1S

1S 1, 1-27

La primera parte del libro de Samuel es la continuación lógica de la narración de Jc 16, 31, interrumpida por la inserción del episodio de los danitas, del crimen de Gueba y del libro de Rut. Fueron Helí y Samuel los dos últimos jueces de Israel. De poco relieve la figura de Helí dentro de la historia de Israel, sirve para hacer resaltar más la del profeta Samuel, que cierra el ciclo de los jueces de Israel y da paso a la monarquía.

1S 1, 1-2

Un hombre llamado Elcana (elqanah -Dios ha querido) vivía en el pueblo de Rama (Ramathaim) con sus dos mujeres, Ana (hannah = gracia) y Penena (peninnah- perla, coral); estéril la primera y con hijos la segunda. El emplazamiento de Rama debe buscarse en la actual Rentis, a 14 kilómetros al nordeste de Lidda. Era Elcana de la estirpe de Suf, residente, a pesar de su condición de levita, en la montaña de Efraím (Jos 17, 5; Jos 19, 50; Jc 3, 27). Los caatitas poseían ciudades en Efraím (1Cro 6, 66-70).
335 De sus dos esposas, Ana era estéril y Penena tenía hijos. La poligamia era tolerada en Israel (Dt 21, 15-17)· Los patriarcas de la línea de Set son monógamos (Gn 7, 7), al revés de los de la línea de Caín (Gn 4, 19). Según el código de Hammurabi, el marido no puede tomar una segunda mujer a menos que la primera sea estéril. En Israel, las restricciones antiguas sobre este punto desaparecen en tiempos de los jueces y de la monarquía.

1S 1, 3

Era Elcana un hombre religioso que cumplía con la ley de presentarse delante de Yahvé al menos una vez al año (Jc 21, 19). En rigor eran tres las visitas que todo israelita debía efectuar al lugar del tabernáculo (Ex 23, 17), pero el tiempo y las circunstancias las redujeron a una. Para llegar a Silo tenía Elcana que recorrer unos cincuenta kilómetros y subir desde la Sefela hasta la montaña. Silo Se encontraba en el lugar que ocupa hoy Seilún, Jirbet Selún, a unos veinte kilómetros al sur de Naplusa, "al norte de Betel, al oriente del camino que de Betel sube a Siquem y al mediodía de Lebona" (Jc 21, 19). Desde el tiempo de Josué (Jos 18, 1) se instalaron en este lugar el tabernáculo y el arca de la alianza, acaso por su magnífica posición geográfica, al centro de Palestina. Por mucho tiempo fue Silo el centro de la vida nacional y religiosa de Israel; allí acudían puntuales los hebreos el día de los Tabernáculos, que "de año en año se celebraba en Silo" (Jc 21, 19).
La Ley obligaba únicamente a los hombres, pero Elcana acudía al lugar santo con toda su familia. Es la primera vez que aparece en la Biblia la expresión "Yahvé Sebaot, "que en adelante se emplea unas 260 veces, de las cuales dos en el A. T. (Rm 9, 29; St 5, 4). La expresión completa es: "Yahvé Dios de los ejércitos", tanto de los cielos, ángeles (1R 22, 19), astros (Is 24, 4), como de la tierra, con todos sus elementos: aire, agua, vientos, etc. (Gn 2, 1). Al ejército de Yahvé pertenecen los israelitas (1S 17, 26; Ex 7, 4), al frente de los cuales marcha el Señor. Por anticipación se previene al lector de que en Silo ejercían sus funciones sacerdotales los dos hijos de Helí, Ofni y Finés. Helí ostentaba el poder supremo político y religioso de Israel, uniendo en su persona las dignidades de juez y de sumo sacerdote.

1S 1, 4-8

El texto de esta sección puede entenderse de dos maneras, según se siga el texto griego o el masorético. En la traducción que hemos dado aparece Elcana distribuyendo entre sus familiares las partes del sacrificio que le correspondía; a Penena daba su ración y la de sus hijos e hijas; pero a Ana, que era estéril, daba la que le correspondía. Esta distribución desigual, justa en el fondo, daba pie a cierto malestar y antagonismo entre las dos esposas, creando en Ana un complejo de inferioridad frente a su rival, la que, a su vez, veía con malos ojos el particular afecto que le profesaba su marido. Dhorme sigue el texto masorético e interpreta el texto diversamente. Llevado Elcana por el particular afecto que profesaba a Ana, por haberla Dios hecho estéril, le entregaba como porción la parte de dos (literalmente: "una por cada orificio de la nariz", por ser un sacrificio de olor suave a Yahvé). Celosa Penena por esta distinción, se vengaba echando en cara a Ana su esterilidad, presentando el hecho como castigo de Dios. En los sacrificios pacíficos se derramaba la sangre al pie del altar; las grasas eran consumidas por el fuego. De las carnes se hacían dos partes: una era entregada a los sacerdotes y la otra a la familia, que la consumía reunida en un banquete sagrado (Lv 7, 11ss; Dt 16, 11). La esterilidad era considerada como una prueba (Gn 16, 2; Gn 30, 2) o como castigo de Dios (Gn 20, 18); era un bochorno para una mujer no tener hijos. Según una antigua concepción bíblica (Gn 20, 18; Gn 30, 22; Rt 4, 13), Dios abre o cierra el seno de una mujer casada para facilitar o impedir la concepción.

1S 1, 9-19

En una de las visitas al santuario de Silo se le ocurrió a Ana hacer un voto a Yahvé. Una vez concluido el banquete sacrificial, se levantó y se "presentó ante Yahvé" (así los LXX). Junto a la puerta del tabernáculo estaba sentado Helí para recibir las consultas que le hicieran los peregrinos. El texto hebreo emplea el término focal para designar la tienda del tabernáculo que se hallaba en Silo, que se usa asimismo para indicar el templo de Salomón. Pero, según 2S 3, 15, había en Silo algo más que una simple tienda, puesto que el joven Samuel, de madrugada, "abrió las puertas de la casa de Yahvé." Lo que en un principio fue simple tienda se convirtió en un santuario más sólido en tiempos de los jueces, siendo destruido, probablemente, por los filisteos (Jr 7, 12-14; Jr 26, 6-9; Sal 78, 60). Después de la catástrofe que se describe en 4, 3-8, el tabernáculo fue trasladad a Nob (1S 21, 1-6).
La oración continuada de Ana y el movimiento tembloroso de sus labios despertaron en Helí la sospecha de que estaba ebria. No era raro el caso de excederse en la bebida con ocasión de los banquetes sacrificiales, con los consiguientes efectos (Am 2, 8; Is 28, 7-13; 1Co 11, 20-21). La respuesta de Ana tranquilizó al sumo patriarca. Tuvo Ana el presentimiento de que Dios había escuchado su ruego, por lo que no hizo ya la cara de antes, comió y bebió con su marido. Con una expresión semítica (Gn 4, 1-17) que usan también los griegos (Plutarco, Vita Alex. 21), dice el texto que Elcana conoció a Ana y que Dios se acordó de ella.

1S 1, 20-23

Es la madre la que impone el nombre a su hijo, llamándole Samuel, palabra que guarda asonancia con el verbo shaal = pedir. El texto señala una etimología popular, ya que, científicamente, la raíz verbal hebraica debía ser shaul. La palabra Samuel es análoga a la asiro-babilónica Shemuil, "el nombre es Yahvé" (Si 46, 13, hebr.). Elcana y su familia suben al santuario de Silo para sacrificar y cumplir su voto; Ana no acudió, prefiriendo subir después de haber destetado al niño, lo que solía hacerse al cabo de dos años y medio (2M 7, 27) o tres.

1S 1, 24-28

Toda la familia sube de nuevo al santuario. De Penena no se habla más, creyendo piadosamente que se asoció a la alegría de la familia por haber bendecido Yahvé el seno de Ana. Tomado el verbo gamal en sentido estricto de destetar, cabe suponer que tenía Samuel de tres a cuatro años. Junto con el niño, ofreció la familia un toro de tres años (Gn 15, 9), un efá (36 litros) de harina y un odre de vino (Nm 15, 8-10). Él niño es presentado a Helí. Puesto que Dios se lo ha regalado, quiere Ana que quede propiedad de Yahvé, sirviéndole en el santuario. En el texto hebraico se halla un juego de palabras a base del verbo shaal, pero queda transparente el pensamiento que se quiere expresar.

1S 2, 1-10

Muchos problemas plantea el presente cántico, que soslayamos en parte para no engolfarnos en cuestiones cuya solución definitiva no verán nunca los mortales. Se discute el significado del cántico, su autenticidad, su composición poética, tiempo en que fue escrito y cuándo entró a formar parte integrante del libro. Los críticos independientes se aferran en negar su autenticidad; algunos católicos (Dhorme, Desnoyers) los han imitado, otros soslayan la cuestión y los más la defienden (Bressan, Leimbach, Rehm, Ubach, etc.). Cabe distinguir cuidadosamente entre autenticidad jurídica de un libro sagrado o partes del mismo y autenticidad crítica.
Todos los católicos admiten la inspiración del cántico, aunque, por razones críticas, niegan algunos que sea de Ana; admiten su autenticidad jurídica, pero no la crítica. De suyo, la cuestión del autor humano de un libro o de una de sus partes no roza directamente con la fe. Ahora bien, si el autor sagrado, con el empleo del verbo wattomer, y dijo, pretende afirmar categóricamente que el cántico salió por primera vez de la boca de Ana, debemos asentir a su testimonio infalible.
Dada la composición heterogénea del libro y la presencia en él de diversas piezas literarias de origen distinto, cabe dudar de la autenticidad humana del canto si existen para ello razones convincentes. Las que aportan los partidarios de la sentencia negativa no carecen de todo valor. En primer lugar, en vez de encontrarse el lector ante un himno improvisado de acción de gracias en boca de una mujer de pueblo, tropieza con un trozo literario esmaltado de ideas sublimes expresadas en forma rítmica, con seis estrofas, dos de cuatro esticos y cuatro de seis. Verdad es que suelen los autores bíblicos entonar un canto de acción de gracias a Dios cuando quieren darle gracias por algún beneficio recibido (2S 23, 1). Idéntico es el proceder en los cantos del Magníficat y Benedictus, tan afín el primero con el cántico de Ana. En cuanto al fondo teológico de su contenido, ya San Agustín había agudizado su talento para encontrar una solución a tamaña anomalía, viendo en el himno una profecía sobre el cambio del antiguo sacerdocio y sobre la Iglesia de Cristo (De civitate Dei 17, 4).
Por todo cuanto hemos insinuado, cabe ya suponer que la cuestión de su autenticidad crítica está al rojo vivo. Unos lo atribuyen a David, otros a un rey de Samaria, otros a la comunidad judaica, etc. Modernamente se tiende a considerarlo como un canto de la época real, a causa, sobre todo, del v.10, en el que se habla del rey. De ahí la creencia de que el himno es de composición algo tardía y que ha sido intercalado en este lugar por la alusión del v.5 a la mujer estéril. Como se ve, graves son las razones que se oponen a la autenticidad del canto de Ana. Aun en el supuesto de que el hagiógrafo atribuyese este cántico a Ana, cabe, sin embargo, admitir que su forma literaria actual es obra de un redactor posterior.

1S 2, 1-3

Después de las palabras de Helí no tenía Ana la cara de antes (1, 18); con el hijo ha levantado Dios su frente (qarni = mi cuerno). Los cuernos eran símbolo de fuerza (Jr 48, 25), con lo cual se quiere significar que Ana ha superado el peso de la tristeza y del sufrimiento que oprimían su corazón. Por metáfora se llama a Dios roca, peñasco, por ser un baluarte para todos los que buscan refugio en El (2S 22, 2; 2S 23, 3; Sal 18, 3; Sal 32: 47; Is 30, 29, etc.).
Pasa Ana a exaltar la sabiduría divina. Los enemigos abrieron desmesuradamente su boca, profiriendo palabras necias (Sal 31, 19; Sal 75, 6), pretendiendo dar lecciones al que todo lo sabe.

1S 2, 4-7

La situación se ha invertido. Los que se creían fuertes han visto cómo su arco se ha quebrado (Sal 18, 33; Sal 37, 1-40; Sal 40, 1-18; 2S 1, 18); en cambio, los débiles se han hecho fuertes. Los que antes eran hartos se han puesto a servir para ganar el pan de cada día; los hambrientos de otros tiempos se cruzan ahora de brazos (Sal 34, 11); se ha marchitado la que tenía muchos hijos, y la que era estéril pare ahora a placer (Sal 113, 9). A Yahvé se debe este cambio en la vida de los mortales; pero hay más: la muerte y la vida las tiene Dios en sus manos, que da y quita a su beneplácito. El sheol es la mansión de los muertos (Gn 37, 35), adonde se baja después de la muerte. Dios puede sacar de allí al que le plazca1.

1S 2, 10

Como un arco en tensión que se rompe, así se quebrarán los enemigos de Yahvé, cuya potencia se manifiesta con los truenos que retumban por collados y valles (Sal 18, 14). El Paso de Yahvé es señalado por la conmoción de los montes (Jc 5, 4) y el estallido del trueno (Jb 37, 2-4; 2S 22, 8-16). De un confín al otro de la tierra se extiende el dominio absoluto de Dios, y nadie puede substraerse a su juicio (Dt 33, 17; Jl 4, 12). Al final del verso se hace una referencia explícita al ungido de Dios, al rey que preanuncia al Mesías. Son muchas las hipótesis que se han propuesto para determinar a qué personaje en concreto tiene ante su mente el autor. Muchos católicos ven en las palabras una alusión explícita y exclusiva al Mesías; otros, quizá con mayor acierto, creen que el autor habla del rey David, en cuanto que preanuncia la llegada del Ungido (meshiah) y del Rey por antonomasia, Jesucristo.

1S 2, 11-17

Una vez cumplido el sacrificio, Ana volvió a su casa, dejando al niño en Silo, al servicio (mesharet) del santuario. Los hijos de Helí eran unos rufianes, pues no guardaban el ceremonial propio de los sacrificios. La ley concedía a los sacerdotes el muslo derecho y el pecho de la víctima pacífica (Lv 7, 30-34), pero el criado del sacerdote metía el tenedor en la caldera y arramblaba con todo lo que era de su agrado. Tradicionalmente, la carne de los sacrificios era hervida, pero los hijos de Helí la preferían asada. Su pecado era triple: se apropiaban de partes de la víctima que no les pertenecían, daban prioridad al sacerdote sobre Yahvé y hacían odioso el sacrificio o inducían a los peregrinos a que obraran con la misma desenvoltura en cuestión tan sagrada.

1S 2, 18-21

El vestido de Samuel, el efod, no correspondía al objeto que se utilizaba para sacar las suertes, sino a una túnica de lino, ceñida al cuerpo por un cinturón (1S 22, 1; 2S 6, 14). El manto que traía el niño sobre el efod (Ex 29, 5) le protegía del frío en invierno. Pero el meil que Ana preparaba para Samuel era como un presagio de la importancia que más adelante alcanzaría el niño en los destinos de Israel. Únicamente los sacerdotes y príncipes vestían el meil (1S 18, 4; 1S 28, 14; Ex 28, 3-5).

1S 2, 22-26

A los crímenes enumerados añade el texto hebraico el de abusar de las mujeres que cuidaban quizá de la limpieza y atendían a la conservación del ajuar del santuario (Ex 35, 25; Ex 38, 8). Los críticos independientes o bien cancelan las palabras que hacen referencia a estas relaciones ilícitas, por creerlas una glosa redaccional, o las interpretan de la prostitución sagrada cabe al santuario, a imitación de los cultos licenciosos de los cananeos. Tal prostitución era severamente prohibida en la Ley (Dt 23, 17-18), pero sabemos que se practicó en épocas de decadencia religiosa (Os 4, 14; 1R 14, 24; 1R 15, 12; 2R 23, 7). Algunos autores católicos (Dhorme, De Vaux) suprimen el inciso.
Helí reprende a sus hijos echándoles en cara la mala fama que se han granjeado ante el público. No han pecado contra los hombres, sino contra Dios. En el primer caso, la cuestión se lleva a las autoridades, que en nombre de Dios dictan justicia; pero en caso de pecar contra Dios mismo, nadie puede intervenir, por no disponer de los medios de propiciación que la misericordia de Dios puso a nuestro alcance.
Pero, por faltarle ya las fuerzas, pues Helí era ya muy viejo, no los castigó. Tampoco a ellos les fue concedida la gracia de escuchar las amonestaciones de su padre y cambiar de vida, pues quería Yahvé matarlos. Endureció Dios su corazón, como hizo en otro tiempo con Faraón y los pueblos de Canaán (Ex 4, 21; Jos 11, 20). Niega Dios las gracias eficaces para la conversión a los que las rechazan y no cooperan con las mismas.
Mientras Helí caminaba a marchas forzadas hacia el sepulcro y sus hijos se adentraban por los caminos de la perdición, Samuel, como un astro que se levanta en el firmamento, crecía en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres, como se dice también de Jesús (Lc 2, 52).

1S 2, 27-36

Un profeta, un hombre de Dios (Dt 33, 1; Jos 14, 6), se presenta a Helí para comunicarle en estilo profético (Ex 4, 22; Jos 7, 13) un mensaje de parte del cielo referente a la suerte de su casa. Dios escogió a Aarón para las funciones sacerdotales de sacrificar sobre el altar, quemar el incienso y llevar el efod. Además, aseguró a los sacerdotes un medio decoroso de vida al otorgarles una porción elegida de la víctima.
A todos estos beneficios han correspondido con ingratitud. De ahí que ha llegado el día del Señor; va a resonar la sentencia de Yahvé contra la casa de Helí. Es Dios quien habla (neum = dicho, oráculo) a Helí. Las promesas que hizo antes a Aarón y Finés las revoca; Helí no ha caminado en la presencia de Yahvé; no ha cumplido lo pactado; luego será denegada en lo venidero la continuación en el ejercicio de sus funciones sacerdotales. Conservará Dios la vida de alguno que otro descendiente de Helí a fin de que, viviendo padezcan, y devore la envidia su corazón al ver que la dignidad sacerdotal ha pasado a otras manos. Gran parte de los descendientes de Helí morirán por la espada, refiriéndose acaso a la matanza de los ochenta y cinco sacerdotes de la familia de Itamar decretada por Saúl (1S 22, 18-19). La pauta de lo que sucederá en los días venideros la dará la muerte en un mismo día de Ofni y Finés (1S 4, 11; Ex 3, 12; Jc 6, 17).
Al anuncio de la reprobación de Helí sigue la noticia sobre el sacerdote que le reemplazó. El texto se refiere probablemente a Sadoc (1R 2, 27-35), de la familia de Eleazar, que entró en funciones en lugar de Abiatar, de la ascendencia de Itamar, que había abrazado la causa de Adonías. Al nuevo sacerdocio acudirán los de la línea de Helí pidiendo un óbolo (agorat) de plata insignificante, un pedazo de pan o un puesto humilde entre las funciones sacerdotales para asegurar la vida.

1S 3, 1-10

Helí dormía en su lugar (meqomo), dentro o en una dependencia muy cercana al lugar sagrado; Samuel estaba en el hekal, en el recinto sagrado, en los alrededores del arca, no lejos del sumo sacerdote. Era bien entrada la noche, pero la lámpara o candelabro que ardía ante el tabernáculo no estaba apagada todavía (Ex 27, 20; Lv 24, 3). Tres veces habló la voz misteriosa, pero no sospechó Samuel que fuera Dios el que le llamaba, porque todavía no se le había revelado la palabra de Yahvé (v.7).
En un principio tampoco Helí barruntó que aquella voz podía ser de Dios. Dios se revela e imparte sus órdenes junto al arca de la alianza (Ex 25, 22; Is c.6). El autor sagrado presenta a Yahvé morando en el santuario (Ex 25, 8; Lv 26, 12; 1R 6, 17), trasladándose del lugar donde habitaba a la dependencia de Samuel. La última vez Yahvé fue adonde se encontraba Samuel, se paró en su camino y, como otras veces, llamó, sin manifestarse. Por respeto no pronuncia Samuel el nombre de Yahvé.

1S 3, 11-18

No se equivocó Helí al sospechar que Dios se manifestaba a Samuel. La voz de Yahvé confirma los castigos contra la casa de Helí, que anunció antes otro profeta (1S 2, 27-36). El pecado cometido no será expiado ni con sacrificios ni con oblaciones. En aquello mismo que han delinquido encontrarán su castigo, ya que, habiendo abusado de los sacrificios, no encontrarán en éstos el perdón de su pecado (Nm 15, 30-31). Hemos dado la traducción del v.13 según el texto antiguo, que los escribas cambiaron para no escribir la idea de una maldición contra Dios.
Duro era el mensaje. Samuel no fue en busca de Helí, como las otras veces, para comunicárselo. Se acostó de nuevo, y a la hora de costumbre abrió las puertas del santuario, comportándose como si nada hubiera ocurrido. Pero su misma conducta delataba que algo muy importante había sucedido. Helí le manda con juramento a que diga toda la verdad (1S 14, 24; 1S 20, 13; 1S 25, 22; Rt 1, 17). Helí recibe el anuncio con cierta indiferencia, como si fuera una imposición del destino.

1S 3, 19-21

Mientras la estrella de Helí lanzaba sus últimos destellos, surgía refulgente la del nuevo juez de Israel. La noticia de La manifestación de Dios a Samuel se propaló de un extremo a otro de Palestina (Jc 20, 1), deduciendo todos que Samuel estaba acreditado corno profeta de Yahvé. Tres son los rasgos principales que ponen de relieve su misión profética: frecuentes comunicaciones con Dios, pruebas evidentes de su origen divino y notoriedad universal. Hasta el presente, Dios se manifestaba raramente; con Samuel las comunicaciones divinas se hacen más frecuentes.

1S 4, 1-2

Como es sabido (Jc 13, 1ss; Jc 16, 1ss), formaban los filisteos una pentarquía en el límite sudoeste de Canaán, junto al mar Mediterráneo. Sus principales ciudades eran cinco: Azoto, Gaza, Ascalón, Gad, Acarón. Por verse ellos acosados en su frontera meridional y por crecer el número de sus habitantes, se apoderaban insensiblemente de las tierras colindantes con la frontera de Israel, penetrando hacia Sarón y la región montañosa, amenazando cortar a, Israel su comunicación con el mar.
Son los filisteos los que declaran la guerra a los israelitas. Aquéllos acampan en Afee, que se identifica con la torre de Afee (Bell, lúa. 2, 19; 1), o Ras el-Ain, a quince kilómetros al norte de Jafa (1S 29, 1). El ejército israelita acampó en las inmediaciones de Eben-Ezer, en la región de Jirbet Diferin, a unos cuatro kilómetros del ejército filisteo. Debe notarse el hecho de que Samuel desaparece en los capítulos 4-6, para reaparecer en el capítulo 7. Dice De Vaux que, por su contenido, marco geográfico y humor, el presente episodio presenta analogías con los de Sansón (Jc 13, 1ss; Jc 16, 1ss).

1S 4, 3-9

La derrota humilló a Israel. Un consejo de guerra formado por los ancianos, al que no asistió quizá Helí por su avanzada edad, determinó que se trajera de Silo el arca de la alianza, creyendo que la presencia de Dios en el campamento aseguraría la victoria (Nm 10, 35-36; 2S 11, 11). Con el arca fueron los dos hijos de Helí, Ofní y Finés. La presencia del arca fue saludada con entusiasmo tal, que los filisteos se enteraron de la noticia, cundiendo el pánico entre sus filas. Creen ellos que Israel tiene sus dioses tutelares, como los filisteos tienen los suyos; pero los dioses de los israelitas, según consta de la historia, se muestran muy activos contra sus enemigos. Este temor no paraliza sus actividades,

1S 4, 10-18

Se reanudó el combate y fue derrotado Israel, que huyó a la desbandada, después de abandonar en el campo treinta mil peones. Es posible que este número sea hiperbólico, queriendo significar que Israel fue derrotado de modo estrepitoso a causa de los pecados de la casa de Helí. Pero las dos noticias sensacionales fueron la muerte de los dos hijos de Helí y la captura del arca de Dios. Un mensajero de la tribu de Benjamín fue corriendo para comunicárselo a Helí, al que encontró sentado en una silla (1S 1, 9), al lado (yad) de la puerta del santuario (1S 1, 9), desde donde se dominaba el camino. Nada veía Helí, pero era tal su tensión de ánimo, que dirigía ansiosamente sus apagados ojos en dirección al camino por donde tenían que llegar noticias de la batalla. Su ceguera le impidió ver los vestidos desgarrados del mensajero, su cabeza desgreñada, cubierta de ceniza en señal de duelo nacional (Gn 37, 29; Gn 34; Gn 44, 13; Js 7, 6; 2S 1, 2; 2S 15, 32). Debía el cuerpo asociarse al dolor que desgarraba el alma de todo israelita. Toda la verdad le fue comunicada a Helí de forma escalonada y con palabras que fluían a borbotones de labios del mensajero. El corazón de Helí soportó la noticia de la muerte de sus dos hijos, cuya suerte le había sido profetizada (1S 2, 34), pero sucumbió ante el anuncio de la captura del arca de Dios.
Pocas son las noticias que ofrece la Biblia sobre este juez y sacerdote, que entra ya anciano en los anales de la historia. Por lo poco que se sabe, cabe inferir que era un hombre probo, acogedor, devoto, bondadoso, como suelen ser aquellos con los cuales la naturaleza se ha mostrado pródiga, como en Helí (v.18). Su piedad e interés por el arca de la alianza queda patente ante la ansiedad con que esperaba noticias sobre su suerte y el caer muerto al enterarse de que había sido capturada por los filisteos. Pero en medio de tantas virtudes le afeaba un lunar: la excesiva blandura para con sus dos hijos. Era Helí un hombre de reacciones lentas, algo fatalista (1S 3, 18). Pero aun en este aspecto no cabe recargar las tintas y presentarlo como un réprobo. En primer lugar, su labor como juez -de hecho, no de derecho- y pontífice le absorbían el tiempo que debía dedicar al control de sus hijos. El hecho de que Helí aparezca a menudo (1S 1, 9; 1S 4, 13) sentado en una silla o acostado (1S 3, 2), puede sugerir la sospecha de que era hidrópico, entrado en años -tenía al morir noventa y ocho-, lo que disminuye su responsabilidad moral ante la conducta de sus hijos, ya mayores de edad. Acaso no fue así en sus años en los que era joven.
Helí desaparece del escenario de la historia de Israel dejando en el corazón del lector un sentimiento de conmiseración y de simpatía a la vez. Cuarenta años, cifra simbólica en la historia de los jueces ((Jc 3, 11; Jc 13, 1), había estado al frente de la nación israelita, no como juez propiamente dicho, sino en calidad de sumo pontífice, a quien acudía el pueblo para dirimir sus cuestiones.

1S 4, 19-22

El desastre tomó proporciones más grandes de las que deja traslucir el texto, pues es probable que los filisteos llegaran también a Silo, destruyendo y saqueando su santuario. Los profetas presentan este hecho como castigo de Dios (Jr 7, 12; Jr 26, 9; Sal 78, 1-72; Sal 60, 1-Sal 65, 14). Desde estos acontecimientos de Silo queda únicamente el recuerdo de una gloria pasada.

1S 5, 1-6

Parecía que Yahvé había sido vencido por Dagón; Israel quedaba sin Dios ni jefe que les guiara en las guerras. En señal de sumisión, el arca, símbolo de la presencia de Yahvé, es colocada junto al dios Dagón, en condiciones de inferioridad. Era Dagón (dag = pez; dagan = trigo) un dios del Próximo Oriente venerado en todo el territorio de Mesopotamia y Siria, con un templo en Rash Shamrah, del siglo XIV. Ante él se postró en oración el famoso Sargón, rey de Kis (c.2200 a.C.); de este dios procedía Hammurabi (Pritchard, 165). En Palestina estaba difundido su culto; algunas ciudades llevan su nombre (Jos 15, 41; Jos 19, 27). Era el dios principal de los filisteos (Jc 16, 23), con su famoso templo en Azoto (1S 5, 1), destruido por Jonatán (1M 10, 83). Se le representaba como mitad hombre y mitad pez; originariamente era el dios de la tempestad. Pero no es Yahvé un Dios al que se le puede inmovilizar fuera de su propio territorio, porque suyos son los confines de la tierra. De ello se convencieron los filisteos cuando, al levantarse de madrugada, vieron a su dios tendido en tierra, besando el polvo del suelo. Al día siguiente, de Dagón no quedaba más que el tronco. En recuerdo de esta profanación, los devotos del dios, dice el texto griego, saltaban por encima del umbral cuando entraban en el templo para no pisar la tierra santificada por la cabeza y manos de su dios. La misma costumbre existía en otros sitios, por haberse divulgado la creencia de que los espíritus habitaban en el umbral. La acción de Dios alcanzó también a los hombres. Unos tumores (tehorim) que propagaban los ratones (1S 6, 11-18), especie de peste bubónica, invadieron la ciudad de Azoto. Con la experiencia de lo de Dagón, sospecharon inmediatamente que aquellas protuberancias eran castigo de Dios. En lugar de tumores, que se lee en el qere, el texto lleva el término ofelim = hemorroides. Escribe Gemayel: "El texto hebreo habla de hemorroides y no de simples tumores. Juntamente con esta enfermedad hubo una epidemia propagada por ratones, que causó gran mortandad. Pero, a pesar del eufemismo ideado por los masoretas, creemos que el autor sagrado habló de hemorroides y que, al estampar en su libro este dato, no pudo reprimir una sonrisa sarcástica, no tanto por la enfermedad en sí cuanto por retransmitir a los lectores de su tiempo y del futuro el recuerdo de las pupas en las posaderas de los de Azoto. Así, a su manera, se vengaba del pueblo filisteo, enemigo de Israel.

1S 5, 7-12

Los de Azoto se cansaron pronto del arca de Yahvé; el consejo de la pentápolis filistea determinó descargar a los de Azoto y llevar el arca a Gat, quizá el actual tell es-Safiye, o Araq elMenshiye, a diecinueve y veintidós kilómetros, respectivamente, al sudoeste de Azoto (Jos 11, 22; Jos 13, 3). Para designar a los cinco príncipes (same) de las ciudades emplea la Biblia una palabra filistea emparentada con un vocablo minoico que pasó al griego: tyrannos (De Vaux). También hirió Dios a los de Gat, que enviaron el arca a Acarón (el actual Aqir, a diez kilómetros al oeste de Gezer). La peste se enseñoreó de la ciudad, que a grandes gritos exigió que se devolviera el arca a Israel.

1S 6, 1-9

Siete años estuvo el arca en tierra de los filisteos. Teniendo en cuenta que llegó a Bet Semes (Jos 15, 10; Jos 21, 16) en tiempos de la siega (v.13), que suele tener lugar allí entre mayo y junio, cabe deducir que fue capturada hacia el mes de noviembre. Los príncipes de los filisteos son los que solicitan el consejo de los sacerdotes (Kohanim) y de los adivinos (qosmim). Eran los filisteos eminentemente supersticiosos (Is 2, 6). El término qesem (Nm 23, 23; Dt 18, 14) no se aplica nunca a los profetas verdaderos. Los adivinos y sacerdotes de Dagón responden a la segunda pregunta: "De mandar el arca, dicen, no la enviéis vacía; dadle una reparación." La palabra hebraica asham expresa a la vez el delito y el sacrificio por el mismo, la reparación de la falta cometida (Dhorme). Se convino en que el tributo de reparación consistiese en cinco tumores de oro y cinco ratones del mismo metal. Aún hoy día penden de los muros de los santuarios cristianos exvotos que recuerdan la enfermedad que aquejaba al paciente, y de la cual se vio libre por una intervención de los santos. En otros tiempos, libres los atenienses de una enfermedad afrentosa, hicieron reproducciones del miembro enfermo (Scholia Acharnenses 244). Obsérvese que es la primera vez el texto menciona los ratones, asociándolos, acaso, a la peste bubónica, de la cual son los principales propagadores. Sostiene De Vaux que es posible la reunión en este capítulo de dos tradiciones: en una, la peste consistió en la aparición de tumores vergonzosos; según la otra, en una invasión de ratones. En el v.5 se habla de las "ratas que asolan la tierra."
Porque Dios está presente en el arca, al devolverla a su tierra, debe colocarse sobre un carro nuevo, arrastrado por vacas que no hayan sido puestas nunca al yugo (Nm 19, 2; Dt 15, 19; Dt 21, 3; 2R 2, 20). Sería indecoroso destinar al servicio sagrado un carro dedicado a usos profanos. Las vacas jóvenes tenían además la ventaja de indicar a los filisteos si fue o no Yahvé el que los hirió. No acostumbradas al peso del yugo ni a estar uncidas al carro, tampoco sabrían caminar juntas y arrastrar el carro a la tierra de Israel. Con el fin de dificultar su marcha encerraron los terneros en el establo.

1S 6, 10-18

Con gran sorpresa vieron los filisteos que las vacas bisoñas marchaban directamente hacia la tierra de Israel, como si un ser invisible las arrastrara. Cinco representantes de la pentápolis filistea acompañaron el arca hasta entregarla a los betsemitas, que segaban el trigo en el valle llamado hoy es-Serar. La ciudad se hallaba en el sitio conocido hoy por Tell er-Rumele, a veinticinco kilómetros oeste de Jerusalén, La ciudad dominaba la salida del valle a la llanura, y, por lo mismo, era de gran valor estratégico. Sobre una de las rocas del lugar ofrecieron los betsemitas las dos vacas en holocausto, consumidas por el fuego de las maderas del carro, hecho astillas. Fueron los levitas los encargados de bajar el arca (Nm 4, 15-25). ¿Pertenecen los versos 15.17-18 a otro redactor? Así lo creen Dhorme y De Vaux.

1S 6, 19-21

La traducción del v.16g es la de los LXX. Aunque en el texto hebraico no esté expreso el sujeto del verbo herir, por el contexto se saca que debe ser Yahvé. ¿Por qué les castigó Dios? Porque aprovecharon la coyuntura de la presencia del arca entre ellos para examinarla en sus mínimos detalles, por dentro y por fuera, con curiosidad indiscreta (Nm 4, 20). Dios es santo, y no permite que personas manchadas con impurezas, o no santificadas por El, se le acerquen (Is 1, 1ss; Is 6, 1ss). No sabemos quién es Jeconías, que cita el texto griego, víctima, con su familia, del castigo divino. La cifra de cincuenta mil es excesiva; no aparece en muchos códices griegos.
La muerte de setenta personas sembró el pánico en Bet Semes. ¿Quién puede estar al lado de Yahvé? El arca de Dios participa de la santidad divina, y Yahvé es, a su vez, santo y terrible. Las gentes de Quiriat-Jearim la recogieron, depositándola en casa de Abinadab. La localidad de Quiriat-Jearim se encuentra en una altura, junto al actual poblado de Qariet el-Enab, al nordeste de Bet Semes y a doce kilómetros al noroeste de Jerusalén.
No fue trasladada el arca a Silo por haber sido destruido el santuario por los filisteos (Jr 7, 12-4; Jr 26, 6-9; Sal 78, 60). Quiriat-Jearim era un lugar más seguro para guardar el arca, por estar más cercano del país de los filisteos. La casa de Abinadab se levantaba sobre la colina que domina el pueblo, que, por caprichosa analogía, se llama hoy Tell el-Azar, nombre que recuerda el de su hijo Eliezer. Sobre el lugar se levanta hoy una iglesia dedicada a la Virgen, con la advocación de Foederis Arca.

1S 7, 2-14

El presente capítulo, tan luminoso a primera vista, encierra puntos oscuros imposibles de elucidar. El arca de la alianza es conducida a Quiriat-Jearim, ciudad perteneciente a la tetrápolis gabaonita (Jos 9, 7), y, por lo mismo, israelita por adopción. Sus habitantes eran en parte cananeos y en parte israelitas. Además, por encontrarse cerca de la línea fronteriza con los filisteos, era considerada como ciudad neutral, terreno de nadie. Choca que el arca sea conducida a este pueblo y no a Silo, a menos que supongamos que los filisteos arrasaron el santuario en donde se encontraba antes. Pero aun en este supuesto no se explica el poco entusiasmo que el pueblo siente por ella y el hecho de que se confíe su custodia a un profano, Eliezer, consagrado de prisa y corriendo (Jc 17, 5), y no a los sacerdotes y levitas que de Silo marcharon a Nob para fijar allí el tabernáculo.
Mejor que en Quiriat-Jearim hubiera estado el arca en Nob, dentro del tabernáculo. ¿Por qué Samuel no se traslada a Quiriat-Jearim, al lado del arca? Ni éste, ni Saúl, ni David, hasta el día que derrotó definitivamente a los filisteos, se interesaron por ella, ni el pueblo acudía allí en peregrinación. Budde parece haber encontrado la llave que permite una solución satisfactoria. Para evitar los males que Yahvé causaba a los filisteos, determinaron éstos repatriar el arca de la alianza. Pero mientras fueron ellos dueños de Israel no permitieron que el arca de la alianza volviera a ocupar el mismo sitio que antes, reteniéndola en una ciudad cercana a la frontera con el fin de controlar la atmósfera religiosa y política que podría crearse eventualmente en torno a la misma. Quiriat-Jearim les pareció la ciudad más a propósito era por las siguientes razones: 1) por colindar con la frontera; 2) por ser cananeos, y, por lo mismo, enemigos de los hebreos, la mayoría de sus habitantes; y 3) porque la colonia hebraica residente allí bastaba para asegurar un culto digno a Yahvé.
El capítulo está desplazado del contexto, no teniendo relación lógica con lo que precede. Con este capítulo quiso su autor demostrar que la monarquía no era necesaria existiendo en Israel jueces de la talla de Samuel. El texto quiere ser una preparación de la versión antimonárquica que se vislumbra en 1S 8, 1-22; 1S 10, 18-25; 1S 12, 1ss; 1S 15, 1ss. Samuel reaparece en el teatro de la historia igual que los antiguos jueces (Jc 6, 6-10; Jc 10, 10-16). El pueblo de Israel se apartó del camino recto, pero, oprimido por los filisteos, se convierte al Señor. Ante la buena disposición del pueblo, Samuel congregó a Israel en Masfa (Jc 20, 1; 1S 10, 17), el actual Tell es-Nasbe (Jc 2, 13). La conversión de Israel viene expresada simbólicamente con la efusión de agua delante de Yahvé (1R 18, 32-35; Lm 2, 19), con el ayuno (Jc 20, 26) y la confesión pública de los pecados. La idolatría había contaminado la tierra y era necesario purificarla. No se trata de ningún sacrificio ni libación.
En Masfa juzgaba Samuel a los hijos de Israel (v.7). De la reunión de Masfa tuvieron noticia los filisteos, que subieron para dispersar a los allí congregados, Samuel no les temía; antes bien, ofreció un cordero lechal de más de siete días (Lv 22, 27) en holocausto, mientras todo Israel clamaba a Yahvé. Dios escuchó su plegaria: Hizo tronar aquel día sobre los filisteos y los puso en derrota (v.10). El trueno es la voz de Dios (Sal 18, 14; Sal 29, 3-9; Jb 37, 4-5). Con ello quiere el autor decir que desencadenó Yahvé una tempestad, con truenos y relámpagos, que atemorizó a los filisteos. De este hecho se conservó un recuerdo imperecedero (Si 46, 17), como de la tempestad en tiempos de Josué en Betorón (Jos 10, 10-14).
Los de Masfa persiguieron a los filisteos más allá de Bet-Car. Otros autores leen Bet-Horón en vez de Bet-Car, apoyándose en que aquella localidad es la ruta clásica de las invasiones por parte de los filisteos y de los pueblos de la costa (Jos 10, 10-11). Nos parece acertada la advertencia de Desnoyers: "No es conocido Bet-Car; pero esto no autoriza la lección de Bet-Horón" (Hist. II 221). Tampoco sabemos dónde estaba emplazada Jesana, que puede corresponder a Asena (Jos 15, 33), a Aslin (Abel) o a Bet Shena (De Vaux Ubach). Sobre Eben-Ezer véase 1S 4, 1. Es difícil, escribe De Vaux, que este lugar sea el mismo de 1S 4, 1; pero la semejanza de nombres es intencionada: esta victoria borra el recuerdo de la derrota anterior en este mismo lugar.
Lo que se dice al final del capítulo es un cuadro demasiado optimista. Es verdad que no volvieron los filisteos a la carga mientras duró la judicatura de Samuel, pero reanudaron sus ataques en tiempos de Saúl. Acarón y Gat quedaron en manos de los filisteos (1S 9, 16; 1S 10, 1ss; 1S 13, 2ss). Antes de David no fue nunca Israel dueño de la tierra de los filisteos (Jc 1, 18; Jc 1, 19; Jc 3, 3).

1S 7, 15-17

Aun en vida de Saúl continuó Samuel ejerciendo sus funciones de juez en materia religiosa, siendo consejero del rey en asuntos militares. Su domicilio estaba en Rama (Ramathaim, 1, 1), pero se desplazaba a Betel (Jos 7, 2), a Guilgal, entre el Jordán y Jericó Jos 4, 19), y Masfa (Jc 20, 1). Como Gedeón (Jc 6, 24), erige un altar en Rama, su patria. No era sacerdote ni levita. El derecho de erigir un altar pertenecía al jefe de familia, según costumbre muy antigua, en tiempos en que ejercía los poderes judiciales, militares y religiosos. Los reyes, que heredaron estos derechos antiguos, gozarán de gran iniciativa en materia cultual.

1S 8, 1-1S 10, 27

Han transcurrido muchos años desde que el joven Samuel servía en el santuario de Yahvé en Silo. Su maestro y guía murió. Del santuario de Silo queda sólo un montón de ruinas; el arca de la alianza yace en casa de un particular, bajo la supervisión de los filisteos. Israel vive en medio de gentes que no conocen a Yahvé y se contamina con sus cultos sensuales. No existe santuario nacional donde pueda congregarse la asamblea de los hijos de Israel. Samuel, que tenía su residencia en Rama, se desplazaba periódicamente y visitaba Galgala, Masfa y Betel para ponerse en contacto con las gentes de las distintas regiones. Pero los años le aconsejaron limitar sus desplazamientos. De ahí que a la falta de un santuario se añadía la anarquía en el orden político y administrativo.
Por otra parte, los filisteos, a pesar de su derrota en Masfa, mantenían el control del territorio israelita. En el interior urgía cada día más la necesidad de la unión entre las tribus que gozaban de gran autonomía. El medio para aunarlas era la institución de una monarquía. Edom, Moab y Amón habían implantado el régimen monárquico. El rey era un aglutinante en el interior y un caudillo que salía al frente de sus tropas para guerrear contra los pueblos enemigos.
En Israel, desde tiempo, existieron dos corrientes, una a favor y otra en contra de la monarquía (Jc 8, 22; Jc 9, 1-6; Jc 9, 7-20). En los libros de Samuel se vislumbran claramente estas dos corrientes antagónicas. Algunos textos son favorables a la monarquía: 1S 9, 1-10, 16; 1S 11, 1-11; 1S 15, 1-ss; 1S 13, 1ss; 1S 14, 1ss; otros, contrarios: 1S 8, 1-22; 1S 10, 18-25; 1S 12, 1ss; 1S 15, 1ss. Según la tradición favorable, la iniciativa de la monarquía parte de Dios, que escoge a Saúl como libertador de su pueblo (1S 9, 16); la tesis de la segunda tradición es que la idea de la monarquía parte del pueblo, que pide un rey para ser igual que las otras naciones (1S 8, 5-20). La evolución de la idea monárquica toma incremento con ocasión del peligro filisteo, que exigía una acción común. De esta manera se justifica la corriente favorable a la monarquía. Saúl aparece como un continuador de la obra de los jueces: como ellos, es el salvador designado por Dios (1S 9, 16; 1S 10, 1), recibe el espíritu de Yahvé (1S 10, 6-10; 1S 11, 6), libertando, como ellos, a su pueblo (1S 11, 1-11; 1S 13, 1ss; 1S 14, 1ss). Pero a esta elección divina corresponde, por primera vez, una aclamación popular después de la victoria sobre los amonitas (1S 11, 15). El jefe carismático, el naguid, 1S 9, 16; 1S 10, 1, se convierte en melek, rey, 1S 11, 15 (Les Institutions I, 145).

1S 8, 1-9

Samuel envejeció, y no podía cumplir con los deberes que le imponía su condición de juez de Israel. Para sustituirle nombró a sus dos hijos, Joel y Abia, que se establecieron en Berseba. La ciudad se hallaba al extremo meridional de Palestina, perteneciente a Judas y Simeón (Jos 19, 9) 1. Causa extrañeza que ambos hijos fijaran en Berseba sus actividades judiciales. ¿Se había reservado Samuel los territorios del norte? ¿Existía en el lugar un santuario al que se acudía en peregrinación? (Am 5, 5; Am 8, 14).
La corriente monárquica comenzaba a cristalizar desde el momento en que Samuel instituía como sucesores suyos en el gobierno civil y militar a sus dos hijos. Pero la conducta venal de los mismos inclinó la balanza en favor de un rey representativo de la nación. Con su proceder, los hijos de Samuel transgredían la ley del Dt 16, 18-19. Como a Helí, también a Samuel faltó energía para corregirlos; pero esta debilidad debe achacarse también a la vejez.
Los pretextos invocados por los ancianos (1S 4, 3) se fundan en que Samuel está ya viejo y en que sus hijos no seguían sus caminos. Pero la razón primordial era que querían ser como los otros pueblos, al frente de los cuales había un personaje que reunía en sus manos todos los poderes. Quieren terminar con el desmembramiento de Israel; desean que haya un rey que, en un momento de peligro, agrupe al pueblo en torno suyo y le conduzca a la victoria contra los enemigos. Quieren, en fin, una autoridad estable, no de circunstancias, como sucedía en tiempos de los jueces.
Los ancianos, en esta ocasión, se conforman a las prescripciones legales; no eligen ellos un rey, sino que se limitan a presentar a Samuel las aspiraciones del pueblo, usando las mismas palabras de la Ley (Dt 17, 14-15). La propuesta de los ancianos desagradó a Samuel, no tanto por ella en sí cuanto por la manera y ocasión de presentarla. Con ella los ancianos calificaban de deficiente su administración, imponiéndole casi un ultimátum. Además, Samuel interpretó aquel acto como un atentado contra las leyes de la teocracia (Jc 8, 22-23). Sin embargo, manda Dios al profeta que acceda a la petición, porque el cambio en sí se ha hecho necesario para que Israel, organizado políticamente de un modo permanente, pueda hacer frente a los enemigos externos. El monarca elegido seguirá siendo el representante de Dios (1S 12, 12; Jc 8, 23).

1S 8, 10-22

No dicta Samuel un código de leyes a las cuales deberá ajustarse el futuro rey de Israel, sino que hace ver los abusos que los reyes, déspotas muchos de ellos, dueños de personas y haciendas, suelen cometer. Este es el sentido de la frase: mishpat hamelek, juicio, costumbre, derecho real (1S 2, 13). El rey necesita un ejército de criados y servidores; conductores de aurigas que precederán a las del rey (2S 15, 1; 1R 1, 5); jefes de ejército (1S 22, 7; 2R 1, 9), jardineros, artesanos, sirvientas, etc. En una palabra, los que apoyan el advenimiento de la monarquía con el pretexto de conseguir la libertad del pueblo, caerán en un régimen de esclavitud. De nada valdrán entonces las quejas a Dios, porque tienen el régimen de gobierno que ellos anhelaban.
A pesar del cuadro tan sombrío, todos a una contestaron que preferían la monarquía. A las razones aportadas antes (v.5) añaden ahora que con la monarquía dispondrá Israel de una autoridad estable y de un caudillo para las guerras contra los enemigos. El final del v.22 es de carácter redaccional; prepara la inserción de la escena de la unción de Saúl (1S 9, 1-10, 16: versión favorable a la monarquía) en el relato antimonárquico de 1S 10, 17-14, que primitivamente estaba unido con el capítulo 8 (De Vaux).

1S 9, 1-5

En esta sección aparece una nueva faceta de Samuel: en vez de juez, es vidente, un profeta famoso, desconocido de Saúl. Una circunstancia fortuita le puso en contacto con él. Parece que Samuel no andaba muy solícito en buscar un rey entre los hijos de Israel; es Yahvé quien le indica el que ha sido elegido. Saúl fue a por las asnas y se encontró con el reino. Su padre, de nombre Quis, poseía una gran fortuna (Rt 2, 1). Pero, sobre todo, tenía un hijo, de nombre Saúl (shaul = pedido), que era todo un buen mozo, cualidad que entre los orientales es muy estimada para ocupar puestos de responsabilidad. Llamaba la atención por su talla, pues "a todos les sacaba la cabeza."
Un episodio baladí le valió la corona. A su padre se le extraviaron unas asnas y encargó a su hijo fuera en su busca. Salió Saúl de Gueba de Benjamín, ciudad que coincide con la actual Tell el-Ful, a seis kilómetros al norte de Jerusalén. Recorrió la región de la montaña de Efraím situada entre Siquem y Betel, pasó a la tierra de Salisa, donde se encontraba el pueblo de Baal Salisa (2R 4, 42), en el actual Kfr Tild, a veintiséis kilómetros al norte de Lidda y veintidós al sudoeste de Siquem; pero todo en vano. Continuó en su búsqueda hacia Salim, acaso Selebim (Jc 1, 35), o en los alrededores de Faratón, a unos diez kilómetros al sudoeste de Siquem. Volvió a la tierra de Benjamín sin encontrarlas. Hallándose en el país de Suf, donde vivió Samuel (1S 1, 1) y en cuya región estaba Rama, determinó volver a casa. Todos los autores convienen en señalar las anomalías de este largo y complicado recorrido de Saúl y del criado que le acompañaba, en el que emplearon tres días. Pero es posible que, en líneas generales, indique el autor sagrado los principales puntos por donde vagaron Saúl y su criado, sin querer señalar un itinerario concreto. Puede también ser que el autor sagrado pretenda pasear a Saúl por varias regiones de Israel a fin de que sus habitantes fijen su atención en el tipo físico extraordinario del joven que dentro de poco será su rey.

1S 9, 6-14

La Providencia les llevó al lugar donde habitaba Samuel, que, como hemos indicado (1S 1, 1; 1S 7, 17), se llamaba Rama. Al mozo ocurrió se le confiar al vidente el asunto de las asnas. Samuel es llamado ish Elohim, varón de Dios (1S 2, 7), nombre que se da a los profetas. Al entrar los jóvenes en la ciudad, preguntaron por el vidente (roeh). El v.g es considerado como una glosa redaccional hecha en tiempos en que los profetas se llamaban nabi. No es este el lugar apropiado para la exposición detenida de ambos conceptos. Profeta, nabi, es, propiamente, el que anuncia un mensaje que se le ha confiado. Aarón es profeta (nabi) porque retransmite al faraón de Egipto lo que le anuncia Moisés (Ex 7, 1); el nabi es la boca de Dios (Jr 15, 19), porque anuncia su palabra (Jr 18, 18; Os 6, 5; Am 3, 8). Con el tiempo, la noción de nabi sufrió algunos cambios. Es llamado roeh, vidente, el que ve lo que está oculto a otros (Is 30, 10). Samuel es llamado nabi (3, 20) y roeh (1S 9, 1-10), según que el texto sea más o menos antiguo.
382 Los dos jóvenes se dirigieron a la ciudad. Estaba ésta edificada en un alto; fuera de la misma, sobre una colina, existía un bamah, lugar alto (1S 10, 13), con el altar que construyó Samuel en otro tiempo (1S 7, 17) en sustitución de un antiguo altar cananeo. En la cima de los montes adoraban los cananeos a sus falsos dioses. Al apoderarse los hebreos del territorio, destruyeron parte de estos bamoth, consagrando otros a Yahvé (1R 3, 4; 1R 18, 30). Por los excesos cometidos, estos lugares de culto fueron combatidos por los profetas y destruidos por Josías (2R 23, 8).
Al pie del altozano, una balsa recogía el agua de las lluvias de invierno, de la que jóvenes de Rama, mañana y tarde, surtían a la ciudad. Las jóvenes aguadoras indicaron a Saúl y al criado que debían acelerar el paso, caso de que quisieran entrevistarse con Samuel antes de que el profeta se marchara a "la altura" para la comida. Las jóvenes estaban bien enteradas del programa de Samuel y responden a mucho más de lo que Saúl y su criado les habían preguntado.

1S 9, 15-21

El encuentro tuvo lugar en la misma puerta o en la plazuela adjunta. Ambos no se conocían, pero "Yahvé había abierto el oído" (galah eth ozen) de Samuel, es decir, le había revelado (1S 20, 2; 1S 12, 1ss; 1S 13, 1ss; Rt 4, 4; 1Cro 12, 25) que había elegido a aquel joven para futuro rey de Israel. El texto llama a Saúl naguid, jefe, eminente (del verbo nagad), recibiendo más tarde el título de rey. Yahvé declara a Samuel que unja a Saúl por jefe de su pueblo, del cual ha escuchado sus clamores, para que le "salve de la mano de los filisteos." La unción era necesaria a sacerdotes, profetas y reyes. Desde el principio de la monarquía se unge al rey (1S 10, 1; 2S 2, 4; 2S 5, 3). A Saúl le unge un profeta, lo mismo que a David; a Salomón y a Joás (1R 1, 39; 2R 11, 12) les unge un sacerdote. Con gran estupor de Saúl, le invita Samuel al banquete que debe celebrarse en la altura. De las asnas, le dice, no pases cuidado, porque han sido halladas. Además, ¿por qué tanta preocupación por unos animales, cuando, dentro de poco, se te entregará toda la casa de tu padre? Por la tensión popular existente en torno a la realeza comprende Saúl el contenido de las palabras de Samuel. Aquél parece considerarse indigno, alegando que pertenece a la tribu de Benjamín, la más pequeña de Israel tanto en población como extensión (Jc 20, 46-67), y a una familia oscura. Parecidas palabras pronunciaron en análogas circunstancias Gedeón (Jc 6, 15) y David (2S 7, 18).

1S 9, 22-27

Ser el invitado de Samuel era considerado por el público corno un gran honor. Los comensales se sentaron en el patio abierto donde se celebraba el banquete. A Saúl y a su criado se les señaló el primer puesto, a la cabeza de los invitados, que no salían de su asombro ante la presencia de aquellos dos jóvenes forasteros a quienes Samuel rodeaba de atenciones. Su extrañeza se acrecentó en el momento en que Samuel mandó al cocinero colocase ante Saúl "el muslo y la cola." El texto del v.24 presenta algunas dificultades. Tanto el texto hebraico como los LXX están acordes en el uso de la palabra que significa muslo, anca o pemil; pero a la misma sigue en el texto masorético el vocablo wehealeyah, que se traduce, o por levantó) o y lo que va con ello. Otros sustituyen la palabra por otra que significa riñones; algunos autores la suprimen (Dhorme, Ubach), por considerarla como glosa. Muchos, actualmente, siguen a Houbigant, que leía wehaalyah, y la cola, que en los banquetes que se celebran hoy en Palestina es muy apreciada. "Cauda quae pars erat femori próxima et óptima; luculentum, ut initiati norunt, edulium" (Hum-Melauer).
La corrección del texto masorético se introdujo para armonizar el texto con la prescripción según la cual la cola debía "quemarse sobre el altar" (Lv 3, 9). La última parte del versículo es todavía más incierta desde el punto de vista textual. De Vaux la omite; Houbigant traslada la frase al final del v.23, leyendo: "affer carnem, quam iussi tibi, ut apud te reponeres, cum dixi tibi me homines invitasse." Otras soluciones en Fernández, l.c., 58-60.

1S 10, 1

Tiene esta unción un carácter religioso. A la misma acompaña la efusión del Espíritu (1S 10, 10; 1S 16, 13); en lenguaje moderno, diríamos que se le da la gracia de estado. El rey es el ungido de Yahvé (1S 24, 7-11; 1S 26, 9; 11; 1S 16, 23; 2S 1, 14, etc.). Es una persona sagrada, y, por lo mismo, inviolable (1S 24, 7; 1S 26, 9-11). David no se atreve a poner las manos sobre Saúl por ser el ungido de Yahvé (1S 24, 7-11; 1S 26, 9), y manda ejecutar al que cometió tal crimen (2S 1, 14-16).
La acción de derramar aceite sobre la cabeza del que se ungía como a rey tiene su origen en Egipto. Por una carta de Tell el-Amarna, el rey Nuhase, de Siria, fue rey ungido por Tutmosis III. Los reyes hititas eran consagrados "con el aceite santo de la realeza."
Terminada la ceremonia, Samuel besó al nuevo ungido de Yahvé en señal de verdadero vasallaje. Es Dios mismo quien, por mediación de Samuel, ha ungido al que había antes escogido por príncipe (naguid) de su heredad (Dt 4, 20; Dt 9, 26).

1S 10, 2-8

La primera señal de la elección de Saúl será el testimonio de dos hombres que le informarán del hallazgo de las asnas y de las ansias de su padre. Habiendo partido de Rama (la actual Rentis) por la mañana, Saúl y su criado caminaron en dirección a Betel y Gueba (Tell el-Ful), llegando a las inmediaciones del sepulcro de Raquel al mediodía. El texto reproduce una antigua tradición según la cual el sepulcro de Raquel se encontraba en la línea de Rama, hacia la parte montañosa (Jr 31, 15).
Saúl siguió su camino; al llegar a la encina (elón) de Tabor, se encontró con los tres hombres de que le habló Samuel. Algunos críticos cambian la lección del texto masorético por la de los LXX, y leen: "Llegaron a la encina de Débora", o "a la encina de la lamentación de Débora." Además de "encina del llanto de Débora" (Gn 35, 8, se le llamó al lugar "encina del Tabor", en memoria de la victoria ganada por Sisara y Débora en el famoso monte de Galilea (Jc 4, 14); la encina se encontraba cerca del lugar de la "palmera de Débora" (Jc 4, 5), entre Betel y Rama (er-Ram).
En Gueba debía suceder la tercera y más característica de las señales convenidas. El lugar llamado "Gueba Elohim", colina de Dios, era conocido antes por Gueba de Benjamín (Jc 19, 4) y más tarde por "Gueba de Saúl" (1S 11, 4; 1S 15, 34).
El texto hebraico dice que había en la ciudad nesibey pelishtim, que los exegetas traducen: "la estela de los filisteos" (De Vaux); otros: "una guarnición de los filisteos" (Vaccari), "el prefecto de los filisteos" (Dhorme), "gobernador" (Ubach, Mediebelle). Otros (Bressan) omiten la frase por considerarla una glosa inspirada en 1S 13, 3.
Un tropel (hebel) de profetas que se servían de instrumentos músicos para profetizar le salieron al encuentro. Con su porte externo demostraban que hablaban y se movían a impulsos de un espíritu que les forzaba a tomar actitudes violentas, sacudidos por una intensa excitación interna.
Estos profetas vivían en grupos y profetizaban al son de la música, que les producía una especie de arrobamiento o éxtasis contagioso (1S 19, 20-21; 1R 22, 10). Se les ha comparado a los modernos derviches. Los cananeos tenían también sus profetas, al estilo de los que encontramos en nuestro texto (1R 18, 25-29).
Subsistieron mucho tiempo en Israel, siendo famosos los colegios de profetas que acaudillaba Eliseo (2R 2, 3; 2R 4, 38). La finalidad de estos profetas extáticos era la de cantar las glorias de Yahvé, acompañando sus himnos con danzas frenéticas, capaces de contagiar a los que las presenciaban. Es la primera vez que estas corporaciones de entusiastas yahvistas aparecen en la historia de Israel. Puede ser que los fundara Samuel, para oponerse a las influencias de los cultos de los pueblos paganos en medio de los cuales vivía Israel o que limitaban con sus fronteras.

1S 10, 9-16

Cuanto profetizó Samuel se cumplió al pie de la letra. La presencia de Saúl entre los profetas causó extrañeza a cuantos le conocían; dice el texto que el fervor religioso que manifestaba con sus cantos y danzas fue efecto del espíritu de Yahvé, que le impelía a obrar. Su actuación dio lugar a un antiguo proverbio existente en Israel. No podían las gentes comprender que Saúl, hijo de un personaje tan sensato y ecuánime como Quis, se mezclara con estos excéntricos, muchos de ellos de baja condición. Estas cofradías de profetas extáticos no debían gozar de buena fama en ciertos círculos de Israel

1S 10, 17-27

Se considera esta sección como parte integrante de la tradición antimonárquica del capítulo octavo. Pero parece que la elección popular por aclamación debe consignarse para evitar toda sospecha de que Samuel eligió por rey al que le plugo. Con esta elección por suertes (1S 14, 38-42; Jos 7, 14-18) se pondrá de manifiesto que Yahvé confirma como rey al que Samuel había ungido antes. Cuando la suerte cayó sobre Saúl, fue el mismo Yahvé el que, preguntado por los urim y tummim (1S 14, 41), señaló el lugar donde Saúl se había escondido, acaso por modestia (1S 9, 21). El pueblo aclamó con entusiasmo al apuesto rey, reconociéndole como a tal. Esta aclamación, hecha al son del cuerno o de las trompetas, no significaba que el pueblo elegía el rey, sino que aceptaba el monarca que había elegido Dios. El grito de "¡Viva el rey!" (2S 16, 16; 1R 1, 34; 2R 11, 12) no es un deseo, sino más bien una aceptación del mismo.
Dictó Samuel al pueblo el derecho real. Puede entenderse la frase en el sentido de que Samuel habló al pueblo conforme a Dt 17, 15-20, o bien de que les recordó lo dicho en 1S 8, 11-18. De Vaux duda de que la sentencia "expuso Samuel al pueblo el derecho real y lo escribió en un libro" sea auténtica, sospechando que entró en este lugar por influencia de Jos 24, 26 y Dt 17, 18. Sin embargo, es muy lógico que se escribieran y guardaran en lugar sagrado las leyes del reino (2R 22, 8; 2R 23, 2). Los v.26-27 preparan la renovación de la realeza en Caígala (1S 11, 12-15).
No todo el pueblo de Israel se alegró del advenimiento de la monarquía; a diferencia de los valientes (2S 2, 7), que reconocieron inmediatamente al nuevo rey, otros", hijos de Belial" (1S 2, 12; Dt 13, 14), le despreciaron. La Vulgata lee: "Ille vero dissimulabat se audire"; elección que supone el siguiente original hebraico: wayehi kemaharish, "se hizo el sordo." Los LXX cambiaron el mencionado texto en kemehodesh, cosa de un mes, que unieron al contexto siguiente (1S 11, 1).

1S 11, 1-7

No tenía Saúl conciencia de la significación trascendental de la realeza encarnada en él. Por de pronto, demuestra Saúl que no era hombre ambicioso. El pueblo le había reclamado para que le acaudillara en las guerras contra los pueblos enemigos; mientras la ocasión no se presentó, siguió él cuidando de la gran hacienda paterna. Pero el momento esperado y temido se presentó al cabo de un mes.
El amonita Najas marchó contra la ciudad de Jabes (Jc 21, 14) y la cercó. Las condiciones que Amón puso a los de Jabes parecieron monstruosas a Saúl, que, invadido por el espíritu de Dios (1S 10, 10), sintiéndose rey, responsable de los destinos de Israel, conminó a toda la nación para que se pusiera a sus órdenes. El terror de Yahvé (1S 14, 15; Gn 35, 5) se apoderó del pueblo, que se puso incondicionalmente bajo su mando.
El castigo que Najas pensaba infligir a los de Jabes no tenía por finalidad primaria causar un oprobio a Israel, sino la de inutilizar a los hombres para la guerra, no pudiendo, en adelante, ni luchar con arco ni usar el escudo. Creía Najas que la tregua pedida por los de Jabes no conduciría a nada; los siete días, a su entender, no tendrían otro éxito que el de confirmar plenamente su total aislamiento e impotencia frente a los amonitas (Gn 19, 38; Dt 2, 37; Dt 3, 16; Jc 11, 4).

1S 11, 8-11

Los israelitas acudieron a Bezec en cantidad muy inferior a la que dice el texto, que, o bien está corrompido, o la cifra tiene valor simbólico, queriendo significar que se reunieron algunos miles de hombres contra Anón. Bezec estaba en el lugar conocido hoy por Jirbet Ibziq, en los últimos declives de las colinas que dominan desde el sudoeste la llanura de Betsán. Organizado el ejército, Saúl atravesó de noche d Jordán, cayendo a la mañana siguiente sobre el ejército amonita, que acaso acampaba en el llano situado en la desembocadura del wadi Jabis, en torno a Meqbereh, lugar de la antigua Jabes Galaed (Jc 21, 8ss), a quince kilómetros al sudeste de Betsán.

1S 11, 12-15

Buenos comienzos para afianzar la monarquía. La coyuntura fue aprovechada por Samuel para reunir al pueblo en Caígala (1S 10, 8), junto a Jericó. Quizá los congregados formaban parte del ejército que de Jabes regresaba a sus casas siguiendo el curso del Jordán hasta la altura de Jericó. Calientes todavía las armas, el pueblo aclamó a Saúl como a rey, celebrando el acontecimiento con sacrificios de acción de gracias seguidos de los banquetes sacrificiales. Victorias como la de Jabes le encargarían de acabar con la fobia antimonárquica.

1S 12, 1-25

Las aclamaciones populares al nuevo rey dejaban en segundo plano al que hasta entonces fue juez en Israel, Samuel. Comprendió este venerable anciano que su ocaso había llegado; que el rey que en nombre del Señor había elegido le desbancaba. Mejor era retirarse a tiempo. Pero, en aquella atmósfera de jolgorio y victoria, temió que el pueblo pronto le olvidara y juzgara severamente sus actos. En previsión, quiso arrancar del pueblo un testimonio unánime que le absolviera de cuantas imputaciones pudieran hacérsele en lo sucesivo, testimonio que debía darse ante Yahvé y su ungido, el rey (1S 9, 16; 1S 16, 6; 1S 24, 7).
En primer lugar, parece decirles: "Queríais un rey, pues ahí lo tenéis. Anhelabais un caudillo; está en medio de vosotros. En este punto he seguido la voluntad popular. Por lo que a mí atañe, debo decir que mi misión ha terminado; yo soy viejo ya y encanecido; me sucede un rey apuesto y joven. Tampoco me dejé llevar del sentimiento paternal entronizando a uno de mis hijos; ahí están, como unos de tantos. Porque se portaban mal (1S 8, 3), les quité sus atribuciones. He obrado, como veis, siempre a la vista de todo el mundo; nada he tratado de ocultar. ¿Alguien puede achacarme algo?" Todo el mundo reconoció su santidad, su amor a Israel, su administración honesta; se despedía del pueblo con el alma rebosante de méritos, pero con los bolsillos vacíos.
Samuel, antes de marcharse, tiene que objetar algo al pueblo: echarle en cara su ingratitud para con Yahvé, cuyo último brote fue haber pedido un rey, cuando Yahvé es el verdadero y único rey de Israel. Vosotros, sigue diciendo al pueblo, habéis pedido un rey, y Yahvé, bondadoso, ha abdicado de sus derechos para daros gusto. En el contexto histórico que traza el autor sagrado y pone en boca de Samuel no se sigue el orden cronológico de los hechos (Jc 4, 0-ss; Jc 5, 1ss; Jc 13, 1ss; Jc 16, 1ss;Jc 3, 12-30). El discurso es muy parecido a la recapitulación que hace Josué antes de morir (Jos 24, 1-33).
La profunda impresión que causaron en el pueblo las palabras de Samuel creció al desencadenarse una tempestad con truenos y lluvia en los días de la siega (mayo junio), fenómeno que no se da en Palestina por aquel tiempo. El milagro está, además, en presentarse el fenómeno atmosférico como efecto de la oración de Samuel. Estando el pueblo aterrado, humillado ante la superioridad de los elementos y del poder de Samuel, escuchó la recriminación que le hizo este de haber pedido a Dios un rey. No es que Samuel pretenda retirar al rey que ungió en nombre del Señor, pero le recuerda que, con rey o sin él, la salvación de Israel estriba únicamente en servir a Dios y temerle.

1S 13, 1-7a

Consciente Saúl de su misión, se vio dominado durante toda su vida por dos ideales: recabar la independencia del país, dominado por los filisteos, y agrupar a todo Israel bajo su mando.
En el c.13 se habla de un conflicto bélico provocado por un golpe de mano de Jonatán, hijo de Saúl. ¿Cuándo tuvieron lugar los hechos que allí se narran? No es posible determinarlo, debido, en parte, a las particularidades literarias del capítulo. Empezamos con que el texto hebraico del v.1, que falta en la versión griega, es ininteligible: "Tenía Saúl un año cuando comenzó a reinar, y reinó dos años sobre Israel." El texto masorético actual procede de un redactor que quiso reproducir la fórmula estereotipada empleada en el libro de los Reyes al hacer la presentación de cada uno de los monarcas; pero no teniendo a mano los datos históricos referentes a Saúl, dejó un espacio en blanco, con ánimo de rellenarlo más tarde. Otra peculiaridad es la composición heterogénea del capítulo. Los v.16-18 pertenecen al relato más antiguo y enlazan con el c.14. Los v.2 y 19-22 son dos bloques errantes; 3-15 pertenecen a una composición más reciente (De Vaux, Driver, Dhorme, etc.).
Entre la reunión de Guilgal Caígala (1S 12, 1ss) y los hechos narrados aquí transcurrió un lapso de tiempo difícil de precisar. El rey Saúl de nuestro texto no es ya el joven que consultó a Samuel por el paradero de las asnas ni el joven monarca que oye a su entorno palabras hostiles, sino un hombre maduro, ya formado y avezado a las lides políticas y militares. A su lado encontramos a Jonatán, su hijo, encargado de una sección del ejército. Estos detalles sugieren que entre la batalla de Jabes y el ataque de los filisteos transcurrió largo tiempo, que aprovecharon los filisteos para asegurar en el territorio de Israel una red de guarniciones apostadas en lugares estratégicos, prohibiendo a los hebreos la fabricación de armas.
Saúl era un rey guerrero. Reorganizó el ejército y se rodeó de unos tres mil soldados (Jc 15, 11), distribuidos entre las posiciones de Micmás y las de Guibeá de Benjamín, acaudilladas por Saúl y Jonatán respectivamente. Según otra tradición (v.5 y 16), los filisteos ocupaban Micmás. El conflicto estalló al matar Jonatán al prefecto (1S 10, 5) filisteo de Guibeá. Micmás, que estaba emplazada en la actual Mujmas, se hallaba a unos doce kilómetros al norte de Jerusalén, entre Guibeá, del que distaba tres kilómetros, y Betel, a siete, en dirección noroeste. Los filisteos dieron la voz de alarma y se dispusieron a castigar a los insurrectos judíos; Saúl, por su parte, mandó que tocasen la trompeta por toda la tierra, equivaliendo el acto a una declaración de guerra. Pero los hebreos abandonaron sus posiciones avanzadas del norte y se replegaron con Saúl en Gálgala (Guilgal), cerca de Jericó (Jos 4, 17).
El texto masorético, amparado por los LXX y la Vulgata, dice que los filisteos movilizaron treinta mil carros de combate, cifra que la versión siríaca reduce a tres mil. Cada carro era al menos ocupado por dos hombres. En los monumentos de Ramsés III aparecen tres hombres en cada uno de los carros filisteos. Pero en esta circunstancia, en que se combatía en terreno montañoso, optaron los filisteos por aligerar el peso del carro, reduciendo su dotación a dos combatientes. Al anuncio de la llegada del ejército filisteo se ingenió el pueblo la manera para no caer en sus manos; los más prudentes atravesaron los vados del Jordán, desparramándose por la meseta de la Transjordania.

1S 13, 7b-14

El pueblo reclamó un rey que le libertara de sus enemigos, y lo consiguió. Pero, en medio de sus triunfos, no llegó a alcanzar el favor de Yahvé (c.13 y 15), que le reemplazó por otro. Noticias de la montaña le comunicaban que los filisteos se diseminaban por todo el territorio y de que avanzaban sin cesar. Los soldados que estaban en su compañía desertaban, huyendo hacia Transjordania. Entre tanto, Saúl se encontraba inmovilizado en Gálgala; de una parte no podía emprender la lucha, sin consultar a Dios y ofrecerle sacrificios para tenerle propicio; de otra esperó siete días (1S 10, 8), según el término que había fijado Samuel; pero este no comparecía.
Saúl se decidió entonces a ofrecer un holocausto. "Los textos históricos muestran que los reyes ejercían personalmente actos sacerdotales. Ofrecen sacrificios (1S 13, 9-10; 2S 6, 13. 17-18; 2S 24, 25, etc.). Algunos de estos actos pueden entenderse en sentido causativo o factitivo, pero no todos son susceptibles de esta interpretación, que algunos excluyen (2R 16, 12-15). Pero el papel que juega el rey en la reglamentación y supervisión del culto o en el nombramiento del sacerdocio no significa que sea sacerdote; todo esto no sobrepasa las atribuciones de un jefe de Estado frente a la religión estatal". Por su impaciencia demostraba que tenía poca fe en Samuel. Este le había dicho que le esperara, y debía obedecerle, porque era el profeta de Yahvé.
Diversamente es interpretado el pecado de Saúl. Hemos excluido el de haberse arrogado un privilegio ajeno a la dignidad sacerdotal y el de querer rebajar o suplantar a Samuel.
Por el texto aparece claramente que Saúl traspasa un precepto de Yahvé. ¿Cuál? se pregunta Ubach, y responde: "No acabamos de determinarlo. Acaso por ser demasiado evidente no lo ha recogido la pluma del autor sagrado, o, si lo hizo, desapareció más tarde del texto por razones que desconocemos. Sin embargo, parece que Saúl debía haber esperado a Samuel, aunque hubiera expirado el plazo señalado. Al precipitarse demostró que temía el ejército filisteo y desconfiaba de la Providencia."

1S 13, 15-23

Samuel se marchó de Caígala-Guilgal después de haber insinuado a Saúl la aparición de un rival. Saúl, con seiscientos soldados que le permanecieron fieles, llegó a Gueba de Benjamín. Entre un ejército y otro mediaba el profundo valle de Seboim. Comprendía Saúl que su reducido ejército no le permitía medir sus fuerzas con el de los filisteos, por lo que optó por quedarse quedo. Los filisteos no debían conocer la gran inferioridad del ejército enemigo, por lo que se dedicaron a dar golpes de mano en tres direcciones; pero no atacaron de frente.
Además, el uso de carros en aquel lugar quebrado era temerario. Las tropas de choque (literalmente: el destructor, el exterminador, Ex 22, 23) operaron en dirección a Ofra (1M 5, 46), en el actual poblado de Taybeh, a diez kilómetros al norte de Mijmas. De la tierra de Sual no se tiene otra noticia que la del texto.
Heidetela coloca en Araq dar es Shualeh, a cinco kilómetros de Jirbet Seilún, la antigua Silo. Lombardi cree poder identificar la tierra de Sual con la región al nordeste de el Taybeh. Un segundo destacamento tomó la dirección de Bet-Horón; un tercero se dirigió hacia la altura que domina el valle de Seboím, o sea, de las hienas, el actual wadi abu Daba, que desemboca en el wadi el-Qelt, continuación del Seboim.
Expone a continuación el texto las condiciones desfavorables en que se encontraba el ejército israelita en cuanto al material de guerra. Los filisteos no permitieron a Israel la fabricación de armamento, estando, por lo mismo, a merced de sus enemigos.
Era costumbre en la antigüedad, y sigue vigente todavía hoy, la desmilitarización, consistente en prohibir la fabricación de armamento a la nación subyugada. Los cananeos lo hicieron en tiempos de Débora (Jc 5, 8); Nabucodonosor se llevó a Babilonia a los herreros de Judá (2R 24, 14); Asurbanipal hizo prisioneros a todos los menestrales de una ciudad conquistada. El v.21 se ha conservado en mal estado. La palabra pira del texto hebraico, que se creía intraducible, se ha identificado con una medida de peso, de la que se han encontrado ejemplares en Jerusalén, Guezer, Tell el-Nasbe, etc., cuyo valor equivalía a dos tercios de siclo.
Parece que la traducción del texto más conforme con el original sea la siguiente: "El derecho de afilar las rejas y las hachas era de dos tercios de siclo; un tercio de siclo para aguzar las azuelas y los aguijones" (Dhorme, De Vaux, Ubach). Solamente Saúl y Jonatán disponían de espada y lanza. Con las noticias que preceden cabe concluir que el combate que se avecinaba se inclinaría de parte de los filisteos, y, sin embargo, no fue así.

1S 14, 1-14

Al joven Jonatán cansaba la vida ociosa de las posiciones, por lo cual ideó llevar a cabo una hazaña. Expuso su plan al escudero que, como oficial, llevaba siempre consigo para que le protegiera en caso de ataque y rematara a los heridos que caían bajo su espada. El oficio de escudero es propio de los tiempos de los jueces (Jc 9, 54), de Saúl y de David.
Hemos visto que los filisteos acampaban en Mijmas y que tenían una avanzadilla en el torrente Seboim. Por su parte, Saúl y su ejército moraban en Gueba, atareados quizá en fortificar el lugar para resistir a un posible ataque filisteo. Saúl estaba en una era de las afueras del pueblo, junto a un granado, que le protegía del sol y le camuflaba del enemigo. Algunos autores toman la palabra migron, migran, era, en sentido topográfico, basándose en Is 10, 28 e identificándolo con el actual tell miriam, altozano que domina el camino de Gueba a Mijmas, a un kilómetro y medio de esta última (Mediebelle, Dhorme, Rehm).
Jonatán quiso dar un golpe de mano y sorprender a la avanzadilla filistea. "Entre los pasos por donde trataba Jonatán de pasar al apostadero de los filisteos había una peña a manera de diente (lit.: diente de peña) de un lado y otra peña a modo de diente del otro lado. la una llevaba por nombre Boses; la otra, Sene. La una, hacia el norte, frente a Mijmas; la otra, hacia el sur, frente a Gabaa" (v.4-5, trad. Fernández, l.c.).
"Los dos jóvenes -escribe el mencionado autor- se lanzan a la temeraria empresa. Bajan de Gabaa al wadi, siguen por unos momentos el cauce, y, al dar la vuelta al recodo, son avistados por los del apostadero, quienes echan a gritar: "Mirad los hebreos", que salen de las cuevas donde se ocultaron." Jonatán fue hacia ellos. A ambos lados del gran peñón hay dos subidas, difíciles las dos, pero más la del oeste. Por una de ellas, quizá la más áspera: se subió Jonatán, trepando con pies y manos; y en pos de él su escudero. No contaban, sin duda, los filisteos con tal osadía; ésta los desconcertó; y con esto se explica que en aquel primer encuentro, en la mitad del espacio que un par de bueyes puede arar, los "Los valientes jóvenes dejaron fuera de combate no menos de veinte hombres."

1S 14, 15-23

El pánico sembrado por todo el campamento filisteo fue providencial. Los filisteos que estaban en las avanzadas huyeron precipitadamente, contagiando con su huida y palabras al ejército, que, temiendo un ataque general por sorpresa, se dio también a la fuga. Los gritos de los soldados en retirada, los ruidos de los carros en marcha, levantaron un alboroto imponente, comparado al que produce un terremoto.
Fue un espanto de Dios, con lo que se quiere afirmar que no solamente fue un pánico extraordinario, sino un rumor enviado por Dios para espantar a los filisteos. Sospechó Saúl que alguno de los suyos había desencadenado este estado de cosas; hechas las averiguaciones pertinentes, se notó la falta de Jonatán y de su escudero. Para conocer la voluntad de Yahvé, manda Saúl a Ajía que acercase el efod (1S 2, 28), no el arca de Dios, como dice el texto masorético (1S 3, 3; 1S 4, 11). Guando el sacerdote se disponía a echar las suertes, se lo prohibió Saúl por entender que no era cuestión de perder tiempo, sino de salir cuanto antes en persecución del enemigo; la voluntad de Dios era demasiado evidente.
Los filisteos habían penetrado en Palestina por los llamados ascensus de Betorón, y por el mismo lugar huyen ahora a su tierra. En lugar de Betorón (texto griego de Lagarde y de la Vetus Latina), algunos autores prefieren la lectura de Bet Aven del texto hebreo.

1S 14, 24-30

Dice el texto griego que cometió Saúl aquel día una gran imprudencia al impedir con su voto coronar más gloriosamente la gran empresa de deshacer al ejército enemigo. Creyó, sin embargo, Saúl que él y su pueblo debían corresponder al favor de haber sembrado Yahvé el pánico en el campo enemigo, decretando en su honor el ayuno de un día. La maldición de Saúl quiere ser una oración a Dios pidiéndole la aniquilación del enemigo. Los soldados mostraron gran fuerza de voluntad al divisar en el bosque la miel que se derramaba por el suelo, no atreviéndose a tocarla por temor del juramento hecho. Con este y otros ejemplos da Saúl la sensación de ser un hombre impetuoso, irreflexivo, que se dejaba llevar por el primer impulso.

1S 14, 31-35

Además de la falta, involuntaria, de Jonatán, el juramento de Saúl dio pie a que el pueblo, hambriento, se lanzara sobre los primeros animales que encontró al paso. Desde Mijmas había perseguido al enemigo hasta Ayalón, con un recorrido de más de veinticinco kilómetros, siendo muy natural que le devorara el hambre y la sed.
Por considerarse la sangre como sede del alma y principio vital, que pertenecía a Dios (Gn 9, 4; Lv 17, 10-14; Dt 12, 16-23), al atrapar el pueblo hambriento las ovejas, bueyes y cabras, las degolló inmediatamente en el suelo, sin preocuparse de buscar una piedra que les sirviera de soporte o de altar. No podían los hebreos comer la carne con su sangre, por lo cual debían degollar a los animales sobre una piedra o altar que permitiera la salida de la sangre al exterior. No era posible cumplir con este requisito degollando los animales a ras de tierra; por lo mismo, a quienes comían la carne sacrificada de este modo se les imputaba el pecado de comer carne con su sangre. ¿Quiere el autor sagrado aclarar con esto la ley sobre la inmolación contenida en Lv 17, 13; Dt 12, 16; Dt 15, 23, o se refiere a una práctica introducida posteriormente? Parece más verosímil lo primero. En acción de gracias edificó Saúl un altar a Yahvé.

1S 14, 36-44

Saciado el pueblo, determinó Saúl emprender la persecución del enemigo al amparo de la noche. Pero antes de emprender la empresa decidió consultar a Dios por el procedimiento del urim y tummim. El oráculo no contestó, interpretando Saúl aquel silencio como efecto de algún pecado (1S 28, 6.15). Ante aquel contratiempo, Saúl, con la impetuosidad que le caracterizaba, lanza otro juramento de dar muerte al pecador, aunque sea su propio hijo Jonatán.
En el v.41 seguimos el texto griego, que reproduce el texto original, mutilado por un escriba, que saltó de una línea a otra. Según el texto, la consulta se hace utilizando dos piedras preciosas que llevaba el sumo pontífice en el pectoral (Ex 28, 30; Lv 8, 8; Nm 27, 21), llamadas urim, que significa luz o verdad, y tummim, perfección o santidad, que, por convención, representaban el sí y el no. Pero esta manera de echar las suertes no tiene aplicación en el caso de que el oráculo no responda. Esta manera de consultar a Yahvé se practicó durante los reinados de Saúl y en los comienzos del de David, cesando en adelante, sustituyéndose por el mensaje profético. La suerte señaló a Jonatán como culpable; sólo la intervención atinada del pueblo pudo salvar a Jonatán de la muerte.

1S 14, 45-48

El pueblo liberó de la muerte al héroe del día, Jonatán, salvándole a la manera como se rescata una víctima debida a Yahvé (Ex 13, 13-15; Ex 34, 20). No especifica el texto qué víctima se ofreció en vez de Jonatán. A continuación se hace un resumen de las campañas bélicas de Saúl. Se citan a los enemigos de Transjordania (Moab, amonitas), los del sur de Palestina (los idumeos), los del norte, cuyo representante más destacado es Soba, y, finalmente, los filisteos. El reino de Moab estaba al otro lado del Jordán, entre Amón, al norte, y los edomitas, al sur. Edom, cuya frontera evolucionó con el tiempo, ocupaba las márgenes derecha e izquierda del wadi el-Arabá, al sur del mar Muerto. Entre Damasco y Hamat se encontraba el pequeño reino de Soba (2S 10, 6-8).

1S 14, 49-52

Tres hijos y dos hijas tuvo Saúl. El primogénito era Jonatán; le seguía Leví, que en otros lugares (1Cro 8, 33; 1Cro 9, 39) es llamado Isbaal, que el autor de 2S 2, 8 cambia en Moset = hombre de infamia; el tercero se llamaba Malquisúa (1S 31, 2). De las hijas, Merab, la mayor, y Micol, la más pequeña, se habla en el curso de la historia (1S 18, 17-19; 1S 18, 20-27). No se conoce en la historia de Israel otra mujer de nombre Micol; en cambio, lleva este nombre una deidad cananea venerada en Beisán hacia el siglo XIV a.C. Ajinóam no era la única mujer de Saúl, que tuvo otras (2S 12, 8) entre las cuales se menciona Resfa (2S 21, 8).

1S 15, 1-9

Los datos sobre esta campaña contra Amalee son imprecisos; la sección sirve de preámbulo a la escena entre Samuel y Saúl, que culminó en el v.28 con el repudio de Saúl como rey de Israel. Existen dos clases de herem: el de consagración, cuando un objeto o persona se consagran a Dios de manera irrevocable, sustrayéndolos a todo uso profano (Lv 27, 28; Mi 4, 13). En el herem de maldición, la persona o cosa es destruida con el fin de honrar la santidad de Dios y su justicia.
De Amalee dijo Dios (Lv 17, 14): "Borraré la memoria de Amalee de debajo del cielo." Estas palabras debían cumplirse mediante la acción de Saúl. Este congregó al pueblo en Telaim, lugar que corresponde a Telera (Jos 15, 24), que algunos identifican con Jirbet Umm es-Salafe, a ocho kilómetros al sur de Kurnub. Las cifras de los combatientes son evidentemente exageradas. De la ciudad a que alude el texto nada sabemos. La derrota de los amalecitas fue completa. Su rey Agag cayó vivo en manos de los israelitas, perdonándosele la vida para reclamar por su rescate una cuantiosa suma. También se apoderaron los judíos de los animales que presentaban mejor estampa.
Con este proceder se opuso Saúl a las leyes del anatema, que señalaban la destrucción total de los amalecitas y de cuanto les pertenecía. El motivo de la transgresión consiste en haber elegido, oyendo la voz de su pueblo, una manera de honrar a Dios que no se armonizaba con la que le había señalado Samuel. Buscó él un compromiso entre la obediencia a Yahvé y el deseo de satisfacer al pueblo; pero con esta política pendular de querer congraciarse con uno y con otro se atrajo la enemistad de Dios, que se alejó de él a causa de su desobediencia.

1S 15, 10-23

La gravedad de la falta de Saúl hace que el autor sagrado ponga en boca de Dios la expresión que pronunció con ocasión del diluvio: "Estoy arrepentido de haber hecho rey a Saúl" (Gn 6, 6); antropopatismo, figura retórica por la que se aplican a Dios los sentimientos de los hombres. Eligió Dios a Saúl, pero este se hizo indigno de esta gracia; el cambio de conducta por parte de Saúl determinó que Dios se portara con él de manera distinta que hasta ahora. No sabemos cuándo Samuel recibió esta confidencia divina; acaso de noche, como en su niñez (1S 3, 4).
La gran victoria hizo concebir la idea de levantar un monumento conmemorativo en el Carmelo, lugar que corresponde al actual el-Kurmul, a doce kilómetros al sur de Hebrón (Jos 15, 55), a cuya inauguración fue invitado el rey. El texto hebreo dice que se erigió iad (una mano) para significar un monumento igual al de las estelas púnicas, en las que la mano protege al muerto e indica al viandante el lugar donde descansa (2S 18, 18; Is 55, 5). Acaso se trata de un monumento funerario en memoria de los caídos en la lucha. Debía tratarse de una tosca piedra erigida en forma de menhir, o de una losa con una inscripción.
Regresó Saúl del Carmelo. En el v.13, los LXX han completado el original hebraico. Samuel traía para Saúl un anuncio inesperado que ahogaría en el rey el alborozo del triunfo alcanzado sobre los amalecitas. El balido de las ovejas, el mugir de los bueyes, dieron pie a que Samuel preguntara por la procedencia de aquellos animales.
Saúl, inocentemente, creyendo que con aquellos sacrificios agradaba a Dios, le respondió que lo mejor se había reservado para quemarlo en holocausto en honor de Yahvé. Pero no era ésta la orden que le había intimado Samuel, ni era este herem el que debía poner en práctica, sino el anatema de la destrucción, de execración.
Trató Saúl de justificar su conducta, pero le atajó Samuel diciéndole que su deber era obedecer. Bien están los sacrificios a su tiempo y con las víctimas apropiadas; pero en esta circunstancia, más que sacrificios, quería Dios que se hiciera su voluntad. La oferta de un sacrificio, dice De Vaux, hecha en contra del querer divino, equivale a un rito idolátrico, al que en nuestro texto se alude con la mención de la superstición de los terafim, dioses a los cuales se confiaba la custodia de las casas (1S 19, 13; Gn 31, 19-30). Por haber desobedecido a Yahvé, a quien Saúl debía el reino, Dios le rechaza como rey.

1S 15, 24-31

Quizá el arrepentimiento de Saúl nacía más del temor de perder el reino que del dolor de haber ofendido a Dios. Trató Saúl de quitar importancia al incidente, rogando a Samuel que no le abandonase. Samuel rechaza tal propuesta, basándose en que por su pecado se han roto las relaciones amistosas que le unían con Dios.
Samuel, que en su calidad de profeta es el mensajero y el instrumento de que se sirve Dios, no puede, por lo mismo, continuar sus relaciones amistosas con Saúl, poniéndose de su parte en contra del proceder divino. Al marcharse Samuel, corrió Saúl detrás de él con ánimo de retenerle y ganarlo a su causa; en el paroxismo del dolor y ante el porvenir sombrío que se abría ante él, agarró a Samuel del manto, que cedió, rompiéndose. Esta escena dramática se desarrolló en la intimidad de un rey y de un profeta de Yahvé. Ante la actitud firme de Samuel, le pidió Saúl que no hiciera pública la reprobación merecida por su pecado, rogándole que se comportara con él externamente como si nada hubiera ocurrido. Accedió a ello Samuel; de cara al público no sufrió menoscabo, momentáneamente, la dignidad real que ostentaba Saúl.

1S 15, 32-35

Agag había sobrevivido al desastre de su pueblo en contra del mandato divino. Al verse ante Samuel, lanzó esta bravata: "Ahora sí que el amargor de la muerte se ha alejado." Esta lección del texto masorético nos parece la más acertada, por expresar el estado de ánimo de Agag, que, entre burlón y ufano, expresa su satisfacción de poder morir en manos de un profeta y no en manos de cualquiera.
A Agag se le aplica la pena del talión, por haber privado a tantas madres de sus hijos, así es descuartizado (waishassef, de shassaf; Vulgata: "Frusta concidit eum Samuel"; LXX: lo degolló) él. Su muerte tuvo lugar "ante Yahvé " , pero no fue un sacrificio humano, sino el cumplimiento de un anatema. Saúl marchó a Gueba, y Samuel a Rama. Según 1S 19, 22-24, volvió Saúl a encontrarse con Samuel. Amaba Samuel a Saúl; pero antes se debía a Dios que al rey.

1S 16, 1-13

Tenía Saúl sus defectos, que con el correr de los años se acentuaron. Oficialmente había roto con Samuel y se encontraba abandonado de la mano de Dios. No obstante sus defectos, Samuel seguía amándole y rogando por él. Pero Dios le hizo comprender que no revocaría la sentencia lanzada contra Saúl; al contrario, le comunica que ha llegado la hora de ungir a su rival. De esta unción de David por Samuel no se habla ya más en el curso de la historia, ni parece que tuviera eficacia para el porvenir. David será ungido rey en Hebrón por las gentes de Judá (2S 2, 4) y más tarde por los ancianos de Israel (2S 5, 3). Según el texto, toda la familia asiste a la ceremonia, lo que parece contradecir a 1S 17, 28, en donde su hermano mayor demuestra no saber nada.
Obedeciendo las órdenes de Dios, tomó Samuel el cuerno de óleo (1R 1, 39) y marchó a Belén. La visita inesperada de Samuel sembró el pánico en la pequeña ciudad, que temía el anuncio de algún castigo; por eso preguntan los ancianos: ¿Tu llegada es para bien? o lo que es lo mismo: ¿Es pacífica tu llegada? ¿Aludían los ancianos al conflicto latente entre Belén y Gueba a consecuencia del atentado contra la concubina originaria de Belén? (Jc 19, 1ss; Jc 20, 1ss).
Ordena Samuel que se purifiquen para poder tomar parte en el sacrificio, lavando o cambiando sus vestidos y absteniéndose del contacto con mujeres (Ex 19, 22; Nm 11, 18; Jos 3, 5). Tuvo especial interés en que se santificara Isaí y sus hijos; quizá se hospedó Samuel en su casa, en donde se desarrolló la escena de la unción. Según el texto, eran ocho los hijos varones de Isaí. En (1S 17, 13-15) su número parece reducirse a cuatro, de los cuales se especifica el nombre. Según 1Cro 2, 12, los otros tres se llamaban Natanael, Radai y Asom. Además tuvo Isaí dos hijas: Sarvia y Abigaíl.
En la intimidad de la familia, David fue ungido rey, cuya dignidad asumiría a la muerte de Saúl. Al momento recibió también la gracia de estado, necesaria para cumplir los deberes de la realeza (1S 10, 6; 1S 11, 6). Samuel regresó a Rama.

1S 16, 14-23

Con el v.14 se pone al descubierto el drama de Saúl: Dios le rechaza y Samuel se aleja de él; el espíritu de Dios ha pasado a su rival, a David (v.13). A resultas de este estado de cosas se apoderan de él una sensibilidad extrema, una manía persecutoria, el mal humor y la grave tristeza que le acompaña. Este espíritu malo (Jc 9, 23) se dice que fue mandado por Dios porque procedía de la disposición de ánimo de Saúl para con el Señor.
En este estado de ánimo, sus familiares acudieron a la música como remedio para calmarlo en sus fases críticas. No acuden, dice Desnoyers, a un medio moral, ayuno, oración u otra cosa, sino a un remedio de orden físico. Este detalle nos transporta a un ambiente profético en el cual la música tenía gran importancia para provocar y mantener el fervor profético.
David fue llevado al palacio real; de él se dice que era hombre fuerte y valiente, hombre de guerra y discreto en el hablar, y Yahvé estaba con él (v.18). Este conjunto de cualidades del joven David le hacen digno de ocupar un lugar en palacio. Saúl le nombró escudero suyo. Como tal, le acompaña en los combates con los filisteos (1S 17, 1-11), en uno de los cuales se cubrió de gloria (1S 17, 32-53). Pero esta tradición contrasta con otra, según la cual, a los ojos de Saúl, es David un oscuro pastorcillo que visita a sus hermanos y los aprovisiona (1S 17, 12-30), entrando poco después al servicio del rey (1S 17, 55; 1S 18, 2).

1S 16, 24-31

Conforme a la profecía de Samuel (1S 15, 28), estaba a las puertas un contrincante de Saúl que anularía sus esfuerzos para asegurar en su hijo Jonatán la permanencia de la corona en su familia. Logró Saúl que arraigara en el pueblo la idea de la unidad nacional, tanto más necesaria cuanto más dura era la mano de los pueblos vecinos.
Pero estos triunfos enfriaron en él sus sentimientos de dependencia de Yahvé, llegando a creer, al menos en la práctica, que la firmeza de su trono descansaba más en el favor popular y en sus dotes militares que en las manos de Dios. Esta conducta abrió en su reino una brecha que no le fue posible en adelante taponar. Dios había fijado sus ojos "en otro mejor que él"; David, cuyos pasos hacia el trono dirigía lentamente, pero de forma inexorable.

1S 17, 1-11

Los filisteos habían abandonado la montaña de Efraím a efectos de la derrota que les infligió Saúl (1S 14, 22), pero se habían atrincherado en la Sefela, dispuestos a vengarse. Habiendo salido de Gat y de Acarón, se infiltraron por los wadis que desaguan en la Sefela, ramificándose por el macizo central de Judea. En una de las incursiones llegaron a un lugar entre Azeca y Soco llamado Efes Domim.
A su encuentro salió Saúl, acampando en el valle del Terebinto. La acción se desarrollaba a unos treinta kilómetros al sudoeste de Jerusalén. Azeca (Jos 10, 10-11; 1S 15, 35) se identifica con Tell Zacaría, a unos doce kilómetros al noroeste de Beit Gibrin.
El nombre de Soco (Jos 15, 35) sobrevive todavía en el actual Jirbet Shuweike, a tres kilómetros al sudoeste de Bet Nettif. Efes Domim, según Abel (Géographie II, 318), corresponde a Djennbatein, a tres kilómetros al sur de Tell Zacaría y a dos al oeste de Jirbet Shuweike.
El valle del Terebinto es el amplio valle es-Sant. Los dos ejércitos se pusieron en orden de batalla, frente a frente, separados por el valle del Terebinto. Dice el texto hebreo que del campamento filisteo salió un ish habena-yim, "un hombre de entre dos", es decir, un guerrero, que, colocado entre dos ejércitos, invitó a un duelo.
El hombre se llamaba Goliat, natural de Gat, lugar donde, según Jos 11, 22, habitaban descendientes de los enaquim. Su altura, según los LXX, era de cuatro codos (no seis, como lee el texto masorético). El codo tenía cuarenta y cinco centímetros; siendo, por consiguiente, la talla de Goliat de 2, 92 metros, o de 2, 02. Su armadura correspondía a su talla: llevaba una coraza de cinco mil siclos de peso, es decir, de unos ochenta kilogramos.

1S 17, 12-25

Toda la perícopa de 1S 17, 12-31 falta en el códice ? de los LXX, hallándose, sin embargo, en el códice A. Entre las razones que pudo tener el traductor para no incorporarla en su texto fue la de evitar la aparente contradicción del texto con (1S 16, 14-23), en que se habla de la estancia de David en la corte. En cambio, en la presente sección parece que Saúl ni le conoce. El autor de 1S 17, 12-31 desconocía el texto anterior; los detalles que da sobre la familia de David no concuerdan con los del c.10. Pertenecía Isaí al clan de los efrateos, aliados de Caleb (1Cro 2, 19; 1Cro 24, 1-31) e instalados en Belén (Rt 1, 2). El texto original del ?. 15 es: "David iba y venía, alternando el servicio con Saúl con el cuidado del rebaño de su padre en Belén."
Acaso sea el texto una glosa redaccional encaminada a armonizar el texto con 1S 16, 22-23. Quizá el espacio de cuarenta días de que habla el v.16 deba entenderse en sentido simbólico (Ex 24, 18; Ex 34, 28; Gn 7, 4). El efa era una medida de capacidad correspondiente a treinta y seis litros. Los granos de trigo tostados (qali, Rt 2, 14) estaban en uso, como entre nosotros el maíz tostado.
El final del v.18 es interpretado diversamente. Cree De Vaux que, atendida la juventud de David, para cerciorarse de que cumplió su encargo, pide Isaí un justificante; según Ubach, encarga Isaí a David que traiga el salario que reciben sus hermanos, superfluo para ellos, mientras que para él, que cuida de su manutención, representaba una ayuda económica.

1S 17, 26-37

Eliab reprende a David por su "orgullo", pareciendo ignorar la escena de la unción de David en Belén (1S 16, 6ss). A Eliab responde David que vale la pena interesarse por una cuestión que a nadie molesta y que, en cambio, afecta a toda la nación. En toda la narración late la idea de la realeza, que impelía a David a conducirse como caudillo y salvador de Israel. Dios le ha elegido por rey, y tiene, por consiguiente, la misión de velar por el bien y el honor de la heredad de Yahvé. Además, la victoria sobre el filisteo equivalía a acaparar el favor popular.

1S 17, 38-52

Nunca había vestido David las ropas del rey; al imponérselas ahora Saúl, le confiere parte de su dignidad. No había ensayado la armadura, a pesar de su oficio de escudero del rey (1S 16, 21). David va a la lucha en el nombre de Yahvé Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel (v.45). Al avanzar hacia el filisteo sabía David que la victoria era suya. Dios dirigía sus pasos para afianzarle más y más en el camino del trono. Sin saberlo, Saúl contribuye a la exaltación popular de su rival.

1S 17, 53-58

En los últimos versos del presente capítulo se encuentran algunas antinomias, que se explican por las glosas redaccionales que un escriba posterior ha introducido en el texto o por el hecho de anticipar el autor los acontecimientos. Así, por ejemplo, al hablar en el v.53 de Israel y de Judá, supone la escisión del reino, acaecida después de la muerte de Salomón.
En el v.54 se dice que David llevó a Jerusalén la cabeza (de Goliat), y las armas las puso en su tienda. Ahora bien, Jerusalén cayó en manos de los israelitas en tiempos en que David ocupaba el trono (2S 5, 6-16). Además, al hablar de su tienda parece indicar que David fue movilizado y que disponía de su tienda, como cualquier otro soldado.
Según v.57, David entregó a Saúl la cabeza de Goliat; la espada del gigante fue depositada en Nob (1S 21, 9). El autor de los v.55-58 ignora el encuentro de Saúl con David narrado en los v.31-39, así como la vida de este en la corte real en calidad de escudero y músico (1S 16, 18-23).
La única explicación posible de estas anomalías se halla en que el autor sagrado ha escrito su libro a base de tradiciones distintas, orales y escritas, que ha reproducido fielmente, sin incurrir en la tentación de quitar las dificultades y suprimir las diferencias.

1S 18, 1-5

Esta sección falta en el códice ? de la versión griega. Parece que está invertido el orden de los v.1 y 2. Saúl quiso que David, al que antes no conocía (1S 17, 55), se quedase definitivamente en su casa. La hazaña realizada le impresionó y mucho más a su hijo Jonatán, que en otro tiempo realizó también una gran proeza (1S 14, 1ss).
Dice el texto que el alma de Jonatán se apegó (niqsherah, Gn 44, 30), se aglutinó con la de David, a quien amó como a su alma. No se especifica la naturaleza del pacto entre ambos; quizá sea "el pacto de la sal" (Nm 18, 19) en virtud del cual los interesados se obligaban a prestarse mutua ayuda y a no causarse mal alguno. Como símbolo de esta alianza y mutua entrega, Jonatán se despoja de sus vestidos y armamento y se los pone a David. Entre los orientales, la personalidad abarcaba también los vestidos (2R 2, 13; Rt 3, 9); al entregarle sus vestidos quiere Jonatán darle a entender que se daba a sí mismo.

1S 18, 6-16

La proeza de David se extendió como gota de aceite por todo Israel. Por las ciudades, villas y aldeas por donde pasaba Saúl con su comitiva, salían las mujeres cantando y danzando, acompañándose de tímpanos y triángulos (Ex 15, 20-21; Jc 11, 34), mientras repetían el estribillo: Saúl mató sus mil, pero David sus diez mil. Estos cantos de gloria jugarán un papel importante en las relaciones entre Saúl y David (1S 21, 12; 1S 29, 5).
Las preferencias del pueblo por el joven David eran manifiestas, lo que despertó en el corazón de Saúl la enfermedad de los celos, que no le abandonó en toda su vida. A veces su melancolía le impelía a obrar con el mismo frenesí con que lo hacían los nabis (1S 10, 5; Jr 29, 26). Sus celos aumentaron a medida que los acontecimientos demostraban las preferencias de Yahvé por David.

1S 18, 17-30

Conforme a lo dicho en 1S 17, 25, cumple ahora Saúl su promesa de dar a David por mujer a su hija. Los v.17-19 faltan en el códice ? de los LXX. Sabía David que tenía derecho a ello, pero, por formulismo, declinó el ofrecimiento. Faltó Saúl a su palabra al entregar a su hija mayor, Merob, a Hadriel, que en 2S 21, 8 aparece como esposo de Micol, la hija menor de Saúl.
Era Hadriel natural de Abel-Mejola, patria de Elíseo (1R 19, 16), aldea que se hallaba al sur de Betsán, en la depresión del río Jordán. Viendo Saúl que no cayó David en el lazo que le tendió, buscó otro medio para perderle. Conociendo el amor de Micol por David, pensó Saúl que había encontrado la manera de liquidarlo.
Ningún impedimento pondría a que se casara con su hija menor en el caso de llevar a término una hazaña concreta y difícil: matar a cien filisteos, trayendo en trofeo y como comprobante sus prepucios. El mohar era la dote que aportaba el pretendiente al padre de su prometida (Gn 34, 12; Ex 22, 16).

1S 19, 1-7

La aversión de Saúl por David se agravaba de día en día, no ocultando sus intenciones aviesas a su hijo y a toda la servidumbre de palacio. Por lo que se dice en el v.2 sobre Jonatán, "hijo de Saúl", parece que su mención en el v.1 no estaba en el texto original. Sin embargo, de una manera o de otra, directa o indirectamente, se enteró Jonatán de los planes de su padre y se los comunicó a David. Este relato de las gestiones de Jonatán para salvar a David se armoniza difícilmente con 1S 20, 2, en donde Jonatán parece ignorar las intenciones perversas de su padre.

1S 19, 8-18

Hay motivos para pensar que los hechos que se refieren en esta historia están fuera de lugar. En primer término, los v. 8-10 repiten lo que se dijo en 1S 18, 10-11 sobre David músico (1S 16, 14) y sobre la lanza de Saúl, de que tanto se habla en el texto (1S 20, 33; 1S 22, 5; 1S 26, 13).
Al decir el texto que David huyó de las iras de Saúl, es probable que marchara a un lugar fuera del palacio y de su casa (v.12 y 18). En fin, el episodio pudo tener lugar la misma noche que siguió al matrimonio de David con Micol. Una nueva crisis asaltó a Saúl, durante la cual intentó matar a David al despuntar el día. Por considerarse el sueño como cosa sagrada, era costumbre esperar la llegada de la aurora para ejecutar a los sentenciados a muerte.
Con el fin de retrasar la acción de su padre contra David, Micol acudió a una estratagema. Guardaba en su casa unos ídolos llamados terafim (Gn 31, 19; Gn 34-35; Jc 17, 5; Jc 18, 14), de los cuales puso uno en la cama, con una piel de cabra en lugar de la cabeza, echando sobre ella una cubierta. Por lo que dice el texto, estos ídolos tenían forma humana, habiéndolos de todos los tamaños (Gn 31, 34). Un verdadero adorador de Yahvé rechazaba el culto de tales ídolos (1S 15, 23); su presencia en la casa de David puede obedecer al sincretismo religioso de Micol o a que era supersticiosa. David marchó a Rama, donde vivía Samuel, al cual contó todas sus peripecias. Los dos se fueron a habitar en el lugar donde los nabis tenían su campamento, en los alrededores de Rama.

1S 19, 19-24

Esta sección está desplazada. Según 1S 15, 35, no volvió Samuel a ver a Saúl hasta el día de su muerte. Habiendo fracasado las tentativas de los enviados de Saúl para apoderarse de David, decidió aquél ir en persona, asaltándole, al llegar, el mismo frenesí profético (1S 10, 1-10). En este pasaje se ponen más de relieve las características de estos profetas.
No debe creerse que Saúl se despojara de toda su ropa, sino que se quitó parte de la misma, como se dice de San Pedro en Jn 21, 7. Lo divino de la religión mosaica está con frecuencia envuelto en formas muy humanas, no nacidas de ella misma, sino recibidas de las costumbres del pueblo y purificadas del sentido idolátrico que pudieron tener en sus orígenes y en los pueblos circunvecinos. En estas turbas de profetas parece que debe distinguirse entre el fondo y las formas externas. En las antiguas religiones, los sacerdotes se presentaban ante Dios desnudos; la desnudez es una nota que conviene a los profetas (Is 20, 2-6; Mi 1, 8). Anteriormente habíase apoderado de Saúl el espíritu profético (1S 10, 10-11).

1S 20, 1-23

Este relato supone que David está todavía al servicio de Saúl y no presupone la ruptura de que se habla en el capítulo anterior. Además, todo el texto contiene indicios de estar muy recargado; se cree que los v. 11-17 y 40-42 fueron añadidos posteriormente.
Para enlazar este capítulo con lo dicho en el anterior, un escriba añadió al texto primitivo: "David huyó de Nayot de Rama." La salvación de David, que antes fue obra de Micol, se atribuye a Jonatán. ¿Cuál es en estos momentos la actitud de Saúl para con su escudero David? Con ocasión de la fiesta del novilunio se pondrá de manifiesto. Trátase de una fiesta mensual, menos solemne que la del sábado, consistente en ofrecer otros sacrificios que los ordinarios (Is 1, 13-14; Os 2, 13; Nm 10, 10; Nm 28, 11-14). De una fiesta anual de clan habla David en el v.6, en la cual tenía lugar un sacrificio familiar (1S 1, 21; 1S 2, 19). Hace notar Calmet que este sacrificio es análogo al que los romanos llamaban charistia.

1S 20, 24-34

Saúl se sentó a la mesa, y, como de costumbre, ocupó su puesto junto a la pared; enfrente tenía a Jonatán. Ninguna alusión a David en el primer día; creyó el rey que pudo haber incurrido en una impureza involuntaria (polución nocturna, contacto con cadáveres, etc.), que lo hacía impuro por todo el día (Lv 7, 20).
Al siguiente día inquirió de Jonatán el porqué no ocupaba su puesto el hijo de Isaí. Jonatán trató de disculpar a su amigo, pero comprendió Saúl que su hijo mentía, por lo cual, montando en cólera, lanzó contra él una catarata de improperios, aludiendo incluso a su bajo origen, repitiendo una frase grosera muy extendida entre nuestro pueblo bajo. Nota Dhorme que, entre los árabes, las maldiciones y las mismas injurias tienen como punto de mira la madre del hijo, aun en el caso de que sea el padre el que injuria. El texto hebreo ha atenuado las palabras de Saúl.
La Vulgata traduce: "Filimulieris virum ultrorapientis!" basándose en la leyenda rabínica según la cual no tomó parte Saúl en el rapto de las bailarinas de Silo (Jc 21, 19-24), no atreviéndose a imitar a sus hermanos de tribu; pero uno de ellos se le acercó y le llevó consigo.

1S 20, 35-42

David, informado de lo que atañía a su suerte, debía partir (v.22); pero la cosa era demasiado grave, de modo que Jonatán decidió despachar a su escudero para conversar a solas con David. Parece que el sentido del texto hebraico de la segunda parte del v.41 es que Jonatán y David permanecieron abrazados y llorando largo tiempo hasta saciarse. Con las tres genuflexiones, David reconoce la dignidad de Jonatán y su calidad de hijo del rey. Era falsa, pues, la acusación lanzada por Saúl (?.31) de que David atentaba a la seguridad del trono de Saúl y de su hijo,

1S 21, 1-10

Se discute el emplazamiento de Nob, que la mayoría de los autores (Abel, Desnoyers, De Vaux, Ubach), siguiendo a Flavio Josefo, colocan al nordeste de Jerusalén, en el monte Scopus (Ant. lud. 11, 8, 5), o entre Anatot y Ananía (Ne 11, 32), a unos tres kilómetros de Tell el-Ful. Dhorme señala su emplazamiento en
452 Beit Nuba, cerca de Ayalón, en dirección del país de los filisteos (1S 14, 31).
A Nob habían huido los descendientes de Helí tras la captura del arca y la destrucción del santuario por los filisteos. Rústico debía de ser el santuario de Nob en su exterior y sin el arca en el interior, que seguía en Quiriat-Jearim (1S 6, 21). A falta de la misma, los levitas disponían del efod que habían traído consigo de Silo, del que se servían el rey y sus jefes para conocer la voluntad de Yahvé (1S 22, 6-23). Pero, aunque tosco en la parte material, el santuario de Nob había alcanzado gran fama. Una mesa repleta de panes santos, que los sacerdotes renovaban periódicamente, da testimonio de que creía el pueblo que Yahvé estaba allí presente.
Al santuario, a cuyo servicio estaba Ajimelec, descendiente de Helí, hermano, y acaso el mismo personaje conocido en 1S 14, 3 con el nombre de Ajías, llegó David hambriento. Extrañó el sacerdote que llegara solo; finge David que lleva una misión secreta, ocultándole la verdadera razón de su presencia allí. Cinco panes pidió David, quizá por ser cinco los componentes del grupo. No disponía el sacerdote en aquel momento de pan ordinario; sólo había existencias de pan sagrado. Era este el pan de la oblación, que se renovaba todos los sábados y se colocaba a la presencia de Yahvé. A nadie, fuera de los sacerdotes, era lícito comerlo (Lv 24, 5-9; Ex 25, 30). Pero, conociendo Ajimelec a David y teniendo en cuenta su débil estado, accedió a entregarle cinco panes sagrados, a condición de que él y sus acompañantes no hubiesen tenido comercio carnal con mujeres.
Cita este episodio Jesucristo para probar a los fariseos que la ley natural está por encima de la positiva y ritual (Mt 12, 3-4; Mc 2, 25-26; Lc 6, 3-4). Aunque el texto esté adulterado, y, por consiguiente, difícil de traducir literalmente, se vislumbra, sin embargo, la idea allí expresada. Algunos interpretan las palabras de David de la siguiente manera: Aunque se trate de un viaje profano, sin embargo, mis hombres se han comportado como en una expedición militar, en la cual la continencia era obligatoria desde el punto de vista religioso (Dt 23, 9-11).
En el texto se dice que Ajimelec entregó a David los cinco panes que había pedido, lo que contradice aparentemente al testimonio de Cristo (Mc 2, 26), que atribuye este gesto a su hijo Abiatar. Sabemos que Abiatar presenció toda la escena (1S 22, 20) y que pudo intervenir en el asunto ejecutando las órdenes de su padre.
En Nob estaba un criado de Saúl, de nombre Doeg, idumeo. Quizá "estaba retenido en el santuario" para purificarse de alguna impureza o en calidad de prisionero, trabajando al servicio del santuario. Los LXX dicen que era sirio (aramí) de origen. Será este el traidor que denunciará a Ajimelec (1S 22, 9). El texto hebreo dice que era el más poderoso de los pastores de Saúl. Algunos autores cambian haroim = pastores, por harasim = cursores (1S 22, 17). Antes de marcharse pidió David al sacerdote una espada o lanza, entregándosele la de Goliat. Por lo que dice el texto, el efod es un objeto bastante grande, distinto del efod de las suertes (1S 2, 28). ¿Designa aquí una estatua (Jc 8, 27) u otro objeto de culto? (Jc 17, 5ss).

1S 21, 11-16

La huida de David a la ciudad filistea de Gat "aquel mismo día" parece apoyar la sentencia de los que localizan Nob en Beit Nu-ba, cerca de Ayalón. Pero no debe tomarse aquella expresión en sentido estricto. Los de Gat, que conocían la escena de David y Goliat, le llamaron, al verle, "rey de la tierra" de Israel. Al darse cuenta de que todos le conocían, y temiendo por su vida, fingió estar loco. En el Próximo Oriente existía la creencia de que el espíritu de Dios invadía a los dementes, obligándoles a proferir palabras incoherentes y a obrar de manera anormal, teniéndoselos, por tanto, en gran veneración. La baba que caía sobre sus barbas denotaba un estado de epilepsia, "la enfermedad sagrada". Cuenta Cicerón (De officiis 3, 26) que Ulises se fingió loco para escapar de prestar el servicio militar. A los motivos religiosos apuntados, Aquis añade otras razones para ahuyentar a David de su tierra: "¿Me faltan a mí locos, y me traéis a ése para que vea sus locuras?" Aquis era rey de Gat, una de las cinco grandes ciudades de los filisteos (1S 5, 8; 1S 6, 17; 1S 7, 14; 1S 17, 4). El título del salmo 34 alude a este episodio de la fingida locura de David.

1S 22, 1-5

De la tierra de los filisteos pasó a la caverna (no fortaleza, como traduce Leimbach) de Odulam, localizada en el actual Tell esh-Sheik Madkur, cerca de Jirbet id-el-Miyeh, a unas tres horas al oeste de Belén y a diez kilómetros al norte de Beit Gibrin. Supiéronlo sus parientes y se refugiaron allí, por creerse seguros de las iras de Saúl. Pensó David poner a su familia a buen recaudo, escoltándola hasta tierras de Moab, en Transjordania.
No sabemos dónde estaba Masfa de Moab, distinta de la homónima de Galaad (Jc 11, 29). David ruega al rey de Moab acoja a su familia temporalmente, a lo que accedió el monarca. David acude a Moab por descender de aquella tierra por parte de su bisabuela Rut, la moabita (Rt 4, 21-22; Mt 1, 5). Regresó David a Odulam (1S 24, 23), hasta que abandonó el lugar por indicación del profeta Gad (2S 24, 11-14.18-25), internándose hacia el sur del territorio de Judá. Pasó al bosque de Jaret, situado a unos doce kilómetros al noroeste de Hebrón y a tres de Jirbet Qeila. El bosque es conocido hoy con el nombre de Kharas (Géogra-phie II , 343).

1S 22, 6-10

Sentado bajo un tamarindo, sito en una altura de los alrededores de Gueba, con la lanza, símbolo de su dignidad, en la mano y rodeado de sus servidores, habló Saúl de la conspiración del silencio tramada en torno suyo, culpando a sus servidores de haberse confabulado para ocultarle las maniobras de su propio hijo Jonatán encaminadas a derrocarle. Por sus crisis temperamentales había creado el rey en torno suyo una atmósfera de desconfianza y retraimiento. El silencio de los suyos había le sugerido la sospecha de que también ellos pensaban pasarse a la causa de David. Pero ¿tendrían mejores perspectivas económicas enrolándose en las filas de David en vez de seguir a las órdenes de Saúl?
Por el texto se deduce que Saúl ejercía preferentemente su hegemonía sobre sus hermanos de tribu, de quienes aparece rodeado en esta circunstancia. Los de Judá, relegados a un segundo plano, sentían la causa de David, por pertenecer a su tribu (1S 16, 1ss) Doeg (1S 21, 8), allí presente, quiso hacer méritos informando al rey de que había visto a David en Nob, añadiendo -detalle que no figura en 1S 21, 1-10- que Ajimelec había consultado a Yahvé a petición suya.

1S 22, 11-23

Preguntado por el rey, Ajimelec defendió su conducta para con David. Rechaza Ajimelec la acusación que le hace de conspirar contra él; pero la manía persecutoria pudo más en Saúl, quien mandó ejecutar a Ajimelec y a toda la casa de su padre. Encargó a los guardias que tenía cerca (hebreo: a los cursores) dieran muerte a los sacerdotes de Yahvé. Los rasim, los cursores, formaban un pelotón de escolta, que corrían delante del carro real (2S 15, 1; 1R 1, 5; 1R 14, 27-28).
Con este mandato cometía Saúl un sacrilegio por atreverse a poner sus manos sobre personas sagradas. Los guardias de la escolta se negaron a hacerlo; pero no tuvo semejantes escrúpulos el edomita Doeg. Solamente Abiatar escapó de aquella carnicería. Con este acto se cumplía la profecía de Yahvé sobre la suerte de los descendientes de Helí (1S 2, 31-33). También el poblado de Nob fue víctima de las iras de Saúl, perdiendo en adelante toda su importancia como ciudad religiosa, reapareciendo incidentalmente sólo dos veces en la historia de Israel (Is 10, 28; Ne 11, 32). Al huir Abiatar se llevó el efod, del que se servirá David para consultar a Yahvé. En adelante, David y Abiatar caminarán juntos tanto en la adversidad como en la prosperidad, hasta que este último abrazó la causa de Adonías, en castigo de lo, cual fue desterrado a Anatot, donde terminó sus días (1R 2, 26-27).

1S 23, 1-6

David, con sus seiscientos hombres, habita en la región accidentada del sur de Palestina, al borde del desierto y de la Sefela. Un día del mes de junio le llega la noticia de que los filisteos saqueaban las eras de Queila y de que atacaban la ciudad. Hallábase Queila en el lugar del actual Jirbet Qila, a once kilómetros al sur de Beit Gibrin y al sur de Odulam. El v.6 está adulterado en el texto hebraico, pero expresa la idea de que Abiatar acompañó a David en esta expedición militar llevando consigo el efod.

1S 23, 7-18

Se alegró Saúl al saber que David estaba al alcance de su mano. De una ciudad con puertas y cerrojos, se decía Saúl, no podrá escapar. Además es de suponer que los de Queilá sintieran cierta simpatía por la causa de Saúl, como lo demuestra el hecho de estar dispuestos a entregar a David.
De Queilá, en la Sefela, mencionada en una letra de Tell el-Amarna con el nombre de Qiltu, se internó David en el macizo montañoso, al sur de Hebrón. La expresión lugares fuertes no quiere decir que se estableciera David en ciudades amuralladas, sino que habitó en un terreno quebrado, con profundos torrentes, acantilados, cavernas y lugares intransitables.
Con el nombre de desierto de Zif se designa la región inhóspita entre Hebrón y el mar Muerto. La localidad de Joresa se identifica con la actual Jirbet Khoreisa, a tres kilómetros al sur de Zif. Esta última localidad dará su nombre al desierto (midbar) de que hemos hablado, hallándose en el lugar llamado hoy Tell Zif, a siete kilómetros al sur de Hebrón. Desde la colina de Zif se divisa un extenso panorama sobre el desierto. El midbar designa una región no cultivada, pero capaz de ofrecer pasto al ganado menor (son). El midbar es surcado por torrentes en la estación invernal; tiene montes áridos, que admiten un cultivo rudimentario de cebada, trigo y otros cereales.

1S 23, 19-28

Los de Zif denunciaron a David. Saúl alabó su lealtad. Les dice que David es muy astuto (v.22). Esta frase es equívoca; puede ser que desconfiara Saúl de las intenciones de los zifitas al denunciar a David, temiendo que le tendieran un lazo. Puede también ser que con ella amoneste Saúl y ponga en guardia a los de Zif a fin de que se retrajeran de David. Finalmente, otra interpretación posible es la siguiente: mientras los zifitas le daban la noticia sobre su enemigo, Saúl pensaba en su interior y reflexionaba acerca de las medidas que debía tomar, diciéndose a sí mismo; David es muy astuto; ¿qué hacer para capturarle?
Mientras tanto, David acampó más al sur, "en el desierto de Maón" (Jos 15, 55), a catorce kilómetros al sur de Hebrón. Los enviados de Zif regresaron a sus pueblos, siguiéndoles poco después Saúl con su ejército. Un torrente profundo, un verdadero cañón difícil de atravesar, separaba a los dos ejércitos. Unos y otros maniobran se espiaban, se temían. Buscaba Saúl un vado propicio para atravesar el torrente y atacar a David. En esta coyuntura, muy crítica quizá para David y sus hombres, llegó a Saúl la noticia de que los filisteos habíanse desparramado por tierras de Israel.

1S 24, 1-23

La invasión de los filisteos impidió que Saúl se apoderara de David y de los suyos. Una vez terminada la campaña, vuelve Saúl a la carga, seguro de que esta vez capturará a David. No considerándose este seguro en los terrenos de Maón, marchó hacia el nordeste, en dirección a Enguedí, por ser aquél un terreno más abrupto, con colinas, espesos bosques, cavernas, acantilados, profundos barrancos.
A su paso encuentra Saúl rebaños de ovejas y campamentos de pastores, situados muchas veces en las cercanías de las cuevas, que les sirven de abrigo durante la noche, les protegen de la lluvia en invierno y de los rayos del sol en verano. En una de tales cuevas entró Saúl ut purgaret ventrera, dice la Vulgata, interpretando fielmente el sentido del texto hebraico, que usa la expresión "taparse los pies" (Jc 3, 24), porque durante esta operación se cubrían los judíos los pies con el manto o bordes de la túnica. Se dio la casualidad de que David, con algunos pocos de sus acompañantes, se hallasen en el interior de la caverna. David le perdonó la vida; pero, para demostrar a Saúl cuan rastrero era su proceder, se limitó a cortarle la orla del manto. Aún de esta acción tuvo graves remordimientos (literalmente: "le latía fuerte el corazón" (2S 24, 10), porque el vestido era considerado como parte de la personalidad (1S 18, 4); quien rasgaba el vestido de otro infería una injuria a la persona.
En el supuesto de que los v.21-23 no sean una adición posterior, confiesa Saúl que el reino pasará a manos de David (1S 15, 28; 1S 23, 17-18), pidiéndole, por consiguiente, que le confirme con juramento (1S 20, 42) que no destruirá su descendencia. David se lo juró. Malas circunstancias eran aquéllas para confesar Saúl su derrota y afirmar el triunfo de David y su elevación en el trono. Tampoco era para David aquélla la mejor coyuntura para asegurar a Saúl el respeto hacia su descendencia. Saúl pensaba en Jonatán como sucesor suyo (1S 20, 31). A pesar del pacto, desconfían mutuamente. Saúl vuelve a su palacio de Gueba, y David a los riscos de Maón. El autor sagrado no cuenta muchos pormenores de este dramático encuentro de David con Saúl; quizá alguno que ha recogido tiene más valor simbólico que real, a fin de ridiculizar la conducta de todo un monarca empeñado en la persecución de un perro muerto (2S 9, 8; 2S 16, 9) y de una pulga (1S 26, 20). Este relato es paralelo al que se refiere en el c.26-25

1S 25, 1

Anticipadamente se da la noticia de la muerte y sepultura de Samuel. De este hecho se habla nuevamente en 1S 28, 3. Dice el texto que fue sepultado "en el sepulcro de su casa en Rama." La expresión en su casa debe tomarse en sentido amplio de sepulcro familiar, que se encontraba en las afueras de la población, en una necrópolis (1S 28, 3; 1R 2, 34) o en un patio o jardín contiguo a la casa. Debe excluirse la sepultura bajo el pavimento, ya que, según Nm 19, 14, la casa se habría contaminado de manera permanente con la presencia de un cadáver en los sótanos.
No señala el texto sagrado la duración de los días de luto por Samuel, que acaso fueron siete. Tampoco indica la edad que tenía al morir; por varios datos del texto se deduce que era de avanzada edad (1S 8, 1). Debía ser así, por cuanto Dios premia con una vida larga a los que fielmente le sirven. Con su muerte desaparecía una figura señera en Israel. Samuel gozó de mucho prestigio en la tradición israelita, tanto que Jeremías (1S 15, 1) lo compara a Moisés por su poder de intercesión, y el autor del Eclesiástico canta profusamente sus gestas (Si 46, 13-20).
Lo primero que aparece en Samuel es su acendrado yahvismo. Movido por el celo de Dios, luchó contra los filisteos, que amenazaban la independencia de la heredad de Yahvé; se opone, en cuanto le fue posible, a la institución de la monarquía, por considerarla como un atentado al dominio absoluto de Yahvé, único y supremo rey de Israel.
Cuando, por inspiración divina y por la voluntad popular, se vio constreñido a ungir a Saúl por rey de Israel, le recuerda que su poder viene de Dios, que sus atribuciones están limitadas, recortadas por la voluntad divina; que el rey es, en fin, un representante del verdadero rey de Israel, Yahvé. Al desviarse Saúl del camino recto, no temió Samuel echarle en cara su infidelidad, sacrificando sus simpatías personales a los intereses de Dios.
Samuel fue un hombre austero, severo consigo mismo y con el prójimo. Quiere a Saúl, le aconseja, intercede por él y, a pesar de sus descarríos, no le abandona jamás en sus oraciones. A Samuel cupo la suerte de ungir como sucesor de Saúl a un hombre según el corazón de Yahvé (1S 13, 14). En el Martirologio romano se recuerda su fiesta el 20 de agosto.

1S 25, 2-17

Según el texto griego, marchó David a Maón; según el masorético, a Farán. Por el contexto prevalece la lección de los LXX, por encontrarse Farán (Gn 21, 21; Nm 10, 12; Nm 12, 16) al sur del Negueb y del mar Muerto, mientras que Maón (1S 23, 25) no estaba lejos de Enguedí ni del Carmel, de que habla el texto a continuación.
Por los contornos de Maón vivía un hombre muy rico llamado Nabal, del linaje de Caleb (Jos 15, 13; Jc 1, 12), con propiedades y mucho ganado. Por otra parte, él, como indicaba su nombre (nabal = necio, bruto, estúpido), carecía de virtudes personales y cívicas. Supo David que Nabal había subido al Carmel para el esquileo de las ovejas (Gn 38, 12).
El esquileo duraba muchos días, durante los cuales se organizaban fiestas a las que acudían familiares y amigos (2S 13, 23-55). Con esta ocasión asistían también los pobres, que comían hasta saciarse. También David pensaba beneficiarse de aquella fiesta para proveer al sostenimiento de sus hombres. En su petición hicieron constar los enviados que, a pesar de la escasez de alimentos y de convivir con los pastores de Nabal, nunca se apropiaron indebidamente de ninguna res. Por lo mismo, lo que le pedían era una recompensa por su buena conducta durante el año. Nabal se desató en improperios e injurias contra David y los suyos, calificándolos de rebeldes, de haraganes, que huían del yugo del rey.
Al enterarse David del recibimiento que hizo Nabal a los suyos, se indignó y marchó contra él con cuatrocientos hombres para vengar su honor. La actitud de Nabal puede explicarse, o porque temía a Saúl, recordando lo de Nob, o porque era partidario decidido de su método de gobierno.

1S 25, 18-31

Abigail se apresuró a deshacer el entuerto de su marido. David, con un contingente de hombres armados, se dirigía al Carmel. En el camino hizo David un juramento (1S 3, 17; 1S 14, 44; 1S 20, 13), en virtud del cual recae sobre la persona que lo profiere el mal que desea a otro en caso de no ponerlo en práctica. De ahí que las palabras "a los enemigos de David", que trae el texto masorético, deben considerarse como una glosa de un escriba, deseoso de evitar que cayeran sobre David los efectos de una maldición que, al no ponerla en práctica, debía recaer sobre él.
Al final del v.22 se lee que no dejará David con vida de la casa de Nabal "ni al que mea en la pared", frase usada repetidamente en la Biblia (1R 14, 10; 1R 16, 11; 1R 21, 11) que no debe entenderse de una distinción entre hombre y mujer ni entre el niño y el joven, que cubre sus pies al hacer esta necesidad (1S 24, 4), sino del perro. Con esta expresión quiere el autor expresar que David no dejará con vida a ninguna persona y animal que pertenezca a la casa de Nabal. Es de notar, dice Ubach, que la palabra hebraica mashtin, el que orina, se ha conservado en la palabra castellana mastín, que designa una raza canina.
Abigail, cuyo nombre significa mi padre es alegre, pide disculpa por la conducta de su marido, impío y malo (Is 32, 5). Abigail habla en términos claros del reinado de David y de la permanencia de sus descendientes en el trono, tal como le prometió más tarde el profeta Natán (2S 7, 12).
En un saquito como en el de la mirra de la esposa del Cantar de los Cantares (Ct 1, 12) guarda Dios a los que ama, conservando su vida; a los condenados a muerte los lanza lejos, como con una honda. Los judíos suelen grabar sobre sus tumbas las cinco letras iniciales t s n b h del versículo: "que su alma se guarde en el cofre de la vida", que corresponden a la inscripción cristiana RIP. La imagen mencionada es análoga a la del "libro de la vida" (Sal 69, 29; Is 4, 3; Dn 12, 1).

1S 25, 32-38

Quedó David satisfecho de la acción de Abigaíl y reconocido por las muestras de veneración y simpatía que le había manifestado. David tendrá en cuenta la petición que le ha hecho Abigaíl. Al regresar la mujer a su casa, contó a Nabal lo sucedido, muriendo este a los pocos días fulminado por un ataque de apoplejía, cumpliéndose lo del v. 29 de que Dios le arrojó a la región de los muertos como piedra lanzada por la honda.

1S 25, 39-44

No debe interpretarse el texto en el sentido de que se alegró David de la muerte de su enemigo; únicamente quiere decir que acató la voluntad de Dios al quitar de en medio al enemigo de su causa. Decide David tomar a Abigaíl por esposa, a lo que accede ella gustosamente, tras unas palabras protocolarias que expresan un sentimiento de humildad. La mujer de David se llamaba Ajinoam (1S 14, 50), natural de un pueblecito llamado Yezrael (Jos 15, 55-56), de los alrededores del Carmel, en el desierto de Maón. Ahora entra también en casa de David Abigaíl; las dos esposas reaparecen en 1S 27, 3; 1S 30, 5.
Ya hemos visto que, paulatinamente, de la monogamia se pasó en Israel a la poligamia. En una sociedad en que se admitía la poligamia, se consideraba como señal de poderío y de riquezas el tener un harén numeroso. Cuando David reinaba en Hebrón tenía ya seis mujeres (2S 3, 2-5), que aumentaron con el tiempo (2S 5, 13; 2S 15, 16; 2S 16, 21-22). Saúl le retiró a su hija Micol (1S 18, 20-27), que entregó por mujer a un hombre llamado Paltí (2S 3, 15 conocido por Paltiel), de Galim, al norte de Jerusalén, a un kilómetro al oeste de Anata (Is 10, 30).
Los dos nombres, Galim y Lais, reaparecen también juntos en el citado texto de Isaías. Con el matrimonio con Abigaíl ganaba David para su causa al clan de los calebitas, que habitaban en la rica y piadosa ciudad de Hebrón (Jos 15, 13-19; Jc 1, 12-15), y se apoderaba de una hacienda considerable. Este matrimonio le asegurará además un refugio incondicional todas cuantas veces tenga que huir de las iras de Saúl y le proporcionará un contingente de hombres que apoyarán su encumbramiento en el trono de Israel.

1S 26, 1-6

Al leer el texto, asoma a la mente la duda de si nos hallamos frente a una repetición, con algunos pormenores nuevos, de los sucesos narrados en el c.24, o de dos versiones diferentes de un mismo hecho. Cree De Vaux que se trata de dos maneras de poner de relieve la generosidad de David, no excluyendo una influencia recíproca de los dos relatos en su redacción final. Anomalías que se observan en el texto sugieren que aun esta segunda tradición no es homogénea; a veces se decía que fue David solo a por la lanza de Saúl (v.22); otras, que fueron David y Abisaí (v.6-7, 11) los que se apoderaron de la lanza y de la cantimplora de Saúl (v. 11-12.16).
Algunos autores (Ubach, Mediebelle, Leimbach) ven en el texto el relato de hechos distintos de los que aparecen en el c.24. En efecto, hay diferencias de lugar (Zif), de tiempo (medianoche, cuando todo el mundo duerme), de personas (Abisaí, Abner) y de discursos. De nuevo son los de Zif (1S 23, 19) los que denuncian la presencia de David en su tierra. Como en 1S 24, 3, acude allí Saúl con tres mil hombres, acampando en la colina de Jaquila (1S 23, 19).
David, de noche acaso, como dice el texto griego, marchó en secreto a inspeccionar el campo donde dormían Saúl y Abner (1S 14, 51; 1S 17, 55). De regreso a su campamento invitó a Ajimelec, jeteo, con nombre hebreo (1S 21, 2; 1S 22, 9), y a Abisaí a ir con él al campamento enemigo. Abisaí era hijo de Seruya, hermana de David, la cual, según 1Cro 2, 16, tuvo tres hijos: Joab, Abisaí y Azael (2S 2, 18). De Ajimelec no se tienen otras noticias.

1S 26, 7-12

David y su sobrino Abisaí llegaron al campamento enemigo, encontrando a Saúl durmiendo en medio del campamento, rodeado de los oficiales de la tropa y del bagaje. De no frenar David los ímpetus juveniles de su sobrino, acababa allí Saúl sus días. Como en 1S 24, 5-11, impide también aquí David que Abisaí levante su mano contra el ungido de Yahvé. Con un juramento (1S 14, 39; 1S 19, 6; 1S 20, 1) asegura David que Dios herirá a Saúl (1S 25, 38), haciendo que perezca de muerte natural o en combate. Afirma el autor sagrado que este hecho pudo llevarse a cabo gracias a que Yahvé hizo "caer sobre ellos un profundo sopor" (tardemath Yahweh; Gn 2, 21; Gn 15, 12).

1S 26, 13-25

David reprocha a Abner de no custodiar convenientemente al monarca. Para David son los "hijos de hombre" (Gn 11, 5; Dt 32, 8) los que pretenden arrojarle de la heredad de Yahvé (Dt 4, 20; Dt 9, 26) y hacer que se ponga al amparo y protección de los dioses dé la nación a que vaya. En una palabra, pretenden que David abjure de su religión, que abandone a Yahvé y rinda culto a los dioses extranjeros. Era muy difundida la creencia de que los dioses tenían una zona de influencia limitada por las fronteras de la nación (Jc 11, 24; y 20, 23). A la tierra extranjera era equiparado el desierto, considerado como tierra maldita, lugar donde no llega la acción bienhechora de Dios; país donde mandan los sátiros Lilit y Azazel (Is 13, 21; Is 34, 13-15)·
Saúl se arrepiente de su proceder y acaba por anunciar a David que será afortunado en todas sus empresas. Cada uno de los contratiempos que sufre David sirven para que sus enemigos, o las personas allegadas a ellos, proclamen que Yahvé le "creará una casa estable" (1S 25, 28), que "la realeza de Israel se afirmará" en sus manos (1S 24, 21) y que "afortunado serás en todas tus empresas" (1S 26, 25). En nuestro texto, Saúl se reconoce pecador, confiesa que su falta es obra de un insensato.

1S 27, 1-12

Barruntaba David que no eran sinceras las muestras de arrepentimiento de Saúl, por lo cual, temiendo caer algún día en sus manos traicionado por los de Zif o los de Qeila, y no teniendo en el desierto de Zif y de Maón provisiones suficientes para sus hombres, decidió marchar a tierra de filisteos y ponerse al servicio del rey de Aquis, con el que estuvo antes (1S 21, 11-16). En esta ocasión desciende con seiscientos hombres, doscientos más que la primera vez cada uno con su familia (v.3). El texto llama a Aquis hijo de Maoc (Maaca según 1R 2, 39), detalle que no figura en el c.21, que el autor de este relato parece ignorar. Con David bajaron sus dos mujeres, Ajinoam y Abigaíl. Al cuidado de David entregó Aquis la ciudad y territorio de Siceleg, entre Gaza y Bersebá, perteneciente a la tribu de Judá y de Simeón (Jos 15, 31; Jos 19, 5). Con esta política creía el rey Aquis tener asegurada la frontera sudeste de su reino.
David y los suyos operaban por aquellos contornos, con golpes de mano contra los amalecitas (1S 15, 2), los guesurianos (Jos 13, 2) y los gizritas, tribu desconocida. Como Jefté (Jc 11, 3), David y su gente vivían de lo que les producían las algaras en países enemigos. Creía Aquis que David atacaba la tierra de Israel; en realidad, hacía sus incursiones contra las tribus que habitaban en el desierto entre Palestina y Egipto. En el texto se distinguen tres regiones en el sur de Palestina: 1) el negueb de Judá (2S 24, 7) el negueb de Jerameel, al sudeste de Bersebá, y 3) el negueb de los quíneos, que vivían mezclados con los amalecitas, siendo, sin embargo, aliados de los israelitas (1S 15, 4-6). Equívoca era la situación de David, y gracias a su habilidad pudo mantenerla por largo tiempo. El autor sagrado refiere lo que la historia narraba acerca de la actividad de David en tierra de filisteos, sin emitir juicio alguno sobre la moralidad de sus actos,

1S 28, 1-2

Los seranim de la pentápolis filistea gozaban de cierta autonomía en sus respectivos territorios, pero se unían en las empresas de carácter nacional. Los filisteos reunieron sus tropas de choque (1S 17, 1; Jc 4, 15) para guerrear contra Israel. Aquis creía poder contribuir a la causa aportando los servicios de un valiente. Pero esta circunstancia puso a David en situación comprometida. De su conducta equívoca dudaron algunos príncipes de los filisteos, como se verá más adelante (1S 29, 3).

1S 28, 3

Como preámbulo de lo que referirá el autor a continuación, recuerda dos hechos: la muerte de Samuel y la orden de Saúl contra los evocadores de los muertos y adivinos. En 1S 25, 1 se dijo que Samuel murió y que fue enterrado en el sepulcro de familia de Rama. En calidad de profeta recibía sus confidencias de Dios y las comunicaba a los hombres. Helí y Saúl conocían bien estas funciones de Samuel.
Habiendo desaparecido este y no disponiendo del efod ni del sumo sacerdote Abiatar, se encontraba Saúl en situación angustiosa por no saber cuál era la voluntad de Dios y cuál el éxito de sus empresas. Desaparecido el carisma profético en torno a Saúl, por todas partes, y por contaminación con los cananeos y otros pueblos paganos, pulularon los magos et arlólos (2R 21, 6; Is 8, 19), que el texto hebraico llama aboth y yidhonim, nigromantes y adivinos respectivamente. La primera palabra significa literalmente los espíritus de los muertos, o las personas que evocan estos espíritus, que en lenguaje moderno llamaríamos médium. La segunda deriva de la raíz yadah, saber, y de ahí su significado de adivinos, aplicado a los hombres que conocen la ciencia oculta.
La Ley prohibía el ejercicio de la hechicería (Lv 19, 31; Lv 20, 6; Dt 18, 11), y Saúl lo había combatido, quizá por anunciarle cosas desagradables, no atreviéndose nadie a ejercerla en público. Por todo el contexto se ve que cada día se encontraba Saúl más solo. En cambio, al servicio de David está Abiatar, sumo sacerdote, con el efod (1S 23, 9-10), y el profeta Gad (1S 22, 5), que le avisaban en los peligros. Aún más, Dios se ha alejado de Saúl y se ha puesto de parte de David; el resultado final se vislumbra cada vez más diáfano.

1S 28, 4-7

Un ataque en forma contra Israel partió de la tierra de los filisteos. Cree Desnoyers que, en su marcha hacia el norte, el ejército filisteo vio engrosar sus efectivos con gentes de los za.kalas, de Dor, cananeos de las ciudades autónomas y por grupos de egeos, establecidos principalmente en la región de Betsán (Histoire II 127). Los filisteos acamparon en Sunam, ciudad de la tribu de Isacar (Jos 19, 18). Saúl reunió su ejército y acampó cerca de Jezrael, la actual Zerin, a unos seis kilómetros de Sulam, en un lugar de la pendiente norte de los montes de Gelboé, retrasando más tarde el campamento hacia las cimas del monte, el actual Gebel Fuqa. Desde aquel observatorio pudo divisar Saúl todo el movimiento del ejército filisteo y examinar sus efectivos; a su vista, y ante la comparación con las fuerzas de que disponía él, "se le agitó el corazón". Los israelitas eran fuertes en la montaña, pero extremadamente débiles en el llano.
Saúl se encontraba solo ante el peligro. El cielo enmudeció a sus preguntas; Yahvé no le respondió ni por sueños, medio muy común de comunicarse Dios con los hombres (Gn 28, 12; Gn 37, 5; Nm 12, 6; Jr 23, 28), ni por los profetas (1S 9, 9), ni por los urim, o suertes sagradas (1S 14, 41). Por el texto parece que Saúl había sustituido los urim y tummim que se había llevado Abiatar por otros nuevos (1S 23, 6). Viendo que Dios no le hablaba por ningún medio lícito, recurrió al de la evocación de los muertos.

1S 28, 8-14

Endor, hoy Endur, se encuentra al pie de la vertiente del Pequeño Hermón (actual Gebel Nehi Dahi). Disfrazado, marchó allí Saúl acompañado de dos hombres. Ante la insistencia de los visitantes, la mujer se prestó a evocar al espíritu que desearan, o, como dice el texto, a hacer subir del sheol al difunto con el cual se quería comunicar. Era creencia general que los muertos habitaban en las profundidades de la tierra (Nm 16, 33). No sabemos qué actitud externa tomó la hechicera de Endor al entrar en funciones, ni habla el texto de los ritos que puso en práctica, por creer el autor sagrado que eran conocidos de todos.
De repente vio la pitonisa una figura que Saúl no pudo divisar. A su vista, la mujer lanzó un grito, por parecerle que del sheol subía un ser extraordinario, semejante a un Dios. "¿Cuál es su aspecto?" preguntó Saúl. Se trataba de un anciano venerable cubierto con un manto, que Saúl identificó inmediatamente. La figura de Samuel impresionó a la vidente, poco acostumbrada a la aparición de seres sobrehumanos, extraordinarios; el que la mujer veía parecía un elohim (Gn 3, 5; Jc 13, 22; Sal 8, 6). El participio del plural alim, ascendentes (Vulgata), establece una diferencia entre este elohim y el verdadero Dios.
Saúl no se inmuta al oír este nombre de elohim en boca de la vidente ni se prosterna en señal de adoración. Únicamente cae de rodillas, rostro en tierra, al comprender que el difunto que subía (1S 2, 6) del sheol era Samuel. Pero tampoco este gesto del monarca debe interpretarse de un acto de adoración, sino de respeto y veneración hacia un profeta que él, no obstante las escenas violentas habidas entre los dos, amaba de corazón. De tales actos tenemos innumerables ejemplos (1S 24, 9; 1R 1, 16). El muerto conserva los rasgos externos que le caracterizaban en vida; la mujer le ve, le contempla, en tanto que Saúl oye solamente su voz.

1S 28, 15-19

Es corriente entre los exegetas católicos creer que Dios permitió la aparición de Samuel a fin de que profetizara al rey el fin desastroso que le esperaba, castigando así su pecado de acudir a medios ilícitos para conocer el porvenir (Leimbach, Mediebelle).
Entre los antiguos existía la convicción de que los muertos gozaban de un merecido descanso en el sheol, que los hombres no podían turbar. En una inscripción sepulcral fenicia, el muerto expresa su deseo de que no se interrumpa su reposo por la nigromancia.
Samuel comunica al rey que nada puede hacer en su favor, pues Yahvé se ha retirado de él para ponerse al lado de David en castigo de su desobediencia y por no haber entregado a Amalee al anatema de destrucción. Termina Samuel con la escalofriante profecía: mañana, es decir, un día de éstos, tú y tus hijos estaréis conmigo en el reino de los muertos, en el sheol. Allí conviven juntos buenos y malos; la doctrina de la retribución y del castigo en ultratumba fue desarrollándose lentamente, apareciendo en Sb 3, 1ss; Sb 5, 1ss y en 2M 7, 1-42.

1S 28, 20-25

Saúl, que había quebrantado la ley de Dios al consultar a una pitonisa (1Cro 10, 13), escuchó de boca de Samuel el juicio definitivo sobre su próximo fin; sus días estaban contados; desde ahora era un condenado a muerte a corto plazo. No esperaba Saúl que el oráculo fuera tan duro para él: debía desaparecer de la escena para dejar paso a su rival, David. La derrota era completa, moral y material. Al escuchar las palabras terroríficas de Samuel, Saúl cayó en tierra desvanecido. Saúl salió de noche de Endor sabiendo que la muerte le acechaba en todo momento. Al producirse los combates con los filisteos caerían él y sus hijos.

1S 29, 1-5

El contenido de este capítulo es continuación de 1S 28, 2, con la inserción del episodio de Endor. Las tropas filisteas se concentraron en Afee, pueblo situado a dieciséis kilómetros al nordeste de Jafa, en el lugar donde nace el río Jafa, conocido hoy por Ras elAin. Aquis iba acompañado de David; pero los jefes de los filisteos desconfiaban justamente de él, deshaciéndose de un enemigo temible.

1S 29, 6-11

Aquis pronuncia el nombre de Yahvé en su juramento (1S 26, 10; 1S 28, 10); acaso lo hizo en consideración a David. Esta decisión de los jefes de los filisteos sacó a David de una situación embarazosa. Quiso Dios que en vísperas de ocupar el trono de Israel no mancillara su fama enrolándose en el ejército que iba a invadir a Israel. Conforme al consejo de Aquis, levantándose de mañana, regresó David a Siquelag. Es incomprensible que mientras las tropas filisteas van contra Israel permitan que un enemigo suyo quede a sus anchas en la retaguardia.

1S 30, 1-5

Tres días emplearon David y sus gentes en regresar a Siquelag. ¡Cuál no fue su asombro al encontrar la ciudad convertida en montón de escombros y cenizas y despoblada! Los amalecitas (1S 27, 8), como represalia de las razzias de David, aprovecharon su ausencia para vengarse.

1S 30, 6-20

La impresión que causó la ciudad fue tal, que algunos de los partidarios de David hablaron de apedrearlo, acusándolo de imprevisión al abandonar la ciudad y no dejar en ella guarnición alguna. David reaccionó inmediatamente, decidiendo vengar la afrenta; pero antes quiso conocer la voluntad de Yahvé por medio del efod, que tenía el sacerdote Abiatar.
Doscientos soldados no se sintieron con ánimo para continuar, quedando apostados en las cercanías del torrente, no identificado, de Besor. Dejamos dicho que Negueb es la región meridional de Palestina. Los queretianos estaban emparentados con los filisteos, eligiendo David de entre ellos parte de su guardia personal (2S 8, 18; 2S 15, 18). Llámense queretianos por ser originarios de Creta. Su Negueb se hallaba cerca de Rafa. El Negueb de Judá y de Caleb se extendía al sur de Hebrón (Jos 14, 6-16; Jos 15, 2-4; Jos 13-19). Guiado David por el egipcio, cayó de improviso sobre la banda, batiéndola completamente. Cree Schulz que el término neshef (aurora) debe entenderse del crepúsculo vespertino en cuyo caso la batalla duró escasas horas, desde la puesta del sol hasta las primeras horas de la noche.

1S 30, 21-31

Victorioso y llevando consigo todo cuanto habían arrebatado los amalecitas, llegó David al torrente Besor. Los que habían ido en persecución del enemigo negaban a los que se quedaron en el mencionado torrente el derecho de participar en el botín; con sus mujeres e hijos tenían bastante.
El incidente podía tener graves consecuencias y dividir en dos bandos el ejército de David. Por lo mismo, zanja en seguida David la cuestión, diciendo: "Eso, ni oírse siquiera." La Ley mandaba que el botín se repartiese por igual entre los que habían combatido y los que se habían quedado en retaguardia (Nm 31, 27; Jos 22, 8). Además, los que quedaron en Besor se vieron en la imposibilidad de seguir por haber recorrido en los tres días anteriores un trayecto de unos cien kilómetros (desde Afee a Siquelag). De este botín mandó a los ancianos de Judá para congraciarse con ellos. Cita el texto a continuación una lista de ciudades que se encuentran al sur de Hebrón, y de las cuales se hace mención en Josué, c.15 y 19.

1S 31, 1-13

Mientras David combatía victoriosamente en el sur de Palestina contra los pueblos meridionales que molestaban a Judá, en los montes de Guilboá, abandonado de Dios y de los suyos, caía el rey de Israel, Saúl. Ninguna culpa tuvo David en este hecho doloroso; entre los teatros de guerra de uno y otro mediaban más de un centenar de kilómetros.
Los filisteos concentraron sus tropas en los alrededores de Sunam, amparados en la retaguardia por las pendientes del monte Nebí Dahi. Entre ellos y el ejército israelí se extendía el valle de Jezrael. Tan pronto como los dos ejércitos vinieron a las manos, se vio la superioridad de los filisteos, que persiguieron a placer a los israelitas, que huían a la desbandada. En la refriega cayeron los tres hijos de Saúl: Jonatán, Abinadab (1Cro 8, 33; 1Cro 9, 39), quizá el mismo que en 1S 14, 49 es llamado Isví, y Melquisúa (1S 14, 49). Las huestes filisteas dirigieron sus ataques preferentemente hacia el lugar donde ellos barruntaron que estaba Saúl, con ánimo de apoderarse de él. Dice el texto hebraico que, al darse cuenta Saúl de que había sido reconocido por los arqueros (morim), temió mucho (wayyahel) caer vivo en sus manos.
El texto griego, seguido por la Vulgata, interpreta el mencionado verbo como forma nifal del verbo halal, traduciendo: "fue herido entre las costillas y la cadera" (motnaim). Viéndose acorralado por los enemigos y ante el temor de caer vivo en sus manos y convertirse en objeto de burla, mandó a su escudero que desenvainara su espada y le traspasase (daqreni: hiéreme). Al negarse, por el respeto que sentía por el ungido del Señor (1S 26, 9), tomó Saúl su espada y se echó sobre ella, ejemplo que fue imitado por su escudero.
En el campo de batalla murió el primer rey de Israel. El pueblo había pedido un rey que le acaudillase en las guerras contra los pueblos enemigos de los alrededores, amonitas (1S 11, 1-7) y filisteos (1S 13, 1-7). No defraudó Saúl las esperanzas que el pueblo había cifrado en él, ya que vengó los ultrajes que los pueblos vecinos habían inferido a Israel y rechazó todos cuantos ataques emprendieron contra él. Pero el reinado de Saúl no tuvo la universalidad que alcanzó el de David y, más particularmente, el de Salomón. Estrictamente hablando, el poder de Saúl se apoyaba en la tribu de Benjamín y se extendía a la montaña de Efraím. Fue Saúl como un anillo de transición entre los jueces y la monarquía propiamente dicha. No todas las tribus se sintieron ligadas con él ni con el deber de someterse a su hegemonía.
En las páginas que preceden hemos podido admirar las virtudes de Saúl y lamentar los defectos que le afearon. En los primeros días de su reinado se mostró inteligente, tenaz, dócil a las directrices de Samuel; pero pronto olvidó que su cetro y su corona los había recibido de Dios, del cual era un simple mandatario, un representante suyo sobre la tierra, y al cual tenía obligación grave de obedecer.
Por orgullo, debilidad y condescendencia llegó a independizarse a veces de las obligaciones contraídas para con Dios, haciendo caso omiso de los mensajes y oráculos que Samuel en su nombre le retransmitía. De ahí que el espíritu de Dios se apartara de él y fijara su atención en otro mejor que Saúl.
A los pecados de desobediencia que cometió a lo largo de su vida cabe añadir los que precedieron inmediatamente a su muerte. Al no responder el cielo a sus preguntas, comete el error de consultar a los nigromantes y adivinos; en el trance de caer en manos del enemigo puede más el honor personal que el deber de no atentar contra su propia vida . De ahí que "murió Saúl porque se había hecho culpable de infidelidad hacia Yahvé, cuyas palabras no guardó, y por haber preguntado y consultado a los evocadores de los muertos. No obedeció a Yahvé, y Yahvé le mató, y transfirió el reino a David, hijo de Isaí" (1Cro 10, 13). Samuel, evocado por la pitonisa de Endor, le dice que "porque no obedeciste a Yahvé y no trataste a Amalee según el ardor de su cólera (de Dios), por eso Yahvé hace eso contigo" (1S 28, 18). La desobediencia fue el pecado capital de Saúl y el que provocó su ruina.
De su reinado apenas recibió Israel herencia alguna de las que suelen dejar los grandes reyes al morir, ya que a su muerte no existía dinastía estable, ni capital del reino, ni fronteras definidas, ni religión próspera, ni fondos económicos, ni ejército bien equipado. Al contrario, por los celos que le dominaron, pasó sus últimos años en perseguir al que creía rival suyo, persiguiendo a un perro muerto y a una pulga (24, 15) en vez de entregarse a la estructuración de la nación. Toda la inmensa tarea de unificación y engrandecimiento del pueblo será obra de sus sucesores en el trono (Desnoyers, Lc., 11, 138-141)·
Como hizo David en otro tiempo con Goliat (1S 17, 51), cortaron los filisteos la cabeza de Saúl y se apoderaron de sus armas, paseándolas en trofeo por todo el país y anunciando a sus ídolos y pueblo la buena nueva de la muerte del rey de Israel. Otros interpretan el texto tal como aparece en la traducción: "e hicieron publicar esta buena noticia."
No cabe duda que las armas, y quizá también la cabeza, constituían el mensaje más elocuente de la gran victoria. Terminada la gira macabra, los filisteos colgaron la cabeza de Saúl en el templo de Dagón (1Cro 10, 10), y las armas las depositaron en el de Astarté. Creen algunos exegetas que la cabeza y las armas fueron depositadas en un templo de Betsán (Jos 17, 11-16; Jc 1, 27), que identifican con el templo al dios Dagón, encontrado en el quinto estrato en las excavaciones practicadas en Betsán por los americanos a partir del año 1921.
Muchos antiguos y modernos se inclinan por la hipótesis de que aquel trofeo fue depositado en un templo de los muchos que existían en tierra de filisteos (1S 5, 2; 1S 21, 10), probablemente en Ascalón, donde Astarté era venerada como la gran diosa. Era Astarté la diosa consorte de Baal (1S 7, 3-4; 1S 12, 10). Esta última parece ser la hipótesis que más se ajusta al texto y a la historia profana.
Los habitantes de Jabes Galaad recordaban la ayuda eficaz que les prestó en otro tiempo Saúl, libertándolos de los amonitas (v, 1ss), y, por lo mismo, emprendieron la hazaña de apoderarse de su cadáver, que colgaba de las murallas de Betsán, e incinerarlo.
En ninguna otra parte de la Biblia se habla de la incineración de los cadáveres, costumbre que repugnaba a los hebreos (Am 2, 1), y que solamente se aplicaba al cadáver de los grandes pecadores (Lv 20, 14). El autor de 1Cro 10, 12 ha omitido esta circunstancia. Era un acto de misericordia sepultar a los muertos, ya que las almas no encontraban reposo mientras el cadáver permanecía insepulto.
También puede entenderse el texto de que solamente las carnes, por su avanzado estado de putrefacción, fueron quemadas, en tanto que los huesos fueron enterrados bajo el terebinto (1Cro 10, 12) o tamarindo de Jabes, desde donde se trasladaron más tarde al sepulcro de familia (2S 21, 12-14). En señal de duelo, los de Jabes ayunaron siete días (1S 31, 13-13; 2S 1, 12; 2S 3, 15; Gn 50, 10). En el campo del honor cayó el primer rey de Israel; bajó al sepulcro por haber Dios abreviado sus días a causa de sus pecados.