Vida cotidiana y santidad
en la enseñanza de San Josemaría

EPÍLOGO
Unidad de vida

1. LOS TRES ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LA UNIDAD DE VIDA
1.1. Unidad de fin: "hacer todo por amor"
1.2. Unidad interior radicada en la filiación divina
1.3. Unidad en el camino de santificación
2. "SIEMPRE CONSECUENTES CON LA FE"
2.1. Fe y vida
2.2. Manifestaciones externas de la unidad de vida
2.3. "Instrumentos de unidad"

Principales abreviaturas

Selección bibliográfica



EPÍLOGO
Unidad de vida

Hay una única vida, hecha de carne y espíritu,

y ésa es la que tiene que ser –en el alma y en el cuerpo–

santa y llena de Dios: a ese Dios invisible,

lo encontramos en las cosas más visibles y materiales.

No hay otro camino, hijos míos:

o sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor,

o no lo encontraremos nunca.

(Conversaciones, n. 114)


A lo largo de los tres volúmenes hemos estudiado el panorama de la santidad y del apostolado en la vida ordinaria, abierto por la enseñanza de san Josemaría. Se ha tratado del fin último, de la transformación del fiel en "alter Christus, ipse Christus" y del camino en el que se realiza. La división en esas tres partes, que abarcan todos los aspectos de la vida cristiana, ha permitido mostrar no sólo la amplitud de la doctrina de san Josemaría sino también su coherencia. No estamos ante un cúmulo de enseñanzas ascéticas más o menos dispersas, sino ante un espíritu de santificación en la vida cotidiana de laicos y sacerdotes seculares: un espíritu que orienta todos los momentos, ayudando a quien lo sigue a llegar a ser hombre –o mujer– de una pieza 1.

Hay en este sentido un concepto, sencillo y profundo a la vez, que condensa de algún modo toda la doctrina de san Josemaría: la unidad de vida, expresión que aparece frecuentemente en su predicación 2 y que caracterizó su propio caminar terreno 3.

Exponemos este concepto en el presente Epílogo porque sólo después de haber estudiado el conjunto de la doctrina de san Josemaría se puede captar bien su significado. En efecto, si nos fijamos en la misma expresión "unidad de vida", salta a la vista que entre los dos términos –"unidad" y "vida"– hay una relación intrínseca. A ella alude Camino diciendo que la unidad es síntoma de vida 4. La "unidad", no sólo entitativa sino dinámica, es siempre, aunque en diversos grados, característica propia de todo viviente 5; por el contrario, la muerte implica desunión y descomposición. Pues bien, al haber dividido nuestra exposición sobre la "vida" cristiana en las partes que ya conocemos –el fin último, el sujeto y el camino 6–, resulta posible mostrar toda la riqueza de la noción de "unidad de vida" en cuanto que es "unidad de fin", "unidad interior del sujeto" y "unidad en el camino de santificación". Los textos de san Josemaría acerca de la unidad de vida hacen referencia siempre a uno de estos tres aspectos. Y entre los tres componen la médula del concepto, sus manifestaciones y la vía para realizarla en la propia existencia, con la gracia de Dios y el esfuerzo personal.

Las últimas palabras –"con la gracia de Dios y el esfuerzo personal"– son aquí necesarias. A nivel vegetal o animal, la "unidad de vida" significa sólo que la vida confiere unidad al ser vivo; cuando se trata, en cambio, de la vida humana consciente y libre –no sólo biológica sino moral y espiritual–, la "unidad" no es un simple hecho. Muchas personas experimentan una profunda división interior y son conscientes de lo costoso que resulta conseguir que sus acciones tengan coherencia. En el caso de la vida espiritual cristiana se trata de coherencia con la vocación personal a la santidad y al apostolado, que sólo es posible bajo el impulso del Espíritu Santo.

Así como la unidad de un ser vivo es manifestación de salud, la unidad de vida cristiana revela, en un hijo de Dios, la perfección con la que posee la vida sobrenatural 7. Y así como la vida sobrenatural del cristiano –elevación de su vida humana– puede crecer, también su "unidad de vida" puede y debe intensificarse progresivamente.

La expresión "unidad de vida"es relativamente nueva en la tradición cristiana. No se encuentra entre las voces de los diccionarios especializados de Teología. En el siglo XX, antes que san Josemaría, la han utilizado algunos autores para designar la unidad entre santidad y apostolado, o la coherencia entre fe y conducta, pero de modo ocasional, sin que ocupe –según parece– un lugar prominente en sus enseñanzas, como sucede en san Josemaría. Se comprende por esto que haya sido calificado de "pionero de la unidad de vida" 8.

Sin emplear literalmente la expresión, el Magisterio pontificio se refiere al concepto en varios contextos a partir del beato Juan XXIII y, sobre todo, en el Concilio Vaticano II 9. Aparece, en cambio, explícitamente y es desarrollada con cierta amplitud en la Exhortación apostólica Christifideles laici, de Juan Pablo II 10. En este documento, dedicado a la vocación y misión de los laicos, Raúl Lanzetti advierte "un núcleo de convicciones esenciales en las que se verifica una estrecha afinidad" 11 con la enseñanza de san Josemaría.

El concepto resulta esencial en su predicación. Según Pedro Rodríguez, la unidad de vida "es una categoría muy propia del pensamiento" 12 de san Josemaría. Pilar Río la considera como "una de las nociones-clave más ricas y características del mensaje de que es portador" 13. Para José Morales es "tema central" de su doctrina espiritual ya en Camino, donde "entiende al hombre como lugar vivo de unidad, como persona que ha de buscar siempre la unidad que inicialmente no es y que debe llegar a ser" 14.

No sorprende que la mayor parte de las publicaciones teológicas sobre su enseñanza, casi la totalidad, mencionen de un modo u otro la "unidad de vida". Antonio Aranda parte de esa noción para desarrollar sus consideraciones sobre la identidad del cristiano en una sociedad secularizada 15, y José Luis Illanes la integra en su Tratado de Teología espiritual 16. Hay también estudios de notable interés que se centran directamente en el tema 17. De todos estos trabajos se puede deducir que, aunque san Josemaría no haya acuñado la expresión, ha adquirido con él una amplitud y profundidad hasta entonces desconocidas.

1. LOS TRES ELEMENTOS CONSTITUTIVOS DE LA UNIDAD DE VIDA

El mejor ejemplo de lo que acabamos de decir lo constituyen unas palabras de la célebre homilía pronunciada el 8 de octubre de 1967 en el campus de la Universidad de Navarra, que trazan de manera singularmente expresiva el panorama de la unidad de vida de un cristiano llamado a santificarse en medio del mundo 18. Según Pedro Rodríguez, la unidad de vida viene a ser la tesis conclusiva de la homilía 19. Este texto fundamental nos servirá de guía para los tres apartados siguientes en los que veremos los elementos constitutivos de la noción. Lo citamos ahora por extenso para que se pueda apreciar el panorama de conjunto.

Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.

Yo solía decir a aquellos universitarios y a aquellos obreros que venían junto a mí por los años treinta, que tenían que saber materializar la vida espiritual. Quería apartarlos así de la tentación, tan frecuente entonces y ahora, de llevar como una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas.

¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser –en el alma y en el cuerpo– santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales. (...)

¿Qué son los sacramentos –huellas de la Encarnación del Verbo, como afirmaron los antiguos– sino la más clara manifestación de este camino, que Dios ha elegido para santificarnos y llevarnos al Cielo? ¿No veis que cada sacramento es el amor de Dios, con toda su fuerza creadora y redentora, que se nos da sirviéndose de medios materiales? (...).

Se comprende, hijos, que el Apóstol pudiera escribir: todas las cosas son vuestras, vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios (1Co 3, 22–23). Se trata de un movimiento ascendente que el Espíritu Santo, difundido en nuestros corazones, quiere provocar en el mundo: desde la tierra, hasta la gloria del Señor. Y para que quedara claro que –en ese movimiento– se incluía aun lo que parece más prosaico, San Pablo escribió también: ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para la gloria de Dios (1Co 10, 31).

Esta doctrina de la Sagrada Escritura, que se encuentra –como sabéis– en el núcleo mismo del espíritu del Opus Dei, os ha de llevar a realizar vuestro trabajo con perfección, a amar a Dios y a los hombres al poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual (...).

Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. (...) En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria... 20

En estas palabras se pueden descubrir los principales aspectos de la unidad de vida en la enseñanza de san Josemaría: 1º) la unidad de fin, que se realiza al dirigir todas las obras a la gloria de Dios; 2º) la unidad del sujeto, que consiste en la unidad interior entre inteligencia, voluntad y sentimientos, asentando todas las obras en el sentido de la filiación divina; 3º) la unidad del camino de la vida cristiana, que consiste en unificar todos los ámbitos de la existencia –familia, trabajo, relaciones sociales– entre sí y con la práctica de los medios de santificación (la vida de piedad, podemos decir, abreviando) y la lucha por la santidad.

1.1. UNIDAD DE FIN: "HACER TODO POR AMOR"

"Los planes de Dios para el hombre –escribe Dominique Le Tourneau– son una invitación a compartir su vida intratrinitaria y, por tanto, a orientar todos sus actos hacia su fin último sobrenatural (...): la gloria de Dios" 21. La unidad de vida surge, ante todo, de esta unidad de fin: es una unidad que deriva de ese orientar todas las obras hacia Dios, según las palabras de san Pablo: "ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios" (1Co 10, 31). San Josemaría insiste una y otra vez en esta doctrina, expresándola de diversos modos. Por ejemplo, suele decir: Hacedlo todo por Amor y libremente 22. Tener unidad de vida significa actuar siempre por amor a Dios, buscando el cumplimiento de su Voluntad.

Sólo el amor a Dios –el don de la caridad que el Espíritu Santo derrama en los corazones (cfr. Rm 5, 5)– tiene esta fuerza unificadora. En cambio, el egoísmo que erige el propio yo en fin supremo es incapaz de integrar toda la realidad de una vida humana 23. "El amor propio puede dar una aparente unidad a la existencia, en la medida en que todo se haga por ese amor. Pero ese fin subjetivo es incapaz de asumir toda la vida; baste pensar en aquello que contraría el amor propio –el dolor y la muerte, por ejemplo– que, en el mismo grado en que no puede integrarse hacia ese fin, impide la armonía interior de la persona. (...) El amor propio disgrega al hombre en diversas tendencias desordenadas e incoherentes hacia las realidades externas, que son incapaces de satisfacer las ansias ilimitadas de bondad que experimenta el corazón humano. Por el contrario (...), el amor a Dios es capaz de unificar la totalidad de la vida humana con sus múltiples y diversas manifestaciones" 24. Un equilibrio entre ambos es imposible, porque no pueden coexistir dos fines últimos en la intención del que obra 25. "Nadie puede servir a dos señores (...): no podéis servir a Dios y a las riquezas" (Mt 6, 24). Para San Josemaría es un principio verificable en la práctica: Tu experiencia personal –ese desabrimiento, esa inquietud, esa amargura– te hace vivir la verdad de aquellas palabras de Jesús: ¡nadie puede servir a dos señores! 26

El apartamiento del Dios verdadero es, en último término, la causa de la disgregación interior. En nuestra época, constata el Concilio Vaticano II, el hombre "siente en sí mismo la división, que tantas y tan graves discordias provoca en la sociedad. Son muchísimos los que, tarados en su vida por el materialismo práctico, no quieren saber nada de la clara percepción de este dramático estado" 27. Según Alejandro Llano, "ya en el primer tercio del siglo XX, Max Weber nos ofreció la crónica anticipada de esa unidad perdida. Disipada la fe en el único Dios verdadero, lo que queda es un "politeísmo de los valores", un Olimpo neo pagano del que parten solicitaciones contrapuestas. El hombre contemporáneo se encuentra internamente desgarrado por una multiplicidad de lealtades incompatibles entre sí que, en su ruidosa carencia de armonía, sólo coinciden en excluir la fidelidad indivisible al unicum necessarium" 28.

En este amor a Dios está implicado el conocimiento: un "conocimiento amoroso" que al hacerse más penetrante, sencillo y profundo, se llama contemplación y constituye, como sabemos, una cierta incoación de la visión beatífica. Esto es lo único necesario (cfr. Lc 10, 42): lo que no puede faltar en las acciones para que tengan plenitud de sentido, lo único capaz de unificar todas las obras dirigiéndolas al último fin. De ahí que el ideal de la unidad de vida no sea otra cosa que el de ser contemplativos en medio de los quehaceres de cada día tratando de descubrir, bajo la acción del Espíritu Santo, el algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes 29. San Josemaría se refiere a menudo a este vínculo entre contemplación y unidad de vida. Por ejemplo cuando, después de afirmar que la contemplación de las realidades sobrenaturales supone en esta tierra un anticipo del Cielo, una incoación destinada a crecer día a día 30, añade: no soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte, en la que se fundan y compenetran todas nuestras acciones 31.

En general, pero especialmente en el caso de un cristiano llamado a santificarse en las actividades temporales, la unidad de vida no depende sólo de la intención de la voluntad sino también del entendimiento iluminado por la fe. La rectitud de criterio se traduce en la unidad de vida 32. "Cabeza cristiana y unidad de vida se reclaman y sostienen mutuamente" 33. San Josemaría aconseja pedir humildemente a Dios que sepamos ver todas las cosas a su luz 34 y, a la vez, poner los medios para mejorar la propia formación doctrinal y moral 35.

Debemos recibir una formación tal que suscite en nuestras almas, a la hora de acometer el trabajo profesional de cada uno, el instinto y la sana inquietud de conformar esa tarea a las exigencias de la conciencia cristiana, a los imperativos divinos que deben regir en la sociedad y en las actividades de los hombres 36.

Todos los fieles, y en particular los laicos, necesitan "una formación doctrinal científica –proporcionada a su situación y circunstancias, y adecuada a su condición secular– que sostenga y alimente su trato con Dios y su vida cristiana" 37. Piedad de niños, por tanto, y doctrina segura de teólogos 38, enseña san Josemaría. En realidad se trata de un binomio inseparable: el trato filial y amoroso con Dios –la verdadera "piedad de niños"– impulsa a conocerle, y la "doctrina segura" a amarle.

Si recordamos de nuevo que dar gloria a Dios exige buscar que Cristo reine y edificar la Iglesia, podemos penetrar aún más en la médula de la unidad de vida. "Hacer todo por amor a Dios" siendo "contemplativos en la vida ordinaria" exige poner a Cristo "en la cumbre de todas las actividades humanas", con el fin de que Él, por la acción del Espíritu Santo, atraiga hacia sí a toda la creación. Este "omnia traham ad meipsum" (Jn 12, 32) del Redentor se realiza en el Sacrificio eucarístico, que actualiza el de la Cruz y ha de ser por tanto el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano 39. La tarea de dar unidad a la vida consiste entonces en dirigir todas las obras a la Santa Misa, para elevarlas "per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso" a la gloria de Dios Padre, en la unidad del Espíritu Santo. "Hacer del día una misa": he aquí el corazón de la unidad de vida del cristiano. De la vitalidad de este empeño depende la eficacia sobrenatural de todas las obras, el crecimiento en santidad personal y la pujanza del apostolado.

En este centro y raíz, Santa María está presente de un modo singular 40. La unión con Cristo en la Iglesia se realiza per Mariam: por la mediación materna de la Santísima Virgen. Toda la vida "cristiana" es también "mariana". La tarea de la unidad de vida no sólo tiene a la Virgen como modelo, sino que se desarrolla por la mediación de quien es Madre nuestra en el orden de la vida sobrenatural: Mater divinae gratiae, Mater Ecclesiae 41.

1.2. UNIDAD INTERIOR RADICADA EN LA FILIACIÓN DIVINA

Hacer todo por amor a Dios unifica las acciones al dirigirlas a su fin último. Pero esa unidad sería precaria si no estuvieran también unificadas las mismas potencias del alma, de las que surgen esas acciones. La conexión entre la persona y la acción 42 implica que quien obra por amor a Dios, alcanza por eso mismo una mayor unidad interior; y a su vez, la unidad interior permite y facilita la ordenación de los actos a Dios.

Antonio Aranda se fija principalmente en el primer aspecto –que la ordenación de los actos a Dios genera la unidad interior– cuando escribe que "el don de la caridad, por el que la voluntad del hombre se somete libremente a Dios, origina a través de la voluntad –a la que pertenece mover las demás facultades y potencias de la persona hacia el fin– una dinámica de unidad en las operaciones del hombre. Nace así, a causa de la presencia intencional del fin sobrenatural en todo el actuar de la persona, una verdadera experiencia de unidad interior o, en otros términos, el fenómeno denominado unidad de vida por el beato Josemaría" 43.

En el segundo aspecto –que la unidad interior es necesaria para ordenar todos los actos a Dios–, se fija más directamente Ana Marta González: "Al hablar de "unidad de vida" tendemos a pensar (...) en la necesidad de compatibilizar, en la práctica, las distintas dimensiones de nuestra existencia. En el orden práctico no existe una solución mágica a esta cuestión, que es la cuestión misma de la vida. Existen, eso sí, virtudes distintas que capacitan al hombre en los distintos ámbitos de su acción: y existe, sobre todo, el empeño esforzado por querer vivir todas las virtudes, sin dejar ni una. En esto reside lo que podríamos llamar la base humana de la unidad de vida, base humana que el beato Josemaría no se cansó de predicar (...). Con todo, en su predicación es igualmente claro que el hilo conductor de la "unidad de vida" es sobrenatural: el empeño de comportarse en todo momento como hijo de Dios" 44.

Los dos aspectos aparecen juntos en un testimonio de Ernesto Juliá: "Josemaría Escrivá recupera la unidad constitutiva, personal y vital del ser humano, al considerarlo, y verlo siempre bajo esa luz, como verdadero hijo de Dios, llamado a vivir en cercanía de Dios, en trato de amor con Dios. A la vez, le recuerda que es la caridad la que hace posible que todos los hombres sean "uno" con Dios y entre ellos" 45.

El vínculo entre estos dos aspectos –la unidad de la acción (hacer todo por amor a Dios) y la unidad interior de un hijo de Dios en Cristo– no es otro que el que existe entre santidad y perfección, como ya sabemos 46.

San Josemaría se refiere con frecuencia al segundo aspecto mencionado, que es el que ahora nos interesa. La unidad de vida no es sólo unidad en la operación, sino unidad interior entre las facultades humanas: voluntad, inteligencia y sentimientos. Es unidad en la "personalidad", es decir, unidad en lo más profundo de la identidad psicológica de un hijo de Dios. Esta unidad interior brilla en Cristo, en la unidad de sus dos naturalezas y en la de su misión de Redentor, y debe reflejarse en el cristiano. San Josemaría lo expresa cuando pone en guardia del peligro de querer sustituirla con un sucedáneo: De acuerdo: debes tener personalidad, pero la tuya ha de procurar identificarse con Cristo 47.

En el Bautismo, junto con la gracia santificante, el cristiano ha recibido también una participación en el sacerdocio de Cristo. De ahí que san Josemaría caracterice la unidad interior de un hijo de Dios como unidad de alma verdaderamente sacerdotal y mentalidad plenamente laical 48. Alma sacerdotal, porque ha de tener encendida en el alma la pasión de unir a todos con Dios y de "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1, 10); y mentalidad laical, porque ha de realizar esa misión desde dentro de las actividades temporales, con la libertad de los hijos de Dios, ejerciendo su sacerdocio a modo de fermento.

La unidad interior, comenta Jorge Miras, es una realidad que remite "al misterio de la Encarnación del Verbo. Su comprensión se fundamenta, concretamente, en la consideración de dos verdades fundamentales enraizadas en este misterio: que el Verbo de Dios, al encarnarse, ha asumido todo lo humano, y que la vocación cristiana –vocación en Cristo– alcanza a toda la persona" 49. La unidad interior no es una unificación artificial y forzada, un proyecto voluntarista, sino que consiste en el desarrollo de la identificación con Cristo. En cierto modo puede aplicarse analógicamente a la unidad interior del cristiano "la fórmula con la que el Concilio de Calcedonia confesaba la unidad de las dos naturalezas, divina y humana, en la persona de Cristo: "(...) sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de las naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona" (Conc. de Calcedonia, Symb., DS 301-302)" 50.

Un hijo de Dios, elevado a la participación sobrenatural en la Vida divina en Cristo, no tiene dos vidas yuxtapuestas, una humana y otra divina. Tiene una sola vida: la humana –corporal y espiritual– elevada por la gracia sobrenatural. Éste es el fundamento antropológico de la enseñanza de san Josemaría sobre la unidad de vida en cuanto unidad interior. Insiste, como hemos visto, en que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser –en el alma y en el cuerpo– santa y llena de Dios 51.

En su predicación hay una visión completa de la persona humana en el orden de la creación, como unidad sustancial de cuerpo y espíritu elevada por la gracia, que permite superar los planteamientos espiritualistas, inclinados a considerar el cuerpo como la cárcel del alma y la creación material como una amenaza para la vida del espíritu. Además, tiene en cuenta la realidad del pecado y de la Redención. El pecado ha roto la unidad originaria de las facultades del hombre (así como la unidad entre las personas y con la creación material: cfr. Gn 3, 16-19), produciendo una disgregación de la que se lamenta san Pablo: "No logro entender lo que hago; pues lo que quiero no lo hago; y en cambio lo que detesto lo hago (...). No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero (...), pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi espíritu y me esclaviza bajo la ley del pecado (...) ¡Infeliz de mí!..." (Rm 7, 15.19.22.24). Pero gracias a la Encarnación redentora del Hijo de Dios, el hombre que participa de su plenitud de gracia por la virtud del Espíritu Santo recibe un nuevo principio de unidad interior que sana de la disgregación, aunque permanezcan varios de sus efectos, y es elevado a una dignidad muy superior, la dignidad de hijo de Dios, a la que pertenece la plena armonía de todas las facultades: armonía de la que ya tenemos un inicio en esta tierra, por lo que el Apóstol concluye así las palabras anteriores: "¿Quién me librará de este cuerpo de muerte...? Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo Señor nuestro" (Rm 7, 24.25) 52.

Esa armonía o unidad entre las distintas facultades crece al compás de la vida sobrenatural. Es un don de Dios, fruto de la acción del Espíritu Santo, que se manifestará acabadamente al alcanzar la plenitud de la filiación divina en la gloria, cuando "seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como es" (1Jn, 3, 2). En esta tierra ha de madurar con la correspondencia libre del cristiano, y esta maduración consiste en adquirir progresivamente el mismo querer, pensar y sentir de Cristo. Por esto san Josemaría enseña a pedir al Paráclito y a cultivar con su ayuda el "sentido de la filiación divina", la conciencia de ser hijo de Dios en Cristo: "el mismo Cristo".

El sentido de la filiación divina viene a ser como el "hilo conductor de la "unidad de vida"" 53 y su manantial inagotable. De él surge el afán de dirigir todas las acciones a la gloria del Padre, lo cual unifica interiormente al cristiano sanando las fracturas entre voluntad, razón y sentimientos.

Ya vimos que la unidad originaria entre inteligencia, voluntad y sentimientos ha sido quebrantada por el pecado 54. La vida interior ha quedado expuesta a las deformaciones del "racionalismo", del "voluntarismo" y del "sentimentalismo" que, de un modo u otro, dificultan e incluso impiden la orientación de todos los actos hacia Dios. San Josemaría se refiere frecuentemente a esa ruptura interior y enseña que la lucha debe encaminarse continuamente "a reconquistar la unidad perdida, porque es combate contra la división engendrada por el pecado" 55. La armonía de nuestras facultades "está en nosotros in fieri, como poder y fuerza para alcanzarla mediante la cooperación personal, quitando los obstáculos a la gracia de Dios, negando el propio egoísmo" 56. En el apartado sucesivo nos referiremos más directamente a la lucha por la unidad de vida.

"La filiación divina es el misterio que nos libera de la vanidad y de la dispersión" 57. A su vez, esa unidad entre las diversas facultades se convierte en fuente de una conducta coherente de hijo de Dios. Se instaura así una "circulación" de unidad interior sobrenatural que se reconoce por una disposición habitual, como un instinto, que nos conduce a mantener siempre –a no perder– el punto de mira sobrenatural en todas las actividades 58.

El sentido de la filiación divina se manifiesta en el deseo de cumplir la Voluntad del Padre haciéndola propia por amor, libremente, como corresponde a un hijo. Del sentido de la filiación divina surge la conciencia de que la libertad es para amar a Dios y a los demás, y de que este amor a Dios y a los demás exige el dominio de las inclinaciones al amor propio desordenado. De hecho, el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas la cosas 59. Crecer en unidad interior significa, por tanto, crecer en la libertad de hijos de Dios: en la libertad que se emplea para amar a Dios "con todo el corazón y con todas las fuerzas", siendo señores de las tendencias que proceden del pecado.

Este dominio sólo es efectivo y estable por el ejercicio de las virtudes. Por eso, para crecer en unidad de vida es imprescindible desarrollarlas. En primer lugar la caridad, que es la "forma" de todas las demás: la virtud que las convierte en cristianas y les confiere unidad, a semejanza de la unidad que tienen en Cristo. La caridad presupone a su vez la fe y la esperanza, y necesita de las demás virtudes para expresarse en todos los ámbitos de la vida humana. Ya lo vimos en su momento 60 pero volvámoslo a recordar: La caridad exige que se viva la justicia, la solidaridad, la responsabilidad familiar y social, la pobreza, la alegría, la castidad, la amistad... 61 Todas estas virtudes cristianas, teologales y humanas, componen la unidad interior de un hijo de Dios, reflejo de la de Cristo, "perfecto Dios y perfecto hombre".

Los tres temas que hemos estudiado en la Parte II –el sentido de la filiación divina, la libertad de los hijos de Dios y las virtudes– conectan, como acabamos de ver, con la unidad de vida como distintivo interior del sujeto que busca la santidad. El sentido de la filiación divina, fundamento de esa unidad, lleva a emplear la libertad en amar a Dios y a los demás, y en practicar todas las virtudes cristianas, que unifican formalmente las facultades del sujeto que llega así a ser alter Christus, ipse Christus.

1.3. UNIDAD EN EL CAMINO DE SANTIFICACIÓN

La unidad de vida es unidad de fin –hacer todo por amor a Dios– y unidad interior de la persona. Y ¿cómo se construye esa unidad en el camino de nuestra existencia? Para responder no tenemos más que remitir a los temas estudiados en esta Parte III. En efecto, la unidad de vida se forja: 1º) en las actividades familiares, profesionales y sociales, procurando no separar estos ámbitos sino viéndolos todos ellos como lugar y medio de identificación con Cristo; 2º) con la lucha diaria para llevar a cabo esta integración, porque la lucha para vivir la vida sobrenatural en todos los ámbitos de la existencia es una lucha por la unidad de vida; y 3º) empleando los medios de santificación y de apostolado, lo que exige, entre otras cosas, un "plan de vida espiritual" bien integrado en la realidad cotidiana.

En estos tres temas se resume la respuesta a cómo construir la unidad de vida cristiana en la existencia diaria. A continuación hablaremos de cada uno de ellos, y luego –en el apartado sobre "Fe y vida"– de los tres en conjunto.

1º) La unidad de vida cristiana se edifica armonizando y aunando las actividades profesionales, familiares y sociales. Lejos de ser ámbitos incomunicados entre sí, deben constituir en la práctica un todo unitario, ya que integran la "vocación humana" personal que forma parte de la "vocación divina", pues Dios llama a cada uno a la santidad precisamente en el cumplimiento de esos deberes. La vocación humana –la vocación profesional, familiar y social– no se opone a la vocación sobrenatural: antes al contrario, forma parte integrante de ella 62.

Ciertamente son esferas diversas por su materia, pero comunican en el sujeto que las realiza. La unidad de vida cristiana se edifica cuando se procura ordenarlas todas al mismo fin sobrenatural: la santificación y el apostolado. Jorge Miras lo sintetiza con estas palabras: "La existencia de cada persona es compleja, presenta multiplicidad de facetas; pero no se trata de una simple acumulación o amalgama de circunstancias inconexas. Son distintas, pero realmente entrelazadas, ante todo porque configuran una única vida, con un solo protagonista –una persona– que no es divisible y, además, porque todas guardan relación, cada una según su naturaleza, con el mismo fin último al que está ordenada la existencia de esa persona" 63.

La quiebra de la unidad de vida que se origina cuando alguna actividad no está voluntariamente dirigida a Dios y queda al margen de las otras, puede tener lugar de diversos modos, según afecte más directamente a un ámbito u otro. Hay personas que en el medio familiar se comportan como buenos cristianos, pero resultan irreconocibles como tales en el desempeño de su actividad profesional. También puede suceder lo contrario: que en el trabajo se actúe con justicia y caridad, pero que falte generosidad, espíritu de servicio o delicadeza en el cumplimiento de los deberes familiares. Otras veces la ruptura se da cuando algunas relaciones sociales se constituyen en un "mundo aparte", aislado de la familia y de la profesión. La situación que viene a crearse ha sido descrita gráficamente por Alejandro Llano: "Cada uno de nosotros puede experimentar en su propia carne esas "vivencias de discontinuidad", que le obligan a cambiar de disfraz varias veces al día. La persona ha vuelto a adquirir su etimológico significado de "máscara", de manera que en un solo sujeto cohabitan varias personas, sin que sea fácil identificarse con ninguna de ellas" 64.

No hay compartimentos estancos en nuestra vida 65, predica san Josemaría. No se refiere sólo a la separación entre piedad y vida corriente, de la que trataremos después. Se refiere también a las actividades profesionales, familiares y sociales que forman el entramado de la identificación con Cristo en la vida cotidiana. Jesús es el mismo en Nazaret y en la vida pública; cuando se halla en un banquete o se encuentra con el grupo de los más íntimos; cuando predica o cuando se retira a solas para hacer oración; cuando trabaja y cuando descansa... Él es el modelo de la unidad de vida. Más aún: su Vida es la que el cristiano ha de vivir. Ha de ser siempre el mismo: un hijo de Dios que quiere "ser Cristo" en todo contexto y circunstancia. La materia de santificación es un lienzo de fibras entretejidas, como el de las virtudes que componen la imagen de Cristo en el cristiano. En cada caso –en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales– se ponen en juego más derechamente unas virtudes u otras y todas se refuerzan entre sí. No se puede prescindir de una fibra sin que sufran las demás, porque la vida cristiana no consiste en practicar una o unas cuantas virtudes: es preciso luchar por adquirirlas y practicarlas todas. Cada una se entrelaza con las demás, y así, el esfuerzo por ser sinceros, nos hace justos, alegres, prudentes, serenos 66.

2º) La unidad de vida cristiana se fragua con la lucha por amor a Dios contra el pecado y sus consecuencias que disgregan al hombre en su interior, generando tensiones de diverso tipo: entre cabeza y corazón; deber y gusto; ilusiones y realidad... El Concilio Vaticano II recuerda que "el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien y, no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo" 67.

Los textos de san Josemaría que hablan de este aspecto no suelen mencionar la expresión "unidad de vida" sino su contrario, la división interior. Representativo en este sentido es el extenso punto 166 de Surco que comienza con las palabras: En tu vida hay dos piezas que no encajan: la cabeza y el sentimiento 68. No habla de "unidad de vida", pero el concepto late en el fondo.

En general se puede decir que, para san Josemaría, "la lucha interior es una tarea de construcción de la unidad de vida, secundando la obra de la gracia" 69.

La unidad de vida depende ante todo, como hemos visto, de la intención de hacer todas las cosas por amor a Dios. No basta, sin embargo, una genérica "opción fundamental" por Dios porque, aun queriendo vivir para su gloria, la intención de la voluntad se tuerce fácilmente en las acciones concretas. La unidad de vida exige rectificar la intención, enderezarla constantemente a Dios, combatiendo el amor propio, que tiende a volverla sobre uno mismo 70. Con razón se ha escrito que la autenticidad de la decisión fundamental por Dios "se verifica en que sea capaz de transformar la vida entera en un acto ininterrumpido de humilde, respetuoso y amoroso cumplimiento de su voluntad en todas las situaciones y circunstancias" 71. Y esto no se puede realizar sin una lucha constante.

A la vez, la unidad de vida se manifiesta en la misma lucha cristiana, porque esa unidad exige presentar batalla en todos los frentes que están abiertos. No cabe luchar contra el pecado en algunas circunstancias y en otras no. Admitirlo equivaldría a romper ipso facto la unidad de vida.

Álvaro del Portillo ilustra este punto con un ejemplo que solía emplear san Josemaría: "Es la historia de una cuadrilla de ladrones que se dispone a penetrar en un castillo bien custodiado. Es medianoche y todo calla. Las puertas y ventanas herméticamente cerradas. Pero queda un estrecho ventanuco por el que los astutos malhechores introducen a un niño enteco que, desde dentro, abrirá cerrojos y pestillos. La aplicación moral es evidente. Basta una rendija, la concesión voluntaria a cualquier defecto, para facilitar la entrada a los enemigos mayores de nuestra alma, que acabará devastada y saqueada" 72.

Desde luego, es imposible luchar en todos los campos a la vez; pero es necesario no ceder deliberadamente al pecado, ni siquiera al venial, en ningún ámbito; y es esencial no engañarse sobre los propios defectos, con la intención inconfesada de justificar ciertas caídas o de ahorrarse el esfuerzo por luchar en un determinado terreno.

La lucha cristiana, aunque persiga muchos y variados objetivos, es una por su finalidad. Combatir en un punto (mediante el "examen particular", por ejemplo) no significa desentenderse de los demás. Esta unidad se hace cada vez más patente cuando se persevera en la lucha. "Inicialmente se requiere una multiplicidad de prácticas ascéticas que parecen dispersas; pero esta aparente complejidad de composición y agregación –que en realidad es siempre unitaria respecto al fin– se resuelve en una unidad más alta" 73. La lucha de los hijos de Dios es siempre un acto de amor que no se fragmenta en los distintos campos de batalla.

3º) Por último, la unidad de vida se construye empleando los medios de santificación y de apostolado de que dispone el cristiano, pues son cauce de la vida sobrenatural que comunica el Espíritu Santo: vida de amor a Dios que unifica toda la conducta. A su vez, la unidad de vida se ha de manifestar en el uso de esos medios.

En relación con este último aspecto, san Josemaría recuerda que crecer en vida sobrenatural es algo muy distinto del mero ir amontonando devociones 74. No se trata de multiplicar los "ejercicios de piedad", sino de "tener piedad", vida interior de hijos de Dios. Concretamente, a propósito del "plan de vida espiritual", advierte que lo importante no consiste en hacer muchas cosas 75; y enseguida aconseja: limítate con generosidad a aquellas que puedas cumplir cada jornada, con ganas o sin ganas. Esas prácticas te llevarán, casi sin darte cuenta, a la oración contemplativa 76. El fin es la vida contemplativa; los medios han de confluir en el fin, y no entorpecerse mutuamente ni obstaculizar el cumplimiento de los deberes humanos y su santificación.

2. "SIEMPRE CONSECUENTES CON LA FE"

Los aspectos parciales de la unidad de vida en el camino de santificación que acabamos de ver son, sin duda, importantes. Con todo, san Josemaría, en lugar de detenerse en cada uno de ellos, pone el acento en otro punto que está en su raíz y de algún modo los engloba: la unidad entre la vida profesional, familiar y social, de una parte, y la vida de piedad, junto con la lucha ascética, de otra. Resumidamente podríamos decir que se trata de la unidad entre "fe y vida", como vamos a considerar a continuación. Para un fiel corriente, esta unidad tiene además sus necesarias manifestaciones externas, que veremos en segundo lugar.

2.1. FE Y VIDA

El tema es recurrente en la predicación de san Josemaría y aparece de modo muy ajustado a la realidad de todos los días. "En sus coloquios informales con personas de toda procedencia y condición, le preguntaban con frecuencia cómo compatibilizar las exigencias profesionales, cada vez más perentorias, con las obligaciones familiares, los deberes cívicos y la práctica cotidiana del trato con Dios. De un modo o de otro, sus respuestas iban a parar siempre a la unidad de vida, como solución operativa ante el desconcierto y la angustia que la complejidad de la sociedad genera en hombres y mujeres sobrecargados por solicitudes aparentemente inconciliables" 77.

La experiencia de divisiones en el corazón y en la conducta de muchos cristianos, la "ruptura entre la fe y la vida diaria" que el Concilio Vaticano II consideraba como "uno de los más graves errores de nuestra época" 78 y que los teólogos han descrito de varios modos 79, aparece a los ojos de san Josemaría con la radicalidad que ha adquirido a causa del proceso de secularización. El espíritu de santificación en medio del mundo que predicaba, le permitía advertir el peligro de llevar una doble vida: la vida interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades terrenas 80. Esa ruptura que algunos cristianos sufren y que otros muchos asumen como algo inevitable e incluso natural, es tajantemente rechazada por san Josemaría: ¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos 81.

La solución al problema de la doble vida no puede ser, para un fiel corriente, la fuga saeculi. Cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios 82, afirma con decisión. "La vida cristiana, el trato con Dios, no pueden plantearse como evasiones y ni siquiera como algo separado de la vida ordinaria" 83. La solución que propone san Josemaría es la de vivir plenamente la fe en esas "honestas realidades diarias".

A la experiencia de la división en la existencia de tantos, contrapone otra experiencia, no menos real aunque menos extendida: la del hijo de Dios que ve sus ocupaciones cotidianas, semejantes a las de Jesucristo en Nazaret, como la materia de su santificación y el lugar de su misión apostólica. Se compenetran entonces en su corazón lo humano y lo divino. Las actividades profesionales, familiares y sociales, y el trato con Dios, dejan de ser dos ámbitos contiguos pero incomunicados y, entonces, esos mismos quehaceres seculares, antes deshilachados o en tensión conflictiva, adquieren, por efecto de la gracia, una unidad, armonía y belleza insospechadas. Con imagen sencilla, san Josemaría da a entender lo que sienten en lo íntimo de su ser quienes han hallado el camino de santificación en medio del mundo y se adentran resueltamente por él: En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria... 84

¿Por qué falla en tantas personas esa unidad? Se comprende que quienes no poseen una fe viva, aunque tengan elevados ideales humanos, no puedan alcanzar la unidad con el vigor trascendente que hace posible el amor sobrenatural a Dios y a los demás. Pero ¿de dónde proviene la quiebra de la unidad de vida en el caso de los cristianos?

Si se tiene presente que en el cristiano se han de unir, como en Cristo, lo humano y lo divino, se puede pensar que la ruptura de la unidad de vida se produce o por la debilidad del elemento humano o por la del elemento divino. Lo primero ocurre cuando la práctica de la fe se hace consistir únicamente en múltiples ejercicios de piedad, descuidando la búsqueda de la santidad en los quehaceres seculares. Con colores vivos describe san Josemaría esta actitud: el templo se convierte en el lugar por antonomasia de la vida cristiana; y ser cristiano es, entonces, ir al templo, participar en sagradas ceremonias, incrustarse en una sociología eclesiástica, en una especie de mundo segregado, que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino 85. El resultado es, entonces, que la doctrina del Cristianismo, la vida de la gracia, pasarían, pues, como rozando el ajetreado avanzar de la historia humana, pero sin encontrarse con él 86.

Lo segundo acontece en el caso de quienes se entregan profusamente al cumplimiento de sus deberes humanos, pero sin poner empeño para que la fe inspire todo su obrar desde lo más profundo. Reducen su vida cristiana a un mínimo de "práctica religiosa" –unas oraciones ocasionales, la Misa dominical...– sobreañadida a las actividades profesionales y familiares, consintiendo que en sus ocupaciones diarias haya "ámbitos "neutrales" en los que la fe no influya, ámbitos de conducta humana donde la palabra de la fe no deba ser eficaz" 87. Con palabras de san Josemaría, restringen la vida de fe a un conjunto de prácticas o actos de piedad, sin percibir su relación con las situaciones de la vida corriente 88, sin advertir que el trato con Dios ha de penetrar la vida entera, que ha de dar sentido al trabajo, al descanso, a la amistad, a la diversión, a todo 89, porque no podemos ser hijos de Dios sólo a ratos 90: el mensaje de Cristo debe iluminar la vida íntegra de los hombres 91. El Evangelio no puede entenderse "como algo en lo que se cree sólo a nivel intelectual, sino como una verdad destinada a realizarse en la vida, dando profundidad y sentido a mil episodios diarios" 92. En los fieles laicos, "la vida de trato filial con Dios –precisamente porque es auténtica vida del Espíritu en el alma del bautizado y no mero formalismo– ha de tocar la misma sustancia de su existencia secular" 93. San Josemaría va a la raíz del problema cuando afirma que quien pretende limitar su vida cristiana al cumplimiento de unas prácticas religiosas al margen de los quehaceres familiares, profesionales o sociales, no ha comprendido todavía lo que significa que el Hijo de Dios se haya encarnado, que ntC10.phphaya tomado cuerpo, alma y voz de hombre, que haya participado en nuestro destino hasta experimentar el desgarramiento supremo de la muerte. Quizá, sin querer (...) consideran a Cristo como un extraño en el ambiente de los hombres 94.

Cuando no se procura que la fe penetre a fondo en los quehaceres cotidianos, la misma "práctica religiosa", ya lánguida, se hace cada vez más rutinaria y superficial, y su influjo en el trabajo y en las otras tareas se desvanece aún más. La vida cristiana entra en barrena, y sólo puede remontar el vuelo con una auténtica conversión que se traduzca en poner los medios sobrenaturales y los humanos. Ante todo los sobrenaturales, pues sólo se comprende a nivel existencial lo que significa que la fe debe hacerse vida, con sus repercusiones reales, cuando hay un sincero trato con Dios en la oración, una vida sacramental asidua y una conveniente formación cristiana, es decir, un recurso diligente a los medios sobrenaturales de santificación con un serio plan de vida, acorde a las circunstancias de cada uno. Junto a esto son necesarios también los medios humanos, de muy diverso tipo (en unos casos se tratará de cumplir cabalmente los deberes profesionales sabiendo que son Voluntad de Dios; en otros, por el lado opuesto, habrá que proponerse respetar un horario para que la dedicación al trabajo no se desborde y entorpezca, por ejemplo, la atención a los deberes familiares). Si se descuidaran voluntariamente estos medios, la unidad de vida quedaría en una quimera.

En todos los ámbitos de la existencia es necesario cultivar la unidad de vida, pero san Josemaría enseña a buscarla especialmente en aquello que constituye, dentro de su doctrina, el eje de la santificación en medio del mundo: el trabajo profesional.

Con los ojos puestos en Jesús como modelo, escribe:

Cumplir la voluntad de Dios en el trabajo, contemplar a Dios en el trabajo, trabajar por amor a Dios y al prójimo, convertir el trabajo en medio del apostolado, dar a lo humano valor divino: ésta es la unidad de vida, sencilla y fuerte, que hemos de tener y enseñar 95.

Estas palabras describen la unidad de vida como el compenetrarse de acción y contemplación. La "acción" es aquí el trabajo profesional que se convierte en oración contemplativa por el amor que descubre el quid divinum escondido en las situaciones más comunes. Lo que viene a decir san Josemaría es que contemplación y acción no sólo se unen sino que se potencian. Contemplo porque trabajo; y trabajo porque contemplo 96. Hay una "recíproca asistencia" 97 entre estas dos realidades, como dice Leonardo Polo: una compenetración que será más fuerte cuanto más sencilla sea, pues, "la fuerza de la unidad radica en la sencillez con que conjunta los aspectos de la vida" 98.

Con otras palabras, caracterizar la unidad de vida de "sencilla y fuerte", como hace san Josemaría, es tanto como afirmar que la acción, si está inspirada por el amor, no sólo no estorba a la contemplación sino que la refuerza; y que la contemplación no resta eficacia a la acción –no es un éxtasis que abstrae del deber– sino que, al contrario, vigoriza el cumplimiento de todo aquello en lo que reconoce la Voluntad de Dios. En los últimos meses de su vida en esta tierra lo expresaba con las siguientes palabras: Hemos de estar (...) en el Cielo y en la tierra, siempre. No entre el Cielo y la tierra, porque somos del mundo ¡En el mundo y en el Paraíso a la vez! 99

"Quienes han tenido la suerte de vivir a su lado han visto realizada en su comportamiento aquella unidad de vida que predicaba con tanta pasión" 100, atestigua Álvaro del Portillo. Lo que experimentó por gracia divina, lo proponía a todos los fieles corrientes, consciente de que Dios le había confiado un mensaje que, para desplegar su fuerza renovadora, necesitaba de hombres y de mujeres que lo encarnasen en sus vidas, sin eludir el sacrificio.

Unir el trabajo profesional con la lucha ascética y con la contemplación –cosa que puede parecer imposible, pero que es necesaria, para contribuir a reconciliar el mundo con Dios–, y convertir ese trabajo ordinario en instrumento de santificación personal y de apostolado. ¿No es éste un ideal noble y grande, por el que vale la pena dar la vida? 101

2.2. MANIFESTACIONES EXTERNAS DE LA UNIDAD DE VIDA

"No cabe separar, contraponer o compartimentar los distintos aspectos y realidades que integran la existencia del cristiano, según se consideren propios de su condición bautismal de hijo de Dios o de su condición de hombre y miembro de la sociedad de los hombres" 102, escribe Jorge Miras. La unidad de vida, si es verdadera, se manifestará en toda la conducta, concretamente en el ámbito social y público, al que queremos referirnos ahora.

La condición de cristiano sólo tiene necesidad de signos materiales externos en el caso de quienes ejercen un ministerio público, como los obispos y presbíteros, y también, por otra razón, los religiosos, de los que es propio dar siempre y en todo lugar un testimonio público, oficial 103. En cambio, el cristiano corriente –que no es un religioso, que no se aparta del mundo, porque el mundo es el lugar de su encuentro con Cristo– no necesita hábito externo, ni signos distintivos 104.

Consecuentemente, san Josemaría no invita a los laicos, en modo alguno, a presentarse como "oficialmente católicos" en el ambiente profesional y social o en el campo político. No se trata de representar oficial u oficiosamente a la Iglesia en la vida pública, y menos aún de servirse de la Iglesia para la propia carrera personal o para intereses de partido. Al contrario, se trata de formar con libertad las propias opiniones en todos estos asuntos temporales donde los cristianos son libres, y de asumir la responsabilidad personal de su pensamiento y de su actuación, siendo siempre consecuente con la fe que se profesa 105. Estas últimas palabras –"siendo siempre consecuente con la fe que se profesa"– son la clave de la unidad de vida en la actuación pública. No es necesario, para demostrar que se es cristiano, adornarse con un puñado de distintivos, porque el cristianismo se manifestará con sencillez en la vida de los que conocen su fe y luchan por ponerla en práctica, en el esfuerzo por portarse bien, en la alegría con que tratan las cosas de Dios, en la ilusión con que viven la caridad 106.

El cristiano se ha de comportar como un "ciudadano digno del Evangelio" (Flp 1, 27). Esto no requiere ostentar un letrero postizo, un calificativo confesional 107, como acabamos de ver, pero reclama que en toda su conducta se manifieste, con naturalidad y sin ambigüedades, "la fe que obra por la caridad" (Ga 5, 6). En este sentido san Josemaría alienta: Confesad vuestra fe sin alardes de pietismo, simplemente cumpliendo vuestro deber de católicos y de trabajadores 108. Ciertamente la unidad de vida se ha de mostrar en las obras con las que se da culto público a Dios, como la participación en la Eucaristía, que no se debe esconder en circunstancias normales de libertad civil. A esto y a otros aspectos semejantes se refieren las palabras "cumpliendo vuestro deber de católicos", de la última cita. Pero la unidad de vida se tiene que reconocer también en la práctica exterior de las virtudes cristianas, ante todo en la caridad y, consiguientemente, en la alegría, en la lealtad, en el trabajo bien hecho... San Josemaría lo resume en las palabras: "confesad vuestra fe... simplemente cumpliendo vuestro deber de trabajadores", refiriéndose en concreto al ámbito del trabajo profesional por considerarlo como el eje de la santificación en medio del mundo.

Es propio, pues, de los fieles laicos que la unidad de vida se trasluzca con naturalidad al cumplir su "deber de católicos y de trabajadores". Es lógico que no pase inadvertida a quienes le rodean. Lo sorprendente sería lo contrario. No os preocupe si por vuestras obras "os conocen". –Es el buen olor de Cristo. –Además, trabajando siempre exclusivamente por Él, alegraos de que se cumplan aquellas palabras de la Escritura: "Que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" 109.

Y una conducta plenamente coherente con la fe, ¿no producirá jamás ningún rechazo, ningún choque, ningún problema? Sería ingenuo pensarlo. No le sucedió así al Señor, ni a los primeros cristianos, ni a cuantos han procurado identificarse con Él a lo largo de la historia. Pero, pase lo que pase, nunca le es lícito a un discípulo de Cristo negar su fe, ni siquiera ante el riesgo de perder la vida: ha de preferir el martirio 110. Sin embargo, puede haber circunstancias –por ejemplo, una violenta persecución religiosa– en las que, sin negarla, tampoco la deba pregonar. Es sabido que entre los primeros cristianos se desaprobaba la presentación espontánea ante los jueces perseguidores para sufrir martirio 111.

No es necesario detenerse aquí en esas circunstancias de barbarie que impiden el ejercicio de derechos civiles fundamentales. Señalamos, en cambio, que no hemos encontrado ningún texto de san Josemaría en el que equipare esa situación de persecución abierta a las injusticias que padecen muchos cristianos consecuentes en una sociedad que, preciándose de tutelar aquellos derechos, permite que sufran perjuicios a causa de su fe por parte de personas y grupos hostiles a la Iglesia, e incluso de gobernantes que abusan de su oficio. En estos casos, san Josemaría invita a no ocultar la fe ante la presión del ambiente, ni por vergüenza ni por temor a sufrir consecuencias negativas en el trabajo profesional o en la vida social. Al contrario, exhorta a seguir empeñándose para que el amor y la libertad de Cristo presidan todas las manifestaciones de la vida moderna: la cultura y la economía, el trabajo y el descanso, la vida de familia y la convivencia social 112. "Todo el capítulo "Ciudadanía" de Surco es una orientación clara de cómo debe actuar el ciudadano de las "dos ciudades" sin que se produzca una ruptura, ni interna del hombre en su actuación sobre el mundo, ni externa, en el resultado de la actuación misma, ya que no se puede separar la religión de la vida, ni en el pensamiento, ni en la realidad cotidiana" 113. Naturalmente, tampoco hay que comportarse de un modo incauto, impropio de la prudencia cristiana, como el que anota en Surco: No querías creerlo, pero has tenido que rendirte a la evidencia, a costa tuya: aquellas afirmaciones que pronunciaste sencillamente y con sano sentido católico, las han retorcido con malicia los enemigos de la fe. Es verdad, "hemos de ser cándidos como las palomas..., y prudentes como las serpientes". No hables a destiempo ni fuera de lugar 114.

"A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mt 10, 32-33). "Quien se avergüence de mí y de mis palabras, de él se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria" (Lc 9, 26). Siguiendo estas enseñanzas del Señor, san Josemaría anima a ser coherentes: Tengamos la valentía de vivir pública y constantemente conforme a nuestra santa fe 115. Habéis de tener la valentía, que en ocasiones no será poca, dadas las circunstancias de los tiempos, de hacer presente –tangible, diré mejor– vuestra fe: que vean vuestras obras buenas y el motivo de vuestras obras, aun cuando venga a veces la crítica y la contradicción de unos y de otros 116. Lo exige la unidad de vida.

La identidad cristiana ha de resultar reconocible, con mayor razón, en una sociedad en la que predomine el materialismo y el hedonismo. Si pasara inadvertida, podría ser que se estuviera diluyendo esa identidad al mimetizarse con el ambiente, y que se acabara una doble vida: tal vez por cobardía, o por admitir la idea de que la fe es algo "privado", en el sentido de que debe quedar al margen de la actuación pública para no condicionar a los demás con las propias "convicciones religiosas" (entre comillas porque actualmente, como se sabe, es frecuente llamar así a ciertas exigencias de la ley natural que la razón humana puede alcanzar, simplemente porque el cristiano las conoce también por la fe 117). Pero ni la fe cristiana es algo solamente privado, sin consecuencias sociales, ni vivirla coherentemente implica pretender imponerla a los demás. Más aún: exigencia de la fe cristiana es precisamente el amor a la libertad. Cualquier pretensión de imponerla con la fuerza o el engaño, es incompatible con el respeto a la libertad que reclama la dignidad humana y la de hijos adoptivos de Dios por la gracia.

Cuando hablamos de unidad de vida en la actuación "pública" no nos referimos sólo a la actuación "política", campo de las relaciones con el Estado. Estamos pensando, más en general, en la conducta externa y social del cristiano, es decir, en la dimensión exterior –"pública"– de su vida profesional, social y familiar.

Si tuviéramos que hablar específicamente de la unidad de vida en las relaciones con el Estado sería necesario distinguir al menos entre dos supuestos: el de un "Estado laico" y el de un "Estado laicista". El primero, tal como lo entendemos aquí, responde –con términos de Martin Rhonheimer– a un "concepto político de laicidad" 118 que justamente excluye de la esfera política y jurídica toda pretensión de dirigir la vida religiosa de los ciudadanos mediante normas referentes a la verdad religiosa; el segundo, en cambio, responde a un "concepto "integrista" de laicidad" 119 que niega relevancia pública a la religión y pretende que la actuación del Estado haga abstracción de toda referencia religiosa, olvidando que "la autoridad civil, cuyo fin propio es velar por el bien común temporal, debe reconocer la vida religiosa de los ciudadanos y favorecerla" 120. En ambos contextos la unidad de vida reclama obrar públicamente de acuerdo con la fe, pero las manifestaciones son diversas:

– En el primer supuesto el cristiano dispone de la libertad necesaria para realizar su vocación y misión divinas, lo cual implica que ha de contribuir a la formación de estructuras y de costumbres –instituta et mores 121– conformes a la dignidad de la persona humana y, por tanto, acordes con la ley natural 122. Nada hay en ese marco que le impida obrar de acuerdo con su fe, nada que impida la manifestación exterior de la unidad de vida, aunque habrá siempre cierta "tensión", análoga a la que existe entre el fermento y la masa, porque la calidad de esas instituciones y costumbres depende de la rectitud moral de las personas, que siempre puede mejorar y el cristiano debe procurar que mejore con su ejemplo, su palabra y su acción.

– El segundo supuesto constituye, por el contrario, un cuadro de injusta coacción más o menos pronunciada y visible. El cristiano no ha de conformarse con esta situación impropia de la dignidad humana. Su unidad de vida se manifestará en el esfuerzo para cambiarla, por los cauces que le ofrezca la convivencia civil: argumentando, procurando convencer, apelando a la defensa de la libertad... Este esfuerzo no mira en modo alguno al extremo opuesto del "integrismo político-laicista" que sería el "integrismo político-religioso", caracterizado por una confusión de estos dos ámbitos de la vida pública que vulnera el derecho a la libertad religiosa y también la libertad política. El ideal de la "unidad de vida" que enseña san Josemaría nada tiene que ver con ningún integrismo político. Es una aspiración a la integridad en la conducta personal, en el sentido que venimos señalando. La unidad de vida, como escribe Rhonheimer, "no es un programa político sino espiritual (...). Se trata de la afirmación de que la fe debe iluminar todos los pasos del hombre en esta tierra, también su compromiso en la ciudad terrena" 123.

Lo anterior puede ayudar a calibrar el significado de un punto de Camino que defiende la unidad de vida en la conducta pública: Aconfesionalismo. Neutralidad. –Viejos mitos que intentan siempre remozarse. ¿Te has molestado en meditar lo absurdo que es dejar de ser católico, al entrar en la Universidad o en la Asociación profesional o en la Asamblea sabia o en el Parlamento, como quien deja el sombrero en la puerta? 124 El sentido de estas palabras no es "institucional" sino "personal": san Josemaría no aboga por la confesionalidad católica de las instituciones públicas, sino por la unidad de vida del cristiano que participa en ellas y de todo fiel en la sociedad.

Al hablar de "viejos mitos" se refiere presumiblemente a la idea de que los católicos tratan de imponer a los demás la propia fe religiosa pretendiendo que las instituciones de la sociedad civil sean confesionales. Sin entrar en la interpretación de los hechos históricos relacionados con ese "mito" 125, nos limitamos a decir que, en la actualidad, después de la Declaración Dignitatis humanae del Concilio Vaticano II, no hay espacio para remozarlo. El cristiano no necesita estructuras confesionales sino estructuras justas que respeten la dignidad y la libertad de todos. ¿Por qué tendría que llevar una doble vida –católico en privado, sin religión en público–, por qué debería presentarse en la sociedad como "aconfesional" y como "neutral", si precisamente su condición de cristiano le impulsa a promover la libertad en la sociedad? Con razón san Josemaría exhorta a los fieles, como ya hemos visto, a "vivir pública y constantemente conforme a la fe". Ese comportamiento fomenta la libertad que, para él, es nada menos que la clave de la mentalidad laical 126, característica propia, junto con el alma sacerdotal, de la personalidad cristiana de los hijos de Dios.

En suma, comentando las palabras de Jesús: "Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios" (Mt 22, 21), escribe:

No hay –no existe– una contraposición entre el servicio a Dios y el servicio a los hombres; entre el ejercicio de nuestros deberes y derechos cívicos, y los religiosos; entre el empeño por construir y mejorar la ciudad temporal, y el convencimiento de que pasamos por este mundo como camino que nos lleva a la patria celeste.

También aquí se manifiesta esa unidad de vida que –no me cansaré de repetirlo– es una condición esencial, para los que intentan santificarse en medio de las circunstancias ordinarias de su trabajo, de sus relaciones familiares y sociales. Jesús no admite esa división: ninguno puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o si se sujeta al primero, mirará con desdén al segundo (Mt 6, 24). La elección exclusiva que de Dios hace un cristiano, cuando responde con plenitud a su llamada, le empuja a dirigir todo al Señor y, al mismo tiempo, a dar también al prójimo todo lo que en justicia le corresponde 127.

Consciente de la eficacia apostólica de este modo de obrar, comenta en otro lugar que si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos 128.

2.3. "INSTRUMENTOS DE UNIDAD"

La "unidad de vida" nos ha servido para recapitular el espíritu que Dios hizo ver a san Josemaría el 2 de octubre de 1928. Es unidad de fin y unidad interior que se realiza en el camino de santificación en medio del mundo.

Esa unidad de vida sobrenatural refleja de algún modo la Unidad de Dios en la Trinidad de Personas: el misterio de la Vida íntima divina, en el que el cristiano participa como hijo de Dios en Cristo, por el Espíritu Santo. Refleja también el misterio de la Encarnación del Hijo que une en su Persona la naturaleza divina y la humana, para cumplir la misión redentora que el Padre le ha confiado, pues el cristiano ha de unir asimismo lo humano y lo divino, y no ha de separar la santidad personal del cumplimiento de su misión apostólica que tiene como horizonte la unión de todos los hombres con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la ordenación de las realidades temporales a su gloria. "Ut omnes unum sint...: que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad" (Jn 17, 21-23). Para realizar este designio, el Padre y el Hijo han enviado al mundo al Espíritu Santo, su Don mutuo, vínculo de Amor subsistente. Gracias a este envío, los hijos de Dios podemos tener una unidad de vida que es participación de la trascendente unidad de las Personas divinas. Y esta unidad de vida es, a su vez, generadora de unidad entre los hombres, en la Iglesia y en el mundo.

El Paráclito, que es caridad, nos enseña a fundir con esa virtud toda nuestra vida; y consummati in unum (Jn 17, 23), hechos una sola cosa con Cristo, podemos ser entre los hombres lo que San Agustín afirma de la Eucaristía: signo de unidad, vínculo del Amor 129.

Los hijos de Dios han de comportarse –¡siempre!– como instrumentos de unidad 130. Han de procurar con todas sus fuerzas que haya unidad y paz entre los que, por ser hijos del mismo Padre Dios, son hermanos 131. Están llamados a colaborar humildemente, pero fervorosamente, en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que ha desordenado el hombre pecador, de llevar a su fin lo que se descamina, de restablecer la divina concordia de todo lo creado 132. Para llevarlo a cabo, han de dar la vida por los demás. Sólo así se vive la vida de Jesucristo y nos hacemos una misma cosa con Él 133.

El encargo de edificar la unidad, recibido del mismo Cristo, se ha de cumplir en primer lugar dentro de la misma Iglesia. Pide a Dios que en la Iglesia Santa, nuestra Madre, los corazones de todos, como en la primitiva cristiandad, sean un mismo corazón, para que hasta el final de los siglos se cumplan de verdad las palabras de la Escritura: "multitudinis autem credentium erat cor unum et anima una" –la multitud de los fieles tenía un solo corazón y una sola alma 134. Esta unidad es necesaria "para que el mundo crea" (Jn 17, 21). Por eso san Josemaría no deja de rezar por la "unidad en el apostolado" y de insistir en que sin ella no puede haber fruto: Si trabajan por su cuenta, sin unidad con la Iglesia, sin la Iglesia, ¿qué eficacia tendrá ese apostolado?: ¡ninguna! 135 Al mismo tiempo recuerda siempre –es un rasgo característico de su predicación– que los hijos de Dios han de valorar positivamente la existencia, también entre los católicos, de un auténtico pluralismo de criterio y de opinión en las cosas dejadas por Dios a la libre discusión de los hombres 136.

La unidad de vida es un don y una tarea. Ante todo, un don de Dios: el don de la vida sobrenatural infundida por el Espíritu Santo que, al perfeccionar y elevar la vida natural de la persona, otorga una nueva y más profunda unidad, una nueva "vitalidad" en Cristo. Pero ese don es como una semilla que se ha de cultivar día a día. La unidad de vida está sólo incoada y se encuentra bajo la amenaza de muchos adversarios. Por eso es también tarea: ha de crecer, desplegarse y consolidarse, ser defendida en las pruebas que se presenten, y recuperada si ha sufrido quiebra. La maduración de este don exige esfuerzo, un esfuerzo de continua correspondencia libre a la acción del Espíritu Santo, a lo largo de toda la vida.

Hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser –en el alma y en el cuerpo– santa y llena de Dios 137. San Josemaría habla de que "hay" y de que "tiene que ser". El don pide la tarea: "la unidad de vida no se realiza de modo automático, sino que es necesario conquistarla" 138. Hay que perseguirla "como meta, como empeño, sin esperar a que llegue como simple consecuencia de la vida sobrenatural (...). La vida sobrenatural produce unidad de vida, pero el empeño directo por la unidad es condición esencial del crecimiento en vida sobrenatural" 139.

La primacía corresponde siempre al don. El cristiano tiene que abrirse con docilidad a la acción del Espíritu Santo que mueve suavemente la libertad, por mediación de María "modelo y principio de unidad de vida" 140.

Principales abreviaturas

– De algunas obras de san Josemaría, por orden alfabético:
Amigos de Dios: J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, Rialp, 34ª ed., Madrid 2009.
Camino: J. Escrivá de Balaguer, Camino, Rialp, 84ª ed., Madrid 2010.
Conversaciones: J. Escrivá de Balaguer, Conversaciones, 21ª ed., Rialp, Madrid 2003.
Es Cristo que pasa: J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, Rialp, 42ª ed., Madrid 2007.
Forja: J. Escrivá de Balaguer, Forja, Rialp, 16ª ed., Madrid 2010.
Santo Rosario: J. Escrivá de Balaguer, Santo Rosario, Rialp, 51ª ed., Madrid 2008.
Surco: J. Escrivá de Balaguer, Surco, Rialp, 24ª ed., Madrid 2010.
Via Crucis: J. Escrivá de Balaguer, Via Crucis, Rialp, 35ª ed., Madrid 2010.


– Otras abreviaturas:
AAS: Acta Apostolicae Sedis
ASS: Acta Sanctae Sedis
AGP: Archivo General de la Prelatura del Opus Dei
CEC: Catechismus Ecclesiae Catholicae (Editio typica, 1997)
CIC: Codex Iuris Canonici
DS: H. Denzinger – A. Schönmetzer (eds.), Enchiridion symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Herder 1976
PG: J.P. Migne (ed.), Patrologiae Cursus completus. Series Graeca, Paris 1857-1886
PL: J.P. Migne (ed.), Patrologiae Cursus completus. Series Latina, Paris 1844-1890
P01, P02, etc.: Colecciones de documentos impresos (secciones dentro del AGP)
S.Th.: Summa Theologiae
ZNW: Zeitschrift für die neutestamentliche Wissenschaft