San Josemaría usa el término "naturalidad" en numerosas ocasiones. Esta disposición aparece citada algunas veces junto a la sencillez, como dos virtudes complementarias, dependientes de la virtud de la veracidad que, a su vez, es parte de la virtud cardinal de la justicia. La naturalidad es una actitud profundamente cristiana que tiene un significado rico en los textos de san Josemaría. Siempre denota la cualidad de lo hecho con verdad, sin artificio; un modo de proceder espontáneo y sin doblez, carente de exornación.
El que actúa con naturalidad obra conforme a su naturaleza. En este sentido, se puede decir que esta virtud es parte de la humildad: el humilde reconoce lo que realmente es, frente a Dios y también de cara a los demás, y por tanto se comporta como tal, con una conducta veraz. La persona que obra con naturalidad dice y hace lo que siente, sin doblez ni engaño, a la vez que guarda la delicada discreción que exige cada caso y situación. Desde otra perspectiva la naturalidad se relaciona con la secularidad, en cuanto actitud propia del cristiano corriente, que vive y actúa en medio del mundo, y como uno más entre sus conciudadanos.
La amplia experiencia en la labor de almas llevó a san Josemaría a comprender que la sencillez y la naturalidad constituyen una pieza importante en el edificio sobrenatural de la santidad: "Me has escrito: «La sencillez es como la sal de la perfección. Y es lo que a mí me falta. Quiero lograrla, con la ayuda de Él y de usted». -Ni la de Él ni la mía te faltarán. -Pon los medios" (C, 305).
San Josemaría vio en la naturalidad y en la sencillez un rasgo que brilla con luz propia en la vida de Jesucristo y de los primeros cristianos. Jesús vivió la mayor parte de su vida como un israelita de su tiempo, discretamente, pasando inadvertido, con las mismas costumbres y usos del resto de los habitantes de Galilea, cumpliendo -como todos- sus derechos y deberes. "Fijaos en que toda su vida está llena de naturalidad. Pasa seis lustros oculto, sin llamar la atención, como un trabajador más, y le conocen en su aldea como el hijo del carpintero. A lo largo de su vida pública, tampoco se advierte nada que desentone, por raro o por excéntrico. Se rodeaba de amigos, como cualquiera de sus conciudadanos, y en su porte no se diferenciaba de ellos. Tanto, que Judas, para señalarlo, necesita concertar un signo: aquél a quien yo besare, ése es (Mt 26, 48). No había en Jesús ningún indicio extravagante. A mí, me emociona esta norma de conducta de nuestro Maestro, que pasa como uno más entre los hombres" (AD, 121). El cristiano -todo cristiano, tanto el fiel laico como el religioso, cada uno ocupando el lugar que le corresponde- está llamado a buscar la santidad imitando a Cristo, reproduciendo en su vida la actitud con la que Él pasó por el mundo haciendo el bien y redimiéndolo: "al comportarnos con normalidad -como nuestros iguales- y con sentido sobrenatural, no hacemos más que seguir el ejemplo de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Fijaos en que toda su vida está llena de naturalidad" (ibídem).
Pero la presencia del cristiano en el mundo no se traduce sólo en un empeño por imitar a Cristo, sino también por tomar parte en su misión redentora; y tal como el Verbo ha asumido una naturaleza humana, que comprende todas las realidades humanas -excepto el pecado-, y las ha elevado al Padre, el cristiano, a la luz del misterio de la Encarnación, puede vislumbrar todo el sentido de su presencia en la creación e, inmerso -de un modo u otro- en las realidades del mundo, asume la tarea de santificarlas: de hacer en ellas presente a Cristo con su presencia vivificante. "El creyente es consciente de que conocer su condición de creado en Cristo, le ha desvelado definitivamente la verdad sobre la naturaleza humana, así como, la condición creada -o sea, referida ontológicamente a Dios- del mundo y de la historia, le desvela también el sentido y la verdad de todas las cosas. Aquí yace, a nuestro parecer, el sentido más profundo de aquella «naturalidad» que todo cristiano, precisamente en cuanto cristiano, está llamado a vivir en medio de un mundo humano" (TANZELLA-NITTI, 1997, pp. 371-372). Y, vista y comprendida desde esta perspectiva, la naturalidad se presenta así como una realidad plenamente teológica.
Como todas las virtudes, la naturalidad ha de informar la vida entera del cristiano, también su camino hacia la santidad, su empeño por estar siempre cerca de Dios y por acercar a los hombres a Dios. Será un camino que a veces requerirá heroicidad, pero no por esto se recorrerá con menos espontaneidad y discreción. En el contexto de la vocación del cristiano a ser alter Christus, ipse Christus en todas las dimensiones de su vida, señalaba san Josemaría que "el Señor nos reclama tal como somos, para que participemos de su vida, para que luchemos por ser santos. La santidad: ¡cuántas veces pronunciamos esa palabra como si fuera un sonido vacío! Para muchos es incluso un ideal inasequible, un tópico de la ascética, pero no un fin concreto, una realidad viva. No pensaban de este modo los primeros cristianos, que usaban el nombre de santos para llamarse entre sí, con toda naturalidad y con gran frecuencia: os saludan todos los santos (Rm 16, 15), salud a todo santo en Cristo Jesús (Flp 4, 21)" (ECP, 96).
Siendo la naturalidad una virtud o actitud que deben vivir todos los hombres, y por tanto también todos los cristianos, cada uno lo hará -como ya decíamos- de acuerdo con su estado y condición. En este sentido, conviene tener presente que "sus manifestaciones exteriores pueden ser muy diversas (...). Hay una naturalidad propia de los sacerdotes, que les lleva a conducirse de modo conforme a su ministerio sagrado, que es un ministerio público; hay una naturalidad de los religiosos, que les impulsa a dar testimonio, también público, del supremo valor de los bienes eternos, como corresponde a su vocación; y hay una naturalidad propia de los fieles laicos, que consiste en vivir coherentemente la fe en su ambiente profesional y social, dando asimismo testimonio de Cristo pero no como quien ostenta un oficio público de la Iglesia (el caso de los sacerdotes y religiosos), sino de modo acorde a su condición de ciudadanos y de profesionales como los demás. Pues bien, cuando san Josemaría habla de naturalidad, se refiere sobre todo a esta última, la de los fieles laicos" (BURKHART - LÓPEZ, II, 2011, p. 396).
Hasta ahora hemos trazado algunos aspectos de la naturalidad en general. En el presente apartado, y siempre de la mano de san Josemaría, nos centraremos en lo que implica la naturalidad en el caso del fiel laico, llamado a santificarse en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios.
El cristiano corriente ha recibido la llamada a dar testimonio de la presencia de Dios en medio de las realidades temporales, sin miedo de mostrar con signos exteriores su fe: "el divorcio, que se constata en muchos, entre la fe que profesan y su vida cotidiana -afirma el Concilio Vaticano II-, debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestro tiempo. No se debe oponer por ello, sin razón, la actividad profesional y social, por una parte, y la vida religiosa, por otra" (GS, 43). San Josemaría venía predicando esa doctrina -tradicional por otra parte- desde los inicios de su labor sacerdotal, proclamando constantemente que una característica de la naturalidad que deben vivir todos los fieles cristianos consiste en reflejar con la propia conducta la convicción interior de que son hijos de Dios; es decir, permear toda su actividad -profesional, social, familiar- de un hondo sentido cristiano: "Naturalidad. -Que vuestra vida de caballeros cristianos, de mujeres cristianas -vuestra sal y vuestra luz- fluya espontáneamente, sin rarezas, ni ñoñerías: llevad siempre con vosotros nuestro espíritu de sencillez" (C, 379).
La naturalidad es, pues, una norma de conducta que corresponde plenamente a la índole secular de los fieles laicos. San Josemaría supo ver, como claro precedente del que fue su mensaje de santificación en medio del mundo, la actitud de los primeros cristianos en la sociedad de su tiempo: ellos "vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban seriamente la perfección a la que estaban llamados por el hecho, sencillo y sublime, del Bautismo. No se distinguían exteriormente de los demás ciudadanos" (CONV, 24). Y así deberán vivir todos los que aspiren a seguir a Cristo en las actividades cotidianas, pues son "personas comunes; desarrollan un trabajo corriente; viven en medio del mundo como lo que son: ciudadanos cristianos que quieren responder cumplidamente a las exigencias de su fe" (CONV, 24).
El cristiano debe sentirse responsable del mundo en el que vive, y comprometerse, con mentalidad laical, sentido positivo y esperanza, en las realidades sociales. A las personas que. Sacaban adelante una universidad se dirigía san Josemaría con estas palabras: "Vosotros (...) sois parte de un pueblo que sabe que está comprometido en el progreso de la sociedad, a la que pertenece. (...) Al prestar vuestra cooperación, sois claro testimonio de una recta conciencia ciudadana, preocupada del bien común temporal" (CONV, 120).
La tensión hacia una participación activa en la sociedad en la que viven los cristianos corrientes es consecuencia de su vocación divina eminentemente secular. No pueden desentenderse de los problemas de sus semejantes, ni dar la espalda a las necesidades de su ambiente, como ciudadanos libres y responsables, sin hacer dejación de sus derechos y deberes. Y en esta cooperación con sus conciudadanos, y a través de ella, los cristianos deben actuar "con naturalidad, pero sobrenaturalizando cada instante de la jornada" (F, 508). Centrando su atención "en la naturalidad y en la sencillez de la vida de San José, que no se distanciaba de sus convecinos ni levantaba barreras innecesarias", san Josemaría invitaba al cristiano a imitar al Santo Patriarca, y aseguraba que "el hombre que tiene fe y ejerce una profesión intelectual, técnica o manual, es y se siente unido a los demás, igual a los demás, con los mismos derechos y obligaciones, con el mismo deseo de mejorar, con el mismo afán de enfrentarse con los problemas comunes y de encontrarles solución. El católico, asumiendo todo eso, sabrá hacer de su vida diaria un testimonio de fe, de esperanza y de caridad; testimonio sencillo, normal, sin necesidad de manifestaciones aparatosas, poniendo de relieve -con la coherencia de su vida- la constante presencia de la Iglesia en el mundo, ya que todos los católicos son ellos mismos Iglesia, pues son miembros con pleno derecho del único Pueblo de Dios" (ECP, 53).
En referencia concreta al Opus Dei, enseñó desde un primer momento, que la espiritualidad de la Obra se caracteriza por "la sencillez, el no llamar la atención, el no exhibir, el no ocultar". En una palabra: por la repugnancia tanto al secreto como al espectáculo. Y así pudo describir el Opus Dei como una "gran muchedumbre formada por hombres y por mujeres (...) que viven de su trabajo profesional, casados la mayor parte, solteros muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la grave tarea de hacer más humana y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de los afanes diarios, con personal responsabilidad -repito-, experimentando con los demás hombres, codo con codo, éxitos y fracasos, tratando de cumplir sus deberes y de ejercitar sus derechos sociales y cívicos. Y todo con naturalidad, como cualquier cristiano consciente, sin mentalidad de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientras procuran detectar los brillos divinos que reverberan en las realidades más vulgares" (CONV, 119).
Para san Josemaría, la naturalidad y la sencillez, el caminar confiadamente, sin rebuscamientos, es fruto connatural a la rectitud espiritual de buscar en todo lo que se hace solamente la gloria de Dios y el bien de los hombres. "Cuando se trabaja única y exclusivamente por la gloria de Dios, todo se hace con naturalidad, sencillamente" (S, 555). Y, así, espontáneamente, la fe se expresará en un testimonio que atrae a los demás hacia Dios.
Delante de Dios somos como somos: la naturalidad se configura -según ya antes decíamos- como una virtud muy unida a la humildad: saberse ante Dios hijos conocidos, comprendidos y amados por Él, a la vez que necesitados de Él en todo, lleva directamente a ser sencillos, naturales. Ante Dios no cabe teatro ni apariencia y tampoco cabe ante los demás hombres. La naturalidad se opone a la doblez y a la complicación, que llevan a fingir, a no expresar sinceramente lo que se tiene en el corazón. Se revela así como una virtud necesaria para el apostolado que realiza el fiel laico entre sus iguales, y como fruto de un trato de amistad y confidencia, amable y espontáneo, propio de personas que respetan y quieren a los demás, que saben actuar adecuadamente, sin confundir la delicadeza con la oficiosidad, ni la mesura con la afectación: "El apostolado cristiano -y me refiero ahora en concreto al de un cristiano corriente, al del hombre o la mujer que vive siendo uno más entre sus iguales- es una gran catequesis, en la que, a través del trato personal, de una amistad leal y auténtica, se despierta en los demás el hambre de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos: con naturalidad, con sencillez he dicho, con el ejemplo de una fe bien vivida, con la palabra amable pero llena de la fuerza de la verdad divina" (ECP, 149).
El cristiano manifestará su fe con naturalidad, en el esfuerzo por vivir de ella y en la alegría interior que, en consecuencia, informa su actuación. Y así fluirá espontáneamente en la palabra y con el ejemplo, y será precisamente tomando ocasión del trabajo profesional, de las relaciones familiares, del descanso, como con naturalidad irá dando a conocer a Jesucristo a las personas con las que se relaciona. "Cada uno de vosotros ha de ser no sólo apóstol, sino apóstol de apóstoles, que arrastre a otros, que mueva a los demás para que también ellos den a conocer a Jesucristo. Quizás alguno se pregunte cómo, de qué manera puede dar este conocimiento a las gentes. Y os respondo: con naturalidad, con sencillez, viviendo como vivís en medio del mundo, entregados a vuestro trabajo profesional y al cuidado de vuestra familia, participando en los afanes nobles de los hombres, respetando la legítima libertad de cada uno" (ECP, 147-148).
Pero si es cierto que la naturalidad llevará al cristiano a no distinguirse de los demás ciudadanos, también lo es que, precisamente en aras de esta naturalidad, en ocasiones se verá impulsado a actuar contracorriente respecto a "lo que hacen los demás", llamando en cierta manera la atención. "«Y ¿en un ambiente paganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?», me preguntas. -Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos; y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido" (C, 380). Y será asimismo "«natural» que quienes traten a un cristiano que busca la santidad en la vida corriente noten su esfuerzo por cultivar las virtudes, adviertan que practica la fe -participando también en el culto público, sin «esconderse»-, y reciban el influjo de su apostolado, aunque todo esto contraste visiblemente con el ambiente que le rodea" (BURKHART - LÓPEZ, II, 2011, p. 397).
La naturalidad destierra la astucia, la duplicidad, la falsía, que esconde el propio egoísmo: por eso se opone al secreteo, que lleva a tratar de velar información sobre uno mismo, con el fin de evitar ser conocido tal como uno es o para inducir a un juicio erróneo. Una persona que no vive esta virtud corre el peligro de caer en la hipocresía, que es un gran obstáculo en el trato con el Señor: "La naturalidad y la sencillez son dos maravillosas virtudes humanas, que hacen al hombre capaz de recibir el mensaje de Cristo. Y, al contrario, todo lo enmarañado, lo complicado, las vueltas y revueltas en torno a uno mismo, construyen un muro que impide con frecuencia oír la voz del Señor" (AD, 90). Guardarse en secreto algo acerca de una dimensión de la propia vida que, en un determinado contexto, debe ser conocida, es una gran falta de naturalidad y sencillez y un gran daño para la vida interior. Hablando de la necesidad de la sinceridad en la dirección espiritual, en la que el cristiano abre su alma al buen pastor, escribía san Josemaría: "Niño bobo: el día que ocultes algo de tu alma al Director, has dejado de ser niño, porque habrás perdido la sencillez" (C, 862). Y con la falta de sencillez entra en el alma la doblez, acompañada siempre de la falta de paz.
San Josemaría huyó siempre del secreteo, tanto en su vida como en la vida del Opus Dei. La naturalidad le llevó a dar el cauce normal a todas las cosas: dijo y urgió a decir siempre lo que se debe decir y a quien se debe, tal como hay que decirlo y a su tiempo. Dirigiéndose a sus hijas e hijos de la Obra escribía: "Nosotros, hijas e hijos míos, no tenemos nada que encubrir u ocultar: la espontaneidad de nuestra conducta y de nuestro comportamiento no puede ser confundida por nadie con el secreto. Nunca he tenido secretos, ni los tengo ni los tendré. Tampoco los tiene la Obra" (Carta 11-III-1940, n. 58: AGP, serie A.3, 91-6-2).
De otra parte, la naturalidad no excluye el pudor o discreción respecto de la propia intimidad o de la propia familia. Al contrario, la supone: "discreción no es misterio, ni secreteo. -Es, sencillamente, naturalidad" (C, 641). La discreción protege los asuntos personales de cualquier malinterpretación o incomprensión a las que se podrían prestar si se colocan en un contexto inadecuado: "Discreción es... delicadeza. -¿No sientes una inquietud, un malestar íntimo, cuando los asuntos -no- blus y corrientes- de tu familia salen del calor del hogar a la indiferencia o a la curiosidad de la plaza pública?" (C, 642).
El cristiano que sirve a los demás con naturalidad, buscando el bien de los otros, tratando de no figurar, de no "sumar puntos", vivirá ese trato con delicadeza, huyendo de cualquier apabullamiento que puede hacer daño o humillar. De ahí el consejo que daba san Josemaría, en referencia a un punto concreto, para enunciar un principio de valor universal: "Cuando hayas terminado tu trabajo, haz el de tu hermano, ayudándole, por Cristo, con tal delicadeza y naturalidad que ni el favorecido se dé cuenta de que estás haciendo más de lo que en justicia debes. -¡Esto sí que es fina virtud de hijo de Dios!" (C, 440).
Pau AGULLES
Nigeria es, después de Kenia, el segundo país de África donde comenzó, en 1965, la labor del Opus Dei.
Durante el Concilio Vaticano II, san Josemaría conoció a tres obispos de Nigeria -James Moynagh, obispo de Calabar; William Field, de Ondo; y Richard Finn, de Ibadan-, quienes le pidieron que comenzara la labor apostólica del Opus Dei en sus diócesis.
En junio de 1965, el arzobispo de Aachen (Aquisgrán), Johannes Pohlschneider, presidente de Misereor (agencia de desarrollo de la Iglesia católica alemana), visitó Kenia y Nigeria acompañado por Pedro Casciaro, presbítero del Opus Dei. Desde Nairobi volaron a Ibadan junto con otro sacerdote de la Obra, José Domingo Gabiola. Allí se reunieron con el obispo del lugar, Richard Finn, y su secretario, Oscar Welsh. Ibadan, con casi un millón de habitantes, era la ciudad más poblada del oeste de África. Tenía la primera universidad del África subsahariana y atraía a los mejores estudiantes nigerianos y de países vecinos.
Mons. Pohlschneider deseaba ayudar al establecimiento de la labor apostólica del Opus Dei. Pedro Casciaro propuso comenzar una obra corporativa de nivel universitario que ayudase al desarrollo intelectual y cristiano del país. Se inclinaron por el proyecto de establecer una escuela de ingeniería asociada a la Universidad de Ibadan. Conocieron a algunos profesores dispuestos a ayudar, exploraron las posibilidades de empleo en la Universidad, y buscaron una casa para el primer Centro de la Obra. Edward Taiwo -que había conocido el Opus Dei siendo estudiante en Canadá, era ingeniero del Ministerio de Trabajo y una autoridad local- acordó alquilarles una casa cuya construcción estaba muy avanzada.
Con los precedentes tan positivos de esa visita, san Josemaría urgió el comienzo de la labor apostólica del Opus Dei en Nigeria. José Domingo Gabiola y Jeremy White, que habían trabajado en Strathmore College (Kenia), llegaron el 20 de octubre de 1965. Jeremy fue becado por la Commonwealth para hacer un doctorado en Historia, y José Domingo trabajó como sacerdote.
San Josemaría pidió a Seamus Timoney, profesor del University College de Dublín, que fuera a Nigeria para presentar el proyecto de una escuela de ingeniería a las autoridades de la Universidad de Ibadan y para acompañar a José Domingo y Jeremy durante sus primeras navidades en ese país. El estudio del proyecto tuvo que aplazarse por los golpes de estado del 15 de enero y del 29 de julio de 1966, que dieron lugar al comienzo de la guerra civil, el 6 de julio de 1967. Al iniciarse el sangriento primer golpe de estado, se cerraron las comunicaciones con el exterior. Cuando se restablecieron, hallaron un telegrama de don Álvaro del Portillo pidiendo noticias urgentes. El telegrama estaba fechado el 15 de enero, es decir, el mismo día en que tuvo lugar el golpe. En este tiempo san Josemaría, preocupado por sus hijos de Nigeria, rezó e hizo rezar mucho por ellos. José Domingo le escribió con frecuencia a san Josemaría, dándole noticias.
Los disturbios políticos no afectaron a la vida normal de la ciudad de Ibadan, aunque sí se notó la marcha de estudiantes y profesores de origen ibo, entre los que ya había algunos en contacto con la labor apostólica del Opus Dei.
En 1966 y 1967 llegamos Antonio Guillén-Preckler, que trabajó como profesor de Matemáticas en la Universidad de Ibadan, y yo mismo, Alberto Alós, que trabajé como profesor de Física Aplicada en la Universidad de Ife. Llegaron también dos sacerdotes. Hubo una amplia labor de formación cristiana con alumnos y profesores de Ibadán y de Ife. Luis Joaquín Muñoz, sacerdote de la Obra llegado en 1966, fue asistente del capellán de la universidad, y trató a estudiantes católicos y no católicos.
San Josemaría seguía de cerca la labor. En una carta fechada el 31 de marzo de 1967 nos escribía: "Queridísimos: que Jesús me guarde a esos hijos de Nigeria. Estoy muy contento con vuestras noticias: veréis cómo el Señor premia vuestras tareas, dando la solución apta para esa primera obra corporativa. Siempre que leo noticias de prensa sobre ese país especialmente me conmuevo y os encomiendo. Un abrazo y la mejor bendición de vuestro padre. Mariano" (Carta 31-III-1967: AGP, serie A.3.4, 287-1, 670331-1).
El 29 de septiembre de 1969 se trasladaron desde Kongi, que había sido el primer Centro del Opus Dei, a un par de casas adyacentes que albergaron Irawo University Centre. La cercanía a la Universidad favoreció el crecimiento del apostolado. Jesús Muñoz Chápuli, presbítero, llegó pocos días después del traslado. Joseph Obemeata, director de un colegio y conocido periodista, asistió al primer retiro para profesionales, el 21 de febrero de 1969. Fue el primer supernumerario del Opus Dei de Nigeria.
San Josemaría deseaba contribuir a la paz y desarrollo del país. Impulsó que algunos jóvenes recibieran formación profesional y cristiana en la Universidad de Navarra, que ofreció varias becas a nigerianos. Así, al regresar formados, podrían contribuir más eficazmente al desarrollo de su país.
En 1970, alcanzada la paz, san Josemaría animó a comenzar la labor apostólica del Opus Dei en la capital, Lagos. En septiembre de 1971, empecé a trabajar en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Lagos; Jesús Muñoz Chápuli se trasladó a Lagos en cuanto se consiguió una casa. Roberto Lozano, sacerdote, y Eduardo Schmitter, científico, ambos mejicanos, llegaron a Lagos en 1971 y 1973 respectivamente. Se inició Helmbridge Study Centre en una sede provisional, con actividades formativas para estudiantes y profesionales. En 1976 se ocupó la sede definitiva.
San Josemaría había pedido a sus hijas de Kenia que iniciasen la labor en otros países de África. Nigeria tenía roturado el terreno. El 17 de mayo de 1972 llegaron a Lagos desde Kenia dos mujeres del Opus Dei, Rosario Basterra y Olga Marlin, para empezar una escuela de secretariado bilingüe para chicas. Tenían la experiencia de una escuela similar en Nairobi. Hechos los primeros trámites, regresaron a Kenia el 7 de julio. San Josemaría, ante las noticias que le enviaron, escribió el 26 de junio de 1972 a sus hijas de Kenia urgiendo los preparativos para la labor estable en Nigeria. El 7 de noviembre, Rosario Basterra volvió a Nigeria, con la australiana Joan Gilmartin y la francesa Chantal Epie, para dar comienzo al trabajo estable. Las dos primeras habían vivido en Kenia.
San Josemaría, al volver de su catequesis por la Península Ibérica, les escribía el 6 de diciembre de 1972: "Al regresar a Roma, he encontrado vuestras cartas que me han llenado de alegría; y he dado gracias al Señor y a la Santísima Virgen, al ver los sinceros deseos de fidelidad y vibración apostólica que tenéis, para hacer la Obra en este nuevo país. Espero mucho de esa tierra maravillosa y me apoyo en vosotras..." (Carta 6-XII-1972: AGP, serie A.3.4, 303-4, 721206-3).
El 24 de enero de 1973 comenzó el Lagoon Executíve Secretarial College, escuela bilingüe de secretariado, en un edificio alquilado. En diciembre de 1972 había llegado a Lagos Imelda Wallace, de Gran Bretaña, para dirigir el College. El edificio albergó también el primer Centro de mujeres del Opus Dei, hasta que pasados unos meses se trasladaron a un chalet cercano al College. Al aumentar el número de alumnas de Lagoon College, se proyectó construir un edificio. También el Centro se quedó pequeño para las actividades de formación que se impartían a colegialas, universitarias y profesionales.
Desde diciembre de 1972 viajaron con regularidad a Ibadan. El primer Centro en esa ciudad, Imoran Study Centre, comenzó a funcionar en Awolowo Road, Bodija, en enero de 1977. Veinte años más tarde, octubre 1997, se convirtió en Imoran Centre for Social and Professional Development.
El 21 de junio de 1975, cinco días antes de su fallecimiento, san Josemaría recibió a Rosario Basterra en Roma. Se interesó mucho por su salud y por la marcha de la labor apostólica. En julio de 1975, ya fallecido san Josemaría, el Gobierno adjudicó un amplio terreno en una zona sin desarrollar y de difícil acceso, donde se levantó un college que se inauguró en el curso 1976-77. Más tarde, el 7 de julio de 1978, en el mismo terreno fue construido un nuevo edificio al que se trasladó el Centro, con el nombre de Wavecrest Study Centre.
San Josemaría conocía bien la unidad de intenciones que vivían sus hijos de Nigeria. En el viaje de catequesis que hizo en 1974, agradeció públicamente, en una tertulia que tuvo lugar en Brasil, el apoyo y las oraciones que muchas personas ofrecían desde Nigeria por su viaje, y también que, a pesar de ser un país donde escaseaban los medios, enviaran donativos para el santuario de Torreciudad (cfr. SASTRE, 1989, pp. 510, 557).
En los años posteriores al fallecimiento de san Josemaría, bajo el impulso de sus sucesores, Mons. Álvaro del Portillo y Mons. Javier Echevarría, que visitaron Nigeria en 1989 y en 1999 respectivamente, la labor del Opus Dei continuó desarrollándose. En 1977 se empezó establemente en Enugu, la capital del Estado del Este del país. Se estableció Ugwuoma Study Centre con actividades de formación para profesionales varones, y poco después se abrió Hillpoint, una residencia de estudiantes universitarios. En 1985 en Nsukka, donde se encuentra el campus principal de la Universidad de Nigeria, a 70 kilómetros de Enugu, se abrió Uhere Study Centre, una residencia para estudiantes, en un edificio de tres plantas alquilado cerca del campus. La labor del Opus Dei con mujeres empezó en Enugu en 1980 con actividades formativas para universitarias en Uzommiri Study Centre, y en Nsukka en 1997 con Greendale Study Centre. La expansión de los apostolados del Opus Dei con mujeres se notó también en Lagos: Afara, que desde julio de 1987 funcionaba como una pequeña residencia universitaria, pasó en abril de 2007 a ser Afara Leadership Centre (centro de liderazgo para universitarias), en su sede definitiva. Wavecrest College of Catering and Hospitality Management empezó como escuela hotelera en 1990 y fue aprobada como institución académica de grado medio, "Monotécnico", en 2002. Paralelamente, en los terrenos adquiridos a mediados de los setenta se constituyó el Lagoon Secundary School.
En 1990, tres médicos, fieles de la Prelatura, acordaron iniciar un hospital de diagnóstico en una sede alquilada en Enugu. Así comenzó su actividad el Niger Foundation Hospital (NFH), que en el año 2000 pudo trasladarse a su sede propia con una capacidad de cuarenta y dos camas. En 2002 se inició la construcción del lwollo Conference Centre, en lwollo, a 45 kilómetros de Enugu, donde el Hospital (NFH) tiene una antena de atención médica rural.
Con el crecimiento de los apostolados se vio oportuno empezar una casa de retiros y convivencias. En 1986 se terminó de construir Iroto Conference Centre, con un centro adyacente de desarrollo rural, Iroto Rural Development Centre, que cuenta con una escuela para campesinas, una escuela hotelera desde 1987 y una clínica dispensario desde 1996.
En 1991, se empezó Lagos Business School (LBS), una escuela de negocios para la formación de empresarios. El 9 de enero de 2002, el Gobierno de Nigeria aprobó la Pan-African University como universidad privada, y Lagos Business School pasó a ser la primera facultad de la nueva universidad. La LBS ha sido reconocida entre las mejores cincuenta escuelas de negocios del mundo en los rankings globales. En el 2004, la Universidad creó el Enterprise Development Centre (EDC) para emprendedores y en el 2007 estableció la School of Media and Communication (SMC). En el 2008, el Gobierno de Lagos concedió un espacioso terreno para un nuevo campus universitario destinado a estudios de pregrado.
También en 2002, año del centenario del nacimiento de san Josemaría, con la ayuda de la iniciativa Harambee, se inició el Institute of Industrial Technology (IIT), una escuela técnica dirigida a jóvenes de familias pobres con capacidad para desarrollar sus habilidades manuales.
Desde 1986 se realizaban viajes periódicos a Benin City desde Ibadan y Lagos para atender espiritualmente a fieles de la Prelatura, mujeres y varones, y a su labor de apostolado. Finalmente a partir de 2008 fue posible el establecimiento de un Centro para varones, Isiuwa Study Centre, y un Centro para mujeres, Tiebe Study Centre, donde se atiende la formación de estudiantes universitarios y profesionales. Desde allí se realizan viajes periódicos a Asaba y Warri.
Se realizan también viajes periódicos a Abuja, la nueva capital del país, para atender espiritualmente el apostolado de los fieles de la Prelatura en esa ciudad.
Albert ALÓS
Los nombramientos y distinciones que recibió san Josemaría, ya en la madurez de su vida, fueron de naturaleza eclesiástica, académica o civil. San Josemaría no buscó distinciones y en más de una ocasión subrayó que las condecoraciones recibidas eran el premio a la acción social o benéfica de sus hijos en las obras apostólicas del Opus Dei, pero se sintió siempre agradecido a las personas que quisieron honrarle. Mostró especial agradecimiento a la distinción que le otorgó el Ayuntamiento de Barbastro, su ciudad natal, que siempre llevó en su corazón. Se mencionan a continuación esos nombramientos y distinciones, ordenándolos según su carácter y dando algunos datos someros.
Prelado de Honor de Su Santidad: de fecha 22-IV-1947 (AAS [1947], p. 245). Solicitado por Álvaro del Portillo, Mons. Montini apoyó la iniciativa, abonó la tasa de expedición y envió a san Josemaría el diploma con una carta, donde afirmaba que este nombramiento era "una prueba, nueva y solemne, de la estima y benevolencia del Santo Padre para con el Fundador del Opus Dei". San Josemaría -que no lo deseaba- decidió aceptar el nombramiento por agradecimiento y también para dejar más clara la secularidad de los sacerdotes del Opus Dei, ya que un nombramiento de ese tipo sólo recaía en sacerdotes seculares.
Miembro Honoris Causa de la Pontificia Academia Teológica Romana, del 19-XII-1956. Firmaron el diploma el Card. José Pizzardo y Mons. Antonio Piolanti.
Consultor de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, de fecha de 23-VII-1957 (AAS [1957], p. 644), con sello de la Secretaría de Estado y la firma de Mons. Ángelo dell'Acqua.
Consultor de la Comisión Pontificia para la Interpretación Auténtica del Código de Derecho Canónico: el nombramiento, del 21-III-1961 (AAS [1961], p. 236), lleva el membrete de la Secretaría de Estado y la firma del Card. Domenico Tardini.
Doctor Honoris Causa de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, del 27-II-1960: la Junta de Gobierno de la Facultad acordó nombrar Doctor Honoris Causa a san Josemaría. En la autorización solicitada al Ministerio de Educación, el decano argumentaba que el candidato era "un aragonés ilustre, el más universal en el momento actual, licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y doctorado en Madrid, autor de publicaciones histórico-jurídicas, renovador de la pedagogía en un área mundial [y] creador de numerosos Centros de Enseñanza Superior". Por la Orden Ministerial del 21-IV-1960, se autorizaba al Rector de Zaragoza la colación del grado de Doctor (BOE, n. 128, 28-V-1960, p. 7215). La colación del doctorado se celebró en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, el día 21-X-1960, presidida por el rector, Juan Cabrera Felipe. La lección solemne de san Josemaría fue "Huellas de Aragón en la Iglesia universal", publicada después en la prensa local.
Gran Canciller de la Universidad de Navarra, del 6-VIII-1960: por el Decr. Erudiendae, de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, el Estudio General de Navarra quedó erigido en Universidad (AAS [1960], pp. 988-990). El 15- X-1960 la misma Sagrada Congregación, en virtud de los Estatutos por ella aprobados, nombró Gran Canciller de la Universidad de Navarra a san Josemaría. Firma el nombramiento el Card. Giuseppe Pizzardo.
Gran Canciller de la Universidad de Piura: En 1969 se fundó la Universidad de Piura, en Perú. Por sus estatutos, el Gran Canciller es la persona que está al frente del Opus Dei. En el momento de su fundación este cargo recayó en san Josemaría.
Vocal del Consejo Nacional de Educación: el 13-VIII-1940 se creó el Consejo Nacional de Educación, órgano consultivo del Ministerio de Educación de España. El 27-I-1941 se publicó el decreto con los nombramientos de los Vocales de este Consejo, en representación de diversos cuerpos y estamentos. San Josemaría fue nombrado Vocal "en representación de la Enseñanza Privada", junto con otros cuatro vocales del mismo estamento. El ministro de Educación, José Ibáñez Martín, conocía a san Josemaría desde 1938 y quiso contar con él en este Consejo; habló con el obispo de Madrid, también vocal, para que convenciera a san Josemaría. Eijo y Garay animó a san Josemaría, pensando en el influjo apostólico que se podía ejercer desde ese cargo. San Josemaría aceptó, pero tras percibir lo restringido de su papel, fue retirándose gradualmente. Cuando se trasladó a Roma, ya había causado baja.
Grandes Cruces: san Josemaría recibió las Grandes Cruces de Alfonso X el Sabio, San Raimundo de Peñafort, Isabel la Católica, Carlos III y de la Orden de Beneficencia. Los decretos de concesión tienen la sobriedad del lenguaje jurídico y se da como motivación un genérico "en atención a los méritos y circunstancias que concurren" en la persona.
a) Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio: Orden Civil honorífica española, creada en 1902 para premiar los méritos contraídos en los campos de la educación, ciencia, cultura e investigación. La concesión de la Gran Cruz a san Josemaría aparece en un decreto del Ministerio de Educación, del 18-VII-1951, y está firmado por el ministro, José Ibáñez Martín.
b) Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort: en 1944 se creó la Orden de la Cruz de San Raimundo de Peñafort "para premiar (...) a cuantos hayan contribuido al desarrollo del Derecho, al estudio de los Sagrados Cánones y de las Escrituras" (BOE, n. 87, 28-III- 1945, p. 2383). El Decreto de concesión de la Gran Cruz a san Josemaría es del 23-I-1954 y está firmado por el ministro de Justicia, Antonio Iturmendi Bañales.
c) Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica: la Orden de Isabel la Católica fue instituida por Fernando VII, en 1815, para "premiar la lealtad acrisolada a España y los méritos de ciudadanos españoles y extranjeros en bien de la Nación". El 1-IV-1956 se concedió la Gran Cruz a san Josemaría (BOE, n. 93, 2-IV-1956, p. 2238). El decreto está firmado por el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo.
d) Gran Cruz de la Real y Muy Distinguida Orden de Carlos III: la Orden de Carlos III fue establecida por este rey, en 1771, con el lema "virtuti et mérito", para premiar a quienes hubiesen destacado especialmente por sus buenas acciones en beneficio de España. Es la más distinguida condecoración civil que se otorga en España. El 18-VII-1960 se le concedió a san Josemaría esta Gran Cruz (BOE, n. 173, 20-VII-1960, p. 10088). El decreto está firmado por el ministro de Asuntos Exteriores, Fernando María de Castiella y Maiz.
e) Gran Cruz y distintivo Blanco de la Orden Civil de Beneficencia: esta Orden fue creada en 1856 por Isabel II, para premiar a personas que hubieran prestado servicios extraordinarios. Tenía tres distintivos, según fuera el motivo de la concesión. El blanco era para premiar servicios extraordinarios de caridad o de otro orden, como el crear entidades para atender a los necesitados. Por Decreto del 26-XI-1964 se concedió a san Josemaría la Gran Cruz y distintivo Blanco, en atención "a sus destacados servicios en el campo de la beneficencia y acción social, actuando como promotor de numerosas Instituciones benéfico-docentes y asistenciales diseminadas por todo el territorio nacional y en especial en Madrid, Barcelona y núcleos importantes de población, dedicadas a la formación cultural, profesional y moral de las clases obreras". Firma el decreto el ministro de la Gobernación, Camilo Alonso Vega (BOE, n. 290, 3-XII-1964, p. 16308). Sobre esta Gran Cruz, escribía san Josemaría al Ministro de la Gobernación: "Pienso siempre que he llegado a viejo y que el Señor ha querido que no me faltara su Santa Cruz jamás. Pero ahora he de agradecer la que han querido poner sobre mí, sin ningún merecimiento personal. Gracias, por esa gran cruz de beneficencia, que merecen mis hijos -yo no, repito-, por la continua y generosa labor que hacen con las clases más humildes de nuestra amadísima España" (Carta a Camilo Alonso Vega, Pamplona 28-XI-1964: AGP, subserie A.3-4, 281, 3).
Honorificencias concedidas a san Josemaría por el Ayuntamiento de Barbastro, su ciudad natal:
a) Hijo Predilecto de Barbastro: nombramiento recibido por acuerdo del Pleno Municipal, en la sesión del 29-IIII-1947, con ocasión del reconocimiento canónico del Opus Dei por Pío XII.
b) Dedicación de una calle: la Comisión Permanente del Ayuntamiento, en sesión del día 26-II-1964, acordó dar el nombre de Josemaría Escrivá de Balaguer a la vía más importante del Ensanche de Barbastro. Dicha vía fue inaugurada el día 29-VIII-1971, con asistencia de autoridades y colocación de la correspondiente placa.
c) Medalla de Oro de la ciudad: el Pleno de la Corporación Municipal, en sesión del día 17-IX-1974, acordó por unanimidad conceder la Medalla de Oro de la Ciudad de Barbastro a san Josemaría, en reconocimiento de los relevantes méritos de ejemplaridad y proyección universal que concurrían en su persona y a su constante atención y preocupación por el perfeccionamiento, en todos los órdenes, de los habitantes de Barbastro y su Comarca. El acto de entrega tuvo lugar el 25- V-1975.
d) Barbastrense del año: el Ayuntamiento, en sesión del 6-VIII-1975, acordó por unanimidad nombrarle Barbastrense del Año, a título póstumo, en atención a los relevantes méritos que contrajo durante su vida. Dicho título se entregó públicamente, el día 6-IX- 1975, a Pedro Zarandona Antón, del Patronato de Torreciudad.
Honorificencias concedidas por otras instituciones
Miembro Numerario del Colegio de Aragón: en un oficio de 11-V-1960, del Presidente de la Institución Fernando el Católico, dirigido a san Josemaría, se lee: "La Excma. Diputación Provincial, en sesión celebrada el 30 de abril último, acordó con fervorosa unanimidad y a propuesta de la Institución "Fernando el Católico", designar a V.E. Miembro Numerario del «Colegio de Aragón», procer categoría de selectos aragoneses, cuyos talentos y virtudes cívicas prestigian, fuera de sus ámbitos, la tierra que les vio nacer".
Hijo Adoptivo de Pamplona: en sesión celebrada el 5-X-1960, el Ayuntamiento le proclamó por unanimidad Hijo Adoptivo "como muestra de cordial admiración y gratitud a tan gran Obra y le rinde homenaje de sincero afecto". Firma el acta el alcalde, Miguel J. Urmeneta. La ceremonia del nombramiento tuvo lugar el 25-X-1960, en el Ayuntamiento.
Hijo Adoptivo de Barcelona: el 13-VIII-1964, el Pleno del Ayuntamiento acordó otorgarle el título de Hijo Adoptivo de la Ciudad "como expresión de cálido homenaje por haber ofrecido a Barcelona instituciones de relevante trascendencia y llevado hasta los confines del orbe su acendrado celo apostólico, con el hondo designio católico y ecuménico de nuestra vieja España". Firma el acta el alcalde, José María de Porcioles. La ceremonia tuvo lugar en el Ayuntamiento de Barcelona el 7-X-1966.
El tema del Marquesado de Peralta difiere de los otros honores en que, mientras aquéllos no fueron solicitados por san Josemaría, en este caso, él mismo lo solicitó pensando no en su persona sino en su padre y en su familia. El origen de este suceso está en los años cincuenta y sesenta cuando, por indicación de Mons. Del Portillo, algunos fieles del Opus Dei se ocuparon de recoger documentos para escribir una biografía de san Josemaría. Entre otras cosas, elaboraron una genealogía con documentación de los archivos parroquiales del Somontano de Barbastro, y descubrieron lazos directos de parentesco con personajes de la nobleza aragonesa. En 1965, Mons. Del Portillo decidió que se reconstruyera el árbol genealógico completo, investigando en los distintos archivos de la Corona de Aragón y de Viena. Consultaron luego a Gregorio Arranz Alonso, letrado del Ministerio de Justicia, y a Adolfo Castillo Genzor, experto genealogista e historiador del Reino de Aragón. El dictamen fue que la familia Escrivá de Balaguer y Albás tenía derecho a dos títulos: la Baronía de San Felipe, por entrambas líneas, y el Marquesado de Peralta, por línea materna.
Cuando informaron a san Josemaría de estos derechos, rehusó solicitar los títulos y la investigación quedó suspendida. Más tarde, Mons. Del Portillo volvió sobre el tema, y lo presentó como un deber de justicia con su familia: la rehabilitación, que, como primogénito, le correspondía a él, podía ser un modo de compensar tantos sacrificios y ayudas de su familia al Opus Dei. Ante este nuevo planteamiento, decidió reexaminar el caso, consciente de las habladurías y críticas que recibiría si tomaba una decisión positiva. Meditó sobre el asunto y pidió consejo a personas prudentes. Tuvo especial peso el parecer del Card. Arcadio María Larraona: la rehabilitación del título -le dijo- no sólo era un derecho, sino, en su caso, una obligación.
Tras esto, realizó los trámites previstos, asumió personalmente toda la responsabilidad y rogó a los fieles del Opus Dei que, ante los comentarios críticos que surgieran, hicieran oídos sordos y no salieran en su defensa. La documentación fue preparada por Castillo Genzor. Las gestiones administrativas fueron rápidas. La instancia se llevó al Ministerio de Justicia el 15-I-1968. Pasado el plazo legal de tres meses sin impugnación alguna, el 26-IV-1968 se presentó la documentación pertinente. El 24-VII-1968 se firmó el decreto que reconocía al solicitante el título de Marqués de Peralta (BOE, n. 186, 3-VIII-1968, p. 11539). El despacho de rehabilitación lleva fecha de 5-XI-1968. San Josemaría, como había decidido desde el comienzo, jamás hizo uso de este título, ni lo utilizó en sus documentos personales. Pasados cuatro años -era de rigor mantener un tiempo de espera-, san Josemaría cedió el título a su hermano Santiago, quien el 1-VIII-1972 solicitó oficialmente la sucesión del título de Marqués de Peralta (BOE, n. 187, 5-VIII-1972, p. 14232).
Constantino ÁNCHEL