Se recuerda que las anotaciones introducidas por el editor aluden a diversos aspectos del texto, y se atienen a la numeración de sus párrafos. En dichas anotaciones, siempre referidas a ideas o palabras contenidas en el respectivo párrafo, se incluyen, distinguiéndolos, pasajes de la predicación oral del autor que están en la base de la homilía [tb/…], datos de crítica textual y notas del editor propiamente dichas. Se aconseja leer primero con atención cada párrafo completo del libro (1a, 1b, etc.), y sólo después las respectivas anotaciones.
1a "La plenitud de sus mandamientos, que es la caridad".– Alude el autor en esta frase a la íntima relación entre seguimiento de Cristo y caridad, aspectos esenciales de la vocación cristiana: respectivamente su modo de ejercicio y su plenitud. De uno y otra se habla por extenso en la tradición espiritual cristiana, con apoyo en el Nuevo Testamento. Vuelven con frecuencia a estas páginas; e iremos señalando oportunamente los matices.
1b "Han acompañado vuestra decisión de esforzaros por vivir enteramente la fe".– La homilía está fundada, como sabemos, en la meditación predicada por san Josemaría el 2 de diciembre de 1951, a la que asistían personas que, en efecto, habían tomado la decisión de vivir enteramente la fe cristiana, pues seguían fielmente su vocación personal en el Opus Dei. Al dirigirse ahora también a otros fieles cristianos, la fórmula utilizada ("vuestra decisión de esforzaros por vivir enteramente la fe") debe entenderse como sinónima de "vuestra decisión de vivir enteramente la vocación cristiana", y como una exhortación a tomar tal decisión.
"Sin falsas humildades".– Por "falsa humildad" ha de entenderse la opuesta a la verdadera que es, como enseña Cristo, la del corazón (cfr. Mt 11, 29). Ésta es la humildad interior, fundada en la aceptación y el compromiso personal con la verdad y con Dios. La falsa, por el contrario, no responde a un sincero compromiso interno con la verdad, y por tanto, tampoco con Dios. Es sólo apariencia externa. "Humildad –escribe san Josemaría en Amigos de Dios, 96a– es mirarnos como somos, sin paliativos, con la verdad. Y al comprender que apenas valemos algo, nos abrimos a la grandeza de Dios: ésta es nuestra grandeza". Santa Teresa de Jesús escribe: "Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante –a mi parecer sin considerarlo, sino de presto– esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad; que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira" (Santa Teresa de Jesús, Las Moradas, Moradas Sextas, capítulo 10, 7; cfr. Santa Teresa de Jesús, Obras completas, BAC, Madrid 1954, págs. 466-467).
1c "Ser apóstol de apóstoles".– De nuevo hemos de situarnos en el contexto de aquella meditación de 1951, dirigida a unos fieles cristianos que habían recibido también la vocación a la Obra, a los que el fundador hablaba en términos de vocación personal específica (vocación de cristianos, pero con la misión específica de desarrollar, entre los hombres, el Opus Dei, al servicio de la Iglesia). Ahora, en el texto de la homilía de 1972, san Josemaría está hablando a todos de la naturaleza profunda de la vocación cristiana como un seguimiento personal de Cristo ("empeñarte seriamente en seguir a Cristo"), dotado de una inseparable finalidad apostólica. Y prácticamente no tiene que cambiar la frase. Por otra parte, con la fórmula aquí utilizada: "ser apóstol de apóstoles", entramos en un estrato más profundo de la enseñanza de san Josemaría sobre la vocación y misión apostólica del cristiano corriente que, aceptando la llamada bautismal ("respondiste que sí a Dios"), se ha empeñado de lleno en vivir el ideal de la vida cristiana en medio de las actividades cotidianas, y se esfuerza en que también otros lo abracen y lo propaguen. Otros pasajes en los que el autor utiliza esa expresión en el mismo sentido se pueden ver, por ejemplo, en: Es Cristo que pasa, 147d; Surco, 202; Forja, 871 y Camino, 811 y 920. La literalidad de la expresión "apóstol de apóstoles", trae a la memoria a Santa Teresita del Niño Jesús, que la utiliza en su Historia de un alma, en referencia a su propia vocación de carmelita (cfr. Ms/A fol 50r; MEC 5, 1996, p. 175; vid también fol 56r, pp. 189s; cit. en P. Rodríguez, 2003, comentario al n. 811 de Camino). Podría quizás pensarse que san Josemaría la ha tomado de ella (así parece entenderlo F. Gallego Lupiáñez, en su artículo: Influencia de Santa Teresita del Niño Jesús en el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, en: "Carmelus" 47 (2000) fasc 1, pp. 91-108, aquí 105 ss). Nada puede, sin embargo, afirmarse al respecto con plena certeza. En todo caso, es evidente la diferencia de contexto y de sujeto de referencia en ambos. Vid. también, Camino, ed. crít.-hist., comentario a los puntos 811 y 791; cfr. asimismo, G. Derville, Une connaissance d’amour. Note théologique sur l’édition crtitico-historique de "Chemin" (II), en: "Studia et Documenta", 3 (2009) 277-305; aquí, pág. 292 nt. 257. En la tradición latina se encuentra la expresión "apostolorum apostola" aplicada a María Magdalena, en un sentido evidentemente distinto al señalado aquí para "apóstol de apóstoles"; cfr. Juan Pablo II, Exh. ap. Ecclesia in America, nt. 14, que incluye las siguientes referencias: "Salvator… ascensionis suae eam (Mariam Magdalenam) ad apostolos instituit apostolam" (Rábano Mauro, De vita beatae Mariae Magdalenae, 27: PL 112, 1574). Cfr. San Pedro Damián, Sermo 56: PL 144, 820; Hugo de Cluny, Commonitorium: PL 159, 952; Santo Tomás de Aquino, In Joh. Evang. expositio, 20, 3.
"Porque te dio la gana".– La expresión del idioma castellano: "dar la gana", es una locución verbal que significa "querer" (cfr. Real Academia Española, Diccionario panhispánico de dudas, 1ª ed., octubre 2005). San Josemaría la utiliza aquí, y en otros lugares, para significar la respuesta afirmativa del cristiano a la llamada de Dios, que es un acto máximo de ejercicio de libertad personal ("porque te dio la gana") realizado siempre al mismo tiempo bajo el influjo de la gracia ("que es la razón más sobrenatural"). La frase encierra, sin duda, una visión teológica profunda de la persona y de la respuesta a la vocación personal. Se encuentra usada en el mismo sentido en Es Cristo que pasa, 184d, y parcialmente en Amigos de Dios, 35d; también, aunque en el sentido de realizar libremente, como un hijo, la voluntad de Dios, se halla en Es Cristo que pasa, 17b, y en Forja, 15.
1d [tb/m511202a]: "Elegit nos in ipso ante mundi constitutionem –leemos en la epístola de san Pablo a los de Éfeso– ut essemus sancti (Ephes. 1, 4). Desde antes de la constitución del mundo nos ha elegido el Señor, para que seamos santos. Desde la eternidad había puesto los ojos en ti y en mí. Nos ha escogido a cada uno en particular, no porque fuéramos mejores o valiéramos más que los demás. Tú eres sólo un instrumento. ¿Acaso se enorgullece el pincel, por haber sido instrumento para elaborar una obra maestra? Su papel es dejar hacer al pintor, no estorbar la labor del artista".
"Nos ha escogido antes de la constitución del mundo, para que seamos santos".– Se advierten, implícitos en todo el párrafo, los elementos básicos de la noción de vocación cristiana: a) libre, eterna y amorosa elección de Dios; b) llamada divina como manifestación (por cauces exteriores e interiores a la persona) de esa elección; c) toma de conciencia por parte del hombre de ser llamado; d) respuesta libre y afirmativa al llamamiento; e) certeza, en el elegido, de la absoluta desproporción entre la grandeza de la vocación recibida y la propia condición personal; f) finalidad de la llamada: la santidad (entendida, como se verá, como plena identificación con Cristo). A estos elementos básicos se unen, en cada caso, los más propios o específicos, que determinan el camino vocacional al que Dios convoca al elegido. San Josemaría se refiere habitualmente –es doctrina fundacional específica– a la vocación del "cristiano corriente", escogido para permanecer y santificarse en el lugar que ocupa en el mundo, en su vida de trabajo en medio de la sociedad.
"¿Se levanta acaso un monumento a los pinceles de un gran pintor?".– Este sugestivo contraste entre el mérito de los pinceles y el del gran pintor que los utiliza, aplicado a la gratuidad de la vocación divina (cfr. también Camino, 612), guarda cierto paralelismo con lo que escribe Santa Teresita, al hablar de sí misma como un pincelillo que Dios ha escogido para pintar su imagen en las almas que le han sido confiadas: "no al pincel sino al artista que lo maneja debe él (el lienzo) la belleza de que está revestido. El pincel, por su parte, no podría gloriarse de la obra maestra realizada por él. Sabe que los artistas no hallan obstáculos, que se ríen de las dificultades, y que se complacen a veces en escoger instrumentos débiles y defectuosos…" (Manuscrito C, fol. 20vº).
2 "Los Apóstoles, hombres corrientes".– Tomando como referencia la llamada de Cristo a sus primeros discípulos, el autor meditará, en los párrafos sucesivos, sobre la desproporción entre la grandeza de la vocación y la misión recibida por aquellos hombres, y la normalidad –o, incluso, la poquedad– de sus condiciones personales. Es una idea que, en realidad, brota del propio Nuevo Testamento; un ejemplo es la famosa pregunta de san Pablo: "¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías, como si no lo hubieras recibido?" (1Co 3, 5-4, 7).
2c [tb/m511202a]: "Aquellos primeros eran hombres rudos: no entendían las enseñanzas más sencillas del Maestro, hasta el punto que en una ocasión le piden: explícanos la parábola (Mt 15, 15)".
2d [tb/m511202a]: "Eran envidiosos, soberbios y puntillosos: disputaban con frecuencia entre sí para ver quién sería primero en el reino de los cielos. De amor a Jesús, andaban regular".
2e [tb/m511202a]: "¿Y de fe? ¡Poca!, a pesar de los grandes milagros de que eran testigos. Se habían alimentado del pan de la multiplicación, habían visto entrar la luz en los ojos de los ciegos, enderezarse los miembros entumecidos de un paralítico, resucitar muertos… ¡Y no creían en el Señor! Sólo Pedro, a impulsos del Espíritu Santo tiene un amago de fe: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Matt. 16, 16)".
2g [tb/m511202a]: "Así eran los Apóstoles elegidos por el Señor, aunque había alrededor varones rectos, virtuosos, a los que no llamó. Sin embargo, escoge a estos Doce para hacerlos pescadores de hombres".
3c "En la base de la vocación".– Al hilo del razonamiento, el autor va haciendo referencia a los elementos que componen la noción teológico-espiritual de vocación cristiana que maneja, constituida por la conjunción de la llamada bautismal a identificarse con Cristo y la respuesta afirmativa (toma de conciencia) del bautizado. En este párrafo han sido mencionados dos de esos elementos: a) la gratuidad de la llamada y de los dones sobrenaturales que permiten tomar conciencia –aquí y ahora– de esa elección; y b) la finalidad de la llamada personal, expresada en términos paulinos como llamada a la santidad, que consiste, con otras palabras, en la identificación progresiva con Cristo.
3d [tb/m511202a]: "La mano de Dios os ha tomado de un trigal, os ha elegido entre millones. El Divino Sembrador aprieta en su mano llagada ese puñado de granos –granos de oro–, y los baña con la Sangre preciosa que brota de sus Llagas. (…) Luego, el Señor abrirá su mano y os lanzará a voleo por el mundo; os lanzará lejos, muy lejos, o cerca, (…) para llevar las almas a la santidad, que es acercarlas a Dios, unirlas a Dios".
"La mano de Cristo nos ha cogido de un trigal".– La hermosa imagen del cristiano –llamado por Dios con vocación personal– como trigo que Cristo toma en su mano llagada, lo empapa en su sangre y lo siembra a voleo en el mundo, es característica de san Josemaría. Así expresa, poéticamente, otros elementos pertenecientes a la noción de vocación cristiana como participación consciente en el misterio de Cristo, como son la unión a su sacrificio redentor y la colaboración en su misión salvífica. Volveremos a hallarla más adelante (cfr. infra, 150b, y 157a). La misma imagen se encuentra expresada, con particular fuerza, en Forja, 894: "(…) Cristo Jesús, Buen Sembrador, a cada uno de sus hijos nos aprieta en su mano llagada –como al trigo–; nos inunda con su Sangre, nos purifica, nos limpia, ¡nos emborracha!…; y luego, generosamente, nos echa por el mundo uno a uno: que el trigo no se siembra a sacos, sino grano a grano". La contemplación del apostolado cristiano como una siembra generosa de la Palabra de Dios, tiene su origen en la enseñanza de Cristo recogida en Mt 13, 3ss (parábola del sembrador). En san Josemaría es frecuente calificar esa acción apostólica como "siembra de paz y de alegría", pues esos son los bienes que nos llegan de Cristo (cfr. infra las anotaciones a 30f, 124a, 168g).
4b A partir de este párrafo comienza a advertirse el influjo en el texto de la homilía de la segunda meditación (m511202b) predicada por san Josemaría en el retiro del 2-XII-1951.
[tb/m511202b]: "Me diréis: Padre, pero esto no es fácil… Y no os faltará razón, porque todos llevamos dentro los enemigos de Dios y de nuestra felicidad. San Juan nos los describe en una de sus cartas: concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum et superbia vitæ (1 Iohan. 2, 16); todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida".
"No encuentro otra enumeración mejor".– Juicios semejantes se advierten en toda la tradición espiritual cristiana. San Beda el Venerable, por ejemplo, afirma de 1Jn 2, 16 que "estas pocas palabras describen todo género de vicio existente" (Sobre la 1ª Carta de Juan, in loco; cfr. Tratados sobre las Cartas católicas, CCL 121). El lector hallará en los párrafos siguientes de la homilía un análisis penetrante, no obstante su brevedad, de la actuación de esos enemigos de la santidad en el alma.
5a [tb/m511202b]: "Concupiscencia de la carne. No se trata sólo de la tendencia desordenada de los sentidos, ni de la apetencia sexual, que se domina, por amor".
5c "No es negación, es afirmación gozosa".– La presentación de la castidad y de la pureza como "afirmación gozosa", es característica del autor (cfr. infra, 25d; también, por ejemplo, Amigos de Dios, 177d, 182b y 189c, y Conversaciones, 121d). San Josemaría siempre enfoca la práctica de esas virtudes según una óptica alegre y positiva, como "decidida afirmación de una voluntad enamorada". A menudo confiaba a sus hijos una íntima persuasión: "Soy casto porque tengo un Amor". Estas enseñanzas y formulaciones, venían de él desde antiguo; así lo ilustran, por ejemplo, unas palabras de Fernando Valenciano, que conoció a san Josemaría en 1939, siendo un joven estudiante universitario: «Recuerdo que, en 1942, en un curso de retiro, dirigió una meditación sobre este tema impulsándonos a progresar en la castidad, diciéndonos: "La castidad es una afirmación gozosa. Soy casto por tener un amor. Nuestro cuerpo es de Dios". Esto lo repitió a lo largo de los años» [Cfr. Positio super vita et virtutibus Servi Dei Iosephmariae Escrivá de Balaguer. Studio critico delle virtù. Castità eroica (Roma 1988)]. La expresión "afirmación gozosa" es utilizada después en libros de espiritualidad al hablar de la castidad, e incluso se encontrará en un documento del Pontificio Consejo para la Familia: Sexualidad humana: Verdad y significado. Orientaciones educativas en familia, 8-XII-1995, n.17.
6a [tb/m511202b]: "Otro enemigo es la concupiscencia de los ojos: los sentidos que se vuelven como locos, los ojos que se quedan como pegados a las cosas terrenas, y también, por eso mismo, no saben descubrir las realidades sobrenaturales, ansiosos sólo de mirar todo lo que les agrada, de satisfacer la curiosidad".
6c [tb/m511202b]: "Último enemigo, la superbia vitae, la soberbia; el deseo de figurar, de llamar la atención; el yo que intenta ocupar el primer plano. ¡Yo, yo, yo!… ¡Valiente cosa! Éste sí que es un enemigo imponente, el peor de los males, la raíz de todos los descaminos. Por eso, la lucha contra la soberbia ha de ser constante, que no en vano dicen que este vicio muere veinticuatro horas después de fallecer el individuo".
7 "La misericordia de Dios".– Los párrafos que vienen a continuación son una muestra de la honda devoción de san Josemaría a la misericordia divina, frecuente tema de su meditación personal y de su enseñanza. Está ampliamente documentada, por ejemplo, la hondura y la antigüedad en el tiempo de su devoción al Amor Misericordioso; cfr. al respecto, F. M. Requena, San Josemaría Escrivá de Balaguer y la devoción al Amor Misericordioso (1927-1935), en "Studia et Documenta" 3 (2009) 139-174, donde se estudia asimismo la relación, en san Josemaría, entre la mencionada devoción y dos dimensiones inseparables y de gran importancia en su vida espiritual: la filiación divina y la infancia espiritual. Es digna de ser notada la gratitud con que la misericordia divina es mencionada asiduamente en Es Cristo que pasa y en sus demás obras. Cfr., por ejemplo, infra, 33f, 34e, 67a, 78b, 82c, 85a, 88e, 121a, 138b, 140d, 146b, 155a, 161a, 162a, 185c, 186d; cfr. también, Amigos de Dios, 33b, 42b, 74a, 104a, 116c, 131b, 145c, 168a, 215a, 249d, 253a, 309a; Camino, 93, 309; Surco, 601; Forja, 71, 293, 476, 862, 897. En muchos de esos pasajes, en efecto, la misericordia de Dios se pone particularmente en relación con el don de la filiación divina. La confianza en la misericordia divina es señal fehaciente de que el cristiano, por encima de las dificultades internas y externas, vive de fe, de esperanza y de amor, abandonado en su Padre Dios. Los santos han caminado siempre por esa vía del abandono en las manos misericordiosas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, firmemente seguros de la confianza de Dios en ellos y la de ellos en Dios.
7e "Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia".– El autor cita el texto de Hb 4, 16, referido a la misericordia divina, sin aludir aquí a su latente dimensión mariana (María, cauce de la misericordia divina), que él mismo pondrá, en cambio, de manifiesto en distintas ocasiones a partir del 23 de agosto de 1971, apoyado en una particular luz de Dios. Ese día, en efecto, como relata uno de sus biógrafos, "después de celebrar misa y dar gracias, estaba leyendo el periódico cuando sintió que, con gran nitidez y fuerza irresistible, se imprimía en su alma una locución divina: Adeamus cum fiducia ad thronum gloriae ut misericordiam consequamur. Vayamos confiadamente al trono de la gloria para obtener misericordia" (Vázquez de Prada, III, p. 609). El biógrafo señala a pie de página: "La variante respecto al texto de la epístola a los Hebreos 4, 16 es: trono de la gloria, en lugar de trono de la gracia. Explicaba el fundador que la Señora es trono de la gloria en virtud de su constante e inseparable intimidad de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por medio de su intercesión nos dirigimos a Dios, apelando humildemente a su misericordia".
8a [tb/m511202b]: "Tú tienes que ser, decíamos, instrumento. Y necesitas emplear los medios aptos para vencer en esta pelea. Esos medios se reducen a dos: vida interior y formación intelectual, que para ti, ahora, se concreta en estudiar. Vida interior, en primer lugar". [Nota del editor: Entre aquellas palabras de la meditación de 1951: "formación intelectual, que para ti, ahora, se concreta en estudiar", y las redactadas en 1972 para nuestra homilía: "formación doctrinal, el conocimiento profundo de nuestra fe", no existen divergencias pues el estudio de quienes asistían a aquella meditación estaba principalmente centrado en materias teológicas].
"…como ejes vivos de la conducta cristiana".– Vida interior y sólida preparación doctrinal, piedad y doctrina, constituyen para el autor la base permanente de la conducta y la actividad apostólica del cristiano. "No cabe separar la semilla de la doctrina de la semilla de la piedad" (Forja, 918).
8b "Llevo más de un cuarto de siglo".– Es interesante señalar cómo el autor, cuando hace referencia en sus textos a un elemento central de su enseñanza (en esta ocasión, la vida interior del cristiano corriente; en otras, el trabajo ordinario santificado; la unidad de vida, etc.) suele remitir –aunque aquí sólo implícitamente– a 1928. Con ello está señalando, aun sin decirlo, que tal doctrina no es tanto suya cuanto de Dios, que se la ha inspirado con la luz fundacional. Cfr., por ejemplo, Es Cristo que pasa, 20a, 122b; Amigos de Dios, 59a, 81a, 117c, 210a. La expresión "más de un cuarto de siglo" es una referencia –redondeada por abajo, y formulada con frase coloquial– a la distancia que media entre 1928 y la fecha de redacción definitiva de este texto.
"Describo la vida interior de cristianos corrientes".– Sigue a esa frase una sencilla descripción del "cristiano corriente", destinatario principal de estas enseñanzas del autor. Encontraremos más referencias a dicha figura en pasajes sucesivos del libro, y se irán resaltando entonces sus características. Lo mismo cabe ahora decir de dos nociones que aparecen en este párrafo: "oración continua" y "endiosamiento", que serán analizadas más adelante [cfr., para "oración continua": 116a; 119a; 174a / y para "endiosamiento": 103a].
8c [tb/m511202b]: "¿Cómo vas de oración? ¿No sientes la necesidad de endiosarte? ¿No has experimentado nunca durante el día, fuera de los momentos dedicados a la oración –quizá en medio del trabajo o de otra actividad externa–, el impulso fuerte de ponerte en contacto íntimo con Dios, unos deseos enormes de charlar con Él? (…) Y en esos momentos, cuando quizá os arde el corazón de amor a Dios, tenéis que decirle: Señor, eso me lo guardo para luego".
"Como un zarpazo en el alma".– "Una de las notas que mejor caracterizan el lenguaje que san Josemaría emplea en su predicación es que contiene expresiones breves que resultan especialmente gráficas o resaltan por inusuales" (J. Paniello, Las "Homilías" de San Josemaría, cit., 30). Aquí encontramos dos ejemplos: "… el amor de Dios se palpa…", "… como un zarpazo en el alma". Si la primera de esas frases quiere subrayar la certeza que el "alma de oración" alcanza del amor que Dios le tiene, la segunda hace hincapié en la intensidad a la que puede llegar la experiencia personal del amor de Dios, o del enamoramiento de Dios.
8d "Lucha cristiana de amor y de paz".– El empeño apostólico de los cristianos es aquí calificado por el autor como: "lucha cristiana de amor y de paz". El término "lucha", u otros semejantes (batalla, guerra, combate, etc.) quiere aquí significar el ahínco y constancia ("emplearte a fondo") con que se ha de llevar a cabo la acción apostólica. Pero lo característico de esa "batalla" cristiana, por llevar a los hombres a Cristo y a la Iglesia, es que se trata de una lucha de amor y paz. En san Josemaría tiene siempre connotaciones gozosas y positivas, inseparables a la vez del sacrificio y constancia que comporta. Gustaba denominarla: "¡hermosísima guerra de amor!", y empleaba a veces la frase latina: in hoc pulcherrimo caritatis bello! He aquí tres ejemplos tomados de sus meditaciones: "Nosotros estamos combatiendo una hermosísima guerra de amor y de paz: in hoc pulcherrimo caritatis bello! Tratamos de llevar a todos los hombres la caridad de Cristo, sin excepción de lenguas, ni de naciones, ni de circunstancias sociales" (Apuntes tomados de una meditación, 29-II-1964, en Mientras nos hablaba en el camino, p. 243, en AGP, Biblioteca, P18). "Por todos los caminos de la tierra nos quiere el Señor, sembrando la semilla de la comprensión, de la caridad, del perdón: in hoc pulcherrimo caritatis bello!, en esta hermosísima guerra de amor, de disculpa y de paz" (Apuntes tomados de una meditación, 7-VI-1964, en Mientras nos hablaba en el camino, p. 270, en AGP, Biblioteca, P18). "Como soldados de Cristo, hay que pelear las batallas de Dios. In hoc pulcherrimo caritatis bello! No hay más remedio que tomarse con empeño esta hermosísima guerra de amor, si de verdad queremos conseguir la paz interior, y la serenidad de Dios para la Iglesia y para las almas" (Apuntes tomados de una meditación, en En diálogo con el Señor, II-1972, p. 152, en AGP, Biblioteca, P09).
8e [tb/m511202b]: "La oración, en nuestra vida espiritual, ha de ser como el latir del corazón. Tu alma debe latir en todo momento para Dios".
"Como el latir del corazón".– Esta idea –quizás inspirada en el Decenario al Espíritu Santo de Francisca Javiera del Valle (cfr. p. 68, de la col. Patmos, Rialp, Madrid, 1954)– está también en la base de Forja, 518.
"Sin esa presencia de Dios no hay vida contemplativa".– Sobre la importante noción de "vida contemplativa" en la enseñanza de san Josemaría, iremos haciendo diversas anotaciones en pasajes posteriores del libro. Cfr., por ejemplo, infra, 107, 119 y 174, con sus respectivas notas.
9a "Para santificarse, el cristiano corriente…".– La conjunción de adjetivos como: ordinario, corriente, diario, cotidiano, normal, etc., y de sustantivos como: existencia, trabajo, ocupación, circunstancia, etc., es habitual en los escritos de san Josemaría. El Papa Juan Pablo II llegó a denominarlo "el santo de la vida ordinaria" (Bula de canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, 6-X-2002: "Romana" 35 (2002) 194), o "el santo de lo ordinario" (Discurso a los participantes en la ceremonia de canonización, 7-X-2002: "Romana" 35 (2002) 208). La expresión "cristiano corriente", en ese contexto, encierra una noción teológico-espiritual característica del patrimonio doctrinal del fundador. El "cristiano corriente" de san Josemaría es el fiel cristiano que, en la normalidad de su existencia cotidiana, se sabe llamado por Dios a la santidad y se esfuerza en alcanzarla bajo la luz y el modelo de la existencia terrena de Cristo. La santificación del trabajo y de todas sus actividades ordinarias constituye, en ese sentido, el cauce de su lucha por identificarse con Cristo. Los textos –como el presente– en que tal noción es mencionada, suelen dar razón de alguna de sus características. Aquí se alude implícitamente a su condición laical y secular (indoles saecularis), y al nervio de su vida espiritual.
"La mortificación no es más que la oración de los sentidos".– Con esa idea –de la que no conocemos precedentes–, ofrece san Josemaría una definición sencilla y profunda de la mortificación cristiana (interior y exterior, corporal y espiritual). Procede seguramente de su personal experiencia. En la ed. crít.-hist. de Camino, el editor pone esa frase en relación con el n. 222 del libro ("Que tu voluntad exija a los sentidos, mediante la expiación, lo que las otras potencias le niegan en la oración"), que tiene su origen en un texto del autor, de 1932. Una idea semejante puede verse en Surco, 259.
9b "La vocación cristiana es vocación de sacrificio".– Sacrificio, penitencia, expiación, reparación, inmolación, renuncia: conceptos distintos pero cercanos, vistos aquí como notas de la "vocación cristiana", es decir, como aspectos de la vocación del cristiano a la santidad, pues no es posible seguir a Cristo sin tomar la Cruz (cfr. Mt 16, 24; Mc 8, 34; Lc 9, 23). No faltan tampoco –como rasgos asimismo distintivos– la alegría y la paz.
9c "… sin preocuparnos de Cuaresmas y de Témporas…".– San Josemaría está dirigiéndose en estos párrafos –al igual que en el resto del libro– al cristiano corriente, para quien la vida de cada día ha de ser camino de santificación. Predica una santidad esforzada y plena, en la que no puede por tanto faltar el sacrificio y la renuncia (la Cruz), pero buscada y alcanzada en la vida ordinaria, en la normalidad de lo cotidiano. La frase que anotamos está llena de sentido del humor; el propio uso del plural (Cuaresmas y Témporas) lo pone de manifiesto. Con el nombre de "Témporas" se denominaban determinados tiempos litúrgicos relacionados con el principio de las estaciones del año y, en consecuencia, con los trabajos agrícolas de la siembra, la cosecha, etc. Por su propia situación en el calendario decían también referencia, por su proximidad, a los grandes tiempos litúrgicos de adviento y navidad, cuaresma y pascua. Eran, en ese sentido, periodos en los que la Iglesia exhortaba a la oración y a la penitencia.
9e "La mortificación es la sal de nuestra vida".– En conexión con lo que ha dicho anteriormente acerca de esos grandes enemigos de la santidad, y continuando el razonamiento sobre la mortificación como nota distintiva del seguimiento de Cristo, va a mencionar aquí el autor un tema característico de la tradición espiritual cristiana: la mortificación en "cosas pequeñas". Como la sal, usada en dosis equilibradas, sazona los alimentos, así también la mortificación frecuente en pequeñas cosas da sabor de autenticidad a la existencia cristiana. Nuestro autor conecta en este punto con una tradición espiritual de fuerte raigambre en la Iglesia, representada principalmente por santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz y Santa Teresita del Niño Jesús (cfr. E. G. Hennessey, La noción de "cosas pequeñas" en cuatro autores espirituales del "Siglo de Oro" español, Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Roma 2009); se puede cfr. también A. Rodríguez, S.I., Ejercicio de perfección y virtudes cristianas, 1, 1, caps. 9-10, Ed. Testimonio, Barcelona 19953. El tema de las cosas pequeñas reaparece en otros momentos de Es Cristo que pasa (cfr., por ejemplo, infra, 37c, 82f, 172b).
10 "La fe y la inteligencia".– Este n. 10 de la homilía, dada la variedad, hondura y continuidad de las cuestiones mencionadas, sutilmente relacionadas entre sí por un hilo de fondo, es un pasaje muy significativo –de gran interés teológico–, en el conjunto del libro. El primer parágrafo (10a) destaca la importancia de la piedad filial en el trato con Dios. El segundo (10b) subraya el necesario equilibrio entre vida de piedad y formación intelectual, para evitar que la vida espiritual se deslice hacia el sentimentalismo. En párrafos sucesivos (10c-10d) se aborda con sencilla profundidad la cuestión de la "supuesta incompatibilidad entre la fe y la ciencia, entre la inteligencia humana y la Revelación divina", que es rechazada por san Josemaría desde los grandes principios antropológicos cristianos: de una parte, la persona humana, imagen de Dios, y de otra la conjunción en ella, por voluntad de Dios, entre los dones de naturaleza y de gracia. En el penúltimo párrafo (10e) se halla la luz, siempre encendida en san Josemaría, que procede del carisma fundacional: "no hay tarea humana que no sea santificable, motivo para la propia santificación y ocasión para colaborar con Dios en la santificación de los que nos rodean". En el último párrafo (10f) se sintetiza todo lo anterior por medio del concepto central en san Josemaría de "unidad de vida".
10a "Como niños pequeños delante de Dios".– Siempre dio gran importancia el autor en su respuesta personal a Dios a la "vida de infancia espiritual", cuyas características están expresadas, muy en síntesis, en estas pocas líneas. Su pensamiento en este punto está todavía esperando una atenta investigación histórico-teológica. El concepto de vida cristiana de infancia es, en san Josemaría, esencialmente cristocéntrico, y se halla en íntima relación –como señala con acierto P. Rodríguez en la ed. crít.-hist. de Camino, pp. 945-946– con la noción de filiación divina, también cristocéntrica. Precisamente por eso ambas nociones están empapadas del sentido de la Cruz. Puesto que el tema reaparece en la homilía sobre el Espíritu Santo, nos remitimos a lo que allí se dice (cfr. 135c). Sobre la noción de infancia espiritual en san Josemaría, cfr. Santo Rosario, edición crítico-histórica preparada por P. Rodríguez (dir.), Rialp, Madrid 2010, págs. 81-100 ("Teología y Espiritualidad en Santo Rosario").
10b "Piadosos, pues, como niños: pero no ignorantes".– El equilibrio entre vida de piedad y conocimiento de la doctrina es una cualidad deseable en todo bautizado, sea cual fuere su estado. Aquí debe tenerse en cuenta que el autor está dirigiéndose principalmente a los fieles laicos, hombres y mujeres, que viven su vocación y misión de cristianos en medio de la sociedad, en la que han de saber dar "razón de su esperanza" (cfr. 1P 3, 15) con su ejemplo y su palabra. La frase final del párrafo: "Piedad de niños y doctrina segura de teólogos", es no sólo original en su literalidad sino, sobre todo, representativa del modo de entender el autor la formación espiritual e intelectual del fiel corriente, en coherencia con su vocación y misión apostólica.
10c "El afán por adquirir esta ciencia teológica".– San Josemaría, que alentó la creación de universidades y centros de estudios superiores de inspiración cristiana en todo el mundo, quiso también que allí se cultivase la ciencia teológica al máximo nivel, en diálogo con los demás saberes, y que se facilitase a los profesores y alumnos –con respeto a la libertad de las conciencias– un conocimiento profundo de la fe y del pensamiento cristianos. Promovió también planes específicos de formación filosófica y teológica de los que se benefician incontables fieles laicos, que se capacitan para llevar a cabo con su propia vida profesional, y consecuentemente en la sociedad, un adecuado diálogo fe-razón.
10d [tb/511202b]: "Toda labor científica verdadera conduce a la verdad, y la Verdad con mayúscula es Cristo. El Señor ha dicho: Ego sum veritas (Iohan. 14, 6). Yo soy la verdad. Luego ningún católico puede tener miedo a la verdad, ni a una investigación que sea verdaderamente científica".
10e [tb/m511202b]: "Con nuestra vocación, es como si te hubieran subido del fondo de un valle a la cumbre de una montaña. (…) No te quedes en el fondo del valle, en la tarea concreta que te ocupa. Sube a las montañas altas de los lados para adquirir visión de conjunto".
"No hay tarea humana que no sea santificable, motivo para la propia santificación y ocasión para colaborar con Dios en la santificación de los que nos rodean".– Esta doctrina, en la que las nociones cristianas de santidad, trabajo y apostolado se asocian inseparablemente entre sí, y se prestan –bajo el primado de la primera– mutua cobertura hermenéutica, pertenece al núcleo más específico y genuino del espíritu fundacional de san Josemaría. Aparecerá con frecuencia en todas sus obras y, también, por tanto, en estas páginas. De nuevo se debe destacar que, en su raíz, dicha doctrina brota de la penetración carismática de san Josemaría en el misterio del Redentor. Basten aquí, por ahora, como testimonio elocuente, estas palabras: "Nos hemos fijado en el ejemplo de Cristo, que pasó la casi totalidad de su vida terrena trabajando como un artesano en una aldea. Amamos ese trabajo humano que Él abrazó como condición de vida, cultivó y santificó. Vemos en el trabajo –en la noble fatiga creadora de los hombres– no sólo uno de los más altos valores humanos, medio imprescindible para el progreso de la sociedad y el ordenamiento cada vez más justo de las relaciones entre los hombres, sino también un signo del amor de Dios a sus criaturas y del amor de los hombres entre sí y a Dios: un medio de perfección, un camino de santidad" (Conversaciones, 10b).
10f "Una unidad de vida sencilla y fuerte".– La noción de "unidad de vida", como ya se ha indicado, es característica del patrimonio teológico-espiritual de san Josemaría, en el que ocupa además un lugar central. Verdadero verbum breviatum de su enseñanza sobre la conjunción entre santidad, trabajo y apostolado en el seguimiento de Cristo, posee una gran riqueza de perfiles que se irán mostrando conforme lo exijan los textos. En el presente párrafo, el autor desvela el fundamento inmediato de la unidad de vida: la oración continua, tal como es aquí descrita, es decir, como "el trato continuo con Él, de la mañana a la noche" en el trabajo, en el descanso, en los actos de piedad, en las relaciones con los demás, etc. Ese diálogo permanente con Dios –esa presencia continua suya, que en 11d será contemplada como el "nervio" de la unidad de vida–, sólo puede estar sostenido, en último extremo, en el amor a Dios y a todas las criaturas por Dios. Así, pues, la unidad de vida se asienta, en definitiva, sobre la base sólida de la caridad sobrenatural (exige, por tanto, la vida de la gracia en el alma), y se alimenta del trato continuo con Dios. Y en esa misma medida, crece o decrece. El contenido global de la noción quedó expresado por en el Decreto Primum inter de aprobación definitiva del Opus Dei y de sus Constituciones (16-VI-1950), que, describiendo el espíritu de la Obra, pone de manifiesto: "un doble aspecto, ascético y apostólico, que se corresponden plenamente, y que están intrínseca y armónicamente unidos y compenetrados con el carácter secular del Opus Dei, de tal manera que siempre impulsa y lleva necesariamente consigo, una sólida y sencilla unidad de vida" (§ 27). Cfr. A. de Fuenmayor, V. Gómez Iglesias, J. L. Illanes, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Eunsa, Pamplona 1990 4, pág. 240. Para profundizar en esta importante noción teológico-espiritual de san Josemaría, cfr. E. Burkhart – J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría : estudio de teología espiritual, Rialp, Madrid 2012, vol. III: "Epílogo: Unidad de vida". La noción de unidad de vida fue utilizada posteriormente por Juan Pablo II en la Exh. ap. Christifideles laici, 17, 34, 59. Ya el Concilio Vaticano II había acudido también a esa noción en el Decreto Presbyterorum Ordinis, 14.
11a "Hemos visto la realidad de la vocación cristiana".– Sintetiza el autor dicha realidad en dos aspectos, que en último extremo se remontan a los que caracterizaron la vocación de los primeros discípulos: unión con Cristo y misión apostólica (cfr. Mc 3, 14). El párrafo describe la misión apostólica del cristiano, mediante cuatro expresiones de contenido semejante aunque con matices teológicos distintos (llevar almas a la santidad; acercarlas a Cristo; unirlas a la Iglesia; extender el reino de Dios en todos los corazones). Hace asimismo hincapié en el otro aspecto constitutivo: la unión personal con Cristo ("entregados…; muy suyos").
11c "En una ocasión vi un águila encerrada".– La escena descrita tuvo lugar en Valladolid, en el jardín del Colegio de Nuestra Señora de Lourdes, dirigido por los Hermanos de la Doctrina Cristiana, donde san Josemaría predicó un retiro espiritual a universitarios, el 29 de junio de 1940. Uno de los asistentes, A. Taboada del Río, recuerda, en efecto, que: "Al terminar el retiro, visitamos la huerta del colegio con el Padre y nos detuvimos delante de una jaula grande donde se hallaba un águila desplumada, que comía desperdicios y no daba ningún indicio de querer volar" (cfr. AGP, serie A.5 (Testimonios), leg. 219, carp. 1, exp. 6).
"Humildes alturas".– El propio autor escribe en letra cursiva la fórmula: "humildes alturas", para significar así más expresamente la antítesis que esos términos forman. En el estilo literario de san Josemaría son relativamente frecuentes esos contrastes (cfr. J. Paniello, Las homilías…, 66).
11e [tb/m511202b]: "Pide a tu Madre la Virgen (…) que te ayude a poner en práctica estos propósitos. (…) María Santísima hará que seas alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo".
"Alter Christus, ipse Christus".– La caracterización del cristiano como alter Christus, ipse Christus, es decir la contemplación teológica del misterio del que es portador en cuanto configurado con Cristo en el bautismo, es como una corriente de imponente caudal que atraviesa toda la obra oral o escrita del autor. En este último párrafo de la homilía aparece ese modo de decir ex abrupto, pero en realidad, es un tema del que san Josemaría trata de manera extensa en otras homilías de Es Cristo que pasa, que habían sido publicadas por separado antes que lo fuera ésta aunque luego se hayan situado en el libro después de ella. Podría ser comentada ahora, pero es preferible hacerlo más adelante, en especial al anotar la homilía Cristo presente en los cristianos, que es cronológicamente la primera de las que componen libro (cfr. infra, 102-116).
12b Viene corr autógr ] Y viene penúlt redac
[tb/m631224]: "Sentí la necesidad –fue en el 51, si no me equivoco– de consagrar la Obra, este Opus Dei, a la Virgen, a nuestra Madre Santa María. Y fui con D. Álvaro a Loreto, en un viaje duro. Yo dije la Misa allí. La quise decir con mucho fervor, pero no conté con el fervor de la muchedumbre. No había calculado que el 15 de agosto es una fiesta muy grande, y que todas las campesinas y los campesinos –aquellos hombres recios– de los contornos, con la fe bendita de esta tierra y con el amor que tienen a la Madonna, acudían ese día a Loreto, y su piedad les llevaba a manifestaciones no del todo apropiadas para alguien que mire –cómo diré yo– solamente a las leyes rituales de la Iglesia".
"Por un motivo entrañable".– Tal "motivo entrañable" fue la Consagración del Opus Dei al Corazón Dulcísimo de María, el 15 de agosto de 1951, en la Santa Casa de Loreto. En momentos de graves dificultades externas a la Obra, san Josemaría, intuyendo por gracia de Dios los daños que se cernían sobre el Opus Dei, acudió a Nuestra Señora, en un viaje penitente, buscando protección y fortaleza, que le fueron concedidas. Los hechos están narrados por sus biógrafos; cfr. por ejemplo, Vázquez de Prada, 3, 117 ss.
"Con la fe bendita de esta tierra".– El texto está redactado en Italia, y a petición de una revista de ese país. Se publicó también, como sabemos, por vez primera, en lengua italiana, casi a la par que en castellano.
12c [tb/m631224]: "Porque mientras yo besaba el altar, había tres o cuatro campesinas que lo besaban a la vez. Estuve distraído, pero no me hizo daño aquello; me emocionaba. Me distraía también ver (…) en aquella Santa Casa, que la tradición confirmada por la arqueología asegura que es la casa donde vivieron Jesús, María y José, (…) encima de la mesa del altar, en lo que hace como de retablo, (…) escritas esas palabras conmovedoras: "Hic, Verbum caro factum est".
"Mientras besaba yo el altar cuando lo prescriben las rúbricas de la Misa".– Se está relatando un hecho sucedido en 1951. El Misal Romano vigente en aquel tiempo era el que había sido editado, por la autoridad de San Pío V (cfr. Const. Ap. Quo Primum tempore, 13-VII-1570), tras el Concilio de Trento, y mantenido por los Romanos Pontífices –con ligeras variaciones– a lo largo de los siglos. En el rito de la Misa se incluían, entre otras, las rúbricas a las que se refiere san Josemaría, que desaparecieron del Misal Romano en la edición típica de 1970, publicada con la autoridad de Pablo VI con motivo de la renovación de los libros litúrgicos, posterior al Concilio Vaticano II. Hoy en día, por la autoridad de Benedicto XVI (cfr. Motu proprio Summorum Pontificum, 7-VII-2007: AAS 99 (2007) 777-781), ambas ediciones del Misal Romano –la anterior a 1970 y la posterior– están vigentes.
"Aquí, en una casa construida por la mano de los hombres (…) habitó Dios".– La Santa Casa de Nazaret, situada en el interior del Santuario de Loreto, es según una antigua tradición –que se remonta al siglo XIII– la casa habitada por la familia de la Virgen María en Nazaret, y, como se dice en la homilía, "el lugar donde vivieron Jesús, María y José". Allí tuvo lugar la Encarnación del Verbo. La reliquia fue llevada a Italia después de la caída del reino de los cruzados en Tierra Santa. Los estudios sobre las piedras, así como los graffiti (más de 60; algunos de indudable origen paleocristiano), y otros documentos, confirman la autenticidad del sacro recinto. San Josemaría acudió con devoción a la Santa Casa en diversas ocasiones, además de la narrada en esta homilía. De su presencia ha quedado constancia en una lápida situada en el interior del Santuario –que recoge los nombres de otros muchos santos y beatos que, como él, lo visitaron–, y también en un paseo (el "Percorso San Josemaría") que sube al Santuario describiendo siete curvas, cada una con dos estaciones del Via Crucis, y que fue inaugurado en 2008 por el Obispo del lugar y por el Obispo Prelado del Opus Dei. En ese Via Crucis, los bajorrelieves de la Pasión se completan con citas del texto del mismo nombre escrito por san Josemaría.
13a "Y es perfectus Deus, perfectus homo".– Como ya se ha dicho, el binomio "perfectus Deus, perfectus homo", que define la realidad divino-humana del Verbo Encarnado, ocupa un lugar importante en la visión cristológica de san Josemaría, quien lo utiliza con frecuencia. Cabría decir, entendiéndolo bien –pues ambas expresiones son inseparables al hablar de Cristo–, que en este pasaje de la homilía (y en otros que vendrán después) el acento principal recae sobre el perfectus homo, esencial para entender el significado no sólo del Cristo pascual, muerto y resucitado, sino también del Cristo de la vida escondida en Nazaret, Modelo de vida ordinaria santificada, fuente luminosa y permanente de luz para san Josemaría. Como ha señalado el autor en la nt. 2, la fórmula: [Iesus Christus] "perfectus Deus, perfectus homo, ex anima rationali et humana carne subsistens", pertenece al Credo o Símbolo Quicumque vult, profesión cristiana de fe compuesta probablemente a comienzos del siglo V en el sur de la Galia, y con fuerte apoyo en la teología agustiniana (cfr. DzH, 75). Dicho Símbolo, conocido también como Atanasiano (o Pseudo-Atanasiano, dado que hoy se acepta que su autor no fue san Atanasio) ha gozado, desde antiguo, de gran veneración en la Iglesia universal, como expresión de la fe en la Santísima Trinidad y en Jesucristo, Hijo de Dios y Redentor del género humano.
13b [tb/m631224]: "Jesús que se hace carne, y es perfectus Deus, tiene que conmover a todos los cristianos. Yo lo estoy. Querría dejaros pocas cosas, pero muy claras; y una de éstas es que, para llegar a la Trinidad Beatísima, paso por María y por ella llego hasta Jesús, perfectus Homo, perfectus Deus. (…) Iesus Christus Deus Homo. Y esto es lo que hemos de contemplar, mis hijos, esto es lo que hemos de ver y lo que hemos de agradecer. A este Señor que ha venido a dar paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. ¡No a los ricos ni a los pobres, que éste es un modo de pensar que seguramente hará mucho daño! ¡A los hermanos! Que hermanos de Dios somos, porque somos hermanos de Jesús, hijo de la Virgen Santísima". [Nota del editor: Como ya ha sido advertido, los pasajes, como el presente, designados [tb/…], pertenecen a materiales procedentes de la predicación oral de san Josemaría, tomados al oído. Los transcribimos tal como se encuentran en la ficha que dejó el oyente, a quien se debe la puntuación, el estilo redaccional, etc.].
"Su Madre es nuestra Madre".– Siempre, de un modo u otro, explícita o implícitamente, reaparece en estas páginas –y, en general, en la enseñanza del autor– la referencia a la escena del Calvario (cfr. Jn 19, 26-27), en la que se nos da a María como Madre. La "experiencia particular del amor materno de Santa María", tan señalada en su propia biografía espiritual, es una vía de progreso y maduración en la vida cristiana que san Josemaría no se cansaba de recomendar. Por ejemplo, con estas palabras: "Es tu Madre y tú eres su hijo; te quiere como si fueras el hijo único suyo en este mundo. Trátala en consecuencia: cuéntale todo lo que te pasa, hónrala, quiérela. Nadie lo hará por ti, tan bien como tú, si tú no lo haces" (Amigos de Dios, 293b).
13c en vuestra oración corr autógr ] con Dios penúlt redac
[tb/m631224]: "¡No hay más que una raza, la raza de los hijos de Dios! ¡No hay más que un color, el color de los hijos de Dios! Y (…) no hay más que una lengua, ésa que se habla con el corazón y la cabeza, la que estáis hablando vosotros con Jesús en este momento: la lengua de las almas contemplativas. Una lengua que no tiene ruido de palabras, pero que tiene mil mociones en la voluntad, que tiene claridad en el entendimiento, que tiene afectos en el corazón, que tiene decisiones de vida recta, ¡de bien, de luz, de paz!".
"No hay más que una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios".– La frase y la idea son características del autor. Las volveremos a encontrar más adelante (cfr. infra, 106e). Mons. Javier Echevarría explicaba así, hace años, su significado: "Desde el primer momento de la fundación del Opus Dei, el Beato Josemaría era consciente de que Dios le llamaba a ampliar las fronteras de su corazón para abrazar innumerables criaturas de razas y culturas muy diversas, y experimentó la alegría y la responsabilidad de cumplir esa misión. Desde entonces brotó de su boca un grito que expresa el deseo de un amor sin límites: «no hay más que una raza: la raza de los hijos de Dios»" [Homilía, en: "Romana" 28 (1999) 90].
13d "Necesitamos aceptar el misterio por la fe y, también por la fe, ahondar en su contenido".– La frase, y más aún el entero párrafo, manifiestan el equilibrio teológico y espiritual –alejado de todo racionalismo y de todo fideísmo– con el que la inteligencia cristiana se esfuerza por penetrar en los misterios sobrenaturales. Las Homilías de este libro, una a una, así como el entero volumen, constituyen un claro ejemplo de dicho equilibrio.
14a [tb/m631224]: "He querido siempre ver a Cristo Señor nuestro, así, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y lo he querido ver como Doctor, como Maestro, cuando es todavía un niño, y está tres días lejos de su Madre, enseñando a los doctores del pueblo de Israel. Lo he contemplado así porque quiero aprender de Él, y para aprender de Él lo mejor que puedo hacer es tratar de conocer su vida".
"Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro".– Contemplar a Jesús Niño como Maestro y Doctor, queriendo aprender de Él, es un rasgo de la piedad cristocéntrica de san Josemaría, poco frecuente en los autores espirituales, como tampoco es habitual en la iconografía. En esta última, en efecto, lo tradicional desde los primeros siglos es –entre otras muchas formas que aquí no hacen al caso– encontrar representaciones de Cristo como Doctor o Maestro con la figura de un hombre adulto, con túnica talar, que sostiene el Evangelio en una mano mientras bendice con la otra, etc. No es habitual, sin embargo, la representación del Niño Jesús como Maestro o Doctor, aunque no faltan algunas que reproducen la escena del Niño sentado entre los doctores del Templo y disputando con ellos (cfr. Lc 2, 46). Aunque la devoción a Jesús en los misterios de su infancia tiene una larga tradición, que pasa por san Francisco de Asís, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz y tantos otros santos hasta nuestros días, tampoco es común que esos autores contemplen al Niño como Maestro o Doctor. Sí lo hace, en cambio, el beato Giacomo Alberione (1884-1971), fundador de la "Familia Paulina" –que fue beatificado por Juan Pablo II en 2003–, gran propagador de la devoción a Jesús Maestro. La portada del primer número de la revista "Famiglia cristiana" (1931), promovida por él, estaba dedicada a Jesús Niño bendiciendo en actitud de Maestro.
14b [tb/m631224]: "Quiero reproducir su vida en nosotros, los hijos de Dios en el Opus Dei, a fuerza de leer la Sagrada Escritura, de meditarla; a fuerza de rezar, de orar; la vida de Cristo está aquí, dentro de la cabeza, como una magnífica película a todo color. Y le vemos niño, y nos lo imaginamos ayudando en la casa de José y de María, y luego, como he dicho, con los Doctores".
"Hemos de reproducir, en la nuestra, la vida de Cristo, conociendo a Cristo".– Siendo el cristiano "otro Cristo", como enseña el autor con la tradición de la Iglesia, es lógico que conciba el desarrollo de la vida cristiana en el hombre, como el proceso de reproducir la vida de Cristo, a través del conocimiento, la imitación y el trato personal con el Modelo. Palabras semejantes a éstas se leen en otros textos del autor; por ejemplo, en Forja, 418 ("La vida de Jesucristo, si le somos fieles, se repite en la de cada uno de nosotros de algún modo"), y 886 ("Quiero reproducir la vida de Cristo en los hijos de Dios, a fuerza de meditarla, para actuar como Él y hablar sólo de Él").
14c "Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros…".– En la brevedad de este párrafo se encierran aspectos centrales de la doctrina espiritual del autor, a los que será necesario volver en diversos momentos. Ahora nos limitamos a resaltar un matiz. San Josemaría contempla siempre la vida escondida de Jesús en Nazaret como una existencia ordinaria ("la vida común del pueblo de su tierra", escribe en el párrafo siguiente), semejante a la de los demás, sus iguales: una vida de trabajo, de relaciones familiares, de amistades, de convivencia con todos … Pero al mismo tiempo subraya con intensidad que es la vida del Hijo de Dios hecho hombre: una existencia humana llena de caridad sobrenatural, de sentido de misión, de afán de redención… El significado de la existencia ordinaria del Redentor proyecta de modo permanente su resplandor sobre el significado del existir del "cristiano corriente", que es otro Cristo en medio de la sociedad.
considerado corr autógr ] pensado foll.MC86, 34§2.
[tb/m631224]: "Y, por muchas vueltas que le demos, nos llenamos de admiración, que siempre es poca, por esos treinta años de oscuridad, que son los que (…) vivimos nosotros".
14d fabri filius corr autógr ] filius fabri foll.MC86, 34§3.
[tb/m631224]: "Porque nuestra vida es la vida común, la vida ordinaria de nuestros compañeros: como la suya, que era filius fabri, el hijo del carpintero. Después los tres años de vida pública. ¡Aquel clamor, aquellas miradas…!".
"Estaba atrayendo a sí todas las cosas".– Las referencias a Jn 12, 32 en los textos de san Josemaría –aunque estén hechas, como aquí, de modo implícito– merecen ser resaltadas siempre, por la especificidad del significado que ese pasaje evangélico tenía para el autor, en virtud de una especial iluminación de Dios. Puede sintetizarse dicho significado en la exhortación, tantas veces repetida por el fundador a los miembros del Opus Dei y, por extensión, como en este libro, a todos los cristianos a "poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas", a través de la propia existencia diaria santificada. Como el tema reaparece en distintos momentos en el libro, en contextos más apropiados al comentario, nos remitimos a esos pasajes (cfr., por ejemplo, infra, nn. 182-183).
15b cumplir, en todo, corr autógr ] cumplir en todo penúlt redac
[tb/m631224]: "Allá arriba, en aquella casa de Uffici, como fruto de una meditación hecha hace muchos años, hay un repostero en el que se lee aquel: Potestis bibere calicem hunc quem ego bibiturus sum? Possumus! Es la respuesta de Santiago y Juan. Y se hizo aquel repostero que está en la pared. Possumus, possumus, possumus! Y un gran campo sembrado de cruces y de corazones. Hijos míos, que esta pregunta nos la hace el Señor a vosotros y a mi, y quizás nos la hace –yo estoy convencido de que nos la hace– porque yo no me la quería hacer. Potestis bibere calicem hunc quem ego bibiturus sum? ¡Vuestra entrega! (…) ¿Le habéis dado el corazón entero? ¿La habéis condicionado? ¿Hay algo que no va? ¿Y lo sabéis, y no lo queréis purificar?". [Nota del editor: Con la mención a "aquella casa de Uffici", el autor se refiere a una determinada zona de los edificios conocidos en conjunto como "Villa Tevere", en una de cuyas salas de estar tenía lugar esa meditación ante el belén. En un paño de pared de aquella casa fue colocado, por indicación de san Josemaría, el repostero al que hace alusión. El simbolismo de las cruces y corazones es evidente al hilo de las palabras de san Josemaría: la entrega plena del corazón a Cristo ha de estar acompañada de una lucha ascética permanente, que lo guarde enteramente para Él].
15c me veo corr autógr ] yo me veo foll.MC86, 35§3.
[tb/m631224]: "Esto será cosa Suya, porque yo no me lo quería preguntar. Así, os lo habéis preguntado vosotros, y mientras yo, con ruido de palabras, hago mi oración, vosotros, que no estáis como sacos de arena sino moviéndoos por dentro, cada uno de vosotros está diciéndole al Señor: Señor, qué poco valgo; Señor, qué cobarde he sido tantas veces; Señor, cuántos errores en aquella ocasión, y aquí y allá. Y podéis decir aún: y menos mal que me has tenido de tu mano, porque yo soy capaz de todas las infamias. ¡No me sueltes, no me dejes, trátame siempre como a un niño! Que sea yo un hombre fuerte, recio, valiente, entero. Pero trátame como a un niño, llévame de tu mano, Señor, y haz que tu Madre también me coja de la otra mano. Y así: Possumus!". [Nota del editor: Es preciso insistir, siguiendo una indicación de Mons. Javier Echevarría, en que al hacer referencia a estos pasajes tomados por oyentes, la puntuación puede ser personal, poco precisa. De eso se quejaba, a veces, bromeando san Josemaría con la frase: "me hacéis decir lo que no he dicho"].
15d "Jesucristo nos enseña este camino divino y nos pide que lo emprendamos".– El camino al que alude el autor –pienso que podría ser llamado: camino del possumus– es el de la cooperación del cristiano en la obra de la redención a través de la santificación del trabajo y de las demás actividades cotidianas, siguiendo a Cristo: "camino divino" (la redención) "que Él ha hecho humano y asequible a nuestra flaqueza" (con su Encarnación y con el ejemplo de su vida ordinaria). Lógicamente, sin que en ningún momento falte en el camino del cristiano la Cruz.
15e modelo corr autógr ] ejemplar foll.MC86, 37§2.
16a [tb/m631224]: "Yo muchas veces he ido a buscar, como es lógico, la definición, la biografía de Jesús en la Escritura. Y sobre todo la encontré una vez (…) con dos palabras hace el Espíritu Santo la biografía de Jesús, pertransiit benefaciendo. ¡Toda la vida de Jesucristo en la tierra, desde su nacimiento hasta su muerte, pertransiit benefaciendo!".
"La biografía de Jesús en la Escritura".– La mención de esa "biografía" es un modo de plasmar de manera sencilla y breve la impronta del Modelo que se nos propone. Es interesante ver cómo lee san Josemaría el pertransiit benefaciendo ("llenó sus días haciendo el bien") de Hch 10, 38, y cómo lo liga a Mc 7, 37 (bene omnia fecit), que traduce en clave de trabajo bien hecho: "todo lo acabó bien, terminó todas las cosas bien". En resumen: "no hizo más que el bien", tanto en relación con los demás como respecto al propio trabajo y a las cosas de cada día. He ahí, en el espejo del Maestro, el ideal de la santidad cristiana.
16b [tb/m631224]: "Y tú y yo, ¿qué? Una mirada también, a ver si tienes algo que reparar. Yo sí, yo tengo mucho que reparar. Y como me creo incapaz, y como ya hemos dicho al hacer la oración preparatoria, y lo sabéis muy bien los que habéis estudiado teología, que sin Él no podemos hacer nada, vamos a Él por medio de su Madre otra vez. Esos coloquios de las almas que aman a Jesucristo, esas conversaciones íntimas, Madre mía y Madre nuestra… Y yo no digo más, porque eres tú el que tiene que hablar, según tu propia necesidad; yo, por dentro, en este mismo momento, mientras digo estas cosas generales, estoy aplicándome personalmente la doctrina a mi necesidad personal".
"Vamos tú y yo al Señor, a implorar su asistencia, por medio de su Madre".– En estas palabras, y en todo el párrafo, se advierte un rasgo característico de las meditaciones predicadas por san Josemaría. Se dirigía no sólo a los que le escuchaban, sino que eran también para él oración personal: diálogo interno –e incluso, muchas veces, explícito– con el Señor. Aconsejó siempre a los sacerdotes que procurasen hacer oración mientras predicaban.
17a [tb/m631224]: "¿Qué hizo el Señor para hacer tanto bien y sólo bien por dondequiera que pasó? Hay otra biografía en el Santo Evangelio, que también en castellano tiene dos palabras, en latín tres: erat subditus illis. Les obedecía. Hoy que el ambiente está lleno de desobediencia, de murmuración, de trapisonda, de enredo, hemos de amar la obediencia".
"Otra biografía de Jesús".– Otra imagen abreviada de su vida humana santa. Es interesante advertir, también en este pasaje, que el autor entiende el significado cristiano de la obediencia desde el profundo sentido filial (es decir, según Cristo) de la libertad cristiana, que aquí como en tantos otros lugares subraya con intensidad.
17c [tb/m631224]: "Dios Nuestro Señor, al darnos su gracia, esta gracia maravillosa, divinísima de la vocación, es como si nos tendiera una mano amorosa, llena de fortaleza, porque conoce nuestra debilidad. Pero exige que hagamos el pequeño esfuerzo de coger su mano, que nos ha acercado Él. Hemos de ser humildes, sentirnos hijos y amar esa obediencia bendita, esa paternidad bendita".
"El espíritu del Opus Dei, que he procurado practicar y enseñar desde hace más de treinta y cinco años".– La referencia al espíritu del Opus Dei (así como, implícitamente, a la fecha fundacional, 2-X-1928), permite comprender que san Josemaría considera su vibrante amor a la libertad personal (la libertad que Cristo nos ha conseguido a todos en la Cruz) no como un hallazgo o una adquisición suya, sino como una nota inseparable del carisma fundacional. Ese inmenso amor a la libertad de los hijos de Dios es algo que el Señor ha infundido en su alma, con imborrable intensidad, como rasgo propio del espíritu de santificación que ha de difundir. La última frase del párrafo resume bien su enseñanza.
17d "Para que Él nos haga verdaderamente libres".– De nuevo una alusión a la libertad con la que Cristo nos ha liberado (cfr. Ga 5, 1), "la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rm 8, 21), cuya plenitud se alcanza –como vemos en Cristo– en la obediencia a la Voluntad divina. En todos estos párrafos el discurso del autor gira en torno a la íntima conjunción entre libertad y obediencia (a Dios o a los hombres por Dios, cfr. 17e-f), que configura cristianamente ambas nociones. Libertad personal y obediencia –y con la obediencia, el servicio– no se contraponen en Cristo, y así, análogamente, no han de contraponerse en el "otro Cristo", sino integrarse mutuamente para ser verdaderas.
17g una significación divina corr autógr ] un sentido divino penúlt redac
"Dios no nos impone una obediencia ciega, sino una obediencia inteligente".– Establece san Josemaría el contraste entre "obediencia ciega" y "obediencia inteligente", y en referencia a la segunda habla también de "las luces de nuestro entendimiento". La expresión "obediencia inteligente" es característica de su modo de comprender el sentido de la noción de obediencia cristiana, así como de enseñar el ejercicio de la virtud. Siempre exhorta a vivirla, como escribe a continuación, siguiendo el ejemplo de Jesús y de María (también el ejemplo de san José; cfr. infra, 42f). En la doctrina del autor, la cualidad de "inteligente" aplicada a la obediencia significa que la concibe como un acto plenamente humano, que se debe realizar con la mayor perfección posible. La inteligencia no impide el ejercicio de la obediencia cristiana sino, más bien al contrario, facilita su puesta en práctica con convicción: descubriendo ahí la voluntad de Dios. La noción de "obediencia inteligente" es siempre presentada por el autor en compañía de ciertas cualidades propias, como son la constancia, la prontitud, la alegría, la madurez, la libertad, la fidelidad…, etc.
17h propio sufrimiento y en el de los corr autógr ] en el sufrimiento de los penúlt redac
18a "Cristo me dice y te dice que nos necesita, nos urge a una vida cristiana sin componendas".– Si a un autor espiritual se le preguntara qué entiende por "una vida cristiana sin componendas", es probable que la respuesta incluyera –como leemos en esta frase final– el aspecto de "entrega", como identificación con la voluntad de Dios, así como el de "alegría" y buen humor, como efecto de lo mismo. San Josemaría incluye también un tercer aspecto –la "vida de trabajo"– en verdad imprescindible en su comprensión de la "vida cristiana sin componendas". Trabajo, añadiría él, humanamente bien hecho, sin ceder a la mediocridad, a la medianía, santificado en cuanto ofrenda a Dios y santificador en cuanto ocasión de dar a conocer a Cristo a los demás. Cabría aludir también aquí a las cualidades antes mencionadas en relación a la obediencia [cfr. anotación a 17g].
18b "La eficacia redentora de nuestras vidas sólo puede actuarse con la humildad".– El autor contempla a lo largo de la homilía la existencia humilde del Verbo Encarnado, desde su nacimiento en Belén, para iluminar con esa luz la existencia del cristiano corriente. En ese contexto hace referencia a "la eficacia redentora de nuestras vidas". Tal frase no debe dejarse pasar sin más si se quiere captar, desde la perspectiva justa, toda la enjundia teológica tanto de la noción de "alter Christus" como la de "ipse Christus". La vocación cristiana enriquece con un significado global nuevo la existencia de quien la abraza: un sentido de misión evangelizadora, de "corredención" con Cristo. Pero aporta también algo más, que podría denominarse capacidad instrumental al servicio de la obra redentora, es decir, eficacia apostólica. El "alter Christus" contribuye de hecho a la prolongación en la historia de los efectos de la obra redentora de Cristo, y de ese modo –haciendo presente a Cristo– participa de su eficiencia: es también, participadamente, "ipse Christus".
18c muchas almas corr autógr ] personas penúlt redac
"Su origen radica en la falta de propio conocimiento".– San Josemaría, como lo confirma el inicio del párrafo sucesivo, se está refiriendo a la "humildad de corazón", que es signo de identidad en Cristo (cfr. Mt 11, 29). Hemos aludido a este aspecto en una nota anterior [cfr. supra, 1b]. La humildad de corazón significa conocimiento y aceptación de uno mismo, es decir, compromiso interior –en el corazón y en la inteligencia– con la verdad. Su consecuencia es la paz. Lo propio de Jesucristo, que es el Verbo de Dios encarnado, en Quien se manifiesta toda la verdad de Dios y del hombre, es la humildad de corazón, y la paz. El párrafo 18c contiene importantes principios para la dirección espiritual de las almas.
19a "No me aparto de la verdad más rigurosa…".– La frase se encuentra casi textualmente también en otra de Forja, 274: "No me aparto de la verdad teológica, si te digo que Jesús está buscando todavía posada en tu corazón".
19b [tb/m631224]: "Jesús, ¿cómo obedeciste tú? Usque ad mortem, mortem autem crucis. Hasta la muerte y muerte de cruz".
19c [tb/m631224]: "Hijos míos, en estos treinta y seis años yo he visto entre vuestros hermanos muchos actos heroicos: si dijese otra cosa mentiría. He llorado flaquezas de hermanos vuestros y mías. He visto muchos actos heroicos, y muchas veces he tenido la impresión de vivir entre santos, capaces de obedecer usque ad mortem, mortem autem crucis (…) por la Iglesia Santa, por el Romano Pontífice, por el bien de las almas, por servir".
19d "Nuestro único triunfo ha de ser el de la humildad".– Este reencuentro con el título que quiso el autor para la homilía, permite al lector comprender mejor las razones que le movieron a escribirla y a llamarla así.
20a tantas corr autógr ] varias penúlt redac
"Desde 1928 comprendí con claridad que Dios desea que los cristianos tomen ejemplo de toda la vida del Señor".– Como se dijo más arriba, las referencias del fundador a la fecha fundacional deben entenderse como una forma delicada de afirmar que la doctrina a la que se está refiriendo –en este caso, el significado de los años de vida escondida de Jesús en Nazaret y su luminosa ejemplaridad para la vida del cristiano corriente– pertenece a la esencia misma del espíritu que Dios le inspiró cuando quiso que naciera la Obra en servicio de la Iglesia. Pueden verse alusiones semejantes a 1928, por ejemplo, en: Es Cristo que pasa, 122b; Amigos de Dios, 59a, 81a, 117c, 210a; Conversaciones, 17b, 26b, 34b, 55b, 71b.
20b "Sueño –y el sueño se ha hecho realidad– con muchedumbres de hijos de Dios".– Cuando el autor redactaba estas palabras, a finales de 1968, el espíritu del Opus Dei se había difundido por todo el mundo, y eran innumerables las personas que lo vivían. Que un fundador haya podido ser testigo, por la misericordia de Dios, de tal extensión de los frutos de su misión, constituye un hecho histórico destacable.
"Vuestra vocación humana, vuestra profesión, vuestras cualidades, no sólo no son ajenas a sus designios divinos (…)".– De nuevo la luz de la vida escondida de Cristo en Belén y en Nazaret, aquí desde el aspecto de su obediencia y "ofrenda gratísima al Padre", y entendida también –en Cristo y en los cristianos– como servicio a todos los hombres, en "las circunstancias ordinarias de la vida", entre los "iguales a nosotros", en la "vida de ciudadanos corrientes", etc. Es una nueva evocación del genuino mensaje de santidad cristiana propio del espíritu de san Josemaría.
21a "Se han abierto los caminos divinos de la tierra".– Esta expresiva fórmula está relacionada, en el pensamiento del autor, con su doctrina acerca de la llamada de los cristianos a la santidad, en y a través del fiel cumplimiento de su trabajo y de sus restantes deberes ordinarios. Encierra, al mismo tiempo, una afirmación teológica (Cristo, con su encarnación redentora, ha convertido "los humanos quehaceres en trabajos divinos"), y una exhortación apostólica (hay que anunciar a los hombres que "todas las tareas nobles pueden ser ocasión de un encuentro con Dios") (cfr. Instrucción, V-1935/IX-1950, n. 1); otros pasajes del mismo tenor pueden verse en: Conversaciones, 26b, 34b, 59e; Amigos de Dios, 67b, 163a, 314d; Forja, 553). La expresión como tal es antigua en el lenguaje espiritual del autor; por ejemplo, en el volumen "De Spiritu", 1950 (ed. 1963), p. 14, n. 26 (cfr. AGP, DI-3-2), se puede leer: "Vocati sumus ut omnes mundi vias percurramus et vias divinas in terris aperiamus, quamobrem conviventiam desideramus cum omnibus hominibus colere". Como en pasajes anteriores, también ahora dejamos señalado que más adelante, al hilo de los textos, volveremos a esta cuestión.
21b "Vivir la vida de los hijos de Dios".– En esta idea, repetida muchas veces por el autor, se inspira el libro de F. Ocáriz – I. de Celaya, Vivir como hijos de Dios: estudios sobre el beato Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 1993.
21c "Podemos continuar nuestro examen personal".– En el contenido de las preguntas que el autor dirige en este párrafo a sus interlocutores (estar llamado a ser otro Cristo, vivir la vida de Cristo en la vida ordinaria, etc.), queda implícitamente manifiesto el núcleo de su doctrina, y algunas claves profundas de su aportación a la común tradición espiritual y pastoral de la Iglesia.
21d "La Cruz será también Resurrección, exaltación".– A través de su particular comprensión, por don de Dios, de la exaltación de Cristo en la Cruz (cfr. Jn 12, 32), el pensamiento de san Josemaría encierra una teología de la cruz llena de nuevos fermentos. Está esperando a ser desarrollada. Aquí apuntan algunos aspectos: la Cruz de Cristo es dolor, sufrimiento y muerte, pero es también obediencia filial, cumplimiento de la misión redentora, amor a los hombres, y camino necesario hacia la resurrección. Exaltación y atracción de todas las cosas: efectivo reinado de Cristo.
22a "Nazaret".– En las ediciones anteriores de Es Cristo que pasa el nombre de Nazaret aparecía escrito de dos maneras: a) con "h" final: Nazareth (22a, 22c, 105a); b) sin "h" final: Nazaret (40a, 40g, 51a, 51b, 55c, 56c, 117a, 176b). Hemos optado por unificar el modo de escribirlo, suprimiendo la "h" final en los tres mencionados párrafos. Así aparece también en las restantes obras ya editadas del autor, sin excepción.
"¿Qué nos dice, qué nos enseña la vida a la vez sencilla y admirable de la Sagrada Familia?".– Dar respuesta a esa pregunta va a ser, en buena medida, el argumento de la homilía. Si en la anterior (El triunfo de Cristo en la humildad) se contemplaba el trinomio humildad-obediencia-servicio en Cristo, como fuente de luz y sentido para la vida cotidiana del cristiano, ahora la realidad fontal contemplada será "la vida a la vez sencilla y admirable de la Sagrada Familia", que ilumina la naturaleza y la función de la familia cristiana. En la luz del hogar de Nazaret –objeto frecuente de meditación en la tradición espiritual católica, con la que conecta nuestra homilía–, percibirá san Josemaría algunos matices singulares relacionados con su espíritu fundacional. En notas sucesivas los iremos poniendo de manifiesto.
22b una sobre todo corr autógr ] una foll.MC119, 5§2 || La Omnipotencia divina, el esplendor de Dios corr autógr ] El esplendor de Dios, el poder de Dios foll.MC119, 6§1.
"El nacimiento de Jesús significa".– Citando implícitamente Jn 3, 16 ("Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna"), san Josemaría asocia en este párrafo la "plenitud de los tiempos" con la manifestación "por entero" del amor de Dios a los hombres. Detrás se esconde la genuina visión cristiana, y por eso mismo teológica, del tiempo, en el que ve, en efecto, un don de Dios, una manifestación de su amor paterno por los hombres, que espera el encuentro final con sus hijos, para el que hemos sido creados a imagen del Hijo. El argumento del tiempo ha sido muy meditado por san Josemaría, pues es el ámbito en el que se desarrolla la obra redentora de Cristo y el proceso de nuestra santificación. Entre sus textos al respecto debe ser especialmente señalada la homilía "El tesoro del tiempo" (9-I-1956), incluida en el libro Amigos de Dios, 39-54. Cfr. A. Nieto, Ni un segundo: el sentido del tiempo en el Beato Josemaría, en: "La grandeza della vita quotidiana", vol. IV: Lavoro e vita quotidiana, 195-205, Edizioni Università della Santa Croce, Roma 2003. Id., La hora de un santo. El tiempo en las enseñanzas de Josemaría Escrivá de Balaguer, en: "Romana" 51 (2010) 432-461.
"No hay situación terrena (…) que no pueda ser ocasión de un encuentro con Cristo".– Bajo la luz del carisma fundacional, reaparece aquí la idea –central en la enseñanza de san Josemaría– de que todo lo humano, en cuanto asumido por Dios en Cristo, es realidad santificable, y de que cualquier situación humana es "ocasión de un encuentro" con Él. El uso de la categoría "encontrar a Cristo" o "encuentro con Cristo" –de origen evangélico ("Hemos encontrado al Mesías, que significa: «Cristo»", Jn 1, 41)–, es muy frecuente en la espiritualidad cristiana para denotar el descubrimiento y la consciente aceptación por parte del cristiano de su compromiso personal con Cristo, como discípulo suyo, contando siempre, como es lógico, con el influjo de la gracia pues, como escribe Santo Tomás de Aquino: "Homo sua virtute Christum invenire non potest, nisi ei se Christus praesentet" (Super Evangelium Sancti Ioannis Lectura, cap. V: Marietti, Torino 1952). En san Josemaría el "encuentro con Cristo" está presente desde los primeros escritos (cfr., por ejemplo, las referencias históricas incluidas en el comentario al n. 382, en la ed. crít.-hist. de Camino). En el uso que hace el autor de la categoría teológico-espiritual: "encuentro con Cristo", los matices más interesante son los que aporta el sujeto del que se predica: el "cristiano corriente", que encuentra y sigue fielmente a Cristo en las circunstancias más comunes de la vida cotidiana.
22c ingenuidad corr autógr ] realidad galeradasABC.
que rodea a Jesús, su vida escondida corr autógr ] que rodea a Jesús foll.MC119, 6§2.
22d "Luminosos y alegres, como fue el de la Sagrada Familia".– He aquí una primera cualidad –luminoso y alegre– del hogar de Nazaret, pórtico de entrada de la contemplación que realiza el autor sobre su deseable reflejo ("reflejo de la luz de Cristo", cfr. 30a) en los hogares cristianos.
"Cada hogar cristiano debería ser un remanso de serenidad".– Esta última frase permite comprender el significado esencial –fundado y sostenido en el ejercicio de "una fe real y vivida"– de la expresión "hogar luminoso y alegre". Aun sin relación directa, las palabras de este párrafo suenan armónicamente con las que escribió el Concilio Vaticano II hablando de los cónyuges cristianos, que "en los gozos y sacrificios de su vocación por medio de su fiel amor", han de ser testigos "de aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y resurrección reveló al mundo" (Const. past. Gaudium et spes, 52).
23a "El matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social".– Aunque la homilía está redactada en 1970, la doctrina que encontramos en este párrafo sobre el matrimonio como "auténtica vocación sobrenatural" y, consecuentemente, sobre la santificación del cristiano en el estado matrimonial, está presente en la enseñanza del autor desde muchos años antes. Se encuentra ya en algunos de sus primeros escritos, como, por ejemplo, en la Instrucción, 9-I-1935, n. 124: "(…) para que os lleve, como a Tobías hijo, hasta un matrimonio feliz, (…) si es ésta la particular vocación que el Señor se digna daros", o en el punto 27 de Camino: "¿Te ríes porque te digo que tienes «vocación matrimonial»? –Pues la tienes: así, vocación". El entero párrafo 23a ofrece una lectura espiritual-pastoral del texto de Ef 5, 32, en la que la fórmula paulina "sacramentum magnum" es referida in recto al sacramento del matrimonio (lo que no excluye, lógicamente, pues está en su fundamento, la referencia al "mysterium" de la unión esponsal de Cristo con su Iglesia). La expresión utilizada al final del párrafo: "andar divino en la tierra", aplicada en este caso a la vida matrimonial, es un modo característico del autor para denominar la dimensión vocacional de la existencia cristiana.
23b el trato corr autógr ] las relaciones DomingosABC, 6§3. || situaciones corr autógr ] realidades galeradasABC, 2§4.
"Llamados a santificar su matrimonio y a santificarse en esa unión".– Santificar el propio matrimonio y santificarse en ese estado son para el autor aspectos inseparables –dimensiones objetiva y subjetiva, respectivamente– del matrimonio en cuanto vocación cristiana, esencialmente finalizada como tal a la santidad.
23c "La caridad lo llenará así todo".– Ilustra a continuación el autor esa afirmación con diversos ejemplos. La santidad cristiana consiste, en efecto, en la perfección de la caridad (cfr. Lumen gentium, 40), y se construye paso a paso, edificando sobre el fundamento de la gracia y de la caridad la existencia personal, que en el estado matrimonial incluye la vida conyugal y familiar en todas sus dimensiones. En este párrafo y en el sucesivo exhorta el autor a los esposos y padres a la práctica generosa de las virtudes sobrenaturales (informadas por la caridad), contando con el necesario ejercicio de las virtudes humanas que les sirven de soporte.
23d cada jornada corr autógr ] la jornada diaria galeradasABC, 3§3.
24a "Que yo, como sacerdote, bendigo con las dos manos".– En el estilo literario de san Josemaría es relativamente frecuente el uso del pleonasmo para dar más énfasis al discurso. Un ejemplo lo encontramos en la expresión: "lo bendigo con las dos manos" (otros pueden verse, por ejemplo, en J. Paniello, Las homilías de San Josemaría, cit., p. 37). Al mismo tiempo, esa formulación, característica del lenguaje pastoral del autor, ha de tomarse en este párrafo como una manifestación –pedagógica y teológica– de su estima y admiración por el amor de los esposos. La expresión se encuentra también en otras obras suyas, como por ejemplo en Amigos de Dios, 184: "Yo bendigo ese amor con las dos manos, y cuando me han preguntado que por qué digo con las dos manos, mi respuesta inmediata ha sido: ¡porque no tengo cuatro!" (perteneciente a la homilía: Porque verán a Dios, datada el 12-III-1954); o bien en Conversaciones, 92: "A mí no me asusta el amor humano, el amor santo de mis padres, del que se valió el Señor para darme la vida. Ese amor lo bendigo yo con las dos manos" (perteneciente a la entrevista: La mujer en la vida del mundo y de la Iglesia, publicada originariamente en la revista "Telva" el 1-II-1968). El gesto de bendecir ese amor "con las dos manos" –que puede también recordar la imposición de las manos del sacerdote sobre las ofrendas de pan y vino en el rito eucarístico, o sobre el pueblo en algunas solemnes celebraciones litúrgicas– es indicativo de la nobilísima condición del legítimo amor conyugal, que además ha sido elevado por Cristo, mediante el sacramento del matrimonio, a realidad santificable y santificadora. En los siguientes párrafos el autor hace hincapié en estas ideas.
"Una confirmación del valor divino del matrimonio".– El término "valor", siguiendo una de las acepciones que le otorga el diccionario de la Real Academia de la Lengua (22ª ed, Madrid 2001) puede entenderse como: "fuerza, actividad, eficacia o virtud de las cosas para producir sus efectos". En ese sentido, de todo matrimonio legítimo entre varón y mujer –que responde a la voluntad explícita del Creador: "Varón y mujer los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla" (Gn 1, 27-28)–, puede afirmarse, como aquí, que posee "valor divino": la mutua donación de los cónyuges ha quedado integrada por Voluntad divina en el ámbito de la comunión personal de ambos entre sí y con Dios. Posee, en consecuencia, una dimensión sacra. Pero, además, Cristo ha elevado esa eficacia a una misteriosa plenitud. Al hacer del matrimonio uno de los siete sacramentos, no sólo ha confirmado el "valor divino" de toda legítima unión conyugal entre varón y mujer, sino que ha hecho de ésta, en cuanto matrimonio entre bautizados, un cauce de gracia, es decir, de vida cristiana santificada y santificadora, para los esposos. En los párrafos sucesivos desarrolla ampliamente el autor esta verdad de fe.
"Fue nuestro Salvador a las bodas –escribe San Cirilo de Alejandría".– En la tradición patrística es frecuente hallar comentarios a los primeros versículos (Jn 2, 1-4) del pasaje evangélico de las bodas de Caná, análogos al aquí citado de S. Cirilo. Cfr. al respecto: J. C. Elowsky (ed.), John 1-10, en: "Ancient Christian Commentary on Scripture. New Testament. IV a, Inter Varsity Press, Downers Grove (IL), 2006, 88-93.
24b "Es un sacramento que hace de dos cuerpos una sola carne".– El autor está citando implícitamente el texto de Gn 2, 23-24 (cfr. Mt 19, 5-6; Ef 5, 31). La elevación por parte de Cristo del matrimonio natural entre un hombre y una mujer a la condición de sacramento, significa desde el punto de vista teológico que el mutuo consentimiento de los cónyuges cristianos (por el que queda establecido el contrato matrimonial) es parte esencial del sacramento: su materia, en cuanto acto de voluntad de mutua entrega, y su forma, en cuanto expresión pública de dicha voluntad ante la Iglesia y la sociedad. En ese sentido, como señala el autor en este pasaje, la materia del sacramento incluye la corporeidad de cada uno de los cónyuges. Acerca de las enseñanzas de san Josemaría sobre el matrimonio y la familia, pueden verse, por ejemplo, los trabajos contenidos en el volumen: Vv. Aa., La grandeza de la vida corriente, VII, "Familia y culturas de vida. I. Amor y matrimonio", Edizioni Università della Santa Croce, Roma 2003. Sobre la teología reciente del matrimonio, cfr.: A. Miralles, Il matrimonio: teologia e vita, San Paolo, Cinisello Balsamo 1996. A. Sarmiento, El matrimonio cristiano, Eunsa, Pamplona 1997; Id., Al servicio del amor y de la vida : el matrimonio y la familia, Rialp, Madrid 2006. Sobre la doctrina de la Iglesia acerca del matrimonio y la familia, cfr.: A. Sarmiento, J. Escrivá-Ivars (eds.), Enchiridion familiae : textos del magisterio pontificio y conciliar sobre el matrimonio y la familia: siglos I a XX, Eunsa, Pamplona 2003.
24c al mundo corr autógr ] a la vida galeradasABC, 4§2.
"Como un chispazo del entendimiento divino".– La expresiva denominación de la inteligencia humana como "un chispazo del entendimiento divino", manifiesta de modo gráfico un aspecto central de la condición del hombre como imagen de Dios. Cfr. supra, 10d. Es utilizada también por el autor en otros escritos suyos. Aparece, por ejemplo, en términos idénticos en Camino, 782 (punto que procede de unas notas fechadas el 3-XI-1932; cfr. Camino, ed. crit.-hist., in loco). Como "chispazo de la Sabiduría divina" se encuentra en Amigos de Dios, 179b.
24d aquí abajo corr autógr ] en el mundo galeradasABC, 4§3. "Ese es el contexto, el trasfondo, en el que se sitúa la doctrina cristiana sobre la sexualidad".– En esta frase, y en la inmediatamente anterior, se hace eco el autor de la constante enseñanza de la Iglesia acerca de la dignidad y bondad de la corporeidad y la sexualidad humanas, cuyo fundamento revelado se encuentra en las palabras de Gn 1, 27: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer los creó". Desde tiempos antiguos ha rechazado la Iglesia, como algo ajeno y contrario a la doctrina revelada, las visiones negativas del cuerpo, del sexo y de la unión conyugal como las postuladas, por ejemplo, por el maniqueísmo o el priscilianismo (cfr., el canon 16 del Concilio I de Toledo, a. 400, DzH 206; o los cánones 11-12 del Concilio I de Braga, a. 561, DzH 461-562). Imagen de Dios es toda la persona (varón o mujer) en su unidad espiritual-corporal, y no sólo según su dimensión espiritual. De ahí la visión positiva y laudable de la sexualidad y de su ejercicio dentro del matrimonio, ordenado "a la vida, al amor, a la fecundidad". La teología cristiana de la sexualidad, del matrimonio y de la familia dice, pues, relación directa con la teología de la imagen divina, y en ésta encuentra su más básico fundamento intelectual.
24e "Sólo quien se olvida de sí, y se entrega a Dios y a los demás –también en el matrimonio–, puede ser dichoso en la tierra".– Se acoge aquí el autor, implícitamente, a las palabras de Cristo referidas en Jn 12, 24-25: "En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna". La visión cristiana del hombre, conforme a la enseñanza y el ejemplo del Verbo Encarnado, sostiene –como se lee en el párrafo que comentamos– que la plenitud personal (y la correspondiente felicidad del hombre, parcialmente ya en esta vida y plenamente en la otra) ha de ser alcanzada a través de la generosa donación de sí mismo a los demás.
Así lo ha enseñado también el Concilio Vaticano II, que señala además que el fundamento último de esa verdad se encuentra en la íntima comunión de las tres Personas divinas: "El Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (Cons. past. Gaudium et spes, 24).
24f "El dolor es la piedra de toque del amor".– Con la expresión "piedra de toque" –que en primera acepción alude al jaspe que emplean los plateros en su trabajo– suele ser también denominado aquello que conduce al conocimiento de la autenticidad de algo; en este párrafo, la autenticidad del amor. El amor verdadero es, en efecto, inseparable en la tierra del dolor, que "certifica" su autenticidad. El amor matrimonial y familiar, como todo amor humano, además de tener como "anverso" o faceta principal, la alegría que deriva de la donación sincera, posee también, como señala el autor, "reverso": ha de experimentar la indispensable compañía del sacrificio, la renuncia y el vencimiento de sí mismo, sin los que no podría madurar. La misma enseñanza, aunque situada en un contexto distinto, se refleja en Camino, 439: "No olvides que el Dolor es la piedra de toque del Amor".
"Aparente monotonía de los días aparentemente siempre iguales".– La redundancia de palabras, claramente buscada por el autor, refuerza el sentido que quiere dar a la frase. Un rasgo análogo de redundancia buscada es, por ejemplo, la expresión "ahondar en la hondura", cfr. infra, 97a.
25b "La castidad, (…) es una virtud que mantiene la juventud del amor en cualquier estado de vida".– Reaparece en estos párrafos la característica enseñanza de san Josemaría sobre la castidad como "afirmación gozosa", a la que ya nos hemos referido (cfr., supra, 5c). Emplea el autor dos expresiones sinónimas: la de este párrafo 25b ("afirmación decidida de una voluntad enamorada"), y poco después: "afirmación gozosa del amor" (25d). En ambos casos aparece el sustantivo "afirmación", en el que se pone el acento. Esa presentación positiva y atractiva de la castidad, virtud propia de los hijos de Dios en cualquier estado de vida, necesaria para poder seguir de cerca a Jesucristo, pertenece al núcleo de la visión antropológica cristiana. De tal mirada afirmativa se derivan consecuencias importantes de cara a la formación de personas de conciencia recta, capacitadas para hacer presente en la sociedad, con su vida y sus actitudes, el "bonus odor Christi" (2Co 2, 15), "el buen olor de Cristo, porque recuerden su modo de comportarse y de vivir" (Es Cristo que pasa, 156b; cfr. también ib. 36b.f.g; 105d; Amigos de Dios, 271b). Lo expresa asimismo sucintamente el autor en el punto 92 de Forja: "El «bonus odor Christi» –el buen olor de Cristo– es también el de nuestra vida limpia, el de la castidad –cada uno en su estado, repito–, el de la santa pureza, que es afirmación gozosa: algo enterizo y delicado a la vez, fino, que evita incluso manifestaciones de palabras inconvenientes, porque no pueden agradar a Dios".
25c con la recomendación corr autógr ] de la recomendación foll.MC119, 12§3.
"¿Cómo no recordar aquí las palabras fuertes y claras que nos conserva la Vulgata…?".– En la cita del libro de Tobías incluida a continuación, sigue el autor el texto de la Vulgata según la traducción castellana de Torres-Amat –con algún pequeño cambio de estilo– (cfr. J. Paniello, La homilías de San Josemaría, cit., 143). Esos versículos han sido omitidos en la actual versión latina de la Biblia, conocida como la Neovulgata. Se conoce con el nombre de versión Vulgata de la Biblia la preparada a comienzos de siglo V por san Jerónimo, traduciendo los textos originales –hebreos y griegos– al latín vulgar. En siglos más cercanos a nosotros se ha venido utilizando en la Iglesia, como versión oficial de la Vulgata, la denominada Vulgata Sixto-Clementina, o simplemente Clementina (es, por ejemplo, la que emplea en estas homilías el autor), que consiste en una nueva edición de la Vulgata revisada tras el Concilio de Trento, y publicada en 1592 por la autoridad del Papa Clemente VIII. Esa versión ha estado en vigor como versión oficial hasta 1979, en que –tras una nueva traducción del texto– fue editada bajo la autoridad de Juan Pablo II la actual versión Neovulgata. Ésta, en la traducción del libro de Tobías no sigue a la Vulgata sino a una versión latina más antigua; esa es la razón por la que los versículos aquí citados –Tb 6, 16-17– no se encuentran en la Neovulgata.
25d "El misterio de la sexualidad y lo ordena a la fecundidad y a la entrega".– Hace uso el autor de una formulación teológica, que contempla la sexualidad humana desde la perspectiva del misterio de la creación y de la voluntad del Creador. En ese mismo plano de significado está situada la castidad conyugal como manifestación del mutuo amor de los cónyuges y del respeto de cada uno a la dignidad del otro, así como de la apertura de la donación mutua a su natural fecundidad.
25e "Las relaciones conyugales son dignas cuando son prueba de verdadero amor y, por tanto, están abiertas a la fecundidad, a los hijos".– Esta doctrina sobre la castidad conyugal, que llena de autenticidad la vida matrimonial, abriéndola a la fecundidad sin egoísmos, es profundamente coherente con la comprensión cristiana de la persona y con la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia, formulada por la Iglesia en diferentes documentos magisteriales, y en concreto –por ceñirnos a la época en que san Josemaría escribía y publicaba esta homilía– en la Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II (1965) y en la encíclica Humanae vitae de Pablo 6, 25-VII-1968 [AAS 60 (1968) 486-492]. Esta encíclica, calificada por Juan Pablo II de "documento investido de un significado profético" (Discurso, 7-XI-1988, con ocasión del XX Aniversario de la encíclica Humanae vitae, n. 3), reafirma la doctrina católica, "fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no debe romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (Humanae vitae, n. 12). La homilía que comentamos vio la luz en aquel contexto: era un signo, entre tantos otros mostrados por el autor, del pacífico pero valiente combate por él desarrollado entonces y después en defensa de la santidad del matrimonio y la familia, y de la sacralidad de la vida humana.
25f "Cegar las fuentes de la vida es un crimen contra los dones que Dios ha concedido a la humanidad".– La expresión: "cegar las fuentes de la vida", como sinónimo de evitar artificialmente la fecundidad conyugal, era característica de san Josemaría en el entorno temporal en que redactó esta homilía. La misma idea, con idéntica formulación, puede verse en Conversaciones 94a, perteneciente a una entrevista concedida por el autor el 1-II-1968 (cfr. el comentario a ese texto que se ofrece en la ed. crít.-hist. de Conversaciones, págs. 425-426). En un párrafo de la encíclica Humanae vitae, 13, hallamos una formulación análoga: "Usar el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador".
25g "… y el marido y la mujer no pueden ya mirarse noblemente a la cara".– La frase final del párrafo es dura, pero la descripción de la situación espiritual y del estado de ánimo generados por las actitudes contrarias a la castidad conyugal es certera. Si el feliz acontecimiento de la donación mutua de los esposos, orientada de por sí a la transmisión de la vida, se enturbia por el egoísmo particular de uno de los cónyuges, o por el que ponen en juego ambos, queda alterada la esencia misma de la acción que se lleva a cabo. Esa voluntaria y grave alteración de la verdad del acto conyugal introduce un factor de inautenticidad en la conciencia de los transgresores –una fractura interior: la fractura del pecado– que se manifiesta tarde o temprano como una sombra en su relación personal y en la convivencia familiar.
26a "No olvidéis que entre los esposos, en ocasiones, no es posible evitar las peleas".– En éste, como en los restantes textos homiléticos del autor, los aspectos teológico-espirituales del tema se hallan íntimamente compenetrados con las dimensiones pastorales. Un ejemplo elocuente es el constituido por el estilo dialogal y las exhortaciones de los párrafos que vienen a continuación, que animan a los esposos, con ejemplos prácticos, al ejercicio generoso de las virtudes cristianas en su propio estado. En realidad, estas homilías son por encima de todo textos con vocación e intencionalidad pastoral, nacidos de la experiencia de un sacerdote entregado a fomentar la santidad de los fieles. Son también, al mismo tiempo, textos dotados de una singular densidad espiritual, inspirada en la doctrina católica común y en el espíritu fundacional del que se nutren.
27a "Una familia se compone no sólo del marido y de la mujer, sino también de los hijos y, en uno u otro grado, de los abuelos, de los otros parientes y de las empleadas del hogar".– Entre los componentes de la familia, entendida ésta en su genuino sentido cristiano, incluye también el autor a las empleadas del hogar, que deben ser partícipes –junto a los componentes de ese singular grupo humano– del "calor entrañable, del que depende el ambiente familiar". Un cierto precedente de tal actitud cristiana –en la que la caridad y el espíritu de fraternidad se conjugan con el saber comportarse cada uno como le corresponde–, se podría entrever en la escena de la joven sirvienta Rode, narrada en Hch 12, 12ss. Siempre tuvo predilección san Josemaría –y hasta una cierta "envidia sana"– por el trabajo que las empleadas del hogar desarrollan en servicio de los demás. El servicio a los otros, hecho cristianamente por amor de Dios, encierra un profundo significado cristológico, pues el Hijo de Dios vino a la tierra "no a ser servido sino a servir" (Mt 20, 28), y vivió en medio de los hombres "como quien sirve" (Lc 22, 27).
27c "Los padres son los principales educadores de sus hijos".– La expresión recuerda, en su literalidad, a la que se lee en la Declaración Gravissimum educationis del Concilio Vaticano II: "Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores" (n. 3; cfr. también Decr. Apostolicam actuositatem, n. 11). La doctrina como tal, esencialmente ligada al sentido cristiano del matrimonio y la familia, se halla también ampliamente expuesta en documentos magisteriales anteriores al Concilio; por ejemplo, entre otros, en las encíclicas de Pío XI Divini illius magistri, 31-XII-1929 [AAS 22 (1930) 52-73] y Casti connubii, 31-XII-1930 (ibid. 541-573), en las que también se inspira el autor. El sentido moral y espiritual que da a la expresión aludida, se deduce de las frases inmediatamente precedentes y sucesivas. La mención a la "cooperación con el Espíritu Santo" por parte de los esposos y padres ofrece un indicio de la honda base teológica en la que funda san Josemaría su enseñanza.
28a "Los padres educan fundamentalmente con su conducta".– Este párrafo y los sucesivos enuncian, de modo sintético y sugestivo, principios operativos importantes en el ámbito de la educación familiar desarrollada por los padres, que contribuyen a convertir la casa familiar en un "hogar luminoso y alegre". Pueden resumirse en dos: respetar la libertad de los hijos, promoviendo su responsabilidad, y dar ejemplo de coherencia cristiana con la palabra y las obras.
29a En el ejemplar corregido de "Los Domingos de ABC" (9§4) que venimos citando, introdujo san Josemaría un cambio de palabra: irán ] acudirán, que sin embargo, por razones que desconocemos, no se llevó finalmente a cabo.
30a "En cada familia auténticamente cristiana se reproduce de algún modo el misterio de la Iglesia".– Alude implícitamente san Josemaría a la doctrina de la familia cristiana como "Iglesia doméstica" (cfr. 1Co 16, 19), muy presente en el discurso teológico y pastoral católico en los años en que se escribe esta homilía, y más aún en los posteriores. La terminología "Iglesia doméstica" (y la correspondiente doctrina teológica) tiene precedentes en la tradición patrística (cfr., por ejemplo, San Juan Crisóstomo, In Genesim Serm. 6, 2; 6, 1: PG 54, 607-608). En la época contemporánea ha sido sancionada por el Concilio Vaticano II, que escribe: "En esta [la familia] como Iglesia doméstica, los padres han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo" (Lumen gentium, 11; en Apostolicam actuositatem, 11, la familia es denominada: "santuario doméstico de la Iglesia").
30c "Es muy importante que el sentido vocacional del matrimonio no falte nunca…".– Este breve párrafo contiene, en cierto modo, la esencia de la doctrina de san Josemaría sobre el matrimonio como vocación cristiana, que enseñaba desde muchos años atrás. Ya hemos aludido a la cuestión en anteriores notas. Es interesante constatar que la fórmula "sentido vocacional", referida aquí al matrimonio, era empleada también en la Instrucción, V-1935/IX-1950, n. 96 aplicada a la realización por parte de los cristianos del trabajo ordinario. La luz de fondo es en ambos casos la misma: la contemplación de la vida cristiana –en todos sus aspectos– como don y llamada divina, y el correspondiente sentido vocacional de la existencia personal del cristiano, inseparable del sentido de misión apostólica. Los últimos párrafos de este n. 30 (cfr. 30d-e) ilustran el significado de esa vocación y misión, volviendo la mirada hacia las familias de los primeros cristianos.
30e Jesús corr autógr ] Cristo foll.MC119, 21§1.
"Eso fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y de alegría".– La expresión "sembradores de paz y de alegría", es también, como otras ya citadas, propia del lenguaje teológico-espiritual y pastoral del autor. La utilizaba a veces para calificar la misión apostólica de los fieles del Opus Dei, aunque la aplicaba asimismo –como vemos en este pasaje, y volveremos a encontrar en otros pasajes del libro– a la misión apostólica de los cristianos en general. También en otras obras; cfr., por ejemplo, la Nota que escribe el autor para la 26ª ed. de Camino (2-X-1964); Surco, 59, etc. Dice, en cierto modo, relación antitética con otra fórmula que se encuentra en algunos de sus escritos: "sembradores impuros del odio", referida a quienes difunden doctrinas que niegan la fraternidad propugnada en el Evangelio (cfr., por ejemplo, Camino, 1; Amigos de Dios, 219).
31a [tb/m560106]: "He visto cuatro relieves de bronce dorado que se colocarán en uno de nuestros oratorios, a los lados de ese otro relieve de mármol blanco que representa la adoración de los Reyes. Son cuatro Ángeles con los símbolos de la realeza en sus manos: uno lleva la corona imperial; otro, el mundo rematado por una cruz; el tercero empuña una espada; y el cuarto, un cetro".
"He admirado un relieve en mármol".– El relieve al que se hace referencia se halla situado en el oratorio de la Santísima Trinidad, en la sede central del Opus Dei en Roma. Fue esculpido en 1955. Su autor es el escultor italiano Pasquale Sciancalepore, que realizó también otras obras por encargo de san Josemaría.
31b [tb/m560106]: "Ahora contemplo a Dios reclinado en un establo, donde no viven más que las bestias, y exclamo: Jesús, ¿dónde está tu realeza? Hemos de admirarnos, hijos míos, de la grandeza de ese Dios que se ha hecho Niño. Será éste el primer punto de nuestra meditación, el más importante: Cristo triunfa envuelto en unos pañales. Es la señal que se da a los pastores: hallaréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre (Lc 2, 12). San Pablo nos describe muy bien esta humildad de Dios, cuando dice de Cristo que semetipsum exinanivit, formam servi accipiens (Flp 2, 7)".
"Es un Rey inerme, que se nos muestra indefenso".– También en otros pasajes de sus obras contempla el autor a Cristo "inerme" (literalmente "desarmado"), es decir, indefenso y vulnerable. El contraste establecido entre omnipotencia divina y vulnerabilidad humana permite destacar la ilimitada magnitud de su entrega. He aquí unos ejemplos: Forja, 825 ("Jesús, tu locura de Amor me roba el corazón. Estás inerme y pequeño, para engrandecer a los que te comen"); Forja, 832 ("…te has quedado en la Eucaristía, inerme, para remediar la flaqueza de las criaturas"); Via Crucis, 2ª est. ("Jesús se entrega inerme a la ejecución de la condena"); Via Crucis, 12ª est., punto de meditación n. 5 ("…desde que naciste, desde que eras niño, te abandonaste en mis brazos, inerme, fiado de mi lealtad"); Es Cristo que pasa, 36c ("Sus primeras acciones son risas, lloros de niño, sueño inerme de un Dios encarnado: para enamorarnos, para que lo sepamos acoger en nuestros brazos"). Ante la mirada contemplativa de san Josemaría, Belén, la Pasión, la Eucaristía son los grandes escenarios en que se manifiesta la humildad del Verbo Encarnado. Lo expresa con elocuencia un punto de Camino: "Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario… –Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz. / Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! "Nuestra" Misa, Jesús…" (Camino, 533).
31c [tb/m560106]: "El Señor, hijos, nos necesita; nos ha llamado al Opus Dei para que hagamos la Redención con Él. Y la realizaremos si buscamos el triunfo sobre nosotros mismos y sobre las cosas de la tierra con personal abnegación. No hay otro camino, hijos de mi alma: si hemos de ser otro Cristo, ipse Christus, hemos de anonadarnos, abnegarnos, olvidarnos de nosotros mismos".
"Y he aquí que, ya en la cuna, nos instruye".– Cfr. supra, 14a.
"Jesucristo nos busca (…) para consumar, con Él la Redención".– Como venimos viendo, la inseparabilidad entre vocación a la santidad y misión apostólica del cristiano está siempre fuertemente acentuada en la doctrina del autor. En este pasaje la encontramos formulada a través de una terminología y un juego de ideas muy característico en él: la misión apostólica del cristiano consiste en "consumar (con Cristo) la Redención". Tras ese "consumar con Cristo" se puede vislumbrar una doble enseñanza paulina: la configuración o conformación sobrenatural del cristiano con Cristo (Rm 8, 29) y la exhortación a "completar" en la propia carne "lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). San Josemaría contempla la obra de la Redención ya acabada en Cristo y, al mismo tiempo, aún in fieri a través de los cristianos mientras continúa la historia. "Mirad: la Redención, que quedó consumada cuando Jesús murió en la vergüenza y en la gloria de la Cruz, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles (1Co 1, 23), por voluntad de Dios continuará haciéndose hasta que llegue la hora del Señor" (Es Cristo que pasa, 121a). Puesto que la Redención "continúa haciéndose" a través de la misión apostólica de los cristianos, éstos pueden ser llamados –y así lo hace repetidamente el autor– "corredentores", y su actividad apostólica cabe ser denominada "corredención". Los mencionados términos –a los que hay que unir el de "corredimir"–, así como las correspondientes nociones, son habituales en su lenguaje teológico-espiritual. Cfr., por ejemplo, Surco, 256, 863, 945; Forja, 55, 374, 669, 674; Via Crucis, II est., XI est.; Es Cristo que pasa, 2g, 120b, 120f, 126d; Amigos de Dios, 9b, 49c, 287b; El fin sobrenatural de la Iglesia, 49. Haremos referencia a esta importante cuestión en otros momentos, principalmente en las anotaciones a la homilía La Ascensión del Señor a los cielos.
"Hemos de corredimir no persiguiendo el triunfo sobre nuestros prójimos, sino sobre nosotros mismos".– La primera enseñanza del Maestro Niño, perdurable ya para siempre en toda su existencia terrena, es la de su anonadamiento. Su triunfo (la eficacia de su obra redentora), tiene como fundamento, como vimos, la humildad. Ese ha de ser también, enseña el autor, el fundamento de la acción apostólica del cristiano: humildad, anonadamiento, espíritu de servicio a los demás. Como escribe en esta misma obra, con una frase que merecerá ser comentada expresamente: "Sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen" (182a).
31e "Haz que el fundamento de mi personalidad sea la identificación contigo".– Esta última frase, que sintetiza los dos párrafos anteriores, propone en términos espirituales y ascéticos una doctrina de profunda raíz teológica, con la que es muy acorde el espíritu fundacional de san Josemaría. El cristiano está llamado a "identificarse" con Cristo, entendiendo por esto que ha de lograr desarrollar en su propia persona, con ayuda de la gracia, las cualidades que brillan en la Santa Humanidad del Señor: ha de llegar a ser, mediante la gracia y la personal correspondencia, lo que es ya por el bautismo, otro Cristo, el mismo Cristo.
32a "Porque el camino del cristiano es andador".– Las eventuales dificultades, humanamente hablando, de la vía cristiana a la santidad, vía de íntima y progresiva identificación con Cristo, se suavizan mediante la frecuentación de la Palabra y de la Eucaristía, que la convierten en "camino andador" (o andadero, es decir, fácilmente transitable). La vida interior –es lección habitual de nuestro autor– supone crecimiento en la unión con Cristo, por el Pan y la Palabra (cfr., por ejemplo, infra, 122a). Pudiera ser que la "antigua canción de mi tierra" a la que hace referencia el autor fuese un cantar andaluz –concretamente un fandango– que alguna vez escuchó y en cuya letra se menciona "el caminito andador".
"Como los Reyes Magos, hemos descubierto una estrella, luz y rumbo, en el cielo del alma".– El paralelismo entre la visión de la estrella por parte de los Reyes Magos y el descubrimiento de la llamada a identificarse con Cristo por parte del cristiano es, como ya hemos señalado, el leitmotiv de esta homilía. En la literatura patrística y exegética son abundantes y variados los comentarios al pasaje de los Magos y, dentro de éste, al significado de la estrella [cfr., por ejemplo, respectivamente: Th. Oden (ed.), La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia, Nuevo Testamento, 1, Evangelio según San Mateo, I (Mt 1-7), Sígueme, Salamanca 1993, 154-172]. No conocemos, sin embargo, antecedentes directos a la interpretación que se lee en estos párrafos de la homilía.
32b "Es nuestra misma experiencia".– Aunque aquí se aplican estas ideas a la vocación cristiana en general, es decir, a la vocación bautismal en cuanto conscientemente asumida y vivida, conviene recordar que el substrato de la homilía es una meditación predicada por san Josemaría en Roma a sus hijos, y que, por tanto, en su origen, se estaba refiriendo a una vocación cristiana específica: la vocación al Opus Dei –"es nuestra misma experiencia", escribe–, en cuanto llamada a santificarse en la vida ordinaria a través del trabajo y del cumplimiento de los propios deberes. Dicha llamada, como todas en la Iglesia, además de traer consigo una específica misión apostólica, se traduce en una singular iluminación ("un nuevo resplandor") de la grandeza y belleza de la común vocación bautismal, que pide plena correspondencia ("el deseo de ser plenamente cristianos", "la ansiedad de tomarnos a Dios en serio"). En este sentido, como muestra el texto, aquellas enseñanzas del autor a sus hijos son también aplicables a la vocación cristiana en general.
32c [tb/m560106]: "¿Te acuerdas cómo he hecho resonar más de una vez en tus oídos las palabras de Isaías: ego vocavi te nomine tuo, meus es tu? (Isai. 43, 1). ¡Mío! ¡Que ese Dios, que es toda la Hermosura y toda la Sabiduría, toda la Grandeza y toda la Bondad, me diga a mí que soy suyo! ¡Y que yo no le sepa corresponder!".
"La meta del Belén eterno: la vida definitiva con Dios".– La imagen de los Reyes Magos, superando con fe las dificultades que les separaban de la meta, es usada por el autor para evocar, con expresión original ("el Belén eterno"), el destino escatológico –actualizado momento a momento– de la existencia cristiana: "la vida definitiva con Dios".
33a "La vocación cristiana no nos saca de nuestro sitio".– Que la llamada divina a identificarse con Cristo –sustancia teológica de la vocación bautismal– no saca necesariamente al cristiano corriente de su sitio es una idea central en la enseñanza de san Josemaría sobre la vocación cristiana, y en concreto sobre la vocación al Opus Dei. "Hijos míos, esto es lo que os vengo diciendo desde la primera hora en que la misericordia de Dios inspiró su Obra: que no venimos a sacar a nadie de su sitio" (Instrucción, 1-IV-1934, n. 23). Cfr. Conversaciones, 16d y 20a. Los términos sitio o lugar, tomados como categoría teológica, significan en este contexto la propia situación o estado dentro del mundo, el ejercicio de la propia profesión, etc. La vida ordinaria es para san Josemaría el verdadero lugar de la existencia secular cristiana. "Allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres" (Conversaciones, 113e); sobre el contenido teológico de este texto, cfr., por ejemplo, P. Rodríguez, Vivir santamente la vida ordinaria. Consideraciones sobre la homilía pronunciada por el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer en el campus de la Universidad de Navarra (8.X.1967), en "Scripta Theologica" 24 (1992) 397-419.
33b [tb/m560106]: "Oyendo esto el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén (Mt 2, 3). ¡Es la vida cotidiana, queridos míos! Esto mismo pasa ahora: ante la grandeza de Dios, que se manifiesta a sus escogidos, no faltan personas, incluso constituidos en autoridad, que se turban. Porque no aman del todo a Dios; porque no quieren encontrar de veras a Dios; porque no están dispuestos a seguir sus inspiraciones, y se convierten en obstáculo para el camino de Dios".
"Todavía hoy se repite esta escena".– Se alude en este párrafo a las dificultades externas que suelen encontrar quienes toman la decisión "seriamente humana y profundamente cristiana, de vivir de modo coherente con la propia fe". El párrafo sucesivo lo desarrolla aún más. El significado del texto es válido tanto al hablar de la vocación cristiana en general vivida plenamente, como de una vocación particular determinada. En algunos casos, las dificultades pueden proceder de personas cercanas (padres, otros parientes, amigos…), que no comprenden la coherencia y generosidad de la entrega de aquella persona cercana a ellos al servicio de Dios, de la Iglesia y de las almas. Otras veces pueden brotar, con gran intensidad y capacidad de aturdimiento y coacción, de los ambientes culturales y sociales descristianizados. Queda particularmente acentuada en el texto la necesidad de sostener, así como de recuperar y defender, el sentido vocacional de la existencia cristiana y su misión evangelizadora. Era muy necesario recordarlo en 1972, cuando se publicaba la homilía, pero quizás hoy en día lo es en mayor medida.
33e [tb/m560106]: "Aquí tienes toda la aparente ciencia de aquellos tiempos, puesta al servicio de la iniquidad de Herodes. Hijos de mi alma: para seguir a Cristo no bastan todos los conocimientos de la ciencia. La ciencia no es un estorbo: es un medio estupendo, pero insuficiente. Además hace falta el asentimiento amoroso del hombre. Herodes quizá fue el primero en saber el lugar donde había nacido Jesús, pero le odiaba. La ciencia le sirvió para preparar un plan malvado que acabó en una horrible matanza: el martirio de tantos niños, de tantos inocentes".
33g "La vocación es lo primero; Dios nos ama antes de que sepamos dirigirnos a Él, y pone en nosotros el amor con el que podemos corresponderle".– Destacar, como hace el autor, que "la vocación es lo primero" significa resaltar, por encima de todo –como es también su enseñanza constante–, la excelencia y supremacía de las realidades sobrenaturales. Pero, al mismo tiempo, esa primacía absoluta de la vocación divina exige que reciba el puesto primero en el orden de las intenciones del sujeto: la vocación, una vez abrazada, está por encima y por delante de cualesquiera intereses personales.
34a [tb/m560106]: "Pero antes se habían quedado sin estrella, la habían perdido de vista. ¡Cuántas veces sucede esto con las almas! Es una prueba que Dios nos envía. Parece como si de repente se nublara nuestro horizonte espiritual; pero vemos con claridad el camino: no podemos negar de ningún modo, que hemos recibido la luz soberana de la vocación. Y, quizá por el polvo que levantamos en el camino –esa nube de pequeñeces que nuestras miserias alzan–, el Señor retira la luz de su estrella, y nos quedamos vacilantes. ¿Qué hacer entonces? Lo que hacen estos hombres: preguntar a los sabios, acudir a la autoridad".
"Ocurre en determinados momentos de nuestra vida interior, casi siempre por culpa nuestra, lo que pasó en el viaje de los Reyes Magos: que la estrella desaparece".– Continúa la analogía entre la estrella de los Magos y la luz de la vocación del cristiano. La atención se dirige ahora hacia la eventual "desaparición" de la luz de la llamada personal a seguir a Cristo, o mejor a su posible oscurecimiento a causa de las disposiciones morales del sujeto. Estos pasos de la reflexión se encaminan hacia la exposición de la enseñanza de san Josemaría sobre el "buen pastor" en la vida espiritual del cristiano, es decir, a su doctrina sobre la dirección espiritual.
34b "Cristo ha dado a su Iglesia la seguridad de la doctrina, la corriente de gracia de los Sacramentos".– El uso de la imagen de la "corriente de gracia", es decir, la vida sobrenatural como un caudal de dones divinos que se derraman sobre el cristiano, especialmente a través de la recepción de los sacramentos, es característica de san Josemaría (cfr., por ejemplo, este mismo libro 78c, que menciona la "corriente redentora de la gracia de Cristo"; 85a, donde se afirma que la "corriente trinitaria de amor por los hombres se perpetúa de manera sublime en la Eucaristía"; 163e, donde se hace referencia al designio salvífico divino como "la corriente de amor instaurada en el mundo por la Encarnación, por la Redención y por la Pentecostés"; también en Amigos de Dios, 60a, la vida sobrenatural se expresa como estar "injertados en esa corriente de Amor que define la vida de un hijo de Dios"; y en ibid., 252a, se lee: "Imitando a Cristo, alcanzamos la maravillosa posibilidad de participar en esa corriente de amor, que es el misterio del Dios Uno y Trino").
"Y ha dispuesto que haya personas para orientar, para conducir, para traer a la memoria constantemente el camino".– Al leer estas palabras, vienen a la memoria las que escribió san Pedro (2 Pt 1, 12-15): "Por eso procuraré siempre recordaros estas cosas, por más que las sepáis y estéis firmes en la verdad que ya poseéis. Considero que es mi deber –mientras permanezca en esta tienda– estimularos con mis exhortaciones, porque sé que pronto tendré que abandonarla, según me lo ha manifestado nuestro Señor Jesucristo. Y procuraré que incluso después de mi partida podáis recordar estas cosas en todo momento". De manera análoga escribe san Pablo (Rm 15, 15-16): "Os he escrito, en parte, con cierta audacia para reavivar vuestra memoria, en virtud de la gracia que me ha sido dada por Dios de ser ministro de Cristo Jesús entre los gentiles".
"Disponemos de un tesoro infinito de ciencia".– Ese "tesoro infinito de ciencia" alude a la inagotable sabiduría sobre Dios y sobre el hombre que se encierra en el misterio de Cristo, en el que se funda la entera actividad pastoral de la Iglesia y se nutren la inteligencia y la conducta cristianas. Sólo Cristo "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (C. Vaticano II, Cons. past. Gaudium et spes, 22). A Él dicen directa referencia las realidades mencionadas por san Josemaría: la Palabra y la gracia sacramental (Cristo mismo presente en su Iglesia), el testimonio y el buen ejemplo de otros (Cristo presente en el cristiano, alter Christus).
34c "Si alguna vez perdéis la claridad de la luz, recurrid siempre al buen pastor".– En los párrafos que siguen (34c-f) ofrece el autor un esbozo de su característica doctrina sobre el buen pastor que, como se ha dicho, no es sólo el sacerdote, porque también un laico puede ejercer una eficaz dirección espiritual, si tiene la preparación necesaria. Por supuesto, hay una dirección espiritual que es exclusiva del sacerdote: aquella que tiene lugar en el marco de la celebración del sacramento de la Penitencia.
34e "Pero la fe cristiana, que nos enseña a ser sencillos, no nos induce a ser ingenuos".– Implícita referencia a Mt 10, 16: "Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Por eso, sed sagaces como las serpientes y sencillos como las palomas". Sobre estas palabras de Jesús, y más en concreto, sobre la importancia de la virtud de la sencillez (la simplicitas de la literatura espiritual clásica) para la vida espiritual cristiana, hay una notable producción bibliográfica, que se extiende desde la época patrística hasta la actualidad. Puede verse al respecto, por ejemplo, V. Bosch, El concepto cristiano de "simplicitas" en el pensamiento agustiniano, Apollinare Studi, Roma 2001. Id., Para una "Teología de la sinceridad", a través de los escritos del Beato Josemaría Escrivá, en: "Annales Theologici" 16 (2002) 165-183. La sencillez cristiana es sinónima de unidad interior, de amor a la verdad, de sinceridad de vida –es decir, sinceridad de pensamiento, palabra y obras–, cualidades a las que se ha referido con mucha frecuencia san Josemaría (y que encontraremos en otros pasajes del libro). Nada más alejado de esa virtud recia de cristianos, y por tanto de hijos de Dios, que la ingenuidad infantilizada.
35a "Así es la vocación del cristiano: si no se pierde la fe, si se mantiene la esperanza en Jesucristo (…), la estrella reaparece".– Fundamental experiencia de almas, la que aquí recuerda san Josemaría. Seguimos en el ámbito del "tesoro infinito de ciencia" antes aludido. Donde hay un rescoldo de fe y esperanza, puede volver a reencenderse a corto plazo, o en el transcurso más amplio de la vida, y en medio de sus avatares, la luz de Dios y el reencuentro con Cristo.
35b [tb/m560106]: "Y entrando en la casa, hallaron al niño con María, su Madre; y postrándose, le adoraron (Matth. 2, 11). Tú y yo nos ponemos también de rodillas delante de Jesús Niño, de este Dios escondido en la humanidad, y le adoramos, y le decimos que no queremos perder su estrella, que no queremos apartarnos nunca de Él, que quitaremos de nuestro camino todo lo que sea estorbo para serle fieles, que queremos ser dóciles a sus llamadas. Díselo tú por tu cuenta, en tu oración íntima, con gritos que salgan de lo más profundo de tu corazón".
"Nos arrodillamos también nosotros delante de Jesús, del Dios escondido en la humanidad".– La idea ha sido frecuentemente expuesta, con palabras semejantes a ésas, en la tradición cristiana. Cromacio de Aquileya, por ejemplo, escribe: "Una cosa contemplan con los ojos del cuerpo, otra con la vista del espíritu. Se percibe la humildad del cuerpo asumido, pero queda oculta la gloria de la divinidad. Un niño es a quien se ve, pero es Dios el adorado" (Comentario al Ev. de Mateo, 5, 1: CCL 9A, 216).
35c "Detengámonos un poco para entender este pasaje del Santo Evangelio".– En la tradición teológica y espiritual cristiana se han formulado muchas opiniones sobre el sentido de los dones de los Magos al Niño (se puede ver una síntesis en U. Luz, El Evangelio según San Mateo, cit., 167-168). En el marco de la exégesis cristológica, por ejemplo, es común la afirmación de que el oro se le ofrece como rey, el incienso como Dios y la mirra como hombre. Más pluralidad existe, en cambio, en el ámbito de la exégesis parenética, donde los dones han sido concebidos, por ejemplo, como las obras puras, la oración y la mortificación; o bien, como la sabiduría, la oración y la mortificación de la carne; o, en fin, como la fe, el amor y la esperanza. En la sugestiva y original interpretación que ofrece san Josemaría en los párrafos sucesivos (35c-36-37), el oro será: "el oro fino del espíritu de desprendimiento del dinero y de los medios materiales" (35f); el incienso, el perfume que desprende (bonus odor Christi) la caridad del cristiano y su entrega a los demás; y la mirra, en fin, el espíritu de mortificación –"el sacrificio, que no debe faltar en la vida cristiana" (37a)–, manifestado habitualmente en pequeños vencimientos a lo largo del día.
35d "…cosas todas que se ofrecen según la Ley".– En la transcripción de este pasaje de Hb 10, 8 se había deslizado una errata ("ofrecen", en lugar de "se ofrecen", que es la lectura correcta del texto), no corregida en ediciones anteriores, que corregimos aquí.
35e "[El Señor] No se satisface compartiendo: lo quiere todo".– Encontrar, literalmente, esa misma afirmación en Camino, 155, sugiere que se trata de una profunda convicción del autor, tanto en el plano de su experiencia personal como en el de su enseñanza espiritual y pastoral.
35f [tb/m560106]: "¡Señor, aquí está nuestro oro, este desprendimiento bendito que os habéis comprometido a defender de modo especial! Tú y yo, hijo mío, tenemos la obligación de vivir pobres y de sonreír. (…) Este es mi oro, el oro fino que te quiero dar, Señor, con mi pobreza".
35g "…porque donde está nuestro tesoro allí estará también nuestro corazón".– En consonancia con la redacción del párrafo en primera persona del plural, el autor ha escrito también en plural la cita Mt 6, 21, sin que cambie su sentido. El texto de Mt en realidad dice: "porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón".
36a [tb/m560106]: "Le ofrecemos también el buen olor de Cristo de nuestro cariño, que es recio, enterizo, delicado y fino, divino y humano al mismo tiempo. ¡Jesús, guarda nuestro corazón! ¡Guárdalo para Ti!: recio, fuerte, duro, tierno y afectuoso, delicado y lleno de caridad, por Ti, con mis hermanos. (…) Que os tengáis cariño. Que nadie se encuentre solo. Tened comprensión, participad en las alegrías y en las penas de vuestros hermanos".
36d "Si el cristiano no ama con obras, ha fracasado como cristiano, que es fracasar también como persona".– Estupenda descripción de las actitudes morales y del comportamiento del cristiano como un "amar con obras", plenamente conforme con la enseñanza y el ejemplo del Redentor. En la idea de que fracasar como cristiano es fracasar también como persona –idea exacta desde la antropología cristiana, en la que la vocación suprema del hombre consiste en ser destinatario de una llamada divina irrevocable a ser en Cristo y con Él, por el Espíritu Santo, hijo del Padre–, se deja adivinar la doctrina de san Josemaría sobre la "unidad de vida" del cristiano, siempre latente en su enseñanza espiritual.
36f "El cristiano no es un Tartarín de Tarascón, empeñado en cazar leones donde no puede encontrarlos: en los pasillos de su casa".– La recreación de las fantasías del famoso personaje literario de Alphonse Daudet, que soñaba con ir a África para realizar una gran cacería, tiene por objeto resaltar de nuevo la idea fundamental: Dios no llama al cristiano a realizar grandes hazañas imaginarias, sino al heroísmo de la existencia cotidiana santificada a través del ejercicio de las virtudes.
37a [tb/m560106]: "Y mirra. Ya sé que la mirra es la mortificación, amar la Cruz, saberse fastidiar gustosamente por Cristo, aunque cueste y porque cuesta, que tú ya tienes experiencia de que es compatible".
37b "Hemos de buscar mortificaciones que (…) no mortifiquen a los que viven con nosotros".– Mortificaciones que no mortifiquen a los demás. Ya hemos encontrado esa idea en un párrafo anterior (cfr. supra, 9e). Se trata de una importante cualidad de la mortificación personal del cristiano, que evita hacerse notar pues siempre está regida por la caridad.
37c "Y tantos detalles más, insignificantes en apariencia…".– El valor santificador de las "cosas pequeñas", realizadas por amor, ocupa un lugar privilegiado en la doctrina ascética de san Josemaría (cfr., por ejemplo, entre otros textos: Camino, 19, 307, 681, 813-830; Es Cristo que pasa, 9, 44, 60, 82, 144, etc.; Amigos de Dios, 8, 14-18, 20, 40, 41, 67, 124, etc.). Sobre las "cosas pequeñas", cfr. supra, 9e, con la anotación correspondiente.
38 "Sancta Maria, Stella Orientis".– El uso de la advocación Sancta Maria, Stella Orientis, muy querida por san Josemaría, está inseparablemente unido a sus trabajos fundacionales por países de Centroeuropa a mediados del siglo XX. Así lo narra brevemente uno de sus biógrafos: "En los primeros días de diciembre [1955], estuvo en Colonia, Munich, Salzburgo y Linz. El día 3 llegó a Viena y se hospedó en el Hotel Bristol; y el 4 por la mañana celebró misa en San Esteban. Dando gracias después de la misa, rezando allí, en la catedral, ante la imagen de María Pötsch, la invocó por vez primera con la jaculatoria Sancta Maria, Stella Orientis, filios tuos adiuva! No era una más de sus muchas invocaciones a la Virgen. Por lo que se deduce de la correspondencia de esos días debió venirle la certeza de que con esas palabras quedaba encomendada a la Madre de Dios la protección del apostolado futuro en los países de la Europa sometida a los comunistas" (Vázquez de Prada, 3, 205). Al recordar esos datos históricos, es oportuno hacer notar, al mismo tiempo, que san Josemaría predicó la meditación que está en la base de esta homilía el 6 de enero de 1956, es decir, casi al mes de haber realizado aquel viaje a Viena. El origen de la advocación mariana Stella Orientis como tal, es incierto. No aparece en la literatura patrística, ni en la medieval. Es claro, sin embargo, que equivale a Stella matutina, invocación que se recita en las letanías del Rosario (de hecho, en el párrafo 38b, san Josemaría traduce Stella Orientis como "Estrella de la mañana"). Es también conocido que Mossen Jacinto Verdaguer usó la advocación al componer, en 1880, en honor de la Virgen de Monserrat el canto conocido como "El Virolai"; la estrofa donde aparece dice así: "Dels catalans sempre sereu Princesa, / dels espanyols Estrella d’Orient, / sigueu pels bons pilar de fortalesa, / pels pecadors el port de salvament". No nos consta documentalmente la relación de san Josemaría con ese precedente, pero sabemos que había leído a Mossen Verdaguer.
38a [tb/m560106]: "¿Quieres pedirle a la Madre de Dios, que es Madre tuya y mía, que nos meta bien, bajo su protección, en el Corazón de Jesucristo? (…) Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum!".
38b [tb/m560106]: "Dí: Sancta Maria, Stella Orientis, filios tuos adiuva! ¡Quién va a ser Maestra de amor a Dios más grande que esta Reina, esta Señora, esta Madre!".
"Maria, Stella maris".– A diferencia de la advocación Stella Orientis, la advocación mariana Stella maris arrastra tras de sí una importante tradición literaria. La han usado, entre otros, en la época patrística, San Jerónimo (Liber interpretationis hebraicorum nominum: CCL, LXX-1, 76 y 152) y San Isidoro (Etimologías, 7, 10, 1: BAC, Madrid, 1993, 677); en el alto Medioevo, Alcuino de York (Interpretationes nominum Hebraicorum: PL 100, 725, 728, 732); Rábano Mauro (Commentarium in Matthæum: PL 107, 738) y San Pedro Damián (Sermo I. In Epiphania Domini: PL 144, 508C y 511A). Fue popularizada principalmente por San Bernardo (De Laudibus Virginis Mariæ, 2, 17: SC 390, 169). En la tradición litúrgica ha quedado plasmada en el himno Ave Maris Stella de finales del siglo VIII o principios del IX.
38c "Sus brazos –lo admiramos de nuevo en el pesebre– son los de un Niño: pero son los mismos que se extenderán en la Cruz, atrayendo a todos los hombres".– Este inusual paralelismo, denso de contenido teológico, entre los brazos del Niño abiertos en el pesebre y los del Crucificado, extendidos para abrazar a todos, da testimonio de la mirada contemplativa de san Josemaría sobre el amor redentor de Cristo. La inmediata referencia al pasaje de Jn 12, 32, gran fuente de inspiración en la enseñanza del autor que lo cita con frecuencia, carga aún con mayor intencionalidad teológica el párrafo. Para el sentido de Jn 12, 32 en san Josemaría cfr. P. Rodríguez, La "exaltación" de Cristo en la Cruz. Juan 12, 32 en la experiencia espiritual del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, en: G. Aranda (dir.), "Biblia, exégesis y cultura. Estudios en honor del Prof. D. José María Casciaro", Eunsa, Pamplona 1994, 573-601. L. F. Mateo Seco, Sapientia Crucis. El misterio de la Cruz en los escritos de Josemaría Escrivá de Balaguer, en: "Scripta Theologica" 24 (1992) 419-438. A. Aranda, "El bullir de la Sangre de Cristo". Estudio sobre el cristocentrismo del Beato Josemaría Escrivá, Rialp, Madrid 2000, 255-278. G. Derville, La liturgia del trabajo. "Levantado de la tierra, a traeré a todos hacia mi" (Jn 12, 32) en la experiencia de san Josemaría Escrivá de Balaguer, en: "Scripta Theologica" 38 (2006) 821-854. Sobre las interpretaciones patrísticas a Jn 12, 32, cfr. J. L. González Gullón, La fecundidad de la Cruz. Una reflexión sobre la exaltación y la atracción de Cristo en los textos joánicos y la literatura cristiana antigua, Ed. Università della Santa Croce, Roma 2003. Sobre la opiniones de la exégesis contemporánea, acerca de los textos de la exaltación de Cristo en el evangelio de san Juan, cfr. J. F. Herrera Gabler, Cristo exaltado en la Cruz. Exégesis y teología contemporánea, Eunsa, Pamplona 2012.
38e "José le dio, por entero, su corazón joven y enamorado".– La referencia al Santo Patriarca como un hombre joven, enamorado y casto es habitual en el autor. Analizaremos más detenidamente su significado en las anotaciones a la próxima homilía, En el taller de José.
39a "La Iglesia entera reconoce en San José a su protector y patrono".– San José fue declarado patrono de la Iglesia universal el 8 de diciembre de 1870 por el B. Pío IX mediante el Decreto Quemadmodum Deus Iosephum (cfr. Pio IX, Acta, I/5, 282s). Lo había solicitado un grupo de Padres del Concilio Vaticano I, y estaba ya presente en la piedad popular. La fiesta quedó entonces fijada en el día 19 de marzo. La doctrina sobre la paternidad putativa del Santo Patriarca y, en general, sobre el lugar que ocupa en el plan divino de salvación fue desarrollada por el Papa León XIII en su encíclica Quamquam pluries, del 15 de agosto de 1889 [cfr. ASS 22 (1889/90) 66s]. Posteriormente otros Romanos Pontífices han dejado también testimonio de la veneración de la Iglesia por san José. Entre los anteriores a la fecha de composición de la homilía que comentamos (1969), se encuentran, por ejemplo, san Pío X, que mandó preparar sus Letanías; Pío XI, que en su acción contra el comunismo ateo puso a la Iglesia bajo el patrocinio de san José; Pío XII, que estableció en 1955 la fiesta de san José Obrero, fijada en el 1 de mayo; el B. Juan XXIII, que en 1961 lo proclamó patrono del Concilio Vaticano II; Pablo VI, que dedicó numerosas homilías de su pontificado a glosar la figura del Patriarca. En época posterior a san Josemaría, el texto magisterial más importante sobre la figura de san José y su singular papel en la Iglesia es el de B. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redemptoris Custos, 15-VIII-1989.
"A lo largo de los siglos se ha hablado de él…".– Son incontables los testimonios acerca de la devoción a san José entre los cristianos, en todo tiempo y lugar. Cabe decir que –al menos de una manera latente pero real– está presente en la espiritualidad cristiana desde los primeros siglos de la Iglesia. Limitándonos aquí a señalar nombres y acontecimientos más significativos, cabe recordar que dicha devoción adquirió un singular impulso desde el siglo XII en adelante, primero a través de san Bernardo y san Francisco de Asís, y luego, ya en siglo XIII, merced también al influjo –entre otros– de san Buenaventura, san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino. En los siglos XIV-XV alcanza la devoción un nuevo desarrollo gracias al celo de santos como santa Gertrudis, santa Brígida de Suecia, san Bernardino de Siena y san Vicente Ferrer, y de teólogos como Bernardino de Laredo o Juan Gersón. Desde el siglo XVI en adelante, sobre todo bajo la influencia de santa Teresa de Jesús, la devoción al Santo Patriarca se extiende universalmente con gran fuerza. Cfr. F. Canals (ed.), San José en la fe de la Iglesia: antología de textos, Madrid 2007. Las manifestaciones de la piedad popular en torno a san José, entre las que destacan la celebración de los siete domingos y los dolores y los gozos de san José, son asimismo incontables. La teología josefina (también llamada josefología) ha ido adquiriendo, sobre todo en el siglo XX pero con importantes fundamentos históricos anteriores, un notable desarrollo. Se celebran con frecuencia Simposios nacionales e internacionales, como los organizados por el Centro de Investigaciones Josefinas, y publicados por la revista "Estudios Josefinos" en Valladolid. Entre otras, merecen ser recordadas las aportaciones de B. Llamera, Teología de S. José, Ed. Católica, Madrid 1953, ya lejana en el tiempo, pero todavía útil, y las más recientes de L. Mª Herrán, San José, nuestro padre y señor: introducción a una teología de San José, Ed. Mundo Cristiano, Madrid 1977, y San José en los poetas españoles: pensamiento teológico, BAC, Madrid 2001. Otras aportaciones interesantes son las de J. A. Carrasco, San José en el misterio de Cristo y de la Iglesia: apuntes para una teología de San José, Centro de Investigaciones Josefinas, Valladolid 1980; y de J. Ferrer, San José nuestro padre y señor: la trinidad de la tierra, teología y espiritualidad josefina, Arca de la Alianza, Madrid 2007. Sobre la devoción de san Josemaría al santo Patriarca, se puede ver, L. Mª Herrán, La devoción a San José en la vida y la enseñanza del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, Ed. Mundo Cristiano, Madrid 1994.
"Me gusta invocarle con un título entrañable: Nuestro Padre y Señor".– El autor pudo tomar de santa Teresa de Jesús, por la que siempre tuvo personal devoción, ese "título entrañable", introducido por ella en la devoción josefina (cfr., por ejemplo: Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, 6, 6 y 33, 12; y Fundaciones, prólogo, 5; en: Obras completas, Madrid 19868, respectivamente pp. 50s; 182 y 675). En todo caso, esa piadosa denominación del santo Patriarca fue habitual en san Josemaría, y puede hallarse en pasajes de sus escritos de todas las épocas. El 15 de abril de 1932, por ejemplo, escribía en sus Apuntes íntimos: "Jesús: tu borrico cree en ti, te ama y espera. Hazme santo, mi Dios, aunque sea a palos. No quiero ser la rémora de tu Obra. Quiero corresponder, quiero ser generoso… Pero, ¿qué querer es el mío? A mi Madre y, especialmente en estos días, a mi Padre y Señor San José, les hago presente mi condición, mi miseria, mis naturales inclinaciones… que obstaculizan el camino que me lleva a Dios. ¡Oh, Jesús: cada día estoy menos seguro de mí y más seguro de Ti" (cfr. lo que señala P. Rodríguez en el comentario al punto 729 de Camino, en la edición crítico-histórica del libro, cit., pág. 579; ejemplos análogos de esos años pueden verse en ibid., págs. 38, 118, 449, 729).
39b "San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran".– He aquí un trazo nítido de la devoción a san José, Padre y Señor. En el camino de su identificación con el Hijo de Dios, el cristiano, que es por el bautismo otro Cristo, ha de saberse protegido y acompañado por quien tuvo en la tierra la misión de proteger y acompañar a Cristo mismo.
"Tratándole se descubre que el Santo Patriarca es, además, Maestro de vida interior".– La fórmula "Maestro de vida interior" está probablemente inspirada en santa Teresa de Jesús, quien, por ejemplo, escribe: "Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino" (Libro de la vida, 6, 8). Conviene, no obstante, advertir el interés de los matices que añade san Josemaría, extraídos de su propia experiencia espiritual. José es maestro que nos enseña: 1) a conocer a Jesús, 2) a convivir con Él, 3) a sabernos parte de la familia de Dios.
"San José nos da esas lecciones siendo, como fue, un hombre corriente, un padre de familia, un trabajador que se ganaba la vida con el esfuerzo de sus manos".– Se aprecia ahora la luz inconfundible del espíritu fundacional, que induce a san Josemaría a contemplar en el Patriarca, con particular atención, al hombre corriente, padre de familia, trabajador: un ciudadano más entre los demás. Esta caracterización secular y laical –y rigurosamente evangélica– de san José pone el acento en la ejemplaridad de su figura para quienes, insertos en las actividades ordinarias de la sociedad, se esfuerzan por seguir de cerca a Cristo y alcanzar en Él la santidad.
40a "No sabemos cuál de las dos genealogías, que traen los evangelistas, corresponde a María –Madre de Jesús según la carne– y cuál a San José, que era su padre según la ley judía".– Como ponen de relieve los especialistas (cfr., por ejemplo, U. Luz, El Evangelio de S. Mateo, cit., 117-135), ambos árboles genealógicos (Mt 1, 1-17; Lc 3, 23-38) presentan dificultades exegéticas. Pero más que en su enunciado, la importancia de esas genealogías está en el postulado histórico y teológico que manifiestan, siempre presente en la conciencia de la Iglesia: Jesús es una figura histórica, y según su genealogía humana es Hijo de David y a la vez Hijo de Abrahán.
40b "Ejercía el oficio fatigoso y humilde que Dios había escogido para sí, al tomar nuestra carne y al querer vivir treinta años como uno más entre nosotros".– Sutil cambio de perspectiva: detrás del protagonismo de José se deja advertir en esta frase (en realidad, en toda la homilía) el protagonismo de Cristo, que ha elegido nacer y vivir en ese entorno humano y familiar. La nueva referencia a los treinta años de vida escondida de Jesús está cargada, como siempre en el autor, de intencionalidad y significado espiritual.
40c "En todo caso, un obrero que trabajaba en servicio de sus conciudadanos, que tenía una habilidad manual, fruto de años de esfuerzo y de sudor".– En Mt 13, 55 se menciona a Jesús como "el hijo del artesano" y en Mc 6, 3 es denominado como "el artesano hijo de María". En ambas ocasiones, el término utilizado en el original griego de los evangelios para expresar la actividad laboral y, en cierto modo, el status social de José y de Jesús es tékton. La figura del tékton responde históricamente, en efecto, a las características aquí descritas por san Josemaría: se trataba de un trabajador capaz de desempeñar diversas funciones necesarias en la comunidad, como trabajar la madera, el metal, la piedra, etc. (Cfr., por ejemplo, j. gnilka, Jesús de Nazaret: mensaje e historia, Herder, Barcelona 1993). Especialmente útil y valioso sería el trabajo de José y de Jesús al servicio de una pequeña población como la de Nazaret, por lo que no es de extrañar que se les reconozca por el oficio.
40e Nuestra Señora corr autógr ] la Virgen foll.MC86, 7§3. || la energía humana corr autógr ] las fuerzas humanas rev.MC74, 38§4.
"No estoy de acuerdo con la forma clásica de representar a San José como un hombre anciano".– La iconografía de san José, hasta el siglo XVI, le representa, en efecto, como un hombre anciano principalmente por influjo de las narraciones apócrifas (relatos no canónicos de los primeros siglos) sobre la infancia de Jesús. Mediante esa supuesta ancianidad se pretendía destacar la virginidad de María y aportar, por vía indirecta, una "explicación" a la expresión evangélica que menciona "los hermanos" de Jesús. La tesis imaginada sería que san José, que era ya viudo cuando desposó a María, habría tenido diversos hijos e hijas de su primer matrimonio. Desde el siglo XVI en adelante, aunque se mantenga la iconografía del José anciano, comienza a desarrollarse otra línea pictórica (representada, por ejemplo, por Murillo), donde el Patriarca es mostrado como un hombre joven, de figura amable y viril (cfr. por ejemplo, É. Mâle, El arte religioso de la Contrarreforma: estudios sobre la iconografía del final del siglo XVI y de los siglos XVII y XVIII, Ed. Encuentro, Madrid 2001). Así lo describe también san Josemaría en la frase sucesiva.
40f pureza corr autógr || castidad foll.MC86, 7§4 || robustez corr autógr ] fuerza rev.MC74, 40§1.
40g "Y ¿qué puede esperar de la vida un habitante de una aldea perdida, como era Nazaret?".– Se trataba, en efecto, de una población de escasa importancia, que ni siquiera aparece mencionada en el Antiguo Testamento. San Jerónimo la denomina "viculus", y Epifanio de Salamina la llama "pueblo" (cfr. U. Luz, El Evangelio de S. Mateo, cit., 181). No obstante, tenía una sinagoga (Lc 4, 16s), lo que significa que allí habitaba un cierto número de familias: al menos doce.
40h a todo corr autógr ] a todas las cosas rev.MC74, 40§3.
40i "José era efectivamente un hombre corriente, en el que Dios se confió para obrar cosas grandes".– De nuevo esa idea, frecuente en la homilía. "Un hombre corriente", de vida sencilla, un trabajador; como millones deotros en todo el mundo; como tantos otros; etc. Son también frecuentes en el texto expresiones análogas acerca de la vida de José: una vida sencilla, normal y ordinaria; una vida de trabajo cara a Dios. Son reflejos de la figura de José captada por san Josemaría a la luz de su espíritu fundacional.
41a "Supo reconocer la voz del Señor cuando se le manifestó inesperada, sorprendente".– La llamada de Dios a una persona, y su correspondiente misión, pueden abrirse camino en el alma de modo inesperado y hasta sorprendente –como señala el texto–, o bien a lo largo (y como punto final) de un proceso de aproximación y preparación. En todo caso, ésta es la enseñanza que acentúa el autor: sólo un corazón convertido, sólo una fe vivida, son capaces de reconocer y aceptar la invitación divina.
42c su docilidad no presenta la actitud de la obediencia corr. autógr ] su obediencia no tiene la actitud foll.MC86, 11§1.
"Porque la fe cristiana es lo más opuesto al conformismo".– Como es evidente, la expresión "la fe cristiana" significa aquí "la fe del cristiano", y es equiparada –como actitud personal de obediencia a Dios– a la fe de José: activa, dócil a la gracia, dinámica. De ese dinamismo característico de la vida de fe tratan los párrafos sucesivos.
42d grado corr autógr ] plano foll.MC86, 11§2 || designios corr autógr ] planes foll.MC86, 11§2.
42f "Así fue la fe de San José: plena, confiada, íntegra, manifestada en una entrega eficaz a la voluntad de Dios, en una obediencia inteligente".– San Josemaría contempla la obediencia de José como lo que es: obediencia de fe, que se concreta "en una entrega eficaz a la voluntad de Dios". El significado de esa "entrega eficaz" puede deducirse de unas palabras anteriores (referidas a José pero aplicables también al cristiano como hombre de fe): "no renuncia a pensar, ni hace dejación de su responsabilidad. Al contrario: coloca al servicio de la fe toda su experiencia humana" (42e). Tales actitudes permiten continuar perfilando la noción de "obediencia inteligente". Sobre la expresión "obediencia inteligente", cfr. supra, 17g.
43a "Fe, amor, esperanza: estos son los ejes de la vida de San José y los de toda vida cristiana".– Es constante en el autor, la referencia al ejercicio de las tres virtudes teologales en las circunstancias ordinarias de cada día, como causa, y al mismo tiempo como signo, del dinamismo de la vida cristiana. "Allí reposa –escribirá más adelante; cfr. 169c– la esencia de la conducta de un alma que cuenta con el auxilio divino; y que, en la práctica de esas virtudes teologales, encuentra la alegría, la fuerza y la serenidad".
– "Su fiesta es, por eso, un buen momento para que todos renovemos nuestra entrega a la vocación de cristianos, que a cada uno de nosotros ha concedido el Señor".– En este párrafo y en el siguiente se refiere el autor, en tono exhortativo, a la renovación –precisamente en la fiesta de san José– de la entrega "a la vocación de cristianos, que a cada uno de nosotros ha concedido el Señor". La idea sólo se entiende plenamente si se sitúa en su contexto, que es una disposición establecida por el fundador en el derecho del Opus Dei, por la que los miembros de la Prelatura el 19 de marzo, festividad de san José, renuevan libremente la entrega a Dios que hicieron en la Obra. Como en otros pasajes de las homilías que comentamos, san Josemaría amplía aquí el marco de su exhortación a todos los cristianos, hablando de vocación cristiana en general. El lenguaje utilizado por el autor en este párrafo, característico de una predicación a personas del Opus Dei, muestra que la homilía tiene precedentes en la predicación de san Josemaría.
43c "El amor trae consigo la alegría, pero es una alegría que tiene sus raíces en forma de cruz".– La expresión: "La alegría tiene sus raíces en forma de cruz" era habitualmente utilizada por el autor en su predicación para referirse a la alegría cristiana. Es un testimonio más de su honda visión cristológica, pero también sugiere una línea de reflexión sobre la alegría en relación con la teología de la cruz. En cualquier caso, es patente la densidad teológica de la expresión. Se encuentra también literalmente en Forja, 28: "El auténtico amor trae consigo la alegría: una alegría que tiene sus raíces en forma de Cruz".
– "Un dolor que se paladea, que es amable, que es fuente de íntimo gozo, pero dolor real…".– La relación entre alegría y dolor sobre el fundamento del Amor constituye, por su evidente esencia cristológica, un tema propiamente cristiano. Es también, por la misma razón, "un tema central en la espiritualidad de San Josemaría" (así P. Rodríguez en el comentario al punto 758 de Camino, en la ed. crít.-hist. del libro). El binomio "sufrimiento-Amor" aparece, por ejemplo, con relativa frecuencia en las páginas de Forja ("trabajar y sufrir, por Amor", 26; "¡Ama! Sufre con alegría", 100; "…, ¡a orar, y a creer, y a sufrir, y a Amar! –¡Magnífico camino!: sufrir, amar y creer", 790; "Fe y Amor: Amar, Creer, Sufrir", 822; etc.).
44a extraordinarias corr autógr ] como grandes rev.MC74, 41§2 || siguiendo corr autógr ] cumpliendo rev.MC74, 41§2 || estamos corr autógr ] están rev.MC74, 41§2.
– "Las acciones que, con ojos humanos, consideramos extraordinarias; esas otras que, en cambio, calificamos de poca categoría".– Todo el párrafo ha sido escrito desde la perspectiva, tan querida para el autor, del valor santificador de las "cosas pequeñas" hechas por Amor (ya hemos aludido a esta doctrina, cfr. supra 37c), cuyo principal fundamento bíblico se encuentra en la parábola de los talentos: "Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor" (Mt 25, 21). Hilos de fondo en esta doctrina de san Josemaría, presente en todas sus obras, son: a) por encima de todo, el amor a Dios que se pone al hacer las cosas ("Hacedlo todo por Amor. –Así no hay cosas pequeñas: todo es grande. –La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo", Camino, 813; merece ser meditado todo el capítulo dedicado a este tema, puntos 813-830); b) la convicción, aludida en el párrafo que comentamos, de que la vida ordinaria –lugar de la llamada del cristiano a la santidad– se compone fundamentalmente de cosas pequeñas ("Santidad en las tareas ordinarias, santidad en las cosas pequeñas, santidad en la labor profesional, en los afanes de cada día…; santidad, para santificar a los demás", Amigos de Dios, 18a; en ibid., 312d, se lee: "esta santidad grande, que Dios nos reclama, se encierra aquí y ahora, en las cosas pequeñas de cada jornada"); c) la íntima relación entre infancia espiritual, vida de infancia y cosas pequeñas (cfr., por ejemplo, Camino, 852-901, con las correspondientes anotaciones de la ed. crít.-hist.; así como Amigos de Dios, 8-12).
44c inmenso valor sobrenatural corr autógr ] valor divino foll.MC86, 14§2.
– "…el Santo Padre Juan XXIII anunció que en el canon de la misa se haría mención del nombre de San José…".– Las palabras del Papa fueron: "Esté siempre con nosotros la Inmaculada Virgen María; y que su castísimo Esposo José, Patrono del Concilio Ecuménico, cuyo nombre brilla desde hoy en el Canon de la Misa, nos acompañe en el camino, como fue divinamente puesto como guía y protector de la Familia de Nazaret" (B. Juan XXIII, Discurso en la clausura del primer periodo del Concilio Vaticano II, 8-XII-1962; en: AAS 55 (1963) 35-41).
– "…una altísima personalidad eclesiástica me llamó en seguida por teléfono".– Se trataba del Cardenal Arcadio Larraona (cfr. Vázquez de Prada, III, p. 308, nt. 126). Larraona era en aquel momento Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos.
45 "Santificar el trabajo, santificarse en el trabajo, santificar con el trabajo".– La idea contenida en este título, y desarrollada en los párrafos sucesivos, sitúa al lector ante el núcleo teológico-espiritual de la homilía, y permite entrever la entraña misma del espíritu fundacional del autor. Está presente por doquier, desde los inicios del Opus Dei, en la enseñanza oral y escrita de san Josemaría (sin ir más lejos, en distintos pasajes de este mismo libro). En uno de sus textos primeros se puede, por ejemplo, leer: "El fin del Opus Dei es santificar el trabajo ordinario –la profesión o el oficio– de cada uno, la tarea humana intelectual o manual; y, por el trabajo santificado, cada uno en el lugar que en la vida le corresponda, dar a los demás de modo apto la doctrina de Jesucristo, siempre en tareas laicales y seculares, hechas por vosotros como ciudadanos, entre vuestros iguales" (Instrucción, 8-XII-1941, n. 73); y también: "Nuestro trabajo profesional es la materia que hemos de santificar, la que nos santifica y la que hemos de emplear para santificar a los demás"(ibid., n. 128). No es preciso alargar las citas, que serían interminables. Entre la abundante bibliografía teológica al respecto pueden recordarse, por ejemplo, a modo de síntesis: J. L. Illanes, Ante Dios y ante el mundo: apuntes para una teología del trabajo, Eunsa, Pamplona 1997; Id., La santificación del trabajo: el trabajo en la historia de la espiritualidad, Palabra, Madrid 2001; P. Rodríguez, Vocación, trabajo, contemplación, Eunsa, Pamplona 1987; A. Aranda, Identidad cristiana y configuración del mundo. La fuerza configuradora de la secularidad y del trabajo santificado, en: M. Fazio (ed.), "La grandezza della vita quotidiana. Vocazione e missione del cristiano in mezzo al mondo", Edizioni Università della Santa Croce, Roma 2002, 175-198.
45a "Describiendo el espíritu de la asociación a la que he dedicado mi vida, el Opus Dei".– Cuando el autor redactó esta homilía, el Opus Dei se encontraba en una situación jurídica provisional, no adecuada a su naturaleza. Por eso se atenía a modos de decir genéricos, como el de "asociación", que en aquel momento –a falta de una terminología apropiada para la Obra de Dios– eran, por decirlo así, los menos inconvenientes. Esta situación cambió a partir de 1982, cuando el Papa Juan Pablo II erigió el Opus Dei en prelatura personal.
"…se apoya, como en su quicio, en el trabajo ordinario, en el trabajo profesional ejercido en medio del mundo".– La comprensión del trabajo profesional como eje o quicio en torno al cual han de girar la vida espiritual y la actividad apostólica del cristiano, ha sido frecuentemente expuesta por san Josemaría en sus obras. Por ejemplo, en una de sus Instrucciones, escribe: "El trabajo (…) es el eje, alrededor del cual gira la propia santificación personal –la de cada uno– y toda su labor apostólica" (Instrucción 8-XII-1941); y, análogamente, en un pasaje de Amigos de Dios se lee: "La santificación del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera espiritualidad para los que –inmersos en las realidades temporales– estamos decididos a tratar a Dios" (Amigos de Dios, 61). Es una doctrina dotada de extraordinaria proyección evangelizadora en toda forma de sociedad y de cultura, ante todo por su misma raíz antropológica, pues el hombre ha sido creado para trabajar ("ut operaretur", repetirá san Josemaría con palabras de Gn 2, 15), pero también por su fundamento teológico: "Vemos en el trabajo –en la noble fatiga creadora de los hombres– no sólo uno de los más altos valores humanos, medio imprescindible para el progreso de la sociedad y el ordenamiento cada vez más justo de las relaciones entre los hombres, sino también un signo del amor de Dios a sus criaturas y del amor de los hombres entre sí y a Dios: un medio de perfección, un camino de santidad" (Conversaciones, 10c). Sobre tales fundamentos, y a la luz del carisma fundacional, construye el autor, una enseñanza espiritual llena de atractivo, que resumen bien estas palabras: "Somos nosotros hombres de la calle, cristianos corrientes, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, y el Señor nos quiere santos, apostólicos, precisamente en medio de nuestro trabajo profesional, es decir, santificándonos en esa tarea, santificando esa tarea y ayudando a que los demás se santifiquen con esa tarea" (Amigos de Dios, 120a).
"Para ser así testimonio de Cristo ante nuestros iguales los hombres y llevar todas las cosas hacia Dios".– El binomio trabajo-santificación, tan decisivo y fecundo en el pensamiento espiritual del autor, tiene como base firme la noción de vocación (vocación cristiana, en general; vocación –aquí sólo latente– al Opus Dei, en particular). Dicha noción permite entender adecuadamente el significado preciso de las otras dos (trabajo y santificación), así como el de su mutua relación. Entraña, sin duda, una clave hermenéutica indispensable de la doctrina de san Josemaría, sobre el trabajo santificado y santificador, como se advierte en los párrafos sucesivos de la homilía, centrados en dicha noción basilar.
45b Nuestra corr autógr ] Toda nuestra rev.MC74, 42§2.
"La vocación enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia".– Las sugestivas características de la vocación personal, recogidas en estas líneas, tienen sabor de algo vivo, experimentado. Tras estas palabras se esconden los acontecimientos centrales de la biografía personal y fundacional de san Josemaría, todos engarzados –como preámbulo o como consecuencia– alrededor de la inspiración divina del 2 de octubre de 1928, en la que recibe su misión y da inicio el caminar histórico del Opus Dei. El sentido vocacional, que empapa y fecunda la entera existencia del fundador, se manifiesta y se trasmite con ímpetu en sus enseñanzas sobre el seguimiento de Cristo y la vida cristiana. Pasajes sobre la experiencia psicológica de la vocación personal, análogos al que comentamos pueden encontrarse también en otras obras suyas; por ejemplo éste: "Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación" (Carta 9-I-1932, n. 9; cit. en F. Ocáriz, La vocación al Opus Dei como vocación en la Iglesia, en: P. Rodríguez (et al.), El Opus Dei en la Iglesia. Introducción eclesiológica a la vida y el apostolado del Opus Dei, Rialp, Madrid 2000, pág. 148. Cfr. también, entre otros, los estudios incluidos en el volumen: M. Fazio (ed.), La grandezza della vita quotidiana. Vocazione e missione del cristiano in mezzo al mondo, vol. I, Edizioni Università della Santa Croce, Roma 2002.
46a "La fe y la vocación de cristianos afectan a toda nuestra existencia, y no sólo a una parte".– El autor habla al mismo tiempo y en términos semejantes de la fe y de la vocación "de cristianos", consideradas ambas como don poseído por la persona. El párrafo es importante para captar su pensamiento sobre el sentido vocacional de la vida cristiana y la radicalidad del seguimiento al que Cristo llama. Nunca se subrayará demasiado la importancia de ese "sentido de totalidad", al que se refiere el texto.
46c tenéis que corr autógr ] habéis de rev.MC74, 42§7.
"Vuestra vocación humana es parte, y parte importante, de vuestra vocación divina".– Advertir esa correlación, o mejor, esa compenetración entre "vocación humana" –que aquí significa, principalmente, "vocación profesional"–, y "vocación divina" –sinónimo aquí de vocación de cristiano– es el camino para vislumbrar la esencia teológica de la misión para la que Dios eligió a san Josemaría, y de su enseñanza sobre el trabajo santificado y santificador. La cuestión hunde sus raíces en la doctrina sobre la creación en el Verbo y la redención mediante la Cruz. Aquello por lo que una persona se insiere activamente y con derecho propio en el hacerse de la sociedad, en el desarrollarse de la historia y del mundo, ese camino suyo natural, compartido en la tierra con tantos iguales, es decir, su trabajo ordinario, adquiere mediante la vocación personal una nueva clave de significado, un sentido de misión, de estar empeñado con Cristo, para gloria del Padre, en la obra de redimir al hombre y al mundo, y de contribuir a reconducirlos hacia su verdadero fin.
47b muy corr autógr ] bien foll.MC86, 17§3.
"Es vínculo de unión con los demás seres, …".– El estilo literario de estos párrafos, sobre las dimensiones antropológicas del trabajo, guarda cierta semejanza con los de sus homólogos en la Const. past. Gaudium et spes; por ejemplo, con éste: "Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia" (Gaudium et spes, 34c). Hay que hacer notar, sin embargo, que las ideas expuestas por san Josemaría en los pasajes que ahora anotamos son habituales en él, desde antes del Concilio Vaticano II.
47c "Para un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían".– Tanto este párrafo como el siguiente están concebidos por san Josemaría (lo confirma la cita de Gn 1, 28) desde la comprensión –central en la antropología cristiana– del hombre como "imagen de Dios". Responden, al mismo tiempo, a una concepción cristocéntrica de la actividad humana (asumida como algo propio por el Verbo Encarnado), que ofrece un profundo fundamento revelado a la teología y a la espiritualidad del trabajo. Así lo confirman las líneas siguientes, en las que el autor pone en íntima relación (los contempla realizados en Cristo) trabajo, oración y apostolado, cuya mutua conjunción, sintetizada en el concepto de "unidad de vida", tan propio del pensamiento de san Josemaría, radica en el Amor de Dios participado: en la caridad sobrenatural. El último párrafo del n. 49 es una buena síntesis de ese espíritu. El pasaje guarda correspondencia textual con Forja, 702.
48a Puede corr autógr ] El hombre puede foll.MC86, 18§3.
"El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio".– La que aquí recuerda el autor es una afirmación propia de la visión cristiana del hombre. El C. Vaticano II lo formuló de este modo: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amo y se confía por entero a su Creador" (Const. past. Gaudium et spes, 19).
48b debe corr autógr ] puede foll.MC86, 18§4. || nuestra propia labor corr autógr ] nuestro propio trabajo rev.MC74, 42§13.
49a trabajo profesional corr autóg. ] trabajo rev.MC74, 42§14.
49c "En esa tarea profesional vuestra, hecha cara a Dios, se pondrán en juego la fe, la esperanza y la caridad".– Ofrece ahora el autor –en íntima conexión, lógicamente, con los textos que preceden y siguen a éste– una ilustración de su doctrina sobre el trabajo cotidiano como cauce o quicio de la santificación del cristiano. El trabajo es presentado como ámbito en el que el cristiano, viviendo cara a Dios y queriendo servir a Dios y a los demás, se esfuerza en el ejercicio de las virtudes humanas y de las virtudes sobrenaturales, encaminándose así día tras día hacia la santidad, sin salir de sus tareas ordinarias. En ese sentido, el trabajo de cada jornada puede ser también denominado cauce o quicio de la santificación, como hemos visto en un pasaje anterior.
50a comportarse corr autógr ] vivir foll.MC86, 20§3.
50c "Pero los milagros son una manifestación de la omnipotencia salvadora de Dios, y no un expediente para resolver las consecuencias de la ineptitud o para facilitar nuestra comodidad".– Es la distancia que va entre el milagro, "manifestación de la omnipotencia salvadora de Dios", y la milagrería. El autor, lleno de fe en Dios, en su paternal Providencia y en su poder soberano –del que tantas veces fue testigo agradecido en la historia de la fundación– decía de sí mismo: "Yo no soy milagrero, pero amo esa grandiosidad de Dios" (Amigos de Dios, 105b).
"El milagro de convertir la prosa diaria en endecasílabos, en verso heroico, por el amor que ponéis en vuestra ocupación habitual".– La frase y la idea expresada son características del autor y de su mensaje espiritual. El camino de santificación del cristiano corriente consiste en el esfuerzo por vivir santamente la existencia cotidiana (las rutinas propias de la jornada laboral, de la vida familiar y social, etc., en definitiva, la prosa diaria) ejercitando con silencioso heroísmo las virtudes. En la importante homilía pronunciada por san Josemaría en el campus de la Universidad de Navarra ante miles de personas, el día 8 de octubre de 1967, formuló esa misma enseñanza con tonos teológicos muy intensos: "Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria" (cfr. Conversaciones, 116b). La misma idea, con nuevos matices ascéticos y apostólicos, puede leerse en Surco: "Al reanudar tu tarea ordinaria, se te escapó como un grito de protesta: ¡siempre la misma cosa! Y yo te dije: –sí, siempre la misma cosa. Pero esa tarea vulgar –igual que la que realizan tus compañeros de oficio– ha de ser para ti una continua oración, con las mismas palabras entrañables, pero cada día con música distinta. Es misión muy nuestra transformar la prosa de esta vida en endecasílabos, en poesía heroica" (Surco, 500).
50d realizar corr autógr ] hacer foll.MC86, 22§2 || terminarlas corr autógr ] hacerlas foll.MC86, 22§2 || debidamente corr autógr ] bien foll.MC86, 22§2 || deja corr autógr ] hacer foll.MC86, 22§2.
"Para servir, servir".– La frase: "Para servir, servir" es otro ejemplo del expresivo lenguaje espiritual y pastoral de san Josemaría. El término "servir", como se puede apreciar a continuación, tiene aquí dos sentidos: a) en primer lugar, significa saber hacer bien el propio trabajo, es decir, ser un buen profesional; b) pero significa también, en segundo lugar, trabajar con espíritu de servicio, pensando en los demás. Era tal la fuerza de esta expresión en labios del fundador que ha quedado también materializada en algunos elementos decorativos, como cerámicas, reposteros, etc., que se remontan directamente a sus días (puede verse escrita – por señalar un ejemplo– en la pantalla de una lámpara de mesa situada en el vestíbulo de entrada en la sede central del Opus Dei en Roma).
"No basta querer hacer el bien, sino que hay que saber hacerlo".– Gustaba san Josemaría de repetir, en relación con la idea expresada en esta frase, un versículo del libro de Isaías: "aprended a hacer el bien" (Is 1, 17). "Haciéndome eco de una expresión del profeta Isaías –discite benefacere (1, 17)–, me gusta decir que hay que aprender a vivir toda virtud" (Conversaciones, 110c). Aquí la idea se aplica al trabajo bien realizado, pero en un sentido más amplio es aplicable a cualquier aspecto de la vida cristiana como ejercicio de virtudes.
"Poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección".– El empeño por "dejar las cosas acabadas, con humana perfección" significa, en su raíz última, trabajar como Cristo (perfectus homo) con perfección humana, con la máxima calidad posible, cumplir del mejor modo las propias obligaciones profesionales y sociales, poniendo voluntariedad actual en el cuidado de las cosas pequeñas, tan importantes para la perfección de la obra bien acabada. Ante la mirada de san Josemaría está siempre reluciendo el trabajo diario de Cristo en Nazaret, como lo recuerdan estas otras palabras suyas: "Señor, concédenos tu gracia. Ábrenos la puerta del taller de Nazaret, con el fin de que aprendamos a contemplarte a Ti, con tu Madre Santa María, y con el Santo Patriarca José –a quien tanto quiero y venero–, dedicados los tres a una vida de trabajo santo. Se removerán nuestros pobres corazones, te buscaremos y te encontraremos en la labor cotidiana, que Tú deseas que convirtamos en obra de Dios, obra de Amor" (Amigos de Dios, 72c).
51b "Pero, como suele suceder en los pueblos pequeños, también sería capaz de hacer otras cosas".– Como ya ha sido comentado [vid. supra n. 40c], el oficio del artesano (ho tékton) incluía una amplia gama de trabajos, como los relacionados con la edificación de las casas (puertas, ventanas, etc.), o con la construcción de instrumentos necesarios para otros oficios. Esta labor gozaba de alta valoración social, y era obligatorio realizar un aprendizaje propio de su respectiva disciplina antes de poder ejercerlo. Además del texto ya citado J. Gnilka (Jesús de Nazaret…, cit.) se puede ver también: J. Jeremias, Jerusalén en tiempos de Jesús. Estudio económico y social del mundo del Nuevo Testamento, Ed. Cristiandad, Madrid 2000, especialmente, cap. I: Las profesiones.
"Era su labor profesional una ocupación orientada hacia el servicio".– Orientar hacia el servicio la propia ocupación pide desarrollarla cristianamente, o lo que es lo mismo, bajo el imperio de la caridad, que a su vez promueve y fundamenta el ejercicio de todas las demás virtudes cristianas. El servicio a los demás es una constante de las páginas de Es Cristo que pasa, y de las restantes obras de san Josemaría. Su primer punto de referencia es, lógicamente, como en todo, el ejemplo del Señor ("Cristo gasta su vida en servicio de los otros", 109b), de la Virgen María ("María se prodiga continuamente en servicio de los hombres", 140a), y, como estamos viendo, también de san José. Ese signo excelente de Jesucristo –que dice de sí mismo que vino no a ser servido sino a servir (cfr. Mt 20, 28)–, debe ser también característica de sus discípulos. La llamada a una vida cristiana de servicio se hace presente una y otra vez en estas homilías. He aquí tres formulaciones que, junto a tantas otras semejantes, encontraremos: "hacer de nuestra existencia un constante servicio" (114d); "nuestra vida no puede vivirse con otro sentido que con el de entregarnos al servicio de los demás" (145a); "debéis convertir vuestra ocupación en una tarea de servicio" (166c).
52a "Sabría exigir lo que, en justicia, le era debido, ya que la fidelidad a Dios no puede suponer la renuncia a derechos que en realidad son deberes".– La íntima conjunción cristiana entre caridad y justicia, que constituye la trama básica de este párrafo y del sucesivo, es contemplada por el autor desde la singular perspectiva de la secularidad, signo característico de su espíritu fundacional. Nada pierden la caridad y la justicia de lo que les es propio, cuando son consideradas desde ese punto de mira: antes al contrario, quedan embellecidas en sí mismas y en su mutua relación.
52c "Recibí también con emoción y alegría la decisión de celebrar la fiesta litúrgica de San José Obrero".– La fiesta litúrgica fue establecida por el Papa Pío XII en 1955 [cfr. Alocución, 1-V-1955, en: AAS 47 (1955) 406]. Los aspectos contenidos en la frase que escribe san Josemaría ("una canonización del valor divino del trabajo"), han sido tratados en nuestra época por el B. Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Redemptoris Custos, 15-VIII-1989: AAS 82 (1990) 5-34, especialmente en los nn. 22-24.
53b "Es y se siente unido a los demás, igual a los demás, con los mismos derechos y obligaciones".– De nuevo una referencia implícita a la secularidad cristiana, que rechaza toda idea de discriminación, de "ghetto", y sostiene la necesidad de ser y sentirse "unido a los demás, igual a los demás". En esta línea solía emplear el autor la expresión "mentalidad laical", como, por ejemplo, en el siguiente pasaje: "Interpretad, pues, mis palabras, como lo que son: una llamada a que ejerzáis –¡a diario!, no sólo en situaciones de emergencia– vuestros derechos; y a que cumpláis noblemente vuestras obligaciones como ciudadanos –en la vida política, en la vida económica, en la vida universitaria, en la vida profesional–, asumiendo con valentía todas las consecuencias de vuestras decisiones libres, cargando con la independencia personal que os corresponde. Y esta cristiana mentalidad laical os permitirá huir de toda intolerancia, de todo fanatismo –lo diré de un modo positivo–, os hará convivir en paz con todos vuestros conciudadanos, y fomentar también la convivencia en los diversos órdenes de la vida social" (Conversaciones, 117d).
53c "La constante presencia de la Iglesia en el mundo (…) pues son miembros con pleno derecho del único Pueblo de Dios".– El lenguaje de estas últimas frases trae a la memoria algunas expresiones análogas del Concilio Vaticano II, por ejemplo de Lumen gentium, 9 ("Nueva Alianza y nuevo Pueblo"), y Gaudium et spes, 40 ("Relación mutua entre la Iglesia y el mundo").
54c "Dios no se conforma con la estabilidad en un nivel conseguido, con el descanso en lo que ya se tiene".– Las afirmaciones de que "Dios no se conforma" y "exige continuamente más" –con esas palabras u otras semejantes– son muy frecuentes en la enseñanza del autor; por ejemplo: "El Señor se nos manifiesta cada vez más exigente" (Amigos de Dios, 304a); "El Señor –lo has comprobado desde el principio, y te lo subrayé a su tiempo– es cada día más exigente" (Amigos de Dios, 308a). Esa esencial dinamicidad de la vida espiritual cristiana –relación amorosa entre Dios-Amor y la criatura amada– es pura consecuencia de la innata reclamación del amor que (análogamente a lo que se lee en Camino, 155) "no se satisface «compartiendo»: lo quiere todo". Lo ha dejado maravillosamente formulado el texto bíblico: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con toda tu mente" (Lc 10, 27), que debe considerarse en la base de estas enseñanzas.
55d exponer la doctrina corr autógr ] hablar rev.MC74, 45§6.
"Porque Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar".– La idea desarrollada aquí –que se continúa enseguida y termina en la primera frase de 56a ("José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús")– puede ser considerada como un comentario al texto evangélico citado: "Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres" (Lc 2, 52). El amor mutuo, el cariño entre dos personas induce una semejanza espiritual entre ellas.
56a devoción corr autógr ] trato rev.MC74, 45§8.
56b "Con San José, el cristiano aprende lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los hombres, santificando el mundo".– He aquí una lectura del "ite ad Ioseph", característica de san Josemaría, plenamente coherente con su espíritu fundacional.
57a [tb/m520302]: "Cuaresma: penitencia, purificación, preparación para ser el instrumento que el Señor espera, que el Señor quiere. Después de deciros, como una preparación inmediata para la oración, que en la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera es muy importante –pero las sucesivas conversiones son más importantes todavía y más difíciles–, después de deciros esto, vamos a contemplar lo que nos dice la Iglesia en la Misa de hoy".
"El cristianismo no es camino cómodo".– Como es habitual en estas homilías, el término "cristianismo" es utilizado aquí en su significado más vivo y activo: como la actitud de seguimiento personal –con sentido vocacional– de Jesucristo, por parte del bautizado. Análogamente debe entenderse el término "cristiano".
"En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la conversión primera (…) es importante…".– En la introducción ha sido esbozado el significado habitual en el lenguaje ascético de "conversión", "conversión primera" y "conversiones sucesivas". Al estar dirigida la homilía a personas que han decidido seguir a Cristo de cerca, viviendo a fondo su llamada bautismal, aquel significado muestra ahora un importante acento vocacional. Debe, pues, entenderse la "conversión primera", de la que habla el autor, como el primer "sí" voluntario y consciente a seguir personalmente a Jesucristo con todas sus consecuencias; y por "conversiones sucesivas" hay que entender, lógicamente, las sucesivas renovaciones o reencuentros con aquella primera y fundamental decisión.
57b [tb/520302]: "Invocabit me, et ego exaudiam eum (Sal 90, 15). En todo tiempo Él nos oye, pero más cuando nuestro corazón está tan bien dispuesto, tan humillado –cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies–; tan humillado, tan decidido a purificarse, a ser mejores, a prepararnos para que cada uno sea el instrumento que Jesús quiere en su Obra".
57c [tb/m520302]: "Eripiam eum, et glorificabo eum (Ps. 90, 15). Hijos míos, ya tenemos como otras veces el movimiento interior, la fe que invoca a Dios, la esperanza de esa glorificación, y el amor, la caridad que es el Amor. Las tres virtudes teologales se han puesto en movimiento, apenas comenzada la oración".
"Ya tenemos aquí, como otras veces, el comienzo de ese movimiento íntimo, que es la vida espiritual".– La vida espiritual del cristiano es presentada por el autor, desde su más íntima raíz personal, como un movimiento del alma, fundado en la esperanza del cielo, que pone también en ejercicio la fe y la caridad. Se trata, en realidad, de una inseparable conjunción de las tres virtudes teologales –es constante la referencia a este punto en nuestras homilías– como fundamento de la existencia cristiana. San Josemaría predicaba con fuerza sobre la virtud teologal de la esperanza (cfr., por ejemplo, la homilía La esperanza del cristiano, en Amigos de Dios, 205221), y solía subrayar, entre otros, el aspecto aquí indicado: la esperanza, que parece ir como de la mano de la fe y de la caridad, contribuye, en realidad, con sus actos a poner en ejercicio los de aquellas.
"Las tres virtudes teologales, virtudes divinas, que nos asemejan a nuestro Padre Dios".– Como en otros pasajes del libro, la expresión "nuestro Padre Dios" parece referirse a Dios en cuanto tal –la Trinidad de Personas en su Unidad–, y no sólo a la primera Persona trinitaria. Ambas formulaciones caben en el discurso cristiano, y aparecen también en este libro. Por la gracia, que nos asemeja al Hijo hecho hombre, podemos decir que hemos sido hechos hijos del Dios Trino –así lo señala santo Tomás de Aquino en S.Th. III, q. 23, a. 2–, o bien que somos hijos del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo. Las virtudes teologales –como indica el texto de la homilía– nos asemejan a nuestro Padre Dios en cuanto que nos permiten conocerle, amarle y confiar en Él como hijos suyos adoptivos. Nos hacen, pues, capaces de participar en la comunión trinitaria, es decir, en la Unidad de las tres Personas divinas en el Conocimiento y en el Amor.
57d "Renovamos la fe, la esperanza, la caridad. Esta es la fuente del espíritu de penitencia, del deseo de purificación".– Queda indicada la esencial dimensión interior de la vida espiritual del cristiano: el valor meritorio de sus actos externos en estricta dependencia del peso de las virtudes en su alma, especialmente de la caridad, que informa a las demás. La medida de su eficacia viene dada por lo que hay en el corazón. De ahí la importancia de vivir siempre en gracia, volviendo enseguida a Dios si nos hemos apartado en algún momento de Él, así como de ejercitar las virtudes sobrenaturales mediante actos propios. Aquí nos exhorta san Josemaría a ejercitarlas por medio de la mortificación. Las virtudes teologales vienen al alma por medio de la gracia, y permanecen en nosotros mientras no rompamos –por el pecado– la unión personal con Dios. Al ser hábitos sobrenaturales infundidos con la gracia, para crecer y desarrollar toda su potencialidad necesitan ser puestas en ejercicio por medio de nuestros correspondientes actos: de fe, de esperanza y de amor a Dios. A través de los actos personales de esas virtudes crecemos en intimidad con Dios y participamos más intensamente en su Vida.
58a [tb/m520302]: "Qui habitat in adiutorio Altissimi, in protectione Dei coeli commorabitur (Sal 90, 1). ¿Y dónde estamos tú y yo, sino bajo la protección del Señor, cobijados dentro de esa Madre buena que es la Obra? (…) Decididamente, tú y yo, en esta Santa Cuaresma, vamos a dar un gran salto, va a ser un gran empujón, vamos a hacer una nueva conversión".
"Habitar bajo la protección de Dios, vivir con Dios: ésta es la arriesgada seguridad del cristiano".– Las nociones de "riesgo" y "seguridad", cuyos significados podrían parecer inconciliables, aparecen aquí unidas en cuanto predicadas del cristiano en su referencia a Dios, que se ocupa en todo de sus hijos ("está pendiente de nosotros") y les pide en todo su amor ("no se contenta compartiendo: lo quiere todo"). Esa conjunción de amor y exigencia por parte de nuestro Padre Dios, suscita en quienes se saben hijos suyos por la gracia la correspondiente conjunción entre seguridad y riesgo, ambos filiales: esa es la "arriesgada seguridad del cristiano", que está en la base de la noción de conversión "de los hijos de Dios".
"Y acercarse un poco más a Él quiere decir…".– El texto se encuentra casi literalmente en Forja, 32: "Acercarse un poco más a Dios quiere decir estar dispuesto a una nueva conversión, a una nueva rectificación, a escuchar atentamente sus inspiraciones –los santos deseos que hace brotar en nuestras almas–, y a ponerlos por obra".
58b [tb/m520302]: "Desde que te entregaste al Señor has corrido bastante. Sin embargo, ¿no es verdad que quedan aún tantas cosas, tantos puntos de soberbia, tantos puntos de desconocimiento de tu pobreza personal; que aún hay rincones de tu alma, que aún admites ideas y pensamientos que no están dentro del camino divino que has escogido en la tierra? Luego te falta una nueva conversión, una entrega más plena, de tal manera que, desapareciendo tú por la humildad, venga Cristo a vivir en ti: iam non ego: vivit vero in me Christus (Gal 2, 20)".
"Hace falta, sin duda, una nueva mudanza…".-Queda claramente expresado el objetivo de la conversión continua de los hijos de Dios: alcanzar "una lealtad más plena, una humildad más profunda" para asemejarse en mayor medida a Cristo. Esa es la meta de la vida espiritual del cristiano: "que disminuyendo nuestro egoísmo, crezca Cristo en nosotros".
58c ir adelante corr autógr ] avanzar foll.MC100, 29§3.
"El avance es progreso en santidad; el retroceso es negarse al desarrollo normal de la vida cristiana".– He aquí dos afirmaciones de alto significado teológico, siempre presentes –con formulaciones diversas pero con identidad de sustancia– en la predicación de san Josemaría: a) la santificación del cristiano es una exigencia bautismal, y su progresivo desarrollo consiste en un proceso de identificación con Cristo; b) la meta de la santidad no es sólo para algunos bautizados, sino que pertenece al "desarrollo normal de la vida cristiana".
58e "La Cuaresma ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales".– Esas preguntas, en las que el deseo de santidad y la generosidad apostólica no sólo forman unidad (como las dos caras de una misma realidad), sino que además son contemplados en la normalidad de la existencia del cristiano corriente ("mi vida diaria", "mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión"), responden perfectamente al espíritu fundacional de san Josemaría.
58f "Para que su imagen se refleje limpiamente en nuestra conducta".– Es frecuente que el autor insista en la consecuencia espiritual y moral –siempre de gran repercusión social– ahora aludida: que la imagen de Cristo se refleje en la conducta del cristiano. Se deriva de la verdad revelada –de matriz paulina (cfr. Ga 2, 20)– de que Cristo habita en el bautizado por la gracia. Cfr., Camino, 416; Forja, 140, 418, 452; Es Cristo que pasa, 123c, Amigos de Dios, 136a, 141b, 223e, etc.
58i [tb/m520302]: "Hijo mío: ¿cómo vas?, ¿qué tal te preparas para un examen más rígido, con una petición de gracias al Señor, para que tú le conozcas a Él, y te conozcas a ti mismo, y de esta manera puedas convertirte de nuevo?".
"La conversión es cosa de un instante; la santificación es tarea para toda la vida".– Al señalar, páginas atrás, las líneas de fondo del texto que anotamos, hemos indicado, y ahora lo recordamos, que la idea encerrada en este párrafo podría ser considerada el hilo conductor de la homilía.
"Para que podamos conocerle mejor y nos conozcamos mejor a nosotros mismos".– Menciona aquí el autor, sin detenerse a desarrollarlo, un tema de gran relieve dentro de la espiritualidad cristiana. Creado el hombre (varón y mujer) a imagen de Dios (cfr. Gn 1, 27), su destino último consiste en la visión de Dios cara a cara: conocerle –sugerirá san Pablo– como somos por Él conocidos (cfr. 1Co 13, 12). Crecer en el conocimiento sobrenatural de Dios es, por tanto, inseparable del progreso en el conocimiento íntimo de uno mismo en referencia a Dios. En ese sentido, es tradicional contemplar la salvación cristiana como un proceso en el que el bautizado, bajo la guía del Espíritu Santo (cfr. Rm 8, 14), es conducido a un mayor entendimiento de sí mismo como imagen e hijo de Dios en Cristo y a un progresivo conocimiento de Dios. La meta y culminación de este último (el cara a cara del cielo) es también la definitiva perfección de la imagen suya que Dios nos ha concedido ser. La profunda relación entre conocimiento de uno mismo y conocimiento de Dios es, como se ha indicado, un tema frecuente en la reflexión espiritual. San Gregorio de Nisa, por ejemplo, escribe: "Si alguien (…) examina su propia alma con pensamiento honesto y sincero, verá claramente en su naturaleza el amor de Dios hacia nosotros y el designio creador. Observando de esta forma, descubrirá que es esencial y connatural al hombre el impulso del deseo hacia lo hermoso y óptimo; descubrirá también, sembrado en su naturaleza, el amor impasible y feliz hacia aquella Imagen [el Verbo] inteligible y bienaventurada de la que el hombre es copia" [De Instituto Christiano, GNO (Gregorii Nysseni Opera) VIII/I, pág. 40]. San Agustín lo formula con una expresión característica: noverim me, noverim te, "que yo me conozca y que te conozca" (Soliloquios 2, 1, 1). A esa misma actitud del alma cristiana, con otro tipo de lenguaje, responden también las ideas expresadas por Santa Catalina de Siena en El Diálogo, Proemio, 1; o por Santa Teresa de Jesús en Las Moradas, Moradas Primeras, 1, 1-2.
59a [tb/m520302]: "Exhortamur vos, ne in vacuum gratiam Dei recipiatis (II Co 6, 1). Os lo repito con San Pablo. Si vosotros tenéis esta buena disposición, si tenemos tú y yo este deseo de convertirnos de verdad, de no jugar con las cosas divinas, (…) si la decisión es completa, vamos bien, y si no: exhortamur vos, ne in vacuum gratiam Dei recipiatis".
59b la Caridad corr autógr ] el Amor foll.MC100, 31§3.
– "No me gusta hablar de temor".– El autor está aludiendo implícitamente al "temor servil" (desconfianza, miedo a Dios), impropio de los cristianos, pues han sido elevados a la condición de hijos de Dios en Cristo. Solía referirse, en cambio, con frecuencia san Josemaría –con toda la tradición espiritual cristiana–, al "temor filial": respeto y veneración de hijos ante Dios, que incluye la voluntad de corresponder al amor divino y de rechazar firmemente el pecado. Así, por ejemplo, en Camino, 435: "«Timor Domini sanctus». –Santo es el temor de Dios. –Temor que es veneración del hijo para su Padre, nunca temor servil, porque tu Padre-Dios no es un tirano". Sobre este sentido del temor de Dios como temor filial de ofender a Dios y no de temor servil, cabe recordar un hecho de la vida de san Josemaría narrado por uno de sus biógrafos. En un día de octubre de 1931, "se vio privado de un recto entender el temor de Dios. (…) No se hizo la calma en su espíritu hasta por la noche. Por la mañana fue a ver a su confesor, quien le explicó el sentido del timor Domini, que había de entenderse como temor de ofender a Dios, que es la Suma Bondad, o temor de apartarse de Él, que es nuestro Padre. De sobra lo sabía don Josemaría, pero en aquellos momentos sintió como si el Señor desprendiera un velo de sus ojos, según explica en una catalina: «30-X-931: Hoy me encuentro algo cansado, indudablemente como consecuencia de la conmoción espiritual de estos dos días últimos, de ayer sobre todo. –No comprendo mi obcecación al traducir el timor, pues otras veces, p.e., en la frase initium sapientiae timor Domini, siempre por temor entendí reverencia, respeto. –Jesús, en tus brazos confiadamente me pongo, escondida mi cabeza en tu pecho amoroso, pegado mi corazón a tu Corazón: quiero, en todo, lo que tú quieras» (Apuntes íntimos, n. 364)" (Vázquez de Prada, I, p. 260).
59c [tb/m520302]: "Dice el sentir popular que tenemos encendidas dos velas, una a San Miguel y otra al diablo (la del diablo habremos de apagarla, claro está). (…) El Señor está dispuesto a darnos su gracia siempre y, especialmente en este tiempo, la gracia para esa nueva conversión, para esa ascensión en el terreno sobrenatural; esa mayor entrega, ese adelanto en la santidad, ese encendernos más".
59d "Jesús pasa a nuestro lado y espera de nosotros –hoy, ahora– una gran mudanza".– El pasar de Cristo entre los hombres, tanto en los años de su vida en la tierra como en el tiempo presente, con su amor, sus llamadas al corazón, su acción santificadora, es habitual materia de contemplación en san Josemaría. Acude con relativa frecuencia a esa imagen evangélica para poner de relieve la actualidad de la obra redentora de Cristo, que Él mismo sigue llevando a cabo en cada momento de la historia, especialmente a través de la Iglesia y de los cristianos. "Jesús pasa a nuestro lado", repetirá el autor, buscándonos, llamándonos a la conversión personal (a "una gran mudanza"), e invitándonos a cooperar en la salvación de los demás. A veces, señalaba san Josemaría, Jesús pasa junto a nosotros "como a escondidas" (quasi in occulto; cfr. Jn 7, 10), y podríamos no darnos cuenta de que es Él, como sucedió a tantos durante su vida terrena. Es preciso, pues, estar atentos: en vigilia de Amor. Un punto característico de la enseñanza del autor, es la afirmación, ligada a su doctrina del alter Christus, de que Jesús no sólo pasa junto a nosotros sino también en nosotros, a través de nuestra existencia y nuestras cotidianas acciones de hijos de Dios; pasa, pues, en favor de los demás, "con tu vida cristiana" (cfr. Forja, 665). El mismo título de este libro: Es Cristo que pasa, como quedó expuesto al estudiar su origen, es un buen ejemplo de lo que decimos. Algunos pasajes paralelos al que ahora comentamos, pueden verse en este mismo libro, cfr. supra, 67b, 145d; y en Amigos de Dios, 4, 121a, 153a, 265c.
59e [tb/m520302]: "Ecce nunc tempus acceptabile, ecce nunc dies salutis (2Co 6, 2). Llegó la hora favorable. Ha llegado para nosotros un día de salvación. Una vez más se oyen esos silbidos del Pastor divino, esa llamada cariñosa: Ego vocavi te nomine tuo (Is 43, 1), como nuestra madre nos llamaba o nos llama, por el nombre. Más aún: por el nombre, con el apelativo cariñoso, familiar. Allá en la intimidad del alma, llama, y hay que contestar: Ecce ego, quia vocasti me (1R 3, 6)".
59f en nuestras almas add penúlt redac || que son como un reproche tantas veces afectuoso add penúlt redac
"El Señor que sale al encuentro, que espera, que se coloca a la vera del camino".– El párrafo constituye un ejemplo característico de la oración contemplativa que –fundada en las escenas del Evangelio: metiéndose en cada una "como un personaje más"– hacía y enseñaba a hacer el autor. Reencontraremos la cuestión más adelante. Un consejo frecuente de san Josemaría, a ese respecto, es el que se lee en Amigos de Dios, 222c: "Para acercarse al Señor a través de las páginas del Santo Evangelio, recomiendo siempre que os esforcéis por meteros de tal modo en la escena, que participéis como un personaje más". Cfr. también, entre otros: Amigos de Dios, 57d, 216a, 253b.
"Cristo nos quiere con el cariño inagotable que cabe en su Corazón de Dios".– En el hombre Cristo Jesús "habita la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Su humana capacidad de amar (su "corazón" humano) es cauce e instrumento de su Amor divino. San Josemaría desarrollará ampliamente este punto en su homilía El Corazón de Cristo, paz de los cristianos (cfr. infra, nn. 162-170).
59g también yo add penúlt redac.
59h "Ecce ego quia vocasti me".– Aunque en la referencia bíblica se lea 1 Reg 3, 9, la cita es de 1 Sam, pues antiguamente los libros 1 y 2 Sam se denominaban 1 y 2 Reg, mientras que los actuales 1 y 2 Reg se llamaban 3 y 4.
"Como pasa el agua sobre las piedras, sin dejar rastro".– El agua pasa sobre la roca o corre por su superficie, "sin dejar rastro", pues –dada la dureza de la roca– no suele ser absorbida. Si el agua que corre es simple efecto de la lluvia, no queda ni la humedad, que desaparece en cuanto sale de nuevo el sol. El contraste, que establece implícitamente el autor, entre el correr infructuoso del agua sobre las piedras y la fertilidad que esa misma agua origina en la tierra que "se deja empapar", alude como es evidente a la actitud de conversión del cristiano en cuanto humilde apertura y correspondencia a la gracia de Dios.
60a [tb/m520302]: "In omnibus exhibeamus nosmetipsos sicut Dei ministros (2Co 6, 4). Porque, claro, si ahora me doy como Tú quieres, eso tendrá una manifestación externa, en mi conducta filial, fraternal, dentro de la Obra; en mi conducta profesional como estudiante o en el trabajo que me ocupe, y en el empeño que ponga por sacar adelante, a lo divino, las tareas apostólicas, pequeñas o grandes, que los Directores me encomienden".
– de la gracia corr autógr ] divina foll.MC100, 34§1.
60c [tb/m520302]: "Sicut Dei ministros in multa patientia, in tribulationibus, in neccesitatibus, in angustiis, in plagis, in carceribus, in seditionibus, in laboribus, in vigiliis, in ieiuniis, in castitate, in scientia, in longanimitate, in suavitate, in Spiritu Sancto, in caritate non ficta, in verbo veritatis, in virtute Dei (2Co 6, 4-7). En todo, en todo, tú, hombre de Dios e hijo de Dios, a todas horas. Pero se puede ser hijo de Dios de muchas maneras. Hijos de Dios que procuran darse cuenta de esa raíz divina que tienen en el alma, y vivir cara a Dios y a gusto de Dios".
"Sabiendo que el Señor está con nosotros, que somos hijos suyos".– Una y otra vez reaparece en el texto la referencia al don bautismal de la filiación adoptiva ("raíz divina" del ser cristiano), así como la exhortación a mantener viva la presencia del don (sentido de filiación) para "actuar en consecuencia". Son ideas clave en la doctrina espiritual de san Josemaría.
60d "Estas palabras del Apóstol deben llenaros de alegría".– En este breve párrafo 60d se puede apreciar el uso de unos términos y nociones ("cristiano corriente", "en medio del mundo", "camino divino", etc.), característicos del pensamiento teológico-espiritual del autor sobre el fiel cristiano y su llamada a la santidad. En alguna medida ya han aparecido en homilías anteriores, y hemos hecho referencia a su contenido e importancia. Están presentes a lo largo de todo el libro.
60e "¡Cómo ha sido desfigurado el cristianismo cuando (…)! Pero también es una desfiguración…".– La imagen de los dos caminos, uno que conduce a la salvación aunque es áspero y exige esfuerzo, y otro que lleva a la perdición, si bien es fácil de recorrer, se encuentra ya expresada en el Antiguo Testamento; por ejemplo, en el Sal 1, 1: "el camino de pecadores", y 1, 6: "el camino de los justos". Su formulación, sin embargo, más característica es la del evangelio de san Mateo, que de modo implícito está presente en las palabra de san Josemaría que anotamos: "Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!" (Mt 7, 13-14). Es también una figura usada en la literatura clásica; por ejemplo, Francisco de Quevedo la utiliza en Los Sueños, obra que san Josemaría conocía y que cita en Amigos de Dios, 130-131. Al margen ya de la imagen de los caminos, estas frases de la homilía –con numerosos paralelismos en el mismo libro– contienen el esbozo de una valiosa teología de la cruz. El autor está sugiriendo que quien se esfuerza en seguir de cerca a Jesucristo sabe que se encamina con su Maestro hacia el Calvario, y que ha de portar a diario sobre sus hombros la propia cruz (cfr. Lc 9, 23). Esa cruz cotidiana del cristiano no es, sin embargo, algo oscuro y triste, sino que está iluminada y embellecida, como estuvo ante los ojos de Dios la Cruz del Calvario, por el misterio de amor del Crucificado, cuyo sacrificio sólo busca la glorificación de su Padre, la identificación con su Voluntad y la salvación del mundo. Llevada con amor junto a Cristo, también la cruz cotidiana del cristiano significa gloria a Dios y eficacia apostólica, y es fuente de alegría. Así lo enseña san Josemaría; por ejemplo, cuando escribe: "Tu Cruz, así llevada, no será una Cruz cualquiera: será… la Santa Cruz. (…) Será… una Cruz, sin Cruz" (Santo Rosario, IV Dol).
61a "Las tentaciones de Cristo".– La mirada contemplativa del autor se centra ahora en el misterio de las tentaciones de Cristo en el desierto, siguiendo el relato de Mt 4, 1ss, y nos ofrece –si es permitido hablar así– una homilía (un comentario espiritual al Evangelio del día) dentro de la homilía. El texto muestra cierto paralelismo –como veremos– con los comentarios de diversos Padres y escritores eclesiásticos al mismo pasaje evangélico. Como ya hemos indicado, el apartado que ahora comienza guarda menor relación que los anteriores con el texto de m520302.
61c "Nuestro Señor, para darnos ejemplo en todo, quiso también sufrir la tentación".– Así lo comenta también, por ejemplo, san Juan Crisóstomo: "Como el Señor todo lo hacía y sufría por nuestra enseñanza, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate contra el diablo, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por ello, como si fuera cosa que no era de esperar" (Homilías sobre el Ev. de Mateo, 13, 1: PG 57, 207-209; cfr. Th. Oden (ed.), La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia. Nuevo Testamento, I.1a, Ciudad Nueva, Madrid 2006, p. 104).
"Jesús siente hambre: hambre de verdad, como la de cualquier criatura".– Un razonamiento análogo –fundado en la verdad de la verdadera humanidad de Cristo– es el que ofrece Orígenes, que comenta el hambre de Cristo como señal de su real condición humana: "… para que nadie tenga la impresión de que, al ayunar más de cuarenta días, no había adoptado verdaderamente la carne, después estaba hambriento, compartiendo todo con nosotros "excepto el pecado" (Hb 4, 15) y compartiendo nuestra condición a través de su propio sufrimiento" (Fragmentos sobre el Ev. de Mateo, 61; cfr. Th. Oden (ed.), La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia…, cit., 105).
"Sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal".– Esta misma idea (Cristo no usa su poder divino en beneficio propio), implícita en todo el relato de las tentaciones, aparece reiterada en los párrafos sucesivos. San Josemaría quiere resaltar la importancia de ese trasfondo general del pasaje evangélico, para extraer también importantes consecuencias para la vida del cristiano.
61f diablo corr autógr ] Diablo penúlt redac || de su poder divino corr autógr ] del poder de Dios penúlt redac
62a utilizar como instrumento de intereses y de ambiciones humanas la sublimidad y la grandeza del Evangelio corr autógr ] servirse de la sublimidad y grandeza del Evangelio como instrumento de intereses y de ambiciones humanas foll.MC100, 38§2.
"Aprendamos de esta actitud de Jesús".– El presente párrafo, así como el sucesivo, comienzan del mismo modo: "aprendamos de Jesús", en referencia a su invariable actitud de fidelidad a la Palabra de Dios y de olvido de Sí mismo en la escena de las tentaciones. Cristo no busca su beneficio personal sino la glorificación de su Padre, cumpliendo fielmente y hasta el extremo su divina voluntad. Esto es lo que quiere resaltar san Josemaría, como han hecho tantos otros autores cristianos: toda la existencia terrena del Hijo de Dios, de Belén al Calvario, es un constante ejemplo de propio desprendimiento, de no buscar nada para sí. Un contemporáneo de san Josemaría, R. Guardini, en un comentario de significado análogo, destaca por ejemplo cómo teniendo Jesús poder sobre la muerte y usándolo misericordiosamente en beneficio de otros (resucita al hijo de la viuda de Naim, a la hija de Jairo, a Lázaro), no lo pone sin embargo a su servicio sino que se somete dócilmente a la muerte de cruz (cfr. El Señor. Meditaciones sobre la persona y la vida de Jesucristo, Ed. Cristiandad, Madrid 2002, 275-280). Esa conducta de Cristo ante las tentaciones da ocasión a san Josemaría para insistir en este n. 62a en la que ha de ser actitud propia de sus discípulos: "El cristiano sabe así que es para Dios toda la gloria; y que no puede utilizar como instrumento de intereses y de ambiciones humanas la sublimidad y la grandeza del Evangelio". Ese "para Dios toda la gloria" (Deo omnis gloria!), que el autor convirtió desde 1928 en estilo de comportamiento y en jaculatoria incesantemente repetida, entendido como renuncia a toda gloria humana para darla enteramente a Dios, constituye, ante todo, una lectura singular –y central en su pensamiento– del misterio de Cristo como Hijo de Dios ("actitud de completa adoración del Padre") y del sentido de su misión (cfr. 62c). Es también, por eso mismo, un lema perfecto para sintetizar el sentido de la existencia del cristiano, que es "otro Cristo". El tema del Deo omnis gloria!, visto desde esa perspectiva, es un elemento clave de la biografía personal de san Josemaría como fundador del Opus Dei, y ocupa también, por lo mismo, un lugar privilegiado en la espiritualidad de la Obra. El tema ha sido ampliamente estudiado en E. Burkhart – J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, cit., I, págs. 243-339.
63b "Jesús, rehusando tentar a su Padre, devuelve a ese pasaje bíblico su verdadero sentido".– San Jerónimo comenta de manera similar la actitud de Jesús ante el uso fraudulento de la Escritura por el demonio: "Rechaza las flechas falsas que el diablo toma de las Escrituras con los escudos verdaderos de las Escrituras" (Comentario al Ev. de Mateo, 1, 6-7; cfr. Th. Oden (ed.), La Biblia comentada por los Padres de la Iglesia…, cit., 110).
63d "Contemplemos un poco esta intervención de los ángeles en la vida de Jesús, porque así entenderemos mejor…".– Lo que en estas líneas, y de manera sucinta, recalca san Josemaría acerca de la devoción y el trato con los Ángeles Custodios constituye otro de los rasgos característicos de su enseñanza. Más aún, podría ser desarrollado como uno de los grandes capítulos de su historia personal y fundacional. De importancia determinante al respecto fue el hecho de que Dios le inspirase su misión en la fiesta litúrgica de los Ángeles: "La Obra de Dios no la ha imaginado un hombre –escribía, por ejemplo, en años de comienzos–, para resolver la situación lamentable de la Iglesia en España desde 1931. Hace muchos años que el Señor la inspiraba a un instrumento inepto y sordo, que la vio por vez primera el día de los Santos Ángeles Custodios, dos de octubre de mil novecientos veintiocho" (Instrucción, 19-III-1934, nn. 6-7).
63e estos pasajes corr autógr ] este momento penúlt redac
– [tb/m520302]: "La Iglesia nos recuerda que, en este tiempo de Cuaresma, cuando nos vemos flojos, miserables, merecedores del desprecio, nos llenemos de aliento, pensando que si tenemos buena voluntad, como la gracia del Señor no nos va a faltar, los Ángeles del Señor serán nuestros compañeros, nuestros colaboradores en todos nuestros trabajos, en todos nuestros caminos de la tierra. In manibus portabunt te, ne unquam offendas ad lapidem pedem tuum (Sal 91, 12). Esos Ángeles te llevarán con sus manos para que tu pie no tropiece en ninguna piedra".
63f [tb/m520302]: "Hijo mío: invoca a tu Ángel Custodio, a todos los Ángeles Custodios, que han sido, desde el principio de nuestra Obra, los cómplices; (…). Y dile a tu Ángel Custodio –yo se lo digo al mío- que no quiera mirar nuestra vida mala, porque estamos dolidos, contritos. Que lleve al Señor esta buena voluntad que sale en nuestro corazón como ese lirio que ha nacido en el estercolero. (…) Sancti Angeli, Custodes nostri: defendite nos in proelio, ut non pereamus in tremendo iudicio".
64 "Filiación divina".– El contenido de este último apartado de la homilía puede ser considerado, en cierto modo, como su síntesis conclusiva. La enseñanza ha venido girando en torno a la noción cristiana de conversión, exhortando al lector a renovarla generosamente en el tiempo de Cuaresma. El vivo sentido de la filiación divina, que llenaba el alma de san Josemaría, da al texto su acento peculiar: la noción de filiación aporta a la de conversión una rica carga teológica y espiritual. Desde la paternidad de Dios, desde la convicción de su amor paternal, no sólo la renovación cuaresmal, sino la entera vida humana debe ser entendida como "un constante volver hacia la casa de nuestro Padre" (64g) a través de un amor sincero y filial. Y así, el arrepentimiento y la penitencia que acompañan necesariamente a la lucha espiritual del cristiano, traen consigo también –por ser conversión de hijos de Dios– alegría: "La conciencia de nuestra filiación divina da alegría a nuestra conversión: nos dice que estamos volviendo hacia la casa del Padre" (64a).
64a "Nos habla de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestra falta de generosidad".– Cuando san Josemaría leyó esta frase en las páginas ya impresas de la revista "Telva", p. 56, §3 (en la que la homilía vio la luz por vez primera), decidió invertir el orden, y dejarla así: "Nos habla de nuestra falta de generosidad, de nuestros pecados, de nuestros errores". Ese cambio, sin embargo, no se realizó, seguramente por decisión suya posterior. La frase, de hecho, aparece tal cual en posteriores publicaciones de la homilía por separado, así como en su edición definitiva en Es Cristo que pasa.
64c abriéndonos los brazos con su gracia corr autógr ] con su gracia para abrazarnos penúlt redac
"Un hijo de Dios trata al Señor como Padre".– En el contexto de la doctrina espiritual del autor, la existencia del cristiano, que es otro Cristo, es entendida y desarrollada –a imitación de la de su Señor– como una vida enteramente filial respecto a Dios y fraterna respecto a los hombres. El sacramento de la Confesión, al que se refiere el texto a continuación, bajo la luz de la parábola del hijo pródigo, lleva inscrita –como los otros sacramentos, especialmente el de la Eucaristía, cada uno a su modo– ese perfil indeleble: es un sacramento que abre de par en par, a los hijos de Dios, las puertas de la casa del Padre.
65a "¡Qué capacidad tan extraña tiene el hombre para olvidarse de las cosas más maravillosas, para acostumbrarse al misterio!".– Los misterios sobrenaturales de nuestra fe –el tema ha sido ya aludido páginas atrás– no son simplemente verdades para creer, sino también patrimonio de vida divina en nosotros, raíces de nuestra identidad cristiana, fundamento necesario de nuestro comportamiento y nuestras actitudes de hijos de Dios. Ese no "acostumbrarse al misterio" que leemos, es decir, mantener en la propia conciencia un sentido vivo y actual de, por ejemplo, la paternidad de Dios, la cercanía de Cristo, su presencia real en la Eucaristía, la acción del Espíritu Santo en nosotros por la gracia, la intercesión poderosa de la Virgen, la santidad de la Iglesia, etc., es central para la maduración de una vida en Cristo, y esencial para el desarrollo de la inteligencia cristiana. Al final de este párrafo se lee: "Estando plenamente metido en su trabajo ordinario, entre los demás hombres, sus iguales, atareado, ocupado, en tensión, el cristiano ha de estar al mismo tiempo metido totalmente en Dios, porque es hijo de Dios". No cabe expresar más brevemente y mejor el espesor teologal (presencia y vivencia del misterio) de una existencia verdaderamente cristiana.
65b de este modo corr autógr ] así penúlt redac
"La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador".– En Jesucristo nos ha sido revelado que Dios no sólo es Creador omnipotente sino también Padre amoroso, y que como tal hemos de venerarlo y amarlo. No somos tampoco simplemente criaturas de Dios, sino imagen suya y, por la gracia, hijos amados en su Hijo. La creación entera, cuando es contemplada por el cristiano desde la certeza de su filiación divina, nos habla de la Sabiduría del Creador, pero también de su Amor paterno. Como sugiere aquí san Josemaría –mencionando un tema de gran peso específico dentro de su doctrina espiritual, al que hemos de volver al anotar otros pasajes–, hay una importante correlación entre sentido de la filiación divina (sentido del misterio del que somos portadores en Cristo), amor al mundo como creación de Dios y don suyo a los hombres, y vida contemplativa del cristiano (conocimiento amoroso de Dios) en medio del mundo.
65c "Pero se oye también, continuamente, el eco de ese felix culpa".– En el texto ya impreso de la homilía en la revista "Telva", p. 57, §2, san Josemaría al leer "ese felix culpa" corrigió y escribió: "esa felix culpa". No introdujo, sin embargo, el cambio, quizás porque el "ese" se refiere no tanto al término "culpa" cuanto a la entera expresión "o felix culpa" del Pregón pascual.
65e "La Cuaresma ha de vivirse con el espíritu de filiación, que Cristo nos ha comunicado y que late en nuestra alma".– Conversión cuaresmal, renovación de la conciencia filial, imitación de Cristo en dar al Padre toda la gloria, significan también poder participar más de lleno, más conscientemente, en la misión redentora del Señor, cuyo contenido es formulado aquí por san Josemaría con particular fuerza ("unir lo que está roto, salvar lo que está perdido", …etc.). Tales enunciados permiten ilustrar teológicamente el significado del papel de la Iglesia en el mundo como sacramento universal de salvación (cfr. Lumen gentium, 48), así como el del apostolado del cristiano en medio de la sociedad.
66a consecuencia corr autógr ] resultado penúlt redac
"Portadores de la única llama capaz de encender los corazones hechos de carne".– Estas palabras traen inmediatamente a la memoria (es la misma idea) lo que san Josemaría escribió en el punto 1 de Forja: "Hijos de Dios. –Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse oscuridades, penumbras ni sombras. / –El Señor se sirve de nosotros como antorchas, para que esa luz ilumine… De nosotros depende que muchos no permanezcan en tinieblas, sino que anden por senderos que llevan hasta la vida eterna".
66b [tb/m520302]: "No olvides que, si tienes que luchar, el Señor es nuestro modelo, y que por eso, siendo Dios, permitió que le tentaran, para que nos llenásemos de ánimo; para que estemos seguros de la victoria; porque Él no pierde batallas, y estando unidos a Él nunca seremos vencidos".
66c [tb/m520302]: "Hijos míos: que estéis contentos. Yo lo estoy. No lo debiera estar, mirando mi vida, mi pobre vida, pero estoy contento, porque veo que el Señor me busca una vez más, que el Señor sigue siendo mi Padre; porque sé que vosotros y yo, decididamente, a la luz de esta temporada de Cuaresma, veremos cosas que hay que arrancar y las arrancaremos; y cosas que hay que quemar, y las quemaremos; y cosas que hay que entregar, y las entregaremos".
66d "Porque la alegría de la Resurrección está enraizada en la Cruz".– En el texto impreso aparecido en la revista "Telva", p. 57, §8, introdujo el autor un cambio de orden en las palabras: "porque la alegría de la Resurrección en la Cruz está enraizada". Con esa inversión quería evitar la rima con otra referencia cercana a la Cruz. Al final, sin embargo, no lo hizo, pues alguien le sugirió que la nueva redacción de la frase sonaba algo dura. En el folio en el que se le hizo llegar esta sugerencia, san Josemaría escribió: Bien, aceptando lo que le decían, y puso también a mano la fecha: 6-12-69. (Cfr. AGP, serieA.3, leg. 100, carp. 2, exp. 1).
67a "Cuando hay amor de Dios, el cristiano tampoco se siente indiferente ante la suerte de los otros hombres, y sabe también tratar a todos con respeto".– El título y, más aún, el contenido de la homilía, ofrecen un penetrante desarrollo del que Cristo –respondiendo a un doctor de la ley– denomina "segundo mandamiento": "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22, 39), inseparable del "mayor y primer mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente" (Mt 22, 37-38). Si hay amor a Dios, comenta el autor, el amor a los demás significa cuando menos, pero necesariamente, "tratar a todos con respeto". En cambio, cuando al segundo mandamiento le falta el apoyo del primero, porque no hay amor de Dios, el debido respeto al prójimo decae bajo diversas formas de abuso. La homilía se detendrá a considerar aquella que alimenta a todas las demás: no respetar la libertad de la persona. Sobre la libertad en las enseñanzas de san Josemaría, cfr.: C. Fabro, El primado existencial de la libertad, en: Aa.Vv., "Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei", Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 1985, págs. 341-356. J. J. Sanguineti, La libertad en el centro del mensaje del Beato Josemaría Escrivá, en: "La grandezza della vita quotidiana", vol. III: La dignità della persona umana (a cura di A. Malo), Edizioni Università della Santa Croce, Roma 2003, págs. 81-99. L. Clavell, Personas libres, en ibid., págs. 101-116. Un estudio amplio y profundo sobre el tema puede verse en: E. Burkhart – J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, cit., vol. II, cap. V: La libertad de los hijos de Dios, págs. 161-283.
67b "Jesús que pasa".– La melodía de fondo de nuestro libro –lo expresa literalmente su título– es la del pasar de Jesús entre nosotros, con su misericordia, su llamada a seguirle, su exigencia de santidad y de sentido apostólico y, en fin, con su amor redentor. Hemos tenido ya ocasión de anotarlo acompañando al texto (cfr., supra, 59h), y lo volveremos a hacer otras veces (cfr. infra, 71e y 156c). Refleja el alma del libro, su mensaje esencial: puesto que Cristo vive, y es el mismo ayer, hoy y siempre, la "revolución cristiana" –la del amor y la entrega, la del servicio y la paz, la de la caridad– continúa viva y pujante, promovida y conducida en las almas por el Espíritu Santo.
67d "En aquella sociedad –como hoy: en esto, poco ha cambiado–…".– Perdura, en efecto, en la sociedad y en la cultura contemporáneas esa conducta desaprensiva, e incluso se ha agravado al manifestarse en el terreno público y, muchas veces de forma agresiva, a través de los medios de comunicación. Esas actitudes –consideradas a continuación en la homilía– constituyen un signo de decadencia moral de un cierto modo de vida, originariamente cristiano, venido progresivamente a faltar al apartarse de su raíz. Grande es la responsabilidad que tienen los seguidores de Cristo, de rehacer, en diálogo con personas de otros credos religiosos, el entramado ético de la sociedad sobre el fundamento de la ley natural.
67f "Reciben todo, como reza el antiguo adagio filosófico, según el recipiente".– Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, lo expresa de esta manera: "manifestum est enim quod omne quod recipitur in aliquo, recipitur in eo per modum recipientis" (S.Th. I, q. 75, a. 5; cfr. S.Th. I, q. 84, a. 1).
"Para ellos, hasta lo más recto, refleja –a pesar de todo– una postura torcida que, hipócritamente, adopta apariencia de bondad".– En estas fuertes afirmaciones del autor nada hay de teoría del comportamiento, sino pura descripción, literariamente aligerada, del sufrimiento personal o del padecido por otros cercanos a él empeñados en el servicio de Cristo. Algo deja entrever el párrafo 68c, redactado en tercera persona. Los biógrafos han logrado expresar sólo algunos episodios más visibles (cfr., por ejemplo, Vázquez de Prada, II, cap. 13; III, cap. 18). Pero la dimensión autobiográfica de estos pasajes no disminuye, sino más bien refuerza, el juicio moral contenido en cada uno, es decir, el desvelamiento y rechazo del núcleo maligno de los pecados contra la caridad, que hieren sobre todo al que los comete.
68c "La gracia de Dios y un natural nada rencoroso han hecho que todo eso no les haya dejado el menor rastro de amargura".– Escribe el autor en tercera persona alejando de sí todo protagonismo, como era habitual en él. Desde los comienzos de su misión fundacional, hubo de padecer san Josemaría la incomprensión y la contradicción de algunas personas eclesiásticas (él hablaba de "la contradicción de los buenos"), que se extendieron después por diversos ambientes. En la nota anterior hemos aludido a algunos pasajes relatados en la biografía de Vázquez de Prada a los que nos remitimos; lo hacemos también respecto al volumen anteriormente citado, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, que analiza algunos aspectos de la cuestión desde la perspectiva histórico-canónica con interesantes aportaciones. Tan tenaz e intensa fue la persecución que, ya en 1943, a los quince años de la fundación, el Obispo de Madrid, en una de las primeras aprobaciones del Opus Dei, hacía notar como fruto del favor divino "el signo de la contradicción que siempre ha sido el sello de las obras de Dios" (cfr. El itinerario jurídico del Opus Dei, cit., pág. 125). Un juicio semejante expresaba en 1946, en Roma, a san Josemaría el entonces Sustituto de la Secretaría de Estado, Mons. Giovanni Battista Montini: "El Señor ha permitido que Uds. sufrieran desde los comienzos lo que otras instituciones sufren cuando llevan muchos años de vida" (cfr. ibid., pág. 161). Como dice el texto que anotamos, ni aquellos acontecimientos dolorosos ni los que duramente les siguieron en años sucesivos –continuando prácticamente durante toda la vida de san Josemaría– dejaron en su alma y en las de los fieles de la Obra "el menor rastro de amargura", pues eran recibidos con espíritu de caridad y de perdón. Con respecto a esa actitud de perdón, cfr. J. Cárdenas, San Josemaría, maestro de perdón, en: "Romana" 52 (2011) 174-189 y 53 (2011) 352 ss.
"… que todo les ha salido siempre por una friolera".– La expresión "salir por una friolera" es habitual en el lenguaje coloquial en el idioma castellano; el término "friolera", según indica el Diccionario de la Real Academia Española, es utilizado ahí como antífrasis, en el sentido de "cosa de poca monta o de poca importancia".
69a "Volvamos a la escena de la curación del ciego".– Los párrafos sucesivos son una formidable descripción de las actitudes humanas implícitas en ese pasaje evangélico, nada alejadas de las que podemos hoy en día advertir en algunas personas, ante la posibilidad de encontrarse ante un hecho sobrenatural. Unos, basados en prejuicios y temores sociales, omiten dar un juicio que en conciencia deberían dar; otros, por prejuicios pretendidamente racionales, rechazan que pueda darse un hecho que trasciende la razón; otros, en fin, negarán simplemente la realidad del hecho, poniendo en tela de juicio la veracidad de los testigos. Es muy interesante cuanto escribe al respecto el autor en los párrafos 69f y siguientes.
69f "Esa curiosidad agresiva que conduce a indagar morbosamente en la vida privada de los demás".– Es un primer ejemplo, ampliamente extendido en el espacio y en el tiempo, de cómo la degradación de la caridad cristiana deriva inmediatamente en degradación del sentido de la justicia, que acaba en verdadera perversión de los fundamentos de la convivencia.
69g "En esta defensa suelen coincidir todos los hombres honrados, sean o no cristianos, porque se ventila un valor común".– Un valor común, es decir, perteneciente a ese entramado de convicciones éticas (del buen ser y del buen hacer) que acompañan a la naturaleza humana como tal –la misma para todos los hombres, con anterioridad a sus convicciones religiosas–, que se hallan expresadas en la ley natural, inscrita por el Creador en el corazón de las personas.
69i "En ocasiones, se procede de otro modo".– Los ejemplos aducidos (que quizá hoy se calificarían como delitos contra la legítima privacidad) están llenos de actualidad: la injusticia cambia poco de cara.
"Admitir que sois un individuo íntegro".– En el texto del original mecanografiado esa última palabra ("íntegro") había sido escrita por el autor sobre otra que no es posible reconocer.
70b "Desde hace más de treinta años".– Es decir, desde el comienzo del trabajo apostólico del Opus Dei en 1928. Es frecuente en san Josemaría este modo de referirse a la fecha fundacional, quizás para no mostrarse él como fundador.
"Que haya más amor de Dios en la tierra y, por tanto, más paz, más justicia entre los hombres, hijos de un solo Padre".– En estas palabras del autor se adivina el enunciado del doble precepto de la caridad (amor a Dios con todo el corazón y toda la mente, y amor a los demás como a nosotros mismos; cfr. Mt 22, 37-40), en el que está sintetizado el entero mensaje moral del cristianismo. Incluye el texto el doble matiz de amor filial a Dios y amor fraterno a los demás, del que se derivan necesariamente la promoción de la paz y de la justicia.
71b "Habremos adquirido una mirada limpia".– Contempladas a la luz de la fe y de la caridad, con "una mirada limpia", las realidades humanas muestran su verdadero significado. Se está aludiendo a la oscuridad inducida por el pecado, no sólo en la voluntad sino también en el entendimiento, y a la sombra que arroja sobre la entera realidad creada (sobre su significado creacional) la conciencia entenebrecida por el pecado.
71d "La caridad, infundida por Dios en el alma, transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad".– La idea contenida en esa frase es de una importancia extraordinaria, desde la perspectiva antropológica cristiana, y goza de un fuerte apoyo en la tradición espiritual y doctrinal de la Iglesia. Hay, en efecto, una profunda interrelación entre las actitudes morales de la voluntad (el compromiso personal con el bien) y el ejercicio de las luces del entendimiento (el compromiso personal con la verdad). Un corazón corrompido (que no ama la verdad y no realiza el bien) "impone" su ley al entendimiento, y debilita su capacidad de conocer la verdad: lo "corrompe". Análogamente, un corazón purificado por la gracia llena también de claridad (en el conocimiento de la verdad) la inteligencia.
71e "Cristo, que sigue pasando por las calles y por las plazas del mundo, a través de sus discípulos, los cristianos".– He aquí de nuevo, perfectamente expresado, el significado propio del libro que comentamos: Cristo que sigue pasando, es decir, que sigue estando presente en todas las actividades de los hombres, en todas las épocas y circunstancias históricas, en todas las capas de la sociedad, a través de la vida y el testimonio de fe, el ejemplo, del alter Christus. El lector habrá ya podido comprobar la perfecta adecuación del título de este libro con su contenido, pero tendrá ocasión de advertirlo aún con mayor evidencia. La razón última hay que buscarla en la esencia misma del espíritu transmitido por el autor.
72b manifestaciones corr. autógr. ] muestras penúlt. redac.
72c "La caridad cristiana (…) se dirige, antes que nada, a respetar y comprender a cada individuo en cuanto tal".– Que la caridad con los demás, más que en dar, está en respetar y comprender, es una enseñanza muy presente en las páginas de este libro (cfr., por ejemplo, entre otras referencias, infra, 158d, 166d, 167c, 182c), así como también en otros textos del autor. En Camino, 463, por ejemplo, se lee una frase semejante: "Más que en "dar", la caridad está en "comprender". – Por eso busca una excusa para tu prójimo –las hay siempre–, si tienes el deber de juzgar". Tener espíritu de comprensión con los otros significa tratar de colocarse en su lugar y de ver, desde la perspectiva de la caridad, sus necesidades, sus dificultades, sus actitudes, e incluso sus defectos. Significa, con otros términos, tener misericordia y poner el corazón: comprender es, por decirlo así, saber querer. El modelo sublime se encuentra en el Corazón amante y misericordioso de Cristo, que asume sobre Sí las miserias de los hombres, y hasta la misma muerte, para alcanzarnos el perdón y la victoria. Es muy rica la doctrina de san Josemaría sobre la caridad cristiana como comprensión y cariño verdadero hacia los demás: un cariño de hermano y hasta, yendo más al fondo, un cariño paterno y materno, como el de Dios con nosotros. "Siguiendo el ejemplo del Señor –escribe en una de sus Cartas–, comprended a vuestros hermanos con un corazón muy grande, que de nada se asuste, y queredlos de verdad. Yo os quiero como os quieren vuestras madres (…). Sabréis pasar por encima de pequeños defectos y ver siempre, con comprensión maternal, el lado bueno de las cosas" (Carta 29-IX-1957, n. 35; cit. en E. Burkhart - J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, cit., vol. II, págs. 331-332).
"Los atentados a la persona (…) denotan (…) carencia de un auténtico amor de Dios".– Volvemos de nuevo a las ideas del principio: a la estrecha conexión –e inseparabilidad– entre el "primer mandamiento" y el "segundo", que constituyen el marco de la existencia moral del hombre y el fundamento de la justicia, el derecho y la convivencia.
72d "Ahogar el mal en abundancia de bien".– La frase, característica del autor, y llena de contenido, está inspirada en un texto paulino: "No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien" (Rm 12, 21). En Surco, 864, pueden apreciarse algunos de sus aspectos esenciales: "Tarea del cristiano: ahogar el mal en abundancia de bien. No se trata de campañas negativas, ni de ser antinada. Al contrario: vivir de afirmación, llenos de optimismo, con juventud, alegría y paz; ver con comprensión a todos: a los que siguen a Cristo y a los que le abandonan o no le conocen. –Pero comprensión no significa abstencionismo, ni indiferencia, sino actividad".
72e "Perdonemos siempre, con la sonrisa en los labios".– En aquellas personas, en su mayoría jóvenes estudiantes y profesionales, que seguían a san Josemaría en años de dura persecución contra su persona y contra su fundación, caló tan hondamente su ejemplo y su enseñanza, que el lema: "callar, sonreír, perdonar, trabajar", ha sido como una ley no escrita del comportamiento de los fieles del Opus Dei ante la contradicción. Sin embargo, como también enseñaba el fundador, cuando en conciencia hay que hablar –y siempre con caridad– se habla. Cfr. Vázquez de Prada, III, cap. 18. A. Balcells, Memoria ingenua: primeros pasos del Opus Dei en Cataluña, Rialp, Madrid 2009.
73a "Como toda fiesta cristiana, ésta que celebramos es especialmente una fiesta de paz".– Comienza la homilía con una hermosa afirmación: cuanto se refiere al cristianismo, en este caso sus fiestas, pero también todo su culto, y asimismo su presencia en la sociedad, lleva consigo el signo de su Rey y Señor: la paz. El saludo (y el don) de Cristo Resucitado a los suyos, inseparable del Espíritu Santo, es, en efecto, la paz (cfr. Jn 20, 19.21); y, del mismo modo, el Evangelio de Cristo se ha denominado "el Evangelio de la paz" (Hch 10, 36). Ya en el primer cristianismo el Apóstol Pablo saluda a los destinatarios de sus Cartas deseándoles "gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo". San Josemaría gustaba decir de sus hijos que eran "sembradores de paz y de alegría". La paz interior –en la conciencia, en el corazón, en todo nuestro ser– constituye un bien cristiano por excelencia.
"En esa maravillosa unidad y recapitulación de lo viejo en lo nuevo, que caracteriza la liturgia".– La idea encierra una implícita referencia al sentido cristológico de la liturgia católica.
73b "La aclamación a Jesucristo se enlaza en nuestra alma con la que saludó su nacimiento en Belén".– La expresión de júbilo de los ángeles al anunciar a los pastores el nacimiento del Mesías –"Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres en los que Él se complace" (Lc 2, 14)– es, en efecto, análoga a la alabanza de los discípulos de Cristo a las puertas de Jerusalén (Lc 19, 36-38), que citará a continuación el autor, y del mismo tono mesiánico. La paz a la que ambos textos hacen referencia es la paz del Reino de Dios, la que Cristo trae consigo y comunica a quien entra en comunión con Él: la que se asienta en el alma que vive en amistad con Dios.
73c "Pero miremos también el mundo: ¿por qué no hay paz en la tierra?".– Aquí el término "paz" está utilizado en dos sentidos distintos: a) el mesiánico del pax in coelo, al que nos hemos referido antes, y b) el histórico-literal de la paz entendida como ausencia de conflicto entre los hombres. El autor va a atenerse a continuación a éste, para acabar recalando en aquél.
"Bienes que no sacian, porque dejan siempre el amargo regusto de la tristeza".– Donde falta la paz auténtica: la de vivir en amistad personal con Dios, todos los sucedáneos –los ídolos artificiales a los que el hombre se entrega para encontrar la felicidad– acaban siendo aborrecibles, y, como dice san Josemaría, "dejan siempre el amargo regusto de la tristeza".
73d "Cristo es nuestra paz porque ha vencido; y ha vencido porque ha luchado".– Y con su victoria, es decir, con su muerte y su gloriosa resurrección nos ha alcanzado el Don del Espíritu Santo, y en ese Don del Amor divino, nos ha hecho capaces –si permanecemos fieles en la lucha contra el pecado– de una perenne amistad con Dios. Y así, en el alma en gracia, la pax in coelo, sin perder nada de su grandeza divina, se hace también "paz en la tierra": paz en los corazones humanos.
73e "La paz es consecuencia de la guerra, de la lucha, de esa lucha ascética, íntima…".– Se pone ahora de manifiesto –en la síntesis que ofrecen estas palabras, escritas desde la contemplación del misterio del Hombre-Dios, Verdad, Camino y Vida (cfr. Jn 14, 6)– el argumento de la homilía: aunque no haya paz en el mundo, y a veces falte también en el corazón de los hombres; aunque asimismo pudiera echarse de menos en la Iglesia (en cuanto constituida por hombres); la paz puede siempre hallarse en el seguimiento, amistad e identificación con Cristo, que siendo personalmente la Paz, la porta consigo y nos la entrega. Para alcanzarla tiene que luchar cada uno "contra todo lo que en su vida no es de Dios". Hemos encontrado en este párrafo una frase habitual en labios de san Josemaría: "la paz (de la amistad con Dios) es consecuencia de la guerra" (contra nosotros mismos).
74b "Si ponemos los medios, seremos la sal, la luz y la levadura del mundo: seremos el consuelo de Dios".– La fe que acepta el mandato-compromiso de luchar (evidentemente con plena libertad personal: por amor) comunica esperanza. Los santos que suscita Dios en su Iglesia para engendrar espiritualmente a otros muchos que actúen a su vez, según escribió san Josemaría, como "una inyección intravenosa en el torrente circulatorio de la sociedad" (Instrucción, 19-III-1934, n. 42), son históricamente una fuente inagotable de esperanza. Traen a Cristo con ellos: nos ayudan a encontrarlo y a darlo a conocer (siendo sal y luz) en los más variados ambientes de la sociedad.
74c "Toda la tradición de la Iglesia ha hablado de los cristianos como de milites Christi".– La formulación se remonta a san Pablo, que exhorta a Timoteo (y en él a todos los cristianos) a comportarse como "un noble soldado de Cristo Jesús" (2Tm 2, 3). Sobre ese fundamento, y ya desde los primeros tiempos del cristianismo, y particularmente desde el siglo III, es habitual en la tradición patrística la presentación de la vida del cristiano como una "militia Christi", al servicio del reino de Dios, y en lucha contra las fuerzas opuestas de la carne y el demonio. Puede verse al respecto, A. Hamman, Militia, en A. di Berardino (a cura di), Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana, vol. II, Ediciones Sígueme, Salamanca 1992, 1443-44. A partir de los Padres se hace también habitual el uso de la expresión en la tradición ascética y monástica medieval, así como en la literatura espiritual cristiana de la época moderna y contemporánea.
74e "Si alguno no lucha, está haciendo traición a Jesucristo y a todo su cuerpo místico, que es la Iglesia".– Continúa insistiendo san Josemaría en las mismas ideas. La llamada al combate espiritual cristiano (que se desarrolla esencialmente dentro de cada uno, y contra las propias limitaciones y miserias) choca siempre, como algo costoso, con la visión puramente humana de sí mismo. Para comprender la lucha interior hay que entender a fondo el cristianismo, que enseña a adorar a Dios siempre en el propio corazón y a considerar el propio cuerpo (la entera persona) como un templo en el que quiere habitar la Trinidad por la gracia. Esa lucha interior contra uno mismo es la principal característica de la militia christiana, que se proyecta luego necesariamente hacia fuera: hacia la implantación –mediante un combate de paz– de las actitudes y comportamientos cristianos en la sociedad. El soldado de Cristo (miles Christi), el que se emplea a fondo por el establecimiento de su Reino, ha de pelear desde dentro hacia fuera, y sólo así es eficaz su lucha, que entraña verdaderamente una guerra de paz. Este mismo lenguaje de milicia, de lucha contra uno mismo, puede resultar incomprensible donde el espíritu cristiano no esté presente o, estándolo (y siempre hablamos de su lugar más propio que es el corazón de los hombres), se haya debilitado. Es un lenguaje particularmente incomprensible en un contexto de cristianismo mundanizado o aburguesado. La situación histórica en la que se escribe esta homilía ofrecía numerosos ejemplos al respecto. Los textos del magisterio de la época así lo manifestaban (por indicar un ejemplo, pueden verse las temáticas desarrolladas por Pablo VI en las Audiencias generales de 1971 y 1972).
75a "En la vida interior se da un perpetuo comenzar y recomenzar".– Se describe una característica central –quizás la principal– de la lucha ascética en la doctrina de san Josemaría: concebirla como "un perpetuo comenzar y recomenzar". La lucha interior no puede estar en dependencia de circunstancias particulares o de sentimientos transitorios. La idea ya estaba expresada en Camino, 292 ("Precisamente tu vida interior debe ser eso: comenzar… y recomenzar"), y se encuentra en otros muchos lugares de su enseñanza oral o escrita (cfr. p.ej., Forja, 119 y 384). "Ésa es mi experiencia diaria –señalaba en 1972–. Con mucha frecuencia tengo que hacer el papel del hijo pródigo, recomenzando. Algunos días, no una vez sola, sino muchas. No te intranquilices, si no has podido lograr el bien que pensabas llevar a cabo. Pide perdón al Señor, dile que te ayude, e insiste: ¡comenzar y recomenzar!" (Notas de una tertulia, Madrid 24-X-1972; AGP, serie A.4, t721024).
75b "Es un mal antiguo, sistemáticamente confirmado por nuestra personal experiencia".– Antiguo es ese mal, objetivamente, en el escenario de la historia de la humanidad, en cuanto que tales experiencias negativas, comunes a todos los hombres, son efecto del pecado original. Antiguo es también, desde el punto de vista subjetivo, pues tales efectos nos acompañan a cada uno desde el inicio de la propia existencia. En la espiritualidad y en la pastoral católicas es siempre importante hacer referencia –implícita, como en este caso, o explícita– a la realidad del pecado original y de sus consecuencias.
75c "…pero casi todos le abandonaron a la hora del oprobio de la Cruz".– Se dejaron llevar por el ambiente social momentáneamente adverso (horas antes había sido favorable), y por la hostilidad del poder religioso y político. El cambio de circunstancias –sobre todo el paso de Cristo de "triunfador" a crucificado– favoreció en algunos un cambio de sentimiento: del arrojo al temor. Cuando hay sincero amor a Cristo –de eso hablan estos pasajes del libro–, aunque no falte el temor, hay también fortaleza y lealtad, virtudes muy propias del cristiano en todo tiempo. Siempre además está a nuestro alcance, como repite incesantemente san Josemaría, el sacramento de la Penitencia.
75e "Comprende Jesús nuestra debilidad y nos atrae hacia sí, como a través de un plano inclinado".– Ideas centrales, presentes en su enseñanza desde antiguo, son las que en este párrafo describe, con trazos firmes, el autor. El progreso en la vida interior se realiza poco a poco, como "a través de un plano inclinado": gradualmente, merced a la constante tracción de la gracia de Dios y al esfuerzo de la criatura. (Se puede ver una glosa de esa idea, por ejemplo, en la Instrucción, mayo 1935/14-IX-1950, nt. 83, §2). La vida de Cristo va siendo nuestra, o de otro modo, la nuestra va asimilándose paulatinamente a la Suya. La escena de Emaús es, en la enseñanza de san Josemaría, como una gran luz, un gran modelo evangélico de la cercanía de Jesús a cada uno de nosotros. En referencia particular a la Eucaristía, pero también en cualquier circunstancia de su vida de fe, el discípulo de Cristo puede exclamar: ¡Dios está aquí!, conmigo, en mi trabajo, en mi alegría, en mi dolor…, pues siempre, en efecto, está saliendo a nuestro encuentro, y esperando, cuando sea preciso, que volvamos a Él.
76b "Dejémonos de consideraciones superficiales, vayamos a lo central, a lo que verdaderamente es importante".– Como en Camino, 297, también aquí se nos muestra la perspectiva fundamental de la existencia cristiana ("lo que verdaderamente es importante"): alcanzar el cielo, llegar a la plenitud de la unión con Dios. Más adelante volverá a decirlo: "si no llegásemos al cielo, nada habría valido la pena" (cfr. 77f). A esa persuasión fundamental une san Josemaría, en este párrafo, dos actitudes que proceden de ésta y al mismo tiempo la refuerzan: "fidelidad a la doctrina de Cristo", lo que implica fidelidad a la Iglesia y a su magisterio, que nos propone dicha doctrina, y lucha constante "contra los obstáculos que se oponen a nuestra eterna felicidad". Son tres convicciones propias de una conciencia cristiana bien formada.
76d "No nos engañemos: en la vida nuestra, si contamos con brío y con victorias, deberemos contar con decaimientos y con derrotas".– La lucha cristiana por la santidad consiste en un combate –primordialmente interior– lleno, como aquí sugiere el autor, de realismo. La santidad cristiana es también, como todo en el cristianismo, profundamente humana. Es una santidad, si se pudiera hablar así, de carne y hueso: edificada, con la gracia de Dios, sobre la lucha humilde y perseverante de cada uno "para que Él crezca y yo disminuya" (cfr. Jn 3, 30).
77a "Donde está el Señor se goza de paz y de alegría, aunque el alma esté en carne viva y rodeada de tinieblas".– No están escritas estas homilías desde la simple reflexión teológica o desde la teoría de los libros de espiritualidad, sino desde la experiencia vivida de un santo, san Josemaría, en su lucha diaria para identificarse con Cristo y llevar muchas almas a encontrarse con Dios. Tras estos párrafos –por ejemplo, tras el que acabamos de leer– hay circunstancias reales que pueden encontrarse en las biografías que se han escrito sobre el autor. De ahí que valga la pena atender a sus consejos y, en este caso, a los remedios que nos propone contra los habituales obstáculos de la vida interior: humildad de recomenzar, lucha en las cosas pequeñas, fidelidad en el cumplimiento del deber, etc.
77d "Lucha cada instante en esos detalles en apariencia menudos, pero grandes a mis ojos".– Algunos de "esos detalles en apariencia menudos", mencionados a continuación, merecen ser leídos y meditados con atención. Permiten descubrir no pocas ocasiones de vivir "en cristiano" la vida de cada día: de hacerla grande por el Amor ante la mirada de Dios. Que eso es posible, y que ése es el camino, está acreditado por la experiencia –como en este caso– de los santos, pero sobre todo lo está por la existencia cotidiana del Dios hecho hombre, Cristo Jesús. Como en tantos otros pasajes del libro, también en éste se entrevé el ejemplo atrayente del Maestro.
77e que nos lleva a entrenarnos corr autógr ] para que nos entrenemos penúlt redac
77f "Cada vez más rápido, cada vez más profundo, cada vez más amplio".– Ese "más…, más…, más…", que el autor subraya, es requerimiento característico de la lucha cristiana por la santidad, del esfuerzo por crecer en la virtud y no desfallecer en el trabajo apostólico. La exigencia viene de Dios. En labios de san Josemaría siempre estaban presentes –amablemente presentes– palabras como éstas: "Dios exige continuamente más, y sus caminos no son nuestros humanos caminos" (supra, 54c); o bien, estas otras: "El Señor –lo has comprobado desde el principio, y te lo subrayé a su tiempo– es cada día más exigente" (Amigos de Dios, 308a). Tales exhortaciones se intensificaron, si cabe, en los últimos años de su vida.
78a "La mortificación es también oración –plegaria de los sentidos–".– Ya hemos encontrado esta sugestiva definición de la mortificación cristiana en un texto anterior (cfr., supra, 9a).
78b "Para que (…) los hombres puedan hacerse partícipes de los méritos de la Redención".– A la fórmula del Catecismo de san Pío V, y a la clásica definición de sacramento ("signo eficaz de la gracia, instituido por Jesucristo"), que también se halla implícitamente mencionada, se une aquí una descripción de los sacramentos que acentúa su dimensión cristológica: medios para que "los hombres puedan hacerse partícipes de los méritos de la Redención". En unas líneas posteriores, cercanas a éstas, la realidad sacramental viene expresada, en el mismo sentido, como: "corriente redentora de la gracia de Cristo" (78c).
78c "Si se abandonan los Sacramentos, desaparece la verdadera vida cristiana".– En este párrafo y en los sucesivos se recoge lo esencial de la doctrina católica sobre los sacramentos y, al mismo tiempo, se hace referencia a determinadas afirmaciones y actitudes contrarias, que se extendían por todo el orbe católico en el entorno de los años en que fue editada esta homilía. Las escuetas palabras que escribe a continuación san Josemaría sobre cada sacramento –en otros escritos suyos hay explicaciones más extensas–, reflejan su modo de contemplar y de enunciar la sustancia teológica de cada uno.
78f "Con razón, el cuarto mandamiento puede llamarse –lo escribí hace tantos años– dulcísimo precepto del decálogo".– Cfr. Instrucción, 31-V-1936, n. 33.
"El hogar será un rincón de paz, luminoso y alegre".– Cfr. supra, 22d.
79a "Nuestro Padre Dios nos ha dado, con el Orden sacerdotal…".– Se ocupa ahora san Josemaría con mayor detenimiento (n. 79 íntegro) de la doctrina sobre el sacramento del Orden, para destacar sobre todo la identidad teológica del sacerdote, que "es otro Cristo, Cristo mismo, para atender a las almas de sus hermanos" (79b). Tras hacer eco a la enseñanza de la Iglesia sobre el sacerdocio ministerial, alude también a ciertas dificultades presentes en el terreno de la opinión pública, cuando se redactaba esta homilía (y cabría afirmar siempre): el empeño de algunos en "fabricar una nueva Iglesia, traicionando a Cristo" (79c). Con toda la tradición doctrinal católica, san Josemaría quiere hace considerar al lector el peligro que supone el abandono o el descuido del sagrado ministerio, y la "responsabilidad que incumbe a los sacerdotes de asegurar a todos los cristianos ese cauce divino de los Sacramentos" (80b). Un texto más extenso sobre el sacerdocio ministerial lo encontramos en la homilía Sacerdote para la eternidad, pronunciada el 13-IV-1973, Viernes de Pasión (antigua conmemoración de los Siete Dolores de la Santísima Virgen María), y publicada junto con otras dos homilías suyas (Lealtad a la Iglesia, El fin sobrenatural de la Iglesia) en el volumen "Amar a la Iglesia", Ed. Palabra, Madrid 1986, pp. 61-80.
79c "Es un hecho público que algunos eclesiásticos parecen hoy dispuestos…".– Hacen referencia estas palabras, en términos generales, a las dificultades doctrinales y pastorales por las que atravesaba la Iglesia a finales de los años 60 y comienzo de los 70 del siglo XX. El pueblo de Dios se vio envuelto en diversos problemas, ligados también, sin duda, a la situación social y cultural general, pero principalmente debidos a una primera recepción e interpretación del Concilio Vaticano II –no en todas partes, pero sí en no pocos ambientes intelectuales y pastorales– en clave de confrontación y ruptura. Para darse cuenta, al menos en cierta medida, de la gran perturbación eclesial de aquellas horas, basta recordar las repetidas intervenciones de Pablo VI al respecto. Por ejemplo, en un discurso pronunciado el 23-VI-1972, ante el Colegio de Cardenales, se lamentaba de: "una falsa y abusiva interpretación del Concilio, que desearía una ruptura con la tradición, también doctrinal, llegando al repudio de la Iglesia ‘preconciliar’ y a la licencia de concebir una Iglesia ‘nueva’, casi ‘reinventada’ desde dentro, en su constitución, en el dogma, en las costumbres, en el derecho" (Insegnamenti di Paolo VI, vol. X (1972) 672-673). Llegó el Vicario de Cristo a expresar que, a la luz de los precedentes históricos, se podía pensar que nunca se había dado una tal pérdida de orientación en la Iglesia [cfr., por ejemplo, la Homilía en la Basílica Vaticana, en la Misa del 29-VI-1972, en el noveno aniversario de su coronación; en Insegnamenti di Paolo VI, X (1972) 703-709; aquí 707].
80a "Con su Cuerpo, con su Alma, con su Sangre y con su Divinidad".– En los últimos años de su vida –que, en la práctica, vienen a coincidir con los que transcurrieron mientras, entre tantas otras cosas, redactaba y publicaba estas homilías–, san Josemaría llevó a cabo diversos viajes de catequesis por países de Europa y América. En sus reuniones, repetía frecuentemente –lo había hecho siempre– esa fórmula doctrinal, con que la Iglesia confiesa la presencia real de Cristo en la Eucaristía: "con su Cuerpo, con su Alma, con su Sangre y con su Divinidad", que procede en su literalidad de la doctrina definida en el Concilio de Trento (cfr. Decreto sobre el sacramento de la Eucaristía, cap. 3, y canon 1; cfr. DzH. 1640 y 1651). Volveremos a encontrar esa misma fórmula más adelante, y nos detendremos entonces en su contenido doctrinal (cfr. infra, 83d, y especialmente 161a).
80b "Cada uno vale toda la sangre de Cristo".– En los textos de san Josemaría publicados hasta ahora (escribimos estas anotaciones a finales de 2012), la frase: "Cada hombre vale toda la sangre de Cristo", sólo se lee en este párrafo. Era, sin embargo, habitual en su predicación. Es una fórmula expresiva de la universalidad de la redención, que oída de labios de san Josemaría daba razón de su afán por la salvación de todas las almas y del empuje apostólico que transmitía a los demás.
80c "Los Sacramentos, medicina principal de la Iglesia, no son superfluos (…): los necesitamos como la respiración…".– La afirmación de que la economía salvífica establecida por Jesucristo, y administrada en su Nombre por la Iglesia, es sacramental, constituye un punto firme de la doctrina católica. Dios nos santifica en la Iglesia por medio, principalmente, de los sacramentos. La importancia primordial de esos medios sobrenaturales para el desarrollo de la vida espiritual cristiana en su camino hacia la santidad es también, por esa razón de fondo, un elemento indeleble de la enseñanza del fundador del Opus Dei.
80d "Nada hay en esta tierra capaz de oponerse al brotar impaciente de la Sangre redentora de Cristo".– Las fuertes afirmaciones, que se leen a continuación, acerca de la responsabilidad de los pastores deben ser leídas a la luz de lo que encierra la frase señalada: "Nada hay en esta tierra capaz de oponerse al brotar impaciente de la Sangre redentora de Cristo". Esas consideraciones desarrollan diversos aspectos de la peculiar exigencia que, resumiendo y también con palabras de san Josemaría, podría ser denominada: "adquirir finura de conciencia, respeto fiel al dogma y a la moral" (81a).
81b "Son reprensiones fuertes".– Graves aparecen, en efecto, esas palabras de la Escritura, e igualmente las redactadas en este pasaje de la homilía. Aluden, sin embargo, aunque sólo de manera velada, a hechos reales que se repetían en la Iglesia durante aquellos años. Remitimos al lector a la anotación de 79c. La gravedad de la situación llevaba a Pablo VI a señalar, por ejemplo, en un discurso del 7-XII-1968 a los miembros del Seminario Lombardo que: "La Iglesia atraviesa hoy un momento de inquietud. Algunos se ejercitan en la autocrítica, se diría incluso en la autodemolición. Es como una convulsión interna, aguda y compleja, que nadie se podía esperar después del Concilio. Se pensaba en un florecimiento, en una expansión serena de los conceptos madurados en la gran reunión conciliar" [en Insegnamenti di Paolo VI, vol. VI (1968) 1187-1189; aquí, 1188].
82a "El que se queda recluido en la ciudadela del propio egoísmo no descenderá al campo de batalla".– En los números finales de la homilía el autor vuelve al tema de fondo: la lucha interior. Se dirige a todos –y quizás en especial, continuando el discurso anterior, a los que tienen oficio de orientar y servir a los demás en la Iglesia– haciendo hincapié en la necesidad de luchar para mantenerse fiel al Señor y tener la "audacia para confesar la fe también cuando el ambiente es contrario" (82e). Al mismo tiempo, y con la misma fuerza, aconseja acudir confiadamente a la misericordia de Dios.
82f "Heroísmo –y será lo normal– en las pequeñas pendencias de cada jornada".– Esta exhortación al heroísmo del cristiano en la lucha cotidiana, en las pequeñas cosas de cada día, es un punto de llegada fundamental en la enseñanza de la homilía y, en general, en la doctrina espiritual de san Josemaría. En ese heroísmo en lo cotidiano, "escondido y silencioso" (cfr. Camino, 185 y 509), consiste esencialmente la lucha por la santidad.
83a "Comencemos por pedir desde ahora al Espíritu Santo que nos prepare, para entender cada expresión y cada gesto de Jesucristo".– El deseo de "entender cada expresión y cada gesto de Jesucristo" –una contemplación diligente del Evangelio, para aplicarlo a la propia vida– constituye una actitud manifiesta en todas estas homilías. Pero en este caso, al tratar del misterio eucarístico, parece intensificarse en el autor ese anhelo; las razones están expresadas en los tres "porque" mencionados a continuación: "porque queremos vivir vida sobrenatural, porque el Señor nos ha manifestado su voluntad de dársenos como alimento del alma, y porque reconocemos que sólo Él tiene palabras de vida eterna".
83c "Pero no es difícil imaginar en parte los sentimientos del Corazón de Jesucristo en aquella tarde".– Cuando reflexionamos sobre el misterio del Jueves Santo, pensamos normalmente en lo que Jesús nos reveló aquel día y en lo que hizo por nosotros. San Josemaría se detiene más adelante en ese mismo camino, pero antes, en las líneas que escribe a continuación, pone la atención en Cristo mismo, en "los sentimientos del Corazón de Jesucristo en aquella tarde, la última que pasaba con los suyos, antes del sacrificio del Calvario". Es una manera profunda de aproximarse espiritualmente al misterio fijando primero la atención en la Persona de quien lo realiza, en la Persona a quien se ama.
83d [tb/m600414]: "Dos personas que se quieren y se tienen que separar se dejan unos retratos, ¡con una dedicatoria que quema el papel!".
"Considerad la experiencia, tan humana, de la despedida de dos personas que se quieren".– Con cierta frecuencia hizo uso el autor, para ilustrar el misterio de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, de la imagen de la despedida de dos personas que se aman y de las fotografías que mutuamente se entregan. Ha dejado relatado también que, por gracia de Dios, comprendió desde joven ese quedarse de Cristo por amor a nosotros en el Sagrario: "Me recuerda la despedida del que necesariamente se tiene que ir, y a la vez querría quedarse; pero el deber –el que sea– le obliga a separarse de los que ama. Y les deja una fotografía, con una dedicatoria tan encendida, que es milagro que no arda la cartulina. No puede hacer más, porque el poder de los hombres no llega tan lejos como su querer. Pero lo que no podemos nosotros, lo puede Dios: se va y se queda: para que le comamos, para que nos hagamos uno con Él. Tú, Todopoderoso, me has hecho entender esa locura de amor de la Hostia. Te agradezco que, desde joven, me hayas hecho entrever este misterio inefable. Yo hubiera hecho igual, si hubiera podido. Irme y quedarme, al mismo tiempo" (Apuntes tomados de una meditación, 26-III-1964; en Crónica junio 1965, pp. 7-8, en AGP, Biblioteca, P01).
83e regalo que nos haga evocar su memoria corr autógr ] recuerdo penúlt redac || aquel amoroso momento corr autogr ] aquella amorosa despedida penúlt redac.
[tb/m600414]: "Lo que no podemos nosotros, lo puede Dios: se va y se queda. Instituye la Sagrada Eucaristía. Se queda por amor".
"Con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad".– Sobre esta venerable fórmula, de gran tradición en la Iglesia, cfr. supra, 80a; infra, 161a.
84a "Canta, lengua, el misterio del Cuerpo glorioso…".– El hermoso himno eucarístico –Pange lingua–, aquí citado, fue compuesto por santo Tomás de Aquino en 1264, por encargo del Papa Urbano IV, junto con los demás textos litúrgicos de la fiesta del Corpus Christi, establecida en esa fecha mediante la Bula Transiturus (11-VIII-1264). Es uno de los textos eucarísticos más venerados en la Iglesia católica.
"Es preciso adorar devotamente a este Dios escondido".– Como se señala en nota, la frase dice referencia al ritmo o himno eucarístico Adoro te devote. Se atribuye también su composición –por importantes razones históricas y teológicas– a santo Tomás de Aquino. No forma parte, sin embargo, de los textos litúrgicos de la festividad del Corpus Christi. Sí, en cambio, es tradicionalmente utilizado entre las oraciones recomendadas para la acción de gracias después de la Misa.
"Es el mismo Jesucristo que nació de María Virgen; el mismo que padeció…".– La triple repetición del adjetivo "el mismo" (aquí con valor pronominal), es de nuevo un modo de manifestar y resaltar la fe en la presencia real, y la identidad entre el Cristo histórico y el Christus passus, Cristo glorioso, oculto bajo las especies sacramentales.
84b "Este es el sagrado convite, en el que se recibe al mismo Cristo".– El himno eucarístico ahora citado –O sacrum convivium– es otro de los compuestos por santo Tomás de Aquino en honor del Santísimo Sacramento.
84c "El mismo Padre amoroso que ahora nos atrae suavemente hacia Él, mediante la acción del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones".– En este breve párrafo, de sustancia y cadencia trinitarias, han sido citados implícitamente los textos de Jn 3, 16 y Rm 8, 9.11 (cfr. también Ga 4, 6). San Josemaría ha querido poner de manifiesto la dimensión trinitaria del misterio de la Redención. Inmediatamente después sus expresiones poseen también gran densidad teológica y antropológica. Son argumentos que la homilía va a desarrollar a continuación más detenidamente.
84d cariño por sus criaturas corr autógr ] amor por los hombres penúlt redac || del hombre corr autógr ] de su criatura penult redac.
85 "La Eucaristía y el misterio de la Trinidad".– La atmósfera trinitaria que envuelve toda la homilía crece más intensamente en este n. 85. En las últimas décadas, por razones diversas, entre las cuales se encuentran el influjo del magisterio y el mejor conocimiento de los escritos patrísticos y de los de algunos santos, se ha hecho más corriente en la teología y en la espiritualidad un renovado aliento trinitario. Pero eso no era así en los años en que san Josemaría predicaba la meditación que, en parte, está en la base de esta homilía (1960), y tampoco en los que ésta fue redactada para su publicación (1972). ¿Tuvo presente algún texto anterior? Sólo nos permitimos mencionar la obra del Cardenal Bona (+1647) sobre el sacrificio de la Misa (cfr. G. Bona, De Sacrificio Missae, Tractatus asceticus, Apud Josephum Bro, Gerundae 1758), que había leído (cfr. J. Gil Sáenz, La biblioteca de trabajo de San Josemaría Escrivá de Balaguer en Roma, Pontificia Università della Santa Croce, Roma 2012, pro manuscripto). Me atrevo también a sugerir, sin datos que lo avalen, que quizá pudo también conocer el precioso libro del P. M.-V. Bernadot, De l’Eucharistie à la Trinité, Éd. du Cerf, Toulouse 1920.
85a "Esta corriente trinitaria de amor por los hombres se perpetúa de manera sublime en la Eucaristía".– La hermosa expresión: "corriente trinitaria de amor por los hombres", con la que denomina tanto la acción creacional del hombre por Dios Trino, como, más propiamente, la presencia invisible de las Tres Personas en el alma por medio de la gracia, parece ser muy propia –como tal expresión– de san Josemaría. Denota su modo de contemplar, siempre en clave trinitaria, el amor salvífico divino. La repite, como advertirá el lector, en diversos momentos; el primero, en el inicio del párrafo 85b, en el que comienza a desarrollar una doctrina de sabor tradicional.
85d "Ven, santificador omnipotente, eterno Dios y bendice este sacrificio preparado a tu santo nombre".– San Josemaría sigue el desarrollo del rito eucarístico a través de los gestos litúrgicos del sacerdote según el Misal Romano vigente en el momento en que dirigía la meditación que está en la base de esta homilía (14 de abril –Jueves Santo– de 1960). Ese Misal, promulgado en 1570 por san Pío V (cfr. Const. Ap. Quo primum, 13-VII-1570), fue reformado por autoridad de Pablo VI (cfr. Const. Ap. Missale Romanum, 3-IV-1969) siguiendo la indicación del Concilio Vaticano II (cfr. Const. Sacrosanctum Concilium, 4-XII-1963, 50). Al lector de hoy, habituado a este Misal más reciente, algunas de las palabras o de los gestos litúrgicos aludidos en estos párrafos pueden resultar desconocidos. Actualmente ambos Misales están vigentes (cfr. Benedicto XVI, Motu Proprio Summorum Pontificum, 7-VII-2007: AAS 99 (2007) 777-781).
86a "Toda la Trinidad está presente en el sacrificio del Altar".– En el conjunto de la homilía, el entero n. 86, en el que se describe la íntima relación entre la Santa Misa y la Trinidad, tiene gran importancia. El acento parece estar en la primera frase escrita: "Toda la Trinidad está presente en el sacrificio del Altar". Es, así mismo, expresiva del conjunto la frase que se lee más adelante: "La Misa es acción divina, trinitaria, no humana" (86c); ésta, junto a su significado teológico, podría estar reflejando también un significado de experiencia vivida.
86c "El sacerdote (…) no obra en nombre propio, sino in persona et in nomine Christi".– La doble expresión ("in persona et in nomine Christi") expresa la tradicional doctrina católica –subrayada con fuerza por el Concilio Vaticano II– sobre la potestad ministerial del sacerdote (conferida con el "carácter" del Sacramento del Orden), para confeccionar la Eucaristía y para ejercer públicamente el oficio sacerdotal en nombre de Cristo (cfr. Const. dog. Lumen gentium, 10 y 28; Decr. Presbyterorum Ordinis, 2). Cuando se publicó esta homilía, se había difundido en la Iglesia una cierta confusión teológico-litúrgica, y en consecuencia pastoral, sobre esos importantes aspectos doctrinales. El autor, para ayudar a los lectores, quiere subrayar que el sacerdote no actúa en nombre propio en la Misa, porque el Santo Sacrificio, en cuanto renovación del Sacrificio del Calvario, no es cosa suya sino algo exclusivo de Cristo; más aún, algo propio de la Trinidad.
87a "Así se entiende que la Misa sea el centro y la raíz de la vida espiritual del cristiano".– La expresión: "La Misa es centro y raíz de la vida del cristiano" y, por tanto, también la noción teológica que en este Misterio se encierra, tiene una larga historia en el pensamiento y en el lenguaje de san Josemaría, aplicada en primer lugar, en textos inéditos y en predicación oral, a la vida espiritual de los fieles del Opus Dei (como cristianos corrientes), y extendida después, en los textos publicados, a todos los cristianos.– 1) Su precedente escrito más antiguo (antes, quizás, expresión oral), se encuentra recogido en el texto de los primeros estatutos, que el fundador redactó a petición de Mons. Eijo y Garay, Obispo de Madrid, en 1940, en el proceso de la primera aprobación diocesana del Opus Dei (como Pía Unión), que llegaría el 19 de marzo de 1941. Es un volumen encuadernado sin título, ni interno ni externo, de 120 páginas, tamaño cuartilla, mecanografiadas por una sola cara. Está fechado a 16 de julio de 1940. El índice contiene seis apartados: Reglamento (pp.1-10), Régimen (11-44), Ordo (45-63), Costumbres (64-73), Espíritu (74-91), Ceremonial (91-120). En el apartado: "Espíritu", n. 35, p. 85, se lee: "La Santa Misa es el centro de la vida espiritual de los socios". (El volumen se encuentra en AGP, serie L.1.1, 9-1-1). La misma expresión puede verse en la edición de 1941 [cfr. AGP, serie L.1.1, 1-3-3 (latín), 1-3-4 (castellano)].– 2) La expresión se encuentra ya plenamente formulada por vez primera en el volumen que tiene por título "Constitutiones Societas Sacerdotalis Sanctae Crucis et Opus Dei, Romae 1947" [en la última página se lee: "Explevit Typographia Italo-Orientalis ‘S. Nili’. / Die 23 aprilis 1947. / Grottaferrata (Roma)]; en la Pars I: Instituti natura, p. 50, n. 104, de este documento se dice: "Institutum proprias ac singulares devotiones non habet; vitae spiritualis sociorum radix ac centrum Sacrosanctum Missae est Sacrificium" (cfr AGP, serie L.1.1, 12-3-4).– 3) En siguientes redacciones de esas "Constitutiones" (1950, 1963), la expresión aparece sin ninguna variación.– 4) Finalmente en el volumen titulado: "Societas Sacerdotalis Sanctae Crucis et Opus Dei / Codex Iuris Particularis, Romae 2-X-1974", en las pp. 52-53, n. 85 §1, se lee: "Vitae spiritualis sociorum radix ac centrum Sacrosanctum Missae est Sacrificium, quo Passio et Mors Christi Iesu incruente renovatur et memoria recolitur infiniti eius amoris salvifici erga universos homines" (cfr. AGP, serie L.1.1, 13-1-2). El magisterio de la Iglesia contemporáneo a san Josemaría –en concreto, tanto Pío XII como el C. Vaticano II– ha utilizado expresiones más o menos análogas a la usada por el fundador, pero no parece que ésta dependa de aquellas. En realidad, todas provienen de una "fuente" común: la conciencia cristiana acerca de la centralidad y el valor santificador de la Eucaristía. Pío XII, en su Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947, escribe: "Christianae religionis caput ac veluti centrum sanctissimae Eucharistiae mysterium est" ("El misterio de la sagrada Eucaristía es como el compendio y el centro de la religión cristiana") (cfr. DzH 3847). Hay una cierta semejanza entre las expresiones: "compendio y centro de la religión cristiana" (Pío XII) y "centro y raíz de la vida cristiana" (san Josemaría), sobre todo en el uso del término "centro", pero de nuevo se ha de decir que no parece haber influjo de la fórmula del Papa (la Encíclica se publica el 20-XI-1947) en la fórmula del fundador, que ya en 1940 denomina por escrito a la Misa "centro de la vida espiritual", y más tarde (en el citado documento de 1947, impreso el 23-IV-1947, es decir, siete meses antes de que aparezca Mediator Dei), la denomina: "centro y raíz de la vida cristiana". A su vez, el Concilio Vaticano II, en la Const. dog. Lumen gentium, n. 11, promulgada el 21-XI-1964, denomina al sacrificio eucarístico: "fontem et culmen totius vitae christianae" ("fuente y cima de toda la vida cristiana") (cfr. DzH, 4127); y en el Decreto Presbyterorum ordinis, 14, promulgado el 7-XII-1965, enseña que es: "centrum et radix totius vitae Presbyteri" ("centro y raíz de toda la vida del presbítero"). Ambas expresiones están redactadas muchos años después de que san Josemaría haya escrito la suya; él, en consecuencia, no se ha inspirado en aquéllas; más bien, pensamos, la inspiración debe entenderse, en todo caso, en sentido inverso, especialmente en el caso de Presbyterorum ordinis, 14, en cuya redacción tuvo un papel destacado Mons. Álvaro del Portillo, que había oído muchas veces tal fórmula a san Josemaría.
"Cuando participamos de la Eucaristía, escribe San Cirilo de Jerusalén…".– La cita de san Cirilo de Jerusalén (Catecheses, 22, 3), no es exacta en su literalidad. No se trata propiamente de una traducción, sino más bien de una interpretación del texto citado de san Cirilo. Este santo Padre escribió, en efecto, en su Catechesis mystagogica, , 4, 3 (PG 35, 1100) –que coincide con Catecheses, 22, 3 citada por el autor, pues se han unido la Protocatequesis, las Catequesis y las Mistagógicas, dando un resultado de 23 Catequesis–, que en la Eucaristía somos hechos consanguíneos y concorpóreos de Cristo [cfr., por ejemplo, la traducción castellana que ofrece J. Sancho en su edición de las Catequesis (San Cirilo de Jerusalén. Catequesis, Ed. Ciudad Nueva, Madrid 2006)]. Así, pues, la doctrina citada en la homilía es de san Cirilo de Jerusalén, pero el texto no corresponde a una traducción literal. Podría parecer más bien un pensamiento del autor basado en la doctrina de Cirilo. Es también probable que se trate, sencillamente, de una referencia tomada de otra obra o de un florilegio en el que esa cita estaba ya equivocada.
87b "La efusión del Espíritu Santo, al cristificarnos, nos lleva a que nos reconozcamos hijos de Dios".– El significado del verbo "cristificar" debe ser explicado en continuidad con la nota anterior. "Ser cristificado" sería la consecuencia de haber sido hecho "concorpóreo y consanguíneo" con Cristo por el Bautismo y la Eucaristía. En ese sentido emplea aquí el autor la palabra: "cristificarnos", es decir, considerando al cristiano como hijo de Dios y "otro Cristo", pues ha sido configurado, o –como también escribe san Pablo– conformado, a la imagen (synmorfos tes eiconos) del Hijo (cfr. Rm 8, 29) por la gracia. Enseña asimismo el Apóstol que el cristiano se halla "revestido de Cristo" (Ga 3, 27), lo que presupone la idea de un nuevo vínculo ontológico con Él y no sólo de una relación ética: el bautizado participa en el ser mismo de Cristo. Aunque los términos "cristificar" o "cristificación", en realidad, no pertenezcan a la terminología patrística, ni a la de la Escolástica medieval, son utilizados en la teología y en la espiritualidad posterior –como en esta homilía– con el significado que acabamos de indicar.
87c proclame corr autógr ] reconozca penúlt redac.
"Y es que nuestros corazones, mezquinos, son capaces de vivir rutinariamente la mayor donación de Dios a los hombres".– De nuevo la expresión "donación de Dios a los hombres", que aúna la dimensión dogmática del misterio eucarístico con la dimensión participativa. En todos los misterios revelados se hallan esas dos dimensiones: a) Dios nos da a conocer un aspecto de su ser y de su voluntad, pero además, b) Dios nos concede amorosamente participar en ese aspecto de su ser y de su intimidad. Esta revelación-donación sucede especialmente en el don de la Eucaristía, por el que la Trinidad nos hace partícipes de su propia vida intratrinitaria (es decir, de la comunión y mutua inhabitación de las Personas: la donación del Padre y el Hijo en su mutuo Amor, que es el Espíritu Santo), a través de la recepción del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, esto es, a través de la acción santificadora de la gloriosa Humanidad del Verbo.
88a convencernos corr autógr ] darnos cuenta penúlt redac.
"Vivir la Santa Misa es permanecer en oración continua".– "Vivir la Santa Misa". No sólo celebrar, escuchar, asistir, participar en la Misa, sino vivirla. De ahí que sea un "permanecer en oración": "un encuentro personal con Dios". En las frases que vienen a continuación –que aluden a los cuatro fines de la Misa: latreútico (adoración), eucarístico (acción de gracias), impetratorio (petición) y propiciatorio (reparación)– san Josemaría desvela ante el lector algunas líneas de fondo de su íntimo trato personal con Cristo en la Santa Misa.
88b "En este Sacrificio se encierra todo lo que el Señor quiere de nosotros".– El párrafo 88b esta dotado de una singular fuerza teológica, espiritual y pastoral. Las dos frases que lo forman merecerían ser citadas habitualmente al tratar de la importancia de la Misa en la existencia de los discípulos de Cristo. El "programa de vida cristiana" al que alude está pidiendo ser convertido en un programa pastoral de catequesis y formación espiritual de los fieles.
88c trato fraterno con corr autógr ] amor por penúlt redac.
"Permitid que os recuerde lo que en tantas ocasiones habéis observado: el desarrollo de las ceremonias litúrgicas". Cfr. supra, anotación a 85d.
88d [tb/m600414]: "Introibo ad altare Dei…, al Dios de mi juventud me acerco. Al Dios de mi alegría".
88e [tb/m600414]: "Confiteor: contrición, deseo de purificación".
89c acoja corr autógr ] reciba penúlt redac.
89d os encontráis corr autógr ] estáis penúlt redac || nada más un corr autógr ] un penúlt redac || holocausto corr autógr ] sacrificio penúlt redac.
89e " …tanto si se celebra ante miles de personas o si ayuda al sacerdote como único asistente un niño, quizá distraído".– Esta expresiva frase, que repite una idea ya señalada en líneas anteriores, reafirma el valor de la Misa sin pueblo. En los años de redacción de esta homilía corrían algunas teorías que ponían en discusión –o incluso rechazaban– esa enseñanza tradicional, y causaban graves dificultades a no pocos sacerdotes y fieles. San Josemaría siempre defendió el valor de la Misa sin pueblo, que también en aquellos años había sido reafirmado con fuerza por el Magisterio. El Concilio Vaticano II, por ejemplo, enseña: "Se recomienda con todas las veras su celebración diaria, la cual, aunque no pueda obtenerse la presencia de los fieles, es una acción de Cristo y de la Iglesia" (Decr. Presbyterorum Ordinis, 7-XII-1965, 13). También el Papa Pablo VI se había referido a la misma cuestión: "Sabemos ciertamente que entre los que hablan y escriben de este sacrosanto misterio hay algunos que divulgan ciertas opiniones acerca de las misas privadas, del dogma de la transustanciación y del culto eucarístico, que perturban las almas de los fieles, causándoles no poca confusión en las verdades de la fe, como si a cualquiera le fuese lícito olvidar la doctrina, una vez definida por la Iglesia, o interpretarla de modo que el genuino significado de las palabras o la reconocida fuerza de los conceptos queden enervados. En efecto, no se puede –pongamos un ejemplo– exaltar tanto la misa, llamada comunitaria, que se quite importancia a la misa privada" (Enc. Mysterium Fidei, 3-IX-1965: AAS 57 (1965) 755-766).
89f aplaudo y ensalzo corr autógr ] canto penúlt redac.
"Jesucristo (…) lleva la misma Sangre de su Madre: y esa Sangre es la que se ofrece en sacrificio redentor, en el Calvario y en la Santa Misa".– El autor apoya sus afirmaciones en la verdad de fe de que María es realmente Madre de Dios en cuanto Madre virginal del Verbo Encarnado. Ideas semejantes a la que se leen en este pasaje pueden hallarse en toda la tradición y en el magisterio. No es fácil, sin embargo, encontrarlas con tal fuerza expresiva. Años después escribiría unas ideas análogas el beato Juan Pablo II: "La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor" (Enc. Ecclesia de Eucharistia, 17-IV-2003: AAS 95 (2003) 433-475, n. 55).
90a "Así se entra en el canon".– Con el nombre de "Canon" (o Canon de la Misa) se denominaba en el Misal Romano de S. Pío V lo que hoy, en el Misal Romano de Pablo VI se denomina "Canon Romano", o bien "Plegaria eucarística I", y también "Primera Anáfora".
91b [tb/m600414]: "Ecce Agnus Dei qui tollit peccata mundi. Domine, non sum dignus. Hay aquí mucho para que medites. Y ya está el Señor en el corazón del cristiano. Hemos de recibirle como a los grandes de la tierra: ¡adornos, luces, trajes nuevos! Pregúntate tú qué limpieza, qué adornos, qué luces. Limpieza en tus sentidos, uno por uno. En tus potencias, una por una. ¿Has pensado cómo nos prepararíamos si se pudiera comulgar una sola vez en la vida?".
"¿Hemos pensado alguna vez en cómo nos conduciríamos, si sólo se pudiera comulgar una vez en la vida?".– Las mismas ideas que se recogen en este párrafo y en el siguiente pueden hallarse en otros textos del autor, como, por ejemplo: Forja, 828, 829, 834, etc.
91c [tb/m600414]: "Cuando yo era pequeño y no estaba tan extendida la práctica de la comunión frecuente, yo recuerdo cómo se preparaban para comulgar. La confesión; traje nuevo. Disponían el alma y el cuerpo. El cuerpo también, como enamorados".
"Cuando yo era niño, no estaba aún extendida la práctica de la comunión frecuente".– San Josemaría nació en 1902. La práctica de la comunión frecuente fue extendiéndose poco a poco en la Iglesia universal, a partir del Decreto Sacra Tridentina Synodus, promulgado por san Pío X el 16 de diciembre de 1905: ASS 38 (1905/06) 401-405.
91d " …en nuestra tarea sencilla y normal de santificar todas las nobles actividades humanas".– De una manera natural y espontánea, viene una y otra vez a la mente y a la pluma del autor la formulación de su doctrina fundamental, fruto de los dones fundacionales impresos por Dios en su alma: la llamada de todos los fieles cristianos a la santidad en su propio estado y circunstancias de vida, y en particular la vocación-misión de los fieles laicos "de santificar todas las nobles actividades humanas". La califica de "tarea sencilla y normal", puesto que no desborda los cauces de la vida profesional y social ordinaria, sino que ha de desenvolverse en el interior de los deberes y obligaciones de cada uno.
91e encendida caridad corr autógr ] amor penúlt redac.
"Asistiendo a la Santa Misa, aprenderéis a tratar a cada una de las Personas divinas".– La homilía parece volver de nuevo al principio: a destacar la dimensión trinitaria de la Misa, y a exhortar a los lectores a amarla. En los párrafos siguientes mira directamente a Cristo, a su amor desbordante en el Sacrificio del Altar; y el autor muestra cómo corresponder a ese amor: sosiego al celebrarla o al participar; dedicar algún tiempo posterior a la acción de gracias, etc. Las líneas de fondo que muestra para orientar dicha acción de gracias (considerar a Cristo como Rey, Médico, Maestro, Amigo, y dirigirse así a Él) contienen, como es habitual en san Josemaría, un trasfondo tradicional, y al mismo tiempo un sugerente y original contenido. Puede resultar de gran utilidad usar esas recomendaciones.
92a [tb/m600414]: "Cuando llegaba aquí, cuando yo daba los ejercicios me indignaba con los que tienen prisa por acabar. ¡Misas cortas! A los que quieren misas cortas yo les decía que Cristo es hijo de una buena Madre, y hay que tratarlo bien. No ama a Jesucristo quien no ama las misas largas".
92c [tb/m600414]: "Es Rey…y es Médico…y es Maestro. Como Rey, como Médico, como Maestro y como Amigo viene Jesús".
93b vanos razonamientos corr autógr ] palabras vanas penúlt redac.
93c [tb/m600414]: "Yo lo veo como un Médico, al que hay que decirle la verdad. ¡Tengo esta inclinación, siento estos síntomas! Pero la soberbia, cuántas veces quiere que le ocultemos algo. No podemos ocultarle nada al médico. Has de contarle tus llagas. ¡Señor, que has curado tantas llagas! Haz que yo te vea como Médico divino".
93e almas corr autógr ] criaturas penúlt redac || De este modo corr autógr ] Así penúlt redac || otra dádiva corr autógr ] otro don penúlt redac.
[tb/m600414]: "Dile: enséñame a amar. ¿Has visto cómo, cuando éramos niños, el maestro nos cogía de la mano para hacer los palotes? Dejándonos guiar, ¡qué bien nos salían! Dile: ayúdame a escribir. Señor, que estoy en los primeros palotes. Que yo me deje conducir".
93f desganados corr autógr ] pálidos penúlt redac.
tb/m600414]: "Un Amigo que da la vida. Tu vida no es tuya, no es nuestra: no nos podemos quedar con ella. Nos enorgullecemos de ser sus amigos, y como amigo le has de dar tu confianza. Él nos entiende. Él, que lloró por Lázaro, nos comprende. Dile: Jesús, yo no quiero hacerte llorar por mí".
"…que entrega su vida por sus amigos".– En varias ediciones del libro se lee una errata ("… por su amigos"), que ahora se corrige.
94a y, junto a nosotros add penúlt redac.
94b difundió mucho en mi tierra corr autógr ] propagó mucho penúlt redac.
[tb/m600414]: "Yo recuerdo que Pío X propagó mucho una estampa donde estaba la Virgen adorando la Hostia. Dile: Madre mía, que me enseñes siempre a tratarle, de modo especial en la Santa Misa".
" … divino afflante Spiritu".– La expresión –aunque aquí es tomada en consideración desde otra perspectiva– coincide con el título de la Encíclica Divino afflante Spiritu [AAS 35 (1943) 309-319], sobre los estudios bíblicos, publicada por Pío XII el 30-IX-1943.
95a " … nos ofrece, una vez más, la ocasión de considerar –de revivir– los momentos en los que se consuma la vida de Jesús".– No es la primera vez que en estas homilías se resalta el momento vital, existencial (experiencia personal de encuentro con Cristo) de los misterios celebrados en la Sagrada Liturgia. San Josemaría pone una y otra vez de manifiesto la actualidad de dichos misterios: el hic et nunc de la acción salvadora de Cristo y la verdad de nuestra participación actual en ese don por medio de la liturgia. Ese revivir los misterios de la vida del Señor, y participar espiritualmente de tal riqueza, fue objeto permanente de meditación y de enseñanza para san Josemaría. En las páginas de la presente homilía, ayuda al lector, con trazos personales y profundos, a penetrar en el misterio pascual. La cuestión de la presencia de los misterios de Cristo en la vida del cristiano goza, como es sabido, de una larga tradición, que en la época moderna se asocia a la espiritualidad carmelitana y a la denominada escuela francesa de espiritualidad, cuyo exponente privilegiado es el fundador del Oratorio en Francia, Card. P. de Bérulle. Sobre la sintonía y las diferencias de san Josemaría con los autores de la escuela francesa, cfr. E. Burkhart – J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, vol. I., Rialp, Madrid 2010, 367 ss.
"Para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con Él, muerto sobre el Calvario".– He aquí, en síntesis, la temática considerada en la homilía y su orientación de fondo. La mirada contemplativa del autor se dirige al acontecimiento del Calvario, y conduce al lector a situarse ante ese hecho central de nuestra redención como un espectador, que no sólo asiste sino que se siente personalmente interpelado.
95b [tb/m600415]: "Hoy tenemos que considerar la ofensa que le habíamos hecho al Creador y la reparación: no es lo mismo ofender a un soldado raso que a un general del ejército; no es lo mismo la ofensa que se le hace a un ciudadano que la que se comete contra el jefe del estado. La reparación en este caso necesita una punición de más categoría. El hombre ofende a Dios. Recordad la caída de nuestros primeros padres".
"Debemos hacernos cargo, aun en lo humano, de que la magnitud de la ofensa se mide por la condición del ofendido".– Sigue aquí san Josemaría una tesis tradicional en la doctrina y en la teología católica, para dar razón de la gravedad objetiva del pecado y de su culpabilidad. Sólo Dios, en su misericordia infinita, puede cancelar esa culpa. Lo ha hecho –ése es el misterio que nos ha sido revelado– a través de la muerte de su Hijo en la Cruz, y de su gloriosa resurrección.
95c hacía corr autógr ] hizo foll.MC119, 32§3.
[tb/m600415]: "Era necesaria la reparación de un hombre que fuera Dios. No bastaba la sangre de los carneros y de los sacrificios. Es como si se hubiese reunido en consejo la Trinidad Beatísima para decidir que fuese el Hijo el que había de ser cosido con clavos al madero".
"El abismo de malicia, que el pecado lleva consigo, ha sido salvado por una Caridad infinita".– El mysterium iniquitatis (cfr. 2Ts 2, 7), humanamente incomprensible, viene contemplado por san Josemaría tal como ha sido revelado: desde Dios, o mejor aún, desde el amor de Dios, pues es, en efecto, su antítesis. Resulta importante para la conciencia cristiana mirarlo así: desde el amor herido de Dios, en cuanto rechazado, pues sólo desde esa perspectiva se puede intuir la gravedad de la culpa y el daño que infiere a la criatura, creada por amor y para alcanzar plenamente el amor de Dios. Con ese mismo amor, Dios ha querido, en Cristo, en su muerte en la cruz identificado con la voluntad del Padre, cargar con nuestra culpa liberándonos de ese peso.
"No bastaban los sacrificios de la Antigua Ley: se hacía necesaria la entrega de un Hombre que fuera Dios".– Partiendo de una implícita citación de la temática central de la Carta a los Hebreos (cfr. Hb 2, 14-18; Hb 4, 14-16; Hb 5, 1-10; Hb 7, 22-28; y, sobre todo, los caps. 9 y 10), alude a la ilustración teológica clásica sobre el misterio del Redentor: la conveniencia de su condición de Hombre-Dios, que permite dar razón del valor infinito de su amorosa entrega (mysterium caritatis), en nuestro lugar, al cumplimiento de la Voluntad del Padre y a la reparación del pecado de los hombres. En la entrega hasta la muerte del Hombre-Dios, y en su gloriosa resurrección, ha sido vencido en su raíz el pecado (mysterium iniquitatis), derrotado su instigador y restablecida la unidad entre Dios y el hombre. En Cristo, y con la actuación del Espíritu Santo en nuestra alma, se nos ha concedido la gracia de ser hijos adoptivos del Padre.
95d [tb/m600414]: "Et inclinato capite tradidit spiritum. (…) Le habían oído decir muchas veces ‘meus cibus est… hacer la voluntad del que me envió’ (Jn 4, 34). Mira su paciencia, mira su humildad. Él carga con los pecados de los hombres y muere por la fuerza de los pecados que padece".
"Este fuego, este deseo de cumplir el decreto salvador de Dios Padre, llena toda la vida de Cristo, desde su mismo nacimiento en Belén".– Que el Hijo de Dios ha venido al mundo para cumplir la voluntad del Padre, esto es, la salvación de todos los hombres (cfr. 1Tm 2, 4), constituye una afirmación del propio Jesús en los Evangelios, como puede leerse, por ejemplo, en Jn 3, 16-17. Sobre ese fundamento, la tradición patrística, en primer lugar, y a continuación la tradición católica en su conjunto, sostienen –como aquí escribe san Josemaría– que toda la vida de Cristo tiende desde su nacimiento hacia el acontecimiento del Calvario. Así lo expresa, por ejemplo, san León Magno: "No fue otra la razón para el nacimiento del Hijo de Dios que la de poder ser colgado en la cruz" (Sermo 71: PL 54, 387). "Nació para poder morir", afirmará por su parte san Gregorio de Nisa, en su Oratio catechetica magna, 32 (PG 45, 80).
95e [tb/m600415]: "Piensa en el Señor, herido de pies a cabeza por tu amor. Con frase que se acerca a la realidad y no acaba de decirlo todo, te repetiré con un autor espiritual de hace siglos: «El cuerpo de Jesús es un retablo de dolores». A la vista de Cristo hecho un guiñapo –porque lo han bajado de la Cruz y está en brazos de su Madre–, a la vista de ese Cristo vencido, piensa que a los tres días ha de resucitar. No es una derrota, sino una victoria".
" … podemos repetir con un autor de hace siglos: El cuerpo de Jesús es un retablo de dolores".– Cfr. Fray Luis de Granada, Vida de Jesucristo, Ed. Rialp, Madrid 1990, cap. XXIV ("La coronación de espinas y el Ecce Homo").
96a "Acabamos de revivir el drama del Calvario, lo que me atrevería a llamar la Misa primera y primordial, celebrada por Jesucristo".– De nuevo quiere resaltar, con pedagogía catequética, la identidad entre el sacrificio del Calvario y la Santa Misa. La muerte de Cristo en el Calvario, que Él mismo quiso anticipar milagrosamente (sacramentalmente) en su última cena con los discípulos, donde dejó instaurado el Sacrificio y el Sacramento eucarístico, fue, en efecto, la Misa primera y primordial. Así, pues, como confiesa la fe de la Iglesia, el acontecimiento que se renueva (que se vuelve a hacer sacramentalmente presente) cada vez que se celebra la Misa, no es ya simplemente la cena del Señor, sino su muerte redentora en la Cruz, su Sacrificio de valor infinito. La cadencia del pensamiento y del discurso de san Josemaría en este párrafo es trinitaria, como siempre que hace referencia al misterio eucarístico. La frase final del párrafo: "como fruto de la Cruz, se derrama sobre la Humanidad el Espíritu Santo", evoca de modo implícito una de sus formulaciones orales características ("El Espíritu Santo es fruto de la Cruz"), dotada de gran peso teológico, que se puede ver escrita en otro pasaje de este libro (cfr. infra, 137a), o también, por ejemplo, en Forja, 759.
"Jesús, el Hijo Unigénito, se abraza al madero, en el que le habían de ajusticiar".– El término "ajusticiar", aparece así, en letra cursiva, en el texto desde su primera edición. Posteriormente ha sido escrito sin cursiva en algunas ediciones. Aquí volvemos al modelo original, pues no sólo lo quiso escribir así el autor, sino que además el matiz que añade la cursiva está lleno de sentido, pues efectivamente Jesús, como reo condenado a morir fue ajusticiado, pero con injusta condena, injusto ajusticiamiento e injusta muerte.
96b El entero párrafo 96b está dotado de singular consistencia teológica y espiritual, y pide ser leído con atención. Se conjugan con naturalidad –sin ningún énfasis–, y sin discontinuidad, diversas ideas centrales de la fe católica y del espíritu del autor, por las que quizás podría pasar el lector casi sin percatarse de su alcance y hondura. Son cuatro los puntos de luz: 1) "En la tragedia de la Pasión se consuma nuestra propia vida y la entera historia humana"; en aquellas escenas históricas de Jerusalén y del Calvario, en el sacrificio de Cristo por nosotros y por nuestra salvación, se manifiesta el significado pleno de nuestra existencia personal y colectiva, a la luz de nuestro destino eterno, impedido por el pecado y liberado de esa traba mortal por dicho holocausto. 2) "El misterio de Jesucristo se prolonga en nuestras almas"; la celebración litúrgica de la Semana Santa no se queda en mero recuerdo humano de aquel sacrificio: contiene, por el contrario, el memorial teológico (presencia eficaz), don y llamada a imitar y a identificarse con Cristo (sus actitudes, sus sentimientos), y capacidad de participar de su acción sacerdotal (su mediación entre Dios y los hombres a través de su sacrificio). 3) "El cristiano está obligado a ser alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo"; lo alcanza ya por el Bautismo, y está llamado a saberse así también –mediante la gracia– con voluntad propia, queriendo identificarse voluntariamente con Él. 4) "Hemos sido constituidos sacerdotes de nuestra propia existencia"; formulación cabal de la verdad del sacerdocio común de los fieles y de su contenido teológico: todo fiel cristiano participa por medio del Bautismo del sacerdocio de Cristo (aunque en un modo esencialmente distinto del que lo participa el fiel ordenado in sacris, cfr. Lumen gentium, 10), y su entera existencia, mientras permanezca unido a Cristo por la gracia, posee una valencia santificadora y mediadora entre Dios y el mundo, con la que perpetúa la "misión del Dios-Hombre".
96c "Porque el Señor nos reclama tal como somos, para que participemos de su vida, para que luchemos por ser santos".– Todo el libro está como atravesado por la corriente doctrinal que proclama la llamada universal a la santidad, y que aquí vemos reaparecer una vez más. Dios nos convoca a participar de su vida, es decir, a la santidad; y llama a todos ("tal como somos") y no sólo a un grupo selecto, con la llamada universal del Bautismo.
96d [tb/m600415]: "Los que subís al altar para repetir el drama del Calvario, al considerar esta primera Misa celebrada por el Padre Eterno, tenéis que considerar el valor del sacrificio que celebráis. (…) La luz es luz y no puede esconderse. Y a la vista de nuestras miserias –otros cristos somos– , ¿no será la hora de decir: tengo que ser perfecto, tengo que ser santo? (…) Echa una mirada a tu interior: ¿cómo vas de aquélla cosa? El día es muy oportuno, la ocasión es extraordinaria. Y enseguida, en la intimidad del alma, el dolor. Señor, yo quiero ser sal, vivir la perfección cristiana, identificarme contigo, ser otro Cristo, y en Ti, participar de tu sacerdocio".
"Ahora, situados ante ese momento del Calvario (…), es una buena ocasión para examinar nuestros deseos de vida cristiana, de santidad".– La santidad puede describirse como la plenitud de la vida cristiana (cfr. Lumen gentium, 40), que es la identificación con Cristo. En ese sentido, el deseo de alcanzar la santidad se manifiesta en la voluntad de crecer, a través de la gracia y de las propias obras, en la semejanza con el Hijo de Dios, mediante el ejercicio de la caridad y las demás virtudes.
97a "…ha de ser una ocasión de ahondar en la hondura del Amor de Dios".– Cfr. Nota histórica, nt 17. Es evidente la correspondencia textual con Forja, 575.
97b [tb/m600415]: "Pero el Señor pone condiciones. Hay unas palabras de S. Lucas que son indispensables para la santidad: ‘Si quis venit ad me et non odit patrem suum et matrem et uxorem et filios et fratres et sorores, adhuc autem et animam suam non potest meus esse discipulus’ (Lc 14, 26). Durus sermo. Ya sabéis en qué sentido se utiliza la palabra odit. De todas maneras, durus sermo".
"Debemos amar con el Amor de Dios".– Amar con el Amor de Dios significa, a nuestro parecer, amar como Dios nos ha amado en Cristo, es decir, sin condiciones, plenamente, llegando hasta la muerte. Lo confirma una frase que escribe el autor poco después, en esta misma homilía: "Sólo si procuramos comprender el arcano del amor de Dios, de ese amor que llega hasta la muerte, seremos capaces de entregarnos totalmente a los demás, sin dejarnos vencer por la dificultad o por la indiferencia" (98e).
97c Jesús: et animam suam. La vida corr autógr ] Jesús et animam suam: la vida foll.MC119, 37§2.
[tb/m600415]: "¿Hay cosas de la tierra o de la sangre que nos impiden ir junto a Cristo? Pero hay otra palabra: et animam suam. Si eres fatuo, si te preocupas de ti, si centras la vida de los demás y aun la del mundo entero en ti mismo… Et animam tuam. ¡Qué necesaria es la humildad, la entrega, no con la boca sed opere et veritate!".
" …y a cumplir, en las circunstancias propias del estado y del trabajo de cada uno…".– De nuevo un reflejo de la espiritualidad laical y secular de san Josemaría, dirigida al "cristiano corriente" cuya existencia se desenvuelve en el ámbito de las actividades temporales, dejadas por Dios a la libre iniciativa y a la responsabilidad personal de los hombres. A notar la coincidencia con Forja, 823.
97c-d [tb/m600415]: "Et qui non baiulat crucem suam et venit post me non potest meus esse discipulus" (Lc 14, 27). ¡Sin miedo al dolor y a los puntos de soberbia! ¡Qué experiencia! No tengas miedo a la Cruz. Renovaremos nuestra entrega. Yo no tenía nada: ni años, ni experiencia, ni dinero. El Señor me ha llevado a palos como a un borrico. Bien lo saben los que estaban a mi alrededor. Aprovechad vosotros mi experiencia. Y he sido feliz. Años tremendos en los que ¡jamás! he sido desgraciado. Feliz, llorando. Feliz, con penas. Gracias, Jesús, y perdona por no haber sabido aprovechar mejor la lección".
98s "El cristiano ante la Historia humana".– Los párrafos incluidos en los nn. 98-99 tienen un particular interés, pues muestran el pensamiento del autor sobre la condición de cristiano, considerada no desde la noción de "vocación" (que, como es lógico, latet en todo el pasaje) sino desde la noción de "misión". El título mismo desvela el sentido. Las tres frases que comienzan con "ser cristiano es" (una en 98a, y dos en 98b), se refieren a la vida y la misión del cristiano en el mundo, vistas a su vez desde la vida y la misión de Cristo (inseparable de su Persona), que Él vive con la radicalidad de su amor hasta la muerte. La exhortación de san Josemaría a sus oyentes o lectores se encamina a destacar esa radicalidad de la vocación-misión del cristiano. Sólo desde ahí, viene a decir a continuación, se llega a penetrar en el misterio de la Encarnación del Verbo, en la verdad de su Humanidad, en la realidad de su holocausto por nosotros, y, en definitiva, en la autenticidad del cristianismo como camino y modo de vivir la existencia humana como hijos de Dios en Cristo.
98a [tb/m600415]: "Y ahora a escuchar esas palabras de san Pedro: Vos autem genus electum, regale sacerdotium… Todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios para ser sal que dé sabor, que evite la corrupción, que evite por nuestra vigilancia que haya dentro de nuestro rebaño lobos con piel de oveja".
98b "Ser cristiano no es algo accidental".– Así como la gracia bautismal, que hace del hombre un cristiano, eleva toda la persona (su ser y su obrar) al plano sobrenatural, así también la condición existencial del discípulo de Cristo interesa a todo su ser y su obrar, y en ese sentido, como escribe el autor, "no es algo accidental". No se puede ser cristiano simplemente en un aspecto de la vida personal, ni cabe reducir esa condición solamente a un determinado ámbito de la existencia. Por el contrario, en cuanto don divino a la persona en su totalidad, "se inserta en las entrañas de nuestra vida" como fuente primordial de las convicciones, comportamientos y actitudes que son propias de los hijos de Dios.
98c "Se dan, a veces, algunas actitudes, que son producto de no saber penetrar en ese misterio de Jesús".– Penetrar en el misterio de Jesús, exige como primer requisito saber admirar y agradecer la radicalidad de su amor por nosotros, manifestada en su entrega hasta la muerte en la cruz. Esta idea se halla siempre presente en las páginas que leemos. Quien no haya intentado adentrarse en esa hondura –está diciéndonos el autor–, tampoco podrá entender que la entrega incondicionada de Cristo hasta la muerte ilumina el sentido y la realidad de su existencia humana (darse por amor al Padre y a los hombres), y que en esa existencia donada del Hijo de Dios se ilumina definitivamente el sentido de la existencia del cristiano. No consiste éste en un mero "cumplir" sino en amar y obrar en todos los aspectos de la propia existencia por amor a Dios y a los demás. Los párrafos 98c-e advierten de las deformaciones.
98d "Diría que quien tiene esa mentalidad no ha comprendido todavía lo que significa que el Hijo de Dios se haya encarnado".– La luz del misterio de la Encarnación redentora es fuente constante de inspiración para san Josemaría, como lo debe ser para todos los cristianos. Que Dios haya querido asumir, en el Hijo hecho hombre, nuestra vida cotidiana y hasta nuestra muerte, nos permite entender –como subraya el texto– que Él nos espera no sólo (aunque también) en las prácticas religiosas, sino además, y ahí hemos de saber encontrarle, en todas las dimensiones y circunstancias de nuestra existencia personal. Y que, a ejemplo del Verbo encarnado, la ley que rige la existencia del cristiano es la de la entrega a Dios y a los demás. La referencia al "arcano del amor de Dios, de ese amor que llega hasta la muerte", que encontramos en el párrafo siguiente, apunta hacia el núcleo del sentido cristiano de la vida y del testimonio evangelizador. El cristianismo es la religión del amor a Dios y a los demás, de la entrega y el servicio.
98e "… seremos capaces de entregarnos…".– En varias ediciones anteriores del libro se halla una errata ("entregamos" por "entregarnos"), que ahora queda corregida.
99a " … incitándonos a participar con todas las fuerzas en las vicisitudes y en los problemas de la historia humana".– La fe cristiana, como aquí sugiere san Josemaría, no se identifica con una simple actitud pasiva sino que, si es auténtica, induce en el creyente un dinamismo existencial de rectitud, testimonio y servicio que cabe denominar "vivir de fe". Desde la primera generación cristiana, la conducta coherente de los discípulos de Cristo ha sido un factor determinante de la evolución histórica de las sociedades y de los pueblos donde ellos estaban insertos. La fe vivida es asimismo el más inmediato testimonio evangelizador.
99b "Si interesa mi testimonio personal, puedo decir que he concebido siempre mi labor de sacerdote y de pastor de almas…".– Aunque no faltan, son sin embargo infrecuentes en este libro pasajes como el que acabamos de leer, en el que el autor hace mención –al desvelar alguna de las luces de fondo– de su propia actividad de sacerdote y director de almas. El texto es interesante para captar, a través de esas actitudes pastorales, algunos aspectos profundos de su espíritu fundacional, en el que la proclamación del sentido vocacional de la existencia cristiana se entrelaza plenamente con el máximo respeto a la libertad y responsabilidad personales.
"… se basa también en la certeza de la indeterminación de la historia, abierta a múltiples posibilidades, que Dios no ha querido cerrar".– En la visión cristiana de los acontecimientos históricos se unen los dos postulados que menciona san Josemaría: a) la historia ha alcanzado en Cristo su vértice y se dirige a su fin; y al mismo tiempo, b) está abierta a la libertad de los hombres y a todas las posibilidades que de ahí se derivan. Esto es sumamente importante de cara a valorar la misión evangelizadora universal de la Iglesia, fundada en el mandato de Cristo y apoyada en una doctrina antropológica de principios nítidos: la comprensión del mundo como creación, la visión del hombre como imagen de Dios (verdad de trascendental importancia), la defensa de la libertad de la persona y de sus opciones (especialmente en el terreno del respeto a las convicciones de la propia fe y de las concepciones políticas). San Josemaría se ha batido siempre en una audaz defensa de estos esenciales principios cristianos. Los dos párrafos sucesivos (99c-d) son una muestra breve pero representativa de su pensamiento al respecto, que ha desarrollado más ampliamente en otros lugares, como por ejemplo en el libro Conversaciones y, más en concreto, en el texto allí recogido: Amar al mundo apasionadamente.
100b "La liturgia del Viernes Santo incluye un himno maravilloso: el Crux fidelis".– El himno Crux fidelis es un extraordinario poema latino dedicado a la Cruz del Señor, compuesto por Venancio Fortunato (530-609). Es cantado durante la adoración de la Cruz en el Oficio litúrgico del Viernes Santo.
101b sucesos divinos y humanos corr autógr ] sucesos, divinos y humanos, foll.MC119, 43§2.
"Acerquémonos, en suma, a Jesús muerto, a esa Cruz que se recorta sobre la cumbre del Gólgota".– El texto nos invita a contemplar la Cruz en la que está enclavado el Hijo de Dios. De Él, de la grandeza de su Persona y de su sacrificio, nace la inmensa luz que hace brillar la Cruz en el vértice de la historia de los hombres, atrayendo a todos hacia su misterio de verdad y de amor. San Josemaría, cuya enseñanza espiritual rebosa del sentido de la resurrección de Cristo y de la presencia eficaz del Resucitado en el mundo, a través de los cristianos, muestra en estas últimas líneas de la homilía algunos aspectos de su doctrina sobre el misterio de la Cruz, en los que se refleja su amorosa mirada contemplativa sobre el Crucificado, que levantado y muerto en el madero atrae a Sí (y a la salvación) todas las realidades creadas, comenzando por el corazón de los hombres (cfr. Forja, 405).
101c profundamente en mi interior corr autógr ] en mi interior profundamente foll.MC119, 43§3 || con desconsuelo corr autógr ] desconsoladamente foll.MC119, 43§3.
[tb/m600415]: "En la clausura de las Agustinas Recoletas de Santa Isabel había un cuadro que yo habría querido comprar. Pero no me lo vendieron e hice pintar uno semejante, que está en Molinoviejo: junto a la Cruz había tres Ángeles: uno recogido en oración, otro con un clavo en la mano, como asegurándose de que aquello era de verdad, otro que lloraba desconsoladamente. Y un ejemplo para nosotros: ante la Cruz, llorar, creer y orar".
"Representaba la Cruz de Cristo y, junto al madero, tres ángeles: uno lloraba con desconsuelo…".– Cfr. Forja, 777.
102b "Cristo vive: Cristo no es una figura que pasó".– La gran afirmación de la fe cristiana: "¡Cristo vive!", de sabor y sonido neotestamentarios, resuena con vigor desde los primeros pasos de esta homilía pascual y establece también la cadencia y armonía de su característica enseñanza doctrinal y espiritual, inscrita en el surco profundo de la tradición y del magisterio eclesiales. Los textos cristianos sobre la Resurrección del Señor –también el que analizamos– contienen siempre, junto al anuncio solemne de su victoria sobre el pecado y sobre la muerte, el alegre mensaje de su cercanía a cada uno de nosotros y de la llamada al encuentro personal con Él, sustancia misma de la existencia cristiana. A la recurrente insistencia en presentar a Cristo, principalmente en ciertos núcleos culturales occidentales, como una figura del pasado –queriendo así restar valor a las consecuencias antropológicas y éticas de la doctrina cristiana–, en la Iglesia se invoca siempre sin cansancio la fe en el Resucitado, que es en verdad Dios con nosotros (Emmanuel), como recuerda la homilía en el comienzo de 102c citando implícitamente Is 7, 14 ("Mirad, la virgen está encinta y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel"). El texto que nos ha dejado san Josemaría es, por decirlo así, un acto de fe y de esperanza en la proximidad personal del Señor, en la contemporaneidad de su acción salvífica, en la actualidad de sus palabras y gestos.
102c Párrafo añadido por el autor en la última redacción del original.
"Su Resurrección nos revela que Dios no abandona a los suyos".– La noción cristiana de Dios lleva inscrita, como característica esencial –heredada y compartida con la religión de Israel (cfr. Dt 7, 9)–, la verdad de que Dios es siempre fiel a sus promesas (cfr. 1Co 10, 13; 1Ts 5, 24; 2Ts 3, 3; 2Tm 2, 13; Hb 10, 23; 1P 4, 19; 1Jn 1, 9; etc.). Pero incluye también otra gran verdad: Dios, en Cristo, ha decidido ser un Dios con nosotros, que quiere habitar por la gracia en nuestro corazón. En este pasaje, san Josemaría, contemplando la cercanía y proximidad del Resucitado a cada uno, por la fe, descubre también una profunda manifestación de la fidelidad del Dios hecho Hombre: no ha querido dejarnos ya solos, desea ser en verdad en todo momento "Dios con nosotros". Tanto en esta homilía como en las siguientes –todas, en cierto modo, pascuales–, desarrollará el autor importantes dimensiones teológico-espirituales (en clave cristológica, pneumatológica, mariológica, eucarística, etc.) de esa presencia actual y salvífica de Cristo en la historia, como único Señor.
102d "Cristo vive en su Iglesia".– En esta afirmación de fe, resuena el eco de la tradición patrística, como muestran, por ejemplo, estas palabras de san León Magno: "Ya ahora, él habita de manera inseparable en su templo, que es la Iglesia, tal como prometió él mismo con estas palabras: Mirad, yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo" (Sermón 12, sobre la pasión del Señor, 3, 6-7; PL 54, 355-357). Pero resuena también la voz del magisterio contemporáneo, que san Josemaría conoce bien. Así expresaba esa verdad el Papa Pío XII: "De tal modo sustenta Cristo a su Iglesia, y en cierta manera vive en ella, que ésta subsiste casi como una segunda persona de Cristo…" (Enc. Mystici corporis, 29-VI-1943: AAS 35 (1943) 200-243).
"Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad".– Se hace eco el autor, con estas palabras, de una enseñanza transmitida en la Iglesia desde los primeros tiempos. El Conc. Vaticano II, y concretamente la Const. Sacrosanctum concilium, 7, sobre la Sagrada Liturgia, la formula así: "Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, ‘ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz’ (Conc. de Trento, 22ª sesión, Doctrina sobre el sacrificio de la Misa, DzH 1743), sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza (cfr. san Agustín, In Iohannis Evangelium, tract. 6, 1, n.7; PL 35, 1428; CCL 36, 56s). Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: ‘Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos’ (Mt 18, 20)".
102e "La Misa es centro y raíz de la vida cristiana".– Cfr. supra, 87a.
"En toda misa está siempre el Cristo Total, Cabeza y Cuerpo".– Tanto el contexto teológico en el que se inscribe esta frase (la relación entre Eucaristía y Cristo resucitado), como la frase misma, inspirada evidentemente en el "Christus totus in capite et in corpore" agustiniano, tienen tras de sí una larga tradición doctrinal, cuyo fundamento último es la enseñanza paulina sobre la Iglesia como cuerpo de Cristo (cfr. Rm 12, 5; Rm 1Co 10, 17; 1Co 12, 12-27; Ef 1, 22-23; Ef 2, 16; Ef 3, 6; Ef 4, 12; Ef 5, 23; Col 1, 18; Col 1, 24). Viene citado, implícitamente, san Agustín ("Si lo habéis recibido dignamente, vosotros sois eso mismo que habéis recibido", Sermo 227, 1: PL 38, 1099; "No se ha de creer que Cristo esté en la cabeza sin estar también en el cuerpo, sino que está enteramente en la cabeza y en el cuerpo", In Iohannis Evangelium, tract. 28, 1: PL 35, 1622). La frase recuerda asimismo la doctrina de la encíclica Mystici corporis, cuando, en el mismo contexto teológico, llama a la Iglesia plenitud de Cristo y hace referencia a la perpetuación de la obra salvífica por el Cristo total, "Caput et Corpus, Christum totum" (cfr. DzH 3813).
102f "La presencia de Jesús vivo en la Hostia Santa es la garantía, la raíz y la consumación de su presencia en el mundo".– Torna de nuevo el autor a considerar, con frase profunda y teológicamente muy fundada, la íntima relación entre Cristo Resucitado, presente en la historia a través de la Iglesia, y la Eucaristía. Su presencia eucarística es, en efecto, "garantía, raíz y consumación" de su presencia en el mundo como Señor y Salvador. De ahí la centralidad de la fe en la presencia real como fundamento de la vida y de la misión evangelizadora de la Iglesia. La cultura cristiana se ha edificado, en todo tiempo, no al margen sino sobre el fundamento de la fe y la piedad eucarística de los cristianos.
103 En este n. 103 se entrecruzan dos argumentos, inseparables en la literatura espiritual: el del fundamento sobrenatural de la vida cristiana (como participación ontológico-sacramental en la vida de Cristo Resucitado), y el de su crecimiento o desarrollo histórico en la existencia personal (a través de la imitación e identificación con Cristo). En ambos aspectos –fundamento y crecimiento– de la vida sobrenatural, es el Espíritu Santo, mediante la gracia y los dones sobrenaturales, el protagonista principal, contando siempre con las disposiciones personales. Al decir que la vida sobrenatural del cristiano consiste en una participación ontológica en la vida de Cristo Resucitado y en su progresivo crecimiento, se está aludiendo a la doctrina paulina, que la expresa como configuración con Cristo, otorgada por el Padre y obrada por el Espíritu (cfr., principalmente, Rm 8). El Espíritu Santo, en ese sentido, es llamado en el Credo: "Dador de vida" (Zoopoios), y esa vida (Zoé), la de Cristo Resucitado, es también, por eso mismo, la vida del Hijo de Dios como tal, y por tanto sobrenatural. Así, pues, por la gracia, Dios nos hace partícipes de su propia Vida. En ese sentido, como es habitual en el lenguaje teológico y espiritual, puede decirse que a través de la gracia, el hombre es "divinizado" o "deificado", en cuanto que Dios Trino (el Padre en el Hijo por el Espíritu Santo) le hace participar –lógicamente de manera limitada: es decir, al modo humano– de su propia naturaleza divina. La noción de "divinización" o "deificación" del cristiano debe, pues, entenderse como la acción divina (y su efecto) de elevar al hombre (alma y potencias) al orden sobrenatural, para que participe –como una criatura, ayudada por la gracia, puede hacerlo– de la Vida de Dios, esto es, de sus actos de conocimiento y amor. San Josemaría solía utilizar una expresión análoga: "endiosamiento".
103a "Cristo vive en el cristiano".– Esa fórmula –conforme a lo señalado en la nota anterior– contiene un modo de expresar el misterio de la vida sobrenatural del cristiano, entendida como configuración o conformación con Cristo (cfr. Rm 8, 29). A través de la recepción del Bautismo, y de los demás sacramentos, especialmente de la Eucaristía –plenitud de los dones sacramentales–, el cristiano viene hecho partícipe de la vida de Cristo Resucitado. En ese sentido, puede decirse que "Cristo vive en el cristiano", o bien que "el cristiano vive en Cristo". La expresión "vivir el cristiano en Cristo" (con su inseparable: "vivir Cristo en el cristiano") es, en el sentido indicado, muy apropiada para enunciar el contenido y el significado de la existencia cristiana: participar por la gracia de la Vida de Cristo e identificar la nuestra (nuestras intenciones, afectos y acciones) con ella. Aunque la teología del "vivir en Cristo" tenga una sólida base paulina, su principal fundamento bíblico ha de buscarse –pues seguimos en el contexto de la relación entre vida del Resucitado y vida sacramental del fiel cristiano, principalmente vida eucarística– en el discurso de Jesucristo en la sinagoga de Cafarnaúm: "Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente" (Jn 6, 53-58).
"La fe nos dice que el hombre, en estado de gracia, está endiosado".– Como ha sido ya indicado, el término "divinización" (o también, aunque sea menos común, el vocablo análogo "deificación") es utilizado en la teología y la espiritualidad cristianas para expresar la participación del hombre en la vida divina por la gracia, que nos eleva a la condición de hijos adoptivos de Dios. Ese mismo sentido tiene la noción aludida en el párrafo que anotamos: "endiosamiento", que san Josemaría utiliza en diversas ocasiones en esta misma obra (cfr. 133f, 134e, 160d), y en otras (cfr. Camino, 283; Amigos de Dios, 94a, 98b, 99a, 107a-b, 146b). Como se ve en los textos recién citados, suele distinguir, con sentido pedagógico, entre un "endiosamiento bueno" (propio de los hijos de Dios, e íntimamente unido a la virtud de la humildad), y un "endiosamiento malo" (fruto del pecado capital de soberbia). Por voluntad del Padre, el Espíritu Santo conforma al cristiano con Cristo Resucitado, haciéndole partícipe de la naturaleza divina y elevándole a la condición de hijo adoptivo de Dios. La existencia del hombre así "divinizado" o "endiosado", es ahora, realmente, un "vivir en Cristo" y como tal debe ser desarrollada, en un proceso de identificación cada vez mayor, con el auxilio de la gracia, con el Hijo de Dios. En la tradición patrística y teológica, esa divinización del cristiano ha sido entendida en sentido real (no sólo moral, ni mucho menos sólo metafórico). Lo mismo cabe decir de la doctrina magisterial sobre la justificación del hombre por la gracia, entendida como verdadera renovación y real transformación del pecador en justo, partícipe de la santidad de Dios (cfr. Conc. de Trento, Decr. sobre la justificación, DzH 1520 ss., y cánones correspondientes, DzH 1551 ss.). Puede verse, por ejemplo: G. Philips, Inhabitación trinitaria y gracia, Salamanca 1980 (ed. or. L’union personelle avec le Dieu vivant : essai sur l’origine et le sens de la grace creée, Louvain 1974). En la teología oriental, la noción de divinización o "theosis", tiene un contenido teológico análogo al indicado: participación de la criatura en la vida de Dios, en Cristo por el Espíritu Santo, y crecimiento o desarrollo en dicha participación; cfr., por ejemplo: P. Urbano López de Meneses, Theosis. La doctrina de la divinización en las tradiciones cristianas. Fundamentos para una teología ecuménica de la gracia, Eunsa, Pamplona 1993.
"Pero la divinización redunda en todo el hombre como un anticipo de la resurrección gloriosa".– La participación en la Vida misma de Dios (divinización) que los hombres –merced a los dones sobrenaturales, que nos configuran con Cristo– podemos alcanzar en esta vida, es ya el inicio de la plena identificación con Él, que esperamos lograr en el cielo. La fe en la resurrección de los muertos, al final de los tiempos, cuando el Señor venga a juzgar a todos los hombres, forma parte del Credo de la Iglesia: es un artículo de fe. Todos resucitaremos y todos seremos juzgados por Cristo, recibiendo cada uno la justa retribución que haya merecido en su existencia personal (intenciones, palabras, acciones) según la medida de su amor a Dios: quien el premio eterno, quien el castigo eterno. A la fe en la resurrección pertenece también –a eso se refiere el texto de san Pablo citado a continuación por san Josemaría (1Co 15, 20-21)–, la certeza sobrenatural de que, quien ha vivido y ha muerto en Cristo (participando de su Vida en esta tierra y muriendo en estado de gracia), resucitará también en Cristo: será con Él glorificado tras la muerte, es decir, alcanzará en Cristo su propia plenitud sobrenatural. Quien muere en estado de gracia, conocerá y amará sobrenaturalmente a Dios de modo pleno (según los méritos de cada uno), pues, como afirma la Escritura, verá a Dios cara a cara (cfr. 1Co 13, 12), más aún, será semejante a Él porque lo verá como es (cfr. 1Jn 3, 2). Dicha plenitud de conocimiento y amor, para quien vive y muere en Cristo, es inmediata tras la muerte, aunque sólo pueda gozarla en su alma; al final de los tiempos, tras el juicio universal, el bienaventurado la disfrutará con toda su persona, tanto en su alma como en su cuerpo. En este preciso sentido, cabe afirmar como hace aquí san Josemaría, que la divinización de la persona en esta tierra (el estado de gracia), es "anticipo" de la plena divinización en el cielo (el estado de glorificación del bienaventurado). Entre ambos "estados" sólo hay una diferencia de grado o intensidad, pero no de esencia. Y por eso, al igual que en el cielo gozará de la Vida de Dios toda la persona (alma y cuerpo), también en esta vida toda la persona (en su alma y en su cuerpo) se beneficia del estado de gracia. Nada hay mejor, por tanto, en este mundo que vivir en estado de gracia.
103b no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí add penúlt redac.
"La vida de Cristo es vida nuestra".– En el versículo del cuarto evangelio (Jn 14, 23), que cita el autor a continuación, revela Jesucristo el gran misterio sobrenatural de la inhabitación de la Trinidad en el hombre por la gracia, que es uno de los elementos centrales de la noción cristiana (y, por eso, también de la conciencia cristiana) de Dios. La Santísima Trinidad, Dios Uno y Único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no sólo ha querido ser un "Dios con nosotros", sino que –en el colmo del Amor, pues quien ama quiere estar en el amado– ha querido ser también un "Dios en nosotros". Como se acaba de decir en las notas anteriores, cuando el hombre participa, por obra del Espíritu Santo, de la Vida de Cristo Resucitado, está participando en sentido estricto de la Vida misma de Dios, de la Vida en comunión personal del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Dicha participación tiene lugar a través de la gracia, que eleva al alma al orden sobrenatural, y de los correspondientes dones sobrenaturales de conocimiento y amor, que elevan las potencias del alma: inteligencia y voluntad a ese mismo orden. En los párrafos anteriores, la vida sobrenatural del cristiano –su vivir en Cristo, o el vivir de Cristo en él– ha sido teológicamente formulada mediante la noción de "divinización" (y también de "endiosamiento"), que puede ser teológicamente expresada de diversas maneras: participación de la naturaleza divina, configuración con Cristo, o también, desde otra perspectiva, como "estado de gracia". Ahora, en este comienzo del párrafo 103b, san Josemaría alude a la misma realidad ("la vida de Cristo es vida nuestra", escribe), pero a través de una referencia implícita a la noción de inhabitación trinitaria, contemplando la vida sobrenatural del cristiano en su raíz y en su realidad más profunda: como un efecto del estar Dios Trino, mediante la gracia y los dones del Espíritu Santo, en el hombre.
"El cristiano debe –por tanto– vivir según la vida de Cristo, haciendo suyos los sentimientos de Cristo".– Si en los párrafos anteriores ha hecho referencia el autor a la vida sobrenatural del cristiano, viéndola, principalmente, en su causa (participación de la vida de Dios en Cristo por el Espíritu Santo) y en su raíz (inhabitación trinitaria), ahora la considera, más bien, en su puesta en ejercicio o en su desarrollo. Son realidades, lógicamente, inseparables, pues la participación del cristiano en la vida de Dios o de Cristo –en cuanto que ésta es vida: actividad de conocimiento y amor sobrenaturales– no cabe concebirla como la recepción y posesión de algo estático, sino como la donación al hombre de una capacidad nueva (sobrenatural) de conocer y de amar, que exige necesariamente su puesta en ejercicio para desarrollarse. Dicho con otras palabras: la vida de la gracia no es ni puede ser concebida (teológicamente o espiritualmente) como realidad pasiva y estática, sino como realidad activa y dinámica. Vivir yo en Cristo, o vivir Cristo en mí, supone que se me ha hecho partícipe de un nuevo dinamismo "vital" de conocimiento y amor (participación de cómo Cristo conoce y ama, o bien, de cómo Dios conoce y ama), que exige por su propia naturaleza –para crecer– ser puesto por mí en ejercicio a través de mi entendimiento y mi voluntad. Un modo profundo de expresar esa integración consciente y voluntaria del hombre en el dinamismo sobrenatural de la gracia –Cristo en mí, yo en Cristo– es el que, desde hace siglos, el pensamiento cristiano expresa como: "hacer propios", "participar", "imitar", "identificarse con"… los sentimientos de Cristo, formulación basada en la enseñanza de san Pablo (concretamente, en Flp 2, 5ss: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús"). En esa línea de pensamiento, profundamente inscrita en la espiritualidad cristiana de todos los tiempos, se sitúan también las palabras de san Josemaría que ahora anotamos. La expresión "sentimientos de Cristo", en el lenguaje del fundador, alude a las actitudes hondas del alma de Jesús (esas que "la Madre –y, después de Ella, José– conoce como nadie", Amigos de Dios, 281a).
104a " … porque ahí está el fundamento de toda la vida cristiana".– Insiste en la centralidad para la fe y la existencia cristiana del misterio de la Resurrección de Cristo. En el "vivir actual" del Hijo de Dios, resucitado y glorioso, halla su fundamento "toda la vida cristiana", todo cuanto, en medio de la historia de los hombres, está inmediatamente referido a Él como a su Cabeza: la Iglesia y su misión de salvación, así como la existencia personal de cada cristiano, llamado a la santidad y al testimonio apostólico. Los párrafos que siguen pueden ser considerados –y, en nuestra opinión, también merecen ser así leídos– como una introducción al característico pensamiento cristocéntrico de san Josemaría. Todo el texto, en realidad, aunque no fuera concebido para un cometido "didáctico", sino para una función pastoral y espiritual, cumple perfectamente el papel de servir como proemio al cristocentrismo espiritual del fundador del Opus Dei. El mismo título del texto ("Cristo presente en los cristianos") lo pone ya de manifiesto. Conviene recordar que esta homilía, aunque cronológicamente fue la segunda de las publicadas por san Josemaría, después de la pronunciada en el campus de la Universidad de Navarra, es realmente la primera de las escritas, que vio la luz en un medio de comunicación social importante, como "La Table Ronde". Tanto por razón del tema que se le pidió exponer, como quizá también por la peculiar primogenitura del texto, el autor dejó grabadas de nuevo las líneas maestras de su visión de Cristo y del cristiano.
104b los hombres padecen ahora corr autógr ] la humanidad padece hoy día penúlt redac.
104c "Ya está todo dado en Cristo, que murió, y resucitó, y vive y permanece siempre".– El pensamiento cristiano está imbuido, desde sus raíces neotestamentarias, de una doble convicción de fe cristológica, que lo configura por completo. a) En Cristo, Unigénito del Padre hecho hombre (cfr. Jn 1, 14), habita la plenitud de la divinidad corporalmente (cfr. Col 1, 19; Col 2, 9); en Él, en consecuencia, nos ha sido revelada toda la verdad sobre Dios y sobre el hombre. b) Siendo Él mismo la plenitud de quien lo llena todo en todas las cosas (cfr. Ef 1, 23), su encarnación, su venida al mundo como verdadero hombre nacido de mujer, significa que la plenitud ha llegado a nosotros, y que, en consecuencia, la historia y el tiempo humanos, son ya, desde Cristo, como el escenario donde esa plenitud habita y –valga la redundancia– está conduciendo todo a plenitud. Al hablar la revelación neotestamentaria con insistencia de "la plenitud de los tiempos" (cfr. Ga 4, 4; Ga 1Co 10, 11; Ef 1, 10; Hb 9, 26), ha marcado también radicalmente al pensamiento cristiano con esa visión del tiempo y de la historia: todo lo históricamente anterior a Cristo se encaminaba hacia Él como a su cumbre, y todo lo posterior encuentra en Él su razón de ser. Por decirlo así, la Cruz del Calvario es el vértice hacia el que tendía –en cuanto a su sentido último– el tiempo anterior, y del que deriva el tiempo posterior. Sobre ese fundamento teológico está ahora razonando san Josemaría su doctrina espiritual.
" … de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo!".– La caracterización del fiel cristiano como alter Christus, ipse Christus, es central en el pensamiento antropológico de san Josemaría, y en consecuencia en su doctrina espiritual. Ha dado ya ocasión a diversos estudios, y seguramente continuará siendo objeto de atención. Juntas, o bien por separado, utilizaba con frecuencia dichas expresiones, como denominación del cristiano, configurado por el bautismo con Cristo, y elevado en Él a la condición de hijo adoptivo de Dios. A través del cristiano, que es verdaderamente "otro Cristo, el mismo Cristo", Jesucristo sigue "pasando" entre los hombres con su fuerza redentora. Era ésta, como se viene poniendo de manifiesto en estas notas, una convicción profundamente impresa en el alma de san Josemaría, bajo la impronta de los dones fundacionales recibidos. Es además una idea de gran densidad teológica. En la doctrina del fundador, dirigida principalmente a los fieles corrientes, hombres y mujeres, así como a los sacerdotes seculares, el significado de alter Christus, ipse Christus expresa justamente el de ser un hijo de Dios y de la Iglesia, que se esfuerza allí donde se encuentra (en el cumplimiento de su trabajo y de sus deberes ordinarios) por identificarse personalmente con Cristo y cooperar activamente en la misión salvífica de la Iglesia. Alter Christus, ipse Christus es el cristiano que, sabiéndose hijo del Padre en Cristo por el Espíritu Santo, se sabe también llamado a seguir de cerca al Señor en las circunstancias de cada día, cooperando con Él en la obra de la Redención. Cfr., por ejemplo: G. Tanzella-Nitti, Perfectus Deus, perfectus homo. Reflexiones sobre la ejemplaridad del misterio de la Encarnación del Verbo en las enseñanzas del Beato Josemaría Escrivá, en: "Romana" 25 (1997) 360 ss. A. Aranda, "El bullir de la Sangre de Cristo", cit., 203-254; Id., En torno al "alter Christus, ipse Christus" de S. Josemaría Escrivá, en: T. Trigo (ed.), "Dar razón de la esperanza. Homenaje al Prof. Dr. José Luis Illanes", Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 2005, 763-793. P. O’Callaghan, The Inseparability of Holiness and Apostolate. The Christian, "alter Christus, ipse Christus", in the Writings of Blessed Josemaría Escrivá, en: "Annales theologici" 16 (2002) 135-164. G. Pell, Blessed Josemaría Escrivá’s Christocentrism, en: M. Fazio (ed.), "La grandezza della vita quotidiana…", cit., 141-153.– J. L. Illanes, El cristiano "alter Christus-ipse Christus", en: Id., Existencia cristiana y mundo. Jalones para una reflexión teológica sobre el Opus Dei, Eunsa, Pamplona 2003, 281-300.
105a el mundo entero corr autógr ] todas las cosas foll.MC77, 8§2.
"Instaurare omnia in Christo (…); informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas".– El lema paulino "instaurare omnia in Christo" ("instaurar [o restaurar] en Cristo todas las cosas", o quizás mejor, como escribe la Neovulgata y es más conforme a la teología paulina: "recapitular en Cristo todas las cosas"), es sugestivo para san Josemaría –que lo utiliza en otros momentos en este mismo libro (cfr. 65d y 183c)– en relación con el significado de su misión fundacional. La intencionalidad que manifiestan esas palabras –un profundo deseo de renovar en Cristo la entera creación– ha sido asumida y refrendada en todo tiempo por la tradición católica (cfr., por ejemplo, el estudio de J. M.ª Casciaro, Estudios sobre cristología del Nuevo Testamento, Eunsa, Pamplona 1982, pp. 308-334). De la época más cercana a san Josemaría, cabe citar la enseñanza de san Pío X –cfr. Enc. E supremi apostolatus, 4-X-1903: ASS 36 (1903-04) 129-139–, que adopta el lema paulino como "propósito único" de su pontificado (cfr., al respecto, L. Cano, Instaurare omnia in Christo: la propuesta de San Pío X, en: J. I. Saranyana [et al.], "El caminar histórico de la santidad cristiana. De los inicios de la época contemporánea hasta el Concilio Vaticano II", Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 2004, págs. 325-338). La doctrina de san Josemaría se mueve en esas coordenadas tradicionales, pero al mismo tiempo lee dicho lema, con la luz del carisma fundacional, desde una óptica espiritual propia, y lo reformula con un lenguaje característico: "informar el mundo entero con el espíritu de Jesús, colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas". Se encierra en esa fórmula, y en otras análogas, un eje verdaderamente central de la concepción teológica del fundador acerca de la vocación y la misión apostólica de los cristianos que desarrollan su existencia en medio de la sociedad. La expresión aquí utilizada: "colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas", es equivalente a otra fórmula muy presente en san Josemaría: "poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas", indeleblemente unida a su experiencia íntima de Dios y a su mensaje fundacional. Puesto que volverá a aparecer en pasajes posteriores del libro (cfr. infra, 156, 182-183), y en un contexto más apropiado, remitimos a las anotaciones que entonces se hagan.
"Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum".– El significado de la exaltación de Cristo en la Cruz, según Jn 12, 32 (y sus paralelos, Jn 3, 14 y Jn 8, 24), así como el de la atracción hacia sí de todas las cosas (omnia, según el texto de la Vulgata que sigue san Josemaría), ha sido habitual objeto de reflexión para el pensamiento cristiano desde la época patrística hasta nuestros días (cfr. las obras ya citadas en páginas anteriores: J. L. González Gullón, La fecundidad de la Cruz. Una reflexión sobre la exaltación y la atracción de Cristo en los textos joánicos y la literatura cristiana antigua, cit., y J. F. Herrera Gabler, Cristo exaltado en la cruz. Exégesis y teología contemporáneas, cit.). Es también un tema de singular interés en el ámbito de la enseñanza del fundador (cfr., P. Rodríguez, Omnia traham ad meipsum. El sentido de Juan 12, 32 en la experiencia espiritual de Mons. Escrivá de Balaguer, en: "Romana" 13 (1991) 331-352). Puede afirmarse que, en la historia del pensamiento cristiano, quizá nadie como san Josemaría ha puesto tan íntimamente en relación la doctrina de Ef 1, 10 con la de Jn 12, 32. En su mensaje, como se aprecia en el pasaje que estamos considerando, y en otros, es evidente dicha relación, así como la mutua referencia hermenéutica entre ambos textos. Cabría ver aquí una clave teológica para captar en profundidad su doctrina.
"Cristo con su Encarnación, (…) con su muerte en la Cruz, con su Resurrección, es el centro de la creación…".– El misterio del Dios hecho Hombre es contemplado por san Josemaría –a la luz de la Resurrección– en su unidad interna y, por tanto, en toda su extensión: encarnación y vida terrena, muerte en la cruz, resurrección y glorificación. Esa centralidad de Cristo a la que aluden sus palabras (en las que hay tantos implícitos paulinos y joánicos) es manifestativa de la esencial visión cristiana de todos los tiempos. En la época contemporánea ha sido fuertemente resaltada por el Concilio Vaticano II (p. ej., Const. past. Gaudium et spes, 10 y 22), que podría estar aquí implícitamente presente.
105b "Nuestra misión de cristianos es proclamar esa Realeza de Cristo".– La centralidad universal de Cristo es ahora formulada en términos de "Realeza de Cristo". El sentido que ésta tiene en el pensamiento del autor se comentará más adelante, al anotar la homilía Cristo Rey. Lo significativo del párrafo, no obstante, es el contenido que se da a la noción de "misión de cristianos" –inseparable de la correspondiente "vocación de cristianos"–, como proclamación de esa centralidad o realeza de Cristo, con palabras y obras. De eso tratan, en algunos aspectos, los párrafos sucesivos.
"Quiere el Señor a los suyos en todas las encrucijadas de la tierra".– A continuación de estas palabras, con lenguaje pastoral escueto, sin tecnicismos, va a recordar san Josemaría el elemento diferencial del estatuto teológico-canónico de los fieles pertenecientes al orden sacerdotal, a la vida consagrada, o al laicado. Entre líneas, podría apreciarse quizás en el pasaje cierta consonancia con Lumen gentium, 31b. Al referirse al orden sacerdotal, el aspecto subrayado es el ministerio: el sacerdote ha sido llamado y ordenado para el ejercicio del ministerio. La vocación a la vida consagrada se designa metafóricamente como una llamada "al desierto": se trata, como es patente en el párrafo, de una referencia a lo que ese "estado de vida" supone de renuncia testimonial al "mundo". La vocación del fiel corriente, en fin, es contemplada desde la misión apostólica que la distingue, de "llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas". En esta última se va a detener el autor, pues es al cristiano corriente a quien va dirigido in recto su mensaje.
" … deben estos cristianos llevar a Cristo a todos los ámbitos donde se desarrollan las tareas humanas".– Late en estas últimas palabras el rasgo determinante de la secularidad, que acompaña siempre, en el espíritu de san Josemaría, a la noción de vocación-misión del fiel corriente. En uno de los textos redactados por el fundador para los fieles del Opus Dei, dicho rasgo se encuentra expresado así en una de las notas: "Como somos coherederos con Cristo, omnia enim vestra sunt… vos autem Christi: Christi autem Dei, todo es nuestro, y nosotros de Cristo, y Cristo de Dios (1Cor 3, 22-23). Luego hemos de santificar las estructuras del mundo, porque son nuestras, pero no son para nosotros, ya que nosotros somos del Señor. De aquí se deduce que, por la llamada al Opus Dei, debemos permanecer en medio de las actividades seculares –omnia vestra sunt–, cada uno en su propio estado, consagrando por vocación divina esas tareas humanas y entregándolas a Dios –vos autem Dei–, por medio de nuestro trabajo profesional de cada día, santificado y santificador" (Instrucción, 19-III-1934, n. 1).
105c "Me gusta recordar a este propósito la escena de la conversación de Cristo con los discípulos de Emaús".– Emaús ha sido y es un tema habitual de la literatura espiritual cristiana. La escena evangélica (Lc 24, 13-35), considerada según el sentido espiritual del texto, pone de relieve diversas características propias de la existencia cristiana entendida, conforme a lo que esencialmente es, como encuentro, seguimiento y amistad personal con Jesucristo. Muestra, por ejemplo, el pasaje evangélico, por mencionar un aspecto central, que el fundamento del existir cristiano –dotado de una dimensión esencialmente eucarística y eclesial– es la fe y la esperanza en el Resucitado, siempre cercano a nosotros. San Josemaría, además de aludir, con relativa frecuencia, a esa escena en su predicación oral, la ha comentado también en diversos pasajes de su obra escrita (cfr., por ejemplo, Camino, 917; Es Cristo que pasa, 75; Amigos de Dios, 313-316). La imagen de Cristo Resucitado, acompañando en todo momento a los discípulos en su caminar cotidiano, haciéndose de nuevo el encontradizo con ellos, encendiendo sus corazones y atrayéndolos a Él, despierta en el fundador sentimientos de profunda gratitud. Pero Emaús significa también para él –según la perspectiva de fondo de esta homilía y del entero libro–, que Cristo, presente en los cristianos por la gracia, continúa pasando entre los hombres por medio de sus discípulos, haciendo así "divinos" –la terminología es del autor– los caminos cotidianos de los hombres. "Camino de Emaús. Nuestro Dios ha llenado de dulzura este nombre. Y Emaús es el mundo entero, porque el Señor ha abierto los caminos divinos de la tierra" (Amigos de Dios, 314b). Emaús evoca, pues, como muestran los párrafos que ahora comentamos, la llamada concreta que Cristo dirige a los suyos, para que le den a conocer a los demás con el testimonio de su propia vida: "de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro" (105d).
106a " … llamado a obrar en el mundo por la participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo".– La doctrina, aquí recordada, acerca de la participación de todos los fieles –cada cual de acuerdo con los dones y carismas recibidos, al servicio de la misión de la Iglesia– en la triple función mesiánica de Cristo (real, profética y sacerdotal) ha sido expuesta ampliamente en los documentos del Concilio Vaticano II. En las concretas palabras que anotamos, podría quizás advertirse un eco de Lumen gentium, 31a.
106c "No es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor".– Es invocado aquí un importante principio cristológico, que brota vigorosamente de las raíces más profundas del Nuevo Testamento, y que está presente, como tal, en toda la tradición teológica y espiritual. San Josemaría lo enuncia de manera propia, con gran expresividad: "No es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor". Esa honda convicción doctrinal (cfr. también infra, 122a) es, al mismo tiempo, un principio fundante –e incluso, cabría decir, estructural– de su comprensión del misterio de Cristo, Verbo Encarnado y Redentor. El fundamento revelado es paulino y joánico: el Hijo de Dios se ha hecho hombre para redimir a los hombres (liberarlos del pecado, elevarlos a la condición de hijos del Padre), y los redime porque es el Hijo de Dios hecho hombre. Ser y función (persona y misión) constituyen, pues, en Cristo una unidad indestructible, y como tal ha de ser contemplada en sí misma y en sus consecuencias espirituales. En dicha inseparabilidad en Cristo, entre ser y función, se halla a mi parecer la clave para captar –y entender mejor la densidad teológica que encierra– la visión del fundador sobre el misterio de la Iglesia, y sobre la naturaleza del Opus Dei en la Iglesia, así como su doctrina acerca del cristiano como alter Christus, ipse Christus, llamado, como el Maestro, a entregarse al servicio de la salvación de los demás.
106e "No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color: el color de los hijos de Dios".– El principio teológico subyacente a esta doctrina (que san Josemaría ha recordado también en el párrafo 13c de este libro) se remonta a la enseñanza paulina acerca de Cristo como "segundo Adán", formulada principalmente por el Apóstol en la carta a los Romanos y en la primera a los Corintios, cuya síntesis podrían darla, en cierto modo, estas palabras: "Así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados" (1Co 15, 22). En concreto, a la universalidad de la creación y del pecado en Adán, corresponde la universalidad de la liberación del pecado y de la nueva creación en Cristo. En Cristo, nuevo y definitivo origen de los hijos de Dios, ha sido recapitulada y devuelta a la unidad –que el pecado había destruido– la humanidad entera, y con ésta toda la creación.
107a su paso por la tierra, sus huellas corr autógr ] su vida foll.MC77, 12§1.
107 "Contemplación de la vida de Cristo".– Conforme al esquema de esta penetrante homilía pascual, tan representativa del cristocentrismo espiritual del autor, comienza ahora la segunda etapa de su recorrido. El contenido global lo refleja bien el título y ha quedado condensado, en cierto modo, en el párrafo 107a. Las reflexiones que se ofrecen en los siguientes números (cfr. nn. 107-109), giran en torno a la noción de "contemplación", central en la doctrina espiritual cristiana de todos los tiempos –también en la de san Josemaría–, enfocada aquí de manera particular, por razón del argumento tratado, como contemplación de la vida de Cristo, en especial de su vida oculta en Nazaret. Contemplación cristiana significa, en general –y en el pensamiento de san Josemaría–, el conocimiento amoroso del Padre, alcanzado por quienes, mediante la actuación en ellos del Espíritu Santo, se saben sus hijos adoptivos en Cristo. Su plenitud será la visión cara a cara de Dios en el cielo. Puede expresarse, pues, teológicamente como sobrenatural participación, in Christo, del conocimiento del Padre por parte del Hijo (cfr. Mt 11, 27), por la acción eficaz del Espíritu Santo. No cabe concebirla, por tanto, como simple percepción intelectual de la verdad divina, sino como conocimiento y al mismo tiempo experiencia (trato) del Dios revelado: un entrar (intelectual y afectivo) en comunión de vida con Él, que se extiende a todas las dimensiones de la existencia personal del cristiano. Que esa es la concepción que tiene san Josemaría de la contemplación cristiana, lo ponen claramente de manifiesto estas palabras suyas, en las que describe uno de los perfiles definitorios del espíritu del Opus Dei: "Ciertamente nuestra Obra –la Obra de Dios– venía a hacer que renaciera una nueva y vieja espiritualidad de almas contemplativas, en medio de todos los quehaceres temporales, santificando todas las tareas ordinarias de los hombres: amando el mundo, que huía del Creador; poniendo a Jesucristo en la cumbre de todas las realidades terrenas, en las que los hombres están comprometidos" (Carta 14-IX-1951, n. 3). El concepto de contemplación desemboca así, conforme al pensamiento del autor, en la noción de "vida contemplativa" ("conocimiento y amor, oración y vida") (cfr. infra, 163e), que suele utilizar. Vida contemplativa significa, en definitiva, "estar totalmente metido en Dios". Una descripción pedagógica la ofrecen por ejemplo, estas otras palabras, ya leídas páginas atrás: "Estando plenamente metido en su trabajo ordinario, entre los demás hombres, sus iguales, el cristiano ha de estar al mismo tiempo metido totalmente en Dios, porque es hijo de Dios" (65a). De manera análoga, la contemplación de la vida de Cristo consistirá en querer "estar totalmente metido" en esa vida, mediante un conocimiento amoroso que se vierte en deseos de identificación: de ser en verdad, en todas las dimensiones de la persona "otro Cristo, el mismo Cristo".
"Pero para ser ipse Christus hay que mirarse en Él".– He aquí un primer e importante rasgo de la contemplación de la vida de Cristo por parte del cristiano, enseñada por san Josemaría. Para identificarse espiritualmente con Cristo, para "estar metido totalmente" en su vida, no basta, podríamos decir, con mirarle, sino que es preciso "mirarse en Él". El hecho de que el propio autor acentúe esas palabras (las cursivas pertenecen al original) dan la clave de lo que para él significaba (y lo importante que era para él) contemplar a Cristo, contemplar su santa humanidad, su caminar terreno, su existencia cotidiana, su Cruz, su gloria. "Mirarse en Él": ése es el punto. No sólo saber que Cristo vive en mí, sino también empeño personal por vivir yo su vida. "Aprender de Él detalles y actitudes". Imitarle e identificarme con Él. Se entra aquí en contacto, en cierto modo, con el substrato teológico de aquel: "Cristo vive en mí. Y la vida que vivo ahora en la carne la vivo en la fe del Hijo de Dios", de san Pablo (Ga 2, 20).
107b hasta los más mínimos detalles de su existencia corr autógr ] todas las cosas de su vida foll.MC77, 12§2 || la historia de Cristo corr autógr ] la vida de Jesús foll.MC77, 12§2 || conducta corr autógr ] vida foll.MC77, 12§2.
"Cuando se ama a una persona se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia…".– Hallamos una pequeña pero interesante pista para indagar en la noción de contemplación de la vida de Cristo –y por ende en la noción de vida contemplativa cristiana como identificación con Cristo– que enseña el autor. La pista viene dada por las características del amor personal, que impulsa a quienes se aman a la mutua identificación de intenciones, afectos y actitudes. A causa del amor, cada uno está y quiere permanecer en el otro, de manera que vienen a ser dos en un solo espíritu. Así, análogamente, la identificación por el amor entre Cristo y el cristiano.
" … sin necesidad de ningún libro, cerrando los ojos, podamos contemplarla como en una película… ".– En el contexto en que se desarrolla la exhortación de san Josemaría –"meterse en la vida de Cristo"–, el símil utilizado: "contemplarla como en una película", es muy expresivo. La contemplación de Dios en Cristo (o de Cristo, como tal) en esta vida, no consiste en la consideración directa o inmediata de la verdad de Dios –no es un "simplex intuitus veritatis", un conocimiento intuitivo e inmediato de la verdad (cfr. santo Tomás de Aquino, S.Th. II-II, q. 180, a. 3)–, sino una amorosa búsqueda y un amoroso trato, que requiere (salvo en el caso de un don extraordinario de visión) la puesta en ejercicio paso a paso, con ayuda de la gracia y de las virtudes, de las diversas facultades y cualidades del espíritu humano, también la imaginativa. Así como en el orden natural, el amor activa en el amante, en ausencia del amado, el ejercicio de la memoria, y ésta trae al pensamiento las imágenes que guarda, así también, en el orden sobrenatural, la contemplación de la vida de Cristo demanda conocerla bien, conservarla amorosamente en la memoria y poner en ejercicio su recuerdo, activando las imágenes que se guardan en el alma.
107c "Así nos sentiremos metidos en su vida. Porque no se trata sólo de pensar en Jesús, de representarnos aquellas escenas. Hemos de meternos de lleno en ellas, ser actores".– San Josemaría está desvelando aquí, como en íntimo diálogo espiritual con el lector, la fecunda vía de oración contemplativa que él mismo seguía y aconsejaba. Antes ha dicho "contemplarla como en una película". Ahora ha dado un pequeño paso más. No basta con representarla en la imaginación como desde fuera, no basta ser espectadores de las escenas evangélicas (conocerlas, incluso de memoria, poder describirlas y narrarlas), sino que –esa es la vía aquí desvelada– es preciso "meternos de lleno en ellas, ser actores". No sólo "ver la película", sino ser actor en esa "película" narrada en el Evangelio, en la que Cristo es el protagonista. Entonces, por la vía de la oración contemplativa, la vida de Cristo y la vida del cristiano se encuentran: la del Maestro entra en la del discípulo (y la llena de un sentido nuevo), o bien, diciéndolo a la inversa, la del discípulo entra en la del Maestro. En las palabras que siguen, en el texto de la homilía, a ese "ser actores", puede intuirse también que la noción de "seguimiento de Cristo" (sequela Christi) que postula san Josemaría, está en relación con su noción de contemplación y de vida contemplativa.
107d "Si queremos llevar hasta el Señor a los demás hombres, es necesario ir al Evangelio y contemplar el amor de Cristo".– Como se advierte en el inicio de este párrafo, 107d, la fórmula: "contemplar el amor de Cristo", ahora utilizada, guarda cierta sinonimia con la que venimos considerando: "contemplar la vida de Cristo". Nada más lógico, pues debe tenerse en cuenta, conforme a la enseñanza del Nuevo Testamento, que la clave de fondo de la vida de Cristo, es decir, el elemento esencial en torno al cual gira su existencia y su enseñanza, es su amor al Padre y a los hombres. Puesto que ese amor se ha revelado máximamente en la Cruz, es habitual en la literatura espiritual de todos los tiempos, que sea contemplado principalmente en las que aquí llama san Josemaría: "escenas cumbres de la Pasión". También lo ha hecho así nuestro autor en otros momentos de este libro (por ejemplo, en la homilía: La muerte de Cristo, vida del cristiano, que antecede a ésta). Aquí, sin embargo, de acuerdo con la lógica interna del texto, va a contemplar ese amor de Cristo en circunstancias más ordinarias de su paso por la tierra.
107f "Me emociona contemplar la maravilla de un Dios que ama con corazón de hombre".– Los párrafos 107e-f son como una glosa del amor de Cristo por los hombres, antes de contemplarlo en alguna escena concreta. La habitual referencia de san Josemaría al "perfectus Deus, perfectus homo" del Símbolo Quicumque vult, sirve aquí de pórtico a la doctrina que quiere subrayar, que puede formularse así: el amor humano de Cristo es revelación del amor de Dios. Su verdadera humanidad –"con una carne como la nuestra" ("ex humana carne subsistens", dice el Símbolo)–, es reveladora no sólo de su amor humano, sino del amor de Dios: "de un Dios que ama con corazón de hombre". Esta doctrina es muy importante en san Josemaría, que está anunciando un mensaje espiritual muy claro: si en Cristo todo lo humano se hace cauce y revelación del amor divino, así también en el cristiano –metido totalmente en Cristo– todas las realidades humanas (salvo el pecado, que es infrahumano) pueden convertirse en cauce de encuentro y manifestación del amor de Dios. La fórmula "un Dios que ama con corazón de hombre" también se lee en Gaudium et spes, 22: "El Hijo de Dios con su encarnación … amó con corazón de hombre".
108a "Entre tantas escenas como nos narran los evangelistas, detengámonos a considerar algunas…".– A lo largo de este n. 108 se repasan –aunque muy brevemente– algunas escenas de la vida de Cristo, siempre en su relación con los demás: con los Doce, con todos los discípulos, con un grupo de ellos, con las santas mujeres, con Lázaro y sus hermanas, etc. San Josemaría contempla esos momentos como tomando parte, y aprecia detalles en el comportamiento del Señor que sólo ve quien está cerca de Él: facilidad de trato y de convivencia, autoridad de Maestro (y, sobre todo, autoridad de Dios), cercanía respecto de cada uno, cariño humano, delicadeza con todos, amistad, compasión, ternura, ira con los que profanan la sacralidad del templo…
109a "Cada uno de esos gestos humanos es gesto de Dios".– En esta primera frase de 109a, solidamente apoyada en el dogma de la unión hipostática, está compendiada la idea que ahora va a ser expuesta –y subrayada– en la homilía, relacionada con la doctrina de la "comunicación de propiedades" entre la naturaleza humana y la naturaleza divina de Cristo, unidas en su Persona. La idea es ésta: el modo de ser y de comportarse del hombre Jesucristo "nos da a conocer el modo de ser de Dios" (109b). Resulta claro que este importante principio teológico –que pide ser utilizado con finura de pensamiento, como se observa en la homilía– permitiría al autor extenderse en consideraciones teológicas de carácter trinitario y cristológico, pero no lo hará, pues la homilía tiene una finalidad espiritual. Por eso, la consecuencia inmediata que extrae de aquel principio tendrá justamente ese carácter: Dios –como nos muestra la conducta de Cristo– busca el trato de amistad con cada uno, pues quiere llevarnos a la intimidad con Él.
109c de Jesús no es corr autógr ] de Jesús con los hombres no es foll.MC77, 17§1 || a cada uno corr autógr ] a los hombres foll.MC77, 17§1.
"Jesús toma en serio al hombre, y quiere darle a conocer el sentido divino de su vida".– Expresa san Josemaría, siguiendo el hilo de su discurso, una importante convicción doctrinal cristiana: "Jesús toma en serio al hombre". Desde las páginas del Nuevo Testamento, atravesando más tarde por todas las del pensamiento antropológico cristiano, y recalando, en fin, en la doctrina social de la Iglesia, tal convicción ha sido fundamento e incentivo de incontables realidades culturales y sociales, de amplísimas consecuencias. Algunas son aludidas aquí y en párrafos sucesivos: en particular –es interesante advertirlo–, las referidas al combate contra las injusticias sociales en el ámbito de la educación y de la distribución de los bienes. San Josemaría ha escrito mucho en relación con el principio doctrinal que comentamos, pero sobre todo ha promovido su puesta en práctica haciendo brotar por toda la tierra, desde el interior de la sociedad civil, multitud de iniciativas educativas, asistenciales, sanitarias, etc.
110 "Aplicación a nuestra vida ordinaria".– Comienza la tercera parte de la homilía, en la que el autor mostrará las dimensiones espirituales de las anteriores reflexiones cristológicas. Si antes ha fijado la atención del lector en la realidad humano-divina de Cristo, en su amor, en sus actitudes, etc., para incitarle a aprender de Él, ahora va a ayudarle a imitar e identificarse con esos rasgos del Maestro, haciéndolos vida propia. En otras palabras, si hasta ahora nos ha sido mostrado cómo es Cristo en sí, ahora se nos quiere mostrar –por expresarlo de este modo– cómo es Cristo en mí: qué significado tiene el hecho de que yo, siendo por la gracia "otro Cristo, el mismo Cristo", lo sea también en mis actitudes y comportamiento con Dios y con los hombres. La noción de "contemplación de la vida de Cristo" que veníamos considerando alcanza así su desembocadura natural en la noción de "vida contemplativa de cristiano": "siendo nosotros mismos Cristo" (110a).
110a hermanos corr autógr ] hermanos los hombres foll.MC77, 17§2 || vida corr autógr ] vida de cada uno foll.MC77, 17§2 || vivimos corr autógr ] vive un hombre foll.MC77, 17§2 || precisamente add foll.MC77, 17§2.
110b "Es necesario repetir una y otra vez que Jesús no se dirigió a un grupo de privilegiados, …".– En la concisión de este párrafo 110b y del siguiente, se dejan ver los perfiles más característicos, en cuanto a la sustancia y al enunciado, del mensaje espiritual que san Josemaría comenzó a extender por la Iglesia y la sociedad desde 1928. Su predicación de la primera hora ya manifiesta nítidamente esos perfiles, como puede verse, por ejemplo, en su libro Camino. Conviene resaltar, por razón del dato histórico pero también por razón de la hermenéutica del propio mensaje, que en aquel anuncio nacido en 1928 no encerraba sólo un mensaje espiritual sino también una misión fundacional. San Josemaría fue llamado por Dios a fundar en el seno de la Iglesia una institución, el Opus Dei, en que el mensaje se hacía vida cristiana vivida y se perpetuaba. En estos párrafos, que comienzan recordando la doctrina de la voluntad salvífica universal de Dios, se entrevén también, como ya ha sido dicho, los rasgos más propios del mensaje fundacional: a) llamada de todos los hombres al encuentro con Cristo y, en Él, llamada a la santidad, es decir, a la identificación con el Hijo de Dios hecho hombre y con su misión; b) llamada a la santidad a todos en la Iglesia, a cada uno en su vida corriente y ordinaria, a través de la santificación del propio trabajo y en las incidencias de la existencia cotidiana; c) llamada para realizar –sin salir del propio sitio– la misión apostólica cristiana. El repetido "Dios nos llama" (cfr. 110c), manifiesta el sentido vocacional de la existencia cristiana –ésta incluye necesariamente un sentido de misión–, que engrandece el significado de la vida cotidiana.
111a " … ojos que no quieren ver y en corazones que no quieren amar".– El contenido del entero n. 111 es muy ilustrativo respecto del espíritu de san Josemaría. Estar metido en la vida de Cristo por la gracia y la caridad infusas, comporta –ese es el hilo de fondo por el que está conduciendo al lector– saberse personalmente comprometido, como Cristo, con actitudes y comportamientos inequívocos, en el bien de los demás. La conducta cristiana en el contexto social no es la de "ojos que no quieren ver y corazones que no quieren amar" (cfr. 111a). "Mirar a Cristo" (cfr. 111b) y mirar con Cristo trae consigo, como exigencia irrenunciable, la puesta en práctica de la caridad y la justicia social.
111b "Y, fuera, hambre de pan y de sabiduría, vidas humanas que son santas, porque vienen de Dios, tratadas como simples cosas, como números de una estadística".– "Jesús recorría todas las ciudades y aldeas enseñando en sus sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9, 35-36). El autor está mirando a Cristo. ¿Cómo no ver en este impresionante inicio de 111b un reflejo de la actuación del Maestro? A imitación del Señor, san Josemaría, no sólo exhortaba a los fieles del Opus Dei y a quienes se acercaban a sus apostolados a dar la cara con empeño ante las exigencias de la justicia social, sino que también promovió múltiples actividades de carácter social.
111e "Hay que reconocer a Cristo, que nos sale al encuentro, en nuestros hermanos los hombres".– En esta "lectura" de la parábola del juicio no se resalta tanto su sentido escatológico cuanto su proyección sobre la conducta cristiana. Si el Hijo del Hombre, que vendrá en toda su realeza como Juez universal, ha querido identificarse en esa parábola con el más pequeño y el más necesitado de los hombres (es decir, con todo hombre), es preciso que el cristiano salga al encuentro de los demás y manifieste su identidad de discípulo de Cristo en la entrega generosa a los otros, especialmente a los más necesitados.
112a y aun indiferentes add penúlt redac.
"No hay nada que pueda ser ajeno al afán de Cristo. Hablando con profundidad teológica (…) no se puede decir que haya realidades (…) que sean exclusivamente profanas…".– La verdad de fe a la que aquí implícitamente se alude es la de la unión en la Persona (divina) de Cristo de sus dos naturalezas (divina y humana), "sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación" (Concilio de Calcedonia, a. 451, cfr. DzH 302). Al asumir el Verbo de Dios, en su encarnación, la naturaleza humana, y unirla en su Persona con la naturaleza divina, todo lo humano ha quedado elevado en Cristo a una condición sin par. Pero el misterio de la encarnación también nos revela la grandeza y la dignidad de la naturaleza humana como tal, capaz de ser asumida –sin cambio ni absorción– por una Persona divina. En ese sentido, como dice el Concilio Vaticano II: "En Él (en Cristo), la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual" (Gaudium et spes, 22).
112b "Hemos de amar el mundo, el trabajo, las realidades humanas".– Es patente el fundamento paulino (cfr. Rm 8, 19-22) de todo el párrafo 112b, que comienza con esas palabras tan características del espíritu del autor: "amar el mundo, el trabajo, las realidades humanas". La conciencia cristiana, liberada por la gracia de la herida y la oscuridad del pecado, está capacitada para amar la verdad sobre Dios, sobre el hombre y sobre la entera creación, así como para defenderla e iluminar con su luz todas las realidades humanas. El amor al mundo, creado por Dios y redimido por Cristo, forma parte del patrimonio doctrinal y moral cristiano. San Josemaría, al recordar esta doctrina, está también desvelando, una vez más, ese trazo fundante de su espíritu, que es la secularidad.
112c "Así, viviendo cristianamente entre nuestros iguales, de una manera ordinaria pero coherente con nuestra fe, seremos Cristo presente entre los hombres".– La homilía se acerca a su final y, en estos últimos compases, vuelve san Josemaría a escribir –casi literalmente– el título que quiso poner. Con eso está también sugiriendo al lector –ahora ya muy avisado– que en este breve párrafo, 112c, se encuentra la sustancia de cuanto ha querido decirle.
113a La fe en Cristo Resucitado, presente en los cristianos, suscita espontáneamente una teología de la historia, cuyos elementos esenciales están esbozados en los diferentes párrafos de este n. 113. Es una teología de la victoria definitiva de Cristo, a través de su aparente –pero también, en cierto modo, real– fracaso humano: una teología, por tanto, fundada sobre la permanente presencia de la Cruz, desde la que Cristo, enclavado allí por amor, atrae a sí todas las cosas. La teología cristiana de la historia es, en efecto, esencialmente, una teología de la Cruz, desde la luz del Crucificado y Resucitado. (Es de advertir la correspondencia textual entre 113b y Forja, 26).
114a En continuidad con lo anterior, en este n. 114 sigue dibujando el autor los contornos de una singular y profunda teología de la Cruz, aunque sólo acentuará aquí –como en toda la homilía– sus manifestaciones o consecuencias en la vida espiritual. Una de éstas es, por ejemplo, el gran principio, ya encontrado en otros pasajes del libro, que se lee en 114b: "la vida cristiana es un constante comenzar y recomenzar".
114c "Cristo resucita en nosotros, si nos hacemos copartícipes de su Cruz y de su Muerte".– Seguimos contemplado la misma verdad, dentro, pues, de la hermosa teología de la Cruz con la que san Josemaría ilumina el significado del combate cristiano por la santidad. El Cristo Resucitado es siempre también –en Sí, y por la gracia en nosotros–, el Cristo Crucificado. Resucita en nosotros si su Cruz –Él en su Cruz– está también en nosotros. La lucha ascética del cristiano, se nos está diciendo, si es auténtica, si abraza en verdad la Cruz, es por encima de todo una afirmación de resurrección y gloria: un grito de alegría con Cristo Resucitado. Por eso puede afirmarse que: "en cierto modo a través de nuestra miseria", de nuestra lucha contra esa debilidad, "se manifiesta Cristo" (114d).
115a sin una corr autógr ] aún sin hacer una penúlt redac.
115b "Jesús ha concebido toda su vida como una revelación de ese amor".– La misión del cristiano consiste, por tanto, como la de Cristo, en dar a conocer, a través de la propia existencia –y especialmente a través del ejercicio de la caridad– el amor del Padre. Hay aquí un eco de Jn 3, 16: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna".
116a Con la recomendación final, dirigida a fomentar el trato con Jesucristo "en la Palabra y en el Pan, en la Eucaristía y en la Oración" (116d), san Josemaría deja ya establecido y abierto un argumento que será desarrollado en las homilías posteriores. Dos detalles dignos de atención, en cuanto desvelan aspectos de la intimidad espiritual del fundador, encontramos en los últimos párrafos del texto. Hace suyo, en primer lugar, el tema de la "oración continua" ("La vida cristiana deber ser vida de oración constante (…) de la mañana a la noche y de la noche a la mañana", 116a), uniéndose así a una extensa corriente de autores espirituales de todos los tiempos. Y subrayará además en dos ocasiones –es el segundo detalle, en el que resuena aquel: "os he llamado amigos" (Jn 15, 15) de Jesús a sus discípulos– la amistad personal con Cristo, como característica de la vida espiritual del cristiano que trata a Jesús "como se trata a un amigo" (116c), pues "Cristo resucitado, es el compañero, el Amigo" (116d).
del Señor corr autógr ] de Dios penúlt redac.
116b "Y, recordando ese precepto apostólico, escribe Clemente Alejandrino …".– Sobre este tema, cfr. M. Belda, La oración continua según Clemente de Alejandría, en: T. Trigo (ed.), "Dar razón de la esperanza. Homenaje al Prof. J. L. Illanes", Eunsa, Pamplona 2004, 795-808.
117a "Desde el Nacimiento en Belén, han ocurrido muchas cosas". – Es interesante volver a tomar nota de los acentos que pone espontáneamente el autor en este mirar a los comienzos. Puede pensarse que, cuando escribió esta homilía, estaba ya cercana en su intención la edición del libro, pues parece aludir, como formando parte de un mismo proyecto, a algunas de las homilías ya entonces editadas ("lo hemos encontrado en la cuna…, lo hemos contemplado en Nazaret…; lo hemos acompañado en su predicación…"). Los mencionados acentos son como destellos de luz, que permiten captar los reflejos que en su alma y, como consecuencia, en su doctrina espiritual, han dejado los misterios de la vida de Cristo. Destaca, quizás, entre éstos, la referencia a Nazaret, a la vida cotidiana de Cristo, y a su trabajo (aquellos "largos años de trabajo silencioso"), que era verdaderamente operatio Dei, trabajo santificado y santificador.
117c "También como los Apóstoles, permanecemos entre admirados y tristes al ver que nos deja". – La perspectiva adoptada por el autor en este arranque de la homilía, siguiendo su costumbre de contemplar las escenas del Evangelio como alguien que interviene, es la de los Apóstoles. Se fija así, desde el principio, en ese "dejarnos" de Jesús, en su separarse de nosotros (cfr. 117c), que será ya la característica dominante del tiempo de la Iglesia, comprendido entre la partida del Señor y su retorno al final de los tiempos. Esa "tristeza, peculiar del día de la Ascensión" (117d), semejante a la producida por la ausencia física de la persona amada –la añoranza de su cercanía y de su trato; a un sentimiento de "orfandad", aludirá el autor en Santo Rosario, 4º misterio glorioso–, aquí en realidad, aunque mencionada, no va a ser desarrollada, pues lo que se va a subrayar es la presencia y cercanía de Cristo, experimentadas en la Eucaristía y en la oración: Pan y Palabra. Del Pan y la Palabra se ocupará el primero de los argumentos desarrollados.
118a "Cristo nos ha marcado claramente el camino: por el Pan y por la Palabra". – En un párrafo anterior escribía el autor: "Hay que tratar a Cristo, en la Palabra y en el Pan, en la Eucaristía y en la Oración" (116d). Más adelante tendremos también ocasión de volver a leer análogas exhortaciones: "Fe, Pan, Palabra" (153c). Es una línea permanente de su enseñanza: para conducirnos como hombres cristianos necesitamos cultivar una amistad constante con Jesús (cfr. 154a), allí donde sabemos que nos espera. También el fruto de la misión apostólica, que el Señor encomienda a cada bautizado, es inseparable, en el espíritu del fundador, de la llamada a ser alma de Eucaristía y alma de oración.
118d "¿Veis? Es la actuación trinitaria en nuestras almas". – El evangelio de san Juan –aludido en este pasaje– revela una misteriosa relación entre el envío o donación del Espíritu Santo al alma y la inhabitación de la Santísima Trinidad. La teología y la espiritualidad no pueden dejar de sentirse atraídas hacia esa inmensa fuente de luz, en la que Dios ha querido desvelar el modo de estar presente en nosotros, a través del Don que el Padre y el Hijo nos hacen del Paráclito, que es personalmente el Amor mutuo entre Ellos. Al ser enviado y estar presente en el alma, por medio de la gracia, el Espíritu Santo, Persona-Don, Persona-Amor, vienen también necesariamente, y están presentes, las Personas del Padre y del Hijo, que en ese Don y Amor se donan y se aman mutuamente. El hombre en gracia, en quien habita el Amor de Dios, si se deja conducir por Él, va asemejándose cada vez más al Hijo amado y amante del Padre, y participando más hondamente en la intimidad de la vida trinitaria (como hijo del Padre en el Hijo por el Espíritu Santo). Dejarse habitar y conducir por el Paráclito significa, en términos de vida espiritual –como aquí sugiere san Josemaría–, corresponder a la gracia, que es siempre cristificante, y mantenerse, mediante ese don, en el amor de amistad y en el trato con el Modelo. De ahí que, para crecer en la vida de unión con la Santísima Trinidad, es necesario –según se lee en el texto– "unirnos con Cristo en el Pan y en la Palabra, en la Sagrada Hostia y en la oración".
119 "Vida de oración". – Los párrafos siguientes tienen el particular interés de que, más que en otros lugares de este libro, permiten captar algunos aspectos centrales de la enseñanza de san Josemaría sobre la oración mental y la oración vocal. Bajo el título: "Vida de oración", que abarca todo el contenido del n. 119, se alude –sólo de manera implícita, pues no son mencionados esos nombres– al contenido de dos nociones diversas, "oración continua" y "oración contemplativa", que podrían ser consideradas por separado, como suele suceder en la literatura espiritual, pero que aquí son vistas como formando unidad, según su mutua referencia y continuidad. A la primera dicen relación los párrafos 119a - 119f, mientras que de la segunda se ocupan los párrafos sucesivos: 119g-119i. Así, ambas nociones ceden su protagonismo a la de "vida de oración", resultante de la conjunción de ambas, e identificable por su contenido con la noción de "vida contemplativa", tal como ésta es concebida por el autor.
119a "Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche". – El tema de la "oración continua" es tradicional en la espiritualidad cristiana desde la época patrística, en cuanto enunciado ya, a su modo, en la Sagrada Escritura (cfr., por ejemplo, al respecto: san Agustín, Enarrationes in Psalmos, 102, 2, 20-34; San Jerónimo, Comentario al Salmo 1; cfr. también Catecismo de la Iglesia Católica, 2742-2745). Un desarrollo de la cuestión puede verse en J. L. Illanes, Tratado de teología espiritual, Eunsa, Pamplona 2007, cap. XVIII: "Oración y vida", 478-483. San Josemaría ha citado en primer lugar cuatro salmos, como textos representativos de la espiritualidad veterotestamentaria, y a continuación citará algunos pasajes del Nuevo Testamento. En éste, la oración continua aparece como algo preceptuado por Jesús (cfr. Lc 18, 1; Lc 21, 36), y se hace hincapié en la necesidad de orar sin interrupción (cfr. 1Ts 5, 17), en todo tiempo, movidos por el Espíritu (cfr. Ef 6, 18). San Pablo reza por los suyos noche y día, sin cesar (cfr. 1Ts 1, 3; 1Ts 3, 10; 2Ts 1, 11; Rm 1, 10; 1Co 1, 4; Flp 1, 4; 1Ts Flm 1, 4). Con expresión gráfica escribe san Josemaría: "Toda la jornada puede ser tiempo de oración: de la noche a la mañana y de la mañana a la noche", incluyendo también el sueño, idea ésta que le gustaba resaltar ["¿No me lo habéis oído decir tantas veces: que somos contemplativos, de noche y de día, incluso durmiendo; que el sueño forma parte de la oración?" (Meditación, 24-XII-1967; cfr. Crónica 1968, p. 41, en AGP, Biblioteca, P01)].
119d "El temple del buen cristiano se adquiere, con la gracia, en la forja de la oración". – La frase, que, como la doctrina que recoge, tiene sabor clásico, ilustra de manera particular acerca de la relación, en el autor, entre oración y vida cristiana, entendida aquí, como estamos viendo como "vida de oración". En la formación espiritual el fundador tenía como horizonte hacer de las personas "almas de oración" (cfr. por ejemplo, Camino, 172 y 271; Forja, 1003), es decir, personas en las que el diálogo con el Señor fuese aliento y fundamento de la existencia cotidiana en todos sus aspectos. Como ya hemos visto, solía unir esa formulación con la de "almas de Eucaristía", referidas ambas al mismo argumento: el trato de amistad del cristiano con Jesucristo en el Pan y la Palabra. Las dos expresiones se remontan a los inicios de su enseñanza, como lo muestra, por ejemplo, este pasaje de uno de los primeros documentos que escribe para los miembros del Opus Dei: "Mas, para cumplir esta Voluntad de nuestro Rey Cristo, es menester que tengáis mucha vida interior: que seáis almas de Eucaristía, ¡viriles!, almas de oración" (Instrucción, 1-IV-1934, n. 3).
"Y este alimento de la plegaria, por ser vida, no se desarrolla en un cauce único". – Puesto que el argumento aquí tratado es el de la "vida de oración", o por decirlo con otras palabras, el de la oración como fundamento del vivir cristiano, sus modos de realización son variados como lo es la vida vivida. "No se desarrolla en un cauce único", escribe san Josemaría, sino, por el contrario, a través de las múltiples manifestaciones de la relación personal con Dios. A continuación, manteniendo el tono pastoral de la homilía y ateniéndose a la habitual distinción entre "oración vocal" y "oración mental", ofrecerá ejemplos de esas variadas manifestaciones. Detrás de cada una, como se advierte por el lenguaje utilizado (las formas verbales en primera persona del plural), se halla su propia experiencia personal, de la que hace partícipe al lector.
"El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales…". – La nota que subyace en este breve párrafo sobre las oraciones vocales tradicionales, sean de origen bíblico, litúrgico o devocional, es la de "eclesialidad": son modos de elevar el corazón a Dios, que han visto la luz en el seno profundo de la Iglesia, y dan testimonio de la "comunión de los santos": las decimos con la Iglesia de todos los tiempos. El discurso espiritual de san Josemaría, por ser siempre –de modo más o menos explícito– cristocéntrico, incluye también como algo espontáneo (algo que está siempre ahí) la dimensión eclesiocéntrica. Nótese en el texto la frase: "El corazón se desahogará habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales", que sugiere la idea de que la "oración vocal" es ya también para el autor, por la atención y la intención que conllevan, "oración mental". Es obligado citar aquí el n. 85 de Camino: "Despacio. –Mira qué dices, quién lo dice y a quién. –Porque ese hablar de prisa, sin lugar para la consideración, es ruido, golpeteo de latas. Y te diré con Santa Teresa, que no lo llamo oración, aunque mucho menees los labios".
119e "En otras ocasiones nos bastarán dos o tres expresiones, lanzadas al Señor como saeta, iaculata". – En las líneas que siguen, hace referencia san Josemaría a algunas de las jaculatorias que solía repetir. En su enseñanza espiritual, la piadosa costumbre cristiana de rezar jaculatorias, con el corazón y con los labios, ocupa un lugar propio e importante. Es un modo de conducir, a lo largo del día, un diálogo constante con el Señor, manteniéndose en su presencia, y empeñándose en convertir toda la jornada en oración. Transformar todo en oración es, en su espíritu, una actitud característica de las "almas contemplativas", que saben que esa es su mejor arma (cfr. Surco, 497). Mons. Álvaro del Portillo ha señalado que san Josemaría "solía explicar que el arma del Opus Dei no es el trabajo, es la oración: por eso convertimos el trabajo en oración" (Á. del Portillo, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, cit., 78).
119f "La vida de oración ha de fundamentarse además en algunos ratos diarios, dedicados exclusivamente al trato con Dios". – Tras los dos párrafos dedicados a la "oración vocal", y siempre dentro de esta descripción de los rasgos esenciales de la "vida de oración", el autor pasa a referirse –también muy brevemente– a la "oración mental". En su enseñanza espiritual, esos "ratos diarios, dedicados exclusivamente al trato con Dios" revisten gran importancia: son como el motor que mantiene en marcha la vida espiritual. Habitualmente dedicaba a esos tiempos media hora por la mañana y media hora por la tarde.
"Momentos de coloquio sin ruido de palabras". – La caracterización de esos ratos de meditación como momentos de coloquio o diálogo con el Señor "sin ruido de palabras", además de habitual, es típica de los escritos de san Josemaría. Cfr., por ejemplo, en este mismo libro, 16b (en relación con su oración interior mientras se dirige a otros); 58f (preguntas para que cada uno conteste por dentro); 90b (en íntima oración en el momento de la Consagración); 106d (cómo Dios habla a la conciencia). También en otros textos acude a la misma expresión; por ejemplo, Forja, 315 (en oración con la Virgen); Amigos de Dios, 180b (súplica a la Virgen, en la soledad acompañada del corazón). Se sabe que, a veces, la utilizó para referirse a las intervenciones extraordinarias de Dios en su alma (locuciones). "Las locuciones interiores fueron uno de los modos elegidos por el Señor para modelar el alma de nuestro Padre: eran, como solía explicar, locuciones intelectuales, sin ruido de palabras, pero que permanecían como grabadas a fuego en mi alma" (Á. del Portillo, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, cit., 217). El uso de la expresión en este contexto quizá pueda tener relación con el que hace Francisca Javiera del Valle en su "Decenario al Espíritu Santo" (libro que san Josemaría apreciaba mucho), cuando escribe: "Este Divino Maestro pone su escuela en el interior de las almas que se lo piden y ardientemente desean tenerle por Maestro. Ejerce allí este oficio de Maestro sin ruido de palabras y enseña al alma a morir a sí misma en todo, para no tener vida sino en Dios" (Decenario al Espíritu Santo, Salamanca 1932, p. 57). Pudiera ser, como decimos, que, tomándola de este contexto del "coloquio" sobrenatural de Dios con el alma, pasara san Josemaría a usarla, análogamente, para aludir al diálogo del alma con Dios.
"… para agradecer al Señor esa espera –¡tan solo!– desde hace veinte siglos". – La misma imagen –y formulada, cabría deducir, con idéntica vibración interior– se encuentra en Camino, 537 y en Forja, 827.
"Oración mental es ese diálogo con Dios, de corazón a corazón, en el que interviene toda el alma: la inteligencia y la imaginación, la memoria y la voluntad". – Aunque no pretenda ser una definición de "oración mental", la frase que anotamos es muy ilustrativa de cómo san Josemaría entendía y practicaba la oración contemplativa. Diálogo de corazón a corazón, de un hijo con su Padre, de un amigo con su Amigo (cfr. Forja, 738), en el que la vida de la criatura se abre confiadamente a los horizontes de Dios. Oración y vida se unen entonces sólidamente. "El tema de mi oración –escribe el autor en este mismo libro (174d)– es el tema de mi vida". El Cardenal J. Ratzinger supo captar con singular agudeza esa unidad profunda en el fundador. Lo expresaba así: "La palabra y toda la realidad que llamamos Opus Dei está profundamente ensamblada con la vida interior del fundador, que aun procurando ser muy discreto en este punto, da a entender que permanecía en diálogo constante, en contacto real con Aquél que nos ha creado y obra por nosotros y con nosotros. De Moisés se dice en el libro de Éxodo (Ex 33, 11) que Dios «hablaba con él cara a cara, como un amigo habla con un amigo». Me parece que, si bien el velo de la discreción esconde algunas pequeñas señales, hay fundamento suficiente para poder aplicar muy bien a Josemaría Escrivá eso de «hablar como un amigo habla a un amigo», que abre las puertas del mundo para que Dios pueda hacerse presente, obrar y transformarlo todo" (Dejar obrar a Dios, en "L’Osservatore Romano", 6-X-2002, suplemento especial publicado con ocasión de la canonización de Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei).
"Una meditación que contribuye a dar valor sobrenatural a nuestra pobre vida humana, nuestra vida diaria corriente". – Como resulta evidente por el contexto, la expresión: "nuestra pobre vida humana", no tiene un sentido peyorativo, pues significa la misma "vida diaria corriente" de cada uno. Es, sin más, un modo de resaltar la "pequeñez" de la vida presente cuando es vista en comparación y contraste con la "plenitud" de la vida futura (eterna) que esperamos. Cfr., por ejemplo, en el mismo sentido, Camino, 182 y 224. Por idéntica razón, cuando san Josemaría contempla, como es habitual en él, la vida cotidiana del cristiano como un vivir en Cristo, partícipe ya por la gracia de los bienes futuros, hablará –como en la homilía de ese nombre, en Amigos de Dios– de "La grandeza de la vida corriente".
119h "Por eso, cuando un cristiano se mete por este camino del trato ininterrumpido con el Señor –y es un camino para todos, no una senda para privilegiados…". – Este espíritu de oración, de continua presencia de Dios, de vida contemplativa en medio de la existencia cotidiana, que se ha propagado por toda la tierra y en todos los ámbitos de la sociedad, es uno de los más trascendentales influjos de san Josemaría en el laicado contemporáneo. Quizá deba destacarse, en especial, la intensidad con la que ha arraigado, en incontables personas, la costumbre de hacer a diario oración mental, dedicando uno o más periodos de tiempo a ese trato con Dios "sin ruido de palabras". Cada día, en cualquier parte del mundo, desde primera hora de la mañana, y en tantas ocasiones antes del emprender el trabajo cotidiano, millares de cristianos que viven el espíritu del Opus Dei (sean o no fieles de la Prelatura) se detienen en ese diálogo amoroso y filial con el Señor, que es fundamento de la amistad con Él y fuente de presencia suya a lo largo de la jornada. Son también esos tiempos, conforme a la enseñanza de san Josemaría, ocasión para encender el alma en celo apostólico.
120 "Apostolado, corredención". – El título de este apartado: "Apostolado, corredención", es perfectamente expresivo de la doctrina teológico-espiritual que aquí se expone. El término "corredención", y la correspondiente noción, son utilizados por el autor para expresar la sustancia teológica de la misión encomendada por Cristo a la Iglesia y a cada uno de los cristianos. Tienen, en consecuencia, un significado preciso y unívoco: la cooperación de los bautizados –que son "otro Cristo" por el sacramento, y están llamados a serlo también por sus obras– en la continuación histórica de la obra redentora de Cristo, que continúa realizándose en el tiempo, en el sentido de que sigue desarrollándose su eficacia salvífica, haciendo partícipes a todos los hombres de sus méritos. En las notas sucesivas se irán desgranando los matices que reviste la noción. Conviene observar que se trata de una concepción, y un uso terminológico, habituales en san Josemaría, y muy valorados por él, siempre en conexión con su doctrina del cristiano como alter Christus, ipse Christus, y su misión apostólica. Aunque presente en todo el libro, éste que ahora consideramos nos parece que es el lugar por excelencia de Es Cristo que pasa para estudiar la mencionada noción.
120b " … para hacer con Él un servicio de corredención, que es sembrar la paz y la alegría". – Dos nuevos matices. a) "Hacer con Él un servicio de corredención": con Él (y también, necesariamente, en Él) que es el único Redentor; la noción empleada excluye radicalmente cualquier visión o formulación del misterio de la salvación que pudiese ensombrecer la verdad de fe de que la Redención ya está acabada en Cristo, que es el único y universal Redentor; como veremos, se subrayará esta idea. b) "Un servicio de corredención, que es sembrar la paz y la alegría": esta última expresión, o bien la análoga: "ser sembradores de paz y de alegría", son formulaciones propias de san Josemaría para expresar la naturaleza y la fisonomía de la acción apostólica de los fieles del Opus Dei y, por extensión, de todo fiel cristiano; por eso las usaba de manera habitual. Cfr. infra, 124a.
"Así que el apóstol no tiene otro fin que dejar obrar al Señor, mostrarse enteramente disponible". – "Dejar obrar al Señor" significa, como señala el texto, plena disponibilidad, pero también representa en la enseñanza de san Josemaría todo lo contrario a una actitud pasiva. Su doctrina sobre la acción apostólica del cristiano, como participación en la misión redentora de Cristo, está llena de exhortaciones a la confianza en Dios y, en consecuencia, a la audacia, a la iniciativa personal, a la generosidad. Ser "instrumento" no es sinónimo de pasividad, sino de entregarse enteramente a disposición de Dios, poniendo en juego la propia voluntad e inteligencia al servicio de la salvación de las almas.
120c "Apóstol es el cristiano que se siente injertado en Cristo, (…) llamado a servir a Dios con su acción en el mundo, por el sacerdocio común de los fieles". – Como el lector habrá advertido, algunas expresiones literales de este párrafo, así como la idea que expone en su conjunto, guardan similitud con el contenido de un texto, ya anotado, de la homilía anterior (cfr. 106a). En ambos está hablando el autor de la condición del cristiano como alter Christus (la expresión está latente aunque no la use), es decir, configurado con Él a través de los dones sacramentales, y llamado también a identificarse personalmente con Cristo en las actitudes y comportamiento. Sin embargo, entre uno y otro párrafo existen diferencias y, sobre todo, desde el punto de vista teológico, complementariedad. En el anterior se aludía, en efecto, a la acción apostólica del fiel cristiano ("llamado a obrar en el mundo"), a través de su "participación en la función real, profética y sacerdotal de Cristo" (106a); en el que ahora anotamos, en cambio, esa misma acción apostólica ("llamado a servir a Dios con su acción en el mundo") está referida a su participación en el sacerdocio de Cristo a través del sacerdocio común. En realidad, en una y otra referencia –participación en los tria munera Christi, o bien, participación en el sacerdocio de Cristo– se contempla la misma realidad teológica desde dos perspectivas que se complementan mutuamente. En la anotación al párrafo 106a quedó indicada la posible presencia implícita de Lumen gentium, 31; aquí cabe señalar lo mismo respecto a Lumen gentium, 10.
120d "Cada uno de nosotros ha de ser ipse Christus". – Si antes evocaba el autor, tácitamente, su doctrina sobre el cristiano como alter Christus, ahora lo va a denominar explícitamente ipse Christus. Es interesante notar que, cuando el discurso gira sobre esta segunda expresión, aunque no cambie el substrato teológico de fondo, que es la doctrina de la conformación del cristiano con Cristo por medio de la gracia y de sus obras, sí cambian los acentos. Ahora se ponen más intensamente –como puede apreciarse en el texto– sobre la acción apostólica del fiel corriente, ocupado en las actividades temporales, partícipe de la eficacia redentora y santificadora de Cristo.
120e "Cristo ha subido a los cielos, pero ha trasmitido a todo lo humano honesto la posibilidad concreta de ser redimido". – En Cristo toda la realidad humana (o como dice la homilía para excluir el pecado: "todo lo humano honesto") ha sido asumida y redimida. En términos teológicos se habla, en ese sentido, de "redención objetiva", definitivamente realizada y acabada por Jesucristo, activa y eficaz de modo permanente, pues sus méritos infinitos perduran para siempre. La aplicación de esos méritos a los hombres a lo largo del tiempo, a través de los cauces establecidos por Dios, o dicho de otro modo, la participación personal de los hombres en la salvación llevada a cabo por Cristo, suele denominarse, en paralelo a la anterior, "redención subjetiva". En la frase que anotamos, el autor se refiere, como es evidente, a esta segunda. Su sentido sería: todo lo humano honesto en mí, es decir, aquí y ahora, puede ser redimido, esto es, puedo elevarlo conmigo, mediante la gracia, al orden de la salvación.
120f "No me cansaré de repetir, por tanto, que el mundo es santificable; que a los cristianos nos toca especialmente esa tarea". – Como en otras ocasiones, queda condensada en un breve párrafo la esencia del mensaje apostólico difundido a través del espíritu y las actividades del Opus Dei. Realizar y llevar a la práctica ese anuncio era la misión fundacional de san Josemaría. De ahí que –como dice– no se canse de repetirlo. Que el mundo es santificable significa que toda actividad humana –y, en relación con cada una, la entera creación– puede ser desarrollada en Cristo, es decir, realizada en el plano de la gracia y de la caridad, sin cambiar su naturaleza y su fin propio. El "mundo" (toda la realidad humana en sí misma y en su interrelación con las realidades materiales), redimido y santificado definitivamente por Cristo, es santificable (elevable aquí y ahora al orden de la caridad), a través de la presencia operativa del cristiano, que es alter Christus.
"En rigor, no se puede decir que haya nobles realidades exclusivamente profanas…". – La frase es prácticamente idéntica a otra que se lee en la homilía anterior (cfr. 112a). Allí como aquí se contempla, a la luz de Cristo glorioso, el sublime misterio de la Encarnación del Verbo, y se formula un principio teológico verdadero referido a la actividad humana.
"La gran misión que recibimos, en el Bautismo, es la corredención". – De nuevo aparecen el término y la noción de "corredención" en el sentido preciso que tienen en san Josemaría, y que aquí es aún más patente. Se identifica con la misión apostólica propia de la vocación bautismal cristiana, puesta en ejercicio. Engloba, en consecuencia, tanto la misión de la Iglesia como tal, como la de cada bautizado en particular, vistas ambas en su significado cristológico profundo de redención, rescate o salvación de las almas. Los párrafos sucesivos son importantes para ahondar en esta noción.
121a "Mirad: la Redención, que quedó consumada cuando Jesús murió en la vergüenza y en la gloria de la Cruz (…) continuará haciéndose hasta que llegue la hora del Señor". – Sigue presente la distinción entre redención objetiva, ya consumada (cfr. también, 38b), y redención subjetiva, que seguirá realizándose (cfr. también, 31c) hasta la Parusía, o segunda venida del Señor para juzgar a todos los hombres y establecer definitivamente el Reino. La frase "la Redención, que quedó consumada cuando Jesús murió en la vergüenza y en la gloria de la Cruz…", incluye, en cierto modo, la resurrección. La dimensión primera y esencial del misterio de la redención, en cuanto victoria sobre el pecado (cancelación de la culpa) de Adán y sobre su instigador, ha quedado realizada y expresada a través de la muerte de Cristo. Pero la consumación del misterio tiene lugar en la resurrección del Señor, en la que, vencido ya el pecado, es también vencida la muerte como consecuencia suya.
"De ahí el deseo vehemente de considerarnos corredentores con Cristo, de salvar con Él a todas las almas, porque somos, queremos ser ipse Christus". – "Somos, queremos ser ipse Christus". Interesante matiz para captar –en opinión de quien redacta estas anotaciones– la diferencia conceptual, dentro de la identidad real, entre el alter Christus y el ipse Christus, en el pensamiento de san Josemaría. El alter Christus designa al cristiano como tal, es decir, al bautizado, que es "otro Cristo" en cuanto conformado por la gracia sacramental con el Hijo de Dios y llamado (in fieri) a participar personalmente (libre y conscientemente) en su misión. El ipse Christus designa, más concretamente, a ese mismo alter Christus en cuanto ya voluntariamente partícipe de dicha misión. De ahí que, desde el matiz del alter Christus, se es o no se es, en razón del bautismo; pero desde el matiz del ipse Christus, además de serlo (in fieri) por el bautismo, es preciso quererlo ser (in facto esse) por la propia voluntad. Obsérvese que en estos párrafos dedicados a la "corredención" o acción apostólica del cristiano, éste aparece designado como ipse Christus.
121c " … ayudar a descubrir al hombre la grandeza de su vocación de hijo de Dios, es necesario inculcar el mandato del amor al Creador y a nuestro prójimo". – Estos párrafos, como los sucesivos, son importantes para continuar profundizando, por medio de la rica gama de formulaciones matizadas que utiliza el autor, en su noción de "corredención" como ejercicio del apostolado cristiano, que consiste, en definitiva, en dar a conocer a Cristo transmitiendo –ese es su permanente reflejo en la historia– el sentido cristiano del hombre. Aquí encontramos dos de sus elementos básicos: dar a conocer la paternidad de Dios (o el don de la filiación divina adoptiva), y ayudar a practicar el doble precepto de la caridad.
122 El n. 122, que ahora comienza, debe ser destacado, en el conjunto de Es Cristo que pasa, como uno de los lugares en que mejor se puede captar el contenido de la noción de "unidad de vida", central en el pensamiento teológico-espiritual de san Josemaría. La conjunción in unum de las distintas facetas de la existencia personal, relacional, del cristiano (relación filial con Dios, relación fraterna con los demás, relación constructiva con el mundo), es manifestación de su conformación sobrenatural (que ha de ser también espiritual, psicológica y moral) con Cristo. La unidad de vida, como actitud vital del cristiano, es reflejo en su existencia cotidiana de su vivir en Cristo, en la unidad de la caridad. Entonces, como señala el texto (cfr. 122a), el amor a Dios se desborda en entrega a los demás, y el apostolado es manifestación necesaria de la vida interior.
122a "No cabe disociar la vida interior y el apostolado, como no es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor". – El lector habrá podido advertir de nuevo la consonancia de esta frase con otra escrita en 106c. Parece claro que, al redactar esta homilía sobre la Ascensión del Señor, tuvo presente el autor el texto de su homilía sobre la Resurrección (Cristo presente en los cristianos), publicada cuatro años antes. El principio cristológico que en aquella se establecía ("No es posible separar en Cristo su ser de Dios-Hombre y su función de Redentor", 106c), retorna literalmente en ésta, aunque ahora sirve para sostener una importante consecuencia –en el alter Christus–: "No cabe disociar la vida interior y el apostolado". En la doctrina teológica subyacente (acerca del motivo o fin de la Encarnación), aunque no se entre a debatirla, la posición que aquí se sostiene se sitúa en línea con el pensamiento de santo Tomás de Aquino (cfr. S.Th. III, q. 1, a. 3).
122b "Se trata de santificar el trabajo ordinario, de santificarse en esa tarea y de santificar a los demás con el ejercicio de la propia profesión, cada uno en su propio estado". – A mi parecer, esta última frase podría ser considerada como la síntesis más lograda –en cuanto expresiva y escueta– que san Josemaría haya escrito sobre su espíritu fundacional. En esas palabras se encuentran todos sus elementos esenciales. Es una doctrina que, como él mismo señala en el texto, ha enseñado sin cesar desde el nacimiento del Opus Dei, en 1928. En sus documentos escritos, ya desde los más antiguos, aparece formulada de maneras muy semejantes, como puede apreciarse en el ejemplo que transcribimos: "Unir el trabajo profesional con la lucha ascética y con la contemplación –cosa que puede parecer imposible, pero que es necesaria, para contribuir a reconciliar el mundo con Dios–, y convertir ese trabajo ordinario en instrumento de santificación personal y de apostolado. ¿No es éste un ideal noble y grande, por el que vale la pena dar la vida?" (Instrucción, 19-III-1934, n. 33).
122c "Ser testigo de Cristo supone, antes que nada, procurar comportarnos según su doctrina, luchar para que nuestra conducta recuerde a Jesús, evoque su figura amabilísima". – La visión antropológica cristocéntrica de san Josemaría, además de ser –como venimos viendo– el fundamento de su cristocentrismo espiritual (reproducir en nosotros la vida de Cristo), es también, por eso mismo, la fuente de donde brotan las orientaciones morales decisivas: puesto que el cristiano es otro Cristo, su comportamiento ha de evocar el del Maestro. La frase final de este párrafo ("éste es cristiano, porque…"), sirve como boceto para describir la conducta moral del "otro Cristo" precisamente porque dibuja rasgos inconfundibles de Cristo. La idea que comentamos estaba ya recogida por el autor en Camino, 2: "Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: éste lee la vida de Jesucristo". En estas palabras está latiendo un hecho biográfico, que él mismo relata así en sus Apuntes íntimos, n. 521 (30-XII-1931): "Ayer por la mañana, en la calle de Santa Engracia, cuando iba yo a casa de Romeo, leyendo el cap. segundo de San Lucas, que era el que me correspondía leer, encontré a un grupo de obreros. Aunque yo iba bastante metido en mi lectura, oí que se decían en voz alta algo, sin duda preguntando qué leería el cura. Y uno de aquellos hombres contestó también en voz alta: ‘la vida de Jesucristo’. Como mis evangelios están en un libro pequeño, que llevo siempre en el bolsillo, y las cubiertas forradas con tela, no pudo aquel obrero acertar en su respuesta, más que por casualidad, por providencia. Y pensé y pienso que ojalá fuera tal mi compostura y mi conversación que todos pudieran decir al verme o al oírme hablar: éste lee la vida de Jesucristo".
123a "Pero quizá alguno se pregunte: ¿es posible vivir así en la sociedad de hoy?". – Quienes leyeron estas consideraciones cuando vieron por primera vez la luz, en 1972, vivían su existencia cristiana en un contexto eclesial y social doblemente complejo. La barca de la Iglesia navegaba en las aguas agitadas del inmediato postconcilio y, al mismo tiempo, la sociedad civil atravesaba las vías poco iluminadas que había dejado la crisis cultural de los últimos años 60, representada, en cierto modo, por las actitudes de protesta relacionadas con mayo del 68. ¿Qué respuesta habrían dado a la pregunta con que ha iniciado este n. 123 de la homilía? ¿Y hoy, en la sociedad moderna, qué respuesta habría que dar? ¿Es posible vivir el ideal cristiano en medio de la sociedad de cualquier tiempo, como un ciudadano más? La descripción que hace el autor de las carencias morales de la sociedad de aquellos años sorprende por sus profundas similitudes con las de la sociedad del presente, y la razón está, como es lógico, no ya en las circunstancias históricas, siempre cambiantes, sino en las raíces de fondo, aquellas que habitan por el pecado en el corazón del hombre y se reflejan en las actitudes personales y en los comportamientos sociales. En ese sentido, la respuesta a la pregunta planteada se encuentra ya en el Evangelio, contenida en cierto modo en la parábola del trigo y la cizaña, y podría ser expresada así: en las circunstancias sociales de hoy, como en las de ayer o en las del futuro, es posible al hombre vivir plenamente el ideal cristiano, es decir, vivir en Cristo y con Cristo, con el auxilio de la gracia y la personal correspondencia; pero nunca desaparecerán las dificultades para lograrlo, y hay que emplearse a fondo en la lucha –tomando con optimismo la Cruz– porque la cizaña del pecado continúa siendo sembrada en nuestro corazón.
123b " … porque –no lo olvidéis– la caridad, más que en dar, está en comprender". – Cfr. Camino, 463, y supra, el comentario a 73c. Las coordenadas sociales descritas en este párrafo y en el sucesivo son semejantes a las de otros momentos de la historia contemporánea. En este sentido, las palabras del autor manifiestan el tono característico del alma comprometida con Cristo, y en Él, con la verdad, que no teme desvelar las paradojas de la insinceridad personal y social, precisamente porque nace del amor a la verdad. Verdad y caridad constituyen los ejes que, en su originaria unidad –rota por el pecado y restablecida por Cristo–, definen el plano de la existencia humana. Al tiempo de escribir estos comentarios, la Iglesia está siendo conducida por el Papa Benedicto XVI hacia un nuevo "descubrimiento" –no hay otro camino– del núcleo profundo del cristianismo, que es la caridad, ante todo como amor a la verdad de Dios y del hombre. Ahí, en la unidad de ambas, reluce con su gran esplendor la imagen de la Trinidad en la existencia personal y colectiva de los hombres. Los textos que leemos de san Josemaría gozan también, por esas razones de fondo, de plena actualidad.
123d "Si después aparece la cizaña, es porque no ha habido correspondencia, porque los hombres –los cristianos especialmente– se han dormido". – Seria afirmación, de tono profético, en el sentido antes indicado. Se han dormido, "especialmente", los cristianos, no porque lo hayan hecho más que los demás, sino porque no deberían haberse dormido (cfr. también, Forja, 464). Cuando en el bautizado queda voluntariamente rota la unidad entre verdad y caridad; cuando conociendo la verdad en Cristo y en la Iglesia, decide voluntariamente rechazarla (cuando no la ama), la siembra de cizaña en su corazón –y, a continuación, por su buen ejemplo ausente y sus obras malas presentes, en el corazón de los demás– es inevitable. En las líneas sucesivas (123e), insistirá san Josemaría en las onerosas consecuencias del mal "sueño de los cristianos". En estos pasajes está resonando –por defecto– el eco de aquellas palabras de Cristo: "Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos" (Mt 5, 13-16).
123f "No admitimos nostalgias ingenuas y estériles: el mundo no ha estado nunca mejor". – Podría parecer una afirmación contradictoria con las descripciones anteriores, o de un optimismo excesivo (aunque alentado por la esperanza). No es, sin embargo, así. En estas palabras (cfr. 123f-g-h) se adivina, por el contrario, una serena y realista convicción, de la que se hace partícipe al lector. Cabría articularla, a mi entender, en cuatro apartados: a) convicción de fe, pues este tiempo nuestro es ya también tiempo de Cristo Resucitado y Glorioso, Vencedor definitivo sobre el pecado en su misma raíz, que está atrayendo hacia Sí desde la Cruz todas las cosas; b) convicción fundada en la esperanza de estar, aquí y ahora, unidos a Cristo, que "no pierde batallas" (123h); lo había escrito ya el autor en el n. 66b: "Él no pierde batallas y, encontrándonos unidos a Él, nunca seremos vencidos, sino que podremos llamarnos y ser en verdad vencedores: buenos hijos de Dios"; c) convicción de amor, pues el tiempo presente es para cada cual aquel que le ha sido concedido para amar a Dios y santificarse: es el mejor, en cuanto único para mí, por el Amor de Dios; d) convicción, en fin, de sentido común, si es permitido decirlo así, pues no obstante las evidentes oposiciones a Cristo, el discurrir de la historia sigue siendo escenario del crecimiento de la Iglesia y de la extensión del Reino: nunca hubo tantos cristianos en la tierra, ni tanta santidad patente o escondida, ni se oyó tan fuerte y tan lejos la voz de Pedro…; si la cizaña es abundante, es ante todo por la grandeza y fecundidad del trigal. Y así, hasta el final de los tiempos.
123h "Sólo una conciencia cauterizada (…) pueden permitir que se contemple el mundo sin ver el mal, la ofensa a Dios, el daño en ocasiones irreparable para las almas". – Cuando san Josemaría escribía la frase que anotamos transcurrían los últimos años de su vida, que fueron de gran sufrimiento por las posiciones doctrinales y las actitudes pastorales de algunos hombres de Iglesia –lo deja entrever la frase–, y, sobre todo, por el daño que recaía sobre el pueblo cristiano. Unas palabras de su sucesor, Álvaro del Portillo, en una Carta a los miembros del Opus Dei, escrita en 1975, ayudan a hacerse una idea de aquel sufrimiento e, indirectamente, ilustran sobre el trasfondo de lo que estamos leyendo en estos pasajes de la homilía: "El sufrimiento de nuestro Padre aumentó incomparablemente en toda esta última temporada, ante la situación de la Iglesia, a la vista de las muchísimas almas que iban como alocadas al abismo" (Á. del Portillo, Cartas de familia 2, n. 57; cfr. AGP, Biblioteca, P17).
124a "El apostolado cristiano no es un programa político, ni una alternativa cultural: supone la difusión del bien, el contagio del deseo de amar, una siembra concreta de paz y de alegría". – Si en el comienzo del n. 123 se preguntaba san Josemaría si era posible vivir plenamente la vida cristiana en medio de la sociedad contemporánea (o de cualquier otra época), ahora –tras la respuesta afirmativa– propone un nuevo interrogante: ¿qué hacer? Y, al contestarlo, ofrece una excelente descripción del apostolado cristiano. Conviene que el lector, mientras sigue el texto, considere –como seguramente hacía el autor al escribirlo– la figura bien conocida del alter Christus, ipse Christus, y comprenderá inmediatamente la coherencia de tal descripción. Aquí, en realidad, a quien se contempla es al propio Cristo en el desempeño de su misión redentora, … que no admite verse reducida a un simple programa político, o a una alternativa cultural, pues trae consigo, ilimitadamente, "la difusión del bien, el contagio del deseo de amar, una siembra concreta de paz y de alegría". Ese es el obrar de Cristo, en el que ha de inspirarse el obrar del cristiano. La última expresión: "una siembra concreta de paz y de alegría", característica de san Josemaría, es significativa en su lenguaje teológico-espiritual, al menos por dos importantes razones: a) por su fundamento cristológico: esta siembra siempre va unida en su enseñanza a la figura del Sembrador, que es Cristo (cfr. 3d; 150c-d; 157a-b), y es siembra de la paz y la alegría que Él nos trae (cfr. 30e); y, b) por encontrarse formulada en textos básicos del fundador; por ejemplo, refiriéndose a los miembros del Opus Dei dirá en una de sus Instrucciones que son "en todos los sitios donde actúan, sembradores de paz y de alegría" (Instrucción, V-1935/IX-1950, n. 70). Bajo su influjo, la Santa Sede, en el Decreto de aprobación definitiva del Opus Dei, del 16-VI-1950, declaró: "Semper et ubique sodalis Operis Dei Christi Domini pacem ac plenam securamque in Domino laetitiam secum fert, omnibusque hominibus bonae voluntatis amice offert; quinimmo omnes prorsus ea pace ac laetitia contagiare nititur, atque singulos ad haec tam suavia Divinae bonitatis dona acceptanda atque gustanda suaviter compellit" (cfr., A. de Fuenmayor [et. al.], El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, cit., 549).
124c "No os sintáis nunca enemigos de nadie". – El entero parágrafo 124c –no sólo en su inicio, sino también en este final– quizás pudiera ser considerado autobiográfico. Aunque san Josemaría, según era su costumbre, no se extienda en detalles de incomprensiones y persecuciones contra su persona y contra el Opus Dei, los biógrafos sí lo han hecho. Puede verse, por ejemplo, Vázquez de Prada, II, pp. 311ss. También ha quedado constancia, en las biografías sobre el fundador, de que no guardaba rencor a quienes habían intentado hacer daño a la Obra, ni se sintió jamás enemigo de nadie. En un antiguo escrito de juventud, lo dice con claridad: "Considero el bien que han hecho a mi alma los que, durante mi vida, me han fastidiado o han tratado de fastidiarme. Otros les llaman enemigos a estas gentes. Yo, tratando de imitar a los Santos, siquiera en esto, y siendo muy poca cosa para tener o haber tenido enemigos, les llamo "bienhechores". Y resulta que, a fuerza de encomendarlos a Dios, les tengo simpatía y hasta les voy a tomar cariño, si me descuido" (Apuntes íntimos, n. 367).
125a "No es admisible pensar que, para ser cristiano, haya que dar la espalda al mundo, ser un derrotista de la naturaleza humana". – Sigue manteniendo un cierto diálogo con el interrogante planteado más arriba ("¿es posible vivir en la sociedad actual el ideal cristiano?"), y aporta nuevas ideas, que brotan incesantes desde el gran manantial de su doctrina espiritual, que es el misterio de Cristo, Verbo de Dios encarnado, perfectus Deus, perfectus homo. En Él, podemos decir, está la respuesta: quien conozca la hondura de ese misterio de nuestra fe dará una respuesta afirmativa al interrogante; quien la ignore, la dará negativa. En una admirable homilía del fundador sobre las virtudes humanas, leemos al respecto: "Cierta mentalidad laicista y otras maneras de pensar que podríamos llamar pietistas, coinciden en no considerar al cristiano como hombre entero y pleno. Para los primeros, las exigencias del Evangelio sofocarían las cualidades humanas; para los otros, la naturaleza caída pondría en peligro la pureza de la fe. El resultado es el mismo: desconocer la hondura de la Encarnación de Cristo, ignorar que el Verbo se hizo carne, hombre, y habitó en medio de nosotros" (Amigos de Dios, 74b).
126a "La fiesta de la Ascensión del Señor nos sugiere también otra realidad; el Cristo que nos anima a esta tarea en el mundo, nos espera en el Cielo". – Al referirse ahora a la "otra realidad" sugerida por la fiesta de la Ascensión, es decir, a la vuelta del Señor a los cielos, donde "está sentado a la derecha del Padre" como confiesa el Credo de la Iglesia, quizás entendamos mejor lo que nos ha mostrado la mirada contemplativa de san Josemaría. Se puso desde el inicio de su meditación junto a los Apóstoles, metiéndose en la escena narrada por san Lucas, contemplando al Resucitado que volvía al Padre y les decía: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra" (Hch 1, 8). Y durante el resto de la homilía ha permanecido ahí: junto al Resucitado, considerando la misión recibida y mostrando cómo llevarla a cabo, queriendo ser ipse Christus. Nos ha ayudado así a "vivir" el misterio de la Ascensión manteniendo la mirada y el corazón fijos en el Señor, que sube al Padre, pero permaneciendo en nuestro propio mundo, para llevar a cabo la misión "corredentora" que se nos encomienda. Ahora, en el último tramo del texto, nos invita a contemplar esa "otra realidad" del misterio: Quien nos ha enviado –y nunca nos ha dejado solos–, "nos espera" (126a y d): nos ha hecho ya partícipes de su vida y de su misión, para llevarnos también luego a participar de su gloria junto al Padre. La exhortación es clara: vivamos con alegría lo que nos ha sido dado, mientras nos encaminamos hacia su plenitud.
126c "No soportamos los cristianos una doble vida: mantenemos una unidad de vida, sencilla y fuerte en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones". – Acaba la homilía con una nueva referencia a la "unidad de vida", "en la que se funden y compenetran todas nuestras acciones". En el alma en gracia hay, en efecto, continuidad y compenetración entre las cualidades y capacidades de la naturaleza humana y los dones sobrenaturales, que la elevan al plano del conocimiento y del amor divinos. La proclamación de la unidad y continuidad entre naturaleza y gracia es una dimensión central de la concepción antropológica cristiana.
127a "Los Hechos de los Apóstoles (…) nos hacen asistir a la gran manifestación del poder de Dios, con el que la Iglesia inició su camino entre las naciones".– Cfr. Hch 2, 1ss. Como en otras ocasiones, el autor comienza la homilía tomando ocasión del texto bíblico, y contemplando con atención la escena narrada por san Lucas. Sin embargo, no se detendrá en ésta más allá de los primeros párrafos, que sólo le han de servir para hacer la composición de lugar. Inmediatamente pasará a considerar las consecuencias de aquel extraordinario acontecimiento de Pentecostés, fundamento necesario y permanente de la misión evangelizadora de la Iglesia. Lo que allí sucedió no iba a marcar sólo un inicio temporal, pues no era signo de unos hechos simplemente históricos. Antes al contrario, a través de aquellos sucesos –misteriosos en su raíz, pero sumamente elocuentes en sus manifestaciones–, estaba siendo revelada la perenne naturaleza sobrenatural de la Iglesia y de su misión. El Espíritu Santo era enviado y dado para siempre. Por tanto, una vez leída y contemplada la escena de los Hechos de los Apóstoles, sólo queda tratar de penetrar en su significado permanente, que puede formularse sencillamente, como hace el autor, con las palabras del primer ladillo: "Actualidad de la Pentecostés". Ése es el tema para meditar. Ése era, en verdad, el argumento que a san Josemaría le urgía anunciar con voz fuerte ante la opinión pública de la Iglesia, para ayudar a sostener la fe y ahuyentar temores en aquellos años de dificultades pastorales y penuria apostólica.
127b "El día de Pentecostés todo eso ha pasado: el Espíritu Santo, que es espíritu de fortaleza, los ha hecho firmes, seguros, audaces. La palabra de los Apóstoles resuena recia y vibrante por las calles y plazas de Jerusalén".– Como se puede advertir, la homilía hace hincapié no tanto en el acontecimiento sobrenatural que ha tenido lugar en Jerusalén, cuanto en el dinamismo evangelizador que de este hecho se ha derivado, que pone de manifiesto la presencia activa del Espíritu Santo, como espíritu de fortaleza. El principal efecto que se subraya es el que se realiza en los discípulos del Señor, que pasan de apocados a seguros y audaces; el segundo, el que sucede en los corazones de los que les escuchan. El autor está haciendo una lectura "intencionada" de la escena –una lectura desde la esperanza sobrenatural–, orientada a despertar en el lector, que es discípulo de Cristo, el deseo de aquel espíritu de fortaleza en la propia existencia, y la convicción de la acción dinamizadora del Paráclito, a través de Iglesia y los cristianos, en la existencia de los demás.
127c discípulos del Señor corr autógr ] Apóstoles últ redac 1§3
127d " … después de haber hablado San Pedro proclamando la Resurrección de Cristo… ".– Recuerda aquí el autor el contenido esencial de los discursos de san Pedro en aquella primera hora de la Iglesia: Cristo ha resucitado y nosotros somos testigos (cfr. Hch 2, 32; Hch 3, 15; Hch 4, 10). La proclamación de la Resurrección de Jesús y de su voluntad salvífica, será hasta el final de los tiempos –como también se ha recordado en las dos homilías precedentes– el anuncio cristiano por excelencia, siempre acompañado de la exhortación alegre, positiva, a la penitencia y al bautismo. La referencia a Cristo Resucitado constituye un elemento central de la identidad doctrinal del cristianismo y de la existencia personal cristiana.
127e discípulos corr autógr ] discípulos todos últ redac 2§2.
"La venida solemne del Espíritu en el día de Pentecostés no fue un suceso aislado. (…) su presencia y su actuación lo dominan todo".– He aquí, pues, el dato bíblico para retener ("la venida solemne del Espíritu en el día de Pentecostés no fue un suceso aislado"), que es al mismo tiempo el argumento que se va a desarrollar ("su presencia y su actuación lo dominan todo"). Será razonado pausadamente, y con una cierta circularidad en la exposición. Quizás sea oportuno recordar de nuevo que san Josemaría tuvo mucho interés en que esta homilía fuese publicada y dada a conocer cuanto antes (en italiano y en castellano), con deseos de prestar un servicio al fortalecimiento de la esperanza en todos los fieles (y también, por eso, de la firmeza en el gobierno de los pastores).
128a "Es, por encima de las miserias y de los pecados de cada uno de nosotros, la realidad de la Iglesia de hoy y de la Iglesia de todos los tiempos".– En continuidad con lo que acaba de escribir ("su presencia y su actuación lo dominan todo"), y queriendo subrayar la perennidad del don del Espíritu Santo, el autor utiliza ahora la expresión "realidad de la Iglesia". Está haciendo referencia –con un lenguaje no formalmente teológico, sino más bien de tipo pastoral y descriptivo– a la presencia vivificadora en la Iglesia del Espíritu Santo (por medio de la gracia, de los diferentes carismas y de los dones que distribuye en todo el pueblo de Dios). La doctrina teológica subyacente es la del Espíritu Santo como alma de la Iglesia, formulada ya por san Agustín ("Lo que el alma es en nuestro cuerpo, es el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia"; Sermo 267: PL 38, 1231D), y enseñada –en época anterior a esta homilía– por el magisterio de León XIII [Enc. Divinum illud munus, 9-V-1897: ASS 29 (1896/97) 646 ss.] y de Pío XII [Enc. Mystici corporis, 29-VI-1943: AAS 35 (1943) 200-243]. Aunque no se aprecia relación directa, el estilo del razonamiento y del lenguaje utilizados por san Josemaría en estos párrafos recuerdan el texto conciliar de Lumen gentium, 4, sobre la dimensión pneumatológica del misterio de la Iglesia.
128d "Es el momento de reaccionar, de practicar de manera más pura y más recia nuestra esperanza y, por tanto, de procurar que sea más firme nuestra fidelidad".– Este párrafo 128d pide una lectura atenta, pues han quedado veladamente expuestas las razones de fondo que impulsaron a san Josemaría a redactar esta homilía, así como la finalidad que se propuso. El lenguaje denota el dolor que sentía en su alma ante la gravedad y dureza de la situación. No es un lenguaje negativo, sino un lenguaje de sufrimiento, de palabras tremendas ("debilidad", "fallos", "desedificación", "espectáculo doloroso", "pequeñez", "mezquindad", "fracaso", "desorientación", "realidad del pecado"), que apenas son capaces de expresar la pena que causaban al autor las duras pruebas de fe que golpeaban a muchos en la Iglesia. Pero son las palabras finales del párrafo las que ponen de manifiesto la razón última del texto: es hora de reaccionar, de poner en juego la esperanza, de promover la fidelidad.
129a al Señor corr autógr ] a Cristo últ redac 3§3.
129b Jesús corr autógr ] el Señor últ redac 3§4 || No ha fracasado corr autógr ] Cristo no ha fracasado últ redac 3§4.
"La redención, por Él realizada, es suficiente y sobreabundante".– Los dos párrafos 129b-c hacen presente la doctrina, ampliamente desarrollada en las homilías anteriores, acerca de la obra redentora de Cristo y de la misión "corredentora" del cristiano, llamado a cooperar libremente en la propagación del Reino y en la salvación de todos los hombres. Cristo es el Vencedor. El fracaso sólo puede estar enraizado en la libertad herida de la criatura, y en el consiguiente rechazo de Dios por el pecado. Como se verá a continuación, el discurso de san Josemaría se orienta en esa dirección, para ayudar al lector a buscar, en el trato con el Espíritu Santo, el perdón, la seguridad y la fortaleza de los hijos de Dios.
129d "Vale la pena, ante todo, que nos decidamos a tomar en serio nuestra fe cristiana".– La apelación al sentido vocacional de la existencia cristiana es siempre vivísima –como sabemos– en la doctrina del autor, y el presente párrafo ofrece la ocasión de comprobarlo. "Jugarse la vida" quiere aquí decir: "darla", dársela a Dios en correspondencia a su amor. "Entregarse por entero", significa, evidentemente, reconocerse sujeto de la llamada de Dios a ser otro Cristo y aceptarla. Son expresiones sinónimas a la que escribe a continuación: "que nos decidamos a tomar en serio nuestra fe cristiana", donde "nuestra fe cristiana" debe ser leída como la unidad entre fe "creída" (el Credo que se menciona a continuación) y fe "vivida" o vida de fe. "Tomada en serio", es decir, asumida como disposición personal de fondo, la fe cristiana inmediatamente desvela su íntima naturaleza sobrenatural: es una propuesta divina a desempeñar con Cristo la misión redentora. Como se advierte al final de este párrafo, tomar en serio la fe creída ("el mensaje divino de victoria, de alegría y de paz de la Pentecostés") significa haberla convertido en vida personal: "fundamento inquebrantable en el modo de pensar, de reaccionar y de vivir", o en otras palabras, fundamento inquebrantable para mí de ser yo mismo. La expresión: "tomar en serio nuestra fe cristiana", o "a Dios", o "la vocación cristiana", etc., de tono coloquial pero densamente teológica y espiritual, no es infrecuente en los textos de san Josemaría; cfr., por ejemplo, 97a, 129d; también Amigos de Dios, 127; Forja 575; Surco 650; etc.
130a "Non est abbreviata manus Domini, no se ha hecho más corta la mano de Dios".– He aquí de nuevo el mensaje de esperanza, y la llamada a la fortaleza cristiana, que se quiere transmitir. Es formulado ahora a partir del texto de Isaías 59, 1, que a san Josemaría gustaba citar en su predicación y en sus escritos antiguos o más recientes. Entre éstos últimos, lo encontramos, por ejemplo, en este mismo libro: cfr. 50b. En escritos más antiguos, puede verse citado, por ejemplo, en Camino, 586, que se apoya a su vez en una anotación de 1938 (cfr. la ed. crit.-hist., in loco, donde se mencionan otros textos antiguos).
130b el Señor corr autógr ] Dios últ redac 4§4.
130c "Por eso, la tradición cristiana ha resumido la actitud que debemos adoptar ante el Espíritu Santo en un solo concepto: docilidad".– Como concepto cristiano, permite expresar –en el contexto espiritual del párrafo– la disponibilidad y acatamiento en general de la criatura a la voluntad dispositiva de Dios (y en ese sentido se relaciona con la importante noción de "obediencia de fe"), y también, más concretamente, la actitud de quienes en el proceso de su vida cristiana "son guiados –como señala san Pablo (Rm 8, 14)– por el Espíritu de Dios", pero entendiendo ese "ser guiados" en su aspecto activo de colaborar o "dejarse guiar". San Josemaría utiliza en la homilía el concepto de docilidad al Espíritu Santo en los dos sentidos arriba indicados (como acatamiento y como colaboración), de diversas maneras. Por ejemplo, aquí (130c), los usa a la vez, como se advierte en esta frase: "Ser sensibles a lo que el Espíritu divino promueve a nuestro alrededor y en nosotros mismos: a los carismas que distribuye, a los movimientos e instituciones que suscita, a los afectos y decisiones que hace nacer en nuestro corazón". En 130d-e lo utiliza en el primer sentido, y en el n. 135, en el segundo.
130d " …es una aceptación agradecida de los signos y realidades a los que, de una manera especial, ha querido vincular su fuerza".– La proclamación de fe en la Iglesia, con sus notas (una, santa, católica y apostólica) y sus medios de gracia (bautismo y demás sacramentos, etc.), es inseparable en el Credo de todo lo que la precede, especialmente de la confesión de fe en el Espíritu Santo, que inhabita en la Iglesia y en las almas, y les da la Vida. San Josemaría está contemplando la Iglesia real –la Iglesia histórica de todos los tiempos, también de éste, con su estructura jerárquica, sus medios de gracia, su doctrina, su vitalidad interna, sus frutos…–, a la que, ante todo, el Espíritu Santo "ha querido vincular su fuerza".
130e Me viene a la mente considerar hasta qué punto será extraordinariamente importante y abundantísima la acción del Divino Paráclito, mientras el sacerdote renueva el sacrificio del Calvario, al celebrar la Santa Misa en nuestros altares add últ redac 5§3. (Nota del editor: Esta frase, como se ha indicado en la Nota histórica que precede a este comentario –cfr. nt 18–, fue añadida a mano por el autor en el texto mecanografiado de la última redacción, en torno al 6 de febrero de 1971 –de hecho fue comunicada desde Roma a España ese mismo día, 6 de febrero, para que se agregara al texto de la homilía que ya estaba en vías de publicación–. Tal añadido final, en el que se advierte, como en otros pasajes ya comentados del libro, el mirar contemplativo de san Josemaría sobre la mutua referencia entre el sacrificio eucarístico y el misterio trinitario, está poniendo de relieve una convicción presente en todo el párrafo 130e, que la frase incorporada no hace sino confirmar y fortalecer. Podría quizás expresarse así: por graves que fueren las dificultades por las que atraviese la Iglesia en una determinada época, es siempre inmensamente más poderosa y eficaz la amorosa acción divina –particularmente desplegada a través de la Santa Misa– que permite superarlas. Como toda la homilía, también aquí se nos está convocando a vivir de fe y de esperanza. El texto autógrafo puede verse en unos de los facsímiles incluidos al comienzo de este volumen).
"No puede haber por eso fe en el Espíritu Santo, si no hay fe en Cristo, en la doctrina de Cristo, en los sacramentos de Cristo, en la Iglesia de Cristo".– La idea está en lógica continuidad con todo lo anterior, y responde a los fundamentos de la fe eclesiológica. San Josemaría no sigue aquí ningún documento magisterial concreto, sino que se atiene a la imponente doctrina católica sobre el misterio de la Iglesia desarrollada en el siglo XX. Al acentuar la correlación entre fe en el Espíritu Santo, fe en Cristo y fe en la Iglesia, está saliendo también al paso de una comprensión eclesiológica (siempre, en cierto modo, presente en la historia, pero muy viva en el último tercio del siglo pasado) en la que se desvinculan y se contraponen "carisma" e "institución". Rechazó y combatió enérgicamente la idea de una supuesta "Iglesia carismática", enfrentada a la "Iglesia jerárquica". San Josemaría insiste en subrayar la inseparabilidad entre doctrina pneumatológica y doctrina eclesiológica. Como ya ha sido dicho, una de las razones de escribir y publicar esta homilía fue precisamente proyectar un aliento de fe y esperanza sobre muchas personas en la Iglesia, incluidos los miembros de la Jerarquía.
131a "En muchas ocasiones, desde hace más de un cuarto de siglo, al recitar el Credo y afirmar mi fe en la divinidad de la Iglesia".– Sobre esa costumbre de san Josemaría, y sobre el sentido de la frase, se cuenta con un valioso testimonio de Mons. Álvaro del Portillo, que refiriéndose a los últimos años de la década 1940-1950 en Roma escribe: "Comenzó (san Josemaría) a ir con frecuencia a la Plaza de San Pedro para rezar el Credo delante de la tumba del Príncipe de los Apóstoles. Utilizaba la fórmula castellana que su madre le había enseñado de pequeño, y cuando llegaba a las palabras: "Creo en la Santa Iglesia Católica", añadía el adjetivo "romana" y, a continuación, un paréntesis: a pesar de los pesares. Una vez, estando yo delante, se lo confió a Mons. Tardini –no recuerdo si ya había sido nombrado Cardenal Secretario de Estado–, y el prelado le preguntó:«¿Qué quiere decir con esto de "a pesar de los pesares"?». El Padre respondió: A pesar de mis pecados y de los suyos. Lógicamente el Padre no quería ofender a Mons. Tardini. Si ningún hombre está exento de pecado, y el justo cae siete veces al día, nuestro Fundador subrayaba la necesidad de que los colaboradores del Papa fuesen muy santos y estuviesen llenos del Espíritu Santo, para que en toda la Iglesia hubiera más santidad" (Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, cit., pp. 14-15).
131b "La Iglesia es eso: Cristo presente entre nosotros".– Esta hermosa, y teológicamente profunda, descripción del misterio de la Iglesia está en línea con la doctrina católica contemporánea, en especial con la eclesiología conciliar, que contempla a la Iglesia como "sacramento universal de salvación" (cfr. Lumen gentium, 48) precisamente por ser Cuerpo de Cristo. También en Lumen gentium, 14, se leen estas palabras: "Solamente Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia".
131g "Por encima de las deficiencias y limitaciones humanas, insisto, la Iglesia es eso: el signo y en cierto modo (…) el sacramento universal de la presencia de Dios en el mundo".– Se hace hincapié en la importante doctrina conciliar, que describe el misterio salvífico de la Iglesia mediante la noción teológica de "sacramento", haciendo –como sugiere el texto– un uso analógico. Cabría pensar que en la frase que anotamos están implícitamente citados dos pasajes de la Constitución dogmática sobre la Iglesia: Lumen gentium, 1: "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano"; y el ya antes parcialmente referido, Lumen gentium, 48: "Cristo levantado en alto sobre la tierra atrajo hacia Sí a todos los hombres (cfr. Jn 12, 32); resucitando de entre los muertos (cfr. Rm 6, 9) envió a su Espíritu vivificador sobre sus discípulos y por Él constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación". La continuación de la frase en la homilía es característica de san Josemaría, manifestativa de su doctrina sobre la naturaleza apostólica de la vocación cristiana.
131h apasionamientos corr autógr ] pasiones últ redac 7§3.
"Porque ahora también se devuelve la vista a ciegos, …".– En continuidad con el final del párrafo anterior desarrolla aquí el autor una imagen relativamente frecuente en sus escritos: Cristo que sigue realizando milagros espirituales –conversiones, decisiones de entrega, etc.–, por medio de sus discípulos, mientras pasa entre los hombres. Es una consecuencia inherente a su doctrina sobre el cristiano como alter Christus, ipse Christus, y a su insistencia –por ejemplo, en esta misma homilía– en que "non est abbreviata manus Domini". Puede verse, por ejemplo, al respecto, supra, 50b.71f, y también: Camino, 376, 583; Forja, 235, 653, 665, 675, 984; Amigos de Dios, 262a-b.
132 "Dar a conocer a Cristo".– Ya hemos encontrado este enunciado anteriormente como expresión del apostolado del cristiano (cfr. 30e; también formulado a veces como "dar a conocer el amor de Dios": 21a y 115a). Y volveremos a encontrarlo (cfr. 145b; también formulado como ayuda a los demás a "reconocer a Cristo": 156d, 158c y 175d). En este pasaje de la homilía de Pentecostés, san Josemaría está contemplando la donación del Espíritu Santo a la Iglesia, y su inmediato reflejo en la alegría y desenvoltura apostólica de los discípulos, que comienzan, en efecto, a dar a conocer a Cristo. La esencia del mensaje apostólico cristiano es el anuncio de Cristo Resucitado –aludido al final del parágrafo (cfr. 132d)–, en Quien está la salvación, "pues no hay ningún otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, por el que tengamos que ser salvados" (Hch 4, 12).
"Veo todas las incidencias de la vida (…) como otras tantas llamadas que Dios dirige a los hombres, para que se enfrenten con la verdad".– Quizá sea ésta una de las más profundas afirmaciones de la homilía. Dios, en efecto, "quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad" (1Tm 2, 4), y llama a todos a su humilde búsqueda. El Hijo de Dios se ha encarnado para "dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37); Él mismo es la Verdad (cfr. Jn 14, 6), y ha revelado –situándonos ante la realidad profunda del espíritu humano– que quien permanece en Él, siendo discípulo suyo, conocerá la verdad y la verdad le hará libre (cfr. Jn 8, 31-32). "Enfrentarse a la verdad" (sobre todo respecto a Dios y a uno mismo), es decir, buscarla y, una vez conocida, abrazarla y practicarla, es la obligación moral por excelencia de la persona humana, creada a imagen de Dios. Al mencionar san Josemaría esas llamadas de Dios a cada persona, a través de las circunstancias de su existencia, para que se adhiera a la verdad y se esfuerce en vivir según sus exigencias, está orientando la atención del lector, en definitiva, hacia el fundamento racional del discurso cristiano, acerca el sentido del hombre y de la sociedad, necesariamente finalizado al conocimiento de Cristo. Está indicando también, en consecuencia, la íntima conexión entre el compromiso intelectual y moral del cristiano con la verdad (ser un leal discípulo de Cristo) y el desarrollo de la misión evangelizadora (dar a conocer a Cristo).
132b los cristianos corr autógr ] cristianos de ahora últ redac 8§1.
" … a fin de darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo".– La expresión "don de lenguas" ha sido escrita aquí por el autor con letra cursiva para significar que la usa no en el sentido habitual (bíblico) de glosolalia, sino en un sentido metafórico. La utilizó siempre en el contexto apostólico (dar a conocer a Cristo, transmitir la doctrina cristiana, enseñar el significado de la existencia cristiana, etc.), y tiene un contenido preciso, que es el de adaptarse a la capacidad de los oyentes (cfr., por ejemplo, Forja, 634).
"…nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que vivimos, el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio".– San Josemaría subraya siempre la secularidad de su espíritu y, en consecuencia, de las tareas apostólicas que desde ese espíritu se llevan a cabo. El cristiano corriente, al que se dirige, "es del mundo y vive en el mundo". No hay aquí ninguna contradicción con Jn 17, 16 ("No son del mundo lo mismo que yo no soy del mundo"), sino justamente la afirmación de ser del mundo como lo es Cristo: amándolo, redimiéndolo y santificándolo.
132c toda la gente corr autógr ] todo el mundo últ redac 8§2 || estos tiempos corr autógr ] ahora últ redac 8§2 || personas corr autógr ] gentes últ redac 8§2 || decepcionadas corr autógr ] decepcionadas últ redac 8§2|| en permanecer corr autógr ] permanecer foll.MC138, 38§3.
132d "A todos esos hombres y a todas esas mujeres (…) les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro…".– Las palabras que se leen a continuación expresan, en cierto modo, la esencia del mensaje de salvación que la Iglesia porta consigo desde el día de Pentecostés, y ha proclamado a lo largo de la historia. En la época contemporánea al autor, y al texto que anotamos, fue subrayado de modo particular por el Concilio Vaticano II, que escribe: "Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su máxima vocación y que no ha sido dado bajo el cielo a la humanidad otro nombre en el que sea necesario salvarse. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro" (Gaudium et spes, 10).
133a de Jesucristo corr autógr ] Corazón de Cristo últ redac 8§4.
"Si fuéramos consecuentes con nuestra fe, al mirar a nuestro alrededor y contemplar el espectáculo de la historia y del mundo".– Puesto que está contemplando "la historia y el mundo" con mirada de fe, es decir, desde la luz de Cristo Salvador, advierte san Josemaría las sombras que aún ocultan la salvación, y descubre –ante la ausencia de su luz– abatimiento. La conciencia cristiana, al mirar alrededor con los ojos de la fe y la caridad, confortada por el don de sabiduría, está en condiciones de "juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida". Es ésta una idea clave. El cristiano –conformado con Cristo por el Espíritu Santo– es capaz de captar las carencias de la luz de Cristo (carencia de verdad) en los ambientes, en las personas, y de promover los remedios. La sabiduría cristiana es activamente apostólica.
133b la humanidad corr autógr ] el hombre últ redac 8§5.
" … ya que conoce mejor que hombre alguno las profundidades del espíritu humano".– Es obvio que "el cristiano" a quien se hace referencia en este párrafo es, como en pasajes anteriores, el alter Christus, ipse Christus, consciente de estar llamado a la santidad y a colaborar en la misión apostólica de la Iglesia, empeñado en reproducir en la propia vida la de Cristo. Ama en Él, apasionadamente, todo lo humano noble y la entera creación, y –conociéndose a sí mismo en Cristo, cada vez más profundamente– alcanza a conocer "mejor que hombre alguno" (esto es, mejor que quienes carecen de la luz sobrenatural de la fe) todo cuanto se refiere a la condición humana y a su destino eterno. Parece obligado hacer de nuevo referencia –pues los párrafos que anotamos tienen la misma cadencia de fondo– a la esencial doctrina antropológica de Gaudium et spes, 22: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación".
133c auténtico corr autógr ] profundo últ redac 9§1.
"…porque hemos sido llamados a penetrar en la intimidad divina, a conocer y amar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo…".– Es muy notable comprobar –basta leer con atención estas líneas y la sucesivas– la naturalidad con que san Josemaría introduce la perspectiva trinitaria en sus razonamientos, que se llenan así de hondura teológica, permaneciendo revestidos de sencillez. Su visión del hombre, por ser cristocéntrica, es necesariamente teocéntrica, es decir, trinitaria, y busca siempre fundamento en el sublime misterio de la intimidad divina, que nos ha sido revelada por el Hijo y en la que –como hijos en el Hijo– estamos llamados a participar.
133d "Esa es la gran osadía de la fe cristiana: proclamar el valor y la dignidad de la humana naturaleza, y afirmar que, mediante la gracia que nos eleva al orden sobrenatural, hemos sido creados para alcanzar la dignidad de hijos de Dios".– La fe cristiana puede atreverse a afirmar todo aquello que ha sido revelado y es enseñado por la Iglesia, como, por ejemplo, la perfecta unidad en Cristo de su naturaleza divina y su naturaleza humana, manteniendo ambas sus propiedades. El hecho de que la naturaleza humana pueda ser asumida, como lo ha sido en Cristo, por una Persona divina, nos revela a su vez que el hombre, capaz de por sí –por su propia condición de criatura racional– de conocer y amar naturalmente a Dios, puede ser también elevado, por medio de la gracia, a un conocimiento y amor sobrenaturales, participando así de la vida misma de Dios. Ésta que el autor denomina: "gran osadía de la fe cristiana" (afirmar la capacidad natural de la criatura para alcanzar con auxilio de la gracia a Dios), fundada en la revelación del misterio de la Encarnación, ha sido expresada habitualmente por el pensamiento teológico mediante la fórmula: "el hombre es capaz de Dios" (capax Dei). En cuanto al contenido, esa expresión (capax Dei) se halla presente en toda la tradición católica; en cuanto a la literalidad, es más frecuente en algunos autores, como por ejemplo en santo Tomás de Aquino, que –fundándose en el misterio de la Encarnación y en el misterio del hombre como imagen de Dios– la repite de muchas maneras. Por ejemplo, limitando las citas a la Summa Theologiae, escribe el santo Doctor que la criatura racional: est capax vitae aeternae (S.Th. I, q. 23, a. 1); capax summi boni (S.Th. I, q. 93, a. 2 ad 3); capax perfecti boni (S.Th. I-II, q. 5, a. 1); capax beatitudinis (S.Th. II-II, q. 25, a. 12 ad 2); eo enim ipso quod facta est ad imaginem Dei, capax est Dei per gratiam (S.Th. II-II, q. 113, a. 10); capax Dei (S.Th. III, q. 4, a. 1 ad 2); capax Dei, ad imaginem eius existens (S.Th. III, q. 6, a. 2); capax est beatae cognitionis, inquantum est ad imaginem Dei (S.Th. III, q. 9, a. 2); etc.
133e Doctores corr autógr ] escritores últ redac 9§3.
133f "La conciencia de la magnitud de la dignidad humana –de modo eminente, inefable, al ser constituidos por la gracia en hijos de Dios– junto con la humildad, forma en el cristiano una sola cosa".– Como se acaba de señalar en la anotación anterior, la recta doctrina católica, a la que aquí hace referencia san Josemaría, sostiene al mismo tiempo, y con la misma fuerza, la grandeza de la naturaleza humana, capaz de ser elevada por Dios a participar de la vida divina, y la absoluta necesidad de la gracia para alcanzar esa meta. El hombre por sí mismo –por sus propias fuerzas naturales– no puede alcanzar nada perteneciente al orden sobrenatural, ni siquiera disponerse para esto. Sólo Dios, por medio de la gracia, nos conduce a la conversión, nos libera de los pecados, nos hace partícipes de la vida sobrenatural, nos eleva a la condición de hijos adoptivos suyos, nos ayuda a perseverar en la gracia y en la búsqueda de la santidad, nos da la vida eterna. La Iglesia, que ha recibido de Cristo una altísima concepción de la grandeza y dignidad de la criatura humana, ha proclamado también con toda claridad la doctrina de la absoluta necesidad de la gracia para la salvación. Ya desde los primeros siglos del cristianismo ha enseñado esa verdad rechazando los errores contrarios (principalmente los errores pelagianos y semipelagianos), y la ha recordado en distintos momentos de la historia (en especial, cuando ha sido necesario hacer luz sobre la naturaleza del pecado y el significado de la justificación cristiana). Cfr., por ejemplo: Sínodo XV de Cartago, a. 418, Cánones contra los pelagianos, DzH. 222-230; Concilio de Trento, Ses. VI, a. 1547, Decreto y cánones sobre la justificación, DzH. 1521 ss., 1551 ss. En el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2010, leemos: "Por pertenecer a Dios la iniciativa en el orden de la gracia, nadie puede merecer la gracia primera, en el inicio de la conversión, del perdón y de la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna".
"…porque entonces el endiosamiento se pervertiría y se convertiría en presunción, en soberbia…".– Sobre la noción de "endiosamiento", cfr. supra, n. 103 con las anotaciones correspondientes.
133h ser corr autógr ] corazón últ redac 10§2.
134 "Tratar al Espíritu Santo".– Entra la homilía en su fase final, eminentemente espiritual y ascética, ya incoada en el párrafo anterior (133h). El lector encontrará en los siguientes puntos algunas de las cumbres más elevadas de la enseñanza de san Josemaría como maestro de vida cristiana.
134a "Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de caridad".– Se emplea aquí una expresión típicamente paulina, "vivir según el Espíritu", con la que el Apóstol denomina la existencia cristiana, el existir del hombre en Cristo, tanto en su contenido ontológico ("[vivís] según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros", Rm 8, 9), como en sus consecuencias espirituales y morales ("los que viven según el Espíritu sienten las cosas del Espíritu", Rm 8, 5; "si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el Espíritu", Ga 5, 25). "Vivir en el Espíritu" o "según el Espíritu" está completamente en contraposición, según la doctrina paulina, con el "vivir en la carne" o "según la carne". Lo primero –"vivir en el Espíritu", "caminar en el Espíritu"– significa proceder "con pureza, con ciencia, con longanimidad, con bondad, en el Espíritu Santo, con caridad sincera" (2Co 6, 6); en definitiva, agradando a Dios (cfr. Rm 8, 8) y cosechando del Espíritu la vida eterna (cfr. Ga 6, 8). Lo segundo –"vivir en la carne", "caminar en la carne"–, quiere decir dar "satisfacción a la concupiscencia de la carne" (Ga 5, 16), desagradando a Dios y cosechando de la carne corrupción (Ga 6, 8). Conducirse según el Espíritu Santo puede, pues, ser formulado –como en el pasaje que anotamos de la homilía–, como el desarrollo de "una vida cristiana madura, honda y recia", mediante el ejercicio de las virtudes sobrenaturales.
134b nosotros corr autógr ] los cristianos últ redac 10§4.
"Pero no habrá auténtica existencia cristiana, porque faltará la compenetración con Cristo, la participación real y vivida en la obra divina de la salvación".– "Compenetración con Cristo": configuración o conformación ontológica con Él, mediante la conjunción entre la gracia Dios y la voluntad eficaz de identificarse con Cristo por parte de la criatura (ambas constituyen en su unidad la esencia de la vocación cristiana). "Participación real y vivida en la obra divina de la salvación": cooperación personal en la misión salvífica de Cristo y de la Iglesia. "Auténtica existencia cristiana": sentido de vocación y misión sobre el fundamento del trato personal con Jesucristo.
134c "No hay cristianos de segunda categoría, obligados a poner en práctica sólo una versión rebajada del Evangelio…".– La llamada universal a la santidad, a la que aquí se alude, es sinónima de vocación bautismal: propia por tanto de cualquier cristiano y no sólo de algunos. Esta doctrina está presente en san Josemaría desde el comienzo de su actividad fundacional en 1928, y ya se ha hecho referencia a tan importante aspecto de su enseñanza en estas mismas anotaciones, por lo que no es preciso extenderse ahora más. La cuestión ha sido también expuesta por diversos autores, ya citados en estas páginas; es interesante al respecto el comentario de P. Rodríguez al punto 291 de Camino en su edición crítico-histórica donde, tras mostrar los fundamentos de ese punto en textos de san Josemaría de los años 30 del siglo pasado, señala la concordancia de la doctrina del fundador del Opus Dei con la futura enseñanza del C. Vaticano II sobre ese mismo tema (cfr. Lumen gentium, 40).
134d "Por desgracia el Paráclito es, para algunos cristianos, el Gran Desconocido".– Sobre esa denominación del Paráclito, cfr. supra, Nota histórica, nt. 23.
134e asidua sencillez corr autógr ] familiaridad últ redac 11§3.
135a docilidad –repito– corr autógr ] docilidad últ redac 11§5.
135b espera corr autógr ] espera de nosotros últ redac 11§6.
"Docilidad, en primer lugar, porque el Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras".– La frase guarda correspondencia con Forja, 516. La actitud de "docilidad" en la vida espiritual aparece con cierta frecuencia en los textos del autor. Por ejemplo, en este mismo libro: 42c (como manifestación de la fe activa de san José) y en 59c (actitud de ponerse en las manos de Dios; lo mismo 160e); también en Camino, 56 (como disponibilidad ante la gracia); Camino, 475 (como actitud de instrumento para las obras de Dios); Camino, 871 (como exigencia del abandono en Dios); Surco, 234 (en el sufrimiento); Forja, 224 (ante las gracias actuales); Forja, 427 (en la dirección espiritual); etc. Indica, pues, una disposición sobrenatural de confianza y abandono en Dios, que puede ser equiparada a la obediencia de fe. En realidad, es un modo de expresar la disposición del cristiano a "dejarse guiar" por el Espíritu Santo, que el Apóstol asocia al proceso de configuración con la imagen del Hijo de Dios (cfr. Rm 8, 14-17). Es ese el sentido que le da, en este pasaje, san Josemaría, cuya enseñanza puede acabar desembocando en la doctrina de la infancia espiritual.
135c Viejo camino interior de infancia, siempre actual corr autógr ] Vida de infancia últ redac 12§1.
"…es madurez sobrenatural, que nos hace profundizar en las maravillas del amor divino, reconocer nuestra pequeñez e identificar plenamente nuestra voluntad con la de Dios".– Con esa doble alusión a la antigüedad y, al mismo tiempo, a la actualidad del "camino interior de infancia", es probable que san Josemaría evoque no tanto la historia de la espiritualidad cristiana cuanto su propia biografía espiritual. En realidad, para sí mismo, la vía de la infancia espiritual fue un camino personal de abandono en la paternidad divina (y en la maternidad espiritual de María), por el que anduvo siempre, y en el que fue introducido y conducido por el Maestro interior. Con toda sencillez escribe en 1932: «Yo no he conocido en los libros el camino de infancia hasta después de haberme hecho andar Jesús por esa vía» (Apuntes íntimos, n. 560). El dato autobiográfico es importante: "quien le ha hecho andar por esa vía es Jesús". Aunque no sea éste el momento de estudiar la cuestión, resulta oportuno al menos resaltar el interés de esa referencia directa a Jesús, en la que está latiendo la íntima convicción del fundador –sostenida por los altos dones sobrenaturales recibidos, especialmente en 1931– de ser, en Cristo y con Cristo, hijo de Dios, llamado a tomar la Cruz y a llevar a cabo una misión divina. El camino de infancia espiritual le abre un camino filial, de abandono "en las manos de nuestro Padre Dios, con la misma espontaneidad y confianza con que un niño se arroja en los brazos de su padre". Para captar con mayor profundidad el sentido del camino de infancia en san Josemaría, conviene advertir su inclusión en la docilidad al Espíritu Santo, por la que se toma conciencia de la vocación personal y fuerza para realizar lo que Dios espera; por la que, también, la imagen de Cristo se va formando cada vez más en nosotros y nos vamos acercando cada vez más a Dios Padre (135b). Es, pues, camino de completa identificación con Cristo, Hijo del Padre, enviado por el Padre al mundo para salvarlo. Supone, como toda la vida espiritual en san Josemaría, un camino cristocéntrico y sacerdotal. Por esa razón, es sendero no de "blandenguería" sino de Cruz, de identificación plena con la voluntad del Padre (135c). Como ulterior confirmación de esas características, y como indicación para captar con mayor precisión el sentido de esa vía de infancia espiritual por la que avanza el fundador, es oportuno subrayar su inseparabilidad de las otras dos "realidades fundamentales" (además de la docilidad) en las que concreta el trato y la familiaridad con el Espíritu Santo: vida de oración (filial) (n. 136), y unión con la Cruz (n. 137). Ya hemos aludido, al interés de cuanto se dice en la edición crítico-histórica de Santo Rosario, dirigida por Pedro Rodríguez, acerca de la noción de infancia espiritual en san Josemaría.
136a nuestro corr autógr ] de cada uno de nosotros últ redac 12§2.
"Si tenemos relación asidua con el Espíritu Santo, nos haremos también nosotros espirituales, nos sentiremos hermanos de Cristo e hijos de Dios".– En este párrafo 136a todo habla de Cristo y de filiación. De Cristo son, en efecto, las cualidades que el autor contempla en el cristiano: "entrega, obediencia, mansedumbre". A su humanidad asumida por el Hijo y santificada por el Espíritu pertenece, como algo propio, la participación en la comunión trinitaria. Ese mismo Espíritu es el que conduce al cristiano, otro Cristo, a la intimidad filial con el Padre. La relación asidua con el Paráclito se traduce para san Josemaría en vida de oración filial.
136b ayuda corr autógr ] ayuda, en una palabra: últ redac 12§3 || nuestro pobre corazón corr autógr ] nuestro corazón últ redac 12§3.
"Acostumbrémonos a frecuentar al Espíritu Santo, que es quien nos ha de santificar".– Se retoma aquí una formulación también presente en Camino, 57, cuya primera frase dice así: "Frecuenta el trato con el Espíritu Santo –el Gran Desconocido– que es quien te ha de santificar". Según se hace constar en la edición crít.-hist. del libro, esas palabras se encuentran ya escritas en un texto del fundador de 1932.
137a "En la vida de Cristo el Calvario precedió a la Resurrección y a la Pentecostés, y ese mismo proceso debe reproducirse en la vida de cada cristiano".– La frase refleja la doctrina de la configuración del cristiano con Cristo bajo la acción del Espíritu Santo. La misma idea se encuentra recogida en Forja, 418: "La vida de Jesucristo, si le somos fieles, se repite en la de cada uno de nosotros de algún modo, tanto en su proceso interno –en la santificación–, como en la conducta externa. –Agradécele su bondad".
"El Espíritu Santo es fruto de la cruz".– Se trata de una expresión característica del autor (cfr. supra, 96a; también, Forja, 759), de importante peso teológico. Contiene una referencia implícita a Jn 7, 37-39: "En el último día, el más solemne de la fiesta, estaba allí Jesús y clamó: –Si alguno tiene sed, venga a mí; y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva. Se refirió con esto al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él, pues todavía no había sido dado el Espíritu, ya que Jesús aún no había sido glorificado". Podrían verse también en la sugestiva fórmula que comentamos referencias a los otros pasajes del cuarto evangelio, en los que se desvela la íntima relación entre el sacrificio de Cristo y la donación del Espíritu Santo (cfr., por ejemplo, Jn 19, 30; Jn 20, 22).
137b "Sólo cuando el hombre, siendo fiel a la gracia, se decide a colocar en el centro de su alma la Cruz, negándose a sí mismo por amor a Dios…".– Estas penetrantes palabras sólo pueden estar escritas –como otras muchas del libro– a partir de la experiencia personal del autor, que abre un poco más su alma al lector. La experiencia de la Cruz –o mejor aún, del abrazarse a la Cruz– es tan habitual en san Josemaría, que no cabe unir esa frase a sólo unas circunstancias históricas concretas. Sin embargo, como guardan una cierta consonancia con las de Forja, 803, cuyo soporte biográfico se conoce, nos parece que podría conjeturarse una implícita referencia de este pasaje homilético a los hechos contemplados en aquel punto de Forja, que dice así: "Hijo, óyeme bien: tú, feliz cuando te maltraten y te deshonren; cuando mucha gente se alborote y se ponga de moda escupir sobre ti, porque eres «omnium peripsema» –como basura para todos… –Cuesta, cuesta mucho. Es duro, hasta que –por fin– un hombre se acerca al Sagrario, se ve considerado como toda la porquería del mundo, como un pobre gusano, y dice de verdad: "Señor, si Tú no necesitas mi honra, ¿yo, para qué la quiero?". Hasta entonces, no sabe el hijo de Dios lo que es ser feliz: hasta llegar a esa desnudez, a esa entrega, que es entrega de amor, pero fundamentada en la mortificación, en el dolor". El hecho autobiográfico que subyace en esas palabras –puede verse un relato somero en: Vázquez de Prada, II, p. 294– queda situado en 1942, en Madrid, en medio de las graves circunstancias que san Josemaría denominaba "contradicción de los buenos".
138a "En medio de las limitaciones inseparables de nuestra situación presente".– El contenido del expresivo párrafo 138a, conocidos los orígenes de la homilía y la intencionalidad con que fue escrita, quizás pudiera ser considerado como su verbum breviatum. Nada ni nadie, por difíciles que fueren las circunstancias históricas externas o las limitaciones internas, puede destruir la esperanza del cristiano cuando, sabiéndose hijo de Dios en Cristo por el Espíritu Santo, se esfuerza en "trabajar en las cosas de su Padre". Es digna de ser destacada la consecuencia que san Josemaría extrae de su implícita lectura de Lc 2, 49 ("¿No sabíais que es necesario que yo esté en las cosas de mi Padre?"): es entonces cuando el cristiano "se reconoce plenamente libre". Se encierra también ahí una clave biográfica y doctrinal de gran espesor.
138b "Es en esa hora, además y al mismo tiempo, …".– Vale la pena meditar atentamente el texto de 138b. En él se describe lo que más abajo se denominará: "un resumen breve de la vida del cristiano, si se deja guiar por el Espíritu Santo" (138c). Está propuesto desde la base recién mencionada: filiación, libertad, alegría, y queda articulado en tres grandes capítulos: amor al mundo, espíritu apostólico, plena confianza en la misericordia de Dios.
139a " …este mes de mayo que comienza, nos hace contemplar el espectáculo de esa devoción mariana que se manifiesta en tantas costumbres…".– Las fiestas litúrgicas marianas conmemoran aspectos diversos del misterio de María, en los que sus dones y prerrogativas, así como ciertos acontecimientos de su vida terrena, brillan intensamente bajo la luz cenital del misterio de Cristo. En realidad, para decirlo más exactamente, reflejan esa luz como un formidable espejo, y la revierten –dotada de tonalidad propia– sobre nosotros. Todo en María nos habla de su Hijo y a Él nos conduce, o, expresándolo con otras palabras, la doctrina mariológica y la piedad mariana son también, por vía indirecta, testimonio vivo de la fe cristológica de la Iglesia. La presente homilía se sitúa en el contexto litúrgico-pastoral del mes de mayo, intensamente ligado a la devoción popular mariana al menos desde el siglo XVIII (cfr. S. De Fiores, Marie (Sainte Vierge), IV. Du milieu du 17e siècle au début du 20e, en: "Dictionnaire de Spiritualité", t. X, col. 466). No toma ocasión, por tanto, san Josemaría en estas páginas de una determinada fiesta mariana, sino de la tradicional celebración del mes de mayo en honor de la Virgen. El lenguaje que utiliza al comenzar (en concreto la frase: "contemplar el espectáculo de esa devoción mariana que se manifiesta en tantas costumbres"), podría quizás sugerir –aunque es una opinión no documentada– que, al tiempo de redactar la homilía, tenía a la vista el inicio de la encíclica Mense Maio de Pablo VI [29-IV-1965: AAS 57 (1965) 353-58], en el que se lee una frase análoga ("el conmovedor espectáculo de fe y de amor que dentro de poco se ofrecerá en todas partes de la tierra en honor de la Reina del Cielo"). A partir de ahí, sin embargo, la encíclica sigue su propia vía, que nada tiene que ver con el contenido de nuestra homilía.
139c "Es como una reunión de familia, cuando los hijos mayores, que la vida ha separado, vuelven a encontrarse junto a su madre, con ocasión de alguna fiesta".– La sugestiva imagen familiar, que ve en María la figura de la madre cuyo cariño aúna a los hijos, es indicativa de la orientación de fondo seguida en la homilía, como también en otros textos marianos de san Josemaría. En su frecuente contemplación de la maternidad espiritual de la Virgen, el autor se atiene, junto a su rica experiencia personal, a la gran tradición cristiana que –desde las palabras de Cristo en la Cruz (cfr. Jn 19, 26-27)– venera a la Madre de Dios como Madre nuestra. En el entorno temporal en que se sitúa la homilía estaba también muy cercana la proclamación de María como "Madre de la Iglesia", realizada por Pablo VI el 21-XI-1964, en su Discurso de clausura del tercer periodo de trabajos del Concilio Vaticano II [cfr. AAS 56 (1964) 1007-1013]. En ese título mariano veía el Pontífice expresado, en síntesis admirable, el puesto privilegiado reconocido por el Concilio Vaticano II a la Santísima Virgen en la Iglesia.
139d "María edifica continuamente la Iglesia, la aúna, la mantiene compacta".– Referencia implícita a Hch 1, 14: "Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María, la madre de Jesús, y sus hermanos". San Josemaría suele comentarlo en ese sentido: María une a todos. Cfr. supra, 126e; infra, 141d.
" …más unidos también a su cabeza visible, el Papa".– Se contempla aquí el artículo de fe de la Comunión de los santos en la Iglesia, que ofrece firme fundamento dogmático –junto con el misterio de la Encarnación redentora del Verbo– a la reflexión teológica y a la meditación espiritual sobre la función de María en la existencia cristiana. Así se desprende de la enseñanza del cap. VIII de Lumen gentium; cfr., por ej., nn. 53-54. Cfr. también, R. Laurentin, Marie (Sainte Vierge), VI. Fondements dogmatiques du rôle de Marie dans la vie chrétienne, en: Dictionnaire de Spiritualité, t.X, col. 479 ss. La dimensión mariana y la dimensión petrina del misterio de la Iglesia forman unidad, en el alma de san Josemaría, desde sus barruntos de que Dios le pedía algo, pues, por ejemplo, en una de sus primeras Instrucciones escribió: "Cristo. María. El Papa. ¿No acabamos de indicar, en tres palabras, los amores que compendian toda la fe católica?" (Instrucción, 19-III-1934, n. 31); puede verse un estudio sobre el tema en: C. Burke, Una dimensión de su vida: el amor a la Iglesia y al Papa, en Aa.Vv., Mons. Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, Pamplona 1985, pp. 357-368.
"Por eso me gusta repetir: omnes cum Petro ad Iesum per Mariam!, ¡todos, con Pedro, a Jesús por María!".– La expresión: Omnes, cum Petro, ad Iesum per Mariam!, es un lema compuesto por san Josemaría, y por él repetido incontables veces –como jaculatoria, como consigna espiritual, como invocación–, oralmente y por escrito, desde el comienzo del Opus Dei en 1928. Antes de referirnos directamente al significado de la expresión, es oportuno señalar que en los textos más antiguos del fundador, aunque suele aparecer también sola, lo habitual es que la expresión vaya acompañada de otros lemas o jaculatorias, principalmente de dos: Regnare Christum volumus! y Deo omnis gloria!, tan plenamente fundacionales como la que estudiamos, todas relacionadas entre sí. Valga como ejemplo esta cita: "Jesús es el Modelo: ¡imitémosle! Imitémosle, sirviendo a la Iglesia Santa y a todas las almas. «Christum regnare volumus» «Deo omnis gloria» «Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam». Con estas tres frases quedan suficientemente indicados los tres fines de la Obra: Reinado efectivo de Cristo, toda la gloria de Dios, almas" (Apuntes íntimos, n. 171; el texto tiene fecha de 10-III-1931). Desde un punto de vista histórico-temporal, pero sobre todo desde la perspectiva de su contenido y significado, la expresión que analizamos estuvo indisolublemente unida en el alma de san Josemaría a su misión fundacional. De ahí, en general, su importancia "hermenéutica" en relación con ésta, y de ahí también el interés de encontrarla en esta homilía. Como se advierte, el lema ha sido elaborado anteponiendo unas palabras (omnes, cum Petro) a la tradicional fórmula: ad Iesum per Mariam. Ese "añadido" –no es, en realidad tal, sino una anteposición ilustrativa de su mente– sitúa el lema (su sentido básico) en el interior de la corriente eclesial y espiritual común, que tiende, podríamos decir, ad Mediatorem per mediatricem. Pero, al mismo tiempo, las palabras antepuestas otorgan a aquella fórmula un sentido nuevo. Al constituir unidad con el omnes, cum Petro, el significado clásico del ad Iesum per Mariam, expresivo de la mediación materna de María en el camino de la conformación personal del cristiano con Cristo, queda ahora formalizado de una manera nueva: mantiene aquel significado clásico, al tiempo que explicita fuertemente su esencial momento apostólico interno, pues no hay verdadera conformación con Cristo sin participación –en la unidad de la Iglesia, unidos a su cabeza visible que es el Papa– en su misión salvífica. Así se ve fácilmente en la segunda parte del párrafo 139d, en el que estamos. Muy elocuente es el siguiente texto de san Josemaría: "Omnibus omnia factus sum, ut omnes facerem salvos; me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos (I Cor. 9, 22), es decir: hago oración, me sacrifico y trabajo para traer apóstoles a la Obra, y salvar a todos los hombres. Omnes, cum Petro, ad Iesum per Mariam!" (Instrucción, 1-IV-1934, n. 84). Como éstos cabría añadir otros textos, pero lo dicho hasta aquí es suficiente para comprender el sentido del lema-jaculatoria compuesto por san Josemaría, así como el que está latiendo en el tradicional "per Mariam, ad Iesum" (que da título a la homilía), en cuanto usado por él. Un análisis detallado sobre este punto se puede ver en: E. Burkhart – J. López, Vida cotidiana y santidad en la enseñanza de San Josemaría, cit., vol I, cap. 3º: "Edificar la Iglesia: santificación y apostolado", pp. 451-581.
139e "Viene ahora a mi memoria una romería que hice en 1935 a una ermita de la Virgen, en tierra castellana: a Sonsoles".– Sin abandonar el plano teológico-espiritual, en el que va a seguir desarrollándose la homilía, hace expresa referencia a una devoción mariana, que vivía y que se extendió con su impulso por todo el mundo: la "romería de mayo", un determinado tipo de piadosa peregrinación a lugares de advocación mariana, cuyas características esenciales se describen en el párrafo sucesivo de la homilía. El fundador estableció que los miembros del Opus Dei acudieran anualmente a la romería de mayo, como una de las Costumbres marianas de su plan de vida espiritual. Y cada año, cuando llegaba ese mes, animaba a todos a realizarla con piedad, espíritu de sacrificio y sentido apostólico. Es lógico, desde esa perspectiva, que, al redactar la homilía que estudiamos, no dejase de hacer referencia a dicha Costumbre. Aquella romería tuvo lugar el 2 de mayo de 1935 (a esa fecha ya nos hemos referido en la "Nota histórica", al señalar la corrección –de 1933 a 1935– que se introdujo por indicación de Mons. Álvaro del Portillo).
139f "No era ruidosa ni masiva: íbamos tres personas".– Acompañaban a san Josemaría dos miembros de la Obra, José Mª González Barredo y Ricardo Fernández Vallespín. Este último había dado ocasión a realizar aquella visita a la Virgen, pues como relata uno de los biógrafos del fundador: "El año anterior Ricardo F. Vallespín había sufrido un ataque de reumatismo. Tan agudo que, si se prolongaba, no podría presentarse a examen en la Escuela de Arquitectura. En vista de lo cual, llevado de su amor a la Virgen, hizo una promesa pidiendo su pronto restablecimiento. Pasó el examen. Pero, cuando se lo contó a don Josemaría, pertenecía ya a la Obra y el fundador le dispensó de su cumplimiento (…). Y ahora, cuando se acercaba el final de curso y contaba en Ferraz con un buen plantel de gente joven, del que esperaba vocaciones y residentes para el próximo año, don Josemaría hizo suya la idea de Ricardo. Quería agradecer a Nuestra Señora, de una manera especial, los favores que de ella habían recibido ese curso" (Vázquez de Prada, I, p. 547). Esa primera romería ha sido origen de un fenómeno pastoral y apostólico extendido por todo el orbe. En 1969, y en aquel mismo lugar de Sonsoles, recordaba san Josemaría: "Aquí, han pasado ya muchos años, hicimos nuestra primera romería. Este acto de piedad mariana ha prendido después en millones de personas de tantos países, produciendo sin ruido mucho bien a las almas. Damos gracias a la Santísima Virgen, porque ha querido –ha sido Ella quien lo ha querido– servirse de esta Costumbre para honrar a su Hijo" (Apuntes tomados de una conversación, 28-IV-1969; en Como los antiguos romeros, p. 15, en AGP, Biblioteca, P20).
" … personalmente prefiero intentar ofrecer a María el mismo cariño y el mismo entusiasmo, con visitas personales, o en pequeños grupos, con sabor de intimidad".– Con ese espíritu se realizó la romería, de la que nació la Costumbre antes mencionada, y así quedaron fijadas sus características esenciales, que se resumen, en definitiva, en dos: espíritu de penitencia y sentido apostólico (cfr. ibidem, p. 10). Esa devoción lleva aparejado el rezo del Santo Rosario.
139g "La imagen de Nuestra Señora que se venera en aquel lugar, estuvo escondida durante algún tiempo, en la época de las luchas entre cristianos y musulmanes en España".– El santuario de Sonsoles está situado a cuatro kilómetros de la ciudad de Ávila (España), sobre una colina. Según la tradición, en aquel lugar, como en otros de la península ibérica, durante los siglos de dominación musulmana, los cristianos tuvieron escondida la imagen sagrada para preservarla de profanaciones. Tras la reconquista de Ávila por el rey Alfonso VI (1083), fue descubierta, y desde el siglo XII ha sido objeto de veneración y meta de peregrinaciones.
140a "Desde aquel año de 1935, en numerosas y habituales visitas a Santuarios de Nuestra Señora, …".– Dentro de la biografía personal y fundacional de san Josemaría, todo lo que dice referencia a la Santísima Virgen ocupa un lugar privilegiado. Un apartado importante dentro de ese tema es el constituido, como señala este pasaje, por sus "numerosas y habituales visitas a Santuarios de Nuestra Señora", entre los que se cuentan –por mencionar algunos significativos, de Europa y América– los de Guadalupe, Lourdes, Fátima, Loreto, Torreciudad, Einsiedeln, El Pilar, Maria Pötsch, la Medalla Milagrosa de la Rue du Bac, Aparecida, Luján, Lo Vásquez, etc. Sobres ésas y tantas otras visitas a lugares marianos existe abundante documentación. En no pocos de esos santuarios han sido colocadas lápidas recordando aquellos viajes de oración y penitencia, pues eso fueron. San Josemaría peregrinaba allí "con el ánimo, con la sencillez y con el gozo de un antiguo romero", y a los pies de nuestra Señora pedía "por la paz del mundo, por la santidad de la Iglesia, de la Obra y la de cada uno de sus hijas y de sus hijos" (cfr. Como los antiguos romeros, p. 10-11, en AGP, Biblioteca, P20).
"Y la Madre de Dios es también realmente, ahora, la Madre de los hombres".– En las líneas finales del párrafo quedan recogidos los fundamentos esenciales de la doctrina mariológica y de la piedad mariana de la Iglesia, sobre los que también ha sido escrita esta homilía. Es preciso recalcar la constancia del autor en referirse a la maternidad de María y a las actitudes filiales del cristiano respecto de Ella. La Madre de Cristo es también Madre del alter Christus. El intenso sentido de filiación divina, que caracteriza el espíritu del fundador, da constantemente vida y significado al trato filial con María.
140c "Los autores espirituales han visto en esas palabras, que relata el Santo Evangelio, una invitación dirigida a todos los cristianos para que pongamos también a María en nuestras vidas".– En esa línea se encuentran referencias en la tradición patrística y medieval (cfr. Orígenes, Commentarium in Ioannem, 1, 6: PG 14, 31; S. Agustín, In Ioannis Evangelium, tract. 119, 3: CCL, 36, 659; Ruperto de Deutz, In Evangelium S. Ioannis commentariorum libri XIV: PL 169, 789-790; Sto. Tomás de Aquino, Super Evangelium S. Ioannis lectura, cap. 19, l. 4: Marietti, Torino 1952). Un interesante estudio exegético e histórico de la cuestión en: I. de la Potterie, María en el misterio de la Alianza, BAC, Madrid, 1993, 255-281.
"María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos acerquemos a Ella con confianza".– El himno Ave maris stella –citado a continuación por el autor–, goza en la Iglesia, como es sabido, de una larga tradición. Se desconoce su autor –si bien es adjudicado habitualmente a Venancio Fortunato, obispo de Poitiers (530-609)–, pero se tiene constancia de su uso litúrgico desde el siglo IX en la Abadía benedictina de san Galo (Suiza). La expresión que cita san Josemaría: monstra te esse Matrem, fue utilizada frecuentemente por él como una de las jaculatorias que solía repetir (cfr. Á. del Portillo, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, cit., 163-167). En determinadas épocas de su vida, esa apelación, llena de confianza en la maternidad de la Virgen, adquirió particular intensidad; también en sus últimos años, marcados por las urgentes necesidades pastorales de la Iglesia y las dificultades para alcanzar la forma canónica definitiva del Opus Dei. En ese contexto, en el Santuario de Guadalupe (México), en 1970, elevaba a la Virgen esta oración: "Ahora sí que te digo con el corazón encendido: monstra te esse Matrem! Y no me contestes Tú: monstra te esse filium!; pues, aunque tengo conciencia de mi poquedad, yo no sé qué más puedo hacer. Si puedo algo, ¡dilo, dilo!, y lo cumpliré con tu ayuda, porque solo no soy capaz" (cfr. AGP, P20, "Como los antiguos romeros", p. 26). También repitió incontables veces otra de las expresiones del himno "Ave maris stella": iter para tutum, como jaculatoria dirigida al Corazón dulcísimo de María (Cor Mariae dulcissimum, iter para tutum) rogando por la Iglesia y por el camino canónico de la Obra.
140d "Cada uno de nosotros (…) puede descubrir mil motivos para sentirse de un modo muy especial hijo de María".– La experiencia filial del autor en relación con la Santísima Virgen está ampliamente avalada por sus biógrafos, y a ellos nos remitimos. El propio protagonista dejó escritas estas palabras: "He tenido luego muchas pruebas palpables de la ayuda de la Madre de Dios: lo declaro abiertamente como un notario levanta acta, para dar testimonio, para que quede constancia de mi agradecimiento, para hacer fe de sucesos que no se hubieran verificado sin la gracia del Señor, que nos viene siempre por la intercesión de su Madre" (La Virgen del Pilar, § 4, en: Libro de Aragón, Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Zaragoza, Aragón y Rioja, Zaragoza 1976). Desde esa experiencia filial fue redactando también estas páginas, que ayudan a entender el sentido de per Mariam ad Iesum: por la Madre, como hijos, al Hijo.
141a "… cómo la Madre de Jesús acompaña a su Hijo paso a paso, asociándose a su misión redentora".– El verbo utilizado ("asociarse") tiene quizás más fuerza expresiva que otros ("cooperar", "colaborar") utilizados también habitualmente en el contexto de la participación de la criatura –en este caso singular, la Virgen María– en la misión redentora de Cristo. En un texto conciliar se halla una expresión semejante en lengua latina: singulariter prae aliis generosa socia (cfr. Lumen gentium, n. 61), aunque generalmente es traducido al castellano por: "generosa colaboradora".
141b "Porque la grandeza de Dios, convive con lo ordinario, con lo corriente".– En el lenguaje espiritual de san Josemaría, los adjetivos "ordinario", "corriente", "diario", "cotidiano", "normal", etc., en cuanto aplicados a la existencia del cristiano (esto es, a la vida del alter Christus) son portadores de la particular carga teológica que les llega de su analogatum princeps, que es la existencia humana del mismo Verbo encarnado. Es propio, en efecto, de su visión cristocéntrica (y, también derivadamente de su consideración del misterio de María, como vemos en el pasaje anotado) hacer hincapié en que el esplendor de Dios, pasa a través de lo humano. Constituye una auténtica luz de fondo de su enseñanza: un punto clave. Podrá encontrarse expresada de una manera u otra, con mayor o menor extensión, en un estilo teológico más o menos formal, etc., pero es importante para el lector captarla, para poder así también enlazar a fondo con la mente del autor. Hemos encontrado ya numerosas veces esa luminosidad en las homilías anteriores, como lo muestran estos ejemplos: "el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino" (14c); "la voluntad divina se cumple en medio de las circunstancias más normales y ordinarias" (22b); "en vuestra ocupación profesional, ordinaria y corriente, encontraréis la materia (…) para realizar toda la vida cristiana" (49c); "esas circunstancias ordinarias de la vida serán camino divino" (60e); "Dios nos llama a través de las incidencias de la vida de cada día" (110b); etc. Lo mismo aparecerá en pasajes posteriores de este libro, como también se halla esa luz en sus restantes obras.
141c "Jesús sabía a quién confiaba su Madre: a un discípulo que la había amado".– El mensaje transmitido es claro: el amor filial a la Madre de Dios ayuda a la inteligencia teológica a profundizar en los misterios que sobre Ella han sido revelados. Los párrafos sucesivos ilustran la idea con otros ejemplos. Se trata, en realidad, de la aplicación al campo de la mariología de un principio de validez universal en el campo de la reflexión sobre los misterios de la fe, que, siendo a la vez misterios de conocimiento y de amor, al amarlos se los conoce mejor y conociéndolos se los ama más.
141e "María tuvo un papel de primer plano en la Encarnación del Verbo, de una manera análoga estuvo presente también en los orígenes de la Iglesia".– Así lo ha interpretado siempre el pensamiento cristiano, como se advierte en las enseñanzas doctrinales y en las reflexiones teológicas sobre la maternidad espiritual de María. El C. Vaticano II lo dice así: "La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia" (Lumen gentium, 63).
141g de todos los corr autógr ] de los foll.MC100 12§3.
"No es pues extraño que uno de los testimonios más antiguos de la devoción a María sea precisamente una oración llena de confianza".– Como señala el autor, la antífona "Sub tuum praesidium" nos transmite uno de los testimonios más antiguos de devoción a María. En realidad, es considerada la oración mariana escrita más primitiva. De origen bizantino, su texto es posiblemente del siglo III, pues ya aparece en un papiro egipcio de esa datación. Es el primer texto cristiano en que María es denominada "Madre de Dios" (Theótokos). La traducción latina se encuentra en manuscritos del siglo IX. Cfr. J. L. Bastero de Eleizalde, Virgen singular. La reflexión teológica mariana en el siglo XX, Rialp, Madrid 2001, 22.
142 "Tratar a María".– Por María, Madre y Mediadora, hacia Jesús, como hijos en el Hijo… Anteriormente han sido considerados los fundamentos bíblicos y doctrinales de la cuestión, sobre los que, integrados ahora ya en su propia experiencia junto al espíritu fundacional, expone a continuación el autor una lección práctica de vida mariana, esencialmente caracterizada por su sentido filial. San Josemaría se sabe y se siente hijo, en Cristo, de la Santísima Virgen, y entiende que esa referencia filial es una característica innata de la vocación cristiana, que pide ser cultivada y desarrollada. Las más frecuentes denominaciones marianas en sus escritos –además de las advocaciones Madre de Dios, Madre de Cristo, Madre del Amor Hermoso, etc.– son las que manifiestan ese espíritu filial: "Madre nuestra", "Madre mía", "¡Madre!", "mi Madre", "tu Madre", etc. Concretamente –limitando el ejemplo a textos editados– puede comprobarse la frecuencia y la fuerza de esas referencias en los siguientes pasajes: Es Cristo que pasa, 38a, 66e, 82d, 94b, 140a, 142a, 171b, 174h.– Amigos de Dios, 16a, 25a, 38e, 54c, 93c, 109b, 131b, 134a, 141d, 147a, 155b, 175a, 180b, 183c, 204c, 214e, 237b, 241b, 241c, 248a, 275c, 276a, 277a, 279a, 280a, 280b, 282c, 284a, 285a, 285b, 288c, 289b, 290a, 291a, 292b, 292c, 293a, 293b, 296a, 299a, 303b, 316b.– Camino, 268, 492, 497, 498, 501, 506, 507, 512, 515, 516, 598, 711, 884, 898, 900.– Surco, 33, 95, 180, 339, 474, 475, 566, 607, 691, 692, 696, 726, 801, 847, 849, 898, 926, 944, 999.– Forja, 11, 27, 41, 57, 77, 84, 124, 135, 157, 161, 162, 178, 190, 204, 215, 234, 235, 249, 251, 272, 285, 314, 315, 354, 376, 434, 461, 474, 491, 554, 555, 568, 598, 621, 624, 634, 677, 758, 854, 864, 874, 986, 1028.– Conversaciones, 46a, 87g.– Recuerdos del Pilar: §§ 1, 4, 5, 7.– La Virgen del Pilar: §§ 11, 15, 25.– Discurso en la Universidad de Navarra (9-V-1974): § 13.
142a "De una manera espontánea, natural, surge en nosotros el deseo de tratar a la Madre de Dios, que es también Madre nuestra".– La fórmula aquí utilizada: "la Madre de Dios, que es también Madre nuestra" (o, bien, en otras ocasiones, "Madre mía", "Madre tuya", etc.), es como un estribillo que reitera espontáneamente tras escribir "Madre de Dios", "Madre de Cristo", etc. Demuestra una significativa insistencia, reveladora de una actitud filial siempre viva y activa, que se prolonga con naturalidad en la doctrina espiritual del fundador. He aquí algunas frases ilustrativas: Es Cristo que pasa: Pidamos a la Madre de Dios, que es nuestra Madre (38a).– Los méritos de Cristo y los de su Santa Madre, que es también Madre nuestra (82d).– Finalmente un filial pensamiento amoroso para María, Madre de Dios y Madre nuestra (94b).– Tratar a la Madre de Dios, que es también Madre nuestra (142a).– Amigos de Dios [una de sus homilías marianas se titula: "Madre de Dios, Madre nuestra" (nn. 274-293)]: La Madre de Dios, que es también Madre nuestra (16a).– Hemos de rogar al Señor, a través de su Madre y Madre nuestra (38e).– Acude conmigo a la Madre de Cristo, Madre Nuestra (54c).– La ayuda del Señor y de su Madre bendita, que es también Madre tuya (131b).– Y a su lado, su Madre, Madre nuestra también (141d).– María, Madre de Dios y Madre nuestra (175a).– Santa María, Madre de Dios y Madre Nuestra, Maestra de fe (204c).– La Madre de Dios, que es también Madre nuestra, te protege (214e).– Contemplemos ahora a su Madre bendita, Madre nuestra también (241b).– Madre de Dios y Madre nuestra (275c).– Jesús no puede negar nada a María, ni tampoco a nosotros, hijos de su misma Madre (288c).– A Dios y a su Madre, que es Madre nuestra (296a).– Hermano de Cristo, consanguíneo suyo, hijo de la misma Madre (303b).– Que la Madre de Dios y Madre nuestra nos proteja (316b).– Camino: Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya (268).– Cuando la contemples, ve su Corazón: es una Madre con dos hijos, frente a frente: Él… y tú (506).– Surco: Sobre su Madre y Madre nuestra (726).– Forja: La Madre de Dios, que es Madre nuestra (77).– La Madre de Dios, que es Madre tuya (124).– Madre, Hija, Esposa de Dios, Madre nuestra (227).– A la Madre de Dios y Madre mía (285).– A través de nuestra Madre y Madre suya (315).– Señora, Madre de Dios y Madre mía (376).– Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo, y que es a la vez Madre nuestra (555).– Señor (…) Nuestra Madre –¡tu Madre!– (807).– Acude a la Dulce Señora María, Madre de Dios y Madre Nuestra (864).– Discurso en la Universidad de Navarra (9-V-1974): Proseguimos nuestra andadura de servicio a los hombres, en la amable compañía de la Madre de Dios, que es también Madre nuestra (§ 13). (Este último ejemplo es a su vez el texto postrero de san Josemaría, donde aparece escrita la denominación "Madre de Dios y Madre nuestra"; se trata del discurso pronunciado en el acto de investidura como doctores honoris causa, de Mons. Hengsbach y del Prof. Jerôme Lejeune).
"… sino que está en cuerpo y alma junto a Dios Padre, junto a su Hijo, junto al Espíritu Santo".– La frase muestra un breve aunque intenso destello de la atmósfera trinitaria en la que san Josemaría vive, puesta de manifiesto continuamente en toda su doctrina espiritual, y por tanto también, de modo particular, en su doctrina mariana. Volveremos a esta idea en el comentario al n. 171, perteneciente a la homilía La Virgen Santa, causa de nuestra alegría.
142b buscar corr autógr ] desear foll.MC100 13§2.
"El misterio de la Maternidad divina tiene una riqueza de contenido sobre el que nunca reflexionaremos bastante".– El párrafo es una ulterior confirmación del leitmotiv de todo el texto: la centralidad en el desarrollo de la vida cristiana de la maternidad espiritual de María y del amor filial del cristiano hacia Ella.
142c "La fe católica ha sabido reconocer en María un signo privilegiado del amor de Dios".– Puesto que el amor de Dios por nosotros es, conforme ha sido revelado en Cristo, un amor paterno, con la referencia a María como "un signo privilegiado del amor de Dios", se está aludiendo a cómo ese amor, de raíz sobrenatural, se manifiesta y se realiza desde María hacia nosotros como amor materno. La idea queda confirmada en el párrafo sucesivo desde su primera frase: en el amor de María por nosotros se desvelan las cualidades maternales del amor paterno de Dios. Por eso, amar y tratar a María como Madre supone un camino privilegiado, que se ofrece al cristiano para –llegando por Ella a su Hijo– amar y tratar a Dios como Padre.
142d "Hemos de amar a Dios con el mismo corazón con el que queremos a nuestros padres, a nuestros hermanos, a los otros miembros de nuestra familia, a nuestros amigos o amigas: no tenemos otro corazón".– Esta idea de poseer un único corazón para amar a Dios y a las criaturas (y, en consecuencia, un único amor, aunque ordenado, y un único modo de amar: amar con el corazón), era empleada frecuentemente por san Josemaría en su predicación oral. La encontraremos también más adelante (cfr. supra, 166a). Transmite a los demás la necesidad de desarrollar una vida de piedad sincera y sencilla, filial, llena de detalles de amor, aunque ha de ir siempre acompañada de una formación doctrinal sólida para evitar caer en el sentimentalismo. Con otras palabras, "piedad de niños y doctrina de teólogos" (cfr., infra, 10b). La idea va a ser aquí aplicada al trato filial con María: con corazón y actitudes de hijo. A continuación ilustra la idea, al tiempo que deja entrever algunos retazos de su alma mariana.
142e " … pequeños detalles diarios, que el hijo necesita tener con su madre y que la madre echa de menos si el hijo alguna vez los olvida: un beso o una caricia al salir o al volver a casa".– Estas palabras, escritas desde la propia experiencia personal, si son leídas junto a las primeras de siguiente párrafo traen a la memoria –aunque no tengan porqué referirse propiamente a ese hecho– unas circunstancias biográficas muy conocidas, que se desarrollaron en los primeros años 30 del siglo pasado. Como se relata en una de sus biografías (Vázquez de Prada, I, p. 271): "En su casa guardaba una pequeña imagen de la Virgen, en talla de madera, a la que tenía costumbre de besar al salir o al entrar en el piso: Mi Virgen de los Besos: terminaré comiéndomela, exclama en una de las catalinas [Apuntes íntimos, n. 226 (13-VIII-31)]. Las frases siguientes (142f-g) ilustran acerca de la piedad mariana, profundamente filial, que san Josemaría personalmente vivía y exhortaba a los demás a vivir.
142f " … o acostumbran dedicar a la Señora un día de la semana –precisamente este mismo en que estamos ahora reunidos: el sábado".– El sábado es, desde tiempo inmemorial, un día especialmente dedicado por la piedad cristiana a la Virgen María, en recuerdo de aquel Sábado Santo, y con el deseo de acompañar su soledad a la espera de la resurrección de su Hijo. Desde el punto de vista litúrgico, la asociación del sábado a la Santísima Virgen se remonta a las disposiciones dadas por el Papa Urbano II, a finales del siglo XI.
142g fe corr autógr ] fe cristiana foll.MC100 15§2.
142h "Es Dios quien nos ha dado a María, y no tenemos derecho a rechazarla, sino que hemos de acudir a Ella con amor y con alegría de hijos".– La última frase del párrafo anterior ("no posee la plenitud de la fe quien no vive alguna de ellas, quien no manifiesta de algún modo su amor a María"), se ilumina a la luz de esta última: "Es Dios quien nos ha dado a María, y no tenemos derecho a rechazarla, sino que hemos de acudir a Ella con amor y con alegría de hijos". Ambas ilustran a su vez el particular énfasis que pone el autor en el cultivo de las devociones marianas, apoyado, como se advierte en el texto, en razones teológicas consistentes. Una vez más, tales razones son de corte trinitario, y reflejan su firme rechazo a determinadas actitudes –genéricamente sintetizadas con la expresión: "los que consideran superadas las devociones a la Virgen Santísima"–, que gozaban de cierta audiencia en algunos círculos pastorales y teológicos en la época en que se redactaba esta homilía (abril de 1969). El Papa Pablo VI se había referido indirectamente a esas dificultades en la introducción de su Exhortación apostólica Signum magnum, [13.V.1967: AAS 59 (1967) 465 ss], cuando, recordando la doctrina conciliar, alentaba a defender el culto mariano con estas palabras: "No hay temor de que la reforma litúrgica, si se lleva a cabo conforme a la fórmula de ‘la ley de la fe debe establecer la ley de la oración’, pueda ir en detrimento del culto del todo singular debido a María. Y tampoco, a la inversa, debe temerse que el incremento del culto, litúrgico o privado, dirigido a Ella, pueda oscurecer o disminuir el culto de adoración que se presta al Verbo encarnado, así como al Padre o al Espíritu Santo".
143a "El misterio de María nos hace ver que, para acercarnos a Dios, hay que hacerse pequeños".– La afirmación de que para acercarse a Dios "hay que hacerse pequeños", si se contempla, como en el texto, desde el misterio de María, tiene, a mi parecer, dos posibles claves de lectura, según que se considere la humildad personal de la Virgen, con la que nos da ejemplo, o su maternidad espiritual, con la que nos acoge y ampara. En este pasaje, san Josemaría, siguiendo el hilo de toda la homilía, mira las cosas desde la segunda perspectiva, y propone el siguiente razonamiento: hacerse pequeños delante de nuestro Padre Dios significa conocerse y comportarse como hijos pequeños, es decir, "hacerse niños", lo que se aprende tratando a María como Madre. En otros pasajes de este mismo libro, y en concreto en la segunda homilía mariana (La Virgen Santa, causa de nuestra alegría), las cosas serán vistas desde la perspectiva del ejemplo de la humildad de Santa María y de su imitación por parte del cristiano.
143b "Ser pequeños exige abandonarse como se abandonan los niños, creer como creen los niños, pedir como piden los niños".– En este párrafo 143b, así como en uno sucesivo (143d), el autor tiene presente su libro Santo Rosario, cuya primera edición se remonta a 1934. En su prólogo: "Al lector", escribió, en efecto, unas palabras semejantes a las que anotamos: "Amigo mío: si tienes deseos de ser grande, hazte pequeño. Ser pequeño exige creer como creen los niños, amar como aman los niños, abandonarse como se abandonan los niños…, rezar como rezan los niños". Esa tácita autocitación, que tiene lugar treinta y cinco años después, permite, a mi entender, captar con mayor nitidez la importancia que la idea expresada tenía en la mente y en el corazón del autor. Es un criterio que puede aplicarse a otras reiteraciones más o menos literales de ideas ya formuladas por san Josemaría.
143d "El principio del camino que lleva a la locura del amor de Dios es un confiado amor a María Santísima".– Como en el caso anterior, también ahora la referencia al prólogo de Santo Rosario no es literal, sino levemente distinta. Allí se decía: "El principio del camino, que tiene por final la completa locura por Jesús, es un confiado amor hacia María Santísima". Ahora, "la locura por Jesús" es sustituida por "la locura del amor de Dios", una sustitución lógica, pues el discurso actual gira en torno al amor filial a Dios, a través del amor filial a María. Sobre el mencionado pasaje de Santo Rosario, cfr. la edición crítico-histórica del libro, preparada por P. Rodríguez, Rialp, Madrid 2010), ya citada en estas páginas.
"Os invito más bien a que hagáis la experiencia, a que lo descubráis por vosotros mismos, tratando amorosamente a María".– Al igual que en otras ocasiones nos exhorta ahora san Josemaría a hacer "la experiencia personal del amor materno de María" (cfr. por ejemplo, Amigos de Dios, 293b). El sentido del término "experiencia" es aquí, como se desprende de la entera frase, uno de los habituales en la lengua castellana: conocimiento o habilidad que se alcanzan por la práctica prolongada (cfr. Diccionario de la RAE, Madrid 2001). San Josemaría está llamando al lector a adquirir esa experiencia respecto de María: a buscar, a descubrir personalmente su amor materno poniendo en práctica el amor filial: tratándola amorosamente. Tras ese sentido más inmediato, se esconde el sentido más profundo de "experiencia espiritual", como actitud permanente ya personalmente adquirida y conscientemente poseída, referida en este caso al amor materno de María. El concepto teológico de "experiencia espiritual" nunca viene abordado en directo en este libro, cuyo estilo es otro, pero está siempre indirectamente presente, pues el autor redacta desde su experiencia espiritual adquirida, y quiere fomentar en todos el deseo de alcanzar la propia. Se ha escrito mucho sobre esa importante noción teológica. Cfr., por ejemplo, J. Mouroux, L’expérience chrétienne: introduction à une théologie, Aubier, Paris, 1954, J. Morales, La experiencia de Dios, Rialp, Madrid 2007.
144a "Si buscáis a María, encontraréis a Jesús".– El autor, que quiere instruir al lector en la aplicación del "per Mariam ad Iesum" al terreno de la lucha ascética cotidiana, enuncia en esa frase-síntesis un principio básico de la vida espiritual. Además de subrayar su importancia en el ámbito personal, quizás no esté aquí fuera de lugar destacar el interés de ese principio, como cauce de diálogo teológico interconfesional en torno a la función de María en la búsqueda de la unidad (como lo es, desde luego, el principio inverso, "per Iesum ad Mariam").
144b "¿Cómo es posible darnos cuenta de eso, advertir que Dios nos ama, y no volvernos también nosotros locos de amor?".– Referencia implícita a Camino, 425: "¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y… no me he vuelto loco?", que expresa a su vez un íntimo movimiento de amor de su alma, tal como dejó escrito en un pasaje de sus Apuntes íntimos (n. 691, fechado el 2 de abril de 1932).
144c " … porque todo es expresión del amor de Dios".– Una vez establecido el principio: "Si buscáis a María, encontraréis a Jesús", el autor, como dejando que la pluma escriba sola, ha ofrecido en los párrafos sucesivos hasta llegar a éste, un esbozo de lo que hay en su alma y quiere transmitir al lector. La experiencia del amor materno de María conduce a descubrir con mayor hondura el amor paterno de Dios, y en ese trato filial (de hijos en el Hijo) se alcanza un conocimiento más profundo de Cristo, y de su amor redentor (su "locura de amor"), que es ilimitado amor al Padre y a los hombres. Cuando el cristiano llega a adquirir –por la mediación de María– esa conciencia personal del amor paterno de Dios en Cristo, todo aparece bajo una luz nueva: "todo es expresión del amor de Dios". La vida de fe del cristiano, hijo del Padre en Cristo, e hijo de María, desemboca entonces, necesariamente, en alabanza y acción de gracias a Dios. Refleja entonces, más que nunca, como señala a continuación el texto con la referencia al Magnificat, la vida de la Madre.
145a "María lleva a Jesús".– De nuevo la luz de fondo de la homilía, que debe ser considerada no sólo como propuesta espiritual, sino también como principio teológico. Seguimos moviéndonos en un contexto mariano y cristológico característico del autor, como puede deducirse de la semejanza de estas ideas con las que se leen, por ejemplo, en el ya citado prólogo de Santo Rosario, o en Camino, n. 495 ("A Jesús siempre se va y se «vuelve» por María"). Cabe también dejar señalado que en los diversos párrafos de este n. 145, y en particular en 145a, está latiendo, como sobrentendida, sin que aparezca expresamente, una escondida dimensión eucarística. Ese "María lleva a Jesús" incluye la inseparabilidad entre amor filial a María y amor a la Eucaristía. En la real existencia de la Iglesia y del cristiano, la Madre conduce a sus hijos al encuentro primordial con el Hijo sacramentado, donde se alimenta y se fortalece la comunión y la mutua donación. San Josemaría pone el acento en sus consecuencias prácticas.
145b nosotros corr autógr ] nuestras vidas foll.MC100 19§2 || empeño corr autógr ] esfuerzo foll.MC100 19§2 || hacer realidad práctica corr autógr ] vivir foll.MC100 19§2.
" … puesto que la santificación forma una sola cosa con el apostolado".– He aquí un modo nuevo de enunciar el fundamental postulado –de base y contenido cristológicos– de la "unidad de vida", que puede considerarse estructural en la concepción de la existencia cristiana, según las enseñanzas de san Josemaría.
"Dar a conocer a Cristo".– La fórmula "dar a conocer a Cristo" (o bien, usados como sinónimos, "dar a conocer a Dios", o "dar a conocer el amor de Dios", etc.) es habitual en el autor, como expresión del significado de la misión apostólica que acompaña a la vocación cristiana. Así aparece aquí. Dentro de este mismo libro, encontramos otras formulaciones semejantes, como: "…dar a conocer mejor a todas las almas el amor de Dios" (21a), "…hacer presente a Cristo entre los hombres (…) dar a conocer el Amor de Dios…" (115a), "… darles a conocer, con don de lenguas cómo deben corresponder a la acción del Espíritu Santo, a la efusión permanente de las riquezas del Corazón divino" (132b), "… que mueva a los demás para que también ellos den a conocer a Jesucristo" (147e) y "Santa María, Regina apostolorum, reina de todos los que suspiran por dar a conocer el amor de tu Hijo" (175e).
145c "Y si caminamos de la mano de la Virgen Santísima, Ella hará que nos sintamos hermanos de todos los hombres".– En el ámbito manifiestamente mariano, y tácitamente eucarístico, de estos pasajes de la homilía, es evocado un importante corolario espiritual: el amor filial a Dios es inseparable del amor fraterno a los demás. San Josemaría lo pone aquí de manifiesto apuntando, en primer lugar, a una experiencia que, como él, alcanzan cuantos acuden habitualmente a la oración, que les lleva a no desear ningún bien espiritual para sí que no deseen al mismo tiempo para los otros. Con un lenguaje más directo, habla de espíritu de servicio y de fraternidad cristiana. Digna de atención es la nueva referencia trinitaria en relación con María.
145d nuestros prójimos corr autógr ] los demás foll.MC100 19§3.
" … nos ayudará a reconocer a Jesús que pasa a nuestro lado, que se nos hace presente en las necesidades de nuestros hermanos los hombres".– El principio mariológico sobre el que viene girando todo el texto ("ad Iesum per Mariam") vuelve a ser aquí tenido en cuenta, desde una perspectiva diversa, para dar razón de la entraña cristocéntrica y mariana de la fraternidad y la solidaridad cristianas. Encontramos una vez más la idea que da título al libro: Cristo sigue pasando entre los hombres, aunque en este caso tiene un sentido distinto, pues no se trata de su paso en y a través de los cristianos, sino de su pasar en "las necesidades de nuestros hermanos los hombres". La implícita referencia a la parábola evangélica del Juicio final (Mt 25, 31ss), permite descubrir una inusitada lectura espiritual de ese texto en clave mariana.
146a Y, apartándome corr autógr ] Y, de buena gana, apartándome foll.MC100 20§1 || recogí corr autógr ] hubiera recogido foll.MC100 20§1.
"Y, apartándome un poco del camino, recogí unas espigas para que me sirvieran de recordatorio".– Como puede advertirse, la corrección introducida por san Josemaría en el texto ya editado cambia el tiempo verbal ("recogí"). El autor lo realizó de su puño y letra en un ejemplar de la segunda edición del Folleto Mundo Cristiano n. 100. En el original mecanografiado (redactado en marzo-abril de 1969), había escrito: "… de buena gana…hubiera recogido unas espigas…". Y así se publicó el texto, tanto en la revista "Ama" (mayo 1969), como en el Folleto "Mundo Cristiano", n. 100 (1ª edición, abril 1970). Sin embargo, cuando relee la homilía en un ejemplar de la segunda edición del Folleto (agosto 1970), el propio autor corrige el texto: suprime el "de buena gana", y escribe: "… recogí unas espigas…". De hecho, como ha señalado Vázquez de Prada, I, 548: "En recuerdo de esa romería, don Josemaría guardaba en una pequeña arqueta un puñado de espigas, como símbolo y esperanza de la fecundidad apostólica en el mes de mayo". Esa arqueta se conserva en la sede del Vicario de la Prelatura en Madrid.
146b también add foll.MC100 20§2.
146c "Y sentimos la urgencia de ayudarles en sus necesidades".– Continúa, y se hace aún más explícita, la lectura espiritual en clave mariana de la identificación de Cristo con los necesitados, en la que se encierra una llamada a descubrir el sentido cristiano de la fraternidad y el servicio a los demás.
147 "Ser apóstol de apóstoles".– Sobre la utilización por san Josemaría de esa expresión y sobre el significado que tiene en su pensamiento nos remitimos a cuanto hemos escrito en la nota correspondiente de 1c.
147a "Llevar hasta los últimos confines de la tierra la buena nueva del amor de Dios".– Se ha puesto ya de manifiesto en anotaciones anteriores que, en la enseñanza de san Josemaría, la misión apostólica del cristiano constituye un unum con su llamada bautismal a la identificación con Cristo y a la santidad. Aquí vuelve a reiterar, con otras palabras, esa doctrina. Un matiz interesante de este párrafo 147a, consiste en el modo de expresar el contenido de dicha misión apostólica: "Llevar hasta los últimos confines de la tierra la buena nueva del amor de Dios". El contenido teológico de la frase se alcanza al ponerla en relación con el profundo sentido de filiación divina que atraviesa estas páginas, y dice referencia a la misión del mismo Jesús, que consiste en dar testimonio, con sus obras y palabras –y sobre todo con su muerte– del amor del Padre. El apostolado cristiano es, en cuanto seguimiento de Cristo, un testimonio con obras y palabras del amor paterno de Dios.
147b "Debemos animar a otros a que contribuyan a esa misión divina de llevar el gozo y la paz a los corazones de los hombres".– Si el horizonte último de la vocación cristiana es la plena configuración (ontológica y espiritual) con Cristo, es necesario que su significado venga meditado desde el contenido de la misión del Hijo de Dios hecho Hombre, enviado para salvar a los hombres (Jn 3, 16-17). "Salvar a los hombres", como misión apostólica del cristiano, significa ayudarles a liberarse del pecado, a realizarse como hijos de Dios, a unirse sacramentalmente a Cristo y a la Iglesia. El desarrollo de la misión apostólica –como formalización histórica de la vocación bautismal– consiste en saberse "pescadores de hombres" (Mt 4, 19), atraer las personas hacia Cristo ("dar a conocer a Cristo") para facilitar el encuentro personal con Él: con cuanto Él significa y representa. Ese trahere ad Christum es la esencia del concepto de apostolado, y así mismo de la noción cristiana de proselitismo como llamada dirigida a otros a compartir el ideal de la vocación apostólica, o bien, con las palabras que aquí utiliza san Josemaría, a compartir el ideal de ser "apóstol de apóstoles". En ese sentido, no cabe hablar con propiedad de la vocación-misión cristiana sin hablar de su legítima y necesaria esencia apostólica y proselitista. En la enseñanza del autor esa dimensión proselitista de la vocación de cristiano tiene una presencia constante. Su formulación, adecuada al espíritu que Dios le ha dado, tiene como fundamento el apostolado de amistad y confidencia. Su significado queda perfectamente descrito en Camino 790: "¿No gritaríais de buena gana a la juventud que bulle alrededor vuestro: ¡locos!, dejad esas cosas mundanas que achican el corazón… y muchas veces lo envilecen…, dejad eso y venid con nosotros tras el Amor?" Como ha escrito P. Rodríguez en el comentario a ese punto en su edición crítico-histórica de Camino: "Queda claro desde el principio el sentido de la palabra «proselitismo» en la pluma del Autor: es la propuesta y la invitación a compañeros y amigos para compartir el «camino» que se ha descubierto: «venid con nosotros tras el Amor»; lo que en la dinámica del Autor incluía, si se ven señales de esa vocación, la invitación a compartir el camino del Opus Dei. En este sentido la dimensión «proselitismo» es connatural a la pluralidad de carismas e instituciones en la Iglesia. (…) En el lenguaje del Autor «proselitismo» es la expresión misma del fuego de Cristo (ignem veni mittere in terram; vid. punto 801) en el alma del cristiano".
147c Mala corr autógr ] Triste foll.MC100 22§1.
147e "Es necesario también enseñar el camino, a quienes tienen buena voluntad y buenos deseos, pero no saben cómo llevarlos a la práctica".– En las circunstancias sociales y culturales en que se escribió esta homilía, y aún más en las décadas posteriores, se había expandido en amplios sectores de la Iglesia un significado del "ser cristiano" (y, en general, del cristianismo, como impulso y realidad vital, cultural, religiosa, etc.), en el que quedaba oscurecida su dimensión vocacional y su esencial finalidad apostólica (trahere ad Christum). Cuando eso sucede, también se oscurece necesariamente la razón de ser del apostolado cristiano, como acción evangelizadora (enseñar, conducir, santificar) y empeño por establecer el Reino de Dios. Sucede así en las personas y comunidades cristianas aburguesadas, desestructuradas (desconexión sacerdocio ministerial-sacerdocio común), donde los principios cristianos acaban siendo a lo más una opción –vagamente religiosa– de convivencia civilizada. No existe entonces voluntad de dar a conocer el cristianismo, no hay capacidad de mostrarlo: no hay ganas. Como consecuencia, no faltan muchas personas en las sociedades de raíces cristianas que, como señala la homilía, "tienen buena voluntad y buenos deseos, pero no saben cómo llevarlos a la práctica". De ahí la urgencia, siempre creciente, de quienes quieran ser "apóstol de apóstoles" (147e).
148a "Quizás alguno se pregunte cómo, de qué manera puede dar este conocimiento a las gentes".– Acercándose al final, el curso natural del texto vuelve a encontrar –como ha venido sucediendo en las anteriores– las aguas más profundas del espíritu del autor. La doctrina de este n. 148 es muy propia de san Josemaría: una mirada contemplativa sobre la cotidianidad de la existencia de la Virgen (y de los cristianos), animada por el amor a Dios ("un amor llevado hasta el extremo, hasta el olvido completo de sí misma, contenta de estar allí, donde la quiere Dios, y cumpliendo con esmero la voluntad divina"; 148d). Es el heroísmo del amor, "el secreto de la existencia cristiana" (148f).
148b "Desde hace casi treinta años ha puesto Dios en mi corazón…".– Como ya ha sido indicado, las referencias de san Josemaría a la fecha fundacional del Opus Dei (1928) –aquí encontramos otra–, piden ser interpretadas en el sentido de que considera lo que viene a continuación como perteneciente al núcleo de su mensaje y de su misión: algo, por tanto, de Dios y no suyo. De ahí su interés.
148c "María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día…".– El autor está delineando los perfiles esenciales de su doctrina espiritual, viéndola desde su más honda raíz teológica, que es el misterio del Verbo Encarnado contemplado en los treinta años de su vida cotidiana. En esa luz, como ya ha sido comentado, contempla también la existencia terrena de la Madre de Dios, llena de amor y de santidad. En algunas homilías anteriores a ésta, y en algunas de las anotaciones al texto, habrá podido advertir el lector el interés de prestar atención a las menciones que hace san Josemaría a la vida de la Sagrada Familia en Nazaret (cfr., por ejemplo, El triunfo de Cristo en la humildad, 13a; El matrimonio, vocación cristiana, 22a; En el taller de José, passim; Cristo presente en los cristianos, passim; La Ascensión del Señor a los cielos, 117a). Nazaret es para el fundador el paradigma de la vida corriente santificada y santificadora, el lugar en que más brillan las virtudes que iluminan las incidencias ordinarias de la existencia, el modelo a seguir por el cristiano común, empeñado en identificarse con Cristo en medio de las circunstancias profesionales, familiares, sociales cotidianas. La doctrina espiritual del autor en este terreno aporta perspectivas renovadoras a la espiritualidad cristiana. La bibliografía al respecto es amplia; nos limitamos a señalar cuatro trabajos: L. Touze, La contemplation dans la vie ordinaire. À propos de Josemaría Escrivá, "Esprit et Vie", 112 (2002) 9-14; A. Aranda, Identidad cristiana y configuración del mundo. La fuerza configuradora de la secularidad y del trabajo santificado; en: M. Fazio (ed.), "La grandezza della vita quotidiana. Vocazione e missione del cristiano in mezzo al mondo", Edizioni Università della Santa Croce, Roma 2002, 175-198; P. Donati, Senso e valore della vita quotidiana, en: ibidem, 221-263. J. L. Illanes, La vida ordinaria entre la irrelevancia y el heroísmo, en: G. Faro, Lavoro e vita quotidiana, Edizioni Università della Santa Croce, Roma 2009, 19-37.
148e "Y, al vernos iguales a ellos en todas las cosas, se sentirán los demás invitados a preguntarnos: ¿cómo se explica vuestra alegría?, …".– El ejercicio de las virtudes cristianas, en medio de las circunstancias normales de la existencia, encierra no sólo un valor santificador, sino también, frente a los demás, un valor positivo de emulación, de estímulo. San Josemaría predica incesantemente en sus escritos acerca del poder transformador del buen ejemplo, ante todo del ejemplo de Cristo y de su Madre. El testimonio cristiano de las obras –del amor con obras– es, junto con la palabra evangelizadora, la más imponente fuerza apostólica con que cuenta la Iglesia en el desarrollo de su misión.
149c "María, a quienes se acercan a Ella y contemplan su vida, les hace siempre el inmenso favor de llevarlos a la Cruz, de ponerlos frente a frente al ejemplo del Hijo de Dios".– Una vez más retorna el pensamiento del autor al gran principio teológico y espiritual sobre el que ha girado toda la homilía, "Por María hacia Jesús", considerado ahora desde la angulación que ofrece la perspectiva más perfecta y penetrante: por María, hacia Jesús en la Cruz. En el misterio de la Cruz, es decir, en el misterio de Cristo enclavado en el Madero, se desvela plenamente el amor de Dios y el sentido de la existencia cristiana. San Josemaría deja aquí señalado un principio básico de progreso en la vida espiritual: la inexcusable necesidad de abrazar con Cristo la Cruz, es decir, de amar en todo la voluntad del Padre. "Hemos de persuadirnos de que para imitar a Cristo, para ser buenos discípulos suyos, es preciso que abracemos su consejo: si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y me siga (Mt 16, 24)" (Amigos de Dios, 216c).
150a "Hoy, fiesta del Corpus Christi, meditamos juntos la profundidad del amor del Señor, que le ha llevado a quedarse oculto bajo las especies sacramentales".– Así como la homilía del Jueves Santo (La Eucaristía, misterio de fe y de amor) ha sido desarrollada en torno a la dimensión sacrificial del Sacramento eucarístico, la que ahora consideramos tiene por objeto la contemplación del misterio de la Presencia real de Jesucristo bajo las especies sacramentales. Se trata de dos textos complementarios, que ofrecen en conjunto un amplio testimonio de la doctrina eucarística del autor.
150b divino mensaje corr autógr ] mensaje divino penúlt redac 1§2.
"El sembrador divino arroja también ahora su semilla".– La sugestiva imagen evangélica del sembrador arrojando a voleo la semilla, como metáfora –nacida de los labios de Cristo– acerca de la acción configuradora y santificadora de la Palabra divina en el alma humana, y en definitiva acerca de la voluntad salvífica de Dios, resultaba muy atractiva para san Josemaría. La hemos encontrado ya en párrafos anteriores (cfr. 3d y 123d), pero son los presentes pasajes los que desarrollan más ampliamente su sentido espiritual apostólico, desde una penetrante lectura cristológica y eucarística.
"Nos pide que, siendo ciudadanos de la sociedad eclesial y de la civil, al desempeñar con fidelidad nuestros deberes, cada uno sea otro Cristo, santificando el trabajo profesional y las obligaciones del propio estado".– El entero 150b puede ser considerado como una síntesis de la doctrina espiritual de san Josemaría, cuyas nociones fundamentales (vocación a la santidad, compromiso apostólico, secularidad, eclesialidad, deberes cotidianos, etc.) están implicadas en esas pocas frases. La última, más en concreto, resume magistralmente lo esencial de ese espíritu.
150c "La vida y el comportamiento de los que sirven a Dios han cambiado la historia, e incluso muchos de los que no conocen al Señor se mueven –sin saberlo quizá– por ideales nacidos del cristianismo".– En la entraña de la visión cristiana del hombre existe, como grabada a fuego, una persuasión de la que, indirectamente, se está haciendo eco en este párrafo san Josemaría. Podría ser expresada así: la persona humana, creada para conocer y amar a Dios, anhela alcanzar cuanto nos ha sido ya revelado y dado en Cristo. Y cuando llega a conocerle, halla en Él también la culminación de la propia verdad, por lo que resulta coherente su entrega a ese ideal. En el encuentro y seguimiento personal de Cristo se afirman y fortalecen en el espíritu humano unas convicciones –de perfección humana y de destino eterno en Dios–, que eran, por expresarlo de algún modo, preculturales, en el sentido de que están previamente radicadas en la misma naturaleza del hombre, creado a imagen de Dios. Tales convicciones, convertidas en fuente de vida y de comportamiento, son, al mismo tiempo, promotoras de una cultura universalmente válida, en cuanto que propagan una visión trascendente de la persona. En ese sentido, como nos sugiere el autor, influyen positivamente en todas las culturas, es decir, en el desarrollo de la historia. El testimonio más fehaciente es la propia historia universal. Aunque todavía no haya sido expuesto en la homilía, hay en todo este planteamiento –es decir, en la concepción antropológica cristiana– una profunda raíz cristocéntrica y eucarística, que será desvelada paulatinamente.
150d Vemos corr autógr ] Pero vemos penúlt redac 1§4.
"Algunos hombres se empeñan inútilmente en aherrojar la voz de Dios, impidiendo su difusión con la fuerza bruta o con un arma menos ruidosa, pero quizá más cruel, porque insensibiliza al espíritu: la indiferencia".– También en este punto el mejor testimonio es el que ofrece la historia. El autor no está haciendo consideraciones genéricas, sino que se está dirigiendo a personas reales (los lectores del texto), en un tiempo preciso, conociendo bien las luces y las sombras que se cernían sobre el pueblo de Dios. Cuando era redactada esta homilía (en 1972), las dos fuerzas aquí mencionadas de oposición a la fe cristiana, y, por tanto, a su correspondiente visión del hombre y a los principios morales coherentes con ambas, desplegaban con violencia sus armas. El ateísmo de Estado de los regímenes marxistas perseguía con extremo rigor la libertad de las conciencias, mientras se extendía a la vez por las sociedades occidentales, con la complicidad de algunas posturas filosóficas y teológicas, un triste indiferentismo religioso, crítico con la norma y la praxis moral católicas, y acomodaticio con la menguante práctica sacramental. El nervio de la exhortación de san Josemaría responde al convencimiento –constante en la Iglesia, en todas las situaciones– de que, en lo personal y en lo institucional, es preciso volver siempre a Cristo en la Eucaristía, para "recomenzar" desde Él. Basta leer el comienzo del párrafo siguiente para comprenderlo.
151a "Me gustaría que, al considerar todo eso, tomáramos conciencia de nuestra misión de cristianos, volviéramos los ojos hacia la Sagrada Eucaristía".– Volver los ojos hacia la Sagrada Eucaristía, significa retornar con fe –con los ojos de la fe, que alimentan la inteligencia cristiana– al único fundamento, que es Cristo realmente presente en el Sacramento. San Josemaría está recordando al lector el gran presupuesto doctrinal de la Iglesia de todos los tiempos, desde los Apóstoles: en la vida cristiana todo comienza y termina en la unión personal con Jesucristo Eucaristía ("Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada", Jn 15, 5; "¿A quién iremos?, Señor. Tú tienes palabras de vida eterna", Jn 6, 68). Es preciso "volver los ojos" a la Eucaristía, reencender la fe, reavivar el conocimiento de fe: "Agiganta tu fe en la Sagrada Eucaristía. –¡Pásmate ante esa realidad inefable!: tenemos a Dios con nosotros, podemos recibirle cada día y, si queremos, hablamos íntimamente con Él, como se habla con el amigo, como se habla con el hermano, como se habla con el padre, como se habla con el Amor" (Forja, 268).
"Jesús es simultáneamente el sembrador, la semilla y el fruto de la siembra: el Pan de vida eterna".– Esta pequeña frase, que fue ya destacada antes –al hablar del hilo conductor de la homilía–, constituye a mi entender, en cuanto a la forma y al fondo, y sin sacarla de su contexto, uno de los hallazgos teológicos y literarios del libro. Su exégesis viene dada en los párrafos sucesivos de la homilía.
151b "Este milagro, continuamente renovado, de la Sagrada Eucaristía, tiene todas las características de la manera de actuar de Jesús".– Aluden estas palabras al amor con obras e incondicionado que caracteriza la existencia de Cristo, al que se podría denominar principio rector de su actuación: "El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos" (Mt 20, 28).
"Así espera nuestro amor, desde hace casi dos mil años".– La referencia estimulante a la espera amorosa de Cristo en la Eucaristía desde hace "dos mil años" o "veinte siglos", es muy querida por san Josemaría, que la emplea en distintas ocasiones, queriendo alentar a corresponder a ese amor. Vuelve a aparecer en el párrafo siguiente, 151c. Otros ejemplos: "Cuando te acercas al Sagrario piensa que ¡Él!… te espera desde hace veinte siglos" (Camino, 537). "Me gusta llamar ¡cárcel de amor! al Sagrario. –Desde hace veinte siglos, está Él ahí… ¡voluntariamente encerrado!, por mí, y por todos" (Forja, 827).
151c "Viene a mi memoria una encantadora poesía gallega, una de esas Cantigas de Alfonso X el Sabio".– Las "Cantigas de Alfonso X el Sabio" o "Cantigas de Santa María" son un conjunto de composiciones poéticas y musicales, de mediados del siglo XIII, en honor de la Virgen. Un buen número se atribuyen al Rey sabio. Se conservan cuatro códices que las contienen (dos en El Escorial –los más completos–, un tercero en la Biblioteca Nacional de Madrid y el cuarto en la Biblioteca de Florencia). Cfr., por ejemplo, J. Filgueira Valverde, Cantigas de Santa María: códice Rico de El Escorial, Ms. escurialense T.I.1, Castalia, Madrid 1985.
152b otro tiempo corr autógr ] tiempo nuevo penúlt redac 3§3 || terminado corr autógr ] pasado penúlt redac 3§3.
"Es el júbilo cristiano, que canta la llegada de otro tiempo".– El himno eucarístico citado a continuación, Lauda Sion Salvatorem, fue compuesto por santo Tomás de Aquino en 1264, a petición del Papa Urbano IV, con motivo del establecimiento de la fiesta del Corpus Christi. Es proclamado, desde entonces, en la liturgia de ese día, antes del Evangelio. Santo Tomás, que ha dejado altos testimonios de teología y de piedad eucarísticas, escribió también por entonces otros conocidos himnos en honor de Jesús Sacramentado, como, por ejemplo, Sacris solemniis (citado también en la homilía), Adoro Te devote y Pange lingua. (Nota del editor: En la nt. 10 de la homilía se ha venido repitiendo una errata –solemnis en lugar de solemniis– que en esta edición queda corregida).
152d "Lo viejo ha pasado: dejemos aparte todo lo caduco; sea todo nuevo para nosotros".– El himno Sacris solemniis, citado a continuación, compuesto, como ya se ha dicho, por sto. Tomás de Aquino, continúa siendo utilizado en la Liturgia de las Horas, como Himno del Oficio de Lecturas en la fiesta del Corpus Christi.
152e "Ésta es la Buena Nueva".– Las ideas recogidas en este párrafo y en los anteriores, escritas al hilo de los himnos citados, son testimonio de la perenne doctrina eucarística de la Iglesia, que a su vez se funda en las palabras pronunciadas por Jesucristo en el discurso del Pan de vida (cfr. Jn 6, 32-58) y en el de la institución de la Eucaristía (cfr. Mt 26, 27-28). Expresan convicciones de fe que confiesan la novedad imperecedera que introduce en el mundo el Cristo eucarístico (novedad de alianza con Dios, novedad de vida), y la anticipación de la eterna comunión con la Trinidad Santísima que nos procura. La novedad que viene de Dios pide una respuesta de renovación por parte del hombre. "Lo viejo ha pasado: dejemos aparte lo caduco", hemos leído (151d). Es un cierto leitmotiv del texto que viene a continuación. En el fondo está también latiendo la doctrina paulina sobre el "hombre nuevo", revestido a imagen de Cristo (cfr. Ef 2, 15 y Ef 4, 24; Col 3, 10), aunque en Pablo la doctrina haga referencia más bien a la novedad bautismal que a la eucarística.
153 "Tratar a Jesús en la Palabra y en el Pan".– El uso reiterado en este libro del verbo "tratar", en el sentido de relacionarse, comunicarse, frecuentarse, etc., aplicado a la relación entre el cristiano y Dios, es indicativo de la concepción de la vida espiritual, efectivamente relacional, de persona a persona, completamente alejada del anonimato, que enseña san Josemaría ["Tú –como todos los hijos de Dios– necesitas también de la oración personal: de esa intimidad, de ese trato directo con Nuestro Señor –diálogo de dos, cara a cara–, sin esconderte en el anonimato" (Forja, 534)]. Tomando como ejemplo solamente los ladillos insertados en el texto, además del amplio parágrafo que ahora consideramos ("Tratar a Jesús en la Palabra y en el Pan", 153-154), encontramos, por ejemplo: "El trato de José con Jesús" (54-56); "Tratar a Jesucristo" (92-94); "Tratar con Jesucristo en el Pan y en la Palabra" (118-119). No sólo eso, sino que también se leen en el libro expresiones como: "Tratar a Cristo, en la Palabra y en el Pan, en la Eucaristía y en la Oración" (116d); "Trato de Jesús con los que se cruzaron con Él" (cfr. 107d); "Trato de Jesús con los Doce" (108). Ese sentido de relación personal, de amistad con Jesucristo, se completa con el mismo uso del verbo "tratar", para referirse a la relación con Dios como Padre, frecuentemente mencionada. El mismo sentido tienen las expresiones: "Trato con la Trinidad Beatísima" (cfr. 86a, 91e, 136a); "Tratar al Espíritu Santo" (134-138); "Tratar a María" (142).
153a "Jesús se esconde en el Santísimo Sacramento del altar, para que nos atrevamos a tratarle".– Gusta el autor de acudir a ese verbo "esconderse", para significar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía (cfr. Camino, 538; Amigos de Dios, 249a). En el Sacramento contempla a Jesús escondido, oculto, invisible, velado por amor. Se adivina en esa terminología un eco de la tradición hímnica eucarística, antes mencionada, y más en concreto del: "latens deitas, quae sub his figuris vere latitas" (Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias), de la primera estrofa del Adoro Te devote. Más en general, san Josemaría, amante contemplativo de la Humanidad Santísima de Jesucristo, medita con frecuencia la escondida presencia del Verbo divino en esa naturaleza humana, ya en Belén, más expresamente en Nazaret y en la Cruz, y máximamente –como ahora estamos viendo– en la Eucaristía (cfr. también Camino, 533). De la contemplación de ese "escondimiento" de Cristo procede también –por vías que ahora no es posible detallar– el lema que el fundador tuvo siempre como norma ordinaria de su conducta: "ocultarme y desaparecer". Pocas semanas antes de su fallecimiento, refiriéndose a sus Bodas de Oro sacerdotales, que se conmemoraron el 28 de marzo de 1975, escribía estas palabras: "No quiero que se prepare ninguna solemnidad, porque deseo pasar este jubileo de acuerdo con la norma ordinaria de mi conducta de siempre: ocultarme y desaparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca" (cfr. A. de Fuenmayor [et al.], El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, cit., 63, nt. 23).
153b "Cuando nos reunimos ante el altar mientras se celebra el Santo Sacrificio de la Misa (…) debemos reavivar nuestra fe …".– Ante el Dios escondido en la Eucaristía, los sentidos de poco nos sirven: sólo la fe permite al hombre arrodillarse ante el Misterio y adorar. Así lo repetirá santo Tomás de Aquino, y con él toda la tradición, de la que se está haciendo eco san Josemaría. Una estrofa del Adoro Te devote, canta: "Visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur; credo quidquid dixit Dei Filius: nil hoc verbo veritatis verius" (Al juzgar de ti se equivocan la vista, el tacto, el gusto, pero basta con el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; nada es más verdadero que esta palabra de verdad). Así mismo, en el Tantum ergo, se dice: "Praestet fides supplementum sensuum defectui" (Que la fe supla el defecto de los sentidos).
153d los accidentes corr autógr ] las formas penúlt redac 4§5.
"Es toda nuestra fe la que se pone en acto…".– La afirmación que hace el autor al decir que "toda nuestra fe se pone en acto" cuando creemos en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, es muy acertada. La identidad y la cultura católicas, en efecto, han estado siempre profundamente marcadas por la fe y la devoción al Santísimo Sacramento. La Eucaristía fue, sin lugar a dudas, el signo central de la cultura tardo-medieval (siglos XII-XV) (cfr. M. Rubin, Corpus Christi. The Eucarist in Late Medieval Culture, Cambridge University Press, Cambridge 1991), y algo semejante puede afirmarse desde el siglo XV en adelante. La devoción a la Eucaristía y el culto eucarístico constituyen el signo más característico de la cultura católica del segundo milenio. Es lógico que sea así. Como ha puesto de relieve el magisterio contemporáneo (como siempre, nos referimos al que más ha conocido san Josemaría), la Eucaristía representa la presencia salvífica de Cristo en la Iglesia, es el centro de la vida sacramental, construye la Iglesia, es fuente de vida y santidad, ahí descubre la Iglesia su misterio. La conciencia católica permanece ligada indisolublemente a la fe eucarística y a la participación en la Santa Misa. Son incontables los católicos que rinden cotidianamente un culto sincero y agradecido al Señor expuesto en la Custodia o escondido en el Tabernáculo. En las palabras de san Josemaría a lo largo de esta homilía están latiendo, principalmente, las enseñanzas de la Sesión XIII del Concilio de Trento (Decreto y cánones sobre la Santísima Eucaristía), así como las del Pablo VI en la Enc. Mysterium fidei [3-IX-1965: AAS 57 (1965) 755-766], y las de las Constituciones conciliares del Vaticano II Sacrosanctum Concilium y Lumen gentium.
" … creemos en Jesús, en su presencia real bajo los accidentes del pan y del vino".– La fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía fue sostenida sin obstáculos en la Iglesia desde los tiempos apostólicos y durante todo el primer milenio. Las primeras dificultades doctrinales en contra de esa verdad de fe, y también los primeros problemas en relación con la cuestión teológica del modo de presencia, aparecen sólo a comienzos del segundo milenio, y será también entonces cuando llegarán, para combatir los errores, las declaraciones y definiciones del magisterio eclesiástico. Han quedado en la memoria histórica las disputas, que ya a finales del siglo IX se establecen entre Pascasio Radberto, defensor de la doctrina católica, y sus contradictores, como Ratramnus; así como también las mantenidas desde mediados del siglo XI entre Berengario de Tours –el primer opositor y hereje contra la presencia real– y Lanfranco de Bec. La doctrina de la transustanciación, como modo teológico de expresar la fe en la presencia real, se fue desarrollando a lo largo de los siglos XI-XIII, gracias a teólogos de la talla de Ruperto de Deutz, Hugo de san Víctor, san Alberto Magno, san Buenaventura, santo Tomás de Aquino, etc. Fue definida dogmáticamente en el Concilio IV de Letrán, de 1215 (cfr. Decr. Firmiter, cap. 1. "De fide católica", DzH 802). Tras los errores de Zwinglio y Calvino, el Concilio de Trento, en su sesión XIII (1551) desarrolló ampliamente la doctrina de fe católica y definió solemnemente que: a) en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera (contra los errores de Zwinglio), real (contra los errores de Oecolampadio) y sustancialmente (contra los errores de Calvino) el cuerpo y la sangre juntamente con el alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por consecuencia todo Cristo; y, b) que esa admirable y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo, y de toda la sustancia del vino en su sangre, permaneciendo solamente los accidentes de pan y vino, se llama con toda propiedad transustanciación. Esa doctrina de fe ha sido reiterada constantemente por el magisterio eclesiástico.
154a "Y entiendo muy bien que, a lo largo de los siglos, las sucesivas generaciones de fieles hayan ido concretando esa piedad eucarística".– Es oportuno recordar algunos datos históricos al respecto. Tras las disputas antes mencionadas en los primeros compases del segundo milenio, y las enseñanzas del Concilio IV de Letrán, así como de otros sínodos eclesiásticos menores, ya en el siglo XIII se desarrolla una importante tarea de formación del clero y del pueblo cristiano acerca de la participación en la comunión, y en la confesión sacramental como condición para comulgar. Todo esto significó un intenso crecimiento de la devoción eucarística, acentuada incluso con particular fuerza (en los siglos XIII-XIV) por los numerosos e importantes milagros relacionados con la presencia real de Jesucristo en el sacramento eucarístico (Bolsena, Daroca, Santarem, etc.). En 1246, establecida por el obispo Roberto de Turotte, se comienza a celebrar en la diócesis de Lieja la fiesta del Corpus Christi, en el jueves siguiente al domingo de la Santísima Trinidad ("feria quinta proxima post octavas Trinitatis"), que alcanzó en seguida un amplio desarrollo impulsada principalmente por los dominicos. Las manifestaciones de piedad eucarística pública y privada siguen creciendo impetuosamente por toda la Iglesia en los años siguientes. En 1264, el Papa Urbano IV, por medio de la Bula Transiturus (cfr. DzH 846 ss.), establece que la fiesta se celebre universalmente. Sto. Tomás de Aquino, que entonces era teólogo en la Corte papal en Orvieto, elaboró, como ya hemos señalado, los textos litúrgicos de la fiesta (tanto la Liturgia de las Horas, como el propio de la Misa con los cantos). La fiesta quedó definitivamente (canónicamente) establecida en los primeros años del siglo XIV en Avignon. Durante el siglo XIV, principalmente –pero también, lógicamente en los siglos posteriores– la celebración de la fiesta del Corpus Christi se extiende a todas las manifestaciones de la vida cristiana (predicación, hermandades, representaciones teatrales, pintura, etc.). Tras la fractura de la unidad de la Iglesia, con motivo de la reforma protestante, todas esas realidades de fe y de piedad se conservaron en la Iglesia católica, pero no sólo como una rica tradición de culto litúrgico eucarístico, sino también como signo de cultura y de identidad católicas. En el tiempo en que escribía el autor estas páginas, como consecuencia quizás de una mala intelección y aplicación de la doctrina conciliar, se dio en algunos lugares una cierta pérdida de toda esa rica tradición de piedad y culto eucarístico: fueron años de especial sufrimiento para san Josemaría.
154b "Ante todo, hemos de amar la Santa Misa que debe ser el centro de nuestro día".– Ya se ha visto anteriormente, que la Misa era considerada por el autor como "centro y raíz de la vida cristiana" (cfr. supra, 87a). Con una expresión semejante, aunque desde otro punto de vista, la denomina aquí: "centro de nuestro día". Esa formula deja entrever una de sus prácticas espirituales más características, pues tenía la costumbre de dividir la jornada en dos partes: la anterior y la posterior a la celebración del Santo Sacrificio. Álvaro del Portillo, lo narra así: "Terminada la lectura del correo, rezaba el Angelus al mediodía. Constituía un momento importante de su jornada, porque además de ser una conversación filial con la Virgen, marcaba el tiempo en que su devoción eucarística cambiaba de signo: hasta entonces había pasado la mañana dando gracias a Dios por la Misa que había celebrado; a partir del Angelus comenzaba a prepararse para la Misa que celebraría al día siguiente" (Á. del Portillo, Entrevista sobre el Fundador del Opus Dei, cit., 54).
154c "Os diré que para mí el Sagrario ha sido siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo".– La denominación del Sagrario como "Betania", en recuerdo de aquel hogar de amigos del Señor, donde era siempre recibido con amor y alegría, es muy antigua en el lenguaje espiritual de san Josemaría. Aparece ya en Camino, n. 322, que explica también la razón de esa identificación: "Es verdad que a nuestro Sagrario le llamo siempre Betania… –Hazte amigo de los amigos del Maestro: Lázaro, Marta, María. –Y después ya no me preguntarás por qué llamo Betania a nuestro Sagrario". Era una imagen que utilizaba también en su predicación. Un ejemplo entre tantos es el siguiente apunte, tomado por uno de los oyentes de una meditación predicada por san Josemaría en Valencia, el 6-XI-1940: «Erat autem quidam languens Lazarus a Bethania, de castello Mariae et Marthae sororis eius. ¡Qué alegría al contemplar a Jesús en Betania! ¡Amigo de Lázaro, Marta y María! Allí va a reparar sus fuerzas cuando se ha cansado. Allí tenía Jesús su hogar. Allí hay almas que le aprecian. ¡Hay almas que se acercan al Sagrario y, para ellas, aquello es Betania. ¡Ojalá lo sea para ti! Betania es confidencia, calor de hogar, intimidad. Amigos predilectos de Jesús. Lo es tuyo» (cfr. AGP, sec A.4, leg. 100, carp. 1, exp. 18).
" … una ocasión más de dejar que el alma se escape para estar con el deseo junto al Señor Sacramentado".– Recoge esta frase una enseñanza habitual del autor, que era también, ante todo, una práctica espiritual propia, en la que se unen la lucha personal por vivir durante el día la presencia de Dios y el amor agradecido al Señor por su Presencia eucarística. Dejó constancia de esa costumbre personal en sus Apuntes íntimos (n. 532, de 1-I-1932; y n. 565, de 14-I-1932), que luego quiso incluir –para ayudar a otros– en Camino, 269 ("No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. –Él te espera. No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de rezar a María Inmaculada una jaculatoria siquiera cuando pases junto a los lugares donde sabes que se ofende a Cristo"), y 270 ("¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro Sagrario!?").
155b "Todo lo caduco, lo dañoso y lo que no sirve –el desánimo, la desconfianza, la tristeza, la cobardía– todo eso ha de ser echado fuera".– Esas cuatro formas de conducta –y otras análogas–, en cuanto consideradas en un contexto cristiano, son manifestación patente de falta de esperanza sobrenatural, y en consecuencia, ejemplo palmario de "lo que no sirve" y "ha de ser echado fuera". Palpita en todo el libro una insistente llamada a vivir de fe y esperanza, con la certeza de la cercanía de Cristo Resucitado –especialmente realizada y significada en su Presencia eucarística–, y con un vivo sentido de misión apostólica. Tal llamada es intemporal y, por tanto, permanente, pero aquí está siendo también recordada por el autor en una época concreta, en la que no pocos creyentes se sentían abocados a la desesperanza. La esperanza en Cristo, en su donación eucarística, es perenne fuente de paz y de renovación tanto para el cristiano individual como para la Iglesia en su conjunto.
156a "En esta fiesta, en ciudades de una parte y otra de la tierra, los cristianos acompañan en procesión al Señor, que escondido en la Hostia recorre las calles y plazas".– Desde la instauración de la fiesta del Corpus Christi, en los más diversos lugares del orbe católico y merced al impulso de respectivos sínodos provinciales, se fueron disponiendo y organizando las procesiones eucarísticas solemnes, que recorrían las calles de las ciudades con acompañamiento del pueblo y del clero. El primero de esos sínodos fue el de Sens, en 1320; luego vinieron los de Paris (1323), Milán (1326), etc. Las procesiones se extendieron por muchas ciudades de Europa; en Roma existe desde 1350. En los siglos XV y XVI se celebran también en numerosas ciudades de España. La procesión del Corpus Christi, siempre considerada la procesión por excelencia en la Iglesia católica, tras un periodo durante el cual –en los años 60 y 70 del siglo pasado, y a consecuencia de las dificultades doctrinales y pastorales de aquellos tiempos– cayó en desuso en algunos lugares, ha ido de nuevo refloreciendo por todo el mundo a partir del pontificado de Juan Pablo II.
156c "Ese pasar de Jesús nos trae a la memoria que debemos descubrirlo también en nuestro quehacer ordinario".– El pasar del Santísimo Sacramento por las calles de la ciudad durante la procesión del Corpus, es puesto en relación, en la frase que anotamos y en las siguientes, con ese otro pasar de Cristo entre los hombres a través del cristiano –alter Christus– que da título al libro. ¡Cómo reluce en estas líneas –en la referencia al "quehacer ordinario", a esa "procesión, callada y sencilla, de la vida corriente"– la novedad y el nervio del espíritu fundacional de san Josemaría! De manera semejante a lo señalado al anotar otros pasajes del libro, también cabe ver en éste una cierta síntesis del conjunto.
156d "Vamos, pues, a pedir al Señor que nos conceda ser almas de Eucaristía…".– Se entrecruzan en este pasaje dos fórmulas propias y características del lenguaje teológico-espiritual del fundador del Opus Dei, altamente representativas de su doctrina: "almas de Eucaristía" y "poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas"; vuelve a ser citado también el texto de Jn 12, 32, siempre presente en su memoria. Hemos encontrado ya esos tres puntos en otros lugares, y nos remitimos a lo allí indicado. Cfr., para "almas de Eucaristía": 119d; para "poner a Cristo en la cumbre": 105a; sobre Jn 12, 32: 14d, 38c, 105a. Volveremos sobre los dos últimos puntos al anotar los nn. 182-183.
157a "Cristo aprieta el trigo en sus manos llagadas, lo empapa con su sangre, lo limpia, lo purifica y lo arroja en el surco, que es el mundo".– Como ha venido haciendo desde el inicio, san Josemaría, con la luz de su espíritu fundacional, continúa meditando la parábola del sembrador, y ofreciéndonos una lectura singular y profunda, hondamente eucarística, del sentido espiritual del texto. La mano llagada del Resucitado empapa y purifica con su Sangre la semilla –el fiel cristiano–, que es lanzada luego a voleo, al surco de la vida cotidiana, para alcanzar con Él el fruto de la redención. Los parágrafos 157a-b nos sitúan en el centro mismo de esta sugestiva interpretación del pasaje bíblico, que llena de luz cristológica y eucarística la vocación-misión del fiel corriente. Cfr. supra, 3d, y 150b, donde ya se ha hecho referencia a esta cuestión.
157c "No perdamos nunca de vista que no hay fruto, si antes no hay siembra: es preciso –por tanto– esparcir generosamente la Palabra de Dios, hacer que los hombres conozcan a Cristo y que, conociéndole, tengan hambre de Él".– "Ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien Tú has enviado" (Jn 17, 3). Como un reflejo de esta enseñanza de Cristo, reluce en el fondo de la visión cristiana del hombre la segura convicción de que "bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes, que tienen su último fundamento en Cristo, quien existe ayer, hoy y para siempre" (Gaudium et spes, 10), y de que sólo en Él se esclarece plenamente el misterio del hombre (cfr. Gaudium et spes, 22). San Josemaría, como ya predicaba desde los comienzos del Opus Dei, subraya, en cierto modo, en estas líneas esa antropología cristocéntrica, que no es tanto teoría teológica cuanto instrumento intelectual de extraordinaria fuerza apostólica. Quien da a conocer a Cristo, da también a conocer al hombre, y facilita a todos la respuesta revelada acerca de los ideales profundos que anidan en el corazón y en la inteligencia de toda persona: "esas hambres que se advierten en el pueblo: de verdad, de justicia, de unidad y de paz", que son añoranza de Dios, del destino eterno, de la ley antigua y nueva del amor. Cristo es la Palabra única y definitiva del Padre. En Él, en ese Cristo Eucaristía, que nos está haciendo contemplar el autor, está "la clave, el centro y el fin de toda la historia humana" (Gaudium et spes, 10), y de cada existencia humana individual.
158a "No se nos puede ocultar que resta mucho por hacer".– En la obra de la redención, que se continúa desarrollando en el tiempo, aunque mirando hacia atrás todo estuviera ya hecho, al contemplar el presente y el futuro "resta mucho por hacer". En cierto modo, queda todo, pues –habiendo sido completada por el Redentor– hay que hacer eficaz su fruto en las almas a lo largo de la historia. Cristo invita a rogar al Padre que envíe trabajadores, y quien eleve a Dios ahora ese ruego, si es sincero consigo mismo, caerá en la cuenta de que él es uno de los trabajadores enviados. Este es el mensaje y la sugerencia del autor: "En la historia, en el tiempo, se edifica el Reino de Dios. El Señor nos ha confiado a todos esa tarea, y ninguno puede sentirse eximido" (158b). Contemplando a Cristo en la Eucaristía (Él, además del sembrador, es la semilla y el fruto de la siembra), exhorta san Josemaría a los lectores a descubrir el nervio apostólico de su vocación cristiana: no cabe quedarse mirando lo ya alcanzado, "la jornada continúa".
158c "El que no labra el terreno de Dios, el que no es fiel a la misión divina de entregarse a los demás, ayudándoles a conocer a Cristo, difícilmente logrará entender lo que es el Pan eucarístico".– En el párrafo anterior (158b) ya estaba incoado el razonamiento que ahora, si es leído atentamente, deslumbra. El misterio del Pan eucarístico contiene una clave que, una vez descubierta, permite entrar más y más hondamente en lo que, al mismo tiempo, revela y esconde. La clave está impresa en la condición misma de la vocación cristiana: quien la asume con sinceridad y pone generosamente en práctica su dimensión de entrega a los demás (a la salvación de los demás), es decir, quien de verdad se decide a "recorrer el camino de Jesús", halla siempre abierta la vía que le conduce a la Sagrada Eucaristía, y a encontrarse sumergido en su misterio de donación, de conocimiento y de amor. La teología de la vocación cristiana se nutre, en el pensamiento de san Josemaría, de una profunda raíz eucarística.
158d "Si amamos con el corazón de Cristo aprenderemos a servir, y defenderemos la verdad claramente y con amor".– En el misterio eucarístico está compendiado el misterio mismo de Cristo, porque la Eucaristía es la manifestación máxima del Amor de Dios. Sigue san Josemaría ayudándonos a contemplar el misterio del Pan eucarístico y del camino –que se resume en amar– para sumergirse más profundamente en ese inmenso don. Digna de ser notada, entre las otras llamadas a amar sirviendo que encontramos en el texto, es la referencia a la verdad –que quizás para algunos podría resultar inesperada–, o mejor aún, al amor a la verdad: "Si amamos con el corazón de Cristo (…) defenderemos la verdad claramente y con amor". Se recuerda aquí un elemento central de la concepción cristiana del hombre, siempre iluminada por la luz de Cristo, Verdad misma de Dios en cuanto Verbo divino y Verdad plena del hombre en cuanto Verbo encarnado. El amor a la verdad (respecto a Dios y a nosotros mismos, a la propia conciencia) manifiesta un aspecto esencial de la identidad cristiana.
"Sólo reproduciendo en nosotros esa Vida de Cristo, podremos trasmitirla a los demás; sólo experimentando la muerte del grano de trigo, podremos trabajar en las entrañas de la tierra, transformarla desde dentro, hacerla fecunda".– Resulta obvio que la expresión "las entrañas de la tierra" no se emplea aquí simplemente como imagen del surco en el que cae la semilla, sino que –desde la doctrina espiritual del autor– quiere ser metáfora de la presencia del cristiano en el seno de la sociedad, como un ciudadano más entre sus iguales y siempre, al mismo tiempo, como alter Christus, ipse Christus.
159a "Os he hablado de renovar la fe y la esperanza; permaneced firmes, con la seguridad absoluta de que nuestras ilusiones se verán colmadas por las maravillas de Dios".– El lector ha podido comprobar que la esperanza sobrenatural ha sido ya mencionada en el libro en numerosas ocasiones. En muchas, va acompañada de las otras dos virtudes teologales, pero también se trae a colación ex profeso, en otros momentos. Constituye, sin duda, un signo de este libro, que eleva permanentemente el tiro hacia la alegría y el optimismo cristianos, hacia la confianza y abandono en Dios, hacia el horizonte de la renovación en Cristo. La Eucaristía, centro de la fe y del amor de los cristianos, es también el máximo reclamo a la esperanza en Dios, que Él mismo nos dirige.
159c sino para add corr autógr ] sino penúlt redac 10§2.
160a "Ante cualquier dificultad, ésta es la panacea: santidad personal, entrega al Señor".– La doctrina eucarística desarrollada en los números anteriores, desemboca finalmente en algunas consecuencias espirituales y ascéticas, referidas a la lucha por la santidad. Con un trasfondo de fe y esperanza en Cristo Sacramentado ("La medicina está siempre cerca: es Cristo Jesús, presente en la Sagrada Eucaristía", 160b), insiste san Josemaría en el optimismo, que ha de informar la vida cristiana. El razonamiento se muestra diáfano: "Jesús permanece siempre junto a nosotros, y se comporta siempre como quien es" (160c).
160d "Desde el comienzo de mi predicación, os he prevenido contra un falso endiosamiento".– Sobre la noción de "endiosamiento", cfr. supra, n. 103a.
160e "Si sentís decaimiento, al experimentar –quizá de un modo particularmente vivo– la propia mezquindad, es el momento de abandonarse por completo, con docilidad en las manos de Dios".– El abandono en Dios, en la Providencia divina, en Cristo, en la Virgen, etc., representa una cualidad propia de la vida espiritual del cristiano, conocedor de la inmensa misericordia paterna de Dios y –como recoge el texto– de la "pobre miseria personal" (160d). San Josemaría lo pone aquí en relación con la infinita magnanimidad divina, manifestada en su voluntad de hacernos partícipes de su propia vida. En otros textos, y de manera particular en Camino, el abandono en Dios, epítome de la perfección cristiana, se reviste de todas sus características: un abandono filial, mariano, eucarístico, de vida de infancia, lleno de docilidad y de confianza, etc. (cfr. nn. 113, 498, 766, 767, 768, 853, 864, 871). Como ha escrito P. Rodríguez en la edición crítico-histórica de Camino (cfr. comentario al n. 766): "La doctrina del «abandono» en las manos de Dios, dimensión fundamental de la vida de infancia, por otra parte tan presente en la Escuela francesa del XVII (san Francisco de Sales, Bérulle, etc.), llena los Cuadernos de Apuntes íntimos y consecuentemente las páginas de Camino. En el abandono está una gran batalla personal de Josemaría Escrivá en su trato con Dios: abandonarse… o no abandonarse en el Señor, con efectos claros en la vida interior. Escribía en 1932: «Por haber vuelto al abandono, he recibido, del Espíritu Santo, luces en el entendimiento y vigor en la voluntad» (Cuaderno VI, nº 879, 25-XI-1932.). En el autor, como digo, el tema del abandono está íntimamente unido a la praxis de su vida de infancia. Vid por ej p/853, 864, 871".
161a "Cristo se va a hacer realmente presente en la Hostia, con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad".– Como un explícito acto de fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, y para confesar también su fe en la perfecta humanidad y perfecta divinidad del Verbo encarnado, san Josemaría repetía con asiduidad esta secuencia eucarística tradicional: Cuerpo, Sangre, Alma, Divinidad. El Concilio de Trento, en su Sesión XIII, en el Decreto sobre el santísimo sacramento de la Eucaristía, cap. III, enseña: "Siempre ha subsistido en la Iglesia de Dios esta fe, de que inmediatamente después de la consagración, existe bajo las especies de pan y vino el verdadero cuerpo de nuestro Señor, y su verdadera sangre, juntamente con su alma y divinidad: el cuerpo por cierto bajo la especie de pan, y la sangre bajo la especie de vino, en virtud de las palabras; mas el mismo cuerpo bajo la especie de vino, y la sangre bajo la de pan, y el alma bajo las dos, en fuerza de aquella natural conexión y concomitancia, por la que están unidas entre sí las partes de nuestro Señor Jesucristo, que ya resucitó de entre los muertos para no volver a morir; y la divinidad por aquella su admirable unión hipostática con el cuerpo y con el alma. Por esta causa es certísimo que se contiene tanto bajo cada una de las dos especies, como bajo de ambas juntas; pues existe Cristo todo, y entero bajo las especies de pan, y bajo cualquiera parte de esta especie: y todo también existe bajo la especie de vino y de sus partes". En su canon 1º, define el Concilio: "Si alguno negare, que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y substancialmente el cuerpo y la sangre juntamente con el alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y por consecuencia todo Cristo; sino por el contrario dijere, que solamente está en él como en señal o en figura, o virtualmente; sea excomulgado" (cfr. DzH 1640.1651). Como se aprecia en esos textos, la enseñanza conciliar gira en torno al significado de las expresiones: ex vi verborum y per concomitantiam. Por virtud de las palabras de la consagración (ex vi verborum), se hacen presentes el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como Él mismo estableció en la institución del sacramento. Por razón de concomitancia (per concomitantiam), se hace simultáneamente presente todo lo que es inseparable del Cuerpo y la Sangre de Cristo por razón de su perfecta naturaleza humana, es decir, su Alma; y todo lo que es inseparable de su Persona, por razón de su perfecta naturaleza divina, es decir, su Divinidad.
" … para no abandonarme si yo no me aparto de Él".– Tal como se lee aquí, la frase se encontraba ya así en la 1ª edición de Es Cristo que pasa; en otras ediciones, sin embargo, se lee: "si yo me aparto", pero parece un error.
162a "Dios Padre se ha dignado concedernos, en el Corazón de su Hijo, infinitos dilectionis thesauros, tesoros inagotables de amor, de misericordia, de cariño".– Cita el autor el texto de una antigua y hermosa oración que está recogida tanto en el Misal Romano promulgado por san Pío V como en el promulgado por Pablo VI, y que dice así: "Deus, qui nobis in Corde Filii tui, nostris vulnerato peccatis, infinitos dilectionis thesauros misericorditer largiri dignaris, concede, quaesumus, ut, illi devotum pietatis nostrae praestantes obsequium, dignae quoque satisfactionis exhibeamus officium" ("Dios nuestro, que te has dignado depositar misericordiosamente en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, infinitos tesoros de amor, concédenos que, al rendirle el devoto homenaje de nuestra piedad, logremos tributarle también una digna reparación").
162b "Y la fuente de todas las gracias es el amor que Dios nos tiene y que nos ha revelado".– Viene a la mente, al leer esta frase y las siguientes, el texto de Jn 3, 16: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna".
"Y el Verbo, la Palabra de Dios es Verbum spirans amorem, la Palabra de la que procede el Amor".– La cita exacta de santo Tomás es S.Th. I, q. 43, a. 5 ad 2. En ese lugar, el santo Doctor está refiriéndose al envío de las Personas del Hijo y del Espíritu Santo al alma por medio de la gracia, y a su presencia de inhabitación a través de los dones sobrenaturales, que asimilan las facultades espirituales del hombre (facultad de conocer o inteligencia y facultad de amar o voluntad) a lo propio de las Personas divinas. Por el don de entendimiento, la inteligencia del hombre es asimilada a lo propio del Verbo (y participa del conocimiento divino), e inseparablemente, por el don de caridad, la voluntad humana es asimilada a lo propio del Espíritu Santo (y participa del amor divino). La citación que hace san Josemaría no alude a ese trasfondo teológico, sino que se limita a recoger la frase mencionada ("Filius autem est verbum, non qualecumque, sed spirans amorem"), para subrayar mediante ella lo que viene diciendo: el Verbo Encarnado es revelación del amor de Dios por el hombre.
162c "El amor se nos revela en la Encarnación, en ese andar redentor de Jesucristo por nuestra tierra, hasta el sacrificio supremo de la Cruz".– Los dos versículos de Jn 19, citados a continuación en el párrafo, hacen hincapié en el hecho que quiere acentuar el autor: la plenitud del sacrificio de Cristo en la Cruz, por nosotros y por nuestra salvación, revela también la plenitud del amor de Dios por los hombres. El trasfondo trinitario continúa asimismo latente en el párrafo sucesivo (162d). Aunque san Josemaría no vaya a entrar en ese tipo de discurso, podemos suponer que está contemplando en el Amor del Padre y del Hijo, que se desvela máximamente en el sacrificio de la Cruz, una reveladora manifestación del misterio íntimo de Dios.
162d "Se ha presentado ante nosotros con un Corazón de carne, con un Corazón como el nuestro, que es prueba fehaciente de amor y testimonio constante del misterio inenarrable de la caridad divina".– Encontramos aquí una anticipación del que va a ser –con apoyo en toda la tradición teológica y espiritual– argumento dominante de la homilía. El amor humano de Cristo, ese inmenso amor que da razón de su existencia terrena, que llena su Corazón y se desborda en la Cruz, es reflejo perfecto del Amor divino. Aunque la razón humana no sea capaz de atisbar la infinita hondura de la caridad divina, puede vislumbrar su grandeza contemplando el amor sin medida de Cristo por nosotros.
163a "No puedo dejar de confiaros algo, que constituye para mí motivo de pena y de estímulo para la acción: pensar en los hombres que aún no conocen a Cristo".– La lectura de esta última frase, así como el título de este nuevo apartado, permiten deducir que san Josemaría sugiere la identidad de contenido entre: "conocer a Cristo" y "conocer el Corazón de Cristo". La idea es honda y sugerente. La profundidad del conocimiento que se puede alcanzar a tener de una persona depende, en efecto, del grado de conocimiento que se posee del amor que atesora en su corazón. Y ese conocimiento de lo más íntimo del ser personal (los contenidos y dimensiones del amor que hay en su alma), sólo es posible alcanzarlo si la persona misma lo da a conocer libremente y, sobre todo, amorosamente. En la revelación del misterio del Padre y de su amor, Cristo nos ha abierto el acceso al conocimiento de su propio misterio filial, de su propia identidad como Hijo de Dios y Verbo Encarnado. Nos ha dado a conocer, en definitiva, el amor que llena su Sagrado Corazón y los aspectos más hondos de su ser personal y de su existencia divino-humana. Quien no "conoce" –en la fe y en la caridad– el Corazón de Cristo (esos infinitos dilectionis thesauros), no conoce realmente a Cristo.
163b "¿No sentís también vosotros que Dios nos llama, que –a través de todo lo que sucede a nuestro alrededor– nos empuja a proclamar la buena nueva de la venida de Jesús?".– Aunque cabe destacar también otros aspectos, es oportuno que estas referencias a la misión apostólica de los cristianos ("proclamar la buena nueva de la venida de Jesús"), sean leídas en sintonía con lo que el autor viene diciendo desde el comienzo de la homilía. Esa "buena nueva" que estamos llamados a proclamar es la del amor sin medida de Cristo por cada hombre: la gozosa noticia de su Corazón amante, en el que el amor infinito del Padre es manifestado y ofrecido –¡el Don del Paráclito!– a toda criatura, sin exclusión, pues para gozar de ese amor hemos sido creados.
"Pero lo importante no somos nosotros y nuestras miserias: el único que vale es Él, Jesús. Es de Cristo de quien hemos de hablar, y no de nosotros mismos".– Tanto la mención de los hechos dolorosos que suceden, en ocasiones, entre los cristianos (rencillas, escándalos, discusiones, etc.), como el remedio indicado: "Es de Cristo de quien hemos de hablar, y no de nosotros mismos", recuerdan los consejos que san Pablo dirige en diversos pasajes de sus Cartas a los primeros fieles. Es suficiente transcribir sus palabras a los Corintios: "Os exhorto, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que todos tengáis un mismo lenguaje y a que no haya divisiones entre vosotros, a que viváis unidos en un mismo pensar y en un mismo sentir. Porque, por los de Cloe, me han llegado noticias sobre vosotros, hermanos míos, de que hay discordias entre vosotros. Me refiero a que cada uno de vosotros va diciendo: "Yo soy de Pablo", "Yo, de Apolo", "Yo, de Cefas", "Yo, de Cristo". ¿Está dividido Cristo? ¿Es que Pablo fue crucificado por vosotros o fuisteis bautizados en el nombre de Pablo?" (1Co 1, 11-13). El remedio que indica el Apóstol es conocido: predicar a Cristo crucificado (cfr. 1Co 1, 23), y así, escribe: "no me he preciado de saber otra cosa entre vosotros sino a Jesucristo, y a éste, crucificado" (1Co 2, 2). Esa misma es la actitud reflejada en el presente párrafo de la homilía.
163c "Las reflexiones que acabo de hacer, están provocadas por algunos comentarios sobre una supuesta crisis en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús".– En el tiempo en que redactaba san Josemaría el texto que comentamos (marzo de 1971), no sólo esta piadosa devoción al Sagrado Corazón de Jesús, sino también otras manifestaciones del fervor del pueblo cristiano, profundamente arraigadas en la tradición doctrinal y espiritual del catolicismo, eran objeto de ese tipo de comentarios. El Papa Pablo VI, en su Carta Apostólica Investigabiles divitias Christi, 6-II-1965: AAS 57 (1965) 298-301, había expresado su dolor por "la debilitación en algunos del culto al Sagrado Corazón", y exhortaba a que fuera considerado por todos "como una forma nobilísima y digna de la verdadera piedad hacia Cristo Jesús, que es insistentemente requerida en nuestro tiempo, especialmente por obra del Concilio Vaticano II". El texto pontificio auguraba también que se encendiera cada vez más entre los fieles el culto al Sagrado Corazón, para que todos los cristianos le prestaran el honor debido, reparasen por los pecados y conformasen la vida entera a los preceptos de la verdadera caridad. Como escribe con firmeza el autor, no había ninguna crisis, ni devocional ni doctrinal, en referencia al Corazón de Cristo. La supuesta crisis sólo existía, en efecto, en la imaginación o en el corazón de algunos.
"Sus frutos han sido y siguen siendo frutos sabrosos de conversión, de entrega, de cumplimiento de la voluntad de Dios, de penetración amorosa en los misterios de la Redención".– De la riqueza de esos frutos da testimonio la historia. Cabe recordar como, ya desde el siglo XIII, algunas santas como Matilde de Hackeborn, Gertrudis de Hefta o Ángela de Foligno promueven con su vida de piedad y sus escritos una fructuosa devoción al Corazón de Cristo. Será, sin embargo, en el siglo XVII, cuando la devoción se comienza a extender con fuerza por toda la Iglesia, merced, principalmente, como ya hemos visto, (cfr. Nota histórica, nt. 2) a santa Margarita María de Alacoque, religiosa de la Orden de la Visitación, a quien el Señor, en diversas apariciones, le pide que promueva el culto litúrgico y la devoción al Sagrado Corazón. A esa devoción están también inseparablemente ligados los nombres de san Juan Eudes y de san Claudio de la Colombière. En el siglo XVIII se celebra ya la fiesta litúrgica en diversos países (como Polonia y Francia), que el Papa Pío IX extiende a la Iglesia universal en 1856. León XIII, que quiso consagrar toda la humanidad al Sagrado Corazón, fomentó esa devoción a través de la Encíclica Annum Sacrum (25-V-1899: ASS 31 (1899) 645-651). Lo mismo hicieron los Papas Pío XI [Enc. Miserentissimus Redemptor, 8-V-1928: AAS 20 (1928) 171 ss.] y Pío XII [Encs. Summi Pontificatus, 20-X-1939: AAS 31 (1939) 423-438; Mystici Corporis, 29-VI-1943: AAS 35 (1943) 200-243; y sobre todo, Haurietis Aquas, 15-V-1956: AAS 48 (1956) 316-352]. A todos esos precedentes está, de algún modo, aludiendo san Josemaría al recordar los "frutos sabrosos de conversión, de entrega, de cumplimiento de la voluntad de Dios, de penetración amorosa en los misterios de la Redención", ligados a esta santa y universal devoción.
163f "La plenitud de Dios se nos revela y se nos da en Cristo, en el amor de Cristo, en el Corazón de Cristo".– El breve párrafo 163f, que completa el contenido del parágrafo titulado: Conocer el Corazón de Cristo Jesús, comienza con esta afirmación, dotada de gran espesor teológico. El autor, al subrayar que en el Corazón de Cristo –es decir, en su amor; esto es: en Cristo mismo– "se nos revela y se nos da" la plenitud de Dios, nos ayuda a comprender la inseparabilidad entre la dimensión epistemológica y la dimensión salvífica de los misterios revelados. Al revelarnos su amor en Cristo, en el Corazón de Cristo, Dios no sólo nos da a conocer que nos ama sino que también nos entrega su amor y nos invita a corresponder con el nuestro. Los misterios revelados son fuente de conocimiento y de participación en la vida de Dios. De ahí también, en último extremo, que la teología y la espiritualidad –como estamos viendo en estas homilías– estén llamadas a encontrarse y fortalecerse mutuamente. El pensamiento de san Josemaría se muestra en consonancia con las orientaciones magisteriales (C. Vaticano II) y teológicas contemporáneas.
"… la corriente de amor instaurada en el mundo por la Encarnación, por la Redención y por la Pentecostés…".– Ya en pasajes anteriores del libro se hallan formulaciones análogas a ésta, con las que el autor, tomando ocasión del dinamismo de la corriente o del curso de agua que nace de un manantial, ilustra metafóricamente la autodonación de Dios a los hombres en Cristo. Así, por ejemplo, hemos encontrado referencias a "la corriente de gracia de los Sacramentos" (34b), a "la corriente redentora de la gracia de Cristo" (78c), y a "la corriente trinitaria de amor por los hombres" (85b), que se hace presente a través de la liturgia eucarística. El uso metafórico de las corrientes de agua para referirse a los dones salvíficos que proceden de Dios, es habitual en la Sagrada Escritura y, bajo su influjo, en el lenguaje espiritual cristiano. En el Antiguo Testamento, el profeta Isaías, por ejemplo, escribe: "No tendrán hambre ni sed, no los afligirá bochorno ni sol, porque quien se apiada de ellos los guiará y los conducirá a manantiales de agua" (Is 49, 10). También Jeremías hace uso de la misma alegoría, al denominar a Dios "fuente de aguas vivas": "Mi pueblo ha cometido dos males: me abandonaron a mí, fuente de aguas vivas, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados, que no retienen el agua" (Jr 2, 13). En los Salmos se alude expresivamente a la "sed de Dios" que tiene el alma, y que sólo Él puede calmar. Así, en el Salmo 42, leemos: "Como ansía la cierva las corrientes de agua, así te ansía mi alma, Dios mío. Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo podré ir a ver el rostro de Dios?" (Sal 42, 2-3). Y de manera semejante, en el Salmo 63: "Oh Dios, Tú eres mi Dios, al alba te busco, mi alma tiene sed de Ti, por Ti mi carne desfallece, en tierra desierta y seca, sin agua" (Sal 63, 2). Pero quizás sean los textos del cuarto evangelio –que se apoya en las citadas expresiones veterotestamentarias– los que han influido decisivamente en el lenguaje cristiano, y por ende, en el de san Josemaría. Dos de sus pasajes son especialmente significativos: "Todo el que bebe de esta agua tendrá sed de nuevo –respondió Jesús–, pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (Jn 4, 13-14); y también: "Si alguno tiene sed, venga a mí; y beba quien cree en mí. Como dice la Escritura, de sus entrañas brotarán ríos de agua viva. Se refirió con esto al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él" (Jn 7, 37-39). Esos ríos de agua viva, que brota del seno de Dios y se derrama generosamente sobre los hombres mediante la gracia, son también los aludidos por el autor al mencionar la corriente trinitaria de amor que, a través de Cristo, nos procura la salvación.
164a "Tengamos presente toda la riqueza que se encierra en estas palabras: Sagrado Corazón de Jesús".– El n. 164 de la homilía está precisamente dedicado a mostrar, a grandes trazos, la riqueza de ese augusto título: Sagrado Corazón de Jesús, tomando como hilo conductor el significado bíblico del término "corazón". Sin entrar en un análisis exegético propiamente dicho –inadecuado para estas páginas–, san Josemaría ofrece un repertorio oportuno de pasajes, así como de los significados, que suelen ser destacados al respecto por la teología bíblica. La síntesis de ese recorrido se encuentra en 164d: "se habla del corazón para referirse a la persona". De ahí, como se verá en 164e-f, el significado que da el autor a "la verdadera devoción al Corazón de Cristo", entendiendo por "verdadera" la que está bien fundada, por apoyarse en el conocimiento y la correspondencia al amor del Señor.
164e "Al recomendar la devoción a ese Sagrado Corazón, estamos recomendando que debemos dirigirnos íntegramente –con todo lo que somos (…)– a todo Jesús".– La frase equivale a decir que hemos de mantener con Cristo un trato personal –en el Pan y en la Palabra, cabría añadir, con san Josemaría–, buscando su intimidad y evitando que la vida espiritual discurra por cauces de superficialidad o mediocridad. El Corazón de Jesús, al representar la plenitud de su amor, significa también y hace presente el misterio cercano y sublime de su Persona, de su entrega sacrificial, de su oferta de amistad y "cobijo seguro" (cfr. Camino, 58). La misma idea de fondo de este párrafo 164e, se halla también recogida en un punto de Camino: "Jesús es tu amigo. –El Amigo. –Con corazón de carne, como el tuyo. –Con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron por Lázaro… Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti" (Camino, 422).
164f "En esto se concreta la verdadera devoción al Corazón de Jesús: en conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos, y en mirar a Jesús y acudir a Él…".– La tradición cristiana, ya desde sus orígenes patrísticos, ha entendido el crecimiento en la vida espiritual como un proceso de desarrollo de la imagen de Cristo en el cristiano, esto es, como un progresivo crecimiento en la semejanza con Él. La dinámica de tal desarrollo, ligada al conocimiento y amor sobrenaturales, ha sido siempre entendida como un crecimiento del cristiano en el conocimiento de Dios e inseparablemente, pues lo exige la realidad misma de la vida sobrenatural, en el conocimiento de sí mismo en Dios. Cuanto más conoce a Dios, cuanto más conoce a Cristo, tanto más se conoce el cristiano a sí mismo como criatura amada, como hijo amado en el Hijo. La "verdadera devoción al Corazón de Cristo" –la devoción fundada sobre el terreno firme de la fe y la caridad–, conlleva, pues, un progresivo crecimiento en la semejanza con Cristo por el amor.
"No cabe en esta devoción más superficialidad que la del hombre que, no siendo íntegramente humano, no acierta a percibir la realidad de Dios encarnado".– Alude el texto a la falta de hondura y de autenticidad en el conocimiento de Dios, y, por tanto, a la falta de profundidad y de verdad en el conocimiento de sí mismo, que es consecuencia del pecado. Mientras no quede cerrada por la gracia, la herida del pecado significa oscuridad en la inteligencia y en el corazón del hombre; la imagen herida, si no es sanada por la gracia de Cristo, no puede crecer en semejanza con Él. Donde el pecado persiste, cabe decir, con la expresión fuerte que utiliza san Josemaría, que el hombre no es íntegramente humano, pues a la condición humana pertenece como propia, por voluntad del Creador, la capacidad de conocer y amar sobrenaturalmente, que está impedida si el pecado persiste. Y sin ese conocimiento y amor sobrenaturales, no se acierta a "percibir la realidad de Dios encarnado": se desconoce a Cristo, no se alcanza a conocer su amor ni es posible conocerse uno a sí mismo en Él.
165a "Jesús en la Cruz, con el corazón traspasado de Amor por los hombres, es una respuesta elocuente –sobran las palabras– a la pregunta por el valor de las cosas y de las personas".– En el núcleo más profundo de la fe cristiana late la verdad de que el Hijo de Dios, por nosotros y por nuestra salvación, tomó la naturaleza humana y vivió entre los hombres, murió en la Cruz y resucitó al tercer día. Así lo definió en su Símbolo de la fe el primer Concilio ecuménico, celebrado en Nicea en el año 325, y lo recogió sustancialmente el Símbolo del segundo Concilio ecuménico (I Constantinopla, a. 381), que en la liturgia de la Iglesia católica es venerado y proclamado como Credo de la Misa. La doctrina de fe que esos solemnes documentos nos proponen es enteramente bíblica, enseñada de manera particular por el Apóstol Pablo, que repite con insistencia que Cristo murió por nosotros, esto es, para liberarnos de nuestros pecados y alcanzarnos la salvación. He aquí tres pasajes, entre tantos: "Dios demuestra su amor hacia nosotros porque, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rm 5, 8). "Os transmití en primer lugar lo mismo que yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras" (1Co 15, 3). "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aunque estábamos muertos por nuestros pecados, nos dio vida en Cristo; por gracia habéis sido salvados" (Ef 2, 4-5). Esta es la doctrina de fe que sirve de fundamento a la enseñanza de san Josemaría en este párrafo 165a, cuya primera frase (la que anotamos) constituye –en mi opinión– una de las afirmaciones teológicas más densas del libro, además de una de las literariamente más bellas. El "valor de las personas" mencionado en el texto alude a la altísima vocación del ser humano, creado a imagen de Dios y llamado a ser en Cristo hijo de Dios. Con la referencia al "valor de las cosas" se apunta a la peculiar dignidad del mundo material, creado por Dios y entregado al hombre para que lo conduzca, junto consigo, mediante el propio trabajo, a plenitud. Ese "valor" de las personas y de las cosas, esa singular dignidad que procede –en cada ámbito de manera distinta– del amor creador de Dios, ha quedado profundamente herido y oscurecido, "desvalorizado", por el pecado del hombre, que afecta también a la entera creación. Cristo en la Cruz, muerto para liberarnos del pecado y redimir con nosotros a todas las criaturas, es, en efecto, como dice san Josemaría, "una respuesta elocuente –sobran las palabras– a la pregunta por el valor de las cosas y de las personas". Cristo crucificado es "fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Co 1, 24): la respuesta del amor de Dios al desamor del hombre.
165b "Pero, para entender ese lenguaje, para saber de verdad lo que es el corazón humano y el Corazón de Cristo y el amor de Dios, hace falta fe y hace falta humildad".– Recuerda san Josemaría al lector que el lenguaje de la vida espiritual cristiana, aquel con el que se puede entablar un diálogo de amor con Dios, es el lenguaje de la fe y de la humildad. Si éstas faltan o están empequeñecidas, la criatura queda en la misma medida como sorda y enmudecida ante la Palabra que Dios le dirige amorosamente en Cristo. Sólo el amor capta el amor; sólo el empeño en amar permite gozar del saberse amado.
165c "Cuando se descuida la humildad, el hombre pretende apropiarse de Dios, pero no de esa manera divina, que el mismo Cristo ha hecho posible, diciendo tomad y comed, porque éste es mi cuerpo: sino intentando reducir la grandeza divina a los límites humanos".– No es otra, en el fondo, la naturaleza última de los errores en materia de fe o del rechazo de la doctrina propuesta por la Iglesia como perteneciente a la revelación. Son formas variadas pero análogas de racionalismo. Su denominador común consiste en pretender que los misterios sobrenaturales queden reducidos a teoría "razonable", construida ad hoc por sus autores. No pasan de ser intentos, de factura prometeica, de reducir la grandeza divina –como se lee en el texto– a los límites humanos. Se refiere el autor a continuación a "la inteligencia recta de la criatura", y también a "la inteligencia que procede de la fe". Son dos estados o situaciones de la capacidad cognoscitiva del hombre, en cuanto fecundada y actualizada por impulsos distintos: en un caso sólo por la luz de la razón natural, y en el otro también por la luz de la fe sobrenatural. La fe en lo que Dios ha revelado y la Iglesia nos propone para ser creído, no dificulta ni se opone al impulso de la razón natural, sino que lo fortalece al enriquecer su potencia con una intensidad nueva (la fe sobrenatural) ante un nuevo objeto de conocimiento y amor (el Dios revelado). El conocimiento que procede de la fe y el conocimiento que procede de la razón natural han de existir juntos, y ayudarse mutuamente a crecer, como unidas e inseparables son en el alma creyente las luces respectivas. La proclamación y defensa de la unidad y continuidad entre la fe y la razón –de eso nos está hablando aquí san Josemaría– es patrimonio esencial de la visión cristiana del hombre, y como tal se halla enunciada de muchas maneras en los documentos del magisterio de la Iglesia; cfr., por ejemplo, entre los anteriores a san Josemaría (Conc. Vaticano I, Const. dog. Dei Filius, cap. IV: "De fide et ratione", DzH. 3015 ss.); o contemporáneos (Pío XII, Enc. Humani generis, DzH. 3892 ss.; más recientemente, y en continuidad con esos documentos y con el Conc. Vaticano II, la doctrina de las relaciones entre la fe y la razón ha sido magistralmente expuesta por el beato Juan Pablo II, en su Encíclica Fides et ratio [AAS 91 (1999) 5-88]. "La razón fría y ciega" mencionada en el párrafo, sería aquella en la que, por las causas que fueren, está ausente el impulso sobrenatural de la fe o no es aceptado como fuente de conocimiento, con lo que está impedida para comprender la compenetración y mutua necesidad entre ella y la fe. Su prototipo es la inteligencia "ilustrada", que quiere someter todo a su propios límites, y que –al excluir el conocimiento de fe y, en último extremo, a Dios– acaba ejerciendo un dominio despótico sobre las realidades creadas, incluido el hombre.
165d "No viene a condenarnos, a echarnos en cara nuestra indigencia o nuestra mezquindad: viene a salvarnos, a perdonarnos, a disculparnos, a traernos la paz y la alegría".– Se advierte el eco de algunos pasajes del Nuevo Testamento, como: Mt 18, 11: "El Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido"; Lc 19, 10: "El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido"; Jn 3, 16-17: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". Siempre es de notar en san Josemaría la referencia, aquí nuevamente presente, a "la paz y la alegría" que ha venido a traer Cristo. Es un modo de formular, como en síntesis, el fruto de la redención (una siembra de paz y de alegría), que los cristianos estamos llamados a continuar (cfr. supra, 30e, 77a, 124a).
166a "Nos da un corazón, y un corazón de carne, como el de Cristo".– "Corazón de carne", como ya se advierte en los textos proféticos del Antiguo Testamento (cfr. Ez 12, 19; Ez 36, 26), indica en el lenguaje cristiano la realidad del espíritu humano abierto sinceramente a los requerimientos del amor de Dios, en contraposición al "corazón de piedra", cerrado al querer divino. En tiempos recientes (6-IV-2007) ha usado esta formulación el Papa Benedicto XVI al decir, durante su Alocución al final del Via Crucis en el Coloseo, que Dios "tiene un corazón de carne" para amarnos y perdonarnos. En diversos pasajes de la homilía que anotamos, como hemos podido comprobar pero también en otros lugares de sus escritos (cfr., p. ej. Camino, 422), san Josemaría, al hacer mención del corazón de Cristo, lo denomina: "un corazón de carne". Es, entre otras razones, un modo de subrayar la perfecta humanidad del Verbo Encarnado, en todo semejante a la nuestra, salvo en el pecado. Reaparece también en este párrafo otra idea querida del autor: a Dios hay que amarle con el corazón, con ese mismo corazón con el que amamos a nuestros seres queridos (cfr. supra, 142d). El trato con Dios es así presentado como una relación personal llena de naturalidad por nuestra parte, sin "espiritualismos", ni artificio: como un hijo con su padre, como un amigo con su amigo, como un enamorado con la persona que ama… (cfr. también, p. ej., Forja, 71.342. 346). Sobre la relación entre amor a Dios y sacrificio, ha escrito san Josemaría estas palabras: "¿Quieres saber cómo agradecer al Señor lo que ha hecho por nosotros?… ¡Con amor! No hay otro camino. Amor con amor se paga. Pero la certeza del cariño la da el sacrificio. De modo que ¡ánimo!: niégate y toma su Cruz. Entonces estarás seguro de devolverle amor por amor" (Via Crucis, 5ª estación, n. 1).
"No me cansaré de repetirlo: tenemos que ser muy humanos; porque, de otro modo, tampoco podremos ser divinos".– Así como la gracia no destruye la naturaleza, sino que la eleva y perfecciona (cfr. santo Tomás de Aquino, S.Th. I, q. 1, a. 8 ad 2), así también el progreso en la vida sobrenatural requiere en la criatura (y, al mismo tiempo, lo facilita) un paralelo crecimiento en la madurez y calidad de su ser y su obrar naturales. "Las virtudes humanas componen el fundamento de las sobrenaturales" (Amigos de Dios, 74c). Jesucristo, perfectus Deus, perfectus homo, es el Modelo con el que están llamados a identificarse quienes han recibido el bautismo. En ese sentido, el discípulo de Cristo ha de saber, como enseña san Josemaría en un pasaje paralelo al que anotamos, que: "Dios nos quiere muy humanos. Que la cabeza toque el cielo, pero que las plantas pisen bien seguros en la tierra. El precio de vivir en cristiano no es dejar de ser hombres o abdicar del esfuerzo por adquirir esas virtudes que algunos tienen, aun sin conocer a Cristo. El precio de cada cristiano es la Sangre redentora de Nuestro Señor, que nos quiere –insisto– muy humanos y muy divinos, con el empeño diario de imitarle a Él, que es perfectus Deus, perfectus homo" (Amigos de Dios, 75c)
166b "Ese comenzar a entender lo que es el amor divino nos empujará a manifestarnos habitualmente más compasivos, más generosos, más entregados".– Encierra todo el párrafo –y, más en concreto, esta última frase– una importante enseñanza acerca de la vida espiritual cristiana: el amor humano "verdadero", siendo el hombre imagen de Dios, lleva la impronta del amor divino y, cuando nos ejercitamos en aquél, estamos ya "saboreando" también éste. Todo gira, como vemos, en torno a la noción de amor, que incluye exigencia de donación, de unidad, de comunión. El Hijo de Dios, al revelarnos el misterio de la unidad y mutua donación en el amor de las Personas divinas, nos ha enseñado que también el amor humano dice esencialmente entrega sincera de sí mismo a los demás (cfr. Gaudium et spes, n. 24), tiene el sello del amor divino, y si se hace por Dios es ya amor de entraña sobrenatural. En un punto de Forja ha escrito san Josemaría una idea semejante a la que estamos considerando. Dice así: "Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra" (Forja, 1005). Cabría decir: el amor del Cielo es para los que saben amar en la tierra, es decir, para los que, por amor a Dios, saben entregarse sinceramente a los demás, alcanzando así la propia plenitud.
166c "Al realizar cada uno vuestro trabajo, al ejercer vuestra profesión en la sociedad, podéis y debéis convertir vuestra ocupación en una tarea de servicio".– Es un modo profundo de expresar el significado de: convertirla, por amor a Cristo y como Él, "en una tarea de servicio". La traza cristiana en la historia es la caridad: estamos llamados a construir y reconstruir sin cansancio la cultura de la caridad, de manera que informe la vida privada y pública, la tarea profesional y todas las facetas del vivir. En eso consiste sustancialmente, como se aprecia en la última frase de este párrafo 166c, el "sentido cristiano de la vida".
166d "Con ocasión de esa labor, en la misma trama de las relaciones humanas, habéis de mostrar la caridad de Cristo y sus resultados concretos de amistad, de comprensión, de cariño humano, de paz".– La misión del cristiano es descrita de manera muy atractiva por el autor: "mostrar la caridad de Cristo en la misma trama de las relaciones humanas". Es un ideal que entiende bien quien conoce a Cristo y se ha abierto a su amor. Podría ser denominado el ideal del alter Christus, realizable en la vida de cada uno del mismo modo que fue convertido en realidad diaria por el Señor, que "pasó haciendo el bien" según relata san Lucas (cfr. Hch 10, 38). En un pasaje anterior del libro (cfr. 16a), san Josemaría afirmaba que esas pocas palabras: "pasó haciendo el bien", compendian la biografía de Jesús. Cristo amó con obras, hizo una inmensa siembra de paz. No es otra la tarea encomendada al cristiano en la sociedad; no debería ser tampoco otra la síntesis de su biografía personal.
166e "Pero nadie vive ese amor, si no se forma en la escuela del Corazón de Jesús".– Páginas atrás (cfr. 93d), san Josemaría ha dejado escrito que la "escuela de Jesucristo" es la del amor sin límites a Dios y a todos los hombres. Ahora, contemplando de cerca la escena de la resurrección del hijo de la viuda de Naim, ofrece una ilustración de lo que se aprende en esa "escuela del Corazón de Jesús". Se aprende a querer a las personas, a comprender, a ponerse en lugar de los demás, a reaccionar ante el sufrimiento, a esforzarse en ayudar. En el comentario que el autor hace del pasaje evangélico en este párrafo y los tres siguientes (166e-h), se puede apreciar el reflejo de su mirada contemplativa sobre el Corazón de Cristo. Si el lector, a su vez, medita estos párrafos, comprenderá mejor, con san Josemaría, lo que significa que ese Corazón de Cristo, de carne como el nuestro, es prueba y testimonio del Amor de Dios.
166g " … exigiendo antes y a la vez la preeminencia del Amor divino que ha de informar la auténtica existencia cristiana".– Es éste un elemento fundamental, definitorio, del sentido cristiano de la vida y, en consecuencia, de la conciencia cristiana bien formada: la preeminencia del Amor divino. Aunque es inseparable –según la esencial enseñanza de Cristo (cfr. Mt 22, 38-39)– del amor a los demás, éste no sustituye a aquél, ni puede suplantarlo. Ambos forman ordenadamente unidad, perteneciendo la preeminencia al amor a Dios. Si la caridad con los hombres, y en especial con los más necesitados, estuviese separada de la caridad con Dios (de la adoración, de la piedad, del trato personal con Él en el Pan y en la Palabra), quedaría reducida a filantropía (cfr. Camino, 280), digna quizás de elogio pero cristianamente insuficiente.
167a Con esto no doy pie a falsas teorías, que son tristes excusas para desviar los corazones –apartándolos de Dios–, y llevarlos a malas ocasiones y a la perdición add últ redac. [Nota del editor: Esta frase fue introducida por el autor en la penúltima redacción del texto. Consta escrita a mano en el dorso de una pequeña ficha, procedente de un folio dividido en partes. Es la única corrección que hemos podido localizar].
"La verdadera caridad de Jesucristo, que es cariño, calor humano".– Subraya san Josemaría esta importante característica del amor de Cristo, que es su caridad fina y delicada: su cariño (cfr. también Forja, 148), y hace hincapié en que ha de ser también signo de identidad de la caridad del cristiano, pues "el Señor no nos quiere secos, tiesos, como una cosa sin vida: ¡nos quiere impregnados de su cariño!" (Forja, 492; cfr. Amigos de Dios, 183e). Palabras muy semejantes hemos encontrado ya en el párrafo 36b de este libro: "Que nuestra vida acompañe las vidas de los demás hombres, para que nadie se encuentre o se sienta solo. Nuestra caridad ha de ser también cariño, calor humano". Para el autor esa caridad que es también cariño, manifiesta en el cristiano el bonus odor Christi (cfr. 2Co 2, 15). El binomio "caridad oficial-cariño humano" es siempre presentado por san Josemaría como una verdadera antinomia, como dos realidades que se contradicen y se excluyen mutuamente. Lo expresa bien un pasaje de Amigos de Dios, 229b, cuando, tras mencionar la resignada queja de una enferma: "aquí me tratan con caridad, pero mi madre me cuidaba con cariño", concluye así: "El amor que nace del Corazón de Cristo no puede dar lugar a esa clase de distinciones".
167b "En la fiesta de hoy hemos de pedir al Señor que nos conceda un corazón bueno, capaz de compadecerse…".– San Josemaría está leyendo en el Evangelio y proyectándolo sobre nuestra existencia. ¿No son quizás esas características que señala las propias del amor de Cristo? Así lo muestran, en efecto, sus relaciones con los discípulos y los oyentes, y hasta con los que le persiguen. "Un corazón bueno, capaz de compadecerse", de comprender, de consolar, de acoger…, es fruto de la caridad sobrenatural y del propio empeño en asemejar el propio comportamiento al del Maestro (al "corazón bueno" de Cristo), que ha querido identificarse –como se desvela en la parábola del juicio, que el autor menciona en uno de los párrafos sucesivos– con todo aquel que padece necesidad. Es –debe ser– la gran contribución cotidiana del cristiano a la vida familiar, profesional y social, como puede deducirse de la lectura de los párrafos que siguen.
167f "Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo".– El servicio a los demás –ordenadamente vivido, conforme al orden de la caridad: primero los más cercanos– constituye un signo inequívoco de la vocación cristiana. Con la pedagogía del ejemplo, en primer lugar, pero también repetidamente con sus palabras, insiste Jesucristo en que Él "no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos" (Mt 20, 28), y en que está en medio de los suyos como quien sirve (cfr. Lc 22, 27). En la Última Cena, después de lavar los pies de los Doce, dirá: "si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros" (Jn 13, 13-15). A ese espíritu dicen relación las palabras del presente párrafo, del que se debe también destacar la clarividencia con la que el autor, conjuga el ejercicio de la justicia con el pluralismo de las soluciones opinables. Cfr. supra la anotación correspondiente a 111b.
168b "Ante esas pesadumbres, el cristiano sólo tiene una respuesta auténtica, una respuesta que es definitiva: Cristo en la Cruz".– El n. 168, que pide ser leído con particular atención, se centra en el sentido cristiano del dolor. El autor trata de penetrar más hondamente en el misterio del sufrimiento a través de la contemplación de Cristo en la Cruz. También en virtud de su personal experiencia (cfr. 168, c-d), san Josemaría considera de entrada el sufrimiento humano como incluido en un contexto de comprensión y amor infinitos. El dolor, como todo lo que es humano, ha adquirido con la revelación del misterio del Verbo Encarnado un sentido nuevo y definitivo. Nuevo, en realidad, sólo para los hombres, que hemos llegado a conocerlo a través de la existencia temporal de Jesucristo, marcada por el signo de la Cruz desde el inicio de Belén hasta la postrimería del Gólgota; pero no nuevo para Dios, sino eternamente presente en su designio amoroso para con nosotros, pues de acuerdo con la verdad revelada el sufrimiento de la criatura amada –como el sufrimiento del Salvador por ella– es inseparable, y sólo explicable, desde el amor de Dios al hombre, que asume sobre Sí (en Cristo) el pecado de los hombres para liberarnos de la culpa y de la pena. Esas son las raíces del sentido cristiano del dolor. San Josemaría ha escrito: "Ésta ha sido la gran revolución cristiana: convertir el dolor en sufrimiento fecundo; hacer, de un mal, un bien" (Surco, 887).
168d "La escena del Calvario proclama a todos que las aflicciones han de ser santificadas, si vivimos unidos a la Cruz".– Hemos aludido en diversos momentos a las aportaciones ofrecidas por la doctrina espiritual del autor para reflexionar teológicamente sobre el misterio de la Cruz. La frase que anotamos es otra más.
168f "El dolor entra en los planes de Dios. Esa es la realidad, aunque nos cueste entenderla. También, como Hombre, le costó a Jesucristo soportarla".– Como nos hace considerar el autor, es preciso comprender que "el dolor entra en los planes de Dios", que son, esencialmente, planes de amor y salvación. Hay que mirar a la Cruz. La Cruz de Cristo, la Santa Cruz, significa, ante todo, sufrimiento e inmensa aflicción. El padecimiento de Jesús por la culpa ajena, voluntariamente asumida, su angustia humana, su terrible soledad, la pasión sufrida a mano de sus verdugos, su misteriosa experiencia de abandono hablan por sí solas con elocuencia del dolor desmedido con que finalizó su vida terrena. Ahora bien, para acercarse al misterio de la Cruz y contemplarlo válidamente es preciso mirar, sobre todo, a Cristo, que en ella padece y muere; considerar quién es Él (es el Hijo de Dios encarnado), y cuáles son los rasgos internos de aquella santa humanidad, siempre regida por la voluntad de cumplir plenamente lo que quiere el Padre. Todas las dimensiones de la persona del Crucificado (filiación, misión, glorificación del Padre, salvación de los hombres) se proyectan sobre el madero que Él mismo llevó y en el que fue enclavado hasta la muerte. La Cruz de Cristo significa, sí, dolor y padecimiento inmensos, pero integrados, al mismo tiempo, en un contexto personal de voluntaria aceptación de la voluntad del Padre, de consentimiento filial en la vida y en la muerte actuado en el Espíritu Santo. Eso no restó un ápice al sufrimiento humano de Jesús, pero lo convirtió en fuente de redención, en manantial permanente de salvación, de unión con Dios y de alegría.
168g "Sembradores de paz y de alegría".– Cfr. supra, 30e, 73a, 120b, 124a.
169a "Esos relatos (…) no entrañan sólo el gesto sincero de un hombre que se compadece de sus semejantes, porque presentan esencialmente la revelación de la caridad inmensa del Señor".– El fundamento doctrinal de esta afirmación es la unión hipostática, es decir, la unión en la Persona de Cristo de las naturalezas divina y humana. Tal doctrina de fe, proclamada en el Concilio de Efeso (a. 431) contra los errores de Nestorio (cfr. DzH 251 ss.), enseña que cada una de las dos naturalezas, perfectas y completas, unidas en la Persona del Verbo, mantiene sus propiedades esenciales, y que entre éstas hay una singular comunicación en cuanto que tienen por sujeto una misma Persona (la teología denomina este hecho communicatio idiomatum, esto es, comunicación de propiedades). En virtud de esta característica exclusiva del Dios-Hombre, Jesucristo, cabe decir, como hace el autor en el texto, que la inmensa caridad de Cristo Hombre –que se manifiesta en sus obras y en sus palabras– revela también misteriosamente su infinita caridad como Verbo divino, es decir, la infinita caridad de Dios. Aunque sea una verdad cuyo pleno significado es inalcanzable para la razón, se debe afirmar que a través del Corazón humano del Hijo encarnado (de su inmenso amor con obras por nosotros), nos revela el Dios Trino que Él (Padre, Hijo y Espíritu Santo) nos ama infinitamente: que Dios, que es Amor, es también el Gran Corazón.
169b "De ese Corazón, abierto de par en par, se nos trasmite la vida".– Desde la época patrística ha estado presente en el pensamiento cristiano la afirmación de que la Iglesia procede místicamente del costado abierto de Cristo en la Cruz, de su Corazón herido, del que brotó sangre y agua, imagen de la salvación que su muerte y su resurrección nos han conseguido. El Concilio Vaticano II, apoyándose en el Concilio de Trento, declara: "del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (Const. Sacrosanctum Concilium, n. 5). San Josemaría, al escribir que: "De ese Corazón, abierto de par en par, se nos trasmite la vida", está contemplando con toda la tradición católica el desbordamiento de los medios de salvación (la Iglesia y los sacramentos), desde el Corazón de Cristo, sobre los hombres. Se detiene en particular, como es también habitual, en la mención de la Eucaristía, plenitud de los dones sacramentales, culmen y fuente de la vida de la Iglesia y de la salvación.
"El Corazón de Cristo es paz para el cristiano".– La presencia del título de la homilía al final de este párrafo permite al lector captar, con mayor precisión y viveza, el sentido profundamente eucarístico que dicho título –y, en general, esta homilía– tenía en la mente del autor. El don máximo del Amor de Cristo –de su Corazón amante– es el don de Sí mismo en el sacramento de la Eucaristía. Viniendo Él al alma, "todo ha cambiado", escribe san Josemaría: Cristo trae consigo, y hace partícipe al alma eucarística, en el Espíritu Santo, de la novedad sobrenatural de su modo de ser, de pensar y de sentir. Como enseñaría más tarde el beato Juan Pablo II: "La Eucaristía es un modo de ser, que pasa de Jesús al cristiano" (Carta Apostólica, Mane nobiscum, 7-X-2004). La paz del Corazón de Cristo se derrama en el corazón de la criatura. Los dos párrafos siguientes ilustran las consecuencias: alegría, fuerza, serenidad en cualesquiera circunstancias.
169e "Que el Amor, en el seno de la Trinidad, se derrama sobre todos los hombres por el amor del Corazón de Jesús".– La atmósfera trinitaria que se advierte en estas homilías –la que respiraba su autor, pues no es posible dar lo que no se posee– queda aquí, egregiamente, de manifiesto. El pensamiento cristológico de san Josemaría, y su proyección sobre el significado de la existencia cristiana, posee una firme base trinitaria, que no necesita aparecer expresamente a cada paso, pues, como todo fundamento, está siempre ahí. Pero cuando aparece lo hace con toda intensidad, no obstante su sencilla formulación pastoral, demostrando así que el pensar del autor está fecundado por su fe y su amor a la Santísima Trinidad.
170b "Nos ofrece su Corazón, para que encontremos allí nuestro descanso y nuestra fortaleza".– La meditación contemplativa del autor sobre el Corazón de Jesús, alcanza en estos últimos párrafos una cumbre espiritual. El lector debe saborearlos. San Josemaría desvela, sin necesidad de decirlo, su experiencia personal del amor de Cristo. Escribe en presente de indicativo: comunica lo que conoce, lo que vive, lo que posee, lo que espera. Cuando los santos de alta experiencia sobrenatural muestran, por medio de la palabra o de sus escritos, la riqueza de su trato con Dios, el oyente o el lector se sienten, como ante estos párrafos, impetuosamente atraídos.
171 En páginas anteriores (cfr., p. ej., 89f, 142a, 142h) se ha hecho mención de la atmósfera trinitaria que se respira en todo el libro, y más en concreto en sus textos marianos. Los tres primeros párrafos de este n. 171 constituyen, en ese sentido, el pasaje más característico.
"María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos".– La Asunción de la Virgen María a los cielos en cuerpo y alma después de su vida terrena, es uno de los grandes privilegios o prerrogativas de su persona como mujer elegida para ser la Madre del Dios hecho Hombre. Así lo ha creído el pueblo cristiano desde los primeros siglos, como testimonia la tradición doctrinal, litúrgica y espiritual de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente. Desde mediados del siglo XIX, una vez proclamado por el beato Pío IX el dogma de la Inmaculada Concepción de María (cfr. Bula Ineffabilis Deus, 8-XII-1854, Acta 1/1, 597 ss.), se había intensificado en la Iglesia el deseo, largamente compartido, de que fuera también definida dogmáticamente su Asunción a los cielos. Lo pidieron, por ejemplo, más de doscientos Padres en el Concilio Vaticano I. Pío XII, el 1-V-1946, dirigió al episcopado mundial la Enc. Deiparae Virginis Mariae [cfr. AAS 42 (1950) 782 ss.], consultando su parecer sobre la oportunidad y conveniencia de la definición dogmática. Recibió una unánime respuesta a favor. La proclamación como verdad divinamente revelada y solemnemente confesada por la Iglesia, es decir, como dogma de fe, tuvo lugar mediante la Constitución apostólica Munificentissimus Deus, publicada por Pío XII el 1 de noviembre de 1950 [cfr AAS 42 (1950) 767-770]. El texto de la definición dogmática, precedido de una amplia exposición de los argumentos bíblicos, patrísticos y teológicos, dice así: "Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo" (DzH 3903).
171b "María sube a los cielos, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo".– [Nota del editor: En este pasaje (171b) de Es Cristo que pasa, y desde la primera edición del libro, aparecen con inicial minúscula los sustantivos "hija", "madre" y "esposa". Aunque en otros lugares de sus obras escribe san Josemaría los tres con mayúscula (cfr. Amigos de Dios, 274b; Surco, 801; Forja, 555; Santo Rosario, V misterio glorioso), o bien, el primero con mayúscula y los otros con minúscula (cfr. Camino, 496), en esta anotación hemos optado por atenernos al texto, y los escribimos con minúscula]. La advocación mariana: "hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo", se remonta al Oficio de la Pasión del Señor compuesto por san Francisco de Asís para meditar el misterio pascual. La antífona que enmarca los salmos de este Oficio dice así: "Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna mujer semejante a ti, hija y esclava del altísimo Rey y Padre celestial, madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros, junto con el arcángel san Miguel y todas las virtudes del cielo y con todos los santos, ante tu santísimo Hijo amado, Señor y Maestro" (cfr. BAC, Madrid 1971, 73 ss.). Con el paso del tiempo dio lugar a la formulación abreviada de la advocación que comentamos. Así como los dos primeros títulos (hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo) pueden ser tomados en un sentido literal (espiritual en el primer caso, espiritual y también material en el segundo), el tercero (esposa de Dios Espíritu Santo) sólo puede tomarse –para evitar cualquier abuso interpretativo– en sentido metafórico-espiritual. Antes de san Francisco, existen testimonios de un uso, más bien restringido de este último, pues se prefería denominar a María "templo del Espíritu Santo". La advocación ternaria comenzó utilizarse de una manera progresiva en la literatura mariana a partir del siglo XIII; puede encontrarse en autores como san Lorenzo de Brindisi, san Roberto Belarmino, san Luis María Grignion de Montfort, etc. San Josemaría la utilizó con mucha frecuencia, tanto en su modalidad extensa como resumida ("hija, madre y esposa de Dios"). He aquí un texto de Camino: "¡Cómo gusta a los hombres que les recuerden su parentesco con personajes de la literatura, de la política, de la milicia, de la Iglesia! Canta ante la Virgen Inmaculada, recordándole: Dios te salve, María, hija de Dios Padre: Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo: Dios te salve, María, Esposa de Dios Espíritu Santo. ¡Más que tú, sólo Dios!" (Camino, 496; cfr. Amigos de Dios, n. 274b; La Virgen del Pilar, § 18, en "Libro de Aragón", Zaragoza 1976; Forja, n. 555; Surco, n. 801; etc.). Es probable que conociera esa advocación desde sus primeros estudios en el Colegio de los PP. Escolapios de Barbastro, pues era costumbre en los centros de enseñanza dirigidos por esos religiosos que en el rezo del Santo Rosario, los sábados y los domingos, al final de cada decena se repitiera la oración: "Dios te salve, hija de Dios Padre, Dios te salve, madre de Dios Hijo, Dios te salve, esposa de Dios Espíritu Santo, Dios te salve, templo y sagrario de la Santísima Trinidad, Dios te salve, María, concebida sin mancha de pecado original".
171c "Misterio de amor es éste. La razón humana no alcanza a comprender".– Así lo señala con precisa afirmación el autor. Todo lo que Dios, sin otra razón que su infinito amor, ha querido realizar en beneficio nuestro en la historia de la salvación, constituye una realidad cuyo significado pleno es racionalmente inalcanzable para el hombre, e incluso, ya recibida y aceptada en la fe, es inimaginablemente más alto y profundo de cuanto pudiéramos pensar. A ese orden de cosas pertenecen las prerrogativas sobrenaturales de Santa María, proclamadas por la Iglesia. Nos permiten conocer en la fe la inefable grandeza a la que ha sido elevada por Dios la elegida para ser Madre del Unigénito, pero no alcanzamos a comprender toda la hondura que en esos dones se encierra. El beato Pío IX, al proclamar con la Bula Ineffabilis Deus, de 8-XII-1854, el dogma de la Inmaculada Concepción, expresaba así dicha grandeza, con palabras que podemos utilizar análogamente en referencia a la Virgen gloriosamente asunta: "En tanto grado la amó Dios por encima de todas las criaturas, (…) que maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los ángeles y de todos los santos. Y así Ella, siempre absolutamente libre de toda mancha de pecado, toda hermosa y perfecta, posee tal plenitud de inocencia y de santidad, que no se puede concebir una mayor después de Dios, y de la que nadie, fuera de Dios, puede alcanzar a comprender la profundidad" (cfr. DzH., 2800). Hay palabras humanas para confesar la fe en tan altísima dignidad, pero no las hay para expresar desde nosotros su plenitud de significado. Sólo Dios puede hacerlo. Es, en verdad, como dirá a continuación san Josemaría, "un divino secreto".
"Pero, tratándose de Nuestra Madre, nos sentimos inclinados a entender más –si es posible hablar así– que en otras verdades de fe".– Además de los ya indicados, se pueden cfr. otros pasajes mariológicos del autor, de contenido trinitario en: Amigos de Dios, 96c.275c.276a.291a.– Surco, 339.726.926.– Forja, 227.482.543.910.– Santo Rosario, Glo 4. Glo 5.– La Virgen del Pilar, §§ 1. 7.27.
171d [tb/m610815]: "El Señor tenía que escoger a su Madre: Dios Omnipotente, Todopoderoso, Sapientísimo. ¿Tú que hubieras hecho si hubieras tenido que escoger a tu madre? Creo que tú y yo hubiéramos escogido a la que tenemos, llenándola de todas las gracias. Eso hizo Dios".
171f [tb/m610815]: "Los teólogos hacen un razonamiento lógico de ese montón de gracias, de ese no estar sujeta a Satanás: convenía, Dios lo podía hacer, luego lo hizo. Es la gran prueba, la prueba más clara de que Dios rodeó de todos los privilegios a su Madre desde el primer instante. Así es hermosa, pura, limpia en alma y cuerpo".
"Dicen: «convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo»".– Como se lee en la nt 6 del autor, se trata de un argumento teológico (potuit, decuit ergo fecit) con el que Juan Duns Scoto (1266-1308) razona el don divino de la Concepción Inmaculada de María. Antes de Scoto, ya había formulado un razonamiento semejante Eadmero de Canterbury (1055[?]-1124) en su Tractatus de conceptione B. Mariae Virginis, 10 (PL 159, 305), con las siguientes palabras: potuit plane et voluit; si igitur voluit, fecit (podía y quería; y puesto que quería, lo hizo).
172a "Era el elogio de su Madre, de su fiat, del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrificio escondido y silencioso de cada jornada".– La expresión "sacrificio escondido y silencioso" es característica de san Josemaría y relativamente frecuente en su predicación, pues tenía en muy alta estima la puesta en práctica de su contenido, como medio ascético importante en el desarrollo de la vida espiritual cristiana. Su formulación se remonta a los primeros años de la misión fundacional. Aparece ya, en efecto, por escrito en una anotación de sus Apuntes íntimos, n. 732, datada el 20-V-1932, que a su vez será literalmente reproducida en Camino, 185 ("El mundo admira solamente el sacrificio con espectáculo, porque ignora el valor del sacrificio escondido y silencioso"). También se encuentra en Camino, 509 –punto redactado en Burgos, en 1938; cfr. ed. crit.-hist., in loco–, directamente referida, como en el pasaje que consideramos, a la Santísima Virgen: "¡María, Maestra del sacrificio escondido y silencioso! –Vedla, casi siempre oculta, colaborar con el Hijo: sabe y calla". Es claro que esta enseñanza de Camino está en la base del n. 172 de nuestro libro: María, Maestra por excelencia en el seguimiento e identificación con Cristo, lo es también en este aspecto fundamental del crecimiento de la vida cristiana. La raíz última de la cuestión ha de ser buscada, como siempre, en el cristocentrismo del autor, y se relaciona con su íntimo ideal de "ocultarse y desaparecer", que ve plasmado en la vida de Cristo.
172b " … sino de la aceptación fiel de la voluntad divina, de la disposición generosa en el menudo sacrificio diario".– La misma idea expresada en el párrafo anterior al mencionar "el sacrificio escondido y silencioso de cada jornada", es ahora formulada con la referencia al "menudo sacrificio diario". El nuevo adjetivo ("menudo"), que toma el lugar de los dos anteriores ("escondido y silencioso") manteniendo el sentido de la expresión, trae al pensamiento la amplia enseñanza del autor, sobre el valor santificador de "las cosas pequeñas", como manifestaciones de amor a Dios (actos de mortificación, de vencimiento propio, de servicio, etc.). Ya hemos aludido anteriormente a este punto; cfr. supra, 44a. Esta doctrina sobre el amor a Dios en las "cosas pequeñas" se sitúa, en términos amplios, en la estela de la gran tradición espiritual al respecto –principalmente la representada por Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y Teresita–. En los textos de san Josemaría, que aportan con su luz propia elementos característicos, aparece muy tempranamente: por ejemplo, en sus Apuntes íntimos, donde menciona el "heroísmo de hacer con perfección las pequeñas cosas de cada día" (n. 137, de 26-XII-1930); y también, entre tantos otros ejemplos, en la Instrucción de 9-I-1935, n. 219, cuando califica de "mal camino" y de "error gravísimo" la actitud "de despreciar las cosas pequeñas: lo vulgar, lo de cada día, el detalle, el silencio…, el orden". El capítulo dedicado a esta cuestión en Camino (nn. 813-830), testimonio de la experiencia personal y pastoral del autor, es una perfecta síntesis de su enseñanza.
172c "Así vivió María. La llena de gracia, la que es objeto de las complacencias de Dios, la que está por encima de los ángeles y de los santos llevó una existencia normal".– El mensaje fundacional de san Josemaría recuerda y promueve la santificación del cristiano en su existencia ordinaria, en y a través del cumplimiento de las propias obligaciones laborales, familiares, sociales, etc., buscando en ellas la identificación personal con Cristo mediante el ejercicio de las virtudes, así como la ocasión de acercar a otros a Dios. Hace siempre hincapié –ya lo hemos considerado en diversos momentos– en el ejemplo de la vida escondida de Jesús en Nazaret. Esa es una de las grandes luces de fondo de su doctrina espiritual. Por idéntica razón, y con la misma luz, cuando contempla el misterio de María –estos párrafos de la homilía lo confirman– pone un particular acento en las características de normalidad de su existencia cotidiana, semejante a la de las demás mujeres de su tiempo y de su condición social. La espiritualidad de la vida cotidiana como ámbito de santificación y acción apostólica del cristiano, alcanza en el autor profundidad y claridad notables, gracias a sus raíces cristológicas y mariológicas. En realidad, estamos ante unas aportaciones muy propias de san Josemaría, que no sin razón fue denominado tras su canonización, con frase acuñada por el beato Juan Pablo II y puesta por escrito en la Bula de canonización: "el santo de la vida ordinaria". El texto pontificio dice así: "Asumió y enseñó a asumir este programa [difundir, entre todos los hombres y mujeres, la llamada a participar, en Cristo, de la dignidad de los hijos de Dios, viviendo sólo para servirle] en medio de las ocupaciones normales de cada día, por lo que con razón se le puede llamar el santo de la vida ordinaria" [Litterae Decretales Beato Iosephmariae Escrivá Sanctorum honores decernuntur (6-X-2002); cfr. "Romana" 35 (2002) 194].
173-175 "Imitar a María".– En esta segunda homilía mariana del libro, aunque dedicada como la primera (Por María, hacia Jesús) a la contemplación del misterio de María, el autor, como sabemos, ha variado la perspectiva. En aquélla, el tema principalmente considerado era la relación entre la maternidad espiritual de la Virgen y la filiación mariana del cristiano en su progresar en la vía de la identificación con Cristo. Ahora, en cambio, medita sobre la imitación de las virtudes de nuestra Madre, cuya existencia santificada es modelo perfecto de obediencia a la voluntad de Dios y plena cooperación con la misión de su Hijo. Los tres números siguientes –173-175–, centrales también materialmente en la homilía, se dedican al desarrollo de dicho argumento.
173a [tb/m610815]: "Yo sé que muchas veces, a lo largo del año y a lo largo de un solo día, tú estás pensando en la Madre del cielo, en cómo haría Ella las cosas…, pues estás viviendo con Ella. Hazlas con esa perfección, con esa rectitud de intención, con esa delicadeza".
"Nuestra Madre es modelo de correspondencia a la gracia y, al contemplar su vida, el Señor nos dará luz para que sepamos divinizar nuestra existencia ordinaria".– Aunque ya lo hayamos indicado, no está de más recordar que el destinatario directo de la homilía es el "cristiano corriente", hombre o mujer, que se esfuerza en vivir su vocación bautismal –su llamada a la santidad y al apostolado– en la existencia ordinaria. La santificación de la vida de cada día, sean cuales fueren las circunstancias personales, pide al cristiano un ejercicio de las virtudes que le asemeja progresivamente más a Cristo, al mismo tiempo que Cristo se refleja más en él. El ejemplo de la existencia cotidiana de Santa María es, en ese proceso de santificación, el primero y principal.
173b "La Virgen no sólo dijo fiat, sino que cumplió en todo momento esa decisión firme e irrevocable".– Es habitual en la enseñanza doctrinal y espiritual cristiana considerar el fiat pronunciado por la llena de gracia, como cifra y sustancia de su entera existencia. La plenitud sobrenatural y humana de aquel: "hágase en mí", se prolonga a todas las acciones de Santa María, permanentemente entregada al servicio de la voluntad divina. El Concilio Vaticano II, por ejemplo, lo dice así. "Enriquecida desde el primer instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular, la Virgen de Nazaret es saludada por el ángel por mandato de Dios como ‘llena de gracia’ (cfr. Lc 1, 28), y ella responde al enviado celestial: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’ (Lc 1, 38). Así, María, hija de Adán, aceptando la palabra divina, fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la Persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la Redención con Él y bajo Él, por la gracia de Dios omnipotente. Con razón, pues, los Santos Padres estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia" (Const. dog. Lumen gentium, n. 56). En el párrafo de la homilía que ahora consideramos, el autor nos invita precisamente a contemplar, en primer lugar, el amor de la Virgen –su caridad con Dios– expresado en sus obras, que fueron constante actualización de aquel fiat "firme e irrevocable". Y a continuación nos exhorta a imitarla en su amar la voluntad divina con fidelidad y lealtad, con obras, en medio de las circunstancias ordinarias.
173c "Hemos de imitar su natural y sobrenatural elegancia".– No es habitual encontrar destacado en otros autores esta cualidad de Santa María ("su natural y sobrenatural elegancia"). Según el Diccionario de la Real Academia Española, "elegancia" es la cualidad de "elegante", que a su vez significa, "dotado de gracia, nobleza y sencillez". San Josemaría contempla esa cualidad en la Virgen en toda su real amplitud, esto es, también en el plano sobrenatural. La ve manifestada en el seguimiento fiel de su Hijo, desde Belén al Calvario, siempre en un discreto segundo plano a la hora del triunfo, pero en una heroica primera fila a la hora del sacrificio y del dolor. La imitación por parte del cristiano de esa elegancia natural y sobrenatural de Santa María incluye, pues, muchos aspectos, como por ejemplo, saber estar siempre junto a Cristo en medio de las circunstancias de cada día, sin buscar nada para sí, dándole a Él toda la gloria, poniendo todo lo propio al servicio de la misión redentora, como uno más entre los demás, etc. Tiene por eso mismo –pensando en el fiel corriente a quien se dirige el autor, y empleando un término que no aparece en el pasaje, pero que, a mi entender, latet– un sabor de secularidad.
173d "Tratemos de aprender, siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y de señorío".– Entre las disposiciones de Santa María que el autor invita a imitar, aparece tras la elegancia, su "obediencia a Dios". El texto la describe como una "delicada combinación de esclavitud y de señorío". En este breve párrafo, pone san Josemaría el acento –y en eso quiere exhortar al lector– en el profundo vínculo entre obediencia a Dios (obediencia de fe) y libertad personal. De la necesaria conformidad entre ambas disposiciones en la persona creyente, con ayuda de la gracia, el Concilio Vaticano II ha escrito un pasaje iluminador, que no obstante su directa referencia a la revelación divina en general, arroja también luz cuando es leído en el contexto de la respuesta personal del cristiano a lo que Dios en cada momento le pide: "Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe, por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando a Dios revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él" (Const. dog. Dei Verbum, n. 5). La expresión perfecta de la coherencia entre obediencia de fe y libertad personal es, como repetirá de un modo u otro toda la tradición cristiana, el "hágase en mí" de Santa María al designio divino. A imitación de Cristo y de su Madre Santísima, el cristiano ha de saber mostrar con sus acciones que es portador de esa preciosa conjunción de disposiciones.
174 "La escuela de la oración".– Las disposiciones de Santa María recién consideradas, y todas las que lucen en su vida admirable –como "rasgos de su correspondencia fiel" (174a)–, son recapituladas en los apartados sucesivos en dos actitudes fundamentales: vida de oración y audacia apostólica. El lector debe prestar atención, pues esos pasajes mencionan importantes aspectos de la enseñanza de san Josemaría sobre la práctica de la oración mental, sobre la vida contemplativa en medio de los deberes y actividades cotidianos, y, en fin, sobre el ideal de un seguimiento de Cristo lleno de fruto apostólico. Para el fundador, vida de oración y afán apostólico van siempre inseparablemente unidos (cfr., por ejemplo, 38e, donde escribe como síntesis final: "Hemos hablado hoy de vida de oración y de afán apostólico"; o bien, 119i, cuando dice: "desde la vida de oración podemos entender ese otro tema que nos propone la fiesta de hoy: el apostolado").
174a "Yo quisiera hablar de uno que los envuelve todos, porque es el clima del progreso espiritual: la vida de oración".– En el espíritu de santificación promovido y extendido por san Josemaría, las nociones de "vida cristiana" y "vida de oración" podrían considerarse en la práctica como sinónimas, pues aunque no lo sean formalmente, sí lo son en cuanto al contenido, ya que la segunda (la oración continua) ha de "envolver" –como acabamos de leer– a la primera. Lo comprobaremos en los párrafos siguientes, pero lo hemos ido encontrando también en pasajes anteriores; por ejemplo, éste: "La vida cristiana requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino" (136a). Más aún, la mencionada sinonimia puede extenderse a otras nociones y expresiones frecuentes en el lenguaje teológico-espiritual del autor, como son: "vida interior" –que es entendida como "vida de oración continua" (8c)–, "vida de trato continuo con Dios" (98e), "vida de oración constante, procurando estar en la presencia del Señor de la mañana a la noche y de la noche a la mañana" (116a), etc. A estas ha de añadirse, asimismo, en la práctica, la de "vida contemplativa" (o de contemplativo), que es entendida como aquella en que "la oración se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso" (8e). Ha de tenerse además en cuenta que san Josemaría está dirigiendo su predicación al cristiano corriente, cuya vida se desenvuelve "en medio del mundo"; en consecuencia, las nociones citadas suelen ir acompañadas de esa adición explicativa [como por ejemplo: "vida interior de cristianos corrientes" (8c); "contemplativos en medio del mundo" (65b), o como leeremos a continuación: "contemplativos en el ruido de la calle: en todas partes" (174g).
174b "No podemos escondernos en el anonimato; la vida interior, si no es un encuentro personal con Dios, no existirá".– He aquí una primera característica importante de la "vida de oración": haber asumido "seriamente" un compromiso de relación personal con Dios. Se sobreentiende compromiso diario, pues, como se leía páginas atrás, "la vida de oración ha de fundamentarse en algunos ratos diarios, dedicados exclusivamente al trato con Dios" (119f). Así, pues, la "vida interior", el progreso espiritual en el seguimiento de Cristo a imitación de María, viene dado por la oración mental, entendida como "un encuentro personal –y cotidiano, podemos añadir– con Dios".
"La superficialidad no es cristiana. Admitir la rutina, en nuestra conducta ascética, equivale a firmar la partida de defunción del alma contemplativa".– El sentido exacto de la frase: "La superficialidad no es cristiana", se puede observar en una idea semejante contenida en 65a: "El cristiano no puede ser superficial. Estando plenamente metido en su trabajo ordinario, entre los demás hombres, sus iguales, atareado, ocupado, en tensión, el cristiano ha de estar al mismo tiempo metido totalmente en Dios, porque es hijo de Dios". La "rutina" mencionada es, efectivamente, la actitud antitética a la tensión descrita en esa última cita. Sería el mal hábito adquirido de hacer las cosas referidas a Dios con indolencia o negligencia, con apatía, por mera práctica y descuidadamente: en una palabra, anónimamente. La oración, si es verdaderamente diálogo personal con Dios, cara a cara con Él, excluye el anonimato; sólo cuando es así merece ser llamada, como escribe el autor en otro pasaje, "sustancia última de nuestra conducta" (134b).
"… aquí estoy, porque me has llamado".– Sobre la referencia 1 Reg 3, 5 a ese pasaje recordamos lo ya indicado en 59h: hoy se escribiría 1 Sam 3, 5, pues los que antes eran denominados libros primero y segundo de Reyes se denominan hoy libros primero y segundo de Samuel.
174d "El tema de mi oración es el tema de mi vida".– Esta sencilla y excelente fórmula con que se inicia el párrafo 174d, pone también término al párrafo anterior. Al final de ella casi podría intuirse la implícita presencia del adjetivo "filial" –el tema de mi oración es el tema de mi vida filial–, pues aquí se está tratando de una oración concebida como diálogo paterno-filial entre Dios y el hombre, que hablan entre sí de las cosas propias de cada uno, cosas que –por medio de la gracia– comparten y mutuamente aman. Podría también concebirse, y a veces lo expresa así el autor –cfr., p. ej. Amigos de Dios, 39a, 247c–, como un diálogo de amor entre dos personas que se quieren. En todo caso, las características de ese hablar con Dios de sus cosas y de las nuestras, insinuadas en cierto modo en el texto, son confianza, sinceridad, humildad, naturalidad… La frase que comentamos encierra también otro significado interesante, pues nos da a conocer, viniendo de su propia mano –son infrecuentes tales confidencias en este libro– un importante aspecto de la vida espiritual de san Josemaría. En ese sentido, cabe descubrir también en la frase una lección práctica sobre contenido y método de la oración mental.
174e "Pues, bien: ese plan, aparentemente tan común, tiene un valor divino; es algo que interesa a Dios, porque Cristo quiere encarnarse en nuestro quehacer, animar desde dentro hasta las acciones más humildes".– El párrafo que anotamos, conocida la relación de la homilía con la meditación londinense de san Josemaría de 1961, trae al pensamiento el recuerdo de aquel pequeño grupo de mujeres del Opus Dei, que entonces escucharon este mismo mensaje. Ahora, sin embargo, esas palabras no están dirigidas sólo a los miembros de la Obra, sino a la incontable muchedumbre de la gente cristiana corriente, extendida por todo el mundo, coprotagonista, junto a todos sus conciudadanos, del desarrollo de la sociedad. Hallamos de nuevo el mensaje esencial del fundador del Opus Dei acerca del "valor divino" de la existencia ordinaria cuando, con voluntad de identificarse con Cristo, es vivida por el fiel cristiano en plena coherencia con su fe. Lo más común y corriente, la más pequeña acción humana, una vez que el Hijo de Dios se ha encarnado y ha hecho suya nuestra naturaleza, se ha convertido en cauce de encuentro con Dios, en camino de santidad.
174g "Esa es la primera lección, en la escuela del trato con Jesucristo".– Es la lección primera, no sólo en cuanto que es la más importante, sino sobre todo en cuanto que es inmediatamente impartida por el Espíritu Santo a todo aquel que, con sinceridad y humildad, abre su corazón al trato personal con Jesucristo. En esa escuela que Dios establece en el alma por la gracia, a través del encuentro con Cristo en la Eucaristía y en la oración, lo que primero se aprende es que al Señor le interesamos personalmente, que contamos para Él por lo que somos. En la escuela de la oración sincera, en la que María –como leemos a continuación– es la mejor maestra, todo se funda en una doble certeza: la de que Dios confía plenamente en mí, y la de que yo confío plenamente en Dios.
175a "Pero no penséis sólo en vosotros mismos: agrandad el corazón hasta abarcar la humanidad entera".– Del mismo modo que el lector ha sido invitado a contemplar a María como maestra de vida interior, ahora es exhortado a verla como maestra de afán apostólico. Ambos aspectos, vida interior y apostolado, de tal manera están unidos en la enseñanza del autor, que el significado de cada uno de ellos quedaría desvirtuado sin la necesaria referencia al otro. El sentido de misión apostólica, de cooperación personal en la obra redentora de Cristo, aporta su riquísimo contenido, en la doctrina del fundador, al significado de la "vida contemplativa en medio del mundo". San Josemaría, mediante su ejemplo, sus palabras y sus escritos, formaba a las personas con esa esencial orientación apostólica de todo su ser, firmemente sostenida por la oración y la mortificación. Es éste, en realidad, un elemento clave tomado de la sabiduría cristiana. Cristo llama y forma a los suyos para que estén junto a Él y, al mismo tiempo, para ser y saberse enviados a llevar el ideal del Evangelio a todos los hombres (cfr. Mc 3, 13-14). Como se lee en el párrafo siguiente: "El cristiano no puede ser egoísta; si lo fuera, traicionaría su propia vocación". El ideal cristiano –la alegría de haber encontrado personalmente a Cristo–, cabría decir, no acaba en mí sino que pide ser generosamente transmitido a cuantos me rodean, para que también ellos puedan encontrarlo.
175b "Por eso tenemos obligación estricta de manifestar a los demás la calidad, la hondura del amor de Cristo".– El deber apostólico, que brota de la vocación bautismal y es propio, por esa misma razón, de cada cristiano, queda expresado en las palabras que anotamos con una sugestiva formulación. Dar a conocer a Cristo o dar a conocer el amor de Cristo, son frases de idéntico contenido, pues el amor con obras de Jesús –en especial, su misterio pascual– es la revelación misma de su Persona. Manifestar ante el mundo a Cristo, o mostrar su amor, o bien –como señala el autor–, "la calidad y hondura de su amor", es una obligación de carácter práctico, que el cristiano ha de cumplir también "de forma práctica y concreta", es decir, a través del testimonio de sus propias acciones y palabras, movidas por la caridad.
175c "Hay un obstáculo real para el apostolado: el falso respeto, el temor a tocar temas espirituales, porque se sospecha que una conversación así no caerá bien en determinados ambientes, porque existe el riesgo de herir susceptibilidades".– Alienta san Josemaría al lector, en este párrafo y en el siguiente, a combatir con humildad y audacia los respetos humanos en el apostolado, el temor al qué dirán, la timidez, actitudes en las que se suele esconder también el egoísmo de no querer quedar mal o de complicarse la vida en el ámbito profesional, social o familiar. Su enseñanza en esta materia es muy extensa, como puede comprobarse, por ejemplo, en los puntos de Camino, Surco y Forja, que hacen referencia a esas actitudes (cfr. Camino, nn. 387-405; Surco, nn. 34-51; Forja, 327, 450, 716, 924, 977). Aunque la doctrina expuesta sea, en realidad, intemporal, para comprender más a fondo este pasaje conviene tener también presente el momento histórico y el lugar en que tuvo lugar la meditación del 15 de agosto de 1961, que está en la base de esta homilía, así como la juventud de las mujeres que escuchaban al fundador. Entonces, como ahora, impresiona la fuerza de convicción de estas palabras: "No se trata de herir a nadie, sino de todo lo contrario: de servir".
175d y nosotros –obedeciéndole corr autógr ] –y nosotros obedeciéndole Suplemento 7§2. (Nota del editor: Desde Roma se notificó esta corrección a todas las Regiones que estaban publicando la homilía; cfr. com/cg/12-XII-72; en AGP, A.3, leg. 100, carp. 4, exp. 7).
[tb/m610815]: "Tenemos obligación de pensar en los demás, de romper este hielo que se ha formado en las almas (…). No me puedo encoger de hombros pensando: yo creo esto, aquel que crea lo que quiera. Esta actitud es falta de fe, es falta de caridad, es falta de amor de Dios (…). Esa especie de respeto para ayudar a los demás es un respeto falso, es egoísmo y comodidad, en el peor sentido de la palabra. Cristo se ha metido en vuestra vida y en la mía sin pedir permiso, con señorío. Tenemos el derecho y el deber de meternos en las vidas de los demás. Ese respeto –repito– es falta de caridad, es falta de amor a Dios y al prójimo. Hemos de sentir el deber de hablar de Dios".
"Tenemos el derecho y el deber de hablar de Dios, de este gran tema humano, porque el deseo de Dios es lo más profundo que brota en el corazón del hombre".– El razonamiento teológico es claro: Jesucristo, al instruir a sus discípulos y enviarlos a continuar su misión (cfr. Jn. 20, 21), les está asignando el deber de anunciar su Evangelio a todos los hombres. De ese modo, el derecho humano fundamental de libertad religiosa, que incluye el poder manifestar pública y privadamente las propias convicciones, está además informado en los cristianos por la obligación de hacer apostolado, o como dice el texto, de "hablar de Dios", es decir, de dar a conocer el misterio del Padre y de su amor por nosotros. Ese derecho-deber cristiano es, a su vez, profundamente afín con la condición de la persona humana, que lleva inscrito en su naturaleza el deseo de Dios (deseo de conocerle y amarle en esta vida, y de gozar eternamente de su amor en la otra). Es éste un punto fijo de la doctrina antropológica cristiana, siempre repetido de un modo u otro a lo largo de la historia. San Agustín, por ejemplo, lo formula con el famoso inicio de sus Confesiones (1, 1, 1): "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no descansa hasta que lo haga en ti". El Concilio Vaticano II sugiere lo mismo con estas palabras: "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (Gaudium et spes, n. 22).
175e [tb/m610815]: "Santa María, Regina Apostolorum, Madre de Dios, Madre nuestra, que tanto entiendes de las miserias de tus hijos. Poder Suplicante, perdón por la vida nuestra, por lo que ha habido en nosotros que tenía que ser luz y ha sido tinieblas; que tenía que haber sido fuerte y ha sido flojo; que tenía que haber sido fuego y ha sido tibieza. De nuevo pedimos perdón, porque nuestra vida no ha sido vigorosa. Y ya que conocemos un poco la poca calidad de nuestra vida, queremos ser de otra manera, queremos triunfar contigo, tener ese aire de familia".
176a "Plenitud de la vida de fe, de esperanza y de amor, en una palabra, la santidad".– "Plenitud de la vida de fe, de esperanza y de amor" es sinónimo de "plenitud de vida cristiana", puesto que ésta, en su ejercicio, se fundamenta en el entrelazamiento de las virtudes teologales (cfr. supra, 57a, 169c). Y es tradicional entender la noción de santidad como "plenitud de la vida cristiana" (o también, como "perfección de la caridad"); así puede verse, por ejemplo, en Lumen gentium, n. 40.
176b "María, después de acompañar a Jesús desde Belén hasta la Cruz, está junto a Él en cuerpo y alma, disfrutando de la gloria por toda la eternidad. Ésta es la misteriosa economía divina".– En el lenguaje teológico, ya desde la patrística griega, al hablar de los misterios que Dios ha querido revelar a los hombres –verdades sobrenaturales que se refieren a Él mismo y a nuestra salvación– suele distinguirse entre "teología" (theologia) y "economía" (oikonomia). Con el primero de esos términos se alude a la consideración de los misterios en sí mismos, es decir, como aspectos o dimensiones de la naturaleza y de las Personas divinas; con el segundo, en cambio, se hace referencia a dichos misterios en cuanto revelados, es decir, manifestados históricamente para nuestra salvación. La habitual expresión: "economía de la salvación", indica precisamente esa dispensación temporal de los misterios divinos, de los que hemos sido hechos partícipes; es, por tanto, el modo de expresar el ámbito en el que, por el amor de Dios, que ha querido revelarse y darse a los hombres en la historia, se realiza la obra de nuestra salvación. La función de la Virgen María en la economía de la salvación, aludida a continuación en el texto, es única y excelente, como singular colaboradora en la obra redentora del Verbo Encarnado, plenitud de la revelación divina.
176c "La glorificación de Nuestra Madre es la firme esperanza de nuestra propia salvación; por eso la llamamos spes nostra y causa nostræ laetitiæ, nuestra esperanza y causa de nuestra felicidad".– Reencontramos, en los últimos compases de la homilía, el título que el autor quiso dar al texto así como la razón que le movía: la Virgen Santa es causa de nuestra alegría porque su existencia glorificada, santificada día tras día en el fiel seguimiento de su Hijo durante su vida terrena, es fundamento de nuestra esperanza de alcanzar, con Ella, la vida eterna. Queda así subrayado, una vez más, el fuerte protagonismo de la esperanza sobrenatural –esto es, de la confianza filial en Dios y del empeño en la lucha por la santidad– en el desarrollo de la vida cristiana. Las sucesivas afirmaciones de san Josemaría así lo confirman. Como es patente, los títulos marianos Spes nostra y Causa nostrae laetitiae, los toma el autor, respectivamente, del himno Salve Regina y de las letanías lauretanas.
176e "Por eso, no he querido tampoco dejar de recordaros que la alegría de la resurrección es consecuencia del dolor de la Cruz".– Cfr. supra, 56a.
176g "In lætitia, nulla dies sine cruce!, me gusta repetir; con el alma traspasada de alegría, ningún día sin Cruz".– San Josemaría solía repetir esa frase latina como jaculatoria. En una de sus Cartas, por ejemplo, puede leerse este pasaje: "Todos los años suelo escribir en la primera hoja de la epacta que uso: in laetitia, nulla dies sine Cruce!, para animarme a llevar con garbo la carga del Señor, siempre con buen humor –aunque sea a contrapelo tantas veces–, siempre con alegría" (Carta 2-II-1945, n. 20).
177a [tb/m610815]: "Hijas mías, assumpta est Maria in coelum, gaudent angeli. Ya está la Virgen en cuerpo y alma en el cielo. Se alegran los ángeles, te alegras tú y me alegro yo". (Nota del editor: En el libro del Santo Rosario, al inicio del cuarto misterio glorioso, escribe san Josemaría unas palabras semejantes: "Assumpta est Maria in coelum: gaudent angeli! – María ha sido llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Ángeles se alegran!". En la anotación a esas palabras, en la edición crítico-histórica del libro, pág. 253, pueden verse algunas referencias litúrgicas y biográficas).
177b [tb/m610815]: "Aquí en la tierra, mi hija, tenemos un tiempo de peregrinación, de viaje, en el cual el Señor espera que le sirvamos con alegría, porque no hay otro modo de servir a Dios. No se estima un servicio hecho con mal humor, con mala cara".
177d " … esa complejidad puede estar atravesada por el nervio del amor de Dios, por el cable, fuerte e indestructible, que enlaza la vida en la tierra con la vida definitiva en la Patria".– El destino eterno para el que hemos sido creados, y hacia el que nos dirigimos en esta vida, no es simplemente "algo que llegará", sino que, como fin último de nuestra existencia personal, es ya también algo presente. Llegar a estar junto a Cristo en la casa del Padre, ganar el cielo, es para un cristiano la fuente última de sentido y de significado del vivir en esta tierra, el horizonte de referencia. Desde esa perspectiva, como señala san Josemaría en este pasaje, "todo tiene un sentido divino": en todo hay una llamada de Dios, una oculta presencia del fin último, una plenitud incoada. Entender así la propia existencia –vivirla sobrenaturalmente, cara a Dios–, no simplifica (como afirma el texto) la complejidad del día a día, pero sitúa todo el vivir en un orden nuevo y alentador: el de la unidad de vida, del que tanto se aprende en este libro. El autor está diciendo al lector: si nos decidimos seriamente a conducirnos como cristianos, aunque nada de lo que nos rodea cambie, todo en realidad ha cambiado, alcanzando con nosotros mismos, en Cristo, un significado nuevo de plenitud. La noción de secularidad que enseña san Josemaría lleva profundamente inscrita esa convicción.
178a "La alegría es un bien cristiano".– Habla san Josemaría sin cansancio, como hemos podido comprobar a lo largo de todo el libro, de la alegría de los hijos de Dios, es decir, de la alegría sobrenatural y humana que acompaña a la paz en la conciencia, al sosiego y la concordia interiores de quien vive en la amistad con Dios. La noción de alegría cristiana, siempre unida en los diversos libros del autor a la noción de filiación divina adoptiva, merecería un estudio monográfico. Dejamos sólo breve constancia con estas tres aserciones: "La alegría que debes tener no es esa que podríamos llamar fisiológica, de animal sano, sino otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios" (Camino, 659)."Un consejo, que os he repetido machaconamente: estad alegres, siempre alegres. –Que estén tristes los que no se consideren hijos de Dios" (Surco, 54). "No lo olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios, desconoce su verdad más íntima, y carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor por encima de todas las cosas" (Amigos de Dios, 26b).
178g "Cor Mariæ Dulcissimum, iter para tutum".– Inspirándose en el himno mariano Ave maris stella, compuso san Josemaría la jaculatoria Cor Mariae Dulcissimum, iter para tutum (Dulcísimo Corazón de María, prepara un camino seguro), que repitió durante muchos años, buscando la protección maternal de la Santísima Virgen en el caminar del Opus Dei hacia su forma jurídica definitiva. Esa misma jaculatoria es sugerida ahora al lector para invocar el auxilio de la Señora en el camino de la santidad, que es el que, a través de Ella, conforme enseña la tradición cristiana, nos conduce a Jesús.
179a "Todos percibís en vuestras almas una alegría inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro Señor".– En estas líneas de inicio de la última de las homilías del libro vuelven a aparecer los grandes temas teológicos, y en especial cristológicos, encontrados en homilías anteriores: el amor del Padre, la obra redentora del Hijo renovada en el Sacrificio del Altar, la devoción a la Humanidad de Cristo, el amor a su Corazón "de carne, como el nuestro", las manos llagadas del Señor (que empapan con su sangre la semilla de los cristianos), etc. Son temas siempre vivos en el alma de san Josemaría, que vienen espontáneamente a su mente al meditar las diversas facetas del misterio del Verbo encarnado, en este caso, la de su realeza y el establecimiento de su Reino.
179b [tb/m631027]: "En el mundo hay muchos millones de criaturas que se encaran con Jesucristo; mejor, con la sombra de Jesucristo, porque a Cristo no lo conocen, no han visto la belleza de su rostro, no conocen la maravilla de su doctrina y dicen lo mismo que hace dos mil años: nolumus hunc regnare super nos".
"… porque a Cristo no lo conocen, ni han visto la belleza de su rostro".– En la referencia a la belleza del rostro de Cristo, se advierte una implícita presencia de 2Co 4, 6: "la gloria de Dios que está en el rostro de Cristo".
179c [tb/m631027]: "Justamente porque tú y yo conocemos la flaqueza de la condición humana; porque se siente el clamor, un clamor que no cesa, un clamor que más que de voces, está hecho de ejemplos vergonzosos en todos los terrenos (…); justamente por eso, hijos míos, qué necesaria es esta Obra de Dios, que lleva el Reino de Dios a todos los quehaceres humanos".
" … oportet illum regnare!, conviene que Él reine".– El deseo de que Cristo reine en todos los corazones estuvo siempre muy radicado en el espíritu de san Josemaría. En su brevedad, la frase final del pasaje de m631027 recién reproducido ayuda a captar la intrínseca conexión, en la mente del autor, entre su misión fundacional y la implantación del Reino de Dios en el corazón de los hombres y, como consecuencia, en el trabajo profesional y en la recta ordenación de las cosas humanas. Ése es el significado último de la exclamación que recoge la homilía: "oportet illum regnare!, expresión hacia fuera del "grito interior" que resonaba en el alma de san Josemaría: Regnare Christum volumus!
179e "A algunos les molesta incluso la expresión Cristo Rey: por una superficial cuestión de palabras, como si el reinado de Cristo pudiese confundirse con fórmulas políticas".– Es notable advertir el alejamiento del autor de cualquier interpretación socio-política de la expresión "Cristo Rey". Siempre anduvieron san Josemaría y su actividad fundacional alejados de ese tipo de interpretaciones del señorío universal de Jesucristo. El Regnare Christum volumus! del autor, exhorta a extender el Reino de Cristo –Reino de caridad, de verdad, de justicia y de paz– ante todo en los corazones y en las conciencias, y consecuentemente en la vida familiar, profesional, cultural, etc. Como ha quedado señalado en anotaciones anteriores, san Josemaría entiende la tarea apostólica de los cristianos como una siembra de paz y de alegría –la paz y la alegría que nos ha alcanzado Cristo con su misterio pascual–, al servicio de la efectiva realización del Reino de Dios.
179f [tb/m631027]: "Por eso nuestro serviam! Por eso nuestra fidelidad a la vocación, por eso nuestro trabajo, con naturalidad, sin aparato, sin ruido, haciendo una labor de tres mil y un rumor de tres. Y nosotros trabajando en esta oscuridad, pasando bien escondidos, sacando a los demás, con cariño –como dicen en mi tierra– las castañas del fuego, decimos: oportet illum regnare! Damos gracias al Señor. Y hacemos una oración de hijos y de súbditos; y se nos llena el paladar de leche y miel, que nos sabe como a panal, al hablar del Reino de Dios, del Reino de justicia y de verdad, ese Reino que cantaréis en el Prefacio de la Misa de hoy".
"El Señor me ha empujado a repetir, desde hace mucho tiempo, un grito callado: serviam!, serviré".– Además de repetir a diario, desde los primeros pasos de su misión fundacional, ese "grito callado", como afirmación de amor y servicio a Cristo y a la Iglesia, san Josemaría lo puso también por escrito en numerosas ocasiones en sus textos. En los Apuntes íntimos, por ejemplo, refiriéndose a las actividades apostólicas del Opus Dei, escribe: «… al revés de las obras de los hombres influenciadas por el odio y llenas de negaciones, son una continuada y magnífica afirmación: al "non serviam", "SERVIAM!": al "no queremos que éste reine", "Regnare Christum volumus", ¡queremos que reine!: a la gloria humana, "Deo omnis gloria": y finalmente la gran afirmación de la salud para todos: "Omnes, cum Petro, ad Iesum per Mariam"» (Apuntes íntimos, n. 386). Análogo significado se encierra en el punto 519 de Camino: «Ese grito –"serviam!"– es voluntad de "servir" fidelísimamente, aun a costa de la hacienda, de la honra y de la vida, a la Iglesia de Dios». Ambos textos se remontan a los años 30 del siglo pasado.
"Que Él nos aumente esos afanes de entrega, de fidelidad a su divina llamada –con naturalidad, sin aparato, sin ruido–, en medio de la calle".– Volvemos a encontrar en este párrafo el trazo inconfundible de la espiritualidad secular del autor, que está dirigiéndose a hombres y mujeres que ejercen su actividad laboral con mentalidad laical, "en medio de la calle", convencidos de que, con su trabajo, además de obtener el sustento propio y el de su familia, han de alcanzar la perfección cristiana, cooperar eficazmente al bien de la humanidad y contribuir apostólicamente a la extensión del Reino de Jesucristo. El serviam! que san Josemaría ha vivido y enseñado a vivir –"grito callado" de amor y de servicio a Cristo y a la Iglesia–, es sobre todo afirmación de fidelidad a la vocación cristiana.
180a " … pues por Él fueron creados todos los seres en los cielos y en la tierra".– Implícita referencia a Jn 1, 3 ("Todo se hizo por él, y sin él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho"), y a Col 1, 16-17 ("En él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra, las visibles y las invisibles, sean los tronos o las dominaciones, los principados o las potestades. Todo ha sido creado por él y para él. Él es antes que todas las cosas y todas subsisten en él").
180c "Cristo, Dios y Hombre verdadero, vive y reina y es el Señor del mundo. Sólo por Él se mantiene en vida todo lo que vive".– La doctrina de fe aquí aludida, acerca del señorío de Jesucristo sobre la entera creación, tiene como fundamento revelado la enseñanza contenida en Jn 1, 3 y Col 1, 16-17 –recién citados en la anotación anterior–, pasajes a los que es preciso añadir Flp 2, 9-11, donde san Pablo enseña que a Cristo resucitado y glorioso le ha sido otorgado "el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: «¡Jesucristo es el Señor!», para gloria de Dios Padre". La fe en el señorío o reinado universal y eterno de Cristo, ha adquirido una hermosa expresión litúrgica en la tradicional doxología de la oración-colecta de la Misa: "Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amen".
180e " … que culminará cuando la historia acabe, y el Señor, que se sienta en lo más alto del paraíso, venga a juzgar definitivamente a los hombres".– Recuerda san Josemaría al lector, en este párrafo, una de las verdades esenciales del cristianismo, ligada estrechamente en consecuencia a la noción de Reino de Cristo. La revelación de la segunda venida de Jesucristo a la tierra (parusía), revestido de todo su poder y su gloria, para juzgar a todos los hombres de todos los tiempos, se halla inscrita, en efecto, en el seno más profundo de la enseñanza evangélica y de la doctrina apostólica (cfr. Mt 10, 15; Mt 11, 22.24; Mt 12, 36.41.42; Mt 24, 29-31; Mt 25, 31-46; Mc 13, 24-37; Lc 10, 14; Lc 11, 31-32; Lc 21, 25-33; Jn 5, 22-29; Hch 10, 42; Hch 17, 31; Hch 24, 25; Rm 14, 10-12; Rm 1Co 4, 3-5; 2Ts 1, 5-10; 2Tm 4, 1.8; St 5, 9; 1P 4, 5-7; 2P 2, 9; 2P 3, 8-12; 1Jn 4, 17; Hb 9, 27-28; Ap 19, 11-13; Ap 20, 12-15). Sobre ese fundamento, y con el apoyo de la constante enseñanza de la tradición, la Iglesia confiesa entre sus artículos de fe el retorno de Cristo al final de los tiempos, como Juez escatológico, para juzgar a vivos y muertos, y establecer definitivamente su reino. Estamos, pues, ante una de las convicciones estructurantes, por así decir, de la conciencia cristiana, cuya luz alumbra también, en consecuencia, las actitudes y disposiciones morales de los discípulos de Cristo. El juicio definitivo de Cristo, que es el Verbo de Dios, que ha venido a dar testimonio de la verdad (cfr. Jn 18, 37) y se define a Sí mismo como la Verdad (cfr. Jn 14, 6), será establecido conforme al compromiso personal de cada hombre con la verdad conocida, esto es, según la medida de nuestro amor a la verdad. El amor a la verdad es, justamente, uno de los signos de identidad del cristiano. Por eso mismo, la proclamación y defensa de la verdad respecto de Dios, del hombre y de todas las realidades creadas constituye una grave responsabilidad apostólica de la Iglesia y de cada uno de sus fieles.
180f "Cuando Cristo inicia su predicación en la tierra, no ofrece un programa político".– Se trata de una cuestión ampliamente estudiada desde el punto de vista histórico, sobre la que existe una extensa bibliografía. Un breve y sugerente texto al respecto es el libro de J. Mª Casciaro, Jesucristo y la sociedad política, Ed. Palabra, Madrid 1973. En los párrafos sucesivos, construidos en torno a la noción neotestamentaria de reino de Dios y a los pasajes correspondientes, san Josemaría deja también constancia de su comprensión de dicha noción, enteramente ajena –como hemos ya señalado– a cualquier concepción sociopolítica.
181 "El reino en el alma".– Una vez señalados, en los párrafos anteriores, los fundamentos bíblicos de la noción de reino de Cristo, subrayadas también sus dimensiones espirituales definitorias, y alejada toda intelección puramente temporal o empírica, el autor –para quien la extensión de ese reino de santidad en todos los ámbitos de la sociedad, a través de la santificación del trabajo ordinario, se identifica con su misión fundacional (Regnare Christum volumus!)–, va a mostrar algunos rasgos centrales de su pensamiento teológico-espiritual. Los números siguientes de la homilía, presididos por la cumbre del n. 183, recogen algunas de las enseñanzas más peculiares de san Josemaría.
181a [tb/m631027]: "Señor, Tú eres el que das, Rey nuestro, a la vida nuestra, el sentido sobrenatural y la eficacia divina. Tú eres el que hace que, por amor de tu Hijo, con todas las fuerzas de nuestra vida, con el alma y con el cuerpo podamos decir: oportet illum regnare!, mientras resuena la copla de nuestra debilidad, porque tú sabes que somos criaturas, ¡qué criaturas!, hechas de barro, no sólo los pies, (también) el corazón y el cerebro. A lo divino vibraremos sólo por ti".
"A lo divino, vibraremos exclusivamente por ti".– En el lenguaje espiritual cristiano, y en concreto en el que usa el autor, obrar "a lo divino" significa poner amor a Dios en las cosas que se hacen, o dicho de otro modo, querer encontrarse en ellas con el amor de Dios. Ya hemos hallado esta idea en el párrafo 60a: "hacer a lo divino las cosas humanas, grandes o pequeñas, porque por el Amor todas adquieren una nueva dimensión". En el presente pasaje aparece la idea de "vibrar a lo divino", que pide ser interpretada de manera semejante: el alma vibra a lo divino cuando ama con amor sobrenatural, lo que sólo es posible si se lo da Dios. En el vocabulario espiritual del autor el término y la noción de "vibración" aparecen con relativa frecuencia como sinónimo de tensión e impulso interno de amor a Dios. Es una característica del alma cristiana, que, dócil al Espíritu Santo, se esfuerza en obrar con brío y sentido sobrenatural y, queriéndose identificar con Cristo, antepone a todas las cosas el fiel cumplimiento de la voluntad divina. San Josemaría aplica ese término al ejercicio resuelto de las virtudes sobrenaturales y de los deberes apostólicos. Por ejemplo, presenta la comodidad en la vida espiritual como falta de vibración (cfr. infra, 5d); y la fe sin amor como una fe que no tiene vibración (cfr. Forja, 930); aplicada al nervio de las virtudes, hablará de: vibración de amor a Dios (cfr. Forja, 107; Amigos de Dios, 151c); vibración de fe y de caridad en el corazón (cfr. Forja, 933; Amigos de Dios, 312d); vibración de humildad (cfr. Amigos de Dios, 202c); vibración de eternidad en el vivir de cada instante (cfr. Forja, 917; Amigos de Dios, 239b); aplicada al celo apostólico: cfr. infra, 127b; Camino, 315. 791; Forja 52.68.978; etc.
181b [tb/m631027]: "Y tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? Yo le diría al Señor que para que Él reine bien en mí, de manera que hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más terrena, hasta la sensación más elemental, sean el Hosanna! a mi Cristo Rey; … que para eso necesito de su gracia".
"Pero qué responderíamos, si Él preguntase: tú, ¿cómo me dejas reinar en ti?".– La belleza e intensidad poética de este párrafo, que ha pasado casi literalmente del texto oral de m631027 a la homilía, ayuda a captar con claridad el atractivo de la predicación del autor, cuyas meditaciones eran ante todo oración personal.
181c "Si no lo hiciésemos, hablar del reinado de Cristo sería vocerío sin sustancia cristiana".– Ha sido ya expresado en anotaciones anteriores, pero no es superfluo insistir en la importancia de la idea recogida en este párrafo para entender el significado de la noción de Reino de Cristo en el pensamiento del autor, o del sentido que en él tiene el título "Cristo Rey". Cabría decir que su enseñanza se sitúa en las antípodas de una visión meramente sociopolítica (más aún si estuviera teñida de integrismo) de la cuestión. Nos parece oportuno destacar el uso que hace aquí de la expresión: "sustancia cristiana", para significar el rigor teológico de los conceptos que se quieren formular en relación con Cristo –o el cristianismo–, y de los términos utilizados para hacerlo. Ambos, conceptos y términos, para tener "sustancia cristiana", han de alimentarse de un legítimo sensus Christi, que es el enseñado por la Revelación y transmitido por la Iglesia.
181d "¿Lo veis? Jesús se contenta con un pobre animal, por trono".– El autor hace aquí velada referencia a una locución sobrenatural, que Dios le hizo "escuchar" en su alma el 4-I-1932, de la que dejó constancia en sus Apuntes íntimos, n. 543, con esta palabras: "Esta mañana, como de costumbre, al marcharme del Convento de Santa Isabel, me acerqué un instante al Sagrario, para despedirme de Jesús diciéndole: Jesús, aquí está tu borrico… Tú verás lo que haces con tu borrico… –Y entendí inmediatamente, sin palabras: «Un borrico fue mi trono en Jerusalem»". La narración del hecho se puede encontrar en Vázquez de Prada, I, p. 275. En otros pasajes de sus obras alude también san Josemaría a ese recuerdo que llevaba grabado en su alma; cfr., por ejemplo, Amigos de Dios, 103a y 137b.
"No sé a vosotros; pero a mí no me humilla reconocerme, a los ojos del Señor, como jumento".– Continúa la referencia autobiográfica, aunque sea encubierta. Los versículos citados del Salmo 73, 22-24 ("Como un borrico era delante de Ti. Pero yo estaré siempre contigo: me agarraste con la mano derecha. Me guías según tu designio y después me acogerás en tu gloria"), estuvieron muy presentes en la oración de san Josemaría desde los primeros años de su misión eclesial. Más aún, en mi opinión, la consideración de sí mismo delante de Dios como un "borrico", constituyó –de manera especial, durante aquellos años, pero en cierto modo siempre– uno de los aspectos más característicos de su vida de oración. La cuestión ha sido desarrollada por P. Rodríguez en la ed. crít.-hist. de Camino, dentro del comentario a los nn. 606 y 998, a cuyo texto remitimos.
181e "Así reina en el alma".– Bien se ve, a través de la lectura de este párrafo 181e, que el autor ha meditado largamente sobre la imagen del borrico que sirvió a Jesús de trono en Jerusalén, así como sobre su aplicación espiritual al alma en la que Cristo quiere reinar. Las virtudes aludidas en el texto (alegría, sinceridad, sencillez, humildad, rectitud de intención, piedad, …), reflejan la presencia de Dios en el alma, del establecimiento en ella del reino. Cfr. supra, 49c y 93b.
182 "Reinar sirviendo".– Este título, cuyo contenido será desarrollado en los párrafos sucesivos, recoge una idea muy presente en la espiritualidad cristiana, en sus dos aspectos: "servir a Cristo es reinar" - "reinar con Cristo significa servir". San Josemaría la recuerda también, por ejemplo, en Forja, 1027 ("…ser su esclavo –«serviam!»–, que es reinar"). El Concilio Vaticano II la enuncia así: "Cristo, hecho obediente hasta la muerte y, en razón de ello, exaltado por el Padre (cfr. Fl 2, 8-9), entró en la gloria de su Reino; a Él están sometidas todas las cosas hasta que Él se someta a sí mismo y todo lo creado al Padre, para que Dios sea todo en todas las cosas (cfr. 1Co 15, 27-28). Tal potestad la comunicó a sus discípulos para que quedasen constituidos en una libertad regia, y con la abnegación y la vida santa vencieran en sí mismos el reino del pecado (cfr. Rm 6, 12), e incluso sirviendo a Cristo también en los demás, condujeran en humildad y paciencia a sus hermanos hasta aquel Rey, a quien servir es reinar. Porque el Señor desea dilatar su Reino también por mediación de los fieles laicos; un Reino de verdad y de vida, un Reino de santidad y de gracia, un Reino de justicia, de amor y de paz, en el cual la misma criatura quedará libre de la servidumbre de la corrupción en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cfr. Rm 8, 21)" (Lumen gentium, n. 36; cursiva nuestra).
182a [tb/m631027]: "Servicio. ¡Cómo me gusta! Servir a mi rey, Cristo Jesús, palabras que siempre hemos dicho que son dulces, sicut mel et favum. Servir, y servir siempre. (…) Si nosotros supiésemos servir, (…) ¡cómo aprenderían los demás! (…) Que aprendas, que queramos aprender".
"Vamos a confiar al Señor nuestra decisión de aprender a realizar esta tarea de servicio, porque sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen".– Con todo el párrafo, pero en especial con esta última frase, abre san Josemaría ante los lectores un panorama teológico, espiritual y apostólico de gran envergadura. Nos está diciendo que el ideal del servicio a los demás no era en Cristo, ni debe ser en consecuencia en el cristiano, una simple disposición moral sino un presupuesto de la propia identidad personal. Toda la existencia histórica del Señor fue, en efecto, servicio amoroso e incondicionado a su Padre Dios, e inseparablemente, por ese mismo amor, servicio ilimitado a los hombres. En el misterio del Verbo Encarnado, lo propio de Dios se expresa en actitudes humanas y lo propio del hombre se hace vehículo de la manifestación histórica del amor divino. Pues bien, servir a Dios y a los demás no puede ser considerado simplemente como un aspecto más, aunque importante, de la existencia humana del Dios hecho Hombre, sino –según sus propias actitudes y palabras– la clave esencial de su vivir cotidiano. Diversos pasajes evangélicos lo muestran con toda claridad. Mt 20, 25-28: "quien entre vosotros quiera llegar a ser grande, que sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, que sea vuestro esclavo. De la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en redención de muchos"; Mc 9, 35: "Si alguno quiere ser el primero, que se haga el último de todos y servidor de todos"; Lc 22, 27: "Porque ¿quién es mayor: el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Sin embargo, yo estoy en medio de vosotros como quien sirve"; Jn 13, 12-17: "si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros. En verdad, en verdad os digo: no es el siervo más que su señor, ni el enviado más que quien le envió. Si comprendéis esto y lo hacéis, seréis bienaventurados". Estos pasajes, y otros análogos, del Evangelio, más allá de su enseñanza moral, deben ser tenidos como una verdadera página cristológica, y en consecuencia, como una lección acerca del sentido cristiano del hombre y de la vida.
182b [tb/m631027]: "Porque tú enseñas con el ejemplo, que es como hay que enseñar. Que yo sea testimonio de este servicio a Jesucristo en el mundo, porque es el Rey de todas las actividades de mi vida, porque es la última y la única razón de mi existencia. Y después, cuando haya dado testimonio, podré dar la doctrina, la teoría. Alter Christus, ipse Christus, coepit facere et docere".
"¿Cómo lo mostraremos a las almas? Con el ejemplo: que seamos testimonio suyo, con nuestra voluntaria servidumbre a Jesucristo, en todas nuestras actividades".– Encierran estas palabras –leídas, lógicamente, en el contexto del entero apartado– las claves de una teología del servicio. Cristo ha mostrado que las obras en servicio de los demás, la mentalidad de servicio, por ser signo de identidad suyo, es también signo genuino de estar junto a Él, impronta de su seguimiento. Y, en ese sentido, el servicio cristiano a los demás (el ejercicio individual y colectivo de la caridad cristiana, en sus innumerables manifestaciones), es cauce de revelación del propio Cristo, de su estar presente por medio de los cristianos entre las personas y en la sociedad. Resulta históricamente evidente la relación entre la práctica de la caridad y la propagación del efectivo reinado de Jesucristo en los corazones y en la sociedad.
182c [tb/m631027]: "Luego te esforzarás en tener un sentido muy humano de la vida. Lo que no podemos es ser deshumanos. Si nuestra vida es deshumana, Dios no edificará nada encima. ¡Cómo va a edificar sobre el desorden! Hemos de comprender, hemos de convivir, hemos de disculpar, hemos de perdonar. Perdonar no quiere decir que vayamos a hacer cosas no justas, sobre todo cuando ese género de perdón puede ser otra vez desorden, porque supone perjuicio para otros hijos de Dios".
"Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien".– Inspirándose en el texto de Rm 12, 21, donde san Pablo exhorta a "vencer el mal con el bien", el autor alienta a realizarlo mediante una acción generosa y magnánima ("ahogar el mal en abundancia de bien"; cfr. también Surco, 864), que trae a la mente la sobreabundancia del sacrificio redentor de Cristo. Hay, en efecto, en todo este apartado una presencia implícita de la Cruz, que es la donación máxima de Cristo por los demás, y en ese sentido, la plena realización de su haber venido no a ser servido sino a servir. En un pasaje de Amigos de Dios, san Josemaría anima a colocar el crucifijo ante nuestros ojos en el lugar de trabajo, crucifijo que entonces "ya es para tu alma y para tu mente el manual donde aprendes las lecciones de servicio" (n. 67a); cfr. también, Camino, 178.277.302. No es posible conocer a Cristo y darlo a conocer separadamente de la Cruz. "Nosotros predicamos a Cristo crucificado" (1Co 1, 23). Como escribe san Josemaría, la Cruz "ya no es un patíbulo, sino el trono desde el que reina Cristo" (cfr. Amigos de Dios, 141d).
183 "Cristo en la cumbre de las actividades humanas".– La frase: "poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas", es una expresión de san Josemaría, indeleblemente unida en su alma al significado de su misión fundacional. Ha sido ya aludida anteriormente (cfr. supra, 105a; 156d). La utilizaba habitualmente, junto a otras semejantes [por ejemplo: "en la cumbre y en la entraña de todas las actividades de los hombres" (Carta 11-III-1940, n. 12); "en la entraña de todas las cosas" (supra, 105a); "en lo alto y en la entraña de todas las cosas" (Forja, 678); cfr. también, por ejemplo: Conversaciones, 59c; Amigos de Dios, 58a; Forja, 685], para manifestar de manera gráfica la esencia de la misión apostólica que Dios había confiado al Opus Dei en la Iglesia y en el mundo (cfr. Á. del Portillo, Palabras de clausura, en el "Convegno sugli insegnamenti del Beato Josemaría Escrivá", Roma 1993, en: M. Belda [et al.], Santidad y mundo. Estudios en torno a las enseñanzas del beato Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 1996, 228 ss.). Se trata, por eso mismo, de una expresión particularmente apta para manifestar de manera sintética, el dinamismo teológico y pastoral de su espíritu fundacional (cfr. A. Aranda, "El bullir de la sangre de Cristo", cit., 255-277).
183a [tb/m631027]: "Cuando un día, en la quietud de una iglesia madrileña, yo me sentía ¡nada!… No poca cosa; poca cosa hubiera sido algo… – ¿Tú quieres, Señor, que se haga toda esta maravilla? Y alzaba el cáliz, sin distracción, a lo divino… Et ego –allá en el fondo del alma esas locuciones del Señor, que van unidas a la miseria mía, porque soy barro…– Et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum! Lo entendí perfectamente. ¡Si vosotros me lleváis junto a todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño omnia traham ad meipsum! ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!".
" … omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!".– Las referencias a Jn 12, 32, con una interpretación semejante a la señalada en este pasaje, propia del autor, son habituales en los textos de san Josemaría. Siempre recordó con agradecimiento la locución divina del 7-VIII-1931 –cfr. Nota histórica, nt. 13–, situada en la base de su doctrina. Así lo dejan adivinar con claridad, por ejemplo, estas palabras autobiográficas: "Ahora comprenderemos la emoción de aquel pobre sacerdote, que tiempo atrás sintió dentro de su alma esta locución divina: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Ioann, 12, 32); cuando seré levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré a mí. A la vez, vio con claridad la significación que el Señor, en aquel momento, quería dar a esas palabras de la Escritura: hay que poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas. Entendió claramente que, con el trabajo ordinario en todas las tareas del mundo, era necesario reconciliar la tierra con Dios, de modo que lo profano –aun siendo profano– se convirtiese en sagrado, en consagrado a Dios, fin último de todas las cosas" (Carta 9-I-1932, n. 2).
183b "Fue la ofensa de Adán, el pecado de la soberbia humana, el que rompió la armonía divina de lo creado".– San Agustín expresa una idea semejante, cuando escribe: "No es malo el cielo, ni la tierra, ni las aguas, ni lo que hay en ellos: peces, aves, árboles… Estas cosas son buenas. Al mundo le hacen malo los hombres malos" (Sermón 80, 8; en: "Obras completas de San Agustín", t. X, BAC, Madrid 1983, p. 451).
183c Todo este párrafo 183c, rebosante de teología paulina, es un ejemplo más del influjo –tan evidente a lo largo del libro– de la doctrina del Apóstol en la enseñanza de san Josemaría, y más concretamente en los trazos que deja apenas incoados de una teología de la historia.
183d "… colaborar humilde y fervorosamente en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que el hombre ha desordenado, …".– Se advierten en esta frase final del párrafo algunos de los trazos mencionados en la nota anterior. La teología cristiana de la historia dice estrecha dependencia, en el pensamiento de los autores, de su visión teológica de la Encarnación redentora y del misterio del pecado. También, en consecuencia, de su teología de la cruz. La mirada contemplativa de san Josemaría sobre tales misterios (la encarnación, la cruz, el pecado, …), leídos teológicamente conforme a los elementos tomistas de fondo comúnmente presentes en el magisterio doctrinal de la Iglesia, estuvo al mismo tiempo iluminada por el hecho sobrenatural del 7-VIII-1931, del que venimos haciendo mención. Con aquella locución divina, también le fueron concedidas al fundador –junto a un preciso significado de Jn 12, 32– unas claves hermenéuticas decisivas respecto al significado de la Obra que Dios le encomendaba, en las que latía un sentido novedoso de la participación del cristiano en el misterio de la redención y de la gloriosa Cruz del Señor. En 1934, por ejemplo, escribe: "Carísimos: Jesús nos urge. Quiere que se le alce de nuevo, no en la Cruz, sino en la gloria de todas las actividades humanas, para atraer a sí todas las cosas (Jn 12, 32)" (Instrucción, 1-IV-1934, n. 1). En otro momento, redacta una idea semejante: "Ya desde 1931 estaba claro que aquellas palabras, que relata san Juan –et ego si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12, 32)–, debíamos entenderlas en el sentido de que le alzáramos, como Señor, en la cumbre de todas las actividades humanas: que Él lo atraería todo hacia sí, en su reinado espiritual de amor" (Carta 14-II-1944, n. 19). Estos ejemplos, y tantos otros del mismo tenor que podrían aportarse, están apuntando al despertar de una novedosa teología de la cruz y de la salvación, cuyos rasgos fundamentales están presentes en estas páginas.
183e "Sólo así podremos emprender esa empresa grande, inmensa, interminable: santificar desde dentro todas las estructuras temporales, llevando allí el fermento de la Redención".– La teología de la cruz que se manifiesta en el pensamiento de san Josemaría depende por completo, como venimos diciendo, de su intelección del misterio del Verbo encarnado, muerto por nosotros en la Cruz y gloriosamente resucitado. "Si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12, 32), cuando sea levantado en alto sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí. Cristo con su Encarnación, con su trabajo profesional ordinario en Nazaret, con su entrega plena al cumplimiento de la labor mesiánica, con su muerte en la Cruz, es centro de la creación, Rey de todo lo creado" (Carta 15-X-1948, n. 41). Su mirada amorosa sobre el Crucificado es la que, por así decir, aporta profundidad y contenido a su contemplación del misterio de la Cruz, como misterio de donación filial, de sacrificio amoroso, de victoria sobre el pecado, de redención del mundo, de santificación de la vida ordinaria. El protagonista, junto a Cristo, de esta teología de la historia es el cristiano corriente, alter Christus, ipse Christus, llamado a "santificar desde dentro todas las estructuras temporales, llevando allí el fermento de la Redención".
183f "Procuremos hablar para cada cristiano, para que allí donde está (…) sepa dar testimonio, con el ejemplo y con la palabra, de la fe que profesa".– Una parte no pequeña de las contradicciones padecidas por san Josemaría, así como de la oposición al trabajo apostólico del Opus Dei en determinados ambientes, desde los años 40 del siglo pasado, tuvo su origen en la dificultad de algunos para entender este aspecto esencial del espíritu y de la praxis pastoral del fundador: el absoluto respeto a la libertad y responsabilidad de los fieles cristianos en materias opinables. Como se deduce del contenido de estos párrafos, y de otros muchos pasajes de este libro, la enseñanza del autor promueve el encuentro personal con Cristo, e impulsa a que todos los fieles sepan "dar testimonio, con el ejemplo y con la palabra, de la fe que profesan", con libertad y responsabilidad personales.
184a "Personalmente no me ha convencido nunca que las actividades corrientes de los hombres ostenten, como un letrero postizo, un calificativo confesional".– El autor, que alienta constantemente a los cristianos a dar un testimonio personal de fe y de seguimiento de Cristo, manifiesta aquí su desacuerdo con un confesionalismo puramente externo o de etiqueta, que podría no estar lejos de la actitud denunciada por Jesús en el Evangelio: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí" (Mt 15, 8). El lugar propio para establecer y propagar el reino de Cristo es, ante todo, el corazón de los hombres. Es también del Señor esta enseñanza: "Llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorar en espíritu y en verdad" (Jn 4, 23-24). La exteriorización meramente nominalista del adjetivo "cristiano" no es sostenible.
184b " … el cristiano, luchando continuamente por evitar las ofensas a Dios –una lucha positiva de amor–, ha de dedicarse a todo lo terreno, codo a codo con los demás ciudadanos; debe defender todos los bienes derivados de la dignidad de la persona".– En conexión y continuidad con otros pasajes anteriores (cfr., por ejemplo, supra: 52a, 53b, 105b, 112b, 132b, 173c, 177d), el autor sugiere las bases de la auténtica secularidad cristiana, que brota y se alimenta de la fe en los misterios de la creación y de la redención. El amor cristiano al mundo [san Josemaría decía de sí mismo: "Soy sacerdote secular: sacerdote de Jesucristo, que ama apasionadamente el mundo" (Conversaciones, 118b)], participa del Amor creador y redentor; por esa razón, asume y defiende "todos los bienes derivados de la dignidad de la persona" –desde su concepción a su muerte–, así como los de la condición propia de las criaturas materiales.
184c "Y existe un bien que deberá siempre buscar especialmente: el de la libertad personal".– Las consideraciones sobre el concepto de libertad son infrecuentes en la tradición espiritual cristiana, en parte quizás porque la reflexión sobre el tema de la libertad en general responde a inquietudes intelectuales modernas. En este punto, como en otros ya mencionados, el pensamiento de san Josemaría es básicamente autónomo. Su noción de libertad está radicada por completo en la visión cristiana del hombre como criatura a imagen de Dios, racional y relacional, herida por el pecado, liberada por Cristo y elevada a la condición de hijo de Dios a través de la configuración con el Hijo por medio del Espíritu. Habla, pues, sobre todo de "libertad cristiana", más que simplemente de libertad. Bajo la luz del Verbo encarnado y de la plenitud de su donación, la libertad cristiana, como libertad liberada del pecado, es concebida por el autor como libertad de hijo de Dios, libertad de amar y de entregarse. De ahí que su constante elogio y salvaguardia de la libertad –que le llevaba a defender siempre la libertad de las conciencias, y a ponerse del lado del oprimido o del perseguido–, vaya acompañado de la exhortación a entregar a Dios por amor la propia libertad en servicio de la salvación. El fundamento de esta noción de libertad se encuentra en el Nuevo Testamento, y debe ser buscado en el entrecruzarse de diversas afirmaciones presentes principalmente en san Juan y san Pablo, como las siguientes: "Si vosotros permanecéis en mi palabra, sois en verdad discípulos míos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8, 31-32). "Si el Hijo os da la libertad, seréis verdaderamente libres" (Jn 8, 34-36). "La misma creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios" (Rm 8, 21). "El Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor hay libertad" (2Co 3, 17). "No somos hijos de la esclava, sino de la libre. Para esta libertad Cristo nos ha liberado" (Ga 4, 31-5, 1). Otros han escrito sobre el tema de la libertad en el pensamiento del autor, por lo que nos remitimos a sus observaciones. Además de los trabajos ya citados supra, 67a, cfr.: C. Fabro, Un maestro de libertad cristiana, en "L’Osservatore Romano, " 2-VII-1977; Id., El temple de un Padre de la Iglesia, en: C. Fabro [et al.], Santos en el mundo, Rialp, Madrid 1993, 107-115; A. Millán Puelles, Amor a la libertad, en: AA. VV., Homenaje a Mons. Josemaría Escrivá, Eunsa, Pamplona 1986, pp. 26-53; A. Llano, La libertad radical, en: AA. VV., Josemaría Escrivá y la Universidad, Eunsa, Pamplona 1993.
184d "Sin libertad, no podemos entregarnos libremente al Señor, con la razón más sobrenatural: porque nos da la gana".– Gustaba, san Josemaría, repetir esa idea aparentemente paradójica ("la razón más sobrenatural para entregarse a Dios es: porque me da la gana"), para defender la libertad de que goza el cristiano de ofrecer su vida a Dios por amor, como podría ofrecerla a una criatura. Parece resonar en esas palabras, por analogía, el eco de aquellas otras del Señor: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, sino que yo la doy libremente. Tengo potestad para darla y tengo potestad para recuperarla. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre" (Jn 10, 17-18). En todo caso, en la frase de san Josemaría debe ser advertida una raíz cristológica.
184e "Podéis atestiguar que llevo toda mi vida predicando la libertad personal, con personal responsabilidad".– Quien redacta estas anotaciones puede dar testimonio, como otras muchas personas, de ese proceder, por haberlo aprendido y experimentado junto a san Josemaría durante los años 60 del pasado siglo, en los que retomó frecuentemente este discurso. Debe ser resaltada la fuerza de su enseñanza al respecto, y la amplitud de horizontes que abre a quienes la asimilan como propia en su vivir como hijos de la Iglesia y ciudadanos de la sociedad civil.
184f "Cuando hablo de libertad personal, no me refiero con esta excusa a otros problemas quizá muy legítimos, que no corresponden a mi oficio de sacerdote".– El argumento tratado en este pasaje merecería un análisis detallado –que aquí no podemos hacer– de la doctrina y la praxis sacerdotal promovidas por el autor. Baste con decir que el texto razona y pone de manifiesto una actitud pastoral, característicamente suya, asumida también por los sacerdotes que siguen su espíritu. El ministro sagrado, como Cristo, estando plenamente comprometido con la caridad, la verdad, la libertad y la justicia, e impulsando activamente la puesta en práctica de la doctrina social de la Iglesia, no puede ser un hombre de parte en "materias que el Señor ha dejado a la libre y serena controversia de los hombres". El párrafo sucesivo deja entrever la clave cristológica de ese criterio de actuación.
184g "…que no son los de Jesús, porque su yugo es suave y su carga ligera".– El autor adecua a su discurso el texto citado del evangelio de san Mateo, y no lo reproduce literalmente; por esa razón hemos añadido en la nota 44 un cfr.
185 "Serenos, hijos de Dios".– En los nn. 185-186, al hilo de la doctrina que viene desarrollando sobre el Reino de Cristo, ofrece el autor un breve y profundo comentario al Salmo 2, salmo mesiánico que en la Iglesia ha sido leído como profecía acerca de la realeza y filiación divina de Cristo, y participadamente del cristiano (cfr. Hch 4, 24-30). La lectura de estos pasajes de la homilía tiene el interés añadido de saber que san Josemaría profesó gran devoción por este Salmo, cuyo rezo y meditación propagó entre muchas personas.
185f "Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo".– La lectura y meditación del Salmo de la filiación divina despertaban un fuerte eco en el alma de san Josemaría, como dejan entrever los párrafos que venimos leyendo. Unas palabras de otra de sus homilías ofrece, entre tantas, una luz de fondo: "Por motivos que no son del caso –pero que bien conoce Jesús, que nos preside desde el Sagrario–, la vida mía me ha conducido a saberme especialmente hijo de Dios, y he saboreado la alegría de meterme en el corazón de mi Padre, para rectificar, para purificarme, para servirle, para comprender y disculpar a todos, a base del amor suyo y de la humillación mía" (Amigos de Dios, 143a). Pero aún es mayor la luz que aporta el autor en una de sus Cartas, al narrar un hecho de su vida de relación con Dios, que solía calificar como la gracia más alta que había recibido, y que tuvo lugar en Madrid, el 16-X-1931: "Sentí la acción del Señor, que hacía germinar en mi corazón y en mis labios, con la fuerza de algo imperiosamente necesario, esta tierna invocación: Abba! Pater! Estaba yo en la calle, en un tranvía […]. Probablemente hice aquella oración en voz alta. Y anduve por las calles de Madrid, quizá una hora, quizá dos, no lo puedo decir, el tiempo se pasó sin sentirlo. Me debieron tomar por loco. Estuve contemplando con luces que no eran mías esa asombrosa verdad, que quedó encendida como una brasa en mi alma, para no apagarse nunca. Entendí que la filiación divina había de ser una característica fundamental de nuestra espiritualidad: Abba!, Pater! Y que, al vivir la filiación divina, los hijos míos se encontrarían llenos de alegría y de paz, protegidos por un muro inexpugnable; que sabrían ser apóstoles de esta alegría, y sabrían comunicar su paz, también en el sufrimiento propio o ajeno. Justamente por eso: porque estamos persuadidos de que Dios es nuestro Padre" (Carta 8-XII-1949, n. 41).
186d " … en la misma historia humana que es el escenario del mal, se va tejiendo la obra de la salvación eterna".– Afirmaciones que dejan entrever una consideración de la historia, radicada y coherentemente derivada de la cristología y de la teología del alter Christus que se encierran en la doctrina del autor.
187a "Seamos hombres de paz, hombres de justicia, hacedores del bien".– Como hemos ido viendo (cfr. supra, 30e, 73a, 120b, 124a, 168g), en el lenguaje espiritual propio de san Josemaría cabría expresar también esta misma idea diciendo: seamos "sembradores de paz y de alegría".
"… el Señor no será para nosotros Juez, sino amigo, hermano, Amor".– El pasaje recuerda lo que el autor ha escrito en Camino, 168: "«Me hizo gracia que hable usted de la ‘cuenta’ que le pedirá Nuestro Señor. No, para ustedes no será Juez –en el sentido austero de la palabra– sino simplemente Jesús». –Esta frase, escrita por un Obispo santo, que ha consolado más de un corazón atribulado, bien puede consolar el tuyo". Ese punto de Camino dice referencia al contenido de la carta que el entonces obispo de Ávila, Mons. Santos Moro, escribe el 27-II-1938 a san Josemaría; cfr. C. Anchel – F. Requena, San Josemaría Escrivá de Balaguer y el obispo de Ávila, mons. Santos Moro: epistolario durante la Guerra Civil (enero de 1938 – marzo de 1939), en: "Studia et Documenta" 1 (2007) 287-325. Cfr. también lo que señala al respecto P. Rodríguez en la ed. crit.-hist. de Camino, in loco.