Padres de la Iglesia
ANDRÉS DE CRETA
Homilías marianas
- Panegírico del nacimiento de la Santísima Madre de Dios
- En el natalicio de la Santísima Señora Nuestra, la Madre de Dios. Con la demostración de su descendencia de la estirpe de David
- En el día natalicio de la inmaculada Señora Nuestra, la Madre de Dios y siempre Virgen María. Con la demostración de su descendencia del linaje de David, tanto por la historia antigua, como por otros diversos testimonios
- En la Santa natividad de la Santísima Señora Nuestra, la Madre de Dios y siempre Virgen María
- En la anunciación de la Santísima Madre de Dios y Señora nuestra
- En la dormición de Nuestra Señora la Santísima Madre de Dios
- En la dormición de Nuestra Señora la Santísima Madre de Dios
- En la dormición de Nuestra Señora la Santísima Madre de Dios
- Notas
HOMILÍA I
PANEGÍRICO DEL NACIMIENTO DE LA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS
La presente festividad es para nosotros el principio de las solemnidades 1. Es coronamiento, por lo que concierne a la ley y a las sombras 2 y es una puerta de entrada, por lo que se refiere a la gracia y a la verdad 3. Es también mediana y postrera, pues, además de ser el inicio de la culminación de la ley, es lazo de unión entre los extremos y asimismo es acabamiento en cuanto a la plena manifestación de la verdad. Efectivamente, el fin de la ley es Cristo 4, quien en tanto nos exime de la letra, en cuanto nos aproxima al espíritu 5 y en esto consiste la consumación: en que el mismo que instituyó la ley diera cumplimiento a todo, pasando de la letra al espíritu, recapitulando en sí mismo todas las cosas 6, viviendo bajo la ley con la gracia, sometiendo a la misma ley y enlazándola armoniosamente con la gracia, sin confundir lo propio de una con lo de la otra, antes bien, transformando en fácil y libre lo que era arduo y dificultoso y propio de siervos, para que ya no estemos sometidos a los elementos del mundo, como dice el Apóstol, ni estemos sujetos bajo el yugo de la esclavitud de la letra de la ley 7.
Aquí hallamos el resumen de los beneficios de Cristo para con nosotros, la manifestación de los misterios y la transformación de la naturaleza: Dios se hace hombre y al hombre se le concede la deificación. En efecto, a la resplandeciente y manifiesta presencia de Dios entre los hombres, por estar tan llena de maravillas, le correspondía una introducción gozosa, que precediera al gran don de nuestra salvación. La presente solemnidad del nacimiento de la Madre de Dios viene a ser un preludio, y la perfecta unión del Verbo con la carne es el término. En consecuencia, esta noticia extraordinaria, constantemente recordada, resulta oscura y difícil de comprender por encima de los otros milagros, manifestándose en cuanto se oculta y ocultándose en cuanto se manifiesta.
Así pues, este bienaventurado comienzo de las festividades, que lleva en la cabeza la luz de la virginidad, que ostenta una corona de flores espirituales recogidas en los prados de la Escritura y que está llena de la gracia divina, ofrece al universo una general alegría, diciendo: tened confianza, hoy es la fiesta natalicia y la restauración del género humano. Nace la Virgen y es cuidada, modelada y preparada para ser la Madre de Dios, el Rey soberano de los siglos. La que desciende de David nos reúne hoy junto con su progenitor en un espiritual encuentro, presentándonos ella, como Madre de Dios, su natividad adornada de dones divinos y mostrándonos él la felicidad de su linaje y una nueva y muy excelente familiaridad de los hombres con Dios. ¡Oh que maravilla! Ella es mediadora entre la sublimidad divina y la baja condición de la carne y es constituida madre del Creador. David anuncia lo que ha de acaecer, como si ya fuera presente y recibe con juramento, de parte de Dios, una gloriosa perpetuidad y la conservación de su descendencia natural.
Por tanto, con razón se ha de celebrar el misterio de este día y a la madre del que es la Palabra de Dios se ha de ofrecer también el obsequio de las palabras, porque ella en nada se complace tanto como en la Palabra y en la reverencia prestada por medio de las palabras. Así pues, de aquí se deriva para nosotros, los humanos, una doble ventaja: lo que nos lleva hacia la verdad y lo que nos aparta de la servidumbre de permanecer bajo la letra de la ley. ¿Cómo y de qué manera? Retirándose las sombras con la llegada de la luz e instaurándose, por la gfacia, la libertad en lugar de la letra. La presente solemnidad es como la frontera entre estas cosas, poniendo la verdad en lugar de las figuras y símbolos y sustituyendo lo viejo por lo nuevo. Esto es lo que proclamó también Pablo, como trompeta divina del Espíritu, diciendo: Si hay en Cristo una nueva creatura, vosotros sois renovados; lo viejo pasó, todo se ha hecho nuevo 8. La ley nada condujo a la perfección, sino que fue sólo introducción a una esperanza mejor, mediante la cual nos acercamos a Dios 9 y, en consecuencia, la verdad de la gracia apareció manifiestamente y el mismo autor de la ley, de un modo inefable, abajándose hasta el extremo, se hizo hombre, según estaba dispuesto de antemano, para completar lo que faltaba y poner, en lugar de lo inferior, lo más excelente y lo más perfecto. Esto mismo, a su vez, quería significar el excelso Juan, resonante teólogo del Verbo, manifestándolo con claridad, al decir: De su plenitud todos nosotros hemos recibido y graca, por gracia 10.
Rebajándose el Hijo de Dios y tomando maravillosamente nuestra forma, nosotros hemos recibido la plenitud y, por este cambio y asunción de nuestro barro, nosotros hemos sido divinamente enriquecidos. Alégrense hoy en verdad todas las cosas y salte de gozo la naturaleza. Exulte el cielo desde arriba y las nubes derramen la justicia; los montes destilen dulzura y regocíjense las colinas 11, porque el Señor ha tenido misericordia de su pueblo, habiendo suscitado para nosotros, en la casa de David su siervo, una fuerza de salvación 12 que es esta Virgen purísima, que no conoció varón y de la cual nació Cristo, salvación y esperanza de los pueblos. Cante a coro, pues, ahora toda alma justa y la naturaleza convoque a todas las creaturas, por motivo de la renovación y restauración de sí misma. Corran presurosas las estériles, pues la que era infecunda y no tenía hijos ha dado a luz a la Virgen, hija de Dios. Salten de alegría las madres, pues la que no tenía descendencia ha dado a luz a la que es madre y virgen intacta. Alégrense las vírgenes, pues la tierra no sembrada ha producido, de un modo inefable, al que, sin mutación alguna, procede del Padre. Anímense las mujeres, pues la mujer que antiguamente había dado ocasión al pecado, ahora ha ofrecido las primicias de la salvación y la que primitivamente fue condenada, ahora es manifestada, por juicio de Dios, como madre que no conoce varón y como elegida por el Creador para la restauración del género humano.
Cante, pues, himnos toda la creación y entone cánticos que contribuyan, con alguna competente alabanza, a ensalzar este día. Realícese hoy una celebración común, por parte de los seres del cielo y de la tierra, y celebre fiesta conjuntamente todo cuanto está en el mundo y fuera de él, pues hoy ha sido construido el santuario creado del Creador de todo y, de un modo nuevo y excelente, una creatura es preparada como sagrado albergue para el Creador. La naturaleza que antes estaba desterrada, recibe hoy el comienzo de su divinización 13 y el polvo corre veloz a encumbrarse en lo más alto de la gloria. Hoy Adán, al ofrecer a Dios, por nosotros, la primicia que proviene de nosotros mismos, presenta como tal a María y aquella primicia que no ha quedado revuelta entre la masa (o sea Jesús), a través de María se convierte en pan para la restauración del género humano 14.
Hoy es revelado el misterio del augusto seno virginal y la Iglesia, como corresponde a una esposa, se reviste con las invioladas perlas de la verdadera incorrupción. Hoy la genuina nobleza de los hombres recibe el don de la primitiva imagen divina, regresando hacia ese modelo, y aquellos, cuya hermosura había quedado oscurecida a causa de una viciosa bajeza, obtienen una excelente y divina configuración, al nacer, dentro de la humana naturaleza, la madre del que está lleno de hermosura. Así se efectúa una total restauración, basada en una renovación, en una divinización y en una asimilación a lo antiguo. Hoy la estéril se convierte en madre, contra todo cuanto podía esperarse, y la que, sin intervención paterna, es madre de un hijo, proveniendo ella de unas entrañas infecundas, ha santificado la generación natural. Hoy ha aparecido el magnífico color de la divina púrpura y la pobre naturaleza humana ha sido revestida con la dignidad real. Hoy, de acuerdo con las profecías, el retoño de David ha germinado 15 y la vara de Aarón, siempre lozana, ha fructificado 16, al florecer, para nosotros, el cetro del poder, que es Cristo.
Hoy una joven virgen, que desciende de Judá y de David, ha trazado el diseño del reino y del sacerdocio de Aquel que es sacerdote según el orden de Melquisedec 17. Hoy la gracia, habiendo blanqueado el místico efod del sacerdocio sagrado 18, acabó el tejido que iniciara típicamente el linaje levítico y Dios decoró la púrpura real con sangre davídica. En resumen, hoy empieza la reforma de nuestra naturaleza y el mundo envejecido, tomando una configuración divina, recibe, por obra de Dios, los preámbulos de una nueva creación. Efectivamente, la primitiva formación del hombre por Dios se realizó con una tierra pura e incontaminada, pero la naturaleza, despojada de la gracia a causa de la caída en la desobediencia, por la que fuimos arrojados del lugar de la vida, destruyó su propia dignidad y, en cuanto a las delicias del paraíso, que eran como una herencia paterna que nos había sido entregada, las cambió por una vida corruptible, de la que deriva la muerte y de ésta la corrupción de la misma naturaleza, y como además todos preferían la tierra al cielo, había desaparecido toda esperanza de salvación y la naturaleza estaba necesitada de un supremo auxilio. Ninguna ley era capaz de poner remedio a la enfermedad, ni la ley natural, ni la escrita, ni tampoco servía la palabra encendida y reformadora de los profetas, ni nadie supo como restaurar la naturaleza humana, ni era posible devolverle su antigua nobleza. Dios, sin embargo, excelso creador de todas las cosas, decidió oportunamente que apareciera, por así decirlo, otro mundo de nuevo origen, totalmente armonioso y como recién acabado de fabricar; asimismo se propuso detener la irrupción y ataque del antiguo pecado, del que procede la muerte, y así a nosotros, ciertamente ya regenerados por el divino nacimiento del bautismo, ofrecernos una vida libre y ajena a toda servidumbre.
¿De qué modo podía llegar a nosotros este grande y maravilloso beneficio, a no ser que Dios mismo se nos manifestara en la carne y consintiera en vivir, como lo hizo, de un modo nuevo y semejante a nuestra condición? ¿Cómo se habría podido, además, llevar a cabo todo esto, si una virgen pura e intacta no hubiera estado primero al servicio del misterio y después, medíame una ley que supera todas las leyes de la naturaleza, no hubiera llevado en su seno al que está por encima de toda sustancia? ¿En qué otra virgen se puede pensar, a este respecto, sino sólo en aquella a la que, entre todas las generaciones, escogió el Creador de la naturaleza? Esta es la Madre de Dios, María, cuyo nombre fue pronunciado por Dios mismo y de cuyo vientre salió el Dios excelso hecho carne. En ella se construyó Él para sí un nuevo y maravilloso templo, pues ella, al dar a luz, no perdió la integridad de su seno y Él, para nacer, no precisó simiente. Era efectivamente Dios, si bien quiso nacer en la carne, aunque sin unión carnal, ni dolores de parto, de modo que siendo María de verdad madre, se libró de estas cosas propias de las madres, criando ella maravillosamente, con su leche, a aquel al que había dado a luz sin concurso de varón. Siendo virgen, concibió sin semilla alguna, permaneció virgen intacta y, aún después del parto, conservó íntegros los sellos de la virginidad. Por lo tanto, con razón es proclamada Madre de Dios, es glorificada su virginidad, es venerada su maternidad y Dios, unido a los hombres y manifestado en la carne, le entrega el honor de su propia gloria. Así, en verdad, se otorga al sexo femenino la derogación de aquella maldición primitiva, viniendo a ser principio de la salvación la que antes había producido el pecado.
Nuestro sermón llega ya a su punto culminante y en consecuencia, como orador en este panegírico y como anfitrión espléndido de este sagrado banquete, os ofrezco hoy esta común alegría. Según dije, quiso el Redentor del género humano mostrar una restauración y un nuevo nacimiento distinto del anterior y así como antes, tomando barro, había formado al primer Adán de tierra virgen e incontaminada, así ahora realizó su propia encarnación como con otra tierra, que es la Virgen pura, totalmente inmaculada y escogida singularmente de entre toda la creación, pues el que pertenece a nuestra naturaleza y es uno de entre nosotros, en la Virgen fue formado de un modo nuevo y, siendo el nuevo Adán, resultó ser el que configuraría a Adán, de tal modo que el nuevo fuera el salvador del que es más antiguo, con muchos siglos de diferencia 19. Ahora pues, diremos brevemente quien fue ella y quienes sus padres, reconstruyendo, en lo posible, la historia.
La que es gloria del universo fue hija de David, de la semilla de Jacob; descendiente en verdad de Eva, pero nacida de Ana. Joaquín era un varón afable, virtuoso y cumplidor de las divinas leyes, que había vivido con sobriedad y había permanecido constantemente unido a Dios, pero se había hecho viejo sin tener hijos, y si bien poseía aún el vigor natural, carecía del don de la descendencia. Ana, a su vez, amaba a Dios y era modesta, pero, al propio tiempo, era estéril; quería a su esposo, pero no tenía hijos y no se dedicaba a otra cosa más que a cumplir la ley del Señor. Llevaba siempre consigo el dolor de su esterilidad y, tal como les pasa a las que no tienen hijos, estaba disgustada, triste y dolida, no pudiendo soportar el no tener descendencia. Estando, pues, Joaquín y su mujer dominados por la tristeza, porque no tenían ningún hijo que les asistiera, sin embargo no les faltaba en absoluto una centella de esperanza y ambos suplicaban que se les concediera un hijo para el resurgimiento de su estirpe. Imitando a aquella otra Ana, cuyas súplicas habían sido escuchadas 20, subiendo los dos al templo, pedían a Dios que les liberara de ser estériles y les concediera aquel fruto que pondría fin a su infecundidad, y no cesaron estas súplicas sin haber conseguido lo que anhelaban. Alcanzaron, efectivamente, lo que pedían, pues no dejó de otorgarles lo que esperaban aquel que les había concedido el don de esperarlo. Así pues, a los que se lamentaban e imploraban con insistencia a Dios, les llegó muy pronto una fuerza que no resultó baldía, en cuanto al esposo para que fructificara con la generación y respecto a la esposa a fin de que recibiera nuevo vigor para ser madre: a los ya secos regueros de los órganos generativos les fue otorgada la fluidez seminal, convirtiéndose de infecundos en prolíficos, de modo que de unos árboles infructuosos y secos, como si hubieran recibido un fructuoso riego, brotó para nosotros un fruto glorioso, que es esta virgen del todo inmaculada. Fueron soltadas las ataduras de la esterilidad y, por encima de toda previsión, la plegaria obtuvo su fruto y la que era estéril y sin hijos, se convirtió en madre fecunda.
Procediendo de una madre infecunda, aquella de cuyo vientre nacería la espiga de incorrupción, tan pronto como llegó a la flor de la edad, sus progenitores, conduciéndola al templo, la ofrecieron como don consagrado al Señor. El sacerdote que desempeñaba aquel día el servicio sagrado, al contemplar las danzas de las doncellas que la precedían y la seguían, se complació y se alegró mucho, porque ya se hacían visibles y se estaban realizando las obras divinas que antes eran objeto de esperanza y ofreció, para gloria de Dios, un sacrificio de favorables auspicios, al depositar este gran tesoro de la salvación en el lugar más principal del santuario, donde la niña, como si morara dentro de unas mansiones nupciales, era alimentada con celestial ambrosía, hasta que llegara el tiempo de las nupcias, que había sido determinado desde antes de todos los siglos, por parte del que, por una inefable misericordia, nació de ella, por parte también del que a éste engendra divinamente, desde antes de la existencia del tiempo y del espacio, y por parte de su Espíritu, que es de una conjunta procedencia y comparte el mismo trono y la misma adoración. Estas tres personas, teniendo la misma divinidad, la misma naturaleza y la misma realeza, no están divididas, ni separadas, ni tienen ninguna diferencia, fuera de la que es propia del principio de la hipóstasis. Por esto celebro la fiesta con júbilo y me ofrezco en libación y presento a la Madre del Verbo un don festivo, porque su Hijo me ha dado a conocer el punto capital de la fe en la Trinidad, pues el Hijo, que es el Verbo eterno, asumió de María su propia carne, el Padre que lo engendra se manifestó complacido y el Espíritu Santo vino sobre ella y consagró su seno, que contuvo dentro de sí al que es inabarcable.
Ahora es tiempo de que preguntemos a David qué es lo que el Dios de todos le dijo a él, bajo juramento. Ea, pues, compositor de cánticos y profeta, ven y pulsa la cítara, toca instrumentos musicales y dinos claramente qué es lo que te ha jurado el Señor. "¿Qué es lo que me ha jurado? Que pondrá sobre mi trono un fruto de mis entrañas 21. Esto me ha jurado y no se ha desentendido de ello. Ha jurado y con sus obras ha confirmado sus palabras. Dijo: He jurado de una vez para siempre, por mi santidad; ¿acaso mentiré a David? Su descendencia permanecerá para siempre y su trono como el sol en mi presencia y como la luna, que está tan bien dispuesta por los siglos y es testigo fiel en el cielo 22.
Estos juramentos los ha cumplido el Señor, pues es imposible que Dios engañe 23. He aquí, pues, que Cristo es proclamado hijo mió, según la carne, y es celebrado como aquel que debe ser adorado como mi Señor e hijo y le adoran todos los pueblos, pues lo ven colocado en un trono virginal. He aquí que aparece ya, procediendo de mis entrañas, esta virgen en cuyo seno el que existe desde antes de los siglos se ha revestido de carne por todos los siglos y renueva el conjunto de los siglos".
Nosotros, el pueblo de Dios, pueblo santo, asamblea sagrada 24, celebremos festivamente las glorias de nuestro linaje, honremos la profundidad del misterio y cada uno, según la gracia que le haya sido concedida, presente un don acomodado a esta solemnidad. Los padres ofrezcan la felicidad de tener hijos; las madres su dichosa maternidad; las estériles la inmunidad de pecado; las vírgenes su doble incorrupción, la del alma y la del cuerpo; las casadas una laudable moderación. Si alguno entre vosotros es padre, imite al padre de la Virgen y, aun en el caso de que uno no tenga hijos, con una vida de unión con Dios, coseche los frutos de la oración fecunda. Si alguna mujer es madre lactante, alégrese juntamente con Ana, que amamanta a la niña, fruto de sus súplicas en la esterilidad. Si otra es estéril e infecunda y no obtiene fruto de bendición, que se una por la fe a aquella en razón de la cual Ana ha sido hecha fecunda, y así ponga fin a su esterilidad 25. Si una es virgen casta, conviértase en madre del Verbo divino, ennobleciendo su condición de vida con el cuidado de su alma. Si alguna está bajo el yugo del matrimonio, presente los frutos espirituales conseguidos en abundancia por la oración. Practíquenlo así el rico y el pobre, los muchachos y las doncellas, los ancianos a una con los jóvenes, los sacerdotes y los levitas, las reinas y princesas; todos juntamente, hombres y mujeres, seamos portadores de luces festivas en honor de esta jovencita, que es Madre de Dios y profetisa, por medio de la cual nos ha sido dado el profeta de quien escribió Moisés 26, Cristo Dios que es la Verdad. Unámonos a la comitiva de las presurosas vírgenes y entremos, juntamente con ellas, en el Santo de los santos.
Después de la natividad, de la lactancia y de la niñez, los pañales dan paso a la juventud florida y Dios dispone para María una habitación a modo de cámara nupcial, reservándose para sí lo más sagrado y augusto de este santuario. Por esto las vírgenes más próximas a ella danzan a coro, dando a conocer lo que ya está a punto de realizarse. Por eso las hijas de Sión avanzan presurosas por delante de la reina, esparciendo perfumes, y el sagrado templo abre, con entusiasmo, sus puertas santas, para recibir a la que es gloria imperial del universo. En este momento se abre el Santo de los santos, acogiendo en su interior a la madre del que es la misma santidad. Se dispone para ella un nuevo manjar y, sin intervención de mano humana, la alimenta todo el tiempo, aquel que, dentro de poco, ha de nutrirse con su leche. El Espíritu Santo es quien cuida a la Virgen, hasta que ella sea manifestada en Israel. Cuando llegó el tiempo de los desposorios, a ella, nacida de la estirpe de David, la tomó por esposa José, también descendiente de David, y, en vez de recibir ella una simiente humana, recibió la palabra de Gabriel; concibió sin unión carnal y tuvo un hijo no engendrado por un padre terreno; permaneció casta y sin violación de su seno, preservándola y guardando los sellos de su virginidad, incluso después del parto, aquel que nació de ella, o sea Cristo, Jesús nazareno, el que vino a este mundo. Él es el Dios verdadero y la Vida eterna, al cual sea la gloria, el honor y la adoración, junto con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
HOMILÍA II
EN EL NATALICIO DE LA SANTÍSIMA SEÑORA NUESTRA, LA MADRE DE DIOS.
CON LA DEMOSTRACIÓN DE SU DESCENDENCIA DE LA ESTIRPE DE DAVID
Ocúpense otros de diversos temas acerca de las festividades, en provecho de quienes gusten de ello. En cuanto a nosotros, en atención a la importancia de este día, sea lo primero la exposición de aquello que trae su origen del objeto de la presente celebración y proviene de la Madre de Dios, por medio de la cual el Espíritu se derramó sobre todos los hombres. Gracias a ella también las palabras del discurso han de brotar con toda fluidez. Por tanto, conduciendo, como con riendas, mis palabras hacia la meta establecida, voy a exponer aquellas cosas que guardan relación con lo que dije anteriormente 27. Aunque me angustie el temor de decir algo que no esté a la altura requerida, sin embargo, por el gran anhelo que me domina, me siento con ánimos de hacer, en cuanto me sea posible, una digna exposición. Pronunciaré, en fin, mi discurso con una gran confianza, pues este hermoso día de fiesta vendrá a ser mi abogado y protector, por lo que concierne al temor y a la confianza.
En el anterior sermón, tejiendo el debido elogio del nacimiento de la Madre de Dios, hice en la fiesta como de director del coro y vosotros, junto con los espíritus celestiales 28 entonasteis grandes alabanzas. Con Joaquín fuimos espectadores y con las vírgenes corrimos presurosos. Entonamos hermosos himnos con David, el que es a la vez patriarca y rey y, por doble razón 29, es progenitor de Dios. Con María, la Madre de Dios, penetramos en el templo y, permaneciendo constantemente en el santuario, fuimos partícipes de los misterios30. Gracias sean dadas, pues, a aquel que ha glorificado a los suyos, acercando hacia sí a quienes antes estaban lejos. No creo que ahora resulte discordante o esté fuera de lugar el que, apartándome un poco del argumento, pase a tratar el venturoso origen de aquella estirpe de la cual procede la Virgen y que exponga aquello que es conveniente y complace a los que asisten a esta celebración. Os agrada, efectivamente, que se ponga de manifiesto que procede de la descendencia de David la Virgen, a través de la cual vino a la existencia terrena el que es Dios excelso y está por encima de todo lo creado, y os complace asimismo que se declare lo que Dios nos ha manifestado acerca de María, por medio de la ley y de los profetas y que se encuentra anunciado de antemano y muy claramente en toda la Escritura.
Enseguida pues, en cuanto nos sea posible, lancémonos a la contienda contra las lenguas de los judíos, que, así, como lo hicieron antes, así también ahora atacan a Cristo, y cercenémoslas constantemente, a fin de que, como una raíz amarga que rebrota31 no ocasionen ya más molestias a los hijos de la Iglesia. No veo como pueda esto realizarse con facilidad y de modo efectivo, si no es con un examen detallado y una cuidadosa investigación. Pienso, pues, que es preciso demostrar primero, por los libros de Moisés, que Cristo, el Hijo de Dios y verdadero Dios, desciende de Judá, según dice el Apóstol32, y que nació de la Virgen, como atestigua el Evangelio, y de este modo, aduciendo las palabras de los profetas, pondré de manifiesto aquello que es lo principal y lo más oportuno. Con esta precaución nuestro discurso vendrá a ser sólido e irrefutable y, al mismo tiempo, conservará intactas las cosas características de la ley antigua.
Así, pues, que se nos presente Jacob, el que claramente contempló la excelsa escala33 y venga, antes que él, el patriarca Abraham, al que iban dirigidas las promesas. A éste, san Mateo en su narración evangélica, lo coloca en el primer lugar de orden, pero a David es al que primero se menciona en el libro 34 pues hacia él se dirige la genealogía descendiente y cada generación con él se relaciona y, a partir de él, también se llega hasta José, su descendiente. Aquella que también es descendiente de David y fue escogida por Dios para ser su madre, fue dada oportunamente por esposa de José, también de la familia de David, por razón de ser ambos de la misma estirpe, pues no era lícito antiguamente mezclar un linaje con otro, ni injertar un cetro sobre otro.
El gran patriarca Abraham, habiendo sido llamado por Dios con el fin de que saliera de la tierra de Jarán 35, era conducido hacia el cumplimiento de las promesas, de las que aún no había recibido ninguna señal manifiesta, pues los antiguos signos correspondían a cosas futuras. No se engañó, sin embargo, en la esperanza del cumplimiento de la Alianza, ni en lo referente a obtener la tierra que le había sido asignada, pues el Señor del universo le dijo: A ti y a tu linaje daré esta tierra, pues en tu descendencia serán bendecidas todas las familias del mundo 36 y, como en verdad también afirma el insigne Pablo, haciendo Dios sus promesas a Abraham, como no tuviese a nadie superior por quien jurar, juró por sí mismo, diciendo: "A manos llenas te bendeciré y con gran descendencia te multiplicaré"; así aguardando Abraham con gran longanimidad, alcanzó las promesas 37.
Cómo y de qué manera llegaron a su cumplimiento las promesas que se le habían hecho, lo conocerás si examinas la verdad de la cosa, puesto que Dios, que antiguamente daba respuestas, dijo: En Isaac, de ti tomará nombre la descendencia 38. Teniendo Abraham absoluta certeza de que Dios era poderoso para cumplir lo prometido, aunque consideró que su cuerpo estaba ya amortecido, siendo ya casi de cien años, y que igualmente lo estaba el seno de Sara, no dudó acerca de la promesa de Dios, sino que cobró vigor con la fe, dando gloria a Dios 39. Con razón, pues, alcanzó el cumplimiento de la promesa y obtuvo el hijo prometido, que fue, a su vez, depositario de las promesas y, teniendo éste dos hijos gemelos, bendijo al heredero de la Alianza, quien con engaño se apropió de la promesa, por instigación de su madre. A partir de éste se propagaron copiosamente, por diversas ramas, las doce tribus, a dos de las cuales, distinguiéndolas con sumo honor, les adjudicó el Señor dos cetros, uno a la tribu de Leví y otro a la de Judá. A la primera le otorgó mucho antes la túnica talar del sacerdocio, el excelso efod, la tiara, la lámina ritual y el racional de las manifestaciones, todo ello como figura de otro sacerdocio mayor; a la otra tribu le fue concedido el trono real y se le dio la hermosa diadema y, por la unción del crisma, el estar sobre las otras tribus y ejercer el poder sobre todo el pueblo. Entre esta gente desempeñó su misión el Hijo de Dios, que existe desde antes de los siglos y que es el conductor de todos los siglos, el cual, viniendo al mundo en la carne, pero no según la ley de la carne, como dice el Apóstol, obtuvo la doble dignidad de sacerdote y de rey, pero no de un modo humano y visible, sino según el poder de una vida indestructible 40, y, con el testimonio de la naturaleza, posee la doble prerrogativa del sacerdocio y de la realeza: Pues permaneciendo pontífice eterno, como sacerdote posee el sacerdocio imperecedero, dado que él mismo permanece para siempre; de ahí que pueda también salvar perennemente a los que, por medio de él, llegan a Dios y siempre vive para interceder por nosotros 41. Como rey y príncipe de la paz y caudillo de Israel no aparece sentado sobre el trono visible de David su padre, sino que ha obtenido un reino espiritual en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin42. Siendo esto así, ¿quién no se espanta de que aquellos que escribieron tales cosas acerca de Él den a la vez un testimonio contrario, pues no le consideran como sucesor de la realeza de David, ni reconocen que esté sentado en su trono? Y no se trata de que haya asumido un poder semejante al de Herodes o Poncio Pilato, sino que todo esto se toma en un sentido místico y elevado, según aquella afirmación que dice: Mi reino no es de este mundo 43.
Acérquese ahora Jacob, grande entre los patriarcas, para exponernos debidamente lo que a Cristo se refiere. Al anunciar las cosas que en el futuro habían de ocurrir a sus hijos 44 presenta a Judá y en él prefigura, con místicos colores, la imagen de Cristo, de modo que aparezca como Judá, en la forma corporal perceptible por los sentidos, y como David, en cuanto al color que se refiere a la percepción espiritual 45. De aquí resultará que el asunto esté bien enfocado al descubrir que David es de la tribu de Judá y que de David desciende Cristo, y, quedando esto claramente demostrado, veremos que la Virgen también es de la estirpe de David, quien procede, a su vez, de Judá, ya que traen su origen de un mismo linaje y de idéntica tribu. Ea pues, tú, excelente entre los patriarcas y que tantos hijos procreaste, refiérenos cuál sea la distribución de las bendiciones que legaste a tus hijos, qué porción de ellas correspondió a cada uno y qué es lo que les distribuiste cuando estabas ya próximo a la muerte. El patriarca responde, diciendo: Ciertamente, a cada uno de por sí, el Espíritu les distribuyó lo que les convenía, según sus características y su orden, pues yo nada manifesté que fuera ajeno al designio de la Providencia que todo lo dirige, sino que, de acuerdo con ella, profeticé lo que para cada uno estaba dispuesto y anunciado. Por lo demás, cualquiera que lo desee puede tomar en sus manos los libros de Moisés y conocer, a partir de su origen, la suerte de cada una de las tribus, que yo manifesté en las bendiciones otorgadas a mis hijos, de acuerdo con lo que Dios me inspiraba. Desde ahora nos ocuparemos de una sola tribu y así, con facilidad se podrá demostrar que Cristo, nacido de la Virgen según la carne, desciende de la tribu de Judá, de modo que resulte inadmisible el negar que el Señor procede de la estirpe de David. ¿Qué es lo que dice el vidente? (Así es como llama la Escritura a quienes tienen conocimiento de las cosas más profundas). Se expresa de este modo: Judá, te alabarán tus hermanos; se postrarán ante ti los hijos de tu padre. Cachorro de león, Judá, del brote has subido, hijo mío; reposando te dormiste como león y como cachorro ¿quién lo despertará? No será arrebatado el cetro de Judá, ni el jefe de entre su descendencia, hasta que venga el que ha de ser enviado, el cual es la expectación de los pueblos. Está atado a la viña su potro y a la vid el pollino de su asna. Lavará en vino su vestido y su manto en la sangre de los racimos. Sus ojos son más brillantes que el vino y sus dientes más blancos que la leche 46.
Observemos, pues, cuando y en quien se ha cumplido el mensaje de la profecía. Es evidente que, de acuerdo con la ley y los profetas, se ha realizado en Cristo, el Salvador de todos nosotros, cuando, en los últimos tiempos, el que es Dios altísimo, revestido de carne, ha habitado entre nosotros, que somos terrenales, pues, queriendo llevar a término, dentro del tiempo, la decisión tomada desde antes de los siglos, con el beneplácito del Padre eterno y del Espíritu increado, brotando de Judá, nació, según la carne, de una virgen de la estirpe de David. Le alabaron todos sus hermanos, cuando todos los que son sus allegados se han hecho partícipes de su naturaleza. En efecto, inmensa es y supera todo número la multitud de los que han creído en Cristo, a los cuales se refiere el excelso Juan, al decir: Mas, a cuantos le recibieron les dio potestad de ser hijos de Dios, los cuales no nacieron de la voluntad de la sangre, ni de la 'voluntad de la carne, sino de Dios 47. Por lo cual no tiene reparo en llamarlos, con toda razón, hermanos suyos, siendo semejante a ellos, pues participa de su misma carne y sangre, como lo proclaman san Pablo y David. Este, efectivamente, pulsando las cuerdas espirituales de su cítara, canta, diciendo: Anuncio tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te alabaré 48. Pablo, a su vez, proclama en alta voz: Por donde, debió ser en todo asemejado a sus hermanos, para ser compasivo y fiel pontífice en las cosas que miran a Dios49.
¿Quién jamás ha puesto sus manos sobre la cerviz de sus enemigos, con tanta fuerza como Cristo? Es por eso que de nuevo el gran David, movido por el Espíritu, dice en un salmo: Hirió a sus enemigos por la espalda 50 y resulta claro que, al decir por la espalda, significa la cerviz, lo cual en otro lugar se manifiesta abiertamente, diciendo: Tu diestra alcanza a todos los que te odian; les haces volver la espalda 51 y de nuevo, como si hablara el Padre, refiriéndose a los dones y a la naturaleza humana del Hijo, así como a su misión de rey y de profeta, dice: Mi mano le auxiliará y mi brazo lo fortalecerá; no lo dominará el enemigo y el hijo de la iniquidad no alcanzará a dañarle; exterminaré ante él a sus adversarios y pondré en fuga a los que le odian 52; y también: Ante él se postrarán los etíopes y sus enemigos morderán el polvo 53; y asimismo: Obligaste a mis enemigos a darme la espalda y aniquilaste a los que me odian 54. Todo ello lo hemos de referir únicamente a Cristo, el cual, dirigiéndose al Padre que está en los cielos, dice: Perseguiré a mis enemigos y los alcanzaré y no los dejaré sin haberlos derrotado; caerán bajo mis pies 55, y lo que sigue después.
¿A quién adoraron los hijos de su padre, sino únicamente a Cristo, nacido de una mujer? Lo que se dijo respecto de José se realizó cuando se cumplieron sus sueños, del modo que correspondía 56. En cambio, lo que se refiere a Cristo había de tener su cumplimiento en el pueblo de la Iglesia, pues todos los que en ella hemos sido hechos hijos de Dios adoramos por siempre a Cristo, con el cual hemos contraído parentesco, mediante la mística regeneración, ya que nos llamamos hermanos suyos, por la gracia divina y por la abundancia de su misericordia con nosotros. Recibiendo, en efecto, lo que es propio de Él somos ya familiares suyos, a no ser que dejemos de cumplir sus mandamientos, que nos hacen justos. De este modo, asumiendo Él lo que es nuestro, apareció con nuestra propia naturaleza, sometiéndose, hasta el límite a la condición humana y a todas las características de nuestro modo de ser, pero rehuyó absolutamente toda mancha de pecado y la sentencia condenatoria de la primera caída del hombre 57. ¿Quién podrá tener tanta osadía, que ponga en tela de juicio el que hayan adorado y actualmente adoren a Cristo todas las razas, cuando está a la vista que todos los pueblos que hay bajo el sol hasta los confines de la tierra le prestan culto y veneración y se glorían de distinguirse con el nombre de aquel a quien adoran, por ser y llamarse cristianos? ¿Quién, además, va a contradecir las voces de los profetas que se expresan con toda claridad, diciendo: Le servirán todas las gentes y le adorarán todos los reyes de la tierra 58, o también: Que toda la tierra te adore y te cante himnos 59, y asimismo: Todas las gentes que creaste vendrán y se postrarán ante ti, Señor 60, y lo que sigue después, y además: Alegraos, gentes todas, con su pueblo y Le prestarán adoración todos los hijos de Dios 61. ¿Te das cuenta de cómo se han postrado ante Cristo los hijos de su Padre, es decir los que están enriquecidos con el don de la adopción filial?
Pasemos ya a lo restante de la profecía: Cachorro de león, ]udá; del brote has subido, hijo mío; reposando te dormiste como león y como cachorro, ¿quién lo despertará? 62. ¡Excelente profecía! ¿Quién es ese cachorro de león, sino Cristo evidentemente, que desciende de linaje real, o sea de David? No es impropio, en efecto, que interpretes a David bajo la figura del león, siendo éste el símbolo de la dignidad real. Cachorro de león es Cristo, que procede de él según la carne, como aparece claramente en el resto de la profecía que dice: Del brote has subido, hijo mío. El brote, oh carísimo, con toda propiedad y atendiendo al contexto, debes entencer que es únicamente la santa más excelsa en santidad que todos los santos y la única que fue considerada toda pura por Aquel que habitó en ella en cuerpo y en espíritu; me refiero a María, cuyo nombre y cuyo ser son excelsos y dignos de toda veneración, y que es retoño de David, vara de José y brote siempre floreciente de Judá; de ella procede, según la carne, el excelso Hijo de Dios, que, eterno como el Padre, existe desde siempre.
Admírense todos de la exactitud de esta predicción, pues, una vez que se ha propuesto claramente la identidad del linaje y la denominación de león y de cachorro, añade: Del brote has subido, hijo mío, como si manifestara lo mismo que hermosamente dijo Isaías: Brotará un retoño del tronco de Jesé y una flor subirá de su raíz 63, lo cual indudablemente se refiere a Cristo y a la Virgen. El brote claramente es David, el tallo evidentemente es la Virgen y la flor es Cristo, el cual en un pasaje del libro de los Cánticos asume simbólicamente esta denominación, que parece exhalar un perfume aromático, diciendo: Yo soy la flor del campo y el lirio de los valles 64. Que Cristo sea rey y el más poderoso de todos los reyes no lo ignora el autor de esta profecía, pues dice: Reposando te dormiste como león y como cachorro, ¿quién le despertará?, en lo cual aparece el inmenso poder divino, que ciertamente es regio, que se manifiesta como inaccesible y que inspira suma reverencia. Esto mismo manifiesta Cristo en los Evangelios, al exclamar: Tengo poder para entregar la vida y tengo poder para tomarla de nuevo 65. Efectivamente, mientras estaba en este mundo, el Salvador actuó con todo poder, realizando obras egregias y extraordinarias, y por eso dijo: Destruid este templo y en tres días lo levantaré 66, pues, si Él no hubiera querido o no hubiera prestado, de alguna manera, su concurso a los hebreos, ellos no hubieran podido destruir el templo de su carne purísima, que Él mismo se había edificado, sin trabajo de manos humanas, en el seno de su madre incontaminada, pura y siempre virgen.
Refiriéndose al sueño de la muerte, que Él aceptó voluntariamente por nosotros para darnos la vida, hablando como hombre, por boca de David, dice: Yo me acosté y me dormí y desperté porque el Señor me amparó 67. Las palabras que dicen: ¿Quién le despertará? claramente hacen referencia al Padre que, a la vez, levantó y reconstruyó para el Hijo el templo de su cuerpo, según aparece en los Salmos cuando se nos presenta al Hijo que, hablando con el Padre, dice: No abandonarás mi alma en los infiernos, ni consentirás que tu Santo experimente la corrupción 68, y también: Señor, has sacado mi alma del abismo, me has salvado de entre los que bajaban a la fosa 69. Era preciso que, llevando a cabo el Hijo, por su propio poder, la resurrección de su cuerpo, también el Padre, que tiene la misma naturaleza y voluntad, realizara conjuntamente dicha obra, a fin de que, con la aplicación del mismo poder, quedara a salvo una total concordia en las operaciones.
Hemos de pasar ya a lo que sigue a continuación: TVo será arrebatado el cetro de Judá, ni el jefe de entre su descendencia, hasta que venga aquel que ha de ser enviado, el cual es la espectadón de los pueblos 70. ¡Oh qué maravillosa predicción! No deja de cumplirse nada de lo que se anuncia. Hemos manifestado antes claramente que del linaje de David desciende la Virgen, de la cual nace Cristo, que es a la vez jefe y príncipe y el que abate el coraje de los príncipes 71. A Él le corresponde el reinar sobre la casa de Jacob eternamente y obtener un reino que no tendrá fin. Ya antes de la venida de Cristo fue derribado el reino de los judíos, que estuvo establecido y a la vista de todos hasta el tiempo de Jeconías y de la amarga deportación a Babilonia. Hasta los tiempos de Cristo, sin embargo, no desapareció el linaje de David, que era respetado y venerado y al que correspondía conservar las características de la regia nobleza.
Nos falta ahora reflexionar sobre las palabras que dicen: Hasta que venga el que ha de ser enviado, el cual es la expectación de los pueblos 72, o sea Cristo el Hijo de Dios, verdadero Dios y Señor, al que, para nuestro bien, esta Virgen santísima de la estirpe de David concibió de modo virginal y dio a luz virginalmente 73. Después de que desapareció el poder de los judíos ya no hubo ningún otro rey, según la carne, que se sentara sobre el trono visible de David, habiendo quedado el reino abatido hasta el extremo, como lo había profetizado Jeremías, diciendo: Jecontas ha quedado deshonrado como un vaso del que nadie quiere ya servirse; ¿por qué fue expulsado y conducido a una tierra que no conocía? Tierra, tierra, escucha la palabra del Señor. Esto dice el Señor: Escribe a ese hombre, hombre desechado: no saldrá de tu descendencia ningún varón que se siente sobre el trono de David y ejerza el poder en Judá 74. Dicho esto por el profeta, ¿a quién podremos considerar como expectación de los pueblos, sino únicamente a Cristo, acerca del cual el anciano Simeón, profeta y receptor de Dios, había recibido una revelación de que no vería la muerte antes de contemplar la encarnación del Señor? 75. Se cumplió el vaticinio cuando ocurrieron las cosas que habían sido profetizadas. Vio, en efecto, como niño, tomándolo en sus brazos de anciano, de manos de la madre, al que existe desde siempre y ha sido engendrado antes que su propia madre. Al punto Simeón saltó de alegría, con exultación de anciano, pues la vejez es capaz de saltar cuando un gran gozo le presta vigor, y con elogiosas voces ensalzó al divino infante, le llamó Señor y le proclamó Salvador, luz de las naciones y gloria de Israel, afirmando claramente que era el Señor que llegaba y se revelaba como expectación de todos los pueblos 76. El Padre, efectivamente, ha manifestado al Hijo ante las naciones, como claramente lo afirma otro profeta, diciendo: He aquí que lo he puesto como testimonio para las gentes, jefe y maestro de los pueblos; y añade: Llamarás a gentes que no conocías y pueblos que no te conocían correrán hacia ti; y en otro lugar también dice: Te he puesto para luz de las naciones 77; y en los Salmos se afirma: Te daré los pueblos en herencia 78, y también: En él serán bendecidas todas las naciones 79.
La profecía dice también: Está atado a la vid el pollino de su asna 80. ¿A quién se refiere esta vid? A aquel que, según leemos en los Evangelios, exclama: Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador 81. Su pollino, en cambio, somos nosotros, sus allegados, que estamos atados a Él con un vínculo indisoluble, porque, siendo Él rico, ha asumido nuestra condición de pobreza y a nosotros, que somos pobres, nos ha agraciado con sus dones. De esta forma, por medio de Él, hemos sido divinizados y Él, para nuestro bien, ha sido llamado hombre. Podemos pensar que la madre del pollino significa místicamente la Iglesia, digna de todo respeto, y que así se represente simbólicamente la vocación de los gentiles; en ella entramos nosotros, que éramos semejantes al ganado y estábamos como privados de la luz de la razón, hasta que vino a nosotros el que es el Verbo y la Sabiduría, que nos despojó del velo de nuestra irracionalidad y cubrió nuestra desnudez con el vestido espiritual de la sabiduría divina, aquella túnica "tejida toda desde arriba". Fuimos atados, como el pollino, de un modo misterioso, al retoño de la vid de su salvación y así quedaron ligadas las cosas del cielo y las de la tierra. Por eso estando Él en la altura del camino hacia Jerusalén, dirigiéndose a su bienaventurada pasión y resurrección, deseando entregarse por la salvación de todo el mundo, y sentado, como en un trono real, sobre el pollino, los niños, criados en la inocencia, lo aclamaban todos a una voz, diciendo: Hosanna al hijo de David. Bendito el que viene, el Rey de Israel 82, lo cual había anunciado anteriormente Zacarías, con estas palabras: Alégrate sobremanera, hija de Sión. He aquí que viene a ti tu Rey, pacífico y salvador, montado en un pollino hijo de asna. 83. ¿Se podrá hallar, como demostración, algo que sea más claro que las anteriores palabras?
Véase también lo que sigue: Lavará su vestido en vino; sus ojos son más brillantes que el vino y sus dientes más blancos que la leche 84. ¿En qué vino lavará su vestido el que quita el pecado del mundo y es el verdadero y maduro racimo de la Iglesia? ¿Acaso no nos limpió con la sangre de su cuerpo purísimo, quitando toda la suciedad de nuestro vestido? Se puso Él, en verdad, nuestro vestido cuando, haciéndose hombre, asumió enteramente nuestra naturaleza. ¿En qué sangre de racimos pudo lavar su vestido el que está limpio de toda mancha? ¿No es acaso en el manantial de vida y de pureza que fluye de su divino costado? Él es quien viene designado bajo la misteriosa figura del racimo de uva de la vid verdadera, que fue exprimido en el lagar de la Iglesia inmaculada cuando fue elevado en el leño de la cruz para limpiarnos de nuestras manchas. Se puso una vestidura verdaderamente tejida por Dios, cuando se vistió con nuestra carne, tomándola de nosotros y tiñéndola espiritualmente de regia púrpura con sangre purísima y virginal. Él, con esta púrpura real, envolvió nuestra naturaleza de barro, que, como si fuera un vestido, quedó impregnada con la sangre que manó de su costado, abierto para darnos la vida. Testigo de todo esto es Isaías que pone en boca de los ángeles que están en torno a Cristo, al tiempo de su pasión, estas palabras: ¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosrá, rojos sus vestidos? y también: ¿Por qué son rojas tus vestiduras, como las del que pisa en el lagar? 85. Lo cual pienso que el mismo Cristo lo manifiesta claramente en el libro de los Cánticos, al decir: Me he quitado la túnica, ¿cómo volver a ponérmela? Me he lavado los pies, ¿cómo volver a ensuciarlos? 86, indicando la parte por el todo.
¿Quién tiene los ojos más brillantes que el vino, sino Cristo únicamente? Acerca de Él, también en los Cánticos, el alma que se une a Dios, como esposa, dice: Me ha introducido en la cámara del vino 87, como si dijera: "Me ha hecho entrar en la casa de la Iglesia, en la que está dispuesto el cáliz de alegría, para la salvación en la sangre del Cordero". Después del ingreso dice: Dame a ver tu rostro, hazme oír tu voz; que tu voz es dulce y encantador tu rostro 88, y al verlo exclama: He aquí que mi amado es blanco y rubio; su hermosa cabeza es oro puro y sus rizos son racimos de palma, negros como el cuervo 89. Acerca de Él también el excelso David dice: Despenóse el Señor, como quien duerme, como el valiente dominado por el vino 90. Él, después de levantarse de entre los muertos, salió al encuentro de las mujeres que habían comprado ungüentos y les saludó con alegres palabras, dándoles con ello una gran alegría y liberándolas de la honda aflicción que las dominaba. También se presentó a los escogidos de entre sus discípulos y les dirigió gozosas palabras, diciéndoles: Tened confianza, yo be vencido al mundo 91, y asimismo: La paz sea con vosotros, soy yo, no temáis 92.
¿Quién es el que tiene los dientes más blancos que la leche? Es ciertamente aquel que dijo: Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra 93. Las palabras de Cristo son efectivamente más blancas que la leche y más espléndidas que toda la nieve. Quizá alguien interprete también que por dientes de Cristo se entiende las palabras que se refieren a Él y se hallan esparcidas en las Sagradas Escrituras, ya sea en la ley, ya sea en los profetas y salmos, con las cuales la Iglesia de Dios propone la verdadera doctrina, presentándola como sólido alimento, y hace asequible el conocimiento de misteriosas y difíciles consideraciones, al ofrecerlas como ya masticadas y desmenuzadas. ¿Y cómo pueden ser alimento suave del alma las consideraciones piadosas, que se digieren con una diligente meditación, si esta comida no se guarda de tal modo que no se deteriore? ¿Y además cómo pueden ser provechosas al alma las palabras difíciles que no puede asimilar? También el libro de los Cánticos, como en representación de la Iglesia procedente de la gentilidad o del alma que está unida a Dios, entona una especie de poema nupcial y, dirigiéndose al Esposo, dice: ¿A qué se asemejan tus mejillas? Tus dientes son como rebaños de ovejas trasquiladas que suben del lavadero, todas con sus crias mellizas 94; y también: Mi amado es para mí y yo para El Sus mejillas son como vasijas de aromas 95. Pienso que por mejillas aquí se significa los dientes.
Tal es el vaticinio que, en pocas palabras, hemos comentado. Vosotros, oh carísimos, sabéis que las profecías anunciaban que el Señor había de salir de la estirpe de Judá y de David y que, como si lo diseñara sobre la píxide 96, aquel que es grande entre los patriarcas, al bendecir a sus hijos anunció, con toda certeza y de igual modo que los profetas, que el Salvador sería hijo de David y éste de Judá. Proclamad, pues, que Cristo desciende de David y que igualmente proviene de la misma estirpe aquella que, de un modo misterioso, concibió a Jesús, según la carne. ¿Quién no lo creerá así, teniendo en cuenta que por el fruto se conoce el árbol? 97.
Ocupémonos de nuevo de la fiesta de la Natividad y aclamemos a Ana, como con un cántico nupcial, pues ha concebido a una niña, que es un don divino y garantía del cumplimiento de las promesas, y la ha dado a luz, habiéndola obtenido por medio de la oración y a pesar de su esterilidad. De esta hija suya había de nacer el Dios hecho hombre, que se manifestó de un modo inefable y habitó entre los hombres. Es justo, pues, que aclamemos de un modo especialísimo a quien ha producido tal germen y que la ensalcemos con singulares aclamaciones. En la cámara nupcial de Ana aparecen dos notables pinturas, que representan a la madre y a la hija 98: la una que acaba de ser liberada de su esterilidad y la otra que, no mucho después, ha de ser, de un modo maravilloso, la madre de Jesús, que, por divina disposición, se ha hecho partícipe de nuestra propia naturaleza. Con razón pues, Ana, habiendo alcanzado el favor de Dios, llena de gozo derrama la felicidad de su alma exclamando con todas sus fuerzas: Congratulaos conmigo, pues de mi vientre estéril he dado a luz al germen de la promesa y lo he criado a mis pechos; me he despojado de la esterilidad y me he revestido con el alegre atavío de la fecundidad. Alégrese hoy conmigo la famosa Ana, rival de Fenenna 99, y celebre con aplausos la extraordinaria maravilla que en mí se ha realizado y que es parecida a la de ella misma.
Cante a coro Sara 100 y, aunque anciana, salte de gozo y afirme que soy madre después de haber sido liberada de la esterilidad. Proclámenlo, al mismo tiempo, las que son estériles y las que no tienen hijos y festejen conmigo el don que he recibido del cielo. Digan también todas las madres fecundas: Bendito sea el que ha concedido lo que se le pedía, ha abierto las puertas del vientre estéril y ha hecho posible que de una semilla infecunda brotara la que había de ser su madre según la carne, admirable sobre toda ponderación, pues su vientre es un cielo en el que habitó aquel que en ningún lugar puede ser contenido.
También nosotros ofrezcamos parecidas alabanzas a la que antes era estéril y ahora ha obtenido el ser la madre del tálamo virginal. Digámosle con la Sagrada Escritura: ¡Oh cuan feliz es la casa de David, de la que tú procedes! ¡Oh cuan bienaventurado es tu vientre en el que Dios fabricó el Arca de Santificación, o sea aquella que le concibió sin mancilla! En verdad eres dichosa y tres veces bienaventurada, tú que has dado a luz a una criatura llena de las divinas bendiciones, que es María, cuyo nombre es digno de toda veneración, de la cual brotó Cristo, la flor de la vida; ella ha tenido un camino glorioso y una maternidad excelsa y sobrenatural. Nos congratulamos contigo, oh muy dichosa Ana, pues has dado a luz a la que es la esperanza de todos nosotros y el cumplimiento de las divinas promesas. Bienaventurada eres en verdad y bienaventurado es el fruto de tu vientre. Por medio de ti son proclamadas dichosas las mujeres que, después de una esterilidad prolongada, se convierten en madres fecundas. La lengua de los fieles ensalza a la que ha brotado de ti y con muchas palabras gozosas es alabada tu maternidad, pues es justo y muy merecido que sea celebrada la que, por disposición de la divina Providencia, fue considerada digna de recibir una revelación y nos proporcionó un fruto tan grande y excelente, del cual procede el dulce Jesús, que supera toda dulzura, colma todo deseo y es el término de todos los anhelos.
Propongámonos vivir bajo su sombra y morir bajo el reposo de sus alas. Él es verdaderamente el que fue anunciado por la ley y los profetas, Cristo Jesús, que es Dios, que es la Gracia y la Verdad, que vino a salvar a los pecadores y a todos llama para conducirlos a la antigua dignidad y original nobleza. A Él se dirige, de nuestra parte, la gloria, el honor y la adoración, junto con el Padre que no tiene principio y con su Espíritu que da vida, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
HOMILÍA III
EN EL DÍA NATALICIO DE LA INMACULADA SEÑORA NUESTRA, LA MADRE DE DIOS Y SIEMPRE VIRGEN MARÍA. CON LA DEMOSTRACIÓN DE SU DESCENDENCIA DEL LINAJE DE DAVID, TANTO POR LA HISTORIA ANTIGUA, COMO POR OTROS DIVERSOS TESTIMONIOS
De nuevo se presenta esta festividad y su solemne celebración y yo estoy de nuevo como dichoso anfitrión, festejando mi propia salvación y convocando a todos a este banquete espiritual, en el que está como en cabeza la Madre de Dios, que sacia a sus invitados con un torrente de delicias. A esta casa llena de mieles os acercáis vosotros, abejas de Cristo, que, por disposición divina, estáis volando en derredor de un panal que destila dulzura. ¿Quién va a querer estar privado de estas delicias, especialmente si ya ha gustado de la felicidad que proporcionan? Habiendo en verdad quienes no se apartan de esta mesa, llena de exquisitos y excelentes manjares, sin disfrutar de sus delicias, ¿no parece que debe ser objeto de gran mofa aquel que se aleja de esta mesa del Rey, sin haber gustado de sus misterios? Esta invitación es efectivamente regia y propia de la Reina que desciende de progenie real.
Pasemos adelante, carísimos, y escuchad otra vez nuestro sermón que os mostrará lo que ya en anteriores ocasiones ha quedado perfectamente dilucidado, o sea que Cristo trae su origen de la raíz de David, y una vez establecida esta afirmación, queda bien claro que aquella que le dio a luz, según la carne, proviene del mismo linaje. Me parece en verdad superfluo ofrecer alguna otra prueba que pensemos que pudiera ser más clara, más minuciosa o más extensa, que la que hemos ya elaborado, pero, teniendo en cuenta que en los judíos se manifiesta una proprensión a las disputas y un enfrentamiento a la verdad, apartémonos de los vientos de la mentira, sigamos adelante y, según nuestras fuerzas, demostremos que también la Virgen desciende de la raíz de David, aduciendo como testigos a los evangelistas y el estifo y modo de hablar propio de la Sagrada Escritura. Creo que es necesario examinar las generaciones que van desde David hasta Cristo, según las genealogías de Lucas y Mateo 101 la primera de las cuales va ascendiendo y la otra va bajando, y tratar de ponerlas de acuerdo desde un principio, hasta llegar a establecer el parentesco de los progenitores de José, que es la causa de la confusión, y así perfilar claramente la serie de los ascendientes y como proviene la Virgen de la estirpe de David, de manera que nada de lo que a ella se refiere quede a oscuras. Estoy persuadido de que resultará un brillante elogio para María el combate contra las lenguas que atacan a Dios y el cerrar las bocas de quienes se enfrentan a la Virgen. Los aquí presentes que se hayan dedicado a las letras, que me perdonen por ser yo desconocedor de la elocuencia profana, pues me aflije el no poder expresarme debidamente. Sin embargo, emprendo esta labor, confiando en el auxilio del Espíritu Santo, que a todos comunica su sabiduría. La ley antigua ordenaba que nadie pudiera tomar esposa fuera de su propia tribu. Así consta en verdad por las palabras de la ley que dicen: Moisés dio un mandato a los hijos de Israel, por orden del Señor, diciendo: No paséis de una tribu a otra; que cada uno permanezca, con sus hijos, dentro de la herencia de sus padres y que toda hija heredera, dentro de las tribus de Israel, se case con uno que sea de un pueblo de la tribu de su padre, a fin de que exista propincuidad de sangre entre los hijos de Israel y cada cual tenga su herencia paterna 102. Así lo ordenó el Señor a Moisés y esto se observó por algún tiempo, pues mientras estuvo floreciente el pueblo judío y los preceptos mosaicos estaban en vigencia, las costumbres se adaptaban a las disposiciones divinas. Pero cuando se avanzaba hacia la desaparición de estas costumbres y se establecía una práctica contraria a ellas, vinieron a menos los preceptos mosaicos y ya no se manifestaba interés en conservar la felicidad de que habían gozado sus padres. Entonces se fue introduciendo un modo de vivir semejante al de los gentiles y los hebreos ya no se preocupaban mucho acerca de estas cosas, a pesar de que las imponía la ley, las reclamaban los profetas y el mismo Dios, en casi toda la Sagrada Escritura, amonestaba a que no se olvidaran, ni abandonaran los preceptos legales.
Después los judíos sufrieron la pena merecida por su mal comportamiento con Dios y, como muchas veces, llevados de una locura o cobardía, pasaron de la religión paterna a una extrema superstición, fueron castigados por Dios de muy diversos modos: la ciudad fue sitiada, el templo saqueado, el santuario pisoteado por pies malditos e impuros, la gente asesinada o apresada, conquistado el suelo patrio y después los que habían sido deportados al extranjero ofrecieron un miserable espectáculo a quienes los contemplaban y fueron objeto de comentarios por parte de quienes escuchaban lo que les sucedía. Por todas partes se vieron sometidos a irreversibles calamidades y ya no era posible distinguir los diversos linajes, dado que toda la nación estaba sometida a tantas desgracias y oprimida cada día por el peso de los infortunios. Así resultó que cada una de las tribus perdió el concepto de su peculiar nobleza e importancia. No fue absoluta, sin embargo, esta pérdida, pues hubo un linaje que conservó algún resto de su autoridad, permaneciendo en él cierta riqueza y algún poder, hasta la aparición de esta esclarecida Virgen, la única unida a Dios como esposa y que es a la vez madre y virgen, acerca de la cual ahora nos proponemos demostrar su origen de la estirpe de David, tratando, para ello, de dirigir nuestra atención a la Sagrada Escritura, si Dios nos concede desarrollar esta materia con la dignidad que se merece.
Dame a conocer ahora, oh bienaventurado Mateo, cuál es el motivo de divergencia entre la genealogía ofrecida por Lucas y la que tú nos presentas. Mateo, que posee una mente excelsa para las cosas de Dios, que antes era publicano, pero que ahora es intérprete de los divinos misterios, nos dice: No hay ninguna contradicción entre nosotros, pues Lucas, retrocediendo en su genealogía, omite los padres naturales, haciendo mención solamente de los legales, mientras que yo indiqué explícitamente quienes eran los padres por naturaleza, y esto no se hizo imprudentemente, ni de un modo contrario a lo que corresponde al Espíritu Santo, pues ambos, como conducidos por el mismo Espíritu, estamos totalmente de acuerdo. Estudiad, oh carísimos, con atención las dos series genealógicas y hallaréis una clara explicación de este asunto.
Evidentemente, según las palabras del evangelista, nos consta la verdad de ambas genealogías, una que es según la naturaleza y otra según la ley. Mateo empieza su escrito con estas palabras: Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham 103. Para la comprensión de lo que examinamos bastaba este preámbulo por sí solo, pero no se detiene aquí el evangelista, sino que prolonga su discurso hasta el esposo de la Virgen. Lucas, por su parte, después de la manifestación del Salvador en el bautismo, retrocediendo un poco, escribe: Entre los cuales estaba también Jesús, siendo, al comenzar, como de treinta años, hijo, según se creía, de José, que lo fue de Helí, que lo fue de Matan, que lo fue de Leví, que lo fue de Melqui 104, y así, ascendiendo hasta Set, que lo fue de Adán, que lo fue de Dios 105. El que es laborioso y perspicaz no ignora ciertamente que la Sagrada Escritura acostumbra llamar padres según la ley a aquellos que, a pesar de haber fallecido sin tener hijos, los han obtenido, sin embargo, después de la muerte, a través de la descendencia de un hermano; padres según la naturaleza, en cambio, se llama a aquellos que han tenido hijos de su propia simiente, para dar sucesión a un hermano, cuando éste había muerto sin hijos, suscitándole así descendencia 106. Uno, pues, de los evangelistas nombra solamente a los padres naturales, omitiendo a los legales, y el otro, por el contrario, silencia a los padres según la naturaleza y sólo hace memoria de quienes lo son según la ley, en lo cual ninguno de los dos anduvo equivocado.
Pienso que también es oportuno mencionar acerca de esto un antiguo testimonio que nos transmite cierto varón muy erudito 107, el cual afirma que los que son designados como hijos en las genealogías de los evangelistas, unos lo son porque suceden a sus verdaderos padres, mientras que otros han sido engendrados por unos padres diversos de aquellos de quienes son llamados hijos, haciéndose mención del que es verdadero padre y del que es considerado como tal. Así resulta que en ninguno de los evangelios hay error, pues consideran o bien la naturaleza, o bien la ley. Las familias que proceden de Salomón y de Natán aparecen entrelazadas por muchos de estos casos de suscitar hijos a los hermanos difuntos y de contraer segundas nupcias. A fin de que resulte claro lo que estoy diciendo, expondré el entronque de tales linajes.
Enumerando las generaciones desde David por la rama de Salomón, el antepenúltimo es Matan, que engendró a Jacob, el padre de José. Sin embargo, por la rama de Natán, según san Lucas, se menciona como antepenúltimo a Melqui. Siendo nuestro punto de mira la persona de José, hemos de explicar como es que se le asigna como padre, por una parte a Jacob, descendiente de Salomón y por otra a Helí, descendiente de Natán. Resulta que Matan y Melqui, tomando sucesivamente la misma esposa, procrearon hermanos uterinos, pues la ley no prohibía que las mujeres viudas o repudiadas se casaran otra vez. Se sabe por tradición que, efectivamente, primero Matan, que descendía de Salomón, engendró a Jacob y, después de la muerte de Matan, Melqui, que descendía de Natán y, por tanto,
era de la misma tribu, pero de distinta familia, tomó por esposa a la viuda y tuvo de ella a su hijo Helí. De este modo nos encontramos con que Jacob y Helí, a pesar de ser de familias diversas eran hermanos uterinos. Habiendo muerto Helí sin terner hijos, su hermano Jacob tomó a la que había sido mujer de Helí por esposa y tuvo de ella como tercer hijo a José, que, según la naturaleza y según la propiedad de las palabras, era hijo suyo y por eso está escrito: Jacob engendró a José 108; según la ley, en cambio, José era hijo de Helí, pues Jacob, que era hermano suyo, le había suscitado descendencia.
Por eso precisamente, no es oscura la genealogía en la cual el evangelista san Mateo anota que Jacob engendró a José. Lucas procede en sentido inverso y dice: El cual era, según se creía, (pues añade este inciso) hijo de José, que lo fue de Helí, que lo fue de Melqui 109. No podía expresar de un modo más claro y significativo que se trata de una paternidad legal, pues, respecto de esta procreación, sustituye el término "engendró" y presenta una catalogación en sentido inverso, hasta llegar a Adán que fue hijo de Dios. En resumen: Helí y Jacob eran hermanos uterinos y habiendo muerto Helí sin hijos, Jacob le suscitó un hijo, al engendrar a José, que por naturaleza era hijo suyo y por la ley lo era de Helí, pudiéndose afirmar que José era hijo de ambos. Estas cosas son las que manifiesta el mencionado autor.
Esta genealogía es la de José, pero la demostración vale también para la Virgen María Madre de Dios, siendo ella de la misma tribu, pues, según la ley de Moisés no estaba permitido que una tribu se mezclara con otra. Se había establecido, efectivamente, que cada uno se casara dentro de su propia tribu, a fin de que las herencias no pasaran de una tribu a otra. Si alguno pretende que se especifique cual es la ascendencia propia de la santísima e inviolada Virgen, esto no me parece bien, teniendo en cuenta que nunca lo autoriza o permite la ley. ¿Acaso se ha visto esto alguna vez entre los antiguos, siendo así que en la enumeración de los ascendientes siempre se atiende a la parte prioritaria? Y ésta es, sin duda, la rama paterna y no la materna, pues los padres son los que transmiten la nobleza del linaje. No nos detendremos, pues, en este asunto, ya que no debemos alterar las reglas antiguas, ni introducir otras nuevas. No es lícito, en efecto, cambiar las normas que establecieron nuestros mayores 110.
No nos alejemos de lo que poco antes exponíamos. Si son verdaderas las cosas que Moisés ordenó y están contenidas en la Escritura (y no hay duda de que lo son absolutamente, pues las recibió directamente de la boca de Dios, que es la Verdad), entonces es evidente que la excelsa Madre de Dios pertenece a la misma tribu que el hombre que, por una disposición inefable, se desposó con ella, o sea José, del cual nos consta que desciende de David. Y, si se da por probado que José es descendiente de David, resulta claro que también lo es aquella con la que se desposó. Efectivamente, el ángel le habló en una visión, cuando estaba perplejo por la misteriosa gravidez de su esposa, y le dio esta orden: José, hijo de David, no temas recibir a María como esposa n. Por consiguiente 111, no yerra Moisés, ni engaña David, el primero estableciendo que no se mezclaran los linajes y el segundo vaticinando que, por razón de un juramento, Cristo había de surgir de su descendencia.
Nuestro discurso nos ha llevado, pues, a la clara demostración de que Cristo desciende de Judá y de David. Procuraré además presentar otras pruebas a base de las antiguas Escrituras, para vosotros que habéis bebido la leche no adulterada de la Iglesia 112, pues no me dirijo a los otros, ya que la profecía condena su endurecimiento, al decir: Palparán la pared como ciegos y andarán a tientas como los que carecen de vista 113. Para nosotros basta lo que dice el gran Apóstol: Enseñamos una sabiduría entre los perfectos, pero no la sabiduría de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que son destruidos, sino que enseñamos la sabiduría de Dios escondida en el misterio, que el hombre animal no puede conocer, pues es necedad para él y no puede entenderla, pues espiritualmente es como se discierne 114.
De las obras que Cristo realizó hay algunas que para muchos pasaron desapercibidas, a saber: aquellas que convenía que permanecieran ocultas, como son las que realizó antes de su bautismo y el modo de vida que llevó hasta los treinta años, de lo cual casi no habla la Escritura. Lo que se guardó con el mayor secreto fueron precisamente los milagros obrados al realizarse la Encarnación, que, excepto para unas pocas personas, fueron desconocidos, pues, según dice en cierto lugar el santo varón Ignacio: "Quedó oculta para el príncipe de este mundo la virginidad de María y su alumbramiento e igualmente la muerte de Cristo. Estos tres misterios de tanta resonancia se realizaron sin ruido y en el silencio divino" 115. Con razón, pues, fue conveniente que para muchos quedara oculto el nacimiento de Cristo por obra del Espíritu Santo y que José ocupara el lugar de padre y el niño fuera tenido como hijo suyo, pues se le hubiera tenido como un niño sin padre, de no haberlo considerado como hijo de José.
Por lo tanto los admirables evangelistas necesariamente expusieron la genealogía de José y éste fue presentado a todos como padre de Jesús. Si no lo hubieran hecho así y hubieran descrito la ascendencia de su madre, a más de que esto resultaría indecoroso, se habría apartado de la costumbre de la Sagrada Escritura, que nunca había reseñado los linajes por la rama materna. La exposición que hacen los evangelistas acerca de que José desciende de la estirpe de David nos sirve, según lo dicho anteriormente, para demostrar que también la Virgen María pertenece al mismo linaje, pues la ascendencia del esposo ha de corresponder igualmente a la mujer, según la mencionada ley de Moisés establecida para los hijos de Israel, que dice: No paséis de una tribu a otra, sino que cada cual, entre los hijos de Israel, tendrá la herencia en la tribu paterna, y lo que sigue después 116.
Estando así las cosas, es también manifiesto que José era justo y vivía de acuerdo con la ley y el que obraba así no se casaba sino con una mujer que procediera de su misma tribu. María era, pues, de la tribu de Judá y del pueblo y familia de David, según se desprende de lo preceptuado por la ley. Por lo cual, si José provenía de la tribu de Judá y de la familia de David, ¿no es razonable que María tuviera la misma ascendencia de Judá y de David, de la que era José? Es un hecho, efectivamente, que la ley prohibía los matrimonios entre personas de diversa tribu y por el contrario establecía que las uniones matrimoniales se realizaran dentro de un mismo pueblo y familia, al decir a los israelitas: No paséis de una tribu a otra, sino que cada cual, entre los hijos de Israel, tendrá la herencia en la tribu paterna 117. Según lo cual, esta ilustre Virgen era del linaje de David y se reseñó la genealogía de su esposo, porque, según dice el gran Apóstol, la cabeza de la mujer es el varón 118 y, según la ley de Moisés, serán los dos una sola carne 119, y la mujer que es dada en matrimonio, si es infiel a su esposo, está sujeta a la pena que la ley establece para el adulterio 120. Así pues, a aquella, cuyo cuerpo pertenece ya a su esposo que es su cabeza, ¿no es lógico que se le asigne la genealogía del que es su cabeza, a fin de que cuerpo y cabeza sean enumerados juntamente? Era conveniente, pues, que la Virgen, que estaba unida a José, quedase inscrita en una misma genealogía, junto con él, habiendo ya sido demostrado, además, que ella, igual que José, pertenecía a la tribu de Judá y al pueblo y familia de David. Por eso, cuando Gabriel se dirige a ella, de parte de Dios, entre otras cosas, le dice: El Señor Dios le dará el trono de David su padre 121. ¿Qué nos indica esto, sino que aquel que ha de nacer de ella tiene como antepasado a David? ¿Y cómo podía ser que el ángel así lo asegurara a la Virgen, si no es que ella también fuera proclamada del linaje de David? Pues, si ella no procediera de David, el ángel no le habría dicho: Le dará Dios el trono de David, su padre, porque la Virgen, que confesaba no conocer varón y había comprendido que concebiría por obra del Espíritu Santo, con razón hubiera preguntado a ver mediante qué padre podría su hijo ser hijo de David, si el ángel no estuviera hablando precisamente a una hija de David. Por lo cual, con razón dice san Lucas: Subió José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret y a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él del linaje y familia de David. Para empadronarse juntamente con María su esposa que estaba encinta 122.
No tengamos por ambiguo este pasaje, como si María fuera a inscribirse sólo como consorte, sino porque ella, igual que José, era de la casa y familia de David. La razón de esta interpretación se encuentra en lo que ya hemos expuesto. Pienso que está claramente demostrado que no sin razón los santos evangelistas reseñaron el linaje de José, pues de esto se deduce que María necesariamente desciende también de David e igualmente aquel que, de un modo por demás maravilloso, nació de ella, Cristo el Hijo eterno de Dios. El que intenta oponerse a esto más bien dirige contra sí mismo el puñal de su lengua. Sea, pues, este tal echado fuera de las sagradas puertas de nuestra morada. Nosotros, a quienes ha sido enviada la Palabra de Dios, la gracia y la verdad, no realicemos ninguna exploración más allá de lo que se nos ha comunicado, pues la Sagrada Escritura nos prohíbe escrutar las cosas más profundas, diciendo: Medita lo que te ha sido mandado y no escudriñes aquello que sobrepasa tu capacidad 123.
Tú, oh judío, fíjate en la fuerza de lo que hemos dicho y no luches contra la verdad; rechaza la vacilación de tu mente y, deponiendo toda duda, obedece a la gracia, que te librará de las ataduras de la letra, bajo cuyo yugo andas encorvado; quítate el velo y recibe la genuina luz de la Escritura; abandona ya las sombras y las figuras, acepta íntegramente la gracia y adhiérete, sin incertidumbres, a la verdad; glorifica y alaba al autor de todo esto, diciendo como Moisés: Este es mi Dios y lo alabaré, el Dios de mis padres y lo glorificaré 124. A ti, pues, y a cualquiera que lo desee se ofrece la posibilidad de entender y enseñar todo esto. A nosotros que hemos recibido, sin vacilación, la luz de la verdad no nos conviene seguir examinando indefinidamente este asunto, puesto que la verdad ha sido ya expuesta con todo cuidado y con la mayor sencillez, ni tampoco es oportuno que, deseando un discurso acomodado a la fiesta, éste quede reducido a disputas. Avance, pues, el sermón hacia su destino, que es la celebración del misterio de este día, que nos exige ante todo una manifestación gozosa.
Alegraos y saltad de júbilo. Ya se hace presente lo que se esperaba. Se acerca la renovación, la redención se halla a las puertas y tenemos ya en las manos la salvación. ¿De qué manera? Escuchemos a David que dice: Vendrá Dios manifiestamente 125. Pero, ¿de dónde vendrá y de qué modo? Vendrá desde el cielo, haciéndose semejante a nosotros. Desde los cielos para asemejarse a los hombres en la forma, en la naturaleza y en el aspecto y figura. ¿Cómo es posible que esto se realice, sino a través de la encarnación del mismo Dios? La divinidad hubiera permanecido invisible, si Dios no se hubiera unido a nuestro barro, habitando entre nosotros y haciéndose como nosotros, pero sin tener pecado. El que está por encima de toda la creación y es Señor de toda la creación, se une a la creación para salvar la creación. ¿Dónde y cuando lo realiza? En un espacio virginal y al final de los tiempos, o sea en el momento previsto por David, al anunciar que vendría el Salvador. Esto es, precisamente, lo que hoy celebramos: el nacimiento de la Virgen, que es como el vestíbulo de todas las festividades y el umbral de los misterios de Cristo. Convenía, efectivamente, que fuera preparado el palacio real y así el rey pudiera hacerse presente. Convenía que fueran tejidos primero los regios pañales, para que naciera el niño que es rey. Convenía, en fin, que antes fuera amasada la arcilla, para que luego viniera el alfarero.
Felizmente, el admirable Joaquín y su consorte Ana, movidos por divinas inspiraciones, consiguieron el fruto de su plegaria, que es la Reina de la creación y la primicia de nuestra masa, cuyo día natalicio celebramos y cuyos pañales honramos, al tiempo que veneramos la restauración de nuestra naturaleza, que aquí también tiene su inicio. Ya comienza nuestra deificación, ya se sueltan las ataduras de la precedente esterilidad y Ana, la que era infecunda, se convierte en madre de una hermosa criatura y se alegra de criar con su leche a la virgen niña. Ya se cierran los senderos de la esterilidad; se colman, en cambio, las venas de la fecundidad y el parto de la estéril precede al milagro de la Virgen. Si es admirable, en efecto, que la estéril sea madre, ¿no lo es más aún que la virgen dé a luz?, pues la una, al ser madre, ya no es estéril; la otra, en cambio, que concibió sin obra de varón, permanece siendo virgen y no se corrompió su seno, ni experimentó aquello que es consecuencia de la maternidad. Lo de la Virgen fue posterior a lo de Ana, que es figura de lo otro. Era conveniente que Aquel, por el cual y en el cual subsisten todas las cosas, como Señor de la naturaleza, realizará en su abuela una nueva maravilla, haciendo que la estéril se conviniera en madre, para después transformar las leyes de la naturaleza en el caso de su propia madre, de modo que, siendo virgen, fuera madre y quedaran intactos los sellos de su virginidad.
Así es la fiesta natalicia de la Virgen y el punto esencial de la presente celebración es el recuerdo de los pactos de Dios con los hombres, la demostración del cumplimiento de las profecías, la manifestación y el coronamiento del misterio escondido, la visitación del linaje humano, mediante la cual nosotros, que antes estábamos envueltos en las tinieblas y en las sombras de la muerte, hemos sido visitados e iluminados por la sagrada luz que se nos ha manifestado desde lo alto, es decir: Cristo Jesús, Señor de todos nosotros y Dios Salvador. A Él la gloria, el honor y el imperio, junto con el Padre sempiterno y el Espíritu que da vida, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
HOMILÍA IV
EN LA SANTA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA SEÑORA NUESTRA, LA MADRE DE DIOS Y SIEMPRE VIRGEN MARÍA
Si a palmos se pudiera medir la tierra, si, mediante un cordel, se determinara cual es el contorno del mar, si la extensión del cielo se evaluara por codos, si se pudiera contar la multitud de las estrellas e igualmente las gotas de la lluvia y los grumos de tierra, si se pudiera saber el peso de los vientos y la cantidad de las arenas, entonces quizá se podría comprender el asunto que llevamos entre manos. Lo que hoy celebramos es una festividad de la Madre de Dios, el nacimiento de esta dignísima niña, siempre virgen, que no conoció varón, que es reina y profetisa y cuyos regios pañales David, grande entre los reyes y los profetas, con regia perspicacia, los describió, exclamando: Toda la gloria de la hija del rey está en su interior; aparece con vestidos recamados de oro y con -variedad de colores 126. Desde lejos, según creo, manifestó David la hermosura y dignidad con que, desde la cuna, esta criatura ha sido divinamente dotada y con la diversidad de adornos se significa la multiplicidad de los dones del divino Espíritu. Personas juiciosas y bien intencionadas han interpretado en este sentido los vestidos recamados, los adornos de oro y pienso que también los regios pañales. Descubriendo el salmista que, a través de la belleza exterior de la Virgen, se indica su hermosura y decoro interior, exclamó sin rebozo: Escucha, hija, e inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre y el rey se enamorará de tu belleza 127 y, aunque esto se refiera claramente a la Iglesia procedente de la gentilidad, no es difícil relacionarlo con la que, por el milagro de la Encarnación, ha sido en verdad constituida templo del que es el Esposo de la Iglesia entera.
Ea pues, los que estamos aquí reunidos celebremos y entonemos cánticos, junto con David, a la hija de David, aclamándola como Madre de Dios; contribuyamos al esplendor de esta fiesta; ofrezcamos a la Virgen los gloriosos títulos de la virginidad; presentemos a la Reina del linaje humano el obsequio de los oráculos profetices, como preciosos ungüentos; saludémosla con las palabras de Gabriel. Digamos a la que es la Madre del gozo: Salve, llena de gracia 128. Salve oh toda reluciente, por quien ha desaparecido la oscuridad y ha brillado la luz. Salve, llena de gracia, por quien ha cesado la ley y ha aparecido la gracia. Salve, inicio del gozo y fin de la maldición. Salve, verdaderamente llena de gracia, el Señor está contigo; el que antes ya estaba en ti, ahora procede de ti; estaba en ti por su poder y procede de ti por su propia actuación; antes preparó tu seno como hospedaje, después puso en él su morada, al realizarse el gran misterio de la Encarnación. Salve tú, la única que has recibido en tu seno la bendición, o sea al Señor, para liberar de la maldición a nuestra primera madre. Salve, tú que recibiste de Dios el tesoro de la virginidad, del que procede el parto sin corrupción, que dejó intactas tus virginales riquezas. Salve, oh casta madre y virgen lactante. Salve, diadema de hermosura y reina del género humano, rodeada enteramente de regias prerrogativas. Salve, oh templo sagrado de Cristo, quien desempeñó en el santuario de los cielos, como cosa suya propia, el sacerdocio según el orden de Melquisedec 129. Salve, vara de Aarón 130, raíz de Jesé 131, cetro de David, indumento real, corona de gracias, figura no escrita 132 de la virginidad, lámina de la santidad 133, racional de las manifestaciones divinas 134. Salve, mediadora entre la ley y la gracia, sello del antiguo y del nuevo testamento, plenitud manifiesta de toda profecía 135, acróstico de la verdad de las Escrituras inspiradas por Dios, libro viviente y purísimo del Verbo divino, en el que cada día, sin sonidos, ni escritura, el Verbo se manifiesta como escritor. Salve, principio de nuestra restauración y término de las promesas y predicciones que Dios nos ha hecho 136, santuario preanunciado de la gloría divina, esperada salvación de los pueblos 137. Salve, verdadera escala de Jacob 138, monte humeante 139, arca de santificación 140, que está totalmente recubierta de oro, con el esplendor del Espíritu Santo; vasija dorada que contiene a Cristo; maná del cielo y alimento incontaminado para todos 141. Salve tú, para quien no rige aquello de parirás los hijos con tristeza 142 pues se ha cambiado en una maternidad jubilosa. Bendita tú entre las mujeres 143, por quien el pueblo creyente, al reconocer a Cristo, exclama: Bendito el que viene en nombre del Señor; el Señor es Dios y se nos ha manifestado 144. Bendita tú entre las mujeres, mística vid plantada por Dios, que extiendes tus frondosas ramas en la Iglesia, entre los escogidos, y de cuyo seno ha brotado para nosotros el racimo maduro de la incorrupción 145. Bendita tú entre las mujeres, campo cultivado por Dios, que nos ha dado la espiga de la vida, nacida sin simiente y llevada en tu seno, como en una gavilla. Bendita tú entre las mujeres, tierra deseable, de donde el alfarero tomó el lodo de nuestra naturaleza y reparó el vaso quebrado por el pecado 146. Bendita tú entre las mujeres, oh nueva Silo 147, en donde reposó el arca espiritual de la encarnación del Verbo de Dios y habitó corporalmente toda la plenitud de la divinidad 148. Bendita tú entre las mujeres, que eres la divina Dabir 149, en la que los excelsos maestros de la Santa Iglesia recibían oráculos celestiales y revelaciones proféticas 150. Bendita tú entre las mujeres, oh espiritual Belén, que, por voluntad divina y con el concurso de la naturaleza, has sido constituida y llamada la muy espiritual casa del Pan de vida, que habiendo habitado en ti, según su beneplácito, y mezclándose, sin confusión, con nuestra masa, hizo fermentar la descendencia de Adán, a fin de convertirla en pan viviente y celestial. Bendita tú entre las mujeres, pues descuellas sobre el tabernáculo de la ley y de las sombras y de ti procede el gran Besalel 151, Cristo Dios, el cual es la gracia y edificó para sí, con intervención del Espíritu Santo, un templo no hecho por manos humanas, o sea su cuerpo vivificado por el alma. Nada más podemos añadir, oh carísimo, a este merecido cántico nupcial, si no es recogiendo flores en los prados de la Sagrada Escritura para tejer místicamente una corona de alabanzas. No es posible que, si uno va recorriendo la Escritura divinamente inspirada, no encuentre por todas partes cosas que se refieren a María y, si tú mismo tomas con interés esta labor, verás muy claramente cuan grande es la gloria que Dios le ha concedido. Mira, pues, con cuántos y con cuan gloriosos nombres se la designa y celebra en la Escritura, como son, por ejemplo, los siguientes: virgen, jovencita, profetisa, tálamo nupcial, casa de Dios, templo santo, segundo tabernáculo, mesa santa, altar, propiciatorio, incensario de oro, santo de los santos, querubines de la gloria, vasija de oro, tablas de la alianza, vara sacerdotal, cetro real, diadema de hermosura, depósito del óleo de la unción, vaso de ungüentos, candelabro, humo vaporoso, antorcha, mecha de lámpara, vehículo, arbusto, roca, tierra, jardín, campo labrantío, fuente, cordera, gota y otros diversos nombres con que los insignes intérpretes del Espíritu Santo designan a María, a fin de interpretar místicamente las figuras simbólicas. Estos símbolos son, por ejemplo, los que mencionamos a continuación: zarza, por aquello que dijo Moisés: Iré a ver esta gran visión, ¿cómo es que arde la, zarza y no se consume* 152; retoño, como cuando Isaías dice: Brotará un retoño del tronco de Jesé y de su raíz se elevará una flor 153; raíz: Aparecerá la raíz de Jesé y el que se levanta para imperar en las naciones: en él las naciones esperarán 154; tierra santa: Moisés, Moisés, quítate el calzado de los pies, porque la tierra que pisas es tierra santa 155; tierra deseable: Despreciaron la tierra deseable 156; tierra productiva: La verdad brotó de la tierra 157; Teman: Vendrá Dios de Teman 158; monte: El Santo vendrá del monte umbroso y lleno de espesura 159. Se desprendió del monte una piedra, sin intervención de mano alguna 160. Monte en el que Dios se complace en habitar 161; olivo: Yo como olivo fructífero en la casa de Dios 162; arca: Levántate, Señor, y ven al lugar de tu descanso, tú y el arca de tu santidad 163; trono: Vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado y toda la casa llena de su gloria 164; puerta: Y me dijo el Señor: "Esta puerta estará cerrada y no se abrirá y nadie pasará por ella, porque el Señor Dios de Israel entrará y saldrá por ella y será puerta cerrada" 165; Sión: Vendrá de Sión el que salve y quite de Jaboc la impiedad 166. El Señor ha elegido a Sión, la ha elegido para habitación suya 167; madre: La madre Sión dirá: "Este y el otro han nacido en ella y es el Altísimo quien la ha cimentado" 168, y "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" 169; litera: Hízose el rey Salomón una litera de maderas del Líbano 170; lecho: Mirad el lecho de Salomón, rodeado de sesenta valientes de los más fuertes de Israel 171; volumen: Y miré y he aquí una mano extendida hacia mí y en ella el volumen de un libro y lo desenvolvió ante mí y estaba escrito por dentro y por fuera y me dijo: "Hijo de hombre, come este volumen" 172; libro: Serán para vosotros estas palabras, dice el Señor, como palabras de un libro sellado, que si lo dan a un hombre que conoce las letras, diciéndole: "Lee esto", dirá: "No puedo leer, porque está sellado" 173; tomo: Y el Señor me dijo: "Recibe este tomo nuevo y grande y escribe en él con estilo de hombre: date prisa en arrebatar los despojos, pues ya está cerca" 174; tenazas: Y me fue enviado uno de los serafines y tenía en sus manos un carbón encendido, que, con las tenazas, había tomado del altar, y tocó mi boca y dijo: "He aquí que esto ha tocado tus labios y te purificará de tus pecados" 175; virgen: He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo y su nombre será Enmanuel 176; profetisa: Acerquéme a la profetisa y ella concibió y parió un hijo y el Señor me dijo: "Ponle por nombre "Toma aprisa los despojos, haz la presa enseguida", pues, antes de que el niño sepa decir padre y madre, serán arrebatados la fuerza de Damasco y el botín de Samaría" 177; reina: A tu derecha está la reina con vestido recamado de oro y con variedad de adornos 178; amiga: Toda hermosa eres, amiga mía, y no hay en ti mancha alguna. Levántate, ven, amiga y esposa, ven aquí desde el Líbano (vendrás desde el principio de la fe). Tus labios destilan miel; miel y leche, oh esposa, hay bajo tu lengua y el perfume de tus vestidos es como aroma de incienso 179 hermana: ¡Qué hermosos son tus ojos, hermana mía, esposa 180; huerto: Huerto cerrado, fuente sellada 181; hija: Escucha, hija, mira, inclina tu oído, olvida, tu pueblo y la casa de tu padre y el rey se enamorará de tu belleza 182. Muchas hijas han obtenido riquezas, muchas han realizado maravillas, pero tú las sobrepasas y aventajas a todas 183; desposada: Fue enviado el ángel Gabriel, de parte de Dios, a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada, con un varón, llamado José, de la casa y familia de David, y el nombre de la virgen era María 184; nube: He aquí que el Señor se sentará sobre una nube ligera y entrará en Egipto y se derrumbarán los ídolos de Egipto 185; visión: Vi una visión de fuego y su resplandor circundante tenía, la apariencia del arco que se ve en las nubes en día de lluvia. Tal era el aspecto del resplandor en círculo. Esta visión era una semejanza de la gloria del Señor 186; electro: Y vi como una especie de electro, a manera de fuego, dentro y en derredor de él, desde la cintura hacia abajo 187; día y noche: El día transmite el mensaje al día, la noche comunica a la noche la noticia 188; cielo: Miró desde el cielo el Señor, vio a todos los hijos de los hombres 189. El cielo empíreo es para el Señor 190; Oriente: Reinos de la tierra, cantad a Dios, entonad salmos para el Señor, que asciende a lo más alto de los cielos por el Oriente 191; Ocaso: Disponed el camino para el Señor que asciende hacia el ocaso. Su nombre es el Señor 192; sol: Puso su tabernáculo en el sol 193 y es como el esposo que sale de su tálamo 194; ciudad: Cosas gloriosas se han dicho de ti, oh ciudad de Dios69. Está Dios en medio de ella y no será conmovida 195; ladrillo: Y tú, hijo de hombre, toma un ladrillo, póntelo delante y graba en él la ciudad de Jerusalén y pondrás cerco contra ella 196; lugar: Cuan terrible es este lugar, no es sino la casa de Dios y la misma puerta del cielo 197. Y me arrebató el Espíritu y oí detrás de mí la voz de una gran conmoción: "Bendita sea la gloria del Señor, desde su lugar" 198. No daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta que encuentre un lugar para el Señor, un tabernáculo para el Dios de Jacob 199; vellocino: Bajará como la lluvia sobre el vellocino y como gota que destila sobre la tierra 200; mujer: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre 201. Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley 202; bienaventurada: Bienaventurada tú que has creído, porque lo que se te ha dicho, de parte de Dios, se cumplirá 203. Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos en que mamaste 204; María: No temas, María, pues hallaste gracia a los ojos de Dios: he aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su padre y reinará sobre la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fin. Y dijo María al ángel: "¿Cómo será esto para mí, pues no conozco varón?", y el ángel le dijo: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra, por lo cual también lo que nacerá será llamado Santo, Hijo de Dios". Y dijo María: "Mi alma engrandece al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi salvador" 205.
¿Y quién no se admirará de que ella haya alcanzado tal excelsitud de llegar a ser Madre de Dios, lo cual es, en verdad, lo más extraordinario que pueda realizarse y que pueda ser escuchado? Hacedme caso y vayamos juntos hacia aquella a quien se dedica esta fiesta, con lo cual el discurso retornará de nuevo al asunto del que se ha desviado un poco. Ea pues, entonemos los himnos propios de este día y, escogiendo algunas cosas que resulten oportunas para los que aquí se han reunido, finalizaremos nuestro sermón.
La naturaleza humana, quebrantada por la antigua caída del primer padre, necesitaba que alguien la reformara y restaurara y, con voz apagada, clamaba al supremo Hacedor, diciendo: ¿Por qué, Señor, te has retirado lejos de nosotros? 206 y, con voz más fuerte, por medio de los profetas, se lamentaba de este modo: ¿Dónde están, Señor, tus antiguas misericordias que, por tu verdad, juraste a David? 207, ¿Dónde está aquel que quiere la misericordia? 208. No desdeñó, ni aplazó, ni dejó por largo tiempo el dar cumplimiento a promesas como estas: No te dejaré, ni te abandonaré 209, y lo que después dijo a los discípulos cuando iba a subir desde la tierra al cielo, del que nunca se había alejado: No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros 210. Lo mismo había prometido claramente también por los profetas, antes de su inefable encarnación.
Estando así las cosas y llegando ya el tiempo de dar cumplimiento a las promesas, mira lo que hizo para llevar a cabo la salvación de nuestra masa: no trajo desde fuera la herramienta, no reparó el vaso con una sustancia diversa, sino que del mismo barro y, como quien dice, purificando de escorias la misma masa, edificó para sí un templo precioso e inefablemente construido, en el cual Él mismo actuase como único y supremo pontífice y rey y, realizando sacerdotalmente nuestra reconciliación con su Padre, asumiera nuestra naturaleza, de un modo que trasciende la naturaleza, pero que concuerda con nuestra humana naturaleza. Dios se acordó de todos los seres que había creado, pues todas las gentes son obra suya: Se acordó de sus misericordias, que provienen desde antiguo 211. El Señor de los siglos se acordó de la alianza que hizo con los hombres; se acordó de ella y no la desdeñó, sino que al punto otorgó su beneficio; se acordó de David y de lo que antiguamente le había jurado, o sea que de su linaje surgirá Cristo, en quien el edificio de nuestra raza, que se había derrumbado, sería restablecido, igual que se levanta una tienda que ha caído. Así un milagro maravilloso se juntó con otro ponente también extraordinario 212.
Estando la virtuosa Ana muy afligida y apesadumbrada especialmente porque su esposo era cruelmente acosado por causa de no tener hijos, Dios liberó a ambos de la esterilidad y, habiendo escuchado sus súplicas concedió a la esposa estéril la prole que antes, por la plegaria, había sido sembrada y al marido le otorgó el fruto que la esperanza había hecho germinar; hallándose los dos áridos y agostados por el cálido viento de la esterilidad, les fue concedida una flor siempre lozana. Así se tornó fecunda la que antes era estéril y se convirtió en una rama floreciente la que no había tenido descendencia. ¿Qué cosa hay más venerable que esta procreación? ¿Qué puede haber más extraordinario que el prodigio por el cual una mujer estéril e infecunda dé a luz a la Virgen y ésta, que es la Madre de Dios, produzca una fruto de virginidad, salido de su vientre, que no recibió semilla y, permaneciendo intacto, resulto fecundo?
¿Por qué las cosas ocurrieron de esta manera? Indudablemente fue con la finalidad de que el excelso milagro de María hallara una confirmación en el de su madre. A María le aconteció lo que antes jamás había conocido la naturaleza humana: concebir sin unión de varón y tener un hijo que no fuera obra de un padre. Se realizó lo que supera la naturaleza: ella concibió, de un modo superior a la naturaleza, al Autor de la naturaleza y fue madre, prescindiendo de aquello que es propio de las madres, y el niño no tenía a quien llamar padre sobre la tierra, habiendo sido concebido sin semilla y dado a luz sin quebranto alguno de su madre. Ana, aunque cuente con diversos precedentes de mujeres estériles que obtuvieron la fecundidad, las sobrepasa a todas. Ellas, si bien fueron esposas de patriarcas y no sin razón merecieron ser liberadas, por un milagro semejante, de las ataduras de la esterilidad, fueron antepasadas muy antiguas de esta sagrada niña y vivieron en tiempos muy lejanos del milagro de la divina encarnación. Ana, en cambio, aparece posteriormente cuando ya se acercaba el final de los tiempos antiguos y ya estaba a las puertas el que iba en búsqueda de la dracma regia, o sea que venía a limpiar, con la intervención del divino Espíritu, aquella imagen impresa en nosotros y que había quedado oculta bajo el polvo. Benignamente se disponía, pues, a restaurar en sí mismo la humana naturaleza.
¿Cuál es ese polvo que ocultó nuestra nobleza? ¿De lo dicho no se deduce fácilmente, aunque no lo digamos nosotros, que nuestro Creador, examinando el polvo con que primero fuimos formados y después reformados, halló lo que en verdad buscaba? ¿Qué es lo que halló? El que, por naturaleza, está libre de toda pasión halló la primitiva imagen recubierta con todas las pasiones. Examinando el polvo de Adán, halló lo que buscaba: un material terreno, semejante a nuestro cuerpo, que fue instalado en un vientre santísimo y virginal. Nuestra espiga de vida halló este campo en el que germinó sin semilla y sin cultivo alguno, naciendo de un modo maravilloso. He aquí el polvo, la espiga y el campo, con que se ha operado nuestra restauración. Nuestro polvo ha sido regenerado y ha recobrado su antigua dignidad.
¿No ves cuantos misterios encierra la maternidad de Ana y que ella, con el milagro excelso de su gloriosa hija, ha superado a todas las anteriores mujeres liberadas de la esterilidad? ¿Te das cuenta de la importancia que tuvo el que ella concibiera a esta niña, María la Virgen inmaculada, escogida por Dios? ¿Qué otra mujer ha podido ser admirada por tantas y tan grandes maravillas? Puesto que nuestro discurso es incapaz de alcanzar aquella altura de contemplación que corresponde a una tan grande excelsitud y no puede ya pasar más adelante, dirijamos, sin embargo, algunas palabras a la Madre del gozo, celebrando su dicha. Es hermoso, en efecto, que concluyamos el sermón aclamándola a ella con alegría.
¡Salve, llena de gracia! ¡Salve, oh gloriosa! ¡Salve, ofrenda de salvación, que ofreces a todos la alegría! ¡Salve, incensario de oro, lleno de perfumes en verdad espirituales, pues llevas contigo a Cristo, aroma espiritual compuesto de naturaleza divina y humana, que en el fuego, que es la divinidad, sin confusión, ni división, hace sentir la fragancia de su carne, dotada de alma y vida! ¡Salve, oh tabernáculo no hecho por manos humanas, sino construido por Dios, en el que una sola vez, en los últimos tiempos, ha entrado el único Dios y Sumo Sacerdote, para oficiar dentro de ti, de un modo misterioso, para el bien de todos! ¡Oh segunda cortina del Santuario, donde se halla el universal propiciatorio y la venerable sombra de los querubines 213, tú, llevando en el vientre al mismo Señor del santuario, lo cubriste con el velo de tu seno! ¡Oh candelabro de las siete lámparas 214, adornado con las siete luces de los dones derramados por el Espíritu Santo! ¡Oh lucerna inextinguible de la luz que todo lo ilumina y místicamente alimentada por el óleo de la unción!
¡Salve, altar en el que místicamente es ofrecido, como sacrificio vivo, el cordero que es Cristo! ¡Oh mesa de la iniciación divina, que, de modo inefable, supera todo sagrado ministerio, ya que encima de ella está el pan celestial, Cristo, cordero ofrecido y víctima inmolada en provecho de todos y que da la vida a quienes lo reciben! ¡Oh vaso sagrado del culto espiritual, en que Dios es sacrificado en la carne y santifica a todos y, conviviendo mística y familiarmente con los hombres, permanece entre ellos, aceptando estar en las manos de los pecadores, ser ofrecido a unos labios de barro y mezclarse con el polvo de nuestra carne, aunque sin perder su identidad! 215.
¡Oh inefable anonadamiento! 216 ¡Oh qué inmensa bondad! Dios ha hecho estas cosas en favor nuestro, a través de una mujer de nuestra raza y condición. Esta mujer, sin embargo, fue dotada de una hermosura espiritual tan extraordinaria y peculiar, que Cristo, que es la inexpresable hermosura, se ha prendado de esta belleza y ha escogido a esta singular creatura para madre suya en su segundo nacimiento 217 que se ha realizado sin obra de padre. Es tal la hermosura, la dignidad y la pureza del cuerpo de la Virgen, que ha merecido albergar en su seno la majestad incorpórea, incomprensible e infinita de una de las tres Personas divinas.
Esta mujer elegida es María la Madre de Dios; refugio de todos los cristianos; primera reparación de la primera caída de nuestros primeros padres; retorno a la inocencia para el corrompido género humano; antigua visión misteriosa y espiritual de la zarza de Moisés 218; vellocino de Gedeón 219 que, al verlo él humedecido desde el cielo por una silenciosa lluvia, lo consideró como un signo para el asunto que llevaba entre manos y le había sido anunciado en el sacrificio; púrpura de David divinamente bordada, que al Dios hecho hombre proporcionó la carne de David, que asumió como purpúrea vestimenta; trono de querubines, magnífico, ígneo, sublime, que llevó en el seno al Rey y Señor de los ejércitos; dintel del santuario de los cielos, donde están los serafines, que con unas alas cubren su faz, con otras sus pies y con otras vuelan, entonando un excelso y sublime cántico y siendo imposible contemplar la magnitud de esta gloria 220; puerta del cielo, por la cual solamente ha pasado el Señor de los cielos y a nadie ha permitido el paso, ni antes, ni después de Él 221.
Alégrate por razón de María, oh cielo, pues ella, siendo semejante a ti, ha sido capaz de llevar en su seno al Señor que tú no puedes abarcar; salta de gozo, oh tierra, por María, ya que su maternidad, aproximándote al cielo, ha transformado en celestiales a los seres terrenos; aplauda también el mar por el milagro de la Virgen, pues Cristo, el que de ella ha nacido, al ser bautizado en el agua, santificó este elemento.
Alégrese toda la creación, salte de gozo y aplauda con sus manos, pues hoy nos ha nacido una niña, a través de la cual nos llega la salvación y viene a nosotros el Redentor de todo el mundo, Cristo Jesús, el Verbo de Dios, el que es y que era y que vendrá 222 y permanece por los siglos. Junto a Él pongamos término a nuestro sermón acerca de la Virgen, que hemos conducido como por un dilatado mar. Al Dios que es Trinidad y es adorado como Padre, Hijo y Espíritu Santo, a esta Santidad en Trinidad ofrezcamos la gloria, el honor y la adoración, ahora y por todos los eternos siglos de los siglos. Amén.
HOMILÍA V
EN LA ANUNCIACIÓN DE LA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS Y SEÑORA NUESTRA
Llega hoy para todos el gozo que repara la anterior ruina. El que está en todas partes viene para llenar de gozo todo el universo. ¿De qué forma viene? No escoltado por una guardia, ni conduciendo un ejército de ángeles, ni pregonando a voces su entrada, sino silenciosamente y sosegadamente, a fin de que su venida resulte desconocida para el príncipe de las tinieblas y, mediante este prudente arbitrio, sea cautivada la serpiente y despojado de su botín el dragón asirio que había reducido a esclavitud al hombre, privándolo de su antigua nobleza 223. La infinita misericordia divina no permitió que quedara perjudicado el hombre, para quien había desplegado los cielos, afirmado la tierra, difundido el aire, extendido el mar y constituido toda la naturaleza visible.
Es por eso que Dios vino a la tierra desde los cielos y se hizo presente entre los hombres y el que no puede ser abarcado se albergó en el seno de la Virgen. Así es como la naturaleza humana acoge los inicios del gozo y el comienzo de su divinización y, desechando las muy engañosas riquezas del pecado, es adornada como esposa destinada para el Creador; nuestra primera hechura se transforma y adquiere una nueva disposición y el mundo envejecido se despoja de la decrepitud que proviene del pecado. En consecuencia, alégrese el cielo en lo alto y las nubes derramen la justicia. Que los montes destilen dulzura y los collados alegría, porque el Señor ha tenido piedad de su pueblo 224. Hoy, efectivamente, se manifiesta el misterio escondido desde los siglos 225 y todas las cosas obtienen en Cristo su recapitulación 226. Hoy el poder creador de todas las cosas lleva a término lo que había predeterminado y realiza lo que tenía previsto hacer en favor nuestro, venciendo al autor de todo mal. Por eso cantan a coro los ángeles, se alegran los hombres y todo el mundo renovado vuelve a ser como en un principio. ¿Qué mente o qué lengua pueden abarcar todo esto? No hay palabra que pueda expresarlo, ni oído que pueda percibirlo.
Con razón, pues, se ha instituido la brillante y gozosa fiesta de este día y todos celebramos exultantes la elevación de nuestra humana naturaleza. ¿Qué representa esta festividad y cuál es su grandeza? Se trata del gozo de toda creatura y de la restauración de todo el género humano. Hoy se hacen unos anuncios gozosos, se manifiesta la benignidad de Dios y la alegría de la salvación del mundo entero. ¿De dónde y de parte de quién vienen estos anuncios y a quién van dirigidos? Vienen del cielo, de parte de Dios, y se dirigen a una virgen, desposada con cierto varón. ¿Quién es esta virgen y quién es el varón? ¿Cómo se llaman? Ella se llama María y él José y ambos pertenecen a la estirpe de David. ¿Quién es el mensajero y de dónde viene? Es el arcángel Gabriel, que es enviado de lo alto con este extraordinario ministerio. Convenía, ciertamente, que fuera un embajador del Altísimo que, bajando del cielo a la tierra, sirviera de mensajero del misterio que supera toda maravilla. ¿Cuál es este misterio? El de que Dios se abajara hasta nosotros, nos manifestara su misterioso plan de salvación, escondido desde los siglos, y realizara lo que su divina voluntad había determinado. ¿Dónde, cuándo y con qué fin se llevaron a cabo estas cosas? En Nazaret, ciudad de Galilea, en el sexto mes desde la concepción de Juan 227 y con el designio de anunciar al que había de albergarse en el seno de María. Así pues, Gabriel, volando desde lo alto de los cielos hasta una habitación terrena, llegó a Nazaret y, entrando en la casa de la Virgen, sin alarde alguno comunicó el mensaje de la inefable obra de la salvación. Este es el misterio de la divina reconciliación con los hombres 228. Esto es lo que celebramos festivamente: la proximidad de Dios a los hombres, la divinización de lo que por Él ha sido asumido, la restauración de nuestra imagen, el cambio hacia lo mejor, la exaltación y subida hacia los cielos.
Por eso hoy todas las cosas experimentan una gran alegría y todo el conjunto de las potencias celestiales aprueban nuestra reconciliación con Dios, pues les resulta muy agradable nuestra enmienda y nuestro camino de rehabilitación y de progreso, pues ellos son muy compasivos y bondadosos con los hombres, como enviados que son para el servido de quienes han de alcanzar la herencia de la salvación 229, Regocíjense, pues, hoy todas las cosas y salte de júbilo la naturaleza, pues todo el cielo se manifiesta y la tierra secretamente recibe al Rey universal. Nazaret, imitando al Edén, recibe dentro de sí al que plantó el Edén, el Padre de las misericordias desposa a su Unigénito con la tan distanciada humanidad y Gabriel, desempeñando su ministerio, saluda a la Virgen con el "Ave" y a través de ella, que es hija de Adán y de David, se adquiere de nuevo aquel gozo que la primera madre había destruido. Hoy el Padre de la gloria, compadecido de la humana naturaleza, corrompida en Adán, la mira con ojos propicios. Hoy Aquel que tiene entrañas de piedad manifiesta el abismo de su más extraordinaria misericordia y hace derivar hacia la naturaleza humana su compasión, como si quisiera cubrir el mar con una inmensa abundancia de aguas 230. Era conveniente que Aquel desde el cual, por el cual y en el cual subsisten todas las cosas 231, por su misericordia, cambiara la condena de nuestra antigua ruina y, uniéndola a su gloria, glorificará la naturaleza que en Adán había perdido su dignidad, y era también oportuno que la verdad desmintiera el consejo dado por el padre de la mentira, por el cual había venido la primera prevaricación, que representó la ruina de la descendencia de Adán. Por eso el gran rey David, el que es antepasado de Dios 232, en los salmos se expresa así: La misericordia y la verdad se han encontrado, la justicia y la paz se han besado 233. ¿Por qué dice esto, sino para poner de manifiesto la misericordia que el Hijo, según el beneplácito del Padre, ha tenido para con nosotros? Efectivamente, siendo dispensador de piedad, se ha hecho semejante a nosotros, pero sin el pecado, para destruir el pecado, levantarnos a nosotros, caídos en el pecado, y recomponer aquello que estaba quebrado, dejándolo sin rotura alguna. Su manifestación a los hombres ha sido real y no una mera apariencia. No se trata, como alguien ha podido decir, de que haya asumido nuestra carne simuladamente, sino con toda verdad, por amor a los hombres y según la misma naturaleza humana, haciéndolo así el que está por encima de toda naturaleza y concediéndonos una participación de su divinidad, realizando su obra salvadora no en apariencia, sino en la realidad de la carne, aunque sin sufrir cambio alguno en su esencia divina.
La palabra profética dice: La misericordia y la verdad se encontraron y, con razón, añade: La justicia y la paz se besaron. La justicia es la sentencia contra el que agravió a nuestros primeros padres. ¿Cuándo y por quién fue pronunciada? En el día de hoy y por el Padre celestial. El que, por su naturaleza, es misericordioso determinó justamente que su Hijo unigénito se manifestara con nuestra propia naturaleza, para condenar a nuestro adversario. La paz es la que, al nacer el Hijo de Dios, el Príncipe de la paz, fue proclamada por el coro de los ángeles, al cantar: Gloria a Dios en las alturas, paz en la tierra y, entre los hombres, buena voluntad 234. La gloria que el género humano ha obtenido en Cristo es, según lo expresa el gran Apóstol, que haya sido levantado por encima de los cielos y sobre todos los principados, potestades y virtudes 235. La paz es la que Cristo, como mediador 236, nos ha traído, uniendo lo terreno con lo celestial y ofreciendo a quienes están sobre la tierra un nuevo camino para subir a los cielos. La buena voluntad es aquella que el Padre nos ha demostrado, a nosotros reos del pecado, enviándo-nos a su amado Hijo, demostrando la complacencia que tiene en Él y poniéndose de manifiesto, por parte del Hijo, su total acuerdo con la voluntad del Padre, al realizarse la obra de nuestra salvación. Esto es lo que ahora celebramos. Gabriel, en el día de hoy, desempeña el encargo recibido y, actuando como mensajero entre Dios y los hombres, es el primero en anunciar a la Virgen la prenda de una total reconciliación.
El Padre de las misericordias, apiadándose del género humano que había conocido la ruina, a causa de su caída en el pecado, y acordándose de la obra de sus manos y no sufriendo el ver a los hombres sumidos hasta el fin en la desgracia, primero puso en manos de Moisés la ley escrita en tablas de piedra, pero, como la ley escrita nada hubiese llevado a la perfección 237, envió a hombres portadores del Espíritu, o sea los profetas, videntes escogidos, para que enseñaran a todos los buenos caminos de Dios; pero aquellos a quienes habían sido enviados tenían obstruidos los sentidos y no se convirtieron. A pesar de todo, el Creador no miró con desprecio nuestra naturaleza, sino que, desde su seno purísimo y lleno de bondad, llamando a su Hijo que es igual a Él en el poder, la majestad y la bondad, nos lo envió a nosotros, indignos de sus beneficios, que hemos alcanzado las postrimerías de los siglos 238, pensando que era mejor que se realizara la salvación de quienes habían cometido maldades y que no quedara sumida en el desprecio una obra tan singular dentro de la creación.
A uno de los principales ángeles, al que había destinado para este sagrado anuncio, haciéndole, según pienso, alguna señal propia de la majestad divina, le dijo: "Gabriel, ve a Nazaret, ciudad de Galilea, donde habita una joven virgen, desposada con un varón llamado José, y María es el nombre de esta virgen" 239. "¿A Nazaret -pregunta el ángely con qué finalidad?". El motivo es que la hermosura de esta virginidad ha resultado tan agradable a Dios, que ha escogido a esta doncella, como rosa surgida entre espinas, y también que hay una profecía que dice: Será llamado nazareno 240. ¿Quién es este nazareno? Es aquel a quien Natanaeí proclamará Hijo de Dios y Rey de Israel 241. Por lo demás, es propio de Gabriel servir de ministro en los divinos misterios, como sabemos por Daniel 242.
"Encamínate, pues, a Nazaret, ciudad de Galilea, y apenas llegues comunica a la Virgen el anuncio del gozo perdido por Eva y cuida de no perturbar el espíritu de María". Se trata, efectivamente, de un anuncio de alegría y no de desgracia, de un saludo agradable y no angustioso. ¿Cuándo ha tenido o tendrá jamás un gozo tan grande la naturaleza humana, sino al hacerse partícipe de la naturaleza divina y producirse una unión tan íntima y singular con la misma sustancia divina? ¿Qué puede haber más admirable que el contemplar que Dios haya condescendido a entrar en el seno materno de una mujer? ¡Qué gran prodigio! En las entrañas de una mujer habita Dios que tiene por trono los cielos y la tierra es el escabel de sus pies 243; en el seno de la Virgen se halla el que es Dios y, estando sobre los cielos, reina con el Padre, desde toda la eternidad. ¿Qué hay de más extraordinario que ver a Dios en forma humana, sin que haya dejado nada de su divinidad, y observar que así la naturaleza humana está estrechamente unida a su Creador y que, habiendo antes caído en el pecado, ahora se encuentra revestida de la divinidad?
¿Qué hizo Gabriel? Apenas oyó estas cosas y conoció lo que había sido establecido por divina disposición, pero que resultaba superior a sus fuerzas, se encontraba entre el temor y el gozo, como quien no se arriesga a actuar al momento y, por otra parte, no cree conveniente oponerse a lo determinado. Sin embargo, obedeciendo al mandato divino, voló hacia la Virgen y, llegando a Nazaret, se acercó a la casa.
Pienso que entonces, como quien está cavilando y reflexiona sobre sus propios pensamientos, se decía interiormente: "¿Cómo desempeñaré este mandato divino? ¿Entraré repentinamente en el aposento? El ánimo de la Virgen podría asustarse. ¿Me acercaré poco a poco? Entonces la joven podría pensar que voy furtivamente. ¿Tocaré a la puerta? Esto no es propio de los ángeles, pues quien es incorpóreo no encuentra obstáculos materiales. ¿Abriré primero ía puerta? Yo puedo entrar aunque esté cerrada. ¿Llamaré a la Virgen por su nombre? Esto podría causarle temor. Voy a actuar, pues, acomodando mi empeño a la voluntad del que me envía, ya que su propósito es la salvación del género humano, lo cual, aunque aparezca como algo extraordinario, es un misterio de reconciliación colmado de misericordia".
El ángel continuaba haciéndose estas reflexiones: "¿Cómo me presentaré a la Virgen? ¿Qué le diré primero? ¿El anuncio del gozo o que mi Señor habitará en ella? ¿La venida del Espíritu Santo o la sombra del Altísimo que se posará sobre ella? Saludaré con el "Ave" a la Virgen y le daré a conocer el milagro. Me acercaré, la saludaré con el "Ave". Este saludo afectuoso será una buena entrada para la confianza. Vaya por delante el "Ave", como prenda de la conversión que ha de seguir después. El "Ave" no sólo no causará ningún temor a la doncella, sino que, desde un principio, tranquilizará su ánimo. Empezaré con la manifestación del gozo, puesto que llevo un mensaje de alegría. Es conveniente saludar con un anuncio gozoso a la Reina del gozo. Gozosa es la actuación, feliz el tiempo, agradable el mandato; existe una voluntad de salvación y el inicio de un gozo inacabable".
Después de que el arcángel tomó, dentro de sí, estas determinaciones, se presentó en la morada de la Virgen y, llegando al aposento donde ella se encontraba, se acercó silenciosamente a la puerta y, entrando, le habló con suave voz, dicíéndole: Salve, llena de gracia, el Señor está contigo 244. El que existe desde antes que tú, hoy está contigo y de aquí a poco nacerá de ti. Lo uno es en cuanto a la eternidad, lo otro en cuanto al tiempo. ¡Oh inmensa bondad y clemencia! Esto no es sólo anunciar el gozo, sino también el autor del gozo, el cual va a nacer de la Virgen. El Señor está contigo significa claramente que quien se hace presente es el propio Rey que toma enteramente de ella su cuerpo, sin apartarse de su propia gloria.
¡Salve, llena de gracia, el Señor está contigo! ¡Salve, oh procuradora del gozo, por medio de ti ha desaparecido la sentencia de nuestra ruina y, en su lugar, se ha proclamado el decreto de nuestra felicidad! ¡Salve, verdaderamente bendita! ¡Salve, esclarecida! ¡Salve, magnífico templo de la gloria divina! ¡Salve, palacio sagrado del Rey! ¡Salve, tálamo en que Cristo se desposó con la humana naturaleza! ¡Salve, elegida por Dios desde el principio! ¡Salve, reconciliación de Dios con los hombres! ¡Salve, tesoro de vida inmaculada! ¡Salve, cielo altísimo, en que habita la gloria del Sol eterno! ¡Salve, tú que eres la única que has llevado dentro de ti al Dios que es del todo inabarcable! ¡Salve, tierra santa y virginal, de la cual, de un modo inefable, ha sido formado por Dios el nuevo Adán, que salvó al antiguo! ¡Salve, levadura sagrada, destinada por Dios a fermentar de nuevo toda la masa humana, para que, convertida en pan, por el cuerpo de Cristo, alcanzara una maravillosa cohesión! ¡Salve, llena de gracia, el Señor está contigo, el mismo que dijo: Hágase la luz, hágase el firmamento 245 y las demás obras magníficas de su poder creador! ¡Salve, madre del gozo perenne! ¡Salve, nueva arca de la gloria, en quien reposó el Espíritu divino, después de haber descendido de lo alto; arca en la que el que es santo por naturaleza asumió la santificación de una nueva gloria, por el extraordinario misterio de la Encarnación en el seno virginal, sin dejar, ni cambiar lo que era, puesto que es inmutable, sino asumiendo lo que no tenía, por amor al hombre! ¡Salve, ánfora de oro, que contienes a Aquel que hace dulce el maná y que hizo brotar miel de la piedra, para el ingrato pueblo de Israel! 246. ¡Salve, seráfica tenaza del místico carbón! 247. ¡Salve, espejo de un conocimiento profundo y anticipado, a través del cual los insignes profetas, iluminados por el Espíritu Santo, vieron místicamente el acercamiento a nosotros de la ilimitada fuerza de Dios! ¡Salve, dioptra 248 de felices augurios, mediante la cual los que estaban sumidos en la oscuridad y sombras del pecado, viendo al Sol de justicia que gloriosamente venía de lo alto, han sido plenamente iluminados! ¡Salve, ornamento de todos los profetas y patriarcas y anuncio exactísimo de los inescrutables decretos de la sabiduría divina!
Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre 249. Con razón eres bendita, pues te ha bendecido Dios y has sido su tabernáculo, cuando inefablemente llevaste en tu seno a Cristo Jesús, verdadero hombre del todo lleno de la gloria del Padre y verdadero Dios, pues posee perfectamente ambas naturalezas. Bendita tú entre las mujeres, pues en el inviolado depósito de tu virginidad libremente contuviste el tesoro celestial en que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia 250. Bendita en verdad eres tú, cuyo seno es como montón de la era 251, pues, sin semilla, ni cultivo, has fructificado, dándonos a Cristo, fruto de bendición y espiga de inmortalidad, y has producido abundante cosecha de miles de millares de personas llevadas por el cultivador al gozo de la salvación. Bendita eres verdaderamente, tú que escogida entre todos y preparada de antemano como madre de tu Creador, quedaste libre de lo que es común a toda maternidad, pues tu singular virginidad no ha sido destruida por ser madre y por dar a luz, puesto que Aquel que es fruto virginal de tu seno ha conservado incólumes los sellos de tu pureza. Bendita tú, en verdad, que has concebido sin conocer varón, pues el que extendió los cielos, ha transformado en cielo la tierra de tu virginidad. Bendita, tú entre las mujeres, escogida para heredar la bendición que, a través de Abraham, prometió Dios a los pueblos 252. Bendita tú en verdad, porque has sido constituida madre de tu bendito hijo Jesucristo nuestro Salvador y, gracias a ti, el pueblo ha podido aclamarlo, diciendo: Bendito el que viene en el nombre del Señor 253, y también: Bendito sea el nombre de su gloria por los siglos y toda la tierra se llenará de su gloria. Amén. Amén 254.
Bendita eres entre las mujeres, tú a quien llaman bienaventurada las generaciones 255, a quien glorifican los reyes, veneran los príncipes, suplican los poderosos del pueblo y acompañan las vírgenes, precediéndote unas y siguiéndote otras, para entrar juntas en el santuario del Rey 256. Bendita eres entre las mujeres, tú a quién, con mirada profética Isaías llamó profetisa y virgen 257 y también certeramente designó como ladrillo huerto, visión y encabezamiento del libro, tratándose de aquel volumen cerrado con sellos 258. Bendita tú, verdaderamente, a quien Ezequiel denominó... Oriente 259 y puerta cerrada, por la que sólo Dios había de pasar y de nuevo quedaría cerrada 260. Tú sola eres verdaderamente bendita, a quien Daniel, varón de deseos, contempló como monte grande 261, el admirable Habacuc vio como monte umbroso 262 y tu antepasado, el rey David, te ensalzó proféticamente como monte de Dios, monte fértil, monte cuajado, monte donde Dios se complace en habitar 263. Bendita eres entre las mujeres, tú a quien Zacarías, muy buen observador de los divinos misterios, vio como candelabro de oro de siete lámparas 264, adornado y resplandeciente con los siete dones del divino Espíritu.
Bendita, verdaderamente, eres tú, paraíso espiritual del árbol de la vida que trae la salvación, tú que llevas contigo real y visiblemente a Cristo, el que plantó el Edén y que, saliendo de tu fecundo seno, riega la faz de la tierra, cual río de inefable poder, por la cuádruple corriente del Evangelio 265. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Habiendo comido de este fruto, Adán nuestro primer padre vomitó aquel antiguo alimento con el que fue engañado 266. De este fruto es de donde procede el endulzamiento de aquel árbol amargo, con lo cual la humana naturaleza ha sido purificada. De este fruto dimanan también las copiosas aguas surgidas en el desierto, por donde Israel andaba errante, y que en Mará fueron convertidas en dulces 267; del mismo fruto proviene aquel nuevo pan llovido del cielo y no cosechado por el cultivo de la tierra 268. Bendito aquel fruto que, por medio de Eliseo, con la aspersión de la sal, convirtió en potables y fecundas las aguas amargas y estériles 269. Bendito el fruto que brotó del incontaminado germen del seno virginal, como racimo de uva ya maduro y maravillosamente ennegrecido. Bendito el fruto del que brotan las fuentes del agua que salta hacia la vida eterna 270, fruto del que procede el pan de vida que es el cuerpo del Señor y el cáliz de inmortalidad, que es bebida de salvación. Bendito el fruto al que aclama como santo toda lengua en el cielo, en la tierra y en el abismo 271 con la triple invocación a la divina Trinidad 272, atribuyéndole unidad en su esencia y distinguiendo la diversidad de personas que están unidas en un solo poder. Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Ella se turbó con estas palabras y discurría qué podría ser esta salutación 273. El texto evangélico dice que se turbó, pero esto no fue en modo alguno porque la incredulidad afectara su ánimo, sino más bien por precaución ante lo insólito de la aclamación, temiendo que aquella visión quizá podría resultar un presagio de infortunio. No le acaeció, sin embargo, nada desagradable, como antes le ocurrió a Zacarías en el atrio del santuario, cuando se mostró incrédulo y, por castigo, su esterilidad se transformó en mudez 274.
Siendo ella pura y estando exenta de toda mancha, hallándose, además, apañada del trato con cualquier varón y acostumbrada a ocupar su ánimo en una constante contemplación de las cosas celestiales, resultó que el expresado saludo le produjo turbación. Era, en efecto, normal y conveniente que ella se quedara de momento ansiosa y examinara lo que se le había dicho, no prestando oídos a su interlocutor de un modo irreflexivo. Por eso, muy oportunamente hace notar el evangelista que ella discurría qué podría significar aquel saludo, como si sometiera su propio pensamiento al tribunal de su mente pura, a fin de no aceptar irreflexivamente lo que se le comunicaba. Es lógico pensar que, siendo ella de noble condición y de la descendencia de David, no ignoraba lo que contienen las divinas Escrituras, de manera que al punto dirigiría su pensamiento hacia la caída de la primera madre, reflexionando sobre el engaño que sufrió y sobre los otros asuntos que aparecen en las historias antiguas. No sin razón, pues, el evangelista la presenta reflexionando, a fin de hacernos ver cuánta era su inteligencia y qué sabiduría más notable, firme y segura poseía, sin que hubiera en su conducta ligereza alguna. No era conveniente, en efecto, dar asentimiento a una tal salutación, sin someterla antes al examen de un recto juicio 275.
Deseando María apaciguar la turbación de su ánimo, no dijo nada, sino que, con una actitud un tanto dubitativa, demostraba, sin palabras, cuál fuera el estado de su espíritu acerca de lo que podría significar una tal salutación, como si dijera: "¿Acaso yo voy a ser la única entre las mujeres que establezca un nuevo sistema en la naturaleza? ¿Por ventura es posible que yo pueda llevar fruto en mi seno, sin estar unida a un varón? ¿Qué significa una tal salutación? ¿Quién es y como ha entrado aquí el que me trae este mensaje? Parece como si no tenga cuerpo, ¿será un ángel?, pero en realidad, habla como un ser humano. No comprendo lo que veo y estoy en una gran incertidumbre respecto del que me habla".
¿Qué hizo entonces Gabriel? Apenas se dio cuenta de la turbación de la joven, enseguida le dirigió la palabra, diciendo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios 276. Primero reprimió el temor y seguidamente suscitó la confianza, diciendo: No temas, porque has encontrado grada ante Dios, o sea has hallado la gracia que perdió Eva. Nombrando la gracia, aclaró lo que hubiera de ambiguo en su manifestación y lo que hasta entonces pudiera parecer inseguro o equívoco. Con las palabras has hallado gracia ante Dios, hizo desaparecer todo el temor de la Virgen. No temas, María, no es fraudulenta mi actitud, ni he venido con intención de engañar. No te habla la serpiente con sus silbidos, ni yo te hablo como un mensajero terrestre. Vengo desde lo alto, trayéndote una buena nueva, que no es una simple buena noticia, sino una buena nueva llena de gozo. No temas María. Este mensaje no es de burla, ni es un anuncio de tristeza.
El Señor está contigo, el Señor que es el dispensador de toda alegría, el Salvador de todo el mundo. Contigo está el que no se ha separado del seno del Padre, pero que se aloja en tu seno. Te he llamado llena de gracia, para manifestar el gozo del misterio en ti realizado. Llena de gracia, tú que has albergado en tu seno toda la gracia y la vestidura graciosa y espléndida de los dones divinos 277. He dicho que el Señor está contigo, para indicar el poder del que a ti ha venido y que es el Señor, Dios poderoso, Príncipe de la paz y Padre del siglo futuro 278; es el hijo de una virgen y el Salvador de todo el mundo. El Señor está contigo, la gracia y la verdad están contigo, o sea el Señor de la ley, el Padre de la gracia, la fuente de la verdad. No temas, María, el Señor está contigo; el que tiene poder sobre todo señorío, el Hijo del Padre de las luces, engendrado por Él desde toda la eternidad y que, en el tiempo, ha nacido de ti, por la carne; el que está arriba, totalmente en el seno del Padre, y abajo, totalmente en tu vientre. Está contigo y en ti, pues se apresura a venir a ti y, entrando en tu seno, tiene cabida y encuentra lugar en él, a pesar de que, por naturaleza, es inabarcable.
No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios, aquella gracia que no recibió Sara, que no conoció Rebeca, que ignoró Raquel. Has hallado la gracia que no merecieron la famosa Ana, ni su rival Fenenna. Éstas, efectivamente, por más que de estériles pasaron a ser madres, perdieron a la vez la esterilidad y la virginidad, tú, en cambio, siendo madre, conservas intacta la virginidad. No temas, por tanto, ya que has hallado gracia ante Dios, gracia que, desde un principio, nadie ha encontrado como tú, pues ¿quién ha podido jamás tener una gracia tan excelente ante Dios?
Has hallado gracia ante Dios y he aquí que concebirás en tu seno y darás a luz a un hijo y le pondrás por nombre Jesús 279. ¡Oh qué gran milagro! Primero el ángel aclara la dificultad que tenía perpleja a María, para luego ofrecerle la explicación de las palabras. Observa cuántas cosas realiza en pocos momentos: calma el temor, anuncia la gracia, declara la maternidad, profetiza el nacimiento, manifiesta la imposición del nombre del que ha de nacer y no acaba aún con esto la comunicación, sino que, a fin de manifestar el poder del que está en el seno materno, añade enseguida: Este será grande y se llamará Hijo del Altísimo y el Señor le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin 280.
¿No ves cómo elimina el temor de la Virgen y cuánta confianza proporciona a su espíritu? Diciendo que el que ha de nacer es el Hijo del Altísimo y mencionando a David como padre suyo, hace que al instante se eleve a gran altura la mente de María, como a continuación se declara. Fíjate en la prudencia de la Virgen, pues, habiendo oído estas cosas y conocido la suprema y firme decisión de la voluntad divina, dice al ángel: ¿Cómo será esto, pues no conozco varón? 281, Sorprendente es lo que me ofreces, pues me anuncias una cosa que traspasa los límites de la naturaleza. Estoy exenta de matrimonio; me hallo prometida, pero no entregada al varón; estoy desposada, pero no conozco a José como marido; vivo con mi esposo, pero él no comparte mi cámara; mi seno no ha recibido semilla, ni ha experimentado cultivo. ¿Cómo será esto, pues no conozco varón? ¿Voy a ser la única a quien la naturaleza haga madre, sin la unión matrimonial? ¿Acaso yo sola voy a conocer una especial maternidad, que esté por encima de la naturaleza? No se han realizado las nupcias, no he experimentado ninguna relación de matrimonio. No me he unido matrimonialmente a José; le reconozco como mi custodio, no como mi marido. ¿Cómo, pues, podrá ser esto?
Al punto contesta Gabriel, contrarrestando lo limitado de la pregunta con lo elevado de la respuesta. "¿Por qué dices esto, oh bienaventurada? ¿Por qué pronuncias tales palabras? Yo vengo del cielo, presentándote un nuevo y excelso modo de efectuarse la concepción. No te hablo de una manera terrena. Te he dicho: El Señor está contigo y tú, como si dudaras, me dices: ¿Cómo será esto? Yo te anuncio que ha de estar en tu seno Aquel por quien he sido enviado y tú me hablas del varón y de un nacimiento de aquí abajo y dices: ¿Cómo será esto? Observa cómo floreció la vara 282, como brotó agua de la piedra, cual si estuviera encinta 283, como prendió el fuego en la zarza, sin consumirla 284. Si das fe a todo ello, no dejes de creer también en lo que te digo. El que realizó aquellas cosas es el mismo que llevas en tu seno. Serás madre de un modo nuevo y sobrenatural, dispuesto por Dios. No será como en el caso de Isabel o de Ana, tu madre, pues ellas fueron madres al ser fecundadas por semilla humana, tú, en cambio, lo serás sin semilla y sin intervención de varón".
Si quieres saber el modo cómo esto se ha de realizar, te lo manifestaré abiertamente: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra 285, pues no has de dar a luz por voluntad de la carne, ni ha de mediar placer carnal alguno, para que la Madre de Dios conciba a su Hijo, pues esta maternidad traspasa los límites de la naturaleza. Si este parto está totalmente libre de lo que es propio de la naturaleza, es lógico que se halle investido de una dignidad superior. Al revés de lo que ocurre siempre, ninguna aflicción se manifiesta en este excelso alumbramiento y nadie, fuera de ti, ha conocido algo semejante. El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra. Mira cómo se manifiesta el misterio trinitario. Al decir Espíritu Santo se hace referencia al Paráclito; con la expresión el poder (del Altísimo) se designa claramente al Hijo, y al mismo tiempo, con la palabra Altísimo se alude a la persona del Padre. Al decirse: te cobijará con su sombra^ según mi parecer, se indica lo que Habacuc observó con aguda visión profética, designando a la Virgen como monte umbroso 286, con lo cual muy expresivamente se refiere al poder del Espíritu que cubre con su sombra a la que ha suscitado, como excelso tabernáculo, para realizar el misterio de la Encarnación, a fin de que en su seno, como en un desierto en que no existe mancha ni corrupción alguna, fabricase el santuario, no hecho por manos de hombres, que es el cuerpo de Cristo, como se verá a continuación.
El que nacerá será santo y se llamará Hijo de Dios 287, pues el que se ha hecho un niño, por el beneplácito del Padre Santo y por obra del Espíritu Santo, existe desde siempre y con razón será santo y se llamará Hijo del Altísimo, siendo como es el Verbo eterno de Dios. Claramente ha sido manifestado a la Virgen quién era, de qué dignidad, y de dónde procedía el que en ella y de ella había sido concebido, pues era el propio Hijo de Dios el que de ella iba a nacer. Para mostrárselo aún con más claridad y certeza, el ángel declara a María la maternidad de Isabel, como si le dijera: El que, por encima de todo lo previsible, ha podido hacer fecundas las entrañas de una anciana, hará también, superando lo humanamente posible, que tú seas madre, permaneciendo virgen. Por eso añade: porque para Dios no habrá cosa imposible 288.
Cuando oyó esto la Virgen y sobre todo cuando brilló en su mente la luz del que en ella habitaba, percibiendo la dicha que se le anunciaba, quedó toda llena de gozo y, tal como David es descrito en los libros santos, también ella se manifestó agraciada en -el alma y dotada exteriormente de gran belleza y encanto, gozándose en el milagro y aceptando con agrado el anuncio. Las palabras del ángel estaban repletas de un gozo indescriptible y, mediante ellas, Gabriel, con gran facilidad y muy llanamente, persuadió a la Virgen de que aceptara de buen grado el milagro, añadiendo: para Dios no habrá cosa imposible.
¿Qué más hallamos en el Evangelio? María dijo: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí, según tu palabra 289. ¿Te das cuenta de su sabiduría y extraordinaria delicadeza? Después de que, por la información recibida, conoció lo referente a la concepción y al nacimiento de su hijo, quién era él, de quién era Hijo, cómo debería llamarse, de quién sería sucesor en el trono, sobre quiénes había de reinar y, en fin, que no sería nunca privado de su reino, entonces ella, llena de gozo, exclamó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra, como si claramente dijera: He aquí que yo estoy dispuesta y no hay impedimento alguno. Mi alma está ya a punto e igualmente mi seno, pues se halla intacto y destinado sólo al Creador. He aquí la esclava del Señor, dócil para obedecer, pronta para servir, dispuesta para recibir. Hágase en mí, según tu palabra puesto que todo cuanto has anunciado aquí es un feliz augurio y todo lo que está aconteciendo está colmado de gozo y lleno de la más alta gloria. He aquí la esclava del Señor; hágase en mí, según tu palabra. ¡Oh qué buena es esta admirable disposición divina y gracia singular, qué extraordinaria la eterna sabiduría y la voluntad excelsa del Creador! Verdaderamente el Espíritu Santo habitó en la Virgen y la virtud del Altísimo, según la presciencia y la inicial disposición de Dios, la cobijó con su sombra.
Y se retiró de ella el ángel 290, o sea al haber cumplido el encargo que se le había confiado. Se fue el ángel, pero no se alejó de ella el Señor. El ángel, efectivamente, se halla delimitado, aunque no tenga cuerpo; el Señor, en cambio, a pesar de que, por el cuerpo, quedó encerrado en el seno de la Viren, goza de una inmensidad ilimitada. El ángel anunció al que, concebido por la Virgen, venía para la salvación de los hombres; el Señor, asumiendo nuestra naturaleza, la restauró en sí mismo, devolviéndole la primitiva dignidad, que se había perdido por la negligencia de los primeros padres. Subido a lo alto, el Salvador está en los cielos por encima de todo principado, potestad y virtud y de todo título de honor en este siglo y en el venidero 291. A Él la gloria y el poder, el honor y la adoración, con el eterno Padre y el santísimo y vivificante Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
HOMILÍA VI
EN LA DORMICIÓN DE NUESTRA SEÑORA LA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS
A cuantos habéis acudido a este venerable templo de la Madre de Dios, os ruego tengáis presente que me resulta muy difícil poder hablar debidamente acerca de un tema sobremanera encumbrado y maravilloso. Levantemos, pues, nuestra vista hacia lo alto, acercándonos a los misterios de Dios, y escuchad este discurso de honras fúnebres.
El Verbo que es el sumo Bien y el Salvador, que subsiste por sí mismo y está por encima de toda sustancia, después de haber realizado sobre la tierra, en favor nuestro, todo cuanto estaba profetizado desde antiguo y, después de habernos unido a Él y haberse Él abajado hacia nosotros, llenó con su gloria el cielo y la tierra y enriqueció con su santidad toda la creación. Combatiendo contra el autor del mal, le venció por medio de la cruz; luchando contra la muerte, acabó con la tiranía que ella ejercía sobre nosotros 292 y destruyó el poder del Infierno, cerrando sus voraces y tenebrosas entrañas, a fin de que ya no estuviesen allí recluidas las almas de los santos, después de haber éstas adquirido la semejanza divina.
Era conveniente, sin embargo, según creo, que no quedaran del todo abolidas las consecuencias de la antigua condena y que, conforme estaba dispuesto por la divina sentencia, el que procedía de la tierra a ella había de retornar, pues la naturaleza humana no está libre de la esclavitud que comporta el nacer y el morir. En cambio era oportuno que aquel que se hizo semejante a sus hermanos apareciera en todo como nosotros, menos en el pecado 293, y puesto que, siendo Dios, por su bondad hacia los hombres se hizo hombre, quiso mostrar en sí mismo nuestras debilidades, de modo que, asumiendo nuestras flaquezas, nos liberara de ellas. Por eso quiso sujetarse a la muerte y experimentarla y después descender a las tétricas mansiones infernales, a fin de liberarnos de todas las ataduras y llevarnos a un estado de incorrupción. Con todo no podemos vernos libres de la muerte natural, pues, si hemos sido hechos inmortales, es por gracia y no por naturaleza.
¿Por qué digo esto, hermanos, y cuál es el motivo de haber llegado a estos razonamientos? Si nos proponemos contemplar los misterios de un maravilloso tránsito, es necesario referirnos primero a Jesucristo, nuestro Dios y Señor, y, a partir de ahí, llegar al objeto de nuestro discurso. Puesto que la muerte es ineludible para cada uno de los hombres y a todo el género humano le corresponde ese mismo destino, que el Creador ha establecido como castigo de la desobediencia, el mismo Dios aceptó la muerte, ofreciéndose como precio de rescate 294, a fin de liberarnos a todos de la amarga esclavitud de la muerte. A propósito de esto el autor sagrado habla de todos aquellos que, con el miedo de la muerte, estaban durante toda su vida sujetos a la esclavitud 295.
¿Acaso alguien puede objetar que no hemos de pasar por la muerte? Ciertamente que hemos de morir. Pero no estamos en la misma situación de antes, en que nos encontrábamos bajo la esclavitud atestiguada por el documento del pecado y por eso incluso se podría decir con razón que no hemos de morir. Habrá en efecto quienes se libren de la muerte temporal, aunque éstos, según la sagrada doctrina, también habrán de pasar por una transformación 296. Pero la tiránica y verdadera muerte es la que afecta a quienes, una vez muertos, no han de volver a la vida. Cuando en realidad morimos para pasar a la vida y una vida mejor, es evidente que entonces no se produce una muerte, sino una dormición y un tránsito a otra vida a la que son enviados e introducidos quienes se libran de los trabajos de este mundo. Refiriéndose claramente a este descanso, el autor de los Proverbios dice: La muerte es un descanso para el hombre 297. Dios ha dispuesto que la muerte en verdad no realice aquello que es su cometido, pues, aunque ella represente la separación del alma y del cuerpo, de hecho se da una posterior asociación de estos elementos y una vinculación con la esperanza de la resurrección y del tránsito a un estado de incorrupción, de modo que ya no seamos siervos del pecado 298, ni estemos sujetos a los sentidos y a la carne.
El que es Señor de la vida y de la muerte, vida y resurrección de todos los muertos, que es también luz del mundo 299 y el que con su propia muerte ha, vencido al que detentaba el poder de la muerte 300, llevado de su clemencia y amor a los hombres, no quiso eximirse de la condición común, sino que, para asemejarse en todo a nosotros, aceptó bajar a los abismos, para también en esto parecerse a nosotros y, según está escrito, pasando entre las sombras de la muerte 301 permaneció tres días en lo profundo de la tierra, donde las almas de los que habían muerto anteriormene se hallaban sujetas por inquebrantables cadenas. Fue a este lugar para anunciar también a esas almas el Evangelio, pues, según escribe el bienaventurado Pedro: Yendo allá predicó a los espíritus que estaban en prisión 302. Habiéndose realizado esto en Cristo, ¿no resulta claro y está fuera de toda duda que las almas, incluso las de los justos, han de penetrar en este triste lugar, aunque no se queden ahí, a no ser que, por una vida desarreglada, hayan merecido aquella muerte que dimana del pecado? En efecto, los que han sido fieles a los mandatos divinos y, tanto en la carne como en el espíritu, han observado una conducta propia de ciudadanos del cielo, serán conducidos a regiones luminosas, apropiadas a la condición de los santos, en las que Dios está presente con su mirada y con su palabra. A esta belleza, amplitud y felicidad sin límites hay que añadir aquella hermosura que está por encima de nuestra capacidad intelectual y que pueden comprender aquellos que, una vez acabado el curso de esta vida, se hallan ya en el descanso que la divina Providencia sabiamente les ha preparado y están cerca de Dios, mucho más que nosotros.
Con todo, las almas de los santos han de pasar por las puertas del Infierno, según hemos demostrado, pues el discípulo no ha de ser más que el maestro 303, pero no pienso que hayan de quedarse allí detenidas, como antes acaecía cuando el pecado reinaba en la muerte 304. Ahora, en cambio -entiéndelo juiciosamenteno van allá las almas justas para su ruina, sino para contemplar un nuevo misterio de la obra salvadora de Dios, que es la bajada de Cristo a los Infiernos, cosa que voluntariamente realizó Jesús, autor de la vida, quien por nosotros quiso sufrir la muerte de cruz, a pesar de que Él no estaba sometido a los padecimientos de la muerte. Si las almas santas pasan por el infierno es para que mejor puedan comprender el misterio de la gran victoria del Salvador, que quebrantó tan fuertes cerrojos 305. Acerca de esto estamos informados por las sagradas páginas y lo hemos mencionado porque no es ajeno a lo que vamos a exponer.
Pienso que resulta muy conveniente y apropiado para quienes gustan de la contemplación de la belleza de las cosas espirituales, que se les ofrezca algunas consideraciones acerca del glorioso e inefable misterio de la Dormición de María, Madre de Dios y siempre virgen. No podemos ignorar que ella haya experimentado la muerte natural, pero en modo alguno para quedar encarcelada bajo el dominio de la muerte, como nos acontece a nosotros, sino que, a través de un sueño estático, había de entrar en un ímpetu espiritual que la trasladaría hacia los bienes que son objeto de la esperanza y que operan una transformación divinizadora. Se trata de un sueño al estilo de aquel que tuvo el primer hombre, cuando le fue quitada una costilla, para concluir la creación de la especie humana, recibiendo a cambio su complemento 306.
Juzgo que de este modo y con esta especie de sueño fue como ella experimentó la muerte natural, pero no de modo que permaneciera retenida bajo su poder, sino sólo para dar cumplimiento a las leyes naturales que la Providencia estableció, desde un principio, sobre todo el género humano, queriendo que fueran inmutables, y para manifestar un nuevo modo de realizarse el tránsito de un estado de corrupción a otro de incorrupción, siendo así que era imposible dejar esta vida temporal, sin que se produjera la disolución de los elementos de que se compone el ser humano. En efecto, no hay hombre alguno viviente que, según las enseñanzas divinas, no haya de conocer la muerte 307, pero sí que hay una persona, que está por encima de nosotros y es objeto de nuestra veneración, acerca de la cual podemos afirmar con toda certeza que se cumplió en ella la ley común, pero de un modo muy distinto de como se cumple en nosotros, pues se realizó de una manera que está muy por encima de lo que acontece en nosotros.
Reflexionemos acerca de su descenso a los Infiernos, durante el cual su alma y su cuerpo permanecieron separados, aunque pienso y afirmo que esto sólo se prolongó por el tiempo requerido para este especial trayecto, con el fin de que ella, pasando por estos lugares desconocidos y estas regiones inhóspitas, pudiera darse cuenta de lo que allí existía. ¡Oh Virgen, Madre de Dios y madre de la vida!, te ruego que me perdones por atreverme a hablar de estas cosas inaccesibles y a escrutar la profundidad de tus misterios y penetrar en los abismos de las incomprensibles obras que Dios en ti ha realizado, cuya contemplación produce un reverencial temor incluso a quienes gozan de una elevadísima inteligencia. Cuanto más lo hemos de experimentar, pues, nosotros, que estamos bajo el peso de la carne y cubrimos con piel de oveja nuestra característica fiereza. No sin temor hablamos, oh María, de aquellas cosas que en ti obedecen a las leyes de la naturaleza. En cuanto a las cosas excelsas y maravillosas en ti realizadas y que personalmente has experimentado, tú oh bienaventurada, las conoces de un modo mucho más exacto y sublime que el que con nuestras palabras podemos expresar, y sobre todo las conoce tu Hijo único, aquel que estableció los siglos y te concedió gloria y esplendor a cambio de la naturaleza humana que de ti había tomado; lo cual supera no sólo nuestra capacidad de comprensión, sino también la de los ángeles, que es muy superior a la nuestra. Permanezcan siempre estas cosas divinas bajo la sombra del misterio y que el honor y la veneración sean como la envoltura de las verdades que permanecerán ocultas hasta que llegue el día de la última restauración. Mas, a fin de que no quedemos privados de conocer tus excelsos dones, como Madre del Verbo, haznos oir tus palabras y muéstranos de qué manera se llevó a cabo tu glorioso tránsito. El devoto auditorio está ansioso de escuchar tu voz y dirige hacia ti sus atentos oídos, como en tiempos antiguos Israel estaba pendiente de la divina palabra.
Como si una voz espléndida resonara desde lo alto, ella nos dice: "Yo no he contrariado ninguna de las leyes de la naturaleza, sino que, permaneciendo bajo su ordenada dirección, en mi alma engrandezco al Señor, en el espíritu me alegro 308 y en el cuerpo me transformo y obtengo una definitiva plenitud, por obra de Dios, que en mi seno realizó la maravilla inenarrable de su Encarnación, cuando, sin abandonar la divinidad, asumió nuestra humanidad, nos restauró y, regresando después al cielo del que nunca se había apartado, obtuvo que nosotros participáramos de los bienes espirituales. Impulsado por su benevolencia hacia los hombres, miró la pequenez de su esclava 309 determinando, al punto, suprimir la primera maldición de Eva. Con su aparición en carne visitó a quienes estaban sentados en las tinieblas y sombras de la muerte y, saliendo de lo alto del Oriente, dirigió nuestros pasos por el camino de la paz 310. Siendo verdadero Dios y asumiendo, por su concepción y nacimiento, una nueva naturaleza, de un modo maravilloso se hizo hombre con mi sangre virginal, a fin de que, con esta renovación de la naturaleza, desapareciera lo viejo y en su lugar apareciera lo nuevo, lo que no envejece ya, y así se renovaran todas las cosas y, por esta admirabilísima encarnación del Verbo, surgiera en verdad una nueva creación.
"¿Cuándo se escuchó en tiempos pasados que una mujer fuera constituida Madre de Dios? ¿Cuándo se dijo jamás que Dios fuera hijo de una mujer? ¿Cuándo una naturaleza humana estuvo colocada por encima de los querubines, se manifestó a través de un milagroso nacimiento y dominó todas las cosas? ¿Quién enseñó a los seres celestiales y terrestres que adoraran a un solo Dios indivisible, en ese lodo divinizado y en ese polvo sublimado a lo más alto? ¿Quién levantó hasta los cielos la ínfima pequenez del hombre, habiéndole hecho traspasar sus límites naturales, mediante la gracia de la deificación, y abrió un camino desconocido al ser humano, convirtiéndole en conciudadano de los ángeles? Estas maravillas en mí ya se han realizado manifiestamente y por ellas he alcanzado un resplandor y una gloria tan grandes. Con razón, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones, ya que hizo en mí cosas grandes aquel que es poderoso y cuyo nombre es santo 311. En efecto, ¿qué puede haber más grande que el llamarme y ser en verdad Madre de Dios?
"Acerca de mi tránsito tendréis un conocimiento más exacto, si observáis que mi cuerpo, objeto de este traslado y emigración, es el tabernáculo terreno y virginal dentro del cual Jesús, siendo Dios, asumió un cuerpo y, siendo simplicísimo, tuvo dos naturalezas. Quien lo desee puede comprobar todo esto con sus propios ojos, pues, para quienes se apoyan en la fe, están a la vista algunos claros y elocuentes signos de mi tránsito, como es este mismo sepulcro excavado en la roca, que hasta el presente permanece intacto y es una perenne y manifiesta señal de mi enterramiento 312.
"Seguros testigos de que allí reposó mi cuerpo son las cavidades que, como un sagrado recuerdo, quedaron impresas en la piedra 313. El torrente Cedrón, que circunda este lugar, es el primero en proclamar, como a son de trompeta, estas maravillas. Me refiero al valle de Clauthmón 314, donde está erigido el sepulcro de Josafat, rey de Judá, y que es también el lugar donde se inició la Pasión de aquel que está inmune de todas las pasiones. Aquí, en efecto, el Salvador acudía frecuentemente con sus discípulos y aquí fue donde, puesto de rodillas, oraba al Padre celestial, haciendo, según divina y misteriosa disposición, aquella súplica relativa al cáliz deseado 315. Aquí el traidor, bajo capa de amistad, le entregó a los deicidas. Estos recuerdos son bien conocidos de los que moran en el país; el incrédulo, que venga a verlos y comprobará por sí mismo la realidad de lo dicho; el creyente, en cambio, fiándose de lo que ha escuchado, más allá de lo que tiene ante sus ojos, descubrirá cosas ocultas y misteriosas y se llenará de admiración, por los milagros que en ellas se manifiestan.
"Este sepulcro y este tránsito son de tal naturaleza que, a pesar de lo que tienen de común con lo que ocurre ordinariamente, lo superan en mucho por su propia dignidad y excelencia. Es un tránsito que está por encima de cuanto se puede decir o escuchar y que guarda relación y tiene cierto parecido con algunos ejemplos antiguos. ¿Cómo es este lugar de reposo? ¿Puede, acaso, ser conocido a través de los sentidos o de la inteligencia? Ciertamente que no. ¿Cómo podrá ser entendido o quiénes serán capaces de aplicar la mente a su contemplación? Solamente aquellos que, por una gracia extraordinaria, lleguen a este lugar libres de pasiones y en un estado espiritual en que puedan gozar de las delicias celestiales. A esto se refiere mi antepasado David cuando dice: En el lugar del admirable tabernáculo, hasta la casa de Dios, entre voces festivas de júbilo y alabanza 316".
Hasta aquí hemos escuchado a la Madre de Dios, de cuya lengua destila la dulzura del espíritu y en cuyos labios se derrama la gracia 317. Nosotros, hermanos, por nuestra parte, no podemos hacer más que venerar con admiración la inmensa y sapientísima Providencia divina, diciendo: ¡Oh profundidad de la riqueza y de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuan insondables son sus juicios e irrastreables sus caminos! 318, y podríamos añadir lo que a continuación aparece en la Escritura. Se trata, efectivamente, de obras de la mano de Dios, que superan la capacidad de comprensión del hombre. Si el hablar de tales cosas causa temor incluso a quienes tienen un espíritu purificado y dispuesto para cosas excelsas, cuanto más no ha de infundir espanto a mi ánimo terreno y apegado al suelo y que apenas es capaz de remontarse por encima del lodo y de la materia y no sabe fijarse más que en las cosas transitorias y caducas. Por todo eso, ¿no experimentaré un gran temor y angustia, puesto que mi incapacidad y temeraria imprudencia pueden dar lugar a la injuria y profanación de la majestuosa solemnidad que hoy celebramos?
Con razón habrá quienes deseen informarse acerca de este tema y se hallan perplejos al ver que ninguno de los teólogos 319 ha escrito acerca del venerable y excelso tránsito de la Madre de Dios, y que tampoco nos informa de ello la Sagrada Escritura, no hallándose noticias al respecto ni en los Evangelios divinamente inspirados, ni en las exposiciones teológicas. Podemos decir que si se produce este silencio es en razón de que el tránsito de María, la elegida de Dios, tuvo lugar al cabo de mucho tiempo, pues se dice que ella salió de este mundo cuando había alcanzado ya una edad muy avanzada. Otro motivo debe ser el que las circunstancias de aquel tiempo no permitían el desarrollo de tales explicaciones, pues no era oportuno que cuando se componían los Evangelios y se empezaba a dar a conocer el misterio de la Encarnación salvadora, se diera cabida a otras exposiciones que requerían cierta tranquilidad y una especial dedicación. Por esos motivos no sabemos corno hablaros, habiendo guardado silencio sobre este asunto los varones inspirados por el Espíritu divino, quienes solamente expusieron las verdades relativas al misterio de la Encarnación del Verbo y de su permanencia en la tierra y ascensión a los cielos. Nosotros nos acomodaremos a su ejemplo, mas, para que no parezca que pasamos por alto lo que es objeto de la augusta solemnidad del día de hoy, expondremos, para su explicación e inteligencia todo cuanto hemos podido hallar, pues, aunque sea de un modo velado, no faltan referencias a este misterio en los escritos sagrados.
Cierto teólogo o escritor sagrado trata de este asunto con mucha sabiduría y acierto 320, dado su conocimiento de las cosas sobrenaturales, pues, según se dice, recibió información por parte de los ángeles acerca de la naturaleza de los espíritus celestiales; además fue un comentador excelente de la divina y maravillosa doctrina enseñada por san Pablo y no se conoce en todo el mundo ninguna exposición más clara y precisa que la suya acerca de los nombres de Dios. ¿Queréis que os diga su nombre o que os dé a conocer a este varón a partir de su obra, al modo como a través de la garra se conoce al león? Creo que en verdad se trata de un autor bien conocido a través de sus obras excelentes. Con todo, os voy a decir su nombre, pues esto contribuirá a dar crédito a mis palabras.
Este varón es Dionisio, hombre doctísimo en las cosas divinas y muy esclarecido por haber podido escuchar misterios celestiales y haber conocido conceptos y figuras que rebasan la capacidad humana, acerca de los inefables nombres de Dios. En su sagrada obra titulada De los nombres divinos, en el capítulo tercero, tratando acerca de la eficacia de la oración y refiriéndose al bienaventurado Hieroteo y a la virtud de la piedad y al modo como se debe escribir sobre temas teológicos, hace una especie de digresión relativa a dicho admirable varón y escribe a Timoteo estas palabras: "Ha sido siempre nuestra determinada intención no repetir lo que aquel excelso maestro (Hieroteo) expuso claramente, ni reproducir sus comentarios a la Escritura Santa. En efecto, él estuvo presente junto a nuestros prelados, que estaban llenos del Espíritu divino, cuando, como ya sabes, nosotros y tú mismo y muchos de nuestros santos hermanos nos reunimos junto al cuerpo de la que había recibido en su seno a Dios, el principio de la vida, estando también presentes Santiago, el hermano del Señor y Pedro, el supremo y principal de los teólogos, y entonces cada uno de los jerarcas, según su capacidad, entonó alabanzas por el gran prodigio realizado en la muerte de la Madre de Dios. Corno es para ti notorio ninguno superó a Hieroteo en estas alabanzas, aparte de los teólogos (los apóstoles). Estaba él todo transportado y fuera de sí y poseído por lo que era el objeto de sus alabanzas, de tal modo que quienes le veían y escuchaban, tanto si lo conocían como no, le consideraron un inspirado y divino panegirista".
¡Bienaventurado es este varón por su espíritu y por su lengua; por su espíritu que penetra estos misterios y por su lengua que los proclama! ¡Oh quién me diera poder percibir el eco de tan inspirados himnos! Si unos varones de vida tan excelsa y de una mente tan entregada a la contemplación de las cosas espirituales quedaron tan impresionados por dicho cántico, cuánto mayor será aún la admiración por aquello que dio ocasión a sus alabanzas, pues sobrepasa a todo cuanto pueda decirse. Mas, acabemos ya de referir lo que dice Dionisio: "¿Qué puedo decirte de las cosas divinas que allí se escucharon? Si mal no recuerdo, diversos fragmentos de aquellos cánticos divinamente inspirados los he escuchado de tus propios labios, pues tienes gran cuidado de no ser negligente respecto a las cosas espirituales. Mas, yo ahora no me ocuparé de los misterios que allí se realizaron, pues para muchos resultarían oscuros y, en cuanto a ti, ya te son conocidos" 321.
Así nos ha hablado Dionisio, aquel sublime intérprete de las cosas celestiales, águila que vuela por lo más alto de los cielos, espíritu repleto de imágenes divinas. Creo que no debemos pasar apresuradamente sobre este asunto, sino detenernos en él, en cuanto sea posible, y descubir su profundo sentido, a fin de obtener una mayor claridad y exactitud. Vosotros que formáis esta venerable asamblea y me estáis escuchando, fijaos en la importancia de las cosas que voy a decir, pues se trata de la realización de grandes misterios, y observad cuan noble y venerable agrupación se formó y los milagros que se obraron, según nos informa dicho sagrado maestro que estuvo allí presente.
¡Ea pues, bajando de la inolvidable Sión, donde ocurrió lo que acabamos de mencionar y donde María había tenido su morada terrena 322, acompañemos en las honras fúnebres su cuerpo virginal! La Madre de Dios acabó su vida en la tierra, poniendo su alma en manos de aquel bajo cuyo poder se hallan las almas de todos. Después de unirnos a la celebración, entonemos también nosotros un cántico exequial de alabanza, continuando así nuestro sermón, y quedará de manifiesto lo que vamos exponiendo. Te invito pues, oh carísimo, a que, con ánimo decidido y gozoso, te encamines hacia el venerable lugar de Getsemaní y trates de reproducir en tu mente, con vivas y acomodadas imágenes, los acontecimientos que se realizaron, pues, si fijas tu atención en estos hechos, no necesitarás muchas palabras para comprenderlos. Efectivamente, todas las cosas se hacen visibles para quienes poseen inteligencia, y sabe hallar la verdad el que encuentra la sabiduría 323.
En Getsemaní hallarás una magnífica iglesia, muy hermosa, bien dispuesta y adornada. En esta excelsa y sagrada mansión observa el sagrado aposento nupcial y virgíneo de la Madre de Dios. Con visión de fe examina y contempla como, sin intervención de manos humanas, quedó en la piedra la impronta de los sagrados miembros de la Reina, al haber estado allí depositados durante el breve tiempo que media entre su colocación en el sepulcro y el traslado de este augusto tabernáculo 324. También allí te encontrarás con la asamblea de santos doctores, que oportunamente te sale al encuentro, para que tu mente descubra y contemple estos sagrados misterios, pues, según dice nuestro instructor sagrado (Dionisio), por inefable beneplácito de la divina Providencia, se reunió en dicha ocasión un gran número de varones llenos de dones espirituales. Para la inteligencia de estos misterios apoyémonos en la sabiduría que viene del Espíritu Santo y busquemos también el auxilio de la Madre del Verbo y sea ella nuestra protectora y guía de nuestras palabras. No nos ha de faltar ciertamente su ayuda, puesto que es muy bondadosa y nos instruirá mucho mejor de cuanto podemos imaginar. Sé mi guía también tú, Dionisio, como experimentado maestro, ya que has presenciado cosas inefables y ejerces el ministerio sagrado en el tabernáculo de la verdad; condúceme de la mano, ahora que gustosamente estoy examinando tu testimonio, y con tu protección, dirige mi mente, para que sin error pueda conocer estos misterios.
Este varón admirable nos manifiesta que casi todo el sagrado colegio de los apóstoles y los demás discípulos, dispersos por todo el mundo, se reunieron para asistir al excelso triunfo de la Madre de Dios. Él era uno de los que estaban presentes, junto con Timoteo e Hieroteo, varones llenos de divina sabiduría, y por eso en su carta a Timoteo escribe: "Nosotros, como sabes, contigo y con otros muchos de nuestros santos hermanos, nos reunimos junto al cuerpo que había sido principio de vida y receptáculo del mismo Dios". Es evidente que, al hablar del cuerpo que es principio de vida, se refiere al tabernáculo virginal que ha producido la vida, ya que de él tomó carne aquel que, por su divinidad está por encima de toda sustancia y, viniendo a nosotros, tomó en verdad nuestra naturaleza, de un modo que sobrepasa toda capacidad natural.
Al mencionar Dionisio el cuerpo junto al cual se reunieron, no se refiere al cuerpo del Señor, pues antes de la Pasión no hubieran estado presentes los que después creyeron en Cristo. Al hablar de "los prelados llenos del Espíritu divino", no hay duda de que alude a los que formaban el grupo de los discípulos y eran los predicadores de la palabra de Dios. Nada tiene de extraño que, habiendo el Espíritu divino arrebatado a Elias, cual celeste auriga en un carro de fuego, ahora también, por obra del Espíritu y por medio de una nube, en un breve momento, los discípulos se encontraran reunidos. Todo, en efecto, es fácil para el poder de Dios, como se nos manifiesta en el caso de Habacuc y Daniel 325.
¿No crees tú, carísimo, que fueron muchos los que se congregaron, desde distintos lugares? Así lo indican estas palabras: "Muchos de entre nuestros santos hermanos", que vienen a significar que los setenta discípulos escogidos también por Cristo 326 debieron asistir a esta singular congregación o concilio, convocado por disposición divina. Era conveniente, en efecto, que estuvieran presentes en la realización de este misterio y gozaran de su contemplación aquellos que habían sido los primeros discípulos y también los que les siguieron después, congregándolos el Espíritu en brevísimo tiempo. Dionisio dice: "Asistió también Santiago, el hermano del Señor y Pedro el supremo y principal de los teólogos". Causa ciertamente gran admiración el hecho de un tan repentino encuentro.
Veamos lo que ocurrió después de haberse reunido todos en Jerusalén, rodeándoles una gran multitud de gente. Esto es lo que leemos: "Pareció oportuno que después de presenciar el misterio, todos los prelados, cada cual según su capacidad, entonaran himnos en honor de la maravillosa y extraordinaria muerte de María". Contemplemos con los ojos de nuestra mente, cuan maravilloso fue el espectáculo y cuan hermosos y elevados pensamientos teológicos aparecen en las gozosas alabanzas tributadas a Dios. Espléndido y extraordinario resultó para aquellos varones escogidos por Dios el contemplar aquel tabernáculo virginal y principio de vida, que es el cuerpo de la Madre de Dios, viéndolo todo resplandeciente e inundado de una divina claridad. Se trata de un cuerpo que ciertamente es de una categoría superior a la nuestra y a todo lo humano, pues, a través de él, nos ha llegado el comienzo de una vida divinizada, cuando de su seno virginal brotó para nosotros el inicio de la vida que nos ha comunicado Jesús, principio y autor de la vida. Efectivamente, según dice el Apóstol: Sí las primicias son santas, también la masa; y si la raíz es santa, también las ramas 327.
El cuerpo de la Madre de Dios guarda mucha relación con la vida y con sus inicios, porque recibió en su seno al que tiene toda la plenitud de la divinidad, origen y término de toda vida. El cuerpo de María es joya de virginidad, cielo excelso, tierra cultivada por Dios, primicia escogida de entre la descendencia de Adán y elevada divinamente en Cristo, imagen muy acabada de la hermosura divina, tesoro divinamente sellado de los juicios de Dios, sede de las virtudes, libro espiritual que contiene la admirable descripción de la obra salvadora de Dios en favor nuestro, profundidad insondable de la plenitud de aquel que lo llena todo en todos 328, torre firmísima que guarda la esperanza, tesoro de incorrupción que supera todo entendimiento, vestidura regia del Verbo que está sobre todo principio, palacio en la tierra del Rey de los cielos, acreditada oficina en que se realizan los contratos divinos con los hombres, aptísima materia para la Encarnación, arcilla perfectísima que es obra del Creador del universo, de la cual, para bien de los hombres, tomó la naturaleza humana aquel que en verdad trasciende nuestra naturaleza.
¡Bienaventurados los ojos y los labios de quienes entonaron estos himnos! ¿Qué lengua será capaz de interpretar cosas tan excelsas y misteriosas? ¿Cómo se podrá transmitir una luz tan intensa? María fue como una lámpara y a través de ella, de un modo sobrenatural, nuestra naturaleza ha recibido al Sol de justicia. Ella es el espejo espiritual del resplandor del Padre 329. Por su claridad nos ha iluminado el mismo Dios, que es anterior al lucero del alba 330. Ella es aquel trono excelso en el cual Isaías, el más perspicaz de los profetas, vio que estaba sentado el Señor de los ejércitos 331. Ella es también la que ostenta la dignidad real en los cielos, el santuario del culto y del sacrificio, perfume espiritual de los divinos holocaustos, tenaza del carbón de purificación, vara levítica, raíz de Jesé, cetro de David, Madre del Creador, al que alimenta con sus pechos, puerta oriental de Cristo que viene del excelso Oriente, seno augusto que todo lo abarca, vestido sin mancha del que es cordero y pastor, ternera escogida y libre de todo yugo, vellocino purísimo del celeste rocío, tierra virgen del que ha regenerado a Adán, cielo del que ha transformado la tierra en cielo, encumbrada visión de los profetas, que en muchas partes y de muchas maneras fue mostrada a los santos, bajo sagrados símbolos y divinas imágenes y fue presentada dentro del gran misterio de la salvación. El que creó el mundo de la nada mostró en ella su magnificencia y la manifestó como el modelo de sus obras.
¿Quién no se llenará de admiración al contemplar a María muerta y tendida en el lecho, habiendo sido ella tan favorecida de Dios, el cual lo ha creado todo y lo llena todo con su poder? Este es el sentido que me parece que se descubre en estas palabras del sagrado doctor: "Santo e inmenso es el poder que aparece en la debilidad, o sea en la muerte de aquella por la que Dios ha venido a nosotros". Lo que se presenciaba era efectivamente algo que movía a una gran admiración, pues era transportada sin vida la que es madre de la vida, aparecía muda la que estaba habituada a los divinos coloquios, y en el lecho yacía muerta y sin aliento de vida aquella arca que había albergado en su seno al que es la vida misma.
Era todo esto algo que está ciertamente por encima de lo natural y que es digno de toda admiración. Se manifestaban así unas verdades que sólo el espíritu puede percibir, si se da a la contemplación de los divinos misterios. Consideremos a este respecto: el parto y la virginidad, las razones y juicios divinos sobre la excelencia y la pequenez, la grandeza y la humildad. La condición corporal ocultaba los fulgores del sol; la muerte del Inmortal iluminaba a quienes contemplaban el misterio; aparecían unas riquezas que llenaban cielo y tierra. Maravillas son estas noticias, singulares y dignas del mayor aprecio.
¿Cómo podía estar postrado en el lecho de muerte este divino tabernáculo, que es la Madre de Dios, habiendo tomado el Señor la imagen y la naturaleza humanas dentro de esta criatura escogida, para dar comienzo a nuestra regeneración? Es tal la grandeza de esta maravilla, que supera evidentemente nuestra capacidad de expresión. ¿Cómo podremos entonar estos cánticos? Que venga el mismo Cristo y ponga las palabras en nuestra boca, Él que es la Palabra, la Sabiduría y la Fuerza, y sea el guía de nuestra mente, a fin de que brille su esplendor en nuestros himnos. Permanezcamos siempre unidos a Cristo, Señor nuestro, al cual, junto con el Padre omnipotente y el Espíritu vivificador, sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
HOMILÍA VII
EN LA DORMICIÓN DE NUESTRA SEÑORA LA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS
En la presente festividad honramos la Dormición de la Madre de Dios, misterio que supera toda la capacidad expresiva de las palabras. Hasta ahora no han sido muchos los que han celebrado esta fiesta, pero actualmente es tenida ya en gran estima y veneración por todo el mundo 332. Nuestra festiva asamblea pone de relieve este misterio y, aunque ante él sería preferible guardar silencio, impelidos, sin embargo, por un singular anhelo y aun sintiéndonos muy incapaces de expresarnos debidamente, intentaremos manifestar con nuestras palabras lo que hay de más profundo en esta solemnidad.
Este don divino, concedido a María, ha de ser festejado con júbilo y no silenciado y disminuido bajo pretexto de novedad. Hemos de considerar que esta fiesta ha sido justamente instaurada, pues el hecho de que algunos de nuestros mayores no la hayan tenido en suficiente consideración no ha de ser causa de que nosotros no la celebremos santamente. Únanse, pues, hoy el cielo y la tierra y expresen una misma alegría los ángeles y los hombres, entonando el "Ave" a la Madre de Dios. Este fue, efectivamente, el saludo de Gabriel, que dio inicio a toda la teología, cuando, por maravillosa disposición, Jesús, siendo Dios, se hizo hombre en las virginales entrañas de María. Como expresión de nuestro agradecimiento, ofrezcamos este homenaje a la Reina de todos los hombres, pues en verdad es muy oportuno que, cuando ella emigra de entre nosotros, la saludemos con el "Ave", pues nos alcanzó el gozo que ahuyenta la tristeza que deriva de nuestra madre Eva. Toquemos la trompeta en Sión, tomemos en ¿as manos el salterio y la cítara 333, no para acompañar un himno nupcial cualquiera, sino para entonar en honor de la Madre de Dios un cántico de triunfo en el día de su muerte.
Quizá alguno con razón nos quiera preguntar; ¿Por qué, oh sagrado orador, has relacionado este gozo con Sión? No sin motivo yo le responderé que he recordado a Sión, porque hemos sido instruidos acerca de que en ella se realizó este misterio de la Madre de Dios. Dentro de esta ciudad pueden verse en el pavimento unas marcas de las rodillas del castísimo cuerpo de María, que de modo evidente proclaman lo que estamos diciendo 334. En esta ciudad habitó María durante su vida terrena y en ella, de acuerdo con las leyes de la naturaleza, acabó sus días. Aquí se vio libre del poder del príncipe de las tinieblas, ella que en su maternidad había sido preservada de aquello que es común a todas las madres. Ella posee un nombre sagrado, ha sido llamada por Dios, está absolutamente libre de toda mancha y, con la magnificencia de su augusto tránsito, ha llenado de gloria y de gracia el cielo y la tierra.
Si pretendiéramos enumerar por orden todos los pasos de su vida, comenzando por la concepción y el nacimiento, no nos bastaría el tiempo de que disponemos, ni serían suficientes nuestras fuerzas, ya que no es posible resumir en pocas palabras lo que ha de ser objeto de tanta alabanza. Tendríamos que referirnos a lo esclarecido de su linaje, a la nobleza tanto del padre como de la madre, de estirpe regia el uno y de progenie sacerdotal la otra, y ambos de semejante dignidad. Tendríamos que mencionar la carencia de prole que les afectaba, o sea su infecundidad, y las preces que por este motivo elevaban a Dios, así como los frecuentes y escogidos sacrificios con que recurrían al Señor, a fin de que les librara de los vínculos de la esterilidad, y, haciéndoles fecundos, concediera fruto a su matrimonio. A continuación habríamos de relatar como se vieron libres de este oprobio, cumpliéndose las promesas que se les habían hecho por medio de sueños cuando dormían o por visiones cuando estaban en vela, pues, ya estando juntos, ya separados, recibieron especiales comunicaciones del cielo que les daban a conocer la respuesta que el Señor concedía a sus preces.
Siguen después: la concepción, el proceso del nacimiento, los pañales y la presentación en el templo de Dios, como ofrenda consagrada al Señor. Habitando en los atrios sagrados, como en una cámara de oro, la niña recibiría una celestial comida, en vez del común alimento. Sumida en la divina contemplación, María pasó de la niñez a la juventud, dando muestras de una vida sumamente perfecta y, de un modo acomodado a la edad juvenil, alcanzó aquellos dones que trascienden la naturaleza.
No voy a extenderme en referir los misterios de la milagrosa e inescrutable concepción de Cristo y de su aparición y maravilloso nacimiento, así como de la incorrupción y del inviolable tesoro de la virginidad de su madre, del milagro de la lactancia, de la purificación legal y de los vaticinios pronunciados en el templo por el profeta Simeón, cumplidor de la ley y receptor de Dios, que anunció los oráculos que el Señor le había comunicado. Siguen después las persecuciones, la huida a Egipto y el posterior regreso, los rodeos del camino, la estancia en el país, las humillaciones que preceden a la cruz y los tormentos padecidos en ella, los signos que a continuación se produjeron y, en fin, todos los acontecimientos y palabras de una vida sin mancha, ni defecto y llena de pureza y santidad, que el mundo de ninguna manera puede comprender, ni explicar con palabras, por ser un secreto del rey 335, que María guardó hasta el fin, sin divulgarlo, manifestando sólo algunos aspectos del misterio a quienes, con la ayuda de Dios, eran capaces de comprenderlo un poco, al hallarse ya muy purificados por su acercamiento a Dios; a tales personas únicamente y de un modo discreto y con delicadeza fue descubriendo el sagrado resplandor que guardaba dentro de sí.
¡Ojalá también nosotros, que hemos sido iluminados con la luz resplandeciente de este día, purificados con esta mística visión de excelsa claridad, podamos contemplar con mirada limpia este misterio o, al menos, penetrar un poco en su significado y exponerlo debidamente, teniendo en cuenta que se trata de una vida inefable, pero que, en cuanto .sea posible, queremos hacer hoy objeto de nuestra enseñanza, en favor de los que estáis aquí reunidos! Ea pues, carísimos oyentes que gustáis del bien y de la belleza espritual, me dirijo a vosotros para poner ante vuestros ojos la hermosura que antes estaba oculta bajo los velos del simbolismo y que ahora supera en esplendor y belleza los fulgores del mismo sol.
Llegados a este punto del discurso, creo que ante todo conviene advertir que no debemos hollar los lugares santos con nuestros pies impuros y sin lavar, pues no se permite entrar a todos, sino sólo a aquellos que, por la pureza de su mente, han traspasado lo que es propio de la materia y de los sentidos; quienes se hallan en estas condiciones, al encontrarse ante el augusto y santísimo tabernáculo de Dios, se sienten arrebatados y se les franquea generosamente la entrada y se les hace participar amistosamente de un espléndido banquete espiritual. Algunos que se atrevieron a acercarse con poco respeto al Monte Sinaí fueron disuadidos mediante truenos y relámpagos, terrores, sones de trompetas y voces que infundían espanto 336; tampoco era favorable para muchos el aproximarse a las murallas del templo y fue necesario rodearlo de otro muro exterior 337, y antes de entrar en el lugar santo había que purificarse y quienes actuaban en el templo procedían con gran cautela y miramiento.
Si estas cosas ocurrían, tratándose de un culto que estaba bajo las sombras y los velos de símbolos y figuras, con cuanto mayor cuidado han de proceder los que se hallan bajo la luz de la verdad y se apresuran a acercarse a este magnífico y excelso tabernáculo de los dones de Dios. Efectivamente, de un modo misterioso que ni la mente puede comprender, ni las palabras expresar, penetró en este tabernáculo, aquel que, no pudiendo ser abarcado, ni contenido, se dignó morar en el seno de la Virgen, que desde su origen gozaba de una pureza sin par.
En ella se realizó el misterio de la Encarnación e inició el curso de su vida terrena el que no tiene necesidad de nada y, sin embargo, quiso asumir la pobre y humilde naturaleza humana. En este tabernáculo escogido, que es obra de Dios, tienen su cumplimiento toda la ley y los profetas y todos los símbolos y figuras quedan superados, igual que la imagen de un espejo cede ante la realidad 338. Dicho todo esto, como un preludio e introducción, pasemos ya desde las imágenes a la verdad y entremos por fin en el santuario.
Hallándonos aún en el pórtico del sermón, admiramos la hermosura del atrio del santuario y nos preguntamos: ¿Quiénes podrán entrar, en compañía de la que es madre del Verbo, y, apartando el velo, podrán contemplar el Santo de los santos y ser instruidos en las verdades más altas y sublimes? Si el vestíbulo y el portal del lugar santo gozan de tanta dignidad y excelencia, que su hermosura extraordinaria deslumhra los ojos de la mente, ¿cuan grande no será la majestad del santuario mismo, el lugar más recóndito y que guarda lo que es más inefable e inaccesible y que sólo puede ser visto por los ojos y manifestado por las palabras de aquellos que, como en un espejo, han contemplado la gloria del Señor 339 y cuyos labios han sido purificados por el carbón de la seráfica tenaza 340 y han alcanzado a comprender la vaciedad de todo lo sensible?
Si, haciendo lo que os indico, procedéis debidamente, resistiendo a las afecciones carnales y procurando estar libres de toda inclinación terrena y desordenada, y si os dejáis guiar por la iluminación que viene de Dios, entonces os hallaréis dispuestos a seguir el camino, junto con la Madre del Señor. En efecto, si respladecéis por las buenas obras y palabras y por el fulgor de todas las virtudes, Cristo que es la pureza absoluta y la luz indeficiente, que viene a nosotros desde el Padre, como el rayo de luz que procede del sol y que no ha tenido comienzo, Él será el que os congregue en el místico convite.
Todo esto se pone de manifiesto en la fiesta de hoy, por haberse Cristo llevado de la tierra a su madre siempre virgen, en cuyo seno, de un modo inescrutable, Él, siendo Dios, se hizo hombre. En virtud de este misterio profundo, pero no del todo escondido, ella ha sido constituida Reina de los hombres. Mientras ella permaneció en la tierra, no se distanció del modo común de la existencia humana, como si viviera bajo leyes especiales y superiores, sin embargo en ciertas cosas sobrepujó magníficamente las normas de la naturaleza, como en su alumbramiento, en diversos hechos del decurso de su vida y en su glorioso tránsito.
Llegado ya el momento oportuno, unámonos para festejar este misterio, ya que todo induce al gozo de la alabanza y de la común celebración. Tú que me estás escuchando mira qué cosas más excelsas se ponen de manifiesto. La Iglesia, reina de la multitud de los creyentes, acompaña hoy en triunfo y ofrece con regocijo sus mejores obsequios a la Reina de todo el género humano, a la que Dios, Rey y Señor del universo, con triunfal magnificencia, constituye Reina de los cielos. Hoy la que corporalmente es elevada al cielo, se despoja del polvo terrenal, dejando el velo que al nacer había recibido y devolviendo a la tierra lo que le corresponde. Hoy la que había albergado al que es la Vida, emigra hacia una nueva vida y comienza a habitar en el lugar propio de la vida inmortal, que está libre de toda afección carnal y terrena. Ella, en fin, elevándose sobre todo lo visible y corporal, se dirige hacia las regiones propias del espíritu, de un modo que sólo es conocido por el que primero unió y después separó lo corporal y lo espiritual; yo, en verdad, no quisiera ser temerario, atreviéndome a investigar lo que no me corresponde.
Nadie puede dejar de prestar fe a ello, si considera lo que pasó con Elias y Enoc, que se hallan en un estado que supera lo que podemos percibir con nuestros ojos, pues, una vez acabada su vida en este mundo, que es de la carne y de los sentidos, ambos fueron arrebatados, el uno llevado sobre un carro y el otro elevado en el aire 341, y ello ocurrió sin que se produjera la separación de sus elementos constitutivos, por haber sido trasladados más allá de las fronteras que a nuestra vida ha señalado Dios, que, con su providencia" todo lo gobierna sabiamente y dispone tanto lo antiguo como lo nuevo.
Si esto te parece poco, fíjate en lo realizado en aquella a la que hoy dedicamos nuestras alabanzas y ello te bastará, si lo haces objeto de examen y de comparación. Mira si, por ventura, se ha podido obrar alguna maravilla superior a lo que en ella prodigiosamente se ha realizado. La ley de la naturaleza, habiéndose debilitado, fue vencida y sucumbió. La amarga condena a muerte 342 acabó en una total ruina de sí misma. La fuerza de la maldición se desvaneció. Nadie, en verdad, ha evadido lo que desde antiguo el Señor había determinado, ni siquiera aquel que, siendo Dios por naturaleza, todo lo cambia y transforma, según el beneplácito de su inmensa bondad, pero convenía que, por razón de sí mismo, en cuanto a su madre actuara de un modo diverso al de los demás. Así no sólo manifestó que ella era en verdad su madre, sino que también dio fe de que, a través de ella, se había realizado el misterio de la Encarnación. Elevamos, pues, lo más posible nuestras voces de alabanza, ya que el Verbo, que es el autor de la vida, se albergó con exultación en el augusto seno de María y, tomando nuestra naturaleza, colocó nuestra condición humana muy por encima de lo que le pertenecía.
Las cosas que a su tiempo se realizaron en María y que ahora son objeto de nuestra admiración resultan superiores a la naturaleza y no tienen precedente alguno; sin embargo, con razón podemos reconocer que le convienen, sin ninguna objeción, si tenemos en cuenta su admirable maternidad. Se hizo presente el Verbo e impidió que fuera dominada por la ley de la muerte aquella que no estaba sujeta a la ley. Es un espectáculo verdaderamente extraordinario y que sobrepasa toda ponderación el contemplar a esta mujer que, por su pureza, es superior a los ángeles y ver el tabernáculo divino penetrando en el santuario de los cielos.
Ella, siendo virgen, con el milagro de su divina maternidad, había superado la naturaleza de los serafines y había entrado en la intimidad de Dios; creador de todas las cosas, y, siendo madre del que es la vida, le correspondió un tránsito en consonancia con dicha maternidad y que es una maravilla de la fe, digna de la divina majestad. Así como, al dar a luz, su seno no perdió la integridad, así, al morir, no pereció su carne. ¡Oh qué gran maravilla! No aparece la corrupción en su parto, ni tampoco en su sepultura. ¿Queréis que os lo demuestre? Yo, por mi parte, os pido que ninguno de los presentes deje de tomar en consideración el sepulcro vacío. Os pregunto, en efecto: ¿Cómo desapareció el cuerpo de la difunta? ¿Por qué no quedan restos funerarios en el sepulcro? Ello es debido a que el cuerpo enterrado no experimentó la corrupción y a que este tesoro fue cambiado de lugar.
¿Cómo no hemos de pensar que se realizó en verdad este traslado, si observamos que simultáneamente ocurren otras cosas significativas, como son: la separación del alma y del cuerpo, el dejar la carne, la disgregación de las partes del compuesto, la disolución o muerte, la posterior recomposición y unión de elementos y dicho traslado a un lugar desconocido? El hecho mismo de que el sepulcro haya permanecido vacío hasta el presente es ya un testimonio de esta traslación. Desconozco si se produjo la recomposición de las partes integrantes de la persona; voy a reflexionar un poco acerca de esto: a ver si el Creador, según su inescrutable beneplácito, se propuso honrar enseguida el cuerpo de su madre, o si, de otra manera, quiso que en el estado de separación el elemento principal llegara a su destino definitivo, mientras el otro quedaba todavía fuera de él, o si, de otro modo admirable y extraordinario, determinó que ella, como madre que es del Verbo, se hallara en algún estado que sea del todo desconocido para nosotros 343.
La que, por la Encarnación, es madre del Verbo nos invita a un sobreabundante convite, para que nos alimentemos de pensamientos espirituales; ella misma ha de ser como una mesa regia y acerca de ella han de versar nuestras palabras, con el objeto de que se manifieste la esplendidez de los divinos misterios. Es tan excelso el resplandor de esta claridad, que supera en mucho el poder de expresión de las palabras y a la vez ilumina y alegra la faz de quienes celebran con entusiasmo la presente festividad.
Yo participo en este banquete como huésped e invitado y, al mismo tiempo os invito a vosotros y, aunque indignamente, os expongo sublimes misterios. Que nadie, fijándose en mi insignificancia, rehuse desdeñosamente este convite, pues no soy yo, sino que es la Madre de Dios quien, como en un banquete, os ofrece excelsas y misteriosas consideraciones. Estando la mesa repleta de tan apetecibles manjares espirituales, acerquémonos a ella guiados por el impulso del Espíritu, que nos mueve en lo profundo de nuestro ser.
La que en este mundo dio a luz al que es la Sabiduría, imitando muy de cerca a la misma Sabiduría, se ofrece a sí misma benignamente, a modo de una celestial y mística mesa 344, en que se ofrece un espléndido banquete a los iniciados en las cosas divinas. No se trata de víctimas degolladas o de copas para derramar en libación, como en los venerables sacrificios antiguos, sino del cáliz que contiene el néctar de la realización de la obra salvadora de Dios. La excelsa y clara manifestación de los misterios que contemplamos en esta gran solemnidad nos lleva a descubrir cuan admirable es la casa de la Sabiduría y que ella aparece también como una mesa santísima, porque, de modo admirable, llevó en su seno al que es el Pan de vida, nuestro Dios y señor Jesucristo que, asumiendo la naturaleza creada, se transformó en ese pan, tomando la levadura de la masa de los descendientes de Adán. A quienes devotamente se acercan a Él, les ofrece una nueva vida y les transforma divinamente, purificándoles, haciéndoles inmortales y uniéndoles consigo en estrecha y maravillosa comunión.
Este es el convite que Cristo ofrece a quienes son objeto de su amor, a los cuales concede una vida excelsa y misteriosa, que no admite comparación con ninguna cosa creada y que supera todo nuestro conocimiento acerca de las cosas divinas. Para otorgarnos esta vida el Señor, en un inefable anonadamiento, al que le llevó la protección y cuidado que, como creador del universo, nos dispensa, quiso abajarse hasta nuestra pobreza y unirse a nuestra masa, asemejándose a nosotros en la carne y en la sangre 345. El que tiene toda plenitud y riqueza y que no necesita de nadie, ni se despojó, en modo alguno, de su divinidad, quiso asumir en su propio ser nuestra naturaleza, aunque sin confusión, ni división alguna. Este misterio no fue manifestado, ni siquiera a los ángeles y principados de las jerarquías celestes, exceptuando solamente aquel arcángel que había de ser el mensajero de la realización de la obra salvadora 346. Así el que es incorpóreo, revistiéndose del cuerpo, se asoció con nosotros y, mediante el espíritu y la carne, se nos aproximó, de modo que todo Él se unió a toda nuestra masa, para restaurar toda nuestra naturaleza.
Yo entiendo y me resulta obvio que María viene a ser la mesa espiritual de la mística Sabiduría que nos viene de Dios. Con esto guardan relación los ritos que, por divino beneplácito, hoy místicamente celebramos y que se refieren a los misterios de cuando la Madre de Dios dejó este mundo, sin inmutar las leyes de la naturaleza, puesto que acabó su vida mortal obedeciendo las mismas disposiciones que a nosotros nos afectan; pero, igual que en su nacimiento, esto se realizó en medio de unos extraordinarios milagros. A nadie puede causar extrañeza que en ella, por disposición divina, se haya realizado algo que está muy por encima de la condición humana, si se tiene en cuenta que en su persona se ha realizado un misterio nunca visto, que trasciende cualquier límite, por encima de toda limitación.
Estas cosas son misteriosas e inefables y nuestra razón se siente incapaz de penetrarlas. Nosotros, con gran gozo y esplendor, celebramos la memoria del enterramiento de la que es tabernáculo viviente de Dios y está toda llena de santidad. Con este motivo se juntan lo espiritual y lo corporal, lo celestial y lo terreno, para rendir homenaje a la Reina que va por delante del género humano y es triunfalmente aclamada, porque en ella se edificó, sin intervención humana, el templo divino de salvación, que es el universal propiciatorio, y de ella se formó el cuerpo del que, por su naturaleza y operaciones, es semejante a nosotros en todo, menos en el pecado.
¡Oh qué gran maravilla! La que de un modo admirable pudo contener, en la pequenez de su seno, a Dios que es ilimitado en su grandeza, hoy tendida sobre un lecho delimitado y pequeño, al celebrarse sus exequias, es transportada por manos de santos. Aquella cuyo seno sirvió de trono al que se sienta sobre querubines, es depositada en una tumba excavada en la piedra, y la que en su parto causó admiración a los ángeles, hoy es conducida en triunfo por el coro de los apóstoles que transportan este tabernáculo, que es su cuerpo 347.
¿Quién será capaz de expresar el sentido de estos hechos? ¿Quién podrá exponer debidamente este misterio? ¿Quién dará alas a su mente, para alcanzar estas maravillas y sentirse en comunión con ellas? ¿Quién, uniéndose a los seguidores de los apóstoles, se atreverá, según sus facultades, a describir la sucesión de estos acontecimientos? El que se considera incapaz, por su naturaleza, de alcanzar la comprensión de estos misterios que le resultan inasequibles, impulsado por una divina moción, asume las palabras de David y se dirige al Señor, diciendo: Admirable se ha mostrado tu sabiduría sobre mí; se ha remontado tanto, que no puedo alcanzarla 348. Con esto no sólo se confiesa que es maravilloso el poder de Dios sobre nuestra naturaleza, para unir sus componentes y luego separarlos, sino que también, por divina inspiración, se celebra el extraordinario milagro realizado en esta Reina inmaculada, que es su excelsa Madre.
Así se manifiesta lo que nos es común a todos y lo que es propio y peculiar de ella y que, desde antes de todos los siglos, conoce solamente el que es creador y artífice de todo cuanto existe. Lo que hoy solemnemente celebramos, en efecto, hace referencia a la conformación y a la desintegración de aquello que es constitutivo de nuestra propia naturaleza. Sintiéndome desalentado por el temor reverencial que me inspira este misterio, me apropio las palabras del más renombrado de los profetas, Isaías, y digo: Ay de mi, estoy aterrado, pues, siendo hombre de labios impuros 349, me atrevo a hablar acerca de aquella que es pura e inmaculada y está llena de toda santidad, y tengo la osadía de dedicarle estas alabanzas exequiales, a pesar de que las nubes que están a su alrededor nos impiden contemplar su tránsito y una especie de niebla espiritual 350 la envuelve y no permite que podamos comprender los misterios que la circundan. Sólo Dios es quien puede alabarla como es debido, pues únicamente Él conoce las grandes obras que en ella ha realizado y, en cambio, esto está muy lejos de mis posibilidades, ya que me hallo apegado a la tierra y, por falta de interés por las cosas celestiales, apenas alcanzo a ver nada más que lo que hay bajo mis pies. ¿Me retraeré, pues, de decir aquello que supera todo merecimiento, puesto que ni siquiera consigo hablar de lo que corresponde al mérito? Ya que tengo la posibilidad de hacerlo, las palabras vencerán al silencio y ofreceré mi disertación al Señor 351. A Él sea la gloria y el poder por todos los siglos de los siglos. Amén.
HOMILÍA VIII
EN LA DORMICIÓN DE NUESTRA SEÑORA LA SANTÍSIMA MADRE DE DIOS
La continuación del discurso nos lleva de nuevo a proseguir la alabanza y, en verdad, es conveniente que ofrezcamos lo que queda por decir, a fin de que no falten ni la integridad, ni el orden 352. En cuanto nos ha sido posible hemos expuesto antes lo que hace referencia a las maravillas obradas en el cuerpo que albergó dentro de sí la vida, o sea el tabernáculo virginal, la Madre de Dios; ahora nos resta decir algo sobre el mencionado cántico y lo que en él se proclama 353.
Que no se me vitupere como a temerario y atrevido por pretender algo que está por encima de mis fuerzas, pues, para expresarme debidamente no me apoyo en mi propia capacidad, sino que me impulsa el deseo de cumplir lo que he prometido al Señor, sin faltar a la modestia y humildad en el desarrollo de mi discurso. No pretendo, ciertamente, desentrañar la profundidad de este misterio, aunque me haya atrevido a investigar este tema, que hasta ahora no ha sido elucidado por otros. Nadie se admire, si halla en este discurso ciertas cosas que sólo unos pocos han observado, ya que hemos tenido que apoyarnos en conjeturas y no sin dificultad puede la mente alcanzar unos asuntos que sólo los ángeles podrían expresar debidamente.
Como ya hemos dicho, se había reunido aquella innumerable multitud de personas divinamente inspiradas y, desde lo alto, había volado invisiblemente hacia el lugar el ejército de las virtudes celestiales, a fin de tomar parte en el maravilloso espectáculo, y, según creo, también estuvieron allí, cantando a coro alrededor del lecho mortuorio, almas llenas de inspiración celestial, a las cuales en el libro de los Cantares se designa espiritualmente como jovencitas 354. Era conveniente, en efecto, que se hicieran presentes las almas de los difuntos que gozaban ya de la vida divina, a fin de que acompañaran a la Reina en su salida de este mundo, conduciéndola en triunfo y entonando cánticos de alabanza. En su presencia yacía el cuerpo de la Madre de Dios, todo resplandeciente y siendo de unos tres codos 355 la medida de aquella que fue capaz de encerrar en su seno la plenitud del Verbo divino. Estando tendida en el lecho, despedía una suave fragancia de santidad, que inundaba toda la creación.
¿Qué mente o qué lengua serían capaces de referir debidamente lo que se ofrecía a la vista, siendo así que todo estaba rodeado como de un halo de impenetrable misterio? Los más destacados de entre los varones inspirados por Dios fueron impulsados por el Espíritu y, poseídos de un gran gozo espiritual, cayendo en un arrebato de éxtasis y, respondiéndose unos a otros y cada cual según su propia capacidad, entonaron sublimes cánticos funerarios. No son cantos que alguno de nosotros pueda comprender o explicar, sino que viene del Espíritu Santo la capacidad de componerlos y de penetrar su significado. Cuáles fueron estos cantares y lo que en ellos se expresaba, así como los sentimientos de quienes los entonaban o escuchaban son cosas que superan en absoluto nuestro ingenio terreno de composición y armonía, pues tales himnos no se diferencian mucho de los cánticos de los ángeles en la alabanza celestial, y a nosotros nos resulta muy difícil entender su profundidad y apreciar su extraordinaria belleza, ya que no tenemos la facultad de gustar su gran dulzura; por tanto, mejor nos sería honrar con nuestro silencio aquello que está muy por encima de nuestras posibilidades de inteligencia y de expresión 356.
Nos fijaremos tan sólo y trataremos de explicar lo que nos resulte asequible y esté libre de riesgos, de modo que pueda interesar al que es más inteligente y no desagrade al menos docto. Aunque no seamos capaces de escudriñar el contenido del cántico, nos fijaremos en los símbolos que en él aparecen y que a continuación señalamos: el término de las alianzas de Dios con los hombres, la manifestación de la incomprensible profundidad de los secretos divinos, la realización de unas previsiones eternas, el coronamiento de las revelaciones celestiales, el inefable y misterioso designio del Eterno sobre nuestra raza humana, las primicias de la comunicación y familiaridad entre el Creador y sus creaturas, la objetiva promesa de una reconciliación, la belleza más excelente, la estatua esculpida por el mismo Dios, la imagen que mejor reproduce el modelo divino, el más eficaz apoyo para la contemplación y ascenso hacia Dios, el tabernáculo santísimo del Creador de todas las cosas, el receptáculo de la Sabiduría insondable, el albergue incontaminado de la Vida, la fuente inexhausta de los resplandores divinos, la fuerza inconmovible y la que a todos aventaja por su extraordinaria pureza.
Por medio de María se han afianzado para nosotros las prendas de la salvación, pues las maravillas que en ella se han realizado no se han contrapuesto a las características de la naturaleza humana, ni a la satisfacción de lo que es nuestra deuda común, si bien el modo como ello se ha realizado no es del todo igual al que a nosotros nos corresponde, atendiendo a que ella se halla muy próxima a Dios.
Claramente se manifiesta en María una extraordinaria independencia de toda afección terrena, pues ¿acaso no se le ha concedido una gran excelencia y un singular acrecentamiento en todo lo que se refiere a la virtud? ¿Y no están por encima de toda ponderación los milagros que en ella se han operado, de tal modo que ha venido a ser la sede de todas las maravillas que antes y después se han realizado, siendo como la cumbre de todos los prodigios el que hoy es objeto de nuestra celebración y que, si bien ha sido predeterminado por Dios desde un principio, tiene por objeto el final de la vida terrena? ¡Oh admirable providencia, cuyos caminos no puede comprender, ni escudriñar ninguno de los humanos! Obra suya es lo que se realiza en estos misterios de la Virgen. Aunque se centre sobre el término de la vida, es un misterio que desde un principio tocó en suerte a la humana naturaleza. Efectivamente, ¿cómo fue derribado el muro que el pecado había construido?, ¿cómo se han roto las ataduras que la prevaricación había afianzado?, ¿cómo ha podido ser despreciada la muerte, cual si de un sueño diurno se tratara?
El miedo ha desaparecido y ya no viven atemorizados los pequeñuelos de Cristo. Si no hubiera muerto la que albergó a Dios, ¿habría sido, acaso, destruida la perdición que la desobediencia había producido? Ciertamente, por la muerte de Cristo ha desaparecido esta ruina. La naturaleza ha sido liberada del castigo de la corrupción, al conseguir el don de la integridad. ¡Oh que maravillosas transformaciones y que divino intercambio! De la naturaleza proviene la voluntad que produjo espinas, pero de esta misma naturaleza nació el que cumplió la voluntad del Padre. La naturaleza, por la desobediencia, voluntariamente introdujo la muerte, pero ella misma fue la que dio a luz al que, por su obediencia, destruyó la muerte.
Una mujer únicamente fue la escogida para que, de un modo sobrenatural, sirviera en esta obra al autor de toda la naturaleza. Así pues, no faltéis a la asamblea que se reúne junto al sepulcro bendecido por Dios de ésta que es el tabernáculo santificado por la divina presencia y que atrae a todos los amantes del bien, por la abundancia de los dones que ofrece. Para recibir estas gracias no se requiere fatiga, sino solamente buena voluntad. Acerqúese, pues, con buena disposición todo aquel que, sin vacilar, se apoya en la fe. Aproxímese al santuario de la Virgen y experimentará que ha encontrado todo cuanto su espíritu anhelaba.
Aquí se ofrece a todos la reconciliación; venid, pues, y reconciliaos con Dios. Aquí está la fuente inexhausta de la inmortalidad; venid y saciaos cuantos estáis destinados a la muerte. Aquí se hallan los perennes ríos de la vida; acercaos y obtendréis la vida perdurable. ¡Oh hija de Adán y madre de Dios! ¡Oh creatura del mismo que ha nacido de ti en el tiempo, sin dejar de ser eterno! Tú fuiste aclamada por todos los que eran impulsados por el Espíritu de Dios.
Moisés, en primer lugar, contemplándote en la zarza, exclamó: Iré a ver esta gran visión 357. Acerca de ti, oh Madre de Dios, David, antepasado del Señor, suplicaba a Cristo, diciendo: Levántate, Señor, tu y el arca de tu santidad 358. En relación a ti también y prediciendo tu tránsito, dijo en los Salmos: Ante tu rostro se postrarán los notables del pueblo 359 e igualmente: Toda la gloria de la hija del rey está en su interior; ella se baila revestida con un atavío bordado de oro 360. El sagrado libro de los Cantares, de un modo un tanto encubierto, hace algunas predicciones acerca de ti, diciendo: ¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo formada de perfumes de mirra y de incienso y de toda especie de aromas? 361. Y en el mismo libro leemos: Contemplad la litera de Salomón. Sus columnas son de plata, su respaldo de oro, sus gradas de púrpura adornada con pedrería, obra del amor de las hijas de Jerusalén 362; y también: Salid, bijas de Sión, a ver al rey Salomón con la diadema con que le coronó su madre el día de sus desposorios, el día de la alegría de su corazón 363; y además: Miradla, bijas de Sión, y colmadla de alabanzas; reinas y mujeres de la corte, ensalzadla, porque la fragancia de sus vestiduras supera todos los aromas 364.
Contemplándote proféticamente Isaías, inspirado por Dios exclamó: He aquí que una virgen concebirá 365, y también: Será la raíz de Jesé 366 y Dichosa la raíz de Jesé; y además: Brotará un retoño del tronco de Jesé y una flor se elevará de su raíz 367. Fue también acerca de ti que el gran Ezequiel proclamó este anuncio: He aquí una puerta hacia el Oriente. Y la puerta estará cerrada y nadie pasará por ella. Sólo el Señor Dios entrará y saldrá y la puerta estará cerrada 368. Monte te llamó proféticamente el Varón de deseos, diciendo: Una piedra no lanzada por mano de hombre 369 de ti se desprendió, sin ser arrancada; fue separada, no estirpada. Se refería al misterio de la Encarnación. Tú eres el grande y sagrado misterio de salvación, que los ángeles desean contemplar 370, tú el hermosísimo albergue de la divinidad, al descender hacia nosotros, tú la tierra verdaderamente deseable; deseó, en efecto, el Rey la gloria de tu hermosura 371 y amó las riquezas de tu virginidad. Habitó Él dentro de tí y acampó entre nosotros 372 y, por medio de ti, nos reconcilió con Dios Padre.
Tú eres el tesoro del misterio escondido desde el origen de los siglos 373, tú el libro en verdad viviente, escrito no con vocablos humanos, sino con la Palabra espiritual, por medio del cálamo vivo del Espíritu Santo. Tú sola eres aquel volumen del testamento nuevo, que Dios ha escrito y transmitido a los hombres. Tú eres el carro de Dios acompañado de muchas decenas de millares 374, es decir de la multitud de aquellos que, por la Encarnación, han sido salvados. Tú eres el monte Sión, monte fecundo, monte cuajado, donde Dios se complació en fijar su morada 375, pues de ti nació, al tomar carne y alma humana, aquel que está por encima de toda sustancia.
¡Oh templo divino, siendo, sin embargo, un ser terreno! ¡Oh pilar mortal y columna de inmortalidad; no la que ilumina al Israel según la carne que está en el desierto, sino la que, con señales de luz divina, guía al Israel espiritual hacia el auténtico conocimiento de la verdad! ¡Oh nube totalmente luminosa y monte umbroso 376 no para dar sombra al ingrato pueblo de Israel, sino para iluminar con tus maternales resplandores al pueblo elegido por Dios, la nación santa! 377. ¡Oh más pura que todo el oro y que cualquier cosa sensible! ¡Oh tierra virginal de la que procede el segundo Adán, que, sin embargo, es anterior al primero! ¿Qué sepulcro podrá cubrirte o qué tierra podrá recibirte, siendo así que, por tu pureza, aventajas al cielo y a sus elementos? ¿Cuáles serán las condiciones de tu enterramiento? ¿Cuáles las vendas mortuorias? ¿Cuáles las vestiduras? ¿Con qué perfumes se podrá ungir tu cuerpo? Se trata, en efecto, de un cuerpo de gran fragancia, sin mancilla, colmado de santidad, del que brota la remisión, fuente de donde dimana la incorrupción, cuerpo de donde procede la comunicación de la divinidad, cuerpo en el que se lleva a cabo la consumación y del cual proviene la salvación.
Tú eres en verdad hermosa y no hay mancha en ti 378. Te corresponde también, de alguna manera, lo que dice el excelso Salomón: Eres bella como Jerusalén y la fragancia de tus vestidos es como el perfume del incienso 379. Tú eres la nueva e inexhausta vasija de aromas, tú el júbilo del óleo de unción 380, tú el buen olor de los perfumes espirituales. Tú eres la flor de la incorrupción, la tierra fértil en productos aromáticos, arca que contienes la vida, lámpara resplandeciente, púrpura divinamente tejida, vestidura regia, indumento preciosamente adornado, manto recamado de oro, inefable lazo de unión con la púrpura espiritual del Verbo, diadema del reino de sacerdotal dignidad, trono excelso 381, puerta la más encumbrada de los cielos, reina de todo el género humano. Tú superas cuanto pueda decirse acerca de ti y, después de Dios, estás por encima de todos los seres. ¿Qué manos te van a dar sepultura? ¿Con qué brazos transportaremos a la que llevó dentro de sí a aquel que en modo alguno puede ser abarcado? ¿Qué plegarias fúnebres te podremos ofrecer? ¿Con qué cánticos te acompañaremos? ¿Qué labios podrán celebrar tu tránsito? ¿Con qué voz y con qué expresiones proclamaremos tus maravillas?
En nombre de todos te dirigimos estas palabras: Bendita tú entre las mujeres 382, por todas las generaciones sin fin. Bendita seas en los cielos y glorificada en la tierra. Con gozo y devoción toda lengua te ensalza y te proclama Madre de la vida. Toda criatura se ha llenado de tu gloria; todas las cosas han quedado santificadas con la fragancia de tus aromas. Por ti ha sido abolido el origen del pecado y la maldición del primer padre se ha transformado en gozo. Por ti todos los ángeles cantan junto con nosotros: Gloria en el cielo y paz en la tierra 383. El sepulcro no puede retenerte, pues la corrupción no debe inficionar el cuerpo que pertenece al Señor. El infierno no tiene poder sobre ti, ya que es incapaz de reducir a esclavitud tu alma de regia condición. Sal, pues, vete en paz y emigra de la región de lo creado.
Reconcilia nuestra naturaleza con el Señor. Hasta ahora, mientras morabas entre los hombres, un pequeño espacio de tierra te daba cabida; más, al presente, cuando emigras de este mundo, todo el orbe te recibe como universal propiciatorio. Seas, pues, glorificada con una felicidad que supera la de Enoc 384, con un gozo inenarrable y con una luz perpetua, allá donde está en verdad la vida, el reino de la luz y la indescriptible danza sagrada de los ángeles. Gózate, sobre todo, con la hermosura de tu Hijo. Disfruta de un rebosante júbilo y de una felicidad que no envejece, en la región por donde fluyen las corrientes del gozo perdurable, donde se hallan los prados de la incorrupción, las fuentes perennes de la vida, los raudales de la luz divina, los ríos caudalosos de la vida eterna. Allá está el cumplimiento de lo que antiguamente era objeto de esperanza y de lo que ahora presentimos ya próximo; allá se encuentra el meollo de todo lo que es bueno y la manifestación de cuanto está aún oculto y se ha de manifestar después. Allí radica el fin último, fuera del cual nada se encuentra en definitiva. Allí es adorado el Padre, es glorificado el Hijo, es alabado el Espíritu Santo, la sola y única naturaleza divina en Trinidad.
Estas cosas y otras más sublimes pienso que serían las que manifestaron y celebraron aquellos varones inspirados por Dios; yo no tengo capacidad para añadir nada más, siendo, como soy, tierra y ceniza, todo podredumbre y que me arrastro, como serpiente, sobre mi vientre. He procurado, en cuanto lo permitían mis fuerzas, decir lo que era debido, sin omitir nada de lo que corresponde a la presente solemnidad; si alguien es capaz de ofrecer ideas más elevadas, puede hacerlo para utilidad de esta asamblea; yo, después de añadir unas pocas palabras, descansaré ya del esfuerzo de mi tarea Todos, en efecto, padecemos una misma limitación, la de no ser capaces de ponderar debidamente la dignidad de lo que celebramos, aunque todos tenemos el buen deseo de exponerlo lo mejor posible.
Por lo demás, estoy convencido de que la Madre del Verbo recibirá benignamente mis pobres palabras y, con toda seguridad, nos concederá cuanto le pedimos, si en verdad nos hacemos dignos de recibirlo. Ella que es muy santa y está llena de generosidad, a cambio de unos pequeños obsequios, concede otros mucho mayores. Por eso, antes de acabar el discurso, dirigimos una invitación a esta preclara y dignísima asamblea festiva, diciendo: Venid y, acercándonos al sagrado cortejo que asiste al transporte del cuerpo virginal, entonemos cánticos exequiales y, según nuestras fuerzas, ofrezcamos una digna corona a aquella que nos ha congregado en esta celebración.
A fin de que todo se realice con sumo esplendor, háganse presentes hoy en esta asamblea las multitudes del cielo y de la tierra y entonemos todos juntos cánticos de alabanza a este glorioso tránsito, diciendo: Se retiró, se retiró el campamento de Dios de entre las tiendas de Cedar 385, hacia los tabernáculos incorpóreos de una vida nueva. Este tabernáculo, del que era figura el de la ley 386, recibió el arca celestial, de la cual el arca de la ley antigua era también figura. Se elevó el dintel de las puertas del cielo 387 para recibir dentro de sí a la que es puerta celeste de Dios y acogerla como reina, con regios honores. Recibidla vosotros, ángeles resplandecientes; alabadla, cielos; glorificadla, habitantes de la tierra; ensalzad a la que es dudad de Dios, ciudad del gran Rey 388. Salta, oh tierra, grita de júbilo, proclama la gloria de la Virgen, recordando los pañales del nacimiento y los prodigios de la sepultura; observa de qué manera fue sepultada, cómo fue trasladada y cómo es venerado su sepulcro, que aparece vacío. Oh Judea, congrega a tus hijos, ensalza a la Reina que desciende de la estirpe de Judá. Ten confianza, oh Jerusalén, no temas, celebra tus festividades, clama, exulta, acompaña triunfalmente a aquella que es la metrópoli de Dios, canta con David sinceramente el salmo que dice: En la salida de Israel de Egipto 389. Oh madre Sión, elegida por Dios y en quien El se ha complacido, llama a tus hijas, las iglesias de entre los gentiles, y entona un cántico exequial, pero no patético; grita, pero sin lamentos, pues la presente solemnidad es gozosa y no triste. Oh Getsemaní, recibe a la nueva Reina, dispón el sepulcro, presenta la mortaja, prepara el féretro con ungüentos aromáticos. La urna funeraria sea para ti como el depósito de un tesoro. Lo santo sea debidamente custodiado, pues lo que se halla en el sepulcro es objeto de veneración tanto para los ángeles como para los hombres. Si ocurre algo extraordinario y el sagrado cuerpo es objeto de un traslado, publica el milagro y cuenta a las futuras generaciones el tránsito que se ha realizado, ya que el espíritu de la Madre de Dios es confiado a los espíritus celestiales, mientras que a nosotros se nos ofrece la fragancia santa que, como de una perenne fuente, dimana de su sagrado cuerpo.
Vayamos todos juntos hacia la Madre de Dios: los coros de los padres y de los patriarcas, los grupos espirituales de profetas y sacerdotes, la asamblea de los apóstoles, la multitud de los mártires, la congregación de los doctores, las almas de los justos, el gremio de los santos; todo señorío y toda edad, los reyes y gobernantes, los príncipes y los subditos; los mozos y las doncellas, los ancianos junto con los jóvenes^ ofreced alabanzas 390 y súplicas; hablad a la Madre de Dios y decidle: "Dichosa la casa de David, de cuya descendencia has nacido tú, la Madre de Dios". Madres y doncellas, glorificad a la única que es a la vez madre y siempre virgen. Esposas, honrad a la que, manteniendo su castidad virginal, permanece incorrupta y solamente ella ha dado a luz, sin experimentar los dolores del parto. Estériles y viudas, aplaudid a la que, no conociendo varón, transformó las leyes de la infecundidad. Danzad, muchachas, celebrad triunfalmente a la que es madre incorrupta. Bendecidla, pueblos; felicitadla, lenguas; cantad a la Madre de Dios todas las razas de la tierra, ensalzadla con cánticos y címbalos, gritad, vitoread, tocad.
María, toma el tímpano y ponte al frente del coro de las vírgenes 391; David, pulsa la lira, levanta la voz y entona un cántico en honor de tu Reina; dirige el coro, eleva el tono con tu instrumento musical, llama a las doncellas, convoca a los cantores y ordena las danzas, a fin de que vayan girando alrededor del féretro y ejecuten el baile en torno al sepulcro. He aquí la nueva arca de la gloria de Dios, que contiene la vasija toda de oro, la vara de Aarón que floreció y las tablas del testamento 392. He aquí aquella culminación, sobre la cual versan los oráculos de los profetas. He aquí la escala que, por divina disposición, contempló Jacob y a los ángeles de Dios subiendo y bajando por ella, sea cual sea el significado de estas subidas y bajadas. Esta es la puerta de los cielos, de la cual dijo el mismo Jacob: Que terrible es este lugar. No es sino la casa de Dios y la puerta del cielo 393. He aquí el propiciatorio colocado en el Santo de los santos, donde se encuentra el arca de los divinos misterios, puesta ahora bajo las alas de los serafines 394 y que, por los misterios de Cristo, nos libera de nuestros pecados. Ya no estamos bajo el yugo de la servidumbre de la ley impuesto a Israel, sino que Cristo, por su propia mano y sobre su cuerpo, formado en el seno de la que es Madre de Dios, ha escrito el documento de nuestra libertad y del culto según el Espíritu 395. Ya no han de entrar en el santuario cada año los pontífices, puesto que el Sumo Sacerdote Cristo Jesús, asumiendo la carne dotada de entendimiento y alma racional, penetró en los cielos 396 y, entrando, como en un templo, en el santuario virginal, presenta místicamente por nosotros el incienso y el sacrificio; siendo Él mismo sacrificado, se ofrece en holocausto y, consagrándose por nosotros, consagra a quienes se consagran a El.
Estos son, oh Madre de Dios, los misterios de tu gloriosa Dormición; ésta es la sagrada traslación del tabernáculo al que el mismo Dios tributa las honras fúnebres que corresponden a su Madre; ésta es la alabanza de tu partida; éstos los recuerdos que preceden y siguen a la sepultura; éstas las circunstancias que rodean tu incomprensible traslación. Estas son simples representaciones simbólicas de los misterios divinos y de los maravillosos triunfos que en ti se han realizado. La mente no es capaz de alcanzar más allá de lo que ya llevamos dicho.
Nos hemos esforzado en ofrecerte este breve sermón, como muestra de agradecimiento y de súplica; si hay en él algo que sea digno de tu grandeza, ello es debido a tu generosidad en concederlo y a tu benevolencia en aceptarlo, y si, por el contrario, como es forzoso que ocurra al que intenta hablar acerca de ti, aparece algo que desdiga de tu majestad, tú misma ciertamente lo disculparás, pues eres compasiva por naturaleza y estás toda llena de bondad, por lo íntimamente unida que te hallas a tu Hijo. Así, pues, estoy seguro de que vas a considerar como una bellísima ofrenda este pobre trabajo mío, pues no tengo nada más que presentarte, oh excelsa Madre del Verbo, sino este sermón, que dimana de las generosas fuentes de tu gracia, oh toda llena de la divina gracia.
Por lo demás tu unión con Dios en la bienaventuranza eterna es un estado tan excelso, que no puede ser comprendido, ni expresado y, por tanto, hemos de honrarlo con un respetuoso silencio. Así debe ser, pues no nos corresponde investigar aquello que supera nuestra capacidad y no puede ser explorado. Por eso, oh bienaventurada y excelsa Reina y Madre de Dios, si, aunque sea con deficiencias, hemos podido exponer tus ocultos misterios, se debe a tu ayuda y a tus eficaces súplicas ante el Señor. Nos faltan las fuerzas necesarias y las palabras debidas para exponer la sublimidad y grandeza de lo que nuestra mente alcanza a comprender.
Acepta de nuestros labios estas alabanzas que te son debidas, según hemos contemplado, bajo oscuros símbolos, acerca de ti, de quien hemos recibido la luz de la verdad. ¡Oh Reina de todos los hombres, tú llevaste en el seno al que es la misma Sabiduría y la Palabra subsistente por sí misma, o sea la primera y única causa de todo! ¡Oh suministradora de la vida, vida de los vivientes y fuente de vida! ¡Oh Santa que superas a todos los santos y eres tesoro santísimo de toda santidad! ¡Oh tú la que no separas, sino que, con vínculo indisoluble, unes con Dios a la humanidad que se hallaba separada de Él! ¡Oh reino de los que moran en la tierra, dotado de gloria y potestad supremas! ¡Oh refugio y fortaleza de la fe cristiana y defensa de los que en ti ponen su esperanza! ¡Oh Madre de Dios, en quien nos gloriamos, como recompensa por este insignificante trabajo, dirige, en favor nuestro, tus súplicas, más preciosas que grandes tesoros y espléndidas riquezas, a tu Hijo, que es nuestro Señor, nuestro Rey y nuestro Dios! Mediante estas preces tuyas, nosotros pecadores tendremos propicio a Dios y, viviendo virtuosamente, obtendremos la reconciliación; además, por tus súplicas, podremos considerar como cosa de niños los ataques de los bárbaros, de tal manera que sus lanzas, yelmos y flechas resultarán inútiles e ineficaces y, en fin, todo redundará en bien de los cristianos y nos conducirá hacia la unión con Dios.
Ahí tienes, oh carísimo, esta exposición del misterio que, a pesar de sus deficiencias, no deja de expresar el sentimiento de nuestro gozo. Si deseas una explicación más espiritual y más profunda, búscala en el Verbo, que por ti se anonadó 397 y se encarnó y por amor tuyo se unió enteramente a la humana naturaleza. No hay inconveniente en afirmar que se hizo hombre para realizar en ti una verdadera divinización en el espíritu, elevando aquello que es de inferior categoría, pues a ti, que yacías en la tierra, te exaltó junto a sí en la patria celeste. Sea El siempre el objetivo de tu vida y de la pura contemplación espiritual, comportándote, en palabras y obras, de un modo coherente con los dones divinos que has recibido. Que el contemplar a Dios, en la medida de tus posibilidades, y el que Dios te esté mirando te muevan a procurar un constante acrecentamiento de los fulgores de la vida contemplativa y del ejercicio de las virtudes, de modo que, por la acción y la contemplación, llegues a la perfección, a la firmeza y a la plenitud, a la medida de la edad de Cristo 398. A Él sea la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
1 La Natividad de María puede ser considerada como la primera de las festividades cristianas, porque el nacimiento de la Virgen cronológicamente se encuentra en los inicios de la realización de los misterios salvíficos. Además se celebra a principios de Septiembre, que es el primer mes del calendario bizantino.
2 Cf. Hb 10, 1.
3 Cf. Jn 1, 17.
4 Rm 10, 4.
5 Cf. Rm 2, 27 ss; 2Co 3, 5.
6 Cf. Ef 1, 10.
7 Cf. Ga 4, 3-7.
8 2Co 5, 17.
9 Hb 7, 19.
10 Jn l, 16.
11 Cf. Is 45, 8; Jl 3, 18; Am 9, 13.
12 Lc 1, 69.
13 La divinización es un concepto muy apreciado por los San tos Padres griegos y que relacionan de un modo muy singular con el misterio de la Encarnación.
14 Aquí san Andrés, partiendo de unos conceptos desarrolla dos por san Pablo, bajo el símbolo de la levadura y la masa, (cf. 1Co 5, 6; Ga 5, 9} presenta a Jesús, que a través de María, es introducido en la masa humana, sin contaminación alguna, y que obra en ella con la eficacia de la levadura y también es para nosotros pan de vida eterna.
15 Cf. Is 11, 1.
16 Cf. Nm 17, 23; Hb 9, 4.
17 Cf. Hb 5, 5-7; 7, I ss.
18 Cf. Ex 28, 6 ss.; 29, 5.
19 Cf. 1Co 15, 45 ss.
20 Cf. 1S 1, I ss.
21 Cf. Sal 132, 11.
22 Sal 89, 36 ss.
23 Hb 6, 18.
24 Cf. 1P 2, 9.
25 Es decir: esta persona viva unida a María por la devoción y no se sentirá sola, ni estéril.
26 Cf. Dt 18, 15 ss.
27 Hace referencia al sermón anterior, que debió ser pronunciado poco antes del presente panegírico.
28 En la liturgia se suele invocar a los ángeles, a fin de que acompañen a los fieles en la alabanza divina.
29 Alusión a los dones y privilegios de María, que nos han sido
30 Se refiere a la ascendencia davídica de José y de María, de la que luego se hace expresa mención.
31 Cf. Dt 29, 18.
32 Cf. Hb 7, 14.
33 Cf. Gn 28, 12 ss.
34 Cf. Mt 1, 1 ss.
35 Cf. Gn 10, 1 ss.
36 Gn 15, 18; Gn 22, 18.
37 Hb 6, 13 ss.
38 Gn 21, 12.
39 Cf. Rm 4, 19-23.
40 Cf. Hb 7, 16.
41 Hb 7, 24.
42 Cf. Lc 1, 32-33.
43 Jn 18, 36.
44 Cf. Gn 49, 8-13.
45 En estas palabras se transparenta la espiritualidad característica de quienes apreciaban y difundían el culto de los iconos.
46 Gn 49, 8-12.
47 Jn 1, 12-13.
48 Sal 22, 23.
49 Hb 2, 17.
50 Sal 78, 66.
51 Sal 21, 9-13.
52 Sal 89, 22-24.
53 Sal 72, 9.
54 Sal 18, 41.
55 Sal 18, 38-39.
56 Aquí se enlazan la predicción de Jacob acerca de Judá (Gn 49, 8) y los sueños proféticos de José (Gn 37, 5-10), porque en ambos casos se menciona una veneración de parte de los hermanos.
57 Cf. Rm 5, 18-19.
58 Sal 72, 11.
59 Sal 66, 4.
60 Sal 86, 9.
61 Dt 32, 43; Rm 15, 10.
62 Gn 49, 9.
63 Is 11, 1.
64 Ct 2, 1.
65 Jn 10, 18.
66 Jn 2, 19.
67 Sal 3, 6.
68 Sal 16, 10.
69 Sal 30, 4.
70 Gn 49, 10.
71 Sal 76, 13.
72 Gn 49, 10.
73 San Andrés manifiesta la fe en la virginidad de María, tanto en la concepción como en el alumbramiento de Jesús, con estas expresivas palabras
74 Jr 22, 28-30.
75 Cf. Lc 2, 26.
76 Cf. Lc 2, 27-35.
77 Is 55, 4-5; 49, 6.
78 Sal 2, 8.
79 Sal 72, 17.
80 Gn 49, 11.
81 Jn 15, 1.
82 Mt 21, 9 y lugares paralelos.
83 Za 9, 9.
84 Gn 49, 11-12.
85 Is 63, 1-2.
86 Ct 5, 3.
87 Ct 2, 4.
88 Ct 2, 14.
89 Ct 5, 11.
90 Sal 78, 5.
91 Jn 16, 30.
92 Mt 28, 9; Lc 24, 36 y lugares paralelos.
93 Mt 28, 18.
94 Ct 1, 10; Ct 4, 2. En realidad, según el texto bíblico, son pa labras del esposo.
95 Ct 6, 3; Ct 5, 13.
96 Entre los bizantinos era frecuente representar hechos de la Historia sagrada en los objetos litúrgicos.
97 Cf. Mt 12, 33.
98 Alusión a las imágenes sagradas, que eran veneradas no sólo en las iglesias, sino también en las casas de los fieles.
99 Cf. 1S 1, 1 ss.
100 Cf. Gn 18, 9 ss; 21, 1 ss.
101 Cf. Lc 3, 23-38; Mt 1, 1-17.
102 Nm 36, 7 ss.
103 Mt 1,1.
104 Lc 3, 23-24.
105 Lc 3, 38.
106 Cf. Gn 38, 8; Dt 35, 5.
107 Se refiere al escritor Julio Africano en su Carta a Arístides, que reproduce Eusebio en su Historia Eclesiástica 1, 7.
108 Mt l, 16.
109 Lc 3, 23, donde, sin embargo, aparecen intercalados otros dos nombres entre Helí y Melqui.
110 Cf. Pr 22, 28.
111 Mt 1, 20.
112 Cf. 1P 2, 2.
113 Is 59, 10.
114 Cf. 1Co 2, 6-14.
115 Carta de Ignacio de Antioquía a, los Efesios 19, 1.
116 Cf. Nm 36, 7-9.
117 Nm 36, 7.
118 1Co 11, 3.
119 Gn 2, 24.
120 Cf. Lv 20, 10; Dt 22, 22.
121 Lc 1, 32.
122 Lc 2, 4-5.
123 Si 3, 22-23.
124 Ex 15, 2.
125 Sal 50, 3.
126 Sal 45, 14.
127 Sal 45, 11-12.
128 Lc 1, 28. Para comprender el significado de la expresión "Madre del gozo", debemos recordar que el saludo del ángel a María, con la palabra xaWei incluye el concepto de alegría y viene a significar un augurio de gran gozo: "Alégrate, oh llena de gracia", que normalmente solemos compendiar con las palabras de sa ludo "Ave" o "Salve".
129 Cf. Hb 5, 10; 6, 20.
130 Cf. Nm 17, 23; Hb 9, 4.
131 Cf. Is 11, 1.
132 "No escrita" es una expresión frecuente en los Santos Padres, para indicar que en el Antiguo Testamento no se halla una figura o manifestación expresa de ciertas realidades del Nuevo Testamento.
133 Cf. Nm 17, 23; Hb 9, 4.
134 Cf. Nm 27, 21; 1S 14, 41.
135 Cf. Ef 1, 10; Ga 4, 4.
136 La estrecha vinculación de María con la obra salvadora de Cristo es la razón por la que san Andrés aplica a la Virgen muchos conceptos que directamente se refieren al Salvador.
137 Cf. Lc 2, 30-31.
138 Cf. Gn 28, 12 ss.
139 Cf. Ex 20, 18.
140 Cf. Sal 132, 8; Hb 9, 4.
141 Cf. Ex 16, 31ss; Hb 9, 4.
142 Gn 3, 16.
143 Lc 1, 42.
144 Sal 118, 26-27; Mt 21, 9.
145 Cf. Os 10, 1; Ct 2, 13-15.
146 Cf. Jr 18, 1 ss.
147 Cf. 1S 3, 3.
148 Col 2, 9.
149 Nombre hebraico del Santo de los santos.
150 Se refiere a los profetas del Antiguo Testamento, que, con sus escritos, continúan actuando como maestros dentro de la Iglesia.
151 Cf. Ex 31, 2 ss.
152 Ex 3, 3.
153 Is 11, 1.
154 Is 11, 10.
155 Ex 3, 5.
156 Sal 106, 24.
157 Sal 85, 12.
158 Ha 3, 3.
159 Ibid.
160 Dn 2, 45.
161 Sal 68, 17.
162 Sal 52, 10.
163 Sal 132, 8.
164 Is 6, 1.
165 Ez 44, 2.
166 Is 59, 20.
167 Sal 132, 13.
168 Sal 87, 5.
169 Lc 1, 43.
170 Ct 3, 9.
171 Ct 3, 7.
172 Ez 2, 9; 3, 1.
173 Is 29, 11.
174 Is 8, 1.
175 Is 6, 7.
176 Is 7, 14.
177 Is 8, 3.
178 Sal 45, 10.
179 Ct 4, 7-11.
180 Ct 4, 10.
181 Ct 4, 12.
182 Sal 45, 11-12.
183 Pr 31, 29.
184 Lc 1, 26.
185 Is 19, 1.
186 Ez 1, 27-28.
187 Ez 1, 27.
188 Sal 19, 3.
189 Sal 33, 13.
190 Sal 115, 16.
191 Sal 68, 33.
192 Sal 68, 5.
193 Sal 19, 6.
194 Sal 87, 3.
195 Sal 46, 6-7.
196 Ez 4, 1-2.
197 Gn 28, 17.
198 Ez 3, 12.
199 Sal 132, 4-5.
200 Sal 72, 6.
201 Lc 1, 42.
202 Ga 4, 4.
203 Lc 1, 45.
204 Lc 11, 27.
205 Lc 1, 30-37, 46-47.
206 Sal 9, 1 -10, 22.
207 Sal 89, 50.
208 Mi 7, 18.
209 Hb 13, 5; Dt 31, 6.
210 Jn 14, 18.
211 Sal 25, 6.
212 Es decir: junto con el milagro de la Encarnación se realizó también el del nacimiento de María de una madre hasta entonces estéril.
213 Cf. Hb 9, 1; Ex 25-26.
214 Cf. Za 4, 2.
215 En este pasaje san Andrés expresa, con profunda espiritualidad y hondo sentido pastoral, la importancia del Misterio ecarístico en relación a la vida de los fieles y a la piedad mariana.
216 Cf Flp 2, 7.
217 Segundo nacimiento o generación en referencia a la generación eterna del Verbo.
218 Cf. Ex 3, 9.
219 Cf. Jr 6, 38 ss.
220 Cf. Is 6, 2 ss.
221 Cf. Ez 44, 2.
222 Ap 1, 4.
223 La serpiente y el dragón asirio representan a Satanás y, en general, a los espíritus malignos. Acerca del designio divino de ocultar al diablo el misterio de la Encarnación, véase el testimonio de san Ignacio de Antioquía, alegado por san Andrés en la homilía III, nota n°. 15.
224 Combinación de diversos textos: Is 45, 8; Am 9, 13; Sal 65, 13; Is 49, 13.
225 Ef 3, 9; Col 1, 26.
226 Ef 1, 9.
227 Cf. Lc 1, 26.
228 Cf. Rm 11, 15.
229 Hb 1, 14.
230 Cf. Jb 36, 30.
231 Cf. Rm 11, 36; Col 1, 16-17.
232 Es el título sobremanera honorífico que san Andrés y otros predicadores bizantinos aplican a David.
233 Sal 85, 11.
234 Lc 2, 14. Texto que aparece en algunos códices y resulta algo distinto de la forma más conocida y divulgada.
235 Cf. Ef 1, 21.
236 Cf. 1Tm 2, 5; Hb 9, 15, etc.
237 Hb 7, 19.
238 1Co 10, 11.
239 Cf. Lc 1, 26-27.
240 Mt 2, 23.
241 Cf. Jn 1, 49.
242 Cf. Dn 8, 16; 9, 21-22.
243 Is 66, 1.
244 Lc 1, 28.
245 Gn 1, 3-6.
246 Cf. Ex 16, 13 ss.
247 Cf. Is 6, 6.
248 Material semitransparente que, colocado en las ventanas, de jaba pasar la luz.
249 Lc 1, 42.
250 Col 2, 3.
251 Ct 7, 2.
252 Cf. Gn 22, 14 ss.
253 Mt 21, 9 y lugares paralelos.
254 Sal 72, 19.
255 Cf. Lc 1, 48.
256 Cf. Sal 45, 15-16.
257 Cf. Is 8, 3; 17, 14.
258 Cf. Is 29, 11,
259 Hay una laguna en el texto, que seguramente corresponde al concepto de puerta que mira hacia el Oriente. Cf. Ez 46, 2.
260 Ez 44, 1-2.
261 Dn 2, 35.
262 Ha 3, 3.
263 Sal 68, 16-17.
264 Za 4, 2.
265 Cf. Gn 2, 10.
266 Cf. Sb 10, 1-2, en que aparece Adán rehabilitado después de la caída.
267 Cf. Ex 15, 22 ss.
268 Cf. Ex 16, 33 ss.
269 Cf. 2R 2, 19 ss.
270 Jn 4, 14.
271 Flp 2, 10.
272 Alusión al trisagio de la liturgia bizantina y de todos los demás ritos, orientales y occidentales, relacionado con Is 6, 3.
273 Lc 1, 29.
274 Cf. Lc 1, 9 ss.
275 San Andrés de Creta insiste mucho en la inicial perplejidad de María, al recibir el anuncio del ángel. Lo mismo y aun con más detención hace san Germán de Constantinopla en su homilía sobre el mismo tema (PG 98, 319-339). Quizá en este modo de proceder se refleje la preocupación pastoral de advertir a las vírgenes consagradas y a las doncellas en general, que se mostraran cautas y recatadas en el trato con los varones.
276, Lc 1, 30.
277 San Andrés se hace eco de la opinión muy divulgada entre los bizantinos de que el ángel anuncia a María lo que Dios ya ha realizado en ella. También es propio del estilo oratorio presentar como ya realizadas cosas que aún han de ocurrir, pues el predica dor tiende a enlazar los relatos del pasado con las realidades del presente.
278 Is 9, 6.
279 Lc 1, 31.
280 Lc 1, 32-33.
281 Lc 1, 34.
282 Cf. Nm 17, 6 ss.
283 Cf. Ex 17, 5 ss.
284 Cf. Ex 3, 2-3.
285 Lc 1, 35.
286 Ha 3, 3.
287 Lc 1, 35.
288 Lc 1, 37.
289 Lc 1, 38.
290 Ibid.
291 Ef 1, 20-21.
292 Cf. 1Co 15, 26-54; Hb 2, 14.
293 Cf. Hb 2, 11-17; 4, 15.
294 Cf. 1Tm 2, 6.
295 Hb 2, 15.
296 Cf. 1Co 15, 51 ss. Se refiere el Apóstol a los hombres de la última generación, antes del juicio final.
297 Cf. Si 38, 24. Muchos de los libros sapienciales eran atribuidos a Salomón y por eso aquí se menciona el autor de los Proverbios.
298 Cf. Rm 7, 23 ss.
299 Jn 8, 12.
300 Hb 2, 14.
301 Sal 23, 4.
302 1P 3, 19.
303 Mt 10, 24.
304 Rm 5, 21.
305 Cf. Sal 107, 14. Los Santos Padres y toda la Iglesia oriental valoran mucho el misterio del descenso de Cristo a los Infiernos, que aparece en multitud de pinturas e iconos y es recordado especialmente en los oficios litúrgicos del Sábado Santo.
306 Cf. Gn 2, 21-23.
307 Cf. Sal 89, 49.
308 Lc 1, 46.
309 Lc 1, 48.
310 Cf. Lc 1, 78-79.
311 Lc 1, 48-49.
312 El sepulcro vacío de la Theotokos es venerado desde muy antiguo en Getsemaní. Por haber estado en manos de la comunidad judeo-cristiana, no es mencionado por Egeria, ni por san Jerónimo, pero los recientes estudios del P. Bagattí y de otros arqueólogos e historiadores valoran muy positivamente la tradición jerosolimitana que asegura que se trata del sepulcro de la Virgen.
313 Muchos recuerdos de este tipo se veneraban en Jerusalén, como las huellas de los pies de Cristo en el monte de los Olivos. San Sofronio, patriarca de Jerusalén a principios del siglo VII, habla de la piedra en que María se acostó para morir y otros mencionan cavidades de las rodillas de Cristo en Getsemaní, que quizá sean las mismas que san Andrés de Creta considera como un "sagrado recuerdo" de María. Véase también la homilía siguiente.
314 Este topónimo aparece en la versión de los Setenta (Je 2, 5). Aquí se identifica con el valle de Josafat o del torrente Cedrón.
315 Cf. Mt 26, 39 ss.
316 Sal 42, 5.
317 Sal 45, 3.
318 Rm 11, 33-34.
319 Se refiere a los apóstoles y escritores de los primeros tiempos cristianos.
320 Referencia a los escritos del Pseudo Dionisio, que Andrés y sus contemporáneos creían que en verdad se debían a Dionisio el Areopagíta, convertido en Atenas por san Pablo (Hch 17, 34). En realidad pertenecen a un autor desconocido de principio del siglo VI, de gran elevación mística e imbuido de Neoplatonismo.
321 Pseudo Dionisio, De divinis nominibus, 3, 2-3.
322 La "Santa Sión" era la primitiva iglesia de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén, llamada "Madre de todas las iglesias". Probablemente estaba ubicada en el lugar donde Cristo celebró la última Cena y donde tuvieron lugar los acontecimientos de Pentecostés (Hch 1, 13). Es probable que allí habitaran algunos de los parientes del Señor y con ellos la Virgen María.
323 Pr 8, 9.
324 Con estas palabras parece insinuarse que el lóculo del sepulcro de María debió tener las características de las tumbas antropomórficas. Probablemente hace referencia al monumento del que habla san Sofronio, al tratar de los recursos marianos de Getsemaní. Véase la nota anterior n°. 22.
325 Cf. Dn 14, 33-39.
326 Según Lc 10, 1 ss, los discípulos eran setenta y dos.
327 Rm 11, 16.
328 Ef 1, 23.
329 Cf. Hb 1, 3.
330 Cf. Sal 110, 3.
331 Cf. Is 6, 1.
332 A finales del siglo VI el emperador Mauricio había implantado en todo el Imperio bizantino la fiesta de la Dormición de María, que a principios del mismo siglo ya se celebraba en Siria y Palestina. Quizá san Andrés se refiere a una situación peculiar de la isla de Creta, en cuanto a la celebración de esta festividad. Ya en el siglo IV aparecen noticias de una festividad mariana del 15 de Agosto, que en algunos lugares estaba relacionada con las labores de la vendimia. No sería extraño que en Creta, por su tradición vinícola, se hubieran mantenido tales características y se hubiera desatendido el recuerdo de la Dormición de María.
333 Jl 2, 1; Sal 81, 3.
334 Véase la homilía anterior, nota n°. 22.
335 Tb 12, 7.
336 Cf. Ex 19, 12 ss.
337 Cf. Ez 40, 17.
338 Cf. 1Co 13, 12.
339 Cf. 2Co 3, 18.
340 Cf. Is 6, 5.
341 Cf. 2R 2, 11; Gn 5, 24.
342 Cf. Gn 3, 19.
343 Estas reflexiones hacen suponer que, al afirmar la asunción al cielo del alma de María y la desaparición de su cuerpo del sepulcro, quedaba un margen de libertad para hacer averiguaciones o hipótesis sobre la ubicación del cuerpo de María; algunos bizantinos proponían que provisionalmente se encontrara en el Paraíso terrenal, hasta el día del juicio. También cabe la posibilidad de que este pasaje sea una interpolación, pues poco antes san Andrés hablaba de "la recomposición y unión de elementos", refiriéndose al cuerpo y al alma de María.
344 Cf. Pr 9, 1-2.
345 Cf. Hb 2, 14.
346 Cf. Lc 1, 26.
347 Las fuentes de que se sirve san Andrés para los detalles de la sepultura de María y la reunión de apóstoles y discípulos junto a ella, además de los escritos del Pseudo Dionisio, son las tradiciones ya difundidas en toda la Iglesia por la literatura apócrifa asuncionista, representada especialmente por el Pseudo Juan Evangelista, Juan de Tesalónica y el Pseudo José de Arimatea.
348 Sal 139, 6.
349 Is 6, 5.
350 La niebla es símbolo de la presencia de Dios y de lo incomprensible de sus misterios.
351 Estas palabras nos inducen a pensar que a esta homilía había de seguir otra, que probablemente es la anterior, XII en la Patrología de Migne, cuyo orden mantenemos en la presente traducción.
352 Las tres homilías sobre la Dormición forman un conjunto y se complementan entre sí. Probablemente fueron pronunciadas en una misma festividad, quizá en días sucesivos.
353 Se refiere al cántico de Hieroteo del que habla el Pseudo Dionisio. Véase homilía VI, nota n°. 29.
354 Cf. Ct 1, 3.
355 El orador no pretende precisar cuál fuera la altura del cuerpo de María, sino solamente poner de relieve su pequeñez material, en contraposición a la grandeza de Dios y de sus dones espirituales.
356 Las referencias a este supuesto himno de Hieroteo son ante todo un recurso literario que permite al orador componer un espléndido conjunto de alabanzas al misterio de la Asunción de María.
357 Ex 3, 3.
358 Sal 132, 8.
359 Sal 45, 13.
360 Ibid., v. 14.
361 Ct 3, 6.
362 Ct 3, 7-10.
363 Ct 3, 11.
364 Cf. Ct 6, 8; 4, 10.
365 Is 7, 14.
366 Is 11, 10.
367 Is 11, 1.
368 Ez 44, 1-2.
369 Dn 2, 34.
370 1P 1, 12.
371 Cf. Sal 45, 12; Sb 8, 2.
372 Jn 1, 14.
373 Ef 3, 9.
374 Cf. Sal 68, 18.
375 Ibid., v. 16-17.
376 Ha 3, 3.
377 1P 2, 9.
378 Ct 4, 7.
379 Ct 4, 11; 6, 4.
380 Cf. Sal 45, 8.
381 Cf. Is 6, 1.
382 Lc 1, 42.
383 Lc 2, 14.
384 Cf. Gn 5, 24.
385 Cf. Sal 120, 5.
386 Cf. Hb 8, 5.
387 Is 6, 4.
388 Sal 48, 3.
389 Sal 114, 1.
390 Sal 148, 12.
391 Se refiere a María la hermana de Moisés (Ex 15, 20).
392 Hb 9, 4.
393 Gn 28, 17.
394 Cf. Ex 25, 17; Hb 9, 5. Se trata de los querubines y no de los serafines.
395 Cf. Jn 4, 24.
396 Cf. Hb 4, 14.
397 Cf. Flp 2, 7.
398 Cf. Ef 4, 13.