Padres de la Iglesia

SAN JUAN CRISÓSTOMO

Homilías sobre el Evangelio de San Mateo III

Homilías I-IX, X-XXXVI, XXXVII-LXVII

HOMILIA XXXVII (XXXVIII)

Cuando éstos se hubieron ido, comenzó Jesús a hablar de Juan a la muchedumbre: ¿Qué habéis ido a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué habéis ido a ver? ¿A un hombre vestido muellemente? Mas los que visten muellemente están en las moradas de los reyes. Pues ¿qué habéis ido a ver? ¿A un profeta? ¡Sí! Yo os digo que más que a un profeta (Mt 11, 7-9).
PERFECTAMENTE procedieron las cosas y las ordenó Cristo en lo tocante a los discípulos de Juan; y ellos se volvieron perfectamente confirmados en la fe por los milagros que ahí al punto se verificaron. Restaba, pues, curar las opiniones de la multitud acerca de Juan. Los discípulos de Juan nada más sospechaban de lo que se ha dicho de su maestro. Pero la turba, por las preguntas de los discípulos de Juan, sospechó muchas cosas absurdas, porque ignoraba la mente del que los había enviado. Es verosímil que en su interior las turbas discurrieran así: Aquel que tantos y tan grandes testimonios dio de Cristo, ¿ahora duda y ha cambiado de parecer sobre si éste es o es otro el que ha de venir? ¿Es que al hablar así quiere introducir división con los seguidores de Jesús? ¿O se ha acobardado por el encarcelamiento? ¿O dijo sin fundamento lo que antes afirmaba? Como era verosímil que las turbas sospecharan estas y otras cosas parecidas, observa en qué forma corrige las debilidades del pueblo y suprime semejantes sospechas.
Cuando éstos se hubieron ido, comenzó a decir a las turbas. ¿Por qué lo hace cuando éstos se habían ido? Para no parecer que adulaba a Juan. Pero al corregir las opiniones populares, no saca a relucir las sospechas del pueblo; sino que solamente da la solución a las dudas y raciocinios que perturban las mentes, demostrando así que conocía los secretos de los corazones de todos. No les dijo, como lo hizo con los judíos: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? 1 Porque aun cuando así pensaran, no lo hacían por malicia, sino por no tener noticia de las cosas que se trataban. Por lo mismo no les habla con dureza, sino que solamente corrige sus pensamientos y defiende a Juan y demuestra que éste no había abandonado su primer modo de pensar ni lo había cambiado. Como si dijera: No es él un hombre voluble, sino firme y constante. Y de tal manera dispone las cosas que no abre al punto su parecer, sino que lo declara mediante el parecer del propio pueblo. Así les demuestra no sólo con las palabras de ellos, sino con las obras propias que han testificado en favor de la constancia de Juan.
Por esto les dice: ¿Qué habéis ido a ver al desierto? Como si les dijera: ¿Por qué abandonando las ciudades y las mansiones os habéis reunido todos en el desierto? ¿Fue acaso para ver a un hombre mísero y voltario? ¡Esto sería una locura! Pero esta no se deduce del íntimo anhelo con que corristeis al desierto. No habríais concurrido con tan gran empeño tanto pueblo y tantas ciudades al desierto y al Jordán, si no hubierais esperado ver a un hombre grande, admirable, constantísimo. No salisteis a ver una caña agitada por el viento; porque los hombres ligeros que se dejan llevar a una y otra parte y a veces afirman una cosa y a veces otra y en ninguna se afirman, son semejantes a las cañas.
Observa cómo, dejando a un lado toda acusación de malicia, trata únicamente de la sospecha de ligereza que los preocupaba, y procura quitarla. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido muellemente? Los que muellemente se visten están en las moradas de los reyes. Lo que significa: Juan no es por naturaleza ligero, y así lo demostrasteis vosotros con vuestro interés por él. Ni puede asegurarse que él al principio estuvo constante, pero que luego, por una vida entre delicias, se tornó muelle y delicado. Es cierto que entre los hombres los hay que nacen con ese natural; hay otros que después cambian y se tornan de otro modo. Así por ejemplo sucede que uno sea por naturaleza iracundo; otro, a causa de una larga enfermedad en la que contrajo ese vicio. Del mismo modo, unos por naturaleza son inconstantes, ligeros; otros lo son porque se entregaron a la voluptuosidad y a los placeres. Pero Juan no lo es por su natural: no habéis salido a ver una caña, ni ha perdido su firmeza natural de alma por haberse entregado a los placeres.
Y que no se ha entregado a la voluptuosidad, lo demuestra su vestido, el desierto, la cárcel. Si hubiera querido vestir muellemente, no habría habitado en el desierto ni en la cárcel, sino en el palacio real. Porque estaba en su mano, con sólo callar, gozar de grandes honores. Puesto que si Herodes a él encarcelado y de él reprendido, estando en prisiones, así lo reverenciaba, ciertamente si hubiera callado, aun lo habría adulado. Habiendo pues dado con sus obras un testimonio experimental de su firmeza y constancia ¿con qué derecho se puede sospechar de su ligereza? Una vez que tanto por el lugar como por el vestido y el concurso del pueblo ha descrito las costumbres de Juan, luego lo presenta como profeta. Pues habiendo dicho: ¿Qué salisteis a ver? ¿A un profeta? En verdad os digo, y más que profeta, añadió: Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz, que preparará tus caminos delante de ti. 2 Tras del testimonio de los judíos, presenta al profeta. Más aún: pone primero el juicio de los judíos, testimonio de enemigos, que es el argumento de más fuerza por ser de enemigos; luego propone el género de vida que llevaba Juan; en tercer lugar, su propio juicio; en cuarto lugar el de Malaquías, cerrando así la boca a los judíos por todos lados. Y para que no alegaran y dijeran: bien está, pero ¿si después acá ha cambiado? añadió lo del vestido, la cárcel y finalmente la profecía.
Tras de decir que Juan era más que profeta, explica en qué es mayor. ¿En qué, pues, es mayor? En que está cercano al que viene. Pues dice: Enviaré mi mensajero delante de ti, es decir junto a Cristo. Así como sucede con los reyes que los que van junto a la carroza real tienen mayor dignidad, así se ve a Juan ir junto a Cristo, que ya llega. Observa cómo por aquí declara su excelencia; mas no se detiene en esto, sino que al punto manifiesta su propio parecer diciendo: En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan Bautista. Es decir que ninguna mujer ha dado a luz a otro mayor.
Basta con semejante parecer. Pero si quieres por las cosas mismas conocerlo, considera la mesa de Juan, su alimento, la alteza de su mente. Vivía como si ya estuviera en el cielo; y como si fuera superior a las naturales necesidades, llevaba un camino admirable y pasaba el tiempo íntegro en himnos y oraciones, hablando sólo con Dios y con ninguno de los mortales. No conocía a ninguno de los consiervos, no se daba a ver, no se alimentaba de leche, no disfrutaba del lecho ni del techo ni del foro ni de cosa humana alguna; y era al mismo tiempo lleno de vehemencia y de mansedumbre. Oye con cuánta mansedumbre habla a sus discípulos y con cuánta fuerza a los judíos y con qué libertad a los reyes. Por tal motivo decía Cristo: Entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista.
Mas con el objeto de que las alabanzas no fueran a engendrar algún error y que los judíos no lo fueran a preferir a Cristo, mira cómo también esto lo endereza. Pues así como de las cosas con que los discípulos de Juan quedaban confirmados en la fe de ahí recibían daño las turbas, pensando que Juan era voltario, así con las que las turbas se confirmaban en la fe se les acrecía a aquéllos el daño, pues, por lo dicho, pensaban ser Juan superior a Cristo. Corrige Cristo todo esto y toda sospecha al decirles: Pero el más pequeño en el reino de los cielos, es mayor que él. El menor, es decir en la edad y en la opinión de muchos, pues a Jesús lo llamaban glotón y bebedor de vino. Y decían de El: ¿No es éste el hijo del carpintero?; 3 y por doquiera lo trataban con desprecio. Preguntarás: entonces Jesús comparado con Juan ¿era mayor? De ninguna manera. Pues tampoco Juan cuando dice: Es más fuerte que yo, 4 lo dice para poner comparación; ni tampoco Pablo, al hablar de Moisés lo hace cuando dice: Y es tenido en mayor gloria que Moisés. 5 Ni el mismo Jesús cuando decía: Y aquí está uno mayor que Salomón. 6 Y si concediéramos que lo hizo por establecer comparación, aclararíamos que lo hizo acomodándose a la rudeza de los oyentes.
Juan era tenido en gran estima, y la cárcel lo había tornado más insigne, lo mismo que la libertad en reprender al rey, cosas todas que muchos escuchaban con gusto 7. Porque también el Antiguo Testamento suele enmendar a los que yerran, comparando cosas que entre sí no admiten comparación. Por ejemplo cuando dice: No hay, oh Señor, semejante a ti en los dioses. Y también: No hay Dios como el Dios nuestro. 8 Hay quienes afirman que Cristo lo dijo refiriéndose a los apóstoles; otros aseguran que a los ángeles; pero mal. Porque los hombres, una vez que se han apartado de la verdad suelen caer en múltiples errores. Pues ¿cómo podía lógicamente haberlo dicho de los apóstoles o de los ángeles? Por lo demás, si de los apóstoles lo decía ¿qué le vedaba nombrarlos? En cambio, hablando de sí mismo, rectamente y con derecho oculta la persona a causa de la opinión que de él se tenía y para no parecer que se alababa a sí mismo. Siempre procede así.
Y ¿que significa: en el reino de los cielos? Es decir en las cosas todas espirituales y celestiales. Al decir: Entre los nacidos de mujer no ha aparecido nadie mayor que Juan, se contradistingue de Juan y se aparta de toda comparación. Pues aun cuando El también era nacido de mujer, pero no al modo de Juan, pues no era sólo hombre ni había nacido al modo humano, sino con un parto estupendo y maravilloso. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos se alcanza por la fuerza y los esforzados lo arrebatan. Preguntarás: ¿cómo se compone esto con las cosas que preceden? De modo excelente y muy lógico. Porque con esto Cristo excita y empuja a las turbas a que crean en El; y al mismo tiempo confirma lo que anteriormente había dicho Juan. Pues si hasta llegar a Juan se ha completado todo, entonces: Yo soy el que viene. Porque dice: Porque todos los profetas y la ley han profetizado hasta Juan. Como si dijera: No habrían cesado de hablar los profetas, si yo no hubiera venido. No esperéis pues ya más: no esperéis que venga otro.
Desde el momento en que cesaron los profetas y que muchos arrebatan la fe en mí, es claro que Yo soy ése; y esa fe es tan clara y manifiesta que muchos día a día la arrebatan. Preguntas: ¿quiénes la han arrebatado? Responde: todos cuantos con empeño se han acercado a Cristo. Enseguida pone otro indicio: Y si queréis oírlo, él es Elías, que ha de venir. Dice Malaquías: Ved que yo mandaré a Elías el profeta, quien convertirá el corazón de los padres a los hijos. 9 Dice, pues, Cristo: este es Elías, si con cuidado atendéis. Puesto que afirma Malaquías: He aquí que voy a enviar a mi mensajero delante de ti.
Y con razón dijo: si queréis oírlo, manifestando así que a nadie se le obliga ni se le hace violencia. Como quien dice: Yo a nadie obligo. Quería por este medio pedir una voluntad pronta, y también demostrar que aquel Elías es este Juan y este Juan es aquél. Elías. Porque ambos tuvieron el mismo ministerio y ambos fueron precursores. Por lo cual no dijo simplemente: este es Elías, sino: Si queréis oírlo, éste es. O sea: si es que atendéis a los hechos con recta voluntad y sano juicio. Y no se detuvo aquí, sino que demostrando que se necesita comprensión, a la expresión: éste es Elías, que ha de venir, añadió: El que tiene oídos para oír que oiga.
Tantos misterios y cosas enigmáticas les proponía, para obligarlos a preguntar. Pero ni así despertaban. Y mucho menos habrían despertado si todo lo hubiera dicho clara y manifiestamente. Pues no puede decirse o que no se atrevían a preguntarle o que El se mostraba difícil para acercársele. Puesto que quienes acerca de cosas banales le habían interrogado y examinado, y habiendo sido infinitas veces rechazados no habían cesado en su empeño ¿cómo no lo iban a interrogar en cosas necesarias, si hubieran querido aprender? Lo interrogaban en asuntos de la Ley y cuál era el precepto principal, y le hacían otras preguntas semejantes, y esto sin que les urgiera necesidad alguna. ¿Cómo entonces, cuando él decía cosas que debía responder, no habían ellos de explanar ellos su pensamiento? ¿Sobre todo siendo así que él mismo parecía exhortarlos y empujarlos? Así, cuando decía: Los esforzados lo arrebatan, excitaba sus ánimos; y cuando decía: El que tiene oídos para oír, que oiga, hacía lo mismo. Y dice luego: ¿A quién compararé esta generación? Es semejante a los niños sentados en la plaza, que se gritan unos a otros diciendo: Os tocamos la flauta y no habéis bailado; hemos cantado endechas y no os habéis dolido. También esto parece desconectado de la serie precedente, y sin embargo pertenece al mismo desarrollo, ya que se refiere a lo principal del asunto; es decir a demostrar que Juan no se contradijo en sus procederes, aunque los hechos parecieran decir lo contrario, como ya lo advertimos, hablando de las preguntas. Demuestra además que no se pasó de largo nada de lo perteneciente a la salvación de ellos.
Es lo que el profeta dijo acerca de la viña: ¿Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera? 10 Cristo dice: ¿A quién compararé yo esta generación? Es semejante a los niños sentados en la plaza, que se gritan unos a otros, diciendo: Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado; os hemos cantado endechas y no os habéis dolido. Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe y dicen: Es un comilón y un bebedor de vino, y es amigo de los publicanos y pecadores. Como si dijera Cristo: Juan y yo vamos por contrarios caminos, pero hacemos lo mismo. Como si dos cazadores viendo una bestia feroz difícil de coger, pero que puede ir a caer en la red por dos caminos, ocupara cada uno de ellos uno de los caminos, de modo que el uno la empuja por una senda contraria a la del otro, y así por medio de uno de los dos venga a quedar prisionera.
Mira cómo todo el género humano suele admirar el ayuno, lo mismo que la austeridad de la virtud. Por esto el negocio todo se instituyó de tal manera que Juan ayunara desde su tierna edad y cultivara ese género de vida para que por este medio mereciera fe su predicación. Preguntarás: ¿por qué motivo Cristo no siguió ese camino? Ciertamente lo siguió al ayunar durante cuarenta días y andando por los pueblos enseñando, sin tener en dónde reclinar su cabeza. Además, con el otro modo de vida que instituyó también se logrará lucro. Al fin y al cabo, lo uno era equivalente a lo otro; y aun había en el segundo camino una ventaja: tener en su favor el testimonio del que lo había emprendido. Por lo demás, Juan solamente exhibía la austeridad de su vida, pues no hizo ningún milagro, mientras que Jesús tuvo además el testimonio de los milagros y portentos. Dejando, pues, que Juan fuera celebrado por sus ayunos, Cristo tomó el camino contrario y entraba a las mesas de los publicanos y comía con ellos y bebía.
Preguntemos a los judíos si el ayuno es cosa buena y admirable. Entonces, convino creer en el Bautista y recibirlo y obedecerlo. Con esto, sus palabras os iban a conducir a Jesús. ¿Es el ayuno oneroso y duro? Entonces, había que obedecer a Jesús y darle fe, aunque iba por un camino contrario. Por cualquiera de los dos caminos habríais entrado en el reino. Pero los judíos, al modo de una bestia feroz, ambos caminos los tomaron a mal. De modo que de parte de los dos a quienes no se dio crédito, no hay culpas sino de parte de quienes no creyeron. Puesto que nadie hay tan falto de razón que alabe o vitupere al mismo tiempo las cosas que son entre sí contrarias.
Por ejemplo: quien alaba a un hombre ligero y perezoso, no aprobará al ceñudo y bárbaro; y el que alaba al severo, no aprobará al ligero. Porque no se puede lógicamente aprobar una y otra cosa. Por este motivo dijo Cristo: Os tocamos la flauta y no bailasteis; es decir os hemos presentado una vida no austera y no nos habéis obedecido. Y luego: Os cantamos endechas - y no os habéis dolido; es decir: Juan os abrazó con una vida austera y grave y tampoco le hicisteis caso. Y no dijo: Juan tomó aquel género de vida y yo este otro, porque siendo una misma la finalidad de ambos, sólo los medios eran encontrados. Por esto dice que los hechos eran los mismos. El que tomaran caminos encontrados nacía precisamente de una mayor concordia, pues todo se dirigía al mismo fin.
Entonces, oh judíos ¿qué defensa os queda en adelante? Por tal motivo Cristo añadió: Y la Sabiduría se justifica por sus obras. Como si dijera: aun cuando no hayáis obedecido, pero a mí en adelante ya no podréis acusarme. Que es lo que dijo el profeta hablando del Padre: Para que sea reconocida la justicia de sus palabras. 11 Dios, aun cuando no hiciera más que cuidar de nosotros, cumple con todo lo que le toca, hasta el punto de no dejar a los necios y a los malvados ni una sombra de duda. Y aun cuando los ejemplos de que usa sean vulgares y nada pulidos, no te admires, pues así se adaptaba a la rudeza de los oyentes. También Ezequiel pone muchos ejemplos que son oportunos para el pueblo, aunque parezcan no dignos de Dios. Por lo demás, también esto entra en la providencia divina y es digno de ella.
Considera, por otra parte, cómo los judíos también por otros caminos eran llevados a diversas sentencias y pareceres. Habiendo ellos dicho que Juan era un endemoniado, no se detuvieron aquí, sino que también lo afirmaron de Cristo, que vivía de un modo contrario al de Juan. Hasta ese punto andaban traídos y llevados de encontrados y varios pareceres. Lucas, aparte de esa acusación, aduce otra más grave, cuando dice: Los publicanos justificaron a Dios recibiendo el bautismo de Juan. 12 Y una vez que la Sabiduría quedó justificada; una vez que demostró que todo se había cumplido, se querella de las ciudades de Cristo y llama a sus habitantes míseros, pues no logró persuadirlos, lo cual es peor que si les pusiera terror. Usó de la enseñanza y de los milagros. Mas, como permanecieron en su misma incredulidad, finalmente los querella y dice el evangelista: Comenzó entonces a increpar a las ciudades en que había hecho muchos milagros, porque no habían hecho penitencia, diciendo: ¡Ay de ti, Corazaín! ¡ay de ti, Betsaida! Y para que veas que ellos no eran tales por naturaleza, pone el nombre de las ciudades de donde habían salido cinco apóstoles. Porque de ahí eran Felipe y los dos pares de corifeos [Pedro y Andrés, Santiago y Juan].
Y dice: Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, mucho ha que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. Así, pues, os digo que Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras en el día del juicio. Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el cielo? ¡Hasta el infierno serás precipitada! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros hechos en ti, hasta hoy subsistirán. Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del juicio. No sin motivo nombra a Sodoma, sino para agrandar el peso de la acusación. Porque gran argumento de perversidad es que aparezcan peores que los malvados que antes existieron y no solamente que los que ahora viven.
Del mismo modo los condena en otra parte, comparándolos con los ninivitas y con la reina del Austro; con la diferencia de que en este último pasaje compara a los que han obrado el bien; y en aquel otro a los que han obrado el mal, lo que es todavía más grave. Ezequiel usó de este mismo modo de condenar cuando dijo de Jerusalén: Hasta el punto de hacer justas a tus hermanas con todas las abominaciones que tu has cometido 13 Suele en el Antiguo Testamento proceder en esta forma cuando se trata de esta materia. Y no terminó aquí su discurso, sino que aumentóles el terror diciendo que sufrirán más graves tormentos que los de Sodoma y los de Tiro. Así, de todos lados los excita, bien llamándolos míseros, bien metiéndoles miedo.
Apliquémonos a nosotros mismos esto, pues no sólo a los incrédulos, sirio también a nosotros nos amenazó con el castigo mayor que a los de Sodoma, si no recibimos y hospedamos a los peregrinos que vienen a nosotros, cuando ordenó a los apóstoles que aun sacudieran el polvo de su calzado. Y con razón. Pues aquéllos, si pecaron, cayeron antes de la Ley y de la gracia; pero nosotros, que pecamos después de tantos cuidados como se nos han prodigado ¿de qué perdón seremos dignos si mostramos tan grande aborrecimiento a los huéspedes y cerramos las puertas a los necesitados y antes que las puertas, los oídos mismos? Y no sólo a los pobres sino también a los necesitados. Las cerramos a los pobres porque las cerramos a los apóstoles. Es que mientras se lee a Pablo, tú no atiendes; y cuando Juan nos predica, tú no lo oyes. Entonces ¿cuándo darás hospitalidad al pobre, pues ni siquiera al apóstol recibes? Así pues, para que a éstos las puertas y a aquéllos los oídos queden abiertos, limpiemos de los oídos del alma todas las suciedades. Pues así como la inmundicia y la tierra tapan los oídos corporales, así los cantares de las meretrices, las narraciones profanas, las deudas, las conversaciones sobre la usura y los réditos cierran los oídos del alma, mucho más que cualesquiera inmundicias. Más aún: no solamente los cierran sino que los manchan. Los que tales cosas a referir se entregan, echan estiércol en vuestros oídos. Y lo que cierto bárbaro amenazaba a Israel diciendo: Comeréis vuestro estiércol 14, eso hacen aquéllos con vosotros, no con palabras, sino con obras, y os obligan a soportarlo. Más aún: cosas mucho más graves. Porque los dichos cantares son con mucho más repugnantes.
Y lo peor es que ya no os molestan, sino que aun los reís y celebráis, cuando lo conveniente sería huirlos y execrarlos. Y si tales cosas no son abominables ¡vaya! ¡baja tú mismo a la orquesta, imita eso que alabas; o mejor aún, vete con ese que semejante risa ha excitado! Por cierto que nunca te atreverías a hacerlo. Entonces ¿por qué tanto lo honras? Las leyes escritas de los griegos a tales hombres los tienen como infames ¿y tú, en cambio, juntamente con toda la ciudad, los recibes como si fueran Legados o Capitanes; y convocas a todos para que reciban el lodo en sus oídos? Si tu esclavo, oyéndolo tú, dice algo torpe, lo castigas con golpes sin número; si tu hijo, si tu mujer, si otro cualquiera así procede, lo tienes como ofensa. En cambio, si hombres despreciables y abyectos te convocan a escuchar palabras torpes, no sólo no te indignas, sino que te gozas y aun alabas.
¿Hay algo que se iguale a semejante locura? Dirás que al fin y al cabo tú no pronuncias semejantes palabras. Pero ¿hay en eso alguna ganancia? Más aún: ¿de dónde consta que no las pronuncias? Si nunca las pronunciaras, jamás te reirías al oírlas ni correrías con tanto empeño a escuchar lo que te deshonra. Porque, dime: ¿te gozas oyendo blasfemias? ¿acaso no te horrorizas y te tapas los oídos? Yo pienso que sí lo haces. ¿Por qué? Porque tú nunca blasfemas. Pues procede del mismo modo respecto de las palabras aquellas torpes. Si quieres demostrarnos claramente que no te gozas cuando hablan torpezas, no soportes el oírlas. ¿Cuándo podrás llegar a ser un hombre probo, si te alimentas de oír torpezas tales? ¿Cuándo podrás soportar los trabajos de la castidad yendo así poco a poco en descenso a causa de esas risas y cantares y palabras obscenas? Si con trabajo el alma que se conserva pura y alejada de todo eso, puede ser casta ¿cuánto menos podrá serlo la que se acostumbra a escuchar tales cosas? ¿Ignoráis que todos somos inclinados a la perversidad? Pues si a ésta la convertimos en arte y oficio ¿cómo podremos escapar del horno aquel? ¿No habéis oído lo que dice Pablo: Regocijaos en el Señor 15? ¡No dijo: en el demonio! Pues ¿cuándo podrás escuchar a Pablo? ¿cuándo podrás tener conciencia de tus pecados, pues vives perpetuamente ebrio a causa de semejantes espectáculos? Que acudas a la iglesia ni es cosa grande, ni digna de admiración... Aunque sí es cosa de admiración. Porque vienes aquí perezoso y a la ligera. En cambio corres al teatro con gran anhelo y empeño. Y esto es claro por lo que luego refieres en tu hogar cuando regresas. Porque lleváis a vuestros hogares cada uno de vosotros el lodo que se os infundió mediante las palabras, los cantos, las risotadas; y no únicamente a vuestros hogares, sino a lo más interior de vuestras mentes; y ya no os apartáis de esas cosas dignas de abominación: de manera que ya no tienes odio sino amor a lo abominable.
Muchos hay que al volver de visitar los sepulcros, se purifican con el baño; pero cuando regresan del teatro, no lloran, no derraman una fuente de lágrimas. Y eso que el cadáver no es cosa inmunda, mientras que el pecado mancha en tal manera que no puede purificarse ni con mil fuentes, sino sólo con las lágrimas y la confesión. Pero ya no hay quien sienta esta mancha; y pues no tememos lo que debíamos temer, tememos lo que no debíamos. Pero ¿qué estrépito es ése? ¿qué tumulto? ¿qué clamores satánicos? ¿qué vestidos y posturas satánicas? Ahí va uno, joven, con la cabellera anudada detrás; y con su presentación misma está afeminando su naturaleza, lo mismo que con sus modales, con su vestido y con todo lo que lleva; y trata de parecerse a una doncella. Allá va otro, anciano, con la cabeza rapada a navaja, ceñidos los riñones, después de que antes de raerse la cabeza y sus cabellos, ha raído del todo su pudor; y se presenta a recibir bofetadas y preparado a decir y hacer cuanto se ofrezca. Y las mujeres, descubierta la cabeza, olvidando todo rubor, se presentan y hablan al pueblo con suma y empeñosa impudencia, infundiendo en los oyentes la más alta petulancia y la más completa lascivia. No tienen sino un anhelo: extirpar de raíz toda castidad y manchar la naturaleza humana y satisfacer la concupiscencia del perverso demonio de la carne. Porque en el teatro, las palabras obscenas, las figuras ridículas, el corte del pelo mismo, el modo de andar, el vestido, la voz, lo muelle de los miembros, lo tornátil de los ojos, las flautas, las tonadas, el drama, el argumento, en una palabra, todo está redundando en extrema lascivia.
¿Cuándo, pregunto yo, podrás volver en ti, una vez que el demonio te hace beber tan ingente copa de fornicaciones y mezcla para ti tantas cráteras de intemperancia? Porque ahí en el teatro se ven fornicaciones, adulterios, prostitutas, hombres afeminados, jóvenes muelles, todo repleto de iniquidad y de cosas de magia y de hechicería. De manera que quienes ahí están sentados no conviene que se rían de semejante espectáculo, sino que lloren y giman. Preguntarás: entonces ¿cerramos los teatros? Por tu mandato se armará una revuelta. ¡Pero si ya todo es revuelta! ¿De dónde salen los que andan poniendo asechanzas a los matrimonios? ¿no es acaso de lo que ven en el escenario? ¿De donde los que violan el tálamo nupcial? ¿Acaso no es de aquel teatro? ¿No es ahí en donde aprenden a ser molestos a sus esposas? ¿No es ahí donde aprenden a despreciar a sus mujeres? ¿No salen de ahí infinitos adúlteros? ¡El que todo lo revuelve es el que asiste al teatro y trae luego de ahí la recia tiranía! Alegarás que de ningún modo es así, ya que el teatro ha sido instituido por las leyes y ordenado para el bien, Porque, añades, el rapto de las mujeres y el insultar obscenamente a los jóvenes y el deshacer los hogares, todo eso es propio de quienes conquistan las acrópolis. ¿Quién, continúas, por tales espectáculos se ha hecho fornicario? Mejor pregunta: ¿quién no? Si fuera lícito publicar nombres, podría yo deciros a cuántas esposas esos teatros han arrebatado el esposo; y a cuántos han cautivado aquellas meretrices, de los cuales a unos los arrancaron del lecho conyugal y a otros los hicieron que no pudieran tomar esposa. Pero insistes: ¿de modo que echaremos abajo todas las leyes? Respondo que al revés: derribados los teatros, habremos acabado con las transgresiones legales. Porque del teatro salen los que hunden las ciudades; del teatro salen las sediciones y las revueltas. Quienes se alimentan de semejantes espectáculos y ven en su voz a causa de la necesidad del estómago, y que no tienen otro oficio ni ocupación que andar gritando y ejecutar, cualquier cosa por absurda que sea, ésos son sobre, todo los que conmueven a los pueblos y promueven en las ciudades los tumultos. Una juventud ociosa, en semejantes espectáculos educada, se torna más cruel que cualquier bestia salvaje.
¿De dónde, pregúntate, salen los charlatanes adivinos? ¿No salen de ahí a provocar sin motivo a la plebe desocupada y logran que los bailarines saquen beneficios de semejantes tumultos y que las meretrices sirvan de obstáculo a las mujeres honradas?-Porque llegan a tales géneros de maleficios que no dudan en profanar los huesos de los muertos. ¿No proviene esto de que para esos coros diabólicos se ven obligados a gastos sin cuento? ¿De dónde nacen la lascivia y males sin número? ¿Observas cómo eres tú quien disturba la vida y relaciones humanas cuando a tales cosas a otros arrastras? Por mi parte, creo que semejantes prácticas deben abolirse.
Dirás: entonces ¡cerremos la orquesta! ¡Ojalá fuera eso posible! Más aún: si queréis, cuanto es de mi parte ya está cerrada y destruida. Pero no es eso lo que yo aconsejo. Quedando ella en pie, dejadla vacía; ¡cosa de mayor alabanza que destruirla! Si a nosotros no hacéis caso, a lo menos imitad a los bárbaros, que no tienen tales espectáculos vergonzosos. Pero ¿qué excusa tendremos en adelante nosotros, los ciudadanos del cielo, los inscritos en el coro de los querubines, los consortes de los ángeles, si somos en esto peores que los bárbaros, cuando está en nuestra mano inventar otros mil géneros de placeres, mayores que ésos? Si anhelas recrearte, anda a los jardines, al río que al lado se desliza, a los estanques. Contempla los huertos, escucha las cigarras que cantan, paséate por entre los sepulcros de los mártires, en donde se encuentra la salud de los cuerpos y la utilidad de las almas, sin daño alguno y sin remordimientos después, como después de aquellos espectáculos. Tienes esposa, tienes hijos. ¿Qué deleite hay que a ése se iguale? Tienes hogar, tienes amigos: esto alegra y juntamente con la templanza, produce ganancias grandes. ¿Qué hay, te pregunto, más suave que los hijos? ¿qué más dulce que la esposa para quienes son continentes? Corre entre la gente un dicho que aunque es de bárbaros pero está henchido de filosofía. Como ellos oyeran contar acerca de esos teatros perversos y de su infame deleite, comentaban: Los romanos, como si no tuvieran hijos ni esposas, inventaron esos placeres, con los que manifiestan que nada hay más dulce que los hijos y las esposas, si se quiere vivir honestamente.
¡Bueno!, dirás. Pero, ¿si yo demuestro que ningún daño se sigue de presentarse con frecuencia en el teatro? Respondo que ya esto mismo es un gravísimo daño: el perder el tiempo y escandalizar a otros sin causa ni motivo. Aun cuando tú no sufras 11 daño, haces que el otro se aficione a tales espectáculos. Sin embargo, ¿cómo dices que no recibes daño, cuando das ocasión para esos espectáculos? Porque el charlatán adivino, el joven corrompido, la fornicaria, todos esos coros diabólicos, te hacen causante de los dichos espectáculos. Así como si no hubiera espectadores, no habría quienes dieran el espectáculo, así, porque hay espectadores, comparten éstos la responsabilidad del fuego que desde, ahí se, reparte. De modo que aun cuando nada padezca con ello tu castidad -¡cosa que es imposible!- pagarás el grave castigo de los otros, ya sean espectadores ya actores.
Por lo que mira a la castidad, más habrías ganado con no asistir. Si ahora eres casto, más lo serías si no hubieras asistido. No discutamos, pues, inútilmente, ni busquemos vanas excusas. No hay sino una excusa, una defensa: huir de ese horno babilónico, vivir lejos de esa meretriz egipcia, aunque sea necesario abandonarle el manto. Así gozaremos de gran placer porque nuestra conciencia no nos acusará y llevaremos una vida casta y conseguiremos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al que sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXXVIII (XXXIX)

Por aquel tiempo tomó la palabra Jesús y dijo: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos. Sí, Padre, porque así te plugo (Mt 11, 25-26).
OBSERVA DE cuántos y cuán variados modos los lleva a la fe. En primer lugar con las alabanzas a Juan. Pues al demostrar que era varón grande y admirable, hizo dignas de fe sus palabras y sus obras con que los había Juan atraído a su conocimiento. En segundo lugar, avisándoles que el reino de los cielos se conquista a la fuerza y que son los esforzados quienes lo arrebatan; que es cosa propia de quien excita e impele. En tercer lugar, demostrándoles que ya todo lo anunciado por los profetas estaba cumplido. Pues con esto les declaró que El había sido predicho por ellos. En cuarto lugar, manifestándoles que de su parte había hecho todo cuanto debía hacerse, cuando les propuso la parábola de los muchachos en la plaza. En quinto lugar, cuando reprochó a los incrédulos y añadió terrores y amenazas. En sexto lugar, cuando dio gracias a su Padre por los que habían creído. Porque ese: Te alabo, significa en este sitio Te doy gracias. Te doy gracias, dice, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos.
¿Significa esto que El se goce de las ruinas y de que aquéllos no conocieran tales cosas? ¡De ninguna manera! Sino que éste es el más excelente camino de salvación: que quienes rechazan y no quieren oír lo que se les predica, de ningún modo sean obligados; para que, pues siendo llamados, no se hicieron mejores, sino que se apartaron y despreciaron la predicación, al menos con verse rechazados, queden invitados y se le conduzca a desear las cosas que se han predicado. Aparte de que por este medio, los que atendieran se tornarían más empeñosos. Que a los segundos se les revelen es cosa que causa gozo; que a estos otros se les escondan, es cosa que causa no gozo, sino lágrimas de compasión. Así lo practicó Jesús cuando lloró sobre la ciudad ingrata por conmiseración. De manera que no se goza de la ruina, sino porque lo que no conocieron los sabios, lo conocen los apóstoles. Es como dijo Pablo: Pero gracias sean dadas a Dios porque siendo esclavos del pecado obedecisteis de corazón la norma de doctrina a que os disteis. 16 No se alegra Pablo porque fueron siervos del pecado, sino porque, siendo tales, al fin lograron tan grandes bienes.
Llama aquí sabios a los escribas y fariseos. Y se expresa así para hacer más prestos a los discípulos y para manifestar cuán grandes dones han alcanzado ellos, pecadores; dones que aquellos otros en absoluto perdieron. Y cuando los llama sabios, no habla de la verdadera y laudable sabiduría, sino de la otra aparente que creían haber conseguido con su porte majestuoso y grave. Por eso no dijo: Que revelaste a los necios, sino a los pequeñuelos; es decir a los sinceros y sencillos. Declaró así además que aquéllos no la habían alcanzado, no sólo por ser indignos, sino además con todo derecho. Nos enseña de este modo a huir de la soberbia y buscar la sencillez.
Pablo se extiende en esto cuando escribe: Si alguno de vosotros cree ser sabio según este siglo, hágase necio para llegar a ser sabio. 17 De este modo se muestra ser don de Dios. Pero ¿cómo es que Cristo da gracias al Padre, siendo así que aquello era obra suya? Así como ruega a Dios, manifestando su gran caridad para con nosotros, así igualmente da gracias, cosa que es muestra de íntimo cariño; y al mismo tiempo declara que aquellos otro, se han apartado no solamente de él, sino también del Padre. Lo que ordenó a sus discípulos: No deis lo santo a los perros, 18 ya lo había El practicado. Manifiesta también su voluntad y la de su Padre: la suya, pues se complace y da gracias por lo hecho; la del Padre, demostrando que el Padre, no por ruegos lo había hecho, sino que se había determinado a ello espontáneamente. Porque dice: Porque así te plugo, es decir, te agradó.
Por qué motivo se hubieran escondido tales cosas a los sabios, oye cómo Pablo lo declara: Porque buscando la, justicia propia, no se sometieron a la justicia de Dios. 19 Considera en qué estado de énimo se encontrarían los discípulos al oír aquellas cosas, es a saber: que ellos conocían lo que ignoraban los sabios; y lo conocían permaneciendo en su pequeñez y por revelación de Dios. Lucas dice que en aquel tiempo, cuando regresaron los setenta refiriendo lo de echar los demonios, El se alegró en gran manera, y que fue entonces cuando dijo esas palabras con que los volvía más empeñosos y al mismo tiempo los preparaba para ser moderados. Porque era verosímil que les produjera vanagloria el arrojar los demonios; y así por aquí les bajaba los humos. Ya que lo que sabían era fruto no de sus estudios, sino de la revelación.
Los escribas y sabios, por juzgarse a sí mismos prudentes, a causa de su hinchazón perdieron semejantes dones. Como si les dijera: Puesto que a ésos a causa de su hinchazón se les ocultó la revelación, tened vosotros moderación y permaneced pequeños. Porque de esto nació el que disfrutéis de la revelación; así como por el vicio contrario aquéllos se vieron privados de ella. Cuando dice revelaste no significa que todo fuera de Dios. Así como cuando Pablo dice: Dios los entregó a su réprobo sentir y cegó su inteligencia, 20 no significa que Dios haya hecho todo eso, sino que ellos le dieron motivo, así acá, en el mismo sentido dice Cristo: escondiste. Y pues dice: Te alabo, Padre, porque lo escondiste a ésos y lo revelaste a los pequeños, para que no pienses que no lo pudo hacer por faltarle virtud y que por esto da gracias a su Padre, añadió en seguida: Todo me ha sido entregado por mi Padre. Y a los que se alegraban de que los demonios les obedecían, les dijo: ¿Por qué os admiráis de que os obedezcan los demonios? Todo es mío. Todo me ha sido entregado. Y cuando oyes me ha sido entregado, no pienses nada humano. Se expresa así para que no creas que hay dos dioses no engendrados. En otros pasajes afirma con frecuencia ser El a su vez coeterno con Dios y Señor de todo.
y luego, levantando tu mente a lo que es correcto, afirma algo más grande todavía. Y nadie conoce al Hijo sino el Padre; y nadie conoce al Padre sino el Hijo. A quienes ignoran las cosas, les parece que no hay conexión entre esto y lo dicho más arriba; y sin embargo, perfectamente consuena todo. Pues había dicho: Todo me ha sido entregado por mi Padre, parece ahora decirles: ¿Hay algo admirable en que yo sea Señor de todas las cosas, cuando poseo algo que es superior a todo eso, como es el conocer al Padre y ser Yo consubstancial con El? Porque esto fue lo que dejó entender oscuramente, como consecuencia de que sólo El conoce al Padre. Cuando afirma: Nadie conoce al Padre, sino el Hijo, esto fue lo que quiso decir.
Observa en qué circunstancias lo dice. Cuando ya por sus obras había demostrado claramente su poder; cuando no sólo lo habían visto a El obrando milagros, sino que los mismos discípulos en su nombre habían podido llevar a cabo tan grandes maravillas. Enseguida, pues había dicho: lo revelaste a los pequeños, demuestra que también esto a El le toca. Porque dice: Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelarlo. No dice aquel a quien el Padre mandare u ordenare. Pero si el Hijo revela al Padre, también se revela a sí mismo. Sólo que esto segundo, como cosa clara, lo deja de lado. En cambio se fija en lo otro y en muchas partes lo repite, como cuando dice: Nadie puede venir al Padre sino por Mí. Con estas palabras establece además otra cosa: que tiene con el Padre una misma voluntad y parecer. Como si dijera: Tan lejos está eso de que Yo pugne con el Padre, que ni siquiera puede alguno venir a El sino por Mí.
Y pues lo que más molestaba a los judíos era que parecía ser adversario de Dios, refuta esto de todo en todo, ni cuidaba menos de esto que de hacer milagros. Más aún: en esto sobre todo ponía su mayor empeño. Y cuando dice: Ni al Padre lo conoce nadie, sino el Hijo, no quiere decir que todos ignoren al Padre, sino que nadie tiene de Él el conocimiento que Él mismo tiene.
Y lo mismo hay que afirmar respecto del Hijo. Porque no decía eso, como lo afirmó Marción, de un Dios ignoto y de nadie conocido, sino que hablaba de un conocimiento exhaustivo. Ni al Hijo conocemos con semejante conocimiento, como el mismo Pablo lo declaraba diciendo: Al presente nuestro conocimiento es imperfecto y lo mismo la profecía. 21 Una vez que con lo dicho les hubo despertado el anhelo de conocer y les hubo demostrado su poder, finalmente los llamó hacia sí diciendo: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que Yo os aliviaré. No éste o aquél, sino todos los que vivís en solicitudes, en tristezas, en pecados. Venid, no para que Yo os castigue, sino para perdonaros vuestros pecados. Venid, no porque Yo necesite de vosotros y vuestra gloria, sino porque tengo sed de vuestra salvación. Yo, dice, os aliviaré. No dice: os haré salvos, sino lo que es mucho más, os daré un descanso perfecto. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis la paz para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. Como si dijera: no temáis al oír yugo, puesto que es suave; no tembléis al oír carga, puesto que es ligera.
Entonces ¿cómo anteriormente dijo: La puerta es angosta y el camino estrecho? 22 Esto es verdadero, pero se trata de cuando sois remisos, si sois perezosos; en cambio, si hacéis lo que antes se os ha dicho, será todo una carga ligera. En este sentido lo dijo ahora. Mas ¿cómo podrá realizarse? Si eres humilde, si eres manso, si eres modesto. Esta virtud es la madre y principio de todas las virtudes. Por esto al empezar a establecer las leyes divinas, por aquí dio principio. Hace lo mismo ahora y establece una gran recompensa. Como si dijera: de este modo no únicamente serás útil a otros, sino, antes que para nadie, para ti mismo preparas una gran recompensa. Puesto que: Hallaréis descanso para vuestras almas. Antes de la recompensa futura ya aquí te adelanta otra y te da el premio. Con esto hace más aceptable su sentencia y con ponerse El mismo como ejemplo.
Entonces ¿qué temes? ¿que te desprecien si eres humilde? Mírame y apréndelo todo de Mí: Conocerás entonces cuán grande bien hay en ello. ¿Observas cómo por todos los medios induce a la humildad? Por lo que El ha hecho: Aprended de Mí que soy manso. Por lo que ellos ganarán: Hallaréis descanso para vuestras almas. Por lo que El les da: Os aliviaré. Por haberles hecho ligera la carga: Porque mi yugo es suave y mi carga ligera 23. Pablo nos persuade lo mismo diciendo: La momentánea tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculables Preguntarás: ¿cómo es ligera la carga, pues dice: El que no aborrece a su padre y a su madre; y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de Mí; y el que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo? Y ordena aborrecer al afina misma. Que Pablo resuelva tu dificultad diciendo: ¿Quién nos arrebatará el amor de Cristo? ¿La tribulación, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? y también: Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de estarse en nosotros. 24 Que te lo enseñen los apóstoles, que tras de infinitos azotes volvían de la reunión de los judíos: Gozosos porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús. 25 Y si todavía temes y tiemblas al oír yugo y carga, semejante temor ya no brota de la naturaleza de las cosas, sino de tu desidia; de manera que si eres diligente y fervoroso, todo te será leve, y fácil. Por tal motivo Cristo, persuadiéndonos de la necesidad de trabajar, no habló sólo de cosas suaves ni sólo de trabajosas, sino de ambas. Puesto que habló de yugo, pero lo llamó suave; nombró la carga, pero añadió que es ligera. Todo para que no rehuyas tales cosas por ser onerosas, ni tampoco las desprecies como demasiado fáciles. Pero si tras de todo esto aún te parece difícil la virtud, piensa que más difícil es la perversidad, como lo dejó entender el mismo Cristo. Pues antes de decir: Tomad mi yugo, puso por delante lo otro: Venid vosotros los que estáis fatigados y cargados, declarando que el pecado es laborioso y carga pesada y difícil de soportar. Porque no dijo únicamente fatigados, sino además cargados.
Lo mismo dijo el profeta describiendo la naturaleza del pecado: Pesan mis iniquidades sobre mí como pesada cargad 26 Y Zacarías, pintándolo, lo llama talento de plomo. 27 Y la experiencia así lo demuestra también. Pues no hay nada que tanto pese sobre el alma, que tanto ciegue y deprima, como la conciencia de pecado; ni nada que tanto levante la voluntad como la posesión de la justicia y la virtud. Atiende, te ruego. ¿Qué cosa más pesada que nada poseer, presentar la otra mejilla, no vengarse del que hiere, morir de muerte violenta? -, Y sin embargo, si bien discurrimos, todo eso es fácil y ligero y aun produce placer.
Mas, para que no os turbéis, examinemos cosa por cosa. Y si os parece bien, comencemos con lo que a muchos les parece trabajosísimo. ¿Acaso te parece, dime, pesado y enojoso cuidar de sólo el alimento, o más bien estar envuelto en mil solicitudes? ¿Tener el hombre un solo vestido y nada más buscar, o más bien, poseyendo en casa muchas riquezas, estar atormentado día y noche y andar temblando, temiendo y angustiado por guardarlas, no sea que la polilla las roa o que el esclavo cargue con ellas y huya? Pero, por mucho que yo diga, no podré pintar el caso tal cual es mejor que la misma experiencia. Por lo cual, me gustaría que estuviera presente alguno de los que han llegado a la cumbre de la virtud, con lo que tocaríais como con la mano el gozo de la pobreza. Nadie de los amantes de la pobreza recibiría las riquezas ni aun regaladas. Preguntarás: bueno ¿pero los ricos querrían alguna vez hacerse pobres y abandonar el cuidado de la riqueza? Respondo que esto nada significa, sino que es prueba de necedad y de enfermedad gravísima y que no demuestra que haya gozo en la posesión de las riquezas.
Sírvannos ele testigos en esto los que diariamente se lamentan de semejantes cuidados y piensan que una vida así no es factible ni puede vivirse. En cambio los pobres no andan así, sino que se ríen, se gozan, se glorían de la pobreza, no menos que el rey con su diadema. También el presentar la otra mejilla al que nos hiere, en vez de herirlo por parte nuestra, es, si bien se considera, lo más llevadero y más agradable. Porque de lo segundo nacen las guerras; de lo primero, el término de ellas. Con lo segundo a veces enciendes la hoguera de la ira del otro; con lo primero, por el contrario, apagas tu llama propia. Y a todos es manifiesto ser más dulce no inflamarse que en el fuego quemarse.
Y si en las cosas materiales es esto verdad, mucho más lo es en lo que toca al alma. ¿qué te parece más ligero, luchar o ser coronado? ¿Estar en el pugilato o disfrutar del premio? ¿Luchar con las olas o estar ya en el puerto? A la verdad aun el morir es mejor que el vivir. Porque la muerte libra, de los peligros y de las olas; mientras que la vida pone en los peligros y nos expone a mil asechanzas y, angustias que la hacen, desagradable. Y si no crees a lo dicho, escucha a quienes al tiempo de los combates contemplaron el rostro de los mártires; y cómo, mientras eran azotados y destrozados,, estaban llenos de regocijo y alegres: metidos en las sartenes se gozaban y alegraban más que si los tendieran en lechos de flores. Por esto Pablo, que iba a cerrar el` curso de su vida con una muerte violenta, ya a punto de salir de ella, exclamaba: Me alegro y me congratulo con todos vosotros; y vosotros igualmente alegraos y congratulaos conmigo 28¿Observas con cuánta grandeza de alma convoca al orbe todo para que participe de su gozo? ¡Tan gran bien le parecía ser el salir de este mundo! ¡tan deseable aquella muerte terrible! ¡tan apetecible y amable! Pero que el yugo de la virtud sea suave y ligero, hay muchas razones que lo declaran. Y si os place, veamos finalmente las cargas del pecado. Traigamos al medio a los avaros, es decir, a esos que sin vergüenza alguna traen y llevan los préstamos. 29 ¿Qué habrá más laborioso que semejante negociación? ¡Cuántos padecimientos! ¡cuántas solicitudes! ¡cuántos escollos! ¡cuántos peligros! ¡cuántas trampas y asechanzas! ¡cuántas guerras que nacen cada día de semejante lucro! ¡cuántos alborotos y tumultos! Así como jamás puedes ver el mar sin oleajes, así tampoco a esa alma sin cuidados y temores y tristezas y perturbaciones. Apenas se apartan unas y llegan otras; y tras éstas, otras; y aún no apaciguadas éstas, otras al punto se levantan.
¿Quieres que observemos el ánimo de un rijoso e iracundo? ¿Qué hay peor que sus tormentos? ¿qué cosa más cruel que sus llagas interiores? ¿qué más ardiente que ese horno siempre encendido y que esa llama que jamás se extingue? Y si te vuelves hacia los que se mueren por la belleza de los cuerpos, y están apegados a la vida presente ¿qué servidumbre hay más grave que ésta? Llevan una vida de Caín, la pasan en perpetuos miedos y terrores; y si muere alguno de los que ellos aman, lloran su muerte más que la de un pariente o consanguíneo. Y ¿qué hay más turbulento y feroz que un hombre soberbio? Dice Cristo: Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas. La clemencia es madre de todos los bienes.
En consecuencia, no temas, no te apartes de ese yugo que te librará de todos los males. Tómalo sobre tu cuello con presteza, y entonces experimentarás su placer. Porque no quebrantará tu cerviz. Se te impone para conservación del buen orden y para enseñarte a caminar cadenciosamente y a buen ritmo y para llevarte por el camino real y librarte de los precipicios que hay a una parte y a otra; y para que así recorras con facilidad la senda angosta. Entonces, ya que tantos bienes acarrea, tan grandes, tanta seguridad, tanta alegría, llevemos con pleno ánimo` y con todo empeño este yugo, a fin de encontrar en esta vida descanso para nuestras almas, y conseguir los bienes futuros por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el imperio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXXIX (XL)

Por aquel tiempo iba Jesús un día sábado por los sembrados; sus discípulos tenían hambre y comenzaron a arrancar espigas y comerlas (Mat. XII, l).
LUCAS DICE: En el sábado segundo primero. 30¿Qué significa: segundo primero? Cuando había dobles ferias: unas del sábado propio y otras de otra festividad que lo seguía. Porque llaman ellos sábado a cualquier descanso. Mas ¿por qué los llevó El allá al sembrado, si no fue porque todo lo sabía de antemano y tenía el propósito de derogar la ley del sábado? Quería, cierto, hacerlo, pero no así nomás. Por esto nunca lo quebranta sin motivo, sino siempre con alguna oportunidad o razón; tanto para al mismo tiempo derogar esa ley, como para que los judíos no se escandalizaran. Pero hay algunas ocasiones en que sin motivo la deroga, como cuando ungió los ojos del ciego. 31 Y: Mi Padre hasta ahora obra y Yo también obro.
Y procedía Jesús así, tanto para glorificar a su Padre en esa forma, como para atender de este modo a la debilidad de los judíos. Así lo hace ahora, teniendo en cuenta la natural necesidad del hambre. Claro es que de lo que fuere manifiestamente pecado no hay defensa posible. Así el homicida no puede poner como excusa la ira, ni el fornicario la concupiscencia, ni otro motivo. En cambio aquí, el oponer lo del hambre los libró de toda culpa. Admira a los discípulos que así estaban de necesitados y sin embargo no tenían solicitud alguna por las cosas corporales; sino que tan a la ligera preparaban su mesa que con frecuencia el hambre los oprimía, pero a pesar de todo no abandonaban a Jesús. Si el hambre no les hubiera apretado mucho, ni aun lo de las espigas habrían hecho.
¿Qué hacen los fariseos? Viendo esto, dice, dijéronle: Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado. No se muestran demasiado exigentes, aun cuando la cosa parecía requerirlo. No andan tan encendidos en ira; pero sin embargo lanzan la acusación, aunque con sencillez. Allá cuando hizo al otro extender la mano y la sanó, andaban tan feroces que hasta deliberaron si matarían a Jesús. Pero acá, como en cosa que no es de milagros, se mantienen más quietos. Cuando ven que algunos son curados en sábado se enfurecen, se turban, se tornan molestísimos: ¡hasta ese punto aborrecen la salud de los hombres! ¿Cómo los defiende Jesús? Les dice: ¿No habéis leído lo que hizo David cuando tuvieron hambre él y los suyos que lo acompañaban? ¿Cómo entró en la casa de Dios y comieron los panes de la proposición, que no les era lícito comer a él y a los suyos, sino sólo a los sacerdotes? 32 Cuando defiende a sus discípulos recurre a David; cuando se defiende a sí mismo, recurre a su Padre. Observa cuán enérgicamente dice: ¿No habéis leído lo que hizo David? Los judíos tenían a este profeta en grandísima estima, hasta el punto de que más tarde, cuando Pedro se defendió delante de ellos, les dijo: Séame permitido deciros con franqueza, del patriarca David, que murió y fue sepultado. 33 Entonces ¿por qué cuando aquí y en otros sitios más tarde lo menciona no alude a su dignidad? Quizá por ser El de su descendencia. Si ellos hubieran sido hombres probos e indulgentes, les habría alegado tal vez el hambre como motivó, pero como eran malvados e inhumanos, prefiere referirles la historia de David. Marcos dice que sucedió el hecho siendo sacerdote Abiatar, en lo que no contradice a la historia, sino que el dicho sacerdote tenía dos nombres. Y añade que el sacerdote en persona dio a David los panes, con lo que alega al mismo tiempo un gran motivo de excusa, ya que fue el sacerdote quien lo permitió; ni sólo lo permitió, sino que personalmente dio a David los panes.
No me alegues que David fue profeta, pues ni aun así le estaba permitido comerlos, sino a solos los sacerdotes. Por esto añadió Jesús: Sino a solos los sacerdotes. David, aun cuando era profeta, no era sacerdote. Más aún: aunque él era profeta, no lo eran los que iban con él. Y el sacerdote también a éstos dio los panes. Insistirás: pero ¿no eran ellos iguales a David? No me pongas delante la dignidad cuando se trata de transgredir una ley y está de por medio y urge la necesidad natural. Porque esto mismo líbralos más aún de crimen, ya que el de mayor dignidad hizo lo mismo. Preguntarás de nuevo: ¿qué tiene que ver esto con lo que investigábamos? Porque David no quebrantó la ley del sábado. Me alegas algo que es de mayor peso y que mejor demuestra la sabiduría de Cristo; puesto que él, dejando a un lado eso del sábado, presenta un ejemplo de cosa de mayor importancia que el sábado. Pues no era lo mismo violar ese día que tocar aquella mesa sagrada, lo cual a nadie le era lícito. El sábado con frecuencia dejó de guardarse. Más aún: constantemente no se guardaba en la circuncisión y en muchas otras obras; y aun sucedió lo mismo allá cuando lo de Jericó, aunque este fue un caso único. De modo que con ejemplo de lo mayor queda razonado lo menor.
Mas ¿por qué nadie acusó a David, aun cuando, había mayor materia de acusación, como fue la hecatombe de sacerdotes que de ahí se siguió? Jesús no trae a la memoria esto, sino que se detiene en lo que hace al caso presente. Sin embargo, por otro camino deshace la acusación. Al comienzo citó a David, abatiendo con la dignidad personal de éste la arrogancia de los judíos. Y una vez que los abatió y reprimió su soberbia, luego les presentó una más idónea solución. ¿Cuál fue? ¿No habéis leído en la Ley que en sábado los sacerdotes violan la ley del sábado sin hacerse culpables? Como si dijera: en el caso de David la ocasión condujo a la violación; en cambio en el de los sacerdotes se viola la ley sin ocasión ni motivo que lo urja.
A pesar de todo, Jesús no da al punto la solución, sino que primero propone lo hecho por los apóstoles como digno de excusa, y hasta después insta con mayor fuerza. El argumento más fuerte debía ponerse al fin, aunque el que se puso al principio también tiene la suya. Ni me digas que no es liberar a uno de un crimen el traer al medio el crimen igual de otro. Pues cuando el que cometió el crimen no es acusado, su caso se puede utilizar en defensa de otro. Pero Jesús no se contentó con eso, sino que aprontó otro argumento más consentáneo y afirmó que lo hecho no había sido crimen ni pecado. Fue esta la señal de insigne victoria: demostró que él había derogado la Ley y lo había hecho dos veces: tanto por el sitio, como por el sábado. Más aún: tres veces, pues se había hecho una doble obra, a la cual añadió la de los sacerdotes; y finalmente afirmó lo que era más que todo: que eso ni siquiera había sido pecado. Porque dice Sin hacerse culpables. 34 ¿Observas cuántas circunstancias agravantes acumuló? La del lugar, pues dice haber sucedido en el templo. La de la persona, o sea los sacerdotes. La del tiempo, pues era en sábado. La del hecho mismo, pues dice violan; y no dijo dejan de guardar, sino violan, que es más grave. La de no sólo no ser castigados, sino ni siquiera caer en culpa, pues dice: no son culpables. Ni penséis que esto fue igual a lo que hizo David. Porque lo de David fue una sola vez, y no por los sacerdotes y por necesidad, por lo cual eran dignos de perdón. Mientras que lo segundo se hacía cada sábado y por los sacerdotes y en el templo y de acuerdo con la ley. De modo que no sólo son dignos de perdón, sino que según la ley ni siquiera son culpables. Como si dijera Cristo: No he dicho esto para recriminarlos, pues los declaro no solamente dignos de perdón sino sin culpa según la justicia de la ley. Parece, pues, defender a los sacerdotes al mismo tiempo que libra de culpa a los discípulos. Pues al decir: y no son culpables, es como si dijera: mucho menos éstos.
Instarás diciendo que los apóstoles no son sacerdotes. Pero son de mayor dignidad que los sacerdotes; puesto que está aquí presente el Señor del templo: la verdad y no la sola figura. Por eso dijo a los judíos. Pues yo os digo que lo que aquí hay es mayor que el templo. Cuando ellos oyeron estas cosas, nada contestaron, porque no se trata de alguna curación Mas, como su afirmación parecía pesada a los oyentes, Jesús la dejó al punto en la oscuridad y llevó de nuevo el discurso al perdón, y les dijo no sin un modo de reprensión: Si entendierais lo que significa: Prefiero la misericordia al sacrificio, 35 no condenaríais a los inocentes. Trajo primero el ejemplo de los sacerdotes y afirmó ser ellos inocentes. Luego añadió lo otro de su cosecha; o mejor dicho, tomándolo también de la ley, pues les repitió una sentencia profética.
Finalmente trae otra razón diciendo: Porque el Hijo del hombre es Señor del sábado, en referencia a Sí mismo. Marcos cuenta que lo dijo en referencia a toda la naturaleza humana, diciendo: El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado 36 Preguntarás: entonces ¿por qué se castigó al hombre que recogía leña en sábado? 37 Porque si a los comienzos se hubieran menospreciado las leyes, más tarde con dificultad se habrían guardado. A los principios la ley del sábado era útil en muchas y graves cosas. Así, por ejemplo, hacía que los hombres fueran mansos y humanos con sus parientes, les enseñaba la providencia de Dios, la creación, como lo dice Ezequiel: Los instruyó poco a poco para que se abstuvieran de la maldad y para que se aplicaran a las cosas espirituales.
Si cuando puso Dios la ley del sábado les hubiera dicho: haced obras buenas el sábado y no obréis la maldad, el pueblo no habría guardado esa ley. Por tal motivo, lo vedó todo y dijo: Nada haréis. Y ni aun así se mantuvieron en el orden. Cuando Dios puso la ley del sábado, oscuramente dio a entender que su deseo era solamente que se abstuvieran de lo malo. Dijo: No haréis obra alguna fuera de lo tocante a aderezar lo que cada cual haya de comer. 38 En cambio, en el templo se hacían todas las obras con mayor empeño y doble trabajo. De este modo, mediante la sombra les iba descubriendo la verdad.
Preguntarás: entonces ¿toda aquella ganancia la suprimió Cristo? De ninguna manera. Por el contrario, en gran manera la aumentó. Porque era ya tiempo de que fuéramos instruidos en cosas más altas. No convenía atar las manos a quien, sacado ya de la maldad, volaba en prosecución de todo bien; ni convenía tampoco ya por ese medio conocer que Dios es el creador de todas las cosas; ni ser así educados para la mansedumbre los que eran llamados a imitar la benignidad de Dios. Pues dijo Cristo: Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial. 39 Ni convenía que celebraran sólo un día festivo aquellos a quienes se ordenaba tener como festivos todos los días de la vida. Porque dice: Celebremos, pues, la festividad, no con la levadura vieja, no con la levadura de la malicia y la maldad, sino con los ázimos de la pureza y la verdad 40. No les conviene ya acercarse al arca y al altar de oro a quienes tienen habitando consigo al Señor de todos; al que para todo le hablan y le consultan por medio de la oración, el sacrificio, las Escrituras, las limosnas; al que llevan dentro de sí.
¿Qué necesidad hay ya del sábado para quienes celebran fiesta perpetua y viven en el cielo? Celebremos, pues, fiesta perpetua y nada malo obremos, porque esto es la fiesta verdadera. Atendamos a las cosas espirituales, apartémonos de las terrenas, descansemos con el descanso del espíritu apartando nuestras manos de la avaricia, apartando los cuerpos de trabajos superfluos, e inútiles: esos con que en otro tiempo fue afligido en Egipto el pueblo hebreo. Porque en nada nos diferenciamos los que andamos amontonando el oro de aquellos que estaban obligados a hacer ladrillos y obras de barro y eran azotados mientras recogían pajas para la obra.
También ahora el demonio, como entonces el Faraón, ordena hacer ladrillos. Al fin y al cabo ¿qué es el oro sino barro? ¿qué la plata sino pajas? Porque la plata, al modo de las pajas, inflama la codicia; y el oro, al modo del barro, mancha a quien lo posee. Por esto nos ha enviado Dios, no a Moisés desde el desierto, sino a su Hijo desde el cielo. Si pues aun tras de su venida, permaneces en Egipto, sufrirás los mismos castigos que los egipcios. Pero si sales de Egipto y marchas con el pueblo espiritual de Israel, podrás contemplar toda la cantidad de milagros.
Pero esto solo no basta para salvarse. Porque no basta con salir de Egipto. Es necesario entrar en la tierra de promisión. Pues los judíos, como dice Pablo, atravesaron el Mar Rojo, comieron el maná, bebieron la espiritual bebida, y sin embargo todos perecieron. Así pues, nosotros, para no sufrir algo semejante, no seamos desidiosos, sino estemos preparados para el combate.
Y si acaso oyes a perversos exploradores que difaman la senda estrecha -y laboriosa, y dicen lo que en otro tiempo decían aquellos otros exploradores, no imites a la turba antigua, sino a Jesús y a Caleb, el hijo de Jefoné; y no desistas hasta que entres al cielo que te está prometido.
No creas que el camino es difícil. Pues si siendo enemigos nos reconciliamos con Dios, mucho más, una vez reconciliados, alcanzaremos la salvación. Dirás que la senda es estrecha y laboriosa. Pero advierte que la otra por donde pasaste, no sólo era estrecha y angosta, sino intransitable y repleta de bestias feroces. Y así como los israelitas no podían cruzar el Mar Rojo sin un milagro, del mismo modo nos era imposible subir al cielo permaneciendo en la prístina forma de vivir, a no haber aparecido el bautismo. Pues bien: si lo que parecía imposible se verificó, con mayor razón lo que sólo era difícil se tornará fácil.
Alegarás que todo aquello se hacía mediante la gracia únicamente. Pues razón de más para que confíes. Porque si en donde todo era obra de sola la gracia, todo se llevó a cabo ¿cuánto más cooperará ella si ponéis de vuestra parte el trabajo? Si ella salvó a quien para nada cooperaba ¿acaso no ayudará más al que con ella coopera? Dije hace poco que por esas cosas que parecían imposibles, debías tú confiar en las que te parecen difíciles, pues aquéllas se realizaron. Pero ahora añado que, si vigilamos cuidadosos, esas cosas difíciles perderán ciertamente su dificultad. Yo deseo que consideres cómo ya la muerte ha sido conculcada, el demonio vencido, la ley del pecado abrogada, la gracia del Espíritu Santo concedida, la vida reducida a breves términos, el peso recortado. Y para que todo esto lo veas en las obras, observa cuántos ha habido que llevaron a cabo unas más altas que las que Cristo prescribe. Y tú ¿temes aun lo mediano? Pero ¿qué excusa podrás tener cuando, mientras otros han pasado más allá de las metas señaladas, tú encuentras pesado el siquiera llegar a los términos prefijados? Te exhortamos a hacer limosna de tus bienes, pero hay quien se ha despojado de todos. Te suplicamos que vivas castamente con tu esposa, pero hay quienes incluso han renunciado al matrimonio. Te exhortamos a que no seas envidioso, pero hay quienes, movidos de caridad para con el prójimo ofrecen su vida. Te pedimos que seas misericordioso y no demasiado severo con quienes pecan, pero hay quien, al ser abofeteado, ha presentado la otra mejilla.
Pues pregunto yo: ¿qué diremos? ¿qué excusa aprontaremos cuando no ponemos por obra cosas en las que otros altamente se han excedido? Cierto que no se habrían así excedido si la cosa no fuera en verdad grandemente fácil. ¿Quién se consume de pena? ¿el que anda envidioso de los bienes ajenos o el que se alegra de ellos? ¿Quién en todo tiembla y se estremece? ¿el casto o el fornicario? ¿Quién se goza con la buena esperanza? ¿el ladrón o el misericordioso que da de lo suyo a los necesitados? Pensando en todo esto, no seamos desidiosos en emprender la carrera de la virtud; sino que, preparándonos fervorosamente para tan bellos certámenes, trabajemos un poco de tiempo y luego recibiremos las inmortales perpetuas coronas. Ojalá las alcancemos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XL (XLI)

Pasando de ahí, vino a la sinagoga de ellos, en donde había un hombre que tenía seca una mano (Mt 12, 9).
DE NUEVO cura en sábado, justificando así y defendiendo lo que habían hecho sus discípulos. Los otros evangelistas dicen que este hombre fue puesto en medio de todos por Jesús, y luego El preguntó a los fariseos: ¿Es lícito en sábado hacer bien? Considera la misericordia de Jesús. Lleva al enfermo al medio para conmover a los judíos, siquiera por su aspecto; y que, así quebrantados, dejaran su perversidad; y por respeto a aquel hombre suavizaran su inhumanidad. Pero ellos, impertérritos e inhumanos, prefieren menoscabar la gloria de Cristo a ver al hombre sano, demostrando así, por ambos caminos, su ánimo perverso; pues por una parte impugnaban a Cristo y por otra lo hacían con tal furia que aun perturbaban los beneficios que a otros se hacían.
Dicen los otros evangelistas que Jesús preguntó. Mateo dice que El fue el preguntado. Y le preguntaron, dice, si acaso era permitido curar en sábado, para acusarlo. Es verosímil que ambas cosas sucedieran. Pues siendo ellos, como eran, malvados, y sabiendo que Jesús sin duda llegaría hasta la curación del enfermo, quisieron apresurarse y cogerlo de antemano, quizá esperando poder así impedir el milagro. Y así lo interrogan: Si es lícito curar en sábado. No preguntaban para saber, sino para tener de qué acusarlo. Aunque, cierto, si querían acusarlo, con el milagro les bastaba. Sin embargo se empeñaron en hallar ocasión en sus palabras con el objeto de tener mayor materia de acusación.
Por su parte, Cristo procede a obrar el milagro, pero al mismo tiempo les contesta enseñándonos la modestia y mansedumbre; y todo lo vuelve contra ellos y les demuestra que son inhumanos. Trae, pues, al medio al hombre, no porque temiera a los judíos, sino para utilidad de ellos y para llamarlos a misericordia. Y como ni así los doblegara, se contristó y se enojó por su dureza de corazón, y dijo: ¿Quién de vosotros, teniendo una oveja, si ésta cae en un pozo en día de sábado, no la coge y la saca? Pues ¡cuánto más vale un hombre que una oveja! Por tanto es lícito hacer bien n sábado. Les pone este ejemplo a fin de que no procedan impudentemente ni lo acusen como trasgresor del sábado.
Considera con qué variedad y atingencia prepara en todas partes la defensa acerca de traspasar el sábado. Cuando curó al ciego, haciendo lodo, no se defendió aunque lo acusaban; pues bastaba el modo como ejecutó la obra para demostrar que era Señor de la ley. Cuando lo del paralítico que cargó con su litera, lo acusaron, pero El se defendió, ya como Dios, ya como hombre. Como hombre al decir: Si un hombre recibe la circuncisión en sábado, para que no quede incumplida la ley de Moisés (no dijo: para que el hombre sea ayudado) ¿por qué os irritáis contra mí porque he curado a todo el hombre en sábado? 41 Como Dios cuando dijo: Mi Padre sigue obrando todavía y por eso yo obro también. 42 Acusado por lo que hacían sus apóstoles, dice: ¿No habéis leído lo que hizo David cuando tuvo hambre él y los que lo acompañaban? ¿Cómo entró en la casa de Dios y comieron los panes de la proposición? También alega como testigos a los sacerdotes. Y ahora también, de nuevo, preguntándoles: ¿Es lícito en sábado hacer bien en vez de mal? ¿Quién de vosotros tiene una oveja? Sabía bien que eran más codiciosos de dineros que amantes del bien del prójimo. Otro evangelista añade que los miró en torno, en cuanto los hubo interrogado, como para atraerlos con su aspecto, pero ni aun así se mejoraron.
En este caso solamente habla. En otra ocasión impone sus manos y da la salud. Pero nada atraía a los fariseos a la mansedumbre. Sanó el hombre, pero con su salud ellos empeoraron. Anhelaba Cristo sanarlos antes a ellos que al enfermo, y procuraba diversos caminos de curación, así con lo que antes había hecho como por lo que había dicho; pero como padecían de una enfermedad incurable, procedió a obrar el milagro. Entonces dijo al hombre: Extiende tu mano, y la extendió sana como la otra. Y ¿qué sucedió? Dice el evangelista que salieron, y entraron en consulta para darle muerte. Pues dice: Y los fariseos, habiendo salido, se reunieron en consejo contra El para ver cómo perderlo. Sin que El los hubiera dañado intentaban matarlo.
¡Tan grave mal es la envidia! Ella acomete no sólo a los extraños, sino también a los parientes continuamente. Marcos afirma que los fariseos deliberaban juntamente con los herodianos. Y ¿qué hace el mansísimo Jesús? Como esto hubo sabido, se apartó, dice el evangelista: Jesús, noticioso de esto, se alejó de ahí. ¿Dónde están ahora los que exigen milagros? Con tales sucesos demuestra que un alma perversa ni a los milagros cede; y al mismo tiempo prueba que sin causa se acusa a sus discípulos. Conviene también advertir que los fariseos, a causa de los beneficios que Jesús hace a los prójimos, se enfurecen más aún; y que cuando ven a alguno sanado de su enfermedad o de su perversidad, entonces es cuando acusan, entonces se irritan con furor. Cuando iba a llevar el arrepentimiento a la meretriz, lo calumniaron; cuando comió con los publicanos, hicieron lo mismo; y lo mismo ahora que vieron la mano curada. Pero tú considera cómo, a pesar de todo, no desiste de curar a los enfermos, ni aun para amansar o al menos disminuir la envidia de los fariseos.
Y lo siguieron grandes turbas y los curaba a todos, encargándoles que no lo descubrieran. Por todas partes las turbas lo siguen y lo admiran; pero los fariseos no desisten de su envidia. Y luego, para que no te turbes por sus obras y de su increíble furor, alega el evangelista la voz del profeta que todo lo había anunciado de antemano. Porque fue tanto el cuidado y exactitud de los profetas que ni aun esto omitieron, sino que profetizaron sus caminos y sus traslados y aun la intención con que lo hacía; todo para que entiendas que hablaban movidos por el Espíritu Santo. Pues si no se pueden conocer las secretas intenciones de los hombres, mucho menos se pueden conocer las finalidades que a Cristo mueven, si no es por revelación del Espíritu Santo.
Y pone así lo que el profeta dijo: He aquí a mi siervo, a quien elegí; mi amado en quien mi alma se complace. Haré descansar mi Espíritu sobre él y anunciará el derecho a las gentes. No disputará ni gritará, nadie oirá su voz en las plazas. La caña cascada no la quebrará y no apagará la mecha que aún humea, hasta hacer triunfar el derecho; y en su nombre pondrán las naciones su esperanza. 43 De este modo celebra su mansedumbre y su poder inefable; y abre a los gentiles una amplia y gran puerta, al mismo tiempo que predice males para los judíos, y demuestra su unión de voluntad con su Padre, pues dice: He aquí a mi siervo a quien elegí, mi amado en quien mi alma se complace. Ahora bien, si el Padre lo eligió, no abroga la ley contrariando a su Padre, pues no procede como enemigo del legislador, sino como quien va unánime y obrando juntamente con él. Y luego ensalzando su mansedumbre, dice: No disputará ni gritará. En efecto: El anhelaba sanar a los fariseos, pero como ellos lo rechazaron, no quiso ponerse a luchar contra ellos. Luego el profeta, manifestando el poder de Jesús y la debilidad de los fariseos, dice: La caña cascada no la quebrará. En realidad le era fácil quebrarlos a todos como a una caña; ni sólo como a una caña, sino caña ya cascada. Y no apagará la mecha que aún humea. Declara con esto la ira encendida de los fariseos y la fortaleza de Jesús, que podría acabar con sus furores y apagarlos con suma facilidad. Por donde se ve su gran mansedumbre.
Pero esto ¿será siempre así? ¿perpetuamente los soportará en sus furores y asechanzas? De ningún modo. Una vez que haya El demostrado sus virtudes y lo que a El atañe, luego procederá a lo otro, pues así lo significó el profeta diciendo: En su nombre pondrán las naciones su esperanza. Hasta hacer triunfar el derecho. Es lo mismo que dice Pablo: Prontos a castigar toda desobediencia 44 ¿Qué significa: hasta hacer triunfar el derecho? Como si dijera: una vez que El haya cumplido todo lo que le toca, entonces acometerá la venganza y castigo perfecto. Tormentos graves sufrirán una vez que Cristo haya completado su brillante victoria y venzan los juicios de El, y no dejará ni ocasión de que lo contradiga con impudencia. Porque suele en ese pasaje tomarse juicio en el sentido de justicia.
Pero no quedará en solo eso su providencia, es decir en que sean castigados los incrédulos, sino que atraerá hacia sí al orbe entero. Y por tal motivo añadió: Y en su nombre pondrán las naciones su esperanza. Y para que veas que también esto es voluntad del Padre, desde el principio el profeta lo confirmó con estas palabras: Mi amado en quien mi alma se complace. Porque es manifiesto que el amado hizo todo conforme a la voluntad del que lo ama.
Entonces le trajeron un endemoniado ciego y mudo y lo curó, de suerte que el mudo hablaba y veía. ¡Oh malicia del demonio! Había cerrado los dos caminos por donde este hombre podía creer: la vista y el oído. Pero ambos los abrió Cristo. Y se maravillaban las turbas y decían: ¿No será éste el Hijo de David? Pero los fariseos que esto oyeron, dijeron: Éste no echa los demonios sino por el poder de Beelzebul príncipe, de los demonios. ¡Que cosa tan estupenda decían las turbas! Pero los fariseos no la soportaron. Hasta ese punto, como antes dije, siempre se violentaban por los beneficios hechos al prójimo: ¡nada les causaba tan gran dolor como la salud de los hombres! Jesús se había apartado y había dado tiempo a que se amansaran las iras. Pero como de nuevo hizo un beneficio, de nuevo se encendió la maldad; y los fariseos se indignaban más aún que el demonio que había salido de aquel cuerpo y había huido sin pronunciar palabra. Los fariseos, en cambio, unas veces intentaban matar a Jesús, otras lo calumniaban. Y como lo de matarlo no adelantaba, se dedicaban a perjudicarlo en su gloria. Tal es la envidia: ¡no tiene par en los males! El fornicario algún deleite recibe y completa su pecado en breve tiempo; pero el envidioso se atormenta a sí mismo antes que al envidiado, y, no acaba nunca de pecar y vive en su pecado. A la manera que el cero se goza en el fango y los demonios se alegran de nuestro daño, así el envidioso se goza en el mal del prójimo; y si a éste le sucede alguna cosa triste y desagradable, entonces es cuando él descansa y respira, y reputa placer suyo los sufrimientos ajenos y mal propio suyo los bienes de los otros. Nunca piensa en lo que a él le puede ser dulce, sino en lo que al prójimo le será molesto. ¿Acaso hombres de tal género no merecen ser lapidados y atormentados con suplicios graves, a la manera de canes rabiosos, de demonios enemigos, de las furias mismas del Averno? Al modo de un perro, o de un escarabajo que se nutre de estiércol, así éstos se alimentan de las ajenas desgracias, y son enemigos y adversarios comunes de la humana naturaleza. Los otros animales, si ven a otros brutos degollados, se compadecen. Pero tú, en cambio, si ves a otro hombre a quien se haga un beneficio ¿te pones furioso, tiemblas y palideces? ¿Qué hay peor que ira semejante? Por esto, podrán entrar al reino los fornicarios y los publicanos; pero los envidiosos que ya estaban en él, hubieron de salir. Porque: los hijos del reino serán arrojados fuera. 45 Aquéllos, arrancados a la perversidad, alcanzarán lo que nunca esperaron; estos otros pierden los bienes que ya poseían. Y con razón. Porque la envidia hace del hombre un demonio, lo hace demonio feroz.
Nació de aquí la muerte primera; de aquí nació que no se tuviera en cuenta la dignidad de la naturaleza humana; por aquí se manchó la tierra con la sangre de Abel; por aquí abrió la tierra su boca después, y sorbió y mató a Coré, Datán y Abirón y a todo aquel pueblo. Pero dirá alguno: cosa fácil es acusar la envidia; pero lo que se necesita es enseñar a los envidiosos el modo de librarse de semejante enfermedad. ¿Cómo, pues, nos libraremos? ¿cómo echaremos fuera semejante iniquidad? Si pensamos que, lo mismo que al fornicario, así también al envidioso no le es lícito entrar en la iglesia; y aun mucho menos le es lícito a éste que a aquél.
Semejante mal ahora parece ya cosa indiferente, y por lo mismo se descuida. Pero si de una buena vez se advierte que es un mal, fácilmente nos libraremos. Llora, pues, y laméntate y suplica a Dios. Cae en la cuenta de que estás enfermo de mal gravísimo y arrepiéntete. Si así te dispones, pronto quedarás libre de la enfermedad. Preguntarás: pero ¿acaso alguno ignora ser mala la envidia? Nadie lo ignora. Pero no creen que sea un mal tan grave como la fornicación y el adulterio. ¿Quién alguna vez se ha acusado de haberse dejado llevar de grave envidia? ¿Cuándo rogó alguno a Dios que le perdonara semejante pecado? Por cierto, nadie jamás. Con tal de que ayune o dé una pequeña limosna a un pobre, aun cuando esté comido de envidia no cree haber cometido nada grave, siendo así que se encuentra sujeto a la más grave de todas las enfermedades.
¿Cómo llegó Caín a ser tan perverso? ¿cómo Esaú? ¿cómo los hijos de Labán? ¿cómo Coré, Datán y Abirón? ¿cómo María la hermana de Moisés? ¿cómo Aarón? ¿cómo el demonio mismo? Considera además que no causas daño al que envidias, sino que vuelves contra ti mismo la espada. ¿En qué dañó Caín a Abel? Lo envió, rápidamente, aun sin quererlo, al reino del cielo mientras que él se envolvió en males sin cuento. ¿En que dañó Esaú a Tacob? ¿Acaso este no fue rico y gozaba de bienes innumerables, mientras que el otro hubo de abandonar la casa paterna y tras de haber puesto contra su hermano aquellas asechanzas, hubo de andar errante en tierras extrañas? Y en cuanto a los hijos de Jacob ¿qué podemos decir? ¿Acaso arrojaron a José a peores condiciones que aquellas en que ellos se encontraron, cuando habían aun pensado en matarlo? ¿Acaso no sufrieron ellos el hambre y llegaron a peligros extremos, mientras que José fue rey de Egipto? Cuanto mayor sea tu envidia, tantos mayores bienes atraes para aquel a quien envidias. Porque Dios, que todo lo ve, cuando observa que es dañado aquel que ningún, daño ha causado, lo levanta y lo hace más esclarecido, y castiga al que lo envidio. Si a quienes se gozan en los males de sus enemigos no los deja sin castigo, pues dice: No te goces en la ruina de tu enemigo, no lo vea Dios y le desagrade, 46 mucho menos dejará sin castigo a quienes envidian al que ningún mal les ha hecho.
En consecuencia, demos muerte a esta bestia feroz de tantas cabezas. Porque hay muchas clases de envidia. Y si quien ama a quien lo ama en nada se diferencia del publicano, quien odia a quien ningún mal le hace ¿en qué categoría lo pondremos? ¿cómo evitará la gehenna habiéndose hecho peor que los gentiles? Por tal motivo, profundamente me duelo de que nosotros, a quienes se ha ordenado imitar a los ángeles, o mejor aún al Señor de los ángeles, imitemos al demonio. Porque, aun dentro de la Iglesia mucha envidia se encuentra, y aun mucho mayor en nosotros que en nuestros súbditos. ¡Vuélvase, pues, el discurso a nosotros! Dime: ¿por qué motivo envidias a tu prójimo? ¿Porque lo ves que goza de celebridad y honores? ¿No piensas en la cantidad de males que atraen los honores sobre los que no reflexionan? Estos honores levantan a vanagloria, al fausto, a la arrogancia y soberbia, y vuelven al hombre más negligente. Y aparte de los males que acarrean, sucede que fácilmente se marchitan. Y lo más grave de todo es que esos males no mueren y perecen en el alma, sino que son inmortales; y en cambio el placer que los honores producen, apenas ha aparecido cuando ya se desvanece.
¿Y por eso lo envidias? Pero tiene, me dirás, grande cabida con el emperador, y todo lo maneja y revuelve a su gusto. Se venga de los que se le oponen. Colma de bienes y beneficios a quienes lo adulan. Tiene gran poder. Tales son las cosas que dicen los hombres del siglo. En cambio, a los varones espirituales nada les puede causar dolor. ¿En qué puedes dañarlo? ¿Lo echas abajo de su dignidad? Pero esto ¿qué tiene que ver? Si con justicia lo haces, será útil para él, pues nada disgusta a Dios tanto como el que indignamente se ejerza el sacerdocio. Si injustamente, la pena recaerá sobre el que lo depone y no sobre el depuesto. Pues quien padece algo injustamente, si lo sufre con fortaleza, alcanza con ello ante Dios mayor confianza, mayor libertad. De manera que, en conclusión, nunca tengamos como finalidad el disfrutar del poder o de la honra, de la autoridad o del mando, sino el vivir, virtuosamente y con piedad y sabiduría.
Las dignidades conducen a ejecutar muchas cosas que a Dios le disgustan; y se necesita de mucha grandeza de alma para usar rectamente del poder y de las dignidades. El que es derribado de una dignidad, quiera o no quiera, ejercita la virtud. En cambio, a quien la disfruta le sucede algo así como a quien, habitando con una joven hermosa, por una ley se le prohíbe verla jamás con ojos lascivos. Así es el poder. De ahí que a muchos, casi contra su voluntad, los ha llevado a injuriar, los ha incitado a la ira, les ha quitado el freno de la lengua, trayendo y llevando su alma por todas partes, hasta que sumerge la barquilla en el abismo de todos los males. Pero en tan grave peligro ¿qué es lo que encuentras digno de admiración y de envidia? ¿qué locura de ti se apodera? Pero además de lo dicho, piensa cuántos enemigos, cuántos acusadores, cuántos aduladores tiene el dignatario que por todos lados lo sitian. Pregunto yo: ¿son acaso tales cosas dignas de que se las designe con el nombre de felicidad? ¿Quién se atreverá a decirlo? Dirás que sin embargo el pueblo lo aplaude.
Pero esto ¿qué significa? El pueblo no es Dios a quien hayas de dar cuenta de tu vida. Al decir, pues, tú el pueblo, no haces sino recordar dificultades, estorbos, escollos, estrechos arrecifes ocultas: Porque esa celebridad ante el pueblo, cuanto más brillante vuelve, tanto más expone a mayores peligros, cuidados y tristezas. El hombre en esas circunstancias no puede estar quieto ni aun respirar, dominado por tan cruel señor.
Pero ¡qué digo estar quieto, respirar! Aun cuando esté colmado de buenas obras difícilmente entra en el reino. Porque nada suele así derribar de la virtud como la estima de muchos, pues es fábrica de tímidos, cobardes, aduladores e hipócritas. ¿Por qué causa los fariseos acusaban a Cristo como endemoniado? ¿Acaso no fue porque anhelaban el aura popular? ¿Por qué muchos sentían bien de El y lo juzgaban rectamente? ¿No fue acaso porque no padecían semejante enfermedad? ¡Nada, nada en verdad torna a los hombres tan inicuos y tan necios, como el andar anhelando la vana estima de la multitud; y nada los torna .tan esforzados y diamantinos como el desprecio de la fama! De manera que todos tenemos necesidad de un ánimo esforzadísimo para poder resistir el empuje de un huracán tan impetuoso. Cuando el poderoso sale con bien, se antepone y eleva sobre todos; cuando le va mal, anhela que se lo trague la tierra. Y esto constituye a la vez su reino y su gehenna, cuando se encuentra dominado por semejante enfermedad.
Pregunto, pues: ¿son dignas de envidia tales cosas? ¿no lo son más bien de llanto y de lágrimas? Esto es claro para todos. Pero cuando envidias al así celebrado, tú haces exactamente lo mismo que quien, viendo a un hombre atado y azotado y destrozado por infinitas bestias feroces, lo envidiara por sus llagas y sus golpes. Al fin y al cabo, el constituido en dignidad tiene acá tantas cadenas, tantos señores cuantos son los que habitan en su ciudad. Y lo que es aún más grave, cada uno de éstos tiene su propio parecer y piensa lo primero que a la mente le viene acerca de quienes le sirven, sin examinar nada por sí mismo, sino tomando por bueno y confirmado lo que a éste o al otro le parece. Pero a cosas tales ¿habrá tempestad, habrá oleaje que las supere? El poderoso fácilmente se hincha, llevado del placer; y también con facilidad se sumerge y hunde y vive perpetuamente en una inestabilidad de la vida pero nunca en paz. Antes de presentarse para hablar en público, antes de comenzar su trabajoso discurso, anda en agonías y temblores; y una vez disuelta la reunión, o por la tristeza se abate, o sin medida se alegra, cosa que le resulta peor que cualquier dolor. Y se ve que la excesiva alegría no es un mal menor que el dolor, por la forma en que afecta al alma, puesto que vuelve el ánimo ligero, alzado, como si tuviera alas, como puede observarse en los antiguos varones.
¿Cuándo fue probo David? ¿cuando andaba henchido de gozos o cuando vivía entre angustias? ¿Cuándo el pueblo judío fue bueno? ¿cuando gemía invocando al Señor Dios, o cuando alegre bailaba en el desierto y adoraba al becerro? Por tal motivo Salomón, conocedor como nadie de lo que es el placer, dice: Mejor es ir a la casa en luto que ir a la casa en fiesta. 47 Y Cristo llama felices a los que viven en llanto cuando dice: Bienaventurados los que lloran. 48 En cambio, a los que gozan de deleites los llama míseros: ¡Ay de vosotros los que reís, porque lloraréis! 49 ¡Y con razón! Porque el placer vuelve muelle al alma y la deja sin fuerzas, mientras que en el luto ella se recoge y se vuelve sabia, y se libra de la montaña de enfermedades espirituales, y se eleva a lo alto y se robustece.
Sabiendo todo esto, huyamos de esa vana estimación de las multitudes y del placer que ella origina, para conseguir la verdadera y permanente gloria. Ojalá todos lo consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XLI (XLII)

Penetrando él sus pensamientos les dijo: Todo reino en sí dividido será desolado; y toda ciudad o casa en sí dividida no subsistirá. Si Satanás arroja a Satanás, está dividido contra sí: ¿cómo, pues, subsistirá su reino? (Mt 12, 25-26).
YA ANTES habían acusado a Jesús de que lanzaba los demonios en nombre de Beelzebul. Pero en esa otra ocasión no los increpó, sino que mediante muchos milagros les dio facilidad para llegar a comprender su poder y mediante su doctrina les demostró su excelsa grandeza. Pero como perseveraban en repetir lo mismo, finalmente los increpa; y con un primer argumento les prueba su divinidad; es a saber: descubriendo los secretos arcanos de sus corazones. Luego, con otro más, que fue la facilidad con que arrojaba los demonios.
Por lo demás, la acusación era demasiado impudente. Pues como anteriormente dije, la envidia no examina lo que dice, sino que habla a la ventura. A pesar de esto, Cristo no disimula, sino que, con la moderación debida se justifica, enseñándonos la mansedumbre para con los enemigos, aun cuando nos acusen de cosas de que no tenemos conciencia; y que no nos perturbemos sino que con tranquilidad les expongamos nuestros motivos. Así lo hizo entonces El, procediendo preclaramente, y dando así un testimonio excelentísimo de que ellos hablaban falsedades: puesto que no era propio de un endemoniado dar muestras de tan profunda mansedumbre. Ni tampoco era propio de un poseso conocer los arcanos secretos de las conciencias.
Por ser tan impudente la acusación y porque temían al pueblo, los judíos no se atrevían a proferirla en público, sino que la mantenían en su pensamiento. Pero Jesús, demostrándoles que la conocía, a pesar de todo, no comienza por declarar esa acusación que ellos le hacían en su interior, ni hace pública la perversidad de ellos, sino que procede a dar la solución, dejando a sus conciencias el aplicarse la refutación. Todo porque el único cuidado que tenía era el de ayudar a los pecadores y no el de sacar al público sus pecados. Si hubiera querido alargar su discurso y ponerlos en ridículo y aun sujetarlos a peores castigos, nada se lo impedía. Pero haciendo a un lado todo eso, no llevaba más finalidad que la de no tornarlos más querellosos, sino más mansos y así disponerlos mejor a la enmienda.
¿Cómo se justifica? Nada alega tomado de las Escrituras (pues ni le habrían atendido y aun lo habrían interpretado perversamente), sino que les habla de cosas vulgares y que a diario suceden: Todo reino dividido en sí, será desolado; y toda ciudad o casa en sí dividida, no subsistirá. Porque no dañan tanto las guerras externas con los extraños, como las disensiones internas. Así sucede en los cuerpos y en todas las cosas. Pero desde luego, les pone ejemplos de cosas más conocidas. ¿Qué hay sobre la tierra más poderoso que un reino? ¡Nada! Y sin embargo, las internas disensiones lo destruyen. Y si en el reino deja entender Jesús que la causa es la mole de negocios, ya que pelea el reino contra sí mismo ¿qué se habrá de decir acerca de una ciudad y de una casa? Pues ya sea grande la casa, ya sea pequeña, si contra sí misma pelea, perece.
Es como si les dijera Jesús: si yo, por estar poseso, con el auxilio de los demonios arrojo los demonios, hay entre ellos pugna y disensión y andan en divisiones y enemistades. De modo que unos luchan contra otros y entonces su poderío se ha acabado, se ha derrumbado. Por esto dice: Si Satanás arroja a Satanás (y advierte que no dijo arroja los demonios, para dar a entender que hay entre ellos concordia), está dividido contra sí. Y si se ha dividido, se ha debilitado; y si ha perecido ¿cómo puede arrojar a otros? ¿Observas lo ridículo de la acusación, lo necio, lo contradictorio? Porque nadie puede lógicamente afirmar que Satanás al mismo tiempo permanece firme y arroja los demonios; ni que porque los arroja permanece firme, cuando ya él mismo se derribó.
Esta es la primera solución. La segunda trata de los discípulos. Porque Jesús no resuelve las dificultades de solo un modo, sino de dos y de tres, pues quiere reprimir abundantemente y en absoluto la impudencia de los judíos acusadores. Lo mismo hizo cuando se trataba del sábado, trayendo al medio a David y a los sacerdotes y el testimonio de la Ley que dice: Prefiero la misericordia a los sacrificios, y finalmente la causa de haberse instituido el sábado: Porque el sábado, dice, ha sido instituido para el hombre. 50 Lo mismo hace ahora. Tras de la primera solución procede a la segunda con mayor claridad. Porque dice: Si yo arrojo los demonios con el poder de Beelzebul ¿con qué poder los arrojan vuestros hijos? Advierte también aquí su mansedumbre. Porque no dice: mis discípulos ni mis apóstoles, sino vuestros hijos, para que si quieren levantarse hasta esta dignidad, de aquí tomen ocasión; o si, como ingratos, persisten en sus mismas acusaciones, no puedan presentar excusa alguna aun cuando ella fuera impudente. Quiere, pues, decir: ¿Con qué poder los apóstoles echan los demonios? Porque ya los habían arrojado cuando El les confirió esa potestad, y sin embargo a los apóstoles no los acusan. Es que no combatían la cosa sino a la persona de Jesús. Para demostrarles, pues, que únicamente Jaor envidia decían lo que decían, trae al medio el asunto de los apóstoles. Como si dijera: si yo en esa forma echo los demonios, mucho más lo harán así los que de mí han recibido ese poder; y sin embargo, nada habéis dicho de ellos. Entonces ¿cómo me acusáis a mí que les he dado ese poder y no a ellos, sino que los hacéis libres del crimen? Esto no os librará a vosotros del castigo, antes bien os sujetará a mayor tormento.
Por esto añadió: Por tal motivo serán ellos vuestros jueces. Puesto que de vosotros han nacido y tales obras hacen y a mí me obedecen y se sujetan, es manifiesto que condenarán a los que dicen y hacen lo contrario de ellos. Pero si yo arrojo los demonios con el Espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios. ¿Qué es ese reino? Mi advenimiento. Observa cómo de nuevo los atrae y medicina y los empuja a su conocimiento y les demuestra que pelean contra su propio bien y litigan en contra de su salvación. Como si les dijera: cuando convenía gozarse y dar saltos de júbilo, pues ha venido el que os dará aquellos bienes inefables y grandes que antiguamente anunciaron los profetas y ha llegado para vosotros el tiempo de la bienandanza, vosotros hacéis lo contrario y no sólo no recibís los bienes, sino que os dedicáis a calumniar y a revolver y a lanzar culpas que no existen.
Mateo dice: Pues si yo arrojo los demonios en el Espíritu de Dios. Lucas en cambio dice: Si yo arrojo los demonios en el dedo de Dios. 51 Pone así en claro que semejante obra es propia del sumo Poder, o sea el echar los demonios, y de una no vulgar gracia. Y de aquí quiere deducir por raciocinio que siendo eso así, luego vino ya el Hijo de Dios. Pero no lo dice claro, sino oscuramente; a fin de que a los judíos no les resulte molesto, lo deja entender diciendo: Luego ha llegado a vosotros el reino de Dios. ¿Observas su eximia sabiduría? Por las mismas cosas que le objetaban, les declara manifiestamente su venida.
Luego, para atraerlos, no dice simplemente: Ha llegado el reino, sino que añade: a vosotros. Como si dijera: llegan para vosotros los bienes. Entonces ¿por qué tratándose de vuestros propios bienes no tenéis cordura? ¿por qué lucháis contra vuestra salvación? Este es el tiempo que los profetas predijeron; esta es la señal del advenimiento por ellos celebrado, es a saber: las obras llevadas a cabo con el divino Poder. Que sean hechas, vosotros lo sabéis; que lo sean por el divino Poder, las obras mismas lo proclaman. Porque no puede ser que ahora Satanás sea más poderoso, sino que necesariamente es más débil, pues uno que sea débil no podrá echar al demonio que es fuerte. Decía esto para manifestar la fuerza de la caridad y la debilidad de los litigantes y adversarios. Por tal motivo El con frecuencia exhorta a los discípulos a la caridad y declara cómo el demonio hace cuanto puede para hacerla desaparecer.
Tras de la segunda solución introduce una tercera diciendo: ¿Cómo podrá entrar uno en la casa de un fuerte y arrebatarle sus enseres, si no logra primero sujetar al fuerte? Ya entonces podrá saquear su casa. Que no sea posible que Satanás arroje a Satanás, queda claro por lo que precede; y que en absoluto nadie pueda arrojarlo si de antemano no lo vence no necesita demostración. Entonces ¿qué se deduce de aquí? Lo mismo que ya se dijo, pero con mucha mayor fuerza. Como si dijera Jesús: Tan lejos está eso de que yo me valga del demonio para que me ayude, que, por el contrario, yo lo ato y lo combato; y la prueba y señal es que arrebato sus enseres. Observa cómo se demuestra lo contrario de lo que los judíos antes trataban de establecer. Porque ellos querían demostrar que Cristo no arrojaba los demonios por virtud propia. El en cambio les prueba que no sólo a los demonios sino al príncipe de ellos lo tiene atado, y que El, con su propio poder, primero lo venció.
Y eso se comprueba con los hechos. Si Satanás es el príncipe y los demonios son sus súbditos ¿cómo podía suceder que éstos no fueran robados si su príncipe no hubiera sido vencido y hubiera dejado el campo? Paréceme que hay aquí una profecía en lo que dice. Porque enseres de Satanás son no solamente los demonios, sino también los hombres que obran conforme a las leyes de Satanás. De modo que claramente en este pasaje se dice que Cristo no sólo echa los demonios, sino que eliminará del orbe entero el error v acabará con las hechicerías del demonio e inutilizará todas las artimañas que ahora usa. Y no dijo arrebatará, sino saqueará, indicando que lo hace con plena potestad. Llama al demonio fuerte, no porque lo sea por naturaleza contra el hombre: ¡lejos tal cosa!, sino para significar la anterior tiranía sostenida e impuesta por nuestra desidia.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que conmigo no recoge, desparrama. He aquí la cuarta respuesta. Como si dijera: ¿Qué es lo que yo quiero? Acercar a Dios, enseñar la virtud, anunciar el reino. ¿Qué es lo que quieren Satanás y los demonios? Todo lo contrario. Entonces ¿cómo el que no recoge conmigo ni está conmigo, obrará junto conmigo? Mas ¡qué digo obrar junto conmigo! Al contrario: lo que anhela es disipar lo mío. En consecuencia, quien no sólo no obra conmigo, sino que desparrama lo que Yo junto ¿podría tener tan gran concordia conmigo que hasta arrojara conmigo los demonios? Es verosímil que esto lo afirmara no únicamente del diablo, sino también de sí mismo, pues su lucha es contra el diablo y va desparramando éste lo que El amontona.
Preguntarás: ¿cómo es eso de que quien no está conmigo está contra mí? Pues por el hecho mismo de que no recoge. Siendo esto verdad, mucho más lo será que quien está en su contra no obra juntamente con El. Si quien no obra juntamente con El es su enemigo, mucho más lo será, quien además lo combate.
Todo esto lo dice para demostrar que hay una enemistad máxima entre El y Satanás. Yo te pregunto: si cuando se hace necesario pelear, alguno se niega a ayudar ¿acaso por el mismo hecho no está en contra de ti? Y si en otra parte dice: El que no está contra vosotros, está con vosotros, 52 esto no contradice a lo dicho. Porque aquí se trata de un adversario absoluto y en todo; mientras que en Lucas habla de los que sólo lo son en parte. Porque dice: En tu nombre echan los demonios. Más aún, creo que en nuestro caso se refiere a los judíos, a quienes pone en el bando de Satanás. Pues también los judíos le eran adversos e iban desparramando y disgregando lo que El iba congregando. Y que dejara entender que a ellos se refería se ve por las siguientes palabras: Por esto os digo: Todo pecado y blasfemia les será perdonado a los hombres.
Así, una vez que les hubo contestado y resuelto su objeción, y les hubo demostrado que en vano e impudentemente procedían, ahora por fin les pone terror. Parte, y no despreciable, de quien aconseja y corrige es no sólo responder a lo que se le objeta y tratar de persuadir al oyente, sino además amenazar: cosa que Cristo con frecuencia hace cuando legisla y cuando da consejos. Lo que acaba de decir parece oscuro; pero si atendemos, la solución es fácil. Ante todo debemos escuchar sus palabras: Todo pecado y blasfemia les será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada. Quien hablare contra el Hijo del hombre será perdonado; pero quien hablare contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este siglo ni en el venidero. ¿Qué quiere decir con esto? Muchas cosas habéis dicho contra Mí. Me habéis llamado engañador y enemigo de Dios. Si os arrepentís os lo perdono y no os castigo. Pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no se perdona ni aun a los que se arrepienten.
Pero ¿cómo puede sostenerse semejante sentencia? Porque aun este pecado se ha perdonado a los arrepentidos. Muchos que dijeron iguales cosas, fueron perdonados una vez que creyeron. ¿Qué es, pues, lo que dice? Que semejante pecado es el que, por encima de todos, menos merece perdón. ¿Por qué? Porque los que así blasfemaban ignoraban quién era Cristo, mientras que ya tenían suficiente noticia del Espíritu Santo, pues por El habían hablado los profetas y todos habían recibido muchos datos acerca de El en el Antiguo Testamento. Quiere, pues, decir Cristo: Pase que os hayáis escandalizado en Mí a causa de mi carne que tomé; pero ¿diréis que tampoco habéis conocido al Espíritu Santo? Por esto no se os perdonará la blasfemia contra El, sino que aquí y en lo futuro seréis castigados. 53 Muchos a la verdad sólo aquí han sido castigados como el fornicario aquel, como entre los corintios los que se habían acercado indignamente a los sagrados misterios. Pero vosotros aquí y allá seréis castigados; de modo que todo lo que habéis blasfemado contra Mí, antes de ser Yo crucificado, os lo perdono, y aun a los que me crucificarán, y no serán condenados por sola la incredulidad. Pues los mismos que antes de la crucifixión creyeron no tenían plena fe. Y El mismo en muchos sitios amonesta a los beneficiados a que declaren quién es El, antes de la Pasión; y en la cruz suplicaba que a ésos se les perdonara. Pero, como si dijera, lo que contra el Espíritu Santo habéis dicho, no os será perdonado.
Y que lo entienda de lo que se dijo antes de la crucifixión, lo declara al añadir: Quien hablare contra el Hijo del hombre, será perdonado; pero quien hablare contra el Espíritu Santo, no.
¿Por qué? Porque el Espíritu Santo ya os es conocido, de modo que procedéis impudentemente contra una verdad conocida. Al fin y al cabo, si decís que no me conocéis, cierto no ignoráis que el echar los demonios y el curar a los enfermos es obra propia del Espíritu Santo. De modo que no me injuriáis a Mí sólo, sino también al Espíritu Santo. Por lo cual sin perdón alguno sufriréis el castigo en esta vida y en la otra. Porque unos hombres sufren castigo aquí y allá; otros tan sólo aquí; otros tan sólo allá; otros ni aquí ni allá. Los hay, pues, que sufrirán el castigo aquí y allá, como esos judíos blasfemos.
Los judíos sufrieron aquí el castigo cuando hubieron de pasar por los horrores indecibles de la destrucción de Jerusalén. Y en el siglo futuro soportarán gravísimos tormentos, como los sodomitas y otros muchos. Otros sufren sólo allá, como el rico Epulón, que puesto en el tormento de las llamas, no tuvo ni el refrigerio de una gota de agua. Otros lo sufren acá, como aquel que fornicó entre los, corintios. Otros, en fin, ni aquí ni allá sufren castigo, como los apóstoles, los profetas y el bienaventurado Job; porque lo que éstos padecieron no era castigo, sino combate y certamen.
Procuremos, pues, estar entre éstos; o si no entre éstos, a lo menos entre los que acá expiaron sus pecados. Porque el juicio aquél es terrible y las penas son intolerables y el suplicio inevitable. Si no quieres sufrir aquí el castigo, júzgate a ti mismo, exígete cuentas a ti mismo. Oye a Pablo que dice: Si nos juzgásemos a nosotros mismos, no seríamos condenados. 54 Si así procedes, poco a poco avanzando, llegarás a la corona. Preguntarás: ¿en qué forma vamos a juzgar de nosotros mismos y a tomarnos cuentas? Llora, gime amargamente, humíllate, aflígete, recuerda tus pecados en particular. Esto te será no pequeña angustia para el alma Quien haya ejercitado la compunción, sabe por experiencia que semejante recuerdo es grande pena para el alma. Si alguno ha hecho memoria de sus pecados, conoce ya el dolor que de esto el alma concibe. Por tal motivo, a este género de penitencia Dios le asignó como premio la justificación, diciendo: Habla tú y di el primero tus pecados para que seas justificado. 55 Porque no, es, no, no es pequeño motivo para enmendarse el que revuelvas y consideres en tu ánimo en particular el conjunto de tus pecados. Quien lo haga se compungirá hasta tal punto que aun se juzgará indigno de vivir. Y quien llegue a estimarse así, se ablandara más que una cera.
Ni me hables únicamente de las fornicaciones o de los adulterios o de otros pecados como ésos, que todos ven y confiesan ser graves; sino reúne también las ocultas asechanzas al prójimo, las calumnias, maldiciones, vanagloria, envidias y todos los demás. Tales pecados serán castigados con grave suplicio. El querelloso caerá en la gehenna; el ebrio nada tiene que ver, con el reino, de los cielos; el que no ama al prójimo, ofende a Dios en tal grado que aun el martirio de nada le sirve. El que olvida a sus parientes cercanos, ha negado la fe; el que desprecia al pobre, será arrojado al fuego. Así pues, no tengáis por pequeños esos pecados; sino reunidlos en un haz, escribidlos como en un libro. Si tú los escribes, Dios los borra; si no, Dios los tendrá contados y te impondrá el castigo. Pero es mucho mejor que nosotros los escribamos y se borren allá arriba, que no el que los ocultemos nosotros y Dios los ponga ante nuestros ojos el día del juicio.
Para que esto no suceda, cuidadosamente recojamos en un haz todas nuestras faltas; y hallaremos que somos reos de muchas. ¿Quién se halla libre de avaricia? Ni te excuses diciendo que sólo eres medianamente avaro, pues también por lo poco seremos castigados. Piensa en esto y haz penitencia. ¿Quién no es reo de alguna injuria? Pues también eso lleva a la gehenna. ¿quién no ha hablado mal a ocultas de su prójimo? También esto echa del reino. ¿Quien no se ha hinchado con la soberbia? Pues esto es lo más inmundo. ¿Quién no ha mirado con ojos no castos? Pues este tal ciertamente ha caído en la fornicación. ¿Quién no se ha irritado sin motivo contra su hermano? Pues es reo que ha de llevarse al Consejo. ¿Quien no ha jurado? Pues esto proviene del Malo. ¿Quién no ha servido a las riquezas? Pues ese tal cayó de la servidumbre de Cristo. ¿Quién no ha perjurado? Pues esto mucho más proviene del Malo.
Podría yo decir otras cosas más graves que éstas; pero con ellas basta para llevar a la compunción aun a quien tenga un corazón de piedra y carezca de todo sentimiento de vergüenza. Pues si cada uno de esos pecados conduce a la gehenna ¿qué no harán todos reunidos? Preguntarás: pero entonces ¿cómo podremos conseguir la salvación? Pues empleando los remedios que a tales pecados se oponen, como son la limosna, las oraciones, la compunción, la penitencia, la humildad, el corazón contrito, el desprecio de las cosas presentes. Porque Dios nos ha abierto infinitos caminos de salvación, con tal de que pongamos atención. Apliquemos, pues, la mente y el ánimo; y mediante todos esos recursos, curemos las heridas, haciendo limosna, conteniendo la cólera contra los que nos han hecho algún daño, dando gracias a Dios por sus beneficios, ayunando según nuestras fuerzas, suplicando de todo corazón, procurándonos amigos con las riquezas de la iniquidad. Así podremos alcanzar la remisión de nuestros pecados y los bienes prometidos. Ojalá a todos se nos concedan por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sean la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XLII (XLIII)

Si plantáis un árbol bueno, su fruto será bueno; pero, si plantáis un árbol malo, su fruto será malo; porque el árbol por los frutos se conoce (Mt 12, 33).
No se contenta Jesús con los argumentos anteriores, sino que de nuevo pone en vergüenza a los judíos. No lo hace por defenderse de las acusaciones, pues para eso bastaba con lo dicho; sino para llevarlos a enmendarse. Y lo que dice significa lo siguiente. Ninguno de vosotros me reprende por los enfermos curados, como si su curación no hubiera sido verdadera; ni tampoco ha afirmado que sea malo librar a los endemoniados. Es que por muy atrevidos que fueran no podían afirmar tales cosas. Y como no podían acusar las obras, sino que calumniaban al que las hacía, Jesús les demuestra que su acusación está en pugna con la recta razón y con los hechos mismos. Es propio del colmo de la impudencia no solamente obrar con malicia, sino además querer componer entre sí cosas que pugnan contra el sentido común.
Observa cuán lejos está de querer querellarse. Pues no dice: Haced al árbol bueno, puesto que sus frutos son buenos; sino que egregiamente les cierra la boca, demostrándoles al mismo tiempo su propia mansedumbre y la impudencia de ellos. Pues les dice: Si queréis reprender las obras, no os lo prohíbo; pero vosotros me acusáis de cosas que lógicamente no pueden sostenerse y consiguientemente tampoco alegarse. De este modo podían mejor y más claramente ser advertidos de que impudentemente hablaban en contra de cosas que eran absolutamente manifiestas. Como si les dijera: en vano procedéis malignamente y decís cosas que entre sí se contradicen.
La diferencia de los árboles se conoce por el fruto y no al revés el fruto por el árbol. Ya que aun cuando el árbol es causa del fruto, pero es el fruto el que declara la especie del árbol. De manera que lo lógico habría sido que vosotros reprendierais juntamente las obras y a nosotros; o que si alababais las obras, no nos acusarais a nosotros que las hacemos. Pero procedéis al contrario. Porque no pudiendo calumniar las obras que son el fruto, calumniáis al árbol, al llamarme endemoniado. Esto es el extremo de la locura. Asegura, pues, lo mismo que ya dijo antes: que no puede el árbol bueno dar frutos malos, ni el árbol malo darlos buenos. Queda, pues, manifiesto, en conclusión, que las acusaciones de los judíos nada tienen de lógico, nada que responda a la naturaleza de las cosas. Enseguida, puesto que no se defiende a sí mismo, sino al Espíritu Santo, los acomete con acritud: ¡Raza de víboras! ¿Cómo podéis vosotros decir cosas buenas siendo malos? Palabras son éstas juntamente de quien acusa y de quien da razón y prueba lo que dice. Como si dijera: porque vosotros, siendo árboles malos, no podéis llevar frutos buenos. No me admiro, por tanto, de que tales cosas digáis, pues habéis sido mal educados y descendéis de malos ancestros y tenéis maleado el pensamiento.
Observa cuán cuidadosamente y sin darles ocasión de nada escalonó las acusaciones. Porque no les dijo: ¿Cómo podéis hablar cosas buenas siendo estirpe de víboras? Esto no hubiera tenido relación con lo anterior. Sino: ¿Cómo podéis decir cosas buenas siendo malos? En cambio los llamó estirpe de víboras, porque se gloriaban de sus progenitores. De modo que, demostrándoles que de ésos nada habían heredado, los excluyó de la genealogía de Abraham, y les señaló unos progenitores de su misma calidad, desprovistos de la antigua nobleza. Porque de la abundancia del corazón habla la boca. De modo que aquí declara su divinidad, pues conoce los secretos de los corazones; y sabe que ellos no solamente de las palabras, pero aun de los malos pensamientos tendrán que dar cuenta y que Dios conoce tales pensamientos. Pero añade que también los hombres pueden conocerlos, puesto que si interiormente abunda la maldad, luego se derrama afuera por la boca. De modo que si oyes a alguien hablar malas cosas, no pienses que dentro lleva una perversidad cuya medida la den las palabras, sino conjetura que la lleva mucho mayor; puesto que lo que sale por la boca es ya redundancia y desbordamiento de lo interior.
¿Observas cuán amargamente los punza? Puesto que si las palabras que profieren son tan perversas que van conforme a la mente del demonio, piensa que tales serán las fuentes y raíz de donde ellas proceden. Suele, en efecto, suceder así: que la lengua, cohibida por el pudor, no vierte tan excesiva perversidad, mientras que el corazón, que no tiene testigo alguno, engendra allá en el interior cuantos males en gana le vienen; porque de Dios para nada se cuida. De manera que, puesto que lo que se dice luego es examinado y queda expuesto a la crítica de todos, mientras que lo que se oculta en el corazón queda envuelto en sombras, sucede que sean menores los males que salen por la lengua y mayores los que se esconden en el corazón. Pero cuando ya en lo interior la abundancia es enorme, entonces brotan impetuosamente los que estaban ocultos. Así como en los que vomitan, al principio parece como que quieren retener por la fuerza los malos humores que saltan al exterior; pero cuando semejante esfuerzo desfallece, entonces aquéllos feamente brotan, así quienes están llenos del mal propósito, acometen al prójimo con maldiciones. Porque dice Jesús: El hombre bueno, de su buen tesoro saca cosas buenas; pero el hombre malo de su mal tesoro saca cosas malas.
Como si dijera: no pienses que semejante fenómeno sea propio exclusivamente de los malos, ya que en los buenos pasa lo mismo, de manera que es más grande la virtud que en su interior llevan que la que en sus palabras se muestra. De donde se deduce que los judíos fueron peores que lo que con sus palabras demostraban; y El, en cambio, fue mucho mejor que lo que de sus sentencias se deducía. Alude al tesoro para indicar la abundancia. Luego vuelve a ponerles temor grande diciéndoles que no piensen que no se pasará más adelante y que todo quedará concluido con haberlo condenado en las obras de ellos, pues quienesquiera que así procedan sufrirán el eterno castigo. Y no dijo vosotros, tanto para enseñarnos a todos como para que sus palabras no les fueran demasiado gravosas. Dice, pues: Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablaren los hombres habrán de dar cuenta el día del juicio. Y ociosa es toda palabra que no viene a cuento, o contiene mentira o falsedad, o simplemente vana y de esas que algunos dicen que son sólo para mover a risa, o es torpe o desvergonzada o baja.
Porque por tus palabras serás declarado justo, o por tus palabras serás condenado. ¿Observas cómo el juicio no será leve, ni ligero el castigo? El juez sentenciará no por lo que otro dijo de sí, sino por lo que tú dijiste: cosa la más justa de todas. Ya que en tu mano está decir o no decir. De manera que lo propio es que teman no los que son acometidos con calumnias, sino los que calumnian. Pues no se obliga a justificarse a los injuriados sino a los que injurian, y a éstos amenazan todos los peligros. Por tanto, para nada han de cuidarse los que son maldecidos, pues no serán castigados por las injurias sufridas de otros. En cambio han de temer y temblar los que injurian, pues por tal motivo se les llevará a juicio.
Verdaderamente es diabólico ese pecado que no lleva consigo deleite alguno, sino sólo detrimento. El hombre que lo comete abriga en su corazón un mal tesoro. Si quien tiene malos humores de por sí cae en enfermedad, mucho más caerá quien en sí atesora una perversidad más amarga que la bilis; y será castigado con el último suplicio, pues él mismo se preparó tan grave enfermedad. Enfermedad que se muestra por las cosas que afuera arroja. Y si a otros les causa tan gran dolor, mucho más lo causa a su alma, que tales cosas da a luz. El que a otro arma asechanzas a sí mismo se da la muerte. El que se pone a caminar sobre fuego a sí mismo se quema. Quien hiere al diamante a sí mismo se procura el daño. Quien recalcitra contra el aguijón a sí mismo se cubre de sangre. Pero quien sabe soportar con fortaleza la injuria cuando es herido, ese es el diamante, el aguijón, el fuego; y el que procura herir resulta más débil que el barro.
Así que lo malo no es ser injuriado, sino injuriar y también el no saber soportar la injuria. ¿Cuán injuriado fue David? ¿cuánto injurió Saúl? Pero ¿cuál de ellos fue más fuerte y bienaventurado? ¿quién el más mísero? ¿Acaso no el injuriante? Considera bien el caso. Prometió a David, Saúl, si vencía al extranjero, que lo tomaría como yerno y de muy buena gana le daría por esposa a su hija. Y David dio muerte al extranjero; pero Saúl no sólo no le dio a su hija, sino que procuraba matarlo 56 ¿Quién resulta más brillante? No fue Saúl, quien se ahogaba de tristeza por obra de un mal espíritu, mientras David resplandecía más que el sol con sus triunfos y la gracia divina. Y acerca del coro de las mujeres que cantaban ¿acaso no se ahogaba Saúl de envidia, mientras David, soportándolo todo en silencio, se atrajo las voluntades de todos y los unió consigo? Y cuando David lo hubo a las manos y lo perdonó ¿quién era entonces el feliz y quién el miserable? ¿quién el débil y quién el fuerte? ¿Acaso no fue David porque no se vengó pudiendo justamente hacerlo? Y con razón. Porque Saúl tenía consigo soldados en armas, pero David tenía de su parte la justicia, mucho más poderosa que infinitos ejércitos.
Sin embargo, ni aun acometido con asechanzas quiso dar muerte a su enemigo, ni aun justamente, cuando aquél lo acometía injustamente. Porque sabía por los anteriores sucesos que resulta más fuerte no el que mal procede, sino el que soporta la injusticia. Y lo mismo puede verse en los cuerpos humanos y en los árboles. ¿Acaso Jacob no fue tratado injustamente por Labán y sufrió que se le hiciera mal? Pero ¿quién fue el más fuerte? ¿El que lo capturó pero no se atrevió a tocarlo, sino que temió y tembló, o el que sin armas ni soldados se le hizo más temible que lo hubieran sido miles de reyes? Para daros una mayor demostración de lo dicho, volvamos de nuevo el discurso a David, pero considerándolo de modo contrario. El, injuriado, venció; pero éste mismo, cuando injurió, fue vencido y se tornó débil. Cuando cometió la injusticia contra Urías, todo se le cambió en contrario y la debilidad se pasó al injuriante y la fuerza al injuriado. Urías, muerto, despojó a la casa de David. Y por cierto, David, aun siendo rey y estando entre los vivos, nada pudo; mientras que Urías, simple soldado y muerto ya, echó a rodar todo lo de David. ¿Queréis que de otra parte os demuestre más claramente el asunto? Examinémoslo en los que justamente se han vengado. Puesto que quienes injustamente ofenden son vilísimos y causan daño a sus propias almas y es cosa que todos ven claramente. Pero ¿quién fue el que justamente se vengó y sin embargo suscitó males sin cuento y se cubrió de abundantes desgracias y dolores? Joab, el general de David, levantó una guerra grande y dura y padeció males sin número, de los cuales ni uno solo habría acontecido si él hubiera sido prudente.
Huyamos, pues, de semejante vicio: ni con palabras, ni con hechos injuriemos al prójimo. Porque no dijo Jesús: si acusas y llevas a los tribunales, sino sencillamente: si injurias, aun cuando sea en privado, sufrirás gravísimo castigo. Aun cuando lo que dices sea verdad, aunque estés persuadido de ello, 57 sin embargo se te castigará. Pues Dios sentenciará no por lo que el otro hizo, sino por lo que tú dijiste. Pues dice: Por tus palabras serás condenado. ¿No oyes al fariseo que dice cosas verdaderas, de todos conocidas y que no revela nada oculto? Y sin embargo, fue duramente castigado. Si pues no es lícito acusar a otros ni aun de las cosas que son públicas, mucho menos lo será acusarlo de las dudosas, puesto que ya tiene su juez el que pecó.
No te adelantes a la autoridad del Unigénito. A El se ha reservado todo juicio: Pero ¿es que anhelas juzgar? Pues bien: hay un juicio muy lucrativo y que no contiene pecado. Allá en tu interior pon a juzgar tu entendimiento y " razón, y trae al medio todos tus pecados, Examina los pecados de tu alma; pide a ésta cuentas exactas y pregúntale: ¿por qué te atreviste a tal cosa? Y si se niega y se pone a inquirir las faltas ajenas, dile: yo no te juzgo acerca de ésas, ni hay para qué te justifiques tú de ellas. ¿Qué te importa si el otro es malo? En cambio tú ¿por qué pecaste en esto y en aquello? Establece tu defensa propia y no acuses a otros. Cuida de lo que a ti te toca y no de lo ajeno. Trae con frecuencia a semejante certamen tu razón y a este campo de acusación.
Y si nada tiene que responderte y busca subterfugios, azótala, como se hace con una esclava que se ensoberbece y con una meretriz. Establece cada día este tribunal. Píntale a tu razón aquel río de fuego, aquel gusano venenoso y los demás tormentos. Y no le permitas andar en adelante con el demonio ni le soportes que hable con semejante impudencia y diga: Este me acomete, aquél me pone asechanzas, el otro me tienta. Dile: si tú no consientes, todo eso le resulta en vano. Y si te responde: es que me encuentro ligada al cuerpo y revestida de la carne y vivo en la tierra, respóndele: todo eso son subterfugios. También aquel otro estaba revestido de la carne; y el de más allá, viviendo en la tierra, se portó preclaramente; y tú misma, cuando rectamente procedes, vestida estás de la carne. Y si oyéndote se aflige, no levantes la mano. Al fin y al cabo, aunque la hieras no morirá. Más aún, la libras de la muerte. Y si de nuevo te dijere: Aquél me irritó, respóndele: pero en tu mano está el no irritarte, puesto que ya varias veces has dominado la ira. Si dijere: la belleza de la mujer del prójimo me inflamó, dile: pero podías vencer esa pasión. Tráele ejemplos de otros que la superaron. Ponle delante el caso de la primera mujer que se excusaba diciendo: la serpiente me engañó, y sin embargo no se libró de la culpa.
Y mientras tales cosas investigas, que nadie se te presente, que nadie te perturbe. Así como los jueces juzgan sentados detrás de un velo, así tú, en lugar del velo, busca un sitio y un tiempo de quietud. 58 Emprende este juicio una vez que te has levantado de la cena y vas a tu lecho. Es un momento muy oportuno. Y el sitio oportuno es tu aposento y tu lecho. Así lo ordenaba el profeta al decir: Meditad en vuestros corazones; en vuestros lechos compungíos. 59 Pide exacta cuenta aun de las cosas pequeñas para que nunca caigas en las grandes. Si cada día procedes así, estarás con gran confianza ante aquel tremendo tribunal. Así Pablo, ya purificado, decía: Si nos juzgásemos r nosotros mismos no seríamos condenados. 60 Del mismo modo purificaba Job a sus hijos. Porque sin duda él, que ofrecía sacrificios por los pecados ocultos, pediría cuenta de los manifiestos.
No procedemos así nosotros, sino en absoluto de modo contrario. Una vez que vamos al lecho, revolvemos en nuestro pensamiento toda clase de asuntos seculares. Unos introducen en su alma pensamientos impuros; otros, réditos, pactos, vanos cuidados. Cuando tenemos una hija virgen, con gran empeño la cuidamos; mientras que a nuestra alma, más preciosa que cualquier hija, la dejamos que fornique y se manche e introducimos en ella muchos malos pensamientos. Cualquier amor, ya sea de dineros o de placeres o de bellezas corporales o de ira o de otra cualquiera pasión, lo recibimos con las puertas abiertas y aun lo llamamos y lo dejamos que libremente fornique con nuestra alma.
Pero ¿qué puede haber más bárbaro que el descuidar el alma, que es la cosa más preciosa de todas, y mancharla con tan gran número de fornicarios y dejarla que se les una hasta que ellos queden saciados? Cosa que, por otra parte, nunca se logrará. Por esto, mientras no llega el sueño, ellos no se apartan. Más aún: ni aun entonces se apartan, pues los ensueños traen las imágenes de los mismos fornicarios. Por esto sucede que, una vez que amanece, lo que el alma ha imaginado, luego, por obra de aquellas imágenes, lo pone por obra. No dejas que a la pupila de tu ojo penetre una partícula de polvo, y en cambio ¿negligentemente permites que el alma arrastre semejante carga y montón de males tan grandes? ¿Cuándo, pues, podremos quitar del todo las manchas que cada día admitimos? ¿cuándo podremos arrancar las espinas? ¿cuándo sembrar las simientes? ¿Sabes que ya el tiempo de la siega está próximo? Pero nosotros ni siquiera hemos dado el primer cultivo a nuestro campo. Pues si viniere el agricultor y nos acusare ¿qué excusa le daremos? ¿qué le responderemos? ¿Le alegaremos que nadie nos dio la simiente? Pero es un hecho que cada día se esparce. ¿Que nadie arrancó las espinas? Pero si cada día afilamos la hoz. ¿O que nos arrastran los cuidados seculares y las necesidades de la vida? Pero ¿por qué no te crucificaste al mundo? Si el que no hizo sino devolver lo que se le había confiado fue reputado entre los perversos por no haber duplicado la suma ¿qué le dirán a quien incluso destruyó lo que le dieron? Si éste, atado de pies y manos fue lanzado al sitio en donde es el rechinar de dientes ¿qué no sufriremos nosotros, pues tenemos tantas cosas que nos atraen a la virtud, pero nos rehusamos y perezosamente las rehuimos? ¿Qué hay que no sea idóneo para excitar la virtud? ¿No observas cuán vil y cuán incierta es esta vida? ¿cuántos trabajos acá se padecen? ¿cuántos sudores? ¿Acaso no es una realidad que no se consigue la virtud sin trabajo, ni aun el vicio sin él? Si pues hay trabajos en ambas cosas ¿por qué no escoges la virtud, que tan grandes ganancias te proporciona? Pero incluso hay virtudes que ningún trabajo llevan consigo.
Por ejemplo: ¿qué trabajo hay en no injuriar, en no mentir, en no jurar, en perdonar y quitar las cóleras contra el prójimo? En cambio, el proceder de modo contrario es laborioso y lleva consigo grandes cuidados. Entonces ¿qué excusa tendremos, ni qué perdón alcanzaremos si ni siquiera esto queremos hacer? Queda, pues, manifiesto que por desidia y pereza rehuimos aquellas cosas que son más laboriosas. Pensando todo esto, huyamos de la perversidad, amemos la virtud, a fin de conseguir los bienes presentes y también los futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XLIII (XLIV)

Entonces lo interpelaron algunos escribas y fariseos y le dijeron: Maestro, quisiéramos ver una señal tuya. El, respondiendo les dijo: La generación mala y adúltera busca una señal pero no le será dada más señal que la de Jonás el profeta (Mt 12, 38-39).
¿Qué cosa hay más necia ni más impía? Tras de tantos milagros, como si no hubiera hecho ninguno, le dicen: Quisiéramos ver una señal tuya. ¿Por qué motivo lo decían? Para tener de nuevo ocasión de acusarlo. Como los hubiera reprendido una, dos y muchas veces y hubiera refrenado su lengua impudente, otra vez recurren a las obras. Lo hace notar el mismo evangelista admirado. Entonces lo interpelaron algunos escribas pidiéndole una señal. ¿Cuándo? Cuando lo necesario era aceptar, admirarse, espantarse, apartarse, entonces es cuando no desisten de su perversidad.
Quiero que consideres sus palabras llenas de adulación y de burla. Esperaban de este modo atraérselo. Así que por una parte lo injurian y por otra lo adulan: ya lo llaman Maestro, ya endemoniado, pero siempre con malas intenciones, aun cuando digan cosas encontradas. Tal es el motivo de que el Maestro los acometa con vehemencia. Cuando le preguntaban ásperamente y lo injuriaban, él les respondía con moderación; pero cuando lo adulaban contestaba con acritud y gran vehemencia, demostrándoles así que él era superior a ambas cosas; y que ni por la ira se excitaba ni por la adulación se tornaba dulzón y muelle.
Observa la recriminación y verás que no es simple reprensión, sino que lleva consigo una demostración de la maldad de ellos.
¿Qué les dice? La generación mala y adúltera busca una señal. Como si dijera: nada maravilloso es que vosotros os portéis así conmigo, pues aún no soy conocido de vosotros, siendo así que lo mismo hicisteis respecto del Padre, de cuyo poder tantas pruebas tenéis. Lo abandonasteis y recurristeis a los demonios y os atrajisteis malos amadores. Cosa fue esa que con frecuencia Ezequiel les echó en cara. Lo decía para demostrar su igualdad con el Padre, y que ellos nada insólito hacían. Revela además los ocultos pensamientos de ellos, o sea que su petición procedía de simulación y enemistad.
Por esto los llama generación perversa, pues continuamente se muestran ingratos a los beneficios; y si se les trata con benevolencia, se tornan peores, lo que es el colmo de la maldad. Y los llama generación adultera, significando con esto su incredulidad antigua y también la presente. Por donde de nuevo se manifiesta igual al Padre, puesto que por no creer en El la llama adúltera. Y tras de estas reprensiones ¿qué dice? No se le dará más señal que la de Jonás el profeta. Con esto anuncia de antemano su resurrección y la confirma con la figura de Jonás. Preguntarás: pero ¿acaso no se les dio alguna señal? No se les dio cuando la pedían. Porque Cristo no hacía milagros para ganárselos, pues sabía que estaban obcecados, sino para enmienda de otros. Hay que afirmar esto o bien que ellos no habían de recibir y aceptar otra señal sino la de Jonás. Porque señal se les dio cuando fueron castigados y conocieron su poder. De manera que aquí, al amenazarlos, habla y deja entender lo mismo. Como si les dijera: Os he hecho infinitos beneficios, pero con ninguno os atraje ni quisisteis adorar mi poder. Ahora, pues, conoceréis mi fortaleza por medios contrarios, o sea cuando veáis destruida vuestra ciudad y los muros derribados y el templo convertido en erial y se os arroje de la ciudad y perdáis vuestra antigua libertad; y de nuevo andéis desterrados y prófugos por toda la tierra. Todo lo cual sucedió después de la crucifixión. Todo esto os servirá de grandísima señal.
Y ciertamente, grande señal es que las desgracias del pueblo judío no sufran cambio y que a pesar de que muchos se empeñan en ello, nadie pueda remediar los males que sobre ellos como castigo se echaron. Esto no lo dice Jesús, sino que deja que se lo aclare el tiempo futuro. Mientras tanto, se fija, en la resurrección, discurso que hasta más tarde descifrarían por los males que les iban a sobrevenir. Pues así como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra. No les dijo abiertamente que resucitaría para que no se burlaran; pero en tal forma lo dejó entender que pudieran creer que lo sabía de antemano. Y consta que ellos lo sabían, pues le dijeron a Pilato: Ese impostor, vivo aún, dijo: Después de tres días resucitaré. 61 Los discípulos, al revés, lo ignoraban, por ser entonces todavía más rudos que los escribas y fariseos. De manera que éstos por sus mismas palabras fueron condenados.
Advierte cuán cuidadosamente lo deja entender, pues no dijo: en tierra; sino: En el corazón de la tierra, para indicar así el sepulcro, y al mismo tiempo para que nadie imaginara que todo esto se realizaría únicamente en apariencia. Y señaló tres días, para que todos creyeran en su muerte: ya que ésta se confirma no únicamente por la resurrección, sino además porque todos la vieron y por el número de días. El tiempo siguiente íntegro certificaría su resurrección, mientras que su crucifixión, de no haber tenido testigos sin número, no se hubiera creído; y si no se creía en la crucifixión, tampoco se creería en la resurrección. Por esto la llama señal. Y trae al medio la figura para que se dé fe a la verdad. Yo te pregunto: ¿era acaso pura apariencia Jonás en el vientre del cetáceo? Cierto que no podrás afirmarlo. Pues tampoco niegues que Cristo estuvo en el corazón de la tierra. No puede suceder que el tipo sea verdad y la verdad sea sólo apariencia. Por esto anunciamos su muerte en todas partes: en los misterios, en el bautismo y en todo lo demás. Por esto Pablo con penetrante voz exclama: En nada me gloriaré sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Por aquí se ve claro que quienes sufren la enfermedad de Marción, son hijos del diablo, pues quieren abolir lo que Cristo cuidadosamente procuró que no se aboliera; y que, al revés, el diablo cuidadosamente se ha esforzado en que sea abolido: me refiero a la cruz y a la Pasión. Por igual motivo dijo Cristo en otra ocasión: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. 62 y también: Vendrán días en que les será arrebatado el Esposo. 63 y aquí: No les será dada otra señal que la de Jonás profeta. Declaró así que El padecería por ellos, pero ellos ningún lucro sacarían de lo mismo. Así lo manifestó El más tarde. Y a pesar de saberlo, sin embargo, murió: ¡tan grande fue su providencia! No pienses que los sucesos futuros de los judíos serán tales como fueron los de los ninivitas, ni que ellos se convertirán enseguida; ni que así como acá levantó de nuevo la ciudad de aquellos bárbaros que ya se derrumbaban, así los judíos a raíz de la resurrección se convertirán. Más bien oye cómo Cristo declara lo contrario.
Que ellos ningún fruto sacarían del beneficio, sino que sufrirían lo indecible, cosas intolerables, lo declaró enseguida con el ejemplo del demonio. Entre tanto, El se justifica de lo que ellos iban a padecer, explicando que justamente lo padecerían. Ahora, con el ejemplo de los ninivitas deja ver las desgracias y la desolación de los judíos y cómo ellos justamente las padecerán. Así lo hacía en la Antigua Ley. Cuando iba a destruir a Sodoma, primero se justificó ante Abraham, diciéndole ser poquísimos los que se daban a la virtud, puesto que entre tantas ciudades ni diez se encontraron que vivieran con moderación. Y lo mismo hizo ante Lot, cuando le mostró la inhospitalidad y las torpísimas costumbres y amores pésimos de aquellos hombres, y luego envió el fuego. Igualmente procedió cuando el diluvio, pues justificó su proceder por las obras mismas. Otro tanto encontramos en Ezequiel cuando, mientras vivía el profeta en Babilonia, le puso ante los ojos los pecados que en Jerusalén se cometían. Y cuando a jeremías le dijo: No quieras orar por ellos, y para justificarse, añadió: ¿No ves lo que ellos hacen? 64 Y en todas partes procede lo mismo que lo hace en este pasaje.
Porque ¿qué fue lo que dijo? Los ninivitas se levantarán en el día del juicio contra esta generación y la condenarán, porque hicieron penitencia a la predicación de Jonás; y hay aquí algo más que Jonás. Porque él era siervo y Yo soy Señor; aquél salió del cetáceo y Yo resucité de la muerte; aquél predicó la destrucción, Yo vine anunciando el reino. Aquéllos creyeron sin ningún milagro, Yo he hecho muchos milagros. Aquéllos nada más oyeron las palabras de Jonás, Yo no he omitido predicar toda clase de virtudes. Aquél vino como ministro, Ya vine como dominador y Señor de todos, y no amenazando ni exigiendo cuentas, sino trayendo el perdón. Aquéllos eran bárbaros, éstos en cambio convivieron con infinitos profetas. A Jonás nadie lo había predicho, a Mí me predijeron y mis obras consonaron con sus profecías. Aquél huyó y se alejó para no ser burlado; Yo me presenté, aun sabiendo que había de sufrir la cruz y las burlas. Aquél no soportó ni siquiera un oprobio en bien de los que fueron librados y salvos; Yo toleré una muerte torpísima y tras de esto envío a otros como apóstoles. Aquél era un extraño y desconocido; Yo, en cambio, según la carne he nacido de sus mismos progenitores. Y así discurriendo, puede cualquiera amontonar muchas otras diferencias.
Pero Cristo no se detiene aquí, sino que propone otros ejemplos diciendo: La reina del Mediodía se levantará en juicio contra esta generación y la condenará, porque vino de los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón. Este ejemplo es superior al antecedente. Porque Jonás fue a los ninivitas; pero la reina del Austro no esperó a que Salomón la visitara, sino que ella fue a buscarlo: ella, bárbara y desde tan distante lugar y sin que la urgieran amenazas, sin temor a la muerte, movida únicamente del amor a la sabiduría. Pero aquí hay algo más que Salomón. Porque en el ejemplo, la mujer se acercó; Yo en cambio he venido; ella partió de los confines de la tierra, mientras que Yo recorro ciudades y aldeas. Salomón disertaba acerca de los árboles y de las plantas, cosas que no podían servir de mucho a la visitante, mientras que Yo anuncio cosas inefables y tremendos misterios.
Una vez que los hubo condenado, demostrándoles que estaban muy lejos de obtener perdón, y que su desobediencia nacía de ingratitud y no de debilidad del maestro, y esto por medio de muchos argumentos y con los ejemplos de los ninivitas y de la reina del Austro, finalmente les trae a la memoria el suplicio que les aguarda, aunque lo hace enigmáticamente y llenando de abundante terror su narración. Porque dice: Cuando el espíritu inmundo sale de un hombre, discurre por lugares áridos buscando reposo y no lo halla. Entonces se dice: Me volveré a mi casa de donde salí. Y va y la encuentra vacía y barrida y compuesta Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él y entran y habitan ahí, viniendo a ser las postrimerías de aquel hombre peores que sus principios. Así será de esta generación mala.
De esta manera les declara que no sólo en el siglo futuro, sino también en el tiempo presente, sufrirán gravísimos castigos. Y pues decía que los ninivitas se levantarán en juicio y condenarán a esta generación, para que por la gran dilación no despreciaran eso y se tornaran más desidiosos, decreta para ellos ya en esta vida gravísimos males que han de padecer. Es lo que amenazaba el profeta Oseas cuando decía: "El profeta es un insensato, presa de delirio el hombre del espíritu". 65 Es decir que serán como los seudoprofetas, hombres furiosos, locos, agitados de malos espíritus. Porque aquí entiende por profeta al loco seudoprofeta, como lo son los adivinos. Significando lo mismo, dice Cristo que habrán de sufrir castigos extremos.
¿Observas cómo de mil maneras los compele para que atiendan a sus palabras, ya con las cosas presentes, ya con las futuras, ya con el ejemplo de quienes bien obraron, como fueron los ninivitas y la reina, ya de quienes fallaron y cayeron como los de Tiro y Sodoma? Del mismo modo procedían los profetas, poniendo delante de los ojos a los hijos de Recabín y a la esposa que no se olvida de su propio ornato ni de su ceñidor, y al buey que reconoce a su dueño y al asno que reconoce su pesebre. Así Cristo en este lugar, declarando por comparación la ingratitud de las almas de los judíos, finalmente les advierte de antemano el castigo.
En conclusión ¿qué es lo que dice? Como los posesos, viene a decir, cuando son liberados de su enfermedad, si se muestran negligentes se procuran una más grave posesión demoníaca, así procedéis vosotros. Porque anteriormente estabais poseídos del demonio, al adorar a los ídolos e inmolarles vuestros hijos con grave demencia; y sin embargo no os abandoné, sino que por medio de los profetas eché de vosotros a ese demonio, y luego vine personalmente a traeros la curación. Pero como no queréis hacer caso, sino que incluso os habéis despeñado a una perversidad mayor (puesto que mucho más grave y malo es dar muerte al Señor que el matar a los profetas), por tal motivo sufriréis castigos mayores; es decir, mayores que los que soportasteis en Babilonia, en Egipto y bajo Antíoco el primero. Porque en realidad fueron más atroces que esos los que les sobrevinieron con los emperadores. Tito y Vespasiano.
Por eso les decía: Porque habrá entonces una tan gran tribulación cual no la hubo desde el principio del mundo hasta ahora ni la habrá. 66 Ni el ejemplo significaba solamente esto, sino además que ellos se encontrarían vacíos de todas las virtudes y con mayor facilidad que antes se echarían sobre ellos los demonios. Porque anteriormente, aunque pecaran, pero había sobre ellos una especial Providencia de Dios y una gracia del Espíritu Santo que miraba por ellos y los corregía y llenaba todos sus oficios para con ellos. Ahora, en cambio, les dice, quedarán vacíos de aquella especial providencia y será más raro el ejemplo de las virtudes, y la fuerza de la desgracia será mayor, y el poder de los demonios más tiránico.
Vosotros, carísimos, sabéis cómo en esta generación, cuando Juliano se enfurecía, los judíos se aliaron con los gentiles y seguían sus costumbres. De modo que al presente, aunque parezcan un tanto moderados (pues por miedo a los emperadores se mantienen en quietud), sin embargo, si no fuera por eso, se habrían atrevido a peores cosas que antes. Pero en las demás perversidades superan a los antiguos, así en las hechicerías como en las artes maléficas y en la lascivia, y todo eso lo ejercitan en forma excesiva. Entre esos crímenes, a pesar del freno que los contiene, con frecuencia han movido sediciones y se han rebelado contra los emperadores en modo tal que se han despeñado en males extremos.
¿Dónde están, pues, los que buscan milagros? Sepan que antes que nada se necesita tener un ánimo bueno y agradecido; y que si éste falta, ningún provecho traen los prodigios. Los ninivitas creyeron sin milagros; mientras que éstos, tras de tantos milagros, se han hecho peores y se han convertido en habitación de innúmeros demonios, y se han procurado infinitas calamidades y desdichas que con todo derecho han venido sobre ellos. Porque cuando alguno, liberado de las desdichas, sin embargo no se enmienda, tiene que soportar otras mayores que las precedentes. Por eso dice: No encontrará reposo, para indicar que las asechanzas del demonio necesariamente vendrán y se apoderarán de él. La razón es porque debieron ser llevados a mejores pensamientos por ambas cosas: por lo que ya habían sufrido y por haber sido liberados. Y aun hay una tercera cosa: la amenaza que se les hace de que algo peor puede sucederles. Y sin embargo, por ninguno de esos motivos se tornaron mejores.
Pero no pensemos que tales cesas se dijeron sólo para ellos, pues también para nosotros son oportunas, una vez que iluminados y liberados de los males antiguos, otra vez nos apegamos a la misma perversidad: con más graves penas seremos castigados por los pecados cometidos después de semejante liberación. Por esto Cristo dijo al paralítico: Mira que has sido curado: no vuelvas a pecar: no te suceda algo peor 67 Esto lo dijo a quien había estado enfermo treinta y ocho años. Preguntarás ¿qué cosa más grave que lo anterior podía sufrir? ¡Cosas mucho más duras y peores! Lejos de nosotros el ir a padecer ni siquiera tanto cuanto ya hemos padecido. Porque no le faltan a Dios castigos que imponernos. Pues así como es grande su misericordia, así también es pesada su ira. Por esto Ezequiel acusa a Jerusalén diciendo: Te vi sucia en tu sangre. Te lavé con agua, te ungí con óleo. Te hiciste cada vez más hermosa. Te diste al vicio entregándote a cuantos pasaban. 68 Por eso se te amenaza con males mayores. Pero considera aquí no únicamente el castigo sino también la infinita paciencia de Dios. Porque con frecuencia nos hemos despeñado en los mismos pecados y sin embargo nos tolera. No nos confiemos Más bien, temamos. Si el Faraón al primer castigo se hubiera enmendado no habría experimentado los que luego se siguieron, ni habría perecido con todo su ejército poco tiempo después. Lo digo porque a muchos conozco que ahora dicen lo mismo que el Faraón: ¡No conozco a ese Dios! Y son los que a sus súbditos los aplican a fabricar ladrillos de barro. ¡Cuántos hay que, ordenándoles Dios omitir las amenazas, no quieren ni siquiera disminuir los trabajos! Claro es que ya no hay que pasar el Mar Rojo; pero hay que atravesar el piélago de fuego que no tiene comparación con ese mar, porque es mucho más grande y amargo y sus olas son de fuego, fuego en verdad nuevo y horrible y extraño. Este abismo es de llamas durísimas y es enorme. Puede en él contemplarse un fuego que a todas partes discurre, semejante a cruelísima bestia feroz. Si el fuego de acá, sensible y material, saltando como una fiera fuera del horno, se echó sobre los que ahí por fuera estaban, mientras que dentro permanecían los tres jóvenes ¿qué no hará aquel otro en los que en él se precipitan? Oye a los profetas que del dicho fuego aseguran: El día del Señor, cruel, con cólera y furor ardiente. 69 Nadie habrá que se presente a librarnos: ¡jamás verás ahí el rostro manso y sereno de Cristo! Al modo de los condenados al trabajo de las mismas, que son entregados a capataces crueles y no ven ahí a ninguno de sus amigos, sino sólo a los que mandan, así será allá. Mejor aún: no será así sino de un modo mucho más horrible.
Porque acá podemos recurrir al emperador, rogarle y así lograr la liberación de los así condenados; pero allá, de ningún modo. Porque allá no hay perdón, sino que permanecen para siempre entre tormentos y dolores tan graves que no pueden describirse. Si acá nadie puede describir los agudos dolores de quienes se queman, mucho menos pueden aquellos dolores con palabras explicarse. Acá todo acaba en brevísimo tiempo, mientras que allá el condenado se quema pero no se consume. ¿Qué haremos ahí? ¡Hablo conmigo mismo! Dirás: pues si tú, doctor y maestro, así hablas contigo, a mí ciertamente ya ningún cuidado me da todo eso. Porque ¿cómo maravillarse si yo también, junto contigo, soy castigado?... ¡No, por favor! ¡os ruego! ¡nadie busque consuelos semejantes! Desde luego porque ahí no hay consuelo alguno. Yo pregunto: ¿no era el diablo un ser incorpóreo? ¿No era superior a todos los hombres? Y sin embargo, cayó y ¿puede alguno buscar algún consuelo en estar con él en el mismo tormento? ¡De ningún modo! Y acerca de los egipcios, todos aquellos ¿no vieron castigados juntamente a los capataces? ¿no vieron todas las casas en llanto? ¿Y por eso se consolaron? ¿descansaron? ¡No, en absoluto, como se ve claro por lo que luego hicieron! Pues como si una llama los azotara, corrieron al rey y lo obligaron a dejar ir al pueblo de los hebreos.
¡Frío consuelo!, grandemente frío es en el tormento con que otros también son atormentados, poder decir: ¡estoy en el mismo caso que los otros! Mas ¿para qué referirme a la gehenna? Piensa en los que sufren de podagra: mientras padecen sus terribles dolores, aun cuando les muestren a otros muchos que sufran dolores aún más agudos, no quieren ni prestar atención. Porque la fuerza del dolor no deja lugar para pensar en otra cosa ni en otros, ni sacar de ahí un consuelo. No alimentemos, pues, esa tan fría esperanza: el consuelo que nace de la compañía de otros que padecen el mismo mal, sólo puede tener lugar cuando se trata de males pequeños. Pero cuando se trata de males más graves, y cuando el ánimo es agitado con tan tremendos oleajes, hasta el punto de desconocerse a sí mismo ¿de dónde se recibirá consuelo? En conclusión, que semejantes objeciones son ridículas y a manera de cuentos de muchachos necios. Porque eso que dices sólo tiene lugar en sufrimientos pequeños, cuando oímos que otros sufren lo mismo. Más aún: a veces ni en los sufrimientos pequeños sucede eso; y mucho menos en aquel inexplicable tormento que se significa con el rechinar de dientes. Me doy cuenta de que al decir esto os causo pesadumbre y dolor. Pero ¿qué puedo hacer? Quisiera poder no decirlo, sino ver que todos vosotros y yo cultiváramos la virtud. Pero pues muchos de nosotros vivimos en pecados ¿quién me diera poder de verdad hacer que os dolierais y os conmovierais en vuestros ánimos, oyentes míos? Entonces sí dejaría de hablar. Mas, por lo que hace al tiempo presente, temo que incluso algunos menosprecien lo dicho, y que por la negligencia de quienes me escuchan, el castigo sea mayor aún. Porque cuando el amo amenaza, si alguno de los criados lo desprecia, no queda impune, sino que eso le es causa de un castigo mayor.
Os ruego, pues, que, oyéndome hablar de la gehenna, nos compunjamos. Nada hay más dulce que semejante exhortación, ya que nada hay más amargo que aquellos tormentos. Preguntarás: ¿cómo puede ser dulce el oír hablar de la gehenna? Porque el ir a la gehenna es lo más desagradable. Y semejantes exhortaciones, que parecen gravosas, nos lo evitan. Aparte de que también engendran otro deleite, como es la conversión del alma y el encaminarla a la virtud, y elevan la mente y esclarecen el raciocinio y libran del cerco al alma sitiada por las concupiscencias: son su medicina. Permitidme, pues, que, habiendo hablado de la gehenna, os hable ahora del pudor y la desvergüenza. Porque así como en aquel día los ninivitas condenarán a los judíos, así muchos nos condenarán a nosotros: muchos que ahora nos parecen inferiores. Pensemos cuántas burlas, cuantas condenaciones habrá. Sí: pensémoslo, comencemos, abramos las puertas a la penitencia. Hablo conmigo mismo. A mí mismo me exhorto. Nadie se irrite como si yo lo acusara.
Entremos por el camino angosto. ¿Hasta cuándo en placeres? ¿Hasta cuándo en ebriedades? ¿No nos hartamos de rencillas, burlas, risotadas, dilaciones? ¿Serán perpetuos los banquetes, las harturas, la opulencia, los dineros, las posesiones, las construcciones, los palacios? Pero ¿en qué acabarán? En ceniza, en polvo, en túmulo, en gusanos, en la muerte. Pues emprendamos una vida nueva. Hagamos nuevos cielos y nueva tierra y demostraremos así a los gentiles de que clase de bienes se encuentran privados. Cuando vean qué vivimos una vida correcta, con semejante vista contemplarán lo que es el reino de los cielos. Al vernos modestos, mansos, libres de malas concupiscencias, de envidia, de avaricia, y en todo morigerados, dirán: Si ya en este mundo los cristianos se convierten en ángeles ¿cómo serán cuando salgan de la vida presente? Si acá en donde son peregrinos así resplandecen ¿cómo serán cuando lleguen a su patria? De este modo también ellos se harán mejores y se extenderá la doctrina de la piedad con no menor celeridad que en la época de los apóstoles Si éstos, no siendo sino doce, convirtieron ciudades íntegras, íntegros reinos, cuando todos seamos maestros mediante vida cuidadosa y bien ordenada, piensa a qué sublimes alturas llegara nuestro catolicismo. Porque no arrastra tanto a los gentiles un muerto resucitado como uno que vive virtuosamente. De sólo verlo quedará estupefacto el gentil, y de aquí sacara ganancia espiritual. La resurrección de un muerto es un hecho que pasa; el buen ejemplo permanece y continuamente va cultivando el alma del gentil. Cuidemos, pues, de nosotros mismos para que también a ellos los ganemos.
Y no pido cosas trabajosas. No digo: no tomes mujer, abandona las ciudades, apártate de los negocios civiles; sino que ocupado en todo eso, te muestres virtuoso. Yo preferiría que florecieran en virtudes los que habitan las ciudades que no los monjes en las montañas. ¿Por qué? Porque de lo primero se sigue grande ganancia, puesto que: No se enciende una lámpala y se la pone bajo el celemín. 70 Por esto, quisiera yo que todas las lámparas estuvieran sobre el candelabro, para que la luz se difundiera en abundancia. Encendamos el fuego de que os hablo. Hagamos que quienes están sentados en tinieblas queden libres del error. No me digas: tengo esposa, tengo hijos, tengo casa, y no puedo ocuparme en eso. Pues aun cuando no los tuvieras, siendo desidioso, todo se desharía. Y aunque estés rodeado de todas esas cosas, si eres diligente, sobresaldrás en la virtud Lo único que se necesita es la prontitud de una alma generosa y dispuesta. Con esto, nada te impedirán ni la edad, ni la pobreza, ni las, riquezas, ni la cantidad de negocios, ni otra cosa alguna. Ancianos, jóvenes, casados, educadores de niños, obreros, soldados, todos han cumplido con todos los mandamientos.
Joven era Daniel, siervo era José, obrero era Aquila, una trabajadora en púrpura estaba al frente de la fábrica, otro era guardián de la cárcel, otro centurión, como aquel Cornelio. Uno estaba enfermo, como Timoteo; otro era un esclavo fugitivo, como Onésimo. Pero nada de todo eso fue obstáculo a ninguno de ellos para llevar una vida virtuosa, ya fueran ancianos o jóvenes, siervos o libres, soldados o gente privada. No busquemos, pues, vanos subterfugios, sino formulemos los mejores propósitos de nuestra voluntad. De cualquier condición social que seamos, entreguémonos a la virtud, para conseguir los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos, de los siglos. Amén.

HOMILIA XLIV (XLV)

Mientras El hablaba a la muchedumbre, su madre y sus hermanos estaban fuera y pretendían hablarle. Alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos están fuera y desean hablarte.
El, respondiendo, dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus discípulos, dijo: He aquí a mi madre y mis hermanos (Mt 12, 46-49).
LO QUE HACE poco os decía, que sin la virtud todo es vano, ahora clarísimamente se demuestra. Os decía que eran inútiles la edad, el natural, el vivir en el desierto, si no existe el buen propósito de la voluntad. Pero ahora aprendemos otra cosa además de aquéllas: que ni aun el haber dado a luz a Cristo y haber tenido aquel parto maravilloso, tendría utilidad alguna sin la virtud.
Esto sobre todo queda manifiesto en este pasaje. Pues dice: Mientras El hablaba a la muchedumbre, alguien le dijo: Tu madre y tus hermanos te buscan. Pero El dijo: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y lo dijo no porque se avergonzara de su madre o que negara ser Ella su madre; pues si de Ella se hubiera avergonzado, no hubiera salido de su vientre; sino para declarar que de todo ello ninguna utilidad le provendría a su madre, si ella no guardaba todos los preceptos. Porque lo que Ella entonces hacía, nacía de cierta ambición: quería ostentarse ante el pueblo como si aún mandara sobre su hijo, del cual no imaginaba aún nada grande, de manera que se acercó inoportunamente. 71 Considera, pues, la arrogancia de Ella y de los hermanos. Siendo lo propio que entraran y escucharan con las turbas; o si no querían esto, esperar a que se terminara el discurso, para luego acercársele, lo llaman afuera delante de todos, descubriendo así su vana ambición y demostrando que querían aún mandar sobre El con gran autoridad.
Por su parte el evangelista lo refiere como en cierto modo acusando, pues dice: Mientras El hablaba a la muchedumbre. Como si dijera: ¿acaso no había otro tiempo? ¿no podían haberle hablado llamándolo aparte? Y ¿qué le querrían decir? Si le iban a tratar acerca de la verdad de su doctrina, convenía que lo expusieran abiertamente y delante de todos, para utilidad común de los otros. Pero, si le iban a hablar de cosas particulares de ellos, no convenía que en esa forma le urgieran. Si El no permitió ir a sepultar a su padre para no impedir a quien deseaba seguirlo, mucho menos debió interrumpir su discurso para cosas de poca importancia. De donde se ve claramente que ellos procedieron así por sola vanagloria. Significando esto, Juan dice: Ni sus hermanos creían en Él. 72 Y refiere las palabras de ellos, demasiado locas, y afirma que lo empujaban a Jerusalén no por otro motivo, sino para alcanzar gloria ellos con los milagros de El. Porque le dicen: Nadie hace esas cosas en secreto si pretende manifestarse. Pero El los reprendió y culpó su ánimo aún carnal. Y como los judíos lo despreciaban y decían: ¿No es éste el hijo del carpintero cuyos padre y madre nosotros conocemos? ¿No están entre nosotros sus hermanos? 73 Vituperaban así su linaje como innoble, por lo cual sus hermanos lo impelían a manifestarse con milagros. Pero El los rechaza, tratando de librarlos de semejante enfermedad. De modo que si El hubiera querido negar a su madre, era la ocasión para que la hubiera negado, cuando los judíos se la echaban en cara como un oprobio. Mas, por el contrario, tan grande solicitud muestra por Ella, que estando en la cruz la encomendó al discípulo a quien más amaba y mostró gran cuidado de Ella. En cambio, en este pasaje no procede del mismo modo, con el objeto de hacerle a Ella un bien y también a los hermanos. Como lo creían puro hombre y se dejaban llevar del anhelo de la gloria vana, echa fuera esa enfermedad, no para oprobio de ellos, sino para enmienda. Mas tú, por tu parte, no consideres únicamente aquellas palabras que contienen una moderada reprensión, sino además la importunidad y atrevimiento de sus hermanos y quién es el que los reprende. Porque no es puro hombre, sino el Unigénito Hijo de Dios.
Y la razón de reprenderlos: pues no quería poner duda sobre Ella, sino librarla de una enfermedad tiránica y llevarla poco a poco a la conveniente opinión de lo que El era y convencerla de que no era solamente hijo suyo, sino también su Señor. Y verás haber sido la reprensión en modo extremo conveniente a quien El es, y útil para su madre; y a la vez sumamente llena de mansedumbre. Porque no respondió: ¡anda y di a esa madre que no es ella mi madre! Sino que dijo al que le hablaba: ¿Quién es mi madre? Y logró así, además de lo ya dicho, otra cosa. ¿Cuál? Que nadie, ni aun ellos, fiándose en el parentesco, descuidara la virtud. Porque si a ella en nada le ayudaba ser su madre si no estaba muy firme en la virtud, apenas y ni apenas algún otro motivo de parentesco alcanzaría la salvación. Porque la única nobleza consiste en hacer la voluntad de Dios. Este modo de nobleza es más excelente y mejor que el otro basado en la naturaleza.
Sabiendo esto, no nos envanezcamos por los hijos esclarecidos en la virtud, si no estamos dotados de una virtud como la de ellos; ni tampoco por nuestros buenos y nobles padres si no nos les asemejamos. Y aun pudiera suceder que quien nos engendró no fuera nuestro padre, y quien no nos engendró sí sea nuestro padre. Por eso en otro pasaje, como una mujer clamara: Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste, 74 Cristo no le respondió: ningún seno me llevó, ningunos pechos mamé, sino: Más bien dichosos los que oyen la palabra de Dios y la guardan. ¿Observas cómo no niega en forma alguna el natural parentesco, sino que le añade la afinidad que proviene de la virtud? También el Precursor, cuando dice: Raza de víboras, no os gloriéis diciendo: Tenemos a Abraham por padre, 75 no quiso decir que ellos no fueran nacidos de Abraham según la naturaleza, sino que de nada les aprovechaba ser nacidos de Abraham si no tenían otro parentesco por medio de las mismas costumbres. Esto mismo declara Cristo con estas palabras: Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. 76 No les niega el parentesco carnal, sino que afirma que hay otro mayor y más verdadero que ése, y que es el que se debe buscar. Lo mismo hace aquí, pero con mayor moderación y suavidad por tratarse de su madre. Porque no dijo: No es mi madre, ni ésos no son mis hermanos, ya que no hacen mi voluntad. Ni sentenció ni condenó, sino que lo dejó al arbitrio de ellos si quisieran serlo, expresándose con la mansedumbre a El conveniente. Pues dice: Quien hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. De manera que si lo quieren ser, que echen por este camino. Y cuando exclamó la mujer y le dijo: Bienaventurado el seno que te llevó, no contestó Cristo: no es mi madre; sino que dijo: Si quiere ser bienaventurada que haga la voluntad de mi Padre. Pues quien así procede, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre.
¡Ah, ah! ¡cuán grande honor! ¡ah, cuán grande es la virtud! ¡a qué cumbres levanta a quienes la practican! ¡Cuántas mujeres han llamado bienaventurada a la santísima Virgen y a su vientre, y anhelaron ser así madres y rechazar de sí todas las cosas! Pero ¿qué obsta para ello? Ancho camino nos abre la virtud y pueden no sólo las mujeres sino también los varones levantarse a semejante afinidad y aun a una superior con mucho. Porque ésta constituye en una verdadera maternidad más que el parto. De manera que si ser madre es una cosa feliz, mucho más y más verdaderamente lo es eso otro, puesto que es más deseable. En consecuencia, no solamente lo desees, sino emprende con gran empeño la senda que té ha de conducir a lo que anhelas.
¿Has observado cómo primero los reprendió y luego accedió a sus deseos? Es lo mismo que hizo en las bodas de Caná. Porque también entonces a la que inoportunamente le rogaba la reprendió, y sin embargo no le negó lo que le pedía, tanto para curar su debilidad como para manifestar su benevolencia para con su madre. Así aquí, sanó la enfermedad de la vanagloria y juntamente rindió a su madre él honor debido, aún cuando ella le pidiera algo fuera de oportunidad 77 En aquel día salió Jesús de la casa y se sentó junto al mar. Como si dijera: pues queréis ver y oír, salgo ya para hablaros. Y pues ya había hecho muchos milagros, ahora aprovecha a los oyentes mediante la doctrina. Sentado a la orilla del mar, se puso a enseñar y a pescar hombres terrenales. No sin motivo se sienta a la orilla del mar, y así lo dejó entender el evangelista. Escogió esta posición para significar que quería reunir un auditorio con todo cuidado: es decir, de manera de tenerlos a todos vueltos hacia El a su frente y ninguno a sus espaldas. Y se le acercaron grandes muchedumbres. Entonces El, subiendo a una barca, se sentó, quedando las muchedumbres sobre la playa, y El les dijo muchas cosas en parábolas.
No procedió del mismo modo allá en el monte, ni les habló con tal cantidad de parábolas; porque allá estaban solamente las turbas y la plebe, pero acá estaban también los escribas y fariseos. Por otra parte, atiende a cuál sea la primera parábola que propone, y cómo Mateo las pone por orden. ¿Cuál de ellas expone la primera? La que convenía exponer primero para captar la atención de los oyentes. Puesto que iba a predicar en forma enigmática, tenía que poner alerta desde luego el ánimo de los oyentes mediante esta parábola. Por esto dice otro evangelista que los reprendió porque no entendían y les dijo: ¿No entendéis esta parábola? 78 Pero no es el único motivo de hablarles en parábolas, sino también para dar mayor énfasis al discurso y mejor imprimirlo en la memoria y poner las cosas como quien dice ante la vista. Así lo hacían los profetas.
¿Cuál es en fin la parábola? Salió un sembrador a sembrar. ¿De dónde salió el que en todas partes está presente y todo lo llena? ¿cómo salió? No por un movimiento local, sino que mediante su figura y por la providencia con que cuida de nuestros intereses, se nos acercó con la vestidura de la carne. Ya que nosotros no podíamos entrar a El porque nuestros pecados nos cerraban la entrada, El sale a nosotros. Mas ¿por qué motivo salió? ¿Acaso para destruir la tierra cubierta de espinas? ¿O para matar a los agricultores? De ningún modo, sino para cultivar la tierra y curarla y para sembrar en ella la semilla de la piedad.
Llama aquí semilla a la doctrina y campo a las almas de los hombres y a Sí mismo, sembrador. Y ¿qué es lo que sucede con la simiente? Que tres partes perecen y sólo una se conserva. Pues dice: Y al sembrar, una parte cayó junto al camino y vinieron las aves y la comieron. Advierte que no dice haberla El lanzado, sino que ella cayó. Y otra parte cayó en un pedregal, en donde no había mucha tierra, y luego, brotó, porque la tierra era poco profunda; pero levantándose el sol, la agostó; y como no tenía raíces, se secó. Otra cayó entre espinas, las cuales crecieron y la ahogaron. Otra cayó sobre tierra buena y dio fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. El que tenga oídos que oiga. De manera que la cuarta parte se conservó. Pero ésta también dio fruto desigualmente, pues hubo gran diferencia. Significa que El habla a todos con abundancia. Pues así como el que siembra no hace distinciones del campo, sino que sencillamente y sin discriminaciones esparce la simiente, del mismo modo El no hace diferencias del rico y el pobre, del sabio y el ignorante, del desidioso y el activo, del fervoroso y el tímido, sino que a todos habla y para todos habla, cumpliendo con lo que le toca, aun conociendo de antemano lo que sucedería, hasta poder decir: ¿Qué más podía yo hacer que no lo hiciera? 79 Los profetas hablan del pueblo como de una viña. Pues dice Isaías: Tenía mi amado una viña. Y también: Tú arrancaste de Egipto una vid. 80 Cristo en cambio habla como de una simiente. ¿Qué significa esto? Que ahora la obediencia será pronta y más fácil y rápidamente producir a fruto. Y cuando oyes: Salió el sembrador a sembrar, no pienses que hay una repetición inútil; porque muchas veces sale el sembrador para otros menesteres, como para abrir surcos en un campo nuevo o para arrancar y cortar las malas hierbas o quitar las espinas, u otras cosas a éstas semejantes. Pero él salió solamente a sembrar.
Yo pregunto: ¿por qué causa pereció la mayor parte de la simiente? No fue por causa del sembrador, sino de la clase de tierra que recibió la semilla, o sea del alma que no quiso oír. Mas ¿por qué motivo no dijo que unos por pereza recibieron parte de la semilla y la dejaron perecer; y otros por ricos la sofocaron; y otros muelles, la traicionaron? Porque no quería acosarlos con mayor vehemencia ni precipitarlos en la desesperación. Por tal motivo eso lo deja á la conciencia de los oyentes. Ni sucedió esto únicamente con la semilla, sino también con la red. Recogió ésta muchos peces inútiles. Pero El echó mano de esta parábola para ejercitar a sus discípulos y enseñarles que si entre los que recibieran la predicación había muchos que la dejaran perecer, no por eso ellos perdieran el ánimo, ya que lo mismo le sucedió al Señor. Y El, aun sabiendo lo que iba a suceder, no desistió de predicar.
Preguntarás: ¿qué objeto tenía eso de sembrar entre las espinas, sobre las piedras, en el camino? Ciertamente si se tratara de simientes y de tierra, no había objeto. Pero tratándose de las almas y de la doctrina, es cosa muy de alabar. A un labrador si tal hiciera se le recriminaría, puesto que no puede una piedra convertirse en tierra, ni el camino dejar de ser camino, ni pueden las espinas dejar de ser espinas. Pero en los seres racionales no sucede lo mismo. Porque puede la piedra convertirse en tierra fértil, y el camino puede dejar de ser trillado por los hombres y hacerse campo feraz. Y las espinas pueden arrancarse de manera que la simiente, libre de ellas, fructifique. Si todo esto fuera imposible, Cristo no habría sembrado.
Ahora bien, que no en todos se haya verificado ese cambio, no ha sucedido por culpa del sembrador, sino de los que no han querido convertirse. El por su parte hizo todo lo que le tocaba. Si ellos dejaron perecer la simiente que del sembrador recibieron, sin culpa permanece el sembrador que tan gran benevolencia les manifestó por su parte. En cuanto a ti, quiero que consideres cómo no es único el camino para la ruina espiritual, sino que hay varias sendas y muy diversas y separadas unas de otras. Porque los hay que se asemejan al camino, como los desidiosos y negligentes y desocupados; otros más bien se parecen a las piedras, aunque son más débiles.
Dice, pues: Lo sembrado en terreno pedregoso es el que oye la palabra y desde luego la recibe con alegría, pero no tiene raíces en sí mismo, sino que es voluble; y cuando se levanta una tormenta o persecución a causa de la palabra, al instante se escandaliza. A quien oye la palabra del reino y no la entiende, viene el Maligno y le arrebata lo que se había sembrado en su corazón; esto es lo sembrado junto al camino. No es lo mismo que la simiente de la palabra se seque sin nadie que la moleste o la maltrate, y que esto suceda cuando prive la tentación. Pero los que se parecen a las espinas son menos dignos de perdón que ésos.
Pues bien, para que nada de eso suframos, cubramos la simiente con la magnanimidad y continuo recuerdo. Pues aun cuando el demonio sea raptor, en nuestra mano está que no nos arrebate la simiente. Ni es efecto del calor el que la simiente se seque. No dice Cristo que ella se haya secado a causa del estío, sino porque no tenía raíz. Ni tampoco la otra fue sofocada por culpa de las espinas, sino de los que las dejaron crecer. Puesto que si quieres, en tu mano está descartar ese mal germen y usar de las riquezas como conviene. Por eso no dijo el siglo sino la solicitud del siglo; ni dijo las riquezas sino la seducción de las riquezas, No culpemos pues a las cosas sino a la voluntad corrompida.
Se puede ser rico y no dejarse engañar; vivir en el siglo y no dejarse sofocar por sus seducciones. Porque hay en las riquezas dos vicios opuestos: la seducción que atormenta y ofusca y las delicias que tornan muelle. Y con toda propiedad dijo: la seducción de las riquezas; pues todo en las riquezas es falacia y seducción. Es cuestión de nombres que no se apoyan en ninguna realidad. Placer, gloria, anhelo de la belleza y todo lo a eso semejante, no son sino apariencias y fantasmas, no realidades de cosas. Y una vez que indicó los varios modos de ruina, finalmente puso la tierra buena, no permitiendo desesperar, sino dando esperanzas de penitencia y demostrando que es posible el cambio de las otras clases de terreno a éste. Pero si la tierra es buena y uno mismo e igual el agricultor, ¿por qué una produjo el ciento por uno, otra el sesenta y otra el treinta? También aquí entra la calidad del terreno, pues en donde el terreno es bueno todavía hay diferencia de calidades.
¿Observas cómo no tiene la culpa el agricultor ni la simiente, sino la tierra que recibe la semilla? ¿Observas cómo la diferencia se aprecia según la diversa posición de las voluntades y no de la naturaleza? En todo esto se ve la mucha benignidad de Dios, pues no exige una medida única en la virtud: a los de la primera clase los acoge gustoso; a los de la segunda, no los rechaza; a los de la tercera, les da oportunidad. Y dice El esto para que quienes lo siguen no vayan a pensar que para su salvación les basta con haber oído la doctrina.
Preguntarás ¿por qué no enumera los otros vicios, por ejemplo la concupiscencia de la carne, la vanagloria? Porque con decir los cuidados del siglo y la seducción de las riquezas ya lo dijo todo. La vanagloria y los demás vicios son cuidados del siglo y pueden reducirse a la seducción de las riquezas: por ejemplo, el deleite, la gula, la envidia, la gloria vana y todos los otros semejantes. Añadió lo del camino y la piedra, para significar que no basta con que nos libremos del amor del dinero, sino que es necesario ejercitar las demás virtudes. Porque ¿de qué te aprovecha no estar sujeto a las riquezas pero ser perezoso y muelle? ¿De qué, si no eres perezoso, pero eres tardo para escuchar la doctrina? No basta con una sola de esas virtudes para la salvación, sino que se necesita en primer lugar la presteza para oír la palabra de Dios; en segundo lugar, recordarla constantemente; luego la fortaleza de ánimo; y finalmente el desprecio de las riquezas y de todas las cosas de este siglo. Por tal motivo Cristo pone en primer lugar el empeño en oír y luego lo demás, porque ese empeño es lo primero que se necesita. Pues dice Pablo: ¿cómo creerán si no oyen? 81 De modo que tampoco nosotros podremos saber lo que hemos de practicar si no ponemos atención. Después pone la fortaleza de ánimo y el desprecio de las cosas presentes.
Oyendo, pues, estas cosas, armémonos por todos los costados, atendiendo a lo que se nos dice y echando firmes raíces y quedando expeditos de todo lo secular. Si practicamos unas cosas y descuidamos otras, de nada nos aprovechará y pereceremos, ya de un modo ya de otro. Pero ¿qué importa, si nos hundimos, que sea a causa de las riquezas o a causa de la desidia o de la molicie? El agricultor igualmente llora si la simiente le echa a perder de un modo o de otro. No quieras, pues, consolarte porque no te pierdes de todos los modos posibles, sino llora, sea cual fuere el modo como perezcas. Pongamos fuego a las espinas que sofocan la palabra de Dios. Bien lo saben los ricos que ni para esto ni para otra cosa alguna son útiles. Los siervos y los esclavos de los placeres, no son útiles ni aun para los negocios civiles; y si para éstos no, mucho menos para los celestiales. Su pensamiento se halla acosado por una doble peste: la de los deleites y la de los cuidados; y cualquiera de ellas puede hacer naufragar la barquilla. Pero cuando ambas se juntan, ya puedes imaginarte cuán deshecha será la tempestad.
Ni te espantes de que a los deleites los llame espinas. Tú, por estar embriagado con semejante vicio, lo ignoras; pero los que están sanos saben bien que tales deleites punzan más duramente que las espinas. Los placeres derrotan al alma más que las solicitudes y engendran más recios dolores de cuerpo y de alma. Nadie recibe tan graves heridas de los cuidados como de la hartura. Cuando alguno se halla atormentado con insomnios, enfermo de la cabeza y las sienes, y destrozado, con dolores en sus entrañas, piensa tú que esto es más grave que muchas espinas. Pues así como las espinas, como quiera que se las toque, ensangrientan las manos, así los placeres echan a perder los pies, las manos, la cabeza, los ojos y todos los miembros; mientras que esos mismos placeres, al modo de las espinas, son áridos e infructuosos y dañan en lo que más importa, más que aquéllas. Porque en la vejez prematura, embotan los sentidos, llenan de oscuridad los pensamientos, ciegan la mente dotada de aguda penetración, debilitan el cuerpo, amontonan mayor cantidad de estiércol, acumulan enfermedades y agravan y hacen más pesada la carga: de ahí se siguen fuentes de desgracias, ruinas y cantidad de naufragios.
Te pregunto: ¿Para qué engordas el cuerpo? ¿Eres acaso una víctima que vayamos a inmolar? ¿Te vamos a poner como manjar a la mesa? Con razón engordas tú las aves. Pero ni aun las aves engordas razonablemente, pues cuando ya redundan en grasa resultan inútiles para que quien está sano las coma. Tan grave mal es el demasiado placer en la comida, que aun para los brutos resulta pernicioso. Con su nimia gordura los tornamos inútiles para sí y para nosotros mismos. De semejante grosura provienen las excesivas indigestiones y la húmeda podredumbre. En cambio, los animales que no son así alimentados, sino que en cierto modo ayunan y trabajan, resultan certísimamente muy útiles para otros, así para alimento como para otros variados menesteres. Los que los comen, gozan de más segura salud. Pero los que comen de los otros más gordos, se hacen como ellos y se tornan más pesados, débiles y como ligados con fuertes ataduras. Porque no hay nada más dañoso para el, cuerpo que los deleites de la comida: nada lo acaba y lo destroza corno la glotonería.
Por tales motivos se admirará sin duda cualquiera de la necedad de tales hombres, pues no se cuidan ni siquiera cuanto otros cuidan de los odres. Los vendedores de vinos no quieren llenar los odres más de lo conveniente para que no se rompan; éstos, en cambio, no juzgan a su propio vientre digno ni siquiera de semejante cuidado; sino que, una vez que lo han repletado y roto, todavía se hinchen de vino hasta las orejas, las narices y las fauces; y se procuran una doble angustia: para el espíritu y para la natural ley que a todo animal gobierna. ¿Se te dio acaso la garganta para que la repletes de vino hasta la boca, lo mismo que de otras materias corrompidas? ¡No, oh hombre! No se te ha dado para eso, sino sobre todo para que cantes a Dios y recites las preces sagradas, leas las ordenaciones divinas al prójimo consejos que le aprovechen. Pero tú, como si para sólo aquello se te hubiera dado, no le permites servir ni aun en una mínima parte al divino ministerio, sino que toda tu vida la consagras a tan pésima servidumbre.
Es como si alguno, habiendo tomado una cítara con cuerdas de oro ajustada y bellamente afinada, no la pulsara para obtener una bella modulación, sino que la repletara de estiércol y de lodo: así proceden los que a la gula se entregan. Y llamo estiércol no al alimento, sino al pacer y a tan exagerada intemperancia. Porque lo que no es de necesidad ya no es alimento, sino únicamente es peste. El vientre no se nos ha dado sino para recibir el alimento; mientras que la boca y la lengua se nos han dado tanto para el alimento como para otras cosas más necesarias que el alimento. Y mucho menos se nos dio el vientre para recibir de cualquier modo los alimentos, sino solamente en forma medida y moderada. El mismo estómago lo demuestra cuando de mil maneras grita, si con esa exagerada abundancia de alimentos lo dañamos. Ni sólo clama, sino que se venga de ello, como de una injuria, e impone severísimos castigos. Comienza por azotar los pies con la podagra, los pies que son los que nos llevan a tan pésimos convites. Luego, ata las manos que tantas cosas y en tan gran cantidad suministran. A muchos les ha torcido la boca y han soportado dolores de ojos y de cabeza. Y a la manera de un esclavo al que se le ordena llevar a cabo algo que está sobre sus fuerzas, algunas veces ya irritado y feroz, maldice al que lo manda, así el vientre, cuando se le ha hecho violencia, juntamente con dañar a otros miembros, al cerebro mismo lo destruye y acaba. Dios bellísimamente proveyó que de ese usó inmoderado se siga un daño tan grave que, si no quisieres de buen grado ejercitar la virtud, a la fuerza y a lo menos por el miedo de tan perniciosas Consecuencias, aprendas a proceder con moderación.
Sabiendo estas cosas, huyamos de los deleites en la comida y empeñémonos, en la moderación, para que gocemos de la salud corporal y nos veamos libres de cualquier enfermedad del alma; y así consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XLV (XLVI)

Acercándosele los discípulos le dijeron: ¿Por qué les hablas en parábolas? Y El respondió diciendo: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ésos, no (Mt 13, 10-11).
CON RAZÓN debemos admirar a los discípulos que, ansiosos de saber, saben además cuál sea la oportunidad para preguntar. Porque no lo hacen estando presentes las turbas, como lo significa Mateo al decir: Acercándosele. Y no es simple conjetura mía, pues Marcos más claramente lo indicó al decir que ellos se le acercaron aparte. Así hubiera convenido que lo hicieran su madre y sus hermanos, y no llamarlo afuera y ponerse ellos así en evidencia. Advierte, además, su gran caridad para con los otros y cuán grande cuidado tienen de ellos y cómo, antes que nada, buscan lo que a los otros importa y después lo que a ellos. Le dicen: ¿Por qué les hablas en parábolas? Y no: ¿Por qué a nosotros nos hablas en parábolas? Y en muchas otras ocasiones aparecen con esa buena disposición para con los demás. Como cuando dicen: Despacha las turbas; 82 y también: ¿Sabes que se han escandalizado? 83¿Qué les responde Cristo? A vosotros os ha sido dado conocer los misterios del reino de los cielos, pero a ésos no.
Esto dijo no para significar ni necesidad alguna ni algún sorteo hecho al acaso y a la ligera, sino refiriéndose a que ellos mismos son causa de sus males; y para declarar que eso es gracia y don dado de lo alto. Y no porque sea un don suprime el libre albedrío, como se ve por lo que sigue. Observa cómo, para que en oyendo que es un don ni aquéllos desesperen ni éstos procedan con negligencia, declara que el comenzar está en nosotros. Pues dice: Porque al que tiene se le dará más y abundará; y al que no tiene, aun aquello que parece tener le será quitado. Lleno está de mucha oscuridad lo que aquí se dice, y demuestra una justicia inefable. Significa lo siguiente: A1 que está lleno de deseos y empeñoso, Dios le dará todas las cosas; pero al que está vacío de esos sentimientos y no hace ni lo que está de su parte, tampoco se le dará lo que está de parte de Dios. Pues parte, lo que parece tener le será quitado, no porque Dios se lo quite, sino porque él no pone lo que está de su parte. Así procedemos aun nosotros: cuando vemos que alguno oye con pereza lo que se explica y que tras de muchas admoniciones no presta atención, guardamos silencio. Al fin y al cabo si continuamos amonestándolo se le aumenta la pereza. En cambió al ansioso de aprender lo atraemos y largamente le hablamos. 84 Bellamente dijo: Aun lo que parece tener. Pues ni siquiera eso tiene. Luego aclara esto explicando qué significa: Al que tiene se le dará, con estas palabras: Pero al que no tiene, aun lo que parece tener le será quitado. 85 Por tal motivo, dice, ley hablo en parábolas, porque viendo no ven. Dirás que lo propio si no ven, es que se les abran los ojos. Ciertamente si la ceguera les viniera de nacimiento convenía, que se les abrieran los ojos, pero siendo voluntaria, no dijo Cristo: no ven, sino: viendo no ven. De modo que su ceguedad nace de su perversidad propia. Habían visto los demonios expulsados, y decían: Por medio del príncipe de los demonios expulsa a los demonios. Lo habían oído cómo los llevaba a Dios y cómo manifestaba una absoluta concordia con Dios, y dijeron: Este no viene de Dios. Demostrando, pues, ellos y afirmando lo contrario de lo que veían y oían, dijo Cristo: yo les quito la vista y el oído, ya que con ellos no logran otra cosa que una mayor condenación. Porque no sólo no creían, sino que lo increpaban, lo acusaban, le ponían asechanzas.
Sin embargo, esto no se lo dice porque no quiere serles gravoso con su acusación. Al principio no discutía con ellos del mismo modo, sino con gran claridad; pero como ellos avanzaran en su perversidad, ahora les habla en parábolas. Luego, para que no creyeran que los calumniaba, ni fueran a decir: nos recrimina porque es nuestro enemigo, aduce al profeta que ya había dicho lo mismo. Se cumple en ellos la profecía de Isaías que dice: Ciertamente oiréis y no entenderéis, veréis y no conoceréis. 86¿Observas con cuánta exactitud el profeta los acusa? Porque no dice: no veis, sino: Veréis y no veréis. Ni dice: no oiréis, sino: oiréis y no entenderéis. De manera que ellos se excluyeron a sí mismos, cerrando los oídos, cerrando los ojos, endureciendo sus corazones. Y no sólo no oían, sino que oían con pesadumbre. Y esto lo hacían, dice, para que no se conviertan y los sane. Con lo que daba entender la profunda perversidad de ellos y la aversión cuidadosamente cultivada.
Dice todo esto con el objeto de atraerlos e incitarlos y demostrarles que si se convierten El los sanará. Como si alguno dijera: No me ha querido ver y me alegro, pues si se hubiera dignado verme, al punto me habría doblegado. Habla así para indicar que se habría reconciliado. Pues del mismo modo en este pasaje, dice: No sea que se conviertan y los sane 87. Declara de este modo que ellos pueden convertirse y por medio de la penitencia alcanzar su salvación; y que El, por su parte, todo lo hace no buscando su gloria, sino la salud de ellos. Si no los hubiera querido oír y salvar, lo propio era callar y no hablarles ni una palabra. Ahora, en cambio, hablándoles en forma enigmática los incita. Porque Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y vivas Y acerca de que el pecado no provenga de la naturaleza misma ni de una necesidad, oye lo que dice a los apóstoles: Bienaventurados son vuestros ojos que ven y vuestros oídos que oyen. No habla de la vista y del oído corporales, sino de la vista y el oído de la mente. Porque estos oyentes eran judíos, educados del mismo modo; y sin embargo en nada los dañó la profecía, porque tenían bien arraigada la raíz del bien obrar; es a saber, el propósito de la voluntad. ¿Adviertes cómo eso de: A vosotros se os ha dado no lleva consigo necesidad alguna? Porque no se les habría proclamado bienaventurados si esa buena obra no les perteneciera y naciera de ellos. Así que no me arguyas diciendo que les habló oscuramente. Al fin y al cabo, podían también ellos acercarse y preguntar, como lo hicieron les apóstoles; sino que llenos de pereza y desidia, no quisieron. Mas ¿qué digo no quisieron? Incluso recalcitraron. Pues no solamente no le creían ni le daban oídos, sino que lo impugnaban y lo escuchaban grandemente molestos, como lo predijo el profeta acusándolos, cuando les advirtió: Lo oyeron pesadamente.
No fueron así los discípulos y por esto los llama bienaventurados. Además, por otro camino los confirma diciendo: En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron: es decir, mi advenimiento, mis milagros, mi voz, mis enseñanzas. Con semejantes palabras los antepone no solamente a aquellos hombres perdidos y malvados, sino también a los esclarecidos antiguos, puesto que los llama más bienaventurados. ¿Por qué? No sólo porque están viendo lo que los judíos no ven, sino porque ven lo que aquéllos antiguos anhelaban ver. Estos tan sólo lo vieron por fe, mientras que los discípulos lo ven con sus propios ojos, y con mucha mayor claridad.
¿Observas cómo de nuevo enlaza la Antigua Ley con la Nueva, al declarar que aquéllos no sólo vieron lo futuro, sino que además vehementemente lo anhelaron? Si hubieran sido adoradores de un Dios extraño y contrario al del Nuevo Testamento, no habrían deseado ver a Cristo. Dice pues: Vosotros a quienes se ha concedido esto, oída la parábola del sembrador. Y luego les explica lo que ya dijimos antes acerca de la pereza y la diligencia, del temor y la fortaleza, de la riqueza y la pobreza; demostrando por una parte la utilidad que de unas se sigue, y por otra los daños que de las otras provienen.
Pasa luego a explicar los varios modos de ejercitar la virtud. Siendo como es misericordioso, no se contentó con abrirnos un solo camino, ni dijo: Quien no lleve el fruto del ciento por uno ha perecido; sino: Quien lleve el sesenta y aun el treinta por uno, se salvará. Y lo dispuso así a fin de que fuera más fácil el camino de la salvación. ¿No puedes tú guardar virginidad? Cásate castamente. ¿No puedes vivir sin posesiones? Haz limosna de tus bienes. ¿No puedes con esa carga? Divide tus bienes con Cristo. ¿No quieres darle todo? Dale la mitad, dale la tercera parte. Es tu hermano, es tu coheredero: hazlo ya desde acá coheredero. Cuanto a él le des, a ti mismo te lo das.
¿No oyes lo que dice el profeta: A tus consanguíneos no los desprecies? 88 Pues si no conviene desechar a los parientes, mucho menos al Señor que juntamente con el dominio tiene el derecho de parentesco contigo y muchos otros motivos más. El te ha hecho partícipe de sus bienes sin haber recibido nada de ti; y con este inefable beneficio se adelantó a incitarte. Pues ¿cómo no será el extremo de la locura que no te muestres benigno con él, tras de don tan grande, y le des alguna cosa en compensación, siquiera una cosa mínima por dones tan eximios? Te hizo heredero del cielo ¿y tú no le das ni siquiera un algo de los bienes terrenos? El a ti, que ningún bien le habías hecho, sino que eras su enemigo, te reconcilió consigo ¿y tú ni a tu bienhechor y amigo le darás algo, a pesar de que tienes que agradecerle de antemano el reino y todas las otras cosas que de El has recibido y ahora le das? Los esclavos que han sido hechos libertos, cuando invitan al banquete a sus patronos, no juzgan con esto hacerles un favor, sino que ellos lo reciben, pero tú procedes al contrario. Porque no el siervo al Señor, sino el Señor al siervo se adelantó a invitarlo a la mesa, mientras que tú ni aun después de haber sido invitado lo llamas al banquete. El primero te introdujo a su casa; pero tú ¿ni aun en esto lo imitas? El te vistió cuando estabas desnudo ¿y tú a El no lo hospedas ni aun viéndolo peregrino? El el primero te brindó de su cáliz ¿y tú no le ofreces ni siquiera agua fresca? Te dio a beber del Espíritu Santo ¿y tú no apagas ni siquiera su sed corporal? Te dio la bebida del Espíritu Santo a ti que eras digno de tormentos ¿y tú a El sediento lo desprecias aun siendo así que le habías de dar todo lo tuyo, tornándole sus propios dones? ¿Acaso no estimas en mucho el tener en tu mano aquella copa de la que va a beber Cristo y llevarla a sus labios? ¿No caes en la cuenta de que a sólo el sacerdote pertenece entregar a los fieles el cáliz de la sangre divina? Responderás: Yo no desprecio así tan abiertamente tales cosas; y si tú me las das, las recibo. Por mi parte, aunque seas laico, no lo rehúso, ni te pido de vuelta lo que te he dado. No busco ahora tu sangre, sino un poco de agua fresca. Piensa, pues, a quién das de beber y que te tome escalofrío. Piensa en que te haces sacerdote de Cristo, cuando con tu propia mano le das no tu carne, no tu sangre, no un pan, sino un vaso de agua fresca.
El te viste con vestiduras de soldado y lo hace personalmente; pues vístelo tú a lo menos en sus siervos. Te hace glorioso en los cielos, líbralo tú acá del frío y de la vergonzosa desnudez. Te hace conciudadano de los ángeles: recíbelo tú bajo tu techo, recíbelo en tu casa siquiera como a uno de tus criados. No rehusé, dice El, semejante mesón, aun cuando Yo te he abierto toda la morada de los cielos. Te libré Yo de estrechísima cárcel. No espero lo mismo de ti ni te digo que me saques de la cárcel: no te exijo eso, sino solamente te digo que a mí, enfermo, me visites.
Siendo, pues, tan grandes los dones y tan poquísimo lo que se nos pide y que sin embargo no lo damos ¿de qué infierno, por grande que sea, no seremos dignos? Justamente vamos al fuego preparado para el diablo y sus ángeles, pues no tenemos sensibilidad mayor que la de una roca. Te pregunto: ¿de cuán grande necedad no es propio que nosotros, tras de haber recibido tan grandes bienes y tan grandes recibiremos luego, estemos hechos siervos de las riquezas que poco después tendremos que abandonar aun contra nuestra voluntad? Hubo quienes dieran por el reino de los cielos y por tan excelsas coronas su vida misma y derramaran su sangre ¿y tú, en cambio, ni siquiera das de lo superfluo que tienes? Entonces, ¿de qué perdón, de qué excusa serás digno cuando de buena gana arrojas en la tierra la simiente, ni perdonas medio alguno para colocar a rédito tus dineros y en cambio cuando se trata de alimentar al Señor en sus pobres te muestras duro e inhumano? Pensando todo esto y considerando en nuestro ánimo lo que hemos recibido y lo que habremos de recibir y lo que esperamos, dediquemos todo nuestro empeño a las cosas espirituales. Volvámonos mansos y humanos, para no atraernos un intolerable suplicio. ¿Qué motivo de castigo nos falta cuando gozamos de tantas y tan grandes cosas y no se nos pide nada extraordinario sino únicamente aquello que luego dejaremos aquí aun contra nuestra voluntad, y sin embargo tanto empeño ponemos en los negocios seculares? Cada cosa de ésas es suficiente para que se nos condene. Pero si se juntan todas ¿qué esperanza de salvación nos queda? Así pues, para escapar de semejante condenación, mostremos para con los necesitados a lo menos algo de liberalidad. Gozaremos así de los bienes presentes y también de los futuros. Ojalá nos acontezca a todos alcanzar éstos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XLVI (XLVII)

Les propuso otra parábola diciendo: Es semejante el reino de los cielos a uno que sembró en su campo semilla buena. Pero mientras su gente dormía, vino el enemigo y sembró cizaña entre el trigo y se fue. Cuando creció la hierba y dio fruto, entonces apareció la cizaña. Acercándose los criados al amo, le dijeron: Señor ¿no has sembrado semilla buena en tu campo? ¿De dónde viene, pues, que haya cizaña? Y él les contestó: Eso es obra de un enemigo. Dijéronle: ¿Quieres que vayamos y la arranquemos? Y él les dijo: No, no sea que, al querer arrancar la cizaña, arranquéis con ella el trigo. Dejad que ambos crezcan hasta la siega (Mt 13, 24-30).
¿Qué diferencia hay entre esta parábola y la anterior? Que en la anterior habla de los que no atendieron, sino que rechazaron la simiente; mientras que en ésta se trata de los grupos de herejes. Antepuso aquélla para no perturbar a los discípulos, una vez que les hubo explicado por qué a los otros hablaba en parábolas. En la anterior decía que no se le recibía; en esta otra dice que hay corruptores recibidos juntamente con los discípulos. Porque es astucia propia del demonio mezclar siempre con la verdad el error coloreado con apariencias de verdad, de manera de poder por este medio engañar fácilmente a los sencillos. Por tal motivo, no nombró otra clase de simientes, sino sólo la cizaña, que es una semilla semejante al trigo.
Luego indica el modo de las asechanzas, diciendo: Mientras su gente dormía. Un precipicio y peligro no pequeño se propone aquí a los prelados, a quienes especialmente se ha encomendado el cuidado del campo; pero no sólo a ellos, sino también a los súbditos. Y se declara cómo el error vino en pos de la verdad, cosas que los sucesos han confirmado. Porque en pos de los profetas llegan los seudoprofetas; en pos de los apóstoles, los seudoapóstoles; en pos de Cristo, el Anticristo. Pues si el diablo no ve algo que imitar o algunos a quienes armar asechanzas, ni las pone ni sabe nada. En el caso, como ve que una simiente produjo el ciento por uno, otra el sesenta, otra el treinta, echa él por otro camino.
No pudiendo arrancar lo que ya ha arraigado, ni sofocarlo, ni quemarlo, se vale de otra astucia, y siembra en otros su propia simiente. Preguntarás en qué se diferencian estos hombres que se duermen de aquellos que fueron significados por el camino. En que en éstos la simiente fue arrebatada al punto, pues el diablo ni siquiera la dejó echar raíces, mientras que en los otros tuvo necesidad de un mayor artificio. Esto dijo Cristo para enseñarnos que es necesario vigilar sin interrupción. Como si dijera: aun cuando huyas de aquel daño, todavía queda otro. Como allá el daño vino por la senda, las piedras, las espinas, así acá llega por el sueño. De modo que se hace necesaria una vigilancia continua. Por esto decía: Quien perseverare hasta el fin, ése será salvo. 89 Algo parecido sucedió allá a los comienzos. Porque muchos prelados, habiendo dejado entrar en la Iglesia a malvados herejes, dieron amplio lugar a semejantes asechanzas. Porque ningún trabajo le queda al demonio, una vez que ha introducido a semejantes hombres. Preguntarás un medio para evitar el sueño. En cuanto al sueño natural, es imposible evitarlo; pero no así el de la voluntad. Por lo cual decía Pablo: Velad y estad firmes en la fe. 90 Y demuestra que semejante obra del demonio es no sólo mala y dañosa, sino además superflua; puesto que cuando ya el campo está cultivado y ningún otro trabajo necesita, entonces viene el diablo a sembrar. Es lo que hacen los herejes, porque infiltran su veneno únicamente por vanagloria. Y describe Cristo toda la escena exactamente no sólo con estas palabras, sino también con las que siguen. Pues dice: Una vez que creció la hierba y dio fruto, entonces apareció la cizaña: que es lo que hacen los herejes. Al principio se ocultan; pero una vez que adquieren mayor confianza y facilidad para hablar, entonces derraman su veneno.
Mas ¿por qué causa mete Cristo en la escena a los hombres que cuentan lo sucedido? Para tener ocasión de decir que no se ha de matar a los herejes. Y al demonio lo llama Enemigo, a causa del daño que hace al hombre. Porque el daño es contra nosotros. El comienzo del daño no nació del odio a nosotros, sino del odio a Dios. De donde se sigue que más nos ama Dios a nosotros que nosotros a nosotros mismos. Pero también por otro camino puede verse la astucia del demonio. Nada sembró anteriormente porque nada tenía que perder. Esperó hasta que todo estuvo terminado, con el objeto de echar a perder todo el empeño del agricultor; de manera que todo lo hacía por odio contra él.
Pero considera también la diligencia de los siervos. Quieren arrancar pronto la cizaña, aunque en esto no proceden con suficiente prudencia. Se manifiesta la solicitud que tienen respecto de la simiente y se confirma que ellos sólo atienden a una cosa: no a que el hombre enemigo sea castigado, puesto que por el momento eso no apremia, sino a que no perezca la buena simiente. Piensan pues en ello, pero para que rápidamente se corte la enfermedad. Y no proceden enseguida a su empeño, porque no se arrogan semejante derecho, sino que esperan el parecer de su señor y dicen: ¿Quieres? Y ¿qué les responde el dueño? Se lo prohíbe diciendo: No sea que arranquéis juntamente el trigo. Lo decía para prohibir las guerras y matanzas, porque no se debe dar muerte al hereje. De lo contrario, brotaría en el orbe una guerra irreconciliable.
Con dos razones mueve a los discípulos a que se abstengan de tal cosa: la primera para que no vayan a dañar al trigo; la segunda, que al fin los herejes, enfermos de enfermedad incurable, serán castigados. De manera que si quieres castigarlos sin daño del trigo, espera el tiempo oportuno. ¿Qué otra cosa sino ésta quiere el dueño cuando clama: No sea que arranquéis juntamente el trigo? Si empuñáis las armas para matar a los herejes, morirán juntamente muchos santos. Y aun es verosímil que muchos de esos herejes se conviertan en trigo. De manera que si los arrancáis antes hacéis daño al fruto futuro, destruyendo a quienes podrían cambiar y ser buenos.
No es, pues, que vede reprimir a los herejes, cerrarles la boca, quitarles la libertad de hablar, combatir sus reuniones, rechazar sus componendas: lo que veda es matarlos. Advierte, por otra parte, su mansedumbre, pues no solamente así sentencia v ordena, sino que añade la razón. Pero ¿qué sucederá si se deja la cizaña hasta el fin? Entonces diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en manojos para que sea quemada. Les trae a la memoria las palabras de Juan el Bautista, aquellas con que él mismo fue presentado como juez; y dice: mientras están juntos el trigo y la cizaña, es necesario dejarla, pues puede suceder que se convierta en trigo. Pero cuando sin haberse aprovechado de nada, se aparten y sean separados, entonces les espera un inevitable castigo. Pues dice: Ordenaré a los cegadores: Recoged primero la cizaña. ¿Por qué primero? Para que no se espanten ellos, no sea que el trigo se vaya con la cizaña. Y atadla en gavillas para que sea quemada; pero al trigo congregadlo en el granero.
Otra parábola les propuso diciendo: Es semejante el reino de los cielos a un grano de mostaza. Pues había dicho que de la simiente las tres partes perecieron y sólo una se salvó y que a ésta que se salvó la amenazaban tan grandes y numerosos males, para que no fueran a decir: entonces ¿quiénes y cuántos serán los que permanezcan fieles? Les quita semejante temor, y les vuelve la confianza mediante la parábola del grano de mostaza, y les demuestra que la predicación penetrará por doquiera. Tal es el motivo de que traiga al medio la comparación con esa legumbre, que viene siendo tan oportuna en esta materia. Con ser, dice, la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es la más grande de todas las hortalizas y llega a hacerse árbol, de manera que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas. Quiso dar así un indicio de su grandeza, diciendo que de igual manera sucedería con la predicación. Los discípulos eran los más débiles de todos los hombres y los más pequeños; mas, por haber en ellos una virtud grande, la predicación se difundió por toda la tierra.
Enseguida de esa comparación, puso la del fermento, diciendo: Es semejante el reino de los cielos al fermento que una mujer toma y pone en tres medidas de harina, hasta que todo fermenta. Pues así como el fermento penetra la mucha harina, así vosotros convertiréis a todo el mundo. Observa la prudencia. Trae comparaciones de las cosas de la naturaleza para dar a entender que así como en éstas todo sucede por el orden natural, así sucederá en la predicación. Como si dijera a los apóstoles: No me vayáis a argüir diciendo: ¿qué podemos nosotros, doce hombres, metiéndonos entre tan inmensas multitudes? Porque eso mismo hará resplandecer mucho más vuestra virtud: que mezclados con semejante muchedumbre, no temáis ni huyáis. Así como el fermento no fermenta la masa hasta que se mezcla con la harina, y no cuando únicamente se le acerca, sino cuando se mezcla con ella, pues no dice Jesús simplemente puso, sino mezcló, así vosotros, mezclados y juntos con los que os impugnan, los venceréis. Y así como el fermento se mete en la masa, empero no se pierde, sino que lentamente comunica a toda la masa su fuerza y virtud, así sucederá con la predicación.
En consecuencia, no temáis por el hecho de haberos yo predicho inmensos trabajos, pues por ese camino brillaréis y superaréis. En cuanto a los tres modios o medidas, tienen aquí muy rico significado. Porque ese número de tres suele usarse para significar muchedumbre. Y no te extrañes de que tratando del reino traiga a cuento el trigo y el fermento, pues hablaba a hombres imperitos e ignorantes, a quienes era necesario alentar en esta forma. Eran tan sencillos, que enseguida necesitaron una larga explicación. ¿Dónde están los gentiles? Vengan y conozcan la virtud de Cristo, con ver la verdad de los sucesos. Adórenlo por ambos motivos: por haber predicho cosa tan grande y por haberla realizado. Porque es El quien dio su fuerza al fermento. Para esto mezcló con las multitudes a los que ya creían en El: para que mutuamente nos comuniquemos nuestros conocimientos. Que nadie, en consecuencia, acuse su propia debilidad: mucha es la fuerza de la predicación; y lo que una vez ha sido fermentado, se convierte en fermento para los demás. Lo mismo que una chispita de fuego si cae sobre los leños, al quemarlos los convierte en llama y por este medio inflama otros maderos: así sucede con la predicación.
Sin embargo, Cristo no dijo llama, sino fermento. ¿Por qué? Porque en la llama no todo brota de solo el fuego, sino que también algo nace de los leños encendidos, mientras que acá todo lo hace por sí solo el fermento. Y si doce hombres fermentaron todo el orbe, piensa cuán grande sea nuestra perversidad, pues siendo en tan gran número no podemos, a pesar de eso, enmendar a los hombres que pecan, cuando deberíamos bastar para fermentar a mil mundos que hubiera. Objetarás: pero ellos eran apóstoles. Mas esto ¿qué vale? ¿Acaso no eran de tu misma condición? ¿no vivían en medio de las ciudades? ¿no tenían la misma suerte que los demás? ¿no ejercitaban los oficios? ¿eran acaso ángeles? ¿habían bajado del cielo? Alegarás que ellos hacían milagros. Pero no fueron los milagros los que los hicieron admirables. ¿Hasta cuándo abusaremos de sus milagros para encubrir nuestra pereza? ¡Atiende al coro de los santos que no hicieron semejantes milagros! Muchos de los que habían arrojado demonios, porque luego obraron la iniquidad no sólo no fueron admirables, sino que fueron condenados al eterno suplicio.
Preguntarás: entonces ¿qué fue lo que los hizo grandes? El desprecio de las riquezas, el desprecio de la vanagloria, el apartarse de los bienes del siglo. Si esto no hubieran tenido, sino que se hubieran dejado vencer por las enfermedades del alma, aun cuando hubieran resucitado a infinitos muertos, no sólo no habrían sido útiles para nada, sino que se les habría tenido por mentirosos y engañadores. De modo que su manera de vivir es la que por doquiera brilla y lo que les atrajo la gracia del Espíritu Santo. ¿Qué milagros obró el Bautista, que tantas ciudades se atrajo? Oye al evangelista que afirma no haber hecho milagro alguno: Juan no obró milagros. 91¿Por qué fue admirable Elías? ¿Acaso no por la fortaleza con que amonestó al rey? ¿acaso no por el celo de la gloria de Dios? ¿acaso no por su pobreza, su manto de piel de camello, su cueva, sus montes? Los milagros fueron a consecuencia y después de esas cosas. ¿Qué milagros vio el demonio en Job para quedar estupefacto? Ningún milagro por cierto, sino una vida excelente y una paciencia más firme que cualquier diamante. ¿Qué milagro obró David, hijo de Jesé, varón según el corazón de Dios que dijo de él: He hallado a David, hijo de Jesé, varón según mi corazón? 92¿Qué muertos resucitaron Abraham, Isaac, Jacob? ¿a qué leproso limpiaron? ¿Ignoras acaso que los milagros, si no estamos vigilantes, más bien dañan que aprovechan? Por ese camino los corintios en gran número sufrieron disensiones; por ése, muchos de los romanos se ensoberbecieron; por ése Simón el Mago fue arrojado de la Iglesia. Y el joven que anhelaba seguir a Cristo fue desechado cuando oyó aquello de: Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo, nidos. 93 Todos ellos porque buscaban o las riquezas o la gloria de hacer milagros cayeron y perecieron. En cambio, la auténtica santidad de vida y el amor a las virtudes, no engendran semejantes codicias, sino que, por el contrario, si las hay las arrojan fuera. Cristo mismo, al dar sus leyes a los discípulos ¿qué les decía? ¿Acaso que hicieran milagros a fin de que los hombres los vean? ¡De ninguna manera! Sino ¿que?: Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. 94 Tampoco dijo a Pedro: Si me amas, haz milagros; sino: Apacienta mis ovejas 95 Lo antepone siempre a los otros, juntamente con Santiago y Juan. Pero, pregunto: ¿por qué lo antepone? ¿acaso por los milagros? Mas todos los discípulos curaban a los leprosos y resucitaban a los muertos, y a todos por igual les concedió semejante don y poder. Entonces ¿por qué se les anteponían aquellos tres? A causa de su virtud. ¿Observas cómo en todos los casos son necesarias la vida virtuosa y las buenas obras? Porque dice Jesús: Por sus frutos los conoceréis. 96¿Qué es lo que propiamente constituye nuestra vida? ¿Son acaso los milagros o más bien la exactitud de un excelente modo de vivir? Es claro ser lo segundo. Los milagros de eso toman ocasión y a eso se encaminan. Quien lleva una vida excelente se atrae la gracia de los milagros; y el que tal gracia recibe, para eso la recibe, para enmendar la vida de los demás. Cristo mismo para eso hizo los milagros, para hacerse digno de fe y atraer así a los hombres e introducir en el mundo el ejercicio de la virtud. Por lo mismo de esto es de lo que sobre todo cuida, pues no se contenta con hacer milagros, sino que amenaza con el infierno y promete el reino; y por este camino establece aquí sus leyes inesperadas, y nada deja por hacer para igualarnos a los ángeles.
Pero ¿qué digo que Cristo lo hacía todo por este motivo? Dime, si alguno te diera a escoger entre resucitar a su nombre a los muertos o morir por su nombre ¿qué escogerías? ¿No es cosa clara que optarías por lo segundo? Pues bien: lo primero es milagro; lo segundo, obras buenas. Si alguno te diera el poder de convertir el heno en oro y te pusiera la disyuntiva entre eso y conculcar el oro como si fuera heno ¿acaso no elegirías lo segundo? Y por cierto, con toda justicia, porque esto segundo atraería a todos los hombres. Si vieran el heno convertido en oro, todos querrían tener un poder semejante, como le sucedió a Simón Mago; y así se acrecentaría la codicia de las riquezas. En cambio, si vieran que todos despreciaban el oro como si fuera heno, hace tiempo estarían libres de aquella codicia y enfermedad.
¿Adviertes cómo la vida virtuosa es lo que más ayuda? Y digo la vida virtuosa. No el ayuno, ni el saco, ni la ceniza por lecho, sino el desprecio de las riquezas en la forma en que es conveniente despreciarlas, el amor del prójimo, la limosna, el suministrar el pan al hambriento, el aplacar la ira, el alejar la vanagloria, el echar fuera la envidia. Esto nos enseñó Cristo cuando decía: Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón. 97 No dice: aprended de Mí que he ayunado, aunque podía alegar sus cuarenta días de ayuno. Pero no los alega, sino que dice: que soy manso y humilde de corazón. Y cuando envió a los discípulos a predicar no les dijo ayunad, sino: Comed lo que os fuere servido. 98 En cambio, en lo referente a la riqueza, estableció una ley severa diciendo: No os procuréis oro ni plata ni cobre para vuestro cinto. 99 Y no digo esto en vituperio del ayuno ¡lejos de mí tal cosa! Por el contrario, lo alabo. Pero me aflijo cuando veo que vosotros, dejando a un lado las demás virtudes, creéis que basta con el ayuno para vuestra salvación, siendo así que el ayuno, en el conjunto de las virtudes, ocupa el último lugar. Las virtudes principales son la caridad, la justicia, la limosna, que incluso es superior a la virginidad. De modo que si quieres llegar a ser igual a los apóstoles, nada lo impide. Si semejante vida virtuosa emprendes, eso te basta para que nada tengas menos que aquéllos.
En conclusión: que nadie se detenga esperando milagros. Se entristece el demonio cuando se le arroja de los cuerpos; pero mucho más se entristece cuando ve al alma libre de pecados. Y en esta liberación consiste la mayor virtud del alma. Por el pecado murió Cristo, para destruirlo; porque el pecado introdujo la muerte, y por él vino todo el desorden. Si quitas el pecado habrás quebrantado las fuerzas del demonio, habrás destrozado su cabeza, habrás deshecho toda su fortaleza, habrás dispersado su ejército, habrás hecho el milagro más grande de todos los milagros. No es esto palabra mía sino del bienaventurado Pablo. Porque habiendo él dicho: Aspirad a los mejores dones, pues os he demostrado un camino mejor, 100 no dijo que fuera el de los milagros, sino la caridad, raíz de todos los bienes.
De manera que si ésta ejercitamos y el demás consiguiente ejercicio de la virtud, no necesitamos milagros; así como por el contrario, si no nos ejercitamos en las virtudes, de nada nos servirán los milagros. Considerando todas estas cosas, por las que los apóstoles fueron grandes, imitémoslas. ¿Cómo se hicieron ellos grandes? Oye a Pedro que dice: He aquí que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido: ¿qué tendremos de premio? 101 Oye a Cristo que le responde: Os sentaréis sobre doce tronos; y todo el que dejare hermanos o hermanas o padre o madre o hijos o campos, recibirá el céntuplo en este siglo y heredará la vida eterna.
En consecuencia, apartémonos nosotros de todos los negocios seculares, consagrémonos a Cristo, para así igualarnos a los apóstoles, según esa sentencia de Cristo; y para así disfrutar de la vida eterna. La cual ojalá que todos alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XLVII (XLVIII)

Todas estas cosas dijo Jesús en parábolas a las muchedumbres, y no les hablaba nada sin parábolas, para que se cumpliera el anuncio del profeta que dice: Abriré en parábolas mi boca, declararé las cosas ocultas desde la fundación del mundo. (Mt 13, 34-35).
MARCOS, POR SU PARTE, dice que les habló en parábolas según podían entender. 102 Y para demostrar que Cristo al proceder así no hacía ninguna novedad, alega al profeta que predijo este modo de enseñanza. Y para darnos a entender que no les hablaba así porque quisiera mantener las turbas en la ignorancia, sino para obligarlas a preguntar, añadió: Y sin parábolas nada les decía. Pues aun cuando dijo muchas cosas sin usar de parábolas, pero en esa ocasión, no. A pesar de todo, nadie le hizo preguntas, siendo así que anteriormente con frecuencia interrogaban a los profetas, como por ejemplo a Ezequiel y a otros muchos. Pero aquellas turbas procedieron al contrario, aunque lo dicho por Jesús podía causarles dudas e impelerlos a preguntar. Porque las parábolas amenazaban con graves castigos. Pero ni por eso se conmovieron las turbas. Tal fue el motivo de que las abandonara y se fuera de ahí.
Porque dice el evangelista: Entonces, dejando a la muchedumbre, se vino a su casa. No lo acompaña ninguno de los escribas; de donde se deduce que no lo seguían sino para tener ocasión de acusarlo. Y él, puesto que no entendían lo que había dicho, los dejó. Entonces se le acercaron los discípulos y le preguntaron acerca de la parábola de la cizaña. Antes, aunque ansiosos de saber, no lo interrogan. ¿De dónde, pues, les nace ahora esa confianza? Le habían oído decir: A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de los cielos, 103 y de aquí les nació la confianza. Así pues, le preguntan aparte, no porque quieran que no lo sepa la muchedumbre, sino porque quieren guardar el precepto del Señor, pues les había dicho: A éstos no ha sido dado.
Mas ¿por qué dejando a un lado las parábolas del fermento y la mostaza le preguntan acerca de ésta? Pasaron por alto esas otras por ser más claras; mientras que acerca de ésta, por tener afinidad con la anterior y añadir algo más, querían ser enseñados. No es que pretendan investigar si acaso era una repetición de la anterior, pues bien veían que en esta otra había una fuerte amenaza. Por eso él no los reprende, sino que les explica las cosas que había dicho. Como ya indiqué, las parábolas no han de tomarse a la letra, pues de eso se derivarían infinitos absurdos. Y para darnos a entender esto, explica la parábola de esta manera. Desde luego, no dice quiénes eran los siervos que se acercaron al dueño del campo. Sino que, para dar a entender que sólo porque lo pedía el orden de los sucesos y la perfección de la imagen los había introducido en la narración, ahora, omitiendo eso, explica lo que sobre todo hacía al caso, y era el motivo de haber dicho la parábola. Es a saber, que él era el Juez y Señor del universo.
Y respondiendo les dijo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el diablo; la siega es la consumación del mundo; los segadores son los ángeles. A la manera, pues, que se recoge la cizaña y se quema al fuego, así será en la consumación del mundo. Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles y recogerán de su reino todos los escándalos y a todos los obradores de iniquidad y los arrojarán en el horno de fuego donde habrá llanto y crujir de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. De modo que siendo El quien siembra y de su reino recoge, claro es que este mundo le pertenece.
Considera su inefable misericordia y su ánimo presto para hacer beneficios y cuán lejos se haya de aplicar castigos. Cuando siembra, por su mano siembra; cuando castiga, lo hace por manos ajenas, o sea las de sus ángeles.- Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. No lo dice porque hayan de brillar exactamente como el sol y no más, sino porque no conocemos astro más brillante usó de este ejemplo de todos conocido. En otro sitio dice que la mies ya está presente, como cuando dice de los samaritanos: Alzad vuestros ojos y contemplad los campos que ya están blanquecinos para la siega, 104 y también: La mies es mucha pero son pocos los operarios. 105 Entonces ¿cómo es que ahí dice que ya está la mies delante, mientras que acá afirma que vendrá en lo futuro? Es que la toma en diversos sentidos. Y ¿por qué motivo habiendo dicho en otro sitio que uno es el que siembra y otro el que cosecha, aquí afirma ser el mismo el que siembra? Porque en el otro sitio, comparando a los apóstoles con los profetas o con los judíos o con los samaritanos y no consigo, así se expresaba. Pues también mediante los profetas era El quien sembraba. Y aun hay algún sitio en que a lo mismo llama simiente y cosecha, pero no bajo el mismo aspecto.
Cuando habla de oyentes bien dispuestos y obedientes, los llama mies, para indicar que la obra está completa; cuando busca el fruto de la predicación, llama simiente y cosecha a la misma consumación. Y ¿por qué en otra parte dice que los justos serán los primeros en ser levantados? Serán por cierto los primeros en ser levantados en los aires al venir Cristo; pero luego los perversos serán entregados al suplicio y después los justos marcharán al reino de los cielos. Puesto que los justos han de estar en el cielo y él ha de venir a juzgar a todos los hombres, y a sentenciar acerca de ellos, entonces, a la manera de un rey que se levanta rodeado de sus vasallos y amigos, los conducirá a la bienaventurada herencia y suerte feliz.
¿Adviertes el doble suplicio: que por una parte se quemen en el fuego y por otra pierdan aquella gloria? Mas ¿por qué, aun habiéndose apartado las turbas, a los apóstoles mismos les habla en parábola? Por las anteriores explicaciones, ya se habían vuelto algo más sabios y ya entendían. Por esto, como enseguida les preguntara: ¿Habéis entendido todo esto?, respondiéronle: Sí, Señor. De este modo la parábola, juntamente con otras cosas, hizo que en adelante fueran más perspicaces. Y ¿qué dijo enseguida?: Es semejante el reino de los cielos a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo. Es también semejante el reino de los cielos a un mercader que busca perlas preciosas y hallando una de gran precio, vende todo cuanto tiene y la compra.
Así como el grano de trigo y el fermento difieren poco entre sí, lo mismo sucede aquí con el tesoro y la perla preciosa. Con ambas parábolas quiere significar que la predicación debe anteponerse a todo. Las parábolas del fermento y del grano de mostaza se refieren a la fuerza de la predicación e indican que ésta vencerá a todo el universo; estas otras dos se refieren al precio y dignidad de la predicación. Puesto que ésta se extiende como el grano de mostaza y vence a la manera del fermento y es de altísimo precio como la perla o margarita y trae consigo ornatos y bienes sin cuenta, como el tesoro.
Pero en este pasaje no aprendemos únicamente que es conveniente despojarse de todo para atender a la predicación, sino además que lo hemos de hacer gozosos. Quien renuncia a todas las cosas ha de saber que esto no es pérdida, sino ganancia. ¿Ves cómo la predicación está escondida para el mundo y cuán grandes bienes hay en ella? Si no vendes tus cosas, no la comprarás; si no la buscas con ansia, no la encontrarás. De manera que dos cosas son necesarias: la renuncia de todo lo del siglo y la suma vigilancia. Porque dice: Es semejante al que busca perlas preciosas; y habiendo encontrado una de gran precio, va, vende todo lo que tiene y la compra.
La verdad es una y no se halla dividida en partes. Y así como aquel que posee una perla sabe y conoce que es rico; pero muchas veces, aun teniéndola en la mano otros no la aprecian puesto que no es notable por su tamaño; así sucede con la predicación: los que la guardan, saben que son ricos; los incrédulos, en cambio, por desconocer lo que vale ese tesoro ignoran también nuestras riquezas. Y luego, a fin de que no nos fiemos de sola la predicación, para nuestra salud, ni pensemos que basta con la fe para salvarnos, añade Jesús otra parábola tremenda: ¿Cuál es? La de la red. Es semejante el reino de los cielos a una red barredera que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y una vez llena, la sacan sobre la playa, y sentados, recogen los peces buenos en canastos, y los malos los tiran.
¿En qué difiere esta parábola de la de la cizaña? Porque también en ésta unos se salvan y otros perecen. Pero en la primera es por causa de la herejía y sus dogmas depravados; y en los que antes se traen a cuento es porque no atienden a la predicación; en esta última, en cambio, es por causa de su vida pecadora, y son los más miserables de todos, puesto que han tenido noticia de la verdad y han entrado en la red de los pescadores, pero ni aún así han logrado su salvación. Dice en otro lugar que el pastor mismo discrimina su rebaño; pero aquí dice que lo hacen los ángeles, como sucedió en la parábola de la cizaña. ¿Qué diremos a esto? Que unas veces habla a las turbas en una forma más llana y otras en forma más elevada. Por lo que hace a la presente parábola, sin que nadie le ruegue, espontáneamente la explica. Es decir, sólo en parte la explica y aumenta el temor. Pues a fin de que tú, al oír que los peces malos fueron arrojados fuera, no pienses que eso ningún peligro trae, hace con su explicación resaltar el castigo, diciendo Los arrojarán al horno de fuego y trae a la memoria el rechinar de dientes y el indecible dolor.
¿Observas cuántos caminos hay para la perdición? Por las piedras, por las espinas, por la senda ancha, por la ceniza y la red. En consecuencia, no sin razón dijo: Espaciosa es la senda que lleva a la perdición y son muchos los que entran por ella. 106 Y habiendo dicho esto y puesto fin a su predicación en esa forma terrible, y habiendo dicho otras muchas cosas más, pues gastó en eso mucho tiempo, dijo a los apóstoles: ¿Habéis entendido todo esto? Respondiéronle: Sí. Y luego los alaba, por haber entendido, con estas palabras: Así, todo escriba instruido en la doctrina del reino de los cielos, es como el amo de casa que de su tesoro saca lo nuevo y lo viejo. Por lo cual en otra parte dice: Os enviaré sabios y escribas. 107 ¿Adviertes cómo no rechaza el Antiguo Testamento, sino más bien lo alaba y ensalza y lo llama tesoro? En consecuencia, todos los que ignoran las Escrituras divinas, no serán padres de familia, puesto que ni poseen ellos algo ni de otros reciben, sino que se descuidan a sí mismos y perecen de hambre. Y no solamente ellos, sino también los herejes están sin parte en esta felicidad, puesto que no sacan cosas nuevas ni viejas. No teniendo cosas antiguas, tampoco pueden tener presente nuevas, del mismo modo que quienes no tienen cosas nuevas carecen de las antiguas y están privados de ambas: porque antiguas y nuevas se encuentran unidas y enlazadas.
Oigamos esto cuantos descuidamos la lectura de las Sagradas Escrituras: ¡cuán grave daño sufrimos y cuánta pobreza padecemos! 108 ¿Cuánto concordamos la vida con las obras si ni siquiera conocemos las leyes que debemos observar? Los ricos, locos por la codicia de las riquezas, con frecuencia sacuden con el objeto de que no las corroa la polilla; mientras que tú, en tanto que el olvido, más destructor que cualquier polilla, va echando a perder tu alma ¿no lees los Libros Sagrados, no apartas la peste, no adornas tu alma, no contemplas con asiduidad la imagen de la virtud ni la examinas de pies a cabeza? Porque tiene la virtud cabeza y miembros más bellos que el más hermoso de los cuerpos. Preguntarás: ¿cuál es la cabeza de la virtud? Es la humildad. Por tal motivo Cristo empezó por ella diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu. Esta cabeza no tiene cabellos ni rizos, sino una belleza tan grande que atrae a Dios. Pues dice El: A este es al que yo miro, al humilde y abatido de espíritu. Y también: Mis ojos sobre los mansos de la tierra. 109 Y luego: Yavé está próximo a los contritos de corazón. 110 Esta cabeza, en lugar de cabellera y guedejas, ofrece a Dios sacrificios gratos. El ara es de oro, el altar es espiritual. Pues dice el profeta: Mi sacrificio, oh Dios, es en espíritu contrito y humillado. 111 Esta humildad es madre de la sabiduría. Si alguno la posee, poseerá las demás virtudes.
¿Has observado esta cabeza tal cual nunca viste otra? ¿Quieres ahora ver su faz o mejor dicho conocerla? Comienza por su color: es rubicundo, florido, muy agraciado. Examina de qué está compuesto. ¿De qué cosas se compone? De pudor y vergüenza. Por eso dijo alguien: A la modestia precede la gracia. 112 La modestia infunde gran belleza a los otros miembros también. Aun cuando mezcles miles de colores, no obtendrás tan gran hermosura. Y si deseas observar sus ojos, mira cuán cuidadosamente presentan la modestia y la pureza. Por eso poseen una penetración tan aguda que logran ver a Dios. Pues dice El: Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 113 Su boca es sabiduría y entendimiento y canto de himnos espirituales. Su corazón es pericia en las Escrituras, conservación de los dogmas verdaderos, benignidad y clemencia. Y así como no podemos vivir sin corazón, así sin ese otro no podemos alcanzar la vida eterna. Porque de él dimanan todos los bienes. Y tiene también la humildad sus pies y sus manos, que son los ejemplos de las buenas obras. Su alma es la piedad. Su pecho de oro es más firme que el diamante, y es la fortaleza. Con mayor facilidad expugnarás otro castillo cualquiera, que llegar a romper este pecho. Y su Espíritu, que vive en su cerebro y en su corazón, es la caridad.
¿Quieres que te muestre esta imagen en obras? Piensa en el mismo evangelista Mateo. No tenemos por escrito su vida toda; pero, por lo que resta de ella, podemos contemplar su imagen esplendente. Que fuera varón contrito y humilde, oye cómo él mismo en el evangelio se llama publicano. Que fuera misericordioso, se ve claro, pues despojado de todo, sigue a Jesús. Que fuera piadoso, se ve manifiesto por sus sentencias. Y su inteligencia y su caridad podemos verlas en el evangelio que escribió, pues cuidó de ayudar al orbe entero. Prueba de sus buenas obras la tienes en el trono en que ha de sentarse; y de su fortaleza, en que volvía del Consejo de los escribas y fariseos lleno de gozo.
Entreguémonos, pues, al ejercicio de la virtud y en especial, sobre todas, al de la humildad y misericordia, sin las cuales no podemos alcanzar la salud, como se demuestra por el caso de las cinco vírgenes y el del fariseo. Sin la virginidad, podemos entrar en el reino de los cielos; pero sin la misericordia y la limosna, no. La misericordia es en absoluto necesaria y se cuenta entre las principales y que encierran en sí todas las demás. Por lo cual, no sin motivo hemos dicho que es ella el corazón de la virtud. Pero el corazón mismo si no influye vida en todos los miembros, él mismo pronto perece. Al modo de la fuente que si continuamente no mana los ríos, se corrompe; lo mismo que los ríos, si se guardan sus riquezas, así es ese corazón. Por esto decimos vulgarmente: fulano tiene gran suciedad y corrupción de riquezas; y no decimos gran abundancia, grande tesoro. Pues son ellas podredumbre no sólo de quienes las poseen, sino en sí mismas. Los vestidos guardados se apolillan; el oro guardado es comido del orín; el grano es devorado por los gusanos. Y el alma del rico, más que los otros objetos, es roída y se pudre con los cuidados.
Si quieres sacar al público el alma del avaro, como se hace con un vestido corroído de infinita polilla y nada sano, la encontrarás igualmente comida por todas partes por los cuidados, podrida con los pecados, derruida por la herrumbre. No así el alma del pobre; digo del pobre voluntario, pues resplandece como el oro, brilla como una margarita preciosa, florece como una rosa. No hay ahí polilla; no hay ladrón; no hay solicitudes terrenas, sino que vive en conversación con los ángeles. ¿Quieres ver la hermosura de semejante alma? ¿Quieres conocer las riquezas que su pobreza encierra? El pobre no impera sobre los hombres, pero manda sobre los demonios; no asiste delante del rey pero asiste delante de Dios; no compite con los hombres, pero compite con los ángeles. No tiene una arca, ni dos, ni tres, ni veinte, pero tiene tan gran abundancia que estima en nada todo el universo. No tiene un tesoro, pero posee el cielo. No necesita de siervos, pero tiene sujetas como siervos las enfermedades del alma. Tiene como siervos esos apetitos que dominan a los reyes. Porque esos afectos carnales que dominan aun a los que andan vestidos de púrpura, miran al pobre con respeto y no se atreven a mirarlo a la cara.
El pobre se ríe de los reinos como de juegos de niños, y lo mismo del oro y cosas semejantes; y juzga que todo eso se ha de despreciar como se hace con las ruedecillas, los astrágalos, las bellotas de encina, los balones. Porque lleva él consigo un ornato que ni siquiera se atreven a mirar los que en aquellos juegos se ocupan. ¿Qué cosa habrá de mayor precio que esta pobreza? Tiene ella como pavimento los cielos. Y si tal es el pavimento, piensa qué tales serán los techos. Dirás que no tiene caballos ni carruajes. Pero ¿qué necesidad tienen de ellos los que van a ser llevados en las nubes y vivirán con Cristo? Pensando estas cosas, oh hombres y mujeres, busquemos aquellas riquezas y aquella abundancia que no se consumen, a fin de que así alcancemos el reino de los cielos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XLVIII (XLIX)

Cuando hubo terminado Jesús estas parábolas, se alejó de ahí (Mt 13, 53).
¿POR Qué el evangelista dijo éstas? Porque Jesús iba luego a decir otras. ¿Por qué se apartó de ahí? Para sembrar por todas partes la palabra. Y viniendo a su patria, les enseñaba en la sinagoga de ellos. ¿A cuál llama ahora su patria? Me parece que a Nazaret. Porque: no hizo ahí muchos milagros, dice Mateo. En cambio, en Cafarnaúm hizo muchos milagros. Por lo cual decía: Y tú, Cafarnaúm ¿te levantarás hasta el cielo? Hasta el infierno serás precipitada. Porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros obrados por ti, hasta hoy subsistiría. 114 En cambio, acá no hizo muchos milagros para no encenderlos más en envidia; y para que a causa de su mayor incredulidad, no cayeran en más grave condenación. En cambio, les propone una doctrina no menos admirable que los milagros.
Pero aquellos hombres necios, cuando debían haber quedado estupefactos y admirarlo por la fuerza de sus sentencias, por el contrario, lo desprecian creyendo que había nacido de un tal padre, a pesar de que había muchos ejemplos en los tiempos antiguos de varones nacidos de padres humildes. David fue hijo de Jesé, humilde agricultor. Amós era hijo de un cabrero y cabrero él mismo. El legislador Moisés nació de un padre que le era muy inferior. De manera que debiendo ellos precisamente honrarlo y admirarlo porque, nacido de tan humildes orígenes, tales discursos pronunciaba, pues era cosa clara que esto no le venía de humanos estudios, sino de la gracia divina, lo desprecian por lo que debían apreciarlo y admirarlo.
Y Acudía con frecuencia a las sinagogas, para que no lo acusaran de enemigo de la ciudad y de las turbas, si continuamente viviera en el desierto. Confusos, pues, y dudosos, decían: ¿De dónde le vienen a éste tal sabiduría y tales poderes? A los milagros llaman poderes o tal vez a su misma sabiduría. ¿No es éste el hijo del carpintero? Pues esto precisamente era el mayor milagro y digno de admiración. Su madre ¿no se llama María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y judas? Sus hermanas ¿acaso no están todas con nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto? Y se escandalizaban en él. Advierte cómo todo esto se dijo en Nazaret. ¿Acaso no decían: sus hermanos son fulano y fulano? Pero esto ¿qué importaba? Precisamente lo propio era que esto mismo os infundiera fe. Pero cosa mala es la envidia y que con frecuencia se contradice. Lo que por ser inaudito era admirable y podía atraerlos, eso les sirve de tropiezo.
¿Qué les dice Jesús?: Sólo en su patria y en su casa es menospreciado el profeta. Y no hizo ahí muchos milagros por la incredulidad de ellos. Lucas dice: Y no hizo ahí muchos prodigios. Dirás que debía haberlos hecho. Puesto que si logró que se le admirara, como en realidad se le admiró, ¿por qué no obró milagros? Porque no tenía como finalidad la vana ostentación, sino la utilidad de aquellos hombres. Y como por este camino nada se lograra, se abstuvo de lo que era exclusivo suyo, para no aumentarles el castigo. Llegaba a ellos tras de largo tiempo y tras de haber obrado tantos milagros; pero ni aun así lo recibieron y soportaron, sino que ardían de envidia. Entonces ¿por qué, sin embargo, hizo unos pocos milagros? Para que no tuvieran razón al decir: Médico, cúrate a ti mismo; 115 o también: es enemigo y contrario nuestro y desprecia a sus domésticos. Y para que no pudieran alegar y decir: Si aquí hubiera hecho milagros, habríamos creído también nosotros. Por esto hizo algunos milagros, pero pronto dejó de hacerlos. Y los hizo, tanto para cumplir con lo que a El tocaba, como para no aumentarles el castigo.
Medita tú, en cambio, la fuerza de sus sentencias. Aun comidos de envidia, no dejaban de admirarlo. Pero así como en sus obras no reprenden las cosas en sí, sino que fingen las causas y dicen: Por el poder de Beelzebul expulsa este los demonios, 116 así aquí tampoco reprenden su doctrina, sino que acuden y se refugian en lo bajo de su linaje. Por tu parte, considera la moderación del Maestro, pues no los vitupera, sino que con gran mansedumbre les dice: Sólo en su patria es menospreciado el profeta. Y no se detuvo en esto, sino que añadió: y en su casa. Yo pienso que aludía a sus hermanos. En Lucas, Jesús pone ejemplos de lo mismo y dice: No fue Elías enviado a los suyos, sino a una viuda extranjera; y ningún leproso fue curado por Eliseo, sino el extranjero Naamán. En cambio, los israelitas no recibieron ningún favor ni hicieron ningún beneficio, sino sólo los extranjeros. Dijo esto para demostrarles su perversa costumbre y declararles así que nada nuevo le acontecía.
Por aquel tiempo, llegaron a. Herodes el tetrarca, noticias de Jesús. Había muerto ya Herodes, su padre, el que degolló a los niños. No sin motivo el evangelista anota el tiempo, sino para que conozcas el fausto y la desidia de Herodes hijo. Desde luego, no tuvo noticias desde un principio, sino después de largo tiempo. Suelen así los príncipes fastuosos saber tardíamente semejantes cosas, porque las tienen en poco. Por tu parte, considera cuán grande cosa sea la virtud. Herodes temía a Juan muerto y discurría acerca de su resurrección. Pues dice el evangelio: Dijo a sus servidores: ese es Juan el Bautista a quien yo di muerte, que ha resucitado de entre los muertos y por eso obra en él un poder milagroso. ¿Observas su gran temor? No se atrevió a decir eso en público, sino que a solos sus servidores habla así. Sin embargo, esa absurda opinión tenía ya mucho de combativa. Porque muchos habían resucitado de entre los muertos, pero nadie había obrado tales milagros. A mí me parece que tales palabras tienen un sabor de ambición y a la vez de temor. Con frecuencia los ánimos enloquecidos conciben una mezcla de encontrados afectos. Lucas refiere lo que decía el pueblo: Este es Elías o jeremías o uno de los profetas; pero el rey se persuadía ser más prudente en lo que él decía que los otros.
Es verosímil que al principio, cuando decían que Jesús era Juan (pues muchos lo afirmaban), Herodes lo negara y dijera: A éste yo le di muerte, gloriándose de ello con insolencia. Porque Marcos y Lucas refieren que dijo: Yo degollé a Juan. Pero como la fama prevaleciera, finalmente él afirmó lo mismo que los otros. A continuación el evangelista nos narra esa historia del degüello. ¿Por qué no antes? Porque estaba totalmente ocupado en referir los hechos de Cristo, y los evangelistas no se distraían a contar nada fuera de su asunto, a no ser que tuviera conexión con su propósito. De manera que no habrían referido esta historia si no hubiera sido por lo que se conecta con lo de Cristo y si Herodes no hubiera dicho lo de Juan resucitado. Marcos dice que Juan gozó de honor grande delante de Herodes, aun cuando Juan lo reprendía. ¡Tan gran cosa es la virtud! Luego continúa así la narración: Es de saber que Herodes había hecho prender a Juan, lo había encadenado y puesto en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de Pilipo, su hermano. Pues Juan le decía: No te es lícito tenerla. Y quiso matarlo, pero tuvo miedo a la muchedumbre que lo tenía por profeta. ¿Por qué Juan no habla a Herodías, sino a Herodes? Por ser éste el principal. Observa en qué forma hace menos molesta la acusación, hasta el punto de que más bien parece una simple referencia que no una acusación.
Al llegar el cumpleaños de Herodes, bailó la hija de Herodías ante todos y gustó a Herodes. ¡Oh diabólico convite! ¡oh espectáculo satánico! ¡oh baile perverso! ¡oh precio de aquel baile, más inicuo aún! Se llevaba a cabo una muerte la más criminal de todas las muertes; y aquel que merecía ser coronado y ensalzado, fue degollado estando en su plenitud el banquete. En aquella mesa se erigió el trofeo de los demonios. Y el modo como se obtuvo la victoria fue digno de las demás hazañas. Porque dice el evangelista: Bailó la hija de Herodías delante de todos y agradó a Herodes. Por lo cual con juramento le prometió darle cuanto le pidiera. Y ella, inducida por su madre, le dijo: Dame aquí en la bandeja la cabeza de Juan el Bautista. Doble crimen: que bailara y que agradara; y que así agradara que mereciera como recompensa una muerte.
Observa cuán cruel, cuán insensato, cuán demente era Herodes. Se ligó con juramento y dio facultad a la joven para pedirle lo que a ella se le antojara. Mas, cuando vio el mal que de ahí se había seguido, dice el evangelista que se contristó. Esto a pesar de que ya desde el principio se había ligado a sí mismo. Entonces ¿por qué se contrista? Tal es la virtud que aun entre los perversos es admirada y alabada. ¡Oh mujer enloquecida! ¡cuando lo conveniente era admirar y venerar a Juan, que incluso trataba de rehabilitarla, ella misma trama toda la tragedia, tiende el lazo y pide un favor satánico! Y dice el evangelista: Pero él temió o causa del juramento y de los convidados las ¿por qué no temiste lo que era más grave? Si acaso temías tener testigos de tu perjurio, mucho más convenía que temieras el asesinato tan perverso, pues tantos testigos de él tenías.
Creo que muchos ignoran el origen de aquella acusación que fue causa de aquella muerte; y así es necesario tratar también esto, a fin de que conozcáis la prudencia del Legislador. ¿Cuál era esa ley antigua que Herodes pisoteaba y que Juan defendió? Era necesario dar al hermano la esposa de quien muriera sin descendencia. Por ser la muerte un mal sin consuelo; y porque para conservar la vida nada hay que no se intente, estatuyó la ley que el hermano que viviera, desposara a la mujer del hermano difunto; y que al hijo que de ese desposorio naciera, le pusieran el nombre del hermano muerto, de manera que no desapareciera su casa. Porque si el muerto no dejaba hijos, que son en el caso de muerte el mayor consuelo, se seguiría un duelo intolerable. Tal fue el motivo de que el Legislador, Moisés, inventara este consuelo para aquellos a quienes la naturaleza no hubiera dado hijos; y ordenó que el futuro vástago se llamara con el dicho nombre. Pero si el difunto dejaba algún hijo, entonces los desposorios del hermano con la viuda eran ilícitos.
Preguntarás la razón; puesto que si podía celebrar los desposorios otro cualquiera, mucho más podría hacerlo el hermano del difunto. Pero no era así, pues quería el Legislador que se multiplicaran las afinidades, y por lo mismo que hubiera muchas ocasiones de entrar en parentesco. Mas ¿por qué, muerto el hermano sin hijos, no podía otro contraer ese matrimonio? Porque en este caso el hijo que naciera no podía ser tenido por ninguna razón como hijo del difunto. En cambio, siendo el hermano el que fecundara a la viuda, había un punto de apoyo probable para aquello en semejante unión. Por otra parte, un extraño no habría creído deber suyo sustentar la casa del difunto, mientras que del otro modo, estaba de por medio el derecho de parentesco.
En consecuencia, habiendo Herodes tomado la mujer de su hermano, que sí tenía hijos, con razón lo acusaba Juan, aunque lo hizo con moderación y al mismo tiempo con libertad de espíritu. 117 Por tu parte, considera en cuántos modos ese espectáculo íntegramente es satánico y diabólico. En primer lugar todo él era de embriaguez y placeres, de donde nada razonable puede nacer. En segundo lugar constaba de espectadores corrompidos y de un rey que a todos recibía. En tercer lugar, se trataba de un género de deleite irracional. En cuarto lugar, la muchacha por la que el desposorio de Herodes resultaba ilegal y a la que más bien convenía ocultar, puesto que era una injuria para la madre, sale al público y se muestra, superando ella, doncella, la desvergüenza de todas las meretrices.
El tiempo mismo nos da ocasión no pequeña para acusar de perverso aquel espectáculo. Pues cuando lo conveniente era que Herodes diera gracias a Dios por haberle concedido ver la luz en día semejante, entonces es cuando él lleva a cabo tan grave perversidad. Cuando convenía poner en libertad al encadenado, añadió a las cadenas el asesinato. Escuchad esto vosotras todas las que os atrevéis, seáis vírgenes o mujeres casadas, a manchar los ajenos desposorios con bailes, saltos descompuestos que deturpan el honor de la común naturaleza humana. Escuchadlo también vosotros, los varones que andáis tras de los costosos banquetes y las embriagueces que los llenan. ¡Temed el abismo del demonio! A aquel infeliz rey en tal manera lo absorbió que vino a jurar que daría la mitad de su reino. Así lo afirma Marcos: Juróle: Cualquier cosa que me pidas te la daré, aun la mitad de mi reino. 118¡En tan poco estimaba sus dominios! ¡tan esclavo del placer estaba que tal concesión hacía a un baile! Mas ¿por qué te admiras de que entonces tal cosa sucediera, cuando aun ahora, después de que tan insignes enseñanzas he usos recibido, muchos, a causa de los bailes de semejantes jovencillos afeminados han perdido sus almas, aun sin estar constreñidos por los vínculos del juramento? Cautivados por la voluptuosidad, son llevados, a la manera de bestias, a donde el lobo los arrastra. Es exactamente lo mismo que en aquel tiempo sufrió el rey loco, que cometió dos crímenes vergonzosísimos: el haber enloquecido a tal grado a aquella mujer, ebria y que ante ningún crimen se detenía, y el haberse atado a sí mismo con la fuerza del juramento. Pero, aun siendo el rey tan perverso, la mujer fue más perversa que el tirano y que la muchacha. Porque fue ella la que tramó íntegro el drama criminal, cuando debió haber estado agradecida al profeta. La hija, obedeciéndola, obró torpemente y bailó y pidió el asesinato, y Herodes quedó de ella cautivo, como un pez en la red.
Observa cuán oportunamente Cristo dijo: El que ama al padre o a la madre más que a mí no es digno de mí. 119 Si la muchacha hubiera observado este precepto, nunca habría violado tantas leyes, ni habría cometido semejante asesinato. ¿Qué hay peor que semejante brutalidad? Pedir como premio una muerte, una muerte inicua, una muerte en mitad del convite, una muerte que se pide pública e inverecundamente. Porque no se apartó para pedirla, sino que en público, quitada la máscara, descubierta la cabeza, asistida del patrocinio del diablo, habló con el rey. Porque obra fue del demonio que ella bailando agradara y así cautivara a Herodes: porque en donde hay baile, ahí está el demonio. No nos dio Dios los pies para eso: para que los usemos con desvergüenza, sino para que hagamos debidamente nuestro camino; no para que a la manera de los camellos bailemos (pues los camellos cuando saltan producen un espectáculo desagradable, pero mucho más desagradable lo dan las mujeres), sino para que acompañemos los coros de los ángeles. Al fin y al cabo, si en semejantes acciones el cuerpo resulta vergonzoso, mucho más el alma: ¡así bailan los demonios! ¡así adulan los ministros del diablo! Pero considera ya la petición misma. Dice: Dame aquí en la bandeja la cabeza de Juan el Bautista. ¿Observas a esta desvergonzada que totalmente se ha entregado al demonio? Echa por delante la dignidad de Juan, pero no por eso se avergüenza; pues como si se tratara de un manjar, así pide que se le lleve en un plato aquella sacra y bienaventurada cabeza. No da razón alguna, ni podía darla. Simplemente busca ser honrada mediante la ajena desgracia. No dijo al rey: ¡tráelo acá y mátalo! Porque no habría podido soportar la franqueza del que iba a morir. Temía oír la voz terrible de Juan aun ya sacrificado. El profeta, aun en el paso de sufrir la muerte, no habría callado. Por esto dice: Dame aquí en la bandeja, porque anhelo ver ya muda esa lengua. Ni sólo intentaba huir de sus reprensiones, sino insultarlo y burlarlo ya caído.
Y Dios lo permitió y no envió de lo alto un rayo que abrasara aquella cara impudente ni ordenó a la tierra abrirse y absorber todo aquel perverso banquete, pues quería más brillantemente coronar a aquel varón justo, y dejar así un gran consuelo a cuantos posteriormente habían de padecer injusticia. Oigamos esto todos cuantos viviendo rectamente sufrimos de parte de los perversos graves padecimientos. Entonces permitió Dios que sufriera la muerte por medio de una muchacha desvergonzada y de una meretriz corrompida aquel varón que había vivido en el desierto, vestido de un cinturón de piel y de cilicio, y que era profeta mayor que los otros profetas y que nunca de mujer había nacido uno que lo superara; ¡y todo esto mientras él defendía las leyes divinas! Considerando todo esto, llevemos generosamente todo cuanto padezcamos viendo cómo entonces aquella mujer sanguinaria y perversa se vengó a su placer de quien le había causado penas y sació toda su ira, y Dios lo permitió; y eso que Juan a ella nada le había dicho, en nada la había acusado, sino únicamente a Herodes. Pero la conciencia le servía de cruel acusador. Por eso se lanzaba a males mayores, doliente y agitada de remordimientos. Y juntamente echó sobre sí la deshonra y sobre todos los demás: sobre la hija, sobre el esposo abandonado, sobre el rey adúltero que aún vivía. Se esforzaba en superar sus crímenes anteriores. Como si dijera: ¿Te dueles de que el rey sea adúltero? Pues bien: yo lo haré además homicida y asesino de su acusador.
Oíd esto todos los que procuráis agradar a las esposas más allá de lo lícito. Oídlo los que lanzáis juramentos sobre cosas inciertas y dais a otros facultad para arruinaros y os caváis vosotros mismos un abismo. Así se arruinó Herodes. Pensó que la muchacha pediría algo propio del banquete; y que en semejante solemnidad y entre los manjares, pediría alguna cosa agradable y alegre, pero no la cabeza del Bautista; y se engañó. Mas nada de eso lo justificará. Pues aun cuando la muchacha tuviera un ánimo propio de hombres que luchan con las fieras, sin embargo, a él no le estuvo bien ponerse en el caso de ser engañado, ni obedecer el tiránico mandato de la joven.
Desde luego ¿quién fue el que no se horrorizó al ver aquella cabeza destilando sangre, llevada entre las viandas? Pero. . . ¡no! ¡no es perverso Herodes! ¡no es execrable aquella mujer! Al fin y al cabo así son las prostitutas: las más desvergonzadas y crueles de todas las mujeres. Si nosotros, al oír esto, nos estremecemos ¿cuál debemos pensar que sería el ánimo de quienes con sus ojos lo contemplaban? ¿Qué sufrirían los comensales al ver en mitad del banquete puesta ahí la cabeza cortada y la sangre ahí presentada? Pero no se conmovió con semejante espectáculo aquella mujer sanguinaria y más feroz que las furias, sino que saltaba de gozo. Y esto a pesar de que si no por otros motivos, a lo menos por el solo aspecto de aquella cabeza era necesario que se engendraran asco y náuseas. Nada de eso sufrió aquella mujer sedienta de la sangre del profeta.
¡Tal es la fornicación! ¡no hace únicamente lascivos, sino además homicidas! Las mujeres ansiosas de adulterio siempre están preparadas para dar muerte a los varones a quienes ellas mismas hacen injuria; y fácilmente procuran no una sola, ni dos, sino innumerables muertes. Muchos testigos hay de semejantes crímenes. Pues eso fue lo que hizo entonces Herodes, con la esperanza de que crimen tan grave fuera al fin relegado al olvido. Pero aconteció todo lo contrario, pues en adelante Juan clamó con voces mucho más penetrantes. Es que la perversidad no mira sino al tiempo presente y es a la manera de los que sufren fiebre cuando piden inoportunamente agua fría.
Si ella no hubiera degollado al que acusaba su crimen, éste no habría tenido tan gran publicidad. Los discípulos de Juan cuando éste fue encarcelado, nada publicaron del crimen; pero cuando fue asesinado se vieron obligados a publicar el motivo y el hecho, y refirieron todo el crimen. Y se vieron obligados a publicar la causa verdadera de la muerte, para que nadie sospechara alguna otra perversa, como sucedió con Teudas y con judas. En conclusión: cuanto más te esforzares en ocultar tu crimen, por los mismos caminos más lo divulgarás. Nunca el pecado se encubre añadiendo pecados, sino que se borra con la penitencia y la confesión.
Advierte la moderación con que narra todo esto el evangelista; y cómo, en cuanto se puede, aminora el crimen. Pues dice que Herodes lo cometió por temor del juramento y de los comensales y que incluso se entristeció. Y acerca de la joven dice haber sido amonestada de antemano por su madre; y que llevó la cabeza de Juan a su madre, como si dijera que la muchacha no hizo sino cumplir lo que la madre le ordenaba. Lo hace el evangelista porque los justos suelen todos dolerse no de quienes sufren males, sino de los que los causan, pues en último término son éstos los perjudicados. En efecto: Juan no fue dañado, sino los que tramaron todo el crimen.
A esos justos imitemos nosotros y no injuriemos a los prójimos por sus pecados, sino que, en cuanto sea posible, disimulémoslos. Revistamos de virtud nuestro ánimo, como el evangelista que, en cuanto se pudo, habló con moderación de aquella mujer adúltera y sanguinaria. Porque no dijo: Avisada de antemano por aquella sanguinaria y malvada, sino solamente: avisada de antemano por su madre, usando así de más comedidas palabras. Tú, en cambio, injurias y querellas a tu prójimo, y de tu hermano que te ha injuriado no logras hablar tan comedidamente como el evangelista lo hizo acerca de aquella meretriz; sino que lo haces con feroces oprobios y lo llamas criminal, perverso, astuto, necio y con otras palabras semejantes.
Porque nosotros nos ponemos totalmente como fieras y hablamos al otro como si fuera un extraño, y lo maldecimos y lo colmamos de injurias y dicterios. No lo hicieron así los santos. Estos, más bien, lloran por los pecadores en vez de maldecirlos. Pues hagamos nosotros otro tanto: lloremos a esa Herodías y cuantas la imitan. Porque aun ahora muchos banquetes como ése se celebran. Y aun cuando no se sacrifique a Juan, pero se desgarran con mayor gravedad los miembros de Cristo. Los que en ellos bailan no piden en una bandeja la cabeza de Juan, sino las almas de los comensales. Y una vez que las han reducido a servidumbre y las han empujado a ilícitos amores y a convivir con las meretrices, no cortan las cabezas sino que degüellan las almas, volviéndolas adúlteras, afeminadas y muelles.
Ni me vayas a decir que tú, ebrio y harto de vino, contemplas sin movimiento alguno de concupiscencia a la bailarina que habla obscenidades, y que no te vence la lascivia ni te lleva a la voluptuosidad. Ciertamente sufres algo horrible, como es hacer de los miembros de Cristo, miembros de una meretriz. Pues aun cuando no esté presente la hija de Herodías, pero el demonio que entonces por medio de ella bailaba, ese mismo ahora por medio de estas danzas que él dispone se lleva cautivas las almas de los comensales. Y aun cuando podáis vosotros evitar la embriaguez, sois, sin embargo, copartícipes del pecado ajeno en forma gravísima, ya que semejantes banquetes tienen como base económica infinitas rapiñas.
No atiendas a las carnes que tienes delante ni a los bizcochos sino a cómo se han conseguido: verás que proceden de avaricia, violencia y hurto. Instarás diciendo que tu banquete no se prepara así. ¡Desde luego! ¡ni yo lo deseo! Pero aun cuando por este capítulo tus banquetes están limpios, sin embargo, los banquetes costosos no están en absoluto libres de crimen. Oye cómo los reprende el profeta, aun estando libres de los pecados que ya dijimos. ¡Ay de los que bebéis vino escogido y os ungís con ungüentos los más exquisitos! 120¿Ves cómo reprende los placeres? Porque con esas palabras no condena la avaricia, sirio sólo el abuso de los placeres. Comes tú sobre medida cuando Cristo no tiene ni aun lo necesario. Tú devoras en abundancia los bizcochos cuando Cristo no tiene ni siquiera pan árido. Bebes tú vino de Tasos, cuando a El no le has dado ni un vaso de agua fresca en su sed. Te acuestas en un lecho delicado y con adornos mientras El yace rígido al aire frío. Por esto, aun cuando tus banquetes se hallen libres de avaricia, sin embargo, son perversos, pues todo lo consumes más allá de lo necesario y a Cristo no le das ni aun lo indispensable, siendo así que si vives entre placeres es por los bienes que El te ha dado.
Si fueras tutor de algún niño y administrador de sus bienes, y estando él en necesidad extrema lo descuidaras, tendrías diez mil acusadores y recibirías el castigo conforme a las leyes. En cambio, habiendo tú recibido los bienes que a Cristo pertenecen y despilfarrándolos a pesar de todo vanamente ¿no piensas que tendrás que dar cuenta de eso? Y no hablo de los que llevan a sus mesas a mujeres meretrices (pues de ésos habría que hablar como de perros), ni de los que mediante el robo hinchen los vientres ajenos, pues no me meto con ellos (como no lo hago con los cerdos ni con los lobos), sino de quienes disfrutan los bienes que les son propios, pero nada dan a los demás. Hablo de los que vanamente despilfarran los bienes paternos.
Tampoco éstos están libres de culpa. Porque yo pregunto ¿cómo puedes estar libre de culpa y acusación cuando repletas el vientre del parásito, lo mismo que el de un perro que se halla presente, mientras a Cristo no lo juzgas digno ni aun de ese beneficio? Cuando el bufón que te hace reír recibe de ti tantas cosas ¿cómo estarás sin culpa cuando a Cristo que te ofrece el reino de los cielos en pago, no le das ni aun la más pequeña parte de ellas? Para que diga algo gracioso, el bufón se marcha repleto; y Cristo, que nos enseña doctrinas tales que si no las aprovechamos en nada nos diferenciamos de los canes, ¿no recibe ni siquiera ese beneficio? ¿Te horrorizas oyendo esto? ¡Horrorízate de hacerlo! Echa fuera a los parásitos y pon a Cristo a tu mesa. Si comunica contigo tu sal y tu mesa, será para ti tu juez lleno de mansedumbre: porque El sabe respetar la mesa. Puesto que si así suelen hacerlo los ladrones ¿cuánto más el Señor? Piensa en qué forma alabó desde la mesa a la meretriz, como ya justificada, y en cambio, reprochó a Simón: No me diste el ósculo. 121 Sin hacer tú eso, todavía El te alimenta; pues mucho más te colmará de mercedes si lo haces. No desprecies al pobre porque se te acerca pálido y mugroso. Piensa que en él Cristo visita tu casa. No sigas insultándolo con duras palabras: esas con que sueles meter a los que se te acercan, llamándolos importunos, perezosos y usando aun de palabras más duras.
Yo quisiera que cuando tales cosas dices pensaras en lo que hacen para ti los parásitos y en si acaso te son útiles en algo doméstico. Dirás que añaden suavidad al banquete. Pero ¿cómo es eso de que lo hacen más agradable cuando se dan bofetones y hablan liviandades? ¿Puede haber cosa más desagradable que el abofetear a quien es imagen de Dios? ¿Te deleitas en eso y haces de tu hogar un espectáculo y llenas de mimos tu banquete imitando a los vulgares comediantes, siendo así que tú eres noble y nacido de condición libre? Porque lo que ahí se ven son bofetadas y risadas. ¿A esto llamas tú deleite? te pregunto. ¿A esto que es digno de lágrimas, de llanto y de gemidos? Cuando debías exhortarlos a llevar una vida virtuosa y cumplidora de su deber ¿los provocas al perjurio y a palabras soeces? ¿y a eso llamas deleite? Lo que conduce a la gehenna ¿lo tienes tú como motivo de placer? Porque cuando los parásitos no logran decir algo gracioso, se desquitan con juramentos y perjurios. Pero tales cosas ¿son dignas de risa? ¿no lo son más bien de lágrimas y llanto? ¿quién que no esté loco puede afirmar tal cosa? No digo esto con el objeto de que no se les suministren alimentos, sino para que no sea ese el motivo. Aliméntalos por beneficencia y humanidad y no por crueldad; ¡esté presente la misericordia y no las injurias! Alimenta al parásito porque es pobre y porque en él alimentas a Cristo, y no porque dice palabras demoníacas y mancha su vida. No lo atiendas cuando ríe, sino examina su conciencia y encontrarás que él mismo maldice miles de veces y llora sus procederes. Si lo oculta es por tus respetos. Procúrate comensales pobres, libres, no perjuros ni comediantes. Si quieres que en alguna forma te lo paguen, ordénales que si algo notan menos decoroso, te lo reprendan, te amonesten y procuren el bien de tu casa y tu familia. ¿Tienes hijos? Que tus comensales les sean padres como tú, y maestros y te alcancen bienes a Dios agradables. Introdúcelos en las negociaciones del espíritu. Si observas que alguno necesita de auxilio, ordena que le suministren el auxilio. Por medio de ellos anda a caza de los peregrinos, viste a los desnudos, envíalos a las cárceles, alivia las necesidades ajenas. Que sea este el pago que te den por los alimentos, pago que a ti y a ellos aproveche y que jamás se les pueda reprochar.
Por estos medios os uniréis con más estrecha amistad. Pues ahora, aunque piensen que se les ama, sin embargo, se avergüenzan como si gratuitamente vivieran contigo. En cambio, si llevas a cabo lo que he dicho, procederán de mejor gana y con mayor libertad, y tú con más presteza los admitirás a tu mesa, puesto que en eso no haces gasto sin fruto. Vivirán ellos contigo confiadamente y con la debida libertad; y tu casa, que antes era un teatro, se convertirá en una iglesia. Huirá de ella el demonio y entrará Cristo con el coro de los ángeles. Y en donde están Cristo y sus ángeles ahí está el cielo: ¡hay ahí una luz más espléndida que la del sol! Y si deseas obtener de ellos otro consuelo, ordénales que lean en algún libro las leyes divinas. En esto te obedecerán más gustosos que en otras cosas. Esto a ti y a ellos los torna más decentes; mientras que las otras cosas que acabo de recordar, a todos los deshonran: a ti como querelloso y ebrio; a ellos como a miserables y esclavos del vientre. Y si por querellosos los alimentas es peor que si los mataras. Pero si por utilidad y fruto lo haces, más lucrativo es eso que si ya condenados a muerte los libertaras. Ahora, en cambio, los afrentas más que si fueran esclavos, pues los siervos gozan en tu casa de mayor libertad y confianza que ellos. En cambio, del otro modo los igualas a los ángeles. Libérate, pues, a ti mismo y a ellos; y quita de en medio ese título de parásitos y llámalos comensales. Quita ese nombre de aduladores y dales el nombre de amigos. La amistad la hizo Dios no para daño de amantes y amados, sino para bien y utilidad de ambos. La otra clase de amistades es peor que cualquier enemistad. Porque de los enemigos, si queremos, podemos obtener algún provecho, mientras que de esas amistades necesariamente salimos con daño.
No retengas amigos que son maestros en dañarte. No retengas amigos que más cuidan de la mesa que de la amistad. Todos éstos, si suprimes los placeres de la comida, terminan con su amistad. Quienes viven contigo por razones de virtud, permanecen perpetuamente a tu lado sobrellevando cualesquiera vicisitudes de la fortuna. En cambio, los parásitos con frecuencia se vengan de ti y difunden mala fama de ti. He conocido a muchos honorables varones que por aquí alcanzaron pésima fama y fueron acusados: unos, de actos maléficos; otros, de adulterio; otros, de corruptores de menores. No teniendo los parásitos oficio ni beneficio, sino llevando una vida a como haya lugar, caen en sospechas de ejercer el mismo vergonzoso oficio de muchachos prostituidos.
En consecuencia, para apartar semejante fama y antes que nada para evitar la gehenna futura y para hacer lo que a Dios agrada, desterremos esta diabólica costumbre. Haciéndolo así, ya comamos, ya bebamos, procediendo en todo a gloria de Dios, seremos consortes de su gloria. La que ojalá todos alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XLIX (L)

A esta noticia, Jesús- se alejó de ahí en una barca, a un lugar desierto y apartado; y habiéndolo sabido las turbas, lo siguieron a pie desde las ciudades (Mt 14, 13).
Observa cómo Jesús se aparta lo mismo cuando Juan fue encarcelado que cuando fue muerto y también cuando los judíos oyeron que él hacía muchos discípulos. Quería en muchas cosas proceder al modo humano, pues no había llegado aún el tiempo de revelar su divinidad. Por igual motivo ordenaba a los discípulos que a nadie dijeran ser Él el Cristo. Quería que esto no se hiciera público y sabido, hasta después de su resurrección. El mismo motivo tuvo para no ser severo con los judíos que antes de ese tiempo no creyeron en El, y fácilmente los perdonaba.
Al apartarse ahora, no va a ninguna ciudad sino al desierto, y cruza el lago en una barca a fin de que nadie lo siga. Considera cómo los discípulos de Juan desde entonces más se le adhirieron. Porque fueron ellos los que le llevaron la noticia de lo que se hizo con Juan el Bautista. Por esto lo abandona ron y a sólo El se refugiaron. Así procedió Jesús tras de aquella no pequeña calamidad y tras de haber dispuesto todo correctamente, después de que le dieron la noticia. Mas ¿por qué no se apartó antes de que se la dieran, ya que conocía bien todo el negocio desde antes que se lo anunciaran? Para demostrar en todo la verdad de la nueva providencia y economía de su encarnación. Quería confirmar no sólo con lo que ellos veían, sino también con sus obras, que estaba al tanto de las astucias del demonio, el cual no dejaba piedra por mover para deshacer semejante opinión. Tal fue la causa de haberse apartado. Pero ni aun así lo dejan las turbas, sino que lo siguen y se le adhieren, sin que la muerte de Juan las aterrorizara. Así es el cariño, así es el amor: todo lo pesado y molesto lo supera y hace a un lado. Y por esto al punto recibieron su premio.
Porque dice el evangelista: Al desembarcar vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella y curó a todos sus enfermos. Pues aun cuando era grande el empeño con que lo seguían, pero el premio que de Cristo recibían superaba con mucho al empeño de ellos. Y así el evangelista pone la razón de aquellas curaciones, que es la compasión: ¡la compasión profunda! lo repito. Y los curaba a todos. Aquí no exige la fe. Pues el que se le acerquen, el que abandonen las ciudades, el que lo busquen con empeño, el que permanezcan con él aun con la amenaza del hambre, declara bien su fe. Y El va a proporcionarles alimento. Pero no lo hace espontáneamente, sino que espera a que se lo pidan. Guarda su costumbre, como dije, de no proceder a obrar milagros si no se le piden. Mas ¿por qué ninguno de la turba se le acerca a suplicarle los alimentos? Por la gran reverencia que le tenían y por el ansia de seguirlo y oírlo no sentían el hambre. Tampoco los discípulos, por ser aún algo imperfectos, le rogaron que diera alimento a las turbas. Pero ¿qué fue lo que sucedió? Dice el evangelista: Llegada la tarde se le acercaron los discípulos y le dijeron: El lugar es desierto y es ya la tarde; despide, pues, a la muchedumbre para que vayan a las aldeas y se compren alimentos. Si los discípulos después de verificado el milagro lo olvidaron; si después de haber recogido las espuertas con los restos, todavía creían que Jesús les hablaba de panes cuando a la doctrina de los fariseos la llamó fermento, mucho menos podían ahora sospechar nada de lo que Cristo iba a hacer, sobre todo porque nunca habían visto un milagro semejante. Aunque antes había Jesús curado a muchos enfermos, los discípulos no esperaban lo que haría acerca de los panes: tan imperfectos eran aún.
Pero tú considera la sabiduría del Maestro y cómo claramente los conduce a tener confianza. Porque no les dijo inmediatamente: Yo los alimentaré, porque no le hubieran dado fácilmente crédito. Entonces ¿qué fue lo que les dijo?: No tienen necesidad de ir; dadles vosotros de comer. No dijo yo les daré, sino dadles vosotros; porque aún pensaban ser El puro hombre. Pero ellos, ni aun así levantaron más arriba sus pensamientos, sino que le responden como a un hombre: No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces. Por esto Marcos añadió que ellos no entendían lo que decía, pues tenían su corazón embotado.
Pues bien: como ellos anduvieran tan rastreros, finalmente procede Cristo como quien es y les dice: Traédmelos acá. Aunque el sitio sea desierto, pero está presente el que alimenta al orbe. Aunque ya es pasada la hora, pero aquel que no está sujeto a las horas es el que habla. Juan dice que los panes eran de cebada. Y no lo dijo sin motivo, sino para enseñarnos a despreciar las mesas opíparas. Así era la mesa de los profetas. Y mandando a la muchedumbre que se sentara sobre la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces; y alzando los ojos al cielo, bendijo y partió los panes y se los dio a los discípulos y éstos a la muchedumbre. Y comieron todos y se saciaron y recogieron de los fragmentos sobrantes doce cestos llenos, siendo los que habían comido unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.
¿Por qué alzó los ojos al cielo y bendijo? Para que se creyera que El había salido del Padre y era igual a El. Pero las pruebas de ambas cosas parecían contradecirse. Demostraba la igualdad el que todo lo hacía con potestad propia; pero que hubiera venido del Padre no lo habrían creído sino viéndolo obrar todas las cosas con humildad y refiriéndolo todo al Padre e invocándolo para las obras que llevaba a cabo. Por tal motivo, no hace ni sólo una cosa, ni sólo la otra, para confirmar ambas verdades: hace los milagros con plena potestad unas veces y otras invocando al Padre. Y para que no pareciera que en esto había contradicción, en las cosas de menor importancia alza sus ojos al cielo; pero en las de mayor importancia procede con potestad propia: para que comprendas que también en las cosas menores su potestad no la recibe de otra parte, pero que honra a su Padre.
Cuando perdonó los pecados y abrió el paraíso para introducir al ladrón, y cuando con imperio abrogó la Ley antigua y cuando resucitó innumerables muertos y cuando enfrenó el mar y descubrió los secretos de los corazones y creó los ojos -obras todas propias de sólo Dios y no de otro-, jamás se dice que rogara; en cambio cuando procuró que los panes superabundaran -cosa que es, con mucho, inferior a esas otras-, alza los ojos al cielo, demostrando así lo que ya dije; y enseñándonos a no sentarnos a la mesa antes de dar gracias a Dios que nos proporciona el alimento.
Mas ¿por qué no creó los panes de la nada? Para cerrar la boca de Marción y de los maniqueos que afirman no ser Él el Creador; y para enseñarnos por las obras mismas, que todas las cosas visibles son obras y criaturas suyas; y que es Él quien proporciona los frutos. El, que allá a los principios dijo: Germine la tierra hierba verde. 122 Y también: Hiervan las aguas de animales. Pues no es esta obra menor que aquella otra. Al fin y al cabo, si esos seres brotaron de donde no los había, pero ciertamente salieron del agua. Ni es menos de cinco panes producir tantos otros y del mismo modo multiplicar los peces, que sacar de la tierra los frutos y de las aguas animales vivientes. Señal de que El imperaba en la tierra y en el mar.
Y pues para los enfermos hacía milagros siempre, ahora hace uno en beneficio universal, a fin de que muchos no sólo fueran espectadores de lo que a otros sucedía, sino que además disfrutaran del don por sí mismos. Lo que a los judíos antiguos les parecía en el desierto admirable y decían: ¿Podrá también darnos pan y prepararnos la mesa en el desierto? 123 eso ahora lo hizo Cristo. Y los llevó al desierto para que no recayera sospecha alguna sobre el milagro, y nadie pensara que de algún pueblo cercano había provisto las mesas de pan. Por esto el evangelista recuerda no sólo el sitio sino además la hora. También aprendemos aquí la prudencia de los discípulos que demostraban en las cosas necesarias y en cuán alto grado despreciaban los placeres. Pues siendo ellos doce, no tenían sino cinco panes y dos peces. Hasta tal punto despreciaban las cosas materiales y sólo cuidaban de las espirituales. Más aún: ni aun eso poco que tenían se lo guardaron, sino que en cuanto se les pidió, lo entregaron.
Aprendamos por aquí que, aun cuando sea poco lo que poseemos, lo ofrezcamos a los pobres. Pues los apóstoles, mandados presentar los cinco panes, no exclamaron: Entonces ¿de dónde nos alimentaremos después? ¿cómo podremos aplacar el hambre? Sino que al punto obedecen. Aparte de la razón que ya adujimos, parece que Cristo con estos panes hizo el milagro, para llevar los discípulos a la fe, pues aún eran débiles en ella. Por esto mira al cielo. Tenían ya muchos ejemplos de otra clase de milagros, pero de ésta ninguno.
Habiendo, pues, tomado los panes, los partió; y por medio de los discípulos los repartió, confiriéndoles este cargo de honor. Ni sólo lo hizo para honrarlos, sino para que, palpando la realidad del milagro, no le negaran la fe ni se olvidaran luego del suceso, del que sus manos mismas daban testimonio. Y permitió que primero las turbas sufrieran el hambre y esperó a que los discípulos se acercaran y le preguntaran. También por medio de ellos hizo que las turbas se recostaran en la hierba, y por medio de ellos distribuyó los panes, queriendo así anticiparse y comprometer a cada uno por confesión propia y por sus obras. Por esta causa, de ellos recibió los panes, a fin de que se multiplicaran los testimonios del milagro y tuvieran ellos documentos y recuerdos del prodigio. Pues si tras de tantos preparativos todavía lo olvidaron ¿qué habrían hecho si Jesús no lo hubiera de tantos modos preparado? Y ordenó que se recostaran en la hierba, enseñándolos así a vivir austeramente. Porque no deseaba únicamente que los cuerpos se alimentaran, sino que las almas quedaran enseñadas.
De manera que por el lugar, por no suministrarles sino panes y peces, por haber ordenado que a todos se les diera lo mismo y en comunidad lo tomaran, de manera que ninguno recibiera más que otro, enseñó la humildad, la templanza y la caridad; y quiso que todos amaran a todos con igual afecto y tuvieran todas las cosas comunes a todos. Y habiendo partido los panes, los dio a los discípulos, y los discípulos los dieron al pueblo. Les dio los cinco panes ya partidos; y estos cinco panes, como si fueran una fuente, se multiplicaban y brotaban de las manos de los discípulos.
No terminó con esto el milagro; sino que hizo Jesús que no solamente los panes sobreabundaran, sino también los pedazos, para que se viera que estos pedazos eran de aquellos panes y pudieran también los que no estaban presentes saber lo que había sucedido. Para esto permitió que las turbas padecieran hambre; a fin de que nadie pensara que todo se reducía a meras apariencias. Permitió que sobraran doce canastos, para que incluso judas llevara el suyo. Podía simplemente haber apagado el hambre en las turbas, pero los discípulos no habrían experimentado su poder, pues así sucedió en tiempo de Elías. En esta ocasión los judíos quedaron de tal manera estupefactos que quisieron constituirlo rey, cosa que en los otros milagros no habían intentado.
Pero ¿quién podría con palabras expresar en qué forma los panes brotaban como de una fuente? ¿cómo fluían en aquel desierto? ¿cómo vinieron a quedar saciados tantos hombres? Porque eran cinco mil, sin contar las mujeres y los niños. Grande alabanza era para el pueblo que mujeres y niños siguieran a Cristo. ¿Cómo se hicieron los fragmentos sobrantes? Porque esto no es menor milagro que lo otro. Y fueron tantos los fragmentos que los canastos igualaron al número de los apóstoles y no fueron ni más ni menos. Y habiendo recogido los fragmentos, Jesús no los adjudicó a las turbas, sino a los discípulos, porque aquéllas eran más imperfectas que los discípulos.
Luego, habiéndoles hecho una seña, obligó a los discípulos a subir en la barca y precederle a la otra orilla, mientras él despedía a la muchedumbre. Para que, si estando él presente pareciera que lo sucedido eran meras apariencias y no la realidad, a lo menos una vez él ausente, vieran que no era así. Por esto, dejando el hecho a que lo examinaran cuidadosamente, ordenó que se apartaran los que habían recibido el beneficio y las pruebas y constataciones del milagro. En cambio, en otras ocasiones, tras de hacer grandes prodigios, apartaba de sí juntamente a las turbas y a los discípulos, para persuadirnos que jamás se ha de buscar la gloria vana de los hombres ni el aura popular, ni procurar atraerse las multitudes.
Cuando dice el evangelista que los obligó significa con esto que los discípulos estaban muy fuertemente adheridos a su presencia. Los despachó al parecer para evitar el concurso de las multitudes; pero lo que él quería era subir al monte, para enseñarnos así que ni se han de frecuentar continuamente las muchedumbres ni tampoco se han de huir; sino que hay que hacer ambas cosas mirando siempre a la utilidad, de manera de proceder ya de un modo ya de otro, según convenga.
Aprendamos a adherirnos a Cristo Jesús, no para alcanzar favores en las cosas sensibles, no sea que esto nos acarree desdoro, como a los judíos. Pues Cristo les dijo: Vosotros me buscáis no por haber visto los milagros, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado. 124 Por eso Jesús no hizo muchas veces semejante milagro, sino solamente dos, para que aprendiéramos que no se ha de servir al vientre, sino que hay que ocuparse asiduamente en las cosas del espíritu. Ocupémonos en ellas y busquemos el pan del cielo, y una vez recibido echemos fuera todos los cuidados del siglo. Pues si aquellos hombres, habiendo abandonado su casa, parientes y ciudades y todo, se mantenían en el desierto y no se apartaban ni aun apretándolos la necesidad del hambre, mucho más debemos nosotros, cuando a semejante mesa nos acercamos, mostrar mayores virtudes, mayor amor de las cosas del cielo, y buscar las cosas sensibles sólo en segundo término.
No acusó Jesús a los judíos porque lo buscaran a causa de los panes, sino porque lo hacían a causa solamente de los panes y sobre todo por los panes. Si alguno desprecia los dones que son de mucho valor y se apega a otros menores que aquel que los concede desea sean despreciados, pierde también los mayores. Por el contrario, si deseamos los dones de alto precio, se nos añadirán los de menos precio, puesto que estos segundos se dan como añadidura de los primeros, por ser tan viles, aun cuando parezcan grandes, si con los grandes se comparan. En consecuencia no busquemos empeñosamente esos dones pequeños, sino mantengámonos indiferentes en cuanto a poseerlos o perderlos. Así lo hizo Job, quien ni se apegaba a los bienes presentes ni se quejaba de que le fueran quitados. Las riquezas se llaman Jremata, no para que las enterremos, sino para que según convenga las usemos. 125 Así como cada artífice posee su propio arte, así el rico que ignora la herrería ni sabe construir embarcaciones ni manejar el telar ni construir casas ni otra alguna de esas artes; pero si aprende a usar de las riquezas en la forma que conviene y a repartirlas entre los pobres, acabará por ser maestro en un arte que es mejor que todos los otros.
Porque este arte es más elevado. Su oficina la tiene construida allá en el cielo; y no usa instrumentos fabricados con hierro y bronce, sino la buena voluntad y la bondad. Maestro de este arte es Cristo, lo mismo que su Padre. Pues dice El: Sed misericordiosos como vuestro Padre que está en los cielos. 126 Y es cosa admirable que precediendo este arte en excelencia a todos los otros en tan alto grado, no necesite de trabajo alguno, ni de tiempo, para ejercitarse, pues basta con querer y todo está hecho. Pero veamos también cuál sea tu finalidad.
¿Cuál es, en conclusión? El cielo y los bienes celestiales: es decir, aquella gloria inefable, aquel tálamo espiritual, aquellas lámparas brillantes, aquel habitar con el Esposo, y otras cosas que con palabras no pueden declararse ni con pensamiento alguno concebirse. De manera que por este lado semejante arte en gran manera difiere de todos los otros. La mayor parte de las artes solamente nos son útiles en el tiempo presente, pero éste lo es para la vida futura. Pues si tanto difiere de las otras artes que nos son necesarias en la vida presente, como la medicina, la arquitectura y otras semejantes, mucho más diferirá de esas otras que, si alguien bien las examina, verá que ni a artes llegan; de manera que yo a esas otras superfluas ni las tengo por artes.
¿Para qué nos son útiles las artes culinarias y las de los condimentos? En verdad, para nada. Peor aún: son harto inútiles y aun dañosas, pues enferman el alma y el cuerpo y acarrean pomposamente un deleite que es madre de todas las enfermedades y padecimientos. Más todavía: ni a la pintura ni al bordado de variadas labores y colores los llamaría yo propiamente artes, pues nos llevan a gastos inútiles. Las artes que son necesarias para el sustento de nuestra vida, conviene que nos aporten y preparen lo que necesitamos. Para esto nos puso Dios en el ánimo la sabiduría, para que encontremos modos de conservar nuestra vida. Pero representar en las paredes y en los vestidos animalillos, pregunto yo: ¿qué utilidades trae? Mucho habría que recortar de las artes de los zapateros y de los tejedores, puesto que con mucho han contribuido al lujo, mientras que sí han suprimido de lo que sí era necesario, mezclando con su arte un pésimo artificio: lo mismo que sucede en el arte de construir.
Sin embargo, así como a este último arte, mientras construya casas y no teatros y edifique lo necesario y no lo superfluo, lo llamaré arte, lo mismo que al de tejer con tal de que fabrique vestidos y mantos y no se dedique a imitar arañas excitando así grande hilaridad y generando grande molicie, también lo llamaré arte. Y el arte zapateril, mientras fabrique zapatos, no lo privaré del nombre de arte. Pero mientras convierta a los hombres en figura de mujeres y con las formas del calzado los torne afeminados y muelles, lo pondré entre las artes dañosas y superfluas. Ya sé yo que a muchos les parece que me entretengo demasiado en minuciosidades, pero no por eso me abstendré de hacerlo. Ciertamente la causa de todos los males es que semejantes pecados parezcan de poca importancia y por eso se descuiden. 127 Preguntarás: pero ¿qué pecado habrá más leve que el llevar zapatos adornados y brillantes y bien ajustados a los pies, al es que tal cosa ha de llamarse pecado? ¿Queréis, pues, que acometa a quien tal objeción pone, y le demuestre cuán grande torpeza hay en la naturaleza misma de eso? ¿No os irritaréis? Pero... ¡vamos! ¡aun cuando os irritéis no me preocuparé por ello! Al fin y al cabo, sois vosotros mismos los causantes de semejante falta de sentido común: vosotros los que juzgáis que tal cosa ni siquiera es pecado y así nos obligáis a combatir ese lujo. ¡Ea, pues! Exploremos el asunto y veamos cuán grave mal sea. Desde luego, eso de mezclar en el calzado hilos de seda que ni siquiera es honroso poner en el vestido ¿cuán grave afrenta es y cuán digno de burla? Y si desprecias mi parecer, oye a Pablo, quien con suma vehemencia lo prohíbe y por ahí comprenderás la ridiculez de la cosa. Y ¿qué es lo que dice?: Sin rizado de cabellos, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos. Pues ¿de qué perdón serás digno si cuando Pablo no permite a tu esposa usar costosos vestidos, tú llevas semejante lujo hasta en, como se advierte, el santo se fija principalmente en lo moral, el calzado y de mil maneras te proporcionas una cosa tan ridícula y molesta? Para que tú la uses se construye la nave, se alquilan remeros, se amaestran patrones y timoneles, se despliegan las velas, se cruza el mar dejando abandonada a la mujer, a los hijos, a la patria; y el comerciante expone su vida a las olas y se va hasta las regiones de los bárbaros y se enfrenta con infinitos peligros: todo para que tras de tantas cosas, tú en tu calzado lleves cosidos unos hilos y adornes la piel del zapato. ¿Hay cosa más loca que ésta? No eran así los calzados de los antiguos, sino tales como convenían para hombres. De manera que me temo que, andando los tiempos, los jóvenes vengan a usar calzado de mujer, sin que esto les cause vergüenza. Y lo que es más grave aún, sus padres lo ven y no se indignan sino que lo llevan con indiferencia. ¿Queréis que os presente algo más grave aún? Pues bien: todo eso se hace al mismo tiempo que muchos se hallan oprimidos por la miseria. ¿Queréis que os presente aquí en medio a Cristo hambriento, desnudo, cercado por todos lados y aprisionado y atado? Pues ¿de qué rayos no seréis dignos cuando a El necesitado de alimento lo descuidáis, mientras tan cuidadosamente andáis adornando las pieles de vuestros zapatos? Cuando El imponía la ley a sus discípulos no les permitió ni aun el llevar calzado, ¿mientras que nosotros no sólo no soportamos caminar con los pies descalzos, pero ni aun calzados de modo decente? ¿Qué hay peor que semejante absurdo? ¿qué hay que sea más ridículo? En verdad que eso es propio de un ánimo afeminado, inhumano, en exceso curioso y vanísimo. ¿Cuándo podrá ocuparse en lo que es necesario quien a tales superfluidades se entrega? ¿Cuándo un joven así podrá cuidar de su alma? ¿o siquiera pensar que la tiene? Vanísimo será quien se halle necesitado de admirar tales cosas. Cruelísimo será quien ocupado en ellas, descuide a los pobres. Sin virtud estará quien ponga todo el empeño de su vida en semejantes anhelos. El que anda cuidadoso de esos hilos de seda y del brillo de los colores y de la belleza de las hiedras que de semejantes tejidos nacen ¿cuándo podrá mirar al cielo? ¿Cuándo admirará la hermosura de allá arriba quien inclinado a la tierra, anda extasiándose en la belleza de las pieles de su calzado? Dios extendió los cielos y encendió el sol para arrastrar tus miradas a lo alto; y tú en cambio a ti mismo te obligas a mirar al suelo, al modo de los cerdos, y le das gusto al demonio. Porque fue el mismísimo malvado demonio quien inventó semejante desvergüenza, para apartarte de aquella otra hermosura. Para eso te arrojó en aquélla. Para que a Dios que te muestra los cielos lo pospusieras al demonio que te muestra las pieles. O mejor dicho, no pieles, pues al fin y al cabo éstas son obras de Dios, sino cierta molicie y pésimo artificio. ¡Allá va el joven inclinado al suelo! ¡él, a quien se le ha ordenado el ejercicio de la virtud y pensar en el cielo! ¡y se gloría más de su calzado que si hubiera llevado a cabo alguna gran empresa; y muelle y delicadamente cruza la calle y la plaza; y se cubre de tristeza y de dolor por el miedo de que la lluvia le manche con el barro su calzado o el estío se lo cubra de polvo! ¿Qué dices, oh hombre? A causa de semejante lujo has arrojado al lodo toda tu alma ¿y en cambio con tan grave angustia piensas en tu calzado? Reflexiona en el uso que éste tiene y avergüénzate de tenerlo en tanta estimación. El calzado se inventó para calcar el lodo y el cieno y las otras horruras que hay en el pavimento. Si pues no te es posible dejar que se manche, desátalo, póntelo al cuello o en torno de tu cabeza... ¿Os reís vosotros al oír esto? Pues yo me derrito en lágrimas viendo la locura de semejantes jóvenes y de semejantes cuidados. Porque de mejor gana dejarían que todo su cuerpo se manchara, antes que su calzado. Y por aquí se tornan ligerísimos de espíritu; y por el otro motivo, ávidos de riquezas. Quienes se han acostumbrado a dejarse llevar de tan loco empeño es obvio y aun necesario que mucho gasten en sus vestidos y en todas sus cosas. Y si tienen un padre lleno de ambiciones, se les acrece su absurda codicia. Pero si lo tienen avaro, entonces se ven obligados a entregarse a varias torpezas para lograr un poco de oro para sus gastos. Por este camino muchos jóvenes han vendido su hermosura y acabaron en parásitos de gente rica y en ocuparse en otros viles servicios para por este medio comprar los modos de satisfacer su codicia.
Y que un joven así se convierta en amante del dinero y en ligerísimo de espíritu y del todo perezoso para las cosas de obligación, y por aquí se vea necesitado de cometer muchos pecados, es cosa que queda en claro por lo que ya se dijo. Y que además se tornará cruel y ansioso de vanagloria, nadie hay que lo niegue. Y así, como inhumano que es, cuando vea a un pobre, se dejará llevar del amor de sus propios adornos y no se dignará dirigirle una mirada; y aun cuando el pobre se muera de hambre, lo despreciará. Y como anheloso de la vanagloria, se le encontrará bien amaestrado en captarse la estima de los que lo ven aun en cosas que son simples nimiedades. Porque yo pienso que ni un capitán se gloría de sus ejércitos y de sus triunfos, como ese joven depravado del ornato de sus zapatos, de la amplitud de sus vestidos, de la cabellera de su cabeza. Y esto, siendo así que todas esas cosas, obras son de otros artífices.
Pues si nunca acaban de gloriarse de esas obras ajenas ¿cuándo lo harán de las propias? Y aun añadiría yo cosas más graves que éstas; pero, con éstas es ya suficiente. Conviene, pues, que aquí termine mi discurso. Lo dicho es contra los querellosos litigantes que afirmaban no haber nada absurdo en lujo semejante. Sé bien que muchos de los jóvenes no hacen caso de lo que dejo dicho: ¡hasta tal punto están embriagados y presos de semejante enfermedad! Pero no por eso convenía callar. Los padres que no estén locos podrán reducirlos a la modestia debida, aun contra la voluntad de ellos. Ni diga el joven: ¡total, nada de nada! Porque esto es precisamente lo que ha echado a perder todo. De todos modos, convenía instruirlos y volverlos decentes en estas cosas al parecer mínimas y hacerlos magnánimos despreciadores de tales ornatos. Por este otro camino los hallaremos más tarde preclaros y eximios para las grandes empresas.
¿Qué hay más despreciable que el aprendizaje de las letras primeras? Pero por ellas se forman los oradores, los sofistas, los filósofos. Si ellos ignoran aquéllas, nunca llegarán a eso otro. Y lo decimos no únicamente para los jóvenes, sino también para las jóvenes y las mujeres; pues se hallan del mismo modo expuestas a los mismos pecados; y tanto más cuanto más conviene que las doncellas usen de mayor modestia. Pensad, pues, como dicho para vosotras cuanto se dijo de los jóvenes, a fin de que no tengamos necesidad de repetir eso mismo. Porque tiempo es ya de que cerremos la predicación con las acostumbradas oraciones.

HOMILIA L (LI)

Rogad, pues, juntamente con nosotros, para que los jóvenes que pertenecen a la iglesia puedan vivir en especial modestamente y llegar honorables a la ancianidad. Pues para los que no viven con templanza no hay que desear que lleguen a la vejez. Pero para los que siendo jóvenes imitan a los ancianos, por mi parte oro para que lleguen hasta una ancianidad extrema y engendren hijos excelentes que sean el gozo de sus padres, y antes que nada de Dios, creador de todos. Y ruego a Dios que aparte de ellos toda enfermedad espiritual; no solamente esa que trasluce en el calzado y en el modo de vestir, sino toda otra cualquiera. Porque la adolescencia, si se descuida, es como la tierra sin cultivo, que por todas partes brota espinas. Metamos ahí el fuego del Espíritu Santo y quememos esas malas pasiones. Cultivemos esos campos incultos, para que puedan recibir la simiente. Mostremos a nuestros jóvenes más sabios que los ancianos extranjeros. Cosa admirable es que en la juventud resplandezca la templanza; pues no merece gran premio quien en la ancianidad se muestra temperante, ya que la edad le ayuda. Lo admirable es gozar de paz en medio del oleaje y no quemarse entre las llamas y en la juventud guardar la pureza.
Pensando en esto, imita al bienaventurado José, que en todo eso resplandeció, a fin de que consigamos las mismas coronas que él consiguió. Ojalá todos las disfrutemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Una vez que hubo despedido a la turba, subió a un monte apartado para orar; y llegada la noche, estaba ahí El solo.
La barca, ya en medio del mar, era agitada por las olas, pues el viento le era contrario (Mt 14, 23).
¿Por qué sube al monte? Para enseñarnos que para orar a Dios es cómoda la soledad y el desierto. Por esto con frecuencia se retira a sitios desiertos, y ahí pasa la noche en oración. Nos amonesta así que es necesario buscar sitio y tiempo oportuno para orar con tranquilidad. La soledad es madre de la tranquilidad y puerto de la quietud, que nos libra de todo alboroto. Por esa causa subió Cristo al monte, mientras los discípulos andaban agitados por las olas, y como en otrora iban azotados por la tempestad. Sólo que en la otra ocasión sufrían teniéndolo a El en la barca, pero ahora se encuentran solos y separados de Jesús. Es porque El los va conduciendo poco a poco a más altos grados de virtud a fin de que luego todo lo soporten con fortaleza. Por eso, cuando al principio tenían que experimentar el peligro, estaba él presente, aunque dormía, para acudir prontamente en auxilio de ellos. Ahora, en cambio, para ejercitarlos en más perfecta paciencia, no procede así, sino que está ausente. Permite que se levante la tempestad estando ya ellos en medio del mar, con el objeto de que no les quede prácticamente esperanza de salvación. Y los deja agitados por las olas durante toda la noche, creo que para despertar su corazón adormecido; porque tal es el efecto del terror que producen las tempestades y la noche. Y mediante ese terror, los inflamó en más desearlo y que tuvieran una más continua memoria en El.
Tales fueron los motivos de que no les acudiera enseguida. Pues dice el evangelista: En la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar. Les enseñaba así a no buscar un acabe inmediato de los males, sino llevar con fortaleza lo que les acontecía. De modo que mientras esperaban ser liberados, se acreció el peligro y el temor subió de punto. Pues dice Mateo: Al verlo ellos andar sobre el mar, se turbaron y decían: Es un fantasma. Y de miedo comenzaron a gritar. Así procede siempre Jesús. Cuando se prepara a borrar las tristezas, echa por delante otras más pesadas y tremendas, como sucedió en este caso. La tempestad no menos que aquella visión los perturbó. Pero, como ya dije, El ni aclaró las tinieblas, ni se descubrió inmediatamente, ejercitándolos con el continuo terror y enseñándoles a tener paciencia.
Así procedió con Job cuando iba a quitarle el terror y la tentación. Permitió que el final fuera más terrible aún, no por la muerte de sus hijos, ni por las injurias de su mujer, sino por los insultos de sus amigos y de sus criados. Y al tiempo en que Jacob fue librado en tierra extraña de sus trabajos, fue cuando Dios permitió que fuera perseguido y sufriera mayor perturbación. Pues fue cuando su suegro lo amenazó de muerte. Y luego cayó en extremo peligro con la visita de su hermano Mas, como no convenga que los justos sean tentados por muy largo tiempo, Dios, cuando van ya a salir del certamen, les aumenta las pruebas para su mayor ganancia. Lo mismo procedió con Abraham, cuyo certamen postrero fue el de inmolar a su hijo Isaac. Porque lo intolerable, entonces se torna tolerable cuando viene estando ya uno, como quien dice, en la puerta y se acerca la liberación.
Así lo hizo entonces Cristo. No se les dio a conocer hasta que gritaron de miedo. Pero cuanto mayor había sido el terror, tanto más grata fue su presencia. Cuando clamaron, dice el evangelista, al punto les habló Jesús y les dijo: Tened confianza; soy yo, no temáis. Estas palabras les quitaron el temor y les infundieron confianza. Como no lo podían entonces conocer por su rostro y a causa de aquel modo inaudito de caminar y ser de noche, se les dio a conocer por la voz. Y ¿qué hace Pedro? Es siempre fervoroso, y siempre se adelanta a los demás. Y le dice: Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. No le dice ruega, ni suplica, sino manda. ¿Observas su gran fervor y cuánta es su fe? Aunque por esto con frecuencia se hallara en peligro, por emprender lo que estaba sobre sus fuerzas. Aquí pedía algo exorbitante, pero sólo por amor a Jesús y no por vana ostentación. Porque no dijo: Manda que yo ande sobre las aguas; sino ¿qué?: Mándame ir a ti. Es que nadie lo superaba en el amor. Lo mismo hizo después de la resurrección, pues no soportó el ir al sepulcro con los demás, sino que se adelantó corriendo. De modo que da pruebas no solamente de su amor, sino también de su fe. Ni creyó que sólo Jesús podía andar sobre las aguas, sino que podía dar a otros la misma facultad; y anhelaba llegar hasta El cuanto antes.
Y Jesús le contestó: Ven. Y habiendo bajado de la barca Pedro, anduvo sobre las aguas y vino hacia Jesús. Pero viendo el viento fuerte, temió; y comenzando a hundirse, gritó: Señor, sálvame. Al instante Jesús le tendió la mano, lo tomó y le dijo: Hombre de poca fe ¿por qué dudaste? Esto es más admirable que lo primero, y por eso aconteció enseguida. Porque tras de haber demostrado que imperaba sobre el mar, hizo luego un mayor milagro. En la ocasión anterior únicamente imperó a los vientos. Pero ahora anda él sobre las aguas y concede a otro que también ande así. Si allá al principio le hubiera dado ese mandato, Pedro quizá no habría hecho lo que ahora hizo, pues aún no tenía tanta fe.
Mas ¿por qué se lo concedió? Porque si le hubiera contestado: No puedes hacerlo, Pedro, fervoroso como era, le habría contradicho. Por esto quiso que se persuadiera por el hecho mismo, a fin de que para en adelante fuera más modesto. Mas Pedro, ni aun así se pudo contener. Y habiendo bajado de la barca, lo sacudían las olas porque él temía. Las olas hacían que él se agitara; el viento, que temiera. Juan añade que ellos querían recibir a Jesús en la barca; y que la nave llegó al punto a tierra, a donde iban. Viene a significar lo mismo, o sea que, cuando ya estaban para tocar tierra, El subió a la barca.
Habiendo, pues, Pedro bajado de la barca, iba hacia Jesús, no tan gozoso de andar sobre las aguas como de acercarse a Cristo. Pero habiendo logrado lo que era más, peligró en lo que era menos. Es decir por el ímpetu del viento y no por el mar. Tal es la humana naturaleza: con frecuencia, tras de vencer en lo grande, es vencida en lo pequeño. Así le sucedió a Elías con Jezabel y a Moisés en Egipto y a David con Bersabé. Y lo mismo a Pedro. Todavía con el torre: e la visión se atrevió a andar sobre las olas; y en cambio no se pudo sostener contra el ímpetu del viento, y eso que ya estaba al lado de Cristo. De nada te aprovechará estar al lado de Cristo si no estás junto a El por la fe.
El suceso demostró la gran distancia que había entre el Maestro y el discípulo, y sirvió a los otros de consuelo. Porque si más tarde se irritaron por la petición de los dos hermanos, mucho más se habrían irritado en el caso presente, pues aún no habían recibido el Espíritu Santo. Más tarde ya no fueron así, porque en todo conceden el primado a Pedro y para la pública predicación le ceden el primer lugar, aunque pareciera algo más rudo que los otros. Mas ¿por qué no imperó a los vientos, que se aplacaran, sino que extendió su mano y tomó a Pedro? Porque se necesitaba el acto de fe de Pedro. Porque cuando no hacemos lo que está de nuestra parte, también cesa lo que a Dios toca. Y así, demostrando a Pedro que aquel su hundirse no se debía a los vientos impetuosos, sino a su poca fe, le dice: Hombre de poca fe ¿por qué dudaste? De modo que si no hubiera sido débil su fe, aun contra la fuerza del viento se habría él mantenido fácilmente. En tomándolo Jesús, dejó de soplar el viento, demostrando así que en nada lo habría dañado si hubiera sido firme su fe. A la manera que al polluelo salido del nido antes de tiempo y ya casi desplomándose, la madre lo sustenta sobre sus alas y lo vuelve al nido, así Cristo hizo con Pedro.
Y habiendo subido a la barca cesó el viento. Antes decían: ¿Quién es éste que hasta los vientos y el mar le obedecen? 128 Pero ahora no. Pues dice el evangelista: Los que estaban en la barca se postraron ante él, diciendo: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios. ¿Observas cómo lentamente los va conduciendo a todos a cosas más sublimes? Porque anduvo sobre las aguas y porque ordenó a Pedro hacer lo mismo, y cuando peligraba lo salvó, se les acrecentó la fe en gran manera. En la otra ocasión increpó al mar; ahora no lo increpa, demostrando su poder de otro modo más excelente. Por esto decían los discípulos: Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios. Y ¿qué? ¿acaso los reprendió porque así hablaban? En absoluto al contrario. Los confirmó en lo que decían cuidando más poderosamente de los que se le acercaban, y no como anteriormente.
Terminada la navegación, dice el evangelista, vinieron a la región de Genesaret; y reconociéndolo los hombres de aquel lugar, esparcieron la noticia por toda la comarca y le presentaron todos los enfermos, suplicándole que los dejase siquiera tocar la orla de su vestido, y todos los que lo tocaban quedaban sanos. Porque ya no hacían como anteriormente, ni le llevaban a sus casas, ni le pedían que los tocara con su mano y que lo ordenara con su palabra; sino que, con más alta sabiduría y con mayor fe, alcanzaban la curación. La mujer que padecía flujo de sangre sirvió de maestra a todos para esta forma de fe. Y para mostrar el evangelista que ya mucho antes Jesús había ido por aquellas tierras, dice: Y reconociéndolo los hombres de aquel lugar, esparcieron la noticia por toda la comarca y le presentaron todos los enfermos.
El tiempo en que lo vieron no sólo no acabó con su fe, sino que la acrecentó y la conservó floreciente. ¡Ea, pues! toquemos también nosotros la orla de su vestido. Más aún: si queremos, podemos íntegro poseerlo. Pues ahora se nos ha puesto delante su cuerpo; no únicamente su vestido, sino su cuerpo; y no para que solamente lo toquemos, sino para que lo comamos y nos saciemos. Acerquémonos, pues, todos los que andamos enfermos. Porque si los que tocaban la orla de su vestido, tan gran virtud participaban ¿cuánto mayor la participarán quienes íntegro lo reciben? Pero recibirlo con fe no es solamente recibir el cuerpo que se nos ofrece, sino tocarlo con un corazón limpio y con tales afectos como que a Cristo en persona te acercas. Pero ¿es que no oyes su voz? Mas lo ves yaciendo en la hostia. Más aún: percibes su voz que te habla por medio de los evangelistas.
Tened, pues, fe en que ahora se celebra aquella misma cena en la que El se recostó; porque ésta en nada difiere de aquélla. No es que ésta la celebre el hombre y aquélla Cristo; sino que ambas las celebra Cristo. En consecuencia, cuando ves al sacerdote que te entrega la hostia, no pienses ser el sacerdote quien eso hace, sino que esa mano que se alarga es la de Cristo. Pues así como cuando el sacerdote bautiza, no es él quien bautiza sino Dios que con su invisible virtud toca la cabeza, de manera que no se atreve a acercarse y tocar ni un ángel ni un arcángel ni otro alguno, así sucede acá. Como Dios es el único que regenera, eso es don de sólo El.
¿No has visto cómo entre nosotros, cuando alguno es adoptado por hijo, no se encomienda eso a los criados, sino que los adoptantes personalmente se presentan ante el juez? Pues del mismo modo, tampoco Dios ha encargado semejante ministerio a los ángeles, sino que está presente en persona y ordena y dice: No llaméis padre a nadie sobre la tierra. 129 Y no es porque desprecie a los padres, sino para que antepongas a ellos tu Creador, que te ha inscrito entre sus hijos. Quien te dio lo que era más, o sea a sí mismo, mucho más se dignará darte su cuerpo. Demos, pues, fe a los sacerdotes y a los encargados por ellos, acerca del más grande don que se nos ha concedido. Oigámoslos y temblemos. Nos ha dado su sacratísima carne en comida; se nos ha puesto a la mesa El mismo inmolado. ¿Qué excusa tendremos cuando con tal alimento apacentados en tal forma pecamos? ¿cuando comiendo el Cordero nos convertimos en lobos? ¿cuando comiendo la Oveja luego robamos a la manera de leones? Misterio tan grande nos obliga no sólo a vivir siempre limpios de rapiñas, sino aun de la más leve enemistad.
Porque este misterio es misterio de paz, que no nos deja apegarnos a las riquezas. Si Cristo por nosotros no se perdonó a Sí mismo ¿de qué castigo no seremos dignos si nos adherimos a las riquezas y descuidamos el alma, por la que El no se perdonó a sí mismo? Instituyó Dios que los judíos anualmente celebraran fiestas para recordar sus beneficios; pero a ti te los recuerda diariamente, mediante estos misterios sagrados. No te avergüences de la cruz, porque estos son nuestros motivos de honor, estos son nuestros misterios, este don es nuestro ornato de él nos gloriamos! Si yo dijera que Dios extendió los cielos y la tierra y derramó los mares y envió profetas y ángeles, no habré dicho nada que iguale a este misterio. Porque este es el resumen de todos los bienes: que no haya perdonado a su propio Hijo para salvar a los que le eran enemigos.
En consecuencia, que no se acerque a esta mesa ningún judas, ningún Simón Mago, pues ambos perecieron por su avaricia. Huyamos de semejante abismo. No pensemos que nos basta para la salvación el que, tras de haber despojado a viudas y pupilos, ofrezcamos al altar cálices de oro con adornos de piedras preciosas. Si quieres de verdad honrar este santo Sacrificio, ofrece tu alma por la que Cristo fue inmolado. A ella hazla de oro. Pero si es de calidad inferior al plomo y aun al barro ¿qué lucrarás con que el cáliz sea de oro? No cuidemos, pues, únicamente de ofrecer cálices de oro, sino que éstos sean fabricados de lo adquirido en justo trabajo. Entonces serán más preciosos que el oro, pues provendrán no de avaricias ni de rapiñas. No es la iglesia orfebrería ni platería, sino reunión de ángeles; de manera que lo que necesitamos son almas, ya que los cálices Dios los admite en vista de las almas. No era de plata la mesa aquella ni de oro el cáliz aquel en que Cristo dio su sangre a los discípulos; y sin embargo, mesa y cáliz eran a la vez preciosos y temibles, porque todo estaba lleno del Espíritu Santo.
¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies cuando anda desnudo. No lo vayas a honrar aquí dentro con paños de seda, mientras allá fuera lo olvidas a El, afligido del frío y la desnudez. El que dijo: Esto es mi cuerpo, 130 y de verdad realizó lo que decía, ese mismo dijo también: Me visteis hambriento y no me disteis de comer; y también: Cuando no lo hicisteis con uno de estos pequeñuelos, conmigo no lo hicisteis. 131 El cuerpo sagrado no necesita aquí de vestido, sino de una alma pura; en cambio allá fuera necesita de muchos cuidados. Aprendamos a ser sabios y a honrar a Cristo en la forma que él quiere. Porque para quien recibe honor, el honor más grato es aquel que él mismo desea y no el que nosotros ideemos. Pensaba Pedro honrar a Cristo cuando le impedía lavarle los pies; pero eso que él intentaba no era honor, sino todo lo contrario. Pues también tú hónralo en la forma que El mismo ordenó con ley, repartiendo tus riquezas con los pobres. No necesita Dios de vasos de oro, sino de almas de oro.
Y no digo esto para prohibir que semejantes dones se ofrezcan, sino rogándoos que juntamente con ellos y aun antes que ellos, se haga limosna. Cristo acepta esos dones, pero mucho más la limosna. Porque en esos dones solamente el que los ofrece saca utilidad, pero en la limosna también el que lo recibe. En aquéllos puede haber ocasión de vanagloria y vana ostentación; pero en la limosna solamente hay benignidad. ¿Qué utilidad se sigue de que la mesa de Cristo esté cargada de vasos de oro, mientras El perece de hambre? Antes que nada sacia tú al hambriento, y luego, de lo sobrante, adorna a Cristo en su mesa. ¿Cáliz de oro fabricas y no das un vaso de agua? ¿Qué necesidad hay de ornamentar la mesa con telas tejidas de oro y en cambio no dar a Cristo ni siquiera lo necesario para el indispensable vestido? ¿qué utilidad se saca de eso? Porque, ven acá y dime: si vieras tú a uno privado del necesario sustento, pero dejándolo así muerto de hambre, te pusieras a adornar la mesa revistiéndola de oro y nada más hicieras ¿te daría ese pobre las gracias? ¿acaso no más bien se encolerizaría? Y ¿qué si lo vieras vestido de ropas desgarradas y aterido de frío y tú, omitiendo darle vestido, le erigieras columnas de oro y pregonaras ser en su honor lo que hacías? ¿Acaso no pensaría que lo burlabas y que le hacías la mayor de las injurias? Pues piensa del mismo modo acerca de Cristo, cuando pasa El errabundo y necesitado de hogar; mientras que tú, tras de negarle el hospedaje, te pusieras a exornar el pavimento y los capiteles y las columnas y a suspender lámparas con cadenas de plata; y a él, encarcelado y atado, ni siquiera te dignaras dirigirle una mirada.
Y no digo esto para prohibir que semejantes adornos se empleen, sino para que juntamente se cuide de ambas cosas. Más aún: yo os exhorto a que primero hagáis las limosnas y después lo demás. A nadie se le ha acusado por no haber proporcionado semejantes adornos; mientras que a quienes descuidan la limosna, les está preparada la gehenna y el fuego inextinguible y han de tolerar semejante suplicio en compañía de los demonios. No por adornar tu casa, descuides a tu hermano que se halla en aflicción: porque él es templo más precioso que este otro material. De éste pueden arrancar los cimientos los reyes paganos, los tiranos, los ladrones; pero cuanto hagas benignamente por tu hermano hambriento, peregrino, desnudo, no puede arrebatarlo ni el demonio mismo, sino que queda guardado en el tesoro aquel intangible.
¿Qué dice Jesús?: A los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a Mí no siempre me tendréis. 132 Esto sobre todo debe movernos a misericordia: que no siempre, sino solamente en esta vida, tendremos a Cristo hambriento. Y si quieres penetrar el sentido íntegro de su sentencia, óyelo. Esto no lo dijo a los discípulos, aun cuando así parezca, sino que fue acomodado a la debilidad de la mujer aquella. Por ser aún imperfecta y porque ellos la molestaban, habló así a fin de consolarla. Y se ve claro por lo que dijo: ¿Por qué molestáis a esta mujer? Que a El siempre lo tengamos con nosotros, El mismo lo afirmó: Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumación del mundo. 133 Queda pues en claro, de todo eso, que Cristo no dijo aquello sino para que la reprensión de los discípulos no dañara la fe que brotaba en aquella mujer.
No opongamos, pues, este pasaje, que fue dicho en aquellas circunstancias; sino que, leyendo cuantas leyes hay en el Antiguo Testamento y en el Nuevo, pongamos gran cuidado en hacer limosna. Esto limpia del pecado. Pues dice Cristo: Dad limosna y todo será puro para vosotros 134 Ella vale más que los sacrificios, pues dice: Misericordia quiero y no sacrificio. 135 Ella abre los cielos, pues al centurión Cornelio le dijo el ángel: Tus oraciones y limosnas han sido recordadas ante Dios. 136 Más necesaria es la limosna que la virginidad, pues por haber olvidado aquélla las vírgenes necias fueron excluidas del tálamo, mientras las otras eran recibidas.
Sabiendo todo esto, sembremos largamente para recoger con mayor abundancia; y que así consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por todos los siglos. Amén.

HOMILIA LI (LII)

Entonces se acercaron a Jesús fariseos y escribas venidos de Jerusalén, diciendo: ¿Por qué tus discípulos, etc. (Mt 15, 1).
ENTONCES. ¿Cuándo? Cuando hizo infinitos milagros; cuando curó a los enfermos al contacto de la orla de su vestido. Declara el tiempo el evangelista para manifestar la enorme perversidad de aquellos hombres que por nada cedían. ¿Qué significa eso de fariseos y escribas venidos de Jerusalén? Lo dice porque aun cuando estaban dispersos entre todas las tribus y divididos en las doce partes, pero los de Jerusalén eran los más perversos, porque disfrutaban de más crecidos honores y eran muy arrogantes. Observa cómo por su mismo modo de preguntar quedan cogidos. Porque no dicen: ¿por qué traspasan la Ley de Moisés? sino: la tradición de los ancianos. Por aquí se ve que los sacerdotes habían metido muchas innovaciones, a pesar de que Moisés con terrores grandes y muchas amenazas había prohibido que algo se añadiera o quitara a la Ley: No añadirás nada a lo que yo os prescribo ni nada quitarás. 137 Sin embargo, ellos añadían novedades como era eso de no comer sin lavarse las manos y sin lavar las copas y vasos de bronce y purificarse. Y precisamente cuando ya era tiempo de eximirse de tales observancias fue cuando ellos más se ataron a ellas. Temían que alguien les arrebatara el principado y anhelaban hacerse más temibles con su papel de legisladores.
Llegó a tales términos la perversidad que sus preceptos se guardaban y en cambio se violaba la Ley de Dios. Y en tal manera se habían impuesto, que era pecado violar sus mandamientos. Había en esto una doble falta: que introducían innovaciones y que, sin tener en cuenta lo de Dios, vindicaban en forma tan rígida lo suyo. Ahora, haciendo a un lado lo de las medidas y lo de las copas de bronce, que eran cosas ridículas, traen al medio lo que les pareció de mayor importancia; y esto con el objeto, según me parece, de concitar contra Cristo la cólera del pueblo. Por lo mismo, trajeron a la memoria los ancianos, como si Cristo los despreciara, y tomar de aquí ocasión de acusarlo.
Nosotros debemos ante todo examinar por qué los discípulos comían sin lavarse las manos. ¿Por qué causa comían así? No lo hacían deliberadamente y con torcida intención, sino que para atender a lo necesario omitían lo superfluo. Tampoco tenían como ley el comer con las manos lavadas o sin lavar, sino que hacían lo uno y lo otro según se presentaba la ocasión. Si no se cuidaban del necesario sustento ¿por qué se iban a cuidar con diligencia de eso otro? Como esto aconteciera a los discípulos muchas veces en que de pronto y como fortuitamente tenían que hacerlo, por ejemplo cuando comían en el desierto y cuando arrancaron las espigas, los escribas y fariseos, que siempre descuidaban lo importante y en cambio cuidadosamente procuraban lo superfluo, tomaron ocasión de aquello como si fuera un pecado, para acusar a Cristo. ¿Qué hace Jesús? No atiende a eso ni rechaza la acusación, sino que al punto los recrimina, con el objeto de reprimir su audacia. Y para manifestar que quien cae en pecados mayores no debe tan cuidadosamente indagar las faltas pequeñas de otros. Como si les dijera: Vosotros que debíais ser acusados, acusáis.
Quisiera yo que consideres cómo Jesús, cuando quiere abrogar alguna de las prescripciones legales, lo hace como si quisiera excusarse. Y así procede ahora. Porque no procede inmediatamente a tratar de las transgresiones, ni dice: Esto no tiene importancia, pues habría vuelto a los escribas y fariseos más feroces aún, sino que primero les humilla su audacia, trayendo al medio un crimen de ellos mucho mayor y echándoselo en cara. Tampoco dice de ellos que obren rectamente en las transgresiones para no darles agarradera, ni los reprende para no parecer que confirma la Ley, ni tampoco acusa a los ancianos como perversos y malos, pues lo habrían odiado como a querelloso; sino que haciendo a un lado todo eso, echa por otro camino. Aparentemente parece redargüir a los que se le acercaron, pero en el fondo alude a los que semejante ley pusieron, sin nombrar para nada a los ancianos, aunque reprobándolos también a éstos en la acusación que pone contra aquéllos y pone de manifiesto que cometen un doble pecado: el no obedecer a Dios y el proceder así por agradar a los hombres.
Como si les dijera: precisamente esto es lo que os ha perdido, que en todo obedezcáis a los ancianos. No lo dice claramente, pero lo deja entender cuando les responde: ¿Por qué traspasáis vosotros el precepto de Dios por vuestras tradiciones? Pues Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre, y quien maldijere a su padre o a su madre sea muerto. 138 Pero vosotros decís: Si alguno dijere a su madre: Cuanto de mí pudiere aprovecharte sea ofrenda, ése no tiene que honrar a su padre; y habéis anulado la palabra de Dios por vuestra tradición. No dice por la tradición de los ancianos, sino vuestra, y también: vosotros decís. No dice ancianos para que la contestación resultara menos molesta. Pues los escribas y fariseos intentaban demostrar que los discípulos eran transgresores de la Ley, Cristo les prueba que son ellos los transgresores verdaderos, y que los discípulos están libres de culpa. Ni es ley lo que los hombres establecen, y por eso la llama tradición, que es cosa propia de hombres en exceso perversos. Y como el mandato de lavarse las manos no era contrario a la Ley, El les trae al medio otra tradición que sí era contraria a la Ley.
Lo que dice Jesús significa lo siguiente. Los escribas y fariseos enseñaron a los jóvenes, so capa de piedad, a despreciar a sus padres. ¿Cómo y por qué medio? Si algún padre decía a su hijo: dame esa oveja que tienes, o ese ternero u otra cosa cualquiera, el hijo respondía: Eso que quieres que te dé es don prometido a Dios y tú no puedes recibirlo. De donde se seguía un doble mal. Pues ni lo daban a Dios y en cambio defraudaban a sus padres bajo la excusa de ser aquello oblación hecha a Dios; de manera que les hacían injusticia en nombre de Dios, y a Dios en nombre de los padres. Pero Jesús no les dice esto al punto, sino que primero les recuerda la Ley, por la que Dios manifiesta su voluntad absoluta de que se honre a los padres. Porque dice: Honra a padre y madre para que vivas largo tiempo sobre la tierra. Y también: Quien maldijere a su padre o a su madre, muera. Cristo, dejando a un lado el premio que recibirán los que honren a sus padres, enuncia lo que es más tremendo, o sea el castigo que recibirán los que no los honren. Y lo hace tanto para apartarlos de ese crimen como para atraer a los que sean prudentes. Además por aquí hace a los escribas y fariseos dignos de muerte. Porque si quien con palabras no honra a sus padres es castigado, mucho más lo seréis vosotros: como si les dijera -pues los deshonráis con obras. Y no sólo los deshonráis, sino que enseñáis lo mismo a otros.
Entonces ¿por qué vosotros, que ni aun debíais estar entre los vivos, acusáis a los discípulos? No es de maravillar que contra mí, a quien hasta ahora no conocíais, os mostréis tan rijosos cuando lo mismo hacéis respecto de vuestros padres. Porque por todas partes afirma y demuestra que de esta raíz les ha nacido toda su arrogancia. Hay algunos que interpretan este pasaje de otro modo, es decir, aquello de: Cuanto de mí pudiere aprovecharte sea ofrenda. Es decir: No te debo honor alguno; si te honro lo hago sin obligación, puesto que todo podía yo convertirlo en oblación a Dios. Pero Cristo aquí no trató de esa forma de injuria. Marcos lo dice más claro: Corbán, esto es ofrenda, sea todo lo que de mí pudiera serle útil, 139 que propiamente no significa don o regalo, sino oblación en sentido estricto.
Una vez que Cristo les demostró que quienes pisoteaban la ley de Dios no tienen derecho a reprender a otros, por haber traspasado la tradición de los ancianos, luego aduce la prueba con las palabras del profeta. Y tras de haberlos redargüido con vehemencia, prosigue adelante, como lo hace siempre citando las Escrituras, para demostrar además que El está de acuerdo con la palabra de Dios. ¿Qué es lo que dice el profeta?: Este pueblo se me acerca sólo de palabra y me honra sólo con los labios, mientras que su corazón está lejos de mí; y su temor de mí no es sino un mandamiento humano. 140¿Ves cuán exactamente consuena la profecía con lo dicho, y cómo ya de antiguo predice la perversidad de ellos? Lo que ahora Cristo dice acusándolos eso mismo ya anteriormente lo había dicho Isaías, o sea que despreciaban los mandatos de Dios.
Porque dice: Sólo me honra con los labios, mientras que cuidan grandemente de sus propios preceptos, enseñando mandatos de hombres. Con razón, pues, los discípulos no los guardan. Dado este golpe mortal y reforzada su acusación por los hechos, las propias sentencias de ellos y lo del profeta, ya no se ocupa de aquellos escribas y fariseos, puesto que era imposible enmendarlos; sino que se vuelve con su discurso a las turbas para exponerles una verdad sublime, grande, llena de alta sabiduría. Y tomando pie de lo dicho, explicó algo más eximio aún y excluyó la diferencia de alimentos. Pero atiende a la ocasión. Habiendo limpiado al leproso, removió la ley del sábado, se declaró rey de tierras y mares, estableció leyes, perdonó pecados, resucitó muertos y dio infinitas pruebas de su divinidad; y finalmente ahora habla de los alimentos. Porque todo el judaísmo a esto se había reducido; y si esto suprimes, a todo él lo habrás suprimido. Porque partiendo de aquí demuestra que también es necesario abrogar la circuncisión. Aunque esto último no lo aclaró por entonces, por ser un precepto más antiguo y que con mayor reverencia y piedad se guardaba. Más adelante lo abrogó por medio de sus discípulos. Era un precepto tan magno que cuando los discípulos quisieron abrogarlo, pasado ya mucho tiempo, comenzaron por practicarlo y hasta al fin lo abolieron.
Considera en qué forma Cristo induce la ley. Dice el evangelista: Y llamando en seguida a la multitud, les dijo: Oíd y entended. Porque no simplemente lo anuncia a las turbas, sino que primero procura, mediante el honor y la oficiosidad, ganar atención para sus palabras. Esto es lo que deja entender el evangelista cuando dice: Y llamando enseguida. Lo mismo procura aprovechando la oportunidad del tiempo. Una vez que había refutado victoriosamente a los escribas y fariseos y los había confundido con la autoridad del profeta, entonces comienza a legislar, o sea cuando más fácilmente podían captar lo que les decía. Y no sólo llama a las turbas, sino que las hace atentas diciendo: Entended, es decir, meditad, levantad vuestros ánimos, porque digna es de atención la ley que luego quedará escrita.
Porque si ellos, fuera de oportunidad, quebrantaron la ley por causa de su tradición y vosotros les habéis dado oídos, mucho más conviene que ahora me oigáis a mí que oportunamente os llevo a más alta sabiduría. No dijo: la distinción de alimentos nada es; ni tampoco: Moisés erróneamente mandó eso; ni tampoco: lo hizo para acomodarse a vosotros; sino que, entre amonestando y aconsejando y apoyándose en la naturaleza de las cosas, les dijo: No es lo que entra por la boca lo que hace impuro al hombre, sino lo que sale de la boca. Atendiendo a la naturaleza de las cosas, profiere su ley y establece su parecer. Cuando esto oyeron no lo contradijeron ni le alegaron y objetaron: ¿Qué es lo que dices? Habiendo Dios dado innumerables preceptos acerca de la discriminación de alimentos ¿tú ahora estableces esta ley? Sino que, puesto que con vehemencia los había reprimido, no solamente refutándolos sino poniendo de manifiesto su dolo y revelando lo que ellos a ocultas tramaban y los secretos de sus corazones, se apartaron en silencio.
Pero tú considera cómo ni en público ni claramente había Cristo hablado de los alimentos. Por esto ni siquiera los nombró diciendo alimentos, sino: Lo que entra no mancha al hombre. Cosa que podían ellos suponer referirse a las manos no lavadas. Hablaba de los alimentos, pero podía entenderse de las manos no lavadas. Pues tan sagrada era la discriminación de alimentos, que aun después de la resurrección, Pedro decía: Señor, nunca he comido nada común o inmundo. 141 Pues aun cuando esto lo decía por causa de otros y preparándose una defensa contra sus acusadores y mostrar así que se había resistido, sin embargo con esto demuestra la gran estima y cuidado que en la discriminación de animales se tenía.
Por eso Cristo a los comienzos no habló claramente acerca de los alimentos, sino que dijo: Lo que entra por la boca. Y también cuando luego más claramente parece haber hablado, no lo dio a entender sino hacia el fin, cuando dijo: Pero comer sin lavarse las manos eso no contamina al hombre; como si por aquí comenzara su discurso y que las otras cosas solamente las había intercalado. Por eso no dijo: la comida de los alimentos no contamina al hombre, sino que habló como si tratara de otra cosa, para que nada le pudieran objetar. Añade el evangelista que oyendo esto se escandalizaron, no ciertamente las turbas, sino los fariseos. Porque dice: Se le acercaron los discípulos y le dijeron: ¿Sabes que los fariseos al oírte se han escandalizado? Y sin embargo, Cristo nada había dicho contra ellos. Y ¿qué hace Cristo? No se pone a contradecir el escándalo, sino que los increpa diciendo: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada. Porque sabía él muy bien cuándo se ha de despreciar el escándalo y cuándo no. Porque en otra parte dice: Mas, para no escandalizarlos, vete al mar y echa el anzuelo. 142 Aquí, en cambio, dice: Dejadlos, son ciegos y guías de ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la fosa.
Lo que dijeron los discípulos no fue tanto porque se condolieran de los fariseos, sino porque ellos mismos sentían un poco de turbación. Pero como no se atrevían a decirlo de sí mismos, querían aclarar la cosa contándola como de otros, Y que esto sea así, oye cómo el fervoroso Pedro, que siempre se adelantaba a los demás apóstoles, le dice: Explícanos esta parábola. Declaraba así la turbación de su ánimo, pero sin atreverse a decir abiertamente que aquello le molestaba, sino rogando que mediante la interpretación se le apaciguara su turbación. Pero entonces él a su vez fue reprendido. ¿Qué le dijo Cristo?: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada.
Los enfermos de maniqueísmo alegan este pasaje como dicho de la Ley; pero con lo que ya explicamos les quedan cerradas las bocas. Si de la ley lo decía ¿cómo es que poco antes la defendió y argumentó en su favor diciendo: Por qué traspasáis vosotros el mandato de Dios por vuestras tradiciones? ¿Cómo es que alega el testimonio del profeta que dice: Este pueblo me honra con los labios, etc.? ¡No! ¡esto lo afirma hablando de ellos y de sus tradiciones! Pues si Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre ¿cómo puede ser que lo que El dijo no sea implantación de Dios? También lo que sigue demuestra que Cristo hablaba de los fariseos y de sus tradiciones. Porque añade: Son ciegos y guías de ciegos. Si hubiera tratado de la Ley, habría dicho que ella es guía de ciegos. Pero no dijo así, sino: Son ciegos y guía de ciegos, vindicando así a la Ley de toda acusación y refiriéndolo todo a ellos. En seguida, para apartarles las turbas y que no las despeñaran al abismo, dice Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la hoya.
Gran mal es la ceguera. Pero ser ciego y no tener guía y además ofrecerse como guía es doble y triple crimen. Pues si es cosa peligrosísima que el ciego no tenga guía, es más peligroso aún que él se ofrezca como guía. Y ¿qué hace Pedro? No dijo: ¿por qué has dicho eso? Sino que pregunta como si le molestara la oscuridad de lo dicho. Ni dice ¿por qué has hablado en contra de la Ley? Pues temía que lo tuvieran por escandalizado. Tal es el motivo de que hable como si la cosa fuera oscura. Pero es cosa clara que no lo dijo por la oscuridad del dicho, sino por haberse escandalizado, ya que en lo dicho no había tal oscuridad.
Por esto Cristo lo increpa y dice: ¿Tampoco vosotros entendéis? Quizá las turbas no entendieran lo que Cristo decía, pero los discípulos sí se escandalizaron. Por lo cual al principio, como si preguntaran acerca de los fariseos, pedían una explicación. Pero cuando le oyeron que pesadamente conminando decía: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial será arrancada; y luego: Son ciegos y guías de ciegos, se contuvieron. Por su parte Pedro, siempre ardoroso, ni aun así pudo callar, sino que dijo: Explícanos esta parábola. Cristo le responde con vehemencia: ¿Tampoco vosotros entendéis? ¿No comprendéis? Lo dijo en tono de reprensión para quitarles el prejuicio y opinión preconcebida. Y no terminó aquí, sino que añadió: Todo lo que entra por la boca va al vientre y se expele en la letrina. Pero lo que sale de la boca procede del corazón, y eso hace impuro al hombre. Porque del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las blasfemias. Esto es lo que contamina al hombre; pero comer sin lavarse las manos, eso no contamina al hombre.
¿Observas con cuánta vehemencia los increpa? Además toma sus argumentos de la naturaleza misma de las cosas, para de este modo rectificarles sus ideas. Pues cuando dice: Va al vientre y se expele en la letrina, todavía les habla en el bajo sentido de los judíos, pues dice que esas cosas no permanecen en el hombre, sino que se expelen. Pero aun cuando permanecieran, no manchan al hombre. Pero esto aún no podían entenderlo. Por esto el legislador le concede tanto tiempo cuanto el alimento permanece dentro; pero cuando ya ha salido, no, sino que ordena por la tarde lavarse y estar limpios, midiendo cuidadosamente el tiempo de la digestión y de la expulsión.
En cambio, lo del corazón, dice, permanece dentro, y cuando sale es cuando mancha y no mientras está dentro. Y pone en primer lugar los malos pensamientos, que era lo propio de los judíos. Y no argumenta aún por las leyes naturales, sino por lo que sale del vientre y del corazón, y de que unas cosas sale y otras no. Pues unas cosas de fuera entran y salen de nuevo; otras, en cambio, nacidas dentro, cuando salen, manchan; y sobre todo al salir. Pero ellos no podían aún entender esto con la debida sabiduría, como ya dije. Marcos añade que Cristo lo dijo para declarar puros todos los alimentos. Pero Cristo no dijo abiertamente que comer tales alimentos no mancha al hombre; sin duda porque no le hubieran dado oídos si tan claramente les hablara.
Aprendamos, pues, qué cosas manchan al hombre: sepámoslo y apartémoslas. Porque veo que hay en la iglesia una costumbre de venir con los vestidos muy limpios y con las manos lavadas, pero en cambio, no se preocupan de presentar al Señor una alma limpia. Y no lo digo prohibiendo lavarse las manos o la boca, sino que yo prefiero que os lavéis no con agua, sino como debe ser con el baño de las virtudes. Las suciedades de la boca son las maldiciones, las blasfemias, las querellas, las palabras llenas de ira u obscenas, los chistes y payasadas. Si tienes conciencia de no haber dicho tales cosas y que no estás manchado con semejantes horruras, acércate confiadamente. Pero si en esto tienes innumerables manchas ¿para qué en vano te lavas con agua la lengua, mientras llevas en ella esas mugres dañinas y perniciosas? Porque, dime: ¿Si tuvieras en tus manos estiércol y lodo te atreverías a orar? ¡De ningún modo! Y sin embargo, eso no causa daño alguno; mientras que lo otro es dañosísimo. Entonces ¿por qué en lo que es indiferente te muestras pío, mientras que eres negligente en lo que está prohibido? Dirás: ¿qué pues? Entonces: ¿no se ha de orar? En verdad que es necesario, pero no manchado con horruras, no cubierto de tanto lodo. Pero ¿y si por casualidad he caído? ¡Límpiate! ¿Cómo? Llora, gime, haz limosna, ponte de acuerdo con aquel a quien injuriaste, reconcíliate con él, limpia tu lengua, para que no irrites a Dios más gravemente.
Si alguien se te acercara como suplicante a tocar tus pies con las manos llenas de excremento, sin duda que no sólo no lo oirías, sino que a puntapiés lo rechazarías. Entonces ¿cómo te atreves a presentarte así a Dios? Porque manos del que suplica es la lengua y con ella toca las rodillas de Dios. ¡No la manches, para que no te diga: Cuanto multiplicáis las plegarias yo no escucho! 143 Y también: La muerte y la vida están en el poder de la lengua. 144 Y además: Pues por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado. 145 Guarda, pues, tu lengua más que la pupila de tus ojos. Corcel regio es la lengua. Si le pones freno y la enseñas a caminar rítmicamente, el rey se sentará en ella con quietud; pero si la dejas ir sin freno y que ande saltando, será cabalgadura del diablo y de los demonios. Cuando tú has dormido con tu mujer, cosa que no es pecado, no te atreves a orar; y en cambio, tras de la querella y las injurias, merecedoras de la gehenna ¿te atreves a levantar en oración tus manos antes de purificarte? Pero yo pregunto: ¿cómo es que no te horrorizas? ¿No oyes a Pablo que dice: El matrimonio sea tenido por todos en honor y la unión conyugal sea sin mancha? 146 Pues si levantándote de esa unión que es sin mancha, no te atreves a orar, cuando lo haces de una unión diabólica ¿cómo te atreves a invocar aquel tremendo y venerando nombre? Porque lecho del demonio es querer lavarse con oprobios y querellas. 147 La ira a la manera de un dañino adúltero, nos acomete con gran deleite y arroja en nosotros simientes perversas y engendra enemistades diabólicas y hace todo lo contrario del desposorio. Porque el desposorio hace que dos sean uno en una carne, mientras que la ira a los que estaban unidos los separa y aun rasga y hiere al alma misma. En consecuencia, para que te acerques confiadamente a Dios, no des cabida a la ira que te acomete, sino apártala como se hace con un can rabioso. Pues Pablo ordenó: Levantando las manos puras, sin ira ni discusiones.
No manches tu lengua, pues ¿rogará ella por ti no teniendo ya tú confianza? Adórnala con la modestia y la humildad en las palabras; hazla digna de Dios a quien ella ruega; llénala de bendiciones mediante la limosna. Porque también con la lengua puedes hacer limosna. Pues dice el Eclesiástico: La buena palabra es mejor que el don; 148 y también: Responde al pobre con mansedumbre y con palabras amables. Y el resto del tiempo, adórnala con la narración de las leyes divinas. Tu conversación sea toda según la ley del Altísimo. Acerquémonos al Rey eterno adorándolo en esta forma y caigamos en sus rodillas no sólo corporalmente, sino también con la mente. Pensemos a quién nos acercamos y en favor de quiénes y con qué finalidad. Nos acercamos a Dios ante el cual los serafines apartan su rostro porque no pueden soportar su esplendor, y a quien la tierra al verlo tiembla. Nos acercamos a Dios que habita en una luz inaccesible. Nos acercamos para que nos libre de la gehenna y para alcanzar perdón de nuestros pecados; para vernos libres de aquel intolerable suplicio; y para conseguir el Cielo con todos los bienes que allá están preparados.
Postrémonos, pues, ante El con el cuerpo y con la mente, para que El, a nosotros postrados, nos levante. Hablémosle con toda modestia y mansedumbre. Preguntarás: ¿quién hay tan miserable e infeliz que no sea humilde en su oración? El que al orar lanza maldiciones contra sus prójimos y está lleno de furor y clama contra sus enemigos. Si quieres acusar, acúsate a ti mismo. Si quieres aguzar la espada de tu lengua, agúzala contra ti mismo, contra tus pecados. No hables del mal que otro te ha causado, sino del mal que tú le has hecho: lo contrario sería el mayor de los males. Porque nadie puede dañarte si tú no te dañas a ti mismo. Si quieres, pues, levantarte contra los que te dañan, levántate primero contra ti mismo. Nadie te lo impide. Si acometes a otros saldrás con mayor daño.
Pero ¿qué injuria que se te haya hecho puedes alegar? Dirás que fulano me injurió, me arrebató mis bienes, me puso en peligro. Pero esto, si estamos vigilantes, no nos es dañoso, porque todo eso puede sernos de gran provecho. El dañado es aquel que causó esos males, no el que los sufre. Y esto sobre todo es causa de todos los males: que no caemos en la cuenta de quién es el que daña y quién el dañado. Si bien lo supiéramos, nunca nos vengaríamos, nunca pecaríamos contra otro, sabiendo ya que nadie puede dañarnos. Que no es daño ser robado, sino robar. Si robaste, acúsate a ti mismo; si otro robó lo tuyo, ora por el ladrón, pues en gran manera te ha aprovechado. Pues aun cuando él no pensara en aprovecharte, tú, si con fortaleza lo sufres, habrás logrado máximas utilidades. Al ladrón las leyes divinas y humanas lo llaman mísero, mientras que a ti, como a dañado, te celebran y te coronan.
Si uno que padece fiebre arrebata a otro un vaso lleno de agua y así satisface su dañoso deseo de beber, nunca diremos que ha sido dañado por aquel a quien arrebató el vaso, sino que se ha dañado a sí mismo aquel que lo arrebató, porque a sí mismo se aumentó el ardor de la fiebre e hizo más grave su enfermedad. Piensa tú lo mismo acerca del codicioso de dineros y riquezas. Porque éste, más aún que el enfermo de fiebre, con la rapiña enciende su propia llama. Si alguno furioso arrebata a otro la espada y con ella se atraviesa ¿quién es el que recibe daño? ¿aquel a quien arrebató la espada o aquel que la arrebató? Ciertamente éste. Pues pensemos lo mismo acerca del robo de las riquezas. Lo que es la espada para el loco, eso son las riquezas para el avaro.
Y aun son más dañosas. Porque el que está loco furioso y se traspasa con la espada, al fin queda libre de su locura y no recibe va nuevas heridas. En cambio, el avaro, día por día recibe nuevas y más graves heridas, sin que se vea libre de semejante locura; antes bien, la aumenta cada día. Cuantas más son las heridas que recibe, tanto mayor ocasión presenta de recibir otras mayores. Considerando estas cosas, huyamos de semejante espada, de semejante locura; y aunque sea tardíamente, vigilemos. Razonablemente a tal virtud le damos el nombre de continencia, no menos que a la otra que así comúnmente se llama. Porque en ésta se lucha contra la tiranía de una sola concupiscencia; pero en aquélla otra se hace necesario vencer muchas y variadas concupiscencias. Nadie hay más necio ¡nadie! que quien es esclavo de la riqueza. Cree que reina y es súbdito; le parece que señorea y es siervo; cuando se ata con cadenas, se goza; mientras vuelve cada vez más feroz a la fiera, se alegra; mientras es llevado cautivo, salta de gozo; mientras ve al can atacado de rabia y que acomete a su alma, mientras convenía encadenarlo y domarlo por el hambre, él largamente lo alimenta, para que con mayor vehemencia lo acometa y se torne más feroz.
Pues bien: pensando todo esto, rompamos las ataduras, demos muerte a la fiera, echemos de nosotros semejante enfermedad, librémonos de esa locura, para que disfrutemos de tranquilidad y tengamos verdadera salud; y así con abundante placer lleguemos al puerto sereno y sin olas, y alcancemos los bienes eternos. Ojalá que todos los obtengamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LII (LIII)

Salió de ahí Jesús y se retiró a los términos de Tiro y de Sidón. Una mujer cananea de aquellos contornos comenzó a gritar diciendo: Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David: Mi hija es malamente atormentada por el demonio. Marcos, por su parte, dice que él no pudo ocultarse cuando fue a una casa. 149
¿POR QUÉ Cristo fue a aquellas partes? Una vez que liberó a las turbas de la falta de alimentos, siguiendo la misma línea de conducta fue para abrir la puerta del reino a los gentiles. Como lo hizo Pedro cuando se le ordenó derogar esa ley de los alimentos, pues enseguida fue enviado a Cornelio. Y si alguno preguntara: ¿cómo es que habiendo dicho Cristo a los apóstoles: No vayáis a los gentiles, 150 ahora El va a ellos? le responderemos en primer lugar que Cristo no estaba obligado a guardar ese precepto, dado por El a los discípulos. En segundo lugar, que en realidad no fue allá precisamente para predicarles. Dando a entender esto, dice Marcos que no pudo permanecer oculto aun cuando se escondió.
Así como el orden de las cosas pedía que no fuera Él el primero en acercárseles, así también no decía con su bondad rechazarlos cuando iban a El. Si era conveniente ir en busca de los que huían, mucho más conveniente era no huir de los que lo buscaban y seguían. Advierte cómo aquella mujer es digna de cualquier beneficio. No se atrevió a ir a Jerusalén por temor y por no creerse digna de ello. Pues si tal temor no la hubiera cohibido, sin duda habría ido allá, como parece claro por la urgencia que al presente demuestra, y porque salió de los términos de su país. Hay algunos que explican esto alegóricamente; y dicen que cuando Jesús salió de Judea, entonces se atrevió a acercárseles la Iglesia, saliendo ella misma de sus confines. Porque dice en un salmo: Olvídate de tu pueblo y de la casa de tu padre. 151 Salió Cristo de su país y también la mujer salió de su país, y así pudieron dialogar. Pues dice el evangelista: Una mujer cananea, habiendo salido de los términos de su país. Acusa el evangelista a esa mujer para hacer ver el milagro y para más enaltecerla. Porque al oír que es cananea debes recordar que aquella gente malvada había arrancado de raíz hasta los fundamentos mismos de la ley natural. Y al recordarlo, piensa en la virtud y fuerza del advenimiento de Cristo. Pues los que habían sido arrojados de en medio de los judíos para que a éstos no los pervirtieran, ahora se tornan mejores que los judíos, hasta el punto de salir de su país para acercarse a Cristo, mientras los judíos lo rechazaban, siendo así que para ellos había venido.
Se acercó, pues, la mujer y no dijo sino:¡Compadécete de mí! y con su clamor suscitó un gran espectáculo. Porque gran espectáculo era contemplar a aquella mujer gritando con tan crecido afecto; ver a una madre suplicando por su hija; por su hija, repito, que tan intensamente sufría. No se atrevió a llevar a la posesa a la presencia del Maestro, sino que la dejó en su casa y se presentó ella como suplicante, y únicamente representó el caso, sin añadir nada más. Tampoco se atrevió a llevar a su casa al Médico, como el príncipe aquel que decía: Ven e imponle las manos y baja antes de que muera mi hija; sino que, habiendo expuesto su desgracia y lo terrible del padecimiento, con grandes clamores implora la misericordia del Señor.
Y no dice: Compadécete de mi hija, sino: Compadécete de mí. Como si dijera: ella no se da cuenta de su enfermedad, pero yo estoy inmensamente atormentada y siento como propia su enfermedad y al verla enloquezco. Pero él no le contestó ni una palabra. ¡Cosa más nueva e inaudita! A los judíos Cristo los atrae aun siendo ellos ingratos; aun blasfemando ellos, les ruega. En cambio, a esta mujer que lo busca, le ruega, le suplica, y que no ha sido instruida en la Ley ni en los profetas, y que por otra parte demuestra tan gran piedad, ni siquiera se digna responderle. ¿Quién no se habría dado por ofendido al ver un comportamiento tan contrario a la fama de Cristo? Había ella oído que Jesús recorría las villas curando las enfermedades; pero ahora, cuando ella se le acerca, él la rechaza. Por otra parte, ¿a quién no habría conmovido aquel padecimiento y aquellas súplicas que la mujer hacía en favor de su hija posesa del demonio? Porque no se acercó a Cristo como digna de aquel beneficio y como si exigiera una deuda, sino pidiendo misericordia y declarando su trágico padecer; y sin embargo, no reporta ninguna respuesta. Quizá muchos de los oyentes quedaron mal impresionados, pero ella no. ¿Qué digo muchos de los oyentes? Pienso que los discípulos mismos, impresionados por la desgracia de aquella mujer, se conturbaron. Sin embargo, ni aun así impresionados se atrevieron a decirle a El: Concédele ese beneficio; sino que se le acercaron y le rogaron diciéndole: Despídela, pues viene gritando detrás de nosotros. Porque sucede que nosotros, cuando queremos persuadir de algo, con frecuencia decimos cosas inoportunas. Cristo en cambio dice: Yo no he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel.
¿Qué hace entonces la mujer? ¿decayó de ánimo al oír semejante respuesta? ¿se alejó? ¿abandonó su empeño y anhelos? ¡De ninguna manera! Al revés, instó con mayor fuerza. No lo hacemos así nosotros. Por el contrario, si no conseguimos lo que pedimos, desistimos al tiempo en que lo conveniente sería instar con mayor fuerza. ¿A quién no habría derrotado la palabra de Jesús? El silencio mismo del Maestro podía haberla hecho desesperar, pero mucho más semejante respuesta. Al ver que juntamente con ella eran rechazados los que por ella intercedían; y al oír que lo que pedía no era posible, podía esto haberla hecho desesperar. Pero no decayó de ánimo, sino que, viendo que sus abogados nada lograban, perdiendo laudablemente la vergüenza, tomó atrevimiento.
Antes no se había atrevido a presentarse de frente, pues los discípulos dicen: Clama detrás de nosotros. Pero cuando lo verosímil era que ella, dudosa ya en su ánimo, se apartara, entonces se acercó mucho más, y adorándolo le dijo:¡Señor, ayúdame!¿Qué es esto, oh mujer? ¿Tienes acaso una confianza mayor que la de los apóstoles? ¿Tienes mayor fortaleza? ¡No! responde: ni mayor confianza, ni mayor fortaleza. Más aún: estoy llena de vergüenza. Pero echo mano de la audacia para suplicar. El se compadecerá de mi atrevimiento. Mas ¿por qué lo haces? ¿no has oído que dijo: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel? Responde la mujer: ¡Sí, lo he oído! Pero él es el Señor. Porque por este motivo ella no le dijo: ruega, suplica; sino ¡ayúdame! Y ¿qué hace Cristo? No se contentó con la prueba, sino que la aumentó, diciendo: No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los canes. Jesús con tal respuesta la colmó de tristeza más aún que con el anterior silencio. Ya no pasa el negocio a otro, ni dice: Yo no he sido enviado. Sino que cuanto más ella insiste pidiendo, tanto mayor repulsa recibe. Ya no llama él ovejas a los judíos, sino hijos, y a ella can.
¿Qué hace la mujer? De las mismas palabras de Cristo saca su argumento. Como si dijera: ¡si perro soy, a lo menos ya no soy extranjera! Con razón Cristo decía: Yo he venido al mundo para juicio. 152 Aquella mujer, aun injuriada, muestra virtud, muestra perseverancia y fe grande; mientras que los judíos, cultivados cuidadosa y honorablemente, se portan de modo contrario. Como si ella dijera: bien sé yo que el alimento es necesario para los hijos, por lo cual yo no por eso debo ser rechazada. Si en absoluto está prohibido recibir alguna cosa, será necesario abstenerse aun de las migas; pero si en alguna cosilla se puede participar, aun cuando yo sea un can, no se me prohíbe, sino al revés, por eso mismo se me debe dar alguna partecilla.
Bien sabía Cristo que ella iba a responderle así, y por eso difería el beneficio, para que apareciera públicamente la virtud de aquella mujer. Pues si no pensara en concederlo, tampoco luego lo hubiera concedido ni a ella de nuevo la hubiera reprendido. Lo que hizo en el caso del centurión cuando le dijo: Yo iré y lo curaré, 153 con el objeto de que conociéramos la piedad del centurión y lo oyéramos decir: No soy digno de que entres bajo mi techo; y lo que hizo con la mujer que padecía el flujo de sangre, cuando dijo: Yo he conocido que una virtud ha salido de mí, 154 y lo que hizo con la samaritana para dejar ver que ella ni aun refutada desistía, eso mismo hace ahora. Porque no quería que tan gran virtud de aquella mujer permaneciera oculta. En realidad lo que él le decía no era para reprenderla, sino para instarla a más acercarse y para ir descubriendo aquel oculto tesoro.
Por tu parte, considera juntamente la fe y la humildad de aquella mujer. El a los judíos los llamó hijos; ella, no contenta con eso, los llamó señores: ¡tan lejos estuvo de dolerse por las alabanzas ajenas! De modo que respondió: ¡Cierto, Señor! Pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. ¿Observas la prudencia de esta mujer? ¿Cómo no se atreve a contradecir ni envidia las alabanzas ajenas ni se entristece o irrita por la injuria? ¿Ves su perseverancia? El le dice: No está bien; ella responde:¡Cierto, Señor! El a los judíos los llama hijos; ella, señores. El a ella la llama can; ella arguye con la costumbre de los canes. ¿Observas su humildad? Compara esto con la jactancia de los judíos. ¡Somos linaje de Abraham y de nadie hemos sido siervos jamás; y hemos nacido de Dios 155 No así la mujer, sino que se llama can y a ellos señores; y por esta humildad fue constituida hija. ¿Qué le responde Cristo?:¡Oh mujer! ¡grande es tu fe! Por esto difería el don, para que brotara semejante expresión de aquellos labios, y por este camino coronar a aquella mujer. Hágase como quieres. Como si dijera: tu fe puede hacer aun cosas mayores que ésta. Hágase, pues, como tú quieres. Esta palabra tiene afinidad con aquella otra: Hágase el cielo, y el cielo fue hecho. Y su hija desde aquella hora quedó sana.
Considera cómo esta mujer ayudó no poco a la curación de su hija. Por esto no dice Cristo: Sea sana tu hija, sino: Grande es tu fe: hágase como quieres. Para que veas que no fueron palabras de adulación, sino que hubo ahí una excelentísima virtud de fe. Y dejó Cristo que los sucesos dieran una exacta prueba y demostración de la verdad. Pues dice el evangelista que al punto quedó sana la hija. Advierte cómo, venciendo a los apóstoles y sin que ellos hicieran nada de su parte, fue la mujer la que todo lo hizo. Tan gran cosa es la perseverancia en la oración. Prefiere Dios, cuando se trata de nuestros propios intereses, que seamos nosotros mismos los que le supliquemos, a que otros lo hagan por nosotros.
Pues en el caso, los apóstoles tenían una mayor confianza, pero la mujer tuvo mucho mayor perseverancia. Por lo demás, con el feliz éxito del negocio, Jesús como que se justificó delante de los discípulos de haber retardado el milagro; y que, con razón, cuando ellos le rogaban, El no había accedido. Y partiendo de ahí Jesús vino al mar de Galilea; y habiendo subido a una montaña se asentó ahí. Y se le acercó una gran muchedumbre, en la que había cojos y mancos, ciegos y mudos y muchos otros que se echaron a sus pies y los curó. Y la muchedumbre se admiraba viendo que hablaban los mudos, los mancos sanaban, los cojos andaban y veían los ciegos. Y glorificaban al Dios de Israel. Unas veces va por las aldeas, otras se asienta en espera de los enfermos y lleva a los cojos hasta la montaña. Ahora no tocan sus vestidos; sino que llevados a lo alto, se arrojan a sus pies y demuestran así su doble fe. Porque cojos, suben al monte y no necesitan otra cosa, sino arrojarse a los pies de Jesús. Y era cosa de maravilla ver andar, sin que nadie les ayudara, a quienes antes eran llevados por otros; y que los ciegos veían, sin necesidad de lazarillos.
Llenó así de admiración a todos tanto la gran multitud de los que fueron curados, como la facilidad con que lo fueron. ¿Adviertes cómo a la hija de la mujer cananea la curó tras de larga espera, mientras que acá a estos enfermos los curó al punto? No fue porque éstos fueran mejores, sino porque la fe de aquélla fue más fervorosa. Por eso en el caso de la mujer, dio largas para hacer ver su perseverancia; mientras que a estos enfermos los cura al punto, para cerrar la boca al judaísmo incrédulo, y quitarle toda justificación y excusa. Pues cuanto son mayores los beneficios que alguno ha recibido, a tanto mayor castigo se le condena, en el caso de que se muestre ingrato, y ni por el honor que se le ha concedido se torne mejor. Por esto los ricos son con mayor rigor castigados que los pobres, si son malvados; puesto que ni por la mayor abundancia de bienes se tornaron más mansos.
Ni me vayas a argüir diciendo que los ricos hicieron limosnas. Pues si, no las hacen conforme a las riquezas que poseen, tampoco escaparán del castigo. Porque el valor de la limosna no se estima por la cantidad que se da, sino por la generosidad del alma. Pero si tales ricos así sufren castigo, mucho más serán castigados los que andan anhelando lo superfluo; los que se construyen casas de tres y cuatro pisos y en cambio desprecian a los pobres, y se entregan a la avaricia y descuidan hacer limosnas. Y, pues hemos mencionado la limosna ¡ea! ¡volvamos hoy al discurso sobre la beneficencia que hace tres días dejamos sin terminar! Recordáis que hace poco os hablé del cuidado excesivo en el calzado; es decir, de la vanidad que hay en eso y de la molicie de los jóvenes. En esa ocasión, habiendo empezado a tratar de la limosna, fuimos a dar en el calzado. Pues bien: ¿de qué tratábamos entonces? Dijimos que la limosna es un arte que tiene su oficina en el cielo, y que su maestro no es un hombre, sino Dios. Y luego, inquiriendo en lo que puede llamarse arte y en lo que no, fuimos a tratar de las artes perversas y vanas, y en esa parte hablamos del calzado. ¿Acaso lo recordáis? Pues bien: tomemos de nuevo el hilo y demostremos cómo la limosna es un arte y por cierto el arte más excelente de todos.
Porque si es propio del arte tener como fin algo útil, y no hay cosa más útil que la limosna, queda claro que ella es arte y el arte más excelente de todas las artes. No nos prepara ella calzado, no nos teje vestidos, no nos construye casas de barro, sino que nos alcanza la vida eterna, nos arranca de las manos de la muerte y nos hace resplandecer en esta vida y en la otra; y nos edifica las celestiales mansiones y aquellos eternos tabernáculos. Ella no deja que nuestras lámparas se extingan, ni que entremos al convite nupcial con los vestidos manchados y sucios; sino que nos lava y torna más blancos que la nieve. Pues dice el profeta: Aunque vuestros pecados fueran como la grana, quedarán blancos como la nieve. 156 La limosna no permite que vayamos a caer en el sitio a donde fue a dar el rico Epulón, ni oír la terrible sentencia, sino que nos lleva al seno de Abraham. En las artes seculares, cada una tiene su objeto: el de la agricultura es nutrir; el del arte textil, vestir. Pero ni aun eso pueden conseguir, porque no basta ninguna por sí sola para habilitarnos en lo que a ella le toca. Si te parece, comencemos por la agricultura. Si no la acompaña la herrería, que proporciona azadones, rejas, hoces, hachas y otros muchos instrumentos; si no la acompaña la carpintería, que construye arados, yugos, carretas y trillos; si no la acompaña la talabartería, que hace las coyundas; y la arquitectura, que fabrica los establos para los bueyes y casas para los agricultores; y el arte de cortar la madera; y aun el de la panadería, que suministra los panes, en absoluto no puede ejercitarse.
Pero también el arte textil, para valerse necesita de muchas artes que le ayuden; y si no lo hacen, permanece inútil. De modo que en resumen, todas las artes necesitan unas de otras. En cambio, si queremos ejercitar la misericordia, no necesitamos sino de la voluntad. Si alegas que además se necesitan casas, dineros, vestidos, calzado, lee las palabras que Cristo dijo acerca de la viuda, y echa fuera ese cuidado. Si eres pobre y más necesitado que los mismos mendigos, con tal de que des los dos cornadillos, todo lo has logrado; y aun cuando no des sino la masa que para tu alimento posees, habrás logrado la finalidad de este arte. Acojámonos, pues, a esta asignatura, a este arte, y ejercitémoslo. Es preferible poseerlo a ser un rey y portar diadema. Porque eso de no necesitar él de otras artes, no es la única prerrogativa suya, sino que además lleva a cabo muchas otras y variadas obras.
Porque él construye en el cielo mansiones que para siempre permanecen; y a quienes lo cultivan les enseña el modo de huir de la muerte eterna, les adquiere tesoros que nunca se acaban y que no están expuestos a pérdidas. No temen al ladrón ni a los gusanos ni a la polilla ni al tiempo. Si alguien te enseñara un arte tal acerca de la conservación del trigo, ¿qué no darías por poder guardar por muchos años tu trigo? Pues bien, la limosna te apronta la guarda no sólo del trigo, sino de todos tus haberes; y te enseña el modo de que tus bienes, tu cuerpo y tu alma, permanezcan sin daño. Mas ¿para qué voy recorriendo parte por parte las obras que la limosna lleva a cabo? Ella te enseña de qué modo te has de llegar a ser semejante a Dios, que es el resumen de todos los bienes.
¿Adviertes cuán variadas son sus obras y cuán abundantes? Ella, sin auxilio de otras artes, edifica mansiones, teje vestidos, conserva tesoros seguros, hace vencedores de la muerte, manda sobre los demonios, hace semejantes a Dios. Entonces ¿qué cosa habrá más útil que este arte? Las demás artes, aparte de lo ya dicha, pasan con la vida presente; cesan cuando el artífice enferma; sus obras no son permanentes; necesitan de mucho tiempo y trabajo y de otras muchas cosas. Esta, en cambio, será al fin del mundo cuando más brille y demuestre su obra. Ni necesita de tiempo ni de trabajo, ni de otra cosa alguna. Porque, aun estando tú enfermo o consumido por la ancianidad, ella trabaja y pasa contigo a la vida futura y jamás te abandona y te hace superior a todos los retóricos y sofistas.
Los que en éstas florecen están expuestos a muchas envidias; pero los que en aquella otra sobresalen, son ayudados con las oraciones de muchos. Retóricos y sofistas se presentan en los tribunales y defienden a quienes sufren injusticias; pero la limosna está presente ante el tribunal de Cristo, y no sólo te patrocina, sino que convence al juez mismo a que se torne en patrono del que es juzgado y sentencie en su favor; y aun cuando éste haya pecado millones de veces, ella lo corona y lo ensalza. Pues dice el Señor: Dad limosna y todo será puro para vosotros. 157 Pero ¿qué digo para la vida futura? Si en esta presente vida se preguntara a los hombres qué escogerían entre que hubiera muchos retóricos y sofistas o muchos benignos y misericordiosos, sin duda que preferirían esto último; y con razón. Porque si se suprime la facilidad oratoria, ningún mal se sigue para nuestra vida, ya que ésta ha permanecido desde mucho antes que aquélla existiera. En cambio, si se suprimiera la misericordia, perecería todo. Así como no podéis navegar por los mares si se cierran todos los puertos y estacionamientos, así tampoco podría nuestra vida mantenerse si se suprimen la misericordia y el perdón y el amor de los prójimos.
Por tal motivo Dios no dejó esto en manos del simple raciocinio humano, sino que lo instiló en la fuerza misma de la naturaleza humana bajo muchos aspectos. Así los padres y las madres son misericordiosos para con sus hijos y los hijos para con sus padres; y esto no únicamente tratándose del hombre, sino también de los animales; y del mismo modo están dispuestos los hermanos y los parientes y los afines y aun unos hombres respecto de otros. Pues por ley natural tenemos inclinación a compadecernos. Por esto nos indignamos contra los iracundos, nos dolemos de los asesinados, lloramos si vemos que otros lloran. Queriendo Dios que se observe la misericordia, ordenó que la naturaleza llevara consigo ese afecto y tuviera mucho de eso, manifestando así ser este uno de sus más grandes anhelos.
Considerando esto, instruyámonos en el arte de la limosna, e instruyamos en él a nuestros hijos y parientes. Que sea esto lo primero que se aprenda, porque esto es sobre todo ser hombre: Gran cosa es el hombre, y el varón misericordioso no tiene precio. 158 Entonces, si esto no tiene el hombre, deja de ser hombre. Esto es lo que hace sabios. Pero ¿por qué te admiras de que ser misericordioso sea ser hombre? Es más: es ser Dios. Dice el Señor: Sed misericordiosos como vuestro Padre que está en los cielos. 159 Aprendamos a ser misericordiosos, tanto por el bien común, como porque nosotros necesitamos de mucha misericordia. Todo el tiempo en que no somos misericordiosos pensemos que en realidad no vivimos. Claro está que hablo de la limosna cuando está limpia de avaricia y de rapiña. Pues si quien, contento con poseer los bienes propios, nada da a los demás, no es misericordioso, mucho menos lo será el que roba lo ajeno: ¿cómo será misericordioso, aun cuando reparta dones infinitos? Si el que sólo disfruta de sus bienes y nada da, no es misericordioso, mucho menos lo será el que roba lo ajeno. Si quienes ningún daño hicieron al prójimo, sin embargo son castigados por no haber dado nada, mucho más lo serán los que robaron lo ajeno.
No alegues que fue uno el que recibió la injusticia del robo y otro es el que recibe la limosna. Porque precisamente aquí está lo perverso. Lo justo sería que recibiera la limosna el mismo que fue dañado. En cambio, en el caso, andas hiriendo a unos y curando a otros a quienes no heriste, cuando lo propio sería que curaras a los mismos que heriste; y mejor aún, no haberlos herido. Porque no es benigno el que hiere aunque luego cure, sino quien cura a los que otros han herido. Cuida de los males que tú has causado y no de los ajenos; o mejor aún, no hieras ni eches por tierra a nadie (pues eso sería propio de quienes están jugando), sino levanta a los caídos. Al fin y al cabo no puedes curar el mal que causó tu avaricia, con una medida igual de misericordia.
Si robaste un óbolo, no basta con que des de limosna un óbolo para que sanes la herida de la rapiña, sino que se necesita un talento. Por eso el ladrón, cuando se le atrapa, tiene que pagar el cuádruplo. 160 Pero el plagiario es peor que el ladrón. Pues si al ladrón se le exige el cuádruplo, conviene que el secuestrador restituya el décuplo y aun más; y es cosa deseable que siquiera así se pueda aplacar a Dios, a causa de la injusticia. De otro modo no se conseguirá el fruto de la limosna. Por esto dijo Zaqueo: Señor: doy la mitad de mis bienes a los pobres; y si a alguno he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo. 161 Si en el tiempo de la Ley era necesario devolver el cuádruplo, mucho más lo será en el de la gracia.
Si es necesario que el ladrón restituya en proporción tan grande, mucho más lo es que lo haga el secuestrador, puesto que además del daño está la injuria. De modo que aun cuando dieres el céntuplo, aún no has dado lo que se debía. ¿Ves cómo no en vano dije que si has arrebatado un óbolo debes devolver un talento? Porque apenas así habrás curado la herida que causaste. Y si procediendo así apenas si logras curarla, cuando inviertes el orden y arrebatas posesiones enteras y en cambio das muy poco y no a quienes dañaste, sino a otros ¿qué defensa podrás tener? ¿qué perdón? ¿qué esperanza de salvación? ¿Quieres saber cuán grande es el mal que haces cuando en esa forma das limosna? Oye a la Escritura que dice: Como quien inmola al hijo a la vista de sus padres, así es el que ofrece sacrificios de lo robado a los pobres. 162 Salgamos, pues, de aquí llevando escrita esta amenaza en la mente: escribámosla en los muros, en las manos, en la conciencia, en todas partes; a fin de que a lo menos este temor, viviendo en el alma, reprima nuestras manos de las diarias matanzas, ciertos de que la rapiña es peor que el asesinato, puesto que lentamente va consumiendo al pobre.
Para quedar libres de semejante mancha, meditemos estas cosas y tratémoslas con los demás. De este modo nos encontraremos algo más inclinados a la misericordia y lograremos limpios premios, y bienes eternos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LIII (LIV)

Jesús llamó a sus discípulos a sí y dijo: Tengo compasión de la muchedumbre, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer; no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino (Mt 15, 32).
EN EL caso anterior primero curó a los enfermos del cuerpo, y ahora hace lo mismo: tras de la curación de los ciegos y cojos, procede de igual manera. Mas ¿por qué entonces los discípulos dijeron: Despacha las turbas, y ahora en cambio nada dicen, aunque han pasado ya tres días? Pues o porque ya habían adelantado en la perfección, o porque advirtieron que ahora las turbas no estaban tan oprimidas por el hambre, sino que estaban empleadas en glorificar a Dios por los milagros.
Observa, sin embargo, cómo tampoco ahora procede Jesús simplemente a obrar el milagro, sino que llama la atención y provoca a los discípulos. Las turbas que habían venido en busca de la curación corporal no se atrevían a pedir panes; pero él, próvido y benigno, lo dio a quienes no lo pedían; y dijo a sus discípulos: Tengo compasión de la muchedumbre y no quiero enviarlos en ayunas. Y para que nadie dijera que llevaban bastimento consigo, dice: Ha ya tres días que están conmigo. De modo que aun cuando hubieran llevado bastimento ya lo habían consumido. Por lo mismo no hizo Cristo el milagro el primer día ni el segundo, sino cuando ya faltaba todo, a fin de que puestos en la necesidad recibieran el milagro con mayor anhelo.
Y dice: No sea que desfallezcan en el camino, indicando con esto que vivían lejos y que ya habían consumido sus provisiones. Pero ¿si no quieres enviarlos ayunos, por qué no haces desde luego el milagro? Para que mediante esta pregunta y la subsiguiente respuesta, los discípulos pusieran mayor atención y así manifestaran su fe y dijeran: Haz panes. Pero ellos ni por la pregunta entendieron el motivo ni le preguntaron nada. Por lo cual después dijo, como refiere Marcos: ¿Aún está obcecado vuestro corazón? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? 163 Si no fue ese el motivo ¿para qué les decía esto a los discípulos? ¿para qué les manifestaba ser las turbas dignas de aquel beneficio y añadía estar conmovido de compasión? Por su parte, Mateo dice que después los increpó con estas palabras:¡Hombres de poca fe! ¿Aún no entendéis ni os acordáis de los cinco panes para cinco mil hombres y cuántas espuertas recogisteis? ¿ni de los siete panes y los cuatro mil hombres y cuántos canastos recogisteis? Tan concordes entre sí están los evangelistas. ¿Y los discípulos? Aún se arrastran sobre la tierra. Y aunque Cristo tomó todos los medios para que conservaran en la memoria el milagro anterior, ya preguntándoles, ya constituyéndolos servidores y distribuyéndoles las espuertas, no caían en la cuenta: eran aún imperfectos. Por esto le dijeron: ¿De dónde vamos a sacar en el desierto panes para tantos? Tanto en el milagro anterior como en éste, traen a cuento el desierto; pero hablando así a causa del embotamiento de su ánimo, libraban el milagro de toda sospecha. Para que, como anteriormente dije, nadie pudiera alegar que Cristo había traído tantos panes de algún pueblo vecino, se declara la naturaleza del lugar, a fin de que se dé crédito al milagro. Tal fue el motivo de hacer tanto el milagro anterior como también éste en lugar desierto y lejos y a distancia de los poblados.
Nada de esto entendían los discípulos, sino que decían: ¿De dónde vamos a sacar en el desierto tantos panes? Pues pensaban que lo decía con el fin de ordenarles luego que ellos alimentaran a las turbas. Pero lo pensaban con grande estulticia. En el milagro anterior sí les dijo: Dadles de comer vosotros, para ponerlos en oportunidad de pedir el milagro. Pero ahora no les dice: Dadles de comer, sino ¿qué?: Tengo compasión de la turba y no quiero despedirlos ayunos. Con esto los mueve más apretadamente y los excita a que caigan en la cuenta y vean que han de pedir el milagro. Pues por sus mismas palabras declaraba Cristo que podía no despedir a las turbas en ayunas y así declaraba a la vez su omnipotencia. Porque el no quiero tiene ese sentido.
Y porque ellos trajeron a cuento la multitud, el lugar y la soledad, pues dicen: ¿De dónde vamos a sacar en el desierto panes para tan gran muchedumbre? y no entendieron las palabras de Cristo. Finalmente El procede a su obra, y les dice ¿Cuántos panes tenéis? Ellos contestaron: siete y algunos pececillos. Ahora ya no añaden, como en el milagro anterior: Pero esto ¿qué es para tantos? 164 De modo que aun cuando no todo lo comprendieran, pero poco a poco se iban levantando. Y El elevándoles los pensamientos por estos medios, les preguntaba exactamente como antes, para traerles a la memoria, al menos por el modo de preguntar, el suceso anterior. Por tu parte, así como ves aquí la imperfección de ellos, así comprende también su prudencia y su veracidad; pues al escribir estas cosas no ocultaron su ceguedad, aunque fue tan notable.
Quiero además que consideres otro modo de virtud de ellos: cuán poco se cuidaban del vientre y cómo Cristo los iba instruyendo para que en absoluto se descuidaran del alimento. Puesto que estando en el desierto ya tres días, no tenían sino sólo los siete panes. Todo lo demás Cristo lo dispone como en la vez anterior. Ordena que se sienten en tierra, y en manos de los discípulos multiplica los panes. Pues dice el evangelista: Y ordenó a la multitud que se recostara en tierra. Y tomó los siete panes y los peces; y dando gracias, los partió y los dio a los discípulos, y éstos a la muchedumbre. El fin del milagro fue como el del anterior. Y comieron todos y se saciaron, y se recogieron de los pedazos que quedaron siete espuertas llenas. Los que comieron eran cuatro mil hombres sin contar las mujeres y los niños.
Mas ¿por qué en la vez anterior, siendo cinco mil, sobraron doce canastos, y ahora, siendo cuatro mil sobran siete espuertas? ¿Por qué el sobrante fue menor, habiendo sido menos los que comieron? Habrá que responder o que las espuertas eran mayores que los canastos o bien que para que la igualdad del número no engendrara olvido del milagro. Con esa disparidad numérica excitó Cristo la memoria de ellos, de manera que, con tales diferencias recordaran ambos milagros. Por esto en la primera ocasión igualó el número de los canastos con el de los discípulos, mientras que ahora iguala con el de los panes el de las espuertas. Y también en esto demuestra su inefable poder y la facilidad para ordenar, pues puede obrar los milagros ya de un modo ya de otro.
Y no fue muestra de pequeño poder el poder conservar en ambos casos el mismo número de reliquias, tanto cuando comieron cinco mil como ahora que comieron cuatro mil, haciendo que no sobrara ni más ni menos, sino exactamente los mismos fragmentos en número, que podían contener entonces los canastos y ahora las espuertas, aun no siendo igual el número de los comensales. Y la forma de acabar el milagro, en el caso anterior y en el presente, fue igual. Porque entonces, despachadas las turbas, se apartó en una barca, y ahora hizo lo mismo. Porque no había milagro que así indujera a las turbas a seguir a Cristo como ese de multiplicar los panes; y seguirlo de tal forma que aun quisieran constituirlo rey. Pero El, para quitar toda sospecha de ambicionar el reinado, tras del milagro se aparta de las turbas. Y lo hace en una barca, a fin de que no pudieran seguirlo a pie. Pues dice el evangelista: Y habiendo despedido a la turba, subió a la barca y vino a los confines de Magadán. Y se le acercaron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le rogaron que les mostrara una señal del cielo. El respondiendo les dijo: Por la tarde decís: Buen tiempo, si el cielo está arrebolado. Y a la mañana decís: Hoy habrá tempestad, si en el cielo hay arreboles oscuros. Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no sabéis discernir las señales de los tiempos. Esta generación mala y adúltera, busca una señal; mas no se le dará sino la señal de Jonás profeta. Y los dejó. Marcos dice: Habiéndosele acercado, cono le preguntaran, gimió en su espíritu y dijo: ¿Por qué esta generación busca una señal? 165 Aunque la pregunta podía excitar la ira e indignación, sin embargo el mansísimo Señor no se irrita, sino que se compadece de ellos como de gente que sufre una enfermedad incurable y que a pesar de tan grandes demostraciones de su poder, todavía se acerca para tentarlo. Porque no se acercaban para creer, sino para acusarlo y reprenderlo. Si se hubieran acercado para creer, sin duda que El les habría concedido la señal que pedían. Pues quien dijo a la mujer cananea: No es bueno, etc., y luego le concedió el milagro, con mayor razón se lo habría concedido a ellos. Mas como no lo pedían porque quisieran creer, en otra parte los llama hipócritas, porque decían una cosa y sentían otra. En realidad, si hubieran creído, no habrían pedido la señal.
También por otro camino se hace manifiesto que no creían. Puesto que reprendidos y refutados no insistieron ni dijeron: No sabemos, pero queremos saber. Y ¿qué señal del cielo pedían? Que detuviera el curso del sol o enfrenara la luna o enviara rayos o mudara la condición de la atmósfera, o algo semejante. Y El ¿qué les dice?: Sabéis discernir el aspecto del cielo, pero no sabéis discernir las señales de los tiempos. ¿Observas la mansedumbre y moderación? Porque no se negó simplemente, como en otra ocasión, ni dijo: No se le dará, sino que pone el motivo de no darles la señal, a pesar de que ellos no preguntaban para saber.
Y ¿cuál es el motivo? Pues así como en el cielo, les dice, una señal es de tempestad y otra de bonanza; y nadie, cuando ha visto señales de tempestad espera la bonanza, ni tampoco en la bonanza espera una tempestad, así se ha de juzgar respecto de mí. Porque un tiempo es el del advenimiento presente y otro el del advenimiento futuro. Ahora es el propio tiempo de las señales que se dan en la tierra; pero las que se darán en el cielo quedan reservadas para lo futuro. Ahora he venido como médico; luego vendré como juez. Ahora he venido a buscar a los que andan errantes; luego vendré para juzgar. Por esto ahora he venido a ocultas; pero luego vendré públicamente, abiertamente, y conmoveré los cielos y oscureceré el sol y no permitiré que la luna dé su luz. Entonces se conmoverán los Poderes celestes y mi venida se parecerá al relámpago, que a todos al punto se manifiesta. Pero ahora no es tiempo de semejantes señales. Ahora he venido a morir y padecer terribles humillaciones. ¿No oís al profeta que dice: No gritará ni hablará recio ni hará oír su voz en las plazas?, 166 y también: Descenderá como la lluvia sobre el césped. 167 Y si alegaren los milagros que se verificaron en el tiempo del Faraón, responderemos que en aquel entonces con toda razón se verificaban, pues eran necesarios para librar a Israel de sus enemigos; mientras que ahora, viniendo Jesús a sus amigos, ya no son necesarios. Por otra parte, es como si dijera: ¿Cómo les daré aquellas señales mayores, cuando no caen en la cuenta de las menores? Es decir, pequeñas cuanto al brillo, pues como obras de su poder son mayores que aquellas otras. ¿Qué cosa hay mayor que el perdón de los pecados? ¿qué hay más admirable que resucitar a los muertos, echar los demonios, restituir los miembros del cuerpo y volver a poner todo en orden? Considera la ceguedad y dureza de aquellos corazones; pues habiendo oído que no se les dará otra señal sino la de Jonás profeta, ya nada preguntan. Y sin embargo, convenía que ellos, conociendo bien al profeta y todo lo que sucedió y oyéndolo citar ya por segunda vez, investigaran y aprendieran el motivo por el que tal cosa se les decía. Pero, como ya dije, no pedían la señal por deseos que tuvieran de aprender. Por esto Jesús los abandonó y se partió de ahí. Continúa el evangelista: Yendo los discípulos a la otra ribera, se olvidaron de tomar consigo pan. Jesús les dijo: Ved bien de guardaros del fermento de los fariseos y saduceos. ¿Por qué no les dijo: Guardaos de la doctrina de los fariseos? Porque quiere traerles a la memoria los sucesos de esos días, porque conocía que ya los habían olvidado. Pero no parecía oportuno en esa ocasión simplemente echárselos en cara: tomar ocasión de lo que ellos dijeran y así increparlos hacía más llevadera la acusación.
¿Por qué no los increpó cuando ellos dijeron: De dónde vamos a sacar en el desierto tantos panes? Porque esa parecía buena ocasión. Fue para no parecer que tenía ansia de hacer el milagro. Por otra parte, no quería reprenderlos delante de las turbas, ni hacer ostentación de sí mismo. En cambio ahora la acusación resulta más oportuna, pues tales se mostraban ellos tras del doble milagro. Tal es la causa de que, después del segundo milagro, los increpe y saque al medio los pensamientos de ellos. ¿Qué era lo que pensaban?: Es porque no hemos traído panes, dice el evangelista. Todavía estaban adheridos a las purificaciones judaicas y a la discriminación de alimentos; y por lo mismo los increpa Jesús con mayor vehemencia y les dice: ¿Qué pensamientos son los vuestros, hombres de poca fe? ¿Que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni recordáis? Como si les dijera: Obcecado está vuestro corazón, y teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís. ¿Aún no habéis entendido ni recordáis los cinco panes para cinco mil hombres y cuántos canastos recogisteis? ¿De los siete panes para cuatro mil hombres cuántas espuertas recogisteis? ¿Adviertes su gran indignación? En ninguna otra parte, según parece, los increpó en tal forma. ¿Por qué lo hace? Para de nuevo desterrar la discriminación en los alimentos. Por esto anteriormente sólo les dijo: No entendéis, no comprendéis. En cambio ahora añade: Hombres de poca fe, increpándolos con vehemencia. Porque no siempre conviene echar mano de la mansedumbre. Así como antes les había infundido confianza, así ahora los increpa, siempre buscando con esta variedad su salud espiritual. Pero observa cómo al mismo tiempo que los increpa, les muestra su gran mansedumbre. Pues enseguida, como justificándose de haberlos reprendido con aspereza, les dice: ¿Aún no habéis entendido ni os acordáis de los cinco panes para cinco mil hombres y cuántos canastos recogisteis? ¿Ni de los siete panes para los cuatro mil hombres y cuántas espuertas recogisteis? Recuerda el número así de los que comieron como de los sobrantes, tanto para traerles a la memoria los milagros pasados, como para hacerlos más atentos a los que van a seguirse.
Y para que veas cuánto pudo aquella increpación y cómo despertó la mente soñolienta de los discípulos, oye lo que dice el evangelista. Pues como Cristo nada más dijera, sino solamente los hubiera increpado, añadiendo: ¿Cómo no habéis entendido que no os hablaba del pan? Guardaos digo del fermento de los fariseos y saduceos, el evangelista prosigue: Entonces cayeron en la cuenta de que no les había dicho que se guardaran del fermento del pan, sino de la doctrina de los fariseos y saduceos; aunque él claramente los increpó para eso.
Considera cuántos bienes se siguieron de esa increpación. Pues por una parte los retrajo de las observancias judaicas; por otra, como ellos antes estuvieran soñolientos los volvió más atentos y los fortificó en la fe, de manera que no teman ni se atemoricen si les acontece tener pocos panes, ni se afanen por cuidarse del hambre, sino que desprecien todas las cosas. En consecuencia, tampoco nosotros querramos adular a los súbditos y caerles bien siempre, ni querramos que quienes nos gobiernan nos den continuamente gusto en todo. El alma humana necesita de ese doble remedio. Y este es el motivo por el que Dios administra así las cosas humanas, procediendo a veces de un modo y a veces de otro, sin permitir que los bienes ni los males sean inmutables.
Así como unas veces es de día y otras es de noche, y unas veces hay invierno y otras verano, así en las cosas humanas: unas veces hay alegría y otras tristeza; unas veces enfermedad y otras salud. No nos espantemos, pues, si caemos enfermos, siendo así que aun deberíamos admirarnos de estar con salud. No nos turbemos cuando nos aprieta el dolor, pues aun al tiempo en que gozamos, lo conveniente sería que nos perturbáramos. En conclusión: todo viene según el orden natural de las cosas. ¿Cómo puedes admirarte de que así suceda cuando vemos que aun a los santos iguales cosas les han acontecido? Y para que lo comprendas ¡ea! ¡traigamos al medio la vida de alguno que tú pienses estar más lejos de los negocios y más lleno de delicias! ¿Te parece que examinemos desde el principio la vida de Abraham? ¿Qué fue lo primero que se le ordenó?: Sal de tu tierra y de tu parentela. 168¿Observas cómo semejante mandato está pleno de dolor? Pues advierte cómo se le sigue una prosperidad: Y ve a la tierra que yo te mostraré. Yo te haré un gran pueblo. Y ¿qué sucedió? ¿Acaso una vez que llegó a la tierra aquella y tomó puerto ahí, ya no hubo más tristezas? De ninguna manera. Cayó en cosas más amargas: hambre, peregrinación, rapto de su mujer. Mas luego hubo bienes de nuevo: el castigo del Faraón, el salir libre, el honrarlo aquéllos con dones abundantes y el retorno a su casa. Y en fin, todo lo que sigue es una cadena de bienes y de males, entremezclados.
También a los apóstoles acontecieron cosas semejantes. Por esto Pablo decía: El que nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que podamos consolar nosotros a todos los atribulados. 169 Dirás: pero a mí eso ¿qué me importa, pues vivo en perpetuo dolor? No seas malagradecido ni olvides los beneficios. No es posible que alguien viva solamente en perpetuos dolores, pues la naturaleza no lo podría tolerar. Porque quisiéramos vivir en perpetuo gozo, creemos que vivimos en perpetuo dolor. Y no es este el único motivo, sino que al punto nos olvidamos de las cosas buenas y de la prosperidad, mientras que, por el contrario, continuamente nos acordamos de lo que aflige; y por esto decimos que pasamos la vida en perpetuo dolor. Si os place, examinemos la vida de quien la pasa entre continuas delicias; es decir, la de un hombre delicado, que tiene abundancia de todo, sin aflicciones, sin tristezas, sin molestias. Os probaremos que ni éste está del todo libre del dolor, ni aquel otro de alguna tranquilidad. Pero no os conturbéis.
Veamos a un esclavo y a un rey joven y a un pupilo que ha logrado una enorme herencia. Consideremos a un operario que todo el día trabaja y a otro que vive en continuos placeres. ¿Te parece que ante todo describamos los dolores del que vive entre continuos placeres? Pues considera cuánto es necesario que se agite y fluctúe al anhelar una gloria mayor que la que puede alcanzar; y cuando lo desprecian sus criados; y cuando los inferiores lo injurian; y cuando ve que tiene infinitos acusadores que lo calumnian acerca de que hace gastos enormes; y cuando le acontecen infinitas otras cosas que suelen acaecer en medio de la abundancia de riquezas, como son las enemistades, los enojos, las acusaciones y reproches, los daños, la cantidad de asechanzas de parte de los envidiosos que no pudiendo apoderarse de sus riquezas, por todas partes lo acometen, lo desgarran y le levantan infinitas tempestades.
¿Quieres que ahora te enumere los deleites de aquel obrero mercenario? Se halla libre de todo lo dicho. Aun cuando alguno lo injurie, no se duele; a nadie teme ni tiene por superior a él; no tiembla por causa de las riquezas; toma con placer sus alimentos, duerme gozoso. No se alegran como él los que beben el vino de la isla de Tasos, cuando va a las fuentes de agua para beber de sus raudales. Cierto que no es como ésta la condición del que antes dijimos. Pero, si aún no estás satisfecho, para quedar yo más victorioso ¡ea! comparemos al rey que yo decía con el esclavo. Verás con frecuencia a éste saltar de gozo, jugar, mientras el otro, adornado de púrpura y diadema, anda triste y comido de infinitos cuidados y muerto de miedo.
Porque en conclusión, ¡no se puede! ¡no, no se puede encontrar una vida sin dolor ni tampoco privada en absoluto de algún placer! Pues, como ya lo dije, no podría la naturaleza nuestra soportar eso. Que uno goce más que otro, se duela más que otro, eso nace del mismo que vive en el dolor porque es de poco ánimo, pero no de la naturaleza de las cosas. Si queremos gozarnos con frecuencia, muchas ocasiones tenemos. Desde luego, si nos dedicamos a la virtud, ya nada podrá causarnos dolor. Pues la virtud es causa en el alma de la buena esperanza en quien la ejercita; lo hace agradable a Dios y bien visto de los hombres y nos aporta un inefable gozo. Si la virtud es trabajosa en su ejercicio, pero está llena la conciencia de abundante alegría, pone en lo interior tanto gozo cuanto no puede explicarse. Porque ¿qué es lo que en la vida presente parece más deleitable? ¿La mesa opípara, la buena salud corporal, la gloria, las riquezas? Pues bien: si eso que te parece agradable lo comparas con la virtud, encontrarás ser lo más amargo de todo. Porque nada hay más dulce que la buena conciencia y la buena esperanza.
Si queréis todavía mejor comprenderlo, vayamos a un moribundo o a un anciano. Recordémosle las mesas opíparas bien abastecidas que tuvo, y la gloria y los honores, y las buenas obras que practicó durante su vida; y preguntémosle de cuáles más se goza. Observaremos que de aquellas primeras se ruboriza y avergüenza, mientras que de estas últimas se regocija y alegra. Así el rey Ezequías, cuando cayó enfermo, no recordó la gloria, ni el reino, ni la mesa suculenta, sino su justicia: Acuérdate, dice, oh Señor, de que he andado en tu presencia. 170 Mira cómo también Pablo se regocija por lo mismo y exclama: He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. 171 Preguntarás: pero ¿qué otras cosas podía enumerar Pablo? Muchas otras: honores, reyes de amigos, muchos servidores.
¿No lo oyes que dice: Me recibisteis como a un ángel del Señor, como a Cristo Jesús; y si hubiera sido posible os habríais arrancado los ojos y me los habríais dado? Y además, que expusieron su cabeza por salvarle la vida. Pero nada de eso alega, sino únicamente sus trabajos, sus peligros y los triunfos en esa materia conseguidos. Y con razón. Pues aquellas otras cosas aquí se quedan; pero éstas van con nosotros. De aquéllas tendremos que dar razón; de estas otras esperamos recompensa. ¿Ignoráis acaso cómo los pecados afligirán al alma en aquel último día y cómo punzarán el corazón? Pero entonces el recuerdo de las buenas obras, a la manera de una bonanza en plena tempestad, consolarán al alma en su turbación. Si vigilamos y vivimos con sobriedad, durante la vida toda nos acompañará ese santo temor; pero como vivimos descuidados, se nos echará encima cuando salgamos de aquí. El encadenado más se duele cuando lo sacan y carean con los jueces; entonces más tiembla, cuando se acerca al tribunal, cuando ha de dar razón de sus hechos.
Por eso muchos cuentan horrendas visiones que en semejante ocasión se les presentaron; y no pudiendo soportarlas los moribundos, tendidos en el lecho, se sacuden grandemente con ímpetu; y a los presentes los miran con torvas miradas, porque interiormente el alma se agita y no quiere apartarse del cuerpo ni puede soportar la presencia de los ángeles que se acercan. Si cuando vemos a hombres temibles temblamos, cuando veamos a los ángeles amenazantes y a las tremendas Potestades ¿qué no sufriremos, arrancada ya el alma del cuerpo y doliéndose grandemente, pero en vano? Porque aquel rico del evangelio, Epulón, una vez que hubo muerto lloró, lloró mucho; pero no le servio.
Imaginando, pues, todo esto y meditándolo, guardemos el santo temor para que no padezcamos otro tanto y para que escapemos de aquel eterno suplicio y consigamos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien con el Padre sea la gloria, juntamente con el santo y vivificante Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LIV (LV)

Se fue Jesús a la región de Cesarea de Filipo; y preguntaba a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? (Mt 16, 13).
¿Por qué el evangelista, juntamente con el nombre de la ciudad puso el de su fundador? Porque hay otra ciudad, que se llama Cesarea de Estratón. Pero no es en ésta, sino en aquella otra es en donde Jesús, habiendo llevado a sus discípulos lejos de los judíos, los interroga; a fin de que libres de toda preocupación, con entera libertad y confianza, le digan lo que sienten. Mas ¿por qué no les preguntó desde luego el propio parecer, sino el de la multitud? A fin de que, tras de exponer la opinión de los demás, luego, al ser preguntados: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? por la forma misma de preguntarles se levantaran a más altos pensamientos y no se apegaran en el vulgar conocimiento que tenía la multitud.
Por tal motivo tampoco les hizo la pregunta al principio de la predicación, sino una vez que ya había hecho muchos milagros y había disertado sobre muchos y sublimes dogmas y había dado pruebas de su divinidad y de su concordia con el Padre. Finalmente, ahora les propone la pregunta. Y no les preguntó ¿qué dicen de mí los escribas y los fariseos? Aunque éstos con frecuencia se habían reunido para disputar con él, sino que les pregunta: ¿Quién dicen los hombres que soy? buscando así la opinión del pueblo que suele ser desinteresada. Pues aun cuando fuera muy inferior a la que convenía, pero no estaba imbuida en la perversidad, mientras que la de los fariseos sí redundaba de malicia y maldad.
Y demostrando lo mucho que quería que se confesara y aclarara la nueva economía de la Encarnación, dice: Hijo del hombre, llamando así a la divinidad, como con frecuencia lo hace en otros pasajes. Porque dice: Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 172 Y también: ¿Qué sería si vierais al Hijo del hombre subir ahí a donde estaba antes? 173 Luego, como ellos respondieran: Unos que Juan Bautista, otros que Elías; otros que jeremías u otro de los profetas, puesta ya en claro la falsa opinión del pueblo, El continuó: Y vosotros ¿quién decís que soy? Los excitaba con esta segunda pregunta a pensar de El algo más grande y les demostraba que las opiniones anteriores andaban muy lejos de su verdadera dignidad.
Por esto inquiere de ellos otra opinión y les hace esta segunda pregunta, a fin de que no se fueran tras del sentir de las turbas. Estas, por haber visto portentos que ciertamente no correspondían a un hombre, aunque por tal lo tenían, pero pensaban que había resucitado de entre los muertos, como juzgó el mismo Herodes. Así El, quitándoles semejantes suposición, les pregunta: Y vosotros ¿quién decís que soy? Como si les dijera: vosotros que continuamente estáis conmigo y me veis obrando milagros y aun habéis hecho por mi medio muchos prodigios. ¿Qué respondió Pedro, el que era la boca del grupo de los apóstoles? Siempre fervoroso, corifeo del grupo, como se les preguntara a todos, respondió él. Cuando Cristo preguntó la opinión de las turbas, contestaron todos; pero ahora que les pregunta a ellos acerca de sí mismo, Pedro sale al punto y se adelanta a todos y dice: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y ¿qué le contestó Cristo?: Bienaventurado eres, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado. Ciertamente, si Pedro no lo hubiera confesado como engendrado del Padre, no habría sido necesaria una revelación. Si lo hubiera juzgado como otro hombre, no habría sido digno de que se le llamara bienaventurado. Porque ya anteriormente los que estaban con Jesús en la nave cuando la tempestad, decían: En verdad, éste es hijo de Dios. Mas aunque decían verdad, no se les llamó bienaventurados; porque no dieron a la palabra hijo el sentido que le dio Pedro y con que lo confesó, sino que lo juzgaron como hijo de Dios, pero como uno de los muchos hijos, eximio en verdad, pero uno entre muchos y no de la misma substancia que el Padre.
También Natanael dijo: Maestro, tú eres hijo de Dios, tú eres rey de Israel. 174 Y sin embargo, no sólo no se le llamó bienaventurado, sino que, como si hubiera dicho algo muy inferior a lo que convenía, fue corregido por Cristo, quien le respondió: ¿Porque te dije que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores has de ver. 175 Entonces ¿por qué a Pedro se le llama bienaventurado? Porque confesó ser Cristo el Hijo de Dios con toda propiedad. Tal es el motivo de que Cristo a los otros nunca les haya dicho nada semejante; mientras que en el caso presente incluso declaró quién era el que hacía la revelación. Para que no fueran muchos a creer que Pedro había pronunciado palabras de amor y adulación, llevado del fervor de su cariño y por simple afecto y favor, Cristo declara quién fue el que le inspiró lo que dijo; y para que entiendas que Pedro pronunció las palabras, pero fue el Padre quien se las dictó; y para que no creyeras que la sentencia era una simple opinión humana, sino un verdadero dogma divino.
Mas ¿por qué no habla el mismo Jesús, ni dice: Yo soy el Cristo? ¿Sino que por medio de preguntas va preparando todo, y así induce a los discípulos a proferir semejante confesión? Porque esto era para él más congruente y para ellos más necesario, de modo que así los atraía a mejor dar fe a lo que se decía. ¿Adviertes en qué forma el Padre revela al Hijo y el Hijo revela al Padre? Dice el mismo Cristo: Ni alguno conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar. 176 De modo que no podemos por otro camino conocer al Hijo, sino por el Padre, ni al Padre sino por el Hijo. Por aquí se demuestra la igualdad de honor que se les debe y su consubstancialidad. Y ¿qué dice Cristo?: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú te llamarás Cefas. Como si le dijera: pues tú has predicado a mi Padre, Yo predicaré el nombre del que a ti te engendró. Es decir: Así como tú eres hijo de Jonás, así soy Yo Hijo de mi Padre. Porque sería cosa inútil decir: Tú eres hijo de Jonás. Mas como Pedro lo llamó Hijo de Dios, para demostrar que era Hijo de Dios como Pedro era hijo de Jonás, o sea de la misma substancia del Padre, añadió las dichas palabras.
Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia; es decir, sobre esta confesión de fe. Con esto declara que muchos creerán, y así levanta los ánimos y juntamente a Pedro lo constituye Pastor. 177 Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Como si dijera: si no prevalecerán contra ella, mucho menos prevalecerán contra mí. De manera que no te turbes cuando oigas que he sido entregado y crucificado. Enseguida proclama otro honor de Pedro: Yo te daré las llaves del reino de los cielos. ¿Qué significa esto de: Pero yo te daré las llaves del reino de los cielos? Que así como mi Padre te dio que me conocieras, así Yo te daré. Y no dijo: Yo rogaré a mi Padre, aunque ya eso fuera una gran demostración de poder y don inefable de grandeza; sino dijo: Yo te daré. Yo pregunto: ¿qué le darás? Las llaves del reino de los cielos; y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos; y cuanto desatares en la tierra será desatado en el cielo.
Entonces ¿cómo no ha de serle propio suyo conceder el sentarse a su derecha o a su izquierda, siendo él quien dijo: Yo te daré?¿Adviertes cómo levanta a Pedro a un mayor conocimiento suyo y se le revela a sí mismo, y mediante ambas promesas se le muestra Hijo de Dios? Porque lo que es exclusivo de Dios, o sea perdonar los pecados y hacer inconmovible a la iglesia en tan encontrados embates de las olas y hacer a un pescador más firme que una roca mientras el orbe todo lo acomete, esto El le promete a Pedro que se lo dará; del mismo modo que el Padre hablando con jeremías, decía haberlo puesto como columna de bronce y como muro. Con la diferencia de que a jeremías se le concedió para una sola nación, mientras que a Pedro, para todo el orbe de la tierra.
Con gusto preguntaría yo ahora a los que andan minimizando la dignidad del Hijo cuáles dones son mayores: los que dio el Padre o los que dio el Hijo a Pedro. El Padre dio al Hijo la revelación del Hijo; pero el Hijo a Pedro el enseñar y publicar por todo el orbe el conocimiento del Padre y del Hijo; y aunque era Pedro hombre mortal le confirió plena potestad en el cielo al entregarle las llaves a él, que extendió la Iglesia por toda la tierra y la demostró más firme que los mismos cielos. Pues dice Cristo: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 178 ¿Cómo pues será menor que el Padre quien tales potestades otorga y tales cosas obró? Y no digo esto separando las obras del Padre de las del Hijo, pues: Todas las cosas fueron hechas por El y sin El nada fue hecho, 179 sino para reprimir la lengua impudente de los que se atreven a proferir semejantes errores.
Tú advierte, por todo lo dicho, el poder de Cristo: Yo te digo: tú eres Pedro; yo edificaré mi iglesia; yo te daré las llaves del reino de los cielos. Y enseguida, tras de haber dicho eso, les ordenó que a nadie dijeran que El era el Cristo. ¿Por qué lo ordenó? Con el objeto de que una vez removidos los escándalos y consumada su crucifixión y sus demás padecimientos, y no habiendo ya nada que perturbara o impidiera la fe en El recibida ya por muchos, se imprimiera en los ánimos de los oyentes acerca de El una creencia sincera e inconmovible. Porque aún no había brillado su virtud en todo su esplendor. Deseaba por esto que ellos la predicaran cuando la manifiesta verdad de las cosas y la fuerza grande de los hechos, sirvieran de apoyo y patrocinio a la predicación.
Al fin y al cabo no era lo mismo verlo en Palestina ahora obrando milagros, ahora rechazado e injuriado, sobre todo teniendo que venir en pos de los milagros la cruz, que verlo después cuando ya la tierra entera lo adorara y floreciera la fe en El, y nada padeciera de cuanto antes había padecido. Tal es el motivo de que les ordene no decirlo a nadie. Lo que ya una vez echó raíces, si se arranca difícilmente puede de nuevo plantarse y arraigar entre muchos; pero lo que una vez ya plantado permanece sin que se le remueva, fácilmente, sin causar a nadie molestias, pulula y con mayor aumento crece.
Si quienes habían visto infinitos milagros y habían sido partícipes de tan inefables misterios se escandalizaron de solo oírlo; y no solamente ellos sino el mismo jefe y corifeo de todos, Pedro, quiero yo que consideres lo que habrían muchos experimentado, si entonces hubieran sabido que era el Hijo de Dios, y luego lo hubieran visto crucificado y escupido, sin conocer aún tan arcanos misterios, pues aún no habían recibido el Espíritu Santo. Si a los discípulos hubo de decirles: Muchas cosas tengo aún que deciros pero ahora no podéis llevarlas, 180 con mucha mayor razón el resto de la multitud habría defeccionado si antes del tiempo oportuno se les hubiera revelado lo que formaba la cumbre y lo más alto de semejantes misterios. Por eso les prohíbe publicar lo de su divinidad.
Y para que veas cuán importante era que hasta después recibieran la plena doctrina, o sea una vez removidos los obstáculos que podrían estorbar, sábelo de boca del mismo corifeo. Pedro mismo, quien tras de tantos milagros todavía apareció tan débil que llegó hasta a negar al Maestro y se atemorizó ante una muchacha, en cuanto se hubo cumplido el misterio de la cruz y tuvo él claras pruebas de la resurrección, de modo que ya no tenía delante ningún tropiezo, en tal forma mantuvo inconmovible la doctrina del Espíritu Santo, que arremetió con mayor vehemencia que un león al pueblo judío, aun cuando lo amenazaban peligros y miles de muertes.
Muchas cosas, les dijo Jesús, tengo aún que deciros, pero ahora no podéis llevarlas. Más aún: ni siquiera entendían muchas de las ya dichas por El, porque antes de su crucifixión no las explicó. Una vez que El resucitó, ellos entendieron algunas de las que había dicho. Con razón, pues, con muchas palabras ordenó que no declararan aquello antes de que padeciera la cruz, puesto que El mismo no se atrevió a descubrir, antes de la cruz, todas las cosas, a los mismos que luego las habían de predicar.
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que padecer. ¿En qué tiempo? Cuando ya los había imbuido en ese dogma; cuando inició e introdujo el principio de la admisión de los gentiles. Pero los discípulos ni aun así entendían lo que les decía. Pues dice el evangelista: Porque ellos no entendían nada de esto 181. Vivían como en medio de cierta oscuridad, sin caer en la cuenta de que El resucitaría. Por lo cual Jesús se alarga en estas cosas difíciles y amplía su conversación con el objeto de abrirles el entendimiento y comprendan lo que se les dice. Pero no entendieron, y eran para ellos cosas ininteligibles. Y no se atrevían a preguntarle, no si acaso habría de morir, sino cómo y por qué motivo.
¿Cuál era el misterio? Que no sabían qué era eso de resucitar, y juzgaban ser mucho mejor que no muriera. Por esto, mientras todos los otros andaban dudosos y perturbados, Pedro, fervoroso como era, fue el único que se atrevió a hablarle del asunto. Y no lo hizo en público sino aparte, es decir, separado de los otros discípulos. Y le dijo: No quiera Dios, Señor, que esto suceda.
¿Qué es esto? El que recibió la revelación, el que recibió el título de bienaventurado, éste de pronto ¿cayó y temió la Pasión? Mas ¿qué hay de admirable en que quien no había recibido revelación acerca de la Pasión sufriera eso? Pues para que veas que lo que antes dijo no lo dijo de su propia cosecha, observa cómo en lo que no le fue revelado se turba y es derrotado; y aunque infinitas veces lo oía, pero no lo entendía. Conoció ciertamente que Jesús era Hijo de Dios; pero qué sea el misterio de la cruz y de la resurrección, no lo conocía con claridad. Pues dice el evangelio: Pero ellos no entendían nada de esto. ¿Ves, pues, cómo justamente les ordenó que a nadie lo dijeran? Pues si de tal modo perturbó a aquellos a quienes era necesario decirlo ¿qué no habría sucedido a los demás? Jesús, para demostrar que no iba contra su voluntad a la Pasión, increpó a Pedro y aun lo llamó Satanás.
Oigan esto los que se avergüenzan de la cruz de Cristo. Pues si el jefe de los apóstoles antes de que tuviera conocimiento completo de todos los misterios fue llamado Satanás a causa de aquella disposición de ánimo ¿qué perdón merecerán los que después de tantas pruebas todavía niegan la economía redentora? Cuando el hombre que fue llamado bienaventurado e hizo aquella excelente confesión, es llamado Satanás, considera lo que tendrán que sufrir de castigo los que después de tantas pruebas, desprecian el misterio de la cruz. Y no le dijo Cristo: por tu boca ha hablado Satanás; sino: Apártate de mí, Satanás. Es que Satanás anhelaba que Cristo no padeciera. Por eso Cristo lo increpó con vehemencia, pues bien sabía que Satanás y otros temían su Pasión y no fácilmente la admitían. Y así, descubriendo los secretos de los pensamientos de Pedro, le dice: Porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres.
¿Qué significa eso de no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres? Pedro, pensando el asunto conforme a razón humana y terrena, juzgaba ser vergonzoso y no conveniente que Cristo padeciera. Por esto, increpándolo, le decía Cristo: No es indecoroso que yo padezca, sino que tú, juzgando según la carne, así lo pienses; pero si hubieras prestado oído a las palabras de Dios y te hubieras despojado de tu modo carnal de sentir, sabrías que precisamente eso es lo que más conviene. Crees tú ser cosa indigna que yo padezca; pero yo te digo que es voluntad del diablo que yo no padezca. De este modo Cristo disipaba la preocupación de Pedro, alegando lo contrario.
Así como al Bautista que juzgaba no ser digno que Jesús fuera bautizado por él, lo obligó diciéndole: Así es necesario; y al mismo Pedro, cuando no quería éste que le lavara los pies, le dijo: Si no te lavare los pies no tendrás parte conmigo; 182 del mismo modo ahora atajó a Pedro, oponiéndole lo contrario y con la vehemencia de la increpación extinguió en él el temor de la Pasión. Que nadie, pues, se avergüence de los venerandos símbolos de nuestra salud, que en sí contienen el origen de todos los bienes, y por los que tenemos vida y existimos. Más bien llevemos en torno nuestro, a modo de corona, la cruz, pues por medio de ella se obra todo lo que nos interesa.
Si hemos de ser regenerados, ahí está la cruz; si nos hemos de nutrir con el místico alimento; si hemos de ser consagrados sacerdotes; si es necesaria otra cualquiera sagrada acción, en todas partes tenemos presente ese símbolo de victoria. Por eso la llevamos pintada en las mansiones, en los muros, en las ventanas, en la frente y en el pensamiento empeñosamente. Es ella señal de nuestra salvación, de la común libertad y de la mansedumbre del Señor que como oveja fue llevado a la muerte. 183 Así pues, cuando te persignas piensa en todo el significado de la cruz y apaga todo afecto de ira y todo anhelo perverso. Cuando te persignas, ocupa ampliamente tu frente toda y haz así libre a tu alma.
Sabéis bien qué cosas son las que nos engendran la libertad. Por eso Pablo, exhortándonos a lo mismo, es decir, a una congruente libertad, tras de haber hecho recuerdo de la cruz y de la sangre del Señor, dice luego: Habéis sido comprados a precio: no os hagáis siervos de los hombres. 184 Como si dijera: piensa en el precio por ti pagado y nunca te harás esclavo de los hombres: y llama precio a la cruz. Es necesario que no sólo con los dedos la formemos, sino que primeramente lo hagamos con la voluntad y la fe grande. Si con esta condición la dibujas en tu casa, ningún demonio impuro podrá estar en tu contra, pues verá la espada con que fue herido con herida mortal. Si nosotros con sólo ver el lugar en donde dan muerte a los reos, sentimos horror ¿considera lo que sufrirán el diablo y los demonios todos, al ver el dardo con que Cristo venció todo su poder y cortó la cabeza del dragón.
No te avergüences pues de don tan grande, para que no se avergüence de ti Cristo cuando venga en su gloria y se vea esta señal que baja, más brillante que los rayos del sol, delante de Cristo. Porque vendrá entonces la cruz clamando con sola su presencia y defendiendo delante de todo el orbe la causa del Señor y demostrando que de parte de El nada faltó para salvarnos. Esta señal en tiempos de nuestros antepasados, y también en los actuales, abrió las puertas cerradas; esta señal destruyó los venenos; esta señal deshizo la fuerza de la cicuta; ésta curó las mordidas de las bestias venenosas. Pues si abrió las puertas infernales y abrió las puertas del cielo y renovó la entrada al paraíso; si destrozó la fuerza de los demonios ¿por qué ha de ser maravilla que venciera los venenos y las" fieras y las demás cosas a éstas semejantes? Graba esto en tu mente y abraza esa señal, salud de nuestras almas. Porque esta cruz salvó y convirtió al orbe, alejó el error, trajo la verdad, hizo de la tierra cielo y de los hombres hizo ángeles. Por virtud de la cruz ya no son temibles los demonios; la muerte ya no es muerte, sino un sueño; por la cruz todo cuanto nos era contrario quedó abatido, por tierra, pisoteado. De modo que si alguien te pregunta: ¿al Crucificado adoras? con franca voz, con rostro alegre, respóndele: ¡Lo adoro y nunca dejaré de adorarlo! Y si ese tal te burla, llora tú por su locura. Da gracias al Señor por tan inmensos beneficios que si no fuera por la revelación nadie podría ni siquiera conocerlos.
Ese que te burla, lo hace porque: El hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios. 185 También los niños suelen reírse así cuando ven cosas grandes y maravillosas. Si introduces a un niño en la celebración de los misterios, del mismo modo se reirá. A semejantes muchachillos se parecen los gentiles: ¡más aún: son más imperfectos! Y por lo mismo son más miserables los que no en su puericia sino en su edad madura hacen lo mismo que los niños; y por lo mismo no merecen perdón. Por nuestra parte, con claras voces y con clamores grandes proclamamos (y con mayor libertad si hay gentiles presentes) ¡Nuestra gloria es la cruz, fuente de todos los bienes, confianza y corona nuestra! Yo quisiera poder decir con Pablo: Porque el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. 186 Pero no puedo, porque variados y múltiples afectos me detienen.
Por lo cual, yo os exhorto -¡y antes que a vosotros a mí mismo!- a que nos crucifiquemos al mundo y no tengamos nada común con la tierra, sino que amemos la patria de allá arriba, la gloria aquella, los bienes celestes. Porque somos soldados del Rey celestial y estamos revestidos de armas espirituales. Entonces ¿por qué llevamos una vida propia de cantineros, charlatanes, o mejor dicho de gusanos? Pues en donde está el rey ahí conviene que esté el soldado. Somos soldados no de los que andan allá lejos, sino de los que asisten al Rey. Un rey terreno no permite que todos los soldados estén presentes en el palacio, ni ahí a su lado. En cambio, el Rey del Cielo quiere que todos estén en derredor de su trono.
Preguntarás: ¿cómo puede ser que, viviendo acá en la tierra, estemos en torno de aquel solio regio? Pues como Pablo, quien viviendo en la tierra, sin embargo estaba allá en donde están los querubines y los serafines; y aun más cerca de Cristo que los guardias lo están del emperador. Porque éstos con frecuencia andan mirando a una y otra parte. Pablo en cambio no era arrastrado por ninguna fuerza de la imaginación, sino que estaba adherido a Cristo con toda su mente. De modo que si queremos, también nosotros lo podremos. Si Cristo distara por el lugar interpuesto, razonablemente pondrías esa objeción; pero estando él presente en todas partes, en verdad cercano se halla para todos los que viven vigilando.
Por esto decía el profeta: No temo mal alguno porque tú estás conmigo. 187 Y también el mismo Dios: Yo soy Dios que está cerca y no lejos. 188 Pues así como los pecados nos separan de él, así la justicia nos junta con él. Porque dice: Estando tú aún hablando te diré: aquí estoy ¿Qué padre oirá así a sus hijos y a sus nietos? ¿Qué madre estará tan preparada y a punto si los hijitos la llaman? Ni el padre ni la madre, sino solamente Dios atiende tan asiduamente para ver si alguno de sus allegados lo invoca, y jamás ha dejado de oír cuando lo llamamos como conviene.
El mismo dice: Estando tú aún hablando. 189 Como si dijera: ni siquiera espero a que termines, sino que al punto te escucho. Invoquémoslo, pues, como él quiere ser invocado. Y ¿cómo quiere? El lo dice: Rompe las ataduras de iniquidad, deshaz los haces opresores, deja libres a los oprimidos y quebranta todo yugo. Parte tu pan con el hambriento, alberga al pobre sin abrigo, viste al desnudo, no vuelvas tu rostro al hermano. Entonces brotará tu luz como la aurora y pronto germinará tu curación e irá delante de ti tu justicia y detrás la gloria de Yavé. Entonces llamarás y el Señor te oirá; lo invocarás y él te dirá: Heme aquí. 190 Preguntarás tal vez: pero ¿quién será capaz de hacer todo eso? Pero más bien debes preguntar quién es el que no puede hacerlo. Porque ¿qué hay en lo dicho que sea difícil? ¿qué hay que sea laborioso? ¿qué que no sea fácil? De tal modo son esas cosas no sólo posibles, sino fáciles, que muchos las han sobrepasado; y no sólo han desgarrado las escrituras injustas, sino que aun se han despojado de sus bienes; no sólo han recibido en hospedaje y a su mesa a los pobres, sino que se han tomado grandes trabajos y sudores para alimentarlos; y esto no sólo a los parientes sino a los enemigos los han colmado de beneficios.
¿Qué hay de difícil en lo que acabo de decir más arriba? Porque no dijo el Señor: traspasa los montes, cruza los mares, cava tantas más cuantas yugadas de tierra, haz largos ayunos, vístete el saco de penitencia; sino únicamente comparte de tus bienes con el prójimo, da a los pobres de tu pan, rompe las escrituras injustas. Pregunto, pues: ¿qué cosa habrá más fácil que eso? Y si te parece difícil, piensa en el premio y se te hará fácil. Al modo como los reyes en los hipódromos ponen delante de los concursantes los premios, coronas y mantos, así Cristo a su vez pone en medio del estadio los premios; y mediante los profetas, como si se valiera de muchas manos, los despliega.
Y por cierto, los reyes, aun cuando sean mil veces reyes, como hombres que son no tienen sino riquezas perecederas y ostentan una liberalidad que se consume, es decir, cosas que son en verdad de poco valor, pero que ellos procuran que se estimen en mucho, y por esto dan cada cosa a uno de los ministros para que la vaya exhibiendo ahí al medio. Nuestro Rey, por el contrario, lo reúne todo; y, pues abunda en riquezas, no hace ostentaciones, sino que pone en medio cosas que cuando se desplieguen serán de inmenso valor, y que necesitarán de muchas manos para exhibirlas.
Y para que lo comprendas, ve recorriendo una por una. Entonces brotará tu luz como la aurora. ¿No es verdad que esto parece ser un solo don? Pero no es uno, pues encierra en sí muchos premios, coronas y recompensas. De modo que si os place, los desplegaremos y pondremos a la vista en cuanto está en nuestra posibilidad, con tal de que no os fatiguéis. Y en primer lugar veamos lo que significa ese brotará. Porque no dijo aparecerá, sino brotará, mostrándonos con esto la abundancia y presteza y en cuán gran manera anhela nuestra salvación y cuántas ansias tiene de sacar a luz esas riquezas, y que nada hay que pueda impedir su ímpetu inexplicable: con todo lo cual se da a entender la inmensa abundancia de bienes.
Y ¿qué significa eso de la aurora? Quiere decir que los premios vendrán no tras de los combates y tentaciones, ni después de las oleadas de males, sino aun adelantándose a ellos. Así como tratándose de los frutos llamamos matutinos a los que aparecen antes del tiempo propio, así aquí con esa palabra da a entender la presteza, lo mismo que cuando anteriormente decía: Estando aún hablando tú, te diré: Aquí estoy. Y eso que llama luz ¿de qué luz se trata? No es de esta sensible, sino de otra mucho más excelente, mediante la cual veremos el cielo y los Ángeles y los Arcángeles, los Querubines y Serafines, los Principados y las Potestades, los Tronos y las Dominaciones y el ejército entero celeste y aquellos palacios reales y aquellas mansiones.
Si logras esa luz, verás todo esto y estarás libre de la gehenna y del gusano venenoso y del rechinar de dientes y de las indestructibles ataduras y de la angustia y tribulación y de la oscurísima cárcel, y de los tormentos y torrentes de fuego, y de la maldición y de los sitios de castigo; e irás a donde no existe el dolor, no hay tristeza sino gozo abundante, paz, caridad, alegría, deleites; a donde hay vida eterna, gloria inefable, hermosura indecible; a donde están las eternas mansiones y la imponderable gloria del Rey; y en fin aquellos bienes que ni el ojo vio ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre. 191 Allá están el espiritual Esposo y los tálamos celestes y las vírgenes con sus brillantes lámparas y todos los que poseen las vestiduras nupciales. Allá están las abundantes riquezas de Dios y los regios tesoros.
¿Observas cuán grandes premios y cuán abundantes encerró en sola aquella palabra? De modo que si examinamos cada palabra, encontraremos abundantísimos tesoros y un mar inmenso de ellos. Ahora yo pregunto: ¿dudaremos aún y no estaremos prestos a ser misericordiosos con los demás? ¡De ningún modo, os lo ruego! Aun cuando sea necesario dejarlo todo y echarlo al fuego y arrojarnos en medio de las espadas y saltar contra las puntas de ellas, o sea preciso sufrir otra cosa cualquiera, toleremos con facilidad todo, para conseguir el vestido propio para el reino de los cielos y para aquella gloria inexplicable. Ojalá que todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LV (LVI)

Entonces Jesús dijo a sus discípulos: el que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16, 24).
ENTONCES. ¿Cuándo? Después de que Pedro había dicho: No quiera Dios que esto suceda, y había oído aquel Retírate de mí, Satanás. No le pareció suficiente a Jesús con increpar a Pedro; sino que anhelando demostrar con abundancia lo absurdo de sus palabras y la utilidad que de su Pasión se seguiría, dijo: Tú, Pedro, me dices: No quiera Dios que esto suceda; mas Yo te digo que no sólo sería dañoso para ti el impedirme padecer, aun cuando te pese mi Pasión, sino que ni siquiera podrías alcanzar tu salvación, si tú mismo no estás preparado para morir. Y para que no pensara que el padecer era indigno de Cristo, no sólo con las anteriores palabras, sino también con las que siguen, le enseña la utilidad de su Pasión.
En Juan dice: Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto. 192 Pero ahora, tratando más largamente del asunto, habla no únicamente de su acabamiento por la muerte, sino que extiende la doctrina a sus discípulos. Como si les dijera: tan grande es la ganancia de la Pasión que si vosotros no queréis morir, os será perjudicial; mas sucederá lo contrario si estáis preparados para ese bien. Así lo declara con lo que sigue. Pero ahora lo examina por un solo lado. Observa cómo impone una obligación estricta. Pues no dice: Queráis o no, es necesario que padezcáis semejante Pasión. Sino ¿qué es lo que dice? Si alguno quiere venir en pos de mí. No lo obligo; no le impongo una necesidad; lo dejo al arbitrio de cada uno. Y por esto digo: Si alguno quiere. Os invito a bienes y no a males, ni a cosas difíciles, ni a suplicios y penas, para que fuera necesario obligaros. La naturaleza misma de la cosa es suficiente para atraer. Y con decirles esto, más los animaba. Quien pone obligación, con frecuencia más bien aparta de la obra; pero quien la deja al arbitrio del oyente, más lo atrae. Puesto que más fuerza tiene la simple exposición de la empresa que no la violencia. Por eso les decía: Si alguno quiere. Como si les dijera: grandes son los bienes que os ofrezco, y tales que espontáneamente se corre hacia ellos.
A la verdad, si alguno ofreciera oro y un tesoro tal vez, no llamaría con violencia. Pues si a esas cosas se va sin violencia, mucho más se irá a los bienes celestes. Si la naturaleza misma de la cosa no te persuade a que corras a ella, ya no eres digno de recibirla; y si la recibes, no sabrás apreciar lo que recibes. Por eso Cristo no obliga, sino exhorta y es indulgente con nosotros. Y como los discípulos murmuraban mucho, comentando lo dicho y se turbaban, les dice: no es el caso de turbarse y comentar. Si creéis que lo que dije, si os aconteciere, no es fuente de bienes innumerables, yo no os obligo, no os hago violencia, solamente invito al que quiera.
No penséis que seguirme es hacer eso que ahora hacéis al seguirme. Necesitaréis de muchos trabajos y pasar por muchos peligros, si habéis de seguirme. No por haberme confesado ahora, oh Pedro, vayas a pensar que sólo te esperan coronas y que con solo pensar lo que has pensado te basta para la salvación y que en adelante has de vivir contento como si ya todo estuviera acabado. Como Hijo de Dios que soy, puedo eximirte de experimentar los males, pero por bien tuyo no quiero hacerlo, para que tú pongas algo de tu parte y- así seas mejor probado. Ningún Prefecto de juegos, cuando estima mucho a un atleta quiere coronarlo gratis, sino que anhela que éste lo gane con su propio trabajo, sobre todo porque lo estima. Así Cristo quiere que aquellos a quienes especialmente ama brillen con su propio mérito y por sola su gracia.
Advierte, además, cómo hace un discurso en nada pesado. Puesto que no circunscribe los males a solos los discípulos, sino que, extendiendo su enseñanza a todo el orbe, dice: Si alguno quiere, ya sea mujer o varón, príncipe o súbdito, quienquiera que por este camino echare. Al parecer dice una sola cosa, pero en realidad son tres: negarse a sí mismo, tomar su cruz, seguirlo. Junta dos cosas, en tanto que la otra la pone aparte. Veamos en primer lugar qué sea negarse a sí mismo. Pero ante todo qué sea negar a otro. Y así sabremos qué sea negarse a sí mismo. Quien niega a otro, ya sea su hermano o su criado u otro cualquiera, no se presenta, no lo auxilia, no se entristece, no se aflige, puesto que se trata de uno que le es extraño.
Quiere, pues, Cristo que en esa forma, es decir, en forma alguna, perdonemos a nuestro cuerpo; de modo que aun cuando lo azoten, lo empujen, lo quemen o le hagan otra cosa cualquiera no lo perdonemos. Porque esto es verdaderamente perdonarlo. Así los padres, cuando entregan sus hijos a los maestros, es cuando verdaderamente los perdonan, advirtiendo al profesor que nada les perdone a los niños. Así, Cristo no dijo que no se perdone uno a sí mismo, sino lo que es más duro Niéguese a sí mismo. Es decir, que sea para sí como un extraño, de manera que se entregue a los peligros y certámenes, y esté en tal disposición como si fuera otro el que padeciera. No dijo simplemente negarse, sino abnegarse. Y con este pequeño aditamento da a la sentencia una gran fuerza. Porque abnegarse es mucho más que simplemente negarse.
Y tome su cruz. Es una consecuencia de lo anterior. No vayas a pensar que conviene abnegarse únicamente cuando se trate de palabras, injurias y oprobios. Por eso dice hasta dónde conviene negarse a sí mismo: es decir hasta la muerte, y muerte la más oprobiosa. Y para significarlo no dijo: niéguese a sí mismo hasta la muerte, sino tome su cruz, o sea hasta la muerte más vergonzosa; y no una ni dos veces, sino por toda la vida. Como si dijera: lleva contigo perpetuamente semejante muerte y permanece cada día dispuesto a morir. Puesto que muchos despreciaron las riquezas, los placeres, la gloria, pero no despreciaron la muerte, sino que tuvieron temor a los peligros, Yo, dice Cristo, quiero que mi atleta luche hasta la muerte y que soporte el certamen hasta derramar su sangre. De modo que conviene llevar con fortaleza la muerte, si es necesario morir, y aun la muerte más oprobiosa y execrable, y aunque sea por vanas sospechas: y en tales casos grandemente gozarse.
Y sígame. Como puede suceder que el que padece no siga a Cristo, no padece por El (así como los ladrones, los robadores de sepulcros, los hechiceros sufren y graves padecimientos), para que no creas que basta con soportar los dolores, añadió el motivo de soportarlos. ¿Cuál es? Que al sufrir todo eso, vayas en seguimiento de Cristo y por causa de El lo padezcas y así ejercites todas las virtudes. Porque eso significa: Sígame. De manera que no sólo demuestres fortaleza de ánimo en los padecimientos, sino además continencia, equidad y toda clase de virtudes. Esto es seguir a Cristo como conviene: procurar las demás virtudes y padecer por El todo. Hay quienes siguen al demonio y padecen las mismas cosas y por él aceptan la muerte; pero nosotros lo hacemos por Cristo y aun por nosotros mismos y por nuestro bien. Ellos lo hacen dañándose a sí mismos aquí y en la otra vida; pero nosotros lo hacemos para lucrar ambas vidas.
Entonces ¿cómo no sería el colmo de la desidia el no tener tan gran fortaleza cuanta muestran esos que perecen, cuando vamos a recibir tantas coronas? Y eso que a nosotros nos auxilia Cristo y a ellos nadie. Por otra parte, este fue el precepto que dio Cristo a los apóstoles cuando los envió a misión, diciéndoles: No vayáis a los gentiles. Os envío como ovejas en medio de lobos. Seréis llevados a los gobernadores y reyes. 193 Pero ahora lo enunció más solemnemente y con mayor reciedumbre. Porque entonces hablaba sólo de la muerte, mientras que aquí menciona la cruz y una cruz perpetua. Puesto que dice: Tome su cruz, es decir: llévela siempre.
Tenía Cristo por costumbre poner los mandatos más importantes no al principio y como exordio de sus discursos, sino poco a poco y sin sentir, a fin de que los oyentes no se perturbaran con lo duro de las cosas. Aquí, como lo que decía parecía ser cosa difícil y molesta, observa cómo la hace fácil en lo que sigue, estableciendo premios superiores a los trabajos. Y no sólo premios, sino además castigos para los perversos. Y en los castigos se detiene más que en los premios, por que a muchos los hace prudentes más la amenaza de los castigos que los bienes del premio.
Sin embargo, advierte cómo en este pasaje comienza y acaba con lo mismo. Pues dice: El que quiera salvar su vida la perderá; y el que quiera perder su vida por mí, la hallará. Y también ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? Y no es que no os tenga compasión, sino que, por el contrario, os compadezco cuando tal cosa ordeno. Pues quien condesciende con su hijo lo pierde, mientras que quien no le deja pasar nada, ése lo salva. Que es lo mismo que dijo el sabio: Si castigas a tu hijo con la vara, no morirá; antes librarás su alma de la muerte. 194 Y también: El que ama a su hijo tiene siempre dispuesto el azote para que al fin pueda complacerse en él. 195 Y lo mismo se hace en el ejército. Pues si el capitán, por no molestar a sus soldados los mantiene siempre en el campamento, destruye a los mismos soldados y a otros muchos.
Pues bien: a fin de que tal cosa no os acontezca, dice Jesús, os conviene estar siempre preparados para una muerte continua. Porque vendrá luego una guerra terrible. No te estés quieto en casa. Sal al campo y pelea; y si caes en la pelea, habrás encontrado la vida. Si en estas guerras sensibles y de acá, quien está pronto y preparado para la muerte, es tenido como preclaro entre los demás y como invicto y temible para los enemigos; y sin embargo, si muere no puede el general resucitarlo, el general por quien pelea, mucho más en las batallas espirituales en que se tiene la esperanza de la resurrección, quien exponga a la muerte su vida, la encontrará: desde luego porque no será vencido prontamente; y además, porque, aun estando postrado lleva su alma una vida mejor.
Luego pues había dicho: Quien quiera salvar su alma la perderá y quien la pierda la salvará; y en ambos casos habló de la salud y de la perdición, para que nadie piense que aquella perdición y esta otra, ni aquella salud ni esta otra son iguales, sino que vea con claridad que hay tan gran diferencia entre aquella y esta salud cuanta hay entre aquella y esta perdición, la demuestra mediante los contrarios diciendo: Porque ¿qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?¿Observas cómo la salvación que se logra fuera de lo conveniente es perdición, y perdición la peor de todas, como que ya no tiene remedio, pues nada hay que pueda redimirla? Como si dijera Cristo: No pienses que quien así guarda su alma, evadiendo los peligros, la ha salvado; añádele si quieres que ha guardado todo el orbe y lo ha ganado. Porque ¿qué ganancia saca de todo eso, si ha perdido su alma? Si vieras tú a tus criados en delicias mientras tú estás entre males extremos ¿pensarías que por ser señor de ellos tú algo lograbas? ¡De ningún modo! Pues piensa así respecto de tu alma cuando mientras tu carne vive entre delicias y riquezas a ella le espera la muerte futura. ¿Qué dará el hombre a cambio de su alma? Insiste en lo mismo. Como si dijera: ¿tienes acaso otra alma que des a cambio de la tuya? Si pierdes tus riquezas, las puedes suplir con otras; y lo mismo si pierdes tu casa o tus esclavos u otra cualquiera posesión que tengas. Pero si pierdes tu alma no podrás dar otra. Aun cuando poseas el mundo y seas rey del universo; aunque pongas en la balanza todas las cosas del orbe y al orbe mismo íntegro, no puedes redimir una sola alma.
Pero ¿es acaso admirable que así suceda respecto del alma, cuando aun en las corporales cosas lo mismo se puede observar? Aun cuando estés con mil diademas coronado, si tu cuerpo estuviere enfermo de una dolencia incurable, no lograrías, ni aun dando de regalo todo el reino, alcanzar la salud; y esto aun cuando añadieras otros muchos cuerpos y ciudades y riquezas. Pues piensa lo mismo acerca de tu alma; y con mayor razón tratándose del alma. Dejando, pues, todo lo demás, ocúpate de ella con todas tus fuerzas. No te preocupes de las cosas de los demás con descuido de ti mismo y de tus intereses, cosa que ahora todos hacen, pareciéndose a los que trabajan en las minas que ninguna utilidad ni riqueza sacan de semejante trabajo, sino muy grave daño, pues en vano se exponen a los peligros en bien de otros, sin obtener para sí ganancia de los sudores y aun de la muerte que muchas veces les acontece. Y actualmente tienen éstos muchos imitadores que andan en busca de riquezas para otros. Y hasta son más miserables que los dichos mineros, pues al fin de sus muchos trabajos les espera la gehenna. A los mineros la muerte les acarrea el término de sus sudores, pero a los otros les resulta el comienzo de sus padecimientos.
Y si dices que tú, siendo rico ya disfrutas de tus trabajos, muéstrame la alegría y gozo de tu alma y entonces te lo creeré. El alma es lo principal de todo lo que poseemos; y si el cuerpo engorda mientras ella enferma, de nada te sirve toda tu abundancia. Pues así como cuando la esclava se goza, su gozo de nada sirve a su ama que está moribunda, y así como en nada ayuda el ornato de los vestidos al cuerpo enfermo, así tampoco la riqueza al alma; sino que de nuevo te repetirá Cristo ¿Qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? y continuamente ordenará que te ocupes en salvarla y que de sólo eso tengas cuidado.
Una vez que con tales palabras ha puesto terror, consuela a sus discípulos con estas otras: Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras. ¿Observas desde luego cómo una misma es la gloria del Padre y del Hijo? Pero si la gloria es una y la misma, queda claro que también la substancia es una. Pues si en una substancia la gloria es diferente, corno dice Pablo que una es la gloria y resplandor del sol, y otra la de la luna y otra la de las estrellas y una estrella difiere de otra en claridad, siendo ellas de la misma substancia, 196 ¿cómo podría creerse que aquellos cuya gloria es una tengan una substancia diferente? Porque no dijo Cristo: en una gloria como la del Padre, para que por aquí tú sospecharas una diferencia de substancia; sino que con todo cuidado dice que vendrá en la mismísima gloria del Padre, de manera que creamos que es una y la misma de ambos. Entonces, oh Pedro ¿por qué temes la muerte cuando de ella oyes hablar? Porque en aquel día me verás en la gloria del Padre. Y si yo estaré en la gloria también vosotros estaréis en la gloria. Porque vuestras cosas no están circunscritas a los límites de la vida presente, sino que os espera una suerte mejor.
Pero Cristo, tras de anunciar esos bienes, no se detuvo ahí, sino que aun en esto mezcló cosas terribles y trajo a la memoria el juicio y la cuenta inevitable y la sentencia sin acepción de personas y el juez que no se engaña. Mas no permitió que su discurso fuera solamente de cosas tristes, sino que mezcló con ellas la buena esperanza. Porque no dijo: entonces castigará a los pecadores, sino: Entonces dará a cada uno según sus obras. Y lo dijo no únicamente para recordar el castigo a los pecadores, sino también las coronas y premios a los buenos. De manera que dijo esto para alegrar y confortar a los buenos. Sin embargo, yo, cuando oigo esto, siempre me lleno de terror, pues no pertenezco al número de los que serán coronados; y pienso que hay también otros que comparten conmigo semejantes angustias y terrores. Pero ¿a quién no atemorizarán estas cosas si entran en su conciencia? ¿a quién no pondrán miedo, hasta persuadirlo de que necesitamos vestirnos de saco y cilicio, mucho más que el pueblo de los ninivitas? Puesto que no se nos habla de la destrucción de la ciudad ni de una común desgracia, sino del eterno suplicio y del fuego que jamás se extingue.
Por este motivo yo alabo y admiro a los monjes que viven en el desierto: es decir, además de otras causas, también por estas palabras. Porque los monjes, después de la comida, mejor dicho después de la cena, pues no conocen la comida, pues saben que el tiempo presente es de luto y de ayuno, en una palabra, después de la cena, cuando dan gracias a Dios, repiten la dicha sentencia. Y si queréis oír el himno que cantan, para que también vosotros lo recitéis con frecuencia, os repetiré su íntegro canto, que es como sigue: Bendito seas, oh Dios, que me alimentas desde mi juventud y das alimento a toda carne. Llena de gozo y alegría nuestro corazón a fin de que teniendo siempre suficiencia de todas las cosas, abundemos en toda buena obra en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien contigo sea la gloria, el honor y el poder, juntamente con el Espíritu Santo, por todos los siglos. Amén. 197 Gloria a ti, oh Señor. Gloria a ti, oh Santo. Gloria a ti, oh Rey que nos has concedido el alimento en alegría. Llénanos del Espíritu Santo, para que seamos aceptos en tu presencia y no quedemos avergonzados el día en que darás a cada uno según sus obras.
Semejante himno debe causar admiración todo él, pero sobre todo su final. Puesto que la mesa y los alimentos hacen pesados y disolutos, semejante sentencia la pusieron los monjes corno un freno del alma en ese tiempo de esparcimiento, trayendo así a la memoria el día del juicio. Lo aprendieron sin duda de lo que sucedió a los hijos de Israel, tras de la mesa aquella bien abastecida: Comió y engordó y dio coces el amado. 198 Por lo cual dijo Moisés: "Cuando hayas comido y bebido y estés harto acuérdate del Señor tu Dios" 199. Porque tras de comer se atrevieron a lo más inicuo. Cuídate, pues, tú de que no te suceda lo mismo. Pues aun cuando no inmoles a dioses de piedra y oro ovejas y terneros, guárdate de inmolar tu alma a la ira ni tu salud a la fornicación y a otras semejantes enfermedades del alma.
Temerosos los monjes de semejante precipicio, también por esto, en terminando su comida, o mejor dicho su ayuno -ya que su mesa es un ayuno continuo-, traen a la memoria aquel día tremendo y aquel juicio. Pues si ellos que continuamente se atormentan con saco, los ayunos, el dormir en el suelo y otras innumerables formas de penitencia, sin embargo, necesitan de semejante amonestación ¿cuándo podremos nosotros vivir con moderación, siendo así que colmamos nuestras mesas con infinitas ocasiones de naufragio espiritual, y ni al principio ni al fin hacemos oración? Pues bien: para quitarnos esas ocasiones de naufragio, tomemos de nuevo ese himno y expliquémoslo por sus partes a fin de que cayendo en la cuenta del gran fruto que nos reporta, con frecuencia lo entonemos en la mesa y así reprimamos los asaltos del vientre y metamos en el hogar las costumbres y prácticas de los ángeles. Habría sido lo conveniente que vosotros, usándolo ya desde antes, hubierais sacado ya ese fruto. Pero, pues no lo anheláis, a lo menos oíd de nuestra boca esa melodía espiritual; y que cada cual, una vez terminada la comida, dé gracias comenzando de esta manera:¡Bendito Dios! Así cumpliréis desde luego con la ley apostólica en que se nos manda: Y todo cuanto hacéis de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por él. 200 Y luego, para que la acción de gracias no sea solamente para ese día, sino de toda la vida, se dice: Que me alimentas desde mi juventud.
También aquí hay una enseñanza para la virtud. Pues quien es alimentado por Dios no debe andar solícito. Si tú, prometiéndote el rey darte el cotidiano alimento de su propia despensa, vivirías del todo confiado, mucho más debes estarlo pues es Dios quien te lo da y de El te viene todo como de una fuente: debes pues estar en absoluto libre de toda solicitud. Los monjes lo cantan para dejar ellos toda solicitud e inducir a lo mismo a sus discípulos. Y para que no creas que sólo por sí mismos dan esas acciones de gracias, añaden: Que da alimento a toda carne. Así dan gracias por el orbe entero; y como padres de todo el universo, alaban a Dios en lugar de todos y se incitan a la verdadera fraternidad. Puesto que no pueden aborrecer a aquellos por quienes dan gracias a Dios por el alimento que les ha proporcionado. ¿Observas la caridad introducida mediante la acción de gracias, que quita todo cuidado del siglo, tanto por lo que precede como por lo que sigue? Pues si da Dios alimento a toda carne, mucho más lo dará a quienes le están adheridos. Si a quienes andan envueltos en los cuidados del siglo alimenta, mucho más lo hará con los que están libres de tales cuidados.
Cristo confirma esto cuando dice: Vosotros valéis más que muchos pájaros. 201 Con semejantes palabras nos enseña que no hay que poner la confianza en las riquezas, ni en la tierra, ni en las simientes; porque no son ellas las que nos nutren, sino la palabra de Dios. Palabras son éstas con que se refuta a los maniqueos y valentinianos y a los que piensan como ellos. Porque no puede ser un Dios malo el que a todos, aun a los que de él blasfeman, les da bienes. Sigue luego la petición: Llena de gozo y alegría nuestros corazones. ¿De qué gozo habla? ¿acaso del secular? ¡No, de ninguna manera! Si semejante gozo quisieran los monjes, no habitarían las cumbres de las montañas ni los desiertos, ni se vestirían del saco de penitencia. Hablan de otro gozo que nada tiene de común con el de la vida presente, sino del gozo de los ángeles, del gozo de allá arriba. Y no lo piden así simplemente, sino con abundancia. Pues no dicen danos, sino: llena. Ni dicen a nosotros, sino: a nuestros corazones. Porque este gozo lo es sobre todo del corazón. Pues los frutos del Espíritu son caridad, gozo, paz. 202 Y porque el pecado introdujo en el mundo la tristeza, piden que mediante el gozo entre en ellos la justicia, pues de otro modo no se engendraría en ellos el gozo. Para que teniendo siempre suficiencia de todo, abundemos en buenas obras. Mira cumplida aquí aquella sentencia del evangelio. Danos hoy nuestro pan de cada día. 203 Y buscan que se cumpla el efecto de su petición en vista de los bienes espirituales, pues dicen: para que abundemos en toda buena obra. No dicen para hacer sólo lo que debemos, sino aun mucho más de lo que ordenan los preceptos. Porque esto quiere decir lo de abundemos. Piden a Dios lo suficiente en las cosas necesarias; pero en cambio ellos no quieren obedecer en sólo lo que es suficiente, sino en todo con sobreabundancia. Esto es lo propio de los hombres de recto corazón, esto es lo propio de hombres dados a la virtud: obedecer en todo y siempre con plena generosidad.
Y luego, recordando su debilidad y confesando que sin el auxilio de lo alto nada perfecto pueden llevar a cabo, una vez que dijeron: Para que abundemos en toda buena obra, añaden: En Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien contigo sea la gloria, el honor, y el poder por todos los siglos. Amén. Ponen fin, como dieron principio, con la acción de gracias. Después, parece como si comenzaran de nuevo, pero continúan con el mismo discurso. Así lo hace Pablo al principio de su carta, como si terminara con la glorificación de Dios, diciendo: Por voluntad de Dios y Padre nuestro a quien sea la gloria por los siglos. Amén. 204 Y luego introduce la materia de que va a tratar. Y también en otra parte: Y adoraron y sirvieron a las criaturas en lugar del Creador, que es bendito por los siglos. Amén. 205 Pero no termina aquí su discurso, sino que sigue adelante. De manera que no acusemos pues a estos ángeles como si obraran mal cuando, una vez que han terminado con la glorificación, de nuevo comienzan un himno sagrado. No hacen sino seguir las tradiciones apostólicas al comenzar con la glorificación y terminar con ella y comenzar en seguida un himno nuevo.
Por esto dicen:¡Gloria a ti, oh Señor! ¡Gloria a ti, oh Santo! ¡Gloria a ti, oh Rey que nos has dado el alimento con alegría. Porque es necesario dar gracias no únicamente por los beneficios grandes sino también por los pequeños. Y dan gracias por éstos para poner en vergüenza a los maniqueos y a todos los que aseguran que esta vida es mala. Porque no vayas a pensar que quienes se ejercitan en lo más alto de la virtud y desprecian el vientre, abominan de los alimentos, a la manera de los que a sí mismos se estrangulan; sino que te persuaden con sus oraciones suplicantes que de muchas cosas se abstienen, no porque aborrezcan a las criaturas de Dios, sino por ejercicio de virtud.
Observa, además, cómo tras de dar gracias por el alimento que se les ha concedido, piden cosas mayores y no se detienen en las del siglo, sino que traspasan los cielos y dicen: Llénanos del Espíritu Santo. Porque nadie puede proceder en modo preclaro, si no está lleno de esa gracia; así como no puede llevar a cabo nadie nada generoso y grande, si no disfruta de la gracia de Cristo. En consecuencia, así como una vez que dijeron: para que abundemos en toda buena obra, añadieron: en Cristo Jesús, así ahora, tras de decir: Llénanos del Espíritu Santo, añaden: para que seamos aceptos en tu presencia. ¿Observas cómo nada piden de las cosas de la tierra, tocantes a la vida presente, sino que por éstas tan sólo dan gracias, y en cambio acerca de las cosas espirituales no sólo dan gracias sino que añaden las súplicas? Porque dijo Cristo: Buscad primero el reino de los cielos y lo demás se os dará por añadidura. 206 Considera, además, otra virtud de los monjes. Pues dicen: Para que seamos aceptos en tu presencia y no seamos avergonzados. Porque no nos preocupamos de que algunos todo eso lo juzguen en desdoro nuestro; porque ni siquiera advertimos 1o que los hombres burlando o reprendiendo dicen de nosotros, sino que una sola cosa anhelamos: que no seamos confundidos en el último día. Y después de eso traen a la memoria el río de fuego y los premios y recompensas. Y no dicen: para que no seamos castigados, sino para que no seamos confundidos, porque para nosotros esto es más terrible que la gehenna: el aparecer como ofensores de Dios. Pero como a muchos de los más ignorantes esto no suele aterrorizarlos, añaden: Cuando des a cada uno según sus obras.
¿Observas en qué forma y cuánto nos ayudan esos ciudadanos del desierto, extraños y peregrinos, o mejor dicho, ciudadanos del cielo? Nosotros acá somos peregrinos y extraños del cielo y ciudadanos de la tierra; pero ellos al contrario. Y terminado ese himno, penetrados de compunción y derramando abundantes y fervorosas lágrimas, van a tomar el sueño; y no duermen sino tanto cuanto es necesario para un pequeño descanso. De las noches hacen días y pasan su vida en acciones de gracias y en el canto de los salmos. Ni sólo lo hacen los varones, sino también las mujeres que ejercitan ese mismo modo de vivir, superando su natural debilidad con la grandeza de su animo.
Avergoncémonos nosotros, los varones, al ver en ellas tan gran contingencia; y dejemos ya de impresionarnos con la codicia de las cosas presentes, que no son sino sombra, humo, sueño. Porque la mayor parte de nuestra vida parece carecer de sentido. La edad primera redunda en estulticia; la que ya se inclina a la ancianidad, embota nuestros sentidos. El tiempo intermedio es corto y en él gozamos de los deleites. Más aún: ni siquiera en este corto tiempo intermedio gozamos como se debe del placer, pues se interponen infinitos cuidados y trabajos que lo destruyen.
Os ruego, en consecuencia, que busquemos los bienes perdurables y eternos y aquella vida exenta de ancianidad. Porque también el que habita en la ciudad puede imitar la virtud de los monjes. Puede, aunque tenga mujer y viva en su casa, orar, ayunar, dolerse. Los primeros discípulos de los apóstoles vivían en ciudades y mostraban la misma piedad que quienes luego se retiraron al desierto; y aun otros que presidían oficinas como Priscila y Aquila. También los profetas tenían esposa y casa, como Isaías, Ezequiel, el gran Moisés. Pero eso en nada les impidió el ejercicio de la virtud. Pues también nosotros, imitando a éstos, demos continuas gracias a Dios, celebrémoslo con himnos continuos, cultivemos la continencia y las demás virtudes, y traigamos a la ciudad ese ejercitar las virtudes que florece en los montes, para que seamos aceptos ante Dios y aparezcamos como hombres honorables y alcancemos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al Padre la gloria, el honor y el poder, juntamente con el Espíritu Santo y vivificante, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LVI (LVII)

En verdad, en verdad os digo que hay algunos entre los presentes que no gustarán la muerte antes de haber visto al Hijo del Hombre venir en su reino (Mt 16, 28).
PUES HABÍA hablado muchas cosas acerca de los peligros, de la muerte, de su Pasión y aun de la matanza de sus discípulos, y les había dado preceptos difíciles, cosas todas realizables en la vida presente y que estaban como quien dice entre las manos de ellos, mientras que los otros bienes estaban en esperanza y expectación -como era aquello de que quienes pierden su alma la salvarán y que El vendría en la gloria de su Padre, y repartiría los premios-, queriendo certificarlos de vista y manifestarles lo que sería aquella gloria en que había de venir, en cuanto ellos podían entenderla, ya desde esta vida quiso hacerla manifiesta y revelarla, a fin de que no se dolieran ni de la muerte de ellos ni de la muerte de su Señor; en especial Pedro, que se esforzaba en aceptarlo.
Observa, pues, lo que hace, una vez que les habló de la gehenna y del reino. Habiendo dicho: Quien ama su alma la pierde; pero el que aborrece su alma por mí la encontrará; 207 y también: Dará a cada uno conforme a sus obras, 208 explicó luego esto. Habiendo tratado de ambas cosas, luego deja ver su reino pero no la gehenna. ¿Por qué? Porque eso habría sido necesario en el caso de que hubiera habido ahí almas más ignorantes; mas como los oyentes eran varones buenos y probos, los confirma por el lado de los bienes. Pero no fue este el único motivo de semejante determinación, sino también porque era lo que a él más le convenía. Sin embargo, tampoco omitió el otro aspecto, sino que con frecuencia puso como delante de los ojos lo referente a la gehenna. Así, cuando narró la parábola del pobre Lázaro y cuando hizo mención del que exigía los cien denarios y también trajo a la memoria al que entró a la sala del convite sin el traje de bodas, sino con sórdidas vestiduras; y en otros muchos pasajes.
Seis días después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan. Otro evangelista dice: Ocho días después; 209 pero no contradice a éste, sino que bellamente con él concuerda. Porque uno cuenta el día en que Jesús hablaba y también el otro en que los sacó aparte; mientras que el otro evangelista cuenta solamente los días intermedios. Quiero que consideres cómo ejercita Mateo la virtud, pues no calla a los que fueron antepuestos. Lo mismo hace Juan con frecuencia, cuando cuidadosamente apunta las alabanzas a Pedro. Este coro de los santos apóstoles siempre estuvo vacío de envidias. Habiendo, pues, tomado a los corifeos, los llevó aparte a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos. Brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con El. ¿Por qué a solos ellos tomó? Porque eran más excelentes que los otros. Pedro sobresalía porque amaba sobremanera a Cristo; Juan porque era el muy amado; Santiago por la respuesta que dio juntamente con su hermano cuando dijo: Podemos beber el cáliz. 210 Y no sólo por la dicha respuesta, sino además por sus obras, tanto otras como la de cumplir lo que le habían dicho. Porque más tarde apareció ante los judíos tan vehemente y eficaz que Herodes creyó hacerles un excelente regalo con mandarlo matar.
¿Por qué no los llevó consigo desde luego y al punto? Para que los otros discípulos no lo llevaran a mal. Por igual motivo, ni siquiera les indicó los nombres de los que iban a subir con El al monte. Sin duda que los demás habrían también deseado con vehemencia subir con Cristo para contemplar tan inmensa gloria y se habrían dolido de que se les dejara a un lado. Pues aun cuando la visión fuera corporalmente, pero habríales despertado grandes deseos. Y ¿por qué lo predijo? Para que estuvieran más preparados y sobre aviso acerca de la visión, mediante ese previo aviso; y ardieran en deseos de verlo, encendidos con la espera de esos días y de este modo se acercaran a ella vigilantes y solícitos. Y ¿por qué trae ahora a Moisés y a Elías? Muchos motivos podrían aducirse. Y el primero es que las turbas decían que El era Elías, otros que jeremías, otros que alguno de los profetas. Trae, pues, consigo a los que parecían ser los principales, para que con esto se viera la enorme diferencia que había entre el Señor y los siervos; y así mejor se viera que justamente Pedro había sido alabado por haberlo confesado Hijo de Dios.
Hay otro motivo. El de que frecuentemente se le acusara como trasgresor de la Ley y que se le tuviera como blasfemo, porque vindicaba para sí la gloria del Padre, que en nada le correspondía. Pues decían: No puede venir de Dios este hombre, pues no guarda el sábado. 211 Y también: Por ninguna buena obra te apedreamos, sino por la blasfemia, porque tú, siendo hombre, te haces Dios. 212 Ahora bien: con la visión de aquellos dos quedaba manifiesto que ambas acusaciones provenían de envidia y que de ambas era inocente; y que no había traspasado la Ley ni había vindicado para sí una gloria que no le perteneciera, al llamarse igual al Padre. Por eso trae consigo a los que más en esto se habían distinguido. Moisés había dado la Ley; y bien podían pensar los judíos que Moisés no habría tolerado de buena gana que ella fuera conculcada, según ellos creían, ni que rindiera homenaje a un enemigo de la Ley que él había promulgado. En cuanto a Elías, que estaba lleno de celo por la gloria de Dios, en el caso de que Jesús fuera un adversario de Dios y que falsamente se llamara igual al Padre, jamás ese profeta le prestaría honores.
Además de las dichas, hay también otra causa. ¿Cuál? Para que entendieran que Cristo tenía potestad sobre la vida y la muerte e imperaba en cielos y tierra. Por eso hace presente a uno que ya había muerto y a otro que aún no había muerto. El quinto motivo -pues de verdad es el quinto- lo pone el evangelista. ¿Cuál es? Para manifestar la gloria de la cruz y consolar así a Pedro y a los otros que temían la sagrada Pasión y levantarles el ánimo. Pues los profetas, en cuanto llegaron ahí, no permanecieron callados, sino que trataban de la partida de Cristo que debía cumplirse en Jerusalén, es decir, de su Pasión y muerte de cruz, pues así la llaman siempre. Ni sólo por este camino les levanta el ánimo, sino también con la virtud de ambos varones, virtud que sobre todo quería Jesús que floreciera en sus discípulos.
Y pues había dicho: Si alguno quisiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame, trae consigo a los profetas que por cumplir la voluntad de Dios y en favor del pueblo que se les había encomendado, habían sufrido mil muertes. Porque ambos perdieron su alma y la encontraron. Ambos con libertad y constancia se opusieron al tirano: Moisés en Egipto; Elías contra Acab; y ambos en favor de hombres mal agradecidos y desobedientes. Aquellos mismos por cuya salvación se desvelaban, los pusieron en extremo peligro, pues querían apartarlos de la idolatría. Ambos eran gente privada y particular. Moisés además tartamudo y de voz débil. Elías se presentaba como un rústico. Ambos eran en extremo pobres, pues ni Moisés poseía algo, ni Elías, que sólo tenía su túnica de piel de camello. Y todo esto en la Ley Antigua, sin haber recibido la gracia de hacer tan gran cantidad de milagros.
Pues aun cuando Moisés dividió el mar, pero Pedro anduvo sobre las aguas y podía transportar las montañas y curaba toda clase de enfermedades y echaba los demonios feroces; y tan estupendos prodigios los realizaba con sólo la sombra de su cuerpo, y así convirtió a todo el orbe. Y si Elías resucitó a un muerto, los apóstoles resucitaron a muchos en número incontable, aun antes de recibir el Espíritu Santo. Por tal motivo, pues, los trajo a escena. Porque quería que sus discípulos imitaran su celo en atraer al pueblo, lo mismo que su constancia y su fortaleza; y que estuvieran llenos de mansedumbre, como Moisés lo estuvo, y de celo como Elías; y que fueran igualmente solícitos. Pues Elías sufrió por el pueblo judío tres años de hambre; y Moisés decía: Perdónales su pecado o bórrame de tu libro, del que tienes escrito 213 Todo esto les traía a la memoria mediante aquella visión. Y los presentó en aquella gloria no para que ahí se detuvieran, sino que pasaran más allá de los límites de la palestra. De modo que cuando después dijeron: Digamos que baje fuego del cielo, 214 se acordaron de que así lo había hecho Elías; y él hubo de decirles: No sabéis de qué espíritu sois. Así los exhortó a olvidar las injurias, diferenciando los carismas. Pero no pienses que condenamos a Elías como imperfecto. No decimos eso. Por el contrario, era perfectísimo. Sino que en aquellos tiempos, cuando la mentalidad de los hombres era aún un tanto infantil, se necesitaba aquel modo de enseñanza. Y Moisés a su vez tenía también ese género de perfección. Pero a los apóstoles se les exigió más. Pues dijo Cristo: Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. 215 Y fue porque ellos habían de entrar, no a Egipto, sino a todo el orbe, que se hallaba en peores condiciones que Egipto; y no iban a dialogar con un Faraón, sino a luchar con el demonio, tirano perversísimo.
Su empresa era atarlo y arrebatarle todos sus haberes; y la llevaron a cabo no dividiendo los mares, sino secando el abismo de la maldad mediante la vara de Jesé, abismo agitado de muy peores oleajes. Considera cuántas y cuán graves cosas se presentaban para inspirarles terror: muertes, pobrezas, infamias, males infinitos; y todo eso lo temían más que otrora los judíos al Mar Rojo. Y sin embargo, Cristo los persuadió a que confiadamente acometieran por todo; y así con gran seguridad atravesaron por en medio, como por tierra seca. De modo que para excitarlos a semejante empresa trajo a escena a los varones dichos, que en el Antiguo Testamento brillaron.
¿Qué hizo entonces el fervoroso Pedro? Dijo: ¡Qué bien estamos aquí! Como había oído que Cristo iría a Jerusalén y allá padecería, todavía temblando y temeroso, tras de la increpación aquella, ya no se atreve a acercarse y decirle: No quiera Dios, Señor, que esto suceda; pero todavía sobrecogido de temor, viene a decirle lo mismo con otras palabras. Veía aquel monte, aquella vasta soledad, y pensaba que en aquel sitio había una seguridad plena; y no sólo por razón del lugar, sino porque ansía así apartarlo de ir a Jerusalén, otra vez; y quería que perpetuamente permaneciera ahí. Por eso habló de las tiendas de campaña.
Como si dijera: si esto se acepta, ya no tornaremos allá; y si no tornamos allá, no morirá El en Jerusalén. Pensaba que allá los escribas lo acometerían. Pero no se atrevió a decirlo claro. Mas tratando de conseguirlo se expresaba con toda seguridad y decía:¡Qué bien estamos aquí! en donde se hallan presentes Moisés y Elías: Elías, que ordenó bajar fuego del cielo a la montaña, y Moisés, que entrado en la oscuridad habló con Dios. Y nadie sabrá en dónde nos encontramos. ¿Has visto el amor a Cristo harto fervoroso? No investigues si era prudente, si era oportuno aquel modo de exhortar; sino fíjate en cuán ferviente y cuán encendido es ese amor. Y que al decir lo que decía no temblaba únicamente por sí mismo, se ve por lo que dice cuando Cristo les anunció de antemano que se le preparaban asechanzas y la muerte. Óyelo: Aunque fuera preciso morir contigo, jamás te negaré 216 Advierte cómo, puesto en mitad de los peligros, cuida poco de su vida; pues rodeado de tan gran muchedumbre, no sólo no huye, sino que desenvaina su cuchillo y corta la oreja a Malco, siervo del pontífice. Hasta tal punto se desentendía de sus propios intereses y temblaba por los de su Maestro.
Tras de aquella proposición tan absoluta, recapacita; y, temeroso de que de nuevo se le increpe, dice: Si quieres haré ; 217 aquí tres tiendas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías. ¿Qué dices, oh Pedro? ¿Acaso no lo diferenciaste hace poco de los siervos? ¿Por qué ahora lo cuentas entre los siervos? ¿Adviertes cuán imperfectos eran los discípulos antes de la cruz? Cierto que el Padre le había hecho una revelación; pero esa revelación se le fue pronto de la memoria, perturbado no únicamente por el temor que ya dije sino por el otro que de la visión le había sobrevenido. Significando esto los otros evangelistas, es decir la confusión de la mente que sufría Pedro al hablar así, aclaran que esto le sucedió a causa del pavor. Porque Marcos dice: No sabía lo que decía. Porque estaban aterrados. 218 Y Lucas, habiendo referido lo de: Hagamos tres tiendas, al punto añadió: Sin saber lo que decía 219 Y luego, significando que Pedro y los otros estaban llenos de temor, dice: Estaban cargados de sueño. Al despertar vieron su gloria. Llama sueño al adormecimiento que les aconteció con aquella visión. Pues así como los ojos con un fulgor excesivo quedan entenebrecidos, así les aconteció a ellos. Pues ahí no había noche sino día, y el brillo de la irradiación hería los ojos débiles.
Y ¿qué sucedió? El no habla. Tampoco Moisés, tampoco Elías. Habla aquel que es mayor que todos y más digno de fe. El Padre deja oír su voz desde la nube. ¿Por qué desde la nube? Porque siempre se presenta así. Dice David: Hay en torno de El nube y oscuridad. 220 Y también: Haces de las nubes tu carro. 221 Y luego: Montado sobre ligera nube. 222 Y: Una nube lo arrebató a sus ojos. 223 Y además: Vi venir sobre las nubes del cielo a uno como hijo de hombre. 224 De modo que para que crean que la voz viene de Dios, sale de la nube; y la nube era lúcida. Pues dice el evangelista que: Aún estaba Pedro hablando cuando los cubrió una nube resplandeciente. Y salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado en quien tengo mis complacencias. Escuchadlo.
Cuando Dios amenaza se muestra en una nube tenebrosa, como en el Sinaí. Pues dice la Escritura: Moisés penetró dentro de la nube y en la tiniebla, y el humo subía como un vapor. 225 Y el profeta, hablando de las amenazas de Dios, dice: Hizo de las tinieblas un velo, oscuridad acuosa, densas nubes. 226 Pero aquí, como no intentaba aterrorizar, sino enseñar, la nube es lúcida. Pedro decía: Hagamos tres tabernáculos; pero Cristo le manifestó un tabernáculo no hecho por mano de hombres. Por eso en el Sinaí había humo y vapor de horno; acá en cambio hay inefable luz y voz. Y luego, para manifestar que no se hablaba simplemente de uno de los tres, sino solamente de Cristo, cuando llegó la voz los otros dos ya habían desaparecido. Si de uno de ellos cualquiera se hubiera hablado, no habría permanecido Cristo solo, idos ya los otros.
¿Por qué la nube no cubrió únicamente a Cristo, sino a todos juntamente? Si hubiera envuelto únicamente a Cristo, se habría podido pensar que la voz era de Cristo Por lo cual el evangelio, para confirmar en que no era voz de Cristo, añadió haber ella procedido del seno de la nube o sea de Dios. Y ¿qué dijo la voz? Este es mi Hijo amado. Si es amado, no temas, oh Pedro. Convenía que ya conocieras su virtud y su poder y que estuvieras seguro de su resurrección. Pero como aún lo ignoras, ten más confianza, a lo menos por la voz del Padre. Pues si Dios es poderoso, como de verdad lo es, también el Hijo lo es del mismo modo. En consecuencia, no temas los males. Y si aún no accedes a esto, piensa a lo menos que Cristo es el Hijo y que es amado. Pues dice el Padre: Este es mi Hijo amado. Si es amado, no temas, puesto que nadie rechaza al que ama. No te turbes, pues aunque mucho ames, no amas a Cristo más que su Padre lo ama.
En el cual me he complacido. Y lo ama no sólo por haberlo engendrado, sino porque es igual a El en absoluto y de su misma substancia y voluntad. De manera que existe un doble y aun triple argumento de amor: porque es el Hijo, porque es amado, porque en El se ha complacido. Pero ¿qué significa: En el cual me he complacido? Es como si dijera: En el cual descanso; en el cual me deleito; el que es en absoluto igual a mí y que tiene una misma voluntad con el Padre. Y dice: Escuchadlo. De modo que si El quiere ser crucificado, no te opongas, oh Pedro. Al oírla los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Y Jesús se acercó y tocándolos les dijo: Levantaos, no temáis. Alzando los ojos ellos no vieron a nadie sino sólo a Jesús.
¿Por qué se atemorizaron cuando oyeron la voz? Porque ya en el Jordán anteriormente había venido esa voz; y estaban presentes las turbas, pero nadie se atemorizó. Y lo mismo en la otra ocasión, cuando decían que se había producido un trueno, tampoco sufrieron nada semejante. Entonces ¿por qué en el monte cayeron sobre su rostro? Porque la soledad, la altura del monte, la quietud misma eran grandes, y el hecho de la transfiguración estaba lleno de profundo pavor y la luz era brillantísima y la nube extensa: cosas todas que les infundieron terror. De todo el conjunto brotaba un divino terror, de manera que cayeron rostro en tierra juntamente temiendo y adorando.
Mas para que aquel terror, si duraba mucho, no les quitara la memoria, al punto Cristo los libra y se le ve ya a El solo; y les ordena que a nadie lo digan, hasta que El resucite de entre los muertos. Pues al bajar del monte les mandó Jesús diciendo: No deis a conocer a nadie esta visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Pues cuanto eran más altas las cosas que de El se contaban, tanto más dificultoso resultaba para muchos el creerlas; y con esto además crecía el escándalo de la cruz. Por eso les ordena callar; y no lo hace simplemente, sino de nuevo recordando su Pasión, y casi diciéndoles el motivo de mandarles callar. Porque no les ordena que jamás digan a nadie estas cosas, sino hasta que él resucite de entre los muertos. De modo que callando lo duro, solamente les dijo lo que era agradable. Y ¿qué iba a suceder? ¿Que ya no se escandalizarían ellos? De ninguna manera. Pero Cristo miraba únicamente al tiempo que precedería a la cruz; puesto que después habían de recibir el Espíritu Santo. Además de que los respaldaría la voz de los milagros en lo que decían y también que todo lo que decían era aceptable, pues las cosas mismas, con mayor claridad que cualquier trompeta, predicaban el poder de Cristo y no se oponía obstáculo alguno.
Nadie en consecuencia más bienaventurado que los apóstoles; sobre todo aquellos tres que se hallaron dignos de ser envueltos por la nube juntamente con Cristo. Pero, si queremos, podemos también nosotros ver a Cristo; en verdad, no como ellos lo vieron en el monte, sino con mayor esplendor; puesto que el último día no vendrá como allá en el monte. En éste, atemperándose a los discípulos, sólo dejó ver tanto resplandor cuanto ellos podían soportar. Pero en el último día vendrá en la propia gloria del Padre, no con Moisés y Elías solamente, sino con el inmenso ejército de los ángeles, con los arcángeles, con los querubines y con la infinita multitud de aquellos espíritus. No cubrirá su cabeza con una nube sino que el cielo todo lo envolverá. Pues así como a los jueces, cuando han de sentenciar públicamente, los que se hallan presentes les remueven los velos, para mostrarlos así a todos al descubierto, así en aquel día todos verán a Cristo sentado a juicio; y toda la humana naturaleza se presentará ante El y El personalmente la sentenciará.
A unos les dirá: Venid, benditos de mi Padre, pues tuve hambre y me disteis de comer. A otros: Siervo bueno y fiel: porque fuiste fiel en lo poco te constituiré sobre lo mucho. A otros, al contrario: Id, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Y a otros: Siervo malo y holgazán. A unos los hará pedazos y los entregará a los atormentadores; a otros ordenará que atados de pies y manos sean lanzados a las tinieblas exteriores. Y así tras del golpe de la segur caerán al horno. Ahí irán también a caer los que son desechados de la red. Y los justos brillarán como el sol. Más aún mejor que el sol. No se dice esto porque su luz sea igual a la del sol, sino porque no tenemos un astro más luciente que el sol. De modo que por esta comparación quiso Cristo declarar el futuro resplandor de los santos. Pues también en el monte, cuando dijo el evangelista: Brilló como el sol, habló así por igual motivo. Que aquella luz fuera superior a la que se pone: en la comparación, lo testificaron los discípulos cayendo en tierra. Si no hubiera sido una luz intensísima, sino igual a la del sol, no hubieran así caído, sino que fácilmente la habrían tolerado.
De modo que en aquel día los justos resplandecerán como el sol y más que el sol, mientras que los pecadores sufrirán castigos eternos. No se necesitarán entonces explicaciones, ni argumentos ni pruebas ni testigos. Porque el juez mismo será todo a la vez: testigo, prueba y juez. El lo conoce todo claramente. Porque: Todas las cosas están desnudas y manifiestas a sus ojos. 227 Nadie aparecerá ahí como rico ni como pobre, como poderoso ni como débil, como sabio o como ignorante, como siervo ni como libre; sino que quitadas todas esas máscaras, sólo se examinarán las obras. Si acá en los tribunales, cuando alguno perora sobre la tiranía o el asesinato, aun cuando el acusado sea prefecto, o cónsul, o tenga otra dignidad cual quiera, desaparecen ahí todas las insignias de dignidades, y el que queda convicto sufre el extremo castigo, con mucha mayor razón en el último día las cosas irán por esos mismos caminos.
Para que esto no nos suceda, despojémonos, os ruego, de los vestidos sórdidos y revistámonos de las armas de la luz, y entonces la gloria de Dios nos envolverá. Al fin y al cabo: ¿cuál de los preceptos es duro? ¿cuál no es fácil? Oye lo que dice el profeta: Ni aunque encorvares tu cuello a la manera de un collar y te acostares con saco y en ceniza, ni así será agradable tu ayuno; sino rompe las ataduras de iniquidad, deshaz los haces opresores. 228 Observa la sabiduría del profeta. Puso primero lo gravoso y lo removió, y luego ruega que consigamos la salvación por medios más fáciles, declarando de esta manera que Dios no pide trabajos sino obediencia. Y luego, para demostrar que es fácil la virtud y en cambio es gravosa la perversidad, con sus claros nombres lo expresó. Pues dice que la perversidad es cadena y constricción, en tanto que la virtud es liberación y suelta de esas cadenas.
Porque dice: Rompe las ataduras de iniquidad, llamando así a los réditos y usuras en los documentos. Deja libres a los oprimidos, es decir, a los pobres desdichados. Y tal es el deudor, pues con sólo ver al acreedor su ánimo se quebranta y lo teme más que a una fibra. Alberga al pobre que carece de techo; si ves a uno sin vestido cúbrelo; y no vuelvas tu rostro ante tu hermano. En la Homilía que anteriormente predicamos, al tratar de los premios demostramos las riquezas que de esas buenas obras se originan. Ahora veamos si acaso semejantes preceptos contienen algo que sea difícil y supere nuestras fuerzas naturales. Nada de eso encontraremos, sino todo lo contrario; de modo que lo tocante a la virtud hallaremos que tiene gran facilidad, y lo que atañe a la perversidad, veremos que tiene todo lo contrario, o sea sumos trabajos.
¿Qué hay más difícil que andar colocando a rédito y andar solícito de los contratos y usuras y pidiendo fiadores y estar temiendo y temblando por las prendas dadas, por la suerte, por los documentos, por los réditos, por las fianzas? Así son las cosas del siglo. La que parece mejor pensada seguridad está llena de sospechas y es lo más frágil de todo. En cambio, ejercitar la misericordia es cosa fácil y libre de toda solicitud. No negociemos con las desgracias ajenas: no hagamos objeto de lucre lo que toca a la misericordia. Yo sé que muchos oyen esto de mala gana. Pero ¿qué se ganaría con callarlo? Si callara y a nadie diera molestia con mis palabras, no podría con mi silencio libraros del suplicio. Peor aún: con el silencio se lograría todo lo contrario, porque se acrecentaría el suplicio; y no sélo vosotros, sino también yo, sufriríamos el castigo de semejante silencio. Entonces, ¿a qué vendría adularos con mis palabras, cuando eso en nada ayuda para las obras, sino que, al revés, resulta dañoso? ¿Qué ventaja hay en proporcionaros alegría con las palabras y en la realidad procuraros dolor? ¿en halagar los oídos y condenar el alma al tormento? Es, pues, necesario sufrir aquí el dolor para no ser castigados en la otra vida. Porque grave es en verdad, grave es la enfermedad que se ha introducido en la iglesia. Aquellos a quienes se les ha ordenado no acumular riquezas, ni aun justamente adquiridas con su trabajo; aquellos a quienes se ordena abrir sus riquezas a los necesitados, esos se enriquecen con la pobreza de otros, inventando hermosas rapiñas con una avaricia al parecer bien justificada. Ni me opongas las leyes civiles. El publicano bien las guarda y sin embargo es condenado al castigo; castigo que también nosotros padeceremos si no dejamos de destrozar al pobre, y, tomando ocasión de la penuria y la necesidad, desvergonzadamente abusamos de la usura.
Para eso tienes las riquezas, para que alivies a los pobres, no para que los oprimas. Pero tú, simulando ayudarlos, acrecientas su desgracia y les vendes su libertad a fuerza de dineros. ¡Véndesela! ¡no lo prohíbo! Pero sea a cambio del reino de los cielos. No exijas por esa obra tuya un precio mínimo, como es la usura del ciento, 229 sino la de la vida eterna e inmortal. ¿Por qué has de ser pobre y necesitado por gusto? ¿Por qué eres de ánimo tan pequeño hasta el punto de vender las cosas grandes por poco precio cuando lo conveniente es venderlas a precio del reino que para siempre permanece? ¿Por qué, dejando a Dios que es de gran precio, buscas las cosas humanas por una nonada, y poniendo al Rico a un lado, andas en busca de lucros humanos? ¿Por qué, abandonando al que es rico, te dedicas a molestar al que es pobre? ¡Pasas de largo al que bien te paga y pactas con quien es ingrato! Este con dificultad te restituye el préstamo; aquél anhela devolvértelo y pagarte. Este apenas te paga el centésimo; aquél te da el céntuplo y además el reino eterno. Este añade injurias y oprobios; aquél te añade alabanzas y encomios. Este te engendra envidias; aquél te entrelaza coronas. Éste paga apenas en este siglo; aquél en este siglo y en el venidero. ¿No será, pues, el colmo de la locura el ni siquiera saber alcanzar ganancias? ¡Cuántos, por causa de los intereses, perdieron sus capitales! ¡Cuántos, por una increíble avaricia se arrojaron a sí y a otros a los extremos de la pobreza! ¡Cuántos a causa de la usura fueron a dar en peligros! No me alegues que el otro de buena gana recibe el préstamo y agradece el redituar. Esto acontece a causa de inhumanidad. También Abraham, cuando entregó su esposa a los bárbaros, se alegró de aquella injuria; por cierto, no voluntariamente, sino por el miedo al Faraón. Del mismo modo el pobre, puesto que no le das las cosas gratuitamente, se ve obligado a agradecerte tus crueldades. Me parece que si tú libraras a alguno de algún peligro, luego le pedirías el pago de haberlo libertado. Dirás que eso de ninguna manera lo harías. ¿Qué dices? De modo que cuando libras a alguno de un grave peligro no quieres cobrarle y en cambio en cosas menores ¿demuestras tan grave inhumanidad? ¿No te das cuenta de cuán grave castigo te amenaza por esto? ¿No oyes cómo incluso en el Antiguo Testamento estaba eso prohibido? Pero ¿qué es lo que muchos alegan? Cierto que recibo réditos, pero también doy a los pobres. ¡Oh hombre! ¡cuán buenas palabras! Pero Dios no quiere sacrificios semejantes. ¡No burles así astutamente la ley! Es mejor no dar al pobre que darle de lo así adquirido. Con frecuencia la riqueza adquirida mediante justos trabajos, la vuelves perversa a causa de su empleo y sus frutos: como si alguien a un vientre fecundo lo obligara a dar a luz escorpiones. Mas ¿para qué recuerdo la ley de Dios? ¿Acaso vosotros mismos no llamáis a eso inmundicia? Pues si vosotros que sois los que lleváis la ganancia así lo llamáis, piensa lo que Dios sentenciará acerca de vosotros. Y si quieres preguntar a los legisladores civiles, sabrás que ellos eso lo estiman como lo sumo de la desvergüenza. A los que tienen las más altas dignidades y forman el gran Senado, no les está permitido mancharse con semejantes lucros, sino que tienen una ley que les veda tales ganancias. Entonces ¿cómo no será espantoso que tú ni siquiera des a la ciudad celestial un honor semejante al que los legistas romanos dan al Senado, sino que honres menos al cielo que a la tierra y que no te avergüences de hacerlo? ¡Qué insania mayor habría que querer sembrar sin tierra, sin lluvias, sin arado? Con razón quienes tal modo de agricultura prefieren y tan mala, solamente cosechan cizaña que luego ha de arrojarse al fuego.
¿No hay acaso muchos negocios justos? Los hay de campos, de rebaños; hay greyes de oficios manuales y de activos cuidados de los bienes de familia. ¿Por qué así enloqueces que vas a cosechar vanamente espinas? Dirás que los frutos de la tierra están expuestos a muchas desgracias, como son el granizo, la polilla, las lluvias excesivas. Pero no lo están a más que los negocios de usura. Porque, suceda lo que suceda, en la agricultura solamente perece la ganancia, pero queda íntegro el capital y el terreno; mientras que en aquellos otros, con frecuencia muchos han perdido absolutamente todo; y aun antes de que el daño se presente, ya viven en perpetuas ansiedades. El prestamista nunca disfruta de lo propio, y ni al entregársele el rédito goza de la ganancia, sino que se duele de que la ganancia no iguala al capital; y antes de que ese fruto íntegro nazca, se anda esforzando por darlo a luz, con añadir los réditos al capital; de manera que haciéndose fuerza procura que el capital dé a luz esos partos viperinos.
Tales son esos préstamos que dilaceran el alma y la roen del modo más miserable. Ellos son las cadenas de injusticia y los vínculos de los contratos obligados. Dice el prestamista: te doy, pero no para que recibas, sino para que me devuelvas más. Pero Dios prohíbe aceptar lo que así se da. Porque dice: Dad a aquellos de quienes nada esperáis recibir 230 Tú, en cambio, exiges más de lo que diste; y lo que no diste, exiges que te lo pague como si fuera una deuda aquel a quien prestaste. Piensas por este medio aumentar tus riquezas, y lo que haces es encender para ti un fuego inextinguible. Para que esto no suceda, acabemos con esos perversos e inicuos frutos de los préstamos. Esterilicemos ese vientre dañino y busquemos solamente las verdaderas y grandes ganancias. ¿Cuáles son? Oigamos a Pablo que dice: Es gran negocio la piedad, si uno se contenta con lo que tiene 231 Enriquezcamos con solas estas riquezas, para que gocemos aquí de paz y además consigamos los bienes eternos futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LVII (LVIII)

Le preguntaron los discípulos: ¿Cómo, pues, dicen los escribas que Elías tiene que venir primero? (Mt 17, 10).
DE MODO que esto ellos no lo sabían por las Escrituras, sino que así lo contaban los escribas, y semejante opinión corría entre el vulgo, lo mismo que acerca de Cristo. Por eso decía la samaritana: Yo sé que el Mesías está por venir y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. 232 Y los judíos preguntaban al Bautista: ¿Eres tú Elías o uno de los profetas? 233 Pues como ya dije, semejante opinión acerca de Elías y de Cristo andaba muy valida; sino que ellos no la interpretaban correctamente. Porque la Escritura refiere dos venidas de Cristo: la que ya se verificó y la que está por venir. A ambas se refiere Pablo cuando dice: Porque se ha manifestado la gracia salutífera de Dios a todos los hombres, enseñándonos a negar la impiedad y los deseos del mundo, para que vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo. 234 Aquí tenemos la primera venida. Pero oye cómo declara luego la otra: Con la bienaventurada esperanza en la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Cristo Jesús.
También los profetas hablan de ambas venidas; y de una de ellas, que es la segunda, dicen que tendrá como Precursor a Elías. Precursor de la primera fue el Bautista, al cual Cristo lo llamaba Elías, no porque fuera Elías, sino porque tenía un ministerio como el de Elías. Pues así como Elías será precursor de la segunda venida, así Juan lo fue de la primera. Pero los escribas, confundiéndolo todo y pervirtiendo la opinión popular, se fijaron únicamente en Elías, el Precursor de la segunda venida; y así decían al pueblo: Si éste fuera el Cristo, debía haberlo precedido Elías. Y este fue el motivo de que los discípulos preguntaran: ¿Cómo es, pues, que los escribas dicen que Elías ha de venir primero? Por la misma causa los fariseos enviaron mensajeros al Bautista para preguntarle: ¿Eres tú Elías o uno de los profetas? sin mencionar la primera venida. ¿Cómo resolvió Cristo la cuestión? Respondiendo que Elías ciertamente vendrá antes de su segunda venida; pero que ya vino también, llamando así al Bautista. Como si dijera: Juan vino ya como vendrá Elías; pero si preguntáis del Tesbita, ese ya vendrá. Y por esto dijo: Elías vendrá y restablecerá todo. ¿Qué es ese todo? Lo que dijo el profeta Malaquías: He aquí que yo enviaré a Elías Tesbita, el profeta, antes que venga el día de Yavé, grande y terrible. El convertirá el corazón de los padres a los hijos, no sea que venga yo y entregue la tierra toda al anatema. 235 ¿Observas la exactitud de la predicción profética? Como Cristo había llamado Elías a Juan, a causa del parecido en el ministerio, a fin de que no pensaras que éste era también el que el profeta predecía, notó la patria añadiendo el Tesbita. Ahora bien: el Bautista no era Tesbita. Además el profeta añadió otra cosa notable cuando dijo: No sea que venga yo y entregue la tierra toda al anatema, con lo que declaró lo terrible del segundo advenimiento. Porque en el primero no vino a entregar la tierra al anatema. Pues él mismo dice: No he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. 236 De modo que esto lo dice aludiendo al Tesbita que ha de aparecer antes de la venida de Cristo para el juicio. Y añade el motivo por el que vendrá. ¿Cuál es? Para inducir a los judíos a creer en Cristo, no sea que cuando El llegue perezcan todos en absoluto. Y Cristo, recordando esas cosas, dice: Restablecerá todo. O sea que enmendará la incredulidad de los judíos que para entonces queden; de modo que se expresó exactísimamente. Porque no dijo el profeta: Convertirá el corazón de los hijos a los padres, sino de los padres para -con sus hijos. 237 Siendo los judíos los padres de los apóstoles, eso significa que convertirá el corazón de los judíos a los dogmas y enseñanzas de los apóstoles; o sea que convertirá a ellos el linaje judaico.
Sin embargo, yo os digo: Elías ya vino y no lo reconocieron; antes hicieron con él lo que quisieron. De la misma manera el Hijo del hombre tiene que padecer de parte de ellos. Entonces entendieron los discípulos que les hablaba de Juan el Bautista. Aunque, esto no lo decían ni los escribas ni la Escritura, sin embargo, los discípulos por estar ya más despiertos y poner mayor atención a lo que se les decía, pronto lo entendieron. ¿Por dónde vinieron a-entenderlo? Ya les había dicho: El es Elías que este a punto de venir; luego les dice: Ya vino; y de nuevo: Elías vendrá y restablecerá todo. No te turbes ni vayas a sospechar que hay contradicción en lo que dice cuando afirma ahora que ya vino, ahora que está por venir. Todo ello es verdad. Porque cuando dice que Elías vendrá y restablecerá todo, habla del mismísimo Elías y de la futura conversión de Israel. Y cuando dice: El es el que va a venir, dice que Juan es Elías a causa de lo parecido del ministerio.
Del mismo nodo los profetas a cualquier rey esclarecido lo llaman David; y a los judíos los llaman príncipes de los sodomitas y también hijos de los etíopes; y lo hacen por la semejanza de costumbres. Porque así como Elías será Precursor en la segunda venida, así lo fue Juan en la primera. Ni es esta la única razón de que a Juan lo llame Elías, sino también para manifestar su pleno acuerdo con la Ley Antigua, y que lo de su segundo advenimiento, es una verdadera profecía. Por esto añade: Vino y no lo reconocieron, antes hicieron con él lo que quisieron. Pero ¿qué significa: lo que quisieron? Es decir, lo encarcelaron, lo afrentaron, lo mataron, trajeron en una bandeja su cabeza. Y así de la misma manera el Hijo del hombre tiene que padecer de parte de ellos.
¿Adviertes cómo oportunamente les trae a la memoria su Pasión, y los consuela grandemente con lo de la Pasión de Juan? Ni lo hizo únicamente por este capítulo, sino haciendo enseguida grandes milagros. Cuando habla de su Pasión, al punto obra prodigios; y lo mismo hace antes y después de hablar de ella, como con frecuencia se observa. Pues dice el evangelista: Desde -entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y ser muerto y padecer mucho. 238 Entonces. ¿Cuándo? Cuando ya quedó claro ser él el Cristo e Hijo de Dios. Y también en el monte cuando les puso delante aquella visión admirable en la que los profetas hablaban de su gloria, El les recordó su Pasión. Porque Juan, una vez que refirió la historia del hecho, añade: Así el Hijo del hombre ha de padecer de parte de ellos.
Y no mucho después, cuando echó el demonio que los discípulos no habían podido expulsar, cuando volvía a Galilea, dijo Jesús, según narra el evangelio: El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores que lo matarán, y al tercer día resucitará. Procedía así con el objeto de que la magnitud de los milagros disminuyera el exceso del dolor y del todo los consolara; así como ahora, trayéndoles al recuerdo la muerte de Juan, los consoló grandemente. Y si alguno preguntara ¿por qué ahora no resucita a Elías y lo envía, siendo así que tantos y tan grandes beneficios testifican su venida? Respondemos que fue porque aún ahora, creyendo ellos que Jesús era Elías, sin embargo no se convirtieron. Porque dicen los discípulos: Unos dicen que eres Elías, otros que jeremías. Entre Juan y Elías no había diferencia sino del tiempo.
Preguntarás: entonces ¿cómo después sí creerán? Ciertamente Elías lo restablecerá todo, no únicamente porque se le reconocerá, sino porque la gloria de Cristo que se extenderá en gran manera y se aumentará, hasta aquel día, brillará más espléndida que el sol. De modo que cuando él venga, habiendo ya precedido tan grande estima y expectación, predicando lo mismo y anunciando a Jesús, más fácilmente aceptarán sus palabras. Y cuando dice no lo reconocieron, parece en cierto modo excusarlos; y los consuela no únicamente de este modo, :sino además demostrando que El padecerá injustamente; y también como ocultando esas cosas tristes con dos milagros: el que hizo en el monte y el que hará enseguida.
Después de oírlo, ya no le preguntan cuándo vendrá Elías, ya fuera por la tristeza de la futura Pasión, ya porque se apoderó de ellos el temor. Pues con frecuencia, cuando advierten que El no quiere hablar claramente, ellos callan. Así pues, como estando en Galilea les dijera: El Hijo del hombre tiene que ser entregado y le darán muerte, y al tercer día resucitará, el evangelista añade: Y se pusieron muy tristes. Así lo dan a entender dos evangelistas. Marcos dice: Y ellos no entendían esas cosas, pero temían preguntarle. 239 Y Lucas: Pero ellos no sabían lo que significaban aquellas palabras, que estaban veladas, de manera que no las entendieron, y temían preguntarle sobre ellas. 240 Al llegar ellos a la multitud, se le acercó un hombre y doblando la rodilla, le dijo: Señor, ten piedad de mi hijo que está lunático y padece mucho, porque con frecuencia cae en el fuego y muchas veces en el agua; lo presenté a tus discípulos, mas no han podido curarlo. La Sagrada Escritura nos muestra a este hombre muy débil en la fe, como se ve por muchos indicios. Cristo dice: Todas las cosas son posibles al que cree 241 Además se ve por lo que dice el hombre que se acerca: Ayuda .a mi incredulidad. Y aun porque Cristo ordena al demonio que no vuelva a entrar en el niño. Finalmente porque el hombre dice a Cristo: Si algo puedes. Preguntarás si su incredulidad era la causa de que no saliera el demonio, entonces ¿por qué acusa a los discípulos? Para demostrar que también ellos podían curar a los enfermos en el caso de que alguien sin fe se les presentara.
Porque, así como muchas veces la fe del que se acercaba fue suficiente para alcanzar lo que pedía en favor de los inferiores, así también muchas veces la virtud del operante fue suficiente, aun sin la fe de los que se acercaban, para obrar los milagros. Ambas cosas aparecen claras en la Escritura. Cornelio atrajo hacia sí por sola su fe la gracia del Espíritu Santo. Sin la fe de nadie Eliseo resucitó a un muerto. Pues quienes lo habían arrojado al sepulcro, no lo arrojaron por fe que tuvieran, sino por miedo y al acaso, y rápidamente, temerosos del peligro, huyeron. El arrojado era ya cadáver y por sola la virtud del sagrado cuerpo de Eliseo, resucitó. Se ve pues claramente que los discípulos, en el caso presente, se acobardaron, aunque no todos, pues aquellas tres columnas no estaban presentes.
Considera, por otra parte, el descaro de aquel hombre que se atreve a pedir a Jesús el milagro en presencia de todas las turbas, pero acusando a los discípulos y diciendo: Lo presenté a tus discípulos, mas no han podido curarlo. Cristo, en cambio, abiertamente disculpa a sus discípulos y arroja sobre el hombre la mayor parte de la culpa y dice:¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? No se dirige a sólo el hombre para no aterrorizarlo, sino a todos los judíos. Pues es verosímil que muchos quedaran mal impresionados y sospecharan mal de los discípulos. Al decir: ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? deja ver las ansias que tenía de morir y cómo anhelaba salir de este mundo; y que no le molestaba el ser crucificado, sino el convivir con incrédulos. Por eso no se contentó con la reprensión, sino que dijo: Traédmelo acá. Y preguntó cuánto tiempo hacía que el niño era poseso, tanto para excusar a los discípulos como dando al niño buenas esperanzas de que sería liberado de su mal.
Luego permite que el muchacho sea estrujado por el demonio, no por ostentación (pues a causa de la turba que concurría ya había increpado al padre), sino para que éste mismo, al ver que el demonio se conturbaba por haber él llamado a Jesús, a lo menos por este camino cobrara fe en el milagro que iba a seguirse. Y como el hombre le contestara: Desde la infancia; y si algo puedes ayúdame, Jesús le respondió: Todo es posible al que cree, todavía reprendiéndolo. Cuando el leproso le dijo: Si quieres puedes limpiarme, dando así testimonio de su poder, Jesús le contestó, alabándolo y confirmando lo que el leproso decía: Quiero: sé limpio. En cambio aquí, puesto que el hombre nada dice en referencia a su poder, sino Si algo puedes ayúdame, observa cómo lo corrige como a quien habla fuera de lo que conviene. Y ¿qué le dice? Si tú puedes creer, todas las cosas son posibles al que cree. Como si le dijera: mi poder es tan grande que aun otros pueden en mi nombre hacer milagros. De modo que si tú crees como se debe, tú mismo puedes curar al niño y a otros muchos. Y dicho esto curó al endemoniado.
Por tu parte considera su providencia y el deseo de hacer el bien, no solamente por lo dicho, sino también por el tiempo que concedió al demonio permanecer dentro del niño. Porque éste, si no hubiera sido conservado con una gran providencia, mucho tiempo antes habría perecido. Porque dice aquel hombre que con frecuencia el demonio arrojaba al niño al fuego y al agua. Sin duda quien a tanto se atrevía, lo habría matado si Dios no lo hubiera enfrenado en su crecido furor; lo mismo que les habría sucedido a aquellos que desnudos corrían por lugares desiertos y se acometían a pedradas. Y no te conturbe que el hombre llame al niño lunático: fíjate en que es la voz de un padre que tiene a su hijo endemoniado.
Pero entonces ¿por qué dice el evangelista que Jesús curó a muchos lunáticos? Habla siguiendo la opinión del vulgo. Porque el demonio, para poner mala fama en ese astro, o acomete a los hombres o los deja en paz, según el curso de la luna. No porque la luna haga eso ¡ni de lejos! sino que acontece por la perversidad del demonio, para que se le impute a la luna. Semejante opinión, apoyada en ese fenómeno, ha tomado fuerza entre los ignorantes y ha engañado así para que con ese nombre se designen los posesos, pero no es verdad.
Entonces se acercaron los discípulos a Jesús aparte y le preguntaron: ¿Cómo es que nosotros no hemos podido arrojarlo? Me parece que temían haber perdido la gracia que se les había concedido. Porque ya tenían potestad sobre los demonios impuros. Por esto le preguntaron allá aparte (no porque se avergonzaran de su impotencia, pues estaban convencidos de ella por el hecho mismo y no había ya motivo para que se avergonzaran), sino porque iban a preguntarle acerca de una cosa alta y misteriosa. ¿Qué les respondió Cristo? Les dice: Por vuestra poca fe; porque en verdad os digo que si tuviereis fe corno un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá, y se iría, y nada os sería imposible. Y si luego preguntas en dónde cambiaron así de sitio alguna montaña, te responderé que mayores cosas que eso llevaron a cabo al resucitar innumerables muertos. Pues no supone el mismo poder cambiar de lugar un monte y arrojar la muerte de uno que ya es cadáver. Se cuenta que después- de ellos, algunos santos menores que los apóstoles, cuando la, necesidad lo pidió cambia ron de sitió los montes. De modo que es claro que si la necesidad lo hubiera pedido, también ellos los hubieran trasladado. Y si no hubo necesidad, de esto no los acuses a ellos.
Por lo demás, Jesús no les dijo en absoluto trasladaréis, sino podréis trasladar. Si no los trasladaron, no fue porque no pudieran. ¿Cómo podía ser que no pudieran cuando pudieron cosas mayores? Sino que no quisieron hacerlo sin necesidad. Y aun pudo suceder que los trasladaran, aunque no conste por escrito, pues no todos los milagros que hicieron se han escrito. Por otra parte, en ese tiempo aún eran bastante imperfectos. ¿Es que no tenían una fe tan grande? No la tenían, pues no siempre fueron iguales a sí mismos. Así a Pedro a veces Jesús lo llama bienaventurado y a veces lo reprende; y a los demás los reprendió Jesús por no haber entendido la parábola del fermento. Sucedía en aquel entonces que los discípulos sufrieran debilidades en la fe: esto les acontecía antes de la Pasión y de la cruz.
Pero Cristo habla aquí de la fe en los milagros y aplica lo de la mostaza para dar a entender su poder inefable. Pues aun cuando la mostaza parezca ser pequeñita cuanto a su mole, pero tiene en sí misma máxima virtud, más que todas las simientes. Enseñando pues que la fe sincera aun siendo pequeñísima puede grandes cosas, trae al medio lo del grano de mostaza. Y no se detiene aquí, sino que luego pone ejemplo en los montes; y avanzando más acaba por decir: Nada os será imposible. Por tu parte admira aquí la virtud de los discípulos y la virtud del Espíritu Santo: la de ellos porque no ocultaron su impotencia; la del Espíritu, en que a ellos que no tenían fe ni como un grano de mostaza, poco a poco los elevó a ella en tal grado que vinieron a brotar fuentes y ríos de esa virtud.
Este linaje no puede ser lanzado sino por la oración y el ayuno, añadió Jesús. 242 Se refiere a todo el linaje de los demonios y no únicamente a los lunáticos. ¿Observas cómo lanza aquí la simiente de los ayunos? Ni me alegues, caso raro, que algunos han echado los demonios sin necesidad del ayuno. Pues aun cuando tal cosa se cuente de uno que otro que así los arrojó, con sólo increparlos, es imposible que el endemoniado, si está entregado a los placeres, pueda librarse de semejante locura. Necesita en gran manera del ayuno y la oración quien padece semejante enfermedad. Preguntarás: si lo que se necesita es la fe ¿para qué se requiere el ayuno? Pues porque teniendo fe el ayuno añade no poca fortaleza. El ayuno entraña grande virtud y del hombre hace ángel y lucha contra las potestades incorpóreas. Pero no basta con el ayuno, pues debe añadirse la oración y aun conviene que vaya por delante. Considera, pues, cuán grandes bienes proceden de ambos. Quien ora como debe y además ayuna, no necesita de muchas cosas; y el que no necesita de muchas cosas, no será codicioso de dineros; y el que no codicia dineros, estará inclinado a hacer limosna.
El que ayuna, anda ligero y como con alas, y está expedito y despierto en la oración y apaga las malas concupiscencias, aplaca a Dios, humilla su alma ensoberbecida. Por eso los apóstoles casi continuamente ayunaban. El que ora y ayuna tiene las dos alas más ligeras que los vientos mismos. No anda temulento, ni flojo, ni torpe en la oración, como a muchos les acontece; sino que se torna más ardiente que el fuego y se eleva sobre todo lo terreno; y por lo mismo se hace enemicísimo y contrario a los demonios. Pues nada hay más poderoso que un hombre que ora como se debe. Si la mujer aquella, al príncipe cruel que no temía ni a Dios ni a los hombres, pudo doblegarlo, mucho mejor doblegaremos a Dios si con frecuencia oramos y dominamos el vientre y despreciamos los placeres.
Si tu cuerpo está débil, de modo que no puedas ayunar con frecuencia, para orar no estará débil ni para despreciar los deleites del vientre. Si no puedes ayunar, sí puedes apartarte de los placeres, cosa no pequeña y que dista poco del ayuno- y basta para quebrantar el furor del demonio. Nada ama tanto el diablo como los placeres de la gula y la embriaguez, madre de todos los males. Por este medio antiguamente arrojó a los israelitas a la idolatría; por éste inflamó a los sodomitas en aquellos amores nefandos. Pues dice un profeta: Esta fue la iniquidad de Sodoma: tuvo gran soberbia, hartura de pan y mucha ociosidad. 243 A muchos perdió la gula y los entregó a la gehenna.
Porque, en fin: ¿qué mal no acarrean los placeres de la mesa? Vuelven cerdos a los hombres y los hacen peores que los cerdos. Porque el cerdo se revuelca en el lodo y se alimenta de estiércol; mientras que el goloso se prepara una mesa abominable, pensando en uniones ilícitas y en amores inicuos. De manera que en nada difiere de un endemoniado, pues se torna juntamente impúdico y loco furioso. Pero al demoníaco al menos lo compadecemos, pero del goloso huimos y lo aborrecemos. ¿Por qué? Porque se busca él mismo una locura voluntaria; y convierte en cloaca la boca, los ojos, las narices y todo. Y si te asomas a su interior, verás su alma como congelada y dormida a causa del invierno frío; y tal que en medio de la furiosa tempestad, no puede prestar auxilio alguno a la nave.
Vergüenza tengo de decir qué clase de daños nacen de la crápula, así para los hombres como para las mujeres. Los remito a la conciencia de cada cual, pues ella los conoce con plena exactitud. ¿Qué cosa hay más torpe que una mujer ebria y que va de un lado para otro? Al fin y al cabo, cuanto más débil es la nave tanto mayor es el naufragio, ya se trate de una mujer libre o de una esclava. La que es libre procede libertinamente delante de la tropa de esclavos y lo mismo hace la esclava entre los criados. Y con semejantes procederes lo que logran es que los necios blasfemen de los dones de Dios. Porque oigo a muchos que, cuando ven semejantes desórdenes, dicen: ¡Ojalá no existiera el vino! ¡Vaya una locura! ¡vaya una necedad! ¿Acusas los dones de Dios porque otros pecan con ellos? Pues tal cosa es muy grande insania. ¿Acaso el vino, oh hombre, es el que comete el desorden? No es el vine, sino la intemperancia de quienes abusan del vino. Di mejor: ¡ojalá no existiese la ebriedad ni esos placeres de los alimentos! Porque si dices: ¡ojalá no existiera el vino! pasando adelante dirás: ¡ojalá no existiese el hierro, pues hay homicidas; ni la noche, pues hay ladrones; ni la luz, pues hay sicofantas; ni la mujer, pues hay fornicaciones! ¡Acabarías con todas las cosas! No procedas así. Eso es propio de un ánimo satánico. No acuses al vino, sino a la embriaguez. Cuando el ebrio haya recobrado el uso de la razón, acércatele y demuéstrale su desvergüenza. Dile: el vino se nos ha dado para la alegría, no para la desvergüenza; se nos ha dado para que riamos, no para que nos enfermemos; para acudir a la debilidad corporal, no para perder las fuerzas. Te honró Dios con ese don: ¿por qué te deshonras tú, abusando de él? Oye lo que dice Pablo: Usa un poco de vino por el mal de tu estómago y tus frecuentes enfermedades 244 Pero a cada uno de los que se embriagan, sin duda les diría: Usa de poco vino, a causa de las fornicaciones, a causa de las frecuentes conversaciones torpes, a causa de las demás malas pasiones que suele engendrar la embriaguez. Pero si esto no os mueve a absteneros, absteneos al menos por las vergüenzas que engendra y por las náuseas que produce.
El vino se nos ha dado para la alegría, pues dice David: El vino alegra el corazón de los hombres, 245 pero vosotros le echáis a perder esa virtud. Porque ¿qué alegría puede tener el hombre que no está en sí mismo y además se encuentra atormentado por infinitos dolores, y ve que todo da vueltas en derredor suyo y se encuentra en tinieblas y necesita, como se hace con los que padecen fiebre, que con óleo le unjan la cabeza? Yo quisiera que todo lo dicho no fuera para todos. O más bien, sí: que fuera para todos. No porque todos se embriaguen ¡lejos tal cosa! sino porque los que no se embriagan no cuidan de los que se embriagan. De modo que más bien me dirijo a vosotros, los sobrios. Así el médico, haciendo caso omiso del enfermo, se dirige a los que lo atienden y con ellos habla. A vosotros, pues, os ruego y suplico que no os dejéis dominar jamás por esta enfermedad; y a los que ya hallen enfermos solícitamente les procuréis curación, a fin de que no se tornen peores que los brutos.
Los brutos no buscan más de lo que necesitan, mientras que los ebrios -más irracionales que los brutos- traspasan los límites de la moderación. ¿Cuánto mejor resulta un asno que un ebrio? ¿Cuánto mejor un can? Estos animales y todos los demás, ya sea que coman o beban, saben ser moderados y no se propasan de lo conveniente; pues aun cuando innumerables hombres los obligaran, jamás se excederían. De modo que bajo este aspecto, sois peores que los brutos; y esto no solamente delante de los que son razonables, sino delante de vosotros mismos. Y que os juzgáis peores que los asnos y los canes, es manifiesto por lo siguiente: tú nunca obligas a un animal a comer o beber más alimento del que moderadamente necesita. Y si alguien te pregunta el por qué, le respondes que es para no causarle daño. Y en cambio no cuidas de ti mismo del mismo modo. De manera que te crees inferior a ellos. Y agitado por semejantes oleajes te descuidas de ti mismo.
Ni te dañas únicamente el día en que estás ebrio, sino también al día siguiente; a la manera que al febricitante, aun apartándose la fiebre, le queda cierto malestar. Así, aun apartada la embriaguez, queda sin embargo en el alma y en el cuerpo un cierto malestar. El cuerpo yace sin fuerzas, a la manera de una nave después del naufragio; y el alma, más miserable que el cuerpo, suscita de nuevo la tempestad y la inflama con la concupiscencia; y hasta cuando parece ser prudente está loca, pues revuelve en la imaginación vinos y barriles, copas y vasos. Y así como tras de una tempestad, persiste el daño que ella causó, así sucede con la embriaguez. Así como en la tempestad se arrojan las mercancías, así en la embriaguez se pierden todos los bienes o casi todos. Si ella encuentra en el alma el pudor, la prudencia, la justicia, la humildad, todo lo arroja al piélago de las iniquidades.
Las consecuencias en cambio no son iguales. Porque la nave, una vez arrojado el peso de las mercancías, queda más ligera y expedita; en cambio en el ebrio las cosas se agravan. Pues en lugar de riquezas la nave se carga de arenas y de agua salobre y de todas las horruras de la embriaguez, que muy pronto echan a pique la nave, con sus navegantes y piloto. Pues bien: para no quedar envuelto en semejantes males, librémonos de esa tempestad. El ebrio nunca poseerá el reino de los cielos. Dice el apóstol: Ni los dados al vino ni los maldicientes poseerán el reino de Dios. 246 Pero ¿qué digo el reino de los cielos? Ni aun las cosas de la tierra puede ver el ebrio, porque la embriaguez cambia el día en noche y la luz en tinieblas. Los ojos del ebrio, aun abiertos, no pueden ver ni aun lo que tienen delante de los pies.

HOMILIA LVIII (LIX)

Ni sólo ese mal acarrea la embriaguez, sino que después los ebrios sufren penas mayores, como son terrores irreales, cóleras, tristezas; y se tornan ridículos y se exponen continuamente a ser injuriados. Pues ¿qué perdón podrá haber para quienes se cargan de males tan grandes? ¡ninguno, por cierto! Huyamos de semejante enfermedad para que consigamos los bienes presentes y también los futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Estando reunidos en Galilea, díjoles Jesús: El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de los hombres que lo matarán y al tercer día resucitará. Y se pusieron muy tristes (Mt 17, 21-22).
PARA QUE No dijeran: ¿qué hacemos aquí tanto tiempo? les habla de nuevo de su Pasión. Y una vez que oyeron esas cosas, ya no querían ni ver a Jerusalén. Observa cómo, tras de haber sido increpado Pedro, tras de haber hablado Moisés y Elías de la Pasión, llamándola su gloria, tras de haber hablado el Padre desde lo alto, tras de tantos milagros obrados, y estando ya tan cerca la resurrección (pues Cristo no había de permanecer muerto por mucho tiempo, sino que había de resucitar después de tres días), ni con todo eso pudieron los discípulos soportar lo que les decía Cristo, sino que: Se pusieron muy tristes; y no medianamente tristes, sino mucho; y esto porque no alcanzaban el sentido de sus palabras. Así lo indican Marcos y Lucas. Marcos diciendo que no entendían y que no se atrevieron a preguntarle; Lucas cuando dice que aquella palabra estaba escondida para ellos y no la entendían; y que no se atrevían a preguntarle acerca de eso.
Pero, si no la entendían ¿por qué se entristecían? Porque no todo lo ignoraban. Sabían que El iba a morir, como con frecuencia se lo había anunciado. Pero qué clase de muerte fuera aquélla y que muy pronto sería ella misma destruida y que de ahí se seguirían infinitos bienes, no lo sabían con claridad ni sabían qué clase de resurrección sería aquélla. Por esto se dolían, pues amaban mucho a su Maestro. Entrados a Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el tributo del didracma y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga la didracma? ¿Qué era la didracma? Allá cuando el Señor dio muerte a los primogénitos de los egipcios, se reservó, en lugar de ellos, la tribu de Leví. Luego, como en esta tribu las gentes eran menos numerosas que los primogénitos de los judíos, para suplir la falta ordenó Dios que se ofreciera un siclo. Desde entonces quedó la costumbre de que los primogénitos pagaran ese tributo. Siendo Cristo primogénito y pareciendo que entre los discípulos Pedro era el principal, a él se acercaron los cobradores. Yo creo que en cada ciudad exigían ese tributo; y por esto se acercaron a El en Cafarnaúm, por creer que ésta era la patria de Cristo. Pero a El no se atrevieron a acercarse; y por esto hablaron con Pedro. Y no lo hicieron con tono vehemente, sino moderado.
No como acusando, sino simplemente preguntando, dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga la didracma? Porque aún no pensaban de El como se debía, sino que lo creían sólo hombre; aunque sí lo honraban a causa de sus milagros. Y ¿qué dice Pedro? Dice: Cierto que sí. A ellos les dijo que sí la pagaría; pero a El nada le dijo, tal vez porque le daba vergüenza hablar al Maestro de semejantes pequeñeces. Por eso Jesús, manso como era, y que claramente conocía todas las cosas, adelantándose a Pedro, le dice: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra ¿de quién cobran el tributo y censos? ¿De sus hijos o de los extraños? Contestóle Pedro: De los extraños. Y le dijo Jesús: Luego los hijos están exentos. Para que Pedro no pensara que Jesús había oído el asunto de boca de los recaudadores, se le adelanta a dárselo a entender, para al mismo tiempo infundir confianza al discípulo que no se atrevía a hablarle del negocio.
Quiere, pues, decir: Yo estoy exento y libre de semejante censo. Pues si los reyes de la tierra nada cobran a sus hijos, sino a los extraños, mucho más debo yo estar exento, pues soy Hijo del Rey celestial y de un rey terreno, y además yo mismo soy Rey. ¿Observas cómo distingue de los hijos a los que no son hijos? Si El no fuera el Hijo, en vano traería al medio el ejemplo del rey. Dirás quizá: Sí es Hijo, pero no genuino. Entonces no es hijo; y si no es hijo tampoco es genuino y en consecuencia no es hijo del Padre, sino un extraño. Y si es extraño, el ejemplo que puso pierde toda su fuerza. Pero Cristo no habla únicamente de los hijos, sino de los genuinos, de los propiamente hijos, de los que son consortes del reino de su padre. Por esto, para distinguirlos los opone a los extraños; y llama extraños a los que no nacieron de los reyes; y llama hijos a los que los reyes engendraron. Observa y considera cómo aquí confirma la revelación hecha a Pedro. Y no se detiene aquí, sino que por la forma de asentir significa lo mismo, cosa que es de gran sabiduría.
Porque habiendo dicho: Mas para no escandalizarlos, vete al mar, echa el anzuelo y agarras el primer pez que pique, ábrele la boca y en ella hallarás un estáter. Tómalo y dalo por mi y por ti. ¿Observas la forma en que ni se rehúsa a dar el tributo ni en absoluto ordena que se pague? Sino que, habiendo primero demostrado que no estaba El obligado a pagarlo, luego, sin embargo, lo paga: tanto para que los cobradores no se escandalizaran, como tampoco los discípulos. Pues no lo dio como si lo debiera, sino atendiendo a la debilidad de ellos. En cambio, en otras ocasiones desprecia el escándalo, como allá cuando trató de la discriminación de alimentos. Nos enseña con esto que debemos considerar las oportunidades y las ocasiones en que convenga despreciar el escándalo o no despreciarlo. También por el modo de dar el tributo, declara bien quién es El. ¿Por qué no ordena que se pague de los fondos que tiene El? Para demostrar, como ya dije, mediante todo esto, ser Señor Dios de todas las cosas y que impera también sobre los mares. Lo demostró ya cuando mandó al mar pacificarse y cuando ordenó a Pedro andar sobre las aguas. Lo mismo demostró ahora aunque de un modo diverso, pero que también causa gran estupor.
Porque no fue poca cosa el predecir que el primer pez que se capturara pagaría el impuesto y que echada la red al fondo, cogería, por su mandato, al pez que llevara el estáter; sino cosa propia de un poder inefable y divino fue que el mar proporcionara el don; y que manifestara su obediencia tanto cuando fue amansada su furia, como cuando alborotado sustentó a su consiervo Pedro, como también ahora que pagó a los cobradores por Cristo. Y dalo a ellos por mí y por ti, le dice. ¿Has, visto la excelencia de semejante honor? Pues advierte al mismo tiempo la virtud de Pedro. Porque Marcos, que era su discípulo, no refirió este suceso del que tan grande honor a Pedro le venía. En cambio, sí refirió las negaciones, pero calló lo que lo mostraba sobresaliente, quizá por habérselo prohibido el mismo Pedro, para que no dijera de él grandes cosas.
Por mí y por ti, dice Jesús, pues también Pedro era primogénito. Pero una vez que has admirado estupefacto el poder de Cristo, admira también la fe del discípulo que obedeció en cosa tan extraña e inesperada. Porque la cosa en sí era del todo insólita en la naturaleza y estupenda. Por tal motivo, como un premio a su fe, Cristo se lo asoció en el pago de la alcabala. En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús, diciendo: ¿Quién será el más grande en el reino de los cielos? Sentían al modo humano, como lo significa el evangelista al decir: En aquel momento. Es decir, en el punto en que Cristo honró a Pedro más que a todos los otros. Pues siendo entre Santiago y Juan uno de ellos primogénito, Jesús a los otros dos no los honró de manera semejante con tal honor. Avergonzados de esto, manifiestan la conmoción de su ánimo. Pero no dicen abiertamente: ¿por qué has preferido a Pedro a nosotros? ¿acaso él es mayor que nosotros? No se atreven a eso; sino que hacen la pregunta en un modo indeterminado: ¿Quién será más grande? Cuando vieron los discípulos que Cristo prefirió aquellos tres a los demás, no sufrieron esa conmoción de ánimo; pero cuando a uno solo tanto lo honró, entonces se dolieron. Ni sólo eso, sino que juntando otras muchas cosas, se inflamaron de envidia. Pues Jesús había dicho a Pedro: Te daré las llaves y bienaventurado eres, Simón hijo de Jonás, y ahora le dice: Paga por mí y por ti; y finalmente les hería también la libertad de hablar que usaba Pedro. Y si Marcos no dice que lo preguntaran sino únicamente que así lo pensaban en su interior, eso no se opone a la narración de Mateo. Porque es verosímil que hicieran ambas cosas; y que en otras ocasiones una y dos veces lo pensaran pero ahora sí lo dijeran y juntamente lo pensaran.
Pero tú no te fijes únicamente en este defecto, sino piensa, por otra parte,, que ellos en esta ocasión no buscaban nada de lo de este siglo y en que además luego quitaron este defecto y mutuamente se cedían unos a otros el puesto primero. Nosotros, en cambio, no alcanzamos a llegar ni siquiera a esa clase de defectos de ellos, ni andamos investigando quién será mayor en el reino de los cielos, sino quién lo será acá en el reino de la tierra y quién más opulento y quién más poderoso. Y ¿qué hace Cristo? Descubre la conciencia de ellos y responde no únicamente a sus palabras, sino también a sus sentimientos. Y él, habiendo llamado a un niño lo puso en medio de ellos y dijo: En verdad os digo, si no os volviereis como este niño no entraréis en el reino de los cielos.
Como si les dijera: Vosotros inquirís quién será mayor en el reino de los cielos y contendéis acerca de la primacía; pero yo digo a quien no se humillare que no es digno del reino de los cielos. Bellamente pone el ejemplo: ni solamente lo pone, sino que trae al niño al medio para persuadirlos y exhortarlos con la presencia misma del niño a que sean sencillos y humildes. Porque el niño está libre de envidia, de vanagloria, del anhelo de primacías y sobre todo posee esa virtud que llamamos sencillez y humildad.
De modo que para entrar al reino de los cielos se necesita no únicamente fortaleza y prudencia, sino además sencillez y humildad. Pues aun en las cosas más importantes, si faltan esas virtudes, queda fallo lo que toca a nuestra salvación. El párvulo, ya sea que se le injurie, ya sea que se le alabe, ahora se le azote, ahora se le honre, ni se cree indigno y se aíra ni se deja llevar de la envidia ni se ensoberbece. ¿Observas cómo de nuevo Cristo nos pone delante ejemplos tomados de las cosas de la naturaleza; y nos declara que tales virtudes pueden obtenerse mediante los propósitos de la voluntad, y echa de este modo por tierra la dañosa locura de los maniqueos? Pues si la naturaleza es mala ¿por qué Cristo toma de ella los ejemplos de virtud? Yo pienso que puso en medio de los discípulos a un parvulito libre de todas esas enfermedades del alma. Porque en los parvulitos no tienen lugar ni la arrogancia ni la vanagloria ni la envidia ni las querellas ni otras enfermedades semejantes. Tienen en cambio por su propio natural muchas virtudes como son la sencillez, la humildad, el estar ajenos a la turba de negocios, el no ensoberbecerse de nada: cosas en que hay una doble virtud, porque las poseen y no se ensoberbecen por tenerlas. Por tal motivo tomó Jesús al infante y lo puso en medio.
Pero no terminó con eso su discurso, sino que continuó en la amonestación y dijo: Y el que recibiere a un niño como éste, a mí me recibe. Como si les dijera: no únicamente recibiréis gran premio si sois como este infante, sino también, si, por mí, honráis a otros que le sean semejantes, os retribuiré con el reino. Y añadió lo que es más al decir: A mí me recibe. Como si dijera: En modo tan grande me alegro con la humildad y la sencillez. Y llama aquí pequeños a los hombres tan sencillos y humildes que muchos los tienen por bajos y despreciables. Y enseguida, para más confirmar su doctrina, la refuerza poniendo delante no sólo los premios sino también los castigos. Pues dice Y al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgaran al cuello una piedra de molino de asno y lo hundieran en el fondo del mar.
Porque así como aquellos, dice Jesús, que por mí honran a estos pequeños, poseerán el cielo y un premio mayor que un reino, así los que los deshonran (pues esto significa escandalizarlos), sufrirán penas terribles. Y si al escándalo lo llama deshonra e injuria, no te admires, pues muchos a causa de su pusilanimidad han sufrido escándalo por haber sido menospreciados e injuriados. Para poner como de bulto el crimen, hace referencia al daño que se sigue de él. En cambio, no explica del mismo modo el castigo, sino que manifiesta cuánto sea intolerable por comparación con las cosas que nos son conocidas. Cuando quiere impresionar los ánimos rudos pone ejemplos de las cosas que caen bajo el dominio de los sentidos.
Así aquí, queriendo demostrar que tales hombres serán grandemente castigados y perseguir la arrogancia de quienes desprecian a esos humildes, trae al medio, como ejemplo, una pena sensible, como es la de la piedra de molino y el hundimiento en el mar. Según el orden natural del discurso, hubiera bastado con decir: El que no recibe a uno de estos pequeñuelos, no me recibe a mí, cosa por cierto la más amarga de todas. Pero como por aún un tanto rudos e ignorantes no se conmovían con semejante pena, les pone delante la piedra de molino y el hundimiento en el mar.
Y no dijo: Le será suspendida al cuello una piedra de molino, sino ¿qué?: Mejor fuera que así se le castigara, con lo que declaraba que le espera un suplicio mayor. Pues si ese otro parece intolerable, mucho más lo será éste. Observa cómo, por ambos lados presenta una conminación tremenda y la esclarece mediante el ejemplo de cosas más conocidas, persuadiéndonos al mismo tiempo que pensemos en aquel otro suplicio mucho mayor. ¿Ves cómo ha arrancado de raíz la hinchazón de la arrogancia? ¿cómo ha curado la llaga de la vanagloria? ¿cómo ha enseñado a no buscar jamás los primeros puestos ¿cómo ha enseñado a quienes los buscaban a buscar siempre y dondequiera el último lugar? Porque nada hay peor que la arrogancia. Nos torna inhumanos y nos echa encima la fama de necios y hasta nos torna en exceso estúpidos. Si alguno tuviera la natural estatura humana 247 y quisiera superar la altura de las montañas y aun pensara que la alcanzaba y se alzara sobre sus pies como si sobresaliera por encima de las cumbres, no buscaríamos otra prueba de su necedad. Pues del mismo modo, cuando vez a un arrogante que se cree el más importante de todos los hombres y tiene a injuria convivir con los demás, no busques ya ningún otro argumento de su locura. Pues al fin y al cabo resulta tanto más ridículo que los otros que por naturaleza son estultos, cuanto que por su gusto y voluntad se ha procurado enfermedad semejante.
No solamente por este título es miserable, sino también porque sin pena ninguna ha caído en el abismo de la perversidad. ¿Cuándo podrá conocer en forma conveniente sus pecados? ¿Cuándo caerá en la cuenta de que ha delinquido? El demonio ha cargado con él y se ha marchado llevándoselo como se hace con un criado o con un cautivo; y lo trae y lo lleva, lo azota y lo cubre de afrentas. Porque hasta tal punto los agita su necedad que les persuade a elevarse sobre sus hijos, sobre la esposa y aun a levantarse contra sus superiores. A otros, al contrario, los hace hinchados por la fama y esplendor de sus antepasados, cosa la más necia de cuantas hay, pues se hinchan por causas contrarias: unos se envanecen por haber tenido padres o abuelos de baja calidad; otros de haberlos tenido ilustres y conspicuos. ¿Cómo podrá alguno humillar su hinchazón? Pues a los primeros diles: sube más allá de tus abuelos y tatarabuelos y quizá encuentres entre tus ascendientes a muchos que fueron taberneros, arrieros, cocineros. A los que se envanecen por haber tenido antepasados de baja clase social, diles: Si vas más allá de tus tatarabuelos, quizá encuentres a muchos más preclaros que tú.
Os demostraré por las Escrituras ser así el proceso de la naturaleza del hombre. Salomón era hijo de un rey y de un rey esclarecidísimo; pero el padre de ese rey se contaba entre los del vulgo y hombres del pueblo, lo mismo que su abuelo materno. De otro modo no habría casado a su hija con un simple y vulgar soldado. Pero si subes de éstos, llegarás a encontrarte con personajes ilustres y nobles. Lo mismo puede verse en Saúl y en otros muchos. De manera que por semejantes motivos no debemos ensoberbecernos. Yo te pregunto: ¿de qué sirve el linaje? No es sino un nombre vano y sin contenido: ¡ya lo conoceréis en el último día! Pero como aún no llega ese día ea! ¡veamos de persuadiros por las cosas presentes cómo de eso no se deriva prerrogativa alguna! Si se echa encima una guerra o el hambre o cualquiera otra calamidad, se evaporan todas esas hinchazones apoyadas en la nobleza. Si nos acomete la peste o la enfermedad, ella no hace distinciones de pobre o rico, de noble o plebeyo, de glorioso o vulgar. Y lo mismo sucede en el curso y vicisitudes de las demás cosas, pues todas igualmente y por parejo acometen a todos. Y si hemos de decir algo paradógico y extraño, de modo especial acometen a los ricos. Pues cuanto menos se cuidan de ellas más fácilmente perecen. En cuanto al miedo es mayor el de los ricos. Los príncipes en especial temen esos cambios; y no menos los temen quienes a tales príncipes están subordinados; y aun mucho más por el hecho de que muchísimas cosas de éstos las han derribado ya el furor del pueblo y las amenazas de los príncipes.
En cambio, el pobre navega seguramente entre esas fluctuaciones. Dejando, pues, a un lado ese género de nobleza, si quieres tú demostrarme que eres libre, muéstrame una libertad de espíritu como la que tuvo aquel bienaventurado que, siendo pobre, le decía al rey Herodes: No te es lícito tener la esposa de tu hermano Filipo 248 o tal como la tuvo el que antes del Bautista fue como él y lo siguió siendo hasta decir al rey Acab: No soy yo quien arruina a Israel, sino tú y la casa de tu padre; 249 o tal como la tuvieron los profetas y todos los apóstoles.
Pero no son así las almas de los ricos; sino que a la manera de quienes estuvieran sujetos a infinitos pedagogos y carceleros, ni siquiera se atreven a levantar los ojos ni a proceder con libertad al ejercicio de las virtudes. Porque la codicia de las riquezas, de la gloria y demás cosas mundanas les causan terrores y los convierten en siervos, y aduladores. Nada hay que así prive de la libertad como el enredarse en negocios seculares y rodearse de cuanto parece precioso. Tales almas no son súbditas de un solo señor, ni de dos, ni de tres, sino de infinitos.
Y si quieres contarlos, traigamos al medio a alguno de los que en los palacios reales son notables y señalados. Y que ese tal posea muchas riquezas, poder grande y brille por su patria y sea ilustre por sus ancestros y que atraiga las miradas de todos. Consideremos si acaso ese hombre no es más vil y bajo que cualquiera de los esclavos. Comparémoslo no sólo con un esclavo, sino con un esclavo de esclavos, pues muchos de los criados tienen a su vez esclavos. Ese esclavo de un esclavo no tiene sino un solo señor. Puesto que ¿qué dificultad hay en que sin ser libre sea señor y amo? El hecho es que tiene un solo señor y atiende únicamente a lo que a éste agrada. Pues aun cuando parezca que su amo domina sobre él, pero con todo a sólo él obedece; y si las cosas de ese único amo van bien, pasa sin temores toda su vida. El rico en cambio tiene no un solo señor, ni dos, ni tres sino muchos y más duros.
Desde luego anda solícito de servir al rey. Y por cierto que no es lo mismo tener como señor a un particular que al rey en persona. El rey presta oídos a infinitos murmuradores, y conforme a eso dispensa sus favores ya a unos ya a otros. De moda que nuestro hombre, aun cuando no tenga conciencia de algo mal hecho, sin embargo de todos sospecha: de sus compañeros y conmilitones, de sus iguales y de los otros súbditos, de los amigos y de los enemigos. Dirás que también el pobre tiene su señor y lo teme. Pero no es lo mismo temer a solo uno, que temer a muchos. Más aún: si alguno examina con cuidado el negocio, encontrará que el rico de quien venimos tratando no tiene un solo señor. ¿Cómo o en qué modo? Porque al pobre nadie anhela echarlo de su servidumbre y ponerse en su lugar; por lo cual nadie hay que le ponga asechanzas. En cambio, los ricos tienen sus mayores cuidados en echar abajo a quien más brilla y a quien más ama y es privado del emperador. Esto lo obliga a procurar adularlos a todos: a los mayores, a los iguales, a los amigos. Porque en donde existe la envidia y el anhelo de la vanagloria, ahí es imposible la amistad verdadera. Así como los del mismo oficio nunca se aman sinceramente, así tampoco los que tienen un mismo honor, ni los que aman a la vez una misma cosa de esas seculares. Por lo cual tienen interiormente grande guerra.
¿Has visto el enjambre de señores, y señores que son tiranos? ¿Quieres que te muestre otro señor más tirano aún? Todos cuantos están detrás del rico anhelan ponérsele delante; y los que le van adelante, se esfuerzan por impedir que se les acerque o aun avance más allá de ellos. Pero... ¡vaya una cosa admirable! Había yo prometido que os mostraría a los señores; pero el discurso avanzando el asunto, hizo más de lo que yo había prometido, presentándoos en vez de los señores a los enemigos: más aún, haciéndoos ver que son a la vez enemigos y señores. Como a señores se les adula; como a enemigos se les teme; como adversarios amenazan con asechanzas. Pues si alguno tiene tales adversarios y señores ¿qué mayor calamidad puede sufrir? El siervo, aunque algo se le mande, pero al fin y al cabo goza del patrocinio y la benevolencia de su amo. En cambio, los otros de que tratamos, son mandados, son acometidos y luchan unos contra otros, con mayor vehemencia que lo hacen los enemigos descubiertos. Hieren a ocultas; con apariencia de amigos acometen como adversarios; y con frecuencia se congratulan de las desgracias que a los otros acontecen. No van por ese camino nuestras cosas. Pues si alguno la pasa mal, muchos lo conduelen; y si le va bien, muchos se congratulan, conforme a lo que dice el apóstol: Si padece un miembro, todos los miembros padecen con él; y si un miembro es honrado, todos los otros a una se gozan . 250 Y el mismo Pablo decía unas veces: ¿Cuál ha de ser nuestra esperanza, nuestro gozo, nuestra corona de gloria? ¿No sois vosotros? 251 Otras veces decía ahí mismo: Ahora ya vivimos, sabiendo que estáis firmes en el Señor. 252 Y además: Os escribo en medio de una gran tribulación y ansiedad de corazón. 253 Y también: ¿Quién desfallece que no desfallezca yo? ¿Quién se escandaliza que yo no me abrace? 254 ¿Por qué, pues, soportamos aún las tempestades y las olas de alta mar y no nos apresuramos al puerto tranquilo; y haciendo a un lado los vanos nombres de bienes, no nos apresuramos en pos de las realidades de las cosas? Porque la gloria y el poder, la riqueza y la nobleza y demás` cosas parecidas, son sólo nombres, pero para nosotros no son realidades; del mismo modo que la tribulación, la muerte, la ignominia, la pobreza y otras del mismo jaez, para nosotros no son sino nombres, mientras que para ellos son realidades. Si os parece, traigamos aquí al medio la gloria, ya que para ellos es lo más deseable. No diré de ella que es caduca, ni que se acaba rápidamente: muéstramela en el tiempo en que más florece. Pero no le quites los disfraces ni los coloretes de meretriz; sino tráela acá al medio adornada y así enséñamela, para que yo te demuestre su fealdad. Alegarás los vestidos, la multitud de guardias, las voces de los pregoneros, la turba del pueblo que escucha, el silencio de muchos, los golpes por acercarse más, el ser espectáculo para todos: ¿acaso todo esto no es espléndido? Pues bien: examinemos si acaso todo eso no es supervacáneo y que está apoyado únicamente en la opinión de los demás. Porque con todo eso ¿en qué se torna más excelente el hombre ya sea en lo referente al cuerpo o ya en lo referente al alma? Y el hombre consta de alma y cuerpo. ¿Acaso con eso su estatura se torna mayor? ¿Se hace él más fuerte, más veloz? ¿Sus sentidos se vuelven más perspicaces? ¡Nadie lo afirmará! Pero vamos al alma: quizá en ella descubramos alguna ganancia. ¿Acaso con semejantes arreos y cosas se torna más continente, más modesta, más prudente? ¡De ningún modo! ¡Al revés! ¡sucede todo lo contrario! Porque en el alma no pasa como en el cuerpo. En éste nada se añade de perfección. Pero en el alma no hay ese mal sólo de no obtener ganancia alguna, sino que con eso se llena de arrogancia, vanagloria, necedad, ira y cae en vicios infinitos.
Alegarás que a lo menos goza y se alegra. Pues con eso me has dicho el término y resumen de todos los males y has nombrado un mal incurable. Porque quien así se alegra, difícilmente querrá apartarse de la causa de esos males, porque el deleite le cierra la puerta a todo remedio. De manera que éste es el peor mal: el no dolerse de que crezcan sus males, sino al revés, gozarse. Gozarse no siempre es bueno. Se gozan los ladrones cuando roban y el adúltero cuando mancha el lecho ajeno y el avaro cuando agarra y el homicida cuando mata. No miremos, pues, si ese tal goza, sino si se goza de alguna cosa útil; y cuidémonos de encontrar un gozo semejante al del ladrón y el adúltero. Yo pregunto: ¿por qué esos se gozan? ¿Acaso es de alcanzar entre muchos gloria con qué hincharse y ser visto de todos? Pero ¿hay algo peor que semejante anhelo y tan absurda concupiscencia? Y si esto no es malo, no vituperéis a los codiciosos de la gloria vana, ni los desgarréis con abundantes injurias. Cesad de execrar a los arrogantes y a los soberbios. ¿No podéis soportar eso ni conteneros? De manera que es posible acometerlos con mil acusaciones, aun cuando anden rodeados de infinitos guardias.
Digo todo esto en referencia a los prohombres perversos; pues con frecuencia muchos de ellos se encuentran cargados con abundantes culpas: con más que los homicidas, los ladrones, los adúlteros, los violadores de sepulcros, todo a causa del mal uso de su poder. Roban con más descaro que los ladrones, matan con mayor crueldad que los asesinos, son más inicuamente lascivos, y perforan no los muros de las casas materiales, sino los haberes y moradas de familias sin cuento. Porque a causa de su poder pueden fácilmente hacerlo. Andan oprimidos con gravísimas servidumbres, pues por ser desidiosos y perezosos ceden a las enfermedades del alma y azotan a sus consiervos continuamente y a cuantos saben sus crímenes los hacen temblar.
Nadie hay que sea más libre, nadie que sea más príncipe, nadie más poderoso que los mismos reyes como quien está libre de vicios. Sabiendo nosotros estas cosas, procuremos la verdadera libertad y librémonos de esa inicua servidumbre. No juzguemos feliz ni al fastuoso del mundo ni la tiranía de las riquezas ni otra cosa alguna semejante, sino solamente la virtud. De este modo, gozaremos de tranquilidad en la vida presente y conseguiremos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LIX (LX)

¡Ay del mundo,- por causa de los escándalos! Porque es inevitable que vengan los escándalos. Pero ¡ay de aquel por quien vienen los escándalos! (Mt 18, 7).
SI ES NECESARIO que vengan los escándalos, preguntará algún adversario ¿por qué llama miserable al mundo cuando convenía mejor ayudarlo y tenderle la mano? Esto es lo propio del médico y del abogado, lo demás es propio más bien del vulgo. ¿Qué responderemos a una lengua tan impudente? Pues ¿puede acaso encontrarse un remedio que se equipare con éste? Pues El siendo Dios por ti se hizo hombre, tomó la forma de siervo y pasó por las terribles afrentas y no dejó de poner nada de lo que a El le tocaba. Pero como los hombres a causa de su ingratitud no lograron de eso bien alguno, los llama míseros, pues tras de tan grande curación han permanecido en tan grande enfermedad. Es como si alguno a un enfermo al que se le han aplicado maravillosas curaciones, pero no quiere seguir las prescripciones médicas, le dijera doliéndose: ¡Ay de ese hombre que ha acrecentado su enfermedad a causa de su desidia! La diferencia está en que en este caso el llanto nada remedia; pero el otro es un género tal de curación que se hace prediciendo lo que va a suceder y al enfermo se le llama mísero. Pues sucede con frecuencia que muchos en nada se aprovechan del consejo, pero en cambio del llanto mucho se ayudan. Por eso usó Jesús de ese ¡ay! procurando hacerlos más despiertos, diligentes y vigilantes. Además así les manifiesta su benevolencia y su mansedumbre, pues a quienes lo rechazan los llora y no sólo no los lleva pesadamente, sino que los enmienda por medio del llanto y de la predicación, para traerlos a mejor determinación.
Preguntarás que cómo puede hacerse eso. Porque si es necesario que vengan los escándalos, ¿cómo podremos evitarlos? Pues bien: es necesario que sucedan los escándalos, pero no es necesario el que perezcamos. Es como si un médico dijera -pues nada impide que usemos del mismo ejemplo de nuevo-: necesariamente va a venir esta enfermedad, pero no es necesario que de ella mueras si te cuidas. Decía esto y otras cosas, como ya lo indiqué, para despertar el ánimo de los discípulos. Pues para no dormir como si hubieran sido enviados a una misión de paz y a una vida sin perturbaciones, les declara que están inminentes muchas batallas. Lo mismo significó Pablo al decir: En lo exterior luchas, en el interior temores: peligros en los falsos hermanos. 255 Y a los de Mileto les decía: De entre vosotros mismos surgirán hombres perversos que enseñarán doctrinas perversas. 256 Y Cristo decía: Los enemigos del hombre serán sus familiares. 257 Al decir Cristo necesidad, no por eso suprime el libre albedrío ni la libertad de la voluntad ni lo dice queriendo con esto sujetar a necesidad la vida y procederes de alguno, sino que únicamente predice que sucederá. Así lo declaró Lucas con otras palabras cuando dijo: Es imposible que no vengan los escándalos 258¿Qué significa escándalos? Impedimentos puestos en el recto camino. Así llaman los actores a las dificultades que obstaculizan los cuerpos. De manera que la predicción no acarrea el escándalo ¡lejos tal cosa! ni vienen los escándalos porque Jesús los haya predicho, sino al revés: los predijo porque ciertamente iban a suceder. De manera que no sucederían si quienes los provocan los hubieran querido omitir. Ni habrían sido predichos si nunca hubieran de suceder.
Mas como algunos procedían con malicia y andaban enfermos de enfermedad incurable, sucedieron los escándalos y Jesús predijo lo que iba a suceder. Dirás: Pero si ellos se hubieran enmendado y no hubieran dado escándalo alguno ¿no resultaría falso el dicho y así se vería? De ningún modo, pues en ese caso no lo habría Cristo pronunciado, ni habría dicho: Es necesario que vengan los escándalos. Lo pronunció porque preveía que no habrían de corregirse. Preguntarás: ¿Por qué El no hizo que se evitaran? Pero ¿por qué motivo se habían de evitar y quitar? ¿Por causa de los que resultan dañados? Pues bien: los dañados no perecen por el escándalo, sino por su desidia. Así lo demuestran los que cultivan la virtud, pues en nada resultan dañados por el escándalo sino al revés: recogen fruto abundante. Así era Job, así José, así todos los justos y los apóstoles. Si muchos perecieron, eso sucedió por su desidia y somnolencia. Si no fuera así, sino que la ruina proviniera del escándalo mismo, entonces todos debieran haber perecido. Pero si algunos escapan de la ruina, el que no escape que lo achaque a sí mismo. Los escándalos, como ya dije, tornan al alma más despierta y más perspicaz y de penetrante mirada; y no sólo el que se precave sino también el que cae y rápidamente se levanta, pues de su caída se vuelve más cauto y más difícil de ser vencido.
De modo que si somos vigilantes, sacamos de los escándalos no poco fruto, como es el que seamos más asiduos en vigilar. Si nos damos al sueño cuando tantos enemigos nos amenazan y se echan encima las tentaciones tantas en número, ¿qué será de nosotros entregados a semejante tranquilidad? Y si te parece, considera ante todo al primer hombre. Pues estando cu el paraíso por tan breve tiempo que quizá no llegó a un corto día, y viviendo entre deleites, se lanzó a tan grande maldad que esperó ser igual a Dios y juzgó que quien lo engañaba era el autor de un beneficio y no pudo guardar ni siquiera aquel precepto único ¿qué no habría hecho si todo el resto de su vida lo hubiera pasado sin trabajos? Pero luego presentan otra objeción. Entonces ¿por qué lo fabricó Dios? ¡Lejos tal cosa! Pues si no, no lo habría castigado. Si nosotros, cuando tenemos la culpa de algo no acusamos a los criados, mucho menos lo iba a hacer Dios, Señor de todos. Insisten: entonces ¿cómo se hizo así el hombre? De sí mismo y por su pereza. ¿Qué quiere decir: de sí mismo? Si los que son perversos no lo son por propia voluntad, entonces no castigues a tu criado, no increpes a tu mujer cuando peca, no azotes a tu hijo, no acuses a tu amigo, no te enfurezcas contra tu enemigo que te daña; porque todos ellos antes serían dignos de misericordia que no de castigo, puesto que no delinquen voluntariamente. Respondes: es que entonces no puedo discurrir. Pero si es que ves a alguno que no tiene culpa, sino que obró por verdadera necesidad, entonces sí logras reflexionar.
Si tu criado, impedido por una enfermedad no hace lo que le ordenaste, no sólo no lo acusas, sino que al punto lo perdonas. De modo que tú mismo eres testigo de que algunas obras son simplemente voluntarias del criado y otras no. Y si supieras que es perverso porque así nació, no sólo no lo acusarías, sino que lo perdonarías. Pues si lo perdonas a causa de la enfermedad, no le negarás el perdón porque Dios así lo hiciera desde el principio. Mas, también por otro camino podemos fácilmente refutarlos. Porque la verdad abunda en argumentos a su favor. ¿Por qué nunca echaste en cara a tu criado que no fuera más hermoso o de mayor estatura o que no fuera ave? Porque esos son dones de la naturaleza. De modo que en cuanto a los defectos naturales no incurre en culpa ni nadie se preocupa por eso ni lo reprende. En consecuencia, si acusas al criado, demuestras con certeza que su defecto no proviene de la naturaleza sino que es voluntario. Si por el hecho de no acusar testimoniamos que el defecto se ha de atribuir del todo a la naturaleza, es manifiesto que cuando reprendemos, por lo mismo declaramos que la culpa es voluntaria. No traigas, pues, torcidos raciocinios ni sofismas y dificultades más débiles que los hilos de araña.
Respóndeme a esto: ¿Hizo Dios a todos los hombres? Todos lo confiesan y es manifiesto. Entonces ¿por qué no son todos iguales en lo referente a la virtud y al vicio? ¿De dónde proviene que unos sean probos, buenos, modestos y otros ímprobos y malos? Si en esto no interviene la voluntad, sino que lo da la naturaleza ¿por qué unos cultivan la virtud y otros no? Si todos fueran por naturaleza malos, nadie podría ser bueno. Siendo común la naturaleza a todos los hombres, convendría que todos fueran idénticos; es decir o todos buenos o todos malos. Y si dijéramos que por naturaleza unos son buenos y otros son malos, cosa que es contra la razón, como ya lo demostramos, sería necesario que esa cualidad fuera inmutable, pues las cualidades naturales son inmutables.
Quisiera yo que consideraras esto. Todos los mortales son también pasibles y es imposible que alguno sea impasible aun cuando mil veces lo intente. Pero es claro lo que vemos ahora, que muchos de buenos que eran se tornan perversos y otros de perversos se hacen buenos: aquéllos por su negligencia, éstos por su diligencia. Tenemos aquí un argumento supremo de que eso no es por naturaleza; pues las cualidades naturales ni se cambian, ni se necesita diligencia para adquirirlas. Así como para ver y oír no se necesita trabajo alguno, así tampoco en ese caso el ejercicio de la virtud necesitaría ningún trabajo si por la naturaleza misma la tuviéramos. Aparte de que ¿por qué habría Dios hecho malos pudiendo hacerlos a todos buenos? Preguntarás: entonces ¿de dónde se originan los males? Pregúntalo a ti mismo. A mí lo que me toca es demostrarte que no vienen ni de la naturaleza ni de Dios. Instarás: ¿son pues efecto de la casualidad? ¡De ninguna manera! ¿Son acaso ingénitos? Te ruego, oh hombre, que hables bien y que te apartes de tal locura que llegues a dar a Dios y los males el mismo culto y por cierto supremo. Porque si son ingénitos serán también fuertes, inmutables y no podrán ni quitarse ni aniquilarse. Pues a todos es manifiesto que lo ingénito no puede perecer. Por otra parte, ¿cómo se explica que haya tantos buenos si el mal tanta fuerza tiene? ¿Cómo es que los engendrados resultan más fuertes que los ingénitos? Dirás: Es que Dios sí los quitará. Pregunto: ¿cuándo? ¿Ni cómo podría destruirlos si son sus iguales en honor, en fortaleza y en antigüedad, como alguno diría? ... ¡Oh maldad diabólica! ¡qué males tan grandes inventa! ¡cómo ha persuadido al hombre que arrojara sobre Dios tamaña blasfemia! ¡con qué apariencias de piedad inventó la nueva blasfemia! Queriendo los maniqueos demostrar que el mal no procede de Dios, sino que es ingénito, inventaron otro dogma perverso y aseguraron un principio eterno del mal.
Preguntarás: ¿Cuál es pues el origen del mal? Que existen el querer y el no querer. Pero ¿cuál es el origen de querer y no querer? Somos nosotros mismos. Estás haciendo idénticamente como si preguntaras: ¿de dónde nace el ver y el no ver? Y que yo te respondiera: del cerrar o no cerrar los ojos. Y que tú de nuevo preguntaras: Y ¿de dónde nace el cerrar o no cerrar los ojos? Y yo te respondiera: De nosotros mismos y de nuestra propia voluntad. Pero tú siguieras buscando alguna otra causa.
El mal no es otra cosa que el no obedecer a Dios. Instarás: ¿cómo encontró eso el hombre? Pero yo a mi vez pregunto: ¿era acaso difícil encontrarlo? Dirás: yo no pregunto si fue difícil, sino de dónde procedió que el hombre fuera inducido a desobedecer a Dios. Fue inducido por su desidia. En su mano estaba hacer una cosa u otra y se inclinó a desobedecer.
Si tras de oír esto todavía dudas y encuentras oscuridades, te propondré una cuestión ni difícil ni complicada, sino clara y sencilla. ¿Tú alguna vez fuiste malo? ¿alguna vez fuiste bueno? O de otro modo: ¿Alguna vez venciste algún vicio que te hubiera dominado después? ¿Diste en la embriaguez y luego rechazaste ese vicio? ¿Te irritaste, pero luego depusiste la ira? ¿Despreciaste al pobre, pero luego cambiaste? ¿Fuiste fornicario, pero luego te tornaste continente? Entonces te pregunto: ¿de dónde nació que cambiaras? ¿de dónde? Si tú callas yo te lo diré. Pues de que pusiste empeño y diligencia primero; y luego fuiste perezoso y caíste en la desidia.
No voy a hablar de la virtud a los desahuciados que totalmente se han entregado a la perversidad y andan como furiosos y alocados y no quieren ni siquiera oír hablar de lo tocante a la enmienda. En cambio con gusto me dirigiré a los que andan vacilando entre el bien y el mal, y a veces hacen lo uno y a veces hacen lo otro. Alguna vez robaste lo que no te pertenecía, pero luego, movido de misericordia, diste de tus bienes a los pobres. ¿De dónde te vino ese cambio? ¿No es acaso manifiesto que a tu voluntad y libre albedrío? Es cosa cierta y que nadie negará. Por lo cual os ruego que os empeñéis en la virtud, y se habrán acabado todas esas disquisiciones. Pues si lo queremos, todos los males se reducirán a simples palabras. No preguntes de dónde se originan los males ni entres en dudas. Sabiendo ya que nacen de tu desidia, huye de ellos. Si alguno te dice que no nacen de nosotros mismos, cuando lo veas irritado con su criado, exasperado con su mujer, reprendiendo a su hijo, enjuiciando a quienes lo injurian, dile: ¿Por qué decías que el mal no nace de nosotros? Si no nace de nosotros ¿por qué acusas a los demás? Dile también: Esas injurias y querellas ¿las sacas de ti mismo? Si no proceden de ti mismo, que nadie se irrite contra ti. Pero si nacen de ti mismo, entonces los males se originan de tu desidia.
Pero ¡vamos! ¿Crees tú que hay algunos que son buenos? Pues si no hay algunos buenos ¿de dónde se originó ese nombre? ¿de dónde se han originado las alabanzas? Pero si de verdad hay buenos, sin duda que reprenderán a los malos. Pero si nadie de sí mismo es bueno ni malo, entonces los buenos injustamente reprenden a los malos y con esto ellos mismos son malos. Puesto que nada hay más injusto que acusar a quien es inocente. Pero si esos que reprenden a pesar de todo son buenos, (y esto resulta un argumento máximo de su bondad aun delante de los necios), se deduce de aquí que nunca jamás alguno fue malo por necesidad. Y si todavía preguntas ¿cuál en fin es pues el origen del mal? Te responderé que la desidia y el tener que vivir entre malos y el desprecio a la virtud. De aquí se originan los males. De aquí nace incluso el que algunos anden investigando de dónde nacen los males. Nadie que bien vive y que ha determinado llevar una vida modesta y continente, mueve semejantes cuestiones, sino aquellos que se atreven a la perversidad y andan procurándose una vana excusa por ese medio; y así tejen para lograrla telas de araña.
Rompámoslas nosotros no únicamente con las palabras, sino con las obras. Pues los males no proceden de necesidad ninguna. De otro modo, Cristo no habría dicho:¡Ay del hombre por quien viene el escándalo! Porque solamente llama míseros a los que proceden con mala voluntad y determinación. Ni te admires de que diga: por quien. Porque no lo dice como si ese tal hombre fuera instrumento movido por otro, sino como quien por sí mismo todo lo lleva a efecto. Pues suele la Escritura decir: Por quien, para significar la causa. Como cuando dice: He adquirido un varón por Dios, indicando así la causa primera, no la segunda. Y también: ¿Acaso la interpretación de ellos -los sueños- no es por Dios? Además: Fiel es Dios por el cual habéis sido llamados a la unión con su Hijo? Para que sepas, en fin, que los males no vienen por necesidad, oye lo que sigue: Porque una vez que los llamó míseros, prosigue: Si tu mano o tu pie te escandalizan, córtalos, arrójalos de ti. Más ventajoso te es entrar en la vida manco o cojo que Más te conviene entrar a la vida con un solo ojo, que ser arrojado al infierno de fuego con tus dos ojos. No hable de los miembros ¡lejos tal cosa! sino de los amigos y parientes a quienes tenemos como propios miembros. Lo había dicho antes y ahora lo repite. Pues no hay cosa más dañina que la compañía de los malvados. Con frecuencia lo que la necesidad no logra, lo consigue la amistad así para el mal, como para la utilidad. Por esto nos ordena cortar con gran vehemencia a quienes nos son perniciosos, dando a entender a los que nos escandalizan.
¿Observas en qué forma rechaza el mal que de los escándalos se seguirá prediciéndolo para que a nadie tome desprevenido y en pereza, sino que ya temiéndolo vigile ese daño que él predijo ser máximo? Porque no dijo simplemente:¡Ay del mundo por los escándalos; sino que lo hizo después de declarar sus muy graves daños. Y cuando llamó mísero a aquel por quien viene el escándalo, declaró que de ahí se derivaría un mayor mal. Pues cuando dice: Pero ¡ay de ese hombre! Indica un suplicio grande. Y no para aquí, sino que añadiendo un ejemplo, aumenta el temor. Y no contento aún, muestra el camino por donde podemos huir del escándalo.
¿Cuál es? A los perversos, dice, aun cuando sean tus íntimos amigos, recházalos de tu amistad. Y te pone un argumento irrefutable. Pues si siguen siendo tus amigos, a ellos no los ganarás y tú te perderás. En cambio, si los rechazas, a lo menos tú conseguirás la salvación. De manera que si alguien con su amistad te daña, córtalo. Si a veces amputamos nuestros miembros cuando ya no tienen cura posible y causan daño a otros miembros, con mayor razón conviene amputar a los amigos. A la verdad, si semejantes males provinieran de la naturaleza, este consejo y exhortación sería inútil; y así mismo el cuidado de predecirlo sería en vano. Pero si no es superfluo, como en realidad no lo es, queda manifiesto que la perversidad trace de la voluntad propia.
Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños. De verdad os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial. Llama aquí pequeñuelos no a los niños, sino a los que muchos estiman como pequeñuelos: me refiero a los pobres, bajos, vulgares. (Pero ¿cómo será pequeño el que es más digno que todo el mundo? ¿cómo será pequeño el que es amigo de Dios?). Llama, pues, así a los que en la opinión del vulgo son pequeños. Y no habla de muchos, sino de uno solo. Y por aquí de nuevo rechaza el daño del escándalo de muchos. Pues así como el huir de los perversos trae gran bien, así igualmente el honrar a los buenos. Doble utilidad se deriva de esto a quienes viven atentos. Una, el apartar así las amistades de los que escandalizan; otra, el mostrar honra y reverencia a los santos.
Por otro camino también los hace honorables, diciendo Porque sus ángeles en el cielo contemplan siempre el rostro de mi Padre celestial. Por aquí queda claro que los justos -y aun todos- tienen allá su ángel. Así el apóstol dice en referencia a la mujer, que conviene tenga sobre su cabeza poder, es decir velo, a causa de los ángeles. Y Moisés: Fijó las fronteras de las naciones según el número de sus ángeles. 259 Pero no habla aquí de los ángeles simplemente, sino de los más eminentes. Pues al decir: el rostro de mi Padre no significa otra cosa, sino mayor libertad, mayor confianza y grande honor.
Porque el Hijo del hombre vino a salvar lo que había perecido. 260 Trae una nueva razón, más firme que la primera, y añade una parábola que presenta al Padre queriendo la salvación. Dice: ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas ¿no dejará en los montes las noventa y nueve para ir en busca de la descarriada? Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más gozo por ella que por las noventa y nueve no descarriadas. De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños.
¿Observas de cuántas maneras nos induce al cuidado de los hermanos aun los más pequeños? No vayas, pues, a decir: ese es un herrero o un zapatero o agricultor o iliterato y tonto, y lo desprecies. Advierte de cuántos modos te induce Cristo a portarte con modestia y cuidar de ellos para que no caigas en aquel mal. Trae al medio a un pequeñuelo y dice: Haceos como niños. Y cualquiera que recibiere a un pequeñuelo, me recibe a mí; y el que escandalizare, recibirá el castigo extremo. Y no se contentó con el castigo de la piedra de molino asinario, sino que añadió aquel ¡ay! y ordenó que a quienes escandalizan se les corte, aunque tengan para nosotros el lugar de mano o de ojos.
También nos empuja a tenerlos en aprecio por razón de los ángeles a quienes esos humildes están encomendados; y también por ser esa su voluntad y precio de su Pasión; pues cuando dice: Vino el Hijo del hombre a salvar lo que había perecido, significó la crucifixión, como lo hace Pablo hablando con uno de los hermanos: Por el cual murió Cristo. 261 Además, por respeto del Padre que no quiere que perezcan. Y finalmente por la ordinaria práctica de los pastores, quienes dejan las ovejas que están a salvo y van en busca de la extraviada y cuando la encuentran se alegran sobre manera de haberla salvado.
Pues si Dios tanto se alegra de un párvulo a quien ha encontrado ¿por qué tú desprecias a quien Dios tan solícitamente cuida, siendo así que convenía dar la vida por uno de estos pequeñuelos? Es que es débil y de nonada. Pues precisamente por eso debes poner todos los medios para salvarlo. Cristo, dejando las noventa y nueve ovejas, se acercó a ésta; y la salvación de tan gran número de hombres no pudo hacer que quedara en la sombra de la ruina esa sola. Lucas dice que la tomó sobre sus hombros y que hay mayor gozo por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que perseveran. Con eso de abandonar a los que estaban sanos y salvos y alegrarse más por esa sola oveja vuelta al redil, demuestra el mucho cuidado que de ella tiene.
No descuidemos, pues, tales ánimas, ya que tal fue la finalidad con que se dijeron todas estas cosas. Cuando amenaza con que no entrará al reino de los cielos quien no se haga pequeñuelo; y cuando trae al recuerdo la piedra de molino asinario, reprime la arrogancia y el fausto, pues nada hay que así contraríe a la caridad como la arrogancia. Y cuando dice Es necesario que haya escándalos, los hace más vigilantes. Y cuando añade: ¡Ay de aquel por quien viene el escándalo!, cuida de que cada uno se guarde de que por él venga el escándalo. Y cuando ordena arrancar y arrojar lejos a los que escandalizan, facilita la salvación. Y cuando manda que no despreciemos a los pequeñuelos, no únicamente lo ordena, sino que lo hace con energía (pues dice: Mirad que no despreciéis a uno de estos pequeños); y cuando añade: Sus ángeles ven continuamente la cara de mi Padre; y luego: Para esto vine yo; y también: esto lo quiere mi Padre. Con todo eso torna más diligentes a los que han de tener el cuidado de los pequeños.
¿Adviertes con qué muro tan grande los defendió; y cuán grande solicitud tiene aún de los más viles y pequeños y deleznables? Con castigos intolerables amenaza a quienes les arman zancadilla y promete inefables bienes a los que les sirven y cuidan de ello, y lo confirma con su ejemplo y el de su Padre. Imitémoslos y no rehusemos tomar a nuestro cargo para favorecer a nuestros hermanos cualquier cosa por baja que sea, por trabajosa que sea. De manera que aun cuando fuere necesario servirlos, ya sea pequeño, ya de baja condición social aquel por quien lo hacemos, todo lo toleremos por la salvación de ellos, hasta cruzar montes y precipicios, si es necesario. ¡Tan gran cuidado tiene Dios del alma, que no perdonó a su propio Hijo! Os ruego, pues, que desde muy temprano, en cuanto salgamos del hogar, tengamos delante esta finalidad y cuidado sobre todo: o sea salvar al que se encuentre en peligro. Y no hablo de los peligros materiales, que ni siquiera llegan a peligros, sino de los peligros que el diablo prepara contra las almas. El mercader para acrecentar sus haberes cruza los mares; el artífice para aumentar sus comodidades domésticas no deja piedra por mover. Pues nosotros no nos contentemos con trabajar en nuestra salvación, puesto que si así procedemos la arruinaremos. En la guerra el soldado que no cuida sino de salvarse mediante la fuga, pierde a los demás al mismo tiempo que a sí mismo; en cambio el valeroso, que tomó las armas para defender a los demás, al mismo tiempo que los defiende se guarda a sí mismo.
Ahora bien, como nuestra situación sea de guerra, y guerra la más encarnizada de todas y de ejército y de batalla, estemos preparados y armados para la lucha en la forma que lo ordena nuestro Rey y aun para la sangre y para la muerte, atendiendo a la común salvación de todos, exhortando a los compañeros de armas, levantando a los caídos. Porque en esta batalla, muchos de nuestros hermanos yacen heridos, ensangrentados, y no hay quien cuide de ellos, nadie ni del pueblo ni de los sacerdotes ni de los peatones, ni de los amigos, ni de los hermanos, sino que cada cual atiende a solos sus intereses. Por eso perdemos de lo propio. Nuestra suprema confianza, nuestra alabanza consiste en no ocuparnos únicamente de lo nuestro.
Por eso somos fácil presa del demonio y de los hombres y somos débiles, porque andamos procediendo al contrario de lo que se nos ha dicho y no nos defendemos mutuamente ni nos amurallamos con aquella caridad que es según Dios; sino que buscamos otros títulos de amar, unos alegando el parentesco, otros la familiaridad, otros la suerte común, otros la vecindad; y somos amigos por otra causa cualquiera, menos por la piedad, cuando ésta debería ser la causa única de nuestra amistad. Pero ahora sucede al revés; de manera que a veces somos más amigos de los judíos y de los gentiles que de los hijos de la Iglesia.
Confesarás ser esto verdad, pero dirás: es porque aquél es bueno y modesto, mientras que este otro es malvado. ¿Qué dices? ¿Llamas malvado a tu hermano a quien tienes prohibido decirle rata? ¿Y no te avergüenzas ni te ruborizas de traicionar así a tu hermano, miembro tuyo, nacido del mismo parto espiritual y partícipe de la misma mesa sagrada? Y en cambio, tienes un hermano carnal y aunque tenga mil defectos y cometa millares de crímenes, le ayudas; y si tiene mala fama te parece que a ti también te toca la deshonra. A tu hermano espiritual, al que convenía defender cuando se le acomete con calumnias, tú lo cargas de infinitos dicterios y recriminaciones y lo llamas malvado. Dices: ¡es que el malvado difícilmente se soporta! Pues precisamente por esto debes unirte en amistad con él, para apartarlo del vicio, convertirlo, volverlo a la virtud. Dirás que no obedece ni se deja aconsejar. ¿Cómo lo sabes? ¿ya lo exhortaste? ¿ya procuraste su enmienda? Responderás: ya muchas veces lo he exhortado. ¿Cuántas? ¡Muchas! Una y dos veces. ¡Por Dios! ¿a eso llamas muchas veces? Aunque en eso hubieras gastado tu vida, no convenía desfallecer ni desesperar.
¿No adviertes cómo Dios perpetuamente nos exhorta por los profetas, por los apóstoles, por los evangelistas? Y ¿lo obedecemos? ¡No! Y ¿se ha cansado de amonestarnos? ¿ha callado? ¿Acaso no nos dice diariamente: No podrás servir a dos señores: a Dios y las riquezas? 262 Y sin embargo, en muchos crece la codicia y tiranía del dinero. ¿Acaso no clama diariamente: Perdonad y se os perdonará? 263 Pero nosotros nos volvemos más feroces aún. ¿No nos amonesta diariamente que dominemos la concupiscencia y los placeres ilícitos, y sin embargo muchos, a la manera de los cerdos, se revuelcan en semejantes pecados? Y a pesar de todo, él no cesa de exhortarnos.
¿Por qué, pues, no reflexionamos en esto y no decimos: Dios continuamente nos habla y no desiste, aunque generalmente no lo obedecemos? Por eso decía El: Pocos son los que se salvan. 264 Pues si para salvarnos no nos basta con ejercitar solitariamente la virtud, sino que por necesidad hemos de buscar compañeros en ella, cuando no cuidamos ni de la nuestra ni de la de los otros ¿qué no padeceremos? ¿de dónde tendremos en adelante esperanza de salvación? Mas ¿por qué os acuso de esto cuando ni siquiera de los domésticos tenemos cuidado, como son la esposa, los hijos, los criados; y en lugar de cuidar de ellos andamos solícitos de mil cosas fútiles, a la manera de ebrios, como por ejemplo de cómo aumentar el número de siervos que con más diligencia nos atiendan; de cómo los hijos tendrán una mayor herencia, de cómo la esposa resplandecerá con oro y vestiduras preciosas, mientras para nada cuidamos de nosotros mismos, sino solamente de nuestros haberes? Y a la verdad, de la esposa no se tiene cuidado alguno sirio de los adornos que la rodean; y lo mismo se diga de los hijos. Es como si alguno tuviera una casa ruinosa y que se está cayendo y cuyos muros están para derrumbarse y él, descuidando el repararlos, fabricara en torno grandes cercados. O como si estando el cuerpo enfermo, no se cuida de él, mientras en cambio, se le preparan dorados vestidos. O como si teniendo enferma a la señora de la casa, se anduviera cuidando a las criadas y las telas y los vasos y ajuares domésticos, mientras ella se consume en gemidos. Tal es el espectáculo actual de nuestra alma: se encuentra mal y en mísero estado. La tienen por tierra y maltrecha la ira, la maledicencia, las locas codicias, la vanagloria, los pleitos. Y mientras semejantes fieras la desgarran, nosotros la abandonamos a tales enfermedades y sólo cuidamos de la casa y de los domésticos.
Si ocultamente una osa se escapa de su jaula, cerramos la casa, corremos por las calles para no ir a toparnos con ella. Ahora en cambio, mientras desgarran nuestra alma no una fiera sino una caterva de pensamientos, nosotros de nada nos damos cuenta. Tan gran cuidado tenemos de las fieras en la ciudad, que las guardamos en sitios despoblados o las recluimos en jaulas o en subterráneos y cuidamos de que no anden vagando por el foro o la curia o el palacio, sino que las mantenernos lejos y encadenadas. Y en cambio, en el alma, que tiene también su curia y su palacio y su tribunal para juzgar, ahí se da vuelta a las fieras y andan rugiendo en torno al entendimiento y al solio regio y armando alboroto. Por eso todo anda desordenado, todo lleno de tumultos dentro y fuera. No hay diferencia entre lo nuestro y una ciudad devastada por la incursión de los bárbaros. Y es como si un dragón diera sobre su nido de avecillas, y éstas volaran temblorosas, perturbadas y sin tener en donde refugiarse, en semejante tumulto.
Os ruego, pues, que demos muerte al dragón, que encerremos las fieras y las sofoquemos y las degollemos. Con la espada del espíritu llenemos de heridas esos malos pensamientos, para que no nos amenace el profeta, como lo hizo con Judea: Ahí danzarán los sátiros y onocentauros y los chacales y los dragones. 265 Porque hay, hay hombres peores que los onocentauros, que viven como si habitaran en un desierto: recalcitrantes, como entre nosotros suelen hacerlo los jóvenes. Arrebatados de feroces concupiscencias, así saltan, así recalcitran, así vagan sin freno por todas partes, sin tener respeto alguno al decoro. Culpables son los padres. Estos obligan a los domadores de caballos a que cuidadosamente enseñen y rijan sus corceles y no dejan que los potros en su juventud se críen indómitos, sino que los ponen al freno y ya desde los principios echan mano de los demás adminículos; y en cambio a sus hijos jóvenes les permiten andar vagando libres de freno, entregados sin temperancia a las meretrices y a los dados y que frecuenten los teatros inicuos, manchándose de crímenes; cuando lo conveniente era darles esposa casta y prudente, para que no anden tras de las prostitutas; darles esposas que los aparten de sus malas y locas costumbres y sirvan de freno a semejantes caballos.
Fornicaciones y adulterios no tienen otro origen que el libertinaje de los jóvenes. Si el joven tiene una esposa prudente, cuidará de sus intereses domésticos y de su fama y estimación. Alegarás que al fin y al cabo son jóvenes. ¡Lo sé yo también! Pero si Isaac tomó esposa a los cuarenta años, y todo ese tiempo vivió en virginidad, mucho más pueden cultivar semejante virtud los jóvenes de ahora que es la época de la gracia. Pero... ¿qué voy a hacer? Vosotros no os cuidáis de mantenerlos en continencia. Ni os pesa ver que se manchan, se afean, se tornan criminales. Ignoráis que es una gran ventaja del matrimonio el conservar la pureza del cuerpo: si no fuera por esa ventaja ninguna utilidad tendría el matrimonio. Pero vosotros procedéis al contrario. Cuando vuestros hijos ya se han coinquinado con innumerables manchas, entonces les dais esposas, pero todo en vano y sin razón.
Dirás que es necesario esperar a que el joven brille y se afame en los negocios civiles. Pero no tenéis en cuenta su alma y sin que os impresione en nada, la veis arrojada por el suelo. Por tal motivo anda todo revuelto y perturbado: porque se descuida el alma; porque no se cuida lo que es más necesario, mientras que lo que son bagatelas con sumo cuidado se promueve. ¿Ignoras que nada más deseable puedes dar a tu hijo que el conservarlo puro y limpio de la compañía de las meretrices? Nada hay más precioso que el alma. Pues ¿qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? 266 Pero todo lo pervierte y destruye el amor de los dineros y acaba con el temor de Dios: captura al alma como un tirano una ciudadela. Por él descuidamos la salvación propia y la de los hijos; y cuidamos únicamente de cómo, alcanzada una mayor opulencia, dejemos riquezas a otros y éstos a otros y luego esos otros a los postreros. Nos convertimos no en poseedores, sino en transmisores, por así decirlo, de dineros y posesiones. Nace de aquí una gran necedad, pues los hijos se tornan más viles que los esclavos. Pues a los esclavos, aun cuando no sea por el bien de ellos, pero en fin los castigamos por nuestro bien. En cambio, a los hijos no los hacemos que disfruten de semejante providencia, sino que los estimamos como en menos que a los esclavos.
Pero ¿qué digo de los esclavos? Los estimamos en menos que a los rebaños y andamos más solícitos de los asnos y de los caballos que de los hijos. El que tiene un mulo, cuida muy mucho de ponerle un excelente mulero, que no sea malvado, ni ratero, ni bebedor, ni ignorante de su arte. Pero si se trata de dar al hijo un pedagogo, recibimos a un cualquiera que de casualidad y sin escogerlo topamos: esto a pesar de que no hay arte mayor ni más difícil. Pues ¿qué arte habrá igual al que se ocupa en dirigir el alma y conformar la mente y la índole de un joven? Quien de tal arte esté dotado, debe mostrar mayor diligencia que cualquier pintor o escultor.
Pero nosotros de nada nos cuidamos; y lo único que anhelamos es que el joven aprenda el idioma. Y aun esto lo procuramos únicamente con el objeto de adquirir riquezas. Pues de joven no aprende el idioma para saber hablar bien, sino para amontonar riquezas. Y esto es cierto a tal grado que si las riquezas pudieran adquirirse por otro camino, sin duda que para nada nos cuidaríamos del aprendizaje de semejante disciplina. ¿Observas cuán grande es la tiranía de las riquezas y cómo todo lo invade y arrastra a los hombres a donde quiere y los trata como a esclavos atados? Pero... ¿qué fruto sacamos de tantas recriminaciones? Nosotros acometemos esa tiranía con palabras; pero ella en las realidades nos vence. Sin embargo, ni aun así cesaremos de impugnarla con palabras. Si algo conseguimos con nuestro discurso, saldremos gananciosos nosotros y vosotros. Pero si perseveráis en vuestra determinación, por nuestra parte habremos cumplido con lo que somos obligados... Que Dios os libre de semejante enfermedad y a nosotros nos conceda que podamos gloriarnos de vosotros. Pues a El se debe la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LX (LXI)

Si pecare contra ti tu hermano, ve y amonéstalo a solas tú y él. Si te atendiere, habrás ganado a tu hermano (Mt 18, 15).
PUES había Cristo usado de un acre discurso contra los que fueron para otros causa de escándalo y tropiezo, y de muchos modos los había aterrorizado, con el objeto de que no permanecieran en absoluto abatidos en su ánimo los que hubieran sido escandalizados; ni tampoco por persuadirse de que todo el discurso había sido contra los otros, fueran a explayarse y caer en el vicio contrario y creyéndose dignos de todo servicio y consideración dieran en la arrogancia, observa cómo los reprime; y ordena que el redargüir sea únicamente entre dos, para que no suceda que la acusación se torne más grave por el testimonio de muchos y esto exaspere al acusado y así se vuelva más difícil su remedio.
Dice, pues: Entre tú y él solos. Si te atiende habrás ganado a tu hermano. ¿Qué significa: si te atiende? Es decir, si a sí mismo se condena, si se persuade de haber delinquido. No dice: ya le impusiste el castigo que merece; sino: habrás ganado a tu hermano. Demuestra así que de la enemistad se sigue un daño común. No dice: se habrá ganado a sí mismo, sino tú lo habrás ganado. Declara con esto que uno y otro habían sufrido daño: uno por haber perdido a un hermano suyo; otro el daño de su salvación. A esto exhortaba cuando se asentó allá en el monte. Unas veces enviando el dañado al dañante y diciendo: Si cuando vas a presentar tu ofrenda al altar te acordares de que tu hermano tiene algo contra ti, deja ahí tu ofrenda y ve antes a reconciliarte con tu hermano. 267 Otras veces ordenando que quien ha recibido daño perdone al dañante, enseñándonos a decir: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. 268 Aquí lo dice de otra manera. Porque no induce a eso al ofensor, sino al ofendido. Como el ofensor no fácilmente vendría a pedir excusas, avergonzado y ruboroso, Cristo le envía el ofendido. Y no inútilmente, sino para que enderece lo acontecido. Y no dice: Acúsalo, incrépalo, castígalo; sino: Argúyelo y demuéstrale lo mal hecho. Porque él, como embriagado por la ira y el pudor, y como adormecido, así se encuentra poseído de esos afectos. Conviene, pues, que tú, que estás sano, vayas a él que está enfermo y establezcas con él un juicio en privado y pongas un remedio que sea aceptable. Porque ese argúyelo no significa otra cosa, sino tráele a la memoria su falta; ponle delante lo que de él has padecido. Esto, si se hace con modo decoroso, ya es parte de la defensa y empuja a la reconciliación.
¡Bueno! Y ¿si no accede y permanece endurecido y pertinaz? Entonces toma contigo a uno o dos testigos, a fin de que sobre el testimonio de dos o tres se garantice toda declaración. Pues cuanto más impudente y petulante se mostrare, tanto más conviene correr a remediarlo y no a enfurecerse e indignarse. También el médico, cuando ve que la enfermedad es más grave, no desiste, ni lo lleva pesadamente, sino que se prepara mejor; que es lo que aquí Cristo ordena que se haga. Puesto que por estar tú solo has parecido un tanto débil, refuérzate con los otros dos. Dos son ya suficientes para argüir al que pecó. ¿Adviertes cómo Cristo busca no solamente la salud y utilidad del dañado, sino también la del que causó el daño? Porque sufrió daño el que quedó preso en la enfermedad de la ira y se encuentra debilitado. Por lo mismo Jesús lleva al otro a éste, ya sólo, ya con dos acompañantes; y si todavía se resiste al acompañado así, entonces lo lleva ante toda la reunión o Iglesia.
¿Por qué añade: dilo a la iglesia? Si buscara sólo la utilidad del paciente, nunca ordenara perdonar al pecador setenta veces siete. No habría señalado tantas ocasiones ni tan numerosos auxiliares para su enmienda; sino que tras de la primera entrevista lo habría abandonado y lanzado fuera a semejante pecador obstinado. Ahora, en cambio, ordena que una, dos y tres veces se le cuide; y no solamente a solas, sino con dos y con muchos testigos. Por esto, cuando se trata de los infieles nada de eso dice, sino otra cosa: Si alguno te hiere en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Pero en este caso, no procede así. Como también Pablo lo indica al decir: Pues no me toca a mí juzgar de los de fuera. 269 En cambio, al tratar de los hermanos, ordena que se les arguya y se los aparte; y si no hacen caso, que se les corte y se les avergüence. Lo mismo hace Cristo aquí al poner la ley para los hermanos; y les señala tres jueces que les indiquen lo que en su embriaguez cometieron. Pues aunque fue él quien cometió todos aquellos errores y fue quien habló, pero necesita de otros que lo enseñen, puesto que él estaba embriagado: la ira y el pecado ciegan la mente más que la embriaguez y arrojan a una locura peor. ¿Quién más prudente que David? Y sin embargo, al caer en pecado, perdió la conciencia del mal, porque la concupiscencia le embotó el raciocinio, y llenó su ánimo al modo de una humareda. Necesitó por eso de la lámpara llevada por el profeta y de discursos que le recordaran su pecado.
Tal es, pues, la razón de que ahora Jesús lleve al pecador a esos testigos para que declaren acerca de sus obras. Mas ¿por qué ordena que sea éste y no otro el que lo entreviste? Porque sin duda a éste -pues es el que él injurió- lo tolerará con mayor moderación. No sufrirá con igual ánimo que le arguya otro acerca de la injuria que cometió, sobre todo presentándose sólo el que lo arguye. En cambio, cuando vea que aquel que tiene derecho a exigirle declaraciones, anda procurando su salvación, será este quien mejor que todos los otros podrá traerlo al arrepentimiento, viendo sobre todo que éste no lo hace para imponerle castigo, sino buscando su enmienda. Por esto Cristo no ordena que desde el principio se presenten dos, sino hasta que haya fracasado el primero. Y aun entonces no le envía una muchedumbre, sino a lo más dos y aun uno solo. Y no lo remite a la iglesia hasta que el delincuente haya despreciado a esos otros.
Cuida de este modo de que no se divulguen los pecados del prójimo. Pues aunque hubiera podido desde el principio remitir a la iglesia, no lo hizo para que no se divulgara el pecado. Solamente lo ordena después que hubieren transcurrido sin fruto una y dos admoniciones. Y ¿qué quiere decir: sobre el testimonio de dos o tres se garantice toda declaración? Es como si dijera: Así tendrás testimonio idóneo de que tú pusiste todo cuanto estaba de tu parte y de que nada omitiste. Pero si ni a éstos atiende, dilo a la Iglesia, o sea a los que la presiden. Y si ni a la Iglesia hace caso, tenlo como gentil o publicano. Un hombre así se halla enfermo de una enfermedad incurable. Advierte cómo en todas partes presenta al publicano como ejemplo de suprema perversidad. Pues antes dijo: ¿Acaso no hacen lo mismo los publicanos? 270 Y más adelante: Los publicanos y las meretrices os precederán en el reino de los cielos, 271 o sea los más reprobados y condenados.
Oigan esto los que corren tras de las ganancias injustas y andan añadiendo réditos sobre réditos. Mas ¿por qué a éste finalmente lo coloca entre los publicanos? Para consolar al ofendido y aterrorizar al ofensor. ¿Y a esto se reduce todo el castigo? De ninguna manera. Oye lo que sigue. Todo lo que ligareis sobre la tierra quedará ligado en el cielo. Al que preside en la Iglesia no le dice: Átalo, sino: Lo que atares, dejándolo todo en manos del ofendido; y en este caso todas las ligaduras quedan sin soltar. De manera que el ofensor sufrirá males extremos. Pero la culpa no la tiene el que delató, sino el ofensor que no quiso hacer caso. ¿Adviertes cómo a éste lo ató dos veces: una con la pena presente y otra con el futuro suplicio? Y procedió a conminar de ese modo, con el objeto de que no suceda esa clase de ofensas; sino que el ofensor temeroso de tales amenazas y de que se le excluya de la Iglesia, y también de los peligros que se le echan encima por las ataduras, acá en la tierra y allá en el cielo, se porte con mayor moderación sabiendo estas cosas. Y si no deja su enojo desde el principio, lo deje al menos después; y ante la multitud de juicios y tribunales lo deponga. Por tal motivo, constituye Cristo el primero y el segundo y el tercer juicio; y no lo corta de la Iglesia inmediatamente, sino que espera, con el objeto de que si no obedece al primero, ceda ante el segundo; y si también a éste lo rechaza, tema al tercero, y si a éste desprecia, se atemorice con el juicio futuro o por la sentencia o por la venganza divina.
También os digo que si dos de vosotros en este mundo están concordes en pedir cualquier cosa que fuere, les será otorgada por mi Padre celestial. Porque en donde están dos o tres congregados en mi nombre, ahí estoy yo entre ellos. Observa cómo por otro camino nuevo, deshace las enemistades, quita los odios, procura la unión; o sea no sólo por el temor del castigo ya mencionado, sino también por los bienes que nacen de la caridad. Una vez que a los querellosos les hizo aquellas amenazas, ahora decreta eximios premios para la caridad, puesto que quienes entre sí mantienen la concordia, alcanzan del Padre todo lo que piden y tienen a Cristo entre ellos.
Entonces ¿en ninguna parte se encuentran dos concordes? Sí, en muchos sitios y aun quizá en todas partes. ¿Cómo es, pues, que no alcanzan lo que piden? Porque hay muchos modos y causas de no alcanzarlo. Con frecuencia piden lo que no conviene que se les conceda. Ni ¿por qué te admiras cuando Pablo mismo sufrió que no se le oyera cuando escuchó que se le decía: Te basta con mi gracia, pues mi poder se manifiesta a la perfección en la flaqueza? 272 O bien porque los que piden no son dignos de equipararse con los que oyeron aquella promesa, ni tienen las disposiciones competentes, pues Cristo requiere hombres semejantes a los apóstoles. Por eso dice: de entre vosotros, es decir dotados de angélicas virtudes como las que vosotros manifestáis. O bien piden contra los que les han hecho daño, suplicando venganza y castigo contra ellos, cosa que está vedada, pues dijo Jesús: Orad por vuestros enemigos 273. O también porque sin hacer penitencia ni arrepentirse, siguen pecando y así piden una misericordia que nadie puede alcanzar, no ya pidiendo ellos, pero ni aun pidiendo por ellos algunos otros de los que tienen entrada con Dios. Así Jeremías cuando oraba por los judíos, oyó que le decían: No ores por este pueblo porque no te oiré . 274 Pero si se reúnen todas las condiciones y pides cosas que sean útiles y pones todo lo que; está de tu parte llevando una vida apostólica y guardando la concordia y caridad con el prójimo, alcanzarás lo que pides, pues benigno es el Señor.
Y pues había dicho por mi Padre, para demostrar que no sólo el Padre, sino también él lo concede, añadió: Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre ahí estoy entre ellos. Entonces ¿en ninguna parte se hallan dos o tres congregados en su nombre? Sí, los hay, aunque raras veces. Porque no habla simplemente de una reunión, ni es eso solo lo que pide; sino, como ya dije, pide además las otras virtudes. Y también que se pida con gran ahínco. Porque lo que dice significa lo siguiente: Si alguno me tiene como motivo primero de su amor al prójimo, estaré con él, con tal de que posea las demás virtudes. Pero ahora vemos a muchos que tienen otros motivos de amistad. Uno ama porque es amado; otro porque ha recibido honores; otro porque el prójimo en algún negocio secular le fue útil; otro por otro motivo cualquiera parecida. En cambio, resulta difícil encontrar alguno que ame a su prójimo por Cristo y en la forma que conviene. Los más se hallan mutuamente unidos a causa de sus negocios seculares.
No amaba así Pablo, sino por Cristo. Por eso aun no siendo él amado en el grado mismo en que él amaba no decaía en la caridad. No van ahora las cosas por ese camino. Si bien examinamos hallaremos que muchos tienen motives de amor muy diversos de ése. Si alguien me concediera hacer este examen aquí entre tan grande multitud, demostraría que muchos se unen en amor por causa de motivos seculares. Y esto queda claro por lo que origina las dichas amistades. Porque aman por causa de esas cosas pasajeras; de donde nace que no se amen ni ardiente ni perpetuamente, sino que la amistad se rompe por cualquier injuria, pérdida de dinero, envidia, amor de la vanagloria que acontezca.
Es que su caridad no tenía una raíz espiritual. Si la tuviera, ninguna de las cosas seculares la mataría. La caridad que es por Cristo es firme, estable, invencible, nada hay que pueda arrancarla: ni las calumnias, ni los peligros, ni la muerte, ni nada semejante. Aun cuando el que así ama sufriera miles de trabajos, no descaecería en el amor, teniendo siempre ante los ojos el motivo de su amor. En cambio, el que ama para ser amado, si ve algo que le desagrade, deja de amar; mientras que quien está atado con el vínculo de Cristo, jamás se aparta. Por eso Pablo decía: La caridad jamás fenecerá. 275¿Qué podrías objetar? ¿que aquel a quien honraste te injurió? ¿que aquel a quien hiciste un beneficio intentó darte la muerte? Pero si por Cristo amas, eso mismo te llevará a una mayor caridad.
Lo que en otros destruye la caridad, eso acá la hace mayor. ¿Cómo? En primer lugar, porque ese que así se porta es para ti causa de recompensa. En segundo lugar, porque ese tal está necesitado de mayor auxilio y ayuda. Por esto, quien así ama no examina ni la patria, ni las riquezas, ni cuánto de amor recibe en retorno, ni nada semejante. Aunque se le odie, aunque se le injurie, aunque se le mate, persevera en el amor, pues tiene un motivo apropiado que es el amor a Cristo; y mirando a ese motivo permanece firme, estable, inmóvil.
La razón es que Cristo así amó a los enemigos, a los ingratos, a los rijosos, a los blasfemos, a los que lo aborrecían, a quienes no soportaban ni siquiera el mirarlo y anteponían a El los maderos y las piedras en los ídolos: a todos esos los amó con caridad suprema, mayor que la cual no puede otra alguna encontrarse. Pues dice: Nadie tiene un amor que supere al de dar uno la vida por sus amigos. 276 Y en cuanto a los que lo crucificaron y tan furiosamente se embravecieron contra El, mira cómo cuida de ellos. Pues hablando de ellos al Padre, dice Perdónalos pues no saben lo que hacen 277 Y luego les envió sus discípulos. Pues imitemos nosotros esa caridad; a ella volvamos nuestras miradas, para que hechos imitadores de Cristo consigamos estos bienes y también los futuros, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LXI (LXII)

Entonces se le acercó Pedro para preguntarle: Señor ¿cuántas veces habré de perdonar a mi hermano los agravios que me haga? ¿Hasta siete veces? Respondióle Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt 18, 21-22).
PENSABA PEDRO que decía algo notable; y por eso, como quien establece una cosa enorme, dijo: ¿Hasta siete veces? Como si preguntara: eso que nos has ordenado ¿cuántas veces lo tengo que hacer? Si mi hermano continuamente peca contra mí y muchas veces amonestado se arrepiente ¿hasta dónde nos ordenas que llevemos esto? Porque para aquel que ni se arrepiente ni a sí mismo se condena, tú mismo señalaste el término diciendo: Sea para ti como el gentil y el publicano. En cambio para este otro, no lo hiciste, sino que nada más dijiste que se le recibiera de nuevo como amigo. Por esto pregunto: ¿cuántas veces soportaré al que arrepentido confiesa su culpa? ¿Será bastante con siete veces? ¿Qué le contesta Cristo, el bueno, el benigno Dios?: No te digo que hasta siete, sino hasta setenta veces siete. No es que con esto determine un número, sino que da a entender que siempre, sin límites, perpetuamente. Pues así como mil con frecuencia significa un número indefinido y grande, así en ese sentido se dice lo de más arriba. Aquello que dice la Escritura: La estéril dio a luz siete veces, 278 significa muchas veces. De manera que Cristo no señaló término ni número de perdones, sino que significó que debía concederse siempre y perpetuamente. Así lo declara con la parábola que sigue.
j Para que no pareciera que ordenaba algo enorme y trabajoso al decir: Setenta veces siete, añadió esta parábola con la que al mismo tiempo insinuó lo que ya antes había dicho, reprimió a quien quiera por este motivo ensoberbecerse y declaró no ser cosa ardua, sino muy fácil. Trajo al medio su benignidad para que por comparación comprendas que tú, aunque perdones setenta veces siete, más aún, aun cuando perdones a tu prójimo todas sus culpas y siempre, tu misericordia, comparada con la inmensa bondad de Dios, es como una gotita de agua en el océano y con mucho menor aún: misericordia divina de que tú necesitas pues tienes que ser llevado a juicio y dar razón de tus cosas.
Por eso añadió: Es semejante el reino de los cielos a un rey que quiso llamar a cuentas a sus siervos. Al comenzar a pedirlas, se le presentó uno que le debía diez mil talentos. Y como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuera vendido como esclavo, con su mujer y sus hijos y todo lo que tenía, y así satisficiera la deuda. Y luego, como éste hubiera alcanzado misericordia, habiendo salido ahogaba a un consiervo que le debía cien denarios. Por lo cual enojado ordenó que fuera llevado a la cárcel hasta que pagara toda la deuda. ¿Observas cuán grande es la diferencia del pecado contra el hombre y el pecado contra Dios? Cuanta hay entre cien denarios y diez mil talentos; y ciertamente aún mucho mayor. Esto resulta a causa de la diferencia de las personas y también de la frecuencia de los pecados. Cuando un hombre nos está viendo, desistimos y no nos atrevernos a pecar. En cambio, estando diariamente viéndonos Dios, no tememos, sino que, por el contrario, sin temblar hacemos y decimos cuanto queremos. Por otra parte, los pecados se tornan más graves por razón de los beneficios que hemos recibido y del honor de que disfrutamos.
Y si queréis conocer cómo los pecados contra Dios son los diez mil talentos y aun muchos talentos más, procuraré explicarlo en pocas palabras. Pero temo que quienes están inclinados a la perversidad y con frecuencia caen en pecado, crean que les doy mayor libertad; o por el contrario, lance a la desesperación a quienes son más modestos, de manera que vayan a decir como los discípulos: ¿Quién podrá salvarse? 279 Sin embargo, la explicaré para dar mayor seguridad y mansedumbre a los que atienden. Pues los que padecen enfermedad incurable y son insensibles, no se conmoverán con mi razonamiento, ni se apartarán de su perversidad y pereza. Y si de mis palabras toman ocasión de mayor negligencia, eso no se ha de achacar a mi discurso, sino a su necedad. En cambio, lo que se va a decir puede reprimir y llevar al arrepentimiento a quienes viven atentos. Por su parte, los que son más moderados, cuando vean la mole de pecados y la fuerza de la penitencia, más se empeñarán en la virtud. De manera que hay ventaja en lo que voy a decir.
Pondré delante los pecados y cuanto delinquimos contra Dios y contra los hombres. Y no pondré los pecados especiales sino los ordinarios; los propios después cada cual los añadirá según su conciencia. Pero lo haré una vez que haya declarado los beneficios de Dios. ¿Cuáles son los beneficios de Dios? Nos hizo de la nada, creó todo lo visible para nosotros: cielo, mar, tierra, aire y cuantos seres en ellos se contienen, los animales, las plantas, las simientes... Pero es necesario abreviar a causa de la inmensa multitud. A solos nosotros de cuantos viven sobre la tierra nos dio un alma viviente tal como la nuestra, plantó el paraíso, nos dio una auxiliar y el imperio sobre los animales y coronó al hombre de gloria y honor. Y luego al mismo hombre, que se había tornado ingrato contra su bienhechor, le concedió un don más grande aún.
Ni te detengas en la consideración de que lo arrojó del paraíso, sino considera además las ventajas que de ahí se siguieron. Puesto que, tras de haberlo echado del paraíso y haberle dado infinitos bienes, y providencias variadas, envió a su Hijo a los mismos que colmados de beneficios lo odiaban; y nos abrió el cielo, y puso ante nosotros el paraíso: ante nosotros, enemigos, y nos hizo sus hijos aunque ingratos. Por esto ahora oportunamente se dice: ¡Oh profundidad de la riqueza y de la sabiduría y de la ciencia de Dios! 280 Y nos dio el bautismo para remisión de los pecados, nos libró de los castigos, nos constituyó herederos del reino, prometió mil bienes a quienes obraran con rectitud, nos tendió la mano, infundió en nuestros corazones el Espíritu Santo.
Después de tan ingentes bienes y tan numerosos ¿qué disposiciones deberíamos tener? ¿Acaso si muriéramos cada día por El que tanto nos ha amado, le daremos las debidas gracias o a lo menos un poco se lo habremos agradecido? ¡De ninguna manera, pues eso mismo cedería en ventaja nuestra! Entonces finalmente ¿en qué disposiciones nos hallamos en la realidad, quienes debíamos estar en aquellas otras? Día a día quebrantamos sus mandamientos. No os vayáis a incomodar si acometo la lengua de los pecadores; pues no os acuso a vosotros solamente sino también a mí mismo. ¿Por dónde queréis que comencemos? ¿por los siervos? ¿por los libres? ¿por los soldados? ¿por los particulares? ¿por los príncipes? ¿por los súbditos? ¿por las mujeres? ¿por los varones? ¿por los ancianos? ¿por los jóvenes? ¿por cuál edad? ¿por cuál linaje? ¿por cuál dignidad? ¿por cuáles oficios? ¿Queréis que dé comienzo por los soldados? ¿A cuántos pecados no se arrojan diariamente? Lanzan injurias y dicterios, se enfurecen, se deleitan con las ajenas desgracias, semejantes a lobos, nunca están libres de crímenes a no ser que alguno diga que el mar carece de oleajes.
¿Qué enfermedad del ánimo no los agita? ¿qué dolencia espiritual no cerca y tiene sitiada su alma? Porque a los iguales los envidian, anhelan la gloria vana, defraudan con avaricia a sus subordinados; a quienes andan litigando y se acogen a ellos como a un puerto, les resultan perjuros y enemigos. ¿Cuántas rapiñas se dan entre ellos? ¿cuántos engaños? ¿cuántas falsas delaciones y negocios sucios? ¿cuántas adulaciones y servilismos? Pues bien, compararemos eso con la ley de Cristo. El que dijere a su hermano fatuo es reo de la gehenna de fuego. Quien ve a una mujer con ojos concupiscentes, ya adulteró con ella en su corazón. El que no se humillare como este párvulo no entrará en el reino de los cielos . 281 Pero los soldados usan de arrogancia para con los súbditos que se les han encomendado, los cuales los temen y les tiemblan, y ellos los tratan con mayor ferocidad que las bestias salvajes. Nada hacen por Cristo, sino todo por el vientre, por el dinero, por la gloria vana.
¿Pueden acaso contarse con palabras sus crímenes? ¿para qué voy a recordar sus burlas, sus risotadas, sus conversaciones inoportunas, sus dichos obscenos? De su avaricia no hay para qué ocuparse; pues así como los monjes que habitan en las monta as del todo ignoran ese vicio, así son éstos, pero todo al revés. Porque aquéllos ignoran ese vicio porque están lejos de semejante enfermedad; éstos en cambio, como si estuvieran ebrios con ese mal, ni siquiera se dan cuenta de su perversidad; porque la maldad de tal modo ha echado fuera de su corazón toda virtud que aun estando como locos furiosos nada les parece ya criminal: tan grande tiranía ejerce sobre ellos ese vicio. Pero en fin ¿queréis que dejando a un lado a tales hombres vengamos a otros más modestos? Pues ¡ea! ¡vamos a fijarnos en los constructores y artífices! Pues éstos parece que sobre todo se buscan la vida con sus sudores y justos trabajos. Pues aun éstos, si no tienen cuidado, grandes males amontonan con su profesión. Justas obras hacen, pero les añaden la manera injusta de vender y comprar; y acumulan juramentos motivados por la avaricia, perjurios, mentiras. Apegados a las cosas de esta vida y enclavados en la tierra, no dejan medio que no pongan para reunir riquezas y no cuidan de participarlas a los necesitados y sólo anhelan aumentar sus haberes. ¿Quién podrá contar las querellas que de esto nacen, las injurias, los réditos, las usuras, los contratos llenos de fraudes, las negociaciones desvergonzadas? Pero, si os parece, dejemos a éstos y vengamos a otros. ¿A quiénes? A los que poseen campos de cultivo y se enriquecen con los frutos de la tierra. ¿Habrá algo más inicuo que ellos? ¿Quién podrá referir el modo con que se portan con los míseros peones campesinos? Encontraremos que son más inhumanos que los mismos bárbaros. A pobres que durante toda la vida andan consumidos por el hambre, les imponen tasas intolerables y perpetuas y trabajos excesivamente pesados, como a asnos o mulos, o más bien abusando de sus fuerzas corporales como si fueran de piedra, sin darles momento de respiro; sino que igualmente los atormentan, ya sean los campos feraces ya estériles; nada les perdonan. Nada hay más mísero que esto, pues tras de haber pasado todo el invierno en trabajos, destrozados por los fríos, las lluvias y los desvelos, salen los pobres con las manos vacías y aun debiendo al patrón y más temerosos que del hambre y de tan horrible naufragio, de los tormentos de los procuradores, los secuestros, las exacciones, las exigencias y servicios inevitables. ¿Quién podrá contar las negociaciones y comercios ilícitos que mediante ellos se ejercen? Mediante sus trabajos los patrones repletan sus lagares y cuevas, mientras que no permiten a los pobres llevar a sus hogares ni siquiera una mínima medida, sino que el fruto todo lo encierran inicuamente en sus toneles y como pago les arrojan una mezquindad de dinero.
Y luego inventan nuevos géneros de usura, tales que ni las leyes de los gentiles los permiten y redactan execrables contratos usurarios, en los cuales les exigen no el centésimo del capital, sino la mitad: y esto lo hacen con pobres que tienen que alimentar a su mujer y a sus hijos, siendo ese pobre el que repleta sus lagares con su trabajo y llena sus eras. Pero en nada de eso reflexionan. Razón para que traigamos al medio al profeta que clama: Espántate, oh cielo; horrorízate, oh tierra. ¡A qué crueldad se ha arrojado el género humano! No digo esto reprendiendo las artes, la agricultura ni la milicia, sino a nosotros mismos. Centurión era Cornelio, peletero era Pablo y después de su conversión ejercía su arte. Rey era David; Job era, señor de muchos predios, gozaba de innumerables réditos; pero nada de eso le impedía para cultivar la virtud. Pues bien, meditando en todo esto y trayendo a la memoria los diez mil talentos, por aquí excitémonos a perdonar al prójimo aquellas pequeñas deudas suyas. Al fin y al cabo, tenemos que dar cuenta acerca de los mandamientos que se han dado; y no podremos, hagamos lo que hagamos, pagar toda nuestra deuda. Por esto Dios nos abrió un camino por el cual podremos fácilmente pagarlo todo: me refiero al perdón de las injurias. Para que mejor lo comprendamos, pasemos adelante y oigamos íntegra la parábola.
Dice: Le fue presentado uno que debía diez mil talentos. Y como tuviera con qué pagar, ordenó el señor que fuera vendido juntamente con su mujer y sus hijos. Pero yo pregunto: ¿por qué la esposa? No fue por crueldad inhumana, pues ciertamente el hombre habría caído en ese otro mal, con ser también su mujer esclava; sino por una especial providencia. Pues quiere el señor mediante tal amenaza aterrorizarlo, para inducirlo a suplicarle y que así no sea vendido. Si el señor lo hubiera determinado así a causa de la deuda, no habría accedido luego a su petición, ni le habría perdonado. Mas ¿por qué no le perdonó la deuda antes de llegar a exigir las cuentas? Para hacerle ver lo grande de la suma que le perdonaba, y por este camino el criado fuera más indulgente con el consiervo. Pues si tras de haber visto la magnitud de su deuda y lo enorme del perdón, todavía trató con tal aspereza a su consiervo, ¿a qué extremo de crueldad no se habría lanzado, si el señor de antemano no lo hubiera hecho más suave mediante tales remedios? Y ¿qué es lo que dice?: Tenme paciencia y todo lo pagaré. Y el señor compadecido de aquel siervo lo dejó libre y le perdonó toda la deuda. ¿Has notado la alteza de su benignidad? El siervo suplicaba únicamente una espera; pero el señor le concedió mucho más de lo que aquél pedía: el perdón y la remisión de la deuda. Desde un principio quería concedérselo, pero no quería que el don fuera exclusivamente suyo, sino que interviniera la súplica para que el siervo no se marchara sin ser coronado. Sin embargo, aunque el siervo haya caído de rodillas suplicando, la causa del perdón está indicando que la obra toda fue de Dios. Pues dice: Compadecido, le perdonó. Sin embargo quería que pareciera haber cooperado con algo el siervo, para que no se sintiera demasiado avergonzado; y para que aleccionado con su propia desgracia fuera más indulgente con su consiervo.
Hasta aquí el siervo fue hombre bueno y aceptó, pues confesó su deuda y prometió pagarla, y cayó de rodillas y suplicó, condenó su culpa, reconoció la magnitud de la deuda. Pero lo que se siguió no fue digno de lo antecedente. Salido apenas de la presencia de su señor, y antes de que pasara mucho tiempo, pues fue al punto y enseguida, estando fresco el don que se le había hecho, perversamente usó del don y libertad que su señor le había concedido. Habiendo encontrado a uno de sus consiervos que le debía cien denarios, lo ahogaba y le decía: Paga lo que debes. ¿Has visto la misericordia del señor y la crueldad del siervo? Pues escuchadlo vosotros, los que por los dineros procedéis de la misma manera. Pues si por las culpas no debe hacerse eso, mucho menos por los dineros.
¿Qué hizo el consiervo? Le dice: Tenme paciencia y todo lo pagaré. Pero el siervo ni siquiera se conmovió por aquellas palabras que a él lo habían salvado. Pues por ellas le fue perdonada la deuda de los diez mil talentos. No conoció el puerto en que él mismo se había salvado del naufragio. Ni la forma de la súplica le trajo a la memoria la benignidad de su señor. Echando de su ánimo todo eso, a causa de la dureza, la avaricia y la crueldad, más cruel que cualquier bestia salvaje, sofocaba al consiervo. ¿Qué haces, oh hombre? ¿No adviertes en qué forma tú mismo te engañas y vuelves contra ti la espada y echas a perder el perdón y el don? Nada pensó ni se acordó de sus propios intereses, ni en absoluto cedió. Y eso que la súplica no era por la misma cantidad de él. Pues al fin y al cabo él había suplicado por diez mil talentos, mientras que su consiervo suplicaba por cien denarios; éste rogaba a un consiervo, aquél a su señor; aquél obtuvo el perdón total de la deuda, éste suplicaba únicamente una espera, pero ni eso le concedió. Pues lo echó a la cárcel.
Viendo esto los consiervos, lo acusaron ante el señor, y le refirieron todo. Ni a los hombres agradaba eso, cuánto menos a Dios. Se entristecieron juntamente todos, aun los que nada debían. ¿Qué hace el señor? Le dice: ¡Siervo malvado! Toda la deuda te perdoné porque me lo suplicaste. ¿No era razón que tú te apiadaras de tu compañero como yo me apiadé de ti? Observa de nuevo la mansedumbre del señor. Se pone a juicio con el criado y se justifica de tener que revocar el favor concedido. Mejor dicho: no fue él quien revocó el don, sino el mismo que lo había recibido. Por eso dice: Toda tu deuda la perdoné porque me lo suplicaste. ¿No era razón que tú te apiadaras de tu compañero? Pues aun cuando te parezca pesado, convenía que atendieras a lo que ya habías ganado y a lo que en adelante podías lucrar. Aunque el mandamiento sea pesado, pero conviene mirar al premio; y pensar no en el daño que el otro te infiere sino en que ofendes a Dios a quien con una sencilla súplica habías aplacado.
Y si aun así te parece pesado el hacerte amigo del que te ha dañado, mas duro es ir a caer en la gehenna: si tú hubieras hecho comparación habrías visto cuánto más leve es lo primero. Debía el otro diez mil talentos y Dios ni lo llamó perverso ni lo injurió, sino que lo compadeció; pero cuando se tornó inhumano con su compañero, entonces sí lo llama: Siervo malvado. Óiganlo los avaros, pues a vosotros toca lo presente. Oídlo vosotros los inmisericordes y crueles y ved que en realidad no sois crueles para con los otros sino para con vosotros mismos. De manera que cuando quieras recordar las injurias, piensa que contra ti mismo las recuerdas y no contra el otro. Andas haciendo haces de tus culpas y no de las del prójimo. Cuanto hagas contra tu enemigo, como hombre lo haces y en la vida presente; pero Dios no procede así, sino que allá te impondrá un suplicio mayor y para siempre. Porque dice: Lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda; es decir, perpetuamente, pues nunca podría pagarla toda. Pues no mejoraste con el beneficio, no queda sino que te enmiendes mediante el castigo.
Aun siendo las gracias y dones de Dios sin arrepentimiento, pero tanto pudo la perversidad que quebrantó esa ley. ¿Qué habrá, pues, peor que el recuerdo de las injurias, pues puede echar por tierra un don tan grande y de tanto precio? Ni lo hizo el Señor así nomás, sino que airado lo entregó a los verdugos. Al principio, cuando ordenó que fuera vendido, sus palabras no eran de ira y por eso no llevó a cabo su amenaza, sino que todo fue ocasión de una inmensa misericordia; pero ahora la sentencia que pronuncia está llena de gran indignación y lleva consigo suplicio y venganza. Entonces ¿qué significa la parábola? Dice: Así hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano. Y no dijo vuestro Padre, sino: mi Padre. Porque un hombre tan perverso e inhumano, no es digno de llamar Padre a Dios.
Dos cosas, pues, son las que aquí procura: que condenemos nuestros pecados y perdonemos los demás; y esto segundo para lograr lo primero y que nos sea más fácil, pues quien piensa en sus pecados será más indulgente con sus consiervos. Y hay que perdonar no únicamente de palabra, sino de corazón, para que no volvamos en contra nuestra la espada por anclarnos acordando de las injurias. No es tan grande el mal que el otro te hizo, cuanto es el que tú mismo te causas cuando alimentas en tu corazón la ira y te atas sobre ti la sentencia condenatoria de Dios. Si tú estás atento y obras con virtud y prudencia, el daño se volverá sobre la cabeza del otro y él será el que lo padezca. Pero si tú te empeñas en llevarlo pesada y molestamente, tú solo llevarás el daño y no por aquel sino por ti mismo causado.
No digas, pues: Me injurió, me calumnió, me ha causado infinitos males; pues cuanto más enumeres tanto más benéfico mostrarás a tu enemigo. Te dio oportunidad de quitar tus pecados; hasta el punto de que cuanto mayor mal te haya hecho mayor perdón de tus pecados te habrá alcanzado. Pues si queremos, nadie podrá dañarnos, sino que los mismos enemigos grandemente nos aprovecharán. Pero ¿para qué referirme al hombre? ¿qué hay más malvado que el diablo? Pues bien: de él obtenemos la oportunidad de bien obrar, como lo prueba el caso de Job. Pues bien: si el diablo te es ocasión de coronas, ¿por qué temes a tu enemigo? Mira pues cuán grande lucro obtienes si llevas con paciencia las molestias que te causan tus enemigos.
En primer lugar, la utilidad mayor, que es la remisión de tus pecados; en segundo lugar la perseverancia y paciencia; en tercer lugar la mansedumbre y benignidad. Pues quien sabe no irritarse contra los que lo ofenden, mucho más será manso para con los amigos. En cuarto lugar, el andar perpetuamente libres de la ira, bien al cual ningún otro se iguala. Quien nunca se irrita jamás experimenta tristeza, como es manifiesto, ni pasa su vida en inútiles dolores y trabajos; pues quien no odia tampoco experimenta dolor sino que goza de deleites y de miles de bienes. De manera que a nosotros mismos nos aplicamos el castigo cuando aborrecemos a otros; así como a nosotros mismos nos beneficiamos cuando a otros amamos.
Añade que tú vendrás a ser tenido en veneración por tus enemigos, aun cuando ellos fueran los mismos demonios. O mejor aún: si así procedes, en realidad nunca tendrás ningún enemigo; y lo que es supremo y primero que todo, te atraerás la misericordia divina; y si acaso sucede que peques, alcanzarás perdón: si es bueno tu comportamiento tendrás gran entrada con Dios. Procuremos, pues, alcanzar esa virtud de nunca odiar para que Dios nos ame; y aun cuando le seamos deudores de diez mil talentos, se compadezca de nosotros. Es que el otro te dañó. Compadécelo y no lo aborrezcas; llóralo y no lo rechaces. Pues no fuiste tú quien ofendió a Dios sino él. Tú te portaste bien, si lo llevaste con paciencia. Recuerda que Cristo, al ser crucificado, se gozaba de sus padecimientos y lloraba por los que lo crucificaban.
Conviene que así pensemos nosotros y que cuanto mayor daño se nos cause, tanto más lloremos por los que nos lo causan. Pues de ahí se nos derivan infinitos bienes y a ellos, al contrario, males. Insistes: ¡es que delante de todos me injurió y me azotó! Bien: delante de todos se manchó él y se deshonró y abrió la boca a miles de acusadores y para ti tejió innumerables coronas y juntó gran cantidad de heraldos de tu paciencia. ¡Es que me calumnió ante otros! ¿Qué interesa eso? pues Dios tomará cuentas de todo, no los que lo oyeron. El se buscó motivos de pena y tendrá que dar cuenta no únicamente de sus delitos, sino además de los que con sus palabras echó sobre sí.
El te calumnió delante de los hombres, pero queda acusado delante de Dios. Y si esta razón no te satisface, recuerda que tu Señor fue también calumniado por Satanás y por los hombres ante los que más amaba. Y lo mismo su Hijo Unigénito. Por lo cual Cristo dijo: Si al padre de familias lo han llamado Beelzebul, cuánto más lo harán con sus familiares. 282 Ni solamente lo calumnió el maligno demonio, sino que al demonio se le dio crédito. Y lo calumnió no de cosas fútiles, sino de grandes crímenes. Lo llamó poseso y engañador y enemigo de Dios. En consecuencia, llora sobre todo por el calumniador, gózate de ti mismo pues has sido hecho semejante a Dios, el cual: Hace salir su sol sobre malos y buenos. 283 Y si te parece que está sobre tus fuerzas el imitar a Dios -aunque al fervoroso esto no le resulta difícil-, si pues eso te parece cosa más sublime, ¡ea! te llevaré a los consiervos: a José, que habiendo sufrido de sus hermanos infinitos males, los colmó de beneficios; a Moisés, que, tras de mil asechanzas que los judíos le pusieron, rogó en favor de ellos; al bienaventurado Pablo, que ni siquiera podía enumerar todo lo que de los mismos judíos había sufrido y sin embargo anhelaba ser anatema por ellos; a Esteban, que lapidado, incluso rogó al Señor que les perdonara semejante pecado.
Pensando todo esto, depón la ira, para que Dios nos perdone todos nuestros pecados, por gracia y misericordia del Señor nuestro Jesucristo, con el cual sea al Padre y al Espíritu Santo la gloria, el imperio y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LXII (LXIII)

Sucedió que al concluir Jesús este discurso, salió de Galilea y se dirigió al país de Judea, al otro lado del Jordán (Mt 19, 1).
HABÍA JESÚS frecuentemente abandonado Judea a causa de la envidia de los judíos; pero ahora se detiene allá porque estaba cercano el tiempo de su Pasión. Pero aún no subió a Jerusalén, sino que se detuvo en los límites de Judea. Y en cuanto llegó allá, lo siguieron las turbas y los curó. No se ocupó continuamente en dar la doctrina y hacer milagros, sino que unas veces se ocupaba en una cosa y otras en otra, con el objeto de proveer de varios modos a la salvación de los que le seguían y no se apartaban de El. Todo para que por los milagros que hacía probara ser Maestro digno de fe en lo que enseñaba; y por lo que enseñaba se aumentara el lucro y ganancia que producían los milagros. Y por todos los caminos lo que pretendía era llevarlos al conocimiento de Dios.
Por tu parte considera cómo los evangelistas pasan de largó apenas con una palabra, las grandes turbas, sin hacer referencia a cada uno de los que fueron sanados. Pues no dicen éste y éste, sino muchos. Nos enseñan así a guardarnos del fausto. Y los sanaba Cristo para hacerles el bien y mediante ellos a otros muchos. Pues el que unos fueran curados era para otros ocasión de conocer a Dios. Pero no lo era para los fariseos, que, al revés, más se enfurecían por eso mismo. Y así se le acercan para tentarlo. No comprendiendo ellos lo que Cristo obraba, le mueven problemas. Pues habiéndosele acercado y tentándolo, le decían: ¿Es lícito que un hombre repudie a su mujer por cualquier motivo? Creían que con sus preguntas le iban a cerrar la boca, aunque ya sabían por experiencia cuán poderoso era en esto. Porque cuando discutieron largamente acerca del sábado; cuando dijeron de él: Este blasfema; cuando decían: Tiene demonio; cuando increpaban a los discípulos porque yendo por medio de los sembrados cortaban espigas; cuando trataron sobre el comer sin lavarse las manos; y en todas ocasiones, los dejó con la boca cerrada reprimiendo la impudencia de su lengua. Pero ni así desisten. Es propio eso de la perversidad, de la envidia el ser impudente y petulante: aunque millares de veces se la refute, millares de veces insta de nuevo.
Advierte la malicia de la pregunta. Porque no dijeron: Tú ordenaste que no se dimitiera a la mujer, pues ya Jesús había disertado sobre este tema. Pero ellos no recordaron sus palabras, sino que iniciaron su polémica por aquí. Pensando que así le pondrían más graves pruebas y queriendo que él hablara en contra de la Ley, no le dicen: ¿Por qué legislaste esto y esto? Sino que, como si nada se hubiera dicho antes, le preguntan Si es lícito, esperando quizá que él no recordaría lo que ya había establecido. Preparados estaban, si decía ser lícito repudiar a la mujer, a oponerle lo que él mismo había ya determinado, con estas palabras: ¿Por qué te contradices? Y si se afirmaba en lo que anteriormente había dicho, objetarle y ponerle delante a Moisés.
¿Qué hace Jesús? No les dice: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? 284 Y como lo hizo más tarde. No procedió así en esta ocasión. ¿Por qué? Para manifestar juntamente su poder y su mansedumbre. Pues ni siempre calla para que no piensen que ignora las cosas, ni siempre rearguye para enseñarnos a llevar con mansedumbre cuanto se ofrezca. ¿Cómo, en fin, les responde?: ¿No habéis leído que el que creó a los hombres al principio los hizo varón y hembra? Y dijo Por eso dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. Por consiguiente ya no son dos sino una carne. Pues bien: lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Observa la sabiduría del Maestro. Porque, siendo interrogado, ¿si acaso es lícito? no, responde al punto ser ilícito, para, no perturbarlos; sino que antes de pronunciar su sentencia, hace esa preparación que ya deja en claro la cosa declarando ser decreto de su Padre y que Moisés no se opuso a este precepto. Advierte cómo esa indisolubilidad la confirma no únicamente por el hecho de la creación, sino además por el decreto de su Padre. Porque no dice que Dios creó sólo un hombre y una mujer, sino que además ordenó que el uno se uniera a la otra.
Si hubiera querido que una fuera dimitida y otra luego desposada, tras de crear un solo hombre habría creado muchas mujeres. Ahora en cambio, así por la forma de la creación como por el decreto paterno demuestra que deben cohabitar solamente uno con una y no separarse jamás. Observa cómo lo dice: El que creó a los hombres al principio los hizo varón y hembra; o sea que de una misma raíz nacieron ambos y se juntaron en un solo cuerpo. Pues dice: Serán los dos una sola carne. Y luego declarando ser cosa temible el recusar esta ley y, al mismo tiempo confirmándola, no dijo: En consecuencia no los apartéis ni separéis, sino ¿qué?: Lo que Dios unió que el hombre no lo separe. Y si en contra alegas a Moisés, yo te presento al Señor de Moisés; y además confirmaré la ley atendiendo al tiempo. Porque Dios a los principios los hizo varón y hembra; de modo que es antiquísima ley, aunque parezca que ahora yo la afirmo y decreto cuidadosísimo y exacto. Pues Dios no únicamente presentó la mujer al varón, sino que ordenó que abandonaran a su padre y a su madre. Ni ordenó únicamente acercarse a la mujer, sino unirse a ella, declarando por este modo de hablar que ya no podían separarse. Y no se contentó con esto, sino inventó un mayor grado de unión al decir: Y serán dos en una sola carne.
Tras de haber repetido la ley que con hechos y palabras fue puesta al principio; y tras de haber demostrado ser ella legítima a causa del Legislador, finalmente da autoritativamente su interpretación y la sanciona diciendo: Por lo mismo ya no son dos, sino una sola carne. De manera que así como es crimen cortar la carne, así es inicuo dimitir a la mujer. Y no se detuvo aquí sino que trajo al medio a Dios y dijo: En consecuencia, lo que Dios unió que el hombre no lo separe. Demostró de esta manera que el despedir a la mujer es contra la naturaleza y contra la ley. Contra la naturaleza, pues es cortar y dividir lo que es una sola carne; contra la ley, pues fue Dios el que unió y ordenó no separar, que es lo que vosotros intentáis.
Después de esto ¿qué se había de hacer? ¿acaso no lo que convenía era callar? ¿alabar lo que se había dicho? ¿admirar la sabiduría del Maestro? ¿espantarse de la gran consonancia entre Cristo y su Padre? Pero nada de eso hacen los judíos, sino querellando dicen: ¿Cómo es, pues, que Moisés ordenó dar libelo de repudio, previa acta de divorcio? Semejante dificultad no se la habían de proponer a Cristo, sino Cristo a ellos. Sin embargo no los reprende ni les dice: Eso no me toca a mí. Sino que se puso a resolverles su dificultad. En verdad, si se hubiera opuesto al Testamento Antiguo, no habría defendido a Moisés, ni habría confirmado su sentencia con lo que allá a los principios se hizo, ni se habría esforzado en demostrar que su sentencia concordaba con la de aquellos antiguos.
Pero, habiendo Moisés legislado en muchas cosas como de los alimentos, del sábado ¿por qué no se lo oponen en parte alguna como lo hacen aquí? Porque su empeño era concitar contra él a las turbas. Al fin y al cabo los judíos hacían poco caso de ello y todos vulgarmente así procedían. Por eso, habiendo Cristo largamente hablado en el monte, de sólo este mandato le hacen mención. Pero aquella inefable sabiduría prepara defensa contra eso y dice: Porque Moisés en razón de vuestra rudeza de sentimientos así lo dispuso en la ley. 285 Ni permite que acusen a Moisés; pues era El quien había dado la ley a Moisés; sino que lo justifica y vuelve la cuestión contra ellos íntegramente, como lo hace en todas partes. Así cuando ellos acusaron a los discípulos que arrancaban las espigas, demostró que los culpables eran ellos; y cuando acusaron a los discípulos de comer sin lavarse las manos, les demuestra ser ellos los transgresores; y lo mismo cuando lo del sábado, y en todas partes, y también aquí.
Luego, como lo que había dicho era cosa pesada de llevar y en grado sumo los reprendía, inmediatamente torna el discurso de nuevo hacia la Ley Antigua y repite lo que ya había dicho: Pero allá a los principios no fue así. O sea que Dios al principio por las cosas mismas estableció lo contrario. A fin de que no fueran a decir: pero ¿de dónde nos consta que por la dureza de nuestros sentimientos legisló así Moisés?, por aquí de nuevo los reprime. Pues si la ley dada por Moisés fuera la principal en el asunto y tuviera utilidad, sin duda que la otra no hubiera sido dada al principio; ni Dios hubiera así formado al hombre, ni añadiría Cristo: Pero yo os digo que quien repudia a su mujer, excepto en el caso de adulterio, y se casa con otra, comete adulterio. Después de haberlos reducido al silencio, luego autoritativamente establece la ley, como lo hizo cuando lo de los alimentos y lo del sábado. Así como allá, cuando se trató de los alimentos, los refutó diciendo a las turbas que no mancha al hombre lo que entra por la boca; y cuando lo del sábado, tras de dejarlos callados, que era lícito hacer el bien en sábado, así ahora procede del mismo modo.
Pero lo que sucedió entonces, acaeció también ahora. Pues así como allá, con la refutación a los judíos los discípulos se perturbaron, y juntamente con Pedro se le acercaron y le dijeron: Explícanos esta parábola, así ahora conturbados decían: Si tal es la condición del hombre con la mujer, conviene no casarse. Es que ahora ellos habían entendido mejor que entonces lo que se había dicho. Por eso entonces guardaron silencio; pero ahora, como se suscitaron la pregunta y la respuesta en Cristo y los judíos, y luego la pregunta y la explicación de nuevo, y así la ley hubiera quedado más en claro, los discípulos le preguntan sin atreverse directamente a contradecirlo, sino que traen al medio lo que parecía gravoso y pesado de aquella ley y le dicen: Si tal es la condición del hombre con la mujer, lo conveniente es no casarse. Pues les parecía muy gravoso el tener que tolerar perpetuamente a una mujer llena de toda perversidad y guardar en el hogar una fiera indómita tal.
Y para que veas que esto los perturbó profundamente, hay que tener en cuenta a Marcos, quien afirma de ellos que hablaron con Jesús aparte. ¿Qué significa: Si tal es la condición del hombre con la mujer? Quiere decir: si en tal forma están unidos que son una misma cosa; o también: Si de tal modo la ley ata al marido que siempre cometa pecado si dimite a su mujer, es más fácil y llevadero luchar contra la concupiscencia natural y contra sí mismo, que contra una mujer perversa.
¿Qué les responde Cristo? No les contestó: Sí, así es, es más fácil, proceded así, con el objeto de que no fueran a pensar que establecía una ley; sino que dijo: No todos lo entienden, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Ensalza el asunto y declara ser cosa alta y de este modo los atrae y los exhorta. Aparece aquí una especie de contradicción. Pues Cristo afirma ser eso cosa muy alta; mientras que ellos aseguran ser cosa muy fácil. Pero ambas cosas concuerdan bien. El dijo ser cosa muy excelsa para tornarlos más fervorosos; ellos, por lo que antes se dijo, lo tuvieron por muy fácil, para que de este modo prefirieran la virginidad y la continencia.
Como hablarles de la virginidad parecía ser cosa gravosa a causa de la dura necesidad impuesta por la ley, Cristo se contenta con atraerlos a ella. Y para demostrarles ser posible conservarla, añade: Los hay inhábiles desde el vientre de su madre para el matrimonio; y los hay inhábiles porque los hombres los inhabilitaron; y los hay que ellos mismos se impusieron el celibato por causa del reino de los cielos. Oscuramente los induce a escoger este género de vida y los persuade a ser posible guarda esta virtud; como si les dijera: Piensa lo que harías si por naturaleza fueras impotente, o si por la violencia y con injuria los hombres te hubieran tornado impotente. Privado de semejante voluptuosidad ¿qué harías no pudiendo esperar premio alguno por eso? Da pues ahora gracias a Dios, que puedas llevar esa privación ganando premios y mercedes, privación que aquellos otros soportan sin ser coronados por ella. Más aún: tal cosa ni siquiera es pesada sino, al contrario, muy fácil; porque se aligera con la esperanza del premio y con la conciencia de tener tan eximia virtud y por el hecho de que no es agitada por tan grandes oleajes como son los de la concupiscencia.
Porque al fin y al cabo, ni siquiera la amputación del miembro suele apagar esos oleajes y procurar la tranquilidad, como lo hace el freno de la razón. Más aún: con este freno mucho más se apagan. De manera que Cristo trajo a la memoria a esos impotentes, para incitar a la virtud a los otros. Porque, si a esto no se dirigía ¿a qué venía ese traer al medio a semejantes eunucos? Y cuando dice: que los hay que ellos mismos se hicieron eunucos, en absoluto no habla de la amputación de los miembros ¡lejos tal cosa! sino de rechazar los impulsos depravados, y malos pensamientos. Quien mutila su miembro es reo de maldición, como dice Pablo: ¡Ojalá sean amputados los que os conturban! 286 Y con razón. Porque ese tal hace lo mismo que los homicidas y da ocasión a los que maldicen la obra de Dios y abre la boca de los maniqueos y comete el mismo pecado que los que entre los gentiles se mutilan. Amputar los miembros es operación diabólica y desde el principio fue asechanza satánica, para tener de qué acusar al Creador y para deformar al viviente que Dios, modeló. Los que tal hacen todo lo atribuyen no a las determinaciones de la voluntad, sino a la naturaleza de los miembros, y así muchos se han entregado a los pecados, como si no hubieran de dar cuenta de ellos. Pecaron en dos cosas, en dos cosas dañaron al hombre: en amputarle sus miembros y en impedir el empeño de la voluntad para las buenas obras. Fue el demonio quien introdujo semejante ley. E introdujo además pésimo dogma, o sea acerca del hado fatal y la necesidad ; y una vez preparado así el camino, luego echa por tierra nuestra libertad persuadiendo que los vicios son cosas connaturales; y de aquí deduciendo otra cantidad de perversas afirmaciones, aunque no abiertamente. Así es el pernicioso veneno del demonio.
Os ruego en consecuencia que huyamos de semejante iniquidad. Pues aparte de lo que ya dijimos, es un hecho que semejante amputación en nada disminuye la concupiscencia, sino que aun la torna más ardiente: el semen de otras fuentes se deriva y de otro origen parten los oleajes que al alma agitan. Unos médicos dicen que se originan en el cerebro; otros que en los riñones. Por mi parte, yo diría que su origen viene del ánimo lascivo y el descuido de los malos pensamientos. Si el ánimo es temperante ningún daño se sigue de los naturales movimientos. Una vez que Cristo habló acerca de los eunucos que lo son sin recompensa celeste, a no ser que juntamente sean de ánimo temperante y limpios pensamientos, y también de los que guardan virginidad por el reino de los cielos, concluye con estas palabras: El que pueda entender, que entienda, con lo que más fuertemente inflama los ánimos en el deseo del celibato, demostrando ser cosa altísima y grande. Y no lo pone en necesidad de ley, por su inefable mansedumbre. Únicamente habló así sobre todo para declarar que es cosa factible, para que por aquí la voluntad conciba más crecidos anhelos.
Preguntarás: si la virginidad es cosa voluntaria ¿cómo anteriormente dijo Cristo: No todos entienden, sino aquellos a quienes se les ha concedido? Fue para que entiendas ser grande el combate, pero no para que fueras a imaginar una especie de suerte que necesariamente le toca al hombre. Porque les está concedido a todos los que quisieren. Habló así para manifestar que quien entra en este certamen necesita de gran auxilio de parte de la gracia; pero que lo tendrá quienquiera que lo desee. Porque suele Cristo usar de esa palabra cuando quiere significar que se trata de algo de suma importancia. Como cuando dice: A vosotros os ha sido dado conocer los misterios. 287 Y que eso sea verdad, queda manifiesto por este pasaje. Pues si el don fuera totalmente de lo alto y quien cultiva la virginidad no pusiera nada de su parte, en vano se le prometería el reino de los cielos ni habría motivo para distinguirlo de los otros eunucos.
Pero tú advierte cómo por donde unos malignamente proceden, por ahí otros sacan ganancia. Los judíos se marcharon sin haber aprendido nada; pues no preguntaban para saber; mientras que los discípulos sacaron grande fruto. Entonces le fueron presentados unos niños para que les impusiera las manos y rogara por ellos. Mas los discípulos los reprendían. Pero Jesús les dijo: Dejad que los niños vengan a mí; pues el reino de los cielos es de los que son como ellos. Y después de imponerles las manos, partió de ahí. ¿Por qué los discípulos espantaban a los niños? Por la dignidad del Maestro. Y El ¿qué dijo? Para enseñarlos a despreciar el fausto y proceder modestamente, los recibe y los abraza y promete el reino de los cielos a los que son como ellos, cosa que ya antes había dicho.
Pues también nosotros, si queremos ser herederos de los cielos, procuremos esa virtud con gran diligencia. Porque esto es la cumbre de la virtud: unir la sencillez con la prudencia; esto es llevar una vida angélica. El alma de los niños se encuentra libre de todas las enfermedades espirituales: no guarda memoria de las injurias, sino que a quienes lo injurian se les acerca como a amigos, como si nada hubiera pasado. Aunque su madre lo azote muchas veces, siempre la busca y la prefiere a todos. Si le presentas la reina adornada con su diadema, no la prefiere a su madre vestida con ropas hechas jirones; y más quiere verla a ella así desaliñada que no a la reina magníficamente vestida; porque suele estimar lo suyo no por la pobreza o las riquezas, sino por el amor, y así distingue lo suyo de lo extraño. No exige más de lo que necesita, y en cuanto se ha hartado de leche se retira de los pechos.
Tampoco está sujeto a los cuidados que sufrimos los mayores; ni siente la pérdida de las riquezas ni desgracias semejantes; ni a la manera nuestra se alegra con las cosas pasajeras ni admira las bellezas de los cuerpos. Por eso Cristo decía: De tales como éstos es el reino de los cielos. Para que nosotros llevemos a cabo por determinación de nuestra voluntad lo que los niños hacen por su natural. Y pues los fariseos no tenían otros motivos de sus acciones que la arrogancia y la perversidad, por eso Cristo en todas partes ordena a sus discípulos que sean sencillos; y alude a aquéllos mientras instruye a éstos. Nada hay que tanto engendre la soberbia como los principados y los primeros puestos. Y como los discípulos habían de alcanzar por toda la redondez del orbe grandes honores, previene sus ánimos para que no sufran esa pasión humana ni anden buscando las honras que del vulgo proceden ni se prefieran a los demás. Pues aun cuando estas cosas parezca que son pequeñas, pero son causa de graves males. Por este camino los fariseos llegaron al colmo de la perversidad, dándose a buscar los saludos, los primeros asientos, el pasar por en medio de todos llamando la atención; y así fueron a caer por un lado en un ardiente anhelo de la vana gloria y por otro en el de la impiedad. Por el mismo motivo, ellos, tras de haberse echado encima la maldición por andar tentando al Señor, se retiraron. En cambio, los niños se llevaron la bendición, como libres de todos esos pecados.
.. Seamos, pues, nosotros como los niños, infantes en la malicia. Pues no podremos, con toda certeza no podremos de otro modo ir a ver el cielo, sino que necesariamente irá a la gehenna quienquiera que sea fraudulento y malvado. Más aún: antes de ir a la gehenna ya desde acá padecerá males extremos, pues dice la Escritura: Si fueres malo, para ti solo obtendrás males; pero si fueres bueno serás también útil al prójimo. 288 Pues conviene que adviertas cómo ya antiguamente así sucedía. Nadie hubo tan perverso como Saúl, nadie tan sencillo como David. Pues bien: ¿cuál de ellos fue el más fuerte? ¿Acaso no lo tuvo en sus manos dos veces David y habiendo podido darle muerte, lo perdonó? ¿Acaso no lo tuvo como encerrado en una red y en una cárcel y lo perdonó? Aunque los demás lo excitaban, aunque él mismo tenía infinitos motivos de queja en contra, sin embargo, lo dejó ir sano y salvo. Y eso que Saúl lo perseguía con todo su ejército, mientras él, David, andaba errante y cortado por todos lados, con unos pocos fugitivos, destituidos de toda esperanza, y pasando de unos sitios a otros. Y el fugitivo superó al rey: y la razón fue porque David peleaba con sencillez, Saúl con malicia. Pues ¿qué podía haber más criminal que quien intentaba matar al que era jefe de su propio ejército y rectamente llevaba adelante las cosas militares siempre victorioso y erigiendo trofeos y soportaba los trabajos mientras procuraba al rey las coronas y éxitos? Así es la envidia. Destruye los bienes propios y al envidioso lo consume y envuelve en mil calamidades. El mísero de Saúl, habiéndose David alejado de él, hubo de lanzar aquella desdichada exclamación lamentándose: Estoy en grande angustia. Los extranjeros mueven guerra contra mí y el Señor se ha apartado de mí. 289 Antes de que David se le apartara no tuvo guerras sino que vivía en seguridad y en paz y glorioso; pues la gloria de su general en jefe pasaba hasta él. David no era tirano ni pensaba arrojarlo del trono, sino que en su favor se portaba preclaramente y lo quería bien, como quedó de manifiesto por los sucesos siguientes. Quienes no examinan a fondo las cosas, tal vez atribuyan la sujeción de David, mientras militaba en el ejército de Saúl, a la disciplina y ley militar. Pero una vez que Saúl lo echó de su reino ¿qué impedía que David le hiciera la guerra o qué lo persuadía a abstenerse de eso? Más aún ¿qué había que no lo incitara a darle muerte? ¿Acaso no el malvado Saúl le había puesto dos y tres veces y muchas, infinitas asechanzas? ¿No había él hecho a Saúl beneficios? ¿No se portaba así Saúl con un inocente? ¿Acaso no reinaba Saúl con peligro de David y estaba a salvo? ¿Acaso no tenía David, mientras Saúl viviera, que andar errante perpetuamente y fugitivo y puesto en extremo peligro? Pues bien: nada de eso lo pudo inducir a manchar con sangre su espada. Más aún: como viera dormido a Saúl, cogido en la red y solo aun estando en medio de los suyos, y como pudiera cortarle la cabeza, y hubiera muchos que a eso lo excitaban y le decían que por voluntad de Dios se le presentaba aquella ocasión, él no sólo increpó a quienes a tal cosa lo incitaban y se abstuvo del asesinato y dejó a Saúl sano y salvo; y como si fuera no un enemigo, sino un guardia del rey, así acusó al ejército de que traicionaba a su señor. ¿Qué habrá igual a semejante magnanimidad? ¿qué mansedumbre que a ésta se iguale? Puede verse ella no sólo por lo dicho, sino por los hechos que luego sucedieron. Pues si consideramos nuestra perversidad, mejor apreciaremos las virtudes de los santos. Por lo mismo, os suplico que nos apresuremos a imitarlos. Si amas la gloria, pero si pones asechanzas a tus enemigos, mejor la conseguirás cuando rechazando la vanagloria te abstengas de poner semejantes asechanzas. Así como el desprecio de las riquezas es contrario a la avaricia, así el amar la gloria y el conseguir la gloria son entre sí contrarios.
Y si os place examinemos cosa por cosa. Y pues suponemos que en realidad ni tenemos temor alguno de la gehenna ni nos cuidamos para nada del reino de los cielos, ¡ea!; demostrémoslo tomando pie de las cosas presentes! ¿Quiénes son los ridículos? ¿acaso no los que proceden movidos por el aura popular? ¿Quiénes son los que han de alabarse? ¿No son acaso los que desprecian las alabanzas del vulgo? Si pues hay que vituperar el amor de la vana gloria y el amante de ella no puede gloriarse de eso, entonces a él forzosamente hay que vituperarlo y el amor de la gloria le resulta motivo de desprecio.
Pero no por sólo este motivo es despreciado, sino también porque se ve obligado a hacer muchas cosas indecorosas y al servilismo. Así todos los que a manera de locos anhelan el lucro, suelen resultar dañados por ese mismo amor del lucro. Pues emplean cantidad de fraudes, pequeñas ganancias les producen muy graves detrimentos. Es cosa que ya pasó a proverbio.
Lo mismo ha de decirse del lascivo. El excesivo empeño de buscar el placer le impide el placer. Pues a semejantes afeminados y envilecidos, los traen y llevan por todas partes las mujeres a la manera de esclavos, y ni siquiera se dignan usarlos como se hace con los hombres, sino que cubriéndolos de indecencia, con bofetadas y salivazos, trayéndolos y llevándolos por todas partes, se burlan de ellos y les imperan cuanto en gana les viene. Del mismo modo, nada hay más vil, ni más abyecto que el codicioso de la vanagloria y arrogante, que piensa de sí mismo andar en las cumbres. Porque querelloso es el género humano y a nadie en tanto grado aborrece como al arrogante, al soberbio, al esclavo de la gloria vana. Y el arrogante, para mantener aquel género de arrogancia hace delante de muchos oficio de criado, de manera que adula, vagamente alaba; y se sujeta a una servidumbre mucho más grave que la que soportan los esclavos que han sido comprados con dinero.
Sabiendo, pues, todas estas cosas, rechacemos semejantes actitudes, para que no suframos ya en este mundo el castigo y luego seamos atormentados para siempre. Amemos la virtud. Así cogeremos, aun antes de gozar del reino, acá en la tierra, grandísimo fruto; luego, cuando emigremos allá, disfrutaremos de los bienes eternos. Ojalá que todos los consigamos, por gracia y misericordia del Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LXIII (LXIV)

Uno se le acercó y le dijo: Maestro bueno ¿qué haré para alcanzar la herencia de la vida eterna? (Mt 19, 16). 290
HAY QUIENES recriminan a este joven como fraudulento y malvado y como si se hubiera acercado a Jesús con el objetó de tentarlo. Por mi parte yo no dudaría en llamarlo avaro y amante codicioso de las riquezas, pues Cristo así se lo demostró. Pero fraudulento no, de ninguna manera, pues no es lícito ni seguro el juzgar temerariamente de lo interno y oculto, en especial cuando se trata de juzgar a alguno; y aun apoyándome en Marcos, rechazaría semejante sospecha que el evangelista repudia. Porque dice: Corrió hacia él uno y de rodillas le preguntaba; Y luego: Jesús fijó en él la mirada y lo amó. Sin embargo, grande es la tiranía de las riquezas como en este pasaje se advierte. Pues aun cuando cultivemos todas las demás virtudes, ella echa por tierra todos los bienes. Con razón Pablo la llamó raíz de todos los males: La raíz de todos los males es la avaricia. 291 ¿Por qué entonces Cristo le responde: Nadie es bueno? Porque lo tenía por hombre sencillo y del vulgo y como un doctor de los judíos. Por eso le habla como a tal hombre. Pues ordinariamente responde según lo que piensan los que le preguntan; como cuando dice: Nosotros adoramos con un culto legítimo. 292 Y también: Si yo doy testimonio de mí mismo, entonces mi testimonio no es verdadero. 293 Pero cuando dice: Nadie es bueno, no quiere decir que El no sea bueno ¡lejos tal cosa! Porque no dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Yo no soy bueno. Sino que dijo: Nadie es bueno, es decir, ningún hombre; no porque al decirlo excluyera a los hombres de la bondad, sino que hablaba en comparación con la bondad de Dios. Por eso añade: Sino solamente Dios. Y no dijo: Solamente mi Padre, para que entiendas que no se reveló al joven aquel. También antes había llamado malos a los hombres con estas palabras: Pues si vosotros siendo malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos. 294 Ahí los llamó malos, no porque asignara la perversidad a toda la humana naturaleza, pues el vosotros no incluye a todos los hombres, sino que se expresó así, comparando la bondad de los hombres con la bondad divina. Y por eso añadió: Cuánto más vuestro Padre dará cosas buenas a los que le piden.
Preguntarás: ¿qué le urgía o qué bien se seguía de semejante respuesta? Poco a poco va llevando al joven a mayores alturas y lo enseña a prescindir de toda adulación y lo saca de las cosas terrenas y lo lleva hasta Dios y lo persuade a buscar las cosas futuras y a conocer quién es el verdaderamente bueno, raíz y fuente de todo y a tributarle honor. Así cuando dice: No os hagáis llamar Maestro, 295 lo dice en comparación consigo y también para que sepan cuál es el primer origen de todo. El joven hasta aquel momento había demostrado no pequeño anhelo y amor, de manera que mientras otros se acercaban a Cristo para tentarlo y otros para que curara sus enfermedades o las ajenas, él se aproxima y viene para preguntar acerca de la vida eterna. Tierra fecunda y campo fértil era, pero la multitud de espinas sofocó la simiente. Advierte cuán bien preparado estaba para obedecer a lo que se le mandara. Dice: ¿Qué haré para poseer la vida eterna? Tan pronto parecía para obedecer. Si se hubiera acercado a Cristo con intención de tentarlo, sin duda nos lo hubiera declarado el evangelista, como lo hizo en los otros casos, por ejemplo el del doctor de la ley. Y aun cuando el evangelista calla, eso no lo habría dejado ocultarse Cristo, sino que abiertamente lo habría confundido, o secretamente lo habría hecho sentir su falta, para que no creyera que engañaba o se ocultaba y así saliera con daño.
Por otra parte, si se hubiera acercado como tentador no se habría apartado triste por lo que oyó de Cristo; puesto que tal cosa nunca le aconteció a ningún fariseo, sino que éstos cuanto más se los redargüía tanto más se enfurecían. Este joven en cambio se apartaba triste, lo que es señal grande de que no se había acercado con mala voluntad, sino con voluntad un tanto débil, pero con verdadero anhelo de la vida, aunque estaba impedido por gravísima enfermedad. Habiéndole, pues, dicho Jesús: Si quieres entrar a la vida guarda los mandamientos, el joven preguntó: ¿Cuáles? no para tentar a Cristo ¡lejos tal cosa! sino porque pensó que se trataba de unos preceptos diversos de los de la Ley, tales que podrían serle conductores para la vida: cosa propia de quien ardía en deseos. Y cuando Cristo le recitó los mandamientos, él respondió: Todo eso lo he guardado desde mi adolescencia. Pero no se detuvo aquí, sino que añadió: ¿Qué más me falta? lo que también fue señal de que ardía en deseos. Ni era poco eso mismo de que juzgara que algo le faltaba y pensara no ser suficiente lo que se le había dicho para alcanzar lo que deseaba.
¿Qué hace entonces Cristo? Pues le iba a proponer cosas muy levantadas, comienza por enunciar los premios, y dice: Si quieres ser perfecto anda, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y luego ven y sígueme. ¿Miras cuántos premios, cuántas coronas concede a esta palestra? Cierto que si el joven hubiera sido un tentador no le habría Cristo contestado en esa forma. Ahora, en cambio, sí lo hace y para atraerlo le muestra la gran recompensa, pero todo lo deja a su libre voluntad, dejando en la sombra las cosas que en semejante advertencia eran pesadas. De modo que antes de declararle el certamen y sus trabajos, le muestra el premio diciendo: Si quieres ser perfecto; y hasta después añade: Vende todo lo que posees y dalo a los pobres; y al punto pone el premio y dice: Tendrás un tesoro en el cielo y ven y sígueme. Porque ya el seguir a Cristo es gran recompensa. Y tendrás un tesoro en el cielo.
Pues se trataba de dineros y Jesús lo exhortaba a despojarse de todo, para demostrarle que no sólo no quedaba despojado de lo suyo, sino que en realidad incluso se le acrecentaba, le ofrece y da mayores cosas que las que se le ordena dejar. Ni solamente más, sino tanto más superiores cuanto lo es el cielo sobre la tierra y aun más todavía. Y la excelencia del premio, su firmeza y seguridad las declara llamándolas tesoro, en cuanto por las cosas humanas podía darle a entender eso al oyente. De modo que no basta con despreciar los dineros, sino que conviene alimentar a los pobres; y ante todo seguir a Jesús, es decir, cumplir todos sus mandatos y estar preparados para la muerte y muerte cotidiana. Pues dice: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame 296 Ciertamente este mandato de derramar la propia sangre es superior al de despreciar los dineros. Sin embargo, éste ayuda no poco para lograr el otro. Y el joven, habiéndolo oído, se alejó triste. Y el evangelista advierte que no fue eso sin motivo, pues el joven tenía muchas posesiones.
Porque no tienen igual impedimento los que tienen pocas posesiones y los que abundan en ellas. Porque en este segundo caso la codicia es más violenta, cosa que no me cansaré de repetir: o sea que se enciende mayor la llama con el acrecerse las riquezas y así se hacen más pobres los que las poseen, pues quedan enredados en mayores codicias y sienten más la necesidad y penuria. Y en este punto quisiera que adviertas cuán grande fuerza demostró esa enfermedad. El que con gozo y presteza se había acercado a Cristo, en cuanto Cristo le ordenó dejar las riquezas, en tal grado la enfermedad lo envolvió y afligió, que ni siquiera dio a Cristo alguna respuesta, sino que callado, triste, apesadumbrado, se alejó.
Y ¿qué hizo Cristo? Dijo: ¡Cuán difícilmente los ricos entrarán en el reino de los cielos! No porque vituperara las riquezas, sino a quienes andan enredados e impedidos en ellas. Pero si difícil es para los ricos, más aún lo es para los avaros. Pues si es impedimento para lograr el reino de los cielos el no dejar lo propio, piensa cuán grande incendio prepara en la gehenna el arrebatar lo ajeno. Mas ¿por qué dice a los discípulos cuán difícil sea que un rico entre en el reino de los cielos, siendo así que ellos eran pobres y nada poseían? Los enseña a no avergonzarse de la pobreza y da la razón de por qué ha querido que ellos nada posean. Y una vez que dijo cuán difícil cosa y casi imposible era aquello, declara que no sólo era imposible, sino que, poniendo la comparación con el camello y la aguja, parece añadir algo más, pues dice: Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de los cielos.
Por aquí se ve que a los ricos que sean capaces de semejante virtud, se les prepara una gran recompensa. Por lo mismo afirmó ser eso obra de Dios para declarar que a quien ha de emprender este camino le es muy necesaria la gracia. Y como los discípulos quedaran perturbados, les dijo: Esto es imposible a los hombres, pero para Dios todas las cosas son posibles. Mas ¿por qué se perturban los discípulos, pues son pobres y en exceso pobres? ¿por qué se perturban? Es que se duelen de la perdición de muchos, como quienes estaban poseídos de ardiente caridad para con los demás y ya iban teniendo entrañas de maestros. Temían y temblaban por la salud del orbe todo, turbados con aquella palabra de Cristo, de manera que andaban necesitados de mucho consuelo. Por esto Jesús, tras de pasear por ellos su mirada, dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. 297 Primeramente a ellos, poseídos de terror, los consoló; y habiéndolos librado de aquella angustia, pues esto significa el evangelista al decir: paseando su mirada por ellos, finalmente les levanta el ánimo con la otra sentencia, trayendo al medio la omnipotencia divina y dándoles así confianza.
Y si quieres oír el modo y manera en que lo imposible se hace posible, óyelo. Porque el motivo de decir que lo imposible para los hombres es posible para Dios, no fue para que decayeras de ánimo y desistieras de esa virtud como si fuera imposible en absoluto, sino para que, comprendiendo la magnitud de la empresa, más fácilmente la emprendas y así, tras de invocar a Dios para que te auxilie en tan bellos certámenes, logres la vida eterna. En fin: ¿cómo se puede lograr esto? Si te despojas de las posesiones, si dejas los dineros, si te apartas de esa mala concupiscencia. Y para que veas que eso no es obra exclusivamente de Dios, sino que lo que dijo fue para explicar la dificultad de la empresa, oye lo que sigue. Pues a Pedro que decía: He aquí que nosotros lo abandonamos todo y te hemos seguido; y que añadió luego y preguntó: ¿qué habrá, pues, para nosotros?, Cristo, determinando la recompensa, le respondió: Y cualquiera que abandonare su casa, o sus campos o a sus hermanos, o al padre o la madre, recibirá el ciento tanto en el siglo presente y luego poseerá la vida eterna. Así se hace posible lo que era imposible.
Insistirás: pero ¿cómo es posible abandonar esas cosas? ¿cómo puede el que está oprimido por tan ingente codicia de riquezas salir al punto de ese abismo? Si comienza por ir despachando las riquezas y recortando lo superfluo. Así irá adelante y luego más fácilmente podrá incluso correr. De manera que no acometas todo a la vez, sino ve subiendo por esta escala lentamente -escala que conduce al cielo- si es que el todo te parece difícil de alcanzar. Pues a la manera de los febricitantes y los que sobreabundan interiormente en amarga bilis, cuando toman su alimento y su bebida, no sólo no apagan su sed, sino que tornan la llama más ardiente y viva, lo mismo hacen los avaros cuando a esta perversa codicia, más ruda que la bilis, le acarrean riquezas: la tornan más activa y encendida. De manera que nada hay que la calme si no es que se corte la codicia del lucro; así como aplaca el acre humor de la bilis el moderado alimento y evacuación.
Todavía preguntarás: pero esto ¿cómo se conseguirá? Si meditas en que, mientras abundes en riquezas no podrás apagar la sed, sino que por el anhelo de más poseer acabarás en enfermedad; pero si dejas las riquezas, podrás echar de ti semejante morbo. No quieras pues agitar más cosas, no andes buscando lo que no se puede alcanzar ni sufras con esa incurable enfermedad, y corroído por esa peste rabiosa vengas a ser el más miserable de todos los hombres. ¡Vaya! ¡dime! ¿Quién diremos que es atormentado y vejado: el que anhela bebidas y alimentos espléndidos que no logra alcanzar ni gozar o el que no tiene semejante pasión? Sin duda alguna, aquel que anhela pero no puede conseguir lo que anhela. Cosa tan miserable es el que no pueda el anhelante alcanzar lo que codicia ni el que tiene sed poder beber, que Cristo, queriendo describir la gehenna, por este medio la pinta y pone delante al rico atormentado con el fuego, y que pidiendo una gota de agua ni aun eso alcanzaba y de ese modo era castigado.
De manera que quien desprecia las riquezas habrá apagado la codicia; mientras que quien anhela enriquecerse, y amontonar más y más, la aumenta y nunca logra conseguir su objeto, ni se detiene. Pues aun cuando reciba infinitos talentos anhela otros tantos; y si los consigue, anhela el doble; y pasando adelante desea que montes, tierras, mares se le conviertan en oro, loco con un nuevo y extraño género de locura que nunca logra desvanecerse y apagarse. Y para que comprendas que semejante enfermedad no puede extinguirse con nuevas adquisiciones, sino con el desprecio y alejamiento de las riquezas, compara: si alguna vez te llegara el deseo absurdo de volar y de levantarte por los aires ¿cómo podrías apagarlo? ¿arreglándote alas y otros instrumentos que te fabricaras o mejor persuadiéndote ser eso cosa imposible y no intentándolo más? Sin duda alguna mediante esta persuasión.
Instarás diciendo: es que eso de volar es del todo imposible. Pues bien: más imposible con mucho es apagar semejante enfermedad y ponerle término. Cierto que es más fácil que los hombres vuelen que satisfacer la codicia de poseer con nuevas adquisiciones. Cuando anhelamos cosas posibles nos consolamos con la esperanza de llegar a disfrutarlas; pero cuando anhelamos lo imposible, lo único que debemos procurar es apartarnos de semejante deseo, pues no hay otro modo de que consigamos la tranquilidad de ánimo. En consecuencia, no nos dolamos vanamente; sino que rechazando ese amor al dinero, que continuamente se exaspera y no puede reprimirse, acojámonos al otro amor que puede hacernos felices y que es facilísimo: anhelemos y amemos los tesoros de allá arriba. No hay en esto un trabajo desmesurado y la ganancia es indecible; y por cierto quien está vigilante y desprecia las cosas presentes, jamás puede dejar de obtener lo que anhela; al revés de quienes están entregados a la servidumbre de las riquezas, que en absoluto no logran su finalidad.
Meditando en todo esto, echa de tu ánimo la mala codicia de las riquezas. No puedes decir que ella te colma de bienes presentes y te libra de los males futuros. Pues aun cuando eso diera, todavía eso mismo sería un extremo suplicio y castigo. Pues aun antes de la gehenna y aparte de ella, te arroja al presente en más grave castigo. Porque la dicha codicia echa por tierra muchas familias y ha suscitado tremendos conflictos y guerras y ha obligado a muchos a darse una muerte violenta y así acabar su vida. Y antes de esos peligros, derrumba y destruye la nobleza del alma y con frecuencia torna al que semejante enfermedad padece tímido, perezoso, atrevido, mendaz, sicofante, ratero y avaro y cualquier otro extremo que quieras decir.
Quizá con frecuencia te halaga el brillo del oro y la plata y te engaña, lo mismo que la multitud de esclavos, la magnificencia de las habitaciones y la clientela que en el foro te rodea. ¿Qué remedio puede ponerse a llaga tan grande? Pensando en qué actitud queda el alma con esas cosas y cómo la tornan tenebrosa, abandonada, torpe y deforme; y meditando contigo mismo el sinnúmero de males que a semejante concupiscencia acompaña. Y cuán grandes peligros y trabajos hay para poder conservar las riquezas. Y ni siquiera se pueden conservar hasta el fin. Pues aun cuando logres evadir las asechanzas de todos, vendrá la muerte y todas tus riquezas las pasará a manos de tus enemigos; y a ti, despojado de todo te arrebatará, sin que puedas llevar contigo nada, sino únicamente las llagas y úlceras que de esta vida saca el alma cuando de aquí parte.
Cuando veas a alguno resplandeciente en lo exterior con magníficas vestiduras y rodeado de abundante séquito de guardias, registra su conciencia y encontrarás en su interior cantidad de arañas y abundante polvo. Piensa en Pablo y en Pedro; piensa en Juan el Bautista y en Elías; mejor aún, piensa en el Hijo de Dios, que no tuvo en dónde reclinar su cabeza. A él imítalo y a sus siervos y medita en aquellas inestimables riquezas. Pero si aún tras de haberlas meditado todavía se te oscurece la mente con las riquezas del siglo, como sumido en un naufragio mientras se enfurece la tempestad, oye la sentencia de Cristo que dice: es imposible que el rico entre en el reino de los cielos. Teniendo delante semejante sentencia, compara con ella los montes, la tierra y el mar; y si quieres, con el pensamiento hazlos todos oro: no encontrarás daño alguno que sea inferior al que esto te acarrea.
Por tu parte, enumeras tantas más tantas yugadas de tierras, diez casas o veinte, otros tantos baños, un millar de esclavos o si quieres dos millares y carrozas recubiertas de láminas de plata o de oro. Pero yo por mi parte digo que si alguno de entre vosotros los ricos, desechando semejante pobreza -que pobreza es delante de las riquezas que voy a decir poseyera el orbe entero y tuviera a su servicio tantos hombres cuantos andan por la tierra y por los mares, si cada uno poseyera el orbe entero o sea tierras y mares y en todas partes tuviera casas y ciudades y pueblo y de todas partes hacia él confluyeran en vez de aguas y fuentes ríos de oro, yo a todos esos ricos y ni aun a uno solo de ellos, si pierde el reino de los cielos, lo estimaría ni siquiera en tres óbolos.
Si ahora los codiciosos de las pasajeras riquezas de tal forma se atormentan si no las consiguen, qué consuelo les quedará sí algún sentido tuvieran de lo que son aquellos bienes inefables? ¡Ningún consuelo, por cierto! Por lo cual, no me hagas cuentas de la cantidad de dineros, sino piensa en el grandísimo mal que de ellas se les sigue a todos los que las codician, pues a cambio de ellas pierden el reino de los cielos. Les acontece lo mismo que a quien, habiendo perdido el regio honor que en los palacios se tributa, se gloriara de poseer un montón de estiércol y grandemente lo estimara. Pues el montón de riquezas en nada es mejor sino mucho peor que ese otro. Al fin y al cabo, el estiércol es útil para la agricultura, para calentar el agua en los baños y para otros usos semejantes, mientras que eso sepultado en la tierra, para nada de eso es útil; y ojalá fuera solamente inútil, pues lo que pasa es que a quien lo posee le enciende mil hornos si no lo usa en la forma que conviene. Pues de esos dineros se siguen muchos males.
Por esto aun los autores paganos llaman a la avaricia acrópolis de los males. Y el bienaventurado Pablo, mucho mejor y con mayor énfasis, la llamó raíz de todos los males. Pensando, pues, en todo esto, emulemos lo que es digno de emulación: no los magníficos edificios, no los campos grandemente fructíferos, sino los varones que tienen gran entrada con Dios y son ricos allá en el cielo y poseen aquellos tesoros y son de verdad opulentos: los pobres por Cristo. Para que así consigamos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el honor y el poder y la adoración, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LXIV (LXV)

Entonces Pedro respondiendo le dijo: Ve que nosotros lo dejamos todo y te hemos seguido ¿qué habrá, pues, para nosotros? (Mt 19, 27).
¡OH BIENAVENTURADO Pedro! ¿a qué llamas todo? ¿A la caña de pescar? ¿a la red? ¿a la navecilla? Contesta él: No digo eso por ambición alguna que tenga, sino para introducir, por medio de esta pregunta, a la multitud de los pobres en el reino. Como el Señor dijo: Si quieres ser perfecto vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, para que no fuera alguno de los pobres a decir: entonces si yo no tengo posesiones ¿no puedo ser perfecto? Pedro pregunta para que veas que tú, aun siendo pobre, no pierdes nada. Y es Pedro el que pregunta, para que no sucediera que si esto lo oyeras de boca de Pedro, entraras en dudas -puesto que él aún era imperfecto y vacío del Espíritu Santo- sino que, recibiendo la respuesta de boca del Maestro de Pedro, tengas confianza.
Lo que nosotros hacemos cuando discutimos en lugar de otros, que nos atribuimos las cosas, eso hace el apóstol al hacer esta pregunta a nombre del orbe entero. Que él, por su parte, supiera ya claramente lo que a él tocaba, es manifiesto por lo que anteriormente se dijo: quien recibió las llaves del reino de los cielos, mucho debió confiar acerca de las demás cosas de allá arriba. Advierte con cuánta exactitud responde a lo que Cristo buscaba. Porque Cristo dos cosas pedía al rico: que diera sus bienes a los pobres y que lo siguiera. Por esto Pedro alega las dos cosas: que ya lo dejaron todo y que ya lo han seguido: Ve que nosotros lo dejamos todo y te hemos seguido. Todo lo abandona para poder seguirlo y con mayor facilidad lo siguen una vez que lo abandonaron todo. Y el haberlo abandonado les produjo confianza y gozo.
¿Qué le contesta Jesús?: De verdad os digo que vosotros, los que me habéis seguido, al tiempo de la regeneración, cuando se sentare el Hijo del hombre en su trono glorioso, os sentaréis también vosotros sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. ¿Qué, pues? Preguntarás: ¿entonces también judas se sentará? ¡De ninguna manera! ¿Cómo es pues que dice: También vosotros os sentaréis sobre doce tronos? ¿Cómo se cumplirá semejante promesa? Oye cómo. Puso Dios una ley que fue promulgada al pueblo judío por jeremías, la cual decía: De pronto hablo contra una nación o reino, de arrancar, derrocar y perder; pero se vuelve atrás de su mal aquella gente contra la cual hablé y yo también desisto del mal que pensaba hacerle. Y de pronto hablo tocante a una nación o reino, de edificar y plantar; pero hace lo que parece malo desoyendo mi voz, y entonces yo también desisto del bien que había decidido hacerle 298. Como si dijera: así hago yo aun con los buenos. Aunque yo haya dicho que reedificaré, si se tornan indignos de mi promesa, no la cumpliré. Como sucedió con el primer hombre. Pues Dios le dijo: Infundiré temor y miedo a todos los animales de la tierra. 299 Y sin embargo, no fue así; pues el hombre se hizo indigno de semejante principado. Y fue lo que le aconteció a judas. Para que no algunos desesperando a causa de la amenaza del castigo se tomaran más endurecidos, ni otros por la promesa de los bienes se volvieran más perezosos, para ambos pone el remedio al decir: Si amenazo no desesperes, pues puedes hacer penitencia y así revocar mi sentencia, como los ninivitas; y si prometo algo bueno no te tomes perezoso a causa de la promesa, pues si te vuelves indigno de nada te servirá la promesa, sino que te será de mayor castigo; porque yo prometo al que es digno.
Por eso en esta ocasión, hablando a los discípulos no hace simplemente la promesa. Pues no dice simplemente: Vosotros, sino que añade: los que me habéis seguido. Esto para excluir a Judas y para atraer a los que en lo futuro lo siguieran. Pues no habló Jesús sólo para ellos ni para solo Judas, que se tornó indigno. Promete pues cosas futuras a los discípulos diciendo: Os sentaréis sobre doce tronos; pues levantados ya a mayores alturas, nada buscaban de lo de este mundo. En cambio a los demás les promete también bienes de este mundo diciendo: Y todo aquel que por mi causa dejare hermanos o hermanas o padre o madre o esposa o hijos o campos, recibirá el cien doblado en este siglo y poseerá la vida eterna. Para que no alguno, al oír aquello de: Vosotros, lo tomara como dicho únicamente para los discípulos (me refiero a las promesas supremas y a lo de los tronos), ahora amplía su discurso hasta a los que habían de recibir recompensa y extiende su promesa a todo el orbe, y por los bienes presentes confirma los futuros.
A los principios, como los discípulos aún eran imperfectos les hablaba de las cosas presentes. Así cuando los sacó de los negocios del mar y de su arte piscatoria y les ordenó abandonar su navecilla, no les puso delante ni tronos ni los cielos, sino sólo cosas presentes diciéndoles: Os haré pescadores de hombres. 300 Pero una vez que ya los había elevado suficientemente, les habla también de las cosas celestiales. Mas ¿qué significa: Para juzgar a las doce tribus de Israel? Pues en realidad no se sentarán como jueces, sino que así como dijo de la reina del Austro, que condenaría a aquella generación y lo mismo aseveró de los ninivitas, así ahora dice de los apóstoles que a su vez condenarán. Y por eso no dijo: a las naciones y al orbe, sino: a las tribus de Israel.
Se habían criado tanto los judíos como los apóstoles con las mismas leyes y costumbres. Pues para que no alegaran los judíos que no habían podido creer en Cristo porque la Ley y los preceptos se lo impedían, los condena trayendo al medio a los que sí habían creído a pesar de haber recibido la misma Ley que ellos. Ya antes lo había dicho: Por eso ellos serán vuestros jueces. 301 Pero dirás: ¿qué cosa grande fue prometerles lo mismo que tendrán la reina del Austro y los ninivitas? Ciertamente ya muchas otras cosas les había prometido antes y otras más les prometió después, ya que no era eso solamente el premio. Por lo demás también aquí dejó entender algo más precioso, pues de aquéllos simplemente dijo: Los ninivitas se levantarán y condenarán a esta generación; y: la reina del Austro condenará. Pero de estos otros no dijo simplemente eso, sino ¿qué?: Cuando se sentare el Hijo del hombre en su trono glorioso, entonces os sentaréis también vosotros sobre doce tronos, dando a entender y manifestando de este modo que ellos participarán de su reinado y serán copartícipes de su gloria. Pues dice Pablo: Si con él pacientemente sufrimos, también con él reinaremos. 302 Pues los tronos no significan asientos, puesto que solo Cristo se sentará y solo él juzgará; sino que con esos tronos significó una gloria inefable y un honor excelso.
Esto dijo para los apóstoles; y para todos los demás la vida eterna allá y el céntuplo acá. Pero si a los demás así les promete, mucho más a los apóstoles aun en este siglo. Como en efecto sucedió. Habiendo ellos abandonado la caña de pescar y las redes, tuvieron luego en su mano los bienes de todos y el precio de las casas y de los campos y aun la persona misma de los creyentes. Pues aun habrían dado su vida por ellos, como Pablo de muchos lo testifica cuando dice: Si hubierais podido aun os habríais arrancado los ojos para dármelos. 303 Y cuando dice: quien dejare a la mujer, no quiere que se deshagan los matrimonios; sino que, así como cuando acerca de la vida decía: El que pierda su alma por mí, la encontrará, 304 no quiso decir que nos diéramos la muerte, ni que separemos el alma del cuerpo, sino que antepongamos la religión a todo lo demás, así habla al referirse a la esposa y a los hermanos. Parece que además aquí deja entender que habrá persecuciones. Pues como muchos padres arrastran a sus hijos a la impiedad y muchas mujeres a sus esposos, es como si dijera: Cuando eso os ordenaren no tengáis en cuenta ni a las esposas ni a los padres, como luego dijo Pablo: El infiel si se apartare que se aparte. 305 De manera que para levantarles el ánimo y para persuadirlos que confiaran en sí y en el orbe todo, añadió: Pero muchos pasarán de primeros a postreros, y de postreros a primeros.
Estas palabras se refieren indefinidamente a muchos otros; pero también se dijeron de ésos y de los fariseos que no creyeron; de los cuales había ya anteriormente sentenciado: Muchos vendrán del Oriente y del Occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob, mientras los hijos del reino serán echados fuera. 306 Enseguida añadió una parábola con que inflamó el anhelo de los que llegaren tarde. Pues dijo: Es semejante el reino de los cielos a un amo que salió al romper el alba para asalariar jornaleros para su viña. Y luego de concertarse con los obreros por un denario al día, los envió a su viña. Como saliera hacia la hora de tercia, vio otros que se hallaban en la plaza desocupados, y les dijo: Id también vosotros a trabajar en mi viña y os pagaré lo que sea justo. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia la hora de sexta y hacia la de nona, e hizo otro tanto. Salió por fin a la hora undécima y a otros que halló por ahí, les dijo: ¿Por qué os estáis aquí sin trabajar todo el día? Respondiéronle: Porque nadie nos ha contratado. Díceles: Id también vosotros a mi viña. Al caer el sol ordena el dueño de la viña a su administrador: Llama a los jornaleros y págales el salario, comenzando por los últimos hasta los primeros. Se presentaron los que habían venido cerca de la hora undécima y cobraron cada uno un denario. Y al llegar la vez a los primeros creían que cobrarían más. Pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al cobrarlo murmuraban contra el amo de la viña. Y decían: Estos que llegaron a lo último del día, sólo han trabajado una hora, y los igualas con nosotros que hemos soportado el peso y el calor de la jornada. El, respondiendo a uno de ellos, le dijo: Amigo, no te hago agravio. ¿No te concertaste conmigo por un denario? Cobra, pues, lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste último lo mismo que a ti. ¿O es que en mis asuntos no soy libre de proceder como yo quiera? ¿O es malvado tu ojo porque yo soy bueno? Así los últimos pasarán a primeros y los primeros a últimos. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. 307 ¿Qué significa esta parábola? Pues no parece concordar lo que se dice al principio con lo que se pone al fin de ella, sino que esto contradice a aquello. Pues en la parábola se muestra a todos aceptados y a ninguno rechazado, sino que todos reciben igual pago. Pero Jesús tanto al comienzo como al fin de la parábola dice lo contrario: Los últimos pasarán a primeros y los primeros a últimos. Es decir, que quedarán delante de los que eran primeros, de manera que éstos ya no serán primeros sino que quedarán pospuestos. Y que esto sea lo que significa, lo declara diciendo: Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos. De manera que de dos modos a aquéllos los punza y a éstos los consuela y exhorta. En cambio, la parábola no dice eso. Sino que esos últimos que trabajaron poco serán equiparados a los varones fatigados que trabajaron todo el día. Pues dicen éstos: Los has igualado con nosotros que soportarnos el peso y el calor de la jornada.
¿Qué significa, pues, la parábola? Parece necesario ante todo declarar esto y luego resolveremos la dificultad. Llama Cristo viña a los mandatos de Dios; y tiempo de trabajar a la vida presente. Llama obreros a los que de varias maneras han sido llamados a cumplir esos mandatos; y por horas tercia, sexta, nona y undécima, se entienden los que en diversas edades se aprestaron y bien se condujeron. Pero se pregunta si acaso los que fueron primeramente aprobados por Dios y le agradaron y durante todo el día ejecutaron espléndidamente el trabajo, andaban enfermos y en el extremo de la perversidad que es la envidia que hace palidecer. Pues como vieran a los otros pagados con el mismo salario que ellos, dicen Estos que llegaron a la última del día, sólo han trabajado una hora y los has igualado con nosotros que soportamos el peso y el calor de la jornada.
Ningún daño recibían, no se les mermaba su salario y sin embargo, llevaban pesadamente y con indignación el bien ajeno, lo cual procedía de envidia y perversidad. A esto el padre de familia justificándose ante ellos y respondiendo a uno que así hablaba, lo condena como envidioso y perverso en alto grado, con decirle: ¿No te concertaste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a éste último lo mismo que a ti. ¿O es malvado tu ojo porque yo soy bueno?¿Qué se deduce de esta parábola? Porque también en otras parábolas puede observarse lo mismo. Así aquel hijo bueno parece haberse atorado en esa misma enfermedad, cuando vio a su hermano el pródigo disfrutar de mayores honores que los que él había gozado. Pues así como aquí estos obreros recibían una mayor recompensa con ser llamados primero que los otros, así aquel hijo con la abundancia de los dones de su padre quedaba más honrado. Así se comprueba con lo de ese hijo bueno.
¿Qué podemos, pues, decir? Porque en el reino de los cielos, nadie disputa acerca de tales derechos; puesto que allá el cielo está libre de toda perversidad y envidia. Si acá los justos y santos en esta vida expusieron sus vidas por los pecadores, mucho más se gozan cuando los ven allá gozando de los bienes celestes, pues juzgan comunes a ellos los bienes de los otros. Entonces ¿por qué motivo Cristo usó de esta forma de hablar? Se narra la parábola, pero no conviene tomar todo a la letra en las parábolas, sino que una vez que hemos comprendido el fin de la parábola debemos cogerlo y no examinar con vana curiosidad el resto. Finalmente ¿por qué fue así dispuesta semejante parábola y qué es lo que quiere establecer? Quiere hacer más fervorosos y diligentes a aquellos que se han convertido en su extrema ancianidad y en forma alguna que se les considere como inferiores a los demás. Para esto trae al medio a los que llevan pesadamente sus bienes espirituales; no precisamente para delatarlos como enfermos de envidia; sino para demostrar que aquellos otros tan gran honor gozan, que aun mueven a envidia a los demás. También nosotros solemos decir: aquél me acusó de que tan grande honor te he concedido. Y no lo decimos porque en realidad seamos acusados o porque queramos acusar al otro sino solamente para declarar de este modo la grandeza del don. Mas ¿por qué no contrató desde luego y al punto a todos los trabajadores? Por su parte y en cuanto le tocaba a todos los contrató. Si no todos lo obedecieron, su voluntad hizo ver la diferencia de los que fueron llamados. Por esto unos fueron llamados a la hora temprana, otros a la de tercia, otros a la de sexta o a la de nona, y otros aun a la de undécima, porque era entonces cuando obedecerían.
Esto lo indicó ya Pablo diciendo: Cuando le plugo a Dios que me segregó desde el seno materno. 308 Y ¿cuándo le plugo? Precisamente cuando Pablo obedecería. Dios desde el principio lo quería; mas, como entonces Pablo no iba a obedecer, a Dios le plugo en el momento en que sí obedecería. Así llamó al ladrón, aunque hubiera podido llamarlo antes, pero antes el ladrón no habría obedecido. Si Pablo no habría obedecido desde el principio, mucho menos el ladrón. Y si los trabajadores dicen: Porque nadie nos ha contratado, dije ya que en las parábolas no hay que examinar curiosamente todo lo que en ellas se dice. Por lo demás, no es el padre de familia quien lo dice, sino ellos. Y él no los redarguye para no dejarlos perplejos, sino atraerlos. Puesto que la parábola misma está indicando que él, cuanto fue de su parte, los llamara; pues precisamente salió a buscar obreros y contratarlos.
De manera que por todos lados nos queda manifiesto que se dijo la parábola para quienes en su primera edad y para quienes más tardíamente y ya en la ancianidad siguen la virtud: para los primeros a fin de que no se ensoberbezcan ni se burlen de los que llegaron a la hora undécima; para los otros a fin de que comprendieran que podían en breve tiempo compensarlo todo. Pues hablaba Jesús del encendido fervor, de dejar las riquezas, de despreciar todas las cosas temporales; y para eso se necesitaba un ánimo juvenil y grande fervor, encendía en ellos la llama de la caridad y los preparaba para proceder con tenacidad y constancia y les ponía delante que quienes llegaron los postreros podían recibir el salario íntegro del día. Aunque esto no lo dice claramente para no arrojarlos a la soberbia, sino que deja entender que todo depende de su bondad, y que mediante su auxilio ellos no caerán sino que conseguirán los bienes inefables.
Y esta es la principal finalidad de la parábola. Si luego añade: Y serán primeros los últimos y últimos los primeros, y también: Pues muchos son los llamados y pocos los escogidos, no te admires. Pues no lo pone como deducción de la parábola, sino que solamente quiere decir: Así como sucedió aquello, así también sucederá esto otro. Pues en realidad no fueron primeros los últimos, sino que todos recibieron la misma recompensa, fuera de toda esperanza y expectación. Pues así como esto sucedió fuera de toda esperanza y expectación, de manera que los que llegaron postreros fueron igualados a los que llegaron primero, así sucederá también lo otro que es cosa mayor y más admirable: que los últimos sean antes que los primeros y los primeros después de los últimos. De modo que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Por lo demás, me parece que esto lo dice aludiendo a los judíos y también a los que al principio fueron fieles, pero luego, habiendo abandonado la virtud se quedaron atrás; y a los que, saliendo de su perversidad se aventajaron a muchos otros. Pues vemos en la vida cambios semejantes así en la fe como en el modo de vivir. 309 En consecuencia, os ruego que con todas nuestras fuerzas cuidemos de permanecer en la recta fe y demostremos ante todos un género de vida excelente. Pues si no llevamos una vida digna de nuestra fe, sufriremos extremos castigos. Así lo declaró ya desde aquellos tiempos antiguos el bienaventurado Pablo cuando dijo: Todos comieron un mismo manjar milagroso. Y todos bebieron una misma bebida misteriosa, 310 pero añadió: Sin embargo, no todos lograron la salvación sino que quedaron tendidos en el desierto. Lo mismo declaró Cristo a los evangelistas, poniendo ejemplo en varios que habían echado los demonios y habían profetizado y sin embargo fueron condenados al suplicio. Y a lo mismo tienden todas sus parábolas, como la de las vírgenes, la de la red, la de las espinas, la del árbol que da fruto: en todas se exige juntamente con la fe la virtud puesta en práctica.
Raras veces diserta Jesús sobre los dogmas, pues éstos no necesitan trabajo; en cambio frecuentemente habla del género de vida, o mejor dicho, en todas partes: pues para eso se necesita de una guerra perpetua y consecuentemente de un trabajo continuo. Mas ¿para qué hablo del conjunto de la vida ordenada? Un poco que de ella se desordene acarrea graves males. Así por ejemplo, el descuido en hacer limosnas lleva a los perezosos a la gehenna; aun cuando la limosna no sea la virtud íntegra, sino sólo una parte de ella. Así las vírgenes necias que no tenían el ornato de la limosna sufrieron el castigo. Por igual motivo fue atormentado el rico aquel; y los que no dieron de comer al hambriento por esa causa serán condenados con los demonios.
También el no maldecir es una parte de la virtud; y sin embargo a quienes de eso no se abstienen se les excluye del reino, pues dice: Quien a su hermano lo llamare fatuo será reo de la gehenna. 311 Igualmente la continencia es parte de la virtud. Pero sin ella nadie verá a Dios, pues dice: Mirad de alcanzar la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie gozará del favor de Dios. 312 También la humildad es parte de la virtud. Pero aun cuando alguno todo lo demás lo cumpla bien, pero no procura esta humildad, no será limpio delante de Dios. Claro aparece en el fariseo, que adornado de otros infinitos bienes, por aquí lo perdió todo. Pero yo tengo una cosa más que añadir. Pues no únicamente una sola parte de la virtud descuidada nos cierra la entrada en el cielo, sino que lo mismo acontece si esa parte no se practica con la conveniente diligencia y fervor. Pues dice el Señor: Si vuestra justicia no sobrepasa a la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos. 313 De manera que si no das limosna en cantidad mayor que ellos, no entrarás en el reino. Pero ¿cuánto daban ellos de limosna? Voy ahora a declararlo para excitar a que den los que no dan; y para que quienes dan no se ensoberbezcan sino que sean más generosos aún. ¿Qué daban ellos? El diezmo de todos sus haberes y luego otro diezmo y luego un tercer diezmo, de manera que daban casi la tercera parte de sus bienes; puesto que tres décimas casi la completan. Y luego además las primicias, los primogénitos de sus animales y otras muchas limosnas, por ejemplo para la purificación, por sus pecados y lo que daban en las fiestas y en los jubileos y en perdonar deudas y dar libertad a los siervos y en conceder préstamos sin cobrar réditos. 314 Pues si quien da de limosna la tercera parte de sus bienes, o mejor dicho la mitad (pues reunidas todas esas partidas equivalen a la mitad), si el que da la mitad de sus bienes no hace obra notable, quien no da ni la décima parte ¿qué recompensa merecerá? Con razón dijo: Pocos son los que se salvan.
En consecuencia, no hagamos poco caso del cuidado de una vida virtuosa. Pues si una parte de la virtud si se descuida, tan grave daño acarrea, ¿cómo escaparemos del castigo, estando rodeados por todas partes de cosas que merecen juicio y condenación? ¿qué penas no se nos impondrán? Preguntarás: entonces ¿qué esperanza nos queda de salvación? Porque cada una de las cosas que hemos enumerado nos amenaza con la gehenna. A mí me toca decíroslo. Pero en realidad, si cuidamos podemos alcanzar la salvación; por medio de la limosna podemos curar nuestras llagas. Porque no fortalece tanto al cuerpo la unción con el óleo, como la misericordia torna al alma firme e invencible en todo. Ella la hace inexpugnable al demonio, pues ungida con ese óleo, de cualquier parte que el diablo la quiera tomar, el aceite no se lo permite, sino que al punto se le resbala: el óleo no le permite al demonio cogerla por los hombros ni retenerla con sus manos.
Unjámonos frecuentemente con este óleo; pues él es motivo de salud, y confiere luz y esplendor. Instarás diciendo: pero es que aquel otro posee tantos más cuantos talentos de oro y nada da. ¿Qué te interesa esto? Así serás tú más admirable, si de tu pobreza te muestras más generoso que él. Por esto Pablo admiraba a los macedonios: no porque daban, sino porque daban de su pobreza. Ni mires, pues, a esos ricos, sino al común doctor de todos, que no tenía en dónde reclinar su cabeza. Insistirás: pero ¿por qué fulano y fulano no lo hacen así? No condenes a los otros, sino tú procura estar libre de acusación: mayor será tu castigo si acusas a los demás y tampoco das nada. Serás reo del mismo crimen de que los acusas. Si Cristo no permite ni aun a los buenos juzgar de los demás, mucho menos a los pecadores.
No juzguemos, pues, de los otros ni nos fijemos en los desidiosos, sino en Cristo Señor nuestro y de ahí tomemos ejemplo. ¿Acaso yo fui el que te colmó de dones? ¿fui yo el que te redimió para que hacia mí vuelvas tus miradas? Es otro el que te ha dado todo. ¿Por qué, dejando a un lado al Señor, vuelves tus ojos al consiervo? No lo has oído que dice: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y también: Quien de vosotros quiera ser el primero sea esclavo de todos; y luego: Como el Hijo del hombre que no vino a ser servido sino a servir. Y para que, si acaso topas con consiervos perezosos, no te hagas negligente, te aparta de ellos diciendo: Os he dado ejemplo para que como lo he hecho con vosotros, así vosotros lo hagáis. 315 ¿Es que entre los vivos no hay alguien que te pueda servir de maestro y llevarte a esa virtud? Pues mayor gloria y encomio será para ti, por llegar a ser admirable sin preceptor: y esto se puede alcanzar y con facilidad, si queremos, como se comprueba con los que primeramente lo llevaron a cabo. Así Noé, Abraham, Melquisedec, Job y otros a éstos semejantes. Vale la pena mirar hacia ellos diariamente; y no hacia esos otros a quienes diariamente emuláis y de quienes en vuestras reuniones habláis.
Porque yo por todas partes no oigo sino palabras como éstas: Aquél posee tantas y tantas yugadas de campo; aquel otro es rico; el de más allá construye edificios. Pero ¡oh hombre! ¿por qué tan reciamente anhelas las cosas exteriores? ¿por qué te fijas en otros? Si quieres fijarte en otros, considera a los hombres probos e ilustres que cuidadosamente guardan todos los mandamientos; pero no a quienes los quebrantan y viven en desdoro perpetuo. Si a éstos miras, sacarás de ahí muchos males, y caerás en arrogancia y desidia y harás daño a los demás. Pero si consideras a los probos, por ahí lograrás humildad, diligencia, compunción y otros mil bienes. Oye lo que le sucedió al fariseo porque habiendo hecho a un lado a los hombres buenos, se fijó en el pecador: óyelo y teme. Observa cuán admirable fue David por haber puesto sus ojos en sus mayores que habían brillado por la virtud: Extranjero soy, dice, y peregrino, como todos mis padres. 316 Y esto porque él y cuantos eran como él, dejando a un lado a los pecadores, pensaban en los varones conspicuos por la virtud. Pues haz tú lo mismo.
Tú no estás sentado como juez de los hechos ajenos ni estás deputado para examinar las culpas de otros. Se te ha ordenado examinar tus pecados y no los ajenos. Pues dice Pablo: Si nos examináramos a nosotros mismos, no seríamos castigados; si bien cuando el Señor nos castiga, nos quiere enseñar. 317 Pero tú has invertido el orden cuando no te exiges cuenta de tus culpas graves o leves, y en cambio andas cuidadosamente investigando las culpas de los demás. No lo hagamos ya más, sino que, echando a un lado semejante perturbación del orden, establezcamos en nuestro interior un tribunal acerca de nuestros pecados y seamos a la vez jueces, acusadores y verdugos. Si quieres examinar los hechos ajenos, fíjate no en los pecados sino en las buenas obras; para que por medio del recuerdo de nuestras culpas y la emulación de los buenos y la presencia del incorruptible tribunal, cada día, como aguijoneados por el estímulo de la conciencia, y excitándonos a mayor humildad y diligencia, consigamos los bienes futuros, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LXV (LXVI)

Mientras subían a Jerusalén tomó consigo a solas a los doce; y les decía por el camino: Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, y lo condenarán a muerte. Y lo entregarán a los gentiles para ser vilipendiado y azotado y crucificado.
Y al tercer día resucitará (Mt 20, 17-19).
No SUBE directamente y al punto de Galilea a Judea, sino tras de haber obrado diversos milagros y haber confundido a los fariseos y haber hablado a los discípulos claramente acerca de la pobreza. Pues dice: Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes; y acerca de la virginidad: El que pueda entender que entienda; y acerca de la humildad: Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis al reino de los cielos; y de la recompensa en esta vida: Quienquiera que dejare casas, o hermanos, o hermanas, recibirá el ciento tanto en esta vida; y finalmente también de la recompensa futura: Y poseerá en herencia la vida eterna. Finalmente se dirige a la ciudad de Jerusalén; y habiendo de llegarse a ella, de nuevo habla de su Pasión.
Era verosímil que quienes no querían que tales cosas sucedieran, las hubieran echado en olvido; por lo cual frecuentemente se las recuerda, para ejercitar continuamente su ánimo y aminorarles la pena. Y necesariamente tenía que hablarles aparte, pues no era conveniente que aquello se divulgara ni claramente se dijera, ya que de ello ningún bien se habría seguido. Si los discípulos al oírlo se perturbaron, mucho más se habría perturbado el vulgo. Preguntarás: pero ¿acaso no se le dijo esto al pueblo? Cierto que sí, pero no tan claramente.
Porque ya les había dicho: Destruid este templo y en tres días lo reedificaré; y también: Esta generación pide una señal y no se le dará otra señal que la de Jonás profeta; y además: Aún estoy con vosotros por un poco de tiempo y me buscaréis y no me encontraréis. En cambio, a los discípulos no les habla así, sino que, del mismo modo que con toda claridad les había dicho las otras cosas, así también lo hizo con ésta.
Mas ¿por qué se las decía si al fin y al cabo no entendían la fuerza de sus palabras? Para que más tarde comprendieran que él iba a la Pasión con plena presciencia y plena libertad y no sin saberlo ni obligado. En cambio, a los discípulos, no solamente se las predijo por ese motivo, sino además, como ya dije, para que en esa expectación se ejercitaran y así lo soportaran con mayor facilidad; no fuera a ocurrir que si sucedía sin que la esperaran sufrieran excesiva perturbación. Por esto al principio únicamente les predijo su muerte; y cuando ya en eso se habían ejercitado y lo habían meditado, añadió lo demás. Por ejemplo: Será entregado a los gentiles para ser vilipendiado y lo azotarán. Y esto para que también cuando presenciaran cosa tan triste esperaran la resurrección. Y pues no les había ocultado lo que era triste y penoso, le dieran fe en lo glorioso.
Advierte cómo espera la oportunidad. No les habló de esto a los comienzos, para no turbarlos; ni tampoco les dijo todo en una misma ocasión, para no entristecerlos; sino tras de haber ellos tenido experiencia de su poder y haberles hecho grandes promesas acerca de la vida eterna. Entonces por fin les mete conversación sobre esto; y lo hace una y dos y muchas veces, tejiéndola entre los milagros y las enseñanzas. Otro evangelista añade que alegó a los profetas. Y otro dice que no entendieron sus palabras y que se les ocultaba el sentido y que lo seguían estupefactos. Dirás que con eso se perdió el fruto de la predicción. Pues si no entendían lo que se les decía y habían oído, en vano podían esperar; y no pudiendo esperar, tampoco se les podía avivar la esperanza. Pero yo te voy a proponer algo más difícil aún. Si no entendían ¿por qué se entristecían? Y sin embargo, otro evangelista dice que se entristecieron. Repito pues: si no entendían ¿por qué se entristecían? ¿Por qué Pedro prorrumpió y dijo:¡Salvo seas, Señor! ¡eso no será jamás! si no comprendía? ¿Qué podemos responder? Respondemos que sí comprendía que Jesús iba a morir, aun cuando la economía completa de semejante misterio no la comprendía con claridad ni tampoco lo de la resurrección ni las consecuencias tan grandes que de ella se iban a seguir. Esto estaba oculto a ellos. Y por esto se dolían. Habían visto que otros muertos habían sido resucitados por él; pero que él se resucitara y que de tal modo se resucitara que ya jamás hubiera de morir, esto no lo habían visto. Y esto era lo que aun habiéndoseles dicho repetidas veces no lo comprendían; ni sabían con claridad qué género de muerte ni cómo le había de sobrevenir al Maestro. Por tal motivo quedaron estupefactos y así lo iban siguiendo. Y no sólo por eso, según me parece, sino además porque al hablarles de la Pasión les ponía terror.
Semejantes cosas no les inspiraban confianza, aun cuando muchas veces oyeran lo de la resurrección. Pues aparte de lo referente a su muerte, los perturbaba sobre todo el oír que sería vilipendiado y azotado y otras cosas semejantes. Cuando por una parte pensaban en los milagros, en los posesos liberados, en los muertos resucitados y los demás hechos maravillosos; pero luego oían esas otras cosas, quedaban estupefactos, de que quien tales cosas había llevado a cabo tales otras hubiera de padecer. Por aquí caían en grandes dudas, y unas veces creían y otras no creían y no atinaba con el sentido de sus palabras. Y tan es así que no las entendían con claridad, que al punto se acercaron los hijos del Zebedeo y le trataron acerca de los primeros puestos en el reino. Pues le dijeron: Queremos que uno de nosotros se siente a tu derecha y el otro a la izquierda.
Preguntarás: pero ¿cómo es que aquí el evangelista dice que fue la madre la que se acercó? Es verosímil que sucedieran las dos cosas. Pues ellos tomaron consigo a su madre para mayor eficacia en la súplica y para de este modo doblegar a Cristo. Y que su súplica fuera sincera y que por cierta vergüenza recurrieran a su madre, observa cómo se desprende de las palabras que Cristo les dirige. Pero, mejor, sepamos antes qué es lo que piden, con qué fines y de dónde les vino impulso semejante. ¿De dónde les nació el impulso? Veían que Cristo los honraba más que a los otros y así esperaban conseguir lo que pedían. Pero ¿qué piden? Oye a otro evangelista que con claridad lo expone. Como se iban acercando a Jerusalén, dice, y pensaban ellos que ya iba a establecerse el reino de Dios, hicieron su petición. Pensaban que ya estaba cerca ese reino y que era un reino sensible y que si alcanzaban lo que pedían ya en adelante nada triste les acontecería ni sufrirían. Pues no suplicaban únicamente por el reino, sino por verse libres de trabajos.
Por esto Cristo ante todo les quita semejante pensamiento y les ordena esperar muertes, peligros y toda clase de sufrimientos extremos. Les dice: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? Que ninguno de vosotros se perturbe por ver así de imperfectos a los apóstoles, pues aún no había llegado la cruz, aún no se había dado la gracia del Espíritu Santo. Si quieres conocer su virtud contémplalos después de esos misterios: los encontrarás superiores a toda enfermedad y vicio del alma. Por eso el evangelista descubre sus imperfecciones, para que veas cuáles fueron luego por obra de la gracia. Por su petición se descubre que no buscaban nada espiritual y ni noción tenían del reino de allá arriba. Pero veamos cómo se acercan y qué es lo que piden. Le dicen: Queremos que nos concedas cualquier cosa que te pidamos. Cristo les responde: ¿Qué queréis? No lo hizo porque lo ignorara, sino para que ellos quedaran obligados a contestar y así descubrieran su llaga, y ponerle remedio.
Ellos por su parte, avergonzados de haberse dejado llevar hasta ese punto del afecto humano, lo interrogaron aparte de los otros discípulos. Pues dice el evangelista que se les adelantaron para no ser oídos de los otros; y así le expusieron su petición. Pienso yo que, como habían oído aquello de: os sentaréis sobre doce tronos, querían obtener los primeros puestos. Sabían que antecedían a los demás, pero temían de Pedro. Le dicen pues a Jesús: Ordena que se siente uno de nosotros a tu diestra y el otro a la izquierda. Y le urgen diciendo: Ordena. ¿Qué les contesta? Para demostrarles que ni pedían cosa alguna espiritual, y que si supieran lo que pedían, jamás lo habrían pedido, les dice. No sabéis lo que pedís. Es decir, cuán alta cosa sea, cuán admirable, cuán por encima de las mismas Potestades del cielo. Luego añade: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber y ver bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?¿Observas cómo inmediatamente los aparta de aquella opinión hablándoles de cosas enteramente contrarias? Como si les dijera: vosotros me habláis de honores y coronas; pues yo os hablo de certámenes y trabajos y sudores. No es este tiempo de premios ni ahora aparecerá aquella mi gloria: sino que la vida presente es de muerte, guerras y peligros.
Advierte cómo por el modo de preguntarles al mismo tiempo los exhorta y atrae. Porque no les dice: ¿Podéis soportar la muerte? ¿podéis derramar vuestra sangre? Sino ¿qué? ¿Podéis beber el cáliz? Y luego alentándolos y atrayéndolos añade: que yo voy a beber, con el objeto de darles mayor prontitud por razón de su compañía. Y lo llama bautismo para indicar que de ahí vendría gran purificación a todo el orbe. Ellos le dicen:¡Podemos! Lo prometen al punto, llevados del fervor de su alma, sin saber lo que dicen, pero esperando de este modo conseguir lo que pedían. ¿Qué les dice él? Beberéis en verdad mi cáliz y seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado. Grandes bienes les profetiza. Pues significa: Seréis dignos del martirio y padeceréis lo que yo voy a padecer; terminaréis vuestra vida con una muerte violenta y en esto seréis mis compañeros. Pero sentaros a mi diestra y a mi izquierda, no está en mi poder otorgarlo, sino a aquellos a quienes está reservado por mi Padre.
Una vez que les hubo levantado el ánimo y llevado a regiones más altas y los hizo vencedores de la tristeza, finalmente corrige su petición. Mas ¿qué significa lo que ahora se dice? Porque muchos hacen una doble pregunta: en primer lugar si el sentarse a la derecha de Cristo le está reservado a alguno; y en segundo lugar, si acaso el que es Señor de todos no puede concederlo a quienes está reservado. En suma, qué significa lo dicho. Si resolvemos la primera cuestión la segunda quedará clara para esos que preguntan. ¿Qué significa, pues? Ninguno se sentará ni a la diestra ni a la siniestra de El, pues su trono es inaccesible a todos: no digo únicamente a los hombres ya sean santos y aun apóstoles, pero aun a los ángeles, los arcángeles y todas las Potestades del cielo. Pablo eso lo pone como prerrogativa del Unigénito cuando dice: Porque ¿a cuál de los ángeles dijo jamás: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies? A los ángeles dice: El hace a sus ángeles vientos y a sus ministros llama de fuego; pero respecto del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos. 318 Entonces ¿cómo dice: Sentarse a mi diestra y a mi izquierda no está en mi poder otorgarlo? ¿Es porque ya están determinados los que ahí se han de sentar? ¡De ninguna manera! ¡lejos tal cosa! Sino que responde según el pensamiento de los que le preguntaban, atemperándose a su debilidad. Porque ellos nada sabían de aquel trono sublime ni del trono a la diestra del Padre, pues no alcanzaban ni siquiera las cosas más bajas con mucho de que cada día eran instruidos. Lo único que ellos buscaban era sentarse en los primeros lugares y preceder a los otros y que nadie allá con El estuviera antes que ellos. Pues, como ya dije, habían oído lo de los doce tronos e ignorando qué fuera eso, pidieron el primer lugar.
Así que lo que Cristo dice es esto: Ciertamente moriréis por mí, os inmolaréis en aras de la predicación, seréis partícipes de mi Pasión. Pero eso no basta para que os adquiera los primeros lugares y estéis en los puestos delanteros. Si llega algún otro que haya padecido el martirio y haya alcanzado la virtud con mayor perfección que vosotros, aunque yo os amo y os prefiero a otros, no por eso rechazaré al otro a quien ensalzan sus virtudes y os daré el puesto de preferencia. Aunque para no causarles dolor, no se lo dijo con estas palabras, sino que como en enigma lo dejó entender con decirles: Mi cáliz ciertamente lo beberéis y seréis bautizados con el bautismo con que yo lo seré; mas el sentarse a mi diestra o a mi izquierda no está en mi poder otorgarlo, sino a aquellos a quienes está reservado por mi Padre.
Pero ¿para quiénes está preparado? Para aquellos que por sus obras pueden llegar a ser sobresalientes. Por eso no dijo: no puedo darlo yo, sino mi Padre, para que no fuera a suceder que alguno, débil aún en la fe, lo tomara a debilidad de Cristo y dijera que no podía éste retribuir. ¿Qué fue lo que dijo? No está en mi poder, no me toca, sino a aquellos para quienes está preparado. Para que esto que digo quede más claro, lo explicaré con un ejemplo. Supongamos un prefecto de certámenes y que muchos bajan a las competencias, atletas eximios. Pero que dos de esos atletas se acercan al prefecto de certámenes y son muy especiales amigos suyos, y le dicen: Haz que seamos proclamados y coronados, porque se apoyan en la dicha amistad y benevolencia. Y aquél les contesta: No me toca ni está en mi poder concedéroslo, sino sólo a aquellos para quienes está eso preparado a causa de sus trabajos y sudores. ¿Pensaremos y diremos que ese prefecto está destituido de todo poder? De ninguna manera. Al revés: lo alabaremos por su sentido de justicia y equidad.
Pues bien, así como no diríamos que él no concede la corona por falta de poder, sino porque no quiere violar las leyes de las competencias, ni perturbar el orden jurídico, del mismo modo, creo yo, se expresó Cristo, de todas maneras levantándoles el ánimo para que pongan la esperanza de su salvación, después de Dios, en sus buenas obras. Por esto dice: A aquellos para quienes está preparado. Como si dijera: pues ¿qué si aparecen otros mejores que vosotros? ¿que mejores obras practican? ¿Acaso vosotros, por haber sido mis discípulos vais a ocupar los primeros asientos, si no es que se os juzgue dignos de ellos? Por esto de tener El la plena potestad de juzgar se ve claro ser El dueño del universo. Así dice a Pedro: Te daré las llaves del reino de los cielos. Y Pablo significando lo mismo, decía: En el término, me está reservada una corona de justicia, con la que me retribuirá en aquel día el Señor como justo juez; y no sólo a mí, sino a los que habrán deseado con amor su advenimiento. 319 Se refiere al advenimiento que ya tuvo realización. Y a todos es manifiesto que nadie se aventajará a Pablo. Ni te admires de que Cristo estas cosas las haya dicho en forma un tanto oscura. Pues Jesús los despide, de tal modo disponiendo las cosas que ellos no se preocupen ni turben por eso de los primeros asientos, pues aquello les había acaecido por humanas afecciones; y así, para no entristecerlos, logra ambas cosas mediante esta oscuridad.
Entonces se indignaron los otros diez contra ambos hermanos. Entonces... ¿Cuándo? Cuando Jesús los increpó. Pues mientras Cristo daba su parecer no se indignaban; sino que aun cuando veían que los dos hermanos eran preferidos, por honra y reverencia del Maestro callaban, aunque en su ánimo sintieran dolor, pues no se atrevían a manifestarlo. Ya antes habían sufrido lo mismo respecto de Pedro, es decir, ese afecto humano, allá cuando la didracma: no se indignaron, sino que solamente preguntaron: ¿Quién es mayor? Acá, cuando vieron lo que los dos discípulos pedían, se indignaron. Pero no se indignaron al hacer aquéllos su petición, sino cuando Cristo los increpó y les advirtió que no ocuparán los primeros asientos, sino en el caso de que se mostraran dignos de ello.
¿Observas cuán imperfectos eran aún todos, tanto los que intentaban preceder a los diez, como los diez que sentían envidia de los otros dos? Pero, como ya dije, tráelos al medio más tarde y los verás desnudos de toda esa clase de afecciones. Mira cómo el mismo Juan, que ahora con el motivo dicho se acercó a Jesús, luego en todo daba la primacía a Pedro, tanto cuando éste predicaba, como cuando hacía milagros. Así se ve en los Hechos de los Apóstoles. Tampoco oculta sus hechos preclaros, sino que narra la confesión hecha por Pedro, mientras todos callaban, y cómo entró al sepulcro, y lo antepone a sí mismo. Ambos habían estado presentes a la crucifixión, pero Juan, omitiendo las alabanzas propias se contenta con decir: El discípulo aquel era conocido del pontífice. 320 Santiago sobrevivió poco tiempo, pues desde el principio ardía en sumo fervor, de manera que habiendo renunciado a todas las cosas, llegó a tan alta cumbre que desde luego sufrió el martirio. Luego todos por el ejercicio de todas las virtudes se hicieron egregios. Pero entonces se indignaron.
¿Qué hace Cristo? Habiéndoles llamado a sí, les dijo: Sabéis que los jefes de las naciones dominan despóticamente sobre ellas. Pues los veía turbados, con llamarlos antes de hablarles los apaciguó tanto con el llamamiento mismo como con acercarlos a Sí. Porque los dos dichos, separados del resto de ellos, estaban ahí cerca hablando en privado. Por eso los llama también a ellos cerca de sí, y de esta manera y también con poner de relieve lo que los otros habían dicho y comunicarlo con los otros, consoló los ánimos de todos que andaban agitados. Pero no los apacigua ahora como lo había hecho anteriormente. Porque entonces trajo al medio a un niño y les ordenó imitar su humildad y sencillez. Ahora en cambio más acremente los reprende por ejemplos contrarios.
Les dice: Los jefes de las naciones dominan despóticamente sobre ellas y sus magnates ejercen sobre ellas un poder tiránico. No debe ser así entre vosotros, sino que quien aspire entre vosotros a ser grande sea servidor de todos; y quien quiera ser el primero, será esclavo y el último de todos. Demostró así que el anhelar los primeros puestos era cosa que se acercaba a los usos de los gentiles. La ambición es una pasión tiránica que con frecuencia agita a los grandes hombres. Por lo cual necesitan de mayor castigo. Por lo cual también él aplica un mayor castigo al avergonzar a los ánimos llenos de hinchazón mediante la comparación con los gentiles; y con esto corta la envidia de los diez y la arrogancia de los otros dos. Como si dijera: No os indignéis como si se os hiciera injuria. Quienes ambicionan los puestos primeros, a sí mismos se hacen daño y se causan desdoro, pues por eso mismo ocupan el último lugar. Porque las cosas no van por el mismo camino entre nosotros y entre los gentiles. Los jefes de las naciones dominan despóticamente sobre ellas; pero acá conmigo, el último es el primero. Ni penséis, que lo digo sin razón, sino tomad ejemplo de mis obras. Porque yo hice todavía algo más. Siendo Rey de las Potestades del cielo, quise hacerme hombre y ser vilipendiado y sufrir improperios. Y no contento con esto, me presenté a la muerte.
Por tal motivo dice: El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida por la redención de muchos. Que es como decir: no paré aquí, sino que di mi vida para redención. Y ¿por quiénes? Por enemigos. Mientras que tú, si fueres humillado, en tu favor lo llevas; yo en cambio lo hice por ti. No temas, pues, como si fueras a perder tu honra. Pues por más que te humilles, no puedes abajarte tanto cuanto se abajó tu Señor. Pero ese abajarse fue ascensión para todos y manifestó así su gloria. Pues antes de hacerse hombre, solamente era conocido de los ángeles; pero una vez que se hizo hombre y fue crucificado, no sólo no disminuyó su gloria, sino que recibió además una nueva por el conocimiento que de El tuvo el orbe. No temas como si se te arrebatara tu honra por el hecho de humillarte; pues, al contrario, de ese modo, se te aumenta mucho más y se te hace mayor.
En consecuencia, no echemos por el otro camino, para dañarnos a nosotros mismos y hacernos guerra. Si queremos aparecer grandes, no seremos grandes, sino al revés, seremos vilísimos. ¿Observas cómo continuamente los exhorta a lo contrario y sin embargo concediéndoles lo que desean? Ya muchas veces lo hemos demostrado anteriormente: así lo hizo, por ejemplo, cuando se trataba de los avaros y de los codiciosos de vanagloria. Pues decía: ¿Por qué das limosna delante de los hombres? ¿Para gozar de gloria? ¡No lo hagas! ¡alcanzarás gloria! ¿Por qué amontonas riquezas? ¿para enriquecerte? No amontones riquezas y serás rico. Y lo mismo ahora: ¿por qué anhelas los primeros puestos? ¿para preceder a otros? Pues escoge el último lugar y obtendrás el primero, puesto que ambicionar aquéllos es propio de los ínfimos. Si quieres ser grande, no busques ser grande y entonces serás grande. Pues lo otro es ser de verdad el último.
¿Adviertes la manera con que los aparta de semejante enfermedad, demostrándoles que de ese modo caen y del otro consiguen lo que anhelan; para que aquello lo huyan y busquen lo otro? Y trajo a colación los gentiles para declarar que semejante anhelo está lleno de desdoro y es abominable. Es necesario que el arrogante se humille y que el humilde sea elevado. Pues esta es la auténtica y verdadera elevación, que no consiste únicamente en el nombre y apelativo. La elevación simplemente en lo externo, es fruto del temor y la necesidad; pero la otra elevación es una semejanza de la alteza de Dios. El que con ella es excelso, aun cuando a nadie cause admiración permanece excelso. Por el contrario el soberbio, aun cuando todos lo adulen y reverencien, es el más bajo de todos. Su honor se apoya en la fuerza y en la necesidad y por lo mismo fácilmente cae; el otro nace del propósito de la voluntad y por lo mismo permanece firme.
Admiramos a los santos porque siendo ellos los más eximios de todos, se mostraron los más humildes de todos. Y por eso permanecen exaltados hasta el día de hoy y la muerte nada les quitó de su excelsitud. Pero si os place demostraremos esto mismo mediante el raciocinio. Acá llamamos alto al que sobresale por la estatura de su cuerpo o porque está en lugar levantado; y llamamos humilde a lo contrario. Pues bien: veamos quién es de verdad alto, si el soberbio o el humilde, para que conozcas que nada hay más alto que la humildad y nada más bajo que la soberbia. El arrogante y soberbio quiere ser el más alto que todos y dice que nadie hay digno de él; y por más honores que consiga, siempre ambiciona y busca otros mayores y piensa que aún nada ha conseguido. Desprecia a los hombres y anda buscando que lo honren: ¡cosa la más irracional de todas! Pues parece cosa enigmática. Busca que lo glorifiquen aquellos a quienes desprecia. ¿Ves cómo el que se levanta más alto, cae y yace por tierra? Pues eso de que juzgue que todos los demás hombres con él comparados nada son, queda condenado por el nombre mismo de arrogancia. Entonces ¿por qué corres tras de quienes, según tú, nada son? ¿por qué buscas que te honren? ¿por qué traes y llevas semejantes acompañamientos y turbas? ¿Adviertes, carísimo, a ese bajo y sobre bajos apoyado? Pero ¡ea! ¡examinemos al que de verdad es eximio! Este conoce bien lo que es el hombre. Sabe que el hombre es un ser elevado y él se juzga el último; por lo mismo, por mínimo que sea el honor de que disfruta, lo juzga grande. Por lo mismo, es constante, es eximio, no cambia de pareceres; porque juzga ser honores grandes los que provienen de aquellos que él juzga grandes, aun cuando parezcan pequeños los hombres, pues para él son grandes. El arrogante al revés: juzga hombrecillos de nada a los que le tributan honores y en cambio juzga grandes los dichos honores. Además el humilde no sufre enfermedades del ánimo: no lo conmueve la ira ni el amor de la vanagloria ni la envidia. Pero ¿qué habrá más excelso que una alma libre de tales enfermedades? El arrogante está pleno de ellas y se revuelca en el cieno a la manera de un gusano, pues constantemente lo excitan la envidia, la ira y el rencor. Entonces ¿quién es más excelso? ¿el que está por encima de las enfermedades del alma o el que es esclavo de ellas? ¿el que las teme y tiembla de ellas o el que permanece invicto y jamás ellas se apoderan de él? ¿Qué ave diríamos que vuela más alto: la que está por encima de las manos y lazos del cazador o la otra para coger la cual el cazador no necesita ni de trampas, pues anda rastrera y no puede levantarse a lo alto? Este es el arrogante: cualquier lazo fácilmente lo coge, pues anda arrastrándose sobre la tierra.
Y si quieres, examina esto mismo por el lado del demonio. ¿Quién más abatido que el demonio por haberse ensoberbecido? ¿quién más excelso que el hombre si quiere ser humilde? El demonio se arrastra puesto bajo nuestras plantas, pues dice la Escritura: Caminad sobre las serpientes y los escorpiones. 321 El humilde en cambio vive con los ángeles. Y si quieres conocer lo mismo por los hombres soberbios, piensa en aquel bárbaro que llevaba consigo tan numeroso ejército, pero no conocía ni siquiera lo que todos conocen; como por ejemplo que la piedra es piedra y que los ídolos, ídolos son; y por lo mismo era inferior a los mismos ídolos. Pero los que son fieles y piadosos, ascienden sobre el sol; y ¿qué puede haber más elevado que ellos? Traspasan incluso las bóvedas celestes, y pasando de vuelo a los ángeles, se presentan ante el trono mismo regio de Dios. Y para que por otro camino conozcas la vileza de los arrogantes, te pregunto: ¿quién podrá ser humillado y abatido: aquel a quien Dios auxilia o aquel a quien Dios combate? Sin duda éste último. Pues oye lo que dice la Escritura acerca de ambos: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. 322 Voy a ponerte otra pregunta: ¿quién es más elevado: el que sacrifica a Dios y le ofrece víctimas; o el que apartado de Dios no pone en él su confianza en absoluto? Dirás: ¿qué sacrificio puede ofrecer el humilde? Pues oye a David que dice: Mi sacrificio es un espíritu contrito; un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias. 323 ¿Has visto la pureza del humilde? Pues mira ahora la impureza del otro: Impuro es delante de Dios todo el que tiene un corazón arrogante 324 Añádese que en aquél descansa el Señor: ¿En quién voy a fijarme? En el humilde y contrito, que tiembla de mi palabra. 325 Este en cambio es arrastrado juntamente con el diablo, porque el arrogante sufrirá los tormentos del demonio. Por lo cual decía Pablo No sea que infatuado caiga en la condenación del diablo. 326 Y además siempre le sucede lo contrario de lo que anhela. Se ensoberbece para ser honrado y resulta el más despreciado de todos. Porque los arrogantes son la gente más ridícula, odiados de todos, fácil presa de sus enemigos, inclinados a la ira, impuros delante de Dios. Pero ¿qué habrá peor que esto? Es el colmo de todos los males.
En cambio ¿qué hay más dulce que los hombres humildes? ¿qué hay más feliz? Son amables y queridos de Dios y ante los hombres disfrutan de suma gloria; y todos los honran como a padres, los reciben como a hermanos, los abrazan como a miembros propios. Seamos, pues, humildes para que seamos excelsos. La arrogancia abaja demasiado. Ella fue la que echó por tierra al Faraón. Dijo: No conozco a ese Señor. 327 Y quedó inferior a las ranas, a los mosquitos y a las langostas y finalmente con armas y caballos fue sumergido en el mar. En cambio, Abraham dijo: Yo soy polvo y ceniza 328 y así venció a millares de bárbaros; y habiendo ido a dar en mitad de Egipto, regresó tras de lograr un trofeo más espléndido aún; y ejercitando la humildad, siempre salió cada vez más elevado. Por eso en toda la tierra es celebrado, en todas partes es coronado y ensalzado. El Faraón en cambio no es sino tierra y ceniza u otra cosa i la hay más vil que ésas.
Nada aborrece Dios tanto como la soberbia. Por esto desde el principio puso todos los medios para desterrar esta enfermedad. Para ello fuimos hechos mortales, y vivimos entre dolores y gemidos, y entre trabajos y miserias. Por la arrogancia pecó el primer hombre, pues esperaba ser igual a Dios y el resultado fue que ni siquiera conservó lo que ya poseía, sino que todo lo perdió. Esa es la naturaleza de la arrogancia: que no sólo nada nos ayuda para la vida, sino que nos priva aun de lo que ya tenemos. En cambio la humildad no nos priva de bien alguno, sino que nos aporta los que no poseíamos. Pues bien: insistamos en esta virtud, ejercitémosla para que juntamente disfrutemos de la vida presente y consigamos la eterna, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, junto con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LXVI (LXVII)

Al salir ellos de Jericó le seguía una gran multitud. Y dos ciegos, sentados a la vera del camino, como oyeron que pasaba Jesús, se pusieron a gritar: ¡Señor, Hijo de David, apiádate de nosotros (Mt 20, 29-30).
ADVIERTE de qué lugar sale para Jerusalén; y en qué sitio estaba antes. Me parece de suma importancia investigarlo. ¿Por qué no fue antes a Galilea, sino que atravesó Samaría? Pero en fin dejemos eso a los que estas cosas estudian. Pues si alguno quisiere examinar cuidadosamente, hallará que Juan bien lo deja entender y pone el motivo. Por nuestra parte, estemos a lo que nos hemos propuesto, y escuchemos a estos ciegos, mucho mejores que muchos de los que ven. Pues sin tener guía, sin ver a Jesús que se acercaba, procuraban empeñosamente acercársele. Y comenzaron a clamar con grandes voces; y como se les ordenara callar, más aún clamaban.
Así es un alma perseverante: se aprovecha por medio de los mismos que procuran impedirla. Cristo permite que se les ordene callar para que resalte el fervor de ellos y conozcas que en realidad eran dignos de recibir la salud. Por lo mismo ni siquiera les pregunta si creen, como solía hacerlo, pues sus clamores y el anhelo de acercársele suficientemente manifestaban su fe. Por aquí conoces, carísimo, que aun cuando seamos viles y bajos en exceso, si nos acercamos anhelosos a Dios, podremos alcanzar por nosotros mismos lo que pedimos. Observa cómo estos ciegos, sin tener el patrocinio de ninguno de los apóstoles y por el contrario habiendo muchos que los detenían, pudieron pasar por sobre todos los obstáculos y acercarse a Jesús. Y aunque los evangelistas no testifiquen haber tenido ellos alguna confianza por su género de vida, pero el fervor les valió para todo.
Imitémoslos. Aunque el Señor dilate su don, aunque muchos se nos interpongan, no cesemos de pedir. Así nos conciliaremos especialmente a Dios. Advierte cómo a éstos por su fervor, para nada logra impedirlos ni la pobreza ni la ceguera, ni el que no sean oídos, ni el que las turbas los increpen. Así es un alma fervorosa y puesta en trabajos. ¿Qué hace Cristo?: Los hace llamar y les dice: ¿Qué queréis que haga con vosotros? Respóndenle: ¡Señor, que se abran nuestros ojos!¿Por qué les pregunta? Para que nadie pensara que El les daba una cosa distinta de la que ellos suplicaban. Pues suele Cristo ante todo poner de manifiesto la virtud de los que son curados y luego darles el remedio. Y esto así para inducir a los demás al mismo fervor, como también para dejar en claro que con todo derecho gozan del beneficio. Así procedió con la mujer cananea, así con el centurión, así con la mujer que padecía flujo de sangre. Incluso esta admirable mujer previno y se anticipó a la pregunta del Señor. Sin embargo, Jesús no la exceptuó, sino que después del milagro y ya dada la salud, luego hizo públicas sus virtudes y la hizo célebre. Así cuidaba de publicar las buenas obras de los que se le acercaban y aun declararlas mayores de lo que eran, como lo hace aquí.
Una vez que los ciegos declararon qué era lo que anhelaban, movido a compasión, Cristo los tocó. Esa compasión, causa de la curación, fue el motivo único de su venida al mundo. Sin embargo, aunque todo era obra de gracia y de misericordia, buscaba El que aquéllos fueran dignos del beneficio. Y que estos ciegos lo fueran, queda claro por los clamores que lanzaban y porque, habiendo obtenido el don, no hicieron lo que muchos hacen, sino que no se apartaron ya de Jesús. Porque muchos una vez obtenida la gracia se tornan desagradecidos. No eran ellos así, sino que antes de la curación tuvieron perseverancia y después de ella fueron agradecidos, pues siguieron a Jesús.
Cuando se acercaban a Jerusalén, y llegaron a Betfagé, en el monte de los olivos, despachó Jesús a dos de sus discípulos con este encargo: Llegad a la aldea de enfrente y luego hallaréis una asna atada y su pollino junto a ella. Desatadlos y traédmelos. Si alguno os dijere algo, respondedle: El Señor tiene necesidad de ellos y luego os los devolverá. Esto sucedió para que se cumpliera lo predicho por el profeta: Decid a la hija de Sión: Mira: Tu Rey viene a ti manso y montado sobre una asna y sobre un pollino que ella crió. Muchas veces había Jesús subido a Jerusalén, pero nunca lo había hecho con tan grande pompa. ¿Por qué fue esto? Porque las otras subidas eran apenas el principio de la nueva economía; ni él era suficientemente conocido; ni estaba próximo el tiempo de su Pasión. Por eso anteriormente se mezclaba entre las turbas y aun subía de incógnito. Además de que semejante modo de subir anteriormente no habría causado admiración y en cambio podría haber causado mayor ira a los fariseos. Pero una vez que ya había dado pruebas convincentes de su poder y estando ya la cruz a las puertas, se revela con mayor claridad y todo lo hace con solemnidad mayor, tal que pudiera luego herirlos a ellos.
Pudo todo hacerlo desde el principio, pero no habría tenido utilidad. Advierte por tu parte cuántos milagros se verifican y cuántas profecías se cumplen. Les dijo: Encontraréis una asna; les predijo que nadie se les opondría, sino que quienes tal oyeran guardarían silencio. No es pequeña condenación de los judíos todo esto de que Jesús a hombres desconocidos y que nunca había visto los persuada a que le entreguen lo que les pertenece, sin contradecirlo. En cambio los judíos, cuando Él por medio de sus discípulos obraba milagros, estando ellos presentes no creyeron. Ni pienses que fue cosa pequeña lo que sucedió. Porque ¿quién les persuadió a los dueños que, al ver cómo les llevaban lo suyo, sobre todo siendo pobres y probablemente agricultores, no lo impidieran? Pero ¿qué digo no lo impidieran, pero ni siquiera altercaran o si altercaron en seguida los persuadió a retirarse? Ambas cosas eran admirables: que nada dijeran cuando les llevaban los animalitos; y que en oyendo que el Señor los necesitaba, se apartaran y no contradijeran, sobre todo cuando no veían delante al Señor en persona, sino a sus discípulos. Por aquí declara que bien podía impedir a los judíos en su obra aunque ellos se resistieran, al tiempo en que lo iban a prender y dejarlos mudos; pero que no quiso hacerlo. Enseña, por otra parte, a los discípulos que cuando El pida se le debe dar, aun cuando ordene que se le entregue la vida; y que no se le ha de contradecir. Pues si lo obedecieron los desconocidos, mucho más debían ellos abandonarlo todo.
Además cumplía entonces otra doble profecía: una con sus obras, otra cosa con sus palabras. Pues Zacarías predijo que El se asentaría en una asna como rey, y así al asentarse ahora cumplió esa profecía. Al mismo tiempo, comenzaba a cumplir otra, que con sus hechos El presignificaba. ¿Cómo? Prefigurando la vocación de las naciones impuras con el sentarse en el asna y cumplir la profecía de Zacarías, pues había de suceder que El se asentara en ellas y ellas se llegaran a él y lo siguieran. Así se enlazó una profecía con otra. Pero a mí me parece que no fue esta la única causa de que se asentase en la pollina, sino además para darnos ejemplo de virtud. Porque no únicamente cumplía las profecías, ni únicamente iba injertando los dogmas verdaderos, sino que además nos enseñaba el recto modo de ordenar nuestra vida. Por dondequiera nos iba dejando reglas para el diario uso y para llevar continuamente una vida virtuosa.
Por esto al nacer no se procuró una mansión espléndida, ni una madre rica e ilustre, sino pobre y desposada con un artesano; y nació en un tugurio, y fue recostado en un pesebre. Y cuando escogió a sus discípulos no los tomó de entre los retóricos y sabios filósofos ni de entre los ricos, opulentos y nobles, sino de entre los pobres e hijos de pobres y plebeyos. Y cuando ha de poner la mesa a las turbas, sólo presenta panes de cebada o manda a los discípulos que vayan a la plaza y los compren; y cuando dispone los lechos del triclinio, usa únicamente de heno. Se viste de paños vulgares y que usan los del pueblo. Casa no la llega a tener. Y si necesita ir de un sitio a otro, camina a pie y se fatiga. Cuando se asienta, no necesita de trono ni de almohadones, sino que toma asiento en la tierra, unas veces en el monte y otras junto a la fuente; ni solamente al lado del pozo, y solo y sin cortejo, y así habla a la samaritana.
También puso términos definidos al dolor, y cuando se hace necesario llorar, derrama algunas lágrimas, siempre proponiéndonos la regla y modo de hasta dónde debemos ir y en dónde conviene detenernos en semejantes manifestaciones. Y como acontece que algunos, por ser más débiles, necesitan de cabalgadura, aquí nos puso la medida, demostrándonos no ser necesarios los corceles y ni los mulos, sino que se ha de usar del asno y no más y que con eso basta para el diario uso. Pero veamos también la profecía expresada con las palabras y con los hechos. ¿Cuál es?: He aquí que tu rey viene a ti manso y montado sobre un asno, en un pollino, cría de asna, 329 no conduciendo una carroza como los otros reyes, no exigiendo tributos, no metiendo pavor, no circundado de guardias, sino en todo esto mostrando su modestia grande.
Pregunta, pues, a los judíos: ¿qué rey montado en un asno penetró en Jerusalén? No podrán señalar a otro, sino a éste. Y, como ya dije, esto lo hacía Jesús prefigurando lo futuro. Pues aquí por el pollino es significada la Iglesia y el nuevo pueblo, el antes impuro, purificado una vez que Jesús se asentó entre él. Observa la exactitud de la imagen. Son los discípulos quienes desatan el asna. Pues mediante los apóstoles los pueblos y nosotros hemos sido llamados y traídos a Jesús. Y pues nuestra vocación enciende la emulación de ellos, por ser gloriosa, por esto el asna sigue al pollino. Y una vez que Cristo se asiente entre las naciones, entonces vendrán también los judíos, pero inflamados en perversos propósitos, como lo declara Pablo con estas palabras: Una parte de Israel cayó en ceguedad, hasta que ingrese la totalidad de los gentiles. Entonces todo Israel será salvo. 330 Que esto fuera una profecía, es manifiesto por lo ya dicho; pues si no fuera profecía no habría el profeta declarado con tanta diligencia la edad del pollino. Ni solamente se significa eso con lo dicho antes, sino además que los apóstoles con facilidad traerán los pueblos. Así como en este caso nadie contradijo ni quiso detener el asna, así en la conversión de las naciones, nadie de los que antes las habían poseído pudo impedirlas ahora. Y no se asienta Jesús sobre el asna en pelo, sino sobre los mantos de los apóstoles. Pues ya habían recibido el pollino, arrojan todo lo demás. Así dijo Pablo: Por lo que a mí hace, con sumo gusto gastaré y me desgastaré yo todo, en bien de vuestras almas. 331 Por tu parte, considera también la mansedumbre del pollino, que siendo aún sin domar y sin haber experimentado el freno, no recalcitra, sino que quietamente era llevado. Y también esto era profecía de lo futuro; y significaba la mansedumbre futura de los pueblos y el pronto cambio de las costumbres. Todo lo llevó a cabo aquella palabra: Desatadlo y traédmelo; de manera que lo desordenado se ordenara y lo inmundo se purificara finalmente.
Observa también el ánimo abyecto de los judíos. Muchos milagros hizo Jesús y nunca lo admiraron como ahora; pero como vieron a las turbas que afluían, quedaron espantados: Y se conmovió toda la ciudad y se decían: ¿Quién es éste? Y las turbas respondían: Este es Jesús el profeta de Nazaret de Galilea. Les parecía con eso decir algo grande, pero en eso mismo su sentencia era rastrera, baja, abyecta. Por su parte Cristo procedía así no por ostentación, como ya dije, sino para cumplir una profecía y enseñarnos la virtud y para consolar a los discípulos que se dolían de que iba a morir; y al mismo tiempo demostrando que todo lo iba a padecer voluntariamente.
Advierte lo exacto del profeta y cómo todo lo predijo. Unas cosas las profetizó David, otras Zacarías. Procedamos nosotros de igual manera: celebrémoslo con himnos y demos nuestros vestidos a los que lo traen. ¿De qué perdón seremos dignos si otros cubren con sus mantos el asno en donde El se asentaba y otros arrojaban sus vestidos a sus pies, y nosotros viéndolo a El desnudo y cuando no se nos ordena despojarnos de todo, sino solamente gastar un poco, ni siquiera esa pequeña generosidad demostramos? Aquéllos lo siguen delante y en pos, mientras que nosotros aun acercándose El lo rechazamos y lo injuriamos. ¿De qué castigo, de qué venganza no es digno todo esto? Se acerca a ti el Señor necesitado y ni siquiera quieres escuchar su súplica, sino que lo acusas, lo increpas; y lo haces tras de haber escuchado las palabras de este pasaje. Pues si con dar una miseria de pan o una mezquindad de dinero, todavía te muestras tan agarrado, tan avaro, tan tardo, ¿qué sería si tuvieras que dar todo lo que tienes? ¿No has observado cómo allá en el teatro aquellos hombres generosos derrochan cantidades para las meretrices? Pero tú ¿ni siquiera la mitad de lo que ellos dan, mejor aún, ni aun una mínima parte, gastas? El demonio por su parte ordena dar a quienesquiera que sean, y con eso nos acarrea la gehenna y sin embargo tú así das. Cristo ordena dar a los pobres y promete el reino de los cielos; y tú, no sólo no das, sino que además injurias; y prefieres obedecer al demonio para ser atormentado antes que a Cristo para conseguir tu salvación. ¿Qué habrá peor que semejante estulticia? Aquél te acarrea la gehenna, éste el reino; y sin embargo dejas a éste y corres hacia aquél. A éste que se acerca lo rechazáis; a aquél que anda lejos, lo llamáis. Es como si un rey vestido de púrpura y ornado con la diadema no te persuadiera, y en cambio un ladrón que vibra la espada y te amenaza con la muerte fácilmente te persuadiera.
Pensando estas cosas, carísimos, por fin abramos los ojos y estemos vigilantes. Ya me da vergüenza hablaros de la limosna, habiendo con tanta frecuencia tocado este punto, sin conseguir mayor fruto de mis admoniciones. Ciertamente dais ya un poco más que antes, pero no cuanto yo quisiera. Os veo que sembráis, pero no con generosidad; por lo cual temo que recogeréis poco. Examinemos, si os parece, cómo es poco lo que damos; y si hay en la ciudad más pobres que ricos y los que ni son pobres ni ricos, sino que tienen un lugar intermedio. Pongamos la décima parte que son ricos, la décima que son pobres que nada tienen, los demás pongámoslos en la clase intermedia. Dividamos la multitud entera de la ciudad entre el número de los pobres y observaréis cuánto sea el desdoro.
Abundantemente ricos hay pocos; los que vienen enseguida, son muchísimos; los pobres con mucho en menor número. Y sin embargo, siendo tantos los que pueden alimentar a los pobres, todavía hay muchos que van al lecho hambreados; y no porque no pueden los opulentos suministrarles lo necesario, sino porque éstos son en exceso duros e inhumanos. Si dividen entre sí los ricos y los que gozan de mediano bien estar a los que necesitan de pan y de vestido, apenas se encontrará que a un pobre lo tengan que alimentar cincuenta y aun cien de aquéllos. Y sin embargo, habiendo tan grande abundancia de quienes pueden suministrar lo necesario, diariamente andan los pobres llorando su penuria. Y para que comprendas su inhumanidad y dureza, advierte que la Iglesia apenas si posee lo que uno de esos ricos y uno de bien estar medio; y sin embargo a cuántas viudas y a cuántas doncellas alimenta cada día: su número sube a unas tres mil. Y añade a los que están detenidos en las cárceles, a los enfermos en los hospitales, y a los demás que aunque de buena salud, son peregrinos, o están mutilados de alguno de sus miembros, y a otros que adventiciamente socorre día por día. Y sin embargo sus haberes no se han disminuido. De manera que con diez ricos que quisieran suministrar tanto como la Iglesia, no quedaría pobre alguno sin socorro.
Preguntarás: entonces ¿qué queda para nuestros hijos? Siempre queda el capital y además se aumentan los réditos si colocas en el cielo tus haberes. Pero si no queréis dar tanto, a lo menos dad la mitad, o la tercera parte o la cuarta o la quinta o en fin al menos la décima. Podría así nuestra ciudad alimentar a los pobres de diez ciudades. Si os place hagamos las cuentas. Pero en realidad esto no necesita de cuentas, pues es patente lo fácil que eso sería. Observad cuántas y cuán grandes alcabalas con frecuencia tiene que pagar una sola casa para los gastos urbanos sin grave detrimento y casi sin sentir semejante gasto. Si cada uno de los ricos quisiera tomar sobre sí este servicio en favor de los pobres, en un momento se ganaría el cielo.
Entonces ¿qué perdón, qué sombra de excusa nos queda si ni siquiera lo que aquí tenemos que abandonar al partir de esta vida lo damos a los pobres con la generosidad con que otros gastan en los teatros, sobre todo teniendo que coger tan abundante fruto de semejante obra? Aunque hubiéramos de permanecer aquí para siempre no convendría omitir gastos tan bellos. Pero siendo así que dentro de un poquito de tiempo nos hayamos de partir, y tengamos que ser arrebatados de aquí sin cosa alguna ¿qué defensa tendremos si no damos limosna de nuestras entradas a los pobres? No te obligo yo a que disminuyas tus posesiones; no porque yo no lo quisiera, sino porque te veo en exceso desidioso. De manera que no te obligo a eso; pero de ellas toma algo de los frutos y dalo y no reúnas con eso dineros. Te basta con que como de una fuente fluyan a ti los réditos de tus riquezas: haz a los pobres partícipes de ellos. Sé buen administrador de los bienes que Dios te ha concedido.
Alegarás que tienes que pagar contribuciones. Entonces ¿desprecias al pobre sólo porque no hay quien te exija? Y por cierto, no te atreves a resistir al cobrador que te obliga y te urge, ya produzca frutos tu campo, ya no los produzca; y en cambio al pobre que nada te exige y solamente te pide cuando tu campo ha producido ganancias ¿ni siquiera le diriges una palabra? Pero ¿quién te librará de aquellos intolerables suplicios? ¡Nadie, en verdad! Si aquí en la tierra cuidadosamente pagas tus contribuciones porque para quien no las satisfaga hay decretadas gravísimas penas, quisiera yo que medites qué mayores castigos se te preparan por este otro lado: no porque vayas a ser puesto en cadenas, ni porque vayas a ser encarcelado, sino porque serás arrojado al fuego eterno. Consecuentemente, paguemos antes que nada estas otras contribuciones. Son más fáciles de pagar, tienen mayor recompensa, es más abundante la negociación, y más grave el castigo si perversamente nos portamos. Porque caeremos en un castigo que no tendrá fin.
Y si me objetas los soldados que luchan contra los bárbaros en tu defensa, hay acá también otro ejército que hace la guerra y lucha en tu favor; pues cuando reciben tu limosna, con sus oraciones aplacan a Dios para contigo; y aplacándolo apartan de ti no a los bárbaros sino las asechanzas de los demonios no dejan que te acometa el Maligno fuertemente ni que con frecuencia se levante contra ti, sino que le debilitan sus fuerzas. Pues viendo diariamente a este ejército que con sus preces y oraciones lucha en tu favor contra el demonio, exígete a ti mismo este bello tributo que consiste en suministrarle alimentos. Manso como es este Rey no te ha impuesto cobradores pues quiere que tú voluntariamente des; y aunque des una nonada la recibe. Y si por no ser tú tan rico dejas de dar durante mucho tiempo, no obliga al que no tiene.
Pues no abusemos de su paciencia. Atesoremos para nosotras, no ira sino salvación; no muerte, sino vida; ni suplicios ni castigos, sino honores y coronas. No hay aquí que pagar a los conductores de lo que ha de darse; no hay que trabajar para sacar la plata. Si tú la entregas, Dios se encarga de llevarla al cielo; él mismo te prepara la negociación sumamente productiva. No hay que andar buscando algún hombre que lleve lo que damos. Da y al punto tu dádiva sube al cielo; y no para que con ella otros soldados se alimenten, sino para guardártela con grandes réditos. Porque acá, si algo das ya no te es lícito retirar tu dádiva; en cambio allá en el cielo, la recibirás de nuevo con grandes honores y fructificando mayores ganancias espirituales. Lo que acá pagas son exacciones; pero allá se te convierte lo que des en aumento, en réditos, en deuda que te pagarán. Dios te ha hecho una escritura, pues dice: Quien se apiada del pobre, presta al Señor, el cual le dará su recompensa. 332 Aun siendo Dios te ha dado arras y fiador.
¿Qué arras son ésas y qué fiador? Los bienes de la vida presente, los bienes espirituales, los bienes sensibles, las primicias y comienzos de los bienes futuros. Entonces ¿por qué tardas, por qué dudas cuando ya recibiste tantos y tan excelentes bienes y tantos otros esperas? Los que ya recibiste son el cuerpo que te formó, el alma que inspiró, la razón de que a ti en la tierra solo te dotó, el uso de todas las cosas que caen bajo los sentidos que te proporcionó. Además te dio el conocimiento de Sí mismo, entregó por ti a su Hijo; te concedió el bautismo repleto de bienes tantos y también la mesa sagrada; y finalmente te ha prometido el reino y bienes inefables. Pues habiendo recibido tantos bienes y habiendo de recibir tantos otros -pues lo repetiré de nuevo- ¿serás tacaño respecto de riquezas que perecen? ¿Qué perdón tendrías? Es que atiendes a tus hijos y por causa de ellos te rehúsas a dar limosna. Más bien edúcalos para que sepan ganar semejantes lucros. Si tuvieras dineros puestos a rédito y tu deudor fuera un hombre probo, preferirías dejar a tus hijos antes las escrituras de contrato, que el dinero mismo, para que ellos de ahí fueran recibiendo grandes frutos y no se vieran obligados a andar buscando otro con quien colocarlo. Pues en nuestro caso pásales a tus hijos esa escritura de Dios y déjales a El como deudor. No vendes tus campos, sino que los heredas a tus hijos, para que se conserven sus frutos y de ahí se les aumente su caudal. Y ¿temes dejarles esta escritura más fructuosa que cualquier campo y cualesquiera entradas y que tan grandes frutos produce? ¿Qué estulticia, qué locura es ésta? Y eso aun sabiendo que aunque dejes la escritura a tus hijos, sin embargo al partir de este mundo la llevas contigo. Porque así son las cosas espirituales y gozan de amplia largueza. No seamos pues tan apocados ni resultemos tan inhumanos con nosotros mismos; sino tomemos esta valiosa mercancía, para que al salir de esta vida la llevemos con nosotros y sin embargo la heredemos al mismo tiempo a nuestros hijos, y consigamos los bienes futuros, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, al cual, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA LXVII (LXVIII)

Entró Jesús en el templo y arrojó a todos los que en el templo compraban y vendían; y derribó las mesas de los cambistas y los asientos de los que vendían palomas. Y los amonestó diciendo: Escrito está: Mi casa será llamada casa de oración, mas vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones (Mt 21, 12-13).
ESTO MISMO refiere Juan, pero lo hace al principio de su evangelio, mientras que Mateo lo hace al fin. Por esto es verosímil que haya sucedido dos veces y en diversas fechas. Y esto parece claro así por el tiempo, como por la respuesta. Pues la primera vez sucedió en el tiempo de Pascua; ahora en la Pascua misma. Entonces dijeron los judíos a Jesús: Qué señal nos das. 333 Acá, en cambio, callan aun cuando El los reprende, porque ya todos admiraban a Jesús. Pero de aquí resulta una más grave acusación contra los judíos, pues perseveraron en semejante comercio a pesar de que Jesús procedió contra él una y dos veces. Y lo llamaban adversario del Padre, cuando 1o conveniente era aprender que El daba al Padre el debido honor y que poseía un gran poder. Porque ya había hecho muchos milagros y veían que sus obras estaban de acuerdo con sus palabras.
Pero ni así se dieron por vencidos, sino que se indignaban a pesar de oír al profeta que así clamaba y traía al medio a los niños de muy corta edad que lo proclamaban. Por esto Jesús al reprocharlos, les presenta a Isaías, que dice: Mi casa será llamada casa de oración. Y manifestó su poder no únicamente con este hecho, sino con curar a diversos enfermos. Pues dice el evangelista: Se le acercaron los cojos y los ciegos y los curó: así demostró su fuerza y poder. Pero ellos, ni así dieron su brazo a torcer, sino que, al oír a los niños que lo ensalzaban y vieran sus milagros, se ahogaban de ira y le decían: ¿No oyes lo que éstos dicen? Esto podía Cristo haberles dicho a ellos: ¿No oís lo que estos niños dicen? Porque los niños lo ensalzaban como a Dios. ¿Qué hace Cristo? Como contradecían lo que era evidente, más acremente los reprende diciendo: ¿No habéis leído nunca que: De la boca de los pequeños y de los niños de pecho te procuraste alabanza? 334 Bellamente dijo: De la boca, pues aquellas palabras no procedían de la mente y pensamiento de ellos, sino la lengua aún tierna de los niños era dirigida por la virtud de El. Era eso figura de los gentiles que apenas balbucía, pero luego con ánimo y su fe grandemente lo ensalzaron y fue un consuelo grande para los apóstoles; pues para que no dudaran de cómo unos hombres rudos podrían llevar adelante la predicación, estos niños se adelantaron y les quitaron del ánimo semejante angustia; y les dieron esperanzas de que quien dio a los niños capacidad para cantar himnos, también a ellos les daría la facilidad para expresarse. Aparte de que con aquel milagro se demostró que era El el creador de la naturaleza. De manera que los niños, a pesar de su tierna edad, hablaban cosas de buen augurio y que decían bien con lo celestial; mientras los judíos hablaban cosas redundantes en locura y furor. Así es la perversidad. Muchas cosas había que podían conmoverlos: las turbas, el haber arrojado a los vendedores, los milagros, los niños que cantaban; pero El los abandona para dar lugar a que se aplaque su hinchazón y su rabia; y no quiso enseñar entonces para que no llevaran pesadamente su doctrina, pues estaban ardiendo en ira y envidia.
Al amanecer, mientras hacía el camino de retorno a la ciudad, sintió hambre. ¿Cómo fue que tuviera hambre al amanecer? Pues cuando El se lo permitió a la carne, entonces se manifestó esa hambre. Y viendo una higuera cerca del camino se llegó a ella. Y no le encontró sino hojas. Otro evangelista añade que aún no era tiempo del fruto. Pero entonces ¿cómo es que otro evangelista dice: Se acercó por si acaso encontraba en ella fruto? Aquí es cosa clara que el evangelista habla de lo que pensaban los discípulos, pues con frecuencia los evangelistas exponen las opiniones de los discípulos. Eran éstos aún un tanto imperfectos. Y así como pensaban lo anterior, así les sucedía al creer que Jesús maldecía la higuera porque no llevaba fruto. Mas ¿por qué fue maldecida? Por razón de los discípulos, a fin de que tuvieran confianza.
En efecto: Jesús por dondequiera dispensaba beneficios y a nadie castigaba; y sin embargo, era necesario dar un ejemplo de su potestad para castigar, para que supieran tanto los discípulos como los judíos que El, pudiendo acabar con los que lo crucificaron, sin embargo de buena gana les permitió que lo crucificaran y no los destruyó. Pero no quiso hacer demostración en los hombres, sino que dejó ejemplo de su poder de castigar en un árbol. Pero cuando tales demostraciones se llevan a cabo en algunos sitios, o árboles o animales irracionales, no te eches a inquirir con vana curiosidad, ni preguntes: ¿Con qué justicia fue secada la higuera, no siendo tiempo de que llevara fruto? Tal pregunta es vanísima. Atiende mejor al milagro, admíralo, glorifica al autor de los milagros. Lo mismo preguntaron muchos con ocasión de las piaras ahogadas en el lago, inquiriendo la justicia de lo hecho. Pero no hay que hacerles caso: al fin y al cabo los cerdos carecían de razón, lo mismo que la higuera carecía de alma.
Pero en fin: ¿por qué se llevó a cabo así la cosa y por qué la ya dicha fue la razón de la maldición aquella? Como ya indiqué, todo eso era lo que pensaban los discípulos. Sin motivo dicen algunos que en eso de no ser el tiempo de llevar fruto, se significa la Ley; pues al fin y al cabo, el fruto de la Ley era la fe; y ya había llegado el tiempo de la fe, fruto venido de la Ley. Pues dice Jesús: Ya las regiones están blanqueando para la siega; y también: Yo os he enviado a segar lo que vosotros no habéis trabajado. 335 Pero nada se deja entender aquí acerca de la Ley, sino que el hecho declara la potestad vindicativa de Jesús. Al decir: Aún no era tiempo, se significa que Cristo vino a la higuera no precisamente porque tuviera hambre, sino por razón de los discípulos, los cuales se admiraron grandemente, aún cuando ya habían visto señales más maravillosas. Pero este Caso era insólito, ya que por vez primera Cristo manifestaba su potestad de castigar.
Por eso hizo el milagro no en otro árbol, sino en ese que es abundantísimo en savia, para que por aquí apareciera ser un milagro mayor. Y para que veas que por ellos fue hecho, para que se les acrecentara la fe, oye lo que sigue. ¿Qué es lo que dice? Vosotros si queréis creer haréis milagros mayores y si confiáis en la oración. ¿Adviertes cómo todo fue hecho por razón de ellos, a fin de que no temieran las asechanzas? Por esto lo repite para persuadirlos a que insten en la oración y confiadamente crean. En cambio los judíos, arrogantes e hinchados de soberbia, para poner mácula en su doctrina le preguntan: ¿Con qué autoridad haces esto? No pudiendo negar los milagros, le objetan el echar del templo a los vendedores y haberlos reprendido.
Del mismo modo aunque no con las mismas palabras le preguntan, según Juan, y expresan la misma sentencia. Porque le dicen: ¿Qué señal nos presentas que te acredite para proceder así? 336 Pero allá les responde: Destruid este templo y en tres días lo reedificaré. Mientras que acá los deja en duda. Por aquí se ve que aquel, suceso se verificó al principio cuando comenzaba a hacer milagros y esto otro ya al fin. Y lo que le quieren decir es lo siguiente; ¿Te has convertido en maestro? ¿has sido consagrado sacerdote, pues tanta potestad has demostrado? Cierto que El nada exigió con arrogancia sino únicamente miró por el honor y decoro del templo. Pero ellos, no teniendo ninguna otra cosa que achacarle, aprovechan esta ocasión de acusarlo. Y al tiempo en que arrojaba del templo a los vendedores, nada le dijeron ni se atrevieron, pues acababa de hacer milagros; pero después, cuando lo encontraron, comenzaron a increparlo.
¿Qué hace El? No responde directamente a lo que le preguntan, ni les pone de manifiesto que ellos mismos, si quisieran, podían ver su poder; sino que les opone otra pregunta a su vez: ¿El bautismo de Juan de dónde procedía? ¿Del cielo o de los hombres? Preguntarás que tal pregunta qué tiene que ver con lo que se trataba, Pero perfectamente viene bien. Pues si decían que del cielo, les replicaría: Entonces ¿por qué no creísteis en él? Puesto que si hubieran creído no le habrían ellos hecho su pregunta. Pues Juan había afirmado de El: No soy digno de desatar la correa de sus sandalias. 337 Y también: He aquí el Cordero de Dios que carga sobre sí el pecado del mundo; y también: El es el Hijo de Dios; y además: El que viene de arriba es superior a todos; y: Trae en su mano el bieldo, y limpiará su era. 338 Si pues hubieran creído en Juan, nada les podía impedir que vieran con qué potestad Jesús hacía lo que hacía. Mas como ellos, con maligna intención, le contestaron: No lo sabemos, no les respondió El: Pues tampoco yo sé; sino ¿qué?: Pues tampoco yo os diré con qué potestad hago esto. Si ignoraban convenía enseñarlos; pero como procedían con malicia, con todo derecho nada les responde. Y ¿por qué no dijeron que el bautismo de Juan venía de los hombres? Dice el evangelista que temían a las turbas. ¿Adviertes lo perverso de su corazón? Siempre desprecian a Dios y todo lo hacen por humanos respetos. A causa de los hombres temían a Juan, no porque lo reverenciaran, sino únicamente por motivo de los hombres. Y por causa de los hombres tampoco querían creer en Jesucristo, lo que fue para ellos origen de todos los males.
Luego les dijo Jesús: ¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Y dijo al primero: Anda hoy a trabajar en la viña. Pero él le respondió: No quiero. Mas después, arrepentido, fue. Y dijo al segundo lo mismo. Y éste le contestó: Voy, pero no fue, ¿Quién de los dos hizo la voluntad de su padre? Le responden: El segundo. De nuevo mediante parábolas los confunde, dando a entender tanto la perversidad de ellos, como la obediencia de las gentes reprobadas. Porque estos dos hijos significan lo que sucedió con los gentiles y con los judíos. Los gentiles, que no habían prometido obediencia ni conocían la Ley se mostraron obsecuentes con sus obras. En cambio los judíos, tras de haber dicho: Todo lo que ha dicho el Señor Dios lo escucharemos y lo haremos, 339 con las obras no obedecieron. Pues para que no creyeran que la Ley les servía de algo, les demuestra que ella misma los condena. Así lo dice también Pablo: No los que oyen la Ley son justos ante Dios, sino los que cumplen la Ley serán justificados. 340 De modo que para que ellos mismos por su propio juicio se condenen, Jesús de tal manera maneja el negocio que pronuncien su propia sentencia.
Lo mismo hace en la siguiente parábola de la viña. Y para mejor conseguirlo introduce otra persona sobre la cual recaiga la acusación. Puesto que no querían directamente confesar ser ellos el hijo desobediente, mediante otra parábola los lleva a donde El quiere. Y cuando ellos, por no entender a dónde se dirigía lo que les decía, sentenciaron, entonces El les declaró lo que detrás de la parábola se ocultaba. Pues les dijo: Los publicanos y las meretrices se os adelantarán en el reino de los cielos. Vino Juan a vosotros predicando el camino de la justicia y no le creísteis; pero los publicanos sí le creyeron. Y vosotros ni aun viendo esto os habéis después arrepentido ni creído en él.
Si solamente hubiera dicho: las meretrices os precederán, esa palabra les habría parecido dura: ahora, en cambio, una vez que ellos mismos pronunciaron la sentencia, parece más suave. Por esto añadió el motivo. ¿Cuál fue? Les dice: Vino Juan a vosotros y no a los publicanos y meretrices. Y no sólo eso, sino que vino predicando el camino de la justicia. Y no lo podéis acusar de haber sido ni tardo ni inútil, pues su vida estuvo libre de culpa en absoluto y disfrutó de una singular providencia; y sin embargo no le hicisteis caso. Además hay otra acusación contra vosotros: que los publicanos sí lo escucharon, y de aquí se sigue una tercera, pues vosotros, ni aun después de ver eso le creísteis. Convenía que vosotros fuerais los primeros en creer; pero que no lo hicierais ni aun después de ellos, no merece perdón: la eximia alabanza que ellos merecen aumenta vuestra culpa. A vosotros vino y no lo recibisteis; no vino a ellos y ellos lo recibieron: ni siquiera admitís a éstos como maestros.
Observa con qué cantidad de razones se justifica la alabanza de aquéllos y se demuestra la culpa de estos otros. A vosotros vino y no a ellos. Vosotros -no le creísteis pero eso no fue obstáculo para los publicanos y meretrices. Ellos le creyeron, pero en nada os aprovechó a vosotros. -Porque la palabra os precederán no se dice como si los judíos los hubieran de seguir, sino como una esperanza que les queda con tal que quieran, Porque a los que son rudos nada los excita tanto como la emulación. Por lo cual dice constantemente: Los primeros serán últimos y los últimos serán primeros. Y así hace memoria de los publicanos, y las meretrices para inflamarlos en celo de emulación. Porque dos son los pecados nacidos del defecto de fervor: el excesivo amor de los bienes del, cuerpo y el excesivo de los bienes de fortuna y dineros. Y así les demuestra que esto es de verdad obedecer a la ley de Dios, el dar fe al Bautista. Y que las meretrices entren al reino de los cielos, no es cosa simplemente de gracia, sino también de justicia; porque no entran permaneciendo meretrices, sino obedeciendo y creyendo y limpias y habiendo cambiado de vida.
¿Adviertes cómo mediante la parábola y el haber hecho mención de las meretrices convierte el discurso en más breve y menos molesto? Porque no dijo al punto: ¿Por qué no creísteis al Bautista? sino, lo que era más picante aún, lo dijo solamente tras de haber conmemorado a los publicanos y a las meretrices, y así por el orden mismo de la materia los acusa de indignos de perdón y les demuestra que en todo proceden por temores humanos y ansias de la gloria vana. Puesto que ellos no confesaban a Cristo por temor de ser expulsados de la sinagoga; ni tampoco se atrevían a reprender al Bautista, no por piedad con él, sino por miedo a las turbas. Todo eso lo probó con lo dicho antes; pero luego les causó una más grave herida al decirles: Y vosotros, viendo aquello no hicisteis penitencia ni le creísteis. Porque cosa mala, es no escoger desde luego lo, bueno; pero mayor pecado es no cambiar más adelante. Esto fue lo que sobre todo a muchos los hizo malvados, como lo advierto en cantidad de hombres, a causa de su extrema necedad. Os ruego que no seáis así vosotros, sino que aun cuando hayáis caído en lo más profundo de la maldad, no desesperéis de poder volver a lo que es mejor: cosa fácil es, al fin y al cabo, salir de las profundidades de la perversidad.
¿Ignoráis acaso cómo aquella meretriz que a todas las mujeres superaba en lascivia; luego las venció a todas en piedad? Y no me refiero a aquella de la cual habla el evangelio, sino a la otra que en nuestros días fue la más malvada de cierta ciudad de Fenicia. Esta meretriz entre nosotros vivía y sobresalía en las representaciones teatrales y su fama en todas partes era celebrada y no en sola nuestra ciudad, sino también entre, los, de Cilicia y Capadocia. Consumió las riquezas de muchos, acabó con muchos pupilos y se decía que usaba de malas artes y que tendió sus redes no únicamente con la belleza de su cuerpo sino además con sus maleficios. Enredó al hermano de la emperatriz, pues tenía gran fuerza para tiranizar. Pero de pronto, no, sé cómo -o por mejor decir lo sé perfectamente espontáneamente cambió de vida, alcanzó gracia de Dios, despreció toda aquella maldad; y habiendo hecho a un lado los atractivos demoníacos, corrió hacia los cielos.
Esto a pesar de que nadie había más torpe que ella cuando se mostraba en el teatro. Pero luego superó a muchas en la castidad y todo el tiempo lo pasaba ceñida de cilicios. No faltaron algunos que presionaran al prefecto de la ciudad, con el objetó de volverla al antiguo modo; pero ni aun los soldados con armas pudieron llevarla a la escena ni apartarla del coro de vírgenes que la habían recibido. Se hizo digna de los sagrados misterios y mediante la gracia alcanzada de Dios, tras de haber demostrado un empeño en la virtud digno de aquel favor, así terminó su vida. Borró todos sus pecados con la gracia y después del bautismo demostró muy grande virtud. Jamás quiso ya recibir a sus antiguos amantes sino que a sí misma se encerró y pasó muchos años como en una cárcel. Así serán últimos los primeros y los primeros serán últimos. Y así necesitamos nosotros de un ánimo fervoroso, pues nada impide que nos tornemos grandes y dignos de admiración.
En conclusión, que nadie, aunque viva en maldad, desespere; que nadie dormite en el ejercicio de las virtudes. Pero que tampoco se confíe, pues con frecuencia sucederá que la meretriz se le adelante. Ni el otro desespere pues podrá adelantarse aun a los primeros. Oye lo que dice el Señor a Jerusalén: Yo dije, una vez que fornicó en todas las cosas: Vuélvete, y no se convirtió. 341 Es que cuando vamos al Señor con un fervor ardiente, él ya no se acuerda de las culpas pasadas. No es Dios como los hombres; no echa en cara lo pasado ni dice: ¿Por qué anduviste lejos tanto tiempo? con tal de que hagamos penitencia. Nos ama en cuanto nos volvemos a El, con tal de que nos acerquemos en forma conveniente. Unámonos pues a El intensamente y traspasemos nuestros corazones con su santo temor. Esto se ve no solamente en la Ley nueva, sino también en la Antigua.
¿Quién peor que el rey Manasés? Y sin embargo, pudo aplacar a Dios. ¿Quién más feliz que Salomón? Y sin embargo se descuidó y cayó. Más aún: puedo demostrar ambas cosas en su padre, pues fue bueno y malo. ¿Quién más feliz que judas? Y acabó en traidor. ¿Quién más mísero que Pablo? Pero se hizo apóstol. ¿Quién más pecador que Mateo? Y fue evangelista. ¿Quién más digno de alabanza que Simón? Y cayó más miserablemente que todos. Y ¿cuántos cambios semejantes puedes contemplar antiguos y recientemente sucedidos? Por lo cual repito: no desespere ni el comediante, pero tampoco se fíe quien está en la iglesia. A éste se le dice: El que crea estar en pie, vea no caiga 342 Y al otro: ¿Acaso el que cae no se levantará? 343 Y también: Robusteced las manos tardas y las rodillas débiles. 344 De nuevo a aquéllos se les dice:¡Vigilad!; y a éstos: Despierta tú que duermes y levántate de entre los muertos. 345 Porque aquéllos deben conservar lo que poseen; y estos otros tornarse lo que no son. Aquéllos deben cuidar y conservar su salud; éstos deben librarse de su enfermedad: están enfermos, pero muchos enfermos han recobrado la salud; y los sanos, si se descuidan caen en enfermedad.
Por eso dice Cristo a éstos: Mira, estás curado: no peques más, no sea que te suceda algo peor; mientras que a los otros dice: ¿Quieres ser sano? Toma tu camilla y vete a tu casa. 346 Porque ciertamente es grave parálisis el pecado, es grave. Ni es solamente parálisis, sino algo más grave. Porque el pecador no únicamente se priva de bienes, sino que anda ejercitando el mal. Pero aunque en ese estado te encuentres, si tienes una poca de voluntad de salir de él, se remediarán todos los males. Aunque lleves ya treinta y ocho años de enfermedad, si quieres recuperar la salud, nada lo impide. Todavía ahora se presenta Cristo y te dice: Toma tu camilla. Con tal que quieras, levántate y no desesperes. No tienes un hombre que te baje a la piscina, pero tienes a Dios. No tienes quien te ponga en la piscina, pero tienes al que puede no permitir que necesites de la piscina. No tienes quien te baje, pero tienes al que puede ordenarte tomar tu camilla.
Aquí no puedes decir: Para cuando yo desciendo ya otro ha bajado antes que yo. Porque si lo quieres, nadie te impide que bajes a la fuente; porque es fuente que, perpetuamente mana y de su plenitud todos recibimos la salud de alma y cuerpo. La gracia no se consume, no se gasta. Acerquémonos, pues, también ahora. Meretriz era Raab y fue conservada; homicida era el ladrón y fue hecho ciudadano del paraíso. Judas, compañero de Jesús, fue a la perdición. El ladrón, estando en la cruz, se convirtió en discípulo. Tales son las maravillas de Dios. Así fueron aceptos los magos; así el publicano quedó hecho evangelista; así Pablo, el blasfemo, fue hecho apóstol.
Advierte a tales hechos y nunca desesperes, sino siempre confía y excítate a ti mismo. Lo único- que has de hacer es comenzar el camino que a eso conduce y apresurar el paso. No cierres las puertas, no tapies la entrada. Breve es el tiempo presente y pequeño el trabajo. Pero ni aunque fuera grande deberías desesperar. Aunque ahora no tomes sobre ti el bellísimo trabajo que consigo llevan la penitencia y la virtud, ciertamente en el mundo tendrás que trabajar y sudar de otro modo. Pero si en la virtud y en lo mundano hay trabajos, ¿por qué no tomas el que produce gran fruto y lleva consigo excelente recompensa? Aunque a decir verdad, no es igual el trabajo en lo uno y en lo otro. Porque en las cosas mundanas hay frecuentes peligros, daños continuos que se suceden unos a otros, es incierta la esperanza, mucha la sujeción y dispendios de dineros, de fuerzas corporales y del alma y la cantidad de frutos es mucho menor de lo que se esperaba, si es que algunos se logran, pues los sudores en los negocios seculares, no, siempre fructifican.
Pero aun cuando no fracasen, aun cuando produzcan, abundante fruto, permanecen por poco tiempo. Pues cuando, envejezcas y no puedas ya disfrutar de ellos a tu talante, será cuando recibas el pago y recompensa. De manera que el trabajo se toma cuando el cuerpo está en su vigor, mientras que el placer y deleite viene cuando el cuerpo está ya debilitado por la ancianidad y el tiempo ha amortecido los sentidos aunque no los haya destruido en absoluto, de manera que el temor de la muerte no deja ya disfrutar de los dichos placeres. En cambio en los negocios del espíritu las cosas van por otro camino: el trabajo está en la corruptibilidad y muerte del cuerpo, pero la corona totalmente se encuentra en la inmortalidad que nunca se termina. Precede el trabajo y es breve; viene luego la recompensa y es ingente, para que ya libremente descanses, sin temor de nada desagradable.
Porque allá no hay que temer cambio alguno, desgracia ninguna; como sucede en este mundo. Por lo demás ¿qué clase de bienes son éstos de acá, ni seguros ni duraderos y terrenos y que apenas han aparecido cuando desaparecen y se poseen con infinitos trabajos? ¿Qué bienes habrá iguales a aquellos otros que son inmutables, jamás envejecen, no dan trabajo y te proporcionan las coronas debidas al tiempo mismo de los certámenes? Porque quien desprecia las riquezas recibe ya desde acá su recompensa, pues queda libre de cuidados, envidias, falsas delaciones, asechanzas, iras. Quien es ordenado y vive moderadamente, es coronado y vive entre delicias aun antes de su muerte, libre de desdoro, acusaciones, burlas, peligros, y de todos los demás males. Y cualquier otro género de virtudes nos acarrea ya desde acá de igual modo la recompensa.
Así pues, para que consigamos los bienes futuros y presentes, huyamos de la perversidad y ejercitemos la virtud. Por este medio pasaremos esta vida con placer y lograremos los bienes futuros. Ojalá que todos los alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Notas

1 Mt 9, 4
2 Ml 3, 1
3 Mt 13, 55
4 Mt 3, 11
5 Hb 3, 3
6 Mt 12, 42
7 Mc 6, 17
8 Sal 77, 14
9 Ml 3, 24
10 Is 5, 4
11 Sal 51, 6
12 Lc 7, 29
13 Ez 16, 51
14 Is 36, 12
15 Flp 4, 4
16 Rm 6, 17
17 1Co 3, 18
18 Mt 7, 6
19 Rm 10, 3
20 Rm 1, 28
21 1Co 13, 9-12.
22 Mt 7, 14
23 Mt 11, 28
24 Rm 8, 35 y 18.
25 Hch 5, 41
26 Sal 38, 5
27 Za 5, 7
28 Flp 4, 11, 17 a 18.
29 La expresión del Santo es enérgica
30 Lc 6, 1.-Los fariseos en el acto de cortar las espigas veían la siega, y en el de frotarlas con las manos para sacar el grano veían la trilla: obras ambas prohibidas por la ley en sábado. El texto griego en Lucas dice que en un sábado deuteroproto, como anota el Crisós­tomo. Gran discusión se ha entablado sobre la interpretación de ese segundo primero. Muchos traductores actuales han suprimido en el texto esa expresión y dicen solamente: en un sábado.
31 Jn 9, 6
32 1S 21, 4-7.
33 Hch 2, 29
34 Pasaje oscuro.
35 Os 6, 6
36 Mc 2, 27
37 Nm 15, 33 y sgts
38 Ex 12, 16
39 Lc 6, 36
40 1Co 5, 8
41 Jn 7, 23
42 Jn 5, 17
43 Is 42, 1-3.
44 2Co 10, 6
45 Mt 8, 12
46 Pr 24, 17-18.
47 Qo 7, 4
48 Mt 5, 5
49 Lc 6, 25
50 Os 6, 6 y Mc 2, 27
51 Lc 11, 20
52 Lc 9, 50. 52
53 Se esfuerza cuanto puede el santo por explicar la imperdonabilidad que el texto del evangelio establece. Los teólogos en general entienden por pecado contra el Espíritu Santo el atribuir de mala fe al Malo las obras hechas por el Espíritu de Dios; y a ciencia y conciencia ir con­tra la Verdad que es la que ha de dar la salud, con lo que conscientemen­te se cierra el pecador la puerta de la salvación. Al no arrepentirse de lo malo que conscientemente está haciendo el pecador no puede ser perdo­nado. Se trata, pues, de una opinión directa, formal, constante, deli­beradamente querida y por lo mismo verdaderamente satánica que se hace a la verdad evidente y a la manifestación evidente de la acción del Espíritu Santo, como es el atribuir al demonio las obras que clara y evidentemente son de Dios y esto por pura malicia. De modo que la expresión del Crisóstomo ha de entenderse como si dijera: pues al fin y al cabo no se arrepienten, están endurecidos en el mal. Puede consultarse sobre este punto Cornelio A. Lápide, sobre este lugar de San Mateo y también la Cadena de Oro sobre el mismo texto. A. Lápide, t. V. págs. 306-307 de la edición de París 1891; La Cadena en la vers. castellana del Doctor Ramón Ezenarro, t. II, pág. 181 y sgts. Edición bilingüe. Madrid, 1886. Más brevemente en las notas de Nácar Colunga, etc.
54 1Co 11, 31,
55 Is 43, 26
56 Parece suponer el santo que Saúl no dio su hija Micol como es­posa a David, o que se la dio fingidamente, para tener mejor ocasión de matarlo; pero la narración bíblica no da pie para semejante supo­sición. El anhelo de las aplicaciones morales lo lleva a veces a esas des­viaciones históricas.
57 Otros leen en vez de esa frase: aun cuando no se te dé crédito.
58 Alude a una costumbre oriental de su tiempo, cuando tantos for­mulismos se usaban para impresionar así a los reos como a los espectadores.
59 Sal 4, 5
60 1Co 11, 31
61 Mt 27, 63
62 Jn 2, 19
63 Mt 9, 15
64 Jr 7, 17
65 Os 9, 7
66 Mt 24, 21
67 Jn 5, 14
68 Ez 16, 6-9.
69 Is 13, 9
70 Mt 5, 15
71 Ya en otra parte hemos notado lo que parece un descuido del santo al hablar de nuestra Señora y afirmar que Ella no era consciente del misterio que llevaba en su seno, y ahora que nada grande imaginaba acerca de su Hijo. Pugna esto con el mensaje del arcángel Gabriel en la Anunciación, aparte de que aun a San José le dijo el ángel las grandezas del Hijo de la Virgen. Por otra parte, no se ve claro cómo se puedan compaginar con lo de llena de gracia y bendita entre todas las mujeres los defectos que aquí le achacan el santo; y lo hace con las mujeres los defectos que aquí le achaca el santo; y lo hace con insis­tencia; y alude de nuevo en la siguiente Homilía. Lo que aduce del milagro en las bodas de Caná no tiene la fuerza que él le supone: la respuesta de Jesús a su Madre era únicamente para indicarle que la hora de los milagros no era llegada. Los autores añaden que la oración misma de María adelantó esa hora, por lo que Jesús casi al punto procedió a obrar el milagro.
72 Jn 7, 5
73 Mt 13, 55-56 y Mc 6, 3
74 Lc 11, 27-28.
75 Mt 3, 7-9.
76 Jn 8, 39
77 La Biblia de Jerusalén anota: La hora de Jesús es la hora de su glorificación, de su vuelta a la diestra del Padre. El evangelio señala su proximidad. Fijada por el Padre, no podrá ser adelantada. Con to­do, el milagro conseguido con la intervención de María será su anun­cio simbólico.
78 Mc 4, 13
79 Is 5, 4
80 Sal 80, 9
81 Rm 10, 14
82 Lc 9, 12
83 Mt 15, 12
84 Insiste el santo en su tesis de que el comienzo de la salvación toca al hombre. Ya en otras ocasiones hemos advertido que en su tiempo las cuestiones acerca de la gracia no se habían discutido. Más tarde San Agustín estudió profundamente el asunto y llegó a la conclusión de que el hombre necesita de la gracia aun para comenzar, pues dijo el Señor: Sin Mí no podéis hacer nada. Y comenta San Agustín: Y quien dijo nada, no dijo algo, sino nada. La cuestión teológica es profunda y nos llevaría muy lejos el tratarla en una nota. Véanse los tratadistas.
85 He aquí un texto discutido. Parece que el texto original decía simplemente ¿EXEt. Pero otros manuscritos, entre ellos el del santo, dicen ó SoXEl EXELv. Como se ve, el sentido varía mucho. El segundo resuelve la dificultad con decir: lo que aparentemente tiene, es decir, que en realidad no tiene; pero el primero parece más autorizado. La Biblia de Jerusalén pone una nota aclarativa: A las almas bien dispuestas se les dará, además de la Antigua Alianza, el perfeccionamiento de la Nueva; a las mal dispuestas, se les quitará aun lo que tienen, o sea la Ley judía que, abandonada a sí misma, quedará caduca.
86 Is 6, 9
87 Ez 18, 23
88 Is 58, 7
89 Mt 10, 22
90 1Co 16, 13
91 Jn 10, 41
92 Hch 13, 22
93 Mt 8, 20; Lc 9, 58
94 Mt 5, 16
95 Jn 21, 15
96 Mt 7, 16
97 Mt 11, 29
98 Lc 10, 8
99 Mt 10, 9
100 1Co 12, 31
101 Mt 19, 27
102 Mc 4, 33
103 Mt 13, 11
104 Jn 4, 35
105 Lc 10, 2
106 Mt 7, 13
107 Mt 23, 34
108 Referencia incierta
109 Sal 76, 10
110 Sal 34, 19
111 Sal 51, 19
112 Si 32, 13
113 Mt 5, 8
114 Mt 11, 23
115 Lc 4, 23
116 Lc 11, 15
117 La opinión general actualmente es que Filipo se había divorciado de Herodías.
118 Mc 6, 23
119 Mt 10, 37
120 Am 6, 6
121 Lc 7, 45
122 Gn 1, 11
123 Sal 78, 19
124 Jn 6, 26
125 En griego la palabra riquezas, tiene la misma raíz que el verbo usar. Así, las riquezas las hizo Dios para que circulen y no para amontonarlas o esconderlas bajo tierra.
126 Lc 6, 36
127 1Tm 2, 9
128 Mt 8, 27
129 Mt 23, 9
130 Mt 26, 26
131 Mt 25, 42 y sgts.
132 Mt 26, 11
133 Mt 28, 20
134 Lc 11, 41
135 Os 6, 6
136 Hch 10, 4
137 Dt 4, 2
138 Ex 20, 12
139 Mc 7, 11
140 Is 29, 13. En el evangelio la cita dice: Este pueblo me honra con los labios, mas su corazón está muy alejado de mí. Es vano el culto que me tributan. Enseñan una religión y unos ritos meramente externos.
141 Hch 10, 14
142 Mt 17, 27
143 Is 1, 15
144 Pr 18, 21
145 Mt 12, 37
146 La idea queda oscura, como ya lo había anotado Migne.
147 1Tm 2, 8
148 Si 18, 16
149 Mc 7, 24
150 Mt 10, 5
151 Sal 45, 11
152 Jn 9, 39
153 Mt 8, 7
154 Lc 8, 46
155 Jn 8, 33
156 Is 1, 18
157 Lc 11, 41
158 Pr 20, 6
159 Lc 6, 36
160 Ex 21, 37
161 Lc 19, 8
162 Si 34, 24
163 Mc 8, 17-18.
164 Jn 6, 9
165 Mc 8, 12
166 Is 42, 2
167 Sal 72, 6
168 Gn 12, 1
169 2Co 1, 4
170 2R 20, 3
171 2Tm 4, 7
172 Jn 3, 13
173 Jn 6, 63
174 Jn 1, 49
175 1Co 2, 14
176 Lc 10, 22
177 Nótese bien que en este pasaje del evangelio Jesús solamente pro­mete a Pedro el primado, pues todos los verbos están en futuro. Se lo da más tarde en la aparición en el lago de Tiberíades.
178 Mt 24, 35
179 Jn 1, 3
180 Jn 16, 12
181 Lc 18, 34
182 Jn 13, 8
183 Hch 8, 32
184 1Co 7, 23
185 2Co 11, 14
186 Ga 6, 14
187 Sal 23, 4
188 Jr 23, 23
189 Referencia incierta.
190 Is 58, 9
191 1Co 2, 9
192 Jn 12, 24-25.
193 Mt 10, 5 y 16-18.
194 Pr 23, 13-14
195 Si 30, 1
196 1Co 15, 41
197 Es probable que de aquí tomara el santo, pues convivió con los monjes varios años, la doxología casi invariable de sus Homilías.
198 Dt 32, 15
199 Dt 6, 11-12
200 Col 3, 17
201 Lc 12, 7
202 Ga 5, 22
203 Lc 11, 3
204 Ga 1, 4-5.
205 Rm 1, 25
206 Mt 6, 33
207 Jn 12, 25
208 Mt 16, 27
209 Lc 9, 28
210 Mt 20, 22
211 Jn 9, 16
212 Jn 10, 33
213 Ex 32, 32
214 Lc 9, 54-55.
215 Mt 5, 20
216 Mc 14, 31
217 La Vulgata dice haremos, en plural.
218 Mc 9, 6
219 Lc 9, 33
220 Sal 97, 2
221 Sal 104, 3
222 Is 19, 1
223 Hch 1, 9
224 Dn 7, 13
225 Ex 24, 18
226 Sal 18, 12
227 Hb 4, 13
228 Is 58, 6-7
229 Había varios géneros de esta clase de usura. En general, el deu­dor debía ir restituyendo mensualmente la centésima parte del capital, de manera de darlo íntegro en cien meses, además de los réditos que solían ser harto subidos, en especial en negocios de comercio marítimo.
230 Lc 6, 34
231 1Tm 6, 6
232 Jn 4, 25
233 Jn 1, 21
234 Tt 2, 11-12.
235 Ml 3, 23-24
236 Jn 12, 47
237 Por qué el santo cita sólo una parte del texto y luego sobre esa parte hace la aplicación a la conversión de los judíos? No aparece claro. Quizá en su códice así estaba.
238 Mt 16, 21
239 Mc 9, 32
240 Lc 9, 45
241 Mc 9, 22-23.
242 Este texto parece ser una añadidura posterior. No existe en muchos MNS de Mateo; está en Marcos, pero también ahí se habla de la oración y lo del ayuno parece añadidura.
243 Ez 16, 49
244 1Tm 5, 23
245 Sal 104, 15
246 1Co 6, 9-10.
247 Literalmente hombre de tres codos. Para el santo era ésa la estatura normal del hombre, como se ve en otros sitios de sus obras.
248 Mc 6, 18
249 1R 18, 18
250 1Co 12, 26
251 1Ts 2, 19
252 1Ts 3, 8
253 2Co 2, 4
254 2Co 11, 29
255 2Co 7, 5; y 2Co 11, 26.
256 Hch 20, 30
257 Mt 10, 36
258 Lc 17, 1
259 Dt 32, 8
260 Esta última sentencia parece ser un aditamento posterior.
261 Rm 14, 15
262 Lc 16, 13
263 Mt 6, 14
264 Lc 13, 23, El texto original dice: Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que salvan? El les dijo: Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. No fue, pues, sentencia del Salvador, sino opinión del que le preguntaba. Jesús no responde a la pregunta.
265 Is 13, 22
266 Mt 16, 26
267 Mt 5, 23
268 Mt 6, 12
269 1Co 5, 12
270 Mt 5, 46
271 Mt 21, 31
272 2Co 12, 9
273 Mt 5, 44
274 Jr 7, 16
275 1Co 13, 8
276 Jn 15, 13
277 Lc 23, 34
278 1S 2, 5
279 Mc 10, 26
280 Rm 11, 33
281 Mt 5, 22; Mt 18, 4
282 Mt 10, 25
283 Mt 5, 45
284 Mt 22, 18
285 Dt 24, 1
286 Ga 5, 12. Pablo trata de la circuncisión, pero con sorna se burla de los judíos circuncisos, pues anulaban la ley del evangelio y llega a decirles: ¡Ojalá que -no sólo se circunciden- lleguen hasta mutilarse esos que alborotan. Como se ve, implícitamente condena la mutilación. En la región de los Gálatas, los sacerdotes de Cibeles usa­ban la castración.
287 Lc 8, 10
288 Pr 9, 12
289 1S 28, 15
290 Nótese que el texto griego dice Q~8áoKale, ri áyaBóv aon?Íow; Y consiguientemente Jesús le contesta: Ti µe Épwras 7rÉpt rov aya0ow El santo ha seguido la Vulgata.
291 1Tm 6, 10
292 Jn 4, 22
293 Jn 5, 31
294 Mt 7, 11
295 Mt 23, 9
296 Lc 9, 23
297 Lc 18, 27
298 Jr 18, 7-9.
299 Gn 9, 2
300 Mt 4, 19
301 Mt 12, 27
302 2Tm 2, 12
303 Ga 4, 15
304 Mt 10, 39
305 1Co 7, 15
306 Mt 8, 11
307 La última sentencia parece ser añadidura posterior.
308 Ga 1, 15
309 Como se ve, trabaja el santo por hallar una interpretación conve­niente de la parábola; pero quizá no lo logra del todo. Generalmente los autores la explican así: El dueño de la viña, al contratar en esa forma a los obreros da muestras de una bondad que sobrepasa toda justicia, pero sin lesionarla. Así es Dios, que admite en su Reino a los rezagados, como son los pecadores y los paganos. Los llamados en la hora primera son los judíos, beneficiarios de la Alianza con Abraham; pero no deben escandalizarse de tan inmensa bondad, al tratárseles igual que a los otros.
310 1Co 10, 3-5.
311 Mt 5, 22
312 Hb 12, 14
313 Mt 5, 20
314 No se sabe de dónde tomó el santo los datos que aduce. Quizá es simple amplificación oratoria.
315 Jn 13, 15
316 Sal 39, 13
317 1Co 11, 31-32.
318 Hb 1, 13, Hb 1, 8
319 2Tm 4, 8
320 Jn 18, 16
321 Lc 10, 19
322 St 4, 6
323 Sal 51, 19
324 Referencia incierta.
325 Is 66, 2
326 1Tm 3, 6
327 Ex 5, 2
328 Gn 18, 27
329 Za 9, 9
330 Rm 11, 25-26.
331 2Co 12, 15
332 Pr 19, 17
333 Jn 2, 14-18. Solé Roruáa nota: La profanación del templo que hacía del atrio de los gentiles un mercado, puede que sea la misma que Juan narra en Jn 2, 14-18; y que los sinópticos ponen en este con­texto, por ser éste el primer viaje de Jesús a Jerusalén que ellos toman en consideración.
334 Sal 8, 3 y Sal 119, 25
335 Jn 4, 35 y 38
336 Jn 2, 18
337 Lc 3, 16
338 Textos de Juan y Mateo.
339 Ex 19, 8
340 Rm 2, 13
341 Jr 3, 7. El original dice: En vista de lo que había hecho, le dije: No vuelvas a mí. Y no volvió.
342 1Co 10, 12
343 Jr 8, 4
344 Is 35, 3
345 Ef 5, 14
346 Jn 5, 6, 8, 14