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  Domingo de Ramos

En este día, la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su misterio pascual. En todas las misas se hace memoria de esta entrada del Señor:
(I) por medio de una procesión (que no puede repetirse)
(II) de una entrada solemne, antes de la misa principal,
(III) por medio de una entrada sencilla, antes de las demás misas.

Antífona de entrada

Seis días antes de la solemnidad de la Pascua, cuando el Señor subía a la ciudad de Jerusalén, los niños, con ramos de palmas, salieron a su encuentro, y con júbilo proclamaban:
¡Hosanna en el cielo!
¡Bendito tú que vienes
y nos traes la misericordia de Dios!
Sal 24, 9-10: ¡Portones!, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos:
él es el Rey de la gloria.
¡Hosanna en el cielo!
¡Bendito tú, que vienes
y nos traes la misericordia de Dios!

Oración colecta

Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo…  

Primera Lectura

No escondí el rostro ante ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado
Lectura del libro de Isaías. (Is 50, 4-7)
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 22, 8-9.17-18a.19-20.23-24
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere».

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel».

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Deus, Deus meus, quare me dereliquísti?

Segunda Lectura

Se humilló a sí mismo; por eso Dios lo exaltó sobre todo
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses. (Flp 2,6-11)
Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Flp 2, 8-9
Cristo se ha hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre.
Christus factus est pro nobis oboédiens usque ad mortem, mortem autem crucis. Propter quod et Deus exaltávit illum et dedit illi nomen, quod est super omne nomen.

Evangelio

Oración sobre las ofrendas

Por la pasión de tu Hijo se propicio a tu pueblo, Señor, y concédenos por esta celebración que actualiza el único sacrificio de Jesucristo la misericordia que no merecen nuestros pecados. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio

La Pasión del Señor
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro. El cual, siendo inocente, se entregó a la muerte por los pecadores, y aceptó la injusticia de ser contado entre los criminales. De esta forma, al morir, destruyó nuestra culpa, y, al resucitar, fuimos justificados. Por eso, te alaban los ángeles y los arcángeles, proclamando sin cesar

Antífona de la comunión

Mt 26, 42
Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.

Oración después de la comunión

Fortalecidos con tan santos misterios, te dirigimos esta súplica, Señor: del mismo modo que la muerte de tu Hijo nos ha hecho esperar lo que nuestra fe nos promete, que su resurrección nos alcance la plena posesión de lo que anhelamos. Por Jesucristo, nuestro Señor.

  Lunes Santo

Antífona de entrada

Pelea, Señor, contra los que me atacan, guerrea contra los que me hacen guerra; empuña el escudo y la adarga, levántate y ven en mi auxilio, Señor Dios, mi fuerte salvador.

No se dice Gloria

Oración colecta

Concédenos, Dios todopoderoso,
que, quienes desfallecemos a causa de nuestra debilidad,
encontremos aliento en la pasión de tu Hijo unigénito.
Él, que vive y reina contigo.

Primera Lectura

No gritará, no voceará por las calles
Lectura del libro de Isaías. (Is 42, 1-7)
Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, en quien me complazco.
He puesto mi espíritu sobre él, manifestará la justicia a las naciones.
No gritará, no clamará, no voceará por las calles.
La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará.
Manifestará la justicia con verdad.
No vacilará ni se quebrará, hasta implantar la justicia en el país.
En su ley esperan las islas.
Esto dice el Señor, Dios, que crea y despliega los cielos, consolidó la tierra con su vegetación, da el respiro al pueblo que la habita y el aliento a quienes caminan por ella: «Yo, el Señor, te he llamado en mi justicia, te cogí de la mano, te formé e hice de ti alianza de un pueblo y luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la cárcel, de la prisión a los que habitan en tinieblas».
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 27, 1.2.3.13-14
R/. El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida,
¿quién me hará temblar?

El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

Cuando me asaltan los malvados
para devorar mi carne,
ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen.

El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

Si un ejército acampa contra mí,
mi corazón no tiembla;
si me declaran la guerra,
me siento tranquilo.

El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

Espero gozar de la dicha del Señor
en el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente,
ten ánimo, espera en el Señor.

El Señor es mi luz y mi salvación.
Dóminus illuminátio mea et salus mea.

Aclamación antes del Evangelio

Salve, Rey nuestro, solo tú te has compadecido de nuestros errores.
Ave, Rex noster: tu solus nostros es miserátus errores.

Evangelio

Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura
Lectura del santo Evangelio según san Juan. (Jn 12, 1-11)
Gloria a ti, Señor.
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa.
María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?».
Esto lo dijo no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando.
Jesús dijo: «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis».
Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron no solo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos.
Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las ofrendas

Mira, Señor, con bondad los santos misterios que estamos celebrando y, ya que tu amor providente los instituyó para librarnos de nuestra condena, haz que fructifiquen para la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio

Antífona de la comunión

No me escondas tu rostro el día de la desgracia. Inclina tu oído hacia mí cuando te invoco, escúchame enseguida.

Oración después de la comunión

Visita, Señor, a tu pueblo,
y guarda los corazones
de quienes se consagran a tus misterios con amor solícito,
para que conserven, bajo tu protección,
los medios de la salvación eterna que han recibido de tu misericordia
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo

Defiende, Señor, a los sencillos
y protege continuamente a los que confían en tu misericordia,
para que, al disponerse a celebrar las fiestas de Pascua,
tengan en cuenta no solo la penitencia corporal,
sino, lo que es más importante, la pureza interior.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

  Martes Santo

Antífona de entrada

No me entregues, Señor, a la saña de mis adversarios, porque se levantan contra mí testigos falsos, que respiran violencia.

No se dice Gloria

Oración colecta

Dios todopoderoso y eterno,
concédenos participar de tal modo
en las celebraciones de la pasión del Señor,
que merezcamos tu perdón.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Primera Lectura

Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra
Lectura del libro de Isaías. (Is 49, 1-6)
Escuchadme, islas; atended, pueblos lejanos: El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré».
Y yo pensaba: «En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas».
En realidad el Señor defendía mi causa, mi recompensa la custodiaba Dios.
Y ahora dice el Señor, el que me formó desde el vientre como siervo suyo, para que le devolviese a Jacob, para que le reuniera a Israel; he sido glorificado a los ojos de Dios.
Y mi Dios era mi fuerza: «Es poco que seas mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y traer de vuelta a los supervivientes de Israel.
Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra».
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 71, 1-2.3-4a.5-6ab.15 y 17
R/. Mi boca contará tu salvación, Señor.
Os meum annuntiábit salutáre tuum, Dómine.

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre.
Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído y sálvame.

Mi boca contará tu salvación, Señor.
Os meum annuntiábit salutáre tuum, Dómine.

Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa.

Mi boca contará tu salvación, Señor.
Os meum annuntiábit salutáre tuum, Dómine.

Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías.

Mi boca contará tu salvación, Señor.
Os meum annuntiábit salutáre tuum, Dómine.

Mi boca contará tu justicia,
y todo el día tu salvación.
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas.

Mi boca contará tu salvación, Señor.
Os meum annuntiábit salutáre tuum, Dómine.

Aclamación antes del Evangelio

Salve, Rey nuestro, obediente al Padre; fuiste llevado a la crucifixión, como manso cordero a la matanza.
Ave, Rex noster, Patri oboédiens: ductus es ad crucifigéndum, ut agnus mansuétus ad occisiónem.

Evangelio

Uno de vosotros me va a entregar... No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces
Lectura del santo Evangelio según san Juan. (Jn 13, 21-33.36-38)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar».
Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?».
Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado».
Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto».
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: “Donde yo voy no podéis venir vosotros”».
Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿adónde vas?».
Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde».
Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti». Jesús le contestó: «¿Conque darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las ofrendas

Mira, Señor, con bondad
las ofrendas de esta familia tuya
a la que haces partícipe de tus dones santos,
y concédele llegar a poseerlos plenamente.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio

Antífona de la comunión

Dios no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.

Oración después de la comunión

Saciados con el don de la salvación,
invocamos, Señor, tu misericordia,
para que este sacramento,
con el que quisiste que fuésemos alimentados en nuestra vida temporal,
nos haga participar de la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo

Que tu misericordia, oh, Dios,
limpie al pueblo fiel
del engaño del viejo pecado
y le haga capaz de la novedad de una vida santa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

  Miércoles Santo

Antífona de entrada

Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo: porque él se ha hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz; por eso es Señor, para gloria de Dios Padre.

No se dice Gloria

Oración colecta

Oh, Dios que, para librarnos del poder del enemigo,
quisiste que tu Hijo soportase por nosotros el suplicio de la cruz,
concédenos a tus siervos alcanzar la gracia de la resurrección.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Primera Lectura

No escondí el rostro ante ultrajes
Lectura del libro de Isaías. (Is 50, 4-9a)
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi defensor está cerca, ¿quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos, ¿quién me acusará?
Que se acerque.
Mirad, el Señor Dios me ayuda, ¿quién me condenará?
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 69, 8-10.21bcd-22.31 y 33-44
R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.
In multitúdine misericórdiae tuae, Dómine, exáudi me, témpore grátiae.

Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí.

Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.
In multitúdine misericórdiae tuae, Dómine, exáudi me, témpore grátiae.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco.
Espero compasión, y no la hay;
consoladores, y no los encuentro.
En mi comida me echaron hiel,
para mi sed me dieron vinagre.

Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.
In multitúdine misericórdiae tuae, Dómine, exáudi me, témpore grátiae.

Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.

Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor.
In multitúdine misericórdiae tuae, Dómine, exáudi me, témpore grátiae.

Aclamación antes del Evangelio

Salve, Rey nuestro, obediente al Padre; fuiste llevado a la crucifixión, como manso cordero a la matanza.
Ave, Rex noster, Patri oboédiens: ductus es ad crucifigéndum, ut agnus mansuétus ad occisiónem.

Evangelio

El Hijo del hombre se va como está escrito; pero, ¡ay de aquel por quien es entregado!
Lectura del santo Evangelio según san Mateo. (Mt 26, 14-25)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
Él contestó: «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?».
Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?».
Él respondió: «Tú lo has dicho».
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración sobre las ofrendas

Recibe, Señor, las ofrendas que te presentamos,
y muestra la eficacia de tu poder,
para que, al celebrar sacramentalmente la pasión de tu Hijo,
consigamos sus frutos saludables.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio

Antífona de la comunión

El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos.

Oración después de la comunión

Dios todopoderoso,
concédenos sentir vivamente
que, por la muerte de tu Hijo en el tiempo
manifestada en estos santos misterios,
confiemos en que tú nos has dado la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Oración sobre el pueblo

Concede, Señor, a tus fieles
recibir pronto los sacramentos pascuales
y esperar, con vivo deseo, los dones futuros,
para que, perseverando
en los santos misterios que los hicieron renacer,
se sientan impulsados por ellos hacia una nueva vida.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

  Jueves Santo (Misa crismal)

Celebración Eucarística y bendición de los óleos
CrismalEn la Cena del Señor

Antífona de entrada

Jesucristo nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

Oración colecta

Oh Dios, que por la unción del Espíritu Santo constituiste a tu Hijo Mesías y Señor, y a nosotros, miembros de su cuerpo, nos haces partícipes de su misma unción; ayúdanos a ser en el mundo testigos fieles de la redención que ofreces a todos los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.

Primera Lectura

El Señor me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, y darles un perfume de fiesta
Lectura del libro de Isaías. (Is 61, 1-3a.6a.8b-9)
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor, un día de venganza de nuestro Dios,
para consolar a los afligidos, para dar a los afligidos de Sion una diadema en lugar de cenizas, perfume de fiesta en lugar de duelo, un vestido de alabanza en lugar de un espíritu abatido.
Vosotros os llamaréis «Sacerdotes del Señor», dirán de vosotros: «Ministros de nuestro Dios».
Les daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo.
Su estirpe será célebre entre las naciones, y sus vástagos entre los pueblos.
Los que los vean reconocerán que son la estirpe que bendijo el Señor.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 89, 21-22.25 y 27
R/. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Misericordias tuas, Dómine, in aeternum cantabo.

Encontré a David, mi siervo,
y lo he ungido con óleo sagrado;
para que mi mano esté siempre con él
y mi brazo lo haga valeroso.

Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Misericordias tuas, Dómine, in aeternum cantabo.

Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán,
por mi nombre crecerá su poder.
Él me invocará: «Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora».

Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.
Misericordias tuas, Dómine, in aeternum cantabo.

Segunda Lectura

Nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios Padre
Lectura del libro del Apocalipsis. (Ap 1, 5-8)
Gracia y paz a vosotros de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra.
Al que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre.
A él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
Mirad: viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que lo traspasaron. Por él se lamentarán todos los pueblos de la tierra.
Sí, amén.
Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso».
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Is 61
El Espíritu del Señor está sobre mí: me ha enviado a evangelizar a los pobres.
Spíritus Domini super em: evangelizare pauperibus misit me.

Evangelio

El Espíritu del Señor está sobre m porque él me ha ungido
Lectura del santo Evangelio según san Lucas. (Lc 4, 16-21)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Renovación de las promesas sacerdotales

Acabada la homilía, el obispo dialoga con los presbíteros con éstas o semejantes palabras:
Obispo: Hijos amadísimos: En esta conmemoración anual del día en que Cristo confirió su sacerdocio a los Apóstoles y a nosotros, ¿queréis renovar las promesas que hicisteis un día ante vuestro obispo y ante el pueblo santo de Dios?
Sacerdotes: Sí, quiero.
Obispo: ¿Queréis uniros más fuertemente a Cristo y configuraros con él, renunciando a vosotros mismos y reafirmando la promesa de cumplir los sagrados deberes que, por amor a Cristo, aceptasteis gozosos el día de vuestra ordenación para el servicio de la Iglesia?
Sacerdotes: Sí, quiero.
Obispo: ¿Deseáis permanecer como fieles dispensadores de los misterios de Dios en la celebración eucarística y en las demás acciones litúrgicas, y desempeñar fielmente el ministerio de la predicación como seguidores de Cristo, Cabeza y Pastor, sin pretender los bienes temporales, sino movidos únicamente por el celo de las almas?
Sacerdotes: Sí, quiero.
Obispo: Y ahora vosotros, hijos muy queridos, orad por vuestros presbíteros, para que el Señor derrame abundantemente sobre ellos sus bendiciones: que sean ministros fieles de Cristo, Sumo Sacerdote, y os conduzcan a él, única fuente de salvación.
Pueblo: Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos.
Seguidamente, dirigiéndose al pueblo, prosigue:
Obispo: Y rezad también por mí, para que sea fiel al ministerio apostólico confiado a mi humilde persona y sea imagen, cada vez más viva y perfecta, de Cristo Sacerdote, Buen Pastor, Maestro y Siervo de todos.
Pueblo: Cristo, óyenos. Cristo, escúchanos.
Obispo: El Señor nos guarde en su caridad y nos conduzca a todos, pastores y grey, a la vida eterna.
Todos: Amén.

Procesión de las Ofrendas

Oración sobre las ofrendas

Te pedimos, Señor, que la eficacia de este sacrificio nos purifique del antiguo pecado, acreciente en nosotros la vida nueva y nos otorgue la plena salvación. Por Jesucristo nuestro Señor.

Bendición del Óleo de los Enfermos

El obispo bendice el óleo de los enfermos diciendo está oración:
Señor Dios, Padre de todo consuelo, que has querido sanar las dolencias de los enfermos por medio de tu Hijo: escucha con amor la oración de nuestra fe y derrama desde el cielo tu Espíritu Santo Paráclito sobre este óleo.
Tú que has hecho que el leño verde del olivo produzca aceite abundante para vigor de nuestro cuerpo, enriquece con tu bendición este óleo para que cuantos sean ungidos con él sientan en cuerpo y alma tu divina protección y experimenten alivio en sus enfermedades y dolores. Que por tu acción, Señor, este aceite sea para nosotros óleo santo, en nombre de Jesucristo nuestro Señor Que vive y reina por los siglos de los siglos.

Prefacio

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Que constituiste a tu único Hijo Pontífice de la Alianza nueva y eterna por la unción del Espíritu Santo, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio. El no sólo confiere el honor del sacerdocio real a todo su pueblo santo, sino también, con amor de hermano, elige a hombres de este pueblo, para que, por la imposición de las manos, participen de su sagrada misión. Ellos renuevan en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, preparan a tus hijos el banquete pascual, presiden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con los sacramentos. Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y amor. Por eso, nosotros, Señor, con los ángeles y los santos, cantamos tu gloria diciendo

Antífona de la comunión

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades.

Oración después de la comunión

Concédenos, Dios todopoderoso, que quienes han participado en tus sacramentos sean en el mundo buen olor de Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

Bendición del Oleo de los Catecúmenos

Estando todo dispuesto, el obispo, de pie y cara al pueblo, con las manos extendidas, dice la siguiente oración.
Señor Dios, fuerza y defensa de tu pueblo, que has hecho del aceite un símbolo de vigor, dígnate bendecir este óleo y concede tu fortaleza a los catecúmenos que han de ser ungidos con él, para que, al aumentar en ellos el conocimiento de las realidades divinas y la valentía en el combate de la fe, vivan más hondamente el Evangelio de Cristo, emprendan animosos la tarea cristiana y, admitidos entre tus hijos de adopción, gocen de la alegría de sentirse renacidos y de formar parte de la Iglesia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Consagración del Crisma

Seguidamente el Obispo derrama los aromas sobre el óleo y hace el crisma en silencio, a no ser que ya estuviese preparado de antemano.
Una vez hecho esto, dice la siguiente invitación a orar:

Hermanos: pidamos a Dios Padre todopoderoso que se digne bendecir y santificar este ungüento para que aquellos cuyos cuerpos van a ser ungidos con él sientan interiormente la unción de la bondad divina y sean dignos de los frutos de la redención.
Entonces el obispo, oportunamente, sopla sobre la boca de la vasija del crisma, y con las manos extendidas dice la siguiente oración de consagración:
Señor Dios, autor de todo crecimiento y de todo progreso espiritual: recibe complacido la acción de gracias que gozosamente, por nuestro medio, te dirige la Iglesia.
Al principio del mundo, tú mandaste que de la tierra brotasen árboles que dieran fruto, y entre ellos el olivo, que ahora nos suministra el aceite con el que hemos preparado el santo crisma.
Ya David, en los tiempos antiguos, previendo con espíritu profético los sacramentos que tu amor instituiría en favor de los hombres, nos invitaba a ungir nuestros rostros con óleo en señal de alegría. También, cuando en los días del diluvio las aguas purificaron de pecado la tierra, una paloma, signo de la gracia futura, anunció con un ramo de olivo la restauración de la paz entre los hombres.
Y en los últimos tiempos, el símbolo de la unción alcanzó su plenitud: después que el agua bautismal lava los pecados, el óleo santo consagra nuestros cuerpos y da paz y alegría a nuestros rostros.
Por eso, Señor, tú mandaste a tu siervo Moisés que, tras purificar en el agua a su hermano Aarón, lo consagrase sacerdote con la unción de este óleo.
Todavía alcanzó la unción mayor grandeza cuando tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, después de ser bautizado por Juan en el Jordán, recibió el Espíritu Santo en forma de paloma y se oyó tu voz declarando que él era tu Hijo, el Amado, en quien te complacías plenamente.
De este modo se hizo manifiesto que David ya hablaba de Cristo cuando dijo: "El Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros".
Todos los concelebrantes, en silencio, extienden la mano derecha hacia el crisma, y la mantienen así hasta el final de la oración.
A la vista de tantas maravillas, te pedimos, Señor, que te dignes santificar con tu bendición este óleo y que, con la cooperación de Cristo, tu Hijo, de cuyo nombre le viene a este óleo el nombre de crisma, infundas en él la fuerza del Espíritu Santo con la que ungiste a sacerdotes, reyes, profetas y mártires, y hagas que este crisma sea sacramento de la plenitud de la vida cristiana para todos los que van a ser renovados por el baño espiritual del bautismo; haz que los consagrados por esta unción, libres del pecado en que nacieron, y convertidos en templo de tu divina presencia, exhalen el perfume de una vida santa; que, fieles al sentido de la unción, vivan según su condición de reyes, sacerdotes y profetas y que este óleo sea para cuantos renazcan del agua y del Espíritu Santo, crisma de salvación, les haga partícipes de la vida eterna y herederos de la gloria celestial. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos los concelebrantes, en silencio, extienden la mano derecha hacia el crisma, y la mantienen así hasta el final de la oración.
Por tanto, te pedimos, Señor, que mediante el poder de tu gracia hagas que esta mezcla de aceite y perfume sea para nosotros instrumento y signo de tus + bendiciones; derrama sobre nuestros hermanos, cuando sean ungidos con este crisma, la abundancia de los dones del Espíritu Santo, y que los lugares y objetos consagrados por este óleo sean para tu pueblo motivo de santificación.
Pero ante todo, Señor, te suplicamos que por medio del sacramento del crisma hagas crecer a tu Iglesia en el número y santidad de sus hijos, hasta que, según la medida de Cristo, alcance aquella plenitud en la que tú, en el esplendor de tu gloria, junto con tu Hijo y en la unidad del Espíritu Santo, lo serás todo en todos por los siglos de los siglos.

  Jueves Santo

CrismalEn la Cena del Señor

Antífona de entrada

Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en él está nuestra salvación, vida y resurrección, por él hemos sido salvados y liberados.
Se dice Gloria

Oración colecta

Oh; Dios,
al celebrar la Cena santísima
en la que tu Unigénito,
cuando iba a entregarse a la muerte,
confió a la Iglesia el sacrificio nuevo y eterno
y el banquete de su amor,
te pedimos alcanzar,
de tan gran misterio,
la plenitud de caridad y de vida.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Primera Lectura

Prescripciones sobre la cena pascual
Lectura del libro del Éxodo. (Ex 12, 1-8.11-14)
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
«Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de los hijos de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino más próximo a su casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año; lo escogeréis entre los corderos o los cabritos.
Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo matará al atardecer”. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo comáis. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y hierbas amargas.
Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora, cuando yo hiera a la tierra de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 116, 12-13.15-16bc.17-18
R/. El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo.
Calix benedictiónis communicátio Sánguinis Christi est.

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor.

El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo.
Calix benedictiónis communicátio Sánguinis Christi est.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,
hijo de tu esclava:
rompiste mis cadenas.

El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo.
Calix benedictiónis communicátio Sánguinis Christi est.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando el nombre del Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.

El cáliz de la bendición es comunión de la sangre de Cristo.
Calix benedictiónis communicátio Sánguinis Christi est.

Segunda Lectura

Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios. (1Co 11, 23-26)
Hermanos:
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Jn 13, 34
Os doy un mandamiento nuevo -dice el Señor-: que os améis unos a otros, como yo os he amado.
Mandátum novum do vobis dicit Dóminus, ut diligátis ínvicem, sicut diléxi

Evangelio

Los amó hasta el extremo
Lectura del santo Evangelio según san Juan. (Jn 13, 1-15)
Gloria a ti, Señor.
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza». Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Lavatorio de los pies

Oración sobre las ofrendas

Concédenos, Señor,
participar dignamente en estos sacramentos,
pues cada vez que se celebra
el memorial del sacrificio de Cristo,
se realiza la obra de nuestra redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio

El sacrificio y el sacramento de Cristo. En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.
El cual, verdadero y único sacerdote,
al instituir el sacrificio de la eterna alianza
se ofreció el primero a ti como víctima de salvación,
y nos mandó perpetuar esta ofrenda en memoria suya.
Su carne, inmolada por nosotros,
es alimento que nos fortalece;
su sangre, derramada por nosotros,
es bebida que nos purifica.
Por eso, con los ángeles y arcángeles,
con los tronos y dominaciones,
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar
el himno de tu gloria:

Antífona de la comunión

1Co 11, 24-25
Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, dice el Señor; haced esto, cada vez que lo bebáis, en memoria mía.

Oración después de la comunión

Dios todopoderoso,
alimentados en el tiempo
por la Cena de tu Hijo,
concédenos, de la misma manera,
merecer ser saciados
en el banquete eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Traslado del Santísimo Sacramento

  Viernes Santo

Celebración de la Pasión del Señor

Oración

No se dice "Oremos".
Recuerda, Señor, tus misericordias,
y santifica a tus siervos con tu eterna protección,
pues Jesucristo, tu Hijo, por medio de su sangre,
instituyó en su favor el Misterio pascual.
Él, que vive y reina contigo.
Amén.

Oh, Dios,
que por la pasión de tu Hijo,
nuestro Señor Jesucristo,
has destruido la muerte,
herencia del antiguo pecado que alcanza a toda la humanidad,
concédenos que, semejantes a él,
llevemos la imagen del hombre celestial
por la acción santificadora de tu gracia,
así como hemos llevado grabada la imagen del hombre terreno
por exigencia de la naturaleza.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.

Primera Lectura

Él fue traspasado por nuestras rebeliones
Lectura del libro de Isaías. (Is 52, 13-Is 53, 12)
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y comprender algo inaudito.
¿Quién creyó nuestro anuncio?; ¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación:
verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 31, 2.6.12-13.15-16.17 y 25
R/. Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos:
me ven por la calle y escapan de mí.
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cacharro inútil.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

Pero yo confío en ti, Señor;
te digo: «Tú eres mi Dios».
En tus manos están mis azares:
líbrame de mis enemigos que me persiguen.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón
los que esperáis en el Señor.

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.
Pater, in manus tuas comméndo spíritum meum.

Segunda Lectura

Aprendió a obedecer; y se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación
Lectura de la carta a los Hebreos. (Hb 4, 14-16; Hb 5, 7-9)
Hermanos:
Ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe.
No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado. Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno.
Cristo, en efecto, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Aclamación antes del Evangelio

Flp 2, 8-9
Cristo se ha hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre.
Christus factus est pro nobis oboédiens usque ad mortem, mortem autem crucis. Propter quod et Deus exaltávit illum et dedit illi nomen, quod est super omne nomen.

Evangelio

¿A quién buscáis? A Jesús, el Nazareno
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan. (Jn 18, 1-Jn 19, 42)
Cronista: En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?».
C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy».
C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?».
C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
Llevaron a Jesús primero ante Anás
C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».
C. Él dijo:
S. «No lo soy».
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».
C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».
C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy».
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
Mi reino no es de este mundo
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».
C. Le contestaron:
S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. «Entonces, ¿tú eres rey?».
C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?».
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Volvieron a gritar:
S. «A ese no, a Barrabás».
C. El tal Barrabás era un bandido.
¡Salve, rey de los judíos!
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. «¡Salve, rey de los judíos!».
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. «He aquí al hombre».
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos le contestaron:
S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?».
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».
¡Fuera, fuera; crucifícalo!
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. «He aquí a vuestro rey».
C. Ellos gritaron:
S. « ¡Fuera, fuera; crucifícalo! ».
C. Pilato les dijo:
S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que al César».
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
Lo crucificaron; y con él a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».
C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está».
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
C. Luego, dijo al discípulo:
+ «Ahí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Está cumplido
C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
+ «Tengo sed».
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ «Está cumplido».
C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
Al punto salió sangre y agua
C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
Envolvieron el cuerpo de Jesús en los lienzos con los aromas
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Oración Universal

I. Por la Santa Iglesia

La oración se canta en tono simple o, si se usan las invitaciones "Pongámonos de rodillas-Podéis levantaros", en tono solemne.

Oremos, hermanos, por la Iglesia santa de Dios, para que el Señor le dé la paz, la mantenga en la unidad, la proteja en toda la tierra, y a todos nos conceda una vida confiada y serena, para gloria de Dios, Padre todopoderoso.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
que en Cristo manifiestas tu gloria
a todas las naciones,
vela solícito por la obra de tu amor,
para que la Iglesia, extendida por todo el mundo,
persevere con fe inquebrantable
en la confesión de tu nombre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

II. Por el Papa

Oremos también por nuestro Santo Padre el papa N., para que Dios, que lo llamó al orden episcopal, lo asista y proteja para bien de la Iglesia como guía del pueblo santo de Dios.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
cuya sabiduría gobierna todas las cosas,
atiende bondadoso nuestras súplicas
y guarda en tu amor a quien has elegido como papa,
para que el pueblo cristiano,
gobernado por ti,
progrese siempre en la fe
bajo el cayado del mismo pontífice.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

III. Por todos los ministros y por los fieles

Oremos también por nuestro obispo N., por todos los obispos, presbíteros y diáconos, y por todos los miembros del pueblo santo de Dios.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
cuyo Espíritu santifica y gobierna
todo el cuerpo de la Iglesia,
escucha las súplicas
que te dirigimos por tus ministros,
para que, con la ayuda de tu gracia,
todos te sirvan con fidelidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

IV. Por los catecúmenos

Oremos también por los (nuestros) catecúmenos, para que Dios nuestro Señor les abra los oídos del espíritu y la puerta de la misericordia, de modo que, recibida la remisión de todos los pecados por el baño de la regeneración, sean incorporados a Jesucristo, nuestro Señor.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
que haces fecunda a tu Iglesia
dándole constantemente nuevos hijos,
acrecienta la fe y la sabiduría
de los (nuestros) catecúmenos,
para que, al renacer en la fuente bautismal,
sean contados entre tus hijos de adopción.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

V. Por la unidad de los cristianos

Oremos también por todos aquellos hermanos que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor asista y congregue en una sola Iglesia a cuantos viven de acuerdo con la verdad.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
que vas reuniendo a tus hijos dispersos
y velas por la unidad ya lograda,
mira con amor a la grey de tu Hijo,
para que la integridad de la fe
y el vínculo de la caridad
congregue a los que consagró un solo bautismo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

VI. Por los judíos

Oremos también por el pueblo judío, el primero a quien habló el Señor Dios nuestro, para que acreciente en ellos el amor de su nombre y la fidelidad a la alianza.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
que confiaste tus promesas a Abrahán y su descendencia,
escucha con piedad las súplicas de tu Iglesia,
para que el pueblo de la primera alianza
llegue a conseguir en plenitud la redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

VII. Por los que no creen en Cristo

Oremos también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu Santo, encuentren el camino de la salvación.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
concede a quienes no creen en Cristo
encontrar la verdad
al caminar en tu presencia con sincero corazón,
y a nosotros, deseosos de ahondar en el misterio de tu vida,
ser ante el mundo testigos más convincentes de tu amor
y crecer en la caridad fraterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

VIII. Por los que no creen en Dios

Oremos también por los que no conocen a Dios, para que merezcan llegar a él por la rectitud y sinceridad de su vida.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
que creaste a todos los hombres
para que, deseándote siempre, te busquen
y, cuando te encuentren, descansen en ti,
concédeles, en medio de sus dificultades,
que los signos de tu amor
y el testimonio de las buenas obras de los creyentes
los lleven al gozo de reconocerte como el único Dios verdadero
y Padre de todos los hombres,
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

IX. Por los gobernantes

Oremos también por los gobernantes de todas las naciones, para que Dios nuestro Señor, según sus designios, los guíe en sus pensamientos y decisiones hacia la paz y libertad de todos los hombres.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
en tu mano están los corazones de los hombres
y los derechos de los pueblos,
mira con bondad a los que nos gobiernan,
para que en todas partes se mantengan,
por tu misericordia,
la prosperidad de los pueblos,
la paz estable y la libertad religiosa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

X. Por los atribulados

Oremos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de todos los errores, aleje las enfermedades, destierre el hambre, abra las prisiones injustas, rompa las cadenas, conceda seguridad a los caminantes, el retorno a casa a los peregrinos, la salud a los enfermos y la salvación a los moribundos.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote:

Dios todopoderoso y eterno,
consuelo de los afligidos
y fuerza de los que sufren,
lleguen hasta ti las súplicas
de quienes te invocan en su tribulación,
para que todos sientan en sus adversidades
el gozo de tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Adoración de la Cruz

Acabada la oración universal, tiene lugar la solemne adoración de la santa Cruz.

Mostración de la santa Cruz

El diácono, u otro ministro idóneo, acompañado de otros ministros, va a la sacristía y, de allí, trae la Cruz procesionalmente por la iglesia, cubierta con un velo morado, hasta el centro del presbiterio, acompañándole dos ministros con velas encendidas.
El sacerdote, de pie ante el altar, de cara al pueblo, toma la cruz, descubre un poco su parte superior y la eleva, comenzando la invitación: Mirad el árbol de la cruz acompañándole en el canto el diácono o, si es necesario, la «schola». Todos responden: Venid a adorarlo, y acabado el canto se arrodillan y adoran en silencio, durante unos momentos, la cruz, que el sacerdote, de pie, mantiene en alto.

Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. Venid a adorarlo.

Seguidamente el sacerdote descubre el brazo derecho de la cruz, y de nuevo, elevándola, canta la invitación: Mirad el árbol, y se hace todo lo restante como la primera vez. Finalmente descubre totalmente la cruz y, elevándola, canta por tercera vez la invitación: Mirad el árbol, y se hace todo lo restante como la primera vez.

Seguidamente, acompañado por los dos ministros con velas encendidas, lleva la cruz al comienzo del presbiterio o a otro lugar apto, y allí la deja o la entrega a los ministros para que la sostengan, una vez dejadas las velas a ambos lados de la cruz.
Para la adoración de la cruz, primero se acerca solo el sacerdote celebrante que, si lo juzga conveniente, puede quitarse la casulla y los zapatos. A continuación, el clero, los ministros laicos y los fieles se acercan procesionalmente y adoran la cruz mediante una genuflexión simple o con algún otro signo de veneración (por ejemplo, besándola), según las costumbres de cada lugar.
Para la adoración solo debe exponerse una cruz. Si por el gran número de asistentes resulta difícil que cada uno de los fieles adore individualmente la santa cruz, el sacerdote, después que una parte de fieles ha hecho ya la adoración, toma la cruz y, de pie ante el altar, invita al pueblo con una breve monición a que adore la santa cruz.
Luego la levanta en alto durante unos momentos y los fieles la adoran en silencio.
Mientras tanto se canta la Antífona Tu cruz adoramos, los Improperios, el himno Oh, cruz fiel, u otros cantos apropiados. Los que ya han adorado la cruz regresan a sus lugares y se sientan.

Teniendo en cuenta las condiciones del lugar y las tradiciones del pueblo, según la oportunidad pastoral, se puede cantar el Stabat Mater, según el Gradual Romano, u otro canto apropiado en memoria de la compasión de santa María Virgen.
Terminada la adoración, el diácono, u otro ministro, lleva la Cruz a su lugar junto al altar. Las velas encendidas se colocan cerca del altar, sobre el altar o junto a la Cruz.

Rito de la comunión

Sobre el altar se pone el mantel y sobre el mismo se coloca el corporal y el Misal. Mientras tanto, el diácono, o en su defecto el mismo sacerdote, con el velo humeral, traslada el Santísimo Sacramento desde el lugar de la reserva al altar, por el camino más corto, mientras todos permanecen de pie y en silencio. Dos ministros con velas encendidas acompañan el Santísimo Sacramento y dejan luego las velas cerca del altar o sobre el mismo. Después que el diácono, si lo hay, ha colocado sobre el altar el Santísimo Sacramento y ha destapado la píxide, el sacerdote se acerca al altar y hace genuflexión.
Después, el sacerdote, con voz clara y teniendo las manos juntas, dice:

Fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:

El sacerdote, con las manos extendidas, dice junto con el pueblo:

Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación
y líbranos del mal.

El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él solo:

Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.
Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor.

A continuación, el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:

Señor Jesucristo,
la comunión de tu Cuerpo
no sea para mí un motivo de juicio y condenación,
sino que, por tu piedad,
me aproveche para defensa de alma y cuerpo
y como remedio saludable.

Seguidamente hace genuflexión, toma una partícula, la mantiene un poco elevada sobre la píxide y, dirigiéndose al pueblo, dice con voz clara:

Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.
Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme.

Luego, comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo, diciendo en secreto: El Cuerpo de Cristo.
Después distribuye la comunión a los fieles. Durante la comunión se puede cantar el salmo 21 u otro canto apropiado.
Acabada la distribución de la comunión, el diácono u otro ministro idóneo lleva la píxide a algún lugar especialmente preparado fuera de la iglesia, o bien, si lo exigen las circunstancias, lo reserva en el sagrario.
Después, el sacerdote dice:

Oración después de la comunión

Oremos.
Dios todopoderoso y eterno,
que nos has renovado
con la gloriosa muerte y resurrección de tu Ungido,
continúa realizando en nosotros,
por la participación en este misterio,
la obra de tu misericordia,
para que vivamos siempre entregados a ti.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Para despedir al pueblo, el diácono, o en su defecto el sacerdote, puede decir esta invitación:

Inclinaos para recibir la bendición.

Después, el sacerdote, de pie cara al pueblo y con las manos extendidas sobre él, dice la siguiente Oración sobre el pueblo:

Oración sobre el Pueblo

Descienda, Señor, tu bendición abundante
sobre tu pueblo que ha celebrado la muerte de tu Hijo
con la esperanza de su resurrección;
llegue a él tu perdón,
reciba el consuelo,
crezca su fe
y se afiance en él la salvación eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Y todos, hecha genuflexión a la cruz, salen en silencio.
Después de la celebración se desnuda el altar, pero dejando sobre él la cruz con dos o cuatro candeleros.
Los que han participado en esta solemne acción litúrgica vespertina no celebran la hora de Vísperas.

  Sábado Santo

Lucernario o solemne comienzo de la vigilia

El sacerdote y los fieles se signan cuando él dice: En el nombre del Padre.. El sacerdote saluda, como de costumbre, al pueblo congregado y hace una breve monición sobre el sentido de esta vigilia nocturna con estas palabras u otras semejantes:

Queridos hermanos: En esta noche santa, en que nuestro Señor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus hijos, diseminados por el mundo, a que se reúnan para velar en oración. Si recordamos así la Pascua del Señor, escuchando su palabra y celebrando sus misterios, podremos esperar tener parte en su triunfo sobre la muerte y vivir con él en Dios.

Seguidamente el sacerdote, con las manos extendidas, bendice el fuego diciendo:

Oremos.
Oh, Dios,
que por medio de tu Hijo
has dado a los fieles la claridad de tu luz,
santifica + este fuego nuevo
y concédenos
que la celebración de estas fiestas de Pascua
encienda en nosotros deseos tan santos
que podamos llegar con corazón limpio
a las fiestas de la eterna luz.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.

Bendecido el fuego nuevo, un acólito, u otro ministro, lleva el cirio pascual ante el celebrante; este, con un punzón, graba una cruz en el cirio. Después, traza en la parte superior de esta cruz la letra griega alfa, y debajo de la misma la letra griega omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz traza los cuatro números del año en curso. Mientras hace estos signos, dice:

1. Cristo ayer y hoy

Graba el trazo vertical de la cruz.

2. principio y fin,

Graba el trazo horizontal.

3. alfa

Graba la letra alfa sobre el trazo vertical.

4. y omega.

Graba la letra omega debajo del trazo vertical.

5. Suyo es el tiempo

Graba el primer número del año en curso en el ángulo izquierdo superior de la cruz.

6. y la eternidad.

Graba el segundo número del año en curso en el ángulo derecho superior de la cruz.

7. A él la gloria y el poder,

Graba el tercer número del año en curso en el ángulo izquierdo inferior de la cruz.

8. por los siglos de los siglos. Amén.

Graba el cuarto número del año en curso en el ángulo derecho inferior de la cruz.

Acabada la incisión de la cruz y de los otros signos, el sacerdote puede incrustar en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz, mientras dice:

1. Por sus llagas
2. Santas y gloriosas,
3. nos proteja
4. y nos guarde
5. Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Procesión

Encendido el cirio, uno de los ministros toma carbones encendidos del fuego y los pone en el incensario. El sacerdote, según costumbre, impone el incienso. El diácono, o en su ausencia otro ministro idóneo, recibe del ministro el cirio pascual y se organiza la procesión. El turiferario, con el incensario humeante, camina delante del diácono o el ministro que lleva el cirio pascual. Sigue el sacerdote con los ministros y el pueblo, llevando todos en la mano las velas apagadas. A la puerta de la iglesia, el diácono, de pie y levantando el cirio canta:

Luz de Cristo.

El sacerdote enciende su vela del cirio pascual.
Después, el diácono continúa hasta el centro de la iglesia y, de pie y elevando el cirio, canta de nuevo:

Luz de Cristo.
Demos gracias a Dios.

Todos encienden sus velas de la llama del cirio pascual, y avanzan.
El diácono, al llegar ante el altar, de pie y vuelto al pueblo, eleva el cirio y canta por tercera vez:

Luz de Cristo.
Demos gracias a Dios.

El diácono pone el cirio pascual sobre un candelero solemne colocado junto al ambón o en medio del presbiterio.
Y se encienden las luces de la iglesia, excepto las velas del altar.

Pregón Pascual


Exulten por fin los coros de los ángeles, alégrense las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación.
Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.
Por eso, queridos hermanos, que asistís a la admirable claridad de esta luz santa, invocad conmigo la misericordia de Dios omnipotente, para que Aquél que, sin mérito mío, me agregó al número de sus sacerdotes, infundiendo el resplandor de su luz, me ayude a cantar las alabanzas de este cirio.
El Señor esté con vosotros. Y con tu espíritu.
Levantemos el corazón. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
Demos gracias al Señor, nuestro Dios. Es justo y necesario.
En verdad es justo y necesario, aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre, canceló la condena del antiguo pecado.
Porque éstas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles.
Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.
Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció en las tinieblas del pecado.
Ésta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo , son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos.
Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De que nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados? ·¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento que Cristo resucitó de entre los muertos.
Esta es la noche de la que estaba escrito: "Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo".
Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos.
En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza, que la santa Iglesia te ofrece por medio de sus ministros en la solemne ofrenda de este cirio, hecho con cera de abejas.
Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para la gloria de Dios. Y aunque distribuye su luz, no mengua al repartirla, porque se alimenta de esta cera fundida que elaboró la abeja fecunda para hacer esta lámpara preciosa. ¡Qué noche tan dichosa en que se une el cielo con la tierra, lo humano con lo divino!
Te rogamos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, para destruir la oscuridad de esta noche y, aceptado como perfume, se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Jesucristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos.

Liturgia de la palabra


Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote hace una breve monición al pueblo con estas palabras u otras semejantes:

Queridos hermanos: Con el pregón solemne de la Pascua, hemos entrado ya en la noche santa de la resurrección del Señor. Escuchemos, en silencio meditativo, la palabra de Dios. Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que, con su muerte y resurrección, salvara a todos los hombres. Mientras contemplamos la gran trayectoria de esta historia santa, oremos intensamente, para que el designio de salvación universal, que Dios inició con Israel, llegue a su plenitud y alcance a toda la humanidad por el misterio de la resurrección de Jesucristo.


Lectura del libro del Génesis (Gn 1, 1-2, 2).

Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno

Lectura del libro del Génesis (Gn 22, 1-2.9a.10-13.15-18).

El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe

Lectura del libro del Éxodo (Ex 14, 15-15, 1a).

Los hijos de Israel entraron en medio del mar, por lo seco

Lectura del libro de Isaías (Is 54, 5-14).

Con amor eterno te quiere el Señor, tu libertador

Lectura del libro de Isaías (Is 55, 1-11).

Venid a mí y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua

Lectura del libro de Baruc (Ba 3, 9-15.32–Ba 4, 1-4).

Camina al resplandor del Señor

Lectura de la profecía de Ezequiel (Ez 36, 16-17a.18-28).

Derramaré sobre vosotros un agua pura, y os daré un corazón nuevo

Oración colecta

Oremos.
Oh, Dios,
que has iluminado esta noche santísima
con la gloria de la resurrección del Señor,
aviva en tu Iglesia el espíritu de la adopción filial,
para que, renovados en cuerpo y alma,
nos entreguemos plenamente a tu servicio.
Por nuestro Señor Jesucristo.

Epístola

Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos. (Rm 6, 3-11)
Hermanos:
Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios.
Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial

Sal 118, 1-2.16.17.22-23
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
Alleluia, alleluia, alleluia.

Dad gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Alleluia, alleluia, alleluia.

«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Alleluia, alleluia, alleluia.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.

Aleluya, aleluya, aleluya.
Alleluia, alleluia, alleluia.
Para el Evangelio no se llevan velas. Puede emplearse incienso.

Evangelio

Liturgia Bautismal

Si la liturgia bautismal se desarrolla en el presbiterio, el sacerdote hace inmediatamente la monición introductoria con estas palabras u otras parecidas.

Si hay bautismos:

Queridos hermanos: acompañemos unánimes con nuestra oración la esperanza de nuestros hermanos que van a la fuente de la regeneración, para que el Padre omnipotente les otorgue todo el auxilio de su misericordia.

Si se bendice la fuente, pero no hay bautismos:

Invoquemos, queridos hermanos, a Dios todopoderoso para que su gracia descienda sobre esta fuente, y cuantos en ella renazcan, sean incorporados a Cristo como hijos de adopción.

Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad. Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad. Señor, ten piedad.
Santa María, Madre de Dios. Ruega por nosotros.
San Miguel.
Santos Ángeles de Dios. Rogad por nosotros.
San Juan Bautista. Ruega por nosotros.
San José.
Santos Pedro y Pablo.
San Andrés.
San Juan.
Santa María Magdalena.
San Esteban.
San Ignacio de Antioquía.
San Lorenzo.
Santas Perpetua y Felicidad.
Santa Inés.
San Gregorio.
San Agustín.
San Atanasio.
San Basilio.
San Martín.
San Benito.
Santos Francisco y Domingo.
San Francisco Javier.
San Juan María (Vianney).
Santa Catalina (de Siena).
Santa Teresa de Jesús.
Santos y santas de Dios. Rogad por nosotros.
Muéstrate propicio. Líbranos, Señor.
De todo mal. Líbranos, Señor.
De todo pecado.
De la muerte eterna.
Por tu encarnación.
Por tu muerte y resurrección.
Por el envío del Espíritu Santo.
Nosotros, que somos pecadores. Te rogamos, óyenos.
Si hay bautismos: Para que regeneres a estos elegidos con la gracia del bautismo. Te rogamos, óyenos.
Si no los hay: Para que santifiques esta agua en la que renacerán tus nuevos hijos. Te rogamos, óyenos.
Jesús, Hijo de Dios vivo. Te rogamos, óyenos.
Cristo, óyenos. Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos. Cristo, escúchanos.
Si hay bautismos

Bendición del agua

Bendición del agua bautismal

Bendición del agua común

Renovación de las promesas bautismales


El sacerdote se dirige a los fieles con estas o semejantes palabras:

Queridos hermanos: Por el Misterio pascual hemos sido sepultados con Cristo en el bautismo, para que vivamos una vida nueva. Por tanto, terminado el ejercicio de la Cuaresma, renovemos las promesas del santo bautismo, con las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras, y prometimos servir fielmente a Dios en la santa Iglesia católica.
Así, pues:

Sacerdote:

¿Renunciáis a Satanás?

¿Renunciáis al pecado
para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

Todos:

Sí, renuncio.
¿Y a todas sus obras?

¿Renunciáis a todas las seducciones del mal,
para que no domine en vosotros el pecado?

Sí, renuncio.
¿Y a todas sus seducciones?

¿Renunciáis a Satanás, padre y príncipe del pecado?

Sí, renuncio.
¿Creéis en Dios, Padre todopoderoso,
creador del cielo y de la tierra?
Sí, creo.
¿Creéis en Jesucristo,
su único Hijo, nuestro Señor,
que nació de santa María Virgen,
murió, fue sepultado,
resucitó de entre los muertos
y está sentado a la derecha del Padre?
Sí, creo.
¿Creéis en el Espíritu Santo,
en la santa Iglesia católica,
en la comunión de los santos,
en el perdón de los pecados,
en la resurrección de la carne
y en la vida eterna?
Sí, creo.
Que Dios todopoderoso,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos regeneró por el agua y el Espíritu Santo
y que nos concedió la remisión de los pecados,
nos guarde en su gracia,
en el mismo Jesucristo nuestro Señor,
para la vida eterna.
Amén.

El sacerdote asperja al pueblo con agua bendita, mientras todos cantan:

Vi que manaba agua del lado derecho del templo, aleluya.
Y habrá vida dondequiera que llegue la corriente y cantarán:
Aleluya, aleluya.

Cuarta Parte. Liturgia Eucarística

Oración sobre las ofrendas

Acepta, Señor, con estas ofrendas
la oración de tu pueblo,
para que los sacramentos pascuales que inauguramos
nos hagan llegar, con tu ayuda, a la vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio


Plegaria I: Reunidos en comunión y Acepta, Señor
Plegaria II: Acuérdate, Señor, y la intercesión particular
Plegaria III: Intercesión particular, y Atiende los deseos

Antífona de la comunión

Cf. 1Co 5, 7-8
Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Aleluya.

Oportunamente se canta el salmo 117.

Oración después de la comunión

Derrama, Señor, en nosotros
tu Espíritu de caridad,
para que hagas vivir concordes en el amor
a quienes has saciado con los sacramentos pascuales.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Bendición solemne

Para despedir al pueblo, el diácono, o el mismo sacerdote, canta:

Podéis ir en paz, aleluya, aleluya.
Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.