San Josemaría vivió en Zaragoza desde 1920 hasta 1927. Como diría en el discurso que pronunció el 21 de octubre de 1960 al recibir el Doctorado honoris causa por la Universidad de Zaragoza, fueron “años transcurridos a la sombra del seminario de San Carlos, camino de mi sacerdocio. Años, también, de estudiante universitario en la antigua Facultad de Derecho de la plaza de la Magdalena” (AVP, I, p. 121). La relación de san Josemaría con la capital aragonesa se mantuvo durante toda su vida. Después de su traslado a Madrid y luego a Roma, regresó en varias ocasiones a Zaragoza.
La Zaragoza que conoció san Josemaría era una ciudad que había duplicado su población durante las dos primeras décadas del siglo XX. Rondaba los 150.000 habitantes, emigrantes en su mayor parte. La pérdida de las posesiones americanas, con la consiguiente disminución de importaciones de azúcar, aceleró la actividad agrícola remolachera y la industria transformadora. Junto a los cambios económicos, la conflictividad social y el arraigo en Zaragoza del movimiento anarquista provocaron años de enfrentamiento y violencia.
El traslado de Josemaría Escrivá de Balaguer desde Logroño se debió no sólo a la necesidad de seguir los estudios de sacerdote, sino también al deseo de cursar la carrera de Derecho, cumpliendo así la voluntad de su padre. En Zaragoza residían algunos familiares de su madre, como el arcediano de la catedral, Carlos Albás, quien consiguió la incardinación de su sobrino en la archidiócesis de Zaragoza a mediados de 1920. A la vuelta del verano, Josemaría ingresó en el Seminario de San Francisco de Paula, donde vivió cuatro años hasta su ordenación sacerdotal, el 28 de marzo de 1925.
San Josemaría recibió las primeras órdenes sagradas de manos del cardenal Juan Soldevila y Romero, que gobernaba la archidiócesis zaragozana desde 1902. Don Juan había sido promovido al cardenalato en 1919. Hombre de gran valía, sobresalía por sus dotes de gobierno y por su oratoria. Desarrolló una intensa actividad pastoral, promovió la devoción de la Virgen del Pilar en Hispanoamérica y renovó las estructuras de su diócesis. Fue senador y destacó por su defensa de los regadíos en Aragón. Su asesinato, a manos de dos sicarios anarquistas, el 4 de junio de 1923, provocó una gran conmoción en la opinión pública española. Josemaría, junto con otros seminaristas, veló el cadáver. La sede cesaraugustana quedó vacante hasta que fue ocupada por Mons. Rigoberto Doménech Valls a finales de 1924. Antes, el 14 de junio, el seminarista había recibido el subdiaconado, y el 20 de diciembre, el diaconado en la iglesia de San Carlos. Fue ordenado sacerdote en esa iglesia por Mons. Miguel de los Santos Díaz Gómara, obispo auxiliar de Zaragoza. Dos días después celebró su primera Misa en la santa Capilla del Pilar de Zaragoza con la asistencia de pocas personas.
La Universidad Pontificia se encontraba en la plaza de La Seo, junto al palacio arzobispal. Se seguían allí los estudios de Filosofía, Teología y Derecho Canónico. Los seminaristas residían en uno de los dos seminarios, el Conciliar de San Valero y San Braulio, o el de San Francisco de Paula. El primero estaba situado en el mismo edificio que la Universidad Pontificia; el segundo, junto al Seminario Sacerdotal de San Carlos. Los seminaristas acudían a las clases a la Universidad Pontificia desde finales del mes de septiembre hasta la primera mitad del mes de junio. Durante esos meses, siguiendo el reglamento, residían en Zaragoza sin salir de la ciudad ni en Navidad, ni en Semana Santa u otras fiestas. Al llegar el verano regresaban a sus casas para disfrutar de las vacaciones.
Uno de los seminaristas compañeros de san Josemaría, Francisco Moreno, le acompañó en alguna de esas temporadas estivales de descanso. Josemaría lo introdujo en su familia e hizo de guía en la ciudad de Logroño. La madre de Josemaría, doña Dolores, obsequiaba durante esos días a los jóvenes seminaristas con las delicadezas que no recibían en el Seminario. Francisco Moreno testimonió estos cuidados, así como los recuerdos de don José, el padre del fundador del Opus Dei, avejentado por una vida de sacrificios y reveses, a pesar de sus sólo cincuenta y cinco años de edad. Francisco correspondió a su amigo invitándole a pasar algunas semanas veraniegas en el pequeño pueblo turolense de Villel, en donde residía su familia. Villel es un pueblo situado a las orillas del Turia, enseñoreado por un castillo del que destaca la torre del homenaje. Josemaría conoció allí a Antonio Moreno, hermano de Francisco, que estudiaba Medicina en Zaragoza, y también a los hermanos Antonio y Cristóbal Navarro. La amistad con estos jóvenes continuó en Zaragoza, donde frecuentemente -sábados o domingos por la tarde- se reunían en tertulia durante algunas horas en la habitación que el tío de Francisco, Antonio Moreno, ocupaba como vicepresidente del Seminario de San Francisco de Paula. Fueron uno o dos los veranos transcurridos en Villel, durante quince o veinte días cada uno. San Josemaría colaboraba con el párroco del lugar, vestía con trajes oscuros en coherencia con su condición de seminarista; también se abstenía de acudir al casino del pueblo para jugar a las cartas o de participar en paseos y excursiones con chicas del pueblo. Se quedaba entonces en casa y aprovechaba esos momentos para componer en un cuaderno un relato de las andanzas del día, en verso y con ilustraciones, titulado “Aventuras de unos chicos de Villel en sus idas y venidas de Zaragoza a Teruel”.
Las inquietudes literarias del joven Josemaría durante la época de Zaragoza se plasmaron, por ejemplo, en unos versos, que él calificaba de malos, firmados como “El clérigo Corazón”, o en su participación en la revista La Verdad, que en enero de 1924 editaron los seminaristas del San Francisco de Paula. Pero sobre todo se encauzaron por la lectura. Como inspector tenía acceso a la extraordinaria biblioteca del Seminario Sacerdotal. Allí estaba a su alcance una cuidada selección de obras clásicas y de espiritualidad, como los escritos de santa Teresa, por los que demostró un especial aprecio. Quizá fueron estos dos años finales de sus estudios eclesiásticos los más fructíferos e intensos en lecturas de su vida. Extrajo numerosas notas de frases y pensamientos.
San Josemaría se ganó el aprecio de sus directores en el Seminario. El mismo cardenal Soldevila advirtió las buenas condiciones del joven seminarista, con quien mantuvo algunas conversaciones para interesarse por su vida y estudios. A finales del curso 1921-1922, el cardenal nombró a Josemaría inspector del Seminario. El cardenal decidió a ese efecto conferirle la condición clerical, anticipándole la tonsura eclesiástica, y así, el mismo día que se inauguraba el curso académico 1922-1923, Josemaría fue tonsurado y tomó posesión de la inspección del Seminario de san Francisco de Paula hasta su ordenación como presbítero el 28 de marzo de 1925.
La vida de piedad de san Josemaría resultaba evidente para muchos de sus compañeros y directores. En la iglesia barroca de San Carlos, aledaña al Seminario, participaban los seminaristas en la santa Misa. Allí acudía frecuentemente en sus horas libres, fuera del tiempo dedicado a los actos de piedad en común, e incluso pasó alguna noche velando al Señor en el Sagrario desde una tribuna con celosía situada en la parte superior derecha del presbiterio. Desde que comenzó los estudios de Derecho, sus visitas a la Virgen del Pilar se convirtieron en una práctica diaria. Acudía a la Basílica para pedir a Nuestra Señora luces para seguir el camino que Dios le marcaba. Como inspector del Seminario comenzó la costumbre de visitar a la Virgen del Pilar todos los sábados por la tarde, acompañado de los seminaristas del San Carlos. Ante la Virgen, repetía frecuentemente una jaculatoria que compuso para el caso: Domina, ut sit! Muchos años después, sus hijas del Opus Dei le hicieron entrega de una imagen en escayola de la Virgen del Pilar que le había pertenecido, en cuya base estaban grabadas con un clavo esa jaculatoria y una fecha: 24 de mayo de 1924.
En el verano de 1923, en Logroño, san Josemaría comenzó a estudiar Derecho con el correspondiente permiso de la autoridad eclesiástica, junto con otro compañero, José Luis Mena. De acuerdo con su tío Carlos Albás, decidió matricularse en Derecho como alumno no oficial en Zaragoza, con idea de poder examinarse en junio y en septiembre de las diversas asignaturas. Su intención era asistir al mayor número de clases, pero sin seguir rigurosamente el curso. La facultad de Derecho compartía con la de Filosofía y Letras un edificio en la plaza de la Magdalena, una típica edificación aragonesa, de ladrillo, con un patio central. Entre los profesores del Claustro de la Facultad, algunos mantuvieron una estrecha relación con el fundador del Opus Dei. Carlos Sánchez del Río, Secretario General de la Universidad en 1923, y Miguel Sancho Izquierdo, profesor de Derecho Natural, amigos de Carlos Albás, aconsejaron al joven seminarista en sus primeros pasos por la Facultad de Derecho. Pero quizá el mayor influjo sobre san Josemaría lo ejercieron José Pou de Foxá, sacerdote y catedrático de Derecho Romano, y Juan Moneva y Puyol, catedrático de Derecho Canónico, recordado por san Josemaría en su discurso del 21 de octubre de 1960. La familia de Moneva estuvo presente en la primera Misa que celebró el fundador del Opus Dei, en la santa Capilla de la Virgen en el Pilar, e hizo siempre honor a esa amistad. El sacerdote José Pou de Foxá se convirtió en consejero y verdadero apoyo moral para el joven Josemaría, que llegaría a definirle como “amigo leal y noble y bueno”. Fue Pou de Foxá quien le apoyó en las gestiones para trasladarse a Madrid y continuar allí sus estudios de doctorado.
Sus colegas de Derecho describían a Josemaría como muy abierto en el trato con los demás. Compañeros de la universidad civil como Manuel Romeo -que murió en la Guerra Civil-, Luis Palos, Pascual Galbe Loshuertos y los hermanos Jiménez Amau; otros como David Mainar Pérez, Juan Antonio Iranzo Torres y Domingo Fumanal, refieren estos recuerdos sobre san Josemaría, del que destacaban la alegría constante, la sonrisa, el buen humor, y la generosidad que le llevaba a prestar pequeños servicios como cuando, recién llegado a la Facultad, un grupo de alumnos de Moneva le pidió que les impartiera gratis clases de Latín. Llegó a tener verdadera amistad incluso con compañeros que tenían muchas dudas de fe. Se preocupaba por la salud espiritual de sus amigos y los acercaba a la práctica de los sacramentos. En la Facultad de Derecho coincidió y entabló amistad con el agustino fray José López Ortiz, quien llegaría a ser catedrático de Historia del Derecho y obispo.
En noviembre de 1924 murió, en Logroño, su padre José Escrivá. Josemaría, como cabeza de familia que pasó a ser, decidió el traslado de su madre y hermanos a Zaragoza, a comienzos del año 1925. Vivieron en la calle Urrea y luego en un piso de la calle Rufas, 11. Esta decisión molestó a algunos parientes, singularmente a su tío Carlos, que tenía otros planes para la carrera eclesiástica de Josemaría.
Pocos meses después tuvo lugar la ordenación sacerdotal, el 28 de marzo de 1925, y su inmediato nombramiento como regente de la parroquia de Perdiguera. Allí estuvo sustituyendo al párroco hasta el 18 de mayo de 1925. Perdiguera es un pueblo de secano situado a pocos kilómetros de Zaragoza, en Los Monegros, que entonces no llegaba al millar de habitantes. San Josemaría fue regente auxiliar, durante poco más de un mes y medio, desde el 31 de marzo hasta el 18 de mayo, incluyendo la Semana Santa. Aunque para el nuevo sacerdote fue un duro golpe verse alejado de su familia en aquellas circunstancias, se dedicó con verdadero celo a su ministerio. De Perdiguera pasó, en Zaragoza, a la iglesia de San Pedro Nolasco o del Sagrado Corazón, regida por los Jesuitas. Permaneció allí como capellán, adjunto y eventual, hasta marzo de 1927. Del 2 al 18 de abril de ese año se encargó de atender la iglesia de Fombuena, dedicada a la Asunción, durante la Semana de Pasión y la Semana Santa. Entre 1925 y 1927 desempeñó la función de capellán en la iglesia de San Pedro Nolasco en Zaragoza.
El joven clérigo debía mantener a su familia, y la única solución que encontraba compatible con su condición de sacerdote era la de dedicarse a la enseñanza. Dio clases de Derecho Romano y Derecho Canónico en el Instituto Amado, un centro situado en la calle de Don Jaime I, 44, fundado en octubre de 1926 y dirigido por don Santiago Amado, capitán de Infantería y licenciado en Ciencias. Era una academia en la que se podían estudiar el Bachillerato y los cursos preparatorios de algunas facultades; también se preparaba el ingreso en las escuelas de ingenieros y en las academias militares. En el Instituto Amado se formaban además estudiantes de Derecho, Ciencias, Comercio y Magisterio. Incluso se publicaba desde 1927 una revista mensual, Alfa-Beta. En el número 3 de la revista, de marzo de 1927, aparece un artículo de José María Escrivá, sobre la forma del matrimonio en la legislación española de entonces.
Mientras trabajaba dando clases, Josemaría continuaba sus estudios. En enero de 1927 terminó la carrera y obtuvo el título de licenciado en Derecho. Poco después solicitó el traslado de expediente a Madrid para cursar allí el doctorado, ya que entonces podía obtenerse sólo en la Universidad Central. En abril de 1927 comenzaba la etapa de su vida en la capital de España.
Juan Francisco BALTAR RODRÍGUEZ
(Nac. Buenos Aires, 13-IX-1902; fall. Madrid, 15-VII-1943). Isidoro Zorzano, uno de los primeros miembros del Opus Dei, nació de padres riojanos emigrantes en Argentina. Tras el regreso definitivo de la familia a España, coincidió con san Josemaría en Logroño, durante sus estudios de Bachillerato.
Fallecido prematuramente su padre, Isidoro –el tercero de los cinco hermanos (tres varones y dos mujeres)– pasó a ser el principal apoyo para su madre; particularmente, a partir de la ruina de los Zorzano (1924), que se habían mudado a Madrid.
En 1928 se trasladó a Cádiz y luego a Málaga, donde trabajó como ingeniero de la Compañía de Ferrocarriles Andaluces y como profesor de la Escuela Industrial. Al inicio de su vida profesional experimentó serias inquietudes de entrega a Dios que dilucidó, de paso por Madrid, en un encuentro providencial con san Josemaría el 24 de agosto de 1930, fiesta del apóstol san Bartolomé. Ese mismo día advirtió que la perspectiva espiritual abierta por san Josemaría era el camino que Dios tenía previsto para él. Fue así uno de los primeros fieles del Opus Dei.
Mediante frecuentes viajes a Madrid, y a través de una asidua correspondencia con el fundador, Zorzano fue progresando en el conocimiento del espíritu de la Obra y en su fiel asimilación y práctica personales.
En Málaga, sus compañeros, alumnos y subordinados veían en Zorzano -trabajador, alegre y apostólico- alguien a la vez normal y extraordinario. Además de desempeñar brillantemente sus trabajos y de ser directivo de la Junta de la Sociedad Excursionista, fundó el Colegio de Ingenieros Industriales y la Federación de Estudiantes Católicos. También acogió la invitación del obispo, beato Manuel González, para formar parte de la primera Junta Diocesana de Acción Católica. Amenazado por ser católico, en 1936 se trasladó a Madrid.
Durante la Guerra Civil española san Josemaría le encomendó el cuidado de los fieles del Opus Dei que permanecían en Madrid, donde arriesgó día tras día la vida en su desvelo por las necesidades materiales y espirituales de un sinnúmero de personas.
Al terminar la guerra, volvió a su tarea profesional en la Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles, en Madrid. También administraba los Centros del Opus Dei, cuyos fieles veían en él un ejemplo, real y discreto, de lo que significa santificar la vida ordinaria, en fidelidad a las enseñanzas del fundador.
Pronto se pudo comprobar cómo culminaba aquel progreso de santificación personal. Un cáncer (Hodgkin) de vías linfáticas, llevado -durante dos años de sufrimiento y siete meses de hospitalización- con extraordinario sentido sobrenatural, alegría y preocupación por los demás, puso de relieve la calidad cristiana del enfermo. Atendido solícitamente por san Josemaría y por los otros fieles del Opus Dei, Zorzano falleció el 15 de julio de 1943.
Convencido de su santidad, san Josemaría difundió la devoción privada a Isidoro entre las personas de la Obra, los cooperadores y los amigos. El 11 de octubre de 1948 se abrió el proceso informativo para su canonización. A la Postulación de la Causa han llegado muchos relatos de favores alcanzados en todo el mundo por intercesión de Isidoro. La Positio sobre su vida y virtudes está en fase de estudio en la Congregación para las Causas de los Santos. Con las autorizaciones de la Santa Sede y del arzobispo de Madrid, en octubre de 2009 se trasladaron sus restos mortales del Cementerio de la Almudena a la Capilla del Cristo en la Parroquia de San Alberto Magno.
José Miguel PERO-SANZ ELORZ
El Colegio Mayor Zurbarán es una residencia femenina de estudiantes con sede en Madrid, promovida por mujeres del Opus Dei siguiendo el espíritu y el aliento de san Josemaría. Zurbarán inició su actividad en 1945. El propio san Josemaría, que cuidó de modo muy especial los primeros pasos del apostolado de las mujeres del Opus Dei, contribuyó a la búsqueda del inmueble, y con Pedro Casciaro siguió la instalación y decoración. A Zurbarán se llevaron algunos muebles y objetos que pertenecieron a Dolores Albás, la madre de san Josemaría; y allí se trasladó todo el mobiliario del Centro de Jorge Manrique, que se dejó por resultar pequeño. San Josemaría puso especial atención en el oratorio; encargó un cuadro de la Purísima, copia de una pintura de Claudio Coello, y mandó fabricar un altar de buena madera, ornamentado, para que resultara más noble.
En un primer momento Zurbarán funcionó como un Centro en el que residían algunas mujeres y en el que realizaban una amplia labor apostólica. En septiembre de 1947 se convirtió en Residencia Universitaria, cuando san Josemaría vivía ya en Roma. En abril de ese año, durante un viaje a España de don Álvaro del Portillo, se había estudiado esta posibilidad y pronto comenzaron las reformas para hacerla viable. Desde Roma, san Josemaría alentó el proyecto e hizo algunas indicaciones, dejando siempre plena libertad sobre el modo de realizarlas. La Residencia Zurbarán fue la primera obra de apostolado corporativo que desarrollaron las mujeres del Opus Dei.
El fundador había comentado a menudo a las primeras mujeres de la Obra que ellas desarrollarían los mismos apostolados que los varones, e incluso más, también en el ámbito universitario. En 1947 era un desafío abrir Zurbarán, pues sólo el 13, 7 por ciento de los universitarios españoles eran mujeres. Además, para atender a esa minoría ya había colegios mayores prestigiosos, grandes y bien dotados, mientras que Zurbarán nacía pequeño (nunca pasó de treinta y tres plazas) y con escasos medios. Por otra parte, se hallaba muy extendida entre las familias españolas la percepción de que se podía prescindir de la educación universitaria de las hijas. Este panorama no fue obstáculo para comenzar la labor del Opus Dei entre las universitarias, como deseaba san Josemaría.
La primera directora de la Residencia (septiembre de 1947-enero de 1950) fue Guadalupe Ortiz de Landázuri, licenciada en Ciencias Químicas. La sustituyó Mercedes Morado, licenciada en Pedagogía (enero-septiembre de 1950). Y desde entonces hasta bien entrados los cincuenta, Gloria Toranzo, licenciada en Filología Clásica. Zurbarán supuso un enorme esfuerzo para las mujeres del Opus Dei, que eran pocas, jóvenes y muy recientes en la Obra. Además de la dedicación a las residentes y de terminar sus propios estudios universitarios, sobre ellas recaía la administración doméstica de la casa: instalación material, comidas, compras, atención de los proveedores, limpieza, lavandería y comedor. El clima de la Residencia se caracterizó desde el primer momento por el amor a la libertad personal y la integración de las residentes en la vida de la casa.
En Zurbarán se realizó además una intensa actividad de formación con otras muchas chicas, universitarias o no, que enseguida empezaron a frecuentar el Centro. Cada semana se impartían varios círculos (clases de formación cristiana) y dos días de la semana un sacerdote acudía para dirigir alguna meditación y atender en el confesonario a quien lo deseara. Durante el curso académico 1948-49 pidieron la admisión en la Obra un buen número de jóvenes. De la atención sacerdotal se encargó en los primeros años don José María Hernández Garnica.
Las actividades culturales fueron sencillas, pero nunca faltaron: audiciones musicales, conferencias y algunas actividades de cinefórum. La formación de las residentes fue siempre un gran reto, teniendo en cuenta la situación social antes descrita, ya que reclamaba elevar el nivel de sus aspiraciones vitales y profesionales. Lo más importante fue, como había indicado san Josemaría, la atención personal de cada una de las residentes, con el deseo de ofrecerles una orientación profesional, humana y espiritual de gran altura. Ese esfuerzo produjo sus frutos atrayendo además a otras muchas universitarias que no vivían en Zurbarán.
En 1957 la Residencia Zurbarán fue reconocida oficialmente como Colegio Mayor Universitario por el Estado español. De esta primera experiencia se alimentaron los colegios mayores que vendrían después en toda España (catorce en la actualidad) y las residencias universitarias en otros países del mundo.
Mercedes MONTERO