Padres de la Iglesia

SAN JUAN CRISÓSTOMO

Homilías sobre el Evangelio de San Mateo II

Homilías I-IX, X-XXXVI, XXXVII-LXVII

HOMILIA X

En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, diciendo: Arrepentíos porque el reino de Dios está cerca (Mt 3, 1-20).
¿DE QUÉ días habla el evangelista? No se refiere a cuando Jesús era niño y fue a Nazaret, sino pasados ya treinta años apareció Juan, como lo testifica Lucas. Entonces ¿por qué dice: en aquellos días? Usa la Escritura semejante modo de hablar no únicamente cuando refiere lo que a renglón seguido aconteció, sino también cuando narra lo acontecido muchos años después. Así lo hace allá cuando, sentado Jesús en el monte de los Olivos, se le acercaron los discípulos y le preguntaron acerca de su venida y de la destrucción de Jerusalén. Sabéis perfectamente cuánto distan ambos tiempos. Pues bien: una vez que hubo hablado acerca de la destrucción de Jerusalén y terminó ese discurso, para hablar enseguida del tiempo de la consumación de los siglos, comenzó diciendo: Entonces sucederán estas cosas. Con esa palabra entonces no quiso unir ambos tiempos, sino que únicamente indicó el tiempo en que aquéllas iban a suceder. Pues bien: lo mismo hace el evangelista cuando dice: En aquellos días.
Preguntarás: ¿por qué Jesús fue a bautizarse a los treinta años? Porque a partir de su bautismo tenía que disolver la Ley. Permaneció en la observancia de la Ley hasta esa edad en la que se es capaz de cometer toda clase de faltas contra la Ley, para que nadie pudiera afirmar que la disolvía por no poder cumplirla. Es un hecho que no toda clase de pecaminosos afectos ni toda clase de vicios se echan siempre sobre nosotros. En la primera edad están en todo su vigor la imprudencia y la imbecilidad del ánimo; en la edad siguiente, florece la liviandad; en la subsiguiente, la codicia de riquezas. Por tal motivo Cristo, transcurridas ya todas esas edades y habiendo guardado por todo ese tiempo la Ley, una vez que hubo dado cumplimiento a todos sus preceptos, finalmente vino al último del bautismo. Que éste entrara en los preceptos legales, oye cómo él mismo lo dice: Conviene que cumplamos toda justicia. Como si dijera: hemos dado cumplimiento a todas las observancias legales y no hemos traspasado ninguno de los mandatos. Y pues sólo falta éste, conviene que también lo cumplamos; y así habremos cumplido toda justicia. Llama aquí justicia a la guarda de todos los preceptos.
Queda, pues, claro, por lo dicho, que Cristo por ese motivo bajó a bautizarse. Que el hijo de Zacarías haya ido a bautizar no por propia inspiración, sino moviéndolo Dios, claramente lo dice Lucas: Fue dirigida la palabra de Dios a Juan, 1 es decir, recibió el mandato. Y el mismo Juan dice: El que me envió a bautizar en agua, me dijo: Aquel sobre quien vieres que desciende el Espíritu Santo y se posa sobre él ese es el que bautiza en el Espíritu Santo 2 Mas ¿por qué fue enviado a bautizar? Nos lo declara ahí él mismo: Yo no lo conocía; mas para que él fuese manifestado a Israel he venido yo y bautizo en agua. Pero si era ese el único motivo ¿por qué dice Lucas: Vino por toda la región del Jordán predicando el bautismo de penitencia en remisión de los pecados? Y sin embargo, no producía remisión de los pecados, porque esto fue gracia del bautismo instituido más tarde. En este segundo es donde somos consepultados y ahí es en donde nuestro hombre viejo fue crucificado; y antes de la cruz no se encuentra remisión de culpas, pues ésta en todas partes se atribuye a la sangre de Cristo.
Por su parte, Pablo dice: Pero habéis sido lavados; habéis sido santificados, no por el bautismo de Juan, sino en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios. 3 Y en otra parte dice: Juan predicó un bautismo de penitencia y no dijo de remisión, sino diciendo al pueblo que creyese en el que vendría detrás de él. 4 No habiéndose ofrecido aún el sacrificio, ni habiendo aún descendido el Espíritu Santo, ni habiéndose quitado el pecado ni la enemistad, ni habiéndose borrado la maldición ¿cómo podía hacerse la remisión de los pecados?' Entonces ¿qué significa eso de en remisión de los pecados? Los judíos eran sobremanera perversos y nunca habían caído en la cuenta de sus pecados; sino que, aun expuestos a males extremos, sin embargo donde quiera se declaraban justos. Y fue esto lo que sobre todo los perdió y los apartó de la fe. Por tal motivo Pablo los acusa y dice: Porque ignorando la justicia de Dios y buscando afirmar la propia, no se sometieron a la justicia de Dios. 5 Y también: Pues ¿qué diremos? ¿Qué los gentiles que no perseguían la justicia, alcanzaron la justicia, mientras que Israel, persiguiendo la Ley de la justicia, no alcanzó la Ley? ¿Por qué? Porque no fue por el camino de la fe, sino por el de las obras. 6 Siendo, pues, ésta la causa de sus males, se presentó Juan no para otra cosa, sino para llevarlos a reconocer sus pecados. Esto lo manifestaba aun con su modo de vestir, pues era tal como hecho para penitencia y confesión de los pecados.
Lo mismo demostró con su predicación, pues no decía otra cosa, sino: Haced frutos dignos de penitencia. 7 Y así, por no confesar ellos sus pecados, como lo declaró Pablo, se apartaron de Cristo. Confesar los pecados tiene como fruto la búsqueda de un Redentor y el anhelo de la redención. Y Juan apareció para preparar ambas cosas y exhortarlos a que hicieran penitencia. No para que se les castigara, sino para que hechos más humildes con la penitencia, y condenándose a sí mismos, recurrieran a alcanzar el perdón. Advierte pues cuán exactamente lo dice. Porque habiendo dicho: Apareció predicando en el desierto de Judea el bautismo, añadió: en remisión. 8 Como si dijera: la razón que tuvo para exhortarlos a que confesaran sus pecados e hicieran penitencia no fue para que luego se les castigara, sino para que luego con mayor facilidad obtuvieran la remisión. Pues si no se condenaban a sí mismos, no pedirían gracia ni alcanzarían perdón. De manera que este bautismo prepara el camino para eso.
Tales fueron las razones por las que decía: Para que crean en aquel que viene detrás de él, 9 poniendo así un motivo más del bautismo de Juan, aparte de los que ya dijimos. Porque no habría sido lo mismo si recorriera las casas y dijera: Creed en éste, llevando a Cristo de la mano a todos lados, que alzar aquella voz bienaventurada, estando todos presentes y viéndolo y hacer lo demás que hizo. Por eso vino con el bautismo. La buena opinión y fama del que bautizaba y la naturaleza misma de la cosa, atraían a toda la ciudad y la llevaban al Jordán, que se convirtió en un magnífico escenario. Por esto Juan, a quienes se acercaban los corregía y los persuadía a que no pensaran altamente de sí mismos, demostrándoles que eran reos de gravísimos crímenes y que tenían que hacer penitencia; y que arrojaran de lado a sus antepasados y quitaran la jactancia que por ellos habían concebido y recibieran al que ya había llegado.
Entre tanto los acontecimientos en torno de Cristo habían quedado en la sombra y entre muchos parecía haberse extinguido, a causa de la matanza de Belén. Pues aun cuando Cristo, siendo de doce años, salió al público, pero al punto de nuevo volvió a la oscuridad; por lo cual se necesitaban otra vez más brillantes comienzos y más sublimes exordios. Tal es el motivo de que Juan les predique en altas voces, por vez primera, lo que nunca los judíos habían oído de los profetas ni de nadie más, pues les hablaba del cielo, del reino de los cielos y nada en absoluto de lo terreno.
Y llama aquí reino a la venida de Cristo, tanto la anterior como la final. Preguntarás: pero ¿qué interesaba esto a los judíos, que ni siquiera entendían lo que les decía? Te contestará el mismo Juan: Precisamente les habló así, para que excitada su curiosidad por lo oscuro de las palabras, vengan a investigar quién es ese de quien les hablo; de manera que ya publicanos y soldados preguntan qué hay que hacer y cómo se ha de ordenar la vida. Esto sería ya una señal de que ellos, haciendo a un lado los negocios seculares, alzaban sus ojos a cosas más altas, y como entre sueños algo imaginaban de las cosas futuras. Pues todo cuanto veían y oían los levantaba a un más elevado sentido de las cosas.
Considera en este punto lo que sería ver a un hombre que, después de treinta años, sale del desierto, hijo de un príncipe de los sacerdotes, que jamás había tenido escasez de cosa alguna terrenal, y era en todos sentidos venerable y llevaba consigo a Isaías. Porque como quien dice, estaba presente el propio Isaías que les anunciaba y decía: Este es el que os dije que aparecería; gritando y anunciando todo con potente voz en el desierto. Porque tan empeñosos anduvieron los profetas en eso del Mesías, que profetizaron con mucha antelación al Señor suyo y además al que había de ser su ministro, ni sólo al ministro, sino inclusive el sitio en donde estaría y el modo de la predicación con que había de enseñar y el excelente resultado que de su predicación se seguiría.
Considera, pues, cómo ambos, el profeta y el Bautista, confluyen en un mismo sentido, aunque no con las mismas palabras. Porque el profeta predijo que vendría el Precursor con estas expresiones: Abrid camino al Señor en el desierto; allanad en la soledad caminos a vuestro Dios, 10 y el Precursor, cuando vino, decía: Haced frutos dignos de penitencia; que significa lo mismo que abrid camino al Señor. ¿Observas cómo por lo que el profeta dijo y por lo que el Precursor predicaba se significa una misma cosa? Es a saber: que él había venido para ir delante del Mesías y prepararle el camino; no para dar él el don de la gracia o sea el perdón de los pecados, sino para preparar las almas de cuantos habrían de recibir al Dios del universo. Lucas añadió algo más, y no se contentó con presentar el comienzo de la profecía sino que la citó íntegra. Pues dice: Todo barranco sea rellenado y todo monte y collado allanado y los caminos tortuosos rectificados y los ásperos igualados. Y toda carne verá la salud de Dios. 11
¿Observas cómo el profeta ya de antiguo todo lo había declarado?: el concurso del pueblo, el cambio en mejor de la situación y la facilidad y sencillez de su predicación y el motivo de cuanto se iba a verificar, aunque moteado todo de tropos y figuras. Todo era profecía de lo futuro. Pues cuando dice: Todo barranco sea rellenado y todo monte y collado allanado y los caminos tortuosos sean rectificados y los ásperos igualados, predice que los humildes serán exaltados y los soberbios serán humillados y que la dificultad de la Ley se cambiará por la facilidad de la fe. Como si dijera: no más ya trabajos y sudores, sino gracia y perdón de pecados, que prepare un facilísimo camino para la salvación.
Luego añade el motivo de tales cambios y dice: Y toda carne verá la salud de Dios. No serán sólo, como anteriormente, los judíos y los prosélitos, sino toda carne y el mar y la humana naturaleza toda. Al decir tortuosos y ásperos, significó toda clase de vidas dadas a la corrupción, como los publicanos, fornicarios, ladrones y hechiceros. Perversos eran todos ellos anteriormente, pero luego anduvieron por rectos caminos. Como después dijo Cristo: En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios, 12 por haber éstos creído. Que es lo mismo que indicó el profeta: El lobo y el cordero pacerán juntos. 13 Así como antes, al decir montes y valles, predijo que toda la desigualdad de costumbres vendría a reducirse a una igualdad en las virtudes, así ahora, indicando por la varia naturaleza de los brutos la variedad de las humanas costumbres, manifestó que todos se unirían en los mismos sentimientos de piedad. Y añadiendo el motivo, dijo: Se alzará como un estandarte para los pueblos. Y lo buscarán las gentes; 14 o sea lo mismo que cuando dijo: Y toda carne verá la salud de Dios. Indicaba mediante todas estas cosas que el conocimiento y fuerza del evangelio, se difundirían por toda la tierra hasta sus confines; fuerza que cambiaría en mansa y suave la índole del género humano que antes tenía costumbres de fiera y ánimos intratables.
Juan iba vestido de pelo de camello y llevaba un cinturón de cuero a la cintura. Advierte cómo los profetas anunciaron unas cosas y otras las reservaron a los evangelistas. Así Mateo cita la profecía y añade luego de lo suyo; y no pensó ser ajeno a su materia el hablar del vestido de aquel hombre justo. Y a la verdad resultaba admirable y estupendo ver en un cuerpo humano tan grande tolerancia de mortificación. Y esto en especial atraía a los judíos que miraban en Juan a otro Elías el grande; y por lo que en Juan veían recordaban la memoria de aquel otro bienaventurado varón. Y lo admiraban más aún, ya que Elías era alimentado en las ciudades y casas, pero ¡éste otro desde su niñez pasó el tiempo en el desierto! Convenía que el Precursor del que había de acabar con todo lo antiguo, como eran los trabajos, la maldición, el dolor y los sudores, tuviera ya como ciertos símbolos y señales de semejante liberación y se mostrara superior a la antigua condena.
Por esto, ni aró la tierra ni abrió surcos ni comió el pan con el sudor de su rostro, sino que su mesa era facilísima de preparar y más todavía su vestido; y aún más que éste, su habitación. Porque no necesitó techo, ni lecho, ni mesa ni otra cosa semejante; sino que viviendo en la carne, llevó una vida de ángel. Por eso su vestidura estaba tejida de pelo de camello, para enseñarnos con el vestido mismo el apartamiento de las cosas humanas y a no tener nada común con la tierra, sino volver a nuestra primitiva nobleza, en la que Adán vivía cuando no le era preciso usar vestido que lo cubriera. De modo que el vestido de Juan era ya un símbolo que hablaba del reino de los cielos y de la penitencia.
Ni preguntes cómo el que vivía en el desierto podía procurarse el vestido de pelo de camello y el cinturón de cuero. Si tal pregunta formulas, muchas otras podrías hacer, como por ejemplo: cómo podía vivir en soledad en los calores del verano y en los fríos del invierno, sobre todo en su tierna edad y con un cuerpo delicado. ¿Cómo pudo aquella carne infantil soportar tan grandes cambios de atmósfera, comiendo tan extrañamente y afrontando las demás molestias de un vasto desierto? ¿Dónde están ahora los filósofos griegos que en vano siguieron la impúdica secta de los cínicos? Porque ¿qué necesidad había de vivir en un tonel para luego entregarse a toda liviandad? Poseían anillos, copas, siervos, criados y toda la demás pompa, de modo que se lanzaron a extremos.
No era así el Bautista, sino que habitaba en el desierto como si fuera en el cielo y ejercitaba cuidadosamente toda clase de virtudes; y de ahí bajó, a la manera de un ángel, a las ciudades, como atleta de la piedad, coronado por el orbe entero, y como filósofo de la única filosofía digna del cielo. Y todo esto cuando aún el pecado no había sido muerto ni había cesado la Ley, ni había sido derrotada la muerte, ni se habían quebrantado las puertas de bronce, sino estando aún vigente el antiguo género de vida. Pero así es un ánimo varonil y vigilante: a todo se atreve y pasa más allá de las metas prefijadas. Así lo hacía Pablo respecto de las observancias del Nuevo Testamento.
Preguntarás ¿por qué, además del vestido, usaba el ceñidor de cuero? Era costumbre de los antiguos, antes de que entrara la moda de los actuales vestidos, muelles y flotantes. Por eso encontramos también que se ceñían Pedro y Pablo. Y así un profeta dijo a Pablo: El varón cuyo es este ceñidor. 15 Del mismo modo vestía Elías y del mismo todos los santos, ya porque sin cesar trabajaban, ya por andar de camino, ya porque se ocupaban en cualquier obra necesaria. Pero además porque despreciaban todo ornato y cuidaban de llevar una vida austera, cosa que es de grande encomio en la virtud, según dijo Cristo: ¿Qué habéis salido a ver? ¿Un hombre vestido con molicie? Los que visten suntuosamente y viven en regalo están en los palacios de los reyes. 16
Pues si aquel que en tan grande pureza vivía y brillaba más que los cielos y fue mayor que todos los profetas y nadie le excedió en grandeza y con tan singular entereza procedió, vivía con tan recias austeridades y despreciaba en tal manera la muelle voluptuosidad y llevaba una vida tan dura ¿qué excusa tendremos nosotros tras de tantos beneficios recibidos y cargados con el peso de culpas infinitas, si no hacemos siquiera una mínima parte de la penitencia que hizo el Bautista; sino que nos entregamos al vino y al vientre y a los olorosos ungüentos; y -no mejores que las meretrices del teatro- nos entregamos a todo género de molicie y nos hacemos fácil presa del demonio?
Y venían a él de Jerusalén y de toda Judea y de toda la región del Jordán y eran bautizados por él en el río Jordán y confesaban sus pecados. ¿Observas cuánta fuerza tenía la presencia del profeta? ¿cómo levantó en vilo a todo un pueblo? ¿cómo los hizo que recordaran sus pecados? Cosa era digna de admiración ver que él, que así se presentaba en lo humano, tenía tan gran libertad para hablar y se levantaba contra todos como si fueran unos niños y cómo la gracia resplandecía en su semblante. Ayudaba a la admiración el que se presentara como profeta, cuando hacía tanto tiempo que no los había; pues la gracia de la profecía se había extinguido entre los judíos y volvía ahora, tras de tanto tiempo.
También el modo de la predicación era nuevo y singular. No oían nada de lo que se acostumbraba: es a saber, de guerras futuras, de batallas y victorias terrenas, de hambres y de pestes, de babilonios y persas, de destrucción de la ciudad y cosas parecidas, sino de los cielos, del reino celeste, del castigo de la gehenna. Por eso, aunque aquellos rebeldes que con Teudas y Judas se alzaron y fueron al desierto, perecieron, sin embargo las turbas acá no disminuían. No se les convidaba a la misma empresa; es decir, a tomar el mando, a defeccionar de los romanos, a renovar la política, sino para llevarlos al reino celestial. Por esto Juan no los detenía consigo en el desierto, ni andaba rodeado de ellos; sino que, una vez bautizados e instruidos en la virtud, los despachaba, aconsejándoles de todas maneras que despreciaran las cosas todas de la tierra y que buscaran las futuras y que cada día más se enfervorizaran.
Imitemos, pues, también nosotros a Juan; y apartados del exceso en la comida y de la embriaguez, tomemos un modo austero de vida. Ahora es tiempo de confesar los pecados para los catecúmenos y para los ya bautizados: para aquéllos, a fin de que, tras de cumplir su penitencia, se acerquen a los sagrados misterios; para éstos a fin de que limpios de las manchas contraídas después del bautismo, se acerquen a la sagrada mesa con una conciencia pura. Apartémonos de esta forma muelle de vivir y disoluta. Porque no, no pueden coexistir la confesión y las liviandades. Que os enseñe esto Juan con su modo de vestir, su alimento y su habitación.
¿Cómo?, dirás. ¿Nos ordenas llevar tan estricto y apretado género de vida? Yo no os lo ordeno, pero a él os exhorto y os lo persuado. Y si no llegáis a esto, al menos los que tenemos que vivir en la ciudad hagamos penitencia, porque el juicio se aproxima. Pero, aunque estuviera lejano, ni aún así convendría que nos entregáramos a la seguridad, puesto que para cada cual el fin de su vida tiene la misma fuerza que la consumación de los siglos. Pero que en realidad esté ya a las puertas oye a Pablo cómo lo dice: La noche va muy avanzada y ya se acerca el día. 17 Y también: Aún un poco de tiempo y el que llega vendrá y no tardará. 18 Ya se están cumpliendo las señales que anuncian aquel día. Porque dice: Será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin. 19
Atended con diligencia a lo dicho. No dice el Señor cuando todos crean, sino cuando fuere predicado en todo el mundo. Por esto añadió: testimonio para todas las naciones, manifestando con esto que no aguardaría a que todos creyeran y luego vendría. Porque eso de testimonio significa acusación, convencimiento de un reo, condenación de los que no hayan creído. Oímos esto nosotros y seguimos dormitando y nos damos al sueño, y a causa de la embriaguez estamos como sumergidos en una espesísima noche. Puesto que las cosas presentes en nada son mejores que un sueño, ya sean propicias o ya contrarias.
Os ruego, pues, que despertéis ya y volváis los ojos al Sol de justicia. Nadie que esté dormido puede ver el sol, ni deleitar su vista con la belleza de sus rayos; y si algo ve, como en sueños lo ve. Mucho, pues, necesitamos de la confesión, mucho de las lágrimas, así porque conscientemente permanecemos obrando el mal, como porque nuestros pecados son indignos del perdón. Y de que no miento, son testigos muchos de los presentes. Pero aun cuando nuestros pecados sean indignos de perdón, si hacemos penitencia disfrutamos de la corona. Y llamo penitencia no únicamente al abstenernos de los pecados pasados, sino al hacer mayores obras buenas. Porque dice: Haced frutos dignos de penitencia.
¿Cómo los haremos? Si hacemos lo contrario de lo que hacíamos. Por ejemplo: ¿robaste? Ahora da de lo tuyo. ¿Por largo tiempo te has entregado a la fornicación? Abstente de tu misma esposa bastantes días, ejercitando así la continencia. ¿Injuriaste, golpeaste a los transeúntes? Bendice ahora a quienes has injuriado y haz beneficios a los que golpeaste. No basta para la salud con que extraigamos el dardo de la herida, sino que hemos de aplicar los remedios. ¿Anteriormente estabas entregado a los banquetes y a la crápula? Ayuna ahora y bebe sólo agua, procura subsanar el daño que de aquello hubiere resultado. ¿Con ojos impúdicos te fijaste en la mujer ajena? En adelante no te fijes en ninguna mujer, para que estés más seguro. Dice el salmista: Apártate del mal y haz el bien. 20 Y además: Preserva del mal tu lengua y tus labios de palabras mentirosas. Pero ¡háblame también de hacer el bien, oh profeta! Dice ahí mismo: Busca la paz y persíguela.
Bellamente dijo persíguela. Porque ha sido expulsada y combatida: ¡abandonó la tierra y se marchó al cielo! Pero podemos de nuevo traerla, si queremos apartar la arrogancia y la soberbia y los demás impedimentos, y emprender una vida pura y temperante. No hay cosa peor que la ira feroz. Hace al alma a la vez hinchada y servil; por una parte ridícula y por otra odiosa y lleva consigo males contradictorios, como la arrogancia y la adulación. Si podamos los excesos del afecto, seremos modestamente humildes y al mismo tiempo altos sin peligro. En nuestro mismo cuerpo, a causa de los excesos, se produce una mezcla de malos humores. Cuando los elementos traspasan sus propios debidos términos, originan incontables enfermedades y feas muertes, como vemos que sucede también en el alma.
Cortemos todo exceso; y usando del remedio de una saludable moderación, permanezcamos en laudable y debida templanza, y diligentemente entreguémosnos a la oración. Si no recibimos lo que pedimos, perseveremos para recibirlo. Si lo recibimos, perseveremos en la oración por haberlo recibido. No quiere Dios diferir lo que pedimos. Lo que quiere es mediante la espera acuciarnos sabiamente para la perseverancia. Tarda en conceder lo pedido y aun permite que nos venga la tentación de la duda; pero es para que recurramos a El con mayor frecuencia, y de este modo tengamos perseverancia. Del mismo modo se conducen los padres y madres que aman a sus hijos. Cuando ven que sus hijos se les apartan para irse a jugar con sus iguales, procuran que los criados los espanten, simulando terrores a fin de que por el miedo se vean los niños obligados a volver al regazo de su madre. Del mismo modo Dios con frecuencia nos amenaza, no para descargar males sobre nosotros, sino para acercarnos a sí. Y una vez que recurrimos a El, al punto nos libra del miedo. Si durante la tentación procediéramos como solemos en tiempo de paz, no necesitaríamos de la tentación.
Mas ¿para qué hablar de nosotros? Aun para los santos, de aquí les venía grande ocasión de templanza. Por eso dice el profeta: Bien me ha estado el ser humillado 21 Y el Señor decía a los apóstoles: En el mundo habéis de tener tribulación 22 Lo mismo significa Pablo cuando dice: Me fue dado el aguijón de la carne que me abofetea. 23 Por tal motivo, suplicó que se le librara de la tentación, pero no lo alcanzó, porque de ahí le resultaba grande utilidad. Y si examinamos la vida toda de David, encontraremos que entre los peligros es más ilustre. Y no sólo él, sino todos los a él semejantes. Job por este camino brilló más. José por el mismo, fue más y más preclaro. Jacob, su padre, lo mismo que su abuelo, y cuantos fueron varones esclarecidos y con más bellas coronas adornados, por los trabajos y las tentaciones recibieron las diademas y fueron proclamados vencedores.
Sabiendo, pues, todo esto, obremos conforme a la palabra del Eclesiástico: No te impacientes al tiempo del infortunio. 24 Preparémosnos para una sola cosa: para soportarlo todo con fortaleza y no cavilemos escrutando sobre lo que acontece. Saber cuándo ha de venir el fin de los sufrimientos, cosa es propia de Dios, que es quien los permite. Llevar con agradecimiento los que nos sobrevienen, esto es lo propio de nuestra virtud. Si lo hacemos, obtendremos todos los bienes. Y para obtenerlos y para ser aquí mejor acrisolados y en la otra vida más resplandecientes, aceptemos todo lo que nos venga, dando gracias por todo al que mejor que nosotros conoce lo que nos conviene, y vence con su amor al que nos tienen nuestros padres.
Recordando estas razones, en cualesquiera sufrimientos reprimamos la tristeza, demos gloria a Dios que todo lo ordena para nuestra utilidad. Y así fácilmente nos libraremos de las asechanzas diabólicas y conseguiremos las coronas inmarcesibles, que ojalá todos alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien con el Padre y el Espíritu Santo sea la gloria, el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XI

Como viera a muchos saduceos y fariseos venir a su bautismo, les dijo: Raza de víboras ¿quién os enseñó a huir de la ira que os amenaza?
¿Cómo es, pues, que dice Cristo que ellos no creyeron a Juan? Porque eso de no aceptar lo que El predicaba, no era creer. También parecía que creían en los profetas y en el legislador Moisés; y sin embargo, les dijo que no les creían, pues no recibieron al que ellos predicaban: Si creyerais en Moisés, creeríais también en mí. 25 Y también cuando Cristo les preguntó: El bautismo de Juan ¿de dónde procedía? Pensaban: Si decimos que de los hombres, tememos a la muchedumbre; si dijéremos que del cielo, nos dirá: ¿Pues por qué no creísteis en él? 26 De todo esto consta que se habían acercado y habían sido bautizados, pero que no habían perseverado en la fe de la predicación. Juan puso de manifiesto la perversidad de ellos cuando ellos le enviaron mensajeros que preguntaban: ¿Eres tú Elías, eres Cristo? 27 y por esto añadió el evangelista: Los enviados eran fariseos.
Pero ¿acaso no pensaban lo mismo los del pueblo acerca de Juan? Sí. Pero las turbas con sencillez dudaban, mientras que los fariseos lo que anhelaban era coger en palabras a Cristo. Cosa manifiesta era que el Cristo llegaría de la ciudad de David, mientras que Juan era de la tribu de Leví. De manera que al preguntarle, le ponían asechanzas, con el objeto de acometerlo en el caso de que Juan respondiera en otro sentido. Así lo declara también lo siguiente. Pues como Juan nada respondiera de lo que aquéllos esperaban, a pesar de todo lo inculpan diciendo: Pues ¿por qué bautizas si no eres el Mesías? 28
Y para que veas cómo una había sido la intención de los fariseos y otra la del pueblo, oye cómo lo declara el evangelista. Pues de la plebe afirma que llegaban para bautizarse y confesaban sus pecados; mientras que de los fariseos no se expresa lo mismo, sino con las siguientes palabras. Como viera a muchos saduceos y fariseos venir a su bautismo, les dijo: ¡Raza de víboras ¿quién os enseñó a huir de la ira que os amenaza? ¡Oh, cuánta grandeza de ánimo! ¡Con qué valor habla a semejantes hombres, siempre sedientos de sangre de profetas! ¡y que no eran más mansos que las serpientes! ¡Con qué libertad los acusa lo mismo que a sus progenitores! Sí, por cierto, dirás. Grandísima es semejante libertad en el hablar. Pero necesitamos investigar si tal libertad tiene fundamento en alguna razón. Desde luego no los veía pecando, sino arrepentidísimos. Mas por esto no debía reprenderlos sino alabarlos y acogerlos, ya que, habiendo abandonado la casa y la ciudad, acudían para oírlo. Entonces ¿qué diremos? Que no atendió Juan a lo que ahí se hacía al presente ni a lo que públicamente se realizaba, sino que por luz sobrenatural y revelación de Dios conoció los arcanos secretos de sus pensamientos. Y pues tan altamente pensaban de sus mayores, y esto les había dañado espiritualmente, pues los había arrojado a la desidia, Juan atiende a cortar de raíz su arrogancia.
Por eso Isaías los llamó príncipes de Sodoma y pueblo de Gomorra; 29 y otro profeta dice: ¿No sois acaso como hijos de etíopes? 30 Y en general, todos tratan de hacerlos cambiar de opinión, arrancándoles esa hinchazón que les había causado males infinitos. Dirás que los profetas procedían razonablemente, pues los veían pecar. Pero Juan que los ve obedientes ¿por qué motivo los increpa? Para volverlos más mansos. Porque si alguno examina con atención sus palabras, encontrará que mezcla la reprensión con las alabanzas. Se expresó así porque veía con admiración que aunque tarde finalmente hacían lo que nunca pareció que pudieran hacer. De manera que ésta más parece reprensión de quien los alienta y anda cuidadoso de que se enmienden. Así mientras aparentemente los recrimina, les declara haber sido anteriormente muy grande su perversidad y ser ahora su cambio cosa estupenda y admirable.
Como si dijera: ¿De dónde ha venido el que siendo hijos de aquéllos y en tan malos ejemplos educados, ahora hagan penitencia? ¿De dónde les nació mudanza tan grande? ¿Quién suavizó en tal manera la esperanza de sus ánimos? ¿Quién puso remedio a llagas tan incurables? Observa además cómo desde el principio, al punto los increpa, echando por delante el motivo del infierno. Porque no les dijo lo que solían decirles los profetas: ¿quién os enseñó a huir las guerras, las incursiones de los bárbaros, las cautividades, el hambre y la peste? Sino que les pone delante otro género de castigos que nunca antes se les había descubierto, al decirles: ¿Quién os enseñó a huir de la ira que os amenaza?
Y con razón los llamó raza de víboras. Porque cuentan que esos reptiles matan a la madre que los engendró, de manera que salen a la luz royendo las entrañas de la madre; que es lo que ellos hacían, como asesinos de su padre y madre, ya que mataban con su propia mano a sus maestros y doctores. Pero no se detiene Juan en la reprensión, sino que añade un consejo: Haced frutos dignos de penitencia. Porque no basta con huir del mal, sino que conviene además practicar con gran empeño la virtud. Como si les dijera: no vayáis a proceder al revés y a volver a lo que acostumbrabais cuando, tras de haberos contenido un poco, luego volvíais a la misma perversidad. Porque no venimos ahora al modo de los antiguos profetas. Lo presente es cosa diversa y mucho más alta, porque ha venido el juez en persona y el propio Señor del reino para elevaros a mayor sabiduría y llamarnos al cielo y atraernos a las moradas eternas. Por esto os hablo de la gehenna; porque allá bienes y males son eternos. No perseveréis pues en los mismos pecados ni opongáis las acostumbradas excusas, como es la nobleza de vuestros antepasados: Abraham, Isaac y Jacob.
No les decía esto para vedarles que se llamaran hijos de aquellos santos, sino procurando impedirles que se confiaran demasiado en su linaje y descuidaran las virtudes del alma; al mismo tiempo que sacaba a luz lo que ellos pensaban y les predecía lo futuro. Pues más adelante saldrían diciendo: Somos linaje de Abraham y de nadie jamás hemos sido siervos. 31 Y pues esto fue sobre todo lo que los llevó al colmo de la arrogancia y los perdió, por aquí mismo los reprime Juan. Advierte cómo, tras de salvaguardar el debido honor del patriarca, luego se empeña en enmendarlos. Porque una vez que dijo: No digáis: tenemos por padre a Abraham, no añadió: porque para nada puede ayudaros el patriarca; sino que en una forma más suave y decorosa se lo dio a entender diciendo: Porque Dios puede hacer de estas piedras hijos de Abraham.
Dicen algunos que semejante sentencia se refiere a los gentiles, a los que llama piedras metafóricamente; pero yo creo que también tiene otro sentido. ¿Cuál? No penséis que si vosotros perecéis el patriarca quedará sin hijos. ¡No! ¡No van por ahí las cosas! Porque puede Dios darle hijos nacidos de estas piedras, y hacer que sean ellos de su misma raza y descendencia, cosa que ya sucedió allá a los principios. Pues el hacerse hombres de las piedras, es tanto como nacer un niño de un vientre estéril. Así lo decía el profeta y lo dejaba entender: Considerad la roca de que habéis sido tallados, la cantera de que habéis sido sacados. Mirad a Abraham vuestro padre y a Sara que os dio a luz. 32
Les trae a la memoria esta profecía y les demuestra que así como antiguamente en forma tan admirable hizo padre a Abraham, como si fuera de las piedras, así también ahora lo puede hacer. Pero advierte cómo los aterroriza y los empuja a la virtud. Porque no dijo: ya ha suscitado, a fin de que no se desalentaran, sino: puede suscitar. Tampoco dijo: puede hacer de las piedras hombres, sino lo que era mucho más, o sea consanguíneos e hijos de Abraham. ¿Ves cómo los fue sacando desde sus carnales imaginaciones y de su refugio en los antepasados, hasta poner la esperanza de su salvación en la propia penitencia y templanza? ¿Observas cómo, habiendo hecho a un lado el parentesco de la carne, introduce el parentesco por la fe?
Considera ahora cómo en lo que sigue les aumenta el temor y los torna más solícitos. Porque, tras de decirles: Porque puede Dios hacer de estas piedras hijos de Abraham, añadió: Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles: ¡palabra en todos sentidos tremenda! Pero Juan con su modo de vivir había adquirido una gran libertad de hablar; además de que los judíos necesitaban una fuerte increpación, pues llevaban ya mucho tiempo endurecidos. Como si les dijera: Pero ¿para qué os anuncio yo eso de que perderéis la dignidad de hijos de Abraham y veréis a otros, nacidos de las piedras, ocupar vuestro puesto? No será ese el único castigo, sino que la pena irá mucho más allá. Puesto que ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles.
¡ Nada tan terrible como ese lenguaje figurado! Ya no sólo puede verse la hoz que vuela, el cerco destruido, la viña pisoteada, sino una hoz en exceso afilada y lo que es todavía más grave, puesta ya a la puerta. Y pues anteriormente, no dando fe a los profetas, con frecuencia decían: ¡Que venga, pues, el día del Señor y de una vez acabe su plan el Santo de Israel y lo veamos nosotros!, 33 lo decían porque con frecuencia las predicciones se cumplían hasta muchos años después. Juan, para suprimirles ese modo de consuelo, les advierte como ya próxima la desgracia. Y lo declaró con la palabra ya, y lo mismo con lo que sigue: el hacha está puesta a la raíz. Como si dijera: Ya nada se interpone, sino que amenaza directamente a la raíz. Y no dijo a las ramas ni a los frutos, sino a la raíz, indicando con esto que si ellos proceden con pereza sufrirán males incurables y sin esperanza alguna de medicina.
Porque el que ahora viene no es un siervo, sino el Señor de todos, que castigará con penas terribles y gravísimas. Sin embargo, una vez que los ha aterrorizado, no deja que caigan en desesperación; sino que, así como antes no dijo ha suscitado, sino puede suscitar hijos de Abraham, infundiéndoles al mismo tiempo terror y consuelo, así ahora no dijo: ya cortó, sino está puesta a la raíz, es decir aplicada. Con lo que demuestra que no habrá dilación en el castigo. De manera que aun cuando el Señor la haya puesto a la raíz, no la accionará ni hará el corte sino al arbitrio vuestro. Si os convertís y os hacéis mejores, el hacha se apartará sin hacer daño; pero si perseveráis en vuestros propósitos, cortará el árbol de raíz. De manera que la segur ni se aparta de la raíz ni tampoco se mueve ni corta: lo uno para que no volváis a caer; lo otro para que sepáis que podéis en breve tiempo mudar de costumbres y alcanzar la salvación.
Por tal motivo, aumenta el temor por cuantos modos puede para excitarlos y urgirlos a la penitencia. El perder la dignidad heredada de sus progenitores, el ver que otros sean colocados en su lugar, el observar que los castigos están a la puerta y que son intolerables, como lo indica por el hacha y la raíz, todo este conjunto podía excitar aun a los que hubieran caído en suma desidia y volverlos a la diligencia y solicitud. Así lo declaraba Pablo al decir: Porque el Señor ejecutará sobre la tierra un juicio consumado y decisivo. 34 Pero no temas; o mejor aún, teme pero no desesperes. Porque aún te queda esperanza de cambio: todavía ni la sentencia se pone por obra, ni el hacha se ha movido para cortar.
¿Qué era lo que le impedía cortar, puesta ya a la raíz? Que sólo fue puesta a la raíz para que tú, por el temor, mejoraras en tus costumbres y te dispusieras a llevar fruto. Por eso añadió: Todo árbol que no dé fruto bueno, será cortado y arrojado al fuego. Al decir todo, suprime toda prerrogativa proveniente de la nobleza. Aun cuando seas descendiente de Abraham, dice, aunque entre tus progenitores puedas contar a muchos patriarcas, sufrirás doble castigo si no das fruto. Con semejantes palabras aterrorizó a los publicanos, conmovió el ánimo de los soldados, sin arrojar a nadie a la desesperación y a todos los arrancó de la pereza. Porque lo que dijo contiene un gran consuelo juntamente con el terror. Habiendo dicho que no da fruto bueno, declara que quien lo produce bueno, no está sujeto a ningún castigo.
Preguntarás: ¿en qué forma podemos llevar buen fruto cuando ya está a punto de darse el corte y en tanta brevedad de tiempo y estando tan cercano el término prefijado? Bien puedes, dice. Porque ese fruto bueno no es como el fruto de los árboles que necesita para madurar mucho tiempo y está sujeto a las estaciones del año y requiere muchas atenciones y cuidados. Acá, basta querer y al punto florece el árbol. No únicamente la naturaleza de la raíz del árbol, sino de modo especial el cuidado del agricultor ayuda para producir el fruto. Por lo mismo, para que no fueran a decir: nos conturbas, nos urges, nos obligas amenazándonos con que el hacha ya está puesta a la raíz y nos exiges que llevemos frutos útiles al tiempo mismo del castigo, añadió, significando la facilidad de llevar frutos buenos: Yo cierto os bautizo en agua de penitencia; pero el que viene en pos de mí es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de su sandalias. El os Bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
Declaró con esto ser necesarias la fe y la buena voluntad, y no precisamente sudores y trabajos. De manera que cuanto tiene de fácil bautizar, lo tiene el convertirse y mejorarse. Así, tras de haberlos conmovido en su ánimo con el temor del juicio y la amenaza del castigo y con nombrar el hacha y la pérdida de la nobleza de sus mayores y el ser sustituidos por otros hijos de Abraham y el sufrir un doble suplicio y el descuartizamiento y el fuego; tras de haber luego mitigado el terror y su dura aspereza; tras de haberlos inducido a trabajar en apartar los males tan tremendos, finalmente les habla de Cristo y no simplemente nombrándolo, sino enalteciendo su excelencia. En seguida, para dar a entender cuán grande distancia hay entre él y Cristo, y para no parecer que lo hacía simplemente por congraciarse con El, establece la comparación entre los dones que de ambos dimanan.
Porque no comenzó diciendo: A quien yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias; sino que habiendo establecido la sencillez del bautismo que confería, declaró para qué servía, o sea simplemente para inducir a penitencia (pues no dijo en agua de perdón, sino de penitencia), y finalmente estableció lo que es el bautismo de Cristo, repleto de dones inefables. Como si dijera: para que al oír que viene detrás de mí no lo vayáis a despreciar porque viene en pos, conoced la fuerza de su don y veréis que yo al decir: Al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia para nada he exagerado y ni siquiera he dicho algo más digno o más grande de lo que se debe. Cuando oyes que es más fuerte que yo, no creas que lo digo haciendo una comparación Porque yo ni siquiera soy digno de contarme entre sus siervos; más todavía ni aun entre los últimos de sus siervos ni de ofrecerle el más bajo de los servicios. Y por esto, no dijo simplemente desatar sus sandalias, sino ni siquiera la correa que parece lo ínfimo de todo. Y para que no pienses que lo dijo por simple humildad, añadió la demostración por las obras que El haría.
Porque dice El os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego. ¿Observas cuán grande es la sabiduría del Bautista? Cuando él predica, habla de todas las cosas terribles que pueden suscitar la ansiedad en el oyente; pero cuando lo remite a Cristo, entonces anuncia todos los bienes que pueden solazar al alma. No trae al medio la segur ni el árbol cortado y echado para arder al fuego, ni la ira inminente, sino la remisión de los pecados, el perdón del castigo, la justicia y santificación, la redención, la adopción como hijos de Dios, la fraternidad, el ser coherederos y la abundante difusión del Espíritu Santo. Porque todo esto dio a entender cuando dijo: Os bautizará en el Espíritu Santo. La metáfora misma está indicando la abundancia del don. No dice os dará el Espíritu Santo; sino: Os bautizará: en el Espíritu Santo. Y al añadir lo del fuego, significa la vehemencia y eficacia del don.
Considera en qué disposición de ánimo se encontrarían los oyentes al pensar que vendría a ser semejante a los profetas y a los grandes antiguos varones, Porque mencionó el fuego para traerlos a la memoria, ya que la mayor parte de las visiones que ellos tuvieron se les presentaron en fuego. Así habló Dios a Moisés desde la zarza; así a todo el pueblo en el Sinaí; así a Ezequiel con los querubines. Considera también cómo excita el ánimo de los oyentes, presentándoles desde luego lo que no sucedería sino al fin de todo. Porque primero había de ser inmolado el Cordero y borrado el pecado y deshechas las enemistades y acontecer la sepultura y enseguida la resurrección y finalmente la venida del Espíritu Santo. Pero de todo eso nada les dice, sino que pone al principio lo que sucederá hasta el fin y a lo que todo lo demás iba ordenado y que más convenía para dar mayor realce a la majestad y dignidad de Jesús. Y para que el oyente, habiendo sabido que recibiría tan altísimo Espíritu, investigara cómo podrá ser eso mientras reine la ley del pecado en todos; y así una vez que ya esté interesado y preparado para oír, se le pueda hablar de la Pasión sin que nadie se escandalice de la tardanza y larga espectación de gracia semejante.
He aquí el Cordero de Dios que carga con el pecado del mundo. 35 No dijo que perdona sino lo que supone un cuidado y providencia mayores, o sea: que carga. Porque no es lo mismo quitar simplemente, que luego además tomar sobre sí lo que a otros se ha quitado. Lo primero no contenía peligro; pero lo segundo sólo se haría a través de la muerte. Al mismo tiempo significaba ser el Hijo de Dios. Pero esto mismo no declaraba plenamente ante los oyentes la dignidad de Jesús. Pues aún no conocían que era él el verdadero y genuino Hijo de Dios. Mas por el don que hacía del Espíritu Santo, ya constaba. Y así el Padre al enviar a Juan fue este el argumento que le dio de la dignidad de Jesús que se acercaba: Aquel sobre el que vieres al Espíritu descender del cielo y posarse en él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. 36 Por lo cual el mismo Juan testifica y dice: Y yo vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios, como que por este signo también quedaba en claro la otra verdad.
Enseguida, puesto que ya había aliviado a los oyentes, de nuevo los estrecha, a fin de que no caigan en desidia. Así era el linaje de los judíos: con las cosas prósperas luego se tornaban muelles y se volvían peores. Por lo cual Juan de nuevo lanza temibles palabras y dice: Trae en su mano el bieldo. Ya antes había hecho memoria del castigo. Ahora presenta al juez y el eterno suplicio, pues dice: Quemará la paja con fuego inextinguible. Mira, pues, cómo el mismo Señor de todas las cosas es agrícola. Y ya en otra ocasión Jesús dijo de su Padre: Mi Padre es agrícola. Pues había nombrado el hacha, a fin de que no pensaras que el negocio era trabajoso y que no sería fácil de conocer, demuestra la facilidad mediante otro ejemplo, haciendo ver que todo el mundo le pertenece, pues no iba a castigar a quienes no le pertenecieran.
En el tiempo presente, todo anda mezclado; pues aun cuando brille el grano, pero anda revuelto con la paja, por hallarse .aún en la era y no en la troje. Pero después todo se discriminará. ¿Dónde están ahora los que no creen en el infierno? Porque dos cosas dijo de él el Bautista: que bautizaría en el Espíritu Santo y que echaría al fuego a los incrédulos. Si pues hemos de creer en lo primero, sin duda también en lo segundo. Para eso predijo ambas cosas; para que por el cumplimiento de una predicción no nos negáramos a creer en la otra. Con frecuencia procedió así Cristo, y en cosas del mismo género y también de contrario, puso dos profecías de las que una la muestra ya cumplida, y la otra promete que se cumplirá, con el objeto de que por lo que ya se cumplió aun los más querellosos den su asentimiento a lo que aún no sucede. Así a quienes todo lo dejan por El les prometió darles el ciento por uno en esta vida y luego en el siglo futuro la vida eterna. Con lo que por los bienes que aquí les concede, hace dignos de fe los futuros. Pues lo mismo hizo Juan juntando ambas cosas: que bautizará en el Espíritu Santo y que quemará en fuego inextinguible.
Entonces, si él no bautizó a los apóstoles en el Espíritu ni a quienes diariamente se quieren bautizar, tienes tú verdadera ocasión para dudar de lo segundo; pero si se llevó a cabo y se lleva cada día lo que parecía más difícil y que supera a cuanto se puede decir ¿qué motivo te queda para afirmar que no es verdad lo que es más fácil y razonable? Y pues dijo: Os bautizará en el Espíritu Santo, y así prometió grandes bienes, para que no decayeras de ánimo, haciendo a un lado todo lo anterior, trajo a colación el bieldo y la discriminación que mediante el bieldo se verifica. Como si dijera: No penséis que basta con el bautismo, aunque luego sigáis en la perversidad. Necesitamos de gran virtud y abundante sabiduría.
Por esto, ese bautismo para la gracia los aleja y aparta de la segur; pero enseguida, tras del don, los aterroriza con el bieldo y el fuego inextinguible, sin hacer distinción de los no bautizados, pues habla en general cuando dice: Todo árbol que no hace fruto bueno será cortado, con lo que extiende el castigo a todos los infieles. En cambio, para después del bautismo sí hace cierta distinción, porque muchos de los que creyeron iban a llevar una vida indigna de su fe. En consecuencia, que nadie se torne paja, nadie ande fluctuando, nadie se entregue a perversos deseos, de manera que fácilmente lo traigan a una parte y a otra. Si tú permaneces siendo grano, aunque se eche encima la tentación, ningún mal padecerás. En la era, las ruedas del carro que pueden cruzarla, no quiebran el grano. Pero si contraes la debilidad de la paja, sufrirás acá penas intolerables, trillado de todos; y luego tendrás que soportar los tormentos eternos.
Quienes son como la paja, aun antes de bajar a ese futuro horno, son acá pasto de afectos irracionales, a la manera que la paja es alimento de los brutos animales. Pero además en la otra vida serán materia y alimento del fuego. Si el Bautista hubiera dicho al punto: El juzgará las acciones, quizás no se le hubiera dado crédito fácilmente; pero, interponiendo la parábola y así explicándolo todo, lo hizo más fácil de persuadir, aparte de que atraía a los oyentes con un consuelo mayor. Por tal motivo con frecuencia les habla en ese estilo, mezclando en su predicación la era, la mies, la viña, el lagar, el barbecho, la red, la pesca y todo lo demás de uso cotidiano. Del mismo modo procedió aquí y dio una especial demostración de lo dicho, con lo del don del Espíritu Santo. Pues quien es tan poderoso que aún puede hacer el don del Espíritu Santo y perdonar los pecados, mucho mejor podrá hacer lo otro.
¿Adviertes cómo ya se prenuncia el misterio de la resurrección y del juicio? Preguntarás: ¿por qué no predijo los milagros y prodigios que luego haría Jesús? Porque lo que dijo era muy superior a todos los milagros; y aun los mismos milagros a eso estaban ordenados y por eso se hacían. Con poner lo que lo recapitulaba, ya abarcaba todo: la destrucción de la muerte, la muerte del pecado, la desaparición de la maldición, la liberación de las guerras continuas, la entrada al paraíso, la ascensión a los cielos, la vida con los ángeles, el compartir los bienes futuros. Porque aquello es prenda de todo esto. De manera que con haber dicho aquello, incluyó la resurrección de los cuerpos, los milagros, el compartir el reino y todos los demás bienes: que ni el ojo vio ni el oído oyó ni vinieron a la mente del hombre. 37 Con el don del Espíritu Santo nos daba todas las cosas, de manera que resultaba superfluo hablar de los milagros futuros, que luego de vista se comprobarían. Tenía que hablar de aquello de que los judíos dudaban, es decir de que Jesús era el Hijo de Dios, que sin comparación era más excelente que Juan; que borraría el pecado, que pediría cuenta de nuestras acciones, que nuestro fin no estaba circunscrito a este mundo presente, sino que en el siglo futuro cada cual sufriría las penas que hubiera merecido. Porque por entonces esto no podía comprobarse con los ojos.
Sabiendo estas cosas, pongamos sumo empeño, mientras estamos en la era, pues a quienes en ella andan, aún les es posible convertirse de paja en trigo, así como muchos de trigo han parado en paja. No decaigamos de ánimo, no nos dejemos llevar por toda clase de vientos, no nos apartemos de nuestros hermanos, aun cuando parezcan viles y de nada. El grano de trigo por su tamaño es más pequeño que la paja, pero tiene mucho mejor naturaleza. No atiendas a las pompas seculares, pues están preparadas para el fuego; sino a la humildad según Dios, sólida, indestructible, tal que ni padece ruptura ni se consume con el fuego. El Señor soporta las pajas para que con la mezcla los buenos se hagan mejores.
No viene aún el juicio, para que al mismo tiempo recibamos muchos la corona y muchos se conviertan de la iniquidad a la santidad. Con esta parábola concibamos también terror, porque el fuego aquel es inextinguible. Preguntarás: ¿en qué modo es inextinguible? Pero ¿acaso no ves este sol que perpetuamente arde y jamás se extingue? ¿No recuerdas la zarza ardiendo que no se consumía? Si quieres, pues, escapar de la llama, previamente deja de ser inmisericorde, y así nunca experimentarás aquel fuego. Si ahora das fe a lo que aquí se predica, allá no verás el horno. Pero si acá no das fe, allá lo sabrás con toda certidumbre, por experiencia, cuando ya no esté en tu mano escapar. Porque para quienes no vivieron bien es inevitable el castigo. No basta con creer. También los demonios temen a Dios y le tiemblan llenos de horror, y sin embargo son atormentados.
Tenemos, por tanto, necesidad de muy grande solicitud para establecer un género de vida correcto. Tal es el motivo de que con frecuencia os reunamos en este lugar; no únicamente para que entréis a la iglesia, sino para que de vuestra estancia aquí llevéis algún fruto. Si continuamente venís, pero retornáis sin fruto alguno, no sacaréis provecho de semejante venida y reunión. Si cuando enviamos los niños a los maestros y vemos que ' ningún fruto sacan, acusamos con vehemencia a los preceptores y los cambiamos, ¿qué excusa alegaremos si para la virtud no ponemos la misma diligencia que para las cosas terrenas, sino que volvemos al hogar sin tener aprendida ninguna lección?
Tenemos aquí profesores en mayor número y más esclarecidos, puesto que están a nuestro lado los profetas, los apóstoles, los patriarcas, todos los justos, en cada reunión. Pero si ni aun así se nota algún aprovechamiento; sino que, tras de haber entonado dos o tres salmos y haber rezado rutinariamente las oraciones acostumbradas os vais y creéis que con eso es suficiente para salvaros ¿qué provecho se ha sacado? ¿No habéis oído al profeta, o mejor a Dios que dice por el profeta: Este pueblo se me acerca sólo con la palabra y me honra sólo con los labios, mientras que su corazón está lejos de mí? 38
Para que esto no suceda, borra las letras, o por mejor decir las huellas y señales que el demonio ha impreso en tu alma, y trae acá un corazón vacío de los tumultos del siglo, para escribir en él a mi placer lo que bien me parezca. Quizá por el momento no se puedan distinguir en él sino las letras del demonio, como son las rapiñas, la avaricia, la envidia, el aborrecimiento. Por esto, cuando recibo vuestras tabletas de discípulos, casi no puedo leer en ellas. Porque no encuentro ahí aquellas letras que grabamos nosotros al predicaros todos los domingos, sino otras, muy otras, distorsionadas e informes.
Y una vez que ya borradas ésas, escribimos ahí las que provienen del Espíritu Santo, cuando de aquí salís, entregáis vuestros corazones al demonio para que ahí trabaje y lo facultáis para que de nuevo grabe letras que son a las nuestras contrarias. Creo que sin que yo lo diga, en la conciencia lleváis cuál ha de ser el resultado. Por mi parte, nunca dejaré de cumplir con lo que mi oficio me pide y de escribir en vuestros corazones las letras convenientes. Si vosotros inutilizáis nuestra diligencia, el premio nuestro en nada desmerece, pero para vosotros existe un grave peligro. No quiero decir algo que os sea aún más gravoso.
Os ruego, en consecuencia, que en este asunto, imitéis por lo menos la diligencia de los niños. Comienzan ellos por aprender la forma de las letras; luego a conocerlas por separado, finalmente llegan a unirlas y leer. Hagamos lo mismo. Dividamos la virtud en partes, y aprendamos lo primero a no jurar, no perjurar, no maldecir; luego avancemos a no envidiar, no amar los cuerpos, no entregarnos a la gula, no embriagarnos, no ser inhumanos ni perezosos. Y pasando de aquí a las cosas espirituales, trabajemos en la templanza, en el desprecio del placer, en la castidad, en el desprecio de la vanagloria, en la modestia, en la contrición; y luego, juntemos tocas estas virtudes y grabémoslas en el alma.
Y estas virtudes ejercitémoslas en la casa, entre los amigos, con la esposa, con los hijos. Comencemos por las primeras y más fáciles, Por ejemplo con la abstención de jurar, y sobre esto meditemos con frecuencia. Es cierto que en el hogar hay muchas cosas que impiden la meditación: que el criado provoca la ira; que la mujer se pone molesta y nos encoleriza; que el hijo desordenado en sus costumbres nos empuja a las amenazas y a los juramentos. Pero si a pesar de todos esos incitamentos que tienes en tu casa, logras abstenerte del todo de jurar, más fácilmente podrás salir invicto en el foro; y aun sacarás además el provecho de no injuriar a nadie, ni a tu mujer ni a tu criado ni a ninguno de tus familiares.
Muchas veces la esposa, alabando a un cualquiera y llamándose a sí misma infeliz, enardece al esposo y lo hace que maldiga. Pero tú no te irrites ni vituperes al que ella alaba, sino llévalo todo con fortaleza. Tampoco cuando veas que tus criados exaltan con alabanzas a otros amos, te irrites sino sopórtalo con firme ánimo; y que tu casa te sirva de palestra y de estadio de certamen, para que, bien ejercitado ahí, puedas llevar la batalla con mayor virtud contra otros muchos allá en el foro.
Haz lo mismo respecto de la vanagloria. Si procuras abstenerte de la vanagloria delante de tu mujer, tus hijos y tus criados, no será ya fácil que se apodere de ti delante de otros semejante enfermedad. Porque ella es en todas maneras terrible tirano, especialmente cuando está de por medio la esposa. Pero si allá en el hogar vencemos su fuerza, con facilidad la venceremos en las demás ocasiones. Procedamos de la misma manera con las demás pasiones y enfermedades del alma y ejercitémosnos contra ellas en el hogar y diariamente bajemos a semejante palestra. Y para que este ejercicio más se nos facilite, señalémosnos algún castigo para el caso de quebrantar nuestro propósito. Pero que el tal castigo no ceda en daño, sino que nos traiga premio y grande ganancia. Por ejemplo, si nos entregarnos a recios ayunos y dañamos la salud, si usamos dormir en el 'suelo o cualquier otro género de maceraciones, sea siempre sin daño de la salud.
Obtendremos entonces ganancias excelentes y más suavemente iremos por el camino de la virtud, alcanzaremos los bienes futuros y seremos perpetuos amigos de Dios. Mas, para que no se repitan siempre las mismas cosas; para que no suceda que tras de admirar lo que aquí se ha dicho, una vez que salgáis, por proceder con negligencia y sin firmeza, arrojéis todo de la tableta de vuestra mente y deis al demonio ocasión para borrar de ella lo que os hemos predicado, que cada cual, al regresar a su casa, convoque a su mujer, se lo repita, la tome como aliada; y desde este mismo día, ungido con el óleo del Espíritu Santo y con su gracia, descienda a tan primorosa palestra.
Y si una, dos y muchas veces caes por tierra, en semejante ejercicio, no pierdas ánimo, sino ponte en pie y vuelve a la lucha; ni desistas hasta haber conseguido contra el demonio una brillante victoria y haber colocado en el segurísimo tesoro del cielo el fruto de tus virtudes. Si te acostumbras a esta bella filosofía, no podrás en adelante traspasar por desidia ninguno de los mandamientos, pues la costumbre incitará la fortaleza recia que tu naturaleza posee. Así como es cosa fácil el comer, dormir, beber, respirar, así nos serán cada vez más fáciles los asuntos de la virtud y gozaremos de la más pura alegría y placer, puestos ya en el puerto seguro y con abundante tranquilidad. Entonces, con nuestra nave cargada de grandes riquezas aportaremos a la ciudad aquella de allá arriba y al día aquel final, y alcanzaremos eternas coronas. Ojalá a todos nos acontezca alcanzarlas, por' gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XII

Vino Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él (Mt 3, 13).
SE ACERCA para ser bautizado entre los siervos el Señor, entre los reos el juez. Pero no te espantes. Porque en estas humildes cosas es en donde más resplandece su alteza. Quien soportó ser llevado por tanto tiempo en el vientre virginal; y luego salió de ahí revestido de nuestra naturaleza; quien soportó ser herido con bofetadas y ser crucificado y padecer todo lo que padeció ¿por qué te admiras de que haya dignado bautizarse y acercarse a su siervo, juntamente con los demás? Lo estupendo fue que siendo Dios quisiera hacerse hombre; puesto que lo demás por correcta lógica se sigue.
Por esto Juan al punto exclamó que no era digno de desatar la correa de sus sandalias y añadió todo lo demás: que es juez, que da a cada uno conforme a sus merecimientos y que dará con abundancia su Espíritu a todos. Y lo hizo para que cuando veas a Jesús acercarse al bautismo, no concibas sospechas de bajeza alguna. Y en cuanto lo tuvo presente, trató de detenerlo e impedírselo y decía: Yo soy quien debo ser bautizado por ti y tú vienes a mí? Como su bautismo era para penitencia y llevaba consigo la acusación de los pecados, a fin de que no fuera a pensar alguno que por tales motivos se acercaba Jesús al Jordán corrige semejante pensamiento llamándolo Cordero y Redentor de los pecadores de todo el orbe. Porque quien puede borrar los pecados de todo el género humano, con mucha mayor razón él mismo debe ser impecable.
Y no dijo Juan: He aquí al impecable, sino lo que es mucho más: El que quita el pecado del mundo. Para que después de esto aceptaras tú también lo otro con plena certidumbre y vieras que él se acerca al bautismo llevando a cabo otros planes. Por esto al acercarse Jesús, le dice: Soy yo quien debe ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? Y no dijo: ¿y tú eres bautizado por mí? Temió expresarse de ese modo. Sino ¿qué?¿Y tú vienes a mí? Y ¿qué hace Cristo? Hizo entonces lo que más tarde haría con Pedro. Porque también Pedro lo apartaba de lavarle los pies. Pero cuando oyó: Lo que yo hago no lo sabes ahora, pero lo sabrás después, y no tendrás parte conmigo, al punto cesó en su oposición y cambió de parecer. Pues acá sucedió lo mismo. En cuanto Juan oyó: Déjame hacer ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia, al punto obedeció. Porque ni él ni Pedro eran rijosos ni pertinaces; sino que ambos juntaban el amor con la obediencia y cuidaban de obedecer en todo al Señor.
Pondera en qué forma lo induce a obedecer. Se vale de la misma razón por la que Juan creía no ser conveniente hacerlo. Pues no le dijo: esto es justo, sino: así conviene. Puesto que Juan pensaba ser del todo inconveniente que el Señor fuera bautizado por el siervo, Jesús le opuso esto mismo; como si le dijera: ¿No es verdad que lo rehuyes y me apartas por parecerte cosa indigna? Pues precisamente déjame, porque esto es lo más conveniente y honroso. Ni le dijo solamente déjame, sino que añadió ahora. Como diciendo: esto no será para siempre, pues me verás en el estado que deseas, pero por ahora has de esperar. Enseguida le demuestra por qué es conveniente. ¿Cómo pues es lo conveniente? Porque así cumplimos toda la ley, que es lo que significa al decir toda justicia.
Porque la justicia consiste en la observancia de todos los mandatos. Como si dijera: Puesto que ya hemos cumplido con todos los otros mandatos de la Ley y sólo falta éste, conviene que también éste se cumpla. He venido para deshacer la maldición impuesta a los transgresores de la Ley. Conviene, pues, que yo mismo, una vez que la haya cumplido íntegramente y os haya librado de la maldición, luego la abrogue. De manera que conviene que yo cumpla toda la ley, por ser necesario que borre la maldición escrita en la Ley contra vosotros. Para eso me encarné; para eso me presento.
Entonces Juan condescendió. Bautizado Jesús salió luego del agua. Y he aquí que vio abrírsele los cielos y al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre él. Como las turbas creían ser Juan superior a Jesús, por haber vivido perpetuamente en el desierto, por ser hijo de un sacerdote, por las formas de vestir, porque a todos llamaba al bautismo y porque había nacido milagrosamente de una mujer estéril; mientras que Jesús había nacido de una oscura doncella -pues el parto, quedando ella virgen, aún no era conocido de todos- y además se había criado en su casa y conversado con todos y andaba vestido al uso común, todos lo tenían por muy inferior a Juan, pues nada conocían aún de los secretos arcanos de Dios. Sucedió, pues, que fuera bautizado por Juan, cosa que confirmó a las turbas en su opinión, aun independientemente de las otras circunstancias enumeradas. Pensaban que era uno de tantos, ya que, de no serlo, no habría concurrido con las turbas para ser bautizado. Pero Juan pensaba ser aquél un ser superior y muy más admirable.
A fin de que no tomara cuerpo y fuerza entre muchos semejante creencia, cuando Jesús fue bautizado se abrieron los cielos y bajó el Espíritu Santo; y juntamente con el Espíritu Santo una voz que manifestaba la dignidad del Unigénito. Y porque semejante voz, que decía Este es mi Hijo, el amado, muchos creían que más convenía a Juan, pues no decía: Este que es bautizado, sino solamente este, con lo que cada uno de los oyentes podía sospechar que se había dicho en favor del bautizante y no del bautizado, ya por la dignidad misma de Juan, ya por las demás .circunstancias apuntadas, por tal motivo bajó el Espíritu Santo en forma de paloma, para hacer que aquella voz se refiriera a Jesús y declarara a todos cómo la palabra este no se decía de Juan, que bautizaba, sino de Jesús que era bautizado.
Preguntarás por qué ni con todo esto creyeron. Pues también en tiempo de Moisés se obraron muchos milagros, aunque no tan brillantes, y sin embargo tras de todos ellos, tras del sonido de la trompeta y de los relámpagos y de los truenos, todavía se fabricaron un becerro y se iniciaron en los misterios de BaalFegor. Y los mismos que se hallaron presentes y vieron la resurrección de Lázaro, estuvieron tan lejos de creer en quien lo había resucitado, que aun intentaron matar a Lázaro varias veces. Si pues teniendo ante los ojos la resurrección de los muertos, tan incrédulos y perversos perseveraban ¿cómo te admiras de que no dieran crédito a la voz aquella bajada de lo alto? Cuando el alma es malvada y perversa y anda enferma de envidia, no cede ante ningún milagro; al contrario de cuando es buena, pues en este caso todo lo cree y todo lo acepta y ni siquiera necesita de milagros.
De modo que no investigues por qué no creyeron. Tendrías que investigarlo si no se hubieran dado tantas pruebas que debían llevarlos a creer. Dios por boca del profeta, además de todas las cosas que tenía en su favor, añadió esta defensa. Pues habían de perecer los judíos y de ser condenados a eternos castigos, con el objeto de que algunos de ellos por su perversidad no acusaran a la divina providencia, dijo: ¿Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera? 39 La misma consideración se aplica aquí: ¿Qué más era necesario hacer que no se hiciera? Y si alguna vez te hablan contra la providencia de Dios, usa tú de este modo de defensa contra los que se empeñan en acusarla por los crímenes de muchos. Pondera bien qué cosas tan admirables se llevan a cabo y son ya como el principio de lo que sucederá en lo futuro. Pues no se abre el paraíso, sino el cielo mismo.
Pero, en fin, dejemos este discurso contra los judíos para otra ocasión. Ahora, con el auxilio divino, vuelva la explicación a la materia de que veníamos tratando. Y bautizado Jesús, salió luego del agua. Y he aquí que vio abrirse los cielos. Para que aprendas que lo mismo sucede cuando tú eres bautizado, pues Dios te llama a la patria celestial y te persuade a que ya nada de común tengas con la tierra. Y aunque no lo veas, no le niegues tu fe. A los principios siempre se muestran visiones de cosas admirables y espirituales, que impresionan los sentidos, y milagros como los ya referidos. Esto se hace por motivo de ser los hombres cerrados a esas materias y tener necesidad de las visiones sensibles Porque no pueden concebir alguna idea de la naturaleza incorpórea, sino sólo admiran lo que les llega por los sentidos. De manera que aun cuando más adelante semejantes visiones ya no tengan lugar, sin embargo, las que se les mostraron al principio y otras a ésas semejantes, los llevan a dar fe a las cosas incorpóreas.
Así sobre la cabeza de los apóstoles se produjo un ruido penetrante de viento y aparecieron figuras como de lenguas de fuego; y esto no por los apóstoles únicamente, sino también por los judíos que estaban presentes. Pero aunque ahora ya no se den esos signos sensibles, nosotros creemos las verdades que por los que se hicieron quedaron demostradas. En nuestro caso, se dejó ver una paloma, para demostrar como con el dedo a Juan y a los que se hallaban presentes que Jesús era Hijo de Dios; pero también para que tú creyeras que sobre ti, al ser bautizado, desciende el Espíritu Santo.
Para nosotros, en resumidas cuentas, no hay necesidad de visiones sensibles, pues la fe basta en lugar de ellas: los milagros se hacen en bien de los infieles y no de los que ya creen. Preguntarás: ¿por qué el Espíritu Santo desciende en figura de paloma? Pues por ser la paloma un animal manso y puro. Siendo el Espíritu Santo Espíritu de mansedumbre, se apareció en esa figura. Por lo demás, con eso nos trae a la memoria una historia antigua. Cuando allá en otro tiempo, por haber caído el orbe en un universal naufragio, estaba en peligro todo el género humano, entonces se mostró esta ave y dio a entender el fin de la tempestad; y portando un ramo de olivo, anunció la tranquilidad a todo el orbe de la tierra. Pues bien: todo ello era figura de lo futuro.
En aquel tiempo los hombres eran de peor condición y merecían un castigo mucho mayor. En cambio ahora, para que no desesperes, la paloma te trae a la memoria esa historia antigua. Entonces, cuando ya no había esperanza alguna, sin embargo se obtuvo un éxito de enmienda. Pues lo que entonces se obró mediante el castigo, ahora se hace mediante la gracia y con un don inefable. Por esto aparece la paloma, no portando en su pico un ramo de olivo, sino demostrándonos al Liberador de todos los males y trayéndonos la buena esperanza. Ni saca del arca a un solo hombre; sino que, al mostrarse levanta al cielo a todo el mundo y trae al orbe no un ramo de olivo, sino la adopción de hijos de Dios.
Considerando, por tanto, la grandeza del don, no porque en tal figura se presente vayas a creer que es menor en dignidad, porque oigo a algunos que dicen haber tan gran diferencia entre el hombre y la paloma, cuanta hay entre Cristo y el Espíritu Santo. Porque Cristo se manifestó habiendo tomado nuestra figura, pero el Espíritu Santo lo hizo en forma de paloma. ¿Qué responderemos a esto? Que ciertamente Jesús asumió la naturaleza humana; pero el Espíritu Santo no asumió la naturaleza de la paloma. Por eso dijo el evangelista no que apareció en naturaleza de paloma sino en figura. Ni fue visto en semejante figura en alguna otra ocasión, sino sólo en ésta.
Si te empeñas en que por eso era menor, con semejante argumento también serán mayores que él los querubines; y tanto más cuanto más lo es una águila grande a una paloma. Porque en el Antiguo Testamento, los querubines tomaron figura de águila. Y aun los ángeles le serían superiores en excelencia, ya que éstos frecuentemente se mostraron en figura de hombres. Pero ¡no! ¡no van por ahí las cosas! Pues una es la verdad de las divinas disposiciones y otra la concesión de las temporales visiones. No seas, pues, ingrato a tu Bienhechor, ni le resultes con pagos contrarios a sus intentos, a quien te dio la fuente de la bienaventuranza; puesto que en donde se encuentra la dignidad de la adopción de hijos, de ahí se excluyen todos los males y es el regalo de todos los bienes.
Por eso queda abrogado el bautismo judío y comienza el nuestro. Lo que sucedió en la Pascua eso mismo sucedió en el bautismo. Celebró Jesús ambas Pascuas, abrogando una y dando comienzo a la otra. Y cuando cumplió con el bautismo judío, abrió las puertas al de la Iglesia. Y así como allá en una mesa hizo todo, así acá en un solo río, imitando la sombra y figura antigua, pero añadiéndole la verdad y realización. Solamente el nuevo bautismo contiene la gracia del Espíritu Santo. El bautismo de Juan no contenía semejante don.
Por esto, aunque todos se bautizaban, no hubo en ellos aquella visión, sino en Aquel que había de darnos el don del Espíritu Santo. Y esto para que además de las dichas enseñanzas aprendas también esta otra: que aquel milagro no lo obró la pureza del que bautizaba sino la virtud del bautizado. Y entonces se abrieron los cielos y descendió el Espíritu Santo. Ahora Jesucristo nos aparta del antiguo modo de vivir y nos traslada a otro nuevo; abriendo las puertas del cielo y enviando desde allí para nosotros el Espíritu Santo que nos llama hacia la patria aquella; y que no sólo nos llama, sino que lo hace con suma dignidad. No nos hizo ángeles ni arcángeles, sino hijos amados de Dios; y de este modo nos atrae a semejante herencia.
Considerando todo esto, se hace necesario que lleves una vida digna del amor del que te llama y de aquella celestial compañía y del honor que te confiere: muéstrate crucificado al mundo; y teniendo al mundo crucificado en ti, lleva una forma de vivir celestial diligentísimamente. No pienses que algo de común con lo terreno tienes acá por el hecho de que tu cuerpo viva aún sobre la tierra y no ha sido aún trasladado al cielo. Ya está en el cielo tu cabeza y tiene allá su trono. Por esto el Señor, cuando acá vino, trajo consigo ángeles; y luego, tomada tu naturaleza, se regresó allá, para que aprendas que bien puedes vivir en la tierra como si fuera el cielo.
Procuremos conservar nuestra nobleza, la que desde los comienzos recibimos; y busquemos diariamente los palacios reales de allá arriba y reputemos todo lo presente como sombras y ensueños. Si un rey terreno de pronto a ti, mendigo y pobre, te adoptara por hijo, no volverías más los ojos a la choza y su vileza, aun cuando la choza y el palacio no distaran mucho entre sí. Pues del mismo modo, no vuelvas ya para nada tu pensamiento a las cosas pasadas: estás llamado a otras mucho mejores. Y el que te llama es el Señor de los ángeles, y los bienes que ya te ha conferido superan a toda razón y entendimiento. No te pasa de una región terrestre a otra, como el rey que suponíamos, sino de la tierra al cielo, de tu naturaleza mortal a la gloria inmortal e inefable, que sólo entonces, podremos contemplar en su claridad cuando la disfrutemos.
Y habiendo de conseguir tan grandes bienes ¿me sales con que los dineros, y te aferras a las pompas terrenas? ¿No piensas en que todo esto que cae bajo los sentidos son cosas más viles que el pan que comen los mendigos? Pero entonces ¿cómo serás tenido por digno de honra tan grande? ¿Qué podrás alegar en tu defensa? O mejor dicho: ¿qué castigos no sufrirás si tras de tan inmenso don, te vuelves al vómito antiguo? Sufrirás la pena de tus pecados debida no a un hombre sino a uno que había sido hecho hijo de Dios. La alteza del honor te abrirá camino para un suplicio mayor. Nosotros no sujetamos a un castigo igual cuando delinquen a los criados y a los hijos, ya que éstos han recibido de nosotros los más grandes beneficios.
Si Adán, que había recibido en propiedad el paraíso, por haber pecado una vez sufrió, después de tan alto honor, males tan tremendos, nosotros que recibimos en herencia el cielo y hemos sido hechos coherederos del Unigénito Hijo de Dios ¿qué perdón tendremos, si abandonamos la paloma y corremos tras la serpiente? Por cierto, no oiremos que se nos dice: Polvo eres y al polvo volverás, 40 ni tampoco: Labrarás la tierra, 41 ni alguna otra de aquellas maldiciones en otro tiempo lanzadas; sino cosas mucho más duras que ésas, como id a las tinieblas exteriores y a las cadenas indisolubles y al gusano venenoso y al rechinar de dientes. Y con justa razón. Porque quien no mejora ni aun después de tan grande beneficio, justo es que sea con gravísimas penas castigado.
En otro tiempo Elías abrió y cerró los cielos, de tal modo que podía a su voluntad dejar hacer o estorbar la lluvia. En cambio para ti el cielo no se abre en esa forma, sino para que subas a él; y, lo que más es, no únicamente para que subas, sino amera que lleves a otros contigo, si quieres; pues tan enteramente se fió de ti y te dio poder sobre todo lo suyo. Siendo, pues, allá nuestro hogar, depositemos allá nuestros haberes: nada dejemos acá para no perderlo. Acá, aun cuando uses la llave y cierres la puerta y le pongas barras atravesadas y coloques un sin fin de siervos que vigilen y escapes de todos los que te asechan y evites las miradas de todos los que te envidian y la polilla y el daño de la vejez (cosa que en realidad no puedes lograr), sin embargo, no podrás escapar de la muerte; y en un solo momento serás despojado de todo. Ni sólo se te despojará de tus cosas, sino que muchas veces irán a manos de tus enemigos. Pero si las colocas en aquella eterna habitación, habrás superado todos los peligros. Allá no hay que usar de llaves, ni de puertas, ni de travesaños: tan segura y fortificada está aquella ciudad; tan inexpugnable es el lugar; tan inasequible a cuanto significa corrupción o perversidad.
¿No es acaso el colmo de la locura acumular todos nuestros bienes en un sitio en que sabemos que se van a corromper y destruir; y en cambio no depositar ni siquiera una mínima parte allá en donde permanecen intactos y aún se aumentan; sobre todo teniendo en cuenta que allá habremos de vivir para siempre? Los gentiles niegan por esto su fe a lo que les decimos, porque exigen de nosotros las pruebas mediante los hechos y no por solas palabras. Cuando ven que nos construimos espléndidas casas, huertos, baños, y compramos campos, en forma alguna se persuaden de que estemos nosotros preparando nuestra marcha hacia otra ciudad. Si fuera así, dicen, se adelantarían a colocar allá cuanto poseen reduciéndolo a plata: y lo conjeturan por lo que acá suele suceder.
Observamos, en efecto, que los más ricos se procuran casas, campos y las demás comodidades que desean, allá en las poblaciones en donde quieren establecerse. Pero nosotros procedemos al, contrario. Nos aferramos empeñosamente en poseer una tierra que muy pronto tendremos que abandonar; y no sólo dineros, sino la sangre misma la derrochamos peleando por unas cuantas yugadas de terreno y algunas casas; mientras que para ganar el cielo no queremos emplear ni aun lo superfluo; y eso que a bajo precio se compra el cielo, mientras que si lo adquirimos es posesión eterna. Por tal motivo, sufriremos los más graves castigos si llegamos allá pobres y desnudos de buenas obras; y más aún que por nuestra pobreza, por haber arrojado a la misma miseria a otros, caeremos en intolerables calamidades.
Cuando vean los gentiles a los que andan empeñados en semejantes anhelos que disputan acerca de los misterios sublimes, se aferrarán más a las cosas presentes y aumentarán sobre nosotros y nuestras cabezas un fuego ingente. Porque si nosotros, que debemos enseñarles el desprecio de las cosas presentes, andamos anhelándolas más que todos los otros ¿cómo procuraremos la salvación de los demás, cuando al revés, deberemos sufrir las penas por la ruina de los demás? ¿No oyes a Cristo que dice que nos ha dejado en este mundo como sal de la tierra y como lámpara para que amonestemos a quienes se entregan a los placeres e iluminemos a los que andan ciegos con el ansia de las riquezas? Pues si los lanzamos a más oscuras tinieblas, si los tornamos más muelles ¿qué esperanza nos queda de salvación? ¡Ninguna! Sino que deshechos en llanto, rechinando los dientes, ligados de pies y manos, seremos lanzados al fuego de la gehenna, tras de habernos consumido totalmente la solicitud de las riquezas.
Considerando todo esto, rompamos los lazos de semejante engaño, no sea que demos en lo que nos ha de entregar al fuego inextinguible. Quien sirve a las riquezas con cadenas estará atado en esta vida y con cadenas estará atado en la otra. Quien está libre de semejantes codicias, poseerá aquí y allá ambas libertades. Libertades que para poder conseguirlas se hace necesario romper el pesado yugo de la avaricia y esforzarse en levantar el vuelo hacia los cielos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XIII

Entonces fue llevado Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo (Mat. IV, l).
ENTONCES. ¿Cuándo? Después de haber descendido el Espíritu Santo; después de aquella voz venida de las alturas, que decía: Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias. Y lo que es más estupendo: fue llevado por el Espíritu Santo, porque fue el Espíritu mismo quien lo llevó al desierto. Venía Cristo a enseñarnos y para esto hacía y padecía todo. Por esto quiso ser llevado allá y entrar en esta batalla con el demonio, para que cada uno de los bautizados, si tras del bautismo padece mayores tentaciones, no se perturbe, como si experimentara lo inesperado; sino que permanezca firme en padecer, pues todo le sucede conforme al recto orden de las cosas. Para esto tomaste las armas; no para estarte ocioso, sino para combatir.
Dios no impide las tentaciones que se nos echan encima, en primer lugar para que veas que te has hecho mucho más fuerte. Además, para que no te estimes en exceso y no te ensoberbezcas por la grandeza del don que se te ha conferido, puesto que las tentaciones te mantienen en humildad. Añádese para que el demonio maligno que duda si es verdad que has renunciado a él, por la experiencia de las tentaciones se confirme en que del todo te le has apartado. En cuarto lugar, para que así te forjes más duro que el hierro y más fuerte. En quinto lugar, para que tengas con esto la demostración del gran tesoro que te ha sido confiado. No te acometería el demonio si no te viera colocado en los más altos honores.
Tal fue el motivo por el que allá a los principios se levantó contra Adán, pues lo veía disfrutando de suma 'dignidad. Por igual razón se levantó contra Job, al verlo premiado y alabado por el Dios de todos. ¿Por qué dice: Orad para que no caigáis .en la tentación? 42 Por eso no nos presenta a Jesús yendo espontáneamente a la tentación, sino llevado según una razonable providencia, dándonos a entender que no debemos exponernos, pero que si somos llevados a la tentación, la resistamos con fortaleza.
Considera a dónde lo llevó el Espíritu Santo: no a la ciudad, ni a la plaza, sino al desierto. Como el demonio quería halagarlo y atraerlo, el Espíritu Santo le presenta la ocasión, no únicamente por el lado del hambre sino también por el sitio mismo. El demonio especialmente nos acomete cuando nos ve solos y que andamos aparte de los demás. Así acometió a la mujer allá a los principios, llegándose a ella cuando estaba sola, sin su marido. Cuando ve a varios reunidos, no se atreve a acometer. Por esto conviene que con frecuencia nos congreguemos, para que no seamos presa fácil del diablo.
Encontró, pues, el demonio a Jesús en el desierto y en una región sola y sin caminos. Que así fuera aquel paraje lo significa Marcos diciendo: Y moraba entre las fieras. 43 Pero advierte con cuánta astucia y perversidad se le acerca y qué ocasión escoge. No acomete a Jesús mientras éste ayuna, sino cuando tuvo hambre. Para que aprendas cuán grande bien es el ayuno y qué arma tan poderosa contra el demonio; y que después del bautismo no te has de entregar a los placeres ni a la embriaguez ni a los manjares, sino al ayuno. Por esto ayunó Jesús, no porque él lo necesitara, sino para instruirnos. Pues la crápula, antes del bautismo, había inducido al pecado, Jesús procedió como el que a un enfermo, ya vuelto a la salud, le ordena no volver a lo mismo de que la enfermedad le provino. Por esto tras del bautismo ayunó.
La intemperancia echó a Adán del paraíso; y en tiempo de Noé acarreó el diluvio; y arrojó sobre los sodomitas los rayos del castigo. Pues aun cuando en estos dos últimos casos el pecado fue de fornicación, pero la raíz del castigo brotó de la intemperancia. Así lo indicó Ezequiel al decir Mira cuál fue la impiedad de Sodoma: tuvo grande soberbia, hartura de pan y mucha ociosidad. 44 Y lo mismo fue con los judíos: obraron la maldad en gran escala y cayeron en la perversidad a causa de la embriaguez y de las delicias del alimento.
Por esto Jesús ayuna cuarenta días, declarándonos así cuál es el remedio para la salvación. Ni pasa de los cuarenta días, no sea que el exceso del milagro obste a la fe en la nueva economía divina. Ahora ya no hay que temer aquello del Antiguo Testamento, cuando Moisés y Elías, sostenidos por el poder divino, pudieron llegar a tan largo ayuno. Si Jesús lo hubiera prolongado a muchos más días, sin duda que a muchos les habría parecido por esto increíble el misterio de la Encarnación.
Y habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, al fin tuvo hambre, dando así ocasión al demonio para acercársele; y para darnos en el encuentro el modo con que hay que superarlo y vencerlo. Esto mismo hacen los atletas, pues para enseñar a sus discípulos cómo han de vencer, espontáneamente traban luchas con otros en la palestra, mostrándoles en otros la forma, para que aprendan la manera de obtener la victoria. Así sucedió acá. Quería Jesús atraer al demonio al combate, y por esto le dejó ver su hambre y no lo esquivó cuando se le acercaba; y habiéndolo enfrentado una y dos y tres veces, lo venció con la facilidad que le convenía.
Mas, no sea que pasando de ligero sobre semejantes victorias algo quitemos a vuestra utilidad espiritual, comencemos por el primer encuentro, y enseguida examinaremos los otros dos con toda diligencia. Y pues Jesús sufría el hambre, acercándose el tentador le dijo: Si eres hijo de Dios di a estas piedras que se conviertan en pan. Como había oído la voz del cielo que decía: Este es mi Hijo muy amado; y había escuchado a Juan que tan grandes cosas testificaba; y luego lo ve hambriento, al fin quedó en duda. No lo podía creer solo hombre por lo que de él se había dicho; pero tampoco admitía que fuera el Hijo de Dios, pues lo veía padecer hambre. Dudoso en su ánimo, traduce sus dudas en sus palabras. Y al modo como acercándose a Adán allá al principio fingió lo que no había para cerciorarse de lo que en realidad había, así ahora, ignorando el secretísimo misterio de la nueva economía y no sabiendo en concreto quién era el que ahí presente se encontraba, procura fabricar nuevas redes, mediante las cuales creía poder llegar a saber lo que en la oscuridad estaba escondido.
¿Qué dice, pues? Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. No le dijo: puesto que tienes hambre, sino: si eses el Hijo de Dios, pensando que así lo halagaría. Calló lo del hambre para que no pareciera que se lo echaba en cara y lo avergonzaba. Ignorando la alteza de las cosas que se iban llevando a cabo, pensaba que hablarle del hambre le sonaría a injuria; por lo cual, al modo de los que adulan, única pero dobladamente se refiere a su dignidad. Y ¿qué hace Cristo? Humillándole su hinchazón y demostrándole que de ninguna manera resultaba vergonzoso lo que le acontecía, ni era indigno de su sabiduría, echa por delante precisamente lo que el diablo había callado y le dice: No de solo pan vive el hombre.
Comienza, pues, por la necesidad del vientre. Pero, considera la astucia maligna del demonio y por dónde da principio al combate y cómo no se olvida de sus artes. Teje su engaño con lo mismo con que había derrotado al primer hombre hasta rodearlo de calamidades sin cuento. Es decir, con la intemperancia. Actualmente oímos a muchos decir que por el vientre nos han venido males sin número. Pero Cristo, demostrando que a quienes están dotados de virtud, semejante tiranía no puede obligarlos hasta el punto de imitar algo que sea contra la decencia, por una parte sufre el hambre y por otra no obedece al mandato del demonio; con lo que además nos enseña a no obedecer en nada al demonio. Y pues el primer hombre por este camino había ofendido a Dios y le había quebrantado su ley, ahora Cristo te enseña a pasar más adelante: de modo que aun cuando lo que el diablo ordena no sea pecado, ni aun así se le ha de obedecer.
Pero ¿qué digo pecado? Ni aun cuando ordenen los demonios algo útil, dice Cristo, se les ha de obedecer ni dar oídos. Por este motivo, a los demonios que lo predicaban y decían que El era el Hijo de Dios, El mismo les prohibió que hablaran. Y Pablo a su vez increpó a los demonios a pesar de que lo que decían le resultaba útil. Al revés, más y más humillándolos y apartando de nosotros sus asechanzas, los rechazó aun cuando ellos predicaban verdades saludables; y les cerraba la boca y les imponía silencio. Tal es el motivo de que ahora Cristo no obedezca. Pues ¿qué es lo que responde?: No de solo pan' vive el hombre. Como si dijera: puede Dios alimentar al hambriento aun con una palabra; y trae para ello el testimonio del Antiguo Testamento y nos enseña que aun oprimidos por el hambre o por otra cosa cualquiera que suframos, jamás debemos dejar de recurrir a Dios.
Y si alguno alegara que sería conveniente haberle demostrado eso mismo al demonio, le responderé: ¿Por qué? ¿por cuál motivo? Pues a Jesús no se lo dijo para que lo creyera, sino para, según él pensaba, acusarlo y convencerlo de incrédulo. Habiendo el demonio engañado por este camino a los primeros hombres, demostró así que ellos no le creían suficientemente a Dios. Porque él les prometió exactamente todo lo contrario de lo que Dios les había dicho, hinchándolos con una vana esperanza y arrojándolos a la incredulidad, con lo que incluso los hizo perder los bienes que ya poseían.
Cristo, por su parte, no se muestra anuente a lo que el diablo quiere, ni tampoco a los judíos que anhelaban lo mismo que el diablo; enseñándonos por doquiera que aun cuando nos sea lícito hacer alguna cosa, sin embargo no debemos proceder a la ventura y sin motivo; y que aun en el caso de que la necesidad nos apriete, no debemos obedecer al demonio. ¿Qué hace, pues, aquel execrable vencido? Una vez que no pudo persuadir a Cristo de que lo obedeciera, aun oprimido por el hambre, ataca por otro lado y le dice: Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues está escrito: A sus ángeles encargará que te tomen en sus manos.
¿Por qué el demonio en cada una de las tentaciones echa por delante eso de: si eres el Hijo de Dios? Lo hizo antes y lo repite ahora. Porque ya antes había difamado a Dios, al decir aquellas palabras: El día en que de él comiereis se os abrirán los ojos, 45 con las que les daba a entender que Dios los había engañado y que ningún beneficio habían recibido... Y subindicando lo mismo, dice ahora: en vano Dios te ha llamado hijo suyo y te ha engañado con ese don. Y si esto no es verdad, entonces es necesario que demuestres que ciertamente posees ese poder. Luego, como Cristo lo había refutado con un texto de la Escritura, ahora él aduce a su vez el testimonio de un profeta.
Y ¿por qué Cristo, ni indignado ni exasperado, le responde con gran mansedumbre y acudiendo de nuevo a las Sagradas Escrituras? Le dice: No tentarás al Señor tu Dios. Para enseñarnos que al demonio no se le ha de vencer mediante milagros, sino con la paciencia; y que nada debe hacerse por vana ostentación. Pero advierte la necedad del demonio, aun por el texto mismo que alega. Porque los textos aducidos por el Señor, ambos son oportunísimos para el caso; mientras que los alegados por el demonio, se disparan a la ventura y fuera de propósito y no cuadran con la cosa de que se trata.
El texto que dice: Pues escrito está: a sus ángeles encargará que te tomen, de ninguna manera es para persuadir a nadie a echarse de cabeza al precipicio, ni se profetizó tal cosa acerca de Cristo. Sin embargo, aunque el diablo lo usó así fraudulentamente, Jesús no lo contradijo; y eso que el diablo lo usaba en un sentido del todo contrario al verdadero. Semejante cosa, nadie la pide al Hijo de Dios. El echarse de cabeza al abismo es consejo del diablo y de los demonios. En cambio, lo propio de Dios es levantar al caído. Y si era cuestión de manifestar su poder, lo habría hecho no precipitándose él, ni echando abajo a otros, sino salvándolos. Eso de lanzarse uno a despeñaderos y precipicios es propio de las legiones diabólicas. Pero así suele proceder en todo ese antiguo engañador.
A pesar de todo, Cristo no le revela su naturaleza, sino que en todo le habla como si fuera simple hombre. Porque aquello de: No de solo pan vive el hombre y aquello de: No tentarás al Señor tu Dios, no eran tales palabras como para manifestar Cristo demasiadamente su divinidad, sino más bien para declararse como uno de tantos hombres. Ni te extrañes de que el demonio, hablando con Cristo, se vuelva a una parte y a otra. Procede como los púgiles cuando han recibido heridas mortales que aun chorreando sangre por todos lados, llevados como de un vértigo, voltigean sin parar. Del mismo modo el diablo, oscurecida su mente con la primera y la segunda herida, ya simplemente profiere lo primero que se le ocurre; y así avanza para el tercer encuentro.
Y habiéndolo llevado a un monte muy alto y habiéndole mostrado todos los reinos del mundo, le dijo: Todo esto te lo daré si de hinojos me adoras. Entonces le dijo Jesús: Apártate, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto. 46 Como el diablo pecaba ya contra el Padre, al decir que todas las cosas le pertenecían, como si fuera el Creador del universo, finalmente Jesús lo rechaza, y no con airadas expresiones, sino sencillamente ordenándole: Apártate, Satanás. Era esto más una orden que no una reprensión.
Preguntarás: ¿Cómo es que Lucas dice: acabado todo género de tentaciones? Yo pienso que fue para abarcar en resumen, por lo que dijo: todo género. Es decir, como abarcando en esto todas las demás. Puesto que las dichas abarcan otras innumerables: es decir, el estar sujeto a la gula, el obrar por vanagloria y el estar atado por el loco amor a los dineros. Como ese malvado sabía muy bien esto, puso al fin la más poderosa de las tentaciones, que es la codicia insaciable de riquezas. Ya desde el principio andaba tras de ésta, pero vino a sacarla a luz hasta el fin y para entonces la guardó, como la más fuerte que las otras. Porque es ley de esta clase de certámenes: que los medios que se consideran mejores para vencer se reservan para el fin. Así procedió el demonio en el caso de Job; y lo mismo hizo aquí. Habiendo comenzado por lo que le parecía más débil, avanzó luego a lo más poderoso.
Pero ¿cómo se podrá vencer esta pasión y mal? Como nos enseñó Cristo: recurriendo a Dios. De manera que ni por el hambre desfallezcamos, confiados en Aquel que con sola una palabra nos puede apacentar; ni con los bienes que hemos recibido tentemos al dador; sino que contentos con la gloria de allá arriba, despreciemos la humana y en todo rechacemos lo superfluo. Nada hay que mejor nos sujete al demonio como la avaricia y la insaciable codicia de poseer. Y podemos verlo por lo que actualmente sucede. Hay quienes nos digan: todo esto te lo daré si postrándote me adoras. Hombres son los que lo dicen según su naturaleza, pero se han convertido en instrumentos del diablo.
Porque en aquel tiempo el demonio no acometió a Cristo únicamente por sí mismo, sino también por medio de otros instrumentos, como lo indicó Lucas al decir: Se apartó de él hasta el tiempo determinado 47 Da a entender de este modo que más tarde acometió de nuevo mediante sus propios instrumentos. Y llegaron los ángeles y le servían. Mientras duraba el combate, no permitió que ellos se presentaran, para que no aterrorizaran al que él iba luego a vencer; pero una vez que en todo y por todo lo hubo derrotado y puesto en fuga, entonces se presentan los ángeles. Esto fue para que conozcas que también a ti, una vez que a ejemplo de Cristo hayas vencido, te recibirán con aplausos los ángeles y te rodearán por todas partes. Así a Lázaro, después del horno de la pobreza, el hambre y las aflicciones, los ángeles lo tomaron y lo llevaron consigo. Pues como ya lo tengo dicho, Cristo ahora va declarando muchos de los bienes de que luego disfrutaremos.
Y, puesto que todo se hizo por tu bien, imita, emula semejante victoria. Si se te acerca alguno de esos ministros del demonio con siniestras intenciones, y se burla de ti, y te dice: Tú eres grande, tú eres admirable, haz que este monte pase a otro lugar, no te turbes, no te impresiones, sino que con toda calma respóndele como has oído que le respondió Cristo: No tentarás, al Señor tu Dios. Y si te ordena que lo adores y te ofrece gloria, poder, riquezas inmensas, permanece firme. Porque el demonio ha procedido así no únicamente con el común Señor de todos nosotros, sino que cada día mueve contra cada uno de los siervos de Cristo esta clase de armas; y esto no sólo en los montes, y en los desiertos, sino también en las ciudades, en las plazas, en los tribunales; y no lo hace únicamente por sí solo, sino además por medio de hombres que son nuestros parientes.
¿Qué es, pues, lo que debemos hacer? No creerle, no prestarle oídos, aborrecerlo como adulador que es; y cuanto mayores cosas promete, tanto más conviene que nos le opongamos. A Eva precisamente cuando mayor promesa le hacía, fue cuando la derribó y le causó el daño más terrible. Es en realidad un enemigo inexorable y ha emprendido contra nosotros una guerra implacable. No nos empeñamos nosotros tanto en nuestra salvación, como él en nuestra perdición. Apartémoslo, pues, y aborrezcámoslo, no sólo con las palabras, sino con las obras; no con sólo el pensamiento, sino con los hechos. Nada hagamos de cuanto a él le da gusto; y así en cambio haremos todo lo que a Dios agrada. Muchas cosas promete el demonio, pero no es para dárnoslas, sino para sacar su ganancia.
El demonio promete dar de lo que no es suyo, para arrebatarnos el reino y la virtud. Promete en la tierra tesoros, o por mejor decir lazos y redes, para privarnos de los tesoros tanto de acá como de los celestiales: quiere que acá seamos ricos para que en la vida futura no lo seamos. Y si no puede despojarnos de la herencia del cielo mediante las riquezas, lo intenta mediante la pobreza, esperando lograr por este otro camino la victoria. Pero ¿qué podrá haber más necio? Pues quien es capaz de llevar las riquezas sin caer en intemperancia, también sabrá llevar la pobreza con ánimo firme. Quien no anhela las riquezas presentes sin duda que no buscará las ausentes, como lo hizo el bienaventurado Job, quien por la pobreza resultó más esclarecido.
Pudo el Maligno despojarlo de sus riquezas, pero en cambio respecto de la caridad con Dios, no sólo no pudo arrancársela, sino que se la devolvió más ardiente; y sólo logró que aquel varón, despojado de todo, brillara con bienes de todo género. Ante semejante resultado, no sabía ya el demonio qué camino tomar. Pues cuanto más graves heridas le causaba, tanto más valeroso lo encontraba. Y como tras de intentarlo todo en nada aprovecha, recurrió a su arma antigua, es decir a la mujer de Job. Esta, ocultando bajo la apariencia de providencia de Dios el ataque, describe en forma dolorosa y trágica sus desgracias y finge un consejo dañino con el que, según ella, se libraría Job de todos sus males. Pero ni aun así venció el demonio. Porque aquel varón admirable cayó en la cuenta del cebo que le tendía y con gran prudencia cerró la boca de su mujer, que hablaba movida por el demonio.
Es lo que conviene que hagamos nosotros. Aunque nos hable y diga lo que no nos conviene disfrazado de hermano, o amigo o esposa, es necesario que lo rechacemos, no por razón de la persona que nos habla, sino por razón del mal consejo que nos da. Porque actualmente en muchas cosas procede así: se disfraza bajo el título de conmiseración; y apareciendo como benévolo deja caer palabras peores que cualquier veneno. Es propio del demonio adular y engañar y dañar; y es propio de Dios corregir para mejorar. No nos dejemos engañar y no busquemos a cualquier precio una vida de comodidades; pues dice la Escritura Al que Dios ama, lo corrige 48
Debemos dolernos sobre todo cuando vivimos permanentemente y disfrutamos en todo de prosperidad; pues quien vive en pecado ha de estar en constante temor; pero de modo especial cuando no sufre ningún pesar. Cuando Dios va imponiendo la pena, por partes, es señal de que quiere aminorar el castigo. Pero cuando aguanta con paciencia cada pecado, nos reserva, si en pecar perseveramos, grandes castigos. Si los pesares son necesarios para los buenos, lo son mucho más para los pecadores.
Advierte la gran paciencia que tuvo Dios con el Faraón; y cómo finalmente hubo éste de soportar extremos castigos por todos sus pecados; y también de cuántos crímenes se hizo reo Nabucodonosor, pero al fin llevó la pena de todos ellos. Lo mismo sucedió al rico Epulón: puesto que en esta vida no había tenido sufrimientos, en la otra cayó en extrema miseria. Lleno de delicias en la vida presente, fue a pagar la pena de todas allá en donde no le era posible conseguir consuelo alguno para sus males.
Pero hay algunos tan necios y frívolos, que siempre andan buscando las cosas presentes únicamente; y aun profieren expresiones tan ridículas como éstas: Por ahora gocemos de todo lo presente y ya después veremos acerca de esos futuros inciertos; por ahora me daré a la gula, a los deleites y agotaré los placeres de esta vida. Deja en mi mano el día presente, que ese otro futuro yo te lo regalo. ¡Oh necedad sin término! Los que tal dicen ¿en qué se diferencian de los chivos y de los cerdos? Si el profeta no permite que a quienes anhelan en pos de la mujer de su prójimo se les dé el nombre de hombres ¿quién podrá acusarnos si nosotros los tenemos por estultos chivos y más que éstos, y por cerdos y asnos? Lo que es más claro que las cosas que vemos con los ojos lo juzgan dudoso e incierto.
Si a nadie quieres dar crédito, acércate a los demonios mientras son azotados: a esos que nada dejan por hacer en tratándose de nuestro daño. Porque no negarás que ellos hacen cuanto pueden por acrecentar nuestra desidia, quitarnos el temor de la gehenna y lograr que no creamos en el juicio futuro. Y sin embargo, ellos que tal desean, muchas veces gimiendo y lamentándose anuncian acá los tormentos que allá en la gehenna se usan. Mas ¿por qué los anuncian, y aun contra su voluntad los dicen? No por otro motivo sino porque son atormentados con más grandes castigos. Pues cierto que voluntariamente no querrían confesar que son atormentados por hombres que ya murieron; y ni aun siquiera decir que algo grave padecen. 49
¿Por qué motivo he dicho lo que acabo de decir? Porque esos mismos demonios que no quieren que creamos en la gehenna, la anuncian; y en cambio, tú, que tan grandes honores has recibido, y te haces partícipe de los divinos misterios, ni siquiera los imitas en eso, sino que te has vuelto peor que ellos. Preguntarás: pero ¿es que alguien ha venido del infierno para anunciárnoslo? Respondo: ¿acaso ha venido alguien y ha dicha que Dios todo lo ha creado? Pero bueno: ¿cómo se prueba que tenemos alma? Yo digo que si sólo has de creer lo que cae bajo los sentidos y dudas de la existencia de Dios, de los ángeles, del pensamiento y del alma, entonces se han hundido todos los dogmas. Ahora bien si sólo quieres creer en las cosas que caen bajo los sentidos, lo razonable es que des más crédito a lo que no se ve que a lo sensible.
Si te parece paradójico lo que acabo de decir, sin embargo, es verdadero y manifiesto para quienes tienen entendimiento. Porque los ojos con frecuencia se engañan no únicamente respecto de lo invisible (pues esto ni siquiera lo conocen), sino en las cosas mismas que les parece que ven. Los imposibilitan la distancia, el aire interpuesto, la distracción, la ira, los cuidados y mil obstáculos que les impiden el fijarse bien. En cambio, el ojo del alma, si lo ilustra la luz de las Sagradas Escrituras, juzga más certeramente y con mayor exactitud de las cosas que el ojo corporal. No nos engañemos, pues, en vano, ni además del castigo que lleva consigo la desidia originada de semejantes opiniones, acumulemos sobre nosotros un castigo y fuego mayor, proveniente de sostener proposiciones tan falsas. Cierto es que de no haber juicio, tampoco seremos castigados ni premiados. Pero advertid hasta dónde apuntan vuestros blasfemos principios, pues llegáis a decir que Dios justo y manso en nada tiene tan grandes trabajos y sudores. Ahora bien: semejantes dislates ¿cómo pueden ser conformes con la recta razón?
Pero en fin, si por otras fuentes no, a lo menos por lo que en tu casa misma sucede, pondera esas afirmaciones y verás hasta qué punto son absurdas. Aunque seas el hombre más inhumano y cruel y aun más feroz que las fieras mismas, no querrás morir sin premiar a un criado que te ha servido bien, sino que le darás la libertad y aun le añadirás dineros; y puesto que tú vas a morir, ya no podrás en adelante hacerle beneficios; pero lo procuras mediante tus herederos y suplicas de todas maneras que tu siervo no quede sin paga. Ahora bien: si tú, hombre perverso, tan humano y benévolo te muestras con tu criado ¿la bondad inmensa de Dios, su inefable benignidad, su gran mansedumbre, a siervos suyos como Pedro, Pablo, Santiago y Juan, que día por día padecieron hambres, estuvieron encadenados, fueron azotados, padecieron naufragios, a éstos los dejará sin coronas?
Al vencedor en los juegos olímpicos, el que los preside lo proclama y lo corona; el señor a su siervo; el rey a sus soldados los colman de honores; y en fin quienquiera que es bien servido al que bien lo sirvió con los dones que puede lo remunera: ¿y sólo Dios, tras de tan abundantes sudores y grandes trabajos, no dará a sus siervos premio alguno ni grande ni pequeño; sino que esos excelentes y piadosos varones que acometieron toda clase de virtudes, habrán de quedar en la condición misma que los adúlteros, los parricidas, los homicidas y los violadores de sepulcros? ¿Es esto razonable? Si nada hay tras de la partida de este mundo; si todo lo nuestro está circunscrito a los límites de la vida presente, aquellos justos y estos pecadores se encuentran en la misma situación. Pero ¡no! ¡ni siquiera en la misma! Aunque según tú, tras de esta vida estarían en la misma situación, pero no lo estuvieron acá, pues unos pasaron su vida en perpetua tranquilidad, mientras los otros vivían en perpetuos suplicios. Pero ¿hay algún tirano monstruoso, hay alguien tan cruel, tan inhumano que así trate a sus siervos?
¿Adviertes lo enorme de semejante absurdo? ¿Ves a dónde conduce tu raciocinio? En consecuencia, si no convencido por otras razones, a lo menos por ésta, rechaza tan pésimas opiniones, huye de su malicia, emprende el trabajo de la virtud: verás luego cómo nuestras cosas no están circunscritas a los límites de la vida presente. Y si alguno te pregunta si alguien vino de la otra vida a comunicarnos esto, respóndele: De los hombres, nadie; pues si un hombre hubiera venido, muchos no le habrían dado crédito, puesto que dirían: exagera, amplifica. Pero ahora es el Señor de los ángeles quien vino para anunciárnoslo. ¿Qué necesidad tenemos, pues, de un hombre, cuando aquel mismo que te ha de imponer el castigo, diariamente clama que ha preparado la gehenna y que premiará con el reino y nos ha dado claras pruebas de que así son las cosas? A la verdad si nunca hubiera de entrar en juicio, tampoco acá hubiera amenazado castigos.
Por otra parte ¿cómo es lógico que de entre los criminales a unos se les castigue y a otros no en absoluto? Si Dios no es aceptador de personas, como no lo es ¿por qué a uno lo castigó y a otro lo dejó vivir en la impunidad? Esto presenta una dificultad mayor que las ya enumeradas. Pero si quieres oírme con benevolencia, también a esta dificultad responderemos. ¿Qué solución tiene? Que ni castiga aquí a todos para que no pierdas la esperanza de la resurrección y el juicio futuro, como si durante la vida todos hubieran ya sido castigados, ni los deja a todos impunes para que no pienses que las cosas proceden sin providencia alguna. La realidad es que hace ambas cosas: castiga y deja de castigar.
Cuando castiga, demuestra que aun a los que aquí castigó allá de nuevo los castigará. Cuando deja impune, es para llevarte a creer que hay, tras del apartamiento de esta vida, un tribunal terrible. De manera que si en absoluto no hiciera caso de las obras de acá, a nadie castigaría en esta vida, a nadie haría beneficios. Mas por el contrario, observas cómo en beneficio tuyo desplegó los cielos, encendió el sol, afirmó la tierra, derramó los mares, expandió los aires, dispuso los giros de la luna, estableció leyes firmes para las estaciones del año e hizo que todos los demás seres llevaran a cabo, bajo su mirada e impulso, con exactitud, sus evoluciones.
Nuestra naturaleza y la de los irracionales, como las serpientes, los semovientes, los volátiles, los peces, los que viven en los estanques, en las fuentes, en los ríos, en los montes, en los barrancos, en los bosques, en las casas, en los aires, en los campos, las plantas, las simientes, los árboles ya silvestres ya cultivados, los que llevan fruto y los que no, en una palabra todos los seres, movidos por la incansable mano de Dios, ayudan para nuestra vida, y no sólo para lo necesario, sino para lo abundante, y nos ofrecen sus servicios a la manera de siervos. Pues quien ve tan excelente orden en todas las cosas, aun cuando nosotros apenas hayamos indicado una pequeñísima parte de ellas, ¿se atreverá a decir que Aquel que por nosotros hizo tantas y tan excelentes obras, allá al fin nos olvidará y nos dejará hechos cadáveres, confundidos con los asnos y los cerdos?
El que te honró con un don excelentísimo como es la religión y la piedad y con ello te igualó a los ángeles ¿te abandonará tras de haber tú sufrido infinitos trabajos y sudores? ¿Hay algo más ilógico? Si nosotros lo calláramos, las piedras lo gritarían ¡tan claro, tan manifiesto es, mucho más que los rayos del sol! Pensando estas cosas y estando firmísimos en nuestro ánimo acerca de que tras del término de la vida tendremos que presentarnos delante del terrible tribunal para dar cuenta de todo lo nuestro y recibir el castigo y experimentar la divina venganza si permanecemos en nuestros pecados, ó por el contrario, recibir el premio de las coronas y bienes inefables, con tal de que durante este breve tiempo tengamos temperancia, cerremos la boca de quienes se atreven a asegurar lo contrario. Tomemos el camino de la verdad para que con la conveniente confianza nos acerquemos al dicho tribunal y consigamos los bienes prometidos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XIV

Habiendo oído Jesús que Juan había sido preso, se retiró a Galilea (Mt 4, 12).
¿POR QUÉ voluntariamente se retiró? Para enseñarnos que no nos pongamos voluntariamente en la tentación, sino más bien la evitemos y pasemos de largo. No es cosa culpable el no arrojarse al peligro, sino el no proceder con fortaleza cuando somos puestos en la tentación. Queriendo, pues, enseñarnos esto, cedió un poco a la envidia de los judíos y se retiró a Cafarnaúm. Cumplía al mismo tiempo con una profecía; y parecía apresurarse a coger en la pesca a los futuros doctores del universo, pues allá vivían y allá ejercitaban su oficio de pescadores. Observa cómo, puesto que ha de ir a los gentiles, toma siempre ocasión de los mismos judíos. En este caso, con andar poniendo asechanzas al Precursor y con haberlo aherrojado en la cárcel, lo obligan a retirarse a Galilea de los gentiles. No hace mención de Judá ni nombra todas las tribus, sino que designa el sitio con estas palabras: Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, camino del mar del otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habita en las tinieblas vio una gran luz. No se refiere aquí a las tinieblas sensibles sino al error y a la impiedad. Por esto añadió: Y para los que habitan en la región de sombras mortales, una luz se levantó . 50
Para que entendieras que no hablaba ni de la luz ni de las sombras que perciben los sentidos, al hablar de la luz no la llamó simplemente luz, sino luz grande: esa luz que en otro sitio es llamada luz verdadera. Y al referirse a las tinieblas, las llamó sombra de muerte. Luego, para declarar que los encontró cuando no lo buscaban, sino que Dios desde las alturas se les apareció, dijo: Para ellos una luz se levantó. Quiere decir que la luz de por sí se levantó y brilló y que no tomaron ellos la delantera para ir a la luz. Antes de la venida de Cristo, la situación de los hombres se encontraba en extremo perdida; pues no caminaban entre tinieblas, sino que estaban sentados en las tinieblas, lo que era señal de que ni siquiera esperaban que serían liberados. Estaban sentados en las tinieblas, a la manera de quienes ni siquiera saben a dónde se han de dirigir; más aún, que ni siquiera podían ponerse en pie. 51
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: Arrepentíos, porque se acerca el reino de Dios. Desde entonces: ¿pero ¿cuándo? Desde que Juan fue echado a la cárcel. ¿Por qué no les predicó desde los comienzos? ¿Ni para qué era necesario Juan, siendo así que las obras mismas daban testimonio de Jesús? Para que también por aquí conozcas la dignidad de Jesús, quien a la manera del Padre, tiene también profetas; como lo decía Zacarías: Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo. 52 Y también para quitar toda ocasión a los impudentes judíos como él mismo lo dijo: Porque vino Juan que no comía ni bebía y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del Hombre que come y bebe y dicen: Es un comilón y un bebedor de vino, amigo de los publicanos y pecadores. Y la Sabiduría se justifica por sus obras. 53
Por otra parte, era necesario que lo tocante a El lo predicara otro antes que El. Pues si tras de tantos y tan grandes argumentos, todavía decían: Tú das testimonio de ti mismo y tu testimonio no es verdadero, 54¿qué no habrían dicho si no hubiera hablado primero Juan, sino que el mismo Jesús, saliendo al público hubiera El el primero dado testimonio de sí mismo? Por tal motivo, ni predicó antes de que lo hiciera Juan, ni hizo milagros hasta que Juan fue encarcelado. Además con el objeto de que la multitud no se dividiera en bandos.
Tampoco Juan hizo ningún milagro para no acercar la multitud a sí, sino a Jesús, cuando los milagros de éste atrajeran a las multitudes. Si tras de todo lo sucedido, tanto antes como después de que Juan fuera echado en la cárcel, los discípulos de Juan parecían moverse de alguna envidia respecto de Jesús; si muchos pensaban que no Jesús, sino Juan era el Cristo ¿qué no hubiera sucedido, si nada de eso hubiera precedido? Tal es pues el motivo de lo que dice Mateo, que Jesús comenzó a predicar al tiempo del encarcelamiento de Juan. Y al principio enseñaba lo mismo que Juan había enseñado, sin hablar de sí mismo en su predicación. Era conveniente que entretanto, las turbas admitieran lo que predicaba, ya que aún no tenían formada la debida opinión sobre la persona de Jesús.
Cuidó al principio de no decir cosa que les fuera pesada o molesta, como lo hizo Juan; de manera que no les recordó el hacha, ni el árbol cortado, ni el bieldo, ni la era o el fuego inextinguible; sino que comenzó por los bienes, hablándoles de los cielos y del reino de allá preparado para los oyentes. Y caminando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón que se llamaba Pedro y Andrés su hermano, los cuales echaban la red al mar, pues eran pescadores; y les dijo: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron al instante las redes y lo siguieron. Juan dice que fueron llamados de otro modo; de donde se sigue que esta fue una segunda vocación. Y en otros muchos pasajes puede verse esto. Porque en Juan se dice que se unieron a Jesús antes de que el Bautista fuera encarcelado; y aquí, que después de que fue encarcelado. En Juan, Andrés buscó a Pedro; aquí, a ambos los llama Jesús. Juan dice: Viendo Jesús a Simón que se acercaba, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú serás llamado Cefas, que quiere decir Pedro. En cambio Mateo afirma que ya se le había puesto este nombre, pues dice: Viendo a Simón, al que se llamaba Pedro.
También hay diferencia en cuanto al sitio en donde fueron llamados, cosa que se advierte también en otros pasajes. Mas, por lo dicho queda en clara y se explica que al punto los dos hermanos fácilmente obedezcan y todo lo abandonen, pues ya estaban anteriormente instruidos. En Juan se presentan como si Andrés fuera a la casa de Jesús y oyera ahí una larga instrucción; acá, en cambio, apenas oída una palabra, al punto siguen al Señor. Es verosímil que al principio lo siguieran pero que luego Jesús mismo los despidiera. Y que, cuando vieron que el Bautista era encarcelado, ellos mismos se apartaran y volvieran al lugar de su domicilio y a su oficio. Así aconteció que ahora Jesús los encontrara mientras pescaban. Por su parte, El ni cuando quisieron al principio separarse se lo prohibió, ni tampoco, una vez que se separaron, del todo los abandonó; sino que, habiéndoles permitido separarse, volvió El mismo a buscarlos; que es el mejor modo de pesca apostólica.
Pondera su obediencia y su fe. Desde luego, en pleno ejercicio de la pesca -y ya sabéis cuánto apasiona semejante ejercicio lo oyen que los llama; y no lo dejan para después ni dudan, ni le dijeron: Regresaremos a la casa y lo consultaremos con los parientes, sino que al punto lo siguen, como lo había hecho Eliseo con Elías. Esta obediencia es la que Cristo nos pide y la busca en nosotros, de manera que no la difiramos ni por un momento, ni aun cuando alguno de nuestros más allegados quisiera obligarnos. Por esto, al que se le acercó diciendo que le permitiera ir a enterrar a su padre, ni siquiera eso le permitió, declarando de esta manera que la obligación de seguir a Cristo debe anteponerse a todo lo demás.
Si objetares que al fin y al cabo la promesa que les hizo era grande, te diré que precisamente eso es lo que más admira: que sin haber visto ningún milagro hayan creído en la promesa y hayan .abandonado todo para seguir a Cristo. Creyeron que podrían ellos pescar a otros por la sola palabra que a Jesús habían oído y con que a ellos mismos los había pescado. Esto les prometió a ellos. Pero a Santiago y a Juan ninguna promesa les hizo. Es que con la obediencia de los otros preparó la de éstos. Por lo demás, ya habían oído muchas cosas acerca de él.
Observa además cuán exactamente nos indica su pobreza el evangelista. Dice que los encontró remendando sus redes. Tan grande necesidad padecían que remendaban las redes viejas por no poder comprarlas nuevas. Ni es escasa prueba de virtud el soportar la pobreza con tanta facilidad y lograr mediante el justo trabajo el alimento, siempre unidos en caridad y atendiendo a sus padres. Una vez que Jesús los hubo pescado, entonces comenzó a hacer milagros delante de ellos, y por medio de los milagros confirmaba lo que Juan había dicho de él. Frecuentaba las sinagogas, demostrando así a los judíos que no era enemigo de Dios ni seductor, sino que había venido al mundo de acuerdo con su Padre. Y mientras estuvo en aquellos sitios, juntamente predicaba y obraba milagros.
Suele Dios obrar milagros cuando se trata de algo insólito y de un modo nuevo de vivir, dando así con su poder pruebas en favor de quienes han de recibir la nueva legislación. Procedió así cuando iba a crear al hombre. Hizo todo lo que hay en el mundo y luego dio al hombre aquella ley del paraíso. Y cuando iba a dar a Noé sus leyes, obró grandes maravillas, con que restauró todas las criaturas y por un año íntegro llevó a cabo aquel horrendo abismo de aguas, a través del cual guardó incólume al justo Noé en tan tremenda tempestad. También a Abraham le concedió muchas señales milagrosas, como la victoria en la guerra, el castigo enviado al Faraón, el salvarlo de los peligros. Cuando iba a imponer a los judíos la Ley Antigua obró prodigios grandes y milagros, y luego les dio la Ley. Pues del mismo modo ahora, debiendo instituir un excelso modo de vida y anunciar a las turbas cosas jamás oídas, confirma su predicación mediante los milagros. Puesto que el reino que se anunciaba no se veía, por medio de señales que caían bajo los sentidos se les hizo manifiesto lo que estaba oculto.
Observa cuántos pormenores inútiles evita el evangelista, ni se pone a enumerar uno por uno a todos los que fueron curados; sino que con breves palabras pasa por todos los innumerables prodigios: Le traían a todos los que padecían algún mal, a los atacados de diferentes enfermedades y dolores y a los endemoniados, lunáticos, paralíticos, y los curaba. Pero aquí se pregunta: ¿por qué a ninguno de los que curaba les exigía la fe? Porque no les dijo lo que cuenta el evangelio que más tarde les decía: ¿creéis que tengo poder para hacerlo? Pues fue porque aún no había demostrado en las obras su poder. Por lo demás, por el hecho mismo de que se le acercaban y le llevaban a otros, ya daban señales no pequeñas de su fe. Desde lejos le llevaban los enfermos; y no se los habrían llevado si no hubieran ya tenido grande estima de él.
Sigámoslo también nosotros, pues estamos trabajados por muchas enfermedades del alma y son éstas las que sobre todo anhela él curar. Cura las enfermedades corporales para echar de nuestras almas esas otras. Lleguémosnos a él y no le pidamos nada de los bienes seculares, sino el perdón de los pecados; pues también ahora lo concede si con diligencia procedemos. Su fama había volado hasta Siria entonces; ahora vuela por todo el orbe. Aquéllos concurrían a él porque habían oído que arrojaba los demonios; y tú, tras de experimentar en mayor grado su poder ¿no te levantas, no corres a su encuentro? Aquéllos dejaron su patria, sus amigos y parientes ¿y tú no quieres siquiera salir de tu casa para acercarte a él y recibir dones mucho mayores?
Mas ni siquiera eso te pedimos. Solamente abandona tu mala costumbre y permaneciendo en tu casa y con los tuyos, fácilmente conseguirás tu salvación. Si padecemos una enfermedad corporal, todo lo hacemos, todo lo removemos para quedar libres de semejante molestia; y en cambio tenemos enferma el alma y andamos con desidia y rehusamos aplicar los medios. De aquí proviene que nunca nos libramos, porque despreciamos lo que es necesario y creemos necesario lo que es de menor importancia: dejamos intacta la fuente de nuestros males y andamos queriendo secar los arroyos que de ella dimanan. Y que la perversidad del alma sea la causa de las enfermedades corporales lo han demostrado el paralítico de treinta y ocho años y el otro que fue descolgado por el techo; y antes que ellos, Caín. Y en muchos otros casos puede cualquier constatarlo.
Suprimamos la fuente de los males y al punto se secarán los ríos de las enfermedades. Enfermedad es no la parálisis solamente, sino también el pecado: más aún, éste es peor que aquélla, tanto más cuanto el alma es mejor que el cuerpo. ¡Ea, pues! Acerquémosnos también ahora nosotros a Jesús; roguémosle que frene nuestra alma, que descuidadamente procede; y haciendo a un lado todos los intereses del siglo, cuidemos únicamente de lo espiritual. Si esto consigues, luego podrás atender a aquéllos. No te desentiendas por el hecho de que no te dueles cuando pecas, sino más bien duélete de eso mismo sobre todo: de que no tienes dolor de tus pecados. Eso te sucede, no porque el pecado no muerda, sino porque acostumbrada el alma al pecado, ha perdido la sensibilidad del mal. Piensa cómo aquellos que sí sienten sus pecados, lloran más amargamente que si se les destrozara o quemara; y cómo gimen y sufren y sollozan, con el objeto de deponer su mala conciencia: nada de esto harían si no se dolieran grandemente de sus pecados.
Cierto que sería mejor nunca pecar; pero tras el pecado sólo queda dolerse y enmendarse. Pero si no tenemos ese dolor y deseo de la enmienda ¿cómo pediremos a Dios perdón de pecados a los que no damos ninguna importancia? Si tú que pecaste no quieres ni siquiera saber que pecaste ¿suplicarás a Dios el perdón de faltas de que no te das cuenta que cometiste? ¿Cómo apreciarás entonces la grandeza del don? Confiesa abiertamente tus pecados para que caigas en la cuenta de qué es lo que se te perdona y para que puedas así agradecer el beneficio. Cuando ofendes a un hombre, echas de por medio amigos, vecinos, porteros, gastas dineros y empleas días y días buscándolo, visitándolo, suplicándole; y aunque una y dos e infinitas veces te rechace el ofendido, no te desanimas sino que más bien se acrece tu solicitud y añades más ruegos. Y en cambio, cuando está ofendido el Dios de todo el universo ¿dudamos, descuidamos, nos damos a deliberar y a embriagarnos y procedemos en todo como si nada pasara? Pero por semejante camino ¿cuándo lo aplacaremos? ¿Acaso no lo irritamos más aún?
Porque el no dolernos de nuestros pecados es cosa que más lo provoca a ira que el mismo pecado. Convendría que nos ocultáramos bajo tierra y no viéramos el sol ni respiráramos, pues teniendo un Dios tan fácil para aplacarse, lo irritamos y tras de irritarlo no hacemos penitencia. Aunque es verdad que él, aun irritado, no nos aborrece ni se aleja de nosotros; sino que únicamente se aíra, con el objeto de ver si así nos atrae. Si tras de haberlo ofendido tú él continuara sin más en hacerte beneficios, lo despreciarías más aún. Y para que esto no suceda, aparta su rostro por algún tiempo, con el objeto de tenerte siempre consigo. Confiemos, pues, en su bondad; y cuidemos solícitamente de hacer penitencia, antes de que llegue el día en que ya la penitencia de nada nos aproveche.
Porque ahora todo está en nuestras manos; pero en aquel día sólo él será Señor así del juicio como de la sentencia. Lleguémosnos a él con alabanzas, aclamémoslo con cánticos. 55 Lloremos, gimamos. Si lográremos aplacar al juez antes del día aquel preestablecido y que nos perdone nuestros pecados, ya no necesitaremos de quien nos introduzca a su presencia. Pero si por el contrario no lo logramos, nos juzgará delante de todo el universo y no nos quedará esperanza de perdón. Ninguno de los que acá no borran sus pecados podrá huir del merecido castigo cuando el juez se presente; sino que a la manera de los que acá sacan de la cárcel cargados de cadenas para presentarlos ante nuestros tribunales, del mismo modo las almas todas, al salir de aquí, ceñidas con las cadenas de sus pecados, serán llevadas ante el tremendo tribunal.
En realidad esta vida en nada es mejor que una cárcel. Así como cuando entramos en una cárcel a todos los vemos ceñidos de cadenas, así acá, si quitamos esas apariencia exteriores y penetramos en la vida de cada cual, veremos sus almas ceñidas con ataduras más resistentes que el hierro; en especial si entramos en las de los ricos. Cuanto de mayores riquezas los vieres rodeados, sabe que con tanto mayores cadenas se encuentran atados. Pues bien: así como cuando ves a un hombre atado por las manos y los lomos y aun con férreos grilletes en los pies y gruesas cadenas, te compadeces de él sobremanera, así cuando veas a un rico rodeado de miles de cosas, no lo creas rico, sino tenlo por eso mismo como miserable. Atado con tales cadenas, tiene además un guarda y carcelero, que es la perversa codicia de las riquezas. Esta no le permite salir de la cárcel, sino que le pone infinitos grilletes, custodios, puertas y traviesas; y aherrojándolo en el fondo de la prisión, lo persuade que se deleite con semejantes cadenas, de manera que ni siquiera queda la esperanza de poder salir de los males que lo amenazan.
Si con el pensamiento penetraras a lo íntimo de su alma, no sólo la encontrarías atada con cadenas, sino además escuálida, hedionda, cargada de grillos. Pues en nada son mejores que los grillos esos deleites voluptuosos, sino al revés son más horribles y destruyen juntamente con el alma, también el cuerpo; y a ambos les infligen infinitas heridas y les causan mil enfermedades. Por todo esto, roguemos al Redentor de nuestras almas que rompa nuestras cadenas y aparte de nosotros ese cruel carcelero; de manera que libres del peso de las férreas cadenas, ponga en nosotros pensamientos elevados y más ligeros que si estuvieran dotados de alas. Pero al mismo tiempo que le suplicamos, pongamos de nuestra parte lo que nos toca, como es la solicitud, el aliento, la presteza. Podremos así en breve tiempo quedar libres de los males que se han apoderado de nosotros y conocer nuestro prístino estado y adquirir la conveniente libertad. Ojalá que todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XV

Viendo Jesús la muchedumbre, subió a un monte; y cuando se hubo sentado, se acercaron los discípulos; y abriendo él su boca, los enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt 5, 1-3).
OBSERVA cuán ajeno está Jesús del fausto y de la ambición. No llevaba las turbas consigo a donde iba; sino que cuando había de curar las enfermedades, iba él por todas partes visitando los sitios y las ciudades. Y una vez que se juntaron las turbas, él tomó asiento en el campo; y no en la ciudad ni en la mitad de las plazas, sino en un sitio solitario, en un monte. Nos enseña así que nada debe hacerse por vana ostentación, y que es conveniente apartarse de los tumultos, sobre todo cuando se necesita meditar y se ha de discurrir sobre las cosas que más nos importan.
Y una vez que subió al monte y se asentó, se le acercaron los discípulos. ¿Observas cómo han adelantado en la virtud y se han mejorado tan de repente? Muchos habían presenciado los milagros, pero ellos querían oír enseñanzas más altas y profundas. Esto mismo acució al Maestro para hablar, e hizo que diera principio a estos discursos. Porque no únicamente curaba los cuerpos, sino que enmendaba las almas y de nuevo del cuidado de éstas tomaba a ocuparse de aquéllos. Variaba así las ocupaciones útiles y mezclaba las pruebas por los hechos con las palabras de su enseñanza. Cerraba además la boca de los herejes impudentes, al cuidar de ambas sustancias, corpórea y espiritual. Así demostraba ser el Creador del viviente integro. 56 Por esto cuidaba de ambas sustancias, ya de una ya de otra, sanándolas.
En este pasaje del evangelio, hacía ambas cosas a la vez, pues dice el evangelista que abriendo él su boca los enseñaba. ¿Por qué motivo añadió eso de: abriendo él su boca? Para que sepas que aun callando enseñaba, y no solamente cuando hablaba; sino que unas veces abría su boca otras emitía su voz mediante las obras. Y cuando oyes decir: los enseñaba, no pienses que se dirigía a solo los discípulos, sino, a través de ellos, a todo el universo. Y por ser la turba del pueblo, más aún de los que son más bajos y humildes, 57 reúne delante de sí al grupo de los discípulos y a ellos dirige las palabras; pero de tal manera temperándolas, que no molestaran con la doctrina a todos los demás, pues entre ellos los había en absoluto rudos.
Así lo da a entender Lucas al decir que a ellos dirigía el discurso. Y lo mismo se ve por Mateo cuando afirma: se le acercaron los discípulos y los enseñaba. De este modo los demás estarían más atentos, que no si se dirigiera a todos. Y ¿por dónde comienza y qué fundamentos pone de la nueva forma de vivir? Escuchemos con diligencia lo que se dice; porque se dijo para ellos, pero se escribió para todos los que habían de venir. Al pronunciar su discurso hablaba a sus discípulos; pero no restringe a sólo ellos su enseñanza, sino que dicta todas las bienaventuranzas sin determinación de tiempos ni personas. No dijo: Bienaventurados sois vosotros si fuereis pobres. Sino: Bienaventurados los pobres. Sin embargo, aunque lo hubiera dicho en particular para ellos, su consejo es común a todos.
Del mismo modo, cuando dijo: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo, 58 no hablaba para solos los discípulos, sino a través de ellos a todo el orbe. Y cuando los llama bienaventurados si padecen persecución y son echados de las ciudades y sufren intolerables penas, teje las coronas no sólo para ellos, sino para todos los que tales cosas soportaren con fortaleza. Por lo demás para que esto quede más claro y veas que lo dicho es cosa que va también contigo, y con todo el género humano, si es que quiere caer en la cuenta, escucha cómo empieza este admirable discurso: Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos. ¿Quiénes son los pobres de espíritu? Los humildes y contritos de corazón. Porque aquí por espíritu se entiende el alma y el propósito de la voluntad. Muchos hay que son humildes, pero no voluntariamente, sino obligados por las circunstancias. Pero, dejando esto a un lado -pues tal humildad ninguna alabanza merece- llama bienaventurados en primer lugar a quienes voluntariamente se humillan y abajan. Mas ¿por qué no dijo humildes, sino oprimidos por el temor? Porque esto segundo es más excelente. Se refiere aquí a los que guardan con santo temor los preceptos de Dios y lo temen, a los cuales, dice por Isaías, los tiene como muy aceptos: Mis miradas se posan sobre los humildes y sobre los de corazón contrito. 59
Muchos modos hay de humildad: los hay moderadamente humildes y los hay sobremanera humildes. El bienaventurado profeta alaba la humildad, no refiriéndose simplemente a un ánimo abatido, sino herido de contrición. Pues dice: El sacrificio grato a Dios es un corazón contrito y humillado. 60 Y esto mismo ofrecen a Dios los tres jóvenes del horno babilónico, como excelente sacrificio, y dicen: Pero con el alma contrita y el espíritu humillado hallemos acogida. 61 Pues bien: a esta clase de humildad es a la que ahora Cristo llama bienaventurada. Y fue porque los males más grandes que destruyen al mundo brotaron de la soberbia. Y el demonio mismo -que no lo era antes- por ese camino acabó en demonio, como lo dijo Pablo: Para que no por soberbio caiga en el juicio en que incurrió el diablo. 62 Y el primer hombre, ensoberbecido con la esperanza de ser Dios, persuadido del demonio, cayó y fue hecho mortal: esperando ser como Dios, perdió lo que poseía. Dios, echándoselo en cara y dejando ver la soberbia de Adán, decía: He aquí que Adán se ha hecho como uno de nosotros. 63 Y todos los que luego vinieron, por la misma vía fueron a parar en la impiedad, imaginándose dioses.
Siendo pues la soberbia acrópolis, raíz y fuente de toda perversidad, Cristo preparó un remedio conveniente a semejante enfermedad al poner esta primera ley, a la manera de un cimiento fuerte y seguro. Puesto éste, ya el arquitecto puede construir encima con toda seguridad; quitado éste, aun cuando alguno lleve una vida del todo celestial, todo fácilmente se desmorona y acaba en pésima ruina. Cualquier tesoro que hayas amontonado en ayunos, oraciones, limosnas, castidad y cualquiera otra virtud, sin humildad todo se deshace, todo perece. Así le aconteció al fariseo aquel. Había llegado a la cima de las observancias judías; pero no poseía la virtud madre de todos los bienes; y así perdió todo y quedó abatido y arruinado.
Así como la soberbia es madre de toda perversidad, así la humildad es el principio de toda virtud. Por tal motivo Cristo por aquí empieza, arrancando de raíz la soberbia en el ánimo de los oyentes. Preguntarás: ¿qué tenía que ver esto con los discípulos? Ellos todos eran humildes. Por cierto que ninguna oportunidad tenían para la soberbia, siendo pescadores, pobres, oscuros y sin letras. Pero, aun cuando aquellas cosas no tocaran a los discípulos, podían en verdad tocar a quienes se hallaban presentes y también a los que luego los habían de acoger, para que no los fueran a desechar por ser humildes. Pero incluso a los discípulos alcanzaba este discurso. Pues aun cuando no entonces pero sí más tarde iban a necesitar de tan útil prevención: es a saber, después de los milagros que obraran y el gran honor que tuvieran entre los hombres y la gran entrada con Dios. Pues ni las riquezas, ni el poder, ni la dignidad misma real podrían llevar a nadie a la soberbia tanto como los dones que luego los apóstoles tendrían.
Más aún: incluso les podría suceder que, aun antes de hacer milagros, les entrara la soberbia, al contemplar las multitudes tan grandes y todo aquel conjunto que rodeaba al Señor: esto podía sucederles como hombres que eran. Por esto el Maestro, ya desde el principio los reprime para que no se levanten en soberbia. Y no pronuncia sus sentencias con el tono de admonición o de preceptos, sino que, tras de proponer la forma de la bienaventuranza, al punto empieza otro discurso más agradable y ensancha los límites y abre para todos el estadio en donde practicar su doctrina. Porque no decía éste o aquél, sino quienesquiera que esto hagan serán bienaventurados. De manera que aun cuando sea siervo o mendigo, pobre o peregrino o sin letras, nada te impide ser bienaventurado si cultivas esta virtud de la humildad.
Habiendo, pues, dado ya principio por donde más convenía, procede a otro mandato que parece contradecir a lo que todo el orbe piensa. Juzgan todos que quienes gozan y se alegran son felices; y que quienes viven en tristeza, pobreza y luto son miserables. Pues bien, Cristo a éstos los llama bienaventurados y no a aquellos otros. Porque dice: Bienaventurados los que lloran. El mundo a éstos los llama infelices. Pero precisamente por éstos hizo milagros Jesús; para que luego, al establecer semejantes leyes, se le diera crédito. Pero no simplemente dijo: los que lloran, sino que significó a los que lloran sus pecados. De manera que hay otro género de llanto que incluso se prohíbe, como sería el llorar por las pérdidas de las cosas seculares. Esto significó Pablo al decir: Pues la tristeza según Dios es causa de penitencia saludable, de que jamás hay que arrepentirse; mientras que la tristeza según el mundo lleva a la muerte. 64
A quienes así lloran Jesús los llama bienaventurados; pero no habla simplemente de los que lloran, sino de los que profundamente lloran. Por esto no dijo: los que están tristes, sino los que lloran. Semejante precepto es a su vez nuevamente maestro de toda virtud. Si quienes lloran la muerte de sus hijos, sus esposas o cualquiera otro de sus parientes, al tiempo de su duelo no sienten anhelos de riquezas ni de placeres, ni desean glorias ni se conmueven por las injurias ni se apodera de ellos la envidia ni otra alguna semejante enfermedad espiritual, sino que totalmente se entregan al luto, mucho más sucederá lo mismo con quienes lloran sus pecados, tal como deben llorarse, y demostrarán una virtud muy más acendrada que ésa.
Y ¿cuál será su premio? Porque ellos serán consolados, dice. Es decir, en este mundo y en el otro. Por este precepto, en demasía molesto y pesado, prometió Jesús dar aquello que sobre todo podía hacerlo ligero. Si pues quieres consolación, llora. Ni vayas a pensar que lo dicho es un enigma. Porque cuando Dios consuela, aunque se amontonen las tristezas, tú serás superior a ellas. Dios siempre excede en las mercedes a los trabajos, como lo hizo aquí mismo cuando dijo que serán bienaventurados los que lloran; porque lo serán no según lo que merecían, sino según la medida de la benignidad de Dios. Es decir, no según lo pidan las obras de ellos, sino según el amor de Dios para con los hombres. Los que lloran, lloran sus pecados; y les basta con alcanzar el perdón y venia de éstos. Pero como Dios ama tanto al hombre, no limita su. premio a perdonar el castigo ni a borrar los pecados, sino que además a los que lloran, los hace bienaventurados y les añade grandes consuelos. Y nos manda llorar no únicamente nuestros pecados, sino también los ajenos. Así lo hacían Moisés y Pablo y David: todos éstos muchas veces lloraron los pecados ajenos.
Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra. ¿Dime, qué tierra? Responden: una tierra espiritual. Pero no es así. Porque en la Escritura, en parte alguna encontramos tierra espiritual. Pero en fin ¿qué significa eso? Promete Jesús un premio sensible, lo mismo que Pablo. Porque éste, habiendo dicho: Honra a tu padre y a tu madre, añadió y tendrás larga vida sobre la tierra. 65 Y el Señor mismo dijo al ladrón: Hoy estarás conmigo en el paraíso. 66 De modo que exhorta no sólo ofreciendo los bienes futuros, sino además los presentes; y fue por causa del auditorio que era más rudo y antes buscaba los bienes presentes que los futuros. Por tal motivo más adelante dice: Muéstrate conciliador con tu adversario; y pone luego el premio: no sea que te entregue al juez y el juez al alguacil. 67 ¿Observas cómo lo aterrorizó? Con las cosas ordinarias y sensibles. Y también dice: Quienquiera que diga a su hermano Raca, será reo ante el Sanedrín.
Por su parte Pablo con mucha frecuencia propone premios de cosas sensibles y exhorta a la virtud valiéndose de las cosas presentes. Así cuando habla sobre la virginidad, no alude para nada al cielo, sino que exhorta a ella por los bienes presentes, como cuando dice: Por la instante necesidad. 68 Y también: quisiera yo ahorraros la tribulación de la carne. Y luego: Yo os quiero libres de cuidados. De este modo Cristo mezcló lo espiritual con lo sensible. Y puesto que alguno creería, si se da a la mansedumbre, que perdería todo lo suyo, Cristo le promete lo contrario, afirmando que precisamente ese tal es quien más seguras posee todas sus cosas, o sea quien no es atrevido ni hace ostentación de sí mismo. En cambio, quien tenga esos vicios, con frecuencia perderá incluso sus bienes paternos y además el alma. Y como ya el profeta había dicho: Los mansos heredarán la tierra, 69 tejió Jesús su discurso con las mismas familiares palabras, para no estar a la continua usando palabras no familiares.
Sin embargo, no habla circunscribiendo el premio a las cosas presentes, sino dando así las unas como las otras. Pues aun hablando de las cosas espirituales, no omite las temporales y presentes; y si promete algo para la vida presente, no se limita a esto. Así dice: Buscad el reino de Dios y todo lo demás se os dará por añadidura. 70 Y también: Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos, por amor de mi nombre, recibirá el céntuplo y heredará la vida eterna. 71
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia. ¿De qué justicia se trata? Indica o bien la justicia en general que abarca todas las virtudes, o bien la otra especial que se opone a la avaricia. Habiendo de poner luego el precepto de la limosna, enseña aquí cómo conviene ejercitarla. Es decir que esto no provenga de la rapiña ni de la avaricia, pues quien así la ejercite jamás será bienaventurado. Por mi parte quiero que te fijes en la gran vehemencia con que se expresa. Porque no dijo: Bienaventurados los que siguen la justicia, sino: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia; de manera que la busquemos no con ligereza de ánimo, sino con todo anhelo. Siendo lo más propio de la avaricia que deseemos poseer y adquirir bienes y esto con mayor ansia que el comer y beber, quiso Cristo volver semejante anhelo hacia la virtud contraria de la avaricia. Enseguida le señaló el premio sensible diciendo: Porque ellos serán hartos. Puesto que es opinión común que la avaricia enriquece a muchos, Cristo asegura lo contrario, puesto que es la justicia la que enriquece.
Si obras la justicia, no temas la pobreza ni el hambre. Quienes más que todos caen en la miseria, son los que arrebatan lo ajeno; así como los que aman la justicia todo lo poseen con seguridad. Y si quienes no anhelan lo ajeno gozan de tan grandes riquezas, mucho más gozarán los que dan de lo suyo.
Bienaventurados los misericordiosos. Me parece que aquí habla no solamente de los que dan de lo suyo, sino que además se ejercitan en obras de misericordia. Hay diversos modos de ser misericordioso y el precepto queda puesto. ¿Cuál es el premio para éstos? Porque ellos alcanzarán misericordia. Parece a primera vista que el pago se les hace por igual, pero en realidad es superior a la buena obra; puesto que ellos son misericordiosos con los hombres, pero en premio alcanzan misericordia del Dios y Señor de todos. Y es claro que no son iguales la misericordia humana y la divina; sino que cuanta diferencia hay de la malicia a la bondad, tanto así se diferencian entre sí aquéllas.
Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. De nuevo se propone un premio espiritual. Llama aquí limpios de corazón a quienes han alcanzado todas las virtudes y no tienen conciencia de pecado; o también a quienes viven -en continencia, puesto que para ver a Dios nada nos es tan necesario como esta virtud. Por esto decía Pablo: Procurad la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá a Dios 72 Desde luego habla Cristo de la visión que al hombre le es posible. Muchos hay compasivos y que no roban ni se dan a la avaricia, pero son fornicarios y se entregan a los placeres. Pues para mostrar que no basta con lo anterior añade ahora esto otro. Es lo que Pablo testificó de los macedonios en su carta a los de Corinto, diciendo que no sólo eran generosos en hacer limosnas, sino muy cumplidos en el ejercicio de las demás virtudes. Pues habiendo asegurado que eran liberales en dar de sus dineros, añadió que además se habían entregado al Señor y a nosotros. 73
Bienaventurados los pacíficos. prohíbe con esto Cristo no sólo las mutuas discusiones y enemistades, sino que exige algo más, es a saber: que traigamos a concordia a los que andan enemistados. Y nuevamente ofrece un premio espiritual. ¿Qué premio? Que serán llamados hijos de Dios, puesto que la obra del Hijo Unigénito fue precisamente unir lo separado y juntar y concordar lo discorde y opuesto. Pero para que, no vayas a pensar que la paz es en todo caso un bien, añadió enseguida: bienaventurados los que padecen persecución por la justicia; es decir por motivo de la virtud, o en defensa de otros o por la piedad. Porque por justicia con frecuencia entiende Cristo toda santidad, toda virtud.
Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan de vosotros todo género de mal por mí. Alegraos y regocijaos. Como si dijera: felices sois si os llaman charlatanes, seductores, maléficos o con cualquier otro epíteto denigrante. Pero ¿qué cosa había más desacostumbrada que semejantes preceptos, cuando afirma Jesús que deben desearse tales cosas que todo el mundo piensa que deben huirse? Por ejemplo, el mendigar, el llorar, el padecer persecución, el oír que se hable mal de nosotros. Y sin embargo, lo dijo y lo persuadió; y no a dos, ni a diez, ni a veinte, ni a cien, ni a mil hombres, sino a todo el universo. Y las turbas quedaban admiradas y con estupor cuando oían tales preceptos, según el mundo, duros, molestos, contrarios a todo lo acostumbrado: ¡tan grande era la virtud del que hablaba!
Por lo demás, no pienses que el solo oír que dicen de nosotros mal es suficiente para ser bienaventurados. Por lo cual añadió Cristo dos condiciones: cuando las habladurías fueren o por odio a él, o por mentira. Si estas condiciones no se cumplen, quien oye de sí males no sólo no es bienaventurado, sino miserable. Y luego viene el premio: Porque grande será en los cielos vuestra recompensa. Ni vayas a decaer de ánimo porque no se mencione el reino de los cielos en cada una de las bienaventuranzas; pues aun cuando ponga Cristo diversos nombres a los premios, sin embargo en todos incluye el reino. Así, cuando dice que los que lloran serán consolados y los compasivos alcanzarán misericordia y los limpios de corazón verán a Dios y los pacíficos serán llamados hijos de Dios, con todas esas promesas no está indicando otra cosa que el reino de los cielos; pues quienes las disfrutan, sin duda obtendrán dicho reino. De manera que no pienses que el premio aquel pertenece únicamente a los pobres de espíritu, sino también a los que han hambre y sed de justicia y a los mansos y a todos los demás. Y por eso en cada caso habló de bienaventuranza, para que no esperaras sólo algo sensible. No puede ser bienaventurado quien recibe coronas que con la presente vida se deshacen y pasan más veloces que la sombra.
Y tras de haber dicho: Grande será vuestra recompensa, añadió otro consuelo con estas palabras: Pues así persiguieron a los profetas que hubo antes de vosotros. Como el reino había de venir y en esperanza estaba ya destinado, los consuela con la compañía de quienes, antes que ellos, ya habían pasado por el sufrimiento. Como si dijera: no penséis que tales cosas sufrís porque habláis y ordenáis cosas contrarias a la Ley; ni que os echarán de las ciudades como maestros de nuevas doctrinas; porque las asechanzas y peligros brotarán no por lo malo de lo que digáis, sino por la perversidad de los que os escuchan. Os maldecirán, pues, no porque obráis mal, sino porque ellos obran mal.
Todo el tiempo pasado testifica esto. Porque aquéllos no acusaban a los profetas de perversos o de que predicaran mala doctrina cuando a unos los lapidaban, a otros los desterraban, a otros los colmaban de males. Así que no os perturbéis por eso. Con la misma disposición de ánimo también harán ahora lo mismo. ¿Adviertes cómo excita sus almas acercándolas a Moisés y a Elías? Escribiendo a los tesalonicenses, Pablo dice: Hermanos: os habéis hecho imitadores de las iglesias de Dios que están en Judea, pues habéis padecido de vuestros conciudadanos lo mismo que ellos de los judíos, de aquellos que dieron muerte al Señor Jesús y a los profetas y a nosotros nos persiguen, y que no agradan a Dios y están contra todos los hombres. 74 Que es lo mismo que aquí Cristo propuso.
En otras bienaventuranzas decía: Bienaventurados los mansos, Bienaventurados los misericordiosos. Pero ahora ya no habla al concurso indefinido de oyentes, sino que se vuelve hacia los apóstoles con su discurso y les dice: Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan y con mentira digan algo contra vosotros. Declara aquí que esto será lo que mejor deberán escoger; y que, antes que otras cosas, esto es lo propio que sufran los maestros y doctores. Al mismo tiempo deja ver su propia dignidad y el honor que tiene igual al Padre. Porque es como si dijera: así como aquéllos por la honra del Padre tales cosas padecieron, así vosotros las padeceréis por mí. Y cuando dice Los profetas que hubo antes de vosotros, manifiesta que ya los apóstoles han sido hechos profetas.
Y declarando que eso sería para ellos lo más útil y que los tornaría ilustres, no dijo: os maldecirán y os perseguirán, pero yo lo impediré, porque quiere que tengan su seguridad no en que no oirán mal alguno de sí mismos, sino en que, oyendo decir mal de ellos, lo lleven con fortaleza y lo redarguyan con sus obras. Porque esto segundo es mucho más excelente que lo primero; así como es mucho más ser golpeado y no padecer nada el golpeado, que simplemente no ser golpeado. Y les dijo: Grande será en los cielos vuestra recompensa. Lucas refiere que les dijo esto mismo, pero con mayor solemnidad y añadiendo mayores consuelos. Porque no solamente llama bienaventurados a quienes oyen mal de sí mismos por causa de Dios, sino que por otra parte llama míseros a los que de todos son alabados. Pues exclama: ¡Ay de vosotros cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros! 75
Es cierto que la gente bendecía a los apóstoles, pero no toda. Por lo cual Cristo no dijo: cuando algunos hombres os alaban, sino cuando todos los hombres. Porque es imposible que quienes cultivan la virtud sean alabados de todos. Y añade: cuando proscriban vuestro nombre como malo, alegraos y regocijaos. .Decreta grandes premios no sólo para los peligros que sufrirían, sino también para las maldiciones que oirían. Por esto no dijo cuando os destierren y os maten sino cuando os insulten y persigan y digan de vosotros todo mal. En realidad el que se diga mal de nosotros, nos hiere más que las mismas obras de persecución. Al fin y al cabo en los peligros muchas cosas hay que los tornan leves, por ejemplo cuando todos nos alientan, cuando muchos nos aplauden, nos coronan, nos alaban. Semejante consuelo desaparece cuando hablan mal de nosotros. Soportarlo no parece hazaña tan notable, aunque en realidad esto punza más al atleta que los mismos peligros.
Por cierto, muchos no pudiendo soportar la mala fama, han recurrido al lazo corredizo. Pero ¿por qué te has de admirar de esto en otros, cuando a aquel traidor impudente y desvergonzado y execrable fue esto lo que más lo precipitó al suicidio y a ahorcarse? Por su parte, Job, que era un diamante en la virtud, y estaba más firme que una roca cuando perdió sus riquezas y sufrió lo intolerable, privado repentinamente de sus hijos, con el cuerpo hirviendo en gusanos y apartándolo de sí su misma esposa, sólo cuando vio que sus amigos lo insultaban e injuriaban y tenían de él mala estima y afirmaban que a causa de su pecado sufría lo que estaba padeciendo, acabó por turbarse: ¡él, varón fuerte y eximio!
Por su parte David, haciendo caso omiso de cuanto padecía, por sola la maldición aquella pidió premio y dijo: Dejadlo maldecir pues se lo ha mandado Dios. Quizá Dios mirará mi aflicción y me pagará con favores las maldiciones de hoy. 76 Pablo por su parte ensalza no únicamente a los que sufren peligros y a los despojados de sus bienes, sino también a quienes aguantan y soportan las maldiciones. Dice: Recordad los días pasados, en los cuales, después de iluminados, soportasteis una grave lucha de padecimientos: de una parte fuisteis dados en espectáculo a las públicas afrentas y persecuciones; de otra, os habéis hecho partícipes de los que así están. 77 Por tal motivo fue grande el premio que señaló Cristo. Y para que no diga alguno: ¿de manera que aquí no permites venganza ni cierras la boca de los maldicientes, sino que todo lo reservas para la otra vida?, hizo memoria de los profetas, haciendo ver que tampoco a ellos los vengó Dios. Pues si entonces, cuando la venganza estaba a la mano, los alentaba con la esperanza de lo futuro, mucho más lo hará ahora que toda la doctrina ha recibido mayor luz y hay más fortaleza para la virtud.
Advierte además cómo este mandato viene finalmente tras de tantos otros. Porque no lo hizo Cristo por alguna casualidad, sino para manifestarnos que quien no esté preparado y prevenido para todo eso, no puede salir a semejantes batallas. De manera que cada mandato iba preparando el camino para el siguiente; y así tejió para nosotros una cadena de oro. En cuanto alguno es humilde, sin duda llorará sus pecados; el que los llore, será manso, modesto, misericordioso. El que es misericordioso será justo, contrito, limpio de corazón. Y quien tal sea, indudablemente será hombre pacífico. Finalmente, quien haya conquistado ese cúmulo de virtudes, se encontrará preparado para sobrellevar los peligros y no se turbará al oír que hablan mal de él, ni aun cuando sufra males infinitos.
Una vez que los ha exhortado a todo lo que convenía, de nuevo los alaba y consuela. Porque los nuevos mandatos eran sublimes y mucho más perfectos que los de la Antigua Ley, para que no se turbaran y temblaran y fueran a decir: ¿cómo podemos cumplirlos? oye lo que les dice: Vosotros sois la sal de la tierra, con lo que les manifiesta la necesidad en que estaba de darles semejantes mandatos. Como si les dijera: estos mandatos se os dan no únicamente en vista de vuestra vida, sino de la salud del orbe entero. Yo no os envío a dos, a diez, a veinte ciudades; ni os envío a una sola nación, como lo hice antiguamente con los profetas, sino a todas las tierras y mares y al orbe entero, y por cierto muy maleado.
Porque al decirles: Vosotros sois la sal de la tierra, manifestó que la naturaleza íntegra del hombre estaba manchada y corrompida por el pecado. Por tal motivo exige de ellos en especial aquellas virtudes que son más necesarias y útiles para cuidar de las multitudes. Quien es limpio de corazón, pacífico, impulsado por la verdad, encamina toda su vida al bien de la humanidad. No vayáis a pensar -como si les dijera- que son cosas de poco más o menos esas a que os envío y que vais a certámenes vulgares, pues sois sal de la tierra.
Entonces ¿ellos volvieron a su prístino estado lo que ya estaba corrompido? De ninguna manera. Porque a lo que ya está corrompido, de nada le sirve la mezcla de la sal, ni lo restaura. No fue eso lo que hicieron los apóstoles. Sino que aquellas cosas que habían sido renovadas, se les entregaron para que las conservaran libres del mal olor, y en la renovación que Cristo a ellas les dio, mediante la sal. Librar de la corrupción del pecado fue obra de la virtud de Cristo; pero el no retornar a la corrupción, esto era lo que necesitaba de la diligencia y trabajo de los discípulos.
¿Adviertes cómo poco a poco va demostrando que ellos son superiores a los profetas? No dice que sean maestros de Palestina, sino de todo el orbe de la tierra; y no los llama simplemente doctores, sino doctores venerandos. Porque es cosa de admiración que se hicieran amables a todos, no adulando, no acariciando falsamente, sino procediendo con severidad y autoridad, a la manera de la sal. Como si les dijera: no os admiréis ya de que, dejando a un lado a los otros, me dirija ahora a vosotros y os empuje a tan graves peligros. Considerad que os voy a enviar a infinitas y grandes ciudades y pueblos y naciones. Y anhelo que no sólo vosotros procedáis con prudencia, sino que hagáis prudentes a otros. Pero los que son prudentes conviene que sean muy sagaces, pues por sus procederes puede peligrar la salvación de los demás; y conviene que tengan tanto caudal de virtud que puedan incluso compartir con otros para utilidad de ellos. Porque si tales no fuereis, ni siquiera podréis valeros vosotros mismos.
Por tal motivo, no os cause molestia lo que os digo. Otros infatuados podrán rechazar vuestros ministerios. Pero si vosotros caéis en ese vicio, arrastraréis a otros a la ruina. Así, pues, cuanto son más importantes los negocios que se os encargan, tenéis necesidad de mayores cuidados. Por esto dice Cristo: Si la sal se desvirtúa ¿con qué se salará? Para nada aprovecha ya, sino para tirarla y que la pisen los hombres. Otros, así caigan infinitas veces, pueden obtener perdón; pero si el maestro cae, no tiene defensa y se le aplicará el extremo castigo.
Y para que no teman lanzarse a la empresa, oyendo aquella de: cuando os injurien e insulten y digan todo mal de vosotros, añade como quien dice: si no estáis preparados para pasar por todo esto, en vano habéis sido elegidos. No son las malas habladurías lo que hay que temer sino el que vayáis a parecer hipócritas; pues entonces sí que os echarían a perder y seríais pisoteados. Pero si permanecéis en obrar con ellos con austeridad y luego hablan mal de vosotros, gozaos. Necesaria es la sal para que pique a los muelles y los muerda. De manera que esas maldiciones necesariamente van a seguirse; pero para nada os perjudicarán, sino que darán a conocer vuestra fortaleza. Pero si por temor a ellas desistís de la conveniente vehemencia, sufriréis cosas peores, pues con razón todos hablarán mal de vosotros y os, despreciarán.
Pasa luego Cristo a un más sublime modo de ejemplo. Vosotros sois la luz del mundo. Y de nuevo dice del mundo y no de una nación, ni de veinte ciudades, sino de todo el orbe. Luz espiritual, muy superior a los rayos solares; del mismo modo que la sal se entiende en un espiritual sentido. Primero son sal y luego luz, para que entiendas cuán grande provecho se sigue del austero discurso, cuán grande utilidad de la sería enseñanza Porque ésta corrige y no da lugar a la ligereza, sino que da fuerzas para ver y conduce a la virtud.
No puede ocultarse una ciudad asentada sobre un monte; ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín. De nuevo con esta comparación los excita a llevar una vida cuidadosa y les enseña a cuidarse solícitamente, pues están expuestos a las miradas de todos y luchan en el amplio teatro de todo el universo. No penséis que vosotros ya estáis aquí sentados y como ocultos en un pequeño ángulo de vista; porque de tal modo seréis visibles a todos, como una ciudad situada en la cumbre de un monte, y como una lámpara encendida sobre un candelabro.
¿Dónde están ahora los que no creen en el poder de Cristo? Oigan esto. Y estupefactos ante la fuerza de la profecía, adoren la fortaleza de Jesús. Observa cuán grandes cosas promete a discípulos que ni aun en su misma región eran conocidos. Es a saber: que serían celebrados en todas las tierras y mares y que con su fama alcanzarían los confines del orbe; ni sólo con su fama, sino también con la eficacia de sus beneficios. Porque no fue la fama volandera la que los hizo conocidos en todas partes, sino la celebridad adquirida por sus obras. Ellos, como bandada de aves, con mayor velocidad que los rayos solares recorrieron toda la tierra, destellando por doquier el esplendor de la piedad religiosa.
Por esto, me parece que en este pasaje los exhorta a tener confianza. Pues cuando dice: No puede esconderse una ciudad situada en la cumbre de un monte, les declara su propio poder. Pues así como semejante ciudad no puede esconderse, así la predicación no puede callar ni quedará oculta. Y pues les había hablado de persecuciones, maldiciones y asechanzas y guerras, para que no creyeran que tales cosas eran capaces de cerrar su boca, les da confianza y les dice que la predicación no sólo no puede quedar oculta, sino que habrá de iluminar a toda la tierra. Por donde también ellos llegarán a ser insignes y conspicuos.
De manera que con tales palabras declara su poder. Pero con las siguientes les exige confianza, pues dice: Ni se enciende una lámpara y se la pone bajo el celemín, sino sobre el candelero para que alumbre a cuantos hay en la casa. Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Como si dijera: yo he encendido la lámpara, toca ahora a vuestra diligencia que persevere encendida; y esto no únicamente en beneficio vuestro, sino de quienes han de disfrutar de esta luz y por ella han de ser llevados al conocimiento de la verdad. No podrían las maldiciones oscurecer vuestro esplendor, con tal de que vosotros llevéis una vida correcta y en tal forma que corresponda a quienes han de convertir al orbe entero. Llevad pues una vida digna de gracia tan grande; de manera que así como ella será predicada en todas partes, así vuestra vida sea conforme y coopere. Pero además de la salvación de los hombres añade otra ganancia que puede excitarlos a mayor solicitud y empeño de todas clases. Pues si vivís correctamente, les dice, no sólo corregiréis al mundo entero, sino que lograréis que Dios sea glorificado; pero si procedéis al contrario, perderéis a los hombres y haréis que Dios sea blasfemado.
Preguntarás: ¿Cómo puede suceder que Cristo sea glorificado por nuestro medio, si los hombres han de hablar mal de nosotros? No todos hablarán mal. Más aún: los que lo hagan sólo haránlo por envidia. Pero aun esos envidiosos allá en su interior os alabarán, os admirarán, os respetarán, como sucede con los que en público adulan a los malvados, pero en su interior los reprochan. Entonces ¿qué es lo que mandas? ¿que por alcanzar honores vivamos correctamente y como para presentación? ¡De ningún modo! Porque no dije, os responde, id y procurad poner en público vuestras buenas obras; ni dije que os luzcáis; sino que luzca la luz vuestra: que vuestra virtud sea mucha, copioso vuestro fuego, inefable vuestra luz. Si vuestra virtud es mucha, no puede suceder que quede oculta, aun en el caso de que quien la posee anhele quedar en la oscuridad. Mostrad a los hombres una vida irreprensible, de manera que no les quede ocasión de acusaros. Entonces, aun cuando se presenten infinitos acusadores, nadie podrá oscureceros.
Y bellamente dijo luz. Pues nada hay que así haga ilustre al hombre, aun cuando él quiera ocultarse, como el esplendor de la virtud. Como si estuviera rodeado de rayos de sol, así y aún más espléndidamente brillará no sólo acá en la tierra derramando sus luces, sino alcanzando a los cielos mismos. Como si les dijera: si os doléis de las maldiciones, habrá sin embargo muchos que por vosotros glorifiquen a Dios. De manera que por ambos lados gran premio se merece: cuando por vosotros es Dios glorificado y cuando sois heridos con maldiciones por causa de Dios. Y para que tampoco anduviéramos a caza de maldiciones, por saber que mediante ellas se alcanzan grandes premios, añadió dos condiciones: y no lo afirmó simplemente. Las condiciones son que sea falso lo que de nosotros se dice y qué se nos maldiga por causa de Dios. Al mismo tiempo declara que no sólo de las maldiciones, sino también de las bendiciones se saca grande ganancia, con tal de que la gloria sea para Dios. Así los fortifica con esa buena esperanza.
Les asegura, pues, que no tienen tanta fuerza las maldiciones de los perversos como para oscurecer a otros hasta el punto de que no vean vuestra luz. Sólo cuando obréis mal será cuando os pisoteen, pero no cuando viviendo bien se os acusa. En este último caso serán muchos los que alabarán no sólo a vosotros, sino por vosotros a vuestro Padre. Y no dijo a Dios, sino a vuestro Padre, echando ya la semilla de la dignidad a que iba a elevarlos. Luego, declarando la igualdad de honor con el Padre, como hubiera antes dicho: No os entristezcáis cuando oyereis que hablan mal de vosotros, pues basta con ser yo la causa de que eso oigáis, ahora pone al Padre en su lugar, con lo que en todo se declara igual a El.
Sabiendo, pues, cuán grande ganancia logramos poniendo en todo eso diligencia y cuán grave peligro se nos crea por nuestra desidia -puesto que el que Dios por causa nuestra sea blasfemado es cosa mucho peor que nuestro propio daño-, vivamos sin escandalizar ni a los judíos, ni a los gentiles; y ante la iglesia de Dios procedamos con un modo de vivir más resplandeciente que el sol. Y si a pesar de todo alguien quiere hablar mal de nosotros, no lo llevemos a mal cuando así se exprese, sino dolámosnos si con razón lo hace. Si perversamente vivimos, seremos los más miserables de los hombres, aun cuando nadie hable mal de nosotros; y si cultivamos la virtud; aun cuando el mundo entero maldiga de nosotros, seremos los más felices del orbe y atraeremos a nosotros a cuantos anhelan salvarse; pues no harán caso de los dichos de los malvados, sino de la vida virtuosa.
Las buenas obras lanzan una voz más penetrante que la de una trompeta. La vida pura es más espléndida que la luz, aun cuando fueren infinitos los que hablen mal. Si tales virtudes poseemos, si somos mansos, humildes, misericordiosos, puros, pacíficos; si no injuriamos a quienes nos injurian, sino más bien nos alegramos, entonces mucho mejor que con milagros atraeremos a quienes nos contemplan, y todos se nos acercarán gustosos, aun cuando sean como fieras o demonios u otra cosa cualquiera. Si hay quienes maldigan, no te turbes ni cuides de si públicamente te injurian; sino atiende a su interior y verás que ahí te aplauden: te admiran y te colman de alabanzas interiormente.
Considera, por ejemplo, en qué forma Nabucodonosor ensalza a los jóvenes del horno, aun siendo poco antes enemigo y adversario; pero cuando los vio perseverar en fortaleza, los alabó y los coronó, no por otro motivo, sino porque no lo obedecieron sino que estuvieron a la Ley de Dios. El demonio, cuando ve que nada adelanta, se aparta temeroso de conseguirnos él mismo infinitas coronas. Y una vez que él se aparta, por criminal y malvado que alguno sea, quitada la oscuridad, reconoce la virtud. Y si los hombres yerran en sus juicios y se apartan de lo recto, tú conseguirás ante Dios mayor estimación y alabanza.
No te duelas, pues, ni pierdas ánimo. También los apóstoles eran para unos olor de muerte y para otros olor de vida. Si tú no das ocasión, libre quedas de toda culpa y aun más feliz. Brilla con tu vida y no te cuides de los malvados maldicientes. Porque no puede ¡no! ¡no puede quien cultiva la virtud no tener muchos enemigos! Pero nada de eso logra dañar al justo, sino que, al revés, por ese camino se tornará más brillante.
Ponderando todo lo que precede, tengamos una sola finalidad: ordenar nuestra vida con toda diligencia. De este modo, llevaremos como de la mano a la vida del cielo a los que yacen sentados en las sombras de muerte. Porque es tan grande la fuerza de esta luz que no sólo resplandece aquí, sino que guía al cielo a los que la siguen. Si ven que despreciamos todo lo presente y estamos preparados para la vida futura, cederán más por las obras que por las palabras. Pues ¿quién hay tal necio que al ver a otro que ayer y anteayer era rico y vivía entre delicias, anda ahora despojado de todo y ligero al modo de las aves y está preparado para soportar el hambre, la pobreza, toda clase de penitencias y todos los peligros, y aun dispuesto a derramar su sangre y a sufrir la muerte y todas las cosas que se tienen por duras, que no saque de aquí un claro argumento sobre la verdad de las cosas futuras?
Pero si nos enredamos en las cosas presentes y en ellas nos sumergimos ¿cómo creerán que nos apresuramos a nuestra otra patria? ¿Qué excusa podemos aportar si el temor de Dios no puede ante nosotros tanto cuanto pudo entre los filósofos griegos la gloria de los hombres? Porque algunos de ellos echaron de sí las riquezas y despreciaron la muerte, por hacer ante los hombres ostentación, por lo cual resultaron vanas sus esperanzas. ¿Qué defensa podrá librarnos si, tras de proponérsenos bienes tan grandes y más abierto y plano el sendero de la virtud, ni siquiera llegamos a obras como las que aquéllos hicieron, sino que, al revés, naufragamos nosotros y con nosotros hundimos a otros más? No daña el gentil cuando procede inicuamente tanto como daña el cristiano cuando hace eso mismo. Y con razón. Porque las doctrinas helenas y sus opiniones cosas podridas son; pero las nuestras, por gracia de Dios son venerables y esclarecidas aun para los impíos. Por eso cuando ellos quieren arrojar sobre nosotros la peor de las injurias y exagerar su maledicencia, añaden: y ¡es cristiano! Cosa que no dirían si no tuvieran grande estima de nuestra doctrina.
¿Has oído cuántos y cuán excelentes mandatos dio Cristo? Pues ¿cuándo podrás cumplir siquiera uno de ellos, siendo así que, despreciándolos todos, andas cobrando usuras, añadiendo réditos a réditos, emprendiendo negocios, comprando rebaños de esclavos, amontonando vajilla de oro y plata y campos y casas y un inmenso aparato de servicio? Y aun ¡ojalá que solamente esto hicieras! Pero, añadiendo a todos esos inútiles cuidados la injusticia, te apoderas de las tierras de tus vecinos que contigo colindan y los despojas de sus habitaciones y destrozas a los pobres y aumentas el hambre. ¿Cuándo llegarás siquiera al dintel de los divinos mandatos? Dirás que de vez en cuando te compadeces de los pobres. ¡Lo sé! Pero también en esto hay grave daño. Porque o lo haces fastuosamente o por vanagloria, de manera que aun en las buenas obras nada ganas. ¿Qué cosa hubo jamás que más mísera fuera? ¡En el puerto mismo padeces naufragio!
Para que esto no suceda, cuando hayas hecho alguna buena obra, no busques pago, a fin de que tengas como deudor a Dios. Dice Dios: Prestad sin esperanza de remuneración. Entonces tienes como remunerador a Dios. ¿Por qué lo abandonas y te vuelves a mí, hombre pobre y miserable? Pero ¿es que tu deudor por ventura se irrita cuando se le exige la paga? ¿es acaso pobre y necesitado? ¿es que se niega a pagarte? ¿No adviertes que sus tesoros son inmensos? ¿no caes en la cuenta de su inefable liberalidad? ¡Acude a El! ¡pídele, exígele! ¡Se goza El de que así lo hagas! Si ve que andas cobrando de otros lo que El debe, lo tomará a injuria y en adelante nada te dará. Más aún: con justicia te acusará. Te dirá: ¿En qué me has encontrado desagradecido? ¿Crees acaso que soy yo pobre, para que haciéndome a un lado te vayas en busca de otros? ¿Diste en usura a uno y vas a cobrar a otro? Pues aunque fue un hombre quien recibió tus dineros, pero era Dios quien lo ordenaba; de manera que él quiere ser el principal deudor responsable, y te da infinitas ocasiones para que le pidas.
En resumen: ¡no vengas a mí, hombrecillo, en busca de que yo te pague cuando has dejado a un lado tan grandes facilidades y tanta abundancia! ¿Qué objeto tiene que cuando das limosna a un pobre te me hagas presente con tu ostentación? ¿Fui acaso yo quien te ordenó dar? ¿oíste que yo te lo mandaba, para que ahora me lo vengas a exigir? Dios dijo: A Dios presta el que al pobre da. ¿Prestaste a Dios? ¡A El cóbrale! Dirás que El al presente no lo devuelve todo. Pero esto lo hace para utilidad tuya. Porque es deudor de tal naturaleza que no sólo lo que se le dio a rédito, como hacen muchos, se apresura a pagar, sino que además cuida y hace que lo que se le dio esté seguro. Por tal motivo, lo que es propio de este tiempo lo paga aquí; y lo que es propio de la vida eterna lo reserva para después.
Sabiendo esto, empeñémosnos en las obras de misericordia y mostrémosnos en gran manera humanos, tanto en los dineros como en las obras. Si vemos a alguno en la plaza que es maltratado y golpeado, si podemos ayudarle con dinero, ayudémosle y si podemos dirimir el litigio, no lo tardemos. Pues también las palabras tienen su recompensa, y aun los solos gemidos. Por esto decía Job el bienaventurado: ¿No lloraba yo todos los días con el afligido? ¿No se llenaba mi alma de tristeza con el pobre? 78 Pues si para los gemidos y las lágrimas hay una recompensa ¡piensa cuán grande la habrá cuando además de las palabras van la solicitud y otros muchos auxilios!
También nosotros éramos enemigos de Dios; pero el Unigénito nos reconcilió interponiéndose y recibiendo las llagas en lugar nuestro y sufriendo la muerte. Pues procuremos a nuestra vez liberar de infinitos males a los míseros que en ellos caen, en lugar de hacer lo que ahora hacemos: que los arrojamos a los males. Cuando vemos que algunos mutuamente se amenazan y acometen, y que uno de ellos lleva la peor parte, nos alegramos de su deshonra y formamos en torno un teatro diabólico. Pero ¿qué puede haber más perverso? Los ves que de palabra se maltratan, que de obra se destrozan, se rasgan los vestidos, se dan de bofetadas ¿y tú permaneces quieto? ¿Es acaso una fiera ese que lucha? ¿es un oso? ¿es una serpiente? ¡Es un hombre que contigo convive! ¡es tu hermano! ¡es miembro tuyo! No te quedes viendo. Dirime la querella. No te regocijes, sino corrígelos. No excites a tus semejantes a tan grave deshonra, sino separa y alivia a quienes así pelean. Propio es de gente sin vergüenza y desocupada, criminal y sin razón gozarse con semejantes miserias.
¿Estás viendo a un hombre que procede feamente y no adviertes que también tú estás procediendo feamente? Y ¿no te lanzas al medio para deshacer las falanges del demonio y suprimir esas miserias humanas? Me dirás: ¿tú me ordenas esto para que también yo salga herido? ¡No saldrás así! Y si sales, se te contará a martirio, pues lo padeces por Dios. Y si por temor de las heridas no te resuelves, piensa en lo que por ti padeció Dios en la cruz. Los que así pleitean están ebrios, están ofuscados, ejerce sobre ellos su tiranía el furor y tienen necesidad de un hombre en plena razón que les preste auxilio, lo mismo el que hiere que el herido. El herido para quedar libre del que lo golpea; el que hiere para que desista de su mala obra. Acércate, pues, tú que estás en tu juicio cabal y presta auxilio a los que están ebrios. Porque la ira produce una como embriaguez, peor que la del vino.
¿No has visto a los marineros cómo, cuando observan que alguno ha naufragado, al punto extienden las velas y con diligencia se apresuran y van a salvar a sus compañeros de oficio y librarlos de las olas? Pues si los compañeros de oficio tan gran auxilio mutuamente se prestan, mucho más razonable es que así lo hagan quienes participan de una misma naturaleza; ya que en el caso se trata de un naufragio más perjudicial que aquel otro. Porque o bien el herido blasfema y pierde todos sus bienes sobrenaturales; o bien lanza perjurios a causa de la ira y queda hecho reo de la gehenna, o acomete, hiere y mata; y por lo mismo a su vez padece naufragio.
Anda, pues: aplaca ese mal. Salva a los que se han hundido, bajando tú mismo al mar tempestuoso; y habiendo despejado aquel teatro del demonio, toma a cada uno aparte y amonéstalo. Apaga la llama; reprime las olas. Y si el incendio llega a más y el horno mucho se enciende, no temas: presentes están muchos otros para ayudarte y darte la mano, con tal de que tú te lances. Y antes que todos está Dios: ¡el Dios de paz! Si te adelantas a apagar la llama, muchos otros te seguirán; y así recibirás tú el premio de la buena obra que ellos hacen. Escucha lo que a los judíos, que se arrastraban por tierra, dijo Dios: Si encuentras el asno de tu enemigo caído bajo la carga, no pases de largo: ayúdalo a levantarse. 79 Por cierto que es más fácil separar a dos hombres que mutuamente pleitean, que no levantar el asno caído. Si pues es necesario levantar el asno del enemigo, mucho más lo será levantar las almas de los amigos, sobre todo por tratarse de una ruina mucho peor. Porque tales almas no caen en el lodo sino en el fuego de la gehenna, por no haber podido soportar la pesada carga de la ira. Si tú ves a tu hermano caído bajo la carga y al demonio que insta y que enciende la pira, pero pasas de largo con crueldad inhumana, haces lo que ni con los brutos animales se puede hacer sin caer en peligro.
El samaritano, habiendo visto herido a un hombre que no conocía y que nada tenía que ver con él, se detuvo, lo subió a su asno, lo llevó al mesón, le pagó el médico y dio parte dinero y el resto lo prometió. Pero tú cuando ves a un hombre, no caído en manos de ladrones, sino entre legiones de demonios puesto que está poseído de la ira, y no en un lugar desierto sino en mitad de la plaza, no teniendo tú que desembolsar dinero alguno, ni alquilar un asno, ni enviar allá lejos a pedir auxilio, sino simplemente decir unas cuantas palabras ¿todavía dudas, te tardas, pasas de lado inmisericorde? Pero por ese camino ¿cómo esperas tener a Dios propicio?
Voy ahora a dirigir mis palabras a vosotros los que tan perversamente os portáis en la plaza; y desde luego al que golpea y malamente procede. Dime: ¿pateas, golpeas y muerdes al otro? ¿Eres algún jabalí o algún asno salvaje? ¿No te avergüenzas, no enrojeces de pudor al traicionar de ese modo tu cristiana nobleza? Pues aunque seas pobre, eres libre; aunque seas artesano eres cristiano. Precisamente porque eres pobre debías mantenerte quieto. Litigar es profesión de ricos y no de pobres: digo de ricos porque son los que tienen infinitas querellas. Tú, en cambio, sin gozar los placeres que dan las riquezas ¿te andas buscando los males que engendran las riquezas, como son el echarte encima enemistades, querellas y riñas? Y con todo eso a tu hermano lo sofocas, lo ahogas, lo echas por tierra públicamente y ante los ojos de todos. ¿Y piensas que no es indecoroso tu modo de obrar, siendo así que imitas el furor de las fieras y aun te haces peor que ellas?
Las fieras todo lo tienen en común: se reúnen, juntas caminan. En cambio, acá nada hay de común, sino que todo camina al revés: todo son riñas, querellas, injurias, enemistades, ofensas. Ni siquiera tenemos reverencia al cielo, al que todos somos llamados; ni a la tierra, suerte común nuestra; ni a la naturaleza misma: la ira y la avaricia todo lo han destrozado. ¿No has pensado en el que debía los diez mil talentos, cómo, tras de habérselos su señor perdonado, estrangulaba a su consiervo por cien denarios y las mil miserias que por proceder así padeció y finalmente fue arrojado al eterno suplicio? ¿No tiemblas ante semejante ejemplo? ¿No te causa terror el pensar que vayas tú a padecer lo mismo? Porque también nosotros somos deudores al Señor de muchas y grandes cantidades. Pero él espera con paciencia: no nos apura, como nosotros lo hacemos con nuestros consiervos; no nos estrangula ni sofoca. Si hubiera querido exigirnos la mínima parte de la deuda, hace mucho que habríamos perecido.
Pensando en estas cosas, carísimos, humillémosnos y perdonemos a nuestros deudores; pues si bien discurrimos, nos son ocasión grandísima de perdón. Así, dando unas pocas cosas, recibiremos muchas más. ¿Por qué le exiges con violencia cuando lo conveniente sería perdonarle la deuda, aun cuando él quisiera pagarla, para recibir de Dios el íntegro caudal? Ahora, en cambio, nada omites, empleas la violencia, te querellas y lo que logras con esto es que Dios no te perdone tus deudas. Pareces afligir a tus prójimos, cuando en realidad contra ti mismo meneas la espada y acrecientas tu castigo en la gehenna. Si acá procedes con un poco de lógica, harás más ligera tu cuenta, más ligeros tus castigos. Quiere Dios que entre nosotros florezca semejante liberalidad para tomar de ahí ocasión de hacernos grandes mercedes. ¡Ea, pues! Ya se trate de dineros, ya de ofensas, deja libres a todos tus deudores; y pide a Dios que te premie tan notable magnanimidad. Mientras a ellos los tengas como deudores no tendrás a Dios por deudor; pero si los dejas libres, podrás exigir de Dios, y con grande constancia, el premio de tan excelente virtud.
Si un transeúnte cualquiera observara que te has apoderado de tu deudor, y te ordenara que lo dejaras libre, y en cambio a él le exigieras la deuda, ciertamente el deudor no te sería ingrato, tras de haberlo tú perdonado, pues toda la deuda la habría echado sobre si. Pues ¿cómo Dios no dará mucho más y miles de veces más, cuando, por obedecer a su mandato, dejamos totalmente libres a nuestros deudores, sin exigirles poco ni mucho? No nos fijemos en el pasajero placer que experimentamos al cobrar las deudas, sino fijémosnos en el daño tan grande que para más tarde nos amenaza, pues nos dañamos a nosotros mismos en nuestros bienes inmortales.
En consecuencia, haciéndonos superiores a todas las cosas, perdonemos a nuestros deudores dineros y ofensas, para que luego tengamos una más ligera cuenta que dar; y que lo que por el ejercicio de otras virtudes no podemos alcanzar lo consigamos mediante el olvido de las injurias; y de este modo obtengamos los bienes eternos por gracia y misericordia del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XVI

No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas. (Mt 5, 17).
¿QUIÉN SERÍA el que tal sospechó? ¿quién le puso esta objeción, para que así procure deshacerla? Porque sospecha tal no podía nacer de sus palabras. Que mandara ser humildes, modestos, compasivos, limpios de corazón, anhelantes de la justicia, no tenía oposición alguna a la ley. Más aún: era todo lo contrario de lo que decían los que proponían la objeción. Entonces ¿por qué dijo esto Jesús? Por cierto, no fue a la ventura ni en vano. Sino que, como había de promulgar decretos de mayor envergadura, como por ejemplo: Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás; pero yo os digo que ni os irritéis, abriendo de este modo un nuevo y celestial camino a la perfección, con el objeto de que la novedad no perturbara a los creyentes y los empujara a la duda de sus sentencias, echa mano Jesús de esta precaución.
Los judíos, aun no cumpliendo la ley la estimaban grandemente; y aun violándola día por día, querían sin embargo que no se le tocara ni una letra ni se le añadiera nada. Más aún defendían incluso ciertas adiciones hechas por sus príncipes, que en realidad no eran mejores sino peores. Así acabaron con el honor debido a los padres y echaron abajo muchas otras cosas buenas con inoportunas añadiduras. No siendo Cristo de la tribu sacerdotal; y siendo lo que iba a decir una añadidura que no disminuía la fuerza de los preceptos legales sino que la aumentaba, previendo Jesús que ambas cosas perturbarían a los oyentes, antes de que se pusieran por escrito sus leyes, cuidó de refutar lo que sin duda les vendría al pensamiento a las turbas. ¿Qué era eso que se les podría ocurrir y que ellas podrían objetar? Pensarían que lo que Cristo decía era para abrogar los antiguos preceptos legales. Tal es el motivo de que refute semejante opinión.
Ni lo hizo en sólo este pasaje, sino también en otro. Como los judíos lo tenían por enemigo de Dios, puesto que no guardaba el sábado, para quitarles semejante prejuicio adujo sus pruebas, tales como a él convenían. Como cuando dijo: Mi Padre sigue obrando todavía y por eso yo obro también. 80 Otras veces, las da pero en forma más modesta, como cuando habla de la oveja arruinada en sábado y declara que para salvarla se abrogó la ley y trae a la memoria también el hecho de circuncidar en sábado. De manera que muchas veces usó una forma más modesta de hablar, siempre para combatir la opinión que decía ser él enemigo de Dios. Así también, el que había vuelto a la vida a muchos muertos con sola una palabra, cuando llamó a Lázaro del sepulcro y añadió aquella súplica, enseguida, para que no pareciera por esto ser menor que el Padre y para enmendar y quitar semejante sospecha, añadió: Por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que tú me enviaste. 81
De manera que ni lo hace todo como por propia autoridad, para acomodarse a la debilidad de los oyentes; ni tampoco lo hace todo lanzando primero súplicas a su Padre, con el objeto de no dejar a los pósteres un argumento para que sospechen de él como impotente y débil; sino que va mezclando lo uno con lo otro. Y no lo hace sin regla ninguna, sino con la prudencia a él conveniente. En los casos más importantes procede como quien tiene autoridad; en los otros, mira al cielo. Cuando perdona los pecados, cuando revela las cosas ocultas, cuando abre el paraíso, arroja los demonios, limpia la lepra, enfrena a la muerte y resucita incontables difuntos, lo hace dando órdenes. En cambio, cuando multiplica los panes y de pocos los hace muchos, entonces se dirige al cielo, demostrando con todo esto que no procedía así por debilidad. Pues si en los casos más graves procedía por propia autoridad ¿cómo iba a necesitar de suplicar al Padre en lo de menor importancia? ¡No! Sino que, como ya dije, lo hace para refrenar la impudencia de los judíos.
Y tú piensa lo mismo cuando lo veas proferir modestas palabras: para tales palabras y tales obras hay muchos motivos. Por ejemplo, que no se le crea contrario a Dios; y para enseñar y sanar a todos; y para adoctrinarnos en la humildad; y para que mortifiquemos la carne; y para que los judíos no sean capaces de captar todo a la vez; y para instruirnos en que nadie hable de sí grandes cosas. Por todos estos motivos, con frecuencia habla de sí mismo muchas cosas modestas y deja qué otros ensalcen las grandes.
Cuando hablaba con los judíos les decía: Antes que Abraham naciese era yo; 82 mientras que con sus discípulos no procedía así, sino que dijo: Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. 83 Tampoco dijo nunca claramente que El había hecho el cielo, la tierra, el mar y todo lo visible y lo invisible. En cambio, el discípulo, con gran libertad y sin suprimir nada, una, dos y muchas veces, dice: Todas las cosas fueron hechas por El, y sin El nada se hizo de cuanto ha sido hecho. Y también: Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por El. 84 Pero ¿cómo te admiras de que otros hayan dicho de El cosas grandes y mayores que las que El decía de sí mismo, siendo así que no decía claramente con las palabras muchas cosas que por medio de las obras significaba?
Que El creó al hombre, lo manifestó claramente en el caso del ciego. Y cuando se ofreció hablar de la creación allá a los principios, no dijo: Yo los hice, sino: El que los hizo, los hizo varón y hembra. 85 Además, que haya creado el mundo y lo que en él hay, lo demostró por los peces, los panes, el vino, el apaciguamiento del mar, los rayos solares que oscureció estando en la cruz y por otros muchos medios, aun cuando nunca lo dijo claramente con sus palabras. En cambio, sus discípulos, Pedro, Juan, Pablo, muchas veces lo afirman. Si éstos que día y noche lo oían cuando hablaba y lo veían hacer milagros y a -quienes explicaba aparte muchas cosas, y tan grande poder les había conferido que aun resucitaban los muertos y los había elevado a tan gran perfección que lo habían abandonado todo por seguirlo, a pesar de todo y tras de haber alcanzado tan alta doctrina y virtud, no pudieron entender y aceptar todas las cosas antes de haber recibido al Espíritu Santo ¿cómo el pueblo judío sin esa inteligencia y sin haber subido a tan gran perfección y que sólo de casualidad y de paso había estado presente a sus palabras y a sus obras, cómo, repito, no habrá creído que en realidad era contrario al Dios de todos, si él no hubiera usado de tanta modestia e indulgencia en todos sus hechos y dichos?
Por eso, cuando hubo de deshacer la ley del sábado, no puso de antemano su propia ley sino que fue echando por delante muchas y variadas defensas. Ahora bien: si habiendo de deshacer uno solo de los preceptos, usó de tan grande precaución en las palabras para no perturbar a los oyentes, mucho más necesitaba de grandes precauciones y cuidados para no conturbarlos cuando iba a añadir a toda la ley una legislación enteramente nueva. Tal es el motivo de que no siempre hable y enseñe abiertamente acerca de su divinidad. Si una pequeña adición que hizo a la ley tanto perturbó a los judíos, mucho más los habría perturbado si de plano se hubiera declarado Dios.
Tiene por esto muchas expresiones que significan cualidades muy inferiores a las debidas por su divinidad. Y en este pasaje, puesto que va añadiendo algo a la ley, usa de mucha precaución, de manera que no una sola vez afirma que no ha venido a quitar la ley, sino que por segunda vez lo repite y aun añade algo notable. Porque habiendo dicho: No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas, continuó: No he venido a abrogarla sino a consumarla. Con lo cual no solamente refrenó la impudencia judaica, sino que cerró la boca a los herejes que más tarde afirmarían provenir la Ley Antigua del demonio. Pues si Cristo vino para destruir la tiranía del demonio ¿cómo puede ser que no sólo no la destruya, sino que la consume? Porque no se contentó con decir: No la destruyo, cosa que hubiera bastado sino que añadió: La consumo: palabras propias no de un adversario de la Ley, sino de un defensor de la Ley.
Preguntarás ¿cómo es que no la abroga? ¿cómo cumple y consuma la ley y los profetas? Consuma los profetas, porque todo cuanto ellos dijeron de El, El con sus obras lo confirmó. Y por esto el evangelista, tras de cada uno de sus hechos, añade: Para que se cumpliera lo dicho por el profeta. Lo cumplió al nacer y cuando los niños en el templo le entonaron aquel himno admirable y cuando montó en el asno y en muchas otras ocasiones. Y no se habría cumplido todo, si El no hubiera venido.' Y en cuanto a la Ley, la cumplió no de un modo ni de dos, sino hasta de tres. Lo primero, no traspasando los preceptos legales. Así lo testifica delante de Juan el Bautista que ha cumplido toda la ley cuando le dice: Conviene que cumplamos toda justicia. Y a los judíos les decía: ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? 86
Y lo mismo ante los discípulos: Viene el príncipe de este mundo que en mí no tiene nada. 87 Y uno de los profetas había dicho que no habría pecado en él. 88 Este fue, pues, el primer modo de cumplir con la Ley. En segundo lugar la consumó en cuanto que todo lo que hizo lo hizo por nosotros. Porque ¡cosa admirable! no sólo cumplió con la ley, sino que nos dio el poder nosotros cumplirla. Así lo declara Pablo con estas palabras: Porque el fin de la ley es Cristo, para justificación de todo el que cree. 89 Ytambién dice que condenó en sí el pecado, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, los que no andamos según la carne. 90 Y todavía: ¿Anulamos pues la ley con la fe? No ciertamente, antes la confirmamos. 91 La ley procuraba hacer justo al hombre, pero no tenía fuerzas. Por esto Cristo al venir introdujo un modo de ' justicia que es por la fe y así confirmó la voluntad de la ley. Lo que ésta no pudo con la letra, él lo llevó a cabo mediante la fe. Y por esto dice: No he venido a abrogar la ley.
Si alguno cuidadosamente examina, encontrará un tercer modo con que Cristo consumó la ley. ¿Cuál? Mediante los preceptos que iba a dar. Porque no eran abrogación de los anteriores, sino una ampliación y cumplimiento de ellos. Así el precepto de no matar, no queda abrogado por el de no irritarse, sino que éste es cumplimiento y precaución mayor respecto de aquél. Habiendo pues sembrado de antemano y sin causar sospechas las semillas de los nuevos preceptos, cuando ya los judíos habían de entrar en sospechas a causa de una más clara comparación entre éstos y los antiguos, como éstos fueran contrarios a la ley, usó Cristo de semejante precaución. Al fin y al cabo, ya había puesto los fundamentos, aunque en forma algo oscura y enigmática, para los preceptos nuevos, mediante lo que antes había dicho.
Así aquello de: Bienaventurados los pobres de espíritu es el equivalente del: No os irritéis. Aquello de: Bienaventurados los limpios de corazón, corresponde al precepto de no ver a una mujer para desearla. Y lo de no amontonar tesoros en la tierra, concuerda con lo otro de: Bienaventurados los misericordiosos. También lo de llorar, lo de ser perseguidos con injurias y oprobios, es exactamente como el entrar por la puerta angosta. Y lo de tener hambre y sed de justicia, no es otra cosa sino lo que después dijo: Cuanto quisiereis que os hagan los hombres, hacedlo vosotros a ellos. 92 Y cuando al hombre pacífico lo llamó bienaventurado, dijo, más o menos, lo mismo que cuando ordenó dejar el don sobre el altar y correr a reconciliarse con el hermano ofendido y mostrarse benévolo con los enemigos. Sólo que allá señaló los premios para quienes rectamente proceden, mientras que acá señaló los castigos para quienes no procedan correctamente.
Allá decía que los mansos poseerán la tierra, mientras que acá dice que quien a su hermano lo llamare fatuo será reo del fuego de la gehenna. Allá dijo que los limpios de corazón verán a Dios; acá, en cambio, que quien lanza miradas impúdicas ya es fornicario. Allá a los pacíficos los llamó hijos de Dios. Acá amenaza por otro camino cuando dice: No sea que tu adversario te entregue al juez. Anteriormente llamó bienaventurados a los que, lloran y padecen persecución; después, tratando el mismo asunto, amenaza con la ruina a quienes vayan por otro camino, pues, dice que quienes van por la senda espaciosa, perecerán.
Aún aquello de que no podéis servir a Dios y a las riquezas me parece que viene siendo semejante a lo de: Bienaventurados los misericordiosos y los que han hambre y sed de justicia. Pero, como ya dije anteriormente, habiendo Cristo de decir lo mismo con mayor claridad, y no sólo con mayor claridad, sino añadiendo muchas otras cosas (puesto que no busca ya tan sólo' que seas misericordioso, sino que te ordena entregar la túnica; ni quiere que solamente seas manso, sino incluso que presentes la otra mejilla a quien quiere golpearte), de antemano deshace y explica esa aparente contradicción y repugnancia que parecía haber. Por tal motivo, como ya dije, no dijo la cosa una sola vez, sino dos.
Habiendo, pues, dicho: No penséis que he venido a abrogar la ley, añadió: No he venido a abrogarla. Y después continuó: En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que falte una iota o una tilde de la ley, hasta que todo se cumpla. Lo que significa: es imposible que la ley no se cumpla, sino que se cumplirá aun lo mínimo de ella. Así lo hizo El, que cuidadosamente la cumplió. Pero con esas palabras nos está indicando que el mundo cambiará de imagen. Ni lo dijo sin motivo, sino para dar a entender que con todo derecho induciría otro modo de vivir; y además, para levantar el ánimo de los oyentes: había que preparar otro camino más perfecto, si todo lo que el mundo practicaba tenía que cambiarse y el género humano había de ser llamado a otra patria.
Si pues alguno descuidase uno de esos preceptos menores y enseñase así a los hombres, será el menor en el reino de los cielos. Una vez que se justificó contra aquella mala sospecha y cerró la boca de quienes quisieran contradecir, finalmente infunde pavor y lanza amenazas acerca de la ley futura. Y para que veas que tales palabras no las dijo acerca de la ley antigua, sino de las leyes que El iba a promulgar, oye lo que sigue: Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Si esto lo amenazara respecto de la Ley Antigua ¿por qué había de decir: si no supera? Pues al fin y al cabo, quienes hicieran ahora lo mismo que aquellos antiguos hacían, no podían serles superiores en la razón de justicia. Entonces ¿en qué era en lo que habían de abundar y superar? En no irritarse, en no mirar impúdicamente a una mujer.
Mas ¿por qué a las leyes nuevas, siendo ellas tan grandes y sublimes, las llamó mínimas? Por ser él mismo quien iba a dictarlas. Así como se humilla y habla de sí mismo con modestia frecuentemente, así procede tratándose de su ley; para enseñarnos, también por este camino, a proceder en todo modestamente. Y como había aún cierta sospecha de innovación, usa por el momento de este modo modesto de expresarse. Y tú, cuando oyes eso de ser el menor en el reino de los cielos, no pienses en otra cosa que en el suplicio de la gehenna. Porque suele llamar reino no únicamente al goce en el cielo, sino también a la resurrección y a su terrible venida. Pues ¿cómo podría ser que quien llama estulto a su hermano o quebranta un solo mandato vaya a la gehenna y en cambio el que los quebranta todos e induce a otros a lo mismo, entre en el reino de los cielos? No es pues aquel el sentido, sino este otro: que ese tal, en aquel tiempo será el mínimo, es decir, el rechazado, el último. Y ese último caerá en la gehenna.
El, como Dios que era, preveía las negligencias de muchos; y que no faltarían quienes pensaran que semejantes cosas las decía por hipérbole; y que raciocinando acerca de estas leyes, se preguntaran: ¿Será verdad que quien llama fatuo a su hermano es castigado? ¿Será verdad que si alguno tan sólo mira a una mujer ya es adúltero? Pues para curar esta mala inteligencia lanza grandes amenazas contra ambos: el que quebranta un mandamiento y el que induce a otros a quebrantarlo. Por nuestra parte, al escuchar semejantes amenazas, ni quebrantaremos esos mandatos ni apartaremos de su observancia a quienes anhelan cumplirlos.
Pero el que practicare y enseñare, éste será grande en el reino de los cielos. De manera que debemos ser útiles no sólo para nosotros mismos, sino también para los` demás. Porque no hay el mismo premio para quien procura proceder rectamente y para quien hace que otros lo imiten. Así como el enseñar y no hacer condena al que enseña (pues dice Pablo: Tú que enseñas a otros ¿no te adoctrinas a ti mismo?); 93 así el hacer pero no inducir a otros a lo mismo, disminuye el premio. Conviene, pues, ser excelente en ambas cosas; y que una vez que tú te hayas decidido a bien obrar, procures inducir a otros a bien proceder. Por esto puso Cristo las obras antes que la enseñanza, manifestando con esto que la mejor preparación que puede tener cualquiera para enseñar es obrar, y jamás de otro modo. De lo contrario, tendría que escuchar lo que dice Lucas: Médico, cúrate a ti mismo 94
Quien no ha podido enseñarse a sí mismo y se empeña en enmendar a otro, será burlado de muchos. Más aún, ni siquiera podrá adoctrinarlos, ya que sus obras dan testimonio en su contra. Pero si es perfecto en hacer y enseñar, será llamado grande en el reino de los cielos. Pues dice: Yo os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Llama justicia a toda virtud, lo mismo que en Job: Era varón justo e irreprensible. 95 En ese sentido llama. Pablo justo a aquel para quien no se estableció la ley: La ley no es para los justos. 96 Y en general con frecuencia en otros sitios se encuentra la palabra justicia abarcando toda virtud.
Considera el aumento de gracia que da a sus discípulos, pues quiere que sean mejores que los doctores del Antiguo Testamento, siendo aún gente ruda. Naturalmente, este pasaje no se refiere a los escribas y fariseos perversos, sino a los virtuosos; pues si no lo fueran, jamás Cristo diría que poseían la justicia; y no haría comparación entre una justicia y otra: una que sí existía y otra que no existía. Considera además aquí en qué forma recomienda la Ley Antigua, pues la compara con la nueva, con lo que declara que le es pariente y afín, pues más o menos son del mismo género. De manera que de ningún modo reprende ni rechaza la Ley Antigua, sino únicamente pretende ampliarla. Si ella naciera de mala raíz no la habría Cristo perfeccionado con la Nueva, sino que la habría destruido.
Preguntarás que si era buena ¿cómo es que ya no conduce al reino? Ciertamente no conduce a quienes establecen su modo de vida después de la venida de Cristo; porque éstos, puesto que gozan de mayores virtudes y gracias, han de acometer mayores certámenes: certámenes que la Ley Nueva lleva consigo. Os digo que del Oriente y del Occidente vendrán muchos y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob. 97 Desde luego el pobre Lázaro que tan grandes coronas obtuvo, se nos muestra reclinado a su mesa. Y todos los que tanto brillaron en la Ley Antigua, lo lograron también mediante ella. Además, si esta Ley Antigua fuera mala y ajena a la virtud, Cristo no la hubiera cumplido toda. Y si lo hubiera hecho sólo por ganarse a los judíos y no para mostrar que ella era pariente y afín de la Nueva ¿por qué no se había de entregar a cumplir también las leyes de los gentiles y a sus costumbres para también a éstos atraerlos?
Queda, pues, manifiesto que Cristo no la impone, no porque ella sea mala, sino porque ya es tiempo de más perfectas ordenanzas. Pero, aun cuando sea más imperfecta que la nueva, esto no prueba que sea mala. Pues si lo fuera, también la nueva tendría la misma condición. Al fin y al cabo, si se compara la ciencia de la Antigua Ley respecto de la vida futura, en realidad es exigua e imperfecta y queda sin fuerza en viniendo la Nueva. Dice Pablo: Cuando llegue lo que es perfecto, desaparecerá lo que es imperfecto, 98 que fue lo que le sucedió a la Ley Antigua en llegando la Nueva. Sin embargo, no la acusamos por eso, aun cuando ella desaparezca y nosotros gocemos del reino. Porque entonces, dice, desaparecerá lo que es imperfecto. Mas a pesar de eso, la tenemos por grande. Siendo, pues, los premios mayores y más abundante la gracia del Espíritu Santo, mayores han de ser los combates y mayores los premios. No se nos promete ya una tierra que mana leche y miel, ni una longevidad, ni multitud de hijos, ni trigo, ni vino, ni greyes y manadas; sino el cielo, los bienes celestiales, la adopción de hijos, la fraternidad con el Unigénito, ser coherederos, compañeros suyos de gloria y reino, y otros infinitos premios.
Que tengamos ahora mayores auxilios, oye cómo lo dice Pablo: No hay pues ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús, porque no andan según la carne, sino según el espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida me libró de la ley del pecado y de la muerte. 99 De manera que habiendo amenazado a los transgresores y habiendo prometido grandes premios a los cumplidores, para demostrarnos que con todo derecho se nos exigen cosas mayores que las que pedía la Ley Antigua, y antigua medida, finalmente comienza a legislar; y no simplemente, sino después de haber hecho comparación con las antiguas prescripciones legales. Quería con esto declarar dos cosas: que no impugnaba los antiguos preceptos, sino que del todo conforme a ellos y siguiendo su espíritu estatuía las nuevas leyes,- y que los nuevos preceptos con todo derecho y oportunidad ser, añadían a la Ley Antigua.
Para que esto quede más claro, oigamos las palabras mismas del Legislador. ¿Qué dice? Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás 100 Quien dio ese precepto es el mismo que dio el nuevo; sino que entonces usó de una forma impersonal. Si hubiera dicho: Habéis oído que yo dije a los antiguos, los oyentes no habrían aprobado ni aceptado semejante modo de hablar. Si hubiera dicho: Habéis oído que mi Padre dijo a los antiguos y luego hubiera enunciado el precepto diciendo: Pero yo os digo, habría parecido un exceso de arrogancia. Por eso puso aquel enunciado sencillo, mirando únicamente a declarar que ya era tiempo oportuno para ordenarlo. Pues al decir: qué se dijo a los antiguos, significaba que ya había transcurrido mucho tiempo de que aquéllos recibieron el precepto.
Además, procedió así para que se avergonzaran los oyentes que tal vez dudaran de acometer aquella mayor perfección. Así acostumbran los maestros decir a un niño perezoso: ¿Acaso ignoras el mucho tiempo que ya has gastado en aprender las sílabas? Pues lo mismo Cristo, al traer a la memoria a los antiguos, llama a los oyentes a cumplir más altos preceptos. Como si les dijera: Hace ya mucho tiempo que estáis en el aprendizaje de estas cosas; es necesario pasar adelante y subir a mayor perfección. Y bien se procede, para no confundir el orden de los preceptos, sino principiar por el primero que pone la Ley, con lo cual, además, manifiesta claramente la concordancia de ambas leyes.
Pero yo os digo que todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio. ¿Observas su plena potestad? ¿observas el modo de expresarse tan apropiado para un legislador? ¿Cuál de los profetas habló así jamás? ¿cuál de los justos? ¿cuál de los patriarcas? ¡Ninguno! Decían: Esto dice el Señor. No habla así el Hijo Unigénito. Porque aquéllos transmiten las palabras de su Señor. Pero Cristo, las de su Padre. Y cuando digo de su Padre, digo las propias suyas. Porque dice él: Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. 101 Aquéllos llevaban la Ley a sus consiervos; Cristo, a sus siervos.
Preguntemos, pues, a quienes rechazan la Ley Antigua: ¿Son acaso contrarios los preceptos de no irritarse y no matar? ¿Acaso no más bien esto se perfecciona y complementa con aquello otro? Es manifiestamente un complemento y por lo mismo superior. Quien no se aíra, mucho más se abstendrá de matar. Quien refrene la ira, mejor aún refrenará sus manos, Porque la raíz del asesinato es la ira. Y quien arranca la raíz, acaba con las ramas. Más aún: ni siquiera las deja que broten. De manera que en resumen Cristo ponía tales leyes no para abrogar la Antigua, sino para una más perfecta y mejor guarda de ella. ¿Qué intentaba la Ley al ordenar eso? ¿Acaso no era que nadie dañara a su prójimo? Ahora bien, a quien impugnara la Ley le convenía ordenar los asesinatos, puesto que lo contrario de no matar es matar. Pero si la Nueva Ley ni siquiera permite irritarse, establece lo mismo que la Antigua, pero en grado más perfecto. No se abstendrá del homicidio igualmente quien sólo procura no matar que quien ha dominado la ira éste se encuentra mucho más lejos de semejante crimen.
Mas, para redargüirlos por otro camino, traigamos al medio lo que dicen: ¿Qué es lo que dicen? Dicen que ese Dios que creó el mundo y que hace nacer el sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos y pecadores, es malo. Otros más moderados, rechazan semejante proposición; pero al mismo tiempo que afirman ser Dios justo, le niegan la bondad; y señalan como Padre de Cristo otro ser que en realidad es nadie y nada ha creado. Y añaden que el Dios malo se contiene y mantiene en sus propias cosas que le pertenecen y las conserva; pero en cambio el Dios bueno se inmiscuye en lo ajeno y quiere de pronto ser conservador de lo que no ha creado.
¿Has visto lo que son estos hijos del demonio? ¿Has advertido cómo lo que hablan lo sacan del tesoro de su padre, al negar que Dios es creador, siendo así que dice Juan: Vino a los suyos y el mundo fue hecho por él? Y luego, examinando la Ley Antigua, en la que se ordena sacar ojo por ojo y diente por diente, al punto saltan y dicen: ¿Cómo puede ser bueno quien tal cosa ordena? ¿Qué responderemos? Que precisamente esta es una forma excelentísima de bondad. Porque no puso semejante ley para que mutuamente nos arranquemos los ojos; sino para que por el temor del castigo que se nos dará, nos abstengamos de semejante crimen respecto de otros. Así amenazó a los ninivitas con la destrucción, no para perderlos (pues si eso hubiera querido, mejor era callar), sino para que viendo que por el temor mejoraban, se aplacara su ira. Pues igualmente a quienes se lanzan sobre los ojos de sus hermanos les impuso el mismo castigo, a fin de que, si no desistían como buenos de semejante maldad, a lo menos por el temor quedaran refrenados para no dañar los ojos de sus prójimos. Y si esto es crueldad, lo será también reprimir al homicida y apartar al adúltero.
Pero tales palabras propias son de necios, de locos furiosos en grado sumo. Por mi parte, estoy tan lejos de afirmar que aquellos procederes nacieran de crueldad, que al revés digo ser inicuo y falto de razón lo contrario. Dices tú que fue cruel por haber ordenado sacar ojo por ojo; pero yo digo que si no lo hubiera ordenado así, todavía a muchos les habría parecido cruel, como tú lo afirmas. Supongamos que toda la Ley hubiera sido abrogada y que nadie tuviera que temer suplicio alguno de los que ella impone; sino que pudieran los criminales entregarse a sus malas pasiones con amplia libertad, y lo mismo los adúlteros, los homicidas, los rateros, los perjuros y los parricidas. ¿Acaso no se seguiría el pleno desorden y no se llenarían de crímenes incontables y de muertes las ciudades, las plazas, las mansiones, el mar y la tierra y el orbe todo? Esto nadie hay que lo ignore.
Si permaneciendo firmes y valederas las leyes, el temor y las amenazas, apenas si se enfrenan las malas voluntades, ¿qué habría impedido el reinado de la maldad si se hubieran quitado semejantes precauciones? ¿qué males no habrían invadido a la humanidad? Tal cosa no sólo habría sido cruel -digo lo de dejar que los facinerosos hicieran cuanto en gana les viniera- sino que habría sobrevenido otro efecto no menos dañoso que el apuntado. Es a saber que quien ningún daño hubiera hecho y sin culpa hubiera sido dañado, quedara abandonado y sin quien lo auxiliara. Dime: si alguno reuniera de todas partes a todos los criminales y los armara de espadas y les ordenara rodear por toda la ciudad y matar a cuantos encontraran ¿podría pensarse algo más inhumano? Y por el contrario, si alguno a todos esos criminales así armados, los atara y encadenara y por la fuerza los encarcelara y así librara de las manos de los perversos a cuantos iban a ser asesinados ¿podría haber cosa más humana? Pues pasa la comparación a la Ley. Quien ordenó sacar ojo por ojo, echó sobre el ánimo de los criminales algo así como una recia cadena; y es semejante al otro que refrenó a los perversos armados de espadas; mientras que quien no impusiera pena alguna, con semejante proceder haría como si los armara e imitara al que echara por toda la ciudad a los dichos perversos armados de espadas.
¿Observas cómo los preceptos están llenos no de crueldad sino de benignidad? Y si por esos motivos al Legislador lo llamas cruel y molesto ¿qué será más molesto y duro, lo de no matar o lo de no irritarse? ¿Quién más duro y cruel: el que castiga el homicidio o el que castiga ya el solo irritarse? ¿El que al adúltero lo castiga después de su crimen, o el que por la sola concupiscencia impone penas y penas eternas? Mirad cómo el argumento se ha vuelto contra ellos. Porque el Dios del Antiguo Testamento, al que ellos llaman cruel, resulta ser manso y suave; mientras que el Dios de la Nueva Ley, a quien ellos confiesan bueno, resulta molesto y pesado, según el necio argumento de ellos.
Nosotros afirmamos que es uno y el mismo el Legislador en ambos Testamentos; y que todo lo dispuso convenientemente y lo adaptó a las diferencias de ambas leyes y a la diferencia de los tiempos. De manera que ni aquellos preceptos son crueles ni estos otros son pesados y molestos; sino que unos y otros provienen de una única y misma providencia. Y que sea el mismo el que dio la Ley Antigua, oye cómo lo dice el profeta, mejor dicho, cómo lo dicen él y el profeta: Yo haré una alianza nueva con la casa de Israel y la casa de Judá, no como la alianza que hice con vuestros padres. 102
Si alguno, tocado de maniqueísmo rehúsa ese testimonio, escuche a Pablo que dice lo mismo: Pues Abraham tuvo dos hijos: uno de la sierva y uno de la libre. Estos son los dos Testamentos. 103 Pues bien, así como ahí eran dos mujeres y un solo varón, así acá son dos los Testamentos, pero uno solo el Legislador. Y para que veas que en ambos fue una misma la mansedumbre y la suavidad, allá dijo: Ojo por ojo; y acá dice: Si alguno te hiere en la mejilla derecha, ofrécele la otra. Así como allá refrena al ofensor con el temor del castigo, así hace lo mismo acá. Preguntarás: ¿cómo puede ser eso, siendo así que ordena presentar la otra mejilla? ¿En qué quedamos? En que esto lo ordena no para suprimir el temor, sino que ordena dar al que hiere oportunidad de saciarse. Pero no por esto quiso decir que el ofensor quedara impune; sino que tú no lo hieras, cosa con la que más aterroriza al que hiere y más consuela al herido. Quede, pues, dicho esto, hablando así de los preceptos en general. Ahora es necesario volver a nuestro propósito y continuar explicando la serie de sentencias.
,Todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio. No condenó en absoluto la ira. En primer lugar porque no puede el hombre despojarse completamente de los afectos. `Pero sí podemos refrenarlos, aun cuando no podamos vivir sin ellos. En segundo lugar, porque ese afecto del alma es útil si sabemos usarlo con oportunidad. Considera cuántos bienes se siguieron de la ira de Pablo para con los de Corinto, pues libró a éstos de una grave enfermedad. También por la ira, volvió al camino a los gálatas, caídos; y a otros muchos.
Y ¿cuál es el tiempo oportuno para la ira? Cuando no la usamos para vengarnos, sino para reprimir a los petulantes o para convertir y ayudar a los desidiosos. ¿Cuál es el tiempo no oportuno? Cuando la usamos para vengarnos. Pablo lo prohibió cuando dijo: No os toméis la justicia por vosotros mismos, antes dad lugar a la ira 104 También cuando litigamos por dineros. Esto Pablo lo prohibió cuando dijo: ¿Por qué no preferís sufrir la injusticia? ¿por qué no el ser despojado? Pues así como semejante ira es inútil, así aquella otra es útil y aun necesaria. Sólo que muchos proceden de modo contrario: se vuelven fieras cuando se les hace injusticia, y son muelles y cobardes cuando ven a otro ser ofendido. Ambas cosas son contrarias a las leyes del evangelio. De manera que no es pecado irritarse, sino irritarse inoportunamente.
Por esto decía el profeta: Airaos y no pequéis. 105 Y Cristo dice: Quienquiera que diga a su hermano rata, es reo de consejo. Llama aquí consejo al juicio y tribunal de los hebreos. Puso esto aquí para no parecer que siempre y en todo decía novedades y cosas inauditas. Esa palabra raca no significa una injuria sobremanera grande, sino más bienes una voz de desprecio y desdén. Así nosotros, cuando damos órdenes a un criado o a otras personas de baja categoría, les decimos: ¡Ve tú! ¡dile tú a ése! Los que usan el idioma siríaco suelen echar mano de ese raca para significar el tú. Nuestro Dios benigno desarraiga aun las menores faltas y nos ordena tratarnos con reverencia y con el honor conveniente, para por este medio hacer que desaparezcan las faltas mayores.
Y quien dijere loco es reo de la gehenna de fuego. A muchos ha parecido pesado y gravoso este precepto: ¡que por una sola palabra hayamos de ir a sufrir tan grande tormento! Otros opinan que se dijo hiperbólicamente. Por mi parte, temo no sea que nos engañemos con palabras y en realidad suframos el tremendo castigo 106 Pregunto yo: ¿por qué nos parece gravoso este precepto? ¿No sabes que la mayor parte de los pecados y castigos tienen su origen en las palabras? Por la palabra se blasfema y se reniega de Dios. Por las palabras se viene a la querella, a las injurias, a los perjurios, a los falsos testimonios y aun a los homicidios. No te fijes, pues, en que se trata de una sola palabra. Examina más bien cuán grave peligro lleva consigo. ¿Ignoras acaso que en las enemistades, cuando el ánimo se enciende en ira y se quema, cualquier pequeñez se agranda y aun la menor injuria causa molestia? Con frecuencia esas pequeñeces arruinan las ciudades y son causa de homicidios Pues así como entre amigos aun las cosas de suyo molestas parecen leves, así en cuanto brota la enemistad, aun las cosas pequeñas parecen intolerables. Y aun cuando se digan con sencillez, se juzga que provienen del odio.
Así como tratándose del fuego, si la chispa es pequeña, por más leños que se le pongan no fácilmente se encienden, pero si las llamas suben ya a lo alto, no sólo con facilidad inflaman los leños sino aun las piedras y cualquier otro elemento, y con las mismas cosas con que suelen apagarse más se encienden -pues hay quienes afirman que no sólo los maderos y la estopa y las otras materias propicias para alimentar el fuego, sino aun el agua misma que se arroje excita más aún la fuerza del incendio-, pues lo mismo pasa con la ira: cualquier palabra que se diga, al punto se convierte en alimento del incendio maligno.
Pues bien: reprimiendo de antemano todo esto, a quien temerariamente se aíra lo hizo Cristo reo de juicio pues dijo: Quien se irrita reo es de juicio-, y a quien diga a su hermano raca lo hace reo ante el Sanedrín. Pero estas palabras aún no son cosa grave, puesto que se castigan en esta vida. Por lo cual añadió: Quien lo llame fatuo es reo de la gehenna. Por primera vez Cristo profirió esa palabra gehenna. Porque primero se extendió hablando del reino y hasta después la nombró. Demostró así que lo del reino es cosa de su benignidad y voluntad; mientras que la gehenna lo es de nuestra desidia.
Observa cómo va gradualmente añadiendo en lo de los castigos. Parece como si quisiera justificarse delante de ti, mostrando que de parte suya no quisiera tales amenazas, pero que nosotros somos quienes al hacerlas lo obligamos. Porque considera que es como si fuera diciendo: Te dije que no te irritaras temerariamente, pues serías reo de juicio. Despreciaste esto. Y ve lo que dio a luz tu ira, pues al punto te llevó hasta las injurias. Entonces a tu hermano le dijiste raca; y yo te impuse otro castigo, el del Sanedrín. Si también este lo desprecias, y te atreves a cosas más graves, ya no te aplicaré aquellas penas más moderadas, sino la gehenna eterna, no sea que finalmente te arrojes al homicidio. Porque nada, nada hay más intolerable que la injuria, ni que tenga más poder para herir los ánimos humanos. Y si lo que dices lleva consigo más acritud y oprobio, entonces el incendio se duplica.
No pienses pues que sea cosa leve llamar loco a alguno. Cuando así despojas a tu hermano de aquello en que nos diferenciamos de los brutos y por lo que sobre todo somos hombres, como es la razón y la prudencia, lo privas de toda nobleza. No atendamos, pues, a las palabras únicamente, sino consideremos su contenido y la realidad de las cosas y el afecto con que se dicen; y ponderemos cuán grave herida causan y a qué males tan grandes pueden llegar. Por tal motivo Pablo excluyó del reino no únicamente a los adúlteros y a los afeminados, sino también a los que dicen mal de otros. Y con razón. Porque el injuriante hunde a fondo el bien de la caridad y envuelve a su prójimo en males sin cuento: fomenta las enemistades, destroza los miembros de Cristo, ahuyenta cada día la paz tan deseada de Dios, abre al demonio con las injurias un amplio camino y lo hace cada vez más fuerte. Cristo, para hacer añicos los nervios de semejante poder y fuerza, puso la dicha ley. Porque grandemente cuida de la caridad. En efecto: es la caridad madre de grandes bienes; es nota distintiva de los discípulos de Cristo; y todos nuestros bienes ella en sí los contiene y encierra. Justamente, por tanto, Cristo corta y arranca las fuentes y raíces de las enemistades; y lo hace con gran vehemencia, pues la echan a pique. No pensemos, pues, que habló con hipérbole. Al revés: admírate de la suavidad de semejantes leyes, pensando en los grandes bienes que pueden originar. De nada cuida tanto Dios como de que nos unamos con mutuos vínculos de caridad. Por tal motivo, ya por sí mismo, ya por medio de sus discípulos, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, largamente recomienda este precepto; y se convierte en severo vengador de quienes lo quebrantan. Nada hay que tanto fundamento presente a toda perversidad, como la falta de caridad. Tal fue el motivo de que dijera el Señor: Por el exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos. 107 Por este camino Caín llegó hasta el fratricidio; y lo mismo Esaú y también los hermanos de José. Por él han nacido males sin cuento, una vez quitada la caridad. Motivo por el cual Cristo, con grande cuidado, aparta todo lo que la puede hacer naufragar.
Ni se detiene en lo dicho, sino que usa de otros muchos medios, con lo que manifiesta en cuán alto grado la caridad lo preocupa. Una vez que amenazó con el juicio, con el sanedrín, con la gehenna del fuego, añadió otras cosas tocantes a lo mismo y concordantes con éstas. Así dijo: Si vas a presentar una ofrenda al altar, y ahí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja ahí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda. ¡ Oh benignidad, oh bondad que excede todo discurso! Hace a un lado su propio honor para atender a la caridad para con el prójimo, manifestando con esto que sus anteriores amenazas nacieron no de odio que nos tuviera o de ansias de castigar, sino del fervor de su caridad. Porque ¿qué puede imaginarse más manso que estas palabras? Como si dijera: ¡interrúmpase mi culto, con tal de que permanezca tu caridad! ¡Verdaderamente la reconciliación con el hermano es sacrificio!
Y por esto no dijo: una vez que hayas ofrecido; sino antes de que lo ofrezcas. Cuando está ya presente el don; cuando está a punto de comenzar el sacrificio, lo envía a reconciliarse con su hermano. No apresurando el sacrificio ni antes de haber traído su don, sino estando ya ahí en medio, le ordena partir. Mas ¿por qué motivo ordena que así se proceda? ¿por qué causa? Según creo, para dar a entender dos cosas: una, como ya lo dije, para demostrar el gran aprecio que tiene de la caridad y que la juzga ser el mayor de los sacrificios y que sin ella no admite los sacrificios; otra, para presentar la necesidad ineludible de la reconciliación. Porque ese a quien se ordena no ofrecer el sacrificio antes de reconciliarse, correrá a ver a su hermano ofendido para quitar la ofensa; si no por amor a su prójimo, a lo menos para no dejar imperfecto el sacrificio. Todo, pues, lo expresó Cristo, al poner énfasis en las palabras al mismo tiempo que atemorizaba y alentaba.
Una vez que hubo dicho deja tu don, no se detuvo ahí, sino que añadió: delante del altar. Y tras de nombrar el sitio, puso al oferente un cierto temor con decirle: ¡ve! No sólo le dijo ¡ve!, sino que añadió: Ve primero y luego viniendo, ofrece tu don. Declaró con todo esto que esta mesa sagrada no admite a quienes viven mutuamente enemistades. Óiganlo los iniciados que se acercan teniendo enemistades. Óiganlo también los no iniciados, pues también a ellos en cierto modo les atañe. También ellos ofrecen dones y sacrificios: me refiero a la oración y a la limosna. Oye cómo dice el profeta que esas cosas son dones y sacrificios: El que me ofrece sacrificios de alabanza, ese me honra. 108 Y luego: Ofrece a Dios sacrificios de alabanza. Y en otro lugar: Séate mi oración como incienso ante ti y el alzar a ti mis manos como oblación vespertina. 109 De manera que si con enemistades oras, mejor es que dejes la oración y corras a reconciliarte con tu hermano, y después ofrecerás tu oración.
Todo esto no tuvo sino esta finalidad. Para eso se hizo Dios hombre y obró todo lo dicho: para unirnos en caridad. En este pasaje remite Jesús el ofensor al ofendido; pero en la oración es al revés, pues lleva el ofendido al ofensor y lo reconcilia con éste. En la oración dice: perdona a los hombres sus ofensas; aquí en cambio dice: Si tiene algo en tu contra, ve a él. Más aún: me parece que aquí es el ofendido a quien envía y por eso no dice: Reconcíliate con tu hermano, sino solamente: Reconcíliate. Parece como si esto lo hablara con el ofensor, pero no, pues todo conviene al ofendido.
Como si dijera: si tú te reconcilias con él mediante tu caridad, me encontrarás también a mí propicio; y así podrás ya confiadamente ofrecer tu sacrificio. Pero si conservas tu indignación todavía, considera que yo de buena gana ordeno que lo mío se desprecie con tal de que vosotros hagáis las amistades. Que en tu ira esto te sirva de consuelo. Y no digo cuando te hayan ofendido gravemente, anda y reconcíliate; sino aunque sólo sea cosa leve la que tenga tu hermano contra ti. Tampoco hizo distinción si justa o injustamente, sino que dijo simplemente: si tiene algo contra ti. Pues aun cuando esté la justicia de tu parte, ni aun así conviene que mantengas por mucho tiempo la enemistad. También Cristo, justamente irritado contra nosotros, sin embargo, se entregó a la muerte, sin tener en cuenta nuestros pecados.
Pablo, desde otro punto de vista, nos empuja a reconciliar nos y dice: No se ponga el sol sobre vuestra ira. 110 Como aquí Cristo con el sacrificio, allá Pablo con el tiempo diurno, pero ambos nos exhortan a lo mismo. Pablo teme la noche, no sea que ésta, encontrando sólo al herido, le acreciente la herida. Porque durante el día muchas cosas hay que apartan los pensamientos y los distraen; pero durante la noche, cuando estás solo y revuelves las ofensas recibidas, se hinchan las olas y crece la tempestad. Previniendo esto Pablo, quiere que la noche te encuentre reconciliado, para que no tenga ocasión el demonio, a causa del descanso, de encender el horno de la ira o hacerlo más ardiente.
Tampoco Cristo permite que ni por breve tiempo difieras la reconciliación, no sea que terminado ya el sacrificio, el ofendido se torne más negligente y la vaya difiriendo de un día para otro. Sabía Cristo que semejante enfermedad del alma requiere una rápida curación; y por lo mismo, a la manera de sabio médico, no sólo procura usar los remedios preventivo de las enfermedades, sino que además señala los que pueden curarlas. Así cuando prohíbe llamar fatuo al hermano, se trata de un remedio que previene para evitar enemistades; y cuando ordena la reconciliación, corta de antemano las enfermedades que suelen nacer de las enemistades.
Pero observa con qué fuerza aplica ambos remedios. Porque en lo primero amenazó con la gehenna; en lo segundo, se niega a recibir el don antes de que te reconcilies. Demostró con esto cuán vehemente suele ser la pasión de la ira y arrancó de raíz por este camino el árbol y sus frutos. Y primero dice no te aíres, y luego no te querelles. Porque estas dos enfermedades mutuamente se ayudan y crecen: de la enemistad nace la querella y de la querella nace la enemistad. Por eso Cristo a veces aplica el remedio a la raíz, a veces al fruto, con el objeto de impedir que brote el mal. Pero si germina y se presenta el pésimo fruto, entonces a éste aplica en torno el fuego.
Así, tras de haber hablado del juicio, del consejo y de la gehenna y de su sacrificio, añadió algo más y dijo: Muéstrate conciliador con tu adversario pronto, mientras vas con él por el camino. Para que no fueras a decir: ¡Bueno! ¿y si soy yo el injuriado? ¿si se me despoja de mis bienes? ¿si se me arrastra a los tribunales? Pues bien, Cristo aparta también esta ocasión de excusarte; porque ordena que ni aun así jamás te entregues a las enemistades. Y luego, por ser éste perfectísimo precepto, añade un consejo tomado de las cosas de acá abajo que suelen los que son un tanto rudos mejor mantener en la memoria.
¿Para qué objetas, dice Cristo, que el otro es más poderoso y que te causa males? Más podrá dañarte si no lo aplacas y sí te obliga a entrar en la cárcel. Porque en el primer caso, aplacado él, aunque sea perdiendo tú tus riquezas, al fin y al cabo, te escapas de ser encarcelado. En cambio, si te llevan a los tribunales, te atarán con cadenas y sufrirás los más duros padecimientos. Por el contrario, si evitas ese pleito, sacarás dos bienes: no sufrir cosas desagradables, y otro, que tu buena obra sea fruto no de la violencia de tus adversarios sino de tu buena voluntad.
Si no quieres acceder a este consejo, el resultado más será en tu daño que en el suyo. Y considera aquí en qué forma exhorta Cristo. Una vez que hubo dicho: Muéstrate conciliador con tu adversario, añadió: pronto; y no contento con esto procuró otra manifestación de rapidez diciendo: mientras vas con él por el camino, empujándolo así a reconciliarse y urgiéndolo con gran vehemencia. Porque nada destruye tanto nuestra vida como el andar dudando y dejando para otro día las buenas obras. Esto muchas veces fue causa de la ruina total, como dice Pablo: deja la ira antes de que el sol se ponga. Previamente a este pasaje, también dijo Cristo: Antes de que ofrezcas tu sacrificio, reconcíliate. Igualmente aquí dice: pronto, mientras vas con él, por el camino, antes de que llegues a las puertas del tribunal, antes de que te sientes en el banquillo de los acusados y quedes, finalmente a disposición del juez. Antes de que entres ahí, todo está en tus manos; pero una vez entrado, por más que te vuelvas a una parte y a otra, no podrás disponer de lo tuyo con libertad, pues estarás bajo la potestad de otro.
¿Qué significa: muéstrate conciliador? Una de dos cosas: o bien que estés preparado a sufrir algún detrimento; o bien que, juzgues poniéndote en lugar de tu adversario, para que no, por amor de ti mismo, violes su derecho; sino que juzgues de su negocio como si fuera tuyo y así sentencies. Y si esto te parece difícil y cosa de gran empeño, no te extrañes. Por esto declaró todas aquellas bienaventuranzas; para que preparado ya el ánimo de los oyentes, estuvieran más aptos para captar y aceptar todos los preceptos.
Hay quienes quieren entender al diablo bajo el nombre de adversario; y juzgan que la sentencia es que no se ha de tener nada común con él acá, puesto que, una vez salidos de esta vida, ya no podríamos separarnos de él, sino que nos conduciría, al inevitable suplicio. Pero a mí me parece que se trata aquí, de los jueces terrenos y del camino que lleva a los tribunales y a la cárcel. Pues Cristo, tras de haber exhortado con razones más altas y con los resultados para lo futuro, amenaza ahora mediante la comparación con los negocios terrenos. Eso mismo que hace Pablo, exhortando al oyente ya por medio de lo futuro, ya por medio de las cosas presentes. Así, por ejemplo, para apartar de la perversidad, presenta al que obra el mal ante el príncipe terreno bien armado, con estas palabras: Pero si, haces el mal, teme; porque no en vano porta la espada; pues es ministro de Dios 111 Y cuando ordena estar sujetos a Dios, pone delante no únicamente la reverencia debida a Dios, sino también sus amenazas y su providencia y dice: Es preciso someterse no sólo por temor del castigo, sino por conciencia. Y esto porque la gente un tanto ruda, como ya dije, suele moverse más a enmienda por las cosas que se ven y tienen delante.
Por tal motivo, Cristo no trajo a la memoria únicamente la gehenna, sino además el juicio y el tribunal y el arrastrar a la cárcel y a la muerte, con todas sus miserias, cortando por todos estos medios las raíces de los homicidios. Quien no acomete con injurias, ciertamente no será arrastrado a juicio, ni prolongará las enemistades: mucho menos llegará jamás a cometer homicidio. Por aquí además se ve claro que en la ganancia del adversario se halla nuestra propia ganancia. Quien se muestra conciliador con su adversario, quedando libre de tribunales y de las miserias de las cárceles, puede ser mucho más útil a sí mismo. Obedezcamos, pues, al precepto y no entremos en querellas ni en pleitos; y esto con tanta mayor razón cuanto que tales preceptos, independientemente de los premios, llevan en sí mismos satisfacción y placer.
Si a alguno le parece que más bien son trabajosos y en gran manera pesados, piense que al obedecerlos obra así por amor a Cristo; y entonces aun lo molesto se le hará suave. Si tal pensamiento tenemos perpetuamente delante, no experimentaremos ninguna molestia, sino que, al revés, por todos lados recibiremos grande placer. El trabajo no nos parecerá trabajo, puesto que cuanto más intenso sea, tanto más se nos hará dulce y suave. De modo que cuando se te eche encima la costumbre que te empuja al mal; cuando te acometa la codicia de las riquezas, oponle el raciocinio que a la mano tienes. Recibiremos gran premio si despreciamos los bienes temporales y sus goces. Di pues a tu alma: Mucho te contristas porque te privo del placer; pero alégrate pues te preparo el cielo. No trabajas por los hombres, sino por Dios. Espera un poco y verás cuán grande ganancia obtienes. Persevera durante el curso de la vida presente y alcanzarás inefable confianza. Si así le hablamos y tenemos presente no sólo el peso y la molestia en el ejercicio de la virtud, sino también la corona que por ella conseguimos, rápidamente apartaremos el alma de su desidia.
Si el demonio, cuando presenta un placer temporal, a pesar del eterno dolor, todavía prevalece, y nos vence; cuando al revés atendamos nosotros al cambio y a que el trabajo es temporal, mientras que el gozo y la utilidad son inmortales, ¿cómo podremos excusarnos, si tras de tan grande consuelo no amamos la virtud? Bástanos como causa y razón del trabajo que tenemos el estar persuadidos de que todo lo sufrimos por Dios. Si alguno tiene por deudor al emperador, piensa que tiene en eso un seguro resguardo para toda la vida. Pues piensa tú ¿cuán seguro estará aquel que al eterno y bondadoso Dios lo ha hecho deudor de todos sus bienes grandes y pequeños? No me alegues, pues, el trabajo ni los sudores. Porque no sólo con la esperanza de los bienes futuros sino también por otros caminos nos facilitará Dios el ejercicio de la virtud. Por ejemplo, ayudándonos con su auxilio y patrocinio. Si quieres poner un poco de empeño todo lo demás se te facilitará.
Quiere el Señor que de tu parte pongas un poco de trabajo, para que así la victoria también sea tuya. Como un rey quiere que su hijo se presente en las filas, lance dardos y brille, para poder adscribirle el trofeo, aun cuando sea él mismo quien lleva todo el peso de la batalla. Igualmente procede Dios en la lucha contra el demonio. Una sola cosa exige de ti: que demuestres una sincera enemistad contra el demonio; si esto le das, todo el peso de la batalla lo llevará él. Cuando te inflamen la ira o la avaricia o cualquiera otra de las tiránicas enfermedades del alma, al punto él estará presente; y si ve que tú, aun estando solo, estás preparado y pronto contra el enemigo, todo lo facilitará y te hará superior al incendio, como lo hizo con los tres jóvenes del horno de Babilonia; pues tampoco ellos pusieron de su parte otra cosa que su buena voluntad.
Con el fin, pues, de que nosotros, huyendo aquí del horno del placer ilícito, escapemos también de la gehenna, día por día meditemos estas cosas; procuremos llevarlas a la práctica ya por medio de nuestros propósitos de bien obrar, ya con frecuentes oraciones, alcanzando así la benevolencia de Dios. De este modo, lo que ahora no nos parece llevadero, se tornará ligero y fácil y amable. Mientras andamos enredados en malas afecciones, creemos que la virtud es áspera, difícil, inaccesible y a la perversidad la tenemos por amable y dulcísima; pero si un poco nos apartamos de los vicios, entonces la perversidad nos parecerá abominable y deforme y la virtud fácil y amable. Podemos conocer esto atendiendo a los que fueron varones esclarecidos por la pureza de su vida. Oye a Pablo que dice ser los vicios, aun después de la conversión, vergonzosos: ¿Y qué fruto obtuvisteis entonces en aquellas cosas de las que ahora os avergonzáis? 112
En cambio, cuando habla de la virtud, la llama cosa fácil y ligera y que por su misma ligereza es momentánea tribulación y trabajo leve; y se goza en sus padecimientos y exulta en sus tribulaciones y en las llagas recibidas por Cristo; y se muestra poseedor de una alta sabiduría. Pues para que nosotros alcancemos ese estado y en él permanezcamos; y día por día nos adornemos con las dichas virtudes; y olvidando los triunfos pasados acometamos las luchas presentes, sin fallas y siempre, busquemos el premio de nuestra vocación a los cielos. Ojalá que todo lo consigamos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XVII

Habéis oído que se dijo a los antiguos: no adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón.
UNA VEZ que terminó de explicar el primer precepto y lo elevó hasta hacerlo la cumbre de la perfección, procediendo por su orden vino al segundo, siempre atendiendo a la Ley Antigua. Me dirás que éste no es el segundo mandato sino el tercero; ya que no fue el primer mandamiento: No matarás, sino: El Señor tu Dios es el único Señor. 113 Es verdad. Y por lo mismo tenemos que investigar por qué razón no comenzó por éste Jesús. ¿Cuál fue, pues, el motivo? Que si por éste hubiera dado principio, habría tenido que extenderse y entrar en explicaciones acerca de sí mismo. Mas aún no había llegado el tiempo oportuno para enseñar acerca de sí mismo nada de eso. Mientras tanto, tuvo un discurso moral para luego, por él y por los milagros, persuadir a los oyentes de que él era Hijo de Dios. Si antes de hablar de estas materias y de mostrar sus obras, repentinamente y al punto hubiera dicho: Habéis oído que se dijo a los antiguos: Yo soy el Señor tu Dios y fuera de mí no hay otro; pero yo os digo que me adoréis como a Señor, lo que habría logrado habría sido que lo tuvieran por loco furioso.
Si después de tantas enseñanzas y de tantos milagros y cuando aún no había enunciado claramente tan alta verdad, lo llamaron endemoniado, al intentar él, antes de todo lo dicho, llamarse Dios, ¿qué no habrían exclamado? ¿qué no habrían pensado? En cambio, con reservar para el tiempo oportuno esta doctrina, se preparó el camino para que muchos fácilmente aceptaran el dogma. Tal fue la razón de omitir ese primer mandamiento. Más tarde, una vez que con milagros y con su misma excelentísima doctrina preparó el camino, entonces poco a poco y despacio, finalmente expuso tan alta verdad. El hecho de estatuir aquellas leyes o reformarlas con propia potestad, podía ya llevar al recto conocimiento del dogma a quien atendiera y bien discurriera. Pues dice el evangelio que estaban estupefactos, porque no enseñaba como los escribas.
Partiendo de los vicios más generales del hombre, es decir, de la ira y la concupiscencia (puesto que son los que más ejercen su tiranía sobre nosotros y son más propios de nuestra humana naturaleza), corrigiólos con suprema autoridad, como a Legislador convenía; y así los ordenó y arregló. Porque no se contentó con decir que los adúlteros sufrirán castigo; sino que hizo lo mismo que había hecho respecto de los homicidas, imponiendo penas aun al solo mirar impúdico; para que comprendiéramos qué es lo que, además de lo escrito en la Ley, se nos exige ahora. Y así dijo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón. Es decir, quien acostumbra ver curiosamente los cuerpos bellos y anda a caza de rostros hermosos, y en eso apacienta su ánimo y en ellos clava la vista, y en las caras hermosas.
Porque vino Cristo no únicamente a purificar los cuerpos de actos deshonestos, sino a las almas antes que a los mismos cuerpos. Puesto que es en él corazón donde recibimos la gracia del Espíritu Santo, ese es el primero que limpia. Preguntarás ¿cómo podemos librarnos de la concupiscencia? Muy bien, si queremos, podemos extinguirla e impedirle que brote. Por lo demás, Cristo aquí no sólo reprueba el acto de la concupiscencia, sino aun la concupiscencia que nace de la sola mirada. Quien procura andar viendo rostros hermosos enciende en sí de un modo especial el horno de este vicio, y sujeta su alma al cautiverio; y pronto caerá con las obras. Por eso no dijo Cristo: Quien quisiere adulterar, sino: quien mira para desear. Cuando hablaba de la ira, hizo una distinción añadiendo sin motivo, sin causa. Aquí en cambio no procede así, sino que en absoluto prohibió toda concupiscencia; y esto aunque la ira y la concupiscencia nos sean tan connaturales y nos sean congénitas no sin utilidad. La primera para castigar a los malvados y enmendar a los perversos; la segunda, para la propagación del género humano.
Entonces ¿por qué aquí no hizo ninguna distinción? No es así. Si bien adviertes, verás que hay una suprema distinción. Porque no dijo simplemente: el que deseare; puesto que puede cualquiera aun habitando en la montaña desear; sino: quien viere para desear. Es decir, aquel que se busca para sí el deseo. Es decir, aquel que, sin que nadie lo obligue, mete en su alma tranquila la bestia feroz de la concupiscencia. Porque esto gano es instintivo movimiento de la naturaleza, sino que proviene de la desidia. Por lo demás, esto ya estaba prohibido en la Ley Antigua, que decía: No fijes la vista en la hermosura ajena . 114
Y para que nadie alegara y dijera: ¡Bueno! Pero ¿si yo veo y no caigo en la red? Te prohíbe Cristo la mirada con el objeto de que no te fíes y mediante la mirada caigas luego en el pecado. ¿Y qué si veo y deseo pero no paso a la obra? A pesar de esto serás contado entre los adúlteros. Sentencia es del Legislador y no investigues más. Si así miras, una, dos, tres veces, podrás contenerte; pero si con frecuencia lo haces, y enciendes el horno, ciertamente quedarás cogido en la red, pues no constituyes una excepción de la humana naturaleza. Cuando vemos a un niño con una espada, aunque aún no lo veamos herido, sin embargo, lo azotamos y le prohibimos que la ande manejando: así el Señor prohíbe las miradas impúdicas aun antes de que se llegue a las obras, no sea que se llegue hasta ellas. Quien así enciende la llama, aun estando ausente la mujer a quien miró, con frecuencia se forma fantasías de cosas torpes y de semejantes imágenes con frecuencia también pasa a las obras. Por esto, Cristo quita de en medio aun el coito que el animo se imagina.
¿Qué dirán aquellos que en sus casas conviven con vírgenes? 115 Conforme a este precepto, serán reos de infinitas fornicaciones, Pues cada día contemplan a esas doncellas encendidos en deseos. Job desde el principio se puso esta ley y se abstuvo de semejantes miradas. Ciertamente después de las miradas la batalla es más difícil, que es no gozar de lo que amas. Ni es tan grande el placer recibido con las miradas cuanto lo es el daño que se experimenta por el acrecentarse los deseos; y así se da al demonio ocasión .y espacio mayor para causarnos mal: no podremos resistirlo una vez que lo hemos introducido en lo íntimo de nuestro corazón y le hemos abierto de par en par nuestro animo.
Dice, pues, Cristo: No adulteres con la vista y no adulterarás en tu corazón. Hay otros modos de mirar como son los que tienen los varones castos. Por eso Cristo no prohibió en absoluto las miradas, sino las miradas con mal deseo. Si no hubiera sido esta su intención, habría dicho simplemente: todo el que mira a una mujer. Pero no dijo así, sino quien la ve con mal deseo y con semejante vista se deleita. No te dio Dios los ojos para que te lleven a la fornicación; sino para que viendo las criaturas alabes y admires al Creador. De manera que así como puede suceder que inconvenientemente te aíres, así puede suceder que inconvenientemente mires, como cuando miras movido de la concupiscencia. Si quieres mirar y juntamente deleitarte, pon los ojos en tu esposa y ámala con perpetuo cariño: ninguna ley te lo prohíbe. Pero si quieres contemplar ajena hermosura con fea curiosidad, hieres a tu esposa al volver hacia otra tus ojos y también hieres a la que miras ilícitamente si es que ilícitamente la tocas. Y por cierto, aun cuando con tu mano no la toques, pero ya la tocaste con tus ojos, lo cual se te cuenta por adulterio.
Por otra parte, semejante adulterio, aun antes del castigo que ya tiene señalado, trae consigo otro suplicio no menor. Porque, llena tu interior de turbación y desarreglo: grande tempestad se levanta; gravísimo dolor se presenta; y quien tal padece no queda en mejores condiciones que los que están ceñidos con cadenas y ataduras. Además, la que tal dardo te lanzó, con frecuencia desaparece; pero en ti permanece la herida. O por mejor decir, no fue ella la que te lanzó el dardo; fuiste tú mismo quien te causaste la llaga mortal por haber mirado impúdicamente. He dicho esto para que no acuses a las mujeres honestas. Pero si alguna en tal forma se adorna que atraiga las miradas de los transeúntes, aun cuando a ninguno de ellos lo atraviese con sus dardos, sin embargo, sufrirá horrendos castigos. Pues cuanto fue de su parte, preparó la bebida y combinó el veneno, aun cuando no haya ofrecido la copa. Más aún: ¡ya la ofreció, aun cuando nadie la haya acercado a sus labios! ¿De modo que Cristo habla aquí también para las mujeres? ¡Cierto que sí! Pues en todas partes él legisla en común para todos, aun cuando parezca dirigirse a solos los hombres. Al hablar a la cabeza es indudable que amonesta a todo el cuerpo. El sabe que hombre y mujer son un solo viviente y nunca los separa en géneros.
Pero si quieres escuchar en especial la reprimenda dirigida a las mujeres, oye a Isaías que dice muchas cosas contra ellas y acusa su vestido, su aspecto, su modo de andar, sus túnicas que arrastran hasta la tierra, sus danzas lascivas, sus cuellos muellemente encorvados. 116 Y juntamente escucha al bienaventurado Pablo, quien les puso muchas leyes acerca del vestido, de sus adornos de oro, de sus cabellos entretejidos en peinados, de su molicie y de otras cosas semejantes, corrigiendo severamente a su sexo. 117 Por su parte Cristo, hablando oscuramente en lo que sigue, declara lo mismo. Pues al decirnos: arranca, corta lo que te escandaliza, demuestra su ira santa excitada contra ellas. Por eso añadió: Si pues tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti. Para que no te excusaras diciendo: pero si es parienta mía, si la unen ciertos lazos conmigo. Para eso dijo esto. En forma alguna se refería a los miembros materiales de tu cuerpo, ya que nunca afirmó que los pecados fueran cosa de los miembros ni de la carne material: su acusación atañe siempre a la voluntad perversa. No es tu ojo el que quiere ver, sino tu pensamiento y tu ánimo. Así con frecuencia sucede que, vueltos nosotros hacia otro lado, el ojo ve a los que están presentes. De manera que la totalidad del acto no puede atribuirse al ojo.
Además, si se refiriera a los miembros materiales, no hablaría de solo el ojo derecho, sino de ambos. Porque quien es escandalizado por el ojo derecho, lo será también sin duda por el izquierdo. Entonces ¿por qué dijo el ojo derecho y también hizo referencia a la mano derecha? Para que veas que no se refiere a los miembros, sino a las personas que están unidas a nosotros con los vínculos de la amistad. Como si dijera: si amas a alguno tanto como a tu ojo derecho; o lo juzgas tan útil como tu mano derecha, si ese tal te daña en algo, córtalo. Y nota' bien la fuerza de la palabra, pues no. dijo apártate; sino arráncalo y arrójalo de ti, indicando así la total separación. Y como la orden fue tan severa, nos enseña que para ambas partes resulta ganancia, es decir, del lado de los buenos como del lado de los malos, insistiendo en la misma metáfora. Porque dice: Porque mejor te es que perezca uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Puesto que ni a sí mismo se conserva el dicho miembro y te pierde a ti consigo ¿qué género de humanidad puede ser que ambos os perdáis cuando bien se puede, separaros mutuamente y que uno al menos se conserve?
Entonces ¿por qué Pablo optaba ser anatema? No quería serlo de tal modo que de ello ninguna ganancia se siguiera, sino con el objeto de salvar a otros. En nuestro caso el daño es de ambos. Por eso no dijo simplemente Cristo: arráncalo, sino además: arrójalo de ti; de tal manera que jamás lo vuelvas a tomar mientras permanezca como es. Haciéndolo, lo libras de un castigo mayor y tú también te apartas de la ruina. Mas, para que mejor veas la utilidad de la ley, si te parece examinemos en el cuerpo lo dicho. Si fuera necesario conservar un ojo y así ser arrojado a una fosa y perecer; o bien, sacado el ojo, salvar el resto del cuerpo ¿no escogerás tú esto último? No hay quien no lo afirme. Porque eso no sería aborrecer el ojo, sino amar más a todo el cuerpo.
Aplica esto a los varones y a las mujeres. Si el que te hirió por su amistad permanece incurable, una vez separado, te libra de todo daño, y él mismo se libra de mayores crímenes y no tendrá luego que dar razón juntamente con sus pecados de tu ruina. ¿Observas de cuánta mansedumbre y de cuán grande providencia está llena la ley? ¿Ves cuánta benignidad contiene esa que a muchos les parece nimia severidad? Pues oigan esto los que corren a los teatros y diariamente se convierten en adúlteros. Si la ley ordena arrancar de sí aun al allegado por parentesco, si es que hace daño ¿qué excusa pueden tener los que, permaneciendo en el teatro atraen hacia sí a sujetos extraños y desconocidos y ellos mismos se buscan implícitas ocasiones de ruina? Porque Cristo no sólo no consiente miradas impúdicas, sino que, pues ha demostrado los daños de ellas, amplía luego el alcance de la ley y ordena cortar y arrojar de sí a quien nos daña. Esto Cristo lo ha establecido como ley; El mismo que incontables veces nos habló de la caridad, a fin de que por ambos lados conozcas su providencia y cómo de todas maneras busca tu utilidad.
También se ha dicho: el que repudia a su mujer déle libelo de repudio. Pero yo os digo que quien repudia a su mujer -excepto el caso de fornicación- la expone al adulterio; y el que se casa con la repudiada comete adulterio. Como veis, no pasa adelante sin haber antes enteramente clarificado el recto sentido de lo anterior. Y así nos muestra ahora una nueva especie de adulterio. ¿Cuál? Era ley antigua que quien por cualquier motivo odiara a su mujer, la repudiara mas no se le prohibiera casarse con otra. No que la ley simplemente lo ordenara, sino después de dar libelo de repudio a su mujer, de modo que ya no pudiera ella volver a él y así quedara una como figura del matrimonio. Pues si aquella ley no hubiera establecido esto y le hubiera sido lícito al varón repudiar a su mujer y tomar otra y luego volver a recibir a la primera, tenía que seguirse una gran confusión, por recibir alternadamente todos mujeres de otros, lo que habría sido manifiesto adulterio.
Escogió, pues, la ley un medio que producía no pequeño consuelo, con exigir el libelo de repudio. Pero además se hizo esto para evitar una maldad mayor. Pues si la ley hubiera exigido que el varón retuviera a la que odiaba, sin duda luego le habría dado muerte, pues tales eran los temperamentos judíos. Los que ni a sus hijos perdonaban y mataban a los profetas y derramaban la sangre como agua, mucho menos habrían perdonado a sus mujeres. De modo que la ley permitió lo que era menos malo, para evitar lo que era un mal mayor. Por otra parte, esta ley no era de las importantes y esenciales. Oye cómo lo dice el Salvador: Por la dureza de vuestro corazón os lo permitió Moisés. 118 Prefirió que las echarais de la casa a que las matarais allá adentro.
Ahora bien: habiendo Cristo suprimido toda ira, no sólo vedando el asesinato, sino además prohibiendo el airarse, fácilmente vino a establecer esta ley. Por esto siempre trae a la memoria las primeras palabras, para manifestar que no dice cosas contrarias a la Ley Antigua, sino tales que con ella consuenan. La amplía, no la destruye; la corrige, pero no la anula. Advierte cómo continúa refiriéndose al varón, pues dice: quien repudia a su mujer la expone al adulterio; y quien desposa a la repudiada comete adulterio. De manera que el varón, aun cuando no se despose con otra, por el mismo hecho se hace reo de adulterio, pues expone a su mujer repudiada al adulterio. Y si se desposa con otra, personalmente es adúltero. Ni me objetes que él la dimitió; pues aun dimitiéndola sigue siendo esposa del dimitente. Y luego, para no hacer con esto más arrogante a la mujer, echándolo todo sobre el dimitente, cierra la puerta a otro, si quiere recibirla, diciéndole: Y el que despose a la dimitida comete adulterio. De este modo hace recatada a la esposa aun contra la voluntad de ella y le cierra la entrada con otro varón y no le da ocasión de ficciones y disimulos.
Entendiendo la mujer que en todo caso le es necesario tener el esposo que desde el principio le tocó en suerte; y que si sale de aquella casa no tiene ya más donde refugiarse, aun a pesar suyo se verá obligada a amar a su esposo. Y si Cristo nada de esto dice directamente a la esposa, no te extrañes, puesto que la mujer es de sexo más débil. Por eso, una vez que ella ha sido repudiada, cuando pone temor a los varones con varias amenazas, por el hecho mismo corrige también a las esposas. Es como si alguno tuviera un hijo licencioso, tras de despedirlo de su casa, luego castigara a quienes lo habían vuelto licencioso y les vedara volver a visitarlo o conversar con él. Si esto te parece oneroso, recuerda lo que dijo anteriormente, cuando predicaba a sus oyentes las bienaventuranzas; y encontrarás que eso no es imposible, sino fácil. El manso, el pacífico, el pobre de espíritu, el misericordioso ¿cómo van a repudiar a sus esposas? Quien anda reconciliando a otros ¿cómo va a querellar a su mujer?
Pero también por otro camino Cristo hace ligera su ley, pues deja un modo de repudio cuando dice: excepto el caso de fornicación. Se mantiene dentro de la conveniencia. Si ordenara al varón retener, aun en este caso, a su mujer, mezclada con otras, de nuevo caería el hombre en el caso de adulterio. ¿Adviertes cuán bien trabado está todo? Porque quien no ve con miradas impúdicas a la esposa de otro, no caerá en fornicación; y si no cae en fornicación él, no dará ocasión al otro para dimitir a su esposa. Por eso libremente la obliga y le confirma el temor, y amenaza con graves peligros al esposo para el caso de dimitirla, pues lo hace reo de fornicación de la dimitida. Y para que no creas que cuando dice: arranca tu ojo, se refiere incluso a tu esposa, oportunamente añade esta precaución de poner un modo y sólo un modo de repudio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: No perjurarás, antes cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo os digo que no juréis de ninguna manera. ¿Por qué no trató enseguida del hurto, sino que lo pasó en silencio y vino a decir acerca del falso testimonio? Porque quien roba, seguramente que en algún tiempo y de algún modo habrá jurado. Pero quien no sabe jurar ni mentir, con mayor razón se abstendrá del hurto. De manera que por este camino también corrige el hurto, porque la mentira se deriva del hurto. Y ¿qué significa: antes cumplirás al Señor tus juramentos? Quiere decir que cuando juras lo hagas con verdad. Pero yo os digo que no juréis de ninguna manera. Y para apartarlos más y más y que no tomen el nombre de Dios en los juramentos, dice: ni por el cielo, pues es el trono de Dios: ni por la tierra, pues es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, pues es la ciudad del gran Rey. Toma de nuevo expresiones de los profetas, y demuestra que no los contradice; porque tenían los judíos la costumbre de jurar por esas cosas, como se demuestra también por el final de este evangelio.
Considera por tu parte de dónde levanta los muros para la defensa de semejante prohibición: no los toma de su propia naturaleza, sino del amor de Dios a sus criaturas; aunque expresado en una forma humilde y acomodada a nuestra inteligencia. Grande era el poder de la idolatría. Pues bien: para que no pareciera que los elementos debían ser honrados por su propia naturaleza, puso la causa que acabamos de decir y los traspasó a la gloria de Dios. Porque no dijo: por ser el cielo hermoso y grande; ni por ser la tierra útil; sino porque aquél es el trono de Dios y ésta el escabel de sus pies: así empujaba a todos por todas maneras a la contemplación del Señor. Ni por tu cabeza porque no está en ti volver uno de tus cabellos blanco o negro. Enseguida, por tanto, sin atender al hombre ni admirarlo, añadió que no se ha de jurar por su cabeza; Pues de lo contrario, habría que adorar al hombre. Sino que, dando la gloria a Dios y explicando cómo ni tú mismo eres dueño de ti, deja ver cómo tampoco lo eres de los juramentos que hagas por tu cabeza. Si nadie cede su hijo a otro, mucho menos Dios te dará la paternidad de sus propias obras. Aun cuando tu cabeza sea tuya, sin embargo, es propiedad de otro; y tan lejos estás de ser su dueño que ni aun mínimas cosas puedes obrar en ella. Porque no dijo: no puedes hacer brotar un cabello, sino ni siquiera mudar la cualidad de un cabello.
¿Qué se hace entonces, preguntarás, si alguno exige el juramento y le parece necesario? Que el temor de Dios sea más poderoso que la necesidad. Porque si te das a oponer semejantes motivos, acabarás por no guardar ninguno de los preceptos. También acerca de la esposa opondrás que es rijosa y gastadora. Y de tu ojo derecho dirás: ¿qué puedo hacer si lo amo y por eso voy a ser condenado al fuego? Y acerca de las miradas impúdicas ¿puedo yo acaso no ver? Y del irritarte contra tu hermano: pero, si por carácter soy violento y no puedo contener mi lengua. Y por ese camino pisotearás todos los preceptos enumerados.
Pues bien: en las leyes humanas no te atreverías a poner semejantes objeciones, ni aun a mencionarlas y decir: pero bien: ¿si esto, si aquello? Lo que haces es aceptarlas de buena o de mala gana. Por el contrario, si observas los mandamientos nunca padecerás violencia. Pues quien ha oído las bienaventuranzas y ha conformado su vida así como Cristo quiere, nunca sufrirá violencia de parte de nadie, porque resultará ante los hombres admirado y honorable. Sea vuestra palabra sí, sí; no, no. Todo lo que pase de esto del Malo procede. Pero ¿qué es lo que se llama superfluo después del sí o el no? El juramento, no el perjurio. Porque el perjurio es claramente malo y nadie hay que no sepa que procede del Malo y que no es superfluo, sino simplemente malo. Superfluo es lo que redunda y se añade de más; y así es el juramento. Mas ¿por qué se afirma que viene del Malo? Y si es malo ¿por qué estaba ordenado en la Ley Antigua? La misma objeción podrías poner respecto a la mujer: ¿por qué ahora se tiene como fornicación lo que antes estaba permitido? ¿Qué responder a esto? Que todo eso se dijo en la Ley Antigua en gracia de la debilidad de los legislados. También es cosa indigna que se dé culto a Dios con la grasa quemada de las víctimas, como es indigno de un filósofo balbucir. Ahora, cuando la santidad se ha elevado hasta su perfección, aquello antiguo se reputa adulterio y es del Malo el jurar.
Y no es que aquellas leyes del comienzo provinieran del demonio, pues no habrían podido producir tanto provecho. Desde luego, si ellas no hubieran precedido, las nuevas no habrían sido aceptadas con tanta facilidad. No exijáis pues a las leyes aquellas una fuerza grande ahora que su uso ha ya pasado: aquéllas las pedía el tiempo aquél. Más aún, si lo prefieres, todavía lo pide el tiempo de ahora. Porque la fuerza de aquellas leyes se demuestra precisamente por donde más se las acusa. Su mayor alabanza es que ahora aparezcan así. No aparecerán útiles si antes no nos hubieran nutrido y nos hubieran hecho capaces para recibir las otras más perfectas. Como sucede con los pechos femeninos. Una vez que han cumplido con su oficio y el niño pasa a la mesa de los mayores, ellos parecen inútiles; y no lo son aunque los papás, que anteriormente los juzgaban necesarios para el niño, luego les dedican infinitas sornas y chistes; y aun muchos los burlan no sólo con palabras, sino que los untan con amargos ungüentos para ver si acaso así los pechos mismos quitan al niño el anhelo de mamarlos, cuando las solas palabras no han logrado apartarlo de ellos. Pues del mismo modo Cristo afirmó que aquella redundancia provenía del Malo, no para indicar que la Ley Antigua fuera del demonio, sino para apartar con mayor vehemencia a los hombres de aquellas antiguas y más bajas observancias.
Así habló a los discípulos. Pero a los judíos obcecados y aferrados a lo antiguo, con el temor de la cautividad, como con una cosa amarga, les vedó el acceso a .la ciudad de Jerusalén. Y cuando ni aun esto pudo apartarlos, sino que anhelaban siempre lo antiguo, al modo de niños que buscan los pechos maternos, finalmente les ocultó la ciudad destruyéndola y dispersando a muchos de ellos y llevándolos allá lejos. Hizo al modo de muchos que a los ternerillos, apartándolos de las vacas y encerrándolos, mediante el transcurso del tiempo los acostumbran a prescindir de la leche que solían. En realidad, si la Ley Antigua fuera obra del demonio, no habría apartado de la idolatría, sino al revés, habría lanzado a ella; puesto que eso era lo que el demonio intentaba. Pero ahora podemos ver que ella hizo todo lo contrario. El juramento se instituyó en el Antiguo Testamento para evitar que los judíos juraran por los ídolos. Pues dice: Jurad por vuestro Dios. 119 De manera que no fue poco el fruto de la Ley, sino mucho. Sin embargo, fue necesaria la venida del Salvador para un alimento más sólido. Entonces el jurar ¿no proviene del Malo? Proviene en verdad del Malo, pero esto es ahora tras de alta sabiduría y virtudes, no entonces. Preguntarás ¿cómo una misma cosa puede ser ahora buena y ahora no? Pues yo afirmo lo contrario: ¿cómo puede una cosa ser ahora buena y ahora no cuando lo están gritando todos los seres, las artes, los frutos y todo lo demás?
Puedes advertirlo en la misma naturaleza. En la primera edad es buena la gestación; más tarde sería dañosa. Usar de blandísimos alimentos es bueno al comienzo de la vida; pero más tarde sería horroroso. A los principios es útil y saludable ser alimentado con leche y recurrir a los pechos; pero más tarde sería muy pernicioso y causaría enfermedad. ¿Ves, pues, cómo unas mismas cosas, según los tiempos, son buenas pero luego ya no lo son? Que un niño porte un manto de niño, le resulta decoroso; pero ese manto para un varón sería reprensible. ¿Quieres ver esto mismo por sus contrarios y cómo lo que a un adulto le conviene a un niño no le conviene? Viste a un niño con un manto de hombre y todos lo burlarán, y él al caminar se pondrá en peligro, teniendo que volverse y revolverse de un lado a otro. ¡Bueno! ¡encarga a un niño los negocios civiles, el comercio, la agricultura! ¡Todos lo tendrán por ridículo!
Mas ¿para qué alego estas cosas? El asesinato mismo que todos afirman ser claramente invento del demonio, si a su tiempo se practica, obtiene para Finés el honor del sacerdocio. Y que el homicidio sea cosa del demonio oye cómo lo dice Cristo: Vosotros queréis hacer obras de vuestro padre. El es homicida desde el principio. 120 Y sin embargo, homicida fue Finés y le fue reputado esto a justicia. 121 Y Abraham no sólo fue homicida, sino matador de su hijo, lo que es peor, y así agradó más a Dios. Dos homicidios cometió Pedro, y sin embargo lo que hizo fue gracia espiritual. 122
No nos fijemos, pues, simplemente en el hecho, sino examinemos además el tiempo, el motivo, la voluntad, la diferencia de personas; y profundicemos cuidadosamente todas las circunstancias que se juntan. No hay otro modo de llegar a la verdad. Si queremos conseguir el reino eterno, pagamos algo más de lo ordenado por la Ley Antigua, pues no podremos por otro camino alcanzar los bienes celestes. Si apenas llegamos a la medida de los antiguos, quedaremos fuera de la puerta. Porque dice Cristo: Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos.
Y sin embargo, a pesar de semejante amenaza, todavía hay quienes no superan aquella justicia, sino que se quedan muy atrás. Porque no sólo no evitan los juramentos, sino que aun perjuran. No sólo no evitan las miradas impúdicas, sino que incluso se lanzan al pecado de obra y se atreven impunes a todo lo prohibido; y no hacen sino esperar el día del castigo, cuando, a causa de sus pecados sufrirán penas horribles. Pues no queda otra suerte para quienes pasan su vida en perversidades. De semejantes hombres hay unos que desesperan y no se puede esperar de ellos otra cosa sino el castigo. Otros hay, en cambio, que viven acá aún y pueden combatir, vencer, ser coronados.
No desesperes, pues, oh hombre, ni pierdas tu buena presteza para el bien. No son cosas pesadas las que se mandan. Pregunto yo: ¿qué trabajo hay en evitar el juramento? ¿acaso lleva consigo gastos de dinero? ¿acaso sudores y trabajos? Basta con que lo quieras y todo está hecho. Y si me objetas la costumbre, por esa misma razón arguyo que es fácil la enmienda. Toma otra costumbre y todo lo habrás logrado. Considera que hay muchos entre los gentiles que siendo tartamudos, mediante la continua aplicación esforzada, corrigieron ese defecto de la lengua; y otros que con frecuencia inconveniente movían y agitaban los hombros, con una espada suspendida encima se enmendaron. 123 Y me veo obligado a exhortaros con ejemplos del siglo, pues no obedecéis a las Sagradas Escrituras. Así lo hacía Dios con los judíos.
Les decía: Id hasta las islas de los de Kittim y ved; mandad a Cedar e informaos bien, a ver si sucedió jamás cosa como ésta. ¿Hubo jamás pueblo alguno que cambiase de dios, con no ser dioses? 124 Más aún: con frecuencia remite a los irracionales y dice: Ve, oh perezoso, a la hormiga; mira sus caminos y hazte sabio. O: ve a la abeja. 125 Pues lo mismo os digo yo ahora. Considerad a los filósofos griegos, y comprenderéis de cuán grave suplicio son dignos quienes quebrantan las leyes divinas. Ellos por unos humos de honores, sufrieron innumerables trabajos, mientras que vosotros, ni por los bienes celestiales queréis mostrar la diligencia que ellos mostraron. Y si después de esto me alegares que es cosa dura cortar la costumbre, aun para quienes son muy cuidadosos, lo confieso. Pero añado que así como es fácil ser vencido y ser engañado, así también es fácil enmendarse. Si pones en tu casa muchos guardas, como son tu mujer, tus siervos, tus amigos, y todos te empujan y exhortan, fácilmente dejarás la antigua costumbre.
Si por solos diez días perseveras en hacer esto, no necesitarás más largo plazo. Puedes estar seguro. Porque la opuesta y buena costumbre va echando firmes raíces. Cuando empieces a corregir este vicio, aunque una y otra vez traspasases la ley, o tres veces o veinte, no desesperes, sino levántate y sigue en el mismo cuidado; y pronto vencerás del todo. No es leve mal el perjurio. Si jurar proviene del Malo, el perjurio ¿a qué castigos no estará expuesto? ¿Alabáis lo que digo? Pero yo no necesito de aplausos ni de vocerío y tumulto. Una sola cosa quiero: que tras de oír con paz e inteligente atención lo que se dice, luego lo pongáis por obra. Esto me basta en lugar de los aplausos y alabanzas.
Si oyes lo que se dice, pero no haces lo que alabas, el castigo será mayor, más grave la acusación, y a nosotros nos quedará la vergüenza y la burla. Porque no es esto un teatro; no estáis viendo comediantes, para que os contentéis con aplaudir. Esta es una cátedra espiritual. No queda pues sino un empeño: que llevéis a la práctica lo que se os dice y con las obras demostréis vuestra obediencia. Entonces lo habremos logrado todo. Pero tal como van las cosas, casi me veo obligado a desesperar. No he cesado de aconsejar lo mismo a quienes en privado han ido a visitarme y también en las reuniones a vosotros os lo he dicho; pero hasta ahora no veo que haya cosechado ningún fruto. Os veo que aún estáis apegados a los rudimentos primeros y antiguos: cosa que podría engendrar en mí un gran cansancio y fastidio en el enseñar.
Observa cómo Pablo esto mismo lo lleva pesadamente: esto, digo, de que sus oyentes permanecieran por mucho tiempo en el grado correspondiente a la disciplina antigua. Pues dice: Pues los que después de tanto tiempo debíais ser maestros, necesitáis que alguien de nuevo os enseñe los primeros rudimentos de los divinos oráculos. 126 Por la misma razón también nosotros lloramos y nos dolemos. Pero si viere yo que perseveráis en esa costumbre, finalmente cesaré y os cerraré la entrada al divino templo y a la participación de los sagrados misterios, como se hace con los fornicarios y adúlteros y los acusados de homicidio. Es mejor ofrecer a Dios las acostumbradas oraciones con dos o tres que guardan sus leyes, que no andar haciendo estas reuniones de gente perversa que corrompe a los demás. Y que no se ensoberbezca ni enarque las cejas ningún rico, ninguno de los principales. Semejantes actitudes son para mí como sombras y sueños. Al fin y al cabo, ninguno de los que en este siglo son más ricos, me patrocinará cuando sea acusado y tenga que justificarme ante el tribunal eterno, de no haber defendido con la debida vehemencia los divinos preceptos.
Esto fue, esto fue lo que perdió al admirable anciano -me refiero a Helí- aunque por lo demás, había llevado una vida irreprensible. Mas, como viera pisoteados los preceptos de Dios y no atendiera a corregirlos, fue castigado juntamente con sus hijos, y hubo de padecer grave tormento. Si pues en ese caso en que tan grande poder tenía la naturaleza y consanguinidad, ese varón que no usó con sus hijos de la debida severidad, tan reciamente fue castigado ¿qué perdón podemos tener nosotros ni esperar, no teniendo esos lazos 'de parentesco, si a pesar de eso todo lo echáramos a perder por adularos?
Os ruego, pues, que no os perdáis y nos perdáis, sino que obedezcáis; y poniéndoos vosotros mismos infinitos observadores y admonitores, os liberéis de la costumbre de los juramentos; a fin de que, partiendo de ésta, consigáis las demás virtudes con gran facilidad y lleguéis a gozar de los bienes futuros. Ojalá todos los consigamos, por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XVIII

Oísteis que se dijo: ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al malvado; y si alguno te abofetea en la mejilla derecha, dale también la otra; y al que quiera litigar contigo para quitarte la túnica, dale también el manto. (Mt 5, 38-40).
¿VES cómo, cuando te ordenaba extraer tu ojo si te escandalizaba, no hablaba del ojo material, sino de quien unido a nosotros con la amistad, nos hace daño espiritualmente y nos arroja al abismo de la ruina? En verdad, el Señor que tamaña hipérbole usa en este pasaje, y no nos permite ni arrancar el ojo de quien nos ha arrancado el nuestro ¿cómo podía sancionar que personalmente nos arrancáramos los ojos?
Y si alguno acusa a la Ley Antigua porque ordenaba en tal forma vengarse, me parece que ignora la sabiduría que a un Legislador absoluto conviene, lo mismo que las circunstancias de los tiempos y la utilidad que de la suavidad se sigue. Si pensaras qué clase de gente era la que tenía que oír eso y en qué estado de ánimo se encontraba y en qué ocasión recibió semejantes ordenanzas, alabarías grandemente la sabiduría del Legislador y verías cómo es uno y el mismo el autor de aquellas antiguas leyes y de estas nuevas, y cómo las prescribió con grande provecho y a su tiempo oportuno. Si allá a los comienzos hubiera dado leyes tan altas y sublimes, los oyentes no habrían aceptado ni las unas ni las otras. En cambio, por haber establecido ambas en su oportunidad, mediante ambas enseñó al orbe todo.
Por otra parte, no estableció que mutuamente nos saquemos los ojos, sino al revés: que nos abstengamos de hacerlo. La amenaza de la venganza que se debía tomar, reprimió el ímpetu del ánimo dispuesto a injuriar. De este modo, poco a poco, va inculcando grandes virtudes, al ordenar al ofendido que tome venganza igual a la ofensa. A la verdad, mayor castigo merecía el que se adelantara en acometer semejantes crímenes, como lo exige la ley de la justicia. Pero quería el legislador templar la justicia mediante la benignidad, y así condena al que tiene un crimen mayor a un castigo menor; y de paso nos enseña a tener gran moderación cuando algo padecemos.
Una vez que hubo presentado y leído entera la Antigua Ley, enseguida demostró que quien tal cosa hubiere hecho no es un hermano, sino un perverso; y por esto añadió: Pero yo os digo que no resistáis al perverso. No ordenó que no resistiéramos al hermano, sino al perverso, indicando de este modo que semejante crimen lo había cometido a instigación del Perverso. Al mismo tiempo quitaba y arrancaba gran parte de la ira que hubiéramos concebido contra quien semejante injuria nos hubiera hecho, con echar la culpa de ella al otro Malo.
Preguntarás: ¿entonces debemos resistir al Perverso? ¡Sí, debemos! Pero no de aquel modo, sino del que Cristo nos ordena. Es decir, estando preparados a soportar las injurias, pues por este camino lo vencerás. No se apaga el fuego con fuego, sino con agua. Y para que veas que aun en el Antiguo Testamento, quien sufría era quien llevaba la victoria y era coronado, examina los casos y encontrarás que fue siempre el preferido. Porque se ve que quien fue el primero en arrancar el ojo al otro, en realidad arrancó dos ojos: el del prójimo y el propio. Con razón, pues, todos aborrecen a ese tal y se le persigue y abundantemente se le acusa.
En cambio, el ofendido, aparte de que es vengado con una pena igual impuesta al ofensor, se encuentra con que no ha hecho mal al otro. Por lo cual razonablemente encuentra muchos que lo compadezcan, como a hombre sin culpa, aun cuando de hecho se hubiere seguido la venganza. De modo que en último resultado, en ambos es igual la desgracia, pero no lo es la gloria ni ante Dios ni ante los hombres. Y por tal motivo tampoco la calamidad para adelante es la misma. Por eso dijo Cristo al principio: Quien sin motivo se irrita contra su hermano y lo llama fatuo, será reo del fuego de la gehenna. Pero en este pasaje exige mayor virtud aún. Porque no sólo manda que quien tal injuria recibe permanezca quieto, sino que incluso se adelante a quien'; lo hiere en los buenos servicios, presentándole la otra mejilla, Claro está que lo dice no únicamente por este caso, sino dando una ley universal y enseñándonos el comportamiento semejante para las demás ocasiones.
Así como cuando dice: el que llama a su hermano fatuo será reo del fuego de la gehenna, no se refiere exclusivamente a la palabra misma, sino a todo género de injurias, así aquí legisla no únicamente para que si se nos abofetea llevemos con mansedumbre la injuria, sino para que no nos turbemos cuando suframos otra injuria cualquiera. Por esto escogió de la Antigua Ley lo que parece ser extremo en las injurias, y en la Nueva Ley lo que todos consideraban como lo más injurioso, que son; las bofetadas. Y legisló así teniendo en cuenta a la vez al que golpea y al herido. Armado con esta virtud y doctrina, el herido no pensará haber sufrido nada grave, pues eso no tendrá sentido alguno de injuria; y así se habrá como quien está en un certamen y no como simplemente herido. Y el injuriante, avergonzado, no repetirá el golpe aun cuando sea más feroz que una bestia salvaje; y aun se acusar, a sí mismo por el golpe primero.
Nada hay que tanto reprima a los que golpean, como la mansedumbre de los golpeados. De manera que el golpeado no solamente contiene el ímpetu del que golpea para que no pase adelante, sino que de hecho lo hace arrepentirse, y que, admirado de la moderación del otro, se aparte. Y aun hace a veces de los enemigos, amigos y aun familiares y servidores. Por el contrario, la venganza tornada, produce los efectos al revés: cubre de oprobio a ambos contendientes y los vuelve peores y más les excita la llama de la ira y con frecuencia, yendo adelante el daño, se llega hasta el asesinato.
Por tal motivo, ordena Cristo que no se irrite el golpeado, sino que aun llene las ansias del que lo hiere, para que no parezca que ha recibido contra su voluntad el golpe primero. De este modo hiere al impudente con una herida más ejecutiva que si con la espada lo hiriera y lo hace más moderado.
Y al que quiera litigar contigo y quitarle la túnica, déjale también el manto. Quiere Cristo que no sólo en referencia a los golpes, si o también a los dineros, se demuestre semejante mansedumbre. Por lo mismo, usa de nuevo de una hipérbole semejante a la anterior. Ahí ordena vencer padeciendo; aquí cediendo aún más allá de lo que el ladrón esperaba. Ni lo dijo así simplemente, sino puso un aditamento. No dijo da el manto a quien te lo pida; sino: Al que quisiere litigar contigo. Es decir, al que te arrastre a los tribunales y te cause molestias. Así como antes, habiendo dicho: no llames fatuo a tu hermano, no te irrites neciamente, luego exigió algo más ordenando presentar la otra mejilla, así aquí, tras de haber dicho: Ponte de acuerdo con tu adversario, añadió, enseguida, algo más grave. Porque no ordena solamente que al ladrón se le dé lo que nos quiere quitar, sino que se le muestre una liberalidad mayor.
Preguntarás: pero entonces ¿tengo que andar desnudo? Jamás andaríamos desnudos si tal precepto cumpliéramos. Al revés, andaríamos con mayor cantidad de vestidos que muchos otros. En primer lugar porque nadie, en semejante disposición de ánimo, nos acometería. En segundo lugar, si alguien hubiera tan feroz e inhumano que así nos acometiera, y que a tales términos llegara, se encontrarían muchos otros que a un hombre de tan altísima virtud lo cubrieran no digo ya con vestidos, sino, si fuera posible, desnudándose de su propia carne.
Pero aun en el caso de que por ejercitar semejante virtud tuviéramos que andar desnudos, no sería eso nada vergonzoso. Desnudo anduvo Adán en el paraíso, y no se avergonzaba. Isaías, aun desnudo y descalzo, era entre los judíos el más esclarecido. José, cuando se le arrebató el manto, entonces resplandeció sobre todos. Porque andar por tal motivo desnudo, no es malo; sino el andar vestido como ahora es lo usado, con telas de grandísimo precio: Esto sí que es vergonzoso y ridículo. Por esto a los que he mencionado, Dios los alabó, mientras que a los otros por boca de los profetas y apóstoles con frecuencia los reprendió.
No pensemos, pues, que los preceptos son imposibles. Son, por el contrario, útiles y grandemente fáciles, con tal de que estemos alertas; y acarrean grandes ventajas, tales que no sólo a nosotros mismos aprovechan, sino aun a quienes nos hieren, en gran manera. Y lo más excelente que tienen es que, al ordenarnos que soportemos los males, por el mismo caso enseñan la virtud a quienes nos dañan. Juzga el ladrón que es grande bien el apoderarse de lo ajeno. Tú en cambio le demuestras que estás dispuesto a darle aun lo que no pide: a su pequeñez y a su rapacidad contrapones tu presteza y tu virtud. Considera cuán grande enseñanza tomará de aquí, adoctrinado no con palabras, sino con obras a despreciar la maldad y alcanzar la virtud. Dios quiere que no seamos útiles únicamente para nosotros sino también para los prójimos.
Si pues cedes y no entras en contienda ni en juicio, has logrado una utilidad particular para ti; pero si añades un don al que te roba, lo haces mejor en la virtud. Semejante es la sal, pues quiere el Señor que a ella sean semejantes sus discípulos: se conserva a sí misma y conserva de la corrupción las otras substancias con las que se mezcla. Semejante es el ojo: ve para sí y para los demás. Y pues Cristo te ha puesto como ojo y como sal, ilumina tú al que yace en tinieblas y demuéstrale que ni primero al robarte te hizo violencia ni en absoluto después se te siguió daño alguno. De este modo te tomas esclarecido y más respetado, al demostrar que diste y no que perdiste porque te robaron. Haz, en consecuencia, por tu mansedumbre que el pecado del que te roba se convierta en honra tuya.
Quizá pienses ser eso ya cosa grande. Pero espera un poco y verás con claridad que aun así no has llegado a la cumbre de la perfección. Quien puso las leyes del pecador, no se detuvo, aquí, sino que avanzó más y dijo: Si alguno te requisare para una milla, vete con él dos. ¿Has observado la excelencia de la doctrina? Si tras de haberte despojado tu adversario de la túnica y del manto que le cediste, todavía quisiera él usar de tus fuerzas corporales, así desnudo, para soportar el trabajo y la miseria, ni aun en este caso, dice Cristo, conviene impedirlo. Porque es deseo de Jesús que todo lo poseamos en común, así las fuerzas corporales como el dinero; y que todo lo comuniquemos con los pobres y con los que sufren injurias. A esto segundo ayudan las fuerzas; a lo primero la longanimidad.
Por esto dice: Si alguno te requisare para una milla, vete con él dos, con lo que te eleva a más alta virtud y te ordena demostrar la misma liberalidad. Si lo que al principio disponía, siendo cosas de menor virtud, tan grandes bienaventuranzas contienen, considera cuánto mayores bienes esperan a quienes pongan en práctica estos actos de mayores virtudes, y cuán brillantes llegarán a ser, aun antes del premio; puesto que muestran en un cuerpo pasible y humano, una completa impasibilidad. No conmoviéndose ni afligiéndose con las calumnias, los golpes, el robo de los bienes, ni con otra cosa alguna, y cediendo y haciéndose más fuertes con los mismos padecimientos, piensa cuán perfecta llegará a ser la virtud de su alma. Tal es el motivo de que en este caso ordene el mismo comportamiento que en el de los golpes y los dineros.
Como si dijera: ¿Para qué hablo de injurias y dineros? Si tu adversario quiere fatigarte en el trabajo en tu mismo cuerpo y esto haciéndote injusticia, véncelo también ahora y sobreponte a su perversa codicia. Porque eso significa requisar. Es llevarse algo sin permiso y violentar sin razón alguna. Pues prepárate también para esto: para sufrir más aún de lo que él exigirte quiera.
Da a quien te pida y no vuelvas la espalda a quien te pide algo prestado. Este precepto ordena algo menor que los otros. Pero no te admires. Pues así suele Cristo hacer, mezclando lo pequeño con lo grande. Pero si estas cosas son pequeñas, oigan los que roban lo ajeno y los que derrochan en las meretrices y se preparan un doble castigo en el fuego, tanto por esas ideas pecaminosas, como por esos gastos dañosos. Y no habla aquí de la usura, sino que llama a ese préstamo, uso simple; que es lo mismo que en otra parte procura, cuando afirma que debemos dar a aquellos de quienes no esperamos recompensa.
Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir el sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos e injustos. Observa cómo puso el remate de todos los bienes. Por esto enseñó a llevar con paciencia a quienes nos abofetean e incluso a presentarles la otra mejilla; y no sólo añadir el manto a la túnica, sino a ir por dos millas más con quien nos ha requisado para una, a fin de que luego con mayor facilidad aceptaras lo que era superior a tales preceptos. O sea que quien esto cumpla juntamente no tenga enemigos. Pues bien: hay algo más perfecto aún. Porque no dice No aborrezcas, sino ama. No dijo: No dañes, sino haz beneficios.
Si alguno cuidadosamente examina, encontrará un aditamento mayor con mucho que esto. Porque ahora no manda únicamente amarlos, sino rogar por ellos. ¿Observas a qué gradas ha subido y cómo nos ha llevado hasta la cumbre misma de la virtud? Quiero que lo medites, enumerándoles desde el principio. El primer grado es no injuriar. El segundo, cuando se nos injuria, no vengarnos a nuestra vez. El tercero, no aplicar al que nos hiere el mismo castigo con que nos hiere, sino tener mansedumbre. El cuarto, ofrecerse de buena voluntad a sufrir injurias. El quinto, ofrecer al que nos injuria mucho más de lo que él nos exige. El sexto, no odiar a quien nos hace semejante injusticia. El séptimo, incluso amarlo. El octavo, además hacerle beneficios. Finalmente, el noveno, rogar a Dios por él.
¿Ves la cumbre de la virtud? Por esto su reino es espléndido. El precepto era difícil y necesitaba un ánimo generoso y muy diligente, por lo cual le señaló un premio tal como no lo había hecho con los anteriores preceptos. No trae aquí a la memoria la tierra, como al tratar de los mansos; ni la consolación y misericordia, como al tratar de los que lloran y se compadecen; ni el reino de los cielos; sino que, lo que es en sumo grado admirable, dice que serán semejantes a Dios, en cuanto los hombres pueden ser semejantes a Dios. Porque dice: Para que seáis semejantes a vuestro Padre que está en los cielos. Debes advertir cómo ni aquí ni en lo anterior llama suyo al Padre. Cuando' trató de los juramentos habló de Dios y del gran reino; pero aquí habla del Padre de los oyentes. Pues bien: lo hace atendiendo a la oportunidad de los tiempos y guardando para ella tales modos de hablar. Luego avanza y declara y explica la semejanza que dejó apenas indicada, diciendo: el cual hace nacer su sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos y pecadores De manera que, dice, no aborrece, sino incluso hace beneficios a quienes lo injurian. Aunque, a decir verdad, no hay en esto igualdad alguna, no sólo respecto de la magnitud de los beneficios sino también en la dignidad altísima. Tú eres despreciado por un consiervo; El por un siervo a quien ha colmado de infinitos beneficios. Tú, cuando oras por el consiervo ofreces, palabras; pero El da cosas mucho más grandes y admirables: desde luego, la luz del sol y las lluvias anuas. Pero aún así, parece decir, te concedo que seas igual a Dios, en cuanto el hombre puede serlo.
No odies, pues, al hombre que te hace mal, pues con esto te alcanza bienes innumerables y a tan alto honor te eleva. No maldigas a quien te hace mal, pues de lo contrario sufrirás y al mismo tiempo quedarás privado del fruto: soportarás el daño y perderás el premio, cosa que será el colmo de la locura: es a saber, que habiendo soportado lo que es más, no suframos lo que es menos. Dirás que ¿cómo es eso? Viendo a Dios hecho hombre y que en tal manera se ha abajado y tan terribles padecimientos ha soportado por ti ¿todavía preguntas y dudas de cómo puedes perdonar las injurias de tu consiervo? ¿No lo escuchas cuando en la cruz dice: Perdónalos porque no saben lo que hacen? 127 ¿No oyes a Pablo que dice: El que resucitó, el que está a la derecha ruega por nosotros. 128¿No ves que después de la cruz y de la Ascensión envió sus apóstoles a los judíos que lo habían crucificado, para que les llevaran infinitos bienes, y esto a sabiendas de que los apóstoles iban a sufrir de su parte males sin cuento?
¿Alegarás ser ya mucho lo que has sufrido? ¿Es acaso que tú ya soportaste todo cuanto padeció tu Señor, que fue atado, abofeteado, azotado, escupido por sus siervos, muerto, y muerto con la muerte más ignominiosa de todas las muertes y todo tras de haberles hecho tan inmensos beneficios? Entonces si tus enemigos muy mucho te han ofendido, cólmalos de beneficios para tejerte una brillante corona y librar a tus hermanos de su gravísima enfermedad. Los médicos cuando son acometidos por algún enfermo furioso a puntapiés e injurias, entonces sobre todo se duelen y se disponen a devolverles la salud, sabiendo que las injurias son fruto de la violencia misma de la enfermedad.
Piensa tú lo mismo acerca de los que te asedian, y procede con esos enfermos de la misma manera; porque enfermos son precisamente esos a quienes oprime y sufren la dicha enfermedad. Libra a tu enfermo de su mal gravísimo y procura que se alivie de su ira: arrebátalo de ese demonio cruel. Cuando contemplamos a un poseso, lloramos y procuramos no quedar también nosotros poseídos del demonio. Esto es lo que debemos hacer con los airados, puesto que los tales son como los posesos y aún más miserables, ya que están locos teniendo sus sentidos cabales. Y esta es una de las razones por las que su locura no merece perdón.
No hundas más al caído, sino al revés: compadécelo. Si vemos a alguno con la bilis conmovida y con vértigos y que se apresura a vomitar aquel mal humor, le ayudamos, lo sostenemos, aun cuando nos manche el manto no cuidamos de esto; lo único que nos preocupa es librarlo de semejante angustia. Pues bien, procedamos lo mismo con los irritados: sostengámoslos mientras vomitan y se agitan y no los abandonemos hasta que hayan arrojado toda la bilis. Cuando estén ya en paz, te quedarán sumamente agradecidos y verán con claridad de qué tremenda perturbación los habéis liberado.
Mas ¿qué digo? ¿que te darán las gracias? Dios al punto te coronará y te pagará con bienes infinitos, porque has librado a tu hermano de grave enfermedad; y el mismo a quien has liberado te dará las gracias y te honrará como a señor y reverenciará tu moderación. ¿No has visto cómo las mujeres en punto de parto muerden a las más cercanas y sin embargo éstas no lo toman a injuria? Cierto que se duelen, pero con fortaleza lo soportan y se mueven a misericordia con la paciente destrozada por el dolor. Imítalas y no seas más cobarde que las mujeres. Cuando esas mujeres de que hablamos (pues al fin y al cabo los airados están más dispuestos a la riña que las dichas mujeres), hayan por fin dado a luz, verán que tú eres todo un hombre.
Si tales preceptos te parecen pesados, piensa que para esto vino Cristo: para metérnoslos en el alma y hacernos útiles a amigos y enemigos. Por lo cual nos ordena cuidar de unos y de otros: de los hermanos cuando dice: si ofreces tu don; de los enemigos, cuando puso ley de que los ames y ores por ellos. Ni nos exhorta a ello únicamente con el ejemplo de Dios, sino también por los resultados de proceder al contrario, pues dice el Señor: Si amáis a los que os aman ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen esto también los publicanos? Y lo mismo Pablo: Aún no habéis resistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado. 129 De manera que si así procedes como decíamos, estarás con Dios; si no, con los publicanos. ¿Ves cómo la grandeza del precepto es tanta cuanta es la diferencia de las personas?
No pensemos, pues, que el precepto es difícil, sino pongamos el pensamiento en el premio, y consideremos a quién nos asemejamos si procedemos correctamente, y a quiénes nos parecemos si lo traspasamos. Ordenó Cristo reconciliarse con el hermano y no alejarse hasta haber extinguido las enemistades. Hablando así en general de todos, no nos sujetó a una necesidad que esté sobre nuestras fuerzas, sino únicamente exige lo que está de nuestra parte; y así nos facilita la ley. Y pues dijo: persiguieron a los profetas que existieron antes que vosotros, con el objeto de que no se irritaran contra ellos por haber perseguido, les ordena que aun obrando los perseguidores como obraron, no solamente se les tolere, sino que los amen.
¿Observas cómo arranca de raíz la ira y la concupiscencia, ya de los cuerpos, ya de las riquezas, ya de la gloria y de cualquiera otra cosa de la vida presente? Lo hizo así desde el principio del discurso, pero mucho lo hace ahora. Porque quien es pobre, quien es manso, quien llora, en absoluto está muy lejos de la ira. El que es justo y misericordioso, excluye de sí toda codicia de riquezas; quien es limpio de corazón está libre de la concupiscencia de la carne; quien padece persecución y sufre las injurias, aun cuando se hable mal de él, sabe despreciar todas esas cosas presentes y queda libre del fausto y de la vanagloria.
Una vez libre el oyente de semejantes lazos y dispuesto para la batalla, de nuevo y con mayor esfuerzo arranca de raíz semejantes vicios. Comenzando por la ira, y rotos ya los nervios y fuerzas de esta pasión, tan luego como dijo: Quien se aíra contra su hermano y lo llama fatuo y quien le dice raca sea castigado; y tras de haber añadido que quien ofrece su ofrenda no se acerque al altar antes de que borre las enemistades, y que quien tenga un adversario, antes de que éste lo lleve ante los tribunales enemigos se lo haga amigo, vuelve de nuevo a tratar de la concupiscencia de la carne.
Y ¿qué es lo que dice? Que quien ve con ojos impúdicos, sea castigado como adúltero; y que quien reciba daño de una mujer impúdica o ella de un varón o de cualquier otro que le esté unido con lazos de amistad o parentesco, a todos esos échelos de sí en absoluto; y que quien está unido a su mujer por el matrimonio jamás la dimita; y que no se fije en otra. Por todos esos medios arranca de raíz las malas concupiscencias. Enseguida reprime la codicia de dineros ordenando que no se jure ni se mienta ni se retenga la túnica con que se viste; y aun ofrece al ladrón el manto y el servicio personal de las fuerzas corporales. Quita así toda codicia de riquezas.
Finalmente, y tras de todo esto, como corona rica y remate de los preceptos, añade: Orad por los que os calumnian, llevando así al oyente hasta la cumbre suprema de la virtud. Así como, el tolerar las bofetadas es más que el simple ser manso; y es más excelente dar el manto tras de la túnica, que el sólo ser misericordioso; y el padecer injurias, más que el ser justo; y el soportar las bofetadas más que ser pacífico, así el bendecir a los que nos persiguen es más perfecto que el solo padecer persecución. ¿Ves cómo poco a poco nos va conduciendo al ábside mismo de los cielos?
Pues ¿de qué castigo no seremos dignos los que mandados poner todo empeño en imitar a Dios, quizá ni siquiera somos iguales a los publicanos? Porque si el amar a los que nos aman es cosa propia de publicanos y pecadores y gentiles, cuando ni eso hacemos (porque en realidad no lo hacemos mientras envidiamos a nuestros hermanos cuando los colman de alabanzas) ¿qué castigo no sufriremos pues mandados superar a los escribas, aun a los gentiles somos inferiores? Pregunto: ¿cómo veremos el reino celestial? ¿cómo podremos llegar hasta el vestíbulo, no siendo mejores que los publicanos? Porque esto dejó entender Cristo con aquellas palabras. ¿Acaso no hacen esto mismo los publicanos?
Y esto sobre todo es admirable en su doctrina: que siendo así que en todas partes pone con sobreabundancia premios para los certámenes, como es el ver a Dios, recibir la herencia del reino de los cielos, hacerse hijos de Dios, ser semejantes a él, alcanzar mayor misericordia, recibir consolación, tener en el cielo preparada una gran recompensa, en cambio, cuando se ha de hacer mención de cosas tristes, entonces lo hace muy brevemente; de manera que en todos sus discursos solamente una vez nombra la gehenna. En los demás, enmienda al oyente en forma más suave y como exhortando más bien que amenazando, como aquí cuando dice. ¿No hacen esto también los publicanos? Y también: Si la sal se desvirtúa. Y además: Será el menor en el reino de los cielos. Se da también el caso de que al indicar la pena merecida por los pecados, se deje al oyente sobreentender lo grave del suplicio, como cuando dice: Ya ha adulterado en su corazón; y quien dimite a su esposa la pone en peligro de adulterio; y ahí en donde dice: Lo que pasa de esto, proviene del Malo. Es que para quienes tienen entendimiento la sola grandeza del pecado basta para la enmienda, en lugar de mencionarles el castigo.
Tal es la razón de que en este pasaje traiga a colación a los gentiles y publicanos, avergonzando al oyente mediante la condición de las personas a que alude. Lo mismo hace Pablo diciendo: No os aflijáis como los demás que no tienen fe; y también: como los gentiles que no conocen a Dios. 130 Y declarando luego que no pide nada que sea excelentísimo, sino únicamente un poco más de lo acostumbrado, dice. ¿Acaso no hacen esto mismo los gentiles? Pero no terminó con esto, sino que acabó volviéndose a los premios y a la buena esperanza: Sed pues perfectos, como es perfecto vuestro Padre celestial. Y con frecuencia interpone el nombre de los cielos, para levantar, con el nombre mismo, los pensamientos y afectos de los oyentes; ya que por entonces eran aún un tanto débiles y faltos de inteligencia.
Meditando con frecuencia todo lo dicho, demostremos una gran caridad con los enemigos y acabemos de una vez con esa ridícula costumbre que tienen quienes son menos razonables; puesto que aguardan a que los saluden aquellos con quienes se topan; y en cambio descuidan hacer lo que mayor bienaventuranza produce, mientras van exigiendo una ridiculez. ¿Por qué no te, adelantas a saludar? Dirás que porque al otro le toca adelantarse. Pues precisamente por esto convendría que tú te adelantaras, para que así te llevaras la corona. Insistirás diciendo que no lo haces porque eso era exactamente lo que el otro quería. Pero ¿hay cosa peor que semejante locura? Instarás aún: es que aquél lo hace para humillarme y darme ocasión de premio, pero yo no quiero aceptar semejantes ocasiones. Pues bien: si él se adelanta a saludarte, no tendrás ya premio al devolverle el saludo. Pero si te adelantas, le doblegas su soberbia y recoges gran fruto de su misma arrogancia.
Entonces ¿cómo no ha de ser el extremo de la locura el que pudiendo con las simples palabras obtener tan grande fruto, lo perdamos y al mismo tiempo que reprendemos al otro caemos en el mismo defecto? Si culpas al otro de que anda esperando que otros lo saluden primero ¿por qué tú imitas lo mismo que en él reprochas? ¿por qué emulas como bueno lo que reprochas en el otro como malo? ¿Ves cómo nada hay más necio que un hombre que vive en la maldad? Por lo mismo, os ruego huir de tamaña maldad y tan ridícula costumbre. Semejante vicio ha destruido muchas amistades y da origen a muchas enemistades. Adelantémosnos a saludar a los otros.
Pues se nos manda tolerar a quienes nos abofetean, emprender un camino cuando somos requisados, dejar que los enemigos nos arrebaten los vestidos ¿de qué perdón seríamos dignos si en cosas tan simples como el saludo fuéramos querellosos? Alegarás: ¡Es que si en esto cedemos, nos despreciará y nos escupirá! Y para que un hombre no te desprecie ¿tú ofendes a Dios? Para que no te desprecie un consiervo loco ¿ofendes a Dios que te ha colmado de beneficios? Si es cosa absurda que te desprecie uno que es tu igual ¿no es mucho más que tú desprecies a Dios que te crió? Quisiera yo que meditaras cómo tu hermano cuando te desprecia, precisamente te logra una mayor recompensa, puesto que tú lo sufres por Dios y por obedecer a su ley. Y esto ¿de qué honores no es digno, de qué diademas?
¡Acontézcame ser injuriado y despreciado por Dios, antes que ser honrado por todos los reyes, pues nada, nada hay que se iguale a honor semejante! Busquemos este honor, como Cristo nos lo manda, y despreciemos los humanos honores. Ordenemos nuestra vida conforme a toda virtud. Logremos ya desde esta vida la corona y sus frutos viviendo como ángeles entre los hombres y recorriendo la tierra a la manera de las angélicas Potestades, libres de toda codicia, libres de toda perturbación. Lograremos así los bienes inefables juntamente con ellas. Ojalá todos nos acontezca alcanzarlos por gracia y benignidad de Señor nuestro Jesucristo, al cual sea la gloria, el imperio y la adoración, juntamente con el Padre eterno y sin principio y con el Santo y buen Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XIX

Estad atentos a no hacer vuestras limosnas delante de los hombres para que os vean. (Mt 6, 1)
DESARRAIGA por Cristo la más tiránica de todas las enfermedades. Me refiero a la rabiosa locura y furor de la vanagloria, que aun a los justos acomete. Al principio del discurso nada dijo de ella Cristo. Habría sido en vano antes de persuadir a los oyentes a que se entreguen a las buenas obras enseñarles cómo las habían de hacer y trabajar en ellas. Pero una vez que ya los instruyó en la virtud, ahora empieza y se esfuerza por extirpar la enfermedad que suele subintroducirse y dañarla. Porque esta peste no se engendra así como quiera, sino una vez que hemos cumplido egregiamente en muchas cosas con los preceptos. Se hacía, pues, necesario primeramente injertar en el ánimo la virtud, para luego arrancar esa afección del alma que le echa a perder su fruto espiritual.
Advierte por dónde comienza: por la oración, el ayuno y la limosna. Sobre todo en estas buenas obras suele andar. De aquí se hinchaba el fariseo aquel que decía: Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todo lo que poseo. 131 En la oración misma se llenaba de vanagloria y oraba por ostentación. Y por no haber ahí otros hacía referencia al publicano y decía: No soy como los demás hombres, ni como este publicano.
Advierte cómo el Salvador da principio como si tratara de una fiera astuta y difícil de cazar; y tal que puede atrapar a quien no esté muy vigilante. Porque dice: Estad atentos a no hacer. Lo mismo decía Pablo a los filipenses: ¡Ojo a los perros! 132 Es fiera que ocultamente se introduce y todo lo llena, y sin ruido arrebata cuanto hay dentro en el interior, sin que el paciente lo sienta. Pues había Cristo disertado largamente acerca de la limosna y traído al medio a Dios que hace salir su sol sobre buenos y malos; y había declarado ser esclarecidos los generosos en dar, y por todos los medios había exhortado a la limosna, finalmente ahora escombra el campo de cuanto puede dañar este olivo. Por esta razón dice: Estad atentos a no hacer vuestra limosna delante de los hombres. Es que la limosna de que trató antes, es limosna de Dios.
Una vez que dijo: No la hagáis delante de los hombres, añadió: para que os vean. A primera vista, parecería que esto ya estaba dicho. Pero si cuidadosamente se considera, no es lo mismo. Una clase de limosna es ésta y otra clase es aquélla. Y hay en esto mucha precaución, muy alta providencia y perdón. Puesto que puede, quien hace limosnas delante de los hombres, hacerla no para ser visto; y también puede, quien la hace en oculto, hacerla para ser visto. Por tal motivo Cristo no premia ni castiga la obra sencilla, sino la voluntad del que la hace. Si no hubiera Cristo usado de esta distinción cuidadosa, habría entorpecido a muchos en el ejercicio de dar limosna, ya que esto no siempre se puede hacer a ocultas. Pues bien: para librarte de esa confusión, señala el premio y el castigo y los adjudica no a la finalidad de la obra en sí misma, sino al propósito de la voluntad.
Ni vayas a decir: ¿qué me interesa a mí que otros me vean? Dice Cristo: no es eso lo que yo examino, sino tu intención y. el modo con que haces la obra. Trata él de plasmar tu alma y librarla de toda enfermedad. Por eso, una vez que decretó que no se haga por vana ostentación y advirtió el daño resultante si se procede sin reflexión y a la ventura, enseguida levanta los ánimos de los oyentes, recordándoles al Padre y el cielo, para no conmoverlos únicamente con los daños; y al mismo tiempo los reprime con la memoria del Padre. Pues dice: No tendréis recompensa ante vuestro Padre que está en los cielos. Y no se detiene aquí, sino que pasa adelante y más profundamente inculca el odio a este vicio de la vanagloria.
Así como antes mencionó a los publicanos y gentiles con el objeto de avergonzar mediante la comparación en la condición de las personas, a quienes imitaban, del mismo modo aquí recuerda a los hombres hipócritas.
Dice, pues: Cuando hagas limosna no vayas tocando la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas. No dice esto porque aquéllos tuvieran trompetas; sino que, para dar a entender su extrema locura, los burla mediante esta metáfora y los pone de manifiesto. Justamente los llama hipócritas, pues la limosna les servía de capuchón y larva, mientras que su pensamiento maquinaba barbaridades y crueldades. Porque no lo hacían porque tuvieran compasión con los pobres, sino para gozarse ellos y ser glorificados. Y es cosa llena de crueldad eso de que mientras uno perece de hambre, ande el otro captando honores y no trate de aliviar la pobreza. En conclusión, que la verdadera limosna no consiste en dar, sino en dar como conviene y con el fin de aliviar la miseria.
Habiéndose ya suficientemente burlado de los hipócritas y habiéndolos ya desenmascarado, para avergonzar a los oyentes, luego corrigió la intención de quienes andaban enfermos de semejante vicio; y tras de haberles declarado cómo no debe hacerse la limosna, pasó a decir el modo como debe hacerse. ¿Cuál es? No sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Tampoco aquí habla de la mano material, sino que esto lo dice por metáfora y hablando con hipérbole. Como si dijera: si fuera posible que tú mismo lo ignoraras, lo habías de procurar. Si fuera posible, al dar la limosna aun las manos debían ocultarse. No se entiende esto, como algunos creen, en el sentido de que la limosna haya de ocultarse a los malvados solamente, pues Cristo ordenó que se ocultara a todos.
Considera, por otra parte, cuán grande es la recompensa. Tras de decretar la pena, muestra ahora la honra que se ha de alcanzar, empujando por ambos medios a los oyentes y llevándolos a la más sublime doctrina. Porque aquí les enseña a conocer que Dios está presente en todas partes y que nuestros asuntos no están circunscritos a los límites de la vida presente, sino que nos aguardan más terribles tribunales y que tenemos que dar cuenta de todos nuestros actos, de donde se nos derivarán honores o castigos; y que ninguna obra grande ni chica quedará oculta, aun cuando así lo parezca a los hombres.
Todo esto dejó entender cuando dijo: Tu Padre que ve en lo oculto te premiará públicamente. Grande y honroso teatro le pone delante Cristo, en donde le dará con abundancia lo que desea. Ahí le dirá: ¿qué es lo que deseas? ¿no es por cierto, tener cantidad grande de espectadores? Aquí los tienes. Y no únicamente a los ángeles y arcángeles, sino al Dios de todos. Y si anhelas tener como espectadores a los hombres, ni aun este deseo quedará infructuoso a su debido tiempo: más aún, se te concederá con mayores multitudes. Por ahora, si te haces ver, será de diez, de veinte, de cien hombres solamente. Pero si procuras ocultarte, en aquel día Dios mismo te proclamará estando presente el orbe entero.
Por otra parte, quienes ahora te vean, te condenarán como ambicioso de vanagloria; pero allá cuando te vean coronado, no sólo no te condenarán, sino que todos te admirarán. Si pues está la recompensa preparada y serás objeto de admiración, con tal de que esperes un poco de tiempo, piensa cuán gravísima necedad sería perder juntamente ambas cosas, cuando el premio se exige de Dios, y los hombres todos en la presencia de Dios son convocados como espectadores de tus buenas obras. Si. queremos ostentarnos, conviene ante todo ostentarnos ante el Padre: sobre todo porque el Padre es señor de castigos y premios.
A la verdad, aun cuando semejante vicio ningún daño trajera consigo, en modo alguno convendría que quien codicia la gloria abandonara ese teatro celeste para anhelar acá el humano teatro. ¿Quién hay tan infeliz que, mientras el rey se apresura a contemplar el cuadro de sus buenas obras, él, abandonando al rey, se procure un auditorio de pobres y mendigos? Por esto ordena no sólo que no nos demos a la ostentación, sino que procuremos ocultarnos. Porque es cosa distinta no tener deseos de ostentarse y francamente buscar el ocultamiento y la sombra.
Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para ser vistos de los hombres. En verdad os digo: ya recibieron su recompensa. Tú, cuando orares, entra en tu cámara y cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto. También a éstos los llama hipócritas y con razón; porque simulando que oran a Dios, están mirando en torno a los hombres, no con el hábito de suplicantes, sino de ridículos. Puesto que quien se prepara a suplicar, dejando a un lado a todos los demás, sólo clava la vista en aquel que puede concederle lo que pide. Si a éste lo abandonas y andas al rededor dando vueltas y mirando a todas partes, saldrás con las manos vacías. Pero en verdad, tú te lo quisiste.
Por eso no dijo que tales hombres tendrían premio, sino que ya lo han recibido; es decir, lo recibirán, pero será de aquellos de quienes lo anhelaban. No era eso lo que Dios quería, sino darles su propia recompensa. Pero ellos, anhelando el premio de los hombres, no merecen recibir el de aquel por quien nada hicieron. Considera la bondad de Dios, pues nos promete recompensa por las mismas cosas que le pedimos. De manera que, reprendiendo a quienes no cumplen bien con el deber de orar, una vez que por las circunstancias del lugar y de la interior disposición demostró que son dignos de risa en gran manera, finalmente indica el mejor modo para hacer oración, diciendo: Entra en tu cámara.
Preguntarás: entonces ¿no se ha de orar en la iglesia? Sí se ha de orar, pero con la disposición dicha. Dios en todas partes atiende a la finalidad con que se obra. Si entras en tu cámara y cierras sobre ti las puertas, pero lo haces por ostentación, ninguna utilidad te trae. Y observa aquí cuán estricta distinción puso al decir: Para ser visto por los hombres. De modo que aun cuando eches llave a tus puertas, quiere El que, antes de cerrarlas, rectifiques tu intención y lo hagas precisamente para mejor cerrar las puertas de tu mente. Estar libre de la vanagloria siempre es lo más excelente, pero sobre todo cuando oramos. Si aun libres de este vicio, todavía divagamos y andamos con la mente de un lado para otro, entrando con semejante vicio ¿cuándo oiremos nosotros mismos lo que decimos? Y si nosotros, que somos los suplicantes, no lo oímos ¿cómo rogamos a Dios que lo escuche?
Y sin embargo, hay quienes después de tantos y tan apretados mandatos, se portan en la oración tan feamente, que aun cuando con el cuerpo se encuentren ocultos, con las voces se hacen oír de todos lanzando clamores al modo de los payasos y mostrándose ridículos en la postura y en la voz. ¿No observas cómo aun en la plaza, si alguien así se porta y ruega con clamores, aparta de sí aun a aquel a quien ruega? Pero si está quieto y en postura decente, sobre todo entonces atrae a quien puede socorrerlo. Oremos, pues, no con las posturas del cuerpo ni con gritos y voces, sino con el afecto de la voluntad. No lo hagas con ruidos estrepitosos para no alejar de nosotros a quienes no están vecinos, sino con plena modestia, con ánimo contrito, con lágrimas interiores.
¿Es que te dueles íntimamente en tu ánimo y no puedes callar? Pero, como dije, es propio de quien de verdad se duele, orar del modo expuesto y así suplicar. Dolíase Moisés, y así oraba y era escuchado. Por lo cual le dijo Dios. ¿Por qué clamas a mí? 133 También Anna alcanzó lo que pedía sin que se oyera su voz, porque su corazón era el que clamaba. Y en cuanto a Abel, no sólo sin hablar, sino muerto ya rogaba, y su sangre clamaba más alto que una trompeta. Gime, pues, tú al modo de los santos: ¡no te lo impido! Desgarra tu corazón, como lo ordena el profeta, y no tus vestidos. 134 Invoca a tu Dios de lo íntimo de tu alma, pues dice: De lo profundo clamé a ti Señor. Saca tu voz de lo íntimo de tu corazón y haz que tu oración sea misteriosa y oculta.
¿No has observado cómo en los palacios de los reyes se omite todo tumulto y por todas partes reina un silencio absoluto? Pues tú también, como quien entra en un palacio no terreno, sino mucho más tremendo, como es el celeste, procede con pleno recogimiento. Tratas con los coros de los ángeles; compañero eres de los arcángeles; cantas en unión de los serafines. Y todos estos órdenes angélicos se presentan en plena paz, y entonan con misterioso pavor el cántico sagrado y los himnos del Rey de todos. Únete a ellos cuando oras e imita su comportamiento maravilloso. Porque no ruegas a hombres, sino a Dios presente en todas partes; y que te oye aun antes de que pronuncies las palabras y conoce los secretos de tu corazón.
Si de este modo oras, recibirás grandes mercedes. Porque dice: Tu Padre que ve en lo escondido te recompensará públicamente. Y no dice te dará, sino te pagará. Se constituye deudor tuyo, y por eso que haces te pagará con grandes honores. Por ser El invisible, quiere que también tu oración lo sea. Y tras de esto, pone las palabras mismas con que has de orar. Dice: Cuando orareis no multipliquéis las palabras como lo hacen los gentiles. Cuando habló de la limosna únicamente condenó la vanagloria, y nada más añadió, ni dijo en dónde convenía hacer limosna: si de lo adquirido con el honorable trabajo y no de las rapiñas ni de la avaricia, porque era cosa clara para sus oyentes. Aparte de que ya lo había condenado al predicar las bienaventuranzas de los que tienen hambre y sed de justicia.
En cambio ahora, al tratar de la oración, añadió algunas cosillas. O sea que se debe evitar la multitud de las palabras. Así como allá se burló de los hipócritas, así acá de los gentiles; y en ambos casos avergüenza al oyente mostrando la vileza de todas esas personas. Los aparta del vicio comparándolos con hombres abyectos, cosa que de ordinario es la que más escuece y adolora, y a la multitud de palabras llama locuacidad. Tales son, por ejemplo, cuando pedimos a Dios lo que no conviene, como poder, gloria, victoria de nuestros enemigos, riquezas abundantes y todo lo que para nada nos traerá utilidad. Porque dice El conoce las cosas de que tenéis necesidad.
Enseguida de las muchas oraciones, me parece que prohíbe las prolongadas. Prolongadas, digo, no en referencia al tiempo, sino a la multitud y ampulosidad de las palabras. Es necesario perseverar en las mismas peticiones. Pablo dice: Perseverantes en la oración. 135 Y el mismo Cristo con el ejemplo de la viuda que mediante la constancia en la oración doblegó al juez inmisericorde y cruel; y con el ejemplo del amigo que se presenta en altas horas de la noche y levanta del lecho al que ya dormía, no por amistad, sino por perseverancia, nos ordena lo mismo; o sea que conviene asiduamente suplicarle, no con oraciones compuestas de infinitos párrafos, sino con la simple exposición de la necesidad que padecemos. Así lo deja entender con estas palabras: Pues piensan ser escuchados por su mucho hablar.
No os asemejéis a ellos, pues vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad aun antes de que se las pidáis. No es para que se las notifiques, sino para que lo doblegues, para que con la frecuencia de las súplicas te lo vuelvas familiar, y tú te humilles y te acuerdes de tus pecados. Orad, pues, así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. 136 Advierte cómo inmediatamente levanta el ánimo del que oye y le recuerda desde el comienzo toda clase de beneficios. Porque quien ha llamado Padre a Dios, con este solo apelativo confiesa la remisión de sus pecados, la condonación del castigo, la justificación, la santificación, la redención, la adopción filial, la herencia, la confraternidad con el Hijo Unigénito, los dones del Espíritu Santo. Porque nadie puede llamar Padre a Dios si no ha alcanzado todos esos bienes.
De manera que levanta el ánimo de dos modos: por la dignidad de aquel a quien llaman Padre y por la grandeza de los beneficios que de El se han recibido. Y cuando dice: en los cielos, no limita a Dios a ese sitio, sino que eleva al suplicante desde la tierra y lo coloca en las altas y superiores moradas. Y nos enseña a hacer nuestra oración común para todos los hermanos. Porque no dice: Padre mío, sino: Padre nuestro, orando así por todo el cuerpo místico, sin atender a los propios provechos, sino siempre a los del prójimo. Con esta expresión suprime las enemistades, reprime las arrogancias, hace a un lado las discordias y envidias; introduce la caridad, madre de todos los bienes; quita las desigualdades de las cosas humanas y declara la gran igualdad de honor que merecen lo mismo los pobres que los reyes: porque en las cosas supremas y necesarias, todos estamos unidos en comunión.
Qué daño puede venirnos de los lazos del parentesco terreno cuando estamos todos unidos por un superior parentesco espiritual? ¿cuando ninguno posee más que otro: ni el rico ni el pobre; ni el señor ni el siervo; ni el príncipe ni el súbdito; ni el rey ni el soldado; ni el filósofo ni el ignorante; ni el sabio ni el idiota? A todos se les ha dado la misma nobleza, pues Dios se digna ser llamado Padre igualmente por todos. Y una vez que trajo a la memoria esa dignidad y nobleza y el don de la gracia y la igualdad de honor entre hermanos y la caridad; una vez que levantó a los oyentes de la tierra y los colocó en el cielo, veamos qué fue lo que les ordenó pedir: porque también en sola esta expresión se puede encerrar la doctrina de la perfección. Puesto que quien ha llamado Padre a Dios y Padre común de todos, debe proceder con género de vida tal que no parezca indigno de semejante nobleza, y se muestre tan fervoroso como semejante don requiere.
No le bastó con eso a Dios, sino que añadió Cristo: Santificado sea tu nombre. Digna súplica en labios de quien ha llamado a Dios su Padre: que nada pida antes que la gloria del Padre y todo lo posponga a su alabanza. Porque esto quiere decir: que sea santificado. O sea glorificado. El Padre tiene su propia gloria plena y eterna e inmortal e inmutable. Mas ordena al que ora que también sea glorificado en nuestra vida, que es lo mismo que anteriormente decía: Así ha de lucir vuestra luz delante de los hombres, para que viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos. Los serafines, al glorificar a Dios, decían: Santo, santo, santo . 137 De manera que sea santificado es lo mismo que sea glorificado. Como si dijera: Concédenos vivir con tal pureza que todos nosotros os glorifiquemos por nosotros. Que es lo propio de la virtud perfecta, o sea el ser tan irreprensible nuestro modo de vivir en todo, que cada cual viendo esto glorifique al Señor y lo alabe.
Venga a nosotros tu reino. También esta es palabra propia de un hijo agradecido y justo, y que no se apega a las cosas perecederas de la vida presente y que caen bajo los sentidos, ni las reputa por grandes; sino que siempre busca al Padre y vive esperando lo futuro. Fruto es esto de la buena conciencia y de un alma no apegada a las cosas terrenas. Esto era lo que Pablo diariamente anhelaba; y por esto decía: Y nosotros que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. 138 Quien de tal amor se encuentra inflamado, no puede hincharse por la abundancia de los bienes de esta vida, ni decaer de ánimo por las adversidades; sino que, así como si ya viviera en el cielo, está libre de ambas dificultades.
Hágase tu voluntad como en el cielo, así en la tierra. ¿Has observado el orden perfecto? Mandó anhelar los bienes futuros y apresurarse a ese translado. Pero mientras llega ese tiempo, cuidar de llevar acá, mientras vivimos, un género de vida digno del que en el cielo se lleva. Porque es necesario, dice, que anhelemos con vehemencia las cosas celestiales; pero que ya antes de que vayamos al cielo, hagamos acá en la tierra un cielo; y estando en la tierra, proceder y hablar como si habitáramos en cielo; y para esto conviene orar al Señor. Nada impide que, aun cuando estemos en la tierra, lleguemos a adquirir la presteza cuidado que tienen las supremas virtudes: podemos, habitando acá, proceder como si ya estuviéramos en el cielo.
Quiere decir que así como allá todo se hace sin estorbos; ni sucede que los ángeles ahora obedezcan y ahora no, sino que en todo están de acuerdo y obedecen, pues dice el profeta: Sus ángeles que sois poderosos y cumplís sus órdenes prontos a la voz de su palabra; 139 así a nosotros, oh Señor, concédenos que no hagamos a medias tu voluntad, sino que entera la cumplamos; como tú lo quieres. ¿Observas cómo nos enseña a proceder modestamente, declarando que la virtud depende no únicamente de nuestro empeño, sino también de la gracia de arriba? También nos ordena orar preocupándonos cada uno de todo el universo. Pues no dijo: Hágase en mí tu voluntad o hágase en nosotros, sino en todas partes de la tierra, de manera que se aparte el error, entre la verdad y toda perversidad desaparezca y toda virtud regrese y en nada se diferencie el cielo de la tierra, en cuanto al cultivo de la santidad. Como si dijera: si así se procede, en nada se diferenciarán las cosas de arriba de las de acá abajo, aun cuando por su naturaleza sean diferentes; porque eso nos mostrará como otros ángeles sobre la tierra.
Nuestro pan cotidiano dánosle hoy. Pues había dicho: Hágase tu voluntad así como se hace en el cielo también en la tierra; y habla a hombres revestidos de carne y sujetos a las necesidades naturales, y que no pueden tener la misma impasibilidad que los ángeles, nos ordena ciertamente cumplir sus preceptos al modo como los ángeles los cumplen; pero enseguida se acomoda a nuestra naturaleza. Como si dijera: os exijo que pongáis en vuestro modo de vivir una diligencia igual a la de los ángeles; pero no os exijo la misma impasibilidad, ya que esto no lo permite la recia ley de vuestra naturaleza, puesto que necesita del obligado sustento.
Quiero que consideres cómo aun en las cosas corporales el espíritu tiene mucha parte. Cristo no ordenó orar para alcanzar dineros ni placeres ni pompa en los vestidos, sino sólo por el pan, y el pan de cada día, sin solicitud por el pan de mañana. Por esto añadió aquello de cotidiano. Y no se contentó con esta palabra, sino que dijo: Dánosle hoy, para que no nos atormentemos con el cuidado del día siguiente. ¿Por qué te consumes de solicitud por ese día de mañana que ignoras si lo vivirás? Más ampliamente lo dijo después: No os inquietéis por el mañana, 140 pues quiere que continuamente estemos a punto y como dispuestos a volar, no dando a la naturaleza sino lo que la necesidad exige.
Enseguida, como también sucede que después del lavatorio de regeneración que es el bautismo, caigamos en pecado, demostrando su gran benignidad nos ordena acercarnos a Dios misericordioso, para pedirle perdón de los pecados y decirle: Y perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Observas el colmo de la misericordia? Tras de librarnos de tantos males; tras de tanta grandeza inefable de dones, todavía se digna conceder el perdón a los pecadores. Y que semejantes preces toquen a los fieles, lo enseña la disciplina y leyes de la Iglesia, y lo da a entender el comienzo de la fórmula de orar. El que aún no ha sido iniciado no puede llamar Padre a Dios.
Si pues esta oración toca a los fieles y suplican humildemente que se les perdonen sus pecados, queda manifiesto que el lucro de la penitencia no se suprime ni aun después del bautismo. Si no hubiera querido demostrarlo Cristo, no nos hubiera enseñado a orar así. El que menciona los pecados y ordena pedir perdón de ellos, y enseña cómo conseguiremos que se nos remitan y nos prepara un camino fácil para ello, ese tal manifiesta que sabe, y así nos lo enseña, que podemos lavar nuestros pecados aun después del bautismo, puesto que semejante modo de orar ha establecido. Y lo hizo de modo que mencionando los pecados, induce a proceder modestamente. Y al ordenar que perdonemos a otros, arranca de nosotros el recuerdo de cualesquiera injurias. Al prometer que nos dará perdón de todas las culpas nos afirma en la buena esperanza y nos enseña a considerar inefable misericordia de Dios.
Pero sobre todo se ha de considerar cómo Cristo, habiendo mencionado en cada uno de los preceptos arriba citados, toda clase de virtudes, en éste vuelve de nuevo a prohibir el recuerdo de las injurias. Ya en aquel santificado sea tu nombre, encierras toda la perfección de la vida; y en aquel que se haga tu voluntad significa lo mismo; y en el poder llamar Padre a Dios, demuestra también una vida sin culpas: y en todo eso va incluido el echar de nosotros el recuerdo de las injurias. Pero no se contentó con insinuarlo; sino que, queriendo manifestar cuán grandemente se preocupa de esto, lo repite ahora explícitamente. Y tras de la forma de orar, no repite sino este precepto diciendo: Si perdonareis vosotros sus faltas a otros, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. Debemos, pues comenzar esa obra y está en nuestras manos el juicio con que se nos va a juzgar.
Con el objeto de que ni aun el más estúpido de los hombres pueda quejarse ni en lo poco ni en lo mucho al ser juzgado, el Señor, a ti que eres el reo, te concede dar la sentencia. Como si dijera: Lo que tú juzgues de ti mismo, eso juzgaré yo de ti. Si perdonas a tu consiervo, llevarás de mí una gracia igual, aun cuando las cosas no son iguales. Puesto que tú perdonas porque a tu vez necesitas de perdón; pero Dios te perdona sin tener necesidad de nada. Tú perdonas a tu consiervo; Dios, a su siervo. Tú perdonas, siendo a tu vez reo de infinitos pecados; Dios en cambio es impecable. Pero así manifiesta él su misericordia. Podría perdonarte todos tus pecados sin imponerte esa condición; pero quiere que aun de eso saques beneficios, poniéndote a la mano infinitas ocasiones de mansedumbre y de humildad; y purificándote de lo animal que hay en ti; y apaciguando tu ira y uniéndote firmemente al otro que es miembro tuyo.
¿Qué puedes pues alegar? ¿que del prójimo has sufrido algún mal injustamente? Cierto que eso es pecado: porque si lo sufriste justamente, no ha habido pecado. Pero piensa en que tú te acercas a Dios para impetrar el perdón de tus verdaderos pecados y a la verdad mucho mayores. Y aun antes del perdón, ya has conseguido una excelentísima gracia, pues se te ha enseñado a ser humano y a tener mayor mansedumbre. Pero además, en proceder así, tienes una gran recompensa preparada: es a saber que no te exijan después razón de tus pecados. Entonces ¿de qué castigo no seremos dignos, si tras de haber recibido semejante potestad, todavía traicionamos nuestra propia salvación? ¿Cómo pediremos que se nos escuche en otras peticiones, cuando no queremos perdonamos a nosotros mismos, estando esto en nuestra mano?
Y no nos pongas en tentación, más líbranos del malo; porque tuyo es el poder y la gloria, por todos los siglos de los siglos. Amén. 141 Aquí nos enseña claramente Cristo nuestra vileza y poquedad y reprime nuestra hinchazón; y nos exhorta a no lanzarnos en medio de la lucha sino más bien rehuir el combate. Así nuestra victoria será más espléndida y la ruina del demonio más digna de risa. Cuando se nos arrastra a la lucha, hay que estar firmes; y si no se nos provoca, debemos permanecer tranquilos y esperar el tiempo de la batalla, a fin de que sin darnos a la vanagloria, al mismo tiempo nos mostremos valerosos.
Llama aquí Malo al demonio y nos enseña que tenemos que entablar contra él una guerra sin término; y también, que el demonio no es por naturaleza malo. Porque la batalla no la engendra la naturaleza sino la voluntad. Pero se le da el nombre de Malo, por la enorme magnitud de su perversidad, y porque sin que lo hayamos nosotros dañado en nada, nos hace la guerra. Por esto no dijo Cristo: Líbranos de los malos, sino del Malo, enseñándonos así a no vivir amargados contra nuestros hermanos cuando ellos nos afligen, sino a volver la enemistad contra el demonio como a causa de todos nuestros males. De manera que la mención del enemigo nos prepara al combate y nos aleja de toda pereza y nos da confianza y levanta el ánimo y nos recuerda al Rey bajo cuya bandera estamos y nos lo muestra como el más poderoso de todos.
Por esto dice: Tuyo es el reino y el poder y la gloria. Si el reino es suyo, a nadie hemos de temer, pues nadie hay que pueda oponérsele, nadie que pueda enfrentársele en el poder. Cuando dice: Tuyo es el reino, declara que incluso es súbdito suyo el enemigo que nos combate, aun cuando parezca ir contra; porque Dios se lo permite mientras tanto. También demonio es del número de los siervos, aunque lo es de los infames y réprobos; y no se atrevería a luchar con ninguno de consiervos si de antemano no le dieran desde el cielo semejan poder. Pero ¿qué digo a los consiervos? Ni siquiera se atrevió meterse en los cerdos hasta que Cristo le dio permiso, ni en manadas de ovejas y bueyes hasta haber recibido facultad y licencia. De manera que aun cuando fueras miles de veces débil sería justo que cobraras valor, teniendo un tal Rey que puede por tu medio llevar a cabo magníficas proezas con toda facilidad.
Y la gloria, por los siglos de los siglos. Amén. Ni sólo puede librarte de los males inminentes, sino además tornarte glorioso y brillante. Pues así como su poder es grande, su gloria es inefable; y todo sin mengua y sin término. ¿Ves cómo por todos lados ungió al atleta para la lucha y le infundió confianza? Y luego, para demostrar que aborrece y odia el rencoroso recuerdo de las injurias, y que, por el contrario, lo que más le encanta la virtud opuesta, tras la forma de orar vuelve de nuevo a recordar este bien; y con el castigo señalado y con el premio prometido, induce al oyente a obedecer este mandato.
Porque dice: Si perdonáis a los hombres, también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis, tampoco él os perdonará. Otra vez trae a la memoria el cielo y Padre, para también por aquí avergonzar al oyente, si es que siendo hijo de tal Padre, se torna inhumano; y si llamado al cielo, sólo piensa en cosas terrenas y seculares. Porque es necesario que seamos hijos de Dios no únicamente por la gracia, sino además por las obras. Y nada nos asemeja tanto a Dios como el perdonar a los malos que nos causan injusticias, como el mismo Cristo nos lo enseñó cuando dijo que hacía salir su sol sobre malos y justos.
Por tal motivo, en cada petición nos ordena hacer oraciones comunes, diciendo: Padre nuestro, y Hágase tu voluntad y Danos nuestro pan y Perdónanos nuestras ofensas y No nos pongas en tentación y líbranos. Nos ordena que en todo usemos el número plural, para que no retengamos en el corazón ni siquiera un vestigio de ira contra nuestros prójimos. Pues ¿de cuán grande castigo no serán dignos los que después de todas estas enseñanzas, no sólo no perdonan ellos sino para colmo invocan a Dios para que los vengue de sus enemigos; de manera que traspasan esta ley totalmente; y esto cuando Dios no deja nada por hacer con el objeto de que nosotros no nos distanciemos unos de otros ni aun con simples querellas?
Raíz de todos los bienes es la caridad, y Cristo quita de en medio todo cuanto la destruye y se empeña de todas maneras en unirnos. Porque nadie, por cierto, nadie hay, ya sea el padre o la madre o el amigo u otro cualquiera, que en grado tal nos haya amado como Dios nuestro Creador. Y se hace manifiesto así por los beneficios que a diario nos concede, como por los mandamientos que ha establecido. Y si me alegas las penas, los dolores, los males todos de la vida, piensa en cuántas cosas diariamente lo ofendes y ya no te admirarás de que incluso no te sobrevengan males mayores aún; y por el contrario te admirarás y espantarás cuando gozas algún bien.
Vemos ahora las calamidades que se echan encima, pero ni siquiera recordamos los pecados que cada día cometemos, y por eso nos indignamos. Si pensáramos con cuidado siquiera nuestros pecados de sólo un día, veríamos con claridad de cuántos males somos reos. Si dejando a un lado los pecados que cada uno de vosotros comete, me pongo a contar los que hoy se han cometido, aun cuando ignore en qué cosas ha pecado cada uno, sin embargo, es tan grande la abundancia de faltas que aun quien no sepa con exactitud su número y clase, simplemente por los que se saben podría cualquiera gravemente reprenderos.
¿Quién de nosotros no ha sido perezoso en la oración? ¿cuál no ha caído en soberbia? ¿cuál no en vanagloria? ¿quién no ha quitado la fama a su hermano? ¿quién no ha cedido a la mala concupiscencia? ¿quién no ha tenido miradas impuras? ¿quién no ha recordado con ira a su enemigo? ¿quién no se ha hinchado en su corazón? Pues si estando en la iglesia y en tan breve tiempo nos hemos hecho reos de tanto número de faltas ¿qué nos tornaremos en saliendo de aquí? Si en el puerto tantos males hacemos ¿qué será una vez lanzados al Euripo de males, digo al foro, digo a los negocios urbanos y a los cuidados domésticos? ¿Podremos reconocernos a nosotros mismos? Pues para lavar tantos y tan graves pecados, Dios nos ha proporcionado un camino compendioso y fácil y libre de todo trabajo. ¿qué trabajo hay en perdonar a quienes nos han injuriado? trabajo está más bien en no perdonar, sino mantener la enemistad; así como por el contrario, en aplacar nuestra ira se encuentra gran tranquilidad; y esto, para quien lo quiere, muy fácil cosa es.
Porque no se necesita cruzar los mares ni emprender largas peregrinaciones ni subir a las cumbres de los montes ni gastar dineros ni macerar el cuerpo, pues basta con querer, y quedan perdonados todos los pecados. Mas si no sólo no perdonas, sino que ruegas a Dios contra tus enemigos ¿qué esperanza tendrás de salvación, cuando al tiempo en que suplicas a Dios y quieres hacértelo propicio, en ese mismo lo irritas? Lanzas voces de suplicante con disposiciones de fiera y contra ti mismo disparas los dardos del Maligno. Por eso Pablo, hablando de la oración nada exigía con más empeño que la observancia de esta ley. Porque dice: Levantando las manos puras, sin ira ni disensiones 142.
Si cuando estás necesitado de misericordia, ni aun entonces depones la ira, sino que la guardas rencoroso en tu memoria, aun sabiendo que blandes contra ti mismo la espada ¿cuándo vendrás a ser misericordioso y a vomitar ese mortífero veneno de la maldad? Y si todavía no pesas bien la magnitud de semejante absurdo, considera que lo hacen otros hombres y verás la fuerza terrible de la injuria. Supongamos que se te acerca un hombre suplicándote que de él te compadezcas; pero mientras yace postrado en tierra, ve a un enemigo suyo; y dejando de suplicarte se lanza sobre él y lo golpea. ¿Acaso no acrecentaría tu enojo? Pues piensa que lo mismo sucede respecto de Dios. Tú, mientras suplicas a Dios, de pronto abandonas la súplica y acometes con palabras a tu enemigo y desprecias las leyes divinas, al mismo tiempo en que invocas al que estableció el precepto de perdonar y deponer nuestra ira contra los que nos han injuriado; de modo que le ruegas que proceda contra sus propios preceptos.
¿No te basta para vengarte con traspasar la ley de Dios, sino que además a El le ruegas que también la traspase? ¿Es que acaso El se ha olvidado de lo que ordenó? ¿Es un simple hombre quien lo ordenó? Es Dios que todo lo sabe y que quiere seríamente que sus leyes estrictamente se guarden. Y está tan lejos de hacer lo que le pides que aun se irrita contra ti que así le hablas; y sólo porque así le hablas te aborrece y te impone los más graves castigos. ¿Cómo te atreves a pedirle que te conceda lo que él empeñosamente ordena que evites? Pero hay algunos que han llegado hasta tal grado de locura, que no sólo ruegan a Dios contra sus enemigos, sino que lanzan imprecaciones contra sus hijos, y aun querrían devorarlos si pudieran, y aun los devoran.
Ni alegues que no has clavado tus dientes en las carnes del que te injurió; porque al rogar que caiga sobre él la ira de allá arriba y que sea entregado al eterno suplicio y que su casa sea totalmente destruida, te has encarnizado contra él con mayor ferocidad que la que él usó contra ti. Pero esto ¿no es más terrible que cualesquiera dentelladas? ¿no son más amargas que cualesquiera dardos? ¡No te enseñó esto Cristo! ¡no te ordenó que en esa forma ensangrentaras tu boca! Porque semejantes lenguas, que tal hablan, peores son que cualquier boca manchada con sangre humana. Y así ¿cómo darás a tu hermano el abrazo de paz? ¿cómo te acercarás al santo sacrificio? ¿cómo gustarás la sangre del Señor llevando en ti veneno tan mortal? Porque cuando dices a Dios: ¡desgárralo, destrúyelo, demuele su casa, abátelo todo, y pides para tu enemigo miles de ruinas, en nada te diferencias de un homicida ni de una fiera que humanas carnes devora!
Depongamos, pues, ese furor; librémosnos de semejante enfermedad y, como Cristo lo ordenó, mostrémosnos benévolos para con quienes nos han injuriado, a fin de que seamos semejantes a nuestro Padre que está en los cielos. Y nos libraremos, si recordamos nuestros pecados, si examinamos con diligencia todos nuestros delitos: los que en la casa, los que en la calle, los que en la plaza, los que en la iglesia hemos cometido. Pues si no por otros motivos, ciertamente por la negligencia que aquí demostramos, somos dignos de graves castigos.
Cantando salmos los profetas, elevando himnos los apóstoles, hablando el mismo Dios, andamos con el pensamiento vagando allá fuera y metemos en nuestra imaginación todo el tumulto de las cosas del siglo; y ni siquiera guardamos el silencio y tranquilidad necesarios para escuchar los preceptos de Dios: el que guardan los espectadores en los teatros mientras se leen los edictos reales. Porque ahí, los cónsules, los prefectos, el senado y el pueblo permanecen de pie y en silencio para escuchar. Y si alguno de pronto en mitad del profundo silencio saltara gritando, se le aplicarían los castigos extremos como a quien hubiera injuriado al emperador. Aquí en cambio, mientras se leen las cartas del cielo, de todos lados se levanta el tumulto grande, siendo así que quien las envió es muy superior al emperador, y también la reunión es aquí más honorable. Aquí están no sólo los hombres, sino también los ángeles; y los premios de la victoria que aquí se publican, son muy superiores a los terrenos triunfos.
Por esto se ordena que no sólo los hombres, sino también los ángeles, los arcángeles y los habitantes todos del cielo y cuantos viven sobre la tierra, se desaten en alabanzas, pues dice el salmista: Bendecid al Señor todas sus obras. Porque no son pequeñas las que ha hecho, sino que exceden toda alabanza y sobrepujan el pensamiento y la mente de los hombres. Lo mismo predican los profetas, celebrando de diversos modos cada cual la espléndida victoria. Uno dice: Subsiste a lo alto apresando cautivos, recibiendo hombres como presentes. 143 Y también: El Señor es poderoso en la batalla. 144 Otro dice: Y recibirá muchedumbre por botín. 145 Pues vino para predicar redención a los cautivos y dar vista a los ciegos. Y jubiloso decía, con canto triunfal, a causa de la muerte vencida. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿dónde está, oh muerte, tu aguijón? 146
Otro, anunciando la abundancia de paz, decía: De sus espadas harán rejas de arado y de sus lanzas, hoces. 147 Otro dice, hablando de Jerusalén: Alégrate con alegría grande, hija de Sión. Mira que viene a ti tu Rey. Justo y salvador, humilde, montado en un asno, un pollino hijo de una asna. 148 Otro anuncia su venida segunda con estas palabras: Vendrá el Señor a quien buscáis. Y ¿quién podrá soportar el día de su venida? Saldréis y saltaréis como terneros que salen del establo. 149 Otro, finalmente, admirado de tales cosas, decía: Este es nuestro Dios, ningún otro cuenta para nada a su lado. 150 Y mientras esto en la iglesia se dice, y otras muchas cosas más, cuando lo propio sería sentir pavor y pensar que ya no estamos en la tierra, entonces brota el tumulto como si estuviéramos en mitad de la plaza, y hay turbación y se habla de mil cosas que para nada nos tocan y en esto gastamos el tiempo de las reuniones.
Siendo, pues, tan desidiosos en lo pequeño y en lo grande, en oír y en obrar, en las calles y en la iglesia, encima de todo esto todavía venimos a rogar contra nuestros enemigos. ¿Pues qué esperanza de salvación nos queda-cuando a tantos y tan graves pecados ponemos la añadidura gravísima que iguala a todas las culpas anteriores y hacemos la súplica a que me he referido? ¿Podremos admirarnos de que nos sobrevenga algún mal inesperado cuando al revés deberíamos admiramos de que no nos sobrevenga? Porque ésta sería la lógica consecuencia; lo otro sería cosa extraña y fuera de lo razonable. Porque sería contra lo razonable que, hechos enemigos de Dios y provocándolo en su ira, disfrutáramos del sol, de las lluvias y todo lo demás, nosotros, los hombres que superamos a las fieras en la crueldad, vueltos unos contra otros y con la lengua manchada de sangre de prójimo, al que hemos hecho cuartos a mordidas; y esto tras de la mesa aquella espiritual y de tantos beneficios y tan numerosos preceptos.
Meditando todo esto, vomitemos el veneno, acabemos con las enemistades y oremos del modo que nos es conveniente, y en vez de la fiereza demoníaca, revistámosnos de la mansedumbre angélica. Sean cuales fueren las injurias que recibamos, pensemos en que tenemos intereses comunes; pensemos en la recompensa que nos espera de cumplir este mandato; aplaquemos nuestra ira y reprimamos las oleadas de nuestro furor, para que pasemos la vida presente sin perturbaciones; y cuando lleguemos al término, encontremos al Señor en tal disposición para con nosotros, como la que nosotros hayamos tenido acá para con nuestros consiervos.
Si esto nos parece pesado y terrible, hagámoslo suave y deseable y abramos amplísimas las puertas de nuestra confianza para con Dios. Lo que no hayamos logrado con abstenernos de pecar, consigámoslo mediante nuestra mansedumbre para con quienes nos han ofendido: al fin y al cabo, no es esto difícil ni molesto. Por otra parte, haciendo beneficios a nuestros enemigos, alcanzaremos para nosotros abundante misericordia. Además, en esta vida todos nos amarán y más que todos Dios mismo nos amará y nos premiará y nos concederá todos los bienes futuros. Ojalá que todos podamos conseguirlos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XX(XXI)

Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas, que demudan su rostro para que los hombres vean que ayunan (Mt 6, 16).
CONVIENE que nosotros en este pasaje gimamos y lloremos; pues no sólo imitamos a los hipócritas sino que los superamos. Sé, por cierto, sé de muchos que no sólo ayunan por ostentación, sino que aun sin ayunar, se presentan como ayunantes y aprontan una excusa peor aún que el pecado. Lo hago, dicen, para no escandalizar a muchos. ¿Qué dices? Es ley divina la que lo manda ¿y tú te escudas con el escándalo? ¿Crees que hay escándalo si la guardas y que no lo hay si la quebrantas? Pero ¿habrá cosa peor que semejantes necedades? ¿Dejarás acaso de ser peor que los hipócritas y de no estar echando mano de una doble hipocresía ni de llegar a las más extremas alturas del crimen? ¿Puedes, sin avergonzarte, percibir la fuerza de la sentencia leída?
Porque no dice simulan, sino que, para más picarlos, y con mayor vehemencia, dice: Exterminan su rostro y lo demudan; es decir, lo estropean, lo destruyen. Pues si mostrarse pálido por vanagloria es exterminar el rostro ¿qué se habrá de decir de las mujeres que destrozan su cara mediante coloretes y polvos, todo para ruina de los jóvenes impúdicos? Porque los ayunantes que eso practican sólo a sí mismos se dañan; pero tales mujeres se dañan a sí mismas y a los que las miran. Es pues conveniente huir de ambas enfermedades. Puesto que Cristo ordena no únicamente no hacer ostentación, sino incluso esconderse, como de antemano lo hizo él mismo.
Hablando de la limosna, no ordenó simplemente; sino que, tras de haber dicho: Estad atentos a no hacer vuestra limosna delante de los hombres, añadió: para ser vistos. En cambio, acá nada añadió al precepto del ayuno y la oración. ¿Por qué? Porque la limosna no puede ocultarse, mientras que la oración y el ayuno sí pueden ocultarse. De manera que así como dijo: No sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, no hablando de las manos materiales, sino de que es necesario ocultarse; y así como dijo aquello de entrar en el aposento, no quiso decir que ahí es en donde debemos orar y no en otra parte, aunque dejó entender que ahí sobre todo; así en este pasaje, al ordenar que quien ayuna se unja con óleo, no manda precisamente la material unción, pues todos nos hallaríamos reos de traspasar semejante precepto y antes que nadie los que por regla deben aplicarse al ayuno, o sea las multitudes de monjes que viven en las montañas.
En resumidas cuentas, que no es eso lo que ordena el Señor, sino que, como fue costumbre entre los antiguos ungirse con óleo cuando estaban alegres y gozosos -como claramente se ve en David y en Daniel- por eso dijo Cristo que convenía ungirse con óleo, no para que materialmente lo hagamos, sino para que con todo empeño y diligencia, conservemos el bien que por el ayuno nos viene. Y para que veas que este es el sentido, Cristo mismo, que dio el precepto, lo llevó a la práctica; pues ayunó durante cuarenta días y se ocultó para ayunar, pero no se ungió con óleo ni se bañó. Y a pesar de que nada de eso hizo, nadie llevó a la práctica como él todo el precepto, libre ya, absolutamente libre de toda vanagloria. Esto fue, pues, lo que nos ordenó, cuando trajo al medio a los hipócritas y retrajo de los procederes contrarios a los oyentes, mediante el doble precepto.
Pero algo dejó también entender con la palabra aquella hipócritas. De manera que aparta de semejante perversa inclinación no sólo ridiculizándola, ni sólo indicando el gravísimo daño que causa, sino porque es un engaño que está muy a la mano. El hipócrita sólo aparece resplandeciente mientras está en el teatro; y aun entonces no para todos. Porque la mayor parte de los espectadores sabe, quién siendo él, qué cosas representa. Por lo demás, acabada la función, los representadores quedan al descubierto para todos. Pues bien: necesariamente padecen eso mismo los que ambicionan la vanagloria; y aun para muchos es cosa manifiesta que no son lo que parecen y que únicamente se encubren tras de un disfraz. Sin embargo, mucho más se les conoce cuando después de terminada la representación queda todo en claro.
Por otro camino aparta también Cristo a los ayunantes de la hipocresía, demostrando no ser gravoso su mandato. No insiste en que el ayuno se extienda y prolongue, sino en que no se pierda su premio. Que el ayuno parezca gravoso, cosa es común a nosotros y a los hipócritas, pues también ellos ayunan; pero lo que Cristo ordenó es facilísimo de suyo y exclusivo de quienes correctamente ayunan, para que no pierdan su corona y trabajo. Como si dijera Cristo: yo nada añado al trabajo, sino que recojo para vosotros cuidadosísimamente las recompensas y no dejo que os vayáis sin coronas, como suelen marcharse quienes no quieren imitar a los que en los juegos olímpicos compiten.
Los competidores, estando presentes tanta multitud y tantos príncipes que los miran, no se dedican sino a complacer a uno solo, al que los ha de coronar, aun cuando éste sea un particular y con mucho inferior a los príncipes. Y sin embargo, tú, que tienes un doble motivo para demostrar a Cristo tu victoria -puesto que es El quien atribuye los premios y además está muy por encima de los demás espectadores sin comparación alguna-, andas haciendo ostentación delante de otros que para nada pueden aprovecharte y sí grandemente dañarte.
A pesar de todo, dice Cristo, ni eso te impido. Pues si quieres hacer ostentación delante de los hombres, espera un poco: yo te proporcionaré eso con grande ventaja. Ahora semejante os, tentación te aparta de la gloria que yo tengo y te doy, así como el despreciarla te une a mí. Pero en aquel día con plena libertad gozarás de todo; y aun acá lograrás no pequeño fruto, como es el quedar libre de una servidumbre si conculcas toda humana gloria; y podrás entregarte al ejercicio de la verdadera virtud, En cambio, si ansías la vanagloria, aun cuando estés en pleno desierto andarás vacío de todas las virtudes y esto aunque no tengas espectadores.
Aparte de que es grande injuria la que haces a la virtud, si la buscas no por ella y lo que es, sino por los fabricantes de cuerdas y los herreros y el demás vulgo de la plaza; y para que te admiren los perversos y los que andan muy lejos de la virtud; y llamas al espectáculo de tu ostentación a los enemigos de la virtud. Es como si alguno quisiera proceder púdicamente no por el bien que en sí misma encierra la pudicia, sino para agradar a los impúdicos. De manera que tú nunca habrías echado por el camino de la virtud sino para agradar a los enemigos de la virtud; siendo así, que a la virtud aun por esto conviene admirarla: porque aun sus enemigos la alaban. Es menester que la alabemos y la admiremos como conviene; o sea, no por otros, sino por sí misma. Aun nosotros, cuando se nos ama no por lo que somos sino para agradar a otros, lo tenemos por injuria.
Piensa pues así de la virtud, y no la cultives por respeto de otros. No sirvas a Dios por respeto de los hombres, sino al revés: a los hombres por respeto a Dios. Si procedes al contrario, aun cuando parezca que ejercitas la virtud, harás que el Señor se irrite como contra quien en absoluto no la ejercita. Porque así como éste no ejercitándola desobedece, así tú desobedeces al ejercitarla de modo no conveniente.
No alleguéis tesoros en la tierra. Sanada ya la enfermedad de la vanagloria, oportunamente pasa a tratar del desprecio de las riquezas. Pues nada como la ambición de la gloria excita el amor de las riquezas. Por semejante ambición los hombres inventan las greyes de siervos, los ejércitos de eunucos, los corceles brillantes con sus jaeces de oro, las mesas de plata y otras cosas aún más ridículas. No son ellas para satisfacer necesidades ni para disfrutar un placer, sino para ostentarse delante de muchos.
Anteriormente Jesús solamente dijo que era necesario ser misericordioso. Pero aquí nos enseña hasta dónde ha de llegar la misericordia, con estas palabras: No alleguéis tesoros en la tierra. No era tan fácil al comienzo del discurso declarar la doctrina del desprecio de las riquezas, a causa de la fuerza de la enfermedad de la codicia; pero una vez que poco a poco cortó semejante vicio y volvió a los hombres su libertad, finalmente pone esto en el pensamiento de los oyentes, de modo que ya con mayor facilidad lo acepten. Por tal motivo, al principio dijo: Bienaventurados los misericordiosos. Luego añadió: Si alguno quiere litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto.
Pero ahora dice algo más perfecto. Allá decía: si ves que hay litigio, haz como sigue. Porque es mejor no retener y estar libre de litigio, que retener y litigar. Aquí, en cambio, sin traer a cuento ni al adversario y ni al litigio, y sin recordar nada semejante, enseña con sencillez el desprecio de las riquezas. Con esto demuestra que establece estas leyes no tanto en bien de quienes son auxiliados por la misericordia de otros, cuanto por el bien de los que dan. De modo que aun cuando nadie nos haga injusticia ni nos arrastre a los tribunales, despreciemos los bienes presentes y los demos a los necesitados.
Sin embargo, no puso aquí todo en montón, sino poco a poco. Aunque El allá en el desierto sostuvo grandes batallas en este campo y con extremo valor, pero aquí no lo pone todo ni lo presenta en montón, porque aún no era tiempo de revelarlo. Lo que hace es presentar ciertos raciocinios, ejercitando más bien el oficio de consejero que el de legislador. Por eso, habiendo dicho: No alleguéis tesoros en la tierra, añadió: donde la polilla y el orín los corroen y en donde los ladrones horadan las paredes y los roban. Manifiesta con esto el daño del tesoro terreno y la utilidad del celestial, tanto por la circunstancia de lugar como por la de los que dañan. Y no se detiene en esto, sino que aduce otro raciocinio. Y en primer lugar exhorta a los hombres apoyándose en lo que más temen ellos. Como si dijera: ¿qué temes? ¿que se te acaben los dineros si das limosna? Pues más aún: no sólo no se consumirán si das limosna, sino que se acrecentarán en grande, pues se les añadirán los bienes del cielo. Aunque esto aún no lo dice, pero lo va a decir enseguida.
Por de pronto trata de lo que mejor podía exhortarlos; o sea, de conservar intactos sus tesoros. Y a esto los atrae por dos caminos. Pues no dice únicamente: si haces limosna, tu dinero queda guardado; sino que, por el contrario, amenaza y dice: si no lo das, lo pierdes. Observa su inefable prudencia. Porque no dijo: lo dejarás para otros, aunque esto muchas veces les gusta a los hombres, sino que por otro lado les mete el temor al demostrarles que con las riquezas ni siquiera eso lograrían. Pues aun en el caso de que no las dañaran los hombres, tienen ellas otros enemigos, como son la polilla y la carcoma. Aunque parezca que fácilmente se puede evitar este daño, ciertamente es inexpugnable y no puede impedirse: por más medios que busques no podrás apartarlo.
Preguntarás: pero ¿es que la polilla carcome el oro? Pues si la polilla no lo carcome, cierto es que se lo llevarán los ladrones. Dirás: pues qué ¿acaso todos los hombres han sido despojados por los ladrones? Si no todos, sí muchos. Mas, como ya dije, por este motivo apartó Cristo otro argumento y dijo: Donde está tu tesoro ahí estará tu corazón. Como si dijera: aunque nada de eso otro aconteciera, no será pequeño el daño que recibas si te apegas a lo terreno y de libre te tornas esclavo y ya nada puedes pensar de las cosas de allá arriba, sino sólo y siempre de dineros, de usuras, de réditos, de lucros, de asuntos de vulgares tabernas o innobles taberneros. Pero ¿qué hay más mísero que esto? Semejante hombre será más miserable que cualquier esclavo, ya que tal tiranía se ha impuesto; y lo más funesto es que lo ha hecho traicionando su nobleza y libertad de hombre. Aunque mil cosas te digan, si tu pensamiento está clavado en las riquezas, no tendrás oídos para escuchar nada que te aproveche, sino que a la manera de un can atado al borde de un hoyo, ceñido con la tiranía de los dineros más duramente que con cualquier cadena, ladrarás contra todos los transeúntes sin otra empresa que realizar, sino conservar aquel depósito enterrado para otros.
Mas como estas cosas eran más altas de lo que alcanzaban las mentes del auditorio; y muchos ni iban a entender fácilmente el daño de las riquezas nacido, ni abarcar el lucro del desprecio de los dineros, sino que necesitaban de más instrucción y virtud para poder captar todo eso, Cristo pasó más adelante, después de estas cosas oscuras y después de las que eran más manifiestas, diciendo: Donde está tu tesoro ahí estará tu corazón. Y luego, más claramente, elevándose de lo sensible a lo espiritual en su discurso, diciendo: La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Que significa: no ocultas bajo tierra el oro ni otra riqueza semejante, ya que para la polilla, la carcoma y los ladrones la amontonas.
Y aun cuando evitaras esos daños, no evitarás que tu corazón quede aprisionado y apegado a lo terreno. Porque donde está tu tesoro ahí estará tu corazón. Si pones tu tesoro en el cielo, no sólo conseguirás ese fruto, sino que además disfrutarás de los premios preparados para quienes así obran; aparte de que desde acá recibirás la recompensa, como trasladado al cielo, gustando las cosas de allá y solicito y cuidadoso de ellas: porque es claro que habrás llevado tu ánimo allá a donde depositaste tu tesoro. Por lo demás, si lo depositas en la tierra, experimentarás todo lo contrario.
Y si lo ya dicho te resulta oscuro, escucha lo que sigue: La lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Si pues tu ojo estuviere sano, todo el cuerpo estará luminoso; pero si tu ojo estuviere enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Pues si la luz que hay en ti es tinieblas ¿qué tales serán las tinieblas? Vuelve Cristo su discurso a cosas que están más cercanas a los sentidos. Habiendo hablado ya de la mente, como de sierva y reducida a esclavitud, cosa que muchos no podrían fácilmente entender, razona ahora sobre las cosas exteriores y sujetas a las miradas, con el objeto de que por éstas puedan entenderse aquellas otras. Como si dijera: si no has captado lo que es ese daño de la mente, entiéndelo por la comparación con el del cuerpo. Pues lo que el ojo es para el cuerpo, eso es la mente respecto del alma.
Así como nunca desearás que te adornen el cuerpo y te vistan de seda, pero al mismo tiempo te saquen los ojos, sino que juzgas que a todo ese ornato se ha de anteponer la incolumidad de los ojos, puesto que si pierdes la vista nada podrá aprovecharte durante el resto de tu vida -ya que ciegos los ojos queda imposible casi la operación de los demás miembros y del mismo modo, corrompida la mente, la vida toda queda repleta de males sin cuento-, digo pues, que así como en lo corporal antes que nada cuidamos de que estén sanos los ojos, así debemos cuidar de la salud de la mente. Si a ésta le arrancamos los ojos que son los que han de suministrar luz a los demás ¿cómo podremos en adelante ver? Así como quien seca una fuente, seca el río que de ella nace, así quien oscurece su mente, ensombrece juntamente todas las operaciones propias en esta vida.
Por tal motivo dice: Si la luz que en ti hay es tinieblas, las tinieblas ¿cuáles serán? Cuando el patrón de la nave se hunde y la lámpara se apaga y es ciego el capitán ¿qué esperanza les queda a los súbditos? Dejando, pues, a un lado las asechanzas que ponen las riquezas y las luchas y las querellas -porque tales cosas ya las indicó antes al decir: el adversario te entregará al juez y el juez al alguacil-, ahora pasa a cosas más severas, y aparta por este medio de las malas concupiscencias. Mucho peor es que la mente sea esclava de esta enfermedad que no el vivir en la cárcel. Esto segundo no siempre sucede; mientras que lo otro siempre acompaña a la codicia de las riquezas. Por lo cual pone esto después de aquello otro, como cosa más terrible y que sin remedio se sigue.
Como si dijera: Dios nos ha dado la mente para que disipemos la ignorancia y formemos recto juicio de las cosas de la tierra y para que estemos en seguridad, usando de esta luz a la manera de un dardo contra todo lo molesto y dañino. Pero nosotros traicionamos este don a trueque de cosas inútiles y vanas. ¿De qué sirven los soldados cargados de oro cuando el jefe de ellos está cautivo?, ¿qué ganancia se saca de que la nave esté admirablemente exornada cuando se ha ahogado el patrón? ¿Qué ganas con que tu cuerpo sea admirablemente formado y proporcionado si se le han arrancado los ojos? Así como si alguno a un médico, que ha de ser el primero en curar las enfermedades y que por lo mismo ha de estar él sano, lo enferma y lo obliga a yacer en una silla de plata y en una cama de oro, lo inutiliza para atender a los demás enfermos en absoluto, del mismo modo si enfermas tu mente que es la que puede curar las enfermedades del alma, después, aun cuando procures que se asiente sobre un tesoro, para nada le habrás ayudado, sino que le has causado un mal gravísimo y a toda ella la habrás dañado.
¿Has observado cómo Cristo, por aquellas mismas cosas que arrastran al hombre a causa de la codicia, por esas los aparta de ésta y los vuelve al camino de la virtud? Les dice: ¿por qué codiciáis el dinero? ¿para gozar de placeres y delicias? Pues bien: éstas no te vendrán por ahí, sino todo lo contrario.
Así como arrancados los ojos, nada suave percibimos ya, a causa de semejante calamidad, así también y mucho más sufriremos lo mismo con la corrupción de la mente y su ceguera. ¿Por qué ocultas el dinero bajo tierra? ¿para tenerlo seguro? Pues Cristo dice que también esto te acontecerá al revés. Así como al que por vanagloria ayuna o da limosna u ora, Cristo lo aparta de la vanagloria partiendo de las cosas mismas que anhela (porque le dice: ¿con qué objeto oras así o das limosna? ¿no es para agradar a los hombres? pues no ores así y entonces conseguirás esa gloria, a saber en el siglo venidero), del mismo modo al codicioso de dineros lo caza mediante aquello mismo que tantísimo desea. Le dice: ¿qué es lo que quieres? ¿conservar tu riqueza y gozar de deleites? Pues yo te daré todo eso abundantísimamente, con tal de que deposites tu oro en el sitio que yo te señalaré.
Todavía más claramente, tiempo después declaró el daño que de la codicia se origina para la mente, al hacer mención de las espinas; pero entre tanto aquí mismo y no a la ligera, lo dejó entender al demostrar que anda ciego quien por las riquezas se enloquece y apasiona. Así como los que andan en tinieblas nada distinguen con claridad; sino que si acaso ven una soga piensan que es una serpiente, y si ven montes o valles, mueren de pavor, así sucede con aquéllos, pues sospechan aun de lo que para quienes ven no tiene nada de formidable; y así temen la pobreza y no sólo la pobreza sino aun la más leve pérdida de dinero. Si pierden un poco, lo lloran y se atormentan más que quienes están necesitados del diario sustento.
Y aun hay muchos de semejantes ricos que no pudiendo soportar el dicho infortunio, acuden a un lazo corredizo. Las injurias y daños les parecen tan intolerables que por tal motivo muchos han dejado esta vida. Las riquezas los volvieron muelles para todo, excepto para servirlas. Porque cuando ellas los obligan a que les sirvan, entonces se tornan audacísimos y se arrojan a peligros de muerte, a los azotes, a los oprobios y a todo género de ignominias. Linaje es esto de suma, de extrema miseria, que nos obliga a pensar que son ellos muellísimos: en lo que habían de mostrarse piadosos y recatados, en eso se muestran impudentísimos y cruelísimos. Les sucede lo mismo que a quienes habiendo vergonzosamente dilapidado sus bienes todos, luego la pasan mal. Porque ésos, cuando sobreviene el tiempo en que son necesarios los gastos, como no pueden ya gastar nada, sufren lo indecible, por haberlo consumido todo malamente.
Al modo como los actores enseñados en malas artes, sufren luego por ello grandes peligros, mientras que en las cosas útiles y necesarias se muestran en absoluto ineptos y ridículos, igualmente les acontece a estos de que tratamos. Aquellos actores caminan sobre una cuerda y muestran en eso grande fortaleza; en cambio, en las cosas ordinarias que requieren audacia y fortaleza, ni siquiera atinan con lo que se ha de pensar. Lo mismo los ricos que se atreven a todo por el dinero, para la virtud no tienen fuerzas ni para sufrir mucho ni poco. Como los dichos actores ejercitan un arte peligroso y resbaladizo, pero sin utilidad, así los ricos estos toleran grandes peligros y se arrojan a recios precipicios, cosas todas que terminan en un acabamiento sin provecho. Envueltos están en doble oscuridad, así porque están ciegos de la mente, como porque, a causa de la engañosa sobrecarga de los cuidados, se encuentran oprimidos por .las tinieblas. Y el resultado es que a la verdad ya ni siquiera pueden fácilmente ver.
La razón es que quien solamente yace en tinieblas, cuando llega el sol y lo ilumina, queda libre de ellas; pero quien tiene ciegos los ojos, ni aunque el sol lo alumbre puede ver, cosa que le causa terrible padecimiento. Ni aun fulgurando el Sol de justicia y exhortándolo, ve ni oye, porque las riquezas le tienen los ojos totalmente cerrados. Por esto sufren doble ceguera: una que nace de sí mismos, otra de que no atienden al Maestro. Pues atendamos nosotros con diligencia a sus palabras a fin de que, aun cuando sea tardíamente, veamos. Y ¿cómo podemos ver? Sabiendo cómo viniste a cegar. Entonces ¿cómo cegaste? Por tu mala codicia. Porque así como un humor maligno influyendo en la limpia pupila del ojo, echa en ella una nube, así ha hecho en tu mente el amor a las riquezas.
Pero es cosa fácil disipar y desgarrar semejante nube, con tal que recibamos los rayos de la enseñanza de Cristo; con tal que lo oigamos cuando dice: No alleguéis tesoros en la tierra. Preguntarás: ¿de qué me sirve escuchar la doctrina si ya estoy enredado en la codicia? Ciertamente el continuo escuchar la doctrina puede ir disolviendo la codicia. Y si notas que a pesar de todo permaneces enredado, advierte que eso ya no es la codicia y el anhelo. Porque ¿qué anhelo puede haber de estar sujeto a durísima servidumbre y yacer bajo el pie de una tiranía y estar de todos lados encadenado y andar en tinieblas y lleno de desasosiego y entregado a trabajos inútiles y atesorando para otros y muchas veces precisamente para los enemigos? ¿De qué anhelo son dignas, cosas semejantes? Más aún: ¿con qué precipitada fuga y carrera no deben abandonarse? ¿Qué anhelo es depositar los tesoros para los ladrones? Si en realidad tienes anhelo de riquezas, transpórtalas allá a donde pueden permanecer integras y seguras. Lo que ahora haces no es propio de quien anhela dineros, sino servidumbre, daño, penas pecuniarias, dolores perpetuos.
Si alguno te mostrara en la tierra un sitio inviolable y te prometiera seguridad para tus riquezas, aun cuando te llevara al desierto, no vacilarías ni te negarías, sino que confiadamente allá depositarías tus caudales. Y cuando no es un hombre sino un Dios quien te lo promete y te lo propone, y no un desierto sino el cielo, tú haces todo lo contrario; y esto a pesar de que aun estando tus riquezas lo más seguras posible, tú nunca estarás libre de cuidados: aunque no las pierdas no te verás libre del temor de perderlas. En cambio, poniéndolas allá en el cielo, no tendrás temor. Y lo que es más aún: no sepultas tus tesoros bajo tierra, sino que en realidad los siembras. Porque en ese caso, simiente y tesoro se equiparan; pero la resultante es aún mejor, pues la simiente no dura para siempre, mientras que el tesoro de allá, sí. El tesoro acá no germina, mientras que allá te produce frutos eternos.
Y si me alegas el tiempo que eso tarda y la dilación en devolvértelo, yo puedo demostrarte cuán grandes bienes recibes aun de la dilación. Pero intentaré refutarte por las cosas mismas del siglo y hacerte ver cómo en vano me presentas semejantes objeciones. Tú preparas para esta vida muchas cosas que no vas a disfrutar. Y sin embargo, si alguien te pone delante el futuro de tus hijos y de los hijos de tus hijos, te parece que eso es suficiente para consolarte de tus superfluos trabajos. Por ejemplo, cuando ya en la extrema vejez te construyes suntuosas y magníficas mansiones que con frecuencia no se terminan antes de tu muerte, y plantas árboles que tras de muchos años darán sus frutos; y cuando pones en filas esos árboles en tus campos, y compras predios y heredades en cuyo dominio no entrarás hasta pasado mucho tiempo y preparas muchas otras cosas de que nunca disfrutarás ¿lo haces todo pensando en ti o en tus sucesores?
Entonces ¿cómo no va a ser el colmo de la locura esto de no llevar pesadamente la dilación, aquí, aun cuando por su causa veamos que no hemos de gozar de la recompensa de nuestros trabajos, y en cambio, tratándose del cielo emperezar por causa de la dilación; y más cuando la misma dilación fructifica para ti más abundantemente y no pasa tus bienes a otro, sino que los guarda para entregártelos oportunamente? Aparte de que la dilación ya no será mucha, 151 el éxito final está a la puerta e ignoramos si todo lo nuestro acabará en esta misma generación y llegará aquel día tremendo en que aparecerá el temible tribunal, ante el cual no hay apelación ni acepción de personas.
Porque la mayor parte de las señales ya se han verificado. Ya el evangelio se ha predicado por todo el orbe; ya acontecieron hambres, guerras y terremotos; de manera que no queda ya gran intervalo. ¿No adviertes las señales? Pues eso mismo es una gran señal. Tampoco los que vivían en tiempo de Noé advirtieron los prenuncios de la catástrofe; sino que, entre tanto, dados al juego, a las comilonas, a los casamientos y entregados a todas sus acostumbradas ocupaciones, los alcanzó aquella temible venganza. Lo mismo pasó con los sodomitas dados a los deleites, que ni siquiera sospecharon lo que iba a suceder y fueron fulminados con los rayos que bajaron del cielo sobre ellos.
Meditando en esto, emprendamos el camino de regreso y démosnos a prepararnos aquí con una vida perfecta. Y aun cuando no esté inminente aquel día de la común consumación, el término de cada uno sí está a las puertas, ya sea un anciano ya sea un joven. Y no habrá entonces posibilidades de ir a comprar aceite para nuestras lámparas, ni para alcanzar perdón, aun cuando rueguen por nosotros Abraham, Noé, Job o Daniel. Así pues, mientras tenemos tiempo preparémosnos para estar entonces con gran confianza. Acopiemos mucha cantidad de óleo; transportemos al cielo todos nuestros tesoros, a fin de que a su tiempo y cuando más lo necesitemos podamos disfrutarlos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXI

(XXII) Nadie puede servir a dos señores; pues, o bien, aborreciendo a uno, amará al otro; o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro (Mt 6, 24).
¿OBSERVAS cómo poco a poco va separando al hombre de las cosas presentes; y cómo por muy variados modos endereza su discurso al desprecio de las riquezas y derriba la tiranía de la codicia? Pues no contento con lo que ya antes dijo, y eso que fue doctrina muy amplia y excelente, todavía añade muchas otras cosas más temibles aún. Porque ¿qué cosa hay más temible que lo que ahora nos dice, si es que por el amor a las riquezas tenemos que abandonar el servicio de Cristo? ¿Qué hay más deseable si por el desprecio de las riquezas podemos cultivar una firme benevolencia y caridad para con Cristo? Porque -lo repetiré constantemente y ahora de nuevo lo digo- Cristo por ambos caminos, por el de la utilidad y el del daño, excita a sus oyentes a recibir sus mandatos: procede a la manera de un excelentísimo médico que declara cómo las enfermedades nacen por la negligencia y descuido y la salud nace de obedecer las prescripciones.
Considera, pues, cuán grande ganancia nos declara de nuevo en este pasaje; y cómo, al tiempo mismo en que aparta lo dañoso, apronta lo útil para la salud. Pues dice que las riquezas os dañan no únicamente porque suministran a los ladrones armas contra vosotros, ni sólo porque cubren de tinieblas vuestras mentes; sino además porque os echan del servicio de Dios y os arrojan en manos de los dineros, seres inanimados y que con dos filos os hieren; que hacen esclavos de quienes debieran mandar; y que os apartan del servicio de Dios, a quien en absoluto debéis servir.
Del mismo modo que antes demostró haber un doble daño, como es que las riquezas se amontonen en donde la polilla las corroe y que no se depositen allá en donde es segura su guarda, así en este pasaje también declara un doble daño: que apartan del servicio de Dios y que esclavizan al dinero. Sin embargo, esto no lo enuncia inmediatamente, sino que lo va preparando mediante ordinarias consideraciones, diciendo: Nadie puede servir a dos señores. Se refiere a dos señores que ordenan cosas encontradas, pues si esto no sucediera ya no serían dos. Por eso dice: La muchedumbre de los que habían creído tenía un corazón y una alma sola; 152 pues aun cuando estaban divididos en muchos cuerpos, sin embargo, la concordia los hacia uno solo.
En seguida, insistiendo, dice no únicamente que el apegado a las riquezas no le dará servicio, sino que lo odiará y aborrecerá. Porque, o bien aborreciendo a uno, amará al otro; o bien, adhiriéndose a uno despreciará al otro. Parece que dijo dos veces lo mismo; pero no sin motivo procedió de esa manera, sino para mostrar así que el cambio en mejor es fácil. Para que no te excusaras alegando que ya estás hecho esclavo de las riquezas y oprimido por su tiranía, te demuestra que puedes pasarte al opuesto partido; y así como lo puedes hacer de aquí para allá, también lo puedes de allá para acá.
Dicho esto en forma indefinida para persuadir al oyente a que se constituyera juez imparcial de lo que le decía, y así diera su sentencia, atendiendo a la naturaleza misma de las cosas, en cuanto lo vio dar su parecer afirmativo, finalmente se refirió a sí mismo y dijo: No podéis servir a Dios y a las riquezas. Horroricémosnos de ver qué cosas obligamos a decir a Cristo, hasta hacerlo comparar y poner frente a frente a Dios y el oro. Pero si esto es horrible, mucho más horrible es que de hecho nosotros así lo hagamos y antepongamos la tiranía del oro al temor de Dios.
Dirás: ¿pero acaso esto no fue posible entre los antiguos? ¡De ninguna manera! ¿Cómo se hicieron esclarecidos en la virtud Abraham y Job? No me vayas a traer a cuento simplemente a los ricos. Me refiero a los que sirvieron a las riquezas. Rico era Job, pero no esclavo de la riqueza. Poseía y retenía sus riquezas, pero era señor de ellas y no siervo; pues las poseía a la manera de un mayordomo de ajenos dineros; y no sólo no arrebataba lo ajeno, sino que de lo propio daba a los pobres. Y, lo que es todavía más, no se alegraba de los bienes presentes, como él mismo lo declaró cuando dijo: Si me gocé en mis muchos bienes; 153 y por eso al perderlos no se dolió.
No son así los ricos de ahora; pues con ánimo más bajo que el de un esclavo, pagan tributo a la tiranía amarga de las riquezas. El amor al dinero ha capturado su ánimo como una fortaleza sitiada; y desde ahí diariamente les impone preceptos plenos de iniquidad, y no hay rico que no los obedezca. De modo que no andes discurriendo en vano. De una vez para siempre dio Dios el decreto y dijo que eran incompatibles ambas servidumbres. No afirmes tú que sí son compatibles. Si una ordena robar y la otra despojarse de lo propio; una ser casto y la otra fornicar; una embriagarse y darse a los placeres de la mesa y la otra moderar las tendencias del vientre; una despreciar las cosas presentes y la otra adherirse a ellas; una admirar los mármoles y el ornato de las paredes y techos y la otra despreciar todo eso y cultivar la virtud ¿cómo pueden ambas ser compatibles?
Y aquí Cristo a la riqueza la llama señor, no porque por naturaleza lo sea, sino porque lo es por la miseria de quienes se le han sujetado. Del mismo modo al vientre lo llama dios, no por la dignidad del que impera, sino por la miseria de quienes le sirven, cosa peor que cualquier suplicio, y que aun antes del suplicio puede vengarse del cautivo. ¿Cómo no han de ser más míseros que cualesquiera cautivos, los que teniendo por Señor a Dios se pasan de tan suave reinado a la pesadísima tiranía del dinero, para hacerse esclavos, siendo así que de esto aun acá en la tierra tan grave daño les viene? Porque de esto nacen males gravísimos, como son los litigios, las molestias, las discusiones, los trabajos, la ceguedad de la mente y el más grave de todos que es que la servidumbre de las riquezas nos priva de los bienes eternos. Una vez que por estos caminos demostró Cristo cuán grande utilidad proviene del desprecio de las riquezas, es a saber la segura guarda de las mismas, el gozo del alma, la posesión de la virtud, la defensa de la piedad; finalmente viene a dar la prueba de la posibilidad de llevar a cabo lo que nos propone. Porque éste es el mejor modo de una legislación: no sólo ordenar cosas útiles, sino además volverlas factibles. Por esto continúa diciendo: No os inquietéis por vuestra vida, sobre qué comeréis. Para que no se excusaran los oyentes diciendo: ¿Qué, pues? Si todo lo dejamos ¿cómo podremos vivir? oportunamente sale al paso a esta objeción. Si al comienzo hubiera dicho: No os inquietéis, la expresión podría haber molestado. Pero una vez que ha demostrado ya la ruina que proviene del amor a las riquezas, añadió luego una exhortación fácil de entender. Y por esto no dijo únicamente: No os inquietéis, sino que aprontó el motivo y así dio el precepto.
Habiendo dicho: No podéis servir a Dios y a la riqueza, añadió: Por lo cual yo os digo: no os inquietéis. ¿Qué significa ese: por lo cual? A causa del ingente daño. Porque el daño no reside únicamente en los dineros, sino que va a recaer aun en las cosas más importantes y aun en la pérdida de la salvación, puesto que os apartan de Dios creador, providente y amante. Por lo cual, yo os digo: no os inquietéis. Después de haber declarado el mal enorme, luego puso el precepto, y no sólo ordena despojarnos aun del manto, pero ni siquiera inquietarnos por el necesario alimento. Y dice: No os inquietéis por vuestra vida, sobre qué comeréis. Y no es que el alma necesite de alimento material, pues es incorpórea; sino que usó de un modo común de hablar. Pues aun cuando ella no necesite de alimento, pero no puede permanecer en un cuerpo si éste no se nutre.
Pero no solamente lo enuncia, sino que también aquí procede a las pruebas; y las toma: unas de lo que entre nosotros acaece; otras, de varios ejemplos. Usando de lo que entre nosotros acaece dice. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Entonces, quien nos dio lo que es más ¿no nos dará lo que es menos? El que formó la carne que se alimenta ¿cómo no le aprontará el alimento? Por esto no dijo simplemente: No os inquietéis por lo que comeréis y por lo que vestiréis, sino que hizo mención del cuerpo y del alma, porque de éstos iba a tomar los ejemplos, procediendo por comparaciones.
El alma nos la dio una vez y permanece tal como nos la dio. Pero el cuerpo cada día va creciendo. Cosas ambas que demuestran por una parte la inmortalidad del espíritu y por otra la naturaleza caduca y pasajera del cuerpo. Por lo cual añadió. ¿Quién de vosotros puede añadir un codo a su estatura? Callando respecto del alma que no puede recibir incremento, se refiere únicamente al cuerpo; y por lo que dice demuestra que éste no crece por causa del alimento, sino por obra de la providencia de Dios. Pablo, demostrando lo mismo por otros caminos, decía: Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento. 154 Así demostró su aserto valiéndose de lo que en nosotros ordinariamente sucede. Y dice: Ved las aves del cielo. Para que nadie objetara diciendo: Y sin embargo nos vendría utilidad de inquietarnos, los exhorta procediendo tanto de menor a mayor, como de mayor 'a menor. De menor a mayor, recordando el alma y el cuerpo; de mayor a menor, trayendo a colación las aves. Porque si Dios tan cuidadosamente cuida de seres inferiores a vosotros ¿cómo no lo hará con vosotros? Esto dijo a los oyentes, pues se trataba de una turba de pueblo. En cambio, al demonio no le respondió así, sino ¿cómo?: No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. 155 Y trae a colación las aves en una forma excelente para exhortar y que tiene para eso una fuerza enorme. Pero hubo impíos que llegaron a tan grande estulticia, que pusieron defecto en la comparación. Pues decían no convenir a quien quería levantar las voluntades y despertarlas, usar de ejemplos tomados de la naturaleza, ya que tales seres tienen por la misma naturaleza lo que tienen.
¿Qué responderemos a esto? Que aun cuando ellos lo tengan dado por la misma naturaleza, podemos nosotros adquirirlo por el empeño de la voluntad. Porque no dijo Cristo: Mirad las aves del cielo cómo vuelan, cosa que no está en las posibilidades del hombre; sino cómo sin inquietarse ellas son alimentadas; cosa que sí podemos, con tal de que queramos. Y así lo experimentaron los que lo pusieron por obra. Así que debemos admirar la suma prudencia del Legislador, quien pudiendo poner ejemplos de hombres y presentar a Elías, Moisés, Juan el Bautista y otros semejantes, que nunca anduvieron solícitos por el alimento, para más impresionar a los oyentes, se refirió a los animales irracionales. Si les hubiera puesto delante a aquellos varones santos, le podían haber respondido: ¡No llegamos a tan grande virtud! En cambio, habiendo callado acerca de ellos y habiéndose referido a las aves del cielo, les quitó toda excusa, imitando en esto a la Ley Antigua.
Porque el Antiguo Testamento remite a la abeja, a la hormiga, a la tórtola, a la golondrina. Ni es pequeño honor para el hombre que podamos con el poder de la voluntad alcanzar lo que los animales poseen por su naturaleza. Ahora bien: si Dios tan grande providencia tiene de los seres que por nosotros fueron creados ¿cuánto mayor la tendrá de nosotros mismos? Si la tiene de los siervos ¿cuánto más la tendrá de los señores? Por tal motivo dijo: Ved las aves del cielo. Y no añadió: cómo no trafican ni venden, cosas que eran entonces grandemente reprensibles, sino cómo no siembran ni cosechan.
Preguntarás: entonces ¿no conviene sembrar? No dijo Cristo que no conviniera sembrar, sino el andar inquietos; ni dijo que no se ha de trabajar, sino que no se ha de decaer de ánimo ni atormentarse con preocupaciones. Ordena tomar los alimentos, pero sin inquietud. Ya David anteriormente había dicho lo mismo, hablando enigmáticamente: Abres tú la mano y das a todo viviente la grata saciedad. 156 Y también: El que da al ganado su pasto y a los polluelos del cuervo que claman. 157 Dirás que quiénes fueron los que vivieron sin inquietudes. ¿Qué no has oído cuántos varones santos nombré? Y con esos ya nombrados ¿no viste a Jacob saliendo desnudo de la casa paterna? ¿No lo oíste cómo suplicaba y decía: Si el Señor me diere pan para comer y vestido para cubrirme? 158 Palabras son esas de quien no anda solícito, sino que todo lo pide a Dios. Lo mismo esforzadamente practicaron los apóstoles, abandonándolo todo y por nada inquietos. Y lo mismo los cinco mil y los tres mil a quienes exhortó Pedro. Pero si, ni aun oyendo esto, tienes valor para romper tan fuertes ataduras, a lo menos, conocida ya la inutilidad de la preocupación, échala de ti. Pues dice Cristo: ¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo?
¿Observas cómo esclareció lo que era oscuro mediante lo que era claro y manifiesto? Porque dice: así como nadie con sus preocupaciones puede añadir ni siquiera un poquito a la estatura de su cuerpo, del mismo modo no puedes, aunque tú creas que lo puedes, amontonar alimentos. Por aquí queda manifiesto que aun las cosas que juzgamos deberse a nuestro trabajo, es la providencia divina la que las lleva a cabo; de manera que si ésta nos abandonara, nada bastaría para el buen éxito: ni el cuidado, ni la inquietud, ni el trabajo, ni otra cosa alguna, sino que todo se nos hundiría.
No pensemos, pues, que tales preceptos son imposibles, ya que aun al presente hay muchos que los cumplen. Y si esto ignoras, no es cosa de admirarse. También Elías creía ser el único servidor de Dios. Pero oyó la respuesta: Me he guardado siete mil hombres. 159 Por donde se ve manifiesto que también ahora hay quienes imitan la vida de los apóstoles, como antaño aquellos tres mil y aquellos cinco mil. Si no lo creemos, no es porque no haya quienes correctamente vivan, sino porque están lejos de nosotros. Así como el dominado por el vicio de la embriaguez no cree fácilmente que haya quienes aun del agua se abstengan, aun cuando en nuestros días practican esto muchos de los monjes; y así como el que convive con mujeres no cree ser cosa fácil guardar la virginidad; ni quien es ladrón cree que haya quienes fácilmente den de lo suyo, del mismo modo, los que diariamente se atosigan con mil inquietudes, no pueden con facilidad aceptar esta doctrina.
Pero que haya muchos que han llegado a esta perfección, lo puedo demostrar con los que en este tiempo nuestro han seguido semejante género de vida. Por lo que hace a vosotros, os baste con que aprendáis a no dejaros llevar de la avaricia y saber que es bueno hacer limosnas y que es necesario dar de nuestros bienes. Si esto haces, carísimo, llegarás hasta aquella perfección pronto. Mientras tanto, echemos lejos aquella pompa superflua, y contentémosnos con una medianía, que sepamos que mediante el trabajo honrado hemos de adquirir lo que tengamos; pues el bienaventurado Bautista, cuando hablaba con los recaudadores y los soldados, les ordenaba que se contentaran con sus estipendios y sueldos. Quería levantarlos a otro género de vida; pero por no estar aún preparados, los exhortaba a cosas de menos perfección. Si les hubiera propuesto cosas más altas, no le habrían atendido y ni aun esas menos perfectas habrían practicado.
Ejercitémosnos, pues, también nosotros en éstas. Entre tanto, sabemos que eso de dejar los bienes, es carga más pesada de lo que podéis llevar; y que tanto cuanto dista el cielo de la tierra, así de lejos estáis de semejante virtud. Practiquemos, pues, a lo menos los últimos preceptos, cosa de no pequeño consuelo, ya que aun entre los griegos algunos practicaron ese medio y modo de vivir que decíamos; y lo abandonaron todo, aunque no con los rectos propósitos que era debido. Nosotros nos contentaremos con que en dar limosna seáis generosos; pues si esto hacemos, pronto subiremos a aquella perfección. Pero si ni esto hacemos ¿de qué perdón seremos dignos, pues ordenándosenos superar a los santos de la Ley Antigua, ni siquiera igualamos a los ,filósofos helenos?
¿Qué alegaremos, si debiendo ser como los ángeles y los hijos de Dios, ni siquiera parecemos hombres? Porque robar lo ajeno y andarlo anhelando, no es propio de la mansedumbre del hombre, sino de la crueldad de las fieras. Más aún: los que arrebatan lo ajeno son peores que las mismas fieras. Porque en las fieras es la naturaleza la que ha puesto eso; pero nosotros, adornados con el don de la razón, que contra lo natural nos deslizamos a tanta bajeza ¿de qué perdón gozaremos?
Considerando, pues, la alteza del género de virtud que se nos propone, lleguemos siquiera a un término medio, para librarnos del futuro castigo y luego adelantaremos en ese camino hasta llegar a la cumbre de todos los bienes. Ojalá todo esto lo consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXII (XXIII)

Mirad los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos (Mt 6, 29).
UNA VEZ que Cristo hubo tratado acerca del alimento necesario y demostró que no debemos inquietarnos por él, descendió a cosas de menor importancia. Porque no es tan necesario el vestido como el alimento. Pero ¿por qué aquí no echa mano del ejemplo de las aves y no nos habla del pavo y del cisne o de la oveja? Porque ciertamente de estos animales podían tomarse abundantes ejemplos. Pues porque quería hacer ver la magnitud del negocio por ambos caminos: así por la nulidad de esos vegetales que brillan con gran esplendor, como por la excelencia del ornato que a los lirios se ha concedido. Y así, tras de hacernos la descripción que precede, ya no los llama lirios, sino hierba del campo. Ni se contentó con eso, sino que añadió otra calidad despreciable de ellos al decir: que hoy es. Y no continuó diciendo: y mañana ya no existe, sino que añadió algo que mejor indica la bajeza de ellos. Porque dijo: y se echa al fuego. Tampoco dijo simplemente la viste, sino: así la viste.
Advierte cómo procede y los muchos pasos por donde avanza a cosas más aventajadas y mayores. Lo hace para impresionar a los oyentes y obligarlos; y por lo mismo continuó: ¿No hará mucho más con vosotros? que es expresión de mucho énfasis. Ese con vosotros no significa nada menos, sino que se ha dignado conceder al género humano honor grande y grande cuidado. Como si dijera: Vosotros a quienes dio el alma, para quienes formó el cuerpo, para cuyo uso creó todo lo visible, en cuyo bien envió a los profetas y dio la Ley y os colmó de bienes sin cuento y por cuya redención entregó a su Hijo Unigénito y por medio de El ha dispensado dones infinitos.
Tras de haberles claramente manifestado y declarado esto, luego los increpa y dice: Hombres de poca fe. Así es este Señor que aconseja. Una vez que claramente ha expuesto las cosas, no sólo exhorta a la práctica, sino que además estimula para más excitar a la obediencia de sus preceptos. Con estas palabras nos enseña a no inquietarnos, pero además a no admirarnos si contemplamos magníficas vestiduras. Hierba es la belleza: ¡hermosura de hierba tierna! Más aún: más bello es el heno que ese vestido tuyo. Entonces ¿por qué te ensoberbeces de una cosa en que tanto te supera la hierba?
Considera, además, cómo ya desde el principio declara ser fácil y ligero: este precepto, pues los va enseñando mediante los contrarios y por las cosas que más temen. Después de haber dicho: Considera los lirios del campo, añadió: no trabajan. De modo que su precepto tiende a liberarnos del trabajo. De modo que no hay trabajo en no preocuparse de esas cosas, sino al revés en cuidar de ellas y andar inquieto. Y así como al decir no siembran, no por eso quiso suprimir las siembras, sino únicamente la preocupación, así cuando dice: No trabajan ni hilan, no por eso prohibió esas obras sino la inquietud en ellas. Pues si Salomón fue superado por la belleza de los lirios; y esto no una ni dos veces sino durante todo su reinado (pues nadie puede afirmar que ahora se vestía de un modo, ahora de otro; ni tampoco que por sólo un día brilló con tan grande esplendor, pues eso indicó Cristo al decir: en toda su gloria y reino) ; ni fue inferior a sólo una de las flores, sino a cualquiera de ellas y no pudo imitar ni a una sola (pues por eso dijo Cristo como uno de éstos, y cuanto dista la verdad de la mentira tanto así distaban las flores en belleza respecto de aquellos vestidos) ; si pues aquel rey se confesó vencido, siendo el más espléndido de cuantos reyes han existido ¿cuándo podrás tú vencer a los lirios, ni siquiera acercarte un tanto a su hermosura?
Nos enseña, pues, aquí a nunca ambicionar semejante belleza en el vestido, al ver cómo termina la de la hierba, que tras de su esplendor es arrojada al fuego. Ahora bien: si para la hierba, tan vil y tan inútil para el uso, tiene Dios tan gran providencia, ¿cómo se descuidará de ti, viviente el más necesario de todos? Preguntarás ¿por qué entonces hizo a la hierba tan hermosa? Para manifestar su sabiduría y su poder y para que todos conozcan su gloria. Porque no sólo los cielos proclaman la gloria de Dios, 160 sino también la tierra. Y significando esto dijo. David: Alabad al Señor, árboles frutales y todos los cedros. 161 Unas criaturas entonan las alabanzas del Creador con sus frutos, otras con su grandeza y otras con su hermosura.
Gran señal es de sabiduría y poder el que a seres en sí vilísimos (puesto que ¿qué hay más vil que lo que hoy es y mañana ya no existe?) los adorne el Creador con tan grande belleza. Si al heno,' que para nada sirve, le concede vestirse así (puesto que ¿de qué sirve su hermosura sino para alimentar el fuego?) ¿cómo no te concederá las cosas de que tú necesitas? Si a las criaturas más bajas de todas así tan abundantemente las adornó, y esto no para alguna utilidad, sino para mostrar su magnificencia, con mucha mayor razón te honrará a ti, que eres de mucho más altísimo precio que todas ellas, y. te dará todo lo necesario para tu Uso.
Pues Cristo había demostrado a los oyentes la gran providencia de Dios, y además era necesario increparlos, usa en esto segundo de gran suavidad echándoles en cara no una plena incredulidad, sino solamente poca fe. Les dice: Pues si a la hierba del campo que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? Y todo eso lo hace El mismo; porque todas las cosas fueron hechas por El y sin El nada se hizo; 162 y sin embargo, no se nombra a sí mismo. Porque por el momento, para cimentar su autoridad bastaba con que en cada precepto antepusiera aquello de: Habéis oído que se dijo a los antiguos. No te admires, pues, de que en lo que sigue se oculte a sí mismo o diga de sí mismo algunas cosas más humildes. Por entonces sólo se preocupaba de que su palabra se hiciera creíble y fuera captada por sus oyentes y de demostrar que no era adversario de Dios, sino que estaba en todo de acuerdo con su Padre.
Eso mismo hace aquí. Porque en su largo discurso con frecuencia lo nombra, admira su sabiduría, su providencia en todas las cosas grandes y pequeñas. Así, hablando de Jerusalén, la llama ciudad del gran Rey; y al recordar el cielo, lo llamó solio de Dios y al extenderse acerca del gobierno del universo, todo lo atribuye a su Padre, diciendo: Que hace nacer su sol sobre buenos y malos y llueve sobre justos y pecadores. Y al proponer el modo de orar nos enseñó a decir: Porque de Él es el reino, el poder y la gloria. Y en este pasaje, tratando de la providencia de su Padre y declarando ser El excelente Opífice aun en las cosas pequeñas, dijo: Viste la hierba del campo. Y nolo llama Padre suyo, sino de los oyentes, para impresionarlos con este honor, y para que después cuando El lo llamara su Padre, ellos no se indignaran. Si pues no debemos inquietarnos por las cosas de poco precio ni por las necesarias ¿qué excusa valedera pueden tener quienes andan preocupados por las grandes? Más aún: ¿qué excusa podrán tener los que no duermen por andar tras de los bienes ajenos?
No os preocupéis, pues, diciendo ¿qué comeremos, qué beberemos o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso. ¿Observas cómo de nuevo los increpa con mayor viveza y les declara que El no ha ordenado nada oneroso ni duro? De modo que así como cuando decía: Si amáis a las que os aman, nada grande hacéis, pues también los gentiles hacen eso, con traer a la memoria a los gentiles excitaba a sus oyentes a la perfección; así ahora vuelve a traemos para excitar a los otros y demostrarles que lo que nos exige no es otra cosa sino el pago de una deuda. Si es necesario superar a los escribas y fariseos ¿de qué pena no seremos dignos nosotros, que no sólo no los superamos, sino que permanecemos en la bajeza de los paganos e imitamos su falta de confianza?
No se contentó con increparlos, sino que habiéndolos aguijoneado, los excitó y los puso en vergüenza con vehemencia suma; y luego por otro camino los consoló diciendo: Porque vuestro Padre celestial sabe que necesitáis de todo eso. No dijo: sabe Dios, sino: sabe el Padre, para levantarlos a mayor confianza y esperanza. Porque siendo El Padre, y tal Padre, no podrá descuidar a sus hijos que en tan graves aprietos se encuentran, cosa que ni aun los hombres, cuando son padres, lo soportan.
Introduce luego otro raciocinio. ¿Cuál? Que necesitáis de todo esto. Quiere decir lo siguiente: ¿son acaso superfluas tales cosas? para que Él las pase por alto? Pues bien, ni aun las cosas superfluas las despreció, como se ve en la hierba del campo. Pero a la verdad éstas no son superfluas sino necesarias. De manera que lo que tú tienes como justa causa de inquietud, precisamente eso es lo más idóneo para apartar de ti la preocupación. Y si instas y dices: conviene que yo me preocupe, pues se trata de cosas necesarias, yo te diré lo contrario: precisamente porque son necesarias no te inquietes. Si fueran superfluas, ni aun así habría que perder la confianza, sino confiar en que se pueden proveer. Ahora bien, como son necesarias, en forma alguna conviene desconfiar.
¿Qué padre hay que descuide el dar a su hijo lo necesario? De modo que sin duda Dios la dará. El es el Creador de la naturaleza y sabe perfectamente qué sea lo necesario. Nunca podrás tú decir, que ciertamente El es Padre y que también tales cosas son necesarias, pero que El ignora cuándo las necesitamos. Quien conoce la naturaleza y es su Creador y la conformó así como es, conoce mejor que tú, que estás necesitado, de lo que ella exige, como es manifiesto. El tuvo a bien que tú sufrieras esta dificultad. No se contradirá en lo que ha querido, de tal manera que por una parte te ponga en la necesidad y por otra te prive de la necesario.
No nos inquietemos, pues, ya que, al fin y al cabo, con eso nada ganamos si no es el destrozarnos a fuerza de cuidados. Puesto que el Padre celestial nos proporciona lo que necesitamos, estemos o no preocupados, andemos o no inquietos, y más bien no estándolo ¿qué nos queda de la ansiedad e inquietud sino el habernos atormentado con superfluos cuidados? Quien ha sido invitado a un banquete jamás se preocupará por los alimentos; ni quien se acerca a una fuente anda angustiado por el agua. No nos portemos, por consiguiente, como pobres desvalidos y abatidos, nosotros que tenemos a la mano una abundancia mucho mayor que en mil fuentes y banquetes; es decir; la providencia divina.
Añade luego, otra razón para confiar en todas las cosas y en todas las circunstancias, diciendo: Buscad primero el reino de los cielos y todo lo demás se os dará por añadidura. Levantados ya los ánimos, les trae a la memoria el reino de los cielos. Porque vino para disolverlas antiguas ataduras y para llamarnos a una patria mejor. Por eso pone todo su empeño en apartarnos de las cosas superfluas y librarnos del apego a las terrenales. Tal fue la razón de recordar a los gentiles cuando dijo que éstos andaban con anhelo y preocupación de las cosas de la vida presente y en eso ponen todo su trabajo y empeño, pues para nada tienen en cuenta las futuras ni el cielo. Pero para vosotros, como si dijera, no son aquéllas sino éstas las principales. No hemos sido creados para comer, beber y vestimos, sino para obedecer a Dios y alcanzar los bienes futuros.
De manera que, en consecuencia, así como estas cosas son pasajeras y de poco peso, así las hemos de pedir como de paso. Por esto decía: Buscad primero el reino de Dios y lo demás se os dará por añadidura. Y no dice simplemente se os dará, sino: por añadidura, para que entiendas que de las cosas que actualmente te da, ninguna hay de tal magnitud que pueda compararse con la grandeza de las venideras. Por lo cual no ordena pedir aquéllas sino estas otras y confiar en que a éstas se añadirán las otras. Busca las futuras y se te darán las presentes. No anheles las cosas visibles y ciertamente conseguirás las futuras. Es cosa indigna que vayas a Dios con tales peticiones de lo visible. Tú, que debes poner todo empeño y cuidado en aquellos bienes inefables, te deshonras al ponerlos así en el anhelo de cosas pasajeras.
Preguntarás: ¿cómo es entonces que nos ordenó pedir el pan? Atiende a que añadió enseguida cotidiano; y más aún, añadió de nuevo: hoy, 163 como también lo hace aquí. Porque no dijo únicamente no estéis inquietos, sino: por el mañana, dejándonos así en libertad de pedir y al mismo tiempo aplicando el alma a cosas más necesarias. Ordenó pedir el pan y lo demás, pero no porque Dios necesite de avisos, sino para que aprendiéramos que nosotros todo lo bueno lo ejercitamos con su auxilio; y para que con la asiduidad en pedir nos le hagamos familiares. ¿Ves cómo también por aquí los persuade y les enseña que juntamente recibirán los bienes presentes? Porque quien da los dones mayores con mucha mayor razón dará los menores.
Como si dijera: no os he ordenado que no estéis inquietos ni pidáis nada para que andéis miserables y desnudos, sino precisamente para que abundéis en tales bienes: cosa que a la verdad podía atraer mucho a los oyentes. Así como al vedar la ostentación ante los hombres cuando se hace limosna, puso como principal razón que luego con mayor abundancia la honra les será devuelta (pues dice: Y tu Padre que ve en lo oculto te premiará públicamente), así en este pasaje, al apartar a su auditorio de andar buscando las cosas presentes lo persuade sobre todo con que tales cosas se prometen con mayor abundancia a quienes no las buscan. Te prohibo, dice, que las busques, no para que no las recibas, sino para que más abundantemente las recibas y en un modo a ti conveniente y con la conveniente utilidad: no vaya a sucederte que, inquieto y destrozado con los cuidados de estas cosas temporales, te vuelvas indigno de ellas y también de las espirituales; y que te atormentes con inútiles cuidados y decaigas del propósito de lo eterno. No queráis, pues, estar inquietos por el día de mañana. Bástale a cada día su malicia, es decir, su propia miseria y tribulación. ¿No te basta con la de comer tu pan con el sudor de tu rostro? ¿Por qué añades otra miseria mediante la inquietud, tú que has de ser liberado de los trabajos anteriores?
Llama aquí malicia no a la maldad ¡lejos de eso! sino a la miseria y trabajo, a las molestias, como dice en otra parte. ¿Habrá en la ciudad malicia cuyo autor no sea Dios?, 164 donde malicia no significa rapiña ni avaricia ni otra cosa semejante, sino las miserias y castigos enviados del cielo. Y también dice: Yo doy la paz, yo creo lo malo 165 Tampoco aquí se refiere a la perversidad, sino sólo al hambre y a la peste, que el vulgo estima malas, porque ha entrado en la costumbre de muchos decir que son malas. Así aquellos cinco adivinos y sacerdotes de los sátrapas, cuando soltaron para que anduvieran a su placer las vacas uncidas al arca y sin sus ternerillos, llamaron malicia o mal a las llagas y dolo y tristeza de ahí nacidos, que les envió el cielo. Pues lo mismo aquí significa cuando dice: Le basta al día su malicia.
Nada hay que así atormente el ánimo como los cuidados y las preocupaciones. Por lo mismo Pablo, al exhortar a la guarda de la virginidad, daba este consejo: Yo os querría libres de todo cuidado. 166 Cuando Cristo añade que el mañana será solícito de sí mismo, no quiere decir que el día sea solícito para sí; sino que, por hablar a una multitud aún imperita, como quisiera poner énfasis en su sentencia, presenta al tiempo como si fuera una persona, hablándoles conforme a una costumbre muy generalizada. Aquí, por cierto, lo da como un consejo; pero más adelante lo propone como ley: No llevéis oro ni plata ni alforja para el camino. 167 Hasta que practicó todo eso con el ejemplo, hasta entonces lo estableció como ley, con base más firme; pues su sentencia había sido ya aceptada y, apoyada con las obras. ¿Cuándo lo demostró con las obras? Oye cómo lo dice: El Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar su cabeza.
Mas no contento con esto, muestra el ejemplo también en sus discípulos, al formarlos según esta norma y no permitir que algo les faltara. Medita en su providencia, que supera el afecto de cualquier padre. Ordeno esto, dice, para libraros de toda preocupación inútil, y no por otro motivo. Si hoy andas intranquilo por el mañana, mañana lo andarás de nuevo. ¿Qué es aquí lo inútil? Que obligas al día a que se aflija con miserias mayores que las que ya le tocaron por suerte. Le añades a sus trabajos propios la carga de los del siguiente día; y no porque con este añadir disminuyas la carga del día siguiente, sino sólo, añadiendo trabajos a trabajos. Presenta Cristo, para más impresionar a los oyentes, al tiempo como si fuera una persona, y como herido y gritando contra ellos a causa de la molestia inútil. Se te dio el día para que cuides de lo que a él atañe. ¿Para qué le acumulas los cuidados del día siguiente? ¿No es acaso para él suficiente carga su propio cuidado? ¿por qué le impones una carga mayor?
Siendo el Legislador quien habla así; y siendo él quien nos ha de juzgar, medita tú cuán buena esperanza nos propone al testificar que esta vida es laboriosa y miserable, a tal punto que basta la preocupación y cuidado de un solo día para afligimos y destrozarnos. Y sin embargo, tras de tanto y tan excelente como se ha dicho, todavía nosotros andamos inquietos por esas cosas; y en cambio descuidamos el cielo e invertimos el orden de valores, luchando contra la sentencia de Cristo por ambos caminos. Porque, obsérvalo bien. Dice El: No busquéis las cosas presentes en absoluto; y nosotros continuamos buscándolas. Buscad, dice, las cosas del cielo; y nosotros no les dedicarnos ni siquiera el breve tiempo de una hora. Cuanta solicitud mostramos por las cosas de este siglo, tanta es la negligencia, y aun mucho mayor, para las cosas espirituales. Y esto a pesar de que en lo temporal no siempre vamos con la prosperidad, ni siempre tenemos buen suceso.
Despreciamos diez días, veinte, cien. ¿Acaso no es necesario que muramos y caigamos en las manos del juez que nos ha de juzgar? Nos consolamos can la dilación. Pero ¿qué consuelo puede ser éste, cuando día por día nos amenaza el castigo y la venganza? Si quieres tener consuelo con la dilación, tenla en que procede como fruto de la penitencia que es la enmienda. Porque si tú crees que la dilación del castiga puede producir algún consuelo, mucho mayor lucro tienes en no incurrir en el castigo. Usemos de esta dilación para en absoluto librarnos de las penas que nos amenazan.
Al fin y al cabo, nada de lo que se nos ha mandado es gravoso ni molesto; sino que todo es fácil y manual con la condición única de que tengamos buena voluntad, y así podremos cumplir todos los preceptos aun cuando nos encontremos reos de infinitos pecados. El rey Manasés, tras de haberse atrevido a cometer execrables crímenes, de haber extendido su mano contra las cosas santas, de haber colmado el templo de abominaciones y la ciudad de asesinatos, y de haber llevado a cabo otras muchas maldades que no merecían perdón, sin embargo, tras de tan grande perversidad, lavó sus pecados. ¿Cómo? ¿por qué camino? Mediante la penitencia y el buen propósito de la enmienda.
Porque no, no hay pecado alguno que, no ceda a la fuerza de la penitencia; o mejor dicho, a la gracia de Cristo. Si hoy mismo nos convertimos, hoy estará a nuestro lado como ayudador. Por otra parte, si quieres ser bueno, nadie te lo impide. O más bien: sí, hay quien se esfuerza por impedírtelo, el demonio. Pero cuando tú eliges la perfección y atraes de este modo a Dios como patrocinante, aquél nada puede. Mas si no quieres, si te rehúsas ¿cómo podrá El patrocinarte? El quiere que consigas tu salvación libremente y no forzado ni necesitado. Si tuvieras tú un criado que te odiara y aborreciera y que con frecuencia se te apartara y huyera, no querrías por cierto retenerlo por la fuerza, aun cuando necesitaras sus servicios. Pues mucho menos querría Dios retenerte por la fuerza: El, que por salvarte ha hecho todo lo que ha hecho y no por necesidad que de ti tenga. Mas por el contrario, si tú muestras siquiera tu buena voluntad, jamás te abandonará, aunque de mil maneras el dominio se esfuerce. De modo que en resumidas cuentas, somos nosotros mismos la causa de nuestra perdición; porque no, nos acercamos a El, no nos llegamos suplicantes, no oramos como es debido; y si a, El nos acercamos, lo hacemos ya como persuadidos de que nada vamos a alcanzar, ni vamos a El con la fe conveniente, ni como quien ahincadamente suplica, sino dudando y con pereza lo hacemos todo.
Quiere Dios que le roguemos casi como quien exige y te queda muy agradecido. Porque es El el único deudor que cuando le exigimos, nos da las gracias y nos devuelve aun lo que no habíamos puesto a rédito. Aunque vea demasiado insistente al que pide, nos paga y da aun lo que no recibió de nosotros. Y si el que pide lo hace sin empeño, El difiere el dar, no porque no quiera dar, sino porque le gusta que le exijamos. Por eso te puso el ejemplo de aquel amigo que se presentó de noche pidiendo panes y también el otro del juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres.
Y no se quedó en los ejemplos, sino que por las obras manifestó lo mismo, cuando a la mujer sirofenicia le despachó su petición, tras de honrarla grandemente. Y en este caso hizo ver que a quienes instantemente suplican, les concede aun las cosas que no parecen oportunas. Le dijo: No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos. 168 Y sin embargo, lo dio a ella porque instantemente lo pedía. En cambio, respecto de los judíos, dejó entender que no concede a los desidiosos ni aun lo que les pertenece. De modo que ellos no sólo nada recibieron, sino que aun lo suyo lo perdieron. Porque no pidieron, ni siquiera lo suyo recibieron; mientras que aquella mujer, por haber insistido con vehemencia, logró apropiarse de lo ajeno y como perrillo recibir lo que era propio de los hijos. Tan grande bien es la constancia.
De modo que aun cuando seas un perrillo, si con insistencia frecuentemente ruegas, serás antepuesto al hijo desidioso, puesto que lo que no logró la amistad, lo pudo la constancia en el pedir. No vayas a decir: Dios está enemistado conmigo: ¡no me oirá! Si con frecuencia le suplicas y le urges, acabará por responderte, si no por amistad, ciertamente por la constancia y no serán impedimento ni la enemistad ni la importunidad ni otra cosa alguna. Tampoco digas: ¡es que soy indigno, por eso no ruego! Porque tal era la mujer sirofenicia. Ni alegues: he pecado .mucho y no puedo rogar al Señor airado. Dios no mira a la dignidad, sino a la voluntad. Si al juez que ni temía a Dios ni le importaban los hombres, lo doblegó aquella viuda, con mucha mayor razón la constancia en las súplicas doblegará al Señor, que es bueno.
De modo que aunque no seas amigo, aunque pidas cosas que no se te deben, aunque hayas dilapidado los bienes paternos y por mucho tiempo hayas estado fuera del hogar, aunque seas un degradado y el último de los pecadores, aunque te acerques a Dios airado e indignado, con tal que te resuelvas a orar, a suplicar a volver a él, recibirás todos los bienes, y al punto apagarás su ira y te librarás de la condenación. Insistirás diciendo: es que ruego pero no me aprovecha. Es que no ruegas como aquéllos, como la sirofenicia y el amigo que llegó de noche y la viuda que con frecuencia urgía al juez y el hijo que había dilapidado los bienes paternos. Si así oraras, muy pronto alcanzarías lo que pides. Pues aun cuando haya sido injuriado, es Padre; aunque se haya airado, ama a sus hijos, y no busca sino una sola cosa: no castigar por las injurias, sino verte suplicante y convertido.
Ojalá ardiéramos en tal caridad como se inflaman en amor nuestro sus entrañas. Y ese fuego sólo pide hallar ocasión. Con que le presentes una centellita, al punto enciende grandes llamaradas de beneficios. No se aíra por las injurias recibidas, sino de que tú seas el injuriador y andes furioso como un ebrio. Si siendo nosotros tan malos nos dolemos cuando los hijos resultan rijosos ¿cuánto más Dios, que no puede ser dañado por las injurias, no se dolerá de verte rijoso? Si nosotros, que amamos con amor natural nos dolemos, mucho más El que ama con un amor sobrenatural. Porque dice: Aunque la mujer olvidara al hijo de sus entrañas, pero yo no me olvidaré de ti, dice el Señor. 169
Acerquémosnos, pues, a El y digámosle: Sí Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Acerquémosnos oportuna e inoportunamente. Lo inoportuno es no acercarse asiduamente. Pues siempre es oportuno pedir a quien está anhelando dar. Así como nunca es inoportuno el respirar, así nunca lo es el pedir: lo inoportuno es no pedir. Pues así como tenemos necesidad de la respiración, así la tenemos del auxilio de Dios; y si queremos, con toda facilidad lo atraeremos. Indicando y declarando esto el profeta, exclamaba: Como aurora está preparada su aparición. 170 Cuantas veces a El nos acerquemos, lo encontraremos esperándonos. Si nada sacamos de su poder y virtud, que salta como una fuente, nosotros tenemos la culpa. Acusándolos de esto, decía a los judíos: Mi misericordia es como nube matutina y a la manera de rocío matutino pasajero. 171
Como si dijera: todo lo que estaba de mi parte lo puse; pero vosotros, a la manera de un sol urente que llega y disipa la nube y acaba con el rocío, así acabáis con mi liberalidad, a causa de vuestra indescriptible y enorme maldad. Pero también esto entra en su providencia. Pues cuando nos ve que somos indignos de que se nos hagan beneficios, retiénelos para que no nos tornemos desidiosos. Pero si siquiera un poco nos volvemos a El, siquiera lo suficiente para conocer que hemos pecado, brota más que una fuente y se extiende más que un piélago en sus beneficios; y cuanto más recibimos, más El se alegra y se dispone para hacernos dones mayores. Porque El estima que nuestra salvación son sus riquezas y el dar abundantemente a los necesitados.
Pablo lo declara diciendo: Rico para todos los que lo invocan. 172 Cuando no le pedimos es cuando se irrita; cuando no le pedimos es cuando se muestra airado. Se hizo pobre para que nosotros fuéramos ricos. Sufrió cuanto sufrió para atraernos a per. En resumen: no desesperemos, sino que, teniendo tan buenas ocasiones y esperanza, aun cuando cada día caigamos, acerquémosnos a El suplicantes, rogando y pidiendo perdón de nuestros pecados. De este modo seremos más tardos en pecar, echaremos de nosotros al demonio y excitaremos la misericordia divina. Además, conseguiremos los bienes futuros por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXIII (XXIV)

No juzguéis y no seréis juzgados (Mt 7, l).
ENTONCES ¿no conviene acusar a quienes pecan? Porque Pablo dice lo mismo con estas palabras: Y tú ¿cómo juzgas a tu hermano? o ¿por qué desprecias a tu hermano? 173 Y ahí mismo: ¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Además dice: No juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor. 174 Pero entonces ¿cómo es que en otra parte dice: Arguye, enseña, exhorta; 175 y en otra parte: A los que falten corrígelos delante de todos. 176 Y Cristo dijo a Pedro: Si pecare tu hermano contra ti, ve y repréndelo a solas. Si no te escucha, toma contigo a uno o dos. Pero si aun así desoye, comunícalo a la Iglesia. 177¿Por qué constituyó tantos reprensores y no sólo reprensores, sino incluso castigadores? Pues aun a quien cerrara sus oídos a todos ellos, ordenó que se le tuviera como gentil y publicano. ¿Por qué les puso en las manos las llaves? Porque si no han de juzgar, ninguna autoridad tendrán, y en vano han recibido la potestad de atar y desatar. Pero, además, si esto ha de ser así, todo se hundirá en las reuniones, en las ciudades y en las casas. Porque el señor al siervo, la señora a la sierva, el padre al hijo, el amigo al amigo, si no los juzgan, la perversidad irá adelante. Pero ¿qué digo el amigo al amigo? Al enemigo mismo, si no lo juzgamos, nunca podremos deshacer las enemistades y todo caerá en el desorden.
Atendamos, pues, con toda diligencia a lo que aquí se dice: no vaya a suceder que alguno piense que las leyes establecidas para la paz y los remedios aprontados para la salud, son más bien para desorden y confusión. Para quienes saben comprender, declara en las palabras subsiguientes la fuerza propia de la ley diciendo. ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo? Pero si a otros más tardos de inteligencia les parece todavía un tanto oscura la sentencia, voy a intentar esclarecerla tomando el asunto desde el principio.
Creo que aquí no ordena no juzgar a toda clase de personas, ni prohíbe en absoluto que se haga, sino que trata de los que, cargados de infinitos vicios, insultan a otros por leves faltas. De modo que parece dejar entender que se refiere a los judíos que por cosas mínimas y de nada reprendían amargamente a sus prójimos; y en cambio, dejaban pasar sin el menor reproche los grandes crímenes. Cosa que luego les echa en cara cuando dice: Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los otros, pero ellos ni con un dedo hacen por moverlas. 178 Y un poco más adelante: Diezmáis la menta, el anís y el comino y no os cuidáis de lo más grave de la Ley: la justicia, la misericordia y la lealtad. De manera que parece referirse a los judíos, a quienes, de antemano, reprende por las cosas de que luego ellos acusarían a los discípulos. Pues, aunque los discípulos no pecaban, sin embargo, hacían algunas cosas, que a los fariseos les parecían pecado, como por ejemplo no observar el sábado, comer sin lavarse las manos, estar a la mesa con los publicanos. Por lo que, en otro pasaje les dijo: Coláis un mosquito y os tragáis un camello. Tal fue pues el sentido en que estableció la ley.
Escribiendo a los de Corinto, Pablo no prohíbe tampoco simplemente el juzgar, sino que prohíbe juzgar a los que les han sido puestos por superiores, y esto sólo cuando el motivo no está claro: en resolución, que no prohíbe juzgar a quienes pecan. Aparte de que ahí no reprendía a todos en general, sino a quienes acusaban a sus maestros, y también a los que siendo reos de infinitos pecados recriminaban a los otros que eran inocentes: eran esos a quienes Cristo aludía. Y no solamente aludió, sino que grandemente aterrorizó con el inevitable suplicio. Pues dice: Porque con el juicio con que juzgareis seréis juzgados. Como si dijera: no condenas tú al otro, otro, sino a ti mismo te condenas y te preparas un riguroso y temible tribunal y una cuenta mucho más estricta que tienes que dar. Así como en el perdón de los pecados, los principios se toman de nosotros mismos, del mismo modo en este juicio las medidas se toman de nosotros mismos para el castigo. No conviene reprender ni insultar, sino exhortar; no maldecir, sino aconsejar; no levantarse contra el pecador con arrogancia, sino corregirlo con amor. Porque no a él sino a ti mismo te entregas al extremo castigo al no perdonarlo cuando fue necesario juzgar de su pecado.
¿Ves cómo estos dos preceptos son leyes y causan grandes bienes a los que obedecen y graves males a los que los desprecian? Quien perdona a su prójimo, sin trabajo alguno se libra a sí mismo del resto de pecado, más bien que al otro. Quien con indulgencia examina los pecados ajenos, se prepara, por esa sentencia que ha dado, grande abundancia de perdón. Dirás: pero ¿qué -si ha fornicado? ¿tendré que decir que la fornicación no es pecado y no corregiré la lascivia? ¡Corrígela! Pero no lo hagas como enemigo, ni exigiendo venganza como adversario, sino a la manera de un médico que dispone los remedios. Porque no 'dijo Cristo: No corrijas al que peca, sino: no lo juzgues. Es decir, no seas juez acerbo. Por lo demás, como ya dije, no habla Cristo de preceptos que prohiban graves pecados, sino de aquellas menudencias que no parece que sean pecados.
Por esto desea. ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano? Porque actualmente hay muchos que así proceden. Si ven a un monje con superfluidades en el vestido, enseguida le echan en cara la ley del Señor, aun cuando ellos anden cargados de mil robos y día por día amontonen riquezas. Y si lo ven que usa del alimento con alguna amplitud, se tornan en asiduos amargos acusadores, aun cuando ellos diariamente se entreguen a la crápula y a la embriaguez, sin darse cuenta de que van cargados de culpas propias; y se están preparando un mayor fuego en la gehenna y se están privando de toda excusa. Cuando así juzgabas de tu prójimo, tú mismo de antemano pusiste la ley para que tus pecados sean más estrictamente examinados. No te parezca pues cosa excesiva el que tú seas castigado con una pena mayor.
Hipócrita, quita primero la viga de tu ojo. Quiere Cristo mediante esta expresión significar la grave ira que concibe contra los que en esa forma proceden. Pues cuantas veces desea significar que algún pecado es grave, y que le está preparado un gran castigo, comienza con una reprensión. Como lo hizo con aquel siervo que exigía de su consiervo los cien denarios, exclamando con indignación: ¡Mal siervo! Yo te condoné toda tu deuda. 179 Pues igualmente aquí dice: ¡Hipócrita! Porque la sentencia no atiende a cuidar de la equidad, sino a demostrar la inhumanidad. Aparentemente parece humanidad, pero en el fondo ejercita la más refinada maldad, al colmar al prójimo de inútiles injurias y recriminaciones y tomarse el papel de maestro quien no es digno siquiera de ser discípulo: por esto lo llama hipócrita.
¿Cómo es que tú, tan acerbo para juzgar los actos ajenos, que te fijas aun en las menudencias, has sido en tus propias cosas tan negligente que aun pasas por sobre las grandes? Quita primero la viga de tu ojo. ¿Ves cómo no prohíbe juzgar, sino que ordena que primero quites la viga de tu ojo y después corrijas los yerros de tu prójimo? Al fin y al cabo, cada cual conoce mejor sus propias cosas que las ajenas, y ve mejor las grandes que las pequeñas, se tiene más cariño a sí mismo que al prójimo. De modo que si lo haces por el cuidado que tienes de tu prójimo, cuida primero de ti mismo, en quien el pecado es más grave y manifiesto.
Si te descuidas a ti mismo, esto será argumento claro de que no juzgabas a tu hermano por cuidado que de él tuvieras, sino porque lo odias y quieres difamarlo. Si fuera necesario juzgarlo, debería hacerlo quien no hubiera cometido la misma falta, pero no tú. Y como establecía Cristo sublimes principios de virtud, para que no fuera alguno a decir que en semejantes materias es cosa fácil el discurrir, para demostrar que en la dicha materia él no tenía pecado alguno, sino que todo lo hacía con perfección, puso la dicha semejanza. Más tarde diría: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! 180 Es que él no era culpable de semejante género de culpas a que aludía, pues ni había sacado paja alguna del ojo del vecino ni en sus ojos tenía viga ninguna. Como limpio y puro de todo, corregía los pecados de todos. Pues no debe juzgar acerca de los demás quien es culpable de las mismas culpas que corrige.
Mas ¿por qué te admiras de que tal ley haya dado, cuando aquel ladrón puesto en la cruz la reconoció cuando dijo al otro ladrón: Ni tú temes a Dios estando nosotros en el mismo suplicio, 181 expresándose así en consonancia con Cristo? Pero tú no sólo no quitas la viga de tu ojo, pero ni aun la ves; mientras que la paja del ojo de tu hermano no solamente la ves, sino que la juzgas y tratas de sacarla. Es como si un hidrópico o alguno que estuviera muy enfermo de alguna otra enfermedad incurable, no se cuidara de ella; y en cambio reprendiera a otro de no cuidar un pequeño tumor. Pero si malo es no ver los propios pecados, doble y triple mal es que juzguen de otros los que, sin sentir el menor dolor, llevan vigas en sus ojos: el pecado es peor que una viga en el ojo.
En resumen: lo que ordena Cristo en las palabras dichas es que quien es reo de infinitos vicios, no sea severo juez de las culpas ajenas, sobre todo si los pecados ajenos son faltas leves. No veda corregir ni enmendar, sino que prohíbe descuidar los pecados propios y triunfar en los ajenos. Esto sería un terrible acrecentamiento de perversidad y llevaría consigo una doble malicia. Porque quien olvidado de sus pecados, aunque graves, se empeñara en acusar y juzgar las faltas ajenas, pequeñas y leves, incurriría en una doble mancha: el desprecio y olvido de los pecados propios y excitar contra sí la enemistad y odio, y diariamente avanzaría por el camino de la inhumanidad y fiereza.
Removidos, pues, todos estos impedimentos mediante esta ley bella, añadió luego Cristo otro precepto: No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas a los cerdos. Objetarás que más adelante ordena y dice: Y lo que al oído oís predicadlo sobre los techos. Pues bien: esto no contradice a lo anterior. Porque en ese pasaje no ordena a todos que prediquen, sino que quienes han de predicar lo hagan confiadamente. Llama aquí perros a los que viven en una impiedad incurable y no hay esperanza de que se mejoren. Y llama cerdos a los que llevan una vida destrozada por la continua lujuria. A todos esos los declaró indignos de escuchar su doctrina. Cosa qué también Pablo significó con estas palabras: Pues el hombre animal no percibe las cosas del Espíritu de Dios; para él son locura. 182 También en otras partes repite que la vida corrompida es causa de que no se acepten los principios y fundamentos de la vida de perfección. Y por esto ordena que no se les abran las puertas a tales hombres, porque se vuelven más feroces. En cambio, revelados esos principios a los cuerdos y probos, les parecen venerandos; y para los mismos principios es de mayor veneración que los ignoren los hombres perversos.
Como si dijera: ocúltense a estos que naturalmente no pueden conocerlos, a fin de que, al menos porque los ignoran, les tengan respeto. El cerdo no sabe lo que es una margarita; y pues no lo sabe, mejor es que ni la vea para que no la pisotee no conociéndola. A semejantes hombres, si oyen esta doctrina, lo único que les viene es un daño mayor. Porque empuercan las cosas santas, como quienes no las conocen; y luego más ferozmente se arman en contra nuestra. Esto es lo que significa: No sea que las pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen. Esas sentencias santas de tal manera debieran incrustarse tan fuertemente en las almas, una vez que se las oye, que permanecieran imborrables y no dieron ocasión a los perversos de volverse contra nosotros.
Pero, en fin, la realidad es que no son ellas las que dan ocasión, sino el que tales hombres sean como cerdos; lo mismo que la margarita pisoteada, no es pisoteada porque sea despreciable, sino porque fue a dar entre cerdos. Y bellamente añadió Cristo: revolviéndose os destrocen. Pues si acaso simulan modestia, como queriendo aprender, una vez que han aprendido, cambiados del todo se burlan de nosotros y se ríen y hacen broma y nos llaman engañados. Por lo cual Pablo decía a Timoteo: Tú guárdate de él, Porque ha mostrado gran resistencia a nuestras palabras. 183 Y luego: Guárdate de esos. Y también: Al sectario, después de una y otra amonestación, evítalo. 184 Y no es que nuestros dogmas les den armas, sino que con ocasión de ellos se tornan necios y se llenan de mayor arrogancia.
No es pues pequeña utilidad el que permanezcan en su ignorancia, pues de ese modo no despreciarán nuestros dogmas. En cambio, si los conocen, se les sigue un daño doble. Porque ellos ningún fruto sacan de conocerlos, sino que, al revés, se hieren a sí mismos, y a ti te suscitan infinitas dificultades. Oigan esto los que sin respeto ninguno se mezclan con todos y así hacen despreciables las cosas venerandas. Nosotros celebramos los misterios a puerta cerrada y no admitimos a los no iniciados, no porque los encontremos menos firmes, sino porque muchos son aún un tanto imperfectos, como para poder asistir. También Jesús muchas cosas las decía a los judíos en parábolas, porque viendo no veían. Por tal motivo ordenó Pablo que se supiera cómo se ha de responder a cada cual.
Dice Cristo: Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Pues había ordenado altas y admirables leyes, mandó a todos ser superiores a sus afectos y pasiones, y los condujo hasta el cielo y mandó que seamos semejantes, en cuanto es posible, a los ángeles y arcángeles y al mismo Señor de todos. Y dio órdenes a los discípulos no sólo de poner en práctica lo dicho, sino de enmendar a los demás y discernir entre los buenos y los malos, entre perros y no perros (ya que tantos misterios oculta el hombre), para que no se dijera que tales cosas son mandatos duros e intolerables. Más adelante el mismo Pedro pregunta. ¿Quién podrá salvarse?; y también: Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse. 185
Pues para que ahora no pusieran la misma objeción, una vez que en lo que precede demostró que sus mandatos son fáciles mediante abundantes razones que así lo probaban, finalmente corona la demostración de la dicha facilidad, buscando un no pequeño ni vulgar consuelo en los trabajos, mediante el auxilio de las continuas oraciones. Pues no dice que baste con procurar cumplir sus mandatos, sino que además debemos implorar el auxilio de lo alto, que sin duda vendrá y estará presente y nos ayudará en el combate y todo lo facilitará. Por esto mandó que se pidiera y prometió que lo daría.
Ordenó pedir, no como quiera, sino con grande asiduidad y esfuerzo. Porque esto significa buscad; El que busca, echadas de su pensamiento todas las demás cosas, no se ocupa sino en lo que busca y para nada se preocupa de lo presente. Lo saben bien los que, habiendo perdido oro o esclavos, se dan a buscarlos. Esto es pues lo que significa con la palabra buscad. Llamad quiere decir que nos hemos de acercar a Dios con ansias y fervor de ánimo. No decaigas de ánimo, oh hombre. No muestres menos cuidado acerca de la virtud que de los dineros. Al fin y al cabo cuando a ésos los buscaste, con frecuencia no los hallaste; y sin embargo, aun sabiendo bien que puede suceder que no los encuentres, empleas todos los modos de investigar. Y si no alcanzas inmediatamente lo que pides, no desesperes. Pues por eso dijo: Llamad para declarar que debes esperar, aun cuando no se te abra al punto.
Y parece decir: si no crees a mi promesa, al menos persuádete por el ejemplo siguiente. ¿Quién de vosotros es el que si su hijo le pide pan, le da una piedra? Entre los hombres, si pides con frecuencia, resultarás gravoso y pesado; pero ante Dios, si no lo haces, lo mueves a ira. Pero si persistes en pedir, recibirás, aun cuando no recibas al punto. Por eso está cerrada- la puerta, para inducirte a llamar. Por eso no concede ni accede al punto, para que llames. Permanece, pues, llamando y sin duda recibirás. Ni vayas a decir: ¡Bueno! ¿y si pido y no recibo? Porque por medio de una parábola confirma él tu fe. Usa de un nuevo argumento y ejemplo humano, para empujarte a tener confianza en lo que pides; al mismo tiempo que por la parábola nos da a entender no sólo que tenemos que pedir, sino también qué es lo que hemos de pedir.
Porque ¿quién de vosotros es el que si su hijo le pide pan le da una piedra? Pues si pides y no recibes es porque pides una piedra. Aunque seas hijo, no basta eso para, que la alcances; o mejor aún, eso es lo que impide que recibas: que siendo hijo, pides lo que no te conviene. No pidas pues cosas mundanas sino espirituales y cierto las recibirás. Salomón, porque pidió lo que convenía, mira cómo al punto lo obtuvo. Conviene pues que quien ora, guarde dos cosas: que pida con fervor y que pida lo que conviene, pues dice Cristo: vosotros, aunque seáis padres,
dejáis que vuestros hijos os pidan; pero, si lo que piden les es dañoso, se lo negáis; si es útil, accedéis y lo concedéis.
Pensando estas cosas, no desistas hasta haber recibido; no te apartes hasta haber encontrado; no pierdas el ánimo y empeño hasta que te abran la puerta. Si con estas disposiciones te acercas y te dices: si no recibo, no me apartaré, entonces recibirás si es que pides lo que a Aquel a quien pides le conviene dar y también te conviene a ti. ¿Qué cosas serán esas convenientes? Desde luego, si pides todo lo referente a la vida espiritual; si, tras de haber perdonado, te acercas a pedir perdón; si levantamos en oración las manos puras y sin ira ni querellas. Si así pedimos, recibiremos.
Ahora, en cambio, nuestra forma de pedir es una burla y es más propia de ebrios que de sobrios. Instarás: ¿Y qué si pido cosas espirituales y nada recibo? Sin duda que no pediste con fervor o te hiciste indigno de recibir o dejaste de pedir antes de lo que convenía. Preguntarás: ¿por qué no dijo en concreto qué es lo que se ha de pedir? En verdad que ya anteriormente lo había dicho y había declarado para qué cosas debíamos acercarnos a Dios. No digas, pues: me acerqué y no recibí. No quedó por parte de Dios que no recibieras, pues nos ama tanto que en esto vence a nuestros propios padres tanto cuanto supera la bondad a la perversidad. Pues si vosotros con ser malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos! Y no lo dijo para vituperar a la humana naturaleza, ni afirmando ser malo nuestro linaje -¡lejos de él tal cosa!- sino llamando maldad al paterno cariño si con el cariño y bondad de Dios se lo compara: ¡tan inmensa es la bondad que por naturaleza tiene!
¿Has captado la fuerza de este argumento? Es capaz de volver a la buena esperanza aun al más desesperado. Demuestra aquí Cristo la bondad de Dios mediante la comparación y ejemplo de los padres, como antes la había demostrado por sus dones más excelentes, como son el alma y el cuerpo. Sin embargo, no acude a lo que es el principal de todos los bienes, ni hace referencia a su venida. Pues quien entregó a su Hijo a la muerte ¿cómo no nos concederá cuanto le pidamos? El que no perdonó a su propio Hijo, antes lo entregó por todos ¿cómo no nos dará con él todas las cosas? 186 Pero Cristo todavía argumenta con ellos, acudiendo a las cosas humanas.
Enseguida, declarando cómo ni en la oración debemos confiar, si descuidamos nuestros procederes; y que aun cuando los cuidemos no debemos apoyamos en nuestro cuidado y diligencia únicamente, sino que hemos de pedir el auxilio de arriba y poner luego de nuestra parte algo, con frecuencia menciona ambas cosas. Así, tras de haber hecho muchas exhortaciones enseñó el modo de orar; y habiéndolo enseñado, de nuevo exhortó a las obras. Nos advirtió que debíamos orar con frecuencia cuando dijo: Pedid, buscad, llamad; y a continuación nos exhortó a empeñarnos en el ejercicio de la virtud. Porque añadió: Por eso, cuanto quisiereis que os hagan a vosotros los hombres, hacedlo vosotros con ellos.
En breves palabras lo resumió todo, y declaró que la virtud es para todos sencilla, fácil, clara. Y no dijo únicamente cuanto queréis, sino: así pues todo lo que quisiereis. No sin motivo puso la expresión: así pues, sino indicando: si queréis ser escuchados, además de lo que os he dicho, practicad también esto otro. ¿Qué? Cuantas cosas queréis que os hagan los hombres. ¿Ves cómo declara aquí sernos necesario, además de la oración, un cierto modo de vivir honesto? Y no dijo: cuantas cosas quieres que Dios te haga, hazlas tú con tu prójimo. Para que no fueras a decir: ¿cómo puedo yo hacer eso? El es Dios y yo soy hombre. Sino que dijo: cuantas cosas quieres que tu consiervo haga contigo, hazlas tú con él. ¿Qué cosa puede haber más suave, cuál más justa? Y luego, antes del gran premio, pone una gran alabanza: Porque esta es la Ley y los Profetas. Por donde queda claro que la virtud nos es connatural y que podemos saber por nosotros mismos que se debe practicar; y que nunca podremos excusarnos con la ignorancia.
Entrad por la puerta angosta; porque ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición y son muchos los que por ella entran. Estrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida y cuán pocos son los que dan con ella. Y sin embargo, más adelante dijo: Mi yugo es suave y mi carga ligera. 187 Y aun en lo que antes dijo, ya lo dio a entender. Entonces ¿cómo es que aquí llama estrecha y angosta a la senda? Si pones atención, verás que también aquí declara ser fácil y suave en gran manera. Preguntarás: ¿cómo siendo estrecha y angosta puede ser fácil? Porque es camino y es puerta; así como la otra senda, aun siendo amplia y espaciosa, es también camino. En semejantes caminos, nada permanece, sino que todo pasa: todo lo que a esta vida pertenece, ya sean cosas tristes, ya alegres y prósperas.
Ni sólo por esto es fácil la virtud, sino que se hace aún más fácil por el fin. Pues no únicamente porque los trabajos y sudores son pasajeros, sino por el buen fin y acabamiento que tienen, que es la vida eterna, han de producir consolación en los que combaten. De modo que la brevedad de los trabajos y la eternidad de la corona y el que aquéllos precedan a ésta, todo trae gran consuelo en los sufrimientos. Por eso Pablo llamó leve a la tribulación; no atendiendo a la naturaleza de lo que nos acontece, sino .a la pronta voluntad de los combatientes y a la esperanza de los bienes futuros. Dice: Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable; y no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles, 188 Si por la esperanza de los premios vanos y perecederos parecen leves y más soportables las olas y los mares a los navegantes, las muertes y heridas a los soldados, el calor y el frío a los agricultores, y a los púgiles las frecuentes contusiones, mucho más necesario es que cuando se nos propone el cielo, los bienes inefables y los inmortales premios, nadie sienta la pena de las presentes aflicciones.
Y si alguno, a pesar de todo, todavía tiene la senda por estrecha y laboriosa, eso nace de la desidia únicamente. Pero advierte cómo también por otro camino la aligera, cuando ordena no juntarse ni mezclarse con los canes y los cerdos, y cuidarse de los seudoprofetas y por todos los medios nos hace solícitos. Aun eso mismo de que la llame estrecha, ayuda mucho para facilitarla; puesto que así nos amonesta a vivir vigilando. Al modo como cuando Pablo dice: No es nuestra lucha contra la carne y sangre, 189 lo dice no para abatir los ánimos de los combatientes, sino para mucho levantarlos, así el Señor, para despertar del sueño a los caminantes, les dice que el camino es áspero. Ni solamente así nos excita a vigilar, sino también cuando añade que hay muchos que tratan de vencernos; y que lo más grave es que no acometen abiertamente, sino a ocultas: porque así son los seudoprofetas.
Pero no te aflijas por eso, dice, de que la senda sea áspera y empinada, sino atiende en dónde termina. Y todo esto lo dice para levantar el ánimo, como lo hizo cuando decía: Y los que se hacen violencia lo arrebatan. 190 Cuando el atleta entra al concurso, al darse cuenta claramente de que el jefe del certamen está mirando la lucha, se torna más diligente. No decaigamos, pues, de ánimo cuando acá nos acontezcan contrariedades y aflicciones. Pues la senda es estrecha y la puerta angosta, pero ella no es la ciudad. Por lo mismo no hemos de esperar aquí el descanso, ni tampoco hemos de temer que en aquella ciudad haya tristezas.
Al decir: Pocos son los que la encuentran, de nuevo advierte la desidia de muchos y enseña a los oyentes a que no se fijen en la prosperidad de esos muchos, sino en los trabajos y empeños de los pocos. Como si dijera: muchos no sólo no entran por ese camino, pero ni siquiera lo eligen, que es el extremo de la necedad. Mas no se debe atender a la multitud ni turbarse por ellos, sino imitar a los pocos y caminar por la dicha senda, reuniéndose de todas partes en apretado haz y mutuamente aplaudiéndonos. Pues aparte de que es estrecha, hay muchos que tratan de armarnos zancadilla para que no entremos. Por lo cual añadió: Guardaos de los falsos profetas. Porque vendrán a vosotros con vestidura de oveja, mas por dentro son lobos rapaces.
He aquí, además de los canes y los cerdos, otro género de asechadores mucho más peligrosos. Porque aquéllos están a la vista y acometen a la descubierta, mientras que estos otros andan ocultos. Por tal motivo ordenó apartarse de aquéllos y en cambio de estos otros mandó cuidarse con suma diligencia, por ser cosa difícil reconocerlos al primer encuentro. Por eso dijo: guardaos, para hacernos más diligentes en descubrirlos. Luego, para que no, al oír que la senda es estrecha y angosta y que es necesario, caminar por un camino que a muchos contraría; y que se necesita cuidarse de los canes y de los cerdos y también del otro género de seres más malignos, como son los lobos; pues para no con oír tan grande cantidad de enemigos, teniendo que ir por sendas que a muchos contrarían y con mucho cuidado de todas esas cosas, decayeran de ánimo ante la cantidad de enemigos que afligen, trajo a la memoria a los oyentes algunas de las cosas que sucedieron en tiempo de sus padres y se refirió a los seudoprofetas; porque eran cosas ya antiguamente acontecidas.
Dice, pues: No os aterréis, pues nada nuevo acontece, nada inaudito. El demonio siempre ha sustituido a la verdad con el engaño. Y cuando Cristo habla aquí de los seudoprofetas, me parece que no se refiere, a los herejes, sino a quienes con una vida y costumbres corrompidas, llevan apariencias de virtud, a los cuales muchos suelen llamar seductores y engañadores. Por lo cual añadió: Por sus frutos los conoceréis. Entre los herejes con frecuencia los hay de vida intachable; pero entre estos otros, jamás los hay.
Dirás: ¡Bueno! Pero, si fingen costumbres inocentes ¿qué? Digo que fácilmente se los conocerá. Porque tal es la naturaleza de este camino por donde se nos manda entrar: dura y trabajosa. Y el hipócrita no querrá soportar el trabajo, sino únicamente fingirlo; y por lo mismo con facilidad se le descubre. Y al decir: Pocos son los que la encuentran, distingue a éstos de los otros que no la han encontrado, pero lo simulan; y ordena no fijarse en esos que llevan por todas partes las apariencias, sino en los otros que de verdad y sinceramente la acometen. Preguntarás tal vez ¿por qué no nos los descubrió él mismo, sino que nos dejó ese trabajo y nos impuso el cuidado de descubrirlos? Pues para que vigilemos y estemos continuamente solícitos, porque tememos no sea que nos acometan no únicamente los enemigos descubiertos, sino además los que se ocultan. Indicando a éstos, decía Pablo: Y con discursos suaves y engañosos seducen los corazones de los incautos, 191 No nos turbemos, pues, por ver actualmente a muchos de esta clase, pues ya anteriormente Cristo lo predijo.
Advierte ahora su mansedumbre. Porque no dijo: castigadlos, sino guardaos, para que no os hagan daño; para que no como incautos caigáis en sus redes. Y para que no alegues que de todos modos semejante género de hombres es irreconocible, de nuevo emplea una razón tomada de lo que sucede entre los hombres, diciendo. ¿Por ventura se cogen racimos de los espinos o higos de los abrojos? Todo árbol bueno da buenos frutos y todo árbol malo da malos frutos. No puede el árbol bueno dar malos frutos, ni el árbol malo frutos buenos. Lo que quiere decir que aquellos hombres nada tienen de manso y dulce. Sólo la piel llevan de oveja. Por lo mismo, con facilidad se los conoce.
Y para que no te quede la menor duda, compara las cosas que no pueden ser de otro modo con la naturaleza y sus leyes necesarias. Lo mismo decía Pablo: Porque el apetito de la carne es muerte, pero el apetito del espíritu es vida y paz. Porque el apetito de la carne es enemistad con Dios y no se sujeta ni puede sujetarse a la ley de Dios. 192 Y el que añada Cristo lo segundo, no es superflua repetición de palabras. Pues a fin de que nadie dijera: que el árbol malo da frutos malos pero también los da buenos; y que dándolos así dobles es difícil discriminarlo, dice que no van las cosas por ese camino. El árbol malo sólo da frutos malos; buenos, jamás. Lo mismo que al contrario.
Pera entonces ¿no hay hombres buenos que se hagan malos? Sí; y a la vez puede decirse lo contrario. El género humano está repleto de tales ejemplos. Pero no es eso lo que dice Cristo; no dice que un perverso no pueda cambiar, ni un bueno no caer. Sino que mientras el perverso persevere en su maldad, no dará frutos buenos. Instarás: ¿Cómo fue entonces que David, siendo hombre bueno, dio frutos malos? No los dio siendo bueno, sino ya cambiado. Si hubiera permanecido perpetuamente tal como era, jamás habría dado aquellos frutos. Si se hubiera mantenido en el ámbito de la virtud, nunca se habría atrevido a cometer tales pecados. Decía Cristo esto para refrenar la boca de los que hablan impudentemente y acusan. Y como muchos estiman buenos a algunos de los malvados, dijo eso para quitarles toda excusa.
De modo que no puedes alegar que fuiste sorprendido y engañado; pues por las obras te dio exacta noticia, enseñándote a guiarte por las acciones y a no revolverlo todo. Y luego, pues había ordenado que no se vengaran de ellos, sino que sólo se apartaran, para consolar a quienes por tales perversos fueron dañados, y al minino tiempo aterrorizar a los causantes del daño y volverlos al buen camino, decretó y estableció la pena que les impondría, diciendo: El árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al fuego. Y atemperando un poco su lenguaje, concluye: De manera que por sus frutos los conoceréis. Y para que no pareciera que sobre todo trataba de reducir al buen camino por medio de amenazas, parece querer conmover sus ánimos mediante la exhortación y el consejo.
Y aquí me parece que se refiere a los judíos, pues tales eran los frutos que producían. Y por esto trajo a la memoria lo que decía el Bautista y les describió el castigo con las mismas palabras de Juan. El Bautista les había dicho esas cosas, recordándoles la segur y el árbol que sería arrancado y arrojado al fuego inextinguible. Pareciera que sólo un castigo les impusiera, es decir el del fuego. Pero si cuidadosamente se considera, se trata de un doble castigo. Pues quien es cortado, en absoluto ha perdido el reino, y esta segunda pena es mucho mayor. Yo sé que muchos, al solo nombre de la gehenna, se llenan de terror; pero tengo por mucho mayor castigo que la gehenna el perder el reino de la gloria. Ni es cosa de admirarse que no pueda el discurso demostrarlo. Puesto que no conocemos la felicidad de aquellos bienes, para poder estimar la miseria de perderlos. Pablo, que bien la conocía, sabía que lo más grave de todo era perder la gracia; 193 nosotros lo conoceremos allá cuando lo experimentemos.
Pero... ¡haced, oh Unigénito Hijo de Dios, que no padezcamos semejante miseria, ni tengamos jamás experiencia de tan intolerable suplicio! No se puede conocer acá claramente cuán grande mal sea perder aquellos bienes. Pero me esforzaré, según mi capacidad, en mostraros un poquito de eso, mediante un ejemplo. Finjamos un joven admirable, floreciente en la virtud, poseedor del reino de toda la tierra; dotado de tan excelentes perfecciones que es capaz de mover y atraer hacia sí los afectos de todos los hombres, hasta el punto de que todos lo amen con afecto de hijos a su padre. ¿Qué pensáis que no sufrirá su padre, para que no se le prive de la conversación y compañía de tal hijo? ¿Qué mal grande o pequeño no soportará con tal de verlo y disfrutar de su compañía? Pues imaginemos así de la gloria. Por más que amontonemos prendas en el hijo, jamás será tan amable y deseado de su padre, como al recibir nosotros aquella suerte bienaventurada de bienes y estar ya desatados y vivir con Cristo.
Intolerable es por cierto la gehenna y son intolerables sus penas. Pero aun cuando alguien ponga delante la gehenna, nada habrá dicho en comparación de lo que es perder aquella gloria bienaventurada y ser aborrecido de Cristo y oír de su boca: ¡No os conozco! 194 y ser acusado de que habiéndolo visto con hambre, le negamos el alimento. Mejor es ser consumido por mil rayos, que contemplar aquel mansísimo rostro, apartarse de nosotros y aquel ojo apacible que no puede mirarnos. Si él en tal forma me amó a mí, siendo yo su enemigo odiado y contrario, que no perdonó a sí mismo, sino que se entregó a la muerte ¿con qué ojos podré yo mirarlo, después de todo eso, si ni siquiera me hubiera dignado darle un pedazo de pan?
Considera en este punto su mansedumbre. Porque no se pone a hacer recuento de sus beneficios, ni se queja de que tú, tras de haber él colmádote de bienes y dones, lo desprecies. No dice ¿me desprecias a mí, que te crié de la nada, que te di un alma, que te puse al frente de cuanto existe sobre la tierra, que por ti hice el cielo, la tierra, el mar y el aire y cuanto existe, que he sido por ti deshonrado y estimado como más vil que el demonio, que ni aun así me detuve, sino que inventé para ti mil favores tras de todo eso, que quise ser siervo, abofeteado, escupido y muerto con muerte tan torpísima, que aún acá en el cielo ruego por ti, que te he dado el Espíritu Santo, que te he concedido el reino, que te he hecho tan grandes "promesas, que he querido ser tu cabeza, tu esposo, tu vestido, tu casa, tu raíz, tu alimento, tu bebida, tu pastor, tu rey, tu hermano, y te he constituido heredero y coheredero, y del poder de las tinieblas te he sacado al reino de la luz?
Pudiendo él alegar estas y otras muchas cosas, nada de eso dijo. Sino ¿qué? Únicamente recordó aquel pecado. Pero aquí, en cambio, manifestó el cariño y amor con que te ama. Pues no dijo: Id al fuego preparado para vosotros, sino: Preparado para el diablo. Y de antemano les dice en qué pecaron, pero no se anima a decirles todos sus pecados, sino sólo unos pocos. Y antes que a éstos, llama a los que bien obraron, para demostrar por aquí que con justicia acusa a los otros. ¿Cómo semejantes palabras no serán más terribles que cualquier suplicio? Si alguien, viendo hambriento a un hombre que le ha hecho un beneficio, nunca lo desprecia; y si lo despreciara, cuando por ello fuera reprendido ¿cómo no preferiría más bien que se lo tragara la tierra a escuchar la reprensión, aun cuando fuera de amigos y sólo delante de dos o tres testigos? Pues ¿qué no sufriremos nosotros cuando oigamos que somos acusados delante de todo el universo; y que se nos acusa de cosas que el mismo juez no diría si no es porque quiere justificarse en sus procederes? Pues que no las diga con ánimo de echarlas en cara y reprender, sino para su justificación, y para demostrar los motivos de aquel Apartaos de mí, se deduce claro de sus inmensos beneficios. Pues si hubiera querido hacerlo querellándose, hubiera traído al medio los beneficios que enumeramos poco antes. Pero no, sino que solamente expone lo que padeció.
Temamos, pues, amadísimos, ir a escuchar semejantes palabras. ¡Vamos! ¡que lo de esta vida es un juego de niños, pero lo futuro no es un juego de niños! Y aun quizá esta vida no es un juego de niños, sino algo peor aún. Porque no termina en risas, sino que trae consigo un grave daño a quienes no quieren ordenar diligentemente sus costumbres. Porque yo pregunto: ¿en qué nos diferenciamos de los niños que juegan? Ellos hacen casitas y nosotros construimos magníficas mansiones. ¿Qué diferencia hay entre ellos que hacen comiditas y nosotros que opulentamente banqueteamos? ¡Ninguna, sino que nosotros, por hacer tales cosas seremos castigados!
Y si aún no percibimos la vileza de tales cosas, no hay que admirarse, pues no hemos llegado todavía a la edad de hombres: cuando lleguemos, entenderemos que todo eso es juego de niños. Cuando llegamos a hombres nos burlamos de las cosas que cuando niños creíamos que tenían algún valor: acumulando conchas y muñecos de barro, quedábamos no menos hinchados que quienes construyen grandes muros y tapias. Por cierto que tales niñerías al punto caen y desaparecen, pero ni aun cuando duraran nos traerían alguna utilidad, como tampoco nos la traen las espléndidas moradas. Porque es imposible que puedan encerrar a quien es habitante del cielo; ni se dignaría habitar en ellas quien tiene el palacio de la patria inmortal: así como nosotros destruimos aquellos juegos de niños con los pies, del mismo modo el ciudadano del cielo destruye en su ánimo semejantes mansiones. Y así como nosotros, mientras los niños lloran sus ruinas, nos reímos, así los habitantes del cielo, mientras nosotros nos entristecemos de nuestras ruinas, no sólo se ríen, sino que lloran, porque sus entrañas están llenas de conmiseración y ven que de todo eso se sigue grandísimo daño para nosotros.
¡Seamos, pues, varones! ¿Hasta cuándo nos arrastraremos por tierra, ensoberbecidos con piedras y maderos? ¿Hasta cuándo andaremos en juegos de niños? Y ¡ojalá solamente jugáramos! Ahora, en cambio, estamos traicionando nuestra salvación. A la manera de los niños que abandonan sus lecciones y gastan todo su tiempo en juegos semejantes, quedan sujetos a muy duros castigos, así nosotros, al consumir en tales cosas todos nuestros anhelos, cuando se nos exigían por medio de las obras las pruebas de nuestro aprendizaje, por no poder darlas sufriremos el más tremendo de los castigos; y no habrá quien nos libre, así sea nuestro padre o hermano u otro cualquiera.
Todas estas cosas presentes desaparecerán; pero el castigo que por ellas nos sobrevenga es eterno y permanecerá para siempre. Que es lo mismo que, les acontece a los niños a quienes sus padres les quitan, por ser negligentes, sus juegos pueriles y los obligan así a continuar en sus lloriqueos. Y para que veas ser esto verdad, traigamos al medio las riquezas, que son las que sobre todo ocupan los empeños de los hombres, y pongámosles delante cualquiera de las virtudes: entonces conocerán sobre todo su vileza. Supongamos dos hombres -y no hablo aún de la avaricia, sino de las riquezas justamente alcanzadas-. De ellos, uno que reúna dineros, cruce los mares con sus naves, cultive la tierra y encuentre mil otras maneras de negociaciones (aunque yo no sé si haciendo él todo eso lucre de verdad justamente) ; pero supongamos que todo va legítimamente; y que compre campos, siervos y otras muchas cosas semejantes; y que en todo ello no se encuentre injusticia; y que el otro, igualmente rico, venda sus casas, sus utensilios de oro y plata y todo lo dé a los pobres y ayude a los necesitados y cuidé de los enfermos y pague por los insolventes y libre encarcelados y salve los condenados al trabajo de las minas y quite del lazo corredizo a los desesperados y saque de sus sufrimientos a los cautivos: pues bien ¿cuál de los dos preferís ser?
Y sólo venimos hablando de la vida presente y nada de las cosas futuras. Conque ¿en qué parte queréis colocaros? ¿en la del que congrega riquezas o en la del que alivia las ajenas desgracias? ¿en la del que compra campos o, en la del que se constituye puerto de salud para el género humano? ¿en la del que se rodea de oro abundante o en la del que por todos es coronado de alabanzas? ¿Acaso éste no es un verdadero ángel que ha bajado del cielo para ejemplo y enmienda de los demás; mientras que aquel otro se parece no a un hombre, sino a un niño que en vano reúne cuantas vanidades encuentra? Pues si el reunir riquezas, aun justamente adquiridas, es cosa tan ridícula y propia de locos, cuando alguno las amontona contra justicia ¿cómo no ha de ser el más miserable de los hombres? Pero si aparte de ser eso cosa ridícula lleva consigo la gehenna y la pérdida del reino eterno ¿con qué lágrimas podremos llorar a ese infeliz, ya viva o ya muera?
Mas, si te parece, examinemos otra de las virtudes. De nuevo consideremos a un hombre elevado al poder, que manda sobre todos, rodeado de gran dignidad, que tiene un magnífico heraldo y talabarte y lictores y abundancia de infinitos servidores. ¿No te parece que éste tal es grande y redunda en felicidad? Pongamos delante de él a otro paciente, manso, humilde, magnánimo, acometido de injurias, azotado, pero que todo lo lleva con paciencia y bendice a los que lo maltratan. ¿Cuál de ambos te parece admirable: el primero hinchado y soberbio o el segundo tan humillado? ¿No es acaso este otro semejante a las Virtudes del cielo que no sufren perturbaciones en su ánimo; mientras que el otro se asemeja a una vejiga_ inflada o a un hidrópico excesivamente hinchado?
¿No se parece el segundo a un médico espiritual y el primero no se parece a un ridículo chiquillo que infla sus cachetes? ¡Oh hombre! ¿por qué te ensoberbeces? ¿de que te llevan en alta carroza? ¿de que te arrastra un tiro de mulas? pero esto ¿qué vale? Lo mismo se puede ver que hacen con los leños y con las piedras. ¿Acaso porque brillas con espléndido vestido? Pues observa al otro cubierto, en vez de atavíos, con -la veste de sus virtudes, y observarás que tú eres como heno podrido y él como un árbol que produce bellos frutos y alegra grandemente a quienes lo contemplan. Vas tú por todas partes luciendo lo que es alimento de gusanos y de polilla, que si te acometieran te dejarían al punto desnudo de ornato semejante. Al fin y al cabo, el vestido, el oro y la plata no son sino aquél un conjunto de hilos tejidos por gusanos y estos otros un poco de tierra y polvo y más tierra, y fuera de eso nada, en absoluto nada.
En cambio, el que se adorna de virtudes, tiene un vestido tal que ni la polilla ni aun la muerte misma pueden destruir. Y con razón. Porque las virtudes del alma no traen de la tierra su origen, sino que son fruto del espíritu, por lo que no están a punto para la boca de los gusanos; y es porque semejante vestidura se teje en el cielo, en donde no hay polilla ni gusanos ni nada semejante. Pregunto, en consecuencia, ¿qué es mejor? ¿ser rico o ser pobre? ¿poderoso o sin honores? ¿gozar de espléndida mesa o experimentar el hambre? ¡Sin duda vivir en honores y placeres y riquezas! ¿no? Pues bien, si quieres fijarte no en solos los nombres, sino en las realidades de las cosas, echa a un lado las cosas terrenas y pon tus riquezas en el cielo, porque las cosas presentes no son sino sombra, mientras que las celestiales son permanentes, firmes y que no pueden ser arrebatadas.
¡Prefirámoslas empeñosamente! Quedaremos así libres de las presentes perturbaciones y aportaremos al puerto tranquilo cargados con grandes cargamentos y con inefables riquezas, producto de nuestras limosnas. Ojalá que llenos de ellas cuando seamos llevados al temible tribunal, podamos conseguir el reino de los cielos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXIV (XXV)

No todo el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mt 7, 21).
¿POR QUÉ no dijo: sino el que hace mi voluntad? Porque ya estaban más dispuestos para aceptar aquello; mientras que lo segundo, atendiendo a su gran debilidad, resultaba demasiado pesado. Por lo demás, con lo uno indicó lo otro. Y debe añadirse que en realidad no es una la voluntad del Padre y otra distinta la del Hijo. Y me parece que aquí pincha sobre todo a los judíos, que ponían el colmo de la perfección en las doctrinas, pero no se preocupaban de vivir rectamente. Por eso los reprendía Pablo diciendo: Tú te llamas judío y descansas en la ley y te glorías en Dios y conoces su voluntad. 195 Pero de nada te aprovecha si no va junto el ejemplo de tu vida y las obras.
Pero Cristo no se detuvo aquí, sino que añadió algo que es mucho más: Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre? Como si dijera: no se excluye del reino de los cielos únicamente a quien teniendo fe descuida el bien vivir, sino que, aun cuando juntamente tenga fe y haga grande cantidad de milagros, pero nada bueno haya hecho, será del mismo modo rechazado de aquellas puertas eternas: Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre?¿Observas cómo, ya terminado el sermón, se presenta él oscuramente y se manifiesta como juez?
Ya anteriormente había declarado que a los pecadores les llegará su castigo; pero ahora revela quién va a ser ese futuro vengador. Pero no dijo claramente: Yo soy, sino: Muchos me dirán, que viene siendo la revelación de lo mismo; pues si no fuera él a ser el juez ¿cómo podía decir: Yo entonces les diré: nunca os conocí; apartaos de mí? Ni sólo no os conoceré en aquel día del juicio, pero ni al tiempo en que hacíais los milagros. No os alegréis de que los espíritus os estén sometidos; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos. 196 Y en todas partes ordena el bien vivir.
Porque jamás puede suceder que el hombre que lleva bien su vida y está libre de todas las enfermedades del alma, sea despreciado por Cristo; pues aun cuando alguna vez yerre, al punto Dios lo volverá a la recta doctrina de la verdad. Hay quienes piensan que los mencionados por Cristo lo que decían lo decían mintiendo, y que por esto no lograron la salvación. Pero en este caso la prueba nada demuestra; porque lo que Cristo en este pasaje quería era asentar que la fe sin las obras de nada sirve. Y explicando esto, añadió lo de los milagros; para insistir en que aun el obrar milagros de nada aprovecha sin la virtud a quien los obra. Pero si aquéllos en realidad no hubieran obrado milagros ¿qué fuerza tendría la prueba?
Por el contrario: en el día del juicio ni aun se habrían atrevido a hablar con Cristo y decirle esas cosas. La respuesta de Cristo y el que ellos le hablen en forma interrogativa manifiesta que en realidad habían obrado milagros, como decían. Viendo ellos que el acabo era al contrario de lo que esperaban, de manera que allá se veían castigados, ellos que acá habían profetizado, llenos de admiración y estupor, le dicen: ¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre?¿Cómo es que ahora nos rechazas? ¿Cómo se entiende este inesperado desenlace?
Se admiran de que, tras de haber hecho obras tales, sean castigados. Pero tú no te admires. Toda gracia procede de un don del que la da. Como ellos nada pusieron de su parte, con todo derecho son castigados, pues fueron ingratos para con quien en forma tal los honró que les concedió semejante gracia, aun siendo indignos de ella. Preguntarás: ¿cómo estando ellos manchados y obrando maldad, hacían semejantes milagros? Hay quienes dicen que ésos, al tiempo en que tales milagros hacían, no estaban manchados de iniquidad, sino que después se pervirtieron y obraron el mal. Pero si así fuera, la prueba no tendría fuerza. Lo que Cristo quería declarar era que ni la fe sin las obras, ni las obras servían de nada si la vida no iba de acuerdo con la fe.
Así lo dijo Pablo: Si tuviere tanta fe que transladare las montañas y conociera todos los misterios y toda la ciencia, si no tengo caridad, no soy nada. 197 Insistirán tal vez preguntando quiénes pueden ser tales hombres. Muchos de los creyentes habían recibido dones, como aquel que aunque no seguía a Jesús, arrojaba los demonios, y como judas, pues también éste, aun siendo perverso, recibió dones. Y también en la Ley Antigua se puede encontrar lo mismo; es decir, que con frecuencia la gracia obra en hombres indignos, para conferir beneficios a otros. Como no todos eran idóneos para todo, sino que unos llevaban una vida pura, pero no tenían gran fe, y otros al contrario, usa Dios de unos para amonestar a otros, a fin de que crezcan en la fe; y a otros mediante este don inefable los excita para que se hagan mejores.
En vista de esto, confería la gracia abundantísimamente. Dice, pues: obramos muchos milagros. Pero yo les diré: No os conozco. Acá en la vida creen ser mis amigos; pero en aquel día conocerán que yo les concedí esos dones, pero no como a amigos. Mas ¿por qué te admiras de que concediera dones a aquellos hombres que en él creían pero cuya vida no decía con su fe, cuando vemos que lo mismo hizo con otros que ninguna de ambas cosas poseían? Balaam, por ejemplo, ni tenía fe, ni vivía bien; y sin embargo, la gracia obró por su medio para proveer a los negocios de otros. Y también el Faraón era así, y sin embargo Dios le reveló lo futuro. Y al malvadísimo Nabucodonosor le reveló cosas que se realizarían después de muchas generaciones. Y a su hijo, que lo superó en perversidad, le reveló cosas futuras, para por este medio ordenar hechos maravillosos y grandes.
Como en aquellos tiempos comenzaba la predicación y convenía poner a la vista muchos argumentos probativos de su poder, recibían dones aun muchos de los contados en el número de los indignos. Sin embargo, éstos nada lucraban por semejantes milagros, sino que aun son castigados con mayores tormentos. Por tal motivo lanzó Cristo contra ellos aquella terrible sentencia: No os conozco. A muchos desde esta vida los aborrece y antes del juicio los rechaza.
Temamos, pues, carísimos, y pongamos gran empeño en nuestro modo de vivir. Y no pensemos que tenemos ahora menos gracia porque no hacemos milagros. Pues al fin y al cabo, por los milagros nada se nos pagará; ni tampoco se nos pagará menos porque no los hacemos, con tal de que nos empeñemos en todas las virtudes. No contraemos deuda por no hacer milagros; pero en cambio, de la vida santa y de buenas obras, tenemos como deudor a Dios. Y pues él todo lo hizo bien, y habló cuidadosa y exactísimamente acerca de la virtud, y claramente distinguió de los justos a los que solamente simulan la virtud, es decir a quienes ayunan por ostentación y lo mismo oran, y a quienes se acercan cubiertos de piel de oveja, y a quienes echan por tierra la virtud, a los cuales llamó canes y cerdos, y finalmente declaró cuán grande ganancia se origina de la virtud aun en esta vida y cuán grave daño nace de la perversidad; por todo esto termina diciendo: Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone en práctica, será como el varón prudente.
Oísteis cuán gravemente serán castigados quienes, aunque hagan milagros, no observan los preceptos de Cristo. Conviene que oigáis ahora de qué bienes gozarán quienes observan todos sus mandatos; y esto no únicamente en el siglo futuro, sino también en el presente. Dice pues: aquel que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente. ¿Adviertes en qué forma va variando su discurso? Unas veces se revela a sí mismo diciendo: No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! Otras veces, haciendo lo mismo, afirma: El que, hace la voluntad de mi Padre. Y luego, declarándose como juez, añade: Muchos en aquel día me dirán: ¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre? Y yo les diré: No os conozco. Ahora, en cambio, manifiesta tener poder sobre todas las cosas, pues dice: Quien oye mis palabras.
Había declarado lo tocante a las cosas futuras y les había hablado acerca del reino y del premio inefable y de la consolación y de otras cosas semejantes. Quiere ahora que recojan el fruto de todo y mostrarles cuán grande es la fuerza de la virtud en esta vida. ¿Cuál es esa fuerza? El vivir con seguridad, el no doblegarse por ningunos sufrimientos, el ser superiores a cuanto nos infiere daños. ¿Qué puede haber que a esto se iguale? Es cosa que no puede adquirir ni quien vive ceñido de la corona real, sino únicamente quien se entrega a la virtud. Sólo éste posee esos bienes y en gran cantidad, y disfruta en este mar estrecho y tempestuoso de la vida presente, de gran tranquilidad.
Admirable resulta que cuando no hay calma alguna sino tormenta violentísima, grandes perturbaciones y tentaciones abundantes, él no pueda estremecerse ni siquiera un poco. Pues dice Cristo: Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, pero no se cayó porque estaba fundada sobre roca. Metafóricamente llama aquí Cristo lluvia, torrentes y vientos a las humanas desgracias y sufrimientos, como son las calumnias, las asechanzas, los duelos, las muertes, los infortunios domésticos, las molestias que los extraños nos causan y todos los otros males que se nos echan encima en esta vida presente. Pero el alma virtuosa ante nada se doblega; y la razón es por hallarse fundada sobre roca. Y llama roca a la firmeza de su doctrina. Puesto que sus preceptos son más firmes que la roca, y hacen al hombre superior a todas las fluctuaciones humanas. Quien los observa no sólo se hace superior a los que intentan dañarlo, sino aun a los demonios que le ponen asechanzas.
Y que no fuera esto pura jactancia, nos lo testifica Job, quien recibió toda clase de acometidas diabólicas y permaneció inconmovible. Pueden también testificarlo los apóstoles, los cuales, echándoseles encima todos los oleajes del orbe, y los pueblos, y los tiranos, y los extraños y los domésticos, y el diablo y los demonios y moviéndose toda la maquinaria contra ellos, vencidos todos esos elementos, ellos permanecieron más firmes que una roca. Pues ¿qué puede haber más feliz que una vida semejante? Pero esto no pueden darlo ni las riquezas, ni las fuerzas corporales, ni la gloria, ni el poder, ni otra cosa alguna que no sea la posesión de la virtud. ¡No, no es posible, por cierto, encontrar otra vida que esté libre de los males, sino únicamente esta sola!
Vosotros mismos sois testigos, pues veis los palacios; ¡qué asechanzas contempláis en las casas de los ricos! ¡qué graves tumultos y desórdenes! Nada parecido hay en la vida de los apóstoles. Pero ¿qué? ¿Es acaso que nada semejante experimentaron? ¿nada molesto sufrieron de parte de otros? Pues lo más admirable es que sufrieron infinitas asechanzas, que graves tempestades se echaron sobre ellos; pero no les quebrantaron el ánimo, no les destruyeron su confianza. Más aún: inermes en la lucha alcanzaron victoria y quedaron triunfantes. Pues también tú, si quieres guardar cuidadosamente estos preceptos, te reirás de todo peligro. Con tal de que estés bien armado con la doctrina de estas exhortaciones, nada podrá causarte tristeza. ¿En qué podrá dañarte quien te haya puesto asechanzas? ¿Te quitará los dineros? Pero te han dado ley de despreciarlos ya antes y de tal manera despegar de ellos tu ánimo, que ni siquiera jamás los pidas al Señor. ¿Te echará en la cárcel? Pero ya antes de la cárcel se te ha ordenado vivir de tal modo que estés crucificado para el mundo. ¿Se hablará mal de ti? Pues Cristo te libró ya del dolor al prometerte grandes premios por la paciencia, después del trabajo; y de tal modo te dejó expedito de la ira y el sufrimiento, que aun te ordenó orar por los enemigos. ¿Es que se te echa encima y te rodea por todas partes de males? Pero te prepara una brillante corona. ¿Te mata, te degüella? Así te hace el mayor de los beneficios, preparándote los premios de los mártires y enviándote más rápidamente al puerto tranquilo y dándote ocasión de mayor recompensa y procurándote el quedar exento de dar la común cuenta que todos hemos de dar de nuestros actos.
Y más admirable es aún que los asechadores no sólo no causen daño, sino que tornan más resplandecientes a los que acometen. ¿Qué habrá que a tal bien se compare como es elegir un género de vida que sólo es verdaderamente la vida? Pues había dicho que el camino es angosto y estrecha la senda; de aquí El mismo nos procura el consuelo y demuestra que hay en ella gran seguridad, grande placer; así como en la contraria hay perversidad grande y grande peligro y daño. Así como por aquí mostró los premios de la virtud, así también el pago y castigo que a la maldad se da.
Diré ahora lo que acostumbro decir: por ambos extremos procura la salud de los oyentes, por el amor a la virtud y por el odio a la perversión. Puesto que vendrían quienes se admiraran de sus sentencias pero no procuraran el bien vivir, para prevenirlos les pone temor y dice: aun cuando lo que se dice sea bello, pero no basta con oírlo para salvarse, sino que es necesario ponerlo en ejecución: y todo el discurso en esto se ocupa. Termina pues aquí dejándoles clavado un fuerte temor. Así como al tratar de la virtud los excitaba no sólo con los bienes futuros, con traerles a la memoria el cielo, el reino, la inefable recompensa, la consolación, los bienes inmutables, sino que además les ponía delante los otros bienes que al presente obtendremos, hablándoles de la firmeza e inmovilidad de la roca; así también al tratar de la perversidad, no sólo pone temor a los oyentes por los males futuros como lo del árbol arrancado, el fuego inextinguible, la puerta del reino cerrada y la futura sentencia: ¡no os conozco!, sino además con los males de esta vida presente, como la casa derruida. Con el mismo fin, instando con mayor vehemencia, les propone la parábola. Porque no basta con decir que el virtuoso sería invencible y el perverso fácilmente vencido; sino que añadió las metáforas de la roca, la casa, el torrente, la lluvia, el viento y cosas semejantes.
Dice pues: Aquel que escucha mis palabras y no las pone por obra, será semejante al necio que edificó su casa sobre arena. Justamente lo llamó necio. Porque ¿qué habrá más necio que un hombre que edifica sobre arena, que echa sobre sí el trabajo pero no goza del fruto ni del descanso, sino que en lugar de eso sufre castigo? Y que quienes se entregan a la perversidad sufran trabajos, nadie hay que lo ignore. Porque el ladrón, el adúltero, el sicofante, mucho trabajan y mucho sufren para llegar a sus fines perversos; y sin embargo, no sólo no recogen fruto, sino que reciben grande daño. Así lo dejaba entender Pablo al decir: Quien siembra en su carne, de su carne cosechará la corrupción. 198 A este tal son semejantes los que edifican sobre arena; por ejemplo, los que edifican en fornicación, en lujuria, en embriaguez, en ira y en los demás vicios.
Así fue Acab, pero no fue así Elías. Reflexionemos sobre ellos oponiendo las virtudes a los vicios, y veremos más estrictamente la diferencia. Elías edificó sobre roca; Acab, sobre arena. Por lo mismo Acab, aunque rey, temía al profeta; al profeta que no tenía sino su vestido de pelo de camello. Así fueron los judíos, pero no fueron así los apóstoles. Por eso, éstos, siendo pocos y encadenados, presentaban la firmeza de la roca; aquéllos, en cambio, aunque eran muchos y estaban armados, mostraban la debilidad de la arena. Porque decían. ¿Qué haremos con estos hombres? 199¿Observas cómo se angustian precisamente no los cautivos y encadenados, sino los aprehensores y vencedores? ¿Qué habrá más nuevo que esto? ¿Tú los encarcelas y sin embargo te angustias? Con justo motivo. Habían edificado sobre arena y resultaban más débiles que todos.
Y decían. ¿Qué hacéis queriendo echar sobre nosotros la sangre de ese hombre? 200¿Qué decís? ¡Tú azotas, tú aterrorizas, tú dañas!, ¿y todavía temes? ¿Tú juzgas y estás temblando? ¡Tan débil es la perversidad! No así los apóstoles ¡no así! Dicen ellos: No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. ¿Viste la alteza de ánimo? ¿viste la roca inconmovible? Y lo que es más admirable, no sólo no se mostraban tímidos porque se les prepararan asechanzas, sino que por ello cobraban mayor confianza y así ponían a los judíos en mayores angustias. Quien golpea al diamante sale lastimado. Quien recalcitra contra el aguijón es el punzado y graves heridas recibe. Quien pone asechanzas a los virtuosos, se pone en peligro.
La malicia se vuelve tanto más débil cuanto más combate a la virtud. Al modo de quien ata fuego a su vestido, no extingue la llama sino consume su vestido, así quien hiere a los varones espirituales, a ellos los torna más esplendentes, pero él se pierde. Tú, en cambio, cuanto sea más grave lo que padeces, llevando correctamente tu vida, tanto más fuerte resultas. Cuanto más nos demos a la virtud, tanto más de nada necesitaremos; y cuanto más de nada necesitemos, tanto más fuertes seremos y venceremos.
Así era el Bautista y por eso nadie lo molestaba, mientras que él era molesto a Herodes. El que nada poseía se lanzó contra el que reinaba; el cual, fulgurante por la diadema y la púrpura y regios ornamentos, temía y temblaba ante aquel desarmado y desnudo de todas las cosas; y ni aun ya degollado el Bautista podía mirarlo sin terror. Y que lo temiera no poco aun después de su muerte, oye cómo lo dice: Este es Juan al que yo maté. 201 Porque esa palabra maté no es de uno que se gloría, sino de quien se quiere consolar en su temor y de quien con ánimo perturbado persuade que se traiga a la memoria el homicidio en el Bautista perpetrado. ¡Tan grande es la fuerza de la virtud que aun después de la muerte es más poderosa que los vivos!
Por tal motivo, mientras Juan vivía, muchos rodeados de riquezas se le acercaban y le decían. ¿Qué haremos? 202¿Tantas cosas poseéis y queréis saber de parte de quien nada tiene cuál es el camino para vuestra felicidad? ¿Vosotros, ricos, de parte del pobre? ¿Vosotros, soldados, de parte de quien ni mansión alguna posee? Tal era Elías también, y por lo mismo hablaba al pueblo con la misma libertad: Juan les decía: ¡Raza de víboras! Elías les decía. ¿Hasta cuándo habéis de estar vosotros claudicando de un lado al otro? 203 Este decía al rey: ¡Mataste, poseíste! Juan decía al rey: No te es lícito tener por esposa a la mujer de tu hermano Filipo. 204
¿Has visto la roca? ¿has visto la arena? ¡cómo fácilmente se desmorona! ¡cómo cede al infortunio! ¡cómo es vencida aun cuando se trate de un rey, de un pueblo, del poder mismo! Esa arena, a quienes en ella se apoyan, los torna en extremo necios. Ni sólo se derrumba sino que acarrea consigo grandes infortunios. Pues dice Cristo: Y cayó con gran fracaso. Tratándose de una cosa vil y sin precio, no hay peligro; pero se trata del alma, de la pérdida del cielo y de los bienes inmortales. Mas, aun antes de esas cosas, ya en esta vida quien sigue la perversidad pasa una vida, la más miserable, entre tristezas, continuas aflicciones, temores, preocupaciones y combates. Esto dejaba entender cierto sabio cuando decía: Huye el malvado sin que nadie lo persiga. 205 Semejantes hombres tiemblan de las sombras, sospechan de los amigos, de los enemigos, de los siervos, de los conocidos y de los extraños y aun antes del eterno castigo, ya en vida sufren tormentos extremos.
Todo esto significaba Cristo al decir: Y cayó con gran fracaso, cerrando así con un término apropiado sus bellos mandatos y persuadiendo aun a los más incrédulos, aun por la situación de la vida presente, de que huyan de la perversidad. Pues aun cuando de más importancia sea el discurso en lo tocante a los bienes futuros, pero en el momento aquel, era más apto eso otro, para reprimir y apartar de la perversidad a hombres menos espirituales. Por tal motivo cerró así su sermón, a fin de que comprendieran la utilidad inherente a sus preceptos.
Sabiendo todo esto (lo referente a esta vida y a la vida futura), huyamos de la maldad, cultivemos la virtud para que no trabajemos en vano, sino que aquí disfrutemos de seguridad y en lo futuro seamos consortes de la gloria. Gloria que ojalá todos alcancemos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXV (XXVI)

Cuando hubo Jesús acabado estos discursos, se maravillaban las muchedumbres de su doctrina (Mt 7, 28).
Lo NATURAL habría sido que se dolieran de preceptos tan onerosos y altísimos y se mostraran remisos. Pero era tan grande la virtud del que enseñaba que atraía a muchos de los oyentes y los colmaba de admiración inmensa y aun los persuadía a causa del gusto que del discurso recibían; de manera que aun habiendo él terminado, no se le apartaban. Porque ni cuando bajó del monte lo abandonaron los oyentes, sino que toda la multitud lo siguió: ¡tan grande amor de su doctrina les había infundido! Sobre todo admiraban su autoridad. Porque hablaba sin referirse en sus sentencias como ya dichas por otros, según lo hacían Moisés y los profetas; y en todo se mostraba como por sí mismo teniendo autoridad.
Pues siendo así que con frecuencia diera preceptos y estableciera leyes, decía: Pero yo os digo. Y al hacer alusión al último día, se presentaba como siendo El mismo el juez y como dador de premios y castigos. La consecuencia obvia era que ellos se perturbaran. Pues si los escribas que habían visto la manifestación de su poder mediante las obras, trataron de lapidarlo y lo echaron de sí ¿cómo no era verosímil que, en donde sólo las palabras lo manifestaban, ellas sirvieran de tropiezo, sobre todo cuando por ellas empezaba, antes de que diera prueba de su poder? Y sin embargo, nada de eso experimentaron las turbas; porque cuando el ánimo es bueno y sensato, fácilmente obedece a la doctrina de la verdad. Y por esto sucedía que los escribas, aun cuando las obras de Cristo declararan su poder, ellos se ofendían; mientras que las turbas con sólo escucharlo lo seguían y obedecían. Dejando entender esto, decía el evangelista: Lo siguieron turbas numerosas: no algunos de los escribas y de los príncipes, sino todos los que no estaban manchados de perversidad y eran sinceros. Y a través de todo el evangelio verás que son éstos los que lo siguen.
Cuando él hablaba lo oían en silencio, no lo interrumpían, no lo tentaban, ni andaban a caza de ocasiones para acusarlo, como los fariseos; y una vez terminado su discurso, lo seguían admirados. Pondera aquí la prudencia del Señor y cómo va variando en sus procedimientos para utilidad de sus oyentes; y cómo de los milagros pasa a los discursos y de nuevo de éstos a los milagros. Porque antes de subir al monte curó a muchos, preparando el camino para lo que iba a decir. Y una vez que dio fin a su largo discurso, de nuevo procedió a obrar milagros, confirmando lo dicho con los hechos. Y puesto que enseñaba como quien tiene poder, para que semejante modo de enseñar no pareciera fausto y ostentación en solas las palabras, procede del mismo modo en las obras y cura las enfermedades como quien tiene poder: para que ya no se admiraran al verlo así enseñar, pues del mismo modo procedía al hacer los milagros.
Como bajó del monte lo siguieron muchedumbres numerosas; y acercándosele un leproso, se postró ante él diciendo: Señor, si quieres puedes limpiarme. Grande es la prudencia y la fe del que se acerca. No discutió las enseñanzas; no interrumpió la exposición metiéndose por entre el auditorio, sino que esperó el tiempo oportuno. Y una vez que Cristo bajó del monte, entonces se le acerca. Y no lo hizo a la ligera, sino con gran fervor; y le suplica postrándose de rodillas, como dice otro evangelista ; 206 y lo hace con fe sincera y pensando de Cristo lo que se debe pensar. Porque no le dijo: Si oras a Dios, si suplicas; sino: Si quieres puedes limpiarme.
Tampoco le dijo: ¡Señor! ¡límpiame!, sino que todo lo deja en sus manos y da testimonio de que es Dueño de curarlo y de su absoluto poder. Dirás: ¡Bueno! ¿y si la creencia del leproso resultaba falsa? Convenía entonces que Cristo la refutara y lo increpara y corrigiera: ¿Lo hizo acaso? De ninguna manera; al revés, confirma lo que el leproso le dijo y lo refuerza. Y por esto no le dijo simplemente: Sé limpio, sino: Quiero, sé limpio. Todo para que aquella verdad se apoyara no en el parecer del leproso, sino en la sentencia de Cristo. No procedían así los apóstoles. ¿Cómo procedían? Como todo el pueblo estuviera estupefacto, ellos le decían. ¿Por qué os admiráis de esto, o qué nos miráis a nosotros, como si por nuestro poder propio y piedad hubiéramos hecho andar a éste? 207 En cambio el Señor, aunque muchas veces se expresó modestamente en lo que era inferior a su gloria ¿qué es lo que dice aquí para confirmar la opinión de quienes lo admiraban en su poder? Quiero, sé limpio. Parece que nunca se le oyó expresarse así al hacer tan grande cantidad de milagros.
En este caso, para confirmar la opinión del leproso y del pueblo acerca de su poder, dijo: Quiero. Ni lo dijo con intención de no hacerlo, sino que al punto se siguió la obra. En realidad, si el leproso se había equivocado y había dicho algo blasfemo, lo propio era que no se siguiera el milagro. Ahora en cambio la naturaleza, al recibir la orden, obedeció con la celeridad que convenía; más aún, con mayor de lo que el mismo evangelista expresa. Ya que su expresión: al punto, es con mucho, más tarda en pronunciarse que la celeridad con que se verificó el milagro.
Y no sólo dijo Cristo: Quiero, sé limpio; sino que además extendió la mano y lo tocó. Esto es más digno aún de examen. ¿Por qué, pues lo curaba con el acto de su voluntad y con su palabra, añadió el tocarlo con la mano? Creo yo que no tuvo otro motivo sino el de dar a entender que él no estaba sujeto a la Ley, sino que estaba por encima de la Ley, y que en adelante para el hombre puro ya nada había impuro. Eliseo, cumpliendo con la Ley, ni siquiera miró a Naamán; y cuando oyó que éste se había ofendido por no haber salido ni haberle tocado el lugar de la lepra, para guardar estrictamente la Ley, Eliseo, quedándose en su casa, se contentó con enviarlo al Jordán a que se lavara. Pero el Señor, para mostrar que curaba no como siervo, sino como Señor, aun tocó al leproso. Y no se tornó inmunda su mano a causa de la lepra, sino al revés, el cuerpo del leproso quedó limpio al contacto de la mano.
No vino Cristo a curar únicamente los cuerpos, sino también para llevar las almas a la virtud. Así como al comer sin lavarse las manos afirmó que ya no queda prohibido, cuando estableció aquella excelentísima ley acerca de la indiferencia de los manjares; del mismo modo en este pasaje nos enseña que es necesario curar el alma; y que, suprimidas todas aquellas externas purificaciones, era el alma lo que debía limpiarse y que su lepra era lo único temible, o sea el pecado; ya que el ser leproso del cuerpo para nada impide la salvación. Por tal motivo El, el primero, toca al leproso y nadie se lo reprocha. No estaba corrompido aquel tribunal; no eran envidiosos aquellos espectadores. Por eso no sólo no lo acusaron y calumniaron, sino que estupefactos por el milagro se dieron por vencidos y adoraron el poder de Cristo en palabras y en obras.
Y una vez que curó al leproso en el cuerpo, le ordenó que a nadie lo dijera, sino que se presentara al sacerdote y llevara la ofrenda que Moisés mandó, para que les sirva de testimonio. Dicen algunos que le ordenó no decirlo a nadie, a fin de que no procedieran con malicia al examen de la curación: pero ésta es muy necia sospecha. Porque no lo curó de tal manera que quedara duda de la curación. Le ordena no decirlo a nadie, enseñándolo a librarse del fausto y de la ambición. Sabía Cristo que el leproso no callaría el beneficio, sino que ensalzaría a su bienhechor: hizo pues lo que a él le tocaba hacer.
Preguntarás: ¿por qué en otra ocasión, al revés, ordenó que se publicara el beneficio? No lo hizo contradiciéndose ni dando órdenes encontradas, sino enseñando en este otro caso a mostrarse agradecido. Pues no ordenó que se celebraran a sí mismos, sino que dieran gloria a Dios. De manera que por este leproso nos enseñó a no ser fastuosos ni vanagloriosos; y por el otro a ser agradecidos a los beneficios; y en todos los casos a que refiriéramos a Dios la gloria y alabanza. Y porque los hombres, en general, cuando enferman es cuando se acuerdan de Dios; y una vez que se aleja la enfermedad se tornan desidiosos, ordena a sanos y enfermos que continuamente tengan presente a Dios: Da gloria a Dios. 208
Mas ¿por qué le ordenó presentarse al sacerdote y llevar la ofrenda? Para que cumpliera con la Ley. Porque no siempre la abrogaba, ni siempre la guardaba. Sino que procedía unas veces de un modo y otras de otro: no siempre, para ir preparando el camino a la futura práctica y doctrina; algunas veces, para reprimir la lengua de los impudentes judíos y acomodarse a su debilidad. ¿Te admiras de que así procediera a los principios, siendo así que también los apóstoles, cuando se les ordenó ir a los gentiles y abrir las puertas del orbe para esparcir por doquiera la doctrina de Cristo y echar fuera la Ley, e instituir nuevas prácticas y abrogar las antiguas, se encuentra que unas veces guardaban la Ley y otras la transpasaban?
Insistirás diciendo: pero ¿qué tenía que ver con la Ley eso que se le dice: Preséntate al sacerdote? Mucho tenía que ver. Porque era ley antigua que el leproso, una vez curado, no se arrogara el derecho de comprobar su curación, sino que se presentara al sacerdote y le mostrara los comprobantes de su curación, y así con el voto sacerdotal se le contara de nuevo entre los limpios. Pues si el sacerdote no testifica que el leproso había sido curado, tenía éste que permanecer fuera del campamento entre los enfermos.
Por este motivo, Cristo le dice: Preséntate a los sacerdotes y ofrece la ofrenda que ordenó Moisés. No dijo: que yo ordeno. Por mientras remite a la Ley con el objeto de cerrar en todo la boca a los judíos. Y para que no lo acusaran diciendo que se arrogaba el honor que pertenecía a los sacerdotes, llevó a cabo el milagro, pero remitió a los sacerdotes la comprobación y los constituyó jueces de su milagro. Como si dijera: tan lejos estoy de contradecir a Moisés o a los sacerdotes, que a quienes hago beneficios los remito a su obediencia.
¿Qué significa: Para que les sirva de testimonio? Es decir, como contraprueba, como acusación, si ellos no proceden bien. Pues decían que lo perseguían como a seductor y engañador y como a enemigo de Dios y transgresor de la ley; parece ahora decir al leproso: tú me serás testigo más adelante de que no soy transgresor de la ley, puesto que una vez que te he curado, te remito a la Ley y a la comprobación de los sacerdotes: cosa propia de quien practica la Ley y honra a Moisés y no se opone a las enseñanzas antiguas. Y aunque ellos para nada se aprovecharían, pero tú aprende por aquí en cuánto honor tiene él la Ley; ya que aun sabiendo Jesús que ellos ningún fruto sacarían, cumplía lo que por su parte le tocaba.
Porque todo eso lo sabía de antemano y predecía. Puesto que no dijo: para su enmienda ni para su enseñanza, sino para que les sirva de testimonio. Es decir, para contraprueba, acusación y testimonio de que yo he hecho contigo todo esto. Ni aun sabiendo que ellos no se enmendarían, dejé de hacer lo que convenía que hiciera; pero ellos perseveraron en su malicia. Esto mismo se dice en otro lugar: Será predicado el evangelio del reino en todo el mundo, testimonio para todas las naciones, y entonces vendrá el fin.. 209 O sea para todas las gentes que no obedezcan, que no se sujeten.
Para que nadie dijera: ¿para qué predicas a todos? pues no todos han de creer. Responde: para que se vea que de mi parte he puesto cuanto debía y nadie pueda luego acusarme por no haber él oído, puesto que la predicación misma lleva en sí el testimonio en su contra. Nadie podrá luego decir: no hemos oído, porque la palabra de la fe ha llegado hasta los confines de la tierra. Considerando nosotros todas estas cosas, cumplamos nuestros deberes para con el prójimo y demos continuamente gracias a Dios. Sería un absurdo que, recibiendo cada día sus beneficios ni siquiera de palabra le diéramos gracias, siendo así que el confesarlos es para nosotros nueva utilidad. No necesita El de nuestras cosas; somos nosotros los que necesitamos de sus auxilios. Nuestras acciones de gracias nada le añaden, pero en cambio a nosotros nos tornan más familiares suyos. Si consideramos los beneficios de los hombres, cada vez los amamos más; pues mucho mejor, si continuamente estamos recordando los beneficios de Dios, seremos cada vez más empeñosos en cumplir sus mandatos. Por esto dice Pablo: Sed agradecidos. 210 La mejor manera de conservar un beneficio es recordarlo y dar gracias continuamente.
Por igual motivo, aquellos temibles misterios, tan saludables, que en cada reunión celebramos, se llaman Eucaristía, puesto que son la conmemoración de infinitos beneficios, y manifiestan la fuente misma y resumen de la divina providencia y en todos sentidos nos preparan para dar gracias. Si es grande milagro que él haya nacido de una Virgen; y el evangelista transido de estupor, decía: Y todo esto sucedió: 211¿qué pensaremos, pregunto, del hecho de inmolarse por nosotros? Si el nacer se llamó todo, el ser crucificado, el derramar su sangre por nosotros y el dársenos a sí mismo en alimento y espiritual banquete ¿cómo lo llamaremos? Demos pues asiduamente gracias: sea esto lo primero en nuestras palabras y acciones. Demos gracias no únicamente por los beneficios a nosotros concedidos, sino también por los ajenos. Así acabaremos con la envidia, fomentaremos la caridad y la haremos más sincera.
Porque no podrás en adelante envidiar en el prójimo los dones de que has dado gracias a Dios. Por eso el sacerdote, ante el sacrificio nos ordena dar gracias por el orbe todo, por los antepasados y por los que ahora viven, por los nacidos y por los venideros. Esto nos levanta de la tierra y nos eleva al cielo, y de hombres nos convierte en ángeles. Porque éstos en coro dan gracias a Dios por los beneficios que nos ha hecho y dicen: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. 212 Preguntarás ¿qué tenemos nosotros que ver con esos seres que ni están en la tierra ni son hombres? ¡Mucho! Pues de tal manera somos hechos, que naturalmente amamos a nuestros hermanos y consiervos, hasta el punto de que sus bienes los estimamos nuestros.
Así Pablo en sus cartas continuamente da gracias a Dios por los bienes concedidos a todo el orbe. Demos, pues, también nosotros continuamente gracias por los nuestros y por los extraños, por los pequeños y por los grandes. Si el don es pequeño, se convierte en grande, sobre todo por ser Dios quien lo da; pero en realidad nada pequeño da El; y esto no sólo por venir de su mano, sino por la naturaleza misma del don. Pues, para callar otros muchos, más numerosos que la arena ¿qué hay igual a la providencia usada con nosotros en la Encarnación? Por ella nos dio lo más precioso que tenía, como es su Hijo Unigénito, y esto siendo nosotros enemigos suyos. Ni sólo nos lo dio, sino que nos lo presentó en la mesa como manjar, haciendo todo por nosotros: el dárnoslo y el hacernos agradecidos por semejante beneficio.
Como el hombre generalmente sea desagradecido, por doquiera Dios emprende y prepara lo que ha de ser para nuestra utilidad. Lo que hacía entre los judíos, trayéndoles a la memoria los beneficios, mediante los lugares, tiempos y fiestas litúrgicas, eso mismo hizo aquí al recordarnos perennemente semejante beneficio, mediante el modo como este sacrificio se celebra. Nadie se ha empeñado en hacernos probos, grandes y agradecidos, como el Dios que nos ha creado. Para eso nos colma de beneficios a nosotros, que con frecuencia aun ignoramos la mayor parte de ellos y aun los resistimos.
Y si te admiras de lo dicho, te demostraré que esto mismo sucedió no a un hombre cualquiera, sino al bienaventurado Pablo. Este hombre santo, ejercitado en muchos padecimientos y peligros, con frecuencia rogaba a Dios que le quitara las tentaciones. Pero Dios no atendió a sus peticiones sino a su utilidad. Y declarándole esto, le dijo: Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder. 213 De modo que aun antes de que le significara el motivo; y aun recusándolo él e ignorándolo, le hacía el beneficio. No es pues cosa grande la que nos pide al ordenarnos serle agradecidos por tan singular providencia. Obedezcámoslo y procedamos a lo que nos ordena en todo tiempo y lugar. Nada arruinó tanto a los judíos como la ingratitud. Esta y no otra cosa fue la que atrajo sobre ellos los grandes y frecuentes castigos; y aun antes que los dichos castigos, fue la ingratitud la que arruinó y perdió sus almas. Porque dice: la esperanza del ingrato se derrite como el hielo . 214
La ingratitud hace que el alma se debilite y muera, lo mismo que hace el hielo con los cuerpos. Y todo nace de la soberbia por la que el hombre se juzga digno del beneficio. El hombre contrito y humilde, dará gracias a Dios no sólo por los bienes sino también por lo que estima como adversidad: padezca lo que padezca, nunca pensará que ha padecido algo que no mereciera. Nosotros, cuanto más adelantamos en la virtud tanto más humillémosnos en contrición: ¡gran virtud es esto! Así como cuanto más penetrante tenemos la mirada, más vemos cuánto distamos del cielo, así cuanto más adelantamos en la virtud, tanto más se nos enseña el inmenso intervalo que hay entre nosotros y Dios. Ni es pequeña parte de sabiduría, el poder apreciar nuestros merecimientos. De aquí nace que exactísimamente se conoce aquel que se tiene por nada.
David y Abraham, que habían llegado a las cumbres de la virtud, fue entonces cuando sobre todo ejercitaron esta virtud. Abraham se llamó a sí mismo polvo y ceniza; David se llamó a sí mismo gusano. Del mismo modo, todos los santos se llamaban miserables. Y por el contrario, en absoluto se desconoce quien se alza en soberbia. Por esto solemos decir del soberbio que no se conoce, que en absoluto se ignora. Y quien a sí mismo se ignora ¿a quién conocerá? Así como todo lo conoce aquel que se conoce, así quien se ignora, también ignora todas las demás cosas. Así era aquel que decía: Pondré sobre los cielos mi trono. 215 Por ignorarse a sí mismo ignoró todas las cosas. No así Pablo, quien se llamaba a sí mismo hijo abortivo y el último de los santos; y tras de tantas y tan esclarecidas empresas, no se juzgaba digno del nombre de apóstol.
Emulemos, pues, e imitemos a Pablo. Y lo imitaremos si nos libramos de la tierra y de los negocios terrenales. Nada engendra tanto la ignorancia de sí mismo, como el apego a las cosas seculares, como la ignorancia de sí mismo, porque una cosa depende de la otra. Como a quien ama la gloria que de los demás proviene y tiene por grandes las cosas presentes, aunque mil veces lo intente no se le concede el desconocerse a sí mismo, así quien a sí mismo se desprecia fácilmente se conoce a sí mismo. Y una vez que se conozca, se encaminará a conquistar todas las demás virtudes. Pues bien: para que logremos esta hermosa ciencia, librémosnos de todas las cosas perecederas que encienden tan grande llama; y teniendo conocida nuestra vileza, practiquemos toda humildad y toda virtud, para que consigamos los bienes .presentes y también los futuros, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien, con el Padre, sea el honor, la gloria y el poder, juntamente con el bueno y vivificante Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXVI (XXVII)

Habiendo entrado en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le suplicaba y decía: Señor, mi siervo yace en casa paralítico, gravemente atormentado (Mt 8, 5).
EL LEPROSO se acercó a Cristo cuando éste bajaba del monte; y por el contrario el centurión se le acerca al ir a entrar en la ciudad de Cafarnaúm. ¿Por qué ni aquél ni éste se le acercaron cuando estaba allá en el monte? No fue por desidia, pues ambos tenían una fe ardiente, sino para no interrumpirlo mientras enseñaba. Y acercándosele le dijo: mi siervo yace en casa paralítico, gravemente atormentado. Afirman algunos que el centurión, como excusándose, alegó el motivo de traer consigo al siervo. Porque no podía, dice, ser llevado estando paralítico y gravemente atormentado y exhalando el último aliento. Porque Lucas refiere que se encontraba en tal extremo que estaba para morir.
Por mi parte, yo pienso que lo hizo dando señales de su gran fe, mucho mayor que la de aquellos que por el techo descolgaron al otro paralítico. Como sabía bien que el solo mandato del Señor podía levantar del lecho al enfermo, le pareció inútil llevarlo. ¿Y qué hace Jesús? Hizo ahora lo que nunca antes había hecho. Como en todas partes se acomodaba a la voluntad de los suplicantes, aquí, sin embargo, se adelanta y no sólo promete curar al enfermo, sino ir personalmente a la casa. Y lo hace para que conozcamos la fe del centurión. Si no hubiera prometido esto, sino que le hubiera dicho: Vete, que tu siervo está sano, no conoceríamos la virtud del centurión. Lo mismo hizo en el caso de la sirofenicia, pero por modos contrarios.
En el caso presente, sin ser invitado, espontáneamente promete ir a la casa, para que veas la fe y la gran humildad del centurión. En cambio a la sirofenicia le niega el don que pide y la orilla a la duda, a ella que persevera en pedir. Siendo él médico sagaz y perito, sabe sacar de las cosas contrarias efectos opuestos. Aquí descubre la fe del centurión prometiéndole espontáneamente ir a su casa; allá, mediante una larga tardanza y aun repulsa, nos descubre la fe de aquella mujer. Lo mismo hizo con Abraham cuando le dijo: No lo ocultaré a mi siervo Abraham, 216 para descubrirte y enseñarte cuánto lo amaba y cuán grande providencia tenía de Sodoma. También los ángeles enviados a Lot no querían entrar en su casa, para darte así noticia de la hospitalidad de aquel justo.
¿Qué dice, pues, el centurión? Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Oigámoslo todos cuantos queremos recibir a Cristo, porque también ahora es posible recibirlo. Oigámoslo e imitémoslo, y recibamos a Cristo con el mismo fervor. Di una sola palabra y mi siervo será curado. Observa cómo el centurión, lo mismo que el leproso, tienen una opinión verdadera respecto de Cristo. Pues tampoco éste dice: ruega, ni suplica, sino únicamente manda. Y luego, temeroso por modestia, de que Cristo se negara, añadió: Porque también yo soy un subordinado; pero bajo mi mando tengo soldados y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi esclavo: Haz esto, y lo hace.
Preguntarás: pero ¿qué se concluye de aquí, si es que el centurión solamente sospechaba el poder de Cristo? Porque lo que se quiere saber es si Cristo lo proclamó y confirmó. ¡Bella y prudentemente lo preguntas! Investiguémoslo, pues. Desde luego encontramos que aquí sucedió lo mismo que en el caso del leproso. En éste, dijo el leproso: Si quieres. Y se confirma el poder de Cristo no sólo por lo que dice el leproso, sino también por las palabras de Cristo; puesto que no sólo no refutó la opinión del leproso, sino que la confirmó añadiendo algo que parecía superfluo, cuando dijo: Quiero, sé limpio, para dar firmeza a la dicha opinión. En el caso del centurión es necesario igualmente examinar si acaso Cristo también lo confirma en su opinión: encontraremos que sucedió lo mismo.
Porque apenas terminó de hablar el centurión y dio testimonio de la gran potestad de Cristo, éste no sólo no lo reprendió, sino que lo aprobó y aun hizo algo más. Porque el evangelista no dice solamente que Cristo alabó sus palabras, sino que, dando a entender lo altísimo de su alabanza, dice que Cristo se admiró; y que estando presente todo el pueblo, se lo propuso como ejemplo para que lo imitaran. ¿Observas cómo todos los que testificaban el poder de Cristo lo hacían con admiración?
Y las turbas se espantaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad. Y El no sólo no los reprende, sino que baja con ellos del monte, y con la curación del leproso los confirma en su opinión. El leproso decía: Si quieres, puedes limpiarme. Y Cristo no lo corrigió, sino que procedió como el leproso le decía, y así lo curó. También acá el centurión decía: Di sólo una palabra y mi siervo será curado. Y Cristo con admiración le dijo: No he encontrado fe tan grande en Israel. Puedes conocer lo mismo en un ejemplo contrario. Nada igual a eso dijo Marta, sino todo al revés: Yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo otorgará 217 Pero Cristo no la alabó, a pesar de que era su conocida y que ella mucho lo amaba y era una de las que diligentemente le servían. Al revés, la corrigió porque no se expresaba bien. Y así le dijo. ¿No te he dicho que si creyeres verás la gloria de Dios?, con lo que la corregía por no haber creído aún. Y como ella decía: Yo sé que cuanto pides a Dios, Dios todo te lo otorga, la aparta de semejante opinión, y le enseña que El no necesita suplicar a otro, sino que es la fuente de todo bien. Y le dice: Yo soy la resurrección y la vida.
Como si dijera: Yo no tengo que esperar de otro la fuerza para proceder, sino que todo lo hago por mi propia virtud. Tal es pues el motivo de admirarse del centurión; y así lo ensalza sobre todo el pueblo y le da el honor del reino y excita a los demás a imitarlo. Y para que veas que Cristo lo dijo para enseñar a los demás la misma fe, advierte la diligencia del evangelista y cómo lo deja entender cuando dice: Volviéndose Jesús, dijo a los que lo seguían: no he encontrado tan grande fe en Israel. De manera que pensar excelentemente de Cristo es lo más propio de la fe, y es lo que nos acarrea el reino de los cielos y todos los otros bienes.
La alabanza de Cristo no consistió en solas palabras, sino que por su fe le restituyó sano al enfermo y a él lo ciñó con una brillante corona, y le prometió grandes dones con estas palabras: Muchos vendrán del Oriente y del Occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán arrojados fuera. Como ya había hecho muchos milagros, en adelante habla a las turbas con mayor confianza y libertad. Y luego, para que nadie creyera que tales cosas decía por adulación, y además para que todos vieran que el ánimo del centurión era sincero, le dijo: Ve, hágase contigo según has creído. Y al punto se siguió el milagro, como testimonio de la sinceridad de ánimo y voluntad del centurión. Y en aquella hora quedó curado el siervo. Lo mismo que sucedió con la sirofenicia. Pues a ésta le dijo: Mujer, grande es tu fe, hágase como tú quieres. Y sanó su hija. 218
Mas como Lucas, refiriendo este milagro, pone otras muchas circunstancias que ofrecen cierta dificultad, tenemos que examinarlas y resolver la dificultad. ¿Qué dice Lucas? Que el centurión echó por delante a los ancianos de los judíos que rogaran a Jesús ir a su casa. Mateo, en cambio, dice que él personalmente se acercó y le dijo: Yo no soy digno. Hay quienes afirman tratarse de dos centuriones, aunque hay muchos rasgos semejantes. De uno se dice: Nos ha edificado una sinagoga y ama a nuestro pueblo; del otro dice Jesús: No he encontrado fe tan grande en Israel. Del primero se dice: Vendrán muchos del Oriente, por lo que es verosímil que fuera judío.
¿Qué diremos nosotros? Que esa solución es fácil. Pero preguntamos si acaso es también verdadera. Por mi parte, creo que es un solo centurión. Dirás: ¿cómo es entonces que Mateo lo pone diciendo: Yo no soy digno de que entres bajo mi techo, mientras que Lucas afirma que envió emisarios a Jesús para que lo llamaran a su casa? Creo yo que Lucas da a entender la adulación de los judíos y la inestabilidad de los hombres que se encuentran con adversidades y cómo cambian pronto de pareceres. Es natural que cuando el centurión quería partirse, lo detuvieran los judíos adulándolo y diciéndole: Nosotros iremos y lo traeremos. Observa sus palabras llenas de adulación, pues le decían a Jesús: Ama a nuestro pueblo y aun nos ha construido una sinagoga. No saben cuál es el capítulo de alabanzas para el centurión. Cuando debían decir a Jesús: Quería él venir personalmente a suplicarte, pero nosotros se lo impedimos considerando su aflicción y viendo en el lecho al enfermo. Y de este modo manifestar la fe del centurión. Pero nada de eso dicen a Cristo. No querían, movidos de envidia, hacer resaltar la fe del centurión; y por esto prefieren ocultar la virtud de aquel por quien se acercaban a suplicar, para que no apareciera ser persona de valer el que rogaba ni llevara a cabo el negocio a que iban, exaltando su fe. Porque suele la envidia oscurecer el entendimiento.
Jesús, en cambio, que conoce los secretos de los corazones, exaltó, contra la voluntad de los judíos, la fe del centurión. Y que esto sea la verdad, oye cómo lo interpreta Lucas cuando dice que como Jesús estuviera lejos, le envió unos mensajeros que le dijeran: Señor, no te molestes, pues yo no soy digno de que entres bajo mi techo. 219 Una vez que el centurión se vio libre de la molestia de los judíos, entonces envió a Jesús a algunos que le dijeran que él no se juzgaba digno de recibirlo en su casa. Y aunque Mateo afirme que esto lo dijo no por medio de amigos, sino personalmente, esto no importa. Lo que importa y se investiga es solamente si ambos varones declararon su fervorosa voluntad y tuvieron la debida opinión respecto de Cristo.
Por otra parte, es verosímil que el centurión, tras de haber enviado a sus amigos, viniera personalmente y repitiera lo mismo: cosa que si no la dijo Lucas, tampoco la afirmó Mateo. No se, contradicen, pues, en la narración, sino que uno refiere lo que el otro omitió. Observa además cómo Lucas por otro camino enaltece la fe del centurión diciendo: Estaba a punto de morir el siervo, lo cual no hizo que el centurión desesperara ni le quitó la confianza, pues aun así confió en que el criado recobraría la salud. Y si Mateo afirma que Cristo dijo de él que no había encontrado en Israel fe tan grande, con lo que declara que el centurión no era israelita, Lucas asegura que había construido una sinagoga para los judíos: no se opone lo uno a lo otro. Pudo, sin ser judío, construirla y amar a la nación judía.
Por tu parte, no pases de ligero sus palabras, sino ten en cuenta su dignidad de centurión, y así apreciarás mejor su virtud. Generalmente la soberbia de quienes obtienen prefecturas es tal que ni aun en las desgracias se humillan. Así, el otro que menciona Juan, llama a Jesús a su casa y le dice: Baja antes de que muera. 220 No así éste, sino que se muestra más excelente que aquél y que los que por el techo descolgaron al enfermo. Porque no exige la presencia corporal de Cristo ni lleva al enfermo hasta el médico (cosa que ya indica estima grande de su poder), sino que, apoyado en la opinión suya, consentánea con lo que a Dios conviene, le dice: Di sólo una palabra. Y aun antes, al principio, no dijo: Di una palabra, sino que solamente declaró lo de la enfermedad; pues por su mucha humildad pensaba que Cristo no accedería a su petición al punto, sino que iría a su casa. Y así, cuando le oyó decir: Yo iré y lo curaré, entonces le dijo: Di sólo una palabra.
No lo perturbó tanto su aflicción que no discurriera en medio de su tristeza; y no miraba tanto a la salud de su siervo como a no hacer él nada que fuera menos conveniente. Y eso que él no lo pedía, sino que fue Cristo quien se ofreció. Aun así, temió recibir más de lo que su dignidad merecía e ir a propasarse. ¿Adviertes su prudencia? Considera la necedad de los judíos que dicen: Merece que le hagas esto. Cuando lo conveniente era acudir a la misericordia de Jesús, ellos echan por delante la dignidad del centurión, y ni siquiera saben en qué forma ponérsela delante. No procedía lo mismo el centurión, sino que en absoluto se confesaba indigno no sólo del beneficio; sino aun simplemente de recibir a Cristo en su casa.
Por tal motivo, cuando dijo: Mi siervo está en cama, no añadió: ¡Di! pues temía no ser digno de aquel favor. Lo único que hizo fue declarar su desgracia. Y cuando vio que Cristo se disponía a ir a su casa, ni aun entonces se avorazó a lo que se le ofrecía, sino que se contuvo en los límites de lo conveniente. Si alguno dijere: ¿Por qué Cristo no lo honró igualmente? yo respondería que en realidad le confirió un grande honor a su vez. En primer lugar, declarando su buena inclinación y voluntad, la cual quedó manifiesta, sobre todo en no ir a su casa. En segundo lugar, porque lo introdujo en el reino y lo exaltó sobre todo el pueblo judío. Como el centurión se había juzgado indigno de recibir a Cristo en su casa, se hizo digno aun del reino y alcanzó las mismas bendiciones y bienes que Abraham.
Preguntarás por qué motivo el leproso, que dio mayores testimonios que el centurión, no fue alabado. Porque él no dijo: Di una palabra, sino lo que es mucho más: basta con que quieras, que es lo que el profeta dice acerca del Padre: Hizo todo lo que deseó. La realidad es que también el leproso fue alabado. Pues cuando Cristo le dijo: lleva la ofrenda que mandó Moisés para testimonio de ellos, no fue otra cosa sino decirle: tú serás su acusador, pues has creído. Por lo demás, no era lo mismo que un judío creyera y que creyera un gentil. Y que el centurión no era judío, queda ya claro, pues era centurión; y también por lo que dijo Cristo: Ni en Israel he encontrado fe tan grande.
Y era en verdad cosa eximia que un hombre no contado entre los judíos pensase tan altamente de Cristo. Porque esto supone, creo yo, que ya había concebido en su mente los ejércitos del cielo; y que la muerte y las enfermedades y todas las demás cosas estaban sujetas a Cristo, como a él lo estaban los soldados. Y por esto decía: Porque también yo soy súbdito; es decir: tú eres Dios, yo soy hombre. Yo soy súbdito, tú no lo eres. Pues si yo, hombre y súbdito, tan grande poder tengo, mucho mayor lo tendrás tú que eres Dios y de nadie eres súbdito. Porque quiere, alegando la suma preeminencia de Cristo, persuadirlo de que no ha querido poner ejemplo de igual a igual, sino de una cosa altísima en exceso. Si yo, dice, que soy como otro cualquiera de los que son súbditos y vivo sujeto a la potestad de otro, por esta pequeña autoridad que me confiere la prefectura, tengo tanto poder que no se me resiste, sino que cuanto impero, por vario que sea, al punto se pone por obra; y digo a uno ve, y va; y a otro ven, y viene, sin duda tú puedes cosas mucho mayores.
Hay quienes entienden este pasaje de este modo. Leen: Si yo siendo hombre. Y puntúan aquí, y luego continúan: Tengo soldados bajo mi potestad. Pero yo quiero que te fijes en cómo el centurión declara que Cristo manda aun sobre la muerte y como a un esclavo le da órdenes de Señor. Pues cuando dice Ven, y viene; ve, y va, eso significa. Si tú ordenaras que la muerte no venga sobre mi siervo, no vendrá. ¿Ves cuán lleno estaba de fe? Lo que hasta más tarde sería claro para todos y a todos manifiesto, eso aquí lo hace público el centurión: es a saber, que Cristo tiene potestad sobre la muerte y sobre la vida y que puede llevar hasta las puertas de la muerte y devolver desde ahí. Y no habló sólo de los soldados, sino también de los siervos cuya obediencia es mayor.
Y sin embargo, teniendo fe tan grande, se juzgaba indigno. Pero Cristo, demostrando que sí era digno de que él entrara en su casa, le hace dones mayores, pues lo admira y lo ensalza y le concede más de lo que pedía. Porque vino en busca de la salud corporal para su siervo, pero regresó tras de recibir el reino. ¿Ves cómo ya se va cumpliendo aquello de: Buscad el reino de los cielos y las demás cosas se os darán por añadidura? Por haber demostrado fe grande y humildad, le da el cielo y le añade la salud corporal de su siervo; y no sólo lo honró tan grandemente de esta manera, sino además manifestándole cómo entraba en el reino tras de ser expulsados otros más importantes.
Por todas estas cosas, declaró Cristo que la salvación proviene por la fe y no por las obras según la Ley. Y por esto el don de la fe se propone no sólo a los judíos sino también a los gentiles; más aún, a éstos antes que a los otros. Como si dijera: no penséis que esto sólo ha sucedido con el centurión, sino que en todo el orbe sucederá lo mismo. Y lo dijo hablando en profecía acerca de los gentiles y ofreciéndoles la buena esperanza. Porque los que lo seguían eran de Galilea de los gentiles. Decía pues estas cosas para no dejar que los gentiles perdieran ánimo, y para abatir la soberbia de los judíos.
Mas para no herir con estas palabras a los oyentes, ni dar ocasión alguna de eso, no habló de los gentiles antes; sino que ahora toma ocasión del centurión y ni siquiera usa la palabra gentiles. Pues no dijo: Muchos de los gentiles, sino: Muchos del Oriente y del Occidente, con lo que, cierto, significaba a los gentiles, mas no ofendía a los oyentes, pues la sentencia quedaba suboscura. Ni es este el único modo con que suaviza esta nueva e inaudita doctrina; sino que, además, poniendo en vez del reino el seno de Abraham. No les era conocido este nombre; en cambio mucho más los conmovía el nombre de Abraham pronunciado. Así lo hizo el Bautista, quien al principio nada dijo de la gehenna, sino que trajo al medio lo que más los impresionaba: No queráis alegar: tenemos por padre a Abraham 221
Y para no parecer contrario a las antiguas instituciones, toma además otra providencia. Puesto que quien admira a los patriarcas, y a estar en su seno llama suerte de todos los buenos, quita en absoluto y de raíz semejante sospecha. Y nadie piense que en eso se encierra una sola conminación: tienen ahí los malos un doble suplicio y una doble alegría los buenos. Para los primeros y judíos, no únicamente haber perdido el sitio tan eximio, sino haber perdido lo que por derecho les correspondía; para los segundos y los gentiles, no sólo haber recibido esa porción y suerte, sino haberla recibido cuando no la esperaban. Y aun se les añade una tercera alegría, que es recibir lo que a los otros pertenecía por herencia.
A éstos, para quienes estaba preparado el reino, los llamó hijos del reino, cosa que a los otros les causaba gran dolor. Pues habiendo declarado que los judíos, según la promesa, estaban en el seno de Abraham, al punto los echa fuera. Y luego, como sus palabras eran una verdadera sentencia, la confirma con el milagro, del mismo modo que los milagros se confirman con la predicción de las cosas que después han sucedido. De manera que quien no creyera que el siervo en aquella ocasión quedó curado, que se mueva a creerlo por la dicha profecía que ya se ha cumplido. Porque la profecía, antes de que se cumpliera, fue de todos conocida por el milagro subsiguiente. Primero predijo esto Jesús y luego curó al siervo paralítico para confirmar lo futuro mediante lo presente, y mediante lo que era más se afianzara lo que era menos. Que los dotados de virtudes gocen bienes y que los viciosos sufran castigos, era algo verosímil para la razón; más aún, es lógico y conforme a las leyes de la justicia. En cambio, sanar y curar a un paralítico, era cosa que estaba sobre las leyes naturales.
Mas para esta tan grande y admirable cosa, no poco aportó el centurión, como el mismo Cristo declaró cuando dijo: Ve y hágase según has creído. ¿Ves cómo la salud restituida al siervo predica el poder de Cristo y la fe del centurión, y confirma la profecía de lo que había de suceder? Pero más aún: todo ahí predicaba el poder de Cristo. Pues no sólo sanó el cuerpo del siervo, sino que también arrastró poderosamente a la fe al alma del centurión, mediante el milagro. Y no consideres únicamente que el uno haya creído y el otro haya sanado; sino admira la rapidez del negocio. La declaró el evangelista diciendo: Y sanó el siervo en aquella hora. Lo mismo que dijo acerca del leproso: y al punto quedó limpio. Mostró Cristo su poder no sólo sanándolos, sino haciéndolo de un modo inesperado y en un instante.
Ni sólo de este modo se muestra útil y ayuda, sino además porque con frecuencia, al tiempo en que obra el milagro, habla del reino de los cielos y a todos los atrae a él. Cuando amenazaba con que los judíos serían echados del reino, no los amenazaba para que en realidad fueran expulsados, sino para que mediante el temor, con sus palabras los atrajera al reino. Si ellos de esto no se aprovecharon, crimen fue suyo y de cuantos padecieron la misma enfermedad. Porque esto no aconteció a sólo los judíos, sino aun a muchos de los que creyeron. Judas era hijo del mismo reino y junto con los discípulos oyó aquellas palabras: Os sentaréis sobre doce tronos; 222 y sin embargo, se hizo hijo de la gehenna. En cambio, el bárbaro aquel, el etíope, como fuera del número de los que vinieron de Oriente y de Occidente, recibirá la corona juntamente con Abraham, Isaac y Jacob.
Lo mismo sucede ahora. Pues dice: Muchos primeros serán postreros; y los postreros, primeros. Díjolo a fin de que ni los unos se descuiden pensando que ya no pueden volver atrás, ni los otros se confíen como si ya estuvieran firmes. Lo mismo predijo Juan desde el principio: Poderoso es Dios para de estas piedras suscitar hijos de Abraham. 223 Como esto tenía que suceder, se predice con mucha antelación a fin de que nadie se turbe con la novedad del negocio. Sólo que Juan, como hombre que era, lo dijo como posible; pero Cristo lo dijo como que en absoluto iba a suceder y dio la demostración mediante los milagros.
En consecuencia, no nos fiemos aun cuando estemos en pie, sino digámosnos a nosotros mismos: El que cree estar en pie, mire que no caiga. 224 Tampoco los que yacemos por tierra desesperemos, sino digamos. ¿Por ventura el que cae no se levantará? 225 Muchos que se habían levantado hasta la cumbre de los cielos, que habían demostrado grande paciencia y se habían retirado al desierto, y nunca, ni en sueños, habían visto a una mujer, vencidos a causa de pequeñas negligencias, fueron arrojados al abismo de la perversidad. Otros, por el contrario, desde ese abismo han subido hasta el cielo, y del teatro y las representaciones se han convertido a una vida angélica y han alcanzado tan grande virtud que aun echaban los demonios y hacían otros muchos milagros. De semejantes ejemplos están llenas las historias, llenas también las Sagradas Escrituras.
Incluso hombres fornicarios y dados a la molicie, ya cierran la boca a los maniqueos que afirman estar la perversidad connaturalizada con el hombre, con lo que hacen la obra del demonio y ponen desaliento a quienes desearían dedicarse a la virtud, y destrozan del todo la vida. Porque quienes se esfuerzan en persuadir tales cosas, no sólo destruyen en absoluto lo futuro, sino que, en cuanto está de su parte, destrozan y revuelven también la vida presente. Pues ¿cómo quien vive en la maldad se empeñará en la virtud, si está persuadido de que no puede volver a este género de vida virtuoso, si no cree que pueda hacerse mejor? Si ahora, estando establecidas las leyes, promulgados los suplicios, puesta delante la gloria que podría alentar a muchos; ahora, digo, con el temor de la gehenna y la promesa del reino; ahora, cuando se reprende a los malos y se ensalza a los buenos, apenas hay quien quiera entregarse al trabajo de la virtud; si todo eso quitamos de delante ¿qué impedirá que todo se hunda?
Observando, pues, el engaño y perversidad diabólica; y que semejantes hombres, lo mismo contra quienes quieren afirmar las leyes del hado que contra los legisladores civiles plantan sus opiniones, y contra los oráculos divinos y contra el natural raciocinio y contra la común opinión de todos los hombres, aun de los bárbaros, los escitas, los tracios y en contra de toda la humanidad, vigilemos, carísimos, y apartémosnos de todos aquellos y caminemos por el sendero estrecho con temblor y confianza: con temblor, a causa de los precipicios que a un lado y otro se abren; con suma confianza, por el guía que tenemos, Cristo Jesús.
Caminemos como sabios y vigilantes. Si alguien dormitara un poco, se perdería. No tenemos la perfección de David, y éste, por un pequeño descuido, se arrojó al precipicio del pecado, aunque al punto se levantó. No veas, pues, en él únicamente al que peca, sino también al que lava su pecado. Semejante historia no fue escrita únicamente para que veas la caída, sino para que aprendas cómo has de levantarte después de la caída. Así como los médicos describen en sus libros las más graves enfermedades y así enseñan a otros el método de curación, para que, ejercitados en las dolencias mayores, más fácilmente dominen las menores, del mismo modo Dios nos puso delante esos gravísimos pecados, para que quienes han caído en faltas pequeñas encuentren en el ejemplo de aquéllos un modo más fácil de enmienda. Si las grandes caídas tuvieron remedio, mucho más lo tendrán las menores.
Veamos cómo enfermó y cómo recobró la salud aquel bienaventurado varón. ¿Cuál fue su enfermedad? Fornicó y asesinó. Porque no me avergüenzo de publicarlo en alta voz. Si el Espíritu Santo no creyó ser torpe publicar toda esa historia, mucho menos debemos nosotros referirla de un modo oscuro. De modo que no solamente la predicaré, sino que añadiré algo más. Quienes tales cosas ocultan oscurecen las virtudes de aquel varón; y así como callando sus batallas contra Goliat se le privaría de no pequeña corona, así lo mismo harían quienes pasaran por alto esta historia.
¿No estoy diciendo algo inesperado? Mas esperad un poco y veréis que con todo derecho sacamos a luz la dicha historia. Para eso explico claramente ese pecado y por tan desusados caminos del discurso, para preparar así remedios más abundantes. ¿Qué es pues lo que propongo? La virtud de este varón, cosa que hace aún más grave su pecado. Porque el juicio que se haga en aquel día no es uno mismo para todos los hombres, pues dice la Escritura: Los poderosos serán poderosamente atormentados. 226 Y también: El siervo que conociendo la voluntad de su amo no se preparó ni hizo conforme a ella, recibirá muchos azotes. 227 De modo que el mayor conocimiento es causa de mayor castigo. Así el sacerdote que cae en pecados iguales a los de sus inferiores, sufrirá penas no iguales, sino mayores.
Quizá vosotros, al ver cómo amplifico el pecado de David, teméis y os aterrorizáis y os admiráis de verme caminar como por el borde de un precipicio. Pero yo confío de tal manera en la virtud de este justo y en sus méritos, que aun voy a pasar más adelante, pues cuanto más exagere su crimen, tanto mayores alabanzas podré dedicarle. Preguntarás: pero ¿es que puedes decir algo mayor todavía? Y mucho mayor por cierto. Así como el pecado de Caín no fue sólo de asesinato, sino mucho peor que muchos asesinatos, pues dio muerte no a un extraño, sino a un hermano suyo; y a un hermano que ningún mal le había hecho, sino al revés, había sido dañado por él; y no tras de haberse cometido muchos asesinatos, sino siendo él el primero que inventó aquel execrable crimen, así en este otro ejemplo de que venimos tratando, el crimen no fue solamente un asesinato. Porque el homicida no fue un hombre vulgar, sino un profeta; y mató no a quien le infería daño, sino a quien él mismo había dañado, puesto que la víctima ya había sido dañada a causa del adulterio del profeta con la esposa de aquél: de modo que añadió este pecado.
¿Veis cómo no perdono a este varón aunque justo? ¿cómo sin ambages ni disimulos refiero y cuento sus crímenes? Pues bien: confío en tal manera en su defensa, que tras de tal montaña de crímenes, quisiera tener presentes a los maniqueos, que traen y llevan sobre todo este hecho, y a los marcionistas, para egregiamente refutarlos. Afirman ellos que David fue adúltero y fue asesino. Pues yo afirmo que no sólo fue eso, sino que, como ya demostré, fue dos veces asesino: tanto porque la víctima ya había sido dañada por él, como por la alta dignidad del matador. Puesto que no es lo mismo que cometa semejante crimen un hombre que ha recibido el Espíritu Santo, ha sido colmado de tan grandes beneficios y ha llegado a tal potestad y a edad tal, y que lo cometa otro hombre que nada de eso posee.
Pero precisamente por aquí aparece más admirable David y más esforzado varón, pues caído en el abismo de la maldad, no perdió el ánimo, no desesperó, no se dejó caer totalmente aunque herido con herida mortal por el demonio; sino que pronto, más aún, al punto y con gran vehemencia, causó al diablo una herida mayor que la por él recibida. Es como si en una batalla, un bárbaro cualquiera hubiera clavado una pica en el corazón o en las entrañas de un esforzado mílite y aun le hubiera añadido una segunda mortal herida; pero 'al punto el herido, salpicado todo de sangre de las heridas, se levantara y blandiendo su pica, pasara de parte a parte a su enemigo y lo dejara instantáneamente caído en tierra y muerto.
Lo mismo es el caso presente. Cuanto más exageréis la herida causada a David, tanto más pondréis de manifiesto el admirable ánimo del herido, puesto que tras de tan grave herida pudo levantarse y presentarse en el frente mismo de la barricada y derribar al enemigo. De cuán grande esfuerzo esto necesite, lo saben quienes han caído en graves pecados. No es de un ánimo tan esforzado y ardoroso el llevar a cabo la empresa caminando derechamente y así recorrer el estadio completo, puesto que lleva como compañera la buena esperanza que lo espolea y excita sus nervios y le comunica presteza, como lo es el de quien esforzadísimamente, tras de mil coronas, trofeos y victorias, ha caído peligrosamente, pero vuelve a continuar su carrera.
Para mayor claridad de lo que digo, procuraré poneros delante otro ejemplo no inferior al que precede. Piensa en un patrón de nave que ha recorrido mares infinitos, el cual tras de tan largas navegaciones y muchas tempestades, escollos y oleajes, con abundante cargamento de mercancías, acaba por naufragar en el puerto mismo. ¿Con qué ánimo quedará para futuras navegaciones y nuevos peligros de mar? ¿Querrá en adelante, si no es de valerosísimo ánimo, si siquiera ver jamás un litoral, un puerto, una nave? Yo pienso que no, sino al revés, sino que yacerá oculto, convirtiendo los días en noches a causa de la tristeza, falto de toda esperanza, y preferirá llevar una vida de mendigo a de nuevo afrontar los anteriores trabajos.
No procedió así este varón bienaventurado. Sino que, tras de tan horroroso naufragio, tras de trabajos y sudores tan graves, no permaneció oculto, sino que de nuevo sacó al mar su nave y desplegó las velas, y tomó el timón y soportó nuevos trabajos y consiguió más abundantes riquezas que anteriormente. Pero, si es cosa admirable ponerse en pie y no quedarse tendido por tierra y el entusiasmarse de nuevo y llevar a cabo tales esfuerzos ¿de cuántas coronas será digno? Y había muchos motivos que lo empujaban a la desesperación. Desde luego, la grandeza de su pecado. Además, el haberle sucedido no en la edad juvenil, cuando la esperanza de la conversión es mayor, sino cuando ya su edad declinaba. Un comerciante que naufraga al salir del puerto, no se duele tanto como el que tras de largas navegaciones, al fin se estrella contra un escollo. En tercer lugar, el que esto le sucediera tras de haber reunido tantas riquezas espirituales. Porque para entonces tenía ya no pequeño cargamento de virtudes, como eran las de las empresas de su adolescencia, la lucha contra Goliat cuando reportó tan espléndida victoria, la mansedumbre que ejercitó con Saúl. Porque manifestó una magnanimidad ya evangélica, al tener infinitas veces en sus manos a su enemigo y perdonarlo siempre; y al preferir perder su patria, su libertad y aun su vida, antes que dar muerte al que injustamente le ponía asechanzas.
Y una vez que alcanzó el reino, llevó a cabo muchas buenas obras no pequeñas. Añádase la general estima en que se le tenía, pues podía causarle no poca perturbación el haber caído de gloria tan alta. No lo rodeaba de tan grande esplendor la púrpura, cuanto lo cubría de vergüenza la mancha de pecado tan feo. Sabéis vosotros cuán amargo es que nuestros pecados se divulguen y cuánta magnanimidad se requiere para que un hombre acusado de tantos delitos y que tiene como testigos de sus crímenes un número tan grande de hombres, no decaiga de ánimo. Pues bien: el fervoroso David arrancó de su alma todos esos dardos; y en adelante brilló de tal manera, de tal modo lavó las manchas, tan limpio se presentó, que aun logró el perdón de sus pósteros, después de muerto; hasta el punto de que Dios dijo de él lo mismo que había dicho de Abraham, y aun mucho más. Del patriarca dijo: He recordado mi alianza con Abraham. 228 En cambio acerca de David no habla de alianza. ¿Qué es lo que dice?: Yo protegeré a esta ciudad por mi siervo David. 229 Ni permitió Dios que Salomón, que tantos crímenes había cometido, perdiera el reino, por su benevolencia para con David. Y llegó a tanto la estima, que después de muchos años, Pedro en su discurso a los judíos, vino a decir: Séame permitido deciros con franqueza del patriarca David que murió y fue sepultado. 230 Y Cristo, hablando a los judíos, declara que David, aun después de su pecado, mereció tan grande gracia del Espíritu Santo que se le concedió profetizar su divinidad. Y cerrándoles por aquí la boca, decía: Pues ¿cómo David en espíritu lo llama Señor diciendo: Dijo el Señor a mi señor: siéntate a mi diestra? 231
Sucedió además con David lo mismo que había sucedido con Moisés. Pues así como Dios a pesar de Moisés castigóle a su hermana María, por haber ésta injuriado a su hermano, y lo hizo porque en gran manera amaba al hombre santo; del mismo modo, a pesar de David, lo vengó de su hijo rebelde. Todo lo precedente, aparte de otras muchas cosas, declara suficientemente la virtud de David. Pues cuando Dios da su sentencia, nada queda por examinar. Ahora, si queréis conocer más en particular sus virtudes, pueden ver quienes lean la historia de las hazañas que llevó a cabo después de su pecado, su gran confianza en Dios y cómo Dios benevolente lo favoreció y cómo adelantó en las virtudes y cuán correctamente vivió hasta el fin de su vida.
Enseñados con estos ejemplos, vigilemos y cuidemos de no caer. Pero si alguna vez sucede que caigamos, no permanezcamos caídos. Porque no he expuesto el pecado de David para haceros desidiosos, sino para poneros temor. Si este justo por haberse descuidado un poco, tantas heridas recibió ¿qué no sufriremos nosotros que cada día nos damos a la pereza? No pienses que él cayó para que tú seas negligente. Más bien considera cuántas y cuán grandes obras hizo después. Cuántas lágrimas derramó. Cuán grande penitencia hizo días y noches, y lavó con el llanto su lecho y anduvo vestido de cilicio. Pues si él tan sincera y profundamente se convirtió ¿cómo podremos nosotros alcanzar la salvación, nosotros que tras de tantos pecados, no nos compungimos ni dolemos? Quien está armado de muchas buenas obras, puede por ellas lograr el perdón de sus pecados; pero el que va desarmado, sea cual fuere el dardo con que el demonio lo acometa, recibirá una herida mortal.
Pues para que esto no suceda, armémosnos de buenas obras; y si acaso cometimos algún pecado, purifiquémonos al punto. Todo con el objeto de que, una vez pasada la vida presente, en actos de glorificación a Dios, disfrutemos de la futura. Ojalá todos la consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXVII (XXVIII)

Habiendo entrado Jesús en la casa de Pedro, halló a la suegra de éste que yacía en el lecho con fiebre. La tomó de la mano y la fiebre la dejó y ella se levantó y se puso a servirles (Mt 8, 14-15).
MARCOS, PARA significar el tiempo, usó la expresión: al punto. Pero Mateo solamente notó el milagro, pero no el tiempo. Hay quienes dicen que la enferma le suplicó la salud, pero Mateo también esto lo calló. Sin embargo, no hay discrepancia alguna; sino que lo uno es propio de quien abrevia, lo otro de quien amplifica. Mas ¿por qué Cristo entró en la casa de Pedro? Yo pienso que fue para comer. Parece significarlo el evangelista al anotar que: ella se levantó y les servía. Porque Cristo solía ir a la casa de sus discípulos como se ve en Mateo, cuando éste lo invitó. Los honraba de esta manera, para tornarlos más empeñosos. Considera en este paso la reverencia de Pedro para con Cristo. Teniendo él a su suegra en el lecho, en casa, con alta fiebre, no llevó a Jesús a su morada, sino que esperó a que se terminara la explicación doctrinal y a que fuera sanando a todos los demás; y finalmente cuando Jesús entró en su casa entonces le rogó. De este modo Cristo le iba enseñando a posponer los negocios de los demás a los propios.
De manera que no fue Pedro quien introdujo a Jesús en la casa, sino fue Jesús quien espontáneamente penetró en ella. Y esto después de que el centurión le había dicho: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Declaró con eso cuán grato le era el discípulo. Considera qué clase de viviendas eran las de los pescadores; pero Cristo no tuvo a menos entrar en ellas, para enseñarnos a pisotear todo fausto humano. Advierte cómo a veces sana con sólo una palabra, a veces alarga la mano, a veces hace ambas cosas, llevando la medicina hasta a los ojos. No quería hacer siempre los milagros de un modo espectacular. Por de pronto convenía ocultarse, sobre todo si estaban presentes los discípulos, quienes por el gozo extremo que les causaban los prodigios, todo lo habrían divulgado. Una cosa es manifiesta: que desde que bajó del monte ordenó a sus discípulos que nada publicaran.
Tocó pues el cuerpo de la enferma, y no sólo apagó la fiebre, sino que le devolvió la completa salud. Como la enfermedad no era grave, mostró su poder en el modo de curarla. Lo hizo de tal manera como no lo habría podido hacer la medicina. Porque ya sabéis que cuando la fiebre desaparece, se necesita largo tiempo para que los enfermos vuelvan a su primer vigor. Este modo especial no lo usó Jesús solamente aquí. También lo usó en el mar, cuando no únicamente aplacó los vientos y la tempestad, sino que al punto reprimió la hinchazón de las olas, cosa también insólita; pues aun cuando cese la tempestad, por largo tiempo continúa el fluctuar de las olas. Ese modo lo declaró el evangelista diciendo: Se levantó y les servía. Era esto al mismo tiempo señal del poder de Cristo y del agradecimiento y cariño de la mujer para con Cristo.
Otra cosa notamos aquí: que Cristo concede la salud a unos por la fe de los otros. En este caso otros eran los que rogaban y no el enfermo, como también en el caso del centurión. Concedía este género de gracias por ruegos de otros, con tal de que quien era curado también creyera, cuando el enfermo no podía ir personalmente a Cristo, o cuando por ignorancia el enfermo aún no tenía una alta idea de Cristo, o bien cuando el enfermo no tenía aún edad suficiente.
Ya atardeciendo, le presentaron muchos endemoniados y arrojaba con una palabra los espíritus, y a todos los que se sentían mal los curaba, para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías, que dice: El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. ¿Ves cómo ha crecido en seguida la fe de las multitudes? Pues ni aun haciéndoseles tarde querían apartarse; ni les parecía tiempo inoportuno la tarde para llevar a sus enfermos. Considera cuán grande cantidad de los que fueron curados pasan en silencio los evangelistas, sin contarlos uno a uno; sino que refieren con sola una palabra el piélago inmenso de milagros.
Y para que no engendrara incredulidad la grandeza del prodigio, como fue el que curara y dejara sanos a tantos y de tan varias enfermedades y en brevísimo tiempo, el evangelista aduce el testimonio del profeta, declarando con esto que tenemos en la Escritura la demostración grande de todas las cosas, demostración de no menos valor que el de los milagros. Dice, pues, cómo Isaías ya lo había profetizado cuando aseveró: El tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias. No dijo Isaías que las destruyó, sino tomó, cargó. Me parece que esto lo dice el profeta más bien de los pecados que no de las enfermedades. Y consuena con el profeta la sentencia del Bautista: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. 232
Entonces ¿por qué aquí lo pone el evangelista, tratando de las enfermedades? O bien por seguir la costumbre de los historiadores, o bien para indicar que la mayor parte de las enfermedades provienen de las culpas del alma. Si la muerte, que es como la cabeza de todas ellas, trajo su origen del pecado original, mucho más las enfermedades que de ahí nacieron, puesto que de ese pecado proviene el que seamos pasibles.
Viendo Jesús grandes turbas en torno suyo, dispuso partir a la otra ribera. ¿Ves cuán ajeno se halla de la ostentación? Los otros evangelistas refieren que increpaba a los demonios para que no dijeran quién era; pero aquí Mateo dice que él mismo apartó a la turba. Lo hizo para enseñarnos a ser modestos y también para aplacar la ira de los judíos y adoctrinarnos que nada hiciéramos por vanagloria. Porque no sólo curaba los cuerpos, sino que corregía las almas y las adoctrinaba para la virtud. Se manifestaba así con ambos poderes: curando los cuerpos y en nada procediendo por fausto. Muchos lo seguían atraídos por el amor y la admiración, y anhelando contemplarlo sin interrupción. Porque ¿quién se iba a separar cuando tantos milagros hacía? ¿quién no iba a querer contemplar el rostro de quien tales maravillas obraba?
Porque no era solamente admirable por los prodigios, sino que su sola presencia expandía gracia. Lo indicó el profeta diciendo: El más hermoso de los hijos de los hombres 233 Y aunque Isaías dice: No hay en él parecer, no hay hermosura que pueda verse, 234 pero lo entiende o bien de la gloria indecible de la divinidad, o bien narrando lo que llevó a cabo en la Pasión y la ignominia al tiempo de la crucifixión; o bien la austeridad que por todo el tiempo de su vida en todo demostró.
Pero no dio orden de pasar a la ribera opuesta, hasta que hubo curado a todos los enfermos. Otra cosa, sin duda que ellos no la habrían tolerado. Así como en el monte estaban presentes no sólo cuando hablaba, sino que luego, cuando callaba, lo seguían, así ahora no se apegaban a él solamente mientras hacía milagros, sino que aun después de los milagros continuaban sacando grande utilidad espiritual aun de sólo contemplar su rostro. Si Moisés tuvo un rostro resplandeciente de gloria; si Esteban tuvo un rostro como de ángel, piensa cuán verosímil es lo grandemente hermoso que aparecería el común Señor de todos. Quizá ahora mismo, muchos de vosotros estáis inflamados con los anhelos de contemplar y ver aquella su figura; pero si queremos podremos verla muy más resplandeciente. Si vivimos practicando la virtud y llenos de confianza, lo recibiremos en las nubes cuando salgamos al encuentro suyo en cuerpo inmortal e incorruptible.
Considera, por otra parte, con cuánta suavidad los aparta, sin espantarlos. No les ordenó: ¡Retiraos!, sino que simplemente dispone que pasen a la otra orilla, dejando la esperanza de que él mismo irá allá al otro lado. Así las turbas le manifestaban mucho amor y lo muy aficionadas a El, y lo seguían. Pero hubo un cierto escriba, individuo esclavo de las riquezas y lleno de arrogancia, que se le acercó y le dijo: ¡Maestro! ¡te seguiré a dondequiera que vayas!¿Observas cuán grande es su arrogancia? Parece no querer contarse entre los de la turba; y así, presentándose como si no se le hubiera de tener por uno de tantos, con semejantes disposiciones se acerca. Tales son las costumbres de los judíos: llenas de una intempestiva familiaridad y confianza. Del mismo modo, otro, en cierta ocasión, cuando todos callaban, salió al medio y le dijo: Cuál es el mandamiento primero? 235 El Señor no le corrigió aquella importunidad para enseñarnos a llevar con paciencia a semejantes hombres. Por igual motivo, tampoco reprende en público a quienes pensaban mal, sino que responde a lo que piensan, dejando que ellos a solas comprendan su refutación, y ofreciéndoles una doble utilidad: que caigan en la cuenta de que El conoce los secretos de la conciencia y de que aun dándoles indicios de esto, sus pensamientos queden ocultos, para que tengan oportunidad, si quieren, de arrepentirse: que es lo que aún ahora hace.
Porque este escriba, al ver los milagros y la turba que concurría, esperaba enriquecer mediante los prodigios; y por este motivo anhelaba seguir a Cristo. ¿Cómo queda esto claro? Por las palabras de Cristo, quien no responde a las expresiones materiales del que le habla, sino a su pensamiento. Como si le dijera: ¿qué, pues? ¿esperas tú poder amontonar riquezas si vienes conmigo? ¿No ves que yo no tengo ni siquiera donde hospedarme como lo tienen las aves? Porque le dice: Las raposas tienen sus cuevas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en donde reclinar la cabeza. Tales palabras no eran de quien rechaza, sino de quien corrige la torcida intención y de quien le da opción de seguirlo, si quiere, pero con ese panorama.
Y para que veas la perversidad del escriba, en cuanto esto oyó y quedó así corregido, no contestó: Estoy dispuesto a seguirte. Con frecuencia Cristo en otras ocasiones hace lo mismo: no corrige abiertamente, pero por la respuesta deja ver lo que pensaban sus interlocutores. Al que le dijo: Maestro bueno, 236 y esperaba que con esa adulación lo atraería a su parecer, le responde. ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Y cuando le dijeron: Tu madre y tus hermanas están ahí fuera y desean hablarte, 237 porque los que lo buscaban procedían demasiado humanamente y no querían escucharle las cosas útiles, sino mostrarse como parientes suyos y lograr así una vanagloria, oye lo que les dice. ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y a sus hermanos que le decían: Muéstrate al mundo, 238 pues querían de esto sacar alguna gloria vana, les dijo: Mi tiempo no ha llegado aún, pero el vuestro siempre está pronto.
Y también procede al contrario, como cuando le dice a Natanael: He aquí a un verdadero israelita en el cual no hay engaño. 239 Y también: Id y anunciad a Juan lo que oísteis y visteis. 240 Porque aquí no responde a las palabras del que le envió los mensajeros, sino al pensamiento de Juan. También al pueblo le habla según éste pensaba. Pensaban de Juan como si fuera un hombre ligero y versátil y así les corrige ese pensamiento y les dice. ¿Qué habéis salido a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿o a un hombre vestido con molicie?, significándoles con esto que Juan no era un veleidoso, ni tal que con alguna cosa muelle se le pudiera ablandar.
Pues bien: en el caso actual responde igualmente al pensamiento del interlocutor. Considera cuán grande moderación usa. Porque no dice: Tengo habitación, pero la desprecio. Sino que dice sencillamente: No tengo. ¿Observas cuánta exactitud manifiesta juntamente con la suavidad indulgente? Procede lo mismo que cuando comía y bebía y llevaba un tenor de vida al parecer contrario al del Bautista. Porque lo hacía para la salvación de los judíos; o mejor dicho, de todo el orbe; y para cerrar la boca a los herejes y con el anhelo de atraerse a los que estaban presentes.
Otro le decía: Señor, permíteme primero que vaya a enterrar a mi padre. Observa la diferencia. El otro impudente decía: Te seguiré a dondequiera que vayas. Este, en cambio, aun pidiendo una cosa santa y de piedad, le dice: Permíteme. Cristo no se lo permitió. ¿Qué fue lo que le respondió? Deja a los muertos que entierren a sus muertos: tú ven y sígueme. En todas partes Cristo mira a la voluntad. Preguntarás: ¿por qué no se lo permitió? Porque había quienes cumplieran con esa obra de caridad y el muerto no quedaría sin sepultura; por lo cual no era indispensable apartar al interlocutor de cosas más necesarias.
Y cuando dice: sus muertos, declara que aquel de que trataba no era muerto suyo. Según creo, el muerto era uno de los que no creían. Y si te admiras de que el joven fuera a pedir permiso para una cosa tan necesaria y no la abandonara espontáneamente, admírate mucho más de que, aunque la prohibió Jesús, el joven se quedó con El. Preguntarás: pero ¿acaso no era propio de un hijo ingratísimo eso de no estar presente a las exequias de su padre? Si lo hubiera hecho por desidia, sí era propio de un hijo ingratísimo; pero si urgía una cosa más necesaria, habría sido por el contrario suma perversidad el acudir a las exequias.
Se lo prohibió Jesús, no porque ordenara despreciar el debido honor a los padres, sino para demostrar que nada nos es tan necesario como atender a las cosas del cielo y que en ellas hay que ocuparse con extremada diligencia, y que ni un poco se han de retardar aun cuando las cosas que atraen a otro asunto parezcan en exceso urgentes. ¿Qué cosa más urgente que sepultar a su padre? ¿qué cosa más fácil? Porque no se iba a llevar mucho tiempo. Pues si no es lícito consumir tanto tiempo cuanto se necesita para sepultar a su padre; si no es cosa segura el abandonar las cosas espirituales ni por brevísimo tiempo, piensa ¿de qué penas seremos dignos los que olvidamos y abandonamos casi por tiempo completo los intereses de Cristo y anteponemos vilísimas ocupaciones y aun sin que nada nos surja somos desidiosos?
Conviene admirar la sabiduría de semejante doctrina; doctrina que a este joven tan fuertemente lo enclavó y adhirió a la palabra de Cristo; pero además lo libró de muchos males y llantos y luto y las demás consecuencias. Puesto que tras de lar sepultura era necesario examinar el testamento, distribuir las partes de la herencia y hacer todo aquello que esto llevaba consigo; de manera que el joven, llevado de unos oleajes en otros habría sido empujado lejos del puerto de la verdad. Por esto Cristo lo atrae y lo une consigo.
Pero si aún te admiras y te parece mal que se le prohibiera estar presente a las exequias de su padre, quisiera yo que pensaras cómo hay quienes, sabiendo que los interesados han de sufrir molestias con los funerales del padre o de la madre, el hijo u otro cualquiera, no permiten que se les notifique ni que acudan a la sepultura. Y no por esto los acusamos de inhumanos o crueles. Y con razón. Lo contrario, es decir, llevar al duelo a quienes tanto lo sienten, sería lo inhumano.
Y si es cosa reprobable que los parientes en semejante estado de ánimo se pongan a llorar y se contristen, mucho peor es que con palabras se les retraiga de las cosas espirituales. Por esto dice en otra parte: Nadie que después de haber puesto la mano al arado mire atrás, es apto para el reino de los cielos. 241 Porque con mucho es mejor predicar el reino de Dios y apartar a otros de la muerte espiritual, que el ir a sepultar a un muerto que ya nada nos ayuda: sobre todo cuando sobran otros que pueden cumplir con ese oficio. De modo que de aquí desprendemos otra lección: que no conviene perder ni una brizna de tiempo. Aun cuando infinitas otras cosas nos urjan, siempre se han de anteponer las cosas espirituales a las demás, aun muy necesarias; y es necesario caer en la cuenta de lo que es la vida y de lo que es la muerte.
Porque muchos de los que parecen vivir, en nada se diferencian de los muertos, si viven en la perversidad. Más aún: son peores que los muertos. Pues dice Pablo: El que muere queda absuelto de su pecado; 242 mientras que el perverso que vive, vive en la maldad. Ni me digas que no lo roen los gusanos, que no yace en el túmulo, ni ha cerrado los ojos ni está ligado con cintas. Porque sufre cosas peores que un muerto; no porque lo devoren los gusanos, sino porque lo desgarran bestias feroces, que son sus pasiones. Y el que tenga los ojos abiertos resulta peor con mucho que si los tuviera cerrados. Porque los ojos de un cadáver nada ven de malo, mientras que este otro se atrae con los ojos abiertos infinitas enfermedades. Aquél yace inmóvil en el túmulo y no puede ya moverse en absoluto; éste yace enterrado en el sepulcro de sus enfermedades sin cuento.
Me dirás: pero ¿es que tú no ves ya su cadáver corrompido? Y esto ¿qué? Pues antes de que su cuerpo se pudra, éste tiene corrompida el alma y destrozada con mil hedores. Aquél huele mal durante unos diez días; este otro, en cambio, lanza su hediondez durante toda la vida y lleva una boca más inmunda que todas las cloacas. En una palabra: difieren aquél y éste en una sola cosa. En que aquél sufre una corrupción impuesta por la naturaleza; éste, aparte de esa corrupción, se echa encima la otra que nace de sus corrompidas costumbres, y cada día se busca nuevos infinitos géneros de corrupción.
Dirás: ¡pero éste va caballero en un corcel! ¿Qué significa eso? Puesto que el otro va también en su féretro. Pero hay más aún: mientras al muerto nadie lo ve corromperse y mal oliente, porque va en su ataúd cubierto con un velo, el vivo y hediondo anda por todas partes paseando su alma muerta en su cuerpo vivo, como en un sepulcro. Si se pudiera ver el alma del hombre que vive entre deleites y perversidades, verías que fuera mejor que estuviera atado con fúnebres cintas y puesto en el sepulcro, que no encadenado con los lazos del pecado; y que fuera mejor tener encima una loza sepulcral que no esa tapa de la insensibilidad.
Conviene, pues, que los parientes cercanos de semejantes muertos, ya que éstos permanecen insensibles, se acerquen a Jesús en favor de ellos, como antiguamente lo hizo María en favor de Lázaro. Y aun cuando huela mal, aun cuando lleve ya cuatro días en el sepulcro, no desesperes. Acércate, remueve de antemano la lápida. Verás entonces al infeliz tendido, como en el sepulcro, y atado con las fúnebres cintas. Y si os parece, traigamos al medio a algún varón eximio. Pero no temáis. Propondré el ejemplo callando el nombre. Más aún: aun cuando yo pronunciara el nombre, ni aun así habría que temer. Porque ¿quién jamás temió algo de un muerto? Pues si algo hiciera, de todos modos, muerto permanece. Y un muerto no puede causar daño en forma alguna a uno que aún vive.
Veamos, pues, su cabeza atada. Porque cuando se embriagan, así como los muertos están atados con aquellas cintas y velos, así en éstos los sentidos se cierran todos y quedan ligados. Y si os place ver las manos, las verás atadas al vientre, como las de los difuntos, y encadenadas no con cintas, sino con las cadenas de la avaricia, que son mucho peores. Porque la avaricia no les permite extenderse para hacer limosnas ni otra buena obra. Las torna más inútiles que las de un cadáver. ¿Quieres que también observemos los pies? ¡Están igualmente ligados! Mira cómo anda el perverso con los peales de los cuidados, con lo que no pueden moverse para venir a la iglesia.
¿Has observado al muerto? Observa ahora al enterrador. ¿Quién es el enterrador? El demonio. ¿Quién es el sepulturero? El demonio, que lo estrecha y deja que el hombre aparezca no como verdadero hombre, sino como leño seco. Porque donde no hay ojos, ni manos, ni pies, ni nada parecido ¿cómo podrá parecer que es hombre? Del mismo modo su alma en tal forma puede verse encadenada con cintajos y bandas, que más parece figurilla que alma. Y pues tales hombres yacen muertos y sin sensibilidad, acerquémosnos a Jesús en favor de ellos. Roguémosle que los resucite. Removamos la piedra, es decir, la insensibilidad y privación del sentido de lo malo y pronto los sacarás del sepulcro. Y una vez que los hayas sacado, más fácilmente los desatarás de sus ataduras.
Y a ti ¡oh muerto! una vez que hayas vuelto a la vida, una vez que estés libre de tus ataduras, Cristo te llama a su cena, En consecuencia, todos los que sois amigos de Cristo, los que sois sus discípulos, los que tenéis caridad con los muertos, acercaos suplicantes a Jesús. Pues aun cuando el cadáver sea en extremo mal oliente, en forma alguna deben abandonarlo sus parientes; sino tanto más acercársele cuanto mayor sea su corrupción, como lo hicieron las hermanas de Lázaro. Y nos hemos de apartar, rogando, suplicando, orando, hasta que lo recibamos vivo. Si en esta forma cuidamos de nuestros intereses espirituales y de los que tocan a los prójimos, rápidamente alcanzaremos la vida futura. Ojalá nos acontezca a todos disfrutarla, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXVIII (XXIX)

Cuando hubo subido a la nave, lo siguieron sus discípulos. De pronto se alborotó bravamente el mar, tanto que las olas cubrían la embarcación. El, con todo eso, dormía (Mt 8, 23-24).
LUCAS, PARA EVITAR que alguien le exigiera la cronología exacta, dice: Sucedió cierto día que subió en la navecilla con sus discípulos. 243 Lo mismo hace Marcos. Mateo, en cambio, va siguiendo cierto orden del tiempo. Porque no todos lo cuentan todo de una misma manera, como ya anteriormente lo advertí, a fin de que nadie, por ciertas omisiones, piense que hay oposición o disonancia. Despachadas, pues, las turbas por delante, luego él tomó consigo a sus discípulos, pues así lo afirman los evangelistas. Y los tomó consigo, no a la ventura y en vano, sino para que fueran testigos del futuro milagro. A la manera de un excelente ejercitador en la palestra, los ejercitaba para ambas cosas. Para que en las adversidades permanecieran impertérritos y en los honores procedieran con moderación.
A fin de que no se ensoberbecieran al ver que, despachadas las turbas, a ellos solos los retenía a su lado, permitió la tempestad: tanto para ese efecto, como para ejercitarlos en sobrellevar las aflicciones con fortaleza. Grandes habían sido los milagros anteriores; pero este otro les proporcionaba una especial ejercitación no despreciable, e iba a ser semejante a cierto milagro antiguo. Por tales motivos Jesús toma consigo a solos los discípulos. Antes, al hacer los milagros, permitió que el pueblo estuviera presente. Pero ahora, que iba a haber peligros y terrores, toma consigo a solos los discípulos, es decir, a los atletas de todo el orbe, con el fin de amaestrarlos.
Mateo dice solamente que El se durmió. Lucas añade que lo hizo en el cabezal, 244 demostrando con esto cuán lejos estaba del fausto, y para enseñarnos gran sabiduría. Levantada, pues, la tempestad y enfurecido el mar, los discípulos lo despiertan diciéndole: ¡Señor! ¡sálvanos que perecemos! Y El increpó primero a ellos y luego al mar. Pues como ya dije, todo aquello lo permitió para ejercitarlos y era figura de las tentaciones que los habían de acometer. Porque más tarde permitió que cayeran en más terribles tempestades prácticas, pero entonces tardó en socorrerlos. Por lo cual Pablo decía: No queremos, hermanos, que ignoréis la tribulación grande que nos sobrevino, pues fue muy sobre nuestras fuerzas, tanto que ya desesperábamos de salir con vida. 245 Y poco después: que nos sacó [Dios] de tan mortal peligro.
Comienza por increpar a los discípulos, para demostrar que conviene tener confianza aun cuando se levanten grandes oleadas; y que El todo lo dispone para nuestra utilidad. A ellos les fue útil padecer turbación, a fin de que el milagro pareciera mayor y quedara en perpetua memoria. Cuando va a suceder algo que no se espera, se preparan muchas cosas necesarias para conservar su recuerdo, a fin de que el inesperado y maravilloso suceso no caiga en el olvido. Así, en el caso de Moisés, éste primero tuvo miedo de la serpiente; y no sólo le tuvo miedo sino grande terror; pero enseguida contempló el estupendo milagro.
Lo mismo sucedió con los discípulos: cuando ya desesperaban de salir con vida, fueron liberados; para que, confesando el peligro en que estuvieron, advirtieran la magnitud del prodigio. Por lo mismo El duerme. Si esto hubiera sucedido estando El despierto, o ellos no habrían temido o les habría venido al pensamiento que Cristo no podía hacer el milagro. Duerme, pues, para darles ocasión de temer y para despertar en ellos una más poderosa sensación del peligro presente. Nadie estima lo mismo lo que ve suceder en cuerpo ajeno que lo que en el propio experimenta. Viendo todos el beneficio que todos habían recibido, pero estando cada cual como si no hubiera recibido el beneficio él en particular, andaban embobados. No estaban ellos antes cojos, ni sufrían alguna otra enfermedad semejante; pero convenía que cayeran bien en la cuenta del actual beneficio. Por esto permitió Cristo que se levantara la tempestad, para que, librados ellos de ella, tuvieran una más clara percepción del beneficio.
Y por tal motivo no hace el milagro delante de las turbas, para que no los fueran a condenar como' hombres de poca fe, sino que allá aparte los corrige; y luego, increpándolos, antes aplaca la tempestad de sus pensamientos que la de las aguas, diciéndoles. ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Juntamente les enseña cómo el temor no nace de la tentación misma, sino de la poca firmeza del alma. Y si alguno dijera que los discípulos habían despertado al Señor no por temor, sino por falta de fe, responderé que esto sobre todo es señal de que no tenían de Cristo la debida idea. Sabían que El, una vez despierto, podía increpar a los vientos; pero aún no les venía al pensamiento que pudiese hacerlo también estando dormido. Pero ¿por qué te admiras de que ahora teman, siendo así que después de muchos milagros todavía eran débiles? Por esto con frecuencia Cristo los increpa, como cuando les dijo. ¿Tampoco vosotros entendéis? 246
No te admires, pues, de que siendo los discípulos tan débiles en la fe, las turbas no pensaran nada grande acerca de Cristo. Ciertamente se admiraban y decían. ¿Quién es éste a quien hasta los vientos y el mar obedecen? Pero Cristo no les corrigió que pensaran de El ser sólo hombre, sino que esperó; y mientras, les iba enseñando mediante los milagros que era falsa la opinión que de él tenían. Mas ¿de dónde colegían ser El simplemente hombre? Por su aspecto, su sueño, el uso de la nave para cruzar el lago. Por esto caían en estupor y decían: ¿Quién es éste? El sueño y todas las apariencias demostraban ser El un hombre; pero el mar y la tranquilidad que en él se hizo, lo comprobaban como Dios.
Aun cuando en otro tiempo Moisés había hecho algo semejante, sin embargo, en este paso se demostraba la excelencia de Cristo. Aquél, como siervo, Cristo como Señor hacían los milagros. Cristo no tendió su vara, como Moisés, ni levantó sus manos al cielo, ni necesitó suplicar; pues así como es propio del Señor mandar a los esclavos y del Creador a su criatura, así Cristo con sola su palabra y precepto apaciguó y enfrenó el mar. Y en tal forma y tan repentinamente se disolvió la tempestad, que no quedó ni rastro de ella. Así lo declaró el evangelista cuando dijo: Y sobrevino una gran calma. Lo que el evangelista dijo acerca del Padre como una obra excelente, eso Cristo lo llevó a cabo ahora. Pero ¿qué se dijo del Padre?: Habló y se contuvo el viento de tempestad. 247 Lo mismo en este pasaje: Y sobrevino una gran calma. Por tales motivos, las turbas sumamente lo admiraban, pero no lo habrían admirado en tan sumo grado si hubiera procedido como Moisés.
Una vez que Cristo se apartó del mar, sucedió un milagro pavoroso. Porque los endemoniados, a la manera de perversos fugitivos que ven a su Señor, gritaban. ¿Qué hay entre ti y nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? Puesto que las turbas lo confesaban como hombre, vinieron los demonios a predicar su divinidad. Y los que no habían oído eso del mar en tempestad y calmado de repente, lo vinieron a oír de los demonios: eso mismo que el mar apaciguado estaba clamando. Y para que esa voz de los demonios no pareciera simple adulación, por su propia experiencia gritaban y decían. ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos?
De manera que echan por delante su enemistad para que su súplica no pareciera sospechosa de nada. Invisiblemente eran atormentados y más que el mar padecían oleajes, traspasados, quemados y padeciendo intolerables tormentos con la sola presencia de Cristo. Y como nadie se atrevía a presentarle a aquellos endemoniados, El se les hace presente. Mateo escribe que ellos decían. ¿Has venido acá a destiempo para atormentarnos? Otros evangelistas añadieron que lo conjuraban y rogaban que no los arrojara al abismo: pensaban que su castigo era inminente y temían como si ya estuvieran sumergidos en sus tormentos.
Y aunque Lucas habla de un solo endemoniado y Mateo de dos, pero no hay contradicción. Si Lucas dijera que fue uno único el endemoniado y que en absoluto no había otro, parecería diferir de Mateo. Pero al recordar Lucas a uno y Mateo a dos, sólo hay diferencia de narración. Yo pienso que aquí Lucas se acordó del más terrible de los dos y por esto describe su desgracia, que era la más trágica: es a saber, que rompía las cadenas y ataduras y andaba por los sitios desiertos. Marcos añade que se hería contra las piedras. Por lo demás las palabras de ambos declaran bien la ferocidad y desvergüenza suya. ¿Has venido aquí a destiempo para atormentarnos? dicen.
No podían decir que no habían pecado y sólo piden no ser castigados antes de tiempo. Pues los había encontrado Jesús haciendo obras inicuas e intolerables y que destrozaban y atormentaban a criaturas suyas de mil maneras, creían los demonios que por la atrocidad de sus crímenes Cristo no esperaría a que llegara el tiempo del suplicio; y por esto le rogaban y suplicaban; y ellos, que ni con cadenas de hierro podían ser detenidos, se llegan ahora atados; ellos, que andaban por los montes, bajan ahora a los valles; ellos, que impedían a otros su camino, al ver que Jesús se les atravesaba en la senda, se detuvieron.
Mas ¿por qué gustan de morar en los sepulcros? Para instigar en la mente de muchos una creencia perniciosa; es a saber, que las almas de los difuntos se convierten en demonios, cosa que en absoluto nadie vaya a pensar. 248 Preguntan algunos: pero ¿qué me dices de muchos prestidigitadores que degüellan a los niños que capturan, con el objeto de tener luego su alma como sierva? Respondo: ¿cómo se demuestra? Que los degüellen es cosa que muchos afirman. Pero que las almas de esos muertos estén al servicio de sus asesinos ¿cómo lo sabes? Responden: Es que lo afirman los mismos endemoniados y dicen: yo soy el alma de fulano. Pues bien: eso es engaño y fraude diabólico. No es el alma del degollado la que habla, sino el demonio que simula para engañar a los oyentes. Si el alma pudiera meterse en la substancia del demonio, más fácilmente se metería en su propio cuerpo. Además: ¿quién que no esté loco puede creer que el alma ofendida vaya a ser compañera y criada de su ofensor? ¿o que pueda el hombre cambiar en otra substancia a un espíritu incorpóreo? Si esto no es posible en los cuerpos, ni puede nadie cambiar un cuerpo de hombre en el de un asno, con mayor razón esto no se puede hacer con un alma invisible ni podrá nadie cambiarla en substancia de demonio.
Son por consiguiente semejantes consejas palabras de viejecillas ebrias y espantajos de niños. No le es licito al alma, una vez que se ha separado del cuerpo, andar vagando por este mundo. Las ánimas de los justos, dice la Escritura, están en las manos de Dios. 249 Si las de los justos, también las de los niños, pues no son malvadas. En cambio, las almas de los pecadores al punto serán arrebatadas de acá. Esto se ve claro en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón. Y en otra parte Cristo dijo: Esta misma noche te pedirán el alma 250. Aparte de que no puede ser que el alma, una vez salida del cuerpo, ande vagando por acá. Y con razón. Pues si cuando emprendemos un viaje a un país conocido y ya acostumbrado, añora que andamos vestidos del cuerpo, si nos encontramos con un camino extraño ignoramos por dónde habremos de seguir, si no tenemos un guía ¿cómo el alma arrancada del cuerpo, yendo a lo que le es desconocido y no le es habitual, sabrá, sin un guía, a dónde debe dirigirse?
Por muchos otros argumentos se deduce que el alma, una vez salida del cuerpo, no puede ya permanecer aquí. Esteban decía: Recibe mi espíritu. 251 Y Pablo: Ser desatado y estar con Cristo es mejor. 252 Y del patriarca Abraham dice la Escritura: Anciano y lleno de días, murió en senectud buena y fue a unirse con su pueblo. 253 Pero que tampoco las almas de los pecadores puedan andar por acá, oye al rico Epulón que mucho lo pedía y no lo consiguió; y eso que de haber podido habría venido él personalmente y habría comunicado a sus hermanos lo que por allá sucedía. Es, pues, manifiesto que tras de partir de esta vida, las almas son llevadas a cierto sitio y no pueden regresar acá, sino que allá esperan el terrible juicio.
Y si alguno pregunta: ¿por qué Cristo hizo lo que le pedían los demonios, al permitirles entrar en la manada de cerdos? respondería yo que no lo hizo por favorecerlos, sino con una múltiple providencia. En primer lugar, para enseñar a quienes hubieran sido así liberados de semejantes malignos tiranos, cuán grave ruina causan estos enemigos. En segundo lugar, para que todos aprendieran que los demonios no pueden ni aun entrar en los cerdos sin el permiso de Cristo. En tercer lugar, que si los demonios quedaban en aquellos hombres, habían de llevar a cabo cosas más terribles que en los cerdos, de no ser liberados de su desgracia por medio de aquella gran providencia de Dios. Porque nadie hay que no sepa con toda claridad que los demonios aborrecen al hombre más que a los brutos animales. De manera que quienes no perdonaron a los cerdos sino que al punto los despeñaron, mucho más habrían hecho con los hombres, si no los hubiera enfrenado, en esa misma poderosa tiranía que ejercían, el cuidado de Dios, para que no perpetraran cosas más dañinas aún. Queda por aquí manifiesto que la providencia de Dios se extiende a todos; y si no se extiende del mismo modo a todos, también esto es un género de excelente providencia, pues se acomoda a como ha de ser útil para cada uno.
Todavía, además de lo dicho, aprendemos otra cosa: es a saber, que no sólo tiene Dios providencia de todos en general, sino en particular de cada uno, cosa que Cristo indicó a los discípulos al decirles: Todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. 254 Y puede verse esto en los dos endemoniados, puesto que mucho antes habrían sido estrangulados si no los hubiera guardado Dios con especial providencia. Permitió a los demonios entrar en los cerdos, para que los habitantes de aquella región conocieran su poder. En donde ya su nombre era conocido no se mostraba mucho en público; en donde no lo era, ahí sí se manifestaba plenamente; y en donde nadie lo conocía y el pueblo era insensible, brillaba con sus milagros para llevarlos a todos al conocimiento de su divinidad.
Y que fueran insensibles e imprudentes los que en aquella ciudad habitaban, aparece claro por lo que sucedió al fin. Habiendo sido necesario que lo adoraran y admiraran su poder, lo rechazaron y le rogaron que se alejara de sus confines. Preguntarás: ¿por qué los demonios mataron a los cerdos? Porque los demonios lo que siempre procuran es entristecer al hombre y siempre se gozan en su daño. Así lo hizo el demonio con Job, porque también este caso lo permitió Dios. Y no porque obedeciera al demonio, sino porque quería hacer a su siervo Job más resplandeciente y aun quitar al diablo toda ocasión de impudencia, y hacer caer sobre su cabeza los crímenes que contra aquel justo cometía.
Y también ahora sucedió todo lo contrario de lo que el demonio pretendía. Porque el poder de Cristo se publicaba más claramente y la. perversidad de los demonios, de la que él libró a cuantos aquéllos tenían prisioneros, se mostró más abiertamente aún, y se hizo ver que los demonios ni aun sobre los cerdos tenían potestad, si no se la daba aquel que es el Señor Dios de todos.
Si alguno quisiera tomar metafóricamente estas cosas, nada lo impide. La historia sería ésta: Conviene saber que los hombres que viven a la manera de los cerdos, son fácil presa del demonio. Y aquellos de quienes se apodera el demonio, siendo hombres, con frecuencia pueden superar a los demonios; pero si del todo se vuelven enteramente marranos, entonces no sólo son agitados por el diablo sin incluso éste los despeña en los precipicios. Y para que nadie fuera a pensar que se trataba de una simple ficción, sino que los demonios verdaderamente salieron de aquellos hombres, se comprobó el hecho con la muerte de los cerdos.
Considera aquí en Cristo la mansedumbre unida al poder. Porque como los habitantes de aquella región, tras de recibir de El tantos beneficios, lo obligaron a partirse de ahí, no se resistió, sino que partió y abandonó a los que se habían declarado indignos de recibir su predicación. Pero les dejó como maestros a los endemoniados que liberó y además a los porquerizos de quienes podían ellos investigar y conocer todo lo sucedido. Sin embargo, al irse los dejó con graves temores. La magnitud del daño en los cerdos publicaba la fama del milagro y el suceso tan notable impresionó los ánimos. De todas partes llegaban rumores que esparcían la noticia del suceso inaudito: de los que fueron curados, de los cerdos despeñados, de los dueños de la piara, de los porquerizos.
Por lo demás, también en la actualidad hay muchos endemoniados que habitan en sepulcros y cuya locura no hay quien pueda sujetarla: ni el hierro, ni las cadenas, ni la muchedumbre de hombres, ni las amenazas, ni los avisos, ni el terror, ni nada semejante. Porque cuando un lascivo se deja enredar por la belleza de los cuerpos, en nada se diferencia de un endemoniado. Igual que éste, discurre desnudo por todas partes: es decir, vestido pero despojado de las verdaderas vestiduras y de la gloria que se le debe; y no golpeándose con piedras, pero sí con sus pecados, mucho más duros que las piedras. ¿Quién habrá que pueda atar y apaciguar a un hombre que así tan desvergonzadamente procede, petulante y nunca en su pleno juicio sino siempre buscando los sepulcros? Porque sepulcro son las casas de asignación, llenas de hediondez y corrupción.
Y ¿qué diremos del avaro? ¿Acaso no es también él como ese otro? ¿Quién podrá atarlo? Ni los terrores, ni las amenazas, ni los avisos, ni los consejos. Todas esas ataduras las rompe y si alguien se le acerca para quitarle las cadenas, lo conjura a que no se las quite, pues tiene por su mayor tormento no estar en el tormento. Pero ¿qué cosa más miserable hay que pueda acontecer? El demonio aquel, aunque despreciaba a los hombres, pero al mandato de Cristo al punto salió del cuerpo. Este, en cambio, no cede ni a tal mandato. Porque aun oyendo a Cristo que cada día le dice: No podéis servir a Dios y a las riquezas; 255 aun amenazándolo con la gehenna y los suplicios intolerables, no obedece; y no porque sea más fuerte que Cristo, sino porque Cristo no nos lleva forzados al arrepentimiento. Viven tales hombres como en un desierto, aun cuando habiten en las ciudades.
¿Quien no esté loco puede alternar con semejantes hombres? Con más gusto preferiría yo habitar con infinitos endemoniados que con un solo individuo enfermo de avaricia. Y que no me equivoco al decir esto, se demuestra por lo que a ambos sucede. Los avaros anhelan dañar a quien ningún daño les ha hecho y lo tienen por enemigo; y que quien es libre, sea su esclavo para envolverlo en un sinnúmero de males. El endemoniado nada de eso hace, sino que contiene en sí mismo su propia enfermedad. Los avaros destruyen muchas familias, y hacen así que el nombre de Dios sea blasfemado y son ruina de la ciudad y del orbe. Los endemoniados más bien son dignos de conmiseración y de lágrimas; y en muchos casos proceden sin darse cuenta. Los avaros tropiezan en pleno juicio y por en medio de las ciudades enloquecen al modo de las bacantes, arrebatados de una extraña locura.
Porque ¿cuál de todos los endemoniados se atreve a lo que hizo judas cuando acometió la suprema iniquidad? Todos los que lo imitan son por cierto como bestias feroces escapadas de su cárcel, que perturban las ciudades, sin que pueda nadie reprimirlas. Cierto que por todas partes los rodean ataduras, como son el terror por los jueces, las amenazas de la ley, las maldiciones del vulgo y muchos otros lazos; pero ellos los rompen todos y todo lo revuelven. Si alguien rompiera semejantes ataduras, al punto se vería que están endemoniados con un demonio mucho más cruel y feroz que el que ahora narra Mateo haber salido de aquel cuerpo.
Mas ya que en la realidad no se puede, rompámosle con la ficción sus cadenas al avaro y experimentaremos su pleno furor. Pero no temáis a esa fiera así puesta al desnudo por nosotros: ¡al fin y al cabo, no se trata sino de palabras, y no la vemos aquí hecha realidad! Imaginemos, pues, a un hombre que echa fuego por los ojos, negro, con dragones que le cuelgan de los hombros, en vez de brazos. Y que en vez de dientes, tenga puñales erizados; y en lugar de lengua, un regato de veneno y ponzoña. Y cuyo vientre sea más voraz que un horno cualquiera de modo que deglute cuanto se le arroja. Y sus pies dotados de alas y más ligeros que cualquier llama; y cuya cara sea semejante a la del perro y del lobo. Y que no lance voces humanas, sino un sonido áspero, desagradable y temible; y que tenga teas encendidas en sus manos. 256 Tal vez semejante pintura os parezca horrible, pero aún no le hemos puesto todos los colores que le convienen, pues habría que añadirle otros muchos. Por ejemplo, que degüella y devora a todos y les desgarra las carnes.
Pues bien: un avaro es peor que semejante monstruo, pues como un abismo a todos devora, a todos consume y gira por todas partes como enemigo común del género humano. No quiere que quede vivo nadie, para poseerlo él todo. Y ni aquí se detiene, sino que tras de haberlos arruinado a todos por su codicia, ansía ver deshecha toda la tierra y su substancia convertida en oro; ni sólo la tierra, sino además los montes, las quebradas, las fuentes y todo lo visible. Y para que veáis que aun así no hemos descrito todo su furor, añadamos que nadie hay que lo acuse ni le cause terror. Quitadle el miedo a las leyes y veréis cómo toma una espada y mata a todos sin perdonar a nadie, ya sea amigo, pariente, hermano o padre.
Mas ¡no, no es necesaria semejante hipotiposis! Preguntémosle a él mismo si no son estos sus pensamientos; y que con el ánimo a todos acomete y da muerte a sus amigos y parientes y progenitores. Pero ni siquiera es necesario preguntarle; pues nadie hay que ignore cómo los poseídos de semejante enfermedad llevan pesadamente la ancianidad de sus padres y estiman insoportable lo que para otros es dulce y deseable, como es tener prole. Muchos por tal motivo se esterilizaron y mutilaron la naturaleza, no sólo dando muerte a los hijos, pero aun no dejándolos nacer.
No os admiréis, pues, de que en tal forma hayamos pintado al avaro; pues al fin y al cabo es peor aún de lo que dijimos. Pero veamos cómo será posible librarlo de semejante demonio. ¿Cómo se librará? Si logra comprender claramente que la avaricia es enemiga aun para quien anhela adquirir riquezas. Quienes quieren lucrar cosas de ningún precio, sufren daños enormes, como ya se ha convertido en proverbio. Muchos, por prestar a crecidos réditos, por no haber examinado bien las posibilidades del cliente, perdieron réditos y capital. Otros, por no querer gastar un poco, perdieron en varios peligros dineros y vida. Otros, pudiendo adquirir con sus dineros altas dignidades o cosas parecidas, por usar de excesiva parsimonia todo lo perdieron. No saben sembrar y sólo se empeñan en cosechar, y con frecuencia pierden la cosecha.
Es que nadie puede perpetuamente cosechar, como tampoco lucrar. No quieren gastar y no saben lucrar. Y si necesitan desposarse, caen en el mismo daño. Pues se precipitan a mayores pérdidas, si la esposa les resulta pobre en vez de rica, o si es rica y anda cargada de innumerables defectos. Porque no es la opulencia lo que engendra riquezas, sino la virtud. ¿Ni qué utilidad acarrean las riquezas si la esposa es pródiga, gastadora y disipa todo lo que tiene como el viento? ¿O si es lasciva y se atrae a infinitos amantes? Y ¿si es ebria? ¿No reducirá a su esposo en breve tiempo a la miseria?
Ni sólo se engañan los ricos en escoger esposa, sino también en comprar esclavos, cuando adquieren no los que son probos y diligentes, sino los más baratos. Pensando, pues, todo esto (ya que aún no habéis podido escuchar explicaciones acerca de la gehenna y del reino de los cielos); y trayendo a la memoria los daños que con frecuencia os ha causado la avaricia en los réditos, en las compras, en los desposorios, en los patrocinios y en todos los demás géneros de negocios, apartaos del amor a los dineros. Podréis así pasar tranquilos esta vida; y luego escuchar, ya más cultivados, los discursos acerca de la virtud; y con la vista ya más ejercitada, contemplar el Sol de justicia y alcanzar sus promesas. De las cuales ojalá todos participemos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXIX (XXX)

Subieron a una barca, hizo la travesía y vino a su ciudad. Le presentaron a un paralítico acostado en su lecho; y viendo Jesús la fe de aquellos hombres dijo al paralítico: Confía, hijo; tus pecados te son perdonados (Mt 9, 1-2).
LLAMA AQUÍ el evangelista a Cafarnaúm: su ciudad. Pero en donde nació fue en Belén y en donde se educó fue en Nazaret. Sin embargo, fue en Cafarnaúm donde residió por mucho tiempo. Y se trata aquí de un paralítico diferente del que refiere Juan. El de Juan yacía en la piscina; éste, en Cafarnaúm. Aquél tenía treinta y ocho años de parálisis; de este otro nada se dice. Aquél no tenía quien se encargara de él; éste, al contrario, tuvo quienes lo llevaran a Jesús. A éste, Jesús le dijo: confía: se te perdonan los pecados; al otro. ¿quieres sanar? 257 A aquél lo curó en sábado; a éste, no en sábado, pues de otro modo lo habrían acusado los judíos: ellos que aquí callan y en Juan acusan e insisten en perseguirlo.
No sin motivo he dicho lo que precede, sino para que nadie sospeche que se trata de un mismo paralítico y crea que hay aquí contradicción. Considera cuán manso y modesto se presenta Jesús. Ya antes había despachado a las turbas; y ahora, rechazado por los gerazenos, no se resistió, sino que se apartó, aunque no lejos. Y luego, subiendo en la barca hizo la travesía que podía haber hecho a pie, andando sobre las aguas. Pero no quería estar haciendo milagros para todo y continuamente, sino mantener sus disposiciones providenciales.
Dice, pues, Mateo: Le trajeron al enfermo. Los otros evangelistas dicen que fue bajado hasta Cristo, tras de haber los cargadores roto el techo; y lo pusieron delante de Cristo, sin pronunciar palabra los que lo llevaban, sino dejándolo todo al arbitrio de Cristo. A los principios Jesús recorría los pueblos y no exigía de quienes se le acercaban una fe tan profunda; pero en este caso ellos fueron quienes se acercaron y El les exigió el acto de fe. Porque dice Mateo: Viendo la fe de ellos; es decir de los que habían descolgado al paralítico. Pues no siempre requiere Cristo la fe de los enfermos; por ejemplo cuando deliran o de algún modo están fuera de sí a causa de la enfermedad. Pero aquí además era grande la fe del enfermo; pues de otra manera no habría tolerado que lo bajaran en esa forma. Y pues ellos demostraron tan grande fe, Cristo demostró su poder, al perdonar por propia potestad los pecados y mostrarse en todo igual al Padre.
Atiende ahora. Anteriormente demostró esto mismo al enseñar como quien tiene potestad. Luego, cuando el leproso, al decirle: Quiero, sé limpio. Y cuando el centurión que le decía: Di sola una palabra y mi siervo será curado; de manera que Jesús se admiró y lo colmó de alabanzas más que a todos los otros. Y cuando con sola su palabra refrenó el mar. Y cuando los demonios lo confesaban por juez y con gran poder los arrojó. Pero aquí, en un modo superior obliga a sus enemigos a confesarlo igual a su Padre y lo esclarece por las palabras mismas de ellos. El, por su parte, mostrándose ajeno a toda ambición (porque había una gran cantidad de espectadores que impedían la entrada y fue el motivo de que los cargadores descolgaran por el techo al paralítico), no se avalanzó al punto a curar aquel cuerpo enfermo, sino que tomó ocasión de los que lo llevaban; y antes que nada curó la enfermedad que no se veía, o sea la del alma, perdonándole sus pecados: cosa que al paralítico le daba la salud, pero a El no le daba mucha gloria delante de los escribas y fariseos.
Porque éstos, excitados por su perversidad, mientras buscaban ocasión de injuriarlo, contra su voluntad hicieron que aquella igualdad apareciera más claramente. Hábil como era, se valió de la envidia de ellos para obrar un milagro. Pues como se turbaran y dijeran en su corazón: Este blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?; 258 veamos qué les respondió. ¿Acaso contradijo aquella opinión? Pero si no era igual a Dios, debió responderles: ¿Por qué pensáis de mí lo que no es conforme a la verdad? ¡Lejos estoy de potestad tan grande! Pero nada de esto les dice, antes bien afirmó y confirmó la opinión con palabras y con milagros.
Pareciéndole inoportuno decir a sus oyentes ciertas cosas de sí mismo, confirma eso que le atañe por medio de otros. Y, lo que es más admirable aún, no únicamente por medio de sus amigos, sino también por medio de sus enemigos, cosa que nacía de su ciencia excelente. Por medio de los amigos, cuando dice al leproso: Quiero, sé limpio; y cuando dice: No he encontrado tanta fe en Israel. Por medio de sus enemigos, en el caso presente. Pues como ellos dijeran. Nadie puede perdonar los pecados sino sólo Dios, El continuó: Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra poder de perdonar los pecados, dijo al paralítico: Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa.
Tampoco allá cuando en otra ocasión le dijeron: Por ninguna obra buena te apedreamos sino por la blasfemia; porque siendo tú hombre te haces Dios, 259 no refutó esa opinión, sino que al revés, la confirmó diciendo: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya que no me creéis a mí, creed a las obras. Y aquí da otra señal no pequeña de su divinidad y de la igualdad con su Padre. Porque ellos decían: perdonar los pecados sólo es propio de Dios. Este en cambio no sólo perdona los pecados, sino que de antemano demuestra otra cosa, que también sólo es de Dios, como es revelar los secretos de los corazones. Porque ellos no habían descubierto lo que pensaban. Dice el evangelista: Algunos escribas dijeron dentro de sí: éste blasfema. Y conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Y que sólo sea de Dios conocer los secretos de los corazones, oye cómo lo dice el profeta: Sólo tú conoces los corazones. 260 Y también: Dios que escruta los corazones y los riñones. 261 Y Jeremías: Tortuoso es el corazón del hombre, impenetrable para el hombre. ¿Quién puede conocerlo? 262 Y además: El hombre ve la figura, pero Dios ve el corazón. 263 Y en muchos otros lugares de la Escritura puede verse que sólo Dios es quien penetra los pensamientos. De manera que para demostrarles su divinidad y su igualdad con el Padre, les descubre y revela lo que ellos dentro de sí pensaban, pero a causa de la multitud no se atrevían a declarar. Y en eso mismo manifestó gran mansedumbre de alma.
Mas ¿por qué les dijo: por qué pensáis mal en vuestros corazones? A la verdad, si había lugar para indignarse, le tocaba al enfermo, como engañado, que podía decirle: Viniste a curar una enfermedad ¿y te dedicas a curar otra distinta? ¿Cómo puedo saber que mis pecados me son perdonados? Pero nada le dice, sino que confía en el poder del médico; mientras que los escribas perversos y comidos de envidia, se oponen a los beneficios que a otros se hacen. Por lo cual Cristo, aunque con suma blandura, los corrige. Como si les dijera: si no creéis a mis primeras palabras y las juzgáis jactanciosas, daré un paso más y revelaré vuestros secretos pensamientos; y aun añadiré una tercera prueba. ¿Cuál? Que voy a dar la salud al paralítico.
Por cierto que cuando habló con el paralítico no declaró tan manifiestamente su poder como aquí, ni dijo: Yo te perdono, sino: Tus pecados te son perdonados. Pero como ellos lo obligan, más claramente deja ver su poder diciéndoles: Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra poder de perdonar los pecados. ¿Ves cuán lejos está de querer que no se le tenga por igual a su Padre? Porque no dijo que el Hijo del hombre necesitara de otro, ni que el Padre le había dado poder, sino: el Hijo del hombre tiene poder.
Y no lo dijo por fausto, sino: para persuadiros de que yo no blasfemo al hacerme igual a Dios. Es que en todas partes quiere dar pruebas claras y firmes de esa igualdad, como cuando dice: Anda y muéstrate al sacerdote, 264 y cuando presenta a la suegra de Pedro sirviéndoles a la mesa; y cuando permite que los cerdos se despeñen al mar. Del mismo modo, ahora presenta la salud corporal como signo de la remisión del pecado; y como señal de la salud corporal el que el enfermo cargue con su lecho, para que nadie piense que lo ocurrido eran simples apariencias.
Pero no hizo el milagro antes de preguntarles. ¿Qué es más fácil: decir tus pecados te son perdonados o decir levántate y anda? Como si les dijera: ¿Qué os parece cosa más fácil: sanar un cuerpo enfermo o perdonar al alma sus pecados? Manifiestamente el sanar el cuerpo. Cuanto el alma es más excelente que el cuerpo, tanto más es perdonar los pecados que curar el cuerpo. Pero como aquello primero es oculto y secreto y lo segundo es más manifiesto, añadió lo que era menos difícil pero más claro para que por esto se mostrara lo que es mayor pero más oculto. Y así también reveló lo que ya el Bautista había dicho El que quita el pecado del mundo. 265 Una vez que por su mandato se puso el enfermo en pie, Jesús lo despachó a su casa, demostrando nuevamente cuán lejos estaba de todo fausto y que la curación no había sido imaginaria: y pone a los mismos escribas como testigos de ella.
Como si dijera al paralítico: Por cierto que yo hubiera querido mediante tu enfermedad sanar a estos otros que parecen sanos pero que están enfermos del alma. Mas, pues no lo quieren ellos, tú vete a tu casa. Vete a tu casa para que allá corrijas a los que allá viven. ¿Adviertes cómo se muestra creador del cuerpo y del alma? Porque sana la parálisis de ambos elementos; y por medio de lo que es manifiesto hace conocer lo que es oculto. Pero los escribas todavía se arrastraban por tierra. Pues dice el evangelista: Y glorificaban a Dios de haber dado tal poder a los hombres. Se les resistía la carne. Jesús no los increpó; pero de todos modos cuidó de serles útil, incitándolos con las obras a creer y levantando al cielo sus ánimos. Por de pronto, no era poco que pensaran que El venía de Dios y que era el más grande de los hombres. Si esto hubieran conservado firmemente en su pensamiento, con avanzar un poco lo habrían reconocido como Hijo de Dios.
Pero no lo retuvieron firmemente, y por lo mismo no pudieron acercarse al pensamiento de su divinidad. Aunque todavía más adelante decían: Este hombre no puede venir de Dios. 266 Y también. ¿Cómo puede éste venir de Dios? Y con frecuencia trataban de esto, poniendo delante estos velos que ocultaran sus vicios. Es lo mismo que al presente hacen muchos, que mientras parecen fructificar y vengar a Dios, se entregan a sus pasiones, siendo así que lo conveniente es practicar toda mansedumbre. El Dios de todos, en cuyas manos está el vibrar el rayo contra los que blasfeman, cuida de hacer salir el sol, enviar sus lluvias y proveemos de todo generosamente. Conviene que lo imitemos rogando, amonestando, instruyendo con dulzura, pero no irritamos con fiereza.
De la blasfemia ningún daño recibe Dios, para que tú te enciendas en ira: el que blasfema es quien recibe la herida. Gime, pues, vierte lágrimas; porque digno es de lágrimas semejante vicio; y para curarlo no hay remedio mejor que la mansedumbre. Esta es más poderosa que cualquier violencia. Advierte en qué forma se expresa en el Antiguo y en el Nuevo Testamento el Señor que recibe la injuria. En el Antiguo dice: ¡Pueblo mío! ¿qué te he hecho? 267 En el Nuevo dice: ¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues? 268 Y Pablo ordena a los suyos corregir con dulzura. Y el mismo Cristo cuando se le acercaron los discípulos que le rogaban hacer descender fuego del cielo, con vehemencia los increpó y les dijo: ¡No sabéis de qué espíritu sois!
En este pasaje Cristo no dice a los escribas: ¡Oh execrables! oh embaucadores! ¡oh envidiosos y enemigos de la salud de los hombres! Sino simplemente. ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Es pues necesario curar la enfermedad con dulzura. Quien se vuelve mejor por humanos temores, pronto volverá a la maldad. Por tal motivo ordenó Cristo que no se tocara la cizaña, dando tiempo a la penitencia. Pues muchos de ellos hicieron penitencia, y fueron buenos, habiendo antes sido malos: así Pablo y el publicano y el buen ladrón. Después de haber sido cizaña se cambiaron en trigo maduro. Cierto que en las plantas esto no puede hacerse; pero en los propósitos de la voluntad se hace fácilmente, porque ésta no está sujeta a esas leyes de la naturaleza, sino que fue honrada con el don del libre albedrío.
Si ves pues a un enemigo de la verdad, hazle algún servicio, cuida de él, vuélvelo al camino de la virtud siendo para él un excelente ejemplo de vida; háblale correctamente, empéñate en ayudarlo y auxiliarlo, toma todos los medios para que se enmiende; imita a los médicos excelentes que usan de diversas clases de medicinas, y cuando ven que la úlcera no cede con la primera usan de otra y luego enseguida de otra, de manera que unas veces cortan, otras aplican vendajes. Tú, pues, hecho médico de las almas, usa de todos los modos de curar, conforme a las leyes de Cristo, para que recibas la recompensa de tus buenas obras y de la salud alcanzada por otros, haciéndolo todo a gloria de Dios y alcanzando por ahí la gloria para ti mismo. Porque dice: Yo honro a los que me honran y desprecio a los que me desprecian. 269
Hagámoslo todo para su gloria y para alcanzar aquella divina herencia. Ojalá que todos la consigamos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXX (XXXI)

Pasando Jesús de ahí, vio a un hombre sentado al telonio, de nombre Mateo y le dijo: Sígueme (Mt 9, 9).
HECHO AQUEL milagro, no permaneció ahí Jesús para que con su presencia no se inflamara más la envidia, sino que se apartó por bien de los escribas y a fin de que se les mitigara su enfermedad. Procedamos igualmente nosotros, y no nos entretengamos con los que ponen asechanzas a la virtud, sino perdonemos sus llagas, cedamos, evitemos las querellas.
Mas ¿por qué Jesús no llamó a Mateo al mismo tiempo que a Pedro y a Juan? Así como en el caso de éstos se les acercó en el momento en que El sabía que habían de condescender, así cuando llamó a Mateo, lo hizo cuando El sabía que Mateo lo iba a seguir. Del mismo modo cogió en la red a Pablo, después de la resurrección. Quien conoce los corazones y ve lo más oculto de los pensamientos, sabía en qué momento corresponderían. Por tal motivo, no llamó a Mateo al principio, cuando éste aún no estaba maduro en su ánimo, sino después de innumerables milagros, cuando ya su fama había resonado largamente y a él lo veía más dispuesto para corresponder al llamamiento.
No será fuera del asunto admirar aquí la virtud de este apóstol, que no oculta en su narración su vida anterior, sino que pone su nombre propio, que los otros evangelistas ocultaron y se lo cambiaron. Y ¿por qué dice que estaba sentado al telonio o mesa de cambio? Para manifestar la fuerza del que lo llamaba; pues cuando aún no había renunciado a su oficio, sino que estaba firmemente apegado a su telonio, Cristo lo extrajo de en medio de semejantes males. Así como a Pablo lleno de ira y furor, lo convirtió, lo que igualmente significa la fuerza del que lo llamó, como lo dice él mismo escribiendo a los gálatas: Habéis oído mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, cómo con gran furia perseguía a la iglesia de Dios; 270 así a los pescadores los llamó de en medio de sus ocupaciones. Ejercían éstos un oficio no vituperable, pero sí propio de gente agreste, nada urbana, llena de simplicidad. En cambio, el oficio de Mateo era un modo de ganancia lleno de impudencia, de petulancia, de iniquidad y nada noble. Pero de ninguna de tales deficiencias se avergonzó el que lo llamaba.
Ni es admirable que no se avergonzara, cuando no se avergonzó de llamar a una meretriz y le permitió besarle los pies y regarlos con sus lágrimas. Pues no vino para curar solamente los cuerpos, sino para medicinar las enfermedades del alma. Como lo hizo con el paralítico. Una vez que claramente afirmó que podía perdonar los pecados, luego se acercó a Mateo, para que las turbas no se escandalizaran de ver que un publicano era recibido en el número de los discípulos. ¿Qué hay de admirable en que quien puede perdonar todos los pecados, a este pecador lo haga apóstol?
Pero, así como habéis aprendido el poder del que llama, aprended también la obediencia del que es llamado. Porque no se resistió, ni siquiera dudó, ni dijo: ¿Qué es esto? ¡A la mejor a mí que tal hombre soy me llama con astucia y fraude! Ciertamente semejante humildad habría sido extemporánea. Obedeció al punto. No pidió licencia para ir a su casa, para aconsejarse con los suyos, lo mismo que procedieron los pescadores. Así como éstos al punto abandonaron las redes, la barca, al padre, así Mateo abandonó el telonio y las ganancias para seguir a Jesús, mostrando un ánimo dispuesto a todo. Al punto cortó con todos los negocios seculares, y con su obediencia perfecta demostró cuán a punto estuvo el llamamiento.
Preguntarás: ¿por qué no hace mención el evangelista de cómo fueron llamados los otros sino únicamente de Pedro, Santiago, Juan, Felipe, y de los demás para nada? Porque eran éstos los que ejercían oficios humildes o vergonzosos, ya que nada había peor que un publicano, ni más vil y bajo que un pescador. Y que Felipe se contara entre los plebeyos consta por su patria. Tal es el motivo de que a éstos sobre todo enumeran los evangelistas y señalan sus oficios, enseñándonos así que a éstos, aun en las cosas más brillantes que nos narren, debemos darles crédito. No pasan ellos de largo lo que es vituperable y bajo, sino que eso sobre todo lo ponen de relieve, ya toque a los discípulos, ya al Maestro. ¿Cómo entonces serán sospechosos al referir los sucesos sobresalientes y de brillo, en especial cuando pasan en silencio muchos milagros y en cambio lo que toca a la crucifixión, cosa al parecer tan oprobiosa, cuidadosamente lo describen y publican, lo mismo que los oficios de los discípulos y su baja condición social y también quiénes fueron los progenitores del Maestro, unos nacidos de pecados, otros conocidos como de la plebe, y todo esto en altas voces lo declaran y publican? Manifiesto queda por aquí que tuvieron sumo cuidado de la verdad y que no escribieron para agradar ni por ostentación.
Como luego Mateo invitara a Cristo, éste grandemente lo honró acompañándolo a la mesa al punto; y de esta manera lo hizo concebir buenas esperanzas para lo futuro y lo hizo adquirir una mayor confianza. Porque no gastó Jesús mucho tiempo en curar su iniquidad, sino que lo hizo instantáneamente. Y no se puso a la mesa con él a solas, sino con otros muchos; y esto aunque ya lo acusaban de que no rechazaba a los pecadores. Y ni aun esto ocultan los evangelistas: cómo los judíos aprovechaban las ocasiones de acusarlo, examinando sus procederes. Se le juntan los publicanos como quien acompaña a uno de su oficio. Porque Mateo, estimando como un honor que Cristo fuera a su casa, los convidó a todos. Es que Cristo empleaba todos los medios de curar, y no sólo cuando predicaba, cuando daba la salud, cuando redargüía a los enemigos, sino también cuando asistía a los banquetes, enmendaba a muchos que andaban enfermos. Nos enseñó así que todo tiempo y toda obra puede traer utilidad.
Aun cuando las viandas y demás, en esa ocasión eran parto de la iniquidad y la injusticia, Cristo no rehusó el banquete con ellas, pues de eso se había de seguir grande fruto: se muestra compañero y convidado a comer por aquellos que a semejante iniquidad se habían entregado. Si no. soporta este médico la podredumbre de los enfermos, no los curará de la enfermedad: aun cuando por eso se eche encima una fama no buena, como era la de comer con un publicano y en su casa y con otros muchos publicanos. Observa en qué forma le interpretan para mal esto que hace: Es un comilón y un bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores. 271
Oigan esto los que mediante el ayuno tratan de adquirir grande fama. Recuerden que el Señor nuestro fue llamado comelón y bebedor de vino y no se avergonzó, sino que despreció tales hablillas con tal de lograr lo que se había propuesto, como en efecto lo logró. Porque el publicano se convirtió y se hizo mejor. Y para que veas cuán grande bien se seguía a los que con él se sentaban a la mesa, oye lo que dice Zaqueo, otro publicano. Oyó a Cristo que le decía: Hoy me hospedaré en tu casa; y él lleno de gozo respondió: Doy la mitad de mis bienes a los pobres, y si a alguno he defraudado le devuelvo el cuádruplo. Y Jesús le dijo: Hoy ha venido la salud a tu casa. 272 De este modo hay que enseñar a otros, aprovechándolo todo.
Dirás que ¿cómo Pablo ordena y dice: No os mezcléis con ninguno que, llevando el nombre de hermano, sea fornicario, avaro: con éste ni comer? 273 Desde luego no está claro si lo manda también a los maestros o solamente a los hermanos. Además aquéllos no habían llegado aún a la perfección del crecimiento en la fe ni se contaban entre los hermanos. En tercer lugar, Pablo ordena a los ya contados en el número de los hermanos que se aparten de aquéllos si es que perseveran en su perversidad. Pero acá en nuestro caso ya éstos se habían convertido y dejado su perversidad.
Pero nada de esto contuvo a los fariseos, sino que acometen recriminando a los discípulos con estas palabras. ¿Por qué vuestro Maestro come con publicanos y pecadores? Y en otra ocasión en que les parece que los discípulos cometen falta, se dirigen los fariseos al mismo Cristo y le dicen: Mira que tus discípulos hacen lo que no es lícito en sábado. 274 Pero en nuestro caso, acusan a Cristo delante de los discípulos. Todo eso era propio de gente maligna y que trataba de apartar a los discípulos del Maestro. Y ¿qué les contesta aquella Sabiduría infinita? No tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos.
Observa cómo les retuerce el argumento. Ellos lo acusaban como de crimen porque convivía con los publicanos; pero El les asegura lo contrario, es decir, ser cosa contraria a su bondad el no convivir con ellos. Y que no sólo no era crimen el corregirlos, sino lo principal de todo y lo más necesario y digno de millones de alabanzas. Enseguida, para no parecer que avergonzaba a los convidados con aquellas palabras: los enfermos, advierte cómo las suaviza increpando a los fariseos: Id y aprended qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio. 275 Y les hizo la cita notándolos de ignorancia de las Escrituras. De manera que se expresa un tanto agriamente, pero no irritado: ¡esto jamás! Procedió así para que tampoco ellos perdieran el ánimo.
Desde luego, podía haberles dicho: ¿No recordáis cómo perdoné al paralítico sus pecados y cómo le devolví la salud? Pero nada de eso les dice: sino que primero los acomete con razones tomadas de la vida común y luego con las Escrituras. Porque, habiéndoles dicho: No necesitan los sanos de médico, sino los enfermos; y habiéndose así declarado como médico, luego añadió: Id y aprended lo que significa: Prefiero la misericordia al sacrificio. Lo mismo hace Pablo. Comienza con ejemplos de cosas comunes. ¿Quién apacienta el rebaño y no come de su leche? 276 Luego alega la Escritura y dice: En la Ley de Moisés está escrito: no atarás la boca del buey que trilla. 277 Y de nuevo: Así lo ha ordenado el Señor a los que anuncian el evangelio: que vivan del evangelio. 278 En cambio, cuando Jesús habla con sus discípulos, procede al contrario, y les recuerda los milagros. ¿Acaso no habéis entendido ni os acordáis de los cinco panes, para cinco mil hombres y cuántas espuertas recogisteis? 279
No procede así con los fariseos, sino que trae a la memoria las enfermedades comunes y de paso les recuerda que también ellos son enfermos y no saben las Escrituras y descuidan la virtud y lo ponen todo en los sacrificios. Queriéndoles dar a entender esto, resume en pocas palabras lo que todos los profetas habían dicho: Aprended qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio. Les demuestra de este modo no ser El sino ellos los que obran perversamente. Como si les dijera: ¿Por qué me acusáis? ¿porque corrijo a los pecadores? Entonces también acusaréis lo mismo a mi Padre. Porque en otra ocasión, pero con el mismo sentido, decía: Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también. 280 Y aquí les dice: Id y aprended qué significa: Prefiero la misericordia al sacrificio. Como el Padre lo quiere, así lo quiero Yo también.
¿Adviertes cómo torna superfluas las observancias legales y en cambio hace necesaria la misericordia? Porque no dijo: Quiero misericordia y sacrificio; sino: Prefiero la misericordia al sacrificio. De manera que confirma lo primero y repudia lo segundo; y al mismo tiempo demuestra que lo que ellos reprobaban no sólo no estaba reprobado, sino incluso estaba mandado por la Ley, con preferencia a los sacrificios, y presenta la Ley Antigua como ordenando y poniendo preceptos que consuenan con lo que El hace. Redargüidos, pues, por la razón y por las Escrituras, añadió: No he venido yo a llamar o los justos, sino a los pecadores a penitencia.
Parece que aquí habla en forma irónica, como allá cuando dijo: He aquí que Adán se ha hecho como uno de nosotros. 281 Y también: Si tuviere hambre no te lo diré a ti. 282 Y que nadie en la tierra fuera justo, lo declaró Pablo con estas palabras: Pues todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios. 283 Esto era un consuelo aun para los convidados. Porque es como si dijera: Estoy tan lejos de juzgar abominables a los pecadores, que incluso por ellos solamente he venido. Luego, para no dejarlos un tanto decaídos con esa palabra pecadores, añadió -para no callarla- la penitencia. Porque no he venido para que continúen en sus pecados sino para que se conviertan y se tornen mejores.
Una vez que hubo cerrado la boca a los fariseos así con las Escrituras como con las razones naturales, de modo que ya ellos nada tuvieron que objetar, pues se les demostraba ser reos de los mismos crímenes que acusaban y además de contradecir a la Ley Antigua, ellos, dejando a un lado a Cristo, acusan a los discípulos. Lucas afirma que la recriminación la hicieron los fariseos; Mateo dice que los discípulos del Bautista. Pero es verosímil que la hicieran unos y otros. Estando los fariseos dudosos, es verosímil que se unieran a los discípulos de Juan, como más tarde lo hicieron con los herodianos. Porque los discípulos de Juan sentían siempre envidia de Jesús y hablaban contra El y no se hicieron más humildes hasta que el Bautista fue encarcelado. Entonces fueron a comunicárselo a Cristo; aunque más tarde reincidieron en sus antiguas envidias.
¿Qué es, pues, lo que dicen?¿Cómo es que ayunando nosotros y los fariseos, tus discípulos no ayunan? Enfermedad es ésta que combatió ya antes Cristo cuando dijo: Cuando ayunes unge tu cabeza y lava tu cara. 284 Lo ordenó porque sabía de antemano los males que de no hacerlo se seguirían. Cristo al responderles no los increpa ni les dice: ¡Oh ambiciosos de la vana gloria, hombres vanos! Sino que con toda mansedumbre les habla y dice. ¿Por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está el novio con ellos? De modo que cuando hablaba en favor de otros, es decir de los publicanos, para consolar sus ánimos heridos, increpó con alguna mayor vehemencia a quienes los querellaban. En cambio, cuando lo acometían a El y a sus discípulos, les respondía, con toda mansedumbre.
Parece, pues, como si le dijeran: Bien está que tú como médico procedas así. Pero tus discípulos ¿por qué haciendo a un lado el ayuno, se sientan a estas mesas? Y para exagerar la acusación, se ponen ellos los primeros y luego a los fariseos, queriendo aumentar el crimen mediante la comparación. Porque dicen: nosotros y los fariseos ayunamos ampliamente. Cierto que ellos ayunaban enseñados por Juan y los fariseos enseñados por la Ley. Es como lo que el fariseo aquel decía: Yo ayuno dos veces en la semana. 285
¿Qué les contesta Jesús?¿Por ventura pueden los compañeros del novio llorar mientras está con ellos el novio? Antes Cristo se llamó médico. Ahora se llama novio, revelando con esta palabra misteriosos secretos. Podía haberlos refutado agriamente y decirles: Vosotros no tenéis autoridad para poner leyes en esto. Porque ¿qué utilidad hay en el ayuno cuando el alma rebosa perversidad y se os acusa y condena de otros crímenes y cuando lleváis la viga en el ojo y todo lo hacéis para ostentación? Porque antes que nada, convenía echar fuera la vanagloria y proceder en todo de una manera correcta en la caridad, en la mansedumbre, en el amor a los hermanos.
Pues bien: nada de eso les dice, sino únicamente, con absoluta mansedumbre: No pueden los compañeros del novio ayunar mientras está con ellos el novio. Recordó con esto las palabras del Bautista que dijo: El que tiene a la esposa, es el esposo; el amigo del esposo, que lo acompaña y lo oye, se alegra grandemente de oír la voz del esposo. 286 Que es como si dijera: el tiempo presente es de gozo y alegría. No traigáis pues acá la tristeza. Triste cosa es el ayuno, no por su naturaleza, sino para los débiles en la virtud. Pero para quienes anhelan adelantar, es cosa dulce y muy deseable. Así como cuando está bien el cuerpo se siente mucha alegría, así también cuando está bien el alma hay mayor placer. Pero literalmente, les responde según ellos pensaban. Y así Isaías, hablando del ayuno, lo llama humillación del alma, y lo mismo Moisés.
Mas no por sólo este capítulo los reprime el Señor, sino además por otro, con estas palabras: Vendrán días en que les será quitado el esposo y entonces ayunarán. Con lo que declara que no por motivo de gula no ayunan, sino por cierta providencia admirable; y al mismo tiempo predice su pasión, y con la respuesta instruye a los discípulos y los ejercita en la meditación de las cosas que parecían gravosas y tristes. Luego, como era verosímil que los objetantes pensaran altamente acerca de la pasión y cárcel de Juan, también humilla esa soberbia. Sin embargo, nada dice aún acerca de la resurrección, pues aún no era tiempo oportuno. Según la naturaleza, pues se le tenía como hombre, debía morir; pero la resurrección pertenecía al orden sobrenatural.
Luego hace aquí lo que ya antes había hecho. Así como antes, cuando se esforzaban en demostrar que era culpable pues comía con los pecadores, El les demostró lo- contrario, o sea, que aquello no era culpa, sino obra digna de alabanza, así ahora, cuando le quieren probar que no instruye convenientemente a sus discípulos, les pone en claro cómo los que tal afirmaban no sabían en qué forma había que tratar a sus seguidores, y que por lo mismo imprudentemente acusaban. Les dijo: Nadie echa una pieza de paño no abatanado en un vestido viejo.
De nuevo emplea en su discurso ejemplos tomados de la vida diaria. Es como si dijera: No están los discípulos fuertes aún en la virtud, por lo que es necesario mucha indulgencia, pues aún no han sido renovados por el Espíritu Santo. Y mientras están en este estadio no conviene imponerles la carga de onerosos preceptos. Decía esto, poniendo a sus discípulos leyes y dándoles reglas, para que cuando ellos a su vez hicieran discípulos a todos los hombres del universo, los trataran con suma mansedumbre.
Ni se echa el vino nuevo en odres viejos. ¿Observas cómo usa de ejemplos tomados del Antiguo Testamento, como son el vestido y los odres? Jeremías llama al pueblo ceñidor; y también acude a los odres y al vino. Y pues se trataba de la mesa y de la gula, toma de ahí sus ejemplos Cristo. Lucas dice algo más: es a saber, que el paño nuevo se romperá si lo coses con el viejo. ¿Ves cómo de ahí no se sigue utilidad sino detrimento? Narra lo presente, pero en eso mismo predice lo futuro: o sea que los discípulos serán renovados y que entre tanto no se les mandará cosa que sea pesada ni dura. Como si dijera: quien antes de tiempo quiere imponer reglas elevadísimas, luego a su tiempo no encontrará idóneos a sus discípulos, porque él mismo ya los habrá inutilizado. Pero esto no proviene del vino ni de los odres que lo reciben, sino de las prisas de quienes ahí lo vaciaron.
En esto nos expone el motivo de que frecuentemente al hablar con ellos, use de sencillísimas palabras. Pues a causa de la debilidad de ellos en la virtud, muchas cosas se las decía con menos alteza de lo que la dignidad de ellas requería. Juan el evangelista refiere que él mismo así se lo dijo: Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no las podéis llevar ahora. 287 Para que no pensaran que ya lo había dicho todo y para que esperaran en su pensamiento cosas mucho mayores, recordó lo de su debilidad presente, prometiéndoles que más adelante, cuando ya estuvieran más fortalecidos, se las diría. ¿Qué es lo que aquí dice? Vendrán días en que les será arrebatado el esposo y entonces ayunarán.
Tampoco, pues, exijamos nosotros todo de todos y ya desde el principio, sino exijamos lo que es posible y luego rápidamente procedamos más adelante. Si haces presión y tienes prisa, por esto mismo no te apresures, para que puedas ir de prisa. Y si esto te parece enigmático, apréndelo de la naturaleza misma de las cosas, pues verás toda la fuerza que tiene esa sentencia. No te impresionen los acusadores inoportunos: también en este caso los fariseos acusaban y los discípulos del Bautista se querellaban. Pero nada de eso apartó a Cristo de su modo de proceder, ni dijo: Vergüenza es que éstos ayunen y nosotros no ayunemos. Sino que, como el buen patrón de una nave, puestos los ojos no en las olas alteradas, sino en su oficio, siguió en su procedimiento. Porque lo vergonzoso no era que no ayunaran, sino que, á propósito del ayuno recibieran heridas mortales y se los desgarrara y destrozara.
Pues bien, por nuestra parte, considerando estas cosas, portémosnos así con nuestros vecinos. Si tienes una esposa que se entrega al ornato, a las pinturas y a los polvos, que anhela los placeres y es locuaz y en absoluto inútil, aunque es cosa difícil que todo esto se junte en una sola mujer, pero debemos imaginar que así es la tuya. Preguntarás: ¿por qué yo pinto a una mujer y no a un varón? Es verdad que los hay que son peores en esto que una mujer. Pero, pues a los hombres se les ha encomendado el oficio de gobernar, por de pronto describamos a una mujer. No porque haya en las mujeres mayor perversidad, pues muy grande se encuentra también en los varones, y tal que no existe entre las mujeres, como el homicidio, el violar los sepulcros, el luchar con las fieras en el circo y otros vicios semejantes. De modo que no vayáis a pensar que lo decimos por desprecio a ese sexo, ¡lejos de mí! sino que ahora, para las aplicaciones, me viene bien esa pintura.
Supongamos, pues, una mujer como la dicha y que su esposo se empeña en enmendarla por todos los medios. ¿Cómo procederá? No imponiéndole de una sola vez todos los preceptos, sino al principio los más llevaderos y con que ella no se sienta ahogada. Si te apresuras a enmendarlo todo desde el comienzo, lo perderás todo. No le quites al momento los adornos de oro déjala que por mientras los use y los tenga. Esto parece daño menor que los polvos y coloretes. Pues que éstos sean los primeros en desaparecer y no por amenazas, y a base del temor, sino por persuasión y dulzura, y lanzando la acusación contra otras mujeres y dejando ver tu parecer y gusto propios.
Dile con frecuencia: tu rostro con esos afeites no es amable: más aún, me disgusta; y persuádela de que por ese motivo te desagrada. Además de tu parecer, trae al medio el de otros y dile que esos afeites aun a las que son hermosas las van deformando, para que por tales medios quite de sí semejante enfermedad. Nada le digas entre tanto de la gehenna ni del reino de los cielos: en vano le hablarías de tales cosas. Persuádela de que te gustaría más que ella dejara ver la plena obra de Dios, sin afeites; pues la mujer que así se frota la cara y la distiende y la pinta, muchos creen que lo hace porque no es bella.
Procura en suma con razones ordinarias y pareceres ordinarios de los hombres, alejar la enfermedad. Y una vez que con semejantes consideraciones la hayas ablandado, añade las otras sobrenaturales. Y si se las dices una vez, pero no la persuades, dícelo dos, tres, muchas veces. No te canses de repetir tales cosas; pero no en forma odiosa, sino plácida, ya apostrofando, ya adulando, ya amando y con cariño. ¿No has visto a los pintores que a veces borran, a veces añaden en su pintura para llegar a pintar una faz hermosa? No seas menos hábil que ellos. Si ellos, tratando de pintar el' cuerpo usan de tan gran diligencia, mucho más conviene que nosotros, tratando de modelar el alma bellamente echemos mano de todos los artificios. Si llegas a modelar esa alma primorosamente, ya no verás la cara material deformada ni los labios dados de rojo, ni la boca semejante al hocico ensangrentado de una osa, ni las cejas sombrías como con el hollín de un cacharro, ni las mejillas enjalbegadas a la manera de las paredes de los sepulcros: porque todas esas cosas no son sino hollín, polvo y ceniza y señales de la más fea hediondez.
No sé cómo he venida a dar en este discurso. De manera que mientras exhorto a los demás a que corrijan con mansedumbre, yo mismo he caído en ira. Volvamos pues a una más mansa admonición, y soportemos todos los defectos de las mujeres, con tal de llegar a lo que de su enmienda pretendemos. ¿No has visto cómo toleramos a los niños en sus vagidos cuando hay que destetarlos? Todo lo sobrellevamos con tal de persuadirlos de una sola cosa: que ya desprecien la mesa anterior y los pechos. Procedamos del mismo modo acá: soportémoslo todo para lograr lo que queremos. Porque si aquello primero se enmienda, verás cómo luego se procede rectamente en lo demás; y así vendrás a los ornatos de oro; y para hablar de ellos, seguirás el mismo camino. De este modo, poco a poco, modelando a tu esposa, llegarás a ser pintor óptimo, siervo fiel, agrícola extremado.
Recuerda en seguida a las antiguas mujeres, como Sara, Rebeca: unas bellas, otras deformes. Y explícale a tu esposa cómo todas ellas fueron sobrias y temperantes. Lía, esposa del patriarca, Jacob, no siendo hermosa, nunca pensó en afeites; y siendo deforme y no muy querida de su esposo, sin embargo no usó coloretes, ni polvos ni torturó su rostro, sino que conservó íntegros sus rasgos, y eso que había sido educada entre gentiles. En cambio, tú, que eres cristiana, cuya cabeza es Cristo ¿vienes a introducir en el hogar artificios satánicos? ¿No recuerdas el agua bautismal que se derramó en torno a tu cara, ni el sacrificio santo que adornó tus labios, ni la sangre divina que tiñó tu lengua? Si todo esto consideraras, por mucho que estuvieras aficionada a semejantes ornatos, no te atreverías a usar ese polvo y ceniza.
Recuerda que te has desposado con Cristo y aborrece semejante deshonor. No se deleita El con semejantes coloretes, sino que busca otra belleza, a la cual ama con vehemencia; es a saber, la belleza del alma. Esta te manda el profeta que busques con estas palabras: Prendado está el rey de tu hermosura. 288 No busquemos pues lo superfluo e indecoroso: la obra de Dios no es algo tan imperfecto que necesite ser corregida. Si alguno intentara añadir algo de su invención a la estatua regia levantada en su pedestal, su atrevimiento no estaría exento de peligro, sino al revés, estaría expuesto al máximo castigo. A esta estatua, obra de hombres, tú no le añadirías nada; y ¿a ésta, que es obra de Dios, la vas a enmendar? ¿No piensas en el fuego de la gehenna? ¿no piensas en el desprecio que haces de tu alma? ¡La has descuidado porque todo el cuidado lo pusiste en la carne!
Pero ¿qué digo del alma, cuando a la misma carne le resultan dañosas artes semejantes y contrarias a lo que anheláis? Atiende. ¿Quieres aparecer hermosa? Pues esos afeites te hacen aparecer deforme. ¿Quieres agradar a tu esposo? Pues precisamente eso lo entristece, y convierte en acusadores tuyos no sólo a él, sino también a los extraños. ¿Quieres aparecer más joven? Pues esos afeites te llevarán más pronto a parecer anciana. ¿Quieres andar adornada? Pues eso te resulta algo indecoroso. Porque una mujer así, avergüenza no sólo a sus iguales, sino además a las criadas y a los domésticos que lo saben, y mucho más a ella misma.
Pero ¿a qué detenerme en esto? He pasado en silencio lo más grave de todo; es decir, que ofendes a Dios, socavas la virtud de la castidad, enciendes la llama de los celos, imitas en tu hogar a las mujeres prostituidas. Considerando todo esto, desprecia esa pompa demoníaca, ese artificio diabólico; y haciendo a un lado semejantes ornatos, o mejor dicho, desvergüenzas, disponed en vuestras almas la hermosura que ya dije, amable a los ángeles, anhelada de Dios, dulce para los compañeros, a fin de que consigáis la gloria presente y también la futura. Ojalá ésta consigamos todos por gracia y benignidad del Señor nuestro Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXXI (XXXII)

Mientras hablaba, llegóse un jefe, y acercándosele se postró ante El, diciendo: Mi hija acaba de morir: pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús lo siguió con sus discípulos (Mt 9, 18-19).
A LOS DISCURSOS siguió la obra, de manera que más aún quedara cerrada la boca de los fariseos. Porque el que se acercó era un príncipe de la 1 sinagoga y su pena era grave; porque la jovencita era hija única, tenía unos doce años, o sea que estaba en la flor de su edad. Pero él al punto la resucitó. Aunque Lucas refiere que llegó alguien diciendo al jefe: Tu hija ha muerto, no molestes ya al Maestro. 289 Diremos que ese hace poco ha muerto, se refiere al tiempo conjeturado por el que hizo el camino, o bien se dijo para exagerar la desgracia. Porque es costumbre de quienes suplican, exagerar con palabras sus males y decir algo más de lo verdadero, a fin de alcanzar más fácilmente lo que imploran.
Considera cuán rudo es aún en la fe este jefe. Porque dos cosas pide a Cristo: que vaya a su casa y que imponga sobre la joven sus manos. Esto indica que al salir de su casa había dejado a la niña ya expirando. Es lo mismo que el siro Naamán pedía al profeta cuando se decía: Saldrá y pondrá sobre mí sus manos. 290 Los que son aún rudos en la fe, necesitan ver señales sensibles. Marcos refiere que Jesús tomó consigo a tres de los discípulos; y lo mismo dice Lucas. Mateo dice sencillamente: a sus discípulos. Mas ¿por qué no lleva consigo a Mateo, recientemente contado entre ellos? Para ponerle mayores deseos y porque aún era un tanto imperfecto. Honra a los otros tres para que los restantes los imiten. En cuanto a Mateo, le bastaba con haber visto a la mujer que padecía flujo de sangre y haberse dignado Jesús estar a su mesa, participando de sus alimentos.
Y cuando se levantó para ir, muchos lo siguieron, como quien va a presenciar un gran milagro, y también por la dignidad de Cristo, y finalmente porque muchos, un tanto rudos en la fe, buscaban de El no tanto la salud del alma como la del cuerpo. De modo que se arremolinaban, unos empujados por sus propias enfermedades y otros anhelando presenciar la curación de terceros. Pero con el anhelo de escuchar su doctrina, todavía se le acercaban pocos. Y no les permitió entrar en la casa, sino a sólo los discípulos, y aun no a todos ellos. Enseñábanos así a huir continuamente la estimación del vulgo.
Y he aquí que una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: Con sólo que toque su vestido seré sana. ¿Por qué no se le acercó confiadamente? Porque le daba vergüenza su enfermedad, pues se juzgaba inmunda conforme a la Ley. Si la que padecía su regla o menstruación era tenida como inmunda, mucho más pudo creerlo así la que padecía tan mortal enfermedad; pues según la Ley semejante impureza se tenía por muy grande. Tal es el motivo de que se oculte y esconda. Por lo demás, esta mujer aún no tenía acerca de Jesús la debida y perfecta opinión; pues de lo contrario no habría pensado que podía ocultársele. Y es esta la primera mujer que públicamente se le acerca.
Sin duda oyó que El también curaba a las mujeres y que iba hacia una niña que acababa de fallecer. No se atrevió a llamarlo a su casa, aun cuando era rica; ni se le acercó a la vista de todos; sino que a ocultas tocó con fe sus vestidos. No dudó ni se dijo: ¿quedaré libre de mi enfermedad o no? Sino que, segura de que sanaría, se acercó. Porque: decía para sí: Con sólo que toque su vestido seré sana. Sabía ella de qué casa acababa de salir Jesús, o sea de la de un publicano; y quiénes eran los que lo seguían, o sea pecadores y publicanos. Y estas cosas le ponían fe. Y ¿qué hace Cristo? No dejó que ella se ocultara, sino que la sacó al medio, y por muchos motivos quiso que fuera conocida. No han faltado necios que afirmen haberlo hecho por su amor a la publicidad y vanagloria. Si no, dicen ¿por qué no dejó que se ocultara? Pero, hombre* execrable: ¿qué es lo que dices? El que ordena callar a los que reciben sus beneficios y pasa en silencio infinitos milagros ¿anda en busca de la vanagloria?
Ante todo, Cristo quita el temor a la mujer para que no la agiten los remordimientos, como si hubiera robado a ocultas aquel beneficio y tuviera ese escrúpulo. Luego, la corrige de pensar que podía ocultársele. En tercer lugar descubre a todos la fe de aquella mujer, para que otras la imiten. Y manifiesta un milagro no pequeño al demostrar que todo lo sabe, cuando cura a la mujer de su flujo sanguíneo. Finalmente, confirma en la fe, mediante aquella mujer, al archisinagogo, cuya fe peligraba, con lo que habría perdido todo. Porque acababan de llegar algunos que le decían: No molestes al Maestro, porque la joven ha muerto ya.
Y los que estaban en la casa del jefe se burlaban de Jesús, porque dijo que la joven estaba dormida. Y es verosímil que también el padre de la joven se inclinara a burlarse. Y para curarlo de semejante debilidad, desde luego lleva al medio a la mujer. Y como el padre estaba aún muy rudo en las cosas de la fe, oye qué le dice: No temas; cree tan sólo y será sana tu hija. 291 Porque de propósito iba dando largas para llegar cuando ya hubiese muerto ella, de modo que la resurrección quedara de manifiesto. 'Va pues caminando algo lento y habla largamente con la mujer, a fin de que mientras tanto la doncella expirara; y se acercaron los que comunicaron al jefe su muerte y le dijeron: No molestes al Maestro, porque la joven ha muerto ya.
Deja entender esto el evangelista cuando dice: Aún estaba hablando cuando llegaron de la casa unos que dijeron al jefe: Ha muerto tu hija. No molestes al Maestro. Quería Jesús que la muerte se divulgara y la creyeran, a fin de que no recayera sospecha alguna sobre la verdad de la resurrección. En todas partes procede lo mismo. Así, cuando la muerte de Lázaro, no llegó allá-sino al cabo de uno, dosy tres días. Por igual motivo saca al público a la mujer hemorroísa y le dice: Hija, ten confianza: -tu le te' ha sanado. Temerosa estaba la mujer; por esto le dice: Confía, y la llama hija. La fe la había hecho hija. Y luego, en su alabanza añade: Tu fe te ha sanado. Lucas nos cuenta muchas otras cosas acerca de esta mujer. Porque dice que una vez que ella se acercó y quedó sana, no la llamó al punto Jesús, sino que preguntó. ¿Quién me ha tocado? Pedro y los otros le dijeron: Maestro: las turbas te rodean y te oprimen. Y tú dices: ¿quién me ha tocado? Esto es argumento de que Cristo verdaderamente estaba vestido de nuestra carne y había pisoteado todo fausto; ya que no lo seguían a distancia, sino que de todos lados lo oprimían.
Pero él persistía en preguntar y decía: Alguien me ha tocado, porque yo he conocido que una virtud ha salido de mí. Que fue una respuesta acomodada a la rudeza de concepción que aún tenían los oyentes y a lo que creían. Y lo decía para dar confianza a la mujer y .que confesara la verdad de todo. Por esto no la descubre al punto, con el objeto de que manifestando él conocerlo todo, la persuadiera a declarar espontáneamente lo que había sucedido y a publicarlo; no fuera a suceder que si El lo decía pareciera sospechoso el caso.
¿Observas cómo esta mujer es superior al archisinagogo? No retuvo al Maestro, no lo tomó aparte, solamente lo tocó con la punta de sus dedos; y habiendo llegado en segundo lugar, fue sanada la primera. Aquél llevó al médico a su casa; a ésta le bastó el contacto; pues aunque la enfermedad la deprimía, la fe le daba alas y la levantaba. Considera en qué forma la consuela Cristo diciéndole: Tu fe te ha hecho sana. Ciertamente, si la hubiera sacado al público por ostentación, no habría añadido eso. Pero lo dijo para instruir al archisinagogo en el modo de creer y en alabanza de la mujer; y también para con estas palabras darle utilidad y gozo, no menos que con la curación corporal.
Y que todo esto lo hiciera para alabanza de aquella mujer y para enmienda de los demás, y no por ostentación, queda claro por aquí, puesto que aun sin ese milagro no sería él en lo futuro menos brillante, ya que los milagros llovían en torno suyo con mayor abundancia que los copos de nieve en una tempestad invernal; y los había hecho y aún los haría con mayor esplendor. Por lo que hace a la mujer, sin esto se habría alejado oculta y privada de tan altas alabanzas. Tales fueron, pues, los motivos de que la sacara al medio y la celebrara y le quitara todo temor. Porque dice el evangelista que ella se acercó temblando. Jesús le infundió confianza y juntamente con la salud corporal le dio otros viáticos para su camino, al decirle¡Vete en paz!
Cuando llegó Jesús a la casa del jefe, viendo a los flautistas y a la muchedumbre de plañideras, dijo: Retiraos, que la niña no está muerta: duerme. Y se reían de él. Muestra bella de lo que eran los archisinagogos, pues que, tras la muerte, necesitaban para conmover el llanto valerse de flautas y címbalos. Y ¿qué hace Cristo? Echa fuera a todos los demás, y solamente introduce a los padres, para que no fueran a decir que otro la había sanado; y antes de resucitarla, indicó ya el milagro cuando dijo: No está muerta la niña, sino duerme.
En muchas otras ocasiones lo hizo así. Allá en el mar, primero increpó a los discípulos. Así ahora comienza por alejar de la mente de los circunstantes el terror; y al mismo tiempo manifiesta serle cosa fácil resucitar a los muertos; como lo hizo cuando lo de Lázaro diciendo: Nuestro amigo Lázaro duerme. 292 Juntamente enseñaba que no se ha de temer la muerte, porque en adelante ya no será muerte sino sueño. Teniendo él que morir, al resucitar los cuerpos muertos preparaba a los discípulos para que luego tuvieran confianza y llevaran su muerte con mayor suavidad. Puesto que una vez venido El al mundo, la muerte ya no era sino un sueño. Y lo burlaban. Y se burlaban de El, pero El no se indignó, pues sabía que tampoco creerían en los milagros que más adelante obraría. Tampoco increpó a los que se reían, a fin de que sus risas, lo mismo que las flautas y los címbalos, fueran testimonios de que la niña ciertamente había muerto.
Y como con frecuencia los hombres no creen en los milagros, los prepara para eso utilizando sus mismas respuestas, como lo hizo con lo de Lázaro y lo de Moisés. A Moisés le dijo: ¿Qué es lo que tienes en tu mano? 293 para que cuando viera la vara hecha serpiente, no se olvidara de que primero ella fue vara; sino que, recordando su propia respuesta, quedara estupefacto de lo sucedido. Y en lo de Lázaro, dice. ¿En dónde lo pusisteis? 294 para que los que le respondieron: Ven, ve; y luego: Ya hiede, pues lleva cuatro días, ya no puedan dudar de que El había resucitado a uno de verdad muerto.
De modo que cuando vio los címbalos y las turbas, los echó a todos fuera; y el milagro se operó en presencia de los padres de la niña; y no fue el milagro introduciendo en el cadáver otra alma, sino aquella misma que de ahí había salido y volviéndola a su cuerpo, así como quien despierta de un sueño. Y la tomó de la mano, para que los espectadores mejor certificaran; y para preparar con este ejemplo la fe en su propia resurrección. El padre le había dicho: Pon tus manos sobre ella; pero él hace más, pues no la pone sino que toma a la niña por la mano, y a la ya muerta la resucita, demostrando que todas las cosas están prontas y preparadas para obedecerlo.
Y no sólo la resucita, sino que ordena que le den alimento, para que no crean que se trata de un fantasma. Y no se lo da El, sino que ordena que otros se lo den. Lo mismo que en el caso de Lázaro, cuando dice: Soltadlo y dejadlo ir; y luego lo hizo participante en el banquete. Porque suele siempre comprobar cuidadosísimamente la muerte lo mismo que la resurrección. Pero tú no te fijes únicamente en la resurrección, sino en que ordenó que a nadie lo contaran, para que en todo aprendas que el fausto y la vanagloria en absoluto se deben evitar. Y además para que aprendas que El a los lamentadores los echó de la casa y en cierta forma los declaró indignos de presenciar el milagro.
Pero tú no te salgas junto con los flautistas, sino permanece ahí con Pedro, Juan y Santiago. Y si entonces Jesús los echó fuera, mucho más lo hará ahora. Porque entonces aún no era manifiesto que la muerte se había reducido a un sueño; en cambio, eso ahora brilla más claro que el sol. Dirás que no ha resucitado a tu hija ahora. Pero la resucitará y con mayor gloria. Porque aquella niña, aun resucitada, tenía que volver a morir; pero tu hija, cuando resucitará, será inmortal. Y así, en adelante, nadie llore, nadie se lamente, nadie niegue la victoria de Cristo.
Venció El a la muerte. Entonces ¿por qué lloras en vano? La muerte se ha convertido en un sueño: ¿por qué te lamentas y gimes? Si lo hicieran los gentiles, deberían ser burlados. Pero cuando neciamente lo hace un cristiano ¿qué excusa tendrá? ¿qué perdón habrá para los que estultamente lo hagan, tras de tanto tiempo y tan claras demostraciones de la futura resurrección? Tú, en cambio, como si quisieras agrandar más aún el pecado, nos presentas a las mujeres helenas cantatrices de lamentaciones, para así excitar mejor el llanto y mejor inflamar el horno. Y no oyes a Pablo que dice. ¿Qué concordia entre Cristo y Belial? ¿qué parte del creyente con el infiel? 295 Los gentiles, a pesar de que nada saben acerca de la resurrección, sin embargo encuentran razones para consolarse, y dicen: ¡Llévalo con fortaleza! ¡no podrás deshacer lo ya hecho ni cambiar las cosas mediante tus lamentos! Y en cambio, tú que sabes y has oído los preceptos de una más alta y útil sabiduría ¿no te avergüenzas de hacer cosas más vergonzosas que aquéllos? Nosotros no decimos: ¡Llévalo con fortaleza! ¡No podemos deshacer lo ya hecho! Nosotros decimos: ¡Llévalo con fortaleza! ¡certísimamente resucitará! Duerme la joven, no está muerta. Descansa, no ha perecido. Allá la recibirán la resurrección y la vida sempiterna, la inmortalidad y la suerte de los ángeles.
¿No oyes al salmista que dice: Vuelve, alma mía a tu quietud, porque Dios fue generoso contigo? 296 A la muerte Dios la llama beneficio ¿y tú la lloras? ¿Qué más harías si fueras enemigo del difunto y adversario? Si se ha de llorar, al demonio le toca llorar. Llore él, laméntese él, porque nosotros vamos a bienes superiores. Digna es su perversidad de semejantes lamentos: pero no tú, que eres llamado a la corona y al descanso. La muerte es un puerto tranquilo. Considera cuán llena de males está la vida presente y cuántas la has maldecido. Acá las cosas siempre van de mal en peor; y desde el principio tu suerte es una no pequeña cadena y condena. Dijo el Señor a Eva: Parirás con dolor los hijos. 297 Y a Adán: Con el sudor de tu rostro comerás el pan. Y a los apóstoles: En el mundo habéis de tener tribulación. 298 En cambio, acerca de las cosas futuras nada de eso dice, sino en absoluto todo lo contrario: Huirán la tristeza y los llantos, 299 y vendrán del Oriente y del Occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob. 300 Allá está el espiritual Esposo; allá, las brillantes lámparas; allá, el trasladarse a los cielos.
¿Por qué entonces ultrajas a la muerte? ¿por qué metes en otros el miedo y el terror de la muerte? ¿por qué das a muchos ocasión de acusar a Dios como autor de un mal tan grande? Más aún: ¿por qué después llamar a los pobres y rogar al sacerdote que eleve preces? Respondes: para que descanse en paz el que murió y encuentre propicio al Juez. Pero ¿por tal motivo lloras y gimes? Entonces te contradices, preparando tempestades para quien ya está en el puerto. Preguntarás: Entonces ¿qué hago? ¡Así lo exige la naturaleza! No es la muerte culpa de la naturaleza ni del natural curso de las cosas, sino culpa nuestra que todo lo ponemos en desorden, somos demasiado muelles, traicionamos nuestra nobleza y nos hacemos peores que los paganos. Porque ¿cómo podremos disertar con otro acerca de la inmortalidad? ¿cómo persuadiremos a un gentil de que ella existe, cuando nosotros tememos la muerte y nos horrorizamos por ella más que el mismo gentil?
Muchos de los gentiles que no creían en la inmortalidad, al saber la muerte de sus hijos se coronaron la cabeza, y se vistieron de blanca túnica: todo para alcanzar gloria en esta presente vida; y tú ¿ni por la futura gloria cesas de lamentarte y de llorar de un modo afeminado y mujeril? ¿Es que muerto él no tienes herederos ni sucesor de tu hacienda? Pero dime: ¿preferirías tener heredero de tus bienes a tener heredero del cielo? ¿Qué es lo que más deseas? ¿que tu heredero reciba los bienes perecederos que muy pronto tendrá que abandonar, o que herede los bienes eternos e inconmovibles?
No lo tienes tú como heredero, pero lo tiene Dios. No ha sido coheredero de sus hermanos, pero lo es de Cristo. Objetarás: pero ¿a quién voy a dejar los vestidos, la casa, los siervos, los campos? Ciertamente a él mismo, y así los colocarás más seguros, que si él acá viviera, cosa que nadie te impide. Si los bárbaros acostumbran quemar juntamente con el difunto lo que le pertenecía, mucho mas conveniente es que tú envíes al difunto lo que le pertenece, y no para que eso se reduzca a cenizas, sino para que le adquiera una gloria mayor; y si murió como pecador, se le borren sus pecados; y si como justo, para que le sirva de aumento en el premio y recompensa.
¿Es que deseas verlo? Pues lleva una vida como la suya y pronto gozarás de aquella sagrada visión; y piensa además que si ahora no sigues nuestros consejos, jamás llegarás en lo futuro a experimentar esa contemplación. Y además perderás la recompensa, porque con el transcurso del tiempo te consolarás tú mismo. En cambio, si ahora eres sabio, y prudente, lucrarás dos cosas: te verás libre de los males presentes y te dará Dios una más espléndida corona. El soportar con mansedumbre las calamidades supera al dar limosna y a otras muchas virtudes. Considera que el Hijo mismo de Dios murió y que murió por ti, mientras que tú mueres por ti mismo.
Dijo Cristo: Si es posible pase de mí este cáliz. 301 Y aun acometido por la tristeza y puesto en agonía, sin embargo no rehuyó la muerte; y atormentado con muchos padecimientos sufrió una muerte no vulgar sino llena de dolor y afrentosísima. Y antes de la muerte sufrió azotes, querellas, burlas, injurias, enseriándonos a soportar todas las cosas con fortaleza. Pero después de su muerte, después de dejar en el sepulcro su cuerpo, lo volvió a tomar con mayor gloria, confirmándote en la buena esperanza. Si tales cosas no son fábula, ya no llores. Si las juzgas dignas de fe, no viertas lágrimas. Pero si lloras ¿cómo podrás persuadir a los gentiles de que de verdad crees?
¿Aún así te parece insoportable semejante desgracia? Pues no debes llorar a quien ya está libre de todas las desgracias. No lo aborrezcas ni odies. Porque anhelarlo tras de su muerte, que tú consideras prematura, llorarlo porque ya no vive para sufrir tan duras aflicciones, propio es de quien aborrece. No pienses en que jamás volverá a tu casa, sino en que en breve irás tú a juntarte allá con él, No pienses en que nunca regresará, sino piensa en que estas cosas visibles no permanecerán para siempre como ahora son, sino que se transformarán. Cielo, tierra, mares, todo se cambiará; y entonces recibirás a tu hijo coronado con una gloria mayor.
Si partió de esta vida siendo pecador, ya el curso de la iniquidad quedó interceptado; puesto que si Dios hubiera previsto que se convertiría no se lo hubiera llevado antes de que hiciera penitencia. Y si partió como justo, ya posee ahora con seguridad sus bienes. De modo que queda claro que tus lágrimas no son de caridad, sino de un afecto no razonable. Si amaras al difunto, convendría que te alegraras y gozaras de que ya fue liberado de las presentes olas y tempestades. Al fin y al cabo> te pregunto: ¿qué más hay que ver? ¿qué cosa insólita y nueva? ¿No vemos acaso que diariamente giran en torno las mismas cosas? La noche recibe al día y el día de nuevo a la noche; el verano al invierno, y el invierno al verano: ¡ y no hay más! Y por cierto, estas cosas son siempre las mismas, mientras que las desgracias son siempre insólitas y nuevas. ¿Querrías tú entonces que tu difunto cada día agotara estos sufrimientos y que enfermara y llorara y temiera y temblara y que unos males los padeciera y otros los temiera? Porque no te atreverás a decir que atravesando él este mar inmenso, estaría libre de solicitudes y angustias.
Considera que no engendraste tú a un inmortal sino a una que de no haber muerto ya, tendría que morir poco después. Dirás que no te habías hartado aún de su conversación y convivencia. Pues allá en el cielo gozarás perpetuamente de ella. ¿Quisieras verlo acá? ¿Qué te lo impide? Si eres prudente y sabio, puedes acá verlo, porque la esperanza de lo futuro tiene una visión más clara que la de los ojos. Cierto que tú, si él estuviera en un palacio y ahí viviera floreciente, no buscarías traerlo acá para verlo. Y una vez que se ha marchado a un mucho mejor destino ¿te entristeces por una ausencia de breve tiempo, en especial teniéndolo como compañero de un mismo destino?
¿Perdiste a tu marido? Pero tienes como consolador al Padre de los huérfanos y juez de las viudas. Oye a Pablo cómo ensalza semejante viudez: La que de verdad es viuda y desamparada, ponga en Dios su confianza. 302 Porque la que muestre mayor paciencia será la más aprobada. No llores, pues, por aquello que te prepara una más bella corona y por lo que mereces recompensa. Si has entregado lo que se te había confiado, has devuelto el depósito. No estés, pues, con solicitud, puesto que el tesoro que poseías lo colocaste ya en un sitio inviolable. ¡Oh, si llegas a comprender lo que es la vida presente y lo que es la futura; y que ésta no es sino una tela de araña y una sombra, mientras que todo lo de allá arriba es inmortal e inmutable, no necesitarás ya de otras exhortaciones! Ya tu hijo ha sido liberado de toda mutación. Si hubiera quedado acá, quizá habría sido bueno, quizá malo. ¿No has visto cuántos hombres reniegan de sus hijos? ¡Y cuántos otros se ven obligados a retener en su casa a hijos peores que los despedidos!
Considerando todo esto, seamos prudentes y sabios. Así agradaremos al difunto y gozaremos de grande alabanza entre los hombres; y alcanzaremos alta recompensa ante Dios por la paciencia, y conseguiremos los bienes eternos. Ojalá que todos podamos lograrlos por gracia-y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXXII (XXXIII)

Partido de ahí Jesús, lo seguían dos ciegos dando voces diciendo: Ten piedad de nosotros, Hijo de David. Entrando en casa, se le acercaron los ciegos y les dijo Jesús: ¿Creéis que yo puedo hacer esto? Respondiéronle: ¡Sí, Señor! Entonces tocó sus ojos diciendo: ¡Hágase en vosotros según vuestra fe! Y se abrieron sus ojos (Mt 9, 27-30).
¿POR QUÉ a ellos que clamaban los hace esperar? Es que de nuevo nos enseña aquí a huir de la vanagloria. Como la casa estaba cerca, los llevó allá para sanarlos aparte. Y esto se hace manifiesto por lo que luego les ordenó: que a nadie lo dijeran. Y no es pequeña culpa para los judíos que quienes no podían usar de sus ojos, abrazaran la fe por sólo lo que oían; mientras que los judíos usan de sus ojos y ven sus milagros y tienen como testigos sus propias miradas, pero proceden al revés de los ciegos.
Observa el fervor de los ciegos, tanto por los clamores como por la forma de su petición. No solamente se le acercan, sino que lanzan grandes clamores. Y no dicen otra cosa sino: ¡compadécete! Y lo llaman Hijo de David, por parecerles que es un apelativo honorífico; pues muchas veces los profetas, a los reyes a quienes querían honrar y publicar como grandes, los llamaban así. Y llegados a la casa, por segunda vez los interroga Jesús. Generalmente procuraba sanar a quienes se lo pedían, para que nadie pensara que por ostentación se lanzaba a hacer milagros. Pero también para manifestar que aquellos enfermos eran dignos de ser curados. Y para que nadie dijera que, si por sola su misericordia los sanaba, tenía que sanarlos a todos. La misericordia tiene cierta medida que se toma de la fe de los que ruegan.
A estos ciegos no les exige únicamente la fe; sino que, puesto que lo habían llamado Hijo de David, para elevarlos a más altas regiones y enseñarles lo que propiamente habían de creer acerca de él, les pregunta. ¿Creéis que tengo potestad para hacer esto? No les preguntó ¿Creéis que puedo rogar a mi Padre, o que se me pueda suplicar? Sino. ¿que yo tengo potestad para hacer esto? Y¿qué le responden ellos?¡Sí, Señor! Ya no lo llaman Hijo de David, sino que se levantan más alto y lo confiesan como Señor. Entonces finalmente les impone la mano y les dice: Hágase en vosotros según vuestra le. Lo hace para confirmarlos en la fe y para manifestar que ellos en parte han cooperado a la obra, y para dar testimonio de que sus palabras no provenían de adulación.
Porque no dijo: Ábranse vuestros ojos. Sino: Hágase según vuestra fe. Cosa que decía aun estando presentes muchos, queriendo confirmar en sus almas la fe antes de las curaciones corporales; y también para dar más celebridad a unos y hacer a otros más empeñosos. Así procedió en el caso del paralítico. Antes de consolidar su cuerpo, levanta su alma que yacía, diciéndole: Confía, hijo: tus pecados te son perdonados. Y a la joven que resucitó, la tomó de la mano y con darle el alimento manifestó quién le había hecho el beneficio. Y lo mismo en el caso del centurión, lo atribuyó todo a la fe. Y cuando salvó a los discípulos de la tempestad en el mar, antes que nada los liberó de su falta de firmeza en la fe. Lo mismo hace ahora. Porque conocía los secretos de sus corazones antes de que los ciegos hablaran; y para encender en otros el mismo fervor, hizo resplandecer a éstos, publicando, tras de la curación, la que en ellos se ocultaba.
Hecha la curación, les ordena que a nadie cuenten el milagro; y no se lo manda como quiera, sino que con gran vehemencia se lo prohíbe. Pues dice: Con tono severo les advirtió: Mirad que nadie lo sepa. Pero ellos, una vez fuera, divulgaron la cosa por toda aquella tierra. No pudieron contenerse y se convirtieron en pregoneros y evangelizadores; y habiéndoseles ordenado callar lo sucedido, no pudieron obedecer. Y si en otra parte dice Jesús: Anda y refiere la gloria de Dios, esto no contradice a lo dicho antes, sino que, al revés, admirablemente consuena con ello. Porque con lo de los ciegos nos enseñó a no predicarnos a nosotros mismos; más aún, a impedir a quienes quisieran celebrarnos, y aun a mandárselo.
Salidos aquéllos, le presentaron a un hombre mudo endemoniado. Su enfermedad no era cosa natural, sino perversidad del demonio. Por esto tuvo necesidad de que otros lo llevaran a Jesús. El no podía suplicarle, pues estaba mudo; ni suplicar a otros, pues el demonio le tenía atada la lengua, y juntamente con la lengua, el alma. Por esto Jesús no le exige testificar su fe, sino que al punto lo cura. Pues dice el evangelista: Y, arrojado el demonio, habló el mudo, y se admiraron las turbas diciendo: Jamás se vio tal cosa en Israel. Y era cosa que mucho dolía a los fariseos que las turbas antepusieran a Jesús a todos: no sólo a los vivos, sino aun a los antepasados. Y lo anteponían no únicamente porque curaba, sino porque curaba fácil y rápidamente, y enfermedades sin cuento e incurables.
Por su parte los fariseos no sólo falsean los hechos, sino que, contradiciéndose a sí mismos, no se avergüenzan de ello. Así es la maldad. ¿Qué es lo que dicen? Arroja los demonios en virtud del príncipe de los demonios. Pero ¿qué cosa hay más necia? Pues como más tarde dijo Jesús, no puede un demonio arrojar a otro demonio, 303 porque suele el demonio conservar y consolidar lo suyo y no destruirlo. Pero él no sólo arrojaba los demonios, sino que limpiaba a los leprosos, resucitaba a los muertos, reprimía el mar, perdonaba los pecados, predicaba el reino de los cielos, conducía hacia el Padre: cosas todas que el demonio jamás querrá hacer ni puede hacerlas. Los demonios llevan a los ídolos y apartan de Dios y quitan la fe en la vida futura. El demonio, cuando es injuriado, no paga con beneficios; y al contrario, a quien se le entrega y lo honra, ni aunque éste lo injurie, lo daña.
Jesús, en cambio, tras de infinitas injurias y querellas: recorría las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio del reino de Dios y curando toda enfermedad y toda dolencia. Y no sólo no los castiga por ingratos, pero ni siquiera los reprende. Manifestaba así su mansedumbre, y luego a los fariseos los refutaba con palabras. Recorría así las ciudades y aldeas y sinagogas, enseñándonos a rechazar las injurias, no con injurias, sino con beneficios mayores. Si tú haces los beneficios por Dios y no por los hombres, hagan lo que hagan tus consiervos, no dejarás de beneficiarlos, para que sea mayor tu recompensa. De modo que quien tras de recibir una injuria, cesa de hacer beneficios, manifiesta que andaba ejercitando la virtud no por Dios, sino por las humanas alabanzas.
Cristo, para enseñarnos que procedía por pura benignidad, no sólo no esperaba a que los enfermos fueran a él, sino que iba en busca de ellos y les hacía un doble beneficio: el del reino de los cielos y el de la curación de todo género de enfermedades. No desdeñaba ninguna ciudad, no pasaba de largo por ninguna aldea, iba por todos los sitios. Y no se contentaba con esto sino que tomó otra providencia además. Pues dice el evangelista: Viendo a la muchedumbre, se enterneció de compasión por ella, porque estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a los discípulos: La mies es mucha, pero pocos los obreros. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
Considera de nuevo cuán ajeno está a la vanagloria. Para no atraerlos todos personalmente hacia sí, manda a sus discípulos. Pero no únicamente por eso, sino además para adiestrarlos, a fin de que, ejercitándose en Palestina, como en una palestra, se preparen de este modo para las luchas en todo el orbe. Y les propone ejercicios de más fuertes combates, todo en cuanto lo puede sobrellevar la virtud de ellos, para que con mayor facilidad puedan soportar las batallas que luego vendrán: los ejercita en el vuelo como a tiernas avecillas. Por de pronto los gradúa como médicos de las enfermedades corporales y les reserva para más tarde la curación de las almas, que es la principal.
Advierte en qué forma les hace ver ser esto cosa fácil y necesaria. ¿Qué les dice? La mies es mucha y los obreros pocos. Como si les dijera: mirad que no os envío a la siembra, sino a la cosecha. Como lo dijo en el evangelio de Juan: Otros lo trabajaron y vosotros os aprovechasteis de su trabajo. 304 Les decía esto para reprimirles sus altos sentires e instruyéndolos al mismo tiempo para que tuvieran gran confianza y demostrándoles que ya había precedido el mayor trabajo. Advierte cómo empieza por la misericordia y con la esperanza de la recompensa. Pues dice: Se enterneció de compasión, porque estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor. Lo cual es una acusación contra los jefes de los judíos que siendo pastores se mostraban lobos. Pues no sólo no corregían a la plebe, sino que aun le estorbaban que adelantara en la virtud.
Admirándose, pues las turbas y exclamando: Jamás se vio tal en Israel, ellos, al contrario, exclamaban: Es por virtud del príncipe de los demonios como arroja los demonios. Pero ¿a quiénes llama aquí obreros? A los doce discípulos. ¿Acaso al decir los operarios son pocos, añadió algunos más? De ninguna manera, sino que envió a los doce. Entonces ¿por qué añade: Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe operarios a su mies y no añade a ellos ninguno otro? Porque, siendo ellos doce en número, los multiplicó no aumentando el número, sino dándoles virtud y poder. Y luego, para demostrarles cuán grandes los hacía, añade: Rogad, pues, al dueño de la mies, con lo que deja entender que El tiene potestad para enviar. Porque al decir: Rogad al dueño de la mies, al punto los ordena predicadores, ya haya acontecido que ellos nada le suplicaran o que inmediatamente se lo pidieran; y les recuerda las palabras del Bautista, o sea la era, el bieldo, la paja y el grano. Por donde se ve que es El el agrícola, el Señor de la mies y aun de los profetas. Si los envía a la siega, claro está que no los envía a lo ajeno, sino a lo que El mismo sembró por mano de los profetas. Y no por sólo este capítulo les infundió confianza, al llamar a su ministerio una siega, sino con darles potestad para que ejerzan el dicha ministerio.
Y Jesús, habiendo llamado a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus impuros para arrojarlos y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Pero si aún no se les había dado el Espíritu Santo: Pues aún no se había dado el Espíritu Santo, dice Juan, porque Jesús aún no había sido glorificado, 305 entonces ¿cómo arrojaban los espíritus? Bajo el precepto y potestad de Jesús. Considera la oportunidad de este apostolado. Porque no los envió allá a los principios, sino cuando ya lo habían seguido por un tiempo suficiente; y habían visto a un muerto resucitado, al mar aplacado, a los demonios arrojados, al paralítico sanado, los pecados perdonados, al leproso limpiado y suficientes argumentos de la potestad de Jesús así en obras como en palabras, y la habían constatado. Entonces finalmente los envió y no a empresas peligrosas, pues aún no había peligro en Palestina. Solamente había que luchar contra las calumnias.
Sin embargo, les predice peligros y contratiempos y con tiempo los prepara con el objeto de que sepan soportarlos, y con frecuentes predicciones los va disponiendo a la batalla. Luego al evangelista, pues nos había nombrado a dos apóstoles, Pedro y Juan, y luego nos había explicado la vocación de Mateo, pero nada nos había dicho acerca del nombre y vocación de los otros apóstoles, le pareció necesario poner aquí el catálogo de ellos con su número y nombres. Y dijo: Los nombres de los doce apóstoles son éstos: el primero Simón, llamado Pedro. Porque había otro Simón llamado el Cananeo; y también dos Judas, el Iscariote y el de Santiago; y dos Santiagos, el de Alfeo y el del Zebedeo.
Marcos los puso siguiendo su dignidad; porque en seguida de los dos corifeos, pone a Andrés. Mateo, por su parte, procede con otro orden. Más aún: a Tomás, que le era muy inferior, aquí lo antepone a sí mismo. Pero vamos recorriendo el catálogo desde el principio. El primero Simón llamado Pedro y Andrés su hermano. No es ésta pequeña alabanza. Al uno lo alaba por su virtud; al otro, por sus bellas costumbres. Luego Santiago el del Zebedeo y su hermano Juan. ¿Ves cómo no los pone por orden de dignidad? Porque a mí me parece que Juan es superior no sólo a los otros, sino a su mismo hermano. Enseguida, tras de enumerar a Felipe y a Bartolomé, continuó: Tomás y Mateo el publicano. Lucas no sigue ese orden, sino el inverso, y pone a Mateo antes de Tomás. Y fuego sigue Santiago el de Alfeo, pues como ya dije había otro, hijo del Zebedeo. Y después de nombrar a Lebeo, llamado también Tadeo, y a Simón el Zelador, al que llama Cananeo, llega al traidor. Y lo llama así, no como enemigo o adversario, sino simplemente como historiador. No lo llama execrable, malvadísimo, sino que le pone de apellido el nombre de su patria: Judas Iscariote. Porque había el otro Judas, Lebeo, que se decía Tadeo, del que Lucas dice que era hijo de Santiago. Para distinguirlo de éste, Mateo dice: Judas Iscariote el que lo traicionó.
Y no se avergüenza de decir el que lo traicionó. Hasta este punto los evangelistas no omitieron lo que parecía vituperable. Advierte que el primero, corifeo y jefe, es un hombre ignorante y sin letras. Veamos, pues, a dónde y a quienes los envía Jesús. Porque dice: A éstos doce los envió Jesús. ¿A quiénes envía y de qué condición son? Pescadores, publicanos. Porque, cuatro eran pescadores y dos publicanos, es a saber Mateo y' Santiago; y uno de los doce era traidor. Y ¿qué les dice? Al punto les da sus mandatos con estas palabras: No vayáis a los gentiles ni entréis en' ciudad de samaritanos. Id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Como si les dijera: no penséis que porque me llaman endemoniado calumniosamente y me querellan, yo los odio y aborrezco. He procurado corregirlos, a ellos los primeros; y ahora a vosotros, apartándoos a un lado de todos los demás, os envío a ellos como médicos y maestros. Y no sólo os prohibo que a otros prediquéis antes que a ellos, pero incluso que toméis un camino que os desvíe a otra parte; de modo que ni debéis entrar en ciudades de los samaritanos.
Porque los samaritanos eran enemigos de los judíos; y sin embargo era allá más fácil la predicación, pues se presentaban mucho mejor dispuestos para recibirla; mientras que los judíos se mostraban más duros. Sin embargo, los envía a lo más difícil, manifestando así la providencia que tiene de ellos y cerrando la boca de los judíos y preparando el camino para la predicación apostólica; a fin de que no los acusaran de nuevo de haber entrado a los incircuncisos y tuvieran así un motivo justo para rehuirlos y aborrecerlos. Y llama a los judíos ovejas perdidas de la casa de Israel, y no ovejas que han emprendido la fuga; siempre pensando en escogerles un modo de que alcancen perdón. Y trata de atraerlos y dice: Y en vuestro camino predicad diciendo: El reino de Dios se acerca.
¿Ves la alteza del ministerio? ¿ves la dignidad de los apóstoles? No se les ordena predicar acerca de las cosas sensibles para nada, ni al modo de Moisés y los profetas anteriores, sino cosas nuevas e inesperadas. Porque aquéllos no predicaban esto sino bienes de la tierra y de acá abajo, mientras que éstos predican el reino de los cielos y todo lo que en él hay. Pero no únicamente por esto les son superiores, sino además por la obediencia. Porque no rehúsan el ministerio ni dudan, como los antiguos; sino que, aun cuando se les anuncian peligros y guerras y males intolerables, emprenden lo mandado con alta obediencia, como pregoneros del reino.
Dirás: ¿por qué son admirables en que al punto obedecieran, no habiendo de predicar nada duro ni áspero? ¿qué dices? ¿qué no se les mandó predicar nada duró? Pero ¿no oyes al Maestro que les decía cómo poco después les sobrevendrían cárceles, destierros, combate de sus congéneres, aborrecimiento de todos? Porque los envía como pregoneros para llevar a los demás infinitos bienes; pero a ellos les anuncia y predice que sufrirán males intolerables. Y luego para mediante la fe confirmarlos más aún, les dice: Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, arrojad los demonios: gratis lo recibisteis, dadlo gratis. Observa el cuidado que tiene de las costumbres lo mismo que de los milagros, demostrando que los milagros sin las buenas costumbres, nada son. Y para que no los invada la soberbia les dice: Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis. Provee además que huyan del amor al dinero. Por otra parte, para que no creyeran que tan grandes obras nacían de su virtud, y no se ensoberbecieran por el poder de hacer milagros, les advierte: Gratis lo recibisteis, gratis dadlo. Nada vuestro dais a quienes os reciben, pues no lo habéis recibido como recompensa de vuestros trabajos, sino que es don mío. Dadlo, pues, vosotros de la misma manera, ya que es imposible a tales dones hallarles precio que digno sea.
Y al punto, atacando la raíz misma de los males, añade No llevéis oro ni plata ni bronce en vuestros cintos, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias ni bastón. No les dijo: No llevéis con vosotros, sino que, aun cuando por otros lados podáis recibir, huid de semejante enfermedad malvada. Con este mandato muchos bienes conseguía. Desde luego que no sospechen de los discípulos. En segundo lugar, a éstos les quita toda solicitud, de manera que puedan darse a la predicación totalmente. En tercer lugar les enseña cuánto sea el poder de El. Por esto último les dijo después. ¿Os faltó acaso algo cuando os envié desnudos y sin calzado? Y no les da este mandato al principio, sino después de haberles dicho: Limpiad a los leprosos, arrojad los demonios. Hasta entonces les pone el mandato: No llevéis con vosotros; y luego añadió: Gratis lo recibisteis, dadlo gratis. Les da, pues, les que conviene para la empresa y lo que es para ellos decoroso y lo que sí es posible.
Dirá quizás alguno: todo lo demás parece acomodado y razonable, pero no lo de no llevar alforja para el camino ni dos túnicas ni bastón ni calzado. Entonces ¿por qué lo ordenó Jesús? Para ejercitarlos en una vida austera, pues ya antes no les había permitido ni siquiera la solicitud por el día de mañana. Tenía que enviarlos después como maestros del orbe todo. Por esto los hace, por así decirlo, de hombres ángeles;y los libra de todos los cuidados de la vida, para que todo su cuidado sea enseñar su doctrina. Más aún: aun de este cuidado los libera, diciéndoles: No os preocupéis de cómo o de qué hablaréis. 306 De manera que lo que parece duro y trabajoso, se lo hace fácil y manual. Porque nada produce mayor tranquilidad que el estar libre de cuidados; en especial porque libres de semejante preocupación, de nada necesitan, estando presente Dios que les serviría en lugar de todas las cosas.
Y para que no digas: entonces ¿de dónde tendremos el necesario alimento? Cristo no les dice: Habéis ya oído lo que anteriormente os tengo dicho: Mirad las aves del cielo, 307 porque no podían aún llevar a la práctica semejante precepto. Les puso en cambio otra razón menos perfecta, diciendo: El obrero es acreedor a su sustento. Con lo que declaró que debían ser sustentados por sus discípulos. Y esto para que no se ensoberbecieran ante los discípulos, como si a éstos ellos les dieran todo, mientras que nada recibían de los discípulos. Y también para que los discípulos no fueran simplemente despreciados por los maestros.
Y para que tampoco dijeran: entonces ¿nos ordenas que pidamos de limosna el alimento? cosa que les sería vergonzoso, les hace ver que es deber de los discípulos suministrárselo; por esto a ellos los llama operarios; y al alimento, recompensa. Como si dijera: no penséis que por consistir todo vuestro trabajo en palabras, hacéis un beneficio pequeño, puesto que se trata de una obra muy laboriosa, y lo que os den los que son enseñados no os lo dan gratis, sino que tiene el valor de una recompensa, y el obrero es acreedor a su sustento. Claro es que no dice esto porque los trabajos apostólicos se hayan de estimar en semejante precio ¡lejos tal cosa! sino que les ordena no buscar más de lo que les den y que persuadan a los donantes de que no lo dan por simple y sencilla liberalidad, sino como un deber y adeudo.
En cualquiera ciudad o aldea en donde entréis, informaos de quién hay ahí digno, y quedaos ahí hasta que partáis. Como si les dijera: leo porque 'os dije: El obrero es acreedor a su sustento, ya por eso os he abierto las puertas de par en par y de todos, sino que también en esto espero de vosotros grande cuidado; porque esto mismo será para vosotros alabanza y honor y aun para el alimento os vendrá bien. Porque si el que os hospeda es persona digna, os dará plenamente vuestro alimento, en especial si no pedís sino lo necesario. Ni sólo ordena que se busquen personas dignas, sino que prohíbe andar de casa en casa, tanto para no molestar al que los hospeda, como para no parecer ellos gente ligera y dada a la crápula. Esto fue lo que declaró con aquellas palabras: Permaneced ahí hasta que partáis. Así se ve también por los otros evangelistas.
¿Observas de qué manera hace a los discípulos más honorables y a los hospedadores más diligentes, demostrándoles cómo llevan máximas ganancias, tanto en gloria como en provecho? Y sigue luego la misma materia: Entrando en la casa, saludadla. Si la casa fuere digna, venga sobre ella vuestra paz; si no lo fuere, vuelva vuestra paz a vosotros. ¿Observas cómo ordena esto minuciosamente? Y con razón. Está instruyendo a los atletas de la religión y preparando a los pregoneros de todo el orbe; y por estos caminos los hace más moderados y más amables. Y añade: Si no os reciben y no escuchan vuestras palabras, saliendo de aquella casa o de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies. En verdad os digo que más tolerable suerte tendrá la tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio que aquella ciudad.
Como si les dijera: no porque enseñáis, esperéis que otros os saluden primero, sino adelantaos a hacerles este honor. Y luego para declarar que no se trata de un simple saludo, sino de una bendición, dice: si esa casa fuere digna, vendrá la bendición sobre ella; pero si es casa de querellas, el primer castigo será que no gozará de paz; y el segundo que será castigada como Sodoma. Y si dijeren: ¿qué tenemos que ver con esos castigos? les responde: tendréis casas más dignas.
Y ¿qué significa: sacudid el polvo de vuestros pies? Es para testificar que nada han recibido de ellos, o bien en testimonio del largo camino emprendido para ir a ayudarlos. Por lo demás considera cómo no les da todo de una vez. No les concede la preciencia para poder de antemano saber quiénes son dignos y quiénes indignos; sino que les ordena explorar e ir experimentando y examinando. Entonces ¿por qué El convivía con el publicano? Porque el publicano se había hecho digno mediante la conversión. Advierte cómo, tras de despojarlos de todo, les da todo al mandarles que permanezcan en la casa de los discípulos y entren en ella sin llevar nada. Con esto quedan libres de toda solicitud y persuadirán a los discípulos de que no venían con alguna otra finalidad, sino su salvación; tanto por llegar sin nada como por sólo pedir lo necesario y finalmente por no hospedarse con todos sin previo examen.
No quiso que brillaran únicamente por los milagros, sino mucho más por la virtud que por los milagros; ya que nada caracteriza mejor una doctrina y virtud como el nada poseer superfluo y que en cuanto sea posible de nada se necesite. Así lo sabían incluso los falsos apóstoles. Por lo que Pablo decía: Para cortar toda ocasión a los que buscan encontrar algo en que gloriarse igual que nosotros. 308 Si cuando vamos de viaje a una región extraña y estamos entre gente desconocida no hay que buscar otra cosa que el diario alimento, mucho más debemos hacerlo cuando estamos hospedados en una casa.
Pero tales cosas no únicamente oigámoslas, sino imitémoslas. No se han dicho para sólo los apóstoles, sino para todos los futuros fieles. Seamos dignos de semejante herencia. La paz a veces va y a veces viene, conforme a la voluntad de los que la reciben. Esto depende no sólo de la virtud y potestad del que enseña, sino además de la dignidad de los que lo reciben. Y no pensemos ser poco daño que no disfrutemos de esa paz. Semejante paz profetizaba Nahum al decir: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian la paz! 309 Y luego, declarando cuán digna sea, añade: De los que anuncian los bienes. Y también Cristo predicó sus grandezas diciendo: La paz os dejo, mi paz os doy. 310 No omitamos medio alguno para gozarla, tanto en el hogar como en la iglesia.
En la iglesia dé la paz el que preside. Esto es tipo y figura de Cristo; y conviene recibirlo con gran anhelo, antes con el corazón y el ánimo mismo, que en la mesa sagrada. Pues si es cosa que apena no hacerse participante de la mesa ¿cuánto más penoso será echarlo y rechazarlo cuando habla? Por ti se sienta aquí el presbítero, por ti está presente el maestro fatigado y trabajado. Pues ¿qué excusa tendrás si tú no tienes paciencia ni siquiera para escucharlo? Casa común es la iglesia y entramos en ella nosotros precedidos de vosotros, guardando la forma y ejemplo que los apóstoles nos dieron. Por esto, según la ley puesta por Cristo, apenas entrados, a todos vosotros y juntamente os damos la paz.
Así, pues, que nadie se muestre negligente y perezoso cuando los sacerdotes, tras de haber entrado, dan la paz; porque semejante negligencia acarrea no pequeño castigo. Yo preferiría ser mil veces despreciado al entrar en vuestra casa que no ser escuchado aquí cuando os hablo. Esto me sería más pesado que aquello, puesto que mucho más digna es esta casa: ¡aquí está el depósito de nuestros mayores tesoros y toda nuestra esperanza! ¿Qué hay aquí que no sea tremendo? ¿qué hay que no sea grande? Esta mesa sagrada es con mucho, más honorable y dulce que la de tu casa; esta lámpara, más que tu lámpara. Lo saben cuantos a tiempo han sido ungidos con este óleo y han recobrado la salud. También esta arca es mucho mejor que la que tú tienes y más necesaria: no encierra vestidos, sino limosnas, aunque sean aquí pocos los que tienen la virtud de hacer limosnas. 311 También el lecho es más excelente; por la lectura de las Letras Sagradas es más suave que cualquier lecho. Si tuviéramos concordia, no tendríamos otra casa.
Que lo que aquí yo ahora aconsejo no sea laborioso lo testifican aquellos tres mil y aquellos cinco mil hombres que tenían juntos una misma casa, una misma mesa y una sola alma. Pues dice: La multitud de los que habían creído tenía un corazón y un alma sola. 312 Pero como estamos tan distantes de la virtud de aquéllos y nos encontramos separados en diversas casas, a lo menos cuando aquí nos reunimos procuremos esa concordia cuidadosamente. Si en otras partes somos mendigos y pobres, aquí todos somos ricos. En consecuencia, a lo menos cuando aquí entramos recibidnos con amor. Y cuando os digo: La paz sea con vosotros, contestad: Y con tu espíritu; pero no con la voz únicamente, sino con todo el ánimo. Mas si cuando aquí dices: Paz también a tu espíritu, luego allá fuera me combates, me escupes, me maldices, me acometes con infinitos insultos ¿qué clase de paz es ésa?
Por mi parte, aun cuando un sinnúmero de veces me maldigas, de corazón sincero te digo y doy la paz y con ánimo pleno; ni puedo desearte mal alguno porque llevo entrañas de padre. Y si algunas veces te reprendo lo hago movido de tu interés. Tú, en cambio, a escondidas me muerdes; y cuando no me recibes en la casa del Señor, temo que vas a aumentar mi tristeza, no porque me has injuriado, ni porque me has cerrado la puerta sino porque tú has rechazado la paz y has acarreado sobre ti un grave castigo. Aunque yo no sacuda el polvo de mi calzado, aunque no me aparte, sin embargo, permanece firme la amenaza del castigo.
Por mi parte, con frecuencia os repito y doy la paz, y no cesaré de darla; y si me recibís con injurias, ni aún así sacudiré el polvo; y no porque no obedezca al Señor, sino porque ardo en caridad vehemente para con vosotros. 313
Por lo demás, yo no he llevado a cabo por vosotros nada arduo; no he emprendido largas peregrinaciones; no me he llegado en hábito pobre y penitente; y es preciso que yo me acuse delante de todos. Yo no vine descalzo ni sin dos túnicas; y quizás en virtud de esto- os habéis descuidado de vuestros intereses espirituales. Pero, a pesar de todo, nada de eso os sirve de disculpa, aunque nuestro pecado sí resulta mayor; pero esto no os alcanza a vosotros el perdón. En aquellos tiempos apostólicos la casa común era la iglesia. Entonces en aquella casa no se tenían pláticas seglares. Ahora en cambio en la iglesia no se tiene conversación alguna espiritual, sino que venís acá incluso a tratar negocios propios de la plaza. Hablando acá Dios, ni siquiera lo oís en silencio, sino que, por el contrario, habláis de negocios del siglo; y ojalá hablarais únicamente dé lo que os atañe, pero habláis y escucháis lo que nada tiene que ver con vosotros. Por esto lloro y no cesaré de llorar. Porque no puedo marcharme de esta casa, sino que es necesario que en ella permanezca, hasta que salgamos de la vida presente.
Recibidnos, pues, como lo ordena Pablo. Porque no hablaba él de la mesa, sino de la buena voluntad y disposición de ánimo. 314 Y esto es lo que pedimos de vosotros: caridad, amor ardiente y sincero. Si tales disposiciones no traéis, a lo menos amaos los unos a los otros, haciendo a un lado toda la tibieza presente. Esto bastará para nuestro consuelo: ver que procedéis correctamente y que mejoráis en las costumbres. Por mi parte, os mostraré mayor caridad aún, aun cuando, amándoos más fervorosamente, sea menos amado de vosotros. Muchos lazos nos unen tenemos delante una mesa común; tenemos un mismo Padre; todos nacimos de un parto espiritual; se nos ha dado una misma bebida; ni sólo la misma bebida, sino el tomar del mismo cáliz. Porque nuestro Padre y. pastor, queriendo unirnos en mutua caridad, nos dio a que bebiéramos de un mismo cáliz, lo que es señal de suma caridad.
Diréis que no somos dignos de los apóstoles. Por mi parte lo confieso, y nunca lo negaré, pues no podemos compararnos ni con la sombra de ellos. Sin embargo, cumplid vosotros con vuestro deber. De esto jamás os avergonzaréis y os será de gran utilidad. Cuando aun para quienes somos indignos mostrareis tan grande caridad, tan grande obediencia, seréis sin duda en forma mayor recompensados. Y en esto no hablemos cosas nuestras ni tenemos maestro acá sobre la tierra; sino que os damos lo' que recibimos y por lo que os damos no pedimos nada en recompensa, sino únicamente vuestra caridad en pago. Y si aun de vuestra caridad no somos dignos, creo que pronto lo seremos, a lo menos porque sinceramente os amamos. Tenemos el mandato de amar no sólo a quienes nos aman sino también a nuestros enemigos. Y ¿quién será tan brutal e inhumano que habiendo recibido este mandato aborrezca y odie a quienes lo aman, aun cuando lo supongamos llenos de vicios? Hemos participado de la misma mesa espiritual, seamos consortes de la misma caridad. Si los ladrones cuando comen juntos olvidan su fiereza ¿qué excusa tendremos nosotros que participamos del mismo cuerpo de Cristo, pero no imitamos ni siquiera esa mutua mansedumbre de los ladrones?
Para muchos no ya la mesa común, sino el solo ser de la misma ciudad bastó para la amistad. Pues nosotros que tenemos comunes la ciudad y la casa y la calle y la puerta y la raíz y la vida y la cabeza y el Pastor y el Rey y el maestro y el juez y el Creador y el Padre y en fin todo común ¿de qué perdón seremos dignos si mutuamente andamos en discordias? ¿Buscáis quizá los mismos milagros que aquellos primitivos hacían cuando se presentaban limpiando a los leprosos, echando los demonios, resucitando a los muertos? Pero precisamente lo propio de nuestra nobleza y la gran señal de caridad es el que creáis en la palabra de Dios sin esas prendas. Dios ha cesado de hacer milagros para eso; pero además os presentaré otro motivo. Pues si habiendo cesado los milagros, se entregan a la predicación los que están dotados de otras cualidades, como la amplitud en la doctrina o la excelencia en la piedad, y soberbios con eso se apartan de los demás ¿qué cismas y divisiones no habría si se les añadiera el carisma de los milagros?
Y que esto no lo digo por meras conjeturas, lo testifican los corintios, quienes por ese motivo se dividieron en bandos. No busques milagros sino la salvación de tu alma; no anheles ver a un muerto resucitado; no anheles ver a un ciego sanado; sino advierte cómo ahora todos ven con una vista mejor y más útil y aprende de aquí a usar con más moderación tus miradas y a corregir tus ojos. Si la vida de todos nosotros fuera la que debe ser, los gentiles nos admirarían más que si hiciéramos milagros. Al fin y al cabo, los milagros con frecuencia no se reputan por tales milagros y están sujetos a muchas sospechas perversas; aunque a la verdad nuestros milagros evangélicos no son de semejante naturaleza. En cambio, la verdadera virtud cierra todas las bocas.
Apliquémosnos, pues, a la virtud, pues muchas riquezas contiene y es grandemente admirada. Ella engendra la verdadera libertad, de tal manera que aun en la esclavitud se hace notar. Y esto, no porque saque de la esclavitud sino porque hace a los esclavos más excelentes que a los libres, cosa de mayor precio que la libertad material. No hace rico al pobre; pero aunque éste permanezca pobre, lo hace más opulento que al rico. Si quieres hacer milagros, líbrate del pecado y ya los habrás hecho. Porque, carísimo, gran demonio es el pecado y si lo echas fuera, habrás hecho una obra más eximia que quien expulsa a mil demonios.
Oye a Pablo lo que dice, anteponiendo la virtud a los milagros: Aspirad a los dones mejores; y todavía os demuestro un camino mejor. 315 Y al exponer este camino, no habla de muertos resucitados ni de leprosos limpiados ni de alguna otra cosa semejante, sino que en lugar de todo eso, habla de la caridad. Oye también a Cristo que dice: no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos, sino de que vuestros nombres están escritos en los cielos. 316 Y ya antes había dicho: Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor, Señor! ¿no profetizamos en tu nombre y en nombre tuyo arrojamos los demonios y en nombre tuyo hicimos muchos milagros? Y yo entonces les diré: Nunca os conocí. 317 Y cuando iba hacia la cruz, llamó a sus discípulos y les dijo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis caridad los unos para con los otros; 318 y no en si arrojáis demonios. Y también: En esto conocerán todos que tú me enviaste: 319 no en si resucitan muertos, sino si son uno.
Con frecuencia los milagros han ayudado para esto y han ayudado a otros, pero han dañado al que los hace arrojándolo a la vanagloria y a la hinchazón, o en fin de algún otro modo. Pero en las buenas obras no cabe esta sospecha, pues ayudan a quien las ejercita y a otros muchos. Practiquémoslas con gran diligencia. Si de tu inhumanidad te conviertes a dar limosna, ya habrás extendido la mano seca. Si absteniéndote del teatro entras en la iglesia, ya habrás sanado a un cojo. Si apartas tus ojos de una meretriz y de la belleza ajena, los ojos que antes estaban ciegos los habrás abierto. Si en vez de las canciones diabólicas aprendes los salmos, habiendo sido antes mudo por fin hablas. Milagros grandísimos son éstos y potentes y eximios. Perseveremos en hacer estos milagros y ellos son los que nos harán grandes y admirables y atraeremos a la virtud a todos los perversos y gozaremos de la gloria futura. Ojalá que todos la consigamos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo a quien sea la gloria por infinitos siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXXIII (XXXIV)

Os envío como ovejas en medio de lobos; sed pues prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas (Mt 10, 16).
UNA VEZ QUE infundió confianza acerca de que se les suministraría lo necesario para el alimento y les abrió las puertas de todas las mansiones y les enseñó la forma más decorosa de entrar en ellas (no ciertamente como quien les ordena andar de vagabundos y mendigos, sino como quienes eran muy superiores a quienes los hospedaran, pues esto significó cuando dijo: el obrero es acreedor a su sustento, lo mismo que cuando les mandó examinar quién era la persona más digna y permanecer en su casa y saludar a quienes los recibieran y amenazó con males intolerables a quienes no los recibieran) ; en suma, cuando hubo hecho todo eso y los hubo liberado de toda solicitud y los hubo armado con el esclarecido poder de hacer milagros y los hubo hecho como de hierro y de diamante y hecho superiores a todos los seculares y libres de todo cuidado temporal, finalmente pasa a declararles todos los males que se les echarían encima; y no únicamente los que en el tiempo más próximo les acontecerían, sino además los que les sobrevendrían mucho después preparándolos así de antemano para el combate que tendrían que emprender contra el demonio.
De semejante proceder manaban muchos bienes. En primer lugar, que ellos conocieran la fuerza y virtud de la presencia divina de Cristo. En segundo lugar, que nadie pudiera sospechar que semejantes males les venían por causa de la debilidad del Maestro. En tercer lugar, para que no se perturbaran los que los habían de sufrir si inesperadamente les acontecían. En cuarto lugar, para que cuando al tiempo de la Pasión oyeran las mismas cosas, no se alborotaran. Porque en verdad se alborotaron cuando les dijo: Porque hablé estas cosas vuestro corazón se llenó de tristeza; y nadie me pregunta ¿a dónde vas? 320
Sin embargo, aún nada les dice de sí mismo: que será azotado, que será muerto, para que no se perturben en su ánimo; sino que entre tanto solamente les anuncia lo que a ellos les acontecerá. Y luego, para que aprendan que es este un nuevo modo de pelear y nuevo también el modo de ejército, pues los envía desnudos, vestidos de sólo una túnica, sin calzado, sin bastón, sin ceñidor o alforja y ordena que los alimenten los hospedadores, no se contenta con esto, sino que, demostrando su inefable poder, les dice: marchando en esta forma, mostrad además la mansedumbre de las ovejas y también la sencillez de las palomas. Como si les dijera: Por este camino yo manifestaré mejor mi fortaleza, cuando las ovejas venzan a los lobos; y esto aun cuando estén circuidas de lobos y sean desgarradas a dentelladas sin cuento, y sin embargo no sólo no se las dañe sino que conviertan a los lobos. Esto es más admirable y grande que si mataran a los lobos, pues consiste en que les cambien la voluntad y les transformen el ánimo. Y esto no siendo ellos sino doce y estando el orbe lleno de lobos.
Avergoncémosnos quienes nos portamos de modo contrario y acometemos a los enemigos como si nosotros fuéramos los lobos. Siendo ovejas, venceremos; y aun cuando estemos de todas partes rodeados de lobos, los superaremos. Pero si nos tornamos en lobos, seremos vencidos, porque quedaremos destituidos del auxilio del Pastor. El no apacienta lobos sino ovejas; y se aparta y te abandona porque no lo dejas desplegar y ejercer su virtud. Si estando atribulado demuestras tu virtud, a El se le atribuye totalmente la victoria; pero si te adelantas y pugnas, oscureces la victoria.
Considera quiénes son los que escuchan tan duros mandatos y tan trabajosos. Son hombres temerosos, ignorantes, sin letras, indoctos, enteramente oscuros, que no saben las leyes de otros pueblos, que nunca se han presentado en público en el foro, pescadores y publicanos y llenos de deficiencias. Pues si tales mandatos son capaces de perturbar aun a hombres de alto ingenio y animosos ¿cómo no iban a perturbar y quitar ánimo a aquellos hombres ineptos y que jamás habían soñado con grandes empresas? Pues bien: ¡no se intimidaron! Dirá alguno que con razón, pues se les había dado el poder de arrojar los demonios y de limpiar a los leprosos. Mas yo os digo que precisamente podía esto sobremanera perturbarlos. Es decir, el que, resucitando muertos, hubieran de soportar sufrimientos intolerables, como son los tribunales, el ser llevados a la muerte, el tener que luchar contra todos, y todo esto mientras hacían milagros. ¿Qué consuelo les queda entre males tan grandes y numerosos? El poder del que los envía. Por esto Cristo echó por delante la frase: He aquí que yo os envío. Esto os basta para consuelo v os basta para tener confianza y no temer a ningún adversario.
¿Observas la autoridad con que habla? ¿Observas el poder que manifiesta? ¿ves su fortaleza inexpugnable? Lo que dice tiene este sentido: No os turbéis porque al enviaros entre lobos os mande que seáis como corderos y palomas. Podía yo hacer lo contrario, y enviaros a nada padecer y no exponeros como ovejas a los lobos, sino haceros más fuertes que los leones; pero conviene que se haga de este otro modo. Esto os hace a vosotros más resplandecientes y al mismo tiempo ensalza mi poder. Es lo mismo que dijo a Pablo: Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder. 321 Yo mismo os lo he hecho ver así. Porque cuando dice: Yo os envío como ovejas, esto es lo que quiere decir. Por lo mismo no decaigas de ánimo: sé yo, sé muy bien que por este camino seréis más fuertes que todos e inexpugnables. Luego, para que ellos pusieran algo de su parte y no .pareciera que todo les venía de la gracia ni se pensara que sin motivo se les ceñía la corona, les dice: Sed, pues, prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas.
Podían decir ellos: pero ¿qué vale nuestra prudencia en tal sin fin de peligros? ¿cómo podremos tener prudencia, agitados de tan grandes oleajes? Cualquiera que sea la prudencia de la oveja, al hallarse entre lobos y entre tan crecido número de lobos ¿qué podrá hacer? Por mucha que sea la sencillez de la paloma ¿de qué le sirve entre tantos gavilanes? A esos animales irracionales, cierto que de nada les sirven. Pero a vosotros mucho os ayudarán. Pero veamos qué clase de prudencia les pide aquí. La de la serpiente, dice. Así como la serpiente todo lo pierde y aun se deja cortar el cuerpo y nolo rehuye con tal de salvar la cabeza, así tú, dice Cristo, excepto la fe entrégalo todo; dineros, cuerpo, el alma misma. Porque la fe es la raíz y cabeza. Conservada ésta, aun cuando todo lo demás lo pierdas, lo recuperarás con abundancia. Por esto no ordenó simplemente que fueras sencillo, ni sólo que fueras prudente, sino que ordenó, la junta de ambas cosas, de manera que entre ambas constituyan la virtud. Escogió la prudencia de la serpiente para que no recibas heridas mortales; escogió la sencillez de la paloma, para, que cuando te hagan mal, no te vengues ni rechaces a los que te dañan, con espíritu de venganza. Pues si esto no hay, de nada aprovecha la prudencia.
¿Hay cosa más difícil que ambos preceptos? ¿No era bastante con sufrir males? ¡No! contesta. Te prohibo además que te irrites, que es lo propio de la paloma. Dirás que esto equivale a que alguno arroje la caña al fuego y al mismo tiempo le ordene no quemarse, sino extinguir el fuego. No nos turbemos. Así sucedió y así se cumplió y por las obras se vio que así era la verdad. Porque los apóstoles fueron prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas. Y no porque fueran de naturaleza distinta de la nuestra, pues eran de la misma. De manera que nadie tenga por imposible cumplir el mandato. Cristo conoce mejor que todos la naturaleza de las cosas; y sabe que la fiereza no se apaga con la fiereza sino con la moderación. Y si quieres saber la verdad de las cosas y cómo se llevaron a cabo, lee los Hechos de los Apóstoles y encontrarás las muchas veces en que irritados los judíos y aguzando los dientes; y al contrario los apóstoles, imitando la sencillez de las palomas y hablando con la debida modestia, apaciguaron el furor de aquéllos y aplacaron sus ímpetus.
Así, cuando los judíos les dijeron. ¿Acaso no os mandarnos que no hablarais de este nombre? 322 aun cuando hubieran ellos podido hacer infinitos milagros, nada hicieron ni dijeron que fuera áspero, sino que con gran mansedumbre se excusaron diciendo Juzgad por vosotros mismos si es justo ante Dios que os obedezcamos más que a El. ¿Has visto la sencillez de la paloma? Pues mira ahora la prudencia de la serpiente: Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. ¿Miráis cómo conviene que por todos lados nos armemos cuidadosamente para que ni nos acobarden los peligros ni nos arrebate la ira? Por esto les decía Jesús: Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los sanedrines y en sus sinagogas os azotarán. Seréis llevados a los gobernadores y reyes por amor de mí, para dar testimonio ante ellos y los gentiles. Los prepara de nuevo para que vigilen y les ordena constantemente que sufran los males, pero dejando El que los demás les hagan daño. Para que aprendas que sufriendo males es como se alcanza la victoria, y que por este camino se erigen los trofeos. Porque no dijo: resistid, luchad contra los que intentan dañaros, sino únicamente: tendréis que sufrir gravísimos males.
¡Oh! ¡cuán grande fuerza en el hablar! ¡cuán grande virtud de los que lo oían! Porque a la verdad, cosa de maravilla es que ellos, al oír esto, no huyeran al punto, pues eran miedosos y no habían recorrido más regiones que el lago en donde pescaban. Cómo no pensaron ni dijeron: ¿en dónde nos refugiaremos? Estarán contra nosotros los tribunales, los reyes, los presidentes, las sinagogas de los judíos, las turbas de los gentiles, los jefes y los súbditos. Porque no les predijo únicamente los trabajos en Palestina y los males que en ella sufrirían sino que les predijo las guerras que tendrían por todo el orbe.
Seréis llevados, dice, ante los reyes y ante los gobernadores, declarándoles con esto que luego serían enviados a los gentiles. ¡Has armado contra nosotros a todo el orbe de la tierra: a todos los habitantes del orbe los has armado en contra nuestra: a pueblos, tiranos y reyes! Y lo que sigue es aún más' terrible, cuando los hombres por causa nuestra se convertirán en parricidas y asesinos de sus hermanos y de sus hijos. Porque dice: El hermano entregará al hermano a la muerte; el padre, al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres y les darán muerte. Preguntarás: pero ¿cómo creerán los demás cuando vean a los hijos muertos por sus padres a causa nuestra, y los hermanos a los hermanos y que se multiplica toda clase de crímenes? ¿No nos arrojarán de todas partes como a perversísimos demonios, .como a execrables corruptores del orbe, al ver derramada la sangre de los parientes y la tierra llena de asesinatos semejantes? ¿Podremos acaso dar la paz en las casas, cuando, al revés, las iremos llenando de muertes?
¡Y todavía, si fuéramos muchos y no solamente doce: si no fuéramos hombres sin letras sino sabios, filósofos, oradores y hábiles en el arte de hablar; y aun reyes con ejércitos y tesoros y erarios! Pero ni aun así podríamos persuadir a nadie, pues encendemos guerras civiles y aun peores que las guerras civiles. Aun cuando nosotros nos descuidemos de nuestros intereses ¿quién se nos unirá de corazón? Pues bien: nada de esto pensaron ni dijeron, ni pidieron razones al Maestro acerca de sus mandatos, sino que todo lo aceptaron y obedecieron; cosa que no fue fruto únicamente de su virtud, sino además de la prudencia del Maestro.
Porque advierte cómo a cada aflicción le añade su consuelo. Tratando de los que no los recibirían, dijo: Más tolerable suerte tendrá la tierra de Sodoma y Gomorra en el día del juicio que aquella ciudad. 323 Y ahora, cuando les anuncia que: seréis llevados a los gobernadores y a los reyes, añade: será por mí, para dar testimonio de mí ante ellos y ante los gentiles. No es pequeño consuelo padecer eso por Cristo y ser llevado ante ellos para confundirlos. Porque Dios, aunque nadie lo considera, en todas partes procede a lo suyo. Y los consolaba así, no porque ellos anduvieran cuidadosos de vengarse, sino porque por esos motivos ellos confiaban que en todas partes les ayudaría el mismo que tales cosas les había predicho y las había previsto, y que no sufrirían todo eso como perversos y corruptores. Y todavía añadió otra no pequeña consolación al decirles: Cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo habéis de hablar; porque se os dará en aquella hora lo que debéis decir. No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hable en vosotros. Y esto con el objeto de que no dijeran: ¿cómo podremos persuadir en cosas de tal grandeza? Ordénanos que también confiemos en que se nos sugerirá la defensa. Y en otra parte dice: Yo os daré un lenguaje y una sabiduría a la que no podrán, resistir. 324 Y aquí mismo añade: El Espíritu de vuestro Padre es el que habla en vosotros, elevándolos así a la dignidad de profetas.
En vista de esto, cuando les explica la virtud y poderes que les ha conferido, les añade enseguida los males de matanzas y homicidios: El hermano entregará al hermano a la muerte; el padre al hijo; y se levantarán los hijos contra los padres y les darán muerte. Y no se detuvo aquí, sino que añadió cosas aún más horribles y tales que podrían conmover aun a las mismas piedras: Seréis aborrecidos de todos. Pero añade, el consuelo: Por mi nombre, les dice, padeceréis esto. Y luego otro consuelo: El que perseverare hasta el fin, ése será salvo. Pero también bajo otro aspecto podían estas cosas levantarles el ánimo. Pues si tan grande ibaa a ser el poder de la predicación que aun la naturaleza padeciera deshonra, se rechazaran los parentescos y afinidades y la palabra de Dios se antepusiera hasta el punto de hacer a un lado todo lo demás con su poder; si la fuerza de la naturaleza no podría resistir a la de la predicación, sino que sería deshecha y conculcada ¿qué cosa más había que pudiera vencer a los apóstoles? Pero no porque esto sea así, les advierte, ya podéis vivir en seguridad, sino que tendréis como enemigos mancomunados a cuantos habitan el orbe de la' tierra. .
¿Dónde está ahora Platón? ¿dónde Pitágoras? ¿dónde la turba de los estoicos? Platón, tras de haber alcanzado grandes honores, se vio reducido a ser vendido como esclavo y con todo lo que filosofaba no pudo persuadir lo que quería ni a un solo tirano. Y Pitágoras, tras de traicionar a sus discípulos, miserablemente pereció. Y la peste de los cínicos pasó como ensueño, como ensueño, como sombra. Pero, aun cuando nada de eso les hubiera acontecido; aunque por su famosa filosofía exteriormente brillaran y fueran estimados; aunque los atenienses hayan expuesto al público las cartas de Platón, enviadas por medio de Dión, lo cierto es que todo el tiempo lo pasaron tranquilos y rodeados de no pocas riquezas. Aristipo compró prostitutas a gran precio; otro dejó en su testamento escrito una bu~ba herencia; otro pasó por encima de los discípulos inclinados ante él en forma de puente. Del de Sínope se cuenta que en pública plaza cometía actos vergonzosos.
Tales son las preclaras hazañas de ésos. Nada de semejantes miserias se ve en los otros, sino, al contrario, una templanza perseverante, una modestia exquisita, un combate por todo el orbe en favor de la verdad y de la piedad, de donde proceden diariamente las muertes de ellos y enseguida sus espléndidos triunfos. Objetan los adversarios: ¡Sí! pero entre los gentiles hay también esclarecidos caudillos, como Temístocles y Pericles. Pero las de éstos no son sino juegos de niños si se comparan con las hazañas de aquellos pescadores. ¿Qué puedes decir de Temístocles? ¿Que persuadió a los atenienses a entrar en las naves, cuando Jerjes "cometió a Grecia? Pues bien: acá no a Jerjes que acometías sino al diablo unido al orbe todo y a todas las tropas de infinitos demonios que se lanzaron contra los doce; y no por breve tiempo, sino durante toda la vida, los pescadores los vencieron; y lo que es más maravilloso, no dando muerte a los enemigos, ,sino cambiándoles sus costumbres y convirtiéndolos a la fe.
Porque esto se puede ver en todas partes: que ellos ni mataron ni pusieron asechanzas a quienes los combatían; sino que habiéndolos encontrado iguales a los demonios, los hicieron igules a los ángeles, librando a la naturaleza humana de esa malhadada tiranía y expulsando de las plazas, de las casas y aun de los desiertos a esos perversos demonios y criminales que todo lo perturban. Lo testifican los coros de monjes que se han establecido en todas partes, no sólo en el suelo habitado sino también en el inhospitalario. Y lo más admirable es que no lo llevaban a cabo armando un ejército, sino que entre padecimientos todo lo iban llevando a cabo. Tenía el mundo en medio a semejantes varones, de clase social ínfima, y los encadenaba y los azotaba y los traía y llevaba, pero no podía cerrarles la boca; sino que a la manera de los rayos del sol, que nadie puede atarlos, así el mundo no podía atarles a ellos la lengua. Y la causa no eran los mismos que hablaban, sino la virtud del Espíritu Santo. Así venció Pablo a Agripa y también a Nerón, el que a todos superaba por sus crímenes. Dice Pablo: El Señor me asistió y me dio fuerzas, y me libró de las garras del león. 325
Por tu parte, admírate de que los apóstoles, oyendo aquello de: No, andéis solícitos, lo creyeron y obedecieron y ningún temor les causó nada de esas cosas temibles. Y si alegas que Cristo les dio un oportuno y suficiente consuelo al decirles: El Espíritu de vuestro Padre será el que hable, responderé que precisamente eso me deja estupefacto, pues ni dudaron ni suplicaron que se les librara de semejantes desgracias; desgracias que habían de ser no para dos años, sino para toda la vida. Porque lo deja entender la sentencia que sigue: El que perseverare hasta el fin, ése será salvo.
Quiere Dios que las buenas obras se lleven a cabo no únicamente por obra suya, sino con la cooperación y buen propósito de los apóstoles. Considera, pues, en lo anterior cómo hay cosas que pone Dios y cosas que ponen los discípulos. El hacer milagros es de Dios; el no poseer nada es de los discípulos. El abrirles las casas de todos es de la gracia de arriba; el no pedir sino lo necesario es de la virtud de los discípulos, pues el obrero es digno de su salario. El dar la paz es don de Dios; el buscar a los dignos y no entrarse por todos sin discreción, es de la templanza de los apóstoles. Vengarse de quienes no reciban a los discípulos es de Dios; el apartarse modestamente sin lanzar dicterios ni injurias cosa es que toca a la mansedumbre apostólica. Dar el Espíritu Santo y quitar toda solicitud, es del que los envía; imitar a las ovejas y palomas y llevarlo todo con fortaleza, toca a la constancia y prudencia de los discípulos. Ser odiado y no decaer de ánimo, sino perseverar, les toca a ellos; salvar a los enviados, le toca al que los envía. Por eso dijo: El que perseverare hasta el fin, ése será salvo.
Y pues suelen muchos ser fervorosos a los comienzos, pero luego perder fuerzas y ánimos, añadió eso. Como si dijera: busco el fin. ¿Para qué hacen falta semillas que florezcan al principio y luego en breve tiempo se sequen? Por eso les exige una paciencia perseverante. Y les advierte que la paciencia les es necesaria para que nadie diga que El lo ha hecho todo; y que no es maravilla que los apóstoles fueran lo que fueron, pues nada grave hubieran de sufrir. Es como si dijera: Aunque yo os salvaré de los primeros peligros, pero os reservo para después otros más graves, a los cuales luego se seguirán otros; y no habrá término en ellos hasta el cabo de la vida. Porque esto dejaba entender al decir: El que persevere hasta el fin, ése será salvo.
El que les dice: No os preocupéis de cómo o qué hablaréis, en otra parte les dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere. 326 De modo que cuando la querella es entre amigos, nos ordena andar solícitos; pero cuando se trata de los tribunales, del pueblo enfurecido, del terror que nos rodea, entonces nos da su gracia para que confiadamente hablemos y no temamos ni traicionemos la justicia. ¡Cosa en verdad grande! que un varón que acostumbraba vivir junto a las orillas del lago, en torno a las pieles o a la mesa del telonio, estando sentado a juicio de los jefes, presentes todos los sátrapas y los guardias con las espadas desenvainadas y rodeado todo de gran concurso, se presente él solo, encadenado, con la cabeza inclinada y que así estando pueda abrir su boca. Porque a causa de su doctrina ni siquiera se les daba oportunidad de defenderse, sino que sin más se los condenaba al tormento, como a comunes corruptores de todo el género humano.
Dice el acusador: ¡Estos son los que alborotan la tierra y aquí están! 327 Y también: Predican contra los edictos del César y dicen que hay otro rey, Jesús. En todas partes los tribunales tenían esas preocupaciones y los apóstoles necesitaban de un gran auxilio del Cielo para poder probar que la doctrina que enseñaban era verdadera y que no era contraria a las leyes; y para no parecer que defendiendo los dogmas contrariaban las leyes y las destruían, ni tampoco que, mientras demostraban no violar los decretos reales, corrompían la pureza de los dogmas: cosas ambas que verás prudentísimamente guardadas por Pedro y Pablo y todos los demás apóstoles.
En todo el orbe se les acusaba de novadores y facciosos; pero ellos rechazaron semejante sospecha y ganaron fama de lo contrario; y como salvadores y cuidadosos de los demás y benéficos, fueron entre todas las gentes celebrados. Todo eso lo llevaban a cabo mediante una ingente paciencia. Por lo cual decía Pablo: Cada día muero. 328 Y así perseveró en medio de los peligros hasta el fin. Pues ¿de qué perdón seremos dignos nosotros que, teniendo delante tantos ejemplos, vivimos, aun gozando de paz, en tan grande molicie y decaimiento? Sin que nadie nos combata, nos morimos; sin que nadie nos persiga, nos acobardamos; estando en paz, se nos ordena vigilar nuestra salvación y no podemos. Aquéllos, ardiendo el orbe y hecha un horno la tierra toda encendida, entraron en las llamas y sacaban de entre ellas a los que ya se quemaban, mientras que tú ni a ti mismo eres capaz de salvarte.
¿Qué confianza podemos tener, qué perdón alcanzar? No nos amenazan los azotes, ni las cárceles, ni los príncipes de las sinagogas ni nada semejante, sino todo lo contrario en absoluto: ahora nosotros dominamos e imperamos. Los emperadores cultivan piadosamente la fe y la religión; los cristianos gozan de multiplicados honores, prefecturas, gloria y tranquilidad: pero ni aun así vencemos. Aquéllos llevados diariamente entre 'los reos a los tormentos, así maestros_ como discípulos, cargados miles de veces de miles de azotes, disfrutaban de un gozo mayor que quienes se espacian en un jardín: y nosotros, que ni en sueños hemos padecido tales cosas, nos mostramos más delicados y blandos que la cera. Alegarás que ellos hacían milagros. Pero yo pregunto: ¿ya por eso no eran azotados? ¿no eran desterrados? Puesto que eso mismo es cosa de maravilla: que tales padecimientos les venían precisamente de aquellos a quienes habían colmado de beneficios, y sin embargo ellos no se turbaban al recibir males en pago de bienes; mientras que tú, si has hecho algún pequeño beneficio y luego se te causa una pequeña molestia, te conturbas y aun te pesa el beneficio que hiciste.
Si llegara a suceder -¡y ruego a Dios no suceda!- que se desatara la guerra y persecución contra las iglesias, considera qué burlas, qué injurias se seguirían. Y con- razón. Porque no ejercitándose nadie en la palestra ¿cómo podrá luego alguno brillar en las competencias? ¿Qué atleta que nunca haya conocido a un entrenador podrá en los certámenes, olímpicos mostrarse grande y ágil contra su adversario? Entonces ¿no será conveniente que nosotros cada día nos ejercitemos en la lucha, en las competencias, en las carreras? ¿No habéis visto, al tratarse del pentatlo, cómo cuando alguno no tiene adversario, cuelga un saco de arena, de abundante arena repleto, y en él se ejercita con todas sus fuerzas; y como jóvenes con jóvenes se entrenan para luego trabar el combate con sus adversarios? Pues imitadlos y ejercitaos en la virtud.
Muchos hay que mueven a ira; muchos que encienden la concupiscencia y excitan grandes llamas. Pero tú permanece firme entre los trabajos y lleva con entereza el dolor, para que puedas también soportar los trabajos corporales. El bienaventurado Job, si no se hubiera de antemano ejercitado fielmente en tales luchas, no habría luego brillado tan espléndidamente en los certámenes. Si no hubiera meditado el modo de alejar toda tristeza, en oyendo la suerte de sus hijos, habría prorrumpido en algo menos razonable. Pero en todos los combates permaneció firme: en la pérdida de las riquezas y de tan abundantes bienes de fortuna, en la muerte de sus hijos, en el enojo de su mujer, en las llagas de su cuerpo, en las injurias de sus amigos, en las querellas de sus domésticos.
Si quieres ver sus combates, óyele decir lo mucho que despreciaba las riquezas: Si me gocé en mis muchos bienes, si no tuve el oro como polvo, si puse mi confianza en las piedras preciosas. 329 Por eso cuando se le privó de ellos no se perturbó, pues no estaba encadenado a la codicia, que es lo principal. Oye también cómo pensaba acerca de sus hijos. No los trataba con mayor blandura de la que convenía, como nosotros lo hacemos, sino que les exigía diligencia en sus obras. Y el que aun por las faltas ignoradas ofrecía sacrificios, considera con qué exactitud juzgaría de las manifiestas. Y si quieres oír sus palabras acerca de la castidad, escúchalo cuando dice: Había hecho pacto con mis ojos de no mirar a virgen alguna. 330 Por tal motivo no quebrantó su ánimo la esposa. La amaba él desde antes; pero no con exageración, sino como conviene amar a la esposa.
Me admiro de que el demonio llegara a persuadirse y se le ocurriera emprender el certamen contra Job, conociendo ya de antemano su entrenamiento. ¿Por qué se le ocurriría? Es por ser perverso animal y que nunca desespera. Y esto es lo que más nos daña. Porque no desesperando él nunca de hacernos daño, nosotros sí desesperamos de nuestra salvación. Observa, por otra parte, como meditó de antemano la enfermedad y poder corporal. Pero Job, que jamás había sufrido eso, sino que había vivido entre/ placeres, riquezas y esplendor, día por día tenía delante de sí las ajenas desgracias. Y declarando esto, decía: Porque el temor que temía vino sobre mí y del que temblaba ese me salió al encuentro. 331 Y también. ¿No lloraba yo con el afligido? ¿No se llenaba de tristeza mi alma por el pobre? 332 Por esto, ninguna de aquellas intolerables desgracias lo perturbaba.
No te fijes en la pérdida de las riquezas ni en la muerte de sus hijos, ni en su llaga incurable, ni en las injurias de su mujer, sino en algo más grave que todo eso. Preguntarás: ¿puede haber algo más grave que haya acontecido a Job? Sí, cierta-, mente. Por la historia nada más conocemos. Pero es que no meditamos, sino que dormitamos. Quien con diligencia inquiere encuentra la piedra preciosa y conoce muchas cosas más. Otras cosas había más duras, que podían acarrearle una mayor perturbación. En primer lugar, que nada sabía él de la resurrección ni del reino futuro, como llorando lo clamaba y decía: Me consumo, no seré eterno. Déjame, que mi vida es un soplo. 333
En segundo lugar, la conciencia que tenía de sus muchos bienes espirituales. En tercer lugar, que no tenía conciencia de ningún pecado. En cuarto lugar, el pensar que sus desgracias le venían de Dios; pero aun cuando supiera que en efecto venían del demonio, esto le habría bastado para tropezar y caer. En quinto lugar, oír que sus amigos lo acusaban de perverso. Pues le decían: No recibes un castigo condigno de tus pecados. 334 En sexto lugar, el ver a los inicuos vivir prósperamente y burlarse de él. En séptimo lugar, el ver que nadie jamás había padecido tales cosas.
Si quieres ponderar lo que todo eso era, vuelve los ojos a las cosas presentes. Si ahora, cuando se espera el reino de los cielos, cuando hay la esperanza de la resurrección y de los bienes eternos e inefables, cuando tenemos conciencia de infinitas faltas, cuando tantos buenos ejemplos tenemos y participamos de tan excelente doctrina, sucede que si alguno pierde un poco de oro (muchas veces adquirido mediante el robo), ya piensa que ni aun puede vivir; y esto cuando no lo injuria la esposa, ni se le han arrebatado a sus hijos, ni lo querellan sus amigos, ni lo insultan sus domésticos, sino que, al revés, muchos con palabras lo consuelan y aun con hechos, piensa ¿de cuán grandes coronas no sería digno aquel que vio arrebatados sin motivo sus bienes tan justamente adquiridos y a continuación experimentó infinitas tentaciones de todo género, y sin embargo permaneció inconmovible y por todo lo sucedido dio gracias a Dios como era debido?
Yo digo que aun cuando ningún otro lo hubiera injuriado, bastaba con las palabras de su mujer, que podían mover a ira aun a las piedras. Considera su astucia. No le recuerda las riquezas, ni los camellos, ni las manadas, ni las greyes, pues conocía la virtud de su esposo a este respecto, sino que le trae a la memoria lo que era más amargo, o sea la muerte de sus hijos y amplifica la desgracia y añade la propia de ella. Si a quienes vivían en prosperidad y nada desagradable les acontecía, con frecuencia las esposas les persuadieron muchas cosas, considera cuán esforzada era aquella alma que pudo vencer a su mujer armada de tantas armas; y con esfuerzo pisoteó dos fortísimos afectos como son la codicia y la conmiseración. Muchos, tras de vencer la codicia, cedieron a la conmiseración.
Aquel fortísimo José despreció el tiránico placer y rechazó a la mujer bárbara que movía toda su maquinaria contra él; pero, en cambio no pudo contener las lágrimas cuando vio a sus hermanos que tan injustamente se habían portado con él, sino que quedó cautivo de semejante afecto, y prestamente lo declaró con el rostro inundado de lágrimas. Pero cuando se trata de la esposa, que dice cosas dignas de conmiseración; y en cuyo auxilio vienen oportunamente el tiempo, las llagas, las úlceras y mil oleadas de desgracias ¿cómo será posible que no declares a semejante alma, que tan generosamente soporta tan deshecha tempestad, como más resistente y firme que el diamante?
Séame permitido deciros que este bienaventurado Job, ciertamente, si no supera a los apóstoles, a lo menos no les es inferior, Estos tenían el consuelo de que padecían por Cristo lo que era para ellos una medicina capaz de levantarles el ánimo día por día; medicina que además el Señor por todas partes les ponía ante los ojos, como cuando les dijo aquel Por causa de mí; y también: Si al amo lo llamaron Beel-zebul, ¿cuánto más a sus domésticos? 335 Pero Job carecía de semejante consuelo, lo mismo que de aquel otro que provenía de los milagros o de la gracia, porque no tuvo él tanta fuerza del Espíritu Santo. Y lo que es más aún: había sido criado entre delicias abundantes y no era de la clase de los pescadores o publicanos o de baja clase social; sino que padecía sus desdichas tras de haber tenido tan grandes honores.
Por otra parte, lo que en los apóstoles parece haber sido lo más pesado, eso mismo lo sufrió Job de sus amigos y domésticos y enemigos; que todos lo odiaran. Más aún, lo odiaban aquellos mismos a quienes había colmado de beneficios. Y todo sin llegar a columbrar siquiera aquella sagrada áncora y puerto tranquilo que a los apóstoles se les propuso, al decirles Cristo: Por causa de mí. También me admiro de los tres jóvenes del horno, que con gran fortaleza avanzaron hacia el fuego, por haber resistido al tirano. Oye lo que dicen: No adoraremos tus dioses ni nos postraremos ante la estatua que has levantado. 336 De gran consuelo les servía el saber que por Dios todo aquello sufrían.
Job, en cambio, ignoraba ser tales el certamen y el combate; pues si lo hubiera sabido, no habría sentido en manera tan grande sus desgracias. Así cuando oyó que Dios le decía. ¿Piensas que te responderé de manera que aparezcas justo? 337 Atiende cómo al punto exhaló una sencilla palabra, con sólo oír de Dios aquellas expresiones, y desde luego se humilló; y ni aun juzgó haber padecido lo que había tolerado; pues dijo: Me retracto por todo y hago penitencia entre el polvo y la ceniza. 338 Y también: Sólo de oídas te conocía, mas ahora te han visto mis ojos. Por lo mismo en nada me aprecio y me he derretido y me estimo en tierra y ceniza.
Así, pues, nosotros que vivimos después de la época de la Ley y en la de la gracia, imitemos semejante fortaleza, semejante mansedumbre de este varón que existió antes de la gracia y antes de la Ley, a fin de que alcancemos, juntamente con él, las eternas moradas. Ojalá todos las consigamos por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXXIV (XXXV)

Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra. En verdad os digo que no acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre (Mt 10, 25).
TRAS DE HABER predicho Jesús aquellos terribles, sufrimientos, capaces de quebrantar aun al diamante, que habían de sobrevenir después de la cruz, la resurrección y la ascensión, a los apóstoles, convierte su discurso a cosas más suaves y procura un respiro a sus atletas y les ofrece una gran tranquilidad. Porque ahora no les ordenó que caminaran a la par de sus perseguidores, sino huir. Por tratarse de los comienzos, dulcifica y suaviza sus palabras. No les habla ya de persecuciones que luego vendrán, sino de las que precedieron a la cruz y a la Pasión. Así lo indicó al decir: No acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre.
Para que no dijeran: ¡Bueno! ¡ya huimos de una ciudad y sus perseguidores a otra! Y ¿si también de esa otra nos echan? Para quitarles este temor les dice: No recorreréis toda Palestina, porque yo al punto os recibiré. Observa cómo no suprime los males, sino que está presente en los peligros. Porque no dijo: Os libraré, os quitaré de los peligros, sino¿qué? No acabaréis las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre. Porque les bastaba para consuelo que lo vieran. Considera cómo no todo y en todas partes lo encomienda El a la gracia, sino que ordena que algo apronten ellos. Les dice: si teméis, huid. Esto fue lo que quiso decir con el huid y el no temáis. No dice que sean ellos los primeros en huir, sino que si se les echa se aparten. Tampoco les señala amplios espacios sino lo suficiente para que vayan por las ciudades de Israel. Luego los invita a más altos grados de virtud.
Y en primer lugar les quita la preocupación por los alimentos; en segundo lugar, el temor de los peligros; y finalmente les arranca el pavor por las injurias. Del primer cuidado los libró cuando dijo: Porque el obrero es acreedor a su sustento, dándoles a entender que habría muchos que los recibieran. Del segundo, o sea del miedo a los peligros, cuando dijo: No os preocupe cómo o qué hablaréis; y también: El que persevere hasta el fin ése será salvo. Y como era verosímil que los envolviera la mala fama, cosa que a muchos les parece lo más intolerable, advierte en qué forma los consuela, tomando pie de lo que a él mismo tocaba y lo que ya había dicho: no hay consuelo mayor que éste. Ya antes les había dicho: Os odiarán todos, pero había añadido: Por causa de mí. Del mismo modo ahora los consuela añadiendo alguna otra cosa. ¿Cuál? No está el discípulo sobre el?Maestro, ni el siervo sobre su amo; bástale al discípulo ser como su maestro y al siervo ser como su amo. Si al amo lo llamaron Beel-zebul ¿cuánto más a sus domésticos? No los temáis.
Observa cómo se declara Señor y Dios y Creador de todos. ¿De modo que: no está el discípulo sobre el maestro, ni el siervo sobre su amo? Mientras sea discípulo o siervo, no será mayor según el orden natural en los honores. Ni me vayas a traer algunos ejemplos raros: entiende esto según lo que ordinariamente sucede. Y no dijo: cuánto más a sus siervos, sino a sus domésticos, usando para con ellos de gran mansedumbre. En otra ocasión les dijo: Ya no os llamaré siervos; pero os digo amigos. 339 Tampoco dijo: Si al padre de familia lo injuriaron y maldijeron; sino que puso el género de injurias, pues lo llamaron Beel-zebul.
En seguida les da un consuelo no menor, aun cuando aquel era supremo. Porque como los oyentes aún no entendían mucho de virtud, necesitaban otro que más los moviera, razón por la cual puso este otro. Por el modo de expresarse parece enunciar una sentencia general; pero en realidad no se trata sólo de los propósitos. ¿Qué dice? No temáis porque nada hay oculto que no llegue a descubrirse, ni secreto que no venga a conocerse. Lo que significa: os basta para consuelo el que yo, Maestro y Señor, sea compañero en las injurias. Y si todavía al oír lo que dije, os doléis de esas cosas, considerad que muy poco después quedaréis libres de toda sospecha.
¿Por qué os entristecéis de que os llamen hechiceros y engañadores? Esperad un poco y todos os llamarán salvadores y bienhechores del orbe. El tiempo revelará todo lo que estaba oculto y descubrirá las calumnias de aquéllos y hará brillar vuestra virtud. Pues por los hechos mismos os comprobaréis como salvadores y benéficos y claros por todo género de virtudes; y entonces los hombres ya no atenderán a las calumnias, sino a la realidad de las cosas. Y a ellos los encontrarán ser sicofantas, mentirosos, maldicientes; y a vosotros más esplendorosos que el sol. El transcurso del tiempo os dará a conocer y os publicará con una voz más penetrante que el sonido de una trompeta; y mostrará a todos los hombres como testigos de vuestra virtud. No decaigáis de ánimo por lo que ahora digan de vosotros, sino levantaos con la esperanza de los bienes futuros. Al fin y al cabo es imposible que lo que a vosotros toca quede oculto.
Una vez que los liberó de toda angustia, temor y solicitud, final y oportunamente les habla de la libertad en expresarse en la predicación. Porque les dice: Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz; y lo que yo os digo al oído, predicadlo sobre los terrados. Cuando hablaba Jesús ni había tinieblas ni al oído hablaba; sino que lo dice por hipérbole. Pues hablaba estando ellos solos y en un ángulo de Palestina. Por esto les dice: en oscuridad y al oído, contraponiendo este modo de hablar con la libertad de expresión que luego les había de comunicar. Y no prediquéis en sólo una o dos o tres ciudades, sino por todo el orbe de la tierra, recorriendo regiones y mares, lugares habitados e inhabitables; y con gran confianza declarad todas las cosas a los tiranos, a los pueblos, a los filósofos y a los retóricos. Por eso dijo: Sobre los terrados y a la luz: sin subterfugios, sino con absoluta franqueza.
Y ¿por qué no le bastó con decir: predicadlo sobre los terrados y decidlo a la luz, sino que añadió: Lo que os digo en la oscuridad y lo que os digo al oído? Es para levantar sus pensamientos. Así como cuando decía: El que cree en mí, ése hará también las obras que yo hago y las hará mayores que éstas, 340 así acá, manifestando que toda lo harán ellos por sí mismos y aun harán más que lo que por El fue hecho, se expresó así. Como si dijera: Yo os he dado los comienzos y el principio, pero quiero que otras muchas cosas las hagáis vosotros. Y no es la palabra sólo de quien manda, sino de quien predice lo futuro e inspira confianza y que de antemano asegura que todo lo superarán; y poco a poco deshace la preconcebida tristeza, que origina el temor de las injurias.
Así como esta predicación, ahora oculta, lo llenará todo, así también pronto acabará la calumnia perversa de los judíos. Y una vez que así les levantó el ánimo, de nuevo les predice los peligros, pero elevando sus pensamientos y volviéndolos más elevados que todas las cosas. Porque ¿qué es lo que les dice?: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pues al alma no pueden matarla. Observa cómo los hace superiores a todas las cosas, enseñándolos a despreciar no solamente los cuidados, las injurias, los peligros, las asechanzas, sino aun la muerte que es lo más terrible de todo. Y no una muerte cualquiera sino una muerte violenta.
Y no les dice: seréis muertos, sino que con la solemnidad que convenía les declara todo diciendo: No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, y al alma no pueden matarla: temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna. Y así, según su costumbre, endereza el discurso a lo contrario. Porque ¿qué quiere decir? ¿teméis la muerte y por tal motivo os mostráis perezosos en la predicación? Pues bien precisamente por este motivo habéis de predicar, por temor de la muerte. Predicar será lo que os libre de la muerte. Y aunque os han de dar la muerte, cierto que no podrán dominar vuestra parte superior, aunque se empeñen en eso con todas sus fuerzas.
Y no les dijo: Pero no matarán el alma, sino: No pueden perderla. Porque aun cuando ellos lo quisieran, no podrán destruirla. De modo que si temes los suplicios, más has de temer eso otro que es mucho más grave. ¿Ves cómo no les promete que los librará de los peligros, sino que les promete que no morirán, dándoles así mucho más que si no permitiera los peligros? Porque mucho más es el persuadirlos que desprecien la muerte, que no el salvarlos de la muerte. De modo que propiamente no los lanza a los peligros, sino que los hace superiores a los peligros; y con breves palabras pone en su interior la doctrina de la inmortalidad del alma. Puesto ya en ellos, con dos o tres palabras, ese dogma saludable, luego pasa a consolarlos con otras razones. De nuevo les habla de la providencia de Dios, para que no piensen que serán muertos y degollados como gente abandonada. Les dice. ¿No se venden dos pajarillos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos todos de vuestra cabeza están contados. Como si dijera: ¿Hay algo más vil que los pajarillos? Pues nunca caerán en la red sin que Dios lo sepa.
Y no dijo que cayeran por obra de Dios, cosa no digna de Dios; sino que a Dios nada de cuanto se hace, se le oculta. Pero si nada ignora de cuanto sucede, y a vosotros os ama con una sinceridad mayor que la de un padre; y de tal modo os ama que aun tiene contados los cabellos de vuestra cabeza, nada hay que temer. Y lo dijo, no porque Dios se entretenga en contar los cabellos, sino para declararles el claro conocimiento que de ellos tiene y su gran providencia. Conociendo Dios todo cuanto se hace, y queriendo qué nos salvemos y pudiendo El hacerlo, cuando algo padezcáis no penséis que lo padecéis en absoluto abandono. No intenta libraros de los males, sino persuadiros de que los despreciéis, porque esto es la verdadera liberación de los males.
No temáis, pues. ¿Acaso no aventajáis vosotros a los pajarillos?¿Observas cómo ya se había apoderado de ellos el temor? Conocía Jesús los secretos pensamientos, y por esto añadió: No temáis, pues. Aun cuando los adversarios prevalezcan, prevalecerán en la parte inferior que es el cuerpo; al cual, aun en el caso de que ellos no lo maten, las leyes naturales lo destruirán. De manera que en realidad los adversarios ni sobre el cuerpo tienen potestad: es la naturaleza la que se la proporciona. Y si temes esa potestad, mucho más debes temer por ser cosa de mayor importancia, al que puede perder en la gehenna el cuerpo y el alma.
No les dice abiertamente ser él quien puede perder el cuerpo y el alma; pero por lo que antes dijo, se había ya declarado Juez. Ahora sucede al revés: al que puede perder al alma y sujetarla a tormento, no lo tememos; y en cambio, nos horrorizamos de los que matan el cuerpo. Y eso que aquel juez castiga juntamente con el, alma también el cuerpo; mientras que los adversarios, ya no digo el alma, pero ni al cuerpo pueden castigarlo; pues aun cuando infinitas veces lo sujeten al suplicio, cada vez lo tornan más brillante.
¿Observas cómo hace fáciles los combates? Lo hace porque todavía la muerte con mucha fuerza les conmovía el alma y les parecía terrible; pues no era aún fácil vencerla, ni habían recibido el Espíritu Santo los que habían de despreciarla. Una vez que hubo echado fuera ese temor y miedo que conturbaba al alma, también les infundió confianza con las siguientes razones. Y lo hizo para quitar un miedo con otro; ni sólo con otro temor, sino además con la esperanza de grandes premios. Y con gran potestad los conmina y los exhorta por ambos medios a la confianza en la lucha por la verdad, añadiendo: Pues a todo el que me confesare delante de los hombres yo también lo confesaré delante de mi Padre que está en los cielos; pero a todo el que me negare delante de los hombres, yo lo negaré también delante de mi Padre que está en los cielos.
No únicamente con la esperanza de los bienes sino también con el temor de los males los excita y les pone y deja en cierta tristeza. Pero tú pesa bien la exactitud de las palabras. No dijo: a mí, sino en mí, declarando de este modo que quien lo confiesa, lo confiesa apoyado no en su propia virtud, sino en la gracia de arriba. En cambio, del que niega no dijo: en mí, sino a mí, pues lo niega por hallarse sin el don de la gracia. Preguntarás: ¿por qué al que niega se le achaca a culpa, siendo así que se halla abandonado de la gracia? Pues porque el así abandonado, por su culpa se queda abandonado.
Y ¿por qué motivo no basta con la fe interior, sino que Cristo requiere además la confesión de palabra? Para más movernos a tener confianza y libertad en el hablar y mayor caridad y afecto interno y elevarnos más aún. Por esto se dirige en general a todos y no a solos los discípulos. Porque ahora se propone hacer esforzados no únicamente a los discípulos, sino también a los discípulos de los discípulos; puesto que quien esto aprendiere en la práctica, no sólo enseñará con libertad, sino que todo lo soportará con facilidad y grande ánimo. Y desde luego, logró que muchos, confiados en sus palabras, se acercaran a los apóstoles; puesto que para los malos se habían de seguir mayores suplicios y para los buenos mayores premios.
Y puesto que quien así obra el bien con tiempo se prepara riquezas, mientras que el pecador cree ser una ganancia la dilación del castigo, presenta Jesús una igual, o mejor dicho mayor recompensa o aumento de premios para quienes bien obran. Como si dijera: ¿Tienes ya la prerrogativa de haber creído en mí? Pues yo te añadiré la otra prerrogativa de concederte mayores premios y aun mucho mayores; puesto que te confesaré delante de mi Padre.
¿Observas cómo de un lado y otro hay bienes y males? Entonces ¿por qué te apresuras? ¿Por qué buscas acá tu recompensa cuando ya en esperanza tienes tu salvación? Tal es el motivo de que, si algo bueno hicieres, y no recibes acá la recompensa, no te has de turbar; porque te está reservada para lo futuro y aun aumentada. Y si algo malo haces y no recibes el castigo, no por esto te tornes desidioso, pues allá te sobrevendrá el castigo si no te conviertes y te haces mejor; y si no lo crees, por lo presente conjetura lo futuro. Si en el tiempo de los certámenes son tan ilustres los que confiesan a Cristo, considera cuáles serán al tiempo de las coronas. Si acá aun los enemigos aplauden ¿cómo no te alabará y admirará aquel que ama con un cariño más sincero que el de un padre?
Porque en aquel tiempo, se darán los premios a los buenos y los castigos a los malos. De manera que quienes negaron a Cristo, aquí y allá serán castigados: aquí porque vivirán con mala conciencia, para luego morir aun cuando de mil maneras huyan de la muerte; y allá porque sufrirán el extremo castigo. En cambio, los que confiesen a Cristo, ganarán aquí y allá. Aquí harán de la muerte una ganancia con la que se tornen aún más brillantes entre los vivos; y allá disfrutarán de bienes inefables. Porque Dios preparado está no sólo para castigar, sino también para dar bienes, y aún más está preparado a esto segundo que a lo primero. Mas ¿por qué entonces repitió dos veces lo de la pena, mientras que lo del premio lo dijo una sola? Porque conocía perfectamente a los hombres, que se mueven más a penitencia por el temor. Por eso, habiendo dicho: Temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna, dice de nuevo: Yo lo negaré. Lo mismo procedía Pablo recordando con frecuencia la gehenna.
Una vez que hubo excitado al oyente por todos modos (pues le abrió los cielos, le mostró el terrible tribunal, la reunión de los ángeles, la proclama de las coronas, cosas todas que preparan para que el camino se haga fácil), finalmente, para que no se impidiera la predicación a causa del temor, les ordenó que estuvieran preparados para la muerte misma; todo a fin de que conozcan que quienes persisten en su incredulidad, sufrirán el castigo de las penalidades y muertes que a los fieles hayan causado.
Despreciemos pues la muerte ya desde ahora, aunque aún no le llegue su tiempo, puesto que hemos de resucitar a una vida mejor. Objetarás: pero es que el cuerpo se corrompe. Pues, por esto sobre todo debemos alegrarnos hasta lo sumo: de que lo que es mortal se corrompa y perezca la mortalidad, no la substancia del cuerpo. Si vieras tú fundir una estatua, no dirías que eso es un daño en el material que se usa, sino un mejor uso de la materia. Pues bien: piensa lo mismo acerca del cuerpo y no llores. Lo que habría de llorarse sería una permanencia perpetua acá padeciendo. Dirás que hubiera sido mejor que el paso a la inmortalidad se diera sin la corrupción del cuerpo, sino permaneciendo éste íntegro. Pero ¿qué utilidad habría venido de eso ni a los vivos ni a los difuntos?
¿Hasta cuándo seréis amantes de los cuerpos? ¿Hasta cuándo, apegados a la tierra, andaréis persiguiendo las sombras? ¡Vamos! ¿qué utilidad se habría seguido de ahí? O por mejor decir ¿qué daños no habrían sobrevenido? Si los cuerpos no se corrompieran, en muchos florecería la soberbia, que es el peor de todos. Si estando las cosas como están y bullendo de gusanos el cuerpo, todavía hubo quienes se tuvieran por dioses ¿dime, qué no habría sucedido si los cuerpos no se murieran?
En segundo lugar, los hombres no se habrían persuadido de que los cuerpos traían su origen de la tierra; pues, si aun testificando ahora esta verdad los mismos con su acabamiento, todavía hay quienes dudan ¿a qué teorías no se lanzarían si no vieran la corrupción de los cuerpos? En tercer lugar, se amarían mucho más los cuerpos, con lo que muchos se habrían tornado más carnales y materiales aún. Si ahora los hay que se abrazan a las urnas y sepulcros estrechamente, aun cuando ya los cuerpos estén deshechos ¿qué no harían si tuvieran delante la forma misma corporal? En cuarto lugar, los hombres no habrían anhelado los bienes futuros. En quinto lugar, los que afirman ser el mundo inmortal, se habrían confirmado en su opinión, hasta llegar a concluir que Dios no es su Creador. En sexto lugar, no se habría conocido la virtud del alma ni cuánto ayuda al cuerpo en que está presente. En séptimo lugar, muchos, por el amor a sus difuntos, habrían abandonado las ciudades y habitarían en los sepulcros y, a la manera de locos, hablarían frecuentemente con sus muertos. Pues si ahora algunos, fabricando las imágenes de los cuerpos, ya que no pueden retener el cuerpo mismo, sino que éste, contra la voluntad de ellos, se deshace, todavía se abrazan a las tablas de bronce ¿qué absurdos no habrían inventado en el otro caso?
Yo pienso que muchos a tales cuerpos les habrían levantado templos y se habrían persuadido- de que por ellos hablaban los demonios, mediante hombres hábiles en semejantes embustes; y quienes se atreven a ejercer la necromancia suelen acometer cosas más absurdas aún, echando mano para esto del polvo y cenizas de los muertos. Y ¿cuántas clases de idolatría habrían nacido de aquí? Quitado, pues, todo eso, como absurdo que es, Dios, para enseñamos que se deben despreciar todas las cosas terrenas, destruye nuestro cuerpo ante nosotros mismos. Así el amador de la belleza corporal que ve morir a su joven hermosa, si no quiere por el raciocinio conocer la deformidad de la materia, a lo menos con sus ojos podrá contemplarla. Por lo demás, muchas jóvenes hay de la misma edad y con frecuencia más hermosas, qué tras de un día o dos de haber muerto, ya emiten un hedor intolerable y dejan ver la podre, la corrupción y los gusanos. Piensa, en conclusión, qué clase de belleza es la que amas y qué hermosura la que pierdes.
Si los cuerpos no se corrompieran, todo eso otro no podría bien conocerse; sino que, así como los demonios andan discurriendo por los sepulcros, así muchos de los amantes, sentados junto a las tumbas, acabarían por dar entrada al demonio en sus almas, y llevados de semejante locura, morirían. En cambio ahora, muchas otras cosas, pero también ésta, nos sirven de consuelo: que con no aparecer ya aquella imagen hermosa, el dolor se va diluyendo y acabando mediante el olvido. Por el contrario, si las cosas no fueran como van, no habría sepulcros, sino que encontrarías ciudades que en vez de estatuas tendrían cadáveres, pues querría cada cual estar contemplando a los suyos. De donde se seguiría una gran confusión: es a saber, que nadie tendría cuidado de las almas ni pensaría jamás en su inmortalidad. Y otros muchos absurdos se seguirían de ahí, tales que ni es lícito referirlos.
De modo que el cuerpo rápidamente se corrompe, para que veas la hermosura del alma en su plenitud. Puesto que si tal belleza y tal vida presta al cuerpo ¿cuánto más bella será ella misma? Si es capaz de sustentar cosa tan deforme como es el cuerpo ¿cuánta mayor virtud tendrá en sí misma? El cuerpo por sí mismo no es bello, sino su conformación y la flor de frescura con- que el alma pinta la materia. Ama, pues, al alma, que tal hermosura al cuerpo comunica.
Pero ¿a qué hablar de la muerte? Puedo demostrarte que aun en vida, todas las bellezas del cuerpo proceden del alma. Si se alegra, pinta de rosicler las mejillas; si se entristece, perdido el rosicler de las mejillas, todo el resto lo viste de negro color. Si vive alegre, el cuerpo anda vigoroso y sin enfermedad. Si se aflige, se torna el cuerpo más débil y macilento que una tela de araña. Si se aíra, el cuerpo se descompone y se vuelve repugnante. Si ve con' ojos alegres, el cuerpo todo parece lleno de frescura. Si envidia, esparce la palidez y elamarillo color por todo el organismo en gran manera. Si ama, todo lo hermosea.
Por esto ha sucedido que muchas mujeres que no eran de forma bella, por la hermosura de su alma se veían llenas de gracia; mientras que otras, bellas por la forma en extremo, por tener el alma fea y repugnante, echaron a perder su hermosura. Piensa cómo el rostro blanco se jaspea y con la variedad de sus colores produce no pequeño agrado, con tal de que no_ falte el pudor. Porque si el tal rostro no muestra pudor, será más desagradable y repugnante que el de cualquier bestia feroz. Mas, si es pudibundo, entonces aparece bello y suave: porque nada hay más hermoso ni más dulce que una alma bella. En los cuerpos él amor no carece de dolor, pero en las almas produce un placer puro y sin turbación.
Entonces ¿por qué haciendo a un lado al Rey te fijas en el pregonero y -lo admiras? ¿Por qué abandonado el maestro de la filosofía y virtud, clavas tus ojos en el intérprete? ¿Viste un ojo bello? Observa el interior del alma; y si éste no es bello, desprecia al otro. Es un hecho que si ves a una mujer deforme, aunque sea encubierta con un bello disfraz, en ninguna manera te impresiona; así como, al revés, no permites que una mujer hermosa se oculte por medio de un disfraz, sino que se lo arrancas y anhelas ver claramente su cara. Pues procede lo mismo en el asunto del alma. Antes que nada, conócela. En vez del disfraz, la circunda el cuerpo; el cuerpo que según se le atavíe así permanece. Mientras que el alma, aunque sea deforme, puede rápidamente embellecerse. Si tiene ojos deformes, torvos, 'torpes, pueden hacerse hermosos, suaves, serenos, encantadores.
Busquemos esta belleza, esta cara bellamente hermoseada, a fin de que enamorado Dios de nuestra hermosura, nos conceda los bienes eternos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXXV (XXXVI)

No penséis que he venido a poner paz en la tierra. No vine a poner paz, sino espada. porque he venido a separar al hombre de su padre y a la hija de su madre y a la nuera de su suegra, y los enemigos del hombre serán los de su casa (Mt 10, 34-36).
OTRA VEZ anuncia cosas laboriosas y con grande autoridad; y de antemano predice lo que después habían de objetar. A fin de que, tras de oír semejantes cosas, no le dijeran: ¿Para esto has venido, para darnos muerte lo mismo que a quienes nos han hecho caso y para llenar de guerras el orbe? El se adelanta y dice: No penséis que he venido a poner paz en la tierra. Entonces ¿por qué mandó a los apóstoles que entrando en una casa dieran la paz? ¿Por qué los ángeles decían: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz? 341¿Por qué los profetas todos predijeron la paz? Pues porque precisamente eso es sobre todo la paz: el cortar lo enfermo, el separar lo que disiente. Y así puede juntarse el cielo con la tierra.
El médico conserva sano el cuerpo cuando corta de él lo insanable; y el jefe hace lo mismo cuando empuja a separarse a quienes han iniciado juntas perniciosas. Así sucedió en la famosa torre de Babel: la concordia para el mal no se curó sino con una buena discordia, y así volvió la paz. Igualmente Pablo apartó á los que en su contra habían hecho juntas y concordia. Y en el caso de Nabot la junta y concordia fue más desastrosa que cualquier guerra. De manera que no siempre es laudable la concordia, pues también los ladrones forman entre sí concordia. En conclusión, la guerra no brota de parte de Cristo, sino de la mala voluntad de los otros. El, por su parte, quería que todos estuvieran concordes en la piedad y religión; mas como ellos disentían, de ahí nacía la guerra.
Pero no es ese el sentido de lo que dijo Cristo. ¿Qué fue lo que dijo? Para consolar a los discípulos les dijo: No vine a poner paz. Como si dijera: no penséis que sois vosotros la causa de esas guerras; soy yo quien las determina a causa de e la disposición de ánimo que el mundo tiene. No os turbéis pues como de cosas inesperadas. Para esto vine Yo: para provocar la guerra, y esta es mi voluntad. No os turbéis al ver que la tierra, como si le pusieran asechanzas, se llena de guerras. En cuanto fuere separado lo que es de mala calidad, entonces lo que es de mejor calidad se adherirá al cielo. Se lo dice para fortalecerlos contra la mala opinión de muchos.
Y no dijo guerra, sino espada, que es mucho peor. Ni te admires de que tales sentencias encierren trabajo y suenen ingratas al oído. Queriendo ejercitarlos mediante la aspereza de tales palabras para que no volvieran atrás al hallarse en medio de las dificultades, dispuso tales expresiones. Y para que nadie dijera que hablaba por divertir y ocultando lo difícil de la empresa, explicó de un modo más terrible y acerbo las cosas que podían decirse de otra manera. Al fin y al cabo, es mejor la suavidad en las obras que en las palabras.
Por lo cual, no se contentó con eso, sino que, declarando el modo de las guerras, dejó ver que eran más terribles con mucho que cualquier guerra civil. Les dice: He venido a separar al hombre de su padre y a la hija de su madre y a la nuera de su suegra. Como quien dice: se levantarán no sólo los amigos y conciudadanos, sino los parientes unos contra otros; y la naturaleza misma se rasgará con la guerra. De modo que la guerra estallará no únicamente entre los domésticos sino aun entre los que son amiguísimos y están unidos con el más estrecho parentesco. Pero esto sobre todo manifiesta su poder: que los discípulos, oyendo tales cosas, las aceptaran y las persuadieran a los demás.
En realidad tales guerras no las hará El mismo, sino la perversidad del hombre; sin embargo dice que Ellas hará. Porque es costumbre de las Sagradas Escrituras hablar así. En otra parte dicen: Les dio Dios ojos para que no vieran. 342 Pues del mismo modo aquí habla, para que ellos, recordando las palabras que cité más arriba, no se turbaran al ser acometidos con oprobios e injurias. Y si algunos tienen estas cosas por pesadas, recuerden la historia antigua. Pues allá en los primeros tiempos sucedió lo mismo; cosa que, por otra parte, demuestra la afinidad de la Ley Antigua con la Nueva, y que es uno mismo el Legislador de ambas.
Entre los judíos, al tiempo que cada uno daba muerte a su prójimo, él quedaba aplacado para con ellos; 343 y cuando los israelitas fundieron el becerro y cuando se iniciaron en los misterios de Beel-Fegor, sucedió lo mismo. ¿Dónde están los que dicen que aquel Dios del Antiguo Testamento era malo y Este del Nuevo es bueno? Porque Aquel llenó el orbe de sangre de parientes. Nosotros, por el contrario, afirmamos ser esto grande benignidad. Y para demostrar que Este aprueba aquellas cosas, recuerda una profecía que no atañe al hecho, pero sin embargo lo explica. ¿Cuál es? Y los enemigos del hombre serán sus domésticos. Entre los judíos sucedió algo semejante. Hobo profetas y seudoprofetas, y había división en el pueblo y en los hogares; de manera que unos daban crédito a éste y otros a aquél. Por la cual los amonestaba el profeta diciendo: No os fiéis del amigo; no creáis al compañero; guarda las confidencias de tu boca de la que duerme en tu seno... porque los enemigos son sus mismos domésticos. 344 Tales cosas decía Jesús para hacer superior a todos los eventos a quien recibiera sus palabras. Porque no, es malo morir, sino morir mal. Por lo mismo, dijo: Fuego he venido a traer a la tierra. Significando así el fervor en el amor y la vehemencia que en él exigía.
Amándonos El con tan grande vehemencia, quiere ser de nosotros amado con la misma. Semejantes discursos levantaban el ánimo de los apóstoles y lo hacían más elevado. Porque se decían: si el vulgo ha de menospreciar a los parientes, hijos y padres ¿cuáles conviene que seamos nosotros que somos los maestros? Puesto que todas esas duras dificultades no se limitarán a vosotros sino que pasarán a otros. Y pues traje acá tan grandes bienes, exijo gran obediencia y cariño. El que ama al padre o a la madre más que a mí no es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.
¿Has observado la autoridad del Maestro? ¿Ves cómo se muestra genuino Hijo del Padre, al ordenar que todo quede bajo sus pies y que a todo se anteponga su caridad? Pero ¿qué digo? Es como si dijera: si amigos y parientes y tu misma alma los antepones a mi amor, estás muy lejos de ser mi discípulo. Pero ¿acaso estas cosas no son contrarias a la Ley Antigua? ¡De ningún modo! Al revés: concuerdan muy bien con ella. Porque en ésta no solamente se odiaba a los idólatras, sino que se ordenaba lapidar al idólatra. Y en el Deuteronomio, admirándose de los que cultivan la verdad, se dice: El que dijo a su padre: no te conozco y a sus hermanos no consideró; y desconoció a su hijo por haber guardado tu palabra. 345
Y si Pablo da muchos preceptos acerca de los padres y manda que en todo se les obedezca, no te admires. Porque en todo eso, solamente manda que se les obedezca en lo que no se opone a la piedad para con Dios; y en todo lo demás es cosa santa procurarles todo honor. Pero cuando exigen más de lo que conviene, no se ha de obedecer. Por esto dice Lucas: Si alguno viene a Mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo. 346 No manda simplemente aborrecer, cosa que sería el colmo de la iniquidad; sino que si ellos quieren que los ames más que a Mí, por este motivo aborrécelos. Lo contrario perdería al que ama y al amado.
Decía esto Cristo para hacer a los hijos más fuertes y a los padres que quieran servir de impedimento, más mansos. Así los padres, viendo que él tiene tanta fuerza y potestad que puede separarles y arrancarles a sus hijos, no intentarán lo que no debe ser, y desistirán. Y habla solamente con los hijos, dejando a un lado a los padres, a quienes aparta de sus inútiles pretensiones. Pero luego, para que éstos no se indignaran ni lo llevaran a mal, mira a dónde endereza su discurso. Una vez que dijo: El que no aborrece a su padre y a su madre, añadió: más aún: a su propia alma.
Como si dijera: ¿para qué me alegas que son tus padres, hermanos, hermanas o esposa? Nada hay más unido contigo que tu alma; y sin embargo, si no la aborreces, todo se volverá contra lo que tú amas. Y no ordenó simplemente aborrecerla, sino en tal forma que se la entregue a los combates, a las batallas, a la muerte y sangre. Pues dice: El que no toma su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. No dice tan sólo que ha de estar preparado a la muerte, sino a una muerte violenta, y no sólo violenta, sino ignominiosa.
Nada les declara aún de su Pasión, para que adoctrinados por mientras, después más fácilmente y con mayor suavidad lo oyeran cuando de ella les hablara. ¿Acaso no es de maravillar que al oírlo hablar así, el alma de los oyentes no saliera y volara del cuerpo, viendo que sólo se trataba de cosas tristes, mientras que de los bienes no se daban sino lejanas esperanzas? ¿Qué fue lo que intervino para que no saliera del cuerpo? Grande era el poder del que hablaba y grande el amor que le tenían los oyentes; por lo cual éstos, aun escuchando cosas más duras y laboriosas que aquellos varones, Moisés y Jeremías, sin embargo, obedecían y con gusto estaban con él.
El que halla su vida, la perderá; y el que la perdiere por amor de Mí, la hallará. ¿Observas cuán grave pérdida sufren los que aman su alma y cuán grande ganancia recogen los que la aborrecen? Y como esos preceptos de pelear contra los propios padres, hijos, leyes naturales, parentesco, tierra y aun la misma alma eran gravosos, declaró al punto la utilidad, que, cierto, es la más grande. Esto, dice, no os dañará, sino al revés, mucho os ayudará; mientras que lo contrario os dañará. En todas partes procede lo mismo, y los va instruyendo y llevando adelante, comenzando por las cosas que ellos mismos desean.
¿Qué es lo que te mueve a no querer despreciar tu alma? ¿Que la amas? Entonces por eso mismo despréciala, y entonces será cuando más la habrás ayudado y te habrás mostrado de verdad amante de ella. Observa la inefable prudencia. Porque no se detiene en los padres ni en los hijos, sino que va hasta el alma, que es lo más amado de todo, a fin de que no caiga duda acerca de ella, y además entiendan los oyentes que de esto lograrán muchas ventajas y utilidades, ya que la lucha toca precisamente a lo más precioso de todo, que es el alma.
La práctica de tales preceptos tendría fuerza para mover a los hombres a abrirles sus puertas. Pues ¿quién habría que no recibiese de bonísima gana a varones tan esforzados y. activos, que como leones recorrían la tierra, y que para salvar a otros menospreciaban todo lo propio? Pero además pone otra recompensa, demostrando que en este aspecto él cuida más del que hospeda que del hospedado. Y el primer premio que pone es: El que os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. Pues ¿qué cosa habrá igual a recibir al Padre y al Hijo?
Una segunda recompensa prometió al decir: El que recibe al profeta como profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe al justo como justo, tendrá recompensa de justo. Anteriormente amenazó la pena con que serán castigados los que no reciban a los apóstoles; ahora en cambio pone los beneficios para quien los reciba. Y para que veas que de ellos cuida especialmente, no dijo sólo: El que recibe al profeta o el que recibe al justo, sino que añadió: como profeta y como justo; es decir si no lo recibe por simple seglar patrocinio o por motivos banales y caducos, sino porque es profeta, porque es justo, recibirá recompensa de profeta o de justo; o sea la que conviene que reciba quien hospeda a un profeta o a un justo o también semejante a la del profeta o del justo. Así se expresaba Pablo: Vuestra abundancia alivie la escasez de aquéllos, para que asimismo su abundancia alivie vuestra penuria. 347 Y para que nadie se excusara con su pobreza, dice Cristo: El que diere de beber a uno de estos pequeños sólo un vaso de agua fresca en razón de discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa. Aunque sólo le des un vaso de agua fresca, cosa que no te causa gasto ninguno, tienes señalada tu recompensa. Porque yo hago cualquier cosa en beneficio del hospedador.
¿Has visto de qué medios echa mano con el objeto de abrirles las puertas de todo el orbe? Por mil maneras demuestra que todos les son deudores. Primero, cuando dijo: El obrero es acreedor a su alimento. En segundo lugar enviándolos a guerras y batallas en bien de quienes los reciben. En tercero, en enviarlos sin poseer nada y con las manos vacías. En cuarto lugar, dándoles el poder de hacer milagros. En quinto lugar, llevando la paz por boca de ellos a las casas de quienes los reciban, paz que es origen de todos los bienes. En sexto lugar, amenazando a los que no los reciban con castigos peores que a los sodomitas. En séptimo lugar, manifestándoles que quienes los reciban reciben juntamente a él y al Padre. En octavo lugar, prometiéndoles la recompensa dé profeta y de justo. En noveno lugar, señalando un gran premio aun por un vaso de agua fresca. Cada una de estas cosas poderosa es para atraer a los hospedadores.
Porque ¿quién hay que viendo al capitán transpasado de heridas y chorreando sangre y que regresa de la guerra tras de haber obtenido infinitas victorias, no lo reciba abriendo ampliamente las puertas de su casa? Preguntarás: ¿quién es ese tal? Por esto añadió: como profeta o como discípulo o justo, para que comprendas que no mide él la recompensa de quien recibe en hospedaje por la dignidad del hospedado, sino por la voluntad del hospedador. Porque aquí trata de profetas, de discípulos, de justos; pero en otra parte ordena hospedar aun a los más abyectos y castiga a quienes no los reciben. Porque dice: Cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo; 348 y también dice al contrario acerca de ellos para el premio.
Quienquiera que sea él, aun cuando nada notable haya hecho, sin embargo hombre es, habita en el mismo mundo que tú, mira el mismo sol, tiene como tú la misma alma y el mismo Señor, es participante de los mismos sagrados misterios, está llamado al mismo cielo y tiene para contigo un gran derecho, que es la pobreza y falta del necesario alimento. En cambio, por lo que a ti toca, los que con flautas y siringas vienen a despertarte en tiempo de invierno, aun cuando imprudentemente y a deshora te despierten, se marchan cargados de tus regalos; y los que pintados de hollín llevan por doquier las golondrinas y arrojan burlas y maldiciones sobre cuantos topan, reciben la recompensa de esa costumbre estrafalaria. Mientras que si se te acerca un pobre, lo cargas de infinitas injurias, oprobios, acusaciones, y le echas en cara que anda de ocioso; y no consideras que también tú eres un ocioso y sin embargo Dios te colma de dones.
Ni me vayas a decir que algo haces. Dime: ¿cuál de las cosas necesarias haces y en qué te ocupas? Y si me alegas que ejercitas el oficio de banquero o de tabernero y que estás empeñado en aumentar y cuidar de tu hacienda, te responderé que tal cosa no es verdadera ocupación. La verdadera ocupación consiste en dar limosna, hacer oración, patrocinar a los que han sufrido injusticias y en otras cosas semejantes: ¡y de esto durante toda la vida vivimos desocupados! Y sin embargo, nunca nos ha dicho Dios: Pues vives ocioso, no encenderé para ti el sol; pues nada de lo necesario llevas a cabo, apagaré para ti la luna, te haré estéril el seno de la tierra, secaré los lagos y las fuentes y los ríos, y suprimiré los vientos y detendré las lluvias anuas: al revés, todo nos lo da con abundancia.
Más aún: a algunos, que no sólo viven en el ocio, sino que obran la maldad, les concede todo eso también para que lo gocen. Si pues, ves a un pobre y exclamas: ¡Me sofoco de repugnancia cuando veo a este joven! Tiene fuerzas, pero nada posee. Y quiere que así, ocioso, se le suministren los alimentos; y aun quizá sea un esclavo fugitivo que huyó de su amo. Entonces te dirás a ti mismo las cosas que acabo de referir. O mejor aún: concédele la libertad de que él te las diga, y con mayor justicia te dirá a ti: ¡Me sofoco de repugnancia al verte sano, viviendo en el ocio y que nada haces de cuanto, Dios te ha mandado, sino que andas vagando en perversidad, como fugitivo que se escapa de las órdenes de su amo, y vives como en tierra ajena, ebrio, dado a la crápula, ladrón, mentiroso, destructor de las ajenas haciendas! ¿Me acusas tú a mí de ocioso? Pues yo te acuso a ti de tus malas obras, ya que te entregas a matar, jurar, mentir, robar y otras mil maldades semejantes.
No digo esto para confirmar, como con una ley, a los ociosos en su conducta ¡lejos, lejos eso de mí! Yo deseo que todos trabajen, pues la pereza es madre de todos los vicios. Lo que os pido es que no seáis duros e inhumanos. Pablo, tras de quejarse de varias cosas, dijo: Quien no quiera trabajar que no coma. 349 Pero no se detuvo aquí, sino que añadió: Pero vosotros no os canséis de hacer el bien. Esto parecería contradecir a lo anterior. Si los exhortas a no comer de ociosos ¿por qué nos exhortas a dar limosna? Sí, nos responde, También ordené que no se mezclaran con ellos, sino que se apartaran; pero dije al mismo tiempo: No los juzguéis enemigos, sino amonestadlos; de modo que no ordené nada contradictorio, sino muy congruente.
Si tú estás preparado para dar limosna, pronto ese pobre dejará el ocio y tú la inhumanidad. Alegarás que es muy mentiroso y que inventa muchas historias. Pero por esto mismo más bien es digno de misericordia, pues ha llegado a tanta penuria que se ve obligado a proceder aun impudentemente. Pero nosotros no solamente no nos movemos a misericordia, sino que incluso les lanzamos palabras crueles y les decimos: ¿Acaso no has recibido ya una y otra vez? Pero ¿qué digo? ¿Acaso no necesita él de nuevo alimentarse después de haber comido una vez? ¿Por qué tú a tu estómago no le pones esa misma ley, ni le dices: te basta con lo de ayer y anteayer: ¡no me exijas más!? Tú repletas tu estómago hasta reventarlo, y al pobre que te pide una poquísima cosa, le echas de ti cuando convenía, aun por eso mismo de tener que acudir a ti día por día, compadecerlo. Si otra razón no te conmueve, a lo menos por ésta conviene que lo compadezcas, puesto que es la fuerza de la pobreza la que hasta a hacer eso lo obliga.
Dirás que no te compadeces de él porque aun oyendo lo que le dices no se avergüenza. Es que prevalece la necesidad. Y tú, en lugar de compadecerlo, lo burlas en público. Habiendo Dios ordenado dar en secreto, te plantas tú y acometes con improperios en público al pobre que se te acerca, cuando lo conveniente es compadecerlo. Si no quieres darle algo ¿por qué, encima de todo, acusas y destrozas a esa alma mísera y abrumada? Como a un puerto se acoge a tus manos. ¿Por qué tú levantas las olas y haces aún más grave la tempestad? ¿por qué condenas con tu conducta tu falta de liberalidad? ¿Se te habría acercado si hubiera esperado oír de ti tales cosas? Y si previéndolas, a pesar de todo se te acerca, por esto mismo debías compadecerlo y tener horror de ser inhumano, ya que aun viendo lo urgente de la necesidad no demuestras mayor mansedumbre.
No piensas que a él le basta para excusar su impudencia el hambre; sino que se la echas en cara, tú que quizá con frecuencia en cosas más graves obraste con impudencia. Al pobre su impudencia misma le alcanza el perdón; mientras que nosotros con frecuencia obramos de manera digna de castigo y lo hacemos con toda impudencia. Y cuando convenía considerar esto y ser humildes, nos enardecemos contra los pobres, y pidiendo ellos el remedio les añadimos nuevas llagas. Si no quieres dar ¿por qué lo hieres? Si no quieres dar ¿por qué lo injurias?
Dirás que el mendigo no se apartará de ti de otro modo. Procede entonces tú como el sabio aquel que ordenó: Respóndele con mansedumbre y pacíficamente. 350 Al fin y al cabo, no procede así el pobre por gana. Porque no hay, no, no hay un hombre que quiera sin algún motivo obrar torpemente. Por mi parte, aunque millares de veces me contradigan, nunca me convencerán tanto que llegue a creer que un hombre que abunda en bienes, se dedique a mendigar.
Nadie, pues, con falsas razones nos engañe. Pues aun cuando diga Pablo: El que no quiera trabajar que no coma, ciertamente Pablo habla con los tesalonicenses y no con nosotros. Con nosotros afirma lo contrario: No os canséis de hacer el bien. Por lo demás así procedemos en nuestras cosas. Si vemos a dos que se pelean, los tomamos aparte a cada uno y los exhortamos y les aconsejamos lo contrario, o sea la paz. Lo mismo hizo Dios, lo mismo procedió Moisés. Porque éste decía: Perdónales su pecado o bórrame de tu libro. 351 En cambio a los israelitas ordenó darse mutuamente la muerte, a todos los parientes. Contrarios eran semejantes procederes; y sin embargo, ambos se encaminan al mismo fin.
Por su parte Dios decía a Moisés, oyéndolo los judíos: Déjame y destruiré este pueblo. Pues aun cuando en ese momento, cuando Dios hablaba, no estaban presentes, pero enseguida la iban a oír. En diversas ocasiones, manda cosas contrarias. Esto mismo dijo luego Moisés obligado. ¿Los he concebido yo acaso ni los he parido, para que me digas: Llévalos en tu regazo como lleva la nodriza a un niño tierno a quien da de mamar? 352 Igualmente suele suceder en las familias. Con frecuencia el padre de familia toma aparte al pedagogo que ha corregido al hijo y lo reprende con estas palabras: No seas duro y áspero. En cambio al niño le dice lo contrario: Aunque te corrija injustamente, sopórtalo. Pero con ambas cosas entre sí contrarias, el padre de familia busca la misma útil finalidad.
Pues bien: lo mismo hizo Pablo. A los mendigos vigorosos les decía: Si alguno no quiere trabajar que no coma; con el objeto de incitarlos a trabajar. Y a los que podían hacer limosna les dice: No os canséis de hacer el bien, para empujarlos a dar limosna. Así en su carta a los romanos exhorta a los gentiles que se habían convertido, a que no se ensoberbezcan contra los judíos, y les pone el ejemplo del olivo silvestre; y parece decir unas cosas a unos y las contrarias a otros. No caigamos, pues, en la crueldad, sino escuchemos a Pablo que dice: No os canséis de hacer el bien. Escuchemos a nuestro Salvador que dice: A todo el que pide, dale; 353 y también: Sed misericordiosos, como vuestro Padre. 354 Aunque muchas sentencias propuso, nunca ordenó esto sino cuando trató de los misericordiosos; pues nada nos iguala tanto a Dios como el hacer beneficios.
Objetarás que nadie hay más impudente que el pobre. Pregunto yo: ¿por qué? ¿Porque se acerca clamando? Pues bien: ¿quieres que te demuestre que nosotros somos más impudentes que él? Recuerda cuántas veces en día de ayuno, por la tarde, puesta ya la mesa y habiendo llamado al sirviente, si se ha tardado un poco en venir, todo lo tiraste al suelo, pateando ruidosamente y profiriendo injurias y oprobios a causa del pequeño retardo; y esto a sabiendas de que si no al punto, a lo menos muy enseguida, comerás a todo tu sabor. Y sin embargo, a ti mismo que tan feroz te muestras, nunca te llamas impudente. En cambio, al pobre que va lleno de temor y temblor por más graves causas puesto que no teme el retardo sino el hambre lo llamas impudente y petulante y amontonas sobre él todo lo más oprobioso. ¿No es esto el extremo de la impudencia?
Lo que sucede es que no consideramos estas cosas y por eso decimos que los pobres son molestos; pero si examináramos nuestra propia conducta y la comparáramos con lo que aquéllos hacen, no los tendríamos por molestos. En consecuencia, no seas juez duro y acerbo. Aunque estuvieras libre de todo pecado, la ley de Dios no te ha permitido convertirte en estricto investigador de los hechos ajenos. Si el fariseo aquel por este motivo no salió justificado ¿qué excusa tendremos .nosotros? Si a quienes van coronados de buenas obras no les permite Dios examinar .con amargura los hechos ajenos, mucho menos nos lo permitirá a nosotros que somos pecadores.
En resumen: no seas cruelísimo ni imites a los que son inexorables, duros, peores que las fieras. A muchos he conocido que han llegado a tan grande ferocidad que desprecian a los hambrientos, por pequeñísimas cosas, y les arrojan expresiones como éstas: ¡no tengo ahora criado! o bien: ¡estamos lejos de casa! O también: ¡no tengo ningún mesero conocido! ¡Oh crueldad! ¿Hiciste lo que era más y no haces lo que es menos? ¿Para que tú no camines un poco ese pobre se morirá de hambre? ¡Oh insolencia! ¡Oh soberbia! Aun cuando hubiera que caminar diez estadios ¿convenía por eso ser desidioso? ¿No piensas que con eso se te prepara una mayor corona? Cuanto des de limosna, tanto recibirás de recompensa; y si para ello tienes que caminar, eso mismo tiene preparado su premio.
Admiramos al patriarca Abraham que teniendo trescientos dieciocho sirvientes, personalmente corrió a la vacada y tomó el ternero. Ahora, en cambio, hay algunos tan llenos de hinchazón que no se avergüenzan de hacer las obras de caridad mediante los criados, y no personalmente. Dirás: pero ¿acaso tú me ordenas que haga la limosna yo personalmente? ¿No pareceré andar buscando una gloria vana? Pero en el caso propuesto, procedes de ese modo por otra vanagloria, pues te da vergüenza que te vean hablando con un pobre. Pero no voy a examinar esto con más diligencia. Da limosna personalmente o mediante otro, pero no acuses al pobre, no lo hieras, no lo injuries.
Necesidad tiene de que lo remedien, no de que lo hieran. Misericordia necesita ese que se te acerca y no espada. Yo te pregunto: si acaso alguno, golpeado con una piedra y con una herida en la cabeza, haciendo caso omiso de todos los demás acudiera a ti, bañado en sangre ¿acaso lo acometerías con otra piedra y le añadirías otra llaga? Yo pienso que no, sino que más bien le procurarías el remedio. Entonces ¿por qué con los pobres procedes al contrario? ¿Ignoras cuánto puede la palabra para ensalzar y para humillar?
Dice el Eclesiástico: La buena palabra es mejor que el don. 355¿No consideras que contra ti mismo mueves la espada y que más grave herida recibes tú cuando el pobre se aparta injuriado, cuando llora en silencio y derrama abundantes lágrimas? Dios es quien te lo envía. Considera, pues, a quién traspasas la ofensa cuando al pobre ofendes; al pobre que Dios te envía y te ordena que le ayudes. Y tú no sólo nada le das, sino que lo colmas de injurias cuando se te acerca. Si no caes en la cuenta de lo absurdo que esto es, considéralo en otros hombres y verás la gravedad de la falta. Si tú envías un criado a otro criado para cobrarle un dinero tuyo y vuelve tu criado no sólo con las manos vacías, sino además injuriado ¿qué no harás contra el criado injuriante? ¿qué castigo no le impondrás, siendo tú mismo el ofendido?
Pues piensa de Dios del mismo modo. Es El quien nos envía a los pobres; y si a éstos les damos, de Dios es lo que les damos. Pero, si sin darles nada los despedimos con injurias, piensa ¡qué obra habremos hecho y digna de qué rayos! Considerando todo esto, refrenemos la lengua, aquietemos la crueldad, extendamos las manos para hacer limosnas, consolemos no sólo con el dinero, sino además con las palabras a los necesitados, a fin de que escapemos de las penas debidas a los que injurian; y con la bendición de la limosna, gocemos del reino, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

HOMILIA XXXVI (XXXVII)

Cuando hubo acabado Jesús de instruir a sus discípulos, partió de ahí para enseñar y predicar en otras ciudades (Mat. XI, l).
UNA VEZ que despachó a sus discípulos, Jesús se apartó, dándoles tiempo para que llevaran a cabo la misión que les había confiado. No quería que mientras él curaba enfermos y estaba presente, alguno se acercara a ellos. Y habiendo oído Juan, quien estaba en la cárcel, las obras de Cristo, envió a decirle mediante sus discípulos: ¿Eres tú el que viene o hemos de esperar a otro? 356 Dice Lucas que sus discípulos comunicaron a Juan los milagros y que entonces Juan los envió en embajada. Esto no presenta ni la más pequeña dificultad; y solamente pone a nuestra consideración que ellos ardían de envidia contra Jesús. En cambio, lo que sigue sí amerita una profunda disquisición. ¿Qué es lo que sigue? ¿Eres tú el que viene o hemos de esperar a otro? ¿Cómo es esto que quien ya antes de los milagros conocía a Cristo, y lo sabía por el Espíritu Santo y lo había oído del Padre y lo había anunciado delante de todos, ahora envía a sus discípulos para informarse de si es El el que viene? Si tú, oh Juan, no sabías con certeza que es El el que viene ¿cómo quieres que se te dé fe cuando hablas y dictaminas sobre cosas que ignoras? Quien da testimonio para otros, debe ser él, el primero, digno de fe. ¿No eres tú el que decía: No soy digno de soltar la correa de sus sandalias? 357 ¿No dijiste: Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: Sobre quien vieres descender el Espíritu Santo y posarse sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo? 358¿No viste al Espíritu Santo en forma de paloma? ¿No escuchaste la voz? ¿No le impedías tú bautizarse diciéndole: Yo soy quien debe ser bautizado por ti; y ¿tú vienes a mí? 359 ¿No decías a tus discípulos: Preciso es que El crezca y yo mengüe? 360¿No enseñabas a todo el pueblo que El los bautizaría en el Espíritu Santo y en fuego; 361 y que El era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo? 362
¿No lo predicaste tú antes de todos los milagros y maravillas? Entonces ¿cómo ahora, cuando es ya de todos conocido y su fama vuela por todas partes; cuando ya resucitaron los muertos, fueron ahuyentados los demonios y ha brillado en tan gran manera la fuerza de sus milagros, envías a tus discípulos para saber si es El? ¿Qué ha sucedido? ¿Acaso todas aquellas tus palabras eran sólo fraude y burla y fábula? Pero ¿quién que no esté loco podría afirmar tales cosas? Yo pienso que no sólo Juan que saltó de gozo en el vientre de su madre, y así lo anunció ella ya antes del parto, y luego habitó en el desierto y llevó una vida angelical, sino aun cualquiera de los más humildes entre los hombres, tras de tan inmensa cantidad de testimonios propios y ajenos, en forma alguna jamás podría haber dudado.
Por todo esto se ve que no envió a sus discípulos porque dudase ni mandó preguntar porque ignorara. Ni se puede decir que sí lo conocía claramente, pero que la cárcel lo había vuelto tímido. Porque él ya no esperaba salir de la cárcel. Más aún aun cuando lo hubiera esperado no habría traicionado la verdad, pues estaba dispuesto a sufrir mil muertes por ella. Si no hubiera tenido semejante disposición ante aquel pueblo siempre dispuesto a derramar sangre de profetas, no habría demostrado tan grande virtud; ni habría con tan grande libertad y en mitad de la ciudad y en plena plaza y oyéndolo todos, increpado como a un chiquillo al tirano cruel. Y si se había vuelto tímido ¿cómo es que no se avergonzó de enviar a sus discípulos ante aquellos delante de los cuales muchas veces y tan brillantemente había dado testimonio de Cristo, sino que manda preguntar por medio de ellos, cuando lo conveniente en el caso habría sido preguntar por medio de otros?
Sabía cierto que sus discípulos andaban envidiosos de Cristo; y que buscaban ocasiones para difamarlo. Pero ¿cómo no se avergonzó delante de la plebe judía a la que tan numerosas veces tan grandes cosas había predicado? ¿Ni de qué le iba a servir semejante misión para librarse de la muerte? Pues no se le había aherrojado por causa de Cristo, ni por haber proclamado su virtud, sino por haber reprendido a Herodes por su malvado matrimonio. ¿No se habría echado encima la fama de muchacho insensato o de un loco cualquiera? Entonces ¿qué es lo que sucede? Puesto que semejante duda no puede suponerse en Juan ni en hombre alguno, aun suponiéndolo loco, como queda manifiesto por lo antes dicho. Falta pues solamente que demos solución al problema.
¿Por qué envió a preguntar? Los discípulos de Juan no veían con buenos ojos a Cristo, y es cosa para todos clara que continuamente estuvieron movidos de envidia. Y se comprueba por lo que dijeron a su Maestro: Aquel que estaba al otro lado del Jordán contigo, de quien tú diste testimonio, está ahora bautizando todos se van con él. 363 También cuando se suscitó entre los judíos y los discípulos de Juan la disputa acerca de la purificación y se acercaron a Jesús para decirle. ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no ayunan? 364 Porque no sabían aún quién era el Cristo; sino que por sospechar que Jesús era sólo hombre pero Juan más que hombre- les molestaba la celebridad de Jesús y que Juan fuera decayendo, como él mismo lo había predicho. Esto era lo que les impedía acercarse a Cristo, porque la envidia les cerraba la entrada.
Mientras Juan estuvo con ellos, frecuentemente los enseñaba y exhortaba sin acabar de persuadirlos. Pero cuando estaba ya para morir, se empeñó más aún en persuadirlos. Temía abandonarlos en la ocasión de una falsa creencia y que por lo mismo fueran a permanecer separados de Cristo. Lo procuraba; y a los principios a todos los conducía a Cristo. Pero como ellos no lo obedecieran, antes de morir usó de mayor instancia. Si les hubiera dicho: Id a Cristo, que es mejor que yo, tan adictos le estaban que no lo habrían obedecido, porque habrían pensado que lo decía por modestia, y así más se le habrían apegado. Y si hubiera callado simplemente, las cosas habrían quedado en el estado en que estaban. ¿Qué es, pues, lo que hace? Espera hasta que a ellos mismos se les ocurre decir que Cristo hace milagros. Y aun entonces, no los exhorta a creer, ni los envía a todos, sino a dos que tal vez creía él que estaban más inclinados a creer; con lo cual la pregunta no estaría sujeta a ninguna sospecha. Podían así saber, por los hechos mismos, cuán grande diferencia existía entre él y Jesús. Les dice, pues: Id y preguntad: ¿Eres tú el que viene o esperamos a otro? Por su parte Cristo, comprendiendo el pensamiento de Juan, no les dijo: Yo soy; pues aunque bien lo podía decir, pero quizá hubiera escandalizado un poco a los oyentes. Deja pues que por los sucesos mismos lo conozcan. Porque dicen los evangelistas que Jesús, cuando aquellos discípulos se acercaron, obró muchas curaciones. En realidad, si Cristo no quería proceder como acabo de decir ¿qué nexo existiría entre ser El preguntado y nada responder El, sino al punto curar a muchos enfermos? Ciertamente el testimonio por las obras es mucho más creíble, así lo juzgaba El, y mucho menos expuesto a sospechas que el de solas palabras.
Sabiendo, pues, como Dios que era, cuál fue la mente de Juan al enviarle a sus discípulos, al punto volvió la vista a los ciegos, sanó a los cojos y a otros muchos enfermos, para enseñar no a Juan -¿cómo iba a enseñar al que ya creía en El y lo obedecía?- sino para instruir y confirmar a sus discípulos que dudaban. Y así dice, tras de curar a muchos: Id y referid a Juan lo que habéis visto y oído. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. Y añadió: Y bienaventurado aquel que no se escandalizare en mí, manifestando de este modo que conocía los secretos del corazón. Si les hubiera dicho simplemente: Yo soy, como ya indiqué, ellos se habrían dado por ofendidos; y tal vez habrían pensado, aunque no lo dijeran, lo que sí dijeron los judíos: Tú das testimonio de ti mismo. 365 Por tal motivo, no se expresó así, sino que procuró que todo lo conocieran mediante los milagros, dándoles de este modo una enseñanza por una parte más clara y por otra en nada expuesta a las sospechas. Dijo pues lo último refutándolos. Puesto que se escandalizaban de él, les descubrió su enfermedad, pero en tal forma que sólo la dejó clara para sus conciencias, sin alegar testigos y sin difamarlos, de tal modo que sólo ellos cayeran en la cuenta. Así los atrajo mejor, al decirles: Y bienaventurado aquel que no se escandalizare de Mí. Palabras con que oscuramente los notaba a ellos.
Mas, para no alegar únicamente nuestros pareceres y daros con mayor claridad la verdadera doctrina, mediante la comparación con las sentencias de otros, es necesario que las expongamos aquí. ¿Qué dicen algunos? Que no es la verdadera la causa que acabamos de explicar; sino que en realidad Juan ignoraba a Cristo, aunque no del todo. Sabía que El era Cristo, pero ignoraba que moriría por los hombres; y que por tal motivo hizo aquella pregunta. ¿Eres tú el que viene? Como si preguntará: ¿Eres tú el que viene para descender a los infiernos? Pero este sentido pugna con la lógica y por lo mismo Juan no ignoraba a Cristo. Mas aún, predicaba su muerte antes que nada cuando decía: He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Lo llamó Cordero prenunciando su muerte en la cruz. Y lo mismo indica con la expresión: que quita el pecado del mundo, ya que esto no lo llevó a cabo por otro camino que el de la cruz. Así lo dijo Pablo: Quitando de en medio el acta que nos era contraria y clavándola en la cruz. 366 Y también Juan al decir: El os bautizará en el Espíritu Santo, pues profetizaba lo que sucedería después de la resurrección.
Insisten los adversarios y alegan que Juan sabía que Cristo iba a resucitar y a dar el Espíritu Santo, pero ignoraba que sería clavado en la cruz. Pero ¿cómo iba a resucitar y a dar el Espíritu Santo, si primero no moría crucificado? Y si no padecía, ¿cómo iba a resucitar? Ni ¿cómo podía ser que quien era mayor que los profetas ignorara lo que todos los profetas sabían? Que Juan fuera más que profeta lo testificó Cristo. 367 Que los profetas supieron la Pasión de Cristo, nadie lo ignora. Isaías dice: Como oveja fue llevado a la muerte; y como cordero ante el que lo trasquila, así enmudeció. 368 Y ya antes había dicho: En aquel día el renuevo de la raíz de Jesús se alzará como estandarte para los pueblos. Y lo buscarán las gentes. 369 Y luego, declarando su Pasión y la gloria que de ahí se le seguiría, añadió: Y será gloriosa su morada.
Y no dijo Isaías solamente que sería crucificado, sino además con quiénes lo sería: Y fue contado entre los pecadores. 370 Y predijo que Cristo no se defendería: No abrirá su boca. Y que sería condenado injustamente: Fue arrebatado por un juicio inicuo. Y antes que Isaías había dicho David, describiendo ese juicio. ¿Por qué se amotinan las gentes y trazan las naciones planes vanos? Se reúnen los reyes de la tierra y a una se confabulan los príncipes contra Yavé y contra su ungido. 371 En otra parte indicó el modo de la crucifixión diciendo: Han taladrado mis manos y mis pies. 372 Y explicó además a qué se atrevieron los soldados: Se han repartido mis vestidos y echado suertes sobre mi túnica. 373 También hace memoria del vinagre que le ofrecieron diciendo: Diéronme a comer hiel y en mi sed me dieron a beber vinagre. 374
De manera que los profetas tantos años antes explican el juicio, la condenación, los compañeros de la cruz, el reparto de sus vestidos, el sorteo y muchas otras cosas más muy menudas, pues no es menester enumerarlas todas, para que el discurso no se alargue; y Juan, siendo superior a todos ellos, ¿ignoraba todo eso? ¿Cómo puede sostenerse y comprobarse tal cosa? Pero ¿por qué no dijo: Eres tú el que viene para descender a los infiernos, sino simplemente: el que viene? Pues, lo que es más digno de risa, dicen que lo dijo Juan como preguntando, a fin de que Jesús bajara a predicar a los infiernos.
Paréceme que a semejantes adversarios oportunamente se les puede decir lo de Pablo: Hermanos: no seáis niños en el juicio, sino párvulos solamente en la malicia. 375 Porque el tiempo del bien obrar es la vida presente. Después de la muerte viene el juicio y el castigo, pues dice David: En el sepulcro ¿quién te alabará? 376 Pero entonces ¿cómo se entiende que se quebrantaron las puertas de bronce y las cerraduras de hierro se hicieron pedazos? Se entiende de su cuerpo. Porque entonces por primera vez se mostró su cuerpo inmortal, pues habíase roto la tiranía de la muerte. Por otra parte, esto demuestra que la fuerza de la muerte se había deshecho, pero no que se hubieran perdonado los pecados de quienes murieron antes del advenimiento. Y si esto no es así, sino que libró de la gehenna a todos los que murieron anteriormente ¿cómo dice Cristo: Serán tratadas con menos rigor Sodoma y Gomorra? 377 Porque aquí Cristo declara que serán castigadas esas ciudades con menos rigor, pero serán castigadas. Aunque ya acá sufrieron el más tremendo de los castigos, pero éste no las librará de los futuros. Y si ese castigo no las libra, menos se librarán los que acá nada padecieron.
¿Cómo es eso?, preguntan. Entonces ¿se procede injustamente con los que vivieron antes de su advenimiento? ¡De ninguna manera! Puesto que podían, confesando a Cristo, conseguir la salvación. Porque no se les exigía una confesión expresa, sino que no adoraran a los ídolos y que conocieran al Dios verdadero. Pues dice la Escritura: Porque el Señor Dios tuyo es el único Señor 378 Los Macabeos fueron famosos porque observaron la Ley y por ella murieron; y los tres jóvenes del horno y otros muchos judíos, que llevaron una vida excelente y cultivaron ese modo de conocimiento, no tuvieron obligación de otra cosa. Pues entonces, como ya dije, bastaba para la salvación conocer la existencia de Dios; cosa que ahora ya no es suficiente, sino que es necesario conocer además á Cristo. Por lo cual dijo él mismo: Si no hubiera venido y les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. 379
El mismo criterio hay que tener acerca del modo de vivir. Entonces la muerte perdía al homicida; ahora está prohibido aun el irritarse. Entonces se castigaba al adúltero y al que abusaba de la mujer ajena; ahora el ver con ojos impúdicos se castiga. Así como hay un conocimiento más profundo, así se requiere una vida más excelsa. De manera que no se necesitaba ningún Precursor allá. Por el contrario, si todos los que crean se han de salvar después de la muerte, nadie habrá que se condene. Porque sin duda entonces todos harán penitencia, y adorarán a Cristo. Y que esto sea verdad, oye cómo lo dice Pablo: Toda lengua confesará y toda rodilla se doblará, de cuanto hay en el cielo, en la tierra y en los abismos. 380 Pero ningún fruto sacarán de esta sujeción, puesto que no nacerá de buena voluntad, sino, por así decirlo, de la misma necesidad de las cosas.
No traigamos, pues, a colación esas historias propias de viejecitas ni esas fábulas de los judíos. Oye lo que de ellos dice Pablo: Cuantos hubieren pecado sin Ley, sin Ley también perecerán -hablando de los que vivieron antes de la Ley-; y los que pecaron en la Ley, por la Ley serán juzgados 381 hablando de cuantos vivieron después de Moisés. Y dice también Pues la ira de Dios se manifiesta desde el cielo sobre toda impiedad e injusticia de los hombres. 382 Y también: Tribulación y angustia y cólera sobre todo el que hace el mal, primero sobre el judío, luego sobre el gentil. 383
Y a la verdad, infinitos males han sufrido los gentiles, como se lee en la historia profana y también en los Libros Sagrados. ¿Quién podría contar las tragedias de los babilonios y de los egipcios? Ahora bien: que quienes no conocieron a Cristo-antes de su advenimiento en carne; y que quienes adoraron al Dios único, convirtiéndose de la idolatría; y llevaron una vida buena, conseguirán todos los bienes eternos, oye cómo lo dice Pablo: pero gloria, honor y paz para todo el que hace el bien, primero para el judío, luego para el gentil. 384¿Ves cómo hay premio de grandes bienes para esos que obran el bien y penas y castigos para quienes proceden al contrario? ¿Dónde están ahora los que no creen en el Infierno? Porque si los que existieron antes de la venida de Cristo y no oyeron ni el nombre de la gehenna ni de la resurrección, tras de sufrir aquí el castigo, luego también allá son castigados ¿cuánto más lo seremos nosotros, educados con enseñanzas de tan alta sabiduría?
Preguntarás: ¿cómo es que quienes jamás oyeron ni el nombre de la gehenna, irán a parar a la gehenna? Porque dirán ellos: Si nos hubieras amenazado con la gehenna, por el temor habríamos vivido sobriamente. ¡Vaya! sin duda habrían vivido lo mismo que nosotros, que cada día oímos el nombre de la gehenna, y sin embargo no le prestamos atención. Además hay que decir que quien con los presentes castigos no se cohibe, mucho menos se cohibirá con los futuros. Porque los hombres más rudos y menos cultivados suelen de ordinario ser cohibidos y llevados a la contrición por las cosas presentes mucho más que por las futuras, que no vendrían sino después de largo tiempo.
Dirás que a nosotros nos amenaza un más grave terror y en consecuencia ¿no se ha procedido injustamente con aquéllos? ¡De ninguna manera! Porque en primer lugar no se nos han propuesto trabajos iguales a los de aquéllos, sino mucho mayores a nosotros. Ahora bien, quienes toman sobre sí mayores trabajos, con mayores auxilios han de ser ayudados. Y no es pequeño auxilio el de aumentársenos el temor. Y si esto más tenemos que aquéllos, es decir, el conocimiento de lo futuro, ellos por su parte tuvieron más que nosotros en que al punto se les aplicaran penas tremendas.
Sin embargo, muchos alegan todavía otra cosa. Dicen: ¿En dónde está la justicia de Dios si el que peca sufre castigos aquí y en lo futuro? ¿Preferiríais que os traiga a la memoria sus mismas palabras, para que no trabajéis ya más en adelante, sino que vosotros mismos deis la solución? A muchos de nuestros conciudadanos he oído, si alguna vez sabían que un hombre había sido condenado en juicio, que decían, llenos de indignación: ese malvado, tras de cometer treinta y aún más asesinatos, sólo una vez sufre la pena de muerte. ¿En dónde está la justicia? De modo que vosotros confesáis que no siempre una sola muerte es suplicio condigno. Entonces ¿por qué ahora juzgas al contrario? Porque no juzgáis a un extraño, sino acerca de vosotros mismos. ¡Tanto así nos impide el amor propio el ver lo que sea justo!
Por eso sucede que cuando juzgamos de los otros, indagamos los asuntos estrictísimamente; pero cuando juzgamos de nosotros mismos nos envolvemos en tinieblas. Si examináramos nuestras cosas como si fueran ajenas, entonces daríamos nuestro juicio sin acepción de personas. Nuestros pecados son merecedores no de dos ni de tres muertes, sino de infinitas. Para -omitir otros pecados, recordemos solamente cuántos y cuán altos personajes participamos indignamente de los sagrados misterios; y quienes así participan, son reos del cuerpo y sangre de Cristo. De modo que cuando hablas del homicida, piensa que tú eres uno de ellos. El otro asesinó a un hombre, pero tú eres reo de la muerte del Señor. Ese otro no participó de los divinos misterios; nosotros gozamos de la mesa sagrada.
Y ¿qué diré de quienes murmuran y muerden y devoran a sus hermanos y derraman harto veneno? ¿Qué de quienes arrebatan al pobre su alimento? Si el que no hace limosnas arrebata eso a los pobres, mucho más el que roba lo ajeno. ¡Cuánto peores son los avaros que los ladrones! ¡cuánto peores que los homicidas y los violadores de sepulcros son los ladrones!; ¡cuántos hay que despojan al pobre y además anhelan beber la sangre de aquellos a quienes han despojado! ¡Lejos de nosotros tal cosa! dices. Ahora dices ¡lejos tal cosa! Pero cuando te encuentres con tu enemigo repite ese ¡lejos! y acuérdate de lo que hemos dicho y ordena tu vida con toda diligencia ¡No sea que venga sobre nosotros el castigo de Sodoma! ¡No sea que suframos los males que cayeron sobre Gomorra! ¡No sea que paguemos las culpas con los padecimientos de Tiro y de Sidón!
O mejor dicho: para que no ofendamos a Cristo, lo cual es la cosa más grave y tremenda. Pues si a muchos la gehenna les parece cosa horrible yo no me cansaré de gritar que la ofensa hecha a Cristo es mucho más grave y tremenda. Y os ruego que vosotros tengáis estos mismos sentimientos. Así nos libraremos de la gehenna y gozaremos de la gloria de Cristo. La cual ojalá todos alcancemos, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio, por los siglos de los siglos. Amén.

Notas

1 Lc 3, 2
2 Jn 1, 33
3 1Co 6, 11
4 Hch 19, 4
5 Rm 10, 3
6 Rm 9, 30-32
7 Lc 3, 8
8 Mc 1, 4
9 Hch 19, 4
10 Is 40, 3
11 Lc 3, 5; Is 40, 4-5
12 Mt 21, 31
13 Is 65, 25
14 Is 11, 10
15 Hch 21, 11
16 Lc 7, 25
17 Rm 13, 12
18 Hb 10, 37
19 Mt 24, 14
20 Sal 37, 27
21 Sal 119, 71
22 Jn 16, 33
23 2Co 12, 7
24 Si 2, 2
25 Jn 5, 46
26 Mt 21, 25
27 Jn 1, 21
28 Jn 1, 25
29 Is 1, 10
30 Am 9, 7
31 Jn 8, 33
32 Is 51, 1-2
33 Is 5, 19
34 Rm 9, 28
35 Jn 1, 29
36 Jn 1, 33
37 1Co 2, 9
38 Is 29, 13
39 Is 5, 4
40 Gn 3, 19
41 Gn 3, 17
42 Mt 26, 41
43 Mc 1, 13
44 Ez 16, 49
45 Gn 3, 5
46 Dt 6, 13
47 Lc 4, 13
48 Pr 3, 12
49 Nótese lo que dice el santo acerca de los endemoniados: que en su tiempo hubo varios y él mismo hubo de consolar a un poseso en sus tremendas aflicciones
50 Is 9, 1-2
51 Nótese que el Crisóstomo sigue a los LXX en los que se lee: estaban sentados, mientras que en el hebreo dice: caminaban. Téngase en cuenta para el resto de las explicaciones
52 Lc 1, 76
53 Mt 11, 19
54 Jn 8, 13
55 Sal 95, 2
56 Se dirige contra los maniqueos que sostenían haber un doble principio: uno para el bien y otro para el mal, ambos eternos, etc
57 Literalmente el que se arrastra por tierra avpoµévwv aunque otros leen. ¿pxoµ'v v
58 Mt 28, 20
59 Is 66, 2.-Nótese que el texto evangélico no habla de la pobreza, sino de la humildad, pues usa San Mateo la palabra 7rTwXoi que significa el que se acurruca de temor. Distingue el santo entre Ta7rctpos y 7rTwXoi y alega que el evangelista usó el segundo adjetivo. porque el primero no envuelve la idea de temor santo de Dios y sí el segundo, que por lo mismo parece significar mayor perfección
60 Sal 51, 19
61 Dn 3, 39
62 1Tm 3, 6
63 Gn 3, 22
64 2Co 7, 10
65 Ef 6, 2-3
66 Lc 23, 43
67 Mt 5, 25
68 1Co 7, 26
69 Sal 37, 11
70 Mt 6, 33
71 Mt 19, 29
72 Hb 12, 14
73 2Co 8, 5.
74 1Ts 2, 14-15
75 Lc 6, 26
76 2S 16, 11-12
77 Hb 10, 32-33
78 Jb 30, 25
79 Ex 23, 5
80 Jn 5, 17
81 Jn 11, 42
82 Jn 8, 58
83 Jn 1, 1
84 Jn 1, 3 y 10
85 Mt 19, 4
86 Jn 8, 46
87 Jn 14, 30
88 Is 53, 9
89 Rm 10, 4
90 Rm 8, 4
91 Rm 3, 31
92 Mt 7, 12
93 Rm 2, 21
94 Lc 4, 23
95 Jb 1, 1
96 1Tm 1, 9
97 Mt 8, 11
98 1Co 13, 10
99 Rm 8, 1-2
100 Ex 20, 13
101 Jn 17, 10
102 Jr 31, 31-32
103 Ga 4, 22-24
104 Rm 12, 19. Es decir a la ira de Dios
105 Sal 4, 5. El hebreo dice: temblad y no pequéis
106 Otros traducen estúpido e impío
107 Mt 24, 12
108 Sal 50, 23
109 Sal 141, 2
110 Ef 4, 26
111 Rm 13, 4
112 Rm 6, 21
113 Dt 6, 4
114 Si 9, 8
115 Alude a una costumbre muy extendida y de pésimos resultados. Véase el tratado contra este desorden en el volumen correspondiente de esta obra
116 Is 3, 16
117 1Tm 2, 9
118 Mt 19, 8
119 Jr 4, 2
120 Jn 8, 41 y 44
121 Sal 106, 31
122 Hch 5, 1-11. Se refiere a la muerte de Ananías y Safira
123 Parece una alusión a lo que secuenta de Demóstenes, al cual sin duda muchos imitaron
124 Jr 2, 10-11
125 Pr 6, 6 y 8
126 Hb 5, 12
127 Lc 23, 34
128 Rm 8, 34
129 Hb 12, 4
130 1Ts 4, 12 y 5
131 Lc 18, 12
132 Flp 3, 2
133 Ex 14, 15
134 Jl 2, 13
135 Rm 12, 12
136 Nótese que en los MNS latinos este texto de la Escritura se pone como encabezado de una nueva Homilía, cosa que no hay en los MNS griegos. Parece ser que esto nació del deseo de tener en un libro aparte el, comentario del santo sobre el Padre nuestro, que es lo que sigue. Los latinos, además de dividir así la Homilía, a esta otra parte le pusieron el número XX, haciendo de esta XIX, las dos XIX y XX. Esto dio origen a que, para facilitar las consultas del texto, a partir de ese punto, las ediciones de las Homilías sobre San Mateo llevaran una doble numeración. La hemos conservado, poniendo entre paréntesis el segundo número, vg.: Homilía XX (XXI), Homilía XXI (XXII), etc
137 Is 6, 3
138 Rm 8, 23
139 Sal 103, 20
140 Mt 6, 34
141 Las últimas palabras del Padre nuestro son del texto o códice que usaba el santo. Solía él utilizarlas como doxología al final de sus Homilías; y últimamente la Iglesia las ha incluido en las oraciones de la Misa, poco después de la oración dominical
142 1Tm 2, 8
143 Sal 103, 22
144 Sal 68, 19
145 Sal 24, 8
146 Is 53, 12
147 1Co 15, 55
148 Is 2, 4 y Jl 4, 10
149 Za 9, 9
150 Ml 3, 1-2 y Ml 3, 20
151 Por estas palabras y las que siguen, se ve que el santo participaba de la muy generalizada opinión entre el vulgo de la próxima venida del Juez eterno y acabamiento del mundo
152 Hch 4, 32
153 Jb 31, 25
154 1Co 3, 7
155 Mt 4, 4
156 Sal 145, 16
157 Sal 147, 9
158 Gn 28, 20
159 1R 19, 18
160 Sal 19, 2
161 Sal 148, 9
162 Jn 1, 3
163 Lc 11, 3
164 Am 3, 6
165 Is 45, 7
166 1Co 7, 32
167 Mt 10, 9-10
168 Mt 15, 26
169 Is 49, 15
170 Os 6, 3
171 Ibid. vrs. 4. Nótese que el texto de la Vulgata dice: Vuestra piedad es como nube de la mañana, como rocío matutino pasajero. Se refiere a Judá y Efraín
172 Rm 10, 12
173 Rm 14, 10
174 1Co 4, 5
175 2Tm 4, 2
176 1Tm 5, 20
177 Mt 18, 15-17
178 Mt 23, 4
179 Mt 18, 32
180 Mt 23, 14
181 Lc 23, 40
182 1Co 2, 14
183 2Tm 4, 15
184 Tt 3, 10
185 Mt 19, 25 y 10
186 Rm 8, 32
187 Mt 11, 30
188 2Co 4, 17-18
189 Ef 6, 12
190 Mt 11, 12
191 Rm 16, 18
192 Rm 8, 6-7
193 Ga 5, 4
194 Mt 25, 12
195 Rm 2, 17-18
196 Lc 10, 20
197 1Co 13, 2
198 Ga 6, 8
199 Hch 4, 16
200 Hch 5, 28
201 Lc 9, 9
202 Lc 3, 10
203 1R 18, 21
204 Mt 14, 4
205 Pr 28, 1
206 Mc 1, 40
207 Hch 3, 12
208 Jn 9, 24
209 Mt 24, 14
210 Col 3, 15
211 Mt 1, 22
212 Lc 2, 14
213 2Co 12, 9
214 Sb 16, 29
215 Is 14, 13
216 Gn 18, 17
217 Jn 11, 22
218 Lc 23, 40
219 Lc 7, 6
220 Jn 4, 49
221 Mt 3, 9
222 Mt 19, 28
223 Mt 3, 9
224 1Co 10, 12
225 Jr 8, 4
226 Sb 6, 6
227 Lc 12, 47
228 Ex 2, 24
229 Is 37
230 Hch 2, 29
231 Mt 22, 43
232 Jn 1, 29
233 Sal 45, 3
234 Is 53, 2
235 Mt 22, 36
236 Lc 18, 18
237 Mt 12, 47
238 Jn 7, 4
239 Jn 1, 47
240 Lc 7, 22
241 Lc 9, 62
242 Rm 7, 6
243 Lc 8, 22
244 Hay aquí un lapsus memoriae del santo. Es Marcos quien pone el pormenor en Mc 4, 38
245 2Co 1, 8
246 Mt 15, 16
247 Sal 107, 25-30
248 Parece que la creencia popular se refería únicamente a las almas de los suicidas
249 Sb 3, 1
250 Lc 12, 20
251 Hch 7, 59
252 Flp 1, 23
253 Gn 25, 8
254 Mt 10, 30
255 Mt 6, 24
256 Parece que hay aquí una distracción del santo, pues al monstruo que va pintando, primero le puso dragones en vez de manos, colgando de los hombros. Y ahora le da manos
257 Jn 5, 6
258 Mc 2, 7
259 Jn 10, 33
260 Paral. 6, 30
261 Sal 7, 10
262 Jr 17, 9
263 1S 16, 7
264 Mt 8, 4
265 Jn 1, 29
266 Jn 9, 16
267 Mi 6, 3
268 Hch 9, 4
269 1S 2, 30
270 Ga 1, 13
271 Mt 11, 19
272 Lc 19, 5 y sgts
273 1Co 5, 11
274 Mt 12, 2
275 Os 6, 6
276 1Co 9, 7
277 Dt 25, 4
278 1Co 9, 14
279 Mt 16, 9
280 Jn 5, 17
281 Gn 3, 22
282 Sal 50, 12
283 Rm 3, 23
284 Mt 6, 17
285 Lc 18, 12
286 Jn 3, 29
287 Jn 16, 12
288 Sal 45, 12
289 Lc 8, 49
290 2R 5, 11
291 Lc 8, 50
292 Jn 11, 11
293 Ex 4, 2
294 Jn 11, 34-39
295 2Co 6, 15
296 Sal 116, 7
297 Gn 3, 16
298 Jn 16, 33
299 Is 35, 10
300 Mt 8, 11
301 Mt 26, 39
302 1Tm 5, 5
303 Mc 3, 23
304 Jn 4, 38
305 Jn 7, 39
306 Mt 10, 19
307 Mt 6, 26
308 2Co 11, 12
309 Na 2, 1
310 Jn 14, 27
311 Es ambiguo el sentido de la frase. El participio XExrgweVOL puede significar o bien hay aquí pocos que sean ricos, o bien hay aquí pocos poseedores de la virtud de la limosna
312 Hch 4, 32
313 En ninguna otra obra del santo encontramos un desahogo semejante a estos párrafos. ¿Sufrió el santo alguna especial contrariedad con su auditorio? No hay datos. Personalmente sospechamos que se trata de la fuerte división de ánimos en ocasión del cisma de Antioquía, acerca del cual puede verse nuestra Introducción general de esta obra
314 2Co 7, 2
315 1Co 12, 31
316 Lc 10, 20
317 Mt 7, 22-23
318 Jn 13, 35
319 Jn 17, 23
320 Jn 16, 6 y 5
321 2Co 12, 9
322 Hch 5, 28
323 Mt 10, 15
324 Lc 21, 15
325 2Tm 4, 17
326 1P 3, 15
327 Hch 17, 6-7
328 1Co 15, 31
329 Jb 31, 25 y 24
330 Jb 31, 1
331 Jb 3, 25
332 Jb 30, 25
333 Jb 7, 16. La opinión de los escrituristas es contraria a la del santo; y parece, que Job, en el caso de que se le conceda existencia histórica y no meramente simbólica, sí tuvo idea de la gracia y amistad de Dios y de la resurrección. El texto que aquí cita el santo habla de la permanencia en este mundo y no de la eternidad
334 Jb 11, 6. El texto hebreo dice: Verías que Dios te ha condonado buena-parte de tus culpas
335 Mt 10, 25
336 Dn 3, 18
337 Jb 40, 3
338 Jb 42, 6. Los textos que aquí cita el santo los tomó de su códice. En el original varían. Pueden verse en Nácar-Colunga o en la Biblia de Jerusalén
339 Jn 15, 15
340 Jn 14, 12
341 Lc 2, 14
342 Is 6, 9 y sgts
343 Ex 32, 27
344 Mi 7, 5-6
345 Dt 33, 9
346 Lc 14, 26
347 2Co 8, 14
348 Mt 25, 45
349 2Ts 3, 10
350 Si 4, 8
351 Ex 32, 31-32
352 Nm 11, 12
353 Mt 5, 42
354 Lc 6, 36
355 Si 18, 16
356 Lc 7, 18-19
357 Lc 3, 16
358 Jn 1, 33
359 Mt 3, 14
360 Jn 3, 30
361 Lc 3, 16
362 Jn 1, 29
363 Jn 3, 26
364 Mt 9, 14
365 Jn 8, 13
366 Col 2, 14
367 Lc 7, 28
368 Is 53, 7
369 Is 11, 10
370 Is 53, 12
371 Sal 2, 1-2
372 Sal 22, 17
373 Sal 22, 19
374 Sal 69, 22
375 1Co 14, 20
376 Sal 6, 6
377 Lc 10, 12
378 Dt 6, 4
379 Jn 15, 22
380 Flp 2, 10
381 Rm 2, 12
382 Rm 1, 18-19
383 Rm 2, 9
384 Rm 2, 10