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Padres de la Iglesia

BASILIO

La acción del Espíritu Santo

(El Espíritu Santo, 9, 22-23).

Quien haya escuchado los nombres que se dan al Espíritu Santo, ¿no elevará en su interior el pensamiento a la suprema naturaleza? Pues al Espíritu de Dios se le llama también Espíritu de verdad, que procede del Padre; Espíritu recto, Espíritu principal. Pero Espíritu Santo es su nombre propio y peculiar, porque ciertamente es el nombre que expresa, mejor que ningún otro, lo incorpóreo, lo limpio de toda materia e indiviso. Por eso el Señor, enseñando que lo incorpóreo no puede comprehenderse, dijo a aquella mujer que pensaba que Dios es adorado en un lugar: Dios es Espíritu (Jn 4, 24).

Por tanto, al oír Espíritu, no es lícito moldear en el entendimiento la idea de una naturaleza circunscrita a un lugar, sujeta a cambios y alteraciones, en todo semejante a una criatura; sino que escudriñando con el pensamiento hacia lo más elevado que hay dentro de nosotros, se debe pensar forzosamente en una sustancia inteligente, infinita en cuanto a su poder, no situada en un lugar por su magnitud, no sujeta a la medida de los tiempos ni de los siglos, que da generosamente las cosas buenas que posee.

Hacia el Espíritu Santo converge todo lo que necesita de santificación. Es apetecido por todo lo que tiene vida, ya que con su soplo refresca y socorre a todos los seres para que alcancen su fin propio y natural. Es el que perfecciona todas las cosas, pero sin faltarle nada; no vive por renovación, sino que mantiene la vida; no aumenta con añadidos, sino que constantemente está lleno, firme en sí mismo, se encuentra en todas partes.

El Espíritu Santo es origen de la santificación, luz inteligible que a toda potencia racional confiere cierta iluminación para buscar la verdad. Inaccesible por naturaleza, pero alcanzable por benignidad. Todo lo llena con su poder, pero sólo es participable por los que son dignos. No todos participan de Él en la misma medida, sino que reparte su fuerza en proporción a la fe. Simple en esencia, múltiple en potencia. Está presente por entero en cada cosa, y todo en todas partes. Se divide sin sufrir daño, y de Él participan todos permaneciendo íntegro. Así como el rayo de sol alumbra la tierra y el mar y se mezcla con el aire, pero se entrega al que lo disfruta como si fuera para él solo; así también el Espíritu Santo infunde la gracia suficiente e íntegra en todos los que son aptos para recibirle, ya sean muchos o uno solo; y los que de Él participan, le gozan en la medida que les es permitido por su naturaleza, no en cuanto a Él le es posible.

La unión del Espíritu Santo con el alma no se realiza por cercanía de lugar (¿cómo podrías acceder corporalmente a lo incorpóreo?), sino por el apartarse de las pasiones, que, añadidas más tarde al alma por su amistad con la carne, se hicieron extrañas a la intimidad con Dios.

Solamente si el hombre se purifica de la maldad que había contraído con el pecado, si retorna a la natural belleza y, como imagen de un rey, vuelve por la pureza a la primitiva forma, sólo entonces podrá acercarse al Paráclito. Y El, como el sol, alcanzando al ojo que está limpio, te mostrará en sí mismo la imagen del que no se puede ver. En la bienaventurada contemplación de su imagen verás la inefable hermosura del arquetipo.

Por El los corazones se levantan hacia lo alto, los enfermos son llevados de la mano y se perfeccionan los que están progresando. Dando su luz a los que están limpios de toda mancha, les vuelve espirituales gracias a la comunión que con El tienen. Y del mismo modo que los cuerpos nítidos y brillantes, cuando les toca un rayo de sol, se tornan ellos mismos brillantes y desprenden de sí otro fulgor, así las almas que llevan el Espíritu son iluminadas por el Espíritu Santo y se hacen también ellas espirituales y envían la gracia a otras. De ahí viene entonces la presciencia de las cosas futuras, la comprensión de las secretas, la percepción de las ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía del cielo, las danzas con los ángeles; de ahí surge la alegría sin fin, la perseverancia en Dios, la semejanza con Dios y lo más sublime que se puede pedir: el endiosamiento.

Configurarse con Cristo

(El Espíritu Santo, XV; 35-36).

La economía de nuestro Dios y Salvador acerca de los hombres consiste en volver a llamarnos después de la caída y en reconducirnos a su amistad después de la separación producida por la desobediencia. Por esto, la venida de Cristo en la carne, su predicación evangélica, sus sufrimientos, la cruz, la sepultura, la resurrección, ha hecho posible que el hombre, salvado por la imitación de Cristo, recupere su primitiva filiación adoptiva.

Para el perfeccionamiento de tal vida es, pues, necesario imitar a Cristo no sólo en los ejemplos de benignidad, humildad y paciencia que nos mostró con su vida; sino también en el de su propia muerte, como dijo Pablo, el imitador de Cristo: asemejándome a su muerte, de modo que al cabo pueda arribar a la resurrección de los muertos (Flp 3, 10-11).

¿Cómo nos haremos imitadores de su muerte? Sepultándonos con El en el Bautismo (cfr. Rm 6, 4-5). ¿De qué modo es la sepultura y qué fruto se deriva de tal imitación? Primero es necesario cortar radicalmente con la vida pasada. Y esto sólo es posible mediante una nueva generación, según las palabras del Señor (cfr. Jn 3, 3): la misma palabra regeneración significa el principio de una segunda vida, de modo que, antes de alcanzarla, es necesario dar fin a la anterior. Pues así como los que han llegado al final del estadio, antes de dar la vuelta, se paran y descansan un momento, así también parecía necesario que mediara la muerte en el cambio de las vidas, de manera que acabe primero una y comience después la siguiente.

¿Cómo realizamos el descenso a los infiernos? Imitando por el Bautismo la sepultura de Cristo, pues los cuerpos de los que se bautizan son sepultados en el agua. Y es que el Bautismo manifiesta simbólicamente la deposición de las obras de la carne, según dice el Apóstol: vosotros también habéis sido circuncidados con circuncisión no hecha por mano que cercena la carne, sino con la circuncisión de Cristo, al ser sepultados con Él por el Bautismo (Col 2, 11-12). En cierto modo sucede que, por el Bautismo, el alma se limpia de la suciedad procedente de los sentidos carnales, según lo que está escrito (Sal 51, 9): me lavarás y quedaré más blanco que la nieve.

De ahí que somos limpiados de todas y cada una de las manchas, no según la costumbre judía sino por el único Bautismo salvador que conocemos, puesto que una sola es la muerte en beneficio del mundo y una sola la resurrección de entre los muertos, y el Bautismo es figura de las dos. Para este fin, el Señor, que se preocupa de nuestra vida, estableció para nosotros la alianza del Bautismo, figura de la muerte y tipo de la vida: imagen de la muerte porque el agua cubre completamente, y prenda de la vida porque está contenido el Espíritu Santo.

Y así se nos hace evidente lo que nos preguntábamos: por qué el agua fue unida al Espíritu Santo. Porque, encontrándose dos fines en el Bautismo –que el cuerpo quede libre del pecado para que no produzca más frutos de muerte, y que viva por el Espíritu Santo y dé fruto de santificación–, el agua manifiesta la imagen de la muerte, acogiendo al cuerpo como en un sepulcro, y el Espíritu Santo envía la fuerza vivificadora, devolviendo nuestras almas de la muerte a la primitiva vida.

Esto es nacer de nuevo del agua y del Espíritu (cfr. Jn 3, 5), porque la muerte se completa en el agua y nuestra vida se fortalece por el Espíritu. Por ello, el gran misterio del Bautismo se realiza con tres inmersiones y otras tantas invocaciones, para dar a entender la figura de la muerte y para que las almas de los bautizados sean iluminadas mediante la entrega de la ciencia divina. Por tanto, si hay gracia en el agua, no procede de su naturaleza, sino de la presencia del Espíritu Santo, pues el Bautismo no es la eliminación de la suciedad corporal, sino la promesa de la buena conciencia para con Dios (cfr. 1P 3, 21).

El Señor, para prepararnos a esta vida que surge de la resurrección propone toda la predicación evangélica y prescribe la serenidad, la resignación, el amor puro libre de los deleites de la carne, el desapego del dinero, a fin de que todo cuanto el mundo posee según la naturaleza, nosotros, al recibirlo, lo pongamos en su sitio con nuestra elección. Por esto, si alguno dice que el Evangelio es figura de la vida que surge de la resurrección, a mi parecer, no se equivocaría.

Por el Espíritu Santo se nos da la recuperación del paraíso, el ascenso al Reino de los Cielos, la vuelta a la adopción de hijos, la confianza de llamar Padre al mismo Dios, el hacernos consortes de la gracia de Cristo, el ser llamado hijo de la luz, el participar de la gloria del Cielo; en un palabra, el encontrarnos en la total plenitud de bendición tanto en este mundo como en el venidero, pues al contemplar como en un espejo la gracia de las cosas buenas que se nos han asegurado en las promesas, las disfrutamos por la fe como si ya estuvieran presentes. Si la prenda es así, ¿de qué modo será el estado final? Y si tan grande es el inicio, ¿cómo será la consumación de todo?

Recogimiento interior

(Epístola 11, 2-4).

Si alguien quiere venir en pos de mí, dice el Señor, niéguese a si mismo, tome su cruz y sígame (Mt 16, 24). Para eso hay que procurar que el pensamiento se aquiete. No es posible que los ojos, si se mueven continuamente de un lado para otro, arriba y abajo, vean con claridad los objetos. Sólo cuando se fija la mirada la visión es clara. Del mismo modo, es imposible que la mente de un hombre que se deje llevar por las infinitas preocupaciones de este mundo, contemple clara y establemente la verdad. Quien no está sujeto por los lazos del matrimonio se ve turbado por ambiciones, impulsos desenfrenados y amores locos; a quien ya tiene sobre sí el vínculo conyugal, no le faltan un tumulto de inquietudes: si no tiene hijos, el anhelo de tenerlos; si los tiene, la preocupación de educarlos, el cuidado de su mujer y de la casa, el gobierno de sus criados, la tensión que los negocios traen consigo, las riñas con los vecinos, los pleitos en los tribunales, los riesgos del comercio, las fatigas de la agricultura. Cada día que alborea trae consigo particulares cuidados para el alma; y cada noche, heredera de las preocupaciones del día, inquieta el ánimo con los mismos pensamientos.

Hay un solo camino para liberarse de estos afanes: aislarse. Pero esta separación no consiste en estar físicamente fuera del mundo, sino en aliviar el ánimo de sus lazos con las cosas corporales, estando desprendido de la patria, de la casa, de las propiedades, de los amigos, de las posesiones, de la vida, de los negocios, de las relaciones sociales, del conocimiento de las ciencias humanas; y preparándose para recibir en el corazón las huellas de la enseñanza divina. Esta preparación se alcanza despojando el corazón de lo que, a causa de un hábito malo y muy enraizado, lo monopoliza. No es posible escribir sobre la cera si no se borran los caracteres precedentes; tampoco se pueden imprimir en el alma las enseñanzas divinas, si antes no desaparecen las costumbres que estaban.

El recogimiento procura grandes ventajas. Adormece nuestras pasiones, y otorga a la razón la posibilidad de desarraigarlas completamente. ¿Cómo se puede vencer a las fieras, sino con la doma? Así la ambición, la ira, el miedo y la ansiedad, pasiones nocivas del alma, cuando se aplacan con la paz privándolas de continuos estímulos, pueden ser derrotadas más fácilmente.

El ejercicio de la piedad nutre el alma con pensamientos divinos. ¿Qué cosa más estupenda que imitar en la tierra al coro de los ángeles? Disponerse para la oración con las primeras luces del día, y glorificar al Creador con himnos y alabanzas. Más tarde, cuando el sol luce en lo alto, lleno de esplendor y de luz, acudir al trabajo, mientras la oración nos acompaña a todas partes, condimentando las obras –por decirlo de algún modo– con la sal de las jaculatorias. Así tenemos el ánimo dispuesto para la alegría y la serenidad. La paz es el principio de la purificación del alma, porque ni la lengua parlotea palabras humanas, ni los ojos se detienen morosamente a contemplar los bellos colores y la armonía de los cuerpos, ni el oído distrae la atención del alma en escuchar los cantos compuestos para el placer o palabras de hombres, que es lo que más suele disipar al alma. La mente no se dispersa hacia el mundo exterior. Si no es llevada por los sentidos a derramarse sobre el mundo, se retira dentro de sí misma, y de allí asciende hasta poner el pensamiento en Dios (...). Entonces, libre de preocupaciones terrenas, pone toda su energía en la adquisición de los bienes eternos. ¿Cómo podrían alcanzarse la sabiduría y la fortaleza, la justicia, la prudencia y todas las demás virtudes que señalan al hombre de buena voluntad el modo más conveniente de cumplir cada acto de la vida?

La vía maestra para descubrir nuestro camino es la lectura frecuente de las Escrituras inspiradas por Dios. Allí, en efecto, se hallan todas las normas de conducta. Además, la narración de la vida de los hombres justos, transmitida como imagen viva del modo de cumplir la voluntad de Dios, se nos pone ante los ojos para que imitemos sus buenas acciones. Y así cada uno, considerando aquel aspecto de su carácter que más necesita de mejora, encuentra la medicina capaz de sanar su enfermedad, como en un hospital abierto a todos.

El que desea la continencia, medita largamente la historia de José y aprende de él a vivir la templanza, pues se da cuenta de que José no sólo fue continente, sino que estuvo dispuesto a ejercitar la virtud en todo, gracias a un hábito bien radicado. Se aprende la valentía de Job, cuando las circunstancias de su vida cambiaron radicalmente, y de un solo golpe dejó de ser rico para convertirse en pobre, y siendo padre de una familia feliz, se encontró de repente sin hijos. Entonces, no sólo permaneció constante manteniendo siempre el sentido sobrenatural, sino que ni siquiera se enfadó contra los amigos que, pretendiendo consolarle, le insultaban, haciendo más intenso su dolor.

Cuando alguien desea ser manso y magnánimo al mismo tiempo, y así manifestar intransigencia contra los errores y comprensión con los hombres, encontrará que David era valeroso en las nobles empresas de la guerra, pero dulce y manso en el trato con los enemigos. Así era también Moisés, cuando se encolerizaba grandemente con las ofensas de los que pecaban contra Dios, y soportaba serenamente las calumnias dirigidas a él mismo.

(...) Las oraciones, en fin, además de la lectura, hacen el ánimo más joven y más maduro, ya que le mueven al deseo de poseer a Dios. Es bonita la oración que hace más presente a Dios en el alma. Precisamente en esto consiste la presencia de Dios: en tener a Dios dentro de sí mismo, reforzado por la memoria. De este modo nos convertimos en templo de Dios: cuando la continuidad del recuerdo no se ve interrumpida por preocupaciones terrenas, cuando la mente no es turbada por sentimientos fugaces, cuando el que ama al Señor está desprendido de todo y se refugia sólo en Dios, cuando rechaza todo lo que incita al mal y gasta su vida en el cumplimiento de obras virtuosas.

Trabajo

El deber de trabajar

(Reglas más amplias, 37, 1-2).

Dice Nuestro Señor Jesucristo que quien trabaja merece su sustento (Mt 10, 10); [el alimento], por tanto, no es simplemente un derecho debido a todos sin distinción, sino de justicia para quien trabaja. El Apóstol también nos manda trabajar con nuestras propias manos para tener con qué ayudar a los necesitados (cfr. Ef 4, 28). Es claro, por tanto, que hay que trabajar, y hacerlo con diligencia. No podemos convertir nuestra vida de piedad en un pretexto para la pereza o para huir de la obligación. Todo lo contrario. Es un motivo de mayor empeño en la actividad y de mayor paciencia ante las tribulaciones, para que podamos repetir: con trabajos y fatigas, en frecuentes vigilias, con hambre y sed (2Co 11, 27). Este tenor de vida no sólo nos sirve para mortificar el cuerpo, sino también para demostrar nuestro amor al prójimo, y que, mediante nuestras manos, Dios conceda lo necesario a los hermanos más débiles según el ejemplo del Apóstol, que dice en los Hechos: os he enseñado en todo que trabajando así es como debemos socorrer a los necesitados (Hch 20, 35); y también: para que tengáis con qué ayudar al necesitado (Ef 4, 28). De esta manera, un día seremos dignos de escuchar estas palabras: v35.

¿Hace falta insistir en que el ocio es malo, si el mismo Apóstol dice abiertamente que el que no trabaja no ha de comer? Igual que el alimento diario es necesario, también lo es el trabajo cotidiano. No en vano, Salomón ha escrito esta alabanza [de la mujer laboriosa]: el pan que come no es fruto de pereza (Pr 31, 27). El Apóstol dice de sí mismo: ni comimos gratis el pan de nadie, sino trabajando día y noche con cansancio y fatiga (2Ts 3, 8) a pesar de que, como predicador del Evangelio, tenía derecho a vivir de su predicación. El Señor unió la malicia a la pereza cuando dijo: siervo malo y perezoso (Mt 25, 26). Y también el sabio Salomón, no sólo alaba a quien trabaja, sino que condena al vago enviándolo junto al animal más pequeño: ¡vete donde la hormiga, perezoso!, le dice (Pr 6, 6). Por tanto, hemos de temer que estas palabras nos sean dirigidas en el día del juicio, porque quien nos ha dado energías para trabajar exigirá que nuestras obras sean proporcionales a esas fuerzas. A quien mucho se le ha dado, mucho le será exigido (Lc 12, 48) (...).

Mientras movemos nuestras manos en el trabajo, debemos dirigirnos a Dios con la lengua –si es posible o útil para edificar nuestra fe–, o al menos con el corazón, mediante salmos, himnos y cantos espirituales, y así rezar también durante nuestra ocupación, dando gracias a quien pone en nuestras manos la fuerza para trabajar, da a nuestra mente la capacidad de conocer y nos proporciona la materia, tanto de los instrumentos como de los objetos que fabricamos. Y todo esto, suplicando que nuestras obras sean del agrado de Dios.

Ayuno

Escogemos los pensamientos fundamentales de dos homilías del santo Doctor (cf. Ad Populum variis argumentis homiliae XIX. Homiliae I et II de ieiunio Divi Basilii Magni... omnia quae in hunc diem latino sermone donata sunt opera. Apud Philippum Nuntium Antuerpiae, MDLXVIII, p. 128).

A) El ayuno

a) E. Entonad un canto, tocad los címbalos, la dulce citara y el arpa; haced resonar en este mes las trompetas, en el plenilunio, en nuestra fiesta (Sal 81, 3-4). Nuestra pascua se acerca también y hemos de resonar las trompetas de la Escritura, que nos invitan al ayuno (uf. Hom. 1 initio). Sube a un alto monte y anuncia a Sión la buena nueva (Is 40, 9). El militar arenga a sus soldados y los inflama, de tal modo que desafían a la muerte; el entrenador pone delante de sus atletas la corona del premio, y al oírle no se arredran ya por ningún esfuerzo. Dejadme a mí que os dirija la palabra para alentaros a esta batalla del ayuno, preparatorio de la gran fiesta. ¡Animo, soldados de Cristo, vamos a luchar contra las potestades invisibles! Los soldados y atletas robustecen su cuerpo para pelear. Nosotros, por el contrario, lo enflaquecemos para vencer. Lo que los masajes de aceite son para los músculos es la mortificación para el alma. El ayuno es útil en todo tiempo e impide siempre los ataques del demonio. Pero, sobre todo, se promulga por él en el orbe entero el edicto penitente. Soldados y caminantes, maridos y mercaderes, lo reciben con gozo. Nadie, pues, se excluya del censo que los ángeles van formando por las cíudades, viendo quién ayuna. ¿Eres rico? No creas al ayuno indigno de tu mesa. ¿Pobre? No digas que es el campanero eterno de la tuya. ¿Niño? ¿Qué mejor escuela? (Hom. 2). Alegrad, pues, vuestros rostros. Los histriones representan el papel de los hipócritas asumiendo el tipo de personajes que no son. No lo hagas tú; ayuna, y ayuna con alegría (Hom. 1).

b) Ejemplos de ayuno. "Todo lo que se distingue por su antigüedad es venerable". Nada más antiguo que el ayuno. En el paraíso, el pequeño precepto impuesto por Dios no consistió sino en una muestra de abstinencia (Gn 3, 3). "Por no ayunar fuimos expulsados del edén; ayunemos, pues, para que se vuelvan a abrir sus puertas". Elegid entre Eva y Lázaro (Lc 16, 21); la una se perdió por gula y el otro se salvó por sus privaciones. Moisés, antes de subir al monte, se preparó con un largo ayuno (Ex 24, 18), y allí, mientras continuaba privado de todo alimento, Dios le fue escribiendo con su dedo los mandamientos en dos tablas. ¿Qué ocurrió entre tanto al pie del monte? Que el pueblo se sentó para comer y se levantó para jugar, y de la comida y el juego vino a caer en la idolatría. Esaú perdió la primogenitura por su ansiedad de comida (Gn 25, 29-34). Samuel nació en premio de la oración y del ayuno de su madre (1R 1, 10). El ayuno convirtió en inexpugnable a Sansón (Jc 13, 24-25). Los profetas eran grandes ayunadores, como Eliseo, cuyo escaso y sencillo alimento en casa de la Sunamítide nos describe la Escritura (4 R 4, 8-10). Los jóvenes del horno y Daniel, vencedores del fuego y de los leones, dieron asimismo ejemplo de la abstinencia. El ayuno apagó las llamas y cerró las fauces del león Dn 3, 19 ss; Dn 6, 16-23). San Juan, el mayor entre todos los nacidos; San Pablo, que enumera el ayuno entre todos las demás sufrimientos de que se gloría... Pero ¿a qué seguir, si tenemos ahí a nuestra cabeza y Señor, que, para darnos ~ejemplo, ayunó cuarenta días? (Serm 1 y 2).

c) El ayuno, util para el cuerpo y para el ama. No busques pretextos para excusarte, porque estás hablando con Dios, que lo sabe todo. ¿Que no puedes ayunar y, en cambio, te regalas con grandes comilonas? Más perjudican éstas a la salud que el ayuno. El cuerpo que se embota a diario con demasiada comida, es como un buque cargado en exceso, y en peligro de hundirse al menor soplo de las olas. A juzgar por la vida de muchos, no parece sino que es más cómodo correr que descansar, luchar que vivir tranquilo, pues prefieren las enfermedades a una parquedad saludable Y si venimos al orden espiritual, "el ayuno es quien da alas a la oración para que pueda subir al cielo; es la firmeza de la familia, la salud de la madre y el maestro de los hijos". Después de ponderar la sana alegría de una comida decerosa, tras la práctica del ayuno, porque el sol brilla más claro al cesar la tormenta, y las continuas delicias vuelven insípido al mismo placer, continua San Basilio: "Añade a todo esto que el ayuno no sólo te libra de la condenación futura; sino que te preserva de muchos males y sujeta tu carne, de otro modo indómita... Ten cuidado, no sea que, por despreciar ahora el agua, tengas después que mendigar una gota desde el infierno". Vivís en la crápula y os olvidáis de alimentar el alma con los dogmas y la doctrina, "como si no supierais que vivimos en batalla perpetua y que quien abastece a una de las partes influye en la derrota de su contraria, y, por lo tanto, el que sirve a la carne aniquila al espíritu, mientras que quien le ayuda reduce a servidumbre al cuerpo... Si quieres robustecer al alma, habrás de domar la carne con el ayuno, conforme a la sentencia del Apóstol, el cual nos enseñaba que cuanto más se corrompe el hombre exterior, más se renueva el interior... (Ef 4, 22). ¿Quién es el que ha conseguido participar de la mesa eterna, repleta de dones espirituales, viviendo aquí en espléndida abundancia? Moisés para recibir la ley necesitó del ayuno, y ni no hubieran recurrido a él los ninivitas (Jn 3, 10), habrían perecido. ¿Quiénes dejaron sus huesos en el desierto, sino los que recordaban ansiosos las carnes de Egipto?" El ayuno es el pan de los ángeles y nuestra armadura contra los espíritus inmundos, que no son arrojados sino por él (Mt 17, 20) y por la oración (Hom. 1). ¿Cuándo habéis visto que el ayuno engendre la lujuria? ¿No veis cómo en nuestra ciudad cesan las canciones meretricias y los bailes impúdicos en cuanto nos dedicamos a ayunar? El ayuno nos asemeja a los ángeles (Hom. 2). Pero tened cuidado de no mezclar otros vicios con vuestra abstinencia. Extiéndese aquí largamente San Basilio sobre los que ayunan, pero beben inmoderadamente, y añade: Perdonad al prójimo y componed los pleitos, no sea que ayunéis de carne y devoréis a vuestros hermanos.

B) La tentación

a) Interrogatorio 75 "¿Podemos atribuir al demonio todos los pecados, tanto de pensamiento como de palabra y de obra?".

b) Respuesta "En general opino que Satanás no puede obligar a nadie a pecar, sino que, utilizando las inclinaciones de cada uno y los deseos prohibidos, consigue arrastrar a los que viven descuidados hacia las vicios que les son propios. Sírvese como de ayuda de las tendencias naturales, tal y como ocurrió con Cristo, cuando, al verlo hambriento, se le acercó para decirle: Si eres Hijo de Dios... En el caso de Judas se sirvió de los deseos perniciosos, pues al percibir su inclinación a la avaricia, le empujó a vender al Señor por treinta dineros"... "Pero es evidente también que el mal nace muchas veces de nosotros mismos, y lo atestigua Cristo cuando dijo que los pensamientos malos salen del corazón" (Mt 15, 19). "El alma es como una viña, la cual, descuidada por la pereza, no produce sino abrojos" (cf. Regulae breviores, o.c. p.442).

C) La ambición y la humildad

Entre las obras de San Basilio figuran veintitrés discursos "a Simone magistro ac sacri palatii quaestore, ex eius scriptis olim in unum congestae". En realidad, son una selección de pensamientos, copiados literalmente y unidos por materias que forman distintos sermones. Usamos los discursos 17 y 20 e indicamos los lugares de las obras del santo Doctor de donde han sido elegidos los párrafos correspondientes. Los textos seleccionados se relacionan con las tentaciones de soberbia y ambición.

"Es muy difícil que quien no se resigna nunca a ocupar el último puesto ni a ser el menor de todos, pueda resistir los ataques de la ira o sufrir con paciencia los contratiempos. En cambio, el humilde, que, cuando se ve menospreciado, confiesa ser todavía inferior, difícilmente se turbará, y si un día le llaman pobre, sabe muy bien que lo es, porque lo necesita todo, y porque no puede vivir sin la ayuda diaria de Dios". Si le echan en cara su humilde origen, se acuerda del barro. "Lo mismo de difícil es no aplanarse en la desgracia como no ensoberbecerse en la prosperidad, porque los hombres fatuos, si se ven honrados y observados, se engríen más todavía" (cf. Hom. 7, ex comm. in Ps. 61). "Dícese ambicioso aquel que habla u obra movido por ese miserable y vacío honor de este mundo, dando, por ejemplo, limosnas para ser alabado. Como quiera que este tal busca su propia utilidad, no podemos decir de él ni que es misericordioso ni que hace el bien a sus semejantes". Tal fue el delito de Ananías, al que no se le dio tiempo siquiera para arrepentirse (Hch 5, 1-10). "El Señor, que resiste a los soberbios y exalta a los humildes, ha dado su palabra de que derribará por tierra la virtud de los fatuamente hinchados. Por lo tanto, todo el que se dedica a confundir la soberbia de estos tales, en realidad los libra y borra la semejanza que tenían con el demonio, padre de todo fasto y soberbia, persuadiéndoles a que sean verdaderos discípulos del que se nos propuso como modelo de mansedumbre y humildad" (ibid. Ex comm. in Eph.). "Y si alguna vez observas que tu hermano ha incurrido en algún delito, no detengas en eso tu pensamiento; examina despacio todo lo bueno que ha hecho y hace, y a buen seguro comprobarás que es mejor que tú. Las personas deben juzgarse no por un detalle, sino por el conjunto, como hace el mismo Dios". Así juzgó al rey Josafat, a quien perdonó un grave delito por otras buenas obras (2Cro 17, 1-6). No te juzgues nunca superior a nadie, no sea que, absuelto por tu propia sentencia, vengas a ser castigado por otra muy justa del cielo. Si crees haber hecho algo bueno, da gracias a Dios, pero no te creas superior a nadie... no te ocurra lo que al demonio, que quiso subir por encima del hombre, y Dios lo derribó de tal forma que ahora lo podemos pisotear' (cf. Hom. 17, Ex cont. de humilitate).

D) El gobierno y el poder

Es necesario que gobiernen los más dignos, aunque muchas veces la necedad de los hombres procure lo contrario. Deben los jefes sobresalir en toda clase de virtudes, pues como sean ellos, así, por lo general, serán los ciudadanos. Si muchos pintores copian el mismo rostro, todos reproducirán idénticos rasgos. "La verdadera y perfecta obediencia de los súbditos a sus superiores consiste no sólo en evitar el mal que se prohíbe, sino en no llevar a cabo ni aun lo que es laudable, fuera de su dirección..." "El príncipe y todo el que gobierna ha de procurar no dejarse ensoberbecer por su cargo, para no perder el premio que merece la humildad. Y el que sirva al rey, tampoco se engría pensando si ocupa tales o cuales puestos... Bástenos la gran dignidad de podernos llamar siervos de tan gran Señor. Del mismo modo que no hemos de tributar culto más que a Dios, tampoco debemos colocar nuestra esperanza sino en el Señor de todas las cosas. El que espera de los hombres o se ufana de cualquier negocio temporal, como el poder, la riqueza o alguna nadería de las que tanto estima el vulgo, ya no puede decir: Yavé, mi Dios, a ti me acojo (Sal 7, 2), pues se nos ha avisado que no coloquemos nuestra esperanza en los príncipes (Sal 146, 3)..." (cf. Hom. 20, Ex ascetico).

Iracundos

Introducción: torpe bestialidad del iracundo

Cuando las prescripciones de los médicos son oportunas y están conformes con lo que aconseja el arte, su utilidad se manifiesta sobre todo después que se experimenta. Así, en las exhortaciones espirituales, cuando los consejos están confirmados por el éxito, es entonces cuando aparece lo sabía y últimamente que fueron dados para la enmienda de la vida y para la perfección de aquellos que los llevan a cabo. Pues cuando oímos las sentencias de los Proverbios que nos enseñan que "la ira pierde aun a los prudentes" 1, cuando oímos la amonestación del Apóstol: "Toda ira, indignación y alboroto con toda maldad, esté lejos de vosotros" 2, y al Señor que dice que quien irrita temerariamente a su hermano es reo de juicio 3; si hemos experimentado esta pasión que no nace en nosotros, sino que se precipita desde fuera sobre nosotros como una inesperada tempestad, entonces, sobre todo, conoceremos bien lo admirable de las divinas amonestaciones. Y si a veces nosotros mismos hemos dado cabida a la ira, como abriendo paso a un río impetuoso, y hemos experimentado la vergonzosa tribulación de los poseídos por esta pasión, habremos llegado a conocer entonces, la verdad de aquella sentencia: "El hombre iracundo no es honesto" 4. Porque una vez que este vicio hace perder la razón usurpa después el dominio del alma. Embrutece por completo al hombre no permitiéndole ser hombre, pues ya no cuenta con el auxilio de la razón.

Lo que el veneno causa a los envenenados, eso mismo hace la ira en los que se exasperan, rabian como perros, atacan como escorpiones, muerden como serpientes. La Sagrada Escritura suele llamar con frecuencia a los dominados por este vicio, fieras, a las que se asemejan en su maldad. Otras veces los llama perros que no ladran 5; otras, serpientes, raza de víboras 6.

Y en efecto, los que están dispuestos a destrozarse mutuamente y a hacer daño a sus semejantes, son con razón, contados entre las fieras y animales venenosos que por naturaleza tienen odio implacable al hombre y le atacan.

La ira desenfrena la lengua y no hay guarda en la boca. Las manos sin sosiego, las afrentas, los insultos, las maldiciones, las heridas y otras cosas que quedan sin enumerar, son vicios engendrados por la ira y el furor.

También la espada, se afila por la ira, y la muerte del hombre se lleva a cabo por manos humanas. Por ella los hermanos llegan a desconocerse entre sí. Los padres y los hijos reniegan de su naturaleza. Pues los iracundos se olvidan en primer lugar de sí mismos; después, de todos sus parientes. Y así como los torrentes que van a morir en alguna concavidad, arrastran consigo cuanto se les presenta delante, del mismo modo, los violentos e irresistibles ímpetus de los iracundos, atropellan a todos por igual. No respetan las canas, ni la santidad de vida, ni el parentesco, ni los beneficios recibidos, ni dignidad alguna. Es la ira una locura pasajera.

En el afán de vengarse, los iracundos aun a sí mismo se precipitan muchas veces en una desgracia evidente, despreciando su propio bienestar. Picados como con un aguijón por el recuerdo de los que le han ofendido, hirviendo y saltando de enojo, no paran hasta que hacen algún daño a quien les ha irritado. Sin embargo, suele acontecer que son ellos los que lo reciben. Muchas veces sucede que las cosas que violentamente se quiebran, padecen más de lo que dañan, por cuanto se estrellan contra otras que las resisten.

Descripción del iracundo

¿Quién podrá explicar este mal? Los inclinados a la ira que se enciende por cualquier cosa, gritan y se enfurecen, acometen más indecorosamente que cualquier animal venenoso. No desisten hasta que en ellos revienta como burbuja la ira, y hasta que se deshace la hinchazón que constituye su grave e incurable mal. Ni el filo de la espada, ni el fuego, ni cualquier otra cosa terrible es capaz de contener a un ánimo encendido en ira. Se parecen a los posesos del demonio, de los cuales nada se diferencian los iracundos ni en su aspecto ni en el estado de su mal. Pues a los que están sedientos de venganza les hierve la sangre alrededor del corazón, como agitada e inflamada por la fuerza del fuego. Saliendo al exterior presenta al airado en otra forma, mudándole la acostumbrada y a todos conocida, como si se pusiese una careta en la escena. Se desconocen en ellos los ojos propios y ordinarios. Su aspecto es fiero y su mirada despide fuego y hasta aguza sus dientes como un jabalí. Su rostro está lívido y enrojecido. La mole de su cuerpo se entumece. Sus venas se hinchan por la tempestad que ruge en su fatigoso alentar. Su voz áspera y muy levantada. Sus inarticuladas palabras se precipitan temerariamente, sin proceder con lentitud, ni con orden, ni con significación. Después que la causa de su exasperación ha llegado al colmo y después que su ira se enciende más y más como la llama con la abundancia de combustible, entonces es, cuando se ven espectáculos que ni la lengua puede decir, ni de hecho se pueden tolerar. Levanta las manos contra el amigo, y descarga con ellas golpes en todas partes de su cuerpo. Más aún; da puntapiés, sin compasión, sobre los más delicados miembros. Todo lo que se le pone delante sirve de arma a la ira. Y si la parte contraria se encuentra con el mismo mal que le resiste, a saber, con otra rabia y locura semejante, entonces cayendo el uno sobre el otro, hacen y sufren mutuamente cuanto es justo que sufran los que luchan bajo semejante espíritu. Las mutilaciones de los miembros, y muchas veces también la muerte, lo cuentan los que luchan como premio de la ira. Comenzó el uno a levantar sus manos sin razón, el otro lo rechaza; repitió el otro el golpe, el segundo no cede. Y el cuerpo queda lastimado por las heridas. Pero la ira hace que no se sienta el dolor. Pues ni tiempo tienen para sentir lo que sufren, mientras tienen ocupada la mente en vengarse del que les hiere.

Es necesario saber vencer con la mansedumbre.

Premio reservado a los mansos

No curéis un mal con otro mal 7, ni porfiéis por vengaros unos a otros en hacer daño. En las luchas malas, es más digno de compasión el que vence, porque se retira con mayor pecado.

No te hagas deudor de un premio malo, ni pagues peor una deuda mala.

¿Te insulta el iracundo? Detén con tu silencio el daño. Recibiendo en tu corazón como a un torrente la ira del otro, imitas a los vientos que rechazan con su soplo lo que se les arroja. No tengas a tu enemigo por maestro. Ni imites lo que odias. No te hagas como un espejo del que se irrita mostrando en ti mismo su figura.

– Pero se enciende el otro.

– Y tú, ¿acaso no estás también encendido?

– Sus ojos arrojan sangre.

– Pero, dime, ¿los tuyos miran con serenidad?

– Su voz es áspera.

– Pero, ¿la tuya es suave?

En los desiertos, el eco devuelve la voz al que la emitió. Así también los insultos vuelven al que los profirió. Mejor dicho, el eco vuelve el mismo, mas el insulto viene aumentado. Porque, ¿qué es lo que suelen echarse en cara el uno al otro los iracundos? El uno dice al otro: ¡plebeyo, descendiente del linaje oscuro! El otro, en cambio, responde: ¡esclavo, e hijo de esclavos! Este: ¡pobre! Aquél: ¡mendigo! Este: ¡Ignorante! Aquél: ¡mentecato! Y así hasta que se les acaban los insultos como agudas flechas. Después que han arrojado de su boca como de una aljaba toda clase de improperios, pasan a la venganza por medio de los hechos. Porque la ira excita la riña; la riña engendra los insultos; los insultos, los golpes. ¡Y no pocas veces a los golpes siguen las heridas y la muerte!

Consejos para dominar al iracundo

Alejemos el mal en su comienzo, arrojando de nuestras almas con todo empeño, la ira. Porque de esta manera arrancaremos con este vicio, como con raíz y fundamento, muchísimos males.

¿Te ha maldecido tu enemigo? Bendícele tú.

¿Te ha herido? Súfrelo.

¿Te desprecia y te tiene por nada? Piensa que "eres de tierra y en tierra te has de convertir" 8. Quien medita este pensamiento, toda deshonra encuentra menor que la verdad. Si te muestras invulnerable ante las injurias, quitarás al enemigo toda posibilidad de venganza. Además, ganas de esta manera para ti, gran corona de paciencia, sirviéndote de la locura del otro como de ocasión para tu propia virtud. Y si me crees, aún añadirás tú mismo otros oprobios a los que el otro te dice.

¿Te llama plebeyo y hombre sin honor y sin ningún valor? Llámate a ti mismo tierra y polvo: que no eres más noble que nuestro padre Abraham, y eso se llamaba a sí mismo 9.

¿Te llama ignorante, pobre e indigno de todo? Tú, llámate gusano y di que tu origen es el estiércol, usando del lenguaje de David 10. Y a esto añade la hazaña de Moisés: Injuriado por Aarón y María, no pidió a Dios que les castigase, sino que rogó por ellos.

¿De quién quieres ser discípulo? ¿De los hombres amigos de Dios y justos, o de los que están llenos del espíritu de maldad?

Cuando se levante en ti la tentación de injuriar, piensa que estás en esta alternativa: o de acercarte a Dios por la paciencia, o de acogerte por la ira al enemigo. Da tiempo a tus pensamientos para que elijan el partido ventajoso. Porque, o aprovechas algo a tu adversario con el ejemplo de la mansedumbre, o le irritas más ferozmente con tu desprecio. Porque, ¿qué cosa hay más acerba para un enemigo que el ver que su adversario le supera en las injurias?

No rebajes tu ánimo; ni consientas ponerte al alcance de tus injuriadores. Deja que te ladre en vano; que se despedace a sí mismo. Que así como el que azota a uno que no siente, se hace mal a sí mismo (porque ni se venga del enemigo ni apacigua la ira), así el que ultraja a uno a quien no alteran los oprobios, no puede encontrar descanso para su sufrimiento. Por el contrario, se despedaza, como dije. Y ¿qué es lo que cada uno de vosotros gana con los que están presentes? A él le llaman mezquino, a ti magnánimo; a él iracundo y cruel, a ti sufrido y manso. El se arrepentirá de las cosas que dijo: tú nunca te arrepentirás de tu virtud.

Cómo comportarse con los iracundos

¿A qué decir más? A él, su maledicencia le cerrará el reino de los cielos; porque los iracundos no alcanzarán el reino de Dios 11; mientras que a ti te abrirá el reino tu silencio. Porque el que haya sufrido hasta el fin, ese se salvará 12. Pero si te vengas y te levantas igualmente contra el que te injuria, ¿qué excusas vas a tener? ¿Que él te provocó primero? Y, ¿de qué perdón es esto digno?

Tampoco el libertino que imputa el pecado de su cómplice porque le incitó, deja por eso de ser digno de condenación. Ni hay corona sin enemigos, ni caídas sin luchadores. Oye a David que dice: "Mientras el pecador se puso en contra de mí, ni me exasperé, ni me vengué, sino que enmudecí y me humillé y no dije nada de los bienes" 13.

Tú te exacerbas con el ultraje como con un mal, y sin embargo le imitas como si fuera un bien. Porque, mira, haces lo que reprendes.

¿Examinas con cuidado el mal ajeno, y tienes en nada tu propia vergüenza? ¿Es un mal la ira? Guárdate de imitarla. Que no basta para excusarse el que haya comenzado el otro. Más justo es, a mi parecer, volver contra ti la queja. El otro no tuvo ejemplo para su enmienda. Tú, empero, viendo que el iracundo se porta indecorosamente, le imitas y le indignas. Te enfureces y te irritas. Y así tu pasión sirve de excusa al que comenzó. Con las mismas cosas que haces le libras a aquél de culpa y te condenas a ti mismo. Pues si la ira es un mal, ¿por qué no evitaste el daño? Y si merece perdón, ¿por qué te irritas contra el iracundo?

De ahí que aunque fueres el segundo en la ofensa, nada te aprovecha esto. Porque en las luchas por una corona no es coronado el que las comienza, sino el que vence. Pues de igual manera no sólo es condenado el que comenzó el mal, sino también el que le siguió como a capitán hasta el pecado.

Si te llamó pobre, y lo eres, confiesa la verdad. Y si miente, ¿qué te importa a ti de lo que diga?

Benignidad de Jesucristo.

Cuando te dicen alabanzas que traspasan la raya de la verdad, no te enfureces. Pues tampoco te exasperes con los ultrajes falsos y mentirosos. ¿No ves cómo las saetas suelen penetrar en lo duro y resistente, y en las cosas blandas que fácilmente ceden se estrella su ímpetu? Pues piensa que algo semejante pasa con las injurias. El que les sale al encuentro, las recibe en sí; pero el que se porta con blandura y cede, con la mansedumbre de su trato vuelve el mal dirigido contra él.

Pero, ¿por qué te turba el nombre de pobre? Acuérdate de tu naturaleza. Entraste desnudo en el mundo, y desnudo saldrás de él 14. Y, ¿qué cosa más pobre que un desnudo? Por lo tanto, nada grave te han dicho; sólo que te has apropiado a ti sólo lo que has oído. Nadie ha sido llevado a la cárcel por ser pobre. No es deshonroso el ser pobre, sino el no sufrir con buen ánimo la pobreza. Acuérdate del Señor que "siendo rico se hizo pobre por nosotros" 15.

Si te llaman necio e ignorante, acuérdate de las injurias con que los judíos ultrajaron a la verdadera sabiduría: "Eres samaritano y tienes en ti al demonio" 16. Y si te enfureces, confirmas los ultrajes. Porque ¿hay cosa más irracional que la ira? Pero si permaneces sin airarte, avergüenzas al que se enfurece mostrando con la obra tu virtud.

¿Has sido abofeteado? También el Señor lo fue 17.

¿Has sido escupido? También Nuestro Señor. Porque "no retiró su rostro de la deshonra de la saliva" 18.

¿Has sido calumniado? También el eterno Juez.

¿Rasgaron tu túnica? A mi Señor se la desnudaron y "repartieron entre sí sus vestidos" 19.

Aún no has sido condenado, aún no has sido sacrificado. Mucho te falta para que llegues a su imitación.

Ejemplos de mansedumbre

Grábese cada una de estas cosas en tu mente y atemperarás la hinchazón. En efecto: estos pensamientos y estos afectos contienen los saltos y trepidaciones de nuestro corazón, y llevan al alma a la fortaleza y tranquilidad; esto era, sin duda, lo que decía David: "Preparado estoy y no estoy turbado" 20.

Conviene, pues, reprimir este necio y vergonzoso movimiento del ánimo con el recuerdo de los ejemplos de los varones justos. El gran David sufrió con mansedumbre la petulancia de Semei. No daba tiempo que la ira le moviese, sino que levantaba su mente a Dios y decía: "El Señor dijo a Semei que maldiga a David" 21. Y oyéndose llamar sanguinario e inicuo, no se encendió de ira sino que se humillaba como si fuese digno de ser insultado de aquella manera.

Aleja de ti estas dos cosas: el tenerte por digno de grandes cosas, y el tener a hombre alguno por muy inferior a ti en dignidad. De esta manera, la ira jamás se levantará contra ti por las injurias que recibas.

Grave sería que uno a quien has colmado de singulares gracias y beneficios, a su ingratitud añadiese el ser el primero en injuriarte y deshonrarte. Grave sería a la verdad. Sin embargo, mayor mal es para el que lo hace que para el que lo sufre. Que injurie él: tú no le injuries. Sus palabras sean para ti ejercicio de virtud. Si no te sientes impresionado, estás sin herida. Si tu ánimo sufre algo, contén el ímpetu en ti mismo. Porque "en mí, dice, ha sido turbado mi corazón" 22. Es decir, no dejó salir afuera la pasión, sino que, como a una ola que se deshace dentro de los litorales, la ahogó. Contén el corazón que ladra y se enfurece. Teman las pasiones la presencia de la razón, de lamanera que los niños temen cuando hacen alguna travesura, la presencia de algún varón respetable.

Ventajas de la ira cuando es dócil a la razón

¿Y cómo evitaremos los funestos daños que trae consigo el irritarse?

Procurando persuadir a la ira que no se adelante a la razón. De esta manera, la tendremos sujeta a nosotros como a un caballo. Obedecerá a la razón como a un freno. No saldrá jamás de su propio puesto. Se dejará guiar a donde quiera le conduzca la razón. Porque la irritación de nuestro espíritu es útil para muchas obras de virtud, siempre y cuando sea aliada de la razón contra el pecado. Entonces, viene a ser como el soldado que rindiendo sus armas al general, acude prontamente a prestar auxilio a donde le mandan. De igual manera, la ira cuando está al servicio de la razón.

La ira es el nervio del alma. Le da energías para emprender buenas obras. Si alguna vez la encuentra debilitada por el placer, la fortalece como un baño de hierro. La convierte de blanda y muelle, en austera y varonil.

Ciertamente que si no te irritas contra el diablo, no te será posible odiarle como merece. Así, pues, conviene a mi parecer, amar la virtud con el mismo entusiasmo con que se debe odiar el pecado. Para esto es muy útil la ira, siempre que se mantenga dócil a la razón y la siga, como al pastor el perro. En efecto, muéstrase el perro, apacible y bueno ante el amo que le acaricia y le obedece a la menor indicación. Sin embargo, ladra y se enfurece al llamado de voz extraña, aunque parezca que la voz trae agasajos. Ante el grito del amigo o del amo, por el contrario, se atemoriza y se calla. Este es el mejor y más apto auxilio que a la parte razonable del alma, proporciona la ira. Porque el que así procede, no se aplacará ni hará alianzas con los que ponen asechanzas. Nunca admitirá la amistad con cosa alguna dañosa, sino que siempre ladrará y despedazará como un lobo al placer engañador.

Exhortación para no torcer en daño nuestro lo que Dios nos concedió para nuestro bien.

Esta es la utilidad que se obtiene de la ira para los que saben valerse de ella. Según el modo como se use de esta y otras energías, resulta un mal o un bien para el que las tiene.

Por ejemplo; el que abusa de la parte concupiscible del alma para gozar de la carne y de los deleites impuros, es abominable y lascivo; pero el que la vuelve hacia Dios y hacia el deseo de los goces eternos, es digno de imitación, y dichoso.

De igual manera, quien dirige bien la parte racional, es prudente y sabio: pero el que aguza el entendimiento para daño del prójimo, es taimado y malhechor.

No convirtamos, pues, para nosotros, en ocasión de pecado, lo que el Creador nos dio para nuestro bien.

La ira excitada cuando conviene y como conviene, produce la fortaleza, la paciencia y la continencia. Sin embargo, si obra alejada de la recta razón, se convierte en locura. Por eso nos amonesta el Salmo: "Irritaos y no pequéis" 23. Y el Señor amenaza con su juicio al que se enoja sin causa 24; pero no prohíbe que usemos de la ira como una medicina. Porque aquellas palabras: "Pondré enemistad entre ti y la serpiente" 25, son propias de quien enseña que se ha de usar la ira como un arma. Por eso Moisés, el más manso de todos los hombres 26, para castigar la idolatría armó las manos de los levitas con intención de que diesen muerte a sus hermanos 27: "Ponga, dijo, cada uno la espada a su cintura, y pasad de puerta en puerta y volved por los campamentos, y mate cada uno a su hermano, cada uno a su vecino, cada uno a su allegado" 28. Y poco después, dice: "Y dijo Moisés: Llenasteis hoy vuestras manos para el Señor 29, cada uno en vuestro hijo y en vuestro hermano, para que sobre vosotros venga bendición" 30.

¿Qué fue lo que santificó a Finés? ¿No fue su justa ira contra los lascivos? En efecto, siendo sumamente manso y apacible, después que vio el pecado de Zambro y la Madianita, cometido desvergonzadamente y a la vista de todos sin que ocultasen el infame espectáculo de su torpeza, no pudiéndolo tolerar, usó oportunamente la ira, atravesando a los dos con una lanza 31.

Y Samuel, ¿no mató con justa ira, sacándole del medio, a Agag, rey de Amalec, salvado por Saúl contra el mandato de Dios? 32.

Por lo tanto, la ira es, muchas veces, medio para las buenas obras. El celoso Elías dio muerte, para bien de todo Israel, con ira sabia y prudente, a 450 varones, sacerdotes de la confusión 33 y a 400 sacerdotes de los bosques 34, que comían a la mesa de Jezabel 35.

Tú, empero, te irritas sin razón contra tu hermano. Porque ¿cómo no ha de ser sin razón cuando siendo uno el que provoca, tú te irritas contra otro? Haces como los perros, que muerden las piedras cuando no alcanzan al que las arroja. El que es provocado es digno de compasión; pero el que provoca, de odio.

Desfoga tu ira contra el enemigo de los hombres, contra el padre de la mentira, contra el autor del pecado. Mas compadécete de tu hermano, quien si aún así permaneciere en el pecado, será entregado a fuego eterno con el diablo.

Así como son distintos los nombres de indignación e ira, así también debe distinguirse lo que estos nombres significan. La indignación es como un incendio y repentina inflamación del afecto. La ira es un dolor constante y una continua ansia de pagar con la misma moneda a los que nos injurian, como si el alma tuviera sed de venganza. Es necesario saber, pues, que por ambas partes pecan los hombres: o excitándose furiosa y temerariamente contra los que les irritan, o persiguiendo con engaños y acechanzas a los que les ofenden. Y de ambas cosas debemos guardarnos.

Cómo frenar la ira

Y ¿qué se deberá hacer a fin de que esta pasión no ultrapase los límites?

Para ello aprende primero la humildad, la cual el Señor aconsejó con sus palabras y mostró con sus obras. Porque unas veces dice: "El que quiera ser el primero entre vosotros, sea el último de todos" 36; otras, tolera manso y sin inmutarse al que le hiere 37.

El Hacedor y Señor del cielo y de la tierra, el que es adorado por todas las criaturas tanto racionales como irracionales, "el que todo lo sostiene con la palabra de su poder" 38, no arrojó vivo al infierno al que le hirió, haciendo que abriese la tierra para que tragase al impío; sino que le amonesta y le enseña: "Si he hablado mal, da testimonio de ello; pero si bien, ¿por qué me hieres?" 39.

Si conforme al precepto del Señor, acostumbras a considerarte como el último de todos, ¿cuándo te enfurecerás como si ultrajasen tu dignidad? Cuando te injuria un niño pequeño te causan risa sus ultrajes. Cuando un loco te dice palabras afrentosas, por más digno le tienes de compasión que de odio. No son, pues, las palabras las que suelen excitar los disgustos, sino la soberbia que se levanta contra el que nos injurió, y la estima que cada uno tiene de sí mismo. Por lo tanto, si arrojas estas dos cosas de tu alma, las injurias que vengan serán estrépitos que meten ruido en vano.

"Deja la ira y arroja la indignación" 40, para que así evites el peligro de este vicio, "que se descubre desde los cielos, sobre toda impiedad e injusticia de los hombres" 41.

Si con prudente determinación logras arrancar la amarga raíz de la ira, extirparás con tal comienzo muchos vicios. Porque los engaños, las sospechas, la infidelidad, la malicia, las acechanzas, la audacia, y todo el enjambre de semejantes males, son frutos de este vicio.

Procuremos, pues, no atraernos un mal tan grande: enfermedad del alma, obscuridad de la razón, alejamiento de Dios, ignorancia de la amistad, principio de la guerra, colmo de calamidades, demonio malo que se engendra en vuestras mismas almas, y se apodera como desvergonzado huésped de nuestro interior, y cierra las puertas al Espíritu Santo. Porque donde hay enemistades, litigios, riñas, contiendas, disputas, que producen en el alma horribles desasosiegos, allí no descansa jamás el espíritu de mansedumbre.

Obedeciendo, pues, el consejo del apóstol San Pablo, destiérrese de nosotros toda ira, indignación y gritería con toda maldad 42. Seamos afables y misericordiosos unos con otros, esperando el cumplimiento de la dichosa esperanza prometida a los mansos: "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra" 43 en nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por todos los siglos. Amén.

Atiende a ti mismo

"Atiende a ti mismo, no sea que alguna vez una palabra oculta, se haga iniquidad en tu corazón" (Dt 15, 9)2.

Introducción

Dios Nuestro Creador, nos ha dado el uso de la palabra para que descubramos a los demás los designios del corazón; ya que somos de una misma naturaleza, quiere Dios que, comunique cada uno con su prójimo, sacando como de unas alacenas, las intenciones de los escondrijos del corazón. Si contásemos únicamente de alma, pronto nos entenderíamos con los demás por medio de lo que pensamos. Pero como nuestra alma elabora los pensamientos revestida con el traje de la carne, tiene necesidad de palabras y nombres para publicar lo que dentro tiene. Y así, luego que nuestro pensamiento toma una voz significativa llevado por la palabra como en una barca, cruzando el espacio, pasa del que habla al que oye. Si encuentra profunda calina y silencio, entra como en puertos tranquilos e imperturbados en los oídos de los que escuchan. Pero si como enfurecida tempestad, sopla contra el alboroto de los oyentes, naufragará disolviéndose en medio del espacio. Haced, pues calina a la palabra con el silencio. Porque tal vez aparezca conteniendo algo útil que podáis llevar con vosotros.

La palabra de la verdad es difícil de comprender; puede fácilmente escapárseles a los que no estén con atención. Por eso, dispuso el Espíritu Santo que fuese concisa y breve, para que significase con pocas palabras muchas cosas, y pudiese por la brevedad retenerse fácilmente en la memoria. Porque virtud natural de la palabra es el no ocultar con oscuridad las cosas que significan, no estar ociosa y vacía andando ligeramente alrededor de las cosas.

El porqué de la sentencia.

Tal es la sentencia que poco ha nos leyeron de los libros de Moisés, de la cual os acordaréis muy bien los diligentes; a no ser que por su brevedad haya pasado ligeramente por vuestros oídos. Dice, pues, así: Atiende a ti mismo, no sea que alguna vez una palabra oculta se haga iniquidad en tu corazón 3.

Somos los hombres inclinados a los pecados del pensamiento. Por eso el que formó uno por uno nuestros corazones, sabiendo que la principal parte del pecado se comete con el apetito de la voluntad, ordenó en nosotros la pureza como la primera en la parte más noble. El sitio donde más fácilmente resbalamos al pecado lo ha favorecido con mayor esmero y vigilancia.

Y así como los médicos más previsores, defienden muy de antemano con medicinas preservativas las partes más débiles de los cuerpos; de la misma manera, el común curandero y verdadero médico de las almas, previno con más poderosos auxilios lo que conoció estar en nosotros más inclinado al pecado. Las acciones del cuerpo necesitan tiempo, oportunidad, trabajos, ayudantes, y los demás gastos. No así los movimientos de la mente, pues se ejecutan instantáneamente, se acaban sin cansancio, se detienen sin hacer nada; todo tiempo es apto para ellos.

Suele ocurrir que algún arrogante y vanaglorioso de su castidad, revestido por afuera con máscaras de pudor, sentándose muchas veces en medio de los que le llaman dichoso por su virtud, acude con su mente, por el oculto movimiento del corazón, al lugar del pecado. Ve con la imaginación lo que desea. Finge compañías indecorosas. Píntase claramente el placer en la escondida oficina de su corazón. Comete el pecado allá dentro sin testigos; desconocido por todos hasta que venga el que ha de descubrir los escondrijos de las tinieblas, y manifestar los deseos de los corazones 4.

Atiende, pues, no sea que alguna vez algún pensamiento oculto se haga iniquidad en tu corazón. Porque el que mire a una mujer para codiciarla, ya ha cometido adulterio en su corazón 5. Las acciones corporales las interrumpen muchos, mas el que peca con el deseo, ha cometido él pecado con la velocidad de los pensamientos. Por lo cual, contra esto tan resbaladizo, se nos dio pronto precaución. Así lo atestiguan las palabras: No sea que alguna vez una palabra oculta se haga delito en tu corazón.

Atiende a ti mismo para que puedas discernir lo dañoso de lo saludable.

Pero volvamos al comienzo de la sentencia. Atiende a ti mismo. Todos los animales tienen por concesión de Dios, quien todo lo creó, movimientos para mirar por su propia naturaleza. Y encontrarás, si observas diligentemente, que la mayor parte de los brutos, sin que nadie les enseñe tienen odio a los que les dañan. Son atraídos por el contrario, por cierta inclinación natural, a gozar de lo que les es útil. Por eso mismo Dios, nuestro maestro, nos dio este gran precepto para que lo que ellos hacen por naturaleza, eso lo hagamos nosotros con el auxilio de la razón. Lo que ellos hacen inconsiderablemente, quiere Dios que lo hagamos nosotros con atención y con la continua dirección de los pensamientos. Quiere que seamos guardas diligentes de los movimientos que El nos da, huyendo del pecado como huyen los brutos de las comidas venenosas y siguiendo la justicia como siguen ellos las nutritivas hierbas.

Atiende por lo tanto a ti mismo, para que puedas discernir lo dañoso de lo saludable.

Dos maneras de atender a sí mismo

Dos maneras hay de atender: una, contemplando con los ojos corporales las cosas visibles; otra, elevando la facultad espiritual del alma a la contemplación de las cosas incorpóreas. Si dijésemos que este precepto sólo se refiere a la acción de los ojos, mostraremos de inmediato la imposibilidad de esto. Porque ¿cómo uno se abarcaría a sí todo con el ojo? Pues, ni el ojo usa de su mirada para verse a sí mismo, ni puede ver la parte superior de la cabeza, ni las espaldas, ni el rostro, ni la interior disposición de las entrañas. Por otra parte, sería una impiedad decir que no pueden guardarse los mandamientos del Espíritu Santo.

Resta, pues, que entendamos el precepto en cuanto se refiere a la acción del entendimiento.

Atiende a ti mismo, es decir: examínate a ti mismo por todas partes. Ten despiertos los ojos del alma para vigilarte a ti mismo.

Atraviesas por medio de lazos 6. Yacen ocultas por todas partes, trampas puestas por el enemigo. Examina, pues, todo lo que está a tu alrededor, para que te libres como el gamo de los lazos, y como el ave de la trampa 7. Porque al gamo no se le puede agarrar con lazos por la agudeza de su vista, por donde se lo llama así por la perspicacia de sus ojos. Y el pájaro, cuando está atento, con sus ligeras alas se remonta sobre las celadas de los cazadores.

Pues mira. No te muestres más perezoso que los irracionales en vigilarte a ti mismo. Está, atento, no sea que alguna vez, enredado en los lazos, seas presa del diablo, cazado por él en vida para ser su juguete.

Atiende únicamente a ti mismo, a tu alma

Atiende, pues, a ti mismo; a saber, no a tus cosas, ni a lo que te rodea, sino atiende únicamente a ti mismo. Porque una cosa somos nosotros mismos, y otra nuestras cosas; y otra, todo lo que nos rodea. Nosotros somos el alma y la mente en cuanto que hemos sido hechos a imagen del Creador. Cosa nuestra es el cuerpo y sus sentidos. Lo que nos rodea son las riquezas, artes y lo demás concerniente a la vida.

¿Qué dice, pues, la sentencia? No atiendas a la carne ni busques en manera alguna su bien; la salud, la hermosura, el goce de los placeres, la larga vida. No admires las riquezas, la honra y el poder. No tengas por cosa grande cuanto satisface las necesidades de la vida temporal, no sea que desprecies, por la afición a estas cosas, la vida más excelente que tienes. Atiende a ti mismo; es decir a tu alma. Adórnala, cuídala, hasta que desaparezca, por tu diligencia, toda suciedad que se la haya pegado del mal. Procura borrar toda la deshonra que le haya venido del pecado. Adórnala y embellécela con galas de virtud.

Examínate a ti mismo quien eres. Conoce tu naturaleza: que es mortal tu cuerpo, e inmortal el alma. Conoce que tenemos una vida doble: una, perteneciente a la carne, que pasa velozmente; otra, perteneciente al alma, que no tiene límite.

Reflexiona diligentemente sobre ti mismo para dar a cada uno lo conveniente

Atiende, pues, a ti mismo. No te pegues a las cosas perecederas como si fueran eternas. No desprecies las eternas como si fueran pasajeras. Desprecia la carne, porque pasa; cuida del alma, que es inmortal. Reflexiona con toda diligencia sobre ti mismo, para que aprendas a dar a cada uno lo conveniente: a la carne los alimentos y los vestidos, y al alma las enseñanzas de la piedad, el comportamiento honesto, el ejercicio de la virtud, el dominio de las pasiones. Atiende a ti mismo para que no engordes excesivamente al cuerpo, ni andes solícito por la abundancia de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu, y el espíritu contra la carne y mutuamente se contrarían ambos 8. Atiende a ti mismo, no sea que, condescendiendo con la carne, des mayor poder al que menos vale. Porque así como en los fieles de las balanzas, si cargas mucho un platillo haces necesariamente al que está enfrente, en el lado contrario, más ligero, así también en el cuerpo y en el alma la superioridad del uno comporta necesariamente la debilidad del otro. Y es así, que gozando de bienestar el cuerpo, y pesado por su obesidad, necesariamente el entendimiento está débil y flojo para sus operaciones propias, mientras que, por el contrario, estando bien el alma y levantada a su propia grandeza, por medio de ejercicio del bien, síguese el que la debilite esta complexión del cuerpo.

Precepto útil para todos

Y este mismo precepto es útil para los débiles, y en sumo grado consciente para los fuertes. También los médicos de las enfermedades aconsejan a los pacientes a que atiendan a sí mismos, y nada descuiden de lo perteneciente a su salud. Pues de una manera semejante, la sentencia, el médico de nuestras almas, sana con este pequeño remedio al alma enferma por el pecado. Atiende por lo tanto a ti mismo, para que conforme lo exige tu delito, recibas el remedio de la salud.

¿Es grande y horrible tu pecado? Pues necesitas mucho la confesión, lágrimas amargas, continuadas vigilias, ayunos no interrumpidos.

¿Es ligera y tolerable tu falta? Sea igual también la penitencia. Únicamente atiende a ti mismo, para que conozcas la salud y la enfermedad del alma. Porque muchos teniendo grandes e incurables enfermedades, ni se dan cuenta siquiera, por su excesiva inconsideración, que están enfermos.

Grande es también la utilidad que se sigue de esta sentencia para los robustos en sus obras. Una misma sentencia, sana a los enfermos y perfecciona a los sanos. Cada uno de nosotros, que somos discípulos de esta sentencia, es administrador de algún oficio de los que prescribe el Evangelio 9. Porque en esta gran casa de la Iglesia, no sólo hay ajuares de todas clases, de oro y de plata, de madera y de barro, sino que hay también toda clase de artes. Tiene la casa de Dios, que es la Iglesia del Dios Vivo 10, cazadores, atletas, soldados. A todos éstos se adapta esta breve sentencia. Comunica a cada uno diligencia en el trabajo, y entusiasmo en la voluntad. Eres cazador enviado por el Señor, que dijo:.

He aquí que yo envío muchos cazadores y los cazarán por todos los bosques 11.

Atiende, pues, con diligencia, no se te escape la presa, para que cazando con la palabra de la verdad a los que se han convertido en fieras, por sus servicios, los traigas al Salvador. Eres caminante como lo era aquel que oraba así: Dirige mis pasos 12.

Atiende a ti mismo. No tuerzas el camino, no te separes a la derecha o a la izquierda 13. Vete por el camino real. El arquitecto eche sobre la mente el cimiento de la fe, que es Cristo Jesús 14. El albañil mire como edifica, no con madera, ni heno, ni paja, sino con oro, plata y piedras preciosas. Tú, pastor, atiende, no te pase por alto alguna de las cosas que requiere el oficio pastoril. Y ¿qué cosas son éstas? Encamina al perdido, venda al golpeado, cura al enfermo.

Tú labrador, cava alrededor de la higuera infructuosa y arroja allí lo que ayude para la fecundidad.

Tú que eres soldado, colabora al Evangelio pelea valiente, combate 15 contra todos los espíritus del mal, contra las pasiones de la carne; toma toda la armadura de Dios: no te compliques en los negocios de la vida para que agrades al que te eligió para su milicia.

Tú atleta, atiende a ti mismo. No faltes a las leyes atléticas; porque ninguno es coronado si no luchó legalmente 16. Imita a San Pedro que corría y peleaba y era luchador; y así tú, como un buen combatiente, ten firme la mirada de tu alma. Cubre las partes más peligrosas con el impedimento de tus manos; ten fijos los ojos en el adversario. En tus carreras tiende tu vista a lo que te queda por delante 17. Corre de suerte que ganes el premio 18. Oponte en la lucha a los enemigos invisibles.

Tal quiere la sentencia que seas durante la vida; no cobarde ni perezoso, sino cauto y vigilante gobernador de ti mismo.

No me bastaría el día entero si hubiera de continuar exponiendo, sea las obligaciones de los que coadyuvaban al Evangelio de Cristo, sea la eficacia del precepto y cuán bien se acomoda a todos.

Atiende a ti mismo, previniéndote contra las vanas ilusiones

Atiende a ti mismo. Se sobrio, aconsejado, observador de las cosas presentes, previsor de lo futuro. No pierdas lo ya presente, por tu pereza, ni te prometas el goce de lo que ni es, ni tal vez será, como si estuviese ya en tus manos.

Y ¿no está por naturaleza esta enfermedad en los jóvenes que por la ligereza de su entendimiento creen poseer ya lo que esperan? Porque cuando alguna vez están en reposo, o en el descanso de la noche, se fraguan ellos mismos imágenes que no existen, son arrastrados por la insensibilidad de su mente a todas las cosas. Prométense el esplendor de la vida, brillante boda, feliz descendencia, larga vejez y honores de parte de todos. Después, no pudiendo detener sus esperanzas en ninguna cosa, son arrebatados a las mayores cosas humanas. Poseen casas hermosas y grandes. Las llenan de toda clase de cosas preciosas. Ponen a su alrededor cuanto la vanidad de sus pensamientos les señala de terreno en el mundo. Las riquezas que de allí resultan, las encierran en los cofres de la vanidad.

A todo esto, añaden rebaños, innumerables multitud de domésticos, puestos políticos, dignidades militares, guerras, trofeos, el mismo reino.

Todas estas cosas consideradas en las ficciones vacías de su mente, debido a su excesiva locura, les parece como que ya las gozaran de presente. Parece como que tuvieron ante sus pies lo que tan solo esperan. Tener sueños estando despierto, es una enfermedad propia de un alma débil y perezosa.

Pues bien, la Escritura, para estrujar esta vana soberbia de la inteligencia, y esta vanagloria de nuestros pensamientos, y para reprimir como con un freno de inconstancia de la mente, nos anuncia este grande y sabio precepto: "Atiende a ti mismo, sin prometerte lo que no existe, y dirige las cosas presentes a tu utilidad".

Atiende a ti mismo y no quieras averiguar los males de otros

Creo que el legislador usó también esta amonestación para hacer desaparecer asimismo este vicio de la sociedad. El indagar curiosamente los males ajenos, nos es más fácil a todos, que el indagar diligentemente lo propio. A fin de que esto no suceda, (el legislador nos) dice: "Cesa de averiguar los males ajenos. No entregues a la ociosidad tus pensamientos para que se ocupen de la vida de los demás. Atiende a ti mismo, a saber, vuelve los ojos de tu alma para averiguar tus propias cosas". Pues muchos, como dice el Señor, ven una pajuela en el ojo de su hermano, y no ven la viga que llevan en el suyo 19.

Por lo tanto, no ceses de examinarte a ti mismo. Examina tu vida, si marcha conforme al precepto. No te preocupes de lo que hay por defuera a tu alrededor. No te ocupes de observar y ver si acaso puedes encontrar en alguna parte ocasión de reprender a alguno. No seas como aquel soberbio y arrogante fariseo que estaba de pie llamándose a sí mismo justo, y despreciando al mismo tiempo al publicano. Tú, por el contrario, no ceses de pedirte cuenta a ti mismo. Examínate si has pecado con tu pensamiento, si tu lengua se ha deslizado en algo, adelantándote a la razón, si en las obras de tus ruanos has hecho algo temerario. Y si en tu vida encontrares muchos pecados (y seguramente que siendo hombre los encontrarás), di con él publicano: Oh Dios mío, compadeceos de mí, que soy un pecador 20.

Sentencia útil para todas las circunstancias de la vida.

Atiende, pues, a ti mismo. Esta sentencia aun cuando tu vida se deslice prósperamente y goces de espléndida felicidad, será útil como un buen consejero que trae a la memoria las cosas humanas. Y si eres atribulado por las adversidades, irá también a su tiempo junto a tu corazón; de modo que ni la soberbia te levantará a jactancia, ni tampoco caerás por la desesperación en una deshonrosa tristeza.

¿Estás orgulloso por tus riquezas y te jactas de la gloria de tus antepasados? ¿Te engríes de la patria y de la belleza del cuerpo y de los honores que de todos recibes? Atiende a ti mismo que eres mortal, que eres tierra y en tierra te has de convertir 21. Vuelve la vista hacia los que antes de ti estuvieron en semejantes honras. ¿Dónde están los que fueron admirados por su poder político? ¿Dónde los oradores invencibles? ¿Dónde los que reunían públicas, asambleas; los que alimentaban briosos corceles, los generales, los sátrapas, los tiranos? ¿No es todo polvo? ¿No fue todo fábula? ¿No se conserva en unos pocos huesos la memoria de su vida? Revuelve las sepulturas, a ver si puedes distinguir cuál fue el siervo y cuál el señor, quién el pobre y quién el rico. Separa, si puedes, al vasallo del rey, al valiente del cobarde, al hermoso del feo.

Por consiguiente, si te acuerdas de tu naturaleza, jamás te ensoberbecerás. Y te acordarás de ti, si atiendes a ti mismo.

¿Eres de nacimiento humilde y desconocido, pobre nacido de pobres, sin casa, sin ciudad, débil, necesitado del alimento de cada día? ¿Temes a los poderosos y te abajas por lo humilde de tu vida? El pobre, dicen los Proverbios, no sufre la amenaza 22. Pero no te desalientes. Si en la actualidad no tienes nada digno de ser emulado, no depongas por eso tu esperanza. Levanta tu ánimo a los bienes que ya te ha comunicado Dios, y a los que te esperan después por su promesa.

Porque, mira, en primer lugar, eres hombre. Eres el único entre los animales formado por Dios 23. ¿Por ventura al que bien lo piensa no basta esto para consuelo grande? ¿No le basta para su consuelo el haber sido formado por las mismas críanos de Dios que todo lo creó? Por otra parte; ¿no te basta que hecho e imagen de tu Creador, puedas subir, por la práctica de la virtud, a una honra semejante a la de los ángeles? Tienes un alma dotada de inteligencia con la que puedes conocer a Dios. Al averiguar, por medio de la razón, la naturaleza de las cosas, adquieres el sabrosísimo fruto de la sabiduría. Además, todos los animales de la tierra, tanto los domésticos como los de los bosques, los que se crían en las aguas como los volátiles, te sirven a ti y están bajo tu dominio.

¿No fue el hombre quien inventó las artes y edificó las ciudades? ¿No fue él, quien descubrió las cosas necesarias y las placenteras? ¿Los mares, no le han abierto el camino, gracias a su entendimiento? Y el aire y el cielo y los coros de las estrellas, ¿no le muestran su orden? ¿Por qué entonces te desanimas por no tener un caballo de plateadas bridas? En cambio, tienes al Sol que con más contante curso, durante todo el día, está sirviéndote de antorcha.

No tienes el resplandor del oro y de la plata. Pero tienes a la luna que te alumbra con su resplandor.

No te paseas en carrozas recamadas de oro. Pero tienes pies, vehículo propio y hecho para ti. ¿Por qué entonces considerar dichosos a los que tienen los bolsillos llenos mientras necesitan de pies ajenos para andar?

No duermes en cama de marfil. Pero tienes la tierra, que vale mucho más que todos los marfiles. Sobre ella es dulce el descanso, y veloz el sueño, libre de cuidados.

No habitas bajo techo dorado. Pero tienes el cielo radiante, con la majestuosa belleza de los astros.

Pero eso es humano. Tienes cosas mejores aún. Dios mismo habitó por ti en medio de los hombres. Tienes la comunicación del Espíritu Santo. Tienes la destrucción de la muerte y la esperanza de la resurrección. En tu poder están los preceptos divinos que perfeccionan tu vida. En tu poder está el acercarte a Dios por medio de los mandamientos. El reino de los cielos está dispuesto para ti. Coronas de justicias, están preparadas para quien no huye de los trabajos de la virtud.

En todas las ocasiones ten presente este precepto: "Atiende a ti mismo"

Si atiendes a ti mismo, esto y mucho más, encontrarás a tu alrededor. Gozarás de los bienes presentes y no te desanimarás por los que te faltan.

Si en todas las ocasiones tienes presente este precepto, te prestará siempre un auxilio muy grande.

Por ejemplo: ¿Acaso tu ira predomina a la razón y te impulsa a proferir palabras poco decorosas, y a poner por obra acciones crueles y fieras? Pues si atiendes a ti mismo refrenarás la ira como a un potro indómito y brioso, maltratándola, con los golpes de la razón, como con un látigo. Además reprimirás tu lengua y no levantarás tu mano contra quien te irrita.

¿Acaso malos deseos aguijonean tu alma y la arrastran a movimientos lascivos y voluptuosos? Pues si atiendes a ti mismo y recuerdas que ese placer presente te conducirá a un amargo fin, y que ese mismo goce que ahora resulta en nuestro cuerpo por el placer, engendrará el venenoso gusano que para siempre nos atormentará en el infierno, y que el ardor de la carne ha de ser la causa del fuego eterno: entonces, seguramente que pronto se alejarán ahuyentados los placeres y surgirá dentro de tu alma una admirable tranquilidad y paz. Ocurrirá como en el alboroto de las criadas disolutas, que cesa de inmediato con la presencia de la prudente ama de casa.

Atiende, pues, a ti mismo. Y conoce que tu alma, por una parte es racional y capaz de discurrir, y por otra, está inclinada a las pasiones y a la irracionalidad. En cuanto a lo primero, en cuanto racional, le toca, por naturaleza, mandar. A las pasiones corresponde, sujetarse y obedecer a la razón.

No permitas, pues, que la razón se rinda a las pasiones y se haga esclava de ellas. No permitas que éstas se levanten contra la razón y se adueñen del imperio del alma.

El diligente examen de sí mismo conduce al conocimiento de Dios

Por último, el diligente examen de ti mismo, te conducirá, como por la mano, al conocimiento de Dios. Pues, si atiendes a ti mismo, nada te costará investigar mediante la disposición de las cosas creadas, al Hacedor. En ti mismo, como en un "microkosmos" advertirás la gran sabiduría del Criador. Por el alma inmortal que en ti habita, entenderás que Dios es incorpóreo. Entenderás que no está limitado a ningún lugar alguno, sino que ocupa lugar por la unión que tiene con el cuerpo. Creerás que Dios es invisible, al reflexionar sobre tu alma, porque tampoco a ésta se le puede ver con los ojos del cuerpo. Pues ni tiene color, ni figura, ni le conviene ninguna cualidad del cuerpo, sino que tan sólo por sus operaciones se la conoce. Por lo tanto, no pretendas conocer a Dios por tus ojos, sino que trayendo la fe a tu mente, has de tener de El un conocimiento espiritual.

Admira cómo el artífice ha unido la energía de tu alma con el cuerpo; de manera que extendiéndose hasta sus extremidades, hace conspirar hacia un mismo fin a miembros tan distantes entre sí.

Admira la fuerza que el alma comunica al cuerpo.

Admira cómo la carne obedece al alma. Admira cómo el cuerpo recibe la vida del alma y ésta recibe en cambio sinsabores del cuerpo. Admira el bagaje de enseñanzas que tiene el alma; cómo al conocimiento de las cosas aprendidas anteriormente no estorban los nuevos conocimientos que adquieres, sino que los recuerdos se conservan distintamente y sin confusión, esculpidos, como en una lámina de bronce, en la parte más noble del alma. Admira finalmente, como, purificada de la torpeza del vicio, se hace, por la virtud, semejante al Criador.

Atiende a ti mismo para que atiendas a Dios.

Después de contemplar al alma, observa también, si te parece, la estructura del cuerpo. Admira cómo el mejor artífice le ha fabricado para que sea idónea morada del alma racional.

Además, observa cómo Dios únicamente al hombre, entre todos los animales, le formó derecho, a fin de que sepas, por tu misma postura, que tienes origen divino. Pues todos los cuadrúpedos miran a la tierra y se inclinan hacia su vientre. Pero en el hombre, la mirada está dispuesta de tal manera que vea el cielo, a fin de que no complazca a su vientre ni a los bajos apetitos; sino para que tenga puesta toda su intención en el camino hacia el cielo. Además, colocada, la cabeza en la parte superior, puso en ellas los sentidos. Allí está la vista, el oído, el gusto, el olfato, colocados todos, unos cerca de otros. Y sin embargo sujetos como están a un lugar tan pequeño, cada uno no estorba en nada, la acción del otro. Los ojos ocupan la más alta atalaya, a fin de que ninguna parte del cuerpo les haga sombra, sino que, colocados bajo la defensa de las cejas, extiendan su mirada, derechamente, desde lo más alto y levantado. El oído no está abierto en línea recta, sino que los sonidos que se producen en la atmósfera, los percibe por una tortuosa abertura. Esto está hecho con gran sabiduría. Porque de esta manera se da libre paso a la voz, y cuando entra por las concavidades resuenan sin que dañe al sentido lo que se desliza por defuera.

Observa la naturaleza de la lengua. Mira cuán delicada y flexible es, y sin embargo, suficiente para usar toda clase de palabras, gracias a la variedad de sus movimientos. Los dientes, son medios para la voz, prestando grande ayuda a la lengua; son a la vez los que coadyuvan de las funciones digestivas.

Y de esta manera podrás recorrer y raciocinar convenientemente acerca de todas las cosas. Podrás admirar la respiración del aire por el pulmón, la respiración del calor en el corazón, los órganos de la digestión, los canales de la sangre. Y por medio de todas estas cosas, podrás conocer la investigable sabiduría del Criador. El mismo te lo dice por el profeta: Admirable se ha hecho tu sabiduría en mi 24.

Atiende, pues, a ti mismo, para que atiendas a Dios, a Quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Embriaguez

Disgusto y desaliento del santo por los excesos cometidos

Los espectáculos que ayer por la tarde tuvieron lugar1 me inducen por una parte a dirigiros la palabra. Pero por otra, reprime mi deseo y apaga todo mi entusiasmo la inutilidad de mis exhortaciones anteriores 2. Desmaya el labrador si no crece la primera semilla que siembra, mostrándose tardo y desalentado para sembrar de nuevo sobre la misma tierra. Ahora bien, ¿con qué esperanza voy a hablaros hoy, si después de tantas exhortaciones, como las que días pasados os hicimos incesantemente, y después de haber estado día y noche, durante estas siete semanas de los ayunos, anunciándoos sin parar la buena nueva de la gracia del Señor, ningún fruto, ninguna utilidad se ha conseguido? ¡Oh!, ¡cuántas noches habéis velado en vano! ¡Cuántos días os habéis congregado en vano! ¡Si es que es vano! Porque quien comienza una vez el camino de las buenas obras y vuelve después a sus antiguas costumbres, no sólo pierde el fruto de sus desvelos, sino que se hace digno de un mayor castigo. Habiendo gustado la suavidad de la palabra de Dios, habiendo sido digno de conocer los misterios de nuestra fe, todo lo perdió, seducido por un pasajero deleite.

"El humilde, dice el sabio, es digno de perdón y de misericordia, pero el poderosa, poderosamente será atormentado" 3. Con una sola tarde, con un solo ataque del enemigo se arruina y se destruye todo aquel trabajo. ¿Qué ánimo puedo tener yo para volver a hablaros? Hubiera callado, creedme, si no me hiciese temblar el ejemplo de Jeremías a quien por no querer hablar a un pueblo perverso, le sobrevino el castigo que él mismo nos cuenta: un fuego devorador se apoderó de sus entrañas y le consumía por todas partes, y no podía soportarlo 4 .

Descripción de los excesos cometidos.

Unas mujeres lascivas, olvidadas del temor de Dios, despreciando el fuego eterno del infierno, en aquel mismo día en que debían haber estado quietas en sus casas en memoria de la resurrección, recordando el día en que se abran los cielos y aparezca el Juez de los hombres, día en el que, al sonido de la trompeta divina, resucitarán los muertos, compareciendo el justo Juez que juzgará a cada uno según sus obras: estas mujeres, digo, en lugar de estar pensando en estas cosas y de purgar sus almas de los malos pensamientos, borrando con lágrimas sus pecados anteriores y preparándose para recibir a Cristo en el día grande de su aparición, sacudieron el yugo de su divino servicio 5. Arrojaron de sus sienes el velo de la honestidad, despreciaron a Dios y a sus ángeles. Se portaron indecorosamente ante toda mirada de los hombres, agitando sus cabellos, y sus túnicas. Durante el baile, con sus ojos lascivos, con risas desenfrenadas, impulsadas como por la locura, provocaban en sí mismas toda la liviandad de los jóvenes. E hicieron el baile nada menos que en la basílica de los mártires, fuera de los muros de la ciudad, convirtiendo los lugares sagrados en lugares de corrupción. Corrompieron la atmósfera con sus cantares livianos. Mancharon la tierra, al bailar sobre ella con sus inmundos pies. Desvergonzadas, locas, no omitieron ningún género de manía. Hiciéronse a sí mismas, espectáculo, delante de una turba de jóvenes.

¿Cómo callar esto? ¿Cómo lo lamentaré como merece?

El vino es el que ha causado tantos estragos en estas almas. El vino, don de Dios, dado para alivio de la debilidad del cuerpo, y para usarlo con sobriedad, se ha convertido en aliciente para lascivia, por usarlo sin templanza.

Efectos de la embriaguez.

El santo no tiene confianza de ser escuchado.

La embriaguez, ese demonio voluntario 6 que penetra en el alma por medio del placer; la embriaguez madre de la maldad, enemiga de la virtud, al hombre fuerte le hace débil, al casto lascivo; no conoce la justicia y, rebasa los límites de la prudencia. De la misma manera que el agua es contraria al fuego, así el vino, usado en demasía, extingue la razón. Por eso me resistía yo a hablar contra la embriaguez: no porque se tratase de un mal poco considerable, sino porque nada habían de aprovechar mis palabras.

Porque si el ebrio ha perdido el juicio, y no sabe donde está, en vano habla quien le reprocha, pues él no le escucha. ¿A quién pues hablaré? Ciertamente que los que tienen necesidad de amonestaciones no oyen lo que se les dice. Los prudentes y los sobrios no tienen necesidad de mis palabras, pues están libres de este vicio. ¿Qué partido he de tomar en la presente condición de cosas si ni mis palabras han de ser útiles, ni mi silencio seguro? ¿Abandonaremos la cura? Pero es peligrosa la negligencia.

¿Hablaré contra los ebrios? Pero es tronar en oídos sordos. Pero quizás, así como cuando aparece una peste, los médicos aplican remedios aptos para prevenir el mal en los sanos, mas no osan tocar a los que ya están infestados, así también en nuestro caso, la palabra tiene una mediana utilidad; la de tutelar y precaver a los fieles todavía sanos, pero no servirá para curar a los que están ya atacados por la enfermedad.

La embriaguez, fuente de daños físicos

¿En qué te diferencias, oh hombre, de los animales irracionales? ¿No es en el don de la razón, don que recibiste del Creador, don por el cual eres constituido príncipe y señor de todas las criaturas? Pues quien se priva a sí mismo de la razón y del juicio por la embriaguez, "se hace semejante a las bestias irracionales y pónese a la par de ellas" 7. Más aún: yo diría que los que están embriagados son más irracionales que los mismos brutos, puesto que todos los cuadrúpedos, todas las bestias tienen en cierta manera ordenada su concupiscencia; pero los entregados al vino, tienen sus cuerpos animados por un ardor que supera al querido por la naturaleza. A todas horas y constantemente son impelidos a los deleites impuros y torpes. Y esto no sólo los embrutece y los atonta, sino que la privación de sus sentidos hace al embriagado el más abominable de todos. Porque ¿qué animal pierde el sentido de la vista y del oído, como lo pierde el que se embriaga? Pero los ebrios lo pierden, porque no conocen a sus parientes, y tratan muchas veces con desconocidos creyendo que son sus amigos, allegados. ¿No pasan muchas veces saltando por las sombras, creyendo que atraviesan arroyos y valles? Sus oídos están continuamente percibiendo ruidos y estrépitos, como furor de mar tempestuoso. Les parece que la tierra se levanta hacia arriba, y que los montes giran a su alrededor. Unas veces ríen sin cesar. Otras, se lamentan y lloran sin consuelo. Ora se muestran intrépidos y audaces, ora tímidos y temblorosos. El sueño les es pesado, difícil de sacudir, sofocante y parecido a la muerte. En las vigilias permanecen más estúpidos que en los mismos sueños. Su vida es una especie de sueño continuado. No teniendo quizás ni con qué vestirse, ni qué comer para mañana, se imaginan ser reyes, capitanean ejércitos, edifican ciudades, y reparten dinero. Es el vino el que llena sus cabezas de semejantes locuras y visiones.

En otros, en cambio, produce efectos contrarios. Pierden el coraje, están tristes, doloridos, llorosos, tímidos y consternados. Un mismo vino, según la distinta constitución produce distintos y diferentes efectos en los ánimos. A los ardorosos y llenos de sangre, les pone alegres y gozosos. A los que ya han gastado las fuerzas con su peso, y les ha corrompido la sangre, les excita a los efectos contrarios 8. ¿Qué necesidad hay de enumerar la turba de los demás trastornos? La pesadez de su carácter, el irritarse con facilidad, el ser quejumbrosos, el ser de ánimo mudable, los gritos, los tumultos, el ser inclinados a las acciones criminales, el ser incapaces de refrenar y disimular la ira.

La embriaguez, fuente de impureza

Además, la incontinencia en los goces y placeres, tiene su origen en el vino como en su fuente. A una con el vino, brota la enfermedad de la impureza, que es menor en los brutos que en los embriagados. Las bestias conocen los términos de la naturaleza. Pero los ebrios pierden todo el control de su persona. Van hasta contra la naturaleza. Mas no es fácil decir y ponderar con palabras todos los males que se encierran en la embriaguez. Los daños que trae la peste, afligen de tiempo en tiempo a los hombres. El aire inyecta poco a poco su misma corrupción en los cuerpos. Pero los daños que trae el vino lo invaden todo a un mismo tiempo. Porque pierden el alma con todo género de vicios. Corrompen al propio cuerpo con los inmoderados placeres, a que son arrastrados por una especie de furor. Más aún; los mismos vapores del vino hinchan de tal manera el cuerpo qué le hace perder su vigor vital con tales excesos. Tienen los ojos, lívidos, pálido el semblante, embotado el espíritu, atada la lengua. Sus gritos son confusos, sus pies titubeantes como los del niño, espontáneos sus vómitos de lo superfluo que allá tienen, como si saliesen de las bocas de unas bestias.

Son desgraciados por sus lascivias, más desgraciados aún que los que en el mar son agitados por una tempestad. A éstos las olas, sucediéndose unas a otras, no les permiten salir a flote. De modo semejante, las almas de aquéllos quedan ahogadas y sumergidas en el vino. Por eso, así como a la nave muy llena de mercancías, cuando es agitada por la tempestad, es necesario que le alivien el peso, arrojando parte de su carga al mar, así a éstos es necesario aliviarles de lo que les hacen tan pesados. Y aún apenas con el vómito quedan libres de sus cargas.

Son tanto más desgraciados que los navegantes; cuanto que aquéllos son acometidos por los vientos, por el mar, y por fuerzas exteriores que no pueden impedir. Pero éstos levantan voluntariamente en sí mismos la tempestad de la embriaguez.

El que es atacado por el demonio es digno de lástima. Pero el ebrio ni siquiera es digno de compasión, pues lucha con un enemigo voluntario. Llegan al colmo de componer ciertas medicinas, cuyo efecto no es atajar el mal que produce el vino, sino hacer que la embriaguez, sea constante y continua.

Y por lo que hace al tiempo de la bebida, les parece pequeño el día; breve la noche, y corto el invierno.

El ansia de beber

No tiene fin este mal. Porque el mismo vino les abre el deseo de beber más. No alivia la necesidad, sino que una bebida induce a la necesidad de otra bebida, abrasando a los embriagados, y despertando siempre el deseo de beber más. Cuando piensan que van a saciar su sed insaciable, les sucede lo contrario. Porque con el continuo uso de este placer, se embotan y languidecen sus sentidos. Y así como la excesiva luz daña a la vista, y así como pierden sus sentidos los oídos que son heridos con golpes y estrépitos muy grandes de manera que después ya no oyen nada; así éstos, dejándose arrastrar imprudente e incautamente por la afición de este placer, llegan a perderle completamente. El vino más puro dicen que es insípido, y parece agua. El frío les parece caliente, y aunque esté helado, aunque esté como la nieve, no pueden apagar la hoguera que en sti pecho ha encendido el inmoderado uso del vino.

¡Ay de los ebrios!

"¿Para qué son los ayes? ¿Para quién los alborotos? ¿Para quién los tribunales? ¿Para quién los disgustos y las riñas? ¿Para quién las heridas inútiles? ¿Quién trae los ojos encendidos? ¿No son éstos los dados al vino, y los que andan explorando dónde hay bebidas?" 9 .

¡Ay! es palabra de lamentación, y de lamentación son dignos los que se embriagan, porque no han de alcanzar el reino de Dios 10 .

Vienen después los alborotos, porque el vino turba sus mentes. Los disgustos y las riñas se deben al amargo placer que el beber les ha acarreado.

Quedan atados sus pies, atadas sus manos, por los vapores del vino, que se extienden por todo su cuerpo. Y aún antes de todos estos padecimientos, en el mismo tiempo en que están bebiendo, se apodera de ellos el furor de los frenéticos. Porque después que el vino se les sube a la cabeza, sienten en ella dolores insufribles. No pudiendo mantenerla recta sobre sus hombros, la dejan caer a un lado y otro balanceándola sobre las vértebras. Llaman entretenimiento al inmoderado y disputador hablar en los convites. Finalmente, los ebrios reciben heridas sin causa alguna. Por la embriaguez no pueden tenerse en pie. Caen hacia diversos lados. Necesariamente y sin causa se han de llenar de heridas sus cuerpos.

Es inútil amonestar a los ebrios acerca de los daños de la embriaguez. Tendrán la maldición de Caín.

Pero ¿quién va a decir esto a los que están llenos de vino? Pesada como tienen la cabeza por los vapores, dormitan, bostezan, ven nieblas delante de sus ojos, sienten náuseas. No oyen a sus maestros que les están clamando por todas partes: "No os llenéis de vino, porque en él está la lujuria" 11. Y en otra parte: "El vino es lujurioso y contumeliosa la embriaguez" 12 .

Y al mismo tiempo que hacen oídos sordos, están mostrando el fruto de su embriaguez. Su cuerpo está pesado por la hinchazón, sus ojos humedecidos, su boca seca y hecha una llama. Y así como las concavidades, donde desembocan los torrentes, mientras éstos se despeñan en ellas, parecen estar llenas de agua, pero tan pronto como la corriente cesa, quedan secas y áridas; así, mientras en la boca del ebrio, está cayendo el vino, parece estar húmeda y llena; pero apenas cesa, queda seca y árida. Y viciado como está, por el uso inmoderado del vino, aún la fuerza vital llega a perder. Porque, ¿quién habrá tan fuerte que pueda resistir a los males de la embriaguez? ¿Qué arte podrá evitar el que un cuerpo que siempre se abrasa, que está siempre anegado en vino, no se haga enfermizo, desgastado y flojo?

De aquí los temblores y las debilidades. Por el inmoderado vino se les corta la respiración, pierden los nervios su fortaleza, y todo el cuerpo, queda tembloroso por la falta de fuerza.

¿Por qué atraes sobre ti la maldición de Caín, que toda su vida anduvo tembloroso y vagabundo?

El cuerpo que pierde su natural base es inevitable que vacile y tiemble.

El exceso en el beber hace olvidar las grandezas del Creador. Todo es discordia y vanidad.

¿Hasta dónde arrastra el vino? ¿hasta dónde la embriaguez? El peligro está en que te conviertas en cieno y lodo en lugar de hombre. Por las embriagueces cotidianas tan mezclado estás con el vino, tan acabado estás por él, que sólo hueles a vino. Como vaso corrompido no sirves para nada. A éstos llora Isaías: "¡Ay de aquellos que se levantan por la mañana, y se lanzan a la sidra, y esperan la tarde porque el vino les abrasa. Beben vino al son de la cítara y del pandero 13 y no miran las obras del Señor, ni consideran las obras del Señor!" 14 .

Tienen los ebrios costumbre de llamar sidra a toda bebida que pueda embriagar. Pues a los que, apenas comienza el día, andan en busca de los sitios donde se dan bebidas; a los que frecuentan las bodegas y las tabernas, a los que reúnen para beber, a los que agotan todos los cuidados de su alma en tales ocupaciones, a esos llora el profeta. Porque ningún tiempo les queda para considerar las maravillas de Dios. No tienen tiempo para levantar los ojos al cielo, y embelesarse con su hermosura y ponderar el orden de todo lo creado, para conocer por este orden al Creador. Apenas comienza el día, adornan con variados tapices y con floridas alfombras el lugar del convite. Todo su empeño y cuidado está en preparar las copas y los vasos para refrescar el vino. Sacan las copas adornadas con piedras preciosas y las de oro, como para un público y pomposo banquete, a fin de que su variedad les entretenga el fastidio, y para que mientras alternan unas y otras puedan beber durante más largo tiempo.

Discordia y vanidad

Y aún están presentes maestros para el convite, y otros que sirven la copa, y architriclinos. Se simula orden en medio de la confusión, y armonía en medio del alboroto. Así como a los magistrados seculares les dan autoridad sus satélites, así también haciéndose acompañar de sirvientes, la embriaguez, cual una reina, pretende ocultar lo mejor que puede, su deshonra.

Además, las coronas, las flores, embotan más y más a los dados a la perdición.

En el transcurso del convite nacen por el vino las disputas, los encuentros, los litigios, mientras que luchan por aventajarse mutuamente en la embriaguez. El que preside estas luchas es el diablo, y como premio de la victoria el pecado. Quien se echa más vino, ese obtiene la victoria: "Su gloria consiste en su propia deshonra" 15. Luchan entre sí, dañándose a sí mismos.

¿Qué palabras podrán declarar las torpezas de las cosas que allí se hacen? Todas están llenas de necedad, todas de confusión. Los vencidos están ebrios, ebrios los vencedores. Los sirvientes se mofan de ellos. Vacila la mano, la boca no recibe más alimento. El vientre se agita y el mal no se amansa. El miserable cuerpo, despojado de natural vigor, se inclina a una y otra parte, sin poder dominar la violencia que ejerce el excesivo vino.

Espectáculo lamentable

¡Oh espectáculo lamentable para los ojos de un cristiano! Un hombre que está en la flor de la edad, de complexión robusta, que sobresale entre los guerreros, tiene que ser llevado a su casa, porque no puede levantarse ni andar con sus propios pies. Un hombre que debía ser el terror de los enemigos, es en la plaza objeto de diversión para cualquier muchacho. Es derribado sin armas, y matado sin enemigos. Hábil en las armas; cuando está en la flor de su edad es consumido por el vino; dispuesto a que los enemigos hagan de él lo que quieran.

La embriaguez embota el entendimiento, destruye el vigor, trae una vejez prematura y prepara para la muerte en poco tiempo.

¿Qué son los ebrios sino los ídolos de los gentiles? Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen 16. Sus manos están desmadejadas, sus pies muertos. ¿Quién ha puesto tales acechanzas? ¿Quién ha causado este mal? ¿Quién nos mezcló este veneno de la locura?

Mirad, oh hombre, hiciste del convite un campo de batalla. De él salen los jóvenes conducidos por manos ajenas, como heridos en el combate. Mataste con el vino a la flor de la juventud. Le invitas a un convite como a amigo, y le despides muerto, apagada su vida con el vino.

Cuando creían que estaban ya hastiados de vino, comienzan a beber, y beben a la manera de los animales, como de una fuente que mana, ofreciendo a los convidados sendas corrientes. Porque cuando están a la mitad del banquete entra un joven de lucidos hombros que aún no está ebrio. Presenta en medio una gran vasija de vino fresco. Despide al copero, y de pie va repartiendo a los convidados unos tubos oblicuos, por los que se comunica la embriaguez a todos. Peregrina invención en tal desorden, para que recibiendo todos en igual proporción aquel deleite, ninguno pueda vencer al otro en la bebida. Distribuidos los tubos, y tomando cada uno el suyo, beben todos a la vez como los bueyes en los lagos, apresurándose por traer a sus gargantas cuanto les viene de la vasija refrigerante, por los plateados caños.

Mira tu miserable vientre. Fíjate en la grandeza del vaso que llenas, que apenas cabe en él una cótila. No mires a la vasija para agotarla, sino a tu vientre que ya está lleno. Por eso, ¡ay de los que se levantan por la mañana y se arrojan a la sidra! ¡ay de los que esperan la tarde 17, y pasan todo el día en la embriaguez. ¡Ningún tiempo les queda para mirar las obras del Señor y considerar sus maravillas!

El vino les abrasa 18, porque el calor del vino, comunicándose a las carnes, se convierte en ascua para las encendidas saetas del enemigo.

El vino sumerge en tinieblas a la razón y al entendimiento. Excita las pasiones y las lascivia como a un enjambre de abejas.

¿Qué carroza es arrastrada por un tronco sin auriga tan temerariamente? ¿Qué nave sin piloto no es agitada por las olas con más seguridad que el embriagado?

Contraste entre la embriaguez y la severidad cristiana. El juicio de Dios.

Por estos males, hombres mezclados con mujeres, entregando sus almas al espíritu de la embriaguez, formando todos juntos una danza, se hirieron mutuamente con el aguijón de las pasiones. Las risas de una y otra parte, los cantares livianos, los gestos lascivos, todo era un llamado a la impureza.

¿Te ríes? Dime, ¿y te gozas, con gozo impuro, cuando te era mejor estar llorando y gimiendo los pecados pasados?

¿Entonas cantos de meretriz, olvidándote de los himnos y salmos que aprendiste?

¿Mueves los pies y saltas como los locos y bailas, cuando debieras hincar tus rodillas para adorar? ¿A quién lloraré? ¿A las doncellas aún no casadas o a las que están ya sujetas al yugo del matrimonio? Aquéllas volvieron sin la virginidad, éstas sin la fidelidad a sus maridos. Qué si algunas evitaron por ventura el pecado en sus cuerpos, recibieron por completo el mal en sus almas.

Lo mismo digo de los hombres. Si miró con malicia, malicia tiene. El que mira a una mujer para desearla, ha fornicado 19. Si tienen tanto peligro los que de paso e inadvertidamente miran a una mujer, ¿qué peligros no han de tener los que de propósito asisten a tales espectáculos para ver a unas mujeres que por la embriaguez se portan indecorosamente; que componen sus gestos para provocar la lascivia; que canten canciones muelles, que sólo con ser oídas pueden excitar la pasión de la carne en los lascivos? ¿Qué van a decir, qué excusa van a presentar quienes de tales espectáculos volvieron cargados de un enjambre de tantos males? ¿No se ven obligados a confesar que miraron para excitar su concupiscencia? Por lo tanto, son reos de adulterio, según el inevitable juicio de Dios.

¿Cómo os va a recibir el Espíritu Santo el día de Pentecostés, habiéndole tratado con tal desprecio el día de la Pascua?

La venida de este Espíritu fue clara y manifiesta a todos, pero tú has preferido hacerte habitación del espíritu contrario, y te has convertido en templo de ídolos 20, siendo así que deberías ser templo de Dios, donde habitase el Espíritu Santo. Has traído sobre ti la maldición del Profeta, que dice en nombre de Dios: Convertiré sus solemnidades en luto 21 .

¿Cómo vais a mandar a vuestros siervos, cuando vosotros sois esclavos de vuestros brutales apetitos y de vuestra liviandad?

¿Cómo vais a aconsejar a vuestros hijos, si vosotros lleváis una vida escandalosa y desarreglada?

Remedios contra el exceso de la bebida. Exhortaciones

¿Pues qué? ¿Os abandonaré? Temo que el díscolo, tome de aquí ocasión para hacerse más desvergonzado 22; y que el compungido quede anegado en mayor tristeza.

La medicina, dice la Escritura, remediará grandes pecados 23. Cúrese con el ayuno, la embriaguez; con los Salmos, los cantares obscenos. Sean las lágrimas remedio de la risa. En vez de la danza, dóblese la rodilla. Al aplauso de las manos, sucedan los golpes de pecho. En lugar de la elegancia en el vestir, muéstrese la humildad.

Sobre todo, redímate del pecado la limosna 24. Porque el precio de la redención del hombre, son sus riquezas 25. Haz que muchos de los que yacen en la desgracia, sean tus compañeros en la oración, a no ser que todavía estés determinado a darte al mal.

Cuando el pueblo se sentó para comer y beber, y se levantaron para jugar (y su juego era la idolatría 26 ), los levitas, armados contra sus hermanos, consagraron sus manos al sacerdocio.

Así, que a todos los que teméis al Señor, a todos los que os habéis lamentado de la vileza de estos hechos execrables, os mandamos que os compadezcáis como de vuestros miembros enfermos, de los que se arrepientan de la locura de sus acciones. Pero si algunos se mantienen obstinados, y se burlan de vuestra tristeza por su causa salid de entre ellos y separaos, y no toquéis lo inmundo 27, para que avergonzados conozcan su maldad, y vosotros recibáis el premio del cielo de Finés 28, en el justo juicio de Nuestro Dios y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

La envidia

Descripción de la envidia

Bueno es Dios. Comunica El sus bienes a quienes los merecen. Malo es el diablo, autor de todas las maldades. Y así como el bueno sigue siempre el amor hacia el prójimo, de la misma manera el demonio acompaña siempre la envidia. Estemos prevenidos, pues, hermanos, contra el vicio de la envidia. No participemos de las obras del adversario, no sea que nos encontremos condenados con él a la misma pena. Pues si el soberbio cae en la pena del demonio, ¿cómo escapará el envidioso del castigo del diablo?

En las almas ningún vicio se arraiga más funesto que la envidia, el cual sin hacer lo más mínimo a los de afuera, es principal y propio mal para quien lo posee. Pues va consumiendo el alma como el orín al hierro. Así como, según cuentan, las víboras horadan al nacer el vientre de la madre que las engendró, así la envidia suele devorar el corazón que la ha criado.

Es la envidia un pesar de la prosperidad del prójimo. De ahí que las tristezas ni las congojas abandonan jamás al envidioso. ¿Es fértil el campo del vecino? ¿Abunda en su casa todo lo necesario para vivir? Todo esto, es alimento para esta enfermedad y aumenta el dolor en el envidioso. De suerte que en nada se diferencia de un hombre desnudo a quien todas las cosas le lastiman. ¿Es alguno valiente? ¿Es de buen parecer? Todo hiere al envidioso.

¿Es otro más elegante en su forma? Otra llaga más para el envidioso.

¿Sobresale uno, entre muchos, por las dotes de su alma? ¿Es admirado y emulado por su cordura y elocuencia? ¿Es otro rico y espléndidamente dadivoso en sus limosnas y en su trato con los necesitados, y es muy alabado por aquellos a quien hace beneficios? Pues bien, todas estas cosas son llagas y heridas que le hieren en medio del corazón. Y lo más terrible de la enfermedad, es, que ni siquiera se descubre. El envidioso anda con la vista baja y está melancólico y se inquieta; y se irrita poco a poco y perece bajo este mal. Si se le pregunta sobre su pasión, se avergüenza de declarar su desgracia y de decir: soy envidioso y cruel; me afligen los bienes del amigo y lamento la alegría de mi hermano; y no tolero la presencia de los bienes ajenos, sino que tengo por calamidad la dicha de mi prójimo. Así debía expresarse si quisiera decir la verdad. Mas prefiriendo no descubrir nada, tiene apresada en su pecho la enfermedad que abraza y roe ocultamente sus entrañas.

El envidioso goza con la desgracia de los demás

No halla el envidioso médico para su mal, ni puede encontrar alguna medicina, que calme la pasión, siendo que la Sagrada Escritura está llena de tales remedios. Quédale un remedio para su mal; la ruina de alguno de los que envidia.

Este es el límite del odio; ver caer de la felicidad al que envidiaba; observar la desgracia de aquel que era tenido por dichoso. Entonces hace las paces y se hace su amigo: cuando le ve llorando, cuando le contempla arrasado en lágrimas. No se goza con el que es feliz, y sí se alegra con el que llora. Se compadece de aquella mudanza de vida, lamenta las desgracias en que ha caído desde la altura de la felicidad, y alaba la dicha pasada; no por misericordia y compasión, sino para hacerle sentir más hondamente su desgracia. Alaba al hijo pequeño después de muerto y le llena de lisonjas: ¡cuán, hermoso era!, icuán despierto! ¡cuán apto para todo!; y mientras vivía, ni una palabra se había dignado proferir en su alabanza. Pero si ve que su alabanza es de todos aprobada, mudando nuevamente, siente envidia del muerto. Admira la riqueza después de perdida. Alaba y aprueba la hermosura del cuerpo, la fuerza y el buen parecer, cuando las ves dañadas por las enfermedades. En una palabra, es enemigo de los bienes presentes, y finge ser amigo de los que se han perdido.

Ejemplos: Satanás y Caín

¿Qué cosa hay, pues, más terrible que esta enfermedad? La envidia es destrucción de la vida, peste de la naturaleza, enemiga de los bienes que Dios nos comunica, contraria del mismo Dios.

¿Qué es lo que impulsó al príncipe del mal, al diablo, a hacer la guerra a los hombres? ¿No fue acaso la envidia? Por ella declaró abiertamente la guerra a Dios; se enemistó con El, por la munificencia con que trataba a los hombres. Y se venga en el hombre, ya que no puede hacerlo en Dios.

Y esto es asimismo lo que hizo Caín. El fue el primer discípulo del demonio, pues de él aprendió la envidia y el homicidio, pasiones hermanas a las que San Pablo pone juntas cuando dice: "Llenos de envidia y de homicidio" 2.

¿Qué hizo, pues? Vio la honra que su hermano recibía de Dios y sintió emulación. Mató al que recibía el honor para herir al que le honraba. Sintióse débil para luchar contra Dios. Cayó sobre su hermano y le mató.

Huyamos, hermanos, de esta enfermedad que nos induce hacer la guerra a Dios; Madre es este mal de los homicidios, deshonra de la naturaleza, desconocedora de la amistad, la más irracional desgracia. ¿Por qué te afliges, hombre, sin haber padecido nada? ¿Porqués haces la guerra al que posee algún bien sin que disminuya en nada los tuyos? ¿Y si gozando tú de algunos bienes, te indignas contra el otro, no envidias abiertamente tu misma comodidad?

Saúl.

Así era Saúl; de los grandes beneficios que de David recibía, tomaba ocasión para hacerle la guerra. Pues, en primer lugar, libre de la locura por medio de aquella música melodiosa y divina, intentó traspasar con su lanza al bienhechor. Después, salvado con todo su ejército de las manos de sus enemigos, libertado de los vergonzosos insultos que Goliat profería; como quiera que las vírgenes que danzaban atribuían a David una parte diez veces mayor de las hazañas, cantando: "Hirió Saúl a mil y David a diez mil" 3, únicamente por este cántico y por el testimonio de la verdad misma, intentó primero matarle con sus mismas manos y quitarle de en medio valiéndose de acechanzas. Cuando huía David, no por eso, depuso su enemistad, sino que al fin empleando contra él un ejército de tres mil hombres escogidos, le buscaba afanosamente 4. Si entonces se le hubiera preguntado, cuál era la causa de la guerra, hablaría, lamentándose de los beneficios que aquel hombre recibía. Y sorprendido cuando dormía, por aquel mismo tiempo de la persecución, en una buena oportunidad para haber perecido a manos de su enemigo; salvado otra vez por el justo que se guardaba de poner en él sus manos; no por eso se doblegó ante tan grande beneficio; sino que reúne otro ejército, le persigue nuevamente, hasta que, sorprendido por él mismo en una cueva 5 hizo que resplandeciese más la virtud de David y quedase más patente su propia maldad.

Es la envidia un género de odio y el más fiero, porque los beneficios doblegan a los que por otra causa son enemigos nuestros, pero el bien que se hace al envidioso le irrita más; y cuando más recibe, tanto más se indigna, se entristece y se exacerba. Porque la desrazón que tiene por el poder del bienhechor es mayor que el agradecimiento por los bienes que de él recibe.

¿A qué fiera no superan en la brutalidad de sus costumbres? ¿A qué irracional no vencen en la crueldad? Los perros se hacen mansos, si se les da de comer; si se cuida a los leones, se domestican; pero los envidiosos acrecientan su mal con los beneficios.

Los hermanos de José

¿Qué fue lo que hizo esclavo al generoso José sino la envidia de sus hermanos? 6. Es digno de considerar aquí la sin razón de este mal. Porque temiendo que se realizaran sus sueños, entregan a su hermano, sin saber que con el tiempo deberían postrarse ante un esclavo. Pero si son verdaderas las cosas que soñó, ¿qué artificio podrá impedir que se efectúen las predicciones? Y si es falso lo que vio en sueños, ¿porqué envidiáis a uno que se engaña? Más, por disposición de Dios, su determinación se volvió contra ellos mismos. Pues por los mismos medios con que creyeron impedir el vaticinio, por esos mismos prepararon el camino para que se llevasen a cabo. Si José no hubiera sido vendido, no hubiera venido a Egipto; su pureza no sería motivo de las acechanzas de una mujer lasciva, no hubiera sido aherrojado en la cárcel, no se hubiera familiarizado con los criados del Faraón, ni hubiera declarado los sueños, por lo cual recibió el mando de Egipto y fue reverenciado por aquellos sus hermanos, cuando acudieron a él debido a la carestía de trigo.

Los enemigos de Jesucristo

Pasemos ahora con nuestra consideración a aquella envidia, la mayor de todas, que se ensañó en las cosas más grandes: la que se levantó contra el Salvador por la locura de los judíos. ¿Por qué era envidiado? Por los milagros. Y, ¿qué milagros eran éstos? La salud de quienes la suplicaban. Alimentaba a los pobres, y el que les daba alimento era perseguido. Ahuyentaba los demonios, y el que los arrojaba era injuriado. Quedaban limpios los leprosos, los cojos andaban, oían los sordos y los ciegos veían; y el que hacía estos, beneficios era arrojado fuera con despecho. Y por fin entregaron a la muerte al autor de la vida y azotaron al Libertador de los hombres, y condenaron al Juez del universo.

Y con esta sola arma, comenzando desde la formación del mundo, hasta la consumación de los siglos, el destructor de nuestra vida, vale decir, el demonio, que se goza con nuestra perdición y que cayó por la envidia, nos persigue y derriba también a nosotros, queriendo llevarnos con él al precipicio, por medio de un mal semejante.

La envidia se dirige preferentemente contra quienes están más unidos a nosotros.

Sabio era a la verdad el que ni siquiera permitía que se comiese con un hombre envidioso 7, queriendo significar con la reunión en la comida, toda otra sociedad de la vida. Porque, así como tenemos cuidado de alejar el fuego todo lo posible de la materia que fácilmente puede quemarse, así conviene alejarse en cuanto sea posible de la conversación y amistad de los envidiosos, poniéndonos fuera del alcance de los dardos de la envidia. No suele acontecer que caigamos en las redes de la envidia, sino es acercándonos a ella por la familiaridad. Porque según el dicho de Salomón: "Al hombre le viene la envidia de su compañero" 8. Y así es, en efecto. No envidia el escita al egipcio, sino cada uno al de su nación. Y entre los de su nación, no envidia a los que no conoce, sino a aquellos a quienes más trata. Y entre los que trata, a los vecinos y a los que tienen el mismo oficio; y a los que de alguna manera le están más allegados. Y aún entre otros, a los de la misma edad, a los parientes, a los hermanos. En una palabra, así como el gorgojo es enfermedad propia del trigo, así la envidia es debilidad de la amistad.

Sólo una cosa podría alguno alabar en este mal, el que cuanto más vehementemente se excita, tanto más daño hace al que le posee. Porque así como las saetas arrojadas con fuerza, si vienen a dar contra una cosa dura y resistente, vuelven contra el que las arrojó; así los movimientos de la envidia, sin hacer ningún daño al envidiado, terminan por ser llagas para el envidioso. Porque, ¿quién, al acongojarse de los bienes del prójimo, consiguió que se disminuyesen? Ciertamente que solo a sí mismo se atormenta y se consume por las tristezas. No obstante a los enfermos de envidia se los considera más perjudiciales que los mismos animales venenosos. Porque estos inyectan el veneno por la herida que hacen y poco a poco es devorada por la pobre la parte mordida; pero de los envidiosos creen algunos que inyectan el daño con sola su mirada; de tal manera que los cuerpos bien dispuestos y florecientes en plena juventud, por el vigor de la edad, quedan macilentos, dominados por ellos, y cae por tierra toda la lozanía, como socavada por el pernicioso río que saliendo de los ojos del envidioso todo lo destruye y lo corrompe. Yo, sin embargo, rechazo este dicho popular inventado por las viejecitas en las reuniones de mujeres. Pero lo que digo es, que los demonios, que aborrecen lo bueno, una vez que encuentran voluntades amigas suyas, las manejan en todos los sentidos para sus intentos. Se valen hasta de los ojos de los envidiosos para que sirvan a su propio arbitrio. ¿Y no te horrorizas en hacerte compañero del malvado demonio? ¿Cómo es que das cabida en ti a un mal por el que te haces enemigo de quienes no te han hecho injuria alguna? ¿No te horrorizas en hacerte enemigo de Dios, que es bueno y está libre de toda envidia?

Semblanza del envidioso

¡Huyamos de un tal insoportable vicio! Es mordedura de serpiente, invención de los demonios, cosecha del enemigo, señal de perdición, obstáculo para la piedad, camino para el infierno, privación del reino celestial. ¡Cómo se conoce manifiestamente por su mismo rostro, a los envidiosos! Su mirada lánguida y obscura, rostro triste, entrecejo arrugado, perturbado su ánimo por la pasión, privado de recto criterio en la verdad de las cosas. No tienen paz. Para ellos no es laudable ninguna obra de virtud, ni la elocuencia, aunque esté adornada con la gravedad y la gracia, ni cosa alguna de las que se alaban y se admiran. Como los buitres, dejando atrás en su vuelo prados deliciosos y paisajes de suavísimas fragancias, se lanzan sobre los sitios donde hay mal olor. Así como las moscas dejan lo sano y se arrojan sobre las heridas, así los envidiosos ni siquiera ven lo bueno de la vida y la grandeza de las buenas obras; se fijan en las debilidades. Y si en algo hay un desliz, y por cierto son muchos los de los hombres, lo publican, y quieren que de él se enteren los hombres. Justamente como hacen los malos pintores 9, quienes o de una nariz torcida o de una cicatriz u otra mutilación corporal, o de cualquier otro defecto que uno tiene por naturaleza o por ¡in accidente que le ha sobrevenido, deforman las facciones de la persona que pintan. Los envidiosos son pues, astutos en despreciar lo que merece alabanza, echándolo a mala parte; y en imputar a la virtud lo que es propio del vicio contrario a ella. Llaman temerario al valiente, necio al prudente, cruel al justo, falaz al sabio. Al que es magnánimo le tienen por hombre que hace gastos inútiles. Al liberal le tienen por derrochador y al económico por parco. En una palabra, todo género de virtud tiene para ellos cambiado su nombre en el del vicio contrario 10.

Remedio contra la envidia: no hay que estimar las cosas terrenas más de lo que valen

Pero, ¿qué? ¿Voy a emplear todo mi discurso en reprender este vicio? Esto es tan sólo la mitad de la cura. El mostrar al enfermo la gravedad de la enfermedad, para que tenga el debido cuidado de arrojarla de sí, no es inútil. Pero dejarle en este estado sin llevarle de la mano a la salud, no es otra cosa que abandonar al desesperado en manos de la enfermedad. Pues bien; ¿cómo hemos de precavernos para no contraer la enfermedad? ¿Cómo la sanaremos si una vez por desdicha, la contraemos? Primeramente, si ninguna cosa de este mundo tenemos por grande, ni por magnífica: ni las humanas riquezas, ni la gloria pasajera, ni la hermosura del cuerpo. Nuestro bien no está limitado a estas cosas caducas y perecederas. Somos llamados a participar de los bienes eternos y verdaderos. Y por esto no hay que envidiar al rico por sus riquezas; ni al poderoso por la grandeza de su dignidad y autoridad; ni al valiente, por la fuerza de su cuerpo; ni al sabio, por su facilidad en el hablar. Pues todas estas cosas son medios de virtud para los que usan bien de ellas, pero no contienen en sí la felicidad. Por lo tanto, el que usa mal de ellas, es digno de compasión; como lo sería el que tomando una espada para vengarse de sus enemigos, se matase voluntariamente con ella a sí mismo. Pero si usa bien y según la recta razón de las cosas que posee, y es administrador de los bienes que de Dios ha recibido, y no los amontona por su propia comodidad, es digno de alabanza y de amor por la caridad que tiene con sus hermanos y por la generosidad de su carácter.

¿Sobresale alguno por su prudencia, y ha recibido el don de poder hablar de Dios, y es expositor de las Sagradas Escrituras? No le envidies, ni desees que calle el intérprete de las Sagradas Letras sólo porque la gracia que ha recibido del Espíritu Santo, es acompañada de aprobación y alabanza de sus oyentes. Es bien tuyo, y es bien que ha sido enviado para ti (el don de enseñar de tu hermano), si es que quieres recibirle. Nadie obstruye la fuente que mana en abundancia. Cuando resplandece el sol, nadie se cubre los ojos, ni envidia a los que gozan de su luz, ni desea tan sólo para sí este placer. Pues bien, brotando en la Iglesia el manantial de la divina palabra, y difundiéndose en los corazones piadosos por los dones del Espíritu Santo, ¿no escuchas con gozo? ¿No recibes con agradecimiento este favor? Pero te hieren los aplausos de los oyentes, y querrías que no hubiese quien sacase fruto y quien alabase.

¿Qué excusa va a tener esto delante del juez de nuestras conciencias?

Estímese, pues, como hermoso por naturaleza el bien del alma. Y al que florece por sus riquezas y al que goza de poder y buena disposición corporal y usa bien de lo que tiene, es justo también que se le estime y respete, por cuanto posee los medios comunes para vivir, y distribuye estas cosas con rectitud. Por su generosidad en repartirlas es liberal con los pobres, da socorro corporal a los enfermos. Todo lo demás que le queda cree ser tanto suyo como de cualquiera que lo necesitase. Quien no procede así, más que digno de envidia lo es de compasión, pues tiene mayores ocasiones para ser malo. Porque esto es perderse con mayores riquezas y mercancías. Por lo tanto, si la riqueza es apoyo de la injusticia, digno de compasión es el rico. Si es medio para la virtud, no tiene lugar la envidia; pues su utilidad común se pone al alcance de todos; a no ser que haya alguno tan perverso que envidie sus mismos bienes.

En una palabra; si elevas tus pensamientos sobre las cosas humanas, y pones tu vista en la hermosura y gloria verdadera, muy lejos estarás de tener por dignas de apetecerse y ser envidiadas las cosas perecederas y terrenas. El que está en esta disposición y no admira las cosas mundanas como grandes, jamás será poseído por la envidia.

Si a todo trance ansías la gloria y quieres sobresalir entre todos y por eso no sufres ser el segundo (porque también esto es ocasión de envidia), dirige esa tu pasión cual si fuera un torrente, hacia la adquisición de la virtud. No quieras enriquecerte y buscar la gloria en las cosas de este mundo. No está esto en tus manos. Mas sí debes ser justo, sobrio, prudente, valeroso y sufrido en los padecimientos y trabajos por causa de la virtud. De esta manera te salvarás a ti mismo y por mejores bienes, adquirirás más gloria. Porque la virtud está en nuestra mano, y puede adquirirla todo aquel que sea amante del trabajo. La abundancia de riquezas y la hermosura del cuerpo y la honra de las dignidades, no están a nuestro alcance. Por lo tanto, si la virtud es un bien mejor y más duradero, y que sin controversias goza ante todos del primer puesto, a ella debemos aspirar. Pero es muy difícil que la virtud se posesione de un alma, si ésta no está limpia de todo vicio y, sobre todo, libre de la envidia.

¿No ves tú que gran mal es la hipocresía? Pues también es fruto de la envidia. Porque la doble cara del carácter, nace en los hombres, principalmente de la envidia, puesto que teniendo el odio escondido dentro del corazón, muestran exteriormente una falsa capa de caridad. Son semejantes a los escollos del mar, que cubiertos con poca agua son un mal imprevisto para los incautos navegantes.

Por consiguiente, siendo verdad, que mana para nosotros de este vicio, como de una fuente, la muerte, la pérdida de los bienes, el alejamiento de Dios, la transgresión de los mandamientos y la ruina total de todos los bienes naturales, obedezcamos al Apóstol y "no nos hagamos ambiciosos de la gloria vana provocándonos unos a otros, envidiándonos mutuamente" 11, sino seamos más bien "benignos, misericordiosos, perdonándonos los unos a los otros, como también Dios nos perdonó en Cristo" 12 Jesús, Señor Nuestro, por Quien sea la gloria al Padre y al Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Así sea.

Homilía a los ricos

Advertencia

Por el comienzo y desarrollo de esta homilía, parece que acababan de leer el hecho que trae S. Mateo en los vers. 16-26 del capítulo XIX de su Evangelio (Mt 19, 16)y que traducimos a continuación para que más se aprecie el valor de esta verdadera joya oratoria:

16. Y he aquí que acercándose uno (a Jesús) le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para alcanzar la vida eterna?

17. Y él le dijo: ¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el bueno, Dios. Pues si quieres alcanzar la vida, guarda los mandamientos.

18. Dícele: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: Aquello de: "'no matarás, no cometerás adulterio, no hurtarás, no levantarás falso testimonio" 1.

19. "Honra al padre y a la madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo" 2.

20. Dícele el mancebo: Todo esto lo he guardado desde mi mocedad; ¿qué me falta aún?

21. Díjole Jesús: Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres. y tendrás un tesoro en el cielo; y ven, y sígueme.

22. Así que hubo oído el joven estas palabras, se marchó contristado, porque tenía muchos bienes.

23. Y Jesús dijo a sus discípulos: En verdad os digo que un rico difícilmente entrará en el reino de los cielos.

24. Y os vuelvo a decir: Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de los cielos.

25. Y cuando oyeron esto los discípulos se quedaron en gran manera pasmados, diciendo: ¿Pues quién puede salvarse?

26. Más mirándoles Jesús les dijo: Para los hombres esto es imposible, pero todo es posible para Dios.

El joven rico

No hace mucho que se nos habló de este joven 1, y el que escuchó con atención se acordará bien de lo que entonces se dijo. Y lo primero, que no es el mismo que aquel perito en la ley de quien hace mención San Lucas 2. Aquel era un tentador, que hacía preguntas fingidas; mas este preguntaba con recta intención, aunque no escuchó con docilidad. Porque si hubiese preguntado por desprecio, no hubiese marchado triste con la respuesta del Señor. Por eso su carácter se nos presentaba como una mezcla, pues la escritura nos la muestra laudable en parte, y en parte desgraciadísimo y completamente desahuciado. Porque el conocer al que de veras es maestro y el dar este nombre al único y verdadero, despreciando la soberbia de los fariseos, la opinión de los jurisconsultos y la turba de los escribas, esto era lo que se alababa. Y se aprobó también el que manifestase aquella solicitud por saber cómo alcanzaría la vida eterna. Pero el no haber grabado en su corazón los saludables consejos que escuchó de labios del verdadero maestro, el no haberlos puesto por obra, sino el que cegado por la pasión de la avaricia huyese triste; nos descubre toda su voluntad, no deseosa de seguir lo más provechoso, sino lo que a todos es más agradable. Esto prueba la inconstancia de su carácter y lo inconsecuente que era consigo mismo. ¿Le llamas maestro, y no haces lo que debe hacer un discípulo? ¿Confiesas que es bueno, y rechazas lo que te da? Porque el que es bueno, es a la vez comunicador de bienes. Le preguntas sobre la vida eterna, y muestras estar dado enteramente a los deleites de la vida presente. Mas, ¿qué consejo impracticable o pesado, o intolerable te propuso el Maestro? "Vende lo que tienes y dáselo a los pobres"3. Si te hubiera propuesto los trabajos de la agricultura, o los peligros del comercio, o cualquier otra molestia de las que acompañan a los que andan tras el dinero, se comprende que, llevando a mal el consejo, te retirases triste: pero si por un camino tan fácil, que no te había de costar trabajo o sudor alguno, promete hacerte heredero de la vida eterna, ¿por qué no te alegras de la facilidad de alcanzar tu salvación? ¿Por qué se apena tu corazón y te retiras triste, y te haces inútiles los trabajos que ya habías llevado a cabo? Porque si, como dices, ni has matado, ni has cometido adulterio, ni has hurtado, ni has levantado falso testimonio a nadie, haces infructuosa la diligencia que has puesto en observar esto, pues no quieres también cumplir lo demás, sólo con lo cual podrás entrar en el reino de Dios. Si el médico prometiese restituirte aquellos miembros que o por la naturaleza, o por alguna enfermedad tenías mutilados; no oirías esto con tristeza: y porque el gran médico de las almas quiere perfeccionarte a ti despojado de los principales bienes, no recibes el beneficio sino que lloras y te pones triste.

No lo has guardado todo

Manifiestamente, lejos estás de aquel precepto que manda amar a tu prójimo como a ti mismo y falsamente atestiguas haberla guardado. Porque, mira, este mandamiento del Señor prueba que tú eres completamente ajeno a la verdadera caridad. Porque si era verdad lo que afirmaste, que habías cumplido desde tu juventud con el precepto de la caridad, y que habías dado a los demás lo que a ti mismo ¿de dónde, dime, te ha venido esta abundancia de riquezas? Pues el cuidado de los necesitados gasta las riquezas; pues cada uno ha de recibir un poco según su necesidad; y todos han de repartir igualmente sus bienes y gastarlos entre los pobres.

Por eso el que ama al prójimo como a sí mismo, no posee más que su prójimo. Pero tú te presentas con muchas riquezas. ¿De dónde pues, te han venido sino de que has pospuesto a tus comodidades, el bienestar de muchos? De manera que cuanto más abundas en riquezas, tanto menor es tu caridad. Que si hubieses amado a tu prójimo, sin duda hubieras repartido con él tu dinero. Mas ahora tienes pegadas a ti las riquezas más estrechamente que los miembros del cuerpo, y cuando se separan de ti te duele lo mismo que si te cortasen la parte más principal de él. Si hubieras vestido al desnudo, si hubieras dado tu pan al hambriento, si hubieras abierto tus puertas al peregrino, si te hubieras hecho padre de los huérfanos, si te hubieras compadecido del enfermo, ¿qué riquezas, dime, te costaría dejar? ¿Cómo habías de llevar a mal, dejar lo que te quedaba, si ya antes habías procurado distribuirlo a los necesitados? Además, a ninguno le cuesta dar su dinero en las ferias cuando por él se provee de otras cosas necesarias; y cuando por poco dinero se hace con alguna cosa de mucha estima, se alegra porque ha negociado con felicidad; y ¿tú te entristeces porque das oro y plata y riquezas; es decir, piedra y polvo, para poseer la vida eterna?

¿En qué emplearás las riquezas?

Mas ¿en qué emplearás la riqueza? ¿Te vestirás con precioso traje? Bástate una túnica de dos codos, y un solo manto puede satisfacer la necesidad de vestidos. ¿Gastarás tus riquezas en comidas? Un solo pan basta para saciar el vientre. Pues ¿por qué te entristeces? ¿Qué es lo que pierdes? ¿La gloria que nace de las riquezas? Si no buscases la gloria terrena, encontrarías la verdadera y resplandeciente gloria que te condujera al reino de los cielos. Pero el mismo poseer las riquezas es cosa deleitosa, aunque ningún provecho resulte de ella. Mas todos sabéis que el deseo de las cosas inútiles es irracional. Te parecerá increíble lo que voy a decir, y es más cierto que cualquier otra cosa. La riqueza, repartida de la manera que el Señor manda, suele durar; retenida, pasa a manos de otro. Si la guardas, no la poseerás; si la repartes, no la perderás. Porque, "La distribuyó, se la dio a los pobres; su justicia permanecerá para siempre" 4. Pero la mayor parte de los hombres apetecen la riqueza, no por los vestidos o alimentos, sino que ha discurrido el diablo el artificio de sugerir a los ricos mil ocasiones de gastar su dinero, hasta el punto de procurarse como necesario lo superfluo y lo inútil, y de no bastarle nada para los gastos que tienen premeditados. Dividen su riqueza para la necesidad presente y para la que vendrá; y separan una parte para ellos, y otra para sus hijos. Después dividenla también para diversas ocasiones que tengan de gastar. Escucha las cosas a que las destinan: Este dinero, dicen, usémoslo; este otro quede escondido. Lo destinado a nuestros usos, traspase los límites de la necesidad: esto gástese en la opulencia doméstica, aquello sirva para el fausto exterior; esto suministre gastos en abundancia al que tenga que hacer un viaje, aquello proporcione al que quede en casa una vida opípara y fastuosa; de suerte que me admiro de los gastos inútiles en que se piensa. Poseen innumerables carrozas: unas conducen los equipajes; otras, cubiertas de bronce y plata, les conducen a ellos mismos. Numerosos caballos, cuya raza se aprecia por la nobleza de los padres, como se hace entre los hombres. Unos llevan a estos voluptuosos a través de la ciudad, otros prestan sus servicios en la casa, otros en los viajes. Los frenos, los correajes, los collares: todo de plata, todo adornado con oro. Mantos de púrpura adornan a los caballos como a unos esposos; muchedumbre de mulos de distinto color: sus aurigas se suceden unos a otros, caminando unos delante, otros detrás. El número de los demás sirvientes es infinito y suficiente para toda clase de ostentación: mayordomos, despenseros, agricultores, peritos en todas las artes, tanto en las necesarias como en las deleitables y voluptuosas; cocineros, panaderos, coperos, cazadores, escultores, pintores, operarios de toda clase de placer. Manadas de camellos, unos para llevar cargas, otros para que anden por las selvas; multitud de caballos y de bueyes, rebaños de ovejas y de puercos; sus respectivos pastores; campos que no sólo basten para alimentar a todos estos, sino que aumenten aún con sus cosechas las riquezas; balneario en la ciudad; balneario en el campo; casas que brillan con mármoles de toda clase: unos de piedra frigias, otros de incrustaciones lacónicas o tesálicas; y de estas casas, unas calientan en invierno, otras refrescan en el verano. El pavimento adornado con variedad de piedrecitas; el oro reviste la techumbre. Los trozos de pared en que no hay incrustaciones, están adornados con flores pintadas.

Y, cuando distribuidas las riquezas en mil usos, sobran todavía: entonces las entierran y las guardan en sitios escondidos. –No sabemos lo que ha de suceder; a lo mejor nos sobrevienen necesidades inesperadas–. Tampoco sabes si has de necesitar el oro enterrado: lo que sabes como cierto es el castigo que merecen las costumbres inhumanas. Después que no puedes gastar el oro en un sin número de invenciones, lo ocultas debajo de la tierra. Locura increíble: cavar la tierra cuando el oro estaba en las minas; y volverlo a esconder en la tierra después de haberlo descubierto. Seas quien fueres el que entierras las riquezas; con ellas entierras tu corazón. Porque "donde está tu tesoro, dice la Escritura, allí está también tu corazón" 5. Por eso los mandamientos entristecen su corazón, porque les parece intolerable la vida, si no la emplean en gastos inútiles. Y lo que le sucede a este joven, sucede a los que le imitan; me parece semejante a lo que sucedería a un viajero que, arrastrado por el deseo de ver una ciudad, se dirigiese a ella apresuradamente; pero que, deteniéndose en las primeras hosterías de junto a la muralla, se abstuviese por la pereza de moverse un poco más, e hiciese inútil el trabajo que se había impuesto, privándose de ver las bellezas de la ciudad. Tales son los que quieren cumplir los demás mandamientos sin desprenderse de sus riquezas. A no pocos he conocido yo que ayunaban, que oraban, que gemían, que ejercitaban toda clase de piedad que no exige gasto alguno; pero que ni un óbolo daban a los pobres. ¿Qué les aprovecha a estos el ejercicio de las demás virtudes? Porque no les ha de recibir el reino de los cielos: pues "más fácil es, dice, que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de los cielos" 6. Tan terminante es la sentencia, infalible el que la dice, pero raros los que la practican. Mas, ¿cómo viviremos, me decís, si lo dejamos todo?– ¿Qué especie de vida habrá, si todos venden lo que tienen y se quedan sin más? –No me preguntéis cómo se entienden las órdenes establecidas. Sabe el legislador armonizar lo imposible con la Ley. Tu corazón se pesa como en una balanza, para ver si se inclina a la verdadera vida o a las delicias presentes.

Sed ricos, pero generosos con los pobres

Conviene que ponderen los prudentes que el uso de las riquezas se les ha concedido para que sean los repartidores de ellas, no para gozar: deben alegrarse cuando se desprenden de ellas, como el que deja lo ajeno, y no llevarlo a mal como si perdiesen una cosa suya. ¿Por qué te afliges? ¿Por qué se exacerba tu corazón cuando oyes: "Vende lo que tienes?" Si hubieran de acompañarte tus bienes a la vida futura, ni aún así los habías de desear con tanto afán; pues los obscurecerán aquellos premios de allí; pero habiéndoles de dejar necesariamente aquí, ¿por qué no sacamos de ellos la ganancia que se nos promete si los vendemos? Mas tú cuando das oro y compras un caballo, no te entristeces; ¿y cuando se trata de dar estas cosas perecederas para recibir por ellas el reino de los cielos, derramas lágrimas, rechazas al que te las pide y rehúsas darlas inventando mil causas para tus gastos?

¿Qué vas a responder al juez, tú que vistes a las paredes, y no vistes al hombre; que adornas a los caballos, y desprecias a tu hermano cubierto de harapos; que dejas que se pudra el trigo, y no alimentas a los hambrientos; que entierras el oro, y abandonas al oprimido? Y si te acompaña una esposa que también sea amante de las riquezas, la enfermedad se duplica: porque da más pábulo a las comodidades, aumenta el ansia de placeres y excita el aguijón de los caprichos vanos, pensando en hacerse con piedras preciosas, margaritas, esmeraldas y jacintos; forjando y entretejiendo oro; y aumentando la enfermedad con toda clase de vanidades.

Y no se cuidan de esto alguna que otra vez, sino que de día y de noche están pensando en lo mismo. Y son innumerables los aduladores que van en pos, al servicio de sus apetitos: llaman a tintoreros, a cinceladores en oro, a perfumistas, a tejedores, a bordadores. Y no le dejan a uno ni tiempo para respirar, por los continuos encargos que le dan. No hay riquezas que puedan satisfacer los caprichos de una mujer, ni aun cuando corriesen por los ríos: pues compran el ungüento que viene del extranjero lo mismo que si fuese aceite de la plaza. Añádanse a esto las flores marítimas, la púrpura, las plumas de ave, y la lana más abundante que la de las ovejas. El oro ensartando piedras de inmenso precio adorna sus frentes y sus cuellos, está incrustado en sus cinturones, y ata sus manos y sus pies; porque las mujeres avaras de oro, se gozan de atarse con esposas, con tal que sea de oro lo que las ata. Pues ¿cuándo cuidará de su alma el que está al cuidado de los caprichos de una mujer? Así como los turbiones y las tempestades hunden los navíos que están podridos, así también las perversas inclinaciones de las mujeres, sumergen las almas débiles de sus esposos. Pues distribuyéndose entre el marido y la mujer las riquezas en tantos usos, venciéndose mutuamente en la invención de nuevas vanidades, no es extraño que ninguna oportunidad tengan de mirar por los extraños. Si oyes: "Vende lo que tienes, y dalo a los pobres" para que tengas provisión durante el viaje a la felicidad eterna, te marchas tristes; pero si oyes: da dinero a las mujeres derrochadoras, dáselo a los cinceladores, a los escultores, a los que trabajan en piedras, a los pintores; entonces te alegras como si con tu dinero alcanzaras cosa más preciosa. ¿No ves estas murallas derruidas por la acción del tiempo, cuyos restos se levantan como escollos alrededor de toda la ciudad? ¡Cuántos pobres había en la ciudad cuando se construyeron, quienes por trabajar en ellas eran despreciados por los ricos de entonces! Y ¿dónde está el espléndido aparato de las obras? ¿Dónde, aquél tan alabado por la magnificencia de estas cosas? (*). ¿No han desaparecido y venido los muros a tierra lo mismo que los que hacen los niños con arena: mientras que está en el infierno aquel a quien ahora le pesará del empeño que puso en cosas vanas? Ensancha tu corazón: los muros grandes o pequeños cubren la misma necesidad. Cuando entro en la casa de un hombre vanidoso y que hasta el fin de su vida no acaba de enriquecerse, y veo su morada brillar con toda clase de adornos; veo que para él no hay cosa más estimable que lo visible, pues hermosea las cosas inanimadas y tiene sin adornar su alma. Dime, ¿qué utilidad mayor te proporcionan los lechos de plata, las mesas de plata, los asientos y sillas de marfil, si por usar tales cosas no llegan las riquezas a los pobres que se agolpan a tus puertas, lanzando toda clase de gemidos dignos de toda compasión? Y tú les niegas la limosna y dices que no puedes socorrer a los pordioseros. Juras con tu lengua que no puedes, pero tu mano te contradice; porque aunque ella calle, pregona tu mentira el anillo que brilla a vista de todos. ¿A cuántos puedes sacar de sus deudas con un solo de tus anillos? ¿Cuántas casas puedes levantar que están en ruinas? Una sola arca de aquellas en que guardas tus vestidos, basta para vestir a todo el pueblo, que está aterido de frío; y, sin embargo, sufres que el pobre se vaya sin nada, sin temer el justo castigo del juez. No te compadeciste, no se te compadecerá; no abriste tu casa, se te cerrará el reino de los cielos; no diste pan, no recibirás la vida eterna.

La sed de riquezas es insaciable

Pero te llamas pobre a ti mismo; convengo contigo en ello, porque pobre es el que necesita muchas cosas. Mas a vosotros os hace necesitar muchas cosas vuestra insaciable avaricia. Te esfuerzas por amontonar diez talentos encima de otros diez: reunidos veinte, apeteces otros tantos, y lo que vas amontonando no satisfacen tu avaricia, sino que la enciende. Como para los ebrios el tener junto a sí vino es ocasión para beber, así los que acaban de hacerse ricos después de adquirir muchas cosas desean aún más, alimentando su enfermedad a la vez que amontonan y produciéndoles sus ansias un efecto contrario al que ellos buscan. Porque no les alegran tanto los bienes presentes, con ser tan abundantes, cuanto les entristecen los que les faltan, o mejor dicho, los que ellos creen que les faltan; de suerte que siempre está su ánimo preocupado, luchando por adquirir más. Cuando habían de alegrarse y estar en paz por ser más ricos que muchos, se amargan y se entristecen de que haya alguno que otro más rico que les supere. Cuando alcanzan a uno de estos ricos enseguida se esfuerzan por igualar a otro que lo es más; y cuando alcanzan también a este pasan su emulación a otro. Como los que suben una escalera tienen siempre un pie levantado para ponerle sobre el banzo que sigue y no se detienen hasta que llegan al último; así estos no cesan de apetecer el poder hasta que, subidos a lo alto, se estrellan desde lo más alto de la desgracia. Al ave seléucida (*) la hizo el Criador del universo insaciable para bien de los hombres; pero tú haces insaciable tu corazón para mal de muchos. Cuanto ve la vista, tanto apetece el avaro. "No se saciará el ojo viendo" 7, ni se saciará el avaro recibido. "El infierno nunca dijo basta" 8 ni el avaro dijo jamás basta. ¿Cuándo vas a usar de las cosas presentes? ¿Cuándo gozarás de ellas, si siempre te detiene el trabajo de adquirir más? "¡Ay de los que añaden a una casa otra casa, y juntan un campo con otro campo para quitar algo a su prójimo!" 9 ¿Qué es lo que tú haces? ¿No das mil excusas para despojar a tu prójimo? Me hace sombra la casa del vecino, es un alborotador, alberga a los vagabundos; y trayendo otros pretextos, exagerándolos y pregonándolos, revolviéndolos siempre y molestando, no para hasta obligarle a irse a otro sitio. ¿Qué fue lo que mató al israelita Nabután? ¿No fue la avaricia de Acab que apetecía su viña? 10. El avaro es mal vecino en la ciudad, mal vecino en el campo. Conoce el mar sus términos; respeta la noche los límites que tanto tiempo ha le fueron señalados; pero el avaro no respeta el tiempo, no conoce el término, no cede al orden de sucesión, imita la violencia del fuego; todo lo invade, todo lo devora. Y como los ríos nacidos de un pequeño principio crecen de una manera increíble con los afluentes que poco a poco se les juntan, y arrastran en su violenta corriente todo lo que encuentran a su paso; así también los avaros cuando suben a gran poder, después que han recibido mayor fuerza para hacer injusticias de aquellos a quienes ya han dominado, reducen a la esclavitud a los demás, viniendo a aumentar el número de los antes injuriados; y el aumento de poder es para ellos ocasión de mayor maldad. Porque los primeros que recibieron el daño ayudándoles contra su voluntad, infieren también a otros, perjuicios y agravios. Porque ¿a qué vecino, a qué doméstico, a quién que tenga trato con ellos no atraen? Nada resiste a la fuerza de las riquezas; todo cede ante la tiranía; ante el poder todo se estremece: pues cada uno de los que han sido injuriados, más cuenta tiene con que no le venga algo peor, que de vengarse de lo que ha padecido. Conduce las yuntas de bueyes, ara, siembra, recoge la cosecha que no le pertenece. Si te opones, vienen las heridas; si te quejas, eres reo, porque injuriaste; serás contado entre los esclavos, habitará la cárcel: preparados están los calumniadores para poner en peligro tu vida. Te tendrás por bien librado si, dando algo más, te ves libre de estas molestias.

Quisiera que respirases un poco de la injusticia de estas obras y se aquietasen tus pensamientos, para que ponderaras a donde va a parar el deseo de estas cosas. Tienes tantas yugadas de tierra arable: otras tantas de tierra para plantar árboles: montes, campos, selvas, ríos, prados. Y después de esto ¿qué? ¿No te esperan sólo tres codos de tierra? ¿No bastará para guardar tu cuerpo miserable, el peso de unas pocas piedras? ¿Para qué trabajas? ¿Por qué obras perversamente? ¿Por qué recoges con tus manos cosas infructuosas? Y ojalá fueran infructuosas, y no materia para el fuego eterno. ¿No despertarás de esta embriaguez? ¿No recobras tus sentidos? ¿No vuelves en ti? ¿No pondrás delante de tus ojos el juicio de Cristo?

¿Qué responderás el día del juicio?

¿Qué excusa vas a traer cuando aquellos a quienes has injuriado te rodeen y griten contra ti delante del juez eterno? ¿Qué harás? ¿qué abogados llevarás? ¿Qué testigos sacarás? ¿Cómo sobornarás al juez a quien con ningún artificio se le puede engañar? No hay allí oradores, no hay allí palabras persuasivas que puedan echar por tierra la verdad del juez. No te acompañan los aduladores, ni las riquezas, ni el fausto de la dignidad; abandonado de los amigos, abandonado de los protectores, sin patrocinio, sin defensa, te encontrarás cubierto de vergüenza, triste, cabizbajo, solo, sin libertad y sin confianza para hablar. A donde quiera que vuelvas los ojos, encontrarás argumentos claros y patentes de tus crímenes: por un lado las lágrimas del huérfano, por otro los gemidos de la viuda, de otra parte los mendigos abofeteados por tu misma mano, los esclavos que mataste, los vecinos a quienes provocaste a ira: todo se levantará contra ti: te rodeará la multitud perversa de tus malas obras. Porque, como sigue la sombra al cuerpo, acompañan a las almas los pecados, reflejando claramente las obras.

Por eso allí no vale negar: cerrará su boca aún el más desvergonzado. Las mismas obras de cada uno, sin hablar, pero apareciendo tales cuales nosotros las hicimos, harán de testigos. ¿Cómo podré poner delante de tus ojos aquellas cosas terribles? Si es que por ventura oyes, si te conmueves, acuérdate de aquel día en el cual "se revelará la ira de Dios desde el cielo" 11; acuérdate de la gloriosa venida de Cristo, cuando "los que hayan obrado bien se levantarán a la resurrección de la vida, y los que mal, a la resurrección del juicio" 12. Entonces será la vergüenza eterna para los pecadores "y la emulación del fuego que ha de devorar a los enemigos" 13. Cáusete esto tristeza; no te moleste el precepto. ¿Cómo te lloraré? ¿Qué diré? ¿No deseas el reino de los cielos? ¿No temes el infierno? ¿Dónde encontraré la salud para tu alma? Porque si no te horrorizan los tormentos, si no te estimula el premio, estoy hablando a un corazón de piedra.

Inutilidad de las riquezas

Mira, hombre, la naturaleza de las riquezas. ¿Por qué admiras tanto el oro? Piedra es el oro, piedra la plata, piedra la margarita, piedra cada una de las piedras: el crisólito, el berilo, el ágata, el jacinto, la amatista, el jaspe. Y estas son la flor de las riquezas; de las cuales tú, unas las guardas y escondes, ocultando en la obscuridad del resplandor de las piedras, y otras las llevas contigo gloriándote del brillo de estas cosas preciosas. Dime, ¿de qué te sirve ceñir tu mano con piedras resplandecientes? ¿No te avergüenzas de desear las piedras, como las mujeres embarazadas? Porque estas las devoran, y tú hasta tal punto apeteces la preciosidad de las piedras, que anhelas con ansia las de sardonio, las de jaspe y las amatistas. ¿Cuál de estas que más adornan los vestidos te pudo añadir un día más de vida? ¿A quien perdonó la muerte, porque fuese rico? ¿De quién huyó la enfermedad, por sus riquezas? ¿Hasta cuándo va a estar siendo el oro lazo de las almas, anzuelo de la muerte, astucia del pecado? ¿Hasta cuándo van a ser las riquezas causa de la guerra; por la cual se templan las armas y se aguzan las espadas?

Daños que traen las riquezas

Por las riquezas desconocen los parientes la naturaleza; los hermanos se miran con ojos criminales; por la riqueza alimentan los desiertos a los homicidas, el mar a los piratas, las ciudades a los sicofantas. ¿Quién es el padre de la mentira? ¿Quién el urdidor de falsas acusaciones? ¿Quién engendra el perjuro? ¿No es la riqueza? ¿No es la pasión por el oro? ¿Qué es lo que hacéis, hombre? ¿Quién ha convertido en lazos contra vosotros lo que es vuestro? Es auxilio para vivir. Que no han sido dadas las riquezas como incentivos para el mal. Son redención del alma: no ocasión de perdición. –Pero es necesaria la riqueza por los hijos–. Este es un especioso pretexto de la avaricia; porque os escudáis con vuestros hijos, y entretanto satisfacéis vuestro corazón. No pongáis por excusa a un inocente: tiene señor propio, y propio conservador: de otro recibió la vida; de ese mismo espera los auxilios de la vida. ¿Acaso los Evangelios no se han escrito para los casados? "Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dáselo a los pobres" 14. Cuando pediste al Señor una prole numerosa, cuando le rogaste que te hiciese padre de muchos hijos; ¿añadiste por ventura: "Dame hijos para violar los mandamientos; dame descendencia para no entrar en el reino de los cielos"? Además, ¿quién será responsable de la voluntad del hijo, de que ha de usar convenientemente de lo que le entreguen? Porque la riqueza es para muchos medio para la deshonestidad. ¿No has oído al Eclesiastés que dice: "Vi una grave enfermedad: las riquezas que para él guardaban, para su mal?" 15. Y en otra parte: "Lo dejo a mi sucesor, y ¿quién sabe si será sabio o necio?" 16. Mira, pues, no sea que habiendo amontonado con tantos sudores la riqueza, dispongas para otros materia de pecado y después seas atormentado con doble pena por las iniquidades que tú hiciste, y por las que hizo el otro ayudado por ti. ¿No es más pariente tuya tu alma que todos tus hijos? ¿No está unida a ti más estrechamente que todo lo demás? Pues es la primera, dala la principal parte de tu herencia, proporciónala socorro abundante para que viva, y reparte después la herencia entre los hijos. Muchas veces, hijos que nada recibieron de sus padres, se hicieron con casa: mas si una vez desprecias tu alma, ¿quién tendrá compasión de ella?

Esto lo he dicho para los padres. Los que no tienen hijos ¿qué buena excusa nos traen de su tacañería? –No vendo lo que tengo no se lo doy a los pobres, por los necesarios usos de la vida–. Luego el Señor no es tu maestro, ni rige tu vida el Evangelio: sino que tú te das la ley a ti mismo. Mira el peligro a que te expones, si así raciocinas. Porque si el Señor nos mandó esto como cosa necesaria, y tú lo rechazas como imposible, ninguna otra cosa haces sino decir que eres más prudente que el legislador. Pero dices: después que haya gozado de las riquezas durante toda mi vida, haré herederos de ellas a los pobres, y en las tablas públicas y en mi testamento, les declararé señores de ellas. Cuando no estarás entre los hombres, ¿entonces te harás humanitario? Cuando te vea muerto, ¿te llamaré amante de tu hermano? Se deberán muchas gracias a tu munificencia, porque estando tendido en el sepulcro y convertido en tierra, fuiste por fin liberal y magnánimo en tus gastos.

Si no lo haces ahora no lo harás cuando mueras

Dime, ¿de qué tiempo vas a pedir premio, del que viviste, o del que siguió a la muerte? Mas el tiempo que viviste lo pasaste dado a los deleites de la vida, y no tolerabas la vista de un pobre. Y después de muerto ¿qué hiciste? ¿a qué obras se debe el premio? Muestra tus obras y pide la recompensa. Ninguno hace negocio acabadas ya las ferias; ni es coronado el que se acerca después de la lucha; ni se adquiere la fama de valiente después de terminada la guerra. Pues tampoco después de la vida hay ocasión de ejercitar la caridad. Prometes ser bienhechor con la tinta, y con las tablas. ¿Quién te anunciará la hora de tu partida? ¿Quién te responderá de la manera que has de morir? ¡Cuántos han sido arrebatados por una repentina desgracia, sin que ni siquiera pudiesen pronunciar una palabra? ¡A cuántos les ha faltado el sentido por la fiebre! ¿A qué aguardas, pues; a esa hora en la que probablemente no serás dueño de ti? Cuanto todo será obscura noche, en la pesadez de la enfermedad y el desamparo de todos; y preparado el que acecha tu hacienda; ordenándolo todo a favor suyo y haciendo mudas tus determinaciones. Entonces, volviendo a una y otra parte los ojos y viendo la soledad que te rodea, conocerás por fin tu locura. Llorarás entonces tu necedad en haber diferido el cumplimiento del precepto para aquel instante, cuando tu lengua atada y tu mano trémula por el estertor no pueden revelar tus deseos ni por palabras ni por escrito. Y aunque todo estuviese escrito con claridad y tu voz lo pregonase a todo el mundo, una sola letra interpuesta, puede trastocar tu determinación: un sello falso, dos o tres perversos testigos, pondrán tu hacienda en manos de otros.

Pues ¿por qué te engañas a ti mismo usando ahora tus riquezas para los goces de la carne, y prometiendo para más adelante lo que no estará en tu poder? Depravada determinación, como queda, aclarado por lo dicho. –Vivo, gozaré de las delicias; muerto, cumpliré con el precepto–. Te dirá Abraham: "Recibiste tus bienes en tu vida" 17. No cabe por el camino angosto y estrecho, si no dejas la mole de las riquezas. Saliste cargado con ellas, pues no las arrojaste como se te ordenó. Mientras viviste, te preferiste al precepto; muerto y podrido, antepusiste el precepto a los enemigos. Porque para que no reciba nada fulano, dices, que lo reciba el Señor. Y esto ¿cómo lo llamaremos? ¿venganza de tus enemigos o amor al prójimo? Lee tu testamento. –Quisiera aún vivir y gozar de mis bienes–. Gracias, pues, a la muerte, no a ti. Porque si fueses inmortal, no te habrías acordado de los mandamientos.

De Dios nadie se burla

"No os equivoquéis; de Dios nadie se burla" 18. No se presenta al altar cosa muerta: trae una víctima viva: No se admite al que ofrece de lo que le sobra. Y tú ofreces al bienhechor que te lo dio, lo que te ha sobrado de toda tu vida. Si no te atreves a dar las sobras de tu mesa a unos huéspedes ilustres y nobles, ¿cómo quieres que Dios se aplaque con las sobras de tu vida? Ved, ricos, el fin a donde lleva la avaricia, y dejad de amar las riquezas. Cuanto más ames las riquezas, menos debes dejar de lo que posees. Tórnalo todo para ti, llévalo todo, no dejes tus riquezas a los extraños. Tal vez ni te enterrarán tus domésticos con ornato fúnebre; sino que te negarán las exequias, deseosos de agradar a tus herederos. Tal vez se volverán entonces sus lenguas contra ti. –Es una necedad, dirán, adornar a un muerto y enterrar con mucho gasto a uno que ya nada siente–. ¿No es mejor que los que quedamos nos adornemos con sus magníficos y espléndidos vestidos y no dejarlos que se pudran a la vez con el cadáver?

¿Qué sacamos con levantar un suntuoso monumento y hacer una elegante sepultura y un gasto inútil? Mejor será emplear todo esto en los usos de la vida. –Esto dirán, y se vengarán de tu severidad; y entregarán tus bienes a tus sucesores–.Hazte por lo tanto a ti mismo las honras fúnebres. Hermosa sepultura es la piedad. Marcha vestido con todas tus cosas; haz de tus riquezas un adorno propio; tenlas contigo. Cree al buen consejero que te ama, Cristo, que se hizo pobre por nosotros, para que nos enriqueciésemos con su pobreza 19; que se entregó a sí mismo por precio de nuestra redención 20. Obedezcámosle como a sabio y conocedor de lo que nos conviene, sufrámosle como a amador nuestro, seámosle agradecidos como a bienhechor. Sigamos sin vacilar lo que se nos ha mandado, para que seamos herederos de la eterna vida, que está en Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

En honor de San Barlaam, mártir

Advertencia preliminar

El día, 19 de noviembre, anuncia el martirologio la fiesta de este santo, de la siguiente manera: "Cesarea de Capadocia, San Barlaam, mártir, que, aunque rústico, y sin letras, fortalecido por la sabiduría de Cristo, venció con su constancia en la fe al tirano y al mismo fuego: en su fiesta predicó San Basilio un elocuente panegírico".

Panegírico

La muerte de los santos se festeja con júbilo

Antes se celebraba la fiesta de los santos con lágrimas y gemidos. José lloró amargamente la muerte de Jacob 1. Los judíos lloraron mucho la muerte de Moisés 2. Lloraron también con abundantes lágrimas a Samuel 3.

Pero ahora nos alegramos con la muerte de los justos. Porque la naturaleza del dolor ha cambiado después de la Cruz.

Ya no acompañamos con lágrimas la muerte de los santos. Danzamos, por el contrario, con coros divinos alrededor de sus sepulcros. Porque para los justos la muerte es sueño, o mejor dicho, es un viaje a mejor vida. He aquí porqué se alegran los mártires al ser degollados. El deseo de una vida más dichosa, amortece el dolor de las heridas. El mártir no mira los peligros, sino las coronas. No le horrorizan las heridas, sino que cuenta los premios. No se fija acá abajo en los verdugos que le golpean. Contempla con los ojos del alma a los ángeles que se congratulan desde el cielo. El mártir no considera lo momentáneo de los sufrimientos, sino lo eterno de los premios. También entre nosotros recogen el fruto magnífico de los honores. Son aclamados por todos con divinas alabanzas; arrastrando a miles de pueblos alrededor de sus sepulcros.

San Barlaam: insuperable maestro de piedad

Esto ha sucedido hoy al valiente Barlaam. Sonó la trompeta guerrera del mártir, y convocó como veis, a los soldados de la piedad. El constituido atleta de Cristo, fue anunciado con pregón. Y a toda esta asamblea de la Iglesia, dio alas para volar.

Dijo el señor de los fieles:.

– El que cree en mí, vivirá aunque haya muerto 4.

Pues bien; murió el esforzado Barlaam y convoca públicas asambleas. Está consumido en el sepulcro, e invita a un banquete.

Ahora sí que podemos exclamar:.

– ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el escudriñador de este siglo? 5.

Hoy, un hombre de campo es para nosotros insuperable maestro de piedad.

El tirano creía que se trataba de una presa que fácilmente se dejaría atrapar. Pero se dio cuenta, por experiencia, que se trataba de un guerrero invencible. Se reía de él, porque hablaba rústicamente, pero le aterró su angelical y juvenil vigor. Pues su ánimo no era bárbaro como lo era el órgano de la lengua. Su inteligencia no claudicaba a una con las sílabas. Era un segundo Pablo que con Pablo decía:.

– Dado que yo sea tosco en hablar; no lo soy sin embargo en la ciencia.

Alegría y valor de San Barlaam en los tormentos 6

Los verdugos, atormentándole, quedaron sin fuerzas. Mientras tanto, el mártir, encontrábase más vigorizado. Las manos de los. que le maltrataban, se enervaban. Pero el ánimo del maltratado no se doblegaba. Los látigos separaban las junturas de los nervios, pero el vigor de la fe se robustecía con más tenacidad. Mientras los costados machucados se consumían, florecía la santidad del corazón.

Habían acabado con la mayor parte de su carne. No obstante, se encontraba vigoroso, cual si aún no hubiese comenzado el combate. Porque cuando la piedad se apodera del alma es entonces despreciable todo género de luchas. Debido al bien que el alma ama, los que la atormentan, más la deleitan antes bien y no la disgustan.. De ello da testimonio aquel amor de los apóstoles que, en otro tiempo, les hacía agradables los azotes que recibían de los judíos. Porque se retiraban del consejo, gozosos de haber sido estimados dignos de ser atormentados por el nombre de Jesús 7.

Tal es también el guerrero a quien hoy honramos. Llevaba con alegría los tormentos, pensando que con los azotes le rodeaban de rosas. Mientras tanto, huía de los males de la impiedad, como de dardos. Consideraba la ira del juez cual sombra de humo. Reíase de los fieros escuadrones de satélites. Como si fuesen coronas, regocijábase de los peligros. Gozábase en las heridas como en los honores. Como si fuesen los más brillantes trofeos, saltaba de placer con los más agudos tormentos. Despreciaba las espadas desenvainadas. Sufría las manos de los verdugos, cual si fuesen más blandas que la cera. Besaba el leño del suplicio, como si fuese su salvación. Cual si estuviese en prados, se regocijaba. en los calabozos de la cárcel. Como con variedad de flores, se deleitaba en las invenciones de tormentos.

La mano de San Barlaam y su victoria sobre el fuego

Tuvo la mano derecha más firme que el fuego, último tormento que tuvo que soportar de parte de sus enemigos.

En efecto. Sus enemigos habían puesto fuego sobre el ara para ofrecer un sacrificio a los demonios. Ante ella llevan al mártir. Colócanse todos a su alrededor y le ordenan que ponga la diestra, extendida sobre el altar. Quieren que sirva como ara de bronce. Al encender el incienso colocado maliciosamente sobre la mano, esperaban que vencida por la fuerza del fuego, dejaría necesariamente caer en seguida el incienso sobre el ara.

¡Oh falaces astucias de los impíos!

– "Ya que no hemos doblegado –dicen– su ánimo con miles de heridas, doblemos al menos en la llama la mano del importuno luchador. Ya que con diversas máquinas no hemos abierto brecha en su ánimo, abrámosla al menos en su derecha introduciéndola en el fuego".

Pero los infelices ni siquiera de esta esperanza sacaron algo de provecho. Pues el fuego perforaba la mano, pero la mano estaba quieta, tolerando el fuego como si fuese ceniza. Nuestro héroe no dio la espada al enemigo fuego como los fugitivos. Su mano permaneció quieta, mostrándose valiente contra la llama. El fuego dio ocasión al mártir de exclamar con el profeta:.

– Bendito sea el Señor Dios mío, que adiestra mis manos para la pelea y mis dedos para manejar las armas 8.

El fuego peleaba contra la mano, pero fue derrotado. Tratábase la lucha entre la llama y la derecha del mártir. Y he aquí que la derecha del mártir obtuvo una victoria nueva en los combates. Porque al pasar la llama por medio de la mano, esta aún estaba extendida, preparada para el combate.

Alabanzas a la gloriosa mano del Santo

¡Oh mano más pertinaz que el fuego! ¡Oh mano que no has aprendido a doblegare al fuego! ¡Oh fuego que has aprendido a dejarte vencer por la mano!

El hierro, reblandecido por la tiranía del fuego, cede. El bronce, obedece asimismo a su poder. Hasta la dureza de las piedras suele dejarse vencer por el fuego. Pero su violencia que todo lo doma, al quemar la mano extendida del mártir, no pudo doblegarla.

Con cuánta razón podía decir el santo, al Señor:.

– Tú me asiste de la mano derecha, y guiásteme según tu voluntad, y me acogiste con gloria 9.

¡Gloria y honor, al invicto campeón de Cristo!

¿Cómo te llamaré, oh esforzado campeón de Cristo? ¿Te llamaré estatua? Disminuirá grandemente tu constancia. Porque el fuego deshace una estatua si la arrojan, mas a tu diestra ni siquiera la pudo obligar a que pareciese que se movía.

¿Te llamaré hierro? También esta semejanza es inferior a tu valentía. Porque tú eres el único que persuadiste al fuego de que no doblegaba tu mano. Tú, el único que tuviste tu diestra en lugar de ara. Tú, el único que al arder tu mano abofeteaste en el rostro a los demonios. Tú, el único que al hacerse carbón tu mano, deshiciste en aquel momento las cabezas de los demonios. Y después, convertida tu mano en cenizas, encegueces sus ejércitos y les pisoteas.

Mas, a qué empequeñecer al vencedor con pueriles y balbuceantes palabras? Cedamos las alabanzas del mártir a lenguas más espléndidas y magníficas. Invitemos a tomar parte en estas alabanzas a las trompetas más sonoras de los maestros.

Levantaos, brillantes pintores de hazañas atléticas. Engrandeced con vuestras artes la mutilada imagen de este General. Con los colores de vuestro arte, rodead de fulgores al coronado atleta que yo he pintado con tanta obscuridad. Deseo que me venzáis haciendo vosotros una hermosa pintura del mártir. Que yo me goce hoy de vuestra victoria, al ser vencido por vuestra habilidad. Vea yo mejor expresada por vosotros, la lucha entre la mano y el fuego. Que en vuestros cuadros, pueda ver yo, pintado con mayor esplendidez, al invicto luchador. Lloren los demonios, derrotados también ahora por las victorias del mártir renovadas por vosotros. Mostradles de nuevo, la mano ardiendo y victoriosa. Píntese asimismo en el cuadro, al árbitro del combate, Cristo, a Quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Notas 1

1 Pr 15, 1.
2 Ef 4, 31.
3 Mt 5, 23.
4 Pr 11, 25.
5 Is 56, 10.
6 Mt 23, 33.
7 Rm 12, 17.
8 Gn 3, 19.
9 Gn 18, 27.
10 Sal 22, 7.
11 Mt 10, 22.
12 Sal 39, 2 y 3.
13 Jb 1, 21.
14 Jb 1, 21.
15 2Co 8, 9.
16 Jn VIII.
17 Jn XVIII.
18 Mc 15, 19; Is 50, 6.
19 Mt 11, 7.
20 Sal 119, 60.
21 2R 16, 10.
22 Sal 143, 4.
23 Sal 4, 5.
24 Mt 5, 22.
25 Gn 3, 15.
26 Nm 25, 17.
27 Nm 12, 3.
28 Ex 32, 27.
29 Es decir: "Habéis consagrado hoy vuestras manos al Señor". Porque aunque en hebreo se lea llenar, bien puede traducirse por "iniciar" o "consagrado"; pues como expone Pagnino, a ninguno era lícito ejercer el cargo de sacrificar sin que llenase antes sus manos con partes de los sacrificios.
30 Ex 22, 29.
31 Nm 25, 2.
32 1S 15, 33.
33 O "sacerdotes de Baal", como se lee en hebreo y en la Vulgata.
34 "Los sacerdotes de los bosques", o de otros dioses a quienes se ofrecían sacrificios en las selvas y bosques, como comenta el P. Comelio a Lapide. Calmet dice que eran los sacerdotes de la diosa de los bosques, es decir, de Astartés, a los cuales favorecía especialmente Jezabel.
35 III Reyes, 18, 22-40.
36 Mc 9, 34.
37 Jn 18, 22, 24.
38 Hb 1, 3.
39 Jn 18, 23.
40 Sal 37, 8.
41 Rm 1, 18.
42 Ef 4, 31.
43 Mi 5, 4.

Notas 2

2 Este es el texto tal como lo tradujeron los Setenta. La Vulgata traduce: "Cave ne forte subrepar tibi impia cogitatio et dicas in corde tuo...".
3 Dt 15, 9.
4 1Co 4, 5.
5 Mt 5, 28.
6 Si 9, 13.
7 Pr 6, 5.
8 Ga 5, 17.
9 2Ts 3, 10.
10 1Tm 3, 15.
11 Jr 16, 16.
12 Sal 119, 133.
13 Dt 5, 32.
14 1Co 3, 10.
15 1Tm 6, 12.
16 2Tm 2, 5.
17 Hip. 111, 13.
181Co 9, 24:.
19 Mt 7, 3.
20 Lc 18, 13.
21 Gn 3, 10.
22 Pr 13, 8.
23 Gn 2, 7.
24 Sal 139, 6.

Notas 3

1 El Sábado Santo.
2 Alúdese a las exhortaciones con que el Santo había querido disponer a los fieles a festejar santamente la Pascua.
3 Sb 6, 7.
4 Jr 20, 9.
5 Is 3, 16.
6 Demonio voluntario es aquel que el hombre se elige por sí mismo, a quien voluntariamente abre las puertas siendo atormentado por su propio querer.
7 Sal 69, 13.
8 El Santo, sigue, en estas explicaciones fisiológicas, el estado de la ciencia de su tiempo.
9 Pr 23, 29.
10 1Co 6, 10.
11 Ef 5, 18.
12 Pr 20, 1.
13 En la actualidad diríamos que beben al son de la guitarra y del acordeón.
14 Is 5, 11.
15 Flp 3, 19.
16 Sal 114, 5.
17 Is 5, 11.
18 Ibíd.
19 Mt 5, 28.
20 Rm 8, 11.
21 Am 8, 10.
22 2Co 11, 7.
23 Si 10, 4.
24 Dn 4, 24.
25 Pr 13, 8.
26 Ex 32, 6.
27 2Co 6, 17.
28 Nm 25, 11.

Notas 4

2 Rm 1, 29.
3 1R 18, 7.
4 1S 24, 3.
5 1R 26, 7.
6 Gn 37, 28.
7 Pr 23, 6.
8 Qo 4, 4.
9 Con esto quiero hacer alusión a las caricaturistas, para quienes un defecto puesto a la vista, constituye mérito, mientras que un pintor serio, como fue Apelle, hubiera velado todo defecto, como lo hizo con el ojo de Alejandro. Es célebre su respuesta a quien preguntaba: "¿Y dónde está el ojo ciego?". "Dónde está más bien vuestro juicio", le dijo.
10 En los ejemplos aducidos no se trata de vicios opuestos a las virtudes, sino de vicios que son la exageración viciosa de la respectiva virtud.
11 Ga 5, 26.
12 Ef 4, 32

Notas 5

1 Ex 20, 13-17 y 12.
2 Lv 19, 18.

Notas 6

1 Mt 19, 16.
2 Mt 19, 21.
3 Mt 19, 19-20.
4 Sal 112, 9.
5 Mt 6, 21.
6 Lc 18, 25.
(*) Parece referirse aquí San Basilio a Tiberio; quien, en el año 18, convirtió la Capadocia en provincia romana e hizo de Cesárea su capital.
7 Qo 1, 8.
8 Pr 27, 20.
9 Is 5, 8.
10 III. Reg. XXI.(*) Es una especie de tordo de gran tamaño, que se mantiene de langostas y otros insectos: llámase en algunas regiones zorzal.
11 Rm 1, 18.
12 Jn 5, 29.
13 Hb 10, 27.
14 Mt 19, 21.
15 Qo 5, 12.
16 Qo 2, 18 y 19.
17 Lc 16, 25.
18 Ga 6, 7.
19 2Co 8, 9.
20 1Tm 2, 6.

Notas 7

1 Gn 50, 1.
2 Dt 34, 8.
3 1R 15, 1.
4 Jn 11, 25.
5 1Co 1, 20.
6 1Co 11, 6.
7 Hch 5, 41.
8 Sal 144, 1.
9 Sal 73, 23.

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