del salmista a la diestra de Yahvé , lo que implica su entronización como representante suyo en la tierra, tal como se declara a continuación. En el rito de entronización de los antiguos reyes, solían estos sentarse a la derecha de la estatua del dios de la nación, para indicar que era su representante ante el pueblo. El salmista, pues, juega con este sentido folklórico, y presenta a su Señor participando de la soberanía de Dios sobre su pueblo y sobre las naciones en general.
Esta soberanía y realeza quedan explicitadas en el hecho de someter a sus enemigos, poniéndolos como escabel de sus pies. En la antigüedad, los reyes vencedores ponían materialmente sus pies sobre las espaldas del vencido para indicar la sujeción total de éste.
Después de la batalla de Betoron, Josué mandó que llevaran ante él a los reyes vencidos (entre ellos el de Jerusalén y el de Hebrón), y ordenó a sus jefes: "Poned vuestro pie sobre el cuello. Ellos se acercaron y pusieron su pie sobre su cuello". Después mandó matarlos, colgándolos de los árboles n. En el bajorrelieve de Behistum, Darío aparece con el pie sobre el vencido rey Gaumata, y en las cartas de Tell Amarna, un vasallo cananeo dice al faraón: "Yo soy el escabel de tus pies". En la Biblia, la tierra, el templo, el arca, son considerados como el "escabel de los pies" de Yahvé. Aquí, pues, el oráculo profético comunicado al salmista presenta a su Señor con dominio total sobre sus enemigos.
Y el dominio procederá de Sión, como centro de la nueva teocracia. Desde allí, el Lugarteniente de Yahvé extenderá su poderoso cetro -símbolo de autoridad- con dominio pleno sobre los enemigos que se opongan a la implantación de su reinado. Será ese día de su entronización como representante de Yahvé el momento de su plena manifestación militar: el pueblo se le ofrecerá espontáneamente a su servicio para luchar por El, y su juventud acudirá misteriosa y abundantemente, como misterioso y abundante es el rocío nacido del seno de la aurora. El misterioso rocío que cubre la tierra sin haber llovido es para los poetas bíblicos considerado como hijo de la aurora y símbolo de lo desconocido e inesperado. Este parece ser el sentido si aceptamos la lección del texto hebreo.
Siguiendo a la versión de los LXX ("Contigo el principado en el día de tu poder, en esplendores de santos, del seno, antes de la aurora, te he engendrado"), se destaca el origen misterioso del Lugarteniente de Yahvé, al que se presenta engendrado antes del lucero de la mañana. Sería esta declaración un eco de la afirmación del salmo 2: "Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy." Ya hemos visto, comentando este salmo, las diversas interpretaciones dadas a esta declaración divina, y nos inclinábamos por unas relaciones de filiación moral entre el Mesías y Yahvé.
Sal 110, 4-7. El sacerdocio eterno
Completando el oráculo anterior, se anuncia ahora una nueva dignidad para el Lugarteniente de Yahvé: sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec. Esta nueva prerrogativa es conferida con solemne juramento por parte de Dios: Ha jurado Yahvé y no se arrepentirá. La fórmula implica juramento y fidelidad. Pero su sacerdocio no estará vinculado a la línea de Aarón, como era de ley en la tradición bíblica, sino que empalmará con el antiguo de los tiempos patriarcales: al modo de Melquisedec, que fue rey de Salem (Jerusalén?) y sacerdote de Elyón (Altísimo?). Ante él se postró el gran patriarca Abraham y le ofreció los diezmos del botín tomado a los reyes que atacaron a la Pentápolis del mar Muerto. Con su doble dignidad -real y sacerdotal- es tipo del nuevo sacerdocio del Lugarteniente de Yahvé en los tiempos mesiánicos. El autor de la Epístola a los Hebreos (Hb 7, 3) hace una exégesis rabí nica aprovechando el detalle de que en la Biblia no se mencionan los padres de Melquisedec, y, así, argumenta que Cristo tiene un sacerdocio superior, distinto del hereditario levítico.
De nuevo vuelve el salmista a insistir en las prerrogativas del Lugarteniente de Yahvé, pues tendrá siempre a Dios a su diestra, ayudándole y sosteniéndole en la lucha contra los que se opongan a su dominio universal. Conforme a la mentalidad viejotestamentaria, los presenta como a un guerrero implacable que somete y vence en la batalla a sus enemigos.
El versículo 7 resulta extraño. Varias son las interpretaciones en el supuesto de que la lección que nos dan el TM y los LXX sea correcta: el salmista juega con el símil del caminante que avanza extenuado por la sed, pero inesperadamente, al encontrar un torrente de agua, se refrigera y sigue su camino con la cabeza erguida. Otra interpretación más verosímil es la de suponer que el salmista alude al hecho de los guerreros de Gedeón, que, tomando un poco de agua en el arroyo, avanzaron animosos contra los madianitas. Así, el Mesías, guerrero implacable, prosigue su lucha exterminador a, persiguiendo a los enemigos, deteniéndose apenas en el arroyo para aplacar la sed y seguir adelante en el combate. No faltan quienes vean en estas palabras del salmo una alusión al hecho de Adonías, primogénito de David, que intentó ser proclamado rey junto a la fuente de Gihón, en Jerusalén. David mandó que Salomón fuese ungido allí rey por el sumo sacerdote Sadoc y el profeta Natán. En este supuesto, también el Mesías sería ungido junto a la fuente de Ein Rogue. Pero estas hipótesis, aunque ingeniosas, son muy problemáticas y poco probables.
Quizá la suposición más verosímil es la que supone una corrección del texto ("pondrá en tu mano la heredad; por ello podrás levantar la cabeza"), que se adapta bien al contexto. En ese supuesto, se reitera la colación del dominio delegado sobre todos los pueblos. La "heredad" es en primer término el reino de Israel, que es considerado en la Biblia como propiedad de Yahvé, y en torno a él todos los pueblos de la tierra.
Carácter Mesiánico del Salmo
La tradición judeo-cristiana ha admitido siempre la proyección mesiánica de esta vigorosa pieza del Salterio. Los apóstoles y el mismo Jesús apelan al sentido mesiánico del salmo, y los Santos Padres siguen la misma línea; no obstante, los autores modernos católicos no convienen en matizar el mesianismo del salmo, ya que, mientras unos lo toman en sentido directo y literal, otros, en cambio, lo entienden en sentido típico indirecto: el salmista, con motivo de la entronización de un rey, le ensalzaría, viendo en él el eslabón que lleva al Rey por excelencia de la dinastía davídica, el Mesías. El salmista, llevado de un sentido profético, piensa en la culminación de la dinastía y en la inauguración de los tiempos mesiánicos, y presenta al futuro Mesías dominando sobre sus enemigos después de haberlos vencido en la batalla. La perspectiva, pues, está dentro de los moldes primarios de la teología viejotestamentaria. La panorámica del salmista difiere mucho de la del autor de los fragmentos del "Siervo de Yahvé," en los que se nos presentan las facetas de un Mesías doliente triunfando con la mansedumbre y la ofrenda de su propia vida.
Sal 111, 1-10 (Vg 110): Grandeza de las obras de Dios
En esta composición acróstica se entona un himno de alabanza a Dios por sus grandes beneficios en favor de su pueblo. Por su estructura y contenido, este salmo se asemeja al siguiente. Ambos constan de 22 esticos, conforme a las letras del alfabeto hebreo, cada uno de ellos comenzando con una letra distinta, siguiendo el orden del mismo. En el salmo ni se canta el poder, bondad y justicia de Dios, mientras que en el siguiente se declara la felicidad y provecho del que se acoge temeroso a la ley de su Dios. En este sentido, ambos salmos se complementan. En el salmo ni se canta la protección dispensada por Yahvé a su pueblo a través de la historia, rescatándolo de la opresión, que puede ser la egipcia o la babilónica. El título aleluya indica el destino litúrgico de la composición. El lirismo del salmo está agarrotado por las exigencias de la distribución alfabética de los esticos. Comúnmente se sostiene que este salmo es de composición postexílica: "El color sapiencial del poema y quizá también su alfabetismo rígido inclinan a suponer un origen relativamente reciente".
Sal 111, 1-10. La fidelidad y la justicia divinas
El aleluya inicial probablemente no pertenece a la composición original, sino que debe de ser adición litúrgica de carácter doxológico, que se repetía al principio como una especie de antífona.
El salmista se siente eufórico y quiere manifestar sus alabanzas a Yahvé no sólo con los labios, sino de todo corazón y en compañía de los rectos, principalmente en los momentos solemnes de la asamblea litúrgica del templo. Su himno de alabanza se inicia con la declaración de las obras grandiosas de Dios, que se manifiestan en la naturaleza y en la historia del pueblo elegido, y aun en la vida privada de sus adeptos. Ellas proporcionan un motivo de meditación, y son dignas de investigarse en toda su profundidad y consecuencias para la vida religiosa del hombre. En las obras de la naturaleza se destacan el esplendor y la magnificencia de Dios, pues son el reflejo de sus atributos de sabiduría, bondad y poder, y en sus providencias hacia el ser humano se pone de relieve su justicia, que, lejos de atenuarse con el tiempo, se muestra inmutable para siempre.
Particularmente, su providencia se ha manifestado en la historia de Israel; en ella hizo memorables sus maravillas, liberando a su pueblo de la esclavitud faraónica y protegiéndole contra sus enemigos. Literalmente habría que traducir: "hizo un memorial de sus maravillas"; y, en ese supuesto, parece que se alude a la institución de la Pascua en conmemoración de la liberación de los israelitas del ángel exterminador antes de emprender la huida hacia las estepas del Sinaí. En las maravillas del Éxodo, Yahvé se mostró realmente clemente y compasivo con su pueblo, acompañándole y obrando prodigios en su favor. Este modo de proceder brilla en toda la historia de Israel. Fiel a su alianza, proveyó de mantenimiento a los israelitas cuando andaban hambrientos por las estepas del Sinaí. Esta protección se manifestó también en la ocupación de la tierra de Canaán, pues, a pesar de ser Israel un pueblo menos numeroso que el que habitaba en ella, Yahvé les dio la heredad de las gentes, expulsando a los cananeos.
Así mostró el poderío de sus obras. Y todo ello en virtud de las exigencias de la alianza que había hecho con Abraham, en la que le había prometido entregar a su descendencia la tierra en la que entonces se sentía extranjero. La liberación de Egipto fue la prueba de la fidelidad de Dios a sus promesas hechas a los patriarcas. Todas las obras de Dios se caracterizan por su verdad y justicia (versículo 7), pues son la manifestación de sus atributos esenciales; por eso, sus preceptos son verídicos, pues están como sellados, sin que puedan engañar a nadie ni ser ellos mismos defectibles. El salmista pasa insensiblemente de los portentos hechos por Dios en favor de Israel en el Éxodo a la legislación del Sinaí, que es la base de las relaciones entre Yahvé y los componentes de su pueblo. Como expresión de la verdad y rectitud divinas, permanecen para siempre. Esta providencia protectora de Yahvé se manifestó últimamente de un modo excepcional en la redención de su pueblo de la cautividad babilónica (versículo 9). Con ello confirmó de nuevo y de modo solemne su antigua alianza, que le obligaba a salir por los intereses del pueblo israelita. Los profetas hablaban de una nueva alianza en sustitución de la antigua. La repatriación de los cautivos confirmó las antiguas esperanzas de rehabilitación nacional. Con ello se manifestó el nombre de Yahvé como santo y terrible, pues se ha revelado en todo su poder como en los antiguos tiempos del Éxodo. Las victorias de su pueblo redundaban en la gloria del nombre temible de Yahvé, cuyas gestas antiguas sembraban de consternación a las naciones vecinas a Israel.
El salmo se cierra con unas consideraciones sapienciales: el verdadero sabio es el que sabe conducirse conforme a las exigencias del temor de Dios, que implica acatamiento de sus leyes y docilidad a sus preceptos. Yahvé se manifiesta poderoso en sus obras de la naturaleza y en sus relaciones con el pueblo de Israel. Esto exige reconocimiento de su voluntad, manifestada en la Ley, pues es inútil y necio oponerse a sus caminos. Sólo Él es digno de alabanza, que se muestra a través de todas las generaciones.
Sal 112, 1-10 (Vg 111): Bienandanza del justo
Recogiendo la última idea del salmo anterior, el poeta desarrolla ahora las ventajas que al justo reporta la virtud: todo en su vida prosperará. En este sentido puede considerarse como la segunda parte del salmo anterior. En el salmo 111 se cantaba el poder y fidelidad de Yahvé a sus promesas, con todo lo que ellas implican de protección a los rectos de corazón; en éste se explicitan las bienandanzas del que corresponde a los beneficios divinos. Es, pues, este salmo como el desarrollo del principio expresado en el versículo 10 del salmo anterior: "el temor de Dios es el principio de la sabiduría." El varón justo debe tener relaciones de piedad reverencial y espíritu de docilidad a Dios (1-4), y como consecuencia de su vida religiosa están sus virtudes de justicia para con el prójimo (5-10).
Podemos, pues, calificar estos dos salmos como "gemelos" por su contenido doctrinal y su estructura, ya que también en el 112 encontramos la distribución alfabética del anterior con el mismo número de esticos, en correspondencia con las 22 letras del alefato hebreo. El salmo 112 es esencialmente un poema "sapiencial," pero en él se repiten epítetos y expresiones del salmo anterior. Por ello podemos conjeturar que uno mismo es el autor de las dos composiciones, y con toda verosimilitud podemos suponer que su composición es posterior al exilio.
Sal 112, 1-10. La virtud del justo, reconocida y premiada
Conforme a lo expresado en el salmo anterior -"el temor de Dios es el principio de la sabiduría"-, el poeta prosigue ahora exponiendo las ventajas del que se entrega de todo corazón a Dios, cumpliendo con fidelidad sus mandamientos. En primer lugar, verá bendecido con una vigorosa descendencia, que será poderosa en el país, pues prosperará en sus haciendas. Dios no desampara a la generación de los justos, sino que la bendecirá con todo género de prosperidades, conforme a las antiguas promesas. Dada la falta de luces sobre la retribución en ultratumba en este estadio de revelación, el salmista -conformándose con la mentalidad tradicional sobre el problema- piensa que las bendiciones de Dios han de ser terrenales; por eso se habla de riquezas, de numerosa prole y de memoria permanente en la sociedad de su nombre y del de sus hijos. La prosperidad permanente es un signo de aprobación divina, según los escritos del A.T. En medio de las tinieblas de una sociedad corrompida, la confianza en Dios es como una luz para los rectos. Dios se muestra siempre compasivo y clemente, dando a cada uno según sus obras, pues es justo en su providencia con los hombres.
Expuestas las ventajas de vivir vinculados a Dios y plegándose a sus preceptos, el salmista pasa a hablar de las relaciones del justo con el prójimo. Dios premia al que es compasivo con el necesitado, prestándole -sin interés- de sus bienes para aliviar las necesidades del prójimo y llevando la marcha de sus negocios según las exigencias de la ley divina (versículo 5). ? la sombra del Omnipotente, y con la conciencia de hacer el bien, nunca titubeara, sino que se afirmará y prosperará en sus bienes. Su memoria permanece en la sociedad, sin que se extinga su descendencia. Seguro de la protección divina, no temerá la mala nueva, pues los reveses de fortuna serán pasajeros, y, sobre todo, no sentirá sobresaltos, como el impío, ante el posible castigo divino. Su serenidad ante los acontecimientos contrastará con la triste suerte que espera a sus enemigos, que han vivido fuera de la ley divina.
Bendecido con toda clase de bienes y nadando en la opulencia, sabrá distribuirlos con generosidad a los necesitados, sabiendo que tiene obligación de asistirlos conforme a sus posibilidades. Y, lejos de disminuir sus bienes, su poder se acrecentará, y será glorificado ante la sociedad, ya que todos verán que su fortuna es un premio a su virtud (versículo 6). La reacción del impío será de despecho y amargor, pero será impotente para impedir la prosperidad del justo. No le quedará sino rechinar los dientes ante su impotencia, pues sus planes y deseos contra el justo se frustrarán (versículo 10). El final del salmo es semejante al del salmo 1, como son similares los comienzos de ambos. El carácter convencional de la composición no es difícil de descubrir. Con todo, la doctrina práctica está conforme al esquema conocido de la literatura sapiencial.
Sal 113, 1-9 (Vg 112): Benignidad de Dios con los humildes
En este himno de alabanza se declara la especial providencia que tiene Yahvé sobre los humildes a pesar de su excelsa majestad. Este salmo es el primero de la serie (113-118) que constituye el "gran Hallel," por empezar con la exclamación litúrgica "aleluya" ("Alabad a Yahvé"). Estos seis salmos se cantaban en las grandes fiestas del año -Pascua, Pentecostés, Tabernáculos y Dedicación del templo- y en los novilunios, o principios de mes, excepto el primero de año.
Este salmo constituye como "el punto de unión entre el cántico de Ana y el Magníficat de la Virgen". Se divide en tres estrofas. El estilo es sencillo, pero muy fluido y elegante. No se puede determinar con fijeza la época de su composición, aunque los modernos comentaristas se inclinan por una fecha postexílica.
Sal 113, 1-9. La Providencia divina sobre los desvalidos
El salmista invita a los piadosos -siervos de Yahvé en cuanto que viven conscientes la vocación de entrega a Dios como miembros de un pueblo elegido entre todos los de la tierra para servirle de un modo especial- a entonar himnos de alabanza al Dios providente y excelso. El nombre de Yahvé simboliza su esencia y sus atributos, y bajo este aspecto es digno de admiración y loas. Pero este reconocimiento laudatorio del nombre del Dios de Israel no debe limitarse a las funciones litúrgicas del templo, sino a todas las manifestaciones de la vida: ahora y siempre. Todos los pueblos -de oriente a occidente- deben asociarse a estas alabanzas que ahora resuenan en el tabernáculo de Sión, porque, aunque Yahvé sea el Dios del pueblo israelita, es también el Señor de todos los pueblos. La fraseología está tomada de otras composiciones del Salterio.
La morada de Yahvé está en lo más alto de los cielos, y desde allí contempla la marcha de la historia. Con bello antropomorfismo, el poeta presenta a Yahvé tan elevado en la cúspide de los cielos, que tiene que abajarse para contemplar al detalle lo que pasa por la tierra.
Su solicitud se extiende principalmente a los necesitados y humildes. Plásticamente presenta el salmista al pobre, expulsado de la sociedad, sentado en el mazbale, o montón de inmundicias -ceniza, estiércol, residuos de todo-, que se encuentra a las afueras de las aldeas orientales, donde pululan los míseros y enfermos leprosos, que no tienen derecho a frecuentar las vías públicas. La expresión está tomada del cántico de Ana, como la siguiente sobre la elevación del pobre a la más alta dignidad de los príncipes de la ciudad. También la alusión a la mujer estéril, bendecida milagrosamente con numerosa prole, está tomada del cántico de Ana. El salmista, pues, trabaja con la tradición literaria para expresar su gratitud hacia Yahvé, que se preocupa de redimir a los desvalidos y despreciados de la sociedad.
Sal 114, 1-Sal 115, 18 (Vg 113): Las Maravillas del Éxodo
Los salmos 114 y 115 del hebreo son totalmente diversos por su contenido y estilo, pero han sido agrupados en un solo salmo en las versiones de los LXX y Vg. El primero canta las maravillas del éxodo, y puede considerarse como un himno pascual. De estilo vigoroso y fresco, el salmo 114 tiene todos los visos de ser arcaico y anterior al exilio babilónico. Al menos nada en él insinúa una época tardía de composición. Los portentos de Yahvé en la liberación de Israel de la esclavitud faraónica son tema de la épica popular hebrea desde los primeros tiempos de su vida nacional. Probablemente el salmo actual es sólo un fragmento de un himno más largo en el que se cantaban las providencias de Yahvé en favor de su pueblo en los momentos de nacer, como pueblo organizado, entre las naciones.
El salmo 115 es de índole totalmente diversa, pues se suplica el auxilio divino para que sea glorificado Yahvé entre los pueblos, ya que, si deja abandonado a su pueblo, los gentiles creerán que el Dios de Israel no existe. La pieza se divide en tres partes: a) profesión de fe en Yahvé, con desprecio de los ídolos de los otros pueblos (1-8); b) confianza de Israel en su Dios (9-11); c) súplica de ayuda y bendición (12-18). Esto parece indicar que el salmista escribe en tiempos en que la nación se hallaba en una situación crítica como consecuencia de un poderío extranjero. Los gentiles parecen burlarse del pueblo elegido, que se halla desamparado de su Dios. La situación parece reflejar las duras condiciones de vida de los repatriados de la cautividad, cuando, en medio de la hostilidad de los pueblos vecinos, tuvieron que reconstruir el patrimonio nacional.
Desde el punto de vista literario, el salmo 115 es una composición litúrgica en la que se mezclan la plegaria, la elegía, las consideraciones sapienciales y la exhortación. La unión de este salmo al anterior debió de obedecer a razones de acoplamiento práctico litúrgico. Esta conexión de ambos salmos, de contenido y estilo tan diferentes, debió de tener lugar en tiempos anteriores al siglo II, ya que aparece en la versión de los LXX; y a ésta la siguen el Targum, la versión siríaca, la etiópica, la Vg y la de San Jerónimo.
Sal 114, 1-8. Las maravillas del éxodo
Israel como nación y como teocracia vinculada a Yahvé surgió al ser liberado de Egipto, su opresor. En virtud detesta prodigiosa liberación, el pueblo hebreo se convirtió en propiedad exclusiva de Yahvé, para el que Israel es el "primogénito" entre los pueblos. En virtud de esta elección, Judá -símbolo de todas las tribus por surgir de ella el rey David, en cuya dinastía se canalizaron las promesas mesiánicas- se convirtió en santuario de Yahvé. Allí, en su capital de Jerusalén, en su templo, estableció Yahvé su morada permanente en la tierra.
Después el salmista alude a los portentos de Yahvé en favor de su pueblo, y en primer lugar al paso milagroso del mar Rojo: el mar, al ver a Yahvé dirigiendo a su pueblo, huyó despavorido, dejando paso a los israelitas, y el mismo Jordán se echó atrás, secándose su cauce para que pasaran los protegidos de Yahvé. Las personificaciones del poeta son bellísimas. Así, presenta a los montes dando saltos de júbilo o de estremecimiento ante la presencia de la majestad divina, y a los collados retozando como corderos. El símil parece aludir a las conmociones cósmicas que acompañaron a la promulgación de la Ley en el Sinaí. En el sal 29, 7 se presenta al Líbano saltando como un ternero al sentir la presencia majestuosa de Yahvé, que se manifiesta en la tempestad. El poeta pregunta ahora -supuestas las admirables y audaces prosopopeyas empleadas- por qué los montes, que son el símbolo de la estabilidad e inmovilidad, se vieron obligados a obrar contra su modo de ser natural, conmoviéndose y estremeciéndose en loca agitación; y al Jordán le interroga por su curso antinatural, al volverse atrás (versículo 5). Estas bellas interpelaciones resaltan más el poder omnímodo de Yahvé, que cambia las leyes naturales a su voluntad en beneficio del pueblo elegido.
La explicación de estas anomalías radica en la proximidad de la majestad divina, ante la cual la tierra debe temblar sobrecogida de tanta grandeza y poderío. El salmista apostrofa por ello a la tierra para que con sus sacudidas y temblores siga manifestando su adoración y reverencia ante el Omnipotente, como en otro tiempo temblaron las cimas del Sinaí. Pero el Ser todopoderoso no es sólo el Señor de las fuerzas de la naturaleza, sino que es el Dios de Jacob, pues se ha vinculado históricamente con un pacto y unas promesas con el patriarca y su descendencia. Por ello ha obrado milagros en favor de su pueblo cuando éste estaba sediento en las estepas de Rafidim y en los secarrales de Cades. Los portentos de los tiempos del desierto quedaron en la épica popular hebrea como los mejores exponentes de la predilección de Yahvé por su pueblo.
Sal 115, 1-8. Profesión de estricto monoteísmo
El contexto conceptual es totalmente diferente del fragmento anterior, pues no se cantan los prodigios de Yahvé en favor de su pueblo, sino que se le pide la pronta y decisiva asistencia para salir de una situación comprometida de postración nacional. En la humillación de su pueblo está comprometida la honra del nombre de Yahvé, pues a los ojos de los gentiles resulta impotente para ayudarlo y salvarlo de la enconada hostilidad de sus enemigos. Por eso, el salmista insiste en que por la gloria de su nombre intervenga con urgencia, y también atendiendo a su tradicional piedad y fidelidad para con Israel, tantas veces demostrada al salvarlo de las situaciones de peligro. La elección de Israel como pueblo predilecto entre todos los del orbe está en la base de la alianza sinaítica. Yahvé, pues, no puede faltar a su palabra y a sus promesas de auxilio.
El salmista es consciente del poder soberano de Yahvé, que habita en los cielos y desde allí es el árbitro supremo sobre todo lo creado, sin que nadie pueda resistir a su voluntad. Si Israel ahora está postrado, no es porque le falte poder para levantarlo, sino porque en sus misteriosos designios así lo ha dispuesto. Frente a El nada pueden los ídolos de los otros pueblos, que son meros simulacros de plata y oro, obra de los mismos hombres, y, como tales, no pueden asistir a sus fieles, pues no tienen vida. La descripción es sarcástica y tiene sus antecedentes literarios en la literatura profética. Los que adoran estos simulacros son, por ello, semejantes a ellos en estupidez e ignorancia. Les espera la ruina, pues se confían en lo que no tiene vida ni consistencia.
Sal 115, 9-11. Yahvé, protector de Israel
En contraposición a la inanidad de los ídolos está el poder salvador de Yahvé. Todos los componentes del pueblo elegido -los de la clase laical y los de la sacerdotal- no deben tener otra confianza que la puesta en su Dios. Parece que aquí hay una distribución coral: un levita invita a la casa de Israel -el pueblo israelita en general- a confiar en Yahvé. El coro responde con el estribillo complementario: porque sólo Él es la ayuda y el escudo de Israel. De nuevo un levita invita a la casa de Aarón -los representantes de la clase sacerdotal- a poner confianza ciega en Yahvé. El coro responde del mismo modo. Por fin, se invita a los piadosos -temerosos de Yahvé- a asociarse a este acto de confianza hacia el Dios de Israel, y el coro responde afirmando que es el único defensor de su pueblo. Algunos comentaristas interpretan la expresión de temerosos de Yahvé en el sentido de "prosélitos" asimilados al pueblo de Israel. Pero en Sal 22, 24 la expresión es equivalente a "descendencia de Jacob," que aparece en el estico siguiente; por tanto, más bien hemos de suponer que se trata de los israelitas cumplidores de la Ley y, como tales, con más sensibilidad religiosa que el común del pueblo.
Sal 115, 12-18. Súplica de ayuda y asistencia
Siguiendo la distribución coral anterior, podemos suponer que la voz de un levita hace la súplica final en consonancia con la fe de estricto monoteísmo antes pronunciada: si Yahvé es el único Dios de Israel, debe acordarse de la triste situación en que se halla ahora su pueblo. Es hora de que derrame sus bendiciones sobre los componentes del pueblo elegido en general -casa de Israel-, y en particular sobre la clase sacerdotal -casa de Aarón- y sobre sus fieles más adictos: los que temen a Yahvé. A todos sin distinción, a grandes y pequeños, pues todos los israelitas, en sus diferentes capas sociales, constituyen la "heredad" de Yahvé.
El salmista recoge las súplicas del levita director del coro, y desea los mejores augurios a todos sus compatriotas. Todo es posible a Yahvé, porque es el que hizo el cielo y la tierra. La afirmación ha de medirse en contraposición a lo dicho anteriormente sobre la inanidad de los ídolos. En realidad, Dios se ha reservado los cielos para Él, para su morada permanente, mientras que a los hombres les ha entregado la tierra como morada propia (versículo 16). Según los antiguos hebreos, Yahvé habitaba permanentemente en el cielo de los cielos, es decir, en la cúspide de la bóveda celeste que aparece a nuestra vista. Desde allí contempla y dirige la historia de los seres humanos y de los pueblos.
El salmista cierra su poema con una alusión a la triste situación de los muertos en el seol, la región de los muertos, a la que poéticamente se la llama lugar del silencio, porque de ella están ausentes las alegrías de la vida. Los moradores de esa región tenebrosa no pueden alabar a Yahvé, sino sólo los que viven sobre la tierra. Es una insinuación de que Dios sale perdiendo si deja morir a los suyos, pues no pueden continuar alabándole después de la muerte en la región subterránea de los difuntos. Por eso, el salmista se siente dichoso al poder disfrutar de la vida, pues en ella puede continuar alabando a su Dios (versículo 18).
Sal 116, 1-19 (Vg 114-115): Acción de gracias
Este salmo eucarístico tiene dos partes bien definidas: a) liberación de un inminente peligro de muerte como consecuencia de una enfermedad (1-9); b) himno de acción de gracias por el beneficio obtenido (10-19). Las versiones de los LXX y la de la Vg han tomado ambas partes como dos salmos diferentes, pero podemos sorprender en el salmo una unidad ideológica fundamental, que se continúa en ambas secciones. En las expresiones abundan los arameísmos y las citas implícitas de otros salmos, todo lo cual hace suponer que la composición del salmo no es anterior al exilio babilónico.
Sal 116, 1-9. El salmista, liberado de un peligro de muerte
Reconocido a los beneficios recibidos, el salmista declara su amor para con Yahvé, que nunca ha desoído sus plegarias; pero ahora esto tiene un particular sentido, ya que Yahvé le ha dispensado una gracia excepcional al salvarlo de un peligro grave de muerte a causa de una enfermedad que no especifica. En el momento crítico de su vida, Yahvé inclino sus oídos hacia él desde el cielo para recibir y despachar su ansiosa súplica. En efecto, se hallaba en angustia mortal, pues habían hecho presa de él los lazos de la muerte, que en el lenguaje bíblico significan las enfermedades. El salmista se hace eco de la opinión popular -tomada de los babilonios- de que las enfermedades son emisarios de la región de los muertos para poblarla con nuevos inquilinos. Poéticamente, el salmista presenta a la muerte y al Seol como dos cazadores al acecho de vidas humanas, poniendo lazos -enfermedades- para que éstos caigan en ellos.
Pero bastó la invocación confiada a Yahvé para verse libre de su crítica situación, pues el Dios de Israel tiene predilección por los sencillos y humildes que confían en Él. El salmista ha sentido la mano bienhechora de su Dios, y de nuevo quiere volver a la quietud para darle gracias sin ansiedades ni sobresaltos. Recuperada la salud y alejado el peligro de ir a la tierra de los muertos, el salmista tiene el firme propósito de conformar su vida a la ley divina -andaré en presencia de Yahvé- en su existencia terrena: en la tierra de los vivos, que son los únicos que pueden cantar las alabanzas a Dios y reconocer sus beneficios.
Sal 116, 10-19. Promesas de acción de gracias
El tono plañidero de la primera parte se cambia en esta segunda en eucarístico. Recapitulando sobre su situación angustiosa pasada, el salmista declara que nunca perdió su confianza en medio de su mayor postración física y moral. Reflexionando en el lecho del dolor, había llegado a la conclusión de que es vano buscar consuelos y ayudas humanas, pues todos los hombres son engañosos, y que sólo Yahvé merece la esperanza confiada del afligido.
Una vez recuperada la salud, el salmista ansia hacer manifestaciones de gratitud a su Dios por el beneficio obtenido, y quiere corresponder con un sacrificio de alabanza, es decir, el sacrificio llamado "pacífico" (versículo 17)· Los sacrificios iban acompañados de libaciones. El salmista aquí habla del cáliz de la salvación (lit. "salvaciones") que sustituirá a la libación ritual. Ha sido salvado de la muerte por Yahvé, y, por tanto, en sus labios no habrá más cáliz que el de la alabanza, en el que se recuerde su salvación milagrosa.
El versículo 14 es igual al versículo 18 y ha sido insertado aquí sin duda por un "lapsus oculorum" del copista.
Insistiendo sobre su liberación milagrosa, el salmista declara que la muerte de sus fieles no les es indiferente: Es cosa preciosa a los ojos de Yahvé la muerte de sus piadosos (versículo 15). Los justos son objeto de una providencia especial de Dios, y por eso no permite su muerte sin grandes motivos. En la perspectiva del salmista no hay retribución en el más allá, y por eso cree que Dios protege especialmente la vida de los que le son adictos para premiarles su virtud con una prolongada y próspera vida. En la panorámica cristiana, la muerte es la auténtica liberación del espíritu, pues el alma del justo va a gozar de la presencia divina. En este sentido es empleado el verso en la liturgia eclesiástica.
El salmista se declara siervo de su Dios, pero no adventicio o comprado, sino nacido en su casa, como hijo de su esclava. Yahvé ha reconocido su vinculación familiar, pues le ha liberado de la muerte rompiendo sus cadenas, las enfermedades, instrumento de la muerte y del seol -poéticamente personificados como cazadores en busca de su presa- para arrebatar las víctimas. Agradecido a su liberación, promete el salmista cumplir los fotos pronunciados durante su situación angustiosa y ofrecer un sacrificio de acción de gracias. Es el sacrificio de alabanza que ofrecerá públicamente delante de todo su pueblo en el templo de Jerusalén.
Sal 117, 1-2 (Vg 116): El aleluya de todos los pueblos
Esta brevísima pieza poética tiene el aire de una doxología que se repetiría al principio y al fin de las funciones litúrgicas. El salmista, en nombre del pueblo, invita a todas las naciones a asociarse a las alabanzas a Yahvé por haber mostrado su piedad y fidelidad hacia su pueblo. La proyección es netamente mesiánica, pues se da acceso a todas las gentes a participar en el culto al Dios de Israel. El poeta considera las voces de todos los pueblos como un gigantesco orfeón que entona el aleluya en honor del Dios único, especialmente vinculado a los destinos de Israel como centro de la historia. La piedad y la fidelidad de Yahvé para con su pueblo son una prenda de benevolencia para todas las naciones, ya que Israel constituye como las primicias de todos los pueblos en los planes salvadores del Dios único.
Por el empleo de algún giro aramaico y por la invitación universalista coligen los modernos críticos que el salmo ha sido compuesto en época tardía.
Esta invitación a las naciones a asociarse a las alabanzas de Yahvé en torno a Israel prueba el carácter excepcional del pueblo elegido en orden a la salvación del mundo. He aquí cómo bellamente explica esta idea el cardenal Faulhaber: "El salmista quisiera reunir todos los pueblos de la tierra en un orfeón gigantesco, cuyos coros masivos cantaran al Señor de la revelación un aleluya de miles y miles de voces, una verdadera coral de Pentecostés. La primera mitad del salmo contiene la invitación a establecer el orfeón mundial y a cantar; la segunda mitad expone los motivos de la invitación... El objeto perpetuo y continuo del canto de los pueblos es Yahvé, el Dios de la revelación y de la redención... Las dos columnas sobre las que se funda la salvación de los pueblos, sobre las que también, por consiguiente, se basa la acción de gracias de los gentiles por la actividad salvífica de Dios, son la misericordia y la fidelidad de Dios. Su misericordia ha construido sólidamente, en la antigua alianza, los muros de los cimientos; su fidelidad garantiza que el edificio será llevado a buen término en la nueva alianza. Ante la mirada profética del salmista, el edificio está ya en pie, completamente acabado. La barrera entre Israel y las naciones ha sido echada a tierra. Puesto que el Mesías es la piedra angular que debe unir en un edificio único el pueblo de Canaán con los otros pueblos, este salmo 117 recibe de su jefe una coloración mesiánica. Por el Mesías, el gran retoño de Israel, las bendiciones de la revelación, las verdades y las gracias, se derraman sobre todos los pueblos. El Mesías representa el unísono y el acorde de las voces en el aleluya de la humanidad rescatada. Israel estaba encargado de dirigir el canto, pero no de hacer de solista". Estas perspectivas universalistas aparecen en algunos salmos, y son un reflejo de los vaticinios mesiánicos de la segunda parte del libro de Isaías.
Sal 118, 1-29 (Vg 117): Himno triunfal
Con ocasión de una gran solemnidad pública, el salmista entona un himno de acción de gracias por una victoria recientemente obtenida contra los enemigos de Israel. La distribución estrófica tiene un aire procesional, y parece que intervienen todos los estamentos de la sociedad israelita: los sacerdotes, los laicos y aun los prosélitos o adheridos al culto del pueblo escogido. Desde el punto de vista literario se debe notar el aire antifonal del salmo: una voz recita un verso, y el coro responde con una letanía de frases rimadas en consonancia con la idea principal expuesta por el solista que dirige el coro.
Este salmo es el último del grupo aleluyático ("Gran Hallel") y rezuma un profundo sentido eucarístico. El salmista habla en nombre de la nación (versículo 10): Yahvé ha liberado milagrosamente al pueblo de un gran peligro nacional, y el poeta, recogiendo el sentir colectivo, expresa, durante una procesión al templo para ofrecer las víctimas eucarísticas, los sentimientos de gratitud hacia el Dios nacional. En el salmo se respira un "exuberante espíritu de independencia y de ardor marcial".
No pocos autores suponen que esta composición salmódica fue redactada con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos del 444 a.C., celebrada después de la reconstrucción de los muros de Jerusalén. No obstante, por el contenido ideológico del salmo no podemos determinar con certeza la fecha de su composición. Algunos autores retrasan su datación hasta los tiempos de los Macabeos: la purificación del templo por Judas Macabeo en el 165 a.C.; en cambio, otros sugieren como ocasión del mismo la dedicación del segundo templo en tiempos de Zacarías. Pero ciertamente el salmo es posterior al destierro babilónico.
Sal 118, 1-14. Yahvé, Salvador de su pueblo
Organizada la procesión, un salmista invita a todos los componentes del pueblo elegido a cantar los beneficios de su Dios. El pueblo responde: porque es eterna su piedad. Después el director de coro se dirige a cada uno de los estamentos de la sociedad israelita: a la casa de Israel, es decir, la representación del elemento laico de la teocracia israelita. El pueblo contesta con el estribillo anterior. A continuación se dirige el salmista a la clase sacerdotal -la casa de Aarón-, y el coro general contesta con el mismo estribillo. Finalmente, el salmista se dirige a los temerosos de Yahvé -los espíritus religiosos más selectos o quizá los "prosélitos" adheridos al culto yahvista, aunque de procedencia gentílica-, y el coro sigue repitiendo el refrán que ensalza la piedad de su Dios.
A continuación el salmista declara cómo Yahvé ha mostrado su piedad con él -habla en nombre de la colectividad nacional-, pues le ha librado de una situación angustiosa. En realidad, teniendo a su favor a Yahvé, nada puede temer de sus enemigos. Los auxilios humanos son insuficientes y aun falaces; por eso, sólo debe confiarse en Yahvé, que no engaña y es omnipotente. La situación de Israel atacado por sus enemigos fue desesperada, pues lo cercaban y punzaban como enjambre de abejas, o como espinas ardientes de fuego; pero Israel, confiado en su Dios, los trituraba y vencía. En los tiempos de Nehemías, los árabes, amonitas y demás pueblos circunvecinos hostilizaban despiadadamente a los repatriados israelitas. Ante tal confabulación de enemigos no quedaba sino invocar el nombre de Yahvé, cuyas resonancias en la historia de Israel implicaban una garantía de victoria. El versículo 14 está tomado del cántico de Moisés y recuerda las grandes gestas del Éxodo, lo que es una garantía de liberación para el pueblo israelita, perseguido de todos los tiempos.
Sal 118, 15-29. Manifestaciones de exultación y agradecimiento
Después de la victoria sobre los obstinados enemigos, los israelitas, agradecidos, entonan himnos jubilosos de triunfo, pues se ha manifestado la diestra poderosa de Yahvé como en los tiempos antiguos. Quizá la expresión tiendas de los justos, aluda a las chozas en que vivían los israelitas los días de la fiesta de los Tabernáculos, aunque puede ser -y esto es lo más probable- una frase poética para designar las moradas de los fieles yahvistas. La estructura procesional parece mantenerse en la repetición del estribillo, la diestra de Yahvé ha hecho proezas. El pueblo entra solemnemente en el templo de Jerusalén y canta las nuevas gestas de su Dios, no inferiores a las del Éxodo.
El salmista, recogiendo el sentimiento popular, declara los sentimientos de la nación. El pueblo elegido entra en una nueva fase y promete continuar narrando las proezas de Yahvé. Las humillaciones pasadas fueron un castigo enviado por El para corregirle y hacerle entrar por las vías de la Ley. Gracias a sus antiguas promesas no le ha entregado a la ruina total. Los designios salvadores de Yahvé se mantienen a través de la historia, e Israel es objeto de su especial providencia.
Una vez llegados al umbral del recinto sagrado, una voz pide que se abran las puertas del templo, que representan la justicia; ellas guardan al Dios justo, y en su morada santa se muestra su espíritu de justicia para con su pueblo. Los guardianes del templo declaran que ésta es la puerta de Yahvé (versículo 20). Por eso, por ella deben entrar sólo los justos, que conforman su vida a las exigencias de la ley divina. De nuevo una voz declara el motivo de la actual exultación colectiva: el pueblo de Dios, minúsculo en apariencia, ha sido despreciado por los grandes imperios, pero ahora se ha convertido, según los planes divinos, en piedra cabecera angular del edificio de todas las naciones (versículo 22). Los constructores del edificio de la historia humana no habían reparado en una piedra despreciable por su tamaño, pero que en los designios de Dios ocupa el lugar central de la vida espiritual de los pueblos, ya que es la clave en el proceso del establecimiento del reino de Dios en la tierra.
Israel es, en efecto, la piedra angular en el edificio de la salvación de la humanidad, pues es el vehículo de transmisión de los designios salvadores de Dios en la historia. Jesucristo se aplicó este texto a sí mismo, pues las clases dirigentes de Israel no le han querido reconocer como Mesías, cuando es la piedra angular del mesianismo. En efecto, Cristo es el punto de conjunción del Israel de las promesas y el de las realizaciones mesiánicas universalistas. El salmista, entusiasmado ante los destinos de Israel, dice: obra de Yahvé es ésta; la actual victoria y liberación forma parte de un proceso providencialista de Dios, que es realmente admirable a nuestros ojos (versículo 23). La resurrección de Israel después del exilio babilónico prueba su elección entre todos los pueblos. Yahvé es fiel a sus antiguas promesas, y ello es prenda del glorioso futuro que espera al pueblo elegido.
Este día de la liberación de Israel es el día que hizo Yahvé. En Ne 8, 17 se habla del gran día de fiesta en honor de Yahvé después de la reconstrucción de la ciudad. En una situación análoga debemos entender estas frases del salmista, invitando a la alegría general por el éxito logrado. Entusiasmado ante el espectáculo de júbilo, pide a Yahvé que continúe protegiendo a su pueblo (versículo 25). Al hacer su entrada en el templo el presidente del cortejo procesional, una voz proclama enfáticamente: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! Las turbas de Jerusalén saludan con estas palabras del salmo a Jesús al entrar triunfante en la ciudad santa. El grito de "¡Hosanna!" está también tomado del versículo 25 de este salmo procesional, que debía de ser muy recitado por los peregrinos al entrar en la ciudad santa.
El jefe del coro declara que su bendición hacia el pueblo, que avanza con su jefe al frente, procede de la casa de Yahvé, que es el Dios que ha mostrado su poder ahora de modo esplendente, como en otro tiempo en la liberación de Egipto. Con sus intervenciones salvadoras ilumina a su pueblo, espantando las tinieblas de la noche de la calamidad y favoreciéndole constantemente. Durante la travesía del desierto, Yahvé iluminaba a su pueblo en una columna de fuego por la noche. En la bendición de Moisés sobre Aarón y sus hijos se dice: "que Yahvé haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue su gracia, que vuelva a ti su rostro y te dé la paz". Él salmista -probablemente un levita- juega con todas estas reminiscencias bíblicas para declarar la protección salvadora y luminosa de Yahvé sobre su pueblo en este momento de triunfo y liberación. Quizá también se aluda a la costumbre de iluminar con antorchas el atrio de las mujeres, mientras se danzaba, en la noche de la fiesta de los Tabernáculos.
Finalmente, se invita a todo el pueblo a desplegarse procesionalmente en el templo con los ramos o frondas en las manos. Según la Mishná, el día de los Tabernáculos se descendía a un valle vecino a Jerusalén a recoger ramos de sauce, que se llevaban, con ramos de mirto y palmas, al templo, dejándolas en el lado del altar. El salmista parece aludir a una costumbre similar, al invitar a poner los ramos en los ángulos o cuernos del altar (versículo 27).
El salmo se cierra con la antífona inicial repetida por el pueblo: Alabad a Yahvé, porque es bueno. La distribución coral y procesional de las distintas partes del salmo parece necesaria para poder entender los cambios de personas y de ideas del mismo.
Sal 119, 1-176 (Vg 118): Excelencias de la ley divina
En este salmo -el más extenso del Salterio- el poeta canta las alabanzas de la Ley de Dios, sin duda para responder a los escépticos de su tiempo, que procuraban olvidarla para vivir conforme a sus intereses y concupiscencias personales. Pero la Ley en sus labios "no tiene el sentido estricto de la legislación mosaica o del Pentateuco. La palabra hebrea Tórdh tiene una acepción más amplia; y aquí, como en los salmos 1 y 19, significa toda revelación divina como regla de vida... No es un código rígido de preceptos y de prohibiciones, sino un cuerpo de doctrina, cuya plena significación no puede ser comprendida sino gradualmente y con la ayuda de la instrucción divina". Por eso la palabra Ley es sinónima en este salmo de "revelaciones divinas, promesas y enseñanzas proféticas, sobre todo la voluntad de Dios, su beneplácito". A través de la Ley se revela la misericordia divina, aun cuando corrige y castiga. El salmista se extasía ante las excelencias de la Ley, que refleja la voluntad divina para con los hombres. Por ello es el objeto constante de su meditación y a ella procura conformar totalmente su vida. Se siente débil y reconoce sus caídas, y, sobre todo, confiesa la necesidad de la gracia divina para mantener su fidelidad integral a la Ley. Por eso, constantemente afloran a sus labios los gritos de socorro y de súplica para no desviarse del verdadero sendero señalado por ella en la vida.
El cumplimiento de la Ley otorga ya una satisfacción íntima al alma piadosa: da ciencia, prudencia, sabiduría para conducirse en la vida, y, al mismo tiempo, procura consuelo, alegría íntima y conciencia tranquila. No obstante, el salmista se siente rodeado de gentes impías sin consideración alguna para sus valoraciones religiosas, lo que en su sensibilidad espiritual le causa profundo pesar. Algunas veces solicita verse libre de esta situación para poder vivir plenamente su vida espiritual. Cuando pide se le otorgue la vida, ha de entenderse en este sentido de "vivencia" plena de su personalidad espiritual: "No sólo pide ser librado de la muerte, sino de todo lo que, dentro o fuera, comprime y paraliza la vida y le impide hacer uso de ella y gozarla a placer; porque la "vida" incluye las ideas de luz, de alegría y de prosperidad. Encuentra su plena realización en la comunión con Dios". No aparece la perspectiva luminosa de la vida en Dios en el más allá, pero su profundo espiritualismo lleva a las claridades de la panorámica evangélica. La revelación se ha ido perfilando y concretando gradualmente en las diversas etapas del A.T.; y son las almas selectas las que han sabido captar mejor el soplo íntimo del Espíritu, que inconscientemente las guiaba hacia las claridades de la plena eclosión neo-testamentaria. Así, la noción de "vida" en el salmo encontrará su completa significación en las revelaciones del evangelio de San Juan a la luz cegadora de la realidad del Verbo encarnado. Pero debemos respetar los estadios de la revelación en la historia y procurar captar el sentido gradual y relativo que en cada época tiene. "El salmo está penetrado de piedad filial, profunda y mística. Sus concepciones sobre el más allá son, sin duda, cortas y confusas. Pero su espíritu hace presentir el Evangelio. Es todo lo contrario del formalismo y del legalismo que caracteriza a los fariseos".
El poeta se esfuerza por inculcar las excelencias de la Ley, a la que designa con ocho sinónimos: testimonio, precepto, juicio, mandato, oráculo, estatuto, palabra, camino. Es la expresión de la voluntad divina, pero sin formulismos farisaicos. Toda ella está penetrada del sentimiento interior, sin que la formulación de la misma signifique una interferencia entre Dios y el alma piadosa. "El salmo es un reconocimiento de la gracia de la revelación, de la fuerza que la Ley da a Israel en medio del paganismo circundante y al fiel israelita en presencia de una laxitud prevalente de fe y moral. En un tiempo en que la voz de la profecía era raramente oída, o quizá se había callado, se comienza a sacar fuerza de la meditación sobre la revelación hecha a las pasadas generaciones... Es digno de notarse que el salmo, que emana del período en que la ley ritual era codificada y el templo se había convertido en centro de la religión de Israel, no contenga alusión alguna al ceremonial o al sacrificio. Sin duda que el salmista había incluido la ley ceremonial como parte de los mandamientos de Dios, pero evidentemente no lo considera como la parte principal de los mismos. Todo el salmo está animado por una profunda interioridad y espiritualismo, muy lejos del literalismo supersticioso de los tiempos posteriores. No incluye una tendencia a sustituir la observancia mecánica de las reglas por la aplicación viva de los principios. Tal obediencia, aunque se queda corta respecto de la libertad del Evangelio, es al menos un paso hacia ella".
La distribución estrófica es conforme a las 22 letras del alefato hebreo, comenzando cada una con una letra distinta. Cada estrofa tiene ocho versos. La ilación lógica entre los diversos versos no es siempre clara ni gradual, pues más bien cada verso tiene el aire de una jaculatoria con unidad propia. No obstante, cada estrofa tiene su idea central, que le da una cierta unidad. Se ha definido este salmo como "el alfabeto del amor divino". San Agustín difirió la exposición de este salmo hasta después de haber comentado todo el Salterio: "non tam propter eius notissimam longitudinem quam propter eius profunditatem paucis cognoscibilem... quanto enim videtur apertior, tanto mihi profundior videri solet".
El salmista representa a la clase piadosa, y, por eso, muchas de sus expresiones trascienden sus problemas personales. Por el tono y el lenguaje parece que ha sido compuesto en los tiempos posteriores al destierro babilónico, y refleja la situación de la comunidad judía en los tiempos de Esdras o Malaquías (siglo V a.C.). Algunos autores suponen que el salmo es una especie de vademécum compuesto para las jóvenes generaciones, que surgían en un ambiente de laxitud moral y religiosa. La composición tiene una clara finalidad didáctica al estilo de los libros sapienciales.
Desde el punto de vista literario, la inspiración poética está sujeta a su finalidad didáctica y al encasillado forzoso alfabético. Las frases se repiten cansinamente, y las ideas siempre son las mismas. El paralelismo suele ser sintético, completándose el pensamiento en la segunda parte del dístico. El estilo es sencillo, sin metáforas pintorescas y sin mucha matización conceptual.
Sal 119, 1-8. La dicha de los que guardan la Ley divina
El poema acróstico se inicia, como en Salmo 1, declarando la dicha de los que procuran mantenerse íntegros en su proceder, conformándose con las exigencias de la Ley de Yahvé y cumpliendo sus prescripciones. Sólo la amistad con Dios puede atraer la felicidad al hombre, ya que éste depende en todo de su providencia. Dios sólo otorga su protección y beneficios al que es fiel a sus mandamientos, expresados en la Toráh, término que en este salmo aparece veinticinco veces. El deuteronomista declara enfáticamente: "¿Cuál es la gran nación que tenga leyes y mandamientos justos como esta Ley que yo os propongo hoy?". La alianza del Sinaí y los preceptos de la Ley mosaica colocaban al pueblo hebreo en una situación privilegiada respecto de las otras naciones, pues era la expresión de la voluntad divina, y ningún pueblo podía gloriarse de tener un Dios tan cerca de él como lo estaba Yahvé de la nación israelita, su "heredad" particular entre todos los pueblos. Por ello, el autor del Deuteronomio pone en boca de Moisés estas palabras dirigidas a su pueblo: "Yo os he enseñado leyes y mandamientos, como Yahvé, mi Dios, me los ha enseñado a mí, para que los pongáis por obra... Guardadlos, pues en ello está vuestra sabiduría y vuestro entendimiento a los ojos de los pueblos, que, al conocer todas estas leyes, se dirán: Sabia e inteligente es en verdad esta gran nación".
El salmista se hace eco de estas intimaciones, si bien para él la palabra Ley tiene un sentido amplio: instrucción, cuerpo de doctrina, palabra de Yahvé; es la "revelación como guía de vida, exhortación profética y aun como dirección sacerdotal; es la suma del deber del israelita". Los preceptos de Yahvé son, en realidad, sus testimonios, en cuanto que son declaración oficial de su voluntad en el orden religioso y moral. En los textos del Pentateuco, la palabra "testimonio" es sinónimo del Decálogo; pero aquí tiene un sentido más amplio.
El conformarse con la Ley divina supone en primer lugar apartarse de toda iniquidad, pues el pecado no se compagina con los caminos que llevan a Dios; pero, además, supone una orientación positiva hacia todo lo que implique beneplácito divino: sólo los que le buscan con sinceridad de corazón podrán encontrar la íntima felicidad del alma.
La voluntad de Yahvé, expresada en sus preceptos, implica el deseo de que se cumplan y guarden con toda diligencia, conforme a la declaración de Dt 4, 2: "Guardad los mandamientos de Yahvé, vuestro Dios, que yo os prescribo." Los israelitas, por el hecho de pertenecer al pueblo elegido, no son libres para desentenderse de los preceptos divinos. El salmista vive en un ambiente de abandono espiritual, y por eso recuerda la necesidad de observar la Ley divina como condición necesaria para agradar a Yahvé y ser objeto de su beneplácito.
Después de declarar la necesidad de adherirse a los preceptos divinos, el poeta piensa en su situación personal, ansiando mantenerse firme en sus propósitos de fidelidad a su Dios. Sólo así podrá sentirse seguro, pues al amparo de la omnipotencia divina nunca será defraudado en sus propósitos ni confundido ante sus adversarios, que se burlan de su confianza en Dios y de la fidelidad a sus preceptos. La guarda de los mandamientos divinos le preservará del abandono total de su Dios, que niega su protección a los impíos.
Sal 119, 9-16. La fidelidad a Yahvé
El salmista se presenta ahora como un maestro experimentado que da sus consejos a la juventud desorientada. Nadie como el joven necesita de dirigir bien su vida por las sendas del Señor. Sólo guardando la palabra o ley de su Dios podrá mantenerse incólume en su conducta. El mismo maestro y experimentado en la virtud necesita el auxilio divino para no apartarse de sus preceptos (versículo 10). Esta desconfianza de sí mismo en el salmista contrasta con la autosuficiencia del fariseo, que se cree seguro con cumplir determinados preceptos formalísticos. No es, pues, este salmo un primer brote de legalismo farisaico, como algunos autores han insinuado. La Ley para el salmista es el cumplimiento de la voluntad divina en las insinuaciones más íntimas. Por otra parte, nadie puede gloriarse de estar seguro en el camino de la virtud. El salmista declara que procura guardar el oráculo divino -la Ley- como un preciado tesoro, para así evitar todo pecado.
El fiel a Yahvé se halla siempre en situación de aprendiz en el camino de la virtud, y, por ello, el salmista pide confiadamente a su Dios que le enseñe y haga penetrar los secretos de sus preceptos. En su vida ha procurado no sólo guardar los decretos de Yahvé, sino que los ha pregonado para hacer partícipes de su íntima dicha a sus conciudadanos. Los testimonios o mandamientos de Dios han constituido el centro de su corazón, y ha sentido más alegría en su cumplimiento que en el disfrute de las riquezas. Pero ansia penetrar más hondo en los preceptos que señalan los caminos que conducen a Dios. Con el conocimiento hondo de la voluntad divina sentirá un profundo deleite, de modo que nunca olvide su palabra o Ley.
Sal 119, 17-24. La hostilidad de los impíos contra el justo
El salmista ansia continuar viviendo para mostrar su fidelidad a los preceptos divinos. En la región de los muertos, el difunto estaba desconectado de toda comunicación afectiva con Dios; por eso, los justos ansían que su vida se prolongue, pues aún no conocen el horizonte luminoso de la vida eterna. Esta idea aparece por primera vez claramente formulada en el libro de la Sabiduría, en el siglo II. El salmista, ansioso de conocer las profundidades de la Ley, pide a su Dios que abra sus ojos, pues los mandatos divinos son un hontanar inagotable para las almas espirituales. Consciente de sus imperfecciones, se considera como un peregrino en tierra extraña, que debe ser adoctrinado en los caminos desconocidos, que en este caso son los mandamientos de Yahvé (versículo 19). El alma del justo se siente desfallecer por las ansias de conocer las decisiones de su Dios para no apartarse de ellas en nada.
Los soberbios y autosuficientes, que organizan su vida al margen de los mandamientos divinos, serán presa de la ira divina. En cambio, los que han guardado los testimonios de Yahvé se verán libres del oprobio y del desprecio, pues a la hora del juicio serán reconocidos en su virtud y premiados largamente por la justicia divina. El salmista se siente tan firme en sus principios de fidelidad a su Dios, que no cederá, aunque conspiren contra él los mismos príncipes y poderosos de la ciudad. Su mente continuará meditando sus estatutos, fuente de toda felicidad.
Sal 119, 25-32. Súplica de protección divina
En un momento de postración y de prueba, el salmista declara sus sinceras intenciones de fidelidad, y pide a su Dios que le salve la vida, conforme a las promesas de protección al justo. Se siente próximo a la muerte -su alma está pegada al polvo-·, pero espera ser librado de ella, confiando en la palabra de Yahvé. Por experiencia sabe que Dios no le abandona, pues en lances semejantes expuso sus andanzas y peligros, y Yahvé le escuchó. Por eso, ahora mantiene la esperanza de alcanzar el auxilio salvador divino. Pero, aun en esa situación, no tiene otra obsesión que conocer los estatutos de Yahvé, que para él encierran maravillas, pues son los caminos que le llevan hacia la íntima felicidad: la vida de intimidad con su Dios.
De nuevo vuelve a reflejar su situación de pesadumbre ante un peligro de muerte; por eso suplica a Dios que le levante de su postración actual, conforme a sus promesas (versículo 28). En su sinceridad espiritual, declara que no quiere vivir según el camino de la mentira -todo lo que está fuera de la ley divina: deslealtad, avaricia-, sino conformarse en todo a su voluntad. Esta es la senda de la verdad, señalada por los juicios divinos. A pesar de hallarse en una situación de ansiedad, permanece adherido a sus testimonios, seguro de que no será confundido ante sus adversarios, que celebrarían su derrota como un triunfo propio al ver que Dios no se cuida de los suyos en los momentos de angustia y de peligro. La rehabilitación le dará más libertad para dedicarse con más fuerza y correr por el camino de los mandamientos divinos. Será entonces el momento de ensanchar su corazón y de gozar de la paz plena de su espíritu.
Sal 119, 33-40. La senda de los mandamientos
Insistiendo en sus deseos anteriores, pide el salmista que le instruya en los secretos de sus mandatos, de forma que se amolde a ellos de todo corazón. El salmista teme desfallecer en sus buenos propósitos, dejándose llevar por la avaricia, en contra de los mandamientos divinos, que constituyen el testimonio de su voluntad. Los hagiógrafos están poseídos de la idea de que Dios lo domina todo, y, por tanto -sin distinguir causas segundas y primeras y voluntad positiva y permisiva-, creen que los puede inclinar al mal, como la avaricia. En el "Pater noster" leemos, traduciendo literalmente un arameísmo: "et ne nos inducas in tentationem," que la versión española traduce muy bien: "no nos dejes caer en la tentación." El salmista pide que se le evite dejarse llevar por lo pecaminoso y falso. Todas las cosas de esta vida son vanidad y engaño si se las desvincula de Dios, y, por eso, entregarse a ellas desmesuradamente es apartarse de los preceptos divinos.
Nuevamente vuelve a considerar su situación de postración, y por ello pide ansiosamente que Dios mantenga sus promesas a favor de los que le reconocen y temen, amoldándose a sus mandamientos. Si queda decepcionado en sus esperanzas de salvación, sus enemigos se burlarán de él, y esto constituirá para él un oprobio, ya que su virtud quedaría sin recompensa. Los mandamientos divinos no pueden decepcionar a los fieles, pues son para bien. La justicia divina tiene, pues, que corresponder a la fidelidad de los que le temen, otorgándoles continuar viviendo, para así mostrar a los impíos que no desampara a los suyos.
Sal 119, 41-48. La piedad de Yahvé
Agobiado por las burlas de los adversarios, el salmista pide a su Dios que manifieste su piedad salvadora hacia él, como lo hizo en otras ocasiones. Sólo así podrá probarle que la palabra divina no defrauda a los que en El esperan. Recuperada su situación normal y su holgura, promete mantenerse fiel a sus mandamientos, pues la nueva situación próspera será fruto de esas ansias de vivir conforme a los preceptos divinos, ya que le han atraído la bendición divina. No se avergonzará de su fe, y está dispuesto a proclamarla ante los reyes y príncipes. Durante toda su vida meditará en los decretos salvadores de Yahvé.
Sal 119, 49-56. La palabra de vida
En medio de las pruebas, la ley de Yahvé ha sido para el salmista fuente de consuelo, de alegría y de esperanza. La palabra divina ha constituido la base de sus esperanzas cuando se sentía hostilizado por doquier. Las promesas de Yahvé son fuente de vida, pues son una prenda de que no le olvidará ni le dejará desamparado. Su fidelidad no puede ser olvidada, ya que el Señor corresponde a ella con la fidelidad a sus promesas. Los desaprensivos y protervos le han zaherido maliciosamente, considerándole perdido sin remedio; pero el justo ha permanecido fiel a la ley divina. Los juicios divinos se han manifestado desde antiguo en favor de sus fieles, y esto da fuerzas y energías al salmista en los momentos difíciles (versículo 52).
En su dura peregrinación en esta vida, incomprendido y forastero en medio de una sociedad materializada, los estatutos de Yahvé han sido para el salmista como melodiosos cantos que alegran su corazón y tonifican su espíritu. En realidad ha sido un ser privilegiado al centrar su existencia en torno a la guarda de los preceptos de Yahvé.
Sal 119, 57-64. Amigo de los temerosos de Dios
Yahvé es la porción o "heredad" del salmista, y por eso ha decidido observar escrupulosamente su palabra. En correspondencia, suplica que le sea propicio, conforme a las promesas de su oráculo. Durante toda su vida ha procurado reconsiderar su propia conducta para rectificar y adaptarla lo más posible a los testimonios de Yahvé (versículo 59). Sus adversarios han procurado entorpecer sus pies poniéndole ligaduras para hacerle volver de su camino recto; pero no han tenido éxito en sus maniobras, pues nunca ha olvidado la ley divina. Al contrario, para meditar más en ella interrumpe su sueño a media noche, dando gracias a Dios por sus justos juicios. Para fortalecerse en su virtud, procura rodearse de los que guardan los divinos preceptos, viviendo así en una atmósfera de piedad y de fidelidad a la ley de Yahvé. Todas las cosas predican la piedad y bondad de su Dios, y por eso ansia conocer mejor sus estatutos.
Sal 119, 65-72. Confesión de culpabilidad
La bondad de Yahvé se ha manifestado siempre en la vida del salmista, tanto en los momentos de prosperidad como en los de aflicción, conforme lo había prometido. Con todo, pide que le enseñe siempre el buen sentido, para saber distinguir lo recto de lo malo, para no apartarse de su Dios; y en esto consiste la verdadera ciencia: conocer la mano de la Providencia en todo, para ordenar la vida conforme a las insinuaciones de su voluntad, manifestada en sus mandamientos. Justamente, la aflicción enviada por Yahvé ha servido para reconocer sus anteriores desvaríos, pues en la prosperidad se preocupaba menos de su Dios. Una vez más se ha manifestado como bueno y bienhechor para con su siervo, pues el sufrimiento y las contrariedades han servido para considerar de nuevo sus caminos.
Su actual conducta de fidelidad exaspera a sus enemigos soberbios, que incesantemente conspiran contra él fraudulentamente para hacerle salir del camino de la virtud; pero su corazón permanece apegado a sus preceptos. En realidad, están obcecados, sin tener la más mínima sensibilidad espiritual. Su corazón está craso y materializado, y por ello es incapaz de captar las impresiones espirituales que se desprenden de la meditación de la ley, en la que el justo tiene todas sus delicias. La pasada humillación le ha servido para comprender más a fondo los estatutos de Yahvé. Esta lección es de valor inestimable para ordenar su vida, mucho más que las riquezas.
Sal 119, 73-80. Ansia de la compañía de los justos
Puesto que Yahvé le ha modelado corporalmente, debe completar su obra en el orden espiritual, perfeccionando su entendimiento para comprender mejor sus mandamientos. Su conducta de fidelidad completa a Yahvé ha servido para que los temerosos de Dios se alegren, pues han visto que su esperanza en la palabra divina no ha quedado defraudada. Sus mismas aflicciones han constituido una manifestación de los justos juicios de Dios, ya que por sus imperfecciones e infidelidades las había merecido. Pero necesita, en medio de la postración, ser reconfortado por la piedad divina para poder revivir con plenitud espiritual y material. Está rodeado de gentes protervas, que injustamente le zahieren para apartarle del buen camino. Su consuelo está en la meditación de los mandamientos divinos y en la compañía de los que temen a Yahvé y aceptan sus testimonios, y por eso pide a Dios que le ayude a mantener su integridad espiritual, pues sólo así no será confundido ni avergonzado ante los que se burlan de su vida piadosa.
Sal 119, 81-88. Ansias de justicia
El salmista parece estar en un momento de postración moral, y por ello ansia que pronto se manifieste la intervención salvadora de su Dios, conforme a las esperanzas puestas en su palabra. Está abandonado de todos en un ambiente de hostilidad e incomprensión, y sólo le resta esperar en el consuelo de lo alto. Se siente desfallecer y está desfigurado como odre puesto al humo; pero, con todo, sigue fiel a los estatutos de su Dios. Siente que su vida se gasta, y teme no poder asistir al castigo de los que injustamente le persiguen; por eso pregunta cuántos años le quedan de vida, pidiendo a Dios que acelere el momento de su intervención punitiva sobre sus enemigos (versículo 84). Estos, como sagaces cazadores, han cavado hoyas para hacer caer la presa, tratando de desviarle de los buenos caminos de la ley. En determinados momentos han estado a punto de echarle a tierra, consiguiendo sus malignos propósitos; pero se ha mantenido fiel a los preceptos divinos. El salmista, ante tanta hostilidad, pide socorro para que Dios le conforte y vivifique espiritualmente, no sea que al fin sucumba en contra de sus buenos propósitos.
Sal 119, 89-96. La perennidad de la palabra divina
La grandeza y perennidad de la ley divina han servido de confortamiento al salmista en los momentos de postración y aflicción. La palabra de Yahvé está por encima de todo cambio y de todas las contingencias; permanece siempre la misma, como los cielos, y también su fidelidad a las promesas dadas a sus siervos. La permanencia de la tierra es también una garantía de la estabilidad de las obras de Dios, entre las que están sus preceptos. Los cielos y la tierra, con todo lo que tienen, obedecen, sumisos, a las ordenaciones divinas, y por ello permanecen en su puesto. La garantía de permanencia para el hombre está también en obedecer a la ley divina. El salmista ha podido salvar los momentos de su depresión moral precisamente meditando en la ley de Yahvé, que constituye toda su delicia. Ella le ha proporcionado vida espiritual en sus momentos difíciles. En realidad, es lo único que puede llenar la profundidad de su alma, ya que todas las cosas terrenas, por perfectas que sean, tienen un límite, mientras que los mandamientos de Yahvé son insondable e inagotables; y por ello llenan la capacidad de su alma, ansiosa de vida espiritual.
Sal 119, 97-104. Las ventajas espirituales de la ley divina
La ley es la fuente de la sabiduría para el salmista, que medita en ella día y noche. Ella es, como ha dicho antes, insondable, y, acomodándose a sus preceptos, se encuentra en una situación de superioridad frente a sus enemigos, que no saben ver la mano de Dios en esta vida. Cumpliendo sus preceptos es superior en sagacidad y experiencia a los mismos ancianos. Iluminado por ella, ha sabido desviarse de los malos caminos. Pero, además, las promesas de los oráculos divinos resultan siempre dulces al que sabe cumplir los mandatos de Yahvé. Con la luz de los preceptos divinos puede el justo discernir las falsas sendas, escogiendo las que llevan a Dios.
Sal 119, 105-112. Súplica en Medio del Peligro
Siguiendo la idea expresada en la estrofa anterior, declara que la ley es en su vida una lámpara que con su luz le descubre el sendero recto, guiándole de modo seguro en medio de los peligros de una sociedad materializada. Con toda decisión está resuelto a cumplir su juramento de ajustarse a los juicios divinos, que son siempre justos; pero ahora se halla sumido en la aflicción a causa de la hostilidad de sus enemigos, que conspiran contra él. Su vida está en peligro; la metáfora tener el alma en las palmas de las manos equivale a la nuestra "tener la vida en un hilo". Por eso ruega a Yahvé que acepte sus ofrendas voluntarias -sus votos y plegarias-, para así contrarrestar la labor de sus enemigos, que, como cazadores avezados, le ponen una trampa para hacerle caer en la fosa. Justamente se oponen a él porque se mantiene incólume en su fidelidad a la ley. Pero el salmista declara que no se desviará de su conducta, porque los testimonios de Yahvé constituyen su heredad, o porción selecta que le ha caído en suerte, y le proporcionan el mayor gozo a su corazón lacerado. Por eso siempre está dispuesto a cumplir sus exigencias y estatutos, ya que son la expresión de la voluntad divina.
Sal 119, 113-120. Dios no se complace en los impíos
El salmista contrapone la sinceridad de su corazón a la doblez engañosa de los que viven fuera de la ley divina. Sus contemporáneos hacían gala de religiosidad, pero al mismo tiempo no se preocupaban de amoldar su conducta a las exigencias de la ley de Yahvé; y esto choca con la sensibilidad espiritual de las almas selectas, que procuran vivir de su fe. Por eso quiere vivir apartado de los malvados, evitando toda atmósfera viciada que pueda comprometer la guarda de los mandamientos de Yahvé, que es para él su defensa y protector. Pero para mantenerse incólume en el camino recto necesita la ayuda divina, prometida en sus oráculos. En ella tiene toda su esperanza, y ansia no quedar defraudado. Confiado en su Dios, espera verse libre de las asechanzas de los impíos, en los que no se complace. Dios los desecha como escorias sin valor. Los juicios de Yahvé son severos, y, por ello, hasta el justo se estremece al parar mientes en ellos, pues sus infidelidades pueden acarrearle castigos.
Sal 119, 121-128. Súplica del auxilio divino
El salmista confiesa su rectitud en el obrar conforme a las exigencias de la justicia, y por eso suplica confiado a su Dios que le libre de sus opresores. Es hora de que corresponda a sus promesas para salvarle de los soberbios, que desprecian su vida piadosa. Sus ojos se debilitan en espera de la manifestación salvadora de Yahvé en su favor y de la acción justiciera sobre sus enemigos (versículo 123).
La ley es el centro de su vida, y por eso desea que se le descubran todos sus secretos, pues son el sostén de su vida en las pruebas que atraviesa. Se siente obligado a obrar en favor de su Dios, pues los impíos han violado su ley, y es necesario contrarrestar su mala conducta con la entrega plena a los mandamientos divinos, que son para él más apreciables que el oro más refinado.
Sal 119, 129-136. La palabra de Yahvé es luz para el justo
La ley de Yahvé es una lámpara que ilumina la vida del justo y conforta a los sencillos, que procuran amoldarse a sus testimonios.
La fidelidad de Dios a sus promesas de protección sobre el justo da confianza al salmista para implorar su auxilio en reciprocidad a su buena conducta. Se siente en medio de un ambiente hostil a los valores religiosos, y por ello suplica que se afirmen sus pasos por el camino recto emprendido. En medio de las tinieblas espirituales y morales ansia ver resplandecer la faz de Yahvé en su favor, es decir, desea que se manifieste su poder protector y benevolente hacia él, que se siente hostilizado por doquier. Su sensibilidad religiosa no puede tolerar la atmósfera de impiedad que le rodea, y por eso sus ojos se llenan de lágrimas a causa de su celo por la ley.
Sal 119, 137-144. El celo por la causa de Dios
Siguiendo la idea de la estrofa anterior, el salmista declara la solicitud que siente por los juicios divinos, manifestados en su ley. Yahvé no es un Ser que hace uso libre de su fuerza de modo incontrolado, sino que se atiene a los imperativos de su justicia y rectitud, que, juntamente con la misericordia, constituyen su escolta de honor. Sus testimonios o preceptos responden a la fidelidad a sus promesas de protección al justo. Por eso, el salmista se consume al ver el olvido de la ley por parte de sus enemigos, los impíos. El oráculo divino es como oro acrisolado de la mejor ley; por ello es el objeto de las complacencias de su alma. Por insignificante que sea, está adherido a los preceptos de Yahvé, que reflejan su justicia eterna e indefectible. Las calamidades y hostilidades de los impíos no han bastado para apartarle de su camino.
Sal 119, 145-152. Los mandamientos de Yahvé son eternos
Toda la vida del salmista es una incesante plegaria para mantenerse fiel a la ley divina en medio de una sociedad incrédula. Antes de que despierte el alba, ya está implorando el auxilio divino para que le conceda la perseverancia en la guarda de los testimonios de Yahvé; y se compara a un centinela que está despierto antes de que le toque la vigilia de guardia. Los hebreos dividían la noche en tres vigilias, y probablemente el salmista es un levita que tiene el tiempo señalado para servir en el santuario en determinadas vigilias: antes del tiempo en que le corresponde prestar servicio, ya está despierto pensando en la ley de Yahvé.
La presencia de su Dios le proporciona seguridad; pues, por muy cerca que estén sus perseguidores para caer sobre él, más cerca está Yahvé para prestarle auxilio. Los impíos consideran la ley de Dios como ya caduca y sin obligatoriedad presente, pero, en realidad, los mandamientos divinos tienen una validez eterna.
Sal 119, 153-160. La palabra de Yahvé es la verdad
De nuevo insiste el salmista en su situación angustiada actual, rodeado de enemigos que conspiran contra su vida de piedad. Yahvé es su go'el, y, en consecuencia, está obligado a defender su causa en un momento en que se halla comprometida su reputación y su vida espiritual. Para los impíos no hay salvación, porque no pueden esperar el auxilio divino. Justamente, la seguridad de tener a su lado al Omnipotente le ha dado fuerza para no ceder ante los perseguidores; pero la impiedad de éstos causa fastidio a su sensibilidad espiritual. Por su parte, se afirma en su posición de fidelidad, pues todos los preceptos divinos se resumen en la verdad, y, por tanto, tienen validez permanente como expresión de los juicios equitativos de Yahvé.
Sal 119, 161-168. La Alabanza Constante de Yahvé
A pesar de la hostilidad de las clases más representativas de la sociedad, no se ha apartado el salmista de su conducta de entrega a los preceptos divinos. Según su conciencia religiosa, es preferible temer a Dios que a los príncipes. La satisfacción del cumplimiento del deber le es superior a la del guerrero que se apodera de copioso botín. Tan consustancial es para él la ley divina, que siente odio instintivo para todo lo que signifique falsedad y doblez de corazón. Su alma está en tensión constante espiritual, alabando continuamente a su Dios. La expresión siete veces indica multiplicidad y plenitud.
Para los seguidores de la ley, el premio es la paz interior y la seguridad de que no han de caer por un tropiezo. Bajo la protección divina están al abrigo de los peligros mortales que acechan a los impíos. El salmista se siente dichoso cumpliendo los mandamientos divinos, que le aseguran su paz interior. Toda su conducta -sus caminos- está patente a su Dios, que puede juzgar de la sinceridad de sus afirmaciones.
La conclusión resume los diversos temas del salmo: súplica para entender mejor la ley divina, ansias de salvación y acción de gracias por los beneficios inestimables recibidos. El salmista desea penetrar los secretos de los preceptos divinos para captar mejor su voluntad, y, al mismo tiempo, pide que se cumplan sus promesas de protección para verse libre de los muchos peligros de toda índole en que se halla. Su súplica y promesa de acción de gracias se termina con una demanda final de auxilio en caso de que por su debilidad se extravíe y aparte de los preceptos divinos. A pesar de sus reiteradas afirmaciones de fidelidad, está expuesto a claudicar, y entonces sólo la gracia divina puede hacerle volver al buen camino. Yahvé es el buen Pastor, que debe buscar a la oveja descarriada para volverla al redil. Estas afirmaciones del salmista están muy lejos de la autosuficiencia de los fariseos, que se creían seguros en su estado superior de perfección. El salmista "es un peregrino por el desierto del mundo; como una oveja que ha sido separada del rebaño, está expuesto a peligros constantes, y por eso pide a Dios que no le abandone solo en su peregrinación, sino, conforme a su promesa, le busque, para que en medio de estos peligros no olvide la ley de Dios".
Sal 120, 1-7 (Vg 119): Los enemigos de la paz
Este salmo inicia la serie de los llamados "graduales" o de las "subidas," por pertenecer a la colección de los que eran cantados por los peregrinos cuando "subían" hacia Jerusalén o por las "gradas" que daban acceso al recinto sagrado. El salmista, en esta composición deprecativa, representa a la clase piadosa, despreciada y calumniada por gentes impías que no saben valorar su vida religiosa en su debida medida. Se siente como extranjero morando entre las tribus nómadas del desierto, desprovisto de toda ayuda y hostilizado por todas partes. Su espíritu sensible y pacífico es el blanco de las afirmaciones calumniosas de gentes desaprensivas que constantemente le hostigan.
Algunos autores han propuesto entender este salmo en sentido colectivo, es decir, el salmista hablaría en nombre de Israel en el exilio, o vuelto ya a la patria, pero hostilizado por samaritanos, edomitas y moabitas para impedir su reconstrucción nacional. Pero nada en el contexto avala esta interpretación colectiva, pues el sello de las quejas es personal, y refleja más bien la situación de un alma angustiada e incomprendida por los representantes de una sociedad apartada de Dios. Bajo este aspecto, el salmista es tipo de la clase piadosa, que vive su vida religiosa en una atmósfera de incomprensión y de hostilidad.
Desde el punto de vista literario se ha relacionado este salmo con el 12 de la colección llamada "Salmos de Salomón" del siglo II a.C., y que no ha sido incluida en el Salterio canónico. Tiene también analogías con el fragmento del Eclesiástico (Si 51, 1-12). Los parecidos se explican por situaciones psicológicas similares, sin que impliquen dependencia literaria.
Sal 120, 1-7. Oración de un Piadoso Calumniado
En momentos de angustia pasados, Yahvé estuvo siempre al lado de su fiel, accediendo a sus preces llenas de ansiedad. Esto le da ánimos para en la situación actual acudir a su Dios, pidiendo le libre de los enemigos que incesantemente le atacan con calumnias y mentiras.
Jugando con las fórmulas estereotipadas de juramento ("Que Dios me haga esto y añada esto..."), el salmista anuncia a los calumniadores que, en efecto, recibirán lo que han proferido al lanzar sus calumnias. Dios les tomará al pie de la letra sus juramentos y les enviará un castigo inexorable, que será tan pernicioso y destructor como las saetas agudas de un fuerte o como los carbones de retama, que tardan en consumirse. Los impíos han lanzado calumnias, punzantes como flechas agudas; pero Dios, que es más fuerte, se las devolverá atravesándolos. Con sus falsas acusaciones han querido encender la contienda, pero la ira divina los consumirá como retama. Otra interpretación posible: ¿Qué provecho sacáis los impíos con vuestras calumnias, que son como saetas encendidas o como fuego consumidor? (versículo 4). El estilo es conciso y vigoroso, pero oscuro, y se presta a múltiples interpretaciones.
La atmósfera en que se desarrolla la vida del salmista es tan materialista, que se siente como habitando ya entre los bárbaros de Mesej, moradores de las orillas del mar Negro o entre tribus beduinas de Cedar, en TransJordania, famosas por su rapacidad. El hagiógrafo toma estos nombres de gentes exóticas, y que están al margen de la ley divina, como tipo de los que injustamente conspiran contra él. Su espíritu pacífico -yo soy todo paz- choca con el temperamento pendenciero y belicoso de sus enemigos, que con sus calumnias y fraudes procuran en todo momento sembrar la discordia (versículo 7). Por eso, su alma siente fastidio al tener que habitar con los que odian la paz (versículo 6).
Sal 121, 1-8 (Vg 120): Seguridad del protegido de Dios
Esta composición refleja las ansias de los peregrinos al acercarse al santuario de Yahvé, del que emana la protección sobre los fieles israelitas. A la sombra protectora del Dios de Israel podían los peregrinos emprender la dura marcha, seguros de que nada desagradable les había de ocurrir, porque la solicitud del Todopoderoso velará por ellos. El salmista, pues, recoge los pensamientos y ansias de los peregrinos de Sión para inculcarles confianza al emprender la ruta hacia el lugar santificado por la presencia de Yahvé. En el salmo parecen oírse las exhortaciones mutuas de los peregrinos que se lanzan por el camino de la ciudad santa, esperando divisar pronto los "montes" sobre los que descansa el santuario del Dios de Israel, desde el que mantiene vigilancia sobre sus devotos para que nada nocivo les sobrevenga.
El valor literario de este salmo es encomiado por todos los comentaristas, destacándose la confianza infantil y total en la Providencia divina. "Parece que se oye la voz de los peregrinos, que se animan mutuamente por palabras de fe y de esperanza, mientras que se dirigían hacia Jerusalén para cumplir una vez más, en el centro de la vida y del culto nacional, la relación de Yahvé con Israel y con cada israelita individualmente, como su guardián a través de todas las vicisitudes de la vida".
El desarrollo del salmo se comprende mejor suponiendo una alternancia de coros de peregrinos; así, la forma dialogada de la composición realza su contenido y sus contrastes ideológicos. Se percibe, además, un ritmo gradual, repitiéndose algunas palabras a medida que avanza el pensamiento del salmista.
No se puede concretar la fecha de composición del salmo, aunque por la placidez del poema podemos conjeturar que fue redactado en tiempos de una cierta paz social y política. Generalmente, los autores suponen que es de la época persa.
Sal 121, 1-8. El guardián de Israel
El peregrino levanta sus ojos para contemplar en el horizonte las siluetas lejanas de los montes que rodean la ciudad santa. En una de ellas, la colina de Sión, descansa el trono de Yahvé. Justamente, desde el santuario de Jerusalén provendrá el socorro a los piadosos que se confían a su Dios, que es nada menos que el Hacedor de cielos y tierra. Esta explicitación del salmista tiene por objeto sembrar confianza en sus devotos, que pueden dudar antes de exponerse a los peligros de una dura peregrinación. El Creador, con su omnipotencia, les garantiza su protección.
Una segunda voz concreta más esta idea de protección: Yahvé será tan solícito de sus siervos y devotos, que no permitirá que resbalen sus pies. Yahvé no es un centinela que fácilmente se duerme en su puesto de vigilancia, sino que estará constantemente en su puesto de guardia velando por los intereses de sus devotos. El salmista repite con énfasis: no dormirá, no dormitará, para sembrar confianza entre los piadosos peregrinos que se acercan a la ciudad santa. La caravana de los peregrinos puede estar segura a la sombra del guardián de Israel, que es el que plasmó los cielos y la tierra.
Otra voz del coro insiste en la Providencia divina: Yahvé será como un dosel sobre la caravana que avanza hacia Jerusalén para que los peregrinos no sufran los efectos del sol y de la luna. Uno de los peligros de las grandes caminatas era la insolación y la oftalmía, atribuida por el vulgo al efecto de la luna llena. En realidad se debía al hecho de dormir al sereno, expuesto a los fuertes cambios de temperatura en las zonas semiesteparias de Palestina. La protección divina se extenderá no sólo a los días de la marcha hacia la ciudad santa, sino a todas las empresas -tus salidas y tus entradas- de los que se confían a su providencia.
Sal 122, 1-9 (Vg 121): Salutación a Jerusalén
El salmista entona, en nombre de los peregrinos, un himno de alabanza-a la ciudad santa, adonde convergen todas las tribus de Israel. Es la ciudad de la paz y del juicio equitativo, porque es la sede de David. En ella reina la tranquilidad y la seguridad; pero su mayor timbre de gloria es la presencia de la casa de Yahvé. El autor parece ser un forastero que pisa por primera vez el sagrado suelo de Sión, y por eso su alma se esponja y prorrumpe en lirismos religiosos, idealizando la capital de la teocracia. Se siente dichoso por haber aceptado el participar en la caravana de los peregrinos hacia la ciudad de Yahvé. La vista de la capital del pueblo elegido le impresiona poderosamente, y así pondera la excelente construcción de la ciudad, sus muros y sus puertas. "El salmo puede entenderse mejor como si fuera una meditación de un peregrino que, después de volver a su hogar, repasa sus dichosas memorias de la peregrinación".
Por su estructura literaria puede compararse este salmo a los salmos 48 y 84. "No tiene el acento triunfal del primero ni la ternura exquisita del segundo. Pero, aunque más corto y popular, resume bien los sentimientos de alegría, de admiración y de buenos deseos que el fiel israelita sentía en sus peregrinaciones a la ciudad santa y al templo". Abundan las aliteraciones, jugando con la etimología popular de Jerusalén como ciudad de paz.
El TM y algunos códices del texto de los LXX 4 atribuyen esta bella composición a David. Generalmente se niega esta paternidad davídica, porque se menciona el templo de Yahvé y porque el salmista parece un extraño a la ciudad santa. La lengua lleva el sello de la época tardía. Todo ello hace pensar que el salmo es de os tiempos posteriores al destierro babilónico.
Sal 122, 1-9. La alegría del peregrino ante la ciudad santa
El salmista peregrino, vuelto a su hogar, recapacita sobre su visita a la ciudad santa, y siente una profunda alegría por haber visitado la casa de Yahvé, el templo de Jerusalén, la-capital de la teocracia, símbolo de las promesas de Dios a su pueblo. El momento de poner los pies en las puertas de la ciudad, santificada con la presencia de Yahvé y llena de recuerdos del gran rey David, fue de particular emoción para su sensibilidad religiosa. Al entrar en la ciudad, el salmista se extasió ante la magnificencia de Jerusalén, perfectamente edificada y grandiosa con sus monumentos; los muros, los palacios, los torreones y el templo impresionaban particularmente a las gentes sencillas provincianas que por primera vez entraban en la ciudad de David. Era el punto de convergencia de todas las tribus, donde Israel como colectividad siente su conciencia de pertenencia a Yahvé, que los ha elegido como "heredad" particular entre todos los pueblos. El poeta idealiza la situación y pasa por alto la división del reino de David, para considerar sólo la capital de la teocracia hebrea. Existía una ley normativa que pedía que todos los componentes del pueblo elegido se reunieran periódicamente en el lugar donde Yahvé estableciera su morada. El poeta recuerda este mandato y se siente gozoso al ver a los representantes de todas las tribus tomando parte en el culto del santuario nacional.
Pero, además, en Jerusalén está el tribunal de justicia y el gobierno de la nación según la antigua tradición de la gloriosa monarquía davídica. Justamente, el fruto de una administración equitativa de la vida pública trae la paz entre los ciudadanos; y el salmista pide para la ciudad santa una tranquilidad y seguridad permanente dentro de los muros de la ciudad santa. El poeta juega con la palabra hebrea que significa paz (shalóm) y el nombre de Jerusalén (Yerüshaláyim). La prosperidad de la ciudad de David será el símbolo de la prosperidad de toda la nación; por eso, los israelitas deben desear la paz para la capital de la teocracia, donde está la casa de Yahvé.
Sal 123, 1-4 (Vg 122): Ferviente petición de auxilio divino
En contraste con el optimismo nacional del salmo anterior está la angustiosa deprecación de éste, en que se refleja una situación de postración general de la nación a causa de las exacciones de enemigos exteriores o de la clase humilde y piadosa, oprimida por los prepotentes de la sociedad. Los tiempos posteriores a la repatriación fueron particularmente penosos, ya que los pueblos circunvecinos procuraban obstaculizar la reconstrucción de la nación; y, por otra parte, las clases pudientes de la sociedad judía se dejaban llevar por la usura, esquilmando a los pobres y desvalidos. El salmista refleja esta situación humillante y pide a Dios que haga valer su poder para sacarlos de ella.
"Este minúsculo poema es emotivo por la sinceridad y vivacidad de los sentimientos que le animan: sentimientos de dependencia absoluta, pero filialmente confiada frente a Dios; sentimiento de pena por el desprecio y las injurias de los hombres, y deseo ardiente de ser al fin liberado". Las metáforas son sencillas, pero muy expresivas: el poeta se siente frente a Dios como un esclavo sin defensa, esperándolo todo de su señor. Abundan los paralelismos sinónimos y aun cierta "concatenatio" de ideas, con repeticiones graduales que hacen avanzar el pensamiento. Por razones lexicográficas y por analogía con los salmos anteriores, los comentaristas suponen que el salmo es de la época posterior al exilio, quizá de los tiempos de Nehemías (siglo V a. C.).
Sal 123, 1-4. La humillación del pueblo de Dios
Nada en el salmo indica que se trate de un canto compuesto para la peregrinación, como los anteriores; pero esto no impide que se le utilizara por los peregrinos en momentos de postración nacional. El salmista -desilusionado de todo auxilio humano- acude directamente al Dios que habita en los cielos para que intervenga con su poder en favor de los oprimidos. La expresión "Dios del cielo" es frecuente en los escritos de Esdras y Nehemías, y es de origen persa.
Como los esclavos dependen en todo de sus señores y están pendientes de sus órdenes e insinuaciones, esperando de ellos que subvengan a sus necesidades más elementales, así el piadoso lo espera todo de la justicia divina. La situación en que se halla ha llegado al colmo, pues por doquier son desprecios y escarnios de parte de las gentes pudientes, que con toda insolencia conculcan los derechos fundamentales de los pobres. Es lo que se expresa en Jb 12, 5: "Desprecio al desgraciado. Así piensa el dichoso".
Sal 124, 1-8 (Vg 123): Acción de gracias por el auxilio recibido
Este salmo tiene un acento marcadamente colectivo: Israel ha sido preservado de una suerte trágica gracias a la intervención salvadora de Yahvé. El poeta concreta la circunstancia que dio para este canto de acción de gracias. Quizá aluda a la suerte trágica del pueblo elegido en la cautividad o a las situaciones críticas creadas como consecuencia de la hostilidad de los pueblos circunvecinos a los repatriados. Después de la reconstrucción de los muros de la ciudad santa y de la restauración de la vida nacional, el pueblo judío vivió unos años de optimismo nacional. Quizá el salmista refleje esta situación esperanzadora después de que se han salvado los momentos más difíciles de Israel como colectividad nacional.
El estilo es entrecortado y jadeante, abundando los cambios abruptos' de pensamientos. "Las imágenes se suceden rápidamente para expresar el peligro pasado y dichosamente esquivado; son todas muy vivas y expresivas, aunque sin gran cohesión entre sí".
Así, tan pronto se presenta a los enemigos bajo el símil de fieras salvajes como bajo la metáfora de aguas desbordadas, que anegan todo lo que encuentran, o como cazadores que ponen lazos a los pájaros para capturarlos. En el texto hebreo abundan las asonancias y las repeticiones graduales.
Sal 124, 1-8. El salvador de Israel
El salmista evoca la comprometida situación del pueblo israelita. Si no hubiera intervenido la ayuda divina, habría desaparecido ante el ataque de sus enemigos. El poeta juega con la metáfora de una caravana que ha acampado en un wadi seco, pero que de súbito es anegada por un torrente impetuoso desencadenado de noche por inesperada tempestad. Después, el símil está tomado de las fieras, que inesperadamente caen sobre la presa con sus afilados dientes, o de las escenas de caza: Israel es como una tímida avecilla que milagrosamente ha sido librada del lazo de los cazadores. El poema se cierra con una declaración de confianza en Yahvé omnipotente, Creador de los cielos y la tierra.
Sal 125, 1-5 (Vg 124): La seguridad de los que confían en Yahvé
La vista de la inexpugnable colina de Sión ha sugerido al poeta un canto a la protección divina sobre sus siervos y sobre la ciudad santa. Quizá fue compuesto con motivo de una peregrinación a la capital de la teocracia hebrea. Al llegar los peregrinos y dar vista a la ciudad maravillosa y amada, el salmista exhorta a la confianza en el que todo lo puede. La permanencia de la ciudad santa sobre las colinas es una prenda de estabilidad para los que son fieles a su ley. En efecto, Yahvé no permitirá que los impíos hagan presa sobre los justos, que particularmente le pertenecen.
Desde el punto de vista literario, este salmo es una mezcla de oráculo y de plegaria. Se percibe cierto ritmo gradual, reflejado en las repeticiones. Algunas expresiones recientes prueban el origen postexílico de la composición.
Sal 125, 1-5. Confianza en Yahvé a pesar de las dificultades
Las montañas son en la literatura bíblica el símbolo de la estabilidad y de la eternidad. El salmista menciona aquí al monte de Sión porque está especialmente vinculado a las creencias religiosas de los israelitas, ya que los vaticinios proféticos hablaban de los fundamentos inconmovibles de Sión, puestos por Dios directamente: "Yo he puesto en Sión por fundamento una piedra, piedra probada, piedra angular, de precio, sólidamente asentada". En el salmo se trata de destacar la firmeza de la confianza de Israel -firme como la roca de Sión- y no su prosperidad. La ciudad santa está rodeada de colinas, que la escoltan y dan más firmeza defensiva: por el este, el monte de los Olivos; por el sur, el monte del Mal Consejo, y por el oeste, las colinas que dominan el valle de Er-Rababy o gehenna. Este cinturón de colinas es un símbolo de la custodia que Yahvé ejerce sobre su ciudad santa: circunda Yahvé a su pueblo. En Za 2, 5 se dice que Yahvé será para Jerusalén un muro de fuego alrededor. Es la idea que quiere resaltar ahora el salmista para sembrar confianza en los peregrinos que se acercan a la ciudad santa.
Dios no permitirá que el cetro de los impíos -su poder opresor- se sobreponga al lote de los justos, la tierra santa de Canaán, que tocó en suerte a las tribus de Israel. Aquí el pueblo elegido es llamado justo en contraposición a los pueblos paganos, que desconocen las vías santas del Señor. El salmista, pues, declara que Yahvé no permitirá que una nación pagana domine permanentemente sobre el pueblo de Dios, pues la prolongada opresión daría lugar a que los justos -los israelitas en general- desesperaran de su situación privilegiada de pueblo de Dios y se unieran a los gentiles, renegando de su Dios. La dominación extranjera, pues, no se ha de prolongar, so pena de un grave peligro de general apostasía del pueblo de Dios.
El salmo se termina con una oración para que Yahvé favorezca a los que le son fieles y castigue a los impíos, quitando así toda ocasión de apostasía de los buenos al ver que la virtud es retribuida y la maldad castigada. Así se mantendrá la paz sobre Israel. La palabra paz aquí resume "todas las esperanzas, plegarias y deseos, y se deseaba extendiendo las manos sobre Israel en la bendición sacerdotal. La paz significa el final de la tiranía, de la hostilidad, de la división, de la intranquilidad y de la alarma; la paz significa libertad y armonía, seguridad y bendición".
Sal 126, 1-6 (Vg 125): Plena restauración de la nación
Este bello poema refleja la situación moral de los repatriados de la cautividad babilónica, los cuales, de un lado, están gozosos al ver que se han cumplido los oráculos de Yahvé sobre el final del exilio, pero al mismo tiempo sufren grandes penalidades y ansían que la nación recupere su plenitud política y económica, como en los tiempos antiguos. Los oráculos proféticos hablaban de una reconstrucción gloriosa, pero la realidad es mucho más modesta; y, por ello, las almas justas que vivían de las promesas mesiánicas esperaban el cumplimiento de los deslumbradores vaticinios de los profetas.
En el salmo se percibe un ritmo elegiaco y por su contenido se asemeja al salmo 85. La composición es extremadamente bella y emotiva.
Sal 126, 1-6. Canto de retorno y ansias de restauración
El retorno de la cautividad resultó tan insólito, que los que asistían al espectáculo no creían lo que veían, como si fuera un sueño. El júbilo popular fue grande al ver llegar las caravanas después del decreto de retorno firmado por Ciro, conquistador de Babilonia (538 a. C.). Los mismos paganos estaban admirados del cumplimiento de los antiguos oráculos sobre el retorno de los exilados. Yahvé había cumplido sus promesas. El salmista se suma a esta admiración por las magnificencias de su Dios (versículo 3); pero desea que se cumplan las antiguas promesas de restauración plena. Con bellas metáforas anuncia la futura transformación de la nación israelita: como los torrentes o wadis del Negueb están secos en verano y se llenan de agua en el otoño con las primeras lluvias impetuosas, así la nación israelita recuperará su plena vitalidad nacional; y como los que siembran lo hacen con no pocas penalidades, pero sus trabajos son compensados con la recolección de las ricas gavillas, así los israelitas ahora trabajan penosamente en la reconstrucción de la nación, pero al fin verán alegres coronada su obra y sentirán la íntima satisfacción del agricultor que recoge su mies, que le compensa de los trabajos de siembra. La frase tiene un aire de proverbio, que refleja bien la situación psicológico-moral de los repatriados en los tiempos de Zacarías y aun después, en la época de Esdras y Nehemías. La hostilidad de los pueblos vecinos agravaba su penuria material, y sólo la esperanza de un futuro mejor podía reanimar a aquellas gentes depauperadas y desilusionadas.
Sal 127, 1-5 (Vg 126): El abandono a la divina providencia
Este salmo tiene un aire marcadamente "sapiencial." El salmista quiere inculcar ante todo que los esfuerzos del hombre son inútiles si no llevan la bendición divina. Sólo Dios puede asegurar prosperidad y posteridad numerosa. Para los hebreos, una familia con muchos hijos era el mejor reflejo de la benevolencia divina. En el salmo se pueden distinguir bien dos partes: a) sólo Dios da el éxito en las empresas de la vida (1-2); b) los hijos son un don de Dios (3-5). Algunos comentaristas creen que son dos fragmentos procedentes de dos composiciones originariamente independientes. Pero puede ser la segunda parte una concreción de la idea expuesta en la primera, en cuanto que la familia numerosa proviene únicamente de la bendición divina.
A pesar del estilo didáctico sapiencial, no faltan las expresiones vigorosas y los ejemplos concretos con frases entrecortadas y concisas.
Sal 127, 1-5. Todo éxito proviene de Dios
En estilo proverbial, el salmista declara la inutilidad de los esfuerzos humanos al margen de la Providencia divina. Los edificadores pueden construir una casa, pero sin que puedan después habitarla; los centinelas de la ciudad pueden dar la voz de alarma ante el enemigo, pero no pueden estar seguros contra el incendio o el ataque de los enemigos. Con un nuevo símil declara que es inútil madrugar mucho y acostarse tarde, recogiendo el fruto del trabajo (pan del dolor) si Dios no le bendice. En realidad, el que se confía a Él, aunque esté dormido, sentirá que su vida prospera, pues Dios le colma de beneficios. El salmista no quiere con estas palabras predicar la ociosidad, sino que invita a dejar la excesiva ansiedad por el trabajo, prescindiendo de la bendición divina. Es la doctrina de los libros sapienciales y del sermón de la montaña.
Todo viene de Dios, principalmente los hijos, los cuales no son un salario, sino un regalo de la Providencia, sobre todo los tenidos en plena juventud, porque son especialmente vigorosos y fuertes y porque pueden prestar ayuda a su padre cuando en plena ancianidad se halle comprometido ante sus adversarios en litigio judicial. Los hijos fuertes serán su mejor escolta para defenderle contra las arbitrariedades de un mal juez cuando decida en la puerta de la ciudad, el lugar de reunión de los tribunales. Serán su defensa, como las saetas en la mano del guerrero. Por ello, el salmista llama dichoso al que tenga la suerte de llenar su aljaba -su hogar- de hijos.
Sal 128, 1-6 (Vg 127): Felicidad del justo
Este breve poema tiene un fondo sapiencial, como el anterior, si bien resalta en él un carácter marcadamente idílico. Se declara bienaventurado al que sigue las normas de la justicia divina, disfrutando de su trabajo y viéndose rodeado de numerosa prole y aún lejana descendencia. La perspectiva del salmista no se extendía más allá del panorama de esta "áurea mediocridad" terrena. No tenía luces sobre la retribución en ultratumba, y, por eso, su ideal difiere mucho de la perspectiva evangélica. San Juan Crisóstomo destaca este diverso enfoque panorámico de los dos Testamentos: lo que en el A.T. se considera como único y esencial, en el N.T. es simplemente la "añadidura"; en primer término está el reino de Dios y su justicia. La mente del salmista no rebasa los límites trazados por las promesas de la ley mosaica.
Sal 128, 1-6. La prosperidad doméstica del que teme a Dios
El "temor de Yahvé es el principio de la sabiduría", porque amoldando la conducta a las exigencias de la ley divina se consigue la bendición del Omnipotente. El salmista insiste en esta idea, tan recalcada en los escritos sapienciales. El ideal de la "áurea mediocridad," que preside la doctrina de la mayor parte de los libros sapienciales del A.T., proclama que debe disfrutarse de los bienes que Dios otorga de modo moderado, teniendo en cuenta que cualquier exceso es duramente castigado por la justicia divina.
La senda de la ley de Yahvé lleva a la felicidad, pues el justo tiene asegurada larga vida bajo la protección del Omnipotente; el trabajo de sus manos no será usufructuado por sus enemigos, sino que, al contrario, el premio a su laboriosidad será el disfrute honesto del mismo; y así, su vida se desarrollará plácida y tranquila, rodeado de numerosa prole. Sus hijos serán como pimpollos de olivo que se enrollarán al tronco familiar, formando una escolta de honor en torno a la mesa del hogar. El olivo es símbolo de vitalidad y de vigor.
Pero esta felicidad familiar debe tener una proyección social y aun nacional; por eso, el salmista piensa en la prosperidad de la ciudad santa, donde mora Yahvé. Todo israelita debe pensar siempre en la suerte de su nación, que está vinculada a su Dios por una alianza: la prosperidad familiar debe ser un reflejo de la prosperidad general de la colectividad nacional y de la propia capital de la teocracia. Por eso, la descendencia del israelita está vinculada a la suerte de la nación: la paz sobre Israel. Este pensamiento final colectivo sirve para que el salmo pueda ser cantado por los peregrinos que se acercan jubilosos a la ciudad santa. Por eso forma parte de la colección de los "graduales."
Sal 129, 1-8 (Vg 128): Imprecaciones contra los enemigos de Israel
El tono del salmo es elegiaco, pero en su contenido ideológico sustancial es un canto de acción de gracias a Yahvé, que ha liberado al pueblo elegido de los impíos que conspiran contra él. El estilo es similar al del salmo 124. En ambos salmos habla Israel, personificado en un justo que sufre las embestidas de gentes desaprensivas. La situación de los tiempos de Esdras y de Nehemías (siglo V) explica bien las quejas del salmista, que pide a Yahvé justicia contra los opresores de su pueblo. En la composición no se alude para nada a las infidelidades de Israel, sino que se insiste en su historia de perseguido por los pueblos paganos. La súplica de castigo para ellos es moderada y está muy lejos de las imprecisiones radicales de otras composiciones del Salterio. Sólo se pide que los enemigos sean confundidos y vueltos atrás para que no se lleven a cabo sus pérfidos proyectos de exterminio sobre el pueblo de Dios.
Desde el punto de vista literario, este salmo es "una elegía muy afín al pequeño cántico de acción de gracias del salmo 124. Es más calmoso, más dulce de tono y más melancólico. Muy discreto en su cólera y su queja". Las metáforas, tomadas de la agricultura, son bellas e insinuantes.
Sal 129, 1-8. Las tribulaciones de Israel
El salmista pone en boca de Israel como colectividad nacional las quejas por su accidentada y atribulada historia. La vida de la nación comenzó en las estepas del Sinaí después de la liberación de Egipto. Numerosos son los enemigos que se han levantado contra el pueblo elegido: primero los egipcios, después los amalecitas, los edomitas, los moabitas y, finalmente, los cananeos. Una vez establecidos en la tierra de promisión, las luchas se sucedieron con los filisteos, los madianitas, los amonitas, los asirios, para sucumbir ante la avalancha del ejército de Nabucodonosor. La prueba de la cautividad fue particularmente dura, porque supuso la pérdida de la conciencia nacional. El salmista piensa en todas estas opresiones y calamidades que se cernieron sobre el pueblo de Dios a través de los siglos, pero parece aludir también a las hostilidades presentes, quizá de parte de los samaritanos y amonitas, que en los tiempos de la dominación persa hostigaron constantemente al pueblo judío en su obra de reconstrucción nacional y religiosa.
Desde la adolescencia -los tiempos de la estancia en el desierto y de la instalación en Canaán-, Israel fue sometido a una serie de pruebas: ha sido como un campo de labor en el que sus enemigos araron, trazando surcos profundos y tendidos. Los conquistadores antiguos solían arar materialmente las ciudades de los vencidos para que no volvieran a levantarse. Así hicieron los romanos después de la toma de Jerusalén por Tito en el año 70 de la era cristiana. En el lenguaje del salmista, la palabra arar tiene un sentido metafórico, pues los surcos son trazados sobre las espaldas de Israel.
Pero las pruebas fueron transitorias, ya que Yahvé los libró de ellas, rompiendo las coyundas de los impíos opresores. El salmista sigue la metáfora del que ara: una vez que ha roto las coyundas de los animales de labor, los opresores no pudieron continuar su trabajo. El símil puede aludir también a las coyundas impuestas por los pueblos invasores al pueblo israelita. Yahvé ha roto esta servidumbre ignominiosa, dando respiros temporales al pueblo elegido.
En la situación actual, el salmista desea que de nuevo intervenga el poder de Yahvé para frustrar los aviesos designios de los enemigos de Israel, que se aprestan a oprimirle de nuevo. Los compara a hierba de los tejados, que, por no echar raíces profundas, se seca sin que dé grano; por ello, los segadores no paran mientes en ella, ni merece la bendición de los transeúntes, pues de nada sirve. Del mismo modo, los que intentan oprimir de nuevo a Israel deben quedar frustrados en sus propósitos de exterminio.
Sal 130, 1-8 (Vg 129): Imploración de la divina misericordia
Esta deprecación está transida de compunción y humildad. El salmista reconoce sus pecados, y, por tanto, su rehabilitación espiritual sólo depende de la misericordia infinita de su Dios. Confiado en su bondad, implora perdón y protección para él y para su pueblo. La oración de Nehemías implorando perdón por su pueblo tiene muchas afinidades conceptuales y de expresión con este salmo, que tiene también una proyección nacional.
Algunas frases del salmo aparecen en la oración de Salomón según 2Cro 6, 40-42. Por su contenido es comparable al salmo 86. Es uno de los siete "salmos penitenciales" de la liturgia.
Los sentimientos de profunda humildad contrastan con la ciega esperanza en la misericordia divina. Lejos de sentirse el salmista alejado de su Dios, toma fuerzas de su debilidad para acercarse confiadamente al que le puede rehabilitar en su vida espiritual. Los atributos y las promesas divinas le dan pie para fundar su esperanza.
El salmista se siente anegado en un abismo de inquietudes y de pesares; por eso, desde lo profundo de su aflicción se dirige a su Dios para que le preste auxilio, rehabilitándolo en su vida de amistad con Él. En realidad, su esperanza está en su misericordia y su prontitud al perdón, pues si no olvida los pecados y los guarda cuidadosamente en su memoria, reteniendo la culpabilidad de los hombres, ¿quién podrá subsistir o mantenerse incólume ante su tribunal? Nadie puede hacer frente a las exigencias de la justicia divina. Pero la medida con que trata a sus siervos no es la de la justicia, sino la de la extrema indulgencia, invitándoles así a un temor reverencial basado en el agradecimiento del que ha sido perdonado.
Basado en esta indulgencia del Señor, el salmista espera en Él con impaciencia y ansiedad más que los centinelas por la aparición de la aurora para ser relevados de su puesto de vigilancia. En esta espera ansiosa, el salmista representa a Israel como colectividad nacional, vejado por pueblos opresores y ansiosos de redención. La longanimidad e indulgencia de Yahvé dan confianza al pueblo elegido para pedir su plena rehabilitación a pesar de sus numerosas iniquidades.
Sal 131, 1-3 (Vg 130): Confesión de humildad
Este bellísimo poema expresa la profunda humildad del alma que se entrega sin pretensiones a los caminos secretos de la Providencia. Este espíritu de infancia espiritual refleja una exquisita sensibilidad religiosa en un tiempo en que aún no se tenían luces sobre la retribución en el más allá. Las cosas grandes y fascinadoras de esta vida no turban su serenidad profunda espiritual. Todas sus ambiciones están sujetas a los designios misteriosos de Yahvé sobre su vida.
El salmista simboliza en esta confesión a la clase selecta de piadosos que viven profundamente la religión de los padres en medio de un ambiente materializado. Como es de ley en esta colección de salmos "graduales," la composición termina con una alusión a la colectividad de Israel para que pueda servir para los peregrinos que se acercaban a la ciudad santa.
Desde el punto de vista literario, la pieza es exquisita: "es una perla en el Salterio, un brevísimo poema, que con unas sencillas palabras expresa lo que hay de más alto, lo que sobrepasa toda inteligencia y dice más que muchas palabras: la paz del alma en Dios". "En la escuela del sufrimiento, de la humillación, de los fracasos repetidos, el salmista ha aprendido la resignación tranquila, la humildad sincera, la renuncia a proyectos demasiado grandiosos y quizá a los deseos desbordantes de un patriotismo humano... Está sobre el seno de su Dios como el niño a los pechos de su madre..."
El título lo atribuye a David, pero esto no es una prueba perentoria para asegurar su procedencia davídica, aunque nada en el salmo pruebe lo contrario. Con todo, los críticos modernos prefieren datar su composición en los tiempos postexílieos.
Sal 131, 1-3. La paz del alma en unión con Dios
La soberbia se manifiesta en la mirada altanera y despectiva. El salmista, en cambio, mantiene un continente mesurado, reflejo de la humildad de su corazón. Poseído de su espíritu conformista y humilde, el salmista renuncia a toda empresa demasiado ardua y brillante, dando de lado a las ambiciones desmesuradas para no enorgullecerse y dar ocasión a apartarse de su Dios. Con todo cuidado ha disciplinado sus desordenados deseos para mantenerse ante Yahvé en la actitud del niño de pecho que se entrega totalmente a la solicitud de su madre. El salmista termina deseando a Israel que tenga este espíritu de confianza absoluta en su Dios, aceptando, sumiso, sus misteriosos designios históricos. Este verso tiene el aire de un epifonema litúrgico, quizá de adición posterior.
Sal 132, 1-18 (Vg 131): Bendición sobre la dinastía davídica
Este salmo se divide en dos partes netas: a) en forma de plegaria expone el salmista lo que David ha hecho en favor de Yahvé, jurando construir el templo (1b-5) y trasladando el arca santa a Jerusalén (6-10); b) lo que Yahvé ha hecho por David: juramento de perpetuar su dinastía (10-13), bendición de su morada y de los habitantes de Jerusalén y promesa del Mesías (14-18).
Los comentaristas no están de acuerdo al determinar quién habla en esta bella composición: ¿Salomón, Josías, Zorobabel? Probablemente se trata de un alma piadosa que medita en las promesas de Yahvé a su pueblo en el pasado y su proyección mesiánica hacia el futuro.
Como abundan las transiciones bruscas, no pocos autores suponen que el presente salmo está formado de fragmentos heterogéneos que tuvieron su vida literaria independiente antes de ser incorporados al poema actual. Pero podemos sorprender una unidad ideológica marcada, aunque el estilo es abrupto, en consonancia con su distribución dramática. El salmista quiere exhortar a los israelitas a confiar en Dios, que ha elegido a David y ha santificado con su presencia la ciudad de Jerusalén. La restauración después del destierro babilónico ha probado que Dios no ha abandonado a su pueblo, y es una prenda de destinos futuros gloriosos conforme a las antiguas promesas.
Algunos de los versos de este salmo aparecen reproducidos en la oración de Salomón recogida en 2Cro 6, 40-42, con reminiscencias de Is 55, 3. Parece que el salmo fue compuesto cuando las promesas hechas a David habían ya sido olvidadas por la mayor parte de los israelitas. Por su contenido se asemeja esta composición al salmo 89. El ritmo y el tono elegiaco de los anteriores salmos "graduales" desaparecen en este salmo, que, en cambio, toma una forma dramática y dialogada; así, unas veces habla Yahvé, y otras el salmista o un coro de peregrinos. Por lo que se dice en los versículos 6-10 se deduce que esta composición se cantaba en alguna procesión litúrgica en la que se conmemoraba el traslado del arca a Jerusalén.
Sal 132, 1-5. Juramento de David a Yahvé
El salmista recuerda la solicitud de David por establecer una morada digna a Yahvé. Los libros históricos de la Biblia no mencionan este juramento relativo a la erección del santuario de Yahvé. Quizá el salmista se hace eco de una tradición oral, o mejor, dramatiza poéticamente el deseo que David manifestó de edificar un templo digno a su Dios. A Yahvé se le designa con la expresión arcaizante Fuerte de Jacob, que recuerda el poder excepcional del Dios de Israel, manifestado en su protección al pueblo elegido.
Sal 132, 6-10. La traslación del arca a Jerusalén
Con estilo dramático, el poeta describe el traslado del arca, y hace hablar a los portadores de la misma. El arca estaba en Gariatiarim, que se englobaba en la región de Efrata al noroeste de Jerusalén. Los campos de Yaar o del "bosque" parecen ser los alrededores de Gariatiarim. Así, el salmista se hace eco de la existencia del arca en esa región, y presenta a los que han de ser sus portadores, manifestando su prontitud para trasladarla al lugar indicado por David: Vamos a su morada... Después repite las palabras que se pronunciaban en el desierto cuando se ponía en marcha la comitiva sacerdotal con el arca: Levántate, Yahvé... En la nueva morada, Yahvé ha de mostrar su majestad, irradiando su santidad sobre el arca.
Los sacerdotes debían usar ornamentos blancos cuando cumplían sus ministerios sagrados en el santuario. El salmista ve en el color blanco el símbolo de la justicia; por eso invita a los sacerdotes a vestirse de justicia, pues representan la justicia de Dios. Los piadosos deben manifestar su alegría al asistir a la entronización del arca de Yahvé escoltada por sus sacerdotes.
El salmista hace una súplica a Yahvé para que no abandone a su ungido o rey, retirando su protección y favor, conforme a la antigua promesa.
Sal 132, 11-18. Promesa de la bendición divina a la dinastía de David y a la ciudad de Jerusalén
En contraposición al juramento de David en favor de su Dios está el de Yahvé en favor de su dinastía y de su pueblo. Es la respuesta a la súplica expresada en el versículo. Tampoco en el relato de 2S 7, 1ss se menciona un juramento de Yahvé, sino una simple promesa de protección sobre su descendencia. Por tanto, las expresiones del poeta se han de tomar como una dramatización literaria para establecer un lenguaje dialogado y oracular que impresione más al lector. Es un modo de destacar la solemnidad e inmutabilidad de las promesas divinas.
Pero esta promesa solemne de bendición sobre la descendencia davídica está condicionada al cumplimiento de los mandatos divinos. En Sal 89, 34 se dice que la infidelidad del hombre no puede frustrar los designios divinos. La razón está en la elección de Sión como lugar de morada del propio Dios en la tierra (versículo 1s). Aquí como en Sal 78, 68, la elección de Sión es considerada como anterior a la elección de David y como algo más fundamental. En efecto, la dinastía davídica tiene una misión mesiánica en función de los destinos excepcionales históricos de Israel como "sacerdocio real y nación santa". Este pensamiento era particularmente consolador para los repatriados judíos, que habían visto la reconstrucción del templo de Yahvé, lo que era prenda de una restauración de la dinastía davídica según, las antiguas promesas divinas. La presencia de Yahvé en medio de su pueblo -en el templo de Jerusalén, su mansión- era fuente de bendiciones de toda índole, y en primer término de una gran prosperidad material: al pueblo humilde se le asegura el sustento cotidiano (versículo 15). Los pertenecientes a la clase sacerdotal -representantes de Yahvé ante el pueblo- participarán de un modo especial de la bendición salvadora divina. En el versículo 9 se decía que serían revestidos de "justicia"; aquí se completa el pensamiento diciendo que participarán de la salvación enviada por Yahvé (versículo 16). Y todo el pueblo piadoso se alegrará de esta situación esplendente de la clase sacerdotal. Estas afirmaciones sobre el papel preponderante de los miembros de la clase sacerdotal hacen pensar que el salmo es obra de un poeta que vivía cuando los sacerdotes eran los árbitros de los destinos nacionales después del exilio.
Pero juntamente con la elevación de la clase sacerdotal triunfará de nuevo la dinastía de David. La metáfora germinará un cuerno a David alude a esta preponderancia de la descendencia davídica. La palabra germinará puede tener una relación con los vaticinios proféticos en los que se habla de un germen de justicia que será objeto de las bendiciones divinas. A David se le llama ungido (mahiaj: Mesías) y se le promete una lámpara que permanezca luciendo a través de las edades, como la lámpara del santuario. Es el anuncio de la preservación de su dinastía. Indudablemente que en la perspectiva del salmista hay en este contexto una alusión al advenimiento del Mesías, procedente de la dinastía davídica conforme a las antiguas promesas y vaticinios proféticos (desde Natán hasta Zacarías). En efecto, sobre ese cuerno que germina de la ascendencia davídica, Dios colocará su diadema, que puede implicar la potestad regia y la sacerdotal. Esto supondrá la derrota total de sus enemigos, que conspiran contra sus privilegias a través de la historia, pero principalmente en el momento de la manifestación mesiánica.
Sal 133, 1-3 (Vg 132): Deleitosa comunión de los santos
En esta composición de tipo "sapiencial" se cantan las delicias de la convivencia fraterna dentro de un hogar y la de los piadosos unidos por el sentido de solidaridad religiosa. Las metáforas son bellísimas y expresivas. La reunión de los peregrinos israelitas en los grandes días festivos daba pie para estrechar los lazos de la conciencia religiosa por pertenecer al pueblo escogido por Yahvé. El salmista invita a dejar las diferencias y pequeñas animosidades, para ensalzar lo que les une y el fruto deleitoso de esta unión de corazones. Reunidos en torno a la casa de Yahvé, su Dios y Padre, los israelitas tenían conciencia de formar una familia.
Por razones lexicográficas, los comentaristas modernos suponen que la composición es de época posterior al exilio, como ocurre con los otros salmos de esta colección.
Sal 133, 1-3. La concordia fraterna
Los peregrinos convivían durante los días de fiesta en Jerusalén, y el fervor religioso hacía desaparecer las diferencias de las diversas tribus. El salmista canta entonces las excelencias de la convivencia fraterna bajo el mismo hogar de Yahvé. La convivencia y concordia entre los hermanos dentro del hogar paterno es una de las cosas más bellas de la sociedad familiar. Este ambiente de compenetración debe extenderse a los miembros de un mismo pueblo que tiene unos excepcionales destinos y un origen privilegiado por ser la "heredad" de Yahvé entre las naciones.
El salmista compara esta concordia fraterna al ungüento que se derramaba sobre el sumo sacerdote el día de su consagración. Debía fluir abundante sobre la cabeza y el pecho, en el que llevaba los nombres de las doce tribus, simbolizadas en doce piedras preciosas. La fragancia del ungüento, compuesto a base de las más exquisitas especias, debía expandirse para indicar la influencia religiosa sobre la sociedad israelita. Los sacerdotes no debían cortarse la barba -que entre los orientales es signo de honorabilidad-; por ello, la de Aarón, primer sumo sacerdote, debía de ser proverbial en la historia de Israel. El salmista utiliza esta creencia y ve en el ungüento derramado sobre el sumo sacerdote el símbolo de la compenetración religiosa de los miembros de las diversas tribus de Israel.
Con un segundo símil explica la fraternidad que debe reinar entre los israelitas: el rodo del Hermán. Las regiones secas de Palestina durante la mayor parte del año no reciben más humedad que la del rocío nocturno, particularmente abundante en la zona más fría del Hermán, en los confines con Siria. Desde allí provenía el aire fresco que tenía beneficiosa influencia en gran parte de Palestina. El rocío es para el salmista el símbolo de nueva vida: la unión fraternal vigoriza a la nación como el rocío a las plantas. Los israelitas deben sentirse todos unidos para reavivar la conciencia nacional, como el rocío del Hermán reaviva la vegetación de los montes de Sión. El salmista no sabía que el rocío proviene del cambio de temperatura durante la noche, y cree que es una corriente de aire fresco que procede de las cumbres nevadas del majestuoso Hermón, en las estribaciones del Antilíbano. En Jerusalén, por ser residencia de Yahvé, se palpa la bendición divina, que garantiza una existencia nacional sin límite de días al pueblo elegido. Aquí la expresión vida eterna equivale a vida larga, conforme a aquello del Si 37, 25: "Los días de Israel son innumerables."
La palabra vida en los salmos tiene un sentido de comunicación íntima con Dios, particularmente en la vida litúrgica del templo.
Sal 134, 1-3 (Vg 133): Bendición de los peregrinos
Este salmo consta de una invitación y una respuesta. El salmista -en nombre de los peregrinos- invita a los sacerdotes a cumplir sus deberes de alabanza a Dios durante la noche. A esta invitación responde la bendición sacerdotal deseando que Yahvé, que mora en Sión, los colme de beneficios. Este salmo cierra la serie de los "graduales" o de peregrinación.
El salmista -recogiendo los sentimientos nostálgicos de los peregrinos que se disponen a abandonar el santuario de Yahvé- parece que siente envidia de los que tienen la suerte de poder continuar en las vigilias nocturnas las alabanzas del Señor, y así invita a los sacerdotes y levitas a ser solícitos en el canto de sus grandezas. Como representantes espirituales del pueblo, deben tener sus manos alzadas, en continuo gesto de súplica.
A la invitación del salmista responde una voz sacerdotal anunciando la bendición de parte de Yahvé, que habita en Sión, pero que además es el Creador, y, por tanto, su poder es sin límites. La expresión bendígate Yahvé está tomada de la bendición sacerdotal de Nm 6, 24. Así se cierra la serie de los salmos llamados "graduales" o de las ascensiones, que eran cantados por los peregrinos cuando subían al santuario de Yahvé.
Sal 135, 1-21 (Vg 134): Acción de gracias
Esta composición es esencialmente heterogénea, hecha a base de reminiscencias de otros pasajes bíblicos, tomados principalmente del Salterio. En el versículo 7 parece que se cita el texto de Jr 10, 13. Desde el punto de vista literario, podemos considerar este salmo como un himno litúrgico en el que se cantan las grandezas de Yahvé, manifestadas en la creación, en los fenómenos de la naturaleza y en los portentos obrados en favor de su pueblo: en Egipto, en las estepas del Sinaí y, finalmente, en la conquista de Canaán. La actividad protectora de Yahvé se contrapone a la inanidad de los ídolos de los otros pueblos, que ni siquiera tienen vida. A pesar de ser el salmo un mosaico de frases tomadas de diversos pasajes bíblicos, tiene vigor de expresión y aun de ritmo. Es como una explicitación de la invitación del salmo anterior a alabar a Yahvé, enumerando sus beneficios en favor de su pueblo, y tiene alguna analogía con las bendiciones de los levitas de Ne 9, 4-5.
Sal 135, 1-7. La grandeza de Yahvé manifestada en la creación
Como en el salmo anterior, se invita especialmente a los levitas y sacerdotes a celebrar el nombre glorioso de Yahvé, porque se manifiesta bueno y complaciente en sus obras, entre las cuales está la elección de Israel como "heredad" o posesión suya entre todas las naciones. Su grandeza sobrepasa a la de los supuestos dioses de otros pueblos, de los que dirá después que no tienen vida. En primer lugar, es el Hacedor de cielos y tierra, y su poder creador se extiende hasta los abismos misteriosos sobre los que flota la tierra, asentada en cuatro columnas4. También los fenómenos atmosféricos son promovidos por su mano todopoderosa: las nubes, los relámpagos y el viento, al que se concibe encerrado en grandes depósitos o escondrijos, de los que le hace salir para enviar la tempestad huracanada. Este versículo 7 está literalmente tomado de Jr 10, 13 y Jr 51, 16, donde se contrapone el poder de Yahvé a la inanidad de los ídolos.
Sal 135, 8-14. Los beneficios otorgados a Israel
El poder omnímodo de Yahvé se muestra no sólo en las manifestaciones grandiosas atmosféricas, sino en la historia de Israel, particularmente durante sus primeros años de vida nacional. Las plagas de Egipto -particularmente la muerte de los primogénitos- mostraban su protección al pueblo elegido. Y, al entrar en la tierra prometida, la mano poderosa de Yahvé se mostró en la victoria sobre los reyes de Transjordania y de Canaán. Sólo así los israelitas pudieron entrar en posesión de la tierra de Canaán, que les estaba destinada como "heredad" en los planes divinos. Así se cumplían las antiguas promesas hechas a los patriarcas y se iniciaba la historia de Israel con vida propia nacional. El nombre de Yahvé queda, pues, indefectiblemente unido a la historia de su pueblo, al que protege en los momentos críticos de su existencia como colectividad teocrática.
Sal 135, 15-21. La inanidad de los ídolos
Los versículos 15-18 son idénticos a Sal 115, 4-8. La inanidad de los ídolos contrasta con la omnipotencia divina antes proclamada.
El salmista termina invitando a todo Israel, particularmente a los pertenecientes a la clase sacerdotal y a la tribu de Leví, a reconocer y agradecer los beneficios de Yahvé con cantos de alabanza en su santuario. En Sión tiene su morada, y desde allí envía bendiciones continuamente a su pueblo.
Sal 136, 1-26 (Vg 135): Canto de acción de gracias
Este salmo también tiene un aire litúrgico y se asemeja mucho al anterior por su contenido, aunque literariamente se distingue por la inserción de un estribillo en la segunda parte de cada versículo, lo que indica su carácter responsorial, cantado con alternanza de coros. Sabemos por Esd 3, 11 y 2Cro 7, 3-6 que en la organización del culto cantaban alternativamente los coros, declarando la bondad y longanimidad de Yahvé. Algunas veces intervenía todo el pueblo con la contestación Amén, Aleluya! Entre los judíos, este salmo era llamado "Gran Hallel," en contraposición al simple "Hallel," que comprendía los salmos 113-118; pero aquella denominación pasó a designar también el conjunto integrado por los salmos 135-136 y 120-136.
Podemos distinguir en este himno tres partes: a) Yahvé, Creador del universo (1-9); b) libertador del pueblo escogido (10-24); c) providencia sobre toda criatura (25-26). Como el salmo anterior, éste abunda en reminiscencias de otros salmos y pasajes bíblicos. Parece que en él se inspiró el autor de Si 51, 1-15 para componer su cántico. Algunos autores consideran el salmo 136 como una explicitación o adaptación coral del contenido del salmo 135.
Sal 136, 1-9. Yahvé, creador de todas las cosas
El salmista inicia su himno responsorial invitando a reconocer la bondad divina y su soberanía sobre todo, incluso sobre los supuestos dioses de los otros pueblos, que para él no tienen vida propia. Su poder es omnímodo, y se manifestó en la obra de la creación. El canto sigue el relato de Gn 1, 1-31: la formación de los cielos y de la tierra sobre las aguas; después destaca el mundo sideral: el son, la luna y las estrellas, que, lejos de ser divinidades, como creían los pueblos gentílicos, son unos instrumentos al servicio del hombre. Cada uno de ellos tiene su momento fijado para aparecer: el sol de día, la luna y las estrellas de noche. Y todo conforme a un plan divino previamente fijado conforme a su sabiduría.
Sal 136, 2-24. Protección divina sobre Israel
Esta segunda sección del salmo está calcada sobre la segunda del salmo anterior, de la que es una simple adaptación litánica para ser cantado alternativamente con el pueblo.
Sal 136, 25-26. La Providencia divina
El versículo 25 parece fuera de lugar, pues la mención de la Providencia sobre todos los seres interrumpe bruscamente el himno, que canta la protección divina sobre Israel como pueblo. Parece que forma parte de una sección perdida en la que se cantaría la solicitud providente de Yahvé sobre todos los animales y sobre el hombre, al estilo del salmo 104. La composición termina invitando a alabar al Dios del cielo, expresión que sólo aparece aquí en el Salterio y en los libros de la época persa. Es una traducción de un título similar aplicado a los dioses de Persia.
Sal 137, 1-9 (Vg 136): El amor de los cautivos por Sion
Para los judíos, la tierra patria era la única tierra sagrada del orbe, porque en ella tenía su morada el Dios de Israel. Todos los otros territorios resultaban profanos para su cerrada concepción religiosa nacionalista. Por eso, la ausencia de la tierra santa producía una nostalgia irreprimible entre los fieles israelitas. El salmista se considera morando en las tierras del opresor babilónico, y, por eso, su lengua enmudece en espera de poder reanudar las alabanzas de Yahvé en la tierra sagrada de sus antepasados. Esperando en los antiguos vaticinios profetices, esperaba que un día la tierra de Yahvé se convertiría en centro religioso de todos los pueblos. En un arranque de cólera desea para los enemigos tradicionales de su pueblo el castigo devastador y la exterminación de su población. Estas imprecaciones han de medirse conforme al estadio imperfecto de revelación del A.T., en el que la doctrina del perdón y del amor al enemigo no había adquirido las claridades evangélicas.
Desde el punto de vista literario, este salmo es considerado como una de las perlas del Salterio. En general, predomina el tono elegiaco, aunque al final se impone el acento imprecatorio.
En la versión griega, el salmo es atribuido a David. Los autores antiguos más bien lo relacionaban con Jeremías, comparándolo con sus trenos. Parece que el autor es un levita recién llegado de la cautividad, que tiene fresco el recuerdo de los tristes años del exilio y se expresa como si aún morase a orillas del Éufrates. En su composición se refleja el alma lacerada de los exilados en Babilonia, que aún sufren lejos de la patria.
Sal 137, 1-9. Los Tristes Recuerdos del Exilio
El salmista se traslada mentalmente a su antigua estancia junto a los ríos o canales del Éufrates, en cuya orilla se asentaba la odiada Babilonia. Para un israelita procedente del territorio calcinado, seco y lleno de colinas de Palestina, lo que más le impresionaba era la llanura feraz de Babilonia, con sus múltiples canales de regadío. A la sombra de los sauces se reunían los deportados judíos, recordando, tristes y melancólicos, a su tierra nativa y los trágicos sucesos que los habían llevado a aquellas lejanas tierras. En los árboles colgaban sus instrumentos músicos para meditar sobre el triste pasado. Los soldados que los vigilaban les invitaban a entonar sus canciones patrias y sus himnos cantados en las solemnidades litúrgicas del templo. La petición resulta sarcástica en labios de sus opresores. La reacción de los deportados es el silencio sistemático: no podían entonar sus cánticos sagrados en tierra extraña y profana (versículo 4). Hubiera sido traicionar a sus amores patrios y a su religión.
Con frases vigorosas, el salmista lanza imprecaciones contra él mismo, caso de que acceda a tan sacrílega invitación. Estos juramentos han de ser entendidos dentro del radicalismo de expresión tan frecuente en los escritos bíblicos, obra de autores, orientales de imaginación ardiente y de temperamento fogoso. Llevado de un espíritu de revancha, pide a Yahvé que haga uso de su justicia contra los edomitas, que se alegraron de la ruina de Jerusalén. Y, finalmente, lanza una imprecación feroz contra Babilonia, la devastadora del pueblo elegido: ¡que sus hijos sean estrellados contra las rocas! Esta afirmación, que hiere nuestra sensibilidad humanitaria y cristiana, ha de entenderse teniendo en cuenta el módulo literario de la composición -propensión a la exageración y a la hipérbole, a las frases radicales y extremosas- y a la imperfección del ideal ético del A.T. El salmista, en un desahogo psicológico, ansia acabar con la progenie de la nación opresora, para que sea tratada como ella trató a Jerusalén.
Sal 138, 1-8 (Vg 137): Acción de gracias
El salmista parece hacerse eco de los sentimientos de gratitud del pueblo al ser liberado de la opresión babilónica. Así, alaba a Yahvé por el cumplimiento de sus antiguas promesas, lo que servirá para que todos los reyes de la tierra reconozcan su señorío y poder. Esta esperanza de conversión de las naciones aparece en Sal 102, 15 y en la segunda parte del libro de Isaías (versículos 40-66).
Sal 138, 1-8. Yahvé, libertador y protector
El poeta quiere declarar las alabanzas de su Dios ante los supuestos dioses de las otras naciones. Esto no quiere decir que reconozca las divinidades de los pueblos gentílicos, sino que se dispone a cantar las alabanzas de Yahvé en medio de un ambiente idolátrico, declarando su superioridad sobre todo lo que es objeto de adoración por parte de los gentiles. La liberación del pueblo israelita es una prueba del poder de su nombre. Por ella reconocerán su soberanía tocios los reyes de la tierra; al ver el cumplimiento de las antiguas promesas, le reconocerán como Dios único y salvador.
En efecto, por excelso y encumbrado que esté Yahvé en los cielos de los cielos, no se desentiende de los humildes, a los que dispensa su protección, mientras que al altivo le conoce (le tiene ante sus ojos escrutadores), pero de lejos, pues no le dispensa su protección.
La distancia no impide que esté al tanto de sus inicuas acciones; pero su mirada, lejos de ser protectora, es justiciera y punitiva. El salmista tiene experiencia personal de la protección divina, que le salva de la angustia y, al mismo tiempo, castiga inexorablemente a sus enemigos. Seguro del auxilio divino, pide a Yahvé que continúe favoreciéndole, cumpliendo así sus promesas. Israel es la obra de sus manos, y, en consecuencia, no debe dejarla incompleta, sino protegerla hasta que alcance la plenitud prevista en sus augustos designios.
Sal 139, 1-24 (Vg 138): La omnisciencia y omnipotencia divinas
Este salmo tiene el aire de una meditación teológica sobre los atributos de la sabiduría y omnipresencia de Yahvé, sobre los misterios de los designios divinos y sobre el problema del mal. Dios conoce a fondo las interioridades del hombre: sus designios, sus intenciones, sus pensamientos más secretos, porque le envuelve y penetra en todo su ser. Pero, al mismo tiempo, tiene especialísima solicitud de él. El salmista, ante este panorama, no comprende la actitud y conducta de los pecadores, que hacen caso omiso de su Dios. Identificado con el sentir divino, llega a odiar a los enemigos de su Señor.
Aunque el título atribuye esta composición a David, los críticos modernos, en razón de los no pocos arameísmos que encuentran en ella, se inclinan por una fecha tardía de redacción, desde luego posterior al exilio babilónico. La reflexión teológica nos lleva a los círculos de "sabios" de los tiempos más recientes del A.T. Muchas ideas son muy similares a las expuestas en el libro de Job, y aun el lenguaje se asemeja a este libro didáctico, en el que se plantea el problema de la permisión del mal en los planes divinos. El salmo es una meditación sobre la Providencia divina en estilo poético: "Los atributos divinos no son considerados en sí mismos, ni en su relación a la esencia divina, ni aun en sus relaciones con la humanidad en general, sino, como es natural, en la plegaria meditada, en sus relaciones con la persona individual". "El desarrollo de los pensamientos se hace, no de una manera abstracta, sino por imágenes muy realistas, algunas veces demasiado brillantes. No se le lee, se le ve". Es uno de los salmos más bellos del Salterio.
Podemos distinguir cuatro estrofas: a) Yahvé conoce los secretos del ser humano (1-6); b) está presente en todas partes, y, por tanto, es inútil querer escapar a sus dominios (7-12); c) este conocimiento íntimo del ser humano se basa en el hecho de que lo ha formado (13-18); d) ¿Por qué Yahvé tolera al pecador? (19-24).
Sal 139, 1-6. La omnisciencia divina
El conocimiento divino sobre el hombre se extiende a todas sus más íntimas manifestaciones. Nada se escapa a su admirable percepción: cuando se sienta, cuando se levanta, cuando camina, cuando descansa, se halla siempre bajo la mirada escrutadora de Yahvé. Sus mismas palabras están ya medidas antes de que tomen expresión articulada. La razón de esta ciencia radica en el hecho de que Dios todo lo penetra con su Ser misterioso (versículo 5). El salmista, sin acudir a las formulaciones escolásticas -Dios está en todas partes "por esencia, presencia y potencia"-, sabe que lo llena todo, y particularmente envuelve al hombre en todo su ser corporal y racional. Esto es un misterio que excede a la humana inteligencia, y el salmista, como el Apóstol de las gentes, declara que es incomprensible.
Sal 139, 7-12. La omnipresencia divina
Aunque el hombre tratara de salirse de la órbita de Dios, no encontraría lugar alguno en que no le envolvería su presencia. El espíritu de Yahvé -su energía y fuerza vivificante- lo domina todo, y su faz -manifestación de la presencia divina a los hombres- tiene una visión panorámica sobre todo lo creado. Es inútil, pues, huir de su presencia escrutadora. Yahvé está en la cima de los cielos, pero hasta el seol, o región de los muertos, se extiende su mirada inquisidora. Y en la tierra domina todos los puntos cardinales. Inútil, pues, trasladarse al otro extremo del mar -el occidente mediterráneo-, pues también allí campea la presencia divina.
Ni siquiera las tinieblas pueden encubrirle, pues a la mirada divina son lúcidas y transparentes como el día, y, por otra parte, Yahvé, como Creador, que ha modelado al hombre en el seno materno, conoce sus interioridades y reconditeces. Todo esto es misterioso, pero no por ello menos admirable; y el salmista proclama con énfasis la omnisciencia divina.
Sal 139, 13-18. El hombre, modelado por Dios
La razón de que Yahvé conozca los secretos más íntimos del hombre está en que lo ha modelado misteriosamente en el seno materno, tejiéndolo cuidadosamente en todos sus detalles. Yahvé ha combinado maravillosamente, como en un bordado, sus diferentes partes, contando sus huesos, y todo en secreto -en el seno materno-, como si fuera en las mismas profundidades de la tierra.
Pero, además, de antemano preveía todos los actos y obras del ser humano que están consignados por escrito en un misterioso libro en el que Dios lleva la registración de sus acciones. Los días estaban ya fijos cuando aún no había comenzado el primero de ellos. Todo esto es inexplicable para el hombre, pues los pensamientos divinos son inescrutables y es inútil intentar enumerarlos, pues cuando se cree que ha llegado al fin, no ha comenzado aún, porque se encuentra con la inmensidad del misterio de Dios: aún sería contigo.
Sal 139, 19-24. ¿Por qué Dios tolera al pecador?
Pero hay otra cosa más inexplicable para la sensibilidad religiosa del salmista: si Yahvé es tan poderoso y lo sabe todo, ¿por qué es tan tolerante con los que infringen su ley? El problema de la existencia del mal le deja perplejo como al autor del libro de Job. En sus ansias de entrega a Dios, desearía que desaparecieran todos los que viven fuera de su ley. Para el salmista, el mal no es una idea abstracta, sino una realidad viviente en los pecadores que oprimen a los justos y derraman sangre inocente. Atacar a los justos es hacer frente a la voluntad divina; por eso siente odio contra los que se rebelan contra ella. Las expresiones de indignación son fuertes, en consonancia con la mentalidad del A.T., y reflejan su identificación con lo que cree son los intereses de Yahvé. No considera que, si Dios permite a los pecadores, es por su misericordia y para aquilatar la virtud de los justos.
Deseando no apartarse de las sendas rectas, pide a su Dios que le examine a fondo para que le muestre sus fallos, de forma que no se aparte de ellas, pues conducen a Él, y en ese sentido son sendas de eternidad. El cumplimiento de los preceptos divinos lleva a la vida y a la paz, mientras que los caminos del vicio conducen a la ruina y a la muerte. No parece que la perspectiva del salmista se extienda a la vida en Dios después de la muerte, como se enseña en el libro de la Sabiduría.
Sal 140, 1-14 (Vg 139): Oración de un calumniado y perseguido
Los salmos 140-143 constituyen un grupo de características afines. Los cuatro llevan por encabezamiento el nombre de David. Las ideas y el lenguaje son similares, lo que parece indicar que tienen un mismo autor. Abundan las reminiscencias de otras composiciones salmódicas, y no se distinguen por su originalidad. El salmista se siente hostilizado por gentes desaprensivas que no saben valorar lo religioso. Por eso, se dirige a Dios para que le libre de sus pérfidas asechanzas. Se mezcla el tono deprecativo con las imprecaciones, como suele ser usual en estos salmos que reflejan un alma angustiada. Bajo este aspecto, son grandes las semejanzas con las composiciones de las dos colecciones atribuidas a David.
Sal 140, 1-14. Las insidias de los impíos
El justo se halla aislado en una atmósfera de incomprensión y hostilidad por parte de gentes desalmadas que no vacilan en violentarlo hasta la efusión de sangre. Constantemente traman ardides contra los que siguen la ley divina, y con sus lenguas lanzan calumnias que son más perniciosas que el veneno del áspid. Como diestros cazadores, esconden lazos para hacer caer la ansiada presa. Frente a una hostilidad sistemática, no le queda al devoto sino confiar en su Dios, implorando su poderoso auxilio. En los momentos difíciles, Yahvé siempre ha sido su fuerza salvadora, cubriendo su cabeza con un yelmo protector en el fragor del combate. Por eso, ahora espera que sus enemigos triunfen en sus aviesos designios. Cuando se manifieste la justicia punitiva de Yahvé, sufrirán la suerte de las ciudades malditas de Sodoma y Gomorra, sobre las que llovieron brasas encendidas para ser anegadas en el abismo de fuego y azufre, y no volver a aparecer de nuevo.
Siguiendo la opinión en el A.T., los impíos tendrán que recibir su merecido en esta vida, y su prosperidad en la tierra no puede ser permanente. Cuando menos lo espere, será presa del infortunio, porque Yahvé vela por la suerte de los justos, particularmente los desvalidos y pobres. Por eso, los justos terminarán por triunfar, permaneciendo en presencia de Yahvé para manifestar sus alabanzas. Frente a la inseguridad del malvado está la paz y prosperidad del recto de corazón.
Sal 141, 1-10 (Vg 140): Oración del justo en peligro
El salmista pide sea aceptada su plegaria vespertina -quizá con ocasión del sacrificio de la tarde- para no desfallecer en el camino de la virtud. Desea que los rectos de corazón le reprendan para no ir tras de las sendas de la impiedad. Parece que alude el salmista a dos clases de peligros que le acechan: de índole corporal (miedo a perder la vida) y de índole moral (peligro de abandonar el camino de la virtud). Sobre todo le preocupan los peligros espirituales: pecados de pensamiento, palabras y acciones, que provienen de la mala inclinación del corazón y del ejemplo perverso. Por ello quiere evitar la compañía de los malvados y permanecer en estado de perpetua vigilancia con sus oraciones. Sobre todo quiere evitar los halagos de los malvados que tratan de atraerle al mal camino. Como en el salmo anterior, encontramos mezclados el acento deprecativo y el de las imprecaciones. El texto es muy incorrecto; por eso es uno de los más difíciles de traducir. Particularmente los versículos 6-7 son muy enigmáticos y parecen interrumpir el texto deprecativo. Por ello pueden considerarse como una inserción poco afortunada, tomada de un cántico épico en que se alude a hechos bélicos para nosotros desconocidos.
Sal 141, 1-10. Plegaria contra las seducciones malignas
El salmista se siente acechado por dos graves peligros: el de sus malas inclinaciones y el de las solicitaciones malignas de los enemigos de la ley de Dios, que le ponen tropiezos para caer y no seguir el camino de la virtud. Por eso suplica que su oración sea agradable a Yahvé como el incienso del sacrificio vespertino, y su elevación de manos (signo deprecativo) le sea acepta como la oblación de la tarde. Tiene miedo a prevaricar de palabra, y por eso suplica que guarde sus labios cuidadosamente como solícito centinela. No quiere adoptar el lenguaje de los impíos, que no saben valorar las exigencias, de la ley divina. Por otra parte, desconfía de sus propias inclinaciones, que se dejan llevar por lo más fácil, por la pendiente del camino que conduce al mal. De ningún modo quiere tomar parte en las francachelas de los impíos, en las que "comen el pan de la maldad y beben el vino de la violencia". La vida licenciosa de los impíos es algo que repugna a la sensibilidad religiosa de las almas selectas.
Prefiere ser fustigado por el justo, cuya palabra de corrección es para él agradable como óleo perfumado sobre su cabeza (versículo 8). Lejos de molestarse por sus reprimendas, las agradecerá, y orará por ellos cuando se hallen envueltos en calamidades. Prefiere la voz acusadora de los justos a los halagos y atractivos de la vida placentera de los malvados, que le invitan a participar en sus banquetes y desmesuradas alegrías. Es lo que dice el sabio en Pr 27, 6: "Leales son las heridas hechas por el amigo, pero los besos del enemigo son engañosos".
Los versículos 6-7 son extremadamente enigmáticos, y parecen estar fuera de contexto. Quizá aluda el salmista a alguna catástrofe en la que perecieron afrentosamente los jueces o jefes de la nación, que toleraban la vida disoluta a pesar de haber oído las palabras consoladoras y blandas del justo. El versículo 7 parece aludir a la situación angustiosa del justo, cuyos huesos están quebrantados y dislocados como la semilla que se echa al arar la tierra, pues ha estado al borde del sepulcro -a las puertas del seol, la región tenebrosa de los muertos-, sintiendo las angustias de la muerte. O quizá otra explicación posible de la frase sea que el cuerpo dolorido del justo está maltratado como la tierra que despiadadamente se hiende con el rejón del arado.
Pero, en medio de las angustias mortales, la mente del salmista se eleva lleno de esperanza hacia Yahvé, del que únicamente puede provenir el debido auxilio. Sus enemigos conspiran contra él con las artimañas del cazador, que pone lazos para coger la presa; pero gracias a la intervención divina serán burlados, cayendo en las mismas redes que tendieron a su paso.
Sal 142, 1-8 (Vg 141): Oración del justo en medio de peligro
Siguiendo el tono deprecativo de los dos salmos anteriores, el poeta describe la situación angustiada en que se halla en medio de una obstinada persecución de parte de las gentes impías. Como es ley en estos salmos deprecativos, atribuidos a David, la oración se divide en las siguientes partes: a) invocación (2-4); b) queja (405); c) apto de confianza en Dios (6-7b); d) petición acompañada de acción de gracias (70-8).
El tono deprecativo va mezclado con el elegiaco, abundando los paralelismos sintéticos.
Sal 142, 1-7. Plegaria de un perseguido
En situación extremadamente angustiada, el justo implora a Yahvé con todas sus fuerzas, pues sólo Él puede liberarle de tal situación. En realidad, Dios conoce bien su estado abatido, pues toda su conducta está ante sus ojos, y los peligros que le acechan no se escapan a su providencia. Se siente abandonado, sin ayuda alguna humana; por eso, acude al que es su refugio y su porción entre los vivientes, el Dios de Israel, que constituye como la "heredad" o lote particular de las almas selectas. En conformidad con esta pertenencia, pide el salmista que le libre de sus perseguidores, pues su alma se halla como en la cárcel, privada de toda libertad de acción. Su liberación servirá para que los justos reconozcan su solicitud salvadora sobre los que le son fieles. El salmista piensa en el momento solemne de dar gracias a Yahvé en el templo, rodeado de todos los devotos, que formarán como una corona de honor, felicitándose de su salvación.
Sal 143, 1-12 (Vg 142): Humilde suplica del auxilio divino
Como los anteriores salmos deprecativos, comprende tres partes: a) invocación (1-2); b) motivos de su aflicción (3-6); c) súplica de ayuda y de liberación (7-12). Esta tiene un aire de penitencia; por eso en la liturgia forma parte de la colección de los siete "penitenciales."
En la composición se entreveran las exclamaciones deprecativas y los desahogos imprecatorios contra los enemigos del justo. Aunque reconoce sus pecados, sabe que Dios es longánime y que es fiel a sus promesas de protección a los que son fieles a su ley. La composición está dividida en dos partes netas (1-6 y 7-12) separadas por la palabra Selah. En la primera predominan los paralelismos sinónimos, mientras que en la segunda abundan los sintéticos. El salmo está lleno de frases tomadas de otras partes del Salterio, como hemos visto en los tres anteriores deprecativos. Todos ellos tienen poca originalidad literaria y parecen ser de época tardía, aunque se adscriban a David como autor.
Sal 143, 1-12. Oración penitencial
Seguro de la protección divina, el salmista implora la intervención divina, pues su fidelidad a las promesas no ha de faltar. La justicia divina implica la conformidad con las exigencias morales de su ser; por eso ha de salir en favor de los que le son fieles. A pesar de las deficiencias de éstos, sabrá tratarlos conforme a su longanimidad, ya que nadie puede justificarse ante la santidad divina; por eso el salmista suplica que no entre en juicio, llevándolo a su tribunal, sino que le aplique su benevolencia conforme a las antiguas promesas.
El versículo 3 coincide verbalmente con lo expresado en Lm 3, 6. El justo perseguido se siente en situación casi desesperada, al borde del sepulcro, considerado ya como un morador de la región de las tinieblas, donde están los muertos desde antiguo. El recuerdo de antiguas intervenciones -medito todas tus obras- le da fuerza y confianza para pedir su intercesión. Su alma está sedienta de Dios, como la tierra lo está de agua (versículo 6). La presencia divina obrará el milagro de refrescar y revivir moralmente su espíritu abatido. Pero es de suma urgencia la intervención divina, pues está a punto de sucumbir como los caídos en la fosa. Por eso ya de mañana debe manifestar su favor al angustiado corazón, iluminando la mente para evitar los peligros que se oponen al camino de la virtud.
Dios es bondad, y, en consecuencia, tiene que transfundirla, haciendo caminar por una tierra recta o llana, sin peligro a sucumbir. Es lo que dice el profeta: "El sendero del justo es llano; derecho el camino que tú abres al justo". Pero antes es necesario que le libere del peligro de muerte, guardando su vida y sacándolo de su situación angustiada. Esta liberación está unida al castigo de los que injustamente le atacan. Por eso, conforme a la mentalidad viejo-testamentaria, el salmista termina lanzando imprecaciones rudas contra sus enemigos. Estos son también los adversarios de Yahvé, y por eso cree que es un bien para la sociedad de los fieles que desaparezcan de la tierra.
Sal 144, 1-15 (Vg 143): Acción de gracias por la victoria
El salmo consta de dos partes diferentes por su argumento y su ritmo: a) súplica de un rey que se halla en situación angustiosa como consecuencia de los ataques de pueblos enemigos que violaron la paz de Israel (1-11); b) exaltación de la prosperidad de Israel por su fidelidad a Yahvé (12-15). Esta segunda sección forma parte de otro salmo perdido, que ha sido incrustada a la sección anterior por razones de acoplamiento litúrgico, que a nosotros nos son desconocidas. En la formación de la primera parte intervienen textos de los Sal 18, 8-39; Sal 104, 33. La segunda parte tiene el aire de un poema "sapiencial" en el que se enseña que la fidelidad a la religión fomenta la prosperidad. En cambio, la primera parece una compilación del salmo 18. Por ello se atribuye a David.
Sal 144, 1-11. La solicitud divina por el hombre
Los versículos 1-2 ensalzan a Yahvé como protector del rey en sus empresas bélicas. La fraseología es similar a la de Sal 18, 35.
En los versículos 3-4 se trata de la providencia divina en general sobre el hombre, que en su pequeñez es digno de la atención de Yahvé. También las expresiones están tomadas de otras composiciones salmódicas.
A continuación, el salmista describe la manifestación de su Dios en las tormentas, fulgurando rayos y relámpagos como en Sal 18, 9 y Sal 104, 32. Apela al poder divino para que le libre de sus enemigos exteriores -alienígenas-, que caen en tromba sobre él como muchedumbre de aguas diluviales. El símil está también tomado de Sal 18, 17-46. Sus enemigos traman engañosamente perderle, haciendo juramentos falsos. El versículo 8 está tomado de Sal 33, 3-4.
Yahvé siempre se ha mostrado propicio a su pueblo, defendiendo a sus reyes, como lo hizo con su siervo David, el rey ideal de Israel.
Sal 144, 12-15. Deseos de prosperidad
Esta sección parece estar calcada en las promesas de Dt 28, 25 y Dt 30, 9. La prosperidad de Israel depende de su fidelidad a Yahvé. La desconexión conceptual con lo que antecede obliga a pensar que nos hallamos ante un fragmento errático de una composición sapiencial.
El poeta ansia la propagación de la progenie de Israel, que ha de crecer vigorosa como las plantas bien regadas. Las hijas serán elegantes y esbeltas, como las columnas adornadas del templo. Los graneros, rebosantes; los rebaños, multiplicados, y las mieses, desbordándose sobre los carros arrastrados por los bueyes. Y todo ello en un ambiente de segundad y de paz, sin miedo a enemigos que puedan irrumpir en las murallas de la ciudad, haciendo brechas, y sin peligro de ser llevados al destierro. Todo ello es señal de estar bajo la especial protección divina; por eso, el salmista se congratula con el pueblo de Israel, que puede contar con el auxilio de Yahvé, su Dios.
Sal 145, 1-21 (Vg 144): Majestad y bondad de Dios
Este salmo acróstico es un grandioso himno a los atributos divinos, manifestados en las obras portentosas en favor de los hombres en general, sin concretarlas -como en otras composiciones del Salterio- a sus relaciones con el pueblo elegido. La mano pródiga de Dios está siempre abierta a las necesidades de los hombres, amparando particularmente a los humildes y desvalidos. La distribución alfabética sacrifica algunas veces la ilación lógica del pensamiento; y así, las formulaciones tienen el aire de jaculatorias, exhortaciones o sentencias más o menos inconexas, a modo de una larga doxología, que encabeza los "salmos de alabanza," que cierran la colección general del Salterio. El salmista habla en nombre de la nación, dando de lado a sus preocupaciones personales. Esta colección final del Salterio (Sal 145-150) ha sido compuesta con una marcada finalidad litúrgica.
Este salmo es el único que lleva en su cabecera el título de tehillah, o "alabanza," que dará nombre a toda la colección del Salterio, llamado por los judíos séfer tehillim ("libro de las alabanzas"). Cada versículo empieza con una letra diferente del alefato (falta el verso correspondiente a la letra nun). Por su contenido puede compararse este poema alfabético al salmo ni. Abundan las reminiscencias de otras composiciones del Salterio. Como el salmo ni, es éste un epítome de alta teodicea, en el que se cantan los atributos divinos: bondad, justicia, misericordia, longanimidad, fidelidad a sus promesas, piedad para con los débiles, providencia paternal sobre todo los vivientes.
Aunque el título lo atribuye a David, comúnmente los críticos mantienen su fecha tardía de composición, por el vocabulario y por las múltiples dependencias de otros salmos.
Sal 145, 1-21. La grandeza de Yahvé
El salmista declara su deseo de expresar sus alabanzas a su Dios, que es Rey de todo lo creado. Nadie es digno de alabanza más que él. En sus ansias de perpetuar estas alabanzas, apela a las generaciones para que ellas se encarguen, a través de los siglos, de anunciar las grandezas de Yahvé. Sus atributos como Rey se resumen en el esplendor, la majestad y la gloria. Además, en sus relaciones con los hombres se ha mostrado siempre indulgente y misericordioso, tardo a la ira, pero condescendiente y compasivo con el pecador. Sus obras pregonan su bondad; y son los devotos los que saben apreciar las grandes gestas en favor de los hombres. El salmista no alude, como en otras composiciones del Salterio, a hechos de la historia de Israel, sino que se mantiene en el plan general de la Providencia divina sobre todas las criaturas. En realidad, su reino atraviesa todas las edades y es anterior al nacimiento de Israel como colectividad nacional. Pero su reinado se basa en la justicia y la fidelidad para con los suyos, particularmente con los necesitados.
Todas las criaturas dependen de la providencia de Dios, y por eso están anhelantes esperando que les envíe sus bienes para subsistir. Particularmente, con los hombres piadosos se muestra generoso y complaciente, respondiendo a sus invocaciones en los momentos de necesidad. En cambio, a los impíos les envía el castigo merecido por vivir al margen de la ley divina. El salmo se termina con la misma idea con que se inició: el deseo de alabar en todo momento a Dios, Señor de toda carne. Nadie, pues, está exento de la obligación de proclamar las alabanzas del Dios providente.
Sal 146, 1-10 (Vg 145): La providencia de Yahvé
En esta bella composición poética se contrapone la suerte del que confía en el hombre y la del que confía en Dios. Es el primero de los cinco salmos "aleluyáticos" que cierran el Salterio. La versión de los LXX los atribuye "a Ageo y a Zacarías" como el salmo 138. Abundan las reminiscencias de otros salmos y textos bíblicos; por eso el salmo no se destaca por su originalidad. Abundan los paralelismos sinónimos. Los arameísmos prueban que ha sido redactado en época postexílica.
Sal 146, 1-10. Sólo Dios merece la confianza del hombre
Con frases estereotipadas, el salmista inicia su poema exhortándose a sí mismo a alabar a Yahvé. La idea central del salmo es la confianza en Dios, de quien únicamente puede venir el auxilio seguro al ser humano. En consecuencia, es inútil confiar en poderes humanos, por muy altos que sean, pues los mismos príncipes dejan de existir y después de la muerte no pueden prestar ayuda a nadie. Sólo el Dios de Jacob puede inspirar verdadera confianza, pues es el mismo que ha formado los cielos y la tierra, y, por otra parte, es fiel a sus promesas do protección a sus devotos. Especialmente muestra su solicitud y favor con los necesitados: los oprimidos, los hambrientos, los ciegos, los contrahechos, los peregrinos, los huérfanos y las viudas. Ese Dios providente y justo tiene su morada en Sión y desde ella mantiene su dominio por la eternidad. El salmista no menciona las promesas de engrandecimiento hechas a la ciudad santa, pero, conforme a los vaticinios proféticos, exalta la situación privilegiada de Jerusalén, centro de la teocracia hebrea.
Sal 147, 1-20 (Vg 146-147): Las maravillas de la divina providencia
Este himno eucarístico consta de tres partes: a) alabanza de Yahvé por haber restaurado a Sión, mostrando a la vez su omnipotencia como Creador y Gobernador del mundo (1-6); b) proclamación de las magnificencias de la Providencia en las criaturas (7-11); c) acción de gracias por la paz y la prosperidad, y, sobre todo, por haber dado la Ley a Israel, por la que se distingue de todas las naciones (12-20). Aunque no son pocas las dependencias literarias de otras composiciones bíblicas, el salmo tiene una gran fuerza expresiva. El optimismo con que está redactado parece reflejar una situación de paz después de la repatriación. Algunos autores suponen que fue compuesto con motivo de la dedicación de las murallas de Jerusalén en tiempos de Nehemías. Pero nada en el salmo garantiza plenamente esta hipótesis.
En la versión de los LXX, el salmo está dividido en dos: 1-11 (Sal 146) y 12-20 (Sal 147), llevando ambos el título de Aleluya; de Ageo y Zacarías. La última parte se refiere a Jerusalén, mientras que en la sección primera se habla de la Providencia en general. Por ello, algunos comentaristas suponen que primitivamente eran dos composiciones independientes, que fueron acopladas posteriormente por exigencias del canto litúrgico.
Sal 147, 1-6. Alabanza de la omnipotencia divina
La bondad de Yahvé se ha manifestado en primer lugar en la restauración de las murallas de la ciudad santa y en la repatriación de sus habitantes. Con ello se ha mostrado como solícito médico, curando las heridas de su pueblo, castigado duramente en el exilio.
Pero este Dios de Israel es también el Soberano del universo, que, como tal, tiene contadas las estrellas, que para el ser humano resultan innumerables. Con ello muestra su omnipotencia y omnisciencia, pues las conoce por separado, poniéndoles su propio nombre, para organizarías en compacto ejército, según expresión del profeta: "Alzad a los cielos vuestros ojos y mirad: ¿Quién los creó? El que hace marchar su bien contado ejército, y a cada uno llama por su nombre, y ninguno falta". En ello muestra su grandeza y sabiduría soberana. Pero, a pesar de su excelsitud, vela solícito sobre los afligidos, confundiendo a los soberbios y protervos impíos.
Sal 147, 7-11. Dios provee a las necesidades de los vivientes
Continuando la enumeración de la múltiple solicitud de Yahvé, el poeta habla de las providencias de la naturaleza, ordenada por El: la lluvia a su tiempo, la hierba de los montes y del campo, la comida a los pajarillos, son prueba de su solicitud paternal sobre todos los vivientes.
Para Dios no tiene valor la fuerza física, sino la entrega sincera del corazón contrito y confiado a su providencia salvadora.
Sal 147, 12-20. La predilección divina por Israel
Los israelitas tienen una obligación especial de entonar alabanzas a Yahvé por haber fortalecido las murallas de la ciudad -reforzando las cerraduras de sus puertas- y difundiendo sus bendiciones sobre sus habitantes. Conforme a las antiguas promesas, Yahvé ha dado paz a su pueblo, asegurando sus fronteras y proporcionándole trigo de la mejor calidad.
Los versículos 15-18 están descolocados, y parece que su lugar apropiado es después del versículo 8, donde se habla de la solicitud de Dios sobre los vivientes. Los fenómenos atmosféricos se ordenan a una fructificación de la tierra, al servicio del hombre: la nieve, la escarcha, el hielo, tienen un origen misterioso para el hagiógrafo, y su formación obedece a órdenes concretas y directas del mismo Dios, según la concepción religiosa de la naturaleza y de la vida.
Finalmente, el salmista pondera el mayor beneficio recibido por el pueblo elegido: la Ley, en la que se manifiesta concretamente y de modo minucioso la voluntad divina. El mismo Dios, que dirige el curso de la naturaleza, se ha dignado escoger a Israel como "heredad" suya particular, entregándole sus estatutos para su mejor gobierno y para asegurar el camino de la virtud, que merece las bendiciones del Omnipotente. Ningún pueblo puede gloriarse de haber sido objeto de tal predilección por parte del Creador.
Sal 148, 1-12 (Vg 147): Alabanza cósmica a Yahvé
En este himno lírico se cantan las grandezas de Yahvé, proclamadas por todos los componentes del cosmos: la naturaleza inanimada y los vivientes. El mundo orgánico e inorgánico, el irracional y el racional, juntamente con el espiritual angélico, son invitados a entonar un cántico de alabanza al Creador. El salmista asocia a su pueblo jubiloso -Israel- toda la naturaleza para glorificar al Todopoderoso, que ha otorgado a su "heredad" los más grandes favores de la historia. El ser humano es la obra cumbre de la creación, e Israel el pueblo elegido al servicio de la humanidad, en cuanto que ha sido escogido como "sacerdocio real y nación santa" para transmitir los designios salvadores de Dios en la historia. Bajo este aspecto, Israel se halla, en el plan divino, en el mismo centro de la revelación y del acontecer histórico de la humanidad. El salmista, consciente de los destinos excepcionales de su pueblo, presenta a Israel dentro del círculo de intereses del mundo y del cosmos.
Sal 148, 1-14. Toda la creación debe aclamar a Dios
Los ojos del salmista se alzan primero hacia los cielos e invita a los seres angélicos a entonar un himno de alabanza al Creador; ellos constituyen el ejército de guardia del Altísimo, su escolta de honor. Después se dirige al mundo sideral, estrechamente unido, según la mentalidad popular antigua, a las esferas donde mora la divinidad y sus mensajeros los ángeles. Siguiendo el relato del Génesis, el hagiógrafo menciona primero a las dos lumbreras mayores -sol y luna- y después las estrellas. En la cúspide del techo del firmamento están los cielos de los cielos, los cielos por excelencia, donde mora la divinidad como en su palacio propio. Sobre el firmamento están los grandes depósitos de aguas que Dios reserva para las catástrofes diluviales. También ellas deben manifestar las alabanzas al Soberano del cosmos. Todas las criaturas tienen sus leyes, y todas subsisten por su voluntad. Los mundos siderales perduran misteriosamente merced a las leyes de gravedad y de atracción, en un equilibrio maravilloso que refleja el poder y la sabiduría divina.
Desde los cielos pasa el salmista a las profundidades del mar, donde están los monstruos marinos; después enumera los fenómenos atmosféricos, para terminar invitando a los animales y a los hombres todos a tomar parte en esta maravillosa orquestación del universo. Especialmente Israel, como nación predilecta de Yahvé, debe manifestar su agradecimiento por haberlo encumbrado en el poder sobre todas las naciones. Particularmente sus devotos o piadosos deben ser conscientes de la elección divina de la "heredad" de Yahvé. Israel es el pueblo allegado a su Dios, por ser un "reino sacerdotal y una nación santa". Estas relaciones de intimidad con Yahvé, aunque parece fueron interrumpidas durante el exilio, han vuelto a intensificarse después de la restauración de la nación.
Sal 149, 1-9: Grito de guerra santa
Este salmo respira un marcado mesianismo nacionalista, conforme a las perspectivas del A.T. Israel ha sido restablecido en sus derechos como nación, y este triunfo colectivo excita la imaginación del salmista, que piensa en el triunfo definitivo sobre las naciones. Los críticos modernos suponen que este poema ha sido compuesto después de la victoria de los Macabeos contra los sirios. En realidad, este himno bélico parece una imitación del salmo 136. Israel, después de haber sido probado y purificado por Yahvé en el exilio, recobra su plenitud nacional, y el futuro se abre a las más espléndidas perspectivas mesiánicas. Por eso, el final del salmo se cierra con una profecía escatológica: se acerca el día del juicio sobre las naciones.
Sal 149, 1-9. El triunfo del pueblo de Yahvé
En reconocimiento del nuevo favor otorgado al pueblo elegido, el salmista invita a cantar un cántico nuevo, en conformidad con la nueva situación victoriosa. Yahvé es el Hacedor de cielos y tierra, pero es también el Rey de Israel, que lo ha formado como nación; por ello, los hijos de Sión deben confesar alborozados sus gestas en la asamblea de los piadosos. Todos deben manifestar exteriormente el gozo nacional con danzas y músicas. La liberación obtenida es una prueba de la complacencia de Yahvé en su pueblo. Israel ha sido humillado, pero ahora la salvación le sirve de corona y de adorno ante los demás pueblos que asisten a su recuperación nacional. La situación actual es de tranquilidad total; por eso, los piadosos pueden exultar gozosos en sus lechos, sin temor a incursiones enemigas durante la noche. Al mismo tiempo deben estar preparados para caer sobre los enemigos, pues llega la hora de la vindicta y del juicio definitivo sobre las gentes que han oprimido al pueblo de Dios. Por ello no deben abandonar la espada, para estar dispuestos al ataque. Es el momento del cumplimiento de los antiguos vaticinios, del juicio escrito o decretado por Yahvé. Los profetas hablaban del juicio punitivo sobre las naciones enemigas de Israel antes de la plena manifestación de los tiempos mesiánicos. El salmista se hace eco de estos vaticinios y anuncia a su pueblo la proximidad del juicio purificador de Yahvé. El Bautista hablará de un juicio discriminador sobre los pecadores, y Jesús -en una panorámica puramente espiritual y universalista- dirá que la actitud que tome cada uno frente a su persona y mensaje será el juicio definitivo del mismo. No debemos olvidar la perspectiva mesiánico-nacionalista de los hagiógrafos del A.T. para calibrar y apreciar sus valoraciones, que están todavía muy lejos del ideal espiritualista del Evangelio.
El compilador cierra la colección lírica del Salterio con esta doxología, llena de énfasis, que pretende resumir las alabanzas de los diversos poetas que han cantado las glorias de Yahvé. Quizá sea una composición aleluyática que tuvo vida litúrgica independiente, pero que ha sido colocada al fin del libro de los Salmos como gran "finale" que resume los sentimientos entusiastas del pueblo israelita para con su Dios. La pieza es armoniosa y digna de las composiciones salmódicas anteriores.
Como en el salmo anterior, el poeta invita a los seres angélicos a alabar a Dios, que habita en su santuario celeste, en el majestuoso firmamento. Los hombres deben sumarse jubilosos a esta proclamación de su grandeza, manifestando su alegría con los instrumentos músicos en reconocimiento de sus hazañas o portentos. El salmista no concreta si estas hazañas han de tomarse históricamente en favor de su pueblo o en el orden de la naturaleza. La perspectiva es muy amplia: todos los seres -cuanto respira- deben formar un coro de alabanza al Creador. El universo es el templo de Yahvé, y todos sus habitantes deben ser sus adoradores. Todos los seres deben hacer oír el solemne aleluya en honor del Creador.